You are on page 1of 6

La Unidad y Lucha de Contrarios

(Reorientemos el Materialismo Dialéctico)

Manuel C. Martínez M.

15 may. 09

Desde los arranques mismos del Materialismo Histórico y


Dialéctico, la concepción comunista del mundo sembró
la idea de lucha, de antagonismos, de contrariedades, de
contradicciones y hasta de una irreconciliable enemistad,
particularmente enfilada contra el modo burgués de
producción y comercio, y para adoptar su relevo. Poco
explícita ha sido la Literatura socialista acerca de cuáles
contrarios corresponderían al nuevo modo. El tipo de lucha
más connotado hoy por hoy sigue siendo el de la lucha
obrero-patronal, lucha entre ricos y pobres, l. entre
capitalistas y proletarios, l. entre supuestos “izquierdistas”
y “derechistas”, lucha entre gobernantes y súbditos. Pero
nada sabemos de quiénes serían los venideros “contrarios”.

El científico Federico Engels, por ejemplo, fue prolijo en


concebir el movimiento de la materia como una lucha de
contrarios, a tal punto de afirmar que todo cambio o
movimiento supone la posibilidad de que, por ejemplo, en
un espacio y momento dados, alguna cosa, objeto o ser se
hallen y deshallen.

Esta concepción de beligerancia permanente, de


“negaciones hasta de las negaciones”, ha sido tan
convincente y mediáticamente tan bien vendida que hemos
soslayado todas las evidencias conducentes a la paz social,
y, por el contrario, hemos tendido a ver en nuestra
sociedad un conglomerado de grupos sociales en
permanente lucha muy ajenos a toda posibilidad estable
para el logro de la necesaria paz social de la que tanto ase
parlamentea.

Reconozcamos que el iniciador de semejante intranquilidad


social, primero atribuida al “reino” animal y que terminó
siendo extensiva la especie humana., fue el científico
Charles Darwin, predecesor de Engels.

El filósofo idealista objetivo Georg Wilhelm Friedrich Hegel


también manejó esta corriente de “natural” impacifismo
social y prácticamente convirtió el diálogo de los seres
humanos en discusiones abiertamente diferentes pero
asimiladas a posiciones en común ambas encontradas, en
lugar de apreciarlas como simples, paralelas y
concomitantes ideas de recíproca coadmisión para todos los
coparlantes en juego, para todos los interlocutores.

Por lo visto, hemos estado muy lejos de los brillantes


aportes mozartianos, valga la digresión. Este superdotado
compositor musical alemán desde hace más de 200 años
vio en las óperas, de las que compuso varias, no un coro
desafinado de discusiones contradictorias y simultáneas de
voces, sino una rigurosa armonía con feliz resultado
sonoro.

Digamos que contradictoria y filosóficamente buscamos


una paz social sobre las bases de una preconcepción
intrínseca e ínsitamente conflictiva. Algo así como cuando
buscamos algo que al mismo tiempo deseemos no
encontrar, según proverbiales expresiones del común de la
gente.

Hemos estado afirmando, sin reserva alguna, que nuestra


mano izquierda es contraria a la m. derecha, que ir hacia
adelante es caminar al revés de hacerlo hacia atrás, como
si el cambio de dirección geográfica fuera realmente un
retroceso y no un avance por caminos más sinuosos y
posiblemente laberínticos sin que ello y para nada nos
autorice a considerar que se tárate de ir y venir, de salir o
entrar, de subir o bajar, de comer y descomer.

Cuando decimos que vamos hacia la derecha sugerimos


que vamos al contrario de la gente que lo haga hacia la
izquierda, y nos hemos impedido de vernos como personas
que simplemente caminamos siempre errática y
unidireccionalmente, siempre hacia adelante, sin pasado,
sin retrocesos, sin contradicciones, porque hasta los
reveses debemos empezar a mirarlos como parte de la
caminata, como elementos constitutivos de un fenómeno
de mayor complejidad que otros que se nos presenten más
linealmente, más por la ruta de las hipotenusas que por la
rectangular angulosidad de los catetos.

Es un hecho heredado etológica y políticamente que para


cada “polo” suponemos la coexistencia de un contrapolo,
para cada fenómeno, un contrafenómeno, para el ayer
contraponemos el futuro; para el presente, el pasado, y
para el futuro el mismo pasado. No hemos podido
comprender la inexistencia del pasado ni la del futuro, que
sólo existe un verdadero continuum de nunca acabar.

Es que si en verdad respetáramos la dicotomía de la unidad


de contrarios en pugna entonces deberíamos contraponer a
este mundo otro mundo; ah!, pero aquí caeríamos en la
vieja concepción del “más allá” tan negada y siquitrillada
por la concepción del materialismo históricos y su
correspondiente dialéctica materialista. Religiosamente se
habla de paraísos e infiernos como contrarios de
multitudinaria aceptación. Moralmente hablamos de
honestidad y probidad. Estéticamente, de fealdad y belleza,
y contablemente lo hacemos con eso de ganancias y
pérdidas. Todas estas categorías han estado
incómodamente encajonadas en los más desagradables
lechos procustianos.

