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MARXISMO HOY Nº 10

América Latina hacia la revolución

Mayo 2002 ..Fundación Federico Engels

Presentación

Si entendemos que el marxismo es una visión amplia de la historia, los hechos acaecidos en
EEUU el 11 de septiembre y sus consecuencias posteriores, unidos a la crisis económica que
afecta al conjunto de la economía mundial, dibujan un panorama de cambios profundos en todos
los terrenos. La inestabilidad económica, política, diplomática y los efectos de esta situación en la
lucha de clases abren una perspectiva completamente diferente de la que se imaginaban los
estrategas de la burguesía hace sólo diez años.

La caída del estalinismo hizo sonar todas las campanas de la propaganda burguesa. La
cancioncilla de un mundo feliz, democrático, próspero y fraterno, se repetía machaconamente en
todos los medios de comunicación, en televisiones, periódicos y, por supuesto, en los foros más
refinados del pensamiento político oficial. Como Marx señaló en más de una ocasión, es imposible
que la burguesía comprenda las limitaciones de su sistema social. Creen sinceramente que el
capitalismo es la culminación de la evolución histórica y del progreso de la civilización. Al fin y al
cabo sus condiciones materiales les permiten crear un mundo construido por su visión particular
de los hechos.

En cualquier caso, la euforia que embargó a la burguesía en estos últimos años tenía una base
real. La caída de la URSS había suministrado munición de primera para la lucha contra las ideas
del marxismo y del socialismo. En esta tarea las colaboraciones no faltaron, especialmente las de
muchos líderes de la izquierda —entre los cuales destacaban algunos ex estalinistas de la línea
dura—, que se prestaron con entusiasmo a cantar nuevas loas al sistema de la libre empresa. La
coincidencia de esta agitación anticomunista con un periodo de crecimiento económico,
especialmente en los EEUU y Europa, tuvo especial relevancia para impulsar el giro a la derecha
en las direcciones de las organizaciones obreras y trasladar confusión y escepticismo a la clase
trabajadora. Muchos habían creído a pies juntillas esta propaganda, incluso llegaban a teorizar
sobre el fin de los ciclos económicos y de la lucha de clases. Pero la historia se ha revuelto contra
ellos y ha colocado en su lugar a todos estos mercachifles del pensamiento único.

Acontecimientos revolucionarios

La respuesta militar del imperialismo norteamericano a los atentados del 11 de septiembre ha


sembrado más muerte, desolación, miseria e inestabilidad política, y tarde o temprano la factura
que tendrá que pagar será mucho mayor. Por mucho que Bush se esfuerce en convencer a la
opinión pública mundial de su cruzada contra el mal, en realidad el recurso permanente a la
respuesta militar demuestra las dificultades del imperialismo para mantener bajo control la
situación.

La crisis de sobreproducción que afecta al capitalismo, ha resituado la discusión sobre los efectos
de la nuevas tecnologías e Internet en la economía mundial. La revolución constante de los
medios de producción, la tecnología y la productividad del trabajo —que son señas de identidad
del funcionamiento del capitalismo tal como Marx y Engels plantearon en El manifiesto
comunista— no evitan el desarrollo de crisis periódicas. El calado y la profundidad de éstas
dependerá de diversos factores. En el caso de la actual, las tasas brutales de endeudamiento y la
burbuja financiera pueden convertirla en la más extensa y profunda desde la II Guerra Mundial. Lo
que está claro es que las consecuencias en la lucha de clases están siendo tremendas.

Desde Latinoamérica, donde el proceso revolucionario en Argentina amenaza con extenderse a


otros países, hasta Oriente Medio, donde las masas palestinas libran una heroica lucha contra la
agresión imperialista de la burguesía israelí, todo el mundo está sacudido por una extrema
inestabilidad política, diplomática y militar, que prepara el camino para la revolución y la
contrarrevolución.

Desde las páginas de MARXISMO HOY queremos tratar algunos de los acontecimientos más
relevantes del momento. Hemos dedicado este número en primer lugar a un extenso artículo
sobre Latinoamérica, centrado obviamente en la revolución en Argentina y los acontecimientos de
Venezuela. Para cualquier revolucionario estos hechos demuestran por sí solos todo el potencial
de cambio social que ofrece la actual situación. Como complemento incluimos una aportación
sobre las perspectivas para la revolución argentina y otra sobre el golpe de Estado contra Chávez
y la postura de los marxistas.

También hemos incluido un trabajo sobre la guerra en Afganistán y las perspectivas después de la
derrota del régimen talibán.

Completamos la revista con otros artículos de carácter teórico. El primero, escrito por nuestro
camarada Alan Woods, aborda el debate sobre los ciclos económicos y sitúa la vieja polémica de
las ondas largas desde una óptica marxista. Por otra parte, en el espacio dedicado a los escritos
de los clásicos, publicamos un trabajo de Trotsky sobre los cuatro primeros congresos de la
Internacional Comunista. Finalmente dedicamos la sección de crítica de libros a la magnífica obra
de Paul Frölich sobre Rosa Luxemburgo.

Como siempre, queremos agradecer a nuestros lectores y colaboradores el apoyo que prestan a
la Fundación Federico Engels, sin el cual sería imposible el desarrollo de nuestras actividades y
publicaciones. En este sentido, en los próximos meses publicaremos la segunda edición de Razón
y Revolución así como el trabajo de Alan Woods sobre la historia del bolchevismo, y estaremos
presentes en las ferias del libro de Madrid y Barcelona donde esperamos vernos con todos
nuestros camaradas y amigos.

De la revolución argentina al proceso bolivariano

Nuevo periodo revolucionario en Latinoamérica


Miguel Campos
La revolución argentina está siendo una inspiración para miles de jóvenes y trabajadores en todo el
mundo. Antes, la revolución ecuatoriana de enero de 2000, las movilizaciones en Perú contra Fujimori
y Montesinos, el levantamiento de los obreros y campesinos bolivianos en 2001 o el inicio de la
llamada "revolución bolivariana" en Venezuela ya habían venido a confirmar la perspectiva que
trazábamos los marxistas para el continente: las burguesías latinoamericanas y el imperialismo se
enfrentan al más importante resurgimiento de la movilización popular de los últimos veinte años.

Los capitalistas españoles pretenden ocultar el significado revolucionario de los acontecimientos argentinos
hablando de "caos" o "locura". Derraman lágrimas de cocodrilo por "el desgraciado pueblo argentino"
mientras intentan esconder su responsabilidad en el saqueo de éste. En el colmo de la desvergüenza nos
"explican" que el problema de los argentinos (a quienes empresas españolas como Telefónica, BBVA, SCH o
Repsol han expoliado durante años reduciendo salarios y derechos laborales mientras aumentaban las
tarifas de servicios privatizados como el agua, la electricidad o el teléfono) es que... ¡viven por encima de sus
posibilidades y no trabajan suficientemente duro! Su cinismo no tiene límites: estos parásitos llegan al
extremo de calificar de racismo y xenofobia antiespañolas (¡!) cualquier reivindicación que cuestione sus
beneficios, como ya hicieron durante la ejemplar lucha de Aerolíneas Argentinas. ¡Los mismos que condenan
a los inmigrantes latinoamericanos y de otros lugares a la marginalidad y la explotación con la Ley de
Extranjería hablan de xenofobia!

Evidentemente, la crisis argentina no tiene nada que ver con estos "análisis" de la burguesía española. Lo
que esta en crisis en Argentina, en América Latina y a escala mundial es el sistema capitalista como tal.

En anteriores números de Marxismo Hoy se analizaba el crecimiento económico de los años 90 y la


inevitabilidad de la crisis mundial actual(1). La crisis de sobreproducción que actualmente afecta a la
economía capitalista a escala internacional empezó a expresarse ya en 1998 en los eslabones débiles de la
cadena, los llamados países emergentes de América Latina y Asia. Éstos, a causa de su debilidad histórica y
sometimiento a las potencias imperialistas, tuvieron que basar su crecimiento durante el boom en abrir
extraordinariamente sus economías al comercio mundial y las inversiones extranjeras, aumentando así la
dependencia externa.

El saqueo de estos países por parte de las multinacionales imperialistas agrava aun más las profundas
contradicciones que genera el propio capitalismo. El intercambio desigual de productos con más horas de
trabajo a cambio de productos con menos horas de trabajo ha sangrado a las economías de los países
dependientes durante décadas creando las bases para una deuda externa que resulta cada vez más
insostenible. Este proceso se ha visto intensificado durante la última década. Las multinacionales
imperialistas han forzado una caída cada vez más pronunciada en los precios mundiales del petróleo y las
materias primas aumentando sus beneficios mientras amplios sectores de las masas caían en la miseria más
absoluta.

A través del FMI, la OMC y el Banco Mundial, también han obligado a estos países a privatizar las empresas
públicas. Las privatizaciones supusieron que sectores estratégicos de la economía que mantenían el empleo
y permitían ciertas dosis de proteccionismo para el mercado interior, desaparecieran o vieran sensiblemente
recortado su peso económico y el número de empleos directos e inducidos que generaban. Además, la
necesidad de ofrecer condiciones favorables a los inversores (altos tipos de interés, vinculación de las
monedas al dólar, etc.) ha agravado el endeudamiento ya de por sí muy elevado de la mayoría de las
economías latinoamericanas.

La deuda externa del Tercer Mundo alcanzaba 780.000 millones de dólares en 1982, mientras en 2001 llegó
a superar los dos billones de dólares. En Argentina entre1989 y 1993 se recaudaron, como consecuencia de
las privatizaciones, 9.910 millones de dólares en efectivo y 13.239 millones en títulos de deuda que
representaban 5.270 millones en efectivo. A comienzos de 1989 la deuda externa de Argentina era de 60.000
millones de dólares; a finales de 2001alcanzaba los 210.000 millones, lo que representa el 72,8% del PIB.

Todos estos factores debilitan enormemente estas economías y las hacen aun más dependientes del
exterior. Además, los distintos gobiernos se han visto obligados, para acceder a las ayudas del FMI, a aplicar
políticas de apertura de los mercados nacionales a los productos que deseaban las multinacionales, a reducir
sistemáticamente los gastos sociales y a atacar los niveles de vida y derechos de los trabajadores y demás
sectores populares. Todo ello ha preparado el actual escenario de crisis económica profunda e inestabilidad
política.

La crisis argentina

Cuando empezaron los síntomas de saturación de los mercados mundiales y se intensificó la lucha entre las
distintas burguesías nacionales por copar éstos y captar capitales, los países emergentes fueron los primeros
en pagarlo. La crisis asiática, resultado en ultima instancia de la caída de las exportaciones de estos países,
forzó devaluaciones monetarias en todos ellos. En Latinoamérica, Brasil (principal mercado de los productos
argentinos) les siguió. El real brasileño se ha depreciado en los últimos tiempos un 120% con respecto al
dólar mientras el peso argentino se mantenía atado a éste. Los exportadores argentinos vieron caer su
competitividad y redujeron la actividad y el empleo (un 50% el automóvil solo en 1999, un 30% el textil...).
Muchos trasladaron sus inversiones al propio Brasil y a otros países. El paro crecía vertiginosamente, según
las estadísticas oficiales, de un 13% en 1997 a mas de un 20% actualmente, aunque en realidad es mucho
mayor.

En Argentina, la burguesía aprovechó el control de los sindicatos y la influencia sobre sectores importantes
de las masas del peronismo(2) para apoyarse en Menem, máximo dirigente entonces del Partido Justicialista
(PJ), quien acometió las privatizaciones y planes de ajuste exigidos por el FMI y auspició, junto a su ministro
de Economía Domingo Cavallo, la convertibilidad. De esta manera el banco nacional argentino garantizaba el
mantenimiento de la equivalencia un peso un dólar. Para atraer capitales, máxime después de la
hiperinflación de los 80, Argentina debía ofrecer confianza y estabilidad a los inversores atando su moneda a
otra tan fuerte y estable como el dólar. La convertibilidad, unida a la privatización de empresas y servicios
públicos, atrajo capitales durante la primera mitad de la década pero beneficiando solamente a la burguesía
local y a costa de endeudar al estado y las empresas y debilitar la economía nacional, desarmada ante la
inevitable crisis.

Las privatizaciones y sucesivos planes de ajuste, destinados también a atraer a las multinacionales
imperialistas con bajos salarios y condiciones laborales precarias, destruyeron empleo masivamente y
redujeron el mercado interno. La venta de empresas públicas eliminó la posibilidad de que el empleo y los
ingresos que éstas generan pudiesen ser utilizados en el futuro para amortiguar los efectos de la recesión. El
estado asumió las deudas de las empresas y, una vez saneadas, las vendió a los capitalistas argentinos y
extranjeros (sobre todo estadounidenses y españoles), a menudo por debajo de su valor real.

La convertibilidad no era la causa decisiva de la crisis sino un reflejo de la debilidad y dependencia del
capitalismo argentino que, a medida que la crisis de sobreproducción que afectaba a la economía productiva
iba desarrollándose, agravaba ésta hasta extremos insoportables. El capitalismo argentino estaba entre la
espada y la pared: siendo una de las economías que más dependen de capitales extranjeros, para seguir
atrayéndolos (o que no huyesen los que habían llegado), debía mantener la paridad con el dólar e incluso
ofrecer tipos de interés cada vez mayores, llegando al absurdo de financiar el pago de los intereses de la
deuda con más deuda. La vinculación del peso a un dólar cada vez mas fuerte agravaba tanto este problema
como el de la competitividad de las exportaciones.

Finalmente, el endeudamiento ha llevado al colapso financiero al Estado y a las empresas porque, además,
la profundidad de la recesión durante 2000 y 2001 recortaba cada vez más la actividad económica: caída
brutal del consumo como resultado del desempleo y los recortes salariales, desplome de la producción
industrial y la inversión. El resultado de ese colapso de la actividad económica, agravado por la evasión de
impuestos y capitales, ha sido una crisis fiscal del estado que se ha añadido a la crisis de sobreproducción y
a la de la deuda. La suma de todos estos factores ha provocado una espiral descendente que ha llevado a la
economía argentina al mayor colapso de su historia.

El corralito(3) fue inicialmente un intento de los burgueses argentinos y el imperialismo de mantener


controlada la situación, aplazar el contagio de la crisis a otras economías y cargar el peso de la inevitable
inflación y depreciación del peso exclusivamente sobre las espaldas de los pequeños ahorradores: las capas
medias y los trabajadores. Esta medida se unía a una precarización en las condiciones de vida de los
trabajadores y las capas medias que había llegado ya a límites insoportables. El número oficial de indigentes
es actualmente de cuatro millones, seis según otros datos, y 16 millones viven en la pobreza en un país de
36 millones de habitantes. La esperanza de vida está estancada desde hace dos décadas y el paro ha subido
de un 13% en 1997 a un 20% según las estadísticas oficiales, en realidad es superior. Tras la desesperación
inicial hemos visto un movimiento ascendente en la lucha de la clase obrera a lo largo del último periodo que,
tras las jornadas insurreccionales de diciembre, ha desembocado en una situación revolucionaria.

Ascenso del movimiento obrero y piquetero

Este movimiento ascendente de las masas comienza a mediados de los 90, e incluso antes con estallidos
sociales como el Santiagueñazo (1993). A partir de 1996-97 estos estallidos, que hasta entonces tendían a
permanecer aislados y adquirir el carácter de explosiones espontáneas de rabia, toman una mayor extensión,
organización y conciencia de su fuerza y objetivos: asistimos a una sucesión de las llamadas puebladas, en
las que vecinos de todo un pueblo o barrio se echan a la calle y cortan el trafico, paralizando la actividad
económica —como si de una huelga se tratase— en exigencia de empleo, comida y otras demandas
sociales. Así ocurrió el Cutralcazo y otras explosiones parecidas en distintos estados. Esto coincide con
importantes luchas sindicales como la de los maestros y con las primeras huelgas generales contra Menem.
La recuperación del movimiento obrero es ya clara y empieza a tener expresiones políticas y organizativas
más definidas.

La más destacada es el desarrollo del movimiento piquetero, que agrupa a trabajadores despedidos de sus
empresas y a jóvenes en paro mediante asambleas y movilizaciones masivas al margen del control del
aparato sindical peronista y con una orientación y propuestas que recuperan métodos y tradiciones
revolucionarias de la clase obrera. Junto a ello asistimos también al desarrollo y fortalecimiento, al margen de
la todopoderosa CGT peronista, de la CTA (que agrupa precisamente a algunos de los sindicatos —
maestros, empleados públicos— que han protagonizado luchas más duras). Surge asimismo una corriente
disidente dentro del propio sindicalismo peronista (el MTA o CGT disidente) liderada por Hugo Moyano, líder
de los transportistas y de los trabajadores del automóvil, dos de los sectores mas golpeados por la crisis y
que jugarán un papel clave en las huelgas generales y los cortes de ruta posteriores. Moyano adopta,
presionado por la situación, un discurso critico hacia el capital financiero y las multinacionales y convoca
varias movilizaciones junto a la CTA

No obstante, tanto los dirigentes de la CTA como Moyano no cuestionan el sistema capitalista, como mucho
apoyan propuestas burguesas como la devaluación o algunas medidas keynesianas, pero el hecho de que
tengan que convocar una y otra vez movilizaciones refleja la presión de los trabajadores sobre unos
dirigentes sindicales que habían aceptado ataques durante mucho tiempo sin rechistar. En el terreno político
asistimos al surgimiento y creciente apoyo electoral a una nueva formación política: el Frepaso, un frente de
sectores peronistas críticos con Menem y socialdemócratas que adopta un discurso de "centroizquierda" y
recoge el voto de sectores de la clase obrera y las capas medias.

La burguesía utiliza a los dirigentes pequeño burgueses del Frepaso para intentar mantener bajo control el
descontento popular y para ello forma la Alianza entre esta organización y la UCR (Unión Cívica Radical). El
desgaste del PJ, como resultado de los brutales ataques lanzados por Menem, propicia una victoria
inapelable del candidato de la Alianza (Fernando de la Rua, el presidente derribado por las masas en
diciembre) sobre el candidato justicialista, Eduardo Duhalde (actual presidente). Como explicábamos
entonces los marxistas, la acumulación de fuerzas y experiencias del movimiento obrero, la situación
económica crítica que vivía el país y la inevitabilidad de nuevos ataques, dado el carácter y programa
burgués de la Alianza, provocarían una respuesta masiva de los trabajadores en la calle y divisiones y
escisiones en todos estos partidos. Durante 2000 y 2001 la clase obrera argentina protagoniza ocho huelgas
generales y todos los partidos burgueses y pequeño burgueses se dividen ante estos acontecimientos: el
vicepresidente del gobierno, el frepasista Chacho Álvarez, dimite; sectores de este partido se escinden y
junto a dirigentes de la UCR críticos forman un nuevo grupo de "centroizquierda" denominado ARI,
Argentinos por una República de Iguales

De las huelgas generales a la revolución

A pesar de los intentos de los dirigentes de frenar el movimiento tras cada huelga, éstas fortalecen a la clase
obrera e impulsan la extensión de luchas parciales (los mineros de Río Turbio, Aerolíneas argentinas, etc.) y
movilizaciones constantes de los piqueteros que la burocracia sindical no consigue frenar ni aislar. Estas
luchas, saldadas con victorias y derrotas, constituyen una experiencia y un aprendizaje decisivo en el que se
va forjando además una nueva vanguardia. La extensión de luchas defensivas muy duras en un contexto de
crisis económica profunda plantea una y otra vez la necesidad de la huelga general y los dirigentes
sindicales, ante el riesgo de verse desbordados ya no solo por los piqueteros sino por sus propios afiliados
de base, entre las que también se aprecia un fortalecimiento de los sectores más combativos, tienen que
convocar.

Muchas de estas huelgas emplean formas de lucha muy radicalizadas (piquetes masivos, cortes de ruta,...).
Tras la tercera huelga general algunos burgueses muestran su preocupación por este hecho: "la
demostración fue setentista, no cegetista", alerta un columnista de La Nación que equipara los métodos
utilizados por los trabajadores a los de las radicalizadas huelgas del periodo revolucionario de la primera
mitad de los 70

En el seno de la burguesía tampoco el proceso sigue una línea recta, se producen oscilaciones intentando
capear el temporal. Todavía en septiembre de 2000, El País titula "El proteccionismo resucita en Argentina" y
explica como los sectores vinculados al llamado "Grupo Productivo" (empresarios de la industria) entran en el
equipo del ministro de Economía, José Luis Machinea. Pero esto no cambiará nada: la burguesía necesita
acometer nuevos ataques para mantener su tasa de beneficios y esos ataques desatan una nueva respuesta
popular. Esto demuestra que no hay intereses cualitativamente distintos dentro de la clase dominante. Las
divisiones entre los capitalistas argentinos a lo largo del último periodo acerca de devaluar o dolarizar la
economía reflejan diferencias tácticas acerca del mejor modo de salir de la recesión a costa de las masas en
un periodo de ascenso de la movilización. Algunos planteaban una huida hacia delante: que se dolarizase
totalmente la economía. Otros veían que semejante medida, con un dólar muy fuerte, minaría aun más la
competitividad y sería demasiado traumática económica y socialmente (cierre masivo de las empresas
menos competitivas, más despidos...), en un contexto donde el intento de hacer recaer la crisis sobre las
masas ya estaba provocando una respuesta cada vez más dura. Su propuesta era dar un paso atrás y
devaluar la moneda buscando aumentar la competitividad e incrementar las exportaciones hacia otros
países, medida que desde un punto de vista social supondría un ataque a las masas igualmente grave como
vemos ahora.

Un punto álgido del proceso ascendente de luchas fue la huelga general de 36 horas de marzo de 2001
contra las medidas de ajuste pactadas con el FMI por López Murphy, el ministro de Economía que sustituye a
Machinea, desgastado por las luchas obreras. Estas medidas, aplaudidas por toda la burguesía, provocaron
una respuesta espectacular de la clase obrera: los piquetes se extienden, la huelga general paraliza el país y
amenaza con continuar. La burguesía retira sus planes, las divisiones internas se agudizan y López Murphy,
tras unos días en el cargo, es sustituido por Cavallo quien seguiría la misma suerte. Es entonces cuando
sectores de la burguesía (el Grupo Productivo, la UIA...), atemorizados por la respuesta popular, empiezan a
defender un giro táctico hacia la devaluación. En aquel momento los marxistas analizamos que "el
movimiento obrero ahora estaría en disposición de pasar a la ofensiva si sus dirigentes tuviesen un programa
claro. Incluso se podría llegar a una situación revolucionaria, de desafío abierto a la burguesía, si se
plantease la formación de comités obreros contra los planes del FMI y del gobierno en todas las fábricas,
institutos y facultades, coordinados luego en el ámbito de barrio, ciudad y finalmente en el ámbito
nacional..."(4).

Un nuevo ejemplo de que la situación avanzaba hacia una explosión revolucionaria fue el movimiento
insurreccional en junio de 2001 en General Mosconi. A diferencia de otros estallidos anteriores en que las
masas tras movilizarse "dejaban" que fuesen comisiones formadas por los distintos partidos o los
representantes municipales quienes negociasen la creación de empleos o el envío de comida y medicinas,
en esta ocasión el movimiento expulsó a la policía y a las autoridades burguesas de la ciudad y creó formas
de poder popular controladas por asambleas. "En General Mosconi no hay Estado" reconocía el ministro
frepasista Cafiero.

Las elecciones de octubre de 2001 evidenciaron el enorme malestar existente. Lo único que por el momento
lo mantenía sin explotar era el papel de contención de los dirigentes de los tres sindicatos ofreciendo tras
cada huelga general una nueva tregua al gobierno. La principal característica de estas elecciones fue el "voto
bronca" (abstención y nulos) de las capas medias, que reflejaba ya su enorme descontento contra el sistema.
Otro aspecto muy importante de los resultados electorales fue el crecimiento de la izquierda, que en el gran
Buenos Aires reunía un 25% de los votos, reflejando la búsqueda de una alternativa revolucionaria por parte
de sectores importantes de la juventud y la clase obrera. Entonces decíamos: "Un nuevo ajuste brutal (...)
podría desatar una auténtica explosión social. (...) Por el momento, la fuerza mostrada por la clase obrera y
la memoria reciente de lo que supuso la dictadura bloquean la búsqueda de una solución represiva. (...)
Antes ensayarán todas las combinaciones posibles (gobiernos de unidad nacional, pactos sociales más o
menos explícitos, etc.). (...) El factor clave para que [la clase obrera] pueda imponerse en la lucha que se
avecina es el de que los jóvenes y trabajadores más avanzados del movimiento piquetero y de los sindicatos
logren construir una dirección revolucionaria marxista"(5).

El corralito y la reducción de salarios y pensiones, unido al hambre y miseria creciente entre las masas
desocupadas, generaron esa explosión. El intento de De la Rúa de frenarla mediante la represión y el estado
de sitio (hubo 30 asesinados) indignó aun más a las masas. La burguesía argentina —por primera vez en su
historia— veía caer a un gobierno electo por la lucha de la población y tuvo que buscar entre bambalinas un
nuevo gobierno. El desfile de presidentes posterior refleja su debilidad actual, derivada del ascenso
revolucionario del movimiento popular. Los acontecimientos revolucionarios del 19 y 20 de diciembre no son
pues una explosión de rabia espontanea, mucho menos un movimiento apolítico de las capas medias
limitado a pedir la devolución de sus ahorros, como pretenden algunos, sino el resultado de la combinación
de la experiencia de lucha acumulada por los trabajadores y desocupados a lo largo de los últimos años y la
incapacidad de la burguesía argentina para seguir desarrollando el país. Sólo entendiendo esto podremos
comprender la situación actual y actuar correctamente ante la revolución en marcha.

¿Movimiento de las capas medias o revolución social?

Precisamente cuando los capitalistas a lo largo y ancho de todo el planeta intentan (con la inestimable ayuda
de no pocos dirigentes reformistas) introducir el veneno del escepticismo y la impotencia dentro del
movimiento obrero y en particular desmoralizar a su vanguardia ("la revolución es imposible", "es cosa del
pasado", "las cosas nunca cambiarán"...) tenemos una auténtica revolución en un país industrializado y muy
cercano culturalmente. Sin embargo muchos dirigentes sindicales y políticos de los trabajadores, lejos de
organizar la solidaridad de clase con la revolución argentina y explicar y destacar esta revolución para
entusiasmar a los trabajadores y elevar su nivel de conciencia, están aceptando acríticamente todos los
"análisis" que minimizan el papel de la clase obrera y niegan que estemos ante una revolución.

En medio de un movimiento como el que vemos, con cientos de miles de personas exigiendo poder retirar
sus ahorros (¡y sus salarios!) de los bancos, organizandose en asambleas en los barrios, luchando contra la
subida de los precios y la escasez de alimentos, afirmar que los trabajadores no están participando en el
movimiento y permanecen tranquilamente en sus casas viendo por la tele las movilizaciones de la clase
media y los parados, no tiene ni pies ni cabeza. Sin embargo muchos dirigentes de izquierda se hacen eco
de un modo más o menos explícito de esta idea fomentada por la burguesía.

Para contestar a este razonamiento es necesario dejar claro en primer lugar qué entendemos cuando nos
referimos a la clase obrera. La realidad es que la clase obrera representa en todos los países industrializados
(y por supuesto en Argentina) entre el 75 y el 90% de la población activa y abarca, junto al proletariado de las
grandes concentraciones industriales, a trabajadores en paro, en precario y en la propia economía sumergida
—incluidos sectores inscritos legalmente como autónomos y considerados por las estadísticas oficiales
capas medias que, por procedencia, condiciones de vida, conciencia e incluso tipo de trabajo, son
trabajadores—. También son clase obrera los empleados públicos (maestros, funcionarios, etc.) e incluso
otros sectores que en otros momentos eran clase media como técnicos, bancarios, etc y que desde el punto
de vista de sus condiciones materiales, se han proletarizado.

Por cierto, también los acontecimientos de Argentina contestan a quienes hablan de la desaparición de la
clase obrera o a la pérdida de su papel revolucionario debido a la desestructuración que provocan la
precariedad laboral y la temporalidad. La clase obrera argentina ha sufrido una precarización altísima (alta
eventualidad, paro elevadísimo, economía sumergida...); sin embargo, como explicábamos los marxistas,
tras los efectos iniciales de dispersión y confusión que producen el paro o la precariedad, las condiciones
objetivas de vida empujan a los trabajadores inevitablemente a la lucha.

La vanguardia piquetera (surgida en muchos casos en zonas con tradición de lucha en torno a trabajadores
de grandes empresas industriales desmanteladas) ha logrado agrupar a miles de esos parados a través de
piquetes masivos y cortes de tráfico que bloqueaban el sistema productivo y la actividad de industrias,
mercados, puertos, etc., exigiendo planes de empleo, comida y otras medidas sociales. La organización de
estas luchas estaba controlada por asambleas masivas e incluso se obligaba a los representantes de la
administración central o administraciones regionales a negociar bajo la supervisión de la asamblea para
evitar corruptelas, intentos de dividir al movimiento y demás. Las luchas y huelgas generales de los últimos
años han servido para mantener y reforzar la unidad en la lucha entre los piqueteros y el resto del
proletariado e incluso han fortalecido a los sectores más combativos de los sindicatos.

La clase obrera y su dirección

Lenin señalaba varias condiciones para definir una situación como revolucionaria: divisiones profundas en la
clase dominante, que no es capaz de hacer avanzar el país ni dominarlo como antes; disposición de los
trabajadores a luchar hasta el final y hacer grandes sacrificios; simpatía o incluso neutralidad de las capas
medias hacia la lucha de los trabajadores y la existencia de una organización revolucionaria reconocida por
las masas como su dirección y seguida por ellas. En Argentina ya hemos visto como actualmente la
burguesía esta dividida y paralizada, los parados están organizados y se movilizan con métodos
revolucionarios, la clase obrera ha mostrado no una, sino innumerables veces su disposición a luchar y hacer
sacrificios (como demuestra la experiencia de los últimos años) y las capas medias no es que permanezcan
neutrales o simpaticen sino que están movilizándose junto a los trabajadores. Lo único que falta por el
momento es una dirección revolucionaria reconocida como tal por todos los explotados. Este factor es
precisamente el más difícil y el único que no se desprende directamente ni de la situación objetiva (la
incapacidad del capitalismo para desarrollar las fuerzas productivas y hacer avanzar el país) ni de la
correlación de fuerzas entre las clases.

Como explicaba Trotsky, la revolución no es otra cosa que la entrada de las más amplias masas obreras
junto a todos los demás explotados en la escena de la historia. Por su propia naturaleza, el despertar a la
vida política consciente de sectores que proceden de experiencias, tradiciones políticas, etc. muy diferentes
(desde la vanguardia obrera hasta los sectores mas atrasados de la clase, incluidas gentes que hace unos
meses votaban a los políticos de la derecha) lleva aparejado cierto grado de confusión; incluso elementos de
antipoliticismo son características que vemos en distintas situaciones revolucionarias, especialmente en sus
inicios, y que pueden mantenerse todavía un tiempo. Las masas no entran en lucha con un programa
acabado, saben que no quieren seguir como hasta ahora, dirigidas por los de siempre (la consigna "que se
vayan todos" refleja esto), pero están descubriendo a través de la lucha con qué sustituirlos. Esta búsqueda
de una salida a su situación desesperada se da de forma contradictoria, con avances y retrocesos. La propia
clase obrera, como siempre ha explicado el marxismo, se compone de diferentes sectores que sacan
conclusiones distintas en momentos diferentes. Junto a una vanguardia, creciente en numero e influencia,
que está organizándose en las asambleas y adoptando un programa revolucionario cada vez más definido, la
mayoría de trabajadores argentinos participa en las manifestaciones o las ve con simpatía pero mira todavía
hacia sus dirigentes (los de los dos sectores de la CGT y los de la CTA) esperando que ofrezcan una salida a
la situación.

El proletariado industrial protagonizó el 13 de diciembre, unos días antes del estallido del 19 y 20, una nueva
huelga general contra las medidas económicas del gobierno respaldada masivamente; miles de trabajadores
han asistido posteriormente a las manifestaciones y caceroladas y además se están dando importantes
luchas parciales por impagos de salarios o despidos (que probablemente se extenderán aun más en los
próximos meses) e incluso ocupaciones y tomas de fábricas como las protagonizadas por los trabajadores de
Zanon o Brukman. No obstante, desde que se produjo el estallido revolucionario de diciembre, no ha habido
una entrada generalizada de los grandes batallones industriales en escena a través de la huelga general.
¿Qué es lo que impide que todo el descontento expresado cada día en las caceroladas, marchas piqueteras
y huelgas parciales se unifique en una huelga general que derribe al gobierno? Fundamentalmente, que los
dirigentes de las dos CGTs y la CTA —que, gracias a su control del aparato de las organizaciones
tradicionales de masas, siguen siendo vistos por una mayoría del movimiento obrero organizado como la
dirección capaz de organizar esa huelga y cambiar la situación— no la convocan. Y no lo hacen porque
saben que en estos momentos una huelga general derribaría al gobierno y plantearía más que nunca la
cuestión del poder. Una cuestión a la que no tienen respuesta porque aceptan este sistema como el único
posible.

Que sectores de las capas medias estén participando masivamente en la lucha y adoptando los métodos
proletarios de organización de la misma que han visto emplear a los piqueteros es un síntoma de la fortaleza
del movimiento revolucionario no de una supuesta inmadurez o debilidad. Refleja, así mismo, la
proletarizacion y depauperación que han sufrido estos sectores. Ello, unido al rechazo de la corrupción de las
instituciones burguesas (Parlamento, jueces, etc.) hace que, en estos momentos, las capas medias estén
enormemente abiertas a escuchar y poner en practica ideas nuevas, revolucionarias, y que miren hacia el
proletariado buscando esas ideas. Este ambiente entre las capas medias es una de las situaciones más
favorables para la clase obrera que se pueden imaginar.

El dato más destacable de la situación argentina es lo rápidamente que las masas han pasado de movilizarse
en la calle a crear organismos propios para organizar su lucha: las asambleas populares, de las que existen
más de 150 sólo en Buenos Aires, que agrupan ya a miles de personas. Asambleas que se coordinan entre
sí en la asamblea interbarrial, a la que semanalmente acuden entre 2.000 y 3.000 personas en
representación de las asambleas barriales; a impulsar el movimiento de los piqueteros y a buscar una
unificación estatal con esas asambleas populares, que tuvo su primer éxito el 16 de febrero en la Asamblea
Nacional de Trabajadores, que agrupó a 2.000 representantes —uno por cada veinte— de organizaciones
piqueteras, barriales y colectivos de trabajadores. Como parte de este proceso de convergencia se ha
convocado la primera Asamblea Nacional Popular de representantes electos de las asambleas de las
distintas zonas del país para mediados de marzo.

Estas asambleas populares son embriones del poder obrero surgiendo primero como órganos de lucha y
deliberación de las masas que, a medida que se desarrolla la situación revolucionaria, empiezan a tomar
tareas de administración y organización de la vida cotidiana y pueden transformarse por su propia naturaleza
en la base de lo que podrían ser en un determinado momento auténticos soviets que sustituyesen al estado
burgués en crisis.

Eso que para algunos dirigentes reformistas parece un libro cerrado lo entiende perfectamente la burguesía.
En el editorial de La Nación titulado ‘Asambleas Barriales’ (14/2/02) podemos leer: "Si bien es cierto que el
auge de estas asambleas aparece como una consecuencia del hartazgo público ante las conductas poco
confiables de la clase política, debe tenerse en cuenta que tales mecanismos de deliberación popular
encierran un peligro, pues por su naturaleza pueden acercarse al sombrío modelo de decisión de los soviets.
(...) La posibilidad de que esos órganos populares pretendan hacer justicia por su propia mano y sustituir a
jueces, legisladores y administradores gubernamentales encierra un alto riesgo...".

Esto ya empieza a ocurrir. Muchas asambleas están asumiendo tareas de distribución de alimentos o
medicinas y de organización de la vida social en los barrios y aprobando planes alternativos a los del
gobierno burgués con medidas como la nacionalización de la banca y las empresas en crisis bajo control
obrero, la subida de los salarios acorde al coste de la vida y la devolución de los ahorros.

Una economía en el abismo

La economía argentina sufre en estos momentos una de las depresiones más profundas de su historia. El
gobierno prevé una caída del PIB del 7% este año pero otras fuentes hablan del 15 e incluso del 20%. El
recorte previsto en el gasto público es del 70%. La actividad económica está prácticamente paralizada,
empezando por el elemento clave para el funcionamiento del capitalismo, la inversión.

Salir de esta catástrofe sería relativamente sencillo si los trabajadores y el pueblo, organizados en asambleas
en los barrios, en los centros de trabajo y de estudio y en los cuarteles y unificados en una Asamblea
nacional de representantes elegibles y revocables en todo momento, tomasen el poder y empezasen el
camino de la transformación social. Nacionalizando las palancas económicas fundamentales (la banca, las
petroleras, los grandes grupos industriales y las multinacionales) bajo control democrático de las asambleas
sería posible planificar democráticamente la economía y ponerla de nuevo a funcionar dedicando los
recursos económicos existentes y las posibles fuentes de ingresos a satisfacer las necesidades sociales que
demandan los distintos sectores populares (crear nuevo empleo así como repartir el que ya existe reduciendo
la jornada y creando nuevos turnos sin reducir los salarios, repartir medicinas y alimentos a todos los que lo
necesitan, aumentar los gastos sociales, etc.). Evidentemente, bajo el capitalismo nada de esto es posible ya
que los recursos de la economía son propiedad de los capitalistas y sólo los emplean buscando obtener el
máximo beneficio. Lo que están haciendo con ellos, ante la caída de sus beneficios, es destruir fuerzas
productivas: cerrar empresas o llevárselas a lugares donde les resulten más rentables.

El objetivo de la burguesía argentina es que la ayuda del FMI, unida a la devaluación, les permita salir cuanto
antes de la crisis y aplazar sus peores efectos. Su primer objetivo es recuperar la tasa de beneficios
mediante un aumento de las exportaciones aprovechando la devaluación y el recorte de los costes salariales
y los gastos sociales. Para ese objetivo, en un contexto donde el movimiento revolucionario de las masas les
impide un ataque directo, la colaboración de los dirigentes sindicales y de otras fuerzas populares dispuestas
a negociar puede ser vital para empezar a recomponer mínimamente la situación.

Su esperanza es que, con la reducción de costes, la devaluación y la ayuda del FMI puedan sanear sus
empresas incrementando las exportaciones lo suficiente para reanimar la inversión y que la cadena
inversión-producción-consumo-beneficios pueda volver a funcionar con relativa normalidad al cabo de un
tiempo. Pero los capitalistas argentinos, con una situación infinitamente más favorable para invertir que la
actual, han evadido durante los últimos diez años miles de millones de dólares del país (los Fondos en el
exterior pasaron de 50.077 millones de dólares USA en1991 a 101.000 millones en 2001)(6). En un contexto
como el actual no invertirán. Por su parte, las grandes multinacionales tampoco lo harán significativamente;
de hecho, lo que han empezado a hacer muchas es retirar parte de sus inversiones. En el mejor de los
casos, las inversiones que se pudiesen realizar serían, más que para crear empresas nuevas, para hacerse a
bajo precio con empresas en crisis que consideren que pueden resultarles rentables en el futuro. Esto resulta
insuficiente para generar una recuperación seria.

El imperialismo no parece demasiado dispuesto por el momento a facilitar a la burguesía argentina más
margen para intentar aplazar las peores consecuencias de la crisis. Hacerlo sentaría un precedente
peligrosisímo cuando "nuevas Argentinas" son más que probables y la economía mundial está en recesión.
El propio FMI ha dejado claro ya en su primer contacto con Remes Lenicov, el actual ministro de Economía,
que cualquier ayuda iría condicionada al ajuste del gasto de los estados (más ataques a los gastos sociales)
y a otra serie de "reformas estructurales" y un plan "sustentable". Esto significa un ataque aún más brutal que
los vistos hasta ahora a los niveles de vida y derechos sociales. Aun en el caso de que concediesen la ayuda
que pide la burguesía argentina (ya existen divisiones al respecto dentro del FMI, especialmente entre EEUU
y Francia), tampoco parece que esto pueda ser suficiente para permitir por sí solo una salida rápida de la
crisis. Dada la profundidad de la depresión argentina, el contexto de la economía mundial y las políticas de
saqueo del imperialismo en toda Latinoamérica, parece que ni siquiera una ayuda importante del FMI pueda
cambiar decisivamente el rumbo de los acontecimientos; como mucho influiría en el ritmo de éstos y ni eso
es seguro.

Las "ayudas" (concedidas a lo largo de los últimos años, de miles de millones de dólares) han servido para
endeudar más al Estado y destruir el tejido industrial argentino. Tratándose de una economía fuertemente
dependiente de las exportaciones (y en particular de materias primas) así como de las inversiones
extranjeras, el contexto mundial recesivo y la intensificación de la lucha por los mercados que, como ya
dijimos, fue una de las causas de su crisis, siguen actuando en contra del capitalismo argentino. Brasil y
otros países latinoamericanos están preparando ya nuevas devaluaciones. Lo mismo ocurre con los países
asiáticos. En ese contexto es difícil que el incremento de las exportaciones pueda ser significativo y, en todo
caso, no resolverá ninguno de los problemas de fondo que han generado la crisis.

La única forma que tiene la burguesía de superar las crisis periódicas de sobreproducción de su sistema es
destruyendo masivamente fuerzas productivas y expoliando aun más intensamente que antes al resto de la
sociedad, especialmente a los trabajadores asalariados. Estas crisis son el mecanismo a través del cual el
sistema se deshace de las fuerzas productivas que desde el punto de vista del beneficio privado deben
desaparecer porque ya no son rentables. De este modo, las partes de capital rentables se valorizan aun más.
Las empresas que no pueden soportar la crisis desaparecen dejando un rosario de despidos y pobreza tras
ellas pero sus mercados (o las partes que aun sean rentables) son copados por las que se mantienen. Este
proceso está en pleno desarrollo en Argentina. Por supuesto, en un determinado momento —especialmente
cuando esa destrucción de fuerzas productivas excedentes ya ha llegado hasta el final— si se produce un
nuevo periodo de recuperación de la tasa de ganancia de los capitalistas, éstos vuelven a invertir y el
crecimiento económico se reactiva.

Lo más probable es que la recesión mundial actual sea profunda y, en un contexto semejante, el panorama
para una economía en plena depresión como la argentina sería muy negro. Una recuperación lo
suficientemente sólida de la economía argentina que permitiese aplazar de forma duradera los ataques que
necesitan aplicar y estabilizar la sociedad mediante concesiones significativas a las masas está
prácticamente descartada. La salida definitiva de la crisis, bajo el capitalismo, pasa por someter a la clase
obrera y los sectores populares a nuevas penalidades, más explotación y miseria.
El problema de la burguesía argentina es que están ante una contradicción para la que por el momento no
tiene solución: la profundidad de la crisis les obliga a atacar una y otra vez a las masas pero la situación
revolucionaria que esos mismos ataques han generado les dificulta en estos momentos poder llegar hasta
donde necesitan. Hoy por hoy no se sienten fuertes para lanzarse a un enfrentamiento decisivo contra el
movimiento revolucionario, por eso están buscando la colaboración de los dirigentes sindicales a través del
pacto social auspiciado por la Iglesia con el fin de descarrilar el proceso revolucionario. Asistiremos a
distintas situaciones transitorias caracterizadas por la inestabilidad y los cambios muy bruscos que irán
reflejando la correlación de fuerzas cambiante entre las clases en lucha. Probablemente este proceso durará
todavía un tiempo, puede que incluso algunos años debido a la ausencia de un partido marxista con arraigo
entre las masas. La revolución rusa duró siete meses (la fortaleza de los bolcheviques y la profundidad de la
crisis, alimentada por la guerra, fueron factores decisivos en ello) mientras la revolución española en los años
treinta se prolongó casi seis años.

Haciendo equilibrios sobre un alfiler

El gobierno de unidad nacional encabezado por Duhalde responde al intento de la burguesía de intentar
superar su debilidad actual, estabilizar la situación y recuperar la iniciativa. La burguesía intentó cerrar filas
frente al movimiento revolucionario utilizando, como en otros momentos históricos, a los dirigentes del
peronismo. Duhalde, el senador peronista más votado en las legislativas de octubre y antiguo gobernador de
Buenos Aires, donde durante años consiguió cierta base social utilizando el clientelismo y los programas de
beneficencia dirigidos a los sectores mas depauperados, intenta aparecer por encima de las clases,
presentando su gobierno como el de todos los argentinos. Ha reunido al PJ, UCR y a la derecha del Frepaso,
con un discurso nacionalista y populista (que sus medidas desmienten), intentando un gran pacto social.

Duhalde ha agitado el fantasma de la guerra civil y la anarquía para amedrentar a las capas medias y que
abandonen los cacerolazos, intenta debilitar la influencia piquetera entre los desocupados mediante repartos
de comida organizados por asociaciones de beneficencia peronistas o con unos subsidios de limosna, e
incluso pretendió enfrentar a los desocupados entre sí y con los participantes en los cacerolazos intentando
movilizar contra ellos a un sector de la base social más pobre y desesperada del peronismo. De momento no
ha conseguido ninguno de estos objetivos, pero para que estos planes contrarrevolucionarios fracasen a
medio y largo plazo será preciso mantener unidos a todos los sectores en lucha con un programa
anticapitalista que responda a sus necesidades.

Duhalde es un mago sin chistera al que cada truco que intenta para engañar al pueblo le sale mal. La
profundidad de la crisis le obliga a mostrar la falsedad de su discurso populista y nacionalista y dejar claro
qué intereses defiende. La debilidad de la burguesía se refleja en las dificultades que tienen hasta el
momento para encontrar una base social suficiente para dividir al movimiento revolucionario o reprimirlo.

Tuvieron que mantener el corralito y no dejar sacar dinero a los trabajadores y las capas medias mientras se
descubría que los capitalistas evadían miles de millones de dólares. Tras anunciar la flexibilizacion del
corralito para intentar calmar a las masas resulta cada vez más evidente que muchos ahorradores tardarán
años en recuperar sus ahorros y perderán una buena parte de ellos por el camino. Éstos (mayoritariamente
en dólares) serán devueltos en pesos devaluados (y al cambio oficial —1,40 por dólar— cuando en realidad
está ya en 2 por dólar). Mientras, a los grandes grupos empresariales se le "pesifican" sus deudas en dólares
con los bancos y se les regala millones de dólares vía exenciones fiscales o ayudas directas para mantener
sus beneficios. El enorme agujero financiero abierto por el impago de una parte de las deudas será asumido
por el Estado, es decir, intentarán hacérselo pagar como siempre el pueblo trabajador.

El gobierno anunció grandilocuentemente que financiaría esa deuda con un impuesto sobre los ingresos de
las empresas petrolíferas del 20% y los burgueses de Repsol han puesto el grito en el cielo pero todo forma
parte de la ceremonia de la confusión. Ahora el gobierno ya está negociando con los buitres de las petroleras
cambiar ese impuesto por el compromiso de que no suban las tarifas de los combustibles. Los burgueses de
las petroleras anunciaron posibles despidos y, con el cinismo que les caracteriza, llegaron a decir que
apoyaban las movilizaciones de los trabajadores contra estos despidos presionando así al gobierno para que
ceda a sus demandas. Varios sindicatos y colectivos de trabajadores del sector petrolífero han respondido
pidiendo la nacionalización de las petroleras. Esto ha llevado la preocupación tanto a los consejos de
administración como al Consejo de Ministros.

El resto de medidas de Duhalde son otros tantos timos. Los subsidios de 50 dólares para desocupados,
además de míseros, llevarán aparejada la obligación de trabajar a cambio de este salario de hambre. ¡Qué
mejor forma de ayudar a los empresarios a recuperar su maltrecha tasa de ganancia que proporcionarles
mano de obra superbarata financiada por el Estado! De paso ello contribuirá, unido a las quiebras de
empresas y a los despidos, a forzar a la baja los salarios obreros.

La devaluación está siendo un gigantesco robo a las masas, los precios están aumentando salvajemente y
los salarios se están quedando atrás. La situación es tan dramática que más de 100.000 enfermos de
diabetes graves no tienen acceso en estos momentos a la insulina que necesitan. Ya están recurriendo a
imprimir moneda (o sustitutos de ésta como los bonos Lecop, etc.) sin un respaldo real. La necesidad de
calmar algo la presión social les puede llevar a darle la maquina de hacer billetes y que la inflación, que ya se
está disparando, acabe en hiperinflación. Las consecuencias serán durísimas para los trabajadores y las
capas medias porque agravará la pérdida de poder adquisitivo de los ahorros y salarios.

Las quiebras empresariales y los despidos, en un contexto de altas tasas de desempleo, unidas al freno que
están suponiendo los dirigentes sindicales, bloquean de momento el camino de una respuesta generalizada
de los trabajadores. Pero esta situación no tardará mucho en cambiar. Los acontecimientos revolucionarios
se han producido, además, durante los meses de menor actividad económica y política: las vacaciones del
verano sudamericano. La vuelta de muchos trabajadores a sus empresas en un contexto de cierres, despidos
e impago de salarios puede alimentar más pronto que tarde un nuevo capítulo revolucionario en el que la
clase obrera entre en escena con más fuerza que hasta ahora. Con la experiencia reciente de ocho huelgas
generales y un contexto económico y social como el actual podemos ver ocupaciones y tomas de fábricas y
la idea de la huelga general cobrará mucha fuerza. Una huelga general ahora, más que nunca, podría
derribar al gobierno y plantearía la cuestión del poder.

Entre la revolución y la contrarrevolución

La burguesía lo comprende y está enormemente preocupada. "El jefe del ejército, teniente general Ricardo
Brinzoni, está convocando a altos dirigentes del establishment empresarial a reuniones herméticas para
hablar de la crisis política y sus hipotéticos desemboques, hasta una eventual caída del presidente Eduardo
Duhalde. También para analizar un posible escenario de desborde social que ‘obligue a que las Fuerzas
Armadas hagan lo que tengan que hacer", informaba reciente un articulo de investigación del periódico
argentino Pagina 12. La investigación citaba con profusión de detalles la reunión secreta entre Brinzoni y uno
de los máximos ejecutivos del Grupo Werthein y principal accionista de la Caja de Ahorro y Seguro. Brinzoni,
tras dejar claro que la cúpula militar está sopesando desde hace tiempo su intervención en los
acontecimientos, planteaba al empresario la necesidad de que el ejército reciba un aval parlamentario que le
permita intervenir "si no hay más remedio". El periodista apunta que Brinzoni "habría deslizado que cualquier
paso a dar debía contar también con el visto bueno de Washington".

Las fuerzas represivas argentinas ya han demostrado históricamente y durante las recientes jornadas
revolucionarias de qué son capaces. De momento, con una clase obrera en ascenso y las masas de la clase
media movilizándose junto a ella (y con la brutalidad de la Junta Militar aún en la memoria), utilizar este
cartucho demasiado pronto resultaría contraproducente y radicalizaría al movimiento revolucionario; así que
por ahora prefieren jugar otras cartas.

Lo más probable es que mientras puedan, tanto los burgueses argentinos como el imperialismo USA
intentarán descarrilar la revolución mediante una contrarrevolución "por vías democráticas" como ocurrió en
las situaciones revolucionarias de la posguerra en Francia e Italia, tras el mayo del 68 francés, la revolución
portuguesa o el proceso pre-revolucionario que se dio entre 1975 y 1977 en el Estado español. Para ello
intentarán combinar la represión, que en ningún momento han abandonado (recordemos los 30 asesinados
de diciembre, los dirigentes piqueteros detenidos o el asesinato de diferentes luchadores populares durante
los últimos años) con medidas que busquen desarrollar ilusiones democráticas en las masas y poder
desgastarlas y dividirlas. Con este objetivo se están apoyando en organizaciones y líderes que mantengan
influencia entre éstas. Como ya hemos explicado, el intento de pacto social bajo la mediación de la Iglesia y
la ONU busca implicar a los dirigentes sindicales en los ataques a la clase obrera y reducir la capacidad de
respuesta por parte de ésta. Durante los últimos años varios burgueses argentinos y españoles venían
comentando la experiencia de los Pactos de la Moncloa en 1977 y quieren conseguir algo parecido.

También han intentado implicar en las negociaciones a los dirigentes de algunas de las organizaciones
piqueteras pero la gran mayoría de la base ha rechazado la participación en está negociación de sus
dirigentes y esta participando en las asambleas. Son conscientes de que la negociación de un pacto para
intentar reducir los obstáculos a sus medidas antisociales es sólo un primer paso en su objetivo de dividir a
las masas. En el terreno político también se están apoyando en formaciones de origen burgués o pequeño
burgués que tienen un discurso populista y reformista como ARI, el Polo Social o el Frente Nacional contra la
Pobreza (Frenapo) que impulsan los dirigentes de la CTA. De momento, los utilizan desde la oposición para
impulsar la concertación nacional y desorientar a las masas, o al menos a una parte de ellas, y para que
actúen como un obstáculo que dificulte que las masas miren hacia alternativas más a la izquierda. En un
determinado momento es bastante posible que tengan que recurrir a la convocatoria de elecciones con el
objetivo de ganar tiempo y desviar la atención de la población utilizando probablemente a estos grupos desde
el propio gobierno. Incluso pueden verse obligados a plantear algún tipo de maniobra institucional,
refundación de la República y hasta la convocatoria de una asamblea constituyente, si la presión
revolucionaria les obliga a ello. Se trataría de ceder en un aspecto secundario para intentar salvar lo
fundamental.

Un gobierno populista bajo el control más o menos directo de la burguesía tiene hoy mucho menos margen
que en otros momentos para desviar a las masas de la revolución con reformas. Esta época no tiene nada
que ver con el auge económico mundial de posguerra que permitió una relativa e inestable consolidación del
populismo peronista entre 1945 y 1956. A esto se unen las tradiciones, la organización y la conciencia (del
populismo del movimiento obrero argentino actual) muy superiores a la época clásica. En un determinado
momento, no podría descartarse que llegase al gobierno una fuerza centrista o a algún tipo de opción
populista (probablemente una escisión del peronismo vinculada a los sindicatos) fuera del control de la
burguesía y muy radicalizada bajo la presión de las masas. Lo que está claro es que si con todos sus
intentos de apoyarse en dirigentes de la izquierda y de organizaciones populares para reconducir la situación
no consiguen evitar la prolongación y ascenso del movimiento revolucionario, en un determinado momento
recurrirán a la represión.

Para derrotar definitivamente a la revolución y estabilizar un régimen fuerte basado en la represión, la


burguesía necesitaría que sectores amplios de las capas medias e incluso de trabajadores atrasados y
pobres urbanos no sólo dejen de luchar, sino que giren desesperados a la derecha hartos de que la situación
de inestabilidad se prolongue sin ninguna salida a la vista. Esto solo ocurrirá si los revolucionarios argentinos
no logran aprovechar las oportunidades que van a tener para convencer a las masas de que pueden ser una
alternativa de poder frente a los dirigentes reformistas y la burguesía.

La izquierda argentina ante la revolución

Frente a los comentarios sobre la situación argentina que intentan presentar a la izquierda como un
espectador impotente y desorientado del movimiento de las masas, lo cierto es que a lo largo del periodo
ascendente de las luchas del ultimo periodo y de la situación revolucionaria actual los militantes de diferentes
grupos de la izquierda argentina están jugado un destacado papel y dando un ejemplo de combatividad,
sacrificio y voluntad de lucha. La represión del estado burgués se esta cebando de forma especial en estos
compañeros y lo hará mas probablemente en el futuro.

En estos momentos los compañeros argentinos tienen una oportunidad histórica de poder ganar a las
amplias masas de la clase obrera e incluso a las capas medias para la revolución socialista. Ello va a
depender en primer lugar de que logren dotarse de una política de independencia de clase y conseguir
extender las asambleas populares y formar comités de fábrica elegibles y revocables por los trabajadores
como ha aprobado ya la Asamblea Nacional de Trabajadores del 16 de febrero. Al tiempo es necesario
convencer pacientemente a las masas de que el poder y las instituciones de la burguesía debe ser sustituido
por el poder obrero representado por las asambleas populares unificadas en una asamblea nacional de
representantes de todas las asambleas barriales, piqueteras y de fábrica que forme un nuevo gobierno de los
trabajadores y todos los explotados.

Es especialmente peligroso que los dirigentes de organizaciones de la izquierda, como la Corriente Clasista
Combativa (CCC) o la FTV-CTA, que han ganado una autoridad y respeto entre las masas agrupando a
sectores combativos de los trabajadores desocupados, en lugar de combatir las ilusiones en cualquier salida
burguesa o pequeño burguesa que sólo serviría para acabar con la revolución, estén limitando sus objetivos
al reconocimiento oficial por parte del estado burgués como organizaciones de desocupados y a la
negociación con este, negándose al mismo tiempo a convocar y participar en la Asamblea Nacional de
Trabajadores y rechazando la unificación de las distintas asambleas barriales y piqueteras en una Asamblea
Nacional que plantee una alternativa global a los planes de los capitalistas.

Esta postura es el resultado de los análisis que caracterizan a Argentina como un país colonial en el que
existe una burguesía nacional vinculada a los sectores productivos con intereses contrapuestos al
imperialismo y el capital financiero que podría estar interesada en enfrentarse seriamente a ellos. Estos
análisis ya llevaron a estos sectores a caracterizar el primer gobierno burgués liderado por Saá como
nacional-popular y mostrar su disposición a darle un margen de confianza y pactar con él.

Ya hemos dicho anteriormente que no hay ninguna diferencia de fondo entre los banqueros nacionales y
extranjeros, el grupo FIEL (partidarios de la más estricta ortodoxia neoliberal y de la dolarización) y el
llamado "Grupo Productivo" o la Unión de Industriales Argentinos —UIA—. Si ya históricamente la burguesía
industrial, uno de los pilares de la época clásica del populismo peronista, demostró que su discurso
nacionalista era un engaño a las masas, hoy en día —con la extensión del dominio del capital financiero y de
las multinacionales— ni siquiera podemos hablar en rigor de una separación clara entre estos sectores de la
burguesía. En este periodo, el capital financiero y el industrial se ven cada vez más fusionados entre sí y
vinculan más estrechamente sus intereses a los del imperialismo. La inmensa mayoría de las grandes y
medianas empresas argentinas pertenecen, dependen o están participadas por el capital financiero o por las
multinacionales, a su vez los "industriales" se han beneficiado de la convertibilidad vendiendo sus empresas
o participaciones de ellas y dedicando parte de sus capitales a especular con la deuda o llevándoselos al
exterior. Las divisiones dentro de esta oligarquía sólo reflejan diferentes opciones tácticas sobre el mejor
modo de seguir dominando el país y mantener sus beneficios en cada momento sobre la base de la ruina, la
miseria y la explotación de los trabajadores, los parados y las capas medias. Cualquier ilusión en sectores de
la burguesía o en los demócratas pequeño burgueses, cualquier intento de negociar o pactar con ellos en
lugar de impulsar la organización y movilización revolucionaria, representa en la situación actual una
amenaza mortal para las masas argentinas.

Por la democracia obrera

Afortunadamente, estas ideas están siendo rechazadas por la mayoría de los participantes en las asambleas
e incluso por las bases de esas mismas organizaciones de izquierdas. Raúl Castells, el dirigente encarcelado
de la CCC, ha apoyado la convocatoria de la Asamblea Nacional y la organización está dividida. La propia
Asamblea Nacional de Trabajadores ha hecho un llamamiento a estos dirigentes para que abandonen esta
política. Diversas organizaciones de la izquierda están teniendo un destacado papel en la lucha por unificar
estas asambleas populares y de trabajadores y han planteado correctamente que éstas deben extenderse a
todas las fábricas para luchar por un gobierno de los trabajadores.

Sin embargo, como ya se plantea en profundidad en otros materiales(7), pensamos que estas posiciones
entran en contradicción con la consigna de "Asamblea Constituyente libre y soberana" defendida casi
unánimemente por todos los partidos relevantes de la izquierda. La consigna democrática de Asamblea
Constituyente ha sido utilizada en determinadas condiciones por los marxistas, cuando tenía por objetivo
impulsar la movilización de las masas en un contexto en el que éstas venían de un régimen semifeudal o de
una dictadura y predominaban entre ellas las ilusiones en las instituciones de la democracia burguesa, al
identificarlas con un mayor grado de libertad y una mejora en sus condiciones de vida. En esos casos los
marxistas partían de la situación real del movimiento (la lucha por objetivos e instituciones democráticas)
para ponerse al frente del mismo, romper su confianza en que la burguesía podría conseguir estas
reivindicaciones y, lo más importante, proponer la creación de órganos de lucha (comités, soviets, juntas...)
basados en la autoorganización y en la toma de decisiones por parte de la propia población.

En el transcurso del proceso revolucionario, la extensión de estos órganos de lucha (que "por su propia
naturaleza", como decía el editorialista de La Nación citado anteriormente, adquirían cada vez más el
carácter de órganos de poder) hacían pasar a un segundo plano, e incluso desaparecer de las aspiraciones
de las masas y del programa revolucionario, esta consigna. Las demandas políticas de los marxistas buscan
en todo momento acelerar este proceso convirtiendo en el eje central de su propaganda la necesidad de que
los embriones de poder obrero se desarrollen, unifiquen y tomen el poder. En el mejor de los casos la
consigna de la Asamblea Constituyente era un punto cada vez más secundario. Esto fue lo que ocurrió en
Rusia: el centro de toda la agitación y propaganda bolchevique desde abril a octubre de 1917 fue la consigna
"Todo el poder a los soviets", asociada a las reivindicaciones "pan, paz y tierra".

Pero en Argentina esta consigna no sólo no ayuda a hacer avanzar la revolución sino que supone un error
que puede tener consecuencias muy peligrosas. Lo que tenemos en Argentina es precisamente el
surgimiento de los órganos de lucha y autoorganizacion de la clase obrera y sectores importantes de las
capas medias, que se extienden e incluso se dotan de un programa revolucionario de lucha por el poder. En
este contexto las consignas de los revolucionarios deben tener como objetivo central acelerar este proceso y
señalar a la vanguardia y a las masas que es posible unificar a todo el pueblo frente a la corrupción y miseria
que ofrecen la burguesía y sus instituciones corruptas mediante el poder obrero.

Separar la extensión de las asambleas de la lucha por el poder (buscando otra consigna que supuestamente
permita unificar al pueblo), lejos de clarificar cual es la tarea central de la clase obrera, confunde y se
convierte en un obstáculo para este objetivo.

Las masas ya han pasado por la experiencia de la democracia burguesa y comprenden su carácter corrupto.
Lejos de ilusiones hay un descrédito amplio de las instituciones burguesas (Asambleas legislativas corruptas,
elecciones que llevan a los de siempre al poder, etc.) Ese era uno de los hechos que reflejaba el voto bronca
y la rapidez y entusiasmo con los que las capas medias han aceptado métodos de representación directa
como las asambleas. En esta situación y cuando la burguesía se prepara para intentar encauzar las energías
revolucionarias de la población en lucha por la vía del parlamentarismo burgués prometiendo un nuevo
sistema de representación democrática no "corrompida" pero respetuosa con el capitalismo, defender la
consigna de Asamblea Constituyente es dejar precisamente una puerta abierta a esta táctica de la burguesía.

El factor fundamental que impide que en estos momentos los explotados puedan tomar el poder y plantearse
avanzar hacia el socialismo no son las ilusiones de los trabajadores o las capas medias en instituciones
demo-crático burguesas como la Asamblea Constituyente, sino que sectores importantes de los explotados
miran todavía hacia sus viejos dirigentes o, para ser más exactos, hacia sus organizaciones tradicionales
esperando de ellas esa salida a su situación desesperada. Para muchos revolucionarios puede resultar
evidente que los dirigentes de estas organizaciones, que aceptan el capitalismo como el único sistema
posible, ni quieren, ni pueden ofrecer esa alternativa pero para sectores importantes de las masas eso sólo
se hará evidente si a su experiencia se une la intervención audaz y una explicación paciente y compañera
por parte de los revolucionarios.

La clase obrera y la lucha por el poder

Por diversos factores históricos, el populismo peronista sigue teniendo una influencia decisiva sobre amplios
sectores del movimiento obrero argentino. La CGT peronista organiza a cientos de miles de trabajadores,
pero las masas obreras peronistas se están viendo influidas por la situación revolucionaria y será posible
ganarlos para una política socialista. Durante el periodo revolucionario de 1973-76 miles de peronistas
giraron hacia posturas revolucionarias. La consigna de la Juventud Peronista o los Montoneros era "Perón,
Evita, la patria socialista". Una orientación correcta y un método compañero hacia estas organizaciones y la
base de los sindicatos peronistas hubiese podido ganarlos para una política genuinamente marxista. La
ausencia de este referente marxista no sectario con las masas peronistas permitió que los dirigentes
sindicales controlados por la burguesía mantuviesen la dirección del movimiento obrero y que estos sectores
revolucionarios, aun declarándose socialistas, no lograsen desembarazarse del interclasismo peronista. Su
propuesta era un frente de todos los revolucionarios para construir el socialismo, pero llamaban a Perón (que
al mismo tiempo negociaba con la extrema derecha peronista) a encabezarlo.

