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Robert Perry y Allen Watson

Traducido por: Juncal Yániz Alecha

Con la autorización de: Circle Of Atonement

INTRODUCCIÓN AL LIBRO DE EJERCICIOS


Allen Watson

La Introducción al Libro de Ejercicios es algo que todo el que hace las lecciones debería leer
atentamente. En mi opinión, podemos beneficiarnos de leer la Introducción una vez al mes,
mientras practicamos las lecciones, para recordar sus instrucciones básicas.

El primer párrafo explica la estrecha relación entre el Texto y el Libro de Ejercicios. Los dos
son muy importantes para cualquiera que esté haciendo el Curso. Sin “la base teórica” del
Texto, las lecciones del Libro de Ejercicios “no significan nada” Todos deberíamos prestar
mucha atención al Texto, es “necesario” hacerlo si queremos los beneficios del Libro de
Ejercicios. ¿Significa eso que deberíamos estudiar el Texto antes de hacer las lecciones del
Libro de Ejercicios? No necesariamente. El Manual para el Maestro trata sobre el orden en el
que utilizar los libros, y dice que varía de persona a persona. Dice que a algunos “les puede
resultar mejor empezar con el Libro de Ejercicios” (M.29.1:6) Sin embargo, de esta
Introducción resulta evidente que si uno empieza con el Libro de Ejercicios, debería seguirle el
Texto, o quizás leerlo junto con el Libro de Ejercicios.

Por otra parte, estudiar el Texto sin hacer el Libro de Ejercicios no sirve para nada porque es la
práctica de los ejercicios lo que hace que la meta del Curso sea posible (1:2; todas las
referencias sobre este debate serán de la Introducción al Libro de Ejercicios, a menos que se
indique otra cosa). Estudiar la base teórica sin la aplicación práctica es puro conocimiento de
cabeza vacía. Puedes entender a nivel intelectual cuál es la meta, pero no podrás alcanzar esa
meta sin los ejercicios. En el capítulo 30 del Texto, el Curso expone esta misma idea, dice:

La meta es clara, pero ahora se necesitan métodos específicos para alcanzarla. La rapidez con
la que puedes alcanzarla depende únicamente de esto: que estés dispuesto a poner en práctica
cada paso. Cada uno de ellos te ayudará un poco más cada vez que lo practiques. Y todos ellos
te conducirán más allá de los sueños de juicios a los de perdón, liberándote así del dolor y del
miedo. (T.30.In.1:2-5)

La “única cosa” que determina lo rápido en alcanzar la meta es “nuestra disposición a practicar
cada paso”. En lo que se refiere a hacer el Libro de Ejercicios, nuestra buena disposición se
refiere a lo dispuestos que estamos a practicar las lecciones diariamente como se nos indica. Si
la lección nos pide 4 o 5 repeticiones durante el día, ¿estamos realmente dispuestos a hacerlo
así? Cada vez que la recordamos y la hacemos, puede parecer que no está sucediendo nada, pero
cada vez ayuda un poco más. Son todas esas pequeñas y repetidas prácticas que, cuando se
suman, nos sacarán del sueño de juicios. (T.30. In.1:4-5). El Libro de Ejercicios no promete
cambiarnos de la noche a la mañana, sino que dice que si nos esforzamos en hacer las sencillas
prácticas que nos pide la lección, poco a poco cada uno de esos intentos purificará nuestra
mente de la obscuridad del ego.

El propósito del Libro de Ejercicios es “entrenar a tu mente a pensar según las líneas expuestas
en el Texto” (1:4). La palabra “entrenar” trae a la mente cosas tales como la práctica del piano,
ejercicios y entrenamiento en deportes, e incluso entrenamiento militar. Lleva consigo la idea
de muchas repeticiones, de esfuerzo disciplinado, de ir más allá del contenido de nuestras
habilidades en este momento… Cuando te entrenas en un gimnasio, ello supone ir más allá de
los límites que ahora tienes y aprender a hacer cosas que ahora no puedes. Al mismo tiempo
supone que lo que se está desarrollando es algo latente, sacar el potencial no desarrollado, no se
trata de añadir algo de lo que se carecía hasta ahora.

Lo que se está entrenando es nuestra mente. La separación no es más que una tendencia
equivocada de la mente; y
… todos los errores tienen que corregirse en el mismo nivel en que se originaron. Sólo la mente
puede errar. (T.2.IV.2:3-4)

… la corrección sólo puede tener lugar en el nivel del pensamiento. (T.2.V.1:7)

El propósito del Libro de Ejercicios es entrenar a tu mente de forma sistemática a tener una
percepción diferente de todas las cosas y de todo el mundo. (L.In.4:1)

Así pues, éste es un entrenamiento completo de la mente, que se propone cambiar el modo en
que ves todas las cosas. Aprender una forma de ver diferente supone que nuestra actual forma de
ver está equivocada.

Fíjate en estas sencillas normas para hacer el Libro de Ejercicios:

1.- No intentes hacer más de una lección por día. (2:6).


2.- Practica con “la mayor exactitud” (6:1). Esto significa que tenemos que poner mucha
atención en los detalles, y aplicar las ideas generales de las lecciones a muchas cosas y
situaciones diferentes de nuestras vidas. El propósito es ayudarnos a generalizar las ideas y ver
que se aplican a “todas las cosas y a todo el mundo” (4:1)
3.- No evites aplicar las ideas a nada (6:3). Todo es apropiado, no excluyas nada.

El que haya 365 lecciones, una para cada día del año, supone que deberíamos hacer las
lecciones en el orden correspondiente. (No hay nada malo en hacer algunas al azar a veces; pero
al seguir el programa de entrenamiento, deberían hacerse en orden). Según avanzas en las
lecciones, está muy claro que las últimas lecciones se asientan sobre las primeras; por lo tanto,
hacerlas en orden es el modo más eficaz.

Algunas personas se preguntan sobre lo de hacer una lección por día: ¿deberían repetir una
lección si sienten que no la han aprendido o no han hecho la práctica de la manera que se
indica? La sabiduría de muchos estudiantes que han trabajado con el libro podría resumirse así:
No te “culpes” por las lecciones. En general, no hay necesidad de repetirlas. Posteriores
lecciones repetirán las mismas ideas en muchos casos. Si quieres repetir una lección porque te
ha resultado beneficiosa, hazlo. Si la repites porque estás intentando hacerla perfectamente,
inconscientemente puedes estar resistiéndote a avanzar a la siguiente lección, que puede ser la
que te libere. Generalmente es mucho mejor perdonarte a ti mismo y continuar adelante.

Se nos pide recordar que “el objetivo general de los ejercicios es incrementar tu capacidad de
ampliar las ideas que estarás practicando de modo que lo incluyan todo (7:1). Me gustaría
detenerme un poco en las palabras “ejercicios” y “practicando” de la frase 7:1. No se trata de
leer simplemente las ideas. “Hacer el Libro de Ejercicios” no es una simple lectura de las
lecciones. Es practicar las lecciones. Cada lección proporciona “procedimientos concretos para
aplicar la idea del día” (L.In.3:3). Practicar significa que sigas esos procedimientos, practicar es
“hacer el Libro de Ejercicios”. ¿Cuánta Química aprenderías si todo lo que haces es leer el
manual del laboratorio pero nunca realizas los experimentos?

Si hacemos los ejercicios, los resultados están garantizados:

Esto (la extensión de las ideas) no requiere esfuerzo alguno de tu parte. Los ejercicios mismos
reúnen en sí las condiciones necesarias para ese tipo de transferencia. (7:2-3)

Nuestra parte es hacer los ejercicios; la extensión de los beneficios procedentes de ello ocurrirá
automáticamente, sin esfuerzo añadido por nuestra parte. Puedes practicar con ciertas cosas
concretas o con personas o con pensamientos; los beneficios de esa práctica se extenderán sin
ningún esfuerzo por tu parte a cualquier persona, situación o cosa de tu mundo.
Al igual que cuando trabajas en un gimnasio, ni siquiera tiene que gustarte el programa. Si lo
realizas, tu cuerpo se beneficiará, tanto si te gusta como si no. Aquí sucede lo mismo, al hacer
estos ejercicios mentales, no es necesario que al principio creas en las ideas, ni que te gusten, ni
que las aceptes o recibas con agrado. Puede que incluso te resistas fuertemente a algunas de
ellas. No importa lo que pienses de ellas. “Se te pide únicamente que las uses (8:5). “No se
requiere nada más” (9:5). Es decir, aplícalas en tu vida tal como se te indica. Date cuenta de que
es necesario aplicar las ideas para que el programa funcione. Si las aplicamos, transformarán
nuestras mentes; si no las aplicamos, nuestras mentes las arrojarán tal como el teflón expulsa el
agua. Únicamente si usamos las ideas, nos convenceremos completamente de su verdad (8:6).

Nadie puede leer esto y no darse cuenta de lo que se nos pide. Leer el Texto no es suficiente
para alcanzar la meta del Curso. Leer únicamente las lecciones tampoco es suficiente. Tenemos
que llevar a cabo las instrucciones de cada lección, los procedimientos concretos para aplicar la
idea durante el día. Es nuestra buena disposición para practicar cada paso y hacer los ejercicios,
lo que determinará la rapidez con la que alcancemos la meta.

LECCIÓN 1 – 1 ENERO

“Nada de lo que veo en esta habitación (en esta calle, desde esta ventana, en este lugar)
significa nada”.

Instrucciones para la práctica

Propósito: Enseñar que todo lo que ves es igualmente carente de significado, que no existen
diferencias reales entre ninguna de las cosas que ves.

Ejercicio: Dos veces, mañana y noche preferentemente, durante un minuto (pero sin prisa).
Mira lentamente a tu alrededor concretamente y sin hacer distinciones a cualquier cosa que
veas, primero en tu entorno más cercano y luego más lejos. Di, por ejemplo,: “Esta mesa no
significa nada

Observaciones: Es muy importante no excluir nada en particular, intenta incluir todo: No


tengas prisa, la calma es fundamental.

Comentario

Las primeras lecciones no les parecen muy inspiradoras a la mayoría de las personas, pero están
cuidadosamente planeadas para comenzar a deshacer el sistema de pensamiento del ego. “Nada
de lo que veo… significa nada”. Estamos seguros, desde la arrogancia de nuestro ego, de que
realmente entendemos muchas cosas. Esta lección está intentando sembrar la idea de que
realmente no entendemos nada de lo que vemos, de que nuestra cacareada comprensión es una
ilusión. Mientras creamos que entendemos lo que algo es o significa, no empezaremos a
preguntar al Espíritu Santo cuál es su significado. Nuestra creencia de que entendemos nos
cierra la mente a una comprensión más elevada. Necesitamos volvernos como niños pequeños,
que se dan cuenta de que no saben, y le preguntan a alguien que sabe.

La Mente Zen, la Mente del Principiante es el título de un maravilloso librito que introduce el
pensamiento Zen. La idea que presenta es que progresamos más rápidamente y de manera más
segura cuando aceptamos que somos principiantes que no saben y necesitan enseñanza en todo.
“La mente del principiante” es una mente abierta, dispuesta a encontrar un nuevo significado en
todo.

LECCIÓN 2 – 2 ENERO
“Le he dado a todo lo que veo en esta habitación (en esta calle, desde esta ventana,
en este lugar) todo el significado que tiene para mí”

Instrucciones para la práctica

Ejercicio: Dos veces, preferentemente por la mañana y por la noche, de un minuto de duración.
Las mismas instrucciones básicas de ayer, sólo que usando una nueva idea. Al seleccionar
objetos para hoy, mira a un lado y al otro y detrás de ti.

Observaciones: Como en la lección anterior, ésta se centra en no hacer ninguna distinción en la


selección de objetos. Los comentarios en el párrafo 2 sobre “evitar la selección de objetos en
función de su tamaño, brillo, color, material o la importancia que tienen para ti” (2:1) son una
breve referencia a la teoría del Curso de la atención selectiva. Según el Curso, somos muy
selectivos en aquello a lo que atendemos. Prestamos atención a cosas que visualmente destacan
y, por lo tanto, nos llaman la atención (M.8.1) y prestamos atención a cosas que valoramos (ver
M.8.3:7). Fíjate en que estos dos factores –cosas que destacan a la vista y cosas que valoramos)
están incluidas en la frase que acabo de citar. Esto conlleva que se nos pide que practiquemos la
lección sin nuestra costumbre de atención selectiva, porque esa costumbre da por sentado que
las diferentes cosas en nuestro campo visual son verdaderamente diferentes, y esta lección trata
de enseñarnos que no lo son.

Comentario

El significado de la lección de ayer está ahora un poco más claro: “Nada de lo que veo…
significa nada” puede entenderse que dice: “Le he dado a todo lo que veo… todo el significado
que tiene para míÍ” o lo que es lo mismo: no hay significado de por sí en nada de lo que veo.

La primera vez que practiqué la Lección 1, recuerdo que el primer objeto sobre el que se
posaron mis ojos fue una excelente fotografía reciente de mis dos hijos. Al principio mi mente
protestó al decir: “Esa fotografía no significa nada”, porque ciertamente significaba algo para
mí. Pero a la mañana siguiente, con la Lección 2, empecé a entender lo que la lección intentaba
enseñar. La foto, por sí misma, no tiene ningún significado en absoluto. Para la mayoría de las
personas del mundo no significaría nada, pero para mí significaba algo porque yo le había dado
el significado que tenía para mí.

Cuando empezamos a darnos cuenta de que nuestra percepción está formada por nuestras
mentes, y no al contrario, puede ser una revelación sorprendente. Si esta lección te parece sin
importancia o si te parece muy clara, la próxima vez intenta al aplicarla incluir en “todo lo que
veo” a alguien que en tu percepción te está traicionando o mintiendo o abandonándote, intenta
decirte a ti mismo que tú le has dado a la situación todo su significado. ¡No es tan poca cosa!

LECCIÓN 3 – 3 ENERO

“No entiendo nada de lo que veo en esta habitación (en esta calle, desde esta ventana, en
este lugar”.

Instrucciones para la práctica

Propósito: Retirar la espesa película de asociaciones pasadas que has proyectado sobre todo,
para que puedas volver a ver las cosas limpias y darte cuenta de que verdaderamente no las
entiendes en absoluto.
Ejercicio: Dos veces, lo ideal sería por la mañana y por la noche, de un minuto de duración.
Las mismas instrucciones básicas que en los dos días anteriores, pero la idea es diferente.

Observaciones: No hacer ninguna diferencia al seleccionar objetos es un reflejo directo del


propósito de la lección, que es retirar de tu mente la película de interpretaciones que pones sobre
todas las cosas y que pretende decirte lo que esas cosa son. Es esa misma película que pretende
decirte que hay algunas cosas a las que no se aplica la lección. Por lo tanto, el acto mismo de
aplicar la lección a cualquier cosa es también un acto de dejar a un lado esa película
interpretativa.

Comentario

Si nada de lo que veo significa nada, y le he dado a todo lo que veo todo el significado que tiene
para mí, entonces está claro que no entiendo nada de lo que veo. El Libro de Ejercicios está
sentando las bases de nuestro aprendizaje. Para aprender una nueva comprensión de todo,
tenemos que abandonar nuestra creencia de que ya entendemos.

Encuentro esta lección muy útil en muchas situaciones. Cuando sucede algo que yo interpreto
como desagradable o molesto, puedo darme cuenta de que mi juicio de “desagradable” o mi
molestia procede, no de la cosa o persona o situación, sino de mi imaginada comprensión de
ella. Al repetir: “No entiendo nada de lo que veo…”, abro mi mente a una nueva comprensión,
la del Espíritu Santo. A veces utilizo variaciones de esta idea, tales como: “No sé lo que esto
significa” o “No sé de qué va todo esto”.

En el Curso, el comienzo de la comprensión es darse cuenta de que no entiendo nada.

Recuerda que éste es un ejercicio. ¡No intentes hacerlo a la perfección a la primera! Estás
practicando darte cuenta de que no entiendes, lo que significa que estás en un estado mental
que cree que entiende. Y eso es normal, está bien.

LECCIÓN 4 – 4 ENERO

“Estos pensamientos no significan nada. Son como las cosas que veo en esta
habitación (en esta calle, desde esta ventana, en este lugar)”.

Instrucciones para la práctica

Propósito: Entrenarte a agrupar a todos tus pensamientos habituales, tanto “buenos” como
“malos”, junto con todas las cosas que ves fuera de ti, en una sola categoría: no significan nada,
y están fuera de ti (fuera de tu verdadera naturaleza). Esto abrirá tu mente al hecho de que hay
otro reino diferente a aquel del que eres consciente, y que es completamente diferente,
totalmente lleno de significado, y que se encuentra muy dentro de ti.

Ejercicio: Tres o cuatro veces (no más), de un minuto aproximadamente.


• Durante aproximadamente un minuto, observa tus pensamientos. Incluye tanto los
“buenos” como los “malos”.
• Luego aplica la idea concretamente a cada pensamiento del que te hayas hecho
consciente, diciendo: “Este pensamiento acerca de (nombre del personaje o
acontecimiento) no significa nada. Es como las cosas que veo en esta habitación (en
esta calle, etc.)”. Puedes también incluir pensamientos infelices de los que eras
consciente antes del periodo de práctica.

Respuesta a la tentación: Voluntaria.


Además de (no en lugar de) los ejercicios formales, durante el día utiliza libremente la idea
como un modo de liberarte de pensamientos infelices concretos. Éste es el primer ejemplo de
una práctica que se convertirá en un centro de atención del Libro de Ejercicios.

Comentario

La introducción al Libro de Ejercicios afirma: “El propósito del Libro de Ejercicios es entrenar
a tu mente de forma sistemática a tener una percepción diferente de todas las cosas y de todo el
mundo” (L. In.4:1). Esta lección empieza a enseñarnos a trabajar directamente con nuestros
pensamientos, y lo primero que nos enseña es que no significan nada.

En esta lección se parte de la base de que somos muy inexpertos (5:4) y por lo tanto estamos
completamente o casi completamente sin contacto con lo que la lección llama nuestros
pensamientos reales (2:3). Los pensamientos a los que se refiere como sin significado son los
pensamientos del ego. El Curso afirma que nuestras mentes están casi completamente “dirigidas
por el ego” (T.4.VI.1:4). El tono de esta lección parte de esa base, por lo tanto, cualquier
pensamiento en el que pienses puedes considerarlo como “sin significado”.

Nuestros pensamientos reales son los pensamientos del Cristo dentro de nosotros, y ésos sí que
tienen significado (T.4.VI.1:7). Sin embargo, lo que nosotros llamamos “pensar” no es pensar
(esto se aclara en la Lección 8). Nos hemos identificado con el ego. El ego es como un pequeño
rincón de nuestra mente que hemos acordonado y separado del resto (T.4.VI.1:6), y nos hemos
convencido a nosotros mismos de que es el todo. Los pensamientos que giran en este pequeño
hueco de nuestra mente no representan para nada a nuestro verdadero Ser y, por tanto, ya sean
“buenos” o “malos”, no significan nada. Cuando hayamos aprendido cómo mirar con claridad a
estos supuestos pensamientos, nos daremos cuenta de lo vacíos que son (1:6-7).

Los pensamientos del ego ocultan nuestros pensamientos reales. Los “buenos” son sombras de
los reales en el mejor de los casos, y las sombras hacen difícil que veamos. Los “malos” son
obstáculos totales para la visión. “No te interesan ni unos ni otros” (2:6). Darnos cuenta de que
no queremos los pensamientos “malos” es bastante fácil, darnos cuenta de que no queremos los
“buenos” es mucho más desconcertante y difícil.

La lección se considera a sí misma “un ejercicio importante”, y promete repetir el ejercicio más
adelante. Dice que el ejercicio es fundamental para tres metas de gran alcance y que sirve para
empezar a llevar a cabo esas metas:

• Separar lo que no tiene significado de lo que tiene significado


• Ver lo que no tiene significado como fuera de nosotros, y lo que tiene significado dentro
• Entrenar nuestra mente a reconocer lo que es lo mismo y lo que es diferente

Primero, el ejercicio nos ayuda a aprender a distinguir los pensamientos sin significado de los
pensamientos con significado. Observa que existe un juicio en todo esto, incluso separación,
aunque a estos dos términos normalmente se le da un sentido negativo. Esto de mirar a nuestros
pensamientos es una forma de lo que el Texto llama el “uso acertado del juicio” (T.4.IV.8:6).

Segundo, aprendemos a considerar a los pensamientos sin significado como fuera de nosotros.
Ahora podemos preguntarnos, si son nuestros pensamientos los que no tienen significado,
¿cómo es que los vemos fuera?, ¿no están los pensamientos dentro de nosotros? Aquí, yo creo,
el Libro de Ejercicios quiere decir nuestro verdadero Ser cuando habla de “ti”. Nuestros
pensamientos sin significado del ego no representan a nuestro verdadero Ser; en realidad no son
parte de Él, sino que están fuera de Él.
Tercero, estamos aprendiendo a reconocer lo que es lo mismo y lo que es diferente. Pensamos
que los pensamientos “buenos” son diferentes de los pensamientos “malos”, pero esta lección
nos está entrenando a ver que todos ellos son realmente lo mismo, unos y otros son formas
diferentes de locura.

Al sugerir que podemos usar la idea de hoy para cualquier pensamiento en particular que
reconozcas que es perjudicial (5:1), la lección introduce una nueva forma de practicar, que se
volverá parte de su repertorio habitual. Además de las prácticas regulares de mañana y noche,
podemos usar la idea como respuesta a cualquier tentación disfrazada en forma de
pensamientos que nos causan daño.

Al avanzar, el Libro de Ejercicios te pide con mayor frecuencia que la respuesta a la tentación
se convierta en una práctica habitual. Al pedir que hagamos la lección tres o cuatro veces,
introduce la sesión del mediodía, añadida a las de la mañana y la noche.

LECCIÓN 5 – 5 ENERO

“Nunca estoy disgustado por la razón que creo”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Enseñarte que la causa de tu disgusto no es la situación, la persona o el


acontecimiento externo que tú crees. Enseñarte también que tus emociones negativas no son
diferentes unas de otras.

Ejercicio: Tres o cuatro veces, de un minuto.


• Puedes empezar diciendo: “No hay disgustos pequeños. Todos perturban mi paz mental
por igual”. Esto está planeado para corregir tu tendencia a descartar algunos disgustos
como demasiado insignificantes como para ocuparte de ellos.
• Durante un minuto o así, busca en tu mente cualquier persona, situación o
acontecimiento que te estén afligiendo, por muy ligeramente que sea.
• Luego aplica la idea sin distinciones a cada una de ellas, diciendo: “No estoy
(enfadado, preocupado, deprimido, etc.) por (causa del disgusto) por la razón que
creo”.
• Si quieres quedarte con algunos disgustos porque parecen justificados, di: “No puedo
conservar esta forma de disgusto y al mismo tiempo desprenderme de las demás. Para
los efectos de estos ejercicios, pues, las consideraré a todas como si fuesen iguales”.

Respuesta a la tentación: Voluntaria.


Además de los periodos de práctica formal, durante el día utiliza libremente la idea a cualquier
disgusto que estés experimentando, como un modo de recuperar tu paz mental. Di: “No estoy
(enfadado, preocupado, deprimido, etc.) por (causa del disgusto) por la razón que creo”.

Comentario

Para mí, esta lección es una de las herramientas más útiles para sacudir y liberar mi viejo y
gastado modo habitual de pensar. “Esta lección, al igual que la anterior, puede aplicarse a
cualquier persona, situación o acontecimiento que creas que te está causando dolor” (1:1). Hoy
intenta recordar la idea cuando te disgustes, por la razón que sea: ese conductor lento en la
carretera justo delante de ti, cuando alguien te ensucia el suelo que acabas de fregar o te rompe
tu plato favorito. “Nunca estoy disgustado por la razón que creo”.
Date cuenta de que la lección no identifica cuál es la razón por la que estás disgustado. Eso
viene más adelante. Pues ahora el Curso simplemente está intentando deshacer tu creencia de
que sabes qué es lo que te está disgustando. Date cuenta también de que no te pide que no estés
disgustado. La lección no te pide que estés sin sentimientos negativos como: miedo,
preocupación, depresión, ansiedad, ira, odio, celos… (1:3), simplemente te pide que reconozcas
que esos sentimientos no los estás experimentando por la razón que crees. Sí, por supuesto, la
meta es abandonarlos todos. Pero para hacer eso, tenemos que romper la creencia de que esos
sentimientos son cosas distintas con causas distintas… Todos ellos proceden de la misma causa,
todos ellos son significados que nosotros proyectamos sobre el mundo que vemos.

Estas 5 primeras lecciones han sido duras, si piensas en ellas. La Lección 1 era sobre abandonar
lo que veo. La Lección 2, sobre abandonar mis juicios sobre el significado. La Lección 3, sobre
renunciar a mi comprensión. La Lección 4, sobre abandonar mis pensamientos. Y esta Lección,
la 5, me lleva a abandonar todo mi sistema de pensamiento, la causa de todos mis disgustos.

LECCIÓN 6 – 6 ENERO

“Estoy disgustado porque veo algo que no está ahí”.

Instrucciones para la práctica

Ejercicio: Tres o cuatro veces, de un minuto aproximadamente.


Las mismas instrucciones que ayer, sólo que usando una nueva idea.

Consejo: La lección habla como si deberías buscar en tu mente durante un minuto, y luego
aplicar la lección a cada pensamiento descubierto en tu búsqueda. Sin embargo, puedes tener
dificultad en recordar todas las cosas descubiertas. Si es así, en lugar de practicar en estas dos
fases distintas, puede que quieras hacer la práctica de un modo ligeramente diferente: Busca en
tu mente, encuentra un disgusto, aplícale la idea, luego busca de nuevo otra ofensa, aplícale la
idea, y así sucesivamente.

Respuesta a la tentación: Voluntaria.


La idea puede usarse durante el día para eliminar tus disgustos. Pero esto no es un substituto
de tus periodos de práctica.

Comentario

Esto empieza a explicar por qué estoy disgustado realmente. Nunca estoy disgustado por la
razón que creo, estoy disgustado porque veo algo que no está ahí. (De nuevo el Libro de
Ejercicios construye su caso pieza a pieza, no nos dice simplemente lo que estamos viendo, sólo
que es algo que no está ahí. Si eres curioso échale una mirada rápida a la siguiente lección). No
podemos ni siquiera imaginar cuánto de lo que vemos, cosas que pensamos que son “reales” y
“hechos”, realmente son cosas que no están ahí. El argumento que se está construyendo aquí es
que todo nuestro disgusto procede de cosas que no están ahí. Sólo lo que Dios crea es real, y
nada de lo que Él crea es doloroso, y si estos son hechos, la idea de hoy tiene que ser verdad.
Así que cuando me siento disgustado, puedo decirme a mí mismo: “Estoy disgustado porque
veo algo que no está ahí”.

Se nos pide recordar “las dos instrucciones mencionadas en la lección anterior” la lección
anterior (3:1). Puesto que estas dos instrucciones se repiten de nuevo, está claro que son
importantes, así que pensemos en ellas un poco. La primera de ellas:

No hay disgustos pequeños. Todos perturban mi paz mental por igual.


(3:2-3)

Me doy cuenta de que tengo que recordarme esto a mí mismo un montón de veces. Es tan fácil
pasar por alto lo que a mí me parecen disgustos pequeños, y dejarlos sin solucionar. Una ira
muy violenta contra alguien que me traiciona y me roba el trabajo no es mayor que lo que yo
pienso que es una pequeña molestia por un servicio lento en un restaurante. Ambos tienen el
poder de perturbar mi paz mental. Si mi meta es una mente en paz, tengo que aprender a tratar
con todos mis disgustos como de igual importancia, tengo que aprender a “reconocer lo que es
lo mismo y lo que es diferente” (L.4.3:4).

No puedo conservar esta forma de disgusto y al mismo tiempo


desprenderme de las demás. Para los efectos de estos ejercicios, pues,
las consideraré a todas como si fuesen iguales. (6:3-4)

Al menos durante los períodos de práctica, necesitamos considerar a todos los disgustos como
iguales, y aplicar la lección a todos ellos. Si continúo sin aplicar la lección a los disgustos
“menores” o a un disgusto que me parece justificado, no dejaré que estos disgustos
desaparezcan. Me estaré aferrando al principio detrás de todos ellos. Sería como decir que vas a
perder peso eliminando el azúcar y la grasa de tus comidas pero tomando dos kilos de helado
cada noche. El Curso insiste en que seamos minuciosos y totales en nuestras prácticas.

“Estoy disgustado porque veo algo que no está ahí”.

LECCIÓN 7 – 7 ENERO

“Sólo veo el pasado”.

Instrucciones para la práctica

Propósito: Empezar a cambiar tus ideas sobre el tiempo, que son la base de todo lo que ves y
crees. Tu mente se resistirá a este cambio, para mantener la estabilidad de tu mundo, sin
embargo es ése mundo el que te mantiene aprisionado.

Ejercicio: Tres o cuatro veces, de un minuto aproximadamente.


Mira a tu alrededor y aplica la idea concretamente y sin hacer distinciones a cualquier cosa
que llame tu atención, diciendo: “Sólo veo el pasado en (este zapato, ése cuerpo, etc.)”. “No te
detengas en ninguna cosa en particular, pero recuerda no omitir nada específicamente” (5:1).

Comentario

Como la lección dice, ésta “es la razón fundamental de todas las anteriores” (1:2). “Es la razón
por la que nada de lo que ves significa nada” (1:3), y lo mismo con los seis pensamientos
anteriores. Puesto que sólo vemos el pasado, cada una de esas ideas anteriores es cierta. Hace
que esta lección sea extremadamente importante, lección que tenemos que interiorizar y
plantearnos muy en serio.

Date cuenta de lo rotundo que es el pensamiento de hoy: “Sólo veo el pasado”. Puede que nos
resulte “muy difícil de creer al principio” (1:1). Y esto es quedarse corto. Si encuentras difícil
aceptar el pensamiento de hoy, el Maestro ya conoce de antemano tu dificultad y acepta que la
tienes.
El Curso le da una enorme importancia a esta idea, no sólo aquí, sino también en el Texto. Por
ejemplo, tres secciones del Capítulo 13 desde “La Función del Tiempo” (T.13.IV) a “Cómo
Encontrar el Presente” (T.13.VI), se refieren a lo que pensamos del tiempo y al hecho de que
“Para el ego el pasado es importantísimo y, en última instancia, cree que es el único aspecto del
tiempo que tiene significado” (T.13.IV.4:2). Habla de las sombrías figuras del pasado, basadas
en ilusiones, que impiden por completo nuestra visión de la realidad presente. Dice:

Renacer es abandonar el pasado, y contemplar el presente sin condenación. (T.13.VI.3:5)

“Todo lo que crees está arraigado en el tiempo, y depende de que no aprendas estas nuevas ideas
acerca de él” (2:1). Todo lo que hemos aprendido, lo aprendimos del pasado, eso no puede
discutirse.

Por tanto, todo lo que pensamos que sabemos está basado en el pasado. Miramos al presente a
través del filtro de nuestro aprendizaje anterior. El Curso insiste en que no dejemos que nuestro
aprendizaje del pasado sea la luz que nos guíe en el presente (T.14.XI.6:9). En lugar de ello,
necesitamos en cada momento dirigirnos al Espíritu Santo y pedirle que nos enseñe Su visión
del presente.

En la lección, el ejemplo de la taza nos hace comprender que nuestra identificación de las cosas
depende del pasado, y que nuestras relaciones con todo proceden de nuestras experiencias en el
pasado. “No tendrías idea de lo que es si no fuera por ese aprendizaje previo” (3:6). Y, “Esto se
aplica igualmente a cualquier cosa que veas” (4:2).

Todo lo que estamos “viendo” es el pasado, puro y simple. En este momento puede parecer que
no hay alternativa a esto, podemos preguntarnos qué otro modo de ver es posible. Pero hay otra
manera, el Curso nos llevará finalmente a ella. Por ahora, deja que esta lección penetre muy
dentro: “Sólo veo el pasado”.

LECCIÓN 8 – 8 ENERO

“Mi mente está absorbida con pensamientos del pasado”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Enseñarte que tu mente se pasa la mayor parte del tiempo vacía, porque está siempre
contemplando lo que no está ahí (el pasado). Mientras piensa en lo que no es nada, ella misma
está vacía. Reconocer esta nada cede el sitio para que entre algo nuevo: los pensamientos reales,
que producirán la verdadera visión.

Ejercicio: Cuatro o cinco veces (tres o cuatro si la práctica te resulta irritante), de un minuto
aproximadamente.
• Cierra los ojos y busca en tu mente, sin darle importancia, observando los pensamientos
y nombrándolos por el personaje central o el tema de cada uno. Di: “parece que estoy
pensando en (nombre de la persona), en (nombre del objeto), en (nombre de la
emoción)…”
• Termina con: “Pero mi mente está absorbida con pensamientos del pasado”.

Observaciones: Si encuentras que el ejercicio despierta sentimientos en ti (por ejemplo,


irritación) puedes aplicar la idea a esos sentimientos como lo harías con cualquier otra cosa.
Éste es un consejo útil para muchas de las lecciones.

Comentario
“Esta idea es, por supuesto, la razón por la que sólo ves el pasado” (1:1). Esto claramente
supone que lo que vemos refleja simplemente los pensamientos que ocupan nuestra mente. Si
esto es así, entonces debido a que nuestra mente está absorbida con pensamientos del pasado,
percibimos imágenes del pasado en el mundo exterior. “En realidad nadie ve nada. En realidad
lo único que ve son sus propios pensamientos proyectados fuera”. (1:2-3). Ésta es una idea muy
importante en el Curso, sin embargo, aquí se introduce suavemente dentro del estudio del
pasado y del tiempo. ¡Realmente no vemos nada! Todo lo que vemos es “la imagen externa de
una condición interna”, como dice el Curso (T.21.In.1:1-5).

Siempre me ha gustado la primera línea del segundo párrafo: “El único pensamiento
completamente verdadero que se puede tener acerca del pasado es que no está ahí” Piensa un
momento en lo que dice. Puedes tener experiencias del pasado muy claras, especialmente del
pasado reciente. Sin embargo, si varias personas que vivieron lo mismo no estuvieran de
acuerdo contigo, probablemente empezarías a dudar de tu memoria, porque no podrías estar
completamente seguro de que te puedes fiar de ella. Sabes muy bien, por experiencia, que tu
memoria puede engañarte. Piensas: “¡Podría jurar que he dejado las llaves sobre la mesa!”; o
dices: “¿No te lo he contado? Pensaba que te lo había contado”. Todos decimos ese tipo de
cosas todo el tiempo, sin darnos cuenta de lo poco fiable que en realidad es nuestra memoria.
Pero hay un pensamiento sobre el pasado en el que puedes confiar: “El pasado no está aquí.
Esto es el presente” (2:1). Pero, si el pasado no está aquí, ¿cómo puede tener efectos en el
presente? “Pensar acerca del pasado, por lo tanto, es pensar en ilusiones (2:2). Estás pensando
en algo que ya no existe, lo que por definición es una ilusión.

De acuerdo, entonces si lo que vemos es una proyección de nuestros pensamientos sobre cosas
que no existen, ¿dónde deja eso “lo que estamos viendo”? En ningún sitio. Estamos viendo
reflejos de recuerdos de “una ilusión”. Cuando vemos el pasado o anticipamos el futuro, el
Curso dice que nuestra mente está en realidad en blanco, porque está pensando en nada (2:4).

Esta lección intenta ayudarnos a reconocer cuándo nuestra mente no está realmente pensando en
absoluto, sino que está llena de lo que llama ideas sin contenido (3:2). Por eso es por lo que
“estos pensamientos no significan nada” (Lección 4). Para abrirnos a la “visión” tenemos que
dejar de bloquear la verdad con estas imágenes mentales sin significado de algo que no está
aquí. El primer paso hacia la visión es hacerse consciente de las cosas que no son visión, que
son los pensamientos que normalmente llenan nuestra mente (los culebrones).

Encuentro que este tipo de ejercicio ayuda a desarrollar una especie de “desapego mental”. Das
un paso atrás, por así decirlo, de tus pensamientos y los observas. No cometas el error que yo
cometí al principio: intentar sacar estos pensamientos de mi mente y dejarla en blanco. No
necesitamos hacer eso porque ¡ya está en blanco! Sólo observa tus pensamientos y aplícales la
lección, diciendo: “Mi mente está absorbida con pensamientos del pasado”. Estate dispuesto a
abandonar la importancia que le das a tus pensamientos, o en querer que sean reales, o
profundos, o importantes. Suelta tus dedos de ellos, déjalos ir, estate dispuesto a ver que no
tienen significado real si están basados en el pasado y, por lo tanto, basados en algo que no está
aquí.

Esta lección es una dulce cuña, introducida para abandonar nuestro “apego” a lo que pensamos
que son nuestros pensamientos.

LECCIÓN 9 – 9 ENERO

“No veo nada tal como es ahora”


Instrucciones para la práctica

Ejercicio: Tres o cuatro veces, de un minuto.

Mira a tu alrededor, aplicando la idea a cualquier cosa que veas sin distinciones y sin excluir
nada. Empieza con cosas cercanas a ti: “No veo este (teléfono, brazo, etc.) tal como es ahora”.
Luego extiende el alcance hacia fuera: “No veo esa (puerta, rostro, etc.) tal como es ahora”.

Observaciones: Puede que aceptes esta idea, pero no la entiendas realmente, y tampoco se
espera que lo hagas. La comprensión no es el requisito esencial para esta práctica; más bien, la
comprensión es la meta de esta práctica. Estos ejercicios intentan deshacer tu ilusión de que
entiendes las cosas y, al eliminar este bloqueo, permitir que la verdadera comprensión surja
finalmente en tu mente. Así que, en este momento simplemente practica la idea, aunque no la
entiendas, o la encuentres perturbadora, o aunque te resistas activamente a ella.

Comentario

Si sólo veo el pasado, y mi mente está absorbida con pensamientos del pasado, entonces está
claro que no veo nada tal como es ahora. Me encanta que la lección añada: “Pero si bien es
posible que la puedas aceptar intelectualmente, es muy probable que todavía no signifique nada
para ti”(1:2). El Curso reconoce claramente que hay una enorme diferencia entre aceptar una
idea a nivel intelectual y entenderla de verdad de manera que sea parte de nosotros. Pienso en
las etapas de dolor por las que pasamos cuando muere un ser querido. Inmediatamente después
de la muerte, puede que a nivel intelectual aceptemos que nuestro ser querido se ha ido, pero no
hemos entendido ni asimilado ese hecho. Lleva tiempo que se introduzca en nuestra mente.

Del mismo modo, podemos aceptar la idea de que no vemos nada tal como es ahora, pero
puede pasar tiempo antes de que empecemos a comprender el significado de ese hecho.
Afortunadamente la lección continúa diciendo que nuestra comprensión no es necesaria todavía.
De hecho, lo que es necesario es el reconocimiento de que ¡no entendemos! Podrías decir que
una de las cosas que tenemos que aprender de esta lección es que ¡no la entendemos!

Si piensas en ello, tiene sentido.

Estos ejercicios tienen que ver con la práctica, no con el entendimiento. No necesitas
practicar lo que ya entiendes. (1:5-6)

Algunos pueden sentir que no tiene sentido trabajar con una idea que no comprendes del todo o
en la que no crees. He oído decir: “¿Cómo puedo trabajar con una lección como “Soy el santo
Hijo de Dios Mismo”, si yo no lo creo realmente? Y la respuesta es: si ya lo creyeras, ¡no
necesitarías trabajar la lección! La práctica está para ayudarte a entender o a creer.

La actitud de reconocer nuestra ignorancia es esencial para el aprendizaje. Sin ella, nuestra falsa
“comprensión” dificulta nuestro aprendizaje. Así que cuando una lección como ésta: “No veo
nada tal como es ahora”, te molesta o no sabes de qué trata, simplemente ¡sé honesto y confiesa
que así es como te sientes! No cometas el error de fingir que ya entiendes cuando no es cierto.
Las lecciones parten de la base de la ignorancia de nuestra mente.

“Es difícil para la mente sin entrenar creer que lo que aparentemente contempla no está ahí
(2:1). ¿Difícil? Más bien parece imposible. La idea es perturbadora, la mayoría de nosotros nos
resistiremos a ella de un modo u otro. Es normal. Eso no te impide aplicar la idea en modo
alguno, y eso es todo lo que se nos pide. (¿Recuerdas la Introducción al Libro de Ejercicios y
sus dos últimos párrafos? Si no, léelos ahora con relación a esto). Simplemente haz los
ejercicios de todos modos, aunque tu mente se resista a la idea en su totalidad, de todos modos
tendrá el efecto deseado.

Fíjate en que la lección habla sobre “cada pequeño paso” (2:5), despejando la obscuridad un
poco más y la comprensión llegará finalmente.

El tono de las lecciones, y ciertamente de todo el Curso, no nos hace pensar que alcanzaremos la
iluminación rápidamente. Se produce en pequeñas dosis, poco a poco. El Curso dice que la
iluminación total podría llegar a cualquiera de nosotros en cualquier momento, con sólo
abrirnos a ella; está más cerca de nosotros que nuestras propias manos y pies. Pero también dice
que llevará más tiempo estar dispuestos a abrirnos que el que es necesario para que ese cambio
final de la mente suceda. Dice:

A la gran mayoría se les proporciona un programa de entrenamiento que


evoluciona lentamente, en el que se corrigen el mayor número posible de errores
previos. Las relaciones personales, en especial, tienen que percibirse debidamente,
y se tiene que eliminar la piedra angular de la falta de perdón. (M.9.1:7-8)

Date cuenta de que la norma es “un programa de entrenamiento que evoluciona lentamente”.
Así que no te agobies ni te sientas como si estuvieras trabajando contra reloj; tómate las cosas al
ritmo con el que vienen, y haz los ejercicios que se indican en el Libro de Ejercicios. Estate
contento de avanzar lentamente. ¡No te preocupes si la comprensión no aterriza en tu mente
mañana!

Los ejercicios de nuevo son engañosamente sencillos, tal como “no veo esta pantalla de
ordenador tal como es ahora”. ¿Cómo puede ayudar a cambiar mi mente el que yo diga esto?
No puedo explicártelo. Lo que sí sé es que cuanto más a menudo repito una idea, más razonable
empieza a parecerme. Quizá eso sea todo lo que tiene. Sé que a veces me ha ayudado, en
alguna situación que parece atemorizante o fuera de control, recordarme a mí mismo que “no
estoy viendo esta situación tal como es ahora en realidad”. Puedo asegurarme a mí mismo que
lo que estoy viendo, que parece estar causando mi miedo, no es la realidad de las cosas. Puedo
no tener ni idea de lo que es la realidad, pero ¡ayuda saber que no es lo que estoy viendo!

La idea es menos alentadora cuando la aplico sobre algo que me gusta: “No veo esta relación
romántica tal como es ahora”. Hmmm, no estoy seguro de que me guste. Pero aunque no haga
nada más que empezar a hacer pedazos mi fe en lo que veo, la lección está haciendo su trabajo
aunque yo no la entienda por completo, o a pesar de que no me guste.

LECCIÓN 10 – 10 ENERO

“Mis pensamientos no significan nada”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Enseñarte que todos tus pensamientos actuales no significan nada y que, de hecho,
no son tus pensamientos reales en absoluto. Reconocer que has estado preocupado con
pensamientos que no existen facilitará el camino para descubrir tus pensamientos reales.

Ejercicio: Cinco veces, de un minuto aproximadamente (no más, divídelo en dos partes si te
sientes incómodo.
• Cierra los ojos y repite la idea muy lentamente. Luego añade: “Esta idea me ayudará a
liberarme de todo lo que ahora creo”.
• Luego busca en tu mente los pensamientos que estén ahí. Evita seleccionarlos o
clasificarlos, considerando a tus pensamientos como una procesión extraña sin ningún
significado para ti. A medida que cada uno cruce tu mente, di: “Mi pensamiento acerca
de _____ no significa nada”.

Observaciones: Es importante distanciarte de tus pensamientos y observarlos con desapego. No


pienses que son diferentes unos de otros en modo alguno. Puede que quieras imaginar que estás
viendo un extraño desfile de objetos desorganizados y sin significado. Otra semejanza útil (no
mencionada en el Curso) podría ser que imagines que estás observando hojas flotando en un
riachuelo.

Respuesta a la tentación: Voluntaria, siempre que tengas un pensamiento perturbador.


Aplica libremente la idea a cualquier pensamiento perturbador que tengas durante el día,
usando la frase: “Mi pensamiento acerca de ____ no significa nada”.

Comentario

La Lección 4 decía “Estos pensamientos no significan nada”, y prometía que el ejercicio se


“repetiría de vez en cuando de forma ligeramente distinta”. La lección de hoy es la primera de
tales repeticiones. Explica que la razón por la que la idea es verdadera es que

Todos los pensamientos de los que eres consciente… no son tus pensamientos reales (1:1-2).

Eso es muy difícil de aceptar al principio. ¿Cómo pueden mis pensamientos no ser mis
pensamientos reales? La lección explica que todavía no tenemos una base de comparación, pero
que cuando la tengamos, “no te cabrá la menor duda de que lo que una vez creíste eran tus
pensamientos en realidad no significaban nada” (1:5). Así que una vez más el Libro de
Ejercicios nos pide, hasta cierto punto, que por el momento aceptemos esta idea con fe.

Una base de comparación supone que sin tardar mucho experimentaremos nuestros
pensamientos reales, y cuando lo hagamos, sabremos que lo que creíamos que eran nuestros
pensamientos no eran nuestros pensamientos reales. Es como si durante toda nuestra vida
hubiéramos estado comiendo algarrobas creyendo que eran chocolate. Una vez que saboreas el
auténtico chocolate, sabes que las algarrobas no eran chocolate; pero hasta que tengamos una
base de comparación, sólo podemos aceptar la palabra de nuestro maestro al respecto.

La diferencia entre la Lección 10 y la Lección 4 está en la primera palabra: “Mis pensamientos”


en lugar de “Estos pensamientos”. Además, la lección de hoy no compara nuestros
pensamientos con objetos de la habitación como hacía la Lección 4: “Son como las cosas que
veo en esta habitación” Así que en esta lección la importancia se le da a los pensamientos
mismos: Lo que enfatizamos ahora es la falta de realidad de lo que piensas que piensas” (2:4).

El tercer párrafo señala los diferentes aspectos de nuestros pensamientos que se han explicado
hasta ahora:
• No significan nada,
• Están fuera en lugar de dentro de nosotros,
• Se refieren al pasado en lugar de al presente.

“En lo que ahora estamos haciendo hincapié es en el hecho de que la presencia de esos
‘pensamientos’ significa que no estás pensando en absoluto” (3:2). Esto expresa de otra manera
la idea anterior de que nuestra mente está simplemente en blanco (L.8.2:4). Antes de que
podamos alcanzar la visión, tenemos que aprender a reconocer la nada cuando pensamos que la
vemos.

Los ejercicios que se dan, aclaran que de lo que el Curso está hablando se parece en gran
medida a las enseñanzas de muchas meditaciones orientales. Lo que se está trabajando es una
especie de “desapego de nuestros pensamientos”, convertirnos en “el testigo” o tomar la
posición de un observador de nuestros pensamientos. Observamos nuestros pensamientos como
si estuviéramos “viendo pasar una procesión compuesta de un extraño repertorio de
pensamientos que tienen muy poco o ningún significado para ti (4:6).

Un libro que leí sobre la meditación (Despertar Gradual, de Steven Levine, un libro
maravilloso) usaba la semejanza de “observar un tren que pasa, cada vagón conteniendo un
pensamiento o grupo de pensamientos. ¡Oh, ahí va un pensamiento de odio! ¡Ahí van unas
preocupaciones! ¡Ahí va todo un cargamento de tristeza!”. También usaba la imagen de
observar “observar las nubes flotando en el cielo, representando toda la extensión del cielo a la
mente. Levine da mucha importancia a que no nos quedemos pegados a ningún pensamiento y
a que no les permitamos que nos arrastren con ellos, pero del mismo modo tampoco los
empujamos ni nos resistimos a ellos. Si no significan nada, como dice la lección, no
necesitamos responder a ellos en absoluto.

Al hacer este tipo de ejercicio mental, te vuelves consciente de tu mente como algo
independiente de los pensamientos que parecen atravesar por ella. Rompes tu identificación con
los pensamientos. Los pensamientos pierden la carga emocional que tienen para ti. Te desapegas
de ellos, te des-identificas de ellos. Los pensamientos cada vez van perdiendo importancia, ya
no son “gran cosa” para ti. Empiezas a darte cuenta de la enorme extensión de mente en la que
estos pensamientos vienen y se van, y te das cuenta de que no tienen ningún efecto sobre ese
“cielo de la mente” en el que flotan.

Date cuenta en las instrucciones para la práctica de que el ritmo está aumentando un poco. Se
recomiendan cinco sesiones de práctica” (5:2) además de usar la idea durante el día como
respuesta a “cualquier pensamiento que te perturbe en cualquier momento” (5:1).

El pensamiento final que se añade puede ser útil para reforzar nuestra creencia de que lo que
estamos haciendo merece la pena. Necesitamos ese refuerzo, ya que la práctica del ejercicio
puede producir incomodidad algunas veces. No resulta cómodo decirse a sí mismo repetidas
veces: “Mis pensamientos no significan nada”. Puede parecer humillante. Por eso, recordarnos a
nosotros mismos que “Esta idea me ayudará a liberarme de todo lo que ahora creo” (4:3 y 5:5)
puede ser un paso necesario para reforzar nuestra motivación y deseo de hacer los ejercicios. El
Libro de Ejercicios sabe lo atrincherado que está el ego en nuestra mente, y trabaja con nosotros
muy suave y tiernamente en su intento de sacarnos de su posición fija.

LECCIÓN 11 – 11 ENERO

“Mis pensamientos sin significado me están mostrando


un mundo sin significado”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Cambiar totalmente cómo ves causa y efecto en tu percepción. Piensas que el mundo
externo se graba a sí mismo en tu mente, causando lo que ves; sin embargo, la causa funciona
justo al revés: de dentro hacia fuera. Lo que ves fuera de ti es la proyección de tus
pensamientos. Ésta es la primera lección que trata de este tema muy importante.

Ejercicio: Tres veces (cuatro o cinco si lo encuentras cómodo y deseable), de 1 minuto


aproximadamente.
• Con los ojos cerrados repite la idea lentamente y con toda tranquilidad, para reflejar la
paz y relajación contenida en la idea.
• Luego abre los ojos y mira a tu alrededor, arriba y abajo, cerca y lejos, dejando que tus
ojos se muevan rápidamente de una cosa a otra. Durante este tiempo repite la idea sin
prisa y sin esfuerzo.
• Para terminar, cierra los ojos y repite la idea lentamente.

Observaciones: A diferencia de los ejercicios anteriores, en éste tú no aplicas la idea


concretamente a los objetos a tu alrededor nombrándolos mientras lo haces. De hecho, la
repetición de la idea no se produce al mismo tiempo que el cambio de tu mirada. Las dos tienen
lugar a ritmos diferentes. La relativa rapidez con la que miras a tu alrededor contrasta con la
lentitud con la que repites la idea.

Comentario

La lección introduce “el concepto de que son tus pensamientos los que determinan el mundo
que ves” (1:3), un tema importantísimo en el Curso. Es la razón de la famosa frase: “No trates
de cambiar el mundo, sino elige cambiar de mentalidad acerca de él” (T.21.In.1:7). La mente es
principal y el mundo es secundario. Creemos que el mundo causa (o al menos afecta) lo que
pensamos; el Curso enseña que la mente es la causa, y que el mundo es el efecto.

Se nos dice que la idea “contiene los cimientos de la paz, de la relajación y de la ausencia de
preocupación que estamos tratando de lograr” (3:4).

En esta idea reside la certeza de tu liberación. La llave del perdón reside en ella. (1:4-5)

¿Por qué es así? Si lo que yo veo fuera está siendo causado por mis propios pensamientos sin
significado, entonces no hay nada a lo que “culpar” en el mundo externo; todo lo que se necesita
es corregir mis pensamientos. Puedo perdonar lo que veo porque no tiene significado. Sólo
condeno y juzgo cuando pienso que veo algo con significado: algo malo o perverso o terrible.
Pero si no tiene significado, no hay razón para condenarlo. Y si mi mente es la causa de lo que
veo, entonces ¿cómo puedo juzgarlo? Todo lo que puedo hacer es reconocer, como dice el
Texto, “Soy responsable de lo que veo” (T.21.II.2:3), y elegir cambiar mi propia mente.

LECCIÓN 12 – 12 ENERO

“Estoy disgustado porque veo un mundo que no tiene significado”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Darte cuenta de que estás disgustado porque instintivamente sientes que el mundo
no tiene sentido, una pizarra en blanco. Esto te hace temer que la verdad se escriba sobre ella.
Este ejercicio te ayudará a aceptar que el mundo es verdaderamente una pizarra en blanco, borra
lo que has escrito en ella, y luego ve lo que Dios ha escrito en ella.

Ejercicio: Tres o cuatro veces, de 1 minuto o menos (párate cuando notes tensión).
• Mira a tu alrededor lentamente, cambiando tu mirada a intervalos de tiempo regulares.
Mientras miras alrededor, di: “Creo ver un mundo temible, un mundo peligroso, un
mundo hostil,” y así sucesivamente, usando cualquier término descriptivo que se te
ocurra. Esto incluye los positivos, que suponen la posibilidad de su opuesto. Suponen
un mundo en el que tanto lo positivo como lo negativo están presentes y luchan por ver
cuál gana. Éste no es el mundo que Dios quiere que veas.
• Al final añade: “pero estoy disgustado porque veo un mundo que no tiene significado”.
Observaciones: Cambiar tu mirada a intervalos regulares refleja la idea de hoy. Al darle la
misma cantidad de tiempo y atención a cada cosa, te enseñas a ti mismo que las cosas que ves
son todas igualmente sin significado. Esto es lo mismo que la lección de hoy está intentando
enseñarte.

Comentario

Lo que de verdad nos molesta es una pizarra vacía, un lienzo sin pintar. No lo podemos resistir,
tenemos que pintarlo con nuestro significado; y cuando lo hacemos, lo que vemos es aterrador,
triste, violento o loco (1:2-3). No podemos aceptar que el mundo no significa nada y “dejar que
la verdad se escribiese en él por ti” (5:3); en lugar de ello, “te ves impulsado a escribir sobre él
lo que tú quisieras que fuese” (5: 4). No podemos dejar que Dios le dé al mundo y a nosotros
mismos nuestro significado; deseamos hacernos el nuestro propio. El resultado es una
inquietante visión de todo.

Esta idea, de que lo que pienso que me está molestando no es realmente la causa de mi disgusto
(lee la Lección 5 de nuevo), es enormemente útil. Puede obrar milagros en nuestra experiencia.
Recuerdo la primera vez que me tocó. Acababa de tener una conversación decepcionante con mi
novia, en la que me di cuenta de que ella no quería pasar tanto tiempo conmigo como yo quería
pasar con ella, y de que estaba interesada en otro. Me sentí ofendido, humillado, un ciudadano
de segunda clase; me sentí enfadado con ella por no darse cuenta del valioso regalo que yo era
y por hacerme pasar la tarde del sábado solo. Me sentí muy desgraciado.

De repente me vino el pensamiento: “Soy yo quien me estoy haciendo esto a mí mismo, no es


ella”. Pensé en la canción de la película My Fair Lady en la que Rex Harrison canta: “Yo era
muy independiente y feliz antes de que nos conociéramos. Seguramente podría serlo de
nuevo… y sin embargo…” Me di cuenta de que estaba eligiendo verla como la causa de mi
malestar, pero era el modo en que yo estaba pensando sobre la situación lo que me hacía
desgraciado. Si yo quería, todavía podía ser feliz. ¡Fue una revelación importantísima! Para ser
honesto, no estaba seguro de que me gustase, pero mi sentido interno seguía diciéndome: “En
este camino está la verdadera libertad”. Aquel fue un gran comienzo para mí.

Deja que para ti, hoy, el mundo pierda su significado. No te apresures a ponerle encima tu
significado. Simplemente deja que sea lo que es, sin ningún significado, y dale al Espíritu Santo
una oportunidad para que escriba Su significado sobre él.

Cuando tus palabras hayan sido borradas, verás la Suya. Ése es, en última instancia, el
propósito de estos ejercicios. (5:8-9)

Hay una práctica semejante a las del Libro de Ejercicios, que aparece en el Texto, y que va en
la misma línea de esta lección.

Cuando de alguna manera tu paz se vea amenazada o perturbada, afirma lo siguiente:

“No conozco el significado de nada, incluido esto.


No sé, por lo tanto, cómo responder a ello.
No me valdré de lo que he aprendido en el pasado
Para que me sirva de guía ahora”.

Cuando de este modo te niegues a tratar de enseñarte a ti mismo lo que no sabes, el Guía que
Dios te ha dado, te hablará. Ocupará el lugar que Le corresponde en tu conciencia en el
momento en que tú lo desocupes y se lo ofrezcas a Él. (T.14.XI.6:6-11).
LECCIÓN 13 – 13 ENERO

“Un mundo sin significado engendra temor”

Instrucciones para la práctica

Propósito: El mismo que ayer.

Ejercicio: Tres o cuatro veces, durante 1 minuto más o menos (no más).
• Cierra los ojos y repite la idea.
• Abre los ojos y mira lentamente a tu alrededor. Mientras lo haces así, repite una y otra
vez: “Estoy contemplando un mundo que no tiene significado”.
• Cierra los ojos y di: “Un mundo que no tiene significado engendra temor porque creo
que estoy compitiendo con Dios”.

Observaciones: No te preocupes si no te crees la afirmación final. Puedes pensar que es una


locura y puede que te resistas a ella. Todo eso es normal. Simplemente date cuenta de tu
resistencia, cualquier forma que tome, y dite a ti mismo que la verdadera razón de ello es que
esta frase despierta tu miedo oculto a la venganza de Dios. Muy dentro de ti crees que, si te das
prisa y escribes tu significado sobre la pizarra en blanco del mundo, has derrotado
temporalmente a Dios. Como resultado, crees que ahora te enfrentas a su ira. Para hacerle frente
a esta creencia la has enterrado muy profundo en tu inconsciente, pero la afirmación final de
hoy la saca de nuevo a la superficie. Por eso es por lo que temes a la afirmación y estás
impaciente por desecharla. A causa de todo esto, trata de no pensar en ello excepto durante los
ejercicios.

Comentario

Más que molestarnos, el mundo sin significado que vemos produce miedo dentro de
nosotros. Después de pasar varios días convenciéndonos, así parece, de que el mundo no
significa nada, el Curso “le da la vuelta”:

De hecho, un mundo sin significado es imposible. Lo que no tiene significado no existe. (1:2-
3)

La Introducción al Curso afirma que: “Nada irreal existe” (T.In.2:3), y ahora se nos dice que no
existe nada sin significado (1:3). La situación no es que existan cosas sin significado y que
tengamos miedo porque las vemos; lo que sucede es que pensamos que percibimos cosas sin
significado y nos apresuramos a escribir sobre ellas nuestro propio significado. No vemos
significado porque no queremos ver el significado que Dios ya les ha dado.

Cuando vemos lo que no tiene significado se produce ansiedad dentro de nosotros:

Representa una situación en la que Dios y el ego se “desafían” entre sí con respecto a qué
significado ha de escribirse en el espacio en blanco provisto por dicha falta. El ego se abalanza
frenéticamente para establecer allí sus propias ideas, temeroso de que, de otro modo, el vacío
pueda ser utilizado para demostrar su propia impotencia e irrealidad. Y solamente en esto está
en lo cierto. (2:2-4)

Si el ego no se apresurase a dar su propio significado, el significado establecido por Dios,


ciertamente, demostraría la irrealidad del ego. Por eso el ego se imagina que ve un espacio sin
significado en el que poner el suyo propio, teme al significado que Dios ya ha dado. Nosotros le
damos nuestro propio significado a todo.
El Curso insiste en que si no nos apresurásemos a poner nuestro propio significado, el mensaje
que oiríamos sería de amor y belleza. Esto es cierto, no importa cuál parezca ser la “situación
externa”. Por ejemplo, un hermano puede estar totalmente engañado por su ego y atacarnos de
palabra. El mensaje que oímos en sus palabras, no importa su forma, es el que elegimos
escuchar. Le damos el significado que pensamos que nuestro hermano nos está transmitiendo.
Si mi mente estuviese en sintonía con el Espíritu Santo, no importa lo que otro haga o diga, yo
oiría un mensaje que afirma el Cristo en él y en mí, y que motiva mi amor. (Para una larga y
complicada sección sobre este tema, ver Texto, Capítulo 9, Sección II: “La Respuesta a la
Oración”, que en parte dice: “El mensaje que tu hermano te comunica depende de ti. ¿Qué te
está diciendo? ¿Qué desearías que te dijese? Lo que hayas decidido acerca de tu hermano
determina el mensaje que recibes” (T.9.II.5:1-4).

La idea de que estamos compitiendo con Dios y de que tenemos miedo de la venganza de Dios
porque estamos luchando contra Él, puede parecer ridícula, como admite la lección. En este
nivel, estamos principalmente intentando darnos cuenta de que tenemos miedo de dejar algo sin
significado, aunque no nos demos cuenta de por qué tenemos miedo de ello. Nos pide que
estemos dispuestos a decir: “No sé lo que esto significa”, ¡verdaderamente tenemos miedo de
ello! La lección también nos pide que nos hagamos conscientes de cualquier forma de miedo.
No que intentemos vencerlo, sólo que nos demos cuenta de él. Observa que dejar a algo sin
darle significado te ocasiona ansiedad, y permítete a ti mismo pensar que quizá la razón es que
de algún modo, en algún lugar profundo de tu inconsciente, tienes miedo del significado que
Dios podría escribir allí si se lo permitieses.

LECCIÓN 14 – 14 ENERO

“Dios no creó un mundo sin significado”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Borrar las interpretaciones que has hecho del mundo para que puedas ver la
interpretación de Dios (como en las dos lecciones anteriores). Este proceso te salvará. En sus
primeras etapas, sin embargo, puede que te sientas como si se te estuviese llevando al terror.
Esto es sólo temporal. Se te conducirá a través del miedo y luego más allá de él para siempre.

Ejercicio: Tres veces (a menos que te resulte muy cómodo), durante un minuto como mucho.
• Con los ojos cerrados, piensa en todos los horrores del mundo que te pasen por la
cabeza, cualquier cosa que temas que te pase a ti o a cualquiera. Para cada uno di:
“Dios no creó (especifica el horror), por lo tanto, no es real”. Sé muy concreto al
nombrar el horror o desastre.
• Termina repitiendo la idea.

Respuesta a la tentación: Voluntaria, cuando algo te molesta.


Aplica la idea libremente para eliminar tus disgustos durante el día. Para esto se proporciona
una forma especial: “Dios no creó un mundo sin significado. No creó (especifica la situación
que te esté perturbando), por lo tanto, no es real”. Ésta es una práctica muy efectiva para
recuperar la paz mental. De hecho, puede que quieras intentarla ahora: Elige una situación que
te esté preocupando y aplícale la práctica. Verás cómo, al menos, parte de la carga desaparece
inmediatamente.

Comentario
La idea de hoy llega como un respiro bien recibido después de 4 días de decírsenos que
“nuestros pensamientos no significan nada” y que nos están mostrando un mundo sin
significado que nos disgusta y asusta. El mundo sin significado que estamos viendo no fue
creado por Dios, y “Lo que Dios no creó no existe” (1:2).
En el libro Despiertos del Sueño1 de Gloria y Kenneth Wapnick, Gloria escribió sobre cómo esta
idea le atrajo por primera vez al Curso:

Al oír de primera mano los efectos devastadores que la Segunda Guerra Mundial tenía sobre la
gente, llegué a la conclusión de que si esta guerra era lo mejor que Dios podía crear, no quería
tener ninguna relación con Él…
Cuando leí las palabras de Jesús explicando que Dios no creó el mundo, fue como si
“relámpagos” chocaran por mi cabeza. “¿Por qué no se me había ocurrido?”, me decía a mí
misma una y otra vez. “Es tan sencillo. Ésa es la respuesta”. Finalmente, después de 23 años, el
rompecabezas en mi mente se había resuelto. El Curso había proporcionado la pieza que faltaba,
y ya no tenía que seguir culpando a Dios por un mundo que Él no creó.

Para algunos, el mensaje de que Dios no creó el mundo sin significado que vemos, llega como
una salvación. Para otros, puede ser “bastante difícil e incluso doloroso” (3:2). Pues reconocer
que Él no lo creó conlleva la verdad: nosotros lo hicimos. Somos responsables del mundo que
vemos. Eso puede conducirnos “directamente al miedo” (3:3). El Curso trata esto en muchos
lugares diferentes de los tres libros. El mensaje que nos está dando, especialmente en los “pasos
del comienzo” (3:2), puede ser difícil, doloroso, y aterrador.

Muchas personas se preguntan si algo anda mal porque sienten fuertes reacciones negativas a la
enseñanza del Curso de que Dios no creó el mundo. La respuesta es: no. Quizá son aquellos que
no tienen ninguna reacción negativa quienes deberían preguntarse si entienden correctamente el
mensaje del Curso y comprenden completamente lo que ello supone. Una reacción negativa es
mucho más frecuente que una reacción positiva: eso puedo asegurarlo.

Sin embargo, alégrate de que la lección continúe diciendo:

Mas no se te dejará ahí (en el miedo). Irás mucho más allá de él, pues es hacia la paz y
seguridad perfectas adonde nos encaminamos. (3:4-6)

El Curso llama a nuestro camino “un viaje del miedo al amor” (T.16.IV.11:1-2). Ciertamente son
muy pocos los que se libran de la angustia del principio, pero la dirección del viaje es hacia una
calidez y extensión del amor que difícilmente puede imaginarse cuando empiezas.

Una advertencia sobre la forma específica de la práctica de hoy: observa cuidadosamente que la
lección te pide que te digas a ti mismo las cosas que te disgustan de “tu repertorio personal de
horrores” (6:1). No recomienda que le digas a otra persona que esté pasando por una tragedia
personal que su tragedia no es real. Si le dijeras a una viuda que sufre por la pérdida de su
marido: “¡Alégrate! Dios no creó la muerte de tu marido, por lo tanto, no es real”. En la mayoría
de los casos tal mensaje no es un acto de amor sino un ataque, colocándote tú en una posición
espiritual “superior” a la otra persona. La lección te está enseñando a que te des este mensaje a
ti mismo”.

Fíjate también en la mención aquí acerca de nuestras ilusiones, de que “algunas de ellas son
ilusiones que compartes con los demás, y otras son parte de tu infierno personal” (6:3). Cosas
como el hambre y el sida caen en la categoría de las “ilusiones compartidas”. Aquí claramente
se apoya la idea de que la ilusión del mundo es una responsabilidad compartida, no únicamente
tu creación personal, o la mía.
1
Gloria y Kenneth Wapnick, Despiertos del Sueño, 2 Edic.. (Temecula, Cal: Fundación para Un Curso
de Milagros, 1995)
LECCIÓN 15 – 15 ENERO

“Mis pensamientos son imágenes que yo mismo he fabricado”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Presentarte el proceso de fabricar imágenes, mediante el cual tus pensamientos


internos aparecen como imágenes externas.

Ejercicio: 3 o 4 veces, de un minuto de duración (menos si resulta incómodo).


• Repite la idea para tus adentros.
• Luego mira a tu alrededor y aplícala al azar a cualquier cosa que veas, diciendo muy
lentamente: “Este (nombre del objeto) es una imagen que yo mismo he fabricado”.
Deja que tus ojos descansen sobre el objeto durante todo el tiempo que lo estés
diciendo.

Respuesta a la tentación: Aplica la idea libremente durante el día cuando te sientas molesto.
Si quieres, puedes utilizar esta forma: “Esta (nombre de la situación) es una imagen que yo
mismo he fabricado”.Esto te recordará que la situación “molesta” que estás viendo no es
objetivamente real, sino únicamente tus propios pensamientos que aparecen en forma de
imágenes.

Comentario

Lo que vemos se compone de imágenes hechas con nuestros pensamientos. Debido a que
nuestros pensamientos aparecen como imágenes, no reconocemos los pensamientos como que
no son nada. La vista física no es otra cosa que esto, y éste es el propósito de la vista física. Les
dimos a nuestros ojos la función de ver estas imágenes de pensamientos, para probar la verdad
de los pensamientos que creemos que estamos pensando.

Eso no es ver. Eso es fabricar imágenes, lo cual ocupa el lugar de la visión, y la reemplaza con
ilusiones. (1:5-7)

El Curso es muy consistente con su opinión de nuestra vista física. Por ejemplo, dice:

Todo lo que los ojos del cuerpo pueden ver es una equivocación, un error de percepción, un
fragmento distorsionado del todo sin el significado que éste le aportaría. (T.22.III.4:3)

Los ojos del cuerpo ven únicamente formas. No pueden ver más allá de aquello para cuya
contemplación fueron fabricados. Y fueron fabricados para fijarse en los errores y no ver más
allá de ellos. (T.22.III.5:3-5)

Lo que nuestros ojos nos muestran es un error. Lo que nuestros ojos nos muestran es una
imagen que hemos fabricado, y que no refleja la verdad. Parte de lo que debemos empezar a
aprender es a mirar más allá del cuerpo, para empezar a darnos cuenta de que lo que nuestros
ojos nos están mostrando no es necesariamente la verdad. Nuestros ojos nos están mostrando
únicamente los errores de nuestra propia mente.

Hay algo más allá de lo físico que la visión (visión espiritual) puede mostrarnos. Ése es el
significado de los “bordes de luz” a los que se refiere la lección. En un seminario al que asistí,
Ken Wapnick dijo que este tema de los “episodios de luz” (2:2) se incluyó en parte como
respuesta a un amigo de Helen que veía luz alrededor de las personas y se preguntaba si algo iba
mal. La lección explica que tales experiencias “simplemente son símbolos de la verdadera
percepción” (3:5). Son símbolos de la meta que pretendemos alcanzar. La lección no dice que
todo el mundo debería tener tales experiencias; simplemente que si tales experiencias ocurren,
no deberíamos preocuparnos por ella, son signos de progreso. No es el símbolo de la verdadera
percepción lo que buscamos, sino la verdadera percepción misma. El significado de “bordes de
luz” es simplemente que hay algo allí para ser visto, y que está más allá de lo físico. La lección
nos está conduciendo a esta comprensión.

LECCIÓN 16 -16 ENERO

“No tengo pensamientos neutros”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Un primer paso en aprender que cada pensamiento tiene efectos y que cada uno
produce o miedo y conflicto o amor y paz.

Ejercicio: 4 o 5 veces (tres si hay tensión), durante un minuto cada vez (reducir en caso de
malestar).
• Cierra los ojos y repite la idea.
• Luego busca en tu mente los pensamientos que se presenten. Trata de no hacer
distinciones entre ellos. Especialmente intenta no pasar por alto cualquier pensamiento
“pequeño”. A medida que cada pensamiento atraviesa tu mente, mantenlo ahí y di:
“Este pensamiento acerca de_____ no es un pensamiento neutro".

Respuesta a la tentación: Siempre que seas consciente de un pensamiento molesto.


Aplícale la idea usando esta forma concreta: “Este pensamiento acerca de ____ no es un
pensamiento neutro, porque no tengo pensamientos neutros”. El propósito es que te des cuenta
de que al albergar este pensamiento, estás activamente causándote miedo a ti mismo.

Comentario

La idea de hoy puede producir miedo, pero su propósito principal es que comprendamos que
nuestros pensamientos tienen efectos. Es una idea poderosa, no aterrorizadora, a menos que
elijamos verla de ese modo.

Todo lo que ves es el resultado de tus pensamientos. En esto no hay excepciones.


(1:2-3)

Como muchas de las ideas del Curso, ésta es un poco difícil de creer al principio porque
estamos convencidos de que nuestros pensamientos no tienen ninguna relación con la mayoría
de las cosas que vemos. En caso de que dejemos que la idea entre en nuestra mente, la lección
añade que es verdad “siempre”. Los pensamientos verdaderos crean cosas verdaderas, los
pensamientos falsos fabrican cosas falsas, o ilusiones. En esto no hay nada que temer porque
sólo los pensamientos verdaderos crean realidad, los pensamientos falsos sólo fabrican
ilusiones.

Sin embargo, ningún pensamiento carece de efectos (que es el significado de la palabra “fútil”).
Difícilmente se puede calificar de fútil a lo que da origen a la percepción de todo un mundo”
(2:2). Cada pensamiento de nuestra mente está produciendo “algo” todo el tiempo,
contribuyendo a la verdad o a la ilusión. El Curso es un curso en entrenamiento mental. Su
propósito es que nos hagamos conscientes de nuestros pensamientos y de sus efectos. Desea que
nos comprometamos interiormente con el proceso de elegir los pensamientos que ocupan
nuestra mente y producen sus efectos en el mundo que nos rodea.

Se nos pide que reconozcamos que ningún pensamiento es neutro, cada pensamiento apoya el
crecimiento de la verdad o de la ilusión. Cada pensamiento produce amor o miedo, no hay nada
más. Si miro al modo en que trato a mis propios pensamientos, veo que la lección es correcta:
verdaderamente intento no darle importancia a ciertos pensamientos, como poco importantes o
que no merecen que me ocupe de ellos. Cada pensamiento merece que me ocupe de él, todos los
pensamientos de miedo son destructivos por igual. También son igualmente irreales. Así que,
no tenemos que sentirnos culpables por ellos.

Algunos estudiantes del Curso son muy rápidos en entender la parte “irreal”, pero tardan en
darse cuenta del lado “destructivo”; el Curso siempre mantiene este equilibrio. Simplemente
porque algo es irreal o ilusorio no significa que no sea importante o podamos ignorarlo. Por
ejemplo, en un punto el Texto dice que el retraso es imposible en la eternidad pero que es
trágico en el tiempo (T.5.VI.1:3). El Curso no es partidario de una actitud de indiferencia hacia
el mundo simplemente porque sea una ilusión. Comentarios tales como: “¿El sida?, es sólo una
ilusión”, o ¿Qué los niños se mueren de hambre?, el hambre no es real”, tales comentarios no
tienen nada que ver con la verdadera enseñanza del Curso, aunque se pueden oír en algunos
grupos. Si vemos el sida y el hambre, los pensamientos que hacen que los veamos deben estar
en nuestra mente, individual o colectivamente, y por ello somos responsables de la sanación de
esos pensamientos. Pero me estoy apartando de la lección, ya va siendo hora de que me baje de
la tribuna del orador.

La lección indica que ningún pensamiento puede desecharse como sin importancia, y que
ningún pensamiento es neutro. Mientras practicas la lección, habrá algunos pensamientos que
pueden verse claramente que “no son neutros”. Si alguien te roba el coche, es muy fácil darte
cuenta de que tus pensamientos sobre ello no son neutrales. Pero si estás pensando en qué cereal
tomar para el desayuno, supone un gran esfuerzo creer que “Este pensamiento sobre Muesli no
es un pensamiento neutro”, que está expresando amor o miedo. Créelo, lo expresa. Tal como
indican las instrucciones, “no hagas distinciones artificiales” (4:3).

La mente es como una bombilla, que está enchufada o desenchufada, nunca a medias; nuestra
mente o está expresando amor o miedo, nunca a medias, nunca los dos al mismo tiempo, nunca
nada (siempre expresa algo).

LECCIÓN 17 – 17 ENERO

“No veo cosas neutras”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Continuar enseñándote la verdadera “relación causa y efecto” (resultado) entre lo


que piensas y lo que ves. Piensas que los acontecimientos externos causan que veas ciertas
cosas, pero de hecho son tus pensamientos los que causan lo que ves (tus percepciones).

Práctica: 3 o 4 veces (3 son necesarias), durante un minuto (menos si hay resistencia).


• Con los ojos abiertos, di: “No veo cosas neutras porque no tengo pensamientos
neutros”.
• Luego mira a tu alrededor, dejando tu mirada sobre cada cosa que veas el tiempo
necesario para decir: “No veo un (nombre del objeto), porque mis pensamientos acerca
de (ese objeto) no son neutros”.

Observaciones: Como siempre, es muy importante que trates a cualquier cosa que veas como
igual al resto. La alfombra es neutra en sí misma, pero no la ves así porque tu percepción de ella
surge de pensamientos que no son neutrales. Incluso si la alfombra es blanca y negra, por así
decirlo, tus pensamientos le dan color (“tu” significado).

Comentario

Según el Curso, el modo en que causa y efecto funcionan es que nuestros pensamientos son la
causa y el mundo es el resultado (efecto). Tendemos a pensar que los sucesos o acciones del
mundo causan el que pensemos de ciertas maneras, el Curso dice que es justo lo contrario: “El
pensamiento siempre tiene lugar primero, a pesar de la tentación de creer que es al contrario”
(1:3). No tenemos pensamientos neutros y, por lo tanto, no vemos cosas neutras.

¿Qué solemos hacer cuando tenemos determinados pensamientos? Nos preguntamos: ¿Cuál es
la causa de que me sienta así? ¿Cuál es la causa de que me sienta deprimido, furioso, o harto?
Pero es el pensamiento el que viene primero. No es nada de fuera de nuestra mente lo que ha
causado que me sienta de una manera determinada. Más bien, lo que piensas es lo que ha
causado el mundo que ves.

La lección es rotunda en sus afirmaciones a veces:

Independientemente de lo que puedas creer, no ves nada que esté realmente vivo o que sea
realmente gozoso. Eso se debe a que todavía no eres consciente de ningún pensamiento
realmente verdadero y, por lo tanto, realmente feliz. (3:2-3)

Ahora hace 10 años que llevo estudiando el Curso y todavía me cuesta aceptar la idea de que en
realidad no veo nada con vida. Ya sé que el Curso afirma que el cuerpo (que es lo que veo con
mis ojos) no muere porque nunca ha existido, y así sé que el Curso define “con vida” de modo
completamente distinto a como lo consideramos nosotros. Está a la vista que “con vida”
significa algo no físico, porque habla del cuerpo como que no tiene vida en absoluto. Pero tengo
que confesar que todavía necesito practicar con esta lección porque todavía mi tendencia es a
considerar los cuerpos como con vida. Tengo que esforzarme por recordar lo contrario.

Recuerdo una conversación con mi amiga Lynne, hace algo más de un año, antes de que su
cuerpo muriese. Ella era estudiante del Curso. Su cuerpo se había deteriorado rápidamente
durante el año anterior, y después de varias operaciones era sólo un caparazón de lo que había
sido. Le dije: “Supongo que tienes una mayor comprensión de lo que el Curso quiere decir con:
NO SOY UN CUERPO”. “¡Más me vale no serlo!, exclamó riendo.

Estas dos ideas (que mis ojos sólo ven lo que carece de vida y que todo lo que mi mente está
lleno de contenido “no neutro”) pueden ser desconcertantes. Aún así, tienen su lado positivo.
La lección es la misma para todos nosotros aunque para algunos, como mi amiga Lynne, parece
acelerarse el aprendizaje. No obstante, nuestros cuerpos se marchitarán y deteriorarán como lo
hizo el suyo, sólo que un poco más despacio. Es un alivio bien recibido comprender que el
único significado del cuerpo es el que nuestra mente le ha dado. El espíritu y la mente están
vivos y son reales, ellos son la causa; y el cuerpo y su mundo son únicamente los efectos de
pensamientos.

LECCIÓN 18 – 18 ENERO
“No soy el único que experimenta los efectos de mi manera de ver”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Continuar enseñándote que tus pensamientos tienen efectos. Las lecciones
anteriores decían que siempre afectan a tu mente, Esta lección dice que afectan a todas
las mentes.

Práctica: 3 o 4 veces, durante un minuto aproximadamente (quizás menos).


• Mira a tu alrededor, elige objetos al azar y descansa tu mirada sobre cada uno el
tiempo necesario para decir: “No soy el único que experimenta los efectos de mi
manera de ver este ____”.
• Termina repitiendo la idea general.

Comentario

La idea de que las mentes están unidas (1:2) es fácil de entender, pero lo que ello supone es de
un alcance enorme. El modo en que veo las cosas afecta a otras mentes, no sólo a la mía. Los
milagros que el Curso puede hacer en nuestras vidas demostrará esto una y otra vez. Un cambio
en el modo en que veo las cosas puede tener efectos milagrosos en las personas a mi alrededor e
incluso en todo el mundo:

Un milagro nunca se pierde. Puede afectar a mucha gente que ni siquiera conoces, y producir
cambios inimaginables en situaciones de las que ni siquiera eres consciente. (T.1.I.45).

El hecho de que mi manera de ver las cosas afecta a más personas que a mí mismo, hace a los
pensamientos que causan mi manera de ver todavía más importantes. Lo que pienso y mi modo
de ver las cosas afecta literalmente al mundo entero. Al abrir mi mente al amor, puedo ser un
conducto de amor para el mundo.

LECCIÓN 19 – 19 ENERO

“No soy el único que experimenta los efectos de mis pensamientos”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Enseñarte que todas las mentes están unidas. A pesar de no ser bien recibida al
principio, esta idea tiene que ser verdad para que la salvación sea posible.

Ejercicio: 3 o 4 (al menos 3), de un minuto aproximadamente (más corto si es necesario).


• Cierra los ojos y repite la idea.
• Busca los pensamientos que ahora hay en tu mente. A medida que los contemplas a cada
uno, mantenlo en tu mente y di: “No soy el único que experimenta los efectos de este
pensamiento acerca de (nombra a la persona, o al tema, o a la situación)”.

Observaciones: La lección de hoy incluye la última mención de un tema que ya es muy


familiar: la necesidad de no hacer distinciones y la selección al azar de los objetos de la
práctica. Estas primeras lecciones nos han entrenado en esto (se ha mencionado en cada lección
excepto 8, 13 y 14), y de este modo en esta lección el autor anuncia que ya no hará hincapié en
ello de nuevo. Esto no se debe a que no sea importante, sino a que espera que ya lo hemos
interiorizado. Ahora Él espera que mantengamos esta práctica a lo largo del resto del Libro de
Ejercicios. También explica por qué es tan importante. Poder aplicar la idea con la misma
facilidad al cuerpo de tu compañero que a una mota de polvo en el suelo te permitirá finalmente
sanar un cáncer con la misma facilidad que un resfriado.

Respuesta a la tentación: Según se necesite.


Aplica la idea como respuesta a cualquier pensamiento no deseado. El hecho de darte cuenta
de que este pensamiento le afecta a todo el mundo, te ayudará a abandonarlo.

Comentario

Ayer la idea trataba sobre ver, hoy sobre pensar. “El acto de pensar y sus resultados son en
realidad simultáneos, ya que causa y efecto no están nunca separados” (1:4). “Pensar” es la
causa, “ver” es el efecto (resultado), y las dos ocurren al mismo tiempo. Una pelota que
atraviesa tu ventana es la causa de que el cristal se rompa. ¿Cuál sucede primero? ¿La pelota
atravesando el cristal o el cristal rompiéndose? Está claro que los dos suceden al mismo tiempo.

Esto sucede con pensar y ver. Cuando pensamos, percibimos (vemos). Como ocurren al mismo
tiempo, se nos hace difícil reconocer al pensamiento como la causa. Al ego le resulta muy fácil
el truco de que parezca lo contrario, y por eso creemos que lo que vemos es la causa de lo que
pensamos. Pero no es así como funciona.

La idea de que todas las mentes son una es emocionante pero también, especialmente al
principio, muy amenazadora. Hay pensamientos que no quiero compartir, pero “No hay
pensamientos privados” (2:3). Mis pensamientos “privados” afectan a todo el mundo y a todas
las cosas, igual que cada pensamiento que cruza por mi mente. La idea puede ser
desconcertante. La lección nos dice que, a pesar de la resistencia, finalmente nos daremos
cuenta de que así es como tiene que ser “si es que la salvación es posible” (2:4). No explica por
qué es inevitable, pero dice que todos lo veremos así sin tardar mucho.

Pensemos en ello durante un minuto. Si otras mentes están de verdad separadas de la mía,
entonces son posibles también voluntades diferentes. Eso me coloca en lucha con el mundo,
solo contra el universo. ¿Cómo puedo entonces estar libre de miedo, si fuerzas externas pueden
volverse contra mí en cruel ataque?

Sin embargo, si todas las mentes son parte de la mente única, y si lo que pienso afecta a todas
las partes de esa mente unificada, entonces la salvación es posible. Por lo tanto, una elección a
favor de la paz, puede empujar a toda la mente unida hacia la paz. La salvación es posible. Yo
no soy el resultado del mundo, sino que el mundo es mi resultado. Tengo el poder de elegir.
Puedo elegir la paz por toda la Mente. Así es como, desde el punto de vista del Curso, puedo
convertirme en el salvador del mundo.

¡Que desde hoy elija a favor de la paz, de la sanación y del perdón! Al empezar a darme cuenta
de que no soy el único que experimenta los efectos de mis pensamientos, empezaré a ser
cuidadoso con lo que pienso; y al empezar a ser cuidadoso con mis pensamientos, empezaré a
sanar yo mismo y el mundo junto conmigo.

LECCIÓN 20 – 20 ENERO

“Estoy decidido a ver”

Instrucciones para la práctica


Propósito: Estar decidido a ver y así recibir la visión.

Ejercicio: 2 por hora (preferentemente cada media hora).


• Repite la idea. “Cómo” la repites, marca la diferencia. La lección te pide que la hagas
“lentamente y de manera positiva” (5:1), recuerda que estás decidido a cambiar tu
estado actual por uno que verdaderamente quieres. (De hecho, puede que quieras
intentar ahora decirla de este modo, y ver si notas la diferencia).
• Si en algún momento te das cuenta de que te has olvidado practicar, “no te desanimes…
pero esfuérzate al máximo por recordarlo” (5:2) de ahora en adelante.

Observaciones: Esta lección marca un gran cambio en el Libro de Ejercicios. Si el Libro de


Ejercicios ha parecido fácil hasta ahora, era intencionado. Sin embargo, no puede mantenerse
así de fácil y lograr su meta: la total transformación de tu manera de pensar. Así que, a partir de
ahora, te dará una estructura mayor con la que practicar. Esto incluirá prácticas más frecuentes,
tiempos establecidos en los que practicar, y prácticas más largas.

La lección de hoy incluye las dos primeras de tales prácticas. La manera de responder a esta
estructura es fundamental. Si la ves como una imposición, como que es una fuerza exterior la
que te la impone, te rebelarás contra ella, activa o pasivamente. En lugar de ello, intenta verlo
como la expresión de tu verdadera voluntad. Quieres todas las cosas que el Curso te ofrece. Y
sólo las conseguirás teniendo una mente entrenada (disciplinada), que sólo conseguirás
siguiendo la práctica como lo indican las instrucciones. Por lo tanto, hacer la práctica hoy es tu
propio deseo verdadero.

Respuesta a la tentación: Siempre que te sientas disgustado con una persona, situación o
acontecimiento durante el día.
Repite la idea como remedio para esa emoción. Puedes aplicarla a la situación concreta:
“Estoy decidido a ver esta situación”. Si de verdad quieres ver la situación de manera diferente,
la verás.
Comentario

La lección de hoy no pide realmente mucho de nosotros: cada media hora acuérdate de repetir
las palabras: “Estoy decidido a ver”. Si estamos estudiando el Curso, esto es algo que
probablemente queremos de verdad.

Deseas la salvación. Deseas ser feliz. Deseas la paz. (2:3-5)

Sin embargo, si verdaderamente lo queremos, ¿por qué nos oponemos y desafiamos a las
instrucciones? (ver 1:6)

Porque por primera vez desde el comienzo del Curso “ésta es la primera vez que intentamos
establecer cierta estructura” (2:1) y no será la última. Nuestras mentes sin disciplinar tienen una
oposición calculada a la estructura. ¿Y qué importa si es bueno para nosotros? ¿De verdad lo
queremos? Si alguien nos dice que lo hagamos de determinada manera, en determinados
momentos, nos rebelamos. Vamos muy despacio (arrastrando los pies). No nos gusta que nos
diga qué hacer o cómo hacerlo. Nuestra mente “no tiene ninguna disciplina” (2:6) y quiere
mantenerse tal como está para proteger los derechos cedidos al ego.

La práctica que se nos pide es muy, muy sencilla. Así que inténtalo. Probablemente te
sorprenderás de lo a menudo que te olvidas, de cómo el pensamiento de hacerla puede aparecer
rápidamente en tu mente y la retrasas porque no es el momento oportuno, o porque “realmente
no es importante” y luego te olvidas por completo. Por eso el Libro de Ejercicios se acerca a la
idea de estructura con mucho cuidado, sabe que habrá oposición y está intentando hacernos
comprender lo importante que es esta práctica engañosamente sencilla. Por eso, nos advierte
“No te desanimes si te olvida hacerlo, pero esfuérzate al máximo por acordarte” (5:2).
“Tu decisión de ver es todo lo que requiere la visión” (3:1). Si de verdad pudiéramos captar esta
lección, en otras palabras, decirla de corazón, el trabajo estaría hecho. La visión sería nuestra.
“Con tu decisión de querer ver, se te da la visión” (3:8). Ésta no es una lección sin importancia,
es el núcleo de toda la enseñanza del Curso. Así que, ¡pongamos nuestro corazón en ello hoy!
Hagámoslo gozosamente, incluso de una manera sagrada cada media hora. Repitamos la idea
“lentamente y de todo corazón” (5:1). “Hagamos un verdadero esfuerzo para recordarlo” (5:2).
Apliquémosla a “cualquier situación, persona o acontecimiento que te perturbe” (5:3).

Puedes verlos de manera diferente, y los verás. Lo que desees, lo verás. Ésta es la
verdadera ley de causa y efecto, tal como opera en el mundo. (5:4-6)

LECCIÓN 21 – 21 ENERO

“Estoy decidido a ver las cosas de otra manera”

Instrucciones para la práctica

Ejercicio: 5 veces, de un minuto cada vez.

• Repite la idea.
• Luego cierra los ojos y busca cuidadosamente en tu mente cualquier situación que te
provoque ira en cualquier momento, por muy leve que sea. Mantén cada situación en la
mente y di: “Estoy decidido a ver (nombra la persona o situación) de otra manera”.
Da a los pensamientos de “poca” ira la misma atención que a los de “mucha” ira. Sé
muy concreto, hasta el punto de nombrar rasgos concretos de personas concretas que te
irritan: “Estoy decidido a ver (rasgo) de (nombre de la persona) de otra manera”.

Observaciones: En esta práctica tenemos que evitar el engaño de que el grado de nuestro
enfado importa. Este engaño tiene dos formas. La primera es pensar que nuestros enfados
pequeñitos (por ejemplo, una ligera irritación) son demasiado pequeños para tomarnos la
molestia de incluirlos en este ejercicio. La segunda es darle mucha importancia a determinadas
causas “claras” de enfado, lo que supone que en estos casos determinados nuestro enfado (la ira)
está verdaderamente justificado. La verdad es que todo enfado (ira) es máximo y ninguno está
justificado.

Otro engaño que también se menciona es la creencia de que nuestra ira se limita a un rasgo de
personalidad concreto de alguien: “Amo a Juan. No estoy enfadada con él en general, sólo con
este rasgo suyo especialmente molesto”. Esta lección supone que nuestra ira hacia esa persona
no se limita a eso sólo, es a todo lo suyo. Con este engaño, en lugar de dejarlo fuera de nuestra
práctica (como con los engaños anteriores), se nos pide que lo usemos en ella. Se nos pide que
utilicemos la idea concretamente a ese rasgo (5:4).

Comentario

En esta lección aplicamos la idea de la decisión de ver a situaciones concretas que nos producen
enfado (ira), dándole toda la importancia a ver estas situaciones de manera diferente. Está muy
clara la relación de estos ejercicios con cambiar nuestra percepción (lo que vemos).

Hay un pensamiento en esta lección que es particularmente sorprendente. Cuanto más trabajo
con el Curso, estudiando el Texto y practicando las disciplinas mentales que nos enseña: “Te
irás dando cuenta cada vez más de que una leve punzada de molestia no es otra cosa que un velo
que cubre una intensa furia” (2:5).
El primer principio de los milagros, en el capítulo 1 del Texto, dice: “No hay grados de
dificultad en los milagros”. La idea de esta lección tiene gran parecido con esa idea. Tampoco
hay grados de intensidad en la ira. Incluso la más ligera irritación es lo mismo que una rabia
incontenible, y de hecho es ira disfrazada. Todas las formas de ira proceden de la misma causa.

Algunas escuelas de psicología afirman desde hace tiempo que todo el mundo lleva consigo
desde el nacimiento una ira primaria, profundamente contenida. Puede ser moderada con una
capa de civilización, pero debajo, en el subconsciente, hay una ira violenta. Muchos atribuyen
esto a nuestro origen animal en la evolución, pero el Curso considera la ira desde un punto
metafísico. Dentro de nosotros mismos llevamos una ira ciega contra nosotros mismos porque
creemos que hemos atacado la realidad y lo hemos conseguido, creemos que de alguna manera
nos las hemos arreglado para separarnos de Dios y que hemos destruido la unidad del Cielo.
Pensamos que en un ataque de resentimiento por no haber recibido un trato y un amor especial,
hemos destruido nuestro Hogar y no podemos ya regresar nunca.

Estamos furiosos con nosotros mismos, pero incapaces de soportar la culpa por el odio a
nosotros mismos, lo extendemos hacia fuera y lo desviamos a otros objetos que consideramos
separados de nosotros mismos. La palabra usada para este desplazamiento de la ira es
“proyección”. El ego dentro de nosotros está continuamente “maquinando”, buscando
situaciones sobre las que proyectar la ira con aparente justificación, para convencer a nuestra
mente de que la causa de la ira está afuera, y no adentro.

Cada llamarada de ira, desde la más ligera irritación hasta la rabia más desenfrenada, todas son
síntomas de este odio contra nosotros mismos, profundamente enterrado desde el nacimiento.
Todas son lo mismo. Por eso el Curso nos aconseja que no aceptemos la ilusión de que el ataque
está justificado según las circunstancias; y por ello nos pide que no consideremos nuestras
ligeras irritaciones como demasiado pequeñas como para tomarlas en consideración. Al no hacer
distinción entre “grados” de ira, estamos ayudándonos a entender que en la realidad todas son lo
mismo e igualmente no justificadas.

LECCIÓN 22 – 22 ENERO

“Lo que veo es una forma de venganza”

Instrucciones para la práctica

Ejercicio: 5 veces (por lo menos), de un minuto (por lo menos).


• Mira a tu alrededor. A medida que tus ojos pasen lentamente de un objeto a otro di:
“Veo únicamente lo perecedero. No veo nada que vaya a perdurar. Lo que veo no es
real. Lo que veo es una forma de venganza”.
• Termina preguntándote a ti mismo: “¿Es éste el mundo que realmente quiero ver?”.

Observaciones: Las cuatro líneas que se nos pide que repitamos no parecen seguirse unas a
otras con lógica, aunque parezca que eso es lo que pretenden. Basado en el párrafo 2, diría que
se siguen unas a otras sólo que en orden inverso; significando que la conclusión viene primero y
la base del argumente viene al final. Toda la lógica descansa en la idea (mencionada en el
párrafo 1) de que vemos el mundo a través de ojos airados. Como resultado de ello, estamos
convencidos de que el mundo debe querer vengarse de nosotros por las miradas asesinas que
salieron de nuestros ojos. Este (inconsciente) convencimiento por nuestra parte nos hace vernos
a nosotros mismos rodeados de un mundo sediento de vengarse contra nosotros. (Eso explica la
cuarta línea.) Por lo tanto, el mundo vengativo que vemos es nuestra propia proyección. Existe
sólo en nuestra imaginación. No es un mundo real. (Eso explica la tercera línea.) Y, puesto que
no es real, no tiene las cualidades de la realidad, en este caso: la permanencia. (Eso explica la
primera y la segunda líneas.) Para hacer esto más claro, voy a colocar las líneas originales y ni
explicación una al lado de la otra:

Líneas originales Explicación


Veo únicamente lo perecedero. Veo un mundo que no tiene permanencia.
No veo nada que vaya a perdurar.
Lo que veo no es real. No tiene permanencia porque la permanencia
es una cualidad de la realidad, y el mundo
que veo no es real.
Es sólo un cuadro en mi imaginación.
Lo que veo es una forma de venganza. Este cuadro está pintado con mis
pensamientos de ataque, que hacen que me
imagine un mundo preparado para vengarse
por mi ataque a él.

Comentario

Ésta es una lección que no entendí las primeras veces que hice el Libro de Ejercicios. Y no estoy
seguro de entenderla completamente ahora, pero tiene cierto sentido para mí, y hasta donde yo
la entienda me gustaría compartir ese sentido contigo. Pero date cuenta de una cosa al leer la
lección. Con lo que de verdad se te pide que practiques no es sólo con el pensamiento en el
título de la lección, sino bastante más; terminando con la pregunta: “¿Es este el mundo que
realmente quiero ver?” (3:8). Así que entender el pensamiento del título no es realmente el
propósito de esta lección, más bien el propósito es ayudarnos a darnos cuenta de que no
queremos realmente lo que estamos viendo.

Sin embargo, lo estamos viendo porque en alguna parte de nuestra mente, una parte que hemos
escondido de la consciencia, queremos verlo. Siempre vemos lo que queremos ver. Estamos
viendo lo que vemos porque queremos verlo.

Ves lo que crees que está ahí, y crees que está ahí porque quieres que lo esté. La percepción no
está regida por otra ley que ésa. (T.25.III.1:3-4)

Si estamos viendo lo que vemos porque queremos verlo, entonces si esta lección puede
ayudarnos a aprender que realmente no lo queremos (que lo que de verdad queremos es otra
cosa), nos ayudará a cambiar lo que vemos. Al cambiar nuestro deseo, lo que vemos cambia con
ello.

Si albergamos pensamientos de ataque en nuestra mente, tenemos que ver un mundo perverso,
un lugar peligroso. Es un mundo de sufrimiento, y “el dolor no es sino un testigo de los errores
del Hijo con respecto a lo que él cree ser. Es un sueño de una encarnizada represalia por un
crimen que no pudo haberse cometido” (L.190.2:3-4).Tal como dije ayer, estamos enfadados
con nosotros mismos por lo que pensamos que hemos hecho, y como resultado estamos
teniendo sueños de “venganza encarnizada” por nuestros crímenes. Como egos, estamos
también furiosos con la realidad por no ser lo que queremos que sea, por no apoyar nuestro
deseo de separación y de ser especiales. No podemos enfrentarnos a la furia contra nosotros
mismos, y no podemos apoyar la culpa de nuestra furia demente contra la realidad, así que la
proyectamos. “Habiendo proyectado su furia sobre el mundo, lo que ve es la venganza a punto
de devolverle el golpe” (1:2).

La ira y el ataque que vemos en el mundo es sólo el reflejo de la intensidad de nuestra rabia
interna, no podemos ver la rabia en nosotros precisamente porque la hemos negado y
proyectado fuera. De esta manera, el mundo que veo me muestra lo que estoy pensando. “Lo
que veo es una forma de venganza”porque la venganza es lo que llena mi mente, aunque yo no
sea consciente de ella. El hecho de que vea venganza en el mundo es la prueba de que está en mi
mente, porque ésa es la ley de la percepción.

Y lo atacará, pues lo que contempla es su propio miedo proyectado fuera de sí mismo, listo
para atacar, y pidiendo a gritos volver a unirse a él otra vez. No subestimes la intensidad de la
furia que puede producir el miedo que ha sido proyectado. Chilla de rabia y da zarpazos en el
aire deseando frenéticamente echarle la mano a su hacedor y devorarlo. (L.161.8:2-4)

“De esta fantasía salvaje es de lo que te quieres escapar” (2:1). ¡Qué palabras tan sugerentes las
que usa el Curso “fantasía salvaje”, “un sueño de encarnizada venganza”! Si el mundo tiene ese
aspecto (y ciertamente lo tiene, al menos muy a menudo), ¿cuál es el estado de nuestra mente
que está produciendo eso?

Realmente queremos liberarnos de esa fantasía salvaje. Ése es el propósito de la lección de hoy:
ayudarnos a desear cambiar nuestra manera de ver. Nada de lo que estamos viendo existe, y si
estamos deseosos de cambiar nuestra manera de ver, ya no lo veremos más.

La definición del Curso de real es eterno, duradero, que no cambia. Lo que no es duradero no es
real, por definición. Por tanto, nada de esto es real, por definición. “No veo nada que vaya a
perdurar” (3:4). Por lo tanto, no es real, por definición. Si no es real, ¿qué es? “Una forma de
venganza” (3:4). Ken Wapnick dijo una vez que el mundo es culpa cristalizada. Esta lección
dice que el mundo es pensamientos de culpa cristalizados, venganza solidificada transformada
en un mundo de ataque y contraataque.

¿Es éste el mundo que realmente quiero ver?”. La respuesta será obvia. (3:8-9)

Esta lección está actuando en el nivel de la motivación. No nos dice “cómo” ver algo de manera
diferente. Sabe que si puede lograr que queramos algo diferente, la batalla está ganada porque lo
que queremos, lo vemos. Así que, si esta lección te deja con el pensamiento: “¡Dios! No, no
quiero ya más ver el mundo de esta manera, pero ¿qué puedo hacer?”, entonces la lección ha
tenido éxito. La pregunta será contestada al avanzar las lecciones.

LECCIÓN 23 – 23 ENERO

“Puedo escaparme del mundo que veo renunciando a


los pensamientos de ataque”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Aprender que “no estás atrapado en el mundo que ves, porque su causa se puede
cambiar” (5:1)

Ejercicio: 5 veces, de un minuto de duración.


• Repite la idea lentamente mientras miras a tu alrededor.
• Luego cierra los ojos y busca en tu mente los pensamientos de ataque y los de ser
atacado. Mantenlos en tu mente mientras dices: “Puedo escaparme del mundo que veo
renunciando a los pensamientos de ataque acerca de ____”.

Observaciones: Es importante incluir los pensamientos de ataque que proceden de ti y los


pensamientos de ataque hacia ti. La lección dice que son dos formas diferentes del mismo
pensamiento. De hecho, si los examinas de cerca, te darás cuenta de que cada pensamiento de
ataque contiene los dos aspectos. Cuando estás enfadado con alguien, siempre está el elemento
“Él me hizo daño de algún modo (lo que significa: de algún modo me atacó) y por eso estoy
enfadado”. Y siempre que veas que alguien te ataca, siempre hay ira, desagrado, o frustración
dirigida contra él. Por lo tanto, todo es lo mismo, y todo es ataque. Verlo nos puede motivar a
abandonarlo.

Respuesta a la tentación: Siempre que notes que estás teniendo pensamientos de ataque.
Repite la idea como un modo de expulsar esos pensamientos. Puedes hacerla más concreta
usando la misma forma de arriba: “Puedo escaparme del mundo que veo renunciando a los
pensamientos de ataque acerca de____”.

Comentario

Éste es un ejemplo que resume el mensaje del Curso para nosotros. No nos escapamos del
mundo de conflicto tratando de controlarlo, manipularlo, arreglarlo o intentando hacerlo mejor.
Nos escapamos mediante una acción de la mente: abandonando nuestros propios pensamientos
de ataque. El mundo que veo es el efecto de los pensamientos de ataque que hay en mi mente, y
por lo tanto puedo “escaparme” de él cambiando los pensamientos en mi mente. Ésta es “la
única manera de poder escapar del miedo que tendrá éxito. Nada más puede lograrlo, nada más
tiene sentido” (1:1-2).

“Es con tus pensamientos, pues, con los que tenemos que trabajar” (1:5).

El Texto lo dice así:

Tienes que cambiar de mentalidad, no de comportamiento, y eso es cuestión de que estés


dispuesto a hacerlo. No necesitas orientación alguna excepto a nivel mental. La corrección debe
llevarse a cabo únicamente en el nivel en que es posible el cambio. El cambio no tiene ningún
sentido en el nivel de los síntomas donde no puede producir resultados. (T.2.VI.3:4-7)

El mundo es el nivel de los síntomas, la mente es el nivel de la causa.

Es muy difícil para muchos aceptar esta frase del Curso: “De nada sirve intentar cambiar el
mundo” (2:3). Tan pronto como leo esto, me doy cuenta de que sigo intentando ir contra esto.
Me veo a mí mismo intentando cambiar algún factor externo, algo que hay a mi alrededor,
pensando que de alguna manera tal cambio mejorará las cosas. Todo lo que esto hace es aliviar
algunos síntomas, tal como tomar una pastilla para la tos cuando tengo catarro. No cura nada. O,
como Marianne Williamson dijo: “es como intentar solucionar los problemas del Titanic
cambiando de lugar las tumbonas de cubierta”. Lo que funciona es cambiar mis pensamientos
sobre el mundo, porque mis pensamientos de ataque son la causa del mundo que veo.

“Ves el mundo que has fabricado, pero no te ves a ti mismo como el que fabrica las imágenes”
(4:1). No reconocemos el poder de nuestra mente, utilizamos las mismas imágenes fabricadas
por la mente para ocultar el poder de la mente. Nos negamos a que nos etiqueten como el
fabricante de imágenes. Queremos que la culpa sea de algún otro, incluso culpa de Dios.

La visión ya tiene un substituto para todo lo que crees ver ahora. La hermosura puede iluminar
tus imágenes y transformarlas de tal manera que las llegues a amar, aun cuando fueron forjadas
del odio, pues ya no las estarás forjando solo. (4:4-6)

Cualquier cosa hecha con nuestro odio, ataque o rabia puede transformarse si nos unimos al
Espíritu Santo para dejar que Su luz nos ilumine. Cualquier relación especial, ya parezca odiosa
o amorosa, puede llegar a ser una fuente de bendiciones para el mundo. Cada acto de venganza
puede transformarse en salvación. Esto es lo que el milagro hace. “El más santo de los lugares
de la tierra es aquel donde un viejo odio se ha convertido en un amor presente” (T.26.IX.6:1).
No estamos atrapados en el mundo “porque su causa se puede cambiar” (5:1). Luego sigue un
breve resumen maravilloso del proceso de cambiar nuestra mente, que Ken Wapnick ha
calificado como los 3 pasos del perdón. Se encuentra en una sola frase: “Este cambio requiere,
en primer lugar, que se identifique la causa y luego que se abandone, de modo que pueda ser
reemplazada” (5:2).

1.- “Este cambio requiere, en primer lugar, que identifiquemos la causa…” Tenemos que
reconocer a la mente como la causa”. Tenemos que darnos cuenta de que estamos “haciendo” al
ego en cada instante dentro de nuestra propia mente, por medio de nuestros pensamientos.
Tenemos que darnos cuenta de que somos responsables de lo que vemos.

2.- “... y luego que se abandone…” Habiendo reconocido a la mente como la causa, tenemos
que elegir cambiar nuestra mente (nuestros pensamientos) acerca del mundo. Tenemos que
darnos cuenta de que los pensamientos que estamos pensando no son los pensamientos que
queremos porque, como decía la lección de ayer, nos hemos cuenta de que éste no es el mundo
que queremos ver. Aquí no se dice nada de que aparezcan nuevos pensamientos, simplemente
dice que abandonemos los viejos. Todo lo que se necesita es desear el cambio, el
reconocimiento de que “yo ya no quiero esto más”.

3.- “… de modo que pueda ser reemplazada”. El tercer paso es la substitución de los
pensamientos de ataque por pensamientos santos, pensamientos de amor y paz. Las siguientes
frases son importantísimas aquí: “Los primeros dos pasos de este proceso requieren tu
cooperación. El paso final, no” (5:3-4). ¡El paso de la substitución no es nuestro trabajo!
Nosotros colaboramos en identificar la causa, descubrir al ego en nuestra mente (paso 1) y
colaboramos en abandonar esos pensamientos del ego (paso 2), pero su substitución por los
Pensamientos de Dios (paso 3) no es nuestro trabajo. Eso simplemente sucede.

Cuando sucede algo que me disgusta, esto es todo lo que necesito recordar:
1) La causa no está fuera sino en mis propios pensamientos.
2) No quiero estos pensamientos.

El Paso 3 se encarga de sí mismo, pues si yo doy los dos primeros pasos, veré que mis falsas
imágenes han sido reemplazadas. Los pensamientos reales ya están en mi mente, pero están
ocultados por los pensamientos falsos del ego. Elimina lo falso, y verás cómo lo verdadero ya
está ahí.

Dentro de las instrucciones de la práctica hay otra idea que merece destacarse:

Asegúrate de incluir tanto los pensamientos de ataque contra otros como los de
ser atacado. Los efectos de ambos son exactamente lo mismo, puesto que ambos
son exactamente lo mismo. (7:1-2)

Un pensamiento de ataque no es sólo un pensamiento de ira o resentimiento que tengo hacia


otro, es también un pensamiento de ser atacado por otro. Si todo lo que veo es un reflejo de mis
pensamientos, entonces lo que parece ser ataque dirigido contra mí desde fuera es realmente mi
propio pensamiento de ataque rebotando contra mí.

Por lo tanto, los miedos de cualquier clase son pensamientos de ataque. La inquietud cuando un
coche patrulla me pasa, es un pensamiento de ataque. La preocupación por la competencia en el
trabajo o en una relación, es un pensamiento de ataque. Alegrarse cuando un terrorista cae
víctima de una explosión, es un pensamiento de ataque. ¡Vigila tu mente en los mundiales de
fútbol!

Tenemos mucho que abandonar. El resultado bien lo merece.


LECCIÓN 24 – 24 ENERO

“No percibo lo que más me conviene”

Instrucciones para la práctica

Ejercicio: 5 veces, de dos minutos de duración.


• Repite la idea.
• Con los ojos cerrados, busca en tu mente situaciones que aún no estén resueltas
y que te preocupan. Cuando encuentres una, nombra todos los objetivos que te
gustaría alcanzar, todos los resultados que deseas, al menos todos los que puedas
encontrar. Di: “Lo que me gustaría que gustaría que sucediese en relación con
____, es que ____ y que ____ sucediese…”
• Después de pasar revista a tantos objetivos anhelados como puedas para cada
situación aún sin resolver que cruce tu mente, di para tus adentros: No percibo lo
que más me conviene en esta situación,
• Después de decir esto, repite todo el procedimiento con otra situación, y así
sucesivamente hasta completar el tiempo de la práctica.

Observaciones: En estos ejercicios lo importante es ser honesto contigo mismo. Puede ser
humillante admitir cuántas esperanzas contradictorias e imposibles has amontonado en una sola
situación. Pero admitir eso es lo importante de este ejercicio. Eso es lo que te mostrará que la
idea de hoy es para ti completamente verdadera. Así que sé lo más honesto que puedas, así
como cuidadoso y paciente al poner al descubierto todas las metas con las que has “atiborrado
los bolsillos” de esta situación.

Comentario

En cualquier situación dada, nuestras acciones están determinadas por cómo vemos la situación.
Y, tal como hemos visto en las últimas 23 lecciones, nuestras percepciones no son de fiar, (por
decirlo de una manera suave). Esta lección lo dice más rotundamente: nuestras percepciones son
“erróneas” (1:3). Entonces, no hay manera de que podamos saber lo que más nos conviene en
cualquier situación.

Los ejercicios de hoy pretenden llamar nuestra atención sobre cuatro cosas (párrafo 6):
• Estamos exigiendo de cada situación un gran número de cosas que no tienen nada que
ver con ella.
• Muchas de nuestras metas son contradictorias.
• No tenemos un resultado unificado, concreto, en la mente.
• Tenemos que experimentar desilusión con respecto a algunas de nuestras metas,
independientemente de cuál sea el resultado.

Todos hemos experimentado lo que este párrafo dice, sobre todo al tomar decisiones
importantes. Supongamos que recibo una oferta de un trabajo maravilloso por el que me pagan
más dinero del que haya podido imaginar y en el que hago lo que me gusta. Al principio suena
bien. Luego me doy cuenta de que tengo que mudarme a otra parte del país que no me gusta,
tendré que estar dispuesto a viajar por muchos sitios, y frecuentemente tendré que trabajar
muchas horas, incluso los fines de semana. Mi mente se llena de repente con todas las metas
conflictivas. Puedo descubrir que espero que el trabajo me haga feliz, de algún modo. Quizá
pienso que el trabajo me proporcionará compañeros espirituales. Tendré que dejar atrás a mis
amigos. Y así sucesivamente…
Cuanto más trabajo con el Curso, más me doy cuenta de que ésta no es una lección sólo del
comienzo, es algo que se aplica a casi todas las situaciones en las que me encuentro.
Constantemente me recuerdo a mí mismo que no sé lo que más me conviene en una situación
tras otra. Para mí es de lo más importante hacerlo así cuando las cosas parecen estar bastante
claras, cuando creo saber lo que quiero y necesito. Si pienso que sé lo que más me conviene, no
se me puede enseñar lo que verdaderamente es. El mejor estado mental que entonces puedo
mantener es: “No lo sé”.

Puedo reconocer mis preferencias, puedo admitir que creo que me gustaría que sucediesen
determinadas cosas, pero necesito aprender a añadir: “No estoy seguro de que esto sea lo
mejor”. Si rezo por algo, puedo añadir: “Que suceda… o algo mejor”. Me mantengo con la
mente abierta, preparado para aceptar que lo que pienso de la situación puede que no lo abarque
todo, y probablemente así es. Ése es el propósito de la lección de hoy: abrir nuestra mente a la
posibilidad de que puede que no sepamos, y de que podemos necesitar ayuda.

LECCIÓN 25 – 25 ENERO
“No sé cuál es el propósito de nada”
Instrucciones para la práctica

Propósito: Empezar a aprender que los propósitos que le asignas a las cosas no significan nada.
Esto te ayudará a abandonar esos propósitos.

Ejercicio: 6 veces, de dos minutos de duración.


• Repite la idea lentamente.
• Luego mira a tu alrededor y deja que tu mirada se pose sobre cada cosa que llame tu
atención. Mantén la mirada mientras dices lentamente: “No sé para qué es esa____”.
Luego pasa al siguiente objeto. No hagas distinciones entre las cosas que estén cerca o
lejos, que consideres importantes o sin importancia, humanas o no humanas.

Observaciones: Al mirar a un objeto y repetir la idea, puede que te vuelvas consciente de que
ves ese objeto como que existe para servir tus necesidades personales. Esto incluye tanto los
objetos inanimados como los animados, tales como los cuerpos humanos. Vemos todo a nuestro
alrededor como que tiene el propósito de servir a nuestro ser separado. Ése no puede ser su
verdadero propósito.

Comentario

¿Te has dado cuenta de que se está acelerando la marcha de las prácticas recomendadas? Ayer
pasamos de 5 prácticas de un minuto a 5 prácticas de dos minutos. Hoy las aumentamos a 6
prácticas de dos minutos, ¿Cuántos de nosotros estamos haciendo serios esfuerzos para seguir
estas instrucciones? Recuerda que la Introducción dijo que no se nos pide que creamos en las
ideas, ni que las aceptemos, ni que las recibamos con agrado, incluso si nos resistimos a ellas no
importa. Todo lo que se pide es que “las usemos” (L.In.9:5), “que las apliques tal como se te
indique” (L.In.8:3). Nada más que eso se requiere para que sean efectivas. Pero aplicarlas tal
como se indica es necesario, si queremos que tengan efecto en nuestra vida.
No sabemos cuál es el propósito de nada. La pregunta a la que apunta la idea de hoy es "¿Para
qué es esto?" Esta lección contesta la pregunta “Todo existe para tu beneficio” (1:5), una
referencia clara a la idea de ayer: “No percibo lo que más me conviene”. ¿Qué es lo que más me
conviene? Todo.
Nosotros no sabemos eso y tampoco nos lo creemos. Valoramos todo según lo bien que sirve a
“los propósitos de nuestro ego” (2:1), y puesto que "tu no eres el ego" (2:2), no puede darnos
una idea de lo que más nos conviene. Estamos escogiendo las cosas que apoyan a nuestro ego,
que no es nuestro Ser y, por lo tanto, lo que estamos haciendo es debilitando nuestro verdadero
Ser. (Esa frase “tú no eres el ego” es muy importante, es algo de lo que no nos daríamos cuenta
si no se nos dijera.)
Miramos al mundo desde la perspectiva del ego y, literalmente, "asignamos" propósitos a las
cosas, propósitos para apoyar a nuestro ego. Cuando las cosas no se ajustan a nuestras
expectativas, nos disgustamos. Todas nuestras metas tiene relación con intereses “personales”
(3:1). Sin embargo, "Puesto que no tienes intereses personales, tus objetivos en realidad no
guardan relación con nada” (3:2). Realmente no tenemos intereses personales porque la
“persona” en la que pensamos cuando utilizamos esas palabras no es real. No tenemos metas
reales que no compartamos con todas las cosas vivientes, porque todas las cosas vivientes están
conectadas, y el compartir es lo que hace que las metas sean reales. Las metas compartidas
reconocen la realidad de quién somos. Las metas del ego, no. Por eso, estamos tan confundidos
acerca de para qué son las cosas.
La lección señala que, en el nivel superficial, no sabemos cuál es el propósito de las cosas,
sabemos que el teléfono es para hablar con alguien que no está presente físicamente. “Sin
embargo, el propósito de algo no se puede entender en esos niveles” (4:3). Por ejemplo, no
entendemos por qué queremos ponernos en contacto con alguien a través del teléfono.
Podemos pensar que lo sabemos.
Puede que llames a la librería a comprar un libro. Pero, ¿Por qué quieres el libro? ¿Por qué
llamar ahora, en este preciso momento? Hay un propósito más profundo en todo, que no
entendemos, y que tampoco podemos entenderlo mientras creamos que las metas de las que
somos conscientes son las metas reales. Tenemos que “estar dispuestos a renunciar a los
objetivos que hemos adjudicado a todas las cosas” (5:1).

Toda la base de nuestro juicio está equivocada porque se asienta en la idea de que hay "cosas"
fuera de nosotros que son diferentes de nosotros. No hay nada fuera de nosotros, todo forma
parte de nosotros. Mientras partamos de esa base falsa, nuestras metas serán erróneas y nuestros
juicios estarán equivocados.

Me parece muy útil recordar que no sé cuál es el significado de nada y que no sé cuál es el
propósito de nada. Una llamada de teléfono puede damos "malas noticias", pero puedo decir:
"No sé cual es el propósito de esta llamada de teléfono, no sé cuál es el propósito de esta
situación, y por lo tanto no puedo juzgarla".

El Curso insiste en nuestra total ignorancia. “Tu confusión entre tu verdadera creación y lo que
has hecho de ti mismo es tan grande que se te ha hecho literalmente imposible saber nada"
(T.3.V.3:2). Es muy rotundo, ¿verdad? "Literalmente imposible". Esto no es un modo de hablar.
Está claro que, si literalmente no sabes nada, no puedes juzgar.

Puesto que pensamos que somos el ego, no podemos saber nada. Nuestra creencia en nuestra
identidad como seres separados, dentro de cuerpos, es una creencia central detrás de cada uno
de nuestros pensamientos. Juzgamos todo según los propósitos del ego (L.25.2:1). Incluso antes
de que empecemos a evaluar lo que algo significa, damos por sentado que sea lo que sea y
cualquiera que sea su significado, no es parte de nosotros, es otro. Desde esa base, no podemos
saber o entender nada, porque no es otro. Es parte de nosotros.
Desde la cuna un bebé pasa por el proceso de aprender que su pie o su mano forman parte de él.
Al comienzo el bebé no sabe esto. Puedes observar al bebé tratando a veces al pie como si fuera
un objeto extraño.

Todos somos exactamente iguales a ese bebé, porque no reconocemos partes de nosotros
mismos cuando las vemos, pensamos que son otra cosa. Debido a que pensamos que son otra
cosa, somos incapaces de hacer juicios que tengan sentido. Nuestros juicios son exagerados,
inexactos, y están tan lejos de la realidad que son ridículos.

Olvidémonos de nuestras propias ideas acerca del propósito del mundo. Pues no lo sabemos.
(T.31.I.12.2-3)

Si no sabemos cual es el propósito de algo, ¡no podemos juzgarlo! No podemos valorar si está o
no cumpliendo su propósito, porque no sabemos cuál es su propósito.
No se nos pide que adquiramos todo este conocimiento que nos falta, lo que se nos pide es que
nos aquietemos y que recordemos lo poco que sabemos (T.31.II.6:4). El Texto nos dice que no
hay afirmación que el mundo tema oír más que ésta:

No sé lo que soy, por lo 1anto, no sé lo que estoy haciendo, dónde me encuentro,


ni cómo considerar al mundo o a mí mismo. (T.31.V.17:7)

Continúa diciendo que esta lección es donde nace la salvación. Aquí es donde empieza nuestro
aprendizaje: admitiendo que somos incapaces de juzgar. ¡No sabemos todas estas cosas!
Reconocer nuestra ignorancia es el nacimiento de la salvación porque mientras no admitamos
que no sabemos, no pediremos ayuda. Mientras pensemos que sabemos, estamos bloqueando el
verdadero conocimiento.

Los niños reconocen que no entienden lo que perciben y, por lo tanto, preguntan cuál es su
significado. No cometas la equivocación de creer que entiendes lo que percibes, pues su
significado se te escapa… Sin embargo, mientras creas que sabes cuál es el significado de lo
que percibes, no verás la necesidad de preguntárselo a Él.

No sabes cuál es el significado de nada de lo que percibes. Ni uno solo de los


pensamientos que albergas es completamente verdadero. Reconocer esto sienta las
bases para un buen comienzo. (T.11.VIII.2:2-3,5; 3:1-3)

LECCIÓN 26 – 26 ENERO

“Mis pensamientos de ataque atacan mi invulnerabilidad”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Darte cuenta de que la razón de que te sientas vulnerable no se debe a la manera en
que te trata el mundo sino debido a tus propios pensamientos, concretamente a tus pensamientos
de ataque. Abandonar estos pensamientos es el modo de sentirte verdaderamente invulnerable.

Ejercicio: 6 veces, durante dos minutos (redúcelo a la mitad si te sientes incómodo).


• Repite la idea lentamente.
• Cierra los ojos y trae a la mente una situación que te haya estado preocupando y que
todavía albergues en tu mente. Primero nombra la situación: “Estoy preocupado acerca
de ___”. Luego examina cada posible resultado (lo ideal serían cinco o seis) que temas
que ocurra. Para cada uno de esos desenlaces di: “Temo que lo que pueda ocurrir es
que ____”, y luego te dices a ti mismo: “Este pensamiento es un ataque contra mí
mismo”. Ésta es la frase clave. Éste es el propósito del ejercicio. Lo que te está atacando
no es el resultado externo, sino el resultado de que tú eres vulnerable a ese resultado
(que ese resultado puede hacerte daño).
• Cuando se te hayan acabado los posibles desenlaces a esa situación, repite este
procedimiento con otras situaciones hasta que acabes el tiempo de la práctica.
• Repite la idea para terminar.

Observaciones: Intenta ser honesto y cuidadoso. Si sólo te da tiempo de examinar dos o tres
situaciones, no pasa nada. No nos gusta reconocer a cuántas posibilidades amenazadoras nos
parece que nos estamos enfrentando. Por lo tanto, los desenlaces que temes puede que sólo se te
ocurran después de que hayas terminado tu lista por completo. No obstante, como aconseja la
lección, procura tratar por igual tanto a los resultados espantosos como a los que son
ligeramente inquietantes. Todos ellos son diferentes variaciones de tu creencia de que eres
vulnerable.

Comentario

El diccionario americano Heritage define “invulnerable” como “inmune al ataque” (que nada te
puede atacar). Así que si creo que puedo ser atacado entonces, por definición, creo que no soy
invulnerable. Eso está muy claro.

En el primer párrafo hay una lógica que se nos puede pasar por alto si no leemos con cuidado.

Ves el ataque como una amenaza real. Esto se debe a que crees que realmente puedes atacar.
(1:2-3)

Es mi creencia de que puedo atacar la que hace que tenga miedo del ataque que pueda venir de
fuera; si yo puedo atacar, también puede hacerlo cualquiera. Por lo tanto, ¡mi miedo al ataque
procede de la proyección de mi propia creencia sobre mí mismo! Procede de mi creencia de que
no soy un ser completamente amoroso, sino un ser malvado, maligno y perverso. De eso trata
todo el párrafo 2.

“Y lo que tendría efectos a través tuyo también tiene que tenerlos en ti” (1:4). Por es, por lo que
la lección 23 decía en el último párrafo, que tanto los pensamientos de ataque como los
pensamientos de ser atacado son exactamente lo mismo. “Ésta es la ley que en última instancia
te salvará” (1:5). A lo que se refiere es al hecho de que el modo en que encuentro el perdón es
dándolo, y el modo en que me curo es curando a otros, a esto el Curso le da mucha importancia:
“Dar es recibir”. Pero ahora nos estamos “perdiendo” esa ley, al proyectar culpa en lugar de
extender amor. Por eso tenemos que aprender cómo usarla en nuestro beneficio, en lugar de en
nuestra contra (una referencia a la Lección 24).

Los pensamientos de ataque me debilitan ante mis propios ojos, ya sean pensamientos de miedo
a ser atacado desde fuera o pensamientos agresivos de ataque a otro. Los fuertes no tienen
enemigos, como se indica en otro lugar (ver T.23.In.1:5) Si puedo abandonar los pensamientos
de ataque, me daré cuenta de mi propia invulnerabilidad; mi “vulnerabilidad o invulnerabilidad
son el resultado de (mis) propios pensamientos” (4:1).

“Nada, excepto tus propios pensamientos, puede atacarte” (4:2). Ése es un pensamiento en el
que he reflexionado durante años, y en mi experiencia ha demostrado ser completamente cierto.
Ciertamente es muy difícil de creer al principio, eso es normal. Trabaja con él. Es un
pensamiento muy poderoso. (En relación a esto, puedes leer en el Texto la Introducción al
Capítulo 10).

Las instrucciones para la lección de hoy son más largas y detalladas. Léelas cuidadosamente.
Nos estamos dedicando a un verdadero proceso mental. Al pensar en una situación, tenemos que
“examinar todos los posibles desenlaces” (7:3), refiriéndonos a cada uno de ellos de manera
muy concreta. La lección da mucha importancia a que lo hagamos con gran detenimiento y a
que nos tomemos todo el tiempo que sea necesario con cada situación.

LECCIÓN 27 – 27 ENERO

“Por encima de todo quiero ver”


Instrucciones para la práctica

Propósito: Acercar un poco más el día en que quieras la visión más que ninguna otra cosa.

Ejercicio: Por lo menos cada media hora (se sugiere 3 o 4 veces por hora).
Simplemente repite la idea. Puedes hacer esto incluso en medio de una conversación. No te
preocupes si no lo sientes de todo corazón. Repítelo para acercar un poco más el día en que lo
sientas de verdad. Si repetirlo provoca en ti miedo de que tengas que renunciar a algo, añade:
“La visión no le cuesta nada a nadie”, y si todavía sientes miedo, di: “Tan sólo puede
bendecir”.

Observaciones: Ésta es una lección muy importante, la segunda lección de prácticas frecuentes
(la primera fue la Lección 20). Esta frecuencia es muy importante. Al principio del día se
supone que tú establecerás los intervalos en los que la practicarás (por ejemplo, cada 20 o cada
30 minutos). Si todavía no lo has hecho, sería bueno que lo hicieras ahora. Luego, durante el
resto del día, se te pide que te esfuerces al máximo para mantener la frecuencia que has elegido.
El Curso se da cuenta de que probablemente no lo harás a la perfección. Cuando te olvides una
práctica, no te enfades contigo mismo. Esto te haría abandonar finalmente (y es una treta del
ego para lograrlo, ver L.95.7:3-5 y 10:1-2). Simplemente vuelve a tu práctica como si no
hubiese pasado nada. Lo importante es no lamentar los fallos pasados en la práctica, sino hacer
la práctica en el presente y en el futuro. Los beneficios de esto pueden ser enormes. Sólo una
repetición sincera puede ahorrarte años en tu progreso.

Comentario

Esta lección nos recuerda a la Lección 20: “Estoy decidido a ver”, a la que se hace una sutil
referencia en la primera línea: “La idea de hoy expresa algo más fuerte que una simple
resolución”. Pone el deseo de ver en primer lugar, “por encima de todo”. Quiero ver más que lo
que pueda querer ninguna otra cosa. Si lo decimos de corazón, elegiremos el camino que lleva a
la visión todo el tiempo, no importa lo que puedan estar tentándonos otras metas de menor
importancia.

La lección reconoce que puede que la idea no sea completamente verdad para nosotros todavía.
Puesto que el deseo determina la visión, si fuera completamente verdad ya verías, y por lo tanto
¡no necesitarías la lección! Así que trabajar con esta lección no es hipócrita, es un ejercicio
pensado para quienes todavía no aceptan la idea completamente. Por supuesto, lo importante es
lograr que la aceptemos, está pensada para acercarnos al día en que la aceptemos.

La expresión “por encima de todo” puede traernos la idea de sacrificio. “¡La visión a cualquier
precio!” Por eso, la lección sugiere que si nos sentimos incómodos acerca de comprometernos
completamente con la visión, deberíamos añadir este pensamiento: “La visión no le cuesta nada
a nadie” (2:3). Si eso no es suficiente, añade: “Tan sólo puede bendecir” (2:5). Pon las tres
líneas de la práctica de hoy juntas: “Por encima de todo quiero ver. La visión no le cuesta nada a
nadie. Tan sólo puede bendecir”.

Estas líneas señalan a una idea manifestada claramente en el Curso: este camino no cree en el
sacrificio. Dice que únicamente se nos pide que sacrifiquemos las ilusiones, y que en realidad
ésta es sólo una ilusión de sacrificio. “Nada real puede ser amenazado” (T.In.2:2).

Con todo, la lección nos lleva hacia esta decisión firme y sin dudas de alcanzar la verdadera
visión. Necesitamos estar decididos a poner la visión por encima de cualquier cosa que parezca
competir con ella. A veces puede parecer que se nos pide que renunciemos a cosas, y puede que
verdaderamente tengamos que renunciar a ellas; pero cuando lo hagamos, nos daremos cuenta
de que no hemos renunciado a nada que quisiéramos de verdad. El proceso completo es
perfectamente seguro, y no supone ninguna pérdida real de ningún tipo.
En esta lección los requisitos de la práctica son mucho mayores: repite la lección “al menos
cada media hora” (3:2). Nos dice al menos cada media hora, “e incluso más si es posible”.
Puedes intentarlo cada quince o veinte minutos” (3:2-3). (Las cosas serán más fáciles de nuevo
mañana). Se recomienda una estructura muy concreta, con un horario fijado. Todo lo que se nos
pide hacer en cada periodo de práctica es repetirnos la frase: “Por encima de todo quiero ver”.
No es mucho. No hay ninguna razón para no hacerlo, incluso en mitad de una conversación, si
queremos, si estamos decididos.

Lo que realmente importa es: ¿con qué frecuencia te vas a acordar? ¿Hasta qué
punto quieres que esa idea sea verdad? Si contestas una de estas preguntas, habrás
contestado la otra. (4:1-3).

La frecuencia en recordarlo será la medida de cuánto queremos la visión de verdad. ¡Éste será
un día revelador!

Fíjate en cómo se nos indica que tratemos el hecho de que probablemente nos olvidaremos y no
nos acercaremos al ideal de cada quince minutos. Dice mucho sobre cómo el Libro de Ejercicios
considera este asunto de la “práctica”. Básicamente dice: “No dejes que tu ‘fallo’ te perturbe,
pero sí trata de adherirte al horario establecido inmediatamente”. Todo lo que se necesita para
ahorrar “muchos años de esfuerzo” (4:6) es, sólo una vez durante el día, repetir la idea con
perfecta sinceridad. Para lograrlo una sola vez se precisa un montón de prácticas. Simplemente
hazlo lo mejor que puedas, pero que sea lo mejor que puedas.

LECCIÓN 28 – 28 ENERO

“Por encima de todo quiero ver las cosas de otra manera”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Comprometerte a ver de verdad, comprometerte a retirar tus ideas preconcebidas


sobre las cosas y abrir tu mente a verlas con la verdadera visión. Harás este compromiso con
cada objeto que uses. Al comprometerte a ver un objeto de otra manera, te estás
comprometiendo a ver todo de otra manera.

Ejercicio: 6 veces, durante dos minutos.


• Repite la idea.
• Luego aplícala al azar a cualquier cosa que veas a tu alrededor, dándole a cada objeto la
misma sinceridad. Mantén tu mirada sobre cada objeto mientras dices lenta y
cuidadosamente: “Por encima de todo quiero ver este ____ de otra manera”. Date
cuenta de que al hacer esto estás haciendo una petición, una petición de retirar el
propósito que le has dado a ese objeto, para ver el propósito que Dios le ha dado, “el
propósito que comparte con todo el universo” (5:3). Al ver este objeto de verdad,
puedes ver el propósito de todo. Puedes obtener la visión total.

Observaciones: Cada aplicación de la idea (a la mesa, a la silla, al pie) es lo que hace el


compromiso. Así que trata de practicar con esta intención. Con cada repetición, intenta decirlo
de corazón. No digas las palabras con prisa y sin pensarlas. Intenta decirlas con sinceridad.
Dilas tan a conciencia como puedas. No te preocupes acerca de si continuarás con estos
compromisos, pues eso te impide hacerlos. Y nunca los mantendrás si no los haces.

Comentario
Es sorprendente el pensamiento de que yo podría alcanzar la visión con sólo una mesa, o con
cualquier cosa elegida al azar, si pudiera mirar con una mente completamente abierta. Significa
que durante toda mi vida he estado rodeado de personas y cosas y cualquiera de ellas podría
haberme traído la iluminación, pero yo no he respondido. La pantalla del ordenador a la que
estoy mirando mientras escribo, si la veo sin ninguna de mis propias ideas, podría empezar a
mostrarme “algo bello, puro y de infinito valor, lleno de felicidad y esperanza” (5:2).

Todavía me parece difícil de creer eso. Oh, no lo dudo, en cierto sentido. De algún modo, tiene
sentido creer que un ser iluminado, como Jesús por ejemplo, vería (como dice el poeta): “el
universo en un grano de arena”. Pero supongo que lo que dudo es que yo pueda verlo. He
mirado a tantas mesas a lo largo de mi vida y ¡ninguna de ellas me ha hablado! Miro a mi mesa
ahora y veo: una mesa.

Pero, ¿qué podría ver? “Oculto tras todas las ideas que tienes acerca de ella se encuentra su
verdadero propósito, el cual comparte con todo el universo” (5:3). ¡Ah! Una pista hacia lo que
esta lección apunta, estamos hablando de un propósito compartido. Estamos pidiendo ver un
propósito común que une todas las cosas como una. Yo pienso que una mesa es para escribir
sobre ella o para comer sobre ella, un tenedor es para pinchar mi comida, un ordenador es para
enviar mensajes a personas a través de internet. Veo un montón de propósitos diferentes, cada
cosa con el suyo propio, con un propósito diferente. Pero todos ellos comparten un propósito.
Tal como mi cuerpo, el cielo, la luna, todo lo que veo. ¿Cuál es el propósito? Eso es lo que estoy
pidiendo ver.

Eso es algo que merece pedirse.

No hay nada a tu alrededor que no forme parte de ti. Contémplalo amorosamente y ve la luz
del Cielo en ello. Pues así es como llegarás a comprender todo lo que se te ha dado. El mundo
brillará y resplandecerá en amoroso perdón, y todo lo que una vez considerabas pecaminoso
será re-interpretado ahora como parte integrante del Cielo. ¡Qué bello es caminar, limpio,
redimido y feliz, por un mundo que tanta necesidad tiene de la redención que tu inocencia vierte
sobre él! ¿Qué otra cosa podría ser más importante para ti? Pues he aquí tu salvación y tu
felicidad. Y éstas tienen que ser absolutas para que las puedas reconocer. (T.23.In 6:1-8)

LECCIÓN 29 – 29 ENERO

“Dios está en todo lo que veo”

Instrucciones para la práctica

Propósito: “Comenzar a aprender a mirar a todas las cosas con amor, con aprecio y con una
mentalidad abierta” (3:1). Ver el propósito santo que hay en todo: serte útil, ayudarte, hacerte
feliz, estar a tu disposición siempre que lo necesites, protegerte.

Ejercicio más largo: 6 veces, durante dos minutos.


• Repite la idea.
• Luego aplícala al azar a objetos dentro de tu campo visual, nombrando a cada uno. Di:
“Dios está en esta (revista, dedo)” o “Dios está en ese (cuerpo, puerta)”. Date cuenta
de que no estás diciendo que Dios esté físicamente en ese objeto de algún modo, sino
que Dios le ha dado Su propósito al objeto, un propósito que es parte de Dios. Recuerda
tu entrenamiento hasta ahora: empieza cerca de ti y extiéndela más lejos. Mantente
mirando al objeto mientras repites la frase. Y asegúrate de evitar “la tendencia a dirigir
la selección” (4:2), algo que podría ser más extraño.
Recordatorios frecuentes: Al menos una por hora.
Repite la idea lentamente mientras miras despacio a tu alrededor.

Comentario

“La idea de hoy explica por qué puedes ver propósito en todo. Explica por qué nada está
separado, por sí mismo o en sí mismo. También explica por qué nada de lo que ves tiene
significado alguno. De hecho, explica cada una de las ideas que hemos usado hasta ahora, y
también todas las subsiguientes. La idea de hoy es el pilar de la visión”. (1:1-5)

Está claro que, la idea de hoy es central en el sistema de pensamiento del Curso. No es
simplemente una idea agradable y sensiblera. Tampoco es simplemente panteísmo que dice que
la naturaleza y Dios son lo mismo. En otra parte, el Curso enseña que “El mundo no existe”
(L.132.6:2-3), así que esto no puede significar que la naturaleza y Dios son idénticos.
“Ciertamente Dios no está en una silla tal como tú la ves” (2:3)

Tal como yo veo las cosas, nada significa nada. Una mesa es sólo una mesa, una superficie
plana para comer, escribir o jugar al póker sobre ella. No tiene un propósito eterno, sus
propósitos son todos pasajeros. Vista así, la mesa no revela a Dios sino que ayuda a ocultarle.

Dios no está en la mesa física, pero Él puede verse a través de, o por medio de ella. Si la mesa
comparte el propósito del universo, tiene que compartir el propósito del Creador del universo.
Ese propósito es nuestra felicidad, nuestra dicha, nuestra compleción, que es necesaria para la
Suya. “Todo existe para tu beneficio. Para eso es para lo que es, ése es su propósito, ése es su
significado” (L.25.1:5-6).

“Propósito” es la palabra clave en esta lección y en la anterior. Dios está en todo lo que veo
porque todo comparte Su Propósito. Mi vista es un velo que oculta la verdad que brilla en todo,
pero la visión puede brillar a través de ese velo si se lo permito. Tal como veo, Dios no está en
todo, de hecho, Él no está en nada. Si fuera suficiente con la vista física, hace mucho tiempo
que todos habríamos visto a Dios. Hicimos nuestra vista para ocultarle; pero si vemos con la
Visión de Cristo, todo nos puede revelar a Dios.

“Nada es como a ti te parece que es. Su santo propósito está más allá de tu limitado alcance”.
(3.4-5)

Cuando leí esta lección por primera vez, no entendí la afirmación de que la idea de hoy: “Dios
está en todo lo que veo”, explicaba la idea anterior de que nada de lo que veo significa nada.
Pensándolo bien si Dios está en todo lo que veo, debería darle a todas esas cosas un significado
profundo, las vería compartir el propósito del universo, el propósito del Creador. Entonces,
¿cómo se pasa con lógica de “Dios está en todo lo que veo” a “Nada de lo que veo significa
nada”?

Finalmente me di cuenta de una distinción que debería haber estado clara desde el principio: la
diferencia entre “ver” o “vista” y “visión”. El Curso hace esta distinción continuamente, todo el
tiempo; pero como mi mente tiende a pensar en “vista” y “visión” como la misma cosa, no logré
darme cuenta aquí. “Vista” se refiere a nuestro modo habitual de ver, nuestra creencia de que lo
que nuestros ojos físicos nos muestran es real, cuando realmente es sólo el resultado de un deseo
dentro de la mente y la proyección de significado desde la mente y que se pone encima de lo
que se ve. Por otra parte, “visión” es completamente otra clase de sentido, que no tiene ninguna
relación con los ojos físicos.

Fíjate en que la lección dice: “La idea de hoy es el pilar de la visión” (1:5). “Cuando la visión
te haya mostrado la santidad que ilumina al mundo, entenderás la idea de hoy perfectamente”
(3:6). Es la visión la que revela a Dios en todo, la simple vista no revela a Dios, por eso es por
lo que nada de lo que veo significa nada. “Ahora mismo no las ves (con la visión)” (3:2). Dios
está ahí, pero la vista no Le ve, la vista está pasando por alto lo único que le da a todas las cosas
el significado que tienen. Por lo tanto, podemos revisar ahora la afirmación anterior para
entender: “Nada de lo que veo significa nada, de la manera en que lo veo”. El significado está
ahí, pero estoy ciego a él.

“Tienes que negar el mundo que ves, pues verlo te impide tener otro tipo de visión. No puedes
ver ambos mundos, pues cada uno de ellos representa una manera de ver diferente, y depende
de lo que tienes en gran estima”. (T.13.VII.2:1-2)

La idea de que Dios está en todo es “el pilar de la visión” (1:5). Es la base para “una manera de
ver diferente” (T.13.VII.2:2). Para ver a través de la visión, tengo que estar decidido a negar, o a
pasar por alto mi modo habitual de ver, que se limita únicamente a lo físico y me informa sólo
de lo que mi ego quiere ver. Si reconozco que Dios está en todo y, sin embargo, no Le veo con
mis ojos, tiene que haber otro modo de ver y se me llevará a desearlo. Y pediré la visión.

La lección habla del “limitado alcance” de nuestro modo de ver (3:5). A modo de semejanza,
imagino que Dios es visible sólo en rayos infrarrojos (por supuesto, Él no es visible en ninguna
forma física). Nuestros ojos no ven la radiación infrarroja así que, aunque esté presente, no
vemos nada. La gama de la vista física es ahora muy estrecha; hay muchas clases de “luz” que
no podemos ver: infrarrojos, ultravioletas, calor, radiación, ondas de radio, microondas, y así
sucesivamente. Dios está en todas partes, pero Él está fuera de la gama de nuestra vista física,
necesitamos una clase de visión diferente.

Pienso que, en cierto sentido, la lección está intentando suscitar un cierto descontento dentro de
nosotros. Provoca la perturbadora pregunta: “Si Dios está en todo, ¿cómo es que no Le veo?
Nos hace darnos cuenta de las limitaciones de lo que creíamos que era la “vista”. Nos hace
conscientes de su limitado alcance, y provoca en nosotros el deseo de una nueva clase de visión
que ve más allá de este limitado alcance, y que ve el propósito del universo en todo.

La lección de mañana continuará dándonos instrucciones para encontrar la visión.

LECCIÓN 30 – 30 ENERO

“Dios está en todo lo que veo porque Dios está en mi mente”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Aprender una nueva manera de ver. En este tipo de visión, lo que ves no procede del
mundo externo, a través de los ojos del cuerpo, o de proyectar tus ilusiones sobre el mundo. En
lugar de ello, procede de “proyectar” la verdad que está en tu mente sobre todo lo que ves.

Ejercicio: Tan a menudo como te sea posible, durante un minuto.


Mira a tu alrededor y aplica la idea a tu campo visual e incluso a lo que está más allá de ese
alcance, fuera de tu vista. Asegúrate, durante algunos de los ejercicios, de cerrar los ojos y
aplicar la idea a tu mundo interno.

Comentario

Así como la lección de ayer era “el pilar” de la visión (L.29.1:5), la idea de hoy es el
“trampolín” de la visión (1:1). El pilar es que Dios está en todo lo que veo. Saber que esto es así
“porque Dios está en mi mente” es lo que nos empuja de la simple vista a la visión.
“Por medio de esta idea el mundo se abrirá ante ti, y al contemplarlo verás en él lo que nunca
antes habías visto. Y lo que antes veías ya no será ni remotamente visible para ti”. (1:2-3)

Para entender de lo que el Curso está hablando, es esencial el hecho de que lo que vemos está
causado directamente por lo que está en nuestra mente. La idea que se tiene sobre lo que vemos
(percibimos) es que algo de fuera causa una impresión en mi mente a través de los sentidos. La
realidad es al contrario, según el Curso: Los pensamientos de mi mente son proyectados fuera y
causan mis percepciones (lo que veo). “La proyección da lugar a la percepción”, dice el Texto
en dos lugares distintos (T.13.V.3:5; T.21.In.1:1; comparar con T.10.In.2:7).

Lo que esta lección intenta enseñarnos es “un nuevo tipo de proyección” (2:1). Podemos
llamarla “proyección positiva”. En lugar de usar la proyección para librarnos de los
pensamientos con los que nos sentimos incómodos, estamos intentando ver en el mundo lo que
queremos ver en nuestra mente. Lo que quiero ver es mi propia inocencia. Por lo tanto, intento
ver al mundo como inocente. Estoy eligiendo mis pensamientos e intencionadamente
“proyectándolos” sobre el mundo. Quiero verme a mí mismo como si tuviera a Dios en mi
mente, y por eso elijo ver a todo como si tuviera a Dios.

Si todas las cosas albergan a Dios, y yo albergo a Dios, entonces estamos unidos. “Así pues,
estamos tratando de unirnos a lo que vemos, en vez de mantenerlo separado de nosotros. Ésa es
la diferencia fundamental entre la visión y tu manera de ver” (2:4-5). Nuestra forma habitual de
ver da importancia a las diferencias y distinciones, la visión da importancia a la semejanza.

“La verdadera visión no sólo no está limitada por el espacio ni la distancia, sino que no depende
en absoluto de los ojos del cuerpo” (5:1). Con cada lección se va haciendo más claro que la
visión de la que se habla no tiene ninguna relación con nuestra vista física. En el sistema de
pensamiento del Curso, nuestros ojos no ven en absoluto, son simplemente medios para el
engaño. Podemos incluir en nuestra visión cosas que están más allá del alcance de mi vista
física. Es una forma de ver con nuestra mente, no con nuestros ojos. “La mente es su única
fuente” (5:2).

Ahora recuerdo nuestra lección anterior: “Por encima de todo quiero ver” (Lección 28) con un
propósito más firme y decidido. Quiero la visión, quiero esta otra forma de ver que contempla a
Dios en todo y en todas partes. La quiero porque, de alguna manera sé desde lo más profundo de
mí que si puedo contemplar las cosas de esa manera, también podré contemplarme de esa
misma manera a mí mismo. Si puedo verte como un Hijo de Dios, santo, inocente y sin culpa,
sabré que estoy viendo un reflejo de mí mismo. Quiero verme a mí mismo de esa manera, por
tanto, quiero verte a ti de esa manera.

Dios está en mi mente. El mundo refleja lo que está en mi mente. Entonces, ¿cómo quiero ver al
mundo? ¿Estoy decidido a ver al mundo con Dios en él? Si no lo estoy, sólo refleja que no estoy
dispuesto y tengo miedo de ver Su Presencia en mi mente.

LECCIÓN 31 – 31 ENERO

“No soy víctima del mundo que veo”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Empezar a declarar tu liberación.


Ejercicios más largos: 2 veces, por la mañana y por la noche, duración de tres a cinco minutos.
• Repite la idea dos o tres veces mientras miras lentamente a tu alrededor.
• Luego cierra los ojos y aplica la idea a tu mundo interior, el nivel de la causa. Deja que
se presente cualquier pensamiento que quiera surgir, obsérvalo, y permite que se
marche. Como con la Lección 10, es importante que permanezcas desapegado de tu
corriente de pensamientos. Intenta verlos como un desfile extraño de objetos sin
significado y desorganizados, o como una serie de hojas flotando por un río. Deja que el
río siga moviéndose, no lo pares para pensar en un pensamiento concreto. Mientras lo
observas moviéndose, repite la idea tan a menudo como quieras, sin prisa.

Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como puedas (se sugiere varias veces por hora).
Repite la idea. Mientras lo haces, conscientemente recuerda que estás declarando tu liberación
de toda causa externa, y liberando a otras mentes en el proceso. Intenta repetirla con ese ánimo,
te llevará cinco segundos.

Respuesta a la tentación: Cuando sientas que estás siendo víctima de algo del mundo.
Repite la idea. Sacarás más de ella si lo dices como una declaración de que te niegas a ser
esclavo de acontecimientos externos y de las reacciones de tu ego.

Observaciones: La lección de hoy marca un progreso importante. La práctica diaria empieza


ahora a marcar dos niveles: los períodos de práctica más largos, que se harán generalmente por
la mañana y por la noche; y los más cortos, prácticas frecuentes durante el día (esto incluye los
recordatorios frecuentes y la respuesta a la tentación). Éste es un paso importante hacia una
estructura final que consta de cuatro partes: periodos de práctica de la mañana y de la noche,
recordatorios cada hora, recordatorios frecuentes, y respuesta a la tentación.

Comentario

Como ya te habrás dado cuenta al leer la lección de hoy, no hay mucho pensamiento metafísico
en ella. De hecho no hay nada, excepto en el pensamiento que lo encabeza. El resto de la lección
son instrucciones de práctica. Así que mis comentarios seguirán la misma línea.

Sin embargo, el título de la lección es completo en sí mismo. Si piensas en ello, es sorprendente


en cuántas maneras diferentes nos vemos a nosotros mismos como víctimas del mundo. Vamos
por la vida sintiéndonos víctimas: del tiempo, del pelmazo que te interrumpe el tráfico o que te
quita el aparcamiento que buscas, del disco del ordenador cuando pierde tu archivo, de tu
compañero de piso que te deja sin agua caliente justo antes de ducharte, del servicio lento del
restaurante, del tráfico que te retrasa para una cita. Por supuesto, luego están las personas que a
propósito y con mala intención te aterrorizan en la ciudad (o quizá en tu casa).

Afirmar “No soy víctima del mundo que veo” es liberador y poderoso. Es asombroso cómo
estas simples palabras pueden hacer desaparecer los sentimientos de debilidad e impotencia.
¡Pruébalo! Te gustará.

Aunque parezca mentira, también nos sentimos víctimas de enemigos invisibles, ¡incluso de
nuestros propios pensamientos! ¿Has tenido alguna vez un ataque de ansiedad? ¿Has sentido
que Hacienda te saca los ojos? ¿Te has sentido víctima de un “sistema” injusto? ¿Acosado por
las dudas de ti mismo? El mundo exterior no te ataca más que tu mundo interior. “Te liberarás
de ambos al mismo tiempo pues el interno es la causa del externo” (2:5).

Esta lección introduce lo que será el plan general de la práctica básica de la mayor parte del
Libro de Ejercicios, y para la práctica de continuación de los graduados del Libro de Ejercicios:
1. Dos periodos largos de práctica, por la mañana y por la noche, en los que aplicas la
idea del día sobre una base sostenida.
2. Repeticiones frecuentes a lo largo del día, tan a menudo como puedas (un estudio de
otras referencias a esto indican 4 o 5 veces por hora).
3. Usar la idea como “respuesta a la tentación” siempre que surja.

La única práctica del Libro de Ejercicios que no aparece en esta lección son los periodos de
práctica más corta, a las horas en punto y cada media hora. Esta práctica aparece más tarde en el
Libro de Ejercicios, para formar un hábito de práctica basado en la estructura del reloj, y luego
cuando ya se ha establecido la práctica (supuestamente), se deja este tipo de práctica. Los tres
elementos que se presentan aquí, en la Lección 31, se mantienen en las recomendaciones para la
práctica después de haber acabado el Libro de Ejercicios (según se indica en el Manual para el
Maestro, sección 16: ¿Cómo Debe Pasar el Día el Maestro de Dios?).

Asegúrate de hacer esos periodos más largos de práctica, de tres a cinco minutos, por la mañana
y por la noche. No puedes tocar el piano saltándote la mitad de las notas, así que tampoco te
saltes estos periodos más largos. A partir de aquí la práctica del Libro de Ejercicios se va a
intensificar; tal como me pasa a mí, estoy seguro de que encontrarás más difícil mantener y
llevar la práctica según se indica. Recuerda:

Se te pide únicamente que apliques las ideas tal como se te indique. No se te pide que las
juzgues. Se te pide únicamente que las uses. Es usándolas como cobrarán sentido para ti, y lo
que te demostrará que son verdad. (L.In.8:3-6)

LECCIÓN 32 - 1 FEBRERO

“He inventado el mundo que veo”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Enseñarte que no eres el efecto del mundo, el mundo es el efecto tuyo.

Ejercicios más largos: 2 veces, mañana y noche, de tres a cinco minutos de duración por lo
menos.
Como con la lección de ayer, repite la idea dos o tres veces mientras miras a tu alrededor
lentamente. Luego cierra los ojos y aplícala a las imágenes que surjan en tu mundo interno.
Permanece desapegado recordándote a ti mismo que tanto el mundo externo como el interno son
imaginarios.

Observaciones: El consejo en 4:3 sobre cuándo practicar se repite en formas diferentes varias
veces en el Libro de Ejercicios. Para más detalles, ver “¿Cuándo Deberías Tomar tu Tiempo de
Quietud por la Mañana?”. Siguiendo el consejo del Libro de Ejercicios esto mejorará la calidad
de tu práctica, de modo que puede que quieras hacer más de cinco minutos, como con la lección
de hoy.

Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como sea posible.


Repite la idea lentamente mientras miras a tu mundo exterior o interior.

Respuesta a la tentación: Siempre que una situación te disguste.


Inmediatamente responde con: “He inventado esta situación tal como la veo”.

Comentario
Si no soy víctima del mundo, entonces ¿cuál es mi relación con el mundo? Yo he inventado el
mundo. Si yo he inventado el mundo, si yo lo he fabricado ¿cómo puedo ser su víctima?

Ahora bien, decir que yo he inventado el mundo es una idea muy fuerte. Decir que lo puedo
abandonar igual que lo hice, parece todavía más improbable. Sin embargo, eso es lo que la
práctica del Libro de Ejercicios se propone demostrarnos, no mediante la lógica rigurosa sino a
través de experiencias que demuestran que es verdad. Eso es lo que son los milagros. Los
milagros demuestran que “el mundo que ves fuera de ti” y “el mundo que ves en tu mente”
están “ambos… en tu propia imaginación” (2:2-3).

Esta lección sólo está introduciendo la idea, no intentando probarla. El Texto trata el mismo
pensamiento en varios lugares (T.21.II.11:1; T.20.III.5:1-5), la más destacable de ellas es:

¿Qué pasaría si reconocieses que este mundo es tan sólo una alucinación? ¿O si realmente
entendieses que fuiste tú quien lo inventó? (T.20.VIII.7:3-4).

Ésta no es una idea que puedas pasar por alto fácilmente si estudias el Curso; el Curso insiste
en ella (L.132.6:2-3).

Todo lo que aquí se nos pide es que abramos nuestra mente a la idea de que nosotros hemos
inventado el mundo que vemos. El concepto puede ocasionarnos confusión porque va en contra
de nuestras creencias fundamentales sobre el mundo. El mundo tiene algunas cosas agradables,
pero también contiene un montón de horrible basura. Y que se nos diga que somos responsables
de ello, que nosotros lo inventamos, no encaja fácilmente en nuestra mente.

Si esta lección provoca todo tipo de preguntas en tu mente, bien; deja que surjan. Hoy, en los
periodos de práctica, simplemente aplica la idea tal como se da. Es normal que parte de tu mente
esté en el fondo diciendo: “Esto son bobadas. Realmente no me lo creo”. La Introducción ya nos
avisó de que podríamos resistirnos vivamente a sus ideas. Decía:

Sean cuales sean tus reacciones hacia ellas, úsalas. No se requiere nada más. (L.In.9:2-5).

Puede resultar difícil al principio, pero sólo tenemos dos opciones: o bien yo inventé el mundo,
o bien yo soy su víctima. O yo soy su causa, o su efecto. No hay otras posibilidades. Piénsalo. O
soy el soñador inventándome todo este lío, o soy parte del sueño de otro (quizá del sueño de
Dios). Si yo no soy la causa, entonces estoy a merced del mundo. Pero si yo soy la causa, ¡hay
esperanza! Puedo cambiar el sueño y, quizá, finalmente dejar de soñar.

LECCIÓN 33 – 2 FEBRERO

“Hay otra manera de ver el mundo”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Enseñarte que tienes el poder de cambiar tu percepción tanto del mundo externo
como del mundo interno, que son en realidad lo mismo.

Ejercicios más largos: 2 veces, por la mañana y por la noche, durante cinco minutos
completos.
Mira de pasada alrededor de tu mundo externo, cierra los ojos y observa tu mundo interno.
Mientras lo haces repite la idea sin prisa. Mira al mundo externo y al interno con la misma
tranquilidad, sin involucrarte, con desapego, de modo que el cambio entre ellos sea suave.
Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como puedas.
Repite la idea. Intenta estar tan desapegado como durante los ejercicios más largos.

Respuesta a la tentación: Tan pronto como una situación te moleste.


Cuando te sientas disgustado, aplica la idea concretamente, diciendo: “Hay otra manera de
ver esto”. Haz esto inmediatamente, en lugar de esperar hasta que hayas intentado solucionar
las cosas afuera. Si tus sentimientos no desaparecen, no abandones. Pasa un minuto o más
repitiendo la frase una y otra vez, cerrando los ojos y concentrándote en las palabras que estás
diciendo.

Comentario

Esta lección afirma el poder de nuestra mente de elegir el modo de ver el mundo. ¡Podemos
cambiar nuestra percepción del mundo! (1:1). Ésa es una idea que no sólo nos da poder
personalmente, sino que además nos da una comprensión que literalmente cambia el mundo.

Al empezar a observar nuestros pensamientos, nos asombrará el número de situaciones en las


que la idea de “otro modo de contemplar” no se nos había ocurrido, hemos asumido que el
modo en que vemos las cosas es tal como las cosas son realmente. Con algunas cosas, la idea de
que podemos verlas de manera diferente, puede ser ofensiva realmente. Sin darnos cuenta
podemos estar diciendo: “Mi mente ya lo tiene claro, no me confundas con hechos”.

Por eso es tan importante seguir las instrucciones para la práctica que se dan en las lecciones. El
beneficio completo no llega sólo de los periodos más largos de cinco minutos, de la mañana y
de la noche: “Las sesiones de práctica más cortas se deben hacer tan frecuentemente como sea
posible” (3:1). Durante el día, cuanto más a menudo traigamos a nuestra consciencia esta idea,
más conscientes nos volveremos de las clases de pensamientos que estamos evitando cambiar.

LECCIÓN 34 – 3 FEBRERO

“Podría ver paz en lugar de esto”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Empezar a experimentar la paz que caracteriza a la verdadera visión.

Ejercicios más largos: 3 sesiones de cinco minutos: mañana, noche y otra entre medias.
Cierra los ojos y busca en tu mente situaciones, personalidades o acontecimientos que “te
molestan” (una típica tríada en el Libro de Ejercicios). Repite la idea lentamente, mientras
observas desapasionadamente la corriente de disgustos pasar. Después de un par de minutos
puede que no se te ocurran disgustos. Eso es normal. Simplemente sigue repitiendo la idea
lentamente hasta que hayan transcurrido los cinco minutos.

Respuesta a la tentación: Hoy no dejes de observar tu mente en busca de disgustos. Cuando


notes uno, aplícale la idea. Hay dos formas de disgusto a los que hay que estar atento por si
aparecen, cada uno requiere una forma de práctica ligeramente diferente:
1. Si te sientes disgustado por alguna situación concreta, aplícale la idea concretamente:
“Podría ver paz en esta situación en lugar de lo que ahora veo en ella”.
2. Si tu disgusto no está relacionado con nada en particular, sino que es un estado de
ánimo disgustado, simplemente repite la idea.

Observaciones: Las frases finales de esta lección se ocupan de un punto muy importante, y que
es útil recordar a lo largo del Libro de Ejercicios y después. Repetir la idea sólo una vez puede
que no cure tu disgusto. Tu disgusto puede desaparecer sólo después de que hayas pasado varios
minutos repitiendo la idea. Repetir la misma línea una y otra vez puede sonar a una especie de
lavado de cerebro, en el que martilleas tu mente con sumisión. Sin embargo, yo encuentro que
este ejercicio no adormece mi mente sino que la ilumina. Si mis sentimientos son muy fuertes,
las primeras repeticiones de la idea pueden simplemente rebotar. Pero si sigo con ella, cada
repetición permite que la verdad penetre un poco más hondo en mi mente hasta que finalmente
vea la situación de manera completamente diferente. Por lo tanto, te animo a que de verdad
intentes esta forma de práctica más larga.

Comentario

El pensamiento más útil que he oído en relación con esta lección es: “Fíjate en que dice: Podría
ver paz”, y no debería ver paz”. Es facilísimo utilizar esta lección como otra razón para la
culpa. “¡Qué malvado soy! Debería ver paz, pero en lugar de ello veo este fastidio. ¿Qué me
pasa?”. No es así como se pide que practiques esta lección.

El primer párrafo contiene un resumen maravilloso del sistema de pensamiento del Curso sobre
la paz:

La paz mental es claramente una cuestión interna. Tiene que empezar con tus
propios pensamientos, y luego extenderse hacia fuera. Es de tu paz mental de
donde nace una percepción pacífica del mundo. (1:2-4)

La paz es la motivación para hacer el Curso (T.24.In.1:1). Nuestro objetivo es lo que en una
parte posterior del Libro de Ejercicios se llama “una mente en paz consigo misma”
(L.p.II.8.3:4). La paz tiene que empezar con nuestros pensamientos y extenderse hacia fuera
desde nuestra mente. La mente es el centro de atención del Curso.

Podemos sustituir nuestros sentimientos negativos y nuestros pensamientos no amorosos por


paz. Tenemos ese poder. Podemos elegir paz si queremos paz. Fíjate en que las instrucciones de
la práctica para aplicar la lección a “emociones adversas” (6:1) sugieren que apliquemos la idea
“hasta que sientas alguna sensación de alivio” (6:2). Se pretende que esta práctica tenga efectos
que puedan sentirse.

A veces incluso en situaciones extremadamente molestas, he descubierto que repetir estas


palabras: “Podría ver paz en lugar de esto” tiene un efecto totalmente calmante sobre mi mente,
aunque en ese mismo momento yo no pueda ver paz. De un modo muy sutil, ayuda a convencer
a mi mente de que las cosas horribles que estoy viendo no son tan sólidas como una roca, no son
la realidad inmutable. Estoy viendo otra cosa que no es paz, pero si realmente pudiese ver paz
en lugar de eso, entonces lo que estoy viendo no debe ser tan real como yo pienso, y debe haber
algo más que yo no estoy viendo. Incluso ese nivel de alivio se merece el tiempo que requiere la
práctica.

Solía creer que cuando sucedían situaciones molestas, tenía que arreglar la situación y cambiar
cosas a mi alrededor para estar en paz. Con la práctica de esta lección, he aprendido que puedo
responder a cualquier situación mucho más eficazmente si antes mi mente está en paz. He
descubierto que puedo traer mi mente a la paz aunque no haya “solucionado” los problemas.
Verdaderamente es posible ver paz en lugar de cualquier cosa que parezca estar disgustándome.
Y cuando lo hago, cuando traigo paz a mi mente, si se necesita una respuesta, actúo con calma y
sin miedo. El pánico no conduce nunca a una acción provechosa; es mejor buscar primero la paz
y luego actuar.

LECCIÓN 35 – 4 FEBRERO
“Mi mente es parte de la de Dios. Soy muy santo”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Mostrarte quién eres. Te ves a ti mismo según el lugar que ocupas en tu entorno.
Puesto que crees que eres parte del mundo físico, ves tu identidad determinada por la parte que
juegas en él, por cómo te comportas en las situaciones del mundo. Sin embargo, tu verdadero
entorno no está en este mundo, está en la mente de Dios. Tu lugar ahí es lo que determina tu
verdadera Identidad. Si de verdad creyeras que eres parte de ese entorno, de inmediato
entenderías que eres santo.

Ejercicios más largos: 3 veces, duración de cinco minutos.


Repite la idea, luego cierra los ojos. Busca en tu mente las palabras con las que te describes a
ti mismo, positivas o negativas (no hagas distinciones). Búscalas encontrando situaciones
concretas que te ocurren e identificando la palabra que piensas que te describe en esa situación.
Di: “Me veo a mi mismo como (un fracaso, impotente, caritativo, etc.)”. Después de cada una,
añade: “Pero mi mente es parte de la de Dios. Soy muy santo”. Si después de un rato no se te
ocurre ninguna palabra, no te esfuerces en rebuscar más. Relájate y repite la idea hasta que se te
ocurra otra palabra. Para las instrucciones completas, ver los párrafos 4-8.

Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como sea posible.


Esta práctica puede tener una de estas dos formas:
1. Date cuenta de los atributos que te estás aplicando a ti mismo en la situación actual y
utilízalos en la fórmula que has utilizado en los ejercicios más largos (“Me veo a mí
mismo como… Pero mi mente es…”).
2. Si no se te ocurre ningún atributo, simplemente repite la idea lentamente con los ojos
cerrados.

Comentario

El Texto nos dice “no entiendes cuán elevada es la percepción que el Espíritu Santo tiene de ti”
(T.9.VII.4:2). La siguiente sección del mismo capítulo dice:

“Tú no estableciste tu valía, y ésta no necesita defensa. Nada puede atacarla ni prevalecer contra
ella. No varía. Simplemente es. Pregúntale al Espíritu Santo cuál es tu valía y Él te lo dirá, pero
no tengas miedo de Su respuesta, pues procede de Dios. Es una respuesta exaltada por razón de
su Origen, y como el Origen es verdad, la respuesta lo es también. Escucha y no pongas en duda
lo que oigas, pues Dios nunca engaña. Él quiere que reemplaces la creencia del ego en la
pequeñez por Su Propia Respuesta exaltada a lo que tú eres, de modo que puedas dejar de
ponerla en duda y la conozcas tal como es”. (T.9.VIII.11:2-9).

Como la lección señala, normalmente no pensamos en nosotros como “elevado” o “exaltados”.


Sin embargo, fíjate en que el Curso dice que esto es verdad no por algo que hayamos hecho sino
por causa de nuestra Fuente (3:2). Lo que hace que seamos lo que en verdad somos se debe a
Dios, no a nosotros. Por eso el Curso da tanta importancia a la idea “Soy tal como Dios me
creó”. Nuestra pobre opinión sobre nosotros mismos procede de nuestros intentos de crearnos a
nosotros mismos; nuestra verdadera grandeza procede del hecho de que somos creaciones de
Dios. Nuestro rechazo a reconocer esta conexión con nuestra Fuente es lo que nos mantiene
encerrados en nuestra pequeñez. Nos negamos a reconocer a Dios como nuestra Fuente porque a
nuestro ego le parece que nos quita importancia y nos hace dependientes. No nos hace
dependientes, dependemos de Dios. Eso no es una vergüenza, ésa es nuestra gloria. Es lo que
establece nuestra grandeza.

Nos cuesta creer que “Soy muy santo”. Nuestro rechazo a creer este hecho es la razón por la que
estamos en este mundo, en este medio ambiente en el que creemos desear. Lo deseamos porque
apoya la imagen de que somos seres separados, independientes de Dios.

Cuando miramos al mundo, y nos miramos a nosotros viviendo en el mundo, las cosas que
vemos no apoyan la idea de esta lección. Pero los ojos, los oídos, el olfato y el tacto, que
usamos para recoger información, son ellos mismos parte del mismo mundo que están
examinando. Existen dentro de las limitaciones de la imagen del mundo, que hemos diseñado
intencionadamente para ocultarnos a nosotros mismos nuestra unión con Dios. Por supuesto que
no nos traen ninguna evidencia que contradiga la imagen que el ego tiene de nosotros. Los
hicimos para que funcionasen de ese modo.

El Curso da mucha importancia a que miremos a nuestra obscuridad y a que nos enfrentemos a
nuestros miedos. El Curso dice que cuanto más miremos al miedo, menos lo veremos. Sólo con
llevar la obscuridad a la luz, desaparece la obscuridad. Mirar de frente al ego e incluso
investigar nuestro odio en toda su extensión, es importantísimo para nuestro crecimiento. Esta
lección refleja el otro aspecto, que se abandona a veces cuando le damos excesiva importancia a
mirar al ego. El otro aspecto es recordarnos firmemente a nosotros mismos de la verdad de
nuestra realidad exaltada: “Mi mente es parte de la de Dios. Soy muy santo”. En el Texto se nos
dice:

Siempre que pongas en duda tu valor, di:


Dios Mismo está incompleto sin mí.
Recuerda esto cuando el ego te hable, y no le oirás. (T.9.VII.8:1-3)

Recordarnos a nosotros mismos la verdad es otra técnica muy poderosa que el Curso
recomienda para transcender nuestro ego.

