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VOLUMEN 173 MILTON STELARDO CUENTOS SELECTOS ee FE DE ERRATA PAG LINEA DICE DEBE DECIR IX 5 lectos lector XI i2 habina habian XI 5 con embatcacién con la embarcaciér XII 12 nada nadar xv 2 13 de jumio 13 de julio 6 16 blacura blancura 27 2 estruedo estruendo 41 18 tares tareas 41 18 destillada destilada 42 3 conta con la 47 6 reuidosas ruidosas 64 27 produndizados profundizados 66 15 encongidos encogidos 7 25 cafiadedn cafiadén 73 23 Apero Aspero 109 16 ganducha ganchuda 122 16 memso mesmo 147 16 cabaceando cabeceando 149 7 alque! aquel 238 22 disparle dispararle 252 4 veian al través veian a través 263 2 dorminda dormida 276 20 compulencia corpulencia 276 26 gurdada guardada 280 25 cuz cruz 283 4 paciendo pastando 290 25 rescaba rascaba 294 14 habiese hubiesc 298 20 Viscaino Vizcaino 301 14 cabarle cebarle 304 7 barraca barranca 308 4 tanganion tenganlon 3u 17 "estellao" “estrellao” 313 1s faroje farole 314 21 marramo marrano 322 1 estoy estos, 347 to radando rodando 348 16 jerigonza jermgoza 349 6 Sofias Sofia 350 16 escerado encerado 353 25 chichorro chinchorro 358 26 hace hacia 368 4 monteo monto 374 27 repecaho repechao 38) 3 tebancazo tebencazo 382 4 serpendeados serpenteados 306 L de le oja se le ofa 320 6 rompa rova aPC -Pa cosecha’e fruto, nu’hay caso qu’es mejor sembrar en menguante; y si son zapallo, usté prefiera el cuatro di’octubre, San Francisco, Ansina, nu’ataca el sanantonio y tiene cosecha garantida... si no se atraviesa una seca grande. Y mientras orejeaba las barajas, con el pucho corrido hasta una comisura de Los labios. -. lo mesmo, pa salvar la cebolla y la alverja de laj harmi- ga... y tamiéa pa quel maiz no crie lagarta en la punta’el choclo. Debié ligar buenas cartas porque al separarlas en abanico, corté el dicurso y los ojos le brillaron como espejos. ¥ canté. ELTRUCO es juego endiablao pal que to sabe jugar. Con estoj naipe sobaa ahura lo voy a probar. Muy entusiasmado, Custodio acus6, mirando carihosamente al viejo. En cualquier lance, giienazo. Cumplide, como nenguna. En la palabra, oportuno que n’ofende al retrucar. QUIERO decirle, amigaza, qui'ust’ej lujo pa tratar, y pa concluir el asunto: VALE CUATRO zorros junto cuando se pone a truquiar! La rueda siguié entre payada y como Agapito dejase debajo de la mesa de juego las chancletas de trabajo, Custodio... [401] Tengo mucho sentimiento pa gozar de Vamista... iy por el tufo que siento ha d’estar por descargarse la FLOR de la tempesta! Y como de inmediato reventase un chaparrén imponente, las carcajadas del grupo llegaran a estremecer el galpan. Y Agapito, muy serenc, cartas en la diestra y en la zurda el vaso. QUIERO, amigo, qui’usté sepa quese tufo ej dinida qu’en trabajo muy honrao poco a poco se ha juntaa en contra mi volunta. Y asu turno, Teadorico. Yo le aceto la disculpa y se lo voy a probar: me dice el entendimiento qui‘uste nu’ha tenido culpa si su yunta de cimiento iVALE CUATRO piese junta combinaos pa matar! A eso que calcularon las dos de la madrugada, plantaron, La pareja formada por Don Eladio y Agapa perdié la dltima partida porque el mozo, al servir los vasos, mostraba las cartas. El viejo, al soltarlas sobre la mesa, exclamé riendo. -iMe ha tecao un compafiera maj‘inocente qu’eruto’e sandia! El viento, huracanado y muy frio, habia virado del este ha- cia el norte, empujando siempre una lluvia cerrada. Fue preciso [402] cotter el portén. Mientras reavivaban el fuega y acomodaban los cattes, Don Eladio, entra pitada y pitada, tomaba cafia con guaco, y tosia. Goyo, que se habia despertado, lo miraba; y él para justificar, levantando et vaso. -Ej ‘acorralar el catarro... -Y... gpor qué no deja de fumar, entoce? -;Ah, no! Si se me va el catarro, tengo que dejar el guaco. jEso no! Todo va enrabaa en la vida, compafiero. Y al quebrar la ceniza del pucho con el mefique, cruzé una pierna y miré para otro lado. Agapo habia calentado en las brasas las tortas fritas y las torrejas sobrantes. Las comieron. Los dialogos se espaciaban. Sobre el galpén parfiaba el eterno martillea de la Lluvia y el aullido del viento degollado en los aleros del zinc. Desde los eucaliptos chistaba imperiaso el lechuzén. Y desde muy lejos, Wegaba el ladrido de los perros, acercado 0 acogotado de golpe por las rafagas, y el mugir an- gustioso de alguna res perdida en los montes. Fl asombro del viejo Paredes quebré la monotonia. -;Caray! ;Me ha quedao la panza como p’asentar navajas! Ensequida se sumé al core de ronquidos. Después, durante el resta de la noche, se alzaba de entre las bolsas algiin gnto arrancado a Agapito por las pesadillas, retumbaba la tos catarrienta del viejo, o apenas se ofa el gli-gla de alguna da- majuana violada por una sombra furtiva. Durante todo el domingo hasta el atardecer, persisti6 ei vendaval del norte cargado de agua. Almorzaron «livianito pa [ 403 ] no maltratar el mondongo: una fritada de giievoj y menestron con garbanzo, p’asentar». Habia cafde la noche. Comian, al lado del fogén, el porord recién tostado en el sartén, y baiiado con miel. Teodorico ad- virtio. -El viento cabecea p’al ceste. Ta dando la guelta giena, Bien decia el fiano Casares: «Viento norte duro, pampero seguron, -2Y cuala ej la guiena gitelta? -pregunté Delia, Dejaron hablar al viejo. -La compostura firme se prepara cuando el viento cambea al contrario de la marcha de laj aguja del rel6. Carece pasar del este pal norte; dispué del norte p’al ueste, y al fin del