En la situación actual, con una clase obrera mucho más experimentada, sin el aglutinante interclasista que
representaba Perón, con un peronismo que ha sufrido escisiones y con muchos de sus dirigentes
desprestigiados ante las masas, la tarea de ganar a los trabajadores peronistas se ve enormemente
facilitada. Las asambleas populares permiten unir en la lucha a los distintos sectores de la clase obrera y a
ésta con otras capas populares. Los revolucionarios tienen una oportunidad inmejorable para superar un
obstáculo histórico del movimiento obrero argentino y romper la influencia de la burguesía dentro del
movimiento obrero. Para conseguir la victoria de la revolución argentina los revolucionarios deben dotarse de
la orientación, los métodos y las consignas que les permitan resistir todas las presiones de la situación y
ganar el derecho a dirigir a las masas explicándoles pacientemente sus propuestas. Como explicó Trotsky,
este factor es el único que no depende de la correlación de fuerzas objetiva entre las clases ni de la fortaleza
de la clase obrera sino de la propia capacidad de las organizaciones revolucionarias para dotarse en cada
momento de las consignas, los métodos y el programa adecuados para vencer.

El programa aprobado por la Asamblea Nacional de Trabajadores, donde, por cierto, está ausente la
consigna de Asamblea Constituyente y se plantea "tomar en nuestras manos la solución a los problemas
más imperiosos de las masas: el trabajo, la salud, la educación, la vivienda" así como "impulsar y extender
estas organizaciones a lo largo y ancho de todo el país en función de una alternativa propia de los
trabajadores", marca un punto de inflexión en el movimiento revolucionario y formula las tareas centrales a
las que se enfrenta la revolución argentina: la principal, la extensión de las asambleas a todo el movimiento
obrero. "Definimos como estrategia de los piqueteros y sectores sindicales combativos agrupados en esta
asamblea nacional la incorporación a la actual lucha de piquetes del movimiento obrero industrial y de los
grandes servicios públicos privatizados. Cualquier pretensión seria de derrocar al actual gobierno y al
régimen imperante no puede prescindir del rol fundamental de los trabajadores que hoy hacen funcionar los
principales centros de producción y servicios esenciales como la luz, gas, teléfono y transporte".

La clave para que el movimiento revolucionario agrupado en las asambleas pueda lograr la dirección
hegemónica sobre las más amplias masas de la clase obrera y las capas medias y sustituir al poder corrupto
y decrépito de la burguesía es extender las asambleas a todos los centros de trabajo y constituir comités de
fábrica elegidos y revocables por los trabajadores (como se ha planteado en la Asamblea Nacional de
Trabajadores). Las asambleas deben extenderse también a los centros de estudio, así como a los cuarteles,
para empezar a romper el control que ejerce la burguesía sobre el ejercito y la policía a través de los
mandos, algo decisivo de cara al futuro de la revolución. La toma del poder por los trabajadores en Argentina
debería ser continuada con la extensión de la revolución al resto de América Latina y un llamamiento de
clase a todos los trabajadores del mundo como el mejor modo de defender, consolidar y hacer avanzar la
propia revolución. Una victoria de la revolución argentina abriría una nueva época y marcaría un cambio en la
situación internacional.

Venezuela: El proceso bolivariano

La decadencia del capitalismo venezolano a lo largo de las ultimas décadas ha sido una constante: los
ingresos de la clase media han caído un 70% en veinte años, un 1% de propietarios posee el 60% de la
tierra, el 51% de los trabajadores vive de la economía informal, un 80% de la población es pobre y el 40% de
la riqueza nacional lo consume la deuda externa. Esto ha provocado un descontento social creciente que se
expresó primero en el estallido social de 1989 (el caracazo), sangrientamente reprimido por Carlos Andrés
Pérez, uno de los cabecillas de la actual oposición "democrática" a Chávez; en el posterior golpe de los
oficiales nacionalistas bolivarianos procedentes de la pequeña-burguesía encabezados por Hugo Chávez
contra el propio Pérez; en distintas luchas y procesos electorales durante los años 90 y, finalmente, en la
elección de Chávez en 1998 como presidente de la República con un 56% de los votos.

En situaciones en que la burguesía evidencia su incapacidad para hacer avanzar al país y la clase obrera ve
cómo todos sus intentos de buscar una salida a la situación son frenados por los dirigentes de sus
organizaciones de masas, el deseo de cambio se puede expresar a través de líderes y movimientos
populistas de origen pequeño burgués con un programa populista y reformista confuso(8).

El mensaje populista y reformista de Chávez ilusionó a las capas más pobres de la sociedad y alrededor del
Movimiento por la V República (formado por los militares bolivarianos y algunos sectores de la pequeña-
burguesía que les apoyaban) surgió un frente, el Polo Patriótico, que agrupaba a organizaciones de
izquierdas como el Partido Comunista (PCV), el MAS (el congreso de este partido obligó a los dirigentes a
salir del gobierno de COPEI y apoyar a Chávez), Patria Para Todos (PPT) y otros. Como preveíamos los
marxistas, el objetivo chavista de intentar reformar gradualmente la sociedad y lograr más independencia
nacional y justicia social sin romper con el capitalismo ha provocado un choque con los capitalistas que le
obligará a definirse más claramente.

Inicialmente, un sector de la burguesía venezolana no veía mal algunas propuestas chavistas, ya que
podrían significar proteccionismo para determinadas industrias e impulsar el consumo interno y, en todo
caso, confiaban en frenar sus veleidades.

Durante 1999 y 2000 el repunte de los precios del petróleo, que aporta el 50% de los ingresos estatales, el
crecimiento de la economía mundial y el mantenimiento de Petróleos de Venezuela como empresa pública,
posibilitaron aumentar el gasto público que creció un 42% el año 2000 sin disparar la deuda o la inflación ni
enfrentarse decisivamente a los empresarios. La construcción de viviendas sociales para gente humilde y, en
general, cierto aumento en los gastos sociales fue posible. Sin embargo, estas medidas están bastante por
debajo de lo que muchos sectores de la base social chavista esperaban, que era un cambio radical en sus
vidas. En 2001 la agudización de la crisis económica ha empezado a notarse mas claramente entre la
población, especialmente en los sectores más humildes, y ello ha provocado un cierto desgaste de su apoyo
entre sectores de trabajadores y pobres urbanos, al tiempo que ha fortalecido la oposición entre las capas
medias.

Con la aprobación el 13 de noviembre de 2001 de varias leyes que permiten expropiar latifundios
improductivos e imponer cultivos en función de los intereses nacionales (dando un primer paso hacia una
posible reforma agraria), así como aumentar los impuestos sobre las grandes empresas y, en general, la
intervención estatal en la economía, Chávez intentaba cumplir algunas medidas de su programa y reforzar su
base social, por el momento basándose fundamentalmente en los campesinos y la gente más pobre de las
ciudades.

Este giro hacia la izquierda ha intensificado la polarización social. Lo que más preocupa al imperialismo y la
burguesía venezolana es que las leyes aprobadas, aunque equivalen a reformas que en otros momentos han
ejecutado gobiernos burgueses en algunos países, chocan con la tendencia general que impone el
imperialismo (privatizaciones, sometimiento al FMI, desregulación...) y —en un contexto de crisis económica
a escala nacional e internacional y con las presiones de clase que recibe el chavismo— pueden llevar a
Chávez más lejos.

Los capitalistas han lanzado una agresiva campaña desestabilizadora parecida a la desatada en Chile contra
Allende. Quieren presionarle para que retroceda y, en caso de no lograrlo, derrocarle. De momento utilizan
las maniobras legales, la huelga de inversiones y la evasión de capitales para hacer fracasar su política
económica y erosionar su base social. Además, intentan arrastrar a las caceroladas y paros empresariales
que organizan a los sectores de la población más desesperados y descontentos tras tres años de revolución
bolivariana que no han significado un cambio económico profundo. Para ello intentan dar a su campaña una
cobertura "popular" utilizando a los corruptos dirigentes sindicales de la CTV, a partidos que se declaran de
"centroizquierda" como AD e incluso a grupos ultraizquierdistas como Bandera Roja, que colaboran con la
derecha en el frente anti-Chávez.

Independientemente del discurso pseudodemocrático con el que intenta disfrazarse, el carácter y los
objetivos de la oposición a Chávez son netamente burgueses y contrarrevolucionarios. Antes o después
intentarán sustituirle por un gobierno sumiso. Dentro de la propia oposición a Chávez hay divisiones sobre
cómo hacerlo; de momento parece que la mayoría de los burgueses venezolanos y el imperialismo, al menos
mientras puedan elegir, se inclinan por hacerlo ganando las próximas elecciones o arrebatándole la mayoría
parlamentaria mediante una escisión del MVR. Pero, debido a la rapidez con que está agudizándose la
polarización social y deteriorándose la economía, es bastante posible que tengan que hacerlo antes (hay
sectores que ya presionan en este sentido) aprovechando alguna triquiñuela legal que permita un golpe de
Estado encubierto o incluso mediante un golpe militar puro y duro.

Los bandazos de Chávez

La sustitución de Chávez por un gobierno títere de la burguesía sólo sería el paso previo a una ofensiva
brutal contra las condiciones de vida del pueblo venezolano. Si Chávez, presionado por un sector del ejército
o por el ala más a la derecha del MVR, retrocediese con el objetivo de ganar tiempo e intentar recuperar el
diálogo con la oposición estaría cavando posiblemente su propia tumba política (y puede que no solamente
política).

Los bandazos, los pasos adelante y atrás bajo la presión del proletariado y la burguesía, son una
característica de todos los procesos dirigidos por líderes de origen pequeño burgués. Chávez contestó
inicialmente al paro empresarial de diciembre intentando reafirmar su control del ejército, convocando
movilizaciones de masas para defender las leyes aprobadas, apoyándose en organizaciones de izquierdas
como el PCV, PPT o un sector del MAS, e incluso amenazó con nacionalizar la banca si los banqueros no
concedían créditos a los campesinos. Como explicábamos los marxistas, de momento eran sólo palabras,
pero palabras pronunciadas ante miles de seguidores (que pueden interpretarlas como una promesa y una
invitación a pasar al ataque) en un acto en que Chávez juramentaba a miles de militantes de los Círculos
Bolivarianos, el movimiento de base con él que intenta revitalizar su apoyo y presencia en la calle. Estas
palabras podrían transformarse en hechos en un momento determinado.

Tras este giro a la izquierda la burguesía ha estrechado el cerco sobre él: pronunciamientos de militares
exigiendo su dimisión, nuevas movilizaciones de la clase media y claras amenazas del gobierno
estadounidense. También intentan arrebatarle la mayoría parlamentaria que actualmente posee en la
Asamblea Legislativa sabedores de que dentro del MVR se expresan distintas presiones de clase. Sectores
del alto mando militar y de la derecha del MVR presionan insistentemente para recuperar un clima de diálogo
con los empresarios (como refleja la dimisión de Luis Miquilena como ministro del Interior y su llamamiento a
dialogar). El gobierno ha aceptado, de momento, aplicar algunas de las medidas que demandaban los
capitalistas y el FMI ante el riesgo de que el endeudamiento del estado venezolano llevase a una bancarrota
como la argentina. Pero la situación económica venezolana no mejorará con esto, la burguesía exigirá
ataques más contundentes contra los sectores populares y estos exigirán a Chávez nuevos pasos a la
izquierda. Nuevos choques entre las clases y nuevos bandazos de Chávez respondiendo a estos son más
que probables pero lo decisivo es ver la línea general y entender que no hay margen para una estabilización
duradera.

En el contexto anterior a la caída del estalinismo Chávez se habría dirigido hacia una economía planificada
como la cubana. La tendencia mundial predominante en los últimos años, marcada por el dominio aplastante
de las multinacionales imperialistas, las privatizaciones y el rechazo a la intervención del Estado en la
economía, lo ha impedido hasta ahora pero esto podría cambiar.

Lo más probable es que, con avances y retrocesos, el chavismo —para seguir manteniendo el poder, y en un
escenario de crisis económica mundial y ascenso de la lucha popular en toda Latinoamérica— tenga que
girar aun más a la izquierda. Hasta qué punto y a qué ritmo, dependerá de las presiones de clase que reciba.
La clave para resistir la ofensiva contrarrevolucionaria será si consigue ganar un apoyo suficiente entre las
masas pasando de las palabras a los hechos.

Venezuela se dirige hacia un enfrentamiento decisivo entre la revolución y la contrarrevolución. Chávez ha


colocado a hombres de su confianza en el aparato estatal y ascendido a oficiales en los que cree poder
apoyarse. Pero la oficialidad de cualquier ejército está unida por intereses, tradiciones e infinidad de lazos
comunes a la burguesía. Venezuela es un país con una burguesía consolidada y un estado burgués que
existe desde hace casi dos siglos. Ante un enfrentamiento decisivo entre las clases que podría cambiar el
carácter del Estado y las formas de propiedad sobrarán oficiales dispuestos a "salvar al país del comunismo".

Si Chávez confía en ganar basándose exclusivamente en su control de la oficialidad cometerá un grave error.
El resultado de un enfrentamiento dentro del aparato estatal lo decidirá lo que ocurra entre las masas: si
Chávez mantiene y aumenta su apoyo entre los campesinos y trabajadores esto se reflejará en los soldados
y los estratos bajos y medios de la oficialidad; si no es así, la lucha se dirimirá en las alturas del aparato del
Estado, el terreno que más conviene a la burguesía.

Cuanto más tiempo se mantenga a medio camino, granjeándose el odio capitalista por sus medidas y
promesas pero sin que éstas supongan una transformación decisiva de la economía que ilusione a las masas
trabajadoras, su situación será más difícil. Las leyes aprobadas agudizarán la huelga de inversiones y el
cerco capitalista pero para mejorar significativamente la situación de las masas deberían continuar y
profundizarse con una reforma agraria que distribuya la tierra inmediatamente a los campesinos y con la
nacionalización de las grandes empresas y la banca para ofrecer créditos baratos a los campesinos y
pequeños propietarios y disponer de recursos con los que satisfacer las necesidades sociales. Chávez
debería también negarse a pagar la deuda externa así como subir los salarios y repartir el trabajo existente
sin reducir éstos. Este programa significa un enfrentamiento decisivo con los capitalistas y para ser llevado a
cabo exitosamente necesita de la participación masiva de la clase obrera y los demás sectores explotados.

El papel de la clase obrera

La clave para que triunfe la revolución venezolana es que su dirección recaiga en manos de la clase obrera y
sea resultado del incremento de su organización y conciencia revolucionaria. Es imprescindible que los
trabajadores formen comités de representantes democráticamente elegidos y revocables en cada fábrica y
cada barrio para defender las medidas tomadas por Chávez de la ofensiva contrarrevolucionaria pero
también para dar más pasos adelante. Esto mostraría el camino a otras capas: a los soldados para hacerlo
en los cuarteles rompiendo el control de los oficiales burgueses sobre la tropa, a los campesinos en los
pueblos. Sólo esto garantizará que la revolución venezolana avanza y que su dirección está bajo el control
democrático de las masas, en particular del proletariado.
El principal peligro es que hasta el momento la clase obrera no tiene la iniciativa. Las declaraciones de un
"huelguista" dan una idea de la actitud de muchos trabajadores ante el paro empresarial de diciembre: "Yo
trabajo en una empresa capitalista. (...) Son gente poderosa, si quieren parar, paran. A uno le pagan igual. Lo
único que uno puede hacer es tomarse el día libre, como un domingo cualquiera"(9). El seguimiento de la
huelga en las empresas privadas fue alto ya que los empresarios cerraban. Sobre las estatales y extranjeras
no existen datos fiables. El sindicato del Metro de Caracas se opuso a la huelga por considerarla una
maniobra de los ricos, pero no parece que hubiese muchos pronunciamientos semejantes.

Los dirigentes de la CTV apoyaron el cierre empresarial y amenazaron con una huelga general pero han sido
incapaces de convocarla. Aunque están intentando lanzar luchas por motivos salariales en empresas
estatales con el objetivo de reforzar su posición y debilitar al gobierno no se puede decir que tengan la
dirección real de la clase obrera y sean capaces de movilizarla. En las elecciones internas de la CTV que
Chávez obligó a realizar a la actual dirección (con mayoría de AD), ésta afirmó obtener un 62% del medio
millón de votos emitidos y otorgó un 12% a los chavistas (la Fuerza Bolivariana de Trabajadores) pero hubo
numerosas acusaciones de fraude y no hay resultados oficiales.

No parece que los trabajadores venezolanos cuenten actualmente con una dirección clara en la que confíen
y a la que sigan. Al principio de la revolución bolivariana hubo movilizaciones exigiendo la destitución de los
dirigentes de la CTV pero la corriente sindical bolivariana tampoco parece tener en estos momentos la
dirección del movimiento obrero organizado. Que el fraude no haya sido contestado por movilizaciones de los
trabajadores, que la clase obrera no se haya expresado como tal ante el paro empresarial, indica que no está
actuando independientemente y que le falta organización, dirección y confianza en sus fuerzas.

Construir una dirección obrera revolucionaria y combativa y democratizar los sindicatos debe ser resultado de
la acción de los propios trabajadores, de su experiencia en la lucha y el avance de su conciencia. Los
trabajadores tardan años en crear una dirección; incluso si ésta degenera (y la de la CTV degeneró hace
décadas) es preciso que exista otra alternativa que se haya ganado en la lucha el apoyo y confianza de los
trabajadores y el derecho a dirigirlos. Cualquier intento de sustituir ese proceso improvisándolo desde fuera
(no digamos ya si es un movimiento que gobierna la nación y está dirigido por militares quien lo intenta) tiene
enormes riesgos: sustituir a una burocracia por otra, perder el apoyo de sectores de trabajadores o convertir
a éstos en un mero apéndice y no en la dirección de la lucha.

El enfrentamiento entre Chávez y sus enemigos está polarizando Venezuela. En el campo, la burguesía
ganadera ha asesinando a campesinos que intentaban ocupar tierras o reclamaban su expropiación. Las
organizaciones campesinas han anunciado movilizaciones para defenderse y luchar por la tierra. Pero el
campesinado y los indígenas son una base social demasiado débil para Chávez (menos de un 5% de la
población). Por otra parte, mantener el apoyo de las masas semiproletarias empobrecidas que viven en los
suburbios de las grandes ciudades exige medidas económicas y sociales contrarias a los intereses
capitalistas. En las fábricas, por los factores comentados, la situación es más confusa actualmente pero
antes o después obligará a los distintos sectores de la clase obrera a tomar posición y, probablemente, a un
sector del chavismo a intentar reforzar su apoyo dentro del movimiento obrero organizado.

Marxismo frente a populismo

Los trabajadores más avanzados tienen una oportunidad y un reto. Deshacerse de los dirigentes sindicales
corruptos, romper la influencia burguesa y pequeño burguesa en el movimiento obrero y que éste sea el que
tome las riendas de la situación exige construir una organización marxista que se base en una política
independiente y luche por el socialismo. Incluso si Chávez llegase tan lejos como para instaurar una
economía nacionalizada y planificada, sin ser el resultado de la lucha y conciencia de las masas y de su
control mediante la creación de comités y asambleas democráticas, desembocaría en el mejor de los casos
en un tipo de régimen similar al de la URSS, los países de Europa del Este o Cuba. Un régimen
semejante(10), con deformaciones burocráticas y autoritarias, mejoraría las condiciones de vida del pueblo
durante un tiempo pero sufriría enormes contradicciones y acabaría entrando en crisis.

Sólo con la participación consciente y democrática de la clase obrera, dotándose de organismos propios de
poder, se puede establecer un Estado Obrero sano en transición al socialismo. Incluso los objetivos más
modestos de Chávez (reforma agraria, independencia nacional, justicia social, desarrollo sostenible...) son
inalcanzables bajo el capitalismo y exigen que las principales palancas económicas sean nacionalizadas bajo
el control democrático de los trabajadores. Por otra parte, una revolución social victoriosa en Venezuela
necesitaría extenderse al resto de América Latina para consolidarse frente a la presión imperialista y avanzar
hacia el genuino socialismo.

Es significativo que en sus declaraciones y mensajes Chávez no haga ningún llamamiento específico a la
lucha revolucionaria de la clase obrera. Es una característica común a dirigentes procedentes de la pequeña-
burguesía que han encabezado procesos parecidos. Desconfían de la organización independiente de los
trabajadores y la temen ya que una entrada masiva del proletariado en escena desplazaría el eje de la lucha
hacia sus métodos y objetivos de clase y les arrebataría el liderazgo del proceso revolucionario convirtiendo
a la vanguardia obrera en dirección del mismo. Esto no significa que en una situación límite los dirigentes
populistas de izquierdas bolivarianos no puedan verse obligados a buscar el apoyo de la clase obrera e
incluso a compartir con ella la dirección de la revolución pero esta política interclasista y las oscilaciones
constantes características del populismo, ha conducido a la derrota en la mayoría de las ocasiones.

Las revoluciones bolivianas del 52 o el 70 demostraron que, aun llegando al poder, si la clase obrera carece
de una dirección marxista que tenga una idea clara de cómo sustituir la maquinaria del estado burgués
(ejército, policía, burocracia, etc.) por un estado obrero dirigido democráticamente y construir el socialismo
extendiendo la revolución a otros países (en particular a los mas avanzados), acaba siendo derrotada.

En 1952 el movimiento de los mineros bolivianos llegó a disolver el ejército y sustituirlo por milicias
obreras(11), pero no sustituyó el resto del aparato estatal burgués por un Estado obrero basado en
asambleas y comités democráticos. La ilusión de que la presencia de la Central Obrera Boliviana (COB),
creada por los trabajadores durante la revolución, en el gobierno junto a los líderes populistas del MNR
suponía la victoria definitiva permitió a la burguesía y a los dirigentes procapitalistas del MNR apoyarse en el
campesinado para reconstituir el ejército en cuanto comenzó el reflujo de la marea revolucionaria y recuperar
el control. En 1970, el general populista Torres consultaba todas sus decisiones a la Asamblea Popular
creada por los trabajadores pero los dirigentes obreros, todavía influidos ideológicamente por el populismo,
desaprovecharon su oportunidad de tomar el poder y crear un estado obrero y fueron aplastados junto a
Torres por los militares más derechistas.

Todavía recientemente, durante la revolución ecuatoriana de enero de 2000, los campesinos —apoyados por
la clase obrera— crearon Parlamentos Populares y tomaron el poder durante unas horas. Sin embargo
debido a la ausencia de una organización marxista de masas, los dirigentes campesinos de la CONAIE
cometieron graves errores y la burguesía pudo recuperar el control de la situación para la clase dominante.

Un año después las masas campesinas volvieron a movilizarse obligando al gobierno a suscribir un acuerdo
que, como era de esperar, esta siendo incumplido. El gobierno también tuvo que liberar a Lucio Gutiérrez,
líder de los militares que apoyaron la revolución, quien ha formado un partido para presentarse a las
elecciones de octubre de 2002 con el significativo nombre de Movimiento 21 de Enero. Intenta emular a
Chávez y, dada la situación económica, social y política ecuatoriana, no es descartable que pueda hacerlo.
En cualquier caso, la burguesía ecuatoriana no ha conseguido aplastar a las masas que participaron en los
acontecimientos revolucionarios de los últimos años ni a su vanguardia. Los campesinos ya han realizado
nuevas movilizaciones paralizando distintas zonas del país que han sido respondidas con una durisima
represión. Un nuevo choque revolucionario es inevitable más pronto que tarde.

América Latina en pie de guerra

Argentina, Venezuela, Colombia, Ecuador, todo el continente latinoamericano esta viviendo un auge
extraordinario de la lucha de clases. En Perú las movilizaciones populares masivas provocaron divisiones en
la burguesía, que se deshizo de Fujimori y Montesinos para evitar que el descontento popular desembocase
en un levantamiento. Pero su recambio político, el flamante presidente Toledo, fiel servidor del FMI y el BM,
está creando las condiciones para un resurgimiento del movimiento popular a una escala superior.

En Bolivia, durante abril de 2001, asistimos a un levantamiento obrero y campesino de masas en


Cochabamba contra la privatización del agua. La Coordinadora por el Agua y la Vida surgió como un frente
único de organizaciones obreras y campesinas que dirigió la lucha. La población se organizó en asambleas,
resistieron la represión militar y policial y expulsaron a las fuerzas represivas manteniendo el control de la
ciudad durante varios días. Finalmente el gobierno tuvo que ceder a muchas reivindicaciones y levantar el
estado de sitio para evitar que el ejemplo se extendiese.

En los dos países más poderosos económicamente de Latinoamérica junto con Argentina, Brasil y México,
también estamos entrando en una nueva época. La crisis económica en Brasil es muy profunda y puede
verse agravada por el colapso argentino. En México se desarrollan importantes luchas campesinas y obreras,
después de la gran huelga de los estudiantes de la UNAM(12). Esto se verá intensificado en el nuevo periodo
que hemos entrado.

En Brasil, además de las luchas campesinas masivas dirigidas por el MST, hay convocada una huelga
general para marzo ante el ataque brutal a los derechos laborales que la burguesía brasileña ha lanzado
contra el movimiento obrero. Brasil es uno de los países con mayores desigualdades sociales y una
distribución de la tierra más injusta del planeta. El deterioro del gobierno burgués de Cardoso y el incremento
del malestar social puede llevar en las próximas elecciones al Partido de los Trabajadores (PT) al gobierno.
El PT se basa en los sindicatos y, pese al giro a la derecha de muchos de sus dirigentes durante los últimos
años, tiene una tradición combativa y cuenta con un ala izquierda bastante fuerte. Su llegada al poder en un
contexto de crisis económica y social profunda y ascenso del movimiento revolucionario en el continente,
podría llegar a tener un efecto parecido a la victoria de Allende en Chile en 1970.

Durante años la burguesía ha intentado evitar la llegada del PT al gobierno. Hoy mismo, dirigentes del PT
están siendo asesinados, secuestrados e intimidados(13). El objetivo de estas medidas es atemorizarles para
que moderen lo máximo posible su programa y asustar a las capas más atrasadas de la clase obrera y la
pequeña-burguesía con la perspectiva de que una victoria del partido obrero pueda significar una escalada
de violencia incontrolable.

La clase obrera del continente está poniéndose en marcha. Una victoria revolucionaria en cualquiera de
estos países tendría un efecto colosal a escala continental y mundial. Durante la última década la revolución
parecía haber desaparecido de la actualidad latinoamericana. Ahora, la historia se venga empujando a todo
el planeta y, en primer lugar, a América Latina a un nuevo periodo de convulsiones económicas y sociales.
La lucha entre la revolución y la contrarrevolución ha comenzado y la clase obrera latinoamericana tendrá
numerosas oportunidades de cambiar la sociedad de arriba a abajo. En el transcurso de estos grandes
acontecimientos, las masas oprimidas de Latinoamérica se reencontrarán con las auténticas ideas del
marxismo revolucionario y armados con esta bandera establecerán un nuevo poder socialista.

NOTAS
1.A. Woods y T. Grant, En el filo de la navaja, en Marxismo Hoy nº7.
2. Movimiento populista de origen burgués que, por toda una serie de factores sociales, económicos y políticos de la historia argentina,
consiguió en los años 40 una influencia masiva que ha mantenido hasta hoy entre los trabajadores y las capas populares (N. Martinez Díaz,
El peronismo. Cuadernos de Historia 16).
3. Limitaciones muy estrictas a la retirada de fondos de los bancos que impiden a cientos de miles de argentinos disponer de sus ahorros.
4. Huelga de 36 horas en Argentina, M. Jiménez. El Militante, mayo 2001.
5. El malestar social busca una expresión política, en www.marxist.com, 19/10/01.
6. Frente a la crisis capitalista: democracia obrera, M. Jiménez, El Militante nº147.
7. Sobre la consigna de la Asamblea Constituyente, A. Woods, en www.elmilitante.org.
8. América Latina. La lucha de clases llama a la puerta, en Marxismo Hoy nº 6. ¿Hacia dónde va Venezuela? E. Lucena, El Militante nº 126.
Venezuela. La Revolución bolivariana ante un momento decisivo, M. Campos, en www.elmilitante.org.
9. El Universal, 11/12/01, www.eluniversal.com.
10. Para un análisis de estos regímenes, véanse las obras de León Trotsky: Estado Obrero, Termidor y Bonapartismo, en Marxismo Hoy nº 8.
La naturaleza de clase del Estado soviético, en Escritos. Tomo V. Vol. 2. pág.154, Ed. Pluma. La revolución traicionada, Fundación F.
Engels.
11. El poder dual en América Latina, R. Zavaleta Mercado, Ed. Siglo XXI.
12. Para conocer la situación de la lucha de clases en México, www.militante.org, web de la corriente marxista mexicana.
13. El País, 27-1-02.
La clase obrera derrota el
golpe en Venezuela
Emilia Lucena

Engels explicaba que hay épocas en las que veinte años pasan como un solo día y que existen
otros momentos en los que veinte años se concentran en un día. En apenas 48 horas los
acontecimientos en Venezuela han sacado a la luz los profundos procesos que está viviendo la
sociedad venezolana en este periodo.

Desde su llegada a la presidencia de Venezuela, el movimiento encabezado por Chávez fue visto como un
peligro para los intereses de la burguesía y el imperialismo que durante décadas habían esquilmado los
recursos económicos de este país, sumiendo a la inmensa mayoría de la población en la pobreza. Pero
fue a partir de noviembre, con la aprobación de la Habilitante (una batería de leyes que incluía la Ley de
Tierras, la Ley de Hidrocarburos y otras que atacaban los privilegios de la oligarquía venezolana y los
intereses de las multinacionales), cuando la campaña de acoso y derribo al gobierno tomó un cariz
violento e imparable, con el apoyo activo de la burguesía internacional como se ha puesto de manifiesto
en la postura pro golpista de todos los gobiernos y medios de comunicación del mundo "civilizado".

La verdad es concreta y la historia se repite. Los hechos demuestran como la burguesía y el imperialismo
no tienen ningún escrúpulo a la hora de defender sus intereses y privilegios de clase, aunque para ello
tengan que mancharse las manos de sangre.

Las primeras noticias del golpe de Estado sumían a la burguesía internacional en una bacanal de delirio
entusiasta donde todos sus medios de comunicación, analistas políticos y "tertulianos" sin excepción,
felicitaban a los golpistas por acabar con "el caos y la falta de democracia del gobierno de Hugo Chávez".
Esta euforia se trasladaba a los gobiernos "democráticos" que se apresuraban a reconocer la nueva junta
militar, ofreciendo su colaboración. "La Unión Europea expresó su apoyo y solidaridad al pueblo de
Venezuela, al tiempo que confía en que el gobierno de transición respete los valores y las instituciones
democráticas".

Los jefes de Estado latinoamericanos —reunidos en Río de Janeiro durante los acontecimientos— no se
quedaron atrás. Simplemente se limitaron a hacer un llamamiento sobre el "respeto a la democracia y
derechos humanos". Algunos como el presidente de Chile, Ricardo Lagos, corrió a expresar su apoyo y
colaboración... ¡a los golpistas! "...lamento que la conducción del Gobierno venezolano haya llevado a la
alteración de la institucionalidad democrática con un alto costo de vidas humanas y de heridos,
violentando la Carta Democrática Interamericana a través de esta crisis de gobernabilidad" (El Mercurio,
sábado 13/4/2002). No sólo eso, sino que el gobierno chileno, para legitimar a los golpistas, y en voz del
propio Lagos señaló su voluntad de "colaborar con las nuevas autoridades". Y más escandalosas
resultaron las declaraciones del embajador chileno en Caracas, Marcos Álvarez, quien entregó, en
declaraciones a la prensa chilena, "su respaldo a la nueva administración, destacando las cualidades de
Carmona" (Política Cono Sur, 18/4/2002). Parece que Ricardo Lagos, a pesar de pertenecer al Partido
Socialista Chileno ha olvidado los muertos provocados por la dictadura militar, muchos de ellos militantes
de su partido.

¡Poco les duró la alegría! Las masas venezolanas salieron a la calle, a pesar de la brutal represión que
provocó más de 40 muertos y centenares de heridos, para acabar en cuestión de horas con los golpistas
que se vieron impotentes ante la reacción de los trabajadores y oprimidos de Venezuela. ¡Más de un
millón y medio de personas, según la CNN en español, tomaron las calles de Caracas y las principales
ciudades de Venezuela acabando con la incipiente dictadura!

¿Quién derrotó el golpe?

Como siempre ocurre en acontecimientos extraordinarios, cuando las masas entran en acción ponen al
descubierto la auténtica cara de los capitalistas y las mentiras de su sistema.

La burguesía se dota de enormes poderes para controlar a los trabajadores y la juventud. Entre ellos no
es baladí la importancia de los medios de comunicación, especialmente en los países con democracia
formal. La rapidez con la que se han sucedido los acontecimientos en Venezuela ha puesto de manifiesto
la auténtica "independencia" y "objetividad" de toda la prensa, las emisoras de radio y televisión, así como
la "imparcialidad" de sus plumíferos a sueldos.

Estos "demócratas" y "progresistas" de pacotilla, que se llenan la boca de palabras como democracia,
justicia y progreso, no tienen ningún empacho en mentir y falsear la verdad si con ello garantizan sus
intereses. A la hora de la verdad demuestran en que lado de la barricada están y dan su apoyo sin fisuras
a la reacción.

Lo hicieron en el primer momento del golpe cuando hablaban de un "levantamiento popular" contra
Chávez y anunciaban la "formación de un gobierno cívico-militar en defensa de las libertades y la
democracia" y lo siguen haciendo ahora para justificar el fracaso del mismo.

Según los más reputados analistas, politólogos, editorialistas... el golpe fracasó porque se llevó a cabo de
una forma chapucera y precipitada, especialmente por parte del sector más "duro", que tomaba las
riendas y cometía errores "fatales" como el nombramiento del jefe de la patronal, Pedro Carmona, como
nuevo presidente, la disolución de la Asamblea Nacional y el Tribunal Supremo, y el inicio de una ola de
detenciones y represión que provocó divisiones en el ejército y rompió la Junta Militar. En algunos medios
de comunicación se ha llegado a plantear que en realidad todo ha sido una maniobra ¡del propio Chávez!
que se dio un "autogolpe" para consolidar su posición... Otros titulares, mayoritarios en este caso, dejan
clara una cosa: "fueron los militares los que devolvieron el poder a Chávez". Las mentiras, la
manipulación, la tergiversación... todo vale con tal de desviar la atención de las masas de la verdadera
fuerza que acabó con los golpistas: la fuerza de la clase obrera y los oprimidos de Venezuela. El ejemplo
revolucionario de las masas evitando la instauración de una dictadura, tomando las principales ciudades y
rodeando el Palacio de Miraflores, es demasiado peligroso para la burguesía internacional y el
imperialismo USA.

Orígenes del golpe

Venezuela es el cuarto productor mundial de petróleo y el sexto país en reservas de crudo, además de
poseer importantes yacimientos de gas y otros minerales. Sin embargo, el 70% de su población vive por
debajo del umbral de pobreza y eso a pesar de que según el propio Chávez, en una entrevista concedida
a Le Monde Diplomatique, desde 1960 a 1998 Venezuela ingresó en divisas por la venta de petróleo el
equivalente a quince planes Marshall. Así, la oligarquía y la corrupta clase política, con el inestimable
apoyo de la corrupta burocracia sindical de la Central Venezolana de Trabajadores (CTV), veían engordar
sus ya repletas arcas, mientras la inmensa mayoría de la población se debatía en la miseria y la
desesperación.

El triunfo de Chávez, por una aplastante mayoría del 60% de los votos, devolvió las esperanzas a los
desheredados y oprimidos que vieron en el movimiento que él encabezaba la posibilidad de acabar con
décadas de explotación y sufrimiento.

Chávez confiaba en que la aplastante mayoría en las urnas le daría el margen suficiente como para
aplicar toda una serie de reformas que acabasen con la brutal desigualdad de la sociedad venezolana. Al
fin y al cabo las divisas generadas por el petróleo "bien administradas" podrían ir conformando una
sociedad donde los pobres fueran menos pobres y los ricos aceptaran ganar un poco menos de lo que
ganaban. En realidad su objetivo era instalar un capitalismo de "rostro humano" y "política social".

No obstante, algo que no ha entendido Chávez es que los problemas que padece la inmensa mayoría de
la sociedad, tienen su origen precisamente en el sistema capitalista, un sistema que se basa en la
explotación de la inmensa mayoría de la sociedad por una pequeña minoría. Por eso la solución a la
miseria que padece el 70% de la población venezolana sólo es posible expropiando a la burguesía y
poniendo los ingentes recursos económicos generados por la clase obrera al servicio de la mayoría de la
sociedad, bajo el control y gestión de los trabajadores. Intentar conciliar lo irreconciliable, esto es, los
intereses antagónicos de la burguesía y la clase obrera lleva a situaciones extremas como las vividas en
Venezuela, ya que ni soluciona los problemas de los oprimidos ni contenta a la burguesía.

A pesar de sus vacilaciones, Chávez, para mantener su base de apoyo entre los pobres y los
trabajadores, ha tenido que tomar medidas que atentaban contra los intereses de la burguesía. Ha
intentado, de forma honesta, ir acabando con las desigualdades sociales. Durante sus tres años de
mandato, el paro ha disminuido del 18 al 13%; más de un millón y medio de niños han sido escolarizados
y reciben ropa y tres comidas diarias; la inversión pública se ha triplicado y se han iniciado diversos planes
de construcción de viviendas baratas, además de no haber pedido ningún crédito ni llegado a ningún
acuerdo con el FMI.

Para llevar a cabo esos planes, recortó las escandalosas subvenciones educativas de la Iglesia Católica, a
la vez que presentaba un proyecto de ley para revisar el dinero que ésta recibe del estado; para evitar la
caída de los precios del petróleo —la mayor fuente de ingresos del Estado venezolano— se tuvo que
enfrentar a los intereses del imperialismo norteamericano, defendiendo la reducción de producción de
crudo en la OPEP además de chocar directamente con la política USA con relación a Cuba, llegando a
acuerdos económicos con éste país y oponiéndose a los bombardeos de Irak y Afganistán.

Aunque las medidas económicas tomadas por Chávez han sido totalmente insuficientes para acabar con
la miseria y ofrecer una vida digna a la mayoría de la población, todo este proceso era seguido con
creciente inquietud por el imperialismo norteamericano, la burguesía internacional y la oligarquía
venezolana.

Por supuesto que durante todo este tiempo, la burguesía no estuvo con los brazos cruzados. Primero
rompió el Polo Patriótico, la coalición electoral de Chávez, manteniendo una actitud hostil y de boicot
económico frente al gobierno (baste recordar que sólo entre julio y agosto del 2001 la evasión de capital
ascendió a más de 3.000 millones de dólares), a la vez que aumentaba el tono agresivo e insultante hacia
el chavismo y su revolución bolivariana.

Pero fue la aprobación de la Habilitante lo que decidió a la burguesía y al imperialismo a poner fin al
proceso en Venezuela, de una vez por todas. La situación en América Latina es altamente explosiva. El
proceso revolucionario abierto en Argentina, el posible triunfo electoral de Lula en Brasil, la situación en
Colombia, las movilizaciones en Ecuador, Guatemala y otros países preocupan hondamente a los
imperialistas norteamericanos, que son conscientes del polvorín acumulado, además de tener una
importante minoría hispana en su propia casa. Necesitaban dejar claro a las masas latinoamericanas que
no iban a permitir ningún movimiento que pusiese en peligro sus intereses, empezando en Venezuela.
Necesitaban un "escarmiento". Había que actuar.

La preparación del golpe

La historia demuestra, de una manera tenaz y obstinada que la burguesía y el imperialismo son mucho
más consecuentes a la hora de defender su sistema que los dirigentes que intentan reformarlo.

Una vez que tomaron la decisión la llevaron a cabo sin ninguna vacilación. Pasaron a la ofensiva
planificando de manera meticulosa los pasos a dar, que se iniciaron con el cierre patronal del pasado 10
de diciembre, cierre que fue presentado como una huelga general contra el gobierno gracias a la
inestimable colaboración de los corruptos dirigentes de la CTV. Organizaron una "oposición" que
aglutinaba desde los desertores del Polo Patriótico, que se pasaron con armas y bagajes al campo de la
reacción, hasta la santa madre Iglesia, sin olvidar a los dirigentes de la CTV, Acción Democrática, el
COPEI y, por supuesto, la patronal dirigida por Pedro Carmona que se erigió en el representante más
destacado, junto a Carlos Ortega, presidente de la CTV, de dicha oposición.

Desataron una campaña histérica en los medios de comunicación, acusando a Chávez de dictador y de no
respetar la libertad de prensa, mientras sin ningún pudor los periódicos mentían y tergiversaban la
situación en Venezuela. Acusaron a los Círculos Bolivarianos de lanzar amenazas y llevar a cabo
agresiones contra miembros de la oposición. La Iglesia acusó al gobierno de querer acabar con la religión,
la educación y la familia, exacerbando a una clase media histérica y asustada por la inestabilidad social.
Utilizaron el descontento en la cúpula militar para "informar" a los venezolanos que la mayoría del ejército
había dejado de apoyar al presidente. Y, en fin, movieron todos sus recursos para organizar
manifestaciones contra el gobierno, que eran magnificadas y exageradas con toda la desfachatez del
mundo sin ningún tipo de empacho, de tal manera que las manifestaciones antichavistas, con una
participación de 30 ó 50.000 personas, se convertían en los medios de comunicación en "un clamor
popular de 300.000 o medio millón contra Chávez". El último ejemplo fueron los datos que se dieron de la
manifestación del 11 de abril; mientras la agencia Reuters cifraba la asistencia en unas 50.000 personas,
todos los medios —incluidos por supuesto los internacionales— aumentaban la cifra desde 700.000 a
1.000.000 de participantes. Ahora se ha sabido que, efectivamente, no había más de 50.000 personas en
la misma.

El acoso al gobierno fue creciendo de manera inexorable culminando en el conflicto desatado por los altos
ejecutivos y mandos intermedios de Petróleos de Venezuela que ante el miedo a perder sus prebendas y
posiciones, no dudaron en boicotear la producción, presentándola como una "huelga de los trabajadores",
cuando en realidad la mayoría de los mismos seguían acudiendo a sus puestos de trabajo.

De esta manera Chávez había perdido la iniciativa que pasó a manos de la reacción. A pesar de seguir
contando con un enorme apoyo entre los sectores más desfavorecidos de la sociedad, en lugar de
plantarles cara desarrollando las leyes aprobadas de manera inmediata y decidida, expropiando la tierra y
generalizando el reparto de la misma entre los campesinos pobres —el 1% de los latifundistas detenta el
60% de la propiedad— nacionalizando la banca para dotar de recursos financieros el desarrollo de esas
leyes y expropiando a los empresarios que boicoteaban la economía, se limitó a tomar una actitud
defensiva. En lugar de hacer un llamamiento a la clase obrera para organizarse y tomar en sus manos el
control de la economía, parando a la reacción, optó por convocar a sus seguidores en apoyo al gobierno
como contrapeso a las movilizaciones de la reacción.

Un golpe clásico

El punto detonante para dar el golpe fue la organización de una manifestación el 11 de abril, con
francotiradores apostados para provocar a los seguidores de Chávez que habían acudido al Palacio de
Miraflores en defensa del gobierno, asesinando a sangre fría a 6 manifestantes pro chavistas, mientras
todos los medios de comunicación mentían conscientemente cuando informaban que los Círculos
Bolivarianos habían tiroteado la manifestación de la oposición. Ese fue el pistoletazo de salida.

Por supuesto que en la preparación y ejecución de un golpe se cometen errores y siempre hay distintos
sectores que vacilan a la hora de llevarlo a cabo. Pero no fue eso lo determinante para que el golpe
fracasara.

Dicen que si Carmona se excedió y que tomó medidas "anticonstitucionales". ¿Acaso alguien puede creer
que la intención de los golpistas era respetar la Asamblea Nacional cuando el movimiento chavista seguía
siendo mayoría en la misma? Si hubieran podido hacer dimitir a Chávez a través del parlamento, ¿para
qué dar un golpe?

En cuanto a las detenciones de alcaldes, concejales y activistas, ¿hay alguien que no sepa que el triunfo
de un golpe de estado se basa en la más brutal represión porque de no ser así la gente no aceptaría
tranquilamente la imposición de una dictadura?

Por otro lado, la designación del jefe de la patronal Pedro Carmona como nuevo presidente tiene su
explicación en que ha sido él la cabeza más señalada y conocida de la oposición. Querían un "civil" para
justificar que no era un golpe clásico y ¿quién mejor que él para defender los intereses que perseguía el
golpe?

Cierto es que la mayoría de la base del ejército y muchos oficiales y suboficiales no apoyaban el golpe,
pero tampoco tomaron una actitud activa contra el mismo, salvo excepciones aisladas, como el general
paracaidista del estado de Maracay que se declaró en rebeldía y algunos oficiales. No sabemos cómo
hubieran actuado. Probablemente hubiera habido una escisión en la medida en que los generales
golpistas tendrían que haber depurado a los oficiales pro chavistas y hubieran querido utilizar a los
soldados para reprimir al pueblo venezolano. Lo que sí es seguro es que el día 13, la mayoría de los
soldados y suboficiales estaban a la expectativa y que la Junta Militar se encontraba en el Palacio de
Miraflores, incluyendo a los burócratas de la CTV, para tomar juramento al nuevo gobierno.

¿Quién evitó la formación de este gobierno golpista y la marcha atrás de los generales? La respuesta
está, pese a quien pese, grabada y escrita: "La muchedumbre bajó de los cerros (barrios pobres) tomando
el centro de Caracas y rodeando el Palacio de Miraflores". ¡Fue la acción de esa "muchedumbre" lo que
dividió a los golpistas y evitó una auténtica masacre! ¡Fue la acción de las masas lo que determinó que los
sectores indecisos de soldados y suboficiales decidieran apoyar sin reservas a las masas en la calle!

Es precisamente esa acción, la fuerza que representa, lo que hace temblar el sistema. Es lo
suficientemente peligrosa y ejemplar para los trabajadores de todo el mundo, como para que ahora la
burguesía internacional tenga que hacer un esfuerzo desesperado para minimizarla, aunque al hacerlo
queden en evidencia.

¿Qué va a pasar ahora?

En primer lugar el efecto que ha tenido el triunfo de las masas ha puesto las cosas más difíciles para la
burguesía y el imperialismo. De querer dar un escarmiento a las masas oprimidas del mundo, se
encuentran ahora con que la acción de los trabajadores en la calle ha puesto de manifiesto la enorme
fortaleza que tiene la clase obrera y su capacidad de respuesta, siendo un ejemplo a seguir para esas
mismas masas a las que querían escarmentar.

Es verdad, que en su primera alocución después de su restitución, Chávez ha hecho constantes


llamamientos a la calma y a la tranquilidad, a la reconciliación y al diálogo.

La pregunta ahora es si la clase obrera va a aceptar que la burguesía siga imponiendo su ley sin lucha y,
por otra parte si, a su vez, la oligarquía venezolana puede llegar a algún tipo de acuerdo con Chávez.

La primera pregunta se responde en la declaración del Bloque Clasista y Democrático de la Fuerza


Bolivariana de Trabajadores que agrupa a más del 40% de la clase obrera venezolana.

"Todavía está latente la conspiración de los golpistas (...) Compañeros, no nos dejemos engañar.
Mantengamos la calma y la tranquilidad. Sin embargo estemos pendientes para salir de inmediato a la
calle si hay cualquier acción de los contras o la reacción (...) Proponemos la cárcel inmediata a los
golpistas y su sometimiento a juicio (...) estatalizar los medios de comunicación que contribuyan a favor de
los golpistas y ponerlos bajo las organizaciones de los periodistas y trabajadores; (...) expropiar a las
empresas que se sigan prestando para la huelga patronal y ponerlas bajo el control de los trabajadores
(...) extender el aumento de salario a todos los trabajadores y que éste cubra la cesta básica (...)
Llamamos a todos los trabajadores para que estemos alerta ante cualquier nuevo intento desesperado de
los aventureros fascistas" Valencia, Venezuela, 16 de abril 2002.

En cuanto a la burguesía, ésta ya ha dejado claro que "sigue exigiendo las mismas reivindicaciones que
antes". De hecho plantean que la mejor muestra de la "sinceridad" de Chávez sería... ¡dimitir y convocar
nuevas elecciones!

Los artículos aparecidos en las revistas especializadas y en la prensa, no dejan lugar a dudas de que
aunque, por el momento han perdido, siguen dispuestos a volver a intentarlo como reflejaba
extraordinariamente bien uno de los titulares de Venezuela Analítica "Chávez ha vuelto... por ahora".

Si nos atenemos a las declaraciones de Chávez parece que éste está dispuesto a dar marcha atrás. Pero
aún en el caso de que efectivamente esa fuera su intención, se encontraría con el "pequeño" problema de
la gente que le apoya. Si Chávez, efectivamente, hubiera decidido dejar las manos libres a la burguesía y
el imperialismo, se encontraría con una fuerte oposición dentro de su mismo movimiento.
Por otro lado, es evidente que la burguesía y el imperialismo volverán a intentar un nuevo golpe, como
ocurrió en Chile después del tancazo.

Como explica el marxismo, el capitalismo tiene su propia dinámica interna y en época de crisis incluso los
derechos democráticos más elementales son un estorbo para los planes del imperialismo y los
empresarios.

Así pues, sólo queda una alternativa. Es necesario organizarse para defender los logros conseguidos. Es
fundamental organizar e impulsar comités de apoyo a la revolución en todas las fábricas, barrios,
cuarteles, universidades, institutos... con representantes directos, elegibles y revocables en todo
momento, que se coordinen entre sí a nivel local, provincial y estatal para organizar la defensa frente a la
reacción asumiendo la responsabilidad de garantizar el funcionamiento económico del país, así como los
planes necesarios para cubrir las necesidades de la inmensa mayoría de la población venezolana,
expropiando a la burguesía. Sólo la participación organizada, activa y consciente de la clase obrera y los
sectores oprimidos garantizará una auténtica democracia, esto es la democracia obrera, y una vida digna
para la mayoría de la población.

Un movimiento así contaría con el apoyo incondicional de los trabajadores de Argentina y el resto de
Latinoamérica, que seguirían el ejemplo marcado por los trabajadores y oprimidos de Venezuela en su
lucha contra la opresión, la explotación y la injusticia dando el primer paso para la construcción de la
Federación Socialista de los Pueblos de América Latina.

De la revolución argentina al proceso bolivariano


Nuevo periodo revolucionario en Latinoamérica
Miguel Campos

La revolución argentina está siendo una inspiración para miles de jóvenes y trabajadores en
todo el mundo. Antes, la revolución ecuatoriana de enero de 2000, las movilizaciones en Perú
contra Fujimori y Montesinos, el levantamiento de los obreros y campesinos bolivianos en
2001 o el inicio de la llamada "revolución bolivariana" en Venezuela ya habían venido a
confirmar la perspectiva que trazábamos los marxistas para el continente: las burguesías
latinoamericanas y el imperialismo se enfrentan al más importante resurgimiento de la
movilización popular de los últimos veinte años.

Los capitalistas españoles pretenden ocultar el significado revolucionario de los acontecimientos


argentinos hablando de "caos" o "locura". Derraman lágrimas de cocodrilo por "el desgraciado pueblo
argentino" mientras intentan esconder su responsabilidad en el saqueo de éste. En el colmo de la
desvergüenza nos "explican" que el problema de los argentinos (a quienes empresas españolas como
Telefónica, BBVA, SCH o Repsol han expoliado durante años reduciendo salarios y derechos
laborales mientras aumentaban las tarifas de servicios privatizados como el agua, la electricidad o el
teléfono) es que... ¡viven por encima de sus posibilidades y no trabajan suficientemente duro! Su
cinismo no tiene límites: estos parásitos llegan al extremo de calificar de racismo y xenofobia
antiespañolas (¡!) cualquier reivindicación que cuestione sus beneficios, como ya hicieron durante la
ejemplar lucha de Aerolíneas Argentinas. ¡Los mismos que condenan a los inmigrantes
latinoamericanos y de otros lugares a la marginalidad y la explotación con la Ley de Extranjería
hablan de xenofobia!

Evidentemente, la crisis argentina no tiene nada que ver con estos "análisis" de la burguesía
española. Lo que esta en crisis en Argentina, en América Latina y a escala mundial es el sistema
capitalista como tal.

En anteriores números de Marxismo Hoy se analizaba el crecimiento económico de los años 90 y la


inevitabilidad de la crisis mundial actual(1). La crisis de sobreproducción que actualmente afecta a la
economía capitalista a escala internacional empezó a expresarse ya en 1998 en los eslabones
débiles de la cadena, los llamados países emergentes de América Latina y Asia. Éstos, a causa de su
debilidad histórica y sometimiento a las potencias imperialistas, tuvieron que basar su crecimiento
durante el boom en abrir extraordinariamente sus economías al comercio mundial y las inversiones
extranjeras, aumentando así la dependencia externa.

El saqueo de estos países por parte de las multinacionales imperialistas agrava aun más las
profundas contradicciones que genera el propio capitalismo. El intercambio desigual de productos con
más horas de trabajo a cambio de productos con menos horas de trabajo ha sangrado a las
economías de los países dependientes durante décadas creando las bases para una deuda externa
que resulta cada vez más insostenible. Este proceso se ha visto intensificado durante la última
década. Las multinacionales imperialistas han forzado una caída cada vez más pronunciada en los
precios mundiales del petróleo y las materias primas aumentando sus beneficios mientras amplios
sectores de las masas caían en la miseria más absoluta.

A través del FMI, la OMC y el Banco Mundial, también han obligado a estos países a privatizar las
empresas públicas. Las privatizaciones supusieron que sectores estratégicos de la economía que
mantenían el empleo y permitían ciertas dosis de proteccionismo para el mercado interior,
desaparecieran o vieran sensiblemente recortado su peso económico y el número de empleos
directos e inducidos que generaban. Además, la necesidad de ofrecer condiciones favorables a los
inversores (altos tipos de interés, vinculación de las monedas al dólar, etc.) ha agravado el
endeudamiento ya de por sí muy elevado de la mayoría de las economías latinoamericanas.

La deuda externa del Tercer Mundo alcanzaba 780.000 millones de dólares en 1982, mientras en
2001 llegó a superar los dos billones de dólares. En Argentina entre1989 y 1993 se recaudaron, como
consecuencia de las privatizaciones, 9.910 millones de dólares en efectivo y 13.239 millones en
títulos de deuda que representaban 5.270 millones en efectivo. A comienzos de 1989 la deuda
externa de Argentina era de 60.000 millones de dólares; a finales de 2001alcanzaba los 210.000
millones, lo que representa el 72,8% del PIB.

Todos estos factores debilitan enormemente estas economías y las hacen aun más dependientes del
exterior. Además, los distintos gobiernos se han visto obligados, para acceder a las ayudas del FMI, a
aplicar políticas de apertura de los mercados nacionales a los productos que deseaban las
multinacionales, a reducir sistemáticamente los gastos sociales y a atacar los niveles de vida y
derechos de los trabajadores y demás sectores populares. Todo ello ha preparado el actual escenario
de crisis económica profunda e inestabilidad política.

La crisis argentina

Cuando empezaron los síntomas de saturación de los mercados mundiales y se intensificó la lucha
entre las distintas burguesías nacionales por copar éstos y captar capitales, los países emergentes
fueron los primeros en pagarlo. La crisis asiática, resultado en ultima instancia de la caída de las
exportaciones de estos países, forzó devaluaciones monetarias en todos ellos. En Latinoamérica,
Brasil (principal mercado de los productos argentinos) les siguió. El real brasileño se ha depreciado
en los últimos tiempos un 120% con respecto al dólar mientras el peso argentino se mantenía atado a
éste. Los exportadores argentinos vieron caer su competitividad y redujeron la actividad y el empleo
(un 50% el automóvil solo en 1999, un 30% el textil...). Muchos trasladaron sus inversiones al propio
Brasil y a otros países. El paro crecía vertiginosamente, según las estadísticas oficiales, de un 13%
en 1997 a mas de un 20% actualmente, aunque en realidad es mucho mayor.

En Argentina, la burguesía aprovechó el control de los sindicatos y la influencia sobre sectores


importantes de las masas del peronismo(2) para apoyarse en Menem, máximo dirigente entonces del
Partido Justicialista (PJ), quien acometió las privatizaciones y planes de ajuste exigidos por el FMI y
auspició, junto a su ministro de Economía Domingo Cavallo, la convertibilidad. De esta manera el
banco nacional argentino garantizaba el mantenimiento de la equivalencia un peso un dólar. Para
atraer capitales, máxime después de la hiperinflación de los 80, Argentina debía ofrecer confianza y
estabilidad a los inversores atando su moneda a otra tan fuerte y estable como el dólar. La
convertibilidad, unida a la privatización de empresas y servicios públicos, atrajo capitales durante la
primera mitad de la década pero beneficiando solamente a la burguesía local y a costa de endeudar
al estado y las empresas y debilitar la economía nacional, desarmada ante la inevitable crisis.

Las privatizaciones y sucesivos planes de ajuste, destinados también a atraer a las multinacionales
imperialistas con bajos salarios y condiciones laborales precarias, destruyeron empleo masivamente y
redujeron el mercado interno. La venta de empresas públicas eliminó la posibilidad de que el empleo
y los ingresos que éstas generan pudiesen ser utilizados en el futuro para amortiguar los efectos de la
recesión. El estado asumió las deudas de las empresas y, una vez saneadas, las vendió a los
capitalistas argentinos y extranjeros (sobre todo estadounidenses y españoles), a menudo por debajo
de su valor real.

La convertibilidad no era la causa decisiva de la crisis sino un reflejo de la debilidad y dependencia


del capitalismo argentino que, a medida que la crisis de sobreproducción que afectaba a la economía
productiva iba desarrollándose, agravaba ésta hasta extremos insoportables. El capitalismo argentino
estaba entre la espada y la pared: siendo una de las economías que más dependen de capitales
extranjeros, para seguir atrayéndolos (o que no huyesen los que habían llegado), debía mantener la
paridad con el dólar e incluso ofrecer tipos de interés cada vez mayores, llegando al absurdo de
financiar el pago de los intereses de la deuda con más deuda. La vinculación del peso a un dólar
cada vez mas fuerte agravaba tanto este problema como el de la competitividad de las exportaciones.

Finalmente, el endeudamiento ha llevado al colapso financiero al Estado y a las empresas porque,


además, la profundidad de la recesión durante 2000 y 2001 recortaba cada vez más la actividad
económica: caída brutal del consumo como resultado del desempleo y los recortes salariales,
desplome de la producción industrial y la inversión. El resultado de ese colapso de la actividad
económica, agravado por la evasión de impuestos y capitales, ha sido una crisis fiscal del estado que
se ha añadido a la crisis de sobreproducción y a la de la deuda. La suma de todos estos factores ha
provocado una espiral descendente que ha llevado a la economía argentina al mayor colapso de su
historia.

El corralito(3) fue inicialmente un intento de los burgueses argentinos y el imperialismo de mantener


controlada la situación, aplazar el contagio de la crisis a otras economías y cargar el peso de la
inevitable inflación y depreciación del peso exclusivamente sobre las espaldas de los pequeños
ahorradores: las capas medias y los trabajadores. Esta medida se unía a una precarización en las
condiciones de vida de los trabajadores y las capas medias que había llegado ya a límites
insoportables. El número oficial de indigentes es actualmente de cuatro millones, seis según otros
datos, y 16 millones viven en la pobreza en un país de 36 millones de habitantes. La esperanza de
vida está estancada desde hace dos décadas y el paro ha subido de un 13% en 1997 a un 20%
según las estadísticas oficiales, en realidad es superior. Tras la desesperación inicial hemos visto un
movimiento ascendente en la lucha de la clase obrera a lo largo del último periodo que, tras las
jornadas insurreccionales de diciembre, ha desembocado en una situación revolucionaria.

Ascenso del movimiento obrero y piquetero

Este movimiento ascendente de las masas comienza a mediados de los 90, e incluso antes con
estallidos sociales como el Santiagueñazo (1993). A partir de 1996-97 estos estallidos, que hasta
entonces tendían a permanecer aislados y adquirir el carácter de explosiones espontáneas de rabia,
toman una mayor extensión, organización y conciencia de su fuerza y objetivos: asistimos a una
sucesión de las llamadas puebladas, en las que vecinos de todo un pueblo o barrio se echan a la
calle y cortan el trafico, paralizando la actividad económica —como si de una huelga se tratase— en
exigencia de empleo, comida y otras demandas sociales. Así ocurrió el Cutralcazo y otras explosiones
parecidas en distintos estados. Esto coincide con importantes luchas sindicales como la de los
maestros y con las primeras huelgas generales contra Menem. La recuperación del movimiento
obrero es ya clara y empieza a tener expresiones políticas y organizativas más definidas.

La más destacada es el desarrollo del movimiento piquetero, que agrupa a trabajadores despedidos
de sus empresas y a jóvenes en paro mediante asambleas y movilizaciones masivas al margen del
control del aparato sindical peronista y con una orientación y propuestas que recuperan métodos y
tradiciones revolucionarias de la clase obrera. Junto a ello asistimos también al desarrollo y
fortalecimiento, al margen de la todopoderosa CGT peronista, de la CTA (que agrupa precisamente a
algunos de los sindicatos —maestros, empleados públicos— que han protagonizado luchas más
duras). Surge asimismo una corriente disidente dentro del propio sindicalismo peronista (el MTA o
CGT disidente) liderada por Hugo Moyano, líder de los transportistas y de los trabajadores del
automóvil, dos de los sectores mas golpeados por la crisis y que jugarán un papel clave en las
huelgas generales y los cortes de ruta posteriores. Moyano adopta, presionado por la situación, un
discurso critico hacia el capital financiero y las multinacionales y convoca varias movilizaciones junto
a la CTA

No obstante, tanto los dirigentes de la CTA como Moyano no cuestionan el sistema capitalista, como
mucho apoyan propuestas burguesas como la devaluación o algunas medidas keynesianas, pero el
hecho de que tengan que convocar una y otra vez movilizaciones refleja la presión de los
trabajadores sobre unos dirigentes sindicales que habían aceptado ataques durante mucho tiempo
sin rechistar. En el terreno político asistimos al surgimiento y creciente apoyo electoral a una nueva
formación política: el Frepaso, un frente de sectores peronistas críticos con Menem y
socialdemócratas que adopta un discurso de "centroizquierda" y recoge el voto de sectores de la
clase obrera y las capas medias.

La burguesía utiliza a los dirigentes pequeño burgueses del Frepaso para intentar mantener bajo
control el descontento popular y para ello forma la Alianza entre esta organización y la UCR (Unión
Cívica Radical). El desgaste del PJ, como resultado de los brutales ataques lanzados por Menem,
propicia una victoria inapelable del candidato de la Alianza (Fernando de la Rua, el presidente
derribado por las masas en diciembre) sobre el candidato justicialista, Eduardo Duhalde (actual
presidente). Como explicábamos entonces los marxistas, la acumulación de fuerzas y experiencias
del movimiento obrero, la situación económica crítica que vivía el país y la inevitabilidad de nuevos
ataques, dado el carácter y programa burgués de la Alianza, provocarían una respuesta masiva de los
trabajadores en la calle y divisiones y escisiones en todos estos partidos. Durante 2000 y 2001 la
clase obrera argentina protagoniza ocho huelgas generales y todos los partidos burgueses y pequeño
burgueses se dividen ante estos acontecimientos: el vicepresidente del gobierno, el frepasista
Chacho Álvarez, dimite; sectores de este partido se escinden y junto a dirigentes de la UCR críticos
forman un nuevo grupo de "centroizquierda" denominado ARI, Argentinos por una República de
Iguales

De las huelgas generales a la revolución

A pesar de los intentos de los dirigentes de frenar el movimiento tras cada huelga, éstas fortalecen a
la clase obrera e impulsan la extensión de luchas parciales (los mineros de Río Turbio, Aerolíneas
argentinas, etc.) y movilizaciones constantes de los piqueteros que la burocracia sindical no consigue
frenar ni aislar. Estas luchas, saldadas con victorias y derrotas, constituyen una experiencia y un
aprendizaje decisivo en el que se va forjando además una nueva vanguardia. La extensión de luchas
defensivas muy duras en un contexto de crisis económica profunda plantea una y otra vez la
necesidad de la huelga general y los dirigentes sindicales, ante el riesgo de verse desbordados ya no
solo por los piqueteros sino por sus propios afiliados de base, entre las que también se aprecia un
fortalecimiento de los sectores más combativos, tienen que convocar.

Muchas de estas huelgas emplean formas de lucha muy radicalizadas (piquetes masivos, cortes de
ruta,...). Tras la tercera huelga general algunos burgueses muestran su preocupación por este hecho:
"la demostración fue setentista, no cegetista", alerta un columnista de La Nación que equipara los
métodos utilizados por los trabajadores a los de las radicalizadas huelgas del periodo revolucionario
de la primera mitad de los 70

En el seno de la burguesía tampoco el proceso sigue una línea recta, se producen oscilaciones
intentando capear el temporal. Todavía en septiembre de 2000, El País titula "El proteccionismo
resucita en Argentina" y explica como los sectores vinculados al llamado "Grupo Productivo"
(empresarios de la industria) entran en el equipo del ministro de Economía, José Luis Machinea. Pero
esto no cambiará nada: la burguesía necesita acometer nuevos ataques para mantener su tasa de
beneficios y esos ataques desatan una nueva respuesta popular. Esto demuestra que no hay
intereses cualitativamente distintos dentro de la clase dominante. Las divisiones entre los capitalistas
argentinos a lo largo del último periodo acerca de devaluar o dolarizar la economía reflejan diferencias
tácticas acerca del mejor modo de salir de la recesión a costa de las masas en un periodo de ascenso
de la movilización. Algunos planteaban una huida hacia delante: que se dolarizase totalmente la
economía. Otros veían que semejante medida, con un dólar muy fuerte, minaría aun más la
competitividad y sería demasiado traumática económica y socialmente (cierre masivo de las
empresas menos competitivas, más despidos...), en un contexto donde el intento de hacer recaer la
crisis sobre las masas ya estaba provocando una respuesta cada vez más dura. Su propuesta era dar
un paso atrás y devaluar la moneda buscando aumentar la competitividad e incrementar las
exportaciones hacia otros países, medida que desde un punto de vista social supondría un ataque a
las masas igualmente grave como vemos ahora.