La lista de cualidades y términos a usar para describirnos a nosotros mismos es sólo un ejemplo.
Al practicar hoy la lección, intenta hacerte consciente de lo que piensas de ti mismo, y cómo
todos esos pensamientos (buenos y malos) son distintos de la afirmación de la lección sobre ti.
Podría añadir a la lista algunos de mis propios términos: olvidadizo, desorganizado, inteligente,
listo, rezagado, habilidoso en lo que hago. ¿Qué términos se te ocurren a ti?

Te habrás dado cuenta de que ahora las lecciones piden tres periodos más largos de práctica, de
cinco minutos cada uno. Estamos entrando en una práctica más fuerte. Si no hemos meditado
antes, puede resultarnos difícil hacer estos ejercicios sentados durante cinco minutos con los
ojos cerrados. De todos modos, te animo a que los hagas. Cualquier cosa nueva es difícil al
principio, pero con la práctica se vuelve más fácil; para eso es la práctica.

LECCIÓN 36 – 5 FEBRERO

“Mi santidad envuelve todo lo que veo”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Darte cuenta que la santidad de tu mente debe llevar a la visión santa.
Ejercicios más largos: 4 veces (repartidas a intervalos iguales), de tres a cinco minutos de
duración.
• Cierra los ojos y repite la idea varias veces.
• Abre los ojos y mira lentamente y con tranquilidad a tu alrededor, aplicando la idea a
cualquier cosa sobre la que se pose tu mirada. Di: “Mi santidad envuelve (esta
alfombra. Esa pared, esa silla, etc.)”. Varias veces durante el periodo de práctica, cierra
los ojos y repite la idea. Luego vuelve a la práctica de los ojos abiertos.

Recordatorios frecuentes: La frecuencia es importante hoy.


Repite la idea con los ojos cerrados, luego con los ojos abiertos (mirando a tu alrededor),
luego con los ojos cerrados de nuevo.

Observaciones: Fíjate en que se supone que vas a espaciar por igual los periodos de práctica
más largos y que vas a hacer entre ellos y a menudo frecuentes recordatorios. Está claro que lo
importante es que practiques muy a menudo. Así tu mente está protegida durante todo el día.
Envolver tu día en esta red finamente tejida, que no tiene grandes agujeros, es una meta muy
importante del Libro de Ejercicios.
También, como siempre, repite la idea muy lentamente, con tranquilidad, y sin tensión.
Hacerlo así es lo que marca la diferencia.

Comentario

Siempre le he tenido cariño a esta lección, porque la primera vez que la hice tuve un verdadero
sentido de la santidad emanando de mí y rodeando todo, primero mi habitación, luego mi
ciudad, después el mundo, y finalmente el universo. Por un breve momento me sentí como un
Buda, sentado y bendiciendo al mundo entero (a propósito, ésa es la lección de mañana). El
resultado fue tan real para mí que a menudo, cuando estoy sentado en meditación sin practicar
ninguna lección determinada, pienso en ella y permito que esa sensación me inunde por
completo.

No todos responden a cada lección, pero todos responden a algunas lecciones. Fíjate en aquellas
que te impacten especialmente, y recuérdalas. La Lección 194 del Libro de Ejercicios habla de
hacerse un “repertorio de solución de problemas” que puede sernos útil.

“Si pudieses ver la lección de hoy como la liberación que realmente representa, no vacilarías en
dedicarle el máximo esfuerzo de que fueses capaz, para que pasase a formar parte de ti.
Conforme se vaya convirtiendo en un pensamiento que rige tu mente, en un hábito de tu
repertorio para solucionar problemas, en una manera de reaccionar de inmediato ante toda
tentación, le transmitirás al mundo lo que has aprendido”. (L.194.6:1-2)

En la lección de ayer la atención se centraba en el que percibe: “Soy muy santo”. Hoy la
santidad se extiende a lo que percibo. Puesto que soy santo, mi percepción tiene que ser también
santa. Y soy completamente santo porque así es como Dios me creó. Santo significa “sin
pecado”, y no puedes estar un poco sin pecado tal como una mujer no puede estar un poco
embarazada. Aquí la lógica es sencilla y clara: si yo soy parte de Dios, debo estar sin pecado, o
parte de Dios sería pecadora. Si no hay pecado en mí, también tengo que tener una percepción
santa.

El modo en que me veo a mí mismo afecta al modo en que veo al mundo. Mi santidad envuelve
al mundo si me veo a mí mismo santo. Si me veo como un ser horrible, mis atrocidades
envolverán al mundo. Si estoy decidido a ver al mundo rodeado de santidad, puedo aprender a
verme a mí mismo del mismo modo.
Ya sé que eso suena al revés, el orden “debería” ser que primero me vea a mí mismo santo, y
luego al mundo. Lo que sucede es que lo que me impide ver mi santidad es mi negativa a ver al
mundo de esa manera. Desde la postura mental del ego, parece que ver santidad en el mundo,
por comparación, me convierte a mí en pecador. El ego siempre piensa en términos de
comparación. El hecho es que tal como vea al mundo, así me veo a mí mismo; y tal como me
vea a mí mismo, así veo al mundo.

La mente del ego insistirá en que debe ser uno u otro porque funciona desde la suposición de la
separación. El Espíritu Santo presenta ambos como iguales porque funciona desde la idea de la
unidad. No hay separación entre mí y lo que yo veo, sólo existe la unidad.
LECCIÓN 37 – 6 FEBRERO

“Mi santidad bendice al mundo”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Presentarte tu verdadera función (ésta es la primera lección que trata del tema de la
función). Estás aquí para bendecir, y no para exigir. Esta bendición implica reconocer primero tu
propia santidad, y luego ver a otros en su santa luz. Intenta ver los periodos de práctica de hoy
de esta manera: como una práctica de la razón por la que estás aquí.

Ejercicios más largos: 4 veces, durante tres a cinco minutos.


• Repite la idea, durante un minuto o así mira a tu alrededor y aplícala a los objetos que
veas, diciendo: “Mi santidad bendice (esta silla, esa ventana, este cuerpo, etc.)”.
• Cierra los ojos y aplica la idea a cualquier persona en la que pienses, diciendo: “Mi
santidad te bendice, (nombre)”.
• Lo que queda de tiempo puedes continuar con esta segunda fase de la práctica, volver a
la primera, o alternar entre ellas.
• Termina repitiendo la idea con los ojos cerrados y luego una vez más con los ojos
abiertos.

Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como puedas.


Esto puedes hacerlo de una de estas dos formas:
1. Repite la idea lentamente.
2. Aplica la idea en silencio a cualquiera con el que te encuentres, usando su nombre.
Intenta realmente hacerlo de esta manera. Repetir la idea cuando te encuentras con
alguien requiere estar muy consciente, pero puede hacerse. O puede hacerse después del
encuentro. El Libro de Ejercicios repetirá esta práctica en varias lecciones de aquí en
adelante, lo que muestra la importancia de la práctica. Esta práctica tiene el poder de
transformar un encuentro ordinario en un encuentro santo.

Respuesta a la tentación: Siempre que tengas una reacción negativa hacia alguien.
Inmediatamente aplícale la idea: “Mi santidad te bendice, (nombre)”. Considéralo un hecho real
de bendecir a esta persona con tu santidad. Esto te mantendrá consciente de tu santidad,
mientras que la ira, se la ocultaría a tu mente.

Comentario

Hay un principio expuesto en el Capítulo 13 del Texto que se aplica a esta lección: “Percibir
verdaderamente es ser consciente de toda la realidad a través de la conciencia de tu propia
santidad” (T.13.VI.1:1). O en términos más cercanos a nuestra lección de hoy:
Dado que tú y tu prójimo sois miembros de una misma familia en la que gozáis de
igual rango, tal como te percibas a ti mismo y tal como le percibas a él así te
comportarás contigo mismo y con él. Debes mirar desde la percepción de tu propia
santidad a la santidad de los demás. (T.1.III.6:6-7).

A menos que reconozcamos nuestra santidad, no veremos la santidad de todas las creaciones de
Dios. Después de todo, lo que percibimos es simplemente el reflejo de cómo nos vemos a
nosotros mismos. Y a la inversa, cómo percibimos a los otros nos muestra cómo nos estamos
viendo a nosotros mismos.

Esta lección y la práctica que recomienda empiezan a dejarnos ver “los primeros destellos de tu
verdadera función en el mundo, o en otras palabras, la razón por la que estás aquí” (1:1).
Nuestra tarea se plantea con gran profundidad: “Tu propósito es ver el mundo a través de tu
propia santidad” (1:2).

¿Has conocido a alguien a quien consideras santo? Yo, sí. Lo más notable de tales personas es
que parecen ver a todos como santos. Cuando estás cerca de ellos, ¡incluso tú mismo te sientes
santo! Parecen ver en ti algo que tú no ves habitualmente; y al verlo, lo hacen aflorar. Ése es el
verdadero propósito de que estemos en el mundo; justamente para eso es para lo que todos
nosotros estamos aquí. Estamos aquí para ver el mundo a través de nuestra propia santidad, para
sacar de todos los de nuestro alrededor su santidad inherente, para percibirlos de tal modo que el
poder de nuestra percepción los saque de las dudas y el odio a sí mismos y los eleve a la
conciencia de su propia grandeza.

¡Tenemos este poder!

A medida que compartas conmigo mi renuencia a aceptar error alguno en ti o en los


demás, te unirás a la gran cruzada para corregirlos. Escucha mi voz, aprende a
deshacerlos y haz todo lo necesario para corregirlos. Tienes el podes de obrar
milagros. (T.1.III.1:6-7)

“Aquellos que han sido liberados deben unirse para liberar a sus hermanos, pues ése es el plan
de la Expiación” (T.1.III.3:3). Éste es el plan por el que nosotros, investidos con el poder del
Espíritu Santo dentro de nosotros, podemos salvar al mundo. Nos liberamos unos a otros al
percibir a través de nuestra santidad, creando dentro del otro una resonancia milagrosa con su
propia naturaleza santa, reprimida por mucho tiempo, y que responde a nuestra percepción de
ellos.

De este modo, tú y el mundo sois bendecidos juntos. Nadie pierde, a nadie se le


despoja de nada, todo el mundo se beneficia a través de tu santa visión. (1:3-4)

“Mi santidad bendice al mundo”, para eso es para lo que estoy aquí. Estoy aquí para traer
bendiciones al mundo, y el mensaje que traigo es: “así es como tú eres”. Nadie pierde, todo el
mundo gana. ¡Qué extraordinario es este punto de vista!

Esto des-hace por completo la idea de sacrificio porque es un mensaje de completa igualdad.
Estamos aquí para reconocernos unos a otros; y cuando lo hayamos hecho, habremos cumplido
nuestro propósito glorioso. Cualquier otro modo de ver las cosas termina siempre exigiendo
sacrificio: alguien, en algún lugar, tiene que perder. Pero con la Visión de Cristo podemos
contemplar a todo el mundo y proclamar: “Todos ellos son lo mismo: bellos e iguales en su
santidad” (T.13.VIII.6:1).

“Tu santidad le bendice al no exigir nada de él. Los que se consideran a sí mismos completos no
exigen nada” (2:6-7). Oh, ¡que podamos aprender la lección de no pedir nada, de no exigir nada!
¿Has estado con alguien tan pleno que no te exigió nada, que no tuviera ninguna necesidad que
te exigiera satisfacerle, abierta o encubiertamente? Te amaron tal como eres, te aceptaron sin
esperar nada de ti. ¿No es eso lo que todos queremos en nuestras relaciones? ¿No es eso amor
incondicional?

Pues bien, el modo de tener lo que quieres es darlo. Esto es lo que todos nosotros estamos
destinados a hacer, y finalmente haremos, aunque nos parezca que está muy por encima de
nosotros ahora. Consciente de tu santidad y de que nada te falta, bendecirás al mundo.

Tu santidad es la salvación del mundo. Te permite enseñarle al mundo que es uno


contigo, sin predicarle ni decirle nada, sino simplemente mediante tu sereno
reconocimiento de que en tu santidad todas las cosas son bendecidas junto contigo.
(3:1-2)
LECCIÓN 38 - 7 FEBRERO

“No hay nada que mi santidad no pueda hacer”

Instrucciones para la práctica

Propósito: “Comenzar a inculcarte la sensación de que tienes dominio sobre todas las cosas por
ser quien eres” (5:5).

Ejercicios más largos: 4 veces, preferentemente de cinco minutos completos.


• Repite la idea, luego cierra los ojos.
• Busca en tu mente cualquier sufrimiento o dificultad, ya sea en tu vida o en la vida de
alguien. Haz lo más que puedas para considerar a estas dos como lo mismo. Para tus
problemas, di: “En esta situación con respecto a ____ en la que me veo envuelto, no
hay nada que mi santidad no pueda hacer”. Para los problemas de otros, di: “En esta
situación con respecto a ____ en la que ____ se ve envuelto, no hay nada que mi
santidad no pueda hacer”.

Recordatorios frecuentes: Muy a menudo.


Repite la idea.

Respuesta a la tentación: Siempre que un problema concreto, sea tuyo o de alguien, surja o te
venga a la mente, usa la forma concreta del periodo de práctica más largo.

Comentario

Al final de la lección está esta línea informativa: “El propósito de los ejercicios de hoy es
comenzar a inculcarte la sensación de que tienes dominio sobre todas las cosas por ser quien
eres” (5:5). Una lección posterior (190) repite la misma idea:

No hay nada en el mundo capaz de hacerte enfermar, de entristecerte o de


debilitarte. Eres tú el que tiene el poder de dominar todas las cosas que ves
reconociendo simplemente lo que eres. (L.190.5:5-6)

Ahora bien, si te pareces a mí, probablemente no te sientes como si tuvieras el poder de dominar
todas las cosas o de que “tu poder es ilimitado”. Probablemente no sientes que el poder de Dios
se manifiesta a través de tu santidad, que por razón de lo que eres puedes “eliminar todo dolor,
acabar con todo pesar y resolver todo problema” (2:4). Si lo sintieras así, si en alguna parte de
tu mente no sintieras que sufres delirios de grandeza.

Por eso es por lo que necesitamos este tipo de lección. Lo que nosotros somos, en la realidad,
está tan por encima de lo que normalmente pensamos que somos que cuando oímos palabras
como las de esta lección hay una parte de nosotros que susurra: “esto se está poniendo un poco
raro”. No tenemos ni idea del poder de nuestra mente, que fue creada por Dios y con el mismo
poder creativo que el Suyo. Cuando nos llegan indicios de lo poderosos que somos nos asusta, e
intentamos olvidarlo.

Lo que somos está “más allá de toda limitación de tiempo, espacio, distancia y de cualquier
clase de límite” (1:2). Realmente tenemos el poder de solucionar todos los problemas, los
nuestros y los de los demás. Si practicar la lección de hoy empieza a hacernos sentir esta
sensación, la lección ha tenido éxito.

Cuando me enfrento a una situación que me está preocupando y repito: “En esta situación no
hay nada que mi santidad no pueda hacer”, incluso si el 90 por cien de mi mente protesta en
contra de la idea, algo cambia dentro de mí. Se produce un poco de fe. Quizá el porcentaje
cambia de un 10 por cien de creerlo a un 11 por cien. Y cuando la repito de nuevo, cambia al 12
por cien. Todos hemos leído historias de personas que superaron cosas increíbles sólo porque
creyeron en sí mismos; eso sólo da una ligera idea de lo que el Curso está hablando, pero
demuestra el principio.

El Curso habla del poder de la creencia, pero también de mucho más; está hablando del poder
de lo que nosotros somos, tal como Dios manda. Y está hablando del poder de nuestra santidad,
no sólo de la creencia. Tú y yo estamos hechos de la Misma Esencia de Dios. Cuando
entendamos eso de verdad, podremos cambiar el mundo.

El verdadero aprendizaje es constante y tan vital en su poder de producir cambios


que un Hijo de Dios puede reconocer su propio poder en un instante y cambiar el
mundo en el siguiente.
( T.7.V.7:5).

LECCIÓN 39 - 8 FEBRERO

“Mi santidad es mi salvación”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Mantenerte en contacto con tu santidad, que es tu salvación del infierno de la culpa.

Ejercicios más largos: 4 veces (se recomiendan más), de cinco minutos (se recomienda una
mayor duración).
• Repite la idea.
• Cierra los ojos y lentamente busca en tu mente pensamientos no amorosos,
pensamientos de cualquier clase que vayan acompañados de sentimientos negativos.
Esto incluye situaciones, acontecimientos o personalidades concretas asociados a
pensamientos de ira, preocupación o depresión. No hagas excepciones y trata a todos
ellos por igual. Con cada uno, di: “Mis pensamientos no amorosos acerca de ____ me
mantienen en el infierno. Mi santidad es mi salvación”. Tus pensamientos no amorosos
te mantienen en el infierno porque producen culpa. Tu santidad te salva al mostrarte que
tu verdadera naturaleza no ha sido afectada por el pecado ni por la culpa, y lo demuestra
al bendecir todo lo que ve.
• Puesto que mantener la concentración te resulta difícil en esta etapa, puedes intercalar
esta práctica con varios periodos en los que sólo repites la idea lentamente, o te relajas y
no piensas en nada. Incluso puedes introducir alguna variación, como decir la misma
idea con distintas palabras. Sin embargo, asegúrate de que mantienes su significado
central: que tu santidad es tu salvación.
• Termina repitiendo la idea y preguntándote a ti mismo: “Si la culpabilidad es el
infierno, ¿cuál es su opuesto?” (Para la respuesta, ver 4:2)

Recordatorios frecuentes: Por lo menos 3 o 4 por hora.


Pregúntate a ti mismo: “Si la culpabilidad es el infierno, ¿cuál es su opuesto?”. O repite la
idea. Preferiblemente las dos.

Respuesta a la tentación: Siempre que te sientas tentado a dar entrada a pensamientos no


amorosos.
Aplica la idea concretamente: “Mi santidad es mi salvación de esto”.

Comentario

Lo opuesto al infierno es la salvación, lo contrario de la culpa es la santidad. Si la culpa es el


infierno, entonces la santidad debe ser la salvación. La pregunta es: ¿Creo realmente que la
culpa lo único que trae es dolor y sufrimiento? ¿O quizá creo que la culpa es útil en mi vida?

El Curso nos enseña que la culpa es la raíz de todos nuestros problemas, y sin embargo, al
principio ni siquiera sospechamos que la culpa sea la causa. Achacamos los problemas a cosas
muy distintas, pero raramente a la culpa. “De lo único que estabas seguro era de que entre las
numerosas causas que percibías como responsables de tu dolor y sufrimiento, tu culpabilidad no
era una de ellas” (T.27.VII.7:4). La culpa es el infierno. Esto es una parte importante de lo que
el Curso está intentando enseñarnos, una parte muy importante.

“Mientras de algún modo creas que está justificado considerar a otro culpable,
independientemente de lo que haya hecho, no buscarás dentro de ti, donde siempre encontrarías
la Expiación. A la culpabilidad no le llegará su fin mientras creas que está justificada. Tienes
que aprender, por lo tanto, que la culpabilidad es siempre demente y que no tiene razón de ser”.
(T.13.X.6:1-3)

“La salvación es escapar de la culpabilidad” (T.14.III.13:4).

“La culpabilidad no es salvación, sino una interferencia que no tiene ningún propósito”.
(T.14.III.1:4).

Quizás nos opongamos a ello. Algunos creen que la culpa es necesaria para evitar que obremos
mal, pero eso supone la existencia dentro de nosotros de algo inherentemente malvado y
perverso, algo que siempre hará cosas malas a menos que se mantenga enjaulado, o que sea
castigado cuando se porta mal. La culpa no tiene ninguna utilidad, la culpa es el infierno. Es de
la culpa que nos tenemos que escapar. La culpa no evita que nos portemos mal sino que nos
mantiene encerrados en ello. Es la culpa lo que nos ha llevado a la locura.

Como dice esta lección, si creyésemos totalmente esto de la culpa, entenderíamos de inmediato
el Texto y no necesitaríamos un Libro de Ejercicios. Tendríamos la salvación, completa, pues la
salvación es escapar de la culpa. Esto no es una parte del mensaje del Curso, es el mensaje en su
totalidad. Por eso es que mi santidad es mi salvación, la santidad es la liberación de la culpa.

Date cuenta de la importancia que le da la práctica a los “pensamientos no amorosos” (6:2; 7:1;
8:3). Los pensamientos no amorosos son pensamientos de culpa, ambos son producto de la
culpa y producen más culpa. La santidad es amorosa. Si mis pensamientos son no amorosos, me
sentiré temeroso y culpable; sustituirlos con pensamientos amorosos es mi salvación de la culpa.
Cuando nos demos cuenta del sufrimiento que nos están causando nuestros pensamientos no
amorosos, los abandonaremos.
Las instrucciones de la práctica de hoy son muy exigentes: un mínimo de 4 sesiones de cinco
minutos cada una, “Se te exhorta…a que esas sesiones sean más frecuentes y de mayor
duración” (5:1). Luego están las aplicaciones más cortas, “que deben llevarse a cabo unas 3 o 4
veces por hora o incluso más si es posible” (11:1). Además de usar la idea para responder a la
tentación de cada pensamiento no amoroso que cruce por nuestra mente. ¡La idea de hoy debe
ser muy importante! Debe ser muy difícil para nuestra mente asimilarla, por eso necesitamos
sumergir frecuentemente nuestra mente en este pensamiento.

LECCIÓN 40 - 9 FEBRERO

“Soy bendito por ser un Hijo de Dios”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Mantenerte en contacto con las cosas felices a las que tienes derecho como Hijo de
Dios.

Recordatorios frecuentes: Lo más deseable es cada 10 minutos.


Cierra los ojos (si es posible), repite la idea, y aplícate a ti mismo varias cualidades que
asocias con ser un Hijo de Dios. Por ejemplo: “Soy bendito por ser un Hijo de Dios. Soy feliz y
estoy en paz; soy amoroso y estoy contento”.

Observaciones: Puedes ver que realmente nos pide que hagamos la práctica hoy. Te anima a
que trates de mantener este horario (1:3). Nos recuerda que la práctica “no requiere ningún
esfuerzo ni mucho tiempo” (3:1). Y tiene tres recursos para cuando no hacemos o no podemos
hacer la práctica según las instrucciones:
1. Cuando notes que te has olvidado practicar, aunque sea por mucho tiempo, en lugar de
sentirte culpable por ello y abandonar, simplemente vuelve a la práctica de inmediato.
2. Si no puedes cerrar los ojos, lo que sucederá muy a menudo, no permitas que eso te
impida la práctica. Hazla con los ojos abiertos.
3. Si no hay bastante tiempo para hacer la práctica como se sugiere, simplemente repite la
idea. Eso supone sólo cuatro segundos.

Comentario

No se te puede pasar por alto la importancia que el Libro de Ejercicios le concede a intentar la
práctica según las instrucciones. En esta lección, cuya práctica es en cierto sentido más relajada
que la de ayer y en otro sentido una intensificación, no puedes leer estas palabras y pensar que
el autor cree que no importa si seguimos las instrucciones o no:

“Hoy no se requieren largas sesiones de práctica, sino muchas cortas y frecuentes. Lo ideal sería
una cada diez minutos, y se te exhorta a que trates de mantener este horario y a adherirte a él
siempre que puedas. Si te olvidas, trata de nuevo. Si hay largas interrupciones, trata de nuevo.
Siempre que te acuerdes, trata de nuevo”. (1:2-6)

Trata… trata… trata. Cuanto más a menudo repitamos la lección, mayor efecto tendrá en
nuestra mente. ¿Cómo puedes hacer un “curso en entrenamiento mental” (T.1.VII.4:1) sin una
disciplina mental? No puedes, es así de simple.

Al mismo tiempo date cuenta de que aquí no se “culpa” en absoluto. El autor espera (o permite)
nuestra indisciplina y nuestro olvido y nuestras “largas interrupciones” (1:5). Él sabe que no
tenemos disciplina, precisamente por eso es tan “necesaria” la práctica. Pero Él no nos juzga por
ello. Simplemente dice: “Si te olvidas, inténtalo de nuevo”. No dejes que tu olvido, aunque sea
durante largos periodos del día, sea una excusa para abandonarlo durante el resto del día. Cada
vez que nos acordemos, añadimos un eslabón a la “cadena eslabonada de perdón que, una vez
completa, es la Expiación (T.1.I.25:1).

Incluso llega a señalar que porque no puedas quedarte solo y cerrar los ojos, eso no es excusa
para no practicar. “Puedes practicar muy bien en cualquier circunstancia, si realmente deseas
hacerlo” (2:4).

La práctica de hoy es muy sencilla, simplemente, hacer afirmaciones positivas sobre nosotros
mismos: “Soy bendito por ser un Hijo de Dios. Estoy calmado y sereno; me siento seguro y
confiado” (3:7-8). Esto puede llevar 10 o 15 segundos, quizás un poco más para pensar en una
nueva lista de cualidades que asocias con ser un Hijo de Dios: “Estoy sereno, soy competente e
inquebrantable”. “Soy alegre, radiante, y estoy lleno de amor”.

¿Puede alguno de nosotros considerar un sufrimiento realizar una práctica como ésta? Nuestro
ego sí, y se resistirá. Ya no estoy asustado, pero sigo sorprendiéndome de la variedad de
maneras que el ego encuentra para distraerme y evitar mis prácticas de felicidad, pues eso es
todo lo que estamos haciendo aquí. Observar la constante oposición del ego a mi felicidad es
algo que me convenció de esta línea del texto: “El ego no te ama” (T.9.VII.3:5).

Por razón de lo que yo soy, una extensión de Dios, tengo derecho a la felicidad. El ego tiene que
resistirse a esa idea porque su existencia depende de mi creencia de que yo me he separado de
Dios, por eso el ego quiero que yo sea desgraciado. Quiere que yo crea que no merezco ser feliz.
Quizás no quiere que yo sea completamente desgraciado, eso podría provocar que reconsiderara
todo. Sólo “un leve río de infelicidad”, como lo llama Marianne Williamson. Sólo un soplo de
tristeza y de impermanencia colándose hasta en mis mejores momentos. Justo lo suficiente para
evitar que escuche al Otro Tío que habla de mi unión con Dios. Y ciertamente no quiere que yo
sea feliz. Ser feliz es peligroso para el ego. Ser feliz significa que la separación no es verdad.
¡Y no lo es!

LECCIÓN 41 - 10 FEBRERO

“Dios va conmigo dondequiera que yo voy”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Ponerte en contacto con la Presencia de Dios dentro de ti, para que puedas
experimentar el hecho de que Él va contigo dondequiera que tú vas. Ésta es la verdadera
curación para todas las enfermedades humanas, que simplemente son síntomas de nuestra
ilusoria separación de Dios.

Ejercicios más largos: 1 sola vez, durante tres a cinco minutos, lo más pronto posible después
de levantarte.
• Cierra los ojos, repite la idea muy lentamente.
• Luego deja que tu mente se quede en blanco y centre toda su atención en sumergirse
muy profundamente hacia dentro. Pasa de largo toda la nube de pensamientos dementes
que hay en la superficie de tu mente y vete hacia la Presencia de Dios en el centro de
quietud de tu mente. “Trata de llegar hasta lo más profundo de tu mente, manteniéndola
despejada de cualquier pensamiento que pudiera distraerte” (6:6). Repite la idea de vez
en cuando si eso te ayuda, pero pasa la mayor parte del tiempo deseando sumergirte
suavemente en el centro de tu mente, donde todo está en calma. Mantén en tu mente la
confianza de que puedes hacerlo, pues llegar a este lugar es más natural que cualquier
cosa de este mundo. Cuando surjan pensamientos, simplemente pásalos de largo
mientras te sumerges hacia dentro. Repetir la idea te ayudará a que desaparezcan esos
pensamientos.

Observaciones: Éste es el primer ejercicio de meditación del Libro de Ejercicios. Éste es


“nuestro primer intento” (5:3) de llegar a la luz dentro de nosotros. Como esta cita sugiere, esta
práctica es extremadamente importante en el Libro de Ejercicios. El párrafo 8 claramente señala
que entraremos más en “este tipo de práctica” (8:6), recibiendo más instrucciones sobre ella, y
progresando en ella, hasta llegar al momento en que “siempre tiene éxito” (8:5).

Recordatorios frecuentes: A menudo.


Repite la idea según las instrucciones del párrafo 9. Para que lo experimentes, sugiero que la
repitas ahora siguiendo las instrucciones que vienen a continuación, las cuales están sacadas del
párrafo 9:
• Repite la idea “muy lentamente, preferiblemente con los ojos cerrados”.
• Repítela de nuevo y “piensa en lo que estás diciendo, lo que las palabras significan”.
• Repite las palabras de nuevo y “concéntrate en la santidad que dan por sentado sobre
ti”. “Si Él va contigo y Él es santo, entonces tú eres santo”.
• Repítelas de nuevo, concentrándote “en la segura compañía que tú tienes”.
• Repítelas de nuevo, concentrándote “en la protección completa que te rodea”.

Respuesta a la tentación: Siempre que tengas pensamientos de miedo.


Recuerda la idea. Si realmente aceptas el significado, podrás reírte de los miedos que un
instante antes parecían tan terribles.

Comentario

Numerosos problemas parecen haber surgido de nuestra percepción de nosotros mismos como
separados de Dios. La sensación de soledad y abandono, depresión, ansiedad, preocupación,
indefensión, infelicidad, sufrimiento, e intenso miedo a la pérdida, todos proceden de este
problema raíz. Si miramos a las cosas objetivamente, pasamos la mayor parte de nuestra vida
con diversos modos de intentar burlar y superar estos problemas.

“Pero la única cosa que no has hecho es poner en duda la realidad del problema. Los efectos de
éste, no obstante, no se pueden sanar porque el problema no es real”. (2:2-3).

Un maestro espiritual Adi Da (también conocido como: Da Free John) una vez escribió un libro
titulado: “La Enfermedad Imaginaria que la Religión Busca Curar”. Eso es la separación: una
enfermedad imaginaria. ¿Cómo se puede curar una enfermedad que no existe realmente? La
respuesta es lógica: no se puede. No hay cura porque no hay enfermedad. Por eso todos nuestros
intentos de “curarnos” a nosotros mismos no funcionan. No podemos encontrar el camino de
“regreso” a Dios porque Él nunca nos ha abandonado, Dios va con nosotros dondequiera que
vamos. Todos nuestros conflictos y dramas son una insensatez, “por muy serias y trágicas que
parezcan ser sus manifestaciones” (2:5).

En lo más profundo de tu interior yace todo lo que es perfecto, presto a irradiar a


través de ti sobre el mundo. Ello sanará todo pesar y dolor, todo temor y toda
sensación de pérdida porque curará a la mente que pensaba que todas esas cosas
eran reales y que sufría debido a la lealtad que les tenía. (3:1-2)

Llevamos la “cura” para nuestra enfermedad en lo más profundo de nuestro interior. Esta “cura”
sana, no venciendo a la “enfermedad”, sino convenciéndonos de que no hay enfermedad. Dios
siempre está con nosotros. ¿Cómo podríamos estar separados en modo alguno del Infinito?
¿Cómo podríamos estar alguna vez separados de Todo Lo Que Es? La sola idea es demente e
imposible.
Comprendemos que no creas nada de esto. ¿Cómo ibas a creerlo cuando la verdad
se halla oculta en lo profundo de tu interior, cubierta bajo una pesada nube de
pensamientos dementes, densos y turbios que representan, no obstante, todo lo que
ves? Hoy intentaremos por primera vez atravesar esa obscura y pesada nube y
llegar a la luz que se encuentra más allá de ella. (5:1-3)

¡Qué tranquilizador es que nuestro Maestro nos diga que él entiende nuestra falta de fe! Quizás
tenemos una creencia intelectual en la Presencia de Dios en todo, pero no creemos que sea el
núcleo central, de manera que haga desaparecer todo nuestro miedo, pesar, dolor y pérdida.
Necesitamos la práctica de esta lección: para ayudarnos a “atravesar esta nube obscura y
pesada” y para que surja la luz del conocimiento de nuestra unión con Dios (5:3).

Esta lección es la primera introducción del Curso de la práctica de lo que podríamos llamar
meditación clásica. Aunque el Curso no le da a tal meditación un enfoque principal, no hay duda
de que le da una gran importancia. En el Curso, la meditación consiste en sentarse con los ojos
cerrados y, “no pensar en nada en particular” (6:4), sino intentar entrar en lo más profundo de tu
propia mente, sumergiéndose hacia abajo y adentro, mientras tratas de mantener la mente “libre
de cualquier pensamiento que pueda desviar tu atención” (6:6). Como se ha afirmado, el
propósito es volverse consciente de la luz dentro de nosotros mismos. O, en palabras más
corrientes, experimentar la sensación de la Presencia de Dios con nosotros. Estamos intentando
llegar a Dios hoy.

Claramente, si la idea de la Presencia de Dios significa la desaparición de nuestra soledad,


podemos esperar desarrollar una sensación clara y palpable de Alguien Que siempre está con
nosotros, en cada momento. Cuando empezamos a desarrollar esta sensación podemos sentirnos
tentados a creer que es nuestra propia imaginación. ¡No es imaginación! Es la ausencia de Su
Presencia lo que es imaginario.

Ciertamente puedes reírte de los pensamientos de miedo, al recordar que Dios va


contigo dondequiera que tú vas. (10:1)

LECCIÓN 42 - 11 FEBRERO

“Dios es mi fortaleza. La visión es Su regalo”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Darte cuenta de que la visión no procede de ti sino de la fortaleza de Dios en ti, y
que por lo tanto puedes recibirla en cualquier circunstancia y que no puedes dejar de recibirla
finalmente.

Ejercicios más largos: 2 veces, de tres a cinco minutos, por la mañana (temprano) y por la
noche (tarde).
• Repite la idea lentamente, mirando a tu alrededor. Cierra los ojos y repítela de nuevo
más lentamente todavía.
• Luego hazte a un lado y deja que vengan a tu mente sólo los pensamientos relacionados
con la idea. No hagas ningún esfuerzo ni intentes activamente que se te ocurran. “Trata
sencillamente de hacerte a un lado y dejar que te vengan a la mente por su cuenta”
(6:2). Me resulta útil repetir la idea y observar el principio de un pensamiento
relacionado surgir en algún lugar de mi mente durante la repetición.
• Si tu mente se distrae, repite la idea e inténtalo de nuevo. Si dejan de aparecer
pensamientos relacionados, repite la idea con los ojos abiertos y luego con los ojos
cerrados como al principio. Si no aparece ningún pensamiento relacionado,
simplemente repite esta fase del comienzo una y otra vez.

Observaciones: Ésta es nuestra primera práctica larga de dejar que vengan pensamientos
relacionados (que ya se introdujo en la Lección 38). Con el tiempo, el Libro de Ejercicios
intentará hacer de esta práctica una parte habitual del conjunto de nuestro repertorio.

Recordatorios frecuentes: Cuanto más a menudo, mejor.


Repetir la idea, que consiste de dos partes, empezará a mostrarte que todas las partes del
Curso están juntas dentro de un todo unificado. También te recordará que la meta del Curso, la
visión, es una prioridad verdadera para ti.

Comentario

Pregunta: ¿Por qué no podemos fracasar en alcanzar la meta de este curso?


Respuesta: Porque Dios quiere que la alcancemos.

Si esa respuesta te suena humillante de algún modo, no te sorprendas de tener esa reacción. Con
nuestra mente llena del pensamiento del ego, puede parecernos personalmente insultante que se
nos diga que la garantía de nuestro éxito es que “Dios lo quiere así”, como si no tuviéramos
ninguna elección en el asunto. Pero el hecho es que no la tenemos.

Como dice la Introducción al Texto:

“Es un curso obligatorio. Sólo el momento en que decides tomarlo es voluntario. Tener libre
albedrío no quiere decir que tú mismo puedas establecer el plan de estudios. Significa
únicamente que puedes elegir lo que quieres aprender en cualquier momento dado”. (T.In.1:2-5)

El programa de estudios del Curso es aprender quiénes somos, y no tenemos nada que decir en
lo que se refiere a ello, no podemos cambiar nuestra verdadera naturaleza. La única elección
está en cuánto tiempo nos lleve aceptar el hecho de lo que somos, en lugar de intentar ser algo
que no somos.

El Texto habla de cómo la idea de la separación echó raíces en nuestra mente cuando nos
negamos a aceptarnos a nosotros mismos como creaciones de Dios y quisimos crearnos a
nosotros mismos. Todavía estamos luchando en la misma batalla insensata. Todavía nos parece
insultante que nos digan que el resultado es inevitable, que somos las creaciones de Dios y que
no podemos ser otra cosa, no importa cuánto podamos desearlo.

Es la fuerza de Dios, no la nuestra, la que nos da nuestro poder. No podemos darnos la visión a
nosotros mismos, pero tampoco podemos rechazar para siempre Su regalo. Su regalo para
nosotros. Por mucho que nos resistamos, al final nos rendiremos. Y si colaboramos, nuestro
éxito está garantizado.

Werner Erhard, el fundador de E. S. T., dijo una vez que es mucho más fácil dejarse llevar por el
caballo en la dirección que va. Eso es lo que el Curso nos pide que hagamos, que unamos
nuestra voluntad a la de Dios, y que reconozcamos que en verdad queremos lo que Él quiere
darnos y ya nos ha dado. “Lo que Él da, es verdaderamente dado” (2:1).

Si podemos aceptar que nuestra voluntad y la de Dios son la misma, podemos entrar en la vida
espiritual como algo seguro. Podemos decir: “La visión tiene que ser posible. Dios da
verdaderamente” (4:5-6). O “Los regalos que Dios me ha hecho tienen que ser míos porque Él
me los dio” (4:7). Podemos andar por la vida con una serena seguridad. “Los que están seguros
del resultado final pueden permitirse el lujo de esperar, y esperar sin ansiedad” (M.4.VIII.1:1).
Hay una idea que aparece a la mitad de esta lección, aparentemente sin ninguna relación,
aunque está muy estrechamente relacionada. “Tu paso por el tiempo y por el espacio no es al
azar. No puedes sino estar en el lugar perfecto, en el momento perfecto” (2:3-4). Cuanto más
sigues este camino (y semejantes), más sabes que esto es absolutamente verdad. No hay
acontecimientos al azar, todo tiene un propósito. ¡Y no se te puede pasar por alto! No lo puedes
fastidiar. Por supuesto que puedes cometer errores, el Curso es muy claro sobre esto. Nos dice:
“Hijo de Dios, no has pecado, pero sí has estado muy equivocado” (T.10.V.6:1). Pero hasta
nuestros errores pueden ser usados por el Espíritu Santo en nuestro beneficio: “El Hijo de Dios
no puede tomar ninguna decisión que el Espíritu Santo no pueda utilizar a su favor”
(T25.VI.7:5). Aunque tomes la decisión “equivocada”, no ha sucedido nada en la realidad, no ha
habido ningún daño permanente. “Lo único que se puede perder es el tiempo, el cual, en última
instancia no tiene ningún sentido” (T.26.V.2:1) El Espíritu Santo puede tomar cualquier cosa
que Le ofrezcas y utilizarla en tu favor.

Así que no puedes evitar estar en el lugar perfecto, en el momento perfecto; puedes relajarte
tranquilamente en la vida y disfrutar del espectáculo, en lugar de estar ansioso y preocupado por
él. ¿Por qué es así? Por razón de la fuerza de Dios y de Sus regalos. Que alcances la meta es Su
Voluntad, y lo que Dios quiere, Dios lo hace. Después de todo, ¡Él es Dios!

Todavía otro comentario: en las instrucciones para la práctica se te pide que dejes surgir
cualquier pensamiento relacionado con la idea de hoy; este tipo de ensayo con pensamientos
relacionados es otro tipo de meditación que es bastante frecuente en el Libro de Ejercicios.
Luego dice: “De hecho, puede que te asombre la cantidad de entendimiento relacionado con el
Curso que algunos pensamientos reflejan” (5:2).

Sin embargo, también puede que estés intrigado por ¡qué diablos significan! La primera vez
que intenté este ejercicio mi mente se quedó en blanco. Recuerda que el Libro de Ejercicios a
menudo supone que has estudiado (no sólo leído, sino estudiado) el Texto antes de empezar
estos ejercicios. No es un requisito, pero se da por sentado que es lo habitual.

Para cualquiera que haya estudiado el Texto o que esté repitiendo el Libro de Ejercicios,
surgirán fácilmente pensamientos relacionados. Si después de intentar encontrar pensamientos
relacionados durante un minuto o dos, no te vienen fácilmente, sigue el consejo que se da un
poco más adelante en la lección: “Si eso te resulta difícil, es mejor pasar la sesión de práctica
alternando entre repeticiones lentas de la idea con los ojos abiertos y luego con los ojos
cerrados, que esforzarte por encontrar pensamientos adecuados” (6:3). La presencia de este tipo
de instrucción muestra que las lecciones pueden adaptarse a personas que no hayan estudiado el
Texto en profundidad.

LECCIÓN 43 - 12 FEBRERO

“Dios es mi Fuente. No puedo ver separado de Él”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Recordar tu función.

Ejercicios más largos: 3 veces, de cinco minutos cada una, por la mañana (tan pronto como
puedas), por la noche (tan tarde como te sea posible), y otra entre medias (cuando tu buena
disposición y las circunstancias lo permitan).
• Primera fase: Repite la idea, luego mira a tu alrededor, aplicándola concretamente y
sin distinciones a cualquier cosa que veas. Con cuatro a cinco objetos será suficiente.
• Segunda fase: Cierra lo ojos, repite la idea, y deja que te vengan pensamientos
relacionados. Su propósito es enriquecer la idea “en tu propio estilo personal” (5:2).
No necesitan ser repeticiones, o estar relacionadas claramente con ella, pero no pueden
contradecirla. Si tu mente empieza a distraerse o a quedarse en blanco, repite la
primera fase del ejercicio y luego la segunda fase de nuevo. No permitas que el
periodo de práctica se convierta en una sesión de distracción de la mente, así que
estate dispuesto a hacer esto tantas veces como lo necesites.

Recordatorios frecuentes: Puedes elegir una de estas tres formas:


1. Cuando estás con alguien, amigo o “desconocido”, dile en silencio: “Dios es
mi Fuente. No puedo verte separado de Él”.
2. Aplica la idea a una situación o acontecimiento, diciendo: “Dios es mi Fuente.
No puedo ver esto separado de Él”.
3. Si no se presenta ningún sujeto en particular, simplemente repite la idea.

Observaciones: Intenta no dejar largas interrupciones en las repeticiones de la idea. Éste es un


objetivo de entrenamiento importante en el Libro de Ejercicios. Lo mismo se pedía en la
Lección 36 (2:2).
Repetir la idea cuando te encuentras con alguien requiere estar muy consciente, pero puede
hacerse y cambiará la calidad del encuentro.

Respuesta a la tentación: Siempre que te sientas angustiado por un acontecimiento o situación.


Aplica la idea concretamente: “Dios es mi Fuente. No puedo ver separado de Él”.

Comentario

Todo lo que llamamos “ver” es percepción, no es conocimiento. La percepción no nos muestra


la verdad, en el mejor de los casos nos muestra un símbolo de la verdad. En el Curso,
“conocimiento” es algo que pertenece al reino de la perfección, o Cielo; no es posible tener
conocimiento, porque este mundo no es verdad. Todo el propósito del Curso está centrado en
llevarnos de la percepción falsa a la percepción verdadera; únicamente cuando nuestra
percepción haya sido completamente limpiada, estaremos preparados para la transferencia al
conocimiento.

Sin el Espíritu Santo, la percepción seguiría siendo falsa. Pero debido a que Dios ha colocado
este vínculo con Él Mismo en todas nuestras mentes, la percepción puede purificarse para que
nos lleve al conocimiento.

En el Cielo o en Dios no existe la percepción, sólo el conocimiento. Para ver se necesitan dos: el
que ve y lo que ve, lo cual es una dualidad, una separación que no existe en la verdad. Sin
embargo, “en la salvación”, nuestra experiencia en este mundo, “la percepción tiene un
propósito sumamente importante” (2:3). Aunque nosotros hicimos la percepción para “un
propósito no santo” (2:4), para fabricar las ilusiones que pensamos ahora que son reales, El
Espíritu Santo puede usar la percepción para devolvernos la consciencia de nuestra santidad.

¿Recuerdas la Lección 1? “Nada de lo que veo significa nada”. Eso es porque “la percepción no
tiene significado” (2:5). Toda percepción carece de significado, “sin embargo, el Espíritu Santo
le otorga un significado muy parecido al de Dios” Sin significado, pero no inútil. Durante el
proceso de devolverle nuestra mente a Dios, el Espíritu Santo trabaja con nuestra percepción,
“dándole un significado muy cerca del de Dios” (2:6). En lugar de intentar por nuestra cuenta
entender lo que vemos, necesitamos hacernos a un lado y dejar que el Espíritu Santo escriba Su
significado sobre todo. Visto con Él, todo nos muestra a Dios.
Sin Dios, pensamos que vemos, pero realmente no vemos nada. Vemos nada que parece algo, y
a la que le damos nuestros significados, significados que nos engañan. “No puedo ver separado
de Él”. Puedo pensar que veo, pero lo que parece que yo veo no es ver, es alucinar. Con Dios,
verdaderamente puedo ver. Con Dios, puedo percibir un reflejo claro de la verdad en todo lo que
contemplo. Esa percepción de la verdad es el medio por el que puedo perdonar a mi hermano.
Si lo pido, lo veré.

Para alcanzar la verdadera visión no necesito hacerme parte de Dios o unirme a Él, como si yo
estuviera haciendo un cambio de un estado separado a un estado unificado. No, todo lo que
tengo que hacer es reconocer que ya soy uno con Él. Al aceptar esa realidad sobre mí mismo, la
visión ya es mía. Va junto con mi estado natural.

Lo que veo cuando pienso que estoy separado de Dios no es visión porque estar separado de
Dios es una ilusión, así que lo que “veo” es una ilusión. “No puedo ver separado de Él”. (4:8).

Una vez más se nos lleva a un periodo en el que dejamos que surjan en nuestra mente
pensamientos relacionados. El Curso nos anima a que pongamos sus ideas con nuestras propias
palabras, y extenderlas y adornarlas para nuestro propio uso personal. A veces, la forma
“cambiada” de la lección puede ser más efectiva para tu práctica que la original. Debemos
sentirnos libres para personalizar de este modo las lecciones del Libro de Ejercicios. Es una
herramienta que se pretende que usemos para hacer que las lecciones sean más significativas
personalmente.

LECCIÓN 44 - 13 FEBRERO

“Dios es la luz en la que veo”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Ponerte en contacto con la luz dentro de ti, que te permite ver con la verdadera
visión.

Ejercicios más largos: Al menos 3 veces, de tres a cinco minutos (se recomienda más tiempo si
no produce tensión).
• Repite la idea, luego cierra los ojos lentamente, repitiendo la idea varias veces más.
• El resto de la práctica requiere que te sumerjas dentro de tu mente. Me resulta útil
pensar en este sumergirse como que tiene tres aspectos:
1. Baja para abajo y hacia dentro, dejando a un lado tus pensamientos de la
superficie y en dirección hacia la luz de Dios muy profundo dentro de tu mente.
Mientras haces esto, “trata de pensar en la luz, sin forma y sin límites” (10:2).
Si tu meditación tiene éxito, experimentarás una sensación de aproximarte o
incluso entrar en ella.
2. No te permitas distracciones. Esto es importantísimo. Mientras pasas de largo
tus pensamientos, obsérvalos sin darles importancia, “y pásalos de largo
tranquilamente” (7:5). No tienen poder para retenerte. Si aparece resistencia,
repite la idea. Si surge miedo, abre los ojos brevemente y repite la idea. Luego
vuelve al ejercicio.
3. Mantén en la mente una actitud de que lo que estás haciendo es algo muy
importante, de un valor incalculable, y que es muy sagrado. Esta actitud es más
importante que los detalles de la técnica.

Observaciones: Éste es el segundo ejercicio de meditación del Libro de Ejercicios (el primero
fue la Lección 41), y puedes ver la inmensa importancia que se le da aquí, especialmente en los
párrafos 3-5. Puede que nos resistamos a esta práctica, porque requiere una disciplina que
nuestra mente todavía no tiene, y porque significa abandonar nuestros pensamientos del ego y
las creencias que hay detrás. Pero éstas son las verdaderas razones por las que esta práctica es
tan importante.

Recordatorios frecuentes: Frecuentes; estate completamente decidido a no olvidarte.


Repite la idea con los ojos abiertos o cerrados, como mejor te parezca.

Comentario

El primer párrafo presenta una imagen bastante sorprendente de lo que es este mundo que
vemos. Dice que nosotros hicimos la obscuridad, y luego pensamos que podíamos ver en ella.
“Para poder ver tienes que reconocer que la luz se encuentra en tu interior y no afuera. No
puedes ver fuera de ti, ni tampoco se encuentra fuera de ti el equipo que necesitas para poder
ver” (2:1-2). Lo que llamamos luz no es verdadera luz. La luz no está fuera de nosotros, sino
que está dentro de nosotros. No es física, es espiritual. Y verdaderamente no vemos con los ojos
físicos, sino con la visión interna.

La luz para la visión verdadera está dentro de nosotros, y el objetivo de la lección de hoy es
alcanzar esa luz interna. Una vez más el Libro de Ejercicios nos lleva a un ejercicio experiencial
de meditación. Este tipo de meditación y la experiencia que busca producir es un componente
muy importante de la práctica del Curso. La importancia que se le da no tiene nada de
sorprendente.
Se nos dice que es una forma de ejercicio que “vamos a utilizar cada vez más” (3:2). “Y
representa uno de los objetivos principales del entrenamiento mental (3:3). Las sesiones más
largas se “recomiendan enfáticamente” (4:2). Se nos pide con insistencia que continuemos a
pesar de la “gran resistencia” (5:2). Representa “tu liberación del infierno” (5:5). Se nos
recuerda “la importancia de lo que estás haciendo, el inestimable valor que tiene para ti” (8:1), y
que “estás intentando hacer algo muy sagrado” (8:1). La lección termina con estas palabras:
“Pero no te olvides de repetirla. Sobre todo, decídete hoy a no olvidarte” (11:2-3). Es imposible
no ser conscientes de que Jesús, como autor, considera que este tipo de práctica de meditación
excepcionalmente importante.

¿Por qué? Hay algunas aclaraciones en la lección. En el tercer párrafo, la lección indica que esta
clase de ejercicio: sentado en perfecta quietud, sumergiéndose hacia adentro, pasando de largo
nuestros pensamientos sin ocuparnos de ellos “Es especialmente difícil para la mente
indisciplinada” (3:3). Es difícil porque “requiere precisamente lo que le falta a una mente sin
entrenar” (3:4). Es esta dificultad la que demuestra nuestra necesidad de hacerla, tal como
quedarte sin aliento cuando corres cincuenta metros te demuestra que necesitas ejercicios
aeróbicos. “Si has de ver, dicho entrenamiento tiene que tener lugar” (3:5). En otras palabras, la
práctica de la meditación es un requisito para desarrollar la visión interna. ¿Cómo podemos ver
con la visión interna si no sabemos cómo encontrar la luz interna?

Éstos son ejercicios de entrenamiento. Al principio nos parecerá difícil. Encontraremos


resistencia. El ejercicio se considera un intento (3:1) para alcanzar la luz, indicando que se
comprende que es posible que no tengamos una auténtica experiencia de luz inmediatamente,
como tampoco correríamos un maratón las primeras veces que nos entrenamos para correr. Es
un objetivo de nuestra mente el entrenarse para alcanzar la luz, y probablemente no
alcanzaremos nuestro objetivo inmediatamente; aunque es “la más natural y fácil del mundo
para la mente entrenada” (4:3). Estamos en el proceso de adquirir el entrenamiento que hará que
llegar a la luz parezca fácil y natural, pero ahora no es así porque nuestra mente está todavía sin
disciplinar.

No estamos “completamente sin entrenar” (5:1). Si hemos estado siguiendo las instrucciones,
hemos tenido 43 días de práctica que nos ha traído a este día. Sin embargo, podemos
encontrarnos “con una gran resistencia (5:2). Para el ego lo que estamos haciendo es como “una
pérdida de identidad y un descenso al infierno” (5:6). Pero estamos intentando llegar a Dios,
Que es la luz en la que podemos ver, eso no es una pérdida. Es escaparse de la obscuridad.

Cuando empezamos a acumular experiencias de luz, de sentir la relajación, de sentir nuestro


acercamiento a la luz, e incluso ser conscientes de estar entrando en ella, sabremos de qué está
hablando el Curso. Y la anhelaremos cada vez más. No hay nada como la experiencia. Estos
instantes santos son anticipos del Cielo, visiones fugaces de la realidad. Nos motivarán en
nuestro camino más que ninguna otra cosa. Hay una sensación de realidad tan real que lo que
antes parecía real, en comparación, palidece como sombras imaginarias. Cuando hayamos
entrado en la luz, reconoceremos que hemos estado en la oscuridad, pensando que era la luz.
Esto es lo que da a estas experiencias su “valor incalculable”.

LECCIÓN 45 - 14 FEBRERO

“Dios es la Mente con la que pienso”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Experimentar tus pensamientos reales, los que piensas con la Mente de Dios.

Ejercicios más largos: 3 veces, de cinco minutos cada uno.


• Repite la idea mientras cierras los ojos. Luego añade cuatro o cinco pensamientos
relacionados (recuerda las instrucciones de las Lecciones 42 y 43 de dejar que
pensamientos relacionados te vengan).
• Luego repite la idea de nuevo y di: “Mis pensamientos reales están en mi mente. Me
gustaría encontrarlos”.
• Luego utiliza la misma técnica de meditación que se te enseñó en las Lecciones 41 y
44. De nuevo, es útil pensar en ella como que tiene tres aspectos:
1. Sumérgete más allá de la obscura capa de tus pensamientos sin significado e
irreales; ve más allá a los pensamientos eternos y sin límites que piensas con
Dios.
2. Cuando tu mente se distraiga, retírala de lo que te distrae. Te resultará útil
repetir la idea.
3. Por encima de todo, ten una actitud segura en la mente. Confianza: No dejes
que tus pensamientos del mundo te impidan hacerlo. No puedes fracasar porque
Dios quiere quetriunfes. Deseo: Llegar a este lugar dentro de ti es el verdadero
deseo de tu corazón. Santidad: Acércate como lo harías a un altar sagrado en el
que Dios y Su Hijo piensan juntos. “Recordarte a ti mismo que esto no es un
juego inútil, sino un ejercicio de santidad y un intento de alcanzar el Reino de
los Cielos” (8:7).

Recordatorios frecuentes: Lo ideal es pasar uno o dos minutos.


Repite la idea. Luego apártate de tus habituales pensamientos no santos y pasa un rato
pensando en la santidad de tu mente. Piensa en lo santa que debe ser si piensa con la Mente de
Dios.

Comentario

En cierto modo, las lecciones están intentando causarnos cierta desorientación. Nuestro
pensamientos reales “no tienen nada que ver con los pensamientos que piensas que piensas, de
la misma manera en que nada de lo que piensas que ves guarda relación alguna con la visión”
(1:2). Si mis pensamientos no son reales y lo que veo no es real, ¿a qué puedo aferrarme? A
nada en absoluto. Esto puede parecer aterrador; casi como si yo fuese uno de los personajes en
una novela de misterio que está siendo atacado por alguien que intenta volverle loco, haciéndole
creer que está alucinando y viendo cosas que no existen.

En realidad, aunque el intento de des-hacer nuestra orientación mental es semejante, el Curso


intenta justo lo contrario. Está intentando volvernos cuerdos, no locos. Ya estamos locos.
Estamos alucinando e imaginando cosas que no están ahí, y el Curso está intentando romper
nuestra creencia obsesiva de que son reales.

Por debajo de la capa protectora del engaño que hemos puesto; la realidad es una mente
completamente sana que piensa pensamientos completamente cuerdos y que únicamente ve la
verdad. Nuestros pensamientos reales son los pensamientos que pensamos con la Mente de
Dios, compartiéndolos con Él. Los pensamientos no abandonan la mente, por lo tanto, deben
estar todavía ahí. Nuestros pensamientos son los pensamientos de Dios, y los pensamientos de
Dios son eternos. Si esos pensamientos están ahí podemos encontrarlos. Podemos sacar nuestros
pies del barro pegajoso de nuestros pensamientos y ponerlos sobre roca firme. Podemos estar
casi completamente fuera del alcance de estos pensamientos originales y eternos, pensamientos
completamente de acuerdo con la Mente de Dios, pero Dios quiere que los encontremos. Por lo
tanto, debemos ser capaces de encontrarlos.

Ayer buscábamos la luz dentro de nosotros, una idea muy abstracta. Hoy buscamos nuestros
propios pensamientos reales. Eso nos acerca un poco más la comprensión de lo abstracto: no
sólo “la luz” sino mis propios pensamientos, algo que es parte de mí y que representa a mi
verdadera naturaleza.

¿Cómo sería un pensamiento que estuviera en perfecta armonía con la Mente de Dios? Eso es lo
que estamos intentando encontrar y experimentar hoy. Y si somos honestos, tendremos que
admitir que los pensamientos de los que somos conscientes la mayoría de las veces no
pertenecen para nada a esa clase. Nuestros pensamientos están llenos de miedo, inseguridad,
totalmente a la defensiva, demasiado ansiosos y desesperados, y por encima de todo demasiado
cambiantes como para decir que son pensamientos que compartimos con Dios.

Un pensamiento que procede de la Mente de Dios debe ser de perfecta armonía, total paz,
completa seguridad, total bondad, y perfecta estabilidad. Estamos intentando localizar ese
centro de pensamiento en nuestra mente. Estamos intentando encontrar pensamientos de esta
naturaleza dentro de nosotros mismos.

Una vez más, practicamos el sumergirnos en la quietud, pasar de largo todos los pensamientos
irreales que ocultan la verdad en nuestra mente, y llegar a lo eterno que está en nuestro interior.
Éste es un ejercicio sagrado, y que deberíamos tomarnos muy en serio, aunque no con tristeza,
pues es un ejercicio de puro gozo. Dentro de mí hay un lugar que nunca cambia, un lugar que
siempre está en paz, siempre brillando con el brillo del amor. ¡Y hoy, Oh Dios, sí hoy, yo quiero
encontrar ese lugar! Hoy quiero tocar esa base sólida en el centro de mi Ser y conocer su
estabilidad. Hoy quiero encontrar mi Ser.

LECCIÓN 46 - 15 FEBRERO

“Dios es el Amor en el que perdono”

Instrucciones para la práctica

Ejercicios más largos: Al menos 3 veces, de cinco minutos completos.


• Repite la idea mientras cierras los ojos. Busca en tu mente aquellas personas que no has
perdonado completamente. Esto no debería resultarte difícil, la falta de amor total es
una señal de que no has perdonado. A cada uno dile: “Dios es el Amor en el que te
perdono, (nombre)”. Esto te “colocará en una posición desde la que puedes perdonarte a
ti mismo (5:1).
• Después de un minuto o dos de hacer esto, dite a ti mismo: “Dios es el Amor en el que
me perdono a mí mismo”. Luego pasa el resto del tiempo dejando que tu mente plantee
pensamientos relacionados con esta idea. No necesita ser una repetición, pero tampoco
te alejes demasiado de ella. Sigue las instrucciones recibidas sobre dejar que surjan
pensamientos relacionados.
• Termina repitiendo la idea original.

Recordatorios frecuentes: Tantos como puedas.


Repite la idea, en la forma original o en forma de un pensamiento relacionado con ella.

Respuesta a la tentación: Cuando tengas una reacción negativa hacia alguien, tanto si esa
persona está presente como si no (7:3).
Dile a esa persona silenciosamente: “Dios es el Amor en el que te perdono”.

Comentario

La totalidad de la enseñanza del Curso sobre el principio de la Expiación está contenida en la


primera frase: “Dios no perdona porque nunca ha condenado”. Una y otra vez el Curso insiste
en que Dios no es un Dios de venganza, que Dios no está enfadado con nosotros, que Él no sabe
nada de castigos. Dios no condena, nunca lo ha hecho. Su corazón permanece eternamente
abierto a nosotros. A mí concretamente.

En este mundo de ilusiones, donde la condena de unos a otros se ha convertido en un modo de


vida (¿o de muerte?), el perdón es necesario; no el perdón de Dios sino el nuestro propio. El
perdón es el modo en que nos liberamos de las ilusiones. Toda condena es condena de uno
mismo, la culpa que vemos en otros es nuestra propia condena a nosotros mismos reflejada
fuera y que nos vuelve; y al liberar a los otros de la condena, nos liberamos nosotros. “De la
misma manera en que sólo te condenas a ti mismo, de igual modo, sólo te perdonas a ti mismo
(1:5).

Como lecciones posteriores aclararán, nuestro propósito en este mundo es traerle el perdón,
liberarlo de la carga de culpa que le hemos echado encima. Esto es lo que devuelve nuestra
mente a la consciencia de Dios. Encontramos a Dios al liberar a aquellos a nuestro alrededor,
librándolos de nuestros juicios, y reconociéndolos como la creación perfecta de Dios junto con
nosotros. “Dios… y la forma de llegar a Él es apreciando a Su Hijo” (T.11.IV.7:2).

Liberar a todos los que conozco de las cadenas de mis juicios es lo que me permite perdonarme
a mí mismo (5:1). Me envuelve una cálida sensación por dentro cuando digo: “Dios es el Amor
en el que me perdono a mí mismo” (5:3). Puede que incluso no sea consciente de ninguna culpa,
pero cuando me bendigo a mí mismo con el perdón, algo se derrite, y sé que el perdón era
necesario. Hay una crítica a uno mismo, de la que no soy consciente, pero que siempre está ahí;
y cuando me adentro en ella imaginando el Amor de Dios derramándose sobre mí como oro
líquido, conociendo y aceptando (quizá justo en ese preciso momento) Su total aceptación de
mí, rara es la vez que no se me escapan lágrimas de gratitud.

LECCIÓN 47 - 16 FEBRERO

“Dios es la fortaleza en la que confío”


Instrucciones para la práctica

Propósito: “Llegar más allá de tu debilidad hasta la Fuente de la verdadera fortaleza” (4:1),
para que ganes confianza frente a todos los problemas y decisiones.

Ejercicios más largos: 4 veces (se anima a hacer más), durante cinco minutos (se alienta a que
sean más largos).
• Cierra los ojos y repite la idea.
• Busca en tu mente situaciones que te produzcan miedo. Abandona cada una de ellas
diciendo: “Dios es la fortaleza en la que confío”. Haz esto durante uno o dos minutos.
• El resto del tiempo es otro ejercicio de meditación. Sumérgete muy profundo en tu
mente, por debajo de todos tus pensamientos de preocupación, que se basan en tu
sensación de insuficiencia. Llega por debajo de ellos a un lugar en donde nada está
fuera del alcance de tu fortaleza, porque la fortaleza de Dios vive en ti. Puedes
imaginarte que te estás sumergiendo por debajo de las aguas revueltas de la superficie a
la profundidad en calma donde todo está tranquilo. “Reconocerás que has llegado
cuando sientas una profunda sensación de paz, por muy breve que sea” (7:2). (Como en
instrucciones anteriores) acuérdate de retirar tu mente de las distracciones, cuando sea
necesario, y de mantener en la mente una actitud de confianza y deseo.

Recordatorios frecuentes: A menudo.


Repite la idea.

Respuesta a la tentación: Cuando surja cualquier alteración.


Repite la idea, recordando que tienes derecho a la paz porque estás confiando en la fortaleza
de Dios, no en la tuya.

Comentario

Se cuenta en el Evangelio de Juan que Jesús dijo: “El Hijo no puede hacer nada por sí mismo, a
menos que sea algo que ha visto hacer al Padre… Yo no puedo hacer nada por mi propia
iniciativa; tal como oigo, así juzgo” (Juan 5:19, 30). Básicamente eso es lo que esta lección nos
dice: No podemos hacer nada por nosotros mismos. Cuando la lección habla de “confiar en tu
propia fuerza” (1:1) está hablando de intentar hacer cualquier cosa por nuestra cuenta, como una
unidad independiente, separados de Dios y de Su creación. Está hablando de actuar como un
ego. La lección dice que eso es imposible.

Otro ejemplo del Evangelio de Juan puede ser útil. Al final de Su vida en la tierra, Jesús
comparó su vida a una vid, y a Sus discípulos con las ramas de la vid. Yo creo que hablaba
desde el Cristo en Él, o quizás sería mejor decir que Cristo estaba hablando a través del hombre,
Jesús. Él dijo: “Tal como la rama no puede dar fruto por sí sola, a menos que permanezca unida
a la vid, del mismo modo ninguno de vosotros puede dar fruto, a menos que permanezcáis
unidos a Mí… separados de Mí no podéis hacer nada” (Jn.15:4-5).

Piensa en ello. ¿Dónde termina la vid y empieza la rama? La rama es parte de la vid. Es toda su
existencia, no puede actuar independientemente, no puede “dar fruto” si se la corta de la vid.

Somos partes o aspectos de la Filiación, y el Hijo es uno con el Padre. “Lo que Él (Dios) crea no
está separado de Él, y no hay ningún lugar en el que el Padre acabe y el Hijo comience como
algo separado” (L.132.12.4). Suena como la vid y sus ramas, ¿verdad?

Cuando intentamos actuar independientemente, no podemos hacer absolutamente nada. Tal


como pensamos de nosotros mismos, ¿qué podemos predecir o controlar totalmente?¿Cómo
podemos ser conscientes de todas las facetas de un problema” y “resolverlos de tal manera que
de ello sólo resultase lo bueno”? (1:4). Abandonados a nosotros mismos, abandonados a los
limitados recursos del ser tal como el ego lo ve, separados de todo, sencillamente no podemos.
No tenemos lo que se necesita. “Si sólo confías en tus propias fuerzas, tienes todas las razones
del mundo para sentirte aprensivo, ansioso y atemorizado” (1:1).

La lección nos pide que reconozcamos que no estamos limitados a lo que podemos pensar que
es “nuestra fuerza”; “Dios es la fortaleza en la que confío”. Nos pide que actuemos basándonos
en nuestra unión con Dios. Desde donde estamos, al comienzo, nos parece que estamos tratando
con una especie de Dios externo, una “Voz” que habla dentro de nuestra mente o que actúa en
determinadas circunstancias para guiarnos:

“Puesto que crees estar separado, el Cielo se presenta ante ti separado también. No es que lo
esté realmente, sino que se presenta así a fin de que el vínculo (el Espíritu Santo) que se te ha
dado para que te unas a la verdad pueda llegar hasta ti a través de lo que entiendes” (T.25.I.5:1-
2).

Por eso puede parecer que se nos pide que nos “sometamos” a una fuerza superior, cuando de
hecho todo lo que estamos haciendo es que nos asociemos con el resto de nuestro propio ser, del
que nosotros mismos nos hemos separado. El Espíritu Santo, habla por nosotros, así como por
Dios, pues somos uno (ver T.11.I.11:1; T.30.II.1:1-2; L.125.8:1; L.152.12:2).

Cuando nos damos cuenta de que no podemos vivir por nuestra cuenta, cuando aceptamos
nuestra dependencia de este Poder Superior, Dios se convierte en nuestra fortaleza y seguridad
en toda circunstancia. Su Voz nos dice “exactamente qué es lo que tienes que hacer para invocar
Su fortaleza y Su protección” (3:2).

Cuando tenemos miedo, es porque estamos confiando en nuestra propia fuerza independiente,
que no existe. Simplemente sentirse incapacitado para una tarea es una forma de miedo, que
procede de la creencia de que yo existo por mí mismo. “¿Quién puede depositar su fe en la
debilidad y sentirse seguro?” (2:3). Cuando aparezca el miedo, que me recuerde a mí mismo
que no confío en mi propia fuerza sino en la de Dios. Eso me puede sacar del miedo y llevarme
a un lugar de paz profunda y duradera.

Reconocer nuestra debilidad como ser independientes es un comienzo necesario (6:1). Si nos
engañamos a nosotros mismos creyendo que podemos manejar todo por nuestra cuenta, sin
Dios, sin nuestros hermanos, fallaremos y finalmente nos irritaremos. Pero no debemos
quedarnos en ese reconocimiento, tenemos que ir más allá de ello y darnos cuenta de que
tenemos la fortaleza de Dios, y que la confianza en esa fuerza “está plenamente justificada en
relación con todo y en toda circunstancia” (6:2).

Casi cada vez que medito repito, silenciosamente o en voz alta, las palabras que están casi al
final de esta lección:

“Hay un lugar en ti donde hay perfecta paz.


Hay un lugar en ti en el que nada es imposible.
Hay un lugar en ti donde mora la fortaleza de Dios.”
(7:4-6).

Hagamos hoy frecuentes pausas para sumergirnos por debajo de “todas las trivialidades que
bullen y burbujean en la superficie de (nuestra) mente” (7:3) en lo más profundo de nuestra
mente para encontrar ese lugar.

LECCIÓN 48 – 17 FEBRERO
“No hay nada que temer”

Instrucciones para la práctica

Recordatorios frecuentes: Muy a menudo, tan a menudo como sea posible.


Hay dos formas. Usa la más larga siempre que puedas.
1. Repite la idea. Puedes hacerlo con los ojos abiertos en cualquier circunstancia, incluso
durante una conversación. Tan sólo lleva dos segundos.
2. Lleva un minuto aproximadamente, cierra los ojos y repite la idea lentamente varias
veces.

Observaciones: Los periodos de práctica más largos se han dejado por hoy, por lo tanto vas a
centrarte en la frecuencia .Vimos lo mismo en las Lecciones 20, 27 y 40. Por lo tanto, la lección
de hoy es parte de una serie planeada para enseñarnos el hábito importantísimo de la práctica
frecuente. Por eso, en lugar de tomarte un día libre, dedícate de lleno. Cuanto más pongas de tu
parte, mayor beneficio obtendrás de ello.
Lecciones anteriores (27, 40) recomendaban establecer la frecuencia al comienzo del día y
luego tratar de mantenerla. Yo recomendaría hacer hoy lo mismo. ¿Qué frecuencia quieres
establecer? Echemos un vistazo a lecciones anteriores que precisaban una frecuencia:
Lección 20: 2 por hora
Lección 27: de 2 a 4 por hora
Lección 39: de 3 a 4 por hora
Lección 40: 6 por hora
La media es de 3 a 4 por hora, pero date cuenta también de que la frecuencia aumenta a
medida que las lecciones avanzan. Yo sugeriría que elijas una frecuencia que realmente pienses
que puedes mantener, y luego tener la firme intención de mantenerla, e incluso tomarte un
momento para imaginarte a ti mismo practicándola en diferentes circunstancias. Durante el día,
cuando te des cuenta de que te has olvidado, no te disgustes, nos sucede a todos. Simplemente
vuelve a la práctica, de inmediato y sin culpa.

Respuesta a la tentación: Cuando algo perturbe tu paz mental.


Repite la idea de inmediato.

Comentario

Se puede entender este sencillo pensamiento al menos de dos maneras:


1) No hay nada a lo que temer.
2) ¿Miedo? ¡Eso no es cierto!

Como el tercer párrafo aclara, este pensamiento está relacionado con la lección de ayer acerca
de confiar en la fortaleza de Dios en lugar de confiar en nuestra propia fortaleza, separada de la
Suya. “La presencia del miedo es señal inequívoca de que estás confiando en tu propia
fortaleza” (3:1). Como dijo la lección de ayer: “¿Quién puede depositar su fe en la debilidad y
sentirse seguro?” (L.47.2:3). Por eso, cuando confiamos en nuestra propia fortaleza, sentimos
miedo. Cuando confiamos en la fortaleza de Dios, no sentimos miedo. El miedo no es algo que
debamos temer; sin embargo, es una señal que nos avisa de que nuestra fe está en el lugar
equivocado, y lo que pide es corrección, no condena.

Desde la perspectiva de la mente recta, es un hecho que: no hay nada que temer. Dios es todo lo
que existe, y nosotros somos parte de Él, nada fuera de Él existe. Por supuesto, no hay nada que
temer. El miedo es la creencia en algo distinto de Dios, un dios falso, un ídolo con poder que se
opone y vence a Dios. Secretamente creemos que hemos hecho eso, pero de lo que tenemos
miedo es de nosotros mismos. Sin embargo, lo que creemos que hemos hecho nunca ha
ocurrido. Por eso, no hay nada que temer. “Nada real puede ser amenazado” (T.In.2:2).

Si creemos en ilusiones, el miedo parece muy real, pero tenemos miedo de la nada. La lección
dice que “es muy fácil de reconocer” que no hay nada que temer (1:4); lo que hace que parezca
difícil es que queremos que las ilusiones sean verdad (1:5). Si no son verdad, entonces no
somos quienes creemos ser y quienes queremos ser; somos creaciones de Dios, no nuestra
propia creación. Por eso, nos aferramos a las ilusiones para dar validez a nuestro ego, y al
hacerlo, conservamos el miedo.

Cuando nos permitimos a nosotros mismos recordar que no hay nada que temer, y cuando
conscientemente nos recordamos ese hecho durante el día, eso nos demuestra que “en algún
lugar de tu mente, aunque no necesariamente en un lugar que puedas reconocer, has recordado
a Dios y has dejado que Su fortaleza ocupe el lugar de tu debilidad” (3:2). Esto es lo que el
Texto llama la “mente recta”. Hay una parte de nuestra mente -realmente la única parte que
existe- en la que ya hemos recordado a Dios. Esa parte de nuestra mente es lo que nos está
despertando de nuestro sueño.

¿Alguna vez te has preguntado cómo es que encontraste Un Curso de Milagros, y por qué te
atrae? Tu mente recta ha creado esta experiencia para ti; tu verdadero Ser te habla a través de
sus páginas para despertarte. Cada vez que repetimos “No hay nada que temer”, nos estamos
asociando con la parte de nosotros que ya está despierta, y que ya ha recordado la verdad.
Puesto que ya estamos despiertos, el resultado es inevitable. Pero necesitamos esta apariencia de
tiempo para “darnos tiempo a nosotros mismos” (por así decir) para despachar las ilusiones y
reconocer la verdad siempre presente de nuestra realidad.

LECCIÓN 49 – 18 FEBRERO

“La Voz de Dios me habla durante todo el día”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Escuchar a la parte de nuestra mente donde la Voz de Dios te está hablando siempre,
e identificarnos con ella.

Ejercicios más largos: 4 veces (más si es posible), durante cinco minutos.


Éste es también otro ejercicio de meditación, como en las Lecciones 41, 44, 45, y 47. Después
de cerrar los ojos y repetir la idea (como siempre: lentamente), entra en meditación. De nuevo,
me resulta útil pensar en el ejercicio como que tiene tres aspectos:
1. Pasa de largo la nube de pensamientos frenéticos y dementes que abarrotan la superficie
de tu mente. Sumérgete en la parte de tu mente donde reina la calma, donde estás de
verdad en tu hogar, y donde la Voz de Dios te habla. Sumergirte en esta parte también
significa escuchar a esta parte.
2. Retira tu mente de las distracciones repitiendo la idea.
3. Por encima de todo, mantén en la mente la actitud de que ésta es la cosa más feliz y más
sagrada que puedes hacer, y de que confías en que puedes hacerlo, porque Dios lo
quiere.

Recordatorios frecuentes: Muy a menudo.


Hay una variedad de opciones, que van desde practicar en situaciones no fáciles a la forma
ideal de práctica. Esta variedad se aplica a todas las lecciones:
1. Repite la idea con los ojos abiertos cuando tengas que hacerlo así.
2. Repítela con los ojos cerrados cuando te sea posible.
3. Siempre que puedas, siéntate tranquilamente, cierra los ojos, y repite la idea. Haz que
esto sea una invitación a la Voz de Dios para que te hable.

Comentario

“La Voz de Dios me habla durante todo el día”. ¡Sí, lo hace! Te puede parecer ilusorio cuando
dices esta frase, pero no lo es. La Voz de Dios nos habla durante todo el día, todos los días. “La
parte de tu mente donde reside la verdad (es decir, la mente recta) está en constante
comunicación con Dios, tanto si eres consciente de ello como si no” (1:2). Normalmente no
somos conscientes de esta comunicación, aunque podemos serlo. Nuestra consciencia
sencillamente no está a la escucha.

Es como una señal de radio. Aquí en Sedona, tenemos una emisora de radio que se llama
KAZM (“abismo”, curioso ¿eh?). KAZM está en comunicación con mi radio todo el día, pero
puede que yo no tenga mi radio puesta en esa emisora. El Espíritu Santo está en comunicación
con mi mente todo el día, pero puede que yo no Le esté escuchando.

Hay otra parte de nuestra mente que se ocupa de los asuntos de este mundo. Ésa es la parte de la
que somos conscientes la mayor parte del tiempo. La llamaré “mente errónea” para que
podamos distinguirlas. En realidad esta parte no existe, y la parte que escucha a Dios (mente
recta) es en realidad la única parte que existe (2:2-3). Por consiguiente, hablar de “partes” de
nuestra mente es sólo una invención útil.

La mente errónea es una ilusión. La mente recta es real. La mente errónea está angustiada,
desesperada, llena de un enloquecido parloteo de “pensamientos” que se parecen al Conejo
Blanco de Alicia en el País de las Maravillas. La mente recta es “serena, está en continuo reposo
y llena de absoluta seguridad” (2:1). La mente recta es de lo que habló la Lección 47 al decir:
“Hay un lugar en ti donde hay perfecta paz” (L.47.7:4). En este lugar, “la quietud y la paz reinan
para siempre” (2:5).

Podemos elegir qué voz escuchar, a qué “parte” de nuestra mente hacerle caso: la voz
desesperada de preocupación o la Voz llena de paz. ¿Parece difícil creer que dentro de nosotros
hay un lugar de perfecta calma, como en el centro de un huracán? Pues, lo hay. A mí me parecía
difícil de creer, pero cuando empecé a buscarlo, empecé a encontrarlo.

A menudo, cuando al principio intentamos encontrarlo, la otra voz grita tan alto que parece que
no podemos ignorarla (que es lo que la lección nos dice que hagamos). Justo el otro día alguien
me contaba que cuando se sentaba en meditación, la llegada de la paz era tan aterradora que
tenía que levantarse y ponerse a hacer algo. ¿No es extraño que la paz nos resulte tan poco
deseable? Siéntate durante unos minutos intentando estar en paz, y algo dentro de ti empieza a
gritar: “¡No puedo aguantarlo!”. Ésa es la voz frenética de desesperación. La lección nos dice:
“Trata hoy de no prestarle oídos” (2:4).

¡Merece el esfuerzo! El lugar de paz está ahí en todos nosotros, y cuando lo encontramos:
¡Ahhh! Todavía tengo días en que parece que no puedo parar el parloteo constante de mi mente,
pero están aumentando los momentos en los que me sumerjo en la paz, por lo cual estoy muy
agradecido. Únicamente tienes que dejar toda actividad por un momento para encontrar la paz;
no puedes encontrarla sin sentarte, sin aquietarte, sin desconectarte de todo lo de fuera por un
momento. De otro modo, el mundo distrae demasiado al principio.

Finalmente podemos aprender a encontrar esta paz en cualquier momento, en cualquier lugar, e
incluso llevarla con nosotros en situaciones caóticas. Sin embargo, al principio, necesitamos
desarrollar la quietud para encontrarla, cerrar los ojos al mundo, pasar de largo la superficie
tormentosa de nuestra mente y entrar en el centro profundo y sereno, pidiéndole a la Voz de
Dios que nos hable.
Un pensamiento más. Podrías pensar, a causa de esta lección, que si la “emisora de radio” de
Dios siempre está funcionando, tiene que ser fácil oír Su Voz. Falso. La voz del ego se describe
aquí como “chillidos estridentes” (4:3), “frenéticos y tumultuosos pensamientos, sonidos e
imágenes” (4:4), y “constantemente distraída” (1:4). Al principio, escuchar la Voz de Dios es
como intentar meditar en medio de una revuelta callejera. Es como intentar componer una nueva
melodía mientras está tocando una banda musical de rock. O como intentar escribir una carta
con toda atención mientras tres personas te están gritando cosas distintas en los oídos. No es
nada fácil. Requiere mucha atención y concentración. Y sobre todo, requiere mucha voluntad.
“La Voz del Espíritu Santo es tan potente como la buena voluntad que tengas de escucharla”
(T.8.VIII. 8:7).

Tienes que estar dispuesto a ignorar esa otra voz. Los chillidos del ego no suceden sin nuestro
consentimiento, no proceden de algún demonio malvado que intenta hacer fracasar nuestros
esfuerzos de oír la Voz de Dios. Son nuestro propio deseo que toma forma, eso es todo. Nos
hemos pasado muchísimo tiempo escuchando al “fabricador de ruidos” en nuestra mente.
Tenemos que empezar a evitarlo y a elegir desenchufarlo.

Así que, oír al Espíritu Santo no es algo que sucede de la noche a la mañana, lee sobre esto hoy,
empieza a ser “divinamente guiado en todo lo que hagas” mañana. No, no es así de sencillo. De
hecho, en el Texto Jesús dice que aprender a escuchar sólo esa Voz fue la última lección que Él
aprendió y que requiere esfuerzo y gran voluntad (ver T.5.II.3:7-11).

“El Espíritu Santo se encuentra en ti en un sentido muy literal. Suya es la Voz que te llama a
retornar a donde estabas antes y a donde estarás de nuevo. Aún en este mundo es posible oír
sólo esa Voz y ninguna otra. Ello requiere esfuerzo así como un gran deseo de aprender. Ésa es
la última lección que yo aprendí, y los Hijos de Dios gozan de la misma igualdad como alumnos
que como Hijos de Dios” (T.5.II.3:7-11).

Por eso, empecemos hoy mismo a aprender esta lección tan importante. Escuchemos.

LECCIÓN 50 – 19 FEBRERO

“El Amor de Dios es mi sustento”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Interiorizar la idea de que el Amor de Dios te sustenta, no con las cosas del mundo
sino para que sientas la protección, la paz y la seguridad que Su Amor trae Consigo.

Ejercicios más largos: 2 periodos, de diez minutos.


Pasa esos diez minutos repitiendo la idea, pensando en ella y dejándote envolver por ella. Deja
que pensamientos relacionados “vengan a ayudarte a reconocer su verdad” (5:2). Haz todo esto
con el propósito de que la idea se adentre más profundamente en tu mente. Disfruta la idea.
Siente los beneficios que te trae. Intenta sentir el Amor de Dios cubriéndote como un manto de
paz y seguridad.
Éste no es un ejercicio de meditación, sino un ejercicio prolongado en reflexionar sobre la
idea. Tus pensamientos tenderán a distraerse durante reflexiones largas como ésta. Cuando
suceda, observa a esos pensamientos como intrusos que han entrado sin permiso en el templo de
la santa mente del Hijo de Dios. Repite la idea para que desaparezcan.

Recordatorios frecuentes: A menudo.


Repite la idea, no como un loro, sino como “una declaración de independencia” (L.31.4:2),
una declaración de que eres libre de necesitar ser sostenido por las cosas vacías de este mundo.
Intenta repetirla una vez con este espíritu ahora, y ver el efecto que tiene en tu mente.

Respuesta a la tentación: Siempre que te enfrentes a un problema o dificultad.


Responde a lo que te enfrentas repitiendo la idea. Mientras lo haces, recuerda que “Por medio
del Amor de Dios en ti puedes resolver toda aparente dificultad sin esfuerzo alguno y con
absoluta confianza” (4:5).

Comentario

¿Qué es lo que me sostiene y me apoya? Cuando me siento vacío y agotado, ¿a dónde me dirijo?
¿A Dios, mi eterna Fuente? ¿O a alguna otra cosa? Tengo que admitir que a menudo es a alguna
otra cosa a la que voy para sentirme bien de nuevo. ¿Cómo sería llegar a confiar completamente
en algo tan total y completamente digno de confianza?

En el primer párrafo aparece una lista de cosas que se aplican a casi todos nosotros. Cualquiera
que sea mi preferencia personal como “lo que me sostiene”, todas ellas son sólo “una lista
interminable de cosas huecas y sin fundamento a las que dotas de poderes mágicos” (1:3).
Cuando nos volvemos a ellas, algo en nosotros sabe que estas cosas no están realmente
solucionando nada, no son nada sino sustitutos, placebos que pueden aliviar los síntomas por un
tiempo pero que al final no curan nada.

Creo que fue San Agustín quien dijo que cada uno de nosotros nació con un hueco, con forma
de Dios, en nuestro corazón. Podemos intentar llenarlo con todo tipo de cosas, pero nada llena
ese hueco sino el Amor de Dios. “Valoramos” las otras cosas únicamente porque estamos
intentando conservar nuestra independiente e imaginada identidad como un ego dentro de un
cuerpo (2:2-3). Estamos valorando la nada para conservar lo que no es nada. La experiencia de
que nada nos falta (plenitud) viene únicamente de la unión con nuestra Fuente.

El Amor de Dios “te llevará a un estado mental que no puede verse amenazado ni perturbado
por nada, y en el que nada puede interrumpir la eterna calma del Hijo de Dios” (3:3). Yo quiero
ese estado mental. Quiero esa estabilidad interna, esa serenidad de la consciencia. ¿Qué otra
cosa podría dármela sino saber que estoy conectado a un suministro sin fin de bondad sin
límite?

El Salmista lo dijo muy bien en el primer Salmo. Los “devotos”, aquellos que saben que el
Amor de Dios les sostiene, “serán como un árbol plantado a orillas del agua, que dan fruto en su
estación, cuyas hojas no se marchitan, y que todo lo que hacen tiene éxito” (S.1:3). Cuando
interiormente te das cuenta de que el Amor de Dios te sustenta, es como si fueses un árbol
plantado a orillas de un río, cuyas raíces están continuamente sustentadas por el agua que
siempre está ahí, y que se está renovando siempre. O del Salmo 23: “El Señor es mi pastor. No
desearé… Mi copa se renueva cada día. La bondad y la misericordia irán conmigo todos los días
de mi vida” (S.23:1,5-6).

“Deposita toda tu fe en el Amor de Dios en ti: eterno, inmutable y que nunca falla. Ésta es la
respuesta a todo problema que se te presente hoy” (4:3-4).

De nuevo las instrucciones nos dicen que “nos sumerjamos muy profundo en nuestra
consciencia” (5:1). (Fíjate en que los periodos de meditación se están haciendo más largos, son
de diez minutos, por la mañana y por la noche). Tenemos que “permitir que la paz se extienda
sobre nosotros como un manto de protección y seguridad” (5:2). A menudo encuentro que me
ayuda a entrar en esa sensación el hecho de visualizar algo: que una luz dorada me baña, que mi
guía espiritual me abraza,, o simplemente que me meto en un baño templado. Puedo dejar que
sea un tiempo de descanso, diez minutos en los que simplemente me dejo llevar, física y
mentalmente, y me permito a mí mismo experimentar paz. Me digo a mí mismo: “Estoy bien.
Me siento seguro. En Dios estoy en mi Hogar. Su Amor me rodea y me protege. Su Amor me
alimenta y me hace lo que yo soy”.

PRIMER REPASO. INTRODUCCIÓN: ETAPAS DE LA PRÁCTICA

Los párrafos 3 y 4 del Primer Repaso presentan una teoría de la práctica que es útil para
entender por qué el Libro de Ejercicios es tan estructurado. De hecho estos párrafos dan a
entender la importancia que tiene la estructura, que va cambiando según vamos progresando en
nuestra práctica. Aquí se indican cinco grados de estructura, que van desde una gran estructura a
casi ninguna.

1. Gran estructura y un ambiente formal.

Al comienzo de nuestro estudio, el Curso recomienda una práctica muy estructurada, prestando
atención a ciertas formas. Las primeras lecciones del Libro de Ejercicios explican con todo
detalle la forma en que deben hacerse las prácticas. En este Repaso, por ejemplo, se nos dice
que no nos centremos demasiado con cada detalle de los comentarios del repaso (3:1). En lugar
de eso, deberíamos dar la mayor importancia al punto central y pensar en él, permitiendo que
ideas relacionadas vengan a nuestra mente, igual que hemos estado haciendo en las últimas
lecciones.

Además, se nos dice que practiquemos con los ojos cerrados, solos y en un lugar tranquilo si es
posible (3:3). A esto me refiero cuando digo que presta atención a la forma. Se ocupa de dónde
deberíamos estar y qué deberíamos hacer con los ojos. Añade: “hacemos hincapié en este
procedimiento para las sesiones de práctica, debido a la etapa de aprendizaje en la que te
encuentras” (4:1), que se refiere a la etapa del comienzo.

La idea que hay detrás de este tipo de instrucciones parece ser que, en las etapas del comienzo,
necesitamos estructura, y necesitamos estar solos y quietud. Necesitamos cerrar los ojos para
evitar las distracciones porque nuestra mente no está suficientemente entrenada para ignorar las
distracciones sin cerrar los ojos. Nos estamos entrenando a nosotros mismos para tener paz
interior, y al principio es útil favorecer ese estado mental organizando lo que nos rodea.

2. Sin un ambiente especial.

Al avanzar, será necesario abandonar el ambiente especial y la estructura, para que “aprendas
que no necesitas ningún ambiente especial donde aplicar lo que has aprendido” (4:2). Al
comienzo, para encontrar paz mental necesitamos un lugar tranquilo, necesitamos cerrar los
ojos. Pero a medida que vamos avanzando, la intención es que empecemos a elegir paz en
medio de la aparente agitación. Después de todo, ¿cuándo es más necesaria la paz? Está claro
que, se necesita cuando sucede algo que parece alterarnos o disgustarnos (4:3).

Hemos empezado a avanzar cuando aprendemos a generalizar, cuando somos capaces de llevar
lo que hemos aprendido en el “laboratorio” de la práctica de quietud y aplicarlo en situaciones
que nos angustian. Esto sucederá casi sin tener que elegirlo. De repente nos daremos cuenta de
que cosas que antes solían molestarnos ya no nos molestan. O descubriremos que estamos
reaccionando con amor en lugar de con ira.

El Libro de Ejercicios apoya esta “extensión” de las lecciones a nuestra vida al pedirnos que
recordemos el pensamiento del día siempre que suceda algo que nos moleste. Esto saca la
lección del laboratorio y la lleva a nuestra vida. Esta clase de práctica ampliada, o la “respuesta
a la tentación”, como se la llama, es vital para que el Curso tenga un efecto que se note en
nuestra vida.
3. Llevar la paz con nosotros.

A medida que nuestra práctica del primer tipo continúa y que empezamos a responder a los
disgustos eligiendo experimentar paz en lugar de disgusto, empezamos a entrar en una tercera
etapa: empezamos a llevar la paz con nosotros a toda situación (4:4). En la segunda etapa
estamos reaccionando a una situación y elegimos la paz; en esta tercera etapa estamos
activamente llevando paz dentro del conflicto, sanando las situaciones que encontramos.
Nuestra práctica de quietud ha establecido un cierto nivel de paz en nuestra mente, y ahora
extendemos paz a medida que avanzan nuestros días.

En este nivel de desarrollo, hemos puesto fin a todo intento de aislamiento monástico y le
tendemos la mano al mundo, llevándole sanación. Todavía podemos retirarnos de vez en cuando
para “recargarnos” por así decirlo, pero ya no tenemos miedo de las situaciones difíciles o
aterradoras; incluso empezamos a buscar situaciones en las que nuestra mente sanada pueda
llevar sanación a otros.

4. Reconocer que la paz es parte de nosotros.

A un nivel más avanzado todavía, empezamos a darnos cuenta de que no es una cualidad o
condición que va y viene; más bien, es algo que forma parte de nuestro Ser (5:1). Aquí nos
hemos dado cuenta de que la paz no es condicional. No depende de ninguna condición. Forma
parte de nuestra naturaleza; es lo que nosotros somos. Nos hemos identificado con la paz así
que, llevamos paz a cualquier situación en la que nos encontremos. Ya no necesitamos estar
solos o cerrar los ojos para sentir paz; somos paz. Las condiciones a nuestro alrededor no
afectan a nuestra paz, sino que nuestra paz afecta a las condiciones.

5. Ver paz en todos los sitios.

En el nivel más avanzado, nos daremos cuenta de que nuestra presencia física no es necesaria
para afectar a cualquier situación. Nos damos cuenta de que “no hay límite con respecto a dónde
tú estás, de modo que la paz está en todas partes, al igual que tú” (5:2). Éste es el estado mental
del maestro de Dios avanzado, o lo que en algunos círculos podría llamarse un maestro
realizado. Este estado mental no vivirá mucho tiempo en un cuerpo, porque ha ido más allá de
las limitaciones del cuerpo.

Esta amplia visión general de hacia dónde nos está llevando el Curso puede animarnos mucho
mientras nos esforzamos en el primer nivel. Contempla el alcance del programa del Curso.
Empezando en un nivel en el que nuestra paz es tan débil que tenemos que cerrar los ojos y
dejar fuera al mundo, para ir más allá del mundo por completo. Podemos desear estar en el nivel
más elevado ahora mismo, no es así como funciona. No puedes saltarte pasos, como a menudo
dice Ken Wapnick. No caigas en la trampa de pensar: “Debería poder experimentar paz en
cualquier lugar”, y a causa de eso negarte a ti mismo el apoyo de retirarte a un refugio tranquilo
y meditar con los ojos cerrados. Al principio esos apoyos son necesarios, incluso se les da
mucha importancia en el programa de estudios del Curso. No creas que estás siendo infiel a tu
más elevada comprensión al establecer una estructura formal para ti: quizás poner el reloj para
que te recuerde los momentos de práctica, escribir las lecciones en tarjetas y llevártelas contigo,
o pedirle a un amigo que te lo recuerde y se asegure. Al principio, cualquier cosa que te ayude a
recordarlo es útil.

La estructura no durará, y no debería durar. Pero necesitas la estructura al principio para llevarte
a donde el estar estructurado lo hará por ti. Si intentas pasarte inmediatamente a la práctica no
estructurada, terminarás por no hacer las prácticas. Usa la estructura, pero no te ates a ella. No
hagas un ídolo de ella. La estructura es como las ruedas pequeñas a los laterales de la bicicleta:
necesarias y útiles mientras estás aprendiendo, pero que hay que desechar tan pronto como has
aprendido a mantenerte derecho por ti mismo.

LECCIÓN 51 – 20 FEBRERO

Repaso de las Lecciones 1 a 5

“Nada de lo que veo significa nada”


“Le he dado a todo lo que veo todo el significado que tiene para mí”
“No entiendo nada de lo que veo”
“Estos pensamientos no significan nada”
“Nunca estoy disgustado por la razón que creo”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Repasar las lecciones y así dejar que se adentren en un nivel más profundo.
También, ver la relación entre ellas y lo entrelazado que está el sistema de pensamiento al que se
te está llevando.

Ejercicios: Tan a menudo como puedas (sugerencia: cada hora, a la hora en punto), durante al
menos dos minutos.
• Solo y en un lugar tranquilo, lee una de las cinco lecciones y los comentarios
relacionados. Fíjate en los comentarios como si fueran tus propios pensamientos sobre
la idea. Intenta imaginarte que son tus propias palabras. Te ayudará introducir tu
nombre a menudo. Esto te preparará para la fase siguiente, en la que tú mismo
produces pensamientos semejantes.
• Cierra los ojos y piensa en la idea y en los comentarios. Concretamente piensa en la
idea central del párrafo del comentario. Reflexiona sobre ella. Deja que surjan
pensamientos relacionados (utilizando el entrenamiento que has recibido en esa
práctica). Si tu mente se distrae, repite la idea y luego vuelve a reflexionar sobre ella.
Éste es el mismo ejercicio básico de la Lección 50, en el que activamente piensas sobre
las ideas para dejar que se adentren más profundamente en tu mente.

Observaciones:
• Al comienzo y al final del día lee las cinco lecciones.
• A partir de entonces, haz una lección por sesión de práctica, el orden no importa.
• Haz cada lección por lo menos una vez.
• Cumplido eso, concéntrate en una lección determinada si es la que más te atrae.

Comentario

Primero, fíjate en que no sólo tenemos que leer el repaso, tenemos que emplear tiempo, por la
mañana y por la noche, repasando las cinco ideas, y durante el día dedicarle al menos un
periodo de práctica de 2 minutos a cada una de las cinco ideas. Eso es cinco sesiones de práctica
entre la mañana y la noche, como mínimo. Probablemente será necesaria una pequeña
planificación para asegurar esas cinco sesiones intermedias, y el tiempo de planificarlo se
merece el esfuerzo. Segundo, fíjate en que estas instrucciones de práctica se aplican a todas las
lecciones de repaso de los próximos diez días.

Los comentarios de las cinco lecciones que se dan en la Lección 51 las relacionan de manera tan
clara que necesitan pocos comentarios. Si las miras en conjunto, son lecciones en “abandonar”
(la palabra “abandonar” o alguna variación aparece en cuatro de las cinco lecciones que se
repasan).

En estas cinco primeras lecciones se me pide que abandone:

1. Lo que veo
2. Mis juicios
3. Mi comprensión
4. Mis pensamientos
5. Mi sistema de pensamiento

Lo que “vemos” en el sentido normal no es nada, necesitamos darnos cuenta de que no significa
nada y abandonarlo, para que la visión pueda ocupar su lugar. En realidad no vemos cosas, más
bien vemos nuestros juicios sobre ellas. Si queremos la visión, tenemos que darnos cuenta de
que nuestros juicios no tienen valor, y les impedimos que gobiernen nuestra vista. Si hemos
juzgado equivocadamente, con toda seguridad también hemos entendido de manera equivocada.
Nuestra “comprensión” de las cosas se basa, no en la realidad, sino en nuestras propias
proyecciones. Pero podemos elegir cambiar nuestras comprensiones erróneas por la
comprensión verdadera, basada en el amor en lugar de en los juicios.

Al igual que lo que veo, también los pensamientos de los que somos conscientes no significan
nada, necesitamos desprendernos de ellos junto con las percepciones basadas en juicios. Son
pensamientos de ira y ataque, viendo a todas las cosa como enemigos. Estos pensamientos que
están separados de Dios requieren constante justificación y nuestro disgusto no es más que un
intento de justificar nuestra ira contra el mundo y nuestros ataques contra él.

Mientras leemos de nuevo este repaso, que está escrito en la primera persona, puede que
queramos intentar leerlo en voz alta, y ver cómo conectamos con él. ¿Estoy verdaderamente
dispuesto a desprenderme de lo que veo, de mis juicios, de mi comprensión de todas las cosas, y
de mi propio sistema de pensamiento? ¿Puedo decir: “Estoy verdaderamente dispuesto a
abandonarlo”?

LECCIÓN 52 – 21 FEBRERO

Repaso de las Lecciones 6 a 10

“Estoy disgustado porque veo algo que no está ahí”


“Sólo veo el pasado”
“Mi mente está absorbida con pensamientos del pasado”
“No veo nada tal como es ahora”
“Mis pensamientos no significan nada”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Repasar las lecciones y así dejar que se adentren en un nivel más profundo.
También, ver la relación entre ellas y lo entrelazado que está el sistema de pensamiento al que se
te está llevando.

Ejercicios: Tan a menudo como puedas (sugerencia: cada hora, a la hora en punto), durante al
menos dos minutos.
• Solo y en un lugar tranquilo, lee una de las cinco lecciones y los comentarios
relacionados. Fíjate en que los comentarios como si fueran tus propios pensamientos
sobre la idea. Intenta imaginarte que son tus propias palabras. Te ayudará introducir tu
nombre a menudo. Esto te preparará para la fase siguiente, en la que tú mismo
produces pensamientos semejantes.
• Cierra los ojos y piensa en la idea y en los comentarios. Concretamente piensa en la
idea central del párrafo del comentario. Reflexiona sobre ella. Deja que surjan
pensamientos relacionados (utilizando el entrenamiento que has recibido en esa
práctica). Si tu mente se distrae, repite la idea y luego vuelve a reflexionar sobre ella.
Éste es el mismo ejercicio básico de la Lección 50, en el que activamente piensas sobre
las ideas para dejar que se adentren más profundamente en tu mente.

Observaciones:
• Al comienzo y al final del día lee las cinco lecciones.
• A partir de entonces, haz una lección por sesión de práctica, el orden no importa.
• Haz cada lección por lo menos una vez.
• Cumplido eso, concéntrate en una lección determinada si es la que más te atrae.

Comentario

Recuerda que la práctica general para estos repasos es leer los cinco pensamientos y sus
comentarios dos veces al día, por la mañana y por la noche, y durante el día pasar al menos un
periodo de dos minutos con cada una de las ideas.

Los pensamientos están concentrados en estos repasos, así que ofrezco sólo unas pocas
observaciones sobre cosas que destacan para mí.

“La realidad no es nunca atemorizante” (1:2). La realidad es, por supuesto, lo que Dios creó.
Cuando siento miedo, me resulta útil recordarme a mí mismo que lo que estoy viendo no está
realmente ahí.

Yo soy el que fabrica las ilusiones atemorizantes. ¡Qué tranquilizador que se nos diga: “Nada en
la creación de Dios se ve afectado en modo alguno por mi confusión! (1:7). Ésa es la base para
abandonar la culpa. Puedo estar confundido, equivocado, engañado, y engañar; pero nada de
esto afecta a lo que es real. Lo que es real, es real sin importar lo que yo haga. El sol no
desaparece porque yo me tape los ojos. Así que, ¡todo lo que yo he hecho no ha tenido ningún
efecto real! No hay nada por lo que yo tenga que sentirme culpable.

“Si no veo nada tal como es ahora, ciertamente se puede decir que no veo nada” (4:2). Una cosa
es como es ahora. No es como era ayer; no es como será mañana. Las cosas existen ahora. Ésa
es la única manera en que puedo verlas. Así es como son. Si veo el pasado, no veo nada. El
pasado no está aquí.

“No tengo pensamientos privados” (5:2). ¿Y si todo el mundo pudiera ver dentro de tu mente?
¿Y si lo que pensaste de tu jefe afectara a la guerra en Bosnia? ¿Sabes qué? Pueden ver. Afecta.
Y, sin embargo, “no significan nada” (5:5). Si tienes pensamientos que crees privados, no
significan nada. Tienen efectos dentro de la ilusión, pero no afectan a nada que sea real.
Únicamente los pensamientos que se comparten tienen efectos reales, y los únicos pensamientos
que se pueden compartir son los pensamientos que piensas con Dios.

LECCIÓN 53 – 22 FEBRERO

Repaso de las lecciones 11 a 15

“Mis pensamientos sin significado me están mostrando un mundo sin significado”


“Estoy disgustado porque veo un mundo que no tiene significado”
“Un mundo sin significado engendra temor”
“Dios no creó un mundo sin significado”
“Mis pensamientos son imágenes que yo mismo he fabricado”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Repasar las lecciones y así dejar que se adentren en un nivel más profundo.
También, ver la relación entre ellas y lo entrelazado que está el sistema de pensamiento al que se
te está llevando.

Ejercicios: Tan a menudo como puedas (sugerencia: cada hora, a la hora en punto), durante al
menos dos minutos.
• Solo y en un lugar tranquilo, lee una de las cinco lecciones y los comentarios
relacionados. Fíjate en que los comentarios como si fueran tus propios pensamientos
sobre la idea. Intenta imaginarte que son tus propias palabras. Te ayudará introducir tu
nombre a menudo. Esto te preparará para la fase siguiente, en la que tú mismo
produces pensamientos semejantes.
• Cierra los ojos y piensa en la idea y en los comentarios. Concretamente piensa en la
idea central del párrafo del comentario. Reflexiona sobre ella. Deja que surjan
pensamientos relacionados (utilizando el entrenamiento que has recibido en esa
práctica). Si tu mente se distrae, repite la idea y luego vuelve a reflexionar sobre ella.
Éste es el mismo ejercicio básico de la Lección 50, en el que activamente piensas sobre
las ideas para dejar que se adentren más profundamente en tu mente.

Observaciones:
• Al comienzo y al final del día lee las cinco lecciones.
• A partir de entonces, haz una lección por sesión de práctica, el orden no importa.
• Haz cada lección por lo menos una vez.
• Cumplido eso, concéntrate en una lección determinada si es la que más te atrae.

Comentario

La lección de hoy tiene un impacto enorme para mí. En cada uno de los cortos párrafos del
repaso hay frases que me transmiten el impresionante poder de mi mente: su poder para elegir
los pensamientos, y de ese modo elegir el mundo que ve.

“Yo tengo pensamientos reales así como dementes. Por lo tanto, puedo ver un mundo real si
recurro a mis pensamientos reales como guía para ver”. (1:4-5)

“Estoy agradecido de que este mundo no sea real, y de que no necesito verlo en absoluto, a
menos que yo mismo elija otorgarle valor. Elijo no otorgarle valor a lo que es completamente
demente y no tiene significado”. (2:6-7)

“Elijo ahora dejar de creer en él y depositar mi confianza en la realidad”. (3:7-8)

“Quiero recordar el poder de mi decisión y reconocer mi verdadera morada”. (4:6)

“Las imágenes que he fabricado no pueden prevalecer contra Él porque no es mi voluntad que
lo hagan. Mi voluntad es la Suya, y no antepondré otros dioses a Él”. (5:6-7)

Si recuerdo el poder de mi decisión, puedo elegir no valorar lo que es demente, puedo elegir
retirarle mi creencia. No tengo que aceptar que las imágenes que he fabricado tienen poder para
vencer a la Voluntad de Dios. No tengo que hacer dioses de ellas. Puedo recurrir a mis
pensamientos reales y dejar que me guíen a la visión. Las palabras “elegir” y “decisión” y
“voluntad” resuenan a través de estos párrafos. ¡Qué poder se le ha dado a mi mente!

Una vez grabé estas diez lecciones de repaso en una cinta (casete), ocupan menos de 30
minutos, leídas despacio. Grabarlas tuvo un impacto enorme en mí, y oír la cinta varias docenas
de veces tuvo todavía un impacto mayor. Estos 50 párrafos cortos son una extraordinaria visión
global del sistema de pensamiento del Curso. Y mientras las leía en voz alta, descubrí que yo
ponía un profundo sentimiento en frases como “No puedo vivir en paz en un mundo así. Estoy
agradecido de que este mundo no sea real. Elijo no otorgarle valor a lo que es completamente
demente y no tiene significado” (2:5-7). Cada vez que llegaba a una línea que decía: “Elijo no”
o “Elijo”, era como si algo dentro de mí estuviese cambiando. Sentí una determinación cada vez
mayor, y una sensación de que Dios me estaba permitiendo elegir lo que mi mente quería pensar
y lo que mi percepción quería ver. Intenta leer la lección de hoy en voz alta y observar cómo la
sientes.

LECCIÓN 54 – 23 FEBRERO

Repaso de las Lecciones 16 a 20

“No tengo pensamientos neutros”


“No veo cosas neutras”
“No soy el único que experimenta los efectos de mi manera de ver”
“No soy el único que experimenta los efectos de mis pensamientos”
“Estoy decidido a ver”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Repasar las lecciones y así dejar que se adentren en un nivel más profundo.
También, ver la relación entre ellas y lo entrelazado que está el sistema de pensamiento al que se
te está llevando.

Ejercicios: Tan a menudo como puedas (sugerencia: cada hora, a la hora en punto), durante al
menos dos minutos.
• Solo y en un lugar tranquilo, lee una de las cinco lecciones y los comentarios
relacionados. Fíjate en que los comentarios como si fueran tus propios pensamientos
sobre la idea. Intenta imaginarte que son tus propias palabras. Te ayudará introducir tu
nombre a menudo. Esto te preparará para la fase siguiente, en la que tú mismo
produces pensamientos semejantes.
• Cierra los ojos y piensa en la idea y en los comentarios. Concretamente piensa en la
idea central del párrafo del comentario. Reflexiona sobre ella. Deja que surjan
pensamientos relacionados (utilizando el entrenamiento que has recibido en esa
práctica). Si tu mente se distrae, repite la idea y luego vuelve a reflexionar sobre ella.
Éste es el mismo ejercicio básico de la Lección 50, en el que activamente piensas sobre
las ideas para dejar que se adentren más profundamente en tu mente.

Observaciones:
• Al comienzo y al final del día lee las cinco lecciones.
• A partir de entonces, haz una lección por sesión de práctica, el orden no importa.
• Haz cada lección por lo menos una vez.
• Cumplido eso, concéntrate en una lección determinada si es la que más te atrae.

Comentario
Este repaso relaciona estas ideas como un poderoso motivador para cambiar mis pensamientos.

Mis pensamientos hacen el mundo, ya sea un mundo falso o el mundo verdadero. El mundo que
veo es la representación de mi propio estado mental” (2:4). Puedo contribuir a fabricar un
mundo de separación, o si elijo mis pensamientos reales, puedo despertar esos pensamientos en
otros. “Todo lo que pienso, digo o hago es una enseñanza para todo el universo” (4:3). Al
cambiar mi propia mente, puedo cambiar todas las mentes junto con la mía. Cuando me doy
cuenta de esto, me lleno de una determinación activa de contemplar el mundo real, de abrir mi
mente a los pensamientos que comparto con Dios, y al hacerlo así, transformar el universo.

Arquímedes es conocido por haber dicho: “Dadme una palanca lo suficientemente larga, y
moveré el mundo”. Yo tengo esa palanca. Es mi mente: “porque mío es el poder de Dios” (4:6).
Un hombre cuya mente esté completamente transformada transformará todo el mundo. Jesús fue
ese hombre, y el impacto de Su pensamiento todavía se está extendiendo, las ondas todavía se
están extendiendo en el estanque de la mente. Puedo unirme a Él y añadir el poder de mi mente
al Suyo.

Yo quiero ver “el amor… reemplazar al miedo, la risa… reemplazar a las lágrimas” (5:4).
Quiero dejar que esto se haga a través de mí. En cada situación en la que me encuentre hoy, con
cada persona que encuentre, que éste sea mi propósito. “Estoy aquí únicamente para ser útil.
Estoy aquí en representación de Aquel que me envió” (T.2.V.A.18:2-3). Al permitir que mi
mente cambie, llevaré sanación a todos con los que me encuentre hoy.

LECCIÓN 55 - 24 FEBRERO

Repaso de las lecciones 21 a 25

“Estoy decidido a ver las cosas de otra manera”


“Lo que veo es una forma de venganza”
“Puedo escaparme del mundo que veo renunciando a los pensamientos de ataque”
“No percibo lo que más me conviene”
“No sé cuál es el propósito de nada”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Repasar las lecciones y así dejar que se adentren en un nivel más profundo.
También, ver la relación entre ellas y lo entrelazado que está el sistema de pensamiento al que se
te está llevando.

Ejercicios: Tan a menudo como puedas (sugerencia: cada hora, a la hora en punto), durante al
menos dos minutos.
• Solo y en un lugar tranquilo, lee una de las cinco lecciones y los comentarios
relacionados. Fíjate en que los comentarios como si fueran tus propios pensamientos
sobre la idea. Intenta imaginarte que son tus propias palabras. Te ayudará introducir tu
nombre a menudo. Esto te preparará para la fase siguiente, en la que tú mismo
produces pensamientos semejantes.
• Cierra los ojos y piensa en la idea y en los comentarios. Concretamente piensa en la
idea central del párrafo del comentario. Reflexiona sobre ella. Deja que surjan
pensamientos relacionados (utilizando el entrenamiento que has recibido en esa
práctica). Si tu mente se distrae, repite la idea y luego vuelve a reflexionar sobre ella.
Éste es el mismo ejercicio básico de la Lección 50, en el que activamente piensas sobre
las ideas para dejar que se adentren más profundamente en tu mente.

Observaciones:
• Al comienzo y al final del día lee las cinco lecciones.
• A partir de entonces, haz una lección por sesión de práctica, el orden no importa.
• Haz cada lección por lo menos una vez.
• Cumplido eso, concéntrate en una lección determinada si es la que más te atrae.

Comentario

Cada día del repaso se hace más claro el patrón preparado por las primeras 50 lecciones. En
estas 10 lecciones de repaso lo escrito está entre lo más claro y sencillo de todo el Curso.

Por supuesto, estoy decidido a ver las cosas de otra manera: “enfermedad, desastre y muerte”
((1:2) no son lo que yo quiero ver. El hecho de que las vea demuestra que no entiendo a Dios, y
que no sé quién soy. El mundo que veo refleja pensamientos de ataque, “todo se ve atacado por
todo” (2:3). En este mundo todo vive al consumir la vida de otra cosa, ya sea un animal o una
planta hay poca diferencia. Incluso la forma de vida más humilde vive de la energía emitida por
la destrucción del sol. ¿Qué da lugar a este mundo? Mis propios pensamientos de ataque.

“Mis pensamientos amorosos me librarán de esta percepción del mundo” (2:6). Cambiar mi
mente del ataque al amor cambiará el mundo que veo. “Y es esto lo que elijo ver, en lugar de lo
que ahora contemplo” (3:5).

¡No es de extrañar que esté confundido sobre lo que más me conviene! No sé quién soy, ¿cómo
puedo saber lo que necesito? Estoy decidido a aceptar la dirección de Uno que me conoce,
entiendo que no puedo percibir por mí mismo lo que más me conviene. Utilizo todo para
mantener mis ilusiones sobre mí mismo (5:2). Lo que necesito es un modo de dejar que el
mundo me enseñe la verdad sobre mí mismo. Viéndolo como lo veo, el mundo es aterrador;
quiero conocer la verdad.

La transformación depende de mi buena voluntad para reconocer que no me gusta lo que veo, y
puesto que lo que veo procede de lo que pienso, quiero cambiar lo que pienso. No sé lo que más
me conviene, y el propósito que le he asignado a todo ha sido distorsionado para apoyar mi
identificación con el ego (5:2), así que ahora estoy dispuesto a abandonar estas ideas. Confuso
como estoy, ¿cómo puedo enseñarme a mí mismo lo que no sé? Necesito un Maestro fiable, de
confianza, y en el Espíritu Santo tengo ese Maestro.

Mi única tarea es dejarme enseñar al abandonar mi falsa manera de pensar, abandonando mis
pensamientos de ataque. Creo que me apoyan, pero me están destruyendo. Decido hoy elegir de
manera diferente, y abrir mi mente a una manera de pensar que, todavía, no puedo entender.
Abro mi corazón al amor.

LECCIÓN 56 – 25 FEBRERO

Repaso de las Lecciones 26 a 30

“Mis pensamientos de ataque atacan mi invulnerabilidad”


“Por encima de todo quiero ver”
“Por encima de todo quiero ver de otra manera”
“Dios está en todo lo que veo”
“Dios está en todo lo que veo porque Dios está en mi mente”
Instrucciones para la práctica

Propósito: Repasar las lecciones y así dejar que se adentren en un nivel más profundo.
También, ver la relación entre ellas y lo entrelazado que está el sistema de pensamiento al que se
te está llevando.

Ejercicios: Tan a menudo como puedas (sugerencia: cada hora, a la hora en punto), durante al
menos dos minutos.
• Solo y en un lugar tranquilo, lee una de las cinco lecciones y los comentarios
relacionados. Fíjate en que los comentarios como si fueran tus propios pensamientos
sobre la idea. Intenta imaginarte que son tus propias palabras. Te ayudará introducir tu
nombre a menudo. Esto te preparará para la fase siguiente, en la que tú mismo
produces pensamientos semejantes.
• Cierra los ojos y piensa en la idea y en los comentarios. Concretamente piensa en la
idea central del párrafo del comentario. Reflexiona sobre ella. Deja que surjan
pensamientos relacionados (utilizando el entrenamiento que has recibido en esa
práctica). Si tu mente se distrae, repite la idea y luego vuelve a reflexionar sobre ella.
Éste es el mismo ejercicio básico de la Lección 50, en el que activamente piensas sobre
las ideas para dejar que se adentren más profundamente en tu mente.

Observaciones:
• Al comienzo y al final del día lee las cinco lecciones.
• A partir de entonces, haz una lección por sesión de práctica, el orden no importa.
• Haz cada lección por lo menos una vez.
• Cumplido eso, concéntrate en una lección determinada si es la que más te atrae.

Comentario

La Puerta detrás del Mundo

Hay una puerta detrás de este mundo que, si se abre, me permitirá ver el mundo que refleja el
Amor de Dios (3:4). Es una puerta en mi mente, una puerta a la visión.

Este mundo, lleno de “dolor, enfermedad, pérdida, vejez y muerte” (1:3), simplemente refleja
mi falsa imagen de mí mismo (2:2-3). Es una alucinación superpuesta a la realidad, que la
esconde y aparentemente la reemplaza.

La línea del comienzo del repaso pregunta: “¿Cómo puedo saber quién soy cuando creo estar
sometido a continuos ataques?” (1:2). Piensa en ello. Si realmente estoy sometido a continuos
ataques, acosado por la enfermedad, la pérdida, la vejez, y la muerte, ¿cómo puedo ser una
creación perfecta de Dios? ¿Cómo puede Dios incluso ser real? Creo en una imagen de mí
mismo que está continuamente amenazada. Si estoy amenazado, ¿cómo puedo ser un ser
espiritual y eterno? Si es verdadera la imagen que veo en este mundo, entonces yo no soy nada,
no valgo nada, y estoy destinado a la destrucción. Puedo decir igualmente: “Come, bebe y sé
feliz, pues mañana moriremos”. También puedo tomar lo que puedo obtener porque nada, sea lo
que sea, durará, incluido yo mismo.

Sin embargo, algo dentro de nosotros nos dice que somos más que esto (5:2). Algo dentro de
nosotros está de acuerdo cuando leemos, en el Curso, que nada real puede ser amenazado. Si eso
es cierto, y yo soy real, entonces el mundo que veo debe ser falso. El cuadro que me muestra,
reforzando mi imagen de mí mismo como vulnerable, debe ser una mentira. O yo soy real y el
mundo no lo es, o el mundo es real y yo no lo soy. “Pues yo soy real porque el mundo no lo es”
(L.132.15:3).

Por lo tanto, mi mayor necesidad es la visión. Necesito abrir esa puerta en mi mente, “ver más
allá de las apariencias” (4:6), y ver un mundo que refleja el Amor de Dios, y, al hacerlo,
recordar quién soy realmente. “Tras cada imagen que he forjado, la verdad permanece
inmutable (4:2). “En mi propia mente, aunque oculto por mis desquiciados pensamientos de
separación y ataque, yace el conocimiento de que todo es uno eternamente. Yo no he perdido el
conocimiento de Quién soy por el hecho de haberlo olvidado (5:2-3).

Yo quiero abrir esa puerta y ver la verdad de nuevo. Yo quiero el mundo real. Yo quiero
recordar.

LECCIÓN 57 – 26 FEBRERO

Repaso de las Lecciones 31 a 35

“No soy víctima del mundo que veo”


“He inventado el mundo que veo”
“Hay otra manera de ver el mundo”
“Podría ver paz en lugar de esto”
“Mi mente es parte de la de Dios. Soy muy santo”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Repasar las lecciones y así dejar que se adentren en un nivel más profundo.
También, ver la relación entre ellas y lo entrelazado que está el sistema de pensamiento al que se
te está llevando.

Ejercicios: Tan a menudo como puedas (sugerencia: cada hora, a la hora en punto), durante al
menos dos minutos.
• Solo y en un lugar tranquilo, lee una de las cinco lecciones y los comentarios
relacionados. Fíjate en que los comentarios como si fueran tus propios pensamientos
sobre la idea. Intenta imaginarte que son tus propias palabras. Te ayudará introducir tu
nombre a menudo. Esto te preparará para la fase siguiente, en la que tú mismo
produces pensamientos semejantes.
• Cierra los ojos y piensa en la idea y en los comentarios. Concretamente piensa en la
idea central del párrafo del comentario. Reflexiona sobre ella. Deja que surjan
pensamientos relacionados (utilizando el entrenamiento que has recibido en esa
práctica). Si tu mente se distrae, repite la idea y luego vuelve a reflexionar sobre ella.
Éste es el mismo ejercicio básico de la Lección 50, en el que activamente piensas sobre
las ideas para dejar que se adentren más profundamente en tu mente.

Observaciones:
• Al comienzo y al final del día lee las cinco lecciones.
• A partir de entonces, haz una lección por sesión de práctica, el orden no importa.
• Haz cada lección por lo menos una vez.
• Cumplido eso, concéntrate en una lección determinada si es la que más te atrae.

Comentario

El repaso de hoy resuena con la palabra “libertad”. (El énfasis en las citas siguientes es mío).
“Mis cadenas están sueltas. Puedo desprenderme de ellas sólo con desearlo. La puerta de la
prisión está abierta. Puedo marcharme en cualquier momento sólo con echar a andar.” (1:3-6)

“Yo mismo erigí la prisión en la que creo encontrarme. Basta con que reconozca esto y quedo
libre.” (2:2-3)

“El Hijo de Dios no puede sino ser libre eternamente.” (2:6).

“Veo el mundo como una prisión para el Hijo de Dios. Debe ser, pues, que el mundo es
realmente un lugar donde él puede ser liberado. Quiero contemplar el mundo tal como es y
verlo como un lugar donde el Hijo de Dios encuentra su libertad.” (3:4-6).

“Cuando vea el mundo como un lugar de libertad, me daré cuenta de que refleja las leyes de
Dios en lugar de la reglas que yo inventé para que él obedeciera.” (4:2).

La belleza del reconocimiento del papel decisivo que mi elección juega en cómo veo el mundo
es que afirma mi libertad para verlo de manera diferente. Reconoce que yo he erigido mi
prisión, y que soy libre. Y ya soy libre, todos nosotros somos libres, ahora, en nuestra propia
mente. La prisión es una ilusión. Puedo elegir mis pensamientos, y ésa es mi libertad final.
Puedo elegir ver el mundo como un lugar en el que puedo ser liberado, y en el que tú puedes ser
liberado. Puedo elegir ver el mundo como una prisión, o como un aula. Cómo lo veo es mi
elección, ¡mi elección! Yo soy libre de tomar esa decisión.

Puedo ver paz en cualquier momento que lo decida. Soy libre de hacerlo. Estos momentos que
paso en la quietud cada día, practicando estas lecciones, me lo enseñan. Puedo crear paz en mi
mente en cualquier momento que elija hacerlo. Elegir paz mental es la libertad final, y no
depende en absoluto de nada de fuera.

Al compartir esta paz con todos, aprendo que la paz no procede de fuera de mí, sino “de lo más
profundo de mí mismo” (5:3). A medida que cambia mi mente, junto con ella, cambia el modo
en que veo el mundo. Da testimonio de mi regreso a la paz. Y de este modo “Empiezo a
comprender la santidad de toda cosa viviente incluyéndome a mí mismo, y su unidad conmigo”
(5:6).

Hace años, cuando acababa de empezar a estudiar el Curso, me senté e intenté responder una
pregunta: “¿Qué he aprendido de la vida? ¿De qué estoy razonablemente seguro?”. Y la
respuesta que me vino fue muy sencilla: “La felicidad es una decisión que yo tomo”. Había
empezado a darme cuenta de la libertad de mi mente de elegir. Había empezado a darme cuenta
de que mi mente era verdaderamente libre en esta elección. Yo no necesitaba nada de fuera para
ser feliz, era simplemente una elección. Y nada de fuera podía impedirme esa elección.

Todavía estoy aprendiendo esa lección, edificando sobre ella, haciéndola más sólida con mi
experiencia. Eso es lo que nos dice este repaso. Somos libres de elegir. Somos verdaderamente
libres, ahora mismo. Nuestra mente lo puede todo en esta decisión. Nada le falta para decidirlo,
y no hay nada que pueda impedirnos tomar esa decisión. Además, Dios quiere que la tomemos
porque Él quiere nuestra felicidad.

Que hoy recuerde que quiero ser feliz y que en todo momento puedo elegir ser feliz. Quiero
estar en paz, y en todo momento puedo elegir estar en paz. La felicidad es paz, pues ¿cómo
podría ser feliz si estoy en conflicto? ¡Hoy tomaré esta decisión!

LECCIÓN 58 – 27 FEBRERO
Repaso de las Lecciones 36 a 40

“Mi santidad envuelve todo lo que veo”


“Mi santidad bendice al mundo”
“No hay nada que mi santidad no pueda hacer”
“Mi santidad es mi salvación”
“Soy bendito por ser un Hijo de Dios”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Repasar las lecciones y así dejar que se adentren en un nivel más profundo.
También, ver la relación entre ellas y lo entrelazado que está el sistema de pensamiento al que se
te está llevando.

Ejercicios: Tan a menudo como puedas (sugerencia: cada hora, a la hora en punto), durante al
menos dos minutos.
• Solo y en un lugar tranquilo, lee una de las cinco lecciones y los comentarios
relacionados. Fíjate en que los comentarios como si fueran tus propios pensamientos
sobre la idea. Intenta imaginarte que son tus propias palabras. Te ayudará introducir tu
nombre a menudo. Esto te preparará para la fase siguiente, en la que tú mismo
produces pensamientos semejantes.
• Cierra los ojos y piensa en la idea y en los comentarios. Concretamente piensa en la
idea central del párrafo del comentario. Reflexiona sobre ella. Deja que surjan
pensamientos relacionados (utilizando el entrenamiento que has recibido en esa
práctica). Si tu mente se distrae, repite la idea y luego vuelve a reflexionar sobre ella.
Éste es el mismo ejercicio básico de la Lección 50, en el que activamente piensas sobre
las ideas para dejar que se adentren más profundamente en tu mente.

Observaciones:
• Al comienzo y al final del día lee las cinco lecciones.
• A partir de entonces, haz una lección por sesión de práctica, el orden no importa.
• Haz cada lección por lo menos una vez.
• Cumplido eso, concéntrate en una lección determinada si es la que más te atrae.

Comentario

“La inocencia… es la verdad con respecto a mí mismo” (1:4). Yo realmente no lo creo. Quiero
creerlo, y puedo decir que lo creo; pero si realmente lo creyera, pienso que no estaría aquí. Al
menos no estaría viendo el mundo de la manera que lo veo, porque el modo en que veo el
mundo procede del modo en que me veo a mí mismo. “Lo único que puedo ver son los
pensamientos que tengo acerca de mí mismo” (1:5). Por eso, si realmente creyera en mi
inocencia, todo lo que vería sería inocencia por todas partes. Santidad.

Por esta razón, aceptar la Expiación para mí mismo, salva al mundo. Si puedo aceptar mi propia
inocencia, todo lo que veré es inocencia. A menudo nos confundimos sobre quién perdona
primero. ¿Perdono primero a otros, y luego veo mi propia inocencia? ¿O me perdono a mí
mismo, permitiéndome así ver a los otros inocentes? La respuesta a ambas preguntas es “Si”.

¿Cómo pueden contestarse las dos preguntas “Si”? Porque “yo mismo” y “los otros” no somos
realmente dos, somos uno. El pecado que veo en otros es siempre el mío propio, proyectado
desde mi mente (T.31.II.1:5). Cuando perdono a “otros” estoy realmente perdonando mis
propios pecados. Cualquier acto de perdón, sea dirigido hacia fuera o hacia dentro, tiene como
resultado que todo el mundo es perdonado.
De este modo, cuando percibo mi santidad, he bendecido a todo el mundo. La santidad que veo
en mí mismo, cuando la veo, es algo compartido por todo el mundo. A medida que mi propia
inocencia se alza en mi mente, la santidad de todo el mundo se alza al mismo tiempo.

La inocencia, o santidad, es un tema importantísimo del Curso. “Todo el mundo tiene un papel
especial en la Expiación, pero el mensaje que se le da a cada uno de ellos es siempre el mismo:
El Hijo de Dios es inocente” (T.14.V.2:1). “El contenido del curso, no obstante, nunca varía. Su
tema central es siempre: ‘El Hijo de Dios es inocente, y en su inocencia radica su salvación’”
(M.1.3:4-5). Es un mensaje de absoluta inocencia, completa inocencia, inocencia universal, sin
dejar a nadie ni a nada fuera de ella. No se condena a nadie. No se juzga a nadie como culpable.
Nadie es castigado.

“Puesto que mi santidad me absuelve de toda culpa, reconocer mi santidad es reconocer mi


salvación. Es también reconocer la salvación del mundo” (4:2-3). Como un Hijo de Dios yo soy
santo, y por eso soy bendito. Pero si yo soy un Hijo de Dios, tú también lo eres, también lo es
todo el mundo, porque soy un Hijo de Dios no por mi propio mérito ni por ningún logro que me
diferencie de los demás, sino simplemente debido al hecho de que Dios me creó santo. A
medida que reconozca este hecho sobre mí mismo, tengo que incluir a todos los que Dios creó,
o me quedo excluido junto con todos los demás.

Mi derecho a la inocencia, y a “todo lo bueno y sólo lo bueno” (5:2), reside en el hecho de que
soy el Hijo de Dios. Dios quiere todas las cosas buenas para mí y por lo tanto debo tenerlas, no
porque me las haya merecido de algún modo, sino porque Él quiere darlas. “El cuidado que me
prodiga es infinito y eterno. Soy eternamente bendito por ser Su Hijo” (5:7-8).

No importa lo que yo piense de mí mismo o que piense que lo he estropeado todo: todavía soy
Su Hijo. Todavía soy inocente. Todavía soy santo.

“Recuerda esto: pienses lo que pienses de ti mismo, pienses lo que pienses del mundo, tu Padre
te necesita y te llamará hasta que por fin regreses a Él en paz”. (Canción de la Oración
3.IV.10.7)

“Ten fe en lo que sigue a continuación, y ello será suficiente: la Voluntad de Dios es que estés
en el Cielo, y no hay nada que te pueda privar del Cielo o que pueda privar al Cielo de tu
presencia. Ni tus percepciones falsas más absurdas, ni tus imaginaciones más extrañas ni tus
pesadillas más aterradoras significan nada. No prevalecerán contra la paz que la Voluntad de
Dios ha dispuesto para ti”. (T.13.XI.7:1-3)

LECCIÓN 59 – 28 FEBRERO

Repaso de las Lecciones 41 a 45

“Dios va conmigo dondequiera que yo voy”


“Dios es mi fortaleza. La visión es Su regalo”
“Dios es mi Fuente. No puedo ver separado de Él”
“Dios es la luz en la que veo”
“Dios es la Mente con la que pienso”

Instrucciones para la práctica


Propósito: Repasar las lecciones y así dejar que se adentren en un nivel más profundo.
También, ver la relación entre ellas y lo entrelazado que está el sistema de pensamiento al que se
te está llevando.

Ejercicios: Tan a menudo como puedas (sugerencia: cada hora, a la hora en punto), durante al
menos dos minutos.
• Solo y en un lugar tranquilo, lee una de las cinco lecciones y los comentarios
relacionados. Fíjate en que los comentarios como si fueran tus propios pensamientos
sobre la idea. Intenta imaginarte que son tus propias palabras. Te ayudará introducir tu
nombre a menudo. Esto te preparará para la fase siguiente, en la que tú mismo
produces pensamientos semejantes.
• Cierra los ojos y piensa en la idea y en los comentarios. Concretamente piensa en la
idea central del párrafo del comentario. Reflexiona sobre ella. Deja que surjan
pensamientos relacionados (utilizando el entrenamiento que has recibido en esa
práctica). Si tu mente se distrae, repite la idea y luego vuelve a reflexionar sobre ella.
Éste es el mismo ejercicio básico de la Lección 50, en el que activamente piensas sobre
las ideas para dejar que se adentren más profundamente en tu mente.

Observaciones:
• Al comienzo y al final del día lee las cinco lecciones.
• A partir de entonces, haz una lección por sesión de práctica, el orden no importa.
• Haz cada lección por lo menos una vez.
• Cumplido eso, concéntrate en una lección determinada si es la que más te atrae.

Comentario

Está claro que la mayor intensidad de estas cinco ideas está en Dios, cada pensamiento empieza
con esta palabra. Dios está siempre conmigo. Él es mi fortaleza, mi Fuente, mi Luz, y la Mente
con la que pienso. Como dice la Biblia: “Él no está lejos de cada uno de nosotros, pues en Él
vivimos, y nos movemos y existimos (Hechos de los A.17:27-28). Cuando reconozco que el
ambiente en el que existo, la energía misma que forma mi vida, es Dios, la paz viene a mi
mente. ¿Cómo podría estar separado del Infinito? El Hijo de Dios “no se puede separar de lo
que está en él” (T.13.XI.10:2), ni de Aquello en Lo que él está.

La siguiente cosa que me doy cuenta que se le da importancia es a mi manera de ver. “La visión
de Cristo es Su regalo… Hoy me valdré de este regalo” (2:5-6). “Puedo ver lo que Dios quiere
que vea. No puedo ver nada más” (3:3-4). “No puedo ver en la obscuridad. Dios es la única luz”
(4:2-3). Cualquier aparente forma de ver separada de Dios no puede ser real. La Voluntad de
Dios determina lo que puede verse, y Dios es la luz con la que veo. ¡Que me alegre de ver lo
que Él me muestra, que yo vea tal como Él quiere que vea!

De principio a fin, la lección pone de relieve mi unidad con Dios. Si soy uno con Dios y con
toda la creación, ¿cómo puedo ver diferente de Él? Por lo tanto, creer que puedo, es negar lo que
soy y desear estar separado de Dios, capaz de ver lo que Él no ve. Compartir Su visión y Sus
pensamientos es afirmar mi verdadero Ser, tal como Él me creó.

DÍA DEL AÑO BISIESTO – 29 FEBRERO

En los años bisiestos, que tienen un día más (el 29 de Febrero), hay varias posibilidades sobre
qué hacer en ése día añadido. Una posibilidad es continuar a la siguiente lección, y así terminar
las lecciones del año un día antes o repetir la última lección seis veces en lugar de las cinco que
se indica. Esto tiene el efecto de cambiar todas las lecciones a un día diferente del calendario
para el resto del año. En estos comentarios de las lecciones, hemos elegido no hacerlo así, de
modo que los comentarios se podrán usar sin cambios en cualquier año del calendario.

Otra posibilidad es repetir la lección del 28 de Febrero (Lección 59), o la del 1 de Marzo
(Lección 60). Puesto que éstas ya son lecciones de repaso, esto no parece especialmente útil.

Las tres posibilidades que quedan son: 1) elegir una lección favorita y hacerla el 29 de Febrero;
2) tomarse un día libre, sin hacer ninguna práctica; o 3) utilizar el día para hacer una lectura
completa de las diez lecciones del Primer Repaso.

Mi recomendación es la tercera de estas posibilidades restantes, pero puedes elegir hacer lo que
quieras. La razón por la que recomiendo hacer una lectura completa del Primer Repaso es que
estas diez lecciones, juntas, proporcionan uno de los resúmenes más claros, breves y fáciles de
leer sobre los pensamientos que las primeras 50 lecciones han estado intentando enseñarnos.
Robert Perry ha dicho que este repaso está escrito de una manera tan clara y sencilla que acalla
cualquier pregunta sobre si el autor es capaz de tal claridad y sencillez; también nos da motivos
para pensar que si otras partes del Curso, tales como el Texto, están escritas con una mayor
dificultad, tiene que haber una buena razón para ello.

Tal como las mismas instrucciones del Repaso afirman: “En lo que ahora estamos haciendo
hincapié es en la relación que existe entre las primeras cincuenta ideas que hemos presentado
hasta el momento y en la cohesión del sistema de pensamiento hacia el cual te están
conduciendo” (L.rI.In.6:4). ¿Qué mejor modo de obtener ese sentido de cohesión del sistema de
pensamiento que leer todo el repaso de una sentada?

Hay veinte páginas en el Primer Repaso, pero con tanto espacio en blanco que en realidad son
poco más de diez páginas. El repaso completo puede leerse en voz alta en menos de treinta
minutos, lo sé porque lo he grabado en cinta (casete). (Puede que tú mismo quieras hacerlo, si
tienes magnetofón. Descubrí que escuchar todo el repaso repetidas veces, mientras iba y venía
del trabajo, era un poderoso instrumento de aprendizaje).

Intenta reservar media hora en algún momento durante el día, y léelo todo de una sentada. Si
lees deprisa, entonces léelo dos o tres veces. Intenta centrar toda tu atención, como sugiere el
repaso, en la relación entre las ideas, y en la cohesión de todo el conjunto.

LECCIÓN 60 - 1 MARZO

Repaso de las Lecciones 46 a 50

“Dios es el Amor en el que perdono”


“Dios es la fortaleza en la que confío”
“No hay nada que temer”
“La Voz de Dios me habla durante todo el día”
“El Amor de Dios es mi sustento”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Repasar las lecciones y así dejar que se adentren en un nivel más profundo.
También, ver la relación entre ellas y lo entrelazado que está el sistema de pensamiento al que se
te está llevando.
Ejercicios: Tan a menudo como puedas (sugerencia: cada hora, a la hora en punto), durante al
menos dos minutos.
• Solo y en un lugar tranquilo, lee una de las cinco lecciones y los comentarios
relacionados. Fíjate en que los comentarios como si fueran tus propios pensamientos
sobre la idea. Intenta imaginarte que son tus propias palabras. Te ayudará introducir tu
nombre a menudo. Esto te preparará para la fase siguiente, en la que tú mismo
produces pensamientos semejantes.
• Cierra los ojos y piensa en la idea y en los comentarios. Concretamente piensa en la
idea central del párrafo del comentario. Reflexiona sobre ella. Deja que surjan
pensamientos relacionados (utilizando el entrenamiento que has recibido en esa
práctica). Si tu mente se distrae, repite la idea y luego vuelve a reflexionar sobre ella.
Éste es el mismo ejercicio básico de la Lección 50, en el que activamente piensas sobre
las ideas para dejar que se adentren más profundamente en tu mente.

Observaciones:
• Al comienzo y al final del día lee las cinco lecciones.
• A partir de entonces, haz una lección por sesión de práctica, el orden no importa.
• Haz cada lección por lo menos una vez.
• Cumplido eso, concéntrate en una lección determinada si es la que más te atrae.

Comentario

Mis Amigos más queridos:

Me dirijo a vosotros de este modo a causa de la línea de esta lección: “Reconoceré en todos a mi
Amigo más querido” (3:5). Esa línea me impactó tanto en cierta ocasión que, durante cuatro o
cinco meses, cada carta que escribía (excepto a aquellos que probablemente no lo entenderían)
la empezaba con “Mi Amigo más querido, (nombre)”.

No es extraño que el Curso nos diga: “En la creación de Dios no hay extraños” (T.3.III.7:7). Mi
Amigo más querido es todo el mundo, en la realidad, cada uno es ese Amigo. Ésa es su
Identidad real, aunque oculta. Hablando de “Aquellos que aceptan el propósito del Espíritu
Santo como su propósito comparten asimismo Su visión” (T.20.II.5:3), el Curso dice: “Él no ve
extraños, sino tan sólo amigos entrañables y amorosos” (T.20.II.5:5).

Imagínate ver el mundo de ese modo. Imagínate amar a todos con los que te encuentras,
reconociendo en todos y cada uno a un amigo muy, muy querido, y sabiendo que en lo más
profundo de sus corazones son totalmente amorosos, al igual que tú. Imagínate estar rodeado de
un amor así. Ésa es la visión del Curso del mundo real, el mundo al que se llega mediante el
perdón total (ver T.17.II.5:1, y T. 30.VI.3:3).

“El perdón es el medio por el cual reconoceré mi inocencia” (1:4). Y cuando reconozca mi
inocencia, ya no veré nada que perdonar (1:3). Únicamente veré amigos amados y amorosos.
Mientras vea otra cosa, algo distinto, hay trabajo de perdón que queda por hacer. Estamos aquí
por un propósito, y sólo uno: para perdonar al mundo tan completamente que amemos
absolutamente a todos y a todo, cualquier cosa que sea menos que eso es perdón incompleto.
¿Qué es lo que limita nuestro amor sino alguna forma de falta de perdón? Únicamente
eliminando por completo cada obstáculo al amor llegaremos a conocer la totalidad del amor que
somos.

La fortaleza de Dios en mí me permite hacerlo. A medida que perdono, recuerdo esa fortaleza en
mí, una fortaleza que yo he olvidado. “Perdono todas las cosas porque siento Su fortaleza
avivarse en mí” (2:5). La Voz de Dios me guía en este camino del perdón, paso a paso
cuidadosamente, realmente no hay ningún otro lugar al que ir. “Me dirijo firmemente hacia la
verdad” (4:4). A veces mis pasos parecen inseguros, pero no puedo perderme. El Amor de Dios
me sostiene. Al escucharle avivarse muy hondo dentro de mí, puedo recordar que yo soy Su
Hijo.

Nuestros pasos han sido inciertos, y las dudas nos han hecho andar con lentitud por el camino
que este curso señala. Pero ahora vamos a ir más deprisa, pues nos estamos acercando a una
mayor certeza, a un propósito más firme y a una meta más segura.

Padre nuestro, afianza nuestros pasos. Aplaca nuestras dudas, aquieta nuestras santas
mentes, y háblanos. No tenemos nada que decirte, pues sólo deseamos escuchar Tu Palabra y
hacerla nuestra. Guía nuestras prácticas tal como un padre guía a su hijo pequeño por un
camino que éste desconoce, pero que aun así, el hijo lo sigue, seguro de que está a salvo porque
su padre le muestra el camino.
De este modo es como llevamos nuestras prácticas hasta Ti. Si tropezamos, Tú nos levantarás.
Si se nos olvida el camino, sabemos que Tú siempre lo recordarás. Y si nos extraviamos, Tú no
te olvidarás de llamarnos. Aligera nuestros pasos ahora de modo que podamos caminar con
mayor certeza y mayor rapidez hasta Ti. Y aceptamos la Palabra que Tú nos ofreces para
unificar nuestras prácticas, a medida que repasamos los pensamientos que Tú nos has dado.
(L.rV.In.1:5-3:6)

LECCIÓN 61 - 2 MARZO

“Yo soy la luz del mundo”

Instrucciones para la práctica

Propósito: “Éste es uno de los primeros pasos en el proceso de aceptar tu verdadera función en
la tierra” (3:2). Esta lección es una continuación de lo que comenzó en la Lección 37 (“Mi
santidad bendice al mundo”), que contenía “los primeros destellos de tu verdadera función en el
mundo, o, la razón por la que estás aquí” (L.37.1:1)

Ejercicio: Tantos como puedas, (sugerencia: cada hora, a la hora en punto), durante uno o dos
minutos.
• Dite a ti mismo: “Yo soy la luz del mundo. Ésa es mi única función. Por eso es por lo
que estoy aquí”.
• Luego piensa en estas frases. Deja que te vengan pensamientos relacionados. Si
puedes, cierra los ojos para hacer esto. Si tu mente se distrae (mejor dicho, cuando se
distrae), repite la idea. Éste es el mismo tipo de práctica que hiciste en la Lección 50 y
durante el Primer Repaso. Al pensar activamente en la idea, la haces tuya propia.

Observaciones: Empieza y termina el día con una sesión de práctica. Éstas pueden ser más
largas si quieres. Estas prácticas harán que tu día empiece, termine, y se llene con la afirmación
de la verdad sobre ti. Ésta es la clase de día al que el Libro de Ejercicios nos lleva, en el que
practicamos por la mañana, por la noche, y durante todo el día.
Éste es el primero de los siete “pasos gigantescos” en tu viaje de regreso al hogar. Intenta
hacer hoy exactamente eso. Utilízalo para “empezar a sentar las bases” (7:4) de los pasos
gigantescos que quedan por llegar.

Comentario

Probablemente, si te pareces a mí, la mayoría de los días no te sientes la luz del mundo. Algunos
días me siento como el último rescoldo de la chimenea. Pero esta lección no habla acerca de
cómo me siento, habla de lo que soy en verdad. “No se refiere a ninguna de las características
con las que has dotado a tus ídolos. Se refiere a ti tal como fuiste creado por Dios” (1:5-6). No
se refiere a quien yo pienso que soy, se refiere a mis características del diseño original,
directamente de la mano del Creador. Según la enseñanza tradicional cristiana, Jesús es la luz
del mundo y el resto de nosotros somos los ciegos que necesitan su luz. Decir “Yo soy la luz del
mundo” puede parecer demasiado. Puede parecer arrogante, lleno de orgullo, incluso lleno de
ego. Cuando Dios te ha hecho la luz del mundo, ¿qué hay más arrogante que decir: “Lo siento,
Jefe, te equivocas. Soy un pobre pecador”?

Tú y yo estamos aquí para ser conductores de la luz de Dios. Ser la luz del mundo es nuestra
única función, y la única razón por la que estamos aquí (5:3-5). Somos portadores de la
salvación, no hay otro modo de que la salvación venga al mundo excepto a través de nosotros,
¡a través de todos nosotros!

La lección pide nuestra aceptación y práctica de esta idea “uno de los primeros pasos en el
proceso de aceptar tu verdadera función en la tierra” (3:2), “un paso gigantesco” (3:3), “una
aseveración categórica de tu derecho a la salvación” (3:4). No es únicamente una lección más,
¡es cosa seria! Bajarte del tren del “pobre de mí, necesito que me salven” y subirte al tren de
“portador de la salvación” puede ser un punto decisivo importante. La clave general de la idea
se refleja en el viejo dicho de los años sesenta: ¿Eres parte del problema o de la solución?

Al principio puede parecer que esta idea pide demasiado de nosotros. “¿Quién, yo salvar al
mundo? ¿Estás de broma? ¡Ni siquiera puedo salvarme a mí mismo!” Pero esa creencia sobre
nosotros mismos es exactamente donde está nuestro problema. Intenta darle amor a alguien hoy
y descubrirás que puedes llevar luz a su vida. Haz esto unas cuantas veces y tu opinión acerca
de ti mismo empezará a cambiar. Tu verdadera sensación de valía propia empezará a florecer.
Al dar ayuda, te estarás ayudando a ti mismo. Afirmas la divinidad de tu Fuente y te reconoces a
ti mismo como un Hijo de Dios al reconocer que ser útil, dar amor, extender amabilidad, y
mostrar compasión es la verdadera razón por la que estás aquí.

LECCIÓN 62 - 3 MARZO

“Perdonar es mi función por ser la luz del mundo”

Instrucciones para la práctica

Ejercicio: Tan a menudo como puedas (sugerencia: cada hora, a la hora en punto), durante uno
o dos minutos.
• Dite a ti mismo (con los ojos cerrados si la situación lo permite): “Perdonar es mi
función por ser la luz del mundo. Cumpliré mi función para así poder ser feliz”.
• Luego usa la práctica que has estado haciendo últimamente: Piensa en las afirmaciones
(en este caso, alargándote concretamente en la felicidad que tu función te proporciona).
Deja que vengan pensamientos relacionados. Si tu mente se distrae, repite la idea y
añade: “deseo recordar esto porque quiero ser feliz”. Este pensamiento añadido
motivará a tu mente a que regrese y mantenga la atención.

Observaciones: Fíjate en la gran importancia que se da a tener un día feliz. Por esa razón
hacemos las prácticas, nos ayudarán a que nuestro día sea feliz. También traerá felicidad a las
personas a nuestro alrededor, ¡incluso a personas de tiempos y lugares lejanos! No es ésta una
práctica egoísta.
Fíjate también en que esta lección menciona la fórmula del Libro de Ejercicios de practicar
por la mañana, por la noche, y durante el día (4:1). Como ayer, podemos suponer hoy que
podemos alargar las prácticas de la mañana y de la noche si queremos.
Finalmente, date cuenta de por qué pueden salir libremente pensamientos relacionados:
porque “tu corazón reconocerá estas palabras, y en tu mente se encuentra la conciencia de que
son verdad” (4:5). En otras palabras, los pensamientos relacionados vienen de un pozo profundo
en nuestra mente, en el que ya entendemos estas ideas. Ellas sacan la sabiduría de ese pozo a la
superficie y las hacen nuestras.

Comentario

¿Qué hace la luz del mundo? Perdona. Por ser la luz del mundo, mi función no es enseñar
nuevas ideas a la gente, ni corregir sus errores, ni ser el caballero de la brillante armadura
(rescatar a otros). Mi función es simplemente perdonarles.

El perdón es la demostración de que tú eres la luz del mundo. Mediante tu perdón


vuelves a recordar la verdad acerca de ti. (1:3-4)

El perdón no sólo trae luz a las mentes de aquellos que están a mi alrededor, también me
permite recordar la luz en mí mismo, me recuerda la verdad acerca de mí. El perdón es lo que
me salva. Hacer aquello por lo que estoy aquí me recuerda lo que yo soy verdaderamente.

¿Por qué? Porque “las ilusiones que tienes acerca de ti y acerca del mundo son una y la misma”
(2:1). Si veo la ilusión de pecado en un hermano, estoy realmente viendo mis propias ilusiones
acerca de mí. Cuando perdono a ese hermano, me estoy perdonando a mí mismo, estoy viendo
más allá de la ilusión que ha oscurecido la verdad tanto acerca de él como de mí. Cuando los
pensamientos de ataque se substituyen con pensamientos de perdón, sustituyo la muerte con la
vida.

El perdón es el medio que el Curso establece como tu camino para escapar del infierno, porque
el infierno en el que estamos se hizo con nuestros juicios y pensamientos de ataque. Perdonar
invita al Cristo en mí, mientras que atacar invita a mi propia debilidad. Al invitar al Cristo en
mí, Cristo se da a conocer, y empiezo a reconocer a Cristo como mi verdadero Ser. El perdón
reinstaura en tu conciencia “la invulnerabilidad y el poder que Dios le dio a Su Hijo” (3:5).
¿Dónde es necesario el perdón? No sólo en lo que pensamos que son cosas importantes:
traición, engaño, o intento claro de hacer daño. Cualquier pensamiento en mi mente que me
separe de otro y me haga diferente es un pensamiento de ataque, y necesita ser reemplazado con
el perdón. Cualquier pensamiento que menosprecie a otra persona, la rebaje, la vea como
“menos que”, la considere menos merecedora de amor por alguna razón, la aparte, la mire con
disgusto, me vea a mí mismo ganando a costa de que ella pierda, le desee daño o pérdida de
algún modo, o dude del amor en su corazón, es un pensamiento de ataque y necesita ser
reemplazado con el perdón.

Ésa es mi función, hoy y todos los días. Que libere al mundo del aprisionamiento en el que lo he
puesto. Que retire los juicios que he hecho acerca de él, y que así vuelva a descubrir la
milagrosa verdad de mi propia naturaleza divina al estar dispuesto a verla en todos los que me
rodean.

LECCIÓN 63 - 4 MARZO

“La luz del mundo le brinda paz a todas las mentes


a través de mi perdón”

Instrucciones para la práctica


Propósito: Ponerte en contacto con el poder de llevar paz a todo el mundo, reconocer los
medios con los que puedes hacerlo, y experimentar la felicidad que proviene de ello.

Ejercicio: Tan a menudo como puedas (sugerencia: cada hora, a la hora en punto), durante uno
o dos minutos.
• Dite a ti mismo: “La luz del mundo le brinda paz a todas las mentes a través de mi
perdón. Yo soy el instrumento que Dios ha designado para la salvación del mundo”.
• Luego usa la práctica que has estado haciendo últimamente: Piensa en las afirmaciones
y deja que vengan pensamientos relacionados. Si tu mente se distrae, repite la idea.

Observaciones: Las observaciones sobre cerrar los ojos se mantienen para todas las sesiones de
práctica más cortas en el Libro de Ejercicios (excepto las de los ojos abiertos). La razón es
sencilla. Por una parte, te beneficiarás más si cierras los ojos, porque te permitirá mayor
atención. Por otra parte, si esperas hasta que la situación te permita cerrar los ojos, eso
perjudicará a la frecuencia de tu práctica. Así que, cierra los ojos si la situación lo permite; si no,
hazla con los ojos abiertos.
Al igual que ayer se nos dice que seamos felices para practicar por la mañana, por la noche y
durante el día. Esto se debe a que esta práctica nos pondrá en contacto con nuestra función, y
nuestra función es la fuente de nuestra felicidad. Al igual que en la Lección 61, las sesiones de
práctica al comienzo y al final del día puedes alargarlas si quieres.

Comentario

¿Has recibido alguna vez el verdadero perdón? No hay nada tan liberador, nada que alivie tanto
la mente como ser perdonado de verdad. Si creo que puedo haber ofendido a alguien o causado
algún daño con lo que he dicho o hecho, y me responden con verdadero perdón y me ven
incluso mejor que lo que yo me veo a mí mismo, eso le da una paz increíble a mi mente. Eso
alivia las punzadas de mi culpa. Hay una sensación de amor hacia la otra persona, una alegría de
que nuestra relación no se ha dañado sino quizá mejorado.

Tú y yo tenemos el poder de llevar esa paz a todas las mentes. Ésa es nuestra función Podemos
permitir que esto se logre a través de nosotros (1:2). ¡Qué propósito más maravilloso le da esto a
nuestra vida: llevar paz a todas las mentes a través de nuestro perdón! Podemos liberar a todos a
nuestro alrededor del infierno de su propia culpa.

“No aceptes en su lugar ningún propósito trivial ni ningún deseo insensato, o te olvidarás de tu
función y dejarás al Hijo de Dios en el infierno” (2:4). Cuando aceptamos un propósito menor,
inevitablemente olvidamos el principal. Por ejemplo, podemos estar intentando hacer que
alguien actúe de un modo que nos guste, para nuestro propio placer personal. Podemos tener
expectativas acerca de lo que alguien debería hacer o decir. Estos propósitos menores pueden
hacer que nos olvidemos por completo de nuestra verdadera función de perdonar, y echarle más
culpa a la persona cuando no satisface nuestras expectativas.

Necesitamos practicar esta idea cuidadosamente, tan a menudo como podamos, para reforzarla
en nuestra mente: “Yo soy el instrumento que Dios ha designado para la salvación del mundo”
(3:5). El perdón fluye a través de mí y le lleva paz a todas las mentes con las que me encuentro
hoy, ¡que recuerde no impedir que fluya!

LECCIÓN 64 - 5 MARZO

“No dejes que me olvide de mi función”


Instrucciones para la práctica

Propósito: Recordarte constantemente elegir tu felicidad para elegir cumplir tu función. Resistir
la tentación de dejar que el mundo que ves borre tu función de tu consciencia.

Ejercicios más largos: Al menos uno, de diez a quince minutos.


• Cierra los ojos y repite estos pensamientos: “No dejes que me olvide de mi función. No
dejes que trate de sustituir la que Dios me dio por la mía. Déjame perdonar y ser feliz”.
• Luego haz de nuevo las prácticas recientes de reflexionar acerca de las frases. Piensa en
ellas. Deja que vengan pensamientos relacionados (te ayudará recordar lo importante
que es tu función para ti y para otros).

Observaciones: Es fácil en periodos largos de reflexión como éste entrar en una fiesta de
distracciones de la mente, por la sencilla razón de que “aún no tienes la disciplina mental que
ello requiere” (7:2). Así que, estate a la caza de pensamientos sin importancia. Cuando se
presenten, repite la idea (puedes incluso repetir las tres frases). Aunque tengas que hacerlo
veinte veces, eso es mejor que dejar que tu mente flote sin rumbo por el país de la fantasía..

Recordatorios frecuentes: Muy a menudo, durante varios minutos.


En diferentes ocasiones, usa una o la otra de estas prácticas:
1. Una versión corta del ejercicio más largo. Repite: “No dejes que me olvide de mi
función .No dejes que trate de sustituir la que Dios me dio por la mía. Déjame
perdonar y ser feliz”, y luego piensa sólo en ello. Tu mente se distraerá; cuando lo
haga, repite las ideas para traerla de vuelta a la práctica.
2. Repite las mismas frases, luego mira lentamente a tu alrededor sin hacer ninguna
selección, y di: “Éste es el mundo que es mi función salvar”.

Comentario

La Lección 62 dijo que el perdón es mi función, así pues, esta lección expresa mi decisión de no
olvidar para qué estoy aquí: para perdonar al mundo, llevándole paz a todas las mentes.

¿Qué hace que me olvide? El mundo en su totalidad. Todo lo que ven mis ojos ven es “una
forma de tentación, ya que ése fue el propósito del cuerpo en sí” (2:1). El ego fabricó el mundo
y el cuerpo con un propósito determinado:

1. Ocultar mi función de perdonar.


2. Justificar el olvido de mi función.
3. Engatusarme para que abandone a Dios y a Su Hijo tomando forma en un cuerpo.

La continuidad del ego depende de mi identificación con la forma corporal. La maldad del
mundo y la sensación de carencia del mundo a mi alrededor justifica mi el que yo esté dispuesto
a perdonar. Mi relación con el mundo, convirtiéndole en el centro de mis metas e incluso de mi
vida, obscurece mi verdadera función (en el Cielo: crear; aquí: perdonar). El plan del ego parece
haber funcionado muy bien.

El sistema de pensamiento del Curso es bastante poco habitual y extremo. Como dice más tarde
en el Libro de Ejercicios, la enseñanza del Curso es que: “El mundo se fabricó como un acto de
agresión contra Dios” (L.pII.3.2:1). No fue creado por Dios sino fabricado por el ego para
abandonar a Dios, tomando una forma física para ocultar nuestra realidad espiritual.

Me resulta difícil aceptar esta comprensión: no estoy solo (separado). El Curso se da cuenta de
que ésta es una idea difícil. Pero cuando empiezo a darme cuenta del modo en que mi mente
funciona, se hace más fácil de aceptar, porque empiezo a darme cuenta de la manera en que mi
mente utiliza al mundo y usa todo lo que veo con los ojos para mantener la ilusión de
separación. A medida que me inclino hacia el perdón, también descubro que algo en mi mente
se resiste con uñas y dientes, intentando justificar mi negativa a perdonar, intentando que me
olvide del perdón por completo. Y empiezo a reconocer que lo que el Curso está diciendo aquí
tiene una curiosa semejanza con lo que está sucediendo dentro de mi mente. Entonces, quizá lo
que dice es verdad, una verdad que yo me resisto a aceptar, pero que parece confirmada por mi
propia experiencia.

Sin embargo, el Espíritu Santo tiene otro propósito para todo en este mundo. “Para el Espíritu
Santo el mundo es un lugar en el que aprendes a perdonarte a ti mismo lo que consideras son tus
pecados” (2:3). Eso es lo que hacemos cuando perdonamos a “otros”. Cumplir tu función es lo
que te hace feliz (¡Yo puedo dar testimonio de ello!).

Es interesante la relación entre perdón y felicidad. Si piensas en ello por un momento, te darás
cuenta de que cuando te niegas a perdonar, te sientes fatal. Por ejemplo decir: “No me siento
feliz por el modo en que te comportas en nuestra relación” es lo mismo que decir; “Te he
juzgado y fallas en algo”. Perdonar a alguien es ser feliz con él. Perdonar significa abandonar
tus excusas para ser desgraciado” Cuando perdonas, “la felicidad se vuelve inevitable” (4:2). Y
“no hay otra manera” (4:3). El no perdonar es precisamente una elección de continuar siendo
desgraciado, sin el perdón no puedes ser verdaderamente feliz. Ése es el razonamiento de esta
afirmación: “Por lo tanto, cada vez que eliges entre desempeñar o no tu función, estás en
realidad eligiendo entre ser feliz o no serlo” (4:4).

Luego la lección sigue y señala que cada decisión que tomamos en un día puede resumirse a
esta simple elección: ¿Quiero ser feliz o desgraciado? Cuando puedas empezar a ver desde esta
perspectiva tus decisiones en la vida, la elección es muy sencilla. ¿Quién elegiría a sabiendas ser
desgraciado? Cuando empieces a darte cuenta de que eso es lo que estás eligiendo, empiezas a
entender por qué el Curso se refiere a nosotros como “dementes”.

“No dejes que me olvide de mi función.


No dejes que trate de sustituir la que Dios me dio por la mía
Déjame perdonar y ser feliz”. (6:2-4)

Intentemos acordarnos de hacer la práctica hoy. (Tengo que confesar que he estado escatimando
la práctica). Una cosa en la que hay que fijarse es en la sesión de práctica de diez a quince
minutos que se pide hoy, eso es algo nuevo. Intenta hacerle un hueco.

LECCIÓN 65 - 6 MARZO

“Mi única función es la que Dios me dio”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Abandonar nuestras metas habituales, aunque sólo sea por un rato, para que así
puedas poner toda tu atención en aceptar la función que Dios te dio como tu única función.

Ejercicios más largos: Una vez, de diez a quince minutos.


• Repite la idea, luego cierra los ojos y repítela de nuevo.
• Observa cuidadosamente tu mente, el paso de lo que consideras pensamientos normales.
Observa cada uno con tranquilidad (como se te enseñó en lecciones anteriores) y di:
“Este pensamiento refleja un objetivo que me está impidiendo aceptar mi única
función”. Cuando empieces a quedarte sin pensamientos de ese tipo, intenta durante un
minuto o así atrapar cualquier pensamiento que quede, aunque no hagas ningún
esfuerzo por encontrarlos. La razón de esta fase es vaciar tu mente de tus metas y
funciones habituales.
• Luego di: “Que en esta tabla rasa quede escrita mi verdadera función”, o la misma
idea con tus propias palabras. Estate dispuesto a que las metas que te has adjudicado a ti
mismo sean reemplazadas por la de Dios.
• Repite la idea de nuevo y pasa el resto de la sesión de práctica pensando acerca de la
idea y dejando que te vengan pensamientos relacionados. Habiendo expulsado tus
funciones habituales, ahora estás intentando “entender y aceptar” (3:1) tu verdadera
función, para reflexionar activamente acerca de ella a fin de que se convierta en la tuya
propia. Pon toda tu atención concretamente en la importancia y lo deseable de tu
función, y la resolución y alivio que te ofrece. Cuando surjan pensamientos de
distracción, te sugiero que los hagas desaparecer con la frase que acabamos de usar:
“Este pensamiento refleja un objetivo…”

Observaciones: Cuando dice que necesitas elegir un horario para la sesión más larga de
práctica, y que lo mantengas durante el día y durante los próximos días, eso puede sonar
amenazador. Sin embargo, tiene perfecto sentido. Estás empezando a entregar toda tu vida a tu
verdadera función. Dedicarle un tiempo durante el día, un tiempo sólo para eso, un tiempo que
es como una roca firme en un río de objetivos sin importancia que no paran, es una estrella, un
pie en el hogar. Si no puedes dejar que tu verdadera función ponga un pie en el hogar, ¿cómo
puedes alcanzar el punto en el que le dedicas toda tu vida?

Recordatorios frecuentes: Al menos uno por hora.


A veces usa la primera de estas dos formas; otras, usa la segunda:
• Cierra los ojos y di: “Mi única función es la que Dios me dio. No quiero ninguna otra
ni tengo ninguna otra”.
• Mira a tu alrededor y di la misma frase, dándote cuenta de que lo que ves parecerá
completamente diferente cuando aceptes de verdad lo que estás diciendo. (Sugiero que
lo intentes ahora y veas el efecto que tiene sobre ti).

Comentario

De lo que me di cuenta cuando lo leí fue la última frase del primer párrafo:

“Aceptar la salvación como tu única función entraña necesariamente dos fases: el


reconocimiento de que la salvación es tu función, y la renuncia a todas las demás metas que tú
mismo has inventado”. (1:5)

Algunos de nosotros todavía podemos estar teniendo problemas con la primera fase: reconocer
la salvación como nuestra función. No es fácil. Decir: “Mi tarea es sanar y ser sanado” requiere
un cambio fundamental en la mente para la mayoría. Vernos a nosotros mismos como la luz del
mundo no es algo que nos llegue fácilmente. Por eso las lecciones anteriores han tratado ese
hecho, y aparecerá de nuevo en lecciones posteriores.

Esta lección va más allá de reconocer que la salvación es nuestra función, añade el pensamiento
de que es nuestra única función. Lo deja muy claro que para que esto sea así, todas las demás
funciones deben ser abandonadas. Dios nos dio esta única función, y ninguna otra. Las otras nos
las hemos inventado nosotros mismos, y cada función diferente compite en algún modo y le
quita importancia a la que Dios nos dio.

A medida que transcurre el día, observo cómo mis “propósitos y objetivos triviales” (4:3)
interfieren con la búsqueda de mi única función. Puedo observarlo en la práctica sencilla que se
propone para los próximos días: reservar de diez a quince minutos para intentar entender y
aceptar la idea del día. La lección me pide que me organice el día a fin de reservar este tiempo
para Dios. Reservar estos quince minutos requerirá que deje a un lado otros propósitos durante
esos minutos. Sacará el tema tratado en esta lección: el modo en que mis otros objetivos
compiten con la función que Dios me ha dado.

En mi comprensión con el Curso, el asunto de reconocer mi verdadera función puede tener lugar
muy pronto, lo que puede llevar más tiempo es el proceso de abandonar todos mis propósitos
menores hasta que no tenga ningún otro que el de Dios. Al principio, no tenemos ni idea de los
muchos propósitos competitivos que nos hemos asignado a nosotros mismos. Lleva tiempo
descubrirlos y abandonarlos todos. Hoy es sólo el principio, pero cuanto más en serio me tome
esta idea, más eficaz puede ser la práctica de hoy.

LECCIÓN 66 - 7 MARZO

“Mi función y mi felicidad son una”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Aceptar que tu felicidad y la función que Dios te ha dado no sólo están relacionadas
sino que además son lo mismo, por muy diferentes que aparenten ser; y aceptar que no tienen
nada que ver con todas las funciones que tu ego te ha dado.

Ejercicios más largos: Una vez, de diez a quince minutos.


• Pasa un rato reflexionando activamente en la lógica siguiente: “Dios me da únicamente
felicidad (frase 1). Él me ha dado mi función (parte 2). Por lo tanto, mi función tiene
que ser mi felicidad (conclusión)”. Fíjate en que la conclusión sigue a las frases
anteriores; así que si las frases son ciertas, la conclusión tiene que serlo también.
• Por lo tanto, piensa durante un rato en la primera frase (“Dios me da únicamente
felicidad”). Utiliza el párrafo 6 como guía. Dice que, al final, tienes que aceptar la
primera frase o aceptar que Dios es malvado.
• Luego pasa un rato pensando en la segunda frase (“Él me ha dado mi función”). Utiliza
los párrafos 7 y 8 como guía. Dicen que nuestra función nos la tiene que haber dado
Dios o el ego, pero el ego no da regalos. Es una ilusión que ofrece la ilusión de regalos.
• Después Pasa un rato pensando acerca de cómo tu vida refleja una lógica alternativa,
que es algo así: “Mi ego me ha dado muchas funciones (piensa en algunas). Ninguna de
ellas me ha dado felicidad (piensa en ello). Por lo tanto, mi ego nunca me da
felicidad”. ¿No es ésta una conclusión lógica? ¿No te hace esta conclusión querer elegir
en su lugar la función que Dios te ha dado?
• Finalmente, intenta poner esta reflexión en una aceptación de la conclusión (“Por lo
tanto, mi función tiene que ser mi felicidad”). Usa la reflexión para llevarte al momento
en que realmente comprendes y acepta la conclusión.

Observaciones: Esta lección es otro paso gigantesco (el primero fue la Lección 61), pero
únicamente será un paso gigantesco para ti si realmente entregas tu mente a ello. Por lo tanto,
hazlo así por tu propio bien. Dale a la sesión más larga toda tu concentración, y a las sesiones
más cortas la frecuencia que se indica.

Recordatorios frecuentes: 2 por hora, de un minuto o algo menos.


Di: “Mi función y mi felicidad son una porque Dios me dio las dos”. Repetir esto lentamente
y pensando en ello hará que sea completamente diferente.
Comentario

Esta lección me parece interesante por el modo en que usa la lógica común, aplicada a ideas
extraordinarias. Se espera que se pase el periodo de práctica más largo pensando en las frases de
la lógica que se dan en el párrafo 5 (5:7 y 9:1). En otras palabras, la lección nos pide que
examinemos mentalmente la lógica de sus propuestas. Está claro que el Curso le da una gran
importancia a pensar y razonar. Está firmemente basado en la razón, y espera que sepamos usar
esa facultad de nuestra mente. En este tipo de práctica me es muy útil escribir las ideas que me
vienen mientras lo hago.

Hoy la idea central es una que ya hemos visto antes: la felicidad y mi función son, en esencia, lo
mismo. Las dos ideas son muy sencillas, especialmente la primera: Dios me da únicamente
felicidad Si Dios es un Dios que se merece mi lealtad, un Dios de amor, esto tiene que ser así.
¿Por qué seguir a un dios que hace desgraciado? Si Dios da tristeza, Él debe ser malvado (6:5).
Y si Dios es malvado, mejor es que le abandone ahora, nunca encontraré la felicidad en las
garras de un dios sádico, que da tristeza a sus creaciones.