ueste p’al pampero o p’al sur. Y si rumbea al revé, nu‘hay compostura o el atreglo no dura, Mafiana, Dorico le va mostrar camu'es la cosa, El lunes amanecié ventoso y con garilas frias. -Ej‘el pampero sucio. Si el batuque juese poco, no digo. Pero un desarreglo d'esta laya no si‘acomoda en una pasada. Pera a mediodia, cuando estaban comiendo el puchero de oveja, empezé a amainar. Cesaron las garilas y el sol traté de bichar por algdn rasagén de las nubes, Concluido el arroz con leche, Dorico tlamé a la Delia y la llevé de 1a mano hasta frente a la banderola del galpén que daba al oeste. -Usté, paresé aqui. Y le indicé la cabeza de una estaca de hierro clavada en el piso. -Ahura mire derecha al medio’e la ventana. ;Ve el molino’e Petronio, alli enfrente? Giieno; cuando el viento que viene del ueste, como el que soplé hasta ayer, repasa el molino siempre [404] rumbiando al pampero qu’esta pa la zurda suya, el arreglo es garantido. -Y... gcémo sabe, Dorico, de dénde ta el viento? -Ahi se lo dicen laj rama y laj hoja de loj ocalito. -Tonce ya pas p’al sur porque m’enfria esta oreja. Y se tocé la izquierda, Caja la tarde. Una brisa fresca lleqaba del sur. Pero en el aire de seda se adivinaba el suspiro de la primavera. En el po- niente se anchaba una vincha naranja. Antes que el sol entrase en ta faja, muy nitido sabre 1a pantalla de nubes pizarra que se alejaban hacia el este, se pints el arco iris con su réplica. Esta- llé la clarinada de un casat de horneros. Aparecié el sol casi tangente al horizonte e hizo brillar de oro el campo y los mon- tes. Desde el patio, frente al galpén, los amigos miraban son- rientes, Don Eladio sentencid. -Giien acomoda: arco iris con viento sur a la caida de la tarde. Atras de todos soné un beso ruidoso. Se volvieron. Custodio quiso explicar con un grita. -jArreqlaa el tiempo y queda como fierra! ¥ bajando los ojos, terminé en murmullo. -La Delia si‘hace gitelto almibar. La almibarada, sacudida por la risa, se tapaba la cara con el delantal. [405] UNOS TALLARINES La vieja Eulalia asomé por la ventana del rancho la cabeza de nieve y entre Los portillos, silbé al nieto. -Mir4 Juanito.., ahura que se va dimtiendo la helada, garré la escopeta del viejo y te vas pal rastrojo del maiz a voltiar ocho o diez perdice. Senti como pian anunciando el buen tiempo. Son pal tuco de los tallarines... porque mafiana vienen los Ligitera a almorzar. El muchacho, anaranjado de pecas se froté las manos mora- das y achind Los ojas bajo Las crenchas zanahoria. La sonrisa le acercé la comisura de los labios a los orejones pantalludos. A paco se oyeron los tiros quebranda el cristal de la mafiana. La abuela las contaba con picara sonrisa orgullasa. ~Yamo a ver cudntos pega... Esa sabado, desde temprang, la vieja habia empezado los preparativos. Cuando se levant6, todavia estaba oscuro. Con el delantal secé el vidrio empajiado de la ventana. A penas se veia blanquear la helada sobre el vallecite que moria en La Pedrera del arroyo, En el silencio de la madrugada se le ofa murmurar mientras trajinaba. v=. Va pa cuaremta afios que semos vecinos de los Ligilera... [ 406 ] una gente especial. Y en La diltima ocasién... hace ya un mes largo, envitaron ellos... ;Qué flest6n del buche que aquel! ;Mio Dias! Encendré el farol a querosén. Afuera se oyé chirriar los cas- cos del caballo al resbalar sobre la escarcha. -Ahi llega Antonio... Levanté una tapa de la mesa de pino y de la batea descu- bierta sacé cuatro tazones de harina que amontoné sobre las tablas firmes. Cerré la batea y tomando el cernidor comenzé a tamizar la harina. En esa llega el viejo Antonio, muy lerdo, hamacandose al compas del reumatismo. Todo era paz en 4. Sabre el ajado de tos aiios afloraba en los mofletes carnudos, la sangre todavia vigorosa. En chancletas, pese a la helada, na- dando dentro de una bombacha de mezclilla azul, cubierto has- ta las caderas por la camisa de tartan a cuadros, traia colgando de la diestra el canasto mediano de huevos castafios, y de la zurda, el balde de la leche recién ordefiada. -Antonio... {De qué nidal tos sacastes? -Del de las batarazas de pata amarilla... :No me dijistes? -Ta bien... Porque san las mas golosas del maiz del rastrojo. Yamo a ver las yemas. Por la ventana empezé a colarse el sol de invierno. Cuando Eulalia terminé de partir los huevos la pareja, juntando las ca- bezas se asom6 a la fuente esmaltada; unas doce yemas rojas brillaban al sol entre jas claras transparentes. Sonrieron arrobados. -;Cémo se ve que se hartaron de maiz las batarazas! [407] Eulalia volvié al cernidor. Antonio:la palmed en el hombro. -jAh, vieja guapa! ;Siempre pasando més trabajo pa que toda salga mejor! Y ella sonriendo, sin dejar de zarandear. -Yo de muchacha, aprendia a hacer la masa de una sola manera que es esta. Para que leude mas, y no se agrume carece airear la harina pasandola por el cedazo. Nu’hay otro camino. Hizo nido en medio del montén de harina y en el hueco vertié un chorvo de leche gorda, una cucharada rasante de sal y seis huevos con sélo tres de las claras. A poco, ya amasaba a dos manos. ~gla ayudo, vieja? ~jFaltaba mas! Yo mi’aviriguo... Cuando a estrujones y pufietazos dio por sobada la masa, la dejé reposar un rato y Luego empezé a estirarla con el palote de algatrobo. En cuanto pudo envolvié la hoja de masa en el cilin- dro y echandolo a rodar violentamente hizo chicotear la hojaldra contra la tabla con un chasquido seca de guscazo. Al fin la hoja de masa quedé del