Un punto álgido del proceso ascendente de luchas fue la huelga general de 36 horas de marzo de
2001 contra las medidas de ajuste pactadas con el FMI por López Murphy, el ministro de Economía
que sustituye a Machinea, desgastado por las luchas obreras. Estas medidas, aplaudidas por toda la
burguesía, provocaron una respuesta espectacular de la clase obrera: los piquetes se extienden, la
huelga general paraliza el país y amenaza con continuar. La burguesía retira sus planes, las
divisiones internas se agudizan y López Murphy, tras unos días en el cargo, es sustituido por Cavallo
quien seguiría la misma suerte. Es entonces cuando sectores de la burguesía (el Grupo Productivo, la
UIA...), atemorizados por la respuesta popular, empiezan a defender un giro táctico hacia la
devaluación. En aquel momento los marxistas analizamos que "el movimiento obrero ahora estaría en
disposición de pasar a la ofensiva si sus dirigentes tuviesen un programa claro. Incluso se podría
llegar a una situación revolucionaria, de desafío abierto a la burguesía, si se plantease la formación
de comités obreros contra los planes del FMI y del gobierno en todas las fábricas, institutos y
facultades, coordinados luego en el ámbito de barrio, ciudad y finalmente en el ámbito nacional..."(4).

Un nuevo ejemplo de que la situación avanzaba hacia una explosión revolucionaria fue el movimiento
insurreccional en junio de 2001 en General Mosconi. A diferencia de otros estallidos anteriores en que
las masas tras movilizarse "dejaban" que fuesen comisiones formadas por los distintos partidos o los
representantes municipales quienes negociasen la creación de empleos o el envío de comida y
medicinas, en esta ocasión el movimiento expulsó a la policía y a las autoridades burguesas de la
ciudad y creó formas de poder popular controladas por asambleas. "En General Mosconi no hay
Estado" reconocía el ministro frepasista Cafiero.

Las elecciones de octubre de 2001 evidenciaron el enorme malestar existente. Lo único que por el
momento lo mantenía sin explotar era el papel de contención de los dirigentes de los tres sindicatos
ofreciendo tras cada huelga general una nueva tregua al gobierno. La principal característica de estas
elecciones fue el "voto bronca" (abstención y nulos) de las capas medias, que reflejaba ya su enorme
descontento contra el sistema. Otro aspecto muy importante de los resultados electorales fue el
crecimiento de la izquierda, que en el gran Buenos Aires reunía un 25% de los votos, reflejando la
búsqueda de una alternativa revolucionaria por parte de sectores importantes de la juventud y la clase
obrera. Entonces decíamos: "Un nuevo ajuste brutal (...) podría desatar una auténtica explosión
social. (...) Por el momento, la fuerza mostrada por la clase obrera y la memoria reciente de lo que
supuso la dictadura bloquean la búsqueda de una solución represiva. (...) Antes ensayarán todas las
combinaciones posibles (gobiernos de unidad nacional, pactos sociales más o menos explícitos, etc.).
(...) El factor clave para que [la clase obrera] pueda imponerse en la lucha que se avecina es el de
que los jóvenes y trabajadores más avanzados del movimiento piquetero y de los sindicatos logren
construir una dirección revolucionaria marxista"(5).

El corralito y la reducción de salarios y pensiones, unido al hambre y miseria creciente entre las
masas desocupadas, generaron esa explosión. El intento de De la Rúa de frenarla mediante la
represión y el estado de sitio (hubo 30 asesinados) indignó aun más a las masas. La burguesía
argentina —por primera vez en su historia— veía caer a un gobierno electo por la lucha de la
población y tuvo que buscar entre bambalinas un nuevo gobierno. El desfile de presidentes posterior
refleja su debilidad actual, derivada del ascenso revolucionario del movimiento popular. Los
acontecimientos revolucionarios del 19 y 20 de diciembre no son pues una explosión de rabia
espontanea, mucho menos un movimiento apolítico de las capas medias limitado a pedir la
devolución de sus ahorros, como pretenden algunos, sino el resultado de la combinación de la
experiencia de lucha acumulada por los trabajadores y desocupados a lo largo de los últimos años y
la incapacidad de la burguesía argentina para seguir desarrollando el país. Sólo entendiendo esto
podremos comprender la situación actual y actuar correctamente ante la revolución en marcha.
¿Movimiento de las capas medias o revolución social?

Precisamente cuando los capitalistas a lo largo y ancho de todo el planeta intentan (con la inestimable
ayuda de no pocos dirigentes reformistas) introducir el veneno del escepticismo y la impotencia dentro
del movimiento obrero y en particular desmoralizar a su vanguardia ("la revolución es imposible", "es
cosa del pasado", "las cosas nunca cambiarán"...) tenemos una auténtica revolución en un país
industrializado y muy cercano culturalmente. Sin embargo muchos dirigentes sindicales y políticos de
los trabajadores, lejos de organizar la solidaridad de clase con la revolución argentina y explicar y
destacar esta revolución para entusiasmar a los trabajadores y elevar su nivel de conciencia, están
aceptando acríticamente todos los "análisis" que minimizan el papel de la clase obrera y niegan que
estemos ante una revolución.

En medio de un movimiento como el que vemos, con cientos de miles de personas exigiendo poder
retirar sus ahorros (¡y sus salarios!) de los bancos, organizandose en asambleas en los barrios,
luchando contra la subida de los precios y la escasez de alimentos, afirmar que los trabajadores no
están participando en el movimiento y permanecen tranquilamente en sus casas viendo por la tele las
movilizaciones de la clase media y los parados, no tiene ni pies ni cabeza. Sin embargo muchos
dirigentes de izquierda se hacen eco de un modo más o menos explícito de esta idea fomentada por
la burguesía.

Para contestar a este razonamiento es necesario dejar claro en primer lugar qué entendemos cuando
nos referimos a la clase obrera. La realidad es que la clase obrera representa en todos los países
industrializados (y por supuesto en Argentina) entre el 75 y el 90% de la población activa y abarca,
junto al proletariado de las grandes concentraciones industriales, a trabajadores en paro, en precario
y en la propia economía sumergida —incluidos sectores inscritos legalmente como autónomos y
considerados por las estadísticas oficiales capas medias que, por procedencia, condiciones de vida,
conciencia e incluso tipo de trabajo, son trabajadores—. También son clase obrera los empleados
públicos (maestros, funcionarios, etc.) e incluso otros sectores que en otros momentos eran clase
media como técnicos, bancarios, etc y que desde el punto de vista de sus condiciones materiales, se
han proletarizado.

Por cierto, también los acontecimientos de Argentina contestan a quienes hablan de la desaparición
de la clase obrera o a la pérdida de su papel revolucionario debido a la desestructuración que
provocan la precariedad laboral y la temporalidad. La clase obrera argentina ha sufrido una
precarización altísima (alta eventualidad, paro elevadísimo, economía sumergida...); sin embargo,
como explicábamos los marxistas, tras los efectos iniciales de dispersión y confusión que producen el
paro o la precariedad, las condiciones objetivas de vida empujan a los trabajadores inevitablemente a
la lucha.

La vanguardia piquetera (surgida en muchos casos en zonas con tradición de lucha en torno a
trabajadores de grandes empresas industriales desmanteladas) ha logrado agrupar a miles de esos
parados a través de piquetes masivos y cortes de tráfico que bloqueaban el sistema productivo y la
actividad de industrias, mercados, puertos, etc., exigiendo planes de empleo, comida y otras medidas
sociales. La organización de estas luchas estaba controlada por asambleas masivas e incluso se
obligaba a los representantes de la administración central o administraciones regionales a negociar
bajo la supervisión de la asamblea para evitar corruptelas, intentos de dividir al movimiento y demás.
Las luchas y huelgas generales de los últimos años han servido para mantener y reforzar la unidad en
la lucha entre los piqueteros y el resto del proletariado e incluso han fortalecido a los sectores más
combativos de los sindicatos.

La clase obrera y su dirección

Lenin señalaba varias condiciones para definir una situación como revolucionaria: divisiones
profundas en la clase dominante, que no es capaz de hacer avanzar el país ni dominarlo como antes;
disposición de los trabajadores a luchar hasta el final y hacer grandes sacrificios; simpatía o incluso
neutralidad de las capas medias hacia la lucha de los trabajadores y la existencia de una
organización revolucionaria reconocida por las masas como su dirección y seguida por ellas. En
Argentina ya hemos visto como actualmente la burguesía esta dividida y paralizada, los parados
están organizados y se movilizan con métodos revolucionarios, la clase obrera ha mostrado no una,
sino innumerables veces su disposición a luchar y hacer sacrificios (como demuestra la experiencia
de los últimos años) y las capas medias no es que permanezcan neutrales o simpaticen sino que
están movilizándose junto a los trabajadores. Lo único que falta por el momento es una dirección
revolucionaria reconocida como tal por todos los explotados. Este factor es precisamente el más difícil
y el único que no se desprende directamente ni de la situación objetiva (la incapacidad del capitalismo
para desarrollar las fuerzas productivas y hacer avanzar el país) ni de la correlación de fuerzas entre
las clases.

Como explicaba Trotsky, la revolución no es otra cosa que la entrada de las más amplias masas
obreras junto a todos los demás explotados en la escena de la historia. Por su propia naturaleza, el
despertar a la vida política consciente de sectores que proceden de experiencias, tradiciones
políticas, etc. muy diferentes (desde la vanguardia obrera hasta los sectores mas atrasados de la
clase, incluidas gentes que hace unos meses votaban a los políticos de la derecha) lleva aparejado
cierto grado de confusión; incluso elementos de antipoliticismo son características que vemos en
distintas situaciones revolucionarias, especialmente en sus inicios, y que pueden mantenerse todavía
un tiempo. Las masas no entran en lucha con un programa acabado, saben que no quieren seguir
como hasta ahora, dirigidas por los de siempre (la consigna "que se vayan todos" refleja esto), pero
están descubriendo a través de la lucha con qué sustituirlos. Esta búsqueda de una salida a su
situación desesperada se da de forma contradictoria, con avances y retrocesos. La propia clase
obrera, como siempre ha explicado el marxismo, se compone de diferentes sectores que sacan
conclusiones distintas en momentos diferentes. Junto a una vanguardia, creciente en numero e
influencia, que está organizándose en las asambleas y adoptando un programa revolucionario cada
vez más definido, la mayoría de trabajadores argentinos participa en las manifestaciones o las ve con
simpatía pero mira todavía hacia sus dirigentes (los de los dos sectores de la CGT y los de la CTA)
esperando que ofrezcan una salida a la situación.

El proletariado industrial protagonizó el 13 de diciembre, unos días antes del estallido del 19 y 20, una
nueva huelga general contra las medidas económicas del gobierno respaldada masivamente; miles
de trabajadores han asistido posteriormente a las manifestaciones y caceroladas y además se están
dando importantes luchas parciales por impagos de salarios o despidos (que probablemente se
extenderán aun más en los próximos meses) e incluso ocupaciones y tomas de fábricas como las
protagonizadas por los trabajadores de Zanon o Brukman. No obstante, desde que se produjo el
estallido revolucionario de diciembre, no ha habido una entrada generalizada de los grandes
batallones industriales en escena a través de la huelga general. ¿Qué es lo que impide que todo el
descontento expresado cada día en las caceroladas, marchas piqueteras y huelgas parciales se
unifique en una huelga general que derribe al gobierno? Fundamentalmente, que los dirigentes de las
dos CGTs y la CTA —que, gracias a su control del aparato de las organizaciones tradicionales de
masas, siguen siendo vistos por una mayoría del movimiento obrero organizado como la dirección
capaz de organizar esa huelga y cambiar la situación— no la convocan. Y no lo hacen porque saben
que en estos momentos una huelga general derribaría al gobierno y plantearía más que nunca la
cuestión del poder. Una cuestión a la que no tienen respuesta porque aceptan este sistema como el
único posible.

Que sectores de las capas medias estén participando masivamente en la lucha y adoptando los
métodos proletarios de organización de la misma que han visto emplear a los piqueteros es un
síntoma de la fortaleza del movimiento revolucionario no de una supuesta inmadurez o debilidad.
Refleja, así mismo, la proletarizacion y depauperación que han sufrido estos sectores. Ello, unido al
rechazo de la corrupción de las instituciones burguesas (Parlamento, jueces, etc.) hace que, en estos
momentos, las capas medias estén enormemente abiertas a escuchar y poner en practica ideas
nuevas, revolucionarias, y que miren hacia el proletariado buscando esas ideas. Este ambiente entre
las capas medias es una de las situaciones más favorables para la clase obrera que se pueden
imaginar.

El dato más destacable de la situación argentina es lo rápidamente que las masas han pasado de
movilizarse en la calle a crear organismos propios para organizar su lucha: las asambleas populares,
de las que existen más de 150 sólo en Buenos Aires, que agrupan ya a miles de personas.
Asambleas que se coordinan entre sí en la asamblea interbarrial, a la que semanalmente acuden
entre 2.000 y 3.000 personas en representación de las asambleas barriales; a impulsar el movimiento
de los piqueteros y a buscar una unificación estatal con esas asambleas populares, que tuvo su
primer éxito el 16 de febrero en la Asamblea Nacional de Trabajadores, que agrupó a 2.000
representantes —uno por cada veinte— de organizaciones piqueteras, barriales y colectivos de
trabajadores. Como parte de este proceso de convergencia se ha convocado la primera Asamblea
Nacional Popular de representantes electos de las asambleas de las distintas zonas del país para
mediados de marzo.

Estas asambleas populares son embriones del poder obrero surgiendo primero como órganos de
lucha y deliberación de las masas que, a medida que se desarrolla la situación revolucionaria,
empiezan a tomar tareas de administración y organización de la vida cotidiana y pueden
transformarse por su propia naturaleza en la base de lo que podrían ser en un determinado momento
auténticos soviets que sustituyesen al estado burgués en crisis.

Eso que para algunos dirigentes reformistas parece un libro cerrado lo entiende perfectamente la
burguesía. En el editorial de La Nación titulado ‘Asambleas Barriales’ (14/2/02) podemos leer: "Si bien
es cierto que el auge de estas asambleas aparece como una consecuencia del hartazgo público ante
las conductas poco confiables de la clase política, debe tenerse en cuenta que tales mecanismos de
deliberación popular encierran un peligro, pues por su naturaleza pueden acercarse al sombrío
modelo de decisión de los soviets. (...) La posibilidad de que esos órganos populares pretendan hacer
justicia por su propia mano y sustituir a jueces, legisladores y administradores gubernamentales
encierra un alto riesgo...".

Esto ya empieza a ocurrir. Muchas asambleas están asumiendo tareas de distribución de alimentos o
medicinas y de organización de la vida social en los barrios y aprobando planes alternativos a los del
gobierno burgués con medidas como la nacionalización de la banca y las empresas en crisis bajo
control obrero, la subida de los salarios acorde al coste de la vida y la devolución de los ahorros.

Una economía en el abismo

La economía argentina sufre en estos momentos una de las depresiones más profundas de su
historia. El gobierno prevé una caída del PIB del 7% este año pero otras fuentes hablan del 15 e
incluso del 20%. El recorte previsto en el gasto público es del 70%. La actividad económica está
prácticamente paralizada, empezando por el elemento clave para el funcionamiento del capitalismo, la
inversión.

Salir de esta catástrofe sería relativamente sencillo si los trabajadores y el pueblo, organizados en
asambleas en los barrios, en los centros de trabajo y de estudio y en los cuarteles y unificados en una
Asamblea nacional de representantes elegibles y revocables en todo momento, tomasen el poder y
empezasen el camino de la transformación social. Nacionalizando las palancas económicas
fundamentales (la banca, las petroleras, los grandes grupos industriales y las multinacionales) bajo
control democrático de las asambleas sería posible planificar democráticamente la economía y
ponerla de nuevo a funcionar dedicando los recursos económicos existentes y las posibles fuentes de
ingresos a satisfacer las necesidades sociales que demandan los distintos sectores populares (crear
nuevo empleo así como repartir el que ya existe reduciendo la jornada y creando nuevos turnos sin
reducir los salarios, repartir medicinas y alimentos a todos los que lo necesitan, aumentar los gastos
sociales, etc.). Evidentemente, bajo el capitalismo nada de esto es posible ya que los recursos de la
economía son propiedad de los capitalistas y sólo los emplean buscando obtener el máximo
beneficio. Lo que están haciendo con ellos, ante la caída de sus beneficios, es destruir fuerzas
productivas: cerrar empresas o llevárselas a lugares donde les resulten más rentables.

El objetivo de la burguesía argentina es que la ayuda del FMI, unida a la devaluación, les permita salir
cuanto antes de la crisis y aplazar sus peores efectos. Su primer objetivo es recuperar la tasa de
beneficios mediante un aumento de las exportaciones aprovechando la devaluación y el recorte de
los costes salariales y los gastos sociales. Para ese objetivo, en un contexto donde el movimiento
revolucionario de las masas les impide un ataque directo, la colaboración de los dirigentes sindicales
y de otras fuerzas populares dispuestas a negociar puede ser vital para empezar a recomponer
mínimamente la situación.

Su esperanza es que, con la reducción de costes, la devaluación y la ayuda del FMI puedan sanear
sus empresas incrementando las exportaciones lo suficiente para reanimar la inversión y que la
cadena inversión-producción-consumo-beneficios pueda volver a funcionar con relativa normalidad al
cabo de un tiempo. Pero los capitalistas argentinos, con una situación infinitamente más favorable
para invertir que la actual, han evadido durante los últimos diez años miles de millones de dólares del
país (los Fondos en el exterior pasaron de 50.077 millones de dólares USA en1991 a 101.000
millones en 2001)(6). En un contexto como el actual no invertirán. Por su parte, las grandes
multinacionales tampoco lo harán significativamente; de hecho, lo que han empezado a hacer
muchas es retirar parte de sus inversiones. En el mejor de los casos, las inversiones que se pudiesen
realizar serían, más que para crear empresas nuevas, para hacerse a bajo precio con empresas en
crisis que consideren que pueden resultarles rentables en el futuro. Esto resulta insuficiente para
generar una recuperación seria.

El imperialismo no parece demasiado dispuesto por el momento a facilitar a la burguesía argentina


más margen para intentar aplazar las peores consecuencias de la crisis. Hacerlo sentaría un
precedente peligrosisímo cuando "nuevas Argentinas" son más que probables y la economía mundial
está en recesión. El propio FMI ha dejado claro ya en su primer contacto con Remes Lenicov, el
actual ministro de Economía, que cualquier ayuda iría condicionada al ajuste del gasto de los estados
(más ataques a los gastos sociales) y a otra serie de "reformas estructurales" y un plan "sustentable".
Esto significa un ataque aún más brutal que los vistos hasta ahora a los niveles de vida y derechos
sociales. Aun en el caso de que concediesen la ayuda que pide la burguesía argentina (ya existen
divisiones al respecto dentro del FMI, especialmente entre EEUU y Francia), tampoco parece que
esto pueda ser suficiente para permitir por sí solo una salida rápida de la crisis. Dada la profundidad
de la depresión argentina, el contexto de la economía mundial y las políticas de saqueo del
imperialismo en toda Latinoamérica, parece que ni siquiera una ayuda importante del FMI pueda
cambiar decisivamente el rumbo de los acontecimientos; como mucho influiría en el ritmo de éstos y
ni eso es seguro.

Las "ayudas" (concedidas a lo largo de los últimos años, de miles de millones de dólares) han servido
para endeudar más al Estado y destruir el tejido industrial argentino. Tratándose de una economía
fuertemente dependiente de las exportaciones (y en particular de materias primas) así como de las
inversiones extranjeras, el contexto mundial recesivo y la intensificación de la lucha por los mercados
que, como ya dijimos, fue una de las causas de su crisis, siguen actuando en contra del capitalismo
argentino. Brasil y otros países latinoamericanos están preparando ya nuevas devaluaciones. Lo
mismo ocurre con los países asiáticos. En ese contexto es difícil que el incremento de las
exportaciones pueda ser significativo y, en todo caso, no resolverá ninguno de los problemas de
fondo que han generado la crisis.

La única forma que tiene la burguesía de superar las crisis periódicas de sobreproducción de su
sistema es destruyendo masivamente fuerzas productivas y expoliando aun más intensamente que
antes al resto de la sociedad, especialmente a los trabajadores asalariados. Estas crisis son el
mecanismo a través del cual el sistema se deshace de las fuerzas productivas que desde el punto de
vista del beneficio privado deben desaparecer porque ya no son rentables. De este modo, las partes
de capital rentables se valorizan aun más. Las empresas que no pueden soportar la crisis
desaparecen dejando un rosario de despidos y pobreza tras ellas pero sus mercados (o las partes
que aun sean rentables) son copados por las que se mantienen. Este proceso está en pleno
desarrollo en Argentina. Por supuesto, en un determinado momento —especialmente cuando esa
destrucción de fuerzas productivas excedentes ya ha llegado hasta el final— si se produce un nuevo
periodo de recuperación de la tasa de ganancia de los capitalistas, éstos vuelven a invertir y el
crecimiento económico se reactiva.

Lo más probable es que la recesión mundial actual sea profunda y, en un contexto semejante, el
panorama para una economía en plena depresión como la argentina sería muy negro. Una
recuperación lo suficientemente sólida de la economía argentina que permitiese aplazar de forma
duradera los ataques que necesitan aplicar y estabilizar la sociedad mediante concesiones
significativas a las masas está prácticamente descartada. La salida definitiva de la crisis, bajo el
capitalismo, pasa por someter a la clase obrera y los sectores populares a nuevas penalidades, más
explotación y miseria.

El problema de la burguesía argentina es que están ante una contradicción para la que por el
momento no tiene solución: la profundidad de la crisis les obliga a atacar una y otra vez a las masas
pero la situación revolucionaria que esos mismos ataques han generado les dificulta en estos
momentos poder llegar hasta donde necesitan. Hoy por hoy no se sienten fuertes para lanzarse a un
enfrentamiento decisivo contra el movimiento revolucionario, por eso están buscando la colaboración
de los dirigentes sindicales a través del pacto social auspiciado por la Iglesia con el fin de descarrilar
el proceso revolucionario. Asistiremos a distintas situaciones transitorias caracterizadas por la
inestabilidad y los cambios muy bruscos que irán reflejando la correlación de fuerzas cambiante entre
las clases en lucha. Probablemente este proceso durará todavía un tiempo, puede que incluso
algunos años debido a la ausencia de un partido marxista con arraigo entre las masas. La revolución
rusa duró siete meses (la fortaleza de los bolcheviques y la profundidad de la crisis, alimentada por la
guerra, fueron factores decisivos en ello) mientras la revolución española en los años treinta se
prolongó casi seis años.

Haciendo equilibrios sobre un alfiler

El gobierno de unidad nacional encabezado por Duhalde responde al intento de la burguesía de


intentar superar su debilidad actual, estabilizar la situación y recuperar la iniciativa. La burguesía
intentó cerrar filas frente al movimiento revolucionario utilizando, como en otros momentos históricos,
a los dirigentes del peronismo. Duhalde, el senador peronista más votado en las legislativas de
octubre y antiguo gobernador de Buenos Aires, donde durante años consiguió cierta base social
utilizando el clientelismo y los programas de beneficencia dirigidos a los sectores mas depauperados,
intenta aparecer por encima de las clases, presentando su gobierno como el de todos los argentinos.
Ha reunido al PJ, UCR y a la derecha del Frepaso, con un discurso nacionalista y populista (que sus
medidas desmienten), intentando un gran pacto social.

Duhalde ha agitado el fantasma de la guerra civil y la anarquía para amedrentar a las capas medias y
que abandonen los cacerolazos, intenta debilitar la influencia piquetera entre los desocupados
mediante repartos de comida organizados por asociaciones de beneficencia peronistas o con unos
subsidios de limosna, e incluso pretendió enfrentar a los desocupados entre sí y con los participantes
en los cacerolazos intentando movilizar contra ellos a un sector de la base social más pobre y
desesperada del peronismo. De momento no ha conseguido ninguno de estos objetivos, pero para
que estos planes contrarrevolucionarios fracasen a medio y largo plazo será preciso mantener unidos
a todos los sectores en lucha con un programa anticapitalista que responda a sus necesidades.

Duhalde es un mago sin chistera al que cada truco que intenta para engañar al pueblo le sale mal. La
profundidad de la crisis le obliga a mostrar la falsedad de su discurso populista y nacionalista y dejar
claro qué intereses defiende. La debilidad de la burguesía se refleja en las dificultades que tienen
hasta el momento para encontrar una base social suficiente para dividir al movimiento revolucionario
o reprimirlo.

Tuvieron que mantener el corralito y no dejar sacar dinero a los trabajadores y las capas medias
mientras se descubría que los capitalistas evadían miles de millones de dólares. Tras anunciar la
flexibilizacion del corralito para intentar calmar a las masas resulta cada vez más evidente que
muchos ahorradores tardarán años en recuperar sus ahorros y perderán una buena parte de ellos por
el camino. Éstos (mayoritariamente en dólares) serán devueltos en pesos devaluados (y al cambio
oficial —1,40 por dólar— cuando en realidad está ya en 2 por dólar). Mientras, a los grandes grupos
empresariales se le "pesifican" sus deudas en dólares con los bancos y se les regala millones de
dólares vía exenciones fiscales o ayudas directas para mantener sus beneficios. El enorme agujero
financiero abierto por el impago de una parte de las deudas será asumido por el Estado, es decir,
intentarán hacérselo pagar como siempre el pueblo trabajador.

El gobierno anunció grandilocuentemente que financiaría esa deuda con un impuesto sobre los
ingresos de las empresas petrolíferas del 20% y los burgueses de Repsol han puesto el grito en el
cielo pero todo forma parte de la ceremonia de la confusión. Ahora el gobierno ya está negociando
con los buitres de las petroleras cambiar ese impuesto por el compromiso de que no suban las tarifas
de los combustibles. Los burgueses de las petroleras anunciaron posibles despidos y, con el cinismo
que les caracteriza, llegaron a decir que apoyaban las movilizaciones de los trabajadores contra estos
despidos presionando así al gobierno para que ceda a sus demandas. Varios sindicatos y colectivos
de trabajadores del sector petrolífero han respondido pidiendo la nacionalización de las petroleras.
Esto ha llevado la preocupación tanto a los consejos de administración como al Consejo de Ministros.
El resto de medidas de Duhalde son otros tantos timos. Los subsidios de 50 dólares para
desocupados, además de míseros, llevarán aparejada la obligación de trabajar a cambio de este
salario de hambre. ¡Qué mejor forma de ayudar a los empresarios a recuperar su maltrecha tasa de
ganancia que proporcionarles mano de obra superbarata financiada por el Estado! De paso ello
contribuirá, unido a las quiebras de empresas y a los despidos, a forzar a la baja los salarios obreros.

La devaluación está siendo un gigantesco robo a las masas, los precios están aumentando
salvajemente y los salarios se están quedando atrás. La situación es tan dramática que más de
100.000 enfermos de diabetes graves no tienen acceso en estos momentos a la insulina que
necesitan. Ya están recurriendo a imprimir moneda (o sustitutos de ésta como los bonos Lecop, etc.)
sin un respaldo real. La necesidad de calmar algo la presión social les puede llevar a darle la maquina
de hacer billetes y que la inflación, que ya se está disparando, acabe en hiperinflación. Las
consecuencias serán durísimas para los trabajadores y las capas medias porque agravará la pérdida
de poder adquisitivo de los ahorros y salarios.

Las quiebras empresariales y los despidos, en un contexto de altas tasas de desempleo, unidas al
freno que están suponiendo los dirigentes sindicales, bloquean de momento el camino de una
respuesta generalizada de los trabajadores. Pero esta situación no tardará mucho en cambiar. Los
acontecimientos revolucionarios se han producido, además, durante los meses de menor actividad
económica y política: las vacaciones del verano sudamericano. La vuelta de muchos trabajadores a
sus empresas en un contexto de cierres, despidos e impago de salarios puede alimentar más pronto
que tarde un nuevo capítulo revolucionario en el que la clase obrera entre en escena con más fuerza
que hasta ahora. Con la experiencia reciente de ocho huelgas generales y un contexto económico y
social como el actual podemos ver ocupaciones y tomas de fábricas y la idea de la huelga general
cobrará mucha fuerza. Una huelga general ahora, más que nunca, podría derribar al gobierno y
plantearía la cuestión del poder.

Entre la revolución y la contrarrevolución

La burguesía lo comprende y está enormemente preocupada. "El jefe del ejército, teniente general
Ricardo Brinzoni, está convocando a altos dirigentes del establishment empresarial a reuniones
herméticas para hablar de la crisis política y sus hipotéticos desemboques, hasta una eventual caída
del presidente Eduardo Duhalde. También para analizar un posible escenario de desborde social que
‘obligue a que las Fuerzas Armadas hagan lo que tengan que hacer", informaba reciente un articulo
de investigación del periódico argentino Pagina 12. La investigación citaba con profusión de detalles
la reunión secreta entre Brinzoni y uno de los máximos ejecutivos del Grupo Werthein y principal
accionista de la Caja de Ahorro y Seguro. Brinzoni, tras dejar claro que la cúpula militar está
sopesando desde hace tiempo su intervención en los acontecimientos, planteaba al empresario la
necesidad de que el ejército reciba un aval parlamentario que le permita intervenir "si no hay más
remedio". El periodista apunta que Brinzoni "habría deslizado que cualquier paso a dar debía contar
también con el visto bueno de Washington".

Las fuerzas represivas argentinas ya han demostrado históricamente y durante las recientes jornadas
revolucionarias de qué son capaces. De momento, con una clase obrera en ascenso y las masas de
la clase media movilizándose junto a ella (y con la brutalidad de la Junta Militar aún en la memoria),
utilizar este cartucho demasiado pronto resultaría contraproducente y radicalizaría al movimiento
revolucionario; así que por ahora prefieren jugar otras cartas.

Lo más probable es que mientras puedan, tanto los burgueses argentinos como el imperialismo USA
intentarán descarrilar la revolución mediante una contrarrevolución "por vías democráticas" como
ocurrió en las situaciones revolucionarias de la posguerra en Francia e Italia, tras el mayo del 68
francés, la revolución portuguesa o el proceso pre-revolucionario que se dio entre 1975 y 1977 en el
Estado español. Para ello intentarán combinar la represión, que en ningún momento han abandonado
(recordemos los 30 asesinados de diciembre, los dirigentes piqueteros detenidos o el asesinato de
diferentes luchadores populares durante los últimos años) con medidas que busquen desarrollar
ilusiones democráticas en las masas y poder desgastarlas y dividirlas. Con este objetivo se están
apoyando en organizaciones y líderes que mantengan influencia entre éstas. Como ya hemos
explicado, el intento de pacto social bajo la mediación de la Iglesia y la ONU busca implicar a los
dirigentes sindicales en los ataques a la clase obrera y reducir la capacidad de respuesta por parte de
ésta. Durante los últimos años varios burgueses argentinos y españoles venían comentando la
experiencia de los Pactos de la Moncloa en 1977 y quieren conseguir algo parecido.

También han intentado implicar en las negociaciones a los dirigentes de algunas de las
organizaciones piqueteras pero la gran mayoría de la base ha rechazado la participación en está
negociación de sus dirigentes y esta participando en las asambleas. Son conscientes de que la
negociación de un pacto para intentar reducir los obstáculos a sus medidas antisociales es sólo un
primer paso en su objetivo de dividir a las masas. En el terreno político también se están apoyando en
formaciones de origen burgués o pequeño burgués que tienen un discurso populista y reformista
como ARI, el Polo Social o el Frente Nacional contra la Pobreza (Frenapo) que impulsan los
dirigentes de la CTA. De momento, los utilizan desde la oposición para impulsar la concertación
nacional y desorientar a las masas, o al menos a una parte de ellas, y para que actúen como un
obstáculo que dificulte que las masas miren hacia alternativas más a la izquierda. En un determinado
momento es bastante posible que tengan que recurrir a la convocatoria de elecciones con el objetivo
de ganar tiempo y desviar la atención de la población utilizando probablemente a estos grupos desde
el propio gobierno. Incluso pueden verse obligados a plantear algún tipo de maniobra institucional,
refundación de la República y hasta la convocatoria de una asamblea constituyente, si la presión
revolucionaria les obliga a ello. Se trataría de ceder en un aspecto secundario para intentar salvar lo
fundamental.

Un gobierno populista bajo el control más o menos directo de la burguesía tiene hoy mucho menos
margen que en otros momentos para desviar a las masas de la revolución con reformas. Esta época
no tiene nada que ver con el auge económico mundial de posguerra que permitió una relativa e
inestable consolidación del populismo peronista entre 1945 y 1956. A esto se unen las tradiciones, la
organización y la conciencia (del populismo del movimiento obrero argentino actual) muy superiores a
la época clásica. En un determinado momento, no podría descartarse que llegase al gobierno una
fuerza centrista o a algún tipo de opción populista (probablemente una escisión del peronismo
vinculada a los sindicatos) fuera del control de la burguesía y muy radicalizada bajo la presión de las
masas. Lo que está claro es que si con todos sus intentos de apoyarse en dirigentes de la izquierda y
de organizaciones populares para reconducir la situación no consiguen evitar la prolongación y
ascenso del movimiento revolucionario, en un determinado momento recurrirán a la represión.

Para derrotar definitivamente a la revolución y estabilizar un régimen fuerte basado en la represión, la


burguesía necesitaría que sectores amplios de las capas medias e incluso de trabajadores atrasados
y pobres urbanos no sólo dejen de luchar, sino que giren desesperados a la derecha hartos de que la
situación de inestabilidad se prolongue sin ninguna salida a la vista. Esto solo ocurrirá si los
revolucionarios argentinos no logran aprovechar las oportunidades que van a tener para convencer a
las masas de que pueden ser una alternativa de poder frente a los dirigentes reformistas y la
burguesía.

La izquierda argentina ante la revolución

Frente a los comentarios sobre la situación argentina que intentan presentar a la izquierda como un
espectador impotente y desorientado del movimiento de las masas, lo cierto es que a lo largo del
periodo ascendente de las luchas del ultimo periodo y de la situación revolucionaria actual los
militantes de diferentes grupos de la izquierda argentina están jugado un destacado papel y dando un
ejemplo de combatividad, sacrificio y voluntad de lucha. La represión del estado burgués se esta
cebando de forma especial en estos compañeros y lo hará mas probablemente en el futuro.

En estos momentos los compañeros argentinos tienen una oportunidad histórica de poder ganar a las
amplias masas de la clase obrera e incluso a las capas medias para la revolución socialista. Ello va a
depender en primer lugar de que logren dotarse de una política de independencia de clase y
conseguir extender las asambleas populares y formar comités de fábrica elegibles y revocables por
los trabajadores como ha aprobado ya la Asamblea Nacional de Trabajadores del 16 de febrero. Al
tiempo es necesario convencer pacientemente a las masas de que el poder y las instituciones de la
burguesía debe ser sustituido por el poder obrero representado por las asambleas populares
unificadas en una asamblea nacional de representantes de todas las asambleas barriales, piqueteras
y de fábrica que forme un nuevo gobierno de los trabajadores y todos los explotados.
Es especialmente peligroso que los dirigentes de organizaciones de la izquierda, como la Corriente
Clasista Combativa (CCC) o la FTV-CTA, que han ganado una autoridad y respeto entre las masas
agrupando a sectores combativos de los trabajadores desocupados, en lugar de combatir las
ilusiones en cualquier salida burguesa o pequeño burguesa que sólo serviría para acabar con la
revolución, estén limitando sus objetivos al reconocimiento oficial por parte del estado burgués como
organizaciones de desocupados y a la negociación con este, negándose al mismo tiempo a convocar
y participar en la Asamblea Nacional de Trabajadores y rechazando la unificación de las distintas
asambleas barriales y piqueteras en una Asamblea Nacional que plantee una alternativa global a los
planes de los capitalistas.

Esta postura es el resultado de los análisis que caracterizan a Argentina como un país colonial en el
que existe una burguesía nacional vinculada a los sectores productivos con intereses contrapuestos
al imperialismo y el capital financiero que podría estar interesada en enfrentarse seriamente a ellos.
Estos análisis ya llevaron a estos sectores a caracterizar el primer gobierno burgués liderado por Saá
como nacional-popular y mostrar su disposición a darle un margen de confianza y pactar con él.

Ya hemos dicho anteriormente que no hay ninguna diferencia de fondo entre los banqueros
nacionales y extranjeros, el grupo FIEL (partidarios de la más estricta ortodoxia neoliberal y de la
dolarización) y el llamado "Grupo Productivo" o la Unión de Industriales Argentinos —UIA—. Si ya
históricamente la burguesía industrial, uno de los pilares de la época clásica del populismo peronista,
demostró que su discurso nacionalista era un engaño a las masas, hoy en día —con la extensión del
dominio del capital financiero y de las multinacionales— ni siquiera podemos hablar en rigor de una
separación clara entre estos sectores de la burguesía. En este periodo, el capital financiero y el
industrial se ven cada vez más fusionados entre sí y vinculan más estrechamente sus intereses a los
del imperialismo. La inmensa mayoría de las grandes y medianas empresas argentinas pertenecen,
dependen o están participadas por el capital financiero o por las multinacionales, a su vez los
"industriales" se han beneficiado de la convertibilidad vendiendo sus empresas o participaciones de
ellas y dedicando parte de sus capitales a especular con la deuda o llevándoselos al exterior. Las
divisiones dentro de esta oligarquía sólo reflejan diferentes opciones tácticas sobre el mejor modo de
seguir dominando el país y mantener sus beneficios en cada momento sobre la base de la ruina, la
miseria y la explotación de los trabajadores, los parados y las capas medias. Cualquier ilusión en
sectores de la burguesía o en los demócratas pequeño burgueses, cualquier intento de negociar o
pactar con ellos en lugar de impulsar la organización y movilización revolucionaria, representa en la
situación actual una amenaza mortal para las masas argentinas.

Por la democracia obrera

Afortunadamente, estas ideas están siendo rechazadas por la mayoría de los participantes en las
asambleas e incluso por las bases de esas mismas organizaciones de izquierdas. Raúl Castells, el
dirigente encarcelado de la CCC, ha apoyado la convocatoria de la Asamblea Nacional y la
organización está dividida. La propia Asamblea Nacional de Trabajadores ha hecho un llamamiento a
estos dirigentes para que abandonen esta política. Diversas organizaciones de la izquierda están
teniendo un destacado papel en la lucha por unificar estas asambleas populares y de trabajadores y
han planteado correctamente que éstas deben extenderse a todas las fábricas para luchar por un
gobierno de los trabajadores.

Sin embargo, como ya se plantea en profundidad en otros materiales(7), pensamos que estas
posiciones entran en contradicción con la consigna de "Asamblea Constituyente libre y soberana"
defendida casi unánimemente por todos los partidos relevantes de la izquierda. La consigna
democrática de Asamblea Constituyente ha sido utilizada en determinadas condiciones por los
marxistas, cuando tenía por objetivo impulsar la movilización de las masas en un contexto en el que
éstas venían de un régimen semifeudal o de una dictadura y predominaban entre ellas las ilusiones
en las instituciones de la democracia burguesa, al identificarlas con un mayor grado de libertad y una
mejora en sus condiciones de vida. En esos casos los marxistas partían de la situación real del
movimiento (la lucha por objetivos e instituciones democráticas) para ponerse al frente del mismo,
romper su confianza en que la burguesía podría conseguir estas reivindicaciones y, lo más
importante, proponer la creación de órganos de lucha (comités, soviets, juntas...) basados en la
autoorganización y en la toma de decisiones por parte de la propia población.
En el transcurso del proceso revolucionario, la extensión de estos órganos de lucha (que "por su
propia naturaleza", como decía el editorialista de La Nación citado anteriormente, adquirían cada vez
más el carácter de órganos de poder) hacían pasar a un segundo plano, e incluso desaparecer de las
aspiraciones de las masas y del programa revolucionario, esta consigna. Las demandas políticas de
los marxistas buscan en todo momento acelerar este proceso convirtiendo en el eje central de su
propaganda la necesidad de que los embriones de poder obrero se desarrollen, unifiquen y tomen el
poder. En el mejor de los casos la consigna de la Asamblea Constituyente era un punto cada vez más
secundario. Esto fue lo que ocurrió en Rusia: el centro de toda la agitación y propaganda bolchevique
desde abril a octubre de 1917 fue la consigna "Todo el poder a los soviets", asociada a las
reivindicaciones "pan, paz y tierra".

Pero en Argentina esta consigna no sólo no ayuda a hacer avanzar la revolución sino que supone un
error que puede tener consecuencias muy peligrosas. Lo que tenemos en Argentina es precisamente
el surgimiento de los órganos de lucha y autoorganizacion de la clase obrera y sectores importantes
de las capas medias, que se extienden e incluso se dotan de un programa revolucionario de lucha por
el poder. En este contexto las consignas de los revolucionarios deben tener como objetivo central
acelerar este proceso y señalar a la vanguardia y a las masas que es posible unificar a todo el pueblo
frente a la corrupción y miseria que ofrecen la burguesía y sus instituciones corruptas mediante el
poder obrero.

Separar la extensión de las asambleas de la lucha por el poder (buscando otra consigna que
supuestamente permita unificar al pueblo), lejos de clarificar cual es la tarea central de la clase
obrera, confunde y se convierte en un obstáculo para este objetivo.

Las masas ya han pasado por la experiencia de la democracia burguesa y comprenden su carácter
corrupto. Lejos de ilusiones hay un descrédito amplio de las instituciones burguesas (Asambleas
legislativas corruptas, elecciones que llevan a los de siempre al poder, etc.) Ese era uno de los
hechos que reflejaba el voto bronca y la rapidez y entusiasmo con los que las capas medias han
aceptado métodos de representación directa como las asambleas. En esta situación y cuando la
burguesía se prepara para intentar encauzar las energías revolucionarias de la población en lucha por
la vía del parlamentarismo burgués prometiendo un nuevo sistema de representación democrática no
"corrompida" pero respetuosa con el capitalismo, defender la consigna de Asamblea Constituyente es
dejar precisamente una puerta abierta a esta táctica de la burguesía.

El factor fundamental que impide que en estos momentos los explotados puedan tomar el poder y
plantearse avanzar hacia el socialismo no son las ilusiones de los trabajadores o las capas medias en
instituciones demo-crático burguesas como la Asamblea Constituyente, sino que sectores importantes
de los explotados miran todavía hacia sus viejos dirigentes o, para ser más exactos, hacia sus
organizaciones tradicionales esperando de ellas esa salida a su situación desesperada. Para muchos
revolucionarios puede resultar evidente que los dirigentes de estas organizaciones, que aceptan el
capitalismo como el único sistema posible, ni quieren, ni pueden ofrecer esa alternativa pero para
sectores importantes de las masas eso sólo se hará evidente si a su experiencia se une la
intervención audaz y una explicación paciente y compañera por parte de los revolucionarios.

La clase obrera y la lucha por el poder

Por diversos factores históricos, el populismo peronista sigue teniendo una influencia decisiva sobre
amplios sectores del movimiento obrero argentino. La CGT peronista organiza a cientos de miles de
trabajadores, pero las masas obreras peronistas se están viendo influidas por la situación
revolucionaria y será posible ganarlos para una política socialista. Durante el periodo revolucionario
de 1973-76 miles de peronistas giraron hacia posturas revolucionarias. La consigna de la Juventud
Peronista o los Montoneros era "Perón, Evita, la patria socialista". Una orientación correcta y un
método compañero hacia estas organizaciones y la base de los sindicatos peronistas hubiese podido
ganarlos para una política genuinamente marxista. La ausencia de este referente marxista no sectario
con las masas peronistas permitió que los dirigentes sindicales controlados por la burguesía
mantuviesen la dirección del movimiento obrero y que estos sectores revolucionarios, aun
declarándose socialistas, no lograsen desembarazarse del interclasismo peronista. Su propuesta era
un frente de todos los revolucionarios para construir el socialismo, pero llamaban a Perón (que al
mismo tiempo negociaba con la extrema derecha peronista) a encabezarlo.

En la situación actual, con una clase obrera mucho más experimentada, sin el aglutinante interclasista
que representaba Perón, con un peronismo que ha sufrido escisiones y con muchos de sus dirigentes
desprestigiados ante las masas, la tarea de ganar a los trabajadores peronistas se ve enormemente
facilitada. Las asambleas populares permiten unir en la lucha a los distintos sectores de la clase
obrera y a ésta con otras capas populares. Los revolucionarios tienen una oportunidad inmejorable
para superar un obstáculo histórico del movimiento obrero argentino y romper la influencia de la
burguesía dentro del movimiento obrero. Para conseguir la victoria de la revolución argentina los
revolucionarios deben dotarse de la orientación, los métodos y las consignas que les permitan resistir
todas las presiones de la situación y ganar el derecho a dirigir a las masas explicándoles
pacientemente sus propuestas. Como explicó Trotsky, este factor es el único que no depende de la
correlación de fuerzas objetiva entre las clases ni de la fortaleza de la clase obrera sino de la propia
capacidad de las organizaciones revolucionarias para dotarse en cada momento de las consignas, los
métodos y el programa adecuados para vencer.

El programa aprobado por la Asamblea Nacional de Trabajadores, donde, por cierto, está ausente la
consigna de Asamblea Constituyente y se plantea "tomar en nuestras manos la solución a los
problemas más imperiosos de las masas: el trabajo, la salud, la educación, la vivienda" así como
"impulsar y extender estas organizaciones a lo largo y ancho de todo el país en función de una
alternativa propia de los trabajadores", marca un punto de inflexión en el movimiento revolucionario y
formula las tareas centrales a las que se enfrenta la revolución argentina: la principal, la extensión de
las asambleas a todo el movimiento obrero. "Definimos como estrategia de los piqueteros y sectores
sindicales combativos agrupados en esta asamblea nacional la incorporación a la actual lucha de
piquetes del movimiento obrero industrial y de los grandes servicios públicos privatizados. Cualquier
pretensión seria de derrocar al actual gobierno y al régimen imperante no puede prescindir del rol
fundamental de los trabajadores que hoy hacen funcionar los principales centros de producción y
servicios esenciales como la luz, gas, teléfono y transporte".

La clave para que el movimiento revolucionario agrupado en las asambleas pueda lograr la dirección
hegemónica sobre las más amplias masas de la clase obrera y las capas medias y sustituir al poder
corrupto y decrépito de la burguesía es extender las asambleas a todos los centros de trabajo y
constituir comités de fábrica elegidos y revocables por los trabajadores (como se ha planteado en la
Asamblea Nacional de Trabajadores). Las asambleas deben extenderse también a los centros de
estudio, así como a los cuarteles, para empezar a romper el control que ejerce la burguesía sobre el
ejercito y la policía a través de los mandos, algo decisivo de cara al futuro de la revolución. La toma
del poder por los trabajadores en Argentina debería ser continuada con la extensión de la revolución
al resto de América Latina y un llamamiento de clase a todos los trabajadores del mundo como el
mejor modo de defender, consolidar y hacer avanzar la propia revolución. Una victoria de la
revolución argentina abriría una nueva época y marcaría un cambio en la situación internacional.

Venezuela: El proceso bolivariano

La decadencia del capitalismo venezolano a lo largo de las ultimas décadas ha sido una constante:
los ingresos de la clase media han caído un 70% en veinte años, un 1% de propietarios posee el 60%
de la tierra, el 51% de los trabajadores vive de la economía informal, un 80% de la población es pobre
y el 40% de la riqueza nacional lo consume la deuda externa. Esto ha provocado un descontento
social creciente que se expresó primero en el estallido social de 1989 (el caracazo), sangrientamente
reprimido por Carlos Andrés Pérez, uno de los cabecillas de la actual oposición "democrática" a
Chávez; en el posterior golpe de los oficiales nacionalistas bolivarianos procedentes de la pequeña-
burguesía encabezados por Hugo Chávez contra el propio Pérez; en distintas luchas y procesos
electorales durante los años 90 y, finalmente, en la elección de Chávez en 1998 como presidente de
la República con un 56% de los votos.

En situaciones en que la burguesía evidencia su incapacidad para hacer avanzar al país y la clase
obrera ve cómo todos sus intentos de buscar una salida a la situación son frenados por los dirigentes
de sus organizaciones de masas, el deseo de cambio se puede expresar a través de líderes y
movimientos populistas de origen pequeño burgués con un programa populista y reformista
confuso(8).

El mensaje populista y reformista de Chávez ilusionó a las capas más pobres de la sociedad y
alrededor del Movimiento por la V República (formado por los militares bolivarianos y algunos
sectores de la pequeña-burguesía que les apoyaban) surgió un frente, el Polo Patriótico, que
agrupaba a organizaciones de izquierdas como el Partido Comunista (PCV), el MAS (el congreso de
este partido obligó a los dirigentes a salir del gobierno de COPEI y apoyar a Chávez), Patria Para
Todos (PPT) y otros. Como preveíamos los marxistas, el objetivo chavista de intentar reformar
gradualmente la sociedad y lograr más independencia nacional y justicia social sin romper con el
capitalismo ha provocado un choque con los capitalistas que le obligará a definirse más claramente.

Inicialmente, un sector de la burguesía venezolana no veía mal algunas propuestas chavistas, ya que
podrían significar proteccionismo para determinadas industrias e impulsar el consumo interno y, en
todo caso, confiaban en frenar sus veleidades.

Durante 1999 y 2000 el repunte de los precios del petróleo, que aporta el 50% de los ingresos
estatales, el crecimiento de la economía mundial y el mantenimiento de Petróleos de Venezuela como
empresa pública, posibilitaron aumentar el gasto público que creció un 42% el año 2000 sin disparar
la deuda o la inflación ni enfrentarse decisivamente a los empresarios. La construcción de viviendas
sociales para gente humilde y, en general, cierto aumento en los gastos sociales fue posible. Sin
embargo, estas medidas están bastante por debajo de lo que muchos sectores de la base social
chavista esperaban, que era un cambio radical en sus vidas. En 2001 la agudización de la crisis
económica ha empezado a notarse mas claramente entre la población, especialmente en los sectores
más humildes, y ello ha provocado un cierto desgaste de su apoyo entre sectores de trabajadores y
pobres urbanos, al tiempo que ha fortalecido la oposición entre las capas medias.

Con la aprobación el 13 de noviembre de 2001 de varias leyes que permiten expropiar latifundios
improductivos e imponer cultivos en función de los intereses nacionales (dando un primer paso hacia
una posible reforma agraria), así como aumentar los impuestos sobre las grandes empresas y, en
general, la intervención estatal en la economía, Chávez intentaba cumplir algunas medidas de su
programa y reforzar su base social, por el momento basándose fundamentalmente en los campesinos
y la gente más pobre de las ciudades.

Este giro hacia la izquierda ha intensificado la polarización social. Lo que más preocupa al
imperialismo y la burguesía venezolana es que las leyes aprobadas, aunque equivalen a reformas
que en otros momentos han ejecutado gobiernos burgueses en algunos países, chocan con la
tendencia general que impone el imperialismo (privatizaciones, sometimiento al FMI, desregulación...)
y —en un contexto de crisis económica a escala nacional e internacional y con las presiones de clase
que recibe el chavismo— pueden llevar a Chávez más lejos.

Los capitalistas han lanzado una agresiva campaña desestabilizadora parecida a la desatada en
Chile contra Allende. Quieren presionarle para que retroceda y, en caso de no lograrlo, derrocarle. De
momento utilizan las maniobras legales, la huelga de inversiones y la evasión de capitales para hacer
fracasar su política económica y erosionar su base social. Además, intentan arrastrar a las
caceroladas y paros empresariales que organizan a los sectores de la población más desesperados y
descontentos tras tres años de revolución bolivariana que no han significado un cambio económico
profundo. Para ello intentan dar a su campaña una cobertura "popular" utilizando a los corruptos
dirigentes sindicales de la CTV, a partidos que se declaran de "centroizquierda" como AD e incluso a
grupos ultraizquierdistas como Bandera Roja, que colaboran con la derecha en el frente anti-Chávez.

Independientemente del discurso pseudodemocrático con el que intenta disfrazarse, el carácter y los
objetivos de la oposición a Chávez son netamente burgueses y contrarrevolucionarios. Antes o
después intentarán sustituirle por un gobierno sumiso. Dentro de la propia oposición a Chávez hay
divisiones sobre cómo hacerlo; de momento parece que la mayoría de los burgueses venezolanos y
el imperialismo, al menos mientras puedan elegir, se inclinan por hacerlo ganando las próximas
elecciones o arrebatándole la mayoría parlamentaria mediante una escisión del MVR. Pero, debido a
la rapidez con que está agudizándose la polarización social y deteriorándose la economía, es
bastante posible que tengan que hacerlo antes (hay sectores que ya presionan en este sentido)
aprovechando alguna triquiñuela legal que permita un golpe de Estado encubierto o incluso mediante
un golpe militar puro y duro.

Los bandazos de Chávez

La sustitución de Chávez por un gobierno títere de la burguesía sólo sería el paso previo a una
ofensiva brutal contra las condiciones de vida del pueblo venezolano. Si Chávez, presionado por un
sector del ejército o por el ala más a la derecha del MVR, retrocediese con el objetivo de ganar tiempo
e intentar recuperar el diálogo con la oposición estaría cavando posiblemente su propia tumba política
(y puede que no solamente política).

Los bandazos, los pasos adelante y atrás bajo la presión del proletariado y la burguesía, son una
característica de todos los procesos dirigidos por líderes de origen pequeño burgués. Chávez
contestó inicialmente al paro empresarial de diciembre intentando reafirmar su control del ejército,
convocando movilizaciones de masas para defender las leyes aprobadas, apoyándose en
organizaciones de izquierdas como el PCV, PPT o un sector del MAS, e incluso amenazó con
nacionalizar la banca si los banqueros no concedían créditos a los campesinos. Como explicábamos
los marxistas, de momento eran sólo palabras, pero palabras pronunciadas ante miles de seguidores
(que pueden interpretarlas como una promesa y una invitación a pasar al ataque) en un acto en que
Chávez juramentaba a miles de militantes de los Círculos Bolivarianos, el movimiento de base con él
que intenta revitalizar su apoyo y presencia en la calle. Estas palabras podrían transformarse en
hechos en un momento determinado.

Tras este giro a la izquierda la burguesía ha estrechado el cerco sobre él: pronunciamientos de
militares exigiendo su dimisión, nuevas movilizaciones de la clase media y claras amenazas del
gobierno estadounidense. También intentan arrebatarle la mayoría parlamentaria que actualmente
posee en la Asamblea Legislativa sabedores de que dentro del MVR se expresan distintas presiones
de clase. Sectores del alto mando militar y de la derecha del MVR presionan insistentemente para
recuperar un clima de diálogo con los empresarios (como refleja la dimisión de Luis Miquilena como
ministro del Interior y su llamamiento a dialogar). El gobierno ha aceptado, de momento, aplicar
algunas de las medidas que demandaban los capitalistas y el FMI ante el riesgo de que el
endeudamiento del estado venezolano llevase a una bancarrota como la argentina. Pero la situación
económica venezolana no mejorará con esto, la burguesía exigirá ataques más contundentes contra
los sectores populares y estos exigirán a Chávez nuevos pasos a la izquierda. Nuevos choques entre
las clases y nuevos bandazos de Chávez respondiendo a estos son más que probables pero lo
decisivo es ver la línea general y entender que no hay margen para una estabilización duradera.

En el contexto anterior a la caída del estalinismo Chávez se habría dirigido hacia una economía
planificada como la cubana. La tendencia mundial predominante en los últimos años, marcada por el
dominio aplastante de las multinacionales imperialistas, las privatizaciones y el rechazo a la
intervención del Estado en la economía, lo ha impedido hasta ahora pero esto podría cambiar.

Lo más probable es que, con avances y retrocesos, el chavismo —para seguir manteniendo el poder,
y en un escenario de crisis económica mundial y ascenso de la lucha popular en toda
Latinoamérica— tenga que girar aun más a la izquierda. Hasta qué punto y a qué ritmo, dependerá de
las presiones de clase que reciba. La clave para resistir la ofensiva contrarrevolucionaria será si
consigue ganar un apoyo suficiente entre las masas pasando de las palabras a los hechos.

Venezuela se dirige hacia un enfrentamiento decisivo entre la revolución y la contrarrevolución.


Chávez ha colocado a hombres de su confianza en el aparato estatal y ascendido a oficiales en los
que cree poder apoyarse. Pero la oficialidad de cualquier ejército está unida por intereses, tradiciones
e infinidad de lazos comunes a la burguesía. Venezuela es un país con una burguesía consolidada y
un estado burgués que existe desde hace casi dos siglos. Ante un enfrentamiento decisivo entre las
clases que podría cambiar el carácter del Estado y las formas de propiedad sobrarán oficiales
dispuestos a "salvar al país del comunismo".

Si Chávez confía en ganar basándose exclusivamente en su control de la oficialidad cometerá un


grave error. El resultado de un enfrentamiento dentro del aparato estatal lo decidirá lo que ocurra
entre las masas: si Chávez mantiene y aumenta su apoyo entre los campesinos y trabajadores esto
se reflejará en los soldados y los estratos bajos y medios de la oficialidad; si no es así, la lucha se
dirimirá en las alturas del aparato del Estado, el terreno que más conviene a la burguesía.

Cuanto más tiempo se mantenga a medio camino, granjeándose el odio capitalista por sus medidas y
promesas pero sin que éstas supongan una transformación decisiva de la economía que ilusione a
las masas trabajadoras, su situación será más difícil. Las leyes aprobadas agudizarán la huelga de
inversiones y el cerco capitalista pero para mejorar significativamente la situación de las masas
deberían continuar y profundizarse con una reforma agraria que distribuya la tierra inmediatamente a
los campesinos y con la nacionalización de las grandes empresas y la banca para ofrecer créditos
baratos a los campesinos y pequeños propietarios y disponer de recursos con los que satisfacer las
necesidades sociales. Chávez debería también negarse a pagar la deuda externa así como subir los
salarios y repartir el trabajo existente sin reducir éstos. Este programa significa un enfrentamiento
decisivo con los capitalistas y para ser llevado a cabo exitosamente necesita de la participación
masiva de la clase obrera y los demás sectores explotados.

El papel de la clase obrera

La clave para que triunfe la revolución venezolana es que su dirección recaiga en manos de la clase
obrera y sea resultado del incremento de su organización y conciencia revolucionaria. Es
imprescindible que los trabajadores formen comités de representantes democráticamente elegidos y
revocables en cada fábrica y cada barrio para defender las medidas tomadas por Chávez de la
ofensiva contrarrevolucionaria pero también para dar más pasos adelante. Esto mostraría el camino a
otras capas: a los soldados para hacerlo en los cuarteles rompiendo el control de los oficiales
burgueses sobre la tropa, a los campesinos en los pueblos. Sólo esto garantizará que la revolución
venezolana avanza y que su dirección está bajo el control democrático de las masas, en particular del
proletariado.

El principal peligro es que hasta el momento la clase obrera no tiene la iniciativa. Las declaraciones
de un "huelguista" dan una idea de la actitud de muchos trabajadores ante el paro empresarial de
diciembre: "Yo trabajo en una empresa capitalista. (...) Son gente poderosa, si quieren parar, paran. A
uno le pagan igual. Lo único que uno puede hacer es tomarse el día libre, como un domingo
cualquiera"(9). El seguimiento de la huelga en las empresas privadas fue alto ya que los empresarios
cerraban. Sobre las estatales y extranjeras no existen datos fiables. El sindicato del Metro de Caracas
se opuso a la huelga por considerarla una maniobra de los ricos, pero no parece que hubiese muchos
pronunciamientos semejantes.

Los dirigentes de la CTV apoyaron el cierre empresarial y amenazaron con una huelga general pero
han sido incapaces de convocarla. Aunque están intentando lanzar luchas por motivos salariales en
empresas estatales con el objetivo de reforzar su posición y debilitar al gobierno no se puede decir
que tengan la dirección real de la clase obrera y sean capaces de movilizarla. En las elecciones
internas de la CTV que Chávez obligó a realizar a la actual dirección (con mayoría de AD), ésta afirmó
obtener un 62% del medio millón de votos emitidos y otorgó un 12% a los chavistas (la Fuerza
Bolivariana de Trabajadores) pero hubo numerosas acusaciones de fraude y no hay resultados
oficiales.

No parece que los trabajadores venezolanos cuenten actualmente con una dirección clara en la que
confíen y a la que sigan. Al principio de la revolución bolivariana hubo movilizaciones exigiendo la
destitución de los dirigentes de la CTV pero la corriente sindical bolivariana tampoco parece tener en
estos momentos la dirección del movimiento obrero organizado. Que el fraude no haya sido
contestado por movilizaciones de los trabajadores, que la clase obrera no se haya expresado como
tal ante el paro empresarial, indica que no está actuando independientemente y que le falta
organización, dirección y confianza en sus fuerzas.

Construir una dirección obrera revolucionaria y combativa y democratizar los sindicatos debe ser
resultado de la acción de los propios trabajadores, de su experiencia en la lucha y el avance de su
conciencia. Los trabajadores tardan años en crear una dirección; incluso si ésta degenera (y la de la
CTV degeneró hace décadas) es preciso que exista otra alternativa que se haya ganado en la lucha
el apoyo y confianza de los trabajadores y el derecho a dirigirlos. Cualquier intento de sustituir ese
proceso improvisándolo desde fuera (no digamos ya si es un movimiento que gobierna la nación y
está dirigido por militares quien lo intenta) tiene enormes riesgos: sustituir a una burocracia por otra,
perder el apoyo de sectores de trabajadores o convertir a éstos en un mero apéndice y no en la
dirección de la lucha.

El enfrentamiento entre Chávez y sus enemigos está polarizando Venezuela. En el campo, la


burguesía ganadera ha asesinando a campesinos que intentaban ocupar tierras o reclamaban su
expropiación. Las organizaciones campesinas han anunciado movilizaciones para defenderse y
luchar por la tierra. Pero el campesinado y los indígenas son una base social demasiado débil para
Chávez (menos de un 5% de la población). Por otra parte, mantener el apoyo de las masas
semiproletarias empobrecidas que viven en los suburbios de las grandes ciudades exige medidas
económicas y sociales contrarias a los intereses capitalistas. En las fábricas, por los factores
comentados, la situación es más confusa actualmente pero antes o después obligará a los distintos
sectores de la clase obrera a tomar posición y, probablemente, a un sector del chavismo a intentar
reforzar su apoyo dentro del movimiento obrero organizado.

Marxismo frente a populismo

Los trabajadores más avanzados tienen una oportunidad y un reto. Deshacerse de los dirigentes
sindicales corruptos, romper la influencia burguesa y pequeño burguesa en el movimiento obrero y
que éste sea el que tome las riendas de la situación exige construir una organización marxista que se
base en una política independiente y luche por el socialismo. Incluso si Chávez llegase tan lejos como
para instaurar una economía nacionalizada y planificada, sin ser el resultado de la lucha y conciencia
de las masas y de su control mediante la creación de comités y asambleas democráticas,
desembocaría en el mejor de los casos en un tipo de régimen similar al de la URSS, los países de
Europa del Este o Cuba. Un régimen semejante(10), con deformaciones burocráticas y autoritarias,
mejoraría las condiciones de vida del pueblo durante un tiempo pero sufriría enormes contradicciones
y acabaría entrando en crisis.

Sólo con la participación consciente y democrática de la clase obrera, dotándose de organismos


propios de poder, se puede establecer un Estado Obrero sano en transición al socialismo. Incluso los
objetivos más modestos de Chávez (reforma agraria, independencia nacional, justicia social,
desarrollo sostenible...) son inalcanzables bajo el capitalismo y exigen que las principales palancas
económicas sean nacionalizadas bajo el control democrático de los trabajadores. Por otra parte, una
revolución social victoriosa en Venezuela necesitaría extenderse al resto de América Latina para
consolidarse frente a la presión imperialista y avanzar hacia el genuino socialismo.

Es significativo que en sus declaraciones y mensajes Chávez no haga ningún llamamiento específico
a la lucha revolucionaria de la clase obrera. Es una característica común a dirigentes procedentes de
la pequeña-burguesía que han encabezado procesos parecidos. Desconfían de la organización
independiente de los trabajadores y la temen ya que una entrada masiva del proletariado en escena
desplazaría el eje de la lucha hacia sus métodos y objetivos de clase y les arrebataría el liderazgo del
proceso revolucionario convirtiendo a la vanguardia obrera en dirección del mismo. Esto no significa
que en una situación límite los dirigentes populistas de izquierdas bolivarianos no puedan verse
obligados a buscar el apoyo de la clase obrera e incluso a compartir con ella la dirección de la
revolución pero esta política interclasista y las oscilaciones constantes características del populismo,
ha conducido a la derrota en la mayoría de las ocasiones.

Las revoluciones bolivianas del 52 o el 70 demostraron que, aun llegando al poder, si la clase obrera
carece de una dirección marxista que tenga una idea clara de cómo sustituir la maquinaria del estado
burgués (ejército, policía, burocracia, etc.) por un estado obrero dirigido democráticamente y construir
el socialismo extendiendo la revolución a otros países (en particular a los mas avanzados), acaba
siendo derrotada.

