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2 ¿Dónde se encontraba Adán antes de ser formado a partir del polvo de la tierra
y de recibir el soplo de la vida?
La respuesta es simple, no se encontraba en ninguna parte porque no existía, de
manera que cuando murió retornó al estado en que se encontraba antes de
recibir la vida, o sea a la no existencia. No fue pues a un infierno ardiente ni a un
paraíso celestial; simplemente murió volviendo a la tierra.
Las Escrituras Canónicas inequívocamente declaran que aquellos que han
muerto están privados de toda vida y toda consciencia, tal cómo leemos en el
libro de Eclesiastés, que dice: “…los vivos saben que han de morir, pero los
muertos ya nada saben, no hay para ellos retribución alguna y se olvida su
recuerdo. Su amor, su odio o su envidia perecieron y ya no toman ni tomarán
parte alguna en las cosas que acontecen bajo el sol… Haz todas las cosas que
tu mano desee con todas tus fuerzas, porque en el lugar de los muertos al que
irás, no hay trabajos ni pensamientos ni ciencia ni sabiduría”. (Eclesiastés 9:
5,6,10) Y en el Salmo 146:3-4 leemos: “No confiéis en los grandes de los hijos
del hombre, puesto que no hay en el hombre salvación, expira retornando a la
tierra; en ese día mueren sus pensamientos”.
Según las Escrituras, morir es quedar privado del soplo de la vida y cesar de
existir, de moverse, de pensar y de hacer cualquier cosa. Ya no se es un ser
animado, ya no se es un ánima.
4 Podemos decir que el hombre recibió del Creador el aliento de la vida y con
esto adquirió consciencia y movimiento, siendo a partir de entonces un ser
animado o un ánima viviente. Hallamos en las Escrituras que se atribuyen al
alma cualidades físicas e intelectuales. Por ejemplo, leemos: “…su vida siente
hastío del pan y su alma del alimento preferido… …su alma se acerca al
sepulcro y su vida a los exterminadores…” (Job 33: 20, 22) O: “…el ha saciado
el alma anhelante y ha llenado de bienes al alma hambrienta…”, (Salmo 107:9)
también: “…su alma aborreció todo alimento, se acercaron a las puertas de la
muerte.” (Salmo 107:18) Y: “... la sabiduría entrará en tu corazón y el
conocimiento será grato para tu alma.” (Proverbios 2:10)
6 Vemos pues que las Escrituras indican que el alma o ánima representa al ser
animado de vida y a la misma vida que lo anima, consecuentemente, toda ánima
está sujeta a la muerte. El profeta Ezequiel aplica la palabra en ambos sentidos
cuando dice: “¡Mira! todas las ánimas son mías; mías son el ánima del padre y el
ánima del hijo, y el ánima que peque morirá” y repite: “El ánima que peque
morirá” (Ezequiel 18:4,20) El alma es pues mortal, o sea, puede dejar de existir
para siempre porque los seres o almas dejan de ser cuando mueren.
Por otro lado, no hallamos en las Escrituras canónicas nada que describa al
ánima cómo una cosa inmortal e indestructible, cómo una parte aprisionada en el
cuerpo, que liberándose con la muerte, viva luego por sí misma para siempre;
por el contrario, se compara a la muerte con el sueño y se dice que el aliento de
los que mueren retorna a Dios, aquel que tiene el poder de recrearlos y
despertarlos de nuevo.
8 Por este motivo Pablo escribe a los Corintios: “...si fuese verdad que la
resurrección de los muertos no existe, cuando nosotros declaramos que Dios ha
resucitado a Cristo, se nos puede considerar falsos testigos de Dios, porque si
los muertos no van a resucitar, tampoco ha resucitado Cristo, y si él no ha sido
resucitado, vuestra fe es inútil, aún estáis inmersos en vuestros pecados y
aquellos que murieron en unión con Cristo están perdidos... ¡Pero Cristo ha
resucitado de entre los muertos cómo primicia de los que duermen en la muerte!
Y si la muerte llegó por medio de un hombre, la resurrección llega también por
medio de un hombre, para que del mismo modo que mueren todos por la culpa
de Adán, vuelvan todos a la vida por medio de Cristo, aunque cada cual de
acuerdo con el orden establecido: Cristo cómo primicia y más tarde, cuando él
vuelva, aquellos que pertenecen al Cristo, y después todos los demás”.
(1Corintios 15:15-23)
9 Todas las almas, o sea, todas las personas y sus vidas, pertenecen al Creador
y dueño de la vida, por esto Cristo dijo a sus discípulos: "...he descendido del
cielo, no para hacer mi voluntad, si no la voluntad del que me envió; y esta es la
voluntad del que me envió, del Padre: Que ninguno de los que me ha dado se
pierda, y que yo los resucite en el último día, pues la voluntad del que me ha
enviado es que todo aquel que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna; y yo lo
resucitaré en el último día". (Juan 6: 38-40)