grueso de una cartulina, cubriendo casi el ancho de la mesa. Eulalia la espolvereé con harina y empez6 a arrollarla sobre si, Hecho el rollo pidié al viejo que le afilase la cuchilla ancha; y con ella, sin mirar sus manos comenzé a cor- tar los tallarines del ancho exacto del grueso de la masa ha- ciendo resbalar rapidamente el filo vivo sobre las ufas de la zurda que le servian de guia para que el corte siempre fuese parejo. Mientras, contemplaba el campo. Era media mafiana de junio sobre la costa del Canelon Chico. Una calma de templo [408 ] dilataba el escenario campesino. Ni una nube empafjaba el za- firo del cielo y el aliento fragante del prado no movia una hoja. Chirriaban las calandrias en el talar costero preludiando el con- cierto de sus flautas. Entre bostezos de brumas ya empezaban a asomar las lampas del arroyo. Mugid el toro al cortejo de las lecheras que entre vapores emergian del galpén. El sol ya dora- ba la cresta de las parvas de chala 1isando el vaho lechoso que se alzaba de los chiqueros. Una precision de gallinas rumbeaba . hacia los rastrojos. Por la quincha escarchada rodaban las pri- meras gotas del deshielo y antes de caer brillaban un segundo, temblando en las puntas del fest6n que la helada habia colgado del alero del rancho. Desde la chimenea, el humo de la cocina recién encendida bajaba al valle para sahumarlo de esencias de eucalipto. Entre graznidos triunfantes y en fila india marcha- ban los patos picazos hacia la playa de piedra ensayando las alas para un vuelo imposible. Eulalia ya habia esparcido los tallarines sobre la mesa enharinada. Los cubrié con un tienzo y miré al marido. -As{ quedan, como siempre, hasta majiana. Es la forma de hacer tallarines secos... y no chumbadas en el tuco.., Giieno, Antonio... Ahi llega Juanito con las perdice. -A mi, vieja, dejemé no mas, que yo los preparo. Ese atardecer, el sol pastrero alumbré doce perdices lim- pias, trabadas de a yutas por los picos, colgando bajo el zarzo de las parras deshojadas. Y el viejo, al encerrarse en la cocina. -Ya se encargara el sereno de sazonarlas al punto. [409] El domingo amanecid de cro. A eso de las diez los nietos anunciaran a gritos que por la costa venian los convidadas, -jDon Cesareo, dofia Virginia y los netos, Pedrin y Sarita! La pareja Llegaba balanceando entre si una cesta ovalada de mimbre, de dos tapas que se abrian contra el asa del medio. Cuando las levantaron, Antonio contuvo el abrazo con que reci- bia a los vecinos. -jCaray! Ha sido como abrir ta puerta’el Cielo. jMiren qué cuadra! -2Y ustedes, cocineros de ley? ;El tufo de los mojos vino a alcanzarnos mesmo nel medio del camino! jEstuve a punto de besarlo! Y poniendo los ajos en blanco el viejo Cesdreo se relamio. Antonio Llamaba a la mujer para que contemplara la canasta abierta. Y ella llegaba al trote estevada, secandose las manos con el delantal. Por encima de los abrazos Eulalia miraba la cesta y coreaba con el marido. -jPero mire que amolestarse asi! ;Valgame Dios! ;Qué necesida! Se veia sobresalir tos cuellos de cuatro botellas y al castado entre los ruedos de saichichas y chorizos encarnados, asoma- ban Las morcillas negras y los quesos de cerdo arrifionados. ~jPera, dentren! Dentren ya gu’el sol esta tibio, si, pero el airecito corta. ;Qué helada! Al agachar la cabeza para eludir el dintel demasiado bajo, las visitas pronunciaron el solemne... -Con permise... [410] Comedar y cocina eran un solo ambiente de unos diez pasos por seis. Paredes de barro recién encatadas y techo ahumado de quincha a dos aguas, extendido sobre cafias tacuaras apoyadas en tirantes de alamo. En medio colgaba la lampara pantailuda a querosén. La alacena esquinera sobrevivia en un rincén. Cubria la mesa rechoncha, rodeada de silla de cardo trenzado, un man- tel de tela vasca desvanecido por las lavados, tanto como las servilletas. Pero sobre todo el pafio envejecido resaltaban las grandes rebanadas fragantes de pan casero y la tabla de picar cubierta por las tajadas de queso de cerde y por las rodajas de salchichén. Una jarra panzuda de vidrio grueso rebosaba vino tinto y los vasos culones enfrentaban a los platas de loza de borde azul, agrietados por los afios y cascados por el uso. Enmarcaban cada plato los cubiertos de peltre muy gastados. Olfa a limpio, a humo viejo y a vino espeso; y por oleadas, llegaba de la cocina bramante et arama del mojo borbollando en la cazuela de barro. -cQuiere un mate, compadre? Don Cesarea demoré en responder, mientras giraba la cahe- 7a repasando can los ajos el contorno. -;Caramba! :Y quién va a querer agua de yuyos teniendo vino a la vista? Pueda ser que las mujeres... Entre carcajadas llenaron los vasos. -;Sala! Pero Cesareo, después del primer trago alzo el vaso para mirarlo asombrado a la Luz del sol. Un rubi se le encendié en La mano. [411] -jLa fresca, compadre! ;Que le ha quedao un lujo el harriague! Mi moscatel va a pasar vergilenza. -Ni lo piense! La giiena uva hace todo. Usté lo sabe... Este harriague quedé un.dia con el orujo hirviendo a fondo. ¥ toma cuerpo. -Siii... pero ademéas, la mano santa del bodeguero no tiene precio. Y bebieron a fondo limpio. Las mujeres servian los platos repletos de salchichon ahumado, de longanizas con anfs y de queso de cerdo. En secreta, Virginia justificd. Pa que no se mamen Los viejos... Abraz6 a Eulalia y las dos se agobiaron de risas hasta llorar. -Gueno... Fado el mundo a la mesa! -Y pare el salchichon que por golosina no me va a dejar dar