En 1952 el movimiento de los mineros bolivianos llegó a disolver el ejército y sustituirlo por milicias
obreras(11), pero no sustituyó el resto del aparato estatal burgués por un Estado obrero basado en
asambleas y comités democráticos. La ilusión de que la presencia de la Central Obrera Boliviana
(COB), creada por los trabajadores durante la revolución, en el gobierno junto a los líderes populistas
del MNR suponía la victoria definitiva permitió a la burguesía y a los dirigentes procapitalistas del
MNR apoyarse en el campesinado para reconstituir el ejército en cuanto comenzó el reflujo de la
marea revolucionaria y recuperar el control. En 1970, el general populista Torres consultaba todas sus
decisiones a la Asamblea Popular creada por los trabajadores pero los dirigentes obreros, todavía
influidos ideológicamente por el populismo, desaprovecharon su oportunidad de tomar el poder y
crear un estado obrero y fueron aplastados junto a Torres por los militares más derechistas.

Todavía recientemente, durante la revolución ecuatoriana de enero de 2000, los campesinos —


apoyados por la clase obrera— crearon Parlamentos Populares y tomaron el poder durante unas
horas. Sin embargo debido a la ausencia de una organización marxista de masas, los dirigentes
campesinos de la CONAIE cometieron graves errores y la burguesía pudo recuperar el control de la
situación para la clase dominante.

Un año después las masas campesinas volvieron a movilizarse obligando al gobierno a suscribir un
acuerdo que, como era de esperar, esta siendo incumplido. El gobierno también tuvo que liberar a
Lucio Gutiérrez, líder de los militares que apoyaron la revolución, quien ha formado un partido para
presentarse a las elecciones de octubre de 2002 con el significativo nombre de Movimiento 21 de
Enero. Intenta emular a Chávez y, dada la situación económica, social y política ecuatoriana, no es
descartable que pueda hacerlo. En cualquier caso, la burguesía ecuatoriana no ha conseguido
aplastar a las masas que participaron en los acontecimientos revolucionarios de los últimos años ni a
su vanguardia. Los campesinos ya han realizado nuevas movilizaciones paralizando distintas zonas
del país que han sido respondidas con una durisima represión. Un nuevo choque revolucionario es
inevitable más pronto que tarde.

América Latina en pie de guerra

Argentina, Venezuela, Colombia, Ecuador, todo el continente latinoamericano esta viviendo un auge
extraordinario de la lucha de clases. En Perú las movilizaciones populares masivas provocaron
divisiones en la burguesía, que se deshizo de Fujimori y Montesinos para evitar que el descontento
popular desembocase en un levantamiento. Pero su recambio político, el flamante presidente Toledo,
fiel servidor del FMI y el BM, está creando las condiciones para un resurgimiento del movimiento
popular a una escala superior.

En Bolivia, durante abril de 2001, asistimos a un levantamiento obrero y campesino de masas en


Cochabamba contra la privatización del agua. La Coordinadora por el Agua y la Vida surgió como un
frente único de organizaciones obreras y campesinas que dirigió la lucha. La población se organizó
en asambleas, resistieron la represión militar y policial y expulsaron a las fuerzas represivas
manteniendo el control de la ciudad durante varios días. Finalmente el gobierno tuvo que ceder a
muchas reivindicaciones y levantar el estado de sitio para evitar que el ejemplo se extendiese.

En los dos países más poderosos económicamente de Latinoamérica junto con Argentina, Brasil y
México, también estamos entrando en una nueva época. La crisis económica en Brasil es muy
profunda y puede verse agravada por el colapso argentino. En México se desarrollan importantes
luchas campesinas y obreras, después de la gran huelga de los estudiantes de la UNAM(12). Esto se
verá intensificado en el nuevo periodo que hemos entrado.

En Brasil, además de las luchas campesinas masivas dirigidas por el MST, hay convocada una
huelga general para marzo ante el ataque brutal a los derechos laborales que la burguesía brasileña
ha lanzado contra el movimiento obrero. Brasil es uno de los países con mayores desigualdades
sociales y una distribución de la tierra más injusta del planeta. El deterioro del gobierno burgués de
Cardoso y el incremento del malestar social puede llevar en las próximas elecciones al Partido de los
Trabajadores (PT) al gobierno. El PT se basa en los sindicatos y, pese al giro a la derecha de muchos
de sus dirigentes durante los últimos años, tiene una tradición combativa y cuenta con un ala
izquierda bastante fuerte. Su llegada al poder en un contexto de crisis económica y social profunda y
ascenso del movimiento revolucionario en el continente, podría llegar a tener un efecto parecido a la
victoria de Allende en Chile en 1970.

Durante años la burguesía ha intentado evitar la llegada del PT al gobierno. Hoy mismo, dirigentes del
PT están siendo asesinados, secuestrados e intimidados(13). El objetivo de estas medidas es
atemorizarles para que moderen lo máximo posible su programa y asustar a las capas más atrasadas
de la clase obrera y la pequeña-burguesía con la perspectiva de que una victoria del partido obrero
pueda significar una escalada de violencia incontrolable.

La clase obrera del continente está poniéndose en marcha. Una victoria revolucionaria en cualquiera
de estos países tendría un efecto colosal a escala continental y mundial. Durante la última década la
revolución parecía haber desaparecido de la actualidad latinoamericana. Ahora, la historia se venga
empujando a todo el planeta y, en primer lugar, a América Latina a un nuevo periodo de convulsiones
económicas y sociales. La lucha entre la revolución y la contrarrevolución ha comenzado y la clase
obrera latinoamericana tendrá numerosas oportunidades de cambiar la sociedad de arriba a abajo. En
el transcurso de estos grandes acontecimientos, las masas oprimidas de Latinoamérica se
reencontrarán con las auténticas ideas del marxismo revolucionario y armados con esta bandera
establecerán un nuevo poder socialista.

NOTAS
1.A. Woods y T. Grant, En el filo de la navaja, en Marxismo Hoy nº7.
2. Movimiento populista de origen burgués que, por toda una serie de factores sociales, económicos y políticos de la historia
argentina, consiguió en los años 40 una influencia masiva que ha mantenido hasta hoy entre los trabajadores y las capas
populares (N. Martinez Díaz, El peronismo. Cuadernos de Historia 16).
3. Limitaciones muy estrictas a la retirada de fondos de los bancos que impiden a cientos de miles de argentinos disponer de sus
ahorros.
4. Huelga de 36 horas en Argentina, M. Jiménez. El Militante, mayo 2001.
5. El malestar social busca una expresión política, en www.marxist.com, 19/10/01.
6. Frente a la crisis capitalista: democracia obrera, M. Jiménez, El Militante nº147.
7. Sobre la consigna de la Asamblea Constituyente, A. Woods, en www.elmilitante.org.
8. América Latina. La lucha de clases llama a la puerta, en Marxismo Hoy nº 6. ¿Hacia dónde va Venezuela? E. Lucena, El Militante
nº 126. Venezuela. La Revolución bolivariana ante un momento decisivo, M. Campos, en www.elmilitante.org.
9. El Universal, 11/12/01, www.eluniversal.com.
10. Para un análisis de estos regímenes, véanse las obras de León Trotsky: Estado Obrero, Termidor y Bonapartismo, en Marxismo
Hoy nº 8. La naturaleza de clase del Estado soviético, en Escritos. Tomo V. Vol. 2. pág.154, Ed. Pluma. La revolución traicionada,
Fundación F. Engels.
11. El poder dual en América Latina, R. Zavaleta Mercado, Ed. Siglo XXI.
12. Para conocer la situación de la lucha de clases en México, www.militante.org, web de la corriente marxista mexicana.
13. El País, 27-1-02.

La clase obrera derrota el golpe en Venezuela


Emilia Lucena

Engels explicaba que hay épocas en las que veinte años pasan como un solo día y que existen
otros momentos en los que veinte años se concentran en un día. En apenas 48 horas los
acontecimientos en Venezuela han sacado a la luz los profundos procesos que está viviendo la
sociedad venezolana en este periodo.

Desde su llegada a la presidencia de Venezuela, el movimiento encabezado por Chávez fue visto
como un peligro para los intereses de la burguesía y el imperialismo que durante décadas habían
esquilmado los recursos económicos de este país, sumiendo a la inmensa mayoría de la población en
la pobreza. Pero fue a partir de noviembre, con la aprobación de la Habilitante (una batería de leyes
que incluía la Ley de Tierras, la Ley de Hidrocarburos y otras que atacaban los privilegios de la
oligarquía venezolana y los intereses de las multinacionales), cuando la campaña de acoso y derribo
al gobierno tomó un cariz violento e imparable, con el apoyo activo de la burguesía internacional
como se ha puesto de manifiesto en la postura pro golpista de todos los gobiernos y medios de
comunicación del mundo "civilizado".

La verdad es concreta y la historia se repite. Los hechos demuestran como la burguesía y el


imperialismo no tienen ningún escrúpulo a la hora de defender sus intereses y privilegios de clase,
aunque para ello tengan que mancharse las manos de sangre.

Las primeras noticias del golpe de Estado sumían a la burguesía internacional en una bacanal de
delirio entusiasta donde todos sus medios de comunicación, analistas políticos y "tertulianos" sin
excepción, felicitaban a los golpistas por acabar con "el caos y la falta de democracia del gobierno de
Hugo Chávez". Esta euforia se trasladaba a los gobiernos "democráticos" que se apresuraban a
reconocer la nueva junta militar, ofreciendo su colaboración. "La Unión Europea expresó su apoyo y
solidaridad al pueblo de Venezuela, al tiempo que confía en que el gobierno de transición respete los
valores y las instituciones democráticas".

Los jefes de Estado latinoamericanos —reunidos en Río de Janeiro durante los acontecimientos— no
se quedaron atrás. Simplemente se limitaron a hacer un llamamiento sobre el "respeto a la
democracia y derechos humanos". Algunos como el presidente de Chile, Ricardo Lagos, corrió a
expresar su apoyo y colaboración... ¡a los golpistas! "...lamento que la conducción del Gobierno
venezolano haya llevado a la alteración de la institucionalidad democrática con un alto costo de vidas
humanas y de heridos, violentando la Carta Democrática Interamericana a través de esta crisis de
gobernabilidad" (El Mercurio, sábado 13/4/2002). No sólo eso, sino que el gobierno chileno, para
legitimar a los golpistas, y en voz del propio Lagos señaló su voluntad de "colaborar con las nuevas
autoridades". Y más escandalosas resultaron las declaraciones del embajador chileno en Caracas,
Marcos Álvarez, quien entregó, en declaraciones a la prensa chilena, "su respaldo a la nueva
administración, destacando las cualidades de Carmona" (Política Cono Sur, 18/4/2002). Parece que
Ricardo Lagos, a pesar de pertenecer al Partido Socialista Chileno ha olvidado los muertos
provocados por la dictadura militar, muchos de ellos militantes de su partido.

¡Poco les duró la alegría! Las masas venezolanas salieron a la calle, a pesar de la brutal represión
que provocó más de 40 muertos y centenares de heridos, para acabar en cuestión de horas con los
golpistas que se vieron impotentes ante la reacción de los trabajadores y oprimidos de Venezuela.
¡Más de un millón y medio de personas, según la CNN en español, tomaron las calles de Caracas y
las principales ciudades de Venezuela acabando con la incipiente dictadura!

¿Quién derrotó el golpe?

Como siempre ocurre en acontecimientos extraordinarios, cuando las masas entran en acción ponen
al descubierto la auténtica cara de los capitalistas y las mentiras de su sistema.

La burguesía se dota de enormes poderes para controlar a los trabajadores y la juventud. Entre ellos
no es baladí la importancia de los medios de comunicación, especialmente en los países con
democracia formal. La rapidez con la que se han sucedido los acontecimientos en Venezuela ha
puesto de manifiesto la auténtica "independencia" y "objetividad" de toda la prensa, las emisoras de
radio y televisión, así como la "imparcialidad" de sus plumíferos a sueldos.

Estos "demócratas" y "progresistas" de pacotilla, que se llenan la boca de palabras como democracia,
justicia y progreso, no tienen ningún empacho en mentir y falsear la verdad si con ello garantizan sus
intereses. A la hora de la verdad demuestran en que lado de la barricada están y dan su apoyo sin
fisuras a la reacción.

Lo hicieron en el primer momento del golpe cuando hablaban de un "levantamiento popular" contra
Chávez y anunciaban la "formación de un gobierno cívico-militar en defensa de las libertades y la
democracia" y lo siguen haciendo ahora para justificar el fracaso del mismo.

Según los más reputados analistas, politólogos, editorialistas... el golpe fracasó porque se llevó a
cabo de una forma chapucera y precipitada, especialmente por parte del sector más "duro", que
tomaba las riendas y cometía errores "fatales" como el nombramiento del jefe de la patronal, Pedro
Carmona, como nuevo presidente, la disolución de la Asamblea Nacional y el Tribunal Supremo, y el
inicio de una ola de detenciones y represión que provocó divisiones en el ejército y rompió la Junta
Militar. En algunos medios de comunicación se ha llegado a plantear que en realidad todo ha sido una
maniobra ¡del propio Chávez! que se dio un "autogolpe" para consolidar su posición... Otros titulares,
mayoritarios en este caso, dejan clara una cosa: "fueron los militares los que devolvieron el poder a
Chávez". Las mentiras, la manipulación, la tergiversación... todo vale con tal de desviar la atención de
las masas de la verdadera fuerza que acabó con los golpistas: la fuerza de la clase obrera y los
oprimidos de Venezuela. El ejemplo revolucionario de las masas evitando la instauración de una
dictadura, tomando las principales ciudades y rodeando el Palacio de Miraflores, es demasiado
peligroso para la burguesía internacional y el imperialismo USA.

Orígenes del golpe

Venezuela es el cuarto productor mundial de petróleo y el sexto país en reservas de crudo, además
de poseer importantes yacimientos de gas y otros minerales. Sin embargo, el 70% de su población
vive por debajo del umbral de pobreza y eso a pesar de que según el propio Chávez, en una
entrevista concedida a Le Monde Diplomatique, desde 1960 a 1998 Venezuela ingresó en divisas por
la venta de petróleo el equivalente a quince planes Marshall. Así, la oligarquía y la corrupta clase
política, con el inestimable apoyo de la corrupta burocracia sindical de la Central Venezolana de
Trabajadores (CTV), veían engordar sus ya repletas arcas, mientras la inmensa mayoría de la
población se debatía en la miseria y la desesperación.

El triunfo de Chávez, por una aplastante mayoría del 60% de los votos, devolvió las esperanzas a los
desheredados y oprimidos que vieron en el movimiento que él encabezaba la posibilidad de acabar
con décadas de explotación y sufrimiento.

Chávez confiaba en que la aplastante mayoría en las urnas le daría el margen suficiente como para
aplicar toda una serie de reformas que acabasen con la brutal desigualdad de la sociedad
venezolana. Al fin y al cabo las divisas generadas por el petróleo "bien administradas" podrían ir
conformando una sociedad donde los pobres fueran menos pobres y los ricos aceptaran ganar un
poco menos de lo que ganaban. En realidad su objetivo era instalar un capitalismo de "rostro
humano" y "política social".

No obstante, algo que no ha entendido Chávez es que los problemas que padece la inmensa mayoría
de la sociedad, tienen su origen precisamente en el sistema capitalista, un sistema que se basa en la
explotación de la inmensa mayoría de la sociedad por una pequeña minoría. Por eso la solución a la
miseria que padece el 70% de la población venezolana sólo es posible expropiando a la burguesía y
poniendo los ingentes recursos económicos generados por la clase obrera al servicio de la mayoría
de la sociedad, bajo el control y gestión de los trabajadores. Intentar conciliar lo irreconciliable, esto
es, los intereses antagónicos de la burguesía y la clase obrera lleva a situaciones extremas como las
vividas en Venezuela, ya que ni soluciona los problemas de los oprimidos ni contenta a la burguesía.

A pesar de sus vacilaciones, Chávez, para mantener su base de apoyo entre los pobres y los
trabajadores, ha tenido que tomar medidas que atentaban contra los intereses de la burguesía. Ha
intentado, de forma honesta, ir acabando con las desigualdades sociales. Durante sus tres años de
mandato, el paro ha disminuido del 18 al 13%; más de un millón y medio de niños han sido
escolarizados y reciben ropa y tres comidas diarias; la inversión pública se ha triplicado y se han
iniciado diversos planes de construcción de viviendas baratas, además de no haber pedido ningún
crédito ni llegado a ningún acuerdo con el FMI.

Para llevar a cabo esos planes, recortó las escandalosas subvenciones educativas de la Iglesia
Católica, a la vez que presentaba un proyecto de ley para revisar el dinero que ésta recibe del estado;
para evitar la caída de los precios del petróleo —la mayor fuente de ingresos del Estado
venezolano— se tuvo que enfrentar a los intereses del imperialismo norteamericano, defendiendo la
reducción de producción de crudo en la OPEP además de chocar directamente con la política USA
con relación a Cuba, llegando a acuerdos económicos con éste país y oponiéndose a los bombardeos
de Irak y Afganistán.

Aunque las medidas económicas tomadas por Chávez han sido totalmente insuficientes para acabar
con la miseria y ofrecer una vida digna a la mayoría de la población, todo este proceso era seguido
con creciente inquietud por el imperialismo norteamericano, la burguesía internacional y la oligarquía
venezolana.

Por supuesto que durante todo este tiempo, la burguesía no estuvo con los brazos cruzados. Primero
rompió el Polo Patriótico, la coalición electoral de Chávez, manteniendo una actitud hostil y de boicot
económico frente al gobierno (baste recordar que sólo entre julio y agosto del 2001 la evasión de
capital ascendió a más de 3.000 millones de dólares), a la vez que aumentaba el tono agresivo e
insultante hacia el chavismo y su revolución bolivariana.

Pero fue la aprobación de la Habilitante lo que decidió a la burguesía y al imperialismo a poner fin al
proceso en Venezuela, de una vez por todas. La situación en América Latina es altamente explosiva.
El proceso revolucionario abierto en Argentina, el posible triunfo electoral de Lula en Brasil, la
situación en Colombia, las movilizaciones en Ecuador, Guatemala y otros países preocupan
hondamente a los imperialistas norteamericanos, que son conscientes del polvorín acumulado,
además de tener una importante minoría hispana en su propia casa. Necesitaban dejar claro a las
masas latinoamericanas que no iban a permitir ningún movimiento que pusiese en peligro sus
intereses, empezando en Venezuela. Necesitaban un "escarmiento". Había que actuar.

La preparación del golpe

La historia demuestra, de una manera tenaz y obstinada que la burguesía y el imperialismo son
mucho más consecuentes a la hora de defender su sistema que los dirigentes que intentan
reformarlo.

Una vez que tomaron la decisión la llevaron a cabo sin ninguna vacilación. Pasaron a la ofensiva
planificando de manera meticulosa los pasos a dar, que se iniciaron con el cierre patronal del pasado
10 de diciembre, cierre que fue presentado como una huelga general contra el gobierno gracias a la
inestimable colaboración de los corruptos dirigentes de la CTV. Organizaron una "oposición" que
aglutinaba desde los desertores del Polo Patriótico, que se pasaron con armas y bagajes al campo de
la reacción, hasta la santa madre Iglesia, sin olvidar a los dirigentes de la CTV, Acción Democrática,
el COPEI y, por supuesto, la patronal dirigida por Pedro Carmona que se erigió en el representante
más destacado, junto a Carlos Ortega, presidente de la CTV, de dicha oposición.

Desataron una campaña histérica en los medios de comunicación, acusando a Chávez de dictador y
de no respetar la libertad de prensa, mientras sin ningún pudor los periódicos mentían y tergiversaban
la situación en Venezuela. Acusaron a los Círculos Bolivarianos de lanzar amenazas y llevar a cabo
agresiones contra miembros de la oposición. La Iglesia acusó al gobierno de querer acabar con la
religión, la educación y la familia, exacerbando a una clase media histérica y asustada por la
inestabilidad social. Utilizaron el descontento en la cúpula militar para "informar" a los venezolanos
que la mayoría del ejército había dejado de apoyar al presidente. Y, en fin, movieron todos sus
recursos para organizar manifestaciones contra el gobierno, que eran magnificadas y exageradas con
toda la desfachatez del mundo sin ningún tipo de empacho, de tal manera que las manifestaciones
antichavistas, con una participación de 30 ó 50.000 personas, se convertían en los medios de
comunicación en "un clamor popular de 300.000 o medio millón contra Chávez". El último ejemplo
fueron los datos que se dieron de la manifestación del 11 de abril; mientras la agencia Reuters cifraba
la asistencia en unas 50.000 personas, todos los medios —incluidos por supuesto los
internacionales— aumentaban la cifra desde 700.000 a 1.000.000 de participantes. Ahora se ha
sabido que, efectivamente, no había más de 50.000 personas en la misma.

El acoso al gobierno fue creciendo de manera inexorable culminando en el conflicto desatado por los
altos ejecutivos y mandos intermedios de Petróleos de Venezuela que ante el miedo a perder sus
prebendas y posiciones, no dudaron en boicotear la producción, presentándola como una "huelga de
los trabajadores", cuando en realidad la mayoría de los mismos seguían acudiendo a sus puestos de
trabajo.

De esta manera Chávez había perdido la iniciativa que pasó a manos de la reacción. A pesar de
seguir contando con un enorme apoyo entre los sectores más desfavorecidos de la sociedad, en lugar
de plantarles cara desarrollando las leyes aprobadas de manera inmediata y decidida, expropiando la
tierra y generalizando el reparto de la misma entre los campesinos pobres —el 1% de los latifundistas
detenta el 60% de la propiedad— nacionalizando la banca para dotar de recursos financieros el
desarrollo de esas leyes y expropiando a los empresarios que boicoteaban la economía, se limitó a
tomar una actitud defensiva. En lugar de hacer un llamamiento a la clase obrera para organizarse y
tomar en sus manos el control de la economía, parando a la reacción, optó por convocar a sus
seguidores en apoyo al gobierno como contrapeso a las movilizaciones de la reacción.

Un golpe clásico

El punto detonante para dar el golpe fue la organización de una manifestación el 11 de abril, con
francotiradores apostados para provocar a los seguidores de Chávez que habían acudido al Palacio
de Miraflores en defensa del gobierno, asesinando a sangre fría a 6 manifestantes pro chavistas,
mientras todos los medios de comunicación mentían conscientemente cuando informaban que los
Círculos Bolivarianos habían tiroteado la manifestación de la oposición. Ese fue el pistoletazo de
salida.

Por supuesto que en la preparación y ejecución de un golpe se cometen errores y siempre hay
distintos sectores que vacilan a la hora de llevarlo a cabo. Pero no fue eso lo determinante para que
el golpe fracasara.

Dicen que si Carmona se excedió y que tomó medidas "anticonstitucionales". ¿Acaso alguien puede
creer que la intención de los golpistas era respetar la Asamblea Nacional cuando el movimiento
chavista seguía siendo mayoría en la misma? Si hubieran podido hacer dimitir a Chávez a través del
parlamento, ¿para qué dar un golpe?

En cuanto a las detenciones de alcaldes, concejales y activistas, ¿hay alguien que no sepa que el
triunfo de un golpe de estado se basa en la más brutal represión porque de no ser así la gente no
aceptaría tranquilamente la imposición de una dictadura?

Por otro lado, la designación del jefe de la patronal Pedro Carmona como nuevo presidente tiene su
explicación en que ha sido él la cabeza más señalada y conocida de la oposición. Querían un "civil"
para justificar que no era un golpe clásico y ¿quién mejor que él para defender los intereses que
perseguía el golpe?

Cierto es que la mayoría de la base del ejército y muchos oficiales y suboficiales no apoyaban el
golpe, pero tampoco tomaron una actitud activa contra el mismo, salvo excepciones aisladas, como el
general paracaidista del estado de Maracay que se declaró en rebeldía y algunos oficiales. No
sabemos cómo hubieran actuado. Probablemente hubiera habido una escisión en la medida en que
los generales golpistas tendrían que haber depurado a los oficiales pro chavistas y hubieran querido
utilizar a los soldados para reprimir al pueblo venezolano. Lo que sí es seguro es que el día 13, la
mayoría de los soldados y suboficiales estaban a la expectativa y que la Junta Militar se encontraba
en el Palacio de Miraflores, incluyendo a los burócratas de la CTV, para tomar juramento al nuevo
gobierno.

¿Quién evitó la formación de este gobierno golpista y la marcha atrás de los generales? La respuesta
está, pese a quien pese, grabada y escrita: "La muchedumbre bajó de los cerros (barrios pobres)
tomando el centro de Caracas y rodeando el Palacio de Miraflores". ¡Fue la acción de esa
"muchedumbre" lo que dividió a los golpistas y evitó una auténtica masacre! ¡Fue la acción de las
masas lo que determinó que los sectores indecisos de soldados y suboficiales decidieran apoyar sin
reservas a las masas en la calle!

Es precisamente esa acción, la fuerza que representa, lo que hace temblar el sistema. Es lo
suficientemente peligrosa y ejemplar para los trabajadores de todo el mundo, como para que ahora la
burguesía internacional tenga que hacer un esfuerzo desesperado para minimizarla, aunque al
hacerlo queden en evidencia.

¿Qué va a pasar ahora?

En primer lugar el efecto que ha tenido el triunfo de las masas ha puesto las cosas más difíciles para
la burguesía y el imperialismo. De querer dar un escarmiento a las masas oprimidas del mundo, se
encuentran ahora con que la acción de los trabajadores en la calle ha puesto de manifiesto la enorme
fortaleza que tiene la clase obrera y su capacidad de respuesta, siendo un ejemplo a seguir para esas
mismas masas a las que querían escarmentar.

Es verdad, que en su primera alocución después de su restitución, Chávez ha hecho constantes


llamamientos a la calma y a la tranquilidad, a la reconciliación y al diálogo.

La pregunta ahora es si la clase obrera va a aceptar que la burguesía siga imponiendo su ley sin
lucha y, por otra parte si, a su vez, la oligarquía venezolana puede llegar a algún tipo de acuerdo con
Chávez.

La primera pregunta se responde en la declaración del Bloque Clasista y Democrático de la Fuerza


Bolivariana de Trabajadores que agrupa a más del 40% de la clase obrera venezolana.

"Todavía está latente la conspiración de los golpistas (...) Compañeros, no nos dejemos engañar.
Mantengamos la calma y la tranquilidad. Sin embargo estemos pendientes para salir de inmediato a la
calle si hay cualquier acción de los contras o la reacción (...) Proponemos la cárcel inmediata a los
golpistas y su sometimiento a juicio (...) estatalizar los medios de comunicación que contribuyan a
favor de los golpistas y ponerlos bajo las organizaciones de los periodistas y trabajadores; (...)
expropiar a las empresas que se sigan prestando para la huelga patronal y ponerlas bajo el control de
los trabajadores (...) extender el aumento de salario a todos los trabajadores y que éste cubra la cesta
básica (...) Llamamos a todos los trabajadores para que estemos alerta ante cualquier nuevo intento
desesperado de los aventureros fascistas" Valencia, Venezuela, 16 de abril 2002.

En cuanto a la burguesía, ésta ya ha dejado claro que "sigue exigiendo las mismas reivindicaciones
que antes". De hecho plantean que la mejor muestra de la "sinceridad" de Chávez sería... ¡dimitir y
convocar nuevas elecciones!

Los artículos aparecidos en las revistas especializadas y en la prensa, no dejan lugar a dudas de que
aunque, por el momento han perdido, siguen dispuestos a volver a intentarlo como reflejaba
extraordinariamente bien uno de los titulares de Venezuela Analítica "Chávez ha vuelto... por ahora".

Si nos atenemos a las declaraciones de Chávez parece que éste está dispuesto a dar marcha atrás.
Pero aún en el caso de que efectivamente esa fuera su intención, se encontraría con el "pequeño"
problema de la gente que le apoya. Si Chávez, efectivamente, hubiera decidido dejar las manos libres
a la burguesía y el imperialismo, se encontraría con una fuerte oposición dentro de su mismo
movimiento.

Por otro lado, es evidente que la burguesía y el imperialismo volverán a intentar un nuevo golpe,
como ocurrió en Chile después del tancazo.

Como explica el marxismo, el capitalismo tiene su propia dinámica interna y en época de crisis incluso
los derechos democráticos más elementales son un estorbo para los planes del imperialismo y los
empresarios.

Así pues, sólo queda una alternativa. Es necesario organizarse para defender los logros conseguidos.
Es fundamental organizar e impulsar comités de apoyo a la revolución en todas las fábricas, barrios,
cuarteles, universidades, institutos... con representantes directos, elegibles y revocables en todo
momento, que se coordinen entre sí a nivel local, provincial y estatal para organizar la defensa frente
a la reacción asumiendo la responsabilidad de garantizar el funcionamiento económico del país, así
como los planes necesarios para cubrir las necesidades de la inmensa mayoría de la población
venezolana, expropiando a la burguesía. Sólo la participación organizada, activa y consciente de la
clase obrera y los sectores oprimidos garantizará una auténtica democracia, esto es la democracia
obrera, y una vida digna para la mayoría de la población.

Un movimiento así contaría con el apoyo incondicional de los trabajadores de Argentina y el resto de
Latinoamérica, que seguirían el ejemplo marcado por los trabajadores y oprimidos de Venezuela en
su lucha contra la opresión, la explotación y la injusticia dando el primer paso para la construcción de
la Federación Socialista de los Pueblos de América Latina.

MARXISMO HOY Nº 10
América Latina hacia la revolución

Mayo 2002 ..Fundación Federico Engels

Perspectivas para la revolución argentina


Alan Woods

Los acontecimientos del pasado diciembre son un aviso de lo que ocurrirá en un país tras otro en el
próximo periodo. La revolución argentina es una respuesta a todos los apocados, cobardes, escépticos
y cínicos que dudaban de la capacidad de la clase obrera para cambiar la sociedad. Ésta merece un
estudio muy cuidadoso de todos los trabajadores. Es un laboratorio de la revolución, o de la
contrarrevolución.

La revolución comenzó con el derrocamiento del gobierno de Fernando de la Rúa, quien dimitió
después de que miles de manifestantes enfurecidos y empobrecidos tomaran las calles de Buenos
Aires. Era la primera etapa de la revolución. Refleja la profunda crisis en la que está hundida Argentina
y que también afecta al conjunto de América Latina.

Este era un movimiento que incluía a todos los sectores de las capas oprimidas de la sociedad: no sólo
a los trabajadores, también a los parados y a la clase media. Este hecho ha llevado a algunos a
cuestionar las bases de clase del movimiento y a negar el papel del proletariado. Pero esto significa
que no comprenden la dinámica de la revolución argentina. La seriedad de la crisis, que ha arruinado a
un gran número de pequeños empresarios y pensionistas, ha empujado a la lucha a las más amplias
capas de las masas y despertado incluso a las capas más atrasadas y anteriormente inertes. Esto es
tanto una fortaleza como una debilidad. La presencia otras clases en el movimiento ensombrece su
verdadero carácter. Pero sólo bajo la dirección del proletariado el movimiento puede triunfar.

Embriones de soviets

Las masas buscan una salida a la crisis a través de la acción directa. Casi diariamente se producen
huelgas, manifestaciones, caceroladas, ocupaciones de fábrica y bloqueos de carreteras. En la escuela
de la acción directa las masas están descubriendo su fuerza y el poder de la acción colectiva. Es
similar a los ejercicios de calentamiento de un atleta que prepara toda su fuerza para la prueba final de
fuerza. Pero la prueba decisiva todavía no ha llegado.

La expresión más elevada del movimiento son las asambleas populares, los comités locales y de
fábrica, las organizaciones de piqueteros y otras formas de autoorganización de las masas. La
celebración de la Asamblea Nacional de Trabajadores el 16 y 17 de febrero fue un paso adelante
importante. Aunque la mayoría de los presentes procedían del movimiento de parados, también había
representantes de las asambleas populares, de los comités sindicales y de fábrica. Fue una
oportunidad para que los representantes de las diferentes regiones, distritos y fábricas comprendieran
la necesidad de realizar una acción coordinada a escala nacional, y también una oportunidad para
debatir las consignas, las tácticas de la lucha y establecer las prioridades del periodo inmediato.

En esas organizaciones ya es posible ver el débil perfil de un nuevo poder en la sociedad, que está
surgiendo por todas partes afirmando su derecho a controlar la sociedad, dando empellones al poder
existente y desafiando su autoridad. No es casualidad que periódicos como La Nación bramaran contra
las asambleas y que las miren con temor y estremecimiento. No es casualidad que las comparen con
los "oscuros y siniestros" soviets en Rusia. La clase dominante ha comprendido el verdadero
significado de las asambleas populares y las otras formas de poder popular. Son embriones de soviets.

Los soviets en Rusia aparecieron en 1905 y volvieron a resurgir en marzo de 1917. En esencia eran
formas embrionarias de poder obrero. Pero primero surgieron como comités de lucha —comités de
huelga ampliados—. Su objetivo era organizar y generalizar la lucha contra el régimen zarista. Ellos
reunían a los representantes electos de los trabajadores en las fábricas con los representantes de las
otras capas de la sociedad: parados, mujeres, jóvenes, capas oprimidas de la pequeña burguesía, en
algunos casos a los campesinos, y en 1917 a los soldados. Sin embargo la fuerza motriz siempre fue el
proletariado, los trabajadores industriales.

Existen muchos puntos de similitud entre este fenómeno y lo que vemos en Argentina. Parte de la
razón por la que el movimiento ha adquirido este empuje tan amplio e irresistible, ha sido por la
participación de las capas oprimidas no proletarias: parados (principalmente a través del movimiento de
"piqueteros"), pequeña burguesía, pensionistas (que han visto desaparecer sus pensiones y ahorros),
amas de casa (que deben pagar las facturas), jóvenes y pobres urbanos (incluido el
lumpemproletariado que puede introducir un carácter caótico y desorganizado a los acontecimientos e
incluso podría ser manipulado por fuerzas reaccionarias).

La profundidad de la crisis, que ya arruinado a un gran sector de la clase media, ha dado al movimiento
este carácter masivo. Esto es al mismo tiempo una fortaleza y una debilidad. La explosión de furia
entre las clases medias y otros elementos no proletarios priva a la clase dominante de su base de
masas y corta el terreno a la reacción, que temporalmente ha quedado paralizada. Esto crea un
balance de fuerzas excepcionalmente favorable. Pero esta situación no puede durar. Si la clase
trabajadora no toma el poder en sus manos y muestra a la clase media un camino que siga unas líneas
revolucionarias, el ambiente de la clase media puede cambiar y la iniciativa puede pasar a las fuerzas
de la reacción.

Ya lo hemos visto antes. En 1968 el régimen capitalista en Francia vio como sus bases se sacudían
con la mayor huelga general revolucionaria de la historia. Diez millones de trabajadores ocuparon las
fábricas. El poder estaba en manos de la clase obrera. Pero los trabajadores estaban bloqueados por
la dirección estalinista del PCF y la CGT. Podían haber tomado el poder sin una guerra civil, pero se
negaron a hacerlo. Entonces la iniciativa pasó a De Gaulle quién organizó una manifestación de masas
y un referéndum que ganó. De esta forma abortaron la revolución.

En Argentina el movimiento no ha alcanzado todavía la misma etapa que Francia en 1968. La principal
debilidad de la situación es la ausencia de un movimiento generalizado de la clase obrera. A pesar de
ocho huelgas generales militantes en los últimos tres años, la clase obrera todavía no ha participado
como una fuerza independiente en los acontecimientos revolucionarios que se iniciaron los días 19 y
20 de diciembre. La mayoría de los trabajadores organizados están bajo el control de la CGT oficial
(peronista). La burocracia sindical está utilizando todo lo que tiene en su poder para mantener quietos
a los trabajadores. El aparato de la CGT tiene un considerable poder y enormes recursos. Cuenta con
el respaldo de la burguesía y el estado. En realidad, la burguesía argentina no podría mantener su
dominio durante 24 horas sin su apoyo.

Los sindicatos

Por lo tanto, la cuestión de los sindicatos en general, y de la CGT en particular, ocupa un papel central
en el proceso revolucionario. En mi último artículo escribía:

"La decisión de exigir a los dirigentes de la CCC y la FTV-CTA, que se negaron a convocar esta
Asamblea Nacional, que rompan las negociaciones con el gobierno es muy correcta. Pero la mayoría
de los trabajadores organizados en Argentina están bajo el control de los peronistas. No es posible
hacer la revolución en Argentina a menos que se gane a esta capa decisiva.

"La tradicional hostilidad de la izquierda argentina hacia el peronismo es comprensible. Pero una cosa
es combatir políticamente a los dirigentes peronistas y otra ignorar a una gran parte de la clase obrera
organizada. En el pasado, el peronismo sufrió divisiones y escisiones. En la actualidad, el ala de
derechas del gobierno peronista está aplicando la política del FMI, lo que provocará serias divisiones
dentro de la CGT. Debemos encontrar un camino hacia los trabajadores de base de la CGT y ganarlos
para la vía revolucionaria a través de una cuidadosa aplicación de la táctica del frente único" (El
camino para avanzar, 20/2/02).

Es probable que parte de la izquierda en Argentina tenga objeciones a esta propuesta debido a que la
CGT está aplicando una política reaccionaria, está aliada con el gobierno y otras cosas por el estilo.
Pero en primer lugar, estos argumentos se deben aplicar, no a los trabajadores organizados en la CGT,
sino a la dirección de la CGT. Y en segundo lugar, en las condiciones actuales de crisis, despidos y
colapso del nivel de vida, los dirigentes de la CGT —a pesar de ellos mismos— pueden verse
obligados a una situación de semioposición o, incluso, a una oposición abierta al gobierno. En realidad,
la CGT rebelde de Moyano ya está convocando movilizaciones contra el gobierno, e incluso la CGT
oficial de Daer ha advertido que el impago de los salarios a los funcionarios podría provocar una
"explosión social". Obviamente, la intención de esto burócratas es intentar ponerse a la cabeza del
movimiento —cuando ya no puedan evitarlo— para garantizar que pueden traicionarlo.

La cuestión de los sindicatos es un asunto de vida y muerte para la revolución argentina. Una postura
equivocada en esta cuestión tendrá consecuencias más serias para el movimiento, que un error en la
consigna de la Asamblea Constituyente. Es de suma importancia que los compañeros examinen de
nuevo su actitud hacia los sindicatos —en particular hacia la CGT—, y así corregir cualquier tendencia
hacia el ultraizquierdismo que pueda provocar el aislamiento de la vanguardia en una situación crítica.

En general, los sindicatos tienen tendencia a ir rezagados en la revolución. Siempre existe un elemento
de rutinismo conservador, incluso entre los activistas, por no hablar del aparato. En contraste, órganos
como las asambleas populares reflejan más fielmente el cambio de ambiente entre las masas. Están
más cerca de los sectores más oprimidos, y son más abiertos a las ideas revolucionarias y la acción
militante. Lo mismo ocurre con el movimiento de piqueteros, que está formado principalmente por
desempleados.

La vanguardia revolucionaria tiene que dar una buena respuesta con sus consignas y propuestas de
acción en esta capa, que en la actualidad está en la línea frente del movimiento. Utilizando una
analogía militar, es como la caballería ligera que se mueve rápidamente a la línea de frente e inicia
escaramuzas con el enemigo, probando su resolución y buscando el punto débil de sus defensas.

Pero ninguna guerra se puede ganar sólo con la caballería ligera.. Para infligir una derrota decisiva al
enemigo se necesitan los batallones pesados. Estos tienen unos movimientos más lentos y pesados,
tardan un poco más de tiempo en alcanzar a la vanguardia. Pero al final su participación activa es
decisiva para la resolución del conflicto. Cualquier idea de enfrentarse al enemigo de frente sin estas
fuerzas es una invitación al desastre.

En la guerra de Crimea a mediados del siglo XIX, debido a un error de los comandantes británicos,
enviaron a la caballería ligera a cargar contra los cañones rusos, provocando una terrible masacre. Un
general francés que observaba asombrado la carga desde una cumbre comentó a sus compañeros:
"¡C’est magnifique. Mais ce n’est pas la guerre!" ("¡Es magnífico. Pero eso no es la guerra!"). Los
soldados británicos desplegaron un gran coraje frente al enemigo. Pero su acción provocó una
catástrofe. La causa final de la catástrofe fue una mala dirección.

La guerra de clases tiene muchas analogías con la guerra entre las naciones. Y una de las reglas de
oro es que la vanguardia no puede separarse de las masas. Esa fue la postura de Lenin en 1917,
cuando dedicaba nueve décimas partes de las energías de los bolcheviques a ganar a las masas de
trabajadores y soldados que todavía, en vísperas de la insurrección, seguían la dirección de los
mencheviques y SRs, y en algunos casos, incluso después de la insurrección.

Aunque los bolcheviques tenían como consigna central "¡Todo el poder a los soviets!", también
prestaban mucha atención al trabajo sistemático en los sindicatos. La mayoría de los sindicatos
estaban controlados por los mencheviques y muchos todavía estaban controlados por los antiguos
dirigentes, incluso después de Octubre. El sindicato de ferrocarriles, en particular, creó muchos
problemas al nuevo régimen. Pero esto no hizo que los bolcheviques abandonaran su determinación a
realizar un trabajo revolucionario en los sindicatos, porque este trabajo era un elemento clave de su
estrategia.

Después de la revolución, cuando Lenin intentaba explicar a los nuevos e inexpertos partidos de la
Internacional Comunista los principios básicos de las tácticas comunistas, recordaba que los
bolcheviques, bajo el zarismo, trabajaban en los sindicatos más reaccionarios y atrasados, incluso en
los sindicatos policiales (La enfermedad infantil del "izquierdismo" en el comunismo). Este trabajo es
absolutamente indispensable en cualquier condición. Pero en el curso la revolución adquiere una
importancia ardiente.

El carácter reaccionario de la burocracia de la CGT no necesita explicación. Es una cuestión de abecé


para los marxistas. Pero lo que es evidente para nosotros, no necesariamente es obvio para las masas.
Los trabajadores tienen un instinto de unidad poderoso, y en una revolución este instinto no se debilita,
se fortalece. En unas condiciones de crisis terrible, desempleo y caída de los niveles de vida, los
trabajadores organizados se agarrarán más tenazmente a su sindicato.

Los burócratas utilizan y abusan de este sentido de lealtad tradicional entre los trabajadores, para
mantener sus propias posiciones. Ellos reflejas las presiones de la burguesía dentro el momento
obrero. Actúan como una fuerza policial dentro del movimiento sindical, intentando controlar y
disciplinar a los trabajadores en interés de la "paz social". En Argentina, esta noción, normalmente, va
mezclada con la demagogia "patriótica".

La vanguardia y la clase

Es absolutamente necesario vincular firmemente la vanguardia con las masas, y comprender que las
diferentes capas sacan conclusiones desiguales a ritmos diferentes. La vanguardia, activa en las
asambleas populares y organizaciones piqueteras, está la primera línea de lucha. Son las tropas de
choque de la revolución. Pero los batallones pesados de la clase obrera todavía no han entrado
decisivamente en la acción. Llegarán, pero mientras lo hacen es necesario evitar alejarse demasiado
de las masas.

No se trata de plantear la toma del poder con una consigna inmediata. La tarea inmediata no es la
conquista del poder, sino la conquista de las masas. Pero esta cuestión va inseparablemente unida a la
cuestión de los sindicatos.

Como ya hemos señalado, la principal debilidad de las asambleas populares es que todavía no están
suficientemente relacionadas con los trabajadores organizados en las fábricas. En la situación actual,
la creación y extensión de los comités de fábrica es una demanda fundamental.

Esta demanda no es en absoluto abstracta, parte de las necesidades objetivas de la situación. La


defensa del empleo y asegurar el pago de los salarios obligará a entrar en la lucha a cada vez más
sectores de los trabajadores. Los profesores y los trabajadores de la banca han convocado una huelga
nacional, y los funcionarios de todo el país están participando en batallas por el pago de los salarios.
La profundización de la crisis ya ha destruido miles de empleos en todos los sectores (textil,
construcción, automóvil, etc.,) y amenaza a miles de trabajadores más. En este contexto la demanda,
aprobada en la Asamblea Nacional de Trabajadores, en la que se exige la nacionalización, bajo control
obrero, de toda las fábricas que se declaran en bancarrota o que despiden trabajadores, debería ser la
consigna central en la batalla destinada a implicar en el movimiento a la clase trabajadora industrial.

Una vez más sobre la Asamblea Constituyente

El periódico del Partido Obrero, Prensa Obrera, publicaba el 28 de febrero de 2002 un artículo firmado
por Gabriel Solano titulado: Qué debaten las asambleas populares. En el artículo podemos leer lo
siguiente:

"Luchando por la Constituyente —lo que equivale, insistimos, a la única forma de luchar por el poder en
las actuales condiciones—, las propias asambleas populares o piqueteras se convierten en una
herramienta de poder de los explotados. Los que plantean que el poder pase ya a las asambleas
populares, sin que tengan que luchar por el poder para la Constituyente, es decir sin acreditar
autoridad nacional, organización y fuerza, no hacen más que propagandismo".

Evidentemente, no es correcto decir que el poder debe pasar inmediatamente a las asambleas
populares. Si fuera así, no sólo sería propagandismo, sería una locura. Antes de plantear la cuestión
del poder, es necesario ganar a la mayoría decisiva de la clase obrera para la idea de la toma del
poder. Esto presupone un periodo de agitación y propaganda. Como Lenin solía decir: "¡Explicar
pacientemente!"

Sin embargo, precisamente por esta razón, es esencial que las consignas planteadas con el objetivo
de ganar a los trabajadores, sean claras y deben estar vinculadas sin ambigüedades a la idea del
poder obrero. A la idea ultraizquierdista de transferencia inmediata del poder a las asambleas
populares (que por cierto yo nunca he mencionado), el compañero Solano contrapone: ¡la consigna de
la Asamblea Constituyente!

Podemos estar fácilmente de acuerdo con la propuesta de que la situación no está lo suficientemente
madura para plantear la cuestión del poder en Argentina, y por lo tanto, las consignas transicionales
son necesarias para convencer a las masas de trabajadores que para resolver sus necesidades más
que apremiantes, es necesario que tomen el poder en sus manos. Las demandas transicionales
necesarias para este propósito, son las elaboradas por la Asamblea Nacional de Trabajadores y
también expresadas adecuadamente en el programa del PO.

Las reivindicaciones que llegan a las masas son aquellas que están íntimamente relacionadas con sus
necesidades inmediatas: empleo, salarios, vivienda, etc., y van inseparablemente unidas a la
perspectiva de la lucha anticapitalista y antiimperialista, a través de la demanda de nacionalización de
los bancos y grandes monopolios, el incumplimiento del pago de la deuda externa y la expropiación de
toda las propiedades imperialistas. Y a través de estas cuestiones es como podemos llegar a los oídos
de los trabajadores y encontrar un eco para la idea de la toma del poder.

¿Qué relación guarda con esto la consigna de la Asamblea Constituyente? La Asamblea


Constituyente, como ya señalé en mi artículo sobre el tema (Sobre la consigna de la Asamblea
Constituyente. ¿Es aplicable en Argentina?), en el mejor de los casos es irrelevante en la situación
concreta de Argentina, y en el peor de los casos, es perjudicial. Es difícil ver por qué los compañeros
insisten tanto en ella.

El compañero Solano también intenta justificar la consigna de la siguiente forma:

"Pero la Asamblea Constituyente soberana plantea el derrocamiento del actual gobierno, en primer
lugar, y debe abarcar a todos los poderes del estado nacional, provincial y municipal. Los políticos
patronales no hablan de Constituyente soberana, porque lo que quieren evitar es precisamente el
derrocamiento del régimen".

Con el debido respeto por el compañero, esta es una forma muy peculiar de razonamiento. ¿Es verdad
que la consigna de la Asamblea Constituyente "plantea el derrocamiento del régimen"? Como ya
hemos señalado, la Asamblea Constituyente es un parlamento democrático. El primer problema es que
este parlamento ya existe en Argentina. El régimen es tan "democrático" como es posible sobre las
bases del capitalismo. Para mejorar el sistema actual y conseguir un régimen genuinamente
democrático, es necesario no un parlamento burgués "más democrático", sino la expropiación de los
banqueros y los capitalistas que realmente dominan el país.

Un hecho real es que sí es perfectamente posible tener una Asamblea Constituyente dentro del marco
del capitalismo. Esto significa que no representa ninguna amenaza para el régimen existente. Pero si
podría representar una amenaza para el futuro de la revolución en Argentina, en la medida que desvía
la atención de la clase obrera de las tareas centrales y crea ilusiones peligrosas en la posibilidad de
una "tercera vía" entre el capitalismo y el socialismo, o una etapa "democrática" separada en la
revolución.

Aquí está el verdadero peligro, y es necesario hacer una pregunta directa a los dirigentes del PO:
¿Cuál es la naturaleza de revolución en Argentina? ¿Estamos luchando por el poder obrero, o
consideramos que, como Argentina es, supuestamente, un país semicolonial y semifeudal, es
necesario plantear la cuestión de una etapa democrática en la revolución?

Espero y confío en que ésta no sea la postura de los dirigentes del PO. Si éste fuera el caso, entonces
la controversia sobre la consigna de la Asamblea Constituyente sería un asunto relativamente menor y
que podríamos fácilmente eliminar. Sin embargo, en ese caso, es aún difícil comprender la importancia
tan extraordinaria que el PO da a esta consigna. Después de todo en Rusia, que ciertamente si era un
país semifeudal y semicolonial, la consigna de la Asamblea Constituyente ocupó una posición
relativamente secundaria en la agitación de los bolcheviques, sus consignas centrales eran "paz, pan y
tierra" y sobre todo,"¡todo el poder a los soviets!"

Las maniobras de la clase dominante

Lo más importante es que los trabajadores —y sobre todo su vanguardia—, no deben adormecerse
con un falso sentido de seguridad con frases "democráticas" y parlamentarias. La lucha de clases en
Argentina está planteada en términos absolutos. Ya existen rumores de una conspiración y golpes de
estado en la clase dominante. No puede existir absolutamente ninguna duda en que esto es así. Los
representantes de las grandes empresas, banqueros, jefes del ejército, círculos reaccionarios de la
iglesia, todos están conspirando para destruir la revolución.

La clase dominante argentina ha demostrado muchas veces que no se detendrá a la hora de defender
su poder y privilegios: ningún método es demasiado sucio, demasiado cruel, demasiado monstruoso
para estas damas y caballeros. La última dictadura fue una prueba suficiente de esto. La prensa a
sueldo se movilizará para mentir y difamar. Las cuentas bancarias de la burguesía se abrirán para
financiar a los provocadores. El ejército y la policía estarán preparados para golpear cuando las
condiciones sean apropiadas.

El problema para la clase dominante es que las condiciones todavía no son apropiadas. El movimiento
todavía está en una fase ascendente. Sus fuerzas están intactas. La clase media que está llena de
odio y resentimiento contra los grandes banqueros, los capitalistas y sus apoyos en Washington.
Cualquier intento de utilizar la violencia para aplastar el movimiento en este momento tendría el efecto
contrario. Sería un choque sangriento y todo el país estallaría.

Por lo tanto, la clase dominante tiene que esperar. Esperará hasta que el movimiento empiece a
mostrar señales de agotamiento. Esto es inevitable en determinado momento si las masas no ven una
perspectiva clara para salir del caos actual. La crisis cada día es más profunda, con más despidos,
cierres de fábricas, aumento de precios y caída del nivel de vida. La crisis política sólo es un reflejo
superficial y tardío de la profundidad de la crisis económica, una crisis que no se puede resolver sobre
bases capitalistas, si no es con una reducción aún más salvaje de los niveles de vida. Pero esto sólo
se puede conseguir si primero se rompen la resistencia de la clase obrera. En el contexto argentino, en
su significa una guerra de clases total, y ésta se debe luchar hasta el final.

El gobierno Duhalde es como un niño que sufre una enfermedad incurable que le hace mostrar todos
los síntomas de decadencia senil. Dos meses después de la llegada al poder ya ha demostrado su
impotencia. Ahora es maldecido y golpeado por todas partes. El FMI exige más austeridad antes de
dar una ayuda a Argentina, pero eso significaría una reducción del presupuesto, y eso sólo lo puede
conseguir si llega a un acuerdo con los gobernadores regionales, la mayoría peronistas. El colapso de
la recaudación de impuestos también significa que el gobierno no tendrá suficiente dinero para pagar
los salarios de los funcionarios, que amenazan con provocar un choque con los sindicatos peronistas.
Las empresas petroleras privatizadas se resisten a los intentos de gobierno de introducir nuevos
impuestos a las exportaciones. Y por último, los pequeños ahorradores todavía están en las calles
exigiendo la devolución de sus ahorros, los piqueteros han incrementado sus protestas para exigir
empleos y las caceroladas continúan semanalmente.

El gobierno no puede resolver ninguno de estos problemas y su colapso sólo es cuestión de tiempo. La
demanda de nuevas elecciones ganará fuerza. Esta perspectiva no puede provocar entusiasmo en la
clase dominante por que las elecciones revelarán un aumento del apoyo de la izquierda. El movimiento
peronista está lleno de contradicciones, que pronto tendrán que hacerse notar. Entrará en una crisis
profunda y aparecerán tendencias hacia a la escisión. Menem intenta pescar en aguas turbulentas,
pero es poco probable que tenga éxito. La memoria de la población es corta, pero no tanto.

Lo más probable es que empujen a un peronista de "izquierdas", como Rodríguez Saá, que ya ha
demostró en diciembre una capacidad considerable de demagogia. En ese momento, la burguesía no
estaba dispuesta a aceptarle. Pero están quemando rápidamente todos sus puentes políticos. Como
todavía no ha llegado el momento de enfrentarse con la fuerza a la revolución, recurrirán al engaño. La
idea de una solución indolora a la crisis, una solución que ofrezca algo para todos, parecerá atractiva,
especialmente a la clase media. Saá (o cualquier otro que juegue el mismo papel) prometerá la tierra,
el cielo y mucho más. Incluso podría hacer algunas reformas con la mano izquierda, mientras que con
la derecha las quita. Pero no cambiará nada sustancial. El objetivo de esta maniobra es sólo ganar
tiempo para la clase dominante, mientras desorientan y desmoralizan a las masas. No se puede
descartar ese gobierno pudiera ofrecer en algún momento futuro la convocatoria de una "Asamblea
Constituyente" ("después solucionaremos la crisis").

La variante exacta, por supuesto, no se puede prever. Existen muchas variantes. Pero que la clase
dominante argentina en el próximo periodo puede recurrir a este tipo de maniobras está fuera de toda
duda. Y esto representa un serio peligro para la revolución. Ya vimos en diciembre que incluso algunas
personas de izquierdas estaban dispuestas a creer en Saá e incluso darle algo de crédito. Esto es un
error mortal. Es necesario mantener una posición independencia de clase implacable ante todos y cada
uno de los políticos burgueses. Debemos mantener la guardia y constantemente advertir a los
trabajadores de estas maniobras. Por supuesto, debemos hacerlo de una forma hábil. No es cuestión
de denuncias sino de explicaciones: "Hechos, no palabras". Eso es lo principal.

Sobre todo es necesaria la extensión de los órganos de poder popular: las asambleas populares, las
organizaciones piqueteras, y sobre todo, los comités de fábrica. La consigna central de este nuevo
poder es la huelga general. Pero hay que preparar y organizar la huelga general. La única forma de
garantizar que el movimiento tenga lugar de una forma organizada, sin motines ni saqueos, es a través
de la creación de comités de acción, comités electos de los trabajadores, que deben ser lo más
amplios posible para incluir a los representantes electos de los desempleados, pequeños
comerciantes, estudiantes y todos los elementos de la población, excepto los explotadores. Como
escribí en diciembre:

"Los comités deben organizar el transporte y la distribución de comida y otras necesidades de la vida
de los sectores más pobres de la población. Deben controlar los precios y patrullar las calles para
mantener el orden y luchar contra la reacción. Para llevar adelante estas acciones necesitan armas.
Hay que hacer un llamamiento a los soldados y policías para creen comités electos, para que purguen
de sus filas a los fascistas y otros reaccionarios, y vincularlos a los comités obreros. Finalmente, es
necesario vincular los comités revolucionarios local, regional y nacionalmente, preparando el camino
para un congreso nacional de comités revolucionarios capaz de tomar el poder en sus manos"
(Argentina: la revolución ha comenzado).

La consigna de las asambleas populares (soviets) en absoluto excluye el trabajo en los sindicatos.
Todo lo contrario. La consigna de los soviets (especialmente la formación de comités de fábrica) va a
mano a mano con la consigna de la transformación de los sindicatos en órganos reales de lucha. Es
necesario dirigirnos a los trabajadores de la CGT, entrar en los sindicatos peronistas, proponer la
unidad de acción para asegurar que se cumplen todas las promesas y que todos los problemas de la
clase trabajadora se resuelven. Los trabajadores peronistas comprenderán a través de su propia
experiencia la imposibilidad de resolver sus problemas mientras el poder real permanezca en manos
de la oligarquía. Se abrirá un abismo entre los trabajadores y el gobierno. En determinado momento los
propios sindicatos tendrán que pasar a la semi-oposición o incluso a una oposición abierta. Llegados a
este punto, el camino estará abierto para ganar a la mayoría decisiva de la clase obrera. Entonces
habrá que plantear la cuestión del poder.

La revolución argentina puede desarrollarse durante un periodo de meses, incluso años, antes de
llegar al momento decisivo, de una forma u otra. Habrá periodos de flujo y reflujo, de cansancio,
derrotas, incluso reacción, que pueden provocar nuevos comienzos. Pero tarde o temprano, habrá que
plantear y resolver la cuestión del poder. O la dictadura del capital o la dictadura del proletariado. No
hay camino intermedio.
Londres, 11 de marzo de 2002

¿Qué ha resuelto la intervención imperialista en


Afganistán?
Laureano Jiménez

Los atentados terroristas del 11 de septiembre en Estados Unidos y la guerra desatada por el
imperialismo sobre Afganistán han imprimido un dramático giro a toda la situación mundial.
Tras los almibarados sueños de paz, concordia y bienestar universales anunciados hace poco
más de diez años por las principales potencias capitalistas tras la caída del estalinismo, la
población del planeta ha experimentado un rudo despertar, observando con creciente ansiedad
cómo la incertidumbre y la inestabilidad se instalan por todas partes. La economía mundial y las
condiciones de vida y trabajo de las familias trabajadoras, las leyes y los derechos
democráticos de la población, la actuación de los gobernantes y la toma de posición de las
organizaciones políticas de la burguesía y de la clase obrera; todo, parece estar determinado
por aquellos acontecimientos.

Lenin dijo una vez que las guerras, como las crisis personales que golpean a los individuos, someten a
todas las personas, organizaciones y corrientes políticas a una dura prueba. En algunas produce el
efecto de acobardarlas, de amedrentarlas y de anular su voluntad independiente; pero en otras tiene el
efecto de endurecerlas, de afirmarlas y fortalecerlas, preparando el camino para importantes avances
en el futuro bajo nuevas condiciones.

Los atentados y el desenlace de la guerra han provocado una ola reaccionaria en todo el mundo que
tiene como principal valedor al gobierno de los Estados Unidos, la más grande potencia imperialista
desde los días del Imperio Romano. Todos los reaccionarios del mundo se aprestan a seguir la estela
de su amo, quien les ha dado carta blanca para que ajusten las cuentas contra sus enemigos y
adversarios.

Por otra parte, en el caso de las organizaciones obreras tradicionales de cada país hemos presenciado
la actitud lacayuna de la mayoría de sus dirigentes ante la política general del imperialismo americano.

La arrogancia del imperialismo

Tras la derrota del régimen talibán en Afganistán, la arrogancia del gobierno Bush no ha hecho sino
multiplicarse por mil. Ahora son gobiernos, grupos terroristas o guerrilleros en países como Irak,
Somalia, Yemen, Filipinas, Irán, Cuba y Colombia, quienes están en el punto de mira de la maquinaria
militar estadounidense. Se dan poderes especiales a la policía y a los gobiernos para que se recorten
escandalosamente los derechos democráticos de los ciudadanos, como la privacidad de la
correspondencia postal y de Internet. Se permiten allanamientos de los domicilios particulares sin
permiso judicial o la detención indefinida de los ciudadanos extranjeros, incluyendo juicios sumarísimos
clandestinos para aplicarles la pena de muerte. Se autoriza a la CIA a cometer asesinatos en el exterior
contra "los enemigos de América". Se criminaliza a todo aquel que se aparta de la "línea oficial"
imperialista y se adopta como principio de actuación la represión policial de los movimientos de masas
"antiglobalización".

El imperialismo americano parece actuar como una bestia herida que ataca a todo lo que se mueve.
Pero su arrogancia le pasará factura.

Se cuenta que cuando Julio César volvía de sus campañas militares victoriosas y desfilaba en su
carroza por las calles de Roma, atestadas de una muchedumbre entusiasta que aclamaba su nombre,
se hacía colocar un esclavo a su espalda para que durante el desfile le susurrara al oído: "Recuerda
que eres mortal". De esta manera intentaba refrenar su envanecimiento para no perder el contacto con
la realidad. La actitud de Bush es justamente la contraria, entre otras razones porque, a diferencia del
esclavo romano, sus lacayos en los gobiernos occidentales y sus plumíferos a sueldo llevan hasta el
paroxismo las alabanzas y felicitaciones por su política y sus decisiones.

Pero tras la capa superficial de histeria reaccionaria, el movimiento elemental de las masas oprimidas
de todo el mundo empieza a adquirir forma propia. Los acontecimientos revolucionarios en Argentina
nos muestran el futuro. Millones de personas oprimidas en todo el mundo no pueden permanecer
indefinidamente sujetas a sus cadenas por la simple propaganda o la represión. El capitalismo está
exacerbando todas las contradicciones sociales a una escala nunca vista. La crisis económica en los
países capitalistas desarrollados, la más profunda desde los años treinta, mostrará a millones de
jóvenes y trabajadores el fraude del llamado "sistema de libre mercado". Las condiciones objetivas,
partiendo de la experiencia acumulada anterior, comienzan a cincelar la conciencia de la clase
trabajadora de todos los países. El péndulo de la historia se prepara para girar de nuevo hacia la
izquierda, y la nueva generación de revolucionarios en todo el mundo tendrá ante sí una oportunidad
tras otra para imprimir su sello en los acontecimientos.

La derrota del régimen talibán

La primera fase de la intervención imperialista en Afganistán parece haber terminado. Los talibanes
han sido desalojados del poder, la organización fundamentalista islámica Al-Qaeda ha sido
desmantelada en dicho país, y sus cuentas intervenidas y confiscadas. Sus principales dirigentes han
muerto, están detenidos o permanecen huidos, igual que centenares de sus miembros en todo el
mundo.

La propaganda oficial nos asegura que, a partir de ahora, el pueblo afgano se prepara para disfrutar de
un futuro de paz, prosperidad, democracia y libertad.

Ciertamente, la derrota del régimen talibán es un hecho. Como lo es también la muerte de miles de
hombres, mujeres y niños causada por los bombardeos "civilizadores" de los aviones de combate
americanos y por el hambre y el frío que se ha cebado sobre los cientos de miles de afganos que
permanecen agolpados a lo largo de la frontera con Pakistán, a donde habían ido a refugiarse huyendo
de la destrucción causada por la intervención imperialista.

Los medios de comunicación occidentales han derramado lágrimas de viva indignación por la bárbara
destrucción causada por los talibanes contra los Budas de Bamiyán y las riquezas atesoradas en el
Museo de Kabul, vestigios de incalculable valor de las antiguas civilizaciones que poblaron Afganistán
hace 2.000 años. No obstante, ha sido esta misma gente, culta y educada, la que ha justificado con
igual ardor la destrucción causada por los bombardeos americanos de los últimos vestigios de vida
civilizada que aún permanecían en pie en Afganistán tras 22 años de conflicto interminable: carreteras,
puentes, aeropuertos, presas, estaciones hidroeléctricas, hospitales, escuelas y edificios públicos,
retrotrayendo aún más al sufrido pueblo afgano a una época oscura.

Antes de esta última intervención militar, más de un millón de afganos habían muerto en el conflicto en
las últimas dos décadas y cinco millones permanecían en los campos de refugiados de Pakistán, Irán y
Tayikistán. Estas cifras se han incrementado aún más tras la guerra.

Pero, aparte de todo esto ¿qué más ha conseguido el imperialismo americano con esta intervención
militar?

Antes de analizar las consecuencias de la guerra en Afganistán y de profundizar en sus causas


inmediatas, consideramos imprescindible estudiar la historia de esta desdichada tierra, particularmente
la de sus últimas décadas, para comprender cómo se ha llegado a la actual situación.

La formación de Afganistán
Afganistán es un país montañoso de un tamaño similar al de Francia. La cordillera del Hindu Kush y la
meseta de Pamir dividen el país en norte y sur. Durante toda su historia ha sido una tierra sometida a
un trasiego constante de pueblos, civilizaciones y guerras de conquista y rapiña. No por casualidad,
por su situación geográfica, Afganistán fue denominada "la puerta del sur de Asia".

Los arios fueron el primer pueblo que conquistó estas tierras, destruyendo las antiguas culturas y
civilizaciones para crear las bases para el desarrollo de una nueva civilización. Más tarde, fueron
persas y griegos quienes incorporaron el territorio afgano a sus dominios.

En el año 654 los árabes atravesaron Afganistán portando consigo el estandarte de una nueva religión.
En sus primeros tiempos el mensaje del Islam fue recibido con entusiasmo liberador por innumerables
pueblos de Asia, África, e incluso de la Península Ibérica. Más aún lo fue en el imperio sasánida que
dominaba Persia y Afganistán, que se caracterizaba por la extrema opresión de las masas.