Segundo, Dios me ha dado mi función. Esto es un poco menos claro. “Función” puede
entenderse como “naturaleza”. En palabras sencillas, Dios me creó y, al hacerlo, definió lo que
yo soy. Lo que yo soy define lo que hago. ¿Qué alternativa hay? Si Dios no me definió, ¿quién
lo hizo? La única alternativa es el ego (8:3). O yo podría decir que yo me hice a mí mismo (lo
que es lo mismo). Pero ¿cómo puede algo crearse a sí mismo? ¿Quién creó su poder de crear?
¿Es realmente posible que el ego me hiciera o me definiera? No. Por lo tanto, esta segunda idea
debe ser verdad: Dios me ha dado mi función.

Ahora bien, si Dios me da únicamente felicidad, y Dios me ha dado mi función, ¿cuál es la


conclusión lógica? Mi función tiene que ser la felicidad. Mi razón de ser es ser feliz. Llevar a
cabo mi función es lo que me hace feliz.

Si pensamos en todas las maneras en que hemos intentado encontrar la felicidad siguiendo a
nuestro ego -como se nos indica la lección- tenemos que admitir, si somos honestos, que
ninguna de ellas ha funcionado, ninguna nos ha hecho feliz.

La lección está intentando traernos al punto donde hacemos una elección, la elección entre la
locura y la verdad, entre escuchar al ego o al Espíritu Santo. Nos está pidiendo que nos demos
cuenta de que todo lo que el ego nos dice es una mentira, y que sólo la verdad es verdadera, sólo
lo que Dios nos ha dado tiene realidad.

Esta lección es el segundo paso gigantesco (10:4). El primero fue la Lección 61. Lo veremos de
nuevo en las Lecciones 94, 130, 135, y 194. La Lección 61 nos dijo: “Yo soy la luz del mundo”
que es “uno de los primeros pasos en aceptar tu verdadera función en la tierra… un paso
gigantesco que te conducirá al lugar que te corresponde en la salvación” (L.61.3:2-3). Somos
portadores de la luz, planeado por Dios para transmitir Su luz al universo: ésa es nuestra
función. Aceptar eso es un paso gigantesco, un fuerte comienzo. Ahora se nos dice: “Mi función
y mi felicidad son una”. La felicidad consiste en traer luz al mundo, ser la luz del mundo es
cumplir nuestra función, y cumplir nuestra función es felicidad.

LECCIÓN 67 - 8 MARZO

“El Amor me creó a semejanza de Sí Mismo”


Instrucciones para la práctica

Propósito: Experimentar la resplandeciente luz de tu realidad que no cambia nunca, ni siquiera


un sólo instante. Volver a definir a Dios como Amor y darte cuenta de que tú estás incluido en
Su definición de Sí Mismo.

Ejercicios más largos: Una vez, duración de diez a quince minutos.

• Repite la idea.
• Luego pasa unos minutos añadiendo pensamientos relacionados con las líneas
siguientes: “La Santidad me creó santo. La Asistencia me creó servicial”. Usa
únicamente cualidades que estén de acuerdo con las enseñanzas del Curso acerca de
Dios.
• Durante un breve intervalo, intenta abandonar todos los pensamientos.
• El resto es un ejercicio de meditación, utilizando el método enseñado a partir de la
lección 42:
1. Ve más allá de la espesa nube de todas las imágenes que tienes de ti mismo a la
luz de tu verdadero Ser. Pasa de largo las ilusiones acerca de ti y sumérgete en
la verdad en ti.
2. Cuando te distraigas, repite la idea. Si esto no es suficiente, añade más
pensamientos relacionados, como en la fase anterior.
3. Mantén en tu mente la confianza de que la luz de tu verdadero Ser está ahí y
puedes alcanzarla; incluso aunque no la alcances ahora, tendrás éxito en hacer
que esa experiencia venga antes.

Recordatorios frecuentes: 4 o 5 veces por hora, quizá más.


Repite la idea. Mientras lo haces, date cuenta de que no es tu diminuta voz la que te dice esto,
sino la Voz de la verdad diciéndote Quién eres realmente. Te recomiendo que la repitas así
ahora, y veas el efecto que tiene.

Observaciones: El comentario en 5:2 es muy importante. Las lecciones a partir de la 71 a la 80


dan mucha importancia a las repeticiones frecuentes, y esta frase explica por qué son tan
importantes. Necesitas practicar la verdad con frecuencia porque practicas la ilusión muy a
menudo. Concretamente: “tu mente está tan ocupada con falsas imágenes de sí misma” (5:2).
Dentro de cada pensamiento habitual hay una falsa imagen de ti mismo. Por esa razón necesitas
introducir en tu mente tantos pensamientos como puedas acerca de la verdad de lo que tú eres.

Comentario

El Curso emplea una grandísima cantidad de espacio diciéndonos lo que somos, cómo fuimos
creados a semejanza de Dios, Quien nos creó, y cómo esa realidad no ha cambiado ni puede
cambiar (2:1). La Lección 229 prácticamente es el pensamiento de hoy: “El Amor, que es lo que
me creó, es lo que soy”. El Quinto Repaso nos hace repetir durante cada día a lo largo de diez
días: “Dios es sólo Amor y, por ende, eso es lo que soy yo”. Y luego están todas las lecciones
con ese tema exacto (la única lección que se da más de una vez con las mismas palabras, en la
94, 110 y 162); otras cuantas en las que la idea se repite (132, 139, 237 y 270); y veinte
lecciones de repaso (201 a 220) en las que repetimos las palabras: “Aún soy tal como Dios me
creó”. ¡Está claro que el Curso piensa que esta idea merece ser repetida!

De hecho, la lección de hoy nos dice exactamente por qué este pensamiento es tan importante, y
por qué es tan necesaria la repetición:

“Hoy te resultará especialmente beneficioso practicar la idea del día tan a menudo como puedas.
Necesitas oír la verdad acerca de ti tan a menudo como sea posible, debido a que tu mente está
tan ocupada con falsas imágenes de sí misma. Sería sumamente beneficioso que te recordaras
cuatro o cinco veces por hora, o incluso más si fuese posible, que el Amor te creó a semejanza
de Sí Mismo. Oye en esto la verdad acerca de ti” (5:1-4)

Necesitamos oír la verdad acerca de nosotros tan a menudo como podamos porque nos hemos
enseñado a nosotros mismos una imagen falsa acerca de lo que somos, y nos la hemos enseñado
muy, muy bien. “Enseña solamente amor, pues eso es lo que eres” (T.6.I.13:2) es una de las
frases más famosas del Curso, y le da muchísima importancia a lo mismo: Lo que somos es
Amor, porque el Amor nos creó a Su Semejanza.

¿Cuántos de nosotros, si se nos pregunta: “¿Qué eres?”, encontraría la palabra “amor” surgiendo
inmediatamente en nuestra mente? Para la mayoría de nosotros es demasiado pensar en nosotros
como amor, y sólo amor. Podemos pensar que hay algo de amor en nosotros, pero ¿pensar:
Amor es lo que somos? Nunca. Por eso necesitamos oírlo tan a menudo como sea posible, la
razón por la que necesitamos repetir hoy la idea 4 o 5 veces cada hora, o incluso más, durante el
día. Eso hace unas 80 veces hoy, si estamos despiertos 16 horas.

Amor es lo que soy. Por esa razón soy la luz del mundo. Por esa razón soy el salvador del
mundo, y la razón por la que el Cristo en todos busca la salvación en mí, porque lo que yo soy
es la salvación del mundo (1:2-5). Sabiendo esto acerca de mí mismo ¿viviría hoy de manera
diferente?

Date cuenta de que la lección no espera que “cojamos” esta idea inmediatamente. Si se esperase
que la atrapásemos al instante, no tendríamos que repetirla 80 veces. Todo lo que buscamos es
“darnos cuenta plenamente, aunque sólo sea por un momento, de que es verdad” (1:6). El Amor
está en nosotros como nuestro verdadero Ser, y estamos intentando ponernos en contacto con el
Amor dentro de nosotros (3:2-3). Puede que hoy no entremos en contacto con Él directamente,
pero se merece el esfuerzo, aunque sintamos que no hemos tenido éxito: “Confía en que hoy
harás mucho por acercarte a esa conciencia, tanto si sientes que has tenido éxito como si no”
(4:4).

Algún día, en algún momento, tendremos éxito, quizá incluso hoy. Es inevitable porque no
podemos escondernos por siempre de lo que somos, no podemos escaparnos de lo que está
dentro de nosotros. En algún momento sucederá: “superar todo eso… y valiéndote del intervalo
en el que tu mente está libre de pensamientos, quizá puedas llegar a la conciencia de una luz
resplandeciente en la cual te reconoces a ti mismo tal como el Amor te creó” (4:3).

“El Amor te creó a semejanza de Sí Mismo” (6:4).

LECCIÓN 68 - 9 MARZO

“El amor no abriga resentimientos”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Sentir la profunda sensación de paz y seguridad que procede de no albergar


resentimientos. Esto te proporcionará la motivación que necesitas para desprenderte de ellos
cada vez más.

Ejercicios más largos: Una vez, duración de diez a quince minutos.


• Busca en tu mente a aquellos contra los que guardas serios resentimientos, luego a
aquellos contra los que aparentemente guardas resentimientos menores. Date cuenta de
que nadie está completamente libre de ellos, y lo solo que esto te ha hecho sentir.
• Decídete a verlos a todos como amigos. Dile a cada uno: “Te consideraré mi amigo,
para poder recordar que eres parte de mí y así poder llegar a conocerme a mí mismo”.
Date cuenta de la evolución a través de las tres etapas (amigo/ parte de mí/ conocerme
a mí mismo). Intenta sentir de verdad cada etapa.
• Durante el resto de la sesión de práctica, piensa en ti mismo estando en paz con un
mundo que es verdaderamente tu amigo, un mundo que te ama y te protege, y que tú a
cambio amas. Intenta sentir realmente que la seguridad te rodea como un manto,
revoloteando a tu alrededor como las alas de un ángel, y sujetándote como una sólida
roca debajo de tus pies.
• Termina diciendo: “El amor no abriga resentimientos. Cuando me desprenda de todos
mis resentimientos sabré que estoy perfectamente a salvo”.

Recordatorios frecuentes: Varias veces (al menos 3 por hora).


Di: “El amor no abriga resentimientos. Quiero despertar a la verdad de mi Ser dejando a un
lado todos los resentimientos y despertando en Él”.

Respuesta a la tentación: Siempre que sientas un resentimiento contra alguien.


Rápidamente aplica la idea en esta forma: “El amor no abriga resentimientos. No traicionaré
a mi propio Ser”. Por supuesto, la idea es que debido a que tu Ser es Amor, abrigar
resentimientos es un acto de traición a tu Ser. Piensa en ello.

Comentario

Esta lección es una poderosa enseñanza acerca del efecto que abrigar resentimientos tiene en
nuestra mente y en nuestra manera de pensar.

Abrigar un resentimiento es desear hacerle daño a alguien; ya sea que lo consideremos así o no,
es “tener sueños de odio” (2:5). Alguno de nosotros, quizá la mayoría, a veces lo hemos hecho,
literalmente tener sueños de venganza contra alguien que percibimos que nos está haciendo su
víctima. Posiblemente, hemos deseado conscientemente que alguien estuviese muerto. Sin
embargo, probablemente hemos reprimido la consciencia de tales pensamientos y
deliberadamente hemos olvidado que los hemos tenido. No obstante, incluso los resentimientos
“pequeños” son lo mismo, sólo que de una manera más suave. Abrigar un resentimiento es
sentir que se te ha tratado injustamente, y que el que lo ha hecho se merece ser castigado por
obrar mal.

“El amor no abriga resentimientos”. Abrigar un resentimiento es lo opuesto al amor, el amor y


los resentimientos no pueden existir juntos. La lección de ayer nos enseñó que “El Amor me
creó a semejanza de Sí Mismo”. Entonces, abrigar resentimientos es negar esa verdad, es
afirmar que soy algo distinto del amor. No podemos conocer nuestro Ser como Amor si
albergamos algún resentimiento porque abrigar resentimientos es justamente lo contrario.

“Quizá no hayas comprendido del todo lo que abrigar resentimientos le ocasiona a tu mente”
(1:5). La enseñanza de las siguientes líneas es sustanciosa. Nuestra Fuente es Amor, y estamos
creados a semejanza de esa Fuente. Cuando albergamos un resentimiento, parece que somos
diferentes de nuestra Fuente, y por lo tanto parece que estamos separados de Él (1:6). Nosotros
no somos Amor, y Dios sí lo es, tenemos que estar separados.

Sin embargo, la mente no puede ni siquiera imaginar que una fuente y sus efectos sean
totalmente diferentes; por lo tanto, para arreglar este problema de lógica, nuestra mente se
imagina a Dios a semejanza de nuestra imaginada imagen de nosotros mismos: “Te hace creer
que Él es aquello en lo que tú piensas que te has convertido” (1:7). Pensamos que Dios alberga
resentimientos, y tiene sueños de religiones que hablan de “pecadores a manos de un Dios
furioso”. Fabricamos una imagen de un dios vengativo y castigador, y nos alejamos
aterrorizados de su presencia, temerosos de nuestra propia existencia.

Los efectos de los resentimientos no terminan con desprendernos aparentemente de Dios,


haciéndonos diferentes y separados, y luego convertir a Dios en un demonio terrorífico y
vengativo. Dentro de nosotros, nuestro propio Ser parece quedarse dormido y así dejar de tomar
parte activa, mientras que la parte de nosotros que “teje ilusiones mientras duerme, parece estar
despierta” (2:1). Nos olvidamos de nuestro Ser e imaginamos que somos otra cosa, un “ser”
mezquino, que alberga resentimientos, enfadado con el mundo.

“¿Podría ser todo esto el resultado de abrigar resentimientos? ¡Desde luego que sí!” (2:2-3).
Hemos inventado a un dios semejante a nuestra imagen. Sentimos culpa. Hemos olvidado quién
somos. Todo esto es inevitable para todos aquellos que abrigan resentimientos.

No nos hemos dado cuenta del daño que le estamos haciendo a nuestra mente al albergar
resentimientos. Por esta razón el Curso nos enseña que el perdón no es algo que hacemos a
favor de otros, lo hacemos por nuestro propio bienestar.

Puede parecer imposible abandonar todos los resentimientos, eso dice la lección (4:2). Sin
embargo, no es cuestión de que sea posible o imposible, sino únicamente cuestión de
motivación. Podemos abandonar cualquier resentimiento, la cuestión es ¿queremos hacerlo? Por
eso, esta lección se propone aumentar nuestra motivación pidiéndonos que hagamos un
experimento. Básicamente, nos pide “trataremos de ver cómo te sentirías sin ellos” (4:4). La
idea es que si podemos sentir lo que es estar sin resentimientos, preferiremos este sentimiento
nuevo. Como dice el anuncio de televisión: “Pruébalo, te gustará”. Y una vez que estemos
motivados, una vez que queramos abandonar los resentimientos, lo haremos. Nuestra mente
tiene todo ese poder.

Fíjate en el uso de las palabras “tratando” y “trata” en el párrafo 6. Aquí estamos haciendo un
ejercicio de imaginación. Imagínate estar en paz con todo el mundo. Imagínate sentirte
completamente a salvo, rodeado de amor y amando a todos los que te rodean. Imagínate, aunque
sólo sea por un instante, que nada puede hacerte daño, que eres invulnerable y estás
completamente seguro y, aún más, que no hay nada que quiera hacerte daño aunque pudiese. “Si
lo logras, aunque sea brevemente, jamás volverás a tener problemas de motivación” (4:5).

Una vez que pruebes lo que es este estado mental, vas a quererlo. ¡Porque es realmente
maravilloso! Vas a desear hacer todo lo que sea necesario para experimentarlo cada vez más y
durante más tiempo, hasta que sea para siempre.

Quiero recalcar que la lección de hoy no nos dice “deshazte de todos tus resentimientos”. No
está estableciendo una ley ni haciéndonos sentir culpables por tener resentimientos.
Simplemente está intentando motivarnos para que queramos abandonarlos; primero al
mostrarnos cuánto dolor causan los resentimientos a nuestra mente (daño ilusorio, pero en
nuestra experiencia parece real), y luego al dejarnos experimentar cómo se siente una mente sin
resentimientos. Nos hace reconocer que albergar resentimientos es una traición, no a Dios ni a
nadie más, sino a nosotros mismos como Amor. Los resentimientos nos hacen creer que somos
algo que no somos, y que no somos lo que verdaderamente somos.

LECCIÓN 69 - 10 MARZO

Mis resentimientos ocultan la luz del mundo en mí”


Instrucciones para la práctica:

Propósito: Levantar el velo de resentimientos que ha ocultado la luz del mundo en ti, para que
puedas experimentar la luz y dejar que la salvación brille sobre el mundo. Éste es otro intento de
experimentar la luz en ti (ver L.41.5:3 y L.44.3:1).

Ejercicio más largo: Una vez, duración de diez a quince minutos.


• Pasa varios minutos cultivando la elevada actitud que es tan importante para la
meditación del Curso. Piensa en lo que estás intentando, en su importancia para ti y para
el mundo. Estás intentando levantar el velo y entrar en contacto con la luz del mundo,
para que puedas mantenerla en alto y que todos la vean y sean bendecidos por ella.
Estás intentando llegar a lo único que necesitas, a tu única función, tu meta y tu
objetivo. Decídete a alcanzarla.
• Luego, con los ojos cerrados, abandona todos tus pensamientos. Imagínate tu mente
como una inmensa esfera de luz radiante, completamente envuelta por una capa de
nubes obscuras (tus resentimientos). Desde tu posición fuera de la esfera, todo lo que
puedes ver son nubes.
• Ahora empieza la meditación. Como antes, puedes ver que tiene tres aspectos:
1. El movimiento básico es de viajar a través de las nubes y hacia dentro de la luz.
“Extiende tu mano y, en tu mente, tócalas. Apártalas con la mano, y siente cómo
rozan tus mejillas, tu frente y tus ojos a medida que las atraviesas” (6:3-4).
2. Si tu mente se distrae, repite la idea y luego continúa tu viaje a través de las
nubes.
3. Sobre todo, mantén esa elevada actitud cultivada en la primera fase, una actitud
de deseo (recuerda lo mucho que deseas alcanzar la luz), decisión firme
(decídete a llegar allí), y confianza (date cuenta de que no puedes fracasar,
porque esto está de acuerdo con la Voluntad de Dios.
• Si haces tu parte correctamente, el poder de Dios hará el resto. Sentirás Su poder
elevándote y llevándote dentro de la luz.

Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como sea posible (sugerencia: varias veces por hora).
Di: “Mis resentimientos ocultan la luz del mundo en mí. No puedo ver lo que he ocultado.
Mas por mi salvación y por la salvación del mundo, deseo que me sea revelado (por Dios).

Respuesta a la tentación: Siempre que te sientas tentado de albergar un resentimiento.


Di: “Si abrigo este resentimiento, la luz del mundo quedará velada para mí”.

Comentario

Yo soy la luz del mundo, pero la luz no puede brillar hacia fuera porque mis resentimientos la
ocultan. Cuando abandono mis resentimientos, la luz es liberada, y libera a mi hermano y a mí
mismo. Mi función con todo el que me encuentro es compartir mi salvación con él.

La práctica de hoy es otro intento de “llegar a la luz en ti” (2:1), en otras palabras, de volverme
consciente de mi Ser tal como Dios Lo creó, completamente amoroso y completamente digno de
ser amado. Fíjate en que la forma de esta práctica es semejante a lo que ya hemos visto antes, es
una práctica que se repite a menudo en el Libro de Ejercicios de maneras diferentes. En general,
se trata de intentar ir a través o dejar atrás, o abandonar los pensamientos que normalmente
ocupan nuestra mente, establecernos en la quietud profunda de nuestro interior, y más allá de
mis pensamientos de la superficie llegar a algo muy profundo dentro de mí, al Ser del que
normalmente no soy consciente. Éste es el método de meditación del Curso. Es una de las
herramientas que nos da el Libro de Ejercicios, y debería aprenderse y usarse incluso después
de que la práctica del Libro de Ejercicios haya terminado.
A lo que estamos intentando llegar es “aquello que nos es más querido que ninguna otra cosa”
(3:1). Llegar, encontrarlo, y liberarlo al mundo es nuestro único propósito y nuestra única
función en la tierra. “Aprender lo que es la salvación es nuestra única meta” (3:4). Me encantan
las conmovedoras imágenes de esta frase: “Estamos tratando de descorrer el velo y de ver las
lágrimas del Hijo de Dios desaparecer a la luz del sol” (2:5). ¿Puedes sentir como yo ese tirón,
ese vivo deseo de liberar la luz del mundo que está en ti?

“Hay una luz que este mundo no puede dar. Mas tú puedes darla, tal como se te dio a ti. Y
conforme la des, su resplandor te incitará a abandonar el mundo y a seguirla. Pues esta luz te
atraerá como nada en este mundo puede hacerlo” (T.13.VI.11:1-4).

ECCIÓN 70 - 11 MARZO

“Mi salvación procede de mí”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Darte cuenta de que la salvación no está fuera de ti, que tanto la enfermedad como el
remedio están dentro, y que estás unido a Dios en querer el remedio para ti mismo.

Ejercicios más largos: 2 veces, duración de diez a quince minutos.


• Repite: Mi salvación procede de mí. No puede proceder de ninguna otra parte”.
• Cierra los ojos y durante varios minutos repasa lugares externos en los que has buscado
la salvación: personas, posesiones, situaciones, acontecimientos, imágenes de ti mismo.
Di: “Mi salvación no puede proceder de ninguna de esas cosas (intenta de verdad sentir
esto). Mi salvación procede de mí, y sólo de mí”.
• Luego entra de nuevo en meditación, intentando una vez más atravesar las nubes y
llegar a la luz en ti. Utiliza la misma técnica de ayer (puedes repasar esas instrucciones
si lo deseas). Hoy la diferencia está en que las nubes, en lugar de ser tus resentimientos,
son las cosas externas en las que has buscado la salvación. Ya que tu mente se ha
quedado aferrada a estas nubes (patrones de conducta), puede resultar poco fácil no
quedarse enganchado en ellas. No importa qué método utilices para dejar atrás las
nubes, lo que importa es tu deseo y decisión firme de dejarlas atrás. Un método que te
puede ser muy útil es imaginar que Jesús te lleva de la mano al atravesar las nubes hacia
la luz. Él dice que si lo haces así, no será una imaginación.

Observaciones: Ahora que vamos a subir a dos periodos de práctica más largos, tienes que
hacer lo mismo que antes: decidir de antemano cuando harás esas sesiones más largas y luego
esforzarte para mantener esa decisión. Para acordarte de por qué es importante, lee las
“observaciones” del comentario de la Lección 65.

Recordatorios frecuentes: A menudo.


Di: “Mi salvación procede de mí. No hay nada externo a mí que me pueda detener. En mí se
encuentra la salvación del mundo y la mía propia”. Mientras dices esto, recuerda que
únicamente tus propios pensamientos pueden impedir tu progreso. Esto te pone a ti a cargo de la
salvación.

Comentario
El mensaje de esta lección es una de las enseñanzas centrales del Curso. La culpa y la salvación
están en mi propia mente, y no en otro sitio. “La culpabilidad es sólo una invención de la
mente” (1:5)

Es muy tentador poner la culpa de mis problemas en algún lugar fuera de mí. Instintivamente
evito aceptar la responsabilidad de cualquier problema que tenga, y la idea de que todos ellos
están en mi mente y en ningún otro sitio es aplastante. Sin embargo, considera las consecuencias
de la otra alternativa: que la fuente de mis problemas y de mi culpa están fuera de mí. Si ése es
el caso, soy una víctima indefensa de estas fuerzas externas. No puedo hacer nada al respecto,
excepto despotricar y criticar, lanzando insultos y culpa, y pedir misericordia de unos poderes a
los que no les importo.

Sin embargo, si mis problemas se encuentran únicamente en mi propia mente, entonces puedo
hacer algo al respecto. De hecho, sólo yo puedo hacer algo, y nada externo a mí me puede
impedir que lo haga. “No hay nada externo a mí que me pueda detener” (10:7). Yo tengo todo el
control, mi salvación procede de mí, y sólo de mí. No dependo de nada de fuera de mí mismo, y
por lo tanto ya soy libre.

El “costo” de reconocer que la salvación procede de mí y de ningún otro sitio es que tengo que
abandonar cualquier idea de que la “caballería” va a aparecer a rescatarme. “Nada externo a ti
puede salvarte ni nada externo a ti puede brindarte paz” (2:1). Nada ni nadie puede hacerlo por
mí. Depende de mí. Mi pareja no lo va a hacer por mí. Mi posición y mis riquezas no lo van a
hacer por mí. Mi psiquiatra no lo va a hacer por mí, tampoco mi maestro o gurú. Ni siquiera
Jesús lo hará por mí. El Curso no lo hará por mí. Cualquiera de estos o todos ellos pueden
apoyarme, ayudarme, animarme; sin embargo, al final, mi salvación vendrá de mí mismo, de las
elecciones de mi propia mente. “La idea de hoy te pone a cargo del universo, donde te
corresponde estar por razón de lo que eres” (2:3). Impresionante y un poco alarmante. Yo no
quiero creer que tengo tal poder, pero el no creerlo es lo que me metió en este lío. Ahí está mi
enfermedad.

¡Buenas noticias! Dios quiere que sanemos y seamos felices, y nosotros también. Por lo tanto,
nuestra voluntad es una con la de Dios. Hemos estado eligiendo la enfermedad pero realmente
no la queremos, porque nos hace desgraciados. Así que podemos estar de acuerdo con Dios y
elegir de nuevo, elegir estar bien en lugar de enfermos.

En el ejercicio de hoy nos imaginamos a nosotros mismos apartando de nuevo las nubes para
llegar a la luz. Ayer las nubes representaban nuestros resentimientos; hoy, representan las cosas
en las que hemos buscado la salvación. “No puedes encontrarla (la salvación) en las nubes que
rodean la luz, y es ahí donde la has estado buscando” (8:2). Por extraño que parezca, los
resentimientos y los objetos en los que hemos buscado la salvación no son tan diferentes; un
resentimiento contra un hermano es también una afirmación de que algo de ese hermano nos
hace desgraciados, lo que le convierte también en una posible fuente de salvación: yo sería feliz
si él cambiara. Ver la salvación fuera de mí mismo o tener un resentimiento son medios por los
que cedo mi poder y niego mi única responsabilidad por el universo de mi mente.

En el ejercicio de apartar las nubes, Jesús nos dice: “Si te resulta útil, piensa que te estoy
llevando de la mano, y que te estoy guiando. Y te aseguro que esto no será una vana fantasía”
(9:3-4). Para algunos de nosotros, nos será útil imaginarnos agarrándonos a la mano de Jesús y
siendo conducidos a través de las nubes. Para otros, la imagen puede resultar más
desconcertante que útil; quizá es necesario sanar nuestra relación con él antes de que esa imagen
nos resulte atrayente; por lo pronto yo encuentro inmensamente útil imaginar a alguien que ya
ha estado ahí y que ha vuelto, y que quiere guiarme en el proceso. Él no puede hacerlo por mí,
pero con total seguridad puede ayudarme.
A veces pienso en Jesús como la parte de mi mente que ya ha despertado. Y él es parte de mí, tal
como tú lo eres, y como todos lo son. Él no es un ser divino impresionante a quien no puedo
siquiera parecerme. Él es yo, recordando. Él es yo, despierto. Tomar su mano es identificarme
con el Cristo en mí.

¡Ve derecho a la luz hoy!

LECCIÓN 71 - 12 MARZO

“Sólo el plan de Dios para la salvación tendrá éxito”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Reconocer de verdad que sólo el plan de Dios funciona y alegrarnos de ello, pues
significa escaparnos de la desesperanza del plan del ego y de lo inútil de intentar seguir los dos
planes al mismo tiempo.

Ejercicios más largos: 2 veces, duración diez a quince minutos.


• La primera parte es otro ejercicio de pensar en la idea del día. Concretamente, piensa en
las dos partes de la idea. Primera parte: El plan de Dios tendrá éxito. Según las últimas
lecciones, el plan de Dios se refiere a entrar en contacto con la luz interna y abandonar
los resentimientos, todo lo cual supone cambiar tu mente. Segunda parte: otros planes
no tendrán éxito. Esta lección nos dice que el plan del ego consiste en buscar la
felicidad fuera de ti mismo, albergar resentimientos cuando lo de fuera no colabora, y
negarte a cambiar tu mente. Basándote en la lógica de tu experiencia, intenta llegar a la
conclusión de que sólo el plan de Dios tiene la única esperanza de darte felicidad de
verdad.
• La segunda parte es el primer ejercicio de pedir ayuda del Libro de Ejercicios. Pídele a
Dios que te revele Su plan para ti hoy. Pregunta: “¿Qué quieres que haga? ¿Adónde
quieres que vaya? ¿Qué quieres que diga y a quién?” La buena voluntad que estás
demostrando sólo con hacer esto te da derecho a una respuesta, así que escucha con
confianza. “No te niegues a oírla” (9:8). Una vez que preguntes, escucha la más ligera
indicación interior, no necesita venir en palabras. Si no oyes nada, puedes repetir la
pregunta, haciéndola más concreta: “¿Qué quieres que haga hoy?” o “¿Dónde quieres
que vaya después de comer?”

Recordatorios frecuentes: 6 o 7 por hora, durante medio minuto o menos.


Repite la idea como una afirmación de dónde procede realmente tu salvación.

Respuesta a la tentación: Siempre que te sientas tentado de guardar un resentimiento.


Mantente alerta a los resentimientos durante todo el día. Responde a cada uno diciendo:
“Abrigar resentimientos es lo opuesto al plan de Dios para la salvación. Y únicamente Su plan
tendrá éxito”.

Comentario

Después de que ayer se nos dijera que la salvación procede de mí y sólo de mí, es un poco
fastidioso que se nos diga que sólo el plan de Dios tendrá éxito y que el plan en el que yo creo
(que es el del ego) no vale para nada. Parece como dar y luego quitar, ¿no? Pero en realidad no
dice nada diferente. El plan del ego consiste en buscar la salvación fuera de mí mismo; el plan
de Dios está totalmente centrado en el cambio de mi mente. En el plan de Dios, la salvación
procede de mí; en el del ego, procede de cualquier lugar excepto de mí.
Para el ego, la salvación significa “que si tal persona actuara o hablara de otra manera, o si tal o
cual acontecimiento o circunstancia externa cambiase, tú te salvarías” (2:2). Desde el punto de
vista del ego, básicamente yo soy bueno, yo soy la víctima inocente; el problema está en algo
fuera de mí. Siempre que estoy pensando: “Si esto fuera diferente, me sentiría bien”, estoy
creyendo en el plan del ego para la salvación, porque estoy exigiendo “el cambio de mentalidad
necesario para la salvación… a todo el mundo y a todas las cosas excepto” a mí mismo (2:5).

No tropieces con la frase de sonido religioso “plan para la salvación”. Puede sonarte a algún
folleto barato de Biblia anunciando “el plan de Dios para la salvación”. En ellos a lo que se
refiere la salvación se resume en “yo estaría bien, mis problemas se solucionarían”, y el plan
del ego afirma afirmaba: “Si esto fuera diferente, yo me salvaría”.

En el plan del ego, el único propósito de la mente es calcular lo que tiene que cambiar para que
yo me salve (lo que da por sentado que no soy yo lo que tiene que cambiar). El ego nos dejará
elegir cualquier cosa que no funcione (lo que incluye todo lo que miro, cosas fuera de mí
mismo, ya que la salvación procede de mí y no de algo fuera de mí). El ego me hace buscar en
todos los sitios excepto en el único lugar en el que está la respuesta: en mi propia mente.

El plan de Dios para la salvación es que yo la busque donde está: en mí mismo. Sin embargo,
para que este plan funcione hay una condición: tengo que buscar en mí mismo y en ningún otro
lugar. No puedo buscar la salvación en mí mismo y fuera. Esto únicamente divide mis esfuerzos
entre dos planes diferentes. Hay dos partes en la idea de hoy: 1) El plan de Dios tendrá éxito, y
2) otros planes (por ejemplo, los planes que yo hago) no tendrán éxito.

La lección da a entender que la segunda parte puede parecer deprimente. Podemos sentir una
llamarada de ira. De hecho, lo que nos impide sencillamente aceptar el plan de Dios es que
queremos tener la razón, queremos que nuestros planes tengan éxito. Preferimos tener la razón a
ser felices, aunque la mayoría de las veces no nos damos cuenta de ello. Pero el plan del ego
consiste en guardar resentimientos. ¿No has sentido alguna vez la experiencia de darte cuenta de
que podrías abandonar un resentimiento y ser feliz, pero que de algún modo parece estupendo
estar enfadado? No quieres abandonar el resentimiento. Prefieres tener la razón a ser feliz.

La lección dice: “Únicamente puedes salvarte al cambiar tu mente. No tiene que cambiar nada
de fuera para que tú seas feliz. Puedes elegir la felicidad, en este mismo instante”. ¿Y nuestra
respuesta típica? “El infierno, ¡no! Yo quiero ser feliz, pero antes él tiene que cambiar”. Nos
estamos aferrando a nuestro plan para la salvación y rechazando el de Dios.

Sorprendentemente, la práctica de hoy no trata principalmente de abandonar resentimientos, o


de buscar dentro la salvación. Trata de escuchar. Trata de pedir que Dios nos guíe. Lo
importante es que quitemos las manos de las riendas de nuestra vida y Le demos las riendas a
Dios. Si podemos aprender a hacer eso, podemos empezar a aprender que Su plan funciona
mejor que el nuestro.

LECCIÓN 72 - 13 MARZO

“Abrigar resentimientos es un ataque contra


el plan de Dios para la salvación”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Dejar de atacar el plan de Dios como si fuera algo que no es. Y en su lugar, darle la
bienvenida tal como es, y darte cuenta de que ya se ha llevado a cabo en ti.
Ejercicios más largos: 2 veces, durante diez a quince minutos.
Éste es otro ejercicio de tratar de oír la Voz de Dios. Esta vez Le estás preguntando a Dios
cuál es Su plan para la salvación, para cambiar tus suposiciones acerca de lo que es. Tus
resentimientos te han representado a Dios a tu semejanza, como un cuerpo que se siente
injustamente tratado por el mal comportamiento de otros (lo que incluye tu mal
comportamiento). Desde este punto de vista, tu reconciliación con Él, Él exige (como cualquier
ego) que sacrifiques tus placeres por él y pagues el precio por tus delitos. ¿No ves que este
punto de vista acerca de Su plan es la razón por la que lo has rechazado?

En la sesión de práctica, deja de lado tus suposiciones sobre lo que es el plan de Dios y
pregúntale a Él lo que es. Pregunta de todo corazón: “¿Qué es la salvación, Padre? No lo sé.
Dímelo, para que lo pueda entender”. Mientras escuchas, la actitud que tienes es
importantísima. Ten confianza de que Él te contestará. “Resuélvete a escuchar” (12:6).

Cuando sientas que tu confianza disminuye, repite la pregunta de nuevo, conscientemente,


“recordando que le estás preguntando al infinito Creador de lo infinito, Quien te creó a
semejanza de Sí Mismo” (12:1). Puede ayudarte cambiar las palabras de las frases. Por ejemplo:
“¿Cuál es Tu plan para la salvación? Renuncio a mis suposiciones. Quiero entenderlo de
verdad”. Escucha la más ligera indicación. Confía en lo que escuchas. Puedes escribirlo después
si quieres.

Recordatorios frecuentes: 1 o quizá 2 por hora, durante un minuto o así.


Di: “Abrigar resentimientos es un ataque contra el plan de Dios para la salvación.
Permíteme aceptarlo en lugar de atacarlo. ¿Qué es la salvación, Padre?” Luego espera en
silencio y escucha Su respuesta, mejor con los ojos cerrados.

Comentario

Ésta es una lección larga y nada fácil. El alcance de las ideas presentadas aquí es de enormes
proporciones, incluso para el alumno avanzado del Curso (incluido yo). No hay modo de que yo
dé una explicación detallada de todas las ideas en este breve comentario, así que principalmente
voy a centrarme en unas pocas ideas interesantes.

La fuerza del argumento aquí es que albergar resentimientos siempre está relacionado con el
comportamiento de un cuerpo. De este modo, los resentimientos confunden a la persona con su
cuerpo; se basan en la suposición de que lo que somos es un cuerpo, y que lo que Dios creó son
cuerpos. Puesto que los cuerpos mueren, Dios es un mentiroso cuando promete vida. La muerte
es el último castigo por nuestros pecados, y eso es lo que Dios nos da.

Entonces el ego entra en escena en el papel de “salvador” diciéndonos: “Muy bien, eres un
cuerpo. Así que apodérate de lo que puedas” (6:6). Vemos la salvación como algo relacionado
con el cuerpo. O bien odiamos nuestro cuerpo y lo humillamos o lo amamos y tratamos de
exaltarlo (7:2-3).

“Mientras tu cuerpo siga siendo el centro del concepto que tienes de ti mismo, estarás atacando
el plan de Dios para la salvación” (7:4). ¿Por qué? Porque el plan de Dios no tiene nada que ver
con el cuerpo, tiene que ver con la mente, el ser que tú eres.

Una cosa muy importante que el Curso está intentando hacernos entender es que no somos
cuerpos: “El cuerpo es lo que está fuera de nosotros, y no es lo que nos concierne. Estar sin un
cuerpo es estar en nuestro estado natural” (9:2-3). Esto va en contra de nuestra percepción
habitual. La suposición universal acerca del hombre es que estamos dentro de nuestros cuerpos.
Decir que el cuerpo está fuera de nosotros parece no tener sentido en absoluto. Pero en realidad,
no es una idea tan inconcebible. Hay un modo de entender cómo nuestra consciencia puede
parecer que está en el cuerpo cuando en realidad está en otro sitio.
Muchos de vosotros habréis oído hablar de la realidad Virtual (RV), es decir, un mundo artificial
que puedes experimentar a través de un ordenador. Mi hijo, Ben, está haciendo el doctorado en
Informática en la facultad de Georgia, centrándose en RV. No hace mucho visitó unos
laboratorios de RV en Japón donde estaban experimentando con RV en relación con robots. Se
puso un casco de RV (de modo que sus ojos y oídos entonces contemplaban y oían lo que se
proyectaba en la pantalla de su casco o sonaba a través de los altavoces); llevaba un brazalete de
RV en el brazo y en la mano. Éstos estaban conectados a un robot, que tenía una cámara y un
micrófono sobe su “cabeza”, su brazo y mano mecánicos respondían a los movimientos del
brazo y de la mano de Ben. Ben estaba viendo lo que el robot “veía”, oyendo lo que “oía”, y
cogiendo objetos con la mano del robot.

Luego tuvo una experiencia muy extraña. Giró su cabeza (la del robot), miró al otro extremo de
la habitación, y vio su cuerpo de carne sentado en el otro extremo, llevando puesto aquel raro
artilugio. La consciencia de Ben estaba dentro del robot, aunque su cuerpo estaba al otro lado de
la habitación. Él parecía estar separado de su cuerpo.

Creo que nuestros cuerpos se parecen mucho a ese robot de RV. Nuestra mente recibe sólo la
información de los ojos y los oídos del cuerpo, así nos engañan haciéndonos pensar que estamos
dentro de él. En realidad estamos “en otro lugar”, no dentro del cuerpo. Verdaderamente, lo que
vemos en nuestro cuerpo es sólo realidad virtual. De hecho, el cuerpo está “fuera” de nosotros,
y estar sin un cuerpo es nuestro estado natural.

Uno de los objetivos del Curso es ayudarnos a “ver que nuestro Ser es algo separado del
cuerpo” (9:5). Espero que estos pensamientos te ayuden a tener en cuenta esa posibilidad.

Las sesiones de práctica pretenden que nos concentremos en preguntar: “¿Qué es la salvación,
Padre? No lo sé” (10:6-7).La intención es que abandonemos las ideas que tenemos acerca de la
“salvación”, que giran todas alrededor del cuerpo, ya sea glorificándolo o humillándolo, para
que otra cosa ocupe el lugar de esas ideas. La salvación está en la aceptación de lo que somos, y
lo que somos no es un cuerpo. La lección deja la respuesta acerca de la salvación a nuestra
escucha interior. Dice que si escuchamos, se nos contestará (11:3; 12:5).

LECCIÓN 73 - 14 MARZO

“Mi voluntad es que haya luz”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Otro intento de llegar a la luz en ti, que te mostrará el mundo real.

Ejercicios más largos: 2 veces, duración de diez a quince minutos.


Veo esta lección muy parecida a la Lección 69, donde pasaste una primera fase pensando en lo
mucho que quieres encontrar la luz en ti y luego, en la fase final, entraste en meditación en la
que verdaderamente intentabas llegar a esa luz.
• Pasa varios minutos pensando en que la salvación es tu verdadera voluntad, lo que
quieres de verdad. (Para prepararte, te recomiendo que vuelvas a leer 6-9, poniendo a
menudo tu nombre mientras lo haces). Piensa en que la salvación es tu voluntad, no un
propósito extraño que se te impone. Puesto que llegar a la luz es tu voluntad, puedes
tener confianza en tu intento de encontrarla hoy. Durante tu meditación lleva esta
actitud de “alcanzar la luz es mi voluntad”.
• Luego, “con templada determinación y tranquila certeza” (10:1), dite a ti mismo: “Mi
voluntad es que haya luz. Quiero contemplar la luz que refleja la Voluntad de Dios y la
mía”.
• El resto del periodo de práctica es una meditación en la que intentas llegar a la luz en ti.
Mantén tu verdadera voluntad en la mente y déjala que, unida a Dios y a tu Ser, te lleve
a la resplandeciente luz en el centro de tu mente. Recuerda responder a las distracciones
con la idea y, sobre todo, recuerda mantenerte en contacto con tu voluntad de
experimentar la luz.

Recordatorios frecuentes: Varios cada hora.


Di: “Mi voluntad es que haya luz. La obscuridad no es mi voluntad”.Si lo dices como una
auténtica “declaración de lo que realmente deseas” (11:1), obtendrás más de ello.

Respuesta a la tentación: Siempre que te sientas tentado a albergar un resentimiento.


Es importante decir: “Mi voluntad es que haya luz. La obscuridad no es mi voluntad”.
Recordar que no es tu voluntad guardar resentimientos te liberará de aferrarte a ellos.

Comentario

Ésta es una lección sobre nuestra voluntad: “la voluntad que compartes con Dios” (1:1). Me
gustaría centrarme sólo en lo que en esta lección se dice sobre nuestra voluntad.

Primero, es una voluntad que compartimos con Dios. Es decir, el Curso dice que nuestra
voluntad es idéntica a la Voluntad de Dios. Queremos lo mismo que Dios quiere para nosotros,
porque fuimos creados como extensiones de Su Voluntad; ¿qué otra cosa puede ser nuestra
voluntad sino la misma que la Suya?

“Tu paternidad y tu Padre son uno. La Voluntad de Dios es crear, y tu voluntad es la Suya. De
ello se deduce, pues, que tu voluntad es crear, toda vez que tu voluntad procede de la Suya. Y al
ser tu voluntad una extensión de la Suya tiene que ser, por lo tanto, idéntica a la de Él”
(T.11.I.7:6-9).

Nuestra “verdadera” voluntad (que según la definición del Curso es nuestra única voluntad) no
es lo mismo que los deseos del ego: la enorme variedad de pensamientos que parecen estar en
conflicto con la Voluntad de Dios y con la de todos. Desde el punto de vista del Curso éstos no
son nuestra voluntad, únicamente son deseos del ego. Un deseo de atacar, no importa cuánto
podamos identificarnos con él, no puede ser nuestra voluntad; sólo puede ser un vano deseo del
ego. Nuestra voluntad representa a nuestro Ser tal como Dios nos creó, cualquier cosa que
parezca venir de una fuente diferente no es voluntad sino deseo. Concretamente lo que esto
significa es que los pensamientos de nuestro ego no son parte de nuestro verdadero Ser, y que en
realidad no los queremos.

“La voluntad que compartes con Dios encierra dentro de sí todo el poder de la creación” (1:3).
Por lo tanto, nuestra voluntad tiene que cumplirse, nada puede oponerse a ella. Tendremos lo
que de verdad queremos porque nuestra voluntad tiene todo el poder de la creación, mientras
que los deseos del ego no tienen ningún poder en absoluto. Creemos en la ilusión de que los
deseos de nuestro ego lo pueden casi todo, y lo que pensamos de nuestra más elevada voluntad
a menudo parece débil en comparación. Esto no es verdad. Únicamente puede parecer que es
verdad durante un tiempo limitado; finalmente, la voluntad de nuestro Ser debe hacerse
inevitablemente.

“Pierdes conciencia de tu voluntad en este extraño intercambio” (3:1). Nuestra consciencia no


está en contacto con la voluntad de nuestro Ser. La necesidad de resentimientos de nuestro ego
ha fabricado figuras en nuestra mente, “figuras que parecen atacarte” (2:2), imágenes del pasado
que ponemos sobre nuestras percepciones en el presente, así podemos reaccionar a las personas
en el presente como si fuesen las figuras de nuestro pasado. Este tráfico de resentimientos ha
ocultado de nuestra consciencia nuestra verdadera voluntad, cubriéndola con los deseos del ego
haciendo que esos deseos parezcan nuestra voluntad. Y ya no somos conscientes de qué es lo
que queremos de verdad.

“¿Iba a crear la Voluntad que el Hijo comparte con su Padre semejante mundo?” (3:2). La
respuesta es “No”. ¿Cómo podríamos haber querido un mundo de ataque y de juicios? Está
claro que esto no es algo que pueda desear nadie. El mundo que vemos refleja los deseos del
ego, no nuestra voluntad.

“Hoy trataremos una vez más de ponernos en contacto con el mundo que está de acuerdo con tu
voluntad” (4:1). Éste es el “mundo real”, tal como el Curso lo define. Hay un mundo que está de
acuerdo con nuestra voluntad. No lo vemos ahora, pero podemos verlo.

“Sin embargo, la luz que resplandece sobre dicho mundo es un reflejo de tu voluntad. Por lo
tanto, es dentro de ti donde la buscaremos” (4:5-6). El mundo real refleja nuestra verdadera
voluntad, lo que verdaderamente queremos en nuestro Ser eterno. La luz que brilla sobre el
mundo está en nosotros, y podemos encontrar ese mundo buscando la luz dentro de nosotros.

“El perdón despeja las tinieblas, reafirma tu voluntad y te permite contemplar un mundo de luz”
(5:4). El perdón permite que abandonemos los resentimientos, eliminando así los puntos
obscuros en nuestra mente que estamos proyectando como manchas obscuras sobre el mundo, al
igual que una mota de polvo en un proyector de películas proyecta una mancha negra sobre la
pantalla. El perdón nos permite ver el mundo tal como nuestro Ser quiere verlo de verdad, el
perdón reafirma nuestra voluntad.

“El sufrimiento no es felicidad, y la felicidad es lo que realmente deseas” (6:5). Parece tonto
decir algo como “el sufrimiento no es felicidad”, y sin embargo a menudo lo tratamos como si
fuese felicidad. Parecemos preferir nuestro dolor a arriesgarnos a algo nuevo; por lo menos
sabemos cómo sufrir, y por raro que perezca tenemos miedo de que no sabremos cómo actuar si
somos felices. Pero en realidad no queremos sufrir, ¿cómo vamos a quererlo? ¿Cómo va a
quererlo alguien? En realidad, nuestra voluntad es la felicidad.

“Y, por lo tanto, la salvación es asimismo tu voluntad” (6:7). Si queremos felicidad, queremos la
salvación, porque la salvación es felicidad. Salvación significa felicidad. Queremos liberarnos
del sufrimiento, queremos ser felices.

A veces me sorprende lo poderoso que puede ser este mensaje. La mayor parte del tiempo
parece como si yo tuviera una mente dividida: parte de mí quiere ser feliz, y parte de mí
estropea mis esfuerzos. ¿No es extraño lo habitual que es este pensamiento: “Es demasiado
bueno para durar”? O ¿“Nada dura para siempre”? O ¿“En toda vida tiene que caer un poco de
lluvia”? Algo en nosotros nos dice que no podemos ser felices todo el tiempo, que no nos lo
merecemos, o incluso que no podríamos soportarlo. ¡Ideas ridículas! La voluntad de nuestro
verdadero Ser, con todo el poder de la creación apoyándole, es que seamos felices. Por lo tanto,
lo seremos. Tiene que ser así.

“Quieres aceptar el plan de Dios porque eres parte integrante de Él. No tienes ninguna voluntad
que realmente se pueda oponer a ese plan, ni tampoco es ése tu deseo” (7:2-3)

¡Realmente quiero la Voluntad de Dios, mi voluntad es la misma que la Suya! Quiero aceptar la
salvación. No hay ninguna parte de mi voluntad que se oponga a ello; únicamente los vanos y
míseros deseos del ego parecen oponerse. Así que no puedo perder; no puedo fracasar. Mi
voluntad no es diferente de la de Dios.
“Por encima de todo, quieres tener la libertad de recordar quién eres realmente. Hoy es el ego el
que se encuentra impotente ante tu voluntad. Tu voluntad es libre, y nada puede prevalecer
contra ella” (7:5-7)

El poder de tu voluntad y de la mía puede traer luz a este mundo si elegimos reclamarla.
Sencillamente nos damos cuenta de lo que queremos y decimos: “Mi voluntad es que haya luz”.
Y habrá luz. Tal como Dios dijo: “Hágase la luz”, y hubo luz. Porque nuestra voluntad es
creativa como la Suya.

LECCIÓN 74 - 15 MARZO

“No hay más voluntad que la de Dios”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Darte cuenta de que no puedes estar en conflicto, porque tu voluntad y la voluntad
de todos es la Voluntad de Dios. Experimentar la paz que procede de este hecho.

Ejercicios más largos: 2 veces, duración de diez a quince minutos.


• Di: “No hay más voluntad que la de Dios. No puedo estar en conflicto.” Repite estas
frases de una manera especial: “varias veces, lentamente y con la firme determinación
de comprender su significado y de retenerlos en la mente” (3:1).
• Luego durante varios minutos deja que te vengan pensamientos relacionados. Recuerda
tu entrenamiento en esto.
• Si te vienen pensamientos acerca de conflictos en tu vida, rápidamente deséchalos
diciendo: “No hay más voluntad que la de Dios. Estos pensamientos conflictivos no
significan nada.” Si un conflicto determinado continúa intentando introducirse,
sepáralo. Brevemente identifica a la persona y situación de que se trata y di: “No hay
más voluntad que la de Dios. Yo la comparto con Él. Mis conflictos con respecto a____
no pueden ser reales.” Probablemente necesitarás tener los ojos abiertos durante esta
parte para consultar las frases que tienes que repetir.
• En este momento, tu mente debería estar despejada y preparada para volverte hacia
dentro. El resto del ejercicio es una meditación en la que te sumerges hacia abajo y
adentro, al lugar de paz en el que la Voluntad de Dios es tu voluntad. Si estás teniendo
éxito, sentirás una paz gozosa y despierta. Niégate a caer en una falsa paz de
ensimismamiento. Repite la idea tan a menudo como necesites para salir de él.

Observaciones: Los comentarios de los párrafos 5 y 6 están entre los más importantes del Libro
de Ejercicios acerca de la meditación. Deberías tenerlos presentes en cada meditación. Por una
parte, te dice que no confundas la meditación con retirarte de los conflictos de la vida a un
mundo de fantasía mental. Por otra parte, te pide que hagas todo lo que puedas para evitar esa
retirada. Esto significa: no te dejes llevar a la deriva dentro de ese adormilamiento de falsa paz
en que puede terminar fácilmente la meditación. La verdadera paz es despierta y gozosa, no
adormilada y perezosa. Cuando empieces a caer en el ensimismamiento, repite la idea para sacar
a tu mente de él. “Haz esto cuantas veces sea necesario” (6:4). Es mejor hacer esto una y otra
vez, aunque no encuentres la paz que buscas, que quedarse dormido en esa bruma adormilada.

Recordatorios frecuentes: A intervalos regulares que puedes elegir de antemano (sugerencia:


cada media hora), durante uno o dos minutos.
• Di: “No hay más voluntad que la de Dios. Hoy busco Su paz.”
• Luego haz una breve meditación en la que intentas encontrar esa paz, con los ojos
cerrados si es posible.

Comentario

Esta lección afirma que esta idea “se puede considerar como el pensamiento central hacia el
cual se dirigen todos nuestros ejercicios” (1:1). El Curso hace afirmaciones semejantes sobre
ideas que parecen totalmente diferentes de ésta, por ejemplo: “¡El mundo no existe!”
(L.132.6:2). Sin embargo, todas las ideas identificadas como “pensamiento central” pueden
resumirse a lo que podemos llamar “no-dualismo”. Es decir, Dios no tiene opuesto, no existe
nada aparte de Él y de Sus creaciones. El demonio no existe, ni ningún poder que se oponga a
Él, ni nada que exista separado de Él y pueda tener una voluntad diferente.

Decir que nada puede tener una voluntad diferente de la de Dios nos incluye a nosotros. El
resultado de creer esto es que el conflicto abandona nuestra mente. ¿Cómo puede estar nuestra
mente en conflicto si no tenemos una voluntad en conflicto con la de Dios?

Aunque, ¿qué podemos decir de nuestra experiencia habitual de querer cosas que pensamos que
se oponen a Dios, o de querer hacer lo que Él no quiere que hagamos? ¿O incluso algo más
terrenal como sentirnos divididos entre deseos conflictivos? Si no hay más voluntad que la de
Dios, ¿cómo es posible tal experiencia?

La respuesta real es: no es posible, a menos que se trate de ilusiones: “Sin ilusiones el conflicto
no es posible” (2:4). El conflicto sólo existe entre dos ilusiones. En la realidad no hay conflicto,
y tampoco entra en conflicto la realidad con las ilusiones:

“La guerra contra ti mismo no es más que una batalla entre dos ilusiones… No existe conflicto
alguno entre ellas y la verdad… La verdad no lucha contra las ilusiones ni las ilusiones luchan
contra la verdad. Las ilusiones sólo luchan entre ellas.” (T.23.I.6:1-2; 7:3-4)

Cuando parece que hay una voluntad opuesta a la de Dios, ya sea fuera de nosotros o dentro de
nosotros, estamos viendo ilusiones.

“No hay más voluntad que la de Dios. No puedo estar en conflicto” (3:2-3). Ésta es la verdad. A
menudo he descubierto que los pensamientos conflictivos en mi mente se calman simplemente
al reconocer que no significan nada y que el conflicto no puede ser real. No es posible la paz si
creo que mi mente puede estar en conflicto, pero cuando me doy cuenta de que no puedo estar
en conflicto, el resultado es una paz increíble.

Hay una observación muy interesante en el párrafo 5 acerca de distinguir la realidad de los
sentimientos de paz como lo opuesto de la falsa paz que resulta del abandono y la represión.
Según 5:4, la paz verdadera produce “una profunda sensación de dicha y mayor agudeza
mental”, mientras que la falsa paz produce “somnolencia y debilitamiento”. En nuestros
intentos de entrar en la quietud y sentir nuestra paz, se nos aconseja que evitemos el abandono y
que nos llevemos de regreso a la atención vigilante mediante la repetición de la idea de hoy. “Es
ciertamente ventajoso negarse a buscar refugio en el ensimismamiento, aun si no llegas a
experimentar la paz que andas buscando” (6:5). De esto podemos suponer que incluso el
conflicto consciente es mejor que el conflicto reprimido, aunque el propósito es darnos cuenta
de la irrealidad del conflicto y de este modo experimentar la paz.

Otro pensamiento: Éstas son instrucciones muy detalladas para la meditación, y muestran que se
confía en que los alumnos están intentando hacer estos ejercicios durante diez o quince minutos
dos veces al día.
LECCIÓN 75 - 16 MARZO

“La luz ha llegado”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Dejar a un lado tus percepciones sin perdón del mundo y contemplarlo con la visión.
Hoy es un día de celebración especial, pues será un nuevo comienzo: “el comienzo de tu visión
y del panorama que ofrece el mundo real” (11:2).

Ejercicios más largos: 2 veces, duración de diez a quince minutos.


• Dite a ti mismo, como si estuvieras anunciándote “las buenas nuevas de tu liberación”
(5:3): “La luz ha llegado. He perdonado al mundo”.
• El resto de la sesión de práctica es un ejercicio de intentar ver el mundo que la visión te
muestra. Empieza retirando conscientemente todo el significado que le has dado al
mundo. Imagínate que tu mente está “libre de todas las ideas del pasado y de todo
concepto que hayas inventado” (6:2). Imagínate que “todavía no sabes qué aspecto tiene
(el mundo) (6:5). Este acto de limpiar los significados que has escrito sobre el mundo es
también un acto de perdonar al mundo, y esto es lo que te concede la visión.
• Luego espera, con los ojos abiertos, para que te llegue la visión. Mientras lo haces, con
paciencia y lentamente repite de vez en cuando: “La luz ha llegado. He perdonado al
mundo”. La actitud principal a tener mientras esperas es de confianza, de que
experimentarás la visión porque “tu perdón te da derecho a la visión” (7:1), y porque el
Espíritu Santo está ahí contigo y no fallará en darte el regalo de la visión. Mientras
esperas dite estas cosas a ti mismo y al Espíritu Santo, y de ese modo date a ti mismo la
confianza que necesitas. Y cuando se debilite tu confianza, repite de nuevo las líneas
con las que empezaste, y luego continúa esperando que te llegue la visión.

Recordatorios frecuentes: Cada quince minutos.


Lleno de alegría recuérdate a ti mismo que hoy es un tiempo de celebración diciendo: “La luz
ha llegado. He perdonado al mundo”. Dilo con una sensación de agradecimiento a Dios. Dilo
como la celebración por la sanación de tu vista. Dilo lleno de la confianza de “que este día será
un nuevo comienzo” (9:5).

Respuesta a la tentación: Siempre que te sientas tentado a disgustarte con alguien.


No dejes que esta persona te arrastre a la obscuridad. En su lugar dile: “La luz ha llegado. Te
he perdonado”.

Comentario

En esta lección, como en otras, el Curso habla de mí como si yo hubiese aceptado su mensaje y
hubiese perdonado al mundo, como si este mismo día yo estuviese preparado para ver el mundo
real, como si hubiese alcanzado su meta de paz. Quizá hoy no me siento merecedor de esa
confianza. Sin embargo, si lo que hemos estado leyendo los dos últimos días es verdad,
cualquier idea que yo tenga de que mi voluntad es diferente de la de Dios es sólo una ilusión.
Mi verdadero Ser, del que yo soy consciente en mi mente recta, es exactamente tal como esta
lección lo describe. Esta lección es la verdad acerca de mí mismo, lo haya reconocido o no.

Si siento que soy hipócrita al practicar esta lección tal como se indica, no importa. Si aparecen
dudas acerca de mí cuando digo: “He perdonado al mundo” (5:5; 6:9; 10:3), dejo que las dudas
se queden ahí, no les doy el poder de molestarme. Simplemente estoy afirmando la verdad
acerca de mí mismo. Hoy estoy en paz y llevo la paz conmigo dondequiera que yo voy (1:5).
“La luz ha venido”. Me permito a mí mismo creerlo, dejo que entre este conocimiento en mi
mente.
Sea cual sea mi experiencia hoy, esta lección es verdad. No puedo oponerme a lo que está
dentro de mí, no puedo ser algo distinto a lo que Dios me creó. “El desenlace final es tan
inevitable como Dios” (T.2.III.3:10). “Nuestro único propósito hace que la consecución de
nuestro objetivo sea inevitable” (4:3). Veré el mundo real, veré el reflejo del Cielo por todas
partes.

¿Siento que me falta seguridad de las palabras de la lección de hoy? Por eso precisamente
necesito repetirlas. Quizá si estoy dispuesto a decirlas, a afirmar que esto es lo que quiero ser, el
Espíritu Santo añadirá Su poder a mis palabras y las haga verdad para mí. Quizá incluso hoy.
“La luz ha venido”. Está aquí, ahora mismo, junto a mí, disponible para mí.

“El espíritu Santo estará contigo mientras observas y esperas. Él te mostrará lo que la verdadera
visión ve. Ésa es Su Voluntad y tú te has unido a Él. Espéralo pacientemente. Él estará allí”
(7:5-9). Así que espero. Espero “con paciencia” y no con ansiedad. Puede que lleve tiempo
mostrarse, pero espero con paciencia, con confianza, sabiendo que Su promesa no puede fallar.
La visión que busco vendrá a mí. “Él estará allí”.

Se nos dice “Dile que sabes que no puedes fracasar en tu empeño porque confías en Él” (8:1).
Así que lo digo, rezo:”Espíritu Santo, sé que no puedo fracasar porque confío en Ti”. Afirmo mi
confianza en mi Ser, afirmo la verdad acerca de mí, y dejo a un lado las mentiras que he creído.
Puedo tener confianza en que este día es un nuevo comienzo para mí. Algo ha cambiado dentro
de mí, y sé que quiero la paz y la luz de las que habla esta lección. Sé que puesto que las quiero,
debido a lo que soy, y debido a que estoy unido al poder del Espíritu Santo en quererlo y de
acuerdo a la Voluntad de Dios, no puedo fracasar.

El día de hoy está dedicado a la serenidad (11:1). Hoy está dedicado a la celebración del
comienzo de mi visión. Me acepto mí mismo tal como Dios me creó. “La luz ha llegado”.

LECCIÓN 76 - 17 MARZO

“No me gobiernan otras leyes que las de Dios”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Entender realmente que no te gobiernan otras leyes que las de Dios, ver la libertad
en esta idea, y alegrarte de que así sea.

Ejercicios más largos: 2 veces, duración de diez a quince minutos.


• En la primera fase, repasa brevemente las diferentes “leyes” en las que crees. Éstas
incluyen las leyes corporales: tales como las leyes de la nutrición, de la medicina, y de
economía; las leyes sociales: tales como las leyes de la reciprocidad y de las buenas
relaciones; las leyes religiosas: que determinan lo que debes darle a Dios para que Él te
garantice Sus regalos.
• Rechaza estas “leyes” con el pensamiento de que no hay otras leyes que las de Dios.
Luego espera en receptivo silencio oír la Voz de Dios (éste es otro ejercicio de escuchar
al Espíritu Santo). Mientras escuchas, de vez en cuando repite la idea, como una
invitación a la Voz de Dios para que te ayude a entender de verdad esta idea. Cuando
oigas al Espíritu Santo, Él puede decirte que las leyes de Dios sólo dan, a diferencia de
las “leyes” del mundo. Las leyes de Dios no piden pago por darte bendiciones sin fin.
Puede continuar hablándote de todas las bendiciones que estas leyes te ofrecen,
incluyendo los infinitos gozos del Cielo, todos los cuales proceden del infinito Amor de
Dios por ti. Recuerda escuchar con confianza, sabiendo que incluso aunque ahora no
oigas nada, La Voz de Dios continúa todavía hablándote, y que tu escucha de hoy te
acercará más a oír de verdad. Si escuchas algo, puedes escribirlo luego si quieres.
• Termina repitiendo la idea.

Recordatorios frecuentes: de 4 a 5 por hora (como mínimo).


Repite la idea como una declaración de libertad de todas las leyes tiránicas de este mundo, y
en reconocimiento de que únicamente vives bajo la bendición del Amor de Dios.

Respuesta a la tentación: Siempre que te sientas sometido a las leyes de este mundo.
Repite la idea. Debido a que generalmente damos por sentado las leyes de este mundo, no
siempre nos damos cuenta cuándo nos sentimos oprimidos por ellas.

Por lo tanto, puedes explorar tu mente de vez en cuando para buscar las cosas que te esclavizan
e identificar las leyes en las que se basan. Por ejemplo, en cualquier momento dado puedes
descubrir que te esclavizan las leyes del hambre, del tiempo (trabajos con límite de plazo), del
dinero (puede que tengas escasez de dinero), de la dinámica social (puedes estar en una
situación políticamente delicada). Observa las leyes que te están esclavizando y responde a ellas
repitiendo la idea como una declaración de que te has liberado de ellas de verdad.

Comentario

Ésta es quizá una de las lecciones más desafiantes del Libro de Ejercicios. Se enfrenta y echa al
traste toda la parafernalia de protecciones de seguridad y substitutos de la salvación que hemos
inventado, y de los cuales nos hemos convencido a nosotros mismos que dependemos. Nos
impacta con sus afirmaciones enérgicas. Si estamos abiertos a lo que dice, empezaremos a ver
que el Curso desafía todas nuestras suposiciones básicas sobre la vida y sobre nosotros mismos.
Estamos más atrincherados en las ilusiones del ego de lo que hasta ahora nos hemos dado
cuenta.

El punto de vista siguiente es el fondo de esta lección:


1. Somos mente perfecta y sin forma, cada uno de nosotros parte de una totalidad perfecta,
pero hemos deseado separar y dividir una pequeña parte de la mente para llamarla “yo”.
Además, no sólo hemos deseado hacerlo, sino que nos hemos convencido a nosotros
mismos que de verdad lo hemos hecho. Nuestra sensación de identidad se limita a este
pequeño fragmento de mente. Nuestra mente se siente enormemente culpable a causa de
esta creencia, que es falsa.
2. Hemos inventado un mundo lleno de cuerpos por dos razones: primera, para apoyar
nuestras ilusiones de separación; y segunda, para escapar de la culpa en nuestra mente
proyectando esa culpa sobre el mundo y los “otros”. Nos hemos identificado
principalmente con nuestro propio cuerpo, en lugar de incluso hacerlo con el pequeño
fragmento de mente que percibimos como que está “dentro” del cuerpo.
3. Creyendo que somos el cuerpo, y que nosotros (nuestro cuerpo) estamos amenazados
por muchas cosas en el mundo, hemos ideado una interminable lista de medios para
proteger y conservar nuestro cuerpo. Éstas son las “leyes” del mundo de las que se
habla en esta lección.

La primera frase de la Lección 76 se refiere a una afirmación anterior, en los tres primeros
párrafos de la Lección 71, que señalaban en cuántas cosas sin sentido hemos buscado nuestra
salvación (que pueden entenderse como protección, o seguridad, o incluso felicidad). En la
Lección 71, el factor principal acerca de cada una de estas cosas era el pensamiento: “Si esto
fuera diferente, me salvaría” (L.71.2:4).La Lección 76 ahora añade el pensamiento de que “cada
una de ellas te ha aprisionado con leyes tan absurdas como ellas mismas” (1:2). Por ejemplo, si
buscamos buena salud física para “salvarnos”, quedamos esclavizado por un montón de leyes
que gobiernan la salud: nutrición, medicina, etc.
La lección identifica muchas de las supuestas leyes a las que creemos que estamos sometidos: la
necesidad de dinero ( papel moneda y discos de metal), uso de medicinas para protegernos de la
enfermedad, necesidad de interacción física con otros cuerpos (sexo, compañía), leyes de la
medicina, de economía, y salud (nutrición, ejercicio, sueño, vitaminas), cualquier modo que
utilizamos para proteger el cuerpo, “leyes” de la amistad y reciprocidad (ser justo), incluso leyes
“religiosas”.

No estamos aprisionados por ninguna de estas leyes (1:3). Ésta es una afirmación sorprendente
y casi increíble. Sin embargo, para entender nuestra libertad de estas leyes, primero tenemos que
“darnos cuenta de que la salvación no se encuentra en ninguna de ellas” (1:4). En otras palabras,
tenemos que darnos cuenta de que nuestro cuerpo y nuestro ego no necesitan protección.
Tenemos que deshacer el error de identificación que hemos cometido. Por supuesto, ese
deshacimiento es de lo que trata Un Curso de Milagros.

Al decir que nos “atamos” a nosotros mismos “a leyes que tampoco tienen sentido” (1:5)
mientras buscamos la salvación intentando cambiar algo, cualquier cosa, que no sea nuestra
mente, el Curso nos dice que estar sometidos a estas leyes del mundo es algo que hemos elegido
y que continuamos eligiendo en cada momento. Al seguir los mandatos de nuestro propio ego en
sus intentos de protegerse a sí mismo a costa de nuestra realidad, continuamos ciegamente
buscando la salvación fuera de nosotros mismos. Esa búsqueda ciega es la que nos ata a las
leyes del mundo. Por consiguiente, terminar esa búsqueda equivocada nos librará de las leyes
de este mundo.

Creemos que los milagros significan la sanación repentina del cuerpo, o la llegada de dinero de
una fuente inesperada, o la aparición de alguien o de algo que creemos que nos dará la felicidad.
Creer esto es también buscar la salvación fuera de nuestra propia mente, y continuará atándonos
a las leyes de este mundo. Lo que es peor, también continúa haciendo que nos parezca real
nuestra identidad como egos separados.

La idea de vivir sin ninguna necesidad de dinero, o medicinas, o medios físicos de protección le
atrae a todo el mundo. Ese estado puede ser nuestro, pero únicamente sin buscarla. El mundo y
sus leyes no es donde se encuentra nuestra libertad. Libertad no es tener todo el dinero que
necesitamos proporcionado mágicamente. Libertad no es tener perfecta salud física. Libertad no
es tener “buenas” relaciones. La libertad no tiene nada que ver con nuestro cuerpo. La libertad
solo puede encontrarse dentro de nosotros mismos.

“El cuerpo se ve amenazado por la mente que se hace daño a sí misma” (5:2). Toda nuestra
escasez y sufrimiento físico es producido de manera inconsciente por nuestra propia mente, para
que la mente no se dé cuenta de que es su propia víctima (5:3-5). Debido a nuestra culpa
primaria, causada por nuestra creencia en la realidad de la separación, nuestra mente “se ataca
así misma y quiere morir” (5:5). Por esta razón creemos que somos un cuerpo (el cual muere).
Las “leyes” que creemos que tenemos que obedecer para salvar nuestro cuerpo son sólo un
intento de la mente de disfrazar el verdadero problema, que es sus propios pensamientos de
culpa y separación.

“Las leyes de Dios dan eternamente sin jamás quitar nada” (9:6). Las “leyes” del mundo no son
como las de Dios, por lo tanto no pueden ser reales porque no proceden de Dios. Y “no hay más
leyes que las de Dios” (9:1). En la práctica de hoy se nos pide que pensemos en nuestras
insensatas leyes, y luego que escuchemos muy dentro para “escuchar la Voz que te dice la
verdad” 92. Esta Voz nos hablará del eterno Amor de Dios, de Su deseo de que conozcamos “la
dicha infinita” (10:5), y Su anhelo de usarnos como canales de Su creación (10:6). Si oímos este
mensaje de Amor dentro de nosotros, nuestros pensamientos de culpa y separación
desaparecerán. Nos daremos cuenta de Quién somos. Y al hacerlo, nuestro deseo demente de
atacarnos y matarnos a nosotros mismos se acabará. La causa de nuestra falsa búsqueda
desaparecerá, y con ella, nuestro aprisionamiento a las “leyes” que gobiernan estos ídolos que
hemos fabricado.

Al llevar nuestra “leyes” imaginarias ante las leyes de Dios -leyes en las que no existe la
pérdida, ni el dar o recibir pago, ni intercambios o substituciones, sino sólo el Amor de Dios sin
condiciones- estamos llevando nuestras ilusiones ante la verdad (ver T. 14.VII.1-4, para una
excelente aclaración de la razón por la que estos dos sistemas de creencias deben ponerse juntos
para que todo lo falso desaparezca a la luz de la verdad).

LECCIÓN 77 - 18 MARZO

“Tengo derecho a los milagros”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Reclamar los milagros que te pertenecen, reclamar la seguridad de que son
realmente tuyos, y negarte a contentarte con menos.

Ejercicios más largos: 2 veces, durante diez o quince minutos.


• Repite la idea con confianza como una petición de los milagros que Dios te ha
prometido. Cierra los ojos y recuérdate a ti mismo 1) que estás pidiendo lo que te
pertenece, y 2) que al aceptar los milagros confirmas el derecho a los milagros de todo
el mundo.
• Durante el resto de la sesión de práctica, espera en silencio con confianza a que el
Espíritu Santo te asegure que tu petición se te ha concedido, que realmente tienes
derecho a los milagros. En otras palabras, esto es otro ejercicio de esperar algo del
Espíritu Santo. En lecciones anteriores (71, 72, 75, 76), esperabas dirección,
comprensión, o una experiencia de la visión. Aquí esperas la seguridad de que el
almacén de milagros está abierto para ti realmente, de que es tuyo de verdad.
1. Espera con la mente en silencio y lleno de esperanza.
2. Espera con confianza. Puesto que pides la confirmación de algo que ya es tuyo,
puedes pedir sin ninguna duda.
3. De vez en cuando renueva tu petición y tu confianza repitiendo la idea.

Recordatorios frecuentes: Muy a menudo.


Repite la idea. A lo largo del día estate alerta a las situaciones en las que pedir un milagro.
“Reconocerás tales situaciones” (7:5). Luego pide un milagro con confianza repitiendo la idea.

Respuesta a la tentación: Siempre que te sientas tentado a guardar un resentimiento.


Di rápidamente “No intercambiaré milagros por resentimientos. Quiero únicamente lo que me
pertenece. Dios ha establecido mi derecho a los milagros”. No aceptes quedarte satisfecho con
algo que no sea un milagro.

Comentario

Lo que hoy celebramos es nuestra verdadera Identidad, como seres que somos uno con Dios
(1:3, 5, 6).La clave para lo que el Curso llama “salvación” es simplemente recordar lo que
somos. Me gusta el triple resumen con el que empieza la lección. Cambiando un poco las
palabras, los tres puntos son:
• Lo que somos nos da derecho a los milagros.
• Lo que Dios es garantiza que recibiremos milagros.
• Nuestra unidad con Dios significa que ofreceremos milagros a otros.
Nada de lo que pensamos acerca de nosotros, ningún poder especial que creamos tener, y ningún
ritual que hagamos, nos traerá milagros. Vienen a nosotros debido a lo que somos, debido a algo
que es parte de nuestro Ser. Los requisitos para los milagros se nos dieron en la creación, no
tenemos que ganárnoslos.

Él (el Espíritu Santo) nunca te preguntará qué has hecho para ser digno del regalo de Dios. Así
pues, no te lo preguntes a ti mismo. Acepta, en cambio, Su respuesta pues Él sabe que tú eres
digno de todo lo que Dios dispone para ti. No trates de librarte del regalo de Dios que el Espíritu
Santo tan libre y gustosamente te ofrece. Él te ofrece sólo lo que Dios Le dio para ti. No tienes
que decidir si eres merecedor de ello o no. Dios sabe que lo eres” (T.14.III.11:4-10).

La lección afirma que se nos “ha prometido total liberación del mundo que construimos” (3:2),
de toda la obscuridad, del dolor, del sufrimiento y de la muerte que resultan de nuestros intentos
de separación. Más allá de ello se nos “ha asegurado que el Reino de Dios se encuentra dentro
de ti y que jamás lo puedes perder” (3:3). Hoy estamos decidiendo no ponerlos en duda, sino
aceptarlos como hechos. Se puede escapar de la obscuridad, y la luz nunca se ha perdido. Y así,
hoy, fijamos nuestra mente en la decisión “de no conformarnos con menos” (3:5).

Los periodos de práctica más largos empiezan con un breve momento de afirmación,
recordándonos a nosotros mismos que tenemos derecho a los milagros, y que los milagros no se
dan a uno a costa de otro. Al pedir para mí, estoy pidiendo para todos. Después de ese breve
recordatorio, se pasa la práctica en quietud, esperando una sensación interna de seguridad de
que los milagros que hemos pedido se nos han concedido. Ya que estamos pidiendo lo que es la
Voluntad de Dios, para la salvación del mundo, existen todas las razones para creer que Él
responderá favorablemente a nuestras peticiones.

En realidad, pedir milagros no es realmente pedir nada. Es una afirmación de lo que siempre es
verdad. El Espíritu Santo no puede sino asegurarnos que se nos ha concedido nuestra petición
(6:1-3).¿Cómo podría responder de manera diferente? Él no puede negarnos nuestra oración sin
negar la verdad, y Él habla sólo en favor de la verdad. “Nada real puede ser amenazado. Nada
irreal existe” (T.In.2:2-3). Esto es lo que afirma esta clase de oración.

En la descripción de las sesiones cortas de práctica, se nos dice que pidamos milagros “cada vez
que se presente una situación que los requiera” (7:4). Luego dice: “Reconocerás tales
situaciones” (7:5). Aquí no hay pregunta, ni siquiera la necesidad de explicar cómo lo sabremos.
“Reconocerás tales situaciones”. Algo dentro de nosotros sabe cuándo pedir un milagro. Fíjate
también en que no intentamos producir el milagro nosotros, con nuestros propios recursos; se lo
pedimos al Espíritu Santo. Nos volvemos con nuestra necesidad a la Fuente de los milagros; no
intentamos ocupar el lugar de la Fuente. Lo que somos es lo que nos da nuestro derecho a los
milagros, pero no dependemos de nosotros mismos para encontrarlos (7:6).

Recordemos que un “milagro”, tal como el Curso lo entiende, no significa necesariamente


ningún cambio visible. “Los milagros son pensamientos” (T.1.I.12:1). Son cambios aparte del
nivel del cuerpo, un modo en el que reconocemos nuestra propia valía y la de nuestro hermano
al mismo tiempo (T.1.I.17:2; 18:4). Un milagro es una corrección en el pensamiento falso
(T.1.I.37:1). Los milagros son siempre expresiones de amor, “pero puede que no siempre tengan
efectos observables” (T.1.I.35:1).

Recordemos también que “puede que no siempre” no significa “nunca”. Si digo: “A menudo
tomo cereales en el desayuno, pero puede que no siempre los tome”, la consecuencia es que
muchas veces tomo cereales. Así que, cuando el Curso dice que puede que los milagros no
siempre tengan efectos observables, claramente da por sentado que la mayoría de las veces
tienen efectos observables. No deberíamos pensar que un milagro no ha sucedido si no hay
efectos observables, pero tampoco deberíamos abandonar toda esperanza de efectos
observables. Sin embargo, el ingrediente esencial no es nada de este mundo, sino liberar a
nuestra mente de las ilusiones.

LECCIÓN 78 - 19 MARZO

“¡Que los milagros reemplacen todos mis resentimientos!”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Dejar a un lado el negro escudo de resentimientos “y, suavemente, alzaremos los
ojos en silencio para contemplar al Hijo de Dios” (2:3).

Ejercicios más largos: 2 veces, de diez a quince minutos.


• Selecciona una persona contra la que tienes resentimientos. Lee la lista en 4:5, y elige a
la persona que te venga a la mente mientras lees la lista.
• Cierra los ojos y repasa cómo ves en la actualidad a esta persona, de dos maneras.
Primero, repasa sus actos y rasgos negativos: sus faltas, sus errores, sus “pecados”, y
todos los modos en los que te ha causado problemas y dolor. Segundo, repasa su cuerpo
“las imperfecciones de su cuerpo así como sus rasgos más atractivos” (6:4). Visualizar
su cuerpo es una buena manera de ponerte en contacto con los resentimientos que
albergas contra él.
• Luego pídele al Espíritu Santo que te muestre al radiante salvador que es realmente esta
persona, más allá de tus resentimientos. Di: “Quiero contemplar a mi salvador en éste a
quien Tú has designado como aquel al que debo pedir que me guíe hasta la santa luz en
la que él se encuentra, de modo que pueda unirme a él”. Esta frase larga es un poderoso
cambio de cómo ves a esta persona en la actualidad. Ahora le ves como un agresor que
está separado de ti. Sin embargo, esta frase te lo representa como tu salvador, cuya
santidad te llevará dentro del resplandor de tu verdadera realidad, donde descubrirás que
tú y él sois uno. Lo único que se necesita para que él cumpla su papel es que tú le veas
de verdad, que es a lo que invita la frase. Así que, no digas la frase sólo una vez.
Repítela muchas veces durante el periodo de práctica.
• Esta frase invita a una experiencia real del Espíritu Santo. Le invita a Él a que te revele
la realidad radiante de esta persona, que está más allá de tus resentimientos. Así pues,
éste es otro ejercicio de pedir algo interno al Espíritu Santo. Recuerda el entrenamiento
que has recibido en esto.
1. Espera en calma. “Mantente muy quedo ahora, y contempla a tu radiante
salvador” (8:6).
2. Espera con confianza. “Lo que has pedido no se te puede negar” (8:1).
3. De vez en cuando renueva tu petición repitiendo la frase.

Recordatorios frecuentes / Respuesta a la tentación: Siempre que te encuentres o pienses o


recuerdes a alguien.
Ora: “¡Que los milagros reemplacen todos mis resentimientos!”. Esto significa “Que el
milagro de Quien tú eres realmente reemplace mis resentimientos contra ti”. Date cuenta de que
esto os libera a los dos, junto con todo el mundo.

Comentario

Si yo no tuviera resentimientos, todo sería milagroso para mí. La opinión del Curso es que la
verdad es muy clara, y sólo parece difícil de ver porque la ocultamos de nuestra conciencia con
nuestros resentimientos. El verdadero propósito de un resentimiento es ocultar el milagro que se
encuentra debajo de él (1:2). Sin embargo, el milagro sigue ahí.
Hoy queremos ver milagros. “Invertiremos la manera como ves al no dejar que tu vista se
detenga antes de que veas” (2:2). A eso es a lo que estamos acostumbrados a hacer: permitir que
nuestra vista se detenga en la apariencia externa, sin mover nuestra percepción más allá de lo
que la apariencia oculta. Lo que vemos en primer lugar, la apariencia externa, es nuestro
“escudo de odio” (1:2; 2:3). Siempre nos muestra cosas que nos producen dolor de un modo u
otro. Y no nos queremos detener en eso, queremos dejar a un lado el escudo y “alzaremos los
ojos en silencio para contemplar al Hijo de Dios” (2:3).

El Hijo de Dios está oculto en cada uno de nosotros. Únicamente nuestros resentimientos nos
impiden verle en todos.

Algunos de nosotros podemos ser muy conscientes de nuestros resentimientos, otros podemos
preguntarnos de qué diablos se está hablando. Pero, a menos que ya vivamos en la perfecta
percepción verdadera, libre de todo sufrimiento y siempre completamente feliz; si miramos
honestamente a los pensamientos en nuestra mente, encontraremos allí resentimientos. A
menudo no los reconocemos como lo que son. Hay una auténtica necesidad de un examen
honesto de uno mismo para reconocer los escudos en nuestra mente que impiden a nuestra vista
la luz.

Mira a algunas de las sugerencias (en 4:5) para elegir una persona con la que practicar esta
lección. “Alguien a quien temes o incluso odias”, está muy claro para nosotros si tenemos una
persona así en nuestra vida, podemos reconocer esto fácilmente como un resentimiento.
“Alguien a quien crees amar, pero que te hizo enfadar”, también está probablemente muy claro;
sí, eso es un resentimiento. Un amigo “que en ocasiones te resulta pesado”, ¿es eso un
resentimiento que me oculta la luz? ¡Sí, ciertamente! Alguien “difícil de complacer”, a quien
vemos exigente o irritante. ¿Son resentimientos? ¡Sí! O incluso alguien “que no se ajusta al
ideal que debería aceptar como suyo, de acuerdo con el papel que tú le has asignado”. ¿Cuántos
de nosotros, que nos consideramos alumnos espirituales del Curso, reconoceríamos ese pequeño
juicio como un resentimiento?

Sí, esa opinión que tienes acerca de esa persona que no se ajusta a sus posibilidades, esa persona
a quien amas y cuidas y por la que te preocupas tanto, eso es también un resentimiento que te
impide ver la luz del Hijo de Dios.

Me gusta el modo en que Jesús dice: “Ya sabes de quién se trata: su nombre ya ha cruzado tu
mente” (5:1). Él a menudo parece conocer muy bien lo que pasa dentro de nuestra mente,
¿verdad?

Este ejercicio es muy poderoso. También es muy práctico y con los pies en la tierra, ocupándose
de una persona en nuestra vida. “Deja que él sea hoy tu salvador” (5:5).

¿Él? ¿Mi salvador? ¿Quieres que yo deje que esa persona sea mi salvador? ¿Cómo puedo yo
verle así?

Si preguntas así me vienen, sólo demuestran la solidez ilusoria del escudo de resentimientos en
mi mente. Puedo ver al Hijo de Dios en “ése” si estoy dispuesto a abandonar mis
resentimientos.

Ahora recuerda. Sólo estamos haciendo aquí un ejercicio. Quizá no te sientes completamente
preparado para abandonar todos tus resentimientos y tus juicios sobre esa persona para siempre.
De acuerdo. ¿Qué tal si lo practicas durante diez o quince minutos? Sólo inténtalo para ver
cómo te va, para ver cómo te sientes. Eso es todo lo que se pide.

Así es como salvamos al mundo, sólo con este tipo de práctica. Cristo espera ser liberado en
cada uno de nosotros. Tú tienes el poder de liberarle hoy en cada uno a tu alrededor, sólo con
mirar más allá de tus resentimientos y viendo el Cristo en ellos. El Espíritu Santo en tus
hermanos y hermanas “se extiende desde (ellos) hasta ti, y no ve separación alguna en el Hijo de
Dios” (8:4). Al permitirle a tu hermano que desempeñe el papel de salvador en tu mente, “Le
has permitido al Espíritu Santo expresar a través de ese hermano el papel que Dios le asignó a
Él para que tú te pudieses salvar” (8:8). Le has visto tal como es, y esa visión en tu mente
despertará la suya para que vea la verdad acerca de sí mismo. La sacarás de él por medio de tu
fe. Así es como nosotros mismos desempeñamos el papel de salvador, al sacarla de tus
hermanos, su gratitud te enseñará la verdad acerca de ti, y te darás cuenta de que algo en ti se ha
manifestado como gracia salvadora para elevar a tu hermano. Lo que has dado, tenías que
tenerlo para haberlo dado. La salvación que le has dado es tuya, y la reconoces porque la has
dado. Así es como funciona este proceso. Lo podemos practicar incluso con personas de nuestro
pasado (10:3).

Así asumo el papel que Dios me ha asignado. Hoy elijo permitir que los milagros reemplacen a
todos los resentimientos en mi mente. Cada vez que me dé cuenta de un resentimiento, pediré
que un milagro lo reemplace. Amigo, que hoy te vea como mi salvador. Gracias por estar ahí.
Gracias por ofrecerme esta oportunidad de dar.

LECCIÓN 79 - 20 MARZO

“Permítaseme reconocer el problema para que pueda ser resuelto”

Instrucciones para la práctica

Ejercicios más largos: 2 veces, duración de diez a quince minutos.


• Intenta liberar a tu mente de la opinión que tiene de tus problemas. Esfuérzate en “poner
mínimamente en duda la realidad de tu versión de lo que son tus problemas” (8:3).
Intenta darte cuenta de que los muchos problemas que tienes no son sino una pantalla de
humo, que esconde el hecho de que sólo tienes un problema. Sin embargo, no definas
cuál es este problema.
• Luego pregunta cuál es tu único problema y espera la respuesta. Aunque la lección ha
dicho que tu único problema es la separación, deja eso de lado y escucha la respuesta
que viene de tu interior.
• Luego pregunta cuál es la respuesta al único problema. Al preguntar acerca del
problema y la respuesta, utiliza tu entrenamiento sobre cómo escuchar al Espíritu Santo:
espera con la mente en silencio, espera con confianza (la respuesta “se nos dará” 7:6), y
de vez en cuando repite tu petición mientras esperas.

Respuesta a la tentación: Cada vez que veas un problema.


• Reconoce que éste es el único problema mostrándose bajo un disfraz. Di de inmediato:
“Permítaseme reconocer el problema para que pueda ser resuelto”.
• Luego intenta dejar de lado lo que piensas que es el problema. Si puedes, cierra los ojos
y pregunta cuál es. La respuesta se te dará.

Comentario

Esta lección, junto con la anterior, presenta una de las afirmaciones más claras de un principio
muy importante del Curso: “Un solo problema, una sola solución”, como se afirma en la
Lección 80 (1:5). Estas lecciones merecen ser leídas repetidas veces hasta que las ideas que
enseñan se arraiguen en nuestros procesos de pensamiento.

Parece que me enfrento a una multitud de problemas, aplastantes en número y dificultad, desde
pequeños a enormes, cambiando constantemente, alternando, apareciendo y desapareciendo en
todos los momentos de la vida. Desde este punto de vista, si me paro a considerar las cosas
objetivamente, la única respuesta posible es el pánico ciego. Desde un punto de vista consciente,
la atención prestada a un problema borra docenas de ellos, igualmente merecedores de mi
atención. Como Lucy y Ethel en la cinta trasportadora de pasteles, cuando las cosas empiezan a
apurar, sólo puedo empezar a meter algunos de los pastelillos debajo de la camisa, intentando
esconderlos antes de que mi fracaso para manejarlos se haga evidente.

Visto desde la perspectiva del espacialismo, mis problemas me condenan a un fracaso tras otro,
aumentando en cada momento mi aplastante sensación de incapacidad.

¿Qué pasaría si todos mis problemas fueran verdaderamente uno solo? ¿Qué pasaría si yo ya
tuviera la solución a ese único problema? Apenas puedo imaginarme la enorme sensación de
alivio que recorrería todo mi ser si pudiera captar que esto es verdad: todos mis problemas son
uno, y ese problema ya se ha resuelto.

¿Podría ser así? Sí. Si pienso que mis problemas son muchos y separados, si no he reconocido el
único problema en todos ellos, podría tener ya la respuesta y no saberlo. Incluso podría tener la
respuesta sin darme cuenta de que se aplica a todo lo que a mí me parecen problemas diferentes.
“Ésta es la situación del mundo. El problema de la separación, que es en realidad el único
problema que hay, ya se ha resuelto. No obstante, la solución no se ha reconocido porque no se
ha reconocido el problema” (1:3-5).

Entonces, para liberarme de este aprisionamiento ilusorio, mi primer paso debe ser reconocer el
problema en cada problema. Tengo que hacerme consciente de cuál es el problema antes de
darme cuenta de que ya tengo la solución. Mientras crea que el problema es algo distinto a mi
separación de Dios (que ya ha sido completamente resuelto, por lo que es algo sin ninguna
importancia), continuaré pensando que tengo problemas y que me falta la solución. Buscaré la
“salvación” de mis problemas en cualquier sitio excepto donde está la respuesta, porque ya he
dejado de lado la solución por considerarla no importante para el problema que me ocupa.
“¿Quién puede darse cuenta de que un problema se ha resuelto si piensa que el problema es otra
cosa? “ (2:3).

La aparente complejidad del mundo no es sino el intento de mi mente de no reconocer el único


problema, impidiendo así su solución (6:1). Por lo tanto, mi mayor necesidad es percibir “el
común denominador que subyace a todos los problemas” (6:3). Si puedo ver la separación en la
raíz de cada problema, me daría cuenta de que ya tengo la respuesta, y usaría la respuesta. Sería
libre.

Una vez más, esta lección es maravillosamente perdonadora. Incluso la idea de ver todos mis
problemas como variaciones del tema de la separación puede parecer una tarea de enormes
proporciones. Por eso la lección me dice:

“Eso no es necesario. Lo único que es necesario es poner mínimamente en duda la realidad de tu


versión de lo que son tus problemas” (8:2-3)

¿Lo único que tengo que hacer es dudar? ¡Eh, yo puedo encargarme de eso, yo soy muy bueno
en dudar!

Todo lo que se me pide que haga es “suspender todo juicio con respecto a lo que el problema
es” (10:4). “Suspender” quiere decir calmar temporalmente; la lección ni siquiera me pide que
abandone mis juicios para siempre. Sólo durante un instante. Sólo permitirme a mí mismo dudar
de mi versión de las cosas y considerar que podría haber otro modo de mirarlas.

Así que hoy se me pide que dude. Dudar de mi versión de lo que son mis problemas. Pensar
para mí mismo: “Probablemente no estoy viendo esto con claridad. Probablemente aquí me
estoy haciendo un lío en algún punto”. Y luego preguntar: “¿Cuál es el verdadero problema
aquí?” ¡Ese tipo de práctica incluso yo puedo manejarla! ¡Gracias, Padre, por un Curso tan
sencillo!

LECCIÓN 80 - 21 MARZO

“Permítaseme reconocer que mis problemas se han resuelto”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Reclamar la paz a la que tenemos derecho por el hecho de que Dios ha solucionado
tu único problema.

Ejercicios más largos: 2 veces, duración de diez a quince minutos.


Este es un ejercicio de disfrutar de la consciencia de que estás libre de problemas. La veo muy
semejante a la Lección 50 (puedes repasar aquellas instrucciones ahora), en la que pensabas en
la idea y disfrutabas de la paz que te proporcionaba. Así que hazlo ahora. Cierra los ojos y date
cuenta de que, habiendo reconocido el problema (ayer), también has aceptado la solución. Esto
significa que tu único problema se ha solucionado. Piensa en ello. Piensa en el hecho de que
todos tus problemas se han ido. Piensa en el hecho de que estás libre de conflictos. Sólo tienes
un problema, y Dios lo ha solucionado. Usa estos pensamientos para reclamar la paz que ahora
te pertenece. Relájate y disfruta de esa paz. Descansa en la sensación de estar sin problemas.

Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como sea posible.


Con gratitud y profunda seguridad repite la idea (puedes acortarla a “Mis problemas se han
resuelto”). Si quieres, intenta repetirla ahora con gratitud una vez, y luego intenta repetirla con
profundo convencimiento.

Respuesta a la tentación: Cada vez que surja un problema, especialmente con alguna persona.
De inmediato di: “Permítaseme reconocer que este problema se ha resuelto”. No te permitas
cargar con problemas que no existen.

Comentario

“Un solo problema, una sola solución” (1:5). “El problema tiene que haber desaparecido porque
la respuesta de Dios no puede fallar” (4:2). Así que yo debo estar en paz, lo sepa o no. No tengo
más problemas. Ver y entender esto, aceptarlo completamente, es la esencia de la salvación (1:8;
2:5; 5:6).

Ver un problema sin resolver es acumular un resentimiento e impedir que la luz llegue a mi
consciencia. Un problema sin resolver es una situación de falta de perdón. Representa algo que
yo no apruebo, la causa de un juicio en mi mente. “Es cierto que no parece que todo pesar no
sea más que una falta de perdón. No obstante, eso es lo que en cada caso se encuentra tras la
forma” (L.193.4:1-2). Cuando el Curso habla de que perdonemos al mundo, significa lo mismo
que decirnos que reconozcamos que todos los problemas son formas de separación, que ya ha
sido resuelta. Por lo tanto, la respuesta a cada problema es el perdón, o la aceptación de la
Expiación, reconociendo que nada puede separarnos de Dios, sea cual sea la forma, que nada
puede quitarme la paz.

Escribo esto el último día (1995) de mi visita a mi hijo en California. He pasado las dos últimas
noches durmiendo en un colchón de aire. La noche pasada, se abrió un agujero en el colchón de
aire, y me desperté alrededor de las cinco con casi todo el cuerpo sobre el suelo mientras mis
brazos y piernas estaban medio flotando varios centímetros más alto, una posición muy
incómoda. No pude volver a dormirme, así que me siento a falta de sueño. Estoy preocupado
por tener que regresar conduciendo a casa esta noche muy tarde desde Phoenix, dos horas en el
oscuro desierto, solo y con sueño.

Eso parece ser un problema. ¿Cómo puede ser eso una falta de perdón? ¿En qué forma es este
problema de la falta de sueño una manifestación de la separación?

Si reconozco que mi único problema es la separación y que ha sido resuelto, puedo darme
cuenta de que una falta de sueño no puede separarme del Amor y la paz de Dios. Puedo
perdonar al colchón de aire, o perdonar a mi hijo por darme una cama defectuosa. Puedo
perdonarme a mí mismo por preocuparme acerca de tener que conducir. Puedo aceptar que todo
está bien y que mi vida está en las manos de Dios, y todo saldrá como debería. Quizá mi cuerpo
estará lleno de fuerza y no me dormiré mientras conduzco de regreso a casa. Quizá pasaré la
noche con amigos en Phoenix, aunque ése no es “mi” plan. Quizá me saldré de la carretera y
dormiré en mi caravana. Pase lo que pase, no necesito perder la paz por este acontecimiento, mi
problema ya ha sido solucionado. Puedo estar en paz ahora.

O, si elijo de otro modo, puedo arruinar mi último día con mi hijo y mis nietos, obsesionándome
con el problema. Puedo preocuparme por quedarme dormido al volante. Puedo disgustarme
porque me veo forzado a cambiar mi plan. Puedo estar gruñón y malhumorado y perderme el
amor que me rodea con mis nietos. ¿De verdad es ésa la elección que quiero tomar?

Un colchón que se viene abajo no es un problema. El único problema es permitir que eso, o algo
parecido, me haga perder la paz de Dios que es mía siempre si elijo tenerla. Los
acontecimientos o personas pueden cambiar o no como resultado de mi elección. La Expiación
no tapa el agujero del colchón de aire. Puede darme más energía o no, para conducir a Sedona.
A veces esas cosas suceden, a veces no; depende del plan que el Espíritu Santo tenga para mí.
Lo que sucede externamente no es el problema, y la solución no está en lo externo, sino dentro
de mí. ¿Elegiré la paz o estar disgustado? ¿Perdonaré o proyectaré mi rechazo a la paz sobre
cosas externas y las culparé?

La paz está en la aceptación. Acepto la paz de Dios suceda lo que suceda. Me niego a creer que
algo puede separarme del Amor de Dios. Me niego a engañarme a mí mismo acerca de dónde
está el problema. Reconozco que el problema está dentro de mí, y llevo el problema a la
solución. Y descanso, confiando en que el Espíritu Santo se encargará de las circunstancias
como mejor lo vea, no como yo creo que deberían ser. Estoy libre de conflicto, soy libre y estoy
en paz.

SEGUNDO REPASO INTRODUCCIÓN

Unas pocas palabras sobre las instrucciones del repaso. Hay dos sesiones largas de práctica de
unos quince minutos, en los que leemos las dos ideas y los comentarios asociados, y luego
pasamos la mayor parte del tiempo con los ojos cerrados, “Escuchando sosegadamente aunque
con mucha atención” (L.rII. In.3:1). La mayoría de los estudiantes que llevan mucho tiempo con
el Curso están de acuerdo en que esto no significa que deberíamos esperar oír una voz, como
Helen Schucman hacía, aunque algunos puede que la oigan. Los mensajes pueden venir de
muchas formas: un sentimiento, una idea, una consciencia sin palabras. No estamos
acostumbrados a sentarnos sosegadamente sólo escuchando, y esto es una práctica en ello.

Durante la primera mitad del día, tenemos que trabajar con la primera idea; y en la segunda
mitad, con la segunda idea. No se menciona el número de sesiones cortas, continuamos las
aplicaciones “frecuentes” de las lecciones anteriores. Si tienes en cuenta todas las sesiones en
que se menciona un número para estas sesiones más cortas, la media es de cinco cada hora;
pienso que podemos suponer que eso es lo que se pretende durante estos días de repaso.
Fíjate en la importancia que se le da tanto a las prácticas largas como a las cortas. Yo, por lo
pronto, intento evitar la tentación de tratar el periodo de repaso como un tiempo de hacer el
vago. Esto es lo que el autor dice:

“Considera estas sesiones de práctica como consagraciones al camino, a la verdad y a la vida.


No dejes que ninguna ilusión, ningún pensamiento de muerte ni ninguna senda sombría te
desvíe de tu propósito. Estás comprometido a la salvación. Resuélvete cada día a no dejar de
cumplir tu función”. (L.rII.In.5:1-4)

Éste es un curso en entrenamiento mental. Nuestras mentes no estarán entrenadas si no


practicamos. No aprenderemos a escuchar si no practicamos. De eso trata el Libro de Ejercicios.

SEGUNDO REPASO INSTRUCCIONES PARA LA PRÁCTICA

Ejercicios más largos: 2 veces (una para cada idea), durante quince minutos.
• Durante tres o cuatro minutos, lee lentamente la idea y los comentarios (si quieres
varias veces) y piensa en ellas.
• Cierra los ojos y pasa el resto del periodo de práctica escuchando el mensaje que el
Espíritu Santo tiene para ti. Podemos considerar a este tiempo de escuchar como que
tiene los siguientes componentes:
1. Escucha “sosegadamente aunque con mucha atención” (3:1), escucha en
quietud y con toda tu atención.
2. Mantén una actitud de confianza (“este mensaje me pertenece”), deseo (“yo
quiero este mensaje”), y determinación (“estoy decidido a tener éxito”).
3. Escuchar durante diez minutos puede ser una gran invitación a que la mente se
distraiga, por eso la mayor parte de las instrucciones para este ejercicio tratan
de este asunto. Si la mente se distrae sin control, regresa a la primera fase y
repítela. Para las distracciones menores de la mente, date cuenta de que los
pensamientos que te distraen no tienen poder, y que tu voluntad tiene todo el
poder, y luego reemplaza los pensamientos con tu voluntad de tener éxito. Haz
esto con firmeza. “No permitas que tu intención vacile” (4:1). “No dejes que…
te desvíe de tu propósito” (5:2).

Esto no se menciona en las instrucciones pero te puede ser útil para preguntar el mensaje de
verdad, al comienzo y luego de vez en cuando a lo largo de la práctica. Puedes decir, por
ejemplo: “¿Cuál es Tu mensaje para mí hoy?” Incluso puedes usar esta petición como el medio
para despejar los pensamientos que te distraen.

Recordatorios frecuentes: Muy a menudo.


Repite la idea como un medio de reafirmar tu determinación a triunfar.
• Primera mitad del día: la primera lección.
• Segunda mitad del día: la segunda lección.

Respuesta a la tentación: Cada vez que te sientas tentado a disgustarte.


Repite alguna variación de la idea, modificada para aplicarla a ese disgusto concreto.
• Puedes usar una de las tres “aplicaciones concretas” (L.rII.In.6:1) que se sugieren
después de cada lección. Date cuenta que se refieren a un disgusto concreto. Cada una
está dirigida a “esto” que te molesta o a un “nombre” que te molesta.
• O puedes utilizar tus propias palabras usando una variación de la práctica de dejar que
surjan pensamientos relacionados. Simplemente relájate y deja que tu mente te traiga
una frase que aplique la esencia de la idea a tu disgusto actual. Como ejemplos, mira las
formas concretas que se sugieren después de cada lección.
LECCIÓN 81 - 22 MARZO

(61) “Yo soy la luz del mundo”


(62) “Perdonar es mi función por ser la luz del mundo”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones del Segundo Repaso (páginas 171 y 172)

Comentario

“Yo soy la luz del mundo”. Iluminar al mundo es nuestra función. El Curso nos está enseñando
Quién somos, y a empezar a vivir como Quien somos. Somos luz, y podemos vivir como luz en
este mundo, a través de nuestro perdón compartiendo la feliz noticia de la liberación de toda
culpa.

Tal como oraba San Francisco de Asís: “Señor, hazme un instrumento de Tu paz”. Que hoy deje
a todos los que me encuentre un poco más iluminados. Que el mundo les parezca un poco
menos oscuro a todos los que me encuentre. Que cada uno de los que toque se sienta más
amoroso como resultado de encontrarse conmigo. Que yo pida ver la luz en cada situación, que
yo responda a la obscuridad con la luz.

“Perdonar es mi función por ser la luz del mundo”. Si hoy no me siento la luz del mundo, que
perdone a los demás; todos aquellos a los que perdono me mostrarán la luz en mí. Está bien si
todavía no entiendo lo que es el verdadero perdón; eso no me puede detener si yo quiero
aprender, y yo quiero. Cada situación que parece traer dificultad es una oportunidad de aprender
lo que es el verdadero perdón. No quiero usar las circunstancias de hoy para otro propósito que
no sea el de Dios. Que todo sea útil.

LECCIÓN 82 - 23 MARZO

(63) “La luz del mundo le brinda paz a todas las mentes a través de mi perdón”
(64) “No dejes que me olvide de mi función”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones del Segundo Repaso (páginas 171 y 172)

Comentario

Según este repaso, mi perdón sirve tres propósitos fundamentales:

1. La luz del mundo se expresa a través de mí, en este mundo, a través de mi perdón.

La segunda parte del Libro de Ejercicios dice que el perdón es el reflejo del amor en este mundo
(L.352. 1:4); también se refiere a él como “el reflejo de la verdad” (L.357.1:1). La realidad total
del amor no se puede conocer en este mundo, pero podemos conocer su reflejo, que es el
perdón. La realidad de lo que yo soy se refleja aquí cuando perdono.
2. Me vuelvo consciente de mi realidad, la luz del mundo, a través de mi perdón.

Lo que sale a través de mí me muestra lo que soy. Me vuelvo cada vez más consciente del
Espíritu Santo en mí, y de Cristo del que Él habla, al ver Sus efectos a través de mí (T.9.IV.5:5).
Para aprender que yo soy amor, tengo que enseñar amor. El perdón, reflejo del amor, es como
yo lo aprendo en este mundo.

3. El mundo sana a través de mi perdón, y yo también.

Cuando perdono a aquellos a mi alrededor, ellos ven el amor reflejado a través de mí, y se ven a
sí mismos en la luz del amor y sanan.

Es fácil ver por qué el perdón juega un papel tan importante en el Curso. Es fácil sentirse
motivado a “perdonar al mundo para que éste pueda sanar junto conmigo” (1:5).

Me gusta practicar la línea “Que la paz se extienda desde mi mente a la tuya, (nombre)” (2:2).
La practicaré ahora, mientras escribo esto, pensando en todos los que recibiréis este mensaje:
Que la paz se extienda desde mi mente a la tuya.

Con el perdón como mi función, y puesto que el perdón tiene efectos tan profundos, hoy no
quiero olvidarlo. Me ayuda a hacerme consciente de mi Ser, y por eso quiero practicarlo hoy.
Que hoy aproveche todo como una oportunidad para aprender el perdón.

LECCIÓN 83 - 24 MARZO

(65) “Mi única función es la que Dios me dio”


(66) “Mi función y mi felicidad son una”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones del Segundo Repaso.

Comentario

Estar sin metas conflictivas en la vida es una bendición maravillosa. La mayor parte del tiempo,
me siento estresado con metas conflictivas. Quiero hacer ejercicio pero tengo una fecha tope
que cumplir en el trabajo. Quiero estar con mis amigos pero dan mi programa favorito en la
televisión. Y así sucesivamente. Cuando soy capaz de darme cuenta de que mi única función es
la que Dios me dio, el perdón, o simplemente ser feliz en lugar de enfadarme o disgustarme,
todo se vuelve maravillosamente claro. Mi meta se convierte en estar en paz, ser feliz, estar en
calma y sin que me altere nada de mi alrededor. “Lo que debo hacer, lo que debo decir y lo que
debo pensar” (1:4) sencillamente me viene. Quizá me doy cuenta de que no importa si hago
ejercicio o escribo. Quizá me doy cuenta de que uno u otro pueden esperar. Recordar mi única y
verdadera meta soluciona todo lo demás de un modo u otro.

Solía pensar que cuando tenía un conflicto, la única manera de estar en paz de nuevo era tomar
una decisión para solucionar el conflicto. Muy raras veces funcionó. Generalmente, cuando
tomaba la decisión, sentía cierta angustia por lo que no había hecho, o alguna pérdida por no
haber tomado la otra decisión (por ejemplo: ver la tele o estar con mis amigos, uno u otro tenía
que ser “sacrificado”). Últimamente he empezado a darme cuenta de que si en el primer lugar de
la lista pongo estar en paz, si primero elijo estar en paz antes de tomar mi decisión (quizá tomar
un minuto para cerrar los ojos y aquietarme, recordando Quién está conmigo), la decisión se
vuelve sencilla, y no hay sensación de sacrificio. Cuando pongo la paz en primer lugar, sé lo que
tengo que hacer.

Ésta es la manera de ser feliz. Mi función es una con mi felicidad. Si puedo estar en paz,
abandonando los resentimientos y las pequeñas exigencias que constantemente le hago a mi
vida, soy feliz. Al igual que el perdón, la felicidad es una elección que puedo tomar en cualquier
momento.

Hoy me doy cuenta de que los ejemplos que se dan de los diferentes modos de aplicar las ideas
a situaciones concretas parecen hacer hincapié en la negación. Destacan que la situación, o el
modo en que la percibimos, no pueden afectarnos si así lo elegimos. El modo de percibir esto no
cambia mi función, ni me da una función diferente, ni justifica que elija una meta distinta a la
que Dios me dio. No importa lo que yo vea, no importa lo que suceda, nada cambiará el hecho
de que el único modo de encontrar la felicidad es cumplir mi función de perdonar, bendecir, y
estar en paz. No hay felicidad aparte de mi función, y me dejo engañar por una ilusión cuando
pienso que la hay. ¿Espero encontrar la felicidad permitiéndome estar preocupado, o
justificando mi enfado, o permitiéndome mis apetitos, o dándole vueltas a mis heridas de dolor?
Nunca sucederá. Sólo en el perdón, sólo liberando a todos y a todo de mis exigencias y
expectativas, sólo en la pacífica quietud de mi mente, encontraré la felicidad.

LECCIÓN 84 - 25 MARZO

(67) “El Amor me creó a semejanza de Sí Mismo”


(68) “El amor no abriga resentimientos”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones del Segundo Repaso.

Comentario

Si fui creado a semejanza de mi Creador, entonces “no puedo sufrir, no puedo experimentar
pérdidas y no puedo morir. No soy un cuerpo” (1:3-4). Eso tiene sentido. Dios no puede sufrir,
ni experimentar pérdida ni morir, y Él no es un cuerpo. Él me creó a semejanza de Sí Mismo
(1:8); por lo tanto, esto debe ser verdad acerca de mí. Mi realidad es completamente diferente a
lo que yo creo acerca de mí mismo, pues sin duda yo he creído que puedo sufrir o experimentar
pérdida o morir, y me he identificado casi por completo con mi cuerpo.

¿Qué es lo que ocasiona y refuerza esta ilusión de mí mismo? Los resentimientos. “El amor no
abriga resentimientos” (3:1). Yo soy amor, a semejanza del Amor que me creó; pero cuando
elijo guardar un resentimiento, estoy negando mi propia realidad, estoy afirmando que yo no
soy amor, porque “los resentimientos son algo completamente ajeno al amor” (3:2). Al hacer
eso, estoy afirmando que yo soy lo que creo que he hecho de mí mismo, y sin ser consciente de
ello estoy eligiendo sufrir, perder y morir. El único modo en que puedo volver a descubrir mi
propia realidad es dejar de abrigar resentimientos. Un resentimiento es un ataque a mi Ser (3:6;
4:4). Afirma que soy algo que no soy.

Si veo lo desagradable, lo no amoroso, o maldad en mis hermanos, me estoy atacando a mí


mismo. Si niego lo que son, estoy negando lo que yo soy. Hoy elijo ver a todo el mundo como
quiero verme a mí mismo, y como quiero que Dios me vea. Tengo el poder de tomar esta
decisión. Veo lo que deseo ver, y hoy deseo ver mi Ser, en mí mismo y en todo el mundo.
LECCIÓN 85 - 26 MARZO

(69) “Mis resentimientos ocultan la luz del mundo en mí”


(70) “Mi salvación procede de mí”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones del Segundo Repaso.

Comentario

¿A qué se refiere el “esto” de las seis aplicaciones concretas de esta lección? ¿Qué es lo que
bloquea mi vista e impide que la luz se extienda? ¿Qué es lo que no necesito y que me tienta a
buscar mi salvación lejos de mí? ¿Qué es “esto” que me impide darme cuenta de la Fuente de la
salvación y que parece tener poder para quitarme la salvación?

“Esto” son los resentimientos: cualquier cosa a la que yo reaccione con menos que el perfecto
amor que es mi realidad. Algo que no me gusta, o que alejo de mí, o culpo por mis problemas, o
que contemplo como inferior a la creación de Dios. Cualquier cosa dentro de mí que albergo
con algo que no sea compasión y perdón. “Mis resentimientos me muestran lo que no está ahí”
(1:2). Hacen que yo vea algo que no es real, y reacciono con miedo u odio o enfado. Mis
reacciones son tan inapropiadas como el miedo de un niño a una cortina que se mueve en la
obscuridad. Estoy viendo algo que no está ahí, porque sólo lo que Dios creó es real. Me estoy
asustando por sombras, cuando la realidad es pura belleza. Los resentimientos no sólo me
muestran cosas que no son reales sino que también me ocultan lo que de verdad quiero.

Si esto es lo que hacen los resentimientos, ¿por qué voy a quererlos? Realmente no los quiero,
los he utilizado en un intento equivocado por protegerme, pero ahora puedo reconocer que ya no
los quiero ni los necesito más. No me culpo a mí mismo por haberlos elegido en el pasado pero
no necesito continuar eligiéndolos ahora. Yo quiero ver y, por eso, lleno de alegría dejo a un lado
los resentimientos, sin culpa y sin pesar.

Lo que busco es mi Ser (3:3). Hoy no buscaré fuera de mí. “No es algo que se encuentre afuera
y luego tenga que traerse adentro. Se extenderá desde dentro de mí y todo aquello que vea no
hará sino reflejar la luz que brilla en mí y en sí mismo” (3:6-7). Mis resentimientos me tientan a
buscar la salvación fuera: pensando que sé lo que tiene que cambiar ahí fuera para que me traiga
paz, sintiendo ira o dolor o traición; cuando contemplo las cosas, las culpo por mi pérdida de
paz. Pero hoy reconozco que la respuesta está en mi Ser. En lugar de buscar la luz, hoy yo seré
luz e iluminaré todo mi mundo.

LECCIÓN 86 - 27 MARZO

(71) “Sólo el plan de Dios para la salvación tendrá éxito”


(72) “Abrigar resentimientos es un ataque contra el plan de Dios para la salvación”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones del Segundo Repaso.

Comentario
Me parece muy interesante cómo las lecciones parecen alternar entre ver resentimientos y dónde
buscamos la salvación. Estoy empezando a entender la idea, pienso: Cuando mi ego quiere
impedirme encontrar la salvación de Dios dentro de mi Ser, me distrae con algún tipo de
resentimiento fuera de mí. Al ver la causa de mis problemas fuera, naturalmente busco la
solución fuera. Busco la salvación fuera de mí mismo.

El problema no es nunca lo de fuera. “Los que consideras culpables se convierten en los testigos
de tu culpabilidad, y es en ti donde la verás, pues estará ahí hasta que sea des-hecha. La
culpabilidad se encuentra siempre en tu mente, la cual se ha condenado a sí misma. No sigas
proyectando culpabilidad, pues mientras lo hagas no podrá ser deshecha” (T.13.IX.6:6-8). Lo
que estamos viendo ahí fuera, el objeto de nuestros resentimientos, es únicamente la proyección
de la condena a uno mismo. Podemos cambiar el nombre del pecado para proteger a los
culpables (nosotros mismos), pero es nuestro pecado lo que estamos viendo ahí fuera en el
mundo. Por esa razón ver resentimientos fuera nos impide encontrar la salvación dentro.

Como dice el repaso, hemos buscado la salvación en muchos lugares y cosas diferentes, y nunca
estaba donde buscamos (1:3). No la podemos encontrar ahí fuera porque no está ahí fuera en
ningún sitio. No hay esperanza de salvación en el mundo, y eso son buenas noticias. Son buenas
noticias porque ya no tenemos que depender de nadie ni de nada fuera de nosotros para que
haga su papel adecuado, ni que llegue en el momento oportuno para satisfacer nuestras
necesidades, ni que haga nada. Podemos abandonar la expectativa de que alguien nos salve, y
podemos volvernos a lo único en lo que podemos confiar absolutamente: nosotros mismos,
nuestro Ser. Podemos liberar a todos del aprisionamiento en el que los hemos tenido durante
toda nuestra vida. Podemos decirle al mundo: “No eres responsable de mí. Ya no te hago
responsable de mi infelicidad. Me he dado cuenta de que es tarea mía, no la tuya”.

Recuerdo lo raro que me sentí, pero también lo feliz, de decirle a mi querida amiga Lynne, hace
años: “Me he dado cuenta de que no te necesito”. Siendo más sabia que yo en aquel momento,
ella se quedó encantada. Yo tenía miedo de que ella se sintiera ofendida, ¡qué cosa tan “poco
romántica” decirle a tu pareja: “No te necesito”! Aunque ella entendió exactamente lo que yo
quería decir. Yo le estaba diciendo que ya no esperaba que ella me hiciera feliz, ya no cargaba
con la insoportable carga de mi felicidad. Pensar que nuestra pareja es responsable de nuestra
felicidad es exactamente lo que convierte a las relaciones especiales en un infierno, porque
cuando yo no soy feliz, tengo un resentimiento, como en un sindicato de trabajadores: “¡Eh! Tú
no estás cumpliendo tu parte del trato. Se supone que tienes que hacerme feliz”. Y el
resentimiento contra nuestra pareja nos aleja de la salvación en nuestro corazón.

Siempre me ha gustado la última línea de la lección de hoy: “Esto es un llamamiento a la


salvación, no al ataque” (4:4). Me recuerda a una vieja frase de la serie televisiva de Superman
(la de George Reeves, ¡aquí estoy demostrando mi edad!). Clark Kent mira a un crimen o
desastre que está ocurriendo y dice: “Esto es trabajo de Superman”. En lugar de mirar a los
acontecimientos de nuestra vida y pensar: “Esto es trabajo del ego. ¡Ataquemos!. Hagamos y
guardemos un resentimiento”, podemos mirar a la situación y decir: “¡Esto es trabajo de Dios!
Perdonemos. Respondamos con amor a la petición de amor”. Cuando surja una necesidad a mi
alrededor, ¿qué poder voy a invocar: a Dios o al ego?

La elección es “entre la percepción falsa y la salvación” (4:2). La única alternativa a la


salvación es algo irreal, una ilusión, una percepción falsa. El único modo en que puedo
impedirme ser feliz es percibir falsamente a mi hermano; si le veo de verdad, siempre
encontraré la salvación. “Al abrigar resentimientos, por lo tanto, estoy excluyendo de mi
conciencia mi única esperanza de salvación” (3:4). ¡Qué cosa más tonta! ¡Voy a dejar de
hacerlo!

“Quiero aceptar el plan de Dios para la salvación y ser feliz” (3:6).


LECCIÓN 87 - 28 MARZO

(73) “Mi voluntad es que haya luz”


(74) “No hay más voluntad que la de Dios”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones del Segundo Repaso.

Comentario

El repaso de hoy trata de la voluntad, la nuestra y la de Dios, que son una.

El Curso nos anima a hacer uso del poder de nuestra voluntad. Constantemente nos anima a
elegir de nuevo, y dice que “El poder de decisión es la única libertad que te queda como
prisionero de este mundo” (T.12.VII. 9:1). Podemos querer, o elegir, que haya luz. Esto está de
acuerdo con la Voluntad de Dios. Se puede decir que nuestra única elección verdadera es decidir
de acuerdo con la Voluntad de Dios, y tenemos que tomar esta decisión una y otra vez hasta que
nos demos cuenta de que no hay otra voluntad y, por lo tanto, ninguna elección real excepto
entre la realidad y la ilusión.

En el repaso de “No hay más voluntad que la de Dios” hay un interesante resumen de la
evolución del error del ego:

• Creo que hay otra voluntad además de la de Dios.


• A causa de esto tengo miedo.
• A causa del miedo, intento atacar.
• A causa del ataque, temo que mi propia seguridad eterna está en peligro (pensando que
Dios me atacará por ser un agresor).

La solución es simplemente reconocer que nada de esto ha ocurrido. Abandona esta idea, date
cuenta de que no hay más voluntad que la de Dios, y el resto del error del ego desaparece.

Me gusta el modo en que las dos ideas se aplican a cómo veo a las otras personas a mi
alrededor: “(Nombre), estás en la luz junto conmigo” (2:3) y “La Voluntad de Dios, así como la
mía, es que tú, (nombre), seas Su Hijo” (4:3). Una noche en nuestro grupo de estudio en Sedona
estábamos estudiando el Capítulo 14, sección V: “El Círculo de la Expiación”. Toda la sección
trata de ver a otras personas dentro del círculo de paz, viéndoles incluidos, o viéndoles en la luz
junto conmigo, como pone aquí. En esa sección Jesús nos ruega: “Ocupa quedamente tu puesto
dentro del círculo, y atrae a todas las mentes torturadas para que se unan a ti en la seguridad de
su paz y de su santidad (T.14.V.8:6). Dice que éste es: “el único propósito al que mi enseñanza
te exhorta” (T.14.V.9:9).

Nuestro único propósito aquí es despertar a todos al hecho de que están incluidos en la paz y la
seguridad de Dios porque no hay otra voluntad que la Suya. Imagínate saludar mentalmente a
todos con los que hoy te encuentres diciéndoles: “Estás en la luz junto conmigo”. ¿Qué efecto
tendría eso en ti? ¿O en ellos?

La Lección 109 dice que tiene un profundo efecto, no sólo en las personas con las que te
encuentras, sino en todo el mundo, incluso aquellos que se fueron más allá de este mundo, y
aquellos que han de venir a él:
“En los descansos que hoy tomas cada hora, una mente fatigada de repente se alegrará”
(L.109.6:1).
“Cada vez que hoy descansas cinco minutos el mundo se acerca más a su despertar”
(L.109.7:1).

“Hoy descansas en la paz de Dios, y desde tu descanso exhortas a tus hermanos a que
encuentren el suyo y descansen junto a ti. Hoy serás fiel a tu cometido, al no olvidarte de nadie
e incluir a todos en el infinito círculo de tu paz, el sagrado santuario donde reposas. Abre las
puertas del templo y deja que tus hermanos distantes y tus amigos más íntimos vengan desde los
mas remotos lugares del mundo, así como desde los más cercanos; invítalos a todos a entrar y a
descansar contigo” (L.109.8:1-3).

Hoy descansas en la paz de Dios, tranquilo y sin miedo. Cada uno de tus hermanos viene a
descansar y a ofrecerte a ti su descanso. Descansamos juntos aquí, pues así es como nuestro des-
canso es total, y lo que hoy damos ya lo hemos recibido. El tiempo no es el guardián de lo que
damos hoy. Damos a los que aún no han nacido y a los que ya partieron, a todo Pensamiento de
Dios, y a la Mente en la que estos Pensamientos nacieron y en donde descansan. Y les
recordamos su lugar de descanso cada vez que nos decimos a nosotros mismos: "Descanso en
Dios” (L.109.9:1-6).

LECCIÓN 88 - 29 MARZO

(75) “La luz ha llegado”


(76) “No me gobiernan otras leyes que las de Dios”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones del Segundo Repaso.

Comentario

Las ideas que hoy se repasan parecen ocuparse de ideas muy diferentes, sin embargo tienen algo
en común que sale en este repaso. Eso que tienen en común puede expresarse en este
pensamiento: Sólo lo que es de Dios es real, lo que parece estar en oposición es sólo una ilusión
sin poder alguno excepto el que le da mi creencia en ello.

La luz de la salvación ya ha venido. “Siempre elijo entre la verdad y la ilusión” (1:5), y “el
ataque y los resentimientos no existen como opciones” (1:4). Verdaderamente no tengo
alternativa a la luz porque no hay alternativa. Toda mi experiencia de obscuridad es una
aventura en el error y nada más, no existe la obscuridad. “Solamente puedo elegir la luz porque
no hay otra alternativa” (1:7). Por esta razón el Texto me dice que es inevitable el resultado de
mi drama aquí en la tierra. “Alcanzar a Dios es inevitable, y tú no puedes eludirlo, de la misma
manera en que Él no te puede eludir a ti” (T.4.I.9:11). Al buscar que mi percepción cambie,
únicamente estoy buscando lo que ya está ahí, y lo único que existe.

Únicamente me gobiernan las leyes de Dios. Las otras leyes que creo que tienen poder sobre mí
son las leyes que yo he inventado. “Sufro únicamente porque creo en ellas. Pero en realidad no
me afectan en absoluto” (3:5-6). Las leyes del ego no me pueden obligar, puede liberarme de
ellas ahora porque en realidad estoy libre de ellas siempre, no tienen ningún poder. Mi ego a
veces parece enormemente poderoso, la reacción instintiva de dolor e ira parece fuera de mi
control, pero no es así. Estoy libre de estas “leyes” del caos, del pecado, de la culpa, del castigo
y de la separación. La sanación de todas las relaciones es inevitable porque las leyes de Dios
nos unen, nunca separan. “Todo tendrá un desenlace feliz” (L.292, encabezamiento), porque no
hay otras leyes que las de Dios, y no hay más voluntad que la de Dios. Únicamente mi creencia
le da poder a la apariencia de que hay una voluntad opuesta, con leyes opuestas.

Que hoy contemple todo con esta comprensión. Donde parece haber obscuridad, que yo
proclame la realidad de la luz. Donde veo leyes que funcionan en oposición a Dios, que yo las
declare impotentes. Gracias, Padre, por la seguridad de Tu plan, la realidad de Tu luz en este
momento.

LECCIÓN 89 - 30 MARZO

(77) “Tengo derecho a los milagros”


(78) “¡Que los milagros reemplacen todos mis resentimientos!”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones del Segundo Repaso.

Comentario

Porque no me gobiernan otras leyes que las de Dios” (las leyes del amor, de la extensión, de
compartir, y de dar), “tengo derecho a los milagros” (1:2). Dar milagros es lo que Dios hace, de
acuerdo con Sus leyes. Las leyes de los resentimientos me dicen que no tengo derecho a los
milagros. Cada resentimiento que guardo contra un hermano o hermana es mi propia mente
diciéndome a mí mismo que no merezco milagros; el simple hecho del ataque mental que
supone abrigar un resentimiento me hace sentir que no los merezco. Cada resentimiento oculta
un milagro, y al abandonar el resentimiento dejo que suceda el milagro.

Hay una razón por la que Dios me da milagros: Él me los da para que yo pueda cumplir la
función que me ha dado (1:5), continuar Su extensión, permitir que Él extienda Su Amor a
través de mí. El Curso es enérgico acerca del hecho de que al encontrar mi verdadera función
como extensión de Dios y cumpliéndola es la manera de ser feliz. Mi meta no es estar en estado
de éxtasis, es la de recibir para que yo pueda dar, aceptar el amor para que yo lo comparta con
todos. Como una bombilla que recibe corriente eléctrica para que pueda extender luz, yo recibo
los milagros de Dios para extenderlos a todos.

Hoy “uno mi voluntad a la del Espíritu Santo” (3:2), y declaro: “¡Que los milagros reemplacen
todos mis resentimientos” (3:1). Quiero que todas mis ilusiones sean reemplazadas con la
verdad. Mientras me siento en la quietud esta mañana, traigo a mi mente a todas las personas
que conozco y les digo: “(Nombre), dejemos que los milagros reemplacen todos nuestros
resentimientos” (4:3). Pienso en los lugares destrozados por la guerra y digo: “Dejemos que los
milagros reemplacen todos nuestros resentimientos”. Hoy quiero ofrecer milagros a todos con
los que me encuentre. Quiero ser un canal de milagros; Padre, que no los impida con mis
resentimientos.

Cuando algo surja ante mi vista que parezca una causa para un resentimiento o dolor, que yo
recuerde: “Detrás de esto hay un milagro al que tengo derecho” (2:2). Que me diga a mí mismo:
“Visto correctamente, esto me ofrece un milagro” (2:4). Todo se puede utilizar para los
milagros, en esta aula todo se puede aprovechar para los milagros.

LECCIÓN 90 - 31 MARZO

(79) “Permítaseme reconocer el problema para que pueda ser resuelto”


(80) “Permítaseme reconocer que mis problemas se han resuelto”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones del Segundo Repaso.

Comentario

Este repaso le da a estas dos ideas un enfoque diferente al de las lecciones originales. Allí, el
único problema se dijo que era la separación. Aquí, más relacionado con las lecciones anteriores
acerca de los resentimientos: “el problema es siempre alguna forma de resentimiento que quiero
abrigar” (1:2). Por supuesto, hay una estrecha relación entre separación y resentimientos. Un
resentimiento me separa de cualquier cosa o persona contra quien guardo un resentimiento. Por
eso, podemos ver un resentimiento como un pensamiento o creencia que me separa de mis
hermanos.

Más tarde, en el Libro de Ejercicios se afirma el mismo pensamiento de manera ligeramente


diferente, en términos de perdón o de falta de perdón: “Es cierto que no parece que todo pesar
no sea más que una falta de perdón. No obstante, eso es lo que en cada caso se encuentra tras la
forma” (L.193.4:1-2). El problema es un resentimiento o una falta de perdón. Y no siempre nos
parece que es así. A veces, cuando siento alguna forma de sufrimiento, o experimento lo que me
parece un problema, no puedo ni por lo más remoto ver un resentimiento o una falta de perdón
en ello. El ego es un experto en ocultarlo. Sobrevive a base de trucos y engaños: “¿De qué otra
manera, sino con espejos, podría seguir manteniendo la falsedad de su existencia?” (T.4:IV.1:7).
Sus tentaciones de atacar o de guardar un resentimiento están a menudo tan bien disfrazadas que
nos los reconozco como tales, aunque es “cierto” que eso es lo que son. La forma engaña, pero
el contenido es lo mismo.

Cuando acudo al Espíritu Santo con mis problemas o mi angustia, tengo que estar dispuesto a
que me muestre el resentimiento o la falta de perdón que se esconde en ellos. En mi caso a
menudo lo que encuentro es una forma de resentimiento contra mí mismo, algún juicio acerca de
mí. Otras veces no entiendo la relación entre la forma de mi problema y el perdón, pero afirmo
mi voluntad de que me lo muestre, y conscientemente elijo un milagro para todos los
implicados, incluido yo mismo. “El problema es un resentimiento; la solución, un milagro”
(1:5). Si no puedo ver dónde está la falta de perdón en lo que veo como un problema, al menos
puedo elegir un milagro en lugar del problema. Esa elección es suficiente.

La idea de que el problema y la solución son “acontecimientos simultáneos” (3:4) parece rara.
Parece “natural” separarlos en el tiempo: primero el problema, luego la solución. Pero si el
problema es la separación o un resentimiento, la idea es más fácil de entender. Dios respondió a
la separación con el Espíritu Santo en el mismo instante en que la idea de la separación entró en
la mente del Hijo de Dios (M.2.2:6). Por lo tanto, cada problema que veo ya ha sido resuelto
antes de que yo lo vea. “Es imposible que yo pudiera tener un problema que no se hubiese
resuelto ya” (3:7), porque la separación, el único problema que hay, ya ha sido resuelto. Por lo
tanto, no tengo que esperar a que cambien las circunstancias; puedo aceptar la paz de la solución
completa ahora, sin que cambie nada. “No tengo que esperar a que esto se resuelva” (4:2).

Tengo un problema de relación de hace mucho tiempo, que ha continuado durante más de
quince años, y que no muestra signos externos de solucionarse. La otra parte no tiene el menor
interés en hablar conmigo, mejor dicho lo detesta, así que la solución parece imposible en el
tiempo. Sin embargo, puedo abandonar la tensión que esto me produce. Puedo liberarme del
dolor de “una relación no sanada”. En el instante santo puedo saber que ese problema, ese
distanciamiento, ya ha sanado. En lo más profundo de mi mente y de mi corazón ya nos
amamos, todo se ha perdonado. La enfermedad de la separación ya ha sanado, y la medicina del
perdón se está extendiendo lentamente y sin ningún fallo a través de la mente de los dos,
moviéndose desde la esfera invisible del espíritu a la esfera más concreta y densa de la
manifestación en el mundo material. No hay razón para preocuparse. “Los que se han conocido,
no obstante, volverán algún día a encontrarse, pues el destino de toda relación es hacerse santa”
(M.3.4:6). Hoy puedo reconocer que este problema ya se ha solucionado. Creo que el que yo lo
reconozca acerca más el día en que esa sanación se manifestará en la forma. Puede que no sea
en esta vida, ¿qué importa eso? La sanación ya ha tenido lugar.

Una cosa de la que me doy cuenta mientras pienso así acerca de esta relación, incluso ahora
mientras escribo, es: Aceptar que el problema ya se ha resuelto me libera de la tentación de
culpar a la otra persona por negarse a hacer las paces. ¡Ah! Ahí había un resentimiento, ¿verdad,
Allen? En su lugar acepto un milagro; gracias, Padre.

LECCIÓN 91 - 1 ABRIL

“Los milagros se ven en la luz”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Olvidarte por un instante de tu débil imagen de ti mismo basada en el cuerpo y tener
una experiencia de tu verdadera fortaleza. En su luz verás los milagros que siempre han estado
ahí, esperando que tú los vieses.

Ejercicios más largos: 3 veces, de diez minutos.


• Empieza repitiendo: “Los milagros se ven en la luz. Los ojos del cuerpo no perciben la
luz. Mas yo no soy un cuerpo. ¿Qué soy entonces?” Haz esta pregunta final con
verdadera honestidad. Con esta pregunta, estás pidiendo que la fortaleza en ti te dé una
experiencia de tu realidad, más allá del cuerpo. Así que pregúntalo con esa intención.
• Luego pasa varios minutos pensando en tus opiniones acerca de ti, y permite que sean
corregidas y que sus opuestos ocupen su lugar. Por ejemplo, di: “No soy débil, sino
fuerte. No soy un inútil, sino alguien todopoderoso. No tengo dudas, sino seguridad”, y
así sucesivamente. Centra tu atención concretamente en los rasgos que suponen
debilidad.
• Luego intenta experimentar estas verdades sobre ti, especialmente la experiencia de
fortaleza. Intenta retirar tu fe en el cuerpo como tu única realidad, pues eso es lo que te
hace sentirte débil. Dale instrucciones a tu mente para que vaya al lugar de fortaleza en
ti (este ejercicio parece ser una especie de meditación). Recuerda que tu voluntad tiene
el poder de hacerlo. “Puedes escaparte del cuerpo si así lo decides. Puedes experimentar
la fortaleza que mora en ti” (5:5-6). Puedes usar la pregunta del principio: “¿Qué soy
entonces?” como una especie de mantra para que te lleve a este lugar en ti.
• Durante el resto de la sesión, relájate con la confianza de que tu débil esfuerzo está
apoyado con el poder de Dios, que se une a ti en tu práctica. Su fortaleza te llevará al
profundo lugar donde tu fortaleza y Su luz moran.

Recordatorios frecuentes: 5 o 6 por hora, a intervalos regulares (cada diez o quince minutos).
Repite la idea, que significa que el milagro siempre está ahí, no tienes más que querer abrir los
ojos. Ésta es una idea muy importante en el sistema de pensamiento que estás aprendiendo. Por
esta razón hoy se necesitan repeticiones tan frecuentes.

Respuesta a la tentación: Cada vez que te sientas tentado a estar disgustado.


Repite: “Los milagros se ven en la luz. No voy a cerrar los ojos por causa de esto”.

Comentario
Como las lecciones del Libro de Ejercicios son más largas, no es práctico intentar comentar todo
lo de la lección. Eso sería más de lo que una persona puede escribir en un día; de hecho, he
escrito un librito de 48 páginas sobre la Lección 135. (El título es Una mente que ha sanado no
hace planes). Por eso, elegiré y escribiré sobre algún aspecto de la lección que me diga algo en
especial.

La primera idea, muy importante para la lección, es que “los milagros y la visión van
necesariamente de la mano” (1:1). Se nos dice que repitamos esto con frecuencia, y que es una
idea central para nuestro nuevo sistema de pensamiento. Aquí se habla de lo que el Curso quiere
decir sobre la naturaleza del milagro. Un milagro no es un cambio en algo fuera de nuestra
mente, es un cambio en la manera de ver, “un cambio a la visión”:

“Tal como el ego quiere que la percepción que tienes de tus hermanos se limite a sus cuerpos, de
igual modo el Espíritu Santo quiere liberar tu visión para que puedas ver los Grandes Rayos que
refulgen desde ellos, los cuales son tan ilimitados que llegan hasta Dios. Este cambio de la
percepción a la visión es lo que se logra en el instante santo”. (T.15.IX.1:1-2)

“El milagro está siempre aquí” (1:4). Lo que cambia es nuestra aceptación o rechazo de la
visión, o vemos o no vemos. Lo que cambia es nuestra consciencia. Por eso para experimentar
el milagro, tenemos que tener la visión. Tenemos que abandonar la obscuridad para ver la luz.
Como dice la sección “¿Qué es un milagro?”:

“Un milagro es una corrección. No crea, ni cambia realmente nada en absoluto. Simplemente
contempla la devastación y le recuerda a la mente que lo que ve es falso”. (L.pII.13.1-3)2

La devastación es lo que vemos con nuestros ojos. El Curso es muy sincero acerca de la vista
física: “Los ojos del cuerpo no perciben la luz” (6:39). “Tú no dudas de que los ojos del cuerpo
puedan ver. No dudas de la realidad de las imágenes que te muestran” (3:3-4). Y, sin embargo, la
lección nos pide que lo hagamos, que dudemos de que nuestros ojos realmente ven, y que
dudemos de que lo que ven es real. Tenemos que abandonar la obscuridad para ver la luz; y lo
que los ojos del cuerpo nos muestran no es luz, por lo tanto, tiene que ser obscuridad.
Necesitamos un cambio a una nueva visión.

Esta necesidad de quitar nuestra fe a nuestros ojos y a lo que ven es parte de la razón por la que
esta lección va a una segunda idea: “No soy un cuerpo” (6:4) Se nos dice que le demos
instrucciones a nuestra mente de que no somos un cuerpo. Tenemos que querer darnos cuenta
de que somos algo más, algo que no se ve con los ojos, sino de una manera diferente.

Los ejercicios de hoy están pensados para ayudarnos a darnos cuenta de que somos algo distinto
de un cuerpo; estamos buscando una experiencia muy concreta. En el párrafo 7 se nos dice:
“Necesitas hacerte consciente de lo que el Espíritu Santo utiliza para reemplazar en tu mente la
imagen de que eres un cuerpo” (7:2). “Necesitas sentir algo en lo que depositar tu fe” (7:3).
“Necesitas tener una experiencia real de otra cosa” (7:4). Una consciencia, una sensación, una
experiencia. Hay algo dentro de nosotros, una fortaleza segura, “la cual pone fácilmente a tu
alcance todos los milagros” (4:4). ¡No nos damos cuenta de lo fuertes que somos! Y más que
eso: “tus esfuerzos, por insignificantes que sean, tienen todo el respaldo de la fortaleza de Dios
y de todos Sus Pensamientos” (10:1). Siempre pienso en esto por medio de una semejanza, algo
parecido a las ondas de sonido o de radio. Cuando mi pequeña voluntad encuentra la longitud de
onda apropiada, de repente me siento unido por la armonía del universo, un poderoso rayo de
energía divina que suena conmigo. Si podemos encontrar hoy la apropiada frecuencia de

2
Las páginas “¿Qué es?” Son un problema para el esquema de las referencias del Libro de Ejercicios.
Están numeradas de 1 a 14, como las lecciones 1 a 14. Para evitar la confusión, las referencias a “¿Qué
es?” de la segunda parte del Libro de Ejercicios siempre llevan pII. Cuando veas un número 1-14 detrás
de pII, se refiere a una de estas secciones de “¿Qué es?”.
pensamiento, encontraremos esa consciencia, sentiremos esa sensación, y tendremos esa
experiencia que nos lleva más allá del cuerpo y dentro de la visión.

¿No se merece esto diez minutos de esfuerzo, 3 veces hoy? Sé que sí.

Sin embargo, no te sientas desanimado si no sientes nada. Encontrarás la visión. Hoy tus
esfuerzos no se pierden, y no pienses que has “fracasado” si no sucede nada. Recuerdo cuando
aprendí a patinar. Empecé cayéndome mucho. Si hubiera pensado que había fracasado, lo habría
dejado y nunca habría aprendido a patinar. Pero no lo hice. Continué cayéndome una y otra vez,
hasta que un día ya no me caí. Con la visión espiritual, estoy en la etapa de caerme. He tenido
experiencias increíbles, instantes santos, tal como en los comienzos de patinar había momentos
en que me recorría manzanas sin caerme (patinando por la acera, saltando por encima de los
agujeros), hasta que de repente me caía. Todavía no tengo la visión espiritual constante. Pero el
milagro siempre está aquí, lo vea o no. Y mi visión mejora cada vez que practico.

LECCIÓN 92 - 2 ABRIL

“Los milagros se ven en la luz, y la luz y la fortaleza son una”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Experimentar la luz de la fortaleza en ti, que te mostrará los milagros que siempre
están ahí.

Ejercicios más largos: 2 veces, mañana y noche, durante veinte minutos.


Este ejercicio es otra meditación, como las que has estado haciendo desde la lección 41. Por
eso las instrucciones son tan cortas, se supone que sabes cómo hacerlo. Aquí, intentas
sumergirte a ese lugar profundo de tu mente donde la luz y la fortaleza son una, y donde “tu Ser
se alza presto a recibirte como Suyo” (9:2). Busca este lugar y descansa en la paz que te está
esperando allí. Tu búsqueda no es tu propio esfuerzo únicamente. “Déjate conducir” allí (10:2),
pídele a la verdad que te lleve allí (a esto se le daba mucha importancia en las Lecciones 69, 73,
y 91). Mientras vas allí, recuerda retirar tu mente de las distracciones como se necesita, y tener
una actitud de confianza, deseo y determinación.

Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como puedas.


Repite la idea, reconociendo que se te está alejando de la ceguera del cuerpo a la luz de la
verdadera visión, en la que se ven los milagros. Hazlo pensando “Me estoy preparando para la
práctica de la noche”. De este modo, puedes usar el día para prepararte para un auténtico
instante santo al final del día.

Comentario

El propósito de esta lección me parece que es encontrar “el lugar de encuentro entre el ser y el
Ser”, tal como se dice en 10:4. “La fortaleza de Dios en ti es la luz en la que ves” (3:1). Hay
Algo en mí que está muy lejos de lo que pienso que soy, como el sol está lejos de una cerilla.
Hay una inmensidad en mí que no me imagino y que, por medio de estas lecciones, se me está
conduciendo a descubrir. Hoy, en los dos periodos de práctica de veinte minutos, la “reunión”
de la mañana y la noche como se le llama en 11:2, estoy intentando llevar el ser al Ser, llevar la
cerilla al sol. Estoy intentando abrir la puerta a lo Infinito dentro de mí.

Esta fortaleza dentro de mí es mucho más poderosa de lo que se pueda decir. Es “constante, tan
segura como el amor y eternamente feliz de darse a sí misma” (8:1). Dentro de mí, mi Ser “se
alza presto a recibirme como Suyo” (9:2). Soy como una batería cerca de una planta de energía
nuclear, a punto de enchufarse a un poder interminable que se renueva a sí mismo sin cesar. No,
esa imagen es demasiado fría, le falta el “abrazo” de que se habla. Soy un niño pequeño y
asustado, a punto de ser arrastrado a los brazos del universal Dios/Padre/Madre compasivo y
todopoderoso.

Pienso que quizá el modo en que un niño pequeño ve a sus padres (gigantescos, inmensos, que
todo lo saben, totalmente merecedores de confianza y capaces de hacerlo todo) es quizá un
reflejo de la verdad de nuestra relación con Dios, e incluso de nuestra relación con nuestro
verdadero Ser.

Esta lección me parece enormemente esperanzadora. Me dice que la fortaleza es la verdad


acerca de mí (4:7). ¡Esas palabras merecen repetirse muchas veces! La verdad le da su fortaleza
a todo el que se la pide, sin límites (5:4). Esta luz, esta fortaleza “no cambia, ni titila hasta
finalmente extinguirse” (7:5). “Nadie que pida compartir su visión lo hace en vano” (8:2).
Como una lección posterior nos dice: “Nadie que se proponga alcanzar la verdad puede
fracasar”, L.131, encabezamiento). No importa cuántas veces lo haya intentado y haya
fracasado, o cuánto tiempo hace que tuve un rayo de luz en mi mente, o lo débiles y pequeños
esfuerzos de mi corazón; no puedo fracasar. Tengo la fortaleza de Dios en mí, y me llevará a
donde quiero ir.

Hoy vengo a las sesiones de práctica con confianza en esa fortaleza. Mi fortaleza. Vengo a
permitir, por este corto tiempo, que mi ser se encuentre con mi Ser. Vengo a dejar atrás la
obscuridad y dejar que en la luz surja la verdadera visión en mi mente. No importa que no
parezca durar. No importa que mi mente pueda parecer obscura antes y después de ello; ¡que me
abra a la luz durante este instante, y que empiece su trabajo de llevarme a mi hogar! Traigo mis
dudas, mis miedos, mi incredulidad al descubierto, y las expongo a esta luz, y en la luz
desaparecen, y mi corazón se llena de alegría. Se me está “llevando de las tinieblas a la luz,
donde únicamente pueden percibirse milagros” (11:3).

LECCIÓN 93 - 3 ABRIL

“La luz, la dicha y la paz moran en mí”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Dejar de lado tu creencia de que eres pecador y malvado, y experimentar la


inocencia de tu Ser tal como Dios te creó.

Ejercicios más largos: Cada hora, a la horas en punto, durante cinco minutos.
• Repite: “La luz, la dicha y la paz moran en mí. Mi impecabilidad está garantizada por
Dios.” Me resulta útil hacer una breve pausa después de cada cualidad (“Luz… dicha…
paz…”) de modo que puedo agradecer cada una por separado.
• El resto es una meditación corta, en la que intentas dejar el falso ser que te has
inventado, que incluye todo tu sentido de ser y todas tus imágenes falsas acerca de ti.
Llega muy dentro a tu Ser tal como Dios te creó, lleno de luz y dicha y paz. Intenta
experimentar Su unidad y agradecer Su santidad y Amor.”Permítele venir ahí donde le
corresponde estar” (9:6). Recuerda tener una actitud de confianza, deseo y
determinación, y expulsar los pensamientos que distraen por medio de repetir la idea.

Alternativo: a la hora en punto, durante al menos un minuto.


Intenta hacer cada hora los cinco minutos siempre que puedas. Cuando no puedas o no estés
dispuesto, por lo menos haz el ejercicio alternativo:
• Di: “La luz, la dicha y la paz moran en mí. Mi impecabilidad está garantizada por
Dios.”
• Cierra los ojos e intenta darte cuenta de que esto es la verdad acerca de ti.

Respuesta a la tentación: Cada vez que una situación o persona te tiente a estar disgustado.
1. Si una situación te altera, di rápidamente: “La luz, la dicha y la paz moran en
mí. Mi impecabilidad está garantizada por Dios.”
2. Si una persona parece enfadarte, dile en silencio: “La luz, la dicha y la paz
moran en ti. Tu impecabilidad está garantizada por Dios.”

Apoyo a la práctica: Hoy es el comienzo de una serie de lecciones en las que se te pide que
practiques cinco minutos cada hora. Para ayudarte a mejorar en este reto, estas lecciones
contienen una enorme cantidad de ánimo para la práctica. Puedes ver ese aliento al final de las
frases de esta lección, que te dicen que al hacer la práctica de hoy puedes ayudar a la salvación
del mundo, acercar más tu propio papel en esa salvación, y ganar la seguridad de que la luz, la
dicha y la paz verdaderamente moran en ti.

Comentario

El pensamiento del encabezamiento es muy positivo y refleja la verdad acerca de mí; pero el
primer párrafo de la lección es bastante sombrío y refleja lo que el ego me ha enseñado acerca
de mí, y me lo ha enseñado muy bien. Creo que yo soy “la morada del mal, de las tinieblas y del
pecado” (1:1). A decir verdad, no muchos de nosotros somos conscientes de que pensamos esto
de nosotros, y cuando surgen esos pensamientos los olvidamos rápidamente. Pero el modo en
que me respondo a mí mismo, ciertamente, muestra que así es como pienso de mí mismo. De
otro modo, ¿por qué protejo tanto mis “pensamientos privados”, por ejemplo? ¿Por qué tengo
tanto miedo a examinarme a mí mismo y a mis motivaciones internas? ¿Por qué tengo miedo de
abandonar el cuerpo y aparecer ante Dios, cuando esa posibilidad cruza mi mente? Tengo
profundamente arraigadas dudas acerca de mi propia bondad y valía.

Supón que tuviera que encontrarme con alguien que pudiera leer mi mente y conocer cada uno
de mis pensamientos. ¿Me sentiría cómodo con esa persona? Imagínate que tuviera que llevar
puesto un casco con una pantalla de vídeo encima de mi frente y que reflejase mis pensamientos
para que todos los viesen. ¿Cómo me sentiría? No tengo ninguna duda de que me sentiría muy,
muy incómodo y quizá aterrorizado, porque hay muchos pensamientos que cruzan mi mente
todo el tiempo que no me gustaría que los viese todo el mundo.

Incluso cuando estoy bastante seguro de lo inofensivo de mis intenciones, siempre hay algo
escondido debajo de mis motivaciones y que desprecio. A veces mis actos más bondadosos
están mezclados con cierto resentimiento o sensación de sacrificio y con motivos ocultos. A
veces soy muy consciente de no confiar en mí mismo en ciertas situaciones. En el cuadro que
describe el Curso, cada uno de nosotros tiene esta duda básica acerca de sí mismo. Secretamente
sospechamos, o incluso conscientemente creemos, que no somos completamente merecedores
de confianza ni completamente buenos y amorosos. Y como dice la lección, es “difícil” (2:1)
sacar estas creencias acerca de nosotros mismos, sin embargo de eso es de lo que trata el Curso:
despejar estos obstáculos que nos impiden darnos cuenta de la presencia del amor, que es
nuestra herencia natural (ver T.In.1:7).

La verdad es que en lo más profundo de mi Ser, soy completamente amoroso y digno de ser
amado (T.1.III.2:3-4). La luz, la dicha y la paz moran en mí, yo soy su hogar, y permanecen
conmigo para siempre como creación de Dios. Para empezar a dudar de mis fuertes creencias
negativas acerca de mí (que es un modo de definir lo que el Curso llama “culpa”), y para
empezar a verme tal como Dios me creó, necesito “un punto de referencia muy distinto” (3:1).
Necesito alcanzar un estado mental diferente. Eso es lo que el Espíritu Santo hace por mí, eso es
lo que sucede en el instante santo.

La verdad acerca de mí es “que todo el mal que crees haber hecho nunca ocurrió; que todos tus
pecados no son nada; que sigues siendo tan puro y santo como fuiste creado, y que la luz, la
dicha y la paz moran en ti” (4:1). Negamos este mensaje constantemente, aunque es
completamente ilógico hacerlo. Como dice Spot en Star Trek: los seres humanos no siempre son
lógicos. Nuestra mente automáticamente inventa argumentos en contra para negar nuestra
propia inocencia. O simplemente lo descartamos como absurdo, como “Poliana” sin siquiera
considerarlo seriamente. ¿Por qué? Porque pensamos que admitir la verdad de nuestra inocencia
es la muerte. Estamos tan identificados con esta imagen culpable de nosotros que amenazarla es
amenazar nuestra propia existencia, o así lo parece. “Sin embargo, es la vida” (4:3), no la
muerte. Cuando el Espíritu Santo nos presenta una imagen de nuestra inocencia nos aterroriza
porque pone nuestro mundo patas arriba y rompe nuestro marco de referencia, basado en los
juicios que hemos hecho. Da miedo pensar que hemos estado tan completamente equivocados
acerca de nosotros, incluso aunque el error haya sido condenarnos y la verdad que
desconocemos es nuestra propia inocencia.

Un método que la lección usa para ayudarnos a romper la vieja imagen de culpa acerca de
nosotros es repetir una y otra vez: “Tu impecabilidad está garantizada por Dios” (6:1, y seis
veces más en la lección). La repetición frecuente es un modo excelente de reprogramar la
mente, por eso se nos pide que pasemos cinco minutos de cada hora (si podemos) repitiendo
estas ideas y pensando en ellas, aceptando que son la verdad acerca de nosotros: “La luz, la
dicha y la paz moran en mí. Mi impecabilidad está garantizada por Dios” (8:2-3; 10:4-5).

Cuando dice esto, la lección no quiere decir que Dios garantiza que nos cogerá a nosotros,
pobres criaturas pecadoras, y que nos hará sin pecado. Eso no es necesario porque para empezar
fuimos creados sin pecado y conservamos esa cualidad. Nunca he pecado, eso es lo que me dice
la lección. Pienso que he pecado (¡y eso piensan los que me conocen!), creo que lo he hecho,
estoy completamente convencido de que lo he hecho, pero nunca he pecado. Errores, sí; pero no
pecados, porque no existe el pecado. “Pecar supondría violar la realidad, y lograrlo”
(T.19.II.2:2), y eso simplemente no es posible.

“El Hijo de Dios puede estar equivocado, engañarse a sí mismo e incluso usar el poder de su
mente contra sí mismo. Pero no puede pecar. No puede hacer nada que en modo alguno altere su
realidad, o que haga que realmente sea culpable” (T.19.II.3:1-3).

Mi impecabilidad está garantizada porque no puedo pecar; eso es pura lógica. Si algo es
imposible para mí, es una apuesta muy segura que nunca lo haré y que nunca lo he hecho.

Los ejercicios de hoy son intentos de sentir este único Ser, esta realidad tal como Dios la creó.
Se necesita abandonar el otro “ser”. Abrirnos a la inmensidad del Amor que está dentro de
nosotros, flotar en Él, ser rodeados por Él, abrazados por Él. Y luego el pensamiento más
sorprendente: “Ahí estás tú; Eso es lo que eres” (9:7). ¡Eso eres tú! Si puedes, piensa en la
experiencia más directa y dramática que hayas tenido de la Presencia de Dios, o de la presencia
del amor, y dite a ti mismo: “Eso que experimenté en aquel momento, Eso soy Yo. Eso es lo que
yo soy”.

LECCIÓN 94 - 4 ABRIL

“Soy tal como Dios me creó”

Instrucciones para la práctica


Propósito: “Sentir la verdad que se encuentra en ti” (3:1), sentir tu verdadero Ser.

Ejercicios más largos: Cada hora, a la hora en punto, durante cinco minutos.
• Di: “Soy tal como Dios me creó. Soy Su Hijo eternamente”.
• El resto es de nuevo una meditación corta, de una forma ligeramente distinta. Primero,
deja a un lado todas las imágenes que tienes de ti mismo: “todos los atributos tanto
buenos como malos que te has adjudicado a ti mismo” (4:1). Luego “aguarda la verdad
con silenciosa expectación” (4:1) para que tu verdadero Ser se muestre a ti. Espera con
confianza, sabiendo que Dios te ha prometido esta revelación. Esta espera significa
tener tu mente en quietud y silencio, vacía de las cosas concretas sin embargo llena de
la esperanza de que Quien tú eres llegará. Cuando tu mente se distraiga, repite la idea
para volver tu mente a esta espera confiada.

Esto me parece el primer ejemplo de lo que yo llamo Meditación de Mente Abierta, que será el
más elevado método de meditación del Libro de Ejercicios. En esta técnica, conscientemente
dejas a un lado tus habituales pensamientos y creencias, y luego mantienes tu mente en quietud
y silencio, esperando que se te muestre la verdad. Para más ejemplos, ver la Introducción al
Quinto Repaso, párrafo 12; y la Lección 189, párrafo 7.

Alternativo: A la hora en punto.


Si no haces los cinco minutos a la hora en punto, al menos repite: “Soy tal como Dios me creó.
Soy Su Hijo eternamente”. Esta práctica de pasar un minuto con la idea, si no puedes hacer los
cinco minutos completos, se aplicará a todas las lecciones de cinco minutos cada hora.

Recordatorios frecuentes: Muy a menudo.


Repite la idea, en la forma original o en la forma ampliada.

Respuesta a la tentación: Cada vez que alguien parezca irritarte.


Asegúrate de responderle: “Eres tal como Dios te creó. Eres Su Hijo eternamente”.

Apoyo a la práctica: Se te pide con insistencia “haz todo lo posible hoy por llevar a cabo los
ejercicios que se deben hacer cada hora” (5:8). Se te promete: “Cada sesión de práctica será un
paso gigantesco hacia tu liberación” (5:9). Si dejas que esta línea te convenza, descubrirás que
es un enorme motivador para practicar. Esa línea también significa que esta lección es otro de
los pasos gigantescos del Libro de Ejercicios (los primeros fueron las Lecciones 61 y 66). Esto
es cierto porque “Soy tal como Dios me creó” es la primera vez que aparece en el Libro de
Ejercicios, luego se repite en las Lecciones 110, 162, y a lo largo de las veinte lecciones del
Sexto Repaso.

Comentario

Esta lección continúa con el pensamiento de ayer: “La salvación requiere que aceptes un solo
pensamiento: que eres tal como Dios te creó” (L.93.7:1). El Curso le da una importancia
significativa a esta única idea. Es la única idea que se usa como el tema central de más de una
lección, es el encabezamiento de esta lección, de la Lección 110 y de la Lección 162. Se
introdujo en el Texto (T.31.VIII.5:2). Es parte del tema de las Lecciones 132 y 139, y el Sexto
Repaso nos hace repetir durante veinte días: “No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal
como Dios nos creó”. Tienes la sensación de que Jesús quiere que cojamos esta idea, y que la
cojamos muy bien.

Lee de nuevo el primer párrafo de esta lección y verás lo importante que esta idea es en el
programa de estudios del Curso: se le llama “la idea que nos brinda total salvación” (1:1).
Así que, ¿por qué es tan importante esta idea? Justo por esto: todo nuestro “problema” está en
nuestra creencia de que, si Dios me creó completo y entero, de algún modo yo lo he fastidiado.
De algún modo lo he perdido, lo he hecho trizas, destruido, o me he corrompido. “Soy tal como
Dios me creó”afirma que nada de eso ha sucedido. Dios me creó completo, y “Soy tal como
Dios me creó”. Todavía soy completo. Todavía soy santo. Todavía estoy sin pecado y sin culpa.

Pensar que podemos cambiar lo que Dios creó, y que podemos corromperlo es el no va más de
la arrogancia, afirma que nuestro poder es mayor que el de Dios, que podemos anular lo que Él
creó. Si Dios nos creó completamente amorosos y completamente dignos de ser amados,
entonces todavía somos eso, no importa lo que pensemos, no importa lo que creamos que hemos
hecho. No somos lo que inventamos de nosotros, todavía somos lo que Dios creó. “Si sigues
siendo tal como Dios te creó, tienes que ser fuerte, y la luz tiene que encontrarse en ti” (2:2). Así
que “te encuentras en la luz, firme en la impecabilidad en la que fuiste creado” (2:6). Ésa es la
verdad acerca de todos nosotros, y todo el Curso trata de deshacer cualquier creencia que
podamos tener que contradiga y niegue la verdad.

Una vez más, la práctica de hoy pide “los primeros cinco minutos de cada hora de vigilia” (3:1)
como momentos en los que intentamos sentir la verdad acerca de nosotros, y llegar al Hijo de
Dios en nosotros. Esta práctica de cinco minutos cada hora, que se empezó ayer, va a continuar
durante otras dieciséis lecciones hasta la lección 110, así que acostúmbrate a ella. Ésta es
probablemente la práctica extendida más intensa que requiere el Libro de Ejercicios, después de
la Lección 110 se establece en una sesión por la mañana y por la noche con recordatorios más
cortos cada hora. Como verás, casi todas estas dieciocho lecciones de la 93 a la 110 son
variaciones del tema de llegar al Cristo dentro, el verdadero Ser, yo mismo tal como Dios me
creó. Date cuenta de lo importante que es esto, y haz un verdadero esfuerzo para realizar las
prácticas de cada hora, si te es posible reorganizando tu día si es necesario. Sin embargo,
recuerda que la lección de ayer nos dijo que es posible que no queramos, o incluso que no nos
sea posible hacerlo así, y si nuestra motivación no es tan elevada, sugería que al menos
pensemos un minuto cada hora repasando la idea del día.

Reconoce también que el Libro de Ejercicios no incluiría dieciocho lecciones con el mismo
tema y formato básicos si esperase que lo lograras perfectamente “a la primera”. Entrar en
contacto con nuestro único Ser requiere práctica, y para eso están las lecciones. El texto se
refiere a los beneficios de practicar “El mecanismo del instante santo” (T.15.II.5:4) incluso
aunque realmente no consigas “sentir la verdad que se encuentra en ti” (3:1) cada vez; practicar
el mecanismo, seguir los pasos que se indican, es lo que acerca un poco más la realidad del
instante santo cada vez que lo haces. Afirma tu voluntad de recibir la gracia que Dios quiere
darte, deshace tu resistencia, que es lo único que te impide ser consciente de tu Ser.

Las palabras finales de la lección subrayan la importancia de esta práctica:

“Haz todo lo posible hoy por llevar a cabo los ejercicios que se deben hacer cada hora. Cada
sesión de práctica será un paso gigantesco hacia tu liberación, y un hito en el proceso de apren-
der el sistema de pensamiento que este curso postula” (5:8-9).

Así que únete a mí en intentar de verdad hacer lo que estas lecciones nos dicen que hagamos.
Recuerda los consejos de la Introducción del Libro de Ejercicios:

“Es la práctica de los ejercicios, no obstante, lo que te permitirá alcanzar el objetivo del Curso.”
(L.In.1:2).

“Se te pide simplemente que las apliques tal como se te indique. No se te pide que las juzgues.
Se te pide únicamente que las uses. Es usándolas como cobrarán sentido para ti, y lo que te
demostrará que son verdad”. ( L.In.8:3-6)

Pero no hagas excepciones al aplicar las ideas expuestas en el libro de ejercicios. Sean cuales
sean tus reacciones hacia ellas, úsalas. No se requiere nada más.” (L.In.9:4-5)

LECCIÓN 95 - 5 ABRIL

“Soy un solo Ser, unido a mi Creador”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Intentar de nuevo llegar a tu único Ser. “Lleno de paciencia y esperanza, hoy
volveremos a tratar de llegar a Él” (3:3).

Ejercicios más largos: Cada hora, a la hora en punto, durante cinco minutos (si no puedes
hacer esto, al menos haz el alternativo).
• Di de todo corazón: “Soy un solo Ser, unido a mi Creador, uno con cada aspecto de la
creación, y dotado de una paz y un poder infinitos”. Probablemente necesitarás tener
los ojos abiertos para leer las frases.
• Cierra los ojos y repite: Soy un solo Ser”. Di esto varias veces, “lentamente y a
conciencia, tratando de dejar que el significado de las palabras penetre en tu mente”
(11:3). Diciéndolo de este modo tendrá un mayor efecto en ti.
• El resto es una meditación en la que intentas llegar a tu único Ser, que está
perfectamente unido con Él Mismo, perfectamente unido con todos tus hermanos, y
perfectamente uno con Dios.”Siente a este único Ser, y deja que Su resplandor disipe
todas tus ilusiones y dudas” (13:3). Saca todo el entrenamiento que has recibido acerca
de la meditación en el Libro de Ejercicios.

Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como puedas.


Hay dos formas para esta práctica frecuente:
1. Repite la idea. Date cuenta de que cada vez que la haces, la sanación entra en la mente
de alguien.
2. A todo el que encuentras dile: Tú y yo somos un solo Ser, unidos con nuestro Creador
en este Ser. Te honro por razón de lo que soy, y de lo que es Aquel que nos ama a ambos
cual uno solo”. Aplicar la idea a todos con los que te encuentras es una práctica
importante, que ya lo has hecho en las Lecciones 37, 43, y 78.

Apoyo a la práctica: Aquí en nuestro tercer día de la práctica de cinco minutos cada hora, se
nos da una extensa explicación de por qué este plan de práctica es tan importante en este
momento. Primero, necesitas periodos de práctica más cortos. De otro modo, tu mente divagará
sin cesar, de lo que probablemente ya te has dado cuenta en esos periodos de diez a quince
minutos. Segundo, necesitas frecuentes sesiones de práctica. Cuando había sólo dos periodos
más largos de práctica al día, probablemente tendías a olvidarte de los cortos (recordatorios
frecuentes y respuesta a la tentación). Con los más largos ahora siendo más frecuentes,
probablemente te acordarás de los más cortos. Tercero, necesitas sesiones de práctica con
regularidad. Tenerlos planeados en estos intervalos fijos y regulares es más probable que los
practiques, dada tu resistencia a practicar.

Por todas estas razones, te pide con insistencia que te saltes tan pocas como puedas. La clave
para llevarlo a cabo es cómo responder cuando te has perdido una. Perder una sesión de práctica
es un simple error, eso es todo. El modo de responder a este error es corregirlo, que significa
volver a practicar. Sin embargo, el peligro es que consideres este error como un pecado real.
Esto toma la forma de decidir que lo has fastidiado sin esperanzas y que vas a abandonar toda
práctica del día. ¿Te resulta familiar?
Éste es un ingenioso truco del ego. Está aterrorizado de lo que te traerá tu práctica: la
comprensión de tu Ser. Su miedo es lo que te hizo saltarte esa práctica en primer lugar. Ahora te
ha convencido de que puesto que no has hecho una, deberías continuar no haciendo más. Ha
anulado con éxito la amenaza de tu práctica al convencerte de que no practiques.

La solución es considerar esa sesión que no has hecho como un simple error y perdonarte a ti
mismo por ello. No fue nada, sólo un momento de debilidad. Verlo como un momento de
debilidad le quita poder. Ahora ya no tiene el poder de darte órdenes sobre lo que hacer después,
de que pases el día de igual manera. Ahora simplemente lo corriges, vuelves a tu práctica. A
propósito, éste es el consejo constante del Libro de Ejercicios acerca de cómo tratar con las
sesiones de práctica que no se han hecho.

Haz lo más que puedas para seguir este consejo, empezando hoy. “No te olvides hoy” (se te dice
dos veces, en 14:1 y 14:6). El Cielo necesita los pensamientos sanadores que envías al mundo
con la práctica de hoy. El Cielo confía en que lo harás, así que tú puedes confiar también.

Comentario

Esta lección es una de mis favoritas, porque reconoce tanto mi identidad como la pobre imagen
que me he hecho de mí mismo. Afirma mi grandeza sin negar mi ilusión de debilidad. Apoya la
imagen exaltada de mi “solo Ser, unido a mi Creador, uno con cada aspecto de la creación, y
dotado de una paz y un poder infinitos” (11:2). Pero lo hace hablando acerca de mi “falta de
diligencia” y mis fallos en “seguir al pie de la letra las instrucciones que se nos dan para
practicar la idea del día” (8:3). Me hace darme cuenta de que, de alguna manera, esta visión
elevada de mi Ser no es incompatible con mis torpes y pequeños intentos de seguir este Curso.
Me hace saber que mis errores no niegan la verdad acerca de mí.

Si alguien duda de lo que dije ayer (que la intención de estas dieciséis lecciones siguientes es
tener una experiencia interna de nuestro Ser, y que el Libro de Ejercicios le da muchísima
importancia a la práctica disciplinada como medio de alcanzar esa experiencia) que lea esta
lección varias veces. No puedes perderte el mensaje, y yo no lo puedo decir más claro que lo
que lo dice la lección:

La estructura, entonces, es necesaria a estas alturas. (6:1)

No te olvides hoy… Hoy vas a intentarlo… Mantente alerta… No te olvides hoy… Recuerda tu
objetivo a lo largo del día. (14:1,3,5-7)

La lección parece estar hablando de dos cosas muy distintas. Por una parte, mi Ser tal como
Dios me creó, mi perfecta unidad. Por otra parte, la importancia de la práctica reglamentada,
muy concreta y estructurada, durante los primeros cinco minutos de cada hora. Si soy perfecto,
¿por qué necesito toda esta disciplina? ¿Por qué no afirmar simplemente la verdad acerca de mí
mismo y acabar con la práctica?

Necesitamos la práctica porque no creemos la verdad acerca de nosotros. Tenemos todos estos
guerreros escondidos en nuestra mente, los ingeniosos y engañosos manipuladores de la
conciencia plantada por el ego que nos impiden la plena consciencia. Cuídate de caer en la
tentación de decirte a ti mismo que no vas a hacer la práctica disciplinada porque no la
necesitas. Demuéstrame que no la necesitas al hacerla, y quizá te crea. No puedes simplemente
sentarte al piano y de buenas a primeras tocar el Concierto Número 1 para Piano de
Tchaikovski, hay que empezar con las escalas. Las escalas no son gran música pero son el
camino necesario. Así pues, “La regularidad en cuanto al horario (tocar las escalas) no es el
requisito ideal para la forma más beneficiosa de la práctica de la salvación (el concierto). Es
ventajoso, no obstante, para aquellos cuya motivación no es constante, y cuyas defensas contra
el aprendizaje son todavía muy fuertes” (6:2-3). Ése soy yo, no sé tú, pero ése soy yo.
La belleza de este tipo de práctica repetitiva es que revela todos los trucos del ego que nos
alejan de Dios. Sólo hazlo, como dice el anuncio de Nike, y empezarás a darte cuenta de cuántas
tensiones de resistencia de virus antiespiritual hay en el laberinto de tu mente, cuántas maneras
de impedirte conocer tu Ser te has inventado. Ése es uno de los propósitos fundamentales de la
práctica:

“Has visto cuán grande es tu falta de disciplina mental y la necesidad que tienes de entrenar a tu
mente. Es necesario que reconozcas esto, pues ciertamente es un obstáculo para tu progreso”
(4:4-5)

Tenemos que reconocer nuestra necesidad antes de que podamos reconocer la solución que ya se
nos ha dado. Tenemos que reconocer el “ser dividido en muchas partes conflictivas” (2:2) antes
de que podamos reconocer la “perfecta unidad” (1:4) de nuestra realidad. Así que esta práctica
dejará al descubierto nuestra necesidad, y dejará al descubierto al ego; eso es bueno, eso es lo
que se pretende que haga.