cumplimiento al resto d’esta mesa tan sabrosa. -Que vengan aqui las pobres mujeres a disfrutar también; que siempre estan de fregonas pal disfrute ajeno. Mientras, los cuatro muchachos alborotaban hasta confun- dir la charla de los mayores. -Es de hambre que embarullan. Precisa tupirlos pa que no fastidien. Los acomodaron en torno a una mesa ratona préxima al fagon y les dejaron un ment completo. Hubo paz. Eulalia y Virginia terminaron de preparar la ensalada de be- Tos. -Son de la caflada, cerca del arenal. Y con el chaparran del viernes quedaron como espuma de limpios. [412] En la fuente de loza, sobre el verde brillante de las hojas resbalaban las rodajas de huevo duro y de cebolla colorada. Y Cesareo, safavista de alma... -Ej’en Unico que hallo giieno lo coloraa... En la cebolla, Antonio apenas sonreia; y mirandola de reojo socarrén... -Y yo compadre, ni en la leche hallo giieno lo blanco. Se miraron en Los ojos; y al soltar la carcajada se palmearon las espaldas. Antonio terminé de rociar con vinagre y aceite. -Y ahora, la sal justa pa no atrofiar el gusto. Cesdreo rez6 mientras tomaba los tenedores para revolver. -Aqui tienen una flor del campo... que tienta por los ojos y contenta por el gusto. Habra igual, no fiego... pero superior, emposible, ¥ revolvia con tanto esmero que las rodajas quedaban ente- tas, -La agiiela decia siempre, y no sé por qué, que tanto el hocico como la cola de las comidas debian ser crudos... y con- clufa en la mesa con una fruta d’estaci6n. -Asi también se hizo en la casa vieja. Entre charlas risuefias concluyeron la ensalada. El sol esta- ba alto, y colado par la ventana iba corrienda una banda sobre la mesa para brillar de grana en la jarra de vino. En eso, Eulalia Ueg6 con la fuente de tallarines. El humo fragante le desvane- cia la cara. Se hizo un silencio completo. Del talar tlegaba el concierto de las calandrias. Cesdreo no aguant6 mas. -Jess bendita! ;Usté siempre se luce, comadre! -iValiente! ;No sea zalamero, Don Cesareo! -;Pero, miren eso! [413] Sobre la comba del manjar bafiado de tuco asomaban los trozos de perdices, los cilindras de salchichas, los horigos y los morrones encurtidos. Un aroma sabrosa traspuso la puerta y desbordé campo afuera. Los perros ladraron. Al probar, Virginia sentencié. -Ejfindtil: a tallarines preparados ansina, no hay plato en el munda que le pise el poncho. -Eso iba yo a decir. Pero l'angurria no me dio tiempo: dende la harina cernia hasta el mojo de conserva, pasando por los huevos caseros y la salchicha de chancho, todo fue medida y combinao como pa tentar al mesmo Cristo Santo. -No le mezquinen al queso, que esta recién rallado. Es muy parecido al piaggentina que conocimo en casa de agitela. Y ella siempre contaba que ese era el queso... ;que Lagiiela d’ella lechaba a las pastas en Urbino, donde habia nacido en la Italia! ~jhace ya, cien afios! -jOtra que cien afios! -Si, hara! Y Ceséreo que atendia siempre el plato... -Pero... }qué morrones! ;Dulces camo duraznos, caray! -jAh, si! Ya se los recomendé. Son d’esa clase carnuda que le dicen Catahorra, o algo asi: cortones y gruesos... y con media dedo de pulpa, como ve... {Una especialida! -No, comadre; eso pardo qu’ensarté es hango. -El color esconde el gusto. ;Qué sorpresa! -En la mesma chapa de cin en que ponemo a oriar Los morrone cortados en tiras, secamos los hongos... ;Ustedes entodavia les tiene miedo? Pero, no hay como equivocarse... [414] -Antomio los conoce bien. Y cuands me dice, en setiembre a marzo: Dispués d’este chaparrén voy p’ai bajio de la cafada, gilelve siempre con el canasto lleno. -Asi es; alli los encuentro haciendo el rueda de las brujas, que le dicen: unos redondeles grandotes de hongos, blancos por arriba y rosados del revés, ~Comemios una sartenada con ajo, cebolla y el resto lo seca- mos al sol... y son estos. -Tendré que hacer como Antonia porque, jcomo mejoran el gusto...!, si hay entodavia algo que mejorar. Miraban a los chiquilines, que se hartaban. -Agiiela... Fl nieto llegé al viejo y la voz bajé al secreto, -...queremo vino... -jAh, caramba! No hay eda pa qustar lo giteno. Traigan los vasitos. -El vino de calida canvence hasta a los muertos. jMiren la sonrisa de los catadores! -Tienen la mesa hecha chiquero. -Y... (Claro! Eso de que los gurises anden limpios jue inven- to de las grandates. Porque, fijensé, ellos estén siempre mas cerca de la mugre que del asco. Y el que peca por demasiado prolijo, siguro qu’es enfermo a muy delicao de sali. -jMesmo! Y cargosiarlos pa que estén como espuma, es judiarlos. Todos repitieron el plato. Cesdreo rez. -Dios bendiga su mane santa, comadre. [415] Se hizo silencio. Llegaba el silbido de seda de los sabiaes que picoteaban en la quinta, el reste de las granadas abiertas. El viejo Casdreo, bajando tos parpados, dijo muy quedo con una sonrisa avergozada. -Mire usté... El trabajo que pasé Dofia Eulalia p'hacer los tallarine... y en un rato no mas, de puro angurrientos se los trillamos toditos. -Jestis, compadre! ;Pa eso estaban! Virginia también buscé una disculpa. -{Es que le quedaren tan ricos! A Eulalia se le endulzaron los ojos mientras anchaba la son- risa desdentada. -Pa los giienos vecinos, todo es poco. Antonio se agobié pensativo. -Suele pasar... que las cosas més lindas son las que menos duran... Cesareo lo miro con tristeza. -Asi es... Una mafiana como esta debiera durar siempre. Y mire... ya se nos va. -Como se nos jueron tantas cosas... Llenaron et silencio los cantos del