Antes que Gengis Khan y sus mongoles, también ocuparon estas tierras indostaníes y turcos entre
otros. Cada invasión o migración dejaba tras de sí su propio poso étnico que se añadía o mezclaba al
anterior, conformando una compleja amalgama étnica que pervive hoy día. En un territorio donde viven
23 millones de personas, se hablan veinte lenguas aunque dos son las mayoritarias: el pastún y el dari,
que es un dialecto del persa.

El grupo étnico dominante son los pastunes que habitan el sur y el este del país. En el norte hay tres
grupos étnicos principales: la minúscula población turcomana de la provincia de Badghis, la población
uzbeca de la región central del norte del país, centrada en Mazar-e-Sharif, y los tayikos del norte de
Afganistán, vinculados respectivamente con sus poblaciones hermanas de Turkmenistán, Uzbekistán y
Tayikistán, en Asia Central. Otro grupo étnico, los hazaras, son musulmanes shiíes y mayoritarios en el
Oeste de Afganistán, y están relacionados con los iraníes. También existen pequeñas minorías de
baluchis, mongoles y otros.

Fue el imperialismo europeo, principalmente, quien con el tiempo daría a Afganistán una apariencia de
cohesión nacional.

Durante gran parte del siglo XIX Gran Bretaña y Rusia estuvieron disputándose su influencia sobre los
destinos de Afganistán. Gran Bretaña invadió por dos veces Afganistán, en 1838-1842 y en 1878-1880,
con la intención de incorporarla a su imperio. En ambas guerras fue derrotada y tuvo que desistir de su
intento.

No obstante los británicos no cejaron en su empeño de subyugar al pueblo afgano. A los pocos años
una enorme fuerza militar británica llegó a Afganistán desde las fronteras oriental y meridional,
imponiendo una nueva frontera, la línea Durand, que privó a Afganistán de un tercio de su población
que quedó incorporada a lo que hoy es Pakistán. Durante los siguientes cuarenta años, hasta la
Tercera Guerra Angloafgana de 1919, Afganistán permaneció como un protectorado británico.

La revolución bolchevique despertó las esperanzas de las masas de Asia. Los bolcheviques con sus
actos demostraron que eran amigos de todas las masas trabajadoras, especialmente las de Oriente. La
revolución bolchevique inspiró tanto al rey afgano Aman Ullah, que éste declaró la independencia de
Afganistán. Afganistán por primera vez en su historia ya no estaba aislado en sus cordilleras y todo
gracias a la Revolución de Octubre. Finalmente, en 1921, Gran Bretaña reconocía la independencia del
territorio afgano.

Aman Ullah puso en práctica reformas progresistas en Afganistán. Declaró el país un estado laico. El
papel del clero en los asuntos estatales se redujo, se limitó la tierra de los mulás y los jefes tribales. A
algunas tribus se les obligó a pagar impuestos de los que antes estaban exentas. Se creó el sistema
bancario. Se prohibió la esclavitud, comenzaron las reformas educativas y mejoras en las condiciones
de la mujer.

Estas reformas sacudieron la tradicional sociedad tribal. Los más afectados fueron los mulás. Sus
tierras, Waqf, fueron confiscadas, su supremacía mermó y se crearon juzgados separados. La
extensión de la educación femenina amenazaba también su posición social. Ellos, junto con los
señores feudales, formaron el núcleo de la reacción que, con el apoyo del imperialismo británico,
provocaron finalmente la caída de Aman Ullah.

En 1929, Gran Bretaña hizo sentar en el trono a Nadir Shah, que fue asesinado en su propio palacio en
1933. Su hijo de 19 años de edad, el príncipe Zahir Shah, se convirtió en rey.

Cuando colapsó el dominio británico del subcontinente indio tras la II Guerra Mundial, la influencia del
imperialismo británico fue reemplazada por la influencia de la burocracia estalinista de la URSS.
Primero, la burocracia apoyó el régimen monárquico y después, cuando el rey Zahir Shah fue
derrocado por su primo Daud en 1973, apoyó a este último.

Con el sistema social afgano en un callejón sin salida, la presión del capitalismo y el estalinismo en sus
fronteras tuvo un enorme efecto sobre el país. Con el mantenimiento de las relaciones feudales no era
posible seguir hacia adelante. El 97% de las mujeres y el 90% de los hombres eran analfabetos.
Aproximadamente el 5% de los terratenientes acaparaba más del 50% de la tierra fértil. No había
ferrocarriles y sólo en los veinte años precedentes, con la ayuda rusa, este país había conseguido
tener un sistema de carreteras.

La revolución ‘saur’

La revolución saur (primavera), que se produjo mediante un sangriento golpe militar encabezado por
oficiales del ala izquierda del Ejército y la fuerza aérea contra el presidente Daud, fue el más
significativo paso adelante dado por Afganistán desde las reformas introducidas por el rey Aman Ullah.

El gobierno Daud (1973-1978) estaba maniobrando para aplastar a la oposición de izquierdas,


planeando asesinar a los líderes de los partidos Jalq y Parcham. El Partido Parcham fue una escisión,
encabezada en 1967 por Babrak Ramal, del Partido Jalq. Más tarde siguió los dictados de la política de
Moscú y apoyó al presidente Daud cuando tomó el poder en 1973. El Partido Comunista de Afganistán,
que posteriormente cambió su nombre por el de Partido Democrático del Pueblo de Afganistán (PDPA),
resultó de la fusión de ambas fracciones, los partidos Jalq y Parcham.

El golpe de abril de 1978 fue un movimiento que se basó en la élite del ejército, en los intelectuales y
en las capas superiores de los profesionales de clase media urbana. Taraki, el dirigente de la fracción
Jalq, fue sacado de la cárcel e instalado en la presidencia de Afganistán. A pesar de la propaganda
occidental este golpe no fue estimulado por la burocracia estalinista de la URSS, que mantenía
excelentes relaciones con Daud. El golpe le cogió de improviso aunque, una vez consumado, apoyó al
nuevo gobierno afgano.

El nuevo gobierno revolucionario inició un programa de reformas a gran escala en la mayoría de los
sectores de la vida económica y social. Se hicieron reformas radicales de la tierra, y la mayor parte de
la industria, incluyendo el comercio, la minería y otros sectores, fueron nacionalizados. La venta de
mujeres, el mayor negocio de Afganistán, fue completamente prohibida. El sistema de préstamos a alto
interés, que había colocado a la mayoría de los campesinos pobres al borde de la esclavitud, fue
derogado.

Paralelamente, el gobierno del PDPA intentó introducir reformas radicales en otros campos, como la
sanidad y la educación, con un programa de eliminación del analfabetismo que incluía a mujeres y
hombres. Estas medidas, en una Afganistán económicamente subdesarrollada y socialmente primitiva,
supusieron un golpe extraordinario a los grandes propietarios y mulás, en especial en el campo, que
habían patrocinado la usurería y otras formas de explotación. El final del feudalismo y el capitalismo en
un país como Afganistán abría la puerta para que esta sociedad arcaica entrara en el siglo XX; por lo
tanto, era un acontecimiento progresista.

Pero el principal problema de la revolución saur y de las reformas del gobierno del PDPA era que las
estaban introduciendo desde arriba, sin la participación directa de las masas. El aparato del Estado y
del partido era débil y frágil. Su control sobre las zonas rurales, sumergidas bajo el sistema tribal, era
limitado. La proporción de las masas que participaron en el proceso de reformas era mínimo, y estaba
confinado principalmente a las ciudades. De aquí la incapacidad del nuevo régimen para lograr que las
reformas penetrasen en profundidad, y las resistencias de los propietarios y los mulás crearon nuevos
conflictos dentro del propio PDPA. Taraki fue derrocado por Amín, y la política ultraizquierdista y
oportunista practicada por este último, particularmente en el terreno religioso, que fue llevada con muy
poco tacto entre una población campesina muy atrasada, fue aprovechada por los elementos
reaccionarios de la sociedad para azuzar entre estas capas de la población contra el gobierno "ateo"
de Kabul.

La continuidad de las reformas iniciadas en Afganistán suponía una amenaza mortal no sólo para los
intereses de los terratenientes afganos, usureros y mulás, sino también para la reaccionaria monarquía
de Arabia Saudí y otros estados vecinos, particularmente Pakistán e Irán. Por esta razón y debido a su
proximidad con Moscú, el imperialismo estadounidense se opuso implacablemente al nuevo régimen
de Kabul que, aunque de una forma distorsionada, representaba una revolución. Por eso el
imperialismo estadounidense armó e incitó una coalición de los elementos reaccionarios más bárbaros
contra la revolución afgana. Así, organizaron una guerra de guerrillas contra el nuevo régimen de
Kabul, subrepticiamente financiada con dinero de Arabia Saudí y con armas de Pakistán y Estados
Unidos, y hasta cierto punto de China.

La invasión soviética

La burocracia estalinista de la URSS, temía que el fermento reaccionario en Afganistán pudiera


extenderse y afectar a la población musulmana en las regiones vecinas de Rusia. Los musulmanes
representaban una cuarta parte de la población de la Unión Soviética. Y tras la revolución islámica en
Irán, una nueva oleada de reavivamiento fundamentalista atravesó toda la zona. En gran medida,
fueron estos intereses nacionalistas de la burocracia rusa, incluidas razones de poder y prestigio, los
que llevaron a la URSS a la intervención militar en Afganistán en diciembre de 1979, contra la opinión
de los principales oficiales del ejército afgano que temían que pudiera conducir la revolución a un
desastre. Amín fue depuesto y, en su lugar, Babrak Karmal, líder de la fracción Parcham del PDPA, se
instaló como presidente en Kabul.

La intervención de Rusia se convirtió en una cuestión internacional de primera magnitud. La prensa, la


radio y la televisión de todo el mundo se llenaron de denuncias indignadas sobre la agresión rusa. Esta
campaña de propaganda contra la intervención en los asuntos de otro pueblo era completamente
hipócrita.

El imperialismo siempre ha intervenido en los asuntos de los demás pueblos, practicando la invasión
militar y las prácticas terroristas indiscriminadas contra la población. Ahí están los ejemplos de
Vietnam, Chile, Argentina, Nicaragua, Cuba, Panamá, Irak, Yugoslavia, Congo, Angola o Mozambique.
Los crímenes del imperialismo se cuentan con decenas de millones de muertos. Las potencias
imperialistas tienen las manos manchadas de sangre y todas sus prédicas morales no bastan para
borrar sus huellas asesinas.

Los muyahidines, esos "luchadores por la libertad" (con el apoyo de la CIA), sólo eran una pandilla de
bandidos reaccionarios que se basaban en los sectores más atrasados de la sociedad afgana. En
principio, no se podía rechazar la idea de una ayuda procedente de la URSS si ésta la hubiera pedido
Afganistán. Pero la burocracia de Moscú invadió Afganistán por su propio interés y sin pensar en las
consecuencias para la clase obrera de Afganistán y de todo el mundo. Sirvió de excusa para que el
imperialismo estadounidense movilizara las fuerzas reaccionarias del fundamentalismo islámico. Fue
por eso por lo que la intervención rusa jugó un papel reaccionario, independientemente de que una vez
desatada la guerra civil todo marxista o socialista sincero debía prestar un apoyo crítico al gobierno
estalinista de Kabul frente a las fuerzas de la contrarrevolución, cuyos terribles efectos se dejan sentir
ahora. El resultado final fue el desastre para la revolución afgana.

Por qué triunfó la contrarrevolución

La CIA y sus aliados movilizaron grandes cantidades de dinero y armas para apoyar la
contrarrevolución afgana. En Oriente Próximo, la Hermandad Musulmana y la Liga Mundial
Musulmana, junto con el jefe de la inteligencia saudí, el príncipe Turki al Faisal, se unieron para
conseguir dinero para la yihad. El ISS (los servicios secretos paquistaníes) y el Jamat-e-Islami crearon
comités de recepción para recibir a los jóvenes de clase media desesperados y que se unían
voluntarios a la yihad. El ISS creó cientos de campos de entrenamiento militar.

Sólo entre 1980 y 1992 se unieron a los muyaidines afganos más de 35.000 fundamentalistas
islámicos de 43 países diferentes. Entre los miles de reclutas extranjeros estaba Osama Bin Laden. Bin
Laden llegó a decir que: "para contrarrestar la revolución en Afganistán, el régimen saudí me eligió
como su representante en Pakistán y Afganistán. Conseguí voluntarios de muchos países árabes y
musulmanes que respondieron a la llamada. Creé los campos donde los oficiales paquistaníes,
estadounidenses y británicos entrenaban a estos voluntarios. EEUU suministraba las armas, el dinero
procedía de los saudíes".

Pero sin la traición de la burocracia rusa los muyaidines nunca habrían podido conquistar Kabul ni
ninguna de las otras ciudades importantes. Durante catorce años de lucha no obtuvieron ningún
resultado decisivo. La razón principal de la caída de Kabul en 1992 no fue la superioridad militar de los
fundamentalistas, sino el hecho de que Moscú retirara la ayuda a los estalinistas afganos. Cortaron
toda la ayuda militar porque formaba parte del "compromiso" alcanzado con el imperialismo
estadounidense, mientras Pakis-tán y Arabia Saudí, con el beneplácito de Washington, seguían
suministrando ayuda a los rebeldes.

Pero cuando Moscú retiró sus tropas, las fuerzas del entonces presidente Najibullah (que había
sustituído en el cargo a Babrak Karmal en 1989) todavía consiguieron repeler algún ataque de la
reacción. Pero la retirada de la ayuda puso al régimen en una situación imposible. La caída de
Najibullah por un golpe de estado planificado por la CIA y el ISS, corrompiendo a varios altos oficiales
del ejército afgano, preparó el camino para la captura de Kabul por los fundamentalistas islámicos.

Si Moscú hubiera tenido una política medianamente correcta en la región, la guerra se podría haber
ganado fácilmente y arrastrado tras de sí a Pakistán. Lo correcto habría sido hacer un llamamiento a
las nacionalidades oprimidas: baluchis, sindhis, phastun, etc., de Pakistán para que se levantaran
contra sus opresores. Pero la conservadora burocracia rusa no tenía ningún interés en extender la
revolución a Pakistán, ni siquiera quería formar allí un estado obrero deformado a su imagen y
semejanza. El resultado fue la derrota, el colapso y la humillación.

El colapso de la Unión soviética tras décadas de degeneración estalinista, transformó la situación no


sólo en Afganistán y Asia central, también a escala mundial.

El nuevo régimen islámico liquidó la mayoría de las reformas progresistas de los regímenes anteriores.
Pero desde el principio este nuevo gobierno fue muy inestable. Rápidamente surgió la lucha entre el
Hiz-e-Islami, encabezado por Gulbadin Hikmatyar, y el Jamat-e-Islami de Ahmed Shah Masud. Estas
bandas rivales de contrarrevolucionarios lucharon entre sí despiadadamente. En 1994 ninguno de los
dos bandos había conseguido una victoria decisiva sobre el otro, pero habían preparado el terreno
para una nueva oleada de reacción fundamentalista aún más extremista: los talibanes.

Los talibanes

Los talibanes fueron una creación del ejército y los servicios de inteligencia paquistaníes, con el apoyo
activo de la CIA. Fueron reclutados entre los jóvenes refugiados afganos, estudiantes de las escuelas
islámicas, madrasas, en Pakistán. En 1994 el mulá Omar surgió como el principal líder de los talibanes.
Con la ayuda del ISS, en un breve espacio de tiempo, los talibanes tomaron el control de las
principales ciudades de Afganistán. Primero capturaron Kandahar, después Herat, Mazar-e-Sharif y por
último Bamyan. Cuando los talibanes finalmente ocuparon Kabul se vengaron de sus enemigos.
Najibullah, el anterior presidente, fue colgado de un poste de la luz con sus genitales en la boca. Con
estos métodos el "Occidente civilizado" y sus agentes a sueldo consiguieron sus principales objetivos.

El régimen talibán impuso un reino de terror, llevó a cabo una limpieza étnica en Bamiyan y Mazar-e-
Sharif y una brutal represión contra las minorías religiosas y nacionalidades oprimidas. Los talibanes
entraron en Afganistán con la excusa de la paz, pero pronto iniciaron una represión violenta. Cerraron
escuelas —en concreto las de niñas— y prohibieron a las mujeres trabajar fuera de casa. Destrozaron
las emisoras de TV, quemaron bibliotecas, saquearon los museos históricos, prohibieron deportes y
ordenaron que los hombres llevaran la barba larga.
Es un hecho que desde 1996, cuando capturaron Kabul, los talibanes habían perdido un considerable
apoyo entre las masas, sus consignas pacifistas rápidamente se transformaron en una brutalidad
inmensa contra las masas.

Para consolidar su poder cultivaron el opio para producir y traficar con heroína, que era su mayor
fuente de ingresos. Pero nada de esto habría sido posible sin la participación activa de Islamabad —y
Washington—. Se calcula que los talibanes recibieron unos veinte mil millones de dólares de EEUU y
del régimen saudí, y los continuaron financiando hasta hace bien poco.

Hasta 1997 los estadounidenses no sólo guardaron silencio sobre la violación de los derechos
humanos en Afganistán sino que también apoyaron al régimen de Kabul.

Desde el principio, EEUU apoyó a los talibanes en su propio interés. Como es habitual, los intereses
económicos estaban implícitos. Las grandes empresas estadounidenses estaban muy interesadas en
construir un gaseoducto y un oleoducto desde los Estados de Asia Central a través de Afganistán. Esto
condicionó la actitud de EEUU hacia el régimen talibán. UNOCAL, la gigantesca multinacional
estadounidense, llegó a un pacto con los talibanes. Cuando éstos no consiguieron tomar todo
Afganistán —en concreto el norte— ni acabar con la Alianza del Norte (un conglomerado inestable de
todos los grupos que sucumbieron a manos de los talibanes), el proyecto del oleoducto entró en crisis.
Fue entonces cuando se despertó la "sensibilidad" de Washington por la violación de los derechos
humanos en Afganistán.

Osama Bin Laden

Osama Bin Laden jugó un papel clave en la guerra de los contrarrevolucionarios islámicos contra el
régimen estalinista de Kabul y recibió el apoyo entusiasta de la CIA. Pero el perro se ha vuelto contra
su amos y le ha mordido. Después de que la Unión Soviética se retirara de Afganistán, Bin Laden puso
su interés en EEUU y organizó el bombardeo de las embajadas estadounidenses en África.

De la noche a la mañana el héroe de la CIA y el "luchador por la libertad" en Afganistán, se convirtió en


el principal "enemigo de la civilización". ¿Qué ha ocurrido entre estos antiguos aliados? ¿Qué
diferencias surgieron entre ellos? Cuando participaba en el derrocamiento del régimen pro-estalinista
de Afganistán, Bin Laden era mimado por la clase dominante estadounidense y un fiel confidente de la
familia real saudí. De repente se convirtió en el mayor terrorista y criminal del mundo. Es verdad que es
un criminal y un terrorista reaccionario. Pero esto no es reciente: fue así desde el principio cuando
participó en la guerra asesina contra las masas trabajadoras y campesinas de Afganistán.

Lo que irritó a los estadounidenses fue el hecho de que, después de la caída del estalinismo, estos
gánsteres y bandidos contrarrevolucionarios escaparan a su control. No cambió el fundamentalismo
islámico. Las diferencias con los estadounidenses salieron a la luz en 1991, cuando el imperialismo
estadounidense atacó Irak y algunos de estos fundamentalistas islámicos, en particular la organización
de Bin Laden —Al-Qaeda—, se opuso a la presencia de las tropas estadounidenses en Arabia Saudí.
Los mismos fanáticos fundamentalistas que lucharon contra las tropas soviéticas como "extranjeros en
un país musulmán" (Afganistán), ahora se volvían contra EEUU, utilizando la misma lógica.

Washington sembró vientos y recogió tempestades. Utilizando el dinero y las armas que les habían
dado los estadounidenses y saudíes, los grupos fundamentalistas mejor organizados y más ricos,
como Al-Qaeda, crearon campamentos en países islámicos como Argelia, Sudán, Egipto, Irak, Siria,
Turquía, Tayikistán, Indonesia y Cachemira.

Al ver la traición de su antiguo aliado, la furia de los imperialistas estadounidenses no conoció límites.
Desahogaron su frustración sobre el indefenso pueblo afgano, primero con el bombardeo de 1998 y
después con la imposición de unas sanciones económicas brutales que provocaron más hambre y
malnutrición para millones de hombres, mujeres y niños ya traumatizados por décadas de guerra.

Los atentados del 11-S

El ataque terrorista en Estados Unidos ha sido un hecho de una extraordinaria magnitud, no sólo por
los objetivos alcanzados (las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono), sino por la cantidad de
personas que murieron en dichos ataques (en torno a 4.000, según las últimas cifras oficiales), una
gran parte de ellos trabajadores inmigrantes que trabajaban en los edificios con bajos salarios. Un
tercer avión, que se dirigía probablemente hacia la Casa Blanca, cayó en Pensilvania,
presumiblemente derribado por cazas de la Fuerza Aérea estadounidense, aunque esto último ha sido
negado por el gobierno americano.

Los preparativos y los verdaderos responsables de dichos atentados permanecen aún ocultos en una
nebulosa de misterio. A pesar de que desde el primer momento, el gobierno americano se apresuró a
señalar a Osama Bin Laden como principal responsable de los mismos, aún a día de hoy no ha podido
presentar una sola prueba concluyente. Al principio hablaban de que disponían de pruebas
absolutamente irrefutables que culpaban a Bin Laden. Pero por alguna razón que se nos escapa se
han resistido hasta ahora a darlas a conocer a la opinión pública. Posteriormente han mostrado unos
cuantos vídeos, presuntamente filmados por la organización Al-Qaeda, donde Bin Laden se jacta de
haber organizado los ataques. Pero con las modernas técnicas de filmación y montaje por ordenador
que existen, igualmente podían haber sido confeccionados en cualquiera de los despachos del
Pentágono. En las semanas y meses posteriores a los ataques, cerca de 2.000 personas (casi todos
musulmanes) han sido detenidos en EEUU y en el resto del mundo. A pesar de que la mayoría de
estas personas permanecen recluidas y sin poder ser asistidas por abogados, sólo ha sido señalada
como colaborador directo en los atentados ¡una sola persona!, que ha negado su participación en los
preparativos y contra la que tampoco disponen de pruebas concluyentes. No deja de ser sorprendente
que habiendo sido incapaces los servicios secretos americanos de sospechar la inminencia de estos
ataques, no tardaran ni 24 horas en mostrar las fotos y unas biografías completísimas de cada uno los
supuestos 19 terroristas islámicos que viajaban en los tres aviones.

Aunque el objetivo y la forma de estos ataques bien podrían adecuarse a los métodos de Osama Bin
Laden, no hay que dejar de reconocer que sucedieron en un momento muy conveniente para el
presidente Bush y el complejo militar-industrial del Pentágono. En ese momento Bush, que contaba
con unos índices de popularidad mínimos, estaba batallando dentro y fuera de EEUU por el escudo
antimisiles y un agresivo y costoso programa de rearmamento, que contaba con el rechazo de un
amplio sector de la opinión pública norteamericana e internacional. Los ataques terroristas han dado
vía libre a todos estos planes.

Si bien no podemos descartar completamente la teoría de una conspiración donde pudieran estar
implicados un sector de los servicios secretos americanos y del Pentágono para favorecer estos u otros
planes, la magnitud del desastre hace más bien pensar que, en dicho caso, el asunto pudo
escapárseles de las manos.

En cualquier caso, ya fuera parte de una trama conspirativa ya fuera obra de la propia organización de
Bin Laden, el terrorismo individual ha dejado patente una vez más, y de qué manera, el carácter
completamente reaccionario de sus métodos. La bárbara intervención imperialista en Afganistán y las
que se preparan en otros países del mundo colonial, toda la ola chovinista y racista desatada en
Estados Unidos y en otras partes, la criminalización de las masas árabes que, como en Palestina,
están luchando heróicamente contra la opresión imperialista, el ataque generalizado a las libertades
públicas en todo el mundo que pronto se utilizarán contra el movimiento obrero, los crecientes gastos
armamentísticos que chupan una cantidad mayor de la riqueza creada por la clase trabajadora, y la
justificación de la crisis económica capitalista y sus efectos (despidos masivos, reducciones salariales,
etc); todo, se está haciendo con el santo y seña de los ataques terroristas del 11 de septiembre, sin
apenas oposición por parte de las direcciones de las organizaciones tradicionales de la clase
trabajadora de todos los países.

La intervención militar en Afganistán

En los últimos diez años Estados Unidos se ha implicado en tres grandes guerras contra Irak,
Yugoslavia y Afganistán; y está preparando nuevas incursiones en Somalia, Filipinas, Yemen y algunos
países más. Resulta equivocado pensar que la guerra desatada por una gran potencia imperialista
contra un país pobre y aislado es una muestra de poder. En el fondo demuestra su debilidad y
estupidez. En el pasado, las grandes potencias como Gran Bretaña o Francia, lo que hacían era
maniobrar con los gobiernos de los diferentes Estados y países para que se hicieran unos a otros la
guerra y poder influir de esta manera en los acontecimientos, prefiriendo evitar así el desgaste de una
intervención militar directa, tanto por el elevado coste de las mismas, como por la imprevisibilidad del
resultado de algunas de ellas. Lo que guiaba a la clase dominante de estas potencias era procurar
amortiguar en la medida de lo posible las contradicciones que generaba su política imperialista, para
mantener su dominación a largo plazo. Sólo se aventuraban a intervenir militarmente cuando habían
agotado todas sus traidoras maniobras diplomáticas y no les quedaba otra opción.

En el fondo, la actitud arrogante del gobierno americano es un reflejo de la estrechez de miras y del
provincianismo de su clase dominante, que se ha acentuado tras la caída de la Unión Soviética que,
hasta cierto punto, actuaba como muro de contención de la política exterior norteamericana.

Toda la campaña de reacción histérica que se desató en las primeras semanas contra Bin Laden y el
gobierno talibán después de los atentados terroristas rezumaba un insoportable hedor de hipocresía.
En realidad, los crímenes del imperialismo cometidos en las últimas décadas contra las masas del
mundo colonial y de otros países hacen aparecer las acciones de Bin Laden y sus colaboradores como
las de unos simples aficionados. Todos estos pequeños monstruos, como Bin Laden y otros, que han
sido utilizados en un momento u otro como excusa para intervenir en diferentes conflictos, bien podrían
responder al gobierno americano como respondió aquel pirata a Alejandro Magno, fundador de un
imperio que se extendía desde Grecia hasta la India: "A mí, porque tengo un barco me llaman bandido.
A tí, que tienes una flota, te llaman conquistador".

Para el gobierno americano de lo que se trataba en primer lugar era de dar un escarmiento
imperecedero al pueblo de Afganistán para dejar claro ante el resto de la población mundial que nadie
puede desafiar el poder y el prestigio del imperialismo americano.

Al gobierno de los Estados Unidos le llevó cerca de un mes iniciar los ataques contra Afganistán. La
elección de este país como objetivo de los ataques estaba motivada porque el territorio afgano
hospedaba a Bin Laden y al "núcleo duro" de su organización, Al-Qaeda.

El gobierno americano y sus aliados occidentales iniciaron en primer lugar una furiosa campaña en los
medios de comunicación para hacer aceptable ante sus respectivas opiniones públicas sus planes de
intervención. Estimularon la histeria de la población con la amenaza de la "guerra bacteriológica", que
se concretó en el extraño envío de pequeñas muestras de ántrax a oficinas y particulares en Estados
Unidos, que provocaron tres muertos. Ya fuera obra de lunáticos o de los servicios secretos
americanos, estos sucios métodos le vinieron al dedillo para llevar adelante sus planes.

Paralelamente presionaron a sus gobiernos títeres en la zona, fundamentalmente Pakistán y Arabia


Saudí, para que le sirvieran de plataforma terrestre donde alojar las tropas y preparar los ataques.
Curiosamente, estos dos países eran los únicos en el mundo que mantenían relaciones diplomáticas
con el gobierno talibán.

Al gobierno americano y sus aliados occidentales les costó denodados esfuerzos convencer a los
gobiernos de Pakistán, Arabia Saudí y otros para que se alinearan inequívocamente a su lado en esta
guerra. Todos estos regímenes son sumamente inestables, algunos de ellos están al borde de una
insurrección de masas (como Jordania o Egipto). El terror que les producía aparecer al lado de los
americanos para masacrar a un pueblo musulmán como el afgano era tremendo. Al final lo
consiguieron, si bien con algunas condiciones que hicieran pasar su apoyo más desapercibido.

Diferente era el caso de Pakistán. El territorio paquistaní era esencial para preparar los ataques. Pero
aquí la resistencia a colaborar abiertamente en la guerra fue más encarnizada, sobre todo entre la
casta militar. En realidad, el gobierno talibán de Afganistán era una sucursal del gobierno paquistaní,
con intereses muy cercanos entre ellos, particularmente ligados a la economía "negra", como era el
tráfico de drogas. El gobierno paquistaní quería garantías de que el nuevo gobierno afgano que
resultara de la guerra continuara siendo afín a sus intereses, lo que se veía dificultado porque la única
oposición armada dentro de Afganistán era la llamada Alianza del Norte, enemigos mortales de los
talibanes y del gobierno de Pakistán, que veía con temor la mano de Irán y Rusia tras este grupo y,
particularmente, de la India, su enemigo más irreconciliable. Al final Washington pudo forzar el apoyo
del gobierno de Pakistán, dándole un buen puñado de dinero y garantizándole que no permitiría que la
Alianza del Norte tomara Kabul.
Finalmente, los ataques se iniciaron el 7 de octubre con bombardeos implacables, día y noche, que se
prolongaron durante más de dos meses. Todo lo que podía ser destruído fue arrasado. Las ciudades,
bastante devastadas ya después de 22 años de guerra, fueron literalmente reducidas a escombros y
las pocas infraestructuras del país fueron convertidas en polvo. No obstante, los talibanes resistieron
prácticamente sin ceder un palmo de terreno durante un mes y con pocas bajas, que se cebaron sobre
todo entre la población civil por medio de innumerables "daños colaterales", por emplear el
despreciable eufemismo con que el imperialismo denomina lo que no es sino genocidio y terrorismo de
Estado.

La dificultad para el avance de la Alianza del Norte, formada por guerrilleros de similar calaña que los
propios talibanes, residía en que al inicio de la guerra apenas controlaba un 5% del territorio afgano y
disponían de armamento muy primitivo, aunque esto rápidamente cambió con la ayuda rusa, iraní e
india. Además, al estar compuestos fundamentalmente por uzbekos, tayikos y hazaras tenían
dificultades para encontrar un eco en la mayoría de la población pastún del resto del país. No obstante,
la Alianza del Norte sentía ardientes deseos de venganza tras el asesinato de su dirigente, Ahmed
Shah Massud, en un ataque suicida días antes del 11 de septiembre.

El elemento decisivo en cualquier guerra pasa por disponer de tropas sobre el terreno para conquistar
un territorio y, particularmente, sus ciudades más importantes. Pero los americanos tenían un pánico
mortal a llevar sus propias tropas y enfangarlas en una guerra que se presumía larga y difícil, sobre
todo teniendo en cuenta que Afaganistán es un país muy montañoso y el ejército talibán estaba
habituado a la guerra de guerrillas. Por esta razón, el gobierno americano no tuvo más remedio que
basarse en la Alianza del Norte si quería conseguir sus objetivos, a pesar de la radical oposición de
Pakistán. Los implacables bombardeos americanos y la mejor equipación militar de la Alianza del Norte
terminaron finalmente por resquebrajar las posiciones talibanes en el Norte. Particularmente fue
decisiva la caída de la ciudad norteña de Mazar-e-sharif que abría un corredor casi directo hasta Kabul.
En pocas semanas, el ejército talibán retrocedía en desbandada. La capital, Kabul, caía el 13 de
noviembre. A principios de diciembre los talibanes habían sido desalojados de la mayor parte del país,
incluídos el sur y el este, donde se sentían más seguros pues éstas eran zonas pastunes, de la misma
filiación étnica que ellos. Las pequeñas bolsas de resistentes en las montañas de Tora Bora fueron
implacablemente machacadas por los bombarderos americanos hasta su rendición total a finales de
diciembre.

La derrota talibán, los acuerdos de Bonn y la formación del nuevo gobierno

El repentino desmoronamiento del régimen talibán puso de manifiesto la nula base social sobre la que
sustentaba su apoyo. La brutal represión de las minorías nacionales, la miseria y la escasez en la que
sobrevivía la población, y la asfixia en el terreno laboral, educativo, sanitario, y en el ocio y la cultura,
que producía la dictadura de estos fundamentalistas religiosos, particularmente en las ciudades,
hicieron que nadie estuviera dispuesto a defender al régimen en el momento decisivo. La inesperada
rapidez con que concluyó la guerra podría dar a lugar a pensar que lo decisivo para conseguirlo fueron
los bombardeos aéreos norteamericanos. Pero difícilmente Estados Unidos habría acabado con el
gobierno talibán tan rápidamente sin la existencia de la Alianza del Norte, que suministró las tropas
sobre el terreno imprescindibles para ganar la guerra. Por último, fue decisiva la retirada del apoyo a
los talibanes de los jefes locales de etnia pastún, mayoritarios en el sur y el este de Afganistán,
quienes como honorables hombres de principios se pasaron al enemigo sólo después de recibir mucho
dinero y cuando la caída del régimen talibán aparecía ya como inevitable.

Después de la guerra, Afganistán está lejos de representar un Estado unificado. En la práctica cada
jefe guerrillero controla una parte del país. El uzbeko general Dostum es el amo y señor de la zona
norte de alrededor de Mazar-e-sharif. El tayiko Fahim hace lo propio en la zona habitada por los
tayikos, y los jefes hazaras en el Oeste, junto a la frontera iraní. El Este y el Sur está repartido entre un
conglomerado de jefes locales y tribales pastunes. Y todos actúan en la práctica al margen de las
decisiones del gobierno establecido en Kabul.

El principal objetivo de Estados Unidos tras esta intervención, además de las razones de poder y
prestigio que señalamos anteriormente, era establecer un gobierno títere en Afganistán afín a sus
intereses, que le permitiera reforzar su presencia en Asia Central, de cara a establecer un estrecho
control sobre los enormes recursos petrolíferos y minerales de la zona, pretendiendo debilitar la
presencia de Rusia, Irán, India y China en todo este área. Esta es toda la verdad del asunto. Sin
embargo, Estados Unidos apenas ha sacado provecho de esta guerra y, en cambio, ha conseguido
empeorar lo que ya iba mal para sus propios intereses. Así, la pretensión inicial de Estados Unidos de
colocar a la cabeza del estado afgano al antiguo rey Zahir Shah tras la derrota talibán ha pasado a
mejor vida. El gobierno postalibán establecido en Kabul tras los acuerdos alcanzados el pasado
diciembre en Bonn está dominado por los miembros de la llamada Alianza del Norte, conglomerado de
"señores de la guerra" y jefes guerrilleros tutelado por Rusia, Irán e India, muy suspicaz con la
presencia de tropas extranjeras en suelo afgano y con las americanas en particular.

Según los acuerdos de Bonn, en seis meses se convocaría una asamblea de jefes locales y tribales, la
Loya Jirga, que eligirá un nuevo gobierno para Afganistán. Pero los acuerdos de Bonn fueron un
compromiso de mínimos que ya están saltando en pedazos en base a la correlación de fuerzas real
que cada grupo y tutor extranjero tiene actualmente. Así, mientras que la estancia de tropas
extranjeras "para asegurar el orden en el país" iba a tener una duración indeterminada, el nuevo
gobierno ya ha impuesto un plazo máximo de seis meses a la estancia de las tropas occidentales en
Kabul, pasado el cual deberían marcharse. Estados Unidos ha replicado con su habitual arrogancia
que "mantendrán sus tropas el tiempo que sea necesario". Mientras que en Bonn se acordó el desarme
y la disolución de las fuerzas de la Alianza del Norte y que la labor de patrullaje policial por las calles
de Kabul fuera realizada por las tropas extranjeras, el gobierno ha decretado que las antiguas fuerzas
de la Alianza del Norte constituirán el embrión del futuro ejército afgano y que permanecerán armadas
y acuarteladas. También ha decretado que en la labor policial también participarán sus propios
milicianos armados.

Es verdad que el jefe del gobierno, el pastún Karzai, es un agente afín a los Estados Unidos, pero se
encuentra en minoría en el gobierno y su fidelidad a los intereses americanos dependerá del apoyo
que le presten los jefes pastunes del sur de Afganistán, que aceptaron encantados el dinero con que
fueron comprados por la Casa Blanca para dejar de apoyar a los talibanes. No obstante, esta gente
puede buscar nuevos amos, si la recompensa es mayor o si la arrogancia del ejército americano allí
donde están actuando, en el sur y el este de Afganistán, se vuelve intolerable para las masas pastunes
de esta zona.

Pakistán y Oriente Medio

Las ambiciones del gobierno de Pakistán de seguir jugando un papel dominante en la zona han
quedado seriamente debilitadas tras la derrota de los talibanes, de quienes era el principal valedor
hasta los atentados del 11 de septiembre. De hecho los enemigos tradicionales de Pakistán y EEUU en
el área, Rusia, Irán e India han visto reforzada su influencia tras la derrota de los talibanes. Es una
cruel ironía de la historia que el gobierno ruso vuelva a aspirar a jugar un papel destacado en
Afganistán trece años después de haber sido expulsadas sus tropas de aquél país, y todo ello gracias
a los bombardeos norteamericanos.

La guerra de Afganistán ha emitido largas ondas que han desestabilizado aún más la delicada
situación en Pakistán y en todo Oriente Medio, debilitando a todos los gobiernos de la zona que han
prestado su apoyo al imperialismo americano, lo cual le crea problemas adicionales a Estados Unidos.
El alineamiento del presidente pakistaní, Musharraf, con los Estados Unidos en esta guerra le ha
situado una posición insostenible, granjeándole el odio y desprecio de un sector creciente de la casta
militar que ha asumido como propia la derrota del régimen talibán. La condescendencia de Musharraf
con el imperialismo americano ha hecho aumentar también su impopularidad entre las masas
paquistaníes. La perspectiva de un golpe militar por parte del ala fundamentalista del ejército contra
Musharraf no se puede descartar en un momento dado. La reapertura del conflicto de Cachemira entre
India y Pakistán es una consecuencia directa del resultado de la guerra en Afganistán. Dejando a un
lado la perspectiva de una guerra entre India y Pakistán, cualquier actuación del gobierno Musharraf en
el conflicto de Cachemira que pudiera ser percibido como una nueva humillación ante India se
convertiría en un elemento a favor de un golpe militar.

En Palestina, la guerra de afganistán ha sido la excusa utilizada por el gobierno israelí de Sharon para
redoblar su represión contra el pueblo palestino, llevando el conflicto a un callejón sin salida. Una
guerra civil dentro de Palestina, que enfrentara a la mayor parte del pueblo palestino contra el gobierno
de Arafat, o una nueva guerra árabe-israelí en la zona, que extendiera la desestabilización a todo
Oriente Medio, es una perspectiva real que llena de pavor los despachos de la Casa Blanca.

¿Qué ha resuelto esta guerra?

Los imperialistas han justificado esta guerra como la mejor manera de acabar con las actividades de
los grupos terroristas islámicos. Sin embargo, tras la brutal respuesta imperialista a los atentados de
septiembre sólo han conseguido reunir más amargura, frustación y odio entre las empobrecidas masas
del mundo árabe hacia las potencias occidentales y sus propios gobiernos, predisponiendo a los
sectores más desesperados a cometer nuevas acciones terroristas. Así vimos cómo, a pesar de todas
la medidas de seguridad tomadas, un nuevo atentado terrorista estuvo a punto de consumarse a
finales de diciembre en un avión que volaba de París a Miami. Otro incidente similar tuvo lugar a finales
de enero y no parece de que estos intentos vayan a ser los últimos.

Finalmente, y esto es importante de cara a la opinión pública americana y mundial, ni siquiera han sido
capaces por el momento de detener o localizar a Osama Bin Laden, señalado por el gobierno
americano como responsable de los atentados del 11 de septiembre, y todo ello ¡después de haber
justificado la intervención militar en Afganistán por la negativa del gobierno talibán a entregar a Bin
Laden a los Estados Unidos!

Los Estados Unidos han hecho gala de su tradicional "defensa" de los derechos humanos en su
comportamiento, venenoso y vengativo, hacia los presos talibanes y de Al-Qaeda. Después de
masacrar a sangre fría a cientos de presos en la cárcel de Mazar-e-Sharif por medio de bombardeos
aéreos, estamos siendo testigos de su actitud hacia el centenar de presos llevados hasta su base en
Guantánamo (Cuba). No sólo es el trato cruel y despiadado hacia estos presos, encerrados en jaulas a
la intemperie, maniatados de pies y manos, y sujetos a un estado de aislamiento sensorial (con los
ojos, boca y oídos tapados); sino su jactancia a la hora de exhibir a estos presos en dicha situación. La
razón no es otra que la de vengarse de los derrotados, reflejando su impotencia por no haber
capturado "vivo o muerto" a Bin Laden ni al Mulá Omar. A todo esto tenemos que sumar su completo
alineamiento con la política terrorista de de Ariel Sharon en Palestina. Pero esta actitud no les hará
más populares entre las masas árabes, incluso entre aquellas que rechazaban el régimen talibán. No
hay nada de inteligente en esta actuación del gobierno americano, y sólo servirá para exacerbar aún
más las tendencias terroristas entre los fundamentalistas islámicos contra los intereses de Estados
Unidos en todo el mundo.

Y ¿qué ha ganado la clase trabajadora con esta guerra? Con la excusa de combatir el terrorismo en
todos los países occidentales sin excepción se están aprobando toda una serie de leyes que recortan
drásticamente los derechos democráticos de los ciudadanos y que mañana se utilizarán contra el
movimiento obrero cuando luche decididamente para defender sus intereses. Igualmente se nos acusa
de complicidad con el terrorismo a todos aquellos que estamos empeñados en movilizar a la clase
trabajadora y a la juventud contra el sistema capitalista y su legado de miseria y explotación en todo el
mundo.

Con la excusa de los atentados del 11 de septiembre se quiere cargar sobre los hombros de la familias
trabajadoras la crisis económica del sistema capitalista que es ya un hecho en todo el mundo. Una
crisis que se manifestaba antes de dichos atentados y que tiene su origen en los intereses privados de
las grandes empresas, bancos y multinacionales que prefieren lanzar al paro y a la miseria a millones
de trabajadores en todo el mundo para mantener sus beneficios. Con esa excusa se cierran empresas,
se congelan o se bajan los salarios, se recortan los gastos sociales, se reducen los impuestos a los
capitalistas y se aumentan a las familias trabajadoras.

El futuro de Afganistán

La guerra en Afganistán no ha resuelto nada. Después de la guerra, las potencias imperialistas se


dedican a hacer cuentas. Aunque los gastos necesarios estimados para la reconstrucción de
Afganistán son de unos 30.000 millones de dólares, los gobiernos occidentales reunidos en Kioto han
aprobado un total de ayudas de 9.500 millones en cinco años, lo que resulta completamente
insuficiente.
La presencia de las tropas extranjeras de los países de la Unión Europea, Estados Unidos y otros
obedece al interés de las diferentes potencias de estar en la mejor posición para cuando llegue la hora
de hacer negocios; sobre todo, con los vinculados a la construcción de oleoductos y gaseoductos. Pero
hay un pequeño problema. Necesitan un país unificado y un gobierno estable en Kabul controlado por
ellos. Los diferentes señores de la guerra que dominan cada zona del país están chocando a cada
paso unos contra otros. Ya ha habido choques armados entre los uzbekos de Dostum y los tayikos de
Fahim. Por otro lado, los jefes pastunes del sur no se consideran representados en el gobierno de
Kabul. Por su parte, Rusia hará lo posible por estorbar los planes de EEUU en Afganistán para
reafirmar su propia posición, teniendo en cuenta además que los americanos están dispuestos a
establecer bases militares estables en la antigua área de influencia rusa de las repúblicas asiáticas de
Tayikistán y Uzbekistán. Pakistán pretende maniobrar para reconquistar su influencia sobre los
destinos de Afganistán, pero ni India ni Irán parecen dispuestas a permitírselo.

En un momento dado, los intereses de las diferentes camarillas y "señores de la guerra" de dentro y
fuera del gobierno afgano y de las diferentes potencias imperialistas que tutelan a cada uno de ellos
para hacer valer sus sucios intereses en la zona, harán inevitables nuevos conflictos y guerras en
Afganistán, con el evidente peligro de desmembración del país. Esto puede tener graves
consecuencias en la propia Pakistán donde viven doce millones de pastunes, más otros dos millones
de refugiados procedentes de Afganistán. En estas circunstancias también Pakistán se enfrentaría al
peligro de desmembración con su horror de limpiezas étnicas y todo tipo de barbarie.

Durante los últimos 22 años hemos presenciado la matanza de hombres, mujeres y niños en
Afganistán. Ahora este país, asolado por la guerra desatada por los Estados Unidos y sus aliados, se
enfrenta a una situación horrible, añadiendo barbarie a la barbarie y desolación a la desolación.
Pretender en estas circunstancias acabar con el atraso y la miseria en Afganistán es la peor de las
utopías.

Sólo la clase obrera mundial puede poner fin a esta pesadilla, cortando el camino al imperialismo y al
fundamentalismo religioso y étnico, que no es sino la reacción desesperada de un sector de las masas
más oprimidas frente a la explotación imperialista. Anteayer fue Irak, ayer fue Yugoslavia, hoy es
Afganistán. ¿Dónde se desatará la próxima guerra con su legado de muerte y destrucción? La clase
obrera tiene que tomar el poder en cada país para expropiar a los grandes monopolios, multinacionales
y bancos que son quienes amparan y estimulan la guerra y la opresión en todo el mundo, por medio de
sus títeres en los diferentes gobiernos.

El socialismo no es sólo una "buena idea", es una necesidad para el futuro de la humanidad. En
concreto, sólo la revolución socialista en todo el Subcontinente Indio, comenzando por Pakistán y la
India puede ofrecer una perspectiva de futuro a las masas de los países de la zona y a las de
Afganistán en particular. En esta tarea los marxistas paquistaníes agrupados en el periódico obrero
The Sttrugle (La Lucha), que conforman la izquierda revolucionaria del PPP (Partido del Pueblo
Paquistaní) y de los sindicatos, están jugando un papel de vanguardia. Su posición internacionalista en
la guerra, movilizando a la juventud y a los trabajadores contra la agresión imperialista y la cobarde
complicidad del gobierno militar, y denunciando al mismo tiempo a las fuerzas reaccionarias del
integrismo islámico, ha colocado a los marxistas como una referencia para miles de obreros y jóvenes
conscientes. De esta manera las ideas del marxismo revolucionario echarán raíces entre las masas
explotadas de la zona, convirtiéndose en el programa de lucha con el que conquistarán su libertad.

Las referencias históricas de este artículo han sido extraídas de los siguientes trabajos:
¿Por qué invadió la burocracia rusa Afganistán?, Ted Grant (1980)
Afganistán, el colapso de un Estado, Lal Khan (1992)
Una visión histórica de Afganistán, Doctor Zayar (2001)
Afganistán, Bin Laden y la hipocresía del imperialismo estadounidense, Doctor Zayar (2001).
Puedes consultarlos en la web www.elmilitante.org
El marxismo y la teoría de ‘ondas largas’
Alan Woods

Lenin solía decir que la política es economía concentrada. La piedra angular del materialismo histórico
es que, en última instancia, la viabilidad de cualquier sistema socioeconómico depende de su capacidad
de desarrollar los medios de producción. Marx ya lo explicó en la Introducción a la crítica de la economía
política, donde explica la relación entre las fuerzas productivas y la "superestructura": "En la producción
social de su existencia, los hombres contraen determinadas relaciones de producción que corresponden
a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales... el modo de producción de
la vida material determina el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la
conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina
su conciencia" (Marx, Introducción a la crítica de la economía política. Miguel Castellote Editor. Madrid.
1976, pp. 64-65).

El marxismo no tiene nada en común con esa caricatura que afirma que Marx y Engels "reducían todo a
economía". Marx y Engels respondieron en muchas ocasiones a este disparate, como se puede
comprobar en el siguiente extracto de una carta de Engels a José Bloch: "Según la concepción
materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la
reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa
diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua,
abstracta y absurda" (Engels, Obras Escogidas de Marx y Engels. Editorial Progreso. Moscú. 1978, p.
514. Subrayado en el original).

El materialismo histórico no tiene nada que ver con el fatalismo. Nuestro destino no está predeterminado
por las leyes económicas, ni los hombres y mujeres son títeres de "fuerzas históricas" ciegas. Pero
tampoco son agentes completamente libres, capaces conformar su destino sin tener en cuenta las
condiciones existentes impuestas por el nivel de desarrollo de la economía, la ciencia y la técnica, que,
en última instancia, determina la viabilidad de un sistema socioeconómico. Citemos de nuevo a Engels:
"Los hombres hacen su historia, cualesquiera que sean los rumbos de ésta, al perseguir cada cual sus
fines propios propuestos conscientemente; y la resultante de estas numerosas voluntades, proyectadas
en diversas direcciones, y de su múltiple influencia sobre el mundo exterior, es precisamente la Historia"
(Engels, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana. Ibíd, p. 385).

El marxismo no reduce la Historia a economía. No elimina el factor subjetivo —la actividad consciente
de hombres y mujeres conformando su destino—. En realidad, Marx explicaba que, aunque el desarrollo
de las fuerzas productivas era decisivo en última instancia, eso no significa en absoluto que la relación
entre la base económica y la "superestructura" sea automática y mecánica. Tampoco es un proceso de
una sola dirección. La superestructura política, ideológica, diplomática e incluso religiosa, interactúa
dialécticamente en la base económica y afecta a su desarrollo.

Engels, escribió una maravillosa carta a Conrad Schmidt en octubre de 1890, en ella señala que en el
desarrollo de las fuerzas productivas pueden influir muchos tipos de factores: "La producción es, en
última instancia, lo decisivo. Pero cuando el comercio de productos se independiza de la producción
propiamente dicha, obedece a su propia dinámica, que aunque sometida en términos generales a la
dinámica de la producción, se rige, en sus aspectos particulares y dentro de esa dependencia general,
por sus propias leyes contenidas en la naturaleza misma de este nuevo factor. La dinámica del comercio
de productos tiene sus propias fases y reacciona a la vez sobre la dinámica de la producción". Y cita, "el
descubrimiento de América fue debido a la sed de oro, que antes había impulsado a los portugueses a
recorrer el continente africano". Lo último se podría englobar en la categoría de accidente histórico, y
por lo tanto, imprevisible. Pero tuvo consecuencias muy profundas en el desarrollo del capitalismo.
Igualmente, como explica Engels, la conquista de la India por los portugueses, holandeses e ingleses
tuvo también resultados completamente imprevistos. Intentaban importar mercancías de la India, y nadie
en ese momento soñaba con exportar mercancías allí. Pero con la conquista militar crearon las
condiciones para el desarrollo de un mercado en la India: "lo que creó y desarrolló la gran industria fue
la necesidad de exportar a esos países" (Marx y Engels, Selected Correspondence, pp. 778-9, en la
edición inglesa).

De este modo, elementos externos al funcionamiento normal del ciclo capitalista pueden modificarlo
profundamente. Las guerras, las conquistas militares, los descubrimientos científicos, incluso los
accidentes juegan su papel. Lo mismo ocurre con el Estado, como explica Engels en la misma carta: "La
sociedad crea ciertas funciones comunes, de las que no puede prescindir. Las personas nombradas
para ellas forman una nueva rama de la división del trabajo dentro de la sociedad. De este modo,
asumen también intereses especiales, opuestos a los de sus mandantes, se independizan frente a ellos
y ya tenemos ahí el Estado. Luego, ocurre algo parecido a lo que sucede con el comercio de
mercancías, y más tarde con el comercio de dinero: la nueva potencia independiente tiene que seguir,
en términos generales, al movimiento de la producción, pero reacciona también, a su vez, sobre las
condiciones y la marcha de ésta, gracias a la independencia relativa a ella inherente, es decir, a la que
se le ha transferido y que luego ha ido desarrollándose poco a poco. En un juego de acciones entre dos
fuerzas desiguales: de una parte, el movimiento económico, y de otra, el nuevo poder político, que
aspira a la mayor independencia posible y que, una vez instaurado, goza también de movimiento propio.
El movimiento económico se impone siempre, en términos generales, pero se halla también sujeto a las
repercusiones del movimiento político creado por él mismo y dotado de una relativa independencia: el
movimiento del poder estatal, de una parte, y de otra el de la oposición, creada al mismo tiempo que
aquel" (Ibíd, p. 840).

En la misma carta Engels explica que incluso la religión y otras manifestaciones ideológicas, juegan un
papel importante en el desarrollo de la sociedad, e incluso en la economía: "Por lo que se refiere a las
esferas ideológicas que flotan aún más alto en el aire: la religión, la filosofía, etc., éstas tienen un fondo
prehistórico de lo que hoy llamaríamos necedades, con que la historia se encuentra y acepta. Estas
diversas ideas falsas acerca de la naturaleza, el carácter del hombre mismo, los espíritus, las fuerzas
mágicas, etc., se basan siempre en factores económicos de aspecto negativo; el incipiente desarrollo
económico del periodo prehistórico tiene por complemento, y también en parte por condición, e incluso
por causa, las falsas ideas acerca de la naturaleza. Y aunque las necesidades económicas habían sido
y lo siguieron siendo cada vez más, el acicate principal del conocimiento progresivo de la naturaleza,
sería, no obstante, una pedantería querer buscar a todas estas necedades primitivas una explicación
económica. La historia de las ciencias es la historia de la gradual superación de estas necedades, o bien
de su sustitución por otras nuevas, aunque menos absurdas. Los hombres que se cuidan de esto
pertenecen, a su vez, a órbitas especiales de la división del trabajo y creen laborar en un campo
independiente. Y en cuanto forman un grupo independiente dentro de la división social del trabajo, sus
producciones, sin exceptuar sus errores, influyen sobre todo el desarrollo social, incluso el económico.
Pero, a pesar de todo, también ellos se hallan bajo la influencia dominante del desarrollo económico"
(Ibíd, pp. 482-3). Qué diferencia entre estas afirmaciones tan cuidadosas y precisas de Engels, con la
vulgar caricatura del "marxismo" mecánico que intenta reducir la riqueza de la dialéctica a una fórmula
simple y estéril.

El ciclo capitalista

Si se miran los doscientos años de historia del capitalismo, enseguida es evidente que el ciclo
boom/recesión (el ciclo económico) es algo normal en el desarrollo capitalista. Siempre ha existido y
siempre existirá, hasta que el sistema capitalista desaparezca de la escena histórica. Pero, aquí no se
agota la cuestión de las peculiaridades del desarrollo capitalista. Un nuevo examen de la historia
demuestra que, además del ciclo normal de boom/recesión, hay periodos más largos que tienen sus
propias características. Aunque fecha y duración exactas de cada periodo puede ser un tema de
discusión, en líneas generales, es posible establecer la existencia de varios periodos de este estilo. Para
tal propósito tomemos los siguientes periodos: 1848-79, 1880-93; 1894-1914; 1915-39 y 1940-74.

Cada uno de estos periodos de desarrollo capitalista ha tenido un carácter diferente de los demás. Por
ejemplo, el largo periodo de casi veinte años antes de la Primera Guerra Mundial, al igual que el periodo
1948-74, se caracterizaron por un gran desarrollo de las fuerzas productivas. Esto dejó su sello en todo
el periodo, y afectó a las relaciones entre las clases y a la conciencia de cada clase. A consecuencia del
crecimiento económico, pleno empleo y mejora del nivel de vida en los países capitalistas desarrollados,
hubo un largo periodo de relativa paz social. Por supuesto hubo excepciones, en particular, la
Revolución Rusa de 1905. De la misma manera, los acontecimientos revolucionarios franceses de 1968
ocurrieron en el punto máximo del auge económico de la posguerra. Pero esta no fue la imagen
generalizada, en general, fue el periodo clásico del reformismo, y no de la revolución.

Debemos recordar, que este largo periodo de auge económico fue la razón objetiva para la
degeneración reformista y nacionalista de todos los partidos de la Segunda Internacional antes de 1914.
Basándose en esto y de una forma completamente empírica, los dirigentes de la Segunda Internacional
imaginaron que el capitalismo había solucionado sus problemas. Bernstein, sólo fue el primero en decir
que la clase obrera ya no existía, que las crisis eran cosas del pasado, y que ya no era necesaria la
revolución. Este era el sueño de los reformistas que creían ser grandes realistas: pacífica,
gradualmente, a través de reformas sería posible transformar la sociedad. Todas aquellas ilusiones
terminaron en sangre, obscenidad y el gas venenoso de la primera gran carnicería imperialista. La
Primera Guerra Mundial (1914-18) abrió un periodo completamente nuevo, radicalmente diferente al
anterior. El periodo entre guerras estuvo caracterizado no por la paz y la estabilidad, sino por la guerra,
la revolución y la contrarrevolución. Empezando con la Revolución Rusa de 1917, fue un periodo de
lucha de clases tormentoso, que cambió decididamente la opinión de la clase, y acabó violentamente
con las viejas ilusiones. Sacudió las organizaciones de masas, provocando escisión tras escisión y abrió
enormes posibilidades para el desarrollo del marxismo.

En los debates dentro de la Internacional Comunista a principios de los años veinte, se discutía
intensamente la cuestión del ciclo económico. Los ultraizquierdistas defendían la idea de que existía la
crisis final del capitalismo. Sostenían que el capitalismo colapsaría debido a sus propias
contradicciones. Lenin y Trotsky, por el contrario, decían que no existe "la crisis final del capitalismo", en
el sentido de un colapso automático del sistema. Si se le deja a su merced, el sistema capitalista
siempre encontrará una salida, aunque con un coste terrible para la clase obrera y la civilización
humana. A menos que, y hasta que el capitalismo no sea derrocado por la clase obrera, éste siempre
encontrará salida incluso a la crisis más profunda. El destino de la sociedad no se decide
mecánicamente por el juego ciego de las fuerzas económicas, sino por la lucha de clases, en la cual, la
organización, la conciencia y la dirección juegan un papel tan decisivo como la guerra entre las
naciones.

Nikolái Dmítrievich Kondrátiev, era el director del Instituto de Investigaciones Económicas de Moscú a
principios de los años veinte. Fue un economista dotado y original con destino trágico. Como muchos
intelectuales destacados que surgieron en los primeros años del poder soviético, terminó su vida en un
campo de trabajo de Stalin. La naturaleza trágica de su muerte, y la naturaleza arriesgada y original de
su hipótesis, han rodeado su nombre de un aura casi mística. En algunos círculos es visto como un gran
gurú, y su teoría de las ondas largas sirve para explicar (además de predecir) periodos históricos
amplios.

Sus teorías aparecieron al inicio de los años veinte, primero en una serie de artículos y después salieron
a la superficie en el Tercer congreso de la Internacional Comunista en 1922. En 1924, publicó un
artículo titulado El concepto dinámico y estadístico y las fluctuaciones económicas en el que incluye sus
tesis básicas. Al año siguiente resumió sus ideas en un libro. Pero esta vez el clima en la Unión
Soviética había cambiado. El ascenso de la burocracia estalinista significaba que todo aquel que no
siguiera servilmente los dictados de la dirección, corría el peligro de caer en desgracia. Mientras que en
1922, Trotsky respondía a Kondrátiev con argumentos, el régimen de Stalin utilizaba otros métodos para
liquidar las diferencias. Kondrátiev fue silenciado, destituido de su cargo y cayó en la oscuridad.
Después, a finales de 1930, cuando Stalin utilizaba ya los métodos que luego se convertirían en las
infames purgas, arrestaron de repente a Kondrátiev y le acusaron de dirigir el inexistente Partido de
Trabajadores y Campesinos. El cargo era absurdo, sin ni siquiera un juicio farsa, enviaron a Kondrátiev
a Siberia donde murió en circunstancias todavía sin clarificar.

En el último periodo, las teorías de Kondrátiev han disfrutado de renovada popularidad entre
economistas burgueses y algunos que se consideran marxistas. Es una de esas ironías en la que es rica
la historia, que los economistas burgueses utilicen las ideas de Kondrátiev para justificar que el sistema
capitalista puede continuar existiendo indefinidamente a tavés de una serie interminable de ondas
largas, en las cuales a los largos periodos descendentes les siguen automáticamente largos periodos
ascendentes y así continuamente. Parece una versión económica de la "máquina de movimiento
perpetuo", que durante siglos muchas personas intentaron descubrir pero sin ningún resultado.
Ante todo, hay que dejar claro que Kondrátiev no era un marxista. Su conversión al comunismo era
reciente, da fe de ello su presencia en el Gobierno Provisional de Kerensky, donde fue ministro de
Alimentación. Por supuesto, esto de ninguna manera invalida las opiniones de Kondrátiev, ni le
desacredita como persona. Todo lo contrario, después se pasaría directamente al lado de la Revolución
de Octubre. Pero sí sirve para mostrar lo alejado que estaba del marxismo y lo superficial que era su
comprensión de las ideas y el método marxista, y por eso los absurdos esfuerzos de muchos que
intentan presentarle como un gran economista marxista que desarrolló las teorías de Marx.

Kondrátiev era lo que después se describiría como un profesor rojo. Pertenecía a esa categoría descrita
por Trotsky como simpatizantes, es decir, aquellos intelectuales que se adhirieron a la Revolución de
Octubre y al bolchevismo, sin haber absorbido las ideas y métodos fundamentales del marxismo. Hubo
muchos como él. La revolución atrajo a todo lo mejor de la antigua intelectualidad. Estos hombres y
mujeres se dedicaron sinceramente a la causa del socialismo, pero carecían de los años necesarios de
experiencia y de la formación teórica que les permitiera adquirir una verdadera comprensión marxista.
Resulta inevitable que con ellos trajeran la pesada maleta de la ideología y la perspectiva burguesa.
Ninguno comprendía la dialéctica. La mayoría a menudo intentaba enmascarar su ausencia de método
filosófico recurriendo a métodos de razonamiento formalistas. El formalismo quizá sea el rasgo más
característico de la psicología de los simpatizantes, bien sea en el arte, la literatura, la táctica militar o la
economía.

El formalismo es una característica del pensamiento burgués, y sobre todo de los intelectuales formados
en la universidad. Es la base de la lógica formal. Este método consiste en la elaboración de una
hipótesis más o menos arbitraria, basada en un puñado de datos seleccionados y después se intenta
justificar la hipótesis con una nueva aportación de cualquier dato que pueda corroborarla. Este método
es conocido por los estudiantes de posgraduado que tienen que defender una tesis doctoral. El aspecto
positivo de este método es que a menudo arroja nuevas e interesantes ideas o iluminan las teorías ya
existentes. Pero el aspecto negativo, es que pueden llevar a conclusiones equivocadas y arbitrarias, lo
que identificamos como sofistería. Por cada tesis doctoral que lleva a nuevo descubrimiento, hay cien
que se pueden arrojar al cubo de basura.

Hegel dijo que "lo que debe motivar a todo aquel relacionado con la ciencia es el deseo de alcanzar una
comprensión racional, y no simplemente la acumulación de una gran cantidad de datos". Más allá de los
hechos y las cifras existe un proceso más profundo. Kondrátiev intentó comprender estos procesos,
pero su método le impedía sacar las conclusiones correctas de la información de la que disponía. Y
como veremos, incluso la información utilizada, no demostraba en absoluto su tesis básica. La forma en
la cual Kondrátiev desarrolló la teoría de las "ondas largas", es muy típica del método universitario.
Embarcó a su Instituto en una serie de estudios sobre la economía mundial durante y después de la
Primera Guerra Mundial. Basándose en estos datos limitados, Kondrátiev llegó en primer lugar a la
conclusión de la existencia de los ciclos económicos largos, su método se podría describir como
estadístico, y es muy característico de los economistas burgueses que buscan dar una impresión de
rigor científico a su trabajo. Sin embargo, todo aquel que tenga algunos conocimientos del tema, sabrá
que estos modelos al ser sometidos a la prueba de la práctica, con frecuencia fallan estrepitosamente.

El gran mérito de la obra de Kondrátiev fue demostrar más allá de toda duda que, aparte del ciclo
normal de boom/recesión (el ciclo comercial o ciclo económico), que es la característica fundamental del
capitalismo y que ya fue descrito ampliamente incluso por economistas burgueses como Schumpeter,
en la historia del capitalismo existen periodos históricos más amplios. En el desarrollo del capitalismo
existen, como ya hemos señalado, periodos diferentes, y cada "ciclo" tiende a ser diferente de los
demás. Esta es una observación importante. Pero Kondrátiev fue más allá, y afirmó que estos periodos
tenían un carácter cíclico —recurrente y repetitivo—, y que se explicarían en términos estrictamente
económicos, relacionados con el ciclo repetido de inversión. En su artículo titulado Los ciclos
económicos largos, decía que, además del ciclo comercial normal de siete a once años, existían ciclos
largos, con una duración media de cincuenta años. Llegó a la conclusión de que el sistema capitalista
experimenta "ondas largas", y cada fase descendente es seguida por otra ascendente que puede durar
décadas. Trotsky rebatió esta última afirmación. Y de vez en cuando se pone de moda (como en la
actualidad) sin ninguna base, hechos o teoría sólidos.