Pero eso no es todo. Sí, parte del propósito es que aprendamos a perdonarnos nuestros fallos.
Pero el propósito no es fallar y luego perdonar. El propósito es fallar, perdonar, y luego hacer la
práctica. Decirte: “Oh, por supuesto no he hecho la práctica hoy, se supone que voy a fallar” es
sólo otro modo de negarte a permitir que el error se corrija. Es no estar dispuesto a intentarlo de
nuevo.

“Permitir que el error siga repitiéndose es cometer errores adicionales, que se basan en el
primero y que lo refuerzan. Éste es el proceso que debes dejar a un lado, pues no es sino otra
manera de defender las ilusiones contra la verdad”. (9:3-4)

En otras palabras, aceptar el fallo no es el propósito, es lo que se tiene que dejar a un lado. Tanto
el fallo como permitir que el fallo continúe “son intentos de mantener alejado de tu conciencia
el hecho de que eres un solo Ser” (10:2).

Un solo Ser, con un solo propósito: “brindar a todas las mentes la conciencia de esta unidad, de
manera que la verdadera creación pueda extender la Totalidad y Unidad de Dios” (12:2). Que yo
me entregue a este proceso, conociendo mi verdadero propósito, reconociendo que me estoy
entrenando para despertar a la humanidad junto conmigo. Que tome estos minutos de cada hora
para hacerme consciente de Quién soy. “Se te ha concedido poder sentir este Ser dentro de ti”
(13:5). Yo quiero eso hoy, Padre. Quiero abandonar mis viejas ilusiones y sentir la extensión y
el poder de mi verdadero Ser, que Tú me has dado. Quiero olvidar mi creencia en la pequeñez,
aunque sólo sea durante unos pocos segundos cada hora, y llevar continuamente mi ser a estos
recordatorios (puesto que me olvido tan rápido) hasta que la consciencia surja en mi mente de
manera permanente, para no olvidarla nunca más. Que así sea.

LECCIÓN 96 - 6 ABRIL

“La salvación procede de mi único Ser”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Encontrar el pensamiento de la salvación en lo más profundo de nuestra mente, y


permitirle devolverle a tu mente su verdadera función de bendecir todas las mentes.

Ejercicios más largos: Cada hora, a la hora en punto, durante cinco minutos (si no puedes
hacerlo, al menos haz el alternativo).
• Di: “La salvación procede de mi único Ser. Sus pensamientos están a mi disposición”.
• El resto parece ser una mezcla de meditación (en la que intentas llegar a tus
pensamientos reales, como en la Lección 45) y escuchar al Espíritu Santo (estando
atento a Su enseñanza espiritual, como en la Lección 76). Busca muy dentro de tu
mente la Presencia del Espíritu Santo. Él está ahí para decirte tus propios pensamientos,
los pensamientos de tu verdadero Ser, en especial el pensamiento de la salvación. Si
tienes éxito, te vendrán pensamientos que te dirán que te has salvado y que puedes
salvar. Estos pensamientos son más que pura información, llenarán tu mente de
fortaleza, permitiéndote bendecir a todas las mentes. Recuerda el entrenamiento que has
recibido tanto en meditación como en escuchar al Espíritu Santo: Mantén tu mente en
un estado de atención silenciosa, escucha con confianza, y retira a tu mente de toda
distracción cuando sea necesario.

Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como puedas.


Repite la idea. Mientras lo haces, imagina que estás depositando otro tesoro en tu almacén de
tesoros, un tesoro que puedes reclamar en cualquier momento que quieras. Si lo deseas, repite la
idea de este modo ahora.

Apoyo a la práctica: Puede que hoy no te sientas seguro de haber tenido éxito, pero tu Ser sabe
que no puedes fracasar. Tu práctica Le llena de gozo a Él, y guardará este gozo para ti,
guardándolo en tu almacén de tesoros hasta que estés listo para recibirlo y experimentarlo.

Comentario

“Aunque eres un solo Ser, te percibes a ti mismo como si fueses dos” (1:1). Sentirnos divididos
es una experiencia universal. Incluso la misma práctica de estas lecciones nos lo hace ver claro:
por una parte, queremos hacer la práctica porque queremos ir a Dios, queremos la iluminación;
por otra parte, cuando llega la hora y es el momento de tomar cinco minutos, algo dentro de
nosotros se resiste a hacerlo. Parece como si hubiera dos seres dentro de nosotros: uno “bueno”
y el otro “malo”, uno que quiere la luz y el otro que se agarra a la obscuridad.

La mayor parte de mi vida he vivido con esto, creyendo que mi experiencia era verdad. Sin
embargo, algo dentro de mí me decía que no es así. ¿Cómo podría ser dos seres diferentes?
¿Cómo podría tener dos naturalezas, como me enseñó mi formación cristiana (carne y espíritu)?
No tenía sentido. La naturaleza de algo, de cualquier cosa, es siempre una. El Curso explica que
una, el espíritu, es real; la otra, el ser separado que se experimenta a sí mismo como un cuerpo,
es irreal, nada más que un producto de mi imaginación. Yo no estoy dividido, y todo lo que
parezca que lo estoy es un truco de mi mente, un engaño a mí mismo.

Basada en la ilusión de estar dividida en opuestos, la mente “ha buscado muchas… soluciones”
(1:3). Se ha engañado creyendo en la realidad de esta división y en la realidad del ser físico. Por
lo tanto, intenta continuamente hacer que las cosas funcionen, y nunca lo hacen. La mente se
pone al servicio del cuerpo, planea maneras de que se sienta cómodo, de que esté a gusto, de
que dure para siempre, de mantenerlo a salvo de daños. Al hacer esto, la mente pierde su
verdadera función.

Nuestro único Ser es espíritu. En su preocupación por el cuerpo, la mente ha perdido de vista al
espíritu casi por completo. Necesita recuperar su verdadera función de servir al espíritu: “La
mente es el medio del que el espíritu se vale para expresarse a Sí Mismo” (4:1). Esto es lo que
nos trae paz y llena de alegría nuestra mente; mientras que servir al cuerpo no trae más que
conflicto y dolor. Los pensamientos del espíritu buscan expresarse a través de nuestra mente,
para eso es la mente.
El Espíritu Santo es un agente de Ayuda divina, que lleva a la mente de nuevo a su verdadera
función de servir al espíritu. Para nuestra mente, Él es el representante del espíritu, de nuestro
verdadero Ser, recordándonos constantemente que dejemos a un lado esta inútil búsqueda de la
salvación en el reino de lo físico, y que abramos nuestra mente al espíritu. “Si eres espíritu, el
cuerpo es entonces el que no tiene ningún sentido en tu realidad” (3:7). Debido a que hemos
separado a nuestra mente de su verdadera función, pensamos que estamos solos y separados.
Necesitamos un Ayudante Que nos recuerde nuestra verdadera relación con el espíritu.

Nuestro espíritu, nuestro Ser, “aún conserva Sus pensamientos, los cuales permanecen dentro de
tu mente y en la Mente de Dios (7:1). Seguimos siendo, en espíritu, tal como Dios nos creó. Así
que no estamos intentando cambiar lo que es nuestra mente, sino cambiar el propósito al que
sirve. En estos ejercicios, estamos buscando volvernos a conectar con el espíritu, dejar a un lado
durante cinco minutos los problemas del ser físico que pensamos que somos y que nos distraen
por completo, estamos buscando abrirnos a estos pensamientos del espíritu para permitir que
nuestra mente encuentre su función como canal del espíritu. “Una vez que su fortaleza haya sido
restaurada, tu mente podrá fluir de nuevo desde su espíritu al espíritu de todas las cosas creadas
por el Espíritu a semejanza de Sí Mismo. Tu mente bendecirá todas las cosas” (10:3-4). Ésa es
nuestra función, para eso es para lo que fuimos creados. “Extender el Ser de Dios es la única
función del espíritu” (T.7.IX.3:1).

De este modo me descubro a mí mismo como prolongador del Ser de Dios. Dios es Amor, y por
eso yo amo. Dios crea, y por eso yo creo, que aquí en la tierra se expresa como sanación, como
restaurar la creación a su estado natural.

Este “Ser” del que el Curso habla no es algo separado de mí, soy yo. Hablar de buscar los
pensamientos de mi único Ser, casi parece como si el Ser estuviera separado de mí y yo
estuviera buscando comunicarme con Él. Pero el Ser soy yo. “Ahí estás tú, Eso es lo que eres”
(L.93.9:7). Estamos poniendo en contacto la mente con nuestro espíritu, pero soy yo, la luz ya
está en mí, los pensamientos que estoy “buscando” son mis propios pensamientos que yo he
apartado de la consciencia de mi mente.

Aquí no se describe con gran detalle lo que se nos pide que practiquemos. Puedes estarte
preguntando: “¿Qué es lo que estoy esperando mientras me siento durante cinco minutos?” Y yo
no puedo decírtelo, nadie puede. Lo sabrás cuando lo encuentres. La lección reconoce que
puede que no “conectes” hoy; utiliza frases como “si tienes éxito” (10:1) y “tal vez tu mente
siga dudándolo por un rato” (11:2). Nos dice: “pero no te dejes desanimar por ello” (11:3).
Relájate, ten paciencia. Haz los ejercicios de todos modos. Cada vez que los haces tu Ser se
llena de gozo, aunque ese gozo no llegue a tu mente consciente, y guarda ese gozo, listo para
llevarlo a tu consciencia cuando “tengas éxito” y sientas a tu único Ser.

LECCIÓN 97 - 7 ABRIL

“Soy espíritu”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Acercar la realidad a tu mente todavía más. Sacar a tu mente del conflicto de una
identidad dividida y llevarla a la paz de tu identificación con tu único Ser.

Ejercicios más largos: Cada hora, a la hora en punto, durante cinco minutos (si no puedes
hacerlo, al menos haz el alternativo).
• Entrégale lleno de alegría el periodo de práctica al Espíritu Santo. Empieza diciendo:
“Espíritu soy, un santo Hijo de Dios; libre de toda limitación, a salvo, sano y pleno.
Libre para perdonar y libre para salvar al mundo.”
• El resto parece ser la misma práctica de ayer, una mezcla de meditación y escucha al
Espíritu Santo. Sumérgete en ese profundo lugar de tu mente donde mora el Espíritu
Santo. Si llegas a este lugar “Él te hablará, recordándote que eres espíritu” (8:2). Él te
ayudará a entender Quién eres realmente. Recuerda que Él utilizará tu sesión de práctica
para llevar la sanación alrededor del mundo. Cuanto más profundo vayas, más sanación
puede repartir.

Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como puedas.


Di: “Espíritu soy, un santo Hijo de Dios; libre de toda limitación, a salvo, sano y pleno. Libre
para perdonar y libre para salvar al mundo.” Luego durante un momento escucha al Espíritu
Santo asegurarte que estas palabras son verdad.

Respuesta a la tentación: Cada vez que te sientas tentado a creer que no eres espíritu.
Repite: “Espíritu soy, un santo Hijo de Dios; libre de toda limitación, a salvo, sano y pleno.
Libre para perdonar y libre para salvar al mundo.”

Apoyo a la práctica: Cada vez que practicas tu mente se acerca más a la realidad. Esta lección
hace la sorprendente afirmación de que en algunas de tus prácticas ahorras mil años o más. Esto
se debe a que el Espíritu Santo toma los pensamientos sanadores que produces en tus ejercicios
y los lleva alrededor del mundo, depositándolos en cada mente que esté abierta a la sanación
que llevan. Cada mente que los acepta los refuerza, de modo que a través de este proceso, estos
pensamientos multiplican su poder millones de veces. El resultado es que, cuando el Espíritu
Santo te los devuelve, tus cinco minutos pueden convertirse ciertamente en mil años. Está claro
que esto es un enorme estímulo para tu práctica, pues no sólo puedes acelerar inmensamente tu
viaje sino que también puedes llevar sanación a personas de todo el mundo.

Comentario

El único Ser del que habla el Curso es espíritu. Afirmar: “Soy espíritu” es abandonar todas las
ilusiones de una identidad dividida, de un ser bueno y malo, y de todos los intentos que
podríamos hacer para reconciliar de algún modo el ego que está limitado a un cuerpo con el
espíritu que no está limitado por un cuerpo.

El “no-dualismo” del Curso no es del tipo que dice: “Todo es uno porque todos los aparentes
opuestos son polos opuestos de la unidad”. No obtiene un concepto de unidad al unir opuestos
de algún modo; enseñando por ejemplo que el mal y el dolor son parte del Uno. En lugar de eso,
el Curso afirma la unidad declarando que todo lo que parece oponerse a la santidad y al amor es
una ilusión y no existe. La Introducción al Texto declara: “Aquello que todo lo abarca no puede
tener opuestos” (T.In.1:8). Se nos pide “reconocer a tu Ser como un amor que no tiene opuesto
en ti” (L.99.9:8). “El amor no puede tener opuestos” (L.259.2:3).
El Curso utiliza mucho la repetición, aparentemente cree firmemente que repetir la misma idea
una y otra vez tiene grandes beneficios. Se nos dice: “practica hoy esta verdad tan a menudo
como puedas” (1:4). ¿Por qué se insiste en la repetición? Porque “cada vez que practicas, te
vuelves cuando menos un poco más consciente” (3:2). Puede que no logres sorprendentes
avances; si eres como la mayoría de las personas, probablemente no lo lograrás la mayoría de
las veces. Pero de vez en cuando, se ahorran “mil años o más” (3:2).

Para aquellos que piensan que el Curso enseña una salvación inmediata, me gustaría señalar
algo sobre esta última línea. Si algunas veces podemos ahorrar mil años mientras practicamos,
¿qué da a entender eso acerca de la duración que puede tomar todo el viaje? Si estamos
eliminando fragmentos de mil años, ¿Cuánto dura todo ello? Tiene que ser por lo menos mil
años y un día, ¿de acuerdo? No quiero que esto sea deprimente, el Curso se presenta a sí mismo
como un medio de ahorrar tiempo, y claramente enseña que cualquiera de nosotros podría
despertar en cualquier momento que lo elijamos. Pero está muy claro que puede llevar miles de
años llevarnos al momento de querer despertar. Así que no debemos esperar la iluminación de la
noche a la mañana, tampoco debemos no esperarla. La actitud que el Curso anima a tener hacia
el tiempo es de despreocupación acerca de él, ya que es parte de la ilusión. “La Expiación se
puede equiparar a la escapatoria total del pasado y a la total falta de interés por el futuro”
(M.24.6:3).

Cuando hacemos nuestro pequeño esfuerzo de cinco minutos para Dios, el Espíritu Santo une
toda Su fortaleza a la nuestra (4.3). Él toma lo poco que damos y lo lleva alrededor del mundo a
cada mente abierta para recibirlo. Los regalos que Le damos Él los multiplica diez millones de
veces (miles de veces y decenas de miles más, 6:1). Toma eso literalmente o como una forma de
hablar, no importa, el significado es el mismo, lo que Le damos a Él se multiplica y extiende a
millones de mentes porque todas las mentes están unidas. Cuando yo practico, no estoy
practicando para mí solo, el despertar de mi mente impulsa a todas las mentes. Cuando te
sientas en silencio durante cinco minutos, estás salvando al mundo.

Por cada parte que das, lo recibimos multiplicado diez millones de veces. “Sobrepasará en
poderío la pequeña ofrenda que hiciste, en forma parecida a como el resplandor del sol es
infinitamente más potente que el pequeño destello que emite la luciérnaga” (6:2). ¿Importa este
tipo de práctica? ¡Puedes apostar que sí! Cuando recuerdo lo que dice esta lección, el tiempo
que paso recordando “Espíritu soy, un santo Hijo de Dios” (7:2) parece mucho más importante
y significativo. No es sólo mi pequeño yo luchando para hacer mi pequeña práctica, es el Hijo
de Dios recordándose a Sí Mismo. Es el despertar de Cristo en toda la humanidad.

LECCIÓN 98 - 8 ABRIL

“Aceptaré el papel que me corresponde en el plan de Dios para la salvación”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Con seguridad y felizmente dedicarte a aceptar tu papel en el plan de Dios para la
salvación, tomar una postura sobre esto hoy.

Ejercicios más largos: Cada hora, a la hora en punto, durante cinco minutos (si no puedes
hacerlo, al menos haz el alternativo).
Esta práctica me parece similar a la que hicimos en la Lección 77. Allí repetías: “Tengo
derecho a los milagros” y luego esperabas a que el Espíritu Santo te diera Su seguridad de que
estas palabras son verdad. Aquí, en esta lección, repites: “Aceptaré el papel que me
corresponde en el plan de Dios para la salvación” y luego esperas a que el Espíritu Santo Le dé
a tus palabras Su seguridad, de modo que realmente aceptes tu papel. A lo largo de la sesión de
práctica, sigue repitiendo la idea, y deja que Él haga de cada repetición una dedicatoria total
hecha con convencimiento, con sinceridad y seguridad, y llena de comprensión. Deja que Él
transforme la simple repetición “Aceptaré el papel que me corresponde en el plan de Dios para
la salvación” en una aceptación real de tu papel. Ése es tu propósito hoy, utilizar estos periodos
de práctica para tomar una postura, usarlos para aceptar tu parte en el plan de Dios.

Recordatorios frecuentes: A menudo.


Repite la idea. Intenta pensar que cada hora es un tiempo de preparación para tu siguiente
sesión de cinco minutos de práctica. “Repite (la idea) a menudo, y no te olvides de que cada vez
que lo haces, preparas a tu mente para el feliz momento que se acerca” (10:3)

Apoyo a la práctica: Los párrafos 5 y 6 dan ánimo y energía. Hacen la pregunta: ¿No vale la
pena dedicar cinco minutos cada hora a cambio de recibir una recompensa sin límites?
Recomiendo leer estos párrafos lentamente y pensándolos con detenimiento, dejando que estas
preguntas y promesas hagan su trabajo en ti. Los párrafos 2 al 4 también animan de un modo
maravilloso. Nos dicen que al aceptar nuestra parte en el plan de Dios (que es la razón de la
práctica de hoy) podemos dejar a un lado nuestras dudas y encontrar certeza de propósito. Nos
dicen que aquellos que ya lo han hecho, estarán con nosotros en nuestra práctica, ayudándonos a
tomar la misma postura que ellos tomaron. Y estos párrafos también nos dicen que nuestra
postura ayudará a otros a tomar la suya, lo que a su vez reforzará la nuestra (como se nos dijo en
la lección de ayer).

Comentario

“Hoy es un día de una consagración especial. Hoy vamos a adoptar una postura firme en favor
de un solo bando. Nos vamos a poner de parte de la verdad y a abandonar las ilusiones. No
vacilaremos entre una cosa y otra, sino que adoptaremos una firme postura en favor de Dios”.
(1:1-4)

“¡Qué dicha tener certeza! Hoy dejamos de lado todas nuestras dudas y nos afianzamos en
nuestra postura, seguros de nuestro propósito y agradecidos de que la duda haya desaparecido y
la certeza haya llegado”. (2:1-2)

Quizá mientras leo estas líneas acerca de la certeza, me encuentro dudando de esa misma
certeza. Probablemente surja el pensamiento: “¿Tengo certeza?” Quizá me siento como que esta
lección no me pertenece. EI ego me recuerda maliciosamente que no he superado las dudas.
¿Cómo puedo decir: “La duda ha desaparecido”?

Sin embargo en las palabras de esta lección está el reconocimiento de mi estado: “Hoy dejamos
de lado todas nuestras dudas”. Sí, las dudas están ahí. Jesús lo sabe. Él únicamente sugiere que
en estos cinco minutos que pasamos con Él, dejemos las dudas a un lado. Únicamente
abandónalas y quédate sin ellas durante unos pocos minutos. Mira cómo te sientes sin ellas. Si
quieres puedes dudar luego; ahora, mira lo gozoso que es tener seguridad.

Dentro de mí hay un lugar que siempre está seguro. Nunca ha dudado. No puede dudar porque
sabe. Ése es mi verdadero Ser. Las dudas son pensamientos que hacen preguntas acerca de la
realidad de ese Ser, la realidad de la parte de mí que tiene seguridad, que es la única parte real.
Esta lección me lleva a dudar de mis dudas. Me lleva a escuchar la seguridad, el eterno silencio
del espíritu que sabe.

Cuando, aunque sólo sea por un momento, estoy dispuesto a dejar de lado mis dudas, a acallar
el parloteo constante de la mente, el culebrón de mis pensamientos frívolos, encuentro una
seguridad serena y silenciosa. No es una seguridad de ideas y palabras, es una seguridad del ser,
una calma majestuosa. La quietud está más allá del espacio y del tiempo. No tiene nada que ver
con el drama que se representa en este planeta.

Es de esto de lo que hablamos hoy. Es de aquellos que saben sentir esta calma eterna de los que
la lección dice:

“Descansan en la serena certeza de que llevarán a cabo lo que se les encomiende hacer. No
ponen en duda su propia capacidad porque saben que cumplirán debidamente su función en el
momento y lugar perfectos”. (3:3-4)

Ocupo mi lugar con aquellos que, antes que yo, han llegado a este lugar. Es el mismo lugar para
todos. Es el mismo Ser el Que llegamos a conocer. Y sé, en ese instante santo, que si uno ha
estado en este lugar antes que yo, todos lo encontraremos. Si uno ha estado en este lugar (y sé
que muchos han estado) todos estaremos en él, pues uno no puede llegar a menos que sea para
todos. La naturaleza de este lugar, de esta seguridad silenciosa, es que es de todos y para todos.
No podría estar aquí para mí si no fuera también para ti. No podría haber estado ahí para Jesús
si no fuera también para mí.
“Todos aquellos que adoptaron la postura que hoy vamos a adoptar nosotros, estarán a nuestro
lado y nos transmitirán gustosamente todo cuanto aprendieron, así como todos sus logros. Los
que todavía no están seguros también se unirán a nosotros y, al compartir nuestra certeza, la
reforzarán todavía más. Y los que aún no han nacido, oirán la llamada que nosotros hemos oído,
y la contestarán cuando hayan venido a elegir de nuevo. Hoy no elegimos sólo para nosotros”.
(4:1-4)

En medio de la tormenta de dudas e inseguridad está el centro de la calma. La tormenta ruge.


Todavía podemos sentirlo. Sí, aquí, aquí en nuestro Ser estamos en calma. Estamos en silencio.
Descansamos.

Por supuesto tienes dudas e inseguridades. ¡De eso es de lo que te vas a dar cuenta al hacer esta
lección! Únicamente durante un momento estate dispuesto a que desaparezcan. Hay Uno
contigo Que siempre está seguro, y Él está contigo, has olvidado eso. Por muy brevemente que
sea, permítete identificarte con Su certeza, y abandona tu identificación con las dudas. Haz esa
elección, eso es lo único que se te pide.

Él impartirá a las palabras que utilices al practicar con la idea de hoy la profunda convicción y
firmeza de las que tú careces. Sus palabras se unirán a las tuyas y harán de cada repetición de la
idea de hoy una absoluta consagración, hecha con fe tan perfecta y segura como la que Él tiene
en ti. La confianza que Él tiene en ti impartirá luz a todas las palabras que pronuncies, e irás
más allá de su sonido a lo que verdaderamente significan”. (7:2-4)

“Ofrécele las palabras y Él se encargará del resto” (9:1). ¡Qué maravillosa afirmación! Él sólo te
pide tu vacilante “Sí”. No se te pide que cambies tus dudas en fe. Él hará eso. “Mi parte en el
plan de Dios” es muy sencilla: aceptarla. Mi parte no es un papel activo, sino pasivo. Es estar
dispuesto a recibir, eso es todo. Mi parte es decir: “De acuerdo. Sí. Lo acepto”. Darle a Él estas
palabras, eso es todo. Él responderá con toda Su fe, con todo Su gozo, y con toda Su certeza que
lo que dices es verdad.

Una y otra vez durante el día, una y otra vez a lo largo de tu vida, dale a Él estas palabras:
“Aceptaré mi papel. Sí.”

Esto es entregarse. Esto es todo lo que hacemos. No hay que hacer nada más. Tan sencillo. Tan
difícil para ser tan sencillo. Tan difícil dejar de hacerlo por nuestra cuenta. Abandona todo
intento de hacerlo por tu cuenta y déjaselo a Dios. “Sí, Dios. Sí, Espíritu Santo. Acepto mi
papel.”

Dile a Él una vez más que aceptas el papel que Él quiere que hagas y que te ayudará a llevar a
cabo, y Él se asegurará de que quieres esta elección, que Él ha hecho contigo y tú con Él.

Quizá no estoy seguro de quererlo. Pero Él se asegurará de que lo quieras. Ven a Él tal como te
sientes, con todas tus dudas y con todos tus miedos. Únicamente ven. Únicamente di: “Sí.
Acepto”.

LECCIÓN 99 - 9 ABRIL

“La salvación es mi única función aquí”.

Instrucciones para la práctica


Propósito: Llevar a cabo tu función al dejar que tus pensamientos tenebrosos sean sacados del
lugar donde se esconden y se encuentren con el Pensamiento de la luz de Dios, para que tu
obscuridad sea reemplazada con Su luz.

Ejercicios más largos: Cada hora, a la hora en punto, durante cinco minutos (si no puedes
hacerlo, al menos haz el alternativo).
• Di: “La salvación es mi única función aquí. La salvación y el perdón son lo mismo”.
• Luego invita al Espíritu Santo a tu mente y pídele que busque en los rincones obscuros
y secretos de tu mente los pensamientos, creencias, y objetivos que quieres mantener
ocultos de ti mismo o de otros. Cuando uno salga a la luz, repite el Pensamiento: “Dios
sigue siendo Amor, y esto no es Su Voluntad”. Deja que la luz en este pensamiento
limpie tu pensamiento tenebroso, deja que esa luz te ofrezca el perdón de ese
pensamiento. De este modo, se iluminará ese lugar obscuro de tu mente. Luego empieza
el proceso de nuevo: Deja que el Espíritu Santo busque otro pensamiento tenebroso
escondido. Luego repite de nuevo: “Dios sigue siendo Amor, y esto no es Su Voluntad”,
y deja que este Pensamiento perdone y limpie la obscuridad, reemplazándola con luz.
Mientras continúas con este proceso, de vez en cuando piensa en el significado de “Dios
sigue siendo Amor, y esto no es Su Voluntad”. Significa que este mundo de dolor no es
Su Voluntad. Significa que Dios quiere que tú seas Su Hijo, uno con Él.

Recordatorios frecuentes: Entre las sesiones de práctica de cada hora.


Repite la idea, comprendiendo que al hacerlo estás invitando a que el perdón reemplace a
todos tus miedos e invitando al amor a tu mente, que te mostrará que tú eres Hijo de Dios.

Respuesta a la tentación: Cada vez que una apariencia te tiente a caer en el miedo y en la
duda.
Di: “La salvación es mi única función aquí. Dios sigue siendo Amor, y esto no es Su
Voluntad”. Date cuenta de que este mensaje especial “tiene el poder de eliminar para siempre de
tu mente cualquier forma de duda o de temor… Recuerda que las apariencias no pueden
resistirse a la verdad que encierran estas poderosas palabras” (11:1-2).

Comentario

Hoy sólo comentaremos unas pocas ideas de la lección.



El Espíritu Santo contempla impasible lo que tú ves: el pecado, el dolor y la muerte, así como
la aflicción, la separación y la pérdida. Mas Él sabe que hay algo que no puede sino seguir
siendo verdad: que Dios sigue siendo Amor, y que eso que ves no es Su Voluntad.” (5:4-5)

Vemos pecado, dolor y muerte. Vemos sufrimiento, separación y pérdida. Pensamos que estas
cosas son reales. Lo que es peor, creemos que todas ellas son la Voluntad de Dios. Si creemos
que este mundo y su creación son obra de Dios, entonces todo lo que vemos es Su Voluntad, Él
las creó (eso es lo que creemos, aunque la creencia no sea consciente). Al menos, creemos que
Él voluntariamente creó la posibilidad de todo este sufrimiento y pérdida, y que de algún modo
planeó que pasáramos por todo ello.

Mucha de la enseñanza cristiana se ve muy clara en todas estas creencias. Un ser amado muere
antes de tiempo. Nos invade la agonía, el sufrimiento y la pérdida; y algún amigo con buenas
intenciones intenta consolarnos con el pensamiento: “Es la Voluntad de Dios”. ¿Qué consuelo es
ése? ¿Qué hace eso sino echarle la culpa de nuestra agonía a Dios? ¿Qué otra cosa puede hacer
sino convertirle a Dios en un monstruo, objeto de nuestro miedo e incluso de nuestro odio?

El pecado, el dolor, la muerte, el sufrimiento, la separación y la pérdida no son la Voluntad de


Dios. Tal creencia procede de la creencia escondida de que Dios la tiene tomada contra
nosotros, que Él nos está castigando por nuestros pecados. Para albergar tal creencia debemos
también creer que nos merecemos esta experiencia horrible. Éste es el instante de nuestra
creencia en la separación de Dios representada en el escenario del mundo.

Tú y yo hemos creído que Dios quería esto para nosotros. Él quería que estuviésemos en este
mundo de dolor. A veces hemos estado de acuerdo con lo que pensábamos de Él, de acuerdo en
que merecíamos sufrir. A veces, con enfado, hemos negado que lo mereciésemos, y Le hemos
acusado de ser injusto. A menudo nos hemos sentido desconcertados, preguntándonos con pena
por nosotros mismos qué habíamos hecho para merecer todo esto; seguros de haber hecho algo
pero sin la menor idea de lo que podía ser.

Nunca se nos ha ocurrido tener en cuenta este pensamiento:

“El mundo del dolor no es Su Voluntad. Perdónate a ti mismo el pensamiento de que eso fue lo
que Él deseó para ti.” (7:4-5)

La razón de nuestra angustia es el pensamiento de que Dios quiere todo eso para nosotros. Lo
que nos hiere en lo más profundo es la oculta creencia de que Dios es la fuente de este dolor.
Aquél que mi corazón ama, y que ama apasionadamente, quiere esto para mí. Es mi Padre el
que me impone este dolor.

Nos encogemos de sufrimiento y pena, sin esperanza y perdidos, porque pensamos que es la
Voluntad de Dios.

“Ésta no es Su Voluntad”, nos dice Jesús. “Perdónate a ti mismo el pensamiento de que eso fue
lo que Él deseó para ti” (7:5).

¿Cómo pudimos pensar esto de Dios? ¿Cómo pudimos creer que es tan vengativo? Todavía no
nos damos cuenta de que es este pensamiento acerca de Dios el que le da al dolor todo su poder
sobre nosotros, sin embargo lo descubriremos si nos concedemos a nosotros mismos este
perdón. Cuando el dolor nos rasga por dentro, cuando el miedo nos atenaza, o cuando una
profunda sensación de pérdida parece deshacer nuestra alma, si nos volvemos al Espíritu Santo
y Le oímos decir: “Ésta no es Su Voluntad. Dios no quiere esto para ti”, nos parecerá posible
perdonarnos a nosotros mismos por pensar que sí lo era. En el momento que lo hagamos, la
fuerza del dolor se elimina. “Dios no quiere esto para mí. Esto no procede de Él”. El dolor se
transforma en algo diferente.

No es Dios Quien quiere este dolor para nosotros. Somos nosotros. Creemos que Dios nos
castiga porque creemos que merecemos el castigo. Experimentamos la vida como dolor porque
inconscientemente nos estamos castigando a nosotros mismos.

No estamos hablando aquí del acontecimiento que pensamos que ha causado nuestro dolor: la
muerte de un ser amado, la aparente pérdida de amor, el sufrimiento físico. Estamos hablando
principalmente del estado mental y emocional en el que lo vivimos. Esto es una cosa interna.
Esta angustia, esta profunda pena, este terror, todo esto no es la Voluntad de Dios para ti.
Sufrimos tan increíblemente porque, sin darnos cuenta, aceptamos la mayor parte de la vida
como un castigo. Un escarmiento. Parte del precio a pagar por ser la cosa horrible que pensamos
que somos.

A causa de que creemos que lo penetrante del dolor es Su Voluntad, no podemos llevárselo a Él
en busca de consuelo. Pensamos que Él es su Causa, así que huimos de Él. Nos negamos a
nosotros mismos el alivio de Su Presencia amorosa. En esa Presencia podemos encontrar a
nuestro Ser. Podemos mirar a nuestra propia esencia y “ningún obstáculo te impedirá ver lo que
Él dispone para ti” (8:3).
“Dirígete entonces a Aquel que comparte contigo tu función aquí, y permítele que te enseñe lo
que necesitas aprender para poder dejar de lado todo miedo y reconocer a tu Ser como un amor
que no tiene opuesto en ti.” (9:8)

“Perdónate a ti mismo el pensamiento de que eso fue lo que Él deseó para ti” (7:5). Lleva tu
dolor ante Jesús. El dolor no es la Voluntad de Dios para ti. La experiencia por la que estás
atravesando puede ser el camino que lleva a tu infinita libertad si abandonas tus defensas en
contra de Dios. Su Presencia puede transformar tu experiencia de dolor en una experiencia de
alegría. Puede ser el camino a conocer tu Ser como Amor. Tal cosa nos parece imposible a
nosotros, pero los milagros siempre parecen imposibles.

Abandona tus defensas. Dios no está enfadado. Él no quiere este sufrimiento para ti. Libérate de
tu miedo de Él. No tengas miedo de Su toque. Perdónate el pensamiento de que Él te impuso
esto. Permite que Él te muestre tu Ser tal como Él lo ve, y ábrete a Su Amor sanador.

LECCIÓN 100 - 10 ABRIL

“Mi papel en el plan de salvación de Dios es esencial”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Experimentar la felicidad que es la Voluntad de Dios para ti, comprender que
contagiar tu felicidad a otros es el modo en que llevas a cabo tu parte en el plan global de la
salvación.

Ejercicios más largos: Cada hora, a la hora en punto, durante cinco minutos (si no puedes
hacer esto, al menos haz el alternativo).
• Repite la idea. “Luego comprende que tu papel es ser feliz” (7:3), y no hacer nobles
sacrificios, únicamente ser feliz.
• El resto es una meditación en la que intentas encontrar la alegría que Dios puso en ti.
Busca muy dentro de ti. Sumérgete hacia abajo y adentro para encontrar el Cristo en ti,
la fuente de tu alegría. Mientras te sumerges, deja de lado “los pensamientos pueriles y
metas absurdas” (8:5). No dejes que te retrasen. Incluso puedes preguntarte a ti mismo:
“¿Qué pensamiento pueril tiene poder para detenerme?” O puedes simplemente
recordar que tu única intención es llegar a ese inagotable pozo de alegría en el centro de
tu ser, tu única intención es llegar al Cristo en ti. Búscale con confianza, “Él estará allí.
Y tú puedes llegar a Él ahora” (9:1-2). Durante todo el ejercicio continúa buscando
dentro de ti ese pozo de alegría sin fin.

Recordatorios frecuentes: Entre las sesiones de práctica de cada hora.


Repite la idea, recordando que al hacerlo estás contestando a la llamada de tu Ser. Como
siempre, recomiendo repetirlo de este modo ahora, para que puedas sentir los beneficios que te
ofrece.

Comentario

Dios no tiene “un plan para mi vida”. Él tiene Su plan, y yo soy una parte de ese plan. No hay
miles de millones de planes separados para miles de millones de individuos separados. Sólo
existe la Voluntad única de Dios, y cada uno de nosotros tiene una parte esencial en ella. Parte
de lo que la salvación está deshaciendo es “la descabellada creencia en pensamientos y cuerpos
separados, que viven vidas separadas y recorren caminos separados” (1:2). Cada uno de
nosotros tiene el mismo propósito, la misma función, y en eso estamos unidos.
Parte de la sanación de mi propia mente es el reconocimiento de que la otra persona ciertamente
comparte el mismo propósito conmigo, y en su realidad quiere lo mismo que yo. Si miro a su
ego, veo intereses separados, y eso puede ser todo lo que él o ella ve. Pero cuando abandono mi
interpretación y permito que el Espíritu Santo lo interprete por mí, veo que el miedo de la otra
persona, que se manifiesta como ataque, en realidad es una petición de amor y es un testigo de
la creencia en el amor dentro de su mente. El resultado de esto es que veo que la otra persona no
necesita cambiar para ser uno conmigo, ¡ya es uno conmigo! Tengo un aliado secreto en su
mente. Tengo su propio consentimiento conmigo en una meta común.

La parte que Dios “ha reservado para mí” (2:1) en Su plan está planeado para devolverme la
felicidad, porque Su Voluntad para mí es felicidad. Hay algo en nosotros (¡el ego, por supuesto!)
que me dice que está mal querer perfecta felicidad. Pero si la Voluntad de Dios para mí es
perfecta felicidad, entonces ¡pensar que no me la merezco es oponerse a la Voluntad de Dios!

Para que la Voluntad de Dios sea completa, mi alegría debe ser completa, pues ¡Su Voluntad es
perfecta alegría para todos! Si cada uno con quien me encuentro ve una cara radiante de alegría,
oirá la llamada de Dios en mi risa feliz (2:6).

Soy esencial para el plan de Dios, mi alegría es esencial para Su plan (3:1). Así pues, que hoy
elija la alegría de Dios en lugar del dolor. “Sin tu sonrisa, el mundo no se puede salvar… toda
risa no es sino el eco de la tuya” (3:3-4).

Así que mi tarea hoy, y todos los días, es ser feliz. No puedo ser feliz si ataco, o juzgo, o culpo,
o condeno. Tal como el Curso enseña, no puedo ser feliz a menos que acepte, a menos que
perdone, no prestando atención a las ilusiones del ego, para ver la feliz verdad en cada uno:
quieren amor al igual que yo.

Enseñamos a través de nuestra felicidad. Pedimos a todas las mentes que abandonen sus
sufrimientos con nuestra “dicha en la tierra” (4:2). Está claro que esto es acerca de la alegría que
se ve, visible en tu cara a través de la sonrisa y de la risa feliz. “Los mensajeros de Dios rebosan
de dicha, y su júbilo sana todo pesar y desesperación” (4:3).

Una buena afirmación para el día podría ser: “Mi alegría cura”.

La parte que todos tenemos en el plan de Dios es demostrar, a través de nuestra alegría, que
Dios quiere perfecta felicidad para todos los que quieren aceptarla como Su regalo.

La tristeza es una elección, una decisión de “desempeñar otro papel en lugar del que Dios te ha
dado” (5:3). La tristeza es el loco deseo del ego de ser independiente de cualquier poder excepto
del suyo. Cuando me opongo a mi felicidad dejo de mostrar el mundo que Dios quiere para
todos nosotros, y de este modo no puedo reconocer la felicidad que ya es mía, siempre mía.

“Hoy trataremos de comprender que la dicha es nuestra función aquí” (6:1). Nada tiene que
cambiar para que esto sea posible. Puedo ser perfectamente feliz ahora mismo, porque la
felicidad no depende de nada fuera de mi mente. Disgustarse con algo o alguien no lo cambia;
únicamente la felicidad cura. Únicamente la felicidad trae un cambio duradero.

A veces pensamos equivocadamente que nuestra felicidad permite de algún modo el error y el
pecado de otros. Si alguien está siendo cruel y yo continúo siendo feliz, parece que apruebo la
crueldad. Sin embargo, disgustarse por la crueldad no la sana, la hace real. Es mucho más
gozoso y mucho más sanador, ver en la crueldad un miedo infundado que oculta una petición de
ayuda; eso muestra que dentro de esa persona existe un vivo deseo que comparte conmigo, un
ardiente deseo de Dios, un vehemente deseo de Su regalo de felicidad. Mi felicidad ante la
crueldad enseña que no hay motivos para la crueldad. No ataca el síntoma de la crueldad,
deshace la causa de la crueldad. Ser feliz no es salir perdiendo, ni sacrificar, ni morir (7:7). Es
vivir eternamente.

Son nuestros pensamientos pueriles y metas absurdas los que nos impiden ser felices (9:3-5).
Nuestra mente ha elegido hacer algo más importante que ser feliz, y lo que eso significa en
términos metafísicos profundos es que hemos inventado algo más importante que Cristo o que
Dios. Si buscamos, Él está en nosotros. “Él estará allí”, (este pensamiento se repite dos veces
9:1; 10:1). El Cristo está en mí, esperando que yo lo reconozca como mi Ser. Ésa es la única
fuente de verdadera de felicidad, y todos Le tenemos ya.

Mi tarea hoy es ser Su mensajero, y “encontrar lo que Él quiere que des” (10:4). Encontrar la
felicidad en mí mismo y dar mi felicidad a otros: ésa es la razón por la que estoy aquí, ésa es la
razón por la que este día existe para mí. Soy esencial en el plan de Dios para la salvación del
mundo. Sin mi sonrisa, el mundo no se puede salvar (3:3).

LECCIÓN 101 - 11 ABRIL

“La Voluntad de Dios para mí es perfecta felicidad”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Aprender que tus pecados no son reales y, por lo tanto, que lo que Dios quiere para ti
es alegría, no castigo. Experimentar esa alegría y escapar de la pesada carga que has echado
sobre ti al creer que tus pecados son reales.

Ejercicios más largos: Cada hora, a la hora en punto, durante cinco minutos (si no puedes
hacer esto, al menos haz el alternativo).
• Di: “La Voluntad de Dios para mí es perfecta felicidad. El pecado no existe ni tiene
consecuencias.”
• Luego haz el mismo tipo de meditación que hiciste ayer. Mira muy dentro de ti,
buscando ese lugar donde se encuentra la Voluntad de Dios para ti, ese lugar donde sólo
existe la dicha, recordando que “la dicha es justa” (6:2), porque tú nunca pecaste.
Recuerda concentrar toda tu intención en llegar a ese pozo de dicha en ti, retirando tu
mente de esos “pensamientos pueriles y metas absurdas” (L.100.8;5) cuando se quede
atrapada en ellos, buscando con confianza la Voluntad de Dios en ti, sabiendo que te
liberará de todo el dolor que te has causado a ti mismo.

Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como puedas.


Repite: “La Voluntad de Dios para mí es perfecta felicidad. Ésa es la verdad, pues el pecado
no existe.”

Apoyo a la práctica: “Hoy necesitas las sesiones de práctica” (5:1). Porque pueden enseñarte
que tus pecados nunca fueron reales. Pueden hacer que aceptes la Expiación. Tus pies ya están
fijos en el camino a la salvación, y la práctica de hoy puede darte alas para acelerarte a lo largo
del camino, y puede darte esperanza para que tu velocidad siga aumentando. Por lo tanto,
practica felizmente. “Da gustosamente estos cinco minutos” (7:1).

Comentario

Cuando Un Curso de Milagros habla de “salvación” significa “ser feliz”. Esto es completamente
diferente del punto de vista habitual acerca de la salvación, que significa algún tipo de
sufrimiento por nuestros pecados. Si somos honestos con nosotros mismos, descubriremos que
la idea de “pagar por nuestros pecados” está profundamente grabada en nosotros, apareciendo
de maneras muy claras a veces, o tras no tan claras. Una de las más ingeniosas, pero más fáciles
de descubrir si la buscas, es nuestra culpa por ser felices.

¿No te has dado cuenta de eso? De alguna manera no parece bien o seguro ser “demasiado”
feliz. Tenemos este extraño sentimiento de que si somos “demasiado” felices, nos sucederá algo
malo. Un ejemplo de ello es el dicho popular: “Esto es demasiado bueno para que dure”. Sondra
Ray en su Entrenamiento en Relaciones Amorosas solía hacer la pregunta: “¿Cuánto tiempo
puedes aguantar lo bueno?” Interesante pregunta.

O, podemos sentirnos culpables por ser felices cuando un amigo está triste o disgustado por
alguna razón, nos sentimos obligados a unirnos a él en su sufrimiento. Y la idea de que
podríamos ser felices todo el tiempo nos parece demasiado ridícula para tenerla en cuenta.
Pensamos que el sufrimiento es una parte natural de estar vivos. Quizá incluso pensamos, al
igual que Carly Simon, que “el sufrimiento es lo único que me hizo sentir que estaba viva”.
(Escucha su canción “No Tengo Tiempo para el Dolor” desde el pensamiento del Curso).
Pensamos que lo necesitamos. Nunca nos damos cuenta de que todas estas ideas están
directamente relacionadas con nuestra creencia en el pecado y en el castigo. No nos damos
cuenta de que estamos eligiendo nuestro sufrimiento activamente.

No hay necesidad de penitencia. No hay que pegar ningún precio por el pecado, porque no
existe el pecado. Leyendo esto, alguno de nosotros inmediatamente pensará que estas ideas son
peligrosas: si no hay que pagar un precio por el pecado, entonces no habrá control sobre los
pecadores. Pensamos que el castigo es necesario para controlar el mal. Dentro del mundo en el
que los cuerpos parecen reales, el control es a veces necesario, aunque quizá mucho menos de lo
que pensamos. Pero darle vueltas a cómo aplicar estas ideas a la mala conducta (por ejemplo, el
crimen) nos llevaría meses. Y ésta no es la cuestión aquí. Creemos que es Dios Quien pide que
paguemos las ofensas que hemos cometido contra Él. ¿Y si no Le hemos hecho ninguna ofensa?
¿Y si nuestros “pecados” son para Él como la picadura de un mosquito a un elefante, que no Le
afectan en absoluto?

¿Cómo puedo ser feliz si creo que Dios está enfadado conmigo? ¿Cómo puedo sentirme atraído
por la salvación que viene a través del dolor, matándome lentamente, quitándome la vida hasta
que me quede en los huesos (metafóricamente hablando)? ¡El infierno no es salvación! No es un
Dios de Amor Quien exige esas cosas. Dios no está enfadado, Su Voluntad para mí es perfecta
felicidad. Si el pecado es real, el castigo es real; y si el castigo es real, tengo todos los motivos
para huir de Dios. Por eso precisamente fomenta el ego que pensemos así de Dios. La lección
dice: “El pecado no existe” (5:4), y nos dice“Practicaremos hoy este pensamiento tan a menudo
como nos sea posible” (5:5).

¿Y la justicia? “La dicha es justa”. ¡Eso es la justicia: alegría!

Cuando pienso en esto, a menudo llego a una aplicación muy sencilla con la que me enfrento
cada día. Cuando hago algo que no apruebo, o no hago algo que creo que debería haber hecho, o
me doy cuenta de que estoy teniendo pensamientos de condena o de juicio a alguien, a menudo
me pesco a mí mismo pensando que tengo que pasar por un largo periodo de remordimiento
antes de poder ser feliz de nuevo. Sólo con haberme dado cuenta de mi error y decidir cambiar
mi mente probablemente no es suficiente para merecer ser feliz de nuevo, ¿no? ¿No tengo que
“pagar por mi pecado” de algún modo? Por lo menos, ¿quizá pasar diez minutos en meditación?
¡Qué disparate!

Y sin embargo, sigo dándole vueltas a la idea. Esto me muestra que mi mente no se ha librado
de esta idea de pecado-y-castigo, que todavía creo que tengo que compensar la cuenta con Dios
antes de poder ser feliz de nuevo. Lo que Dios quiere en ese instante, y en cada instante, es que
yo sea feliz. “Obedecer a Dios” significa “ser feliz”. Significa abandonar la penitencia que me
he impuesto a mí mismo y que me alegre en el Amor de Dios. Significa aceptar la Expiación
para mí mismo. ¿Qué mejor modo de “renunciar al pecado” que dejar de hundirme en llorosas
humillaciones y negarles el poder de impedirme la felicidad?

Que hoy me niegue a echarme el fardo de culpa a mí mismo. Que levante la cabeza, sonría y Le
dé a Dios la gloria de que soy feliz. El mayor regalo que puedo dar a los que están a mi
alrededor es mi felicidad.


La Voluntad de Dios para mí es perfecta felicidad. Ésa es la verdad, pues el pecado no existe.”
(7:6-7)

LECCIÓN 102 - 12 ABRIL

“Comparto con Dios Su Voluntad de que yo sea feliz”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Soltar todavía más tu creencia de que el dolor te ofrece algo. Darte cuenta de que el
sufrimiento no tiene ningún beneficio, ni propósito, ni realidad. Darte cuenta de que lo que
quieres es la misma felicidad que Dios quiere para ti.

Ejercicios más largos: Cada hora, a la hora en punto, durante cinco minutos (si no puedes
hacer esto, al menos haz el alternativo).
• Di: “Comparto con Dios Su Voluntad de que yo sea feliz. Y acepto ahora la felicidad
como mi función”. Dilo de corazón, haz que sea un acto real de aceptar la Voluntad de
Dios.
• Luego, pasa el resto del tiempo en meditación intentando “encontrar la felicidad que
Dios ubicó en ti” (3:1). Ésta es la práctica que has hecho los dos últimos días y que
continuarás haciendo durante varios días más. Recuerda buscar este lugar con verdadero
deseo, pues únicamente aquí te sientes en el hogar, en descanso, seguro, y en paz.
Recuerda también buscarlo con confianza, pues si de verdad quieres junto con Dios
llegar a este lugar, entonces “no puedes dejar de encontrarlo” (4:4).

Recordatorios frecuentes: Muy a menudo.


Repite: “Comparto con Dios Su Voluntad de que yo sea feliz. Y acepto ahora la felicidad
como mi función”.

Comentario

“Comparto con Dios Su Voluntad de que yo sea feliz”.

Qué estupendo que el Libro de Ejercicios va a pasar varios días dedicado a “ejercicios que han
sido diseñados para ayudarte a encontrar la felicidad que Dios ubicó en ti” (3:1). Me doy cuenta
de que no estoy intentando “hacerme feliz” sino intentando llegar a la felicidad que ya existen
mí. Un gurú americano (llamado Da Free John, ahora conocido como Adi Da) dijo una vez: “Ya
eres siempre feliz”. Esa frase se me quedó en la mente, y está de acuerdo con lo que el Curso
dice acerca de la felicidad.
El Ser que existe en mi interior siempre es feliz. Dios lo creó feliz, la Voluntad de Dios “puso”
la felicidad dentro de mí. No estoy intentando crear la felicidad, estoy simplemente intentando
encontrarla dentro de mí, descubrirla allí.

Nuestra creencia en el mérito del sufrimiento se opone a la felicidad. La lección no espera que
estemos ya totalmente libres de esta creencia en el sufrimiento. “Esta creencia, no obstante, ha
quedado sin duda quebrantada ahora, por lo menos lo suficiente como para permitirte ponerla en
duda y empezar a sospechar que en realidad no tiene sentido” (1:3). Esta creencia es lo que se
ha puesto sobre nuestra felicidad original, ocultándola y haciéndonos sentir el dolor y el
sufrimiento. Nuestra felicidad está escondida debajo de capas de dolor únicamente porque
creemos que el dolor tiene algún valor para nosotros. Y sé que por lo menos pongo en duda esta
creencia. No quiero sufrir, por supuesto que no. Sin embargo, si sufro yo lo he elegido así, no
porque quiera el dolor sino porque quiero lo que creo que el dolor me dará. El mensaje de la
lección acerca de esto es: “el dolor no tiene objeto, ni causa, ni poder alguno con que lograr
nada” (2:1). No sólo eso, sino que todo lo que creo que me dará el dolor carece de existencia
igualmente. Todo ello es un espejismo engañoso que el ego hace aparecer como por arte de
magia con el fin de impedirnos nuestra eterna felicidad en Dios.

Así pues, hoy afirmamos que compartimos con Dios Su Voluntad de que seamos felices.
Afirmamos que queremos ser felices. Sencillamente ser lo que Dios creó como nuestra función.
“Sé feliz, pues tu única función aquí es la felicidad” (5:1). La frase siguiente (5:2) habla de ser
menos amoroso con nuestros hermanos que lo que lo es Dios, y dice que no hay necesidad de
ello. La tristeza es nuestra “excusa” para ser menos amorosos que Dios. ¿Cómo puedo abrirte
mi corazón lleno de amor cuando estoy triste? Al elegir ser feliz me estoy permitiendo ser
completamente amoroso. El Curso siempre parece hacer estas interesantes relaciones entre
cosas que nunca se me ocurrirían a mí, pero que son muy claras cuando las muestra.

LECCIÓN 103 - 13 ABRIL

“Dios, al ser Amor, es también felicidad”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Intentar de nuevo corregir nuestra falsa creencia de que Dios es temible. En lugar de
ello, darnos cuenta de que puesto que Dios es Amor Él debe ser un dador de pura alegría.

Ejercicios más largos: Cada hora, a la hora en punto, durante cinco minutos (si no puedes
hacer esto, al menos haz el alternativo).
• Di: “Dios, al ser Amor, es también felicidad. Tener miedo de Él es tener miedo de la
dicha”
• Luego, como en días anteriores, entra en meditación con el propósito de encontrar la
felicidad que Dios puso en ti. Busca este santo lugar dentro de ti, lleno de esperanza,
confiando en que el gozo de Dios ocupará el lugar de tu sufrimiento. Date cuenta de que
no puedes fracasar, porque buscas lo que es tuyo ya. Busca este lugar dándole la
bienvenida a la felicidad que con toda seguridad vendrá a ti. Y cuando tu mente se
quede dormida, pensando en las falsas promesas de felicidad del mundo, recuerda
retirar tu mente de ellas.

Recordatorios frecuentes: A menudo.


Refuerza tu esperanza de que encontrarás la dicha de Dios, refuérzala diciendo: “Dios, al ser
Amor, es también felicidad. Y la felicidad es lo que busco hoy. No puedo fracasar, pues lo que
busco es la verdad”.

Respuesta a la tentación: Cada vez que sientas cualquier clase de miedo o temor.
Acalla todos tus miedos con estas palabras: “Dios, al ser Amor, es también felicidad. Y la
felicidad es lo que busco hoy. No puedo fracasar, pues lo que busco es la verdad”.

Comentario
“Dios, al ser Amor, es también felicidad”. ¡Hay un Dios del Que nunca oí hablar en la iglesia!
“Dios es felicidad”. (Bueno el catecismo de Westminster de la Iglesia Presbiteriana dice que el
fin principal del hombre es amar a Dios y gozar de Él eternamente. Pero no oí muy a menudo
hablar de “gozar de Dios”). Sin embargo, del modo en que la lección lo expresa de manera
lógica, la idea es muy clara y no te la puedes pasar por alto. Sin amor, nadie puede ser feliz. Si
el amor estuviera ausente, también la felicidad estaría ausente. Esto parece muy fácil de
entender. La felicidad tiene que ser una cualidad del amor, las dos van, o vienen, juntas.

Dios es Amor. “El amor no tiene límites, al estar en todas partes” (1:4). Puesto que esto es
verdad, la felicidad debe estar también en todas partes, al igual que Dios. Así pues, Dios es
felicidad, y también Amor.

Entonces, la negación de la felicidad es la negación de Dios. De hecho, el Texto dice algo muy
parecido a esto en el Capítulo 10, cuando dice que la depresión es blasfemia (T.10.V.12:3-4).
Pero ten cuidado, la razón de decir esto no es hacernos sentir culpables por sentirnos tristes o
deprimidos. El propósito del Curso es deshacer la culpa, no provocarla. Nos está mostrando la
causa de nuestra tristeza y depresión. Está diciendo: “Estás sufriendo porque Le estás volviendo
la espalda a Dios, al Amor, a la Felicidad Misma. No es algo fuera de ti, fuera de tu control, que
te lo está haciendo a ti. Tú tienes el poder de cambiarlo, elige de nuevo y sal de esa depresión”.

Estamos tristes y deprimidos porque pensamos que lo que hemos hecho es real (2:1). Pensamos
que hay “brechas en el amor”, que no está en todas partes y siempre. Estamos tristes porque
pensamos que, al menos en cierto modo, estamos fuera del Amor de Dios, más allá de sus
“límites”. Y no lo estamos, no podemos estar fuera de Su Amor. ¡Si supiéramos que en lo más
profundo de nuestro ser, nunca podemos sufrir ni ser desgraciados!

Debido a que creo que el amor tiene límites, tengo miedo de él: miedo de que se me retire,
miedo de sus condiciones, miedo de que lo que parece ser amor sea sólo una burla cruel, una
promesa tentadora que amenaza con desaparecer si nos portamos mal. Ese miedo, esa constante
ansiedad por la posibilidad de que el amor desaparezca, es la causa de mi falta de alegría.
¿Cómo puedo estar contento, aunque las cosas vayan “bien”, si el amor puede desaparecer en
cualquier momento? Éste es el error de nuestra mente que estamos tratando de destapar, de sacar
a la luz, y de abandonar.

Justo ahora, en este momento, estoy rodeado por Su abrazo. Justo ahora, sin que cambie nada, el
Amor de Dios me llega sin límites, sin reservas, y sin preguntas. Saber esto es felicidad, y esto
es lo que busco hoy.

LECCIÓN 104 - 14 ABRIL

“Busco únicamente lo que en verdad me pertenece”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Dejar libre un lugar en tu mente donde los regalos de dicha y paz de Dios sean bien
recibidos y se sientan.

Ejercicios más largos: Cada hora, a la hora en punto, durante cinco minutos (si no puedes
hacer esto, al menos haz el alternativo).
• Empieza con: “Busco únicamente lo que en verdad me pertenece, y la dicha y la paz
son mi herencia”.
• Luego, de nuevo, entra en meditación con el propósito de sentir la dicha que Dios ha
puesto en el centro de tu ser. Esta lección habla de ir al santo altar dentro de ti, el lugar
profundo en tu mente que contiene tus devociones principales (puedes visualizar este
altar). Has cubierto este altar con los insignificantes regalos del mundo, ocultando así
los regalos de Dios. En tu meditación intenta retirar los regalos del mundo.
“Despejamos en nuestras mentes un santo lugar ante Su altar” (4:2). Luego busca los
regalos de dicha y paz que Dios ha colocado sobre este altar para ti. Ya están allí,
aunque todavía no los veas. Pide reconocerlos. Mientras los buscas, por encima de todo
ten una actitud de confianza, confiando en que los regalos de Dios son tu herencia, que
te pertenecen, que siempre han sido tuyos, y que los puedes pedir ahora.

Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como puedas.


Repite: “Busco únicamente lo que en verdad me pertenece. Lo único que quiero son los dones
de dicha y paz de Dios”.Hacerlo tan a menudo te impedirá perder de vista los regalos de Dios
entre las sesiones de práctica de cada hora.

Comentario

Hoy dejo a un lado las complicaciones y me concentro en dos cosas muy sencillas: la dicha y la
paz de la mente. Hoy no voy a preocuparme por verdades metafísicas profundas, ni por la
realidad invisible de mi Ser. Hoy únicamente busco conocer la paz y la dicha que son mías por
razón de lo que soy. Me olvido de la urgencia de las metas que yo me he inventado, de la
importancia que le he dado a las cosas que pienso que debo hacer. Ignoro las normas inventadas
por los hombres y con las que a menudo me juzgo a mí mismo o dejo que otros me juzguen.
Hoy pongo toda mi atención en las únicas cosas que son verdaderamente importantes: la dicha y
la paz mental.

¿Qué puede tener más valor que éstas? Si viviera en un palacio, tuviera riquezas sin límite, y la
pareja más perfecta del mundo, y no tuviera paz mental y dicha, aún así sería pobre. Si viviera
en una casucha con paz mental y dicha, sería rico.

Y puedo tenerlas, son mi derecho debido a lo que soy. La dicha es mi derecho divino. La paz es
mi derecho divino. Están al alcance de todo el mundo, sin importar su pasado, sin que importe
su educación, sin importar sus ingresos. Hoy, en estos momentos en que me paro a recordar,
esto es lo que quiero recordar. Abro mi corazón con gratitud a Dios Que me dio estos regalos,
Le honro por disfrutar de ellos. Le honro por ser dichoso y estar en paz en estos periodos de
cinco minutos, y no me olvidaré entre esos periodos.

Recuerdo un seminario que hice hace años en el que nos dedicamos a una profunda búsqueda
interior, intentando atrapar algunas de las mentiras que nos habíamos estado diciendo a nosotros
mismos, los pensamientos negativos acerca de nosotros y que nos humillaban y debilitaban
nuestra vida. Luego los resumimos a lo que, para cada uno, parecía la mentira principal que nos
estábamos diciendo acerca de nosotros. A continuación, se nos pidió que invirtiéramos aquella
mentira y la convirtiéramos en una afirmación. Y finalmente, caminamos por la sala,
presentándonos unos a otros, y afirmando nuestra “verdad eterna”.

Nunca olvidaré a una mujer, aunque he olvidado su nombre la llamaré Carol. Vino hacia mí, me
miró directamente a los ojos, y sonrió con una radiante sonrisa. Dijo: “Hola. Soy Carol, y mi
alegría cura”.

¿Y sabes qué? Lo hizo. Justo en aquel momento. De pronto mi mente lo comprendió, y nunca la
he olvidado, nunca he olvidado su alegría. Ella había descubierto una verdad acerca de sí
misma. ¡La alegría cura! Cuando soy feliz, los que están a mi alrededor sanan. ¿¿No has visto
eso alguna vez en personas que son felices, verdaderamente felices? Su felicidad te cura. ¿Qué
puede ser más valioso que una felicidad así?
La paz cura también. Una persona en paz dentro de una sala llena de gente nerviosa puede llevar
paz a todos. Elijo ser esa persona hoy, porque es mi derecho. Me calmo en cada momento de
práctica y despejo en mi mente un santo lugar ante Su altar (4:2). Despejo ese lugar para recibir
los eternos regalos, la dicha y la paz que Dios quiere darme. “No hay nada más que en verdad
nos pertenezca” (4:4). Ninguna de las otras cosas que pienso que quiero me pertenecen igual
que me pertenecen la dicha y la paz. Éstas son “posesiones” que bendicen al mundo, en lugar de
quitarle. Nadie pierde porque yo tengo dicha y paz, todo el mundo gana.

¡Yo ya tengo estos regalos! “Busco únicamente lo que en verdad me pertenece”. La dicha me
pertenece, la paz me pertenece. Gracias, Dios. Gracias.

LECCIÓN 105 - 15 ABRIL

“Mías son la paz y la dicha de Dios”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Aceptar los regalos de Dios de paz y dicha, y comprender que al hacerlo estás en
verdad aumentando Su paz y dicha, en lugar de quitárselas. De este modo, “aprenderás a ver lo
que es un regalo de otra manera” (3:3).

Ejercicios más largos: Cada hora, a la hora en punto, durante cinco minutos (si no puedes
hacer esto, al menos haz el alternativo).
• Piensa en aquellos a los que les has negado la paz y la dicha, pues así te las negaste a ti
mismo. Dile a cada uno: “Hermano, te ofrezco paz y dicha para que la paz y la dicha
de Dios sean mías”. Al dar los regalos de Dios allí donde te negaste a darlos, ahora te
sentirás con derecho a reclamarlos como tuyos. Hacer bien este paso preparatorio te
garantizará el éxito en el siguiente paso.
• Luego cierra los ojos y di: “Mías son la paz y la dicha de Dios”, e intenta encontrar
estos regalos en lo más profundo de tu mente. Permítete sentir la dicha y la paz que te
pertenecen. Deja que la Voz de Dios te asegure que la paz y la dicha de Dios son
realmente tuyas. Esto parece ser otra meditación dirigida a entrar en contacto con la
felicidad que Dios puso en ti.

Alternativo: A la hora en punto.


Si no puedes hacer los cinco minutos, no pienses que hacer la versión corta no tiene ningún
valor. Al menos repite: “Mías son la paz y la dicha de Dios”, dándote cuenta de que al hacerlo
Le invitas a que te dé la felicidad que Él quiere para ti.

Respuesta a la tentación: Cada vez que te sientas tentado a negarle a alguien el regalo de Dios.
Agradécele a esa persona que te proporcione otra oportunidad de recibir la paz y la dicha de
Dios al darlas tú. Envíale tu gratitud con esta bendición: “Hermano, te ofrezco paz y dicha para
que la paz y la dicha de Dios sean mías”.

Comentario

La lección de hoy añade importancia a la paz y la dicha de la lección de ayer. Repite mucho de
lo que había en la lección de ayer, pero añade el pensamiento de que recibimos estos regalos al
darlos.

“Uno de los principales objetivos de aprendizaje de este curso es invertir tu idea de lo que es
dar, de modo que puedas recibir” (3:1). Esta idea, de que recibimos al dar, aparece a lo largo del
Curso, y se le da muchísima importancia, pero éste es el único lugar que conozco en el que
aprender esta lección se identifica concretamente como “una meta de aprendizaje muy
importante” del Curso.

Ayer señalamos que la paz y la dicha son regalos que aumentan al ser compartidos. Compartir
mi paz contigo la aumenta en lugar de disminuirla. Esta lección hace la sorprendente afirmación
de que cuando recibo la paz y la dicha de Dios, la dicha de Dios aumenta (4:1). Al aceptar la paz
y la dicha como mías, estoy permitiendo que Dios “se complete a Sí Mismo, tal como Él define
lo que es estar completo” (5:2). Por medio de mi experiencia de esto, aprendo lo que es mi
propia sensación de estar completo (5:3). Incluso el salmista del Antiguo Testamento sabía algo
de esto cuando escribió:

¿Cómo podré pagar al SEÑOR todo el bien que me ha hecho? Aceptaré la copa de salvación e
invocaré el Nombre del Señor” (S.116:12-13).

¿Qué regalo puedo darle a Dios para darle gracias por Su bendición? Puedo darle el regalo de
recibir Su salvación y de invocar Su Amor. Acepto los regalos de dicha y paz, y Él me dará las
gracias por el regalo que Le hago (5:6).

Todos hemos tenido una pequeña muestra de esto, por lo menos. Conocemos la dicha de dar.
Sabemos que cuando damos amor y, nuestro amor es recibido, se fortalece nuestro amor, no se
debilita. El amor compartido es una gran dicha. El amor recibido es mucho más rico que el amor
reconocido. Incluso recibir la alegría de un niño con su juguete nuevo o su nueva mascota, se
añade a la dicha del niño. Éstos son pequeños reflejos de cómo funciona el dar de Dios, y
nosotros estamos destinados a ser parte del dar. Esta clase de dar, el dar cosas que aumentan
cuando se dan, es la forma en que creamos (“Dar verdaderamente equivale a crear”) y la forma
en que nos completamos a nosotros mismos.

Hoy los ejercicios nos preparan para recibir paz y dicha. La preparación consiste en dar paz y
dicha de manera consciente a aquellos a los que se las hemos negado en el pasado: nuestros
“enemigos”. Las personas que, a nuestros ojos, no se habían merecido tener paz y dicha. No nos
dábamos cuenta de que al negarles el regalo, en la misma medida nos lo estábamos negando a
nosotros mismos. Si lo que damos aumenta en nosotros; si se lo negamos a alguien, también nos
lo negamos a nosotros mismos.

Para decir de corazón, y experimentar: “Mías son la paz y la dicha de Dios”, tenemos que abrir
nuestro corazón para compartir la paz y la dicha con el mundo. Empiezo con esa persona a la
que le he cerrado mi corazón. “Hermano, te ofrezco paz y dicha” (7.2; 9:6). Si abro mi corazón,
que la paz, la dicha y el amor se extienden a aquellos que me rodean, lo que estoy haciendo es
permitir que “lo que no puede contenerse a sí mismo cumpla su cometido de dar lo que tiene,
asegurándose así de que lo poseerá para siempre” (4:5). ¿Qué es lo que no puede contenerse a sí
mismo? Mi Ser, mi propio Ser.

Este Dador sin límite soy yo.

LECCIÓN 106 - 16 ABRIL

“Déjame aquietarme y escuchar la verdad”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Dejar a un lado la voz del ego, acallar tu mente, y escuchar la Voz de tu Padre, y
luego ofrecerle tu voz para que Él hable a todos los que necesitan oír Su Palabra.
Ejercicios más largos: Cada hora, a la hora en punto, durante cinco minutos (si no puedes
hacer esto, al menos haz el alternativo).
• Di: “Me aquietaré y escuchare la verdad. ¿Qué significa dar y recibir?”
• Pasa el resto del tiempo esperando tu respuesta del Espíritu Santo. Pero es importante
que entiendas de verdad lo que estás pidiendo. Estás pidiendo recibir de Dios (oír Su
Voz y recibir Su Palabra, para que te llene por completo desde dentro) para que tú
puedas dar a tus hermanos, quienes a su vez harán que tu recibir sea más completo y
pleno. Luego, es importante que Le ofrezcas tu voluntad de dar lo que recibes.
Aparentemente este dar sucede tanto durante la sesión de práctica en que tu mente se
extiende a otras mentes, como después del periodo de práctica pues lo que hoy sientes
te inspira verdaderamente para “el comienzo del ministerio para el que viniste” (8:3).
Mientras esperas tu respuesta, recuerda el entrenamiento recibido en las lecciones
anteriores: Mantén tu mente en silenciosa espera y disposición, retirándola del ego
cuando se detenga a escuchar su voz. Escucha con confianza: “confía en que se te
contestará” (8:1). Y de vez en cuando repite tu pregunta, para afirmar tu espera
confiada.

Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como puedas.


Di: “Déjame aquietarme y escuchar la verdad. Hoy soy el mensajero de Dios. Mi voz es Suya
para dar lo que recibo”. Esto reforzará tu elección de recibir Su Palabra, lo cual te prepara para
dar.

Apoyo a la práctica: Date cuenta de que tu práctica no es un acto de autocomplacencia


solitario. Más bien, al sentarte y hacer tu práctica, estás literalmente liberando mentes por todo
el mundo. “Por cada cinco minutos que pases escuchando, mil mentes se abrirán a la verdad y
oirán la santa Palabra que tú oyes” (9:2).

Comentario

Al principio la lección de hoy no parece seguir el tema de ayer acerca de dar y recibir, pero en la
mitad de la lección se desvía de nuevo a él. Quizá parece un cambio brusco. La primera parte de
la lección, que habla de acallar nuestra mente para escuchar la Voz de Dios, no parece
relacionada con pensamientos de dar y recibir.

Sin embargo, para esto es para lo que escuchamos, esto es lo que oímos. Estamos aprendiendo
acerca de nuestra verdadera naturaleza. Éste es el mensaje de la salvación: “Cuando todo sea
tuyo y lo hayas dado completamente, permanecerá contigo para siempre” (7:1).

¿Para qué estoy en este mundo? Según esta lección, es para oír la Voz de Dios hablarme del
eterno regalo de Dios para mí, el regalo de Cristo, el regalo de mi Ser, el Hijo bienamado de
Dios, “cuyo otro nombre eres tú” (4:7). Y estoy aquí para extender ese mismo mensaje al
mundo. Éste es el “ministerio para el que viniste, el cual liberará al mundo de la creencia de que
dar es una manera de perder” (8:3).

Oír la Voz de Dios y hablar por ella están estrechamente relacionados en esta lección al igual
que dar y recibir. Si de verdad oigo la Voz, Le daré a Él mi voz para que hable a través de mí. Si
recibo la Palabra, la compartiré, porque el mensaje es compartir. La Palabra de Dios para mí es
que yo soy un salvador, un sanador, y un portador de la verdad. Yo soy Su Hijo, Su creación,
como Él, extendiendo sanación, ofreciendo paz y dicha a todo el mundo, haciéndoles saber que
ellos son también Su Hijo.

A veces pienso que tomamos el Curso con demasiada seriedad, y necesitamos iluminarlo. Otras
veces pienso que nos lo tomamos demasiado a la ligera, y necesitamos tomarlo más en serio.
Por ejemplo, esta lección me dice que cada vez que me paro durante cinco minutos para
aquietarme y escuchar la verdad, mil mentes se abrirán a la verdad (9:2). ¿Te imaginas que me
lo tomo en serio? Imagínate que me paro cada hora, como se nos dice. A lo largo del día, quince
mil mentes se abrirían a la verdad. ¿Te imaginas que todos los que leen estos comentarios lo
hicieran (unas seiscientas personas)? Entonces, ¡nueve millones de mentes se abrirían a la
verdad!

No me tomo esto suficientemente en serio. No hago caso, pensando que con una o dos prácticas
al día ya es suficiente. Recientemente, pusieron en la televisión la vieja película de Charlton
Heston Los Diez Mandamientos. La vi sólo unos pocos minutos, suficientes para recordar una
frase de ella que siempre me impresionó. Moisés, sufriendo los contratiempos de los primeros
días de intentar que el faraón liberase a los hebreos, ora a Dios diciéndole: “Señor, perdóname
mi débil uso de Tu gran poder”. Hoy, al leer la lección, he pensado acerca de esa frase. He
pensado acerca de cómo llevo estos momentos de práctica muchos días: como si no tuvieran
importancia. Me imagino a mí mismo como que afecto poco a Su plan, al menos la mayor parte
del tiempo. Pero si me tomo en serio esta lección, ¡puedo ser el instrumento que lleva la luz a
quince mil mentes!

No intento echar la culpa a nadie, menos a mí mismo. Estoy intentando aumentar mi


consciencia acerca del poder que Dios ha puesto en mis manos (o, mejor dicho, en mi mente).
Hoy cada uno de nosotros que conecta con la verdad en nuestra mente, escuchando a la verdad,
está haciendo que se eleve la consciencia de… iba a decir “de este planeta”, pero es mucho más
que eso, es el despertar de la consciencia de Cristo en todo el universo. Esos cinco minutos,
durante los cuales parece que no sucede nada, en los que puedes estar luchando con las
distracciones de la mente, o que a veces parecen interminables mientras que tu ego te recuerda
que “vuelvas a tu trabajo” o a lo que estabas haciendo (esos cinco minutos son una parte muy
importante para la salvación del mundo).

Déjame aquietarme y escuchar la verdad. Hoy soy el mensajero de Dios. Mi voz es


Suya para dar lo que recibo. (10:3-4)

LECCIÓN 107 - 17 ABRIL

“La verdad corregirá todos los errores de mi mente”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Dejar a Cristo que te lleve a una experiencia de la verdad, para que puedas unirte a
Él en Su función de llevar la verdad al mundo.

Ejercicios más largos: Cada hora, a la hora en punto, durante cinco minutos (si no puedes
hacer esto, al menos haz el alternativo).
• Empieza pidiéndole a tu Ser, al Cristo, que vaya contigo (lo cual es muy sensato pues
nunca puedes esta separado de Él). Mientras Se lo pides, también “comprométete a
permitir que Su función se realice a través de ti” (9:2). Ésa es la razón del ejercicio de
hoy: dejar que Él te llene de la verdad, para que se la puedas llevar al mundo (éste es
muy parecido al ejercicio de ayer).
• Luego pide que la verdad venga a tu mente. Pide con confianza, con la seguridad del
éxito. Da por seguro que la verdad estará ahí, pues te pertenece. Afirma tu petición de
esta manera: “La verdad corregirá todos los errores de mi mente, y descansaré en
Aquel que es mi Ser” (9:5).
• “Deja entonces que Él te guíe dulcemente hacia la verdad, la cual te envolverá y te
llenará de una paz tan profunda y serena que te será difícil regresar al mundo que te es
familiar” (9:6). Esto parece ser una meditación parecida a las de las lecciones 69, 73, y
91, en las que confiabas en una fortaleza más allá de la tuya para que te llevase a tu
meta interna.

Recordatorios frecuentes: No te olvides hoy.


Repite la idea con confianza, dándote cuenta de que hablas por ti mismo (por tu propio deseo de
liberación), por el mundo (por su deseo de liberarse), y por Cristo, “Aquel que liberará al mundo
según te libere a ti” (11:2).

Apoyo a la práctica: Date cuenta de que al dejar que la verdad entre en tu mente, ciertamente
beneficiarás al mundo. Durante la sesión de práctica, la verdad se extenderá de tu mente a otras
mentes para corregir sus errores. Y luego, después del periodo de práctica, la verdad irá contigo
mientras te son enviados aquellos que necesitan que se les dé el regalo de la verdad.

Comentario

¡Ésta es la promesa que da ánimo! Los errores sólo son errores, no defectos. ¿Qué son los
errores sino ilusiones que aún no se han reconocido como tales? (1:2).

Una ilusión que no se reconoce como ilusión hace que reaccionemos como si fuera real. Si veo
un enemigo ilusorio y respondo con ataque, eso no me hace malo o tonto. La reacción es
apropiada, dado que yo creo que es la verdad.

Puedo recordar muchas noches en el pasado, cuando me sentaba en casa sintiéndome solo y
cansado de la vida. Algo en mí veía una ilusión y creía que era verdadera. Veía soledad y
cansancio por la vida, una necesidad de ser consolado, y por eso buscaba consuelo en la
televisión y en quedarme levantado hasta muy tarde. Lo que yo hacía no era el error, el error era
creer que la ilusión era real. Cuando miro a la ilusión, desaparece.

El instante santo es un estado mental sin ilusiones, un momento de paz palpable, “en el que te
sentiste seguro de ser amado y de estar a salvo” (2:3). Es un anticipo “del estado en el que tu
mente descansará una vez que haya llegado la verdad” (3:1). Es mi verdadero estado. Puedo
encontrar ese estado en cualquier momento en que esté dispuesto a mirar a mis ilusiones y
abandonarlas. A menudo, a altas horas de la noche, solía sentirme desconectado, insatisfecho,
vacío sin saber por qué, y trataba de llenar ese vacío con fantasía, televisión, leyendo, o con
comida. El vacío es una ilusión. Cuando sienta ese vacío, que recuerde que no es real, que
afirme mi plenitud.

El estado mental que permanece exactamente como siempre fue, sin cambios, todavía parece
muy lejos de mí. Jesús dice: “Será tuyo, ya es tuyo. Está garantizado”. “Es imposible que
alguien que la busque verdaderamente no la pueda encontrar” (6:4). Los aparentes cambios por
los que aparentemente paso ahora son todos parte de la ilusión, no son reales, no están
sucediendo de verdad. Yo estoy seguro. Yo no puedo cambiar. Nada me falta.

Cuando parezca que hay cambios y dudas, que me recuerde a mí mismo que únicamente son un
sueño. No significan nada, no cambian nada. Que no les dé el poder de alterar mi paz. Que no
cometa el error de identificarme con ese cambio y que no piense que soy yo lo que está
cambiando. Yo no puedo cambiar.

Los errores de mi mente son aquellos que me dicen que puedo estar separado de Jesús, el Cristo.
Él es mi hermano. Somos lo mismo. Él es mi Ser. ¿Cómo puedo estar separado de mi Ser?

Que hoy me tome con regularidad momentos para volver a este centro, para reconocer que Jesús
y yo somos un solo Ser. Hoy, cualquier pensamiento que me diga lo contrario, se lo llevaré a Él
para que lo corrija: cualquier pensamiento que me diga que soy algo distinto de este Ser en
calma, sereno sin miedo, completamente satisfecho. Que hoy busque en mi mente los
pensamientos que me dicen otra cosa y que los lleve sin miedo a la luz de la verdad. ¡Jesús,
ayúdame a romper la identificación con cualquier pensamiento de debilidad o vacío o soledad!
¡Que me apoye en tu fuerte brazo y confíe en Ti! Aunque los demonios griten, chillen y
despotriquen a mi alrededor:

“Aunque camine por el valle de las sombras de muerte, ningún mal temeré, porque Tú vas
conmigo. Tu vara y Tu cayado me consuelan”. (Salmos 23:4)

Tú eres el Fuerte en mí, y Tú eres mi Ser.

LECCIÓN 108 - 18 ABRIL

“Dar y recibir son en verdad lo mismo”

Instrucciones para la práctica

Propósito:

Ejercicios más largos: Cada hora, a la hora en punto, durante cinco minutos (si no puedes
hacer esto, al menos haz el alternativo).
• Di: “Dar y recibir son en verdad lo mismo. Recibiré lo que estoy dando ahora”.
• Cierra los ojos y ofrece a todos esas afirmaciones y cualidades internas que te gustaría
recibir. Por ejemplo, di: “Le ofrezco paz interior a todo el mundo. Le ofrezco ternura a
todo el mundo”. “Repite cada frase lentamente y luego haz una pequeña pausa,
esperando recibir el regalo que diste” (9:1). Confía en que te vendrá en la medida en
que diste. Puedes elegir a una persona en concreto a quien das tus regalos, entendiendo
que al dárselos a él también se los das a todo el mundo.

Recordatorios frecuentes: A menudo.


Repite la idea, dándote cuenta de que cada repetición hace que tu aprendizaje se acelere y
consolide (10:3).

Apoyo a la práctica: Intenta pensar en los ejercicios de hoy como “rápidos avances en tu
aprendizaje” (10:3), que te muestran la naturaleza de causa y efecto, y que aumentan la
velocidad de tu progreso.

Comentario

La primera parte de la lección describe el estado la Mente Una, en la que todos los opuestos se
han terminado en “un solo concepto que sea completamente cierto” (1:3). Cuando eso ocurra,
esa idea desaparecerá porque

El Pensamiento que se encuentra tras él aparecerá para ocupar su lugar. Y ahora


estás en paz para siempre, pues en ese punto al sueño le llega su fin”. (1:4-5)

Esto es el Cielo, alcanzar este estado está más allá del alcance del Curso. Pero es nuestra meta
final, un estado en el que la percepción y los conceptos han desaparecido, y únicamente queda
el conocimiento.

Ese “estado mental que se ha unificado en tal grado que la oscuridad no se puede percibir en
absoluto” (2:2) está dentro de mí. Es la Mente de Cristo, y de ella viene mi paz mental, de ella
viene la percepción única y verdadera. Es a esta Mente a la que invoco o en la que entro,
atrayéndola a mí hasta que se me muestre. Es donde yo estoy siempre y lo que soy eternamente,
pero que he olvidado.

Una de las mejores y más útiles lecciones que podemos aprender mientras nos acercamos a este
estado de la mente es que dar y recibir son uno y lo mismo. Como todos los opuestos, no son
opuestos en absoluto, son parte de una amplia gama de la realidad. Ninguno ocurre antes que el
otro, los dos tienen lugar al mismo tiempo. Por medio de la experiencia real con este ejemplo de
cómo se solucionan los opuestos podemos empezar a aprender cómo se reconcilian todos los
opuestos.

Podemos tener una experiencia de cómo se resuelven los opuestos a voluntad. Es un


experimento que siempre funciona.

Siéntate en silencio y quietud, y empieza a enviar paz a todo el mundo. Piensa en personas
concretas, y en tu mente diles: “Yo te ofrezco quietud. Te ofrezco paz mental. Te ofrezco
ternura” (basado en (8:6-8).

Repasa tu lista de amigos y relaciones mentalmente, enviándoles paz a todos y cada uno de
ellos. Ofrécesela al mundo en general.

Lo que descubrimos al hacer esto es que, cuando ofrecemos paz a otros, la sentimos nosotros
mismos. Literalmente, lo que damos, lo recibimos. Inmediatamente. No hay pausa, no hay
retraso en la respuesta. Nuestra acción de dar es literalmente un acto de recibir. Hay un acto y
contiene las dos cosas, porque no hay dos cosas, únicamente una.

La aplicación general de esta lección es que dar y recibir son uno en la verdad (mi interpretación
de 10:2-3). Me lleva a darme cuenta de que mi pensamiento de ataque a otro es literalmente un
ataque a mí mismo, en ese mismo instante. Pensamos en causa y efecto de un modo lineal,
como si lo que hago hoy tendrá efecto sobre mí mañana o en el futuro. Ése es un cuadro
incompleto. De hecho, no hay retraso de tiempo en absoluto. Mi pensamiento de ataque me
afecta ahora, tal como mis pensamientos de ofrecer paz me hacen sentir la paz inmediatamente.
Del mismo modo, pensamiento y acción son lo mismo. Constantemente estoy provocando mis
diferentes experiencias. En realidad, no hay nada fuera de mi mente. No existe nada excepto
estos pensamientos. El mundo que vemos es únicamente nuestros pensamientos con forma. En
verdad, nunca han abandonado nuestra mente.

LECCIÓN 109 - 19 ABRIL

“Descanso en Dios”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Descansar en Dios, sin que nos afecten las tormentas del mundo.

Ejercicios más largos: Cada hora, a la hora en punto, durante cinco minutos (si no puedes
hacer esto, al menos haz el alternativo).
Este ejercicio es una meditación en la que te sumerges en la quietud usando la frase:
“Descanso en Dios”. Deja que esta frase te lleve a un descanso en el que “no tienes inquietudes,
preocupaciones, agobios, ansiedades o dolor” (5:1), y en el que la agitación del mundo exterior
no puede tocarte. Mientras estás en este estado, invita a todos “tus hermanos distantes y tus
amigos más íntimos” (8:3), y dales la bienvenida al templo santo dentro del cual descansas con
Dios. Date cuenta de que su descanso aumentará y completará el tuyo.
Recordatorios frecuentes: A menudo.
Repite la idea, comprendiendo que no sólo te estás recordando a ti mismo tu lugar de descanso
sino que les estás recordando a todos los Hijos de Dios su lugar de descanso, incluyendo a
aquellos que ya no están en el cuerpo y a aquellos que aún no han nacido. Repite ahora la idea
teniendo en la mente la sensación de que “les estoy recordando a todas las mentes su verdadero
lugar de descanso”.

Respuesta a la tentación: Cada vez que te enfrentes a un problema o sientas sufrimiento.


Repite la idea, sabiendo que tiene poder para sanar todo sufrimiento, solucionar todos los
problemas, y llevarte más allá de todas las tormentas y luchas a la paz de Dios.

Apoyo a la práctica: Se le da un poder increíble a la idea de tu práctica de hoy (lee


especialmente los tres primeros párrafos), no sólo para ti sino para todo el mundo. Repetir la
idea de hoy tiene el poder de invitar a todas las mentes a descansar contigo, incluyendo a todas
las que vinieron en el pasado o que todavía no han venido (lee 2:5 y 9:5). Los párrafos 6 y 7
describen un escenario inspirador. Tus cinco minutos llevan sanación a un pájaro herido y a un
arroyo seco. Luego, una mente cansada, tan agotada que no está segura de poder continuar en la
vida, oye al pájaro empezar a cantar y ve el manantial manar de nuevo. Y ver este renacimiento
le da a esa mente la fuerza y la esperanza de continuar. Pensemos o no que este escenario tendrá
lugar, necesitamos comprender que nuestra práctica tiene el poder de producir efectos como
estos.

Comentario

Esta lección representa lo que tantas lecciones intentan que yo haga: simplemente tomar un
poco de mi tiempo durante el día para descansar en Dios. Aquietarme. Estar en paz. Sentir la
quietud en lo profundo de mi ser, puesta allí por Dios en mi creación. Hacer esto no sólo una
vez por la mañana sino a menudo durante el día, recordarme a mí mismo constantemente que
esta paz, esta serenidad del ser, es mi estado natural; y que las frenéticas distracciones, el ir y
venir de pensamientos opuestos que habitualmente llenan mi mente, no es lo natural. Lo que
hasta ahora me ha parecido “normal” no ha sido nada sino “frenéticas fantasías (que) no eran
sino los sueños de un delirio febril que ya pasó” (5:5).

Hay un lugar en ti en el que este mundo en su totalidad ha sido olvidado, y en el


que no quedan memorias de pecado ni de ilusiones. Hay un lugar en ti donde el
tiempo ha desaparecido y donde se oyen ecos de la eternidad. Hay un lugar de
descanso donde el silencio es tan absoluto que no se oye ningún sonido, excepto un
himno que se eleva hasta el Cielo para brindar júbilo a Dios el Padre y al Hijo. Allí
donde Ambos moran, allí Ambos son recordados. (T.29.V.1:1-4)

La inmutabilidad del Cielo se encuentra tan profundamente dentro de ti, que todas
las cosas de este mundo no hacen sino pasar de largo, sin notarse ni verse. La
sosegada infinitud de la paz eterna te envuelve dulcemente en su tierno abrazo, tan
fuerte y serena, tan tranquila en la omnipotencia de su Creador, que nada puede
perturbar al sagrado Hijo de Dios que se encuentra en tu interior. (T.29.V.2:3-4)

Y aquí “descanso en Dios”. Aquí respiro el aire del Cielo. Aquí puedo recordar lo que soy.

La lección me habla de cosas maravillosas que me llegan por estar dispuesto a tomarme estos
momentos de descanso. Estos momentos de quietud no son únicamente para mí. Son mi misión
para el mundo, por medio de ellos le llevo paz a todas las mentes. Nuestros periodos de práctica
no son una pequeñez para saltárselos sin hacer, el autor les da una enorme importancia:
• Dice que traen el final del sufrimiento a todo el mundo (2:5).
• Nos dice que no hay sufrimiento ni problema que no puedan solucionar (3:3-4).
• A través de estos momentos llamamos a todo el mundo a que se una a nosotros en
nuestro descanso (4:5-6).
• Cada vez que descansamos, sanamos al mundo: alegramos a una mente cansada,
hacemos que cante un pájaro herido, y le damos agua a un manantial seco (6:1-2).

Vine a llevar la paz de Dios al mundo. Éste es mi “cometido” (8:2), mi misión sagrada, mi
razón de ser. Jesús me pide: “Abre las puertas del templo y deja que tus hermanos distantes y tus
amigos más íntimos vengan desde los mas remotos lugares del mundo, así como desde los más
cercanos; invítalos a todos a entrar y a descansar contigo” (8:3). Esto es lo que hago cada vez
que paro el parloteo mental, me siento, y en la quietud “descanso en Dios”. Soy como Buda,
extendiendo su compasión sobre el mundo. Soy Buda, soy Cristo.

Me veo a mí mismo como una célula en un cuerpo cósmico, un cuerpo que ha sido invadido por
un virus mortal: el virus de la enemistad, de la falta de armonía, del odio, de la envidia y de la
lucha, el virus de la amargura, del sufrimiento y del dolor, el virus de la desesperación, de la
depresión y de la muerte. Cuando tomo mi tiempo de descanso, es como si la pequeña célula
hubiera descubierto cómo producir la antitoxina, el remedio para el virus: la paz de Dios. Y la
naturaleza de nuestros pensamientos compartidos, que se comunican, es la circulación de la
sangre que lleva esta sustancia sanadora a otras células, que la absorben y a su vez empiezan a
producirla. La paz mental, la sustancia sanadora para el mundo.

Para esto es para lo que he nacido. Por esto estoy aquí, y por nada más. A través de estas
sencillas prácticas, llevamos la sanación a todo tiempo: pasado y futuro:

“El tiempo no es el guardián de lo que damos hoy. Damos a los que aún no han nacido y a los
que ya partieron, a todo Pensamiento de Dios, y a la Mente en la que estos Pensamientos
nacieron y en donde descansan. Y les recordamos su lugar de descanso cada vez que nos
decimos a nosotros mismos: "Descanso en Dios”. (9:4-6)

LECCIÓN 110 - 20 ABRIL

“Soy tal como Dios me creó”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Dejar de adorar las falsas imágenes que tienes acerca de ti y, en lugar de ello, buscar
y encontrar tu verdadero Ser.

Ejercicios más largos: Cada hora, a la hora en punto, durante cinco minutos (si no puedes
hacer esto, al menos haz el alternativo).
• Di: “Soy tal como Dios me creó. Su Hijo no puede sufrir. Y yo soy Su Hijo”.
• El resto de la sesión de práctica es una meditación es muy parecida a la que hiciste la
primera vez que apareció esta idea, en la Lección 94 (puedes ir allí y leer mis
instrucciones para la práctica de aquella lección). Toda tu atención debe estar en buscar
ese lugar en lo profundo de tu mente donde mora tu verdadero Ser, el Cristo. Para llegar
ahí, necesitas dejar a un lado todas las imágenes que tienes acerca de ti (son los ídolos y
falsas imágenes de los que habla la lección). Como siempre recuerda tu entrenamiento
en meditar: concentra toda tu intención en sumergirte hacia adentro al centro de tu
mente, retira tu mente de las distracciones tan a menudo como sea necesario, y acércate
a tu Ser con deseo, pues es tu Ser Quien tiene el poder de salvarte.

Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como puedas.


Repite la idea para recordarte a ti mismo tu verdadera Identidad como el santo Hijo de Dios.
Apoyo a la práctica: Se te dice: “Practica la idea de hoy con gratitud” (5:3) porque,
sencillamente, tiene muchísimo poder (como puedes ver al leer los primeros cinco párrafos).
Ésta es la principal lección del Libro de Ejercicios. Se te recuerda repetidas veces que la idea de
hoy es “suficiente” (1:2; 2:2-4) para salvarte, eso es “todo lo que necesitas” (2:1; 3:3)

Comentario

Se nos dice que este solo pensamiento es suficiente para salvarnos no sólo a nosotros sino al
mundo, si creemos que es verdad.

“Su veracidad significa que no has efectuado ningún cambio real en ti, ni que tampoco has
cambiado el universo de manera que lo que Dios creó hubiese podido ser reemplazado por el
miedo y la maldad, por la aflicción y la muerte”. (1:3)

Éste es el principal significado para mí de esta idea: nada de lo que he hecho ha cambiado nada.
Los pensamientos del ego no han hecho nada, no han cambiado nada. El miedo, la maldad, el
sufrimiento y la muerte no han sucedido. Sigo siendo tal como Dios me creó. No he dañado
nada. La pequeña y loca idea de sustituir a Dios de Su trono no ha logrado absolutamente nada.
Todavía soy perfecto, inocente, puro amor.

“Esta idea es suficiente también para dejar que el tiempo sea el medio por el que el mundo
entero aprende a escaparse del tiempo y de todos los cambios que éste parece producir con su
pasar”. (2:4)

Vemos los estragos del tiempo. Vemos el cuerpo que envejece. Vemos a los seres amados venir
y marchar. Vemos la decadencia, la muerte y la pérdida. Pero el tiempo puede ser el medio por
el que aprendemos a escaparnos del tiempo y de todos sus cambios. Con el paso del tiempo
aprendemos a mirar más allá de las apariencias de cambio a lo que nunca cambia, y aprendemos
que únicamente esto es real. “Llévame por el camino eterno” (Salmos 139:24).

“Si eres tal como Dios te creó, entonces no ha habido separación alguna entre tu mente y la
Suya, ni división entre tu mente y otras mentes, y sólo ha habido unidad en la tuya”. (4:2)

Ninguna separación, ninguna división, ninguna esquizofrenia. Soy un solo Ser, unido a mi
Creador, y dotado de un poder y de un amor infinitos. Confío en mis hermanos, que son uno
conmigo, porque soy tal como Dios me creó y nunca me he separado de ellos. Lo que encuentro
dentro de mí cuando escucho la Voz silenciosa del Espíritu Santo es lo también son todos los
demás. Dentro de mí encuentro al Uno Santo. Yo soy Esto, tú eres Esto. Que yo me vuelva
consciente de cualquier pensamiento que diga otra cosa, cualquier imagen de mí que inventa un
ídolo falso y limitado, y que abandone ese pensamiento y esa imagen.

“En lo más recóndito de tu mente el santo Cristo en ti espera a que lo reconozcas como lo que tú
eres. Y mientras no lo reconozcas y Él siga siendo un desconocido para ti, tú seguirás perdido y
sin saber quién eres”. (9:4-5)

TERCER REPASO. INTRODUCCIÓN

De nuevo un repaso. A casi todos los que conozco, especialmente cuando hacen el Libro de
Ejercicios por primera vez, les parecen los repasos aburridos o frustrantes. Es una demostración
de la orientación de nuestra mente. Aparentemente tenemos ansia por lo nuevo, y la idea de
prácticas que se repiten con las mismas ideas, incluso por segunda vez, parecen sin interés y sin
importancia. Queremos conseguir algo nuevo y emocionante.
Lo que parece que no entendemos es que cualquiera de estas ideas puede ser el gran avance
para nosotros. Hacia el final de la Introducción de este repaso, se les llama a los repasos una
“segunda oportunidad de repasar cada una de estas ideas” (12:3). Pues bien, si te pareces a mí,
la primera vez no acumulaste un resultado final perfecto en la práctica. Te olvidaste de las
prácticas de cada hora, sólo hiciste unas pocas cada día, y quizá te saltaste días enteros sin
hacerlas. Así que, piensa que ésta es una segunda oportunidad de obtener los beneficios de cada
lección. Pienso así de este repaso, y sé que necesito hacerlo.

La Introducción al Tercer Repaso es uno de los más importantes debates del libro acerca de las
prácticas del Libro de Ejercicios. La actitud hacia la práctica nos da mucha información. Lo
primero de todo, seguir las instrucciones al pie de la letra, y hacer las dos prácticas de cinco
minutos junto con prácticas a la hora en punto y a la media hora, se considera muy, muy
importante. Se nos “ruega” que prestemos atención a las instrucciones y “seguirlas tan fielmente
como puedas” (1:3).

Segundo, el autor es muy razonable. Reconoce que es imposible que sigamos al pie de la letra
las instrucciones del modo que se sugiere como “optimo” (2:1). Por ejemplo, una madre que
cuida a niños muy pequeños es muy posible que no pueda parar cada media hora y cerrar los
ojos, un empleado de una tienda es posible que no pueda dejar a los clientes durante un minuto
cada media hora. “Tu aprendizaje no se verá afectado si se te pasa una sesión de práctica porque
te resultó imposible llevarla a cabo en el momento señalado” (2:2). Así que si te la pierdes
porque te es imposible practicar, no pasa nada. Sin embargo, date cuenta de la palabra
“imposible”. No dice “incómodo” o “que no te viene bien”, dice “imposible”. La clave para
saber si nuestro aprendizaje se verá afectado o no, no es que no hagamos la práctica sino por
qué no la hacemos. ¿Es porque no podemos, o porque no queremos?

Fíjate también en que “No es necesario tampoco que te esfuerces excesivamente por recuperar
el número de sesiones perdidas” (2:3). Para mí, eso supone que hacer esfuerzos razonables para
recuperarlas sería lo adecuado. Así que si pierdo la del mediodía porque estoy hablando con mi
jefe, pero estoy libre quince minutos después, tendría sentido parar entonces durante un minuto
y recuperar la sesión que me he perdido. Pero la meta no es el ritual en sí, no es “hacerlo a la
perfección”. Lo importante es nuestro deseo y nuestra buena voluntad, no el número de sesiones
de práctica. No tenemos que obsesionarnos por esto.

Tercero, está claro que el autor entiende nuestra torpeza y resistencia a la práctica. Saltarnos
una sesión de práctica porque no queremos hacerla (o “no nos apetece”), ¡afectará a nuestro
aprendizaje! (3:1). Esta afirmación demuestra que seguir las instrucciones sí importa y que no es
suficiente con sólo leer la lección por la mañana. Se toma la molestia de señalar las maneras en
que nos engañamos a nosotros mismos, escondiendo nuestra falta de buena voluntad “tras la
falsa apariencia de situaciones que parecen estar fuera de tu control” (3:3). Señala que muchas
de ellas han sido ingeniosamente tramadas por nosotros “para… enmascarar tu falta de buena
voluntad” y nos pide que aprendamos a distinguirlas de aquellas otras situaciones “que no son
propicias para tu práctica” (3:4).

A menudo he descubierto que las veces en que “hago la práctica” aunque no me apetezca son
aquellas en las que tengo la más profunda consciencia de que se produce un cambio en mi
estado mental.
Por si acaso alguno de vosotros se siente ofendido por todo esto, debo decir que no pasa nada
por leer la lección a la mañana y olvidar las direcciones para la práctica. Simplemente date
cuenta de que es eso lo que estás haciendo y de que es ésa tu elección. No luches contigo
mismo. Si realmente no quieres hacer ahora la práctica, no la hagas. Esta clase de práctica
disciplinada puede que no sea lo que necesitas en este momento. Puede que todavía no estés
listo ahora, pero que lo estés más adelante. O quizá encuentres otro camino espiritual. Pero no
juzgues el Curso ni digas que no te funcionó, a menos que hagas las lecciones como se dice. Si
las haces, funcionarán.
También, date cuenta de que las prácticas que a propósito “dejaste de hacer porque por una
razón u otra no quisiste llevarlas a cabo, deberías hacerlas tan pronto como hayas cambiado de
parecer con respecto a tu objetivo” (4:1). ¡Deberías intentar recuperar esta clase de prácticas
perdidas! “Llevar a cabo tus prácticas te lo ofrece todo” (4:5).

La parte del medio de la Introducción nos da una instrucción fascinante sobre tener fe en nuestra
propia mente. Se supone que dejaremos que nuestra mente relacione las ideas que estamos
repasando con nuestras necesidades, preocupaciones y problemas. La imagen que se da es de
asociación libre: poner la idea en nuestra mente y luego ver dónde nos lleva. Jesús nos pide que
tengamos fe en que nuestra mente usará las ideas sabiamente. Esto parece estar pensado para
contrarrestar las dudas acerca de nosotros mismos. Quizá piensas que, si se te deja libremente,
tu mente se distraerá y se perderá. Pero “para tomar sus decisiones cuenta con la ayuda de Aquel
que te dio los pensamientos a ti” (6:2), es decir, el Espíritu Santo. Si nos distraemos, Él nos
guiará de vuelta.

En este tipo de ejercicio estamos aprendiendo a confiar en nuestra propia sabiduría interna. “La
sabiduría de tu mente acudirá en tu ayuda” (6:5). Si lo que te viene a la mente es una frase muy
parecida a la idea del día, déjala que venga. A menudo la idea dicha con tus propias palabras te
será más eficaz que la forma original, y se te quedará en la memoria mucho mejor.

La parte final de la Introducción vuelve de nuevo a las instrucciones generales sobre la práctica
y lo que puede considerarse como “charla para dar ánimos”. En esta parte se le da mucha
importancia a la aplicación de las ideas a nuestras vidas a lo largo del día (9:2-3). “Estas
sesiones de práctica están diseñadas para ayudarte a formar el hábito de aplicar lo que aprendes
cada día a todo lo que haces” (11:2).

“No es cuestión de repetir el pensamiento y luego olvidarte de él” (11:3). ¡Me resulta familiar!
¡Este repaso expone de manera maravillosa todos los pequeños trucos que nuestra mente ha
estado usando para evitar los beneficios de las lecciones! No dejes que eso te desanime. Sólo el
darse cuenta de las astutas estratagemas con las que el ego se resiste ya es un avance importante
del plan de estudios. Pero no te quedes ahí, ahora que ya conoces los trucos del ego, puedes
darle vuelta a la situación y empezar a dejar que las ideas de las lecciones te ayuden, “su
propósito es serte útil en toda circunstancia, en todo momento y lugar, así como siempre que
necesites cualquier clase de ayuda” (11:5).

Y por si no nos hemos dado cuenta del propósito, mira cómo termina la Introducción al repaso:

“No te olvides”… (12:2)

“No te olvides de lo poco que has aprendido. No te olvides de lo mucho que puedes aprender
ahora. No te olvides de lo mucho que tu Padre te necesita, según repasas los pensamientos que
Él te dio” (13:1-3).

TERCER REPASO. INSTRUCCIONES PARA LA PRÁCTICA

Propósito: Una segunda oportunidad para las últimas veinte lecciones, en la que puedes
practicarlas mejor, y que puede adelantarte tanto que continuarás tu viaje “sobre un terreno más
firme, con pasos más seguros y con mayor fe” (12:3).

Observaciones: Por favor, sigue las instrucciones de abajo con tanto detalle como puedas. Si
pierdes una sesión de práctica (ya sean las más largas o las de cada media hora) porque no
pudiste hacerlas en el momento adecuado, tu progreso no se verá afectado, No te preocupes por
recuperarlas. Sin embargo, si no las hiciste porque no quisiste dedicarles tiempo, tu progreso se
verá dificultado. Ésas deberías recuperarlas. Las dejaste de hacer porque pensaste que otra
actividad te daría más. Tan pronto como recuerdes que “tu práctica te lo ofrece todo” (4:5), haz
los periodos de práctica que las compensan como una afirmación de que tu verdadera meta es la
salvación.
Al decidir si debes compensar un periodo de práctica, se muy honesto contigo mismo. No
intentes hacer pasar el “no quise hacerlo” por “no pude hacerlo”. Aprende a distinguir entre
situaciones que verdaderamente no te permitían hacerlo y aquellas en que podías haberlas hecho
si hubieses querido.

Ejercicios más largos: 2: 1 por la mañana, y 1 por la noche (preferentemente en los primeros y
en los últimos cinco minutos del día), durante cinco minutos (más si quieres).
• Lee las dos ideas y los comentarios acerca de ellas, para que las ideas se asienten
firmemente en tu mente.
• Luego cierra los ojos y empieza a pensar en las ideas y deja también que te vengan
ideas relacionadas (esto se ha hecho ya en lecciones anteriores). Sin embargo, hay un
giro importante. Deja que tu mente busque diferentes necesidades, problemas o
preocupaciones. En otras palabras, deja que tu mente aplique las ideas de manera
creativa para eliminar tu sensación de necesidades, problemas o preocupaciones. Ésta es
una versión más avanzada de dejar que vengan pensamientos relacionados, en la que
esta técnica se combina con la respuesta a la tentación (ya había consejos de esto en el
Segundo Repaso; mira mis comentarios acerca de la respuesta a la tentación en las
instrucciones para la práctica del Segundo Repaso).
• Recuerda tu entrenamiento en dejar que surjan en tu mente pensamientos relacionados:
pon las ideas en tu mente. Confía en la propia sabiduría de tu mente para traer
pensamientos relacionados (esta confianza es un tema importante en este repaso). No
hagas esfuerzos, deja que tu mente saque los pensamientos. Los pensamientos sólo
necesitan tener una cierta relación con las ideas, aunque no deben estar en conflicto con
ellas. Si tu mente se distrae, o te quedas en blanco, repite la idea e inténtalo de nuevo.
• Si lo intentas y te resulta con muy poca estructura, he encontrado la siguiente versión
con más estructura para que te resulte útil:
1. Deja que te venga a la mente una necesidad, un problema o una preocupación, y
nómbrala para ti (por ejemplo: “Veo este conflicto con… como un problema”).
2. Repite una o las dos ideas del día (por ejemplo: “”Soy espíritu”).
3. Mientras repites la idea, observa tu mente en busca de chispas de comprensión
que surjan y que se apliquen a tu necesidad, problema o preocupación, y
repítete esta comprensión a ti mismo (por ejemplo: “Como espíritu, nada puede
hacerme daño. Soy totalmente invulnerable”).
4. Continúa con más pensamientos relacionados, o pasa a la siguiente necesidad,
preocupación o problema.

Recordatorios frecuentes: A la hora en punto y a la media hora, durante un momento.


• Repite la idea a aplicar (a la hora en punto: la primera idea; a la media hora: la segunda
idea).
• Deja que tu mente descanse en silencio y en paz durante un momento.
• Después, intenta llevar la idea en tu mente, teniéndola preparada como respuesta a la
tentación.

Respuesta a la tentación: Cada vez que tu paz se vea amenazada.


Repite la idea (la que te toca de tu última sesión de práctica). Al aplicar la idea a los asuntos
del día, harás que esos asuntos sean santos.

Observaciones: Estas sesiones más cortas de práctica (recordatorios frecuentes y respuesta a la


tentación) son tan importantes como las más largas, por lo menos. Si te las saltas, lo cual has
tendido a hacer, no dejas que las ganancias de las sesiones más largas se aplique al resto de tu
vida, donde podrías ver lo valiosos que son sus regalos. Después de tus sesiones más largas de
práctica, no dejes “que lo aprendido permanezca inactivo” (10:1). Refuérzalo con los
recordatorios frecuentes cada media hora. Y después de éstos, no te olvides de la idea (11:3).
Tenla preparada y lista para usarla como respuesta a todos tus pequeños disgustos. De esta
manera, construyes una cadena continua que se extiende desde las sesiones más largas a lo largo
del ajetreo y bullicio de tu día.

LECCIÓN 111 - 21 ABRIL

(91) Los milagros se ven en la luz.


(92) Los milagros se ven en la luz, y la luz y la fortaleza son una.

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones del Tercer Repaso

Comentario

Hoy deseo abrir mi mente a la luz. Estoy ansioso por salir de mi obscuridad, y no tendré miedo
de lo que la luz me mostrará. Nada de lo que he estado escondiendo puede hacerme daño. Estoy
hambriento de la verdad. Dentro de mí únicamente hay inocencia, y no lo que yo temía que
hubiese. Dentro de mí, en la luz, está lo que he estado deseando encontrar durante toda mi vida.
Yo soy un milagro.

La luz de Dios es mi fortaleza. Me siento incapaz de elevarme hasta esta altura invocando, pero
mi debilidad es la obscuridad que desaparece en Su luz. No necesito ser fuerte para venir a la
luz, la luz me da fuerza al acercarme a ella. Siento que me falta fuerza para ver con la pureza de
visión que pide el Curso, pero Dios me da la fortaleza que necesito, y en Su luz yo veo. Gracias,
Padre, por la luz. Hoy Tú brillas en mi mente. Gracias, Padre, por la luz ahora, en este mismo
instante.

LECCIÓN 112 - 22 ABRIL

(93) La luz, la dicha y la paz moran en mí.


(94) Soy tal como Dios me creó.

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones del Tercer Repaso

Comentario

Soy el hogar de la luz. Mi auténtico ser es naturalmente compatible con la luz. La luz me
pertenece y está en mí. No soy el hogar de la obscuridad. Por naturaleza, cuando la ilusión no la
impide, extiendo luz a todo a mi alrededor.

Soy el hogar de la dicha. El sufrimiento y la tristeza no están en mi naturaleza. Cuando la dicha


entra, mi mente siente que le pertenece. No hay nada en mí que se oponga a la pura dicha. No
hay nada en mí que impida un ambiente de dicha constante. Por naturaleza, la dicha se extiende
desde mi ser y permanece conmigo. Me siento a gusto en la dicha y la dicha se siente a gusto
conmigo.

Soy el hogar de la paz. La paz me pertenece. La paz es el estado natural de mi mente, cuando
está asentada en la verdad. Nada en mí se opone a un estado mental constante. La paz está en
armonía con mi ser. Mi resplandor natural extiende paz a todas las mentes a mi alrededor.

Así es como Dios me creó. Así es como soy, y seré eternamente. No puedo cambiar tal como
Dios no puede cambiar, soy uno con Él, y Él conmigo. Nada de lo que he hecho, dicho o
pensado ha cambiado la verdad en mí. Lo que soy no puede cambiar, lo que soy es eterno y
constante en su ser.

Hoy, al reconocer la luz en mí, le doy la bienvenida a la verdad. Le doy la bienvenida a la pura
dicha. Le doy la bienvenida a la paz de Dios. Y las comparto con el mundo.

LECCIÓN 113 - 23 ABRIL

(95) Soy un solo Ser, unido a mi Creador.


(96) La salvación procede de mi único Ser.

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones del Tercer Repaso

Comentario

Hay algo atrayente en ser “un solo Ser”, que no se puede explicar. Gran parte de la psicología
moderna habla de la “integración” de los distintos aspectos de nuestro ser. Así pues, la mayor
parte del tiempo nos sentimos como si estuviésemos hechos de piezas diferentes, que a veces
trabajan juntas pero que la mayoría de las veces están en conflicto. Hay lo que los psicoanalistas
Jungianos llaman nuestra “sombra”, que son tendencias reprimidas que nos siguen como figuras
tenebrosas en nuestros sueños.

El Curso ofrece la visión de un Ser unificado. Habla de “una mente que está en paz consigo
misma” (L.p.II.8.3:4). Nos dice que debido a que somos un solo Ser, no podemos estar en
conflicto. El Texto habla de nuestra guerra contra nosotros mismos (Capítulo 23), y dice que el
aparente conflicto que vemos en el mundo a nuestro alrededor no es nada más que un reflejo de
la ilusión de conflicto que todos llevamos dentro de nuestra mente. Dice: “Se empieza a tener
paz en él (mundo) cuando se le percibe de otra manera, y esta nueva percepción nos conduce
hasta las puertas del Cielo y lo que yace tras ellas” (L.200.8:2). La paz tiene que comenzar
dentro de nosotros, en la serenidad y en la calma de un ser unificado, en una mente libre de
conflicto y ataque.

Sin embargo, el Ser del que estamos hablando es más que un individuo completo y unificado. Es
un Ser que todos compartimos, “uno con toda la creación y con Dios” (1:2). Son aspectos
diferentes de la misma cosa, pues cuando nos liberamos a nosotros mismos del conflicto dentro
de nosotros, nuestro conflicto con el mundo desaparece milagrosamente.

Por eso, la salvación procede de mi único Ser. Cuando nos hayamos unido a nosotros mismos y
hayamos reconocido la verdad de nuestro ser unificado, este estado de estar completo se
extenderá a los otros de manera natural. Desde dentro del Círculo de la Expiación (T.14.V),
acercamos a otros a su propia plenitud, que comparten con nosotros.

Hoy aquieto y acallo a mi mente de todos sus conflictos. Me aparto de la separación. Tomo mi
tiempo en la quietud y el silencio para romper mi identificación con esta imagen de un ser
dividido en partes diferentes, y me sumerjo en la consciencia de “un Ser” dentro de mí, Que es
lo que realmente soy. Las imágenes conflictivas acerca de mí vienen y van con sorprendente
frecuencia, ellas no pueden ser mi realidad. Algo permanece debajo de todo ello, el “murmullo”
del ser en el que todos los destellos y dramas parecen ocurrir. Esta constancia es lo que soy, no
los pensamientos que van y vienen y que exigen mi atención. Abrazo a este único Ser, con gran
anhelo, diciendo: “La salvación procede de mi único Ser. Esta unidad es mi salvación. Esta
unidad es mi realidad”

LECCIÓN 114 - 24 ABRIL

(97) Soy espíritu.


(98) Aceptaré el papel que me corresponde en el plan de Dios para la salvación.

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones del Tercer Repaso

Comentario

“No hay cuerpo que pueda contener mi espíritu” (1:3) o limitarlo. Muy a menudo, incluso
cuando conectamos de algún modo con nuestra realidad espiritual, pensamos que somos seres
humanos teniendo una experiencia espiritual (como alguien dijo), sería más exacto pensar que
somos seres espirituales teniendo una experiencia humana. La primera manera considera nuestra
humanidad la única realidad, y lo espiritual algo que va y viene dentro de esa realidad. La
segunda manera se da cuenta de que lo espiritual es nuestra realidad básica, y que la
“experiencia” humana es algo que viene y va dentro de esa realidad. “Soy espíritu” (1:1). Eso
es lo que soy. La experiencia de que soy un ser humano en un cuerpo es una cosa temporal y
pasajera. No cambia lo que soy, y no puede limitar lo que verdaderamente soy, aunque parece
que me limita debido a que creo en la limitación.

El valor de cosas tales como las experiencias psíquicas o paranormales está en el grado en que
nos ayudan a darnos cuenta de que los límites bajo los cuales nos movemos habitualmente no
son firmes ni rígidos. Las mentes están verdaderamente unidas, el tiempo y el espacio no son
límites absolutos, y así sucesivamente. Todos tenemos muchas habilidades de las que no somos
conscientes (ver M.25.21:3), porque no somos cuerpo sino espíritu. Ir más allá de estos límites,
mientras parece “supernatural desde la perspectiva del cuerpo, es verdaderamente natural; los
límites son lo que no es natural” (ver M.25.2:7-8). Cualquier cosa que rompa nuestra ilusión de
estar limitados al cuerpo, y que haga esa ilusión menos sólida, es útil, siempre que usemos esas
experiencias o poderes bajo la dirección del Espíritu Santo. Las experiencias y los poderes no
son objetivos en sí mismos.

Nuestro propósito principal no es desarrollar habilidades paranormales, sino llevar a cabo


nuestro papel en el plan de Dios para la salvación, que es sencillamente aceptar Su Palabra
acerca de “lo que soy y lo que por siempre he de ser” (2:2). En otras palabras, espíritu completo,
santo y eterno. Date cuenta de que: mi función, mi parte en el plan, es aceptar la verdad acerca
de lo que soy. Puede parecer que eso no tiene nada que ver con nadie más, pero tiene todo que
ver con todos los demás, porque lo que soy es parte todos y todos son parte de mí. Mi ilusión es
la de que estoy separado, la verdad es que todos somos uno. Aceptar la verdad acerca de mí es
aceptar que tú eres parte de mí, y nosotros juntos parte de Dios. Eso conlleva perdonarte,
perdonar al mundo y perdonar a Dios. Aceptar la Expiación para mí mismo significa extender la
Expiación a todos a mi alrededor, no puedo encontrar mi Ser si te excluyo a ti. Para aceptar la
plenitud de mi Ser y mi propio poder creativo, debo dejar de verme a mí mismo como víctima
de algo o de alguien, porque ésa no es la verdad de lo que yo soy. Para aceptar mi integridad sin
mancha de ser, debo dejar de culparte de cualquier cosa y darme cuenta de que únicamente mis
propios pensamientos pueden afectarme.

Hoy, quiero relajarme y abandonar los límites del cuerpo. Miraré a los límites en los que creo y
me recordaré a mí mismo que no son reales. Dejaré de darle “valor a lo que no lo tiene” (L.133,
encabezamiento) y abandonaré mi inversión en mi cuerpo. Lo cuidaré como a cualquier
posesión que me sea útil, pero intentaré, al menos un poco, deshacer mi apego a él y mi
sensación de identidad con él. El cuerpo morirá, dejará de existir; pero yo no, pues yo soy
espíritu. Quiero aceptar esta realidad acerca de mí porque éste es mi papel en el plan de Dios
para la salvación.

LECCIÓN 115 - 25 ABRIL

(99) La salvación es mi única función aquí.


(100) Mi papel en el plan de salvación de Dios es esencial.

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones del Tercer Repaso

Comentario

Mi tarea es perdonar al mundo por todos mis errores (1:2). A menos que sepa algo acerca de las
enseñanzas del Curso sobre la proyección, no tendré idea de lo que esto significa. Cada
“pecado” que veo ahí fuera en el mundo (incluso los atentados terroristas) es, en cierto modo,
una proyección de un juicio que he hecho acerca de mí mismo. Mi negativa a perdonar algo, o a
verlo como una petición de amor que merece una respuesta de amor sanador, es un reflejo del
grado en el que no me he perdonado a mí mismo. La forma que percibo “ahí fuera” puede
cambiar, alterar y sufrir una transformación de mi propia forma de “pecado” para que yo no la
reconozca. De hecho, en lo que al ego se refiere, cuanto menos se reconozca mejor. Pero el
contenido es siempre el mismo. Puede que no ponga bombas a niños, pero si juzgo a aquellos
que lo hacen como que no merecen perdón, estoy albergando una creencia en la venganza (que
no me he perdonado a mí mismo), y mi juicio acerca de los terroristas es mi juicio acerca de mí
mismo.

Por lo tanto, cuando libero al mundo de culpa, me he liberado a mí mismo.

Mi única función es perdonar. No es tener éxito en el mundo, ni cambiar algo, únicamente


perdonar. Únicamente cuando acepto perdonar llego a la paz interna.

El que yo lo haga (mi parte en el perdón) es esencial para todo el proceso. Para que el mundo
encuentre su completa inocencia, su falta de culpa, tengo que dejar de culparle yo. Hay personas
a mi alrededor hoy que necesitan que se les quite la culpa de sus hombros y, para que así sea,
me los encuentro. Puede parecer que estoy de negocios, comprando o vendiendo, enseñando,
arreglando huesos rotos, o programando ordenadores, pero la verdadera razón por la que estoy
aquí es para salvar al mundo, para perdonarlo y liberarlo de toda culpa.
LECCIÓN 116 - 26 ABRIL

(101) La Voluntad de Dios para mí es perfecta felicidad.


(102) Comparto con Dios Su Voluntad de que yo sea feliz.

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones del Tercer Repaso

Comentario

En algún lugar de nuestra mente colectiva hay un mito obscuro y terrible. El mito significa que
la Voluntad de Dios para nosotros es sufrimiento, sacrificio, la pérdida de todo lo que amamos,
renunciar a todo lo que queremos por Su Reino. Según este mito hacer la Voluntad de Dios es
una cosa sin alegría y sombría. En una de sus conferencias, Marianne Williamson lo describió
así: “Creía que tendría que vestirme de gris el resto de mi vida”.

La Voluntad de Dios es felicidad. ¿Cómo puede el Amor querer menos que eso para nosotros?
Cada ser humano, incluso los más mezquinos, quieren que sus seres amados sean felices.
¿Cómo hemos podido imaginar que Dios, Amor perfecto, quería algo distinto a la perfecta
felicidad para nosotros?

Entonces, todo nuestro sufrimiento debe venir de la creencia de que hay alguna “otra” voluntad
que se opone a la de Dios y quiere estropear nuestra felicidad. Quizá, secretamente
sospechamos que esa voluntad es la nuestra. Si no, sabemos que “ellos” están ahí fuera en
algún lugar, y que la tienen tomada con nosotros. Sin embargo, no hay “otra” voluntad. No hay
un poder malvado acechando al universo y apuntando a nuestra destrucción. Sólo existe Dios.

Comparto con Dios Su Voluntad de que yo sea feliz. No soy un incurable destructor de mí
mismo, con un ramalazo obscuro e incomprensible contra Dios, contra el universo, y contra mí
mismo, que me lleva sin remedio a la muerte. Mi verdadera voluntad es la de Dios, y yo quiero
felicidad. “Mi voluntad es que haya luz”, como decía la lección 37. Su Voluntad es todo lo que
realmente quiero.

El Curso habla mucho sobre los tenebrosos cimientos del ego que llevan a la muerte. Esas
corrientes sombrías circulan por nuestra mente, deformando y viciando nuestra experiencia en
este mundo. Pero el Curso no nos deja ahí, sin esperanza. Trae el mensaje de que aunque el ego
parece real, no es lo que nosotros somos. No tiene poder sobre nosotros, es una invención
equivocada de nuestra mente. Y debido a que nosotros lo hicimos, podemos deshacerlo. Ya que
lo elegimos, podemos elegir de nuevo. Si dejamos de tenerle miedo a esos rincones tenebrosos
de nuestra mente y los miramos de frente, reconoceremos que no tienen fundamento. Más allá
de ellos veremos a nuestro Ser. Veremos lo que esos obscuros cimientos han estado ocultando
todo el tiempo: nuestro propio intenso y ardiente amor a Dios, y el Suyo a nosotros (ver
T.13.III.2:8). Aquí, en el auténtico cimiento de nuestro ser, queremos lo que Dios quiere y
amamos lo que Dios ama.

Hoy, me permito descansar en el pensamiento feliz de que en el centro de mi ser hay un impulso
irresistible hacia la verdad. Quizá no sienta “perfecta felicidad”, pero la sentiré. Tengo que
sentirla porque lo más profundo de mi corazón lo quiere y se une a Dios en Su Voluntad, y no
hay nada que pueda oponerse, nada real o con poder para oponerse.
“La Voluntad de Dios se hace sean cuales fueren tus reacciones a la Voz del Espíritu Santo, sea
cual fuere la voz que elijas escuchar y sea cuales fueren los extraños pensamientos que te
asalten”. (T.13.XI.5:3-4)

Es imposible que no alcances el Cielo, pues Dios es algo seguro, y lo que Su Voluntad dispone
es tan seguro como Él. (T.13.XI.8:9)

LECCIÓN 117 - 27 ABRIL

(103) Dios, al ser Amor, es también felicidad.


(104) Busco únicamente lo que en verdad me pertenece.

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones del Tercer Repaso

Comentario

“Quiero recordar que el amor es felicidad y que nada más me puede hacer feliz” (1:2). Una de
las cosas que con el tiempo me ha convencido de la verdad del Curso es esta misma experiencia:
soy más feliz cuando estoy amando. No quiero sólo decir “soy feliz cuando estoy enamorado”,
en el sentido romántico de la palabra, aunque eso tampoco está excluido. Cuando el amor fluye
a través de mí, ya sea en una relación cercana e íntima o en algo más “distante” (sentado aquí y
escribiendo estas notas y pensando en todos vosotros, por ejemplo), soy feliz. Amar me hace
feliz. No, más que eso: “El amor es felicidad” (1:2).

(Barry Kaufman escribió un libro maravilloso titulado Amar Es Ser Feliz Con. Siempre he
pensado que es un título muy profundo).

Por otra parte, el enfado es sufrimiento. Si pienso acerca de cómo me siento cuando estoy
enfadado, me daré cuenta de que no me gusta cómo me siento. El Curso habla mucho de ideas y
de cambiar nuestra mente, a menudo el cambio de mente es una decisión sobre los sentimientos:
“Puedes empezar a cambiar de parecer con lo siguiente: Por lo menos puedo decidir que no me
gusta cómo me estoy sintiendo ahora” (T.30.I.8:1-2). Los sentimientos pueden ser muy útiles
cuando pensamos en ellos, y usarlos como motivadores para cambiar nuestra mente. El enfado
me hace sufrir, amar me hace feliz. Por lo tanto, quiero elegir amar. ¿Es eso prestar atención a
los sentimientos, o es lógica? ¿O los dos? Sea lo que sea, funciona.

He dicho que darme cuenta de que el amor y la felicidad van juntos, me ha convencido de que el
Curso es verdad. Aquí está la razón. El Curso dice que somos completamente amorosos y
completamente merecedores de ser amados. Dice: “Enseña solamente amor, pues eso es lo que
eres” (T.6.I.13:2). A veces no siento que soy amor. Sin embargo, si cuando amo soy feliz, el
amor debe ser mi voluntad, tiene que ser mi naturaleza. ¿Qué es la felicidad, excepto la libertad
de ser yo mismo y de hacer realidad mi naturaleza? Si soy feliz cuando amo, entonces tengo que
ser amor.

Esto es lo que significa esta frase: “El amor, al igual que la dicha, constituyen mi patrimonio”
(2:2). Mi herencia. Mi naturaleza. Lo que yo soy. El amor me pertenece en verdad, y con él la
felicidad, ya que son lo mismo.

Hoy, tan a menudo como pueda, me propongo recordarme a mí mismo: “El amor es felicidad”.
Y luego en ese momento, ser simplemente el amor que yo soy. Si quiero ser feliz siempre, que
sea siempre amoroso. ¡Y feliz! ¡Oh, qué felicidad y alegría cuando el corazón se abre y deja
salir el amor! Que hoy no me cause dolor a mí mismo al no dejarlo manifestarse. ¡Que Dios os
bendiga a todos!

LECCIÓN 118 - 28 ABRIL

(105) Mías son la paz y la dicha de Dios.


(106) Déjame aquietarme y escuchar la verdad.

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones del Tercer Repaso

Comentario

Los substitutos que me he inventado son lo que me impide aceptar la paz y la dicha de Dios. Ya
tengo la paz y la dicha de Dios, pero mi ego ha decidido que no son suficientes. Como el Curso
dice, quiero “más que lo que lo es todo” (T.29.VII.2:3), mi propia plenitud no es suficiente. La
sección del Texto dice realmente que buscar “más que lo que lo es todo” lo demuestra el hecho
de que estoy en este mundo. “No hay nadie que venga aquí que no abrigue alguna esperanza,
alguna ilusión persistente o algún sueño de que hay algo fuera de sí mismo que le puede brindar
paz y felicidad” (T.29.VII.2:1). “La felicidad y la paz” es lo que estoy buscando, pero fuera de
mí mismo. He negado que están dentro de mí, donde Dios las puso.

Para encontrar la paz y la dicha que están dentro de mí y son mías, tengo que “cambiar” todos
los substitutos que me he inventado. Tengo que dejar de buscar la felicidad fuera de mí mismo.
Según mi experiencia, eso no es fácil. Parece suceder poco a poco, con el paso del tiempo. Poco
a poco aprendemos que lo que estamos buscando en el mundo no está ahí, no de manera que
dure. Al mismo tiempo, poco a poco, empezamos a tener pequeñas experiencias de nuestra
dicha y paz internas. Cuando empezamos a comparar las dos experiencias, resulta muy claro
que la paz y la dicha de nuestro interior son mucho más seguras y satisfactorias que lo que
procede de fuera. Puede que por un tiempo intentemos tener las dos, pero no funciona.
Finalmente las abandonaremos, y regresaremos a los brazos de Dios. Finalmente aceptaremos la
paz y la dicha de Dios.

Mi voz sigue intentando decir cómo deberían ser las cosas. Básicamente, el Curso nos dice que
dejemos de escuchar nuestro propio consejo. Tenemos que dejar de pensar que tenemos el
control, que sabemos lo que hay que hacer y lo que se necesita, y tenemos que aprender a
escuchar. Como una persona que se está ahogando, nuestros propios esfuerzos para salvarnos a
nosotros mismos son el mayor obstáculo para nuestro Salvador. Necesitamos confiar en Él,
relajarnos y dejarnos llevar.

El mejor modo que conozco de hacer esto es practicarlo. Simplemente sentarse durante cinco,
diez, quince minutos (lo que pida la lección, lo que nos parezca bien) y, después de repasar la
idea del día por un momento, sólo aquietarnos y permanecer en silencio. Muchos días parece
enormemente difícil aquietarme y estar en silencio. En el instante en que lo intento, mi mente
empieza a recordarme cosas: “No olvides hacer esa llamada de teléfono. Necesitas yogur del
supermercado. ¿Qué vas a hacer acerca de tu relación con...? Esta semana no has hecho la
colada. Tienes exceso de peso y te vas a morir”. Respiro profundamente. Una y otra vez, sigo
respirando lenta y profundamente. Repito las palabras de la lección: “Déjame aquietarme y
escuchar la verdad” (2:1). O digo al Espíritu Santo: “¡Ayúdame!” Dejo que los pensamientos
vengan y se vayan. Me hago a un lado, los observo, e intento no dejarme arrastrar por ellos. Y
escucho, quizá me lleguen algunas palabras de mi Maestro. Y a veces, me llegan. A veces me
quedo muy quieto, y el parloteo de mis pensamientos se calma, si no completamente por lo
menos a un murmullo apagado de fondo, como un montón de gente en un restaurante
concurrido a la que no presto atención. Practico aquietarme y escuchar. No sé tú, pero pienso
que es un ejercicio que merece la pena hacerlo. A veces, incluso me sostiene durante el día, y
me encuentro escuchando Su Voz y no a mí mismo durante el día. Y de eso se trata.

LECCIÓN 119 - 29 ABRIL

(107) La verdad corregirá todos los errores de mi mente.


(108) Dar y recibir son en verdad lo mismo

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones del Tercer Repaso

Comentario

La primera idea habla de la corrección del error. Las dos frases explicativas que la siguen hablan
de un nivel muy elevado, que definen el “error” como cualquier pensamiento de que algo pueda
hacerme daño. Lo que soy es espíritu. El espíritu es eterno y no puede cambiar, creado por Dios
a Su semejanza. Según la definición del Curso, lo que puede sufrir o ser dañado no es real. Eso
incluye nuestro cuerpo, nuestra mente que puede ser herida, todo lo que vemos en el universo
físico; todo ello tiene un final. La Introducción al Texto dice: “Nada real puede ser amenazado”
(T.In.2:2). Lo que estoy aprendiendo es que mi ser no puede ser amenazado, la eterna seguridad
de mi Ser que descansa en la Mente de Dios.

Estamos pasando por un suave y continuo proceso de desengancharnos de nuestra identificación


con lo pasajero. Lo que somos en verdad no muere. Hemos soñado un sueño, y tontamente
hemos creído que nosotros somos el sueño. No somos el sueño, somos el soñador (el Texto
habla largo y tendido de esto en el Capítulo 27, secciones VII y VIII). El Espíritu Santo nos
alivia por medio de una fase de transformación, cambiando nuestro sueño aterrador en un sueño
feliz, para que podamos despertar suavemente y alegremente, nunca más asustados por los
terrores de la noche.

¿Cómo vamos a cambiar nuestro sueño? Es un salto demasiado grande para pasar de un estado
donde el dolor, el sufrimiento y la muerte son realidades para nosotros, a una consciencia de
nuestra naturaleza eterna. Por eso la segunda idea habla de los medios con los que podemos
empezar a cambiar dulcemente al sueño feliz: el perdón. Llegamos a reconocer nuestra
inocencia, y de este modo nuestro Ser, al perdonar todo a nuestro alrededor. Tenemos que
aprender a aceptar la verdad acerca de nosotros, y lo hacemos al aprender a mirar más allá del
error en otros, hasta que empezamos a darnos cuenta de que lo que hay debajo de los errores de
otros es Algo que compartimos con ellos. Nos encontramos a nosotros mismos en nuestros
hermanos y hermanas por medio del perdón. Lo que hemos aprendido a dar a otros se nos ha
dado a nosotros, todo el tiempo. Despertamos al despertar a otros. Enseñamos paz para
aprenderla. En la bondad y misericordia hacia otros, entramos en el corazón bondadoso y
compasivo de Dios.

LECCIÓN 120 - 30 ABRIL

(109) Descanso en Dios.


(110) Soy tal como Dios me creó.
Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones del Tercer Repaso

Comentario

De vez en cuando recuerdo a mi profesor de inglés del instituto y estoy contento de que me
enseñara a hacer esquemas de las frases. Me doy cuenta de que estoy fijándome en las partes
principales de una frase, como ésta: “Descanso en Dios y dejo que Él obre en mí… mientras
descanso… “(1:2). Para mí, hoy, lo que dice es que me relaje y confíe en el proceso.
Únicamente “abandonar todo y dejárselo a Dios”, como dice el refrán. El domingo es un “día de
descanso” en la tradición cristiana, y para la mayoría de nosotros es un día adecuado para
practicar el descanso (más que otros días). De vez en cuando es beneficioso tomarse un día, y de
manera consciente hacer que sea un día de descanso para ti. Eso no quiere decir que no puedas
hacer algo productivo, pero si lo haces, que sea porque te gusta hacerlo, porque quieres hacerlo.

Hoy quiero recordar la paz.

A veces me preocupo tanto que no lo consigo. Toco las heridas de mi mente que está sanando, y
me pregunto cuándo sanarán por completo. Me preocupo por pequeñeces y me pregunto qué
más puedo hacer para que el proceso de sanación se acelere. Estoy intentando acelerar el
proceso de sanación. Preocuparse empeora las cosas. De lo que se me está curando es de la
preocupación. Por eso, que hoy yo descanse. ¡Ahhh!

Mientras descanso, mi Padre me dice Quién soy realmente. “El recuerdo de Dios aflora en la
mente que está serena” (T.23.I.1:1). Cuando me permito a mí mismo descansar en el espíritu,
encuentro un cimiento sólido, la morada de mi Ser, tal como Dios me creó. Estoy bien. La
agitación por la que me preocupo tanto no es más que “una enfermiza ilusión que albergo
acerca de mí mismo” (2:3). Lo que soy está bien, y no necesito protegerlo. Estoy en casa.

LECCIÓN 121 - 1 MAYO

“El perdón es la llave de la felicidad”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Aprender a dar el perdón y ver que, cuando lo das, tú recibes perdón.

Práctica de la mañana/ noche: 2 veces, durante diez minutos.


• Identifica a alguien a quien perdonar. Piensa en alguien que no te gusta o que desprecias
o que te parece irritante o que quieres evitar. El que ya te ha venido a la mente vale.
• Cierra los ojos y contémplalo en tu mente, míralo durante un rato. Intenta ver una
pequeña chispa de luz en tu imagen de él. Estás buscando algo amoroso o una cualidad
verdadera en él, o quizá algún pensamiento amable o un gesto bondadoso suyo (algún
reflejo lejano de la luz de Dios en él). Todo depende de esto, así que tómate tiempo.
Una vez que encuentres algo, piensa que representa una pequeña chispa de luz en algún
lugar de tu obscura imagen de él. Luego ve a esta chispa crecer hasta que cubra
completamente tu imagen de él, sustituyendo toda la obscuridad por luz. En otras
palabras, contémplale sólo en la luz de esta única cualidad o acción amorosa. Piensa en
ella como la única pista de lo que él es de verdad. Si tienes éxito, él te parecerá una
persona santa, sin defectos, extendiendo luz. Puedes incluso imaginar que Grandes
Rayos brillan y se extienden desde él. Ahora contempla esta nueva imagen de él durante
un rato. Agradece lo amoroso e inocente que es.
• Ahora piensa en alguien a quien consideras amigo. Intenta extenderle a tu amigo la luz
que viste en tu “enemigo”. Esto hace que tu amigo parezca mucho más que un amigo.
Se te muestra como tu salvador, con poder para iluminarte con sólo una mirada de sus
santos ojos.
• Ahora deja que tu salvador te ofrezca la luz que le diste. Después deja que tu antiguo
enemigo se una a él, para que ambos puedan ofrecerte esta luz. ¿Por qué no iban a darte
este santo regalo, cuando tú se lo diste a ellos, y mostrarte tu santidad durante el
proceso? Ve rayos de perdón saliendo de ellos y cubriéndote, perdonándote tus
“pecados”, haciendo que tú extiendas los mismos Grandes Rayos que ellos.
Contémplate a ti mismo uno con ellos, unido en la santa luz del perdón que tú has dado
y recibido. “Ahora te has perdonado a ti mismo” (13.3).

Recordatorios frecuentes: Cada hora (no te olvides).


Repite: “El perdón es la llave de la felicidad. Despertaré del sueño de que soy mortal, falible
y lleno de pecado, y sabré que soy el perfecto Hijo de Dios”. Para entender estas líneas, puedes
poner “por medio del perdón” al principio de la segunda frase. ¿Recuerdas el viejo dicho:
“Equivocarse es humano, perdonar es divino”? El perdón es lo que nos demuestra que somos
más que humanos, que somos divinos.
Una cosa más: Si vas a repetir estas frases cada hora, necesitarás aprendértelas de memoria o
escribirlas en una tarjeta.

Comentario

Cuanto más estudio el Curso más sentido tiene esta lección para mí. La primera vez que la leí,
me pareció poco probable que el perdón fuese la llave de la felicidad. Podía ver que era una
llave pero no la llave. Cuando la explicación del Curso acerca de la raíz de todos nuestros
problemas empezó a meterse en mi mente, empecé a ver que de un modo u otro, la falta de
perdón estaba detrás de cada problema. Luego empezó a tener sentido que el perdón los
solucionaría todos ellos.

Mira a la letanía de males que abarca esta descripción de “la mente que no perdona” (2:1-5:5):
• Miedo.
• Un modo de pensar estrecho y cerrado que no deja espacio para que el amor crezca y se
desarrolle.
• Tristeza, sufrimiento, duda, confusión, ira.
• Los pares contradictorios de miedos, para mí el más claro es “miedo de cada sonido que
oye, pero todavía más del silencio” (3:1).
• La deformación de la percepción que resulta de la falta de perdón, que no nos deja ver
los errores como lo que son y, en su lugar, percibe pecados.
• El terror alucinante de nuestras propias proyecciones.

Me reconozco a mí mismo, o por lo menos recuerdos de mí, en tantas de estas frases: “Desea
vivir, sin embargo, anhela estar muerta. Desea el perdón, sin embargo, ha perdido toda espe-
ranza” (4:3-4). Yo me he sentido así. Estos párrafos nos describen a todos nosotros. Pienso que
si alguien no se reconoce aquí en algunas cosas, no esta siendo honesto consigo mismo. Y el
pensamiento más horrible de todos es este: “No cree que pueda cambiar” (5:3). ¿No has sentido
ese miedo en tu propio corazón alguna que otra vez? Yo sé que lo he sentido.

Cuando reconocemos que estas descripciones son adecuadas acerca de nosotros, que nos
encontramos en uno u otro de estos estados mentales, la misma palabra “perdón” suena como un
oasis en el desierto de Sahara. Fresca, calmante y refrescante. Como se nos decía en la Lección
79, tenemos que reconocer el problema antes de darnos cuenta de cuál es la solución.
“El perdón es algo que se adquiere. No es algo inherente a la mente” (6:1-2). Esto afirma un
principio fundamental que explica mucho de los métodos del Curso, y explica por qué es
necesaria alguna forma de transición entre dónde pensamos que estamos y dónde estamos ya en
realidad. Si ya somos perfectos, tal como Dios nos creó, ¿por qué tenemos que aprender algo?
Porque la solución al problema de la culpa es el perdón, y el perdón no era parte de nuestra
mente tal como Dios la creó. No había necesidad de perdón. Sin pensamientos de pecado, la
idea del perdón no tiene significado. Debido a que nos enseñamos a nosotros mismos la idea de
pecado, ahora se nos tiene que enseñar el antídoto: el perdón. El perdón tiene que ser aprendido.

Pero la mente que no perdona no puede enseñarse a sí misma el perdón. Cree en la realidad del
pecado, y con esa base el perdón es imposible. Todo lo que percibe en el mundo demuestra que
“todos sus pecados son reales” (3:3). Atrapados en la falta de perdón, estamos convencidos de
que nuestra percepción de las cosas es correcta. No la ponemos en duda. Desde esa perspectiva
no hay manera de que nuestra mente pueda siquiera imaginar el verdadero perdón. Por eso
necesitamos al Espíritu Santo “Maestro que representa a tu otro Ser” (6:3). Tiene que haber un
“Poder más elevado” Que representa un modo de pensar diferente. La causa de nuestra
percepción tiene que estar fuera del modo de pensar del ego, aparte de él, limpio de él. Y eso es
Él.

Él nos enseña a perdonar y, por medio del perdón, se Le devuelve nuestra mente a nuestro Ser,
Que “jamás puede pecar” (6:5). Cada persona “fuera” de nosotros, cada representante de esa
multitud de mentes que no perdonan, “te brinda una oportunidad más de enseñarle a la tuya
cómo perdonarse a sí misma” (7:1). Nuestros hermanos y hermanas, que manifiestan su ego
llenos de miedo, dolor, y de la agitación y confusión del mundo, hablándonos con brusquedad
desde su terror, son nuestros salvadores. Al perdonarles a ellos, nos perdonamos a nosotros
mismos. Cuando enseñamos la salvación, la aprendemos. Al liberar a otros del infierno, nos
liberamos a nosotros mismos. Al dar, recibimos.

De esto trata el Curso. Al practicar hoy, que podamos darnos cuenta de que nos estamos
dedicando al ejercicio más importante del Curso, estamos aprendiendo “la llave de la felicidad”.
Y no pensemos que ya sabemos lo que es el perdón, vengamos con humildad, preparados para
que nos enseñe Uno Que sabe.

LECCIÓN 122 - 2 MAYO

“El perdón me ofrece todo lo que deseo”

Instrucciones para la práctica

Propósito: “Experimentar la paz que ofrece el perdón y la dicha que te proporciona el


descorrimiento del velo” (11:2).

Práctica de la mañana/ noche: 2 veces, durante quince minutos.


Vete a lo más profundo de tu mente donde moran los regalos del perdón. Intenta sentir la
felicidad, la paz, y la dicha que ofrece el perdón. Busca de todo corazón ese lugar dentro de ti,
lleno de esperanza y alegría. Esta práctica parece un ejemplo de la meditación del Libro de
Ejercicios. Es muy parecida a las que venían después de la Lección 100, en las que aquietabas tu
mente y tratabas de sentir la felicidad y dicha que Dios ha colocado muy dentro de ti. Basándote
en las lecciones pasadas, probablemente deberías empezar repitiendo la idea del día, y luego
usar esa idea de vez en cuando para sacar a tu mente de distracciones.
Observaciones: Ven a estos momentos de práctica lleno de esperanza, porque has llegado a un
punto decisivo de tu viaje. Después de esto, el camino será más fácil y llevadero. Practica
“gustosamente y con ahínco” (9:2), con la confianza de que la salvación puede ser tuya hoy.

Recordatorios frecuentes: Cada quince minutos, durante un minuto por lo menos.


Di: “El perdón me ofrece todo lo que quiero. Hoy he aceptado que esto es verdad. Hoy he
recibido los regalos de Dios”.

Observaciones: Estos periodos más cortos de práctica son extremadamente importantes.


Practicar durante un minuto, por lo menos, 4 veces por hora no es una hazaña pequeña para la
mayoría de nosotros. El propósito de estos periodos más cortos de práctica es conservar en
nuestra mente los regalos que hemos aceptado en la práctica de la mañana. Esos regalos se irán
apagando si no los renuevas cada hora. Sugiero repetir estas frases como una auténtica y sincera
dedicación a la verdad de la idea de hoy. Cuando repitas estas frases, puedes hacerlas más
concretas: “Perdonarte (nombre) me ofrece todo lo que quiero (felicidad, paz, seguridad). Hoy
(día de la semana) he aceptado que esto es verdad. Hoy (fecha) he recibido los regalos de
Dios”.

Comentario

Hay una frase casi al final de la lección que, para mí, siempre destaca. Habla de cómo el
perdón me permite ver “lo inmutable en medio del cambio y la luz de la verdad tras toda
apariencia” (13:4). Para mí, esta frase se ha convertido en otro modo de considerar lo que es el
perdón.

Detrás de cada apariencia hay algo que no cambia. Las apariencias cambian, y muy rápido. Esto
es verdad tanto físicamente como en percepciones más finas. Pero el espíritu dentro de nosotros
no cambia, habiendo sido creado por lo eterno. El perdón es un modo de mirar más allá de las
apariencias a la realidad que no cambia. No hace caso de la imagen pasajera de los errores del
ego, y ve al Hijo de Dios. Como la Madre Teresa dijo de cada uno a los que ella ayudaba, vemos
a “Cristo en sus disfraces de sufrimiento”.

“El perdón permite que se descorra el velo que oculta la faz de Cristo de aquellos que
contemplan el mundo sin piedad” (3:1)

El perdón es abandonar todas las razones que hemos inventado para negar el amor. Se levanta el
velo de todos nuestros juicios, y contemplamos algo maravilloso, algo asombroso, algo que no
se puede describir. “Lo que entonces recordarás jamás podrá describirse” (8:4). (¡Por eso, ni lo
intento!) Cuando el perdón ha eliminado todos los obstáculos a nuestra consciencia de la
presencia del amor, vemos amor en todas partes. El amor no ha cambiado ni puede cambiar. No
es de extrañar, entonces, que el perdón me ofrezca todo lo que quiero, dándome paz, felicidad,
quietud, seguridad, y “una sensación de belleza y de ser valioso que transciende el mundo”
(1:4). Cuando ves lo inmutable en medio del cambio, desaparece la angustia de tu corazón
porque no hay razón para ella.

¿Por qué nuestro estado de ánimo y nuestros sentimientos nos causan tantos problemas? Porque
nos identificamos con ellos, porque cuando nuestro estado de ánimo y nuestros sentimientos
cambian creemos que nosotros hemos cambiado. El Curso nos enseña a identificarnos con algo
que está más allá del cambio, con la Mente de Cristo dentro de nosotros, que nunca cambia y
nunca cambiará. Aquí tienes una regla general: Lo que cambia no soy yo. Mi Ser permanece
“inalterado e inalterable por siempre jamás” (L.190.6:5).

Esto está empezando a tomar mejor forma en mi mente, cuando empiezo a entender que el
perdón es sencillamente ver lo inmutable en medio del cambio. Es reconocer que lo único que
necesita cambiar es el pensamiento de que es posible cambiar la Mente del Hijo de Dios. Es
darse cuenta de que todos mis “pensamientos” del ego no han cambiado nada, y que todos los
“pensamientos” del ego de mi hermano tampoco han cambiado nada. Es darse cuenta de que lo
que cambia no soy yo, es dejar de identificarme con lo que cambia, y dejar de creer que mi
hermano es mis percepciones cambiantes de él. El perdón significa mirar más allá de lo que
cambia a lo que nunca cambia.

Nuestro sufrimiento procede de identificarnos con lo pasajero. Nuestra paz procede de


identificarnos con lo eterno. Dios no ha creado nada que cambie. Nada que cambia es realmente
yo. Lo que puede cambiar está amenazado por el cambio, y “Nada real puede ser amenazado”
(T.In.2:2). Por lo tanto, nada que cambia es real.

Todo lo que cambia no es nada sino una marca pasajera en tu viaje a lo eterno. No es nada a lo
que aferrarse. Piensa en una hilera de piedras por las que cruzas un arroyo, no te aferras a cada
una mientras lo pasas. Agradeces su utilidad para ayudarte a cruzar al otro lado, pero no
lamentas haber pasado por ellas. Tu meta es la otra orilla. Ése es el único valor de las cosas de
este mundo, cosas que incluyen nuestro propio cuerpo y el de nuestros seres queridos, así como
las cosas materiales e incluso las ideas de nuestro sistema de pensamiento. Las cosas que
cambian sólo pueden valorarse como los peldaños en los que te apoyas para llegar a lo eterno, y
que luego abandonas suavemente para subir el siguiente peldaño a lo eterno y que no cambia,
que siempre está con nosotros, siempre la realidad de nuestro ser, incluso cuando parece que
viajamos hacia allí.

LECCIÓN 123 - 3 MAYO

“Gracias Padre por los regalos que me has concedido”

Instrucciones para la práctica

Propósito: El Libro de Ejercicios supone que has hecho algún progreso real en tu viaje a Dios,
con el resultado de que tu viaje será ahora más suave porque mucha de tu resistencia ha
disminuido. Hoy te vas a dedicar a dar gracias por estos beneficios. No comprendes toda su
extensión. Únicamente al dar gracias por ellas, apreciarás lo grandes que son.

Práctica de la mañana/ noche: 2 veces, durante quince minutos.


Pasa estos quince minutos dando gracias a Dios y recibiendo Su agradecimiento a ti. ¿Cuáles
son exactamente las cosas por las que das gracias? Descubro tres clases de cosas. Primero, Los
regalos de Dios para ti en el Cielo: Su eterno Amor por ti, el hecho de que Él te creó inmutable,
de modo que ninguno de tus errores puede deshonrar tu Identidad. Segundo, Sus regalos para ti
en la tierra: que Él no te ha abandonado sino que siempre está contigo, hablándote Su Palabra
salvadora, que Él te ha dado una función especial en Su plan. Tercero, los beneficios que has
tenido como resultado de Sus regalos: el hecho de que el Espíritu Santo está salvándote del ego
poco a poco.

Pasa también un rato recibiendo la gratitud de Dios a ti. ¿Por qué te da las gracias exactamente?
Te está agradeciendo que escuches Su mensaje, que lo apliques, y que se lo pases a otros. Te
está dando las gracias por sanar a otros por medio de tu manifestación de mayor cordura, salud
y seguridad. En otras palabras, te agradece que apliques Sus verdades, tal como tú Le agradeces
lo mismo. Tómate tiempo para abrir tu mente a la idea de que Dios no te está juzgando, sino
dándote las gracias de todo corazón y con total sinceridad, y de que Su agradecimiento y el tuyo
a Él se unen como uno.
Observaciones: Dios tomará tu regalo de gratitud a Él, lo multiplicará cientos de miles de
veces, y te las devolverá como Su gratitud inmensa a ti. Esta multiplicación de tu regalo le dará
un poder enormemente aumentado para salvarte a ti y al mundo. Cada segundo que das te será
devuelto en forma de años de progreso, permitiéndote ahorrar eones de años al viaje del mundo
a Dios.

Recordatorios frecuentes: Cada hora, no se especifica el tiempo.


Repite la idea y pasa un rato agradeciéndole a Dios todos Sus regalos a ti.

Comentario

La lección de hoy me hace pensar en todos los regalos que Dios me ha hecho a mí,
personalmente. Pienso que eso es lo que se pretende que hagamos cada uno de nosotros, un día
para contar tus muchas bendiciones. Así que tenlo en mente conmigo mientras comparto contigo
algunos de mis pensamientos personales, y tómalo como una inspiración para que tú hagas lo
mismo.

Pienso que he estado en el camino espiritual la mayor parte de mi vida, quizá toda. Recuerdo
algunos acontecimientos cuando era niño que perecían decirme que mi camino ya estaba
marcado, el regreso. Una vez escribí un poema para la chica que me cuidaba, creo que estaba en
segundo curso entonces. Todavía recuerdo las palabras:

Gracias Padre por el sol y los campos,


Gracias Padre por los arbustos y los árboles,
Gracias Padre por las cosas que comemos.
Gracias, Señor, gracias.

Recuerdo un lunes después de clase, cuando yo tenía unos diez años, juntándome con tres de
mis amigos en la esquina de una calle e intentando explicarles por qué estaba tan impresionado
con la lección de la escuela dominical que había escuchado el día anterior. Era una lección sobre
el Eclesiastés (11:1): “Echa tu pan al agua, que al cabo de mucho tiempo lo encontrarás”. Me
impresionó el principio que encerraba, que lo que das te vuelve, y que nuestra riqueza puede
medirse por lo que damos, en lugar de por lo que compramos. Es un mensaje que oí de nuevo,
de una manera muy clara, muchos años más tarde en el Curso.

Tuve un hambre y un deseo espiritual de Dios enorme durante toda mi infancia, aunque me
desvié en otras direcciones durante un tiempo, metiéndome en travesuras de juventud, incluso
problemas con la policía, y estando tremendamente avergonzado cuando me atrapó robando el
dueño de una tienda que me había ofrecido un trabajo de verano (que por supuesto no acepté).
Tuve experiencias de lo que llamo un instante santo varias veces, una sensación de estar cerca
de Dios y, sin embargo, la mayor parte del tiempo parecía que no podía encontrarle.

A los dieciséis años tuve una experiencia de “nacer de nuevo” y, durante los siguientes veintidós
años, me convertí en un cristiano radical, aunque nunca firmemente en línea con ninguna
denominación religiosa. Algo seguía haciéndome romper todos los moldes en los que la gente
intentaba meterme. Leí a algunos místicos, leí a los herejes, así como la Biblia. No quería que
nadie me trazara el mapa de la Nueva Jerusalén, quería caminar sus calles por mi cuenta. Pasé
años en un modelo religioso occidental “luchando contra el pecado” como Jesús lo llama en el
Curso (T.18.VII.4:7). Como dice en esa frase: ¡“Es extremadamente difícil encontrar la
Expiación” de ese modo!

Durante aquellos veintidós años, pasé hambre de Dios. Durante aquellos veintidós años, me
sentí desgraciado la mayor parte del tiempo, asqueado de mí mismo. Durante aquellos veintidós
años, me pregunté si alguna vez “lo lograría”. Finalmente, al final de aquellos años, abandoné.
Puse a un lado mi Biblia y dejé que acumulara polvo. Decidí que el Cristianismo, para mí, era
un callejón sin salida. Perdí la esperanza de “cruzar el Jordán” alguna vez y “entrar en la tierra
prometida”. Decidí que tenía que aceptar la vida tal como era, y aprender a vivir con ella,

Pasaron unos seis años. Todavía andaba buscando algo, pero ya nada espiritual. O eso es lo que
me decía a mí mismo. Mi relación con Dios estaba en un compás de espera, y ya no nos
hablábamos. Leí psicología. Hice el entrenamiento est. Leí libros Zen e intenté meditar un poco.
Estudié la Ciencia de la Mente. También disfruté del mundo a fondo, como nunca antes me
había permitido hacerlo, incluyendo sexo a lo grande y haciendo más dinero del que había
tenido en toda mi vida. Empecé a darme cuenta de que las cosas de que me hablaban la
psicología y las filosofías del mundo, y los escritos religiosos orientales que estaba estudiando,
eran todas las mismas cosas que realmente me habían tocado en el Cristianismo. Como dijo una
vez Aldous Huxley, había una “filosofía eterna” que atravesaba todo, un núcleo central de
verdades en las que todos los que “lo habían logrado” coincidían, tuvieran antecedentes
religiosos o no. Y cuanto más claro lo tenía, más cuenta me daba de que todo ello era algo que
yo siempre había sabido de alguna forma. Como “Echa tu pan al agua”

Luego en enero de 1985, encontré Un Curso de Milagros. Desde entonces, he estado leyendo y
estudiando estos libros, y practicando lo mejor que puedo lo que dicen. Y cuando hoy miro a mi
vida, puedo ver que en algún lugar a lo largo de la línea mi vida experimentó un cambio muy
importante. Pasé de una sombría certeza de que nunca encontraría la felicidad verdadera a un
firme convencimiento de que la he encontrado. Así que, al leer la lección de hoy, me he sentido
inundado de una profunda sensación de agradecimiento. Al leer el primer párrafo, he sentido
que con toda honestidad podía decir que me encajaba perfectamente:

“Ya no nos asalta el pensamiento de volver atrás, ni resistimos implacablemente a la verdad.


Aún hay cierta vacilación, algunas objeciones menores y cierta indecisión, pero puedes sentirte
agradecido por tus logros, los cuales son mucho más grandes de lo que te imaginas”.
(L.123.1:3-4)

Hace unos pocos días (1995) un amigo nuestro Allan Greene, murió a los 51 años. Era
cuadrapléjico y hace un año se vino a vivir a Sedona para participar en las lecciones y grupos
de apoyo sobre Un Curso de Milagros del Círculo de Expiación. Nuestro grupo de apoyo se
reunía en su casa, ya que casi no podía moverse en absoluto. Únicamente podía mover la cabeza
y los hombros, estos sólo ligeramente. En los dos últimos años le habían tenido que cortar una
pierna y una mano. Solía decir que estaba abandonando su identificación con el cuerpo trozo a
trozo. Allan era estudiante del Curso desde hacía mucho tiempo, uno de los pocos que conozco
que realmente llegó a conocer a la escriba del Curso, Helen Schucman. Se peleó con él Curso,
pero había llegado a la firme decisión de entender todo lo que enseñaba. En peores
circunstancias de lo que nos podemos imaginar, Allan mantenía un sorprendente sentido del
humor y una alegre decisión de curar su mente, pasara lo que pasara con su cuerpo. El mes
pasado, cuando le iban a quitar la vesícula biliar, no quiso anestesia porque no sentía nada en el
cuerpo, pero una enfermera le puso una pantalla delante para que no tuviera que verse cuando le
abrían. ¡Durante toda la operación, Allan estuvo hablando con la enfermera acerca de Un Curso
de Milagros!

Anoche (2 mayo 1995) tuvimos una reunión en recuerdo de Allan. Asistió mucha gente, y uno
tras otro compartieron como Allan había influido en sus vidas, incluyendo una media docena o
así de cuidadores que le habían atendido en el último año. Quedó muy claro que la vida de Allan
había impactado a montones de personas. Estoy seguro de que sus logros eran, como nos dice la
lección, mucho mayores de lo que se imaginaba. Sé que Allan no se consideraba a sí mismo
especialmente avanzado. Se lamentó hasta casi el final de lo lento que aprendía. A menudo
discutía con sus cuidadores, y uno o dos le abandonaron furiosos. Tenía sus dudas. Pero esta
noche por la evidencia de las personas que amó y que le amaron, había avanzado mucho más de
lo que él pensaba.
Espero que esto sea verdad acerca de mí, creo que es verdad acerca de todos nosotros. Ahora no
podemos conocer, aunque estoy seguro que en algún momento lo haremos, todas las influencias
positivas que hemos tenido en todos a nuestro alrededor con cosas tan pequeñas como una
sonrisa, un pequeño acto de amabilidad, o un toque suave y amoroso en el momento adecuado.
Quizá, como a veces sucedía con Allan, nada más que una risa, o hacer reír a alguien. El jueves
pasado, cuando Allan estaba en el hospital, en nuestro grupo de la noche de Un Curso de
Milagros guardamos unos minutos de silencio por él. Al día siguiente, el día anterior a su
muerte, uno de nuestros estudiantes le llamó al hospital y le habló de nuestros minutos de
silencio. Allan dijo: “Hubiera sido más apropiado unos minutos de contar chistes”.

Que hoy, entonces, dedique tiempo a expresar mi agradecimiento a Dios por todos los regalos
que me ha hecho. Le doy gracias por este Curso, que se ha convertido en mi camino seguro al
hogar. Le doy gracias por el alivio a todos aquellos años de desesperación silenciosa. Le doy
gracias porque, cuando me aparté, Él nunca me abandonó. Le estoy tan agradecido por Su
Espíritu dentro de mí, mi Guía y Maestro, y por todos los amigos y compañeros amorosos del
viaje. Él me ha traído mi camino (especialmente, esta noche, por Allan). Le estoy tan agradecido
por todos vosotros, y por la oportunidad que me Él me ha dado de compartirla con todos
vosotros, y de recibir de todos vosotros. Le doy gracias por empezar a recordar mi Ser. Le doy
gracias por la seguridad en aumento de que encontraré mi camino de vuelta al hogar en todo
momento.

¡Le doy gracias a mi Padre por los regalos que me ha concedido!

LECCIÓN 124 - 4 MAYO

“Que no me olvide de que soy uno con Dios”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Practicar y sentir la idea de que eres uno con Dios y de ese modo mantener tu propia
paz y también liberar al mundo. Hoy es un punto decisivo en el Libro de Ejercicios, tu primera
sesión de media hora de práctica, y también la primera práctica larga en la que no se te dan
instrucciones y se te deja hacerla por tu cuenta (un adelanto de lo que está por llegar). La
práctica se está intensificando (haciéndose más larga y menos estructurada).

Más largo: 1, de treinta minutos, en el momento más conveniente.


No hay palabras concretas o guías a seguir para esta meditación. Sencillamente se espera que
dediques la sesión de práctica a la idea de hoy, a morar en la unidad con Dios, a intentar sentir
esa unidad y a dejar que Su Voz dirija tu práctica. Jesús confía claramente en que has aprendido
suficiente de las lecciones hasta ahora para hacer esta práctica de manera provechosa, sin
perderte en distracciones. Por lo tanto, echa mano de todo lo aprendido hasta ahora, y ábrete a la
dirección del Espíritu Santo durante esta práctica.

Apoyo a la práctica: Los párrafos 9-11 sirven para proporcionar estímulo para hacer la práctica
y valorar lo importante que es. Nos enseñan a ver esta media hora como un espejo, enmarcado
en oro, con treinta diamantes incrustados, uno por cada minuto. Durante esta media hora
miraremos en este espejo y veremos nuestro rostro transformase en el rostro santo de Cristo,
nuestro verdadero Ser, Que es uno con Dios. En este espejo, nos reconoceremos como Quien
realmente somos. Aunque nada de esto parezca suceder durante la práctica, podemos tener la
confianza de que en algún momento, “tal vez hoy, tal vez mañana” (10:1; 11:1,3), tendremos
esta experiencia como resultado de esta media hora.
Recordatorios frecuentes: Cada hora.
Repite: “Que no me olvide de que soy uno con Dios, en unión con todos mis hermanos y con
mi Ser, en eterna paz y santidad”. Hacerlo así añadirá más diamantes todavía al marco alrededor
del espejo en el que ves tu verdadero Ser. Sugiero aprender de memoria esta frase o escribirla en
una ficha. También recomiendo que, mientras la repites, intentes sentir cada clase de unidad:
primero la unidad con Dios, luego la unidad con tus hermanos, después la unidad con tu
verdadero Ser.

Comentario

Esta lección tiene una visión muy elevada, procede de un elevado estado mental. Básicamente,
en la primera parte de la lección parece dar por sentado que ya estamos iluminados. Y por
supuesto, desde la perspectiva de este estado mental, lo estamos. “La iluminación es
simplemente un reconocimiento, no un cambio” (L.188.1:4). Si no es un cambio, entonces la
iluminación significa que siempre lo estamos. Entonces, esta lección está simplemente
afirmando la verdad acerca de nosotros, la verdad que nos hemos ocultado a nosotros mismos.

Un ejercicio que es muy provechoso es orar, dar gracias a Dios por la verdad tal como Él la ve,
la verdad sobre nosotros tal como Él nos ve. Toma un párrafo de esta lección (o la lección
entera) y conviértela en acción de gracias, expresando con palabras tu agradecimiento mientras
lees. Por ejemplo, del segundo párrafo, yo podría decir:

¡Gracias por la santidad de nuestra mente! Gracias porque todo lo que veo refleja la santidad de
mi mente, que es una Contigo, y una consigo misma. Gracias por ser mi Compañero en mi
breve recorrido por el mundo, gracias por el privilegio de dejar detrás luminosas huellas que
señalan el camino a la verdad a aquellos que me siguen.

Ésta es nuestra tarea, la razón por la que estamos aquí. Quizá la mayor parte del tiempo no
recordamos nuestra Identidad en Dios. Mayor razón para dedicar un día a recordar, para
recordárnoslo a nosotros mismos. Podemos entender esta lección como una descripción de un
maestro avanzado de Dios. Dondequiera que va, deja la luz detrás para iluminar el camino a
otros. El maestro camina siendo consciente todo el tiempo de la Presencia de Dios. Siente a
Dios dentro. Los pensamientos de Dios llenan su mente, y ve únicamente lo amoroso y lo que
merece amor. Este maestro de Dios sana a las personas del pasado, del presente y del futuro, y
de cualquier lugar.

Entra en ese estado mental, corazón mío. Sé el Cristo, ignora todos los obstáculos que la mente
levanta contra ello. Practica la consciencia de la unidad con Dios.

En la última parte de la lección está claro que el autor no se ha vuelto loco ni está viviendo en
un mundo de sueños. Él sabe muy bien que podemos sentarnos durante media hora y
levantarnos pensando que no ha sucedido nada. Sabe que, para la mayoría de nosotros, aquello
de lo que habla está tan lejos de nuestra consciencia que podemos dedicar treinta minutos a
intentar reconocerlo y no encontrar ni una pizca de ello. No Le importa porque, desde donde Él
está y la manera en que Él ve, sabe con total seguridad que lo que está diciendo sobre nosotros
es verdad. Y nos dice que no dejemos que nos preocupe:

“Quizá no estés listo hoy para aceptar estas ganancias. Pero en algún punto y en algún lugar,
llegarán a tu conciencia, y no podrás sino reconocerlas cuando afloren con certeza en tu mente”.
(9:2-3)

Aunque no sintamos nada, Él nos dice: “jamás habrías podido invertir mejor el tiempo” (10:3).

La práctica de hoy de media hora que se dedica a recordar la unidad es poco corriente en el
Libro de Ejercicios. La rutina vuelve a dos sesiones de quince minutos, o tres sesiones de diez
minutos, en los próximos días. Pero lo que verdaderamente es más importante es la falta de
“reglas (y) palabras especiales con las que dirigir la meditación” (8:4). Hoy nos deja a nuestro
aire. Si hemos estado haciendo todos los ejercicios, tendremos una idea bastante buena de
alguna de las “técnicas” que podemos querer utilizar, y podemos usar cualquiera de ellas, o lo
que se nos ocurra. Realmente no nos está dejando “a nuestro aire”, nos está dejando en manos
de “la Voz de Dios”, nuestro Guía interno. Pregunta cómo pasar esta media hora de meditación,
y escucha a lo que te llegue.

“Mora en Él durante esa media hora. Él se encargará del resto”. (8:6-7)

“Puedes estar seguro de que algún día, tal vez hoy, tal vez mañana, entenderás, comprenderás y
verás”. (11:3)

LECCIÓN 125 - 5 MAYO

“En la quietud recibo hoy la Palabra de Dios”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Oír a Dios hablarte, recibir Su Palabra.

Más largo: 3 veces (en los momentos más adecuados para el silencio), durante diez minutos.
Ayer se nos dijo que no necesitábamos instrucciones especiales para nuestra práctica más
larga. Siguiendo con esto, hoy se nos dice que todo lo que necesitamos es acallar y aquietar
nuestra mente. “No necesitas ninguna otra regla” (9:2). Sin embargo, la lección nos dice algo
más que esto. Podemos organizar sus instrucciones en tres pasos.
1. Aquieta tu mente. Acalla tus pensamientos caóticos, tus deseos sin significado, y todos
tus juicios.
2. Entra en ese “sereno lugar de tu mente donde Él mora para siempre” (4:3), el trono de
Dios en tu mente, el centro de quietud.
3. Espera y escucha. Cuando llegas a ese lugar de quietud en tu mente, tu tarea se ha
acabado. Simplemente espera y escucha, con confianza de que tu Padre vendrá a ti y te
dirá Su Palabra. Por supuesto, oír Su Voz puede presentarse de maneras diferentes:
desde oír palabras a recibir ideas o imágenes o sentimientos.
Durante este tiempo, con frecuencia necesitarás apartar tu mente de todos esos pensamientos y
deseos insignificantes que intentan molestar. Para este propósito, sugiero usar la idea del día, o
elegir una frase como “sólo necesitas estar quieto y escuchar” (9:3). Como siempre, empieza la
práctica repitiendo la idea del día.

Recordatorios frecuentes: Cada hora, durante un momento.


Repite la idea. Date cuenta de que al hacerlo te estás recordando a ti mismo el propósito
especial de hoy: recibir la Palabra de Dios. Luego pasa un rato escuchando en la quietud.