monte, Cesdreo reacciond. -Pero... por favor, compadre Antonio, vamo de dejarnos de zonceras... jMire! Y sefialé con el vaso en alto las agujas de hielo que todavia asamaban por la baca del cafio del dasagiie, -;Diantre! j¥ eso que ya es mediodia. Esta noche cae otra helada como sabana. [416] - Asi sera... y es la sexta seguida. El viento esta clavao del sur y serenando. No falla. Llenaron los vasos y miraron hacia afuera. A través del pa- tio coloreado de pensamientos al sol, aun se veian los manchones de escarcha a la sombra de los grandes aromos que alzaban cuatro pinceladas de cromo sobre el afiil del cielo. Por la venta- na del norte entraba el sol y en frente, mesa por medio, brama- ba la cocina de hierro de tres harnallas. -Estamos entre dos juegos. Asi da risa el invierno. -No me diga.., Usté bien sabe lo que es estarse quietito en pleno junio, podando la vifia o los membrillares... y mas cuando se fiubla y sopla el sudeste. jAy, mi Dios! -jMas vale no hablar! Se palmearan las espaldas y volvieron al vino. Eulalia ya se acercaba de nuevo a la mesa trayendo la fuente con el estofa- do. Cesareo se persigné. -;Dios bendito! ;Pa qué mas, entodavia? :Cémo vamo a dar satisfacién a mesa tan regalada? Antonio descargé la maceta del pune sobre la mesa. -7A juerza de volunta! Exploté un coro de carcajadas. Todas miraban la gran fuen- te donde abultaba la pulpa bafiada de salsa humeante, salpica- da de ajos y haciendo centro al ruedo dorado de papas y boniatos asados, -... porque unos tallarine sin la compafia del estofao, son tallarine a medias. [417] ‘Antonio'hundié el pufial en el centro de la carne y to retiré enseguida. La hoja se vefa apenas humeante y casi seca. Bajan- do las parpados el duefio aseveré. ' -Esta a punto. Cortaron. Cada rebanada lucia en el medio el cuadrado blanco del tocina cercado por tos Lunares rojos del morrén. -Una obra divarte... Cesdreo enseguida escandalizo. : -jPero compadre! jEsto es lomo de cerdo, y no vacuno, ca- ray! Eso mesmo, es, amigo. Porque vale la pena carniar chan- cho. iMe cobran sesenta peso el kilo de vaca! ;Ande vamo a parar! , -Aese colmo llega pa disgracia del pobre... y sirva otro vino pa olvidar. Antonio llen6 otra vez'los vasos. -Este es el mesmo que ya probé pete mucho mas claro por- que le retiré los orujos no bien empezo a fermentar. Cesareo proba. Puso los ojos en blanco, -No sé coma repartir el aplauso entre la mechada y el vino. & }Qué compromiso! Y como prueba de que no miento en la proclama, mire lo que me queda en el vaso. ;Apenas un dedo! -No si’aflija, que no hay pecao mas tentador que servir de nuevo. Un arrebot ardiente animaba las caras de los comensales, De pronto Cesareo se asombré. -{Barbarida pa contar! ;Acabamos tamién al estofao! [418] -gDe quién sera la culpa? -;Del Diablo... que siempre tienta al pobre crestiano! Rieron largo. Era ya la siesta de invierno. El frio creciente acentuaba la quietud del paisaje y la nitidez de los contornos que el sol lerdo nimbaba de oro. A las flautas decrecientes de las calandrias hicieron contrapunta aspero unos graznidos de caraas en la costa. Ya volvian del banadero los patos, buchones de caracoles. -Dentramos a Los postres... -{No, por Dias! jya basta! Eulalia habia llegado a la mesa trayendo una bandeja hu- meante. En ella, dos morcillones negros y brillantes temblaban como gelatinas al paso cadencioso de la duena. Cesareo salto los ojos y cuadrandose, hizo la venia. -jAh, clase bendita! {Camo se ve a la tegua el batido maes- tro de la sangre antes d’enllenar los tripones! Es por eso que temblequean come jaleas las morcillas. Y Antonio, muy halagado. -Si, compadre, es cierto. Pero no olvide que ademéas llevan picada la papada del chancho... y usté sabe lo que es... -;No vi'a saber! jUna seda pa la lengua y crema superior pal tragadero! Voy por el moscatel... aunque dificulto que vuele a la altura d’este primor. Cuando prebaron las morcillas hubo un silencio apenas tur- bado por el paladeo. Cesdreo estall6. -jAh, gloria celestial! {Son una miel! ;Y qué punto el frito de cebolla y ajo porro! 7Y pa colme de ta fiesta hallo el confite de pasas d'uva y de nueces a granel! [419] ~7Esas son tas que nos regalé en abril! Eran como pa expor- tar. Ahi lo ve... Para azuzar el deseo, Ceséreo demoraba en descorchar la botella de moscatel. -Entadavia esta picantén porque lo embotellé antes de que terminara de hervir et mosto, Al fin salté el tapén empujado por el gas. Tras el corcho se levanté un tenue vaho lechoso. Cesareo retardaba la ceremonia. -Alcance el vaso, comadre, y tengalé. Y para tucirse vertié despacio, con la botelta en alto. El salmén palido que cafa en el vaso se erizaba de ligera espuma blanca. Hubo un coro de admiracién, -jEl tufillo del moscatel ya me acaricia las narices! -j¥ qué color tiene su vino! Probaron. Antonio bajé los parpados y se puso la mano libre sobre el pecho, -Bendito sea Dios... Cesareo, vencido par las alabanzas, mintid. -Sefiores... es la santa mascatel rosada... y nada mas. Antonio saboreé de nuevo, chasqueando la lengua. Las mujeres sonreian a los vasos y Cesareo estaba como en trance y rezandole a las morcillas. -Mire.., aqui entre nosotros... ande no cabe la vanida... Yo creo que ni el ray de la Italia comido una tallarinada... y com- pafifa, como esta... jcreo ya, no sé! Y Virginia con la boca llena, respondié entre nueces y pa- Sas. [420] -{No le era por nada! ;Lo mema pensaba yo! -Eulalia... traiga, vieja, las duraznas en almibar pa combi- nar