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Adaptarse no es ni más ni menos que habituarse a una nueva situación. Todo cambio en
la vida de cualquier persona acarrea inquietud, incertidumbre y dudas ante lo
desconocido. En este caso, se trata de un cambio de club, país, de idioma, de cultura, de
comida, de ambiente... Es todo diferente. Además, a esa nueva situación hay que añadir
que hay unas altas expectativas deportivas depositadas sobre el por parte del club,
cuerpo técnico, aficionados y prensa que el futbolista va a querer cubrir. Todo esto es un
cóctel muy cargado que puede explotar sobre el deportista en forma de estrés, con la
consecuencia de que va a querer demostrar sus cualidades deportivas inmediatamente, y
ese enorme deseo de agradar, si no es capaz de controlarlo, desemboca en precipitación
y nervios a la hora de jugar y un rendimiento negativo en definitiva. Podemos concluir,
por lo tanto, que el cambio puede suponer una enorme carga en forma estrés y el estrés a
su vez puede ser altamente perjudicial para el rendimiento del deportista.
Las personas necesitamos tiempo para adaptarnos a las nuevas situaciones y cambios
que se producen en nuestras vidas. Si cambiamos de trabajo, por ejemplo, necesitaremos
un tiempo, más largo o más corto, para conocer a los nuevos compañeros, aprender los
nombres, adaptarnos a las necesidades de ellos y ellos adaptarse a las nuestras, conocer
la labor que desempeñar, habituarnos a la rutina diaria de la empresa...etc. En definitiva
se trata un conocimiento mutuo, de yo a ellos y ellos a mi. Lamentablemente, en el
deporte profesional olvidamos con demasiada facilidad que los deportistas son personas,
seres humanos, con sentimientos y los que afectan los cambios y se les exige un
rendimiento inmediato, muchas veces obviando el esencial aspecto de la adaptación.
Por lo tanto, demos tiempo a los nuevos deportistas que vengan a la Real y dejemos
transcurrir un tiempo para poder juzgarlos debidamente y en base a su verdadero nivel
deportivo.