Comentario

Todo lo que hoy se nos pide es estar en silencio y quietos durante diez minutos, 3 veces
durante el día y cada hora. Únicamente estar en silencio. “Sólo necesitas estar muy
quieto. No necesitas ninguna otra regla que ésta” (9:1-2). “Sólo necesitas estar quieto y
escuchar” (9:3). “Su Voz espera tu silencio, pues Su Palabra no puede ser oída hasta que tu
mente se haya aquietado por un rato y tus vanos deseos hayan sido acallados” (6:2).
¿No es sorprendente cuánta práctica se necesita para aprender a aquietarnos? No puedo decirte
cuántas veces me he sentado a meditar y aquietarme y, a veces sólo unos pocos minutos más
tarde, me he encontrado a mí mismo tan distraído con algunos pensamientos que me venían que
abro los ojos y me levanto para “hacer algo” antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo.
Me dejo caer de nuevo en la silla, diciéndome entre dientes “¡Cielos!” por la distracción de mi
mente. Respiro profundamente, pienso para mí: “Quieto, Allen. Quieto. Paz, aquiétate”.

Las dificultades que tengo para aquietarme, en lugar de levantarse como un obstáculo
insuperable, se han convertido en indicadores de cuánto necesito esta práctica. Claramente el
Curso nos está enseñando que una mente en silencio es esencial. “El recuerdo de Dios aflora en
la mente que está serena” (T.23.I.1:1). No podemos oír Su Voz hasta que nos aquietemos
durante un rato.

El Curso describe la voz del ego con frases llenas de color: “insensatos alaridos”, “chillidos
estridentes e imaginaciones enfermizas”, “alaridos discordantes y chillones”, “insensato ruido
de sonidos que no tienen sentido”, “frenéticos y tumultuosos pensamientos, sonidos e imágenes
de este mundo demente”, “estridentes gritos e insensatos arranques de furia”, “una voz
estridente y ensordecedora”, “frenética avalancha de pensamientos sin sentido”.
Nuestro ego es una máquina constante de hacer ruido que intenta tapar la Voz de Dios;
necesitamos aprender a acallar nuestra mente, dejar de prestarle atención a los gritos del ego. El
ego es ruido, el espíritu es silencio. Entonces, tiene mucho mérito estar en silencio, aunque
parezca que no sucede nada más. Que hoy recuerde dedicar este tiempo para aquietarme, para
estar en silencio, y para escuchar.

________________________________
Referencias de las descripciones de arriba acerca de la voz del ego: T.25.V.3:5; L.49.4:3;
Psicot. 2.VI.2:6; T.31.I.6:1; L.49.4:4; T.21.V.1:6; T.27.VI.1:2; L.198.11:2

LECCIÓN 126 - 6 MAYO

“Todo lo que doy es a mí mismo a quien se lo doy”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Entender la idea de que dar no es perder, sino recibir.

Más largo: 2 veces, durante quince minutos.


La idea de hoy es tan distinta a nuestro modo de pensar habitual que necesitamos la ayuda
interna del Espíritu Santo para comprenderla de verdad. No puede hacerse únicamente con la
inteligencia. Para buscar esta ayuda, “cierra los ojos… y busca amparo en el sereno lugar”
(10:1) a donde vas en la meditación. Cuando llegas a ese lugar, “repite la idea de hoy, y pide
poder entender lo que realmente significa” (10:2). Estate dispuesto a dejar a un lado tu falsa
creencia de que dar es una pérdida, y desea tener una comprensión nueva, en la que te das
cuenta de que dar es un regalo para ti mismo. Siente la Presencia del Espíritu Santo en tu sesión
de práctica, y estate preparado para repetir tu petición de una comprensión verdadera hasta que
recibas esa comprensión.

Observaciones: Y si “sólo logras captar un pequeño atisbo” (8:5) de la idea, del verdadero
significado de dar, éste será un día glorioso para ti y para el mundo. Pues esta idea hará que el
perdón ya no sea una tensión, sino algo a lo que te sentirás obligado a dar todo el tiempo, como
un modo de darte a ti mismo.
Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como puedas (no dejes pasar mucho tiempo), durante
un momento.
Repite: “Todo lo que doy es a mí mismo a quien se lo doy. La Ayuda que necesito para
comprender que esto es verdad está conmigo ahora. Y confío en Él plenamente”. Luego haz una
versión corta de la sesión larga de la mañana: aquieta tu mente y ábrela al Espíritu Santo,
dejándole que sustituya tus viejas creencias acerca de dar con la verdad. Por medio de estas
sesiones de práctica, durante todo el día puedes mantener viva la sensación de que tu meta es de
gran importancia hoy.

Comentario

Ésta es una lección que apunta claramente a cambiar por completo de tu manera de pensar (1:1).
Empieza con la suposición de que tenemos ideas equivocadas sobre el perdón. “No entiendes lo
que es el perdón” (6:1). En el párrafo 6 explica que nuestra comprensión equivocada del perdón
es la razón por la que no podemos entender que el perdón nos da paz, que es un medio para
nuestra liberación, y que el perdón puede devolvernos la consciencia de la unidad con nuestros
hermanos. Nuestra comprensión equivocada acerca del perdón es la razón de que quizá
hayamos tenido problemas con las Lecciones 121 y 122, que nos dijeron que el perdón es la
llave de la felicidad y que nos ofrece todo lo que queremos.

La idea de que “todo lo que doy es a mí mismo a quien se lo doy” es fundamental para cambiar
por completo nuestra manera de pensar, comprendiendo que hará que el perdón no nos cueste
ningún esfuerzo. El párrafo 2 repasa una lista de “lo que crees en lugar de esta idea” (2:1). Así
que, practiquemos la inversión del pensamiento, y cambiemos el significado de este párrafo para
ver lo que supone la idea de hoy.

Si comprendiéramos que todo lo que damos se nos da a nosotros mismos, nos daríamos cuenta
de que los demás no están separados de nosotros. Su compartimiento influye en nuestros
pensamientos, y nuestro comportamiento influye en sus pensamientos. Nuestras actitudes
afectan a otras personas. Sus peticiones de ayuda están estrechamente relacionadas con las
nuestras. Verlos como “pecadores” afecta a nuestra percepción de nosotros mismos. Condenar
su pecado nos condena a nosotros mismos y perdemos nuestra paz mental.

Si comprendiéramos todo esto y lo creyéramos, perdonaríamos de manera natural. Nos


daríamos cuenta de que juzgar a alguien como pecador nos produce culpa y pérdida de paz, y
no elegiríamos hacerlo.

Comprendiéramos que la manera en que vemos a la otra persona es la manera en que nos vemos
a nosotros mismos, y no querríamos vernos de esa manera. Aprenderíamos rápidamente a ver
que las acciones de su ego no son pecados sino peticiones de ayuda, estrechamente relacionadas
con nuestras propias peticiones de ayuda, y responderíamos de la manera más apropiada a ellas.
Comprenderíamos que nuestra actitud de juzgar tiene un efecto negativo sobre el
comportamiento de los demás, y elegiríamos cambiar nuestra actitud. Cambiaríamos nuestros
pensamientos para tener un efecto beneficioso en lugar de un efecto perjudicial.
Reconoceríamos que no estamos separados y aparte, sino que compartimos la misma lucha
contra los miedos y las dudas, al igual que compartimos la liberación de ellos.

Dado todo esto, podríamos entender que el perdón es la llave a la felicidad. Veríamos que si
juzgar ocasiona la pérdida de paz, entonces el perdón podría llevarnos de nuevo a la paz.
Entenderíamos que el perdón nos devuelve la consciencia de la unidad con la otra persona.
Veríamos que puede liberarnos de lo que parece ser un problema con otra persona.

La práctica de hoy es una especie de meditación de pensar. Se nos pide que vengamos al
Espíritu Santo con la idea de hoy: “Todo lo que doy es a mí mismo a quien se lo doy”, y que nos
abramos a Su ayuda para aprender que es verdad, “y deja que tu mente sea receptiva a Su
corrección y a Su Amor” (11:6). Estamos pidiendo ayuda para comprender lo que significa la
idea de hoy (10:2), y lo que el perdón significa realmente. Estamos pensando en las ideas con
Su ayuda, pidiendo nueva comprensión, nuevo entendimiento.

Nuestro comportamiento, nuestras actitudes, y nuestras dolorosas experiencias en este mundo


son toda la evidencia que necesitamos para dejar que nuestros pensamientos sean corregidos. Si
de verdad creyéramos lo que dice la idea de hoy, no estaríamos teniendo estas experiencias
dolorosas. Todavía tenemos que tener falsas ideas alojadas en nuestra mente, y necesitamos ser
sanados. Quizá pensamos que entendemos lo que se dice, y sin duda hay una parte de nosotros
que está de acuerdo con ello, o no estaríamos estudiando estas lecciones. Es la otra parte la que
nos preocupa, los guerreros escondidos, las creencias contrarias que hemos separado e incluso
escondido y de las que no nos damos cuenta.

Si pedimos ayuda sinceramente, se nos dará ayuda (8:3). Hoy nos llegará comprensión nueva.
Quizá venga en forma de comprensión interna mientras meditamos. Quizá nos llegue en el
laboratorio de la vida, cuando las circunstancias nos impresionan y hacen ver que todavía
creemos alguna que otra de las ideas que menciona la lección al describir lo que creemos en
lugar de la idea de hoy. Pero llegará.

“La Ayuda que necesito para comprender que esto es verdad está conmigo ahora. Y confiaré en
Él plenamente”. (11:4-5)

LECCIÓN 127 - 7 MAYO

“No hay otro amor que el de Dios”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Ésta es una lección enormemente significativa, pues te pide “dar el paso más
ambicioso de los que requiere este curso en tu avance hacia el objetivo que ha establecido”
(6:5).Das el paso al soltar las creencias que limitan el amor y al abrir tu mente a Dios para que
Él pueda enseñarte el verdadero significado del amor.

Más largo: 2 veces, durante quince minutos.


Este ejercicio es muy parecido al de ayer, en el que fuiste al centro de quietud en tu mente y
pediste a la Voz de Dios que corrigiese tus falsas creencias acerca de dar. Hoy, haces lo mismo,
pero ahora Le pides que corrija tus falsas creencias acerca del amor.
Repite la idea y luego “abre tu mente y descansa” (8:2). Ahora abandona tus creencias (una
tras otra) en las leyes y límites de este mundo, pues todas ellas apoyan el amor limitado y
cambiante. Abandona tus creencias en el amor parcial, en el amor selectivo, y amor cambiante.
Cuando abandonas cada una de estas creencias, Dios la sustituirá con “una chispa de verdad”
(9:3), una comprensión de lo que el amor significa realmente. Llámale y pídele que ilumine tu
mente acerca del verdadero significado del amor. Ésa es la esencia de esta sesión de práctica:
abrir tu mente, abandonar tus creencias que limitan el amor, y pedirle a Dios que te enseñe el
significado del amor, que es mucho más grande y más glorioso de lo que tu mente sola podría
imaginar.

Observaciones: Da este tiempo con alegría. Es el mejor uso del tiempo que puedes hacer. Pues
si obtienes la más pequeña chispa del verdadero significado del amor, en verdad has dado un
paso gigantesco. Has avanzado en tu viaje muchísimos años y le has traído libertad a todo el que
viene aquí.
Recordatorios frecuentes: 3 veces por hora, por lo menos.
Piensa en alguien que conoces y mentalmente dile estas frases: “Te bendigo, hermano, con el
Amor de Dios, el cual quiero compartir contigo. Pues quiero aprender la gozosa lección de que
no hay otro amor que el de Dios, el tuyo, el mío y el de todos”. Como el ejercicio más largo,
ésta es una técnica muy poderosa para abrir tu mente al verdadero significado del amor.

Comentario

“Tal vez creas que hay diferentes clases de amor” (1:1). Para mi mente no hay “tal vez” acerca
de ello, todos pensamos que hay diferentes clases de amor, que cambia con los amigos, familia,
hijos, amante, personas, animales, y cosas. La lección afirma que hay un solo Amor: el Amor de
Dios. La lección dice que pensar que el amor cambia dependiendo de su objeto de amor es
perder el significado del amor por completo (2:1).

“Ninguna persona o circunstancia puede hacer que cambie (el amor)” (1:6). Para nosotros, esto
nos puede parecer una descripción del amor muy atemorizante, porque lo que llamamos amor
no encaja en esta imagen. Nuestro “amor” viene y se va, crece y disminuye, cambiando con las
personas y las circunstancias como la temperatura de un termómetro. Tal como se describe en la
lección, el Amor no se ve afectado por nada de fuera de sí mismo. Esto es verdaderamente amor
incondicional.

Me siento elevado por la idea de que, si éste es el Amor de Dios, y éste es el único amor que
existe, entonces Su Amor por mí nunca cambia y “no hay divergencias ni distinciones” (1:4).
Nada de lo que hago o dejo de hacer, cambia Su Amor por mí en lo más mínimo. El Amor de
Dios simplemente es, eternamente, sin fin. “No tiene opuestos” (3:7). Es el pegamento que
“mantiene a todas las cosas unidas” (3:8). Es la esencia del universo.

Consuela saber que el Amor de Dios por nosotros es así. Sin embargo, puede atemorizarnos
pensar que se nos pide que nos amemos los unos a los otros del mismo modo. Parece más allá
de nosotros, y si se nos juzga por si estamos o no a la altura de este amor, parecería que todos
“estamos privados de la gloria de Dios” como dice la Biblia en Romanos 3:23. Sin embargo, la
lección se enfrenta a este miedo en nosotros, y lo hace con una afirmación increíble:

“Ningún curso cuyo propósito sea enseñarte a recordar lo que realmente eres
podría dejar de subrayar que no puede haber diferencia entre lo que realmente eres
y lo que es el amor” (4:1).

En frases cortas, nos dice esto: “El Amor es eterno, sin condiciones, y sin cambios. Tú eres ese
amor”. Ya sabes de qué amor estamos hablando, que parece tan ajeno a nosotros, más allá de
nuestras posibilidades. Bueno, ¡eso es lo que tú eres! Es la otra imagen de ti, incapaz de tal
amor, que cambia con cada circunstancia, eso es una mentira. Este amor que no cambia, esto es
la verdad, esto eres tú. ¡No hay ninguna diferencia entre este amor y lo que tú eres!

“Pues lo que tú eres es lo que Él es. No hay otro amor que el Suyo, y lo que Él es, es lo único
que existe” (4:3-4).

No vamos a ver este amor mirando al mundo (6:1). No es algo que pueda verse con los ojos del
cuerpo; sin embargo, es perfectamente visible para los ojos y los oídos que ven y escuchan al
amor (lo que se llama la visión de Cristo). Ésa es la meta de la lección de hoy: ver ese amor en
nosotros, captar aunque sólo sea “el más leve vislumbre de lo que significa el amor” (7:1),
“comprender la verdad del amor” (9:4). Este intento de acallar nuestra mente, de liberar a
nuestra mente de todas las leyes que pensamos que tenemos que obedecer, todos los límites que
nos hemos impuesto a nosotros mismos, y todos los cambios que pensamos que hemos hecho en
nosotros, y encontrar nuestro Ser, Que es Amor, a este intento le llama “el paso más ambicioso
de los que requiere este curso en tu avance hacia el objetivo que ha establecido” (6:5). Si
tenemos éxito, habremos “salvado una distancia inconmensurable hacia tu liberación y te habrás
ahorrado un tiempo que no se puede medir en años” (7:1). ¡Esto no es poca cosa! Ser capaces,
aunque sólo sea un poco, de vernos como amor, de captar el hecho de que el amor es todo lo que
existe, incluidos nosotros. Esto es un salto enorme ciertamente. Dedicar un rato a este propósito
merece la pena. “No hay mejor manera de emplear el tiempo que ésa” (7:2).

Cuando empecemos a darnos cuenta de que sólo existe el amor, que este amor lo es todo y que
nos incluye a nosotros, nos daremos cuenta de que incluye a todos los demás también. ¡La única
manera de que el amor pueda ser todo, es si incluye a todos! Así empezamos a ver, no sólo a
nosotros sino al mundo, de una manera diferente:

“El mundo que acaba de nacer aún se encuentra en su infancia”. (11:1)

“Ahora todos ellos se liberan junto con nosotros. Ahora todos ellos son nuestros hermanos en el
Amor de Dios”. (11:3-4)

No podemos excluir de nuestro amor a ninguna parte de nosotros si queremos


conocer a nuestro Ser. (12:1)

Y así, 3 veces cada hora, se nos pide que recordemos a un hermano o hermana que esté
haciendo este viaje con nosotros, y que mentalmente les mandemos este mensaje, como ahora te
lo mando yo a ti:

Te bendigo, hermano, con el Amor de Dios, el cual quiero compartir contigo. Pues
quiero aprender la gozosa lección de que no hay otro amor que el de Dios, el tuyo,
el mío y el de todos.

LECCIÓN 128 - 8 MAYO

“El mundo que veo no me ofrece nada que yo desee”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Abandonar el valor que hemos dado a las cosas del mundo, para que nuestra mente
pueda experimentar lo que es verdaderamente valioso: nuestro hogar en Dios.

Más largo: 3 veces, durante diez minutos.


Esta práctica trata de liberar a nuestra mente de las cadenas para que pueda volar al hogar: a
Dios. Podemos considerar que tiene dos fases. En la primera fase, retiramos el valor que le
hemos dado al mundo. Retiramos todos los propósitos que hemos dado a las cosas del mundo, el
propósito de satisfacer nuestros intereses personales (como dijo la Lección 125). Esto es como
quitar las cadenas a nuestra mente. Sin cadenas, nuestra mente será libre para extender sus alas
y volar hacia dentro adonde pertenece, a su hogar en Dios. La segunda fase de la sesión de
práctica es el proceso de nuestra mente que vuela a su hogar. Es un proceso de silenciar y abrir
nuestra mente, y dejarse guiar a su lugar de descanso en Dios. Durante este proceso,
necesitamos abandonar los pensamientos que nos distraen que por supuesto, se relacionan con
cosas que valoramos en el mundo. Para sacar nuestra mente de estos pensamientos podemos
repetir la idea del día.

Observaciones: Cada periodo de práctica cambiará todo tu punto de vista un poco, retirará
parte del valor que le has dado al mundo.
Respuesta a la tentación: Cada vez que te des cuenta de que estás dando valor a alguna cosa
del mundo.
Date cuenta de que al hacerlo estás poniéndole una cadena a tu mente. En lugar de ello,
protege tu mente diciendo con silenciosa seguridad: “Esto no me tentará a que me demore. El
mundo que veo no me ofrece nada que yo desee”. Si de verdad observas tu mente, te darás
cuenta de que tienes abundantes cosas con las que practicar. Recomiendo que dediques tiempo a
aprender de memoria estas dos frases. Si de verdad vas a usarlas con frecuencia, aprenderla es
casi una necesidad.

Comentario

El pensamiento general de esta lección es parecido a las tres primeras de las Cuatro Verdades
Nobles de Buda: que la vida es sufrimiento, que la causa del sufrimiento es el deseo para uno a
expensas de los otros, y que el modo de escapar del sufrimiento es renunciar a tales deseos.

“Cree esto y te habrás ahorrado muchos años de miseria” (1:2). La lección nos pide que
abandonemos toda atadura a cosas de este mundo, para poner fin al deseo de las cosas que el
mundo nos ofrece. Puede parecernos una lección dura, pero es enormemente sensata: si no
deseas nada, no puedes sentirte desilusionado.

Las cosas del mundo hacen de cadenas cuando las valoramos (2:1). Lo que quizá es más difícil
de comprender es que ése es el propósito para el que las hicimos: “ése es su único propósito.
Pues todas las cosas tienen que servir para el propósito que tú les has asignado, hasta que veas
otro propósito en ellas” (2:1-2). Cuando damos a las cosas del mundo un propósito en el tiempo,
generalmente una forma de satisfacción o engrandecimiento de uno mismo, nos encadenamos al
mundo. Forzosamente, ya que todo en el mundo tiene que tener un final, esto nos causa un dolor
enorme. Todo lo que consigue esta valoración equivocada es que nos atemos al mundo e
impedir nuestra sanación final.

Para el Espíritu Santo, el único propósito de este mundo es la sanación del Hijo de Dios (ver
T.24.VI.4:1). No hay nada en el mundo que merezca la pena luchar por ello. “El único propósito
digno de tu mente que este mundo tiene es que lo pases de largo, sin detenerte a percibir
ninguna esperanza allí donde no hay ninguna” (2:3). Esto es parecido a la afirmación del Texto:
“Para el Espíritu Santo el propósito del tiempo es que éste finalmente se haga innecesario”
(T.13.IV.7:3). El Espíritu Santo da al tiempo, al mundo y a todo lo del mundo el propósito de la
salvación y la sanación de nuestra mente. Para Él, nada aquí tiene ningún otro propósito.

Por lo tanto, el mundo no ofrece nada que nosotros queramos. Todo es “útil”. Todo se convierte
en medios para alcanzar una meta: nuestro despertar a la vida, nuestro regreso a Dios. No hay
nada en el mundo que sea una meta en sí mismo.

Cuando la lección nos recomienda “No dejes que nada que esté relacionado con pensamientos
corporales te demore en tu avance hacia la salvación” (4:1), está diciendo lo mismo con otras
palabras. “Pensamientos corporales” se refiere a nuestra identificación equivocada con nuestro
cuerpo. Es todo lo que procede del pensamiento “yo soy un cuerpo, y para beneficiarme y
protegerme a mí mismo lo más importante de todo es cuidar mi cuerpo”. Nuestras ansias de
placer para el cuerpo, comodidad del cuerpo, protección del cuerpo, vida larga del cuerpo, y
belleza del cuerpo, son todos pensamientos corporales. Hacer de tales cosas lo más importante
sólo puede retrasar nuestro avance.

La lección nos pide que practiquemos mentalmente abandonar todo el valor que le hemos dado
al mundo (5:1). La lección nos pide que eliminemos del mundo “todo aquello que queríamos
que fuese” (5:3). Ésa es una tarea dura, ¿verdad? Pasamos tanto tiempo deseando que las cosas
sean diferentes y tratando de cambiarlas para que así sea. De hecho, si miramos a nuestra vida
con honestidad, la actividad que ocupa la mayor parte de nuestra vida es desear que algo o
alguien sean diferentes y tratar de lograr ese cambio.

Entonces, para los propósitos de esta lección, practica dedicar unos pocos minutos a dejar que tu
mente descanse de tal actividad: “Permanece muy quedo y en paz por un rato, y observa cuán
alto te elevas por encima del mundo cuando liberas a tu mente de sus cadenas y dejas que
busque el nivel donde se siente a gusto” (6:1). La lección nos dice que tu mente “sabe dónde le
corresponde estar” (6:3). Si sueltas las cadenas de tus deseos, tu mente “volará sin titubeo
alguno y con alegría a unirse con su santo propósito” (6:4). Cada vez que practicas tal ejercicio
durante sólo diez minutos, “tu perspectiva del mundo cambiará ligeramente” (7:3). Deja que tu
mente descanse de sus ansias constantes y que se relaje, mientras que su instinto de volver al
hogar toma el mando y te lleva a donde verdaderamente perteneces.

Durante el día, la lección nos pide que nos demos cuenta de cuándo estamos dando valor a algo
del mundo, y que mentalmente lo corrijamos con estas palabras:

“Esto no me tentará a que me demore. El mundo que veo no me ofrece nada que yo
desee”. (8:3-4)
LECCIÓN 129 - 9 MAYO

“Más allá de este mundo hay un mundo que deseo”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Tener un día de gracia en el que ves el mundo que realmente quieres ver. Por medio
de esto te darás cuenta de que abandonar el mundo que no quieres no es abandonar nada para
ganar todo.

Más largo: 3 veces (mañana noche y otra entre medias), durante diez minutos.
Empieza repitiendo: “Más allá de este mundo hay un mundo que deseo. Elijo ver ese mundo en
lugar de éste, pues no hay nada aquí que realmente desee”. Intenta decir estas frases de todo
corazón. Están intentando inspirarte un verdadero deseo de sustituir este mundo por el mundo
real, y la elección auténtica que procede de este deseo. Siente el deseo. Haz la elección. Luego
cierra los ojos, observa y espera con confianza tener una experiencia de la verdadera visión, un
atisbo del mundo real. Esta práctica es muy parecida a la de la Lección 75. Puedes leer los
párrafos 6-8 de aquella lección. La principal diferencia en esta lección es que estamos buscando
una experiencia de la visión con los ojos cerrados (en lugar de con los ojos abiertos). Estamos
buscando ver una luz del significado y la santidad que nuestros ojos no pueden ver, únicamente
puede verlos nuestra mente. Mientras estás sentado, observas y esperas, siente tu deseo de ver
un mundo de significado que es totalmente inofensivo, pacífico, bondadoso, y amoroso, sin una
pizca de dolor o pérdida. Puedes repetir la idea de vez en cuando, para renovar tu concentración
y apartar de tu mente todos los pensamientos que puedan distraerte.

Recordatorios frecuentes: Uno cada hora, durante un momento.


Limpia tu mente y concéntrate en estas frases: “El mundo que veo no me ofrece nada que yo
desee. Más allá de este mundo hay un mundo que deseo”. Haz que esta repetición sea una
confirmación de la elección que has hecho en las sesiones más largas de práctica: la elección de
sustituir este mundo por el mundo real.

Comentario

¡El Curso tiene los pies tan en el suelo a veces! “No puedes detenerte en la idea de que el
mundo no tiene ningún valor, pues a menos que veas que hay algo más por lo que sentirte
esperanzado, no podrás evitar caer en la depresión” (1:2). ¡Qué cierto es! La afirmación de que
“el mundo no tiene ningún valor” es muy rotunda, no hay mucha discusión posible acerca de lo
que significa. Y tengo que confesar que, después de diez años de estudiar el Curso y, con el paso
del tiempo, aunque estoy de acuerdo con sus ideas, todavía encuentro ese planteamiento un
poco opuesto. Casi me puedo oír a mí mismo contestando: “Um… yo no lo diría exactamente
así”. Porque todavía hay algo en mí que quiere encontrar algún valor aquí, algo que merezca la
pena, algo que merezca conservarse y por lo que luchar.

Sin embargo, el Curso no pone la importancia en que “renuncies al mundo, sino en que lo
intercambies por algo mucho más satisfactorio, algo rebosante de alegría y capaz de ofrecerte
paz” (1:3). Bueno, eso no es tan mal negocio, ¿verdad?

Empieza a tener muy buen aspecto si echamos una mirada al mundo al que estamos intentando
aferrarnos: “despiadado, inestable y cruel, indiferente en lo que a ti respecta, presto a la
venganza y lleno de odio inclemente” (2:3). Acontecimientos como el del atentado contra un
edificio del gobierno en 1995, y la furia rabiosa contra el terrorista, son testimonio de ello. Se
pensó que el terrorista se estaba “vengando” de las acciones del gobierno contra David Koresh
Waco, y luego la gente se quería vengar del terrorista. Las muchas guerras producidas por
diferencias de raza, de religión, o étnicas, son ciclos de venganza que han estado repitiéndose
durante siglos. Así es el mundo. “En él no se puede encontrar amor duradero, porque en él no
hay amor. Dicho mundo es el mundo del tiempo, donde a todo le llega su fin” (2:5-6). Quizá ésa
es la parte más cruel acerca de este mundo. Incluso cuando encuentras amor, no puede durar.

Así pues, ¿no preferirías encontrar un mundo donde es imposible perder algo? ¿Dónde la
venganza no tiene sentido? (3:1). ¿Cómo podría ser una pérdida hallar todas las cosas que
realmente anhelas, y saber que no tienen fin y que perdurarán a través del tiempo exactamente
tal como las deseas? (3:2). Aquí habla de lo que el Curso llama “el mundo real”; y la siguiente
frase “desde allí te trasladarás a donde las palabras son completamente inútiles” (3:3) habla del
Cielo, una existencia en la eternidad que no tiene ninguna relación con lo físico.

¿De qué habla cuando se refiere a “todas las cosas que realmente anhelas”? Si son cosas que no
tienen fin y que no cambian con el paso del tiempo, no pueden ser cosas físicas, ciertamente no
se trata de cuerpos. Está hablando del Amor Mismo, está hablando de nuestro Ser que es
espíritu, y que compartimos con todo el mundo. Estamos aquí para encontrar lo que no cambia
en medio del cambio, y para aprender a valorar lo que no cambia y renunciar a lo que cambia.

Cuando elegimos lo que no cambia, y valoramos el mundo real del espíritu en lugar de lo que
cambia y se deteriora, estamos muy cerca del Cielo, y nos prepara para él. Soltar nuestro apego
al mundo facilita la transición al Cielo.

Apegarse al mundo trae pérdida. Cuando intentas apegarte a lo perecedero, te condenas a ti


mismo al sufrimiento. Como vimos en el comentario de ayer, el Budismo ha enseñado una
lección muy parecida desde hace mucho tiempo.

Hacer los ejercicios de la práctica de hoy tiene un efecto notable. Cuando digo: “El mundo que
veo no me ofrece nada que yo desee. Más allá de este mundo hay un mundo que deseo” (9:4-5),
me doy cuenta de todas las ataduras a las cosas de este mundo que todavía tengo, me doy cuenta
de que es muy borrosa la idea que tengo de lo que “realmente quiero” que está más allá de este
mundo. Y por eso traigo esas ataduras y esa idea borrosa al Espíritu Santo, y Le pido que me
ayude en esto. Sé que Él lo hará.

LECCIÓN 130 - 10 MAYO

“Es imposible ver dos mundos”


Instrucciones para la práctica

Propósito: Darte cuenta de que no puedes conservar un poco de este mundo y ver el mundo
real, que tienes que elegir uno u otro. Hacer la elección del mundo real al renunciar a todo el
valor que le has dado a este mundo. Éste es otro de los pasos gigantescos del Libro de Ejercicios
(ver 9:2).

Más largo: 6 veces, durante cinco minutos.


La práctica de hoy es muy parecida a la de los dos últimos días, especialmente a la Lección 128.
Empieza repitiendo estas frases: “Es imposible ver dos mundos. Permítaseme aceptar la
fortaleza que Dios me ofrece y no ver valor alguno en este mundo, para así poder hallar mi
libertad y mi salvación”. Estás pidiendo que la fortaleza de Dios te apoye y te ayude a tomar
una decisión definitiva en favor mundo real, en lugar de este mundo. Intenta pedirlo de todo
corazón. Luego cierra los ojos y pasa un rato “vaciando tus manos de todos los vanos tesoros de
este mundo” (8:3). Luego extiende la mano a una experiencia de verdadera percepción, la clase
de visión que tus ojos de por sí no pueden ver. Desea ver sólo el otro mundo, el mundo del
amor. Durante este tiempo, “esperas la ayuda de Dios” (8:4). Confía en que Él está ahí,
ayudándote a hacer la elección de darle valor sólo al mundo real. Mientras esperas, repite la
frase: “Ayúdame a ver sólo el mundo real”.

Respuesta a la tentación: Cada vez que te des cuenta de que estás dándole valor a algo del
mundo.
Recuerda que al valorar una pequeña parte del infierno estás eligiendo la totalidad del
infierno, y cerrándole la puerta al Cielo. Di: “Es imposible ver dos mundos. Lo único que deseo
es mi libertad y mi salvación, y esto no forma parte de lo que quiero”. Necesitarás vigilar tu
mente con cuidado durante todo el día, porque no estás buscando alteraciones y disgustos, sino
atracciones.

Comentario

La lección de hoy no admite tratos en absoluto. Los dos primeros párrafos explican la postura
del Curso acerca de la percepción con total claridad, como en los tres libros. Lo que valoramos
es lo que queremos ver, lo que queremos ver determina nuestro modo de pensar, y lo que vemos
refleja lo que pensamos. “Nadie puede dejar de ver lo que cree desear” (1:6). O, como se afirma
brevemente dos veces en el Texto: “La proyección da lugar a la percepción” (T.13.V.3:5;
T.21.In.1:1).

Además, puesto que no podemos odiar y amar al mismo tiempo, no podemos proyectar dos
mundos completamente opuestos al mismo tiempo. Proyectamos el mundo del miedo o el
mundo del amor. Y “el mundo que ves es la prueba de que ya has elegido algo que es tan
completamente abarcador como lo es su opuesto” (6:2). En otras palabras, el mundo que vemos
demuestra que nuestra mente ha hecho la elección del miedo que lo abarca todo. “El miedo ha
dado lugar a todo lo que crees ver” (4:1).

Como ya he dicho, en esto no hay posibilidad de tratos. No permite que ninguna parte de este
mundo quede fuera de la categoría de “proyección del miedo”. El mundo que vemos es
“completamente congruente desde el punto de vista desde el que lo contemplas. Es un sólo
bloque porque procede de una sola emoción, y su origen se ve reflejado en todo lo que ves”
(6:4-5).

Si tratamos de dejar fuera de este cuadro una parte del mundo, afirmando que “seguramente
esta parte es buena”, estamos intentando “aceptar una pequeña parte del infierno como real”
(11:1). Y garantiza que todo el cuadro será “ciertamente el infierno” (11:1).
Por otra parte, el Curso no intenta provocar ningún rechazo al mundo. Nos dice que sólo la parte
que contemplamos con amor es real (ver T.12.VI.3:2-3). Por lo tanto, nos pide amarlo a todo
ello por igual, y de este modo “haz que el mundo real sea real para ti” (T.12.VI.3:6). Nuestros
intentos de rescatar “partes” del mundo como reales, están equivocados porque separan y hacen
que ciertas partes sean especiales, más merecedoras de amor que el resto.

Tal como lo vemos, a través de los ojos del miedo, el mundo no tiene ningún valor en absoluto.
Aceptemos la Fortaleza de Dios para “no ver valor alguno en este mundo” (8:6). Si de verdad lo
queremos, veremos otro mundo con la visión que “no se trata de una de la que tus ojos por sí
solos hayan visto jamás” (9:4). “Cuando lo único que desees sea amor, no verás nada más”
(T.12.VII.8:1).

Para ser un poco más prácticos durante un momento, he descubierto que las palabras finales de
la lección son enormemente útiles ante problemas de todo tipo: “Esto no forma parte de lo que
quiero” (11:5). Si veo únicamente lo que quiero ver, y estoy viendo algo que me angustia, que
afirme mi elección de cambiar mi mente: “Yo ya no quiero más esto”. Aunque mi aplicación de
esto no es muy constante, he visto que esta afirmación hace que desaparezca en una relación la
separación. He visto hacer desaparecer la sensación de pobreza. He visto cambiar a mi cuerpo, y
darle una energía que pensaba que había perdido. He visto darle la vuelta a enfermedades
próximas. Os la recomiendo muchísimo a todos.

LECCIÓN 131 - 11 MAYO

“Nadie que se proponga alcanzar la verdad puede fracasar”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Dios te hizo una antigua promesa, y tú se la hiciste a Él, que un día cruzarías la
puerta en tu mente y encontrarías el mundo real. Hoy se cumplirá esa promesa.

Más largo: 3 veces durante diez minutos.


Las instrucciones en los párrafos 11-13 son tan claras que simplemente he puesto las frases en
líneas separadas:

Comienza con lo siguiente:

Pido que se me conceda ver un mundo diferente y


tener pensamientos distintos de aquellos que inventé.
El mundo que busco no lo construí yo solo, y
los pensamientos que quiero tener no son los míos.

Durante varios minutos observa tu mente y contempla, aunque tus ojos estén cerrados, el mundo
insensato que crees que es real.
Revisa asimismo los pensamientos que son compatibles con dicho mundo que tú crees que son
verdad.
Luego descártalos y deslízate por debajo de ellos hasta llegar al santo lugar donde no pueden
infiltrarse.
Debajo de ellos hay una puerta en tu mente, la cual no pudiste cerrar completamente cuando
quisiste ocultar lo que se encuentra más allá.
Busca esa puerta hasta que la encuentres.
Pero antes de tratar de abrirla recuerda que nadie que se proponga alcanzar la verdad puede
fracasar.
Y es esto lo que estás pidiendo que se te conceda hoy.
Nada excepto esto tiene ahora significado; ahora no valoras ni persigues ninguna otra meta, no
hay nada que se encuentre a este lado de la puerta que realmente desees y sólo andas en pos de
lo que se encuentra detrás.
Empuja la puerta, y ve cuán fácilmente se abre sólo con tu intención de cruzarla.
Allí ángeles alumbran el camino, disipando toda oscuridad, y tú te yergues en una luz tan
brillante y tan diáfana que puedes entender todo lo que allí ves.
Un breve momento de sorpresa, tal vez, haga que te detengas antes de que te des cuenta de que
el mundo que ves ante ti, en la luz, refleja la verdad que siempre has conocido y de la que no te
habías olvidado totalmente mientras vagabas en sueños.
(L.131.11:2-13:3)

Corto: A menudo.
Repite la idea, mientras mantienes en tu mente que hoy cruzarás la puerta y encontrarás la
verdad y que, por lo tanto, hoy es un día de gracia, un tiempo para la alegría y celebración.
Recomiendo mucho recordarte a ti mismo este último hecho. Cambiará tu estado de ánimo
durante el día si lo recuerdas.

Respuesta a la tentación: Si olvidas lo especial que es este día y caes en la depresión y en las
quejas.
Recuérdate a ti mismo la verdadera naturaleza de este día al repetir: “Hoy busco y encuentro
todo lo que deseo. Mi único propósito me lo brinda. Nadie que se proponga alcanzar la verdad
puede fracasar”. ¿Cómo puedes sentir depresión cuando te das cuenta de que estás encontrado
todo lo que siempre has querido? Recomiendo escribir las frases en una ficha y tenerlas a mano
o, mejor aún, aprenderlas de memoria.

Comentario

A veces le parece a casi todo el mundo que la búsqueda de la verdad nunca tendrá éxito. Parece
que buscamos, y buscamos, y buscamos algo más, y que nunca llegamos a la seguridad. La
lección de hoy viene como una tranquilizadora seguridad de que la búsqueda de la verdad es la
única búsqueda que tendrá éxito con toda seguridad.

“La búsqueda es inevitable aquí” (3:1). Es la naturaleza del mundo, la naturaleza del apuro en
que nos hemos metido a nosotros mismos. Buscar es la razón por la que vinimos aquí, y “es
indudable que harás lo que viniste a hacer” (3:2). Si hemos venido a buscar, entonces,
busquemos algo que merezca la pena encontrar: “una meta que se encuentra más allá del mundo
y de todo pensamiento mundano… un eco de un patrimonio olvidado” (3:4). Lo que estamos
buscando es el Cielo, “un patrimonio olvidado”. Lo que estamos buscando es el hogar que
abandonamos y que casi pusimos fuera de nuestra mente, aunque hacerlo por completo es
imposible. Ésa es la razón por la que nos sentimos empujados a la búsqueda. “Tras la búsqueda
de todo ídolo yace el anhelo de compleción” (T.30.III.3:1).

Lo que estamos buscando es lo que somos, por eso es imposible que no lo encontremos. “Nadie
puede dejar de querer esta meta, ni nadie puede; en última instancia, dejar de alcanzarla” (4:3).

A veces parece que la verdad te ha abandonado. Pienso que todos hemos tenido una sensación
así, el último cartucho del ego para alejarnos de la búsqueda cuando estamos demasiado cerca
de la verdad. Me ha pasado a mí, y todo lo que puedo decirte es: “¡Sigue adelante!” Tu
búsqueda no puede fracasar, aunque pienses que ya ha fracasado. Yo llegué a esa etapa obscura
de mi vida. No sé cómo porque no parecía tener nada que ver conmigo, que es lo que me
convence de que mi “salida de ello” es real y duradera. Todavía caigo en la desesperación de
vez en cuando, pero ya no me quedaré allí nunca más. “Nadie que se proponga alcanzar la
verdad puede fracasar”.
Lo que estamos buscando, y quizá encontremos hoy, es algo que está por debajo de todos los
pensamientos de nuestra mente que están relacionados con este mundo sin sentido, “debajo de
ellos hay una puerta en tu mente” (11:8). ¡Una puerta en nuestra mente! Más allá de la puerta
hay “una luz tan brillante y tan diáfana que puedes entender todo lo que allí ves” (13:2). El
ejercicio de hoy es maravilloso para visualizarlo en la mente, verdaderamente imaginando esa
puerta, viéndonos a nosotros delante de ella, y con una intención: abrirla empujándola y
cruzándola dejando atrás este mundo y entrando en otro, como la entrada al guardarropa de
Narnia en los libros de fantasía de C.S.Lewis. Estos ejercicios son como ensayos, y cuando los
repetimos se hacen cada vez más reales para nosotros, atrayendo nuestra mente y entrenándola
en un modelo que lleva al descubrimiento de la verdadera puerta, dentro de nuestra mente, que
nos lleva al Cielo.

LECCIÓN 132 - 12 MAYO

“Libero al mundo de todo lo que pensé que era”

Instrucciones para la práctica

Propósito: “Liberar al mundo de todos los pensamientos vanos que hayamos tenido acerca de él
y acerca de todos los seres vivientes que vemos en él… para así poder ser libres” (14:1,5).

Más largo: 2 veces, durante quince minutos.


Empieza repitiendo: “Yo que sigo siendo tal como Dios me creó quiero liberar al mundo de
todo lo que pensé que era. Pues yo soy real porque el mundo no lo es. Y quiero conocer mi
propia realidad”. El resto del periodo de práctica me parece una meditación como las del Libro
de Ejercicios, en la que acallamos y aquietamos nuestra mente, “alerta pero sin tensión” (15:4).
Basándome en las frases que repetimos, este ejercicio me recuerda otras dos lecciones (122 y
128) en las que tenemos la sensación de retirar nuestra mente de su atención al mundo exterior y
de llevarla hacia dentro al centro de quietud, donde descansamos, donde nuestros pensamientos
se transforman, y donde experimentamos nuestra verdadera realidad.

Observaciones: Sentirás tu propia liberación, pero es posible que no te des cuenta de que tu
liberación también liberará al mundo, llevando sanación a muchos hermanos cercanos y lejanos.

Respuesta a la tentación: Cada vez que pienses que tus pensamientos no tienen poder para
ayudar en las situaciones problemáticas que vemos a nuestro alrededor.
Cuando notes un pensamiento así, repite: “Libero al mundo de todo lo que pensé que era, y en
lugar de ello elijo mi propia realidad” (será útil aprenderlo de memoria), dándote cuenta de que
al repetirlo estás liberando el poder de tu mente para liberar al mundo, y añadiéndola a la
libertad que le diste en la sesión más larga de práctica.

Comentario

Para mí, hoy, el significado de esta lección es: yo tengo el poder de hacer eso. Puedo liberar al
mundo de todo lo que pensé que era sencillamente al cambiar mi propia mente.

Esta lección contiene la afirmación más sorprendente del Curso:

“¡El mundo no existe! Éste es el pensamiento básico que este curso se propone enseñar” (6:2-3).

La lección admite que no todo el mundo está listo para aceptar esta idea, aunque deja claro que
todos lo haremos, finalmente, la aceptaremos. (Tal aceptación podría necesitar muchas vidas,
creo, y sin duda hemos pasado por muchas ya para llegar a donde estamos, ésta es mi propia
opinión, no necesariamente la del Curso.)
Al hablar de esto, hace la comparación con un loco, el primer párrafo dice que a un loco no se le
puede “persuadir cuestionando los efectos de sus pensamientos” (1:6). La postura del Curso es
que el mundo es el efecto de nuestros pensamientos. Por eso el enfoque que, finalmente, nos
llevará a entender que el mundo no existe no sigue el camino de directamente poner en duda la
realidad del mundo. Ése es un camino inútil, tan inútil como intentar convencer a un loco de que
sus alucinaciones no son reales. El enfoque que da fruto es poner en duda la causa, es decir:
poner en duda los pensamientos que producen las alucinaciones.

“Cambia de mentalidad con respecto a lo que quieres ver, y el mundo cambiará a su vez” (5:2).
Cuando empezamos a permitir pensamientos de sanación dentro de nosotros, nos abrimos a
aprender la lección. “El hecho de que estén listos hará que la lección les llegué en una forma
que ellos puedan entender y reconocer” (7:2). Entonces, lo importante para nosotros no es negar
la realidad del mundo, sino abrir nuestra mente para llevar sanación al mundo que vemos.
Hacerlo nos traerá experiencias que nos convencerán de que el mundo no es tan real como
suponíamos. Puede que tengamos una experiencia cercana a la muerte. Puede que pasemos por
una experiencia de iluminación que nos muestre una realidad más allá de toda discusión y que
contradice todo lo que hemos creído que era la realidad hasta entonces. De hecho, al hacer los
ejercicios de hoy, podemos experimentar algo que nos haga despertar.

La falta de realidad del mundo se produce cuando empezamos a sentir la realidad de nuestro
Ser: “conocer tu Ser es la salvación del mundo” (10:1). Si somos tal como Dios nos creó,
entonces lo que parece cambiarnos no puede existir, no puede ser real; no puede haber lugar
donde podamos sufrir, ni tiempo que pueda cambiarnos. El mundo es el efecto de nuestros
pensamientos, y nada más: “tú mantienes el mundo intacto en tu mente mediante tus
pensamientos” (10:3). Cuando descubrimos lo que verdaderamente somos al permitir al amor
que entre en nosotros y nos sane, nos damos cuenta de que: “Si tú eres real, el mundo que ves es
falso, pues la creación de Dios es diferente del mundo desde cualquier punto de vista” (11:5).
Liberamos al mundo de lo que pensábamos que era al aceptar nuestra unidad con Dios, y al
darnos cuenta de que el mundo, tal como lo vemos, no puede ser real porque no refleja esta
verdad: “Lo que Él crea no está separado de Él, y no hay ningún lugar en el que el Padre acabe
y el Hijo comience como algo separado” (12:4).

“Liberar al mundo” es sanarlo. En la meditación de hoy “envías estos pensamientos para


bendecir al mundo” (16:1). “Libero al mundo” significa que yo extiendo sanación a todo el
mundo, lo libero de todo sufrimiento, lo perdono de toda culpa, lo sano de la enfermedad, le
quito todo pensamiento de venganza. Aceptar este papel de salvador del mundo es lo que nos
revela nuestro verdadero Ser, transforma nuestros pensamientos y, a su vez, transforma al
mundo que es su efecto. Éste es “el poder de este simple cambio de mentalidad” (17:1).

LECCIÓN 133 - 13 MAYO

“No le daré valor a lo que no lo tiene”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Vaciar nuestras manos de todas las cosas que valoramos en este mundo y alcanzar el
estado del Cielo.

Más largo: 2 veces, durante quince minutos.


Repite: “No le daré valor a lo que no lo tiene y solo iré en pos de lo que es valioso, pues eso es
lo único que deseo encontrar”. Luego intenta encontrar lo que es verdaderamente valioso
dentro de ti. Mantén en la mente un deseo honesto de no engañarte a ti mismo acerca de lo que
es valioso. Niégate a engañarte a ti mismo al creer que las cosas de este mundo pueden darte
felicidad verdadera y duradera. En lugar de eso, intenta valorar sólo lo eterno, en tus hermanos y
en ti mismo. Vacía tus manos de los tesoros de este mundo. Abre tu mente y abandona sus
ataduras habituales. En este estado abierto y vacío, vete hasta la puerta del Cielo dentro de ti, y
se abrirá de par en par, ofreciéndote el regalo de todo.

Respuesta a la tentación: Cada vez que te sientas sobrecargado o que te enfrentes a una
decisión difícil.
De inmediato responde repitiendo: “No le daré valor a lo que no lo tiene, pues lo que tiene
valor me pertenece”. Esto te recordará que ninguna decisión puede ser difícil, porque eliges
entre lo infinitamente valioso y lo que no tiene ningún valor.

Comentario

Las leyes que gobiernan la elección son dos:

• Sólo hay dos alternativas: todo o nada.


• No hay tratos, no hay entremedias.

Los criterios para juzgar lo que merece desearse son:

• ¿Durará para siempre? (Si no dura, no es nada.)


• ¿Es una elección en la que nadie pierde? (Si alguien pierde, tú te quedas sin nada.)
• ¿Está el propósito libre de las metas del ego? (Si no está libre de ego, hay un trato.)
• ¿Está la elección libre de toda culpa? (Si no, las alternativas están confusas.)

¡Éstas son reglas muy estrictas! Son claras, pero no se aprenden fácilmente. Por ejemplo, ¿cómo
podemos saber si las metas del ego se están metiendo por medio? “En esto es en lo que es más
fácil caer en el engaño” (8:5). El ego se disfraza de inocencia. Sin embargo, la lección afirma
que el camuflaje del ego es sólo “un fino velo, que sólo podría engañar a los que les place ser
engañados” (9:1). “Sus objetivos son obvios para todo aquel que se toma la molestia de
examinarlos” (9:2). Únicamente tenemos que querer mirar y el detector del ego es muy sencillo:
la culpa. “Si sientes el más mínimo vestigio de culpabilidad con respecto a lo que has elegido,
es que has permitido que los objetivos del ego nublen las verdaderas alternativas” (11:2).

Si aplico estos criterios de elección a las decisiones de mi vida, mi vida cambiará radicalmente.
El primer criterio rechaza absolutamente cualquier objetivo que suponga algo material,
incluyendo cuerpos y relaciones humanas habituales. ¿Durará para siempre? ¿Qué durará para
siempre? ¿Qué dura para siempre en este mundo? Únicamente el amor. Y no todo lo que
llamamos amor dura para siempre; todos nos lo hemos demostrado a nosotros mismos, en todas
las formas, o lo hemos visto a nuestro alrededor. A propósito, la frase del Curso es: si no dura,
no era amor:

“Si ha habido desilusión es porque realmente nunca hubo amor, sino odio, pues el odio es una
ilusión y lo que puede cambiar nunca pudo ser amor” (T.16:IV.4:3-4).

Pero hay un amor que no es de este mundo, una luz que no podemos encontrar en el mundo pero
que podemos dar al mundo (ver T.13.VI.11:1-2).

Como Stephen Levine ha escrito: no podemos poseer al amor, pero podemos ser poseídos por él.
Y eso es lo que aquí se dice.

Podemos pensar que la mayoría de nuestras elecciones no son tan monumentales como todo
esto. Pero todas son la misma elección. En cada momento estamos eligiendo entregarnos al
amor, que el amor tome el control y nos use, o estamos eligiendo apartarnos de él, en el miedo.
Elegir el amor es la única elección sin culpa.

No es complicado. “La complejidad no es sino una cortina de humo que oculta el simple hecho
de que tomar decisiones no es algo difícil” (12:3).Es la decisión: “Que yo sea amor en esta
situación, y nada más”. No, no sabemos cómo hacerlo. Por eso es por lo que tenemos que venir
“con las manos vacías y las mentes abiertas” (13:1).Sin aferrarnos a nada, sin estar
sobrecargados con cosas de menos valor (14:1). Y sin ninguna idea acerca de lo que significa el
amor, con mentes abiertas. En palabras de un poema de la poetisa cristiana Amy Carmichael:

Ama a través de mí, Amor de Dios.


Hazme tu aire claro,
A través del cual, sin obstáculos, los colores pasan
Como si no estuviera allí.

LECCIÓN 134 - 14 MAYO

“Permítaseme poder percibir el perdón tal como es”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Practicar el verdadero perdón, para que puedas liberar a tu hermano, liberarte tú
mismo de las cadenas con las que te has aprisionado, y dejar que tus pasos iluminen a los que te
siguen.

Más largo: 2 veces, durante quince minutos.


Este ejercicio necesita cierta explicación. Primero: “¿Me condenaría a mí mismo por haber
hecho eso?” no significa “Si yo hiciera eso, ¿me condenaría a mí mismo? Más bien significa:
¿Quiero de verdad condenarme a mí mismo por hacer esto (porque si yo le condeno, yo me
condenaré a mí mismo)? Esta especie de “¿quieres?” aparece por todo el Curso. Por ejemplo:
“¿Quieres saber lo que la Voluntad de Dios dispone para ti?” (T.8.V.5:1).
• Pregúntale al Espíritu Santo, Quien entiende el significado del perdón: “Permítaseme
poder percibir el perdón tal como es”.
• Luego elige un hermano a quien perdonar, bajo Su dirección.
• Ahora haz una lista de los “pecados” de esta persona, uno tras otro (pero no te pares en
ninguno de ellos). Con cada uno, pregúntate a ti mismo: “¿Me condenaría a mí mismo
por haber hecho eso?” (porque cuando condenas a un hermano por este “pecado”
concreto, te mides a ti mismo con la misma medida). Busca mentalmente un “pecado”
parecido en ti, y luego condénate a ti mismo por eso, tal como le condenaste a él. Para
que este significado te entre muy profundamente, puedes hacer una versión extendida
de la pregunta. Di: “¿Quiero condenarme a mí mismo por (nombra el ‘pecado’ que ves
en él, por ejemplo, juzgar excesivamente a los demás)? No me voy a encadenar a mí
mismo de esta manera. No quiero condenarle por hacer eso.” Al nombrar este pecado
concreto, hazlo de manera general como para que sirva también para algo que sueles
hacer.
• Si practicas bien, sentirás que te has quitado un peso de encima, quizás de tu pecho,
como si te hubieran quitado unas cadenas del pecho.

Recordatorios frecuentes: En todo lo que hagas.


Recuerda: “Nadie es crucificado solo, mas, por otra parte, nadie puede entrar en el Cielo
solo”. Esto significa que cuando crucificas a tu hermano, te crucificas a ti mismo también. Y
Cuando le liberas, abres la puerta del Cielo para los dos.

Respuesta a la tentación: Cada vez que te sientas tentado a atacarte a ti mismo al condenar a
otro. Di: “Permítaseme poder recibir el perdón tal como es. ¿Me acusaría a mí mismo de eso?
No me voy a encadenar a mí mismo de esta manera”. Ésta es una versión reducida de la sesión
más larga de práctica.

Comentario

Esta lección contiene un debate muy centrado en lo que significa “perdonar”. Se merece no sólo
una práctica cuidadosa como lección del Libro de Ejercicios, sino también un cuidadoso
estudio, como ejercicio aparte cuando tengas más tiempo. Varias de estas lecciones más largas
del Libro de Ejercicios entran en esa categoría.

La enseñanza principal de esta lección es que el perdón, para ser verdadero, debe estar
plenamente justificado. Se aplica sólo a lo que es falso. El pecado, de ser real, no se podría
perdonar (5:3-4). El verdadero perdón ve la nada del pecado. “Los mira con ojos serenos, y
simplemente les dice: "Hermano mío; lo que crees no es verdad" (7:5).
La lección por sí misma explica la idea muy bien. Quiero centrarme en los resultados del
perdón: el alivio que nos trae. El perdón es “un profundo consuelo para todos aquellos que lo
conceden” (6:1). Nos despierta de nuestro sueño. Aunque no entiendas toda la teoría del Curso
acerca del perdón, cuando perdonas, cuando abandonas tus resentimientos contra alguien,
sientes que se te quita un enorme peso del corazón. Puede que no entiendas por qué sucede eso,
pero sabes que es verdad. Como la lección dice: “empezarás a notar una sensación de ser
elevado; un gran alivio en tu pecho y un sentimiento profundo e inequívoco de desahogo”
(16:3).

Perdonar es un sentimiento muy feliz. ¿Por qué? Porque, sin darte cuenta, cuando condenamos a
alguien por sus pecados, secretamente nos estamos condenando a nosotros mismos. Al condenar
a otro, estoy diciendo: “El pecado es real y se merece castigo”. Si apoyo ese principio, entonces
debo pensar también que cuando yo peco, yo también merezco ser castigado. La forma de mi
“pecado” puede no ser la que yo condeno en mi hermano, por supuesto, puedo acusarle de hacer
algo que yo nunca haría, e imagino que puesto que yo no cometo esa falta concreta, de algún
modo mi condena a otro comprará mi salvación. Pero he apoyado el principio de que el pecado
es real y que merece castigo. Inevitablemente sé, muy dentro de mí, que yo también he
“pecado” de algún modo. Y si lo he hecho, no puedo esperar otra cosa que castigo. Lo que le
aplico a mi hermano se aplica también a mí.

Cuando sentimos la tentación de condenar a alguien, el Curso nos aconseja que nos
preguntemos a nosotros mismos: “¿Me acusaría a mí mismo de eso?” (9:3), o “¿Me condenaría
a mí mismo por haber hecho eso?” (15:3). Las palabras “acusaría” significan “¿quiero acusar?”
La pregunta no es: “si yo hiciera lo que esa persona ha hecho, ¿me acusaría a mí mismo de
eso?” Porque, si estoy juzgando al otro por ello, sin duda me juzgaría a mí mismo si hiciera lo
mismo. Normalmente guardamos nuestros juicios más duros para aquellas cosas que creemos
que nunca haríamos nosotros, precisamente porque nos condenaríamos a nosotros mismos por
hacerlo. Cuando leemos esta pregunta, por ejemplo, y pensamos en un violador de niños, si
entendemos mal la pregunta, podemos responderemos: “¡Por supuesto que me condenaría a mí
mismo si yo lo hiciera!”

En realidad, el significado de la pregunta es: “¿Quiero hacer el pecado real e insistir en que debe
ser castigado? Porque si eso es lo que quiero, me estoy condenando a mí mismo al castigo
también”. Nos encadenamos a nosotros mismos al encadenar a otro (17:5; 16:4).
Por eso es por lo que liberar a mi hermano de las cadenas me trae alivio. Cuando libero a otro,
me estoy liberando a mí mismo del principio de que “el pecado es real y debe ser castigado”. ¡Y
es un alivio! El que perdona, y ofrece escapar de la culpa a otro, ahora ve que escapar de la
culpa es posible también para él:

No tiene que luchar para salvarse. No tiene que matar a los dragones que pensaba
le perseguían. Tampoco tiene que erigir las sólidas murallas de piedra ni las puertas
de hierro que pensó que lo mantendrían a salvo. Ahora puede deshacerse de la
pesada e inútil armadura que construyó a fin de encadenar su mente a la miseria y
al temor. Su paso es ligero, y cada vez que alza el pie para dar otro paso hacia
adelante, deja tras de sí una estrella para señalarles el camino a aquellos que le
siguen. (12:1-5)

El perdón es un profundo alivio.

LECCIÓN 135 - 15 MAYO

“Si me defiendo, mi Ser es atacado”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Dejar a un lado tus planes y aprender tu papel en el plan de Dios, acercar el
momento en que tu luz, unida a la luz de tus seguidores, iluminará al mundo de alegría. Éste es
un día muy importante en tu despertar, es la Pascua Florida en tu salvación. Éste es otro de los
pasos gigantescos del Libro de Ejercicios (26:4).

Más largo: 2 veces, durante quince minutos.


• Repite: “Si me defiendo, Mi Ser es atacado. Mas en mi indefensión seré fuerte. Y
descubriré lo que mis defensas ocultan.
• Luego descansa de todo plan y de todo pensamiento. Tus planes han sido murallas que
has levantado para no dejar entrar al plan del Espíritu Santo para tu vida. Su plan es que
tú “te conviertas en una luz” (20:1) cuyos “seguidores” (20:3) iluminen al mundo. Así
que abandona tus ideas sobre tu vida y abre tu mente a la Suya. Ven sin defensas y
escucha mientras Él te revela “cuál es tu papel en el plan de Dios (25:5). Puede decirte
sólo tus planes para hoy, pero esos planes son parte de Su plan más amplio para ti. No
tengas miedo de que estos planes te pidan sacrificio alguno. Son el camino a tu
liberación. Y todo lo que necesites para llevarlos a cabo se te dará. Puesto que éste es un
ejercicio de escuchar la Voz de Dios, recuerda tu entrenamiento en escuchar en espera
de dirección: espera con la mente en silencio, espera con confianza, y de vez en cuando
repite la petición.

Respuesta a la tentación: Cuando te sientas tentado a hacer tus propios planes.


Repite: “Ésta es mi Pascua Florida. Y quiero conservarla santa. No me defenderé, pues el Hijo
de Dios no necesita defensas contra la verdad de su realidad”. Como esto es largo necesitarás
probablemente escribirlo en una ficha si vas a usarlo.

Observaciones: En el transcurso del día, intenta no darle forma ni organizarlo según lo que tú
crees que son tus necesidades. En lugar de ello, si escuchas Sus planes y los sigues, encontrarás
una felicidad que no te puedes imaginar, y todo el mundo celebrará “tu Pascua Florida contigo”
(26:4).
Comentario

“Si me defiendo, mi Ser es atacado”. El pensamiento general que encabeza esta lección afirma
que todas las formas de defensa son en realidad testigos de ataque, o de tu creencia en el ataque.
Si ves necesidad de una defensa, tienes que estar viendo un ataque.

El ser que crees que eres es tan débil que necesita defensa; tu verdadero Ser, que es espíritu, no
necesita defensa. Esta lección demuestra que cuando haces planes cuyo propósito es defender tu
pequeño “yo” (la imagen que te has hecho de ti mismo, que se compone del ego y su expresión:
el cuerpo), estás indirectamente atacando tu verdadero Ser, porque ves a ese Ser atacándote a
“ti”.

El Curso continuamente nos enseña que “todo ataque es un ataque contra uno mismo”
(T.10.II.5:1). Dice que nos estamos atacando continuamente, pero que no nos damos cuenta de
ello. Pensamos que el ataque viene de algún lugar fuera de nosotros, y nunca nos damos cuenta
que proviene de nuestros pensamientos de culpa. Una y otra vez, el Curso nos dice que estemos
atentos a lo que estamos haciendo y pensando, para reconocer nuestro propio ataque, y para
elegir abandonarlo.

La Lección 135 aplica este principio general a una parte concreta de nuestra vida de la que no
hemos pensado que es un ataque a nosotros mismos: hacer planes. Primero, señala que todas las
defensas son una forma de ataque a uno mismo porque hacen real la ilusión de amenaza, y luego
intenta ocuparse de las “amenazas” como si fueran reales. Nos pide que miremos de cerca lo
que pensamos que nos estamos defendiendo, cómo nos defendemos, y contra qué.

Segundo, identifica nuestros planes como una forma de defensa contra futuras amenazas que
nos imaginamos. Si esto es así, lo contrario es cierto: todas las “defensas son los planes que
emprendes para atacar la verdad” (17:1). En otras palabras, las defensas y los planes son lo
mismo. Cuando preparas una defensa, estás haciendo planes. Todas las defensas son planes, y
todos los planes que iniciamos por nuestra cuenta son defensas.

Resumiendo, hacer planes es una forma de defensa, y todas las defensas son ataques contra uno
mismo. Por lo tanto, hacer planes es únicamente otra forma de ataque a ti mismo, date cuenta de
ello y abandónalos.

Finalmente, la lección habla de cómo se plantea la vida “la mente que ha sanado” (11:1; 12:1):
no haciendo planes, sino recibiendo los planes del Espíritu Santo, con confianza total en la
dirección del Espíritu Santo, y con confianza en Su plan. Únicamente este enfoque permite el
cambio, la sanación, y que los milagros ocurran en el momento presente.

“La mente que ha sanado no planifica. Simplemente lleva a cabo los planes que recibe al
escuchar a una Sabiduría que no es la suya.” (11:1-2)

Esto no significa que una mente que ha sanado no siga un plan. Sigue un plan, sólo que él no
hace el plan. Recibe el plan a través de la dirección del Espíritu Santo.

Dicho de manera sencilla, la mente que ha sanado escucha al Espíritu Santo y hace lo que Él le
dice, en lugar de escuchar los planes del ego, que siempre están basados en el miedo y toman
una postura defensiva. Los planes del ego siempre están intentando proteger y conservar el
cuerpo; a menudo, los planes del Espíritu Santo parecen no preocuparse por el cuerpo en
absoluto. El Espíritu Santo tiene prioridades muy diferentes.

Cuando el Curso habla de “la mente que ha sanado” se refiere a la meta del Curso (el estado en
el que estará tu mente cuando te hayas graduado en el Curso). Esto no es algo en lo que entras
sólo con hacer unas pocas lecciones, esto es cómo estarás después de trabajar con el Curso y lo
hayas integrado totalmente a tu vida.
LECCIÓN 136 - 16 MAYO

“La enfermedad es una defensa contra la verdad”

Instrucciones para la práctica

Más largo: 2 veces, durante quince minutos.


• Empieza con esta oración de sanación: “La enfermedad es una defensa contra la
verdad. Aceptaré la verdad de lo que soy, y dejaré que mi mente sane hoy
completamente”. Con esta oración estás pidiendo que tu mente ya no utilice más la
enfermedad para “demostrarte” que eres un cuerpo. En lugar de eso, pides darte cuenta
de lo que realmente eres, que es espíritu.
• Después de hacer esta invitación, mantén tu mente en silencio y vigilante, preparada
para recibir la respuesta que has pedido. Abre tu mente y deja que la sanación la
ilumine. Deja que todos los propósitos que le has dado al cuerpo se borren, mientras la
verdad de quién eres surge para despejar y abrir tu mente.

Observaciones: Si has practicado bien, tu cuerpo no sentirá nada. No se sentirá ni enfermo ni


sano, ni bien ni mal. No tendrá poder para decirle a la mente qué debe sentir. Únicamente
quedará su utilidad. Ciertamente, su utilidad aumentará, pues eran los propósitos que le diste los
que le hacían débil, enfermo y capaz de ser atacado. “A medida que éstos se dejan a un lado, el
cuerpo tendrá suficiente fuerza para servir a cualquier propósito que sea verdaderamente útil”
(18:2). Sin embargo, Debes proteger este estado con una vigilancia cuidadosa, respondiendo
inmediatamente a cualquier pensamiento que suponga que eres un cuerpo. Pues estos
pensamientos hacen enfermar a la mente, y entonces la mente atacará al cuerpo con la
enfermedad.

Respuesta a la tentación: Cada vez que tengas pensamientos de ataque, de juicios, o de hacer
planes.
“Remédialo de inmediato” (20:1) diciendo: “He olvidado lo que realmente soy, pues me
confundí a mí mismo con mi cuerpo. La enfermedad es una defensa contra la verdad. Mas yo no
soy un cuerpo. Y mi mente es incapaz de atacar. Por lo tanto, no puedo estar enfermo”. Las
últimas líneas están relacionadas con unas líneas del Texto que dicen: que hay dos condiciones
necesarias para que ocurra la enfermedad: “que el propósito del cuerpo es atacar, y que tú eres
un cuerpo” (T.8:VIII.5:7). Si puedes aceptar de verdad que tú no puedes atacar, y que tú no eres
un cuerpo, entonces “la enfermedad es inconcebible” (T.8.VIII.5:8).

Comentario

Ésta es otra de esas lecciones que pagará con creces estudiarla cuidadosamente, ¡hay cosas muy
buenas en ella!

El pensamiento principal se afirma muy claro: la enfermedad es un medio que usamos para
defendernos contra la verdad. Es una decisión que tomamos, elegida intencionadamente cuando
la verdad se acerca demasiado para resultar cómoda, se elige para distraernos y para aferrarnos
de nuevo al cuerpo. Entonces, viéndolo por el lado positivo, cuando enfermamos, ¡nos podemos
felicitar por dejar entrar a la verdad si el ego se ha asustado tanto de ella!

Por ejemplo, en 1995 Robert y yo dimos un seminario intensivo de fin de semana acerca de
“Somos la Luz del Mundo: Aceptar Nuestra Función”. Durante aquel fin de semana me sentí
profundamente impresionado por el mensaje que el Curso nos estaba trasmitiendo a todos. Al
día siguiente del intensivo, tuve diarrea. ¡Hay pocas cosas que te bajen a nivel corporal como
tener que correr al baño todo el tiempo! Pero en realidad lo encontré divertido, pensé: “¡Típico
del ego! ¡Se veía venir!” En lugar de tener el efecto deseado (por el ego), tuve el contrario; me
sirvió para recordarme la verdad, en lugar de distraerme de ella. Y, ¿sabes qué? Desapareció
rápidamente. “Las defensas que son inservibles se abandonan automáticamente” (T.12.I.9:8).

La mayoría de las personas, cuando se les dice que han elegido la enfermedad, reaccionan
negándolo rotundamente. Esto es fácil de descubrir. La lección dice que nuestra elección “se
encuentra doblemente sellada en el olvido” (5:2). Primero elegimos esconder la molesta verdad
que ha estado destruyendo nuestras ilusiones de separación y de la naturaleza física de nuestra
identidad, y nos hace enfermar, ésa es la decisión que tomamos. Luego elegimos olvidar que lo
hemos elegido; el primer escudo del olvido. Finalmente, nos olvidamos que elegimos olvidarlo;
el segundo escudo del olvido. Todo esto sucede en una fracción de segundo (ver 3:4; 4:2-5:1).
En esa fracción de segundo somos conscientes de lo que estamos haciendo, pero se levantan tan
rápidamente los escudos que todo el proceso parece ser inconsciente (3:3).

Necesitamos recordar lo que hemos olvidado. El olvido intencionado de nuestra elección.


Podemos recordar si estamos dispuestos a “reconsiderar la decisión que se encuentra
doblemente sellada” (5:2), es decir, la decisión de escapar de la verdad, la decisión de que la
verdad es algo contra lo que tenemos que defendernos. Ésta es la razón por la que el ejercicio
del día dice:

“La enfermedad es una defensa contra la verdad. Aceptaré la verdad de lo que soy, y dejaré que
mi mente sane hoy completamente”. (15:6-7)

El antídoto a todo el proceso es no intentar sanar el cuerpo enfermo, sino aceptar la verdad
acerca de mí mismo, dejar que mi mente sea sanada. La enfermedad es un efecto lateral de
rechazar la verdad acerca de mí mismo, la cura es aceptar la verdad en su lugar, volver a
considerar la decisión original que, aunque oculta de la consciencia, tiene que estar ahí para que
la enfermedad haya ocurrido.

En el último párrafo, la lección nos advierte: “No te confundas con respecto a lo que necesita
sanar” (20:2). No es el cuerpo el que necesita sanación, es la mente. Esto está de acuerdo con el
Texto, que nos dice:

Cuando el ego te tiente a enfermar no le pidas al Espíritu Santo que cure al cuerpo;
pues eso no sería sino aceptar la creencia del ego de que el cuerpo es el que
necesita curación. Pídele, más bien, que te enseñe cómo percibir correctamente el
cuerpo, pues lo único que puede estar distorsionado es la percepción. (T.8.IX.1:5-6)

Lo que debe ponerse en duda y cambiarse es esa decisión original de rechazar la verdad de lo
que somos, porque parece amenazar lo que pensamos que somos.

La lección dice algunas cosas increíbles acerca del cuerpo de una persona cuya mente ha
sanado, y cuyo cuerpo ha sido aceptado como nada más que un instrumento para ser usado para
sanar al mundo. “El cuerpo tendrá suficiente fuerza para servir a cualquier propósito que sea
verdaderamente útil. La salud del cuerpo queda plenamente garantizada porque ya no se ve
limitado por el tiempo, por el clima o la fatiga, por lo que come o bebe, ni por ninguna de las
leyes a que antes lo sometías” (18:2-3). Si un cuerpo no está limitado por el tiempo, no
envejece. No limitado por el clima significa que no necesita ropa de abrigo o refugio. No
limitado por la fatiga, no necesita dormir. No limitado por lo que come o bebe, no necesita
comer. ¿Quién de nosotros puede decir que esto es verdad para nosotros?

Quizá hemos experimentado unos pocos atisbos de una luz tan brillante, sin fatiga, sin
necesidad de comer durante un tiempo. Pero nadie que yo conozca está en este estado de
confianza perfecta. Nos queda camino por recorrer, a ti y a mí. Así que no creo que deba
sorprendernos si un resfriado nos ataca, o si la gripe nos deja por los suelos, o incluso si algo
“más serio” nos ocurre. Todavía tenemos miedo de la verdad (¡gran sorpresa!). En lugar de
pensar: “¡Oh! ¿Por qué me he hecho esto a mí mismo? ¿Qué anda mal en mí que todavía me
pongo enfermo?”, que diga: “¡Bah! He cometido un error. He olvidado lo que realmente soy,
pues me confundí a mí mismo con mi cuerpo. ¡Qué tonto! Sólo necesito recordar que no soy un
cuerpo, esto no es lo que soy”. La “enfermedad” del cuerpo puede entonces convertirse en un
acelerador para la sanación de mi mente, en lugar de una defensa contra la verdad.

LECCIÓN 137 - 17 MAYO

“Cuando me curo no soy el único que se cura”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Dejar que tu mente sane, para que puedas enviar sanación al mundo, consciente de
que tú y el mundo sanáis juntos.

Más largo: 2 (mañana y noche), durante diez minutos.


• Di: “Cuando me curo no soy el único que se cura. Y quiero compartir, mi curación con
el mundo, a fin de que la enfermedad pueda ser erradicada de la mente del único Hijo
de Dios, Quien es mi único Ser”.
• Luego descansa en la quietud. Y mientras descansas, deja que la Palabra de Dios entre a
sanar tus pensamientos dementes, para que esta sanación pueda extenderse de ti al
mundo. Una vez que la sanación entre en tu mente, puedes intentar lograr un sentido
general de extendérsela a todos, o puedes seleccionar personas concretas para
enviársela. Incluso puedes sentir que algunas personas te han venido a la mente para
que les envíes sanación, quizá incluso extraños.

Observaciones: Este ejercicio te preparará para tu práctica de cada hora.

Más corto: Cada hora, a la hora en punto, durante un minuto.


Recuerda tu propósito de hoy repitiendo: “Cuando me curo no soy el único que se cura. Y
quiero bendecir a mis hermanos, pues me curaré junto con ellos, tal como ellos se curarán
junto conmigo”.

Observaciones: ¿No merece la pena un minuto para recibir el regalo de todo?

Comentario

Aunque esta lección tiene mucho que decir sobre la sanación en general, su principal mensaje es
que la sanación, que es nuestra función en el mundo, es un fenómeno compartido, y que sanar
es compartir. La sanación restablece la unidad. “Los que se han curado se convierten en los
instrumentos de la curación” (11:1).

“Aislarse uno de los demás y rehusar la unión es lo que da lugar a la enfermedad” (1:3). Es
aislamiento (2:1). La sanación invierte eso, es un movimiento hacia otros, una unión. La
sanación de la que habla esta lección es la sanación de la mente, y no necesariamente del
cuerpo. “Nuestra función es permitir que nuestras mentes sean curadas, para que podamos llevar
la curación al mundo e intercambiar… la separación por la paz de Dios” (13:1).

Sea cual sea el estado de mi cuerpo, no puede impedir esta función. Mi cuerpo no puede
refrenar ni limitar mi mente. “Las mentes que estaban amuralladas en un cuerpo quedan
liberadas para unirse a otras mentes, y así ser fuertes para siempre” (8:6). Mi tarea hoy, y todos
los días, es permitir que mi mente sane, y permitir que la sanación se extienda desde mi mente a
otras mentes, llevando sanación al mundo. Eso puede suceder sea cual sea el estado de mi
cuerpo. Normalmente no me doy cuenta de lo poderosa que es mi mente, y de lo que pueden
extenderse los efectos de su sanación. “Y a medida que te dejas curar, te das cuenta de que junto
contigo se curan todos los que te rodean, los que te vienen a la mente, aquellos que están en
contacto contigo y los que parecen no estarlo” (10:1).
Cuando hoy abro mi mente a la sanación, me doy cuenta de que sea cual sea el estado de mi
cuerpo, “lo que se opone a Dios no existe” (11:3). Cuando me niego a aceptar la enfermedad
como mi realidad, mi mente “se convierte en un refugio donde los que están cansados pueden
hallar descanso” (11:3). La enfermedad es sólo un caso especial de “soy un cuerpo”. Así que lo
que se nos pide hacer no es sólo negar las limitaciones de la enfermedad, sino negar las
limitaciones del cuerpo completamente. Hoy, elijo dejar que “los pensamientos de curación
vayan… desde lo que ya se ha curado a lo que todavía tiene que curarse” (12:6). Dedico cierto
tiempo, diez minutos por la mañana y por la noche, y un minuto cada hora, a entregarle a mi
mente su función de compartir con el mundo pensamientos de sanación. “Extiéndele la mano a
todos tus hermanos, e infúndelos con el toque de Cristo” (T.13.VI.8:2).

Hoy, quiero que la curación se efectúe a través de mí (15:1). Quiero ser un canal, un canal de
bendiciones para el mundo. ¿Qué otro propósito podría darme tanta alegría?

LECCIÓN 138 - 18 MAYO

“El Cielo es la alternativa por la que me tengo que decidir”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Elegir el Cielo, “la decisión que el tiempo tiene como fin ayudarnos a tomar” (7:1).

Más largo: 2 (los primeros y los últimos momentos del día), durante cinco minutos.
Utiliza estos cinco minutos para elegir el Cielo de una manera firme y definitiva.
• Empieza diciendo: “El Cielo es la alternativa por la que me tengo que decidir. Me
decido por él ahora y no cambiaré de parecer, pues es lo único que quiero”.
• Luego pasa el resto del tiempo llevando a tu mente a un lugar donde dices de corazón
estas palabras. Esto probablemente requiera llevar a la luz las creencias inconscientes de
que la vida es algo terrorífico donde toda esperanza es finalmente devorada por la
muerte, y donde la muerte es tristemente la única escapatoria del conflicto. Trae este
sistema de creencias a la luz y pide la ayuda del Cielo, y verás que esta opinión no sirve
para nada en absoluto, “que tan sólo aparenta ser verdad” (11:2). Luego deja esta
infernal opinión de la vida, que no tiene ninguna realidad, junto a la alternativa: el
Cielo. Si lo haces, verás que elegir el Cielo es tan claro y natural que no es una elección.

Más corto: Cada hora, durante un corto tiempo de quietud.


Conscientemente afirma de nuevo la elección que has hecho por la mañana diciendo: “El Cielo
es la alternativa por la que me tengo que decidir. Me decido por él ahora y no cambiaré de
parecer, pues es lo único que quiero”. Hay una nota de fuerza en estas frases, por lo que puedes
darle más fuerza a “tengo” y “ahora” y “no”.

Observaciones: Dedica la práctica de la noche a reafirmar la elección que has hecho al


comienzo del día y que has reforzado cada hora. Al terminar de este modo, dedicas todo el día a
la elección del Cielo.

Comentario
La lección hace algunos contrastes rotundos entre este mundo y la creación. Uno es un reino de
dualidades, en el que “la oposición es parte de lo que es "real"” (2:2). El otro es un reino de
unidad, de igualdad perfecta. “La creación no conoce opuestos” (2:1). Ésta es la clásica
discusión acerca de lo que puede llamarse dualidad y no-dualidad.

No-dualidad o unicidad (uno y lo mismo), es lo que es real. Donde hay unicidad no puede haber
elección, porque no hay nada entre lo que elegir. Si la unicidad es la realidad, entonces la
elección, cualquier elección, es una ilusión y nada más. La elección es imposible, impensable.
Eso es la realidad.

Dentro de nuestro sueño, la verdad no puede entrar porque sólo se encontraría con el miedo; la
imposibilidad de elección de la unidad parece la última amenaza para una mente que cree que
todo lo que existe es dualidad. Por lo tanto, en este mundo, estamos aprendiendo a tomar una
decisión, la final. Es una elección para acabar con todas las decisiones, la elección entre la
ilusión y la realidad. El tiempo existe únicamente para hacer esta elección, para “darnos tiempo”
para hacerla. Se nos pide que elijamos el Cielo en lugar del infierno.

Hace años, antes de encontrar el Curso, había pasado por un montón de cosas, leído un montón
de libros, asistido a muchos seminarios. Me senté un día intentando extraer, por escrito, lo que
había aprendido de la vida. Estaba escribiendo para mis hijos, entonces adolescentes. Recuerdo
claramente que en el aquel momento de mi vida, sentí que sólo estaba seguro de dos cosas:

Una, que puedes contar con el Universo.


Dos, que la felicidad es una decisión que yo tomo.

No me molestaré en comentar la primera, pero la segunda es fundamental para el Curso, la


comprensión de que nada fuera de mi mente me hace feliz o desgraciado, mi felicidad es
enteramente el resultado de mi propia elección.

Cuando leí por primera vez esta lección en el Libro de Ejercicios me quedé sorprendido por la
semejanza de la idea, incluso las mismas palabras. “El Cielo es la alternativa por la que me
tengo que decidir”. Quizá el hecho de que yo había llegado a esta conclusión por mi cuenta fue
una de las razones por la que acepté el Curso tan rápidamente, confirmaba lo que para mí era la
esencia de mi propia sabiduría personal, palabras que por lo que yo sabía eran enteramente
mías. Aquí estaba este libro, diciéndome lo mismo. Al decir que tenemos que elegir el Cielo y
que ésta es “la decisión” que tenemos que tomar, el Curso está diciendo que aprender esto es de
lo que trata la vida. Es “la decisión que el tiempo tiene como fin ayudarnos a tomar” (7:1). Es
una elección, una decisión, que acepta la total responsabilidad de la mente por el modo en que
ve la realidad.

Pero la lección dice mucho más que esto. La discusión entre dualidad y no-dualidad en esta
lección explica claramente por qué tantos de nosotros, sin duda la mayoría de nosotros,
experimentamos tal división o conflicto interno en aceptar la simple verdad. Hemos llegado a
convencernos de que los opuestos y el conflicto no son simplemente parte de la vida, son la
vida. Para nosotros son la realidad. “La vida se ve como un conflicto” (7:4). Esta creencia se
muestra, por ejemplo, en el planteamiento un tanto frívolo de que el Cielo, donde nada cambia y
no hay opuestos, suena aburrido. Somos adictos a los sucesos dramáticos, nos dedicamos a la
deliciosa agonía de la indecisión. Para nosotros, no tener elecciones suena como la muerte.
Resolver finalmente y completamente el conflicto nos parece el final de la vida misma.

Sin embargo, eso es lo que el Curso nos promete y nos pide: el final de todo conflicto. Cuando
esto surge en nuestra mente, retrocedemos en terror mortal.

Estas creencias descabelladas pueden llegar a arraigarse profundamente y de


manera inconsciente, y atenazar a la mente con un terror y una ansiedad tan
intensos que le resulta imposible abandonar las ideas que tiene acerca de su propia
seguridad. Tiene que ser salvada de la salvación, sentirse amenazada para estar a
salvo y armarse de una coraza mágica que la proteja de la verdad. (8:1-2)

Esto es inconsciente, no nos damos cuenta de lo que está sucediendo. Pero literalmente huimos
de la verdad, y retrocedemos ante el amor total, sin saber lo que estamos haciendo. Casi todo el
mundo que trabaja con el Curso durante un tiempo siente esto en su vida. Parece como si se nos
pidiera morir. Y en cierto sentido, así es: morir a la vida como la hemos conocido.

La única salida es cambiar. Cambiar del miedo al amor. “El Cielo es algo que se elige
conscientemente” (9:1). Para que una decisión sea consciente, las dos alternativas deben verse
con claridad. Tenemos que ver el infierno a plena luz del día, así como el Cielo. Nuestro miedo
del infierno, nuestro terror a la destrucción, nuestra agonía por la culpa deben “someterse al
entendimiento para ser juzgado nuevamente, mas esta vez con la ayuda del Cielo” (9:3). Fue
nuestro propio deseo de otro plan distinto al Cielo lo que hizo el infierno, y tenemos que
entender que la dualidad es una fiera que hemos inventado nosotros, y que nuestro deseo no
tiene ningún efecto real.

“¿Quién podría decidir entre lo que ve claramente y lo que no reconoce? Por otra parte, ¿quién
podría dejar de elegir entre dos alternativas si ve que sólo una de ellas es valiosa y que la otra
carece de valor al no ser más que una fuente imaginaria de culpabilidad y de dolor?” (10:2-3).
Nuestra invención de la dualidad parece una cosa tan monstruosa, enterrada en la mente para no
darnos cuenta de ella, “se hizo enorme, vengativo y despiadado de tanto odio” (11:4), pero
cuando se lleva a la luz de la consciencia “ahora se reconoce que no fue más que un error trivial
y sin importancia” (11:5). Todo lo que la mantiene como está es nuestra culpa a causa de ello.
Cuando la miramos de nuevo, ahora “con la ayuda del Cielo”, la elección de abandonarla se
convierte en la única decisión que podemos tomar. Y en esa decisión somos liberados.

LECCIÓN 139 - 19 MAYO

“Aceptaré la Expiación para mí mismo”

Instrucciones para la práctica

Propósito: “Aceptar hoy la Expiación, y luego seguir tu camino regocijándote en el infinito


Amor de Dios” (10:2).

Más largo: , mañana y noche, durante cinco minutos.


• Empieza repasando tu misión: “Aceptaré la Expiación para mí mismo, pues aún soy tal
como Dios me creó”.
• Luego entra en meditación con el propósito de conectarte de nuevo con el conocimiento
de quién eres. No has perdido este conocimiento. Todavía está ahí, muy dentro en tu
memoria. Puedes imaginarte este conocimiento como una luz en el centro mismo de tu
mente, y luego pon toda tu atención en ir hacia abajo y muy adentro para conectarte con
él. Aumenta tu motivación de llegar a este conocimiento dándote cuenta de que puedes
recordarlo por todos y para todos (11:5). Cuando tu mente se distraiga, asegúrate de
hacerla regresar repitiendo el encabezamiento de la lección.

Más corto: Cada hora, durante varios minutos.


Haz una versión más corta del periodo más largo de práctica (empieza repitiendo: “Aceptaré la
Expiación para mí mismo, pues aún soy tal como Dios me creó”). Deja a un lado todos los
pensamientos que te distraen. Deja que se retiren todas tus falsas creencias acerca de ti mismo, y
aprende que las cadenas que quieren esconder tu Ser de tu consciencia no son más que débiles
telarañas.

Comentario

¿Qué significa aceptar la Expiación para mí mismo? Esta lección pone fin a cualquier idea de
que esto es algo egoísta, o de que significa que me preocupo únicamente por mí mismo o por mi
felicidad personal. Nada puede ser más claro que esto: “Vinimos a alcanzar mucho más que
nuestra propia felicidad. Lo que aceptamos ser, proclama lo que todo el mundo no puede sino
ser junto con nosotros” (9:4-5).

Aceptar la Expiación para mí mismo significa aceptar la verdad de lo que soy, decidir
“aceptarnos a nosotros mismos tal como Dios nos creó” (1:2). ¿Y qué soy yo? Ya lo sé, en lo
más profundo de mi corazón, pero me resisto a saberlo. Esta lección es espléndida en su irónico
examen de la locura en el modo en que ponemos en duda nuestra Identidad. Pone en duda todas
nuestras dudas. Lleva a hacernos dudar de nuestras dudas. Niega la posibilidad de la negación.
Menosprecia nuestra pequeñez. ¿Cómo podemos ser algo distinto de lo que somos? “Lo único
que cualquier cosa viviente puede saber con certeza es lo que ella es” (2:3).

Dios nos creó como extensiones de Su Amor. Ésa es nuestra misión, es lo que somos. Aceptar la
Expiación es aceptar esta verdad acerca de lo que somos. Aceptar la Expiación es empezar a
funcionar como el Amor de Dios en el mundo.

Cada vez que nos negamos a ver la grandeza en otro, estamos negando la nuestra propia.
Miramos a los demás con algo menos que amor porque nos negamos a ver cuánto lo merecemos
nosotros. Somos los representantes de Dios en la tierra, aceptar la Expiación es aceptar nuestra
misión. Estamos aquí para devolverle a todas las mentes la grandeza de lo que todos somos, no
sólo para nuestra propia grandeza. Esta grandeza, este espléndido abarcar a todos, esta
generosidad divina es nuestro propio Ser. Tenemos que abrir el corazón para abrazar al mundo,
recordando “lo mucho que cada mente es parte de nosotros” (11:6).

En nosotros, el Amor de nuestro Padre puede contener a todos. Nuestro corazón es lo


suficientemente grande para todo el mundo.

Esto es lo que somos. Que yo lo recuerde hoy. Que hoy acepte mi santo propósito. Que hoy me
conozca a mí mismo como parte de este Corazón de Dios palpitante y que abarca a todos y a
todo.

LECCIÓN 140 - 20 MAYO

“La salvación es lo único que cura”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Buscar la sanación de la mente, no del cuerpo, escuchando la Voz de la sanación, que
Dios puso dentro de ti, tan cerca que no la puedes perder.

Más largo: 2 veces (al principio y al final del día), durante cinco minutos.
Deja a un lado todos los pensamientos que interfieren como si fueran uno, pues ninguno de ellos
tiene significado.
Con las manos vacías, con el corazón elevado y la mente a la escucha, ora: “La salvación es lo
único que cura. Háblanos, Padre, para que nos podamos curar”. Estás pidiendo a la Voz de la
sanación que te hable, que sane tu mente, que es la causa de toda enfermedad.
Luego, en silencio, sin ningún pensamiento, escucha la Voz de Dios, Que curará todos los males, sin
importar su tamaño o forma. Siente Su manto de salvación que te rodea con protección y paz
profunda, no dejando que ninguna ilusión moleste a tu santa mente.

Observaciones: Tendrás éxito en la medida en que te des cuenta de que no hay ninguna diferencia
significativa entre las ilusiones. Ninguna es real. Por esa razón pueden todas ser curadas.

Más corto: Cada hora, a la hora en punto, durante un minuto.


Haz una versión corta de la sesión más larga de práctica. Di: “La salvación es lo único que cura.
Háblanos, Padre, para que nos podamos curar”. Luego escucha en gozoso silencio, y oye la
respuesta de Dios.

Comentario

La “sanación” de la que está hablando el Curso es la sanación de la mente, no del cuerpo.

“El cuerpo no tiene necesidad de curación. Pero la mente que cree ser un cuerpo, ciertamente está
enferma.” (T.25.In.3:1-2).

Buscar la sanación en el reino físico, por cualquier medio (incluso por medios de la Nueva Era) es lo
que el Curso llama “magia”. (Llamarlo “magia” no significa que no podamos usarlo si nuestro nivel
de miedo lo necesita, el Curso recomienda un enfoque conciliatorio en tales circunstancias. (Ver
T.2.IV.4:5 y T.2.V.2, de lo que hablo un poco más tarde). La Expiación sana la mente que piensa que
el cuerpo puede estar enfermo. “Esto no es magia” (6:4).

Esta lección se aplica a la enfermedad del cuerpo, pero también a cualquier “problema” en este
mundo material: falta de dinero, soledad y así sucesivamente. Estos problemas ocurren todos dentro
del sueño, y “encontrar una fórmula mágica” dentro del sueño no es nunca la solución (2:2).
Estamos “curando” el síntoma y no la enfermedad. La raíz del problema está dentro de la mente.
“No tratemos hoy de curar lo que no puede enfermar” (7:1). Nuestros problemas no son de
naturaleza física. “No tratemos hoy de curar lo que no puede enfermar” (9:1). “Así pues, dejamos a
un lado nuestros amuletos (cristales, medallas religiosas), nuestros talismanes y medicamentos, así
como nuestras encantaciones y trucos mágicos de la clase que sean” (10:1).

Al comienzo del Curso, Jesús deja muy claro que la magia no es mala. Sólo que no funciona. Es sólo
un remedio provisional, un intento de librarnos de los síntomas sin curar realmente la enfermedad.
Sin embargo, a veces eso es lo mejor que podemos hacer. Tenemos un dolor de cabeza, y con un
dolor de cabeza terrible a menudo es difícil acallar la mente y meditar en paz. Así que usamos la
magia. Tomamos una aspirina, no hay nada vergonzoso en tomarla. Sólo que no nos engañemos a
nosotros mismos creyendo que hemos hecho algo para curar la enfermedad, únicamente hemos
tapado el síntoma. “Si tienes miedo de usar la mente para curar, no debes intentar hacerlo”
(T.2.V.2:2). Si tu nivel de miedo es alto, un “enfoque conciliatorio” puede ser necesario (T.2.IV.4:4-
7).

“La salvación es lo único que cura”. La magia de este mundo puede tapar el síntoma pero no curar.
“La mente que lleva sus ilusiones ante la verdad cambia realmente. No hay otro cambio que éste”
(7:4-5). Hoy se nos pide que practiquemos sólo esto: llevar nuestras ilusiones a la verdad, permitir
que la culpa sea eliminada de nuestra mente. Sólo esto cura, y nada más. “No hay ningún lugar en el
que Él (Dios) no esté” (5:5), y esto incluye nuestra mente. “Éste es el pensamiento que cura” (6:1).
El pecado, y por tanto la enfermedad, no pueden ser reales porque Dios está en nosotros, Él no nos
ha abandonado, y lo que pensamos que es pecado no puede serlo. En nuestra consciencia de Su
Presencia, la culpa desaparece, y con ella, la causa de la enfermedad.

La lección que se le encomendó enseñar es que “lo que estaba enfermo era la mente que pensó que
el cuerpo podía enfermar.” (T.28.II.11:7).
CUARTO REPASO. INTRODUCCIÓN

Si recuerdas, en la Introducción al Libro de Ejercicios se nos dijo: “El libro de ejercicios está
dividido en dos secciones principales. La primera está dedicada a anular la manera en que ahora ves,
y la segunda, a adquirir una percepción verdadera” (L.In.3:1). Aunque la segunda parte no empieza
hasta dentro de ochenta lecciones, la Introducción al Cuarto Repaso anuncia que estamos entrando
en una etapa de cambio en el Libro de Ejercicios, que nos estamos “preparando para la segunda
parte del aprendizaje en la que se nos enseña cómo aplicar la verdad” (1:1). Las lecciones de la
Segunda Parte del Libro de Ejercicios, si las miras, verás que ocupan media hoja, o menos. Se dan
pocas instrucciones concretas para la práctica, y nos ofrecen mucha mayor libertad sobre cómo
practicamos. Están pensadas para estudiantes que han empezado a hacer suyas las verdades del
Curso, y que están preparados para aplicarlas por su cuenta. Este repaso nos da algunos ejercicios
acerca de esa práctica independiente. En la Lección 153, poco después de terminar este repaso, habrá
un cambio mayor en la práctica, como veremos, que establecerá el modelo para la práctica durante el
resto de la primera parte del Libro de Ejercicios.

Por lo tanto, seguir las instrucciones de práctica para este repaso es muy importante, si queremos
estar preparados para lo que está por venir. Te darás cuenta de que los repasos nos dan el
pensamiento central para este repaso y las dos ideas de los temas que se están repasando, no hay
comentarios añadidos. En cierto modo, se supone que nosotros pondremos ese comentario por
nuestra cuenta. Se pretende que tomemos las ideas y dejemos que el Espíritu Santo explique el
significado a nuestra mente, sin el apoyo de palabras escritas que nos ayuden. “Deja que cada palabra
refulja con el significado que Dios le ha dado, tal como se te ha dado a ti a través de Su Voz” (7:4).

Quizá no te sientas preparado para esto. Confieso que la primera vez que hice el Libro de Ejercicios
perdí bastante interés después de la primera parte, hacía las lecciones pero en realidad todo lo que
hacía era leerlas, pensar en ellas durante un minuto o dos, y luego olvidarlas. Los repasos como éste
me parecían inútiles. Dos o tres frases no eran suficiente para estimular mi mente, y aparentemente
no estaba preparado para dejar que el Espíritu Santo “iluminase cada palabra en mi mente”. Puede
que tú te encuentres en la misma situación. De todas formas, te digo: “intenta seguir las
instrucciones”. Coge las pocas líneas que se dan para cada día y piensa en ellas. Piensa en ellas
detenidamente. Piensa en lo que sabes acerca de su significado, y pide que se te enseñe más. Si te
sirve, intenta empezar un diálogo con el Espíritu Santo sobre las ideas. Conviértelas en oraciones.
Piensa en cómo puedes aplicarlas a tu vida. Guarda silencio delante de Dios y deja que el
sentimiento de las ideas limpie tu mente. Haz cualquier cosa que te sea útil.

Quizá sientas que no lo estás haciendo muy bien, pero ¿cuál es el propósito de la práctica, sino
aprender a hacer algo que no sabes hacer bien?

Fíjate en el pensamiento central para el repaso: “Mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios” (2:2;
5:3). Las instrucciones nos dicen que pasemos cinco minutos dejando que este pensamiento, y sólo
éste, ocupe nuestra mente y elimine todos los demás pensamientos. Lo que estamos haciendo es
despejar el escenario, haciendo sitio para que el Espíritu Santo nos enseñe. Los cinco minutos
pasados con esta idea cada día es nuestro periodo de preparación. Nos estamos preparando para
recibir los pensamientos de Dios, a través de Su Espíritu Santo. Nos estamos preparando para tener
la experiencia de unión con Dios.

Después de estos cinco minutos de preparación, se nos dice que tomemos los dos pensamientos del
repaso, y que dejemos que su significado ilumine nuestra mente. Aquí no se da límite de tiempo,
tenemos que repasarlos “lentamente” (7:2) y “sin prisa” (7:3). ¡Ciertamente esto necesita más que
unos pocos segundos! Más bien varios minutos, como mínimo. Lo mejor es hacer este repaso sin
preocupación por el tiempo, si son cinco minutos o veinticinco, no importa. Lo importante es que
seamos uno con Dios, y dejar que Sus Pensamientos llenen nuestra mente. Como la lección dice de
nuestras sesiones de repaso a cada hora, debemos hacerlas “con tiempo suficiente para que puedas
ver los regalos que (las dos ideas) encierran para ti, y deja que se reciban allí donde se dispuso que
fuesen recibidos” (8:2). El tiempo que dedicas se deja a tu elección.

CUARTO REPASO. INSTRUCCIONES PARA LA PRÁCTICA

Propósito: Prepararnos para la segunda parte del Libro de Ejercicios (que no empieza hasta dentro
de ochenta lecciones). El siguiente repaso (Quinto Repaso) habla de esta misma preparación. El
Libro de Ejercicios parece dar por sentado que ya hemos pasado la peor parte (ver, por ejemplo,
L.122.10:2), y que ahora, con mucha menos resistencia, podemos poner toda la atención en
prepararnos para la cumbre del Libro de Ejercicios: la Segunda Parte.

Más largo: 2 (al principio y al final del día), durante siete minutos aproximadamente.
Primero, pasa cinco minutos pensando en la idea central de este repaso: “Mi mente alberga sólo lo
que pienso con Dios”. Acalla tu mente, y repite la idea una y otra vez, muy lentamente, poniendo
toda tu atención en su significado. Deja que despeje y sustituya a toda tu habitual manera de pensar.
Tus pensamientos habituales (como explican los párrafos 3 y 4) son realmente faltas de perdón
disfrazadas. Puesto que estos pensamientos no son de Dios, ocultan la verdad de que tu mente
alberga sólo lo que piensas con Dios. Al apartarlos y pensar sólo este pensamiento del Curso, entras
en contacto con tu verdadero estado mental, en el que sólo piensa los Pensamientos de Dios. Esto te
preparará para un día que refleja ese estado verdadero, en el que los pensamientos que se te ocurren
proceden de Dios (ver 6:1-2).

Si tus pensamientos habituales intentan meterse por medio, elimínalos con el pensamiento central.
Una sugerencia para estos momentos es usar las imágenes de 4:3. Imagina que tu mente es el
océano. Poner uno de tus pensamientos habituales en tu mente es como un niño arrojando un palo al
agua. ¿Cómo puede eso cambiar los grandes ritmos del océano (las mareas, el sol calentando el
agua, la luna reflejándose sobre la superficie)? ¿Cómo puede eso cambiar los grandes pensamientos
que compartes con Dios?

Después de estos cinco minutos, pasa a la segunda fase de la práctica. Lee las dos ideas del repaso,
cierra los ojos, y repítelas mentalmente para tus adentros (muy, muy lentamente). Dios ha puesto un
regalo dentro de cada palabra. Deja que tu mente reciba ese regalo. “Deja que cada palabra refulja
con el significado que Dios le ha dado” (7:4). Recibe el pensamiento que Él ha puesto ahí para ti,
pues ese recibir es el verdadero estado de tu mente.

El propósito de la primera fase de la práctica es prepararte para esta segunda fase. Al pasar cinco
minutos con el pensamiento de Dios, te preparas a ti mismo para ver en las dos ideas únicamente el
significado que Dios les ha dado.

Observaciones: Por la noche, repite la misma práctica. Date cuenta de que el pensamiento central
ha hecho “de ese día una ocasión especial de bendición” (9:3), tanto para ti como para el mundo,
debido a tu práctica llena de fe. Date cuenta también de que duermes rodeada con la gratitud de Dios
por tu práctica. Pues ahora estás aprendiendo a reclamar la herencia que Dios te dio.

Más corto: Cada hora, durante un momento de silencio y quietud.


Esta es una pequeña versión de la práctica de la mañana y de la noche. Pasa un momento de
quietud y silencio con el pensamiento central, y luego repite las dos ideas del repaso, lentamente,
dándote tiempo para ver los preciosos regalos de significado que Dios ha puesto en ellas para ti.

LECCIÓN 141 - 21 MAYO

“Mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios”


(121) El perdón es la llave de la felicidad
(122) El perdón me ofrece todo lo que deseo

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en el Cuarto Repaso

Comentario

El perdón realmente nos ofrece todo lo que queremos, y sin el verdadero perdón no es posible la
felicidad. Puede que todavía no creamos esto completamente y conscientemente, pero nuestra mente
recta lo cree, y siempre lo ha creído. El perdón tiene efectos no sólo sobre lo que yo creo que el
mundo me ha hecho (en realidad no le ha hecho nada a mi Ser), sino también sobre lo que no ha
hecho que yo quería que hiciera. Cuanto más viejo se hace uno, más desilusionado está uno con el
mundo. Hablamos de personas “hartas del mundo”y cínicas cuando envejecen, porque a pesar de las
grandes esperanzas que teníamos cuando éramos más jóvenes, a pesar de las brillantes promesas que
el mundo parecía hacernos, nos ha desilusionado. No nos ha hecho felices. Descubrimos que el
mundo no es justo, que las personas buenas no siempre triunfan, que no siempre tenemos lo que
queremos. Y cuando logramos lo que queremos, no es tan bueno como habíamos esperado.

El perdón consiste en reconocer que somos nosotros los que hemos inventado esas esperanzas acerca
del mundo, y somos nosotros los que hemos hecho que nos desilusione. Hemos pedido lo imposible,
nada de este mundo me satisfará nunca ni me hará feliz. La felicidad tiene que buscarse y
encontrarse únicamente en nuestro estado natural, es decir, en la unión con Dios y con todos mis
hermanos. Perdonar al mundo significa dejar de molestarse por sus imperfecciones. No podemos
culpar al mundo de nuestro sufrimiento, tampoco podemos culparlo por no hacernos felices. No
podemos culparlo por nada en absoluto. Cuando por fin dejamos de crujir los dientes, relajamos los
puños, y nuestra respiración se calma al liberar esos antiguos resentimientos, lo que descubrimos es
nuestra felicidad natural, que ha estado ahí todo el tiempo, pero oculta por nuestra falta de perdón.

LECCIÓN 142 - 22 MAYO

“Mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios”

(123) Gracias Padre por los regalos que me has concedido


(124) Que no me olvide de que soy uno con Dios

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en el Cuarto Repaso

Comentario

Que mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios no es algo en lo que tenga que trabajar para
lograrlo. No es un pensamiento que haya que repetir como un purgante, para expulsar los
pensamientos contrarios, con el trasfondo de “tengo que hacer que mi mente albergue sólo los
pensamientos de Dios”. Que mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios “es un hecho, y
representa la verdad de lo que eres y de lo que tu Padre es” (L.r.In.IV.2:3).

Como se nos dijo al principio del Libro de Ejercicios, cuando creemos que estamos pensando sin
Dios, no estamos pensando en absoluto, nuestra mente está en blanco. “Mientras tu mente siga
absorbida con ideas sin contenido, la verdad permanecerá bloqueada. Reconocer que tu mente ha
estado simplemente en blanco, en vez de seguir creyendo que está llena de ideas reales, es el primer
paso en el proceso de allanar el camino a la visión” (L.8.3:2-3). “En lo que ahora estamos haciendo
hincapié es en el hecho de que la presencia de esos "pensamientos" significa que no estás pensando
en absoluto” (L.10.3:2).

Los Pensamientos de Dios que llenan mi mente son en realidad el regalo que mi Padre me hace. Hoy
abro mi mente a Sus Pensamientos. Lo que normalmente considero como pensamientos que
interfieren o se oponen a los Pensamientos de Dios son como los ruidos de una radio que impiden
oír la señal verdadera. No son pensamientos, son interferencias, son ruido. La señal sigue ahí, pero la
interferencia debe quitarse para que la señal pueda llegar. La verdad acerca de mí es que soy uno con
Dios, Su Mente es mi mente, Sus pensamientos son mis pensamientos. Yo no soy algo distinto a lo
que Él es. Ésta es “la verdad de lo que eres y de lo que tu Padre es”.

Decir que mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios es una afirmación gozosa de la verdad.
Puede recordarme Sus regalos para mí, y recordarme que soy uno con Él. Eso en mí que parece
opuesto a Dios, lejos de Dios, separado de Dios, no es quien yo soy, no es mi realidad. No tiene
significado. No hay nada en mi mente que se oponga a Dios. Otra manera de decir esto es que lo que
parece estar dentro de mí, opuesto a Dios, no es nada, es una ilusión o una alucinación, sin poder ni
fuerza de por sí. Únicamente tiene poder cuando creo en ello. Hoy elijo negar que algo que no es de
Dios tenga poder sobre mí. Elijo recordar lo que es mi realidad. Elijo recordar que soy uno con Dios.

LECCIÓN 143 - 23 MAYO

“Mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios”

(125) En la quietud recibo hoy la Palabra de Dios


(126) Todo lo que doy es a mí mismo a quien se lo doy

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en el Cuarto Repaso

Comentario

El Pensamiento de Dios crea. Fuimos creados cuando Dios pensó en nosotros, Su Mente se extendió
hacia fuera y lo que estaba en Su Mente se extendió y se convirtió en nuestra mente. Hablar del
pensamiento central: “Mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios”, dice la Introducción al repaso,
“Éste fue el pensamiento mediante el cual el Padre creó a Su Hijo, estableciéndolo así como co-
creador con Él” (L.rIV.In.2:4).

Por lo tanto, nuestra mente tiene que ser como la Suya, creando como Él al extender nuestros
pensamientos hacia fuera. Somos los Pensamientos de Dios, y Sus Pensamientos tienen Su
naturaleza:

“De la misma manera en que el Pensamiento creador de Dios procede de Él hacia ti, así tu
pensamiento creador no puede sino proceder de ti hacia tus creaciones. Sólo de esta manera puede
extenderse todo poder creativo. Las obras de Dios no son tus obras, pero tus obras son como las
Suyas. Él creó a la Filiación y tú la expandes. Tienes el poder de acrecentar el Reino, aunque no de
acrecentar a su Creador. Reivindicas ese poder cuando te mantienes alerta sólo en favor de Dios y de
Su Reino. Al aceptar que tienes ese poder, aprendes a recordar lo que eres”. (T.7.I.2:3-9)

Tal como recibimos la Palabra de Dios hoy, así tenemos que darla. Si la recibimos, la daremos,
porque lo que recibimos es un pensamiento de compartir. Fuimos creados mediante este compartir
pensamientos, este extender el Ser de Dios; compartir o darnos nosotros mismos es nuestra herencia,
la esencia de lo que somos. En el primer pensamiento que repasamos hoy está la palabra “recibo”.
En el segundo pensamiento está la palabra “doy”.
Aceptar o recordar lo que somos significa darnos cuenta de que somos seres que extienden, que dan,
que comparten. Creados por el Amor somos amor. Por esta razón el Curso da tanta importancia a
aceptar nuestra función de salvadores del mundo; al aceptarla, estamos aceptando nuestro Ser tal
como Dios nos creó. Simplemente estamos ocupando nuestro lugar en el proceso creativo, eligiendo
no poner más obstáculos a la extensión de amor desde Dios a nosotros, y de nosotros al mundo.

“Crear es amar. El amor se extiende hacia afuera simplemente porque no puede ser contenido”.
(T.7.I.3:3-4)

En la quietud recibo hoy la Palabra de Dios, que es la afirmación de Su Amor a todas Sus
creaciones. Abro mi mente para reconocer ese Amor, recibiéndolo para mí. Y luego me ofrezco para
dar tal como he recibido, sabiendo que al darlo a mis hermanos, estoy dando ese Amor a mí mismo.
Darlo es recibirlo. Con mis palabras, mis pensamientos, mis expresiones y mis actitudes comunico a
todos a mi alrededor la Palabra que he recibido: “Tú, también, eres amado. Tú, también eres
amoroso. Tú, también, eres la expresión y el canal del Amor de Dios”.

LECCIÓN 144 - 24 MAYO

“Mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios”

(127) No hay otro amor que el de Dios


(128) El mundo que veo no me ofrece nada que yo desee

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en el Cuarto Repaso

Comentario

¿Por qué la idea central del repaso, de que “mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios”, “es el
pensamiento que garantiza plenamente la salvación del Hijo” (L.r.IV.In.3:5)? Significa que no hay
nada en mi mente que sea contrario a los pensamientos de Dios, las cosas que veo dentro de mí que
no son semejantes a Dios, o que son no amorosas, son percepciones falsas de mí mismo. Significa
que no hay nada en la realidad que pueda impedirme la compleción como Hijo de Dios. Los
enemigos y obstáculos que parecen interponerse en el camino (especialmente los que parecen ser
parte de mí) no son reales, y no tienen substancia.

Si no hay más amor que el de Dios, y mi mente alberga sólo lo que pienso con Él, entonces el vacío
que a veces siento dentro de mí, la falta de amor, el anhelo por un amor completamente satisfactorio
que no falla nunca y que siempre está ahí, algo con lo que puedo contar en cada situación, será
satisfecho. Pensar que estoy buscando amor en este mundo es simplemente un error. El amor que
estoy buscando está dentro de mí, justo en mi propia mente. No busco nada en este mundo, aunque a
veces parece que sí. Estoy buscando algo que ya tengo, pero que he negado. Y el modo de
encontrarlo es dándolo. Ser amor.

El amor no es algo que pueda poseer. El amor es algo que puede poseerme, y en esa posesión está la
satisfacción. El intento de ganar amor, de poseerlo y de acapararlo me hace sufrir. Mi alegría puedo
encontrarla dando amor, compartiéndolo, bendiciendo al mundo con él. Reconocer que mi mente
alberga sólo este amor, y darlo al mundo, es todo lo que quiero. Esto, y sólo esto, me dará felicidad.

Las palabras “el mundo que veo no me ofrece nada que yo desee” podrían decirse con
desesperación. El pensamiento detrás de ellas podría ser “Nada aquí es lo bastante bueno para mí.
Nada aquí me satisface, y por lo tanto nunca estaré satisfecho”. O, pueden decirse estas palabras con
alegría. Si estoy conduciendo un coche flamante, justo de la clase que más me gusta, equipado con
todos los accesorios que siempre he deseado, y paso junto a un desguace de coches, puedo pasar
junto a él y decir “ese desguace no me ofrece nada que yo desee”. Mis deseos están satisfechos.

Si no hay más amor que el de Dios, y Él se ha dado a Sí Mismo, Su Pensamiento, a mi mente, puedo
mirar con serenidad al mundo y darme cuenta de que en él no hay nada que se pueda comparar con
lo que yo ya tengo. Tengo en mi corazón un pozo de amor sin fin. Nunca me puede faltar amor. Yo
soy ese mismo amor, y veo ese mismo amor en cada ser a mi alrededor, brotando de la misma
Fuente.

El amor está a mi alrededor y dentro de mí, sólo con que yo quiera verlo. Que hoy busque el Amor
de Dios en todo lo que veo, y que me alegre cada vez que lo encuentre. Que lo reconozca en cada
sonrisa. Que lo dé en cada oportunidad que se me presente. Que aliente cada chispa de amor en otros
y en mí mismo. En esto está la salvación. Ésta es mi función y mi felicidad. Y está garantizado,
porque mi mente alberga sólo los Pensamientos amorosos de Dios.

LECCIÓN 145 - 25 MAYO

“Mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios”

(129) Más allá de este mundo hay un mundo que deseo


(130) Es imposible ver dos mundos

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en el Cuarto Repaso

Comentario

Aunque la mente del Hijo de Dios alberga sólo lo que piensa con Dios, “La falta de perdón es lo que
impide que este pensamiento llegue a su conciencia” (L.rIV.In.2:7). Por lo tanto, el mundo que veo
es un mundo que me muestra mi falta de perdón. “Es el sistema ilusorio de aquellos a quienes la
culpabilidad ha enloquecido” (T.13.In.2:2). Lo único que mantiene la ilusión de que este mundo es
real (con sus aparentes castigos, dolor, sufrimiento, separación y muerte) es una falta de perdón. ¿Por
qué el dolor que siento, mental, emocional y físico, parece tan real? Toda esta realidad viene y es
mantenido por una falta de perdón en mi mente. Por eso, como dice la Lección 121: “El perdón es la
llave de la felicidad” (L.121, encabezamiento).

Hay un mundo que quiero de verdad, un mundo que está más allá de este mundo. El Curso lo llama
el mundo real. “El mundo real es el estado mental en el que el único propósito del mundo es
perdonar” (T.30.V.1:1). “El mundo real se alcanza simplemente mediante el completo perdón del
viejo mundo, aquel que contemplas sin perdonar” (T.17.II.5:1). Mi percepción cambia de ver el
mundo del dolor a ver el mundo real por medio de una única cosa: el perdón.

Ésta es la razón por la que no se pueden ver dos mundos. Pues, o bien mi mente perdona o no. O
condena lo que ve, o lo acepta con compasivo perdón. Que empiece conmigo mismo: ¿Soy cruel
conmigo mismo por lo que pienso de mí? ¡Que poca compasión tengo conmigo al juzgar mis
errores! Esta crueldad que tengo conmigo es el origen del mundo cruel que veo.

Dentro de mí, y dentro de todos, hay un inmenso espacio de amabilidad, un corazón enorme que
abraza a todos con amor. Ésta es la Mente que comparto con Dios. Dentro de mí, también, hay un
niño asustado, lleno de dolor, que cree haber hecho daño al universo para siempre. Que me vuelva
con amor a esa parte dolorida de mí y que le abra los brazos con consuelo y tierna y amorosa
amabilidad. Mi corazón es lo bastante grande para sanar este dolor en lugar de rechazarlo. El amor
que comparto con Dios es lo bastante grande para concederme misericordia. Que no me mantenga a
mí mismo alejado de mi corazón por más tiempo. Que me acoja a mí mismo, con una cálida y tierna
bienvenida.

Que también mire a los que se encuentran cerca de mí con la misma aceptación tierna y amable.
Aquí está la curación de la soledad y el dolor, pues no hay nada tan doloroso como un corazón
cerrado al amor. Ciertamente no hay otro dolor que este. El dolor es estrechar el corazón. El dolor es
negar el amor que soy. En este gesto interno e ingenioso de rechazo está la causa del mundo que
veo. Mi salvación y la salvación del mundo están en el deshacimiento de esta contracción de dolor.
Aquí está la entrada al mundo real, un mundo radiante de amor, de esperanza, y seguro en su alegría.

Más allá de este mundo hay un mundo que deseo, y la llave para abrir la puerta es el perdón.

LECCIÓN 146 - 26 MAYO

“Mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios”

(131) Nadie que realmente se proponga alcanzar la verdad puede fracasar


(132) Libero al mundo de todo lo que pensé que era

Instrucciones para la práctica

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Comentario

Continuando con la ampliación de ideas acerca del tema central del repaso, me quedé impresionado
con estas frases de los párrafos 2 y 4 de la Introducción al repaso:

“No obstante, es verdad eternamente (que mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios)”
(L.rIV.In.2:8).

“Tu mente, sin embargo, alberga sólo lo que piensas con Dios. Tus auto-engaños no pueden ocupar
el lugar de la verdad, de la misma manera en que un niño que arroja un palo al mar no puede
cambiar el ir y venir de las olas, evitar que el sol caliente las aguas o impedir que el plateado reflejo
de luna se vea por la noche en ellas” (L.rIV.In.4:1-3).

Es “verdad eternamente” que mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios. Era verdad cuando Dios
me creó. Será verdad cuando el viaje haya terminado y esté en mi hogar con Dios. Y es verdad
ahora mismo. “Verdad eternamente”. El tercer párrafo habla de las muchas formas de falta de
perdón “cuidadosamente ocultas” en mi mente, las defensas del ego, sus ilusiones, su uso del engaño
a mí mismo para que continúe el juego de no ser consciente. Sin embargo, a pesar de esto, “mi
mente alberga sólo lo que pienso con Dios”. Nada de lo que hago afecta a este hecho. Todos los
engaños del mundo pueden ocultar este hecho, pero no pueden cambiarlo. “Tus auto-engaños no
pueden ocupar el lugar de la verdad” (L.rIv.In.4:2).

La imagen del niño arrojando un palo al océano es perfecta. Recuerdo que de niño solía ir al Cabo
Cod. Solía estar cerca del rompiente del oleaje, con olas más altas que yo rompiendo delante de mí,
y solía pegar puñetazos a las olas, peleando con ellas, mandando mi puño contra ellas. Para mí en
aquella época, yo era como un guerrero luchando contra el océano. ¡Estaba seguro de que el océano
estaba preocupado! ¡Estaba seguro de que mis esfuerzos poderosos reducían la velocidad de la
marea un poco, por lo menos! ¡Seguro que sí, por supuesto!
Nuestra “rebelión” contra Dios ha tenido el mismo efecto. En otras palabras, ningún efecto. La idea
de que podemos cambiar la creación de Dios es tan ridícula como un niño con un palo que cree que
puede hacer daño al océano cuando lo arroja a él.

Ésta es la razón por la que “nadie que se proponga alcanzar la verdad puede fracasar”. Porque la
verdad está aquí, en mi mente, donde siempre ha estado y donde siempre estará No puedo dejar de
encontrarla porque ¡nunca la he perdido! Todavía la conservo.

He contemplado este mundo y he creído que era un lugar donde Dios no está. He visto lo que parece
ser una falta de amor total. He estado profundamente desilusionado del mundo. Bueno, “Libero al
mundo de todo lo que he pensado que era”. Dejo que todas esas impresiones del mundo se vengan
abajo, porque no puede ser lo que pensé que era, no si todas nuestras mentes todavía albergan lo que
pensamos con Dios. ¡Hay algo mal en esta imagen del mundo! Justo cuando había empezado a
entender el mundo, viene el Curso y dice: “¡No te acercas ni por lo más remoto!” Así que, abandono
mis juicios acerca del mundo, y abro mi mente para que se me enseñe de nuevo. Quizás, sólo quizás,
el modo en que lo veía está relacionado con lo que pensaba acerca de mí, con la creencia de que mi
mente estaba en guerra contra Dios. Quizás he visto un mundo en guerra contra Dios porque así me
imagino que está mi mente, y lo he proyectado sobre el mundo. Y quizás. Si abandono mis locas
ideas acerca de mí, mi imagen del mundo cambiará también. ¡Estoy deseando intentarlo!

LECCIÓN 147 - 27 MAYO

“Mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios”

(133) No le daré valor a lo que no lo tiene


(134) Que yo perciba el perdón tal como es

Instrucciones para la práctica

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Comentario

Que hoy mire a las cosas que considero valiosas y cambie mi opinión de todas ellas. ¿Por qué estoy
haciendo esto? ¿Qué estoy valorando en ello? Las cosas que considero valiosas a menudo son
tonterías si las examino. Por ejemplo, cuando empiezo a sentir la satisfactoria calidez de una
verdadera intimidad en una relación, nada parece merecer la pena de terminar esa calidez. Recuerdo
haber leído acerca de una iglesia fundamentalista que se dividió por el tema de si era pecado o no
enchufar una guitarra eléctrica. Me pregunté: ¿Cómo es posible valorar algo como eso tanto como
para apartar de tu corazón a personas que una vez fueron amigos muy cercanos? Así pues, muchas
relaciones se rompen por temas que parecen igual de insignificantes.

El perdón ve que nada merece la pena de apartar de mi corazón a un Hijo de Dios. Tenemos tantas
prioridades en nuestra consciencia, cosas que consideramos más importantes que el amor, más
importantes que la unidad, más importantes que nuestra propia paz mental. ¿He llegado ya a valorar
la paz mental por encima de todas las cosas? ¿He llegado al punto en el que todo lo que impida que
el amor se extienda a través de mí es rápidamente eliminado?

Necesitamos hacernos conscientes de la causa de nuestro sufrimiento. Nos duele cerrar nuestro
corazón. Nos duele negarnos a perdonar, darle vueltas en la mente a las ofensas cometidas contra
nosotros y negarnos a abandonarlas. “El amor no abriga resentimientos” (L.68, encabezamiento). El
perdón es un regalo para mí mismo, es una liberación de mi propio dolor. ¿Qué valoro por encima
del libre fluir del amor, la calidez de la unión con mis hermanos? Que elija no valorar por más
tiempo esas cosas que no tienen ningún valor, y que elija perdonar.
Que hoy dedique cinco minutos por la mañana, y cinco minutos por la noche, a abrir mi mente y
despejarla de todos los pensamientos engañosos (L.rIV.In.5:2). Que aparte a un lado todos los
valores menores, y que recuerde que mi mente alberga los mismos pensamientos que Dios. Que
valore este pensamiento por encima de todo. Que me alegre de que mi mente y la Mente de Dios
están de acuerdo, y que me dé cuenta de esta unión de mi mente con la de Dios, este compartir Sus
pensamientos, esto es todo lo que es verdaderamente valioso.

LECCIÓN 148 - 28 MAYO

“Mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios”

(135) Si me defiendo, mi Ser es atacado


(136) La enfermedad es una defensa contra la verdad

Instrucciones para la práctica

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Comentario

Lo que me parecen obstáculos dentro de mi mente, pensamientos fuera de mi control que entorpecen
mi camino espiritual, son mis defensas contra la verdad. No entra nada en mi mente sin mi permiso.
Nadie está pensando pensamientos en mi mente excepto yo (y Dios). Como nos enseñó la Lección
26, mis pensamientos de ataque atacan mi propia invulnerabilidad (el hecho de que nada me puede
hacer daño). Puedo pensar que estoy atacando a otro, pero lo que estoy atacando es mi propia
Identidad con Dios.

Mi ego ha fabricado un sistema de defensas muy astuto y con muchas capas en contra de la verdad,
y lo ha escondido y disfrazado en la obscuridad. El Curso me presenta el proceso de descubrir estas
defensas, hacerme consciente de ellas, juzgarlas como dementes, y abandonarlas. Todas ellas son
falsas, y lo que es falso no puede afectar a lo que es verdadero. Debajo de todos los disfraces del
ego, mi mente todavía alberga sólo lo que pienso con Dios. El resto es una ilusión complicada sin
ningún poder de tener efectos de ningún tipo.

La enfermedad es un sistema de defensa del ego muy efectiva y notable. En la enfermedad, algo que
mi mente ha causado parece ser un ataque desde el exterior, un enemigo visible o invisible con
muchos efectos visibles en mi cuerpo. Es algo contra lo que me tengo que defender continuamente,
y luchar con todos los medios a mi alcance cuando ataca. Tan pronto como se supera una
enfermedad, parece surgir otra con efectos aún más devastadores. La mayor parte de la humanidad
no está lista para aceptar que la enfermedad es sólo de la mente. Yo mismo no lo he aceptado
completamente, mi nivel de miedo es todavía muy alto. Por eso, existen todas las razones para
continuar aliviando las enfermedades de las maneras que lo hemos estado haciendo, sin embargo
debemos darnos cuenta de que únicamente estamos cambiando los síntomas sin eliminar la causa.
Sólo cuando cada vez más de nosotros empecemos a darnos cuenta de que nuestra mente alberga
sólo lo que pensamos con Dios, y que todo lo que parece no proceder de Dios es una ilusión que
hemos creado nosotros, entonces empezará a desaparecer la necesidad del enfoque conciliatorio de
usar la medicina física.

Hoy con mi práctica estoy contribuyendo a la curación final de toda enfermedad. Cuando saco a la
luz mis propias defensas internas, que en realidad son formas de ataque a mí mismo, y las abandono,
estoy colaborando con el poder de Dios para liberar a la humanidad de la enfermedad, y no sólo de
la enfermedad sino también de cada sistema de defensa basada en el ego contra la verdad. Cuando
despejo mi mente de todo pensamiento engañoso (L.rIV.In.5:2), y pongo Su Mente a cargo de todos
los pensamientos que recibo (L.rIV.In.5:4), no estoy trabajando solo. “Éstos (los pensamientos) no
procederán únicamente de ti, pues los compartirás con Él” (L.rIV.In.6:1).
Que dedique los momentos destinados a recordar la verdadera Fuente de todos mis pensamientos, y
permita al Espíritu Santo apartar las telarañas del engaño de mi mente. Que dedique cinco minutos
por la mañana a “encauzar el día según las pautas que Dios ha fijado” (L.rIV.In.5:4). Cada vez que lo
hago, cada día que recuerdo mi práctica, me acerco y todo el mundo junto conmigo al día en que
todo engaño desaparecerá ante la luz.

LECCIÓN 149 - 29 MAYO

“Mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios”

(137) Cuando me curo no soy el único que se cura


(138) El Cielo es la alternativa por la que me tengo que decidir

Instrucciones para la práctica

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Comentario

Cuanto más avanzamos a través del Libro de Ejercicios, lo que se nos pide es que realmente seamos
uno con Dios. O para ponerlo en palabras más mundanas, ponernos en comunicación con Él:

Te has enseñado a ti mismo el hábito completamente antinatural de no comunicarte con


tu Creador. Sin embargo, permaneces en estrecha comunicación con Él, y con todo lo
que mora en Él, lo cual mora también en ti. Desaprende, mediante el amoroso consejo
del Espíritu Santo, el aislamiento que aprendiste, y aprende la feliz comunicación que
desechaste, pero que aún así no pudiste perder. (T.14.III.18:1-3)

Cuando despejamos nuestras mentes de pensamientos inferiores y nos ponemos en armonía con los
pensamientos que compartimos con Dios, vendrán a nuestra mente pensamientos, y no procederán
de nosotros solos:

Y así, cada uno de ellos te traerá mensajes de Su Amor, devolviéndole a Él mensajes


del tuyo. De esta forma es como estarás en comunión con el Señor de las Multitudes,
tal como Él Mismo lo ha dispuesto. (L.rIV.In.6:2-3)

Al unir mi mente con Dios, me uno también con mis hermanos, porque todos nosotros estamos
unidos a la misma Fuente. No soy el único que se cura.

No me vendría mal un “mensaje de Su Amor” hoy, ¿y a ti? Y no me importaría devolverle mi


mensaje de amor a Él, también. Hay momentos en una relación de amor en los que el amor parece ir
y regresar tan rápido que no puedes seguirlo, y ni siquiera puedes estar seguro de cuál de los dos
procede. De hecho sobrepasa el ir y venir, va más allá del movimiento de ir y venir que supone esa
semejanza, y se convierte en una corriente de amor constante y que se repite, que va en las dos
direcciones al mismo tiempo. Ni siquiera sientes que estás haciendo algo, te quedas atrapado en la
corriente, poseído por el amor. Una especie del modo en que te sientes cuando miras los ojos de la
persona amada y sientes que te estás hundiendo, cuando el amor que te envía es casi demasiado para
soportarlo, y el amor que sientes parece que va a hacer estallar tus circuitos. Me gustaría un
momento así con mi Amado. Bueno, me gustaría un momento así todo este año. He tenido
momentos así, pero no muchos.

¿Por qué son tan pocos? Tener esos momentos de sentirme uno con Dios, que es un anticipo del
Cielo, es decisión mía. Es una decisión que yo tomo; no, es la decisión que tengo que tomar:
El instante en que la grandeza ha de descender sobre ti se encuentra tan lejos como tu
deseo de ella, mientras no la desees, y en su lugar prefieras valorar la pequeñez, ésa
será la distancia a la que se encontrará de ti. En la medida en que la desees, en esa
misma medida harás que se aproxime a ti. (T.15.IV.2:2-4)

Está más cerca que mi propio corazón, así de cerca. Esta sensación de ser transportado por el amor,
esta unión con Dios, está sucediendo ahora mismo. Mi mente recta nunca ha dejado de estar en
perfecta comunicación con Él (ver T.13.XI.8). “La parte de tu mente donde reside la verdad está en
constante comunicación con Dios, tanto si eres consciente de ello como si no” (L.49.1:2).

Así que todo lo que es necesario es decidir que lo quiero, y está aquí. Sólo con conectarme. ¿Qué es
lo que me impide elegirlo? ¿Qué me impide permitirme enamorarme de Dios? ¿Qué me frena?
¿Estoy dispuesto a enamorarme de todos o tengo miedo de parecer demasiado “flojo”? ¿Tengo
miedo de perder el control de todo? ¿Tengo miedo de ser demasiado frágil? ¿Qué me retiene? Que
hoy me mire y me pregunte: “¿Por qué no estoy sintiendo que estoy en el Cielo ahora mismo?

Cuando te das cuenta de que en cualquier instante no tienes más que “cambiar de canal” (no
escuchar al ego), ¡y que no lo haces!, es un momento del que puedes aprender mucho. De repente no
puedes culpar a nada ni a nadie por sentir algo inferior al Cielo. Reconoces que tú lo estás eligiendo:
“soy yo el que me estoy haciendo esto a mí mismo” (T.27.VIII.10:1). Literalmente no hay nada que
pueda impedirme sentir el instante santo ahora mismo. Nada excepto mi rechazo a aceptarlo, nada
excepto mi miedo. “Así pues, hoy comenzamos a examinar la decisión que el tiempo tiene como fin
ayudarnos a tomar” (L.138.7:1). No hay prisa, tenemos todo el tiempo para hacer esta elección.
Pero, ¿por qué esperar? ¿Por qué no ahora?

LECCIÓN 150 - 30 MAYO

“Mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios”

(139) Aceptaré la Expiación para mí mismo


(140) La salvación es lo único que cura

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en el Cuarto Repaso

Comentario

Tal como yo lo entiendo, aceptar la Expiación para mí mismo significa permitir a Dios que me libere
de todas las clases de culpa. Abandonar todos mis juicios contra mí mismo, todas las valoraciones de
mí mismo que me rebajan. Significa que no soy mis pensamientos y que, por encima de todo, no soy
mi ego. No soy lo que he pensado que soy. No soy lo que temo que soy. Aceptar la Expiación para
mí mismo significa que puedo contemplar mi ego sin condena, reconocerlo como un error tonto
acerca de mí que puede ser corregido.

Cuando acepto la Expiación para mí mismo, dejo de medirme con medidas injustas y me acepto a
mí mismo tal como soy. Puedo contemplarme a mí mismo con amor, verme con compasiva
aceptación. En el instante santo acepto la Expiación, y para entrar en él no es necesario que no tenga
pensamientos de ego, únicamente que no tenga pensamientos que quiera conservar (ver T.15.IV.9:1-
2). Reconozco que he cometido errores, pero estoy dispuesto a que cada error sea corregido, y no
acepto ninguna culpa por esos errores. No permito que mis errores me impidan el instante santo,
porque el instante santo es el lugar donde esos errores pueden ser corregidos, y sus consecuencias
deshechas.
Esto es la salvación. Esto es el deshacimiento de los errores, la corrección de los errores.

La salvación es un des-hacer en el sentido de que no hace nada, al no apoyar el mundo


de sueños y de malicia. De esta manera, las ilusiones desaparecen. Al no prestarles
apoyo, deja que simplemente se conviertan en polvo. (L.pII.2.3:1-3)

Esto es lo único que cura. Cualquier cosa menos que esto es un simple alivio de los síntomas, un
simple cambio de forma sin cambiar el contenido. La causa de la culpa debe ser deshecha. “El
Espíritu Santo sabe que la salvación es escapar de la culpabilidad” (T.14.III.13:4).

Saber que mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios es escapar de la culpa. Saber que mi mente
alberga sólo lo que pienso con Dios es la salvación y verdaderamente cura mis males. La Expiación
es la respuesta de Dios a todo lo que hay en mi mente que parece ser diferente de Dios. Borra cada
pensamiento que se opone a la verdad y me deja con la verdad limpia y pura de mi inocencia. Puedo
traer cada pensamiento de ego, cada pensamiento no digno, cada pensamiento de aislamiento y
separación, cada pensamiento de dolor y venganza y desesperación a este milagroso lugar de la
Expiación, dejarlo allí sobre el altar de mi mente, y verlo desaparecer:

Éste es el cambio que brinda la percepción verdadera: lo que antes se había proyectado
afuera, ahora se ve adentro, y ahí el perdón deja que desaparezca. Ahí se establece el
altar al Hijo, y ahí se recuerda a su Padre. Ahí se llevan todas las ilusiones ante la
verdad y se depositan ante el altar. Lo que se ve como que está afuera no puede sino
estar más allá del alcance del perdón, pues parece ser por siempre pecaminoso. ¿Qué
esperanza puede haber mientras se siga viendo el pecado como algo externo? ¿Qué
remedio puede haber para la culpabilidad? Mas al ver a la culpabilidad y al perdón
dentro de tu mente, éstos se encuentran juntos por un instante, uno al lado del otro, ante
un solo altar. Ahí, por fin, la enfermedad y su único remedio se unen en un destello de
luz curativa. Dios ha venido a reclamar lo que es Suyo. El perdón se ha consumado.
(C.4.6:1-10)

LECCIÓN 151 - 31 MAYO

“Todas las cosas son ecos de la Voz que habla por Dios”

Instrucciones para la práctica

Práctica de la mañana/ noche: Quince minutos.


Repite la idea lentamente, sólo una vez. Luego observa tu mente, observa tus pensamientos.
Cuando cada pensamiento cruza tu mente, entrégaselo al Espíritu Santo. Luego escucha mientras Él
te lo devuelve purificado. Lo que Él hace es quitarle todos los elementos de ego, dejando únicamente
la luz que hay en el pensamiento: el amor, la bondad, las intenciones puras, tu deseo de paz y de
Dios (para la enseñanza acerca de esto, ver T.5.IV.8:1-6). Por ejemplo, digamos que el pensamiento
que Le has dado al Espíritu Santo es: “No tengo tiempo para hacer esta tarea”. La forma purificada
que recibes de Él podría ser: “De verdad quiero hacer esto bien. Quiero hacer lo correcto para las
personas a quienes esto afecta”. En otras palabras, Le das pensamientos que tienen todo tipo de
elementos: puntos de obscuridad mezclados con hilos de luz. Sin embargo, cuando Él te los
devuelve, sólo quedan los hilos de luz. Serán pura luz, y de este modo pondrán de manifiesto la luz
en ti. Y los verás venir juntos en un pensamiento perfecto y simple, que derramará sus bendiciones
sobre todos.

Observaciones: Este proceso de purificación de tus pensamientos renovará tu mente, haciendo que
hoy sea tu Pascua Florida. También dará comienzo a tu ministerio. Pues tu ministerio es
simplemente extender tus pensamientos purificados, que liberarán a todos de la culpa y les enseñará
su santidad.
Más corto: Cada hora.
Repite la idea (que básicamente significa que puedes ver en todas las cosas, en el mundo y en tu
mente, la interpretación que el Espíritu Santo les ha dado. Puedes sentir todas las cosas como ecos de
la Voz de Dios). Agradece al Espíritu Santo los pensamientos purificados que Él te da, y confía en
que el mundo aceptará lleno de felicidad esos pensamientos como suyos. Esto parece dar a entender
que cada hora harás una forma corta de la práctica más larga, quizá dándole al Espíritu Santo un
pensamiento y escuchando a que Él te devuelva ese pensamiento purificado.

Comentario

El mundo tal como lo vemos parece dar testimonio constante de la separación, del pecado, de la
muerte, del odio, y de la naturaleza pasajera de todas las cosas. El mundo que se ve con la visión de
Cristo, tal como lo ve el Espíritu Santo, da testimonio de la verdad, de la unidad, de la santidad, de la
vida, del amor, y de la naturaleza eterna de todas las cosas. Todas las cosas son ecos de la Voz que
habla por Dios, todo el tiempo, pero no la escuchamos. Escuchamos a la voz del ego
constantemente. Las dos formas de ver no pueden ser más opuestas. ¿Por qué nos mostramos tan
defensores del ego?

La primera parte de esta lección señala que la razón de que el mundo a menudo nos parezca tan real
se debe a las dudas escondidas que tenemos de su realidad. Nos pide que miremos al hecho de que el
ego va demasiado lejos en su terca insistencia de que lo que nuestros ojos y oídos nos muestran es de
fiar por completo. Dice que, aunque por nuestra propia experiencia sabemos que nuestros sentidos
nos engañan, y que nuestros juicios a menudo son completamente equivocados, sin ninguna razón
lógica continuamos creyendo en ellos totalmente. Mostramos sorpresa cada vez que descubrimos
que lo que creíamos que era verdad no es cierto, aunque hayamos tenido esta experiencia cientos o
miles de veces. Y nos pide:

¿Por qué confías en ellos tan ciegamente? ¿No será por la duda subyacente que deseas ocultar tras
un alarde de certeza? (2:5-6)

Es como la frase en Hamlet de Shakespeare: “La dama protesta demasiado, en mi opinión”. Es el


comportamiento de alguien que está intentando acallar sus dudas con protestas de seguridad total.
Así pues, para el Espíritu Santo ¡nuestra completa “seguridad” en la realidad del mundo es una
prueba de las dudas que tenemos sobre ello! Estamos seguros incluso cuando no es razonable estar
seguro, y eso es una prueba que demuestra nuestras dudas escondidas.

Nosotros que estudiamos el Curso estamos acostumbrados a la idea de que proyectamos nuestra
culpa y nuestra ira sobre otros. Sin embargo, aquí el Curso introduce la idea de que el ego se
proyecta a sí mismo sobre nosotros. El ego duda. El ego se condena a sí mismo. El ego por sí solo
siente culpa. Sólo el ego está desesperado (ver 5:1-6). Pero proyecta todas estas cosas sobre
nosotros, e intenta convencerte de que “su propia maldad es la tuya” (6:2). Nos tiende esta trampa
mostrándonos el mundo a través de sus ojos, y presentándonos las cosas del mundo como testigos de
nuestra maldad, nuestra culpa, nuestra duda y desesperación. El ego está desesperado porque
veamos el mundo como el quiere porque el mundo del ego es lo que nos demuestra que somos
idénticos al ego. Por ejemplo, nos lleva a examinar nuestro propio progreso espiritual y a que nos
encontremos fallos, nos provoca desesperación. ¿Por qué? Porque él (ego) se siente desesperado,
sabe (aunque no lo admite) que va a perder. Ésta es la razón de que la desesperanza espiritual se
apodere de nosotros después de un gran avance espiritual. El ego siente desesperación, y proyecta
esa desesperación a nuestra mente, intentando convencernos de que la desesperación es nuestra en
lugar de suya.

Por esa razón, el ego insiste tanto en convencernos de la realidad del mundo. Necesita que el mundo
le apoye.
El Curso nos pide que pongamos en duda todas nuestras valoraciones, que hemos aprendido del ego,
y que dudemos de lo que nos muestran nuestros sentidos. Nos pide que dejemos que el Espíritu
Santo sea el Juez de lo que somos, y de todo lo que parece sucedernos (8:1; 9:6). Si intentamos
juzgar las cosas por nuestra cuenta, nuestro ego nos engañará, y el modo en que nos vemos a
nosotros mismos y al mundo será un testigo de la realidad del ego. Sin embargo, si abandonamos
nuestros juicios y aceptamos el juicio del Espíritu Santo, Él dará testimonio de nuestra hermosa
creación como Hijo de Dios. Si miramos con Él, todo lo que veamos nos mostrará a Dios.

Lee el párrafo once, describe perfectamente cómo el Espíritu Santo lleva a cabo esta nueva
interpretación de todo. Cuando Le entregamos a Él nuestros pensamientos, Él nos los devuelve en
forma de milagros (14:1).

Que hoy Le entregue al Espíritu Santo mis pensamientos. Que no Le esconda mis pensamientos ni
intente cambiarlos yo mismo antes de mostrárselos para que Él los vea. Que le pida que sea Él Quien
los transforme, Quien cambie el plomo en oro ante mis ojos. Ése es Su trabajo. Cada pensamiento
tiene elementos de la verdad dentro de él, a lo que hemos añadido falsedad e ilusión. El Espíritu
Santo elimina lo falso, y deja la pizca de oro de la verdad. Él nos muestra “el amor que se encuentra
más allá del odio, la inmutabilidad en medio del cambio, lo puro en el pecado” (11:3). Él hace esto
con nuestros pensamientos, y de este modo nos muestra el dulce rostro de Cristo como nuestro
propio Ser.

LECCIÓN 152 - 1 JUNIO

“Tengo el poder de decidir”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Ser verdaderamente humilde, y dejar a un lado todas las ideas acerca de mí mismo, que
con arrogancia afirman que soy débil y pecador, y aceptar el poder de mi verdadero Ser.

Práctica de la mañana/ noche: cinco minutos.


Repite estas frases: “Tengo el poder de decidir. Hoy me aceptaré a mí mismo tal como la Voluntad
de mi Padre dispuso que yo fuese”. Puedes también expresarlo de esta manera: “Con el poder
ilimitado de mi decisión, aceptaré el poder ilimitado de mi Ser”.
Luego pasa un rato abandonando tus ideas acerca de ti mismo, que son solo mentiras que te has
dicho acerca de quién eres. Dicen que eres débil, a merced de un mundo que tú no hiciste. Dicen que
eres pecador, y deberías avergonzarte de lo que eres. Deja a un lado todas esas ideas sobre ti,
reconociendo que su pequeñez es sólo arrogancia, ya que suponen que Dios se equivoca acerca de ti.
Luego espera en silencio, mientras humildemente pides a tu Ser que se muestre a ti en toda Su
grandeza y poder, Su inmutabilidad (que no ha cambiado), y Su plenitud. Eleva tu corazón a tu
Creador con verdadera humildad, y permítele que te muestre el infinito Hijo que Él creó en ti. Espera
que Su Voz responda y sustituya tus falsas ideas con la comprensión de tu verdadero Ser. Cada vez
que tu mente se distraiga, repite de nuevo las frases del comienzo, y vuelve a esperar.

Más corto: Cada hora.


Haz una versión corta de la práctica larga, invitando a la comprensión de tu Ser con estas palabras:
“Tengo el poder de decidir. Hoy me aceptaré a mí mismo tal como la Voluntad de mi Padre dispuso
que yo fuese”.

Comentario

La petición central de esta lección es “aceptar el papel que (me) corresponde como co-creador del
universo” (8:3). Por medio de sus conclusiones lógicas, intenta convencerme para que acepte el
hecho de que yo inventé el mundo que veo (6:1). “Jamás ocurre nada que no sea una representación
de tus deseos, ni se te niega nada de lo que eliges” (1:5).

Si eso es cierto, y lo acepto, entonces tiene sentido el pensamiento principal de la lección: “Tengo el
poder de decidir”. Mi elección hace al mundo. Lo que le da a nuestra ilusión de sufrimiento, pecado,
y muerte tal aparente solidez es que creemos que existe fuera de los límites de nuestro poder, que no
somos responsables de él. Sin embargo, si puedo aceptar que yo inventé lo que es, entonces puedo
reconocer la posibilidad de ejercer el mismo poder de decisión para hacerlo desaparecer. Si niego
que yo lo inventé, no puedo deshacerlo.

Sin embargo, si reconozco que yo he inventado el mundo que veo, estoy aceptando al mismo tiempo
que Dios no lo hizo. Lo absurdo de la idea de que Dios creó este mundo se afirma claramente aquí:

Pensar que Dios creó el caos, que contradice Su Propia Voluntad, que inventó opuestos
a la verdad y que le permite a la muerte triunfar sobre la vida es arrogancia. La
humildad se daría cuenta de inmediato de que estas cosas no proceden de Él. (7:1-2)

Si no son de Él, tienen que ser de mí propia cosecha (mis fabricaciones o invenciones, el resultado
de mi poder de decisión y, por lo tanto, son cosas que puedo deshacer).

Aplicado a mí mismo, estas ideas significan que todavía debo ser completo, que mis errores no me
han cambiado:

Tal como Dios te creó, tú no puedes sino seguir siendo inmutable; y los estados
transitorios son, por definición, falsos. Eso incluye cualquier cambio en tus
sentimientos, cualquier alteración de las condiciones de tu cuerpo o de tu mente; así
como cualquier cambio de conciencia o de tus reacciones. (5:1-2)

Me encantan esas palabras “los estados transitorios son, por definición, falsos”. Si cambia, no es
real. ¡Ah! ¿Qué le hace esto a cualquier preocupación que yo pueda tener acerca de mis altibajos de
estado de ánimo? ¿De envejecer? ¿De la enfermedad? ¿Del dinero? (¡“Transitorio” parece tan
adecuado con respecto al dinero!) ¿Y sobre los cambios de mi consciencia? Transitorios, por lo
tanto, falsos. ¿Cambios en la manera en que respondo al Curso? Transitorios, por lo tanto, falsos. La
verdad es verdad, y sólo la verdad es verdad; todos los cambios son “contradicciones que (yo)
mismo he introducido” (4:4).

He empezado a aprender que cuando me siento mal, por la razón que sea, puedo recordarme a mí
mismo que este sentimiento es transitorio y, por lo tanto, falso; nada por lo que yo deba
preocuparme. Esto no siempre expulsa mi sentimiento de estar mal, pero me impide sentirme
culpable por estar mal, o por sentirme preocupado acerca de que algo va muy mal en mí. Como
resultado, el sentimiento negativo no dura tanto como solía hacerlo, porque ya no continúo
añadiendo capas de condena a mí mismo al sentimiento de estar mal.

Esta actitud de algún modo me aparta de los sentimientos o cambios transitorios de mi consciencia.
En lugar de actuar desde el sentimiento, empiezo a actuar sobre él, con dulzura y perdón compasivo.
Algunos han expresado la diferencia de palabras al decir cosas como “mi cuerpo está enfermo” en
lugar de “yo estoy enfermo”, o “estoy sintiendo una depresión” en lugar de “estoy deprimido”. En
lugar de confundir el pensamiento o el sentimiento “conmigo”, soy consciente del “yo” aquí,
constante y que no cambia, aunque esté experimentando este estado mental transitorio o pasajero.
“Yo” soy distinto, y no me identifico con el pasajero cambio que mi mente me muestra. Y en esa
situación, puedo reconocer: “Tengo el poder de decidir”
LECCIÓN 153 - 2 JUNIO

“En mi indefensión radica mi seguridad”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Aprender que “la indefensión es fortaleza” (6:1), pues descansa en la consciencia de la
fortaleza de Cristo en nosotros, una fortaleza tan grande que nunca puede ser atacada.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.
Esta práctica parece la misma que la de ayer, en la que dejabas a un lado todas las ideas de ti
mismos que te describen como débil, y deja que la consciencia de tu verdadero Ser surja en ti. Aquí,
haces lo mismo, con una importancia especial en ponerte en contacto con Su fortaleza en ti. Si tienes
éxito, te darás cuenta de que no tienes necesidad de defensas pues fuiste creado de manera que nada
puede atacarte. Deja que el rato de la mañana sea tu preparación para un día sin defensas. Envuélvete
en la fortaleza de Cristo.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).
• Repite la idea, recordando que mientras lo haces Cristo está a tu lado, dándote Su fortaleza,
haciendo que no sean necesarias las defensas.
• Luego siéntate en quietud y silencio, y espera a Dios. Dale gracias por Sus regalos de la
hora que ha pasado. Y deja que Su Voz te diga lo que Él quiere que hagas en esta hora que
empieza.

Respuesta a la tentación: Cada vez que sientas la tentación de defenderte.


Repite la idea como un modo de llamar a la fortaleza de Cristo en ti. Luego “detente por un
momento, al oírle decir: "Aquí estoy"” (19:6).

Observaciones generales: El Libro de Ejercicios considera a esta lección un punto decisivo. Aquí
se nos dan las instrucciones para ¡las siguientes cuarenta y ocho lecciones! Y se nos dice (en el
párrafo 20), que nuestra “práctica empezará a adquirir ahora la vehemencia del amor” (20:1). En
lugar de ser un cumplimiento del deber, será una expresión sincera y natural de nuestro corazón.
Demos este paso adelante con confianza. Jesús nos pide: “No tengas miedo ni timidez” (20:2),
porque sencillamente no podemos fracasar. Dios se asegurará de que lo hagamos nuestro propósito.

Comentario

Con respecto a nuestra práctica, date cuenta de que esta lección da instrucciones a seguir “por algún
tiempo” (15:1). Concretamente, la forma de práctica que hoy se da continúa hasta la Lección 170. Se
dan una vez y ya no se mencionan salvo brevemente, se supone que recordaremos las instrucciones
de esta lección. Date cuenta también de que las instrucciones -acerca de lo que tenemos que hacer en
estos periodos de cinco a treinta minutos cada día- no son muy claras. En su mayor parte se resumen
en “concentrando nuestra atención en el pensamiento diario el mayor tiempo posible” (15:2). Se nos
dice que nuestra “práctica empezará a adquirir ahora la vehemencia del amor” (20:1). Las sesiones
más largas de práctica se convierten en “tiempo para pasar con Dios” (15:5), ¡disfrutamos tanto de
Su Presencia que media hora es demasiado poco! Hasta cierto punto, para ahora, nuestra práctica ha
pasado de ser una sesión obligada a una cita con nuestro Amado. Si eso no nos ha sucedido todavía,
lo hará: “No hay duda de que alcanzarás tu objetivo final” (20:3).

La lección empieza señalando que este mundo no es un lugar seguro: “está arraigado en el ataque”
(1:3). La paz mental en este mundo es imposible (1:5). Por todas partes hay cosas que nos hacen
ponernos a la defensiva (2:1-2). Pero las defensas afectan no sólo a lo que está fuera de nosotros,
también nos afectan a nosotros. Refuerzan nuestra sensación de debilidad (2:4), y puesto que a la
larga no funcionan (2:4), nos engañan. Nos traiciona el mundo de fuera y nuestras propias defensas
(2:5-6).

Es como si (la mente) estuviera encerrada dentro de un círculo, dentro del cual otro
círculo la atenaza, y dentro de ése, otro más, hasta que finalmente pierde toda
esperanza de poder escapar. (3:1)

Estamos atrapados en círculos concéntricos de ataque y defensa, nos sentimos incapaces de romper
el ciclo de ataque-defensa (3:2-3).

No nos damos cuenta de lo profundamente que el mundo a nuestro alrededor amenaza a nuestra
mente. Si hacemos un esfuerzo por imaginarnos a alguien profundamente atrapado en un arrebato de
miedo intenso: “la sensación de amenaza que el mundo fomenta es mucho más profunda, y
sobrepasa en tal manera cualquier intensidad o frenesí que jamás te hayas podido imaginar, que no
tienes idea de toda la devastación que ello ha ocasionado” (4:3). El Curso dice que todos nosotros
vivimos en un pánico ciego, disfrazado de un fingido estado superficial de estar en calma. Pánico es
todo lo que hay justo debajo de la superficie. Piensa en las cosas que nos amenazan constantemente,
y la atención que les prestamos en nuestra vida personal y en los medios de comunicación. Desastre
nuclear. Pandillas callejeras. Conductores borrachos. Todos los conductores. Políticos corruptos. La
avariciosa estructura de poder. Amenaza de derrumbamiento económico. Aditivos en los alimentos,
reducción de la capa de ozono, alimentos sin vitaminas, aumento de hormonas en la leche, nitratos
en la panceta, colesterol, grasas saturadas, suministro de agua contaminada, sequía, olas de calor,
tormentas de nieve, inundaciones, huracanes, tornados, terremotos, invasión de extraterrestres,
medios de comunicación falsos, insectos en nuestro hogar, cuerpos que envejecen, relaciones
amorosas o de negocios que no son de fiar, sida, cáncer, ataque al corazón (la lista puede seguir sin
fin). Y no hemos empezado a hablar de la amenaza de invasión extranjera o de los golpes
económicos, enemistades raciales, o intolerancia religiosa.

Somos esclavos de la amenaza del mundo (5:1). “No sabes lo que haces del miedo que le tienes. Tú
que sientes su mano de hierro atenazándote el corazón, no entiendes lo mucho que has tenido que
sacrificar” (5:2-3). Intenta imaginarte, por un momento, como sería estar sin ninguno de esos miedos
sobre las cosas que hemos mencionado. Si te pareces a mí, ni siquiera puedes imaginártelo. ¡Nos
hemos acostumbrado tanto al zumbido inconsciente del miedo! Tampoco nos damos cuenta de
cuánto daño le hemos hecho a nuestra propia paz con nuestra constante postura defensiva (5:4).

La elección que esta lección nos ofrece (6:3) es entre dos cosas: el “juego tonto” (6:4) de las
defensas, al que juegan niños cansados cuando tienen tanto sueño que ya ni se acuerdan de lo que
quieren (¡un poco parecido a como me siento yo ahora!), y el “juego que juegan niños felices”
(12:1), un juego feliz que nos enseña que el juego del miedo se ha terminado. El juego feliz es la
“salvación” (12:1), o cumplir la función de un ministro de Dios en el mundo, ofreciendo la luz a
todos nuestros hermanos. Resumiendo, podemos pasar nuestro tiempo intentando defendernos, o
podemos abandonar nuestras defensas y extender la mano al mundo con amor. Ésas son las únicas
elecciones.

El juego de las defensas es un juego de muerte. En las defensas “la locura que reina en ellas es tan
aguda que la esperanza de recobrar la cordura parece ser sólo un sueño fútil y encontrarse más allá
de lo que es posible” (4:2). Las defensas nos aprisionan al ciclo de ataque-defensa que no termina
nunca.

La indefensión se basa en la realidad de lo que somos. “No necesitamos defensas porque fuimos
creados inexpugnables” (9:1). Es testigo de nuestra fortaleza. Como ministros de Dios, estamos
protegidos. No necesitamos defensas porque somos “los que se cuentan entre los elegidos de Dios,
al haber sido ésa Su elección, así como la nuestra” (10:6).
Elegir la indefensión es elegir la fortaleza de Cristo, en lugar de nuestra debilidad. Lo que nos pone
en una posición que no puede ser atacada es extender la mano para sanar, en lugar de encogernos
hacia adentro en defensa propia. Nuestra verdadera seguridad está, no en proteger lo que tenemos,
sino en darlo y compartirlo, porque esto nos identifica firmemente con el Cristo.

LECCIÓN 154 - 3 JUNIO

“Me cuento entre los ministros de Dios”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Ser ministro de Dios en este mundo, ofrecerle a Él nuestra Voz, manos y pies. Por medio
de esto nos unimos a Su Voluntad y con todos los regalos contenidos en Su Voluntad.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.
Repite: “Me cuento entre los ministros de Dios, y me siento agradecido de disponer de los medios
a través de los cuales puedo llegar a reconocer que soy libre”. “Los medios” se refiere a dar los
mensajes de Dios a tus hermanos. Pasa el periodo de práctica dejando que la verdad de estas
palabras se adentre en tu mente. Deja que el mundo se pierda de vista mientras concentras toda tu
atención en estas palabras. Déjalas que iluminen tu mente, déjalas que cambien tu mente. Haz esto
en cualquier modo que te sirva.
El propósito de este periodo de práctica es prepararte para usar esos “medios” (salir y atender a tus
hermanos). A diferencia de otras lecciones, el punto principal de esta lección está en lo que harás
después de la sesión de práctica. Durante el día, demuestra que has entendido las palabras que has
practicado al ofrecerle a Dios tu voz, para que Él pueda hablar palabras de amor a tus hermanos a
través de ti. Ofrécele a Él tus manos, para que Él pueda usarlas para entregar mensajes de amor a tus
hermanos. Ofrécele a Él tus pies, para que Él pueda dirigirlos allí donde alguien esté necesitado.
Al hacer esto, estás uniendo tu voluntad a la Voluntad de Dios. Y cuando Su Voluntad sea la tuya,
todos los regalos contenidos en Su Voluntad serán tuyos también. Al ser Su instrumento ganarás Sus
tesoros.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).
Repite la idea y luego siéntate en quietud y silencio, y espera a Dios. Pregúntale cómo quiere que
atiendas a tus hermanos en la hora que va a comenzar, y luego escucha atentamente la respuesta de
Su Voz.

Comentario

Tal como la veo, esta lección me dice dos cosas importantes:


• Mi función en la tierra es ser un ministro (o mensajero) de Dios, y la forma concreta que esa
función tiene ya está determinada, no por mí, sino por el Espíritu Santo.
• Como mensajero, mi función es recibir los mensajes de Dios para mí mismo, y luego darlos
como me dirija el Espíritu Santo. Al dar los mensajes, reconoceré y entenderé los mensajes
que he recibido.

El Espíritu Santo me conoce hasta lo más profundo. Él conoce mis puntos fuertes y débiles; Él
conoce el “plan más amplio” (1:5) que yo no conozco; Él sabe cómo utilizar mejor mis puntos
fuertes, “dónde se puede hacer mejor uso de ellos, con qué propósito, a quién pueden ayudar y
cuándo” (2:2). Por lo tanto, es poco sensato intentar valorarme a mí mismo o dirigir cómo debo
cumplir mi función en este mundo, y es mucho más acertado ponerme en Sus manos. Por esto, “no
elijo ningún papel que no me haya sido asignado por Su autoridad” (7:3). Él elige mi función por mí,
me dice cuál es, me da fuerza para llevarla a cabo y para tener éxito en todo lo que esté relacionado
con ella (3:2).

Una parte importante del programa de entrenamiento del Libro de Ejercicios es aprender a escuchar
Su Voz y aceptar Su autoridad. Aprender a escuchar Su Voz no es algo que viene sin esfuerzo.
Ciertamente, se precisa esfuerzo y un gran deseo de aprender (T.5.II.3:9-10). Al principio puedo
sentir que no sé como escuchar Su Voz, pero por eso es precisamente por lo que necesito esta
práctica. Cuando empiezo, no sé cómo distinguir la Voz del Espíritu Santo de la voz de mi propio
ego; necesito entrenamiento para distinguirlas, y se aprende equivocándose. Pero si sigo las
instrucciones de este libro, aprenderé.

El segundo punto es realmente animarme a aceptar la función que Dios me ha dado, que es ser Su
mensajero:

Él necesita nuestra voz para poder hablar a través de nosotros. Necesita nuestras manos para que
acepten Sus mensajes y se los lleven a quienes Él nos indique. Necesita nuestros pies para que éstos
nos conduzcan allí donde Su Voluntad dispone que vayamos, de forma que aquellos que esperan
acongojados puedan por fin liberarse. Y necesita que nuestra voluntad se una a la Suya, para que
podamos ser los verdaderos receptores de los dones que Él otorga. (11:2-5)

Está claro que Él me dirige concretamente, eligiendo dónde voy físicamente, a quién hablo, y lo que
digo. Sin embargo, lo importante es que yo acepte esta función general de “mensajero” para mi vida;
si la acepto, los detalles vendrán.

Hay un proceso de tres pasos claramente definidos en esta lección: 1) recibir, 2) dar, y 3) reconocer.

• Primero, yo recibo el mensaje para mí mismo, lo acepto, y lo aplico a mi propia vida.


Acepto la Expiación para mí mismo, viendo que la apariencia de culpa dentro de mí es una
ilusión, y reconociendo la inocencia que oculta. Acepto con Dios mi aceptación. Abandono
mis ideas falsas y de culpa acerca de mí mismo.

• Segundo, doy el mensaje a todos los que el Espíritu Santo me envía. Esto puede ser con
palabras, con acciones, o simplemente con la actitud de compasión y aceptación que
muestro a aquellos con los que me encuentro. Doy el mensaje que he recibido. Les muestro
la misericordia que Dios me ha demostrado. Veo en ellos lo que he empezado a ver en mí
mismo.

• Tercero, como resultado de dar, reconozco la realidad de lo que he recibido. “Nadie puede
recibir, y comprender qué ha recibido, hasta que no dé” (8:6). Dar el mensaje lo fortalece y
le da validez en mi propia mente. “No reconoceremos lo que hemos recibido hasta que no lo
demos” (12:1).

El segundo paso es una parte fundamental de todo el proceso. Sin dar el mensaje, el proceso no
puede completarse; mi propio reconocimiento de la salvación no puede completarse. No es
suficiente recibir los mensajes de Dios. “No obstante, hay otra parte de la tarea que se os ha señalado
que todavía tiene que llevarse a cabo” (9:4). Los mensajes deben darse, compartirse, para ser
recibidos completamente. Debo aceptar mi función como mensajero de Dios si quiero entender lo
que he recibido.

Date cuenta de que las instrucciones para la práctica están adaptadas de la Lección 153, donde se nos
dijo: “Hoy practicamos siguiendo un formato que vamos a utilizar por algún tiempo” (L.153.15:1).
Estas instrucciones seguirán hasta que se den nuevas en la Lección 171 (Quinto Repaso), y se
aplicarán a las Lecciones 181-200 también.
LECCIÓN 155 - 4 JUNIO

“Me haré a un lado y dejaré que Él me muestre el camino”

Instrucciones para la práctica

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.
Se nos están dando menos instrucciones acerca de lo que tenemos que hacer durante los periodos
más largos de práctica. Se espera que confiemos cada vez más en lo que antes se ha trabajado y en lo
que el Espíritu Santo nos inspire a hacer en el momento. Durante la práctica más larga de hoy, se
espera que nos unamos mentalmente a Dios, Quien nos hablará, diciéndonos cuánto nos ama y cómo
nos ha encomendado nuestros hermanos a nosotros, confiando totalmente que les llevaremos al
hogar, a Él. Por eso, repitamos las palabras que se nos dan (“Me haré a un lado y dejaré que Él me
muestre el camino, pues deseo recorrer el camino que conduce hasta Él”), y luego entra
profundamente en tu mente, escuchando en silencio y quietud Su Voz. Recuerda tu entrenamiento
acerca de cómo hacerlo: escucha en quietud, con confianza, y con paciencia, repitiendo las frases
cuando tu mente se distraiga.
El propósito de la práctica de la mañana es agarrarte firmemente a Su Mano, para que Él pueda
llevarte, mientras tú a tu vez llevas a tus hermanos. Al prepararte para servir a tus hermanos, el
propósito de la práctica de hoy es fundamentalmente la misma que la de ayer.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).
Repite la idea y luego escucha en silencio y quietud la Voz de Dios. Pregúntale cómo quiere
dirigirte en esta hora que comienza, cómo quiere que guíes a tus hermanos por el camino que lleva a
Él. Y dale gracias por Su dirección en la hora que ha pasado.

Comentario

“Hay una manera de vivir en el mundo que no es del mundo, aunque parezca serlo” (1:1). Y todos
aspiramos a este modo de vida. Lo sorprendente del Curso es que ofrece lo que podría llamarse un
camino del medio entre renunciar al mundo y meterte de lleno en él. Muchos, quizá la mayoría, de
los buscadores espirituales cometen el error de pensar que una vida espiritual de algún modo tiene
que parecer diferente. Algunos se visten de manera diferente, algunos renuncian a las comodidades
modernas, algunos encuentran la espiritualidad en las verduras, algunos llenan sus hogares de
incienso, algunos viven en pobreza, o alejados de la normal multitud mundana.

Esta lección es una de las más claras afirmaciones en el Curso de que un buen estudiante del Curso
no cambia de aspecto, excepto que quizá sonríe más frecuentemente. Hay caminos espirituales que
piden un cambio de apariencia (una cabeza afeitada, vestimenta diferente) y esto no es para quitarle
mérito a estos otros caminos. Pero no son el camino del Curso. Una de las lecciones más difíciles
para los estudiantes del Curso, por lo que he observado, parece ser aprender a ser normales. Un
verdadero estudiante del Curso es como todos los demás, tanto es así que “los que aún no han
percibido el camino también… creerán que eres como ellos, tal como una vez lo fuiste” (1:5).

Sin embargo, somos diferentes. La diferencia está dentro; nos hemos hecho a un lado, hemos dejado
el control de nuestras vidas, y estamos dejando que nuestro Guía Interno dirija nuestro camino a
Dios. Todo el mundo, incluidos nosotros, vinimos a este mundo por elección propia, “buscando un
lugar donde poder ser ilusiones y así escapar su propia realidad” (2:2). Pero hemos descubierto que
no podemos escaparnos de nuestra realidad, y hemos elegido darle menos importancia a las
ilusiones, y seguir la verdad. Hemos aceptado nuestra función, y reconocemos que estamos aquí
ahora, no por nosotros solos, sino para servir a aquellos que nos rodean tal como nos servimos a
nosotros mismos (5:4). Caminamos hacia Dios, y llevamos al mundo con nosotros hacia Dios (12:1;
13:1). Nos hacemos a un lado, y dejamos que Él nos muestre el camino.

LECCIÓN 156 - 5 JUNIO

“Camino con Dios en perfecta santidad”

Instrucciones para la práctica

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.
Aunque no se nos dan instrucciones concretas para las sesiones de práctica, se nos dice cómo
practicar de manera general. Antes de poner los pies en el camino, caminábamos de forma
inconsciente creyendo que caminábamos solos, acompañados únicamente por nuestros pecados.
Llevábamos el peso de lo que creíamos haber hecho como una roca pesada sobre nuestros hombros.
Cuando pusimos nuestro pies en el camino, abrimos nuestra mente a la idea de que Dios camina con
nosotros, de que Su Ser no se separa jamás de nuestro ser, y de que por tanto llevamos la santidad
con nosotros, no nuestros pecados. Ahora parece que tenemos dos mentes, a veces creyendo que
caminamos solos con nuestros pecados, otras veces creyendo que caminamos con Dios en santidad.
Entonces, nuestra práctica consiste en preguntarnos: “¿Quién camina a mi lado?” Queriendo
decir: ¿Dios o el pecado? Al preguntar, necesitamos darnos cuenta de que ésta es una pregunta
verdadera, todavía no estamos realmente seguros de cuál es la respuesta. Y luego tenemos que
responder con estas palabras: “Camino con Dios en perfecta santidad. Ilumino el mundo, ilumino
mi mente, así como todas las mentes que Dios creó una conmigo”. Al decir estas palabras
necesitamos darnos cuenta de que no son nuestras propias palabras intentando responder a nuestra
pregunta. Son las palabras que Dios nos ha dado, es Él Quien nos responde (8:4).
Si podemos aceptar esta respuesta de verdad, entonces nuestra santidad brillará hacia fuera para
que todos la vean. Como dice el párrafo 4, incluso las flores, las olas, los árboles y el viento nos
responderán como si estuviéramos visitando a la realeza ((inclinándose delante de nosotros,
extendiendo una alfombra delante de nosotros, protegiendo nuestra cabeza del calor, llenando el aire
de un dulce olor a incienso), pues sentirán al Rey de los Cielos caminando con nosotros.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).
Haz la pregunta: "¿Quién camina a mi lado (Dios o el pecado)?” Y luego contesta con estas frases:
“Camino con Dios en perfecta santidad. Ilumino el mundo, ilumino mi mente, así como todas las
mentes que Dios creó una conmigo”.
Luego dale las gracias a Dios por caminar contigo en la hora que ha pasado. Puedes pensar en
sucesos de esa hora que demuestran que Él camina contigo.
Y finalmente, pídele que te dirija en la hora que comienza: dónde Él quiere que vayas y lo que quiere
que hagas.

Sugerencia: Puedes hacer esta práctica de hacer la pregunta ("¿Quién camina a mi lado?”) y repetir
la respuesta (“Camino con Dios…) muchas veces cada hora. La lección dice que se haga mil veces
al día, o aproximadamente una vez por minuto. Esta sorprendente frecuencia quizá está un poco más
allá de nuestro nivel de disciplina. Sentiremos beneficios poderosos si lo hacemos unas cuantas
veces por hora.

Comentario

“Las ideas no abandonan su fuente” (1:3). Cuando una mente piensa una idea, esa idea permanece
en la mente; no se vuelve algo separado ni aparte de la mente que la pensó. Y yo soy un Pensamiento
de Dios; por lo tanto, no puedo estar separado de Él. He pensado que yo estaba separado. Sin duda,
muchas veces todavía lo pienso y me comporto como si estuviera separado de Dios. Pero no lo
estoy, no puede ser.

Estar separado de Dios es imposible. Dios es Ser, Dios es Existencia. Todo lo que existe, está en Él.
Él es Vida. Todo lo que vive, vive en Él. “Él es lo que tu vida es. Donde tú estás, Él está. Hay una
sola vida. Ésa es la vida que compartes con Él. Nada puede estar separado de Él y vivir” (2:5-9).

Dios también es santo. Si Dios es santo, y yo estoy en Él, yo soy santo también. “Todo lo que vive es
tan santo como Él” (3:3). Por lo tanto, “Camino con Dios en perfecta santidad”. “No puedo ser
pecaminoso, de la misma manera en que el sol no puede elegir ser de hielo” (3:3). Esto no es una
débil esperanza; es un hecho. Es la verdad acerca de mí, y de ti, y de todos los que viven.

Sin embargo, nos hemos enseñado a nosotros mismos que esta verdad no es verdad. Me asombra ver
qué ideas tan contradictorias surgen en mi mente cuando repito esta afirmación. Sería un ejercicio
útil escribir la idea de hoy como una afirmación, diez o más veces, y luego en otra columna escribir
la respuesta de mi mente a esta idea. Puede que obtengas cosas así:

“Camino con Dios en perfecta santidad”. “No soy tan santo”.