con este espumante florido. Al destapar el bollén, Antonio bayé la voz. -Nosotros... da vergiienza decirlo... nu’hemos podide salir de pabres. Cierto que se nos murié el hijo cuando mas lo preci- sabamos... Pero jqual... otros con disgracia parecidas, porque mayores no hay, han pelechao mejor qui’uno, -Ej‘al fiudo, Don Antonio... Nu’hay familia en el mundo que no cargue alguna cruz. Mire lo que nos pasé con la finada Anita... -Cierto... Yo entodavia toy juntando los pesos pa pagar la contribucién d’este afio... Ya ve... -No si‘abatate Don Antonio que a mi me pasa lo mesmo y no voy a hocicar por eso. Mientras pueda trabajar, esta la olla pa- vada y con la patrona guapa dentro de mi rancho, hasta de noche veo el sol. -Ta bien. Lo mesmo pienso. Y siempre tengo presente el cumplido de aquel dotor de Montevideo... gAcevedo era, Eulalia...? Si, Acevedo, que preguntando par campos pa com- prar se llegé hasta aqui el afio pasag; y como pa rematar un suspiva, dija: ;Que lugar este pal descanso... y pa vivir bien muchos afios, mejor qu’en la ciuda. Y cuando le dimas a probar la bondiola ahumada, terminé: No tendria como pagarselo. Lo felicito. ¥ me adelanté la mano. Mientras caia la tarde, en el otro extremo de la pieza char- laban las mujeres sabre recuerdos. [421] -... y come le digo, Dofia Virginia, siempre contaba mi agitela que asi hacian ellos, los tallarines alla, en el Piamonte. -Y... gcuantos afios hard d’eso? -jAy, Dios! :Qué se yo? ;Una carrada! Porque ellos s’embarcaron p’acd un poco antes del 14... El agtielo Francisco olié que se venfa la guerra y no podia alvidarse de lo que habia pasado la familia en el 70. -Mi mama cantaba siempre, que una vez cada dos meses y asign coma anduyviesen de vintenes, iba en tren con el viejo a Montevideo. La estacién queda di’aqui, unas treinta cuadras. Marchaban costiando el arroyo hasta Paso de Catleros y de alli, cortanda campo llegaban hasta el tren que salia justito a la una y treinta y dos, porque entonces mandaban Los ingleses... “4Y cuando Calleros estaba crecido y no daba paso? -Lo mesmo se quedaban en las casas lo mas contentos es- perando que bajase... ¥ llegados a Montevideo garraban por la calle... Rio Negro es?... si, bien digo, Rio Negro hasta topar con Uruguay. Entonces deblaban a La derecha hasta donde Uru- guay empalma con 25 de Mayo, y ahi, cerquita, no mas, estaba la gran despensa de Domino y Dotta... -jAh, si! El Tata la nombraba. » -... y de alli traiban el queso paiyentin para rallar, el aceite de oliva Bau,'las serdinas Glen: Provecho, las castafas italia- nas, algin turrén de Cremona y una infinida de golosinas mas. -|Pero mire, comadre, las cosas de que me hace acordar! -¥ golvian contentos, pura sonrisa y chacota, cargados de paquetes hasta los ojos; y tanto como pa estorbarles el paso. [422] Ahora ya el sol entraba en la pieza tamizado al cruzar ei ramaje yerto de los alamos. Redoblé el concierto de los mdsicos entre los mimbres pelados. -Despiden a la tarde que se va... y nosotros también los vamo... Ya es hata. Del valle subia el aliento helado del relente. Hombres y mujeres se abrazaron y besaron entre bendicianes y agradeci- tmientos. -jPor Dios! Parece que viviéramos a una lequa... y estamos solo a doce cuadras. Medio sol miraba palide detras de la cuchilla. Desde la loma se volvié la pareja para saludar con las manos. Y con el astro, desaparecié. Los duefios regresaron al rancho. Eulalia encendié la lampara y Antonia iba a pasar la tranca cuando llegé el nieto mayor, muy alborotado. -jAguelo! ;Dicen que a la Intendencia trajieron una maqui- na que solita y en un ratito saca todas las cuentas que hacian diez hombres en das meses... y sin equivocarse! Y seguia comentanda sin parar hasta ahogarse. El vieja sonreia. -No sera pa cobrarnos mas... Y el informante. -... le dicen la consultadora... 0 algo ansina... porque en cuaritite le hacen la consulta, larga el dato. El viejo se encogié de hamaros y miro hacia el pueblo. -Y pensar que eso esta a menos de media legua dr’aqui... [423] UNA TERNURA A Maria Albareda de Canessa «Cuando pienso que duvante una eternidad no he conocido el rostro de los mios y que pronto vendra otra en que no he de verlos mas, me parecen pocas las horas del dia para contem- plarlos», Me lo dijo como si hablase por las pupilas de unos ojos tranquilos y limpios de sinceros que desde la penumbra del café, miraban pasar la vida con la profunda mansedumbre de un lago sereno. Desde hacia seis afios lo veia siempre alli, todos los dias, a las mismas horas ocupando la misma mesa.contra la pilastra gris, vistiendo invierno y verano la eterna gabardina pulcra y gastada, dialogando apenas con la copa de ginebra. No bien se quitaba la boina enorme como liberados de una prensa, salta- ban en desorden los gruesos bucles rojos, hilvanados de plata, para quedar oscilando, enroscados como serpientes de Gorgona. Mientras desfilaban las copas, crecia el contento del hombre y en la cara redonda y encamada la felicidad abria placidas sonri- $as, decoradas con dientes amarillentos y portillos desparejos, [424] Ya me habia acostumbrado, como todos, a su imagen de bulto y concluf por considerarlo un detalle del salén. En tanto tiempa, casi nadie habia llegado a conocer cémo eran sus ras- gos. Cuando caminaba hamacandose pesadamente, rechoncho bajo su ropa descolorida, la cabeza gacha y el aire abrumado exageraban sus espaldas cargadas y entonces pasaba desaper- cibido. Y en la mesa habitual se acurrucaba en un rincén