Marx y Kondrátiev
Kondrátiev basó su teoría en una analogía con el análisis de Marx del ciclo comercial —el ciclo normal
de boom/recesión—. Pero no hay relación entre los dos. La teoría de Marx del ciclo capitalista viene
explicada con gran detalle en el tercer volumen de El capital, en él explica todo el proceso y el
mecanismo concreto. En comparación, la teoría de Kondrátiev es una hipótesis muy floja, basada en
unos cuantos hechos seleccionados arbitrariamente adecuados para el caso. La existencia del ciclo
boom/recesión está muy bien documentada, e incluso los economistas burgueses se han visto obligados
a reconocerlo. Por otro lado, mientras que hay ciertamente indicios que sugieren la existencia de
periodos históricos más amplios del capitalismo, la existencia de las "ondas largas" en el sentido
utilizado por Kondrátiev nunca se ha demostrado y ha permanecido en el reino de la especulación
durante tres generaciones.

Kondrátiev introdujo algunas modificaciones al análisis económico de Marx. Toma la idea de Marx de
que el ciclo medio del capitalismo está determinado por la reinversión periódica del capital fijo (en los
tiempos de Marx aproximadamente cada diez años); pero introduce una idea propia: que hay una
graduación en la longitud del ciclo, en el periodo productivo y en la cantidad de inversión en diferentes
tipos de capital constante (maquinaria, planta, etc.). Esto es lo que escribe: "La base material de los
ciclos largos es la depreciación, la reposición y el incremento del fondo de capital básico, la producción
del cual requiere una enorme inversión y para materializarse requiere un tiempo largo. El capital
constante básico consiste en grandes instalaciones industriales, ferrocarriles, canales, grandes
explotaciones agrícolas, etc... La formación de trabajadores cualificados también pertenece a esta
categoría" (Kondrátiev, Segundo artículo, p. 60 en la edición inglesa).

"La reposición y el incremento de este fondo no es un proceso continuo, se realiza a saltos, y éstos se
reflejan en los ciclos largos de actividad económica. El periodo de aumento de la producción de estos
bienes de capital corresponde con la fase ascendente. La tendencia ascendente de los elementos de la
actividad económica, con respecto al nivel de equilibrio del tercer orden existe, de acuerdo con el
esquema anterior, en el periodo prolongado de ascenso, que se ve interrumpido por fluctuaciones de
menor duración. Por otro lado, en el periodo de declive lento de este proceso, comienza un movimiento
de los elementos económicos hacia el nivel de equilibrio y puede descender incluso por debajo de ese
nivel. Debemos insistir en que el nivel de equilibrio cambia durante el proceso de fluctuaciones cíclicas y
generalmente se desplaza hacia su nivel más alto" (Ibíd, p. 61).

Una vez establecido el vínculo entre los ciclos largos y el ciclo de reinversión en bienes de capital,
Kondrátiev aún tiene que demostrar por qué este proceso de desarrolla a saltos, en lugar de ser un
proceso permanente de aumento del fondo de inversión. Para hacer esto, tiene que recurrir a las teorías
de otro economista burgués, Tugan Baranovsky. Las inversiones a gran escala presuponen la existencia
de grandes cantidades de capital disponible en forma de crédito. Kondrátiev especifica las condiciones
que deben existir para el inicio de una "onda larga":

"1) Una elevada intensidad de ahorro [por ejemplo, una elevada propensión a ahorrar].

2) La disponibilidad de grandes sumas de capital a través del crédito, con bajos tipos de interés.

3) La acumulación de lo último a disposición de grupos poderosos de empresarios y financieros.

4) Un nivel bajo de precios para estimular el ahorro y la inversión de capital a largo plazo"

(Kondrátiev, Tercer artículo, p. 38 en la edición inglesa).

La inversión en la fase ascendente, con el tiempo tropieza con ciertos límites, como son un tipo de
interés alto y la escasez de capital. De esta forma, el final del ascenso y el principio del descenso, se
explican estrictamente en la misma línea que los economistas burgueses, por ejemplo, con la teoría
monetaria de la sobreinversión.

Sin embargo, la teoría no explica la razón para la fase ascendente del ciclo largo. Ni como señala Garvy,
explica adecuadamente las razones para la transición de la fase ascendente a la descendente. En su
tercer artículo, el mismo Kondrátiev admite que "la fase ascendente no es una necesidad absoluta" (Ibíd,
p. 38).

Aunque admitió que la misma existencia de las "ondas largas" era sólo una "probabilidad", Kondrátiev
intentó demostrar que tenían una importancia fundamental para el conjunto de la economía. Esto, a
pesar de que en su primer artículo no intentaba demostrar la existencia de una relación definida entre
las "ondas largas" y el capitalismo. "Carecemos de los datos suficientes para afirmar, que las
oscilaciones cíclicas del mismo carácter son también típicos de los sistemas no capitalistas. Si
estuvieran vinculadas a la economía capitalista, podríamos afirmar que el colapso del sistema
conllevaría la desaparición de las ‘ondas largas" (Kondrátiev, Primer artículo, p. 65 en la edición
inglesa).

Los problemas de las estadísticas

Claramente, la caracterización de los periodos amplios de desarrollo capitalista, depende de la


disponibilidad de suficientes datos estadísticos. En el primer periodo (el siglo XVIII) resulta problemático.
Sólo en Inglaterra, disponemos de estadísticas más o menos adecuadas desde finales del siglo XVIII y
los primeros años del XIX. El economista inglés, Jevons, elaboró un índice del periodo 1782-1865.
Después se publicó un nuevo índice que abarcaba el periodo 1789-1850 en The Review of Economic
Statistics (Vol 5, 1923). Sauerbach elaboró estadísticas del periodo posterior a 1846. Pero la situación
de las estadísticas en Gran Bretaña, como señaló Marx, era infinitamente mejor que en cualquier otro
país. En Francia, por ejemplo, no existe índice de precios hasta la década de los sesenta del siglo XVIII.
Y Francia era el país capitalista desarrollado que seguía a Gran Bretaña, hasta que fue desplazado por
Alemania y EEUU a finales del siglo XIX. La situación en EEUU es algo mejor: existen índices
económicos desde finales del siglo XVIII. Pero por regla general, los datos son incompletos y poco
fiables hasta la segunda mitad del siglo XIX. Por lo tanto, cualquier conclusión que se extraiga de ellos
tiene un carácter muy condicional.

Basándose en datos muy limitados, Kondrátiev hizo la siguiente generalización: "La rama ascendente
del primer ciclo abarca el periodo 1789-1814, es decir, veinticinco años; su descenso empieza en 1814,
para terminar en 1849, durando, por tanto, treinta y cinco años. El circuito completo del movimiento de
los precios comprende, por consiguiente, sesenta años.

"La rama ascendente del segundo ciclo empieza en 1849 y termina en 1873, durando por tanto
veinticuatro años. El momento del cambio de dirección en el curso de los precios no es el mismo en los
Estados Unidos que en Inglaterra y Francia; en los Estados Unidos, el máximo nivel de los precios
corresponde al año 1866; pero esto encuentra su explicación en la guerra civil y no contradice la unidad
de imagen que ofrece el curso del ciclo en ambos continentes. El descenso del segundo ciclo empieza
en 1873, para terminar en 1896; durando, pues, veintitrés años. El circuito del movimiento de los precios
comprende cuarenta y siete años.

"El ascenso del tercer ciclo empieza en 1896 y termina en 1920; es decir, tiene una duración de
veinticuatro años. El descenso comienza, según todos los datos, en el año 1920" (Kondrátiev, Los ciclos
económicos largos, p. 41 Madrid, Akal Editor. 1979).

Incluso aquí vemos como Kondrátiev para explicar el movimiento de precios en EEUU, tiene que tener
en cuenta factores externos (no económicos) —la Guerra Civil—. Pero considera que no es un
fenómeno esencial, que distorsiona sólo parcialmente sus resultados, y que sólo produce una
divergencia entre el ciclo de Europa y el de EEUU. No menciona los efectos evidentes de las Guerras
Napoleónicas en los precios y el comercio. Estas guerras y sus consecuencias, influyeron
profundamente no sólo en los precios y el comercio, sino también en los salarios y el empleo. Menciona
sólo de pasada que las guerras están relacionadas con las depresiones agrícolas. Pero no profundiza
en ello, ni lo explica. Para Kondrátiev, la Primera Guerra Mundial y la Revolución de Octubre no cuentan
a la hora de determinar sus "ondas largas". Realmente, como intentaremos demostrar, sí tuvieron un
efecto fundamental en la vida económica de Europa y del mundo.

En otra parte de su artículo, Kondrátiev cita estadísticas similares de los tipos de interés y los salarios,
así como el consumo de algodón en Francia, la producción de lana y azúcar en EEUU y otros datos que
respaldan su hipótesis de las "ondas largas". Dice que la innovación tecnológica ocurre normalmente en
periodos de descenso, cuando no existe la posibilidad de aplicarlos y que después, encuentran salida en
la fase ascendente. También dice que "durante la fase ascendente de las "ondas largas", es decir,
durante la alta tensión en el crecimiento de la vida económica, se producen, por regla general, la
mayoría de las guerras y revoluciones importantes" (Ibíd, p. 57).

Más tarde, Kondrátiev revisó las fechas de sus ciclos y quedaron de la siguiente forma:

·1790 a 1810-17: fase ascendente (primer ciclo largo).

·1810-17 a 1844-51: fase descendente.

·1844-51 a 1870-75: fase ascendente.

·1870-75 a 1890-96: fase descendente.

·1890-96 a 1914-20: fase ascendente.

Los contemporáneos de Kondrátiev ya demostraron la arbitrariedad de estos periodos, George Garvy


resumió estas críticas en su extenso artículo La teoría de los ciclos largos de Kondrátiev (The Review of
Economic Statistics, Vol. XXV, 4, noviembre 1943) al cual debo las fuentes utilizadas en el presente
artículo.

El problema es que Kondrátiev intentó realizar una amplia generalización histórica con datos muy
limitados. Varios economistas soviéticos en su momento comentaron este problema. También, es
evidente que Kondrátiev utilizó selectivamente los datos disponibles, y sólo utilizó aquellas estadísticas
que corroboraban su tesis, mientras que desechó las demás. Utilizó 25 series estadísticas diferentes, en
su primer artículo menciona seis de ellas, los resultados dieron un resultado negativo (el consumo
francés de grano, café, azúcar y algodón; la producción de EEUU de lana y azúcar), y añadió que "en
algunos otros casos" era completamente imposible detectar las "ondas largas". En el mismo artículo de
Voprosy Konyunktury, donde apareció su primer artículo, encontramos otras series estadísticas que no
demuestran la existencia de los ciclos largos. El propio Kondrátiev admite que al menos en once casos
(diez de ellos cantidades físicas) el resultado es negativo.

Los críticos soviéticos de Kondrátiev

De entre los economistas soviéticos que criticaron la teoría de Kondrátiev, la refutación más
contundente procede de Oparin. Uno de los aspectos más interesantes del trabajo de Oparin, fue su
intento de aplicar las series de Kondrátiev a los años de fase descendente de la tercera "onda larga"
(después de la Primera Guerra Mundial). Los resultados obtenidos eran bastante diferentes a los de
Kondrátiev. Oparin concluyó que "el método matemático formal [...] utilizado por el profesor Kondrátiev
resulta poco útil para investigar la normalidad teórica de las series analizadas" (ver reseña de Oparin del
primer artículo de Kondrátiev publicado en Ekonomícheskoye Obozréniye, nov. 1925, pp. 255-8).

Incluso antes de Oparin, Bazárov, ya había señalado el principal defecto del método de Kondrátiev. Y es
que éste reducía al mínimo común denominador, la suma de ecuaciones basadas en las fluctuaciones
del ciclo económico, así siempre sería posible deducir la existencia de una "onda larga", porque el
resultado era una parábola abruptamente ascendente. Bastaba con excluir aquellas desviaciones que
no se adaptan a la "onda larga", o hacer uso de aquellas desviaciones que demostraban la existencia de
una "onda larga".

Otros economistas soviéticos —L. Eventov (en Voprosy Ekonómiki, nº1, 1929) y V. Bogdánov (en Pod
Znameni Marxisma, junio 1928)—, también llamaron la atención sobre otros problemas metodológicos
de la teoría de Kondrátiev, este caso, el problema de cómo relacionar el "desarrollo secular" a largo
plazo con el ciclo comercial normal.

Pero fue Oparin quien criticó con más dureza a Kondrátiev. Un análisis cuidadoso de las fuentes
estadísticas de Kondrátiev, revelaba contradicciones flagrantes. Oparin comprendió enseguida la
dificultad de encontrar suficientes estadísticas que permitieran establecer más allá de la duda razonable,
la existencia de procesos económicos a largo plazo, pero sí criticó a Kondrátiev por no haber utilizado
toda la información estadística disponible. Por ejemplo, utiliza las cifras del precio del plomo inglés, pero
no los precios mundiales del mismo metal. Como observa correctamente Oparin, el precio de
mercancías como el plomo, se decide en el mercado mundial. Es más, si aceptamos la existencia de
"ondas largas", éstas deben afectar al funcionamiento de toda la economía mundial. Tanto si las
fluctuaciones de "onda larga" del precio del plomo afectaban a los precios mundiales, o si la "onda larga"
era sólo un fenómeno británico, contradicen la conclusión de Kondrátiev. En realidad, Kondrátiev analizó
varias series de precios, pero no le daban el resultado deseado.

Aparte de Oparin, la crítica más fulminante a Kondrátiev fue de A. Gerzstein en su artículo ¿Existen las
ondas largas en la vida económica? (publicado en Mirovoye Jozyaistvo i Mirovaya Polítika, vol. III,
1928). El artículo de Gerzstein es el más interesante porque sigue paso a paso a Kondrátiev y sus ciclos
largos, para demostrar las contradicciones internas de su hipótesis. Analizando los periodos de 1790-
1844 (primer ciclo de Kondrátiev) y 1844-51 a 1890-96 (segundo ciclo), y utilizando los principales datos
de EEUU y Gran Bretaña, demuestra que: el periodo 1815-40, el cual Kondrátiev representa como un
periodo descendente, en realidad fue un periodo de desarrollo económico sin precedentes. Fue
precisamente el periodo de la Revolución Industrial. A su vez, estaba íntimamente relacionado con un
acontecimiento no económico, el final de las Guerras Napoleónicas. Esto permitió la recuperación del
comercio internacional y un comercio relativamente más libre, provocando una abrupta caída de los
precios agrarios y una depresión agrícola, pero al mismo tiempo, proporcionó una poderoso estímulo al
desarrollo industrial. De este modo, una depresión agrícola y una caída de los precios agrarios en un
contexto histórico concreto de ascenso del capitalismo, no se puede citar como prueba de una fase
económica descendente, más bien lo contrario. La caída del precio del trigo, fue precisamente la
condición previa para un auge sin precedentes del capitalismo.

Se puede ver el mismo error en el segundo ciclo de Kondrátiev, lo describe como una fase de declive,
cuando realmente fue un periodo de rápida industrialización en EEUU y Alemania. Sólo en el caso de
Gran Bretaña parece justificarse el argumento de Kondrátiev. La industria británica en este periodo
experimentó una tasa de crecimiento más lenta. Sin embargo, como señala correctamente Gerzstein,
sólo era la expresión de la pérdida de posición de Gran Bretaña con relación al creciente poder de sus
nuevos competidores —Alemania y EEUU— y en menor grado, el ascenso de otras economías
capitalistas. Gran Bretaña en este periodo estaba perdiendo su preeminencia como la potencia industrial
más grande del mundo y perdía mercados para la exportación, sobre todo de maquinaria. Pero
presentar esta situación como un periodo de declive general es totalmente falso.

Gerzstein, también encuentra fallos en el tratamiento que Kondrátiev hace del periodo 1890-14. A pesar
del aumento general de los precios en este periodo, encuentra muchas pruebas de una disminución
general del crecimiento de las fuerzas productivas, comparado con las décadas anteriores. Así que, si
es cuestión de establecer tendencias seculares de "onda larga", incluso es cuestionable que este
periodo de ascenso económico se pueda considerar un fenómeno de "onda larga" (que por definición
debe relacionarse con la fase previa de "onda larga"). El hecho de que se concentre en los precios
agrarios y las depresiones agrícolas, como una prueba de la existencia de las "ondas largas", es
engañoso, como demuestra el ejemplo de la Revolución Industrial. La crisis de la agricultura está
relacionada con el ciclo económico general, pero tiene sus propias leyes, relacionadas en con el declive
a largo plazo de la agricultura con relación a la industria bajo el capitalismo, y en parte, relacionada con
fenómenos políticos no económicos, como es el intento de la burguesía (particularmente en Francia,
pero no sólo allí) para mantener al campesinado como un contrapeso de la clase obrera. En cualquier
caso, es evidente que la comprensión del desarrollo del capitalismo se debería basar en un análisis
completo de las estadísticas económicas, en particular, las industriales, y no en los precios agrícolas.

Uno de los problemas más serios del método de Kondrátiev, es su dependencia del movimiento de los
precios en general. Las variaciones de los precios, además pueden verse influenciadas por toda una
serie de fenómenos: el aumento de la productividad del trabajo, el cambio tecnológico, el aumento del
comercio mundial, las guerras, malas cosechas, aumento de la producción de oro, etc., De este modo,
la caída del nivel de precios que comenzó a principios del siglo XIX, fue el resultado del incremento de la
productividad del trabajo, producto de la Revolución Industrial, y el creciente uso de maquinaria y
nuevas técnicas de producción. Basándose en el censo de la manufactura estadounidense, Guberman,
demuestra que los únicos casos que indican la tendencia contraria antes de la Primera Guerra Mundial
(en 1830, 1870 y 1897) estaba originado por los aumentos poco comunes de la producción de oro, que
hasta hace bastante poco era un factor clave del movimiento de los precios.

El ciclo de inversión

Es obvio que establecer sólo la existencia de oscilaciones a largo plazo no bastaría para demostrar la
existencia de ciclos largos, en el sentido que dice Kondrátiev. En realidad, la única forma de hacerlo
sería demostrando el mecanismo preciso a través del cual un ciclo genera el siguiente. Debe existir
alguna clase de regulador interno. Mientras no se clarifique este punto, toda la idea de las ondas
económicas largas se reduce a una mistificación del proceso histórico. Kondrátiev intenta resolver el
misterio haciendo referencia al proceso de inversión e innovación durante largos periodos. Dice que
determinados inventos y técnicas tenían que esperar largos periodos de tiempo —tanto como veinte
años— antes de ser puestos en práctica en la forma de nuevas máquinas y fábricas, sólo debido a la
ausencia de capital. De esta forma, para él los ciclos largos eran básicamente ciclos de reinversión.

Desgraciadamente, esta solución aparentemente elegante, guarda poca relación con el funcionamiento
en la práctica del sistema capitalista. En realidad, la renovación de capital es un proceso continuo. No
hay ninguna prueba de que la inversión a gran escala ocurra durante largos periodos de tiempo y de una
forma regular. Tampoco se puede demostrar, que los nuevos inventos aparezcan principalmente en
periodos descendentes, como dice Kondrátiev, quien ni siquiera intenta justificar este argumento. En
realidad, es muy difícil establecer una regla relacionada con el momento en que los individuos realizan
descubrimientos científicos. Se realizan descubrimientos en todo momento: en booms y en crisis
económicas; en tiempos de paz y en tiempo de guerra. Además, se producen en diferentes momentos y
en países diferentes. Intentar establecer una regla general para esto es prácticamente imposible. Sería
como intentar fijar las posiciones de las moléculas individuales en un gas. Pero en cualquier caso, lo que
importa en economía, no es la fecha en la que aparece tal o cual invento en la mente del inventor, sino
cuando entra en el proceso de producción. Por utilizar una expresión filosófica, antes de que exista es
sólo una posibilidad abstracta. Sólo cuando se aplica a la producción se convierte en real y por lo tanto
en algo material adecuado para el terreno de la investigación económica.

Kondrátiev enfoca la cuestión de la inversión no desde un punto de vista económico, sino técnico. En
concreto, no presta suficiente atención a la cuestión clave de la depreciación, que tiene un aspecto tanto
físico (desgaste) como "moral" (obsolescencia). Ya en los años veinte Gerzstein señaló que la vida de
los bienes de inversión era de entre cinco años (herramientas) y cien años (edificios). En el periodo
actual, su vida es aún menor. Las plantas de tecnología informática punta, cuesta construirlas entre uno
y dos mil millones de dólares, y quedan obsoletas tres o cinco años después. Además, es tan enorme la
variedad de bienes de inversión, que el proceso de inversión debe tener un carácter más o menos
continuo, aunque a lo largo del tiempo, tendrá mayor o menor intensidad reflejando la tasa de beneficio
y las fluctuaciones generales de la economía de mercado. Es difícil pensar que este proceso se pueda
expresar como una regla matemática precisa y verificable. Bogdánov, se preguntaba cuánto tiempo
sería necesario para reemplazar el Canal de Suez o el ferrocarril del Pacífico.

Kondrátiev no demostró que la inversión en "bienes de inversión básicos" tenga lugar a intervalos
regulares de una duración entre 48 y 60 años. Esta postura no se puede demostrar porque no guarda
relación alguna con el funcionamiento real del sistema capitalista. En realidad, la sustitución de
maquinaria y edificios ocurre en todo momento, en diferentes épocas y velocidades en cada rama de la
producción. Como señala Garvy: "Incluso si el proceso de inversión fuera discontinuo, la reinversión
sería continua, ya que depende no sólo del desgaste real, sino también del grado de obsolescencia, el
coste de mantenimiento, el tipo de interés, salarios, progreso tecnológico, y la tasa de utilización". No
existe absolutamente ninguna razón para que los bienes de inversión se agoten simultáneamente en
intervalos regulares de aproximadamente medio siglo.

Kondrátiev decía que la aplicación de los nuevos inventos dependía de un proceso previo de
acumulación de un fondo de inversión. Este concepto lo toma prestado de Tugan-Baranovsky. Resulta
paradójico que Kondrátiev, en uno de sus primero artículos, criticara la idea de Tugan-Baranovsky de la
existencia de un "fondo libre de préstamo", y después convirtiera esta misma idea en una de las piedras
angulares de su teoría de la "onda larga". En su libro sobre Tugan-Baranovsky escribe lo siguiente: "Una
de las ideas básicas de la teoría de los ciclos de Tugan-Baranovsky no se puede aceptar sin más: la
teoría de la acumulación de capital libre y no invertido. ¿Cuándo ha existido este tipo de capital?" (N. D.
Kondrátiev, M. I. Tugan-Baranovsky. Petrogrado, 1923. En el original en inglés).

Gerzstein también decía que la ausencia de un fondo de inversión no era lo que limitaba la expansión
económica, sino la imposibilidad de obtener una ganancia suficiente del capital prestado para inversión.
En la fase máxima del periodo de expansión, los inversores son más reticentes a arriesgar su capital en
nuevas inversiones, en su lugar, prefieren invertir en el mercado de bonos o en otro tipo de inversión
que genere unos beneficios fijos. Oparin demuestra con relación a las estadísticas del Banco de Ahorros
francés, que los supuestos ciclos largos de ahorro son sólo una ilusión. Hay muchos factores que
afectan al ahorro —no sólo económicos—. Demuestra que los balances del Banco de Ahorros de
Francia, muestran una curva continua ascendente, excepto en dos ocasiones: una fue el periodo de
turbulencia social y política entre la revolución de 1848 y el golpe de estado de Luis Bonaparte (1848-
50) y la Guerra Franco Prusiana (1870-71), cuando los inversores retiraron sus fondos. Por último, hubo
una caída en los balances del Banco en los años que precedieron inmediatamente a la Primera Guerra
Mundial, reflejaba el crecimiento de los bancos comerciales que cada vez acaparaban una proporción
mayor de los ahorros. Por esta y otras razones, la idea de un "fondo libre de préstamo" para la inversión
es muy débil. Pero esta es la piedra angular de la teoría de los ciclos largos de Kondrátiev. Si esto falla,
también desaparece la explicación de la fuerza motriz de los ciclos largos.

Una vez más, Kondrátiev utilizó sólo aquellas estadísticas que apoyaban sus tesis e ignoró aquellas
otras que arrojaban un resultado diferente. Por ejemplo, las estadísticas relacionadas con la producción
y el consumo, dan un resultado totalmente diferente a los de Kondrátiev. A parte de las siete series de
estadísticas francesas relacionadas con las cantidades físicas mencionadas por él, sólo dos sugieren la
existencia de ciclos largos, y de éstas una (la tierra utilizada para el cultivo de avena) es contradictoria.
Pretende haber descubierto la existencia de dos ciclos largos y medio, pero sólo cuatro de las
veinticinco series estudiadas por él cubre ese periodo; otras cuatro cubren dos ciclos; las restantes sólo
cubren un ciclo o ciclo y medio. Incluso en aquellas cifras que corresponden con su tesis, se pueden
hacer objeciones debido a la estrechez del campo (por ejemplo los precios) y los datos, incluso las
tendencias en algunos casos son inciertas. En las muy pocas ocasiones en que Kondrátiev cita los
datos relacionados con la producción física (por ejemplo la producción de lingotes de hierro en
Inglaterra), los resultados apenas corroboraran su teoría. Si hubiera sido más riguroso en el uso de las
estadísticas, los resultados obtenidos habrían sido muy diferentes.

La conclusión es ineludible: la evidencia empírica de la tesis de Kondrátiev es muy débil. Garvy


concluye: "Aunque la hipótesis de las oscilaciones cíclicas de larga duración, sobre las que se
superponen movimientos cíclicos más cortos, debe ser descartada, la idea de que la economía
capitalista ha pasado por varias etapas sucesivas de desenvolvimiento, caracterizadas por diferentes
ritmos de crecimiento y de expansión geográfica, merece atención. El análisis actual ganaría,
probablemente, en precisión y significado si se basara sobre una distinción mejor articulada entre las
diferentes fases de la economía capitalista. La ‘curva de evolución capitalista’ sería un cuadro más
complicado que una simple curva y, ciertamente, más irregular que los ciclos largos de Kondrátiev.
Sustituiríamos la hipótesis de las oscilaciones periódicas largas por el estudio de las sucesivas etapas
de nuestro actual sistema económico, de su creciente alcance geográfico y de sus cambiantes
relaciones con las esferas no capitalistas. Esto nos alejaría de la construcción de modelos abstractos de
secuencias temporales, llevándonos al estudio de la dinámica efectiva de nuestro sistema económico"
(G. Garvy, La teoría de los ciclos largos de Kondrátiev, pp. 140-1. Akal Ed. Madrid, 1979).

Trotsky y Kondrátiev

Los críticos soviéticos de Kondrátiev aquí mencionados, arrojaron serias dudas, tanto sobre las
estadísticas como sobre la metodología, pero al final era también una crítica poco satisfactoria, porque
estaba hecha desde el mismo punto de vista económico bastante estrecho, que es la principal debilidad
del propio Kondrátiev. Las críticas de Kondrátiev procedían de profesores rojos, y sus críticas también
eran abstractas y académicas. Pasaban al otro extremo y "negaban" las tesis de Kondrátiev
sencillamente colocando un menos donde antes había un signo más. La teoría de Kondrátiev al menos
poseía cierta audacia e imaginación.

En 1923, en su brillante ensayo La curva de desarrollo capitalista, publicado en Vestnik


Sotsialistícheskoi Akademii, Vol. IV, Trotsky llama la atención sobre las tesis de Kondrátiev. A diferencia
de las críticas de los profesores rojos, el artículo de Trotsky responde a Kondrátiev desde un punto de
vista dialéctico y marxista. Al no disponer de los datos suficientes para elaborar una teoría sólida,
Kondrátiev insistió en el carácter condicional de su hipótesis. Dijo que la existencia de ciclos largos era
"al menos muy probable", y por ese motivo Trotsky recomendó la necesidad de realizar un estudio más
serio antes de elaborar cualquier generalización. Sin embargo, las diferencias entre Trotsky y Kondrátiev
no eran sólo una cuestión de estadísticas, sino una diferencia fundamental de método.

La razón por la cual Trotsky mostró interés en la teoría de Kondrátiev, estaba relacionada con los
debates de la Internacional Comunista de la época. La oleada de revoluciones que había seguido a la
Revolución Rusa había amainado. La última oportunidad de romper el aislamiento de la República
Soviética llegó en 1923, cuando una grave crisis económica y la ocupación del Ruhr por el imperialismo
francés, creó una situación revolucionaria. Incluso los fascistas predecían que los comunistas tomarían
el poder. Pero la oportunidad se perdió debido a los dirigentes del Partido Comunista Alemán, que
siguieron los consejos equivocados de Stalin y Zinóviev. Trotsky sacó la conclusión de que la derrota de
la revolución daría un respiro temporal al capitalismo. Y fue esta la condición política necesaria para que
el capitalismo experimentara un nuevo boom, y durante un tiempo consiguió una relativa estabilidad. En
respuesta a los ultraizquierdistas que negaban que el capitalismo pudiera recuperarse, Lenin y Trotsky
respondía que, a menos que el capitalismo fuera derrocado por la clase obrera, éste siempre
encontraría una salida, incluso a la crisis más profunda.

Trotsky comentó de nuevo esta idea en un discurso ante el Tercer Congreso de la Comintern. Su forma
de abordar la cuestión del "equilibrio", era radicalmente diferente a la de Kondrátiev. Mientras que, daba
la bienvenida a la contribución de Kondrátiev a los debates mencionados en la Internacional Comunista,
Trotsky advirtió que era incorrecto hacer generalizaciones históricas a priori, es decir, construcciones
simplemente intelectuales, y no como resultado de una concienzuda investigación. "Las conquistas que
se pueden obtener por este camino, estarán determinadas por los resultados de la propia investigación,
que debe ser más sistemática, más ordenada que las incursiones emprendidas hasta ahora en el
terreno del materialismo histórico". Probablemente, Trotsky aquí no se refería sólo a Kondrátiev, sino
también a Bujarin.

En su discurso Trotsky dijo: "El equilibrio capitalista es un fenómeno complicado; el régimen capitalista
construye ese equilibrio, lo rompe, lo reconstruye y lo rompe otra vez, ensanchando, de paso, los límites
de su dominio. En el dominio económico, las crisis y las recrudescencias de la actividad constituyen las
rupturas y restablecimientos del equilibrio... El capitalismo tiene, pues, un equilibrio inestable que, de
vez en vez, se rompe y se compone" (L. Trotsky, La situación económica mundial y las nuevas tareas de
la Internacional, p. 25. Ediciones El Siglo, Buenos Aires, 1973).

Aquí Trotsky polemiza contra aquellos "marxistas" mecánicos que hablaban de la "crisis final del
capitalismo". Alude a un artículo aparecido en el London Times relacionado con el comercio exterior
británico: "En enero de este año, el London Times publicó una tabla de estadísticas que abarca un
periodo de 138 años... En este intervalo, se han completado 16 ciclos; es decir, 16 crisis y 16 periodos
de prosperidad. Cada ciclo cubre aproximadamente casi nueve años... Si analizamos más de cerca la
curva de desarrollo encontramos que está dividida en cinco segmentos, cinco periodos distintos. Desde
1781 a 1851 el desarrollo es muy lento; apenas se observa movimiento... Después de la revolución de
1848, que ensanchó los límites del mercado europeo, asistimos a una vuelta brusca. Desde 1851 a
1873 la curva de desarrollo sube rápidamente... y en 1873, las fuerzas productivas desarrolladas chocan
con los límites del mercado. Se produce un pánico financiero. Desde 1873 y hasta 1894 presenciamos
un estancamiento del mercado británico.... seguido por otro boom que duró hasta 1913... Por último,
comienza el quinto periodo en 1914, es decir, la destrucción de la economía capitalista" (Ibíd, p. 57).

Trotsky estaba dispuesto a admitir la existencia de oscilaciones a largo plazo del desarrollo económico,
pero negaba que estos periodos tuvieran un carácter cíclico. Más bien eran el resultado de una
concatenación de circunstancias particulares, algunas de las cuales no tenían un carácter económico.
Por lo tanto, no estaba justificada la utilización del término "ciclos largos" —menos aún "ondas largas"—.
Consideraba que el mismo concepto de ciclo era estéril. En su lugar, planteó una concepción totalmente
diferente, resumida en un gráfico que presenta el proceso de desarrollo histórico como una serie de
fases, que comprendía tanto curvas ascendentes como descendentes de diferente duración y calidad.
Esta opinión era compartida por muchos economistas soviéticos como Oparin, Gerzstein, Gúberman y
Novojilov.
La curva de desarrollo capitalista de Trotsky está basada en las cifras antes mencionadas del comercio
exterior británico, y es una refutación del método de Kondrátiev. Trotsky explica en su artículo, algo que
para un marxista debería ser obvio, que el desarrollo del capitalismo no se puede reducir a una cuestión
de ciclos económicos. Aunque en última instancia, el elemento decisivo en el proceso histórico es el
desarrollo de las fuerzas productivas, hay muchos otros elementos que condicionan de forma decisiva el
proceso. Los más obvios son las guerras y las revoluciones, pero hay muchos más. La tecnología, la
política e incluso la religión pueden afectar a la economía de una forma importante. La relación entre la
"base" económica y la "superestructura" legal, política e ideológica está lejos de ser un asunto de
sentido único. La "superestructura" puede modificarse, desorganizarse, distorsionarse y afecta a la
"base" económica de muchas formas. La ecuación es compleja y dialéctica, no sencilla y mecánica. Si
se comete un error en este punto, necesariamente lleva a conclusiones incorrectas. El propósito del
artículo de Trotsky era explicar lo compleja y contradictoria que es la relación entre la "base" y la
"superestructura". Si no fuera así, la historia sería un asunto sencillo.

¿Cómo comprenden los marxistas el proceso histórico? Engels, en la introducción a La lucha de clases
en Francia, plantea la posición básica del materialismo histórico. Y sirve de punto de partida para el
análisis de Trotsky. Explica que el carácter de cada época viene determinado por toda una serie de
elementos: no sólo el papel de las fuerzas internas en el sistema productivo, sino también factores
externos como la apertura de nuevos países y continentes al capitalismo, el descubrimiento de nuevos
recursos materiales, y también factores "superestructurales" como las guerras y las revoluciones. Todos
estos factores influyen dialécticamente para producir un mosaico rico y complejo de acontecimientos al
que llamamos historia.

¿Existe el ‘equilibrio’ en el capitalismo?

En las teorías de Kondrátiev está implícita la idea de que hay una clase de estado natural de equilibrio
en el capitalismo. El equilibrio se ve alterado por las crisis económicas, pero con el tiempo éstas se
superan y de nuevo se restaura el equilibrio, hasta que de nuevo lo interrumpe otra crisis, y así
continuamente. Esta idea no la inventó Kondrátiev, sino que es una idea de finales del siglo XIX el
destacado economista burgués Alfred Marshall. Esta idea ha disfrutado estos últimos años de renovada
popularidad, porque incluye la noción de que el mercado se autorregula. La "mano oculta" del mercado
al final regula todo. Por lo tanto, no es necesario interferir en las fuerzas del mercado. Cualquier reforma
social, intervención estatal, legislación, salarios mínimos, sindicatos... no es necesario, sino que es
perjudicial, porque distorsionan el mecanismo del mercado e impiden su auténtica función, que es
alcanzar su famoso estado de equilibrio, en el cual precios, salarios y empleo estarán en su nivel
"natural", y todo será lo mejor de lo mejor en el mejor de los mundos capitalistas.

El punto central de la teoría del equilibrio, es la noción de que en un mercado competitivo la oferta y la
demanda, con el tiempo se equilibran entre sí. Pero toda la historia de las crisis capitalistas demuestra
precisamente lo contrario. Esta idea es tan vieja como David Ricardo, quien escribió "ningún hombre
produce con la idea de consumir o vender, y nunca vende sino es con la intención de comprar alguna
otra mercancía que pueda serle inmediatamente útil o que pueda contribuir a la futura producción...". A
su vez Ricardo tomó la idea del "necio Say", como le llamaba Marx. Desde entonces, la Ley de Say ha
estado presente de una u otra forma en la economía burguesa. La intención es evidente: "demostrar"
que la sobreproducción es imposible. Como decía Marx, una ficción económica.

Kondrátiev no sólo aceptó la teoría de Marshall, sino que en realidad intentó generalizar la noción de
equilibrio a todos los aspectos de la actividad económica. Y escribe: "La oleada de fluctuaciones son
procesos de alternativas perturbaciones del equilibrio del sistema capitalista; desviaciones crecientes o
descendentes de los niveles de equilibrio" (Segundo artículo, p. 58 en la edición original en inglés. El
subrayado es nuestro).

Las implicaciones reaccionarias de esta teoría son evidentes. Aquí tenemos las bases teóricas del
thatcherismo, reaganismo y todas las variantes posteriores. Aunque todas estas ideas están muy lejos
de la postura de Kondrátiev, ya que él no defendía las conclusiones reaccionarias que se derivaban de
esta idea, pero sí defendió las posiciones ortodoxas de Marshall. Lo que nos interesa no es qué
conclusiones se extraen de la teoría, sino la corrección de la propia teoría. En realidad, la teoría de
equilibrio es otro ejemplo de una suposición arbitraria, que no se basa en hechos. Es un intento
descarado de explicar las crisis económicas y justificar la anarquía de la producción capitalista,
basándose en que "a largo plazo" el mercado alcanzará el equilibrio. Como decía irónicamente Keynes:
"A largo plazo todos estaremos muertos". El toque de difuntos para la teoría del equilibrio y la economía
marshalliana clásica llegó en 1929 y con la Gran Depresión.

El error de Kondrátiev es que trataba el sistema capitalista como un sistema lineal simple, como es el
caso de un péndulo. Pero el paralelismo tiene un gran defecto, porque el sistema capitalista no tiene un
"equilibrio natural". Se mueve caóticamente a través de crisis, guerras y revoluciones que no se pueden
predecir por anticipado, porque el sistema no es un sistema lineal sino caótico.

La diferencia entre Trotsky y Kondrátiev no era secundaria o de énfasis, sino una diferencia fundamental
de perspectiva y método. Es la diferencia entre la dialéctica marxista revolucionaria y las abstracciones
inertes, el modo formalista de pensamiento de los profesores universitarios (incluso de los "rojos").
También tenía implicaciones prácticas profundas, y se pueden comprobar en la actitud tan diferente de
ambos ante la etapa que atravesó el capitalismo mundial en los años veinte. Trotsky no aceptaba la
opinión de Kondrátiev de que después de la recesión de 1920-21, el capitalismo restablecería de nuevo
el equilibrio. A parte de la devastación causada por la guerra y la ruina de Alemania, estaba el
desequilibrio entre el campo y la ciudad, y entre los diferentes sectores de la producción. En el plano
internacional la contradicción entre Europa y EEUU cada vez era mayor, y en particular, entre EEUU y
Gran Bretaña. Trotsky pronosticó que la recuperación económica tendría un carácter superficial y
especulativo, y que conduciría a una profunda depresión. No descartaba la posibilidad teórica de un
nuevo periodo de auge económico, pero sólo a costa de un terrible de sufrimiento de las masas
europeas.

En una discusión la economía mundial celebrada en enero de 1926, en la que participó Trotsky junto
con varios expertos soviéticos, incluido Kondrátiev, Trotsky insistió en la situación turbulenta del sistema
financiero internacional y en que Europa lo que experimentaba en ese momento eran convulsiones
espasmódicas continuas, y no una recuperación cíclica. "Cuando un organismo vivo se encuentra en
situaciones imposibles", escribiría después Trotsky, "su latido cardiaco se vuelve irregular". Y explicaba
que el boom económico en EEUU en gran parte lo había conseguido a expensas de Europa. En lugar de
estabilización y equilibrio, Europa se enfrentaría a nuevo shocks que situarían los acontecimientos
revolucionarios en el orden del día. Estas predicciones fueron confirmadas brillantemente por los
acontecimientos posteriores.

La guerra y el ciclo económico

El eslabón mas débil de la línea argumental de Kondrátiev es la forma de tratar las guerras, las
revoluciones y la innovación bajo el capitalismo. Afirma sin más, que las guerras y las revoluciones,
suelen suceder en la fase ascendente de la "ola", mientras que las innovaciones tecnológicas suelen
aparecer en la fase descendente. En su obra, Kondrátiev menciona las guerras y revoluciones, y elabora
una lista o cronología de acontecimientos, que de algún modo, aparecen en la fase expansiva de la ola,
y sigue el mismo método para elaborar la lista de inventos que son el producto de la fase descendente.
En ningún momento, da una razón coherente para hacer estas afirmaciones.

Como ya hemos visto, Kondrátiev decía que las guerras y las revoluciones aparecen en la fase
ascendente de las "ondas largas", "en periodos de alta tensión de crecimiento de la actividad
económica". Hasta cierto punto, este argumento de Kondrátiev iba dirigido contra esos toscos
"marxistas" defensores de que la revolución sólo podía venir de la pobreza de las masas. A esto Trotsky
respondió que la miseria por sí sola no era suficiente para originar una revolución: si ese fuera el caso,
las masas siempre estarían en rebelión. La relación entre las condiciones económicas y la revolución es
una cuestión compleja. Pero ¿es correcto afirmar que las guerras y las revoluciones ocurren
invariablemente en periodos de auge económico?

No es difícil demostrar la falta de solidez de esta hipótesis. Después de examinar las fechas, Oparin
encontró que, si se elimina un periodo de aproximadamente cinco o siete años de cualquiera de estos
periodos de cambio, entonces la distribución de acontecimientos como las revoluciones y las guerras
(por no hablar de acontecimientos más triviales) era algo uniforme en todos los "ciclos largos". Además
no hay razón aparente para que no sea así, y Kondrátiev proporcionó ninguna.

Según Kondrátiev, los años 1789-1809 se suponía que formaban parte de la fase expansiva de una
"onda larga", seguida por un relativo estancamiento, de 1809 a 1849, cuando comenzó otra expansión
que duró hasta 1873. Después siguió otra recesión hasta 1896. Según este esquema, la fase
ascendente de la tercera "onda larga" sería desde 1896 a 1920, y la profunda recesión de 1920-21 se
explicaría como una expresión del inicio de una fase descendente. En la práctica, la recesión de 1920-
21 tenía una explicación diferente, como veremos después. ¿Cómo se adapta este esquema con la
frecuencia de las guerras y revoluciones? Aquí una vez más, la selección de Kondrátiev de datos es
bastante arbitraria. Por ejemplo, enumera cuidadosamente las seis coaliciones contra Napoleón, pero
omite la guerra de 1812 entre Gran Bretaña y EEUU. Evéntov señala que la lista de guerras y
revoluciones de Kondrátiev coloca la insurrección de Herzegovina al mismo nivel que la Revolución
Francesa o la Guerra Civil americana. Las grave crisis de 1857 y la depresión de la década de los
noventa del siglo XIX marcan un punto de inflexión de dos ciclos largos. La Guerra Franco Prusiana tuvo
lugar en el pico de un ciclo, como ocurrió con la Comuna de París. Pero el caso de las revoluciones de
1848 no está claro. Ocurrió en la curva ascendente, entonces tendría que haber ocurrido en el mismo
inicio. Ya que los años previos estuvieron marcados por una recesión profunda, y la psicología de los
trabajadores todavía estaba marcada predominantemente por lo último y no por el auge.

La contradicción más obvia es que, según Kondrátiev, el periodo de 1914-20 marcó el comienzo de una
fase descendente de una "onda larga". En esta fase, la revolución se supone no estaba en el orden del
día. Son precisamente los años que siguieron a 1917 que estuvieron caracterizados por revoluciones y
movimientos revolucionarios, no sólo en Rusia, también en Alemania, Francia, Gran Bretaña, España,
Italia, Hungría, Estonia, Bulgaria, por hablar sólo de los países capitalistas desarrollados. Si la mayoría
de estos movimientos no triunfaron, la razón no se puede encontrar en los caprichos del ciclo económico
sino en el fracaso de la dirección. La Internacional Comunista se fundó en 1919. Los partidos
comunistas eran jóvenes e inexpertos y cometieron muchos errores. Como explicó Trotsky en Lecciones
de Octubre (1923), esto fue lo que impidió repetir el éxito del Partido Bolchevique. Por supuesto, las
condiciones objetivas (incluida el ciclo económico) ejercen una poderosa influencia en la psicología de
todas las clases, abonan el terreno para la lucha, y crean las condiciones que son más o menos
favorables. Pero en última instancia, el factor subjetivo es decisivo. En Hungría, el gobierno burgués del
conde Karolyi entregaba el poder al Partido Comunista sin ninguna lucha. Los comunistas húngaros
tenían unas condiciones favorables para llevar adelante la revolución, pero fracasaron. Este fracaso no
tuvo nada que ver con las circunstancias económicas y sí en cambio con la política equivocada de Bela
Kun y otros dirigentes del Partido Comunista.

No es posible explicar un fenómeno complejo como las guerras y las revoluciones, con esta clase de
reduccionismo económico. Las contradicciones que llevaron al conflicto entre las naciones o entre las
clases, se podían detectar en cualquier etapa del ciclo. Pero como observó correctamente Oparin,
alcanzan su punto más crítico en la transición de un periodo o ciclo a otro. Sin embargo, esto
sencillamente significa que las condiciones objetivas han madurado para el comienzo del conflicto. La
marcha de los acontecimientos está determinada por una interrelación compleja de fenómenos políticos,
militares, diplomáticos, religiosos y psicológicos —que trascienden la escena económica y la determinan
de forma decisiva—.

Tomemos un ejemplo más reciente: la guerra de Kosovo. ¿Fue el resultado de un fenómeno de "onda
larga"? No, fue el resultado de varios factores complejos, como el desatamiento de la cuestión nacional
en los Balcanes después del colapso del estalinismo y los cálculos estratégicos del imperialismo USA.
¿Aquí se agota la cuestión? En absoluto. La cuestión nacional en los Balcanes tiene una larga historia
que sin duda condicionó el comportamiento de Milosevic y los demás participantes. Otro factor decisivo
fue la turbulencia en la vecina Albania. De haber triunfado la revolución de 1997 en Albania (y no hay
razones objetivas para que no ocurriera, aparte de la ausencia de un partido y dirección), toda la región
habría entrado en el camino de la revolución. Pero el fracaso de la revolución en el sur abrió la puerta al
imperialismo, salvó al capitalismo, y preparó el camino para futuras convulsiones. Berisha y su camarilla
reaccionaria pudieron reagruparse en el norte, y allí jugó la carta del chovinismo albanés para intentar
desestabilizar la situación y retomar el control.

Esto tuvo consecuencias fatales para Kosovo. El ELK recibió una gran cantidad de armas de grupos
simpatizantes a través de las fronteras, y esto estimuló su agresividad. Todos estos acontecimientos
prepararon el desenlace final. Incluso la religión jugó un papel (no decisivo) al atizar el odio entre serbios
y kosovares. Si nos remontamos un poco más allá, la ruptura de Yugoslavia, en gran parte, fue un
producto de las intrigas del imperialismo alemán, su vieja política de Drang nach Osten (Empuje hacia el
Este) y su sed de retomar las viejas colonias en Europa del Este y los Balcanes. Este fue el factor
principal y el origen de todo el caos en los Balcanes. Pero los imperialistas alemanes no podían prever
los resultados de su política. Tampoco los estadounidenses podían anticipar los resultados de
Rambouillet, ellos imaginaban que la simple amenaza de un bombardeo obligaría a Milosevic a rendirse.
Cometieron un error y entraron en una guerra que podría haberles costado caro de no haber sido por la
ayuda a última hora de Boris Yeltsin.

Napoleón dijo una vez que la guerra es la ecuación más complicada. Basta con enumerar unos cuantos
elementos del conflicto de Kosovo, para ver la equivocación que supone intentar reducir todo a una
"función económica". Las causas de la guerra de Kosovo no fueron sólo económicas (excepto los
cálculos económicos presentes siempre en las guerras) sino estratégicas. Fue una guerra para decidir
quién controla los Balcanes. Y no debemos olvidar la importancia histórica de los Balcanes para el
imperialismo mundial, y siempre ha sido más estratégica que económica (debido a la posición
estratégica de los Balcanes con relación a Europa y Asia, Oriente Medio, Rusia, el Mediterráneo, el
Canal de Suez, etc.). Esta vez no fue diferente. La caída de la Unión Soviética, que hasta ahora tenía
una de sus principales esferas de influencia en los Balcanes, ha dejado un vacío que ha permitido, como
siempre, la entrada de las potencias extranjeras interesadas en acaparar esferas de interés y manipular
a los pequeños estados balcánicos. A decir verdad, la reciente guerra en parte fue el resultado de un
cálculo equivocado de Clinton, que estuvo mal aconsejado por sus oficiales sobre la situación real en
Belgrado. Accidentes, malos cálculos, errores... todos jugaron un papel en la historia. En otras
condiciones, es posible que la guerra de Kosovo nunca hubiera ocurrido. A la inversa, su resultado
habría sido menos favorable para la OTAN si Moscú no hubiera traicionado a Belgrado, algo que
tampoco se podía prever por adelantado.

La Primera Guerra Mundial

Tomemos otro ejemplo de la relación entre la guerra y la economía. Tanto la Primera como la Segunda
Guerra Mundial, se desarrollaron de una forma imprevista, conformaron el orden mundial que las siguió,
y tuvieron un efecto decisivo a la hora de determinar el carácter del ciclo económico. En 1914, los
capitalistas encuentran una salida al callejón sin salida del sistema a través de la guerra. Pero, la guerra
no es simplemente el reflejo de los problemas económicos. La Primera Guerra Mundial surgió de los
antagonismos y tensiones que existían entre las diferentes potencias imperialistas, y que se habían
acumulado en el periodo anterior. En los años previos a 1914, una crisis internacional siguió a la otra.
Cualquiera de estos shocks habría conducido a la guerra. Fue un simple accidente, el asesinato del
príncipe heredero austriaco, lo que desencadenó todo. Hegel decía que la necesidad se expresa a
través del accidente. Otro factor fue el desarrollo de la lucha de clases en diferentes países. En vísperas
de la Primera Guerra Mundial, en el periodo de 1912-14 hubo un gran auge de las luchas
revolucionarias, no sólo en Rusia, también en Gran Bretaña, Irlanda, Francia, España y otros países. La
insurrección revolucionaria de 1912-14 realmente puso fin a un largo periodo de paz social, incluso
antes de la guerra. Pero todo se detuvo con el estallido de las hostilidades y la movilización general. La
Rusia zarista se decidió a intervenir en la guerra —a pesar de su inherente debilidad—, por el temor a la
revolución. Aquí una vez más, los factores económicos sólo jugaron un papel indirecto.

La Primera Guerra Mundial estalló después de un largo periodo de crecimiento económico, la


Revolución Rusa en parte fue el resultado de la guerra. Pero es difícil relacionar estos acontecimientos
con un esquema más amplio de cosas como el que describe Kondrátiev. Es increíble su audacia, pero
ésta por sí sola no es una ciencia. Es necesario explicar con detalle cuáles son los mecanismos que
desencadenan el proceso. Y los mecanismos del proceso que llevaron a la Primera Guerra Mundial son
evidentes, y son los mismos que desencadenaron la Revolución Rusa. ¿Pero cuáles son los
mecanismos del proceso descrito por Kondrátiev? No los explica, y por lo tanto son simples
afirmaciones que podemos aceptar o no.

La situación económica que emergió de la guerra estuvo determinada, en gran parte, por los términos
impuestos a Alemania, por parte el imperialismo francés y británico en el Tratado de Versalles. Las
monstruosas reparaciones de guerra impuestas a Alemania, en la práctica, impidieron cualquier
perspectiva de recuperación en la economía más grande de Europa. Sin una recuperación en Alemania,
no se podía dar ninguna recuperación económica general en Europa. Este hecho elemental, lo explica
John Meynard Keynes en su clásica obra Las consecuencias económicas de la paz. Una vez más, el
factor decisivo no fue el ciclo capitalista de inversión, sino la política de rapiña del imperialismo. Otro
factor fue la decisión de los imperialistas de aplastar a la Rusia soviética. Deliberadamente, excluyeron
dos de las economías clave de Europa —Alemania y Rusia— y crearon las condiciones para nuevas
convulsiones económicas. Por supuesto, esto no anula el ciclo capitalista normal, que continuó
funcionando durante todo el periodo, pero tuvo un gran efecto en determinar el carácter del periodo de
entreguerras.

El periodo tormentoso que siguió a la Revolución Bolchevique, que duró aproximadamente desde 1917
a 1923, y fue un periodo de revolución en un país tras otro, en el cual la clase obrera pudo tomar el
poder en Italia, Alemania o Hungría. Pero en cada caso, la revolución fue traicionada por los dirigentes
socialdemócratas. Esto creó la condición política previa para un nuevo equilibrio (aunque frágil y
temporal). Fue incluso un boom temporal acompañado por las mismas viejas ilusiones de que el
capitalismo había resuelto sus problemas. Vemos que, incluso en un periodo de descenso general, hay
periodos de recuperación y boom económico. Pero estos son sólo respiros temporales que preceden a
un nuevo y más profundo declive. De la misma forma, que un hombre agonizante experimenta periodos
de lucidez y aparente recuperación, y que hacen creer a los que le rodean que se salvará.

El periodo de entreguerras, fue un periodo de agitación social y política. La oleada de revoluciones que
se extendió por Europa después de 1917, ocurrió en un boom económico. Esto no invalida la afirmación
de Kondrátiev, ya que el se refiere no al ciclo comercial, sino a las "ondas largas". Pero eso lo que
demuestra, es que la relación entre la revolución y los procesos económicos, es compleja. En realidad,
hubo más de una razón para estas revoluciones. Los elementos principales fueron la influencia de la
Revolución Rusa, y la inmadurez e inexperiencia de los jóvenes Partidos Comunistas. Trotsky trata esta
cuestión en Lecciones de Octubre, y explica el papel clave del factor subjetivo en la revolución.

En la Primera Guerra Mundial, se adaptó la producción a las necesidades del frente, el comercio
aumentó. EEUU en particular, fortaleció su posición frente a las otras grandes potencias (como ocurrió
en la siguiente guerra mundial). La guerra llevó a la crisis de 1920-21, y ésta en parte estuvo originada
por la reentrada de Gran Bretaña y Francia en el comercio mundial. Pero también reflejaba el colapso de
la demanda en Europa, debido a la reducción del nivel de vida de las masas, sobre todo en Alemania.
En todas partes, los capitalistas intentaron poner la carga de la crisis sobre los hombros de la clase
obrera. En Gran Bretaña, los empresarios intentaron reducir los salarios, y esto llevó a tremendas luchas
obreras. La recesión no duró mucho. También fue el resultado de la inflación en tiempos de guerra (el
gasto en armas es inflacionario por naturaleza), y exprimió al sistema. Después de la recesión llegó el
boom que duró hasta 1929, y que tuvo un carácter boyante, sobre todo en EEUU, que ya era el principal
país capitalista, arrebatando a Gran Bretaña la supremacía mundial. Tan profunda era la contradicción
entre los dos, que a mediados de los años veinte, Trotsky pensaba que la guerra entre ambos era
imposible.

La guerra destruyó la cohesión interna y la estabilidad de los principales estados europeos. En primer
lugar Alemania, que experimentó agitaciones revolucionarias en 1918, 1919, 1920, 1921 y 1923.
Después, el movimiento pasó por un periodo de reflujo. En parte fue el resultado del agotamiento de la
clase obrera que había perdido confianza en el Partido Comunista, debido al fracaso de éste último en
dirigir la revolución de 1923. La derrota de la revolución, creó las condiciones políticas para el boom
económico que restauraría el relativo equilibrio durante unos cuantos años, antes del crash de 1929, y
que abrió una nueva fase de declive más convulsiva. Los diez años que precedieron a la Segunda
Guerra Mundial, fueron años de horrible colapso económico y la depresión mundial más profunda vista
hasta entonces. Este fue precisamente un periodo violento de lucha de clases en un país tras otro:
España (1931-37), Alemania (1930-33), Austria (1934), Francia (1936). En Gran Bretaña vimos la
formación del ILP, una escisión por la izquierda del Partido Laborista y una oleada de huelgas no
oficiales. En EEUU hubo una oleada de radicalización con las huelgas de los camioneros y la creación
del CIO. Fue un periodo de revolución y contrarrevolución. Si triunfó la contrarrevolución, no fue un
producto de las "ondas largas", sino el fruto del fracaso de la dirección proletaria. Trotsky lo explica
perfectamente en su artículo Clase, partido y dirección. Decía que la clase obrera española podía haber
hecho no una revolución, sino diez, pero todas sus organizaciones la habían traicionado: socialistas,
comunistas, anarquistas y el POUM. El fracaso de la revolución no fue económico, sino el fracaso del
factor subjetivo.

Si consideramos el periodo de entreguerras, no todo fueron crisis y revoluciones. También hubo un


periodo de estabilidad, entre 1923 y 1929, acompañado por las ilusión en que el capitalismo había
solucionado todos sus problemas. Políticamente, este periodo se caracterizó por una serie de gobiernos
socialdemócratas en Europa. Hay ciertos paralelismos entre ese fenómeno y la situación acutal, ahora
en la mayoría de Europa Occidental hay gobiernos socialdemócratas. Después llegó el crash de 1929, y
un nuevo periodo de inestabilidad social y política a escala mundial.

Con cierto retraso, la recesión que comenzó en EEUU, alcanzó a Europa. El crash financiero se expresó
en el colapso del Kredit Anstallt Bank de Austria, seguido por un colapso aún más profundo de Alemania
y Gran Bretaña. Sin embargo, la velocidad con que se extendió la crisis económica al resto del mundo
fue desigual. Francia, donde la clase dominante se apoyó deliberadamente en las capas más atrasadas
(debido al temor al desarrollo del proletariado y después del shock de la Comuna de París), sólo entró
en crisis en 1933-34, cuando EEUU ya comenzaba a recuperarse.

La recesión tuvo consecuencias muy profundas, creó tensiones sociales insoportables y crisis en
Austria, Alemania, España, Francia y Gran Bretaña. Fue un periodo de revolución y contrarrevolución,
que llevó a la Segunda Guerra Mundial. Pero una vez más, como en el periodo de 1917-23, la debilidad
del factor subjetivo fue decisiva. Trotsky, no se basó en una "onda larga", sino en las derrotas del
proletariado —sobre todo en España—, para predecir la inevitabilidad de una nueva guerra mundial.

Oparin realizó un estudio concienzudo de los mismos datos estadísticos utilizados por Kondrátiev, y
llegó a la conclusión contraria, las guerras y revoluciones se producen con mayor frecuencia en el
momento en que cambia el ciclo de la economía. Esta es una observación muy interesante y se
aproxima más que la hipótesis de Kondrátiev. Trotsky, diría algo similar después, señaló que ni los
booms ni las recesiones por sí mismos originan las revoluciones, sino que son los cambios repentinos
en las circunstancias económicas (que puede ser el cambio de boom a recesión y viceversa) los que
sacan a la sociedad de su letargo y obligan a hombres y mujeres a reconsiderar críticamente sus
costumbres e ideas.

Los efectos económicos de la Segunda Guerra Mundial

La tesis de Kondrátiev quedó otra vez en evidencia en la Segunda Guerra Mundial. Ésta ocurrió no en
un periodo ascendente, sino precisamente después de la depresión más profunda de la historia; no fue
el resultado de las contradicciones de un periodo de expansión, sino del callejón sin salida al que llevó el
colapso económico. La contradicción central fue la crisis del capitalismo alemán. El poderoso potencial
industrial de Alemania estaba cercado y bloqueado debido al tratado impuesto por Francia y Gran
Bretaña después de la Primera Guerra Mundial. El fracaso de la revolución alemana —resultado directo
de la política equivocada primero de los socialdemócratas y después de los estalinistas— llevó al
ascenso de Hitler. Los nazis intentaron resolver las dificultades alemanas introduciendo la economía de
guerra ("armas antes que mantequilla"). Pero en 1938 ésta había alcanzado sus límites. Hitler estaba
obligado a ir a la guerra o enfrentarse al colapso económico y su caída. Lo único que podría haber
evitado la Segunda Guerra Mundial, hubiera sido la victoria de la Revolución Española.

Tratar todos estos procesos con detalle sería demasiado largo, basta con decir que la línea de
desarrollo histórico que hemos trazado aquí, no tiene nada que ver con el esquema formalista de
Kondrátiev. La historia no obedece al determinismo económico, sino a la dialéctica. Los procesos
económicos proporcionan el campo de batalla donde se libra la lucha de clases. La lucha de clases, la
revolución y la contrarrevolución, y también las guerras entre las naciones y la diplomacia, tienen sus
propias leyes inmanentes, y en ella, el factor subjetivo, las cualidades personales, la inteligencia y la
capacidad de la dirección, juegan un papel decisivo. Y estos factores a su vez, condicionan las
condiciones económicas. La relación entre todos estos factores es extraordinariamente complicada y
contradictoria. No se puede reducir a una simple fórmula, como hizo Kondrátiev.

Lo que ocurrió después de la Segunda Guerra Mundial no lo podía haber previsto ni el más grande de
los genios. Fue diferente a la situación que Trotsky había adelantado en 1938. Trotsky predijo,
correctamente, que la guerra finalizaría en revolución. Hubo revoluciones, incluso durante la guerra, en
Italia, Grecia, Dinamarca, incluso en Gran Bretaña, hubo un proceso profundo de radicalización y el
deseo de un cambio fundamental de la sociedad. Los soldados regresaban de la guerra y expresaban
su deseo de cambio, en Gran Bretaña se expresó con el voto masivo al Partido Laborista. En Alemania,
el ambiente de radicalización se expresó en que el SPD inscribió en su programa la consigna de los
estados socialistas unidos de Europa. En Francia e Italia, hubo movimientos revolucionarios que podrían
haber terminado con la toma del poder. Lo mismo ocurrió en Grecia.

En los debates en la Internacional Comunista, a los que nos hemos referido, Lenin y Trotsky habían
pronosticado teóricamente, que si los trabajadores no tomaban el poder, el capitalismo podría
experimentar un nuevo avance importante. En ese momento, ellos no pensaban que fuera lo más
probable, por eso hablaban de una posibilidad teórica. Si la Internacional Comunista y los Partidos
Comunistas se hubieran mantenido firmes en una política leninista, toda la situación habría sido
diferente. Pero la degeneración estalinista de la IC llevó a la revolución a la derrota, primero en China, y
después en Alemania, y lo más desastroso de todo, en España. Después de la guerra, siguiendo las
instrucciones de Moscú, los dirigentes comunistas evitaron la revolución en Francia, Italia y Grecia. En
Gran Bretaña la oleada de radicalización se había extendido a la clase obrera y las fuerzas armadas,
pero fue canalizada por los dirigentes laboristas en las líneas del reformismo y salvaron al sistema
capitalista. Los dirigentes socialdemócratas alemanes jugaron después un papel similar.

Esta fue la condición política para el nuevo periodo de auge —un periodo nuevo y completamente
diferente a la década de los treinta—. Fue un auge colosal de las fuerzas productivas, al menos en los
países capitalistas desarrollados, una impresionante espiral ascendente de los medios de producción,
pleno empleo en EEUU, Europa Occidental, Japón y que tuvo un profundo efecto en la conciencia de la
clase obrera y las organizaciones de masas. La cuestión es: ¿cuáles fueron las razones para este largo
auge? ¿Fue una manifestación de las "ondas largas" de Kondrátiev? ¿O fueron otras las causas?

La respuesta a esta cuestión hace tiempo que la proporcionó Ted Grant en uno de sus escritos
económicos más importantes: ¿Habrá una recesión?, escrito en pleno apogeo del auge de la posguerra,
a finales de los años cincuenta. En la primera parte de este trabajo, explica los diferentes factores que,
combinados, produjeron una espiral ascendente que duró aproximadamente dos décadas. Habría que
decir aquí que la guerra por sí sola jugó un papel económico —y no secundario—. Al originar una
masiva destrucción de los medios de producción, una guerra, desde el punto de vista económico, tiene
una función similar a la recesión. La tremenda destrucción de fábricas, puentes, ferrocarriles y
carreteras es, por supuesto, trágica desde el punto de vista humano, pero desde el punto de vista de la
economía capitalista es algo bueno porque, una vez terminan las hostilidades, crea nuevos mercados.
Las carteras de pedidos están completas, las fábricas funcionan a plena capacidad, y los contratistas
buscan afanosamente mercados.

Según las Naciones Unidas, la reconstrucción de la posguerra no terminó hasta 1958, y por sí sola fue
un poderoso impulso del auge económico. De la misma forma, la aparición de toda una serie de nuevas
industrias, resultado de la innovación militar por parte de los beligerantes, proporcionó nuevos campos
de inversión tecnológica en química, plástico, radio, televisión, radar, energía nuclear, acero
especializado y otros campos. Los elementos de la nacionalización y "planificación" introducidos durante
la guerra, realmente debido a la necesidad militar, fueron el punto de partida del "capitalismo dirigido" y
la economía keynesiana que muchos gobiernos occidentales pusieron en práctica a partir de 1945.
Como ya anticipamos los marxistas, la aplicación de medidas keynesianas no fue el motor principal del
boom (como imaginaban no sólo los socialdemócratas sino también algunos "marxistas" como Ernest
Mandel y Tony Cliff). Eso jugó un papel secundario, y sólo a costa de producir colosales distorsiones e
inflación que desde entonces ha exprimido el sistema con consecuencias penosas.

El keynesianismo representaba el temor a la revolución en Occidente. La oleada de revoluciones que


comenzó a principios de 1943 (Italia), aterrorizó a la burguesía occidental que no dudó en realizar
concesiones a la clase obrera. Por otro lado, la victoria de la Unión Soviética en la guerra y el avance
del Ejército Rojo al corazón de Europa, obligó a los imperialistas estadounidenses a sostener al
capitalismo europeo con grandes préstamos y ayudas (Plan Marshall). Este fue otro ingrediente de la
recuperación económica. Como siempre, las reformas son el subproducto de la revolución. Una vez
más, la economía no se puede separar de la política y la lucha de clases.