“Camino con Dios en perfecta santidad”. “Me queda mucho trecho para ser santo”.
“Camino con Dios en perfecta santidad”. “No me gusta que me llamen santo”.
“Camino con Dios en perfecta santidad”. “La mayor parte del tiempo camino solo”.

Y así sucesivamente. Lo que es interesante de este ejercicio es que te muestra la serie de


pensamientos que domina tu mente, que se opone a la idea de hoy y la ataca constantemente. Es esta
cadena de pensamientos negativos lo que bloquea la luz en mí. Todas las respuestas son una forma
de la idea “soy un pecador”, lo que con todas mis fuerzas negaría creer, si alguien me lo preguntase.
Y sin embargo, frente a la afirmación de que camino con Dios en perfecta santidad, estas formas de
la idea de que soy pecador surgen “por sí solas”. ¿De dónde vienen? Está claro que de un muy
cuidadoso entrenamiento del ego desde hace mucho tiempo, un lavado de cerebro muy eficaz, tan
bien hecho que ni siquiera me doy cuenta de que mi mente ha sido programada.

¿Creo que soy un pecador? “Tú has desperdiciado muchos, pero que muchos años precisamente en
este pensamiento descabellado” (7:1), dice la lección. Sí, sin duda, lo creo. Pero cuando me doy
cuenta de estos pensamientos negativos acerca de mí, puedo abandonarlos. Puedo “dar marcha
atrás” y dejar de acusarme. Cuando lo hago, “la luz que refulge en ti da un paso adelante y envuelve
al mundo” (6:2).

¿Cómo podemos deshacer la programación del ego? Un modo, claramente recomendado por esta
lección, es una rotunda programación al contrario. Recomienda que mil veces al día nos
preguntemos: “¿Quién camina conmigo?” Y luego, que respondamos escuchando a la Voz de Dios
diciendo por nosotros:

“Camino con Dios en perfecta santidad. Ilumino el mundo, ilumino mi mente, así como todas las
mentes que Dios creó una conmigo”. (8:5-6)

La seguridad de nuestra santidad no viene con una sola repetición de la idea de hoy. Necesitamos
miles de repeticiones. Necesitamos continuar repitiéndola hasta que estemos seguros de ella. Si
tomáramos esto al pie de la letra, repetir la idea mil veces significaría repetirla más que una vez por
minuto, a lo largo de todo el día, suponiendo que estamos despiertos dieciséis horas. ¡Ésas son
muchas repeticiones!

Que hoy vea la “extraña absurdidad” (6:4) de la idea del pecado, y me ría del pensamiento. Que
empiece a aceptar la maravillosa enseñanza del Curso de que el pecado “es un pensamiento
descabellado, un sueño tonto, ridículo quizá, pero no temible” (6:5). Y que me inunde la maravilla
de: “Camino con Dios en perfecta santidad”.
LECCIÓN 157 - 6 JUNIO

“En Su Presencia he de estar ahora”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Conducirnos a nuestra primera experiencia directa del Cielo. Éste es un día santo, un
punto decisivo en el programa de estudios, el comienzo de un nuevo viaje. Hoy empezará tu
ministerio. Tu único propósito ahora será llevar al mundo la visión que refleja lo que sientes hoy. Y
se te dará poder para tocar a todos con esa visión.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.
Acércate a esta práctica con un sentido de santidad, pues estás intentando pasar más allá del velo
del mundo y entrar en el Cielo.
Repite la idea (puedes repetirla una y otra vez), y déjala que te sumerja en ese profundo lugar de tu
mente, el lugar de quietud y descanso.
Luego espera allí “en tranquila expectación y en sereno gozo” (4:3), la experiencia que se te ha
prometido. Confía en que tu Ser te llevará a donde necesitas ir. Él elevará tu mente a las más
elevadas cimas de la percepción, a la más santa visión posible. Aquí, a “las puertas donde finaliza el
aprendizaje” (2:3), te detendrás un momento, y luego atravesarás la entrada a la eternidad. Irás más
allá de toda forma y por poco tiempo entrarás al Cielo.
Hoy se pretende que sea tu primera experiencia de lo que el Texto llama revelación: unión directa
con Dios y con tu Ser. Si sucede (y la lección de mañana parece reconocer el hecho de que puede
que no; ver L.158.11:1), no será la última. Tendrás esta experiencia cada vez más. Cada vez os
acercará a ti y al mundo un poco más al día en el que esta experiencia será vuestra para toda la
eternidad.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).
Repite la idea y pasa un momento de quietud con ella, buscando entrar en la Presencia de tu Ser.
Luego da gracias a Dios por Sus regalos a ti en la hora anterior, y deja que Su Voz te diga lo que Él
quiere que hagas en esta hora que viene a continuación.

Comentario

Experiencia y Visión

Hoy me gustaría compartir algunos pensamientos basados principalmente en la Lección 157, pero
con algunas referencias a la Lección 158 también. Esta lección introduce una serie de lecciones
planeadas para llevarnos al instante santo, que es un objetivo muy importante del Libro de
Ejercicios. A partir de este momento, “cada lección, fielmente practicada, te lleva con mayor rapidez
a este santo lugar” (3:3).

El Curso habla aquí de una experiencia y de una visión que es el resultado de esa experiencia. El
instante santo contiene un instante de conocimiento -algo más allá de la percepción- del que
regresamos con la Visión de Cristo en nuestra mente, que podemos ofrecer a todos.

La experiencia de la que aquí se habla es sencillamente entrar en la Presencia de Dios. Es “una


manera de sentir distinta y una conciencia diferente” (1:4) en la que “aprender a sentir el júbilo de la
vida” (1:6). Se le llama el instante santo. La Lección 157 lo llama “un atisbo del Cielo” (3:1) y un
momento en el que se te deja con tu Ser. Es un instante en el que “el mundo se olvida calladamente y
el Cielo se recuerda por un tiempo” (6:3). Por un momento abandonamos el tiempo y entramos en la
eternidad (3:2). No es algo que nosotros hacemos; el Espíritu Santo, “el Dador de los sueños felices
de la vida” y “el Traductor de la percepción a la verdad”, nos conducirá. (8:2).

La visión de la que se habla es el resultado de la experiencia. No es “una visión”, algo que se ve con
los ojos del cuerpo, sino “la visión”, una manera de ver. No hablamos de un estado de trance, ni de
algunas apariciones en nuestra mente de visiones místicas. Estamos hablando de una manera
diferente de ver el mundo, un mecanismo diferente de vista, algo distinto a los sentidos físicos. La
religión oriental habla del Tercer Ojo para indicar lo mismo.

Al experimentar el instante santo, hemos despertado una manera diferente de ver. Ese nuevo tipo de
visión no desaparece cuando regresamos al mundo (7:1), por así decir. Es sólo una manera de hablar
para decir que volvemos. Nunca nos marchamos. O quizá mejor, puesto que el Cielo es lo real y este
mundo es la ilusión, nunca vinimos aquí en absoluto. Lo que “regresa” con nosotros, dentro del
sueño, es el recuerdo de Dios y del Cielo, el recuerdo de lo que vimos en ese instante santo.
Seguimos viendo atisbos de él más allá de la vista del mundo, viendo el “mundo real” más allá del
mundo; y más allá del mundo real vemos el Cielo.

Cada (aparentemente separado) instante santo que sentimos, fortalece esta nueva visión, este
mecanismo nuevo de ver. Éste es el propósito de las recomendaciones del Libro de Ejercicios para
los periodos de meditación diarios por la mañana y por la noche; son sesiones de práctica, ejercicios
para desarrollar nuestra nueva visión. Por supuesto, se espera que ejercitemos esta visión
constantemente durante el día, para tener varios instantes santos a lo largo del día. Si comparamos
esto con aprender un idioma, las sesiones de meditación son como los laboratorios de idiomas y los
estudios de gramática. Los ejercicios concentrados del idioma no son un fin en sí mismos sino que
están planeados para prepararnos y mejorar nuestras capacidades de hablar y entender cuando
salimos fuera y realmente utilizamos el idioma. Del mismo modo, la meditación no es un fin en sí
misma. Es un ejercicio para fortalecer nuestra visión espiritual, pero el propósito es salir a la vida
diaria y empezar a utilizar esa nueva visión tan a menudo como sea posible.

La Lección 157 dice: “Una experiencia como ésta no se puede transmitir directamente. No obstante,
deja en nuestros ojos una visión que podemos ofrecerles a todos” (6:2-3). No puedo darte un instante
santo directamente. Puedo hablarte de él, pero tú tienes que hacer tu propio trabajo y tener la
experiencia por ti mismo.

Lo que puedo darte u ofrecerte es la nueva visión, la nueva manera de ver el mundo. La visión que
todos podemos enseñar, como maestros de Dios “en prácticas”, es la del perdón y el amor dentro del
mundo. Puedo enseñarte que es posible ver lo invisible más allá de lo visible, ver la verdad duradera
detrás de las nubes de duda, miedo y defensa. Puedo enseñarte a “no ver a nadie como un cuerpo y a
saludar a todo el mundo como el Hijo de Dios que es reconociendo que es uno contigo en santidad”
(L.158.8:3-4). Al verte sin culpa, te enseño que ver sin culpa es posible.

Y al estar dispuesto a practicar la visión, dispuesto a pedir que se te muestre una manera diferente de
ver, llega la experiencia del instante santo.

LECCIÓN 158 - 7 JUNIO

“Hoy aprendo a dar tal como recibo”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Practicar ver a tus hermanos con la visión de Cristo, viendo más allá de sus cuerpos, de
sus errores y de sus pensamientos de miedo a la santidad pura y sin mancha de su verdadera
Identidad.
Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.
Como siempre, empieza repitiendo la idea del día. Su significado puede parecer poco claro, pero la
lección lo explica muy claro. Significa: “Hoy aprendo a dar a mis hermanos una visión de Quién
son realmente, tal como yo recibo de Dios el conocimiento de Quién soy realmente”. El
conocimiento que Dios te da no puede darse directamente; únicamente puedes darlo en forma
reflejada, dándoles a otros tu visión de su santidad.
Luego pasa el resto del tiempo como el Espíritu Santo te indique tal como el Libro de Ejercicios te
ha enseñado a hacer. Lo principal que te ha enseñado a hacer durante estos periodos más largos de
práctica es aquietar la mente y sumergirte hacia adentro y abajo al profundo santuario dentro de ti,
manteniendo toda la atención en ello, y retirando tu mente de las distracciones por medio de
repeticiones de la idea del día.
Hoy, haz esto con la intención de ponerte en contacto con el conocimiento de Quién eres, para que
puedas dárselo a tus hermanos. Al sumergirte dentro de este profundo pozo dentro de ti, obtendrás la
consciencia de que no somos cuerpos, y ésta es la consciencia que vas a dar a tus hermanos hoy.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).
Repite la idea y luego (ésta es recomendación mía) pasa un rato intentando ver a un hermano
concreto a través de los ojos de Cristo. Conscientemente intenta ver más allá de su cuerpo y de su
personalidad a la santa luz de su verdadera realidad.
Luego da gracias a tu Padre por los regalos que te ha dado en la hora anterior: quizá regalos de ver
más allá de la apariencia de un hermano concreto a su verdadera realidad.
Finalmente, pide dirección para la hora que comienza. Puedes pensar en personas con las que es
posible que te encuentres y prepárate para esos encuentros, mirando intencionadamente más allá del
cuerpo de cada persona a la santidad que brilla en él.

Recordatorios frecuentes: Cada vez que te encuentres con alguien.


Acuérdate de ver a cada hermano con el que te encuentres con la visión de Cristo. Contémplale
como el Hijo de Dios, uno contigo, y no como una mente separada que habita en un cuerpo
separado. Para motivarte, recuerda que lo que ves en él es lo que ves en ti. Si le ves con la visión de
Cristo, entonces esa visión brillará sobre ti.

Comentario

Esta lección encierra mucha metafísica profunda, concretamente de la relacionada con el tiempo, un
punto de partida genial es el libro de Ken Wapnick Una Enorme Ilusión: El Tiempo en ‘Un Curso de
Milagros’. ¡No puedo escribir un libro esta noche y probablemente no quieres leer uno en este
momento! Así que voy a saltarme la mayor parte de ello.

El asunto práctico que esta lección está intentando exponer es que el “conocimiento”, que pertenece
al mundo del Cielo, está más allá del alcance de este Curso. Todos recibimos el conocimiento
cuando fuimos creados; todo ser viviente sabe, por naturaleza, que está conectado a su Fuente:
“mente, por siempre libre de pecado y totalmente exento de miedo al haber sido creado del Amor”
(1:2). Puede parecernos que esto es algo que no tenemos, y que es esto lo que estamos intentando
dar a los otros y recibirlo para nosotros. Pero no podemos darlo porque todos lo tienen ya. Existe
completamente fuera del tiempo. El momento del tiempo en el que la experiencia de este
conocimiento se revela ya ha sido determinado, por nuestra propia mente (2:9). Cuando tenga que
suceder, sucederá.

Dentro del tiempo -que es una ilusión- lo que podemos dar y recibir es el perdón. El perdón es el
regalo que refleja verdadero conocimiento “de manera tan precisa que su imagen comparte su invisi-
ble santidad” (11:2). Lo que podemos dar es una visión de inocencia total, la “visión de Cristo”.
Podemos mirar más allá del cuerpo y ver una luz, mirar más allá de lo que puede tocarse y ver una
idea, mirar más allá de los errores y los miedos de nuestros hermanos y ver su pureza natural.
Podemos saludarnos al otro y verle “como el Hijo de Dios que es, reconociendo que es uno contigo
en santidad” (8:4).

No estamos dando el conocimiento. Cuando nos encontramos con alguien, podemos darle nuestra
visión de él sin mancha alguna de pecado. A través del modo en que le percibimos, puede encontrar
una nueva percepción de sí mismo, una que no ha encontrado por su cuenta. Cuando responda a
nuestra visión misericordiosa, nos devolverá esa visión a nosotros, permitiéndonos ver el Amor de
Dios dentro de nosotros. Cuando perdonamos a otro, al mismo tiempo hemos perdonado nuestros
propios pecados, porque “en tu hermano te ves a ti mismo” (10:3).

No podemos saber cuándo vendrá la revelación de la verdad, la experiencia de nuestra realidad. Ese
momento ya ha sido fijado, el drama se está representando, no hay nadie que dé ni un solo paso al
azar (3:1-3). Y sin embargo, cada acto de perdón acerca más ese día. Entonces, nuestra preocupación
no es la experiencia final, sino la práctica de la visión, ver con los ojos de Cristo. Esto es algo que
podemos alcanzar, esto es algo acerca de lo que podemos hacer algo. Y lo podemos hacer hoy.
Ahora mismo.

“Esto se puede enseñar, y todo aquel que quiera alcanzarlo tiene que enseñarlo” (8:1). El modo de
aprender la visión de Cristo es darla. El modo de lograr la visión de nosotros mismos como Cristo
nos ve es practicar ver a otros con Sus ojos. Lo damos para recibirlo. Éste es el plan completo del
Curso.

LECCIÓN 159 - 8 JUNIO

“Doy los milagros que he recibido”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Abrir el almacén de tesoros de Cristo, en lo más profundo de tu mente, recoger azucenas
de perdón allí, y luego dárselas a tus hermanos. Únicamente al darlas, reconocerás que las has
recibido.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.
Como es habitual en esta etapa, no se nos dan instrucciones acerca de qué hacer durante nuestras
sesiones de práctica. Así que lo que viene a continuación es una sugerencia basada en el contenido
de la lección.
Cierra los ojos, repite la idea, y sumérgete en lo más profundo de tu mente. Cuando te acercas al
centro de quietud en tu mente, ves un almacén de tesoros, una estructura hermosa y brillante que
extiende una sensación de santidad. Te acercas a esta enorme entrada, preguntándote si podrás entrar.
Sin embargo la lección nos recuerda: “A nadie se le niega la entrada a este nuevo hogar donde le
aguarda su salvación” (7:4). La puerta se abre silenciosamente delante de ti, y al entrar contemplas el
tesoro almacenado en este lugar. En lugar de oro y plata, ves un sagrado jardín con las más
sorprendentes azucenas que has visto. Literalmente brillan con santidad. A su alrededor oyes en el
aire el suave canto de coros celestiales. Te das cuenta de que éstas son las azucenas del perdón. Son
los milagros. También te das cuenta de que es en la visión de Cristo donde crecen, “el milagro del
que emanan todos los demás milagros” (4:1).

Estás aquí para recoger estos milagros y llevarlos contigo de vuelta al mundo. Así que camina por el
jardín y empieza a recoger las azucenas. No seas tímido, para eso es para lo que están. Al recoger
cada una, date cuenta de que en su lugar florecen dos más. Ahora, con un montón de azucenas, estás
listo para salir a lo que tengas que hacer ese día, listo para dar esos milagros a todos con los que te
encuentres.
Después de este periodo de práctica, cuando continúas con las actividades del día, imagina que estás
dando una de estas azucenas a cada persona con la que te encuentras. Tu azucena es el
reconocimiento de que esa persona es el Cristo, totalmente limpio de su pasado, listo para levantarse
de la tumba de sus pecados, y así nacer de nuevo. Así que cuando le das la azucena, puedes decirle
mentalmente: “Estás perdonado. Ésta es tu Pascua Florida”.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).
Sugiero repetir la idea y entonces elegir una persona. Luego imagina darle una azucena a esa
persona, mientras le dices mentalmente: “Estás perdonado. Ésta es tu Pascua Florida”. Después
pregúntale a Dios qué azucenas quiere que des en la hora siguiente, y dale gracias por las azucenas
que Él ha dado a través de ti en la hora que ha pasado.

Comentario

Fíjate en que el título de la lección de hoy es casi el mismo que el de la lección de ayer: “Hoy
aprendo a dar tal como recibo”. Hay un pensamiento en común en estas dos lecciones, incluso
extendiéndose a dos lecciones anteriores. Todas ellas hablan de la visión de Cristo. Todas ellas nos
presentan la idea del instante santo como una parte fundamental de nuestra práctica espiritual,
aunque no se habla de ello concretamente en cada una de estas lecciones.

La idea general que se presenta es la de nuestra continua práctica espiritual. Es ésta: Entramos en el
instante santo a menudo. Ahí, experimentamos un toque de eternidad o del Cielo, un atisbo del
conocimiento de la verdad. Mientras que la experiencia no podemos traerla con nosotros al mundo,
podemos traer cómo es esa experiencia traducida a la percepción, a esto se le llama “la visión de
Cristo”, que se manifiesta en el perdón.

En esta lección, el instante santo se da a entender con frases como: “Permitámonos por un instante
soñar con Él” (10:6), o “Recíbelos ahora abriendo el almacén de tu mente donde se encuentran”
(2:5). El Instante Santo es el “almacén” al que venimos, el lugar en el que recibimos los regalos de la
visión de Cristo. Tenemos que recibir antes de que podamos dar.

Pero no podemos reconocer, o hacernos conscientes por completo de lo que hemos recibido hasta
que lo demos: “Al dar es como reconoces que has recibido. Es la prueba de que lo que tienes es
tuyo” (1:7-8). Extender la visión de Cristo es una parte esencial del plan de salvación que presenta el
Curso. Es lo que nos trae seguridad. Esto es muy parecido al principio que enseña Alcohólicos
Anónimos de que te mantienes sobrio ayudando a otro a mantenerse sobrio. Aquí se enseña:

Comprendes que estás sano cuando ofreces curación: Aceptas que el perdón se ha consumado en ti
cuando perdonas”. (2:1-2)

Es únicamente cuando traemos las “azucenas” del perdón del instante santo, donde las recibimos, y
las damos al mundo, cuando verdaderamente sabemos que estamos perdonados. Al dar los milagros
cuando los recibimos.

Padre, ayúdame hoy a darme cuenta de que soy rico. El almacén de mi mente está lleno de milagros.
Puedo venir a este almacén y, en este instante santo, recibirlos. Me los confiaste para que yo los
diera. Que hoy me detenga a menudo, para encontrarme aquí Contigo, y luego lleve estos tesoros
para ofrecérselos al mundo. Éste es mi único propósito en la vida, ésta es la razón por la que estoy
aquí.

LECCIÓN 160 - 9 JUNIO


“Yo estoy en mi hogar. El miedo es el que es un extraño aquí”

Instrucciones para la práctica

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.
Mi sugerencia: Empieza dándote cuenta de que la experiencia de miedo y la experiencia de hogar
no pueden sentirse al mismo tiempo. Cuando verdaderamente te sientes en el hogar, tienes una
sensación de refugio y seguridad, una sensación de unión y de pertenecer ahí, una sensación de
comodidad y paz. Cuando sientes miedo, sientes la ausencia de todas esas cosas. Fundamentalmente,
te sientes sin hogar.
Ahora pasa un tiempo intentando ponerte en contacto con ese estado. Primero, imagina sintiéndote
completamente en el hogar dentro de ti mismo, pase lo que pase fuera de ti. Imagina que sabes quién
eres, sintiéndote en el hogar contigo mismo. Imagina sintiéndote en el hogar con Dios, envuelto en
Su Amor. Imagina al miedo siendo un pensamiento que acecha en la superficie de tu mente,
intentando invadir la paz de este hogar interior, llamando a la puerta, dando golpes en la ventana,
pero que no puede entrar.
Luego ponte en contacto con el estado de miedo, el estado en el que todos vivimos. Date cuenta de
cómo en este estado, el miedo, la ansiedad y la preocupación son tus reacciones más naturales a los
acontecimientos del mundo, tan naturales que son respuestas automáticas. Esto te hace sentir que no
tienes un puerto seguro ni un refugio verdadero. Te sientes separado de Dios y alejado de ti mismo.
Es como si estuvieses acechando fuera, mientras el miedo se sienta sin problemas en el trono de tu
mente.
Ahora pregúntate a ti mismo con sinceridad: “¿Quién es el extraño?” ¿Es el miedo o tú? ¿Quién
se sienta en el hogar de tu mente, y quién está fuera caminando sin hogar? ¿Es el miedo o tú? ¿Cuál
de los estados por los que has pasado es la verdad y cuál es la mentira?
Ahora responde con estas palabras que Dios te ha dado: “Yo estoy en mi hogar. El miedo es el que
es un extraño aquí”. Date cuenta de que esta respuesta es verdad porque viene de Dios. Repítela una
y otra vez. Intenta sentir la verdad que encierra.
Finalmente, deja que esta idea te lleve muy adentro en tu mente, al lugar donde estás en tu hogar y
donde el miedo no tiene lugar. Siente la atracción del hogar llevándote muy dentro en tu interior.
Sumérgete allí donde eres uno con tu Ser, en el hogar en tu Creador. Para renovar el centro de tu
atención, de vez en cuando repite: “Yo estoy en mi hogar”. Y cuando un pensamiento se cuele en
este santo hogar, di: “Yo estoy en mi hogar. Este pensamiento es el que es un extraño aquí”.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).
Repite la idea, dejando que te lleve a un lugar en tu mente donde te sientes verdaderamente en el
hogar. Dale gracias a tu Padre por las cartas desde el hogar que te ha enviado en la hora anterior, en
forma de relaciones y cambios en la percepción. Y pregúntale que hacer en la hora a continuación.

Respuesta a la tentación: Cuando te sientas tentado a sentir miedo o a ver a un hermano como un
extraño.
Cuando sientas la tentación del miedo, di: “Yo estoy en mi hogar. Este pensamiento de miedo es el
que es un extraño aquí”. Mientras lo haces, imagínate a ti mismo en el hogar dentro de tu mente
mientras que el pensamiento de miedo espera fuera, sin poder entrar.
Cuando sientas la tentación de ver a un hermano como un extraño, recuerda que él es parte de tu Ser.
Puedes decirle mentalmente a este hermano: “Tú estás en el hogar conmigo. No hay extraños aquí.

Comentario
En esta lección el miedo es lo mismo que el “ego”. La imagen que aquí se da es que hemos invitado
a nuestro hogar al miedo, personificado como un extraño, y el extraño se ha puesto al mando y ha
declarado que él es nosotros. Ha absorbido nuestra identidad casi por completo. Y la parte demente
de todo ello es que vamos con el extraño. Hemos aceptado que el extraño es realmente nosotros, y le
hemos dejado nuestro hogar a él por completo. Nos ha despojado de todo.
¿Quién es el extraño? ¿Tú o el ego? Es tan fácil, cuando pensamientos de miedo invaden nuestra
mente, creer que el miedo es nosotros. Que la ira es nosotros. Que la soledad es nosotros. Que la
incapacidad es nosotros. Nos hemos acostumbrado a identificarnos con nuestros pensamientos y
sentimientos de miedo, pensamos que ellos son nosotros. La fuerza de esta lección es que todas estas
manifestaciones de miedo son un intruso, no una auténtica parte de nosotros en absoluto. Tú no eres
el ego, el ego no es tú.

Stephen Levine, en varios de sus libros, habla acerca de relacionarnos con nuestro miedo en lugar de
relacionarnos desde nuestro miedo. La diferencia que hace es entre identificarnos con el miedo
(relacionarnos desde él) o diferenciar nuestro ser de él (relacionarnos con él). Cuando me relaciono
desde el miedo, me tiene atrapado. Me dirige el miedo, el miedo es yo. Sin embargo, cuando me
relaciono con mi miedo, puedo mirarlo con misericordia y sin confusión. Puedo reaccionar al miedo
con compasión, y sanar en lugar de dejarme invadir por el pánico. Es la diferencia entre decir:
“Tengo miedo” y decir: “Tengo pensamientos de miedo” o “Estoy sintiendo miedo”. Mis
pensamientos no son yo. Yo soy el pensador que está pensando los pensamientos, pero yo no soy los
pensamientos.

Cuando podemos separarnos del miedo que sentimos, ya nos hemos identificado con nuestro
verdadero Ser. Nuestro Ser está seguro de Sí Mismo, y actúa para sanar nuestra mente, para
llamarnos al hogar. Cuando damos la bienvenida en nuestra mente a este Ser, recordamos Quién
somos.

Sin embargo, esta nueva visión de nosotros mismos incluye necesariamente a todos. Es como si
Dios nos estuviera ofreciendo unas gafas y dijera: “Si te las pones, verás tu verdadero Ser”. Pero nos
rebelamos, cuando descubrimos que al ponérnoslas no sólo nos vemos a nosotros en una nueva luz
sino a todos. Queremos vernos a nosotros inocentes, pero no estamos dispuestos a ver a todos de ese
modo. Si nos negamos a ver inocentes a todos a nuestro alrededor, nos quitaremos las gafas,
rechazaremos la visión de Cristo, y no podremos reconocernos a nosotros mismos (10:5). “Mas tú
no lo podrás recordar a Él (Dios) hasta que contemples todo tal como Él lo hace” (10:4).

Cuando pensamientos de miedo entren hoy en mi mente, que yo reconozca que ellos son los
extraños, los intrusos, y que yo soy el que estoy en mi hogar, no el miedo. El miedo no pertenece
aquí. No necesito aceptarlo en mi mente. Pero que no luche contra el miedo, que contemple a mis
pensamientos de miedo con compasión y con comprensión, reconociéndolos como un simple error,
y no como un pecado. No hay que sentirse culpable por sentir miedo, no hay necesidad de ello.
Puedo abandonar estos pensamientos, puedo ir a mi Ser, y ver esos pensamientos como las ilusiones
que son. Puedo contemplarme con amor. Y desde este mismo lugar de consciencia compasiva, veo a
todos mis hermanos en la misma luz: atrapados por el miedo, confundiendo al miedo consigo
mismos, y que necesitan no juicio ni ataque sino perdón, amabilidad y compasión.

LECCIÓN 161 - 10 JUNIO

“Dame tu bendición, santo Hijo de Dios”

Instrucciones para la práctica

Propósito: “pronunciarnos en contra de nuestra ira” (1:1). Eliminar los miedos que hemos
proyectado sobre nuestros hermanos y ver el salvador divino que son.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.
Elige un hermano en representación de todos los hermanos. Al perdonarle a él, perdonas a todos.
Contémplalo en tu mente tan claro como puedas: su rostro, manos, pies, su sonrisa, sus gestos. Al
hacer esto te pones en contacto con todos los significados negativos que has proyectado sobre él.
Como la lección ha dicho antes, el cuerpo de otro es una gran pantalla de proyección.
Luego date cuenta de que lo que estás viendo te impide la visión de tu salvador. Muy dentro de esta
persona hay un ser santo que, como un gran maestro espiritual, puede iluminarte con su bendición y
liberarte de las cadenas que te has puesto a ti mismo. Si le vieras tal como es, te sentirías impulsado
a arrodillarte a sus pies.
Pídele a este santo ser que te libere. Dile: “Dame tu bendición, santo Hijo de Dios. Quiero con-
templarte con los ojos de Cristo, y ver en ti mi perfecta impecabilidad”. Repite estas frases una y
otra vez, con el corazón, tal como le pedirías su bendición a un maestro iluminado.
Has invocado al Cristo en él, y el Cristo en él te responderá. Se te caerán las vendas de los ojos y te
darás cuenta de que has estado completamente equivocado acerca de quién es esta persona.
“Contempla ahora a aquel que tan sólo habías visto como carne y hueso, y reconoce que Cristo ha
venido a ti” (12:3), venido para revelarte al Cristo en ti.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).
Repite la idea, quizá aplicándola a una persona determinada. Luego da gracias a Dios por las
bendiciones que Él te ha dado en la hora que ha terminado. Y pídele Su dirección para la hora que
comienza.

Respuesta a la tentación: Cada vez que sientas la tentación de atacar a un hermano.


Utiliza la idea inmediatamente. Déjala que te ayude a ver más allá de la apariencia de demonio
(12:6), o de un animal salvaje ansioso por hacerte pedazos (8:2-4), a la realidad de que aquí delante
de ti está el Cristo.

Comentario

(Los comentarios de hoy son algo que escribí hace unos años cuando estaba trabajando como
especialista en ordenadores en Nueva Cork. En aquel día concreto, yo había esperado poder trabajar
desde casa, a través del modem, pero mi cliente había insistido en que fuera a su oficina. Esto había
echado por tierra mis planes de un largo “rato de quietud”. Los comentarios que siguen fueron los
que me vinieron al leer la lección.)

“Hoy vamos a… pronunciarnos en contra de nuestra ira de modo que nuestros temores puedan
desaparecer y darle cabida al amor” (1:1). ¡Qué casualidad que yo empiece esta lección con
llamaradas de ira por tener que salir precipitadamente a trabajar! Cuando un hermano o una
circunstancia parecen causar ira en mí, en lugar de escuchar al ego y estar de acuerdo con que la
causa de mi ira es el hermano o la circunstancia, que yo vea que el hermano me está dando una
bendición al mostrarme que estoy furioso y que me he soltado de la mano de Jesús.

Piensa en ello por un momento con lógica. Si estoy completamente conectado al Amor de Dios en
mi corazón, nada podrá alterar mi paz. Si surge algo que (aparentemente) altera mi paz, algo tiene
que haber sucedido antes. Primero tengo que haberme desconectado del Amor de Dios, para
reaccionar de ese modo. Entonces, ese algo en lugar de causar mi disgusto simplemente me lo está
mostrando. Por lo tanto, puedo ver la acción de mi hermano o la circunstancia como una bendición,
un mensaje de Dios, una lección que Dios quiere que yo aprenda.

“La condición natural de la mente es una de abstracción total” (2:1). La abstracción se refiere al
contenido, en lugar de a la forma. Separa las cualidades o propiedades de un objeto por sí mismo de
la forma física de ese objeto. El estado natural de la mente considera al contenido “separado de la
existencia concreta” (Diccionario Americano Heritage).

Aquí Jesús dice que parte de la mente se ha vuelto concreta y específica en lugar de abstracta. Ve
pedazos del todo, en lugar de ver todo. Ésta es la única manera en que podríamos ver “el mundo”.
“El propósito de la vista es mostrarte aquello que deseas ver” (2:5). Si estoy viendo algo que “me
hace” enfadar o disgusta, es porque quiero verlo. La mente, que se dedica a lo abstracto, ya se ha
separado del Amor de Dios (o piensa que lo ha hecho, o desea hacerlo, ya que la separación es
imposible). Por lo tanto, divide la realidad, ve formas concretas que parecen justificar su separación,
su ira y su disgusto. Inventa ilusiones que aparentemente dan razones válidas para estar disgustado.

Consigue esto sólo al ver pedazos en lugar del Todo. Nunca me disgustaría si pudiera ver todo el
cuadro, tal como Dios lo ve, incluyendo cosas que ni siquiera puedo imaginarme desde mi limitada
comprensión. Yo he inventado esas cosas concretas. Puesto que yo las he inventado, y estoy metido
de lleno en esas cosas concretas que he inventado con el propósito de justificar mi separación de
Dios, “ahora son las cosas concretas las que tenemos que usar en nuestras prácticas” (3:2). El
Espíritu Santo tomará las circunstancias concretas que yo me he inventado como un ataque a Dios y
Él las usará para llevarme de regreso. ¿Cómo?

Se las entregamos al Espíritu Santo, de manera que Él las pueda utilizar para un propósito diferente
del que nosotros les dimos. Él sólo se puede valer, para instruirnos, de lo que nosotros hicimos, pero
desde una perspectiva diferente, a fin de que podamos ver otro propósito en todo. (3:3-4)

(En otras palabras, todo con lo que tenemos que trabajar son las cosas concretas que nos hemos
inventado, para que Él las utilice)

…para instruirnos pero desde una perspectiva diferente, a fin de que podamos ver otro
propósito en todo. (3:4)

“La mente que se enseñó a sí misma a pensar de manera concreta ya no puede captar la abstracción
en el sentido del abarcamiento total que ésta representa” (4:7). Ideas como “todas las mentes están
unidas” y “un hermano es todos los hermanos” ¡no significan absolutamente nada para nosotros! No
podemos entenderlas. Estas afirmaciones abstractas sencillamente no nos ayudan, tan metidos como
estamos en la ilusión.

Nos aferramos a las cosas concretas, a símbolos como el cuerpo, porque nuestro ego quiere miedo, y
éste es el único modo en que el miedo puede parecer muy real. Así que ponemos toda nuestra
atención en los símbolos, las cosas concretas, el cuerpo. Nos sentimos limitados por nuestro propio
cuerpo, y por los cuerpos de otros, vemos a los cuerpos como si nos estuvieran atacando.

Cuando veo a un hermano como un cuerpo que me ataca, lo que veo es mi propio miedo como si
estuviera afuera, listo para atacar (párrafo 8). Tendemos a pensar que cuando proyectamos miedo,
vemos personas que tienen miedo; no es así, lo que vemos son personas que parecen hacer que
tengamos miedo. Vemos un monstruo que “chilla de rabia y da zarpazos en el aire deseando
frenéticamente echarle mano a su hacedor y devorarlo” (8:4). Cuando me disgusto y enfado con mi
cliente por “obligarme” a ir a su oficina, esa situación externa concreta realmente me está mostrando
¡mi propio miedo al Amor de Dios! Me está dando la oportunidad de ver más allá del aparente
ataque y de pedirle una bendición, para que me muestre mi propia perfecta inocencia.

Si Le permito al Espíritu Santo que me muestre a mi hermano como es, en lugar de verlo como mi
miedo lo ha imaginado, lo que vea será tan impresionante que apenas podría contener el impulso de
arrodillarme a sus pies (9:3). Y sin embargo, lo que él es, yo lo soy y seré; en lugar de arrodillarme
tomaré su mano (9:4).

Invoco al Cristo en él (mi cliente) para que me bendiga. Únicamente estoy viendo un símbolo de mi
propio miedo a Dios. Le traigo ese miedo al Espíritu Santo ahora. Y cuando lo hago, empiezo a
sentir una chispa de verdadera gratitud a mi hermano por ofrecerme esta salvación del miedo. Siento
que desaparece mi enfado por tener que viajar a la ciudad. Esto también es una lección, y muy
buena. Gracias, Jesús, por esta lección. Y gracias a ti, mi hermano.
LECCIÓN 162 - 11 JUNIO

“Soy tal como Dios me creó”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Aceptar la perfecta santidad que es tu derecho, reconocer al Hijo de Dios en ti. Y así
llevar esta aceptación y reconocimiento a todos.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.
Mi sugerencia: Pasa este tiempo en profunda meditación. Deja que el poder de estas palabras
sagradas (“Soy tal como Dios me creó”) te lleve al lugar de tu mente donde sientes el Ser que Dios
creó como tú. Puedes empezar esta meditación repasando las diferentes imágenes que tienes de ti
mismo, afirmando cada una como “Me veo a mí mismo como…” y abandonando cada una al
afirmar: “Pero soy tal como Dios me creó”.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).
Concéntrate en la idea y deja que lleve tu mente a la quietud. Luego dale gracias a tu Padre por Sus
regalos en la hora que ha terminado. Y pídele Su dirección para esta hora que comienza.

Observaciones generales: Recomiendo tomar una decisión consciente de empapar tu mente en


estas palabras hoy. Empieza el día con ellas, termina el día con ellas, e intenta mantenerlas contigo
todo el tiempo entre medias. Si lo haces así, sentirás su poder de elevar tu estado. Pueden
transformar tu mente en el almacén de tesoros en el que se guardan todos los regalos de Dios, listos
para que tú los repartas al mundo. La lección de hoy da por sentado que tu comprensión de esta idea
se ha metido muy adentro, pues mientras que en las anteriores apariciones de esta idea (Lecciones 94
y 110) se te dieron frases añadidas a repetir, esta lección dice que no se necesitan pensamientos
adicionales para entender su significado (4:2).

Comentario

Por tercera vez encontramos como el pensamiento principal de una lección lo que es el pensamiento
más repetido en el Curso. (Las primeras dos lecciones fueron la 94 y la 110, la idea ya apareció
también en la 93). La frase “como Dios me creó” aparece 105 veces en el Curso. La veremos como
el centro de atención de nuestro repaso en el Libro de Ejercicios en otras veinte lecciones: 201-220.

¿Por qué es tan importante y se repite tan a menudo esta idea? “Sólo con que mantuvieses este
pensamiento fijo en la mente, el mundo se salvaría” (1:1). En el Texto, todo nuestro viaje espiritual
se describe como esta idea: “No haces sino emerger de una ilusión de lo que eres a la aceptación de
ti mismo tal como Dios te creó” (T.24.II.14:5). Si estas afirmaciones son verdad, es motivo
suficiente para aprender esta idea de memoria y repetirla una y otra vez hasta que se convierta en
parte de nuestro sistema de pensamiento. Podemos decir que todo el Curso no tiene otro objetivo, ni
más ni menos, que llevarnos al punto en el que mantenemos firmemente este pensamiento en nuestra
mente.

En el párrafo 4 se describe nuestra práctica del día de una manera muy sencilla. Todo lo que
necesitamos son las palabras de la idea principal: “no necesitan pensamientos adicionales para poder
producir un cambio en la mente de aquel que las utiliza” (4:2). El cambio de mente que el Curso
pretende es sencillamente la aceptación de nosotros mismos tal como Dios nos creó. Al poner toda
nuestra atención en este pensamiento, meditarlo, repetirlo, y darle vueltas en nuestra mente,
aceleramos este cambio de mente. “Y así aprendes a pensar con Dios. La visión de Cristo ha
restaurado tu vista al haber rescatado tu mente” (4:4-5).

En la Lección 93, había unas palabras añadidas, que a mí me ayudaron a aclarar su significado:

La salvación requiere que aceptes un solo pensamiento: que eres tal como Dios te creó,
y no lo que has hecho de ti mismo. Sea cual sea el mal que creas haber hecho, eres tal
como Dios te creó. Sean cuales sean los errores que hayas cometido, la verdad con
respecto a ti permanece inalterada. La creación es eterna e inalterable. (L.93.7:1-4)

No somos lo que hemos imaginado de nosotros mismos. Nuestros errores no han cambiado la
verdad acerca de nosotros. Eso es lo que significa aceptar esta idea: el reconocimiento de que nada
que hayamos hecho ha podido alterar nuestra relación con Dios en lo más mínimo, ni cambiar
nuestra naturaleza, que Dios nos dio en nuestra creación. Nuestros actos más vergonzosos, los
pensamientos que nunca mostraríamos al mundo, no han cambiado la creación de Dios en lo más
mínimo. No hay razón para la culpa, no hay motivo para alejarnos de Dios con miedo, nuestros
imaginados “pecados” no han tenido ningún efecto. Todavía estamos a salvo, y completos, y sanos,
y nada nos falta.

¿Cómo tenemos que usar estos pensamientos? “Santo es en verdad aquel que hace suyas estas
palabras; que se levanta con ellas en su mente, las recuerda a lo largo del día, y por la noche se las
lleva consigo al irse a dormir” (3:1). Me recuerda a las palabras escritas acerca de Dios en el Antiguo
Testamento: “Se las repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de
viaje, así como acostado o levantado” (Deuteronomio 6:7). En otras palabras, haz de ellas parte de
toda tu vida, especialmente al levantarte por la mañana y cuando te vas a dormir.

Reconocer que “Soy tal como Dios me creó” es reconocer al Hijo de Dios. Es estar libre de culpa. Es
conocer la inocencia de cada cosa viviente. Es reconocer a Dios como el Creador perfecto. Es liberar
el pasado. Es perdonar al mundo. Todo lo que necesitamos está en estas palabras: “Soy tal como
Dios me creó”.

LECCIÓN 163 - 12 JUNIO

“La muerte no existe. El Hijo de Dios es libre”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Adoptar una postura en contra de todas las formas de muerte; darnos cuenta de que, a
menos que Dios esté muerto, la muerte misma debe ser irreal. Mirar más allá de la apariencia
externa de la muerte (que nos rodea por todas partes), y ver la verdadera vida que brilla en todas las
cosas. Así liberamos a todos los que adoran a la muerte.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.
Empieza con la oración al final de la lección (ésta es la primera oración del Libro de Ejercicios).
Hazla tu oración del día. La oración pide que Dios bendiga tus ojos, les dé poder para ver más allá
de la ilusión de la muerte a la que te enfrentas por todas partes, y que veas la vida eterna que brilla en
todas las cosas. A través de esta visión abandonas la religión de adorar a la muerte, y rescatas a otros
de este mismo culto peligroso.
Después de la oración, haz aquello a lo que te sientas guiado a hacer en la sesión de práctica.
Puesto que la oración se centra en ver con la visión de Cristo, puedes intentar sumergirte en tu mente
y unirte al Cristo en ti, para que Sus ojos se vuelvan tus ojos.
Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).
Repite la idea. Puedes también repetir la oración de nuevo, lo recomiendo de verdad. Luego dale
gracias a Dios por Sus regalos en la hora anterior, y deja que Su Voz te diga lo que Él quiere que
hagas en la hora siguiente.

Respuesta a la tentación: Cada vez que te sientas tentado a creer en alguna forma de muerte.
Las formas de muerte incluyen cualquier cosa en la que la vida (en el más amplio sentido de la
palabra) parezca estar perdiendo la batalla. Esto incluye la tristeza, el miedo, la ansiedad, la duda, la
ira, la envidia; resumiendo: cualquier emoción negativa (ver 1:2), así como la enfermedad y la
muerte física. Ante todas ellas, repite inmediatamente la idea del día. Date cuenta de que significa
que la vida y la muerte no pueden las dos ser reales, ya que una contradice a la otra. Y puesto que la
vida es de Dios y Dios no puede ser asesinado, la única realidad que puede existir es la vida sin fin.

Comentario

Cuando el Curso dice: “La muerte no existe”, no está hablando de la muerte del cuerpo. De hecho,
en otro lugar afirma que el cuerpo no muere, por la sencilla razón de que nunca ha existido
(T.28.VI.2:4; T.6.V(A).1:4). Es una insensatez hablar de la inmortalidad física y basarla en Un Curso
de Milagros. ¿Cómo puede vivir eternamente lo que nunca ha existido?

La lección dice: “La muerte es un pensamiento” (1:1). No un acontecimiento en el mundo físico,


sino un pensamiento. En su forma más simple es el pensamiento “la vida termina”. Es de este
pensamiento básico del que brotan muchas formas diferentes. La tristeza es un pensamiento de
muerte. El miedo es un pensamiento de muerte. La ansiedad es un pensamiento de muerte. La falta
de confianza es un pensamiento de muerte. La preocupación por el cuerpo es un pensamiento de
muerte. Incluso “todas aquellas formas en las que el deseo de ser como no eres” (1:2) son en realidad
variaciones del pensamiento de muerte. Mi preocupación por el cuerpo y querer perder peso es una
forma oculta del pensamiento de muerte. Parte de la motivación para evitar estar demasiado gordo es
para “vivir más”. Pero si el cuerpo no está vivo en absoluto, ¿de qué estamos hablando?

Incluso el pensamiento aparentemente espiritual de desear dejar el cuerpo detrás y estar libre de él
es un modo de ver la muerte física como una especie de salvación. “Mi cuerpo es algo
completamente neutro” (L.294, encabezamiento).

No es una cosa santa, destinada a vivir eternamente si soy lo bastante espiritual, ni es una trampa, ni
una prisión, ni una limitación real para el espíritu. Estar en un cuerpo no me impide ser
completamente espiritual. Estar en un cuerpo no me hace un ego. Más bien, ¡es ser un ego lo que
inventa al cuerpo!

Según la manera de pensar del mundo, la muerte es de lo único que se puede estar seguro. Todo lo
demás parece “perderse demasiado pronto independientemente de cuán difícil haya sido adquirirlas”
(3:1).Como el predicador del Eclesiastés grita: “¡Vanidad de vanidades! Todo es vanidad, inútil y
atrapar vientos” (Eccl 1:2, 14). La riqueza, el lujo, la familia, los amigos, nada satisface, y nada dura
para siempre. La muerte se los lleva todos al final. La muerte nunca deja de triunfar sobre la vida.

El Curso dice que aceptar este sistema de pensamiento (lo cual todos hacemos en mayor o menor
grado, y mucho más ampliamente de lo que cualquiera de nosotros reconoce) es proclamar que “lo
opuesto a Dios (la muerte) es señor de toda la creación, más fuerte que la Voluntad de Dios por la
vida” (4:3). Cada aparente triunfo de la muerte es un testigo de que Dios ha muerto (5:1-3). Aquel
Cuya Voluntad es la vida no puede poner fin a esta muerte, así que Él tiene que haber muerto. Y
cuando contemplamos el drama de la muerte, susurramos “llenas de miedo que así es” (5:4).

Podemos responder diciendo que no queremos creerlo. No queremos adorar a la muerte, no


queremos morir; queremos creer en Dios y creer en la vida. De hecho, sin embargo, queremos creer
en la muerte, al menos en ciertas formas de ella. Ya hemos señalado que la ira es un pensamiento de
muerte. Desde la ira, queremos que alguien “se muera” o “no exista”, que en esencia significa que
queremos que mueran. Realmente nos aferramos a la culpa porque pensamos que la culpa es útil;
tenemos miedo de que sin culpa todo sería caos. La culpa o la condena es un juicio de que algunos
aspectos de las cosas no merecen existir. Es un deseo de muerte, muerte de una parte de nosotros o
de otro. Y ciertamente nos aferramos tercamente al “deseo de ser como no eres” (1:2).

Tratamos de llegar a un acuerdo. Queremos aferrarnos a ciertos pensamientos de muerte mientras


abandonamos otros. La lección dice que esto es imposible. No puedes “seleccionar unas cuantas que
no favoreces y que incluso deseas evitar, mientras sigues creyendo en el resto” (6:1). ¿Por qué?
Porque “la muerte es total. O bien todas las cosas mueren, o bien todas viven y no pueden morir. En
esto no hay términos medios” (6:2-4).

Si existe la muerte, contradice totalmente a la vida. Es el opuesto a la vida, seguramente eso está
claro. La lección dice: “lo que contradice totalmente un pensamiento no puede ser verdad, a menos
que se haya demostrado la falsedad de su opuesto” (6:5). En palabras concretas, podemos decir lo
mismo de este modo: la muerte contradice a la vida completamente, y no puede ser verdad a menos
que se haya demostrado la falsedad de la vida. Lo contrario es también verdad: la vida contradice a
la muerte completamente, y no puede ser verdad a menos que se haya demostrado la falsedad de la
muerte.

Si Dios es la Voluntad por la vida, ¿cómo puede existir la muerte? Algo debe haber ahí
contradiciendo Su Voluntad, algo más poderoso que Dios. Cualquier cosa más poderosa que lo que
llamamos Dios debe ser realmente Dios, el Dios real. Así que si estamos diciendo que la muerte es
real en cualquier forma (muerte física, o ira, o envidia, o miedo) estamos diciendo que la muerte es
Dios, y que el Dios de la vida está muerto.

Aquí de nuevo encontramos un eco de las profundas palabras de la Introducción al Texto: “Nada real
puede ser amenazado. Nada irreal existe” (T.In.2:2-3). La vida no puede ser amenazada. La muerte
no existe.

“La idea de que Dios ha muerto es algo tan descabellado que incluso a los dementes les resulta
difícil creerlo” (7:1). ¡Es ridículo creer que Dios ha muerto! Sin embargo, lo que el Curso está
señalando aquí es que eso es lo que creemos, si creemos en cualquier forma de muerte.

“Puede que los que veneran la muerte tengan miedo” (8:1). Está hablando de nosotros, de ti y de mí.
Tenemos miedo de la muerte, seamos honestos acerca de esto.

Sin embargo, ¿pueden ser realmente temibles estos pensamientos? Si se diesen cuenta
de que eso es lo que creen, se liberarían de inmediato. (8:2-3)

En otras palabras, ¿puede ser temible el pensamiento de que Dios ha muerto? Es visiblemente
absurdo, completamente ridículo, absolutamente falso. Si viéramos que es esto lo que estamos
creyendo, al creer en cualquiera de sus muchas formas, nos liberaríamos al instante. ¡Nos reiríamos
de nosotros mismos!

La creencia en la muerte es sólo otra forma de la “diminuta y alocada idea de la que el Hijo de Dios
olvidó reírse” (T.27.VIII.6:2). Si verdaderamente viéramos que la preocupación por la muerte física,
la tristeza, la ira, la envidia, la ansiedad, el miedo, la duda, la desconfianza, la preocupación por el
cuerpo, y el deseo de cambio, todas ellas son formas de la idea “Dios ha muerto”, ¡nos reiríamos de
ellas! Veríamos que todo esto no es gran cosa, todo ello es sólo una idea tonta que es total y
absolutamente imposible y por lo tanto nada de lo que preocuparse.

Y por eso:
La muerte no existe, y renunciamos a ella en todas sus formas, por la salvación de
ellos, así como por la nuestra. Dios no creó la muerte. Cualquier forma que adopte, por
lo tanto, tiene que ser una ilusión. Ésta es la postura que hoy adoptamos. Y se nos
concede mirar más allá de la muerte, y ver la vida que se encuentra más allá. (8:5-9)

Nadie dice que esto sea fácil. En la ilusión del tiempo, no sucede de repente. En la práctica, se
necesitan muchas repeticiones, una vigilancia constante de la mente, hasta que aprendamos a
arrancar de raíz y negar todas las formas de la negación de la verdad que hay en nuestra mente.
Nuestra función aquí es “negar la negación de la verdad” (T.12.II.1:5). Es reconocer los
pensamientos basados en la muerte y ver que sencillamente son tontos y sin significado.

Cuando me doy cuenta de que estoy preocupado, ansioso o triste, puedo preguntarme a mí mismo:
“¿Ha muerto Dios?” Encuentro que de algún modo me ayuda a ver lo absurdo de todo ello. Levanto
una bolsa de comestibles y se rompe la parte de abajo, derramándose los alimentos por el suelo, y
me pongo rojo de ira y profunda tristeza, sintiendo pena por mí mismo. Supón que en ese momento
me pregunto: “¿Ha muerto Dios?” Pues eso es lo que mi ira y tristeza están proclamando: que Dios
ha muerto. De repente me parece tan absurdo pasar de mis comestibles derramados a la muerte de
Dios, tan absurdo que puedo reírme. Y recojo los comestibles.

Con cosas más serias, quizá experimento “una gran pérdida”. Mi amado muere, o quizá paso por un
divorcio desgarrador. El sufrimiento parece no tener fin, y me siento como si la vida se hubiese
acabado. “¿Ha muerto Dios?” En contraste con la dimensión de Dios, mi pérdida personal (e
ilusoria) es como si no fuera nada. ¿Creo realmente que lo que sucede en mi pequeña vida puede
destruir la realidad de Dios? Por supuesto que no. Especialmente si lo que pienso que ha sucedido ni
siquiera es real.

Naturalmente en circunstancias tan perturbadoras no me recupero tan rápidamente como en el caso


de los comestibles derramados. Sin embargo, los mismos pensamientos que sugiere la lección
pueden ser un inmenso consuelo. Nada muere. Nada real puede ser amenazado. Sea cual sea la
forma que tome la muerte, debe ser una ilusión. Cuando un cuerpo “muere”, no muere nada
realmente. Cuando un divorcio aparta de mi existencia un cuerpo amado, no se ha perdido nada
realmente. He estado aprisionado a una ilusión, pero Dios sigue todavía vivo.

El dolor y la agonía de la pérdida por una muerte o un divorcio pueden continuar durante meses.
Negar lo que siento no es sano, y no quiero decir ni sugerir que deberíamos tapar nuestro sufrimiento
con afirmaciones idealistas de “La muerte no es real” y “No se ha perdido nada”. En lugar de eso,
como el Curso sugiere, puedo mirar a lo que estoy pensando y sintiendo, y reconocer que por muy
real que lo sienta, está basado en la negación de la verdad. Puedo recordarme a mí mismo: “Estoy
creyendo que la muerte es real, y que la pérdida es real. Estoy creyendo que Dios está muerto, y ésa
es sólo una idea ridícula. Este dolor, que estoy sintiendo, no es por lo tanto real y no es nada por lo
que preocuparme. Estoy bien, y Dios sigue vivo.”

Podrías llamarlo vida lúcida, parecido a sueño lúcido. Aunque la experiencia por la que estás
atravesando parece terriblemente real, y el sufrimiento y la tristeza son reales en la misma medida
de tu creencia en la realidad de la pérdida, todavía hay una parte de ti que es consciente de que estás
soñando, que te estás dejando engañar por una ilusión. Te estás dejando engañar por la ilusión, sufres
el dolor y la tristeza, pero parte de ti sabe que no es real verdaderamente.

Eso es todo lo que el Curso nos pide que hagamos. No nos pide que nos deshagamos rápidamente de
nuestros sentimientos y de nuestros pensamientos equivocados. Todo lo que el Curso pide es que
reconozcamos que están basados en una mentira, que están afirmando que Dios ha muerto, y eso
sencillamente no es verdad. Si hacemos eso, el Espíritu Santo hará el resto. Poco a poco, (así nos
parece) la sombra de la ilusión empezará a desaparecer de nuestra mente. Empezará a tomar forma
en nuestra mente la forma de “vida más allá” de la muerte que vemos, y la ilusión será cada vez
menor. Nuestra creencia en las muchas formas de muerte se debilitará, y nuestra creencia en la vida
se fortalecerá. Los acontecimientos de la ilusión nos afectarán cada vez menos, y experimentaremos
la segunda frase del título de la lección: “El Hijo de Dios es libre”. Sabremos que estamos vivos
eternamente, que siempre lo hemos estado, y que no hay nada que temer.

LECCIÓN 164 - 13 JUNIO

“Ahora somos uno con Aquel que es nuestra Fuente”

Instrucciones para la práctica

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.
Promesas inmensas vienen con la práctica de la lección de hoy, si la hacemos con fe (4:5), si
practicamos “con fervor” (9:5). Así que traigamos cada pizca de buena voluntad a esta práctica de
hoy.
Empieza llevando a cabo un proceso de renunciar “a todas las cosas que crees desear” (8:1). Haz
una lista de todas las cosas a las que tu ego se aferra, y con cada una durante este periodo de práctica,
estate dispuesto a considerar que no tiene valor real. Puedes imaginarte que estás dentro de la
habitación de tu mente, una habitación abarrotada con todos los “frívolos tesoros” (8:2) a los que
estás aferrado. Uno a uno, elimina esos “tesoros” sin valor de esta habitación.
Ahora tienes una habitación limpia y abierta, preparada para recibir el tesoro real de Cristo, “el
tesoro de la salvación” (8:2). Deja que esta habitación se llene con “una paz ancestral que llevas en
tu corazón y que no has perdido” (4:2). Deja que se inunde de “una sensación de santidad que el
pensamiento de pecado jamás ha mancillado” (4:3). Escucha a tu Padre llamándote, y luego escucha
al Cristo en ti responderle por ti. Pero sobre todo, intenta dejar que venga la visión de Cristo. Abre
las cortinas de esta habitación, deja que entre la luz. A través de estas ventanas abiertas, ahora puedes
“ver el mundo renovado, radiante de inocencia, lleno de esperanza” (L.189.1:7).
Ahora la habitación de tu mente se ha convertido en Su almacén de tesoros, llena del oro y la plata
de Sus milagros. Ahora, mires donde mires, tus ojos reparten estos milagros, mientras bendices lo
que ves con tu amorosa mirada. Sal a tus actividades del día sabiendo que éste es tu trabajo, sanar a
todo el mundo que ves mirándoles con “Su visión redentora” (7:6).

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).
Repite la idea como un modo de entrar al almacén de tesoros de tu mente y de sentir tu unidad con
Dios. Luego dale gracias por los tesoros que te ha ofrecido en la hora anterior. Y pregúntale lo que Él
quiere que tú hagas en esta siguiente hora.

Comentario

A cualquiera que ha hecho las lecciones del Libro de Ejercicios hasta este punto, está claro que las
últimas lecciones están alcanzando un nuevo nivel. Se le da una importancia constante a lo que el
Curso llama el instante santo, aunque muchas de las lecciones no usan estas palabras. Pero cuando
una lección, como ésta, habla de “en este mismo instante, ahora mismo” como el momento en el
que “contemplar lo que se encuentra ahí eternamente” (1:3), o del tiempo que dedicamos a pasar en
quietud “con Él, más allá del mundo” (3:2), está claramente indicando los momentos en que
entramos en el instante santo, un momento de eternidad dentro del tiempo.

La práctica que se nos pide (desde la Lección 153), día tras día, es reservar momentos de no menos
de cinco minutos, y hasta media hora o más, por la mañana y por la noche, a trabajar nuestra visión y
escucha espirituales. Se nos pide escuchar “el himno del Cielo” (1:6) que está sonando
continuamente más allá de los sonidos de este mundo. Esta “melodía procedente de mucho más allá
del mundo” (2:3) es la canción del amor, la llamada de nuestros corazones a Él, y la Suya a nosotros.
Estos momentos son periodos en los que nos olvidamos de todos nuestros aparentes pecados y
dejamos de recordar todos nuestros pesares (3:3), y recordamos los regalos que Él nos da (3:4).
Practicamos dejar a un lado las vistas y los sonidos del mundo que son testigos constantes para
nosotros del mensaje de miedo del ego, y escuchamos la canción del Cielo. Nos aquietamos,
acallamos nuestra mente, e intentamos ponernos en contacto con “un silencio que el mundo no
puede perturbar” (4:1), la “paz ancestral que llevas en tu corazón y que no has perdido (4:2), y la
“sensación de santidad que el pensamiento de pecado jamás ha mancillado” (4:3). Todo esto, como
dice el primer párrafo: “se encuentra ahí eternamente, no ante nuestra vista sino ante los ojos de
Cristo” (1:3). No lo estamos creando, no estamos haciendo que suceda, sino que estamos apartando
todo lo que hay en nuestra mente que lo oculta de nuestra vista. “Ahora se hace visible lo que
realmente está ahí, mientras que todas las sombras que parecían ocultarlo simplemente se sumergen
en la nada” (5:2).

Esta práctica pone a nuestra mente en un estado en el que sentimos puro gozo. Gozo es la palabra
que me viene a la mente para describir “lo que se siente” en el instante santo. Hay una sensación de
satisfacción, una seguridad de que todo está bien, a pesar de toda la evidencia en contra. Hay una
relajación pacífica dentro de la mente de Dios. De modo natural nuestra mente se extiende hacia
fuera con amor a todo el mundo, desde este santo lugar, bendiciendo en lugar de juzgar.

Puede ser difícil para nosotros desde este momento entender completamente cómo esta práctica de
quietud, algo que sucede completamente dentro de nuestra propia mente, puede “curar y salvar al
mundo” (6:3). La lección afirma sin posibilidad de dudas que, por medio de esta práctica “podemos
cambiar el mundo” (9:2). ¿Cómo puede ser así? Eso es así porque todas las mentes están unidas, y
aunque podemos entender la idea, nuestra sensación de su realidad es muy débil. Eso es normal, el
efecto sobre el mundo tiene lugar, nos demos cuenta de ello o no. Por el momento, podemos
centrarnos en el beneficio personal: “Pero sin duda quieres esto: poder cambiar todo sufrimiento por
dicha hoy mismo” (9:4).

Si te pareces a mí, la realidad e importancia de esta práctica aumenta lentamente. Hay muchos días
que “dejamos pasar” sin tomarnos el tiempo de hacer el trabajo sobre nuestra mente que el Libro de
Ejercicios pide. Los detalles de la vida, la presión de los negocios, las crisis diarias piden nuestra
atención a gritos, alejándonos del trabajo interno, que es lo que pretenden. Se necesita una firme
decisión de poner lo primero este “momento de quietud” con Dios, por encima de todas las demás
cosas. Pero cuando lo hacemos, sucede algo sorprendente. Como dice la Lección 286: “Padre, ¡qué
día tan sereno el de hoy! ¡Cuán armoniosamente cae todo en su sitio!” (L.286.1:1-2). Recuerdo,
hace mucho, que leí lo que Martin Luther escribió una vez: “Tengo tantas cosas que hacer, que tengo
que pasar tres horas en oración para prepararme a mí mismo para ello”. Había un hombre que
entendía, dentro de su propia situación, que preparar su mente con Dios era lo más importante, y
cuanta mayor presión por parte del mundo, más necesitaba ese momento de quietud en la Presencia
de Dios.

LECCIÓN 165 - 14 JUNIO

“Que mi mente no niegue el Pensamiento de Dios”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Dejar de negar el Pensamiento de Dios, sentirlo y luego abandonar todas las demás
comparaciones sin ningún valor.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.
Practica tal como te indique el Espíritu Santo, pero la esencia debe ser deshacer tu negación del
Pensamiento que te creó y que te apoya, y pedir conocer ese Pensamiento. De este modo, debe haber
una atención negativa en abandonar tu negación y tu resistencia, y una atención positiva en pedir la
experiencia del Pensamiento de Dios, la experiencia del Cielo. “Pide con fervor” (5:1) y “lleno de
esperanza” (7:1). Es normal que tengas dudas acerca de cuánto lo deseas. La seguridad vendrá
únicamente de experimentar lo que estás pidiendo. Esto te llevará más allá de todas tus dudas a
donde sabes que esta experiencia es ciertamente lo único que quieres.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).
Repite la idea, intentando abandonar tu negación y dándole la bienvenida a la conciencia del Cielo.
Luego dale gracias a Dios por Sus regalos en la hora que ha terminado, y pídele Su dirección para la
hora que comienza.

Comentario

La lección de hoy, la de mañana, y las de antes y después, son un aliento inmenso para seguir
adelante. En estos días, el Curso está intentando llevarnos más allá de la duda a un compromiso
firme.

¿Qué es lo que hace que este mundo parezca real sino tu negación de la verdad que se
encuentra más allá de él?... ¿Qué podría privarte de lo que te pertenece sino tu propia
decisión de no verlo, al negar que se encuentra ahí? (1:1, 4)

Ken Wilber, autor de muchos libros de psicología transpersonal y crecimiento espiritual, señala que
considerado como evolución, el crecimiento espiritual avanza hasta el punto de que deseamos morir
al nivel inferior de vida para ir más allá y recordar el nivel superior. El hecho de que nuestra
experiencia está a nivel del ego no es porque el nivel más alto no esté ya aquí, es porque hemos
elegido el inferior como un sustituto del superior, y lo elegimos en cada instante. Cuando el nivel
inferior se ha vivido a tope, se ha probado al máximo en cierto sentido, y se ha descubierto que no
satisface, entonces hay motivación para ir al superior.

Necesitamos sentirnos desilusionados del ego hasta tal punto que empezamos a ver a través de sus
ilusiones. El grado en que el ego nos parece real es la medida de nuestra negación de “la verdad que
se encuentra más allá de él” (1:1). No podemos ver el mundo real porque no queremos verlo.
Estamos negándolo activamente. La realidad del mundo real, si se percibe y se acepta, significa el
final de la realidad tal como la conocemos ahora. El Cielo nos parece una amenaza a nuestro
imaginado nivel de comodidad en el nivel del ego.

Jesús nos pide:

No niegues el Cielo. Hoy se te concede sólo con que lo pidas. No es necesario tampoco
que percibas cuán grande es este regalo ni cuánto habrá cambiado tu mente antes de
que te llegue. Pídelo y se te concederá. La convicción radica en él. Hasta que no le des
la bienvenida como algo que te pertenece, seguirás en la incertidumbre. Mas Dios es
justo. No tienes que tener certeza para recibir lo que sólo tu aceptación puede otorgar.
(4:1-8)

No tienes que estar seguro antes de pedir el Cielo. “No tienes que tener certeza” (4:8). De hecho, no
puedes estar seguro ni tener certeza antes de pedirlo porque “la convicción radica en él” (4:5); es
decir, no encuentras la convicción, la seguridad, la certeza hasta que tienes el Cielo, y no puedes
saber que lo tienes hasta que lo pides.

Mientras vivimos pensando que somos ego, pensando en ir hacia delante, pensando en abandonar al
ego, el ego lucha por su propia existencia. Nos dice: “No sabes en lo que te estás metiendo. ¿Cómo
puedes estar seguro de que te gustará? Mejor es asegurarte antes de dar un paso”.
La certeza, la seguridad y la convicción vienen de la experiencia. Cuando hayas experimentado el
mundo real, aunque sea un poco, sabrás que eso es lo que quieres y que es lo que has buscado
equivocadamente en el mundo de las ilusiones del ego. Así que, pide el Cielo.

Otro consuelo es que no necesitamos entender todo lo que es el Cielo, o el mundo real, antes de
pedirlo. No necesitas tener una idea clara de lo que estás pidiendo, de “cuánto habrá cambiado tu
mente” (4:3). Ese cambio de la mente no viene antes de la decisión de pedir, sino que viene después.
Es el deseo lo que permite que venga.

¡Ni siquiera tienes que estar seguro de que el Cielo es lo único que quieres!

No tienes que estar seguro de que lo que estás pidiendo es lo único que deseas. Mas cuando lo hayas
recibido sabrás que estás en posesión del tesoro que siempre anhelaste. (5:2-3)

Es normal entrar en esto a medias, con pensamientos como: “Quizá puedo tener el mundo real y
también aferrarme a mis relaciones especiales. O quizá puedo tener paz interior y disfrutar también
de mis pequeños placeres”. Todo esto desaparecerá una vez que hayas saboreado lo que es real. Una
semejanza pobre, pero que lo aclara: “¿Cómo puedes retenerlos en la granja después de haber visto
Paris?” Una vez que pruebas “el tesoro que siempre has buscado”, ¿por qué ibas a regresar a cosas
más pequeñas?

Ya tenemos la seguridad dentro de nosotros, en la realidad. Eso es parte de lo que hemos ocultado
con las ilusiones de nuestro ego. Cuando encontramos el Ser, lo encontramos con seguridad total. El
proceso del Curso de “despejar los obstáculos que impiden experimentar la presencia del amor”
(T.In.1:7), se reafirma aquí en forma de esa seguridad interior: “Este curso elimina toda duda que
hayas interpuesto entre Él y tu certeza acerca de Él” (7:6).

El proceso consiste en hacernos conscientes de nuestras dudas, de que las tenemos, reconocerlas, y
luego no tomarlas en serio. Éste es exactamente el mismo proceso que seguimos con otros
obstáculos, tales como la ira, la tristeza y el dolor. Contémplalos con claridad para que puedas ver
que las dudas son parte de la ilusión también. “No tienen sentido, pues Dios goza de perfecta
certeza” (7:3). “Su certeza se encuentra tras cada una de nuestras dudas” (8:3).

La seguridad no es algo que nosotros podemos producir por nuestra cuenta. “Contamos con Dios, no
con nosotros mismos, para que nos dé certeza” (8:1). Pero para que eso suceda, tenemos que querer
avanzar hacia delante, querer “morir” al nivel inferior de vida que conocemos ahora y pedir algo
más, una manera de ver diferente, un tipo diferente de visión. Necesitamos estar dispuestos a pedir
que “el Pensamiento de Dios” entre en nuestra mente y expulse el sistema de pensamiento
equivocado que hemos estado albergando. Necesitamos “seguir las instrucciones”, por así decir, que
se dan en el Curso; si lo hacemos, la seguridad vendrá a nosotros.

LECCIÓN 166 - 15 JUNIO

“Se me han confiado los dones de Dios”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Dar los regalos de Dios a aquellos que todavía recorren el camino solitario del que tú te
has escapado. Demostrar con tu felicidad lo que significa recibir los regalos de Dios.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.
Pasa un rato sintiendo el toque de Cristo. Has inventado un falso ser que es como una persona sin
hogar y mentalmente enferma (ver 4:4). Como resultado, andas sin rumbo sintiéndote solo y
empobrecido. En tu meditación, deja que Cristo te dé un toque en el hombro y te ofrezca la
consciencia de que no estás solo y que no eres pobre. Siente la alegría que viene al sentir Su toque.
Esto te preparará para un día en el que “tu mano se convierte en la que otorga el toque de Cristo”
(14:5), en el que te vuelves el recordatorio a las personas “sin hogar” a tu alrededor de que no están
solas y no son pobres. Haces esto principalmente al demostrar la alegría que has recibido de Cristo.
“¡Que tu felicidad dé testimonio de la gran transformación que experimenta la mente que elige
aceptarlos y sentir el toque de Cristo!” (15:4).

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).
Repite la idea e intenta sentir el toque de Cristo. Luego da gracias a Dios por los regalos que Él ha
puesto en tus manos durante la hora que ha terminado. Y pregúntale cómo quiere que des estos
regalos en esta hora que empieza.

Respuesta a la tentación: Cada vez que te sientas tentado de sentirte triste, temeroso, afligido, o
enfermo.
Mi sugerencia: Repite la idea para expulsar esos sentimientos, pues traicionan tu deber sagrado, tu
misión. Siempre que tengas miedo, escucha a Cristo responderte: “Eso no es cierto” (11:3). Cuando
te sientas pobre, déjale que te señale Sus regalos para ti. Cuando te sientas solo, déjale hablarte de Su
compañía.

Comentario

Esta lección continúa con el tono general de la anterior, intentando convencernos para continuar
moviéndonos adelante, dejando atrás la ilusión acerca de nosotros mismos con la que hemos estado
contentos. Empieza con la idea de que Dios confía tanto en nosotros que Él nos lo ha dado todo.
Todo. Él conoce a Su Hijo, y debido a que conoce a Su Hijo, nos da todo sin excepción. Su
confianza en nosotros no tiene límites. Dudamos de nuestra propia seguridad, pero podemos
depender de Dios.

Confío en la confianza que Dios tiene en mí.

De lo que tenemos miedo es que esa confianza en Dios es “traicionarnos” a nosotros mismos (3:2).
Estamos apegados a este mundo que hemos inventado.

Admitir que no es real es traicionarme a mí mismo. Si he avanzado más allá del punto de creer que
yo puedo crear como Dios, que puedo hacer un mundo que de algún modo es perfecto, al menos
puedo aferrarme a la idea de que puedo deshacer lo que Dios creó, que puedo destruir el mundo y
destrozar su perfección. Que se me diga que mis acciones, mis pecados, mis negaciones, mis dudas,
y todas las cosas por el estilo, no tienen ningún efecto es humillante para mi ego. Por eso contradigo
la verdad del Cielo para mantener lo que yo he inventado.

Hay una parte de nosotros que quiere ser “una figura trágica”, como un héroe o una heroína en una
ópera (6:1 y siguientes). Queremos poder decir: “Mira lo noblemente que soporto las adversidades
de una suerte atroz”. Pensamos, sin darnos cuenta de ello, que sin la “suerte atroz” perderíamos
nuestra nobleza.

Cuando escucho a mi ego, así es como quiero verme a mí mismo. ¡Una figura tan trágica! Pobrecito,
tan cansado y agotado. ¡Mira a su vestimenta gastada! ¡Cuánto tiene que haber pasado! Y sus pies…
están sangrando. ¡Oh! ¡Pobrecito!

Todos podemos identificarnos con esta figura. “No hay nadie que no se haya identificado con él,
pues todo el que viene aquí ha seguido la misma senda que él recorre, y se ha sentido derrotado y
desesperanzado tal como él se siente ahora” (6:2). Sabes de qué está hablando esto. Has estado ahí,
quizá estás ahí ahora. Sabes lo que significa la “derrota y desesperación”, también las has sentido.
Mas, ¿es su situación realmente trágica, si te percatas de que está recorriendo el camino
que él mismo eligió, y que no tiene más que darse cuenta de Quién camina a su lado y
abrir sus tesoros para ser libre? (6:3)

¿Es “él”, el héroe trágico (tú y yo), realmente trágico? ¿O es sólo un tonto? ¿Está únicamente
cometiendo un error tonto? Cuando ves que está eligiendo su camino y podría elegir de otro modo,
¿puedes considerar trágico su sufrimiento?

“Éste es el ser que has elegido, el que forjaste para reemplazar a la realidad” (7:1). Esto, amigos, es
el ego que hemos elegido ser. Es la manera en que nos hemos visto a nosotros mismos. Éste es el ser
que estamos defendiendo. Ésta es la persona en la que nos hemos convertido, y negamos todas las
pruebas y testigos que demuestran que esto no es nosotros.

Jesús nos pide que abandonemos el papel de víctimas y que reconozcamos: “No soy víctima del
mundo que veo” (L.31, encabezamiento), y que reconozcamos:

Soy responsable de lo que veo. Elijo los sentimientos que experimento y decido el
objetivo que quiero alcanzar. Y todo lo que parece sucederme yo mismo lo he pedido,
y se me concede tal como lo pedí. (T.21.II.2:3-5)

Te ves a ti mismo como esta figura trágica, pero la respuesta de Jesús es: “Él (Cristo) te haría reír de
semejante percepción de ti mismo” (8:3).

Me gustaría pensar en eso por un rato. ¡Jesús quiere hacerme reír! Jesús es un humorista frustrado.
Bueno, quizá frustrado no; mira lo que consigue a través de Marianne Williamson. ¡Él quiere que
nos riamos de nuestro ego! Quiere que vea el humor de mi situación, defendiendo la tragedia cuando
yo he elegido a propósito lo que soy.

¿Cómo podrías entonces seguir teniendo lástima de ti mismo? ¿Y qué pasaría entonces
con toda la tragedia que procuraste para aquel que Dios dispuso que gozase únicamente
de dicha? (8:4-5)

La lástima de sí mismo y la tragedia simplemente desaparecen, eso es lo que sucede. Cuando te ríes
de la “lamentable imagen” del ego, la tragedia desaparece.

El párrafo siguiente describe muy bien dónde algunos de nosotros estamos en este mismo momento,
justo empezando a darnos cuenta de que no somos el ego. Esta lección está escrita en muchos
niveles; en primer lugar como hemos visto, dirigiéndose a la persona que se esconde en la ilusión del
ego de tragedia; luego en las siguientes frases, la persona que ha empezado a darse cuenta de que el
miserable ego no es su verdadera Identidad; y finalmente, en el párrafo 11, la persona que ha visto
claramente y ha aceptado que “tú no eres lo que pretendes ser” (11:2).

En el párrafo 9, vemos a la persona que está a medio camino: sintiéndose hundida, asustada, casi
bajo el ataque de Dios, a Quien normalmente ha evitado durante toda su vida. Escuchemos nuestras
respuestas cuando Jesús intenta hacernos reír, y ver en todo ello la divertida verdad.

Primero, sentimos la presencia de Dios, de Quien nos hemos estado escondiendo: “Tu miedo
ancestral te ha salido al encuentro ahora, y por fin la justicia ha dado contigo” (9:1).

Nuestra reacción: ¡Caray! ¡Es Dios! ¡Me la he cargado!


Jesús: Es ridículo tener miedo de Dios, es absurdo pensar que Él es tu Enemigo y que quiere hacerte
daño. ¡Qué idea más tonta, tener miedo de Dios!
La lección: “Cristo ha puesto Su mano sobre tu hombro” (9:2)
Nuestra reacción: ¿Qué ha sido esa sensación extraña? Oh, Cristo, ¿ha sido Cristo? ¿Esa Voz en mi
mente es la Suya? Debo estar volviéndome loco.
Jesús: Es tu hermano, y quiere llevarte de vuelta al hogar. ¡Qué locura tener miedo de Él!
La lección: “…y ya no te sientes solo” (9:2).
Nuestra reacción: No estoy seguro de que me guste la idea de tener a alguien siempre conmigo,
vigilándome
Jesús: ¡Qué reacción más divertida! Yo soy tu Consuelo y tu Maestro, no tu juez. Es ridículo pensar
que prefieres estar solo.
La lección: “Piensas incluso que el miserable yo que creíste ser tal vez no sea tu verdadera Identidad.
Tal vez la Palabra de Dios sea más cierta que la tuya” (9:3-4).
Nuestra reacción: ¡No puedo creer que haya empezado a dudar de estas cosas en las que he creído
toda mi vida! ¡Debo estar loco!
Jesús: Por otra parte, ¿Quién es más probable que tenga razón: tú o Dios? ¡Sé honesto!
La lección: “Tal vez los dones que Él te ha dado son reales” (9:5).
Nuestra reacción: ¡Sí, y quizá son sólo imaginaciones mías!
Jesús: Pero ¿y si estos regalos son de verdad reales? ¿No es una locura no investigarlo?
La lección: “Tal vez tu plan de mantener a Su Hijo sepultado en el olvido y de seguir por el camino
que elegiste recorrer separado de tu Ser no Le ha engañado del todo” (9:6).
Nuestra reacción: Sí, quizá Le ha engañado. Quizá lo he fastidiado tanto que ni siquiera Dios puede
arreglarlo.
Jesús: ¡Ahora si que tiene eso gracia! ¿Tú, burlándote de Dios? Sí, seguro, ése es un modo de pensar
brillante. Dios decide que Él quiere algo, ¿y tú vas a impedir que suceda?
Nuestra reacción: Pero si no me burlé de Él, entonces todavía debo ser lo que Él dispuso que yo
fuera. No estoy seguro de querer dejar de creer en lo que yo siempre he pensado que soy. Me siento
amenazado.
Jesús: En ese caso, no pasa nada. Sigue con la imagen de ti que siempre has tenido; estoy seguro de
que verdaderamente has disfrutado ser de ese modo. ¿Verdad? Dios no se pelea con ello.
La lección: “La Voluntad de Dios no se opone a nada. Simplemente es” (10:1-2).

No estás luchando contra Dios, y Dios no está luchando contra ti. Él no lucha, Él no se opone. Él
simplemente es. Estás luchando contra la realidad misma. Pensar que estás separado de Dios es tan
inteligente como una gota de agua que decide que ya no forma parte del océano. Es como un león
que decide que quiere ser un ratón. Estás intentando ser lo que no eres, eso es lo que te produce tanta
tensión, cuando sólo da risa. La lucha es únicamente por tu parte, contra un enemigo imaginario. Tú
eres la Respuesta a todas tus preguntas. No hay nada aquí de lo que tener miedo. La verdad acerca
de ti es maravillosa, no temible.

En el resto de la lección, Jesús habla de tres cosas que necesitamos saber. Primero, todos los regalos
que Dios nos ha dado, es decir, el Ser real que somos, completo, sano y que lo tiene todo. Segundo,
Su Presencia con nosotros, nuestro Compañero de viaje. Y tercero, que los regalos que tenemos son
para darlos y compartirlos; tenemos un propósito aquí, dar estos regalos a “todos aquellos que eligen
recorrer el solitario camino del que tú te has escapado” (13:1).

En cierto sentido ésas son las tres fuerzas principales de Un Curso de Milagros. Primero, aprender la
verdadera naturaleza del Ser, la santidad y alegría de nuestro propio Ser. Segundo, e igualmente
importante hasta que dejemos este mundo, es el conocimiento seguro de Su Compañía en el camino,
la ayuda que necesitamos para lograrlo. Y finalmente, que la naturaleza de la que nos hemos dado
cuenta es la de Dador y Amante; para saber que tenemos el regalo, debemos darlo. Tenemos que
enseñar al mundo mostrándole “la felicidad que colma a aquellos que sienten el toque de Cristo”
(13:5).

Nuestra misión es simplemente: ser felices. “Tu cambio de mentalidad se convierte en la prueba de
que quien acepta los dones de Dios jamás puede sufrir por nada” (14:5).
Conviértete en la prueba viviente de lo que el toque de Cristo puede ofrecerle a todo el
mundo… ¡Que tu felicidad dé testimonio de la gran transformación que experimenta
la mente que elige aceptarlos y sentir el toque de Cristo! Ésa es tu misión ahora. (15:2,
4-5)
Reconoce Sus regalos. Siente Su toque. Y comparte Sus regalos con el mundo a través de tu
felicidad. Ésas son las tres etapas de avanzar hacia delante.

Otra manera de decirlo: Abandona el papel de víctima y toma la responsabilidad como la fuente de
tu vida. Elige el Cielo en lugar del infierno, pídele a tu Compañero Su ayuda. Y sé la prueba viviente
de la realidad del Cielo con tu alegría radiante y tu negación a sufrir por nada.

LECCIÓN 167 - 16 JUNIO

“Sólo hay una vida y ésa es la vida que comparto con Dios”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Aceptar que la vida que Dios nos ha dado no tiene opuesto, no puede cambiar, no puede
morir, y ni siquiera puede dormir. Esforzarnos por mantener nuestra mente como Él la creó, dejar
que Él sea el Señor de nuestros pensamientos hoy. Ésta es una lección que acompaña a la Lección
163: “La muerte no existe. El Hijo de Dios es libre”.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.
Recuerda que durante estos periodos más largos, en este momento del Libro de Ejercicios, se
espera que hagas aquello a lo que te sientas guiado a hacer y que te ha servido hasta este momento.
Mi sugerencia para el día es intentar entrar en contacto con la “mente despierta” (8:1). Esta lección
nos enseña que nuestra experiencia de la muerte no se nos impone desde fuera, sino que es
únicamente el resultado de nuestra “idea de la muerte” (2:3). Dice que bajo la influencia de esta idea,
nuestra mente parece quedarse dormida en el Cielo y soñar con una vida separada de Dios, una vida
en este mundo. Y sin embargo, dice la lección, la mente “simplemente parece que se va a dormir por
un rato” (9:2; la letra cursiva es mía). De hecho, la mente “no puede cambiar su estado de vigilia”
(6:2). Así que, la experiencia de tu mente como algo que cambia, un campo de cambios, con
pensamientos de miedo y esperanza constantemente cruzando por ella, es una ilusión. Tu mente está
realmente despierta por toda la eternidad, y como tal no puede cambiar en absoluto ni tiene ningún
límite. Ésa es la realidad de tu mente. Por lo tanto, intenta en tu meditación ponerte en contacto con
esta realidad. Intenta dejar atrás la ilusión de tu mente como un mar agitado, y siente su realidad
como una luz firme y sin límites.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).
Repite la idea y luego pasa un rato descansando en el estado de vigilancia despierta que es la
realidad de tu mente. Luego dale gracias a Dios por los regalos de la última hora. Y pregúntale cómo
puedes expresar, en esta próxima hora, la verdad de que la muerte no existe.

Respuesta a la tentación: (Sugerencia) cada vez que te sientas tentado a reconocer la muerte en
cualquier forma, como: sufrimiento, ansiedad, cansancio, incomodidad.
Repite la idea de inmediato. Date cuenta de que tu emoción negativa es una negación de la vida, y
utiliza la idea para recordarte a ti mismo que la vida es la única realidad.

Comentario

Aquí hay una repetición, o quizá una afirmación que anticipé cuando al escribir sobre la Lección
163, dije: “La creencia en la muerte es sólo otra forma de la “diminuta y alocada idea de la que el
Hijo de Dios olvidó reírse” (T.27.VIII.6:2). Esta lección dice que la muerte “es sólo una idea, y no
tiene nada que ver con lo que se considera físico” (3:2). Más adelante dice: “La muerte es el
pensamiento de que estás separado de tu Creador” (4:1). Ésa es la esencia de la idea de la muerte: la
separación de la vida.

Ésta es la razón por la que podemos decir: “La muerte no existe. Es simplemente imposible: Dios es
Vida, y lo que Él crea tiene que estar vivo. Dejar de vivir sería separarse de Dios, para convertirse en
Su opuesto. Puesto que Dios no tiene opuestos, la muerte no existe.

La muerte no existe porque lo que Dios creó comparte Su Vida. La muerte no existe
porque Dios no tiene opuesto. La muerte no existe porque el Padre y el Hijo son uno.
(1:5-7)

“Las ideas no abandonan su fuente” (3:6). Esta idea es muy importante para el Curso. Las ideas
existen sólo en la mente del que las piensa. Las ideas no se pierden de la mente, ni tienen una
existencia independiente, ni se sustentan a sí mismas, tampoco son capaces de oponerse a la mente
que las creó. Simplemente no hacen eso.

Yo soy una idea en la Mente de Dios. Yo soy el pensamiento de “mí”. No puedo separarme de la
Mente de Dios, ni vivir independientemente de Él, ni depender únicamente de mí, ni puedo tener una
voluntad que se oponga a la de Dios. Sencillamente no puedo hacerlo. Únicamente puedo imaginar
que lo estoy haciendo.

(La muerte) Es la creencia fija de que las ideas pueden abandonar su fuente y adquirir
cualidades que ésta no posee, convirtiéndose así en algo diferente de su origen, aparte
de éste en lo relativo a su naturaleza, así como en lo relativo al tiempo, a la distancia y
a la forma. (4-3)

Yo no puedo hacer eso, no puedo abandonar mi Fuente ni adquirir cualidades que no están en esa
Fuente. Por lo tanto, no puedo morir.

Necesitamos ver que, como dijo la Lección 163 (párrafo 1), la muerte toma muchas formas. La
“atracción de la muerte”, de la que se habla en la sección “Los Obstáculos a la Paz” (T.19.IV),
refleja todas esas formas. Esta lección añade unas pocas más:

Sin embargo, hemos aprendido que la idea de la muerte adopta muchas formas. Es la
idea subyacente a todos los sentimientos que no son de suprema felicidad. Es la alarma
a la que respondes cuando reaccionas de cualquier forma que no sea con perfecta
alegría. Todo pesar, sensación de pérdida, ansiedad, sufrimiento y dolor, e incluso el
más leve suspiro de cansancio, cualquier ligera incomodidad o fruncimiento de ceño,
dan testimonio de la muerte. Por lo tanto, niegan que vives. (2:3-7)

¿Qué es la muerte? Cualquier sentimiento que no sea de suprema felicidad. Cualquier respuesta a
algo en nuestra vida que no sea perfecta alegría. ¿Podemos ver que cualquier cosa menor que la
suprema felicidad y alegría perfecta es una negación de la vida y una afirmación de la muerte? Ser
menos que perfectamente dichoso es afirmar que hay algo distinto a Dios, distinto a la Vida, distinto
al Amor, “otra cosa” que disminuye el radiante Ser de Dios.

No estoy defendiendo convertirnos en un feliz idiota, que camina negando el dolor y el sufrimiento
en nuestra vida y en las vidas de los que nos rodean, afirmando frenéticamente: “Todo es perfecto.
Nada de esto es real. Es una ilusión, no le hago caso. Únicamente existe Dios”

Más bien a lo que animo es a lo contrario. Estoy sugiriendo que necesitamos empezar a darnos
cuenta simplemente de cuánta influencia tiene sobre nosotros la idea de la muerte. Necesitamos
darnos cuenta de esos ligeros suspiros de cansancio, esas punzadas de ansiedad, y reconocer que la
idea de la muerte está detrás de todas ellas, la idea de que la separación de Dios es real, que existe
algo distinto a Dios, que se opone y anula Su resplandor. Necesitamos darnos cuenta de que creemos
que somos ese “algo distinto”, o al menos parte de ello. Darnos cuenta, y decirle a Dios: “Ya estoy
otra vez creyendo en la muerte. Me estoy sintiendo separado de Ti. Y sé, por lo tanto, que este
sentimiento no significa nada, porque sólo hay una vida, y la comparto Contigo”.

Únicamente cuando reconoces que tú eres responsable de esos pensamientos de muerte, es cuando
puedes entender verdaderamente que no tienen realidad, excepto en tu propia mente. Afirmar que no
tienen realidad sin primero hacerte responsable de ellos es una negación enfermiza. Los deja sin una
fuente, y tienen que tener una fuente. Así que tu mente atribuye una fuente imaginaria a Dios o a
algún otro sitio fuera de ti, y ya estás de vuelta al pensamiento de separación otra vez, porque no
existe nada fuera de Dios o fuera de ti. Al gritar: “¡Es una ilusión!” sin saber que tú eres el
ilusionista, haces de la idea de la muerte algo real, algo contra lo que luchar y reprimir.

Reconocer los pensamientos de muerte como ilusorios no precisa que ejerzas violencia contra tu
mente. Ver más allá de la ilusión es la cosa más natural del mundo cuando sucede de manera natural,
como resultado de hacerte responsable de la ilusión. Ver el mundo como una ilusión no necesita
esfuerzos coordinados y continuos. No es algo que puedes intentar hacer. Si lo intentas, lo estás
haciendo al revés.

El mismo principio sirve cuando la gente dice: “Estoy intentando ver el Cristo en él”. No puedes
intentar ver el Cristo en una persona, simplemente lo ves o no. Cuando tienes los ojos abiertos y
nada se interpone, ¡no tienes que intentar verle! Simplemente Le ves.

La visión espiritual es lo mismo. Cristo está ahí, en cada persona, y puedes verle ahí. El problema es,
si has levantado muchas barreras defensivas, muchas pantallas, que tapan tu vista. Estás viendo el
reflejo de tus propias ideas en lugar de ver quién es la persona, que es Cristo.

Por lo tanto, el camino a la visión espiritual, el modo de ver a Cristo en un hermano, es darse cuenta
de todas las pantallas que estás levantando, todas las ilusiones que estás proyectando desde tu propia
mente, y que impiden la visión. Por raro que parezca, no ves al Cristo en un hermano con mirarle,
entrecerrando los ojos y fingiendo que es un ser amoroso; ves al Cristo en él mirando a tu propia
mente, tus propios pensamientos, que son el obstáculo a la visión.

Quizá de algún modo tienes miedo de la persona. Te parece una amenaza en algún modo, quizá
dispuesto a atacarte físicamente, o a robarte tu dinero. En lugar de intentar verle a través de esa
imagen de él como una mala persona, mira a la imagen en sí y pregunta de dónde vino. Con la ayuda
del Espíritu Santo, verás que se formó completamente en tu propia mente. Es la suma de tus propios
juicios solidificados en una opinión. Es la manera en que te has enseñado a ti mismo a ver a tu
hermano. Y eso es todo.

Sabes, o deberías saber, que no puedes juzgar. No puedes tener toda la información. Así que, puedes
volverte al Espíritu Santo y decir: “Reconozco que mi opinión de este hermano es mi propia
invención. Está basada en la idea de la muerte, de algo separado de Dios y distinto a Él. Como tal,
sé que es sólo un mal sueño. No significa nada. Mi hermano no es lo que yo pienso que es, y yo no
soy una mala persona por tener este pensamiento, únicamente estoy cometiendo un error. Quiero
abandonarlo, y puesto que yo soy la fuente, puedo abandonarlo”.

Puedes seguir sintiendo miedo. La diferencia no está en si el miedo desaparece, a veces


desaparecerá. La diferencia está en que, si el miedo (o cualquier sentimiento o juicio del que se trate)
está presente, eres consciente de que tú lo estás inventando y que no es real. Esto abre la puerta a que
surja en ti un tipo diferente de visión. Si lo que has estado viendo es una ilusión, tiene que haber
algo más, otra manera de ver que es real.
La visión de Cristo, que es como el Curso llama esta manera de ver, puede que no entre de repente
en tu vista después de una sola aplicación de este proceso mental. Probablemente no lo hará.
Tenemos montones y montones de barreras levantadas contra esa visión, y puede que hayas
reconocido una de las muchas cosas que te impiden ver al Cristo en tu hermano. Eso es normal. Has
entendido que esta barrera concreta es una ilusión, y afirmado que hay otra manera de ver a tu
hermano. Eso es todo lo que tienes que hacer. ¡No tienes que intentar buscar la otra manera! Cuando
estés listo, cuando las barreras se hayan reconocido como algo que tú te inventas, la visión
sencillamente estará ahí.

Sencillamente “estará ahí” porque ya está ahí. El Cristo en ti se reconoce a Sí Mismo en tu hermano.
El proceso es parecido a dejar de escuchar la interferencia en una radio que tiene filtros electrónicos.
Hay una señal de radio que quieres oír, pero las interferencias y mucho ruido te impiden escucharla.
Identificas la interferencia, la aíslas, electrónicamente “das instrucciones” a tu equipo para que no las
escuche, y finalmente te llega la señal clara.

Lo que haces en el proceso que el Curso recomienda (mirar al ego y sus pensamientos de muerte,
identificarlos, y decidir no hacerles caso porque vienen de una fuente que no es de fiar) es dejar de
escuchar la interferencia. Continúa haciendo eso, y la señal clara de la visión de Cristo te llegará.
Está ahí, en ti, justo en este momento. Sólo que no puedes “escucharla” por todo el ruido que el ego
está haciendo.

LECCIÓN 168 - 17 JUNIO

“Tu gracia me es dada. La reclamo ahora”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Pedir y sentir el regalo de la gracia, que nos dará primero el regalo de la visión, y
después el conocimiento eterno. Esto nos elevará al Cielo por un momento, nos devolverá todos
nuestros recuerdos olvidados y nos dará la seguridad del Amor. Éste es un día nuevo y santo.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.
Empieza con la oración del final de la lección: “Tu gracia me es dada. La reclamo ahora. Padre,
vengo a Ti. Y Tú vendrás a mí que te lo pido, pues soy el Hijo que Tú amas”. Haz esta oración de
todo corazón. Con ella, estás elevando tu corazón a Dios y pidiéndole un regalo de gracia, en el que
Él se inclina hasta ti y te eleva a Él, devolviéndote la total consciencia de Él y de Su Amor. La
siguiente lección explica que ese momento “sólo reemplaza a la idea de tiempo por un breve lapso”
(L.169.12:3), pero este corto instante puede cambiar tu vida para siempre. Así que pídelo con todo
tu corazón, y luego mantén tu mente en una espera silenciosa, preparada, sin moverte, esperando el
descenso de Su gracia. Y si tu mente se distrae, repite la oración de nuevo, para traerla de regreso a
esa espera en quietud.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).
Repite la oración y pasa un momento en quietud, esperando la gracia de Dios. Luego dale gracias
por los reflejos de la gracia que has tenido en la hora que ha terminado. Y pregúntale que quiere que
hagas en esta hora que empieza.

Comentario

¿Qué es la gracia?
Esta lección no da una definición formal, sino como una conversación personal con Dios. “Dios nos
habla. ¿No deberíamos nosotros acaso hablarle a Él?” (1:1-2). La gracia es parecida al Amor de
Dios, algo que viene con Su Amor como parte del paquete. Él siempre nos ha amado (1:7-11). La
gracia es el efecto o aplicación de ese amor que garantiza que Su Amor será plenamente reconocido
y recibido. La gracia es cualquier cosa que nos saque de nuestro sueño. Es el movimiento del amor
que nos atrae de regreso a Él, el callado susurro de Su Voz en nuestra mente que no nos dejará
alejarnos, la cuidadosa planificación de nuestro programa de estudios que nos ayuda a desaprender
todo lo que nos hemos enseñado a nosotros mismos, la actividad del Espíritu que trabaja
constantemente para ganarse nuestra confianza y devolvernos la alegría y deshacer nuestra culpa. Es
Su respuesta a nuestra desesperación. Es el medio por el que reconocemos Su Voluntad (2:3-4).

Su gracia se me da. Su gracia es un “ya dada”, una seguridad, parte de lo que significa que Dios es
Amor. Es un regalo, siempre disponible, siempre se está ofreciendo, y que espera sólo mi
reconocimiento (2:5). “Se trata del regalo mediante el cual Dios se inclina hasta nosotros” (3:2). Y a
la larga, la gracia es ese aspecto del amor en el que “al final es Él Mismo Quien viene, y tomándonos
en Sus Brazos hace que todas las telarañas de nuestro sueño desaparezcan” (3:4).

Entonces, ¿no voy a sentarme, hoy, durante unos pocos minutos de conversación silenciosa con este
Dios de Amor? ¿Ni siquiera puedo dedicar tiempo a pedirle que me conceda esta gracia, que Él ya
me ha concedido? ¿No puedo expresar mi deseo de recibirla, para permitir que este mundo de
sufrimiento desaparezca de mi vista, sustituido por la verdadera visión? ¿No puedo decirle que
estoy deseando, al menos parte de mí, desaparecer en Sus abrazo? Me puede parecer que estoy
haciendo una especie de rendición o renuncia, o que estoy dejando algo, o perdiendo algo que me es
muy querido. Sin embargo, si abrirme a la gracia es rendición, es una rendición al Amor únicamente.
Es un suspiro por abandonar la resistencia a todo lo que siempre, siempre he querido. Es abandonar
el fingimiento, un regreso a lo que siempre he sido. Es una rendición a mi Ser. Es una rendición a mi
Amado, nada más que eso, y nada menos. Es la última manifestación de “caer en el Amor”.

¿Dudo de mi propia capacidad de amar, y de responder adecuadamente al Amor eterno e inmaculado


de Dios? “Nuestra fe radica en el Dador, no en nuestra aceptación” (5:2). No es el poder de mi
decisión ni mi fe la que hace el milagro, es el poder de Aquel que lo da. Su gracia me da los medios
con los que puedo dejar atrás todos mis errores (5:3), incluso cuando dudo de mi propia capacidad
de dejarlos. Para eso es para lo que está la gracia. La gracia proporciona todo lo que yo pienso que
me falta. Como Dios le dijo una vez al Apóstol Pablo: “Mi gracia te basta, que Mi fuerza se muestra
perfecta en la flaqueza” (2 Corintios 12:9). ¿Qué es la gracia? Todo lo que necesitamos para
llevarnos de regreso al hogar a Dios, sea cual sea la forma que tome la gracia.

LECCIÓN 169 - 18 JUNIO

“Por la gracia vivo. Por la gracia soy liberado”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Pedir la gracia, y por un momento la experiencia del Cielo que procede de la gracia. Y
luego regresar, y traer a otros los regalos que yo he recibido de la gracia.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.
Hoy estás pidiendo de nuevo el regalo de la gracia, que por un momento te elevará al
conocimiento del Cielo. Empieza con esta oración: “Por la gracia vivo. Por la gracia soy liberado.
Por la gracia doy. Por la gracia he de liberar”. La primera mitad de esta oración pide que tu mente
sea elevada a la luz del día de la realidad, donde experimentarás la unidad pura. Ésta es “la
experiencia que estamos tratando de acelerar” (7:1). Ésta no es la revelación final que te vendrá un
día, en la que finalmente desaparecerás del tiempo y del espacio totalmente, pero sí significa que ese
día se acerca. Esto es principalmente una de meditación, en la que vas a buscar todo, así que utiliza
todo lo que has aprendido sobre la meditación, y todo tu deseo de Dios.
La segunda mitad de la oración habla de los efectos después del instante de gracia. Cuando sales
de tu instante de eternidad, las personas verán que la luz aún brilla en tu rostro (13:2), y tú les darás
los milagros que se dejaron en tu mente en ese instante santo.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).
Repite la oración de la práctica de la mañana, pidiendo de nuevo la gracia de Dios. Y luego dale
gracias a Dios por cualquier reflejo de la gracia que te ha venido en la hora anterior. Y pregúntale
cómo quiere que, en esta hora que comienza, des los regalos que has recibido en la meditación.

Comentario

Jesús nos dice: “La gracia es el atributo del Amor de Dios que más se asemeja al estado que
prevalece en la unidad de la verdad” (1:1).

Supongo que se podría decir que vivir por la gracia significa vivir con plena consciencia de la
Presencia Del Amor mientras se está en el mundo. En ese sentido, es lo mismo que vivir en el
mundo real.

Esto encaja con el resto del primer párrafo. El estado de gracia o vivir por la gracia y recibir
continuamente la gracia, es algo que está más allá del aprendizaje. El aprendizaje únicamente nos
prepara para esto, pues el aprendizaje tiene lugar sólo en este mundo. En realidad, lo que estamos
haciendo es desaprender nuestra negación de la verdad acerca de nuestro verdadero Ser.

“Se encuentra más allá del aprendizaje, aunque es su objetivo, pues la gracia no puede arribar hasta
que la mente no se haya preparado a sí misma para aceptarla de verdad” (1:3). El aprendizaje nos
prepara para aceptar la gracia. El aprendizaje no nos da la gracia, pero nos prepara para recibirla,
para aceptarla, lo que supone que la gracia ya está a nuestro alcance pero todavía no podemos
aceptarla.

“La gracia se vuelve inevitable para aquellos que han preparado un altar donde ésta pueda ser
dulcemente depositada y gustosamente recibida: un altar inmaculado y santo para este don” (1:4). La
gracia simplemente está ahí, al instante, siempre que estemos dispuestos a recibirla. Aprender es
necesario para producir el estado de desearla, luego la gracia se vierte. No tenemos que hacer nada
para traerla, pero tenemos que avanzar en el (des)aprendizaje para eliminar nuestro rechazo a
recibirla.

Entonces sigue lo que quizá es la mejor definición de la gracia en la lección: “La gracia es la
aceptación del amor de Dios en un mundo de aparente odio y miedo” (2:1).

La gracia significa ver más allá de la ilusión. Todavía estoy en este mundo de “aparente odio y
miedo” y sin embargo, de algún modo, acepto el Amor de Dios. Acepto que Él es completamente
Amor, no enfadado ni vengativo, no algo a lo que temer por mis pecados, no algo a lo que culpar por
las aparentes desgracias del mundo; Dios es Amor. En lugar de ver al mundo como sólido y real, y
preguntarnos cómo puede Dios ser amoroso cuando todo esto está sucediendo, “aquellos cuyas men-
tes están iluminadas por el don de la gracia no pueden creer que el mundo del miedo sea real” (2:2).
Aquellos que conocen la gracia saben que Dios es real, que el amor es real, y que es el mundo del
miedo lo que es ilusorio.

La gracia no es algo que se aprende. EI último paso tiene que ir más allá de todo
aprendizaje. (3:1-2)
Esto no es algo que se aprende. No puede aprenderse. Tiene que venir de fuera del lugar donde el
aprendizaje se lleva a cabo, que es el campo del ego. El Curso dice a menudo que no hay aprendizaje
en el Cielo, o en Dios. ¿Cómo podría haber aprendizaje donde se sabe todo?

La gracia no es la meta que este curso aspira a alcanzar. No obstante, nos preparamos
para ella en el sentido de que una mente receptiva puede oír la Llamada a despertar.
Dicha mente no se ha cerrado completamente a la Voz de Dios. Se ha dado cuenta de
que hay cosas que no sabe, y, por lo tanto, está lista para aceptar un estado
completamente diferente de la experiencia con la que se siente a gusto por resultarle
familiar. (3:3-6)

Así que, puesto que el aprendizaje es la meta del Curso, la gracia no lo es; la gracia está más allá de
lo que el Curso enseña porque no puede enseñarse. Pero el aprendizaje del Curso, que en realidad es
un desaprender, nos prepara para la gracia al soltar a nuestra mente de las apretadas garras del ego.
Tal como se ve en este párrafo, la meta del Curso es una mente abierta y una consciencia de que hay
cosas que no sabemos.

No nos damos cuenta de hasta qué punto ha estado cerrada nuestra mente, “completamente sorda a
la Voz de Dios”. Eso es lo que tenemos que aprender. De lo que nos damos cuenta es de todas las
formas que utilizamos para no dejar entrar a Dios. Cuando aprendemos esto, no queda nada por lo
que dejarle fuera, y Él sencillamente ya está ahí, tal como siempre lo ha estado.

Luego la lección continúa hablando del estado del Cielo, o unidad. No tengo tiempo para comentarlo
aquí, la lección ya lo deja muy claro, cuando dice: “No podemos hablar, escribir, ni pensar en esto en
absoluto” (6:1).

No obstante, cuando se enseña y se aprende lo que es el perdón, ello trae consigo


experiencias que dan testimonio de que el momento en que la mente misma decidió
abandonarlo todo excepto esto, está por llegar. (7:2)

En otras palabras, el perdón es lo que ahora enseñamos y aprendemos, no la gracia. El perdón es el


proceso de aprendizaje, la preparación para la gracia, y nos da experiencias que lo demuestran,
anticipos de cómo es vivir en gracia.

Pero por ahora es mucho lo que aún nos queda por hacer, pues aquellos que se
encuentran en el tiempo pueden hablar de cosas que están más allá de él, y escuchar
palabras que explican que lo que ha de venir ha pasado ya. Mas ¿qué significado
pueden tener dichas palabras para los que todavía se rigen por el reloj, y se levantan,
trabajan y se van a dormir de acuerdo con él? (10:3-4)

Todavía estamos en el tiempo. Seamos realistas y prácticos en esto. Hablar de “cosas que están más
allá” e intentar entender que “lo que está por llegar” (la iluminación o el despertar, que está en el
futuro tal como lo entendemos) “ya ha sucedido” (es decir, que el viaje ya se ha terminado, que ya
estamos iluminados, y que la unidad es un estado constante que está aquí ahora, para siempre, como
siempre ha sido), hablar de todas estas cosas puede ser fascinante quizá nos anima, pero ¿cómo
podemos entenderlo? ¡No podemos! Las palabras nos transmiten muy poco significado mientras
vivimos y organizamos nuestra vida por el tiempo, contando las horas.

Es bueno pensar en todo esto un poco, pero no es nuestra tarea principal. De hecho, puede ser una
pérdida de tiempo si nos distrae del hecho de que “tenemos trabajo por hacer” aquí, ahora. El perdón
funciona. Sentarse para hablar de lo que significa vivir continuamente en estado de gracia, en el
mundo real, o lo que sigue a continuación en el Cielo, no tiene ningún significado sin ese trabajo real
y práctico del perdón, en acción dentro de nuestra vida.
No entenderemos el Cielo hasta que lleguemos allí. La gracia anuncia al Cielo, y ni siquiera
podemos entender eso, no por completo. Aunque podemos tener atisbos de ello en los instantes
santos en los que entramos en contacto con Dios y con el Amor en nuestra mente. Por eso:

Ahora pedimos que se nos conceda la gracia, el último regalo que la salvación puede
otorgar. La experiencia que la gracia proporciona es temporal, pues la gracia es un
preludio del Cielo, pero sólo reemplaza a la idea de tiempo por un breve lapso. (12:2-3)

Las experiencias de gracia vienen, y se van. Nos sentimos fuera del tiempo “pero sólo durante un
rato”. Estas experiencias, que vienen en momentos de verdadero perdón, son todo lo que
necesitamos por ahora. “Mas ese lapso es suficiente” (13:1). Los instantes santos, el “ratito” de cada
experiencia de perdón, es suficiente. Es todo lo que necesitamos.

“Pues ahí es donde se depositan los milagros” (13:2). En otras palabras, el instante santo nos abre a
los milagros. Es el modo por el que se extienden a nuestra vida los milagros, “que tú has de devolver
de los instantes santos que recibes a través de la gracia que experimentas, a todos los que ven la luz
que aún refulge en tu faz” (13:2). Cuando “regresas” del instante santo, hay una luz que aún brilla en
tu cara. Otras personas la ven, y a ellos les llevas los milagros que has recibido en ese momento.

¿Qué es la faz de Cristo sino la de aquel que se adentró por un momento en la


intemporalidad…? (13:3)

Esto trata de ti y de mí. El rostro de Cristo es tu cara, mi cara, cuando hemos recibido un instante
santo y “volvemos” al mundo del tiempo, nuestra cara brilla con la luz del Cielo.

¿… y al volver trajo consigo -para bendecir al mundo- un claro reflejo de la unidad que
experimentó allí? (13:3)

Ésa es nuestra función aquí en el mundo: traer un claro reflejo de la unidad del Cielo para bendecir
al mundo. Pedir la gracia, abrir nuestra mente a recibir la gracia de Dios, tan a menudo como
podamos elegir “entrar” en el instante santo en el que sentimos la unidad del Cielo, y luego regresar
con un reflejo de él para bendecir al mundo. Date cuenta de que la unidad “se siente” y no sólo se
acepta y se comprende intelectualmente. Se siente. Eso es lo que sucede en un instante santo.

Oímos acerca de vivir en el mundo real, o acerca de lo que debe ser vivir en un estado constante de
unidad (Cielo), y lo deseamos. Lo queremos ahora. Nos sentimos frustrados porque los instantes
santos vienen y se van, duran “sólo un ratito” y eso nos parece decepcionante. Jesús explica aquí que
la etapa de aprendizaje es totalmente necesaria, y que no deberíamos sentirnos decepcionados, no
deberíamos pensar que estamos fracasando en nuestra tarea si los instantes santos no duran.

¿Cómo podrías llegar a alcanzarla para siempre, mientras una parte de ti se encuentre afuera,
ignorante y dormida, necesitada de que tú des testimonio de la verdad? (13:4)

Los hermanos que te rodean por todo el mundo, “ignorante y dormida” son tus propios
pensamientos con forma. Son “una parte de ti” que “permanece fuera”. Tienes una misión aquí, un
propósito que cumplir. El despertar tiene que comunicarse. Quieres un estado continuado de
“permanecer en el instante santo”, pero Jesús te pregunta: “¿Cómo puedes alcanzarlo si una parte de
ti está fuera de ese estado de unidad, ignorante, dormida y sin darse cuenta de ello?” Tu unidad tiene
que incluirlos a ellos.

Jesús dice que en realidad deberíamos estar agradecidos de “regresar” de esos instantes santos, de
vuelta al mundo del tiempo. Escucha:
Siéntete agradecido de poder regresar, de la misma manera en que te alegró ir por un
instante, y acepta los dones que la gracia te otorgó. Es a ti mismo a quien se los traes.
(14:1-2)

Si el instante santo es un momento en el que eres consciente de la unidad, en cierto sentido tienes
que volver. Tienes que volver porque eres consciente de tu unidad con todos los que todavía no han
visto. Son parte de ti, y por eso tienes que “volver” para llevarles los regalos de la gracia a la parte de
ti que todavía está dormida, lo cual ves reflejado en tus hermanos.

Jesús nos dice claramente que nos alegremos con esto: “no estamos pidiendo lo que no se puede
pedir” (14:7). Querer el Cielo para mí y dejar a mis hermanos detrás es no hacer caso a lo que es el
Cielo: ser consciente de la unidad. Una salvación privada es imposible. O vamos todos juntos o no
vamos.

Algunos pueden reaccionar a esto como si toda la humanidad nos estuviera reteniendo e impidiendo
nuestra iluminación total. Ese pensamiento está basado en un estado de separación, y por lo tanto es
completamente distinto a la gracia y al Cielo. El mundo que ves no es una fuerza separada de ti, que
te retrasa. Es un reflejo de tu propio aprisionamiento a ti mismo, de tu propia resistencia que todavía
no ha sido vencida o desaprendida. El mundo no está fuera de tu mente, sino en ti. Tú eres el mundo,
eso es lo que estás aprendiendo.

Te conviertes en lo que siempre has sido al aceptar tu papel de salvador del mundo. Tu salvación es
la salvación del mundo. No son dos cosas, son lo mismo.

“Regresamos” a salvar al mundo. Eso no significa que tengamos nuestro momento de felicidad y
luego regresemos a predicar al mundo acerca de ello y decirles lo iluminados que estamos y por qué
ellos no. Si tu salvación es la salvación del mundo, lo contrario también lo es: la salvación del
mundo es la tuya propia. Salvas al mundo trabajando en ti. “La única responsabilidad del obrador de
milagros es aceptar la Expiación para sí mismo” (T.2.V.5:1). Salvas al mundo cambiando tu mente,
porque ahí es donde está el mundo, en tu mente. Sólo hay una mente, sólo uno de nosotros está aquí.

Cuando estás en una película, si hay un problema en la pantalla, no vas a la pantalla a arreglarlo, sino
que encuentras el proyector y lo arreglas. Esas “personas no iluminadas” que ves ahí fuera son partes
de tu propia mente que todavía no has reconocido como partes de ti, no las atraes intentando arreglar
la pantalla (esas personas separadas de ahí fuera), lo haces intentando arreglar el proyector (tu propia
mente).

Alégrate de ir por un instante, y también da gracias al volver, para llevar la luz de Dios al mundo. Te
la traes a ti mismo. Al entender ese hecho, te salvas. El regreso no es un paso atrás en el tiempo. No,
es un paso adelante hacia tu despertar, los medios por los que llevas contigo a todo el mundo dentro
de la eternidad, para ser allí la unidad que has tocado y conocido.

LECCIÓN 170 - 19 JUNIO

“En Dios no hay crueldad ni en mí tampoco”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Pararte delante de la devoción que le tienes a la crueldad como un medio de seguridad,
verlo como un ídolo sin significado, y elegir no servirle por más tiempo.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.
Necesitamos mirar con honestidad a nuestra creencia de que atacar a otros en defensa propia nos
mantiene a salvo. Esto significa que creemos que la crueldad nos mantiene a salvo, ya que todo
ataque tiene la intención de herir y el intento de herir es cruel. Esto ha puesto a la crueldad como a
un dios en el trono de tu mente, un dios que no nos atrevemos a poner en duda.
Sin embargo, hoy, debemos poner en duda a este ídolo. Tenemos que mirar con serenidad a nuestra
creencia de que la crueldad significa seguridad.
Por eso, primero, ponte en contacto con esta creencia dentro de ti. Fíjate en que crees que cuando
atacas, tu ataque te mantendrá seguro.
Luego, estate dispuesto a poner en duda esta creencia. Piensa en la posibilidad de que tu propia
defensa contra un ataque es lo que le da poder al ataque a tus ojos. Piensa en la posibilidad de que tu
propia crueldad es a la larga lo que te hace tener miedo. Y piensa que esta creencia de que la
crueldad es seguridad, es únicamente eso: una creencia, una idea que tiene que ser examinada de
nuevo con calma, y no un dios a quien adorar.
Ahora examina otro aspecto de esta creencia. Te das cuenta de que Dios quiere que abandones tus
armas, que renuncies al ataque y a la defensa. Esto Le hace parecer cruel, pues Él quiere quitarte tu
protección. Él aparentemente quiere que seas manso y santo cuando te hieren. Tan pronto como veas
a la crueldad como el ídolo que te protege, entonces el auténtico Dios de Amor te parecerá cruel.
Estate dispuesto a ponerlo en duda. ¿Es posible que Él quiera tu seguridad más que tú? ¿Es posible
que “el amor es tu seguridad”? (L.pII.5.5:4)
Al mirar a ambas creencias (que la crueldad es tu dios, y que Dios es cruel) te encuentras ante el
mismo ídolo, y estás haciendo una elección. “¿Vas a restituirle al amor lo que has procurado
arrebatarle para ponerlo a los pies de ese inanimado bloque de piedra?” (8:4). Mientras intentas
tomar la decisión, sigue repitiendo: “En Dios no hay crueldad ni en mí tampoco”. Piensa que Dios
es sólo Amor y que tu naturaleza es como la Suya, que la crueldad no forma parte de tu naturaleza en
absoluto. Sinceramente intenta “posar tu mirada por última vez sobre ese bloque de piedra que tú
mismo esculpiste, y dejarás de llamarle dios” (11:2).
Si tienes éxito, caminarás sobre un mundo nuevo, que verás con nuevos ojos. Mirarás a las mismas
personas, pero mientras que antes veías peligro en ellas, ahora verás la gloria de Dios en ellas.
Donde antes tu corazón estaba lleno de miedo y crueldad, ahora estará lleno de amor y nada más.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).
Repite la idea, intentando renunciar a tu lealtad a la crueldad, y aceptar el amor que es tu verdadera
naturaleza. Luego dale gracias a Dios por los regalos de Su Amor en la hora que ha transcurrido. Y
déjale decirte cómo manifestar en la siguiente hora el amor nuevamente encontrado en tu corazón.

Comentario

El pensamiento básico que contiene la lección de hoy es que nuestros intentos por defendernos a
nosotros mismos son lo que hace que el ataque externo nos parezca real.

Tenemos miedo porque, en algún lugar muy dentro de nuestro corazón, creemos que hemos atacado
y que merecemos castigo por nuestro ataque. Sentimos dentro de nosotros la creencia de que “herir a
otro (nos) brinda libertad” (1:4). Esta creencia está detrás de cada ataque que consideramos en
defensa de nosotros mismos. No importa cuánto intentemos justificar nuestros ataques, algo dentro
de nosotros sabe que nuestro intento es herir a la otra persona porque creemos que hiriéndole nos
liberará en algún modo de algo. Resumiendo, creemos que somos crueles por naturaleza.

Proyectamos nuestra creencia en el ataque sobre algo externo, vemos los ataques como si vinieran
de fuera de nuestra propia mente. En realidad no hay nada fuera de nuestra mente, somos nosotros
los que nos atacamos a nosotros mismos con nuestra culpa, pero creemos ver el ataque como externo
a nosotros, justificando más ataques por nuestra parte. De este modo, el miedo y la defensa se
convierten en los medios de protegernos a nosotros mismos. Y “al amor… se le dota con los
atributos del miedo” (5:3): es decir, el amor se convierte en algo temible porque nos aconseja que
abandonemos todas nuestras defensas. El amor se convierte en algo peligroso.
Desde este punto de vista, el miedo y la crueldad se convierten en “un dios”, un ídolo, algo que hay
que proteger a toda costa. Abandonar el miedo se convierte en el máximo peligro. Por encima de
todas las cosas tenemos miedo de no tener miedo; nos aferramos al miedo, creyendo que nos
protege.

Llevada al extremo, esta “adoración” del miedo y de la crueldad terminamos proyectándola sobre
Dios Mismo, Le vemos como un Dios vengativo, que expulsa fuego, que nos amenaza con el
infierno, listo para engañarnos con Sus palabras de amor, que se ríe con alegría salvaje mientras nos
hundimos en la derrota. De hecho, enterrado lo mejor que podemos, está nuestro miedo a Dios,
disfrazado de muchas formas cuando sale de nuestro inconsciente, pero siempre presente, ésa es la
idea básica “que entrona como un dios al pensamiento del miedo” (9:4).

“Este momento puede ser terrible. Pero también puede ser el momento en que te emancipas de tu
abyecta esclavitud” (8:1-2). A la larga, todas nuestras defensas son defensas contra Dios. Enterrada
muy hondo en nuestra mente está nuestra seguridad de que el universo va a por nosotros. Si miramos
con honestidad, nos pasamos la mayor parte de nuestra vida reforzando nuestras defensas contra
“cosas” que parecen amenazarnos.

El Curso nos dice que la única manera de descubrir que la amenaza no es real es abandonar las
defensas (2:6-7). Dios no está enfadado. El universo no va a por nosotros. Si nos parece que Dios
está separado de nosotros, sólo las barreras que hemos levantado hacen que así nos lo parezca. Sólo
somos víctimas de nuestras propias defensas.

No tenemos nada que temer. No somos crueles, no podemos serlo, pues Dios Quien nos creó no
tiene crueldad en Él. No hay ningún castigo acechando sobre nuestras cabezas. Somos el inocente
Hijo de Dios, el Hijo que Dios ama. Sin ese miedo primario, no hay nada que proyectar sobre otros;
cuando dejamos de proyectar nuestro miedo, no se percibe ningún ataque fuera; cuando no se
percibe ningún ataque fuera, no hay necesidad de defensas.

Si examinamos con honestidad a nuestro “dios” de miedo y defensa, tenemos que ver que está hecho
de piedra. No tiene vida, no puede salvarnos. El miedo provoca miedo, el ataque provoca ataque.
Las guerras del mundo lo demuestran constantemente. Herir a otros nunca nos pone a salvo,
únicamente aumenta el ciclo de miedo y ataque.

Darnos cuenta de que el método en el que confiamos para garantizar nuestra seguridad no sirve de
nada, que nuestro guerrero ganador es un traidor, puede ser un momento aterrador. Los almacenes de
misiles en los que hemos puesto toda nuestra confianza ¡apuntan directamente a nuestro propio
corazón! “Este momento puede ser terrible. Pero también puede ser el momento en que te emancipas
de tu abyecta esclavitud” (8:1-2). Pensar en abandonar las defensas por completo puede paralizarnos
de miedo por un momento. Pero puede ser el momento en el que somos libres para reconocer que lo
que tememos no existe, y se le permite la entrada al “enemigo” que nos hemos esforzado en
mantener fuera, trayéndonos Su paz con Él.

QUINTO REPASO. INSTRUCCIONES PARA LA PRÁCTICA

Propósito: Prepararnos para la Segunda Parte del Libro de Ejercicios. Dedicar más tiempo y
esfuerzo a practicar, para que puedas acelerar el paso en tu viaje a Dios. Reconocer la verdad de la
idea central (“Dios es sólo Amor y, por ende, eso es lo que soy yo”). Hacer de este repaso un regalo a
Jesús, y un tiempo en el que compartes con Él una experiencia nueva y sin embargo antigua.

La oración: Usa la oración de los párrafos 2 y 3 para dedicar el repaso a Dios. Le pides a Dios que
dirija tus prácticas y que te llame de vuelta cuando te retrasas en tus prácticas, para que puedas
progresar más rápido por el camino que te lleva a Él.
El pensamiento central: El centro del repaso es esta idea (“Dios es sólo Amor y, por ende, eso es
lo que soy yo”). El propósito de este repaso es llevarnos a un lugar donde entendemos y
experimentamos esta idea de verdad. Y el propósito de las ideas que se repasan es apoyar la idea
central, sacar diferentes aspectos de ella, y hacerla “más significativa, más personal y verdadera”
(L.rV.In.4:2). Por lo tanto, haz que esta idea domine cada uno de estos diez días del repaso. Empieza
y termina el día con ella, empieza y termina cada periodo de práctica, y envuelve con ella cada
repetición de las ideas del repaso.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.
Pasa un rato repitiendo el pensamiento central (“Dios es sólo Amor y, por ende, eso es lo que soy
yo”). Y las dos ideas del repaso. Envuelve cada idea del repaso con el pensamiento central. Usa las
ideas del repaso para que iluminen algún aspecto del pensamiento central y hazlo más significativo
para ti.
Luego entra en lo que llamamos “meditación de la mente abierta”. Mantén tu mente quieta y
silenciosa, sin palabras. Las palabras son como señales indicadoras: señalan al significado; pero
ahora estás buscando la experiencia directa del significado, y para esto las palabras se interponen. En
este vacío de palabras, simplemente espera con “silenciosa expectación” (L.94.4:1) la experiencia de
lo que nos hablan las palabras, la experiencia de nuestro verdadero Ser. Toda tu atención está
esperando en “tranquila expectación” (L.157.4:3). Tu mente está en reposo, sin embargo también
preparada. Toda tu consciencia está esperando que surja la comprensión y se extienda. Concéntrate
en esto sin palabras. Sin embargo, cuando tu mente se distraiga, lo que sucederá de vez en cuando,
repite el pensamiento central para recordarte a ti mismo lo que estás esperando: la experiencia de tu
propio Ser; y luego vuelve a tu espera sin palabras.
Termina repitiendo el pensamiento central una vez más.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto (más corto si las circunstancias no
lo permiten).
Sugerencia: Repite las dos ideas del repaso, rodeando cada una de ellas con el pensamiento central.
Luego dale gracias a Dios por Sus regalos en la hora anterior, y pídele Su dirección para la hora que
comienza. Termina con el pensamiento central.

LECCIÓN 171 - 20 JUNIO

“Dios es sólo Amor y, por ende, eso es lo que soy yo”


(151) “Todas las cosas son ecos de la Voz que habla por Dios”
(152) “Tengo el poder de decidir”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en el Quinto Repaso

Comentario

¡Otro repaso! Mientras lees la Introducción al Quinto Repaso, te darás cuenta de que no se dan
instrucciones detalladas para la práctica. El resumen, que se da en el párrafo 11, es la única
referencia a la práctica real que se espera que hagamos. Un rato por la mañana, un rato por la noche,
y tener la idea en nuestro recuerdo a lo largo de todo el día, ésa es toda la instrucción que se nos da.
A decir verdad, las instrucciones completas se dieron en la Lección 153, párrafos 15-18. Allí, se dijo
que las instrucciones seguirán “un formato que vamos a utilizar por algún tiempo” (L.153.15:1). Ese
“por algún tiempo” todavía continúa.

En los diez días del repaso, comentaré principalmente la Introducción al Repaso, en lugar de las
ideas que se están repasando. Hoy trataré de los tres primeros párrafos, y luego un párrafo cada día
durante las restantes nueve lecciones del repaso. La idea central del repaso es: “Dios es sólo Amor y,
por tanto, eso es lo que soy yo”. Se nos dice (4:2) que cada uno de los veinte pensamientos que
estamos repasando aclara algún aspecto de este pensamiento central, también intentaré señalar
algunas de las maneras en que las dos ideas del día están relacionadas con El pensamiento central.

La Introducción a nuestro repaso empieza con una poderosa petición de que tomemos nuestras
prácticas más en serio, “para poner más de nuestra parte y dedicar más tiempo a nuestro empeño”
(1:2). Una vez más, como en el Cuarto Repaso, se nos recuerda que esta serie de lecciones está
planeada para ayudarnos a prepararnos “para un nuevo nivel de entendimiento” (1:3). El Cuarto
Repaso dejó claro que esto se refiere a la Segunda Parte del Libro de Ejercicios: “Esta vez… nos
estamos preparando para la segunda parte del aprendizaje en la que se nos enseña cómo aplicar la
verdad” (L.rIV.In.1:1). La comprensión de que nos estamos preparando para algo más, un cambio a
otra fase, se pretende que motive nuestros esfuerzos “para poder seguir adelante con mayor certeza,
mayor sinceridad y mayor fe” (1:4). Se tiene la sensación de que la eficacia de la segunda mitad del
Libro de Ejercicios depende, en gran medida, de cuánto tiempo y esfuerzo estamos dispuestos a
poner en nuestra práctica ahora, en este momento.

Recuerdo las primeras veces que hice el Libro de Ejercicios, siempre me daba la sensación de que la
segunda parte era un desastre. Decepcionante. También recuerdo que no hacía serios esfuerzos para
seguir las instrucciones de la práctica, sólo leía la lección por la mañana. Estoy completamente
convencido de que hay una relación directa entre estos dos hechos: mi débil práctica y mi sensación
de decepción.

El Libro de Ejercicios reconoce que hemos estado flaqueando, y que hemos tenido dudas que nos
han hecho esforzarnos menos en las prácticas. No nos sermonea por ello, pero sí deja claro que si
queremos resultados, tenemos que seguir el programa. La recompensa será “una mayor certeza, un
propósito más firme y una meta más segura” (1:6).

En mi opinión, la oración de los párrafos 2 y 3 es muy buena para utilizarla cada día, durante este
repaso. No necesita comentarios, el significado de cada frase está muy claro. Es una oración para
esforzarnos en la práctica. Es una afirmación de confianza en que, si nos olvidamos, tropezamos, o
nos extraviamos, Dios nos lo recordará, nos levantará y nos llamará para que volvamos a ellas.

Los dos pensamientos de hoy se relacionan fácilmente con el pensamiento central. Si Dios es sólo
Amor, y yo también soy sólo amor, entonces todas las cosas son ecos de Su Voz. Todo es un aspecto
de Él. La decisión a la que me enfrento, hoy y cada día, es si aceptar o no este hecho. ¿Quiero vivir
hoy como una expresión del Amor de Dios, o quiero elegir intentar lo que es imposible: ser otra
cosa?

LECCIÓN 172 - 21 JUNIO

“Dios es sólo Amor y, por ende, eso es lo que soy yo”


(153) “En mi indefensión radica mi seguridad”
(154) “Me cuento entre los ministros de Dios”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en el Quinto Repaso

Comentario

Párrafo 4 de la Introducción al Quinto Repaso:

“He aquí el pensamiento… ” (4:1). Las palabras se refieren a (“Dios es sólo Amor y, por tanto, eso
es lo que soy yo”) la frase 3 del párrafo, el pensamiento central del repaso. Durante el repaso,
tenemos que pensar en este pensamiento lo primero de todo, cada día, cada mañana y cada noche, y
muy a menudo durante el día. Cada pensamiento añadido de las lecciones anteriores “clarifica algún
aspecto de dicho pensamiento o contribuye a hacerlo más significativo, más personal y verdadero,
así como más descriptivo del santo Ser que compartimos y que ahora nos preparamos para conocer
de nuevo” (4.2). En nuestro repaso, sería bueno pensar cómo está relacionado este pensamiento
central con las otras dos ideas. El centro de atención es el pensamiento central, las ideas a repasar se
supone que lo aclaran o extienden.

Fíjate en las palabras “nos preparamos” que aparecen de nuevo en la frase 2. El “nuevo nivel de
entendimiento” (1.3) para el que nos estamos preparando tiene que ver con acercarnos de nuevo a
conocer nuestro verdadero Ser. La primera mitad del Libro de Ejercicios se ha concentrado en
deshacer nuestro viejo sistema de pensamiento, la segunda mitad no lleva a reclamar el
conocimiento del Ser que pensamos que habíamos perdido.

El santo Ser que somos es sencillamente una extensión de Dios. Él es Amor, y nosotros también.
Nosotros somos lo que Él es, extendido. Nos estamos preparando para recordar Eso, más que
recordar, saber. Esa palabra sola implica mundos. Puedo escribir las palabras, puedo estar de
acuerdo con ellas, pero ¿conozco lo que estoy diciendo? Conocer que soy una extensión del Amor de
Dios cambiará todo en mi vida, desterrará el miedo, y me dará una sensación de propósito santo con
el que nada de lo que haya sentido antes se puede comparar.

¿Cómo es este Ser, que soy yo? “Sólo sus pensamientos son perfectamente congruentes; sólo ese Ser
conoce a Su Creador, se comprende a Sí Mismo y goza de un conocimiento y amor perfectos, así
como de un estado de unión constante con Su Padre y Consigo Mismo” (4:5). Ésta es una
descripción de mí y de ti tal como Dios nos creó. Para “conocer de nuevo” Eso nos está preparando
este repaso.

¿No se merece esta meta “poner más de nuestra parte y dedicar más tiempo”? (1.2). Intenta
imaginarte como será (no “sería”, sino “será”) ser perfectamente constante en todos tus
pensamientos. Intenta sentir cómo será conocer a Dios y a ti mismo perfectamente. Intenta
imaginarte viviendo en un estado constante de unión con el Padre, y con tu Ser, sin cambios o
alteraciones en ese estado de unión.

Las dos ideas del repaso de hoy nos ayudan a ver el camino de nuestra meta, negativamente y
positivamente. Si yo soy Amor, ¿cómo puedo estar a la defensiva? Para ser lo que en verdad soy,
debo abandonar mis defensas. Y si soy Amor, ¿qué puedo ser sino un ministro de Dios? ¿Cuál puede
ser mi propósito aquí sino extender Su Amor, extender la mano y tocar a todos mis hermanos con el
toque de Cristo?

LECCIÓN 173 - 22 JUNIO

“Dios es sólo Amor y, por ende, eso es lo que soy yo”


(155) “Me haré a un lado y dejaré que Él me muestre el camino”
(156) “Camino con Dios en perfecta santidad”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en el Quinto Repaso

Comentario

Párrafo 5 de la Introducción al Quinto Repaso:


El Ser que es sólo Amor, perfectamente constante en Sus pensamientos, es “lo que nos espera al final
de la jornada” (5:1).A menudo necesito recordarme a mí mismo qué “estoy buscando” en este
camino espiritual. A veces parece un viaje tan largo: “serán muchas las ocasiones…a lo largo de un
tiempo que no parece tener fin” (T.24.VI.7:2). Recordar la meta, lo primero en la mente, para mí es
una necesidad. “Eso”, con una “E” mayúscula, “Eso es lo que se nos promete” (5:4). Estoy en el
viaje de encontrar mi Ser, y al final del viaje, se me ha prometido, lo encontraré. Un Ser en unión
constante con Dios. Un Ser en perfecta paz dentro de Sí Mismo. Eso merece la pena “buscarlo”.

El viaje parece largo, pero cada paso me acerca un poco más, “a medida que lo ponemos en práctica
es a Eso a lo que nos acercamos” (5:2). Cada vez que me paro un minuto para recordar me acerca un
poco más. Cada vez que abro mi corazón con amor a un hermano, me acerca un poco más. Cada vez
que hago la práctica de la mañana o de la noche, sentado en silencio, escuchando, me acerca un poco
más. El camino que ofrece el Curso no es llamativo. A veces no es muy emocionante. Pero funciona.
Para mí está tan claro que debe hacerse este trabajo de algún modo, los retorcidos pensamientos de
mi ego tienen que ser deshechos y sustituidos por otra cosa. Los muchísimos disfraces del miedo
deben ser descubiertos y reemplazados con amor. A veces deseo que sucediese de la noche a la
mañana. A veces me pregunto por qué parece necesitar tanto tiempo y avanzar tan lentamente. Y
luego me doy cuenta de mis propios pensamientos, apartándome, retrasándome, y me doy cuenta de
la causa. De vez en cuando incluso Le doy las gracias a Dios por no obligarme a nada en contra de
mi voluntad, porque cuando por fin termine mi viaje, no habrá ni la más pequeña duda de que es mi
voluntad, así como la Suya. Y vuelvo al trabajo seguro que el Curso presenta, sabiendo que (para mí
al menos) éste es el único camino que he encontrado que funciona.

“Este repaso (hecho como se pide que se haga, por supuesto) acortará el tiempo de manera
inconmensurable” (5:3). Por eso me entran las prisas, aquí está el medio de acortar el tiempo que es
necesario. Se me han dado los medios, en bandeja de plata, se me ponen delante de los ojos día tras
día. ¿Quiero utilizarlos? ¿Quiero usar los medios para acortar el tiempo? A menudo digo que quiero
que el viaje avance más rápido. Sin embargo, si se me han dado los medios para acortar el tiempo y
no los utilizo, ¿qué dice eso de mi deseo? Mi constancia en la práctica es la medida de mi verdadero
deseo.

Si practico con la meta en mi mente, si recuerdo por qué lo estoy haciendo, el beneficio será
máximo. Sin embargo, si hago la práctica a duras penas, como si fuera un deber que se me ha
impuesto, una tares aburrida, mi beneficio será menor.

Que hoy “levantemos de las cenizas nuestros corazones y dirijámoslos hacia la vida, recordando que
Eso es lo que se nos promete” (5:4).Que levante mis ojos y recuerde la gloriosa meta, mi Ser a
Quien nada Le falta y que espera a que yo recuerde. Que mi ansia interna, que nunca me deja, se
salga con la suya y me lleve hacia adelante.

Las dos ideas del repaso de hoy encajan muy bien con el párrafo de la Introducción a este repaso.
“Me haré a un lado y dejaré que Él me muestre el camino” siguiendo Su dirección gustosamente. Y
me siento animado en mi viaje sabiendo que mientras lo hago, “Camino con Dios en perfecta
santidad”.

Este curso nos fue enviado para allanar el sendero de la luz y enseñarnos, paso a paso,
cómo regresar al eterno Ser que creíamos haber perdido. (5:5)

Gracias, Padre, por este Curso. Gracias por sus instrucciones que me guían paso a paso. Gracias por
este tiempo de repaso, por los momentos que puedo pasar Contigo, en la quietud, en silencio,
escuchando, esperando, sabiendo que cada minuto me acerca más a mi meta, cada minuto ahorra un
tiempo inmenso. Gracias por abrir el camino de la luz.

LECCIÓN 174 - 23 JUNIO


“Dios es sólo Amor y, por ende, eso es lo que soy yo”
(157) “En Su Presencia he de estar ahora”
(158) “Hoy aprendo a dar tal como recibo”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en el Quinto Repaso

Comentario

Párrafo 6 de la Introducción al Quinto Repaso:

En este párrafo, Jesús habla en la primera persona: “Yo te acompaño en esta jornada” (6:1). Un
aspecto del Curso que parece recibir menos atención que muchas otras es la presencia personal del
autor en nuestras vidas. Sin duda, muchos de nosotros,, sintiendo que nos hemos “escapado” de lo
que nos parecía un fondo cristiano lleno de prohibiciones, que daba mucha importancia a “un
salvador personal” y la adoración de Jesús como el único Hijo de Dios, nos sentimos incómodos con
la idea de tener a Jesús a nuestro lado al hacer este viaje. Se parece demasiado a lo que dejamos
atrás.

En la Clarificación de Términos en el Manual para el Maestro, se nos recuerda que “se han hecho
amargos ídolos de aquel que sólo quiere ser un hermano para el mundo” (C.5.5:7). Una relación que
puede necesitar sanación es nuestra relación con él, podemos traer muchas “ideas sombrías” del
pasado que deforman la imagen que tenemos de él. Aquí en el Manual, se nos pide: “Perdónale tus
fantasías, y comprende lo mucho que amarías a un hermano así” (C.5.5:8). Sin embargo, el Curso
trata este asunto con dulzura, como hace con todos estos asuntos. “Es posible leer sus palabras y
beneficiarse de ellas sin aceptarle en tu vida. Mas él te ayudaría todavía más si compartieses con él
tus penas y alegrías” (C.5.6:6-7). Así que, si esta idea de tener una relación con él te produce
inquietud o incluso desagro, quédate en paz, es normal.

Jesús se ofrece a compartir tus dudas y tus miedos para hacerse más cercano a nosotros. Sabemos
que él entiende por lo que estamos pasando porque él también lo ha pasado antes. Aunque él ha
llegado a un lugar donde la duda, la inseguridad y el dolor no significan nada, él lo entiende cuando
las sentimos. No tenemos que sentir que nos estamos acercando a una figura lejana, elevada y
poderosa, que con un gesto de su mano quiere acallar nuestra inseguridad por ser poco importante.
Él ve lo que nosotros vemos. Él es consciente de todas las ilusiones que nos causan terror, y la
realidad que parecen tener para nosotros. Pero él tiene en su mente “el camino que lo condujo a su
propia liberación, y que ahora te conducirá a ti a la tuya junto con él” (6:5). Él es como un hermano
mayor que ha terminado el viaje, pero que ahora ha regresado para llevarnos al hogar con él. Él sabe
que el Hijo de Dios no está completo hasta que hayamos caminado el mismo camino que él. Él está
con nosotros ahora, mostrándonos el camino.

En mis momentos de quietud hoy, que yo sea consciente de su presencia. Cuando entro en la
Presencia de Dios, que yo sea consciente de uno que está a mi lado, quizá sujetando mi mano si me
siento temeroso. Que yo esté deseoso de llevarle mi inseguridad y dolor a él, para que yo pueda
vencerlos. Tal como recibo la gracia de él permitiéndome dejar a un lado mis miedos y dudas, que
yo aprenda a dar tal como recibo. Que yo salga de este instante con él para compartir con los que me
rodean lo que he recibido. Que actúe de representante de Dios en el mundo, para perdonar los
“pecados” de aquellos que me rodean, calme sus mentes, y les ofrezca la paz que a mí se me ha
dado.

LECCIÓN 175 - 24 JUNIO


“Dios es sólo Amor y, por ende, eso es lo que soy yo”
(159) “Doy los milagros que he recibido”
(160) “Yo estoy en mi hogar. El miedo es el que es el extraño aquí”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en el Quinto Repaso

Comentario

Párrafo 7 de la Introducción al Quinto Repaso:

¿Sabes qué?, por el modo en que Jesús habla en la primera frase, ¡parece que es algo que él ha
experimentado más de una vez! “Mi resurrección se repite cada vez que conduzco a un hermano sin
contratiempo alguno allí donde la jornada termina para ya no recordarse más” (7:1). Ciertamente me
gustaría pensar que ha habido más que él, sería descorazonador si él fuera el único hasta ahora. Hoy,
pienso que probablemente ha habido más de los que nos damos cuenta que han llegado al final del
viaje con él. A veces me pregunto por qué parece que hay tan pocos en este mundo que parecen
“haberlo logrado”, pero si pienso en ello, me parece que ¡“este mundo” es el último lugar en el que
probablemente podemos encontrar a tales personas! Estoy contento de que Jesús, al menos, ha
decido quedarse por aquí y ser “un salvador… con aquellos a quienes enseña” (6:5). ((A decir
verdad, el Curso da a entender que hay otros también, ver los dos primeros párrafos de la Sección 26
del Manual para el Maestro: “¿Es posible llegar a Dios directamente?”)

Levanta el ánimo la idea de que cuando en alguna circunstancia yo aprendo el “camino que nos
libera a todos de la aflicción y del dolor” (7:2), Jesús se “renueva”. Por supuesto, eso es cierto acerca
de todos nosotros, cada uno de nosotros se renueva cuando un hermano aprende el camino de
liberarse de todo dolor y aflicción. Todos a los que tocamos con un milagro nos enriquecen cuando
lo reciben. Cuando alguien comparte la explicación de un milagro en su vida, se renueva todo el que
lo escucha, eso es lo que hace que el compartir sea tan reconfortante. Mi propio camino con Dios se
fortalece cada vez que me doy cuenta de que algo que yo he dicho ha ayudado a alguien. El Curso a
menudo dice que aquellos a quienes ayudamos, nos ayudan, así es como aprendemos a recordar lo
que somos.

Que hoy recuerde que cada vez que vuelvo mi mente a la luz dentro de mí, y Le busco, Cristo
renace. Así es como tiene lugar el Segundo Advenimiento (ver L.pII.9.3:2, “¿Qué es el Segundo
Advenimiento?”). Cuando todos hayamos dado a Cristo nuestra mente por completo, el Segundo
Advenimiento se habrá completado. Cada vez que vuelvo mi mente a la luz dentro de mí, lo acerco
más. Cada vez que hoy recuerdo “Dios es sólo Amor y, por tanto, eso es lo que soy yo”, adelanto ese
día. Cada vez que elijo dar los milagros que he recibido, cada vez que recuerdo que mi Ser, y no el
miedo, está en el hogar en mí, Cristo renace en el mundo.

Nadie ha sido olvidado. Me encanta la frase de Marianne Williamson: “Dios no ha perdido tu


expediente”. Me gusta imaginar el ajetreo y bullicio de “la oficina celestial”, con todo tipo de seres
trabajando para mi bien, todos desconocidos para mí. Dejando pequeñas pistas para que yo las
encuentre. Planeando que me encuentre con la persona adecuada, encuentre los libros adecuados, y
tenga las experiencias por las que necesito pasar.

Pero todo esto necesita mi colaboración. La última frase parece contradictoria, afirmando que Jesús
necesita mi ayuda para conducirme de regreso a donde la jornada comenzó. Pero tiene sentido, pues
como el Curso dice todo el tiempo, lo único importante es mi pequeña dosis de buena voluntad. Él
me lleva, él no me obliga. Mi ayuda consiste en estar dispuesto a seguirle, parándome de vez en
cuando para escuchar sus instrucciones. Y mi ayuda consiste en hacer la práctica que él me dice que
haga.
¡Me doy cuenta de que él me está llevando hacia atrás! A donde empezó el viaje, para que yo pueda
“llevar a cabo otra elección” (7:5). Todo su trabajo conmigo es hacerme regresar al momento en que
tomé una decisión equivocada, para que ahora pueda tomar una decisión diferente. No hay nada que
no se pueda cambiar. Incluso la decisión que empezó esta pesadilla puede deshacerse, y será
deshecha, y ha sido deshecha. Él nos está guiando “en (nuestros) primeros e inciertos pasos de
ascenso por la escalera que la separación (nos) hizo descender” (T.28.III.1:2). Cada decisión
equivocada que le permito que deshaga hoy, es otro paso en la escalera de ascenso a la memoria de
mi estado original, a la memoria del hecho de que “Dios es sólo Amor y, por tanto, eso es lo que soy
yo”.

Damos los milagros que hemos recibido, y cuando lo hacemos, recordamos que ya estamos en el
hogar, y que el miedo es el extraño.

LECCIÓN 176 - 25 JUNIO

“Dios es sólo Amor y, por ende, eso es lo que soy yo”


(161) “Dame tu bendición, santo Hijo de Dios”
(162) “Soy tal como Dios me creó”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en el Quinto Repaso

Comentario

Párrafo 8 de la Introducción al Quinto Repaso:

Nuestras prácticas de alguna manera liberan al Cristo en el mundo. Abrir nuestra mente al Espíritu
Santo nos deja dispuestos como canales para aquellos a nuestro alrededor. Por supuesto, el Espíritu
Santo es “Aquel que ve tu extrema necesidad, y que conoce la respuesta que Dios le ha dado” (8:1).
Creo que una de las cosas que hace que el Curso sea tan extraordinario es el modo en el que
reconoce nuestra “extrema necesidad” y sin embargo afirma que en realidad no tenemos
necesidades. Es como si nos dijera: “Sé que el mundo del dolor y la pérdida es sólo una ilusión y
nada por lo que debas preocuparte, pero también sé que para ti es muy, muy real, y estoy dispuesto a
trabajar contigo partiendo de esa base.

Claramente, se nos anima a desarrollar una relación con Jesús y el Espíritu Santo. “Juntos
repasaremos estos pensamientos” (8:2). “Juntos les dedicaremos nuestro tiempo y esfuerzos” (8:3).
No somos individuos practicando un tipo de manipulación mental; nos estamos comprometiendo a
una relación, una aventura de colaboración:

La curación no procede de nadie más. Tienes que aceptar dirección interna. La


dirección que recibas no puede sino ser lo que quieres, pues, de lo contrario, no tendría
sentido para ti. Por eso es por lo que la curación es una empresa de colaboración. Yo
puedo decirte lo que tienes que hacer, pero tú tienes que colaborar teniendo fe en que
yo sé lo que debes hacer. (T.8.IV.5-9)

Así que estamos repasando estos pensamientos con él. No estamos pensando en ellos por nuestra
cuenta, sino escuchando esa guía desde dentro mientras pensamos en ellos.

“Y juntos se los enseñaremos a nuestros hermanos” (8:4). ¿Te has dado cuenta de que casi cada vez
que le Curso habla acerca del proceso que estamos pasando, termina con algún aspecto de compartir
o extensión, algún modo de dar a nuestros hermanos lo que nosotros hemos recibido? El Curso no es
un camino personal de salvación. Lo que es más, enseña que no existe la salvación individual,
porque “el individuo” es una ilusión. No estamos solos. No somos individuos separados que pueden
salvarse individualmente. Somos partes de un todo, y cuando empezamos a recibir lo que el Espíritu
Santo tiene que enseñar, debemos compartirlo, porque compartir es lo que Él enseña. “Enseñar con
acciones o con pensamientos; con palabras o sin ellas; en cualquier lenguaje o sin lenguaje; en todo
lugar o momento, o en cualquier forma” (M.1.3:6).

Enseñamos porque el todo no está completo hasta que todos estén incluidos. Tal como Jesús no está
completo sin nosotros, nosotros no estamos completos sin nuestros hermanos. Como Jesús, nosotros
podemos reconocer que lo tenemos todo en nosotros mismos y al hacerlo, reconocer que nuestros
hermanos lo tienen todo. El estado de estar completo está ahí, pero sin admitirlo ni reconocerlo:
“Soy tal como Dios me creó”, como nos lo recuerda una de las dos ideas del repaso. “Nuestro hogar
ancestral… se ha mantenido a salvo de los azotes de éste, así como inmaculado y seguro, tal como
será cuando al tiempo le llegue su fin” (8:8). No lo podemos perder, pero hemos perdido la
consciencia de él, y esa consciencia es lo que compartimos con los demás.

Cuando empezamos a aceptar que nada nos falta, nos convertimos en recordatorios para todos de
que tampoco les falta nada, y de que lo compartimos todo con todos. No hay necesidad de
“predicar”, ni de un grupo espiritual selecto diciéndole al resto del mundo “cómo es”. Es la feliz
comunicación de que “Tú eres completo, como yo. Soy tal como Dios me creó, y tú eres tal como
Dios te creó”. Venimos a nuestros hermanos no como superiores, sino pidiéndoles que nos den su
bendición, reconociéndoles como el Hijo de Dios que son, junto con nosotros: “Dame tu bendición,
santo Hijo de Dios”.

Tu santidad es la salvación del mundo. Te permite enseñarle al mundo que es uno


contigo, sin predicarle ni decirle nada, sino simplemente mediante tu sereno
reconocimiento de que en tu santidad todas las cosas son bendecidas junto contigo.
(L.37.3:1-2)

LECCIÓN 177 - 26 JUNIO

“Dios es sólo Amor y, por ende, eso es lo que soy yo”


(163) “La muerte no existe. El Hijo de Dios es libre”
(164) “Ahora somos uno con Aquel que es nuestra Fuente”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en el Quinto Repaso

Comentario

Párrafo 9 de la Introducción al Quinto Repaso:

Cuatro días más de este repaso, cuatro días más de nuestro “regalo” a él. Por supuesto, cada
momento en que nos conectamos con nuestra mente recta, cada momento que entramos en el
instante santo, es un regalo también. Este párrafo tiene un maravilloso sabor de ello: nuestro
escuchar sus palabras, nuestro darlas al mundo, Cristo trabajando a través de nosotros para salvar al
mundo, caminar con él a Dios, coger la mano de nuestro hermano mientras caminamos. Una
maravillosa energía que nos une, todos parte del todo que es nuestro Ser, que procede de Dios. La
energía viene a nosotros, y a través de nosotros a nuestros hermanos, y a través de ellos a nosotros,
uniéndonos a todos juntos en la estructura divina. Somos uno con Aquel que es nuestra Fuente.

“Pues esto es lo único que necesito: que oigas mis palabras y que se las ofrezcas al mundo. Tú eres
mi voz, mis ojos, mis pies y mis manos, con los cuales llevo la salvación al mundo” (9:2-3). Éste es
el verdadero propósito de mi existencia y de mi experiencia aquí en el mundo. Puedo sentir
confusión, día a día, acerca de mi propósito y la forma que está tomando. Puedo tener mis dudas
acerca de aquellos con los que me estoy relacionando ahora, preguntándome cómo demonios pueden
ser parte de un plan divino. Puedo preguntarme eso mismo acerca de mí. Pero Jesús habla con estas
palabras del Curso: “Mi única necesidad eres tú. Necesito tu presencia física para llegar a través de ti
a aquellos que están perdidos en la ilusión de los cuerpos”.

¿Cómo puede ser posible? ¿Cómo, en el lío en el que estoy metido, puede suceder esto? No lo sé.
Pero confío en que el Espíritu Santo lo sabe. Todo lo que tengo que hacer es estar disponible, estar
dispuesto a que eso suceda. Que recuerde que estos pensamientos de ansiedad, duda, falta de
confianza, y tristeza, son sólo formas de la creencia en la muerte; y que los abandone, poniéndolos
en Sus manos. Que me ponga yo también en Sus manos, recordando que soy uno con Aquel que es
mi Fuente, soy Amor al igual que Dios, soy una extensión de Su Ser, como todos lo somos. Si puedo
creer esto, soy libre.

Donna Cary ha escrito una canción maravillosa, una de las muchas basadas en su experiencia con el
Curso. El estribillo repite una y otra vez: “Él me está pidiendo que me entregue a Él. Llamándome
para que me entregue a Él”. La canción habla del miedo que surge cuando oímos esta llamada.
¿Puedo decir hoy: “Él me necesita. Quiere mis manos, mis pies, mis ojos, y mi voz. Padre, tengo
miedo, pero aquí estoy. Úsame.”? Que yo sea el instrumento de Su paz. O, en las palabras de una
poeta cristiana del siglo pasado, Amy Carmichael:

Ama a través de mí, Amor de Dios.


Hazme como tu aire claro,
A través del cual pasan los colores libremente,
como si no estuviera ahí.

“Dios es sólo Amor y, por tanto, eso es lo que soy yo”. Que ese Amor se extienda a través de mí
libremente y sin obstáculos. Que yo sea claro y puro. Recuérdame, Dios, que yo soy libre hoy, que la
muerte no existe, que nada se opone al Amor o a la Vida. Que mi vida sea una expresión de esa
verdad.

LECCIÓN 178 - 27 JUNIO

“Dios es sólo Amor y, por ende, eso es lo que soy yo”


(165) “Que mi mente no niegue el Pensamiento de Dios”
(166) “Se me han confiado los dones de Dios”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en el Quinto Repaso

Comentario

Párrafo 10 de la Introducción al Quinto Repaso:

La práctica del Libro de Ejercicios está pensada no sólo para producir un nuevo sistema de
pensamiento sino también una experiencia: “una experiencia que es nueva para ti, aunque tan
antigua como el tiempo e incluso aún más antigua” (10:1). ¿Cómo puede ser una experiencia más
antigua que el tiempo? ¿Cómo sino siendo parte de la eternidad? “El instante santo se extiende hasta
la eternidad y hasta la Mente de Dios” (T.15.V.11:5). “El instante santo es una miniatura de la
eternidad” (T.17.IV.11:4). Estos momentos que pasamos en quietud con Dios son oportunidades de
salirnos del tiempo y entrar en la eternidad, lo que aquí experimentamos es más antiguo que el
tiempo, increíblemente antiguo y, sin embargo, presente ahora mismo, siempre presente.
Estamos sintiendo nuestro Ser. “Santificado sea tu nombre e inmaculada tu gloria para siempre”
(10:2-3). Esta palabras nos suenan (si tu formación es cristiana, en todo caso) como si hablaran de
Dios. Sin embargo, hablan de ti y de mí. ¿Cómo es sentir esa experiencia? ¿Cómo es conocerte a ti
mismo como uno a los que estas palabras pueden aplicarse, uno a quien se le han confiado los dones
de Dios? No creo que las palabras puedan expresarlo, aunque muchos lo han intentado. Lo que se
necesita es una experiencia; luego, las palabras sobran.

“Existe una clase de experiencia tan diferente de todo lo que el ego pudiera ofrecerte que nunca más
querrás volver a encubrirla u ocultarla” (T.4.III.5:1). Eso es lo que buscamos en estos momentos de
quietud. No desesperadamente ni ansiosamente, no con preocupación o miedo de que no nos venga,
sino con paz, en silencio, con confianza. No podemos obligarla a que suceda, únicamente podemos
“dejar” que suceda. No buscamos añadirnos nada a nosotros mismos, simplemente buscamos dejar
de negar el Pensamiento de Dios, que es la pura verdad acerca de lo que somos.

En este momento podemos sentir que nuestra “plenitud ahora es total, tal como Dios lo dispuso”
(10:4). Una vez que has conocido tu propio estado de que nada te falta, ¿por qué ibas a querer de
nuevo taparlo o esconderlo? Únicamente la mentira de que eres algo que no quieres conocer podría
haberte convencido para que lo escondieras. Fuera del instante santo, nuestro Ser está rodeado por
un anillo de miedo, tenemos miedo de acercarnos al Ser porque nos hemos engañado al creer que lo
que encontraremos es aterrador.

El tiempo que parece ser necesario para encontrar el instante santo no se debe a que sea misterioso y
difícil de alcanzar, el tiempo es sólo la medida de nuestro miedo a nuestro Ser. Es necesario este
tiempo para acallar dulcemente nuestros miedos, hasta que estemos listos para encontrar el Ser que
está más allá del tiempo, más antiguo que el tiempo, completo y que nada le falta tal como Dios Lo
creó. Este Ser es el Pensamiento de Dios. No somos conscientes de nuestro Ser porque hemos
negado este Pensamiento. Nuestra experiencia de nuestro Ser es sólo el final de nuestra negación. El
Ser no cambia, no viene y se va. Simplemente es.

En este Ser completamos Su extensión con la nuestra (10:5). La extensión creadora de Dios se
completa cuando nosotros, a nuestra vez, nos extendemos. El Amor que nos creó ahora fluye a través
de nosotros para darles alegría a otros. Estamos practicando lo que siempre hemos conocido, lo
conocíamos antes de que la verdad original pareciera desaparecer dentro de la ilusión, y la
conoceremos de nuevo. En el instante santo la conocemos ya, ahora mismo. Y lo que conocemos es
esto: Se nos han confiado los regalos de Dios. Nuestro darlos completa Su dar. “Y le recordamos al
mundo que está libre de toda ilusión cada vez que decimos: Dios es sólo Amor y, por ende, eso es lo
que soy yo.” (10:7-8).

LECCIÓN 179 - 28 JUNIO

“Dios es sólo Amor y, por ende, eso es lo que soy yo”


(167) “Sólo hay una vida, y ésa es la vida que comparto con Dios”
(168) “Tu gracia me es dada. La reclamo ahora”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en el Quinto Repaso

Comentario

Párrafo 11 de la Introducción al Quinto Repaso:


El párrafo trata una vez más sobre los detalles de la práctica del Libro de Ejercicios. No pretendo
criticar este punto, pero como estoy siguiendo el contenido de esta Introducción, la importancia no
se la doy yo sino el Curso mismo.

El Libro de Ejercicios da mucha importancia a la repetición de las ideas que presenta. La repetición
es una de las técnicas fundamentales para el entrenamiento mental que apoya. Si vamos a hacerlo
como nos indica (y soy el primero en admitir que me quedo muy corto en hacerlas) pasaremos cinco
minutos por la mañana y por la noche pensando en el pensamiento central, siendo mejor todavía si
dedicamos más tiempo, hasta media hora. Lo recordaremos cada hora, y utilizaremos el pensamiento
central: “Dios es sólo Amor y, por tanto, eso es lo que soy yo”, para envolver los dos pensamientos
que estamos repasando en el día.

Ésta no es una idea extraña o excesiva. La repetición de pensamientos espirituales es frecuente en


muchas religiones. Incluso me encontré con ello en el cristianismo fundamentalista. Un maestro en
una clase nocturna a la que asistí una vez en el Instituto Moody de la Biblia en Chicago, en 1959,
enseñaba a sus estudiantes lo que él llamaba meditación bíblica. La idea general era aprender de
memoria versículos de la Biblia para tenerlos en la mente cuando fuera necesario, y pensar en ellos
durante el día: al levantarte, mientras ibas de un sitio a otro, cuando te sentabas a hacer algo, cuando
ibas en el tren o en autobús, y de nuevo por la noche antes de dormir. Explicaba la meditación como:
“Compartir con el Señor Su propia Palabra, a modo de oración, y aplicándola a la propia vida”. Este
maestro afirmaba que este tipo de meditación había cambiado su vida por completo.

También cambió la mía. Con el tiempo me aprendí de memoria más de mil versículos de la Biblia.
Me sabía capítulos enteros de memoria, palabra por palabra. Estoy seguro de que la práctica es lo
que, finalmente, me llevó más allá de las limitaciones del fundamentalismo.

Todavía recuerdo una de las primeras veces que reservé un rato para meditar justo antes de dormir.
Me senté durante cinco o diez minutos, pensando en los versículos del día, convirtiéndolos en una
oración, uniéndome a Dios con ellos, aplicándolos a mi vida. Luego me quedé dormido con las
palabras todavía rondando por mi mente.

A la mañana siguiente, me desperté y permanecí tumbado en ese estado medio despierto antes de
abrir los ojos. Y allí en mi mente, como un mantra, las palabras seguían repitiéndose. Creí entonces,
y lo creo ahora, que habían estado sonando una y otra vez en mi mente durante toda la noche como
un disco rallado. Aquella mañana me desperté con una alegre explosión de fe, dándome cuenta de
que estaba alimentando a mi mente con pensamientos nutritivos.

Es maravilloso encontrar las palabras del Curso surgiendo en tu mente de repente durante el día, o
cuando te despiertas. Pero eso no sucede con pocas repeticiones. Sin la práctica de estos
pensamientos, el disco rallado que da vueltas sin parar en nuestra mente es algo muy distinto, porque
ya hemos entrenado a nuestra mente muy bien pero con los pensamientos equivocados. Se necesita
un esfuerzo consciente, elegir una y otra vez recordar los pensamientos del día y repetirlos, pensar en
ellos, y aplicarlos a nuestra vida. Éste es un curso en entrenamiento mental, y “entrenamiento”
significa “entrenamiento”.

Cuando entremos con entusiasmo en el entrenamiento, habrá resultados. “Habremos reconocido que
las palabras que decimos son verdad” (11.5). Así que, recordemos hoy, y a menudo, que “Sólo hay
una vida, y ésa es la vida que comparto con Dios”. Repitámonos continuamente a nosotros mismos:
“Tu gracia me es dada. La reclamo ahora”.

No te desanimes si lo olvidas. Yo todavía lo olvido a menudo. Pero lo recuerdo más a menudo que
antes. Si hasta ahora no has hecho nada más que leer la lección por la mañana, si hoy te acuerdas una
sola vez a lo largo del día, o si dedicas unos pocos minutos antes de dormir, dale gracias a Dios.
Intenta acordarte una vez más que ayer. Si ayer te olvidaste por completo, entonces decídete a
acordarte por lo menos una vez. Cada vez que te acuerdas es un gran paso adelante.
El párrafo del que trataremos mañana me recuerda que las palabras son sólo ayudas, y que la
práctica es únicamente un medio para producir una experiencia. No hagas un ritual de la práctica, la
experiencia es lo que cuenta.

LECCIÓN 180 - 29 JUNIO

“Dios es sólo Amor y, por ende, eso es lo que soy yo”


(169) “Por la gracia vivo. Por la gracia soy liberado”
(170) “En Dios no hay crueldad ni en mí tampoco”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en el Quinto Repaso

Comentario

Párrafo 12 de la Introducción al Quinto Repaso:

Ayer pensamos de nuevo sobre los medios de practicar que se nos enseñan, las repeticiones
frecuentes de los pensamientos del día. El párrafo de hoy nos recuerda que las palabras son sólo
ayudas. Su propósito es simplemente “recordarle a la mente su propósito, según lo dicte la
necesidad” (12:1). El propósito es la experiencia, la unión con Dios que sentimos cuando vamos a
los instantes santos. “Ponemos nuestra fe en la experiencia que se deriva de las prácticas, no en los
medios que utilizamos” (12:2).

¿Cuál es el propósito de la mente que se nos está recordando? Es recordar Quién somos, y
compartirlo con el mundo, recordando a los otros su verdadero Ser, que comparten con nosotros. La
repetición de las palabras nos trae esta memoria de un Ser que está en unión constante con Su Padre
y Consigo Mismo, que es la extensión de Su Padre. La meta de nuestra práctica es sentir ese estado
de mente recta, de unidad, aunque sólo sea por un momento. Estamos recordando que lo que somos
es únicamente Amor, porque eso es todo lo que Dios es. Si eso es así, no puede haber crueldad en
Dios ni tampoco en nosotros.

La experiencia del Ser es lo que nos trae la convicción (12:3). Las palabras “Dios es sólo Amor y,
por tanto, eso es lo que soy yo” o “Por la gracia vivo” no nos traen convencimiento ni certeza. La
experiencia de ello no sólo puede traer el convencimiento sino que lo trae. La meta de la práctica es
ir de las palabras a la experiencia, a “su significado, el cual está mucho más allá de su sonido”
(12:4).

¿Cómo sucede eso? No puedo decírtelo, nadie puede. Pero puedo decirte que de verdad sucede. No
sucederá sin la práctica. La práctica no hace que suceda, pero prepara a la mente. Abre la puerta.
Limpia a la mente con pensamientos completamente puros, y la prepara para la experiencia que
siempre está ahí, siempre esperando. Y en esa experiencia, encontramos nuestro descanso.

INTRODUCCIÓN A LAS LECCIONES 181 A 200

30 Junio a 19 Julio

Recordarás que se nos ha dicho dos veces que ahora estamos preparándonos para la Segunda Parte
del Libro de Ejercicios. Esta Introducción nos explica más concretamente cómo las siguientes veinte
lecciones están planeadas para prepararnos.
Lo primero de todo, el propósito global es fortalecer nuestro compromiso y unificar nuestras metas
en un solo propósito. La meta inmediata de practicar estas lecciones es la experiencia de la paz, la
liberación y libertad que el compromiso unificado puede traer, instantes santos en los que tenemos
un anticipo de la mente recta.

El método de hacer que esa experiencia sea fácil de conseguir es estar alerta a los obstáculos a ella
que todavía quedan, con la intención de quitar esos obstáculos, aunque sea por un corto tiempo.

Si la meta total es confirmar nuestro deseo de comprometernos más fuertemente con el camino del
Curso, entonces está claro que el Libro de Ejercicios está reconociendo que en este momento, a
mitad del Libro de Ejercicios, probablemente todavía no nos hemos decidido del todo, y que nuestro
compromiso es menos que total. “No se te pide que tu dedicación sea total todo el tiempo todavía”
(1.2). Probablemente hay algunos de entre nosotros que se sienten muy aliviados al oír eso. Tenemos
que tener en cuenta esa palabra “todavía”, indicando que “dedicación total todo el tiempo” está en
algún momento de nuestro futuro, es a donde se nos está llevando. Pero no deberíamos reñirnos por
no tener esa dedicación total ahora.

Lo que se nos pide es que practiquemos. La experiencia del instante santo en este punto de nuestro
crecimiento espiritual se espera que tenga lugar “aunque sólo sea de manera intermitente” (1.3).
Fíjate en que es algo que se repite varias veces en estos tres párrafos. Vamos a trascender esos
obstáculos, “aunque sólo sea brevemente” (2:2). Nos proponemos ir más allá de todas las defensas
“por un breve intervalo cada día” (3:4). Cada día, practicamos evitar un bloqueo importante a la
consciencia de la presencia del amor, aunque sólo sea por unos instantes. No tenemos que
preocuparnos por hacer de éste nuestro estado mental permanente, todavía no. Es la experiencia
acumulada de estos instantes santos la que nos dará la motivación para esa dedicación total, sin la
experiencia acumulada no estamos suficientemente motivados.

Experimentar eso es lo que hará que estés completamente dispuesto a seguir el camino
que este curso señala. (1.4)

Tu motivación se intensificará de tal manera que las palabras dejarán de ser relevantes.
Sabrás con certeza lo que quieres y lo que no tiene valor. (2:5-6)

No se te pide nada más porque no se necesita nada más. Ello será suficiente para
garantizar que todo lo demás llegue. (3:5-6)

En el Capítulo 13 del Texto se nos dice: “Alégrate de que tu función sea curar” (T.13.VIII.7:1).Y
según avanzamos a lo largo del Libro de Ejercicios, tenemos que alegrarnos de practicar, que es lo
mismo. Nuestra experiencia de la gracia en esta etapa puede ser intermitente todavía, sólo un
momento cada día, eso vale, y podemos estar en paz si así es. Sólo ese poco cada día será suficiente
para garantizar que llegará lo que falta, por eso no hay que tener miedo ni desanimarnos. Con hacer
la práctica, la iluminación vendrá sin ninguna duda, ésa es la promesa que aquí se hace.

LECCIÓN 181 - 30 JUNIO

“Confío en mis hermanos, que son uno conmigo”

RESUMEN DE LA PRÁCTICA

Instrucciones generales: Tiempo de quietud por la mañana/ noche, recordatorios cada hora,
Respuesta a la tentación. Ver la Lección 153.

Propósito: Dejar a un lado el obstáculo de la desconfianza en tus hermanos y de abarrotar nuestra


mente en metas futuras o pasadas. Esto aumentará tu motivación y fortalecerá tu compromiso.
Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.
• Deja de concentrarte en los pecados de los otros. Deja a un lado tus creencias y tus metas
pasadas y futuras.
• Estate decidido a una cosa: a mirar a tu propia santidad. Confía en esta experiencia que estás
pidiendo.
• Si piensas en el pecado de un hermano, que te produce enfado y te bloquea el camino, di:
“No es esto lo que quiero contemplar. Confío en mis hermanos, que son uno conmigo”.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).

Respuesta a la tentación: Si piensas en los pecados de un hermano, di de inmediato: “No es esto lo


que quiero contemplar. Confío en mis hermanos, que son uno conmigo”.