dema- siado sombrio, ;Quién iba a reparar en él? Sdlo a veces, alguien se asombraba. -{Todavia esta tomando el pelirrojo? ;Lo vi a las tres y son las nueve! Cuando trajeran televisor al café, cambié la posicién de la silla para no verlo. El mozo que lo servia, conté riendo su co- mentario. «Esto, mas bien, estorba. No me deja pensar en los mios». Alrededor de un mes después, una noche muy fria de mayo, cuando no quedaba ya casi mas nadie en el salén, of quebrarse un vidrio y me valvi. El extrafio habia caido de mejilla sobre la mesa. Carri hacia él y traté de levantarle la cabeza; pero ya se incorpo- raba, sangrando fino en el pémulo arafiado por la copa rota. Ensequida me llendé Les ojos la rojez de unas grefias enros- cadas. Después aparecié de fondo una gran frente muy blanca, salpicada de pecas y hendida por dos arrugas desbordantes de sudor y al fin, enmarcados por ojeras violetas y gruesas cejas hurafias y bermejas, fulguraron entre las pestafias casi albinas, los ojos afiiles de mirar sin fondo, reforzando una siplica de nifio. [425] ~;Que na lo sepa Amta! jEs una vergiienza! ;Que no me vea asi! -Quédese tranquilo..No estamos mas que nosotros, aqui. Coma amedrentado, él miré en torno. ~)Oh... gracias...! ;Muchas gracias...! Usted perdone mi gro- seria. Camo na habia en aquello nada de grosera, empezaron a confundirme las disculpas del hombre. Pedi café y mientras lo tomabamos, él se repuso. -Le he dado trabajo. ;Qué necesidad! Es una mala noche para atender cargosos, Me siento bien, No se moteste mas por mi. Aunque grave, eta su voz muy dutce y de tono afectuoso, de las que agradan oirse por encima de lo que digan. La extrafa figura de donde provenia aumentaba la atraccién del personaje. Y como tuviese la corbata'de mofia algo raida, hablaba con ta mano sobre el cuello y al fin Los chuchos le dieron pretexto para cubrirla con las solapas del gaban. Al rato, quedé muy tranquilo. Callaba largo; pero su diafana mirada de zafiro siempre decia algo; de serena nobleza, de en- tendimiento fino y melancélica bohemia. - Cuando salimos, la noche helada habia vaciado las calles. EL hombre se estremecia y vacilaba al caminar. No podia dejaric solo. Su palabra calma Ulenaba el silencio y permanecia coma suspensa en el vaho blanco del aliento. ' Vivia frente a la rambla, en una casona de principios de siglo. La lampara de.la media cuadra alumbraba el frente de imitacién, afelpado de musgos secos, con hilera de balaustres [426] de marmol sabre la cornisa y zaguan de dos hojas, tan altas came las cuatro grandes ventanas de celosias cerradas y mal cubiertas por el barniz apaco y descascarado. La puerta estaba arrimada. Entra medio cuerpo y se volvid, insistiendo para que yo pasase. -No. Hoy es tarde, Otro dia, si. Me tom6 la promesa. Nos despedimos y él no se preocupé por cerrar . Lo Gltimo que vi, fueron sus anchas espaldas pesa- das que alumbraba apenas la luz de la calle, bambolearse al ritmo de sus pasos cansinos e irse achicando como chupadas por la sambra. Pronto, el zaguan qued vacio; y yo clavado, mirando el fondo negro. Un par de dias después, al atardecer, mientras hacia rueda en el café, senti una suave opresién en el hombro. Los ojos de indigo ya estaban sobre mi, abarcdndome bondadosas y risuefios. ~Cuando concluya, vamos a casa. Quiero que conozca a los mics. El pelirrojo tenfa la cara morada y se tambaleaba al hablar. No pude negarme. Los Ultimos resplandores de La tarde quieta, bajaban al pozo de las calles y alli, entre el humo negruzco, hervia el trajin fatal del hormiguero humano. Antes de andar una cuadra, por enci- ma de Los ruidas del transito, tronaroen los aviones a reaccién como si fuese a reventar el cielo, Pero él, mirando siempre el pavimento, prosiguié, sin alzar la voz, su tardo discurso, come si yo igual pudiese oirlo. Ensimismado y vacilante, antes que alcanzase a detenerlo, se adelanté a cruzar contra el rojo del 1427 | seméaforo. Chirrié a su lado una violenta frenada y la rabia del conductor estallé en insultos. Sin sobresaltas, él retrocedia, pidiendo disculpas. La gente se agolpaba. Lo arrastré hasta la casa, huyendo de la ciudad que tras de nosotros reprobaba la falta Pero no bien traspusimos la cancel, el hervidero humano se apagé como cortado por un interruptor. En la pieza enorme, privaban la penumbra y el silencio. Olia a encierro himedo y a esencias antiguas. Sobre una mesita baja se encendié un quin- qué y como sol de otro mundo la pantalla de pergamino echd sobre la alfombra silenciaria, un ctrculo de pabre luz. El resto siguié casi a oscuras y cuando pude distinguir la esquina mas sombria, descubri un sillén tapizado de felpa clara. Del alto espaldar encorvado colgaba abierto, cubriendo el asiento, un vestida azul de mujer, con cuello de encaje blanca y pollera plisada. El hambre se abstrajo en carifiosas consideraciones sobre el origen de las muebles y ya, aparentando ofrlo, me perdi entre los detalles de la pieza, como decorada por duendes, con sus incontables estatuillas, budas, tortugas y elefantes; pipas de guindo, espuma de mar o porcelana; abanicos de sandalo y de nacar, todos estatices y expectantes desde las consolas y repi- sas de marmol y de ébano, aguardando de un tiguifiazo magico, el soplo que reanimase la cantenida actividad fantastica. Entre tanta minucia preciosa se adivinaba el tintineo sutil de la fragi- lidad. [428] Pero un motivo que tardé en sorprender dominaba el con- junto y era evidente que todo el resto diminuto se