El factor principal fue el crecimiento del comercio mundial —un factor que ha durado hasta la
actualidad—. Sin embargo, el orden económico mundial establecido después de 1945 no tiene nada que
ver con una "onda larga". Fue la consecuencia directa del equilibrio internacional de fuerzas que
emergió de la guerra: la dominación de todo el mundo por dos potencias poderosas: por un lado el
imperialismo USA y por el otro la Rusia estalinista. El aplastante dominio económico de EEUU es
evidente en el hecho de que, en 1945, dos tercios de todas las reservas mundiales de oro disponibles se
encontraban en Fort Knox. A diferencia de Europa y Japón, cuya base productiva quedó pulverizada por
la guerra, el poder nuclear proporcionó a EEUU una hegemonía total sobre el mundo occidental. Esto
permitió a Washington imponer su voluntad en todo el mundo capitalista después de 1945.

Lo que es evidente es que esta peculiar concatenación de circunstancias, que impulsaron al mundo
capitalista de la posguerra, no fue el resultado de una "onda larga". La combinación tremendamente
compleja de elementos, que conformaron la economía mundial de la posguerra, no se podían haber
previsto por adelantado, y no fueron el resultado de un esquema preordenado de cosas, sino de una
interrelación inmensamente complicada de factores, no sólo económicos, sino también militares y
políticos.

Las ‘ondas largas’ hoy

En los últimos años, las teorías de Kondrátiev han estado de moda entre todo tipo de economistas
burgueses. El economista burgués austriaco, Joseph Schumpeter, en su clásico estudio, Los ciclos
económicos, fue el primero en acuñar la expresión "ciclos" para hacer referencia a los ciclos económicos
largos de cincuenta años. Sin embargo, la mayoría de los economistas las rechazan como bobadas o en
el mejor de los casos, las consideran una excentricidad. Hoy en día, se pueden encontrar artículos
significativos en periódicos económicos respetables en los cuales no sólo aceptan la teoría de la "onda
larga", sino que hablan de ella con un temor reverencial.

La razón no es difícil de comprender. La economía burguesa oficial está en crisis. La autoridad que
disfrutaban en otro tiempo los economistas universitarios la han perdido en los últimos veinte años. Los
responsables de tomar importantes decisiones comerciales que implican grandes sumas de dinero, al
mirarles, apenas disimulan su desprecio. ¿Y por qué no? Los economistas fueron incapaces de predecir
la última recesión, y ocurrió lo mismo con el boom actual. Ahora predicen que el boom continuará para
siempre. ¿Quién les cree? Probablemente no mucha gente, porque no muchos se molestan en leer lo
que dicen. Los hombres de negocios de vez en cuando les consultan, pero esto se debe a la ausencia
de una alternativa más satisfactoria.

En la búsqueda de alguna nueva idea, algunos de los pródigos miran hacia Kondrátiev, ¡y se les abre el
cielo! Aquí está lo que necesitaban: ¡una teoría general que les proporciona la clave del pasado, el
presente y el futuro! Mejor aún, una que da al sistema capitalista una larga vida, basada en el principio
de que "todo lo que baja tiene que subir" Los partidarios burgueses de la teoría de la "onda larga", la
han abrazado con el fervor de los nuevos conversos. La teoría que les permitiría realizar predicciones
exactas del comportamiento de la bolsa. Por desgracia, el movimiento de la bolsa no se puede predecir
con total seguridad. Siempre hay chalados (sobre todo en EEUU, que se ha especializado en producir
este tipo de personas) que han disfrutado de una notoriedad temporal, al hacer predicciones
económicas espectaculares, aunque la mayoría estén equivocadas. Hay que recordar el caso de Joseph
Granville, que pronosticó una crisis bursátil en 1981 y el caso más reciente del Long Term Capital
Management que sufrió pérdidas espectaculares en 1998 cuando se retiró del mercado debido al
colapso del rublo ruso. Esta empresa se basaba en una supuesta fórmula de dos economistas, Robert
Merton y Myron Scholes, que irónicamente ganaron el Premio Nóbel por su importante "descubrimiento".
Este descubrimiento fue utilizado por John Meriwether, el Director Ejecutivo de LTCM, para convencer a
los inversores de que no podían perder. Al final, la empresa perdió cientos de millones de dólares y tuvo
que ser rescatada por la Fed.

En los años ochenta un hombre llamado Robert Prechter, popularizó la teoría de las ondas de Elliott,
basada en las ideas de Kondrátiev. La versión de Elliott de la teoría de la onda, afirma que el mercado
se mueve siguiendo un patrón predecible.

Por supuesto que no es nada malo intentar adivinar el movimiento de la economía y equivocarse. El
problema es que la teoría de la "onda larga" (y su variante, las ondas de Elliott) no sólo pretende
adivinar, sino que intenta predecir con total seguridad el comportamiento de la economía durante
décadas y siglos. Kondrátiev al menos, intentó dar una visión audaz de la historia económica, y nos
proporciona un campo de investigación, en cambio, los epígonos burgueses de Kondrátiev intentan
desarrollar una seudo ciencia, y han reducido todo al absurdo.

Como era de prever, donde la "onda larga" causa más furor es en EEUU. En el Bank Credit Analyst
(28/6/95) podemos leer: "La economía USA está embarcada en la tercera expansión de "onda larga" del
siglo XX. La fuerzas motrices clave son el gasto de capital tecnológico y el crecimiento del comercio
mundial". El artículo concluye: "Otros mercados más graves del siglo (los años treinta y setenta)
ocurrieron durante "ondas largas" descendentes. La experiencia de los años sesenta sugiere que las
correcciones bursátiles serán efímeras y las valoraciones elevadas hasta el final de su serie histórica de
varios años". Esta es una predicción histórica general (y carece de cualquier base científica).

El periódico publica varias gráficas interesantes, una de ellas relacionada con las tendencias históricas
de la productividad. Esta "demuestra que el crecimiento de la productividad ha seguido aumentando
hasta superar la media de los ciclos anteriores —particularmente en la manufactura—. [En realidad, casi
todo el crecimiento de la productividad se ha limitado a un sector —la tecnología de la información y
específicamente a la fabricación de ordenadores—. Ver La lucha de clases y el ciclo económico]. La
producción por hombre/hora en la manufactura, es el 5,5% superior a la media de los ciclos pasados,
ajustada por el hecho de la producción ha caído poco del nivel histórico. Las empresas han disminuido
su impulso por estimular la eficiencia y reducir los costes" (p. 28. El subrayado es nuestro).

Como hemos demostrado en documentos anteriores, este boom ha sido a expensas de la clase obrera.
La tasa de explotación ha aumentado enormemente en todos los países, porque los capitalistas intenta
extraer hasta la última gota de plusvalía de sus trabajadores. La búsqueda de plusvalía es la base de
todos los auges económicos y de la producción capitalista en general. Pero en este boom la presión
sobre la clase obrera ha sido mayor que en el pasado. No ocurrió lo mismo en los años sesenta,
entonces los trabajadores sentían los beneficios del boom. El sentimiento ahora es bastante diferente. El
malestar creciente se refleja en el hecho de que Al Gore ni siquiera pueda ganar unas elecciones en un
boom. Este hecho es un síntoma de la debilidad subyacente de todo el sistema. Esto no se puede negar
su importancia con referencias a los ciclos largos. Los economistas más serios como Michael J. Mandel
(no guarda relación con Ernest) ahora predicen que el boom de Internet está preparando el camino para
una depresión de Internet en un futuro previsible. Ha elaborado una serie de evidencias para respaldar
su teoría, que es completamente probable, a pesar de los teóricos de la "onda larga".

Ernest Mandel y Kondrátiev

Ernest Mandel, que por costumbre capitulaba ante cada tendencia de moda en la economía burguesa,
también se agarró a Kondrátiev, para intentar reconciliar sus teorías con las de Marx y Trotsky, mientras
intentaba cubrir los rastros, sobre todo en su libro Late Capitalism (Londres, 1975). Después de capitular
ante el keynesianismo y cada una de las teorías burguesas de moda, era algo típico de Mandel flirtear
con las ideas de Kondrátiev, mientras que al mismo tiempo intentaba mantener una distancia de
seguridad con ellos. Esta trampa de "nadar entre dos aguas" siempre fue la costumbre de Mandel, y
expresa adecuadamente la naturaleza ecléctica de su método. De esta forma, en sus escritos sobre
Kondrátiev dice: "La historia internacional del capitalismo aparece así no sólo como una sucesión de
ciclos industriales distribuidos cada siete o diez años, sino también como una sucesión de periodos más
largos, de alrededor de cincuenta años. Hemos conocido cuatro, hasta el presente" (Mandel, Las ‘ondas
largas’ en la historia del capitalismo, p. 158. Madrid, Akal Ed., 1979).

Después de leer estas líneas es evidente que Mandel está de acuerdo con Kondrátiev. Esta impresión
es aún más profunda cuando seguimos leyendo: "De esta forma, los indicadores más representativos
parecen ser los de la producción industrial en su conjunto y la evolución del volumen del comercio
internacional (o del comercio internacional por habitante). El primero explica la tendencia a largo plazo
de la producción capitalista; el segundo, el ritmo de expansión del mercado mundial. Y en lo que
concierne a estos indicadores, la verificación empírica de las ‘ondas largas’ desde la crisis de 1847 es
totalmente posible" (Ibíd., p. 186. Subrayado en el original).

En otra parte leemos: "este ciclo de al menos cinco "ondas largas" no se puede atribuir sólo al azar, ni
tampoco sólo a factores externos" (Ibíd., p. 185. El subrayado es nuestro). El lector observará que esta
postura es exactamente la contraria a la de Trotsky, que insistía en la importancia de "factores externos"
(guerras, revoluciones, etc.) a la hora de configurar estos periodos más amplios. Un poco después, sin
pestañear, Mandel dice exactamente lo contrario: "Trotsky adelanta dos argumentos centrales contra las
tesis de Kondrátiev: en primer lugar, la analogía entre las ‘ondas largas’ y los ciclos largos es incorrecta;
es decir, que estas ‘ondas largas’ carecen de la ‘necesidad natural’ que tienen los ciclos clásicos. En
segundo lugar, mientras el ciclo clásico se explica en última instancia por la dinámica interna de la
producción capitalista, para explicarlo, la ‘onda larga’ requiere ‘un estudio más concreto de la curva del
capitalismo y de la totalidad de relaciones entre lo último y todos los aspectos de la vida social" (Ibíd., p.
170).

Ya hemos dicho que no "muchos", sino poquísimos economistas soviéticos compartieron las ideas de
Kondrátiev en los años veinte, aunque unos cuantos estaban de acuerdo con la postura de Trotsky
contra Kondrátiev. Pero por qué dejar que los hechos estropeen una buena historia, como dicen los
periodistas. Se puede estar de acuerdo con la teoría de Kondrátiev de las "ondas largas" o se puede
estar de acuerdo con Trotsky, pero no con ambos.

La razón del interés de Mandel en Kondrátiev es evidente. Mandel era incapaz de explicar las razones
del largo auge de la posguerra. Sus escritos económicos revelan el abandono del marxismo en favor del
keynesianismo y otras teorías burguesas de moda. Después aparece Kondrátiev con sus "ondas largas"
y soluciona el problema. La gran ventaja de las teorías formalistas es que sustituyen la necesidad de
pensar. Mandel utilizó la tesis de Kondrátiev para explicar el largo auge de la posguerra en el
capitalismo. Igualmente, la utilizó para "explicar" la subsiguiente crisis que comenzó en 1973-74.

Por desgracia, si tu dices A, también debes decir B, C y D. Una teoría equivocada, tarde o temprano en
la práctica conduce al desastre. Mandel no avisó que la razón por la cual muchos economistas
burgueses son tan entusiastas con las "ondas largas" de Kondrátiev, es que si esta teoría es correcta,
no hay razón evidente por la cuál el sistema capitalista no pueda existir indefinidamente, pasando de un
ciclo a otro. Si hay una fase descendente, no hay porque preocuparse, ya que con el tiempo vendrá una
larga fase ascendente. Además, ya que no se puede hacer nada, la clase obrera no tiene otra
alternativa sino apretarse el cinturón y esperar pasivamente tiempos mejores que llegarán con la
siguiente ola. Las conclusiones reaccionarias que se extraen de esta concepción realmente no requieren
ninguna explicación. En pocas palabras, rodeando una dificultad teórica, Mandel llega a una posición
peor: a una que implicaría el abandono de la posición marxista.

El intento de "casar" a Trotsky con Kondrátiev es bastante cómico. Trotsky nunca aceptó la teoría de
Kondrátiev de las "ondas largas". Todo lo contrario, explicó con todo detalle que la existencia de estas
ondas —en el sentido dado por Kondrátiev— era imposible. No es imposible predecir con precisión el
carácter o frecuencia de cada época. La gráfica elaborada por Trotsky en 1923 es muy irregular y refleja
no ciclos largos, sino periodos históricos distintos.

Desde un punto de vista teórico, la noción de los ciclos largos no tiene nada en común con el marxismo.
Pero ¡no importa!, Mandel asegura que las "ondas largas" se pueden verificar fácilmente a través de la
evidencia empírica. Pero si era tan fácil demostrar la existencia de las "ondas largas", ¿por qué durante
largo tiempo ha existido tanta controversia sobre el tema? Sólo es otro ejemplo del método utilizado por
Mandel, afirmar una opinión como si fuera un hecho indiscutible, y ¡espera que nadie note la diferencia!

En su libro, Mandel califica la crítica de Garvy a Kondrátiev, de "sin sentido", "imprecisa" y "simplemente
semántica". Cuando en realidad, el estudio de Garvy es muy riguroso y está bien documentado, algo
que no se puede decir del escrito de Mandel, que, por ejemplo, se olvida de mencionar la cuestión
crucial del equilibrio capitalista —el punto central de la teoría de las "ondas largas"—. Las diferencias de
Trotsky con Kondrátiev no tenían una naturaleza semántica, y se centraban en la cuestión del equilibrio,
algo que Mandel o bien no ha comprendido, o peor aún, ignora deliberadamente. La diferencia entre el
término de Kondrátiev, "ciclo", y los "periodos" de Trotsky no es una sutileza lingüística, es una
diferencia fundamental entre dos formas incompatibles de interpretar la historia económica y la lucha de
clases.

El objetivo de Mandel en su libro es introducir elementos no marxistas en su "análisis" del capitalismo.


Intentar estar de acuerdo al mismo tiempo, con Trotsky y Kondrátiev, es lo mismo que estar de acuerdo
con Charles Darwin y con el Primer Libro del Génesis. Insiste en el papel de la caída de la tasa de
beneficios en la crisis del capitalismo, pero después intenta "mejorar" a Marx, y atribuye ésta a factores
como la creación del crédito y la política monetaria. Esto no es marxismo sino keynesianismo. Marx
explicó que la causa principal de la tendencia de la tasa de beneficio era el aumento de la composición
orgánica de capital. Y hoy podemos verlo con claridad en las colosales sumas de dinero invertidas en
ordenadores y la constante actualización de la tecnología de la información.
La razón para que Mandel insista en estos otros elementos, es que quiere establecer un vínculo entre la
teoría de los ciclos largos de Kondrátiev y la insistencia de Trotsky en que el desarrollo social y
económico se ve afectado fundamentalmente por "condiciones externas". Pero las "condiciones
externas" que Trotsky tenía en mente, no eran factores como el crédito (es una parte del mecanismo
interno del ciclo comercial normal) o la política monetaria (indirectamente también es un reflejo del
mismo proceso), sino a factores no económicos como son las guerras y las revoluciones. Incluso el
examen más superficial de La curva de desarrollo capitalista demostrará que Trotsky negó
específicamente que los periodos descritos por Kondrátiev tuvieran un carácter cíclico. Así que Mandel
está de acuerdo con Kondrátiev y en desacuerdo con Trotsky. Por supuesto tiene toda la libertad para
hacerlo, pero lo que no puede hacer es intentar aceptar sin más todas las ideas e intentar encubrirlo con
gimnasia mental.

Mandel dice que el capitalismo ha experimentado "tres revoluciones tecnológicas generales", y las
especifica: el uso de la máquina de vapor en 1848 (?); la introducción de la electricidad y el motor de
combustión de la ultima década del siglo XIX; y por último, los aparatos electrónicos y la energía nuclear
(!) después de los años cuarenta. Añade además, que cada una de estas revoluciones tecnológicas ha
estado precedida de un proceso de "superacumulación" de capital: en este proceso "una parte del
capital acumulado sólo se puede invertir obteniendo una tasa insuficiente de beneficios (?), una tasa que
progresivamente se reduce".

Mandel se saca a Marx de la chistera y menciona de pasada la caída de la tasa de beneficios. Pero lo
hace de la misma forma chapucera, no aclara que sólo es una tendencia, que antes de manifestarse,
transcurren periodos enteros en los que no se manifiesta. Lo presenta como una ley absoluta, y eso
nunca lo hizo Marx. En realidad, la llamada superacumulación de capital no tiene nada que ver con
Marx. Es sólo la forma en que Mandel plagia y rebautiza la idea del "fondo de inversión". Como es
habitual en Mandel, no hay ni un solo pensamiento original, sólo ideas no marxistas ataviadas con
fraseología "marxista" y presentadas como propias.

Cuando este proceso misterioso de la "super acumulación" —las leyes del movimiento, origen y
naturaleza que son tan desconocidas para los mortales— se ha completado, de repente aparece una
revolución tecnológica, como un conejo del sombrero de un mago; excepto que aquí el lugar del último
lo ocupan una combinación de (inexplicables) "factores detonantes", que mágicamente eleva la tasa de
beneficio una vez más, e incorpora el nuevo proceso en la producción y así genera una gran oscilación
ascendente de inversión y actividad económica. Pero entonces Mandel continúa: "Exactamente por el
mismo proceso [el mismo proceso y no otro, pero tenemos que descubrir en que consiste este "mismo
proceso"] la generalización de nuevas fuentes de energía [?] y nuevas máquinas, debe llevar ... a una
nueva desinversión y la reaparición de capital inactivo..." (Mandel, Op. Cit., p. 159 en la edición
española).

La tasa de beneficio cae por la elevada composición orgánica de capital (la elevada ratio de capital
constante con relación al capital variable, o la relación entre el trabajo vivo y el muerto) y la consiguiente
reducción de la tasa de valor. Después sigue una contracción de la actividad económica. Esta es la
parte descendente de la "onda larga". Pero este proceso conduce a una nueva fase de
"superacumulación", resultado del crecimiento del capital inactivo que lleva (a la larga) a una nueva ola
ascendente..., y así sucesivamente.

Este elegante modelo económico suprime todas las contradicciones, o mejor aún, las supera y las
trasciende, de la misma forma en que el absoluto de Hegel trasciende a todas las contradicciones de
este mundo —y del próximo—. Y como sucede con el absoluto de Hegel, el milagro se ha conseguido
dentro de la mente. En realidad, Mandel mezcla todo. Confunde el ciclo comercial normal —las leyes las
describe con gran detalle Marx—, con las "ondas largas" de Kondrátiev, y lo único que hace es
reafirmar, de una forma superficial y confusa, lo que escribió Marx con relación a la tendencia a la caída
de la tasa de beneficio y al ciclo comercial, y lo aplica donde no se puede aplicar, es decir, a un ciclo de
cincuenta años. Intenta aplicar los métodos de Kondrátiev al último periodo del capitalismo después de
la Segunda Guerra Mundial y llega a los siguientes resultados:

· Desde el final del siglo XVIII a 1823: crecimiento acelerado.


· 1824 a 1847: desaceleración del crecimiento.

· 1848 a 1873: aceleración del crecimiento.

· 1874 a 1893: desaceleración del crecimiento.

· 1894 a 1913: aceleración del crecimiento.

· 1914 a 1939: desaceleración del crecimiento.

· 1940 a 1940-48: (depende de los países) a 1966, aceleración del crecimiento.

De acuerdo con Mandel, en la actualidad habríamos entrado en la segunda fase de una "onda larga",
que comenzó con la Segunda Guerra Mundial, caracterizada por la desaceleración de la acumulación de
capital". (Ibíd., p. 122 en la edición inglesa). El problema, es que esta afirmación no corresponde con los
hechos conocidos. Si, como pretende Mandel, el periodo de 1940-45 a 1966 fue la fase ascendente de
una "onda larga", entonces la fase descendente habría comenzado en 1966, lo que evidentemente no
es verdad. El auge económico de la posguerra continuó hasta la llamada crisis del petróleo de 1973-74.
Desde entonces, el sistema capitalista no ha recuperado los niveles de crecimiento, productividad,
rentabilidad, empleo y crecimiento del nivel de vida del periodo de 1948-73. En EEUU, los últimos cinco
años han estado cerca de estas cifras, pero en Europa y Japón no ha sido el caso, y está por ver cuanto
durará el boom en EEUU. Al contrario de las pretensiones optimistas de los partidarios del nuevo
paradigma económico, el boom actual no representa una tendencia secular, sino que tiene un carácter
frágil e inestable, y puede acabar en una seria recesión.

La cuestión de las "ondas largas" resumida

Al día de hoy, todavía no hay un consenso claro sobre la naturaleza exacta de estos ciclos largos,
incluso entre los partidarios de la teoría. Al principio citamos una serie posible, que coincide con la teoría
original de Kondrátiev: 1848-79; 1880-93; 1894-1914; 1915-39; 1940-74. Sin embargo, hay otras
alternativas propuestas, como son: 1820-70; 1870-1913; 1913-50: 1950-73 y 1973-94. Estas diferencias
subrayan la naturaleza arbitraria de la hipótesis. Los protagonistas de la teoría de la "onda larga" no se
ponen de acuerdo entre ellos.

Es obvia la existencia de desarrollo capitalista distintos y en momentos diferentes. Hoy en día, los datos
existentes nos permiten realizar un estudio más serio de la historia económica del capitalismo. En la
ciencia, a veces ocurre que una hipótesis incorrecta te conduce a resultados importantes que sirven
para el progreso de nuestro conocimiento y comprensión. La teoría del big-bang en la cosmología es
uno de esos casos. En contraste con el modelo teórico abstracto de Kondrátiev, un enfoque más
empírico demuestra la existencia de una serie de ciclos desiguales —como pronosticó Trotsky—.

Un estudio reciente hace el siguiente comentario: "Las distintas fases no se inician por decisiones
colectivas planificadas, ideas innovadoras o cambios en la ideología de la política económica interna o
internacional. Las transiciones de una fase a otra, normalmente, están determinadas por algún tipo de
accidente histórico o sacudida del sistema" (A. Maddison, Phases of Economic development, p. 59. El
subrayado es nuestro).

Esto es exactamente lo que decía Trotsky en La curva de desarrollo capitalista. El motivo por el cual las
fases históricas de desarrollo capitalista tienen una duración irregular, es precisamente porque están
determinadas por la interrelación de fuerzas complejas —con carácter no exclusivamente económico—.
La transición de un periodo a otro se caracteriza por cambios bruscos y repentinos. Los cambios más
violentos son las guerras y las revoluciones, que representan una ruptura profunda con el pasado e
interrumpen el movimiento y la dirección de la sociedad, creando las condiciones para un nuevo paso
adelante —o una regresión—. La línea de la historia, contrariamente a los prejuicios de los
evolucionistas liberales, conoce periodos de descenso y ascenso. El punto en que un sistema
socioeconómico determinado agota su potencial de desarrollo de los medios de producción, es donde
empieza su declive y decadencia. Este declive podría tener una duración larga, y se podría ver
interrumpido por periodos de recuperación, pero la línea general seguirá siendo descendente.

Desde un punto de vista histórico, el sistema capitalista ha jugado un papel revolucionario. En toda la
historia de la humanidad, nunca se había producido un desarrollo similar de la industria, la agricultura, la
ciencia y la técnica, tan espectacular y casi milagroso. El primer periodo de la acumulación primitiva de
capital, empieza aproximadamente en el siglo XIII, el momento en que las sociedades urbanas se
formaban alrededor de los gremios urbanos y las universidades se convirtieron en centros de
aprendizaje. Esta es la fase embrionaria del capitalismo, cuando la naciente burguesía luchaba por
reafirmar sus derechos frente al orden feudal prevaleciente. Sin embargo, el verdadero periodo de
ascenso capitalista comienza con la Reforma protestante y el Renacimiento, el descubrimiento de
América y el periodo del capitalismo mercantil en los siglos XVII y XVIII. A partir de entonces, la gráfica
de desarrollo económico demuestra una tendencia ascendente. El periodo naciente del capitalismo, está
lleno de revoluciones: la revolución holandesa y la Guerra Campesina en Alemania en el siglo XVI; la
Revolución Inglesa en el siglo XVII y la Revolución Francesa en el siglo XVIII. La invención de la
máquina de vapor y la revolución industrial inician un periodo de crecimiento económico tormentoso, la
extensión del capitalismo a Europa y a todo el mundo. El ascenso de los estados nacionales en Europa,
acompañado por guerras, representa la consolidación del capitalismo y la división del mundo entre las
principales potencias capitalistas, y con ello el desarrollo del imperialismo. Las contradicciones entre las
potencias imperialistas con el tiempo llevaron a la Primera Guerra Mundial.

Incluso el estudio más superficial del periodo anterior a la Primera guerra Mundial, demostrará la
interrelación entre los factores económicos y los no económicos a la hora de conformar cada periodo. Al
periodo de 1789 a 1815, le dio forma la Revolución Francesa y las Guerras Napoleónicas. Estos
acontecimientos tuvieron profundos efectos económicos, que surgieron del Sistema Continental de
Napoleón y del consiguiente bloqueo de Europa por la armada británica. Estos acontecimientos también
tuvieron repercusiones en América y Asia. Sólo cambió la situación en 1820, lo que permitió la
normalización del comercio, que junto con el progreso tecnológico caracterizó la revolución industrial en
Gran Bretaña, y preparó el camino para un crecimiento económico importante. La expansión de 1820 a
1870, principalmente ocurrió en Europa que contaba con el 63% del crecimiento de la producción
mundial, y a destacar, Gran Bretaña, Alemania, Bélgica y Holanda. Pero fuera de Europa, el crecimiento
fue escaso. No había llegado todavía la época del mercado mundial. Gran Bretaña tenía una aplastante
superioridad en todos los campos. Su fortaleza industrial se reflejó en el declive del campesinado y el
ascenso del proletariado industrial. En 1870 su sector agrario empleaba sólo a una cuarta parte de la
población.

Maddison dice que con las evidencias disponibles, después de 1789 el crecimiento fue más acelerado.
Aquí también, el nuevo periodo estuvo marcado por la guerra y la revolución (la guerra Franco Prusiana
y la Comuna de París). El nuevo elemento decisivo en la ecuación es la pérdida del monopolio británico
y el poder industrial, y el ascenso de Alemania y EEUU (la abolición de los Estados esclavistas como
resultado de la Guerra Civil Americana y la unificación de Alemania que se consiguió a través de la
guerra). Este periodo también se caracterizó por una nueva etapa en las revoluciones industriales, en
particular los ferrocarriles, pero también con otros inventos que mejoraron las comunicaciones y unieron
todo el mundo en un solo mercado capitalista mundial (barcos a vapor y telégrafo).

Es evidente que esta expansión del comercio mundial fue uno de los factores clave de este auge, como
ya había pronosticado Marx. El capitalismo abrió nuevos mercados, y de esta forma consiguió un campo
de operaciones mayor. En el siglo XVIII el proteccionismo era la norma. Pero el ascenso del capitalismo
industrial en Gran Bretaña y la demanda de nuevos mercados cambió todo. No hay que olvidar que al
principio del periodo de desarrollo capitalista —cuando la industria aún estaba en su infancia— todos los
Estados capitalistas eran proteccionistas. Sólo cuando el desarrollo de sus industrias chocaba con las
escasas posibilidades del mercado local, comenzaron a defender el libre comercio. Por razones obvias,
el primero en entrar en este camino fue Gran Bretaña. Entre 1846 y 1860, Gran Bretaña eliminó todas
las barreras arancelarias y restricciones comerciales. Esta medida no se consiguió fácilmente, costó una
larga y dura batalla, entre los manufactureros y los intereses de la tierra representados por el Partido
Tory. Además, los otros países capitalistas mantenían medidas proteccionistas hasta que sus industrias
fueron lo suficientemente fuertes para resistir al libre comercio. Con frecuencia, los que intentan imponer
los "beneficios" de la globalización a las débiles economías de África, Asia y América Latina, olvidan
este pequeño detalle.
Gran Bretaña impuso el libre comercio en sus colonias y semicolonias, por ejemplo, en Turquía,
Tailandia (Siam) y China, la "persuasión" de los británicos a los chinos sobre los beneficios de la
liberalización comercial, les obligó a comer opio. En Alemania, los acuerdos de la unión aduanera
(Zollverein) de 1834, acabaron con las fronteras entre los Estados alemanes. En 1860, el Tratado
Cobden-Chevlier eliminó las restricciones cuantitativas francesas y redujo las barreras arancelarias.
Después llegaron los tratados comerciales franceses con Bélgica, el Zollverein, Italia, Suiza, España y
otros países.

Los ferrocarriles, el telégrafo, los barcos a vapor y la apertura del Canal de Suez, estimularon el
comercio mundial, que como ocurrió después de la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en el principal
motor del crecimiento económico mundial. En este periodo, el comercio mundial aumentó cuatro veces
más que la producción mundial, y con ella un enorme desarrollo de la división mundial del trabajo. Aquí
reside el secreto del colosal crecimiento que caracterizó el capitalismo hasta la Primera Guerra Mundial.
Maddison calculó (no compartida por otros economistas de "onda larga") la gráfica de desarrollo
económico, y ésta sube significativamente después de 1870 y continua, con interrupciones, hasta 1913.

Para el conjunto del mundo, durante el periodo anterior a la Primera Guerra Mundial, el crecimiento per
cápita del PIB fue el segundo más grande de la historia —superado sólo por el auge de 1948-74—. Sólo
el gasto en ferrocarriles fue mayor que cualquier otra inversión de la historia, incluido el boom actual de
la tecnología de la información (TI). La longitud de líneas ferroviarias de un total de 36 países pasó de
191.000 kilómetros a casi un millón entre 1870 y 1913. Hasta cierto punto, el desarrollo del comercio
mundial de ese periodo, fue mayor que en la fase actual de la globalización. El periodo de 1870 a 1913,
estuvo caracterizado por una masiva inmigración internacional, salieron 17,5 millones de personas de
Europa a EEUU, Canadá, Australia, Argentina, etc., Al otro lado del planeta, un gran número de indios y
chinos se trasladaron a Ceilán, Birmania, Tailandia, Indonesia y Singapur.

Sin embargo, sería incorrecto presentar este periodo como un desarrollo suave e ininterrumpido. El
desarrollo de varios estados capitalistas poderosos, todos en lucha por los mercados, colonias y esferas
de influencia, llevó a la aparición de nuevas contradicciones y al surgimiento del imperialismo —la fase
más elevada del capitalismo monopolista analizada por Lenin en su obra clásica El imperialismo, fase
superior del capitalismo—. Lenin explica que una de las características esenciales del imperialismo es la
exportación de capital. En el periodo previo a la Primera Guerra Mundial, hubo un masivo flujo
internacional de capital, en particular de Gran Bretaña, que dejó la mitad de sus ahorros en el extranjero.
Pero Francia, EEUU y Alemania rápidamente alcanzaron a Gran Bretaña y esto tuvo consecuencias
explosivas. El Tratado de Berlín (1870), dividió oficialmente al mundo entre las principales potencias
europeas. Al final de este periodo, no sólo Gran Bretaña, Francia, Bélgica, Holanda y Alemania tenían
colonias, también Rusia, Italia y EEUU.

Antes de 1914, los activos exteriores británicos equivalían a 1,5 veces su PIB; los activos franceses
superaban el 15% de su PIB; los alemanes un 40% de su PIB y los de EEUU sólo el 10%. Estas cifras
dan una idea bastante aproximada de la distribución del poder económico mundial antes de la Primera
Guerra Mundial. Durante un tiempo los capitalistas podían coexistir pacíficamente, gracias a la
expansión general del comercio y la producción mundial que les daba algo a todos. Pero el desequilibrio
era tan grande que no podía durar mucho. En particular, el poder militar e industrial de Alemania —el
recién llegado a la escena— no correspondía con su posición como potencia económica mundial.

Como hemos visto, el periodo de entreguerras fue complemente diferente al anterior. Como Maddison lo
describe: "Fue una época perturbada por la guerra, la depresión y la política de mendigar al vecino. Fue
una era desapacible, y el potencial de crecimiento se vio frustrado por toda una serie de desastres" (Op.
Cit., p. 65). Pero el mismo autor considera que el periodo es tan complejo que sería inútil o casi
imposible considerarlo como uno solo. Él lo divide en tres periodos separados: 1913-29; 1929-38 y
1944-49.

No es posible entender el desarrollo económico a menos que, tengamos en cuenta los efectos de la
guerra en la que una parte importante de Europa quedó devastada y murieron 3,3 millones de personas
del Este de Europa. Maddison dice lo siguiente: "La división de la vieja región [Europa] llevó a la
aparición de nuevas barreras arancelarias, desvarató los transportes tradicionales, y creó muchos
problemas de ajuste ante las nuevas condiciones del mercado. Polonia tuvo que adaptar su economía
nacional a tres monedas y zonas fiscales diferentes" (Ibíd., p. 66). "La mayoría de los países de Europa
Occidental sufrieron una bajada del PIB debido a la guerra, esto dañó profundamente los niveles de vida
en Bélgica, Francia y Austria. El PIB que Europa Occicental tenía en 1913, no lo recuperó hasta 1924;
durante una década, el producto per cápita estuvo por debajo de los niveles anteriores a la guerra. Una
gran parte de los recursos se desvió al consumo y a la inversión con fines bélicos. Las fuerzas armadas
sufrieron 5,4 millones de muertes (incluidos dos millones en Alemania, 1,3 millones en Francia, y
750.000 en Gran Bretaña). A parte del dolor infringido a las familias de las víctimas, muchos de los
supervivientes sufrían heridas o padecían los efectos del gas venenoso" (Ibíd., p. 68).

"El impacto destructivo de la guerra en Occidente se concentró en una estrecha franja de territorio en
Bélgica y el norte de Francia (...) Francia perdió dos tercios de sus inversiones en el extranjero debido a
las deudas (principalmente con Rusia) y a la inflación. Alemania tuvo que vender sus pequeños activos
en el extranjero para hacer frente al pago de las reparaciones de guerra. La marina mercante británica
sufrió grandes pérdidas" (Ibíd., p. 68).

El boom temporal que siguió a la recesión de 1920-21 tenía muchas similitudes con el boom actual. Ese
boom terminó con la recesión de 1929, que acabó con la ilusión de que los buenos tiempos durarían
para siempre. El impacto de la depresión posterior, fue incluso mayor que la destrucción de la guerra.
"El orden económico internacional y las aspiraciones de la política económica nacional se vieron
afectados por la depresión. Muchos países abandonaron el patrón oro. El mercado internacional de
capital colapsó y la liberalización comercial se terminó. EEUU adoptó una medida desafortunada al
implantar la legislación arancelaria Smoot-Hawley en 1929-30. Esto hizo estallar una oleada de
represalias en todo el mundo. Gran Bretaña introdujo la preferencia imperial en 1932. Francia, Japón y
Holanda aplicaron medidas similares en sus imperios. Peor aún, fueron las restricciones al comercio e
intercambio exterior que adoptó Alemania. Y en cierta forma, Francia, Italia, Japón, Holanda, Europa del
Este y América Latina, lo copiaron. El volumen del comercio mundial cayó en más de una cuarta parte,
hasta 1950 no se recuperó el nivel de 1929. La deuda general y el pago de las reparaciones conllevó
una masiva huida de capitales de Europa a EEUU".

Lo que convirtió la recesión de los años treinta en una profunda depresión, fue la contracción del
comercio mundial debido a la política proteccionista y las devaluaciones competitivas. Esto es lo que dio
al periodo previo a la Segunda Guerra Mundial un carácter radicalmente diferente al periodo anterior a la
Primera Guerra Mundial. Pero incluso durante este periodo, el ciclo boom/recesión continuó
funcionando. En 1938, la economía USA comenzaba a salir de la recesión. Pero lo que transformó
completamente la situación y marcó la transición de un nuevo periodo histórico, fue el estallido de la
Segunda Guerra Mundial. La guerra —consecuencia de las contradicciones insoportables del
capitalismo mundial— costó 55 millones de vidas (27 millones rusas), la destrucción masiva de las
fuerzas productivas y llevó a la raza humana al borde del barbarismo. Bélgica, Francia, Italia y Holanda
sufrieron inmensos daños. Gran Bretaña también sufrió los bombardeos. Pero nada comparado con la
destrucción catastrófica de las fuerzas productivas en la URSS, Europa del Este, Yugoslavia y
Alemania.

Sin embargo, desde un punto de vista estrictamente económico, la guerra sirvió de estímulo. Engels
explicó hace tiempo que durante la guerra el funcionamiento normal del sistema capitalista se paraliza
temporalmente. La respuesta a los defensores de la "economía de libre mercado" es la siguiente:
cuando ellos se enfrentaron a una amenaza seria y se hundieron en una lucha a vida o muerte, la clase
dominante británica y estadounidense, no dejó las cosas a merced de la "mano invisible" del mercado.
Todo lo contrario, recurrieron a la centralización, nacionalización, e incluso a medidas de planificación
parcial. Por supuesto que basándose en el capitalismo, esta planificación nunca puede ser completa.
Pero ¿por qué lo hicieron? La respuesta es clara: porque obtienen mejores resultados. Las cifras hablan
por sí solas, la producción USA en este periodo casi se dobló, consiguió una tasa anual de crecimiento
de casi el 13 por ciento. Toda la capacidad inutilizada (inutilizada porque no era rentable para los
capitalistas) se utilizó para la guerra.

El plan de Hitler era conseguir por medios violentos una redivisión del mundo que beneficiara a
Alemania. Esto significaba una lucha con las antiguas potencias imperialistas Gran Bretaña y Francia, y
sobre todo con la Unión Soviética. La esclavización de Europa del Este y Ucrania era el eje de su plan.
Y no podía conseguirlo sin pulverizar y desmembrar la URSS. Todo lo demás era simplemente una
expresión del sueño imperialista de dominio alemán. El nazismo con su delirio racista e ilusiones de
superioridad nacional era sólo la esencia destilada del imperialismo, disfrazado bajo la densa capa de
superstición medieval y el misticismo, servido con un lenguaje que apelaba a la mentalidad del pequeño
burgués que se enfrenta a la ruina económica ante la crisis del capitalismo.

Al menos durante la guerra, Hitler materializó el viejo sueño del imperialismo alemán: reorganizar
Europa bajo control alemán. El Reich controlaba un vasto territorio que incluía toda la industria y riqueza
de Europa, y una régimen militar formidable que habría derrotado fácilmente a las fuerzas de Gran
Bretaña y Francia. Pero Hitler fue derrotado por la Unión Soviética en el combate más tremendo de la
historia militar. La victoria de la Unión Soviética en la guerra, y la división de Europa en dos bloques
completamente antagónicos, transformó la situación mundial y alteró los cálculos de Gran Bretaña y
EEUU. El resultado fue totalmente diferente al de la Primera Guerra Mundial, aunque el grado de
destrucción de Europa y otras partes del mundo (China, Japón, etc.,) fue mucho mayor. Los Aliados
lanzaron dos millones de toneladas de bombas en el continente, la mayoría sobre Alemania. El capital
social de Europa estaba en ruinas. La situación en la URSS y Europa del Este aún era peor. Los
submarinos habían hundido a la mayor parte de la marina mercante y la mayoría del ganado había
muerto. Además, Gran Bretaña estaba endeudada con EEUU y la Commonwealth.

Con menos destrucción en Europa, la Primera Guerra Mundial llevó a un largo periodo de depresión
económica. ¿Por qué no ocurrió lo mismo después de 1945? ¿Era consecuencia de una "onda larga"
predeterminada? En absoluto. Fue el resultado del Plan Marshall que EEUU extendió a Europa, no por
razones económicas, sino por temor a la revolución y al "comunismo". El acuerdo de la posguerra y el
largo auge económico que la siguió (las razones ya las hemos dado), no fue resultado de
consideraciones económicas, sino políticas, militares, estratégicas y diplomáticas. Paradójicamente,
cuando acabó la guerra, y empezando por EEUU la producción y el PIB cayeron, éste último una cuarta
parte desde 1944 a 1947, al abandonar la economía de guerra y desmovilizar el ejército. La situación
sólo cambió con el boom mundial que resultó del Plan Marshall, la reconstrucción europea y después el
boom de la guerra de Corea.

Durante toda una generación, después de la Segunda Guerra Mundial, el capitalismo mundial
experimentó —quizá por última vez— un largo periodo de crecimiento masivo y sostenido, acompañado
por el aumento de la productividad, salarios y niveles de vida en los países capitalistas desarrollados.
Estas fueron las bases objetivas para la relativa estabilidad de las relaciones entre las clases, y también
entre los estados nacionales en el periodo de la posguerra. En EEUU la productividad laboral creció un
2,5% anual, comparado con el 1,9% del auge de 1870-1913. La tasa de crecimiento en EEUU fue dos
veces mayor que la Gran Bretaña en el siglo posterior a 1820.

Fueron unos resultados impresionantes. Además, si tomamos la tasa de progreso económico de este
periodo, vemos la verdad literal de lo que escribieron Marx y Engels sobre el verdadero papel
revolucionario del capitalismo al desarrollar las fuerzas productivas, y como de esta forma sentaba las
bases para un orden superior de la sociedad humana. Si tomamos el periodo de 1913 a 1950 vemos
que el crecimiento de la productividad en EEUU fue del 1,6% anual, que ya era cinco veces más rápido
que el periodo de 1870 a 1913. Pero esta tasa se aceleró aún más en el auge de 1950-1974. Después
cayó y llevamos veinte años prácticamente de estancamiento.

La época de declive capitalista

El desarrollo del capitalismo no es un sistema cerrado en el cual un proceso físico simplemente se


repite, sino que evoluciona. Igual que en la vida de un hombre o mujer podemos ver etapas definidas
que no se repiten, podemos ver fases similares en la vida de los diferentes sistemas históricos. La
república romana entró en una fase de expansión vigorosa, marcada por las guerras de conquista.
Probablemente el principio del fin coincidió con el final de las Guerras Púnicas que llevó a la destrucción
del rival más formidable de Roma. Después siguió un periodo de gran inestabilidad y guerras civiles en
la última república, que llevó a la imposición del dominio de los emperadores, empezando por Augusto.
El imperio alcanzó su punto máximo en el desarrollo de la siguiente generación, y después entró en un
largo periodo de declive, que duró tres siglos. Sin embargo, este declive no siguió una línea recta. Hubo
periodos de recuperación y brillantez, que, sin embargo, sencillamente pavimentaron el camino para un
nuevo declive y decadencia. Se podrían hacer paralelismos con la línea de desarrollo del feudalismo en
Europa Occidental, con las monarquías absolutas que ocuparon el lugar de los emperadores.

Por supuesto, cada sistema socioeconómico tiene sus propias peculiaridades y el proceso no sigue un
camino idéntico en todos ellos. Las leyes que gobiernan el desarrollo de la sociedad esclavista no son
las mismas que las del feudalismo. Y el capitalismo tiene leyes que son radicalmente diferentes a
ambos. Pero ese no es el tema. La cuestión es que el desarrollo social no procede según los
mecanismos de un sistema cerrado sencillo, en ciclos que se repiten sin fin. La única excepción posible
sería lo que Marx llamó el modelo asiático de producción, basado en el bajo nivel de desarrollo de la
producción (una económica agrícola de subsistencia) junto con una gran burocracia estatal, como era el
caso en la antigua China. Pero el capitalismo no es comparable en absoluto a este sistema.

Incluso desde sus inicios hace 300 años, el sistema capitalista ha jugado un papel revolucionario en el
desarrollo de las fuerzas productivas. Alcanzó su apogeo en el siglo XIX, cuando jugó un papel
relativamente progresista al desarrollar a un nivel sin precedentes, la industria, la ciencia y la tecnología.
Las dos guerras mundiales y el periodo de crisis y depresión entre las dos guerras, fueron la ilustración
gráfica de que las fuerzas productivas habían superado los estrechos límites de la propiedad privada y
el estado nacional. La Revolución de Octubre demostró como se podían resolver estas contradicciones.

La cuestión central es la naturaleza del auge de la posguerra. ¿Representó un nuevo periodo de


renacimiento capitalista? ¿O quizá fue la prueba que el capitalismo está destinado hasta el fin del
mundo a pasar por estas fases ascendentes y descendentes, entre la prosperidad y la depresión? ¿O
fue un respiro temporal que preparó el camino para un nuevo declive más terrible? Desde un punto de
vista marxista, el sistema capitalista hace tiempo que dejó de jugar un papel relativamente progresista.
El callejón sin salida se expresa en el hecho de que, incluso en un boom como el actual, el número de
parados y subempleados sea de 1.000 millones de personas, de acuerdo con las cifras de la ONU.

El futuro del mundo se puede ver en la situación difícil de los países capitalistas subdesarrollados de
Asia, África, y América Latina. Incluso en el apogeo del boom, padecen la pobreza, la deuda, el hambre
y el analfabetismo. Incluso aquellos países subdesarrollados que han experimentado crecimiento
económico, las masas han experimentado una caída de su nivel de vida. Por ejemplo, la tasa de
crecimiento de Perú en 1998 subió un 0,3%, y en los primeros nueve meses de 1999 subió un 2,1%. Un
ritmo más rápido que el resto de América Latina. Según Business Week (29/11/99): "Para la mayoría de
los peruanos, las cifras positivas del PIB se contradicen con la realidad, los ciudadanos se sienten como
en una profunda recesión, y las empresas se cuestionan la veracidad de las cifras gubernamentales".
Todo esto confirma que el capitalismo se encuentra en un largo declive que se manifiesta de muchas
formas diferentes.

La prolongación de la agonía del capitalismo, amenaza con socavar la cultura y la civilización humana, o
incluso el futuro de la humanidad. La tecnología que puede ser una amenaza para la existencia de
nuestras especies (la guerra química y biológica, ingeniería genética, energía nuclear…) está en manos
de multinacionales irresponsables; la destrucción del planeta por la sed de beneficios de los monopolios;
la degradación del medio ambiente —el aire que respiramos, el agua que bebemos, la comida que
comemos— se lleva a cabo en nombre del beneficio. Las desenfrenadas actividades del imperialismo
provocan una guerra tras otras. Todos estos fenómenos —tomados en su conjunto— ponen un gran
signo de interrogación no sólo sobre el futuro de un sistema socioeconómico que ha logrado sobrevivir a
sí mismo, sino también sobre el futuro de nuestro planeta.

Los años setenta fueron una década de revolución. Empezando con el derrocamiento de los coroneles
griegos, la revolución portuguesa de 1974-75 y el inicio de movimientos revolucionarios en Europa. No
sólo en Grecia y Portugal, también en Italia, España, Francia, Chipre y Gran Bretaña. Esto también
afectó a las organizaciones de masas del proletariado. Por primera vez desde la guerra, surgieron
corrientes de masas de izquierda y semicentristas. Los dirigentes de los partidos socialistas de España,
Grecia, Italia y Francia comenzaron a hablar de marxismo. En Portugal, Mario Soares, hablaba de la
dictadura del proletariado y el periódico socialista La Republica editaba artículos de Trotsky. En Gran
Bretaña, el viejo ala de derechas del Partido Laborista fue vomitada del partido y sustituida por el ala
izquierda. Por supuesto, la fraseología de izquierdas de la mayoría de los dirigentes era sólo
demagogia, adoptada por la presión de la base, y no tenían ninguna intención seria de ponerla en
práctica. Cuando llegaron al poder, aquellos que hacían discursos radicales se transformaron en
"hombres de Estado" y "realistas". Como siempre, los reformistas de izquierda y los centristas,
abandonaron sus posturas radicales y capitularon ante la burguesía.

En este periodo, las capas más avanzadas de la clase comenzaron a sacar conclusiones
revolucionarias. En varios países —como España e Italia—, existían los ingredientes de una situación
prerrevolucionaria. En Portugal, la clase obrera tuvo el poder en sus manos. The Times de Londres,
publicó una editorial titulada: El capitalismo en Portugal está muerto. Sólo la política de los dirigentes
comunitas y socialistas salvó a los capitalistas. El proceso se cortó con el boom de los años ochenta y el
péndulo se inclinó a la derecha.

Ahora hemos entrado en una nueva situación. El periodo de largo auge es historia pasada. Eso no
quiere decir que el capitalismo colapsará inmediatamente, o que no se pueda desarrollar. Eso significa
que el capitalismo ya no es capaz de desarrollar los medios de producción como lo hizo en el pasado. Si
se examinan los índices económicos desde 1974, es obvio que el sistema capitalista no ha recuperado
el nivel de crecimiento, rentabilidad, inversión y empleo del periodo anterior. Hasta hace poco la tasa de
crecimiento de los países capitalistas más desarrollados ha sido muy pobre. Ahora una tasa del 2-3% es
un triunfo, y es aproximadamente la mitad del periodo de auge. El caso de Japón es peor, en el periodo
de auge, Japón era uno de los principales motores de la economía mundial, consiguió tasas de
crecimiento que llegaron a superar el 10%. En la década pasada, Japón ha estado hundida en la
recesión sin apenas crecimiento.

Que se ha alcanzado un punto decisivo se comprueba por la reaparición del desempleo de masas
orgánico en la mayoría de los países capitalistas avanzados. Durante el auge de la posguerra, el paro
prácticamente no existía. Por primera vez en la historia del capitalismo había pleno empleo. Pero ya no.
Los capitalistas son incapaces de utilizar todo el potencial de las fuerzas productivas, y por lo tanto, el
sistema capitalista está jugando un papel reaccionario que impide el desarrollo de la sociedad.

Eso tampoco significa que no sea capaz de desarrollar las fuerzas productivas. En booms como el
actual, vemos que aún es capaz de desarrollar ciertas ramas de la producción en determinados países y
por un tiempo limitado. Pero incluso en el boom actual hay un millón de personas paradas en Gran
Bretaña —una cifra inimaginable hace treinta años—. Lo mismo ocurre en Francia, Alemania y la
mayoría de países, y puede ser peor, porque todo sugiere que las cifras oficiales subestiman el
verdadero nivel de subempleo. Si aceptamos las cifras oficiales, la tasa de desempleo en 1984-93 era el
6,8% en Europa occidental comparada con el 2,4% en el periodo de 1948-74. Sin embargo, en Alemania
y Francia hasta hace poco la cifra era del 10%. En Europa del sur la media es del 12,2%, y en España
era más del 20%. Es verdad que el desempleo ha descendido, pero el pleno empleo todavía se
encuentra en un futuro lejano. La nueva generación se ve obligada a aceptar empleos mal pagados, o
contratos basura. Pero incluso este trabajo precario desaparecerá ante los primeros síntomas de
recesión.

El boom actual en EEUU parece representar un cambio decisivo en esta situación. Pero como ya hemos
explicado, no durará para siempre. Por debajo de la superficie hay todo tipo de contradicciones. Los
representantes serios del capital están cada vez más alarmados por los desequilibrios, sobre todo los de
la economía USA. El escenario, es en realidad, mucho más parecido al boom de los años veinte, que al
principio del auge de la posguerra. El colapso del boom actual desembocará en un periodo turbulento de
crisis con consecuencias de gran alcance para todo el mundo.

Aparte de las convulsiones económicas, sociales y políticas que resultarán de esto, la lucha de clases
recuperará nuevos brios. Las viejas incertidumbres desaparecerán y de nuevo se volverá a cuestionar
esta sociedad. En un país tras otro, en un continente tras otro, la revolución socialista aparecerá en el
orden del día; que triunfe o no, estará determinado por varios factores, entre ellos la calidad de la
dirección del proletariado —el factor subjetivo—. Ahora preparamos nuestras energías para esos futuros
acontecimientos.

El factor subjetivo

El auge económico del capitalismo en Occidente, fue una de las principales razones por las cuales el
capitalismo mundial se salvó después de la Segunda Guerra Mundial. Si nos preguntamos por qué las
fuerzas genuinas del marxismo han retrocedido durante un periodo histórico, hay varias respuestas.
Pero la razón fundamental para la debilidad del marxismo en todo este periodo, hay que buscarla en la
situación objetiva. Este largo periodo de auge duró desde 1948 a 1974-75. De la misma forma que el
largo auge anterior a la Primera Guerra Mundial originó la degeneración reformista y nacionalista de las
organizaciones obreras de masas, el auge de la posguerra fue la razón principal para el aislamiento de
las verdaderas fuerzas del marxismo.

También hubo otro factor poderoso que no se podía prever: el fortalecimiento del esatlinismo en ese
periodo. Las monstruosas distorsiones del estalinismo en Rusia, Europa del Este o China, pusieron
enormes obstáculos para el desarrollo del marxismo. No debemos olvidar que el principal obstáculo ante
nosotros, fue precisamente el estalinismo, los Partidos comunistas en Occidente eran bloques
tremendos que frenaban el desarrollo de la clase obrera. En la mayoría de los países, cualquier joven
radicalizado rápidamente entraba en los Partidos Comunistas, a pesar de que ya no jugasen un papel
revolucionario. Por otro lado, la existencia de una caricatura del socialismo, monstruosa y totalitaria,
también repelía a los trabajadores de Europa Occidental y EEUU.

El colapso del estalinismo y la traición monstruosa de la vieja burocracia de la Unión Soviética que se ha
pasado al capitalismo —una traición incluso más monstruosa y repulsiva que las acciones de los líderes
de la Segunda Internacional en 1914— ha llevado al colapso de su poder e influencia. Con un retraso de
medio siglo, el estalinismo se ha revelado como una aberración histórica temporal. El análisis y las
predicciones de Trotsky —en su obra de 1936 La revolución traicionada— se han visto brillantemente
confirmadas por la historia. La base comunista de jóvenes y trabajadores está mucho más abierta a las
ideas del marxismo leninismo (trotskismo) que en el pasado. Este es un hecho de importancia para el
futuro.

Pero no basta con referirnos a los factores objetivos para analizar la debilidad del marxismo en todo ese
periodo. Como siempre, el factor subjetivo juega un papel crucial. León Trotsky, en vida, jugó un
tremendo papel, defendiendo las genuinas ideas del marxismo-leninismo y reconstruyendo las fuerzas
del bolchevismo leninismo en condiciones muy difíciles. Pero después de la muerte de Trotsky, los
llamados dirigentes de la Cuarta Internacional demostraron ser incapaces para seguir esta tarea.
Cometieron errores inimaginables y destrozaron la Cuarta Internacional antes de que pudiera desarrollar
una base seria. Aquellos que no son capaces de, al menos, defender las conquistas del pasado, nunca
construirán nada serio en el futuro. Hoy tenemos las ideas de Trotsky —ideas que mantienen su fuerza
y vitalidad original—, con esta base podremos reagrupar y regenerar las fuerzas las fuerzas del genuino
marxismo.

Las contradicciones se han ido acumulando: la desigualdad y la insolente arrogancia de los


empresarios; la presión hasta conseguir la última onza de plusvalía del sudor y sistema nervioso de los
trabajadores; la prolongación de la jornada laboral; la presión despiadada que causado estrés y
problemas nerviosos; la falta de seguridad en el trabajo; el ataque a los derechos sindicales; la
concentración sin precedentes del capital y el creciente poder de los monopolios y empresas; el
aumento de los niveles de deuda; la reducción del gasto público; los ataques al sistema del bienestar,
vivienda y sanidad; la presión fiscal sobre los más pobres y la reducción de los impuestos a los ricos:
Todas estas cosas preparan una poderosa reacción para un futuro no demasiado lejano.

Por supuesto, mientras dure el boom, los capitalistas tienen margen de maniobra. Mientras las familias
sienten que aumentan sus ingresos, y los trabajadores pueden mejorar sus niveles de vida aún a costa
de endeudarse, están dispuestos a tolerar muchas cosas. Están dispuestos a sacrificar su tiempo,
fuerza, salud, vida familiar y felicidad. En la sociedad, las ilusiones son algo muy poderoso y durante
algún tiempo pueden triunfar sobre la realidad. Pero la realidad siempre se impone.

El boom de los años veinte, como ya hemos dicho, tuvo muchas similitudes con el boom actual. Un
crecimiento impresionante en EEUU basado en la nueva tecnología, en particular el automóvil, nuevos
métodos de producción (fordismo), un boom bursátil, un ambiente general de optimismo salvaje y un
sentimiento de que los buenos tiempos durarían para siempre. Y mientras el carnaval de hacer dinero
continúa, la ilusión se puede mantener, arraiga en la mente de todas las clases —desde los estrategas
del capital y los políticos, a los hombres y mujeres de la calle—. Pero una vez el boom colapsa, este
proceso se vuelve en su contrario.

El capitalismo no es eterno, ni es un sistema socioeconómico bendecido por Dios. A los hombres y


mujeres siempre les cuesta imaginar que pueden vivir, trabajar, pensar y actuar de manera diferente a
como lo hacen. Toda la historia demuestra lo fácil que es cambiar la forma de vivir, pensar, trabajar y
actuar. La historia humana no es otra cosa que la cronología de estas transformaciones. Hoy nos
escandalizamos de que los humanos aceptaran el canibalismo, la esclavitud o la servidumbre. Nuestros
ancestros lo hicieron y habrían encontrado nuestra cultura —la cultura del capitalismo— igual de ajena e
incompresible.

El capitalismo ni es eterno, ni es inmutable. En realidad, es menos inmutable que otros sistemas


socioeconómicos de la historia. Igual que un organismo vivo, cambia, evoluciona y por lo tanto, pasa a
través de etapas más o menos perceptibles. Hace tiempo superó su turbulenta infancia, su confianza y
madurez optimista, ahora todo eso es cosa del pasado. Ha entrado en una fase de decadencia terminal,
que puede durar algún tiempo —igual que el declive del Imperio Romano duró un tiempo largo—. Y las
consecuencias negativas de esto caerán sobre los hombros de la humanidad. En esta fase del
capitalismo, los periodos de crecimiento no mejorarán las contradicciones, sino que las exacerbará a un
grado enésimo. Y las fases descendentes amenazarán al mundo con terribles catástrofes.

Es natural que los capitalistas y su mediocre tribu de economistas profesionales y aduladores a sueldo,
no se puedan reconciliar con esta perspectiva. Vieron la caída de la Unión Soviética como una prueba
de que su sistema era el único posible. Soñaban con un nuevo orden mundial basado en la paz y la
abundancia. Imaginaban que el boom actual suponía el retorno a los días felices de su juventud y la
eliminación de todas las crisis.

El desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo es la condición previa para la verdadera
emancipación de la humanidad. Después de conquistar el planeta, los desiertos, polos y océanos, la
raza humana puede alcanzar las estrellas con sus manos. La condición previa es que la tremenda
capacidad productiva construida bajo el capitalismo en su búsqueda anárquica del beneficio, se ponga
bajo el control consciente de la sociedad. Los descubrimientos fantásticos de la ciencia y la tecnología
se deben utilizar de una forma racional y planificada para servir a las necesidades de la humanidad, no
en beneficio de unos pocos.

No creemos que Kondrátiev estuviera en lo correcto al afirmar que las innovaciones tecnológicas se
producen en la fase descendente del capitalismo. Pero es verdad que la preparación de la vanguardia
proletaria, la creación y formación de cuadros, ocurre en todo momento y es particularmente necesaria
en un periodo de "descenso" del movimiento obrero. En una guerra, con frecuencia hay periodos de
calma entre dos batallas. La calma es engañosa. Es simplemente el preludio de una nueva batalla. Los
ejércitos serios no se duermen en la calma, se entrenan, limpian las armas, consiguen nuevos reclutas,
mejoran sus líneas de comunicación y apoyo logístico, en definitiva, se preparan para la siguiente
batalla.

En una retrospectiva histórica, la caída del estalinismo será vista sólo como un episodio: la anticipación
de una caída aún más estrepitosa, la del capitalismo. Incluso en el curso de este boom, se ha preparado
un nuevo periodo de la historia del capitalismo. Un periodo de crisis convulsivas sin precedentes en todo
el mundo que hará sonar el toque de difuntos por el alma de un sistema decadente de opresión y
explotación y situará en el orden del día la transformación socialista de la sociedad y la creación de un
nuevo orden mundial socialista.

14 de noviembre de 2000

Junto con este artículo, el autor recomienda leer los siguientes textos y artículos:

• Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, F. Engels.


• El capital, C. Marx.
• Introducción a la lucha de clases en Francia, F. Engels.
• Introducción a la crítica de la economía política, F. Engels.
• El imperialismo, fase superior del capitalismo, Lenin.
• La curva de desarrollo capitalista, Trotsky.
• Discurso de León Trotsky en el Tercer Congreso de la Comintern: Informe sobre la crisis
económica mundial y las nuevas tareas de la Internacional Comunista, en Los cinco primeros
años de la Internacional Comunista, Vol 1.
• Clase, partido y dirección, Trotsky.
• Lecciones de Octubre, Trotsky.
• La revolución traicionada, Trotsky.
• La revolución olvidada, Alan Woods.
• La lucha de clases y el ciclo económico, Alan Woods.
• ¿Habrá una recesión?, Ted Grant.

CRÍTICA DE LIBROS
Vida y obra de Rosa Luxemburgo
De Paul Frölich
Juan Ignacio Ramos

Este excelente libro contiene uno de los trabajos más extensos y completos sobre el
pensamiento y la actividad militante de Rosa Luxemburgo, la revolucionaria polaca que
consagró toda su vida a la causa del proletariado y, que por encima de todo destacó en el
firmamento teórico del marxismo con luz propia.

El autor de esta obra, Paul Frölich, fue un relevante cuadro del Partido Comunista Alemán
(KPD), víctima de las purgas estalinistas que sacudieron a toda la Internacional Comunista
desde 1925 hasta su disolución. Expulsado en 1928 bajo la acusación de desviacionismo de
derechas, Frölich dedico una parte muy importante de su vida al estudio y compilación de las
obras de Rosa Luxemburgo y a la defensa de sus ideas frente a las insidiosas acusaciones que
el aparato estalinista vertió durante décadas contra su pensamiento político, para
desprestigiarla ante las nuevas generaciones revolucionarias.

Paul Frölich recibió de la dirección del KPD el encargo de realizar la edición de las obras completas de
Rosa Luxemburgo. De los nueve tomos inicialmente planificados, sólo aparecieron tres hasta 1928,
fecha de su expulsión del partido. Tras el ascenso de los nazis al poder y la persecución del nuevo
régimen sobre los militantes de izquierda, Frölich logró emigrar a Francia y allí, entre 1938 y 1939,
consiguió terminar esta obra. Lamentablemente los originales inéditos de la obra de Rosa Luxemburgo
que Frölich había recuperado, y que iban a servir para la publicación de las obras completas, fueron
entregados por las personas que lo custodiaban, en el periodo en que Frölich estuvo detenido por los
nazis, a la burocracia estalinista. Pensaban que en el Instituto Marx Engels Lenin de Moscú estarían a
salvo y así fue, porque en más de treinta años ni los estalinistas rusos ni los alemanes publicaron un
tomo más de sus obras.

El método del libro

A diferencia de otras obras biográficas, limitadas a ensalzar las características personales del
personaje o a escudriñar en los detalles de su vida privada, Frölich aborda el libro desde la perspectiva
del marxismo revolucionario. Como en otras obras de estas características, por ejemplo la biografía de
Marx realizada por Franz Mehring o los trabajos de Trotsky en El joven Lenin y Stalin, Frölich sitúa la
vida de Rosa Luxemburgo en los grandes acontecimientos de la lucha de clases, las disputas políticas
y teóricas en el seno de la socialdemocracia alemana, sus estudios de la obra del marxismo y su propia
producción teórica, así como la gran batalla contra la degeneración oportunista de la II Internacional y
la construcción de un nuevo partido y una nueva Internacional marxista de masas. En todos estos
capítulos de la vida de Rosa Luxemburgo, Frölich nos descubre con inteligencia, rigor y sin
embellecimientos deformantes la auténtica naturaleza del pensamiento de la gran revolucionaria
polaca. No escamotea el análisis de ninguna polémica, aunque éstas se mantuviesen con otros
dirigentes revolucionarios como Lenin y Trotsky y adquirieran formas muy duras. Un libro, en definitiva,
que descubre la complejidad dinámica del pensamiento y la acción revolucionaria de Rosa
Luxemburgo y hace justicia con esta gran mártir de la clase obrera internacional.

Los orígenes

Rosa Luxemburgo nació en Zamosc una pequeña ciudad polaca, en el seno de una familia judía, culta
y abierta al mundo. Los vínculos familiares con el asfixiante panorama de la fe ortodoxa judía habían
desaparecido hacía tiempo, hecho que permitió a Rosa educarse en un ambiente de tolerancia y
curiosidad cultural.

En aquel periodo Polonia estaba sometida al yugo de la reacción zarista lo que determinó las simpatías
de la familia de Rosa con los movimientos de liberación nacional.

Cuando Rosa Luxemburgo tenía tres años, la familia se trasladó a Varsovia, donde sufrió de forma
directa la imposición rusificadora en la escuela, que determinaba la presencia mayoritaria en los Liceos
de escolares rusos, hijos de funcionarios y de oficiales. Tan sólo se admitía a un reducido número de
jóvenes polacos procedentes de las familias más acaudaladas y por supuesto a ningún judío. Como
señala Frölich, es casi seguro que el régimen escolar de la oprimida Polonia la arrastró al camino de la
lucha.

Poco tiempo después de abandonar el Liceo, en el año 1887, Rosa militaba en el Partido
Revolucionario Socialista ‘Proletariado’, fundado en 1882 por diferentes círculos y comités de
trabajadores revolucionarios.