Comentario

Esta lección no trata de animar una ceguera ingenua a los defectos de la gente. No dice que dejes la
casa y el coche abiertos ni el dinero en el suelo de la calle, confiando en que nadie te lo va a robar.
Sino que habla de lo que está más allá de los errores (sus egos) para ver su perfecta inocencia. Habla
de ser consciente de los errores de una persona (teniéndolos en cuenta con fines prácticos), mientras
que al mismo tiempo los pasamos de largo manteniendo su perfecta inocencia en nuestra mente. No
viendo los errores como pecados que tienen que ser condenados y castigados. Como mi amiga
Lynne dijo una vez acerca de un hombre que había sido grosero con ella: “Puedo amar a una
serpiente de cascabel, pero eso no significa que tenga que dormir con ella”.

El obstáculo que esta lección nos está ayudando a vencer (aunque sea por poco tiempo) es nuestra
atención a los pecados de nuestros hermanos. La lección nos dice que no busquemos los errores de
la gente, sino lo que está bien. El asunto es que, al centrarnos en los errores de otros, no podemos ver
su verdadero Ser y, de ese modo, tampoco no podemos ver el Ser dentro de nosotros. Si no puedo
pasar por alto los errores de mis hermanos, no puedo pasar por alto los míos. “La percepción tiene
un enfoque” (2:1). Necesitamos cambiar nuestro enfoque, nuestra atención. “Deja de concentrarte en
los pecados de tu hermano, y experimentarás la paz que resulta de tener fe en la impecabilidad”
(2:5). Recuerda el propósito de estas veinte lecciones: eliminar un obstáculo y, así, experimentar
algo diferente, en este caso “la fe en la perfecta inocencia”.

Como dijo la Introducción, ¡no estamos intentando hacer esto todo el tiempo! (todavía no) ¿Tienes a
alguien a quien no puedes perdonar? ¿Qué tal si tratas de perdonarle, sólo durante cinco minutos?
Sólo durantes unos momentos estate dispuesto a abandonar tus juicios sobre él, olvidar el pasado y
olvidar el futuro, y buscar la inocencia en él, verle como un santo Hijo de Dios, merecedor de todo
Su Amor. ¿Qué tal si intentas, aunque sólo sea durante cinco minutos, desear esta experiencia? No te
preocupes por el hecho de que en el último mes, o año, o el tiempo que haya sido, has querido
matarle; no te preocupes por el hecho de que dentro de diez minutos estarás imaginándote que le
llegará lo que se merece. Quizá te lo imaginarás. “¿Por qué habría de ser esto motivo de
preocupación? (5:1). Las preocupaciones por el pasado o por el futuro “no son sino defensas: para
impedir que cambiemos el enfoque de nuestra percepción en el presente” (5:3). Si, aunque sólo sea
por unos instantes, nos permitimos a nosotros mismos experimentar lo que se siente al buscar la
inocencia, dejando de lado sus pecados, esa experiencia será suficiente para motivarnos a seguir
adelante por ese camino.

Os animo a todos y a mí mismo a mantener estas instrucciones en la mente, no sólo para la lección
de hoy, sino para el resto del Libro de Ejercicios. Cuando te sientas para un instante de quietud, dejas
de lado todo lo que sentías un momento antes, y no te preocupas por cómo te sentirás después. “No
estamos interesados en metas a largo plazo” (7:2). Todo lo que buscamos es la experiencia de un
instante de liberación, porque eso es todo lo que se necesita. En cualquier momento del día podemos
pararnos y decir: “En este instante nuestra voluntad dispone lo mismo que la Suya” (9:8). Ese
instante es todo lo que se necesita.

En cierta manera, pensamos que podemos cambiar del ego más completo a la inmediata
espiritualidad. Pensamos que si pasamos cinco minutos con Dios por la mañana, debería cambiarse
completamente de inmediato. Nuestra resistencia es demasiado grande para que suceda eso, hemos
aprendido demasiado bien las lecciones del ego, y desaprenderlas necesita esfuerzo. El ego nos dice
que “No está funcionando, porque ‘perdonamos’ a nuestro hermano en esos cinco minutos por la
mañana y pasamos la mayor parte del día imaginando modos de hacerle sufrir”. Pero algo está
sucediendo, el ego está intentando hacernos sentir culpables porque sabe que algo está sucediendo.
Esos cinco minutos, en los que dejamos de lado nuestro juicio, nos traen una experiencia de paz
interior que nunca antes habíamos conocido, y conocemos algo que es bueno cuando lo vemos o
sentimos. Nuestra motivación para perdonar crecerá cada vez más. La experiencia de “poner fin, por
un instante, al dolor que, de concentrarnos en el pecado experimentaríamos” (7:3) será un alivio tan
grande que lo buscaremos una y otra vez, hasta que crezca y se extienda a toda nuestra mente
durante todo el tiempo. Todo lo que se necesita es estar dispuesto a practicarlo.

LECCIÓN 182 - 1 JULIO

“Permaneceré muy quedo por un instante e iré a mi hogar”

RESUMEN DE LA PRÁCTICA

Instrucciones generales: Tiempo de quietud por la mañana/ noche, recordatorios cada hora,
Respuesta a la tentación. Ver la Lección 153.

Propósito: Dejar a un lado la creencia de que tu hogar está aquí en este mundo o en el hogar de tu
infancia. Ir al hogar por un instante con Cristo que es tu Ser. Esta experiencia intensificará tu
motivación y fortalecerá tu compromiso.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.
Permanece muy quedo. Deja que el mundo se aleje de tu mente. Deja que las ideas sin importancia
pierdan el valor que les has dado en tu mente. Déjate llevar al hogar por Cristo que es tu Ser.
Quédate con Él ahí, más allá de todas las palabras, en paz perfecta y silenciosa, seguro de que estás
en tu hogar.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).
(Sugerencia) Permanece muy quedo por un instante y ve al hogar con el Cristo Niño.

Respuesta a la tentación: Cada vez que te sientas tentado a tomar tu escudo y tu espada para
defenderte, recuerda que este Niño es tu indefensión y tu fortaleza.

Comentario

Otra lección acerca del instante santo. Date cuenta de que el hilo conductor acerca de los “instantes”,
“momentos”, e “intervalos” de silencio, quietud y retirar la atención del mundo, empezó en la
Lección 181, continúa durante casi todas las lecciones hasta la Lección 200, el final de la serie.
Hasta la tercera o la cuarta vez que hice estas lecciones no me di cuenta de que todas eran
instrucciones acerca de dedicar conscientemente cortos periodos de tiempo cada día para entrar en el
instante santo. Los temas parecen ser diferentes, pero la diferencia está en el obstáculo a nuestra
consciencia de la presencia del amor que se está teniendo en cuenta. El propósito siempre es el
mismo: un corto tiempo en el que se deja de lado ese obstáculo, y la experiencia de la nueva
consciencia que viene al eliminar ese obstáculo por un momento.

El obstáculo que hoy se tiene en cuenta es la tentación de encontrar satisfacción en este mundo, o de
sentirnos en nuestro hogar en él. Nos pasamos la mayor parte de nuestra vida intentando adaptarnos
al mundo, o adaptar el mundo a nosotros. Nos parece normal intentar estar cómodos aquí, y emplear
un montón de esfuerzos en ese intento. Esta lección nos pide que dejemos ese esfuerzo a un lado,
sólo por un momento, y que reconozcamos la voz del niño dentro de nosotros que nos está pidiendo
ir al hogar, al hogar del Cielo. Necesitamos reconocer que “Este mundo en el que pareces vivir no es
tu hogar” (1:1). Y, reconocer que esto es así, para dedicar tiempo cada día para dejar a este Niño
dentro de nosotros “descansar por un momento” (5:3) y, “unos segundos de respiro… volver a
respirar el aire santo que llena la casa de Su Padre” (5:4).

Esta lección es quizá la más hermosa y poética de todo el Libro de Ejercicios. Algunos hemos oído,
quizá, la conmovedora lectura de Beverly Hutchinson de esta lección en el casete de “La Canción
Olvidada”. Me resulta difícil oírla sin llorar, y no me importa hacerlo. Las lágrimas son buenas, pero
no son suficiente; necesitamos oír la petición y satisfacerla: “Descansa a menudo con Él hoy” (9:1).
“Ve con Él a tu hogar de vez en cuando hoy” (10:3). “Permanece muy quedo por un instante, regresa
a tu hogar junto con Él y goza de paz por un rato” (12:9).

El pensamiento de la lección de hoy ha tenido un efecto muy poderoso en mi vida. A veces cuando
me siento más hundido (deprimido, apagado, desanimado), me basta con sentarme en quietud y
silencio diciendo: “Quiero ir a mi hogar”, para que desaparezca ese estado de ánimo y dejar que la
paz de Dios llene mi mente por completo.

Otras frases, hacia el final de la lección, han tenido un efecto igual de poderoso en mí:

Tú no has perdido tu inocencia. Y eso es lo que anhelas, lo que tu corazón desea. Ésa es
la voz que oyes y la llamada que no se puede ignorar. (12:1-4)

Cuando recuerdo estas palabras, siempre me sorprende el efecto calmante que tienen en mí. No me
había dado cuenta, hasta repetirlas, lo profundamente que creía que yo había perdido mi inocencia,
que la causa de mi depresión era una creencia escondida en mi propia pérdida de inocencia. De
repente me doy cuenta de que, sí, que esto es lo que anhelo, esto es lo que deseo de todo corazón.

Si puedes, justo ahora mientras lees esto, “Permanece muy quedo por un instante y ven al hogar
junto conmigo. ¡Es tan fácil hacerlo! ¿Por qué retrasarlo un instante más?

LECCIÓN 183 - 2 JULIO

“Invoco el Nombre de Dios y el mío propio”

RESUMEN DE LA PRÁCTICA

Instrucciones generales: Tiempo de quietud por la mañana/ noche, recordatorios cada hora,
Respuesta a la tentación. Ver la Lección 153.

Propósito: Dejar a un lado tu defensa especial de darle valor a otros dioses, de dar valor a los ídolos
del mundo, para poder sentir el regalo de la gracia. Esta experiencia intensificará tu motivación y
fortalecerá tu compromiso.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.
• Repite la idea.
• Luego siéntate en silencio y repite lentamente el Nombre de Dios, una y otra vez. Deja que
Su Nombre sea la única idea que ocupa tu mente por completo. Deja que se convierta en tu
único pensamiento, tu única palabra, el único Nombre de lo que quieres. Lámale a Dios,
dándote cuenta de que Él es todo lo que quieres invitar a tu mente y que no hay nada más a
lo que invitar.
• Si entran en tu mente pensamientos de otra clase, responde con el Nombre de Dios. Date
cuenta de que los pensamientos que te distraen invitan otras cosas a tu mente, otros dioses.
Sin embargo, date cuenta de que únicamente existe un Nombre. Llámale y ve que
reemplaza a todos los miles de nombres que le has dado a tus pensamientos.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).

Respuesta a la tentación: (Sugerencia) Cuando te sientas tentado a darle valor a los míseros dioses
de este mundo, cuando te sientas tentado de apreciar un ídolo, repite el Nombre de Dios, y observa al
ídolo convertirse en algo no deseado y sin nombre.

Comentario

Tal como se usa en esta lección y en la siguiente, el Nombre de Dios representa Su Identidad y
nuestra identidad con Él. El Nombre de Dios no es Jehová, o Krishna, o Alá. Sin embargo cualquiera
de esas palabras puede usarse para representar a Dios. Cuando esta lección nos ruega “repite el
Nombre de Dios”, entonces ¿qué decimos? La palabra que usemos no importa, es la idea de Su
Identidad lo que tiene que ser lo más importante en nuestra mente. Podemos decir “Dios” una y otra
vez, o “Padre”, o “Madre Divina”, o cualquier palabra que para nosotros represente mejor la
Identidad de Dios.

La práctica general que se explica en esta lección es muy parecida a las prácticas de las religiones
orientales de repetir el Nombre de Dios una y otra vez, y la intención es la misma. En las prácticas
espirituales de Oriente, esto a veces se hace cantando. Por ejemplo, a la religión Hare Krishna se la
llama así por la práctica de cantar repetidamente casi sin para “Hare Krishna. Hare Rama”, siendo
Krishna y Rama Nombres de Dios para ellos. Un grupo cristiano al que pertenecí una vez, daba la
mayor importancia a repetir las palabras “O Señor Jesús”, durante largos periodos de tiempo, con la
misma intención, y a menudo con resultados sorprendentes. Aunque este tipo de práctica no es una
de las que se le da mayor importancia en el Curso, a la vista está que es uno de los medios que ofrece
el Curso para ayudarnos a encontrar el instante santo. La única diferencia que veo aquí es que (en
5:4) las repeticiones tienen que ser silenciosas y hacerse “dentro de la mente quieta”, en lugar de en
voz alta.

Al poner toda nuestra atención en la Identidad de Dios, soltamos el agarre que todos los nombres
menores tienen en nuestra mente. Contrarrestamos la ilusión de la separación al reconocer el único
Nombre que representa a todo lo que existe: “sólo hay un Nombre para todo lo que existe y jamás
existirá” (8:5).

En esta lección se le atribuyen muchos resultados a repetir el Nombre de Dios: nos recuerda nuestra
identidad con Él (1:5), invita a los ángeles a que nos rodeen y nos mantengan a salvo, reconociendo
la santidad que compartimos con Dios (2:2), hace que el mundo abandone las ilusiones (3:1), hace
que se derrumben todos los ídolos (4:1,3-4), invoca a nuestro Ser, la extensión de Dios que somos
(5:1), reconoce a Dios como el único Creador de la realidad (8:1).

También se nos anima a hacer esta práctica con alguien más, sentados juntos en silencio y repitiendo
el Nombre de Dios en nuestra mente; esto parece tener un mérito especial pues con ello edificamos
“ahí un altar que se eleva hasta Dios Mismo y hasta Su Hijo” (5:4). Que yo sepa éste es el único
lugar en el Curso en el que se menciona la meditación con otro, pero está muy a favor de ello, e
indica que hay un valor añadido en juntarse con otros para meditar.
La idea principal de la práctica parece ser que el pensamiento de Dios reemplaza a cualquier otra
idea en nuestra mente; y si entran otras ideas, podemos responder a ellas con el Nombre de Dios
(8:3-5). En lugar de orar por cosas concretas, o por personas concretas (todas ellas tienen nombres
que las diferencian y separan de todo lo demás), repetimos el Nombre de Dios que las incluye a
todas ellas. “No se necesita más oración que ésta, pues encierra dentro de sí a todas las demás”
(10:2). Mientras repetimos el Nombre de Dios, podemos cambiar nuestro estado mental para sentir
el regalo de la gracia (9:1); finalmente venimos a un lugar donde “El universo consiste únicamente
en el Hijo de Dios, que invoca a su Padre” (11:4).

LECCIÓN 184 - 3 JULIO

“El Nombre de Dios es mi herencia”

RESUMEN DE LA PRÁCTICA

Instrucciones generales: Tiempo de quietud por la mañana/ noche, recordatorios cada hora,
Respuesta a la tentación. Ver la Lección 153.

Propósito: Renunciar a la herencia que te has dado a ti mismo: una colección de cosas separadas
con nombres separados; y al hacerlo, sentir el Nombre que Dios te ha dado como tu verdadera
herencia. Esta experiencia intensificará tu motivación y fortalecerá tu compromiso. No puedes
fracasar hoy.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.
• Repite la idea.
• Deja que tu mente acepte el Nombre que Dios te ha dado. Ésta es la respuesta a la
lamentable herencia que te has fabricado para ti mismo. Usa sólo este Nombre en tus
prácticas. Si te vienen a la mente otros nombres, responde con este Nombre. Date cuenta de
que todos los otros nombres no se refieren a nada que sea real o que tú quieras.

Observaciones: Necesitas este tiempo en el que abandonas la oscura prisión del mundo y entras en
la luz. Aquí entiendes el Nombre que Dios te ha dado, la única Identidad que todas las cosas
comparten. Y luego regresa a la oscuridad, usando los nombres del mundo de la oscuridad, para
declarar que no es real.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).

Respuesta a la tentación: (Sugerencia) Cuando te sientas tentado a pensar que el nombre de


alguien le define como un ser separado, aplícale en silencio el Nombre de Dios.

Comentario

Hay mucho en lo que pensar en esta lección. La manera en que los nombres, que son símbolos, están
basados en la separación y alejamiento de las cosas. El modo en que la percepción se construye
mediante estos nombres y diferencias. El modo en que todo esto nos obliga a ver la totalidad como
un enemigo. El modo en que el aprendizaje del mundo consiste principalmente en aprender todos
estos nombres y los modos de clasificar y separar las cosas.

Todo esto es lo contrario a la realidad que está representada por el Nombre de Dios. El Nombre de
Dios representa a la totalidad, a la unidad, “la única Identidad que comparten todas las cosas” (10:2).
Nuestra percepción nos ha enseñado una ilusión, basada en miles de nombres de partes separadas
que vemos como cosas separadas; sin embargo, la realidad es la Totalidad, sin diferencias, sin
separación. La imagen de partes que nos hemos fabricado nos oculta la realidad de la Totalidad.

Entonces, ¿tenemos que intentar dejar a un lado completamente nuestra percepción de partes con
nombres separados, y vivir viendo sólo la Unidad? ¿Está “mal” que usemos los nombres y símbolos
del mundo, y que actuemos como si Juanita fuese diferente de Pepito? ¿Tenemos que tratar a un
pájaro como a nuestro propio hijo? No. La lección afirma la verdad absoluta, pero no insiste en que
intentemos que este mundo encaje en esa imagen.

Primero, dice muy claramente que aprender todos los nombres y símbolos de la separación “es una
fase de aprendizaje por la que todo el que viene aquí tiene que pasar” (7:2). Como han dicho algunos
maestros de psicología transpersonal (la rama de la psicología que enseña que la totalidad original va
más allá del desarrollo del ego individual), no puedes ir más allá del ego hasta que has desarrollado
un ego sano. El desarrollo del ego parece ser un paso necesario en nuestro crecimiento total. Los
niños tienen que convertirse en egos adultos sanos antes de que tener éxito en ir más allá del ego. Si
un adulto todavía está luchando con problemas del desarrollo de la personalidad que deberían
haberse solucionado en la infancia o en la adolescencia, en un desarrollo “normal”, esos problemas
necesitan tratarse en su propio nivel antes de que la persona busque dejar de lado al ego por
completo.

Aquí estoy aplicando a la lección gran cantidad de cosas, y expresando lo que puede considerarse
opiniones, no necesariamente algo que el Curso enseña. Pero pienso que esta sección da a entender
esto: todos tenemos que pasar por la etapa de “la enseñanza del mundo” antes de poder poner en
duda todas sus enseñanzas. No queremos “quedarnos cortos”como la enseñanza del mundo (7:4),
pero parece que tenemos que pasar por ella. “Debidamente empleado, puede servir como punto de
partida desde donde se puede comenzar otro tipo de aprendizaje” (7:5).

No sólo tenemos que pasar todos por el tipo de aprendizaje del mundo como punto de partida, sino
que después de “ir más allá de los símbolos del mundo”, todavía hay una razón para que sigamos
usándolos: tenemos una función docente (9:1). Por ejemplo, todavía llamas a las personas por su
nombre, las tratas como individuos con necesidades individuales, pero “no te dejes engañar” por
estas diferencias aparentes (9:3).Los nombres y símbolos del mundo son necesarios para la
comunicación, pero “no son sino medios a través de los cuales puedes comunicarte de manera que el
mundo te pueda entender, pero reconoces que no son la unidad en la que puede hallarse la verdadera
comunicación” (9:5). Usamos los símbolos del mundo para comunicar el hecho de la Totalidad,
usamos los símbolos para deshacer los símbolos.

Éste es un juego complicado. Permanecer en el mundo y jugar con las reglas de la separación, por
así decirlo, hace que nos olvidemos de la realidad que estos símbolos de la separación nos están
ocultando. ¡Por eso precisamente es tan importante la práctica de los instantes santos!

Así pues, lo que necesitas cada día son intervalos en los que las enseñanzas del mundo
se convierten en una fase transitoria: una prisión desde la que puedes salir a la luz del
sol y olvidarte de la oscuridad. Ahí entiendes la Palabra, el Nombre que Dios te ha
dado; la única Identidad que comparten todas las cosas; el reconocimiento de lo que es
verdad. Y luego vuelves a la oscuridad, no porque creas que es real, sino sólo para
proclamar su irrealidad usando términos que aún tienen sentido en el mundo regido por
la oscuridad. (10:1-3)

Practicar con el Nombre de Dios nos permite abandonar “todas las separaciones insensatas que nos
mantenían ciegos” (14:3). En nuestros momentos de quietud recordamos la Totalidad y olvidamos
las diferencias. Podemos ver diferencias todavía, pero lo que vemos no afecta a la verdad en
absoluto (13:3). Todas las cosas siguen teniendo el Único Nombre. En nuestras prácticas renovamos
esta consciencia, y luego “volvemos a la obscuridad”, volvemos al mundo de símbolos y sueños
para revelarle la realidad que hemos experimentado en el instante santo.
Padre, nuestro Nombre es el Tuyo. En Él estamos unidos con toda cosa viviente, y
Contigo que eres su único Creador. (15:1-2)

LECCIÓN 185 - 4 JULIO

“Deseo la paz de Dios”

RESUMEN DE LA PRÁCTICA

Instrucciones generales: Tiempo de quietud por la mañana/ noche, recordatorios cada hora,
Respuesta a la tentación. Ver la Lección 153.

Propósito: Ir más allá de los sueños que todavía deseas y reconocer que verdaderamente quieres la
paz de Dios. Sentir Su paz intensificará tu motivación y fortalecerá tu compromiso. No puedes
fracasar hoy.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.
• Busca en tu mente cuidadosamente para encontrar los sueños que todavía valoras. Olvida
las palabras, ¿qué es lo que desea tu corazón de verdad? ¿Qué crees que te consolará y te
hará feliz? No escondas ningún sueño, sácalos todos a la luz.
• De cada sueño que así destapes, pregúntate: "¿Es esto lo que deseo en lugar del Cielo y de
la paz de Dios?”
• Después de esto, practica y reconoce que dices de todo corazón las palabras de la idea de
hoy: “Deseo la paz de Dios”.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).

Respuesta a la tentación: (Sugerencia) Cuando sientas la tentación de querer otra cosa distinta a la
paz de Dios, di: "¿Es esto lo que deseo en lugar del Cielo y de la paz de Dios?” Luego intenta
reconocer que lo que de verdad quieres es la paz de Dios.

Comentario

Resulta curioso que una lección sobre la paz de Dios caiga en el día que se celebra una revolución
(el Día de la Independencia, en los Estados Unidos). El sacerdote de la Unidad de nuestra localidad
sugirió que en lugar del Día de la Independencia, deberíamos celebrar el “Día de la Dependencia
Interior”, que pensé que era un juego de palabras simpático y muy adecuado.

Esta lección enseña dos cosas aparentemente opuestas. Primero, nos enseña que todavía no decimos
de corazón: “Deseo la paz de Dios”. Pues si lo deseáramos de verdad, la tendríamos. “No hay nadie
que pueda decir estas palabras de todo corazón y no curarse” (2:1).

Son muchos los que han dicho estas palabras. Pero ciertamente son muy pocos los que
las han dicho de todo corazón. No tienes más que contemplar el mundo que ves a tu
alrededor para cerciorarte de cuán pocos han sido. (2:6-8)

Ciertamente, no tienes más que observar las noticias de la noche. O pasar un día en tu trabajo.

Segundo, nos enseña que, a pesar de nuestra dedicación a otras cosas distintas de la paz, en nuestro
corazón queremos la paz de Dios. Todos nosotros. “Deseamos la paz de Dios. No es éste un deseo
vano” (7:2-3). “Deseas la paz de Dios. Y eso es lo que desean también todos los que parecen ir en
pos de sueños” (10:1-2).

La tarea que el Curso nos pone es descubrir y aceptar estos dos hechos. Aceptarlos completamente,
hay que aceptar que son verdad en todos, no sólo en nosotros. Esto es universalmente verdad, un
hecho que es cierto. Es verdad, como lo afirma la línea de la cita que acabo de mencionar, incluso de
aquellos que parecen buscar otra cosa distinta. Puede que no se den cuenta de que la paz de Dios es
lo que verdaderamente quieren, pero así es (10:4). Nuestro trabajo al relacionarnos con otros es
recordar este deseo universal de todos los corazones, y unirnos al deseo de la otra persona, aunque
ellos no se den cuenta del deseo.

Podemos creer firmemente que nosotros, y todo el mundo, queremos la paz de Dios por encima de
todas las cosas. Tenemos que admitir que hemos creído tontamente que queríamos algo más que la
paz. Pues si queremos sólo la paz, tendremos sólo paz; así es como funciona el poder de nuestra
mente. Así que, debe haber algo que hemos valorado más que la paz. Entonces, nuestro primer
trabajo es descubrir estos deseos, examinarlos honestamente, reconocer que sólo son deseos tontos, y
abandonarlos para alcanzar la paz.

Queremos las cosas más tontas en lugar de la paz. Veo a un niño romper a llorar y darle una pataleta
porque no puede tomar su desayuno favorito, y pienso: “La única diferencia entre él y yo es que yo
he desarrollado modos más refinados de disimular mis rabietas”. Comparto una casa con Robert
Perry, su familia y otro soltero, y tenemos invitados. He descubierto que pierdo la paz por bandejas
de helado vacías y por rollos de papel higiénico agotados. He perdido la paz por asuntos tales como
quién fue el último en sacar la basura.

Quizá, hoy, todos podamos pararnos cuando ocurren estos “pequeños” momentos de separación, y
preguntarnos a nosotros mismos: "¿Es esto lo que deseo en lugar del Cielo y de la paz de Dios?"
(8:8) ¿De verdad es más importante un rollo de papel higiénico que la paz de Dios?

Voy a señalar otra interesante observación de esta lección. No puedes tener paz tú solo. “La mente
que desea la paz de todo corazón debe unirse a otras mentes, pues así es como se alcanza la paz”
(6:1). Para tener paz tenemos que estar dispuestos a que la otra persona entre en nuestro corazón.
Tenemos que reconocer su deseo de paz al igual que el nuestro.

La tentación siempre es pensar: “Yo quiero la paz. El problema es la otra persona”. Sin embargo,
recuerda siempre que si quieres la paz, la tendrás. Ninguna otra persona te la puede quitar. Si no
puedes estar en paz cuando la otra persona parece querer algo distinto de la paz, lo que le estás
enseñando a esa persona es que tu paz depende de que ella cambie. Esto refuerza la misma creencia
en la otra persona, y sigue creyendo que su paz depende de que cambies tú.

Nuestro trabajo es mirar más allá de los deseos competitivos de la otra persona a la realidad
universal que está debajo de todos esos deseos conflictivos. Si vamos a enseñar paz, sea cual sea la
forma en que respondamos a los demás, nuestras acciones deben expresarles a esas personas que la
paz ya está en ellos, lista para que ellos la reciban tan pronto como la deseen. Unimos nuestra
intención a lo que ellos buscan por encima de todas las cosas (10:4). Por muy escondida que parezca
estar su intención, mediante nuestra fe en ella, la hacemos salir de ellos, les damos la oportunidad de
reconocerla dentro de sí mismos y poner su mente de acuerdo con esa intención.

Es esa única intención lo que buscamos hoy al unir nuestros deseos a la necesidad de cada corazón,
al llamamiento de cada mente, a la esperanza que se encuentra más allá de toda desesperación, al
amor que el ataque quisiera ocultar y a la hermandad que el odio ha intentado quebrantar, pero que
aún sigue siendo tal como Dios la creó. (14:1).

LECCIÓN 186 - 5 JULIO


“De mí depende la salvación del mundo”

RESUMEN DE LA PRÁCTICA

Instrucciones generales: Tiempo de quietud por la mañana/ noche, recordatorios cada hora,
Respuesta a la tentación. Ver la Lección 153.

Propósito: Abandonar los papeles que te has asignado a ti mismo que te impiden llevar a cabo tu
verdadera función; y poder oír la Voz de Dios decirte cuál es tu papel en la salvación del mundo.
Dejar atrás todas las palabras e imágenes, y llegar a la experiencia. Esto intensificará tu motivación y
fortalecerá tu compromiso.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.
Abandona los papeles y funciones que te has dado a ti mismo y escucha la Voz de Dios que te dice
cuál es tu papel en Su plan. No dudes de tu capacidad para ello, no pienses que es imposible lo que
Él dice. Esa falsa humildad es arrogancia. Confía en que Él conoce mejor que tú: tus puntos fuertes,
tu sabiduría y tu santidad. No te aferres a las palabras ni a las imágenes que tienes de ti mismo, pero
estate dispuesto a dejarlas a un lado y alcanzar la experiencia. Siente al Espíritu Santo decirte que la
salvación necesita tu colaboración y que tienes la fortaleza para llevarla a cabo, que no eres débil, ni
ignorante, ni impotente o pecador, sino el Propio Hijo de Dios.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).

Respuesta a la tentación: Siempre que sea necesario.


Repite la idea.

Comentario

Nuestra salvación individual y nuestra felicidad depende de que aceptemos lo que esta lección
enseña: de nosotros depende la salvación del mundo. Nuestra función es salvar al mundo, llevar la
luz, la alegría y la paz de Dios a todas las mentes que están a nuestro alcance, que es un número
mayor de lo que nos imaginamos.

La lección no sólo dice que es una buena idea que aceptemos este pensamiento. Dice que esa
aceptación es fundamental para nuestra propia liberación personal:

Hay una manera, y sólo una, de liberarte del encarcelamiento al que te ha llevado tu
plan de probar que lo falso es verdadero. Acepta en lugar de él el plan que tú no
trazaste. (5:1-2)

El Curso a menudo es muy inflexible: “una manera, y sólo una”. Si queremos sentir que nada nos
falta, si queremos encontrar nuestro Ser, tenemos que aceptar que de nosotros depende la salvación
del mundo. ¿Por qué? Porque la naturaleza de Quien somos nos lo pide. Si soy una extensión de
Dios, y si el Amor -que es lo que me creó- es lo que soy, entonces ¿cómo puedo aceptar ese hecho y
no aceptar que mi función es dar de mí mismo al mundo? ¡Dar es lo que el Amor hace!

Ocupar nuestro lugar entre los salvadores del mundo no es arrogancia si somos tal como Dios nos
creó. Es sencillamente aceptar lo que nuestro Creador nos dio: “No fuimos nosotros quienes la
establecimos. No fue idea nuestra” (2:2-3). De hecho, sí es arrogante no reconocer que ésta es
nuestra función. Llenos de arrogancia, la imagen que hemos hecho de nosotros mismos nos
representa como débiles, ignorantes y desvalidos (6:3-4). Parece ser humilde pero es una enorme
arrogancia disfrazada de humildad. Esta imagen de uno mismo llena del orgullo le dice al Creador:
“Yo soy lo que he hecho de mí mismo, y no lo que me creaste”.
La semana pasada me he estado sintiendo como perdido. Parecía cambiar de una tarea a otra y tener
mucha dificultad para concentrarme en cualquier cosa. La descripción en 10:4 parece describirme
con toda exactitud: “Las funciones que el mundo tiene en gran estima son tan inciertas, que aun las
más sólidas cambian por lo menos diez veces por hora”. Y al leer esta lección reconozco que he
estado definiendo mi función por mi cuenta, en lugar de aceptar sencillamente la función que Dios
me dio. He estado luchando contra mi función. Sin embargo, cuando se acepta, es tan clara que
sencillamente se nos arregla la vida, y toda la confusión desaparece: “Como bello contraste, tan
seguro como el retorno del sol cada mañana para disipar la noche, tu verdadera función se perfila
clara e inequívocamente” (11:1).

Por eso, que hoy deje de resistirme a mi función. Que deje de escuchar a la imagen que me he hecho
de mí mismo que tiembla cuando Dios me habla de mi verdadera función, al sentir que sus cimientos
se derrumban (7:1-2). Que simplemente abandone mis planes para mí mismo y me entregue al plan
que yo no he hecho, confiando en que se me ha dado ya todo lo que necesito para llevarlo a cabo,
confiando en que soy merecedor de contarme entre los salvadores del mundo, confiando en que Dios
ha satisfecho ya todas mis necesidades aunque Él no las vea, en cualquier forma que sea más útil en
cada momento (13: 4-5).

La salvación del mundo depende de ti que puedes perdonar. Ésa es tu función aquí.
(14:5-6)

LECCIÓN 187 - 6 JULIO

“Bendigo al mundo porque me bendigo a mí mismo”

RESUMEN DE LA PRÁCTICA

Instrucciones generales: Tiempo de quietud por la mañana/ noche, recordatorios cada hora,
Respuesta a la tentación. Ver la Lección 153.

Propósito: Abandonar tu creencia de que dar es un sacrificio y así experimentar la abundancia que
hay en el altar dentro de ti. Esto intensificará tu motivación y fortalecerá tu compromiso.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.
Estate dispuesto a mirar el altar dentro de ti, el altar al único Dios. Allí verás las azucenas que tu
hermano te ofrece y las que tú le ofreces a él, en toda su amorosa santidad. Ahí estás unido a todos
tus hermanos y a Dios. Ahí está rodeado de bendiciones y das tal como recibes. Al mirar adentro,
repite el Nombre de Dios.

Observaciones: Al recibir esta bendición, tú puedes bendecir al mundo. Ofrece esta bendición a
todo lo que veas hoy.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).

Respuesta a la tentación: Siempre que sea necesario.


Repite la idea.

Comentario

Es fácil entender que para dar una cosa, primero tienes que tenerla. Eso está claro. Lo que nos parece
más difícil de creer es que verdaderamente dar aumenta lo que tienes.
Dice la lección que la explicación para entender esto está en el hecho de que “las cosas sólo
representan los pensamientos que dan lugar a ellas” (2:3). Para entender que dar lo que tenemos lo
aumenta, tenemos que empezar a reconocer que las “cosas” no son reales, lo que es real son los
pensamientos detrás de ellas. Esto no significa que si doy 100 euros a un hermano que lo necesita,
recibiré de inmediato 200 euros de alguna otra fuente. Sin embargo, dice que cuando doy 100 euros
sabiendo que el dinero es sólo una idea, aumentaré el pensamiento que me trajo a mí el dinero antes.
Por lo tanto, eso finalmente obtendría como resultado más dinero, o más “riqueza y abundancia” de
alguna forma. La forma puede ser la misma o no.

Tal vez la forma en que el pensamiento parece manifestarse cambie al darse. No


obstante, éste tiene que retornar al que lo da. Y la forma que adopte no puede ser menos
aceptable. Tiene que ser más. (2:5-8)

En otras palabras, lo que vuelve es siempre mayor que lo que se da.

Yo he empezado a aprender esto dando ideas directamente, en mi grupo de estudio y en mis escritos.
Ciertamente he descubierto que es verdad que a medida que doy estas ideas, aumentan en mí. Por lo
menos “recibo” tanto o más beneficio que cualquiera que esté “recibiendo” de mí. Soy muy
consciente de que estoy bendiciendo al mundo porque me bendigo a mí mismo, estoy haciendo esto
en mi propio beneficio.

Es más difícil cuando se trata de cosas materiales. No es tan sencillo relacionar el dinero con una
idea, o que un casete es una idea, o que un libro es sólo una idea, o que un coche es únicamente una
idea. Lo aprendo de maneras diferentes. Doy hojas informativas que me cuestan dinero, creyendo
que finalmente me volverá. Doy horas de mi tiempo al grupo de estudio, creyendo que me volverá.
Siento que eso es una forma de dar. Y el comienzo de regresarme ya ha empezado.

Pienso que cuando aprenda esta lección completamente, no me costará nada abandonar la idea de
poseer y compartiré todo lo que poseo con todos los que lo necesiten. Pero todavía estoy muy lejos
de eso.

El siguiente párrafo es muy importante:

Las ideas tienen primero que pertenecerte antes de que las puedas dar. Y si has de
salvar al mundo, tienes que primero aceptar la salvación para ti mismo. Mas no creerás
que ésta se ha consumado en ti hasta que no veas los milagros que les brinda a todos
aquellos a quienes contemples. Con esto, la idea de dar se clarifica y cobra significado.
Ahora puedes percibir que al dar, tu caudal aumenta. (3:1-5)

Para dar la salvación, primero tengo que aceptarla para mí mismo. Pero para saber que la tengo,
primero debo darla. Eso significa que tengo que empezar a darla para saber que ¡la tengo! El regalo
que dar me ofrece a mí, es saber que tengo el regalo que doy.

La lección nos aconseja que protejamos lo que tenemos, dándolo. Nos avisa: “Mas no le atribuyas
valor a su forma” (4:3). En otras palabras, puede que no te vuelva en la misma forma en que lo das.
Si doy 100 euros en metálico, puedo recibir un regalo en una forma diferente: un magnetófono,
programas para el ordenador, un ramalazo de energía física, o cualquier otra cosa. Si doy un libro
determinado, puede que nunca reciba ese mismo libro; y tengo que aprender a no darle valor a la
forma, sino al pensamiento detrás de la forma. Es ridículo darle importancia a las formas: “Ninguna
forma perdura” (4:5). Recuerda:

Lo que aparentemente pierde es siempre algo que valorará menos que aquello que con
toda seguridad le será devuelto. (5:8)
Cada regalo que doy es siempre un regalo a mí mismo. ¡Nunca pierdo! Yo gano y también el que
recibe mi regalo, especialmente si aprende de mí a dar de nuevo. “El que entiende el significado de
dar, no puede por menos que reírse de la idea del sacrificio” (6:2). Ríete, porque el sacrificio no
existe. Lo que doy, se me da a mí mismo; nunca pierdo, siempre gano. ¿Cómo puede llamársele
sacrificio?

Claramente la lección se aplica a todas las formas de “dar” y a todas las formas de “sacrificio”,
incluidos el dolor y la pérdida, la enfermedad, el sufrimiento, la pobreza, el hambre y la muerte.
Cuando “renuncio” a una relación en la forma que creía que la quería, según esta lección recibo algo
que valoraré mucho más. Quizá aprenda a aceptar el regalo de la independencia, por ejemplo. Estoy
seguro de que es lo mismo cuando hago otros “sacrificios”. Equivocadamente tengo miedo a la
“pérdida” que sufriré cuando estas cosas no estén en mi vida. No habrá pérdida, no habrá sacrificio.
Lo que gano será mucho más que la aparente pérdida. Y en realidad, no pierdo nada, excepto una
identificación falsa.

Por ejemplo, pienso que obtengo cierta satisfacción y consuelo de una comida agradable. El placer
del gusto, el placer de sentirme lleno. Falsamente identifico estas sensaciones con el objeto, la
comida. Pero el placer, la satisfacción y el consuelo son sólo las ideas detrás de la comida. Si tuviera
que separar la comida de esas ideas, no renunciaría a esas ideas, estaría afirmándolas. Las conservo,
y crecen. Habrá placer, satisfacción y consuelo en otras formas, más duraderas y más generales. He
ganado la forma general al renunciar a la identificación concreta de esas ideas con la “comida”.

En general, pasaremos por muchas repeticiones de aparentemente renunciar, de aparentes sacrificios,


hasta que aprendamos que la cosa no es la idea, que ninguna forma concreta se puede identificar con
la idea detrás de ella.

Al final vamos más allá de la idea de muchos pensamientos diferentes para ver el único
Pensamiento: el inocente Hijo de Dios, el Cristo. Vemos ese Pensamiento dentro de nosotros y
“Queremos extender lo que hemos contemplado porque queremos verlo en todas partes” (11:2). “Y
para cerciorarnos de que esta santa visión es nuestra, se la ofrecemos a todo lo que vemos” (11:5).

LECCIÓN 188 - 7 JULIO

“La paz de Dios refulge en mí ahora”

RESUMEN DE LA PRÁCTICA

Instrucciones generales: Tiempo de quietud por la mañana/ noche, recordatorios cada hora,
Respuesta a la tentación. Ver la Lección 153.

Propósito: Dejar a un lado los pensamientos de distracción, que están fijos en el mundo exterior y
sentir la paz de Dios dentro de ti ahora. Esto intensificará tu motivación y fortalecerá tu compromiso.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.

• Di: “La paz de Dios refulge en mí ahora. Que todas las cosas refuljan sobre mí en esa paz,
y que yo las bendiga con la luz que mora en mí”.
• Siéntate en silencio y cierra los ojos. Has dejado que tus pensamientos se alejen perdidos.
Los has expulsado fuera de ti, y el mundo los ha oscurecido. Ahora tráelos hacia ti
suavemente. Deja fuera el mundo externo, y deja que tu atención se purifique de los deseos
y caprichos dementes. Deja que tus pensamientos honestos y puros de ahora regresen a la
paz de tu interior. Deja que la luz de tu mente los guíe al hogar. Allí se convierten en los
santos mensajeros de Dios. Ahí están de acuerdo con tus pensamientos reales, los que
compartes con Dios. Ahí se convierten en tus pensamientos reales, a los que se les ha
devuelto su herencia sagrada. Estos pensamientos reconocen su hogar y señalan el camino
allí. Te llevan de regreso a la paz. Te ruegan que escuches a la Voz de Dios cuando tú no la
escuchas y que aceptes Su Palabra en lugar de fantasías y sombras.

Observaciones: Al dejar que tus pensamientos vayan a la paz de tu interior, la paz de Dios en ti se
extiende desde tu corazón a todo el mundo, bendiciendo a cada cosa viviente, devolviéndoles el
recuerdo de Dios.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).

Respuesta a la tentación: Siempre que sea necesario.


Repite la idea.

Comentario

En esta frase siempre siento la mayor importancia en la última palabra “ahora”. Me habla del
instante santo. Me dice que, sean cuales sean las tormentas que parezcan estar rugiendo en mi mente,
sean cuales sean las circunstancias caóticas en las que me encuentre, dentro de mí hay un faro
constante de paz, siempre brillando, constante y sin fin. Me invita a pararme un momento, a retirar
mi atención de la agitación que caracteriza mi “vida” en este mundo, y volverme a conectar con la
paz. En algún lugar dentro de mí, hay un lugar que siempre está en perfecta paz, como el ojo de un
huracán. Y puedo encontrar ese lugar en cualquier momento que lo elija, deseando encontrarlo de
verdad.

El Curso es insistente en su visión. Nada nos separa del Amor de Dios. La completa salvación, la paz
perfecta, la pura dicha, y el perdón completo siempre están disponibles ahora. “La iluminación es
simplemente un reconocimiento, no un cambio” (1:4). Lo que llamamos la iluminación es
sencillamente reconocer la presencia de la luz, que nunca nos ha dejado. Es darse cuenta de que la
única razón de que no podamos ver la luz es que nos tapamos los ojos con las manos. Por eso es por
lo que “no necesitamos hacer nada”. No tenemos que hacer, tenemos simplemente que deshacer.
Dejamos de impedir la luz, que siempre está ahí.

Recordarás que se anunció que esta serie de lecciones estaba directamente dirigida para ciertos
obstáculos concretos, (L.In.181-200.2:1). El obstáculo concreto al que se refiere esta lección es
simplemente la tendencia a ver la iluminación como algo futuro. Las palabras del comienzo son la
clave: “¿Por qué esperar al Cielo? ¿Por qué esperar a encontrarla en el futuro, o creer que se ha
perdido o que nunca existió?” (1:1; 2:2). Todo lo que necesitamos hacer para descubrir su realidad es
mirar dentro de nosotros mismos, donde siempre ha estado.

Pero la paz de Dios no sólo está dentro de mí, está brillando en mí. “La paz de Dios refulge en ti
ahora, y desde tu corazón se extiende por todo el mundo” (3:1). Me puedo sentir oprimido, me pudo
sentir desolado. Sin embargo, desde dentro de mi ser la paz de Dios se extiende como un faro
universal a todo el mundo. Mi mente recta se extiende a sí misma para ayudar a toda la creación,
deteniéndose a “acariciar cada cosa viviente” (3:2) (¡Qué imagen más hermosa le trae eso a mi
mente!), dejando una bendición para siempre a todo lo que toca. Eso es parte de lo que traigo a mi
consciencia, eso es parte de la imagen de mi Ser que estoy aprendiendo a reconocer cada vez que me
paro, me aquieto, y miro dentro de mí. Cuando el Curso dice que estoy entre los salvadores del
mundo, no me habla algo que tenga que lograr, me habla de lo que ya soy.

Ahora e incluso en mis momentos más obscuros, dentro de mí hay una corriente continua de
pensamientos de luz. Hay una corriente de luz celestial que aumenta constantemente a través de mí
para extender amor y bendecir al mundo y a mí mismo. Esa corriente de pensamientos es algo de lo
que puedo ser consciente y con lo que puedo sintonizar en el instante santo.

“Acepta Su Palabra acerca de lo que eres” (8:2); esto es lo que esta lección nos pide que hagamos.
Leemos acerca del Cristo, leemos acerca del Buda y de su corazón compasivo. Buda eres tú. Y ése
es el mensaje de Jesús a nosotros, que somos como él es. “Quien dice que permanece en él, debe
vivir como vivió él” (1Juan 2:6). Somos el Cristo, eso es lo que somos, eso es lo que necesitamos
aceptar. Parece demasiado elevado, mucho más allá de la idea que tenemos de nosotros mismos.
Pero en el instante santo, en la quietud, cuando nos retiramos del mundo y dejamos que nuestros
“pensamientos lleguen hasta la paz que yace dentro” de nosotros (6:4), podemos conocernos a
nosotros como el Cristo. Podemos sentir la profundidad del amor que quiere expresarse a sí mismo a
través de nosotros.

Puede que no hagamos ese gran trabajo todavía, dejar que ese amor salga. Puede que nos
interpongamos en su camino a menudo. Pero está en nosotros, y es nosotros, el amor que quiere
abrazar al mundo, sanar sus heridas y secar sus lágrimas. Todos sabemos que es así si miramos
dentro. Hoy podemos contemplar al mundo y a todos los que están en él y decir:

Las perdonamos a todas, y absolvemos al mundo entero de lo que pensábamos que nos había
hecho… Ahora elegimos que sea inocente, libre de pecado y receptivo a la salvación. Y sobre él
vertemos nuestra bendición salvadora, según decimos:

La paz de Dios refulge en mí ahora. Que todas las cosas refuljan sobre mí en esa paz,
y que yo las bendiga con la luz que mora en mí. (10:2,4-7)

LECCIÓN 189 - 8 JULIO

“Siento el Amor de Dios dentro de mí ahora”

RESUMEN DE LA PRÁCTICA

Instrucciones generales: Tiempo de quietud por la mañana/ noche, recordatorios cada hora,
Respuesta a la tentación. Ver la Lección 153.

Propósito: Abandonar tus pensamientos de odio y de juicios, que son la causa de que veas un
mundo aterrador, y experimentar el Amor de Dios dentro de ti ahora. Esta experiencia intensificará
tu motivación y fortalecerá tu compromiso.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.
Aquiétate y vacía tu mente de todas las ideas e imágenes acerca de ti mismo, de todos los
pensamientos acerca del mundo, de todas las creencias acerca de lo que Dios es, de todo lo que
piensas que es verdadero o falso, bueno o malo, tus pensamientos “buenos” y los “vergonzosos”,
todos los pensamientos que aprendiste en el pasado. Olvidar incluso este Curso. Y venir con las
manos vacías, con el corazón sereno y con la mente abierta y dispuesta a recibir a tu Dios.

Observaciones: No decidas el camino por el que Dios debe venir a ti. Simplemente deja que Él sea
Lo Que es. Ábrele una puerta y Su Amor iluminará el camino a ti, brillando hacia afuera desde Su
hogar dentro de ti.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).

Respuesta a la tentación: Siempre que sea necesario.


Repite la idea.

Comentario

En este punto del Libro de Ejercicios, en cualquier momento que veamos la palabra “ahora”,
deberíamos verla como una referencia probable del instante santo. La palabra “sentir” o
“experimentar” también tiene significado, dirige nuestra atención al terreno de la experiencia, como
opuesto a la comprensión de las ideas. Dados estos dos puntos, podemos darnos cuenta de que esta
lección trata de entrar en el instante santo en el que sentimos o experimentamos el Amor de Dios
dentro de nosotros.

“Hay una luz en ti que el mundo no puede percibir” (1:1). Al igual que ayer, la lección de hoy
empieza refiriéndose a la luz que está dentro de nosotros, desde nuestra creación. No es algo visible
para los ojos del cuerpo (1:2), pero es visible para otro tipo de visión. Ver esta luz significa lo mismo
que sentir el Amor de Dios (1:7). Se nos está llevando a experimentar esta otra clase de visión.

Podemos ver “a través de los enturbiados ojos de la malicia y del miedo” (3:2), o con una mente
llena de la experiencia de la Presencia del Amor dentro de ella; vemos un mundo preparado para
atacarnos, o un mundo que se extiende para bendecirnos. Cada una de estas imágenes del mundo
hace que la otra no se pueda ver (3:5, 4:1).

Si estoy viendo “un mundo de odio listo para vengarse” (3:5), la descripción del mundo que se da en
el párrafo 2 parece que no es más que ilusión. Las personas que se encuentran con la enseñanza del
Curso por primera vez ponen esta objeción o protesta. Por ejemplo, una vez le oí decir a un hombre
que había asistido a una charla sobre el perdón: “¡Vosotros tenéis que estar locos! Todo lo que tenéis
que hacer es andar por las calles de Nueva York, y no podéis mantener que el amor es todo lo que
existe”. Él estaba viendo un mundo de odio listo para el ataque, en su mente no había sitio para ver
nada más.

Si estoy viendo un mundo de odio, ¿cómo puedo ver un mundo de amor? Ningún razonamiento
lógico cambiará mi mente. Lo que es necesario es algo que cambie lo que mi mente está viendo
dentro de sí misma, porque el mundo que veo no es más que un reflejo de eso, “la imagen externa de
una condición interna” (T.21.In.1:5). Si estoy viendo un mundo de ataque es porque dentro de mí
estoy viendo una mente que ataca. “Contemplan lo que han sentido dentro de sí, y ven su inequívoco
reflejo por todas partes” (4:3). El instante santo puede cambiar, y cambia, esa percepción de sí
mismo. “Siento el Amor de Dios dentro de mí ahora”. Esa experiencia cambiará literalmente el
modo en que veo el mundo. “Mas si sientes el Amor de Dios dentro de ti, contemplarás un mundo
de misericordia y de amor” (5:5).

Por esa razón se nos pide que dejemos a un lado todos los pensamientos acerca de lo que nosotros
somos (7:1), y que nos aquietemos y permitamos que algo distinto entre en nuestra mente. Se nos
pide que dejemos a un lado todas las conclusiones que hemos sacado de todas las cosas, para
permitir -por un momento al menos- que todo ello sea borrado, y venir “con las manos
completamente vacías” a Dios (7:5). Al pedirnos que olvidemos incluso “este curso”, la lección no
está diciendo que la comprensión intelectual del curso no sea útil, sino que únicamente algo que
vaya más allá de la inteligencia puede darle la vuelta a nuestra percepción equivocada. Incluso
nuestra comprensión del Curso tiene que estar equivocada cuando se basada en el miedo y en la idea
del yo que nos hemos inventado. Podemos utilizar equivocadamente esa comprensión imperfecta
para decirle a Dios el modo en que debe venir a nosotros. Por eso, se nos pide que dejemos incluso
esto a un lado, y que Le permitamos a Dios que venga de cualquier modo que Él quiera.

Olvidar el Curso no es una orden para siempre, sino sólo un consejo temporal para practicarlo en
nuestros momentos de quietud, planeados para permitir un tipo de experiencia diferente. Es sólo
parte del proceso de eliminar los obstáculos a la experiencia de que somos Amor, pues incluso
nuestra “comprensión” del Curso basada en nuestro ego puede impedir la experiencia de su
verdadero significado. Por eso se nos dice, cuando busquemos el instante santo, que dejemos de lado
cualquier suposición de que entendemos algo. Deja que todo esté abierto al cambio. Si estamos
dispuestos a hacerlo así, “Su Amor se abrirá paso por su cuenta” (9:4).

No podemos forzarnos a ver el mundo de manera diferente. Pero, si podemos por un momento
vernos a nosotros mismos de modo diferente, y sentir el Amor de Dios dentro de nosotros, cambiará
el modo en que vemos el mundo porque el modo en que vemos el mundo es el modo en que nos
vemos a nosotros mismos.

LECCIÓN 190 - 9 JULIO

“Elijo el júbilo de Dios en lugar del dolor”

RESUMEN DE LA PRÁCTICA

Instrucciones generales: Tiempo de quietud por la mañana/ noche, recordatorios cada hora,
Respuesta a la tentación. Ver la Lección 153.

Propósito: Abandonar la idea de que el mundo te causa dolor, y sentir la alegría que está más allá
del mundo. Esto intensificará tu motivación y fortalecerá tu compromiso.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.
Abandonar todos los pensamientos de ataque, de juicio, de peligro y miedo, y sumergirte en el lugar
tranquilo y silencioso de la paz del Cielo. Aquí entenderás que lo que te pertenece es el gozo de
Dios, en lugar del dolor.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).

Respuesta a la tentación: (Sugerencia) Cada vez que te sientas tentado a pensar que el mundo es la
causa de tu sufrimiento, o que creas en alguna forma de peligro y de ataque, elige el gozo de Dios en
lugar del dolor.

Comentario

Ésta es una lección que se resiste. Nos enfrenta a otro de esos obstáculos de los que hemos estado
hablando: la aparente realidad del dolor. Como muy claramente afirma la lección, el dolor parece ser
la prueba de “una pesadilla en la que hemos sido abandonados por el Amor Eterno” (2:5). “El dolor
da testimonio del odio que Dios el Padre le tiene a Su Hijo… ” (1:7).

Todo el que ha padecido un dolor serio sabe de lo que esto está hablando. Todo el que ha tenido a un
ser querido que ha soportado un dolor constante y profundo, conoce la pregunta que surge en la
mente: ¿Cómo puede permitir Dios que suceda esto, si Él es Amor?” Incluso las formas más leves de
dolor cuentan la misma historia, hacen la misma pregunta.

No voy a aparentar que yo he logrado eliminar por completo este obstáculo de mi mente. Me resulta
difícil escribir sobre esta lección porque reconozco que una parte muy presente de mí todavía ve el
dolor como real, en lugar de cómo una ilusión. Sin embargo, sí creo que lo que la lección es verdad.
Elijo creerlo, y quiero creerlo. Así que no me veo en conflicto respecto a este tema. Estoy
aprendiendo, cada vez más, a mirar a mis miedos a la cara, y reconocer que todavía creo en gran
parte que el dolor es real. Y si esta lección es verdad, esto debe significar que parte de mí cree que
Dios no existe (3:3-4), que lo imposible ha sucedido, y que el Amor eterno me ha abandonado. Si he
leído el Texto con lucidez, esto no es nada nuevo para mí.
Entonces, ¿qué? ¿Necesito revolcarme en la culpa porque mi mente no ha cambiado
completamente? Por supuesto que no.

Ha llegado el momento de reírse de ideas tan absurdas. No es necesario pensar en ellas


como si fuesen crímenes atroces o pecados secretos de graves consecuencias”. (4:2-
3)

Si el modo de recordar el Amor de Dios es mirar sin juzgar ni condenar mi negación de Dios,
entonces estas “ideas absurdas” en mi mente es una parte necesaria del proceso, y una señal de
progreso, no un retroceso. Y la cura no es la culpa, sino ¡la risa!

Básicamente, tenemos dos elecciones respecto al dolor. O bien está causado por algo de fuera de
nosotros, lo que a la larga significa que somos inocentes sufriendo a manos de un Dios enfadado (o
que Dios no existe y estamos sometidos a un destino ciego), o que el dolor me lo causo yo mismo
con mis propios pensamientos. Si lo primero es verdad, no tengo esperanza de escapatoria. Si lo
último es verdad, puedo escaparme cambiando mis pensamientos. ¡Prefiero creer esto último!
Aunque esté equivocado, ¿qué puedo perder?

La postura del Curso es clarísima:

Son únicamente tus pensamientos los que te causan dolor. Nada externo a tu mente
puede herirte o hacerte daño en modo alguno… Nadie, excepto tú mismo, puede
afectarte. (5:1-2,4)

Se necesita práctica para aprender a utilizar estos pensamientos sin culpa. Somos responsables, pero
no culpables; el Curso es también muy claro acerca de esto. También se necesita práctica, quizá más
todavía, cuando te relacionas con alguien que está en dolor. ¡Que Dios nos perdone si utilizamos este
razonamiento para hacer que alguien se sienta culpable por su sufrimiento! El Curso es también muy
claro en que si todavía no podemos aceptar esto completamente, si nuestro nivel de miedo es todavía
demasiado grande para confiar únicamente en la mente para aliviar el dolor, se necesita un enfoque
que lo apacigüe. Intentar abandonar la medicación, por ejemplo, cuando ello hace que aumente
nuestro miedo, es contraproducente (ver T.2.IV.3-5 y T.2.V.2). Sanar es liberarse del miedo, lo que
aumenta el miedo no puede ser sanación.

Que aprenda a aplicar cada vez más esta lección en modos que mi nivel de miedo pueda tolerar. Que
me dé cuenta, por ejemplo, de que la persona que me corta el tráfico no me ha herido, sólo mis
pensamientos sobre ello pueden hacerme daño. Que me dé cuenta de que la persona que parece
rechazar mi amor no me ha causado ningún daño, únicamente mis pensamientos sobre ello pueden
hacerme daño. Que practique con el dolor físico lo mejor que pueda; si tengo dolor de cabeza,
malestar de estómago o resfriado, que me dé cuenta de que mis pensamientos son la causa, no algo
que esté fuera de mi mente. Que me dé cuenta de que si tomo medicación, estoy tapando los
síntomas, no curando el problema, y que le dé igual atención a la sanación de mi mente. Si siento un
dolor más agudo o crónico, que niegue lo que parece demostrar (la ira o la no existencia de Dios),
que me ría de la idea de que Dios está enfadado, y que me dé cuenta de que mi mente sólo me está
mostrando que mi mente está equivocada con respecto a lo que yo creo ser (2:3). Que no me
concentre en hacer que el dolor desaparezca sino en sanar el pensamiento que lo produce. Usar la
“magia” (medios físicos) para aliviar el dolor mientras me dedico a controlar mi mente es lo sensato,
y libera a mi mente para hacer lo que necesita hacer.

Y que busque a menudo el instante santo, para venir “sin defensas al sereno lugar donde por fin la
paz del Cielo envuelve todas las cosas en la quietud” (9:1). Que sienta el Amor de Dios dentro de mí,
y deje a un lado la cruel espada del juicio que apunto contra mi propio cuello (9:4), aunque sólo sea
por un momento. Puedo decir que yo lo he experimentado, que he visto desaparecer el dolor durante
el instante santo tanto en mí mismo como en un amigo que padecía dolor crónico. Estos instantes
santos pueden prepararnos para experimentar una más profunda y duradera liberación de todo dolor,
y liberar la alegría que ha estado acallada por nuestro dolor.

El dolor es una ilusión; el júbilo es real. El dolor es dormir; el júbilo, despertar. El dolor
es un engaño; y sólo el júbilo es verdad. (10:3-6)

LECCIÓN 191 - 10 JULIO

“Soy el santo Hijo de Dios Mismo”.

Instrucciones para la práctica

Propósito: Abandonar las ideas acerca de ti como un ser débil, frágil, y a merced de un mundo
terrible, y recordar que tú eres el santo Hijo de Dios Mismo. Esto intensificará tu motivación y
fortalecerá tu compromiso.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más. (Sugerencia)
• Empieza diciendo: “Soy el santo Hijo de Dios Mismo. No puedo sufrir ni sentir dolor; no
puedo sufrir pérdidas ni dejar de hacer todo lo que la salvación me pida”.
• Luego intenta dejar de lado todas tus imágenes acerca de ti mismo como débil, frágil, inútil,
que has sido atacado, y recuerda que tú eres el santo Hijo de Dios, dotado de todo poder en
la tierra y en el Cielo.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).

Respuesta a la tentación: Siempre que sea necesario.


Repite la idea.

Comentario

Una vez más el Curso hace sonar su nota principal: Tú eres tal como Dios te creó. Todo lo que Dios
crea es como Él Mismo: santo, sin pecado, sin culpa, un pozo de Amor sin fin, e inmortal. Para darle
un giro a un dicho popular, no somos seres humanos que buscan una experiencia espiritual, somos
seres espirituales que piensan que estamos teniendo una experiencia humana. No empezamos a vivir
en el momento del nacimiento, y no dejamos de existir cuando el cuerpo deja de funcionar. Somos
aspectos de un ser inmortal, que existe fuera del tiempo. “Soy el santo Hijo de Dios Mismo”.

La manera en que nos vemos a nosotros mismos determina la manera en que vemos al mundo. Es
posible que no se vea claro al principio, pero si nos vemos a nosotros mismos como algo distinto al
Hijo de Dios, le estamos asignando “al mundo el papel de carcelero del Hijo de Dios” (1:3). Si nos
vemos a nosotros como seres separados y aislados, nos damos el papel de víctimas. Somos una mota
de polvo dentro de un huracán, dando vueltas por el universo sin ninguna consideración por nuestro
bienestar (3:2).

El mundo entonces toma una apariencia que refleja esta identidad equivocada que hemos aceptado.
El mundo entero da testimonio de nuestra fragilidad, toda nuestra experiencia aquí parece ser la
prueba de que la muerte es segura y la pérdida inevitable (2:5-6). Eso es lo que hace la proyección.
El mundo se convierte en nuestro carcelero, el que nos hace sus víctimas. Si negamos nuestra
identidad como el santo Hijo de Dios, tal como Dios nos creó, hacemos del mundo un lugar de caos,
de maldad, de pecado y de muerte. Luego nos enfadamos con el mundo por ello, ¡aunque nosotros le
hemos dado este papel al mundo!” Hoy mientras contemplo al mundo, que me pregunte a mí
mismo: “¿Qué he hecho para que éste sea mi mundo?” Y que luego me responda a mí mismo: “He
negado mi identidad como Hijo de Dios”. De este modo, aceptar mi Identidad es perdonar al mundo
por lo que no me ha hecho.

Si corregimos ese único error, hemos cambiado el mundo que vemos. El mundo no puede ser tal
como lo vemos, porque la Identidad no se puede negar. Nuestra imaginada identidad como que no-
somos-el-Hijo-de-Dios no es más que un juego tonto, que no tiene ningún efecto real ni
consecuencias reales. Si podemos empezar a aceptar nuestra Identidad, todas las ilusiones que
proceden de ese error desaparecen (4:1-6).

De nuevo se nos pide que “practiquemos” reconocer nuestra Identidad en el instante santo. Durante
un momento, dejamos que la idea de hoy encuentre un lugar entre nuestros pensamientos” (5:1). En
ese instante santo nos elevamos muy por encima del mundo (5:1) a un lugar de seguridad, donde
reconocemos que es imposible que seamos víctimas del mundo, porque vemos nuestra naturaleza
eterna, que no puede ser atacada. Y desde este lugar de seguridad y escape retornarás a él y lo
liberarás (5:2). Fíjate en la semejanza de esta descripción con la de la Lección 184 (párrafo 10). En
el instante santo aceptamos la Expiación para nosotros mismos, reconocemos nuestra verdadera
Identidad. Y luego regresamos para traer a todo el mundo el mensaje de esta Identidad compartida,
para que se libere junto con nosotros.

Darnos cuenta de nuestra Identidad es suficiente para liberarnos de todos los problemas para
siempre, y para liberar al mundo junto con nosotros. Apegarnos a nuestra pequeña identidad
individual es continuar con “una imagen devastadora de ti mismo vagando por el mundo llena de
terror, mientras que éste se retuerce en agonía porque tus miedos han dejado impreso en su corazón
el sello de la muerte” (6:5). ¿De verdad quiero seguir jugando a este juego trágico y tonto? ¿Quiero
continuar manteniendo al mundo prisionero porque no ha satisfecho mis necesidades y que me ha
negado lo que es mi derecho? ¿O estoy dispuesto hoy a reconocer que yo he hecho esto, que he
negado a mi Ser y he culpado al mundo por ello?

El final de esta lección habla de manera elogiosa de que “El Hijo de Dios ha venido radiante de
gloria a redimir a los que estaban perdidos” (8:3). ¿Quién es este “Hijo de Dios”? No habla de Jesús.
Está hablando de ti y de mí. Nos pide que nos demos cuenta de que nuestra gloria salva al mundo, y
nos pide que no la neguemos ni ocultemos (10:5-6). Nos pide que veamos el sufrimiento del mundo
(no que lo apartemos diciendo: “¡Es sólo una ilusión!”), y que busquemos en nuestro corazón cómo
responder a él (10:7-8).

¿Cómo podemos liberar a nuestros hermanos del sufrimiento? Aceptando nuestra propia liberación,
encontrando nuestra verdadera Identidad (11:1-5).

Eres el santo Hijo de Dios Mismo. Recuerda esto, y el mundo entero se libera.
Recuerda esto, y la tierra y el Cielo son uno. (11:6-8)

LECCIÓN 192 - 11 JULIO

“Tengo una función que Dios quiere que desempeñe”

RESUMEN DE LA PRÁCTICA

Instrucciones generales: Tiempo de quietud por la mañana/ noche, recordatorios cada hora,
Respuesta a la tentación. Ver la Lección 153.
Propósito: Abandonar la ira, para cumplir tu función de perdonar a tu hermano sus pecados y así
sentir que tú eres lo que él es: el Hijo de Dios. Esto intensificará tu motivación y fortalecerá tu
compromiso. Y salvará al mundo.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).

Respuesta a la tentación: Siempre que alguien te tiente a enfadarte, date cuenta de que sostienes
una espada sobre tu cabeza y que caerá o se desviará según lo que elijas. Date cuenta de que tienes
que estarle agradecido a tu hermano, pues te ha dado una oportunidad de liberarte a ti mismo, y por
lo tanto es tu salvador.

Comentario

En el Cielo tenemos una elevada y santa función: es la creación. El primer párrafo lo describe lo
mejor que se puede en palabras, aunque aquí en la tierra no podemos ni imaginar lo que es (3:1). La
creación es completar a Dios, extender Su Amor en Su Nombre. ¿Qué significa eso? No podemos
entenderlo completamente hasta que estemos allí de nuevo, sintiendo su significado de manera
directa.

Por lo tanto, en la tierra tenemos “una función en el mundo de acuerdo a sus propias normas” (2:1),
algo que podemos entender en el entorno en el que nos encontramos. “El perdón es tu función aquí”
(2:3). “El perdón es lo que más se le asemeja (a la creación) aquí en la tierra” (3:3). La creación no
tiene forma, el perdón es la creación traída a la forma, un sueño feliz tan cerca del Cielo que, cuando
entremos en él completamente, nuestros “ojos que ya empiezan a abrirse contemplan los felices
panoramas que esos sueños les ofrecen” (3:4-6).

Tal como se presenta en el Curso, el perdón es mucho más que simplemente abandonar los
resentimientos concretos que albergamos contra aquellos que han sido injustos con nosotros. Es un
cambio total en nuestra manera de ver al mundo entero. La postura básica del ego es ver al mundo
como la causa de nuestros sufrimientos. Parece haber razón más que suficiente para esa opinión.
¿Cómo podemos estar contentos cuando nada dura, cuando el dolor y el sufrimiento parecen estar en
todas partes, cuando las personas y las cosas que amamos nos las arrebata el destino y cuando la
muerte nos espera al final, sin importar lo que hagamos? El perdón significa que dejamos a un lado
tal opinión acerca del mundo, y permitimos que al Espíritu Santo lo reemplace todo ello con una
nueva manera de ver las cosas. Esto incluye una nueva valoración de nuestro propio cuerpo, en el
que dejamos de identificarnos con él, y ya no nos vemos atados a él. Llegamos a ver el cuerpo como
“un simple recurso de enseñanza del que se prescinde cuando el aprendizaje haya terminado, pero
que es incapaz de efectuar cambio alguno en el que aprende” (4:3). Nos damos cuenta de que en
realidad somos una “mente sin un cuerpo” (5:1). “Sólo el perdón puede liberar a la mente de la idea
de que el cuerpo es su hogar” (5:5).

Ésa es la meta a la que el Curso nos está llevando. Sin embargo, aunque el perdón es mucho más que
simplemente abandonar los resentimientos concretos, es ahí donde empieza. Al trabajar con lo
concreto empezamos por lo básico, y poco a poco aprendemos a generalizarlo y aplicarlo al mundo
entero, incluyendo nuestra jaula física (cuerpo).

Puede parecer que se nos pide que abandonemos muchísimo. Sin duda, finalmente se nos pide que
abandonemos el mundo entero, incluido nuestro cuerpo, toda esta “vida” en la que pensamos que
estamos viviendo. Pero, cuando todo esto se haya logrado, cuando nuestra ira contra el mundo haya
desaparecido
… podrás percibir que a cambio de la visión de Cristo y del don de la vista no se te
pidió sacrificio alguno, y que lo único que ocurrió fue que una mente enferma y
atormentada se liberó de su dolor. ¿Es esto indeseable? ¿Es algo de lo que hay que
tener miedo? (6:1-3)

Si podemos llegar a perdonar al mundo, lo veremos como la ilusión que siempre ha sido, y lo
dejaremos ir con mucho gusto, conscientes de que nunca fue nada más que una pesadilla de dolor y
de muerte. Por el contrario, si no lo hemos perdonado, no hacemos más que “rendir culto a lo que no
está ahí” (7:4). Lo valoramos precisamente porque nos castiga, porque en nuestra locura de culpa
secretamente creemos que nos lo merecemos.

Nuestra ira contra el mundo nos aprisiona. Nos hemos convertido en el guardián, atentos a
encontrarle culpa, y al hacer esto nos condenamos a nosotros mismos a la prisión con los prisioneros
que estamos vigilando. Si el “guardián” no perdona a “todos los que ve, o en los que piensa o se
imagina” (8:1), él tiene que vivir en la prisión vigilando a los criminales. Esto es lo que nos ata a este
mundo, no su belleza, ni sus posibilidades, sino nuestra ira contra él por no ser lo que pensamos que
debería ser. Nuestra ira sostiene una espada sobre nuestra cabeza (9:4).

Por lo tanto, el modo de escapar de la prisión es liberar a todos los prisioneros. Podemos aprender
esto reconociendo que cada vez que nos sentimos tentados a enfadarnos, que puede manifestarse
desde la furia más desenfrenada hasta una ligera irritación (L.21.2:5), se nos está ofreciendo una
oportunidad de liberarnos a nosotros mismos. Podemos estar agradecidos, en lugar de furiosos.
Podemos perdonar. Incluso podemos estar agradecidos por la oportunidad (9:7). Ésta es nuestra
única función verdadera aquí (10:6). Ésta es la lección que toda la vida nos está enseñando. Esto es
Un Curso de Milagros.

LECCIÓN 193 - 12 JULIO

“Todas las cosas son lecciones que Dios quiere que yo aprenda”

RESUMEN DE LA PRÁCTICA

Instrucciones generales: Tiempo de quietud por la mañana/ noche, recordatorios cada hora,
Respuesta a la tentación. Ver la Lección 153.

Propósito: Abandonar tu falta de perdón para sentir la libertad y la paz que hay en ti. Esto
intensificará tu motivación y fortalecerá tu compromiso. Y salvará al mundo.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.
Durante la práctica piensa en todas las cosas que te has conservado para resolverlas tú solo. Luego
entrégaselas al Espíritu Santo. Él te enseñará cómo verlas a través de los ojos del perdón para que así
desaparezcan.

Observaciones: Hoy dedica todo el tiempo que puedas y un poco más. Para esto está el tiempo.
Pues ahora te apresurarás al hogar de tu Padre, de donde has estado alejado durante mucho tiempo.
No mantengas alejada a la misericordia otro día, otro minuto o segundo.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).
Aplica la lección “Perdonaré, y esto desaparecerá” a los acontecimientos de la hora anterior. No
dejes que nada arroje su sombra sobre la siguiente hora. Así sueltas las cadenas del tiempo y te
mantienes libre mientras permaneces en el tiempo.
Respuesta a la tentación: Siempre que te parezca que el dolor es real, mantén estas palabras en tu
mente: “Perdonaré, y esto desaparecerá”. A todo temor y miedo, a todo lo que te habla de terror, y
cada vez que te sientas tentado a elegir la muerte, di: “Perdonaré, y esto desaparecerá”.

Observaciones: Estas palabras te dan poder sobre los acontecimientos que parecían tenerte en sus
manos. Liberan tu mente y todas las mentes del aprisionamiento. Ponen fin a todo dolor, a toda
tentación, tribulación y culpa. Te dan las llaves del Cielo.

Comentario

El pensamiento central de esta lección es muy parecido a lo que se dice en muchas enseñanzas
espirituales: Hay una enseñanza en todo, si estamos abiertos a ver y aprender. Pero aquí el
significado es completamente diferente. Muchas personas creen que cada acontecimiento, incluso
cada adversidad, tiene un significado para nosotros. Cuando algo va mal, la pregunta natural es:
¿Qué lección hay en esto para mí? Si seguimos esta forma de pensar, podemos pasarnos un montón
de tiempo intentando descubrir la respuesta a esa pregunta, una y otra vez, y podemos sentirnos muy
intrigados a veces cuando no podemos encontrar cuál es la “lección”.

Pero la Lección del Libro de Ejercicios es muy directa, muy firme, la lección es siempre el mismo
contenido, no importa cuál sea la forma. No necesitamos malgastar nuestros esfuerzos intentando
descubrir cuál es la lección. Sólo hay una lección. Siempre es la misma:

Cada lección encierra un pensamiento central, que se repite en todas ellas. Su forma es
lo único que varía, según las circunstancias, los acontecimientos, los personajes o los
temas, los cuales parecen ser reales, pero no lo son. Su contenido fundamental es el
mismo y es éste:

Perdona, y verás esto de otra forma. (3:3-7)

Por si no entendemos el propósito, se afirma de nuevo con palabras ligeramente diferentes hacia el
final de la lección:

Ésta es la lección que Dios quiere que aprendas: Hay una manera de contemplarlo todo
que te acerca más a Él y a la salvación del mundo. A todo lo que habla de terror,
responde de esta manera:
Perdonaré, y esto desaparecerá. (13:1-3)

El perdón es el tema central del Curso. Como vimos ayer, supone un cambio total en nuestra manera
de ver, que permite que la luz del Cielo brille sobre todas las cosas que vemos. El perdón es la única
lección que todo, literalmente todo, nos está enseñando. Todo puede enseñarnos esta lección porque,
en nuestra locura, tenemos resentimientos contra todo el universo. Lo que el Curso nos está
enseñando es una manera diferente de mirar a todas las cosas, una manera que nos permite verlas no
como una amenaza, ni como una especie de pérdida, ni como un ataque que nos roba nuestra
felicidad, sino como un paso a Dios y a la salvación del mundo.

Cuando el Curso nos dice, como en lecciones anteriores, que el perdón me ofrece todo lo que yo
quiero, que el perdón es la llave de la felicidad, no podemos entenderlo al principio. El mensaje nos
confunde porque no pensamos que el problema fundamental de nuestra vida es no perdonar. La
lección reconoce esto:

Es cierto que no parece que todo pesar no sea más que una falta de perdón. No
obstante, eso es lo que en cada caso se encuentra tras la forma. (4:1-2)

El propósito de las instrucciones del Curso es ayudarnos a reconocer que, sea cual sea la forma de
sufrimiento en nuestra vida, debajo de él siempre hay el mismo contenido. Poco a poco, al estudiar
el Curso y aplicarlo a nuestra vida diaria, empezamos a reconocer el único problema que tenemos,
sea cual sea la forma que parezca tomar: la falta de perdón. El perdón es la respuesta a cada
problema, la lección “escondida” en cada acontecimiento angustioso de nuestra vida.

No estoy diciendo que se te pinchó la rueda del coche porque te enfadaste con el empleado de la
tienda de comestibles, ni que tengas mala suerte en tus relaciones porque no has perdonado a tu
madre o a tu padre. Aunque a veces esas cosas pueden ser verdad, la lección que Dios está
intentando que aprendamos tiene un alcance mucho mayor que eso. A la larga lo que hay que
corregir es nuestra falta de perdón a todas las personas y cosas del mundo, todo lo que aparenta estar
fuera de nuestra mente. De lo que aquí se está tratando es de nuestra actitud general hacia el mundo.

Cuando leí esta lección por primera vez, pensé que estaba diciendo que cada vez que algo iba mal en
mi vida, tenía que empezar a buscar en mi corazón a quién o qué es lo que yo no había perdonado. A
menudo esa búsqueda fracasaba al igual que la de intentar entender: “¿Qué lección hay en esto?”
Pasaba por una fase en la que, uno por uno, sacaba a la luz cada resentimiento que podía tener en
contra de cualquiera, y lo abandonaba. Ése puede ser un ejercicio útil, pero sólo está escarbando en
la superficie de lo que es el verdadero perdón. El perdón intenta transformar mi percepción de todo
lo que veo.

¿Qué quiere decir el Curso con falta de perdón o percepción errónea? Escucha esta definición muy
clara, y deja que penetre muy hondo en tu consciencia:

¿Cómo puedes saber cuándo estás viendo equivocadamente o cuándo no está alguien
percibiendo la lección que debería aprender? ¿Parece ser real el dolor en dicha
percepción? Si lo parece, ten por seguro que no se ha aprendido la lección, y que en la
mente que ve el dolor a través de los ojos que ella misma dirige permanece oculta una
falta de perdón. (7:1-4)

¿Parece el dolor real, tal como se percibe? Ése es una señal segura de falta de perdón, según el
Curso. ¿Recuerdas esa difícil lección del Libro de Ejercicios acerca de elegir el gozo de Dios en
lugar del dolor (Lección 190)? El perdón es la respuesta. Lo que se perdona ya no hace sufrir más.
En respuesta a la pregunta: ¿Cómo puedes saber cuándo has perdonado a alguien de verdad?,
alguien dijo una vez: “Sabes que has perdonado a alguien cuando te sientes cómodo en su
presencia”. Eso es lo mismo: cuando has perdonado, ya no hay dolor. Otra manera de decirlo es que
puedes reírte con esa persona. La Voluntad de Dios es que la risa reemplace a todas las lágrimas
(9:4-5).

La razón del tiempo es ésa: aprender a perdonar (10:4). En esto es en lo que nuestra atención debe
concentrarse. Esto es lo que nos acelera en nuestro camino al Cielo. En nuestras prácticas de quietud,
“pensemos en todas las cosas con las que nos hemos quedado para resolverlas por nuestra cuenta y
que hemos mantenido fuera del alcance de la curación” (11:4). No sabemos cómo considerarlas para
que desaparezcan, pero el Espíritu Santo sabe; podemos entregárselas al Espíritu Santo. Incluso se
nos aconseja que hagamos un descanso cada hora para repasar todo lo que ha ocurrido, y que Le
llevemos a Él cada pequeño resentimiento para que sea sanado, para que no sigas cargando con ella
en la hora que sigue. “No dejes que ninguna hora arroje su sombra sobre la siguiente” (12:4). Éste es
el modo en que “permanecerás libre y en paz eterna en el mundo del tiempo” (12:5).

LECCIÓN 194 - 13 JULIO

“Pongo el futuro en Manos de Dios”

Instrucciones para la práctica


Instrucciones generales: Tiempo de quietud por la mañana/ noche, recordatorios cada hora,
Respuesta a la tentación. Ver la Lección 153.

Propósito: Otro paso gigantesco. Abandonar tu obsesión por el futuro y tu miedo a él, para sentir un
instante santo, libre de la esclavitud del tiempo. Esto intensificará tu motivación y fortalecerá tu
compromiso. Y salvará al mundo.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.
Libera al futuro. Ponlo en Manos de Dios. Y luego descansa sin preocupaciones, seguro de que sólo
lo bueno puede sucederte. De este modo invitas a Su recuerdo que venga a ti y reemplace todos tus
pensamientos dementes con la verdad.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).
Utiliza la lección: “Pongo el futuro en Manos de Dios”, para perdonar todos los acontecimientos de
la hora anterior. No dejes que nada arroje su sombra sobre la hora que empieza. De este modo
sueltas las cadenas del tiempo y permaneces libre mientras continúas en el tiempo.

Recordatorios frecuentes: Dedica todo el esfuerzo que puedas a la idea de hoy, para que llegue a
formar parte de ti.

Respuesta a la tentación: Si te sientes tentado a albergar resentimientos o ataque, repite la idea, y


pide al Espíritu Santo que elija por ti y que aparte la tentación.

Observaciones: Haz de la idea de hoy una norma de pensamiento, una costumbre de tu repertorio
para responder a la tentación. (Fíjate en que se supone que ¡estás construyendo un repertorio de
maneras de responder a la tentación!) Asegúrate de que si tu percepción es defectuosa, será
corregida. Si te olvidas, se te recordará.

Comentario

El obstáculo que nos impide recordar nuestro Ser, del que trata la lección de hoy, es “todo temor de
futuros sufrimientos” (7:6). De nuevo, el instante santo es una parte fundamental del remedio. Todas
las referencias a “no hay un solo instante” (3:2) y “el instante en que el tiempo se escapa del
cautiverio de las ilusiones” (5:2), hablan de manera indirecta del instante santo, del que se habla más
directamente en 5:3: “Cada instante que antes era esclavo del tiempo se transforma ahora en un
instante santo”.

La idea es muy sencilla: poner el futuro en Manos de Dios. Se le llama “un paso gigantesco” hacia
una rápida salvación. (Los otros pasos gigantescos estuvieron en las lecciones 61, 66, 94 y 135). Se
dice que este paso gigantesco nos lleva a las praderas que nos dan la bienvenida a las puertas del
Cielo (1:3). Es el remedio para la ansiedad, los abismos del infierno, la depresión, los pensamientos
de pecado y de culpa. ¿Cómo puede ser tan poderosa esta sencilla idea?

Por un momento piensa en cómo tu vida y tu actitud mental cambiaría si supieras profunda y
completamente -no sólo creer sino saber- que tu futuro está totalmente en las Manos de un Dios
amoroso. ¿No es bastante fácil ver que esto eliminaría la ansiedad, los miedos al infierno, la
depresión, la tentación e incluso la culpa? Aunque sencilla, ésta es una idea extremadamente
poderosa, y muy poderosa al practicarla.

Una vez más, no se espera que cambiemos de repente de un estado de ansiedad-casi-constante a uno
de gozosa confianza en Dios, (Ernest Becker, en su libro La Negación de la Muerte, habla del
llamado estado normal del hombre como uno en el que debajo de todas las cosas existe el ruido del
pánico). Se nos está pidiendo que practiquemos tener instantes de esa confianza, libres de pánico.
Durante un momento, sólo un momento, “Sólo se te pide que te desentiendas del futuro y lo pongas
en Manos de Dios” (4:5). Al hacerlo, entenderemos que con ello hemos dado a Dios el pasado y el
presente. En ese instante santo nos libraremos del sufrimiento y la desgracia, del dolor y la pérdida.
La luz dentro de nosotros será libre para brillar y bendecir al mundo.

En cualquier instante, cuando tomamos un instante para ello, sin pasado ni futuro, no podemos sentir
depresión, experimentar dolor o percibir pérdida alguna, ni sentir pesar ni siquiera morir (3:1-3).
Cada una de esas experiencias depende de nuestra consciencia de que el pasado o el futuro la
mantienen y le dan la ilusión de realidad, pero que ninguna de ellas existe en el momento presente.

Tomemos por ejemplo el sufrimiento. El sufrimiento se basa tan claramente en el pasado que casi no
necesita la explicación de que si por un momento se elimina el pasado de nuestra mente,
desaparecería el sufrimiento. La mente está continuamente recordando a nuestro ser querido, y luego
insiste en que la ausencia de ese ser querido exige dolor emocional. Sin embargo, cuando el ser
amado formaba parte nuestra vida, hubo miles de momentos en los que no estaba físicamente
presente con nosotros y seguíamos siendo felices; entonces ¿por qué no podemos ser felices ahora?
El sufrimiento no es nada más que una trampa de la mente que nos estamos tendiendo a nosotros
mismos. El futuro nos presenta sufrimiento porque anticipamos una serie sin fin de momentos en los
que nos falta el ser amado. Pero esos momentos no están aquí ahora; de nuevo es una trampa de la
mente. El sufrimiento no existe cuando estamos completamente en el momento presente, en el
instante santo.

Cuando aprendemos a poner el futuro en las Manos de Dios, un instante después de otro, nos
liberamos. “Y así, cada instante que se le entrega a Dios, con el siguiente ya entregado a Él de
antemano, es un tiempo en que te liberas de la tristeza, del dolor y hasta de la misma muerte” (3:4).
Fíjate en la semejanza con la práctica de ayer de aplicar el perdón al final de cada hora a todo lo que
ha sucedido en esa hora, liberando así la hora siguiente. La lección dice que esto tiene que
convertirse en “un pensamiento que rige tu mente, en un hábito de tu repertorio para solventar
problemas, en una manera de reaccionar de inmediato ante toda tentación” (6:2). De esto trata toda
esta práctica: desarrollar nuevas costumbres de espiritualidad que rompan el patrón de nuestro
desquiciado modo de pensar, dejándonos libres para una experiencia nueva. Cuanto más
experimentemos, más la desearemos, hasta que finalmente ocupe nuestra mente por completo.

LECCIÓN 195 - 14 JULIO

“El amor es el camino que recorro con gratitud”

RESUMEN DE LA PRÁCTICA

Instrucciones generales: Tiempo de quietud por la mañana/ noche, recordatorios cada hora,
Respuesta a la tentación. Ver la Lección 153.

Propósito: Abandonar tu falta de gratitud, tu envidia y gratitud falsa, y sentir la libertad y la paz
dentro de ti. Esto intensificará tu motivación y fortalecerá tu compromiso.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.

Dale gracias a tu Padre por no estar separado de ninguna cosa viviente y por ser uno con Él. Alégrate
de que nadie queda fuera de esta unidad y, por lo tanto, nada te falta y estás completo. Da gracias por
cada cosa viviente y, así, reconoce los regalos que Dios te ha dado.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).
Utiliza la lección: “El amor es el camino que recorro con gratitud”, para perdonar todos los
acontecimientos de la hora anterior. No dejes que nada arroje su sombra sobre la hora que empieza.
De este modo sueltas las cadenas del tiempo y permaneces libre mientras continúas en el tiempo.

Respuesta a la tentación: Cuando te sientas tentado a la ira, maldad, o venganza, o a verte a ti


mismo empujado sin misericordia por el mundo, sustituye estos pensamientos con la idea de hoy.

Comentario

La gratitud se ve en esta lección tanto desde un lado oscuro como desde un lado de luz. Primero la
lección considera que muy a menudo, cuando nuestra manera de pensar está dirigida por el ego,
nuestra gratitud es realmente una especie de ataque a los demás. Luego, habla de la verdadera
gratitud, que sólo tiene lugar cuando va unida al amor (4:3).

El lado oscuro de la gratitud procede del ego. Ésta es la gratitud que ora: “Gracias a Dios que no soy
como los demás, gracias a Dios yo estoy mejor”. Es el tipo de gratitud basado firmemente en las
comparaciones. Es el agradecimiento que sentimos cuando tenemos una casa mayor que los demás,
un coche mejor, una esposa más atractiva. Es un tipo de agradecimiento que depende de que otros
tengan menos, que sufran más que nosotros. Procede de la idea que considera a nuestro hermano
como el rival de nuestra paz (3:1), y se alegra cuando él sufre. Este tipo de “gratitud” no es más que
una forma de venganza. Y si nos examinamos a nosotros mismos con honestidad, descubriremos que
caemos en ese tipo de falso agradecimiento más a menudo de lo que nos damos cuenta.

La verdadera gratitud es algo muy diferente. “Le damos las gracias a nuestro Padre sólo por una
cosa: que no estamos separados de ninguna cosa viviente, y, por lo tanto, somos uno con Él” (6:1).
“Le damos gracias a Dios nuestro Padre porque todas las cosas encontrarán su libertad en nosotros.
Es imposible que algunas puedan liberarse mientras otras permanecen cautivas” (4:4-5). Este
agradecimiento da “gracias por toda cosa viviente, pues, de otra manera, no estaríamos dando
gracias por nada” (6:3).

Hoy me siento feliz de que los regalos que he recibido les pertenezcan a todos. Me siento agradecido
por cada cosa viviente, por cada persona con la que me encuentro. Me alegro de que todos vayan
conmigo, de que ninguno se quede fuera. Estoy agradecido de que cada uno de los que leéis esto sea
parte de mí, de que ninguno de vosotros puede perder vuestra herencia y con ello perderla yo.
Reconozco que si alguien pierde, yo pierdo; y doy gracias a Dios porque “todas las cosas son
acreedoras al derecho a ser amadas por ser amorosas”, pues todas son parte de mi propio Ser (8:6).

Hoy, si siento que el mundo me da la lata, o que me atropella sin miramientos o sin ninguna
consideración, elegiré reemplazar esos pensamientos absurdos con gratitud (9:1-4). “Dios ha
cuidado de nosotros y nos llama Su Hijo. ¿Puede haber algo más grande que eso?” (9:5-6).

Otra palabra para la gratitud es el “aprecio”. Os ofrezco estos pensamientos del Curso acerca del
aprecio:

El único regalo idéntico que se les puede ofrecer a los Hijos idénticos de Dios, es apreciarlos
completamente. (T.6.V(A).4:7)

Honrar a tus hermanos es el único regalo apropiado para quienes Dios Mismo creó dignos de honor,
y a quienes honra. Muéstrales el aprecio que Dios siempre les concede, pues son Sus Hijos amados
en quienes Él se complace. (T.7.VII.6:1-2)

En el Reino no hay idólatras, sino un gran aprecio por todo lo que Dios creó, debido al sereno
conocimiento de que cada ser forma parte de Él. (T.10.III.6:1)
Dios sabe que Su Hijo es tan irreprochable como Él Mismo, y la forma de llegar a Él es apreciando a
Su Hijo. (T.11.IV.7:2)

La única reacción apropiada hacia un hermano es apreciarlo. Debes estarle agradecido tanto por sus
pensamientos de amor como por sus peticiones de ayuda, pues ambas cosas, si las percibes
correctamente, son capaces de traer amor a tu conciencia. (T.12.I.6:1-2)

En el instante santo compartimos la fe que tenemos en el Hijo de Dios porque juntos reconocemos
que él es completamente digno de ella, y en nuestro aprecio de su valía no podemos dudar de su
santidad. Y, por lo tanto, le amamos. (T.15.VI.2:5-6)

LECCIÓN 196 - 15 JULIO

“Es únicamente a mí mismo a quien crucifico”

RESUMEN DE LA PRÁCTICA

Instrucciones generales: Tiempo de quietud por la mañana/ noche, recordatorios cada hora,
Respuesta a la tentación. Ver la Lección 153.

Propósito: Dar este paso en el camino de la salvación, para que de aquí en adelante puedas avanzar
rápidamente y con facilidad. Abandonar la creencia de que hay un enemigo afuera al que temer. Esto
te liberará de tu miedo a Dios y podrás darle la bienvenida en tu mente.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).
Utiliza la lección: “Es únicamente a mí mismo a quien crucifico”, para perdonar todos los
acontecimientos de la hora anterior. No dejes que nada arroje su sombra sobre la hora que empieza.
De este modo sueltas las cadenas del tiempo y permaneces libre mientras continúas en el tiempo.

Respuesta a la tentación: Repite la idea siempre que te sientas tentado a creer que puedes atacar a
otro y así escaparte tú del ataque.

Comentario

Ésta es una reafirmación de una de las lecciones fundamentales del Curso, el primer paso del perdón
en otra forma: tomar el problema de fuera de nosotros, retirar la proyección, y ver que “soy yo quien
me estoy haciendo esto a mí mismo”.

Al ego le gusta utilizar mal esta idea para castigarnos. El ego nos hace creer que por naturaleza
somos auto-destructivos (que nos atacamos a nosotros mismos). La verdad es que, hacemos cosas
que nos perjudican pero tenemos elección en ello. No tenemos que hacerlas, y en verdad no es
nuestra voluntad hacerlas. No somos demonios, somos el santo Hijo de Dios.

El obstáculo a la consciencia de nuestro Ser al que esta lección va dirigido es nuestra creencia de que
hemos dañado o “crucificado” al mundo. Es la creencia de que nos hemos convertido a nosotros
mismos en monstruos que no merecen confianza, listos para atacar sin provocación, para herir y
matar.

El Curso llama a la aceptación de la idea de hoy (que sea cual sea la forma en que crucificamos a
otro, es a nosotros mismos a quien crucificamos) “un paso que nos conduce desde el cautiverio al
estado de perfecta libertad” (4:1). Nos ruega que demos “cada paso en la secuencia señalada” (4:2),
es decir, que no nos saltemos ningún paso. La idea de hoy es un paso que consiste en diferenciar el
Ser del cuerpo y del ego:

De esta manera le enseñas también a tu mente que no eres un ego… No creerás que
eres un cuerpo que tiene que ser crucificado. (3:1-3)

Debido a que creemos que nos convertimos a nosotros en un ego, creemos que somos culpables.
Puesto que creemos en la culpa, hicimos al cuerpo para que sufra el castigo. Reconocer que somos
los que nos estamos imponiendo el castigo a nosotros mismos, es el primer paso para liberarnos de
todo el lío. Para reconocer que somos los que nos estamos imponiendo el castigo, tenemos que dejar
a un lado el cuerpo y el ego, y hacernos conscientes de una parte mucho mayor de nosotros mismos.
De este modo nos damos cuenta de que el Ser es algo distinto del cuerpo o del ego, algo mucho más
grande que ellos. Este algo más grande incluye también a mis hermanos. Todos somos parte de ese
Ser. Los “otros” a los que creía herir son realmente parte de mi Ser.

La lección dice que si creo que puedo “atacar a otro y quedar tú libre” (6:1), estoy actuando desde un
miedo escondido a Dios, desde la creencia de que Dios es otra cosa, un enemigo que espera para
destruirme. Mi relación con los que me rodean siempre refleja la creencia inconsciente que yo tengo
acerca de mi relación con Dios, la relación final de la Unidad y la Plenitud. “El temor a Dios es real
para todo aquel que piensa que ese pensamiento (que yo puedo atacar a otro y quedar libre) es
verdad” (6:4). Si yo puedo atacar a otro y quedar libre, también lo puede hacer Dios. Por lo tanto,
hay que temer a Dios.

El párrafo 7 es muy importante para mí. Dice que el pensamiento de que yo puedo atacar a otro y
quedar libre tiene que cambiar de forma, antes de que yo pueda poner en duda esa idea, al menos
hasta el punto en el que yo pueda dejar de tener miedo de la venganza y empezar a hacerme
responsable, empezar a darme cuenta de que “son únicamente tus pensamientos los que te hacen
caer, presa del miedo, y que tu liberación depende de ti” (7:3). Si empiezo a darme cuenta de que no
estoy atacando a otros sino atacándome a mí mismo, puedo dejar de temer la venganza de esos
“otros” a los que pensaba que estaba atacando. Antes de que este pensamiento cambie, tengo miedo
de los otros; después de que cambia, me doy cuenta de que mi miedo procede de mis propios
pensamientos. Si esto es verdad, tengo el poder de cambiar esos pensamientos.

Según la lección, me parece que el punto decisivo, el punto en el que el miedo empieza a terminarse
se encuentra en 9:2: “Si es únicamente a ti mismo a quien crucificas, no le has hecho nada al mundo
y no tienes que temer su venganza ni su persecución”. Liberarse del miedo a la venganza del mundo
es el comienzo de liberarse del miedo a Dios, que es cuando “a Dios… se le podrá acoger de nuevo
en la santa mente que Él nunca abandonó” (8:5).

¡Tenía miedo de mi propia fuerza y libertad porque creía que yo era peligroso! Creía que era una
amenaza para el mundo, creía que le había hecho daño. No es de extrañar que no quiera ser fuerte y
libre. Si lo fuera, podría destruir el universo. Pensaba que podía atacar y dañar las cosas hasta el
punto en que el universo se volvería con furia y me barrería de la faz de la tierra. De hecho, durante
todo el tiempo, he creído que esto describe las cosas tal como están, y por esa razón he tenido miedo
tanto del mundo como de Dios.

El Curso parece decir aquí que nuestro miedo inconsciente de nosotros mismos, escondido porque
proyectamos la causa sobre cosas externas, tiene que hacerse consciente, al menos por un corto pero
aterrador momento. “Cuando te das cuenta, de una vez por todas, de que es a ti mismo a quien
temes, la mente se percibe a sí misma dividida” (10:2). “Y ahora, por un instante, percibes dentro de
ti a un asesino que ansía tu muerte y que está comprometido a maquinar castigos contra ti hasta el
momento en que por fin pueda acabar contigo” (11:1).
Esto parece un momento terrible, ¿por qué vamos a buscarlo voluntariamente? “No obstante, en ese
mismo instante es el momento en que llega la salvación” (11:2). Ahora, viendo el enemigo dentro de
nuestra mente en lugar de fuera, ya no tenemos motivos para temer a Dios. El reconocimiento de
nuestra propia terrible responsabilidad nos hace darnos cuenta de que no ha sido Dios Quien nos ha
estado castigando, hemos sido nosotros mismos. Dejamos de proyectar nuestros propios sueños de
venganza sobre Dios. “Y puedes apelar a Él para que te salve de las ilusiones por medio de Su Amor,
llamándolo Padre y, a ti mismo, Su Hijo” (11:4).

LECCIÓN 197 - 16 JULIO

“No puede ser sino mi propia gratitud la que me gano”

RESUMEN DE LA PRÁCTICA

Instrucciones generales: Tiempo de quietud por la mañana/ noche, recordatorios cada hora,
Respuesta a la tentación. Ver la Lección 153.

Propósito: Abandonar el obstáculo especial de exigir a otros agradecimiento visible, para así sentir
tu agradecimiento a tu Ser y a todas sus partes y el agradecimiento de Dios a ti. Esto intensificará tu
motivación y fortalecerá tu compromiso.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).
Utiliza la lección: “No puede ser sino mi propia gratitud la que me gano”, para perdonar todos los
acontecimientos de la hora anterior. No dejes que nada arroje su sombra sobre la hora que empieza.
De este modo sueltas las cadenas del tiempo y permaneces libre mientras continúas en el tiempo.

Respuesta a la tentación: (Sugerencia) Repite la idea cuando sientas la tentación de quitar un


regalo que has dado.

Comentario

Esta lección se identifica a sí misma como “el segundo paso” para liberar a tu mente de la creencia
en fuerzas externas enfrentadas a nosotros. La lección de ayer fue el primer paso (L.196.2:1-2). Nos
enseñó que nuestros ataques siempre están dirigidos a nosotros mismos, y que los pensamientos que
creíamos que venían de fuera de nosotros, en realidad procedían de nuestra propia mente. En otras
palabras, “nada, salvo tus propios pensamientos, te puede hacer daño” (L.196.8:3). La lección de
hoy le da la vuelta a la moneda: el agradecimiento. Éste es ciertamente un paso más allá de la
lección de ayer. Podemos entender que nuestro ataque procede de nosotros mismos y, sin embargo,
no darnos cuenta de que cualquier agradecimiento que recibimos también procede de nosotros
mismos y no de fuerzas externas.

Recuerdo que asistí con un amigo a un taller de Ken Wapnick, en el que Ken estaba hablando de
cómo responder a la crítica e incluso a un fuerte ataque de personas cercanas. El consejo de Ken era
recordar que tales ataques son simplemente el ego de la otra persona reaccionando a su percepción
de nuestro ego: “¡No te lo tomes personalmente!”, nos aconsejó Ken. Al día siguiente mi amigo fue
a Ken con un tema personal. Él había empezado a dirigir grupos acerca de técnicas de sanación, y
había recibido muchos halagos elogiosos. Él estaba preocupado de que toda la alabanza (gratitud) se
le subiese a la cabeza. El consejo de Ken fue inolvidable, siguiendo los pasos del consejo anterior:
“¡No te lo tomes personalmente!”
A algunos de nosotros nos cuesta recibir muestras de agradecimiento, pero todavía nos cuesta más
no recibirlas. Cada estudiante del Curso pasa por la experiencia de dar amor, amabilidad y perdón a
alguien y ver que se lo rechazan y se lo tiran a la cara. Esta lección afronta directamente el modo en
que reaccionamos a esa situación. Lo que se nos pide que hagamos es que expresemos esa
amabilidad y amor, que “demos nuestros regalos”, sin que nos importe la respuesta de la otra
persona. La lección dice que ¡toda la gratitud que se necesita es nuestra propia gratitud por la
oportunidad de dar y perdonar! (3:3). La gratitud no viene de fuera, tal como el ataque tampoco
viene de fuera.

Si no entendemos esto, cuando alguien no reconozca nuestros regalos, nuestra reacción típica será
retirárselos. “Bueno, he intentado perdonarte y pasar por alto tu error, pero si es así como me tratas,
¡vete al infierno!” ¡Y nuestros intentos de amabilidad se han convertido en ataque! (ver 1:2-3)

La lección lo dice muy claramente: “¿Qué importa si otro piensa que tus regalos no tienen ningún
valor?” (4:1). En otras palabras, cuando demos, no nos preocupemos para nada de la respuesta de la
persona a quien le damos, ni de si nos manifiesta su agradecimiento o no. La oportunidad de dar es
suficiente regalo para nosotros, y nuestra gratitud por el regalo que hemos dado es todo lo que
necesitamos. Si retiramos los regalos que damos cuando no son recibidos con “muestras de gratitud
procedentes del exterior y las debidas gracias” (1:3), entonces supondremos que tampoco podemos
contar con los regalos de Dios. Si quitamos nuestros regalos, nos los estamos quitando a nosotros
mismos. Soy yo quien necesita estar agradecido por el regalo, pues ¡soy yo quien lo ha recibido!
(3:5).

Para ayudarnos a entender por qué la gratitud externa no es necesaria, Jesús explica que una parte de
la mente de la otra persona está agradecida, aunque no lo manifieste externamente (4:2). La “mente
recta” de la otra persona te está muy agradecida por el regalo, y lo recibe con agradecimiento. El
regalo permanecerá, esperando a que la otra persona esté lista para recibirlo de manera consciente.
Como dice el Manual:

Ningún maestro de Dios debe sentirse decepcionado si, habiendo ofrecido una
curación, parece como si ésta no se hubiese recibido. No es su función juzgar cuándo
debe aceptarse su regalo. Que tenga por seguro que ha sido recibido, y que no ponga en
duda que será aceptado cuando se reconozca que es una bendición y no una maldición.
(M.6.2:7-9)

El Manual continúa de manera muy parecida haciéndose eco del pensamiento de que hemos estado
hablando:

La función de los maestros de Dios no es evaluar el resultado de sus regalos. Su


función es simplemente darlos. (M.6.3:1-2)

El capítulo entero del Manual, y el siguiente, es interesante leerlo con la comprensión de la lección
de hoy.

Si no entendemos este segundo paso, que la gratitud así como el ataque proceden únicamente de
dentro de nosotros, nunca tendremos seguridad en los regalos de Dios (5:3).

LECCIÓN 198 - 17 JULIO

“Sólo mi propia condenación me hace daño”

RESUMEN DE LA PRÁCTICA
Instrucciones generales: Tiempo de quietud por la mañana/ noche, recordatorios cada hora,
Respuesta a la tentación. Ver la Lección 153.

Propósito: Usar el perdón para abandonar tu condena y sentir la libertad que hay dentro de ti.
Acercarte más al final de todos los obstáculos, a la visión final. Sentirte feliz, pues hoy ha llegado tu
liberación.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).
Utiliza la lección: “Sólo mi propia condenación me hace daño”, para perdonar todos los
acontecimientos de la hora anterior. No dejes que nada arroje su sombra sobre la hora que empieza.
De este modo sueltas las cadenas del tiempo y permaneces libre mientras continúas en el tiempo.

Recordatorios frecuentes: Repite: “Sólo mi propia condenación me hace daño. Sólo mi propio
perdón me puede liberar”.

Respuesta a la tentación: Siempre que sientas la tentación de creer en cualquier sufrimiento o


daño, date cuenta de que oculta un pensamiento de condena, y di: “Sólo mi propia condenación me
hace daño. Sólo mi propio perdón me puede liberar”.

Comentario

Cuando condeno a otro, me hago daño a mí mismo. ¿Cómo puede ser eso?

Cuando condeno a alguien, le deseo daño, alguna forma de castigo por su “injusticia”. Como
mínimo, mi condena afirma que esa persona se merece menos amor. Por lo tanto, creo que puedo
hacer daño, incluso que yo tendría justificación por hacerle daño o retirarle mi amor. Sin embargo, la
norma que he establecido con esta creencia puede volverse contra mí. Yo puedo recibir daño
también. Si mido mi amor a otros según el modo en que los veo, estoy afirmando que es así como
funciona el amor. Por lo tanto, estoy afirmando que Dios mide Su Amor a mí basándose en mi
apariencia o en el desarrollo del estado de mi carácter ahora. ¿De verdad quiero esto?

En realidad, “El daño es imposible” (1:1). Ni Dios, ni mi verdadero Ser como creación Suya, pueden
ser dañados en modo alguno. Ni han sido dañados. Pero “las ilusiones forjan más ilusiones” (1:2), y
la ilusión de la condena forja una ilusión de daño. Por lo tanto, continuaremos sintiendo daño hasta
que abandonemos la condena como una herramienta “indeseable e irreal” (1:4).

Hay una regla que está bajo la superficie de esta lección que realmente es muy importante para
comprender el Curso. El daño es imposible, también es imposible condenar (2:5). “Lo que parece ser
su influencia y sus efectos jamás tuvieron lugar en absoluto” (2:6). Así, tal como dice el Curso en
muchos sitios, la separación nunca ocurrió, la muerte no existe, la enfermedad es una ilusión, e
incluso nuestro cuerpo y el mundo no existen. “¡El mundo no existe!” (L.132.6:2). Realmente no
estamos aquí donde creemos que estamos; estamos dormidos en el Cielo, soñando en el exilio. El
aparente problema ya se ha resuelto y, ciertamente ¡nunca sucedió! Ésta es la verdad en el nivel que
el Curso llama conocimiento del Cielo.

Y sin embargo… ¿qué? Pues hay un “y sin embargo” a las enseñanzas del Curso. No afirma la
verdad última y se acaba, tiene algo que decir acerca de la aparente ilusión. Afirma con un cuidado
meticuloso la irrealidad de la ilusión, ¡y sin embargo lidia con ella!
Lo que parece ser su influencia y sus efectos jamás tuvieron lugar en absoluto. No obs-
tante, tenemos que lidiar con ellos por un tiempo como si en realidad hubiesen tenido
lugar. (2:6-7)

¿Cuáles son la influencia y los efectos de la condena? Cada forma de “daño” imaginable. Los
aparentes efectos de nuestra condena a nosotros mismos incluyen la invención del mundo y de los
cuerpos también. Entonces, éstas son las cosas con las que por un tiempo tenemos que lidiar como si
realmente hubieran ocurrido. El tiempo mismo es una ilusión, sin embargo el Curso habla bastante
de ahorrar tiempo, y nos ruega que usemos el tiempo sabiamente, concretamente en las instrucciones
para las prácticas que son parte de estas lecciones. Sabe que el tiempo es ilusorio, y sin embargo
lidia con él como si fuera algo real, usando la misma ilusión para sacarnos de la ilusión, usando el
tiempo para llevarnos de regreso a la eternidad.

Nos enfrentamos a la ilusión con la ilusión misma, nos enfrentamos a los efectos de la condena con
el perdón. En realidad no hay nada que perdonar porque no ha ocurrido nada. Pero para deshacer la
ilusión de que sucedió y así hacernos conscientes de la realidad que nunca cambia, necesitamos la
ilusión del perdón.

El Curso afirma que este mundo es una ilusión; y sin embargo, durante un tiempo nos enseña a lidiar
con él como si no fuera una ilusión, como si realmente hubiera sucedido. La única manera para así
lidiar con la ilusión es perdonarlo, proclamarle al mundo que “en el Hijo de Dios no hay
condenación” (10:1). El perdón es el puente que lleva la ilusión ante la verdad, que proporciona la
escapatoria de la ilusión completamente.

LECCIÓN 199 - 18 JULIO

“No soy un cuerpo. Soy libre”

RESUMEN DE LA PRÁCTICA

Instrucciones generales: Tiempo de quietud por la mañana/ noche, recordatorios cada hora,
Respuesta a la tentación. Ver la Lección 153.

Propósito: Abandonar tu identificación con el cuerpo y así sentir la libertad de no estar atado a él.
Liberar a tu mente y dársela al Espíritu Santo para que la utilice de modo que puedas llevar libertad a
aquellos que piensan que están aprisionados en el cuerpo.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).
Utiliza la lección para perdonar todos los acontecimientos de la hora anterior. No dejes que nada
arroje su sombra sobre la hora que empieza. De este modo sueltas las cadenas del tiempo y
permaneces libre mientras continúas en el tiempo.

Respuesta a la tentación: (Sugerencia) Siempre que sientas la tentación de albergar pensamientos


que refuerzan una identidad con el cuerpo, di: “No soy un cuerpo. Soy libre. Oigo la Voz que Dios
me ha dado, y es sólo esa Voz la que mi mente obedece”.

Comentarios generales: Practica bien este pensamiento, hoy y todos los días. Ámalo. Utilízalo en
cada sesión de práctica.

Comentario
Para el ego, la idea de hoy es “completamente descabellada” (3:2). Sin embargo, es uno de los
principios básicos que el Curso utiliza para liberarnos de nuestra esclavitud. La lección le da
muchísima importancia a esta idea, más que a la mayoría de las ideas que el Curso presenta. Se nos
dice “ten en gran estima la idea de hoy, y ponla en práctica hoy y cada día” (5:1). Y, por supuesto,
Jesús espera que la idea “No soy un cuerpo” pase a formar parte de cada sesión de práctica ¡de ahora
en adelante! (5:2).

Reconozcámoslo: Antes de encontrar el Curso, el cuerpo era algo que dábamos por sentado.
Pensábamos que si algo sabíamos, de lo que estábamos seguros es que éramos un cuerpo. Nuestro
cuerpo ocupaba en nuestra vida un lugar muy diferente al de otros objetos físicos. Si alguien pisara
un CD que nos pertenece, podríamos decirle: “¡Eh! Estás rompiendo mi CD”. Pero si nos pisaran un
dedo del pie (parte del cuerpo), le diríamos: “¡Eh! Me estás pisando”. Es parte de nuestra
consciencia. “Yo” estoy donde mi cuerpo está. Decimos: “Estoy comiendo. Yo estaba dormido.
Estoy en el coche. Estoy enfermo”. Y todos esos “Yo” se refieren al cuerpo. Aunque hayamos sido
estudiantes del Curso durante diez o quince años, probablemente todavía decimos esas mismas
cosas, y por costumbre todavía pensamos en el cuerpo como nuestro propio ser.

El ego ha gastado miles de años de esfuerzos en programar mentalmente la identidad del “yo” y del
cuerpo en la mente. No es algo que la mente vaya a abandonar fácilmente, es un hábito de
pensamiento que necesitará muchísima programación en contra para desaprenderlo. Por eso se nos
ruega que hagamos de ello una parte de nuestra práctica diaria. Nuestra propia identidad como un
cuerpo no desaparecerá con unas pocas repeticiones. Todos creemos en ello todavía. Como dijo Ken
Wapnick: “Si dudas si todavía sigues creyendo en la identidad del cuerpo con el ser, intenta
simplemente contener el aliento durante diez minutos”.

¿Qué tenemos que hacer al darnos cuenta de que todavía conservamos esta falsa creencia acerca de
nosotros mismos? La lección nos dice: “No te preocupes” (3:2). Como el corredor que intenta
romper el récord de correr la milla en cuatro minutos, es preciso que no nos preocupemos por no
haberlo logrado todavía. Sólo necesitamos continuar practicando, haciendo lo que sea necesario para
lograr ese propósito. Nuestra meta es darnos cuenta de que somos una “mente… (que) deja de verse
a sí misma como que está dentro de un cuerpo, firmemente atada a él y amparada por su presencia”
(1:4). Ése es el estado mental en el que se encuentra la libertad total. Cuando hayamos entrado en
ese estado mental, estaremos en nuestra mente recta y en el mundo real. Ahora nuestro único interés
es movernos en esa dirección.

El instante santo nos ofrece un anticipo de ese estado mental. El cuerpo desaparece de nuestra
consciencia en el instante santo, y de lo que somos conscientes es de la Unidad, algo tan extenso que
ningún cuerpo o conjunto de cuerpos podría contener jamás. Cuando experimentamos este estado
cada vez más, llegará a predominar en nuestra consciencia. Todavía tenemos un cuerpo, pero nos
damos cuenta de que no estamos limitados a él. Se convierte simplemente en:

… una forma útil para lo que la mente tiene que hacer. De este modo se convierte en un
vehículo de ayuda para que el perdón se extienda hasta la meta todo-abarcadora que
debe alcanzar, de acuerdo con el plan de Dios. (4:4-5)

Sorprendentemente, cuanto más separamos la mente del cuerpo, más perfecto se vuelve el cuerpo.
“Y su capacidad de servir un objetivo indiviso se vuelve perfecta” (6:4). Si nuestro propósito es
perfeccionar el cuerpo, nunca lo lograremos; el cuerpo encontrará la plenitud sólo cuando nuestra
meta se unifica con el Espíritu Santo para buscar el perdón a todos y a todas las cosas, lo que pone
al cuerpo en el lugar que le corresponde. Intentar conservar el cuerpo lo destruye, abandonar ese
propósito le devuelve la salud.

El cuerpo no es el hogar de la mente, El espíritu Santo sí lo es (6:1). Nuestro propósito en las


prácticas, en cada instante santo que tomamos, es liberar al cuerpo de su relación con el cuerpo, y
darle nuestra mente al Espíritu Santo para Sus propósitos. Nuestra energía entonces no está dirigida a
adquirir comida o ropa, o alojamiento, o bienestar físico, sino a traer el perdón al mundo. Si hacemos
esto, el Espíritu Santo promete que Él se hará cargo del resto. Como Jesús dice en la Biblia: “Buscad
primero el Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura” (Mateo 6:33).

O como dice el Curso: “Una vez que aceptes Su plan como la única función que quieres
desempeñar, no habrá nada de lo que el Espíritu Santo no se haga cargo por ti sin ningún esfuerzo
por tu parte” (T.20.IV.8:4).

LECCIÓN 200 - 19 JULIO

“No hay más paz que la paz de Dios”

RESUMEN DE LA PRÁCTICA

Instrucciones generales: Tiempo de quietud por la mañana/ noche, recordatorios cada hora,
Respuesta a la tentación. Ver la Lección 153.

Propósito: No volver a buscar la paz en ídolos, sino en Dios. No volver a extraviarnos de nuestro
camino sino seguir el camino directo a Dios.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos
o más.

Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo
permiten).
Utiliza la lección: “No hay más paz que la paz de Dios”, para perdonar todos los acontecimientos de
la hora anterior. No dejes que nada arroje su sombra sobre la hora que empieza. De este modo
sueltas las cadenas del tiempo y permaneces libre mientras continúas en el tiempo.

Recordatorios frecuentes: Repite: “No hay más paz que la paz de Dios, y estoy contento y
agradecido de que así sea”.

Respuesta a la tentación: (Sugerencia) Siempre que te sientas tentado a buscar la paz en cualquier
cosa de este mundo, repite de inmediato: “No hay más paz que la paz de Dios, y estoy contento y
agradecido de que así sea”.

Comentario

El mensaje básico de esta lección es que cada medio que usamos para intentar encontrar la paz por
medio del mundo o desde el mundo, fracasará; únicamente es real y eterna la paz que procede de
Dios, una paz que ya tenemos como parte del Ser que Él creó. (Algunas buenas secciones para leer
en relación con la lección de hoy están en el Capítulo 11 del Manual: “¿Es Posible la Paz en este
Mundo?”, y en el Texto, Capítulo 31, Sección IV: “La Verdadera Alternativa”).

Todo en este mundo termina con la muerte. Este mundo es el infierno, porque no importa qué
dirección tomemos, no importa cuánto nos esforcemos, terminamos perdiéndolo todo al final. ¡Qué
juego más deprimente, cuando el único resultado es perder! Ésta es la fuente de “la agonía de sufrir
aún más amargos desengaños, o de verte invadido por una sombría desesperación y una gélida
sensación de desesperanza y de duda” (1:3). Si jugamos al juego del mundo, buscando “felicidad allí
donde no la hay” (2:1), sólo podemos hacernos daño. Estamos “pidiendo la derrota” (2:3).

Es posible que no nos demos cuenta de esta desesperación, sin embargo está sumergida dentro de
todo lo que hacemos. El libro de Ernest Becker “La Negación de la Verdad” trata de los modos en
los que ansiosamente y con firmeza alejamos de nuestra mente la consciencia de la muerte,
enterrándola por debajo de las trivialidades de la vida, esforzándonos por encontrar significado en
algo a lo que poder agarrarnos y alcanzar la inmortalidad de algún modo. Becker llega a la misma
conclusión que el Curso en algunos aspectos: que todos estamos locos, cegados por la negación y la
proyección. La única diferencia entre nosotros y los que llamamos “locos” es que nuestra forma de
negación tiene mejor resultado que la de ellos. Sin embargo, los “locos” son más honestos que
nosotros. Ellos han aceptado que el mundo no significa nada y han elegido fabricar su propio mundo
de fantasía para reemplazarlo, o llenos de desesperación se han suicidado. El resto de nosotros
todavía seguimos dando tumbos con la cándida esperanza de que el mundo todavía puede ofrecernos
satisfacción.

La lección nos pide que abandonemos la inútil búsqueda de felicidad mediante el cuerpo y el mundo,
y que descansemos en la paz de Dios. Si podemos aceptar el hecho de que no encontraremos la
felicidad o la paz en ningún otro sitio, podemos ahorrarnos muchos sufrimientos. Cuando miro a mi
propia vida, los momentos más desgraciados han sido aquellos en los que alguien o algo en lo que
había puesto mi esperanza de felicidad, me ha fallado: un matrimonio, una iglesia, un trabajo, un
propósito noble, una esperanza de una relación romántica. La lección dice que éstos no son
acontecimientos aislados. Representan todo. Es imposible encontrar paz aparte de la paz de Dios, y
cuanto antes nos demos cuenta, antes encontraremos la verdadera felicidad.

“No te corresponde estar en este mundo. Aquí eres un extraño” (4:3-4). Así que renuncia a él. Déjalo
ir. Deja de esperar que te haga feliz, nunca lo hará. “Pero te es dado encontrar los medios a través de
los cuales el mundo deja de parecer una prisión o una cárcel para nadie” (4:5). ¡Hay una escapatoria!
“Mas si quieres hallar escapatoria tienes que cambiar de parecer con respecto al propósito del
mundo” (5:2).

El Texto dice lo mismo:

Hasta que no veas la curación del Hijo como lo único que deseas que tanto este mundo
como el tiempo y todas las apariencias lleven a cabo, no conocerás al Padre, ni te
conocerás a ti mismo. Pues usarás al mundo para un propósito distinto del que tiene, y
no te podrás librar de sus leyes de violencia y de muerte. (T.24.VI.4:3-4)

Para cambiar todo esto, y abrir un camino de esperanza y liberación en lo que aparenta
ser un círculo interminable de desesperación, necesitas tan sólo aceptar que no sabes
cuál es el propósito del mundo. Le adjudicas objetivos que no tiene, y de esta forma,
decides cuál es su propósito. Procuras ver en él un lugar de ídolos que se encuentran
fuera de ti, capaces de completar lo que está adentro dividiendo lo que eres entre lo que
está afuera y lo que está adentro. Tú eliges los sueños que tienes, pues son la
representación de tus deseos, aunque se perciben como si viniesen de afuera. Tus ídolos
hacen lo que tú quieres, y tienen el poder que les adjudicas. Y los persigues fútilmente
en el sueño porque deseas adueñarte de su poder. (T.29.VII.8)

Si podemos aceptar que no sabemos cuál es el propósito del mundo, seremos libres para aceptar el
propósito que el Espíritu Santo ve en él. Hasta que abandonemos nuestros imaginarios propósitos,
Su propósito nos parecerá borroso y difícil de comprender. Abandonar el propósito que creemos que
tiene el mundo es lo que permite que nos demos cuenta de su verdadero propósito. Ese propósito es
el perdón o, como dice la frase del Capítulo 24 del Texto, “la curación del Hijo”. El perdón se
necesita en el infierno y, por lo tanto, este mundo debe ser el infierno (6:4). El perdón me ofrece a mí
y a todos “escapar de los sueños de maldad, que… él cree que son reales” (6:5). Podemos decir que
para lo que sirve el mundo es para “aprender a verlo de otra manera y encontrar la paz de Dios”
(7:6).

Si el mundo es un lugar tan terrible y deprimente, lógicamente podríamos decir que encontrar la paz
es abandonar el mundo. Morir. Salir de este cuerpo. Pero no es eso lo que dice esta lección. Se nos
dice que “se empieza a tener paz en él cuando se le percibe de otra manera” (8:2). Fíjate en que: la
paz empieza dentro del mundo. Empieza con una nueva percepción del mundo, no como una prisión
sino como un aula de aprendizaje. A partir de aquí, el camino a la paz nos conducirá a “las puertas
del Cielo y lo que yace tras ellas” (8:2). Pero tiene que empezar aquí.

Con conmovedoras imágenes de un camino “alfombrado con las hojas de los falsos deseos”
podemos vernos a nosotros mismos elevando nuestros ojos de “los árboles de la desesperanza” a las
puertas del Cielo (10:3). Queremos la paz de Dios, y nada más que la paz de Dios. En los instantes
santos de que disfrutamos en nuestra práctica de hoy, reconocemos la paz que hemos estado
buscando, y “sentir como su tierno abrazo envuelve tu corazón y tu mente con consuelo y amor”
(10:6).

Las frases finales, que se nos dan para la práctica, resumen toda la lección. La mayoría de nosotros,
enfrentados con el pensamiento de que no hay más paz que la paz de Dios, todavía no respondemos
con alegría y agradecimiento. El mensaje de que “no hay ninguna esperanza de encontrar respuesta
alguna en el mundo” (T.31.IV.4:3), parece una píldora dura y amarga de tragar. En lugar de alegría,
sentimos tristeza y algo de resentimiento. Con añoranza nos aferramos a nuestras vanas esperanzas
de que los ídolos de este mundo todavía nos darán satisfacción de alguna manera. Queremos que lo
hagan. Únicamente cuando hayamos aprendido a renunciar a ellos con alegría y agradecimiento,
estaremos libres finalmente de su dominio sobre nosotros.

Que en mis prácticas de hoy busque encontrar esa alegría y agradecimiento dentro de mí mismo. El
Cristo en mí quiere “regresar a casa” (4:1). Hay una parte de mí que da un suspiro de alivio cuando
empiezo a comprender que el mundo no puede satisfacerme y que me susurra: “¡Por fin! Por fin
estás empezando a abandonar la fuente de tu dolor. ¡Gracias!” Que entre en contacto con esa parte de
mi mente que pertenece al Cielo y que sabe que no pertenece a este mundo, es la única parte que en
realidad existe. Cuanto más entro en contacto con ella, antes conoceré la paz que es mi herencia
natural.

SEXTO REPASO. INTRODUCCIÓN

Éste es el último repaso del Libro de Ejercicios, el final de la Primera Parte. Al comienzo de la
Introducción del Libro de Ejercicios se nos dijo: “El libro de ejercicios está dividido en dos
secciones principales. La primera está dedicada a anular la manera en que ahora ves, y la segunda, a
adquirir una percepción verdadera” (L.In.3:1). Las últimas 40 lecciones han dicho que nos estaban
preparando para la Segunda Parte del Libro de Ejercicios. Ahora estamos llegando al final de la
primera fase de nuestro entrenamiento. Supuestamente, si hemos estado haciendo los ejercicios
como se nos aconsejaba (y ciertamente, ésa es la solución), ya estamos preparados para entrar en una
fase nueva y más elevada de nuestra práctica.

Hay dos cosas muy diferentes en la Segunda Parte del Libro de Ejercicios. La primera, las lecciones
escritas son muchísimo más cortas, ninguna de ellas tiene más de media página, aunque se nos pide
que leamos una sección de enseñanza diez veces, una vez al día junto con la lección. En esta
segunda parte se le da menos importancia a aprender nuevas ideas (o desaprender las viejas), y se da
mayor importancia a la experiencia y a reforzar las costumbres que hemos formado en la Primera
Parte.

La otra gran diferencia es que, a partir de este repaso y la Introducción a la Segunda Parte, en
adelante, las lecciones no tienen ya instrucciones para la práctica. Parece muy claro que el modelo
de práctica que tenemos que seguir ha sido establecido, que se espera que sepamos cuál es, y que lo
sigamos durante las restantes 145 lecciones de la Segunda Parte.

El modelo comenzó en la Lección 153, que establecía los momentos más largos de quietud por la
mañana y por la noche, y los recordatorios de cada hora. Los otros dos elementos restantes:
recordatorios frecuentes entre horas, y respuesta a la tentación, hasta la lección 200 eran de algún
modo libres de hacerse. Es únicamente aquí, en la Introducción al último repaso, que se añaden
como algo que se espera que hagamos cada día con firmeza.

“Además del tiempo que le dediques mañana y noche, que no debería ser menos de quince minutos,
y de los recordatorios que han de llevarse a cabo, cada hora durante el transcurso del día, usa la idea
tan frecuentemente como puedas entre las sesiones de práctica” (L.rVI.1:2). La palabra “además de”
deja muy claro que estos recordatorios frecuentes ahora se consideran como “además de” los
momentos de quietud de la mañana y de la noche y de los recordatorios de cada hora. La respuesta a
la tentación también se explica muy claramente en el párrafo 6:

Cuando la tentación te asedie, apresúrate a proclamar que ya no eres su presa, diciendo: No quiero
este pensamiento. El que quiero es ________. Y entonces repite la idea del día y deja que ocupe el
lugar de lo que habías pensado (6:1-4).

Esos cuatro elementos de la práctica, que se establecen muy claramente en este último repaso, están
dirigidos a que sean las instrucciones a seguir diariamente durante el resto del año:

Momentos de quietud por la mañana y por la noche, como mínimo de 15 minutos de duración
Recordatorios de cada hora, unos pocos minutos, recordando la idea del día y aplicándola a la
hora que ha terminado y a la hora que va a comenzar.
Recordatorios frecuentes entre horas, recordando la idea.
Respuesta a la tentación, sustituyendo voluntariamente los pensamientos de nuestro ego con la idea
del día.

Se nos dice que “cada una de estas ideas por sí sola podría salvarte si verdaderamente la aprendieses.
Cada una de ellas sería suficiente para liberaros a ti y al mundo de cualquier clase de cautiverio, e
invitar de nuevo el recuerdo de Dios” (1:3-4). Esto es cierto de las ideas que van a venir y de las
ideas de las últimas veinte lecciones. Sin embargo, fíjate en la condición que modifica esta frase: “…
si se entiende, se practica, se acepta y se aplica a todo cuanto parece acontecer a lo largo del día
(2:2). Una sola idea basta. Mas no se debe excluir nada de esa idea (2:3-4).

Si cualquiera de estas ideas es suficiente, ¿por qué necesitamos 365 lecciones? La respuesta es
sencilla. El autor sabe perfectamente que no aplicaremos una sola idea a sin excepción a todos los
acontecimientos a lo largo del día. Y “necesitamos, por lo tanto, usarlos todos y dejar que se vuelvan
uno solo, ya que cada uno de ellos contribuye a la suma total de lo que queremos aprender” (2:5).

En este último repaso, que dura 20 días, repetimos cada día una de las ideas de los 20 días anteriores,
y se nos pide que el centro de nuestra práctica gire en torno a un tema unificador:

No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó. (3:3-5)

Se nos pide que repitamos estas tres frases cortas cada mañana y cada noche, cada hora, y en todo
momento en que recordemos nuestra verdadera función aquí. Las repetimos con la idea que
repasamos cada día. Esa sencilla repetición es la única instrucción concreta que se nos da. Por lo
demás, todo lo que se nos pide hacer en nuestros momentos de práctica es, en pocas palabras, que
despejemos nuestra mente de cualquier pensamiento en contra (3:8). Esto tiene que ser un “profundo
abandono”, no sólo dejar la mente en blanco, sino un abandono de cualquier pensamiento que se
interponga en el camino de la cordura y de la verdad.

Sencillamente cerramos los ojos y nos olvidamos de todo lo que jamás habíamos creído saber y
entender (4:3).
En esta parte final del Libro de Ejercicios vamos “más allá de todas las palabras” (4:1). Buscamos
sentir la serenidad y la paz de Dios.

La única excepción es que hacemos algo cuando un “pensamiento molesto” entra en nuestra mente
en calma. El párrafo 5 nos da instrucciones muy claras acerca de cómo tratar con estos pensamientos
molestos que seguramente aparecerán. Lo más importante es no dejar que tal pensamiento se quede
sin respuesta. En lugar de ello daremos instrucciones a nuestra mente: “No quiero este
pensamiento”, y cámbialo por la idea del día. Seguimos la misma práctica durante todo el día, cada
vez que nos tiente el ego.

Éste es un firme entrenamiento mental. Nos pide mucho. Creo que eso es lo que quiere decir la frase
del Texto: “Mantente alerta sólo a favor de Dios y de Su Reino” (T.6.V.(C)). ¿Cómo podemos
esperar que nuestra mente se libere del modo de pensar del ego, si dejamos que los pensamientos del
ego queden sin respuesta? Al comienzo del Texto, Jesús nos dice que somos demasiado tolerantes
con las distracciones de nuestra mente (T.2.VI.4:6); esta vigilancia atenta, que rechaza los
pensamientos del ego y los sustituye con los pensamientos de Dios, es el remedio que el Curso
propone.

Jesús, el autor, dice que pone nuestras sesiones de práctica en Manos del Espíritu Santo (6:6 y 7:1-
2). Tenemos que escucharle para conocer los detalles acerca de “qué hacer, qué decir y qué pensar
cada vez que recurres a Él” (7:2). Lo más importante es aquietarse (6:6). Sin embargo, la mención
acerca de lo que hacemos, decimos y pensamos nos deja una gran libertad. Generalmente hablando,
pienso que podemos usar cualquier técnica de las que hemos practicado antes en el Libro de
Ejercicios, como los ejercicios de perdón, ofrecer paz al mundo, repasar situaciones en nuestras
vidas y aplicarles la idea del día, y así sucesivamente. La mayor importancia está en escuchar en
silencio la Voz de Dios y permitir que nuestra mente venga a la serenidad y a la paz. El Libro de
Ejercicios ha terminado sus instrucciones concretas para la práctica, pero ahora tenemos que
aprender a escuchar al Espíritu Santo:
“dejando que nos enseñe cómo proceder y confiando plenamente en Él para que nos indique la
forma en que cada sesión de práctica puede convertirse en un amoroso regalo de libertad para el
mundo” (7:4).

SEXTO REPASO. INSTRUCCIONES PARA LA PRÁCTICA

Propósito: Repasar cuidadosamente las últimas 20 lecciones, cada una de las cuales contiene todo el
plan de estudios en su totalidad y, por lo tanto, es suficiente para la salvación, si se entiende, se
practica, se acepta y se aplica sin excepción.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: por lo menos quince minutos.


• Repite: “No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”.
• Cierra los ojos y abandona todo lo que abarrota tu mente, olvídate de todo lo que crees
saber. Dedícale el tiempo al Espíritu Santo, tu Maestro. Si te das cuenta de algún
pensamiento de distracción, de inmediato niega que seas su presa, asegurándole a tu mente
que ya no lo quieres más. Luego abandónalo y sustitúyelo con la idea del día. Di: “No
quiero este pensamiento. El que quiero es ________” (la idea del día).

Observaciones: Estamos intentando ir más allá de las formas especiales de práctica porque lo que
estamos intentando es ir más de prisa por una senda más corta que nos conduce a la serenidad y a la
paz de Dios, que es nuestro objetivo.

Recordatorios cada hora: Repite: “No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me
creó”.
Respuesta a la tentación: No dejes pasar un solo pensamiento trivial sin confrontarlo. Si adviertes
alguno, niega su dominio sobre ti y apresúrate a asegurarle a tu mente que no es eso lo que quiere.
Luego descarta tranquilamente el pensamiento que negaste y de inmediato y sin titubear sustitúyelo
por la idea con la que estés practicando ese día, diciendo: “No quiero este pensamiento. El que
quiero es ________” (la idea del día).

COMENTARIOS SOBRE LA PRÁCTICA

• Intentamos abandonar las palabras.


• Intentamos abandonar las formas especiales de practicar.

Para las sesiones de práctica más largas nuestras únicas instrucciones son:
• Vaciar nuestra mente de todo lo que la abarrota y olvidar todo lo que pensábamos que
sabíamos.
• Entregamos nuestras sesiones de práctica al Espíritu Santo, Quien nos enseñará qué pensar,
decir y hacer, y Quien guiará nuestras sesiones de práctica.

Hay dos excepciones a esta falta de estructura:


• Se nos dice que no dejemos pasar ningún pensamiento vano o distraído sin respuesta
durante nuestro tiempo de quietud.
• Se nos dan unos pocos pensamientos concretos (unas pocas líneas) para la lección de cada
día, para que nos ayuden en nuestra práctica.

LECCIÓN 201 - 20 JULIO

“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”
(181) “Confío en mis hermanos, que son uno conmigo”
“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica del Sexto Repaso

Comentario

Hoy, recordemos tan a menudo como podamos que no hay nadie que no sea nuestro hermano.
Recordemos que todos somos parte del Único Ser, y que nuestra unidad con Todo-Lo-Que-Existe es
una bendición que nunca podemos perder.

Juntos somos un Todo. Separados, no somos nada.

Todos nosotros somos Uno solo.

Cada uno está unido a Dios y a todos, sin cambios posibles. Todo lo que existe es Hijo del Creador,
igualmente digno, igualmente santo, igualmente amoroso.

Mis hermanos son mi alegría y mi deleite. Que hoy vea a todos como la bendición que son para mí.

LECCIÓN 202 - 21 JULIO

“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”
(182) “Permaneceré muy quedo por un instante e iré a mi hogar”
“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica del Sexto Repaso

Comentario

Justo ahora, en este mismo instante, y en cada instante de este día, tengo la posibilidad de
aquietarme, de acallar mi mente, y de ir al hogar en el Cielo. El Cielo está aquí. El Cielo es ahora.
No hay otro momento ni otro lugar.

Este mundo de agitación no es mi hogar, mi hogar está en la paz. Este mundo de sufrimiento no es
mi hogar, mi hogar está en la felicidad. Este mundo de odio no es mi hogar, mi hogar está en el
amor. Este cuerpo no es mi hogar, mi hogar está en Dios.

La Voz de Dios me llama constantemente para que vaya a mi hogar, y puedo hacerlo en cualquier
momento en que elija hacerlo. ¡Qué agradecido me siento hoy por esta llamada interior! ¡Qué
agradecido me siento de que, no importa a donde vaya, no importa lo que haga, esta Voz siempre
está conmigo, llamándome al hogar!

Cuando oigo esta Voz, ¿por qué voy a elegir quedarme un instante más donde no estoy en mi hogar?
Todas las razones que se me pudieran ocurrir, desaparecen en la nada, cuando me doy cuenta de la
dulce y tierna llamada de Su Voz. Quiero recordarla ahora, y en cada momento de este día.
“Permaneceré muy quedo por un instante e iré a mi hogar”.

LECCIÓN 203 - 22 JULIO

“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”
(183) “Invoco el Nombre de Dios y el mío propio”
“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica del Sexto Repaso

Comentario

“Invocar el Nombre de Dios” no es repetir simplemente una palabra, sino extenderme desde dentro
de mí mismo, afirmando mi unión con mi Fuente. Invocar Su Nombre significa recordarme a mí
mismo mi unión con Dios. “Es mi nombre, así como el de Él” (1:2). En cierto sentido, se parece al
modo en que los soldados en una batalla gritan el nombre de su rey, o al modo en que los seguidores
de un equipo de fútbol gritan el nombre de su equipo favorito en un partido. Es un medio de
identificación, una afirmación de solidaridad y unidad.

Sin embargo, es mucho más que cualquier cosa con la que podamos compararlo en este mundo,
porque el Nombre de Dios es mi nombre en un sentido mucho más profundo que la simple
identificación emocional. Yo soy la extensión de Dios. Lo que Él es, yo lo soy también. Yo estoy
creado de la esencia de Dios. “Aún soy tal como Dios me creó” (1:5). Afirmo esto cada vez que
invoco Su Nombre.

Invocar el Nombre de Dios es recordarme a mí mismo que el otro nombre y el otro ser con el que
generalmente me identifico no es lo que yo soy. “No soy un cuerpo” (1:3). En medio de la agitación
y de las ocupaciones diarias, cuando invoco este Nombre, se me libera “de todo pensamiento de
maldad y de pecado” (1:2). Cuando me siento limitado o aprisionado, puedo volver a descubrir mi
libertad invocando Su Nombre. Al hacerlo, recuerdo que no soy un cuerpo, que soy libre.

Cuando me siente en quietud hoy, que me abra a la experiencia de Dios. Que me dé cuenta de ese
inmenso Amor sin límites. Que me sumerja en Su paz sin límites. Que sea llevado dentro de Su
alegría. Y mientras lo hago, que recuerde que todo lo que experimento de Dios, ESO SOY YO. Que
también invoque mi propio nombre. Al recordar a Dios, que recuerde: “Esto soy yo”.

LECCIÓN 204 - 23 JULIO

“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”
(184) “El Nombre de Dios es mi herencia”
“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica del Sexto Repaso

Comentario

Si llevo el Nombre de Dios, soy Su Hijo. Tengo la herencia de la familia de Dios, ¡y qué herencia!
No soy hijo de moléculas de ADN al azar. No soy el resultado de la supervivencia de los más aptos
en una batalla feroz por dominar en la vida. No soy el resultado de mi familia humana, de mi
educación, de mis estudios, de mis fracasos, ni de mi civilización. Lo que soy lo he heredado de
Dios Mismo.

Como Hijo de Dios, “no soy esclavo del tiempo” (1:2). No estoy limitado al corto tiempo de la vida
de mi cuerpo en la tierra. No necesito muchos años de progreso para alcanzar mi herencia, ya es mía
ahora. Tampoco soy el resultado de mi pasado. No tengo que temer al futuro. Estoy libre de todas las
limitaciones que el tiempo pueda intentar imponerme.

“No estoy sujeto a las leyes que gobiernan el mundo de las ilusiones enfermizas” (1:2). Las leyes del
tiempo, del espacio, de la economía, de la salud y de la nutrición, no me gobierna ninguna ley que
piense que es fija y que no puede evitarse aquí. Soy Hijo de Dios. Soy espíritu. Soy “eternamente
uno con Él” (1:2).

LECCIÓN 205 - 24 JULIO

“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”
(185) “Deseo la paz de Dios”
“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica del Sexto Repaso

Comentario

El Sexto Repaso dice: “Cada una de estas ideas por sí sola podría salvarte si verdaderamente la
aprendieses” (L.rVI.Int.1:3). Añade: “Cada uno de ellos encierra dentro de sí el programa de estu-
dios en su totalidad si se entiende, se practica, se acepta y se aplica a todo cuanto parece acontecer a
lo largo del día” (L.rVI.Int.2:2). Me resulta fácil creer eso de la lección de hoy. Si te gusta aprender
de memoria (como a mí), esta lección es excelente para añadirla a tu lista.

Es importante fijarse en los cuatro verbos que se consideran como pasos para aprender “el programa
de estudios en su totalidad”:

Se entiende: Aunque el Curso recomienda la experiencia muchísimo, y señala que una teología
universal es imposible (C.Int.2:5), no puedes pasar por alto el hecho de que considera que la
comprensión es muy importante. ¿Cómo podemos tener la experiencia de una idea si no la
entendemos? La comprensión se considera aquí un paso fundamental. Antes de poder utilizar la idea
“Deseo la paz de Dios”, tenemos que entenderla. Dentro de la idea ( y claramente presentada en la
Lección 185) está el hecho de que en mi mente hay un pensamiento muy fuerte, quizá no
reconocido, de que no quiero la paz de Dios, y esto lo demuestra el hecho de que no la siento. Sin
embargo, ese pensamiento que se opone está equivocado, y podemos rechazarlo cada vez que nos
demos cuenta de él, y sustituirlo con la verdad: “Deseo la paz de Dios”.

Se practica: Eso es lo que estamos haciendo en estas lecciones del Libro de Ejercicios. Practicar.
Repetirlas a menudo. Pasando largos periodos de tiempo permitiendo que el pensamiento se sumerja
y se adentre en los lugares más escondidos de nuestra mente.

Se acepta: Date cuenta de que la aceptación viene después de la práctica. Al principio nuestra mente
no acepta la idea, incluso después de entender la idea. Cuando empezamos a practicar, no aceptamos
de verdad que queremos la paz de Dios. Pensamos que queremos otra cosa, algo más, algo además
de la paz de Dios. Volver a entrenar nuestra mente necesita mucha práctica, hasta que empezamos a
darnos cuenta de que “la paz de Dios es lo único que quiero”.

Se aplica: Habiendo aceptado la idea, podemos empezar a aplicarla a cada “aparente suceso”
diferente durante el día. Cuando nuestro coche nos deja tirados en medio del tráfico: “Deseo la paz
de Dios”. Cuando nos encontramos deseando una relación más satisfactoria: “La paz de Dios es lo
único que quiero”. Cuando nos sentimos impulsados a conseguir alguna meta terrenal a cualquier
precio: “La paz de Dios es mi única meta”. Cuando pensamos que no sabemos qué hacer o a dónde
ir: “La paz de Dios es la mira de todo mi vivir aquí”. Y cuando nos sentimos impulsados a satisfacer
alguna necesidad de nuestro cuerpo: “No soy un cuerpo. La paz de Dios es lo único que quiero. Soy
libre”.

Gracias, Padre, por tu recordatorio de Tu paz hoy. No necesito nada más, y no quiero nada más.
¡Que la lección de hoy se convierta en la idea central de mi vida, para que pueda decir de corazón:
“La paz de Dios es mi única meta”!

LECCIÓN 206 - 25 JULIO

“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”
(186) “De mí depende la salvación del mundo”
“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica del Sexto Repaso

Comentario

No soy un cuerpo, soy el Hijo de Dios. Soy espíritu, dotado con los regalos de Dios. No soy lo que
aparento ser, tampoco lo que durante la mayor parte de mi vida he pensado que yo era. Soy un ser
espiritual que está teniendo una experiencia humana, y mi misión aquí (si quiero aceptarla) es dar los
regalos de Dios dondequiera que Él me pida que los dé. Y eso abarca a todo el mundo.

El Curso pide un repaso de todas las ideas que tengo acerca de mí mismo. He pensado que yo era
una especie de alma pobre y perdida, que va de un sitio para otro sola y asustada. He pensado que yo
estaba necesitado y que no tenía recursos. Me he sentido huérfano; como si no encajara en ningún
sitio, no importa cuántos lugares haya visitado, o lo que haya intentado para solucionarlo. Me he
sentido deprimido, intentando salir de ello.

Ahora, llega este libro, un mensaje de Dios para mí, y me dice que de mí depende la salvación del
mundo. Soy una figura central en el plan de todos los siglos. Todo depende de mí, y eso parece
atemorizante. Y sin embargo, tengo para dar al mundo los regalos que lo salvarán. Puedo darle mi
amor. Puedo darle mi confianza. Puedo darle mi amabilidad, mi ternura y mi misericordia. Puedo dar
a aquellos a mi alrededor mi comprensión y mi fe en ellos. Con mi perdón puedo liberarles de la
culpa.

Ésta es una idea tan sorprendente de lo que soy que al principio parece ridícula. Al principio, pienso
que verme a mí mismo de este modo es el colmo de la arrogancia. Y sin embargo… y sin embargo,
si así es como Dios me creó, si para ser esto es para lo que me creó, lo que es arrogante es rechazar
la tarea que se me ha dado. Él no me pide que me coloque por encima de nadie. Al contrario, Él me
pide que demuestre que todos tienen los regalos de Dios también, que son como yo.

Dios me pregunta: “¿Estás listo ya para ayudarme a salvar el mundo?” (C.2.9:1). Todo el Cielo
espera ansiosamente mi decisión. ¿Diré: “Sí”? Me atreveré a decir, de corazón y con comprensión,
cada palabra: “De mí depende la salvación del mundo”.

LECCIÓN 207 - 26 JULIO

“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”
(187) “Bendigo al mundo porque me bendigo a mí mismo”
“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica del Sexto Repaso

Comentario

Todo lo que necesito ya está dentro de mí. Se me da a conocer cuando lo doy a conocer a otros,
porque en realidad no hay “otros”, sólo hay uno. Nos quedamos atrapados en preguntas como: ¿Me
perdono a mí mismo primero, y así quedo libre para perdonar a otros? O ¿perdono a mi hermano, y
así encuentro el perdón para mí mismo?, y ¿Debo amarme primero a mí mismo antes de poder amar
a otros, o viceversa? Cuando hacemos tales preguntas, estamos intentando explicar una realidad
unificada partiendo de la base de la dualidad, no podemos tener una respuesta clara porque la
pregunta se hace desde un punto de vista equivocado.

“Aceptar Su infinito Amor por mí” (1:3) es aceptar ese amor por otros, porque todos nosotros
somos trozos de una única mente que todos compartimos. No es posible amarme a mí mismo
excluyendo a los otros, eso no es amor en absoluto. Tampoco es amor “amar” a alguien y
sacrificarme yo a favor suyo.

“Bendigo al mundo porque me bendigo a mí mismo”.Esto no significa que satisfacer las exigencias
de mi ego beneficie a todos los demás. Según lo que Hugo y Gayle Prather -maestros del Curso-
llaman “psicología de la separación (en su libro Nunca Te Dejaré), muchas personas piensan que
amarte a ti mismo significa buscar tu propia felicidad a costa de tu pareja e hijos. Eso no es lo que el
Curso enseña aquí. Las cosas se han ido al otro extremo: de sacrificarte a ti mismo por la familia o
por tu pareja (en las décadas de 1940 y 1950) a sacrificar a la familia y a tu pareja en beneficio tuyo
(en las décadas de 1980 y 1990). Tanto uno como otro son enfoques equivocados basados en el
dualismo.

“Bendigo al mundo porque me bendigo a mí mismo” podría decirse al revés y ser igualmente
verdad: “me bendigo a mí mismo porque bendigo al mundo”. Dar y recibir son lo mismo, ésta es
una de las principales lecciones del Curso y, tal como lo reconoce, una de las más difíciles de
aprender para nosotros.

“La bendición de Dios irradia sobre mí desde dentro de mi corazón, donde Él mora” (1:2). Dentro de
mí se encuentra el Amor de Dios radiante y que todo lo abarca. Cuando me vuelvo a Él, me
envuelve e inmediatamente se extiende para abrazar a todos a través de mí. Lo que intenta el Curso
es que descubramos eso. “Aún soy tal como Dios me creó”. Aún soy ese Amor. ¿Cómo puedo saber
que soy Amor si no lo expreso? Por Su naturaleza, el Amor se extiende a otros y los incluye en Su
corazón. El maravilloso descubrimiento de mi propia naturaleza como Amor no puede hacerse sin la
extensión de ese Amor a mi hermano. Bendecirme a mí mismo y bendecir al mundo es lo mismo.
Cuando bendigo al mundo aprendo a amarme a mí mismo; y de la misma manera, cuando me amo a
mí mismo de verdad, me convierto en una bendición para el mundo que me rodea. Necesito a mis
hermanos, no para que me den lo que no tengo, sino para recibir y compartir Lo Que Yo Soy.
LECCIÓN 208 - 27 JULIO

“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”
(188) “La paz de Dios refulge en mí ahora”
“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica del Sexto Repaso

Comentario

Una y otra vez el Curso nos pide que “nos aquietemos”. Es sorprendente cuánto beneficio puede
obtenerse de una sencilla pausa, aunque sólo sean diez segundos, cerrar los ojos y recordar la paz de
Dios que está dentro de mí. Sólo la palabra “paz”, repetida mentalmente, puede tener un efecto
relajante y sanador sobre la mente. Esto no es algo que venga sin nuestra colaboración activa. La
práctica es necesaria. “Me aquietaré” es un acto de voluntad, una elección, una decisión. Hay que
parar la frenética y continua corriente de pensamientos y preocupaciones, y la mente tiene que
volverse hacia esa “quietud” (1:3) que está “dentro de mi corazón” (1:4).

La mayoría de nuestras horas de vigilia (y probablemente mientras dormimos, aunque no nos demos
cuenta de ello) las pasamos con distintas preocupaciones que, cuando las despojamos de todo y las
reducimos a lo básico, son preocupaciones acerca de nuestro cuerpo, de un modo u otro. Los
cuidados diarios de bañarse, arreglarse, vestirse, y descansar nuestro cuerpo, está continuamente en
nuestra mente. El tiempo que pasamos “ganándonos la vida” se necesita por la necesidad de dinero
para comprar comida, ropa y alojamiento, y para nuestra diversión. Pero no somos cuerpos.
Necesitamos recordatorios frecuentes de este hecho. Necesitamos pararnos y decirnos a nosotros
mismos: “Paz, aquiétate”. Parece más fácil no hacer el esfuerzo, simplemente dejar que la corriente
de preocupaciones corporales nos arrastre hacia delante de un momento al siguiente. Sin embargo,
cuando hacemos el esfuerzo, cuando nos salimos de la corriente de pensamientos durante un minuto
para aquietarnos y encontrar la paz de Dios, todo empieza a ir sin problemas ni complicaciones. Nos
sentimos más felices que antes. Como dice un antiguo cántico cristiano: “Las cosas que antes eran
preocupaciones desesperadas, ahora no pueden alterar mi descanso”.
Tenemos una fuente de paz dentro de nuestro corazón. Espera a que echemos mano de ella y
bebamos su refrescante agua. Está aquí ahora, brillando dentro de nosotros. Ahora mismo, y a
menudo durante el día de hoy: “Me aquietaré”. Acudiré a esa riqueza interior que “da testimonio de
Dios Mismo” (1:4).

LECCIÓN 209 - 28 JULIO

“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”
(189) “Siento el Amor de Dios dentro de mí ahora”
“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica del Sexto Repaso

Comentario

“El Amor de Dios es lo que me creó” (1:2). Crear y amar son lo mismo (T.7.I.3:3). El Amor, por su
naturaleza, se extiende hacia fuera y crea más de Sí Mismo, crea a Su semejanza… “Dios te creó
extendiéndose a Sí Mismo hasta dar lugar a lo que eres…” (T.7.I.5:2). “¿Crees que puedes juzgar al
Ser de Dios? Dios lo creó inmune a todo juicio: como resultado de Su necesidad de extender Su
Amor” (T.15.V.11:1-2). Nuestro Ser fue creado por la necesidad del Amor de extenderse a Sí
Mismo. Somos el resultado natural de la extensión del Amor.

Por lo tanto, lo que somos es Amor extendido. Lo que soy es Amor, Amor es lo que yo soy. Es todo
lo que soy. No hay ninguna parte de mí que no sea Amor. Soy enteramente Amor. Esa parte de mí
que cree ser algo distinto -que esta mañana puede parecer temeroso, o deprimido, o aburrido, o
apagado y sin vida, o enfadado, o malvado y rencoroso- es únicamente una ilusión, una invención de
mi imaginación. No es real. No soy yo. Yo soy únicamente Amor y, por lo tanto, enseño sólo Amor.

Soy Hijo del Amor, “el Amor de Dios proclamó que yo soy Su Hijo” (1:4). Estoy hecho a imagen y
semejanza del Amor. No puedo ser algo distinto al Amor, tampoco he hecho otra cosa que amar.
Cuando creía que era otra cosa, sólo estaba soñando. No soy un cuerpo, obsesionado con la
conservación de sí mismo. Soy libre para amar, y libre para amar libremente. “Dios nunca dejará de
amar a Su Hijo y Su Hijo nunca dejará de amar a su Padre” (T.10.V.10:6).

“El Amor de Dios dentro de mí es mi liberación” (1:5). Unirme a ese Amor dentro de mí es lo que
me libera de la esclavitud que me he impuesto a mí mismo. Aceptar ese Amor como lo que yo soy es
lo que me libera de toda culpa. Permitir que ese Amor se extienda a través de mí es lo que me libera
de todo sufrimiento y me llena de felicidad. El Amor es mi libertador.

Que hoy acepte que el Amor de Dios está dentro de mí. Que sienta Su Presencia. Que me alegre de
ser Amor. Todas las pequeñas cosas que parecen preocuparme, que parecen decirme que yo no soy
Amor, o que alguien no es Amor, todas esas pequeñas cosas desaparecen en la nada cuando abro mi
corazón al Amor.

LECCIÓN 210 - 29 JULIO

“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”
(190) “Elijo el júbilo de Dios en lugar del dolor”
“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”

Instrucciones para la práctica


Ver las instrucciones para la práctica del Sexto Repaso

Comentario

Si viéramos claramente que ésta es nuestra elección -la alegría o el dolor-, ¿habría alguna dificultad
en elegir?

Aprender que ésta es la única elección es lo que lleva tanto tiempo.

Estamos enormemente confundidos acerca de lo que nos hace felices. Estamos convencidos de que
nuestro cuerpo nos puede proporcionar felicidad. Estamos convencidos de que una relación
sentimental buena nos puede proporcionar felicidad. Estamos seguros de que renunciar a ciertas
cosas de este mundo nos traerá mucho sufrimiento. Se necesita tiempo, y a veces la ilusión de
“renunciar”, para aprender que no renunciamos a nada. “Se tiene que haber aprendido mucho, tanto
para darse cuenta de que el mundo no tiene nada que ofrecer como para aceptar este hecho”
(M.13.2:1).

“El dolor es mi propia invención” (1:2). ¡Qué afirmación más sorprendente! El dolor es una idea que
yo he pensado por mi cuenta, no con Dios. El dolor está intentando encontrar la felicidad en este
mundo. Me he enseñado a mí mismo que el mayor placer de todos es la autonomía total, la
independencia completa, bastarme a mí mismo por mi cuenta. Yo he elegido esto y, al hacerlo, he
inventado el dolor. Ahora, estoy aprendiendo a elegir la Voluntad de Dios en lugar de lo que yo he
inventado, la alegría en lugar del dolor. “Te estoy enseñando a que asocies la infelicidad con el ego y
la felicidad con el espíritu” (T.4.VI.5:6).

Que hoy me dé cuenta de que al decir: “No soy un cuerpo”, estoy eligiendo la alegría en lugar del
dolor. En cambio, si continúo afirmando: “soy un cuerpo”, estoy eligiendo el dolor en lugar de la
felicidad.

LECCIÓN 211 - 30 JULIO

“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”
(191) “Soy el santo Hijo de Dios Mismo”
“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”

Instrucciones para la práctica

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Comentario

Buscar la gloria de Dios en mi Ser, eso suena un poco pretencioso. Sin embargo, la lección dice que
busquemos esta gloria “con verdadera humildad”. Por supuesto, el Curso está hablando de el Ser, y
no de mi ser. “Pero no nos referimos aquí al interés propio del ser del que el mundo habla”
(M.4.VII.2:2). Cuando alguien dice: “La gloria de Dios está en mí” o “Soy el santo Hijo de Dios
Mismo”, hay una gran diferencia según a que “mí” o “yo” se refiere. Si es el ser que creo que existe
separado de los billones de otros seres de este mundo, no estamos hablando de la verdad. Estamos
siendo pretenciosos. Si se refiere al Ser que es compartido por todos esos billones, el Ser del que mi
pequeña consciencia es sólo un trozo, es la Verdad que me hace libre.

La gloria de Dios no está en el pequeño ser, sino que mora en el Ser. Y contemplar esa gloria “en el
Hijo que Él creó como mi Ser” no lleva a falsas ilusiones de grandiosidad, sino a la verdadera
grandeza, a la grandeza que se percibe y se comparte al instante con todas las cosas vivientes. No
existe una posición mía por encima de otros, pues la gloria en ellos es la mía propia.

Estas lecciones finales del repaso, antes de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, se refieren
mucho a cosas como el silencio, y contemplar la gloria de Dios. En estos momentos de práctica,
busquemos abrirnos a esa clase de experiencia, a un ver que no es con los ojos, a una consciencia de
la realidad de nuestro Ser, el Hijo de Dios. Que mis insignificantes pensamientos se acallen, y que yo
oiga la Voz de Dios hablando dentro de mí, hablando a mi ser de mi Ser, atrayéndome a regresar en
armonía con ese inmenso Ser al que yo pertenezco, reuniendo juntos los aparentes trozos de la
Filiación en una Totalidad armoniosa. Ciertamente, soy tal como Dios me creó. No un simple
cuerpo, ni limitado por el cuerpo, ni caracterizado por el cuerpo, sino “libre de toda limitación, a
salvo, sano y pleno” (L.97.7:2). Soy lo que Dios creó, el santo Hijo de Dios Mismo.

LECCIÓN 212 - 31 JULIO

“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”
(192) “Tengo una función que Dios quiere que desempeñe”
“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”

Instrucciones para la práctica

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Comentario

¿Cuál es la función que Dios tiene para mí? La Lección 192, que repasamos hoy, me dijo: “El
perdón es tu función aquí”. Necesito que se me recuerde eso. Mi función no es una profesión
determinada o una ocupación. El contenido es lo que importa, la forma se irá amoldando a ese
contenido, basado en las circunstancias de mi vida. El contenido es el perdón. Si me pregunto cuál
debería ser mi ocupación, o qué dirección debería tomar mi vida, me haré esta pregunta: ¿Cómo
puedo expresar mejor el perdón en mi vida en este momento? O mejor aún, le haré esa pregunta al
Espíritu Santo.

Una “ocupación” es lo que ocupa la mayor parte de mi vida. ¿Cómo puedo ocupar la mayor parte de
mi vida con el perdón? ¿En qué forma? ¿Cómo puedo ser más útil para contemplar las ilusiones y
verlas desaparecer? ¿Cómo puedo ser más útil para ayudarme a mí mismo y a los demás a
abandonar toda culpa? ¿Cómo puedo reflejar mejor el amor en este mundo?

Yo trabajo como escritor (tú probablemente trabajas en algo diferente, rellénalo como te parezca).
Pero esa ocupación no es mi función, es sólo un medio de expresar mi función, que es el perdón: la
misma función que Dios nos ha dado a todos nosotros. La forma -la ocupación- puede cambiar o
desaparecer; pero mi función sigue siendo la misma. Hace unos años yo trabajaba de asesor de
informática porque, en aquel momento, yo sentía que era el mejor medio de llevar a cabo mi
función. Luego la forma cambió, pero no el contenido.

Que no busque ninguna función en la forma. Que busque siempre el contenido. El contenido del
perdón, de reflejar amor en este mundo y de liberar de la culpa es lo que me liberará de las ilusiones.
Por eso, todo lo que busco, y todo lo que reclamo como mío, es la función que Dios me dio (el
contenido), y no una ocupación o trabajo o situación.

No soy un cuerpo (forma). Soy libre. Lo que yo soy no tiene ninguna forma y, por lo tanto, no estoy
atado a ninguna forma ni limitado por ella.
LECCIÓN 213 - 1 AGOSTO

“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”
(193) “Todas las cosas son lecciones que Dios quiere que yo aprenda”
“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”

Instrucciones para la práctica

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Comentario

Cada circunstancia de la vida me ofrece la elección entre un milagro y los pensamientos de mi ego
que me harán daño. O como dice el Texto: “La elección es el milagro en lugar del asesinato”
(T.23.IV.5:6). Ésa es la lección que todas las cosas tienen que enseñarme, hoy y todos los días. ¿Qué
voz, la del ego o la del Espíritu Santo, voy a escuchar en este momento, y en el siguiente, y en el
siguiente? Siempre es una o la otra, nunca ninguna de ellas, nunca las dos al mismo tiempo. “No
tomas decisiones por tu cuenta, independientemente de lo que decidas. Pues o bien se toman con
ídolos o bien con Dios. Y le pides ayuda al anti-Cristo o a Cristo, y aquel que elijas se unirá a ti y te
dirá lo que debes hacer” (T.30.I.14:7-9).

En cada situación en la que me encuentre hoy, esto es lo que está teniendo lugar. El ego ofrece su
interpretación, y el Espíritu Santo la Suya, yo elijo cuál quiero escuchar. Puedo elegir el milagro o el
asesinato. Mi elección determina mi percepción y mi experiencia de la situación. ¿Cuál quiero elegir
hoy?

Cuando la tentación de atacar se presente para nublar tu mente y volverla asesina,


recuerda que puedes ver la batalla desde más arriba. Incluso cuando se presenta en
formas que no reconoces, conoces las señales: una punzada de dolor, un ápice de
culpabilidad, pero sobre todo, la pérdida de la paz. Conoces esto muy bien. Cuando se
presenten, no abandones tu lugar en lo alto, sino elige inmediatamente un milagro en
vez del asesinato. (T.23.IV.6:1-5)

Esta elección es lo que me hace libre. El Espíritu Santo siempre está conmigo para ayudarme a
tomar esta decisión. En cada instante puedo elegir aprender las lecciones que Dios quiere que yo
aprenda, y olvidar lo que me he estado enseñando a mí mismo. Que no valore nada sin Su ayuda.

Si pudiéramos entender el significado de esta lección, este hábito de llevarle todo al Espíritu Santo,
en lugar de intentar entenderlo por nosotros mismos (lo que siempre significa con la ayuda del ego),
todo encajaría a la perfección en su sitio. Esto solo es suficiente para hacernos libres.

Una cosa que el Espíritu Santo ve de manera muy diferente al ego es mi cuerpo. “El Espíritu Santo
no ve el cuerpo como lo ves tú porque sabe que la única realidad de cualquier cosa es el servicio que
le presta a Dios en favor de la función que Él le asigna” (T.8.VII.3:6). Cuando elijo proteger el
cuerpo, convertirlo en el centro de lo que estoy haciendo, confundiendo el cuerpo conmigo, estoy
eligiendo el asesinato. No soy un cuerpo. No existo para el beneficio de mi cuerpo, su propósito es
servir a Dios al llevar a cabo la función que Él me ha dado en el mundo, y eso es todo.

Si escucho al Espíritu Santo, tengo que estar dispuesto a ver el cuerpo como que no tiene ningún
sentido en sí mismo (L.96.3:7), y que es útil sólo como un instrumento de comunicación con el que
llegar a mis hermanos. Que me recuerde a mí mismo que no soy un cuerpo, cuando en cada
momento busco escuchar la Voz de Dios.

LECCIÓN 214 - 2 AGOSTO


“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”
(194) “Pongo el futuro en Manos de Dios”
“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”

Instrucciones para la práctica

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Comentario

Aceptar que el pasado se ha ido es de sentido común, porque por definición, lo que es “pasado” ya
no está aquí, se ha ido. Únicamente nuestro apego a las cosas del pasado, nuestra insistencia en
repetir continuamente acontecimientos del pasado y darles vuelta en nuestra mente una y otra vez,
puede tener algún efecto en el presente. Los efectos que sentimos no son del pasado sino de nuestros
pensamientos actuales sobre el pasado.

Aceptar que el futuro todavía no ha llegado es también de sentido común, porque de nuevo por
definición, lo que es futuro no está aquí ahora. No puede tener efectos sobre el momento presente.
Sólo nuestra imaginación mental de lo que el futuro podría traer, y nuestros pensamientos de lo que
todavía no ha llegado, pueden tener efectos en el presente.
En los dos casos, los efectos que imaginamos procedentes del pasado o del futuro, de hecho,
proceden de nuestros pensamientos actuales Por lo tanto, únicamente cambiando nuestra manera de
pensar pueden cambiarse esos efectos. Cuando soy capaz de abandonar mentalmente el pasado y el
futuro, poniendo el futuro en Manos de Dios, se me libera de sus aparentes efectos. Estoy en
libertad, en el ahora, para abrirme a aceptar lo que Dios me está dando ahora.

Las circunstancias actuales en las que me encuentro pueden parecer amenazadoras. En mi


percepción, pueden haber sucedido a causa de acontecimientos pasados. Pueden parecer que me
llevan a un futuro desgraciado. Sin embargo, si puedo abrir mi mente y creer que: “Lo que Dios da
sólo puede ser para el bien” (L.214.1:4), entonces ese bien me vendrá. No podemos conocer todos
los factores involucrados en los acontecimientos de nuestras vidas y sus efectos en cada uno de los
que nos rodean. Pero Dios los conoce. Podemos con seguridad y confianza abandonar nuestros
planes, y dejar el futuro en Manos de Dios. Podemos mirar a las cosas que parecen traernos el mal y
rechazar el mal, aceptando únicamente lo que Dios da como lo que de verdad nos pertenece. Hay un
regalo de Dios en todo, si lo miramos cuidadosamente. Para poner el futuro en Manos de Dios,
tenemos que abandonarnos y dejar de intentar organizar los acontecimientos de nuestra vida. Hacer
esto es una lección constante de confianza. La confianza es la clave, un ingrediente esencial para
poner el futuro en Manos de Dios.

En el Manual para el Maestro, el paso fundamental en el proceso de desarrollo desde “maestro de


Dios” a “maestro avanzado de Dios” es el desarrollo de la confianza. Pasa por varias etapas,
expuestas en el Manual con claridad. La mayor parte de esas etapas conlleva alguna incomodidad,
porque hasta que hayamos adquirido la confianza de verdad, seguimos intentando adelantarnos a
Dios. El dolor no viene de aprender, sino de lo que no se ha aprendido todavía. Lo que estamos
aprendiendo eliminará el sufrimiento, pero durante el camino el sufrimiento parece casi inevitable.
“Son pocos los maestros de Dios que se escapan completamente de esta zozobra” (M.4.I.5:3). Sin
embargo, cuando la lección se ha aprendido, la paz será completamente distinta a todo lo que
hayamos conocido. Sólo podemos imaginarnos cómo se siente estando totalmente libre de
ansiedades, y sin embargo si hemos puesto nuestro futuro en Manos de Dios, ¿qué otra cosa
podríamos tener?

Cada esfuerzo que hacemos en esta dirección es beneficioso. Cada instante que ponemos en Sus
Manos disminuirá la carga de preocupación que acarreamos constantemente en nuestra vida. Poco a
poco, estamos aprendiendo a entregarle a Él todas nuestras preocupaciones, confiando en que Él nos
cuida.

LECCIÓN 215 - 3 AGOSTO

“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”
(195) “El Amor es el camino que recorro con gratitud”
“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”

Instrucciones para la práctica

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Comentario

El repaso de hoy añade una nueva nota a la lección. Recorro el camino del amor. Mientras camino,
el Espíritu Santo camina conmigo (1:3-4), y me muestra el camino que debo seguir.

Recorrer el camino del amor no siempre es fácil. A menudo no es tan fácil ver qué es “lo más
amoroso” que hay que hacer. Si alguien entra en mi casa a robar, y es arrestado, ¿presento cargos
contra él, o le saco del atolladero? ¿Qué acción es la “amorosa”? O para ponerlo más sencillo: un
amigo con tendencia a malgastar el dinero, me pide un préstamo. ¿Le doy el dinero o se lo niego?
¿Cuál es el camino del amor?

No lo sé. Aunque piense que lo sé, no lo sé. No puedo saber todos los factores. No puedo valorar la
motivación del ego del otro. ¿Cómo podría hacerlo, cuando no conozco las motivaciones de mi
propio ego? No puedo saber cuándo una persona está abierta a una acción misericordiosa, o cuándo
lo más amoroso sería dejarles enfrentarse a las consecuencias de sus errores. Pero el Espíritu Santo
conoce todas esas cosas. Él es mi único Guía. No importa lo extensas que hayan sido mis
experiencias pasadas, nunca son suficiente para garantizarme un juicio perfecto. Sin embargo, el
Espíritu Santo conoce cada detalle de cada situación. Conoce las repercusiones de cada resultado, y
puede guiarme en la acción más amorosa que yo tengo que tomar.

¿Cómo distingo Su Voz? De nuevo, no hay un modo garantizado. Aprender a distinguir Su Voz es un
proceso que dura toda la vida. Todo lo que tengo que hacer es entregarle a Él la situación,
abandonarla en Sus manos de manera consciente, y luego actuar de la manera que mejor me parezca.
Cada día en cada situación, renuevo mi decisión de no tomar decisiones por mi cuenta (con el ego).
A veces sentiré un ligero toque interior hacia determinada dirección, sin ninguna razón que yo
conozca. Quizá las circunstancias parezcan llevarme hacia determinada dirección. Pueden ocurrir
coincidencias maravillosas que parecen señales, dirigiéndome. Otras veces, aparentemente se me
dejará que decida por mi cuenta. El Curso nos promete que si cometemos un error, Él los corregirá si
Le hemos entregado la situación a Él. Cometeremos errores, pero tenemos Su promesa de
corregirlos.