subordinaba a ély le rendia, como al creador del universo minimo, una muda y suspensa pleitesia. Eran dos retratos. Uno, de mujer que aparentaba belleza ajada por la vejez temprana. Aun en la imagen, los ojos itradia- ban luz viva y entre ellos y la boca breve, realzado por tas alas trémulas de la nanz, vagaba un dejo entre risuefio y triste. El hombre hablaba entonces, de unos tablones brutos de nogal; y como me viera sorprendido ante el cuadro, hizo la presentacién. -Mi esposa, Teresa... Un amigo... Sumido en aquel ambiente y ganado por sus extravagan- cias, tomé la ficcién por naturaleza y me incliné ante la ima- gen. Después me puse frente a la otra. Era una nifia muy tierna y muy timida que miraba asombrada con agacelados ojos verdes. Habia en los parpados inferiares, rutilaciones de lagrimas pen- dientes. Orlaban su carita palida, las neblinas doradas de unos rizos tenues y el rostro palido flotaba como entre espumas que- bradizas de cristal. EL, repitié la actitud. -Es Anita... la hija... Y enseguida retorné al tema. -Sentado sobre los tablones, junto a Teresa, programamos todo lo que aqui se ve: la mesita de Luz, el pie de la lampara, las sillas, el barquefio taraceado... Despacio, muy despacio, bajo la mirada buena de Teresa, construi esto, que tanto quisimos. [429] Clavé entonces, como des enormes peinetones las manazas abiertias entre Los rulos rojos para mesarlos desde ios ojos a la nuca, Y quedé mirando el vacio, las cejas altas y ta frente des- nuda, -Y aqui esta todo, como cuando ella vivia... La ficcion se hizo trizas y por dolorosa se alargé el momento. Al fin, él, muy abatido, se acercé al barquefio y por el vano que dejase un vidrio roto, extrajo acostada la botella de gin. Puso tres copas sobre la handeja de laca y camo extraviado reinicié muy bajo su charla pachorrienta, mientras llenaba: los cristales. Después de alcanzarme uno, se aproximé al sill6n va- cio y gentilmente, sobre el amplio posabrazos derecho, depasi- +6 otro. Hizo breve reverencia y sin dar las espaldas, volvié a su asiento. Luego en medio del discurse tranquilo, se incorperaba para servir y repetia la ceremonia delante de la copa sin duefic. A medida que las ruedas pasaban, el asienta vacio absorbia cada vez mas la atencién del hombre. Fue acercando de a pal- mos su silla a él mientras la voz se amortiguaba y se hacia mas intima; y terminé por dedicarle integramente su apagada pala- bra. Desembocd, al fin, en un murmullo ronco y a poco, el hom- bre quedé mudo, de boca y ojos entreabiertes. El suefio le hamacd blandamente por dos veces la cabeza para dejarsela tumbada hacia el sillon. Todo quedé inmévil. El silencio me ataba al asiento y empe- zoa envolverme como telarafa. , Me sobrepuse, al fin, yen puntillas, como un intruso, aban- doné la casa. [430] Y ya no pude olvidar mds al sujeto. Supe que el mozo del café conocia algo sobre su vida y lo interragué. -Sé poco de él, aunque hace ya como seis afios que lo atien- do. Se hace llamar Don Esteban y me han asegurada que es pintor de grandes condiciones, pero abandonado. -i¥ su familia? -No tiene familia. ~iQué? :Y usted como lo sabe? -Porque festeja el cumpleafios de su esposa muerta, el vein- ticuatro de diciembre. Van cinco veces que preparo el menu y sirvo la cena. Es una nochebuena muy extrafia. Frente a la ca- becera, que él ocupa en la mesa grande, esta el cubierto puesto para la sefiora. El toma y toma, pero casi no come. Y mientras, 4e habla a la mujer invisible. Yo debo servir iqualmente los dos sitios. A la media cena me hace participar en ella. jEs tan bue- no! ¥ lleva tan bien la conversacién con la finada que al fin, yo puedo terciar como si ella estuviese. -2¥ la hija? -Que yo sepa, no tuvieron hijos. -Pero, zy el retrato de nifia que esta al lado del otro? No supo explicarme. No sé cuantas veces llequé a ta casa. Pnmera y Ultima visita fueron iguales para mi y ninguna me mostra mas de lo que vi de entrada. Se impusa desde ya, una eternidad detenida en el recinto, tan absoluta que no era posible, siquiera, conce- birla distinta. [431] Punzado de sospechas, luego de oir lo de la hija, no sé como habré mirada el cuadro cuando volvi; pero él adivind mis ducas. -Hago {o que puedo. Hay momentos en-que las siento vivir. Y entonces, quisiera quedarme en ellos. Pero no lo consiga y vuelvo a esta soledad que no resisto. Se paré frente al cuadra de la nifia. -La he deseado tanto, tanto, que he visto sus ojos tan vivos como para dibujarlos sobre modelo; y después los he mirado a todas horas, con todas las luces, desde todos los rincones, has- ta que senti que me miraban también y los vi parpadear. Por ellos construi las facciones; de los rasgos salieron los gestos y al fin el caracter que coincidié con el alma de la hija siempre esperada. Un fervor emotivo encendié su dulzura. -Es suave como la brisa, buena como la luz, sensible y tier- na. No tengo porqué lamentarme. A veces, ella llega para con- formarme. Enseguida se agobié y con una sonrisa ausente habla para si. -Esta habria sido Anita, si hubiese nacido. Dibujé sus ras- gos para cuando cumpliese tres afios. Y Teresa me ayud6 con el amor hacia la hija que confiamos vendria. Arrastrando los pies, se volvid pesadamente hacia el sillan vacio. -Teresa se sentaba alli, junto a la ventana y yo, de pie, de espaldas a la Luz, iba pintando la tela. Luego de cada trazo, la miraba a ella y le preguntaba: «Asi, Teresa? ¢Es asi, Anita?». [432]

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