Alguien se preguntaba meditando en párrafos de un semanario
conocido ¿Carecemos de institucionalidad y de cultura ciudadana? Lo más probable es que si, pero es la carencia de la institucionalidad y la supuesta cultura ciudadana impuesta a rajatabla por las concepciones y lógicas modernizadoras de contextos ajenos al nuestro… ¿Por qué se busca generar el desarrollo añorando los modelos y métodos anglosajones y despreciando los logros civilizatorios de nuestros propios pueblos al punto de tacharlos de retrógradas y meros obstáculos para vivir mejores días?
El entrañable Zavaleta nos advierte muy bien de la xenofilia existente
en el tejido social boliviano, es decir del profundo amor a lo ajeno y del profundo desprecio a lo propio, un viejo prejuicio que salta de cuando en cuando con cierta virulencia por los poros de la historia de discriminaciones en este país (y esperemos no frecuentemente, ya bastante tenemos con las muertes en Pando).
Esta xenofilia tiene a veces la etiqueta “académica”, y se lo usa muy
bien para invisibilizar a los “indígenas u originarios” y para promovernos étnicamente como país de “cholos y mestizos”, o sea cualquier término menos “indígenas” ahora que la Constitución aprobada y promulgada no sólo reconoce los derechos culturales y sociales, sino también los económicos y políticos de estos pueblos que son la mayoría en Bolivia (62% según el Censo Nacional 2001). En este marco están por ejemplo los estudios de Mitchell A. Seligson de la Universidad Vanderbilt, el cual en su “Auditoria de la democracia en Bolivia” y anteriores líbelos nos indica que el 65% de la población boliviana es mestiza, o mejor aún “chola” dando con este término un gran aporte a las categorías sociodemográficas en el mundo y mostrando que solo el 19,3% tendría la condición de ser indígena propiamente (¿Es mejor retornar a lo despectivo empleando el término de cholo?).
Una encuesta patrocinada por el Fondo para la Democracia de
Naciones Unidas (UNDEF en sus siglas inglesas) aporta a esta mirada invisibilizadora indicando que el 68% de sus consultados se autoidentificó como mestizo y remarca que el sector indígena en Bolivia solo alcanza un irrisorio 20% de la población.
Es decir, benditos extranjeros que no ven indígenas en Bolivia y nos
proporcionan de lentes oscuros para no ver el crisol de nacionalidades que habitan estas latitudes. ¿Y qué hacemos los que creemos que lo que viene de afuera es siempre mejor? Pues les damos el mayor de los créditos muy a pesar de las evidencias que transitan por nuestras narices, y con lentes “extranjeros” miramos otra vez la realidad y vemos que el país es más blanco de lo que era antes de la irrupción indígena en los niveles discursivos e institucionales.
Es probable que estos “académicos” no hayan realizado estos
estudios con esa intencionalidad de negar la presencia indígena en Bolivia, y quizás ellos esperaban ver indios con plumas y taparrabos y no seres humanos con identidad propia pero que usan el celular o manejan un automóvil con la misma destreza que lo harían ellos… si, quizás haya cierta ingenuidad de su parte. Pero hay que frenar la asolada, y mejor si es con recursos académicos para fortalecer la negación de lo evidente. Lástima para los xenofílicos que las negaciones en el ámbito discursivo no generen una directa correspondencia con lo que ocurre en la realidad.
Debe pesarles el hecho de que ellos si carecen de esa
institucionalidad foránea, cuando pensaban generarla desmantelando la institucionalidad indígena a punta de políticas excluyentes. La ciudadanía y la nueva institucionalidad en Bolivia, no solo debe construirse tomando como referencia a la polis griega o a la civitas romana, sino en la relación que cada persona establece con su medio y con el entramado social diverso que nos enriquece ahora sí como país “plurinacional”.