Uno de los aspectos más importantes de escuchar Su Voz, que yo he aprendido, es abandonar
cualquier inversión en un resultado determinado. El único resultado que busco es el resultado del
perdón, el resultado del amor, el resultado de la paz mental para todos los relacionados con la
situación. No puedo escoger qué circunstancias externas son más convenientes para este resultado,
sólo el Espíritu Santo lo sabe. Un adolescente rebelde amenaza con abandonar su hogar o con dejar
la escuela. Como padre o amigo puedo creer que lo mejor es que se quede en casa o que continúe en
la escuela. Yo no lo sé. Quizá la lección que necesita aprender sólo puede encontrarla si se aleja
durante un tiempo de su familia y amigos. Así que dejo la situación en manos del Espíritu Santo, y
Le pido que me guíe acerca de lo que debo decir o hacer para que sea lo más amoroso. Luego, retiro
mi control de la situación. Confío en que estoy siendo guiado, aunque las cosas parezcan ir en una
dirección que no me gustan (en mi corta visión). Mi principal responsabilidad es sencillamente no
interferir en Su tarea.

Que hoy recorra el camino del amor con gratitud, confiando en que el Espíritu Santo dirige cada
palabra y cada acción. Que me recuerde a mí mismo que estoy aquí únicamente para ser
verdaderamente útil, para representar a Aquel Que me envió, sabiendo que no tengo que
preocuparme por lo que tengo que decir o hacer, pues Él me dirigirá (T.2.V(A).18:2-6).

LECCIÓN 216 - 4 AGOSTO

“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”
(196) “No puede ser sino a mí mismo a quien crucifico”
“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”

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Comentario

La esencia del pequeño resumen de hoy es la primera frase: “Todo lo que hago, me lo hago a mí
mismo” (1:2).Si aplicáramos constantemente esa sola idea, ¡qué transformación habría en nuestro
papel en el mundo! Mi propia lista personal (tú puedes hacer la tuya propia):

¿Cómo saludo a la gente por teléfono?


¿Cómo respondo cuando me interrumpen?
¿Cómo trato a las personas que me sirven en las tiendas y restaurantes?
¿Cómo reacciono a los fragmentos de noticias que oigo en los programas informativos?
¿Cómo trato a los pobres y sin hogar con los que me encuentro?
¿Qué pienso de los que son muy ricos?
¿Qué pienso de los demás conductores?
¿Qué digo a otros acerca de mis amigos cuando no están presentes?

“Todo lo que hago, me lo hago a mí mismo”. ¿Es de extrañar que me sienta tratado injustamente o
que sienta que nadie me comprende? Todos estos pequeños “ejemplos” son expresiones del deseo
del ego de crucificar al Hijo de Dios. Cada uno de ellos muestra el modo en que me trato a mí
mismo cuando escucho a mi ego. Esto explica esa frase maravillosa del Manual: “El maestro de
Dios es generoso en interés propio” (M.4.VII.2:1).

LECCIÓN 217 - 5 AGOSTO

“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”
(197) “No puede ser sino mi propia gratitud la que me gano”
“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”

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Comentario

La salvación que el Curso describe es única en el sentido de que combina la total responsabilidad por
nuestra propia salvación con la dependencia total de Dios. Mi Ser es lo que me “salva”, sin embargo
ese Ser se descubre sólo al reconocer que lo que yo soy no es resultado de lo que yo haya hecho,
sino el regalo de Dios al crearme.

Hay una frase en el Texto que dice: “Dale las gracias a cada parte de ti a la que hayas enseñado a que
te recuerde” (T.13.VII.17:8). El agradecimiento que sentimos cuando empezamos a despertar a lo
que somos se debe al Ser que estamos descubriendo. Soy yo quien da las gracias, soy yo también
Aquel a Quien se le dan las gracias. Es muy difícil entender todo esto hasta que empiezas a
experimentarlo. Recuerdo como si fuera ahora un momento en particular en que me pareció tan claro
como el agua, durante unos instantes al menos. Me di cuenta de una parte amorosa de mí mismo que
me impulsaba continuamente y me dirigía a la paz interior y a la aceptación del Ser. Era algo que
siempre había estado allí, más que una parte de mí, mi propia realidad. Al mismo tiempo era
consciente de otra parte de mi mente que había empezado a abrirse al amor, y en aquel momento
sentí una profunda gratitud hacia mí mismo por estar dispuesto a recibir ese amor. Era consciente de
ser el que daba el amor y el que lo recibía, y en aquel momento el pequeño ser que siempre había
pensado que era yo se sintió tragado por esta oleada de amor más grande, que se movía
constantemente.

Esta sensación extraña de agradecimiento a mi Ser puede expresarse de muchas maneras. A veces,
cuando he tomado mi tiempo de quietud para meditar, en el que me siento fuertemente renovado,
siento la gratitud invadirme y decir: “Gracias”. Y no estoy seguro si Le estoy dando las gracias a
Dios o a mi Ser. Estoy agradecido a mí mismo por haber estado dispuesto a recibir este Curso. Estoy
agradecido a mí mismo por leerlo, y continuar estudiándolo y aplicándolo. Cuando una frase del
Curso cruza mi mente justo en el momento adecuado, puedo darle gracias a mi Ser por ello.

El Curso enseña que ya todos estamos despiertos, la verdad vive sin mancha en nuestra mente recta.
Y es esta mente recta, este Ser que es la única parte de nosotros que tiene realidad de verdad, la que
nos está enseñando y llamándonos al hogar. La mente recta es la morada del Espíritu Santo, Él es
parte de nosotros y parte de Dios. Su Voz es la Voz de Dios, y también la Voz de mi Ser. Es mi Ser
Quien trajo el Curso al mundo. Es mi Ser Quien me lo acercó. Es mi Ser Quien me está trayendo la
consciencia. Todo lo que me impulsa en la dirección correcta es un regalo de mi Ser.

Que hoy me sienta agradecido a mi Ser. Que reconozca que me merezco mi propia gratitud. En lugar
de sentirme enfadado conmigo, o impaciente, o de ser cruel conmigo, o desanimado, o sin confianza
en mí mismo, que me ofrezca a mí mismo mi propia gratitud. Y que me dé cuenta de que mi propio
agradecimiento es todo lo que necesito y quiero. Que entienda que cuando haya aprendido por
completo a estar plenamente agradecido a mi Ser por lo que soy, habré terminado el viaje, y al
mismo tiempo habré aprendido a apreciar y agradecer completamente a Dios el regalo que me ha
hecho: mi Ser.

LECCIÓN 218 - 6 AGOSTO

“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”
(198) “Sólo mi propia condenación me hace daño”
“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”

Instrucciones para la práctica

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Comentario

La condena no hiere al cuerpo. Esto me recuerda la vieja canción de la infancia: “Los palos y las
piedras pueden romper mis huesos, pero las palabras no pueden herirme”. No soy un cuerpo, lo que
yo soy no puede ser herido por “palos y piedras”. Sólo mi propia condenación, mi aceptación de esas
“palabras” puede herirme.

¿No te has insultado a ti mismo? Yo sé que lo he hecho: “¡Idiota!” “¡Eres tan tonto, Watson!” Estas
palabras burlándome de mí mismo e insultándome, después de todos estos años, todavía surgen en
mi cabeza y salen de mi propia boca. Sólo son síntomas superficiales de una condena mucho más
profunda de mí mismo, y de una falta de confianza en mí mismo que es la causa de todos mis
problemas. Marianne Williamson tiene toda la razón cuando dice “mi ego es mi odio a mí mismo”.

Y cuando me doy cuenta de que todas las formas de condena dirigidas hacia fuera -ira, prejuicio,
resentimiento, desagrado habitual, incluso el simple malestar con alguien- todas y cada una de ellas
son proyecciones de mi propio ataque a mí mismo, entonces empiezo a darme cuenta de lo profunda
y extensa que es mi condena a mí mismo. Esta condena me hace daño. Arrojo mis dardos de ataque
al mundo, y cada una me vuelve para apuñalarme por la espalda. “No puede ser sino a mí mismo a
quien crucifico” (L.216).

Mientras mantenga esta guerra contra mí mismo, mis ojos estarán ciegos a mi propia gloria. No
puedo ver el Cristo en mí mismo debido al polvo de la tormenta de condena a mí mismo, ya se dirija
hacia adentro o afuera a las ilusiones de mí mismo que creo que están fuera de mí. Lo que me ciega
es la constante corriente de juicios.

Hoy, puedo ver mi propia gloria sólo con elegirlo. Todo lo que necesito es aceptar la Expiación para
mí mismo. Desenchufarme del Canal de los Juicios. Conectarme al Canal del Perdón. Que me
aquiete ahora y sienta el Amor dentro: el Amor de Dios por mí, Su Hijo; mi Amor por Él; el Amor de
mi propio Ser por mí, y el mío por mi Ser. Y a menudo, hoy, que me pare a recordarme a mí mismo
que lo único que puede hacerme daño es mi propia condenación. Soy libre de abandonarla, con la
ayuda del Espíritu Santo, de mi Ser interno, y de todos los ángeles del Cielo.

Cada vez que sienta una ráfaga de juicio dentro, dondequiera que se dirija, que lleve el caso a un
Tribunal Supremo, y que oiga al Espíritu Santo declarar sin lugar el caso contra mí (T.5.VI,4,10).

LECCIÓN 219 - 7 AGOSTO

“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”
(199) “No soy un cuerpo. Soy libre”
“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”

Instrucciones para la práctica

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Comentario

Bueno, no tenemos mucha elección hoy. Tenemos que echarle otra mirada al hecho de que no somos
un cuerpo.

Pienso que la creencia de que soy un cuerpo es lo que me pone aquí en este mundo, con un cuerpo.
Puedo decir que creo que no soy un cuerpo y que entiendo lo que estoy diciendo, pero todavía sigo
con un cuerpo. Eso me muestra que mis palabras no coinciden completamente con la profunda
creencia de mi mente. La razón por la que el Curso nos ha hecho repetir esta idea durante los últimos
veinte días (empezó con la Lección 199) no se debe a que ya la creamos y no la necesitemos; está
claro que el Curso reconoce que nuestra creencia de que somos un cuerpo está profundamente
enterrada dentro de nosotros, y que la repetición es necesaria para deshacer esa creencia. Recuerda
que en la Lección 199 se sugería que hiciéramos de esta idea una parte de nuestra práctica de cada
día. Nuestra identificación con nuestro cuerpo es una idea que no resultará fácil sacar.

Es interesante la unión de las palabras “No soy un cuerpo” con las palabras “Soy libre”. Si yo
hubiera escrito el Curso, probablemente habría dicho: “No soy un cuerpo. Soy espíritu”, o algo así.
¿Por qué crees que Jesús pone juntos estos dos pensamientos?

El cuerpo es algo que aprisiona. Todos nosotros somos esclavos de nuestro cuerpo. Piensa en cuánto
tiempo y energía de nuestra llamada vida en este mundo dedicamos al cuidado del cuerpo. Lo
alimentamos, trabajamos para darle alojamiento y vestirlo, lo lavamos, dedicamos habitaciones de
nuestra casa únicamente para cuidar de sus necesidades de eliminación y limpieza, compramos todo
tipo de artilugios para adornarlo. Nos cortamos las uñas cada semana. Fijamos citas para los cortes
de pelo. Mira a la sección de libros de cocina en una librería para hacerte una idea de lo que nos
ocupamos del aspecto de la alimentación. Mira en los supermercados, en las tiendas de ropa, en las
zapaterías. La mayoría de las tiendas en los centros comerciales están relacionadas con el cuidado
del cuerpo. Mira a los gastos que dedicamos al cuidado de la salud y hospitales.

¿Y si no soy un cuerpo? ¿Y si tanto derroche de esfuerzo y atención estuviera mal dirigido? ¿Y si


nos estamos concentrando en lo que no tiene importancia? ¿Y si el centro de atención de nuestra
vida empezara a cambiar del cuidado del cuerpo al cuidado del espíritu? ¿Si eso sucediera cómo
sería mi vida y la tuya? ¿Y si fuera tan constante en buscar instantes santos como en atiborrarme de
comida? ¿Y si empezara a hacer pausas varias veces al día para alimentar mi espíritu con la misma
frecuencia que dedico a comer, ir al baño, o cuidar el cuerpo? Nos resulta muy fácil decirle a un
amigo: “¿Te apetece una taza de café?” ¿Y si nos resultara igual de fácil decirle: “¿Te apetece pasar
unos minutos de meditación conmigo?”

Al pensar en esto queda muy claro lo poco equilibradas que están nuestras vidas y lo centradas que
están en nuestro cuerpo. Me hace darme cuenta de cuánto nos queda todavía por recorrer. Y puesto
que el cambio empieza en la mente, sólo con recordarme a mí mismo tan a menudo como pueda
“No soy un cuerpo”, es un buen modo de empezar el gran cambio. Quizá sea útil algo tan sencillo
como dejar que mis comidas sean un recordatorio para decir una oración, no porque rezar con la
comida la haga mejor, sino porque me ayuda a recordar que necesito el alimento espiritual tanto, o
más que el alimento físico. Cada vez que me haga consciente de que estoy dedicando tiempo y
esfuerzo al cuidado del cuerpo, que eso me recuerde cuidar también de mi espíritu.

Piensa también en la libertad que tendremos cuando nos demos cuenta de que el cuerpo no es gran
cosa. Lo que yo soy no es algo que se desgasta, envejece y muere. Lo que yo soy no es “una vela
corta” como lo llamó Shakespeare, sino una eterna estrella brillando en el cielo por toda la eternidad.
El cuerpo se merece cuidado porque es un instrumento útil para la situación en la que nos
encontramos, pero no más que eso. Como un coche es bueno para el propósito que sirve. Pero el
cuerpo no es “yo” como el coche tampoco es “yo” (aunque los anuncios de coche digan lo
contrario). Piensa en toda la ansiedad y preocupación constante que se nos quitaría de encima si
podemos pensar de este modo. Cambiar nuestra forma de pensar acerca de ello se merece todo el
esfuerzo que sea necesario.

LECCIÓN 220 - 8 AGOSTO

“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”
(200) “No hay más paz que la paz de Dios”
“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica del Sexto Repaso


Comentario

Vernos como un cuerpo es estar en conflicto. La paz sólo puede encontrarse en Dios. Buscar la paz
en el mundo físico está condenado al fracaso, porque el cuerpo es una expresión de conflicto.

La oración de esta lección de repaso habla de no desviarnos del “camino de la paz”. ¿Qué significa
eso? Está claro que se refiere a cualquier estado no pacífico de la mente, cualquier pensamiento de
enemistad, ira, odio o ataque. El Curso nos pide vigilancia mental, observar nuestros pensamientos
en busca de cualquier cosa que se oponga a la paz y, tan pronto como se encuentre un pensamiento
así, llevarlo a la Presencia del Espíritu Santo para que sea sanado. Se nos dice que pensemos lo
siguiente: “No es esto lo que yo quiero. Quiero la paz de Dios”. Así que cuando notemos que
nuestros pensamientos tienden al conflicto respondemos. Quizá oramos: “Que no me desvíe del
camino de la paz”.

Sin embargo, desviarme del camino de la paz incluye más que el ataque abierto. El ego puede
disfrazar el ataque de maneras muy ingeniosas, ciertamente el Curso ve incluso nuestras relaciones
de amor especial, nuestro falso perdón, y nuestros intentos de empatía como ataques disfrazados. Si
no hay más paz que la paz de Dios, entonces buscar la paz por algún otro camino es un aferrarse al
ataque. Si únicamente hay un camino a mi meta, y elijo no seguir ese camino, estoy eligiendo la
dirección opuesta a mi meta. Se trata de buscar paz por medio de la guerra, lo que es imposible. Por
ejemplo, el ego a menudo busca una paz ilusoria por medio de la fuerza, intentando dominar la
situación física o mentalmente. No podemos encontrar la paz intentando atemorizar al mundo para
que obedezca. Siguiendo esa dirección, no nos estamos encaminando a la paz, nos hemos perdido.

El camino a la paz de Dios es seguir al Espíritu Santo, “seguir a Aquel que me conduce a mi hogar”.
Cuando intentamos solucionar nuestros problemas por nuestra cuenta, no estamos siguiendo el
camino a la paz:

El ego siempre intenta perpetuar el conflicto. Es sumamente ingenioso en encontrar


soluciones que parecen mitigar el conflicto, ya que no quiere que el conflicto te resulte
tan intolerable que decidas renunciar a él. (T.7.VIII.2:2-3)

Intentar utilizar nuestro propio ingenio para resolver el conflicto es otro modo de desviarnos del
verdadero camino a la paz.

Hoy, cuando parezca que surge un problema, que recuerde la lección: “No hay más paz que la paz
de Dios”. Que busque de inmediato la paz, pero no a mi manera: Que me vuelva al Espíritu Santo
dentro de mí y Le pida que Él me guíe.

Cuando sientas que la santidad de tu relación se ve amenazada por algo, detente de


inmediato y, a pesar del temor que puedas sentir, ofrécele al Espíritu Santo tu
consentimiento para que Él cambie ese instante por el instante santo que preferirías
tener. Él jamás dejará de complacer tu ruego. (T.18.V.6:1-2)

SEGUNDA PARTE DEL LIBRO DE EJERCICIOS. INTRODUCCIÓN

La Introducción a la Segunda parte del Libro de Ejercicios es la última serie de instrucciones para la
práctica de los siguientes 140 días. Las instrucciones finales cubren las últimas cinco lecciones, y no
cambian mucho realmente. Puesto que estaremos siguiendo esta serie de instrucciones cada día
durante los próximos cuatro meses, necesitamos prestar mucha atención y fijarlas en nuestra mente.

El Libro de Ejercicios está planeado para entrenarnos en crear la costumbre de la práctica diaria que
durará hasta que en nuestra vida nuestro compromiso con Dios se convierta en una forma de vivir
momento a momento. Para unos pocos, esta feliz costumbre puede formarse en un solo año de hacer
el Libro de Ejercicios, aunque no conozco a nadie que lo haya logrado. Para la mayoría de las
personas, la costumbre de la práctica está todavía muy poco formada después de hacer una sola vez
el Libro de Ejercicios. A muchos les resulta útil repetir el Libro de Ejercicios, y encuentran su clara
estructura un apoyo necesario para continuar desarrollando la costumbre que desean.

No te desanimes si al leer la descripción de la práctica diaria, te das cuenta de que todavía estás lejos
de “estar a la altura” de lo que se pide. Esta forma de práctica diaria es el objetivo, angustiarte
porque no estás a la altura ahora es como disgustarse porque no puedes tocar el piano a la perfección
después de unas pocas semanas de práctica. Crear la costumbre lleva tiempo. Sencillamente haz lo
más que puedas cada día, y practica perdonarte a ti mismo cuando no haces lo que te habías
propuesto. Hagas lo que hagas, ¡sigue con ello! No permitas que el ego te quite la motivación de
practicar al señalarte lo poco que estás haciendo. No seguir las instrucciones al completo no es
motivo para dejar de practicar; es motivo para volver a la práctica con renovadas energías tan pronto
como puedas.

El propósito de la práctica es volver a entrenar a nuestra mente, para que escuchar la Voz de Dios sea
habitual y natural, para que se convierta en algo que hacemos incluso sin pensar en ello. El propósito
es responder a cada pensamiento del ego sin miedo, y al instante llevarlo al lugar santo en nuestra
mente en el que nos encontramos con Dios. La meta a largo plazo de nuestra práctica, con el Libro
de Ejercicios y después, es llegar al punto en el que la vida se convierte en un instante santo
continuo, en el que nunca dejamos de pensar en Dios. La meta a corto plazo de la práctica del Libro
de Ejercicios es crear la costumbre de la práctica diaria necesaria para alcanzar la meta a largo plazo
(ver L.135.19:1, L.135.18:1, L.rIII.In.11:2, L.194.6:2).

Entonces, ¿cuál es el modelo de práctica diaria que el Libro de Ejercicios establece para sus últimos
140 días?

1. Pasar tiempo con Dios cada mañana y cada noche, “mientras ello nos haga felices” (2:6). El
resultado que se pretende es “tener una experiencia directa de la verdad” (1:3), o una experiencia de
“descanso” y “calma” (3:1), y la presencia de Dios (4:1, 4:6). En resumen, buscamos un instante
santo, ciertamente esta Introducción llama “instantes santos” a nuestras prácticas de la mañana y de
la noche dos veces (3:2, 11:4), o “periodos en los que abandonamos el mundo del dolor y nos
adentramos en la paz” (1:4). El Curso a estas experiencias de instantes santos las llama “el objetivo
que este curso ha fijado” y “la meta hacia la que nuestras prácticas han estado siempre encaminadas”
(1:5).

Así pues, nuestras sesiones de práctica de la mañana y de la noche se proponen acercarnos al


instante santo, y “dedicaremos tanto tiempo como sea necesario a fin de lograr el objetivo que perse-
guimos” (2:8). La duración de la práctica es a voluntad, quizá hasta media hora o más si lo
necesitamos o así lo queremos.

2. Recordatorios a cada hora (2:9): Durante el día hacemos una pausa cada hora para recordarnos
a nosotros mismos la lección, usando el pensamiento del día para “calmar nuestras mentes, según lo
dicte la necesidad” (3:1). Pero el recordatorio de cada hora no es únicamente repetir las palabras, es
un instante en el que “esperaremos que nuestro Padre Se revele a Sí Mismo, tal como ha prometido
que lo hará” (3:3). Lo ideal serían dos o tres minutos de quietud, tal vez con los ojos cerrados, para
poner toda nuestra atención en nuestro objetivo y en nuestros pensamientos, llevando cualquier
resentimiento o disgusto al Espíritu Santo para que lo sane (L.153.17 y L.193.12). Cuando no es
posible una pausa tan extensa, por un momento dirigimos nuestros pensamientos a Dios y
reafirmamos nuestro objetivo, con esto es suficiente.

3. Recordatorios frecuentes: Entre horas, aunque no se habla de ello en esta Introducción a la


Segunda Parte, se señaló en la Introducción al repaso que acabamos de completar, y suponemos que
se da por sentado que continuaremos haciéndolos.
4. Respuesta a la tentación: Cada vez que nos sintamos “tentados de olvidarnos de nuestro
objetivo” (2:9), necesitamos llamar a Dios. Que la tentación es “olvidarnos de nuestro objetivo”
supone que el resto del tiempo ¡lo estamos recordando! En cualquier momento en que nos demos
cuenta de que nuestra mente se ha olvidado de nuestro objetivo, Le llamamos a Dios para que nos
ayude a llevar nuestra mente a Él.

Ésta es una práctica espiritual rigurosa. Se necesita esfuerzo para crear esta costumbre. Pero los
resultados se merecen con creces el esfuerzo. Todo el propósito del Libro de Ejercicios ha sido
traernos a esta clase de experiencia directa de la verdad. Sin esta experiencia directa, las ideas del
Texto serán sólo ideas huecas.

Hay más detalles acerca de cómo pasar nuestras sesiones más largas de la mañana y de la noche. Las
palabras concretas de la lección del día son de menor importancia, sólo se les dedica media página.
Las palabras de la lección ya no son el centro de atención (1:1), no son más que “guías de las que no
hemos de depender” (1:2). El objetivo más importante es la experiencia directa de la verdad, o el
instante santo. Leer la lección del día y repetir su pensamiento central es sólo el comienzo (2:1), una
vez que hemos utilizado las palabras para dirigir nuestra mente, dedicamos el tiempo a esperar a que
Dios venga a nosotros (3:3, 4:6), en “los períodos de experiencia profunda e inefable que deben
seguir a éstas” (11:2). La mayor parte del tiempo se pasa en silenciosa espera y dispuestos a
recibirle, sin pensamientos ni palabras.

Si miras adelante en la Segunda Parte, verás que cada lección tiene una corta oración a Dios. No se
explica cómo usar estas oraciones, pero creo que las siguientes palabras dan las instrucciones:

“Diremos más bien algunas palabras sencillas a modo de bienvenida, y luego esperaremos que nues-
tro Padre Se revele a Sí Mismo, tal como ha prometido que lo hará” (3:3). “Así es como
transcurrirán nuestros momentos con Él. Expresaremos las palabras de invitación que Su Voz
sugiere y luego esperaremos a que Él venga a nosotros” (4:5-6).

Yo creo que esas “palabras de invitación” que nos sugiere La Voz de Dios son las oraciones que se
dan en cada lección. Las oraciones son sugerencias de cómo invitar a Dios a que nos hable, de darle
la bienvenida. Verdaderamente decir estas palabras de corazón puede ser una poderosa herramienta
para traernos experiencias directas con Dios.

En lugar de palabras, sólo necesitamos sentir Su Amor. En lugar de oraciones, sólo


necesitamos invocar Su Nombre. Y en lugar de juzgar, sólo necesitarnos aquietarnos y
dejar que todas las cosas sean sanadas. (10:3-5)

Así pues los periodos de la mañana y de la noche no están planeados para pensar en las ideas del
Curso, ni para orar por nosotros o por otros, ni para decidir cómo solucionar nuestros problemas.
Están dedicados a ser momentos de experiencia, y no de pensamiento. Únicamente sentir el Amor
de Dios. Únicamente repetir Su Nombre siendo conscientes de nuestra unión con Él. Permanecer
muy quedos, abandonando todo, dejando que todas las cosas sean sanadas, como un paciente
tumbado muy quieto mientras el Sanador sana. “Siéntate en silencio y aguarda a tu Padre” (5:5).

Hay palabras de ánimo en esta Introducción, asegurándonos que no podríamos haber llegado tan
lejos si la meta no fuera nuestra voluntad; si en nuestro corazón no quisiéramos que Dios venga y Se
nos muestre a Sí Mismo. Ésta es nuestra voluntad, en caso de que tengamos dudas, o que miremos a
lo que se nos pide y dudemos de si lo queremos de verdad o no. Lo queremos.

Jesús dice: “Estoy tan cerca de ti que no podemos fracasar” (6:1). “Pues ahora no podemos fracasar”
(5:4). Él repasa el camino que hemos recorrido, desde nuestro demente deseo de dejarle a Dios sin el
Hijo que Él creó, a nuestro reconocimiento de que las ilusiones no son verdad. Nos dice que el final
está cerca. Pienso que es importante darse cuenta de que está hablando en el contexto de miles de
años; “cerca” es una palabra comparativa y probablemente no se refiere a días, o semanas, o meses.
Él dice aquí que “A la necesidad de practicar casi le ha llegado su fin” (10:1). Sin embargo en el
Manual (Capítulo 16) deja claro que la práctica es parte de la costumbre de toda la vida del maestro
de Dios. “Casi le ha llegado su fin”, también se compara con los billones de años que hemos pasado
en la separación. Estamos muy cerca de la meta, ¡en ese contexto!

Una última cosa acerca de nuestra práctica diaria para los próximos cuatro meses, en la que
deberíamos fijarnos cuidadosamente: Se nos pide que leamos una de las secciones de “¿Qué es?”
cada día, antes de nuestro momento de quietud de la mañana o de la noche. Así, cada sección se
leerá diez veces. Y se nos pide que cada vez que la leamos, lo hagamos “lentamente” y que
pensemos en ella durante un rato.

Por lo tanto, junto con los comentarios de la lección del día que viene a continuación, incluiré mis
pensamientos para ese día sobre la sección “¿Qué es?” que corresponda. Pienso comentar,
generalmente, sólo unas pocas frases acerca de la sección “¿Qué es?” cada día, completando la
sección entera durante el periodo de los diez días.

SEGUNDA PARTE DEL LIBRO DE EJERCICIOS. RESUMEN DE LA PRÁCTICA

Propósito: Dar los últimos pasos a Dios. Esperar a que Él dé el último paso.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Tanto tiempo como sea necesario.
• Lee la lección.
• Utiliza la idea y la oración para dar comienzo al tiempo de quietud. No dependas de las
palabras. Utilízalas como una sencilla invitación a Dios para que venga a ti.
• Siéntate en silencio y espera a Dios. Espera en quieta expectación a que Él se revele a Sí
Mismo a ti. Busca únicamente la experiencia de Dios directa, profunda y sin palabras.
Estate seguro de Su llegada, y no tengas miedo. Pues Él ha prometido que cuando Le
invites, vendrá. Únicamente pides que cumpla Su antigua promesa, que Él quiere cumplir.
Estos momentos de quietud son tu regalo a Él.

Recordatorios cada hora: No te olvides.


Da gracias a Dios por haber permanecido contigo y porque siempre estará ahí para contestar tu
llamada a Él.

Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como sea posible, incluso cada minuto.
Recuerda la idea. Permanece con Dios, deja que Él te ilumine.

Respuesta a la tentación: Cuando te sientas tentado a olvidarte de tu objetivo.


Utiliza la idea del día como una llamada a Dios y desaparecerán todas las tentaciones.

Lectura: Antes de uno de los momentos de práctica del día.


• Lee lentamente la sección “¿Qué es?”.
• Piensa en ella durante un rato.

Observaciones generales: Ahora, en esta parte final del año que tú y Jesús habéis pasado juntos,
empiezas a alcanzar el objetivo de las prácticas, que es el objetivo del Curso. Jesús está tan cerca que
no puedes fracasar. Has recorrido una gran parte del camino. No mires hacia atrás. Fija la mirada en
el final del camino. No habrías podido llegar tan lejos si no te hubieses dado cuenta de que quieres
conocer a Dios. Y eso es todo lo que se necesita para que Él venga a ti.

LECCIÓN 221 - 9 AGOSTO


“Que mi mente esté en paz y que todos mis pensamientos se aquieten”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Como ya puse de relieve en mis comentarios a la Introducción a la Segunda Parte, una gran parte del
tiempo dedicado a nuestras dos prácticas diarias más largas está planeada para pasarla en quietud sin
palabras. Recibiendo nuestra sanación, escuchando en lugar de hablar. La lección de hoy es muy
importante para producir ese estado mental. Empezamos dirigiendo nuestra mente a estar en paz y
que nuestros pensamientos se aquieten.

La oración con la que empieza el primer párrafo habla de venir en silencio, y en la quietud de
nuestro corazón, esperar y escuchar la Voz de Dios. Las palabras usadas -“quietud”, “silencio” (dos
veces), “lo más recóndito de mi mente”- todas estas palabras apuntan en la misma dirección,
desarrollar esa misma actitud en nosotros. Una actitud de estar abiertos a recibir. Una pasividad,
siendo nosotros el que recibe al Dador de la Vida. Aquietamos nuestros propios pensamientos, y
permitimos que los pensamientos de Dios vengan a nosotros. Le llamamos, y esperamos Su
respuesta.

Jesús está con nosotros mientras esperamos en silencio. Él expresa su confianza de que Dios está
con nosotros, y que Le oiremos hablar si esperamos con él en silencio y quietud. Nos pide que
aceptemos su confianza, diciéndonos que su confianza es nuestra propia confianza. A menudo me ha
resultado útil darme cuenta de que Jesús representa la parte de mi propia mente que ya está
despierta. Su confianza es verdaderamente mi confianza, una confianza que yo he negado y que por
eso veo como fuera de mí mismo.

Esperamos con un solo propósito: oír Su Voz hablarnos de lo que somos, y revelarse a Sí Mismo a
nosotros. En estos momentos de quietud, esto es por lo que estamos escuchando: darnos cuenta de la
pureza y perfección de nuestro propio Ser tal como Él nos creó, y darnos cuenta de Su Amor, de Su
tierno cuidado por nosotros, y de Su paz que Él comparte con nosotros en estos momentos de
quietud.

¿Cómo podemos oír un mensaje sin palabras? Lo que escuchamos es la canción del amor, cantada
eternamente, siempre sonando su armonía por todo el universo. Es una canción de la que oímos
fragmentos en los ojos del amado, en las risas de los niños, en la lealtad de una mascota, en la
extensión de un lago en calma, o el majestuoso fluir de un río, y en la maravilla de un cuento de
hadas bien contado. Es la canción a la que nuestros corazones responden, mostrando su verdadera
naturaleza. Es nuestra eternidad invitándonos a bailar. Es el Padre compartiendo Su Amor con Su
único Hijo.

¿Qué es el perdón? (Parte 1)

L.pII.1.1:1

“El perdón reconoce que lo que pensaste que tu hermano te había hecho en realidad nunca ocurrió”
(1:1).
El perdón es un modo diferente de verte a ti mismo. Fíjate en las palabras “lo que pensaste” y “te” en
esa descripción del perdón. No dice “Lo que tu hermano te había hecho nunca ocurrió”, sino “lo que
pensaste que tu hermano te había hecho en realidad nunca ocurrió”. No es la negación de que haya
sucedido un acontecimiento, sino más bien una manera diferente de verte a ti mismo en relación con
el suceso. Pensaste que el acontecimiento te afectó, te hirió, te causó daño, cualquier pensamiento de
que te afectó, fuera “lo que” fuese, de hecho ¡tú no fuiste afectado por lo que tu hermano hizo en
absoluto!

Como el Curso dice: “Sólo tus propios pensamientos pueden afectarte”.

Lo primero y más importante, el perdón significa verte a ti mismo de manera diferente en relación
con el suceso. No empieza por ver un acontecimiento u otra persona de manera diferente. Cuando
perdonas, lo que sucede primero es que reconoces que no has perdido tu paz o tu amor a causa de lo
que ha sucedido: las has perdido porque has elegido perderlos. En algún momento, has elegido
abandonarla paz de Dios en tu corazón. El suceso luego se presentó para justificar tu pérdida de paz.
Luego has proyectado la pérdida de paz sobre el suceso y has dicho: “Ésa es la razón de que esté
disgustado”.

Por lo tanto, una vez que tu pensamiento acerca de ti mismo ha sido corregido, puedes ver que tu
hermano es inocente a pesar de su acción. Ciertamente él puede haber hecho algo despreciable. No
tiene que parecerte bien lo que ha hecho, ni tiene que gustarte, ni soportarlo como si fueras un
felpudo. Sin embargo, su acción o sus palabras no te han herido. No ha sido lo que él ha hecho lo
que te ha quitado la paz. Él no te ha afectado, él no te ha herido. Ahora puedes ver que el “pecado”
no ha tenido lugar, y que él no ha hecho nada que justifique la culpa. Quizá él ha cometido un gran
error, pero que le hace daño sólo a él, no a ti.

Gran parte de lo que el Curso afirma está en esta sencilla frase: “Lo que pensaste que tu hermano te
había hecho en realidad nunca ocurrió”. Piensas que te hirió, a tu ser, porque te identificas con los
sentimientos de tu ego, con tu cuerpo, con tus posesiones, con los miembros de tu familia y sus
cuerpos y sus sentimientos y sus posesiones. El Curso enseña que nuestra identificación está
equivocada. No somos nuestro cuerpo. No somos nuestras posesiones. No somos el ego con todos
sus sentimientos heridos. Somos algo mucho más grande y extenso que eso, algo que no puede ser
tocado ni afectado por fuerzas externas.

Para perdonar completamente, nuestra identificación con nuestro cuerpo tiene que haber
desaparecido por completo. Ninguno de nosotros lo ha conseguido todavía. Por eso el Curso afirma
con tanta seguridad que ¡ninguno de nosotros ha perdonado a alguien completamente! Por eso dice
que ¡si únicamente una persona hubiera perdonado un pecado completamente, el mundo habría
sanado! (M.14.3:7). (Eso es lo que Jesús logró, y debido a ello el mundo ya ha sanado. Sólo que no
hemos estado preparados para recibirlo).

Una gran parte de lo que he estado haciendo con el Curso ha sido reconocer que, en lugar de no
tener que perdonar a nadie, tengo que perdonar a todos.

Si, en tu imagen de una situación, todavía te ves a ti mismo o a alguien cercano a ti como herido o
afectado por la situación, todavía no la has perdonado completamente en tu mente. El Curso enseña
que si, tal como lo ves, el dolor parece real, todavía no has sanado completamente.

Todavía no he pasado de la primera línea de esta página y probablemente ya estamos todos, incluido
yo, sintiendo un poco de culpa por el hecho de que, a pesar de todo nuestro estudio del Curso,
todavía no hemos aprendido a perdonar. Así que me paro aquí, retrocedo, y digo: “¡Esto es
completamente normal. No te sorprendas. Y no te sientas culpable por ello!”. Antes de que podamos
aprender a perdonar, tenemos que admitir que ¡no estamos perdonando! Tenemos que reconocer
todos los modos en que todavía hacemos real al dolor en nuestra experiencia y creencia, y reconocer
que eso es lo que estamos haciendo. Una lección de perdón puede ser perdonarnos a nosotros
mismos por no perdonar.

El perdón, en cambio, es tranquilo y sosegado, y no hace nada… Simplemente observa, espera y no


juzga (4:1-3). ¡Trátate a ti mismo de esa manera! Entra en contacto con la parte de ti que no quiere
perdonar, que no quiere la paz. Mírala, y no hagas nada, únicamente espera sin juzgar. Desaparecerá
(con el tiempo) y la paz vendrá por sí misma.

LECCIÓN 222 - 10 AGOSTO

“Dios está conmigo. Vivo y me muevo en Él”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

De nuevo se nos lleva a la Presencia de Dios, sin palabras, en silencio y quietud. Somos conscientes
únicamente de Dios, con Su Nombre en nuestros labios.

¿Qué significa “vivo y me muevo en Dios”? Éste es el mensaje que el Apóstol Pablo llevó a los
Atenienses, hablando del “dios desconocido”, y diciendo: “en Él vivimos, y nos movemos y
tenemos nuestro ser” (Hechos de los A. 17:16-28). La lección habla de la Presencia de Dios en todos
y en todo, que Dios está en todas partes y “en todo momento”. En hermosas imágenes, la lección
saca nuestros pensamientos a la Presencia que todo lo llena, que nunca está separada de nosotros,
“más cerca que mi propia respiración, y más cerca que mis manos y pies”, como escribió Tennyson.

Esto son imágenes y no literal (en mi opinión). Si el mundo es una ilusión, como dice a menudo el
Curso, Dios no es literalmente “el agua que me renueva y me purifica” (1:2). Esto está hablando de
nuestra realidad espiritual, donde realmente estamos. Dios es la realidad de todas las cosas que
buscamos en el mundo para alimento y sustento, Dios es la verdadera Fuente de nuestra vida.
Pensamos que vivimos en el mundo, pero vivimos en Dios. Pensamos que nuestro cuerpo contiene
nuestra vida, pero Él es nuestra vida. Pensamos que respiramos aire, pero Le respiramos a Él. Dios
es nuestro verdadero alimento y nuestra verdadera bebida, nuestro verdadero Hogar. No vivimos ni
nos movemos en el mundo, vivimos y nos movemos en Dios.

Leer esta lección en voz alta es un ejercicio excelente. O convertir la primera parte en una oración:
“Tú eres mi Fuente de vida... Tú eres mi hogar”. Usa estas palabras al comienzo de tu periodo de
práctica para poner tu mente en un estado de consciencia de estar lleno de Dios y dentro de Él,
protegido por su amoroso cuidado. Luego, aquiétate, y entra dentro de esa Presencia, para descansar
con Él en paz durante un rato.

¿Qué es el perdón? (Parte 2)

L.pII.1.1:2-7

Dice: “El perdón no perdona pecados, otorgándoles así realidad. Simplemente ve que no hubo
pecado” (1:2-3).
Ésta es la distinción entre el verdadero perdón y el falso perdón, que La Canción de la Oración
llama “perdón-para-destruir” (Canción2:1-2). Hay una gran diferencia entre ver pecado en alguien y
luchar para pasarlo por alto o contener el deseo de castigarle, y ver no un pecado sino un error y una
petición de ayuda de un Hijo de Dios confundido, y de manera natural responder con amor. Cuando
el Espíritu Santo nos permite ver el “pecado” de otro de esta manera, de repente podemos ver
nuestros propios”pecados” en esa misma luz. En lugar de intentar justificar nuestros propios errores,
podemos admitir que son errores y abandonarlos sin culpa.

El pecado es simplemente “una idea falsa acerca del Hijo de Dios” (1:5). Es una falsa evaluación de
uno mismo proyectada sobre todos a nuestro alrededor. Es la creencia de que verdaderamente
estamos separados, de que somos los agresores del Amor de Dios en nuestra separación, y vemos
agresores por todas partes.

Aquí (1:6-7) el perdón se ve en tres pasos. Primero, vemos la falsedad de la idea del pecado.
Reconocemos que no ha habido pecado, el Hijo de Dios (en el otro o en nosotros) sigue siendo el
Hijo de Dios, y no un demonio. Se ha equivocado, pero no ha pecado. Segundo, siguiendo de cerca
al primer paso y como consecuencia de él, abandonamos la idea de pecado. Renunciamos a ella.
Abandonamos nuestras quejas, renunciamos a nuestros pensamientos de ataque. Sólo el primer paso
depende de nuestra elección, el segundo paso resultado del primero. Cuando ya no vemos más el
ataque, ¿qué razón hay para castigar con un contraataque?

El tercer paso es cosa de Dios. Algo viene a ocupar el lugar del pecado, la Voluntad de Dios es libre
para fluir a través de nosotros sin que nuestras ilusiones se lo impidan, y el Amor sigue su curso
natural. En esto experimentamos nuestro verdadero Ser, la extensión del propio Amor de Dios.
Todo lo que necesitamos hacer, si se le puede llamar hacer, es estar dispuesto a ver algo distinto al
ataque, algo distinto al pecado. Necesitamos estar dispuestos a admitir que nuestra percepción del
pecado es falsa. Cuando lo hagamos, el Espíritu Santo compartirá con nosotros Su percepción. Él
sabe cómo perdonar, nosotros no lo sabemos. Nuestro papel consiste simplemente en pedirle que Él
nos enseñe. Él hace el resto, y todo sucede como resultado de ese estar dispuestos.

LECCIÓN 223 - 11 AGOSTO

“Dios es mi vida. No tengo otra vida que la Suya”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Nuestro único error es creer que tenemos una vida aparte de Dios. No es cierto. Dios es Vida. Dios
es Ser. Él es Existencia. Él creó todo lo que existe, y no hay nada aparte de Él. “Nada puede estar
separado de Él y vivir” (L.156.2:9). “No existo aparte de Él (1:2).

He pasado la mayor parte de mi tiempo aquí en la tierra pensando que yo era alguien o algo separado
de Dios. La mayor parte de mi búsqueda espiritual ha sido una lucha por “volver a Dios”, como si Él
estuviera increíblemente lejos de mí. Él no está lejos. Él no es Algo separado de mi Ser. “No tengo
otra vida que la Suya” (título de la lección). Hay una bendición que se usa a menudo en las iglesias
de la Unidad que termina con las palabras: “Dondequiera que yo estoy, está Dios”. Sí. Mi vida es la
vida de Dios. Mis pensamientos son los Pensamientos de Dios. No hay que ir a ningún sitio. No hay
que hacer nada para encontrarle, Él está aquí. Él está conmigo. Él es mi vida. Si vivo, formo parte de
Dios.
Hay un bendito alivio cuando nos damos cuenta de nuestra unidad con Dios. Toda la dura lucha,
toda la inútil nostalgia, toda la sensación del sufrimiento de estar fuera investigando, todo eso
termina. Un pensamiento de puro gozo llena nuestra mente. A veces rebosa de risas, una cierta
diversión compasiva por la ridícula idea con la que nos hemos atormentado, de que podíamos estar
separados de Él, de algún modo. ¿Puede el rayo de sol estar separado del sol? ¿Puede una idea estar
separada de la mente que la piensa?

Y así volvemos de nuevo al centro tranquilo y silencioso dentro de nosotros, donde todo se sabe.
Pedimos “contemplar la faz de Cristo en lugar de nuestros errores” (2:1). Afirmamos que ya no
queremos perdernos más en el olvido. Afirmamos claramente que queremos abandonar nuestra
soledad y encontrarnos a nosotros mismos, tal como siempre hemos estado: en el Hogar. Y en la
quietud, Dios nos habla, y nos dice que somos Su Hijo.

¿Qué es el perdón? (Parte 3)

L.pII.1.2:1-2

Todo el segundo párrafo trata de la falta de perdón. La característica de un pensamiento que no


perdona es que “emite un juicio que no pone en duda a pesar de que es falso” (2:1).

Entonces, la característica de una mente que perdona es que está dispuesta a poner en duda ¡sus
propios juicios! La mente que no perdona dice: “Mi mente ya lo tiene claro, no me confundas con
hechos”. La mente que perdona dice: “Quizá hay otro modo de ver esto”.

En la sección que trata de las diez características de los maestros avanzados de Dios (Capítulo 4 del
Manual para el Maestro) la última característica es la “mentalidad abierta”. Dice:

De la misma manera en que los juicios cierran la mente impidiéndole la entrada al


Maestro de Dios, de igual modo la mentalidad abierta lo invita a entrar. De la misma
manera en que la condenación juzga al Hijo de Dios como malvado, de igual modo la
mentalidad abierta permite que sea juzgado por la Voz de Dios en Su Nombre.
(M.4.X.1:3-4)

Estar dispuesto a abandonar nuestros propios juicios y a oír el juicio del Espíritu Santo es lo que
hace que el perdón sea posible. Una mente que no perdona “se ha cerrado y no puede liberarse”
(2:2). La mente que perdona está abierta. Una y otra vez el Curso nos pide que estemos dispuestos a
ver las cosas de manera diferente, que estemos dispuestos a poner en duda lo que creemos que
sabemos, y que sencillamente “hagamos esto”:

Permanece muy quedo y deja a un lado todos los pensamientos acerca de lo que tú eres
y de lo que Dios es; todos los conceptos que hayas aprendido acerca del mundo; todas
las imágenes que tienes acerca de ti mismo. (L.189.7:1)

Cuando se deja el juicio a un lado “lo que entonces queda libre para ocupar su lugar es la Voluntad
de Dios” (1:7)

LECCIÓN 224 - 12 AGOSTO

“Dios es mi Padre y Él ama a Su Hijo”

Instrucciones para la práctica


Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Estas lecciones nos están ayudando a recordar quiénes somos: el Hijo de Dios. Lo que somos es una
Identidad que está mucho más allá de lo que nos podemos imaginar, “tan sublime… que el Cielo la
contempla para que ella lo ilumine” (1:1). En la Lección 221 permanecíamos en silencio esperando a
Dios “para oírle hablar de lo que nosotros somos” (L.221.2:6). En la 222, aprendimos que lo que
somos existe en Dios. En la 223, reconocíamos que no estamos separados, sino que existimos en
perfecta unión con Dios. Y ahora, recordamos nuestra verdadera Identidad: Su Hijo. Nuestra
identidad “es el final de las ilusiones. Es la verdad” (1:6-7).

La verdad de lo que somos es el final de todas las ilusiones. O, dicho de otra manera, un error acerca
de lo que somos es la causa de todas las ilusiones. Lo hemos olvidado, pero en estos momentos de
quietud con Dios, Le pedimos que nos lo recuerde, que nos revele esa Identidad. Nuestra Identidad
es “sublime e inocente, tan gloriosa y espléndida y tan absolutamente benéfica y libre de culpa…”
(1:1). Al leer estas palabras, date cuenta de que nuestra mente consciente lo pone en duda de
inmediato, al instante retrocedemos ante el atrevimiento de decir tal cosa. Esto nos demuestra cuánto
nos hemos engañado a nosotros mismos, lo bien que nos hemos aprendido nuestras propias
mentiras. Sin embargo algo dentro de nosotros, al oír estas palabras, empieza a cantar. Algo dentro
de nosotros reconoce la melodía del Cielo y empieza a tararearla al mismo tiempo. Escucha esa
melodía. Ponte en contacto con ella. Es tu Ser que responde a la llamada de Dios. Dilo: “Dios es mi
Padre y Él ama a Su Hijo”.

¿Qué es el perdón? (Parte 4)

L.pII.1.2:3-4

El pensamiento que no perdona “protege la proyección” (2:3). Nuestra mente, atormentada con su
propia culpa, ha proyectado la culpa de nuestra propia condición fuera de nosotros mismos. Hemos
encontrado un chivo expiatorio, como Adán hizo con Eva: “La mujer me dio la fruta para que la
comiera. Es culpa suya”. Y así nos aferramos a nuestra falta de perdón, queremos encontrar culpa en
el otro, porque perdonar y abandonarla sería abrir la puerta del armario que oculta nuestra culpa.

Cuando más nos aferramos a la falta de perdón, más nos cegamos a nosotros mismos. Cuanto más
sólidas parecen ser nuestras proyecciones ilusorias, más imposible nos parece verlas de otra manera.
Las deformaciones que le imponemos a la realidad se hacen “más sutiles y turbias” (2:3). Nuestras
propias mentiras se hacen cada vez más difíciles de ver, “menos susceptibles de ser puestas en duda”
(2:3). Todo lo que se nos pide que hagamos es que las pongamos en duda, que pongamos en duda
nuestras proyecciones para escuchar a la razón. La falta de perdón le bloquea el camino y refuerza
nuestras propias cadenas.

Vemos culpa en otros porque queremos verla ahí (2:4), y queremos verla ahí porque nos evita verla
en nuestra propia mente. Y sin embargo, ver la culpa en nosotros mismos es el único modo en que
puede sanarse. Si negamos que estamos enfermos, no buscaremos el remedio. Si negamos nuestra
propia culpa y la proyectamos en otros, no iremos a la Presencia sanadora dentro de nosotros, que es
el único lugar donde puede ser deshecha. Si nuestra mente está cerrada, si no estamos dispuestos a
poner en duda nuestra versión de las cosas, estamos cerrando la puerta a nuestra propia sanación.
Únicamente al abrir nuestra mente, al soltar nuestro aferramiento a encontrar errores en otros, al
admitir que “tiene que haber un camino mejor” (T.2.III.3:6), podemos encontrar nuestra propia
liberación.
LECCIÓN 225 - 13 AGOSTO

“Dios es mi Padre, y Su Hijo lo ama”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

El Amor es mutuo. Recibimos el Amor de Dios a nosotros al devolvérselo a Él, no hay otro modo de
recibirlo, “pues dar es lo mismo que recibir” (1:1). Esta misma frase aparece seis veces en el Curso,
y hay muchas otras muy parecidas. Podemos pensar que entendemos lo que significa, pero el Curso
nos asegura que para nosotros es el concepto más difícil de aprender de todos los que enseña.

El modo de conocer el Amor de Dios brillando en nuestra mente es devolverle a Dios el Amor. Si
ayer en nuestros momentos de quietud nos concentramos en sentir Su Amor a nosotros,
concentrémonos hoy en darnos cuenta de nuestro amor a Dios. Donna Cary tiene una hermosa
canción que hace uno o dos días escuché en una cinta, y que dice: “Siempre Te amaré”. Desearía
poder enviaros a todos esta canción, expresa maravillosamente lo que esta lección dice: “Bailaré a la
luz de Tu Amor, amándote eternamente”.

¿Cómo sería tener “plena conciencia de que (el Amor de Dios) es mío, de que arde en mi mente y de
su benéfica luz” (1:2)? ¿No es esto lo que todos queremos en lo más profundo de nuestro corazón?
Cultivemos hoy esta sensación de amor en nuestro corazón. Que sea esto en lo único en lo que nos
concentremos. Nada complicado, ninguna idea, únicamente dejar que nuestro corazón cante con el
Amor de Dios, disfrutando de Su Amor por nosotros. Como dice la canción de Salomón en el
Antiguo Testamento: “Yo soy de mi Amado, y Él es mío”. Conocer a Dios como el Amado es una de
las más elevadas expresiones espirituales.

¿Te has sentado alguna vez en silencio con alguien a quien amas profundamente, mirándole a los
ojos, sin palabras? Esa quietud del amor es a lo que esta lección nos está llevando, una unión
silenciosa de amor dado y recibido, reconocido y devuelto, fluyendo en una corriente sin fin que
fortalece y transforma nuestra mente y nuestro corazón.

¿Qué es el perdón? (Parte 5)

L.pII.1.3:1-2

En contraste con la quietud de la que habla la lección de hoy, un pensamiento que no perdona está
furiosamente activo. Tiene que estarlo. Tiene que estar furioso porque huye de la verdad, e intenta
hacer real una ilusión. La actividad frenética es a menudo la señal de una falta de perdón que no se
ha reconocido. Lo que parece oponerse a lo que queremos que sea verdad sigue surgiendo en nuestra
mente, como ardillas en el juego infantil del “salto de la ardilla”, y tenemos que seguir acallándolo
para mantener nuestra versión de la realidad.

Para empezar a deshacer nuestra falta de perdón a menudo basta con acallar nuestra mente y
aquietarnos. La falta de perdón no puede existir en el silencio y la quietud. No puedes estar a la vez
en paz y sin perdonar. “Que mi mente esté en paz y que todos mis pensamientos se aquieten”
(Lección 221). Algo que puede aumentar esta paz y quietud es concentrarnos en el intercambio de
amor que está en el centro de la lección de hoy. El poder de nuestro amor a Dios, y el Suyo a
nosotros, puede acabar con los pensamientos violentos y, aunque sólo sea por un momento, traernos
un instante de paz serena, en el que la falta de perdón desaparece.

LECCIÓN 226 - 14 AGOSTO

“Mi hogar me aguarda. Me apresuraré a llegar a él”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Hogar. ¡Qué palabra más sugerente! “Voy a mi hogar”. A veces sólo con pensar en ir al hogar,
incluso en sentido abstracto, puede hacer que surjan en nosotros profundas emociones, felices,
aunque para algunos una vida desgraciada en el hogar ha ensombrecido esta palabra. Incluso
entonces, aunque nuestro hogar “real” haya sido desgraciado, seguimos llenos de un profundo deseo
del hogar como debería ser. Nuestro verdadero hogar está en Dios. Nuestros deseos del hogar están
basados en nuestro deseo de este hogar espiritual en Dios.

¿Cómo puedo “ir al hogar”? Hay canciones que expresan la idea de que vamos al hogar, al Cielo,
cuando morimos: canciones espirituales como “Ir al Hogar”. Pero el Curso aquí es muy, muy claro.
Habla de abandonar este mundo y dice: “No mediante la muerte, sino mediante un cambio de
parecer con respecto al propósito del mundo” (1:2).

Mientras pensemos que el propósito del mundo está en el mundo mismo, que la felicidad y la
libertad y la satisfacción se encuentran aquí en el mundo, nunca lo abandonaremos. Ni siquiera al
“morir”. Las cadenas que nos atan al mundo son mentales, no físicas. Lo que nos aprisiona al mundo
es el valor que le damos. Si le doy valor al mundo “tal como lo veo ahora” (1:3, también 1:4), me
tendrá apresado aunque mi cuerpo se desmorone. Pero si ya no veo en este mundo “tal como lo
contemplo” nada que quiera conservar o conseguir, entonces estoy libre.

Literalmente hablando, ¡hay todo un mundo de significado en esas palabras “tal como lo veo ahora”
y “tal como lo contemplo”! Tal como el ego lo ve, este mundo es un lugar de castigo y de
aprisionamiento, y al mismo tiempo un lugar donde vengo a buscar lo que parece “faltarme” a mí.
Mientras le dé valor a ese castigo y aprisionamiento, quizá no para mí sino para otros sobre los que
he proyectado mi culpa, estaré encadenado al mundo, y no iré al hogar. Mientras piense que me falta
algo y continúe buscándolo fuera de mí, dándole valor al mundo por lo que creo que puede
ofrecerme, estaré encadenado al mundo, y no iré al hogar.

“Mi hogar me aguarda”. Nuestro hogar no se está construyendo. Está preparado y esperando, la
alfombra roja extendida, todo está listo, los Brazos de Dios están abiertos y oigo Su Voz (2:2). El
hogar está a mi alcance ahora mismo, sólo con elegirlo. Que esté dispuesto a mirar a lo que me
impide elegirlo, porque ésos son los obstáculos que me impiden encontrarlo. ¿Todavía deseo con
nostalgia que venga mi príncipe (o princesa) azul? ¿Todavía tengo cosas que quiero hacer antes de
estar listo para ir? ¿Todavía encuentro placer cuando los malvados (en mi opinión) sufren? Si este
mundo pudiera desaparecer dentro de una hora, ¿qué lamentaría? ¿Estaría dispuesto a irme? Si una
brillante cortina apareciese en la entrada y una Voz dijera: “Cruza este portal y estarás en el Cielo”,
¿lo cruzaría? ¿Por qué no?

Esto no es una fantasía. La Voz nos está llamando, y el Cielo está aquí ahora. Podemos cruzar el
portal en cualquier momento que lo elijamos. Si no estamos sintiendo el Cielo, estamos eligiendo no
hacerlo, y se nos ha encomendado el trabajo de descubrir lo que nos retiene en esta aula de
aprendizaje. Para eso es el mundo: para enseñarnos a abandonarlo.

¿Qué necesidad tengo de prolongar mi estadía en un lugar de vanos deseos y de sueños


frustrados cuando con tanta facilidad puedo alcanzar el Cielo? (2:3)

¿Qué es el perdón? (Parte 6)

L.pII.1.3:3-4

No nos damos cuenta de cuánto deforman la verdad nuestros pensamientos que no perdonan (3:3).
Los pensamientos que no perdonan deforman la manera en que vemos las cosas que nos están de
acuerdo con cómo quiere verlas la falta de perdón. Los pensamientos que no perdonan pasan por alto
cualquier muestra de amor, y encuentran pruebas de culpa. En “Los Obstáculos a la Paz” y el
apartado sobre “La Atracción de la Culpabilidad”, nuestros pensamientos que no perdonan se
comparan con mensajeros hambrientos a los que “se les ordena con aspereza que vayan en busca de
culpabilidad, que hagan acopio de cualquier retazo de maldad y de pecado que puedan encontrar sin
que se les escape ninguno so pena de muerte, y que los depositen ante su señor y amo respetuosa-
mente” (T.19.IV (A).i.11:2). Es decir, encontramos lo que estamos buscando, y el ego está buscando
culpa.

Pero la distorsión (deformación) no es sólo el método que usa el ego, la distorsión (deformación) es
también el propósito del ego. Así, el propósito de la falta de perdón es deformar la realidad. La falta
de perdón se propone con furia “arrasar la realidad, sin ningún miramiento por nada que parezca
contradecir su punto de vista” (3:4). La realidad es el enemigo odiado, la presencia intolerable,
porque nuestra realidad es todavía el Hijo de Dios que jamás se ha separado de Él en lo más mínimo.
La realidad pone al descubierto al ego como una mentira, y esto no puede tolerarse. Cuando nuestra
mente está dominada por pensamientos que no perdonan, el modo en que funciona se propone desde
el comienzo deformar la realidad para que no se reconozca.

En contraste con esto, el Curso nos pide: “Sueña con la bondad de tu hermano en vez de
concentrarte en sus errores… Y no desprecies los muchos regalos que te ha hecho sólo porque en tus
sueños él no sea perfecto” (T.27.VII.15). Nos pide que busquemos amor en lugar de buscar culpa.
Para empezar, podemos poner en duda el modo en que vemos las cosas, dándonos cuenta de que
nuestros procesos de pensamiento y nuestros métodos de juzgar están seriamente dañados y no son
de fiar. No es que no deberíamos juzgar, sino que no podemos juzgar (M.10.2:1). Nuestra mente está
enferma, necesitamos una mente sana para que juzgue por nosotros. Y esa mente es el Espíritu
Santo.

LECCIÓN 227 - 15 AGOSTO

“Éste es el instante santo de mi liberación”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

La lección de hoy es otro recordatorio de que estos momentos de práctica son instantes santos para
nosotros. Por supuesto, no todos son una experiencia espectacular de gozo que no pueda describirse.
Recuerda que simplemente estar dispuesto a concentrar tu mente en Dios puede considerarse un
instante santo, tanto si conscientemente sientes algo especial como si no. El poderoso instante santo
del que nació el Curso, fue sencillamente un instante en que Bill Thetford dijo: “Tiene que haber
otro camino”, y Helen contestó: “Yo te ayudaré a encontrarlo”. El cambio mental de conectar con el
propósito de Dios es lo que verdaderamente cuenta. Si practicamos fielmente, llegará la experiencia
directa de la verdad de la que se habla en el Libro de Ejercicios, no por nuestros propios esfuerzos,
sino por la gracia de Dios, cuando estemos listos para recibirla.

Considera el efecto sobre nuestra mente de concentrarnos en la idea de hoy: “Éste es el instante
santo de mi liberación”, y luego sentarnos en silenciosa quietud, abrir nuestra mente y recibir todo lo
que se nos dé. Deberíamos entrar en cada uno de esos instantes con esperanza, esperando oír lo que
la Voz de Dios nos dirá.

Yo ya soy libre, ahora, hoy. Mi pensamiento de separación no tuvo ningún efecto sobre mi realidad,
así que el aprisionamiento que me he imaginado nunca ocurrió. “Nada de lo que pensé aparte de Ti
existe” (1:3). ¡Qué maravilloso saber que los pensamientos que yo creía separados de Dios no
existen! ¡Qué sanador es abandonarlos, ponerlos a los pies de la verdad, y dejar que sean “para
siempre borradas de mi mente”! (1:5). Éste es el proceso sanador del Curso: tomar cada pensamiento
que parece expresar una voluntad separada de la de Dios, y llevarlo ante Su Presencia para que sea
borrado de mi mente, con la garantía de Dios de que no me ha afectado en nada. Yo sigo siendo Su
Hijo.

Así es como sana mi mente. Así es como vuelve la consciencia de mi Identidad a mí.

¿Qué es el perdón? (Parte 7)

L.pII.1.4:1-3

“El perdón, en cambio, es tranquilo y sosegado, y no hace nada” (4:1). Si podemos entender esto,
tendremos una idea clara de lo que verdaderamente es el perdón. Las palabras “en cambio” se
refieren a los dos párrafos anteriores que describían un pensamiento que no perdona (especialmente
al 3:1): “Un pensamiento que no perdona hace muchas cosas”. El perdón, en cambio, no hace nada.
La falta de perdón es muy activa, intentando ansiosamente hacer que las cosas encajen en su cuadro
de la realidad; el perdón no hace nada. No se apresura a interpretar o a intentar entender. Deja que las
cosas sean como son.

Una vez más fíjate en la importancia que se le da a la quietud y la tranquilidad. La práctica del
instante santo, al igual que la práctica del perdón, es la práctica de estar tranquilo, de estar quieto, de
no hacer nada. Nuestro habitual estado mental es resultado del entrenamiento del ego, siempre activo
y trabajando constantemente. Necesitamos practicar estar en quietud y no hacer nada. Se necesita
mucha práctica para romper la costumbre de la actividad frenética y para formar una costumbre
nueva de estar en silencio y quietud.

A menudo una trampa del ego de la que me doy cuenta es que ¡intentará hacerme sentir culpable por
estar en quietud y silencio! Cuando intento dedicar diez minutos a sentarme en silencio y quietud, mi
ego inunda mi mente con pensamientos de lo que debería estar haciendo en ese momento.

El estado mental en el que el perdón tiene lugar es de simplemente dejar que la realidad sea como es,
sin juzgar nada. “No ofende ningún aspecto de la realidad ni busca tergiversarla para que adquiera
apariencias que a él le gusten” (4:2). A mi ego le encanta eso de: “Yo tengo razón y ellos están
equivocados”. O “Yo soy bueno y ellos son malos”. O “yo soy mejor que ellos”. Incluso “yo no soy
como ellos”. Todos estos pensamientos comparten el mismo tema: “Yo soy diferente de ellos y, por
lo tanto, estoy separado de ellos”. Cualquier pensamiento de esta clase está deformando la realidad,
porque la realidad es que todos somos lo mismo, somos iguales, somos uno. El perdón acalla tales
pensamientos y abandona todo esfuerzo de convertir a la realidad en una forma “más deseable”.

“Simplemente observa, espera y no juzga” (4:3). No niega lo que ve, pero no lo interpreta. Espera
que el Espíritu Santo le diga lo que significa. “Mi compañero está teniendo una aventura amorosa”.
El perdón observa, espera y no juzga. “Mi hijo está enfermo”. El perdón observa, espera y no juzga.
“Mi jefe acaba de despedirme” El perdón observa, espera y no juzga. Somos muy rápidos en creer
que ¡sabemos lo que significan las cosas! Y nos equivocamos. No lo sabemos. Saltamos a una
conclusión basada en la separación, y tal conclusión no entiende nada.

Cuando tales acontecimientos terribles suceden en nuestra vida, lo mejor que podemos hacer es:
nada. Únicamente aquietar y acallar nuestra mente, y abrirnos a la luz sanadora del Espíritu Santo.
Buscar un instante santo. Que esto se convierta en una costumbre en nuestra vida, y veremos el
mundo de una manera completamente diferente, y el Amor fluirá a través de nosotros para llevar
sanación a todas las situaciones, en lugar de hacer daño.

LECCIÓN 228 - 16 AGOSTO

“Dios no me ha condenado. Por lo tanto, yo tampoco me he de condenar”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Se necesita mucho valor para abandonar la condena a uno mismo. Tenemos miedo de que si dejamos
de condenarnos a nosotros mismos nos volveremos locos, de que la maldad dentro de nosotros
quedará sin control y estallará en un desastre terrible. Pero, ¿y si no hay maldad dentro de nosotros?
¿Y si Dios tiene razón? ¿Es posible que Él esté equivocado y nosotros tengamos razón? La lección
dice que lo que Dios conoce hace que el pecado en nosotros sea imposible: “¿Debo acaso negar Su
conocimiento?” (1:2).

La lección simplemente nos pide “aceptar Su Palabra de lo que soy” (1:4). ¿Quién cree que alguien
o algo es mejor que su Creador? ¿Y qué conoce Dios de mí? “Mi Padre conoce mi santidad” (1:1).
Cada vez que leo tales afirmaciones veo a mi mente luchar para oponerse a la idea, encogiéndose en
una falsa humildad que grita: “Oh, no, no puedo aceptar eso acerca de mí”. Si me atrevo a
preguntarme a mí mismo: “¿Por qué no?”, mi mente sale inmediatamente con una lista de razones:
Mis defectos, mi falta de dedicación total a la verdad, mi adicción a este o aquel placer del mundo.
Sin embargo, llevada a la luz del Espíritu Santo, cada una de estas cosas puede verse como nada más
que una petición mal dirigida, como un grito de ayuda, como una oculta nostalgia de Dios y del
Hogar.

“Estaba equivocado con respecto a mí mismo” (2:1). Eso es todo lo que ha ocurrido. Me olvidé de
mi Fuente y de lo que yo soy, debido a mi Fuente. Mi Fuente es Dios, y no mis oscuras ilusiones. Mi
error acerca de lo que yo soy no es un pecado que deba ser juzgado, sino un error que necesita ser
corregido; necesita la sanación del Amor, y no la condena. “Mis errores acerca de mí mismo son
sueños” (2:4), eso es todo, y puedo renunciar a ellos. Yo no soy el sueño; yo soy el soñador, todavía
santo, todavía parte de Dios.

Hoy, mientras aquieto mi mente en Presencia de Dios, abro mi mente para recibir Su Palabra acerca
de lo que yo soy. Aparto los sueños, los reconozco como lo que son, y los abandono. Abro mi
corazón al Amor.

¿Qué es el perdón? (Parte 8)

L.pII.1:4:4-5

En las dos últimas frases de este párrafo, date cuenta de la diferencia que se hace entre juzgar y darle
la bienvenida a la verdad tal como es. Lo contrario del juicio es la verdad. Entonces, el juicio debe
ser siempre una deformación de la verdad. Esta sección ya ha señalado que el propósito de no
perdonar es deformar. Si no quiero perdonar, tengo que deformar la verdad, tengo que juzgar. Aquí
el juicio significa clarísimamente la condena, ver pecado, hacer que algo parezca malo. El perdón no
hace eso; el perdón hace que parezca bueno en lugar de malo, porque “bueno” es la verdad acerca de
todos nosotros.

Ninguno de nosotros es culpable. Ésa es la verdad. Dios no nos condena. Si yo condeno, estoy
deformando la verdad. El juicio es siempre una deformación de la verdad de nuestra inocencia a los
ojos de Dios. Cuando juzgo a otro, lo hago porque estoy intentando justificar que no estoy dispuesto
a perdonar. Se me da muy bien eso. Siempre parece que encuentro alguna razón que justifique mi
falta de perdón. Pero de lo que no me doy cuenta es de que cada juicio deforma la verdad, la oculta,
la oscurece. “Hace real” algo que no es real.

Además, al ocultar la verdad acerca de mi hermano, estoy ocultando la verdad acerca de mí mismo.
Estoy confirmando la base de mi propia condena a mí mismo. Por esa razón la última frase del
párrafo pasa de la falta de perdón a otro al perdón de uno mismo: “aquel que ha de perdonarse a sí
mismo” (4:5).Si quiero perdonarme a mí mismo, tengo que abandonar mis juicios a otros. Si el
pecado de ellos es real, también lo es el mío. En su lugar, tengo que aprender a “darle la bienvenida a
la verdad exactamente como ésta es” (4:5). Únicamente si le doy la bienvenida a la verdad acerca de
mi hermano, puedo verla acerca de mí mismo. Estamos juntos o nos caemos juntos. “En tus
semejantes o bien te encuentras a ti mismo o bien te pierdes a ti mismo” (T.8.III.4:5).

Para una mente acostumbrada a verse a sí misma como un ego separado, abandonar todo juicio
produce terror. Parece como si nos estuvieran quitando el suelo sobre el que pisamos, no tenemos
sobre qué apoyarnos. ¿Cómo podemos vivir en el mundo sin juzgar? Literalmente no sabemos
cómo. Hemos montado toda nuestra vida sobre los juicios; sin los juicios tenemos miedo al caos y al
desorden total. El Curso nos asegura que eso no sucederá:

Esto te da miedo porque crees que sin el ego, todo sería caótico. Mas yo te aseguro que
sin el ego, todo sería amor. (T.15.V.1:6-7)

Cuando renunciamos a los juicios, cuando estamos dispuestos a darle la bienvenida a la verdad tal
como es, el amor se apresura a llenar el vacío dejado por la ausencia de los juicios. El amor ha
estado ahí todo el tiempo, pero le habíamos impedido el paso. No sabemos cómo sucede esto, pero
sucede porque el amor es la realidad, el amor es la verdad a la que estamos dando la bienvenida. El
amor nos enseñará qué hacer cuando nuestros juicios se hayan ido.

LECCIÓN 229 - 17 AGOSTO

“El Amor, que es lo que me creó, es lo que soy”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.
Comentario

Muchas de estas lecciones en la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, mientras las leo, parecen
expresar un estado mental que está más allá de donde yo estoy. En realidad, hablan de mi verdadero
estado mental, el estado de mi mente recta. Éste es el estado mental que podemos alcanzar en el
instante santo. La mente recta no es un estado futuro que estoy intentando alcanzar. Hay un aspecto
de mi mente que ya conoce estas cosas y las cree. Ésta es la parte de mi mente que me está llevando
al Hogar. “Ahora no necesito buscar más” (1:2), es la verdad en este mismo instante. La que no es
real es la parte de mi mente que las pone en duda y las niega.

El Amor es lo que soy, el Amor es mi Identidad. Que mire honestamente a lo que creo que soy en Su
lugar, porque al descubrir lo que no es Amor, llegaré a conocer el Amor.

El amor no es algo que se pueda aprender. Su significado reside en sí mismo. Y el


aprendizaje finaliza una vez que has reconocido todo lo que no es amor. Ésa es la
interferencia, eso es lo que hay que eliminar. (T.18.IX.12:1-4)

El Amor me ha esperado “tan quedamente” (1:4). El Amor es tranquilo porque eso es lo que hace el
perdón, “es tranquilo y sosegado, y no hace nada” (L.pII.4:1). Mi propio Amor espera para
perdonarme todo lo que creo haber hecho, todo lo que he creído que era, diferente al Amor.
Verdaderamente “procuré perder” mi Identidad (1:5), pero Dios ha guardado esa Identidad a salvo
para mí, dentro de mí, como lo que yo soy. “En medio de todos los pensamientos de pecado que mi
alocada mente inventó” (2:1), mi Padre ha mantenido mi Identidad intacta y sin pecado. Que me
concentre en esa Identidad ahora. Que dé gracias y exprese mi agradecimiento a Dios por no haber
perdido mi Identidad, aunque yo estaba seguro de haberla perdido. No puedo ser otra cosa distinta de
lo que Dios me creó. “El Amor, que es lo que me creó, es lo que soy”

¿Qué es el perdón? (Parte 9)

L.pII.1.5:1-2

Enfrentado al contraste total entre el perdón y la falta de perdón, entonces ¿qué tenemos que hacer?
“No hagas nada, pues” (5:1). No se nos pide que hagamos, se nos pide que dejemos de hacer, porque
no es necesario hacer nada. Para el ego hacer significa juzgar, y es al juicio a lo que tenemos que
renunciar. Si sentimos que hay que hacer algo, es un juicio que afirma que nos falta algo dentro, y no
nos falta nada. Eso es lo que tenemos que recordar. Creer que tenemos que hacer algo es negar
nuestra plenitud, que nunca ha disminuido.

“Deja que el perdón te muestre lo que debes hacer a través de Aquel que es tu Guía” (5:1).
Perdonarnos a nosotros mismos significa quitar las manos del volante de nuestra vida, dejar de
intentar “arreglar las cosas”, lo que afirma que algo anda mal. Perdonar a otros significa que
dejamos de pensar que es cosa nuestra corregirles. El Espíritu Santo es el Único Que conoce lo que
tenemos que hacer, si fuera necesario, y Su dirección a menudo nos sorprenderá. Sí, puede que
tengamos que “hacer” algo, pero no seremos nosotros los que lo decidiremos. Lo que hacemos es
muy a menudo desastroso, apagando el espíritu en lugar de afirmarlo, alimentando la culpa en lugar
de quitarla.

El Espíritu Santo es mi Guía, Salvador y Protector. En cada situación en la que me sienta tentado a
hacer algo, que me pare y recuerde que mi juicio no es de fiar, que lo abandone y lo ponga en Sus
Manos. Él está “lleno de esperanza, está seguro de que finalmente triunfarás” (5:1). ¿Con qué
frecuencia, cuando me juzgo a mí mismo o a otro, estoy seguro de que finalmente triunfaré? Que
entonces ponga la situación al cuidado de Uno que está seguro. Él me enseñará qué hacer.
“Él ya te ha perdonado, pues ésa es la función que Dios le encomendó” (5:2). Cada vez que Le
traigo algo terrible que creo haber hecho, que recuerde que “Él ya me ha perdonado”. No tengo por
qué tener miedo de entrar en Su Presencia. Su función, Su razón de ser, es perdonarme. No
juzgarme, ni castigarme, ni hacerme sentir mal, sino perdonar. ¿Por qué voy a permanecer alejado un
instante más? Que ahora descanse agradecido en Sus amorosos brazos y Le oiga decir: “Lo que
crees no es verdad” (L.134.7:5). Él aquietará las inquietas aguas de mi mente, y me traerá paz.

LECCIÓN 230 - 18 AGOSTO

“Ahora buscaré y hallaré la paz de Dios”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario
“Fui creado en la paz. Y en la paz permanezco” (1:1-2). En este Curso, Jesús nunca se cansa de
recordarnos que seguimos siendo tal como Dios nos creó. Lo repite a menudo porque está claro que
no lo creemos. Podemos creer que Dios nos creó en la paz. Por supuesto, ¿cómo podríamos creer
otra cosa? ¿Nos habría creado un Dios de Amor en el sufrimiento y la agonía, en la agitación y
confusión, en conflicto y lucha? Así que la primera frase no es realmente un problema para nosotros,
podemos aceptar que Dios nos creó en la paz.

El problema surge en nuestra mente con la segunda frase: “Y en la paz permanezco”. Sinceramente,
no lo creemos. De hecho estamos convencidos de saber lo contrario. Tal vez esta mañana estoy
angustiado por algo que sucedió ayer, o preocupado por algo que puede suceder hoy o la semana que
viene. En mi experiencia, puedo mirar a toda una vida en la que ha habido muy poca paz, si es que la
ha habido. Algunos días parece como si la vida estuviese conspirando contra mí para robarme la paz.
Parece como si en la mayoría de los días en que estoy ocupado, raramente tengo un momento de
paz. Así que, ¿cómo puedo aceptar esta frase: “Y en la paz permanezco”?

Me parece increíble cuando el Curso insiste en que puesto que Dios me creó en la paz, todavía debo
permanecer en la paz. La lección dice que mi creación por Dios tuvo lugar “aparte del tiempo y aún
sigue siendo inmune a todo cambio” (2:2). Me dice: “No me ha sido dado poder cambiar mi Ser”
(1:3). Mi experiencia de la vida en este mundo me dice lo contrario.

La pregunta es: ¿A cuál voy a creer? ¿A la Voz de Dios o a mi experiencia? Una de ellas debe ser
falsa. Echa por tierra y es alucinante que toda mi experiencia de este mundo ha sido una mentira, un
error y una alucinación. Sin embargo, ¿cuál es la alternativa? En su lugar, ¿voy a creer que Dios es
un mentiroso? ¿Voy a creer que su creación estaba llena de imperfecciones, y capaz de corromperse?
¿Voy a creer que lo que Él quiso para mí fue derrotado por mi voluntad? Sin embargo, esto es lo que
debo estar creyendo si insisto en que no estoy en paz en este momento.

Si Dios no es un mentiroso y Su creación no tiene ninguna imperfección, entonces lo que debe ser
cierto es que mi propia mente me ha engañado y se ha inventado toda una vida de experiencias
falsas. Si estoy dispuesto a escuchar, esto no es tan exagerado como suena al principio. De hecho, si
observo mi mente, puedo cazarla haciendo precisamente eso. Puedo cazarla y observar que veo lo
que espero ver. Puedo darme cuenta de que diferentes personas ven los mismos acontecimientos de
maneras diferentes. Recuerdo momentos en que creía entender las cosas muy bien, y luego ver la
situación dar la vuelta completamente con algún hecho nuevo que se me había pasado por alto. Sólo
necesito ver salir al sol, moverse por el cielo, y ponerse, para darme cuenta de que mi percepción
falla. No es el sol el que se mueve, soy yo según la tierra da vueltas. Cuando la noche llega y el sol
se ha “ido” en mi percepción, el sol sigue brillando, es el mundo que le ha dado la espalda a la luz.

¿Y si mi aparente falta de paz no significa lo que pienso? ¿Y si la paz de Dios nunca me ha


abandonado, sino que sigue brillando, mientras que yo le he dado la espalda? En el instante santo
puedo descubrir que esto es la verdad. Sólo con apartar mi mente de sus locas creencias en el
malestar, puedo descubrir la paz de Dios brillando dentro de mí ahora.

¿Qué es el perdón? (Parte 10)

L.pII.1.5:3

Hay otro aspecto del perdón. Puesto que el Espíritu Santo ya me ha perdonado, cumpliendo Su
función, ahora yo debo “compartir Su función y perdonar a aquel que Él ha salvado” (5:3).

Piensa en el modo en que el Espíritu Santo actúa con nosotros, podemos venir a Él con nuestros
pensamientos más negros y encontrar que desaparecen en Su Amor. La total falta de juicios, Su
ternura con nosotros, Su aceptación de nosotros, Su conocimiento de nuestra inocencia, Su
honrarnos como Hijo de Dios, sin ningún cambio a pesar de nuestros alocados pensamientos de
pecado. Ahora tenemos que compartir Su función con el mundo. Ahora somos Sus representantes,
Su manifestación en las vidas de aquellos a nuestro alrededor. A ellos les ofrecemos esta misma
ternura, esta misma seguridad de la santidad interna de cada uno con los que nos relacionamos, esta
misma callada despreocupación por los pensamientos de condena a sí mismos en cada uno de los
que vemos, o con los que hablamos, o en los que pensamos. “Perdonar es el privilegio de los
perdonados” (T.1.I.27:2).

Lo que reflejamos en el mundo es lo que creemos de nosotros mismos. Cuando juzgamos,


condenamos y echamos la culpa a los de nuestro alrededor, reflejamos lo que creemos que Dios hace
con nosotros. Cuando sentimos el dulce perdón en la Presencia amorosa del Espíritu Santo,
reflejamos eso mismo al mundo. Que entre en Su Presencia, permitiéndole contemplarme, para
descubrir que Él no hace nada, sino únicamente mirar, esperar y no juzgar. Que Le oiga hablarme de
Su confianza en que finalmente triunfaré. Y que luego que regrese y comparta esta bendición con el
mundo, dando lo que he recibido. Sólo al darlo, sabré que es mío.

LECCIÓN 231 - 19 AGOSTO

“Padre, mi voluntad es únicamente recordarte”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Esta lección trata de nuestra voluntad. Cuando el Curso utiliza la palabra “voluntad” en este sentido,
está hablando de una parte fundamental y que nunca cambia en nosotros, la meta constantemente fija
de nuestro Ser. No se refiere a nuestros deseos y caprichos, sino a nuestra voluntad. Jesús nos habla
directamente en el segundo párrafo y nos dice: “Ésa es tu voluntad, hermano mío” (2:1). Es una
voluntad que compartimos con Él, y también con Dios nuestro Padre.
¿Cuál es nuestra voluntad? Recordar a Dios, conocer Su Amor. Eso es todo. Cuando empezamos a
leer el Curso, no muchos de nosotros habría respondido a esta pregunta: ¿Qué quieres conseguir en
la vida? Con las palabras: “Recordar a Dios y conocer Su Amor”. Muchos probablemente no
sentimos que esas palabras se refieran a nosotros incluso ahora. La lección reconoce que: “Tal vez
crea que lo que busco es otra cosa” (1:2).

¿Qué es esa “otra cosa” que estás buscando? Podría ser salud o fama. Podría ser algún tipo de
seguridad mundana. Podría ser un romance amoroso. Podría ser sexo ardiente. O pasarlo bien. O una
tranquila vida familiar, según la tradición de tu país. Lo hemos llamado de muchas maneras.
Pensamos que lo que estamos buscando son estas cosas. Sin embargo, no importa lo que podamos
pensar, estas cosas no son lo que verdaderamente queremos para nosotros. Todas son formas, formas
que pensamos que nos darán algo. No es la forma lo que verdaderamente estamos buscando, sino el
contenido, es lo que pensamos que estas cosas nos ofrecen.

¿Y qué es eso? Paz interior. Satisfacción. Una sensación de estar completos y que nada nos falta.
Una sensación de ser valioso. Un conocimiento interno de que somos buenos, amados y amorosos.
Una sensación de pertenencia, de nuestra valía. A la larga estas cosas proceden de recordar a Dios. Y
de conocer Su Amor. Estas cosas son algo que está dentro de nosotros, no fuera de nosotros.
Únicamente cuando recordemos la verdad acerca de nosotros mismos, únicamente cuando
recordemos nuestra unión con el Amor Mismo, encontraremos lo que estamos buscando. Y
descubriremos que nuestro Ser es lo que siempre hemos estado buscando.

“Recordarlo a Él es el Cielo. Esto es lo que buscamos. Y esto es lo único que nos será dado hallar”
(2:3-5). Esto es lo que buscamos. Recordar a Dios es lo único que realmente estoy buscando. Que
hoy, entonces, dedique el tiempo por la mañana y por la noche a recordarme a mí mismo este hecho:
“Padre, mi voluntad es únicamente recordarte”. Que cada hora me pare brevemente a recordárselo a
mi mente. Y cada vez que descubra que estoy pensando en “otra cosa”, que me corrija tiernamente a
mí mismo: Recordar a Dios es todo lo que yo quiero.

¿Qué es la salvación? (Parte 1)

L.pII.2.1:1-3

Para empezar, ayuda entender que el Curso no le da a la palabra “salvación” el mismo significado
que la religión tradicional. Para la mayoría de nosotros, “salvación” significa alguna forma de
impedir el desastre del que se nos “salva”. Del infierno, por ejemplo. De algún terrible castigo. De
las consecuencias de que hayamos obrado mal. La imagen que se usa a menudo en el cristianismo
tradicional es la de un hombre que se está ahogando a quien se le echa un salvavidas. El Curso niega
esta idea:

Tu Ser no necesita salvación, pero tu mente necesita aprender lo que es la salvación.


No se te salva de nada, sino que se te salva para la gloria. (T.11.IV.1:3-4)

En el Curso, la salvación es un “salvavidas”, pero no en el mismo sentido. No nos salva de la


muerte, nos conserva en la vida. Es una garantía de que la muerte nunca nos tocará: “La salvación es
la promesa que Dios te hizo de que finalmente encontrarás el camino que conduce a Él” (1:1). No
estamos en peligro de destrucción, nunca lo hemos estado, y nunca lo estaremos. La versión del
Curso de la salvación no cambia un desastre, impide que suceda el desastre.

Antes del comienzo del tiempo, Dios hizo Su promesa que “Él no puede dejar de cumplirla” (1:2).
Esa promesa garantizó que al tiempo le llegaría su fin, y con él a todos los líos que parecemos haber
hecho en el tiempo, y que no tendrían ningún efecto en absoluto. Garantizó que nunca podría ser
más que una ilusión de separación y un sueño de sufrimiento y de muerte. Prometió que el ego
nunca podría ser real, que nunca podría haber una voluntad diferente a la de Dios. Decidió el final en
el mismísimo comienzo, y lo hizo completamente seguro. Finalmente encontraremos el camino a
Dios, porque Dios prometió que así será.

LECCIÓN 232 - 20 AGOSTO

“Permanece en mi mente todo el día, Padre mío”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Cuando me despierto, Dios está en mi mente; Su Presencia está conmigo y en mi consciencia. Su


Amor, y el gozo y la paz de saber que Dios está conmigo, tienen prioridad por encima de cualquier
otra cosa. Surgen las molestias físicas y las preocupaciones acerca de organizar el día, pero nada de
esto desplaza a la paz de Dios; es mi base, mis cimientos, y lo más importante. Es una consciencia
constante, como el sonido de fondo del aire acondicionado, siempre aquí, a menudo sin notarse, pero
listo para ser notado en cualquier momento en que Le preste atención.

“Que cada minuto sea una oportunidad más de estar Contigo” (1:2). ¡Éste es mi deseo! Estar con
Dios cada minuto del día. Me recuerda al Nuevo Testamento, Juan 15: “Mora en mí, y yo en Ti”. O
la expresión de esa misma idea del Antiguo Testamento: “El Dios eterno es tu refugio, y debajo están
los brazos eternos” (Deut.33.27). Que hoy recuerde cada hora decir: “Gracias por estar conmigo hoy.
Gracias por estar siempre conmigo”.

Y al llegar la noche, que todos mis pensamientos sigan siendo acerca de Ti y de Tu


Amor. Y que duerma en la confianza de que estoy a salvo, seguro de Tu cuidado y
felizmente consciente de que soy Tu Hijo. (1:4-5)

Seguro de estar a salvo. Por lo tanto, libre de todo miedo. La mayor parte de nuestra vida está
dirigida por miedos de varias clases, el miedo dirige al ego. La paz es la ausencia de miedo. Y puesto
que el miedo es la ausencia de amor, la paz y el amor van siempre juntos. Cuando estoy amando,
estoy en paz. Cuando estoy en paz, estoy amando. Cuando estoy seguro de estar a salvo, conociendo
la Presencia de Dios conmigo en cada momento, estoy en paz y el amor fluye a través de mí.

“Así es como debería ser cada día” (2:1). Éste es el propósito de la vida en este mundo: vivir cada
día con Dios en mi mente. Despertar en Su Presencia, caminar en Su Amor radiante, y dormir bajo
Su cuidado y protección. Vivir de tal manera que Su Presencia se convierta en lo primero de todo, y
que la agitación y el ruido de este mundo queden en segundo plano.

¿Cómo es el día para alguien que ha aprendido lo que enseña el Curso? Sencillamente esto: Practicar
constantemente el final del miedo. Caminar con fe en Aquel Que es mi Padre, confiándole a Él todas
las cosas, y no desanimarme en nada porque yo soy Su Hijo (párrafo 2).

¿Qué es la salvación? (Parte 2)

L.pII.2.1:4
¿Cómo funciona la salvación? La esencia de esto se afirma en una frase sencilla: “La Palabra de
Dios se le concede a toda mente que cree tener pensamientos separados, a fin de reemplazar, esos
pensamientos de conflicto con el Pensamiento de la paz” (1:4). En el momento en que surgió en
nuestra mente el pensamiento de conflicto, la Palabra de Dios se puso en nuestra mente también.
Antes incluso de que comenzase el desastre, se dio la Respuesta.

Tú y yo, que pensamos que somos seres separados, somos esa mente que piensa que tiene
pensamientos separados. Pero en nosotros se puso la Palabra de Dios, la Verdad está debajo de todos
nuestros propios engaños. Desde dentro, el Pensamiento de Dios está trabajando en silencio,
esperando, actuando para reemplazar todos nuestros pensamientos de conflicto. Los pensamientos
de conflicto son miles, tomando miles de formas, cada una en conflicto con el universo, y la mayoría
en conflicto con las demás. El Pensamiento de la paz es uno. Es el único remedio para cada
pensamiento de conflicto, ya sea de odio, de ira, de desesperación, de frustración, de amargura, o de
muerte. El Pensamiento de Dios los cura todos ellos.

El remedio está dentro de mí, ahora. Esto es la salvación: volverse hacia adentro, al Pensamiento de
paz, y encontrarlo allí dentro de mí.

LECCIÓN 233 - 21 AGOSTO

“Hoy le doy mi vida a Dios para que Él la guíe”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Una cosa que me parece muy interesante acerca del Curso es que no es quisquilloso en su teología.
Hay lugares en el Curso que dejan muy claro que Dios ni siquiera oye las palabras de nuestras
oraciones y que, conociendo únicamente la Verdad, Él no conoce nuestros errores. Entonces,
“lógicamente” las oraciones “deberían” ser dirigidas al Espíritu Santo o a Jesús, de los que se habla
como intermediarios entre la verdad y las ilusiones, o un puente entre nosotros y Dios. Sin embargo,
aquí en la Segunda Parte del Libro de Ejercicios tenemos 140 lecciones, cada una de las cuales
contiene una oración dirigida al “Padre”.

En la lección de hoy, Le pedimos al Padre que nos guíe. Pero en otro sitio, se define ser Guía como
la función del Espíritu Santo. Así que tengo la sensación de que Jesús (el autor) no está preocupado
por la estricta exactitud teológica. Pienso que él es un buen ejemplo a seguir para nosotros. ¿Nos
pediría que orásemos al Padre si fuera una práctica espiritual sin importancia?

Si no sacáramos nada más del Curso que la práctica de darle nuestra vida a Dios para que Él nos
dirija, estaríamos rápidamente de vuelta en el Hogar. Podemos pedirle que reemplace nuestros
pensamientos con los Suyos, y que durante el día dirija todo lo que pensamos, todo lo que hacemos
y decimos. Literalmente pensar o actuar por nuestra propia cuenta es una pérdida de tiempo. Su
sabiduría es infinita, Su Amor y Su ternura están más allá de lo que podemos comprender. ¿Podemos
pedir un Guía más fiable?

El primer paso para seguir la dirección de Dios es hacernos a un lado, soltar las riendas de nuestra
vida y ponerlas voluntariamente bajo Su control. Su dirección llegará. A veces, tal vez en muy pocas
ocasiones, oiremos una Voz interior. Por experiencia personal, esto es muy raro. Otras veces,
sucederán cosas a nuestro alrededor que nos mostrarán muy claramente el camino. O una seguridad
interior surgirá sin razón aparente. Quizá como “por casualidad” nos daremos cuenta de algo que
dice alguien, o una canción en la radio, o una frase de un libro. Si estamos escuchando para oírle, Le
oiremos.

Otra solución es entregarle nuestro día a Él “sin reserva alguna” (2:2), es decir, sin quedarnos nada
para solucionar por nuestra cuenta. A veces estamos tan obsesionados con lo que pensamos que
queremos o necesitamos, que no estamos dispuestos a oír nada en contra de ello. Y si no estamos
dispuestos a oír, no oiremos. Somos como un carrito de la compra roto, que siempre tira para la
izquierda o para la derecha, no respondemos bien a la dirección. Tenemos que estar dispuestos a
renunciar a todas nuestras preferencias, a toda nuestra inversión en un resultado determinado de
antemano, y volvernos completamente dóciles, completamente abiertos a cualquier dirección que Él
quiera darnos. Como dice un viejo cántico cristiano:

Hágase Tu Voluntad, Señor,


Hágase Tu Voluntad.
Tú eres el alfarero,
Yo soy la arcilla.
Moldéame y hazme,
Según Tu Voluntad,
Mientras espero,
Cediendo y en silencio.

Eso es lo que significa hacernos a un lado. Así es como le damos nuestra vida a Dios para que Él la
guíe. Él nos guía. Nosotros Le seguimos, sin dudar.

¿Qué es la salvación? (Parte 3)

L.pII.2.2:1-3

El Pensamiento de la paz que es nuestra salvación “le fue dado al Hijo en el mismo instante en que
su mente concibió el pensamiento de la guerra” (2:1). No transcurrió ningún tiempo entre el
pensamiento de la guerra y el Pensamiento de la paz. La salvación se dio en el mismo instante en
que surgió la necesidad. El Texto nos ofrece una imagen preciosa de esto, que dice: “No se perdió ni
una sola nota del himno celestial” (T.26.V.5:4). La paz del Cielo no se vio alterada en absoluto. Y
habiéndose contestado, el problema se resolvió para todo el tiempo y por toda la eternidad, en aquel
instante de la eternidad.

Sin embargo, nuestro descubrimiento de la salvación necesita tiempo. O por lo menos así parece.
Una semejanza: Imagínate que de repente, por una razón desconocida hasta ahora, te ves con la
carga de pagar unos impuestos de hacienda de 10.000 euros, pero en ese mismo instante alguien
deposita un millón de euros en tu cuenta corriente. Podrías pasar un montón de tiempo intentando
conseguir el dinero que necesitas si no sabes que lo tienes en tu cuenta corriente, pero en realidad no
tienes que hacer nada porque el problema ya está resuelto. Entonces, todo lo que necesitas hacer es
dejar de intentar solucionar el problema y aprender que ya se ha solucionado.

Antes de que surgiese el pensamiento de la separación (o de la guerra), no había necesidad del


“Pensamiento de la paz”. La paz simplemente existía, sin opuestos. Así que podría decirse que el
problema creó su propia solución. Antes del problema, no había solución porque no había necesidad
de solución. Pero cuando surgió el problema, la solución ya estaba allí. “Una mente dividida, no
obstante, tiene necesidad de curación” (2:3). El pensamiento de separación es lo que hace necesario
el pensamiento de sanación, pero cuando se acepta la sanación, o cuando se abandona el
pensamiento de separación, ya no es necesaria la sanación. La sanación es un remedio temporal
(relacionado con el tiempo). En el Cielo no hay necesidad de sanación.
Como el Curso dice acerca del perdón, debido a que hay una ilusión de necesidad, se necesita una
ilusión de respuesta o solución. Pero esa “respuesta” es la simple aceptación de lo que siempre ha
sido verdad, y siempre lo será. La paz simplemente existe, y la salvación consiste en nuestra
aceptación de ese hecho. Tal como el Curso la ve, la salvación no es una respuesta divina activa a
una necesidad real. En lugar de ello, es una aparente respuesta a un problema que no existe en la
realidad.

Por eso el Curso le llama a nuestro camino espiritual “un viaje sin distancia” (T.8VI.9:7) y
ciertamente “una jornada que nunca comenzó” (L.225.2:5). Mientras estamos en él, el viaje parece
muy real, y a menudo muy largo. Cuando termine, sabremos que nunca abandonamos el Cielo,
nunca fuimos a ninguna parte, y siempre hemos estado donde estamos: en el Hogar en Dios. El viaje
en sí mismo es imaginario. Consiste en aprender poco a poco que la distancia que percibimos entre
nosotros y Dios no existe realmente.

LECCIÓN 234 - 22 AGOSTO

“Padre, hoy vuelvo a ser Tu Hijo”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Esta lección trata de disfrutar del Cielo por anticipado.

Hoy vislumbraremos el momento en que los sueños de pecado y de culpa hayan


desaparecido y hayamos alcanzado la santa paz de la que nunca nos habíamos
apartado. (1:1)

Eso es lo que hacemos cada día cuando nos acercamos a Dios en esos momentos de quietud y
silencio. Nos estamos ofreciendo a nosotros mismos un anticipo del Cielo. Ahora mismo, en este
mismo instante, imagínate que todos tus sueños de pecado y de culpa han desaparecido. Imagínate
que todo el miedo ha desaparecido, ¡todo el miedo! Imagínate que cada pensamiento de conflicto ha
desaparecido. Imagínate que no hay nada y que no puede haber nada que altere tu perfecto reposo.

Lo que estás imaginando es real, el verdadero estado de cómo son las cosas.

Jamás ocurrió nada que perturbase la paz de Dios el Padre ni la del Hijo. (1:4)

Los sueños de pecado y de culpa, el sueño de miedo, el sueño de conflicto, el sueño de cualquier
alteración, es sólo eso: un sueño. Nada más que un sueño. Abandónalo. Déjalo ir, sin ningún
significado ni sentido. Sólo una burbuja en la corriente.

Sólo un instante ha transcurrido entre la eternidad y lo intemporal. Y fue tan fugaz, que
no hubo interrupción alguna en la continuidad o en los pensamientos que están
eternamente unidos cual uno solo. Jamás ocurrió nada que perturbase la paz de Dios el
Padre ni la del Hijo. Hoy aceptamos la veracidad de este hecho. (1:2-5)

En estos momentos de recuerdo, estos instantes santos que dedicamos cada día, estamos anticipando
el momento en que nuestras pesadillas ya han desaparecido. No, todavía no estoy allí, tampoco tú,
no en nuestra experiencia, aunque sí en la realidad; tal como afirma la lección: nunca nos apartamos
(1:1). Nunca hubo una “interrupción en la continuidad”, y ni siquiera se perdió una nota en la
melodía del Cielo. Sin embargo, la mayor parte del tiempo todavía estamos viviendo en el sueño.
Pero podemos sentir momentos de anticipación, experiencias directas de la verdad. Eso es lo que
buscamos ahora mismo. Un momento de anticipación. Una sensación en el centro de nuestro ser,
algo que identificamos con la palabra “paz”, algo que las palabras no pueden expresar.

Éstos son momentos de práctica en los que voluntariamente nos elevamos por encima de nuestra
experiencia mundana normal. Elegimos “aceptar como totalmente verdadero” el hecho de que la paz
de Dios, el Padre y el Hijo, nunca se ha visto alterada. Sólo por un momento, ahora mismo, nos
permitimos creerlo. No nos preocupa si dentro de quince minutos no lo creemos. No nos preocupa
qué le sucederá a nuestra vida si lo creemos. No tenemos en cuenta toda la evidencia en contra que
nos han traído nuestros sentidos en el pasado. Sencillamente dejamos que todo eso desaparezca, y
sentimos profundamente el ambiente del Cielo. Esto es mi Hogar. Esto es lo que verdaderamente
quiero. Esto es la verdad. Esto es todo lo que quiero.

Si surgen en nuestra mente pensamientos de pecado, o de culpa, o de miedo, simplemente los


despedimos. “Esto no es lo que quiero sentir ahora. Ahora quiero la paz de Dios. Ahora mismo tengo
la paz de Dios”.

Jesús, nuestro Hermano Mayor, se une a nosotros y nos dirige en la oración, orando con nosotros:

Te agradecemos, Padre, que no podamos perder el recuerdo de Ti ni el de Tu Amor.


Reconocemos nuestra seguridad y Te damos las gracias por todos los dones que nos
has concedido, por toda la amorosa ayuda que nos has prestado, por Tu inagotable
paciencia y por habernos dado Tu Palabra de que hemos sido salvados. (2:1-2)

¿Qué es la salvación? (Parte 4)

L.pII.2.2:4-5

Para nuestra mente, la separación es real. “La separación es un sistema de pensamiento que si bien es
bastante real en el tiempo, en la eternidad no lo es en absoluto” (T.3.VII.3:2). “La mente puede hacer
que la creencia en la separación sea muy real” (T.3.VII.5:1). La mente se siente a sí misma dividida,
separada de Dios, y con un trozo de mente separada de los otros trozos. Ésta es nuestra experiencia
en el tiempo, y es “bastante real” en el tiempo, aunque no es real en la eternidad. En realidad, la
mente no está dividida realmente, sencillamente no reconoce su unidad (2:4). Pero dentro de esa
mente única, la experiencia de la separación parece real.

Piensa en cualquier sueño nocturno que hayas tenido en el que te hayas relacionado con otras
personas. Tú eres tú mismo en el sueño, y los otros son otros personajes. Quizá alguien te está
haciendo el amor. Quizá tú estás discutiendo con alguien, o te está persiguiendo un monstruo. Dentro
del sueño, cada personaje es distinto y separado. Las otras personas en el sueño pueden decir o hacer
cosas que te sorprenden o que no entiendes. Y sin embargo, de hecho, ¡cada uno de esos “otros
personajes” sólo existe en tu propia mente y en tu propio sueño! Tu mente los está inventando. En el
sueño hay separación entre los personajes. En realidad sólo hay una mente, y diferentes aspectos de
esa mente se están relacionando unos con otros como si fueran seres diferentes.

Según el Curso, esto es exactamente lo que está sucediendo en todo este mundo. Es una sola mente,
experimentando diferentes aspectos de sí misma como si fueran seres separados. Dentro de ese
sueño la separación entre los diferentes personajes parece ser clara y distinta, insalvable. Y sin
embargo, la mente sigue siendo una. La única mente no se reconoce no se conoce a sí misma, “al no
conocerse a sí misma, pensó que había perdido su Identidad” (2:5). Pero, de hecho, la Identidad no
se perdió, únicamente en el sueño.
Y así, dentro de cada trozo de la mente que no reconoce su unidad, Dios puso el Pensamiento de la
paz, “el Pensamiento que tiene el poder de subsanar la división” (2:4). Esta “parte de cada
fragmento” (2:4) recuerda la Identidad de la mente. Es una parte que es compartida por cada
fragmento. Como un hilo dorado que recorre una pieza de tela, nos une a todos juntos, y lleva
constantemente a los fragmentos aparentemente separados hacia su verdadera unidad. Este
Pensamiento dentro de nosotros sabe que “Jamás ocurrió nada que perturbase la paz de Dios el
Padre ni la del Hijo” (L.234.1:4).

Este Pensamiento, que Dios puso dentro de nosotros, es lo que buscamos cuando nos aquietamos en
el instante santo. Al acallar todos los pensamientos separados, escuchamos Su Voz dentro de
nosotros, hablándonos de nuestra unidad, nuestra compleción y plenitud, nuestra paz eterna. Este
Pensamiento tiene el poder de sanar la separación, de deshacer la aparente realidad de nuestra ilusión
de separación, y de devolverle a la Filiación la consciencia de su unidad. “La salvación reinstaura en
tu conciencia la integridad de todos los fragmentos que percibes como desprendidos y separados”
(M.19.4:2).

LECCIÓN 235 - 23 AGOSTO

“Dios, en Su misericordia, dispone que yo me salve”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Si miramos a nuestros propios pensamientos honestamente, podremos ver las muchas maneras en
que creemos lo contrario de la lección de hoy. Pensamos: “Dios, en su enfado, dispone que yo sea
castigado”. En algún lugar dentro de cada uno de nosotros hay una voz negativa que nos dice que
merecemos el sufrimiento que tenemos, o que la felicidad que tenemos puede desaparecer porque no
nos la merecemos.

A aquellos que tienen una lista de todas sus quejas acerca del mundo y del modo en que los trata
injustamente, el Curso tiene un consejo definitivo: “¡Abandona esos pensamientos tan necios!”
(M.15.3:1). Tengo el poder de deshacer todas esas cosas. Todo lo que tengo que hacer es asegurarme
a mí mismo: “La Voluntad de Dios es que yo me salve de esto” (1:1). Dios no quiere mi sufrimiento,
ni mi tristeza, ni mi soledad. Cambiando la manera en que pienso de todo esto, puedo cambiar al
mundo.

Pensamos que es el mundo el que nos causa nuestro sufrimiento y tristeza, el Curso nos enseña justo
lo contrario. Nuestra creencia en el Dios de la ira es lo que nos trae el sufrimiento, nuestra creencia
en Su misericordia y Su Amor puede transformar nuestra vida. Lo que necesita cambiar no es el
mundo externo, sino lo que hay dentro de mi mente. Que hoy recuerde, Padre, que “me he salvado y
que me encuentro para siempre a salvo en Tus Brazos” (L.235.1:3). Que el pensamiento de que Tú
quieres mi felicidad llene hoy mi mente. Si Tú eres Amor, si Tú me amas, ¿qué más puedo querer?

¿Qué es la salvación? (Parte 5)

L.pII.2.3:1-3
La salvación es un des-hacer en el sentido de que no hace nada, al no apoyar el mundo
de sueños y de malicia. De esta manera, las ilusiones desaparecen. (3:1-2)

Tomar parte en la salvación no es añadir una nueva actividad, sino abandonar nuestra antigua
tragedia de sueños de maldad. Salvarse es dejar de apoyar nuestras ilusiones, dejar de añadirle leña
al fuego de la ira, del ataque y de la culpa, que ha arrasado nuestra mente durante miles de años. La
salvación no consiste en hacer, sino en no hacer. Es poner fin a nuestra resistencia para que el amor
fluya sin obstáculos, tanto el Amor de Dios a nosotros como el nuestro a Dios y a nuestros
hermanos. La salvación significa que dejamos de inventarnos excusas para no amar. Significa que
dejamos de inventar razones de que no nos lo merecemos.

“El ego no tiene realmente ningún poder para distraerte a menos que tú se lo confieras” (T.8.I.2:1).
El único poder que el ego tiene es el que nosotros le damos y utiliza nuestro propio poder contra
nosotros. Todas las ilusiones del ego están alimentadas por nuestra inversión en ellas (por creer en
ellas). Cuando le retiramos ese poder y dejamos de apoyar las ilusiones del ego, “deja que sim-
plemente se conviertan en polvo” (3:3). ¿Cómo se deshace el ego? Por nuestra decisión de ya no
apoyarlo nunca más.

El secreto de la salvación no es sino éste: que eres tú el que se está haciendo todo esto a
sí mismo. (T.27.VIII.10:1)
LECCIÓN 236 - 24 AGOSTO

“Gobierno mi mente, la cual sólo yo debo gobernar”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Si “el secreto de la salvación” es que “soy yo el que se está haciendo todo esto a sí mismo”
(T.27.VIII.10:1), la “salvación” o la buena noticia es que no hay fuerzas enemigas externas que
tengan poder sobre mí. Es sólo mi propia mente la que lo está fastidiando todo. Y si eso es cierto,
hay esperanza. Porque ¡nadie está gobernando mi mente por mí! Por lo tanto, puedo cambiarlo
completamente. Mi mente es mi reino, y yo soy el rey de mi reino. Yo lo gobierno, nadie ni nada
más lo hace.

Sí, es cierto que: “a veces no parece que yo sea su rey en absoluto” (1:2). ¡A veces! Para la mayoría
de nosotros parece la mayor parte del tiempo. Mi “reino” parece gobernarme a mí, y no a la inversa,
diciéndome: “cómo debo pensar y actuar y lo que debo sentir” (1:3). Un Curso de Milagros es un
curso para reyes, nos entrena en cómo gobernar nuestra mente. Hemos dejado que el reino esté sin
control, en lugar de gobernarlo. Hemos inventado el problema, proyectado la imagen del problema,
y luego hemos culpado a la imagen de ser el problema. Como dice el Texto, hemos invertido causa y
efecto. Nosotros somos la causa, inventamos el efecto, y ahora pensamos que el efecto es nuestra
causa (T.28.II.8:8). Por eso necesitamos un curso en “entrenamiento mental” que nos enseñe que
somos nosotros los que gobernamos nuestra mente.

La mente es un instrumento, que se nos ha dado para que nos sirva (1:4-5). No hace nada, excepto lo
que queremos que haga. El problema es que no hemos observado lo que le hemos pedido a la mente
que haga. Hemos pedido la separación, hemos pedido la culpa; y puesto que nos consideramos
culpables hemos pedido la muerte, y la mente ha dado lo que se pide. Nos hemos dedicado a la
locura salvaje del ego, y el resultado es el mundo en el que vivimos. Por eso necesitamos verlo, dejar
de hacerlo, y poner la mente al servicio del Espíritu Santo, en lugar de al servicio ego.
Eso me plantea una pregunta. Si se supone que yo debo gobernar mi mente, ¿cómo el modo de
gobernarla es entregándosela al Espíritu Santo? Aquí se dice que poner la mente al servicio del
Espíritu Santo es el modo en que “soy yo quien dirige mi mente” (1:6-7). La respuesta es muy
sencilla. Sólo hay dos elecciones: el ego o el Espíritu Santo, el miedo o el amor, la separación o la
unión. El Espíritu Santo no es un poder extraño que me gobierna, Él es la Voz de mi propio Ser así
como la Voz de Dios. Él es la Voz tanto del Padre como del Hijo porque Padre e Hijo son uno, con
una sola Voluntad. La petición de que gobierne mi mente no es una petición a una independencia de
confiar sólo en nosotros mismos, el rey “todo por mi propia cuenta”. Ésa es la interpretación del ego
acerca de gobernar mi mente. La petición de que gobierne mi mente es una petición de total
dependencia, de total confianza en el Ser, confianza en el Ser que todos compartimos.

Tengo la elección entre la ilusión de independencia en la que mi mente está realmente aprisionada
por sus efectos y la libertad total en la que mi mente se dedica a su propósito divino al que está
destinada, sirviendo a la Voluntad de Dios. ¿Quién puede negar que nuestra experiencia de ser una
mente independiente es realmente una experiencia de esclavitud, en la que nuestro “reino” nos dice
cómo debo pensar y actuar y lo que debo sentir? Que hoy nos demos cuenta de que hay otra
elección, y que gustosamente ofrezcamos nuestra mente a Dios. Que entremos de todo corazón en el
proceso de entrenar nuestra mente para pensar con Dios.

¿Qué es la salvación? (Parte 6)

L.pII.2.3:4

Cuando dejamos de apoyar las ilusiones de la mente, y se convierten en polvo, ¿qué queda? “Lo que
ocultaban queda ahora revelado” (3:4). Cuando las ilusiones desaparecen, lo que queda es la verdad.
Y la verdad es una realidad maravillosa dentro de nosotros. En lugar de la maldad y la mezquindad
que tememos encontrar dentro de nosotros, encontramos “un altar al santo Nombre de Dios donde
Su Palabra está escrita” (3:4). La verdad que está detrás de todas las máscaras y de todos los errores
y de los astutos engaños del ego: en mi propio corazón hay un altar a Dios, un lugar sagrado, una
santidad eterna y ancestral.

Hay tesoros depositados ante el altar. ¡Son tesoros que yo he depositado allí! Son los regalos de mi
perdón. Y sólo hay una pequeña distancia, sólo un instante, desde este lugar al recuerdo de Dios
Mismo (3:4).

El descubrimiento del santo altar a Dios dentro de mi mente es el resultado de no hacer nada, de
dejar de seguir apoyando a las ilusiones del ego, de negarnos a dedicarle por más tiempo nuestra
mente al ego y a sus propósitos. El descubrimiento de lo que es verdad acerca de mí, y el recuerdo
de Dios que viene a continuación, proceden de mi disposición a poner en duda las ilusiones y a
abandonarlas. No necesito construir el altar o acondicionarlo, ya está ahí, detrás de las brumas de
engaño a mí mismo. El camino a la verdad es por medio de darnos cuenta de las mentiras que la
ocultan. Muy dentro de mí, la unión con Dios continúa sin interrupciones, esperando únicamente a
que me aparte de las mentiras que afirman lo contrario. Puedo regresar a ese altar ahora. Puedo
apartar las cortinas que lo ocultan, entrar en la Presencia de Dios y encontrar a mi Ser esperándome
ahí.

LECCIÓN 237 - 25 AGOSTO

“Ahora quiero ser tal como Dios me creó”

Instrucciones para la práctica


Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Estas lecciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios parecen todas intentar que nos demos
cuenta de Quién o Qué somos realmente. Como dice la Introducción:

El libro de ejercicios está dividido en dos secciones principales. La primera está


dedicada a anular la manera en que ahora ves, y la segunda, a adquirir una percepción
verdadera. (L.In.3:1)

Así que la importancia de toda esta parte del Libro de Ejercicios, las últimas 145 lecciones, está
dedicada a la verdadera percepción. Se da por sentado que por fin el lector se ha dado cuenta del
sistema de pensamiento en su vida, aunque no da por sentado que se ha deshecho el ego
completamente. Si ése fuera el caso, no se necesitarían más lecciones.

Lo que estamos haciendo en estas últimas lecciones es poner en práctica el lado positivo del Curso, e
intentar aplicarlo. “Ahora quiero ser tal como Dios me creó”. El propósito no es sólo entender la
idea y guardarla en la carpeta: “Hechos: la naturaleza humana, la verdad”, sino ser el Hijo de Dios,
haciéndome consciente de esta verdad a lo largo del día, y viviendo de acuerdo con ella.

“Me alzaré glorioso” (1:2). Cada día puedo empezarlo en gloria. Brillando, extendiendo luz hacia
fuera. Según el diccionario, gloria significa “belleza y esplendor majestuosos y resplandecientes”.
No es una palabra que asociemos con nosotros fácilmente. Hoy puedo hacer un esfuerzo consciente
para darme cuenta de esta gloria. Soy un ser resplandeciente. La luz del amor se extiende desde mí
hacia fuera para bendecir al mundo. Me sentaré un instante en silencio, imaginándomelo, dándome
cuenta de mi resplandor.

Según voy pasando el día:

… dejaré que la luz que mora en mí irradie sobre el mundo durante todo el día. Le
traigo al mundo las buenas nuevas de la salvación que oigo cuando Dios mi Padre me
habla. (1:2-3)

Esto está relacionado con ser, no con hacer. Está relacionado con irradiar, no con hablar. Enseñamos
paz siendo pacíficos, no hablando de ello. Si estoy alegre, relajado, amoroso y acepto a aquellos que
están a mi alrededor, mi actitud hablará más alto y más claro que mis palabras.

Así que, en este día, mientras trabajo y me relaciono con amigos, estaré radiante. Soy tal como Dios
me creó, por eso yo soy radiante, no tengo que hacer nada para ser resplandeciente. Todo lo que
necesito es darme cuenta de que mis pensamientos harían borrar ese resplandor, y elegir lo contrario.

En cierto sentido esto sustituye a la lección anterior en la que Le preguntaba al Espíritu Santo dónde
ir, qué hacer y qué decir. Ahora la importancia está en lo que soy. Realmente no importa mucho a
dónde vaya, lo que haga o lo que diga, siempre que yo actúe como el ser que Dios creó, en lugar de
mi ser separado e independiente.

Vengo a ver “el mundo que Cristo quiere que yo vea” (1:4), y lo veo como “la llamada que mi Padre
me hace” (1:4). Visto a través de los ojos de Cristo, el mundo puede ser una llamada constante a ser
lo que soy, a brillar, a extender Su Amor, a ser Su Respuesta al mundo.

¿Qué es la salvación? (Parte 7)


L.pII.2.4:1

Si el altar a Dios está dentro de mí, pero permanece en gran parte oculto de mi consciencia, lo que
tengo que hacer es acudir “diariamente a este santo lugar” (4:1). Ésta es la práctica del instante santo
que recomienda el Texto (T.15.II.5,6; T.15.IV), apartarnos voluntariamente de nuestras actividades
rutinarias para llevar nuestra mente a este santo lugar, con Jesús a nuestro lado (“Acudamos
diariamente a este santo lugar y pasemos un rato juntos” (4:1)). Me parece que Jesús aquí nos está
pidiendo que todos los días pasemos un rato con él en la Presencia de Dios, si estás abierto a ello. Si
de algún modo no te sientes cómodo con la figura de Jesús, imagínate un guía espiritual desconocido
y que representa a tu Ser más noble. Con él o ella entras en este templo, te mantienes ante el altar y
pasas allí un rato en unión con Dios.

Tenemos que formar el hábito de traer nuestra mente al instante santo, recordándonos a nosotros
mismos la presencia de Jesús (o del Espíritu Santo), recordando este altar a Dios dentro de nosotros,
con Su Palabra escrita sobre él (3:4). Pienso que esa Palabra es la Palabra de la salvación, la promesa
que Él nos hizo de que encontraríamos el camino a Él (1:1). Es el Pensamiento de la Paz, que
sustituirá a todos nuestros pensamientos de conflicto. Este lugar de encuentro es donde sentimos que
no se ha roto la comunicación entre nosotros y Dios. Aquí es donde nos sumergimos en la corriente
de Amor que fluye constantemente entre el Padre y el Hijo.

El Capítulo 14, Sección VIII del Texto describe este santo lugar de encuentro, y dice:

Todo ello se encuentra a salvo dentro de ti, allí donde refulge el Espíritu Santo. Y Él no
refulge donde hay división, sino en el lugar de encuentro donde Dios, unido a Su Hijo
le habla a Su Hijo a través de Él. La comunicación entre lo que no puede ser divido no
puede cesar. En ti y en el Espíritu Santo reside el santo lugar de encuentro del Padre y
del Hijo, Quienes jamás han estado separados. Ahí no es posible ninguna clase de
interferencia en la comunicación que Dios Mismo ha dispuesto tener con Su Hijo. El
amor fluye constantemente entre Padre e Hijo sin interrupciones ni hiatos tal como
Ambos disponen que sea. Y por lo tanto, así es. (T.14.VIII.2:10-16)

Y así es. Esto es lo que quiero conocer y sentir cada día, al venir a este lugar. Aquí traigo mi culpa y
mi miedo y los deposito, aceptando la Expiación para mí mismo. Aquí mi mente renueva su contacto
con su Fuente. Aquí vuelvo a descubrir la unión sin fin que es mía, mi herencia como Hijo de Dios.
Aquí desaparecen mis pesadillas, y respiro el aire fragante del Cielo y del Hogar.

LECCIÓN 238 - 26 AGOSTO

“La salvación depende de mi decisión”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

En la Lección 236 vi que sólo yo gobierno mi mente. Dios me creó libre para elegir escuchar Su
Voz, o no escucharla. Así pues, la salvación depende de mi decisión. El mensaje de la lección de hoy
es ése, y si esto es verdad, Dios tiene que tener toda Su confianza en mí. A la humanidad se la
describe normalmente como débil, llena de dudas, o completamente rebelde. Pecadores y no dignos
de confianza en absoluto. Pero si Dios puso en mis manos la salvación de Su Hijo y dejó que
dependiera de mi decisión (1:3), esa oscura imagen no puede ser la verdad. Si yo no fuera de fiar, si
la humanidad fuera tan poco de fiable, Dios nunca habría puesto tan enorme confianza en nosotros.
Por lo tanto, “debo ser digno” (1:1). ¡Cuán grande debe ser Tu amor por mí! Y mi santidad debe ser
asimismo inexpugnable para que hayas puesto a Tu Hijo en mis manos con la certeza de que Aquel
que es parte de Ti y también de mí, puesto que es mi Ser, está a salvo (1:4-5). En resumen: Si Dios
confía en mí, yo debo merecerme esa confianza.

No es únicamente mi salvación la que depende de mi decisión: “toda la salvación” depende de ella,


porque la Filiación es una. Si una parte permanece separada y sola, la Filiación está incompleta. Sin
embargo, Dios ha “puesto a Su Hijo en mis manos con la certeza de que está a salvo” (1:5). Si Dios
está seguro de que el Hijo está seguro en mis manos, Él debe saber algo acerca de mí que yo he
olvidado. Él me conoce tal como soy (1:2), y no como yo he llegado a creer que soy. La confianza
que Él muestra es sorprendente, porque el Hijo no sólo es Su creación sino que además “es parte de”
Él (1:5). Dios me ha confiado parte de Su mismo Ser a mi cuidado con la confianza de que mi
decisión será: elegir unirme a Su Amor y a Su Voluntad libremente y por mi propia voluntad. Él sabe
que al final eso será lo que elegiré y que no puedo elegir otra cosa, pues Él me creó como una
extensión de Su propio Amor.

Que hoy elija a menudo pensar en cuánto me ama Dios, cuánto ama a Su Hijo, y como el Amor de
Dios a Su Hijo está demostrado al confiar toda la salvación a mi decisión. Que descanse seguro de
que el resultado es tan seguro como Dios. Que confíe en la confianza de Dios en mí.

¿Qué es la salvación? (Parte 8)

L.pII.2.4:2-5

Cuando acudimos diariamente a este santo lugar, echamos una pequeña ojeada al mundo real,
“nuestro sueño final” (4:2). En el instante santo vemos con la visión de Cristo, en la que no hay
sufrimiento. Se nos permite tener “un atisbo de toda la gloria que Dios nos ha dado” (4:3). El
propósito del Curso es que vengamos al lugar donde obtenemos esta visión y la llevamos con
nosotros siempre, el lugar donde nuestra mente cambia de tal manera que vemos sólo el mundo real,
y vivimos la vida como un instante santo continuo y eterno. Ese momento puede parecer muy lejos
de mí, pero está mucho más cerca de lo que creo, y en el instante santo lo siento como ahora. Venir
repetidamente al instante santo, sumergir nuestra mente en la visión del mundo real, es la manera en
que este mundo se convierte en la única realidad para nosotros, el sueño final antes de despertar.

En este sueño feliz, “La tierra nace de nuevo desde una nueva perspectiva” (4:5). Las imágenes de
brotar la hierba, los árboles florecer y los pájaros hacer sus nidos en su ramaje, nos hablan de la
primavera, del renacer después de un largo invierno. Las imágenes representan la nueva visión del
mundo, en el que nuestra oscuridad espiritual ha desaparecido, y todas las cosas vivas están unidas
en la luz de Dios. Ahora pasamos de largo las ilusiones, más allá de ellas con paso más firme y más
seguro, una visión de eterna santidad y de paz. Vemos y respondemos a “la necesidad de cada
corazón, al llamamiento de cada mente, a la esperanza que se encuentra más allá de toda desespe-
ración, al amor que el ataque quisiera ocultar y a la hermandad que el odio ha intentado quebrantar,
pero que aún sigue siendo tal como Dios la creó” (L.185.14:1).

Aquí, en la visión del mundo real, oímos “la llamada cuyo eco resuena más allá de cada aparente
invocación a la muerte, la llamada cuyo canto se oye tras cada ataque asesino, suplicando que el
amor restaure el mundo moribundo” (T.31.I.10:3). Vemos que el único propósito del mundo es el
perdón. “¡Qué bello es el mundo cuyo propósito es perdonar al Hijo de Dios!” (T.29.VI.6:1).

¡Qué bello es caminar, limpio, redimido y feliz, por un mundo que tanta necesidad
tiene de la redención que tu inocencia vierte sobre él! (T.23.In.6:5)
LECCIÓN 239 - 27 AGOSTO

“Mía es la gloria de mi Padre”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

No permitamos hoy que la verdad acerca de nosotros se oculte tras una falsa humildad
(1:1).

Una cosa de la que ahora me doy cuenta al hacer el Libro de Ejercicios es que cuando usa las
palabras “nosotros” y “nosotros mismos”, no se refiere sólo a nosotros como estudiantes del Curso.
La palabra “nosotros” incluye a Jesús”. Después de todo, es Jesús quien está hablando a lo largo de
todo el libro. Este “nosotros” no es en sentido general. Jesús se está identificando a sí mismo con
nosotros, y a nosotros con él.

La “verdad acerca de nosotros” es la verdad acerca de ti, de mí y de Jesús. Al darme cuenta de esto,
tengo una sensación de su unión conmigo que nunca antes había tenido. Y veo en todo ello un
propósito, centrar toda la atención en la igualdad de él, de mí, y de todos mis hermanos.

Cuando veo señales de pecado y culpa “en aquellos con quienes Él comparte Su gloria” (1:3), los
estoy viendo en mí mismo. ¡Eso es falsa humildad! Cuando veo a mi hermano como culpable o
pecador es porque yo me estoy considerando a mí mismo de la misma manera., y de ese modo estoy
ocultando la verdad acerca de mí. La culpa puede tomar aparentemente una forma santa: “Todos
somos sólo unos pobres estudiantes del Curso, débiles y frágiles, que fallamos continuamente” Y esa
culpa, esa falsa humildad, oscurece tu gloria y la mía.

Es cierto que todos somos estudiantes, que todos estamos en los peldaños más bajos de la escalera y
comenzando a darnos cuenta de todo lo que verdaderamente somos. Es una espiritualidad falsa fingir
lo que todavía no estamos sintiendo. Pero es falsa humildad dar importancia continuamente a nuestra
debilidad al juzgarnos o concentrarnos en nuestros fallos. Todos tenemos ego, pero también todos
compartimos la misma gloriosa Filiación. Necesitamos dedicar tiempo, de vez en cuando, dando
gracias por “la luz que refulge por siempre en nosotros… Somos uno, unidos en esa luz y uno
Contigo, en paz con toda la creación y con nosotros mismos” (2:1,3).

Aquello que pienso de mis hermanos es lo que pienso de mí. La manera en que veo a mis hermanos
es la manera en que me veo a mí mismo.

Parece que es la percepción la que te enseña lo que ves. Sin embargo, lo único que hace
es dar testimonio de lo que tú enseñaste. Es el cuadro externo de un deseo: la imagen
de lo que tú querías que fuese verdad. (T.24.VII.8:8-10)

¿De qué otra manera podrías poner de manifiesto al Cristo en ti, sino contemplando la santidad y
viéndolo a Él en ella? (T.25.I.2:1). En otras palabras, tú manifiestas al Cristo en ti al contemplar a tus
hermanos y ver al Cristo en ellos.
La percepción te dice que tú te pones de manifiesto en lo que ves (T.25.I.2:2).

La percepción es la elección de lo que quieres ser, del mundo en el que quieres vivir y
del estado en el que crees que tu mente se encontrará contenta y satisfecha… Te revela
lo que eres tal como tú quieres ser. (T.25.I.3:1,3)
Si no oculto la verdad de mi propia gloria, no puedo ocultar la de mi hermano. “Lo que es lo mismo
no puede tener una función diferente” (T.23.IV.3:4). Si niego la verdad en mi hermano, me la estoy
negando a mí mismo. La estoy negando en él porque la estoy negando en mí mismo. Cuando
mentalmente me separo de alguien, y le rebajo al juzgarle, estoy viendo únicamente lo que mi mente
me está haciendo a mí mismo. Estoy ocultando mi propia gloria, y por lo tanto juzgando a otro,
proyectando fuera la culpa. Mi juicio sobre otro puede convertirse en un espejo que me muestra que
me he olvidado de lo que verdaderamente soy. Me puede hacer recordar, y elegir de nuevo, recordar
mi Ser como Hijo de Dios, “en paz con toda la creación y conmigo mismo” (2:3).

¿Qué es la salvación? (Parte 9)

L.pII.2.5:1-2

Desde el mundo nos volvemos al santo lugar dentro, entramos en el instante santo, donde nuestras
ilusiones desaparecen porque ya no las apoyamos, y empezamos a ver con la visión de Cristo,
viendo el mundo real. Y luego regresamos al mundo. “Desde ahí le extendemos la salvación al
mundo, pues ahí fue donde la recibimos” (5:1). Esto se repite una y otra vez tanto en el Libo de
Ejercicios como en el Texto: alejarnos del mundo de los sueños, entrar en el instante santo, y
regresar para darle la salvación al mundo. El Curso no pretende que nos aislemos del mundo, sino
que lo salvemos. No nos pide que nos retiremos a una vida contemplativa en un monasterio, sino que
nos pide que entremos dentro de ese estado mental que encontramos en la meditación y que
ofrezcamos al mundo lo que hemos encontrado.

“El himno que llenos de júbilo entonamos le proclama al mundo que la libertad ha retornado” (5:2).
Nuestra sanación interna expresa su alegría en una “canción de alegría”, y esa canción se convierte
en lo que llama al mundo a regresar a su libertad. Nada hay tan sanador como una persona cuya cara
está radiante de alegría. No se pretende que regresemos al mundo a predicarle una nueva religión
(L.37.3:1,2), sino que lo cambiemos con nuestra alegría. Representamos un nuevo estado mental.
Como dice el Manual: “Representamos la Alternativa” (M.5.III.2:6). Salvamos al mundo al
salvarnos nosotros.

LECCIÓN 240 - 28 AGOSTO

“El miedo, de la clase que sea, no está justificado”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

“El miedo es un engaño” (1:1). Cuando tenemos miedo, hemos sido engañados por alguna mentira,
porque, puesto que somos el Hijo de Dios y parte del Amor Mismo (1:7-8), nada puede hacernos
daño o causarnos pérdida de ningún tipo. Por lo tanto, cuando aparece el miedo, nos hemos visto a
nosotros mismos como nunca podríamos ser (1:2). La realidad de lo que somos no está nunca en
peligro: “Nada real puede ser amenazado” (T.In.2:2). Es imposible que nada del mundo pueda
amenazarnos, “Ni una sola cosa en ese mundo es verdad” (1:3). “Nada irreal existe” (T.In.2:3).

Todas las amenazas del mundo, sean cuales sean las formas en que se manifiesten, sólo dan fe de
nuestras ilusiones acerca de nosotros mismos (1:4-5). Nos vemos a nosotros mismos como
indefensos, como un cuerpo, como un ego, como una forma de vida física que puede apagarse en un
instante. Eso no es lo que somos; y cuando tenemos miedo, eso es lo que estamos pensando que
somos. Para que podamos pensar que somos algo distinto -el eterno Hijo de Dios, por siempre
seguros en el Amor de Dios, más allá del alcance de la muerte- tenemos que estar dispuestos a
aprender que todo lo del mundo no es real. Finalmente tenemos que ver que el intento de aferrarnos
a la realidad de este mundo es aferrarnos a la muerte.

Si insistimos en hacer este mundo real, la afirmación de hoy: “El miedo, de la clase que sea, no está
justificado” nunca nos parecerá verdad. En este mundo todo puede ser atacado, todo puede cambiar,
y finalmente desaparecer. Si intentamos aferrarnos a ello, no se puede evitar el miedo porque el final
de aquello a lo que nos aferramos es seguro. El único modo de liberarnos verdaderamente del miedo
es dejar de darle valor a todo y valorar sólo lo eterno.

Esto no significa que no podamos disfrutar de las cosas que son pasajeras, que no podamos por
ejemplo pararnos a apreciar la belleza de una puesta de sol que sólo dura unos minutos. Pero
entendemos que no es la puesta de sol lo que valoramos, sino la belleza que refleja por un momento.
No es el contacto con un cuerpo lo que valoramos, un cuerpo que se marchita y se acaba, sino el
amor eterno que alcanza y refleja durante un momento. No la forma, sino el contenido. No el
símbolo, sino su significado. No los sobretonos, ni los armónicos, ni los ecos, sino la eterna canción
del Amor (Canc.1I.3:4).

Que hoy repita: “El miedo, de la clase que sea, no está justificado”. Y cuando surja el miedo, que
recuerde que no hay nada que temer (2:1). Que recuerde que no hay ninguna razón para el miedo.
Que mis miedos me recuerden la verdad de que lo que yo valoro nunca muere.

¿Qué es la salvación? (Parte 10)

L.pII.2.5:2

La salvación no es un mundo material perfecto, sino un estado mental en el que “la eternidad haya
disuelto al mundo con su luz y el Cielo sea lo único que exista” (5:2). Cuando entramos en el
instante santo con mayor frecuencia, y la visión del “mundo real” que trae, estamos literalmente
acelerando el final del tiempo. Las palabras “mundo real” es una contradicción, son dos palabras que
se contradicen la una a la otra, pues el mundo no es real. (Ver T.26.III.3:1-3). El mundo real es la
meta que el Curso quiere para nosotros y, sin embargo, cuando se alcanza completamente, apenas
tendremos tiempo de apreciarlo antes de que Dios dé Su Último Paso, y la ilusión del mundo
desaparezca en la realidad del Cielo (T.17.II.4:4). La pesadilla se transforma poco a poco en un
sueño feliz, y cuando todas las pesadillas hayan desaparecido, no habrá ya necesidad de soñar,
despertaremos.

La salvación es el proceso de transformar la pesadilla en un sueño feliz, el proceso de deshacer las


ilusiones, el proceso de eliminar los obstáculos que hemos levantado en contra del amor, en
resumen, el proceso del perdón. La experiencia en la que ahora estamos es nuestra aula de
aprendizaje. La razón por la que estamos aquí es para aprender la verdad o, más bien, para
desaprender los errores. El Curso nos pide que nos alegremos de aprender, y que tengamos
paciencia. “No temas que se te vaya a elevar y a arrojar abruptamente a la realidad” (T.16.VI.8:1-2).
Nos aterrorizaría, como un niño de guardería al que de repente le hacen presidente, o un alumno de
primer curso de piano al que obligan a dar un concierto de piano en un lugar de mucho prestigio.
Cada uno de nosotros está exactamente donde le corresponde, aprendiendo justamente lo que
necesita aprender. Entremos, pues, de todo corazón y llenos de gozo en el proceso, practicando
nuestros instantes santos, recibiendo nuestros pequeños destellos del mundo real, cada uno
asegurándonos de la realidad de nuestra meta y de la seguridad de su logro.
LECCIÓN 241 - 29 AGOSTO

“En este instante santo llega la salvación”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Cuando la lección dice que hoy “es un día de una celebración especial” (1:2), sospecho que usa la
palabra “especial” del mismo modo en que la usa en otro lugar del Texto, en el que Jesús dice:
“Todos mis hermanos son especiales” (T.1.V.3:6). Hoy es un día especial porque, en el instante
santo, la salvación ya ha llegado. Y sin embargo, “Puedes reclamar el instante santo en cualquier
momento y lugar en que lo desees” (T.15.IV.4:4). ¡Siempre que pidas el instante santo, es una
celebración especial! ¡Un día de gozo!

Esto es como decirle a un niño que puede celebrar la Navidad el día que quiera. Y ciertamente el
Curso nos dice exactamente eso, en la sección titulada “La Hora de Renacer”, escrito en Navidad.
Nos dice que esta Navidad es la hora de Cristo, y que la hora de Cristo es el instante santo
(T.15.X.2:1), y luego nos dice: “en tus manos está hacer que la hora de Cristo tenga lugar ahora”
(T.15.X.4:1).

Y entonces, ¿por qué no hoy? ¿Por qué no todos los días? ¿Por qué no ahora? Cualquier instante que
yo quiera puedo convertirlo en un instante en el que “todos los pesares se dejan atrás y el dolor
desaparece” (1:4). La práctica del instante santo me ofrece esto. En cualquier instante, dentro de mi
mente puedo abrir una ventana al mundo real, y respirar su agradable aire. Puedo sentir un mundo
unido, unido por medio de mi perdón.

Todavía no siento la felicidad absoluta en el momento en que cierro los ojos y digo: “En este instante
santo llega la salvación”. Siempre está aquí la realidad que he experimentado de vez en cuando, de
eso estoy seguro. Sin embargo, es muy desigual mi experiencia de ello (¡muy irregular!). Pero una
vez que la has sentido, y en ese instante has sabido que lo que estás sintiendo es eterno, ya nunca
podrás dudar de su eterna presencia. Todavía hay muchos obstáculos que impiden que yo sea
consciente de ello. Todavía me estoy aferrando a algunos de esos obstáculos. La mayor parte del
tiempo, mis resentimientos me ocultan la Luz del mundo. Pero está ahí. Mi perdón me la puede
mostrar (1:7, 2:1).

Cada vez que me detengo para recordar, cada vez que intento pedir un instante santo, cae un
obstáculo, se añade a mi depósito otra gota de mi buena disposición. ¿De qué mejor manera puedo
emplear mi tiempo? Como dijo la Lección 127: “No hay mejor manera de emplear el tiempo que
ésa” (ver párrafos 7 y 8).

Una nota más: date cuenta de que en 1:8, Jesús nos dice que le perdonemos a él. Hoy voy a
examinarme para ver si todavía guardo algo en su contra, algún tipo de desconfianza hacia él, algún
temor a él, algo por lo que le culpo o por lo que estoy resentido contra él. Aunque le respete como mi
maestro, es muy fácil tener resentimientos contra tus maestros.

¿Qué es el mundo? (Parte 1)

L.pII.3.1:1-4
La primera frase contesta la pregunta ¿qué es el mundo?: “El mundo es una percepción falsa” (1:1).
El resto de la página es la explicación de esta corta frase. Algunos de nosotros, al leer por primera
vez el Curso, pensamos que quizá el Curso no quería decir que el mundo no es real, sino que la
manera en que lo vemos es falsa. Sin embargo, aquí, Jesús nos está diciendo con toda claridad que el
mundo y la percepción falsa son lo mismo. El mundo es una alucinación, estamos viendo algo que
no está ahí.

Tal como yo lo veo, “yo” estoy dentro de mi cabeza atento a un mundo que no es parte de mí.
Separado. Y eso no es la verdad. No existe un mundo externo a mí (T.18.VI.1:1; T.12.III.6:7). “Lo
que se proyecta y parece ser externo a la mente, no se encuentra afuera en absoluto” (T.26.VII.4:9).

El mundo “nació de un error” y no ha abandonado nuestra mente que lo produjo (1:2). Como dice el
Curso frecuentemente: “Las ideas no abandonan su fuente”. El mundo está en nuestra idea
equivocada de la separación, en nuestra mente. Cuando nuestra mente (la mente única que todos
compartimos) ya no desee más la idea de la separación, el mundo que representa a esa idea
desaparecerá.

Muchos que han sido educados en una tradición religiosa que enseñaba que Dios creó el mundo,
han pasado por un montón de angustia y confusión, preguntándose ¡cómo pudo crear Dios semejante
lío! Si Él era responsable de todo esto, no estábamos seguros de querer conocerle. ¡Qué alivio es
darse cuenta de que Él no lo creó!, nació del error de nuestra mente, de albergar por error en nuestra
mente la idea de la separación. Las desgracias de este mundo sólo reflejan la desgracia que trajo a
nuestra mente el pensamiento de la separación. Es como si nos preguntásemos: ¿Y si estamos
separados?, y se nos diera al instante un viaje a una realidad falsa de lo que eso sería.

Una lección del comienzo dijo: “Puedo escaparme de este mundo renunciando a los pensamientos
de ataque” (Lección 55, repaso de la 23). El pensamiento es el mismo. Sana los pensamientos de
ataque, los pensamientos de separación que todavía albergo, y puedo dejar atrás el mundo. El Curso
nos está ayudando a hacer justamente eso: abandonar nuestros pensamientos de ataque, y solucionar
los problemas del mundo en donde se producen.

LECCIÓN 242 - 30 AGOSTO

“Este día se lo dedico a Dios. Es el regalo que le hago”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Hoy no dirigiré mi vida por mi cuenta. (1:1)

En un día que parece acelerado y sobrecargado de cosas que hacer, es un alivio recordar que no
necesito dirigir mi vida solo. Puedo cargarme con miles de pequeñas decisiones, o puedo relajarme
en Sus manos. Puedo hacer una lista de las cosas que hay que hacer, pero puedo abandonar todo
apego a hacer cualquiera de ellas. En cada momento, puedo confiar en que sabré qué hacer a
continuación, y que mi elección será perfecta.

Sin embargo, lo que es importante no es la dirección del Espíritu Santo sino Su compañía. Hoy no
estaré solo, aunque no tenga ninguna otra presencia humana conmigo. De manera consciente puedo
estar con Dios, y Dios conmigo. En lugar de hablar en voz alta conmigo mismo, ¿por qué no hablar
en voz alta con Jesús? Él es un compañero mucho más sabio que mi mente limitada.

No entiendo el mundo, por lo tanto, tratar de dirigir mi vida por mi cuenta es una
locura. (1:2)

Hay una gran resistencia en mí, en todos nosotros, a darnos cuenta de que no entendemos ni
podemos entender el mundo. No entiendo nada, Mi consciencia de lo que está sucediendo es una
parte infinitamente pequeña de nuestro planeta y su gente. No sé nada de otros planetas y galaxias, y
desconozco casi por completo los muchísimos reinos más allá del físico: seres espirituales, ángeles,
Maestros ascendidos, lo que quiera que exista. No sé que el empleado de la lavandería necesita una
sonrisa, o lo que está sucediendo en mentes aparentemente separadas de la mía. ¿Cómo puedo por
mi cuenta ni siquiera pensar en decidir qué hacer, a dónde ir, qué decir?

Algunos acontecimientos tienen lugar, como una cita que se retrasa para otro día y finalmente se fija
para el momento que menos quería (según mis preferencias). Si pienso que entiendo lo que está
sucediendo, si pienso que mis preferencias es lo más importante, podría sentirme disgustado. Si me
doy cuenta de que no entiendo el mundo, abandono mis preferencias, acepto la situación y confío. Y
me presento en la puerta de mi amiga unos minutos después de que ella se haya enterado de la
muerte repentina de una amiga, y me encuentro allí para consolarla cuando lo necesita. Y, no es por
casualidad, preparado por la charla acerca de la muerte con otro amigo la tarde anterior, cuando yo
no tenía ni idea de por qué accedí a esa charla cuando tenía otras cosas por hacer que a mí me
parecían más importantes. ¡Qué insensato no dejarme guiar por Él!

Así que hoy, de nuevo, renuncio a ser mi propio maestro y me afianzo más profundamente en la
consciencia de que no sé, de que no entiendo, y saber eso es sabiduría. Pongo este día en las manos
de Dios: “Es el regalo que Le hago”. ¡Éste sí que es un buen trato! Abandono todos mis planes para
este día, y ¡Él lo llena de milagros! Para eso es para lo que Él lo quiere. Se necesita un gran esfuerzo
al principio para abandonar lo que creo saber. Pero cuando lo hago, sólo llega la alegría.

Mas hay Alguien que sabe qué es lo que más me conviene. Y Él se alegra de tomar por
mí únicamente aquellas decisiones que me conducen a Dios. Pongo este día en Sus
manos, pues no quiero demorar mi regreso al hogar, y es Él el que conoce el camino
que me conduce a Dios. (1:3-5)

“Lo que más me conviene” no significa necesariamente que haré todo lo que yo creo que tengo que
hacer, o que respecto a la forma todo saldrá a la perfección (en mi opinión). A menudo eso es lo que
significa, pero otras veces no. “Lo que más me conviene” significa “las cosas que me guían a Dios”.
Significa “regresar al hogar” y avanzar en el “camino a Dios”. Porque para eso es la vida en este
mundo. “El único propósito de este mundo es sanar al Hijo de Dios” (T.24.VI.4:1), y nada más. Si
Le doy mi día a Dios, al Espíritu Santo, acabaré el día más cerca de Dios, más cerca del hogar; ése
es mi propósito cada día de mi vida. Nada más. Todos los demás acontecimientos son accesorios del
escenario para esta obra que se está representando.

No importa qué otra cosa pueda suceder, si paso este día más consciente de la compañía de Jesús, en
paz más a menudo, un poco más feliz en cada minuto o durante más tiempo, eso ya es un triunfo.

Y así, ponemos este día en Tus Manos. Venimos con mentes completamente receptivas.
No pedimos nada que creamos desear. Concédenos tan sólo lo que Tú deseas que
recibamos. Tú conoces nuestros deseos y necesidades. Y nos concederás todo lo que
sea necesario para ayudarnos a encontrar el camino que nos lleva hasta Ti. (2:1-6)

“Mentes completamente receptivas”. Sin ninguna idea de antemano acerca de lo que debería
suceder. “Completamente” significa totalmente abiertas, completamente receptivas. Y en cuanto a lo
que esperamos que suceda, cualquier cosa puede fallar pero no nos sentimos disgustados. Y en
cuanto a lo que no esperamos que suceda, cualquier cosa puede ocurrir, y no nos sentimos
disgustados. Reconozco que mi mente no quiere estar completamente abierta y receptiva. Por
ejemplo, pienso que si antes de comer no termino el artículo que estoy escribiendo, podría sentirme
disgustado. Si tengo ese pensamiento, que me dé cuenta de que sólo es mi pensamiento, no es un
hecho. ¿A qué otras cosas me aferro hoy? Jesús, quiero estar completamente abierto y receptivo, y
no es fácil.

¿Cómo puedo abandonar lo que yo quiero y necesito? Recordando que “Tú conoces nuestros deseos
y necesidades”. Él sabe lo que creo que necesito, y no necesito pedirle esas cosas. Él ya lo sabe. Y si
el día no trae lo que creo que quiero, no es porque Él no lo sepa, o porque ha perdido mis datos, o
porque me esté castigando por alguna culpa imaginaria. Es porque lo que yo creía que quería no es
lo que más me conviene. El Espíritu Santo no es desconsiderado ni olvidadizo. Él nos concederá
“todo lo que sea necesario para ayudarnos a encontrar el camino que nos lleva hasta Dios”. Que mi
mente abandone la defensa de hacer planes, y que siga este consejo: “No permitas que ninguna
defensa, excepto tu presente confianza, dirija el futuro, y esta vida se convertirá en un encuentro
significativo con la verdad, la cual sólo tus defensas podrían ocultar” (L.135.19:2).

¿Qué es el mundo? (Parte 2)

L.pII.3.1:4-5

Si el mundo es sólo el efecto del pensamiento de separación en mi mente, entonces es cierto que:

“Cuando el pensamiento de separación haya sido sustituido por uno de verdadero perdón, el mundo
se verá de una manera completamente distinta; de una manera que conduce a la verdad…” (1:4). El
remedio para el pensamiento de separación es el perdón verdadero. Si el Curso es un curso en
cambiar nuestros pensamientos, los pensamientos que se están cambiando son los pensamientos de
separación, y se están cambiando por pensamientos de verdadero perdón. La “barrera” que nos
mantiene separados es nuestra falta de perdón, nuestros resentimientos, nuestros juicios de que los
demás no se merecen amor. El resultado de cambiar estos pensamientos por pensamientos de perdón
es que vemos el mundo de una manera muy diferente. En lugar de un mundo de juicios, vemos el
mundo real. En lugar de enemigos, vemos hermanos. Y la visión de este mundo real “conduce a la
verdad”, de la percepción al conocimiento, del mundo real al Cielo.

Esta luz “conduce a la verdad en la que el mundo no puede sino desaparecer junto con todos sus
errores” (1:4). En otras palabras, como ya hemos visto el cambio va del “mundo” (resultado del
pensamiento de separación) al “mundo real” (resultado del pensamiento de perdón), y luego al
“Cielo” (la verdad), donde no existe el mundo en absoluto.

El proceso por el que pasamos en el mundo es la sanación de nuestros pensamientos de separación.


A medida que esos pensamientos sanan, empezamos a ver el mundo real cada vez más, un mundo en
el que sólo se refleja amor. Pero cuando el pensamiento de separación se ha sanado por completo en
cada parte de cada pedazo de mente, no sólo se verá el mundo de manera diferente, desaparecerá.
“Ahora su fuente (el pensamiento de separación) ha desaparecido, al igual que sus efectos (el mundo
y todos sus errores)” (1:5).

LECCIÓN 243 - 31 AGOSTO

“Hoy no juzgaré nada de lo que ocurra”

Instrucciones para la práctica


Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Intentar la práctica de hoy me mostrará que mi mente está juzgando constantemente. Por supuesto,
el objetivo final es abandonar todo juicio y permitir al Espíritu Santo que juzgue por nosotros.
Abandonar todo juicio es un factor muy importante para dejar el ego de lado: “El ego no puede
sobrevivir sin hacer juicios, y, por consiguiente, se le abandona” (T.4.II.10:3).

“Hoy seré honesto conmigo mismo” (1:1). El Curso nos enseña que abandonar todo juicio es ser
honestos con nosotros mismos. Esta lección también se expone en el Manual:

Es necesario que el maestro de Dios se dé cuenta, no de que no debe juzgar, sino de


que no puede. Al renunciar a los juicios, renuncia simplemente a lo que nunca tuvo.
Renuncia a una ilusión; o mejor dicho, tiene la ilusión de renunciar a algo. En realidad,
simplemente se ha vuelto más honesto. AI reconocer que nunca le fue posible juzgar,
deja de intentarlo” (M.10.2:1-5).

Por eso abandonar los juicios es simplemente ser honesto acerca del hecho de que no puedo juzgar.
Para juzgar con exactitud tendría que saber muchas cosas que están “más allá de mi presente
entendimiento” (1:2). Tendría que conocer “la totalidad” de lo que mi limitada percepción me está
diciendo. Y no puedo conocer eso. Así que cualquier juicio que yo haga tiene que ser una ilusión, no
más válida que una simple adivinación.

A pesar de ello, ¡obsérvate a ti mismo haciéndolo! Nuestra mente cataloga a cada persona que vemos
de manera automática. Examinamos su ropa, si está bien arreglada, su atractivo sexual, lo apropiado
de su comportamiento, la manera de andar, y así sucesivamente. Nos levantamos, vemos el sol en el
cielo y decimos: “¡Qué día más estupendo!”, o vemos la lluvia y decimos: “¡Qué día más horrible!”.
Leemos un libro y le decimos a un amigo: “¡Es un libro maravilloso!”. Le damos el primer mordisco
a un alimento y al instante lo juzgamos. La mente ego parece que no hace otra cosa que juzgar. Sólo
obsérvate a ti mismo.

Eso no va a parar de la noche a la mañana, si es que alguna vez lo abandona. Sin embargo, lo que
podemos hacer es darnos cuenta de estos juicios que están sucediendo constantemente y darnos
cuenta de que no significan nada. Podemos decirle al ego: “Gracias por compartir”, y elegir que no
queremos saber lo que algo significa o cómo reaccionar a ello, a pesar de lo que nos diga el ego. En
lugar de eso, podemos volvernos a nuestro Guía interno. Podemos dejar “que la creación sea lo que
es” (2:1) sin nuestra continua interferencia. Podemos llevar nuestros juicios al Espíritu Santo y
pedirle que sane nuestra mente. Y, quizá lo más importante de todo, podemos desear que ese juicio
sea deshecho. A fin de cuentas, ese deseo es todo lo que se necesita:

La visión no sería necesaria si no se hubiese concebido la idea de juzgar. Desea ahora


que ésta sea eliminada completamente y así se hará. (T.20.VIII.1:5-6)

Deshacer no es tu función, pero sí depende de ti el que le des la bienvenida o no.


(T.21.II.8:5)

No te preocupes por cómo pueden ser deshechos tus juicios. Únicamente desea que sean deshechos,
dale la bienvenida al deshacimiento. Eso es todo, y el Espíritu Santo lo hará por ti.

¿Qué es el mundo? (Parte 3)


L.pII.3.2:1-3

“El mundo se fabricó como un acto de agresión contra Dios” (2:1). Ésta es probablemente una de las
afirmaciones más fuertes de Un Curso de Milagros. Manda a paseo cualquier idea de que el mundo
fue, al menos en parte, creado por Dios; Dios no pudo crear un ataque contra Sí Mismo. El mundo es
el intento del ego de sustituir y expulsar a Dios, y proporcionarnos otra satisfacción diferente.

En el Capítulo 23, Sección II, el Texto habla de “Las Leyes del Caos”, las leyes del ego. Nos dice
que estas leyes son las que hacen que el mundo parezca real, dice: “Estos son los principios que
hacen que el suelo que pisas parezca firme” (T.23.II.13:5). Las leyes del ego son las que inventaron
el mundo.

¿Y qué hay de la belleza del mundo? ¿Y el brillo de las estrellas, la belleza frágil de una flor, la
majestuosidad de un águila volando? Nada más que un destello, una superficie brillante que oculta la
putrefacción de la muerte que hay debajo de todo ello. “O matas o te matan” es la ley de este mundo.
Debajo de la hermosa superficie brillante del océano hay un mundo de dientes afilados, engaño cruel
y guerra constante, donde la vida consiste en comer unas cosas y evitar ser comido por otras.

¿Puedes acaso darle vida a un esqueleto pintando sus labios de color rosado,
vistiéndolo de punta en blanco, acariciándolo y mimándolo? (T.23.II.18:8)

Fuera del Cielo no hay vida. (T.23.II.19:1)

El mundo es el símbolo del miedo, que es la ausencia de amor. “El mundo, por lo tanto, se fabricó
con la intención de que fuese un lugar en el que Dios no pudiese entrar y en el que Su Hijo pudiese
estar separado de Él” (2:4). El ego fabricó el mundo como un lugar para esconderse de Dios, para
escapar de Él. Sí, podemos encontrar símbolos de Dios en la naturaleza, y deberíamos; la percepción
verdadera ve únicamente amor en todas las cosas. Pero eso significa que Le vemos en los tornados y
terremotos así como en las flores y pájaros. Significa que Le vemos en todo porque Él está en
nuestra mente. Pero en sus cimientos, este mundo es “un lugar en el que Dios no está”. Por eso lo
inventó el ego. Ése es nuestro propósito al venir aquí como egos. Y nosotros, como egos, hicimos un
buen trabajo, durante miles de años la gente ha estado intentando “demostrar” la existencia de Dios
dentro del contexto de este mundo, y nadie lo ha conseguido excepto para unos pocos que estaban
dispuestos a creerlo. Encontrar a Dios en el mundo es toda una hazaña. El mundo hace un mejor
trabajo en ocultar a Dios que en demostrarle.

¿Cuál es el mensaje de todo esto para nosotros? Recuerda: “El mundo es una percepción falsa” (1:1).
No es la verdad. La imagen del mundo es el símbolo del miedo y del ataque, es la representación de
los pensamientos del ego. “Nació de un error” (1:2). Este mundo no es lo que queremos. No
podemos aferrarnos a su “mejor” parte y olvidar el horror a nuestro alrededor. O lo tomamos por
completo o lo soltamos por completo. Y así, podemos aprender a contemplar al mundo con amor, a
contemplar a todo con amor. Amarlo es el único valor que tiene (T.12.VI.3:1-3). Mediante el perdón,
pasamos de largo los mensajes de odio y miedo que constantemente intenta enviarnos, y vemos ahí y
en los aspectos más “agradables” la llamada universal al amor.

Tú no deseas el mundo. Lo único de valor en él son aquellos aspectos que contemplas


con amor. Eso le confiere la única realidad que jamás tendrá. Su valía no reside en sí
mismo, pero la tuya se encuentra en ti. De la misma forma en que tu propia estima
procede de extenderte a ti mismo, de igual modo la percepción de tu propia estima
procede de extender pensamientos amorosos hacia el exterior. Haz que el mundo real
sea real para ti, pues el mundo real es el regalo del Espíritu Santo, por lo tanto, te
pertenece. (T.12.VI.3:1-6)

LECCIÓN 244 - 1 SETIEMBRE


“No estoy en peligro en ningún lugar del mundo”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Quien yo he creído ser está en peligro en cualquier lugar del mundo. Continuamente nos asaltan
señales de peligro. Fumar puede matarme, incluso lo que queda del humo es mortal. El agua no es
segura, necesito un purificador. Los conservantes y colorantes de la comida producen cáncer.
Mantente alejado del microondas mientras lo tienes enchufado. No te sientes demasiado cerca de la
pantalla del televisor o del ordenador. Ten cuidado con los virus del ordenador, y todavía más
cuidado con el virus del SIDA. No des de comer a los osos mientras estás acampado. No uses el
teléfono en una tormenta en la que haya rayos. No bebas si conduces, y ten cuidado con los que lo
hacen.

Para empezar a aceptar la idea de hoy, tengo que darme cuenta de que no soy quien he creído ser.
Esta pequeña identidad de Allen Watson, envuelto en un cuerpo frágil, no es el que no está en peligro
en ningún lugar del mundo: “Tu Hijo está a salvo dondequiera que se encuentre” (1:1). Es el Hijo
Quien está a salvo, el Hijo Quien es amado por Dios “y está por siempre a salvo en Tu Paternal
abrazo” (1:3). Hoy en mis momentos de quietud quiero recordar que Esto es Quien yo soy y, al
menos en estos momentos, abandonaré mi sensación de peligro, bajaré mis defensas, y disfrutaré de
la consciencia del Amor y protección del Padre (1:2). Me daré cuenta de que Quien Yo soy no puede
“sufrir, estar en peligro o ser infeliz” (1:3).

Hoy voy a intentar sentir mi seguridad. ¿Cómo me sentiría si supiera de verdad, hasta lo más
profundo de mi ser, que no puedo sufrir, estar en peligro o ser infeliz? ¿Qué efecto tendría en la
tensión en mis hombros, el nudo en mi estómago, o el acelerado latir de mi corazón? Voy a pensar en
esto con detenimiento. Voy a intentar imaginarme la paz que sentiría. Voy a sentir la relajación en
cada parte de mi cuerpo y, lo que es más importante, voy a sentir que se derrite la dureza de mi
mente. Pienso que me sentiría como un niño pequeño que cuando mamá o papá le dicen: “Ahora
todo está bien”, lo cree de verdad. El temblor del miedo cesa, el cuerpecito se relaja, y el niñito se
queda dormido en los brazos de su mamá.

“Y ahí es en verdad donde nos encontramos”, “siempre a salvo en Tu Paternal abrazo” (2:1, 1:3).
“En Dios estamos a salvo” (2:3). Sí.

¿Qué es el mundo? (Parte 4)

L.pII.3.2:4-7

El mundo es donde nació la percepción falsa (2:5). Nació porque el conocimiento no pudo ocasionar
los pensamientos de miedo, el conocimiento únicamente conoce la paz de Dios. En el Curso, el
conocimiento siempre habla del Cielo y de su unidad; por otra parte, la percepción es el único medio
de “saber” en este mundo. Los dos se comparan a menudo en el Texto. La percepción de por sí no es
fiable: “los ojos engañan, y los oídos oyen falsedades” (2:6). Todos sabemos que esto es verdad. Uno
sólo tiene que empezar una discusión conyugal acerca de lo que se vio y se dijo la noche anterior
para demostrárnoslo a nosotros mismos. (Por supuesto, ¡siempre es la otra persona la que parece
estar percibiendo falsedades!)
En todas las veces que mis sentidos me han engañado, ¿se me ha pasado por la cabeza que se
hicieron precisamente para eso? “Pues los ojos fueron concebidos para que viesen un mundo que no
existe, y los oídos, para que oyesen voces insonoras” (T.28.V.5:4, el resto del párrafo es también
importante).

Los ojos del cuerpo ven únicamente formas. No pueden ver más allá de aquello para
cuya contemplación fueron fabricados. Y fueron fabricados para fijarse en los errores y
no ver más allá de ellos. Su percepción es ciertamente extraña, pues sólo pueden ver
ilusiones, al no poder ver más allá del bloque de granito del pecado y al detenerse ante
la forma externa de lo que no es nada. (T.22.III.5:3-6)

Con nuestra dependencia de nuestros ojos y oídos, nos hemos hecho muy fáciles de caer en el error:
“Ahora es muy posible cometer errores porque se ha perdido la certeza” (2:7).

La percepción engañosa y nada fiable le permite al ego hacer que este mundo parezca real. La
percepción nos muestra la vista de un mundo lleno de peligros, que exige defenderse y vigilancia
continua contra el ataque. “El mundo es una percepción falsa” (1:1). Únicamente la visión de Cristo,
que ve la Luz de Dios, puede mostrar algo diferente.

El propósito del mundo que ves es nublar tu función de perdonar y proveerte de una
justificación por haberte olvidado de ella. Es asimismo la tentación de abandonar a
Dios y a Su Hijo adquiriendo una apariencia física. Esto es lo que los ojos del cuerpo
ven. (L.64.1:2-4)

Nada de lo que los ojos del cuerpo parecen ver puede ser otra cosa que una forma de
tentación, ya que ése fue el propósito del cuerpo en sí. Hemos aprendido, no obstante,
que el Espíritu Santo tiene otro uso para todas las ilusiones que tú has forjado, y, por lo
tanto, ve en ellas otro propósito. Para el Espíritu Santo el mundo es un lugar en el que
aprendes a perdonarte a ti mismo lo que consideras son tus pecados. De acuerdo con
esta percepción, la apariencia física de la tentación se convierte en el reconocimiento
espiritual de la salvación. (L.64.4)

LECCIÓN 245 - 2 SETIEMBRE

“Tu paz está conmigo, Padre. Estoy a salvo”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

La paz de Dios está siempre conmigo, y yo siempre estoy a salvo. No es algo que sea cierto sólo a
ratos. La paz de Dios está conmigo ahora y siempre. La intranquilidad es siempre algo que yo estoy
poniendo encima de la paz que está siempre ahí, que nunca me abandona. La intranquilidad es una
percepción falsa, la paz es la realidad. Si estoy dispuesto a parar un instante, a decir: “¡Paz!
¡Aquiétate!” a la tormenta en mi mente, la paz de Dios siempre está ahí, esperando a que la
descubra.

La paz de Dios me rodea (1:1). Va conmigo dondequiera que yo voy (1:2). La llevo conmigo y
puedo derramar “su luz sobre todo aquel con quien me encuentro” (1:3). Como San Francisco oraba,
yo puedo ser un instrumento de la paz de Dios, llevándosela “al que se encuentra desolado, al que se
siente solo y al que tiene miedo” (1:4). ¡Oh, yo quiero eso, hoy quiero ser lo que soy! Quiero estar
dispuesto a decir: “Envíamelos, Padre” (1:6). Voy a escuchar la lección del Espíritu Santo: “Para
tener paz, enseña paz para así aprender lo que es” (T.6.V(B)). A medida que llevo paz “a los que
creen ser infelices y haber perdido toda esperanza” (1:5) la encontraré en mí mismo. Reconoceré a
mi Ser. Oiré la Voz de Dios. Reconoceré Su Amor.

Hoy si no siento Tu paz dentro de mí, voy a llevársela a alguien que la necesite. Al hacerlo,
reconoceré su presencia dentro de mí.

¿Qué es el mundo? (Parte 5)

L.pII.3.3:1-2

“Se ha perdido la certeza” (2:7), “y para sustituirla nacieron los mecanismos de la ilusión” (3:1). Los
mecanismos de la ilusión incluyen no sólo nuestros ojos y oídos, nuestros órganos físicos de
percepción, sino también los mecanismos de la mente que interpretan y ajustan lo que se percibe
para que encaje en los patrones que se buscan. Vemos lo que esperamos ver, lo que queremos ver.
Justo anoche estuve hablando acerca del extraño “punto ciego” de nuestros ojos. Todos lo tenemos.
Hay un lugar en la retina (creo que a él se le une algún nervio o músculo) que no recoge la luz que
brilla a través del cristalino. Lo extraño es esto: la mente “completa” el punto ciego con lo que
“debería” haber ahí. Ninguno de nosotros ve un punto vacío en nuestra vista, pero lo hay, la mente
simplemente inventa ¡lo que cree que debería haber ahí! ¡Éste es un “mecanismo de ilusión”
ciertamente! Y nuestra mente “inventa” lo que “debería”haber ahí mucho más a menudo de lo que
nos damos cuenta.

Todo el proceso de la percepción es un proceso de ilusión. Nuestra mente envía a los mensajeros que
recogen información para que encuentren “lo que se les ha encomendado buscar” (3:2). La mente les
dice: “Encontrad pruebas de culpa”. Y ¡quién lo iba a decir! “Encuentran pruebas de la separación”.
Ellos las inventan. El ego sólo ve lo que quiere ver. Y en la percepción (en lo que vemos) el
propósito del ego es dar testimonio y hacer real la ausencia de amor, para demostrar que Dios no
está aquí, y que nosotros estamos aquí, separados de Él.

LECCIÓN 246 - 3 SETIEMBRE

“Amar a mi Padre es amar a Su Hijo”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

No podemos amar a Dios Sin amar lo que Él creó. El apóstol Juan, en sus epístolas, dijo lo mismo
que la lección de hoy:

Si alguno dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien


no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos
recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano. (1Juan
4:20-21)

En el Curso el “Hijo de Dios” se refiere no sólo a Jesús o a nuestros hermanos, se refiere también a
nosotros mismos. La medida de la calidad de la relación que tenemos con Dios es las relaciones que
tenemos con los que nos rodean y con nosotros mismos. El amor a nuestros hermanos refleja el amor
que tenemos a Dios. “Que no piense que puedo encontrar el camino a Dios si abrigo odio en mi
corazón” (1:1). Si de algún modo le deseo el mal a mi hermano, no puedo conocer a Dios, ni
siquiera puedo conocer a mi Ser (1:2). Y si en mi mente estoy despreciándome a mí mismo, que soy
el mismísimo Hijo de Dios, no podré conocer el Amor de Dios por mí, ni el mío por Él (1:3).

El ego es un pensamiento de ataque, cree que ha atacado a Dios y que ha ganado. Y además ve esa
lucha reflejada en todos los que nos rodean, y proyecta su miedo y su ataque sobre todas las cosas, a
menudo con disfraces astutos, algunos incluso llevan el nombre de “amor”.

Que esté abierto a descubrir los “pedacitos” de odio que todavía hay en mi corazón, especialmente
aquellos dirigidos contra mí mismo. Hay más de los que me gustaría creer. El Texto me enseña que
dejar al descubierto el odio dentro de mí es “importantísimo” (T.13.III.1:1). Me enseña que: “debes
darte cuenta de que tu odio se encuentra en tu mente y no fuera de ella antes de que puedas liberarte
de él” (T.12.III.7:10). Los restos de odio a los que me aferro deben verse como lo que son, y elegir
en contra de ellos. Con un acto consciente de mi voluntad necesito decir: “elijo amar a Tu Hijo”
(2:4). La elección a favor del amor es la elección a favor de Dios y la elección a favor de mi Ser.

¿Qué es el mundo? (Parte 6)

L.pII.3.3:3-5

Los “mecanismos de la ilusión” son los que hacen que este mundo parezca tan real. Incluyen
nuestros ojos y oídos, y todos nuestros sentidos físicos

Los ojos del cuerpo ven únicamente formas. No pueden ver más allá de aquello para
cuya contemplación fueron fabricados. Y fueron fabricados para fijarse en los errores y
no ver más allá de ellos. (T.22.III.5:3-5)

Cuando vemos las cosas a través de los ojos del ego, las ilusiones parecen sólidas, la separación del
ego parece la verdad (3:4). Para ver con la visión de Cristo, para ver la unidad en lugar de la
separación, necesitamos estar dispuestos a pasar por alto lo que nuestros ojos nos están mostrando
porque “fueron fabricados para fijarse en los errores”. “No informan más que de ilusiones, las cuales
se mantienen separadas de la verdad” (3:5). El milagro nos permite ver lo que los ojos no ven, eleva
nuestra percepción al reino espiritual, lejos de lo físico (ver T.1.I.22, y T.1.I.32).

Necesitamos estar dispuestos a dudar de lo que nuestros sentidos parecen hacer real, y estar
dispuestos a percibir con una visión diferente, algo completamente diferente. Hemos sido víctimas
de una campaña de propaganda muy astuta y con mucho éxito: de información falsa dirigida por el
ego. Necesitamos darnos cuenta de que no podemos confiar en nada de lo que hemos creído que era
verdad y en lo que hemos creído que era la sólida realidad, tenemos que dudar de todo ello. Hemos
estado rodeados de una conspiración de mentiras, procedentes de nuestra propia mente. Hemos
dirigido nuestros sentidos de manera equivocada hasta que nos hemos dado cuenta de lo que
estábamos haciendo, pero hoy podemos dirigirlos de otra manera. Podemos elegir buscar pruebas
del amor, en lugar del odio; buscar pruebas de la paz, en lugar del ataque. Podemos decir:

Por encima de todo quiero ver las cosas de otra manera. (L.28, título)

LECCIÓN 247 - 4 SETIEMBRE

“Sin el perdón aún estaría ciego”


Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

En realidad, toda falta de perdón es a mí mismo. Hoy estoy viendo una forma más astuta de falta de
perdón. Quizá estoy dispuesto a admitir que mis sentimientos no amorosos y desgraciados se deben
a mi propia voluntad y elección en el pasado. Si de verdad miro a mi ego sin juzgarlo, podré
reconocer que me estoy sintiendo ahora sin amor y sin felicidad porque estoy eligiendo estos
sentimientos ahora, en este momento. Si no puedo hacer eso, todavía estoy escuchando a la voz de
la culpa.

Durante un instante, el pecado y la Expiación (corrección) deben ponerse juntos sobre el altar de tu
mente en paz. La culpa debe traerse al ahora para que sea sanada.

Si evito mirar a mi identificación con el ego en este momento, si evito mirar a mi culpa ahora,
entonces me estoy cegando a mí mismo. Debido al perfecto poder de mi mente, evitar mirar al ego
en este momento significa que nunca lo veo en el momento presente. Voy tropezando por la vida
ciego a mi ego en el momento presente. Siempre me pilla sin estar vigilante. Una y otra vez el ego
me pone la zancadilla, y tropiezo y caigo, diciendo como un tonto: “¡Oh, eso debe haber sido mi
ego!”

Para decirle “Sí” a Dios, tengo que reconocer que en este momento estoy diciendo “No”. “"Sí" tiene
que significar "que no has dicho no"” (T.21.VII.12:4). Lo más importante no es decir “sí” sino
darme cuenta de que estoy diciendo “no”. Cuando me dé cuenta