Frölich sostiene que, muy probablemente, Rosa tomó parte en aquella época en la fundación de una
nueva organización, la Federación de Trabajadores polacos. En cualquier caso, su actividad política la
llevó pronto a enfrentarse a la persecución policial, lo que provocó su primer exilio en Zurich (Suiza).

En su universidad, Rosa Luxemburgo pudo apreciar la libertad de pensamiento, hecho que contrastaba
vivamente con el ambiente sofocante de Varsovia. En aquel periodo estudió intensamente a los
clásicos de la economía política, Adam Smith, Ricardo y por supuesto a Marx. Junto a los estudios,
Rosa no descuidó su militancia revolucionaria y entró en contacto con los círculos obreros de la ciudad
y con los marxistas rusos más importantes de aquel momento: Paul Axelrod, Vera Zasulitch y Plejánov.
Pero especialmente de esta etapa data su relación con su gran camarada de armas Leo Jogiches,
organizador revolucionario incansable, agudo polemista y fundador del comunismo alemán.

La primera organización política

En 1883 ‘Proletariado’ se había convertido en la espina dorsal del movimiento de masas polaco y
superaba a Narodnaia Volia (La Voluntad del Pueblo), el partido populista ruso, tanto en comprensión
de la realidad del capitalismo ruso y polaco como en el programa político. ‘Proletariado’ entendía la
lucha por la liberación del régimen autoritario como una lucha de las masas trabajadoras, tenía una
visión internacionalista y despreciaba la posición demagógica e hipócrita de la nobleza y la pequeña
burguesía en la lucha por la liberación nacional. ‘Proletariado’ veía a los trabajadores rusos como los
principales aliados para conseguir la libertad de las masas oprimidas de Polonia, entendiendo que la
resolución de la cuestión nacional polaca se realizaría en el marco de la revolución socialista
internacional. Anticipando otros debates cruciales que surgirían en el seno de la socialdemocracia
rusa, ‘Proletariado’ consideraba que la revolución debería derrocar al zarismo y la burguesía y llevar al
poder al proletariado, es decir no contemplaba a la revolución burguesa rusa como una etapa
necesaria en el camino hacia el socialismo.

Víctima de la represión policial tras liderar numerosas huelgas, ‘Proletariado’ se fusionó con la
Federación de Trabajadores Polacos y dos grupos menores del Partido Socialista Polaco (PPS). El
órgano público del nuevo partido estaba dirigido por Leo Jogiches, Adolf Warsky y la joven Rosa
Luxemburgo.

Durante este periodo el objetivo era establecer sin ambigüedades el programa marxista en la nueva
organización, hecho que significaría una batalla contra las tendencias blanquistas, que en el momento
de mayor ofensiva policial habían penetrado en las filas de ‘Proletariado’, y al mismo tiempo contra la
influencia del economicismo y el reformismo que provenían de la antigua Federación de Trabajadores.

La cuestión nacional

En esos años, Rosa Luxemburgo realiza sus primeros trabajos teóricos sobre la cuestión nacional y las
tareas del proletariado polaco en su lucha contra la opresión zarista.

Para Rosa Luxemburgo la cuestión nacional polaca había sufrido profundas transformaciones desde
que Marx la considerara un poderoso factor revolucionario. La pequeña nobleza polaca, que había
luchado contra el despotismo zarista y por las causas democráticas en las revoluciones de 1848 hasta
1871, estaba influída por una vuelta al pasado precapitalista que representaba, al fin y al cabo, un
punto de vista reaccionario. Por otro lado la burguesía de Polonia se había desarrollado como clase al
calor del crecimiento del capitalismo ruso y amparada por el gobierno de los zares que le aseguraba
fabulosos negocios en territorio ruso. Tenían múltiples vínculos con el aparato del estado zarista y
habían renunciado definitivamente a la unidad y la independencia de la nación. Para Rosa Luxemburgo
sólo entre los intelectuales polacos perduraban las ideas nacionalistas. En ese sentido la clase
trabajadora difícilmente podía crear un estado polaco burgués contra la propia burguesía y contra la
triple dominación extranjera. Si la clase obrera tuviese la fuerza necesaria para lograr esto, afirmaba
Rosa Luxemburgo, también la tendría para la revolución socialista y esta sería la única solución a la
cuestión nacional polaca admisible para la clase trabajadora.

En opinión de Rosa, la independencia nacional no podría ser un objetivo inmediato del proletariado.
Toda su posición en esta cuestión, estaba recorrida por la idea de que la lucha emprendida por la clase
trabajadora no resultase falseada y absorbida por las aspiraciones nacionalistas. El énfasis se debía
poner en la lucha común de los trabajadores rusos y polacos.

Durante años los socialdemócratas polacos mantuvieron un combate encarnizado contra los dirigentes
nacionalistas pequeño burgueses del PPS, combate que contó con la solidaridad explicíta de Lenin.
Así se expresaba Rosa Luxemburgo respecto a esta cuestión: "Desear que estalle una guerra
solamente para la liberación de Polonia supondría ser un nacionalista de la peor clase y anteponer los
intereses de unos pocos polacos a los de cientos de millones de hombres que padecerían la guerra. Y
así piensan, por ejemplo, los miembros del ala derecha del PPS que solamente son socialistas de
labios afuera y respecto a los que los socialdemócratas polacos tienen mil veces razón. Establecer
ahora la consigna de la independencia de Polonia, en la situación actual de las relaciones entre los
estados imperialistas vecinos, supone verdaderamente ir tras de una utopía, caer en un nacionalismo
minúsculo y olvidar los requisitos de la revolución europea e incluso de las revoluciones rusa y
alemana...".

Rosa Luxemburgo tenía una posición internacionalista, pero olvidaba que, en la práctica, las demandas
democrático nacionales tenían un poderoso atractivo revolucionario para las masas polacas, incluido el
proletariado. En su polémica con Lenin, este incidía una y otra vez en que la defensa del derecho de
autodeterminación de las naciones y nacionalidades oprimidas no significa hacer agitación a favor del
separatismo o la independencia. En esta cuestión los marxistas se guían por los intereses del
proletariado y la revolución, y no anteponen una reivindicación democrática a estos intereses. La
defensa de este derecho, que Rosa Luxemburgo se negaba a incluir en el programa de la
socialdemocracia polaca, permitía arrancar a las masas de Polonia o de cualquier nacionalidad
oprimida de la nefasta influencia de la burguesía y la pequeña burguesía nacionalista, que explotaba
en su beneficio las ansias de liberación del proletariado y el campesino pobre.

En la revolución de octubre se puso de manifiesto el enorme potencial revolucionario de esta consigna


vinculada a la lucha por el poder obrero y la expropiación de la burguesía y los terratenientes. Lenin
dedicó a esta cuestión uno de sus trabajos más brillantes, El derecho de las naciones a la
autodeterminación, que hoy en día sigue manteniendo toda su fuerza.

La socialdemocracia alemana

Después de años de conflictos dentro del movimiento socialista polaco el viejo PPS estalló, permitiendo
a los partidarios del marxismo hacerse con una influencia mayoritaria en el movimiento obrero de
Polonia. Rosa Luxemburgo y Leo Jogiches se convertirían a partir de ese momento en los líderes de la
nueva organización, que adoptaría el nombre de Partido Socialdemócrata del Reino de Polonia.
Posteriormente el nuevo partido se fusionaría con los socialistas Lituanos, dirigidos por Dzierzynski,
fieles seguidores de los postulados de Rosa; el nuevo partido pasaría a llamarse Partido
Socialdemócrata del Reino de Polonia y Lituania (SDKPL).
Sin embargo Rosa Luxemburgo pronto emprendería nuevas tareas militantes que la llevarían al centro
del movimiento obrero europeo de aquella época, Alemania. Pronto entraría en contacto con los
cuadros más destacados de la socialdemocracia alemana, Clara Zetkin, a la que le uniría una estrecha
amistad hasta su muerte, August Babel, Paul Singer, Franz Mehring, Karl Kautsky su mujer Luise.

En el movimiento socialdemócrata alemán como en la mayoría de los partidos obreros de aquella


época, coexistían desde sus orígenes dos tendencias bien delimitadas; la reformista adaptada a las
nuevas formas democráticas del estado capitalista y la marxista, que abogaba por la transformación
socialista de la sociedad con métodos revolucionarios.

En el caso del SPD, las tendencias reformistas habían penetrado masivamente, especialmente en sus
cuadros dirigentes, en el grupo parlamentario, en el seno de la dirección de los sindicatos y a través de
los centenares de funcionarios de que disponían las diferentes organizaciones del partido. Lenin
describió este proceso de degeneración reformista de la socialdemocracia alemana en su libro, La
revolución proletaria y el renegado Kautsky. El crecimiento espectacular de la influencia y el poder de
la socialdemocracia alemana entre los trabajadores, se produjo en el periodo de auge económico más
importante que el capitalismo había experimentado hasta la fecha. Los triunfos electorales, el aumento
de concejales, parlamentarios regionales y estatales, la influencia de los sindicatos en las nuevas
relaciones económicas, favoreció que una capa cada vez más nutrida de funcionarios y cuadros
provenientes de la aristocracia obrera y la intelectualidad pequeñoburguesa se fuese haciendo con el
control de la organización.

Este ambiente que inspiraba la acción del partido, cada vez más centrada en la actividad
parlamentaria, favoreció la penetración de las ideas reformistas. Ya no se trataba de derrocar el
capitalismo de forma revolucionaria, sino de transformar gradualmente el estado gracias a la acción
institucional. Las reformas, que se impondrían a través de los éxitos electorales, garantizarían un
cambio cualitativo de la naturaleza de clase del estado y la sociedad, hasta arribar pacíficamente a una
nueva sociedad socialista.

Todo este proceso cristalizó en el campo teórico con los escritos de Bernstein, que reclamaba el fin del
método marxista para analizar las contradicciones de la sociedad capitalista, al tiempo que proponía el
cambio de la sociedad a través de reformas graduales en las relaciones económicas y del propio
estado burgués. Para Bernstein, el boom del capitalismo alemán había supuesto, en la práctica, la
negación de las previsiones de Marx: ni pauperización creciente de la sociedad, ni crisis de
sobreproducción, ni necesidad de un cambio revolucionario. A través del crecimiento electoral y la
acción parlamentaria sería posible transformar la realidad del capitalismo en una sociedad avanzada
democráticamente, donde el control estatal de los medios de producción garantizase el fin del conflicto
social.

La herencia teórica de Berstein se ha proyectado a lo largo de la historia del movimiento obrero, hasta
el punto de que nuestros líderes socialdemócratas del momento beben de sus fuentes teóricas,
repitiendo palabra por palabra lo dicho por el jefe del revisionismo marxista alemán hace más de cien
años.

Frente a esta posición política, que revelaba lo lejos que había llegado el proceso de degeneración
reformista del SPD, se levantó Rosa Luxemburgo, la única dirigente del SPD de la época que fue
capaz de presentar batalla en el terreno teórico de una forma consistente. Su libro Reforma o
Revolución, supuso un aldabonazo en el seno del partido, polarizó completamente el debate político y
permitió reagrupar las fuerzas de la izquierda marxista en el seno de la socialdemocracia. Hoy en día
Reforma o Revolución constituye un tesoro teórico de primer orden, un auténtico clásico de la literatura
marxista y de la lucha contra la penetración de las ideas de clases ajenas en el seno del movimiento
obrero.

La contradicción para Rosa no se situaba en que la lucha por las reformas fuera incompatible con la
defensa de una estrategia revolucionaria, sino en que Berstein había abandonado por completo el
análisis de clase de la sociedad capitalista ofreciendo una alternativa que tan sólo serviría para
perpetuar el mantenimiento del orden social de la burguesía. "La reforma legal y la revolución",
señalaba Rosa Luxemburgo en su libro, "no son dos métodos diferentes del desarrollo histórico que
puedan ser objeto de una elección en el mostrador de la Historia como si se tratase de salchichas
calientes o salchichas frías, sino momentos diferentes en la evolución de la sociedad de clases que se
condicionan y se complementan mutuamente, pero que también se excluyen como, por ejemplo, el
Polo Norte y el Polo sur, como la burguesía y el proletariado.

"El ordenamiento jurídico actual es solamente el producto de la revolución. Mientras que la revolución
es el acto de creación política de la historia de las clases, la legislación es el vegetar político de la
sociedad. La reforma legislativa no dispone de una fuerza impulsora propia independiente de la
revolución, en cada periodo histórico se mueve solamente en una línea y solamente mientras perdure
en ella el efecto de la conmoción recibida de la última revolución, o, hablando más concretamente, se
mueve solamente en el marco de la configuración social creada por la última revolución. Este es
precisamente el núcleo de la cuestión.

"Es completamente falso y contrario a la realidad histórica concebir la reforma legal como una
revolución distendida y la revolución como una forma concentrada. Una revolución social y una reforma
legal son momentos diferentes y no en cuanto a su duración temporal, sino en cuanto a su esencia. (...)

"Quien se pronuncie a favor de una vía de reformas legales en lugar de y en contraposición a la


conquista del poder político no elige en realidad un camino más lento y más tranquilo hacia el mismo
objetivo, sino otro objetivo completamente diferente. (...)

"La misma necesidad de la asunción del poder político por el proletariado no ofreció jamás dudas a
Marx y Engels. Por lo que a Berstein no le es licito considerar que el gallinero del parlamentarismo
burgués es el órgano competente para llevar a cabo la más violenta revolución de la historia, la
erradicación de la forma capitalista y la implantación de la forma socialista en nuestra sociedad".

La consideración de que el capitalismo es un sistema reformable a través del parlamentarismo y las


instituciones políticas del propio régimen capitalista ha demostrado su impotencia no sólo en la arena
teórica sino en el terreno de la lucha de clases. La revolución rusa de 1917 o la alemana en 1918,
demostraron que la burguesía jamás abandonará pacíficamente su posición de dominio en la sociedad,
y mucho menos se suicidará políticamente y como clase utilizando sus propios organismos de poder
político. Al fin y al cabo las formas de la democracia burguesa no son más que una manera más
aceptable de garantizar la dictadura de la clase capitalista, su control efectivo de todas las esferas de
la vida social, y cuando estas formas "democráticas" no concuerden con sus necesidades, la burguesía
nunca dudará en abandonarlas y adoptar otras menos "civilizadas" pero más eficaces para garantizar
la supervivencia de su sistema social.

En su obra Problemas del socialismo, Bernstein llega muy lejos a la hora de justificar su nuevo credo
teórico. Para él, el desarrollo monopolista del capital con la aparición de los trust y los cartels, supone
la superación de la anarquía de la producción capitalista, de la misma forma que las sociedades por
acciones facilitaban la democratización del capital. De esta manera el socialismo perdía su justificación
científica, pues si el propio capital era capaz de superar sus contradicciones y garantizar el equilibrio en
la producción, no había necesidad de luchar por una subversión del orden capitalista.

Este punto de vista fue duramente combatido por Rosa Luxemburgo. Al contrario de lo que pretendía
Berstein, la tendencia monopolística en el desarrollo del capitalismo, lejos de suavizar sus
contradicciones suponía un incremento cualitativo en la lucha por los mercados y la explotación de los
ya existentes. El monopolio surge como una negación dialéctica de la libre competencia pero no acaba
con la anarquía de la producción, derivada de la contradicción entre el carácter social de la producción
y el carácter privado de la apropiación, ni tampoco termina con las crisis de sobreproducción que
asolaron al mundo capitalista durante las décadas siguientes provocando dos guerras mundiales.

Los efectos de la revolución rusa de 1905

El estallido de la revolución rusa de 1905 convulsionó las filas de la socialdemocracia alemana. Desde
el primer momento Rosa Luxemburgo saludó con entusiasmo el movimiento revolucionario de las
masas obreras de San Petesburgo y trabajó sistemáticamente para esclarecer la naturaleza de la
revolución, sus aspiraciones estratégicas y sus necesidades tácticas.
En aquella época era un lugar común que Rusia se enfrentaba a una revolución burguesa. Esta
posición mantenida de forma rutinaria por los líderes oficiales de la II internacional, era también la de la
fracción menchevique del POSDR (Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia). Para unos y otros la
actitud del movimiento obrero y sus organizaciones debía consistir en apoyar, como ala izquierda, a la
burguesía en la lucha contra el régimen despótico del zarismo. De esta manera Rusia encarrilaría su
futuro hacia el desarrollo del capitalismo una vez liberada de la pesada herencia feudal y se crearían
las bases materiales para el fortalecimiento del proletariado y para una futura transformación socialista
de la sociedad.

Este punto de vista fue criticado por numerosos revolucionarios rusos y por Rosa Luxemburgo. Trotsky,
que jugó un papel fundamental en la revolución como presidente del Soviet de San Petesburgo,
consideraba la cuestión de forma muy diferente. Para él no quedaba duda de que en Rusia las
relaciones de producción dominantes eran capitalistas, aunque muy desiguales y combinadas con la
pervivencia de formas económicas heredadas del pasado feudal. Esta forma de desarrollo desigual y
combinado, también determinaba la propia estructura de las clases y su papel en el proceso
revolucionario. La nobleza terrateniente imponía al campesino formas de dominación semifeudales,
además de controlar el régimen político y ser el principal sostén del zarismo. Por otro lado la burguesía
rusa estaba vinculada a esta nobleza a través de negocios comunes en la exportación de grano y en la
propia industria, conformando con ella una oligarquía similar a la de otros países capitalistas atrasados.
Esta burguesía había demostrado una extrema debilidad política y una renuncia expresa a llevar
adelante las tareas que la historia le había asignado. Por otra parte los vínculos del estado zarista y de
la burguesía rusa con el capital imperialista de Francia y Gran Bretaña eran evidentes.

Tanto Trotsky como Lenin consideraban a la burguesía rusa una clase contrarrevolucionaria incapaz
de llevar adelante las tareas de la revolución democrático burguesa, es decir, las tareas de la reforma
agraria, la separación de la Iglesia y el Estado, la resolución de la cuestión de las nacionalidades o la
industrialización de la nación, entre otras.

De este análisis se derivaba el papel del proletariado en la revolución. Para Trotsky no quedaba
ninguna duda, sólo la clase obrera en el poder, en alianza con el campesinado pobre, podría llevar a
cabo estas tareas, pero eso mismo implicaría la liquidación del régimen autoritario del zarismo y la
propiedad burguesa. Las tareas democráticas enlazarían sin interrupción con las socialistas o lo que es
lo mismo, para llevar a cabo las primeras se necesitaría de la democracia obrera y la expropiación del
capitalismo ruso y de la propiedad imperialista. Esta postura política, que adoptaría el nombre de
revolución permanente, fue también la de Rosa Luxemburgo en 1905. Lenin, que partía del mismo
punto que Trotsky, estableció la formula de dictadura democrático-revolucionaria de obreros y
campesinos para el futuro gobierno revolucionario. En cualquier caso, estas diferencias entre Trotsky y
Rosa Luxemburgo por un lado, y Lenin de otro, se resolvieron durante la revolución de 1917. Lenin no
tuvo el menor complejo en abandonar su antigua definición, lo que le valió un duro enfrentamiento con
una capa de los viejos dirigentes bolcheviques. En sus tesis de Abril se solidarizó completamente con
la posición de Trotsky y a partir de ese momento las fuerzas del marxismo ruso encararon
decisivamente la lucha por el poder socialista.

En 1905 Rosa Luxemburgo combatió sin ninguna vacilación la posición de los mencheviques y de sus
aliados internacionales demostrando su calidad como teórica marxista. Esto no impidió que mantuviese
duras polémicas con Lenin, especialmente en lo referido a la estructura interna del partido, y también
sobre el papel creativo de las masas en movimiento. Muchas de estas polémicas y diferencias han sido
deformadas por la escuela estalinista que durante décadas no se cansó de distorsionar la auténtica
posición de Rosa, estableciendo lugares comunes que han sido aceptados por amplios sectores del
movimiento comunista sin crítica alguna.

En realidad Lenin, que batallaba contra la indolencia y el reformismo de los mencheviques, y por
establecer las bases de un fuerte partido marxista de masas, presentaba sus argumentos de una forma
extremadamente rígida para enfatizar lo que él consideraba los puntos esenciales. Rosa Luxemburgo,
mucho mejor conocedora que Lenin de la vida interna de la socialdemocracia alemana y del papel
especialmente negativo en el desarrollo del reformismo que jugaba un aparato cada vez más crecido y
liberado del control de la base, no podía sino aportar cautelas críticas a las ideas de Lenin sobre el
carácter centralizado del partido. De igual manera otras posturas que Lenin había vertido en escritos
como Qué hacer, donde asignaba a la clase obrera una conciencia puramente sindical para remarcar
el papel fundamental del partido marxista como agitador y organizador del movimiento y que más tarde
serían rectificados por el propio Lenin, también fueron elemento de discrepancia con Rosa. Dicho esto,
las relaciones entre ambos revolucionarios fueron siempre de una gran calidad, y jamás se tradujeron
en calumnias ni difamaciones. Todavía quedaban lejos los métodos desleales y ponzoñosos de la
escuela de falsificación estalinista.

Las enseñanzas políticas de la revolución de 1905 también supusieron un aldabonazo para el


proletariado polaco y abrieron otros campos de batalla en el seno de la socialdemocracia alemana.
Partiendo de las lecciones de la revolución rusa, Rosa Luxemburgo considera el papel de la huelga de
masas como un instrumento de primer orden en la lucha revolucionaria por el poder. Su escrito Huelga
de masas, partido y sindicato, constituye el principal alegato contra las posiciones gradualistas y de
colaboración de clases mantenidas por los dirigentes del SPD y de los sindicatos y abre un profundo
debate entre las bases socialistas. El capítulo dedicado a esta cuestión en el libro de Frolich, donde se
tratan extensamente los argumentos de Rosa y los de sus detractores, consigue transmitir una
extraordinaria visión de conjunto. Gran parte de las ideas sobre la llamada "espontaneidad de las
masas" provienen de este debate, en el que Rosa Luxemburgo trata de sacar conclusiones de la
experiencia de los trabajadores rusos frente a la posición esclerótica y reformista de los dirigentes
mencheviques. Como Frölich señala, "Rosa Luxemburgo incurrió en una falta. Al escribir no pensó en
las eminencias que corregirían sus pensamientos después de su muerte. De esta forma puede
demostrarse su "teoría de la espontaneidad", con docenas de citas entresacadas de sus escritos.
Escribía para su tiempo y para el movimiento obrero alemán en el que la organización se había
convertido en un fin por sí misma".

Para Rosa Luxemburgo el movimiento revolucionario de la lucha de clases no podía ser delineado
como un plan preestablecido desde los despachos oficiales del partido. La vida era más compleja y rica
en acontecimientos que cualquier manual burocrático. Obviamente la espontaneidad que las masas
pueden demostrar en la acción, como siempre ha sido en el caso de las revoluciones, desde la rusa a
la española de 1936/39 o más recientemente en Argentina, no excluye la necesidad de una dirección
revolucionaria experimentada que cuente con una táctica y un programa para garantizar el triunfo.
Rosa explicó esto en numerosas ocasiones. Sin embargo, su profundo rechazo al papel conservador
de los funcionarios de la socialdemocracia y del proceso de degeneración reformista del SPD, la hizo
infravalorar en más de una ocasión, y especialmente durante la revolución alemana de 1918, la
necesidad de establecer una sólida estructura de cuadros marxistas centralizada, disciplinada y con
raíces en el movimiento obrero. Esta era la única forma de enfrentar seriamente la tarea de rescatar a
las masas trabajadoras de la influencia nefasta del reformismo. En esa cuestión Lenin tenía una
posición mucho más correcta sobre la política de cuadros, el carácter del partido y sus tareas en la
revolución.

La crisis del capitalismo y la guerra imperialista

Como señalamos al principio de este artículo, Rosa Luxemburgo brilló con luz propia en el firmamento
teórico del marxismo. Su producción política abarcó diferentes terrenos desde su lucha contra el
revisionismo, a trabajos sobre la cuestión nacional y especialmente otros sobre economía política
donde desarrollaría una serie de tesis polémicas y en nuestra opinión equivocadas. Su teoría sobre la
crisis y el derrumbe final del capitalismo, asignando a las esferas de territorios no capitalistas un papel
clave, le llevó a considerar el fin del reparto colonial como la causa decisiva de la crisis. Obviamente no
es este el lugar para desarrollar este punto de su teoría, baste decir que Frölich lo trata con extensión y
que las posiciones de la revolucionaria polaca fueron contestadas por otros marxistas como Trotsky,
Lenin y Bujarin.

A medida que la crisis del capitalismo se agudizaba, después de un prolongado periodo de ascenso, el
papel reaccionario del imperialismo se ponía cada vez más de manifiesto. La amenaza contra millones
de hombres y mujeres de todo el mundo, incluyendo a la Europa avanzada, no se limitaba ya a la
extrema explotación de la fuerza de trabajo sino a la perspectiva de una guerra devastadora. Como
afirma Frölich, cuanto mayores se hacían los peligros del imperialismo tanto mayores eran los
esfuerzos de la dirección del partido de evitarlos mediante la política del avestruz. Kautsky, que hasta
el momento había conservado el marchamo de teórico ortodoxo del marxismo, elaboró su propia teoría,
aprobando la expansión del capitalismo al tiempo que afirmaba que esta expansión no era
imperialismo. Sus ideas fueron contestadas por Rosa Luxemburgo en diferentes trabajos y por Lenin
en su famoso libro El imperialismo, fase superior del capitalismo. Esta posición de Kautsky presagiaba
la bancarrota política de la socialdemocracia enfrentada a la guerra imperialista.

Hay que señalar que en las pugnas fundamentales en el interior de la socialdemocracia alemana, Rosa
Luxemburgo siempre mantuvo el punto de vista del marxismo. El propio Lenin tuvo que reconocer
posteriormente que en este asunto estaba equivocado, pues en no pocas ocasiones defendió a
Kautsky frente a Rosa Luxemburgo.

La crisis prebélica afectó directamente a la socialdemocracia internacional y por supuesto a la


alemana. En el interior del SPD se dibujaron tres sectores: la derecha que agrupaba a los organismos
dirigentes del partido y los sindicatos, el centro donde a duras penas se situaba Kautsky inclinado
siempre a la capitulación ante la derecha en las cuestiones políticas fundamentales, y la izquierda con
Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin, Mehring, Liebknecht, Karski, Radek y Pannekoek.

El estallido de la guerra imperialista supuso la quiebra definitiva de la II Internacional como


organización revolucionaria. Todos los manifiestos internacionales contra la carnicería imperialista
aprobados en los congresos de la Internacional, quedaron reducidos a cenizas. Las direcciones de los
diferentes partidos socialdemócratas adoptaron una posición chovinista y de apoyo a sus burguesías
respectivas, contribuyendo de esta manera a arrojar a millones de proletarios de toda Europa a las
trincheras de una guerra reaccionaria.

El SPD no fue una excepción; su dirección actuó en bloque tras el Kaiser votando los créditos de
guerra y justificando la política agresiva de la burguesía germana. Igual ocurriría con el Partido
Socialista en Francia o en Rusia. Tan sólo una minoría de la Internacional se mantuvo fiel a los
principios del internacionalismo proletario y a la bandera del marxismo. En esa minoría se encontraba
Rosa Luxemburgo y sus camaradas de la izquierda del SPD, Lenin y los bolcheviques, Trotsky y unos
pocos más.

Rosa Luxemburgo fue encarcelada prácticamente desde 1916 hasta su liberación durante los
acontecimientos revolucionarios de enero de 1918. Sus carceleros eran el estado mayor alemán y la
dirección socialdemócrata. En la cárcel nunca desesperó, por el contrario contribuyó decididamente a
organizar la lucha contra la guerra imperialista y dar forma a la oposición marxista en el seno del SPD.
Con la formación de la Liga Espartaquista, Rosa Luxemburgo, Zetkin, Liebknecht, Mehring, Jogiches, y
muchos otros, intervinieron en los grandes acontecimientos de la lucha de clases, levantando la
bandera del marxismo del barro por el que la socialdemocracia oficial la había arrastrado.

Los capítulos finales de la obra de Frölich, dedicados a la lucha contra la guerra, la organización
clandestina del movimiento espartaquista y la propia revolución alemana, están cargados de una
emoción difícil de describir. Ningún revolucionario quedará indiferente al leer estas páginas.

El asesinato de Rosa Luxemburgo y Liebknecht a manos de la guardia contrarrevolucionaria del


socialdemócrata Noske, decapitó la revolución y acabó con la vida de dos líderes del proletariado
mundial. Sin embargo la obra de Rosa Luxemburgo y su ejemplo militante es un tesoro legado a las
futuras generaciones.

Hoy es el momento de rescatar su pensamiento político y su contribución decisiva a la lucha por el


socialismo, y limpiar su memoria de las calumnias con que el estalinismo intentó cubrir su figura
durante décadas. Coincidimos por ello completamente con Lenin, cuando a propósito de la publicación
de su fragmentario escrito sobre la revolución rusa, escribió: "Vamos a contestar a esto con dos líneas
de una estupenda fábula rusa: un águila puede en ocasiones descender más bajo que una gallina,
pero una gallina jamás podrá ascender a la altura que puede hacerlo un águila. Rosa Luxemburgo se
equivocó en la cuestión de la independencia de Polonia; se equivocó en 1903 cuando enjuició al
menchevismo ... (sigue toda una serie de equivocaciones) ... Pero a pesar de todas esas faltas fue y
sigue siendo un águila; y no solamente su recuerdo será siempre venerado por los comunistas de todo
el mundo, sino que su biografía y la edición de sus obras completas (con las que los comunistas
alemanes se retrasan en forma inexplicable, lo que parcialmente se puede disculpar pensando en la
insólita cantidad de víctimas que han registrado en su lucha) representarán una valiosa lección para la
educación de muchas generaciones de comunistas de todo el mundo" (escrito en febrero de 1922,
publicado en Pravda núm 87, 16 de abril de 1924).
Los cuatro primeros años de la Internacional Comunista
León Trotsky
Este texto es el prefacio a una recopilación de escritos sobre los primeros años de la Internacional
Comunista publicada en 1924. De hecho sirvió para preparar políticamente el Quinto Congreso de la IC
(junio de 1924). En dicho congreso, la troika Stalin-Zinoviev-Kamenev se impondrá manteniendo la
línea de la ‘bolchevización’ de los partidos comunistas, una mezcla de ultraizquierdismo y rumbo
profundamente derechista, combinado con la destrucción del régimen interno que imperaba en la
Internacional en tiempos de Lenin.

La media década de existencia de la Internacional Comunista está dividida en dos periodos por su tercer
congreso mundial. Durante los dos primeros años, la vida y la actividad de la Komintern estuvieron
íntegra y exclusivamente marcadas por la guerra imperialista y sus consecuencias. Las perspectivas
revolucionarias fueron elaboradas a partir de las consecuencias de la guerra. A causa de las
convulsiones sociales que provocó la guerra, todos consideramos evidente que la fermentación política
entre las masas iba a intensificarse constantemente hasta la conquista del poder por el proletariado. En
los manifiestos del primer y segundo congresos que se incluyen en este volumen se hace evidente esta
apreciación de los acontecimientos. La valoración principista que estos documentos hacen de la
situación de posguerra sigue conservando aún hoy día toda su fuerza. Pero el ritmo de estos procesos
se manifestó diferente.

La guerra no condujo directamente a la victoria del proletariado en Europa occidental. Hoy es


absolutamente evidente que para lograr la victoria en 1919 y 1920 faltaba un partido revolucionario.

Los jóvenes partidos comunistas comenzaron a adquirir una cierta entidad —apenas un esbozo de lo
que deberían ser— cuando ya comenzaba a refluir el poderoso fermento que había actuado entre las
masas. Lo sucedido en Alemania en marzo de 1921 ilustra perfectamente la contradicción que existía
entre las condiciones reales y la política de la Internacional Comunista. Algunos Partidos Comunistas, o
al menos sus alas izquierdas, se afanaban en desencadenar la ofensiva mientras que millones de
proletarios, tras las derrotas iniciales, sufrían las consecuencias de la posguerra y se limitaban a
observar atentamente a los partidos comunistas. En el tercer congreso mundial, Lenin constató la
creciente diferenciación entre el desarrollo del movimiento de masas y la táctica de los partidos
comunistas, y con mano firme impulsó un giro decisivo en la política de la Internacional. Nos
encontramos ahora lo suficientemente lejos del tercer congreso para poder evaluar sus trabajos con la
necesaria perspectiva, pudiéndose afirmar que para la Internacional Comunista el giro efectuado en el
tercer congreso tuvo la misma importancia que el de Brest-Litovsk para la república soviética. Si la
Tercera Internacional hubiera seguido mecánicamente por el mismo camino, una de cuyas etapas fueron
los acontecimientos de marzo en Alemania, puede que en un año o dos sólo hubieran quedado los
restos de los partidos comunistas. En el tercer congreso se inicia un nuevo curso: los partidos toman en
consideración el hecho de que aún deben ganar a las masas y que el asalto al poder tendrá que estar
precedido por un prolongado periodo de preparación. Ahí es donde entra en escena el Frente Único, la
táctica para llegar a las masas a través de reivindicaciones transitorias. A este "nuevo curso" están
dedicados los discursos y artículos que contiene la segunda parte de este volumen.

El segundo periodo de desarrollo de la Internacional Comunista, en el que tuvo lugar un incremento de la


influencia de sus principales secciones entre las masas trabajadoras, abarca la poderosa oleada
revolucionaria que sacudió Alemania a finales de 1923. Una vez más Europa se encontraba presa de
convulsiones en cuyo centro estaba la cuestión del Ruhr. Una vez más se plantea en Alemania, en toda
su crudeza y acuidad, el problema del poder. Pero la burguesía sobrevivirá una vez más. Se abrió
entonces un tercer capítulo en el desarrollo de la Internacional Comunista. La tarea del V Congreso
mundial consiste en identificar las características de este nuevo periodo y deducir de ellas las tareas
tácticas.

¿Por qué no ha podido triunfar la revolución alemana? Todas las razones hay que buscarlas en la táctica
y no en las condiciones objetivas. Nos hemos enfrentado a una situación revolucionaria clásica y la
hemos dejado escapar. A partir de la ocupación del Ruhr, y más aún cuando se hizo evidente la
bancarrota de la resistencia pasiva, hubiera sido necesario que el Partido Comunista adoptara una
orientación firme y resuelta hacia la conquista del poder. Sólo un valiente giro táctico hubiera podido
cohesionar al proletariado alemán en su lucha por el poder. Si en el tercer congreso, y en parte en el
cuarto, dijimos a los camaradas alemanes: "no os ganaréis a las masas mas que combatiendo con ellas
sobre la base de reivindicaciones transitorias", a mediados de 1923, la cuestión se planteaba ya de otro
modo: después de todo lo que el proletariado alemán tuvo que sufrir en aquellos años podría haber sido
arrastrado a la batalla decisiva si hubiera estado convencido de que la lucha iba en serio, o como dicen
los alemanes aufs ganze (lo que se plantea no es tal o cual aspecto parcial, sino lo esencial), que el
Partido Comunista estaba dispuesto a emprender la lucha y era capaz de lograr la victoria. Pero el
Partido Comunista rectificó tarde y sin la firmeza necesaria. Incluso en septiembre-octubre de 1923, las
corrientes de izquierda y derecha, a pesar de los duros enfrentamientos que mantuvieron, mostraron
ambas el mismo fatalismo ante el desarrollo de la revolución. Cuando la situación objetiva exigía un giro
decisivo, el partido se limitó a esperar la revolución en lugar de organizarla. "La revolución no se hace
con órdenes", argüían tanto la derecha como la izquierda, confundiendo la revolución como un todo con
una de sus etapas, la de la toma del poder. Mi artículo: "¿Se hace la revolución con órdenes?", estaba
dedicado a esta cuestión y en él se resumen las innumerables discusiones y polémicas que tuvieron
lugar. Ciertamente la política del partido había sufrido un giro radical en octubre. Pero ya era demasiado
tarde. Durante 1923 las masas trabajadoras comprendieron, o sintieron, que se acercaba el momento
del combate decisivo. Pero no vieron en el Partido Comunista la resolución y la confianza necesarias. Y
cuando comenzaron los preparativos apresurados para la insurrección, perdió inmediatamente el
equilibrio y, también, sus lazos con las masas. Lo mismo le ocurre al jinete que llega suavemente ante
un obstáculo elevado y clava, nervioso, las espuelas en los flancos del caballo. Aunque éste intente
saltar la barrera, es muy probable que se rompa las patas. En lo que a nosotros respecta, se detuvo ante
la barrera y rodó por tierra. Estas son las razones de la cruel derrota que sufrió el Partido Comunista
alemán y la Internacional el pasado noviembre de 1923.

Cuando se produjo un vuelco en las relaciones de fuerza y los fascistas legalizados actuaron a la luz del
día mientras los comunistas se hundían en la ilegalidad, algunos de nuestros camaradas estimaron que
"habíamos sobreestimado la situación; la revolución no está aún madura". Pero en realidad, la revolución
no fracasó porque en general "no estaba madura", sino porque su eslabón decisivo —la dirección— se
quebró en el momento decisivo. "Nuestro" error no residía en "nuestra" sobrestimación de las
condiciones de la revolución, sino en "nuestra" subestimación de estas condiciones. "Nuestro" error
consistió en que durante semanas continuamos repitiendo las mismas banalidades porque "la revolución
no se hace con órdenes" y dejamos pasar así el momento propicio.

¿Se había ganado el Partido Comunista a la mayoría de los trabajadores durante los últimos meses del
año? Es difícil decir cuál hubiera sido el resultado de un sondeo en ese momento. Estas cuestiones no
se deciden mediante una encuesta, sino por la dinámica del movimiento. A pesar de que en las filas de
la socialdemocracia aún estaban encuadrados gran número de obreros, sólo una fracción insignificante
hubiera estado dispuesta a adoptar una postura hostil, ni siquiera pasivamente, al giro. La mayoría del
partido socialdemócrata, y de los partidos burgueses, estaba profundamente afectada por el opresivo
impasse del régimen democrático-burgués y se limitaba a esperar el desenlace. Todas las discusiones
sobre las temibles fuerzas de la reacción, los cientos de miles de miembros de la Reichswehr negra,
etc., se revelaron como monstruosas exageraciones que no afectaban para nada el ánimo de los
elementos capaces de un sentido revolucionario. Sólo la Reichswehr oficial representaba una fuerza
real. Pero numéricamente era muy débil y hubiera sido barrida por el asalto de millones de hombres.

Junto a las masas cuya afección se había ganado ya el Partido Comunista, gravitaban masas aún más
numerosas que esperaban la señal para el combate y una dirección. Como no las recibieron, empezaron
a alejarse de los comunistas tan espontáneamente como se les habían aproximado. Así se explica el
rápido cambio en la relación de fuerzas que permitió la victoria política de Secker sin apenas resistencia.
Paralelamente, los políticos que lo apoyaban, escudándose en su rápido éxito proclamaban: "Veis, el
proletariado no quiere combatir". De hecho, tras media década de luchas revolucionarias, los
trabajadores alemanes no buscaban sólo un combate, buscaban un combate que les condujera por fin a
la victoria. Como no encontraron la dirección necesaria evitaron el enfrentamiento, demostrando que
habían asimilado profundamente las lecciones de 1918-21.

El Partido Comunista alemán contaba con 3.600.000 electores. ¿Cuántos ha perdido? También es difícil
responder a esta cuestión. Los resultados de las elecciones parciales a los Landstag, municipalidades,
etc., confirman que el partido comunista ha participado en las elecciones al Reichstag en una situación
de extrema debilidad. ¡Y a pesar de todo ha obtenido 3.600.000 votos! "Mirad", se nos dice, "el Partido
Comunista alemán ha sido severamente criticado, ¡pero aún representa una fuerza poderosa!" Después
de todo, el quid de la cuestión reside en que 3.600.000 votos en mayo, cuando ya había pasado el
momento culminante de la acción espontánea de las masas y el retroceso del régimen burgués, prueban
que el partido comunista era la fuerza decisiva hacia finales de año, pero que, desgraciadamente, ello no
fue comprendido ni utilizado a tiempo. Los que hoy en día incluso se niegan a admitir que la derrota se
debe a la subestimación, o más precisamente a una evaluación tardía de la situación excepcionalmente
revolucionaria del año pasado, los que persisten en ello, corren el riesgo de no aprender nada y se
niegan a reconocer la revolución la próxima vez que llame a la puerta.

***

Las circunstancias en las que el Partido Comunista Alemán ha renovado sus órganos dirigentes se
inscriben en este estado de cosas(1). El partido entero esperaba y deseaba la lucha y la victoria, en
cambio se encontró con una derrota sin combate. Es natural que volviera su vista hacia su antigua
dirección. La cuestión de saber si la izquierda hubiera podido asumir mejor sus tareas si hubiera
ostentado la dirección no tiene demasiada importancia. Francamente no lo creemos. Ya hemos dejado
claro que a pesar de la intensa lucha fraccional, el ala izquierda compartía la política del antiguo comité
central respecto a cuestiones esenciales: la toma del poder y una orientación política vaga, semi-
fatalista, dilatoria. Pero el solo hecho de que la izquierda estuviera en la oposición la convertía en el
recambio natural de una dirección que había sido recusada. Ahora la izquierda tiene la dirección. Se
abre una nueva etapa en el desarrollo del partido alemán. Es preciso tenerlo en cuenta como punto de
partida. Es imprescindible hacer todo lo posible por ayudar a la nueva dirección del partido a asumir sus
obligaciones. Y para ello es necesario ante todo identificar claramente los peligros. El primero podría ser
el de observar una actitud insuficientemente seria ante la derrota del año pasado, una actitud que
intentara hacer creer que no ha pasado nada extraordinario, solamente un ligero retraso, que la situación
revolucionaria volverá a presentarse; continuaremos como antes: hacia el asalto decisivo. ¡Es falso! La
crisis del año pasado constituyó un despilfarro descomunal de la energía revolucionaria del proletariado.
La clase obrera necesitará tiempo para digerir la trágica derrota del año pasado, una derrota sin combate
decisivo, una derrota sin tentativa siquiera de combate decisivo. Necesitará tiempo para orientarse de
nuevo de forma revolucionaria en una situación objetiva. Esto, evidentemente, no significa que tengan
que pasar muchos años. Pero unas pocas semanas no bastarán. El mayor peligro es que la estrategia
del partido alemán intente pasar por encima de los procesos que ocurren en el seno del proletariado
alemán a consecuencia de la derrota del pasado año.

En último análisis, como ya sabemos, la economía decide. Los limitados éxitos económicos que ha
logrado la burguesía alemana son en sí el resultado inevitable del debilitamiento del proceso
revolucionario, un cierto reforzamiento —muy superficial e inestable— de la "ley y el orden" burgueses,
etc. Pero el restablecimiento del mínimo equilibrio capitalista en Alemania no ha podido hacerse
substancialmente más que en el periodo de julio a noviembre del año pasado. La vía de la estabilización
provoca siempre tales conflictos entre Trabajo y Capital, y Francia pone tantas dificultades en el camino,
que el proletariado alemán tiene garantizados los fundamentos económicos favorables para la revolución
por un periodo indefinido. Siendo esto así, estos procesos parciales que ocurren en los fundamentos
económicos —agravaciones temporales o, por el contrario, remisiones temporales de la crisis y sus
manifestaciones auxiliares— no nos son para nada indiferentes. Si un proletariado relativamente bien
alimentado y poderoso se muestra siempre sensible al menor deterioro de su situación, a la inversa, el
proletariado alemán, agotado, sufriendo y pasando hambre desde hace mucho tiempo, será también
sensible a la menor mejora de su situación. Se comprende así el actual reforzamiento —otra vez, pero
extremadamente inestable— de la socialdemocracia alemana y de la burocracia sindical. Hoy más que
nunca estamos obligados a observar atentamente las fluctuaciones de la situación comercial e industrial
en Alemania y cómo repercuten en el nivel de vida del obrero alemán.

La economía decide, pero sólo en último análisis. Los procesos político-psicológicos que tienen lugar en
el seno del proletariado alemán, y que seguramente tienen una lógica propia, adquieren ahora una
significación más directa. El partido ha conseguido 3.600.000 votos: ¡eso es un gran núcleo proletario!
Sin embargo, una situación revolucionaria directa siempre se caracteriza por el flujo de elementos
dudosos hacia nuestras filas. Muchos obreros socialdemócratas, suponemos, han debido plantearse lo
siguiente ante las elecciones: "somos perfectamente conscientes de que nuestros dirigentes son unos
miserables redomados, ¿pero a quién vamos a votar? Los comunistas prometían tomar el poder, pero se
han mostrado incapaces y sólo han beneficiado a la reacción. ¿Vamos a apoyar a los nazis?". Y
haciendo de tripas corazón han votado a los socialdemócratas. Podemos esperar que la escuela de la
reacción burguesa haga que buena parte del proletariado alemán asimile pronto una orientación
revolucionaria, más definitiva y firmemente. Es preciso alimentar este proceso por todos los medios. Es
preciso acelerarlo. Pero es imposible saltarse las etapas inevitables. Caracterizar la situación como si
nada extraordinario hubiera pasado, como si sólo se hubiera producido una ligera sacudida, etc., sería
completamente falso y sólo auguraría los más groseros errores estratégicos. Lo que ha sucedido no es
sólo un ralentizamiento superficial sino una enorme derrota cuya significación debe ser asimilada por la
vanguardia proletaria. Apoyándose en estas lecciones, la vanguardia proletaria debe acelerar los
procesos de reagrupamiento de las fuerzas proletarias en torno a los 3.600.000. El flujo revolucionario
asciende, después refluye, para inmediatamente volver a subir en un proceso que tiene su propia lógica
y sus propios plazos. Las revoluciones no sólo surgen, repetimos, las revoluciones se organizan.

Sólo es posible organizar una revolución sobre la base de su evolución interna. Ignorar un estado de
ánimo crítico, precautorio, escéptico, de amplias capas del proletariado después de lo que ha pasado es
prepararse para un nuevo fracaso. Al día siguiente de la derrota ni el más valeroso de los partidos
revolucionarios puede llamar a una nueva revolución, igual que el mejor ginecólogo no puede disponer
un parto cada tres o cinco meses.

Que el brote revolucionario del año pasado abortara no cambia el fondo de las cosas. El proletariado
alemán tiene que pasar por una fase de recuperación y reagrupamiento de sus fuerzas para un nuevo
envite revolucionario antes de que el Partido Comunista, evaluando la situación, pueda llamar a un
nuevo asalto. Sabemos además que corre el peligro de no reconocer una nueva situación revolucionaria
y mostrase así incapaz de utilizarla para sus fines.

Marzo de 1921 y noviembre de 1923 han constituido dos de las mayores lecciones que ha recibido el
Partido Comunista Alemán. En el primer caso, el partido pagó su impaciencia revolucionaria; en el
segundo, fue incapaz de identificar una situación revolucionaria y la dejó escapar.

A "derecha" e "izquierda" hay grandes peligros que constituyen los límites de la política del partido
proletario en nuestra época. Seguimos esperando que en un futuro no lejano, enriquecido por las luchas,
las derrotas y la experiencia, el Partido Comunista Alemán consiga gobernar su nave entre la Escila de
"marzo" y la Caribdis de "noviembre" para proporcionar al proletariado alemán lo que tan arduamente se
ha merecido: ¡la victoria!

Mientras que en Alemania las últimas elecciones parlamentarias, celebradas cuando aún estaba reciente
el impacto de los acontecimientos del año pasado, han dado un impulso hacia la derecha al campo
burgués, en el resto de Europa y en América la tendencia de las distintas coaliciones burguesas se
orienta hacia el "conciliacionismo". En Inglaterra y Dinamarca la burguesía gobierna por medio de los
partidos de la segunda internacional. La victoria del Bloque de Izquierdas en Francia significa una
participación más o menos encubierta (probablemente abierta) de los socialistas en el gobierno. El
fascismo italiano ha tomado el camino de la "regulación" parlamentaria de su política. En los Estados
Unidos, las ilusiones conciliacionistas se han movilizado bajo la bandera del "Tercer Partido". En el
Japón, la oposición ha ganado las elecciones.

Cuando un barco pierde su timón, a veces es preciso hacer funcionar alternativamente sus motores
izquierdo y derecho: el barco navega en zigzag y desperdicia mucha energía, pero sigue avanzando.
Hoy en día esta es la forma en que navegan los Estados capitalistas europeos. La burguesía se ve
forzada a alternar métodos fascistas y socialdemócratas. El fascismo es el principal partido en los países
en los que el proletariado ha estado más cerca del poder, pero sin lograr tomarlo o conservarlo: Italia,
Alemania, Hungría, etc. Por el contrario, las tendencias conciliacionistas comienzan a ser
preponderantes allí donde la burguesía siente menos directamente el ascenso proletario, pues si bien se
considera bastante fuerte como para no tener que recurrir a la acción directa de las bandas fascistas, no
se cree tanto como para avanzar sin la cobertura menchevique.

En tiempos del cuarto congreso del Comintern, que se desarrolló enteramente bajo el signo de la
ofensiva capitalista y la reacción fascista, escribíamos que si la revolución alemana no encontraba una
salida a la situación existente en ese momento y daba una nueva dirección a todo el proceso político
europeo, podíamos tener la seguridad de que un periodo conciliacionista sucedería al periodo fascista,
especialmente de la llegada al poder del Labour Party en Inglaterra y del Bloque de Izquierdas en
Francia. En ese momento, esa previsión aparecía como la semilla de... ilusiones conciliacionistas.
Algunos lograban continuar siendo revolucionarios cerrando los ojos.

Utilicemos, sin embargo, las citas. En el artículo Perspectivas políticas, publicado en el Izvestia del 30 de
noviembre, polemizaba contra las opiniones simplistas, no marxistas, mecanicistas, para las que
pretendidamente el proceso político conduce del reforzamiento automático del fascismo y del
comunismo a la victoria del proletariado. En dicho artículo se puede leer:

"Desde el 16 de junio [de 1921], mi discurso al Ejecutivo de la IC desarrollaba la idea de que si un


ascenso revolucionario no tenía lugar pronto en Europa y Francia, entonces toda la vida parlamentaria y
política de Francia cristalizaría inevitablemente sobre el Bloque de Izquierdas, contrapuesto al Bloque
"Nacional" que dominaba en ese momento. Pasó año y medio y la revolución no llegó. Cualquiera, pues,
que haya seguido la vida política francesa no podrá negar que —con la excepción de los comunistas y
los sindicalistas revolucionarios— todo el mundo se prepara actualmente para el reemplazo del Bloque
Nacional por el Bloque de Izquierdas. Ciertamente, la situación en Francia continúa marcada por la
ofensiva capitalista, interminables amenazas contra Alemania, etc. Pero paralelamente aumenta la
confusión entre la burguesía, especialmente en sus capas intermedias, que viven con miedo al mañana,
están desencantadas por la política de "reparaciones", se aprietan el cinturón para yugular la crisis
financiera que reduce los gastos en beneficio del imperialismo, albergan la esperanza del
restablecimiento de relaciones con Rusia, etc.

"Esta atmósfera impregna también a una fracción de la clase obrera por medio de los socialistas y
sindicalistas reformistas. De esto se deduce que la continuidad de la ofensiva del capitalismo y la
reacción francesa no está en contradicción con el hecho de que la burguesía francesa se prepara
claramente para una nueva orientación".

Y un poco más adelante en el mismo artículo, escribíamos:

"La situación en Inglaterra no es menos instructiva. Como consecuencia de las recientes elecciones, el
predominio de la coalición liberal-conservadora ha sido reemplazado por un gabinete puramente
conservador. ¡Un evidente desplazamiento hacia la ‘derecha’! Pero, por otra parte, precisamente los
resultados de estas pasadas elecciones prueban que la Inglaterra burgués-conciliacionista ya se ha
preparado para una nueva situación, para el caso de un agravamiento de las contradicciones y de las
dificultades (y estos dos aspectos son inevitables)... ¿Son éstas bases serias para pensar que el actual
régimen conservador conducirá inevitablemente a la dictadura del proletariado en Inglaterra? No vemos
que existan tales fundamentos. Al contrario, consideramos que las actuales contradicciones insolubles
—económicas, coloniales e internacionales— del Imperio británico ofrecerán un importante fermento
para la oposición medio-plebeya que conforma el autodenominado Labour Party. Según todos los
indicativos, en Inglaterra, más que en ningún otro país del globo, antes de llegar a la dictadura del
proletariado, la clase obrera tendrá que pasar por la etapa de un gobierno ‘laborista’ vertebrado por un
Labour Party reformista-pacifista que ya ha recibido unos cuatro millones de votos en las últimas
elecciones".

"¿Pero acaso no implica esto que en su opinión se ha producido una atenuación de las contradicciones
políticas? ¡Después de todo esto es un cierto oportunismo de derecha!". Así han objetado los camaradas
que no pueden protegerse de las tendencias oportunistas más que ignorándolas. ¡Como si prever un
incremento temporal de las ilusiones conciacionistas significara compartirlas de algún modo! Claro que
es mucho más simple no prever nada, limitarse a repetir fórmulas sagradas. Pero ya no hay necesidad
de seguir con la polémica. Los acontecimientos han verificado estos propósitos: el gobierno de Mac
Donald en Inglaterra, el ministerio Staunig en Dinamarca, la victoria del Bloque de Izquierdas en Francia
y de los partidos de oposición en el Japón, y la figura de LaFolette se dibuja en el horizonte político de
los Estados Unidos, una figura sin futuro, podemos estar seguros de ello.

Las elecciones en Francia proporcionan la verificación final de otra polémica: la que gira en torno a la
influencia del Partido Socialista Francés(2). Como todos sabemos, este "partido" no tiene apenas
organización. Su prensa oficial es muy limitada y apenas cuenta con lectores. Partiendo de estos hechos
incuestionables algunos camaradas han concluido que el Partido Socialista es insignificante. Este punto
de vista, confortable pero falso, ha encontrado expresión ocasional hasta en algunos documentos
oficiales del Comintern. En realidad es radicalmente falso evaluar la influencia de los socialistas
franceses basándose en su organización o la circulación de su prensa. El Partido Socialista es un
aparato cuyo objetivo es atraer a los trabajadores hacia el terreno de la burguesía "radical". Los
elementos más atrasados de la clase obrera, al igual que los más privilegiados, no necesitan
organización, ni prensa de partido. No se afilian ni al partido ni a los sindicatos, votan por los socialistas
y leen la prensa amarilla. La relación entre militantes, abonados a la prensa del partido y electores no es
la misma para socialistas y comunistas. Ya hemos tenido ocasión de hablar más de una vez sobre esto.
Acudamos de nuevo a las citas. El 2 de marzo de 1922 escribíamos en Pravda:

"Si tenemos en cuenta el hecho de que el Partido Comunista tiene 130.000 miembros mientras que los
socialistas son 30.000, entonces es evidente el enorme éxito del comunismo en Francia. Pero si
ponemos en relación estas cifras con la fuerza numérica de la clase obrera en sí, la existencia de
sindicatos reformistas y de tendencias anticomunistas en los sindicatos revolucionarios, entonces la
cuestión de la hegemonía del Partido Comunista en el movimiento obrero se nos representa como una
cuestión compleja que está lejos de ser resuelta por nuestra preponderancia numérica sobre los
disidentes (socialistas). En ciertas condiciones estos últimos pueden manifestarse como un factor
contrarrevolucionario en el seno de la clase obrera mucho más significativo de lo que parecería si se
evaluaran las cosas sólo sobre la base de la debilidad de su organización, la insignificante circulación y
el contenido ideológico de su órgano de prensa, Le Populaire".

Recientemente hemos tenido ocasión de volver a tratar el problema. A principios de este año, un
documento describía al Partido Socialista como "moribundo" e indicaba que sólo "algunos trabajadores"
votarían por él, etc., etc. El 7 de enero de este año yo escribía a este respecto lo siguiente:

"Es muy fácil decir que el Partido Socialista Francés está en las últimas y que sólo ‘algunos’ trabajadores
votarán por él. Esto es una ilusión. El Partido Socialista Francés es la organización electoral de una
importante fracción de las masas obreras pasivas y semi-pasivas. Si entre los comunistas la proporción
ente los que están organizados y los que votan es, pongamos, de 1 por cada 10 o 20, entre los
socialistas esta proporción puede estar alrededor de 1 por cada 50 o 100. Durante las campañas
electorales nuestra tarea consiste, en gran medida, en captar un sector considerable de esta masa de
trabajadores pasivos que se animan en las elecciones".

Las recientes elecciones han confirmado plena y definitivamente este punto de vista. Los comunistas,
que cuentan con una organización y una prensa mucho más fuertes, han obtenido muchos menos votos
que los socialistas. Incluso las proporciones aritméticas se han aproximado mucho a las que se habían
previsto... Sin embargo, el hecho de que nuestro partido haya recogido aproximadamente 900.000 votos
representa un importante éxito. ¡especialmente si tenemos en cuenta el crecimiento real de nuestra
influencia en el cinturón parisino!

Podemos estar seguros de que la entrada de los socialistas en el Bloque de Izquierdas y su participación
en el gobierno crearán unas condiciones favorables para el aumento de la influencia política de los
comunistas, ya que constituyen el único partido libre de todo lazo con el régimen burgués.

En América, las ilusiones conciliacionistas de la pequeña burguesía, principalmente de los campesinos,


y las ilusiones pequeño-burguesas del proletariado, se orientan hacia la formación de Tercer Partido. Por
ahora se movilizan alrededor del senador LaFolette o, más precisamente, alrededor de su nombre, pues
el senador, de casi 70 años, nunca encontró el momento de abandonar el Partido Republicano. Todo
esto entra dentro del orden normal de las cosas. Pero la posición de algunos dirigentes del Partido
Comunista Americano exigiendo al partido que pida el voto para LaFolette con el fin de incrementar la
influencia comunista entre los campesinos, es cuanto menos sorprendente(3). Además, se cita como
ejemplo al bolchevismo ruso, que pretendidamente se habría ganado a los campesinos con este tipo de
política(4). En fin, que no se nos ahorran variaciones sobre un tema que ya ha perdido el menor atisbo
de sentido, a saber, que la "subestimación" del campesinado sería uno de los rasgos fundamentales del
menchevismo. La historia del marxismo y del bolchevismo en Rusia es ante todo la lucha contra los
narodniki (populistas). Esta lucha anunciaba ya las primicias del combate contra el menchevismo y su
objetivo fundamental era asegurar el carácter proletario del partido. Décadas de lucha contra los
narodniki pequeño-burgueses permitieron al bolchevismo, en el momento decisivo, es decir cuando se
libró la lucha abierta por el poder, destruir a los SR [social-revolucionarios] de un solo golpe,
arrebatándoles su programa agrario y consiguiendo que las masas campesinas se alinearan tras el
partido. La expropiación política de los SR era la condición previa para la expropiación económica de la
nobleza y de la burguesía. Es evidente que el camino que están dispuestos a seguir algunos camaradas
americanos no tiene nada que ver con el bolchevismo. Para un Partido Comunista joven y débil, falto de
temple revolucionario, jugar el papel de gancho electoral y concentrador de los "electores progresistas"
para el senador republicano LaFolette significa avanzar hacia la disolución del partido en la pequeña
burguesía. Después de todo, el oportunismo no se expresa sólo por el etapismo, sino también por la
impaciencia política: a menudo intenta cosechar antes de haber sembrado, obtener éxitos que no
guardan relación con su influencia. ¡La subestimación del trabajo fundamental —el desarrollo del
carácter proletario del partido— es el rasgo característico del oportunismo! La insuficiente confianza en
las potencialidades del proletariado es la fuente de las piruetas que se hace para ganar la confianza del
campesinado, unas acrobacias que pueden costarle la existencia al Partido Comunista. Por supuesto, el
Partido Comunista debe estar atento a las necesidades y el estado de ánimo del campesinado y utilizar
la crisis política actual para extender su influencia en el campo. Pero lo que no puede hacer es
acompañar a los campesinos, y a la pequeña burguesía en general, a través de todas sus etapas y
zigzags. No puede secundar voluntariamente sus ilusiones y desilusiones, corriendo tras LaFolette para
dejarlo después al descubierto. En última instancia, las masas campesinas seguirán al Partido
Comunista en la batalla contra la burguesía sólo cuando estén convencidas de que este partido
represente una fuerza capaz de arrebatarle el poder a la burguesía. Y el Partido Comunista no puede
convertirse en tal fuerza —incluso para los campesinos— más que actuando como vanguardia del
proletariado, no como retaguardia de un tercer partido.

La rapidez con la que un punto de partida erróneo desemboca en los peores errores políticos la
demuestra un documento elaborado por el autodenominado Comité de Organización, constituido para
proyectar el congreso del Tercer Partido en junio y designar a LaFolette como candidato a las
presidenciales. El presidente de dicho comité es uno de los dirigentes del partido obrero-campesino de
Minessota. Su secretario es un comunista, designado para este cargo por el Partido Comunista. Y ahora,
este comunista ha puesto su firma en un manifiesto dirigido a los "electores progresistas", declara que el
objetivo del movimiento es lograr "la unidad política nacional" y, refutando la acusación de que la
campaña está controlada por los comunistas, declara que estos no son más que una minoría
insignificante y que incluso si intentaran apoderarse de la dirección no podrían lograrlo, pues el "partido"
[obrero-campesino] tiene como objetivo lograr una legislación constructiva y no utopías. ¡Y el Partido
Comunista asume la responsabilidad de estas abominaciones ante los ojos de la clase obrera! ¿Por
qué? Porque los inspiradores de ese monstruoso oportunismo, imbuidos de escepticismo en cuanto al
proletariado americano, están impacientes por transferir el centro de gravedad del partido hacia el
campesinado —un entorno sacudido por la crisis agraria—. Volviendo a asumir, incluso con reservas, las
peores ilusiones de la pequeña burguesía, no es difícil autoconvencerse de que se dirige a la pequeña
burguesía. Considerar que el bolchevismo consiste en eso es no comprender nada del bolchevismo.

Es difícil prever cuanto durará la actual fase de conciliacionismo. En todo caso la Europa burguesa no
podrá restablecer su equilibrio económico interior, y tampoco su equilibrio económico con América. En lo
concerniente a las reparaciones está habiendo, es verdad, una tentativa real para resolverlo
amigablemente. El acceso al poder del Bloque de Izquierdas en Francia reforzará esta política. Pero la
contradicción fundamental subsiste íntegramente: para pagar, Alemania debe exportar, para pagar
mucho debe exportar mucho. Ahora bien, las exportaciones alemanas son una amenaza para las
exportaciones inglesas y francesas. Para tener de nuevo la posibilidad de competir victoriosamente en el
mercado europeo, extremadamente reducido, la burguesía alemana tendrá que superar grandes
dificultades interiores, lo que provocará, ineluctablemente, una exacerbación de la lucha de clases. Por
otro lado, la misma Francia soporta enormes deudas cuyo pago aún no ha comenzado a satisfacer. Para
empezar a hacerlo le es preciso ampliar sus exportaciones, es decir, acrecentar, en materia de comercio
exterior, los obstáculos de Inglaterra, cuyas exportaciones están al 75% de su nivel anterior a la guerra.
Ante los problemas económicos, políticos y militares esenciales, el gobierno conciliador de Mac Donald
manifiesta una incapacidad mayor de la que se podía esperar. No es preciso decir que las cosas no irán
mejor en Francia con el Bloque de Izquierdas. La situación desesperada de Europa, disimulada
actualmente mediante tratados internacionales e interiores se manifestará de nuevo en su esencia
revolucionaria. Sin duda alguna, los partidos comunistas se mostrarán entonces más aguerridos. Las
recientes elecciones parlamentarias en muchos países demuestran ya que el comunismo representa una
poderosa fuerza y que esta fuerza sigue en aumento.

NOTAS

1. En mayo de 1924, el congreso del KPD procedió a la renovación de sus órganos dirigentes tras el fracaso del "octubre alemán". La
izquierda, ligada a Zinoviev y dirigida por R. Fisher, reemplazó al grupo dirigido por H. Brandler. La nueva dirección adoptó un rumbo ultra-
izquierdista. Así, nada más llegar al Parlamento, R. Fischer comienza declarando: "nosotros, comunistas, estamos dispuestos a cometer
actos de alta traición". Por ello en este texto hay varios pasajes relativos a la necesidad de no intentar saltarse las etapas.

2. Este problema había sido ampliamente discutido en las sesiones celebradas por la comisión francesa de la IC (1922). La dirección de
entonces del PCF consideraba, en efecto, despreciable la influencia de los disidentes de la SFIO. Esta dirección abandonó después el PCF.
Cf., sobre todo, las intervenciones de Trotsky al respecto (mayo-junio de 1922).

3. El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista rechazó, por supuesto, una política tan falsa y peligrosa. La dirección del CEIC estuvo
plenamente acertada. Unos días después, el senador LaFolette lanzó un ataque en toda regla contra los comunistas y declaró
piadosamente que él no tenía nada que ver con esa gentuza, fruto rojo de Belcebú y de Moscú. Esperemos que esta lección les sea
provechosa a los super-estragegas aludidos. [Notas de Trotsky].

4. El representante de la IC en los Estados Unidos, Pepper, está en el punto de mira. En agosto de 1923 había escrito: "América se dirige
hacia su tercera revolución. (...) la revolución LaFolette. Esta revolución incluirá elementos de la gran revolución francesa y de la revolución
rusa de Kerensky. En su ideología habrán elementos de jeffersonismo, de las cooperativas danesas, del Ku-Klux-Klan y del bolchevismo.
Sólo después de la revolución de LaFolette comenzarán a jugar un papel independiente los obreros y los granjeros explotados.

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