Es decir, hemos estado manejando (o nos han estado


manejando) una filosofía marcadamente barroca, sin
solución de continuidad, carente de metas, pero
buscadora y transitadora de unos caminos que no terminan
por detenerse en ningún lugar que se halle tan siquiera
hipotéticamente prefigurado, salvo las entelequias de
marcado tinte idealista o esotérico.

Ha sido una concepción inductiva propia de la más


arraigada y perjudicial contradicción para unos seres
humanos siempre deseosos de convivencia, de arreglos
mutuos, de colaboración laboral, y todo ello en estricta
correspondencia con el innegable carácter gregario de la
naturaleza humana.

A estos enemigos y contrarios se los identifica como


partes transitorias de una Unidad en permanente cambio
hacia nuevas unidades contentivas de nuevas dicotomías
no menos contrapuestas. El contrario vencedor se instala y
genera otro contrario sobre la base de una suerte de
simetría filosófica y arbitrariamente introducida por los
pensadores más destacados que se conozcan, no tanto por
ellos mismos, sino por sus apologistas y traductores, por
sus cohortes de bien aprovechados discípulos. Allí con ese
método no se observa cambios esenciales, sólo formales,
salvo especulaciones e inferencia que por lógicas que nos
luzcan no dejan de ser saltos en el vacío del “más adelante
“.

Las generaciones modernas lo han seguido casi al pie de


la letra sin poner en duda el acierto o desacierto presente
en la concepción del fenómeno de los “cambios”, en los que
suponemos una permanente beligerancia y no simples
peldaños de pacífica concomitancia. El absurdo irreflexivo
de este método filosófico ha sido tal que hasta en los
competidores deportivos hemos visto contrarios en lugar de
armoniosos equipos en búsqueda de tal o cual puntaje
superior sin por ello unos sean perdedores y otros
ganadores, sin que por lo tanto unos sean contrarios de
otros. Las razonables dudas surgidas sobre la posible
armonía de los “contrarios” ha sido zanjada mediante la
modalidad de “contrarios antagónicos” y no antagónicos,
pero contrarios al fin. En los mercados se habla de
competidores y no de colaboradores, cosas así.

Hemos llegado al absurdo de ver en los deberes y


haberes contables una contrariedad numericomatemática
como su los números sustrayentes no fueran tan positivos
como los números disminuyentes, como si todos ellos no
fueran números a secas. Por ejemplo: -2 no necesariamente
es antónimo numérico de +2, ambos son números dentro
del inagotable recorrido que va desde – ∞ hasta + ∞, con
una diferencia específica cuantitativa no contradictoria e
igual a 4. Semejantes diferencias se obtiene
indistintamente entre: -2 – (-6); y obviamente entre: +6 – 2.

Desde luego, la Matemática ha tenido buena parte en esta


beligerancia fenoménica, a tal punto de que decimos que la
√4 tiene 2 raíces no menos contrarias, y esto ocurre
porque hemos asimilado la relatividad de unos valores a
una contrariedad sufrida por/y entre ellos.

Curiosamente, a la Matemática no se le evalúa ni se pone


en duda su “cientificidad”. Se la concibe como infalible y
toda posibilidad de yerro se le endilga a practicante. Es que
la Matemática, preconcebida como ciencia neutral,
especialmente reservada para imprimir rigurosidad
científica a las demás ciencias, también fue víctima de esta
diatriba entre contrarios que jamás han existido como tales.
A ella se le ha contrapuesto las demás ciencias.

Por extensión, hemos visto en cada vecino un potencial


enemigo, en cada país un potencial contario listo para
atacarnos como si no hubiéramos superado en nada
nuestra ancestral ascendencia antropológica
prehumanoidea.

Planteamos la precaria necesidad de repensar la Dialéctica


y empezar por llamarla Multiléctica. Dentro de esta nueva
visión empezaríamos a entrever que el sistema de vida
actual, dominado por el burguesismo de empresarios y
proletarios, no es lo máximo ni lo último, sino que es
simplemente un estriberón que está antecediendo a otra
nueva forma de vivir que más tarde o más temprano
sobrevendrá sin que para su admisión tengamos que seguir
viendo en ese “cambio” una lucha ni guerra entre los
actuales conductores del proceso económico y cultural y
los de las nuevas formas de gerenciar la sociedad
humana.

La concepción del hombre luchador no ha pasado de ser el


trasunto de primitivas prácticas rayanas en la animalidad y
que darwinianamente las hemos trasladado mediante una
suerte de biologismo antropológico con un frágil carga de
dudosa admisibilidad filosófica.

You might also like