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La sistemática negación de lo indígena

Edgar F. Izurieta Guayacuma

Alguien se preguntaba meditando en párrafos de un semanario


conocido ¿Carecemos de institucionalidad y de cultura ciudadana? Lo
más probable es que si, pero es la carencia de la institucionalidad y la
supuesta cultura ciudadana impuesta a rajatabla por las concepciones
y lógicas modernizadoras de contextos ajenos al nuestro… ¿Por qué
se busca generar el desarrollo añorando los modelos y métodos
anglosajones y despreciando los logros civilizatorios de nuestros
propios pueblos al punto de tacharlos de retrógradas y meros
obstáculos para vivir mejores días?

El entrañable Zavaleta nos advierte muy bien de la xenofilia existente


en el tejido social boliviano, es decir del profundo amor a lo ajeno y
del profundo desprecio a lo propio, un viejo prejuicio que salta de
cuando en cuando con cierta virulencia por los poros de la historia de
discriminaciones en este país (y esperemos no frecuentemente, ya
bastante tenemos con las muertes en Pando).

Esta xenofilia tiene a veces la etiqueta “académica”, y se lo usa muy


bien para invisibilizar a los “indígenas u originarios” y para
promovernos étnicamente como país de “cholos y mestizos”, o sea
cualquier término menos “indígenas” ahora que la Constitución
aprobada y promulgada no sólo reconoce los derechos culturales y
sociales, sino también los económicos y políticos de estos pueblos
que son la mayoría en Bolivia (62% según el Censo Nacional 2001).
En este marco están por ejemplo los estudios de Mitchell A. Seligson
de la Universidad Vanderbilt, el cual en su “Auditoria de la democracia
en Bolivia” y anteriores líbelos nos indica que el 65% de la población
boliviana es mestiza, o mejor aún “chola” dando con este término un
gran aporte a las categorías sociodemográficas en el mundo y
mostrando que solo el 19,3% tendría la condición de ser indígena
propiamente (¿Es mejor retornar a lo despectivo empleando el
término de cholo?).

Una encuesta patrocinada por el Fondo para la Democracia de


Naciones Unidas (UNDEF en sus siglas inglesas) aporta a esta mirada
invisibilizadora indicando que el 68% de sus consultados se
autoidentificó como mestizo y remarca que el sector indígena en
Bolivia solo alcanza un irrisorio 20% de la población.

Es decir, benditos extranjeros que no ven indígenas en Bolivia y nos


proporcionan de lentes oscuros para no ver el crisol de nacionalidades
que habitan estas latitudes. ¿Y qué hacemos los que creemos que lo
que viene de afuera es siempre mejor? Pues les damos el mayor de
los créditos muy a pesar de las evidencias que transitan por nuestras
narices, y con lentes “extranjeros” miramos otra vez la realidad y
vemos que el país es más blanco de lo que era antes de la irrupción
indígena en los niveles discursivos e institucionales.

Es probable que estos “académicos” no hayan realizado estos


estudios con esa intencionalidad de negar la presencia indígena en
Bolivia, y quizás ellos esperaban ver indios con plumas y taparrabos y
no seres humanos con identidad propia pero que usan el celular o
manejan un automóvil con la misma destreza que lo harían ellos… si,
quizás haya cierta ingenuidad de su parte. Pero hay que frenar la
asolada, y mejor si es con recursos académicos para fortalecer la
negación de lo evidente. Lástima para los xenofílicos que las
negaciones en el ámbito discursivo no generen una directa
correspondencia con lo que ocurre en la realidad.

Debe pesarles el hecho de que ellos si carecen de esa


institucionalidad foránea, cuando pensaban generarla desmantelando
la institucionalidad indígena a punta de políticas excluyentes. La
ciudadanía y la nueva institucionalidad en Bolivia, no solo debe
construirse tomando como referencia a la polis griega o a la civitas
romana, sino en la relación que cada persona establece con su medio
y con el entramado social diverso que nos enriquece ahora sí como
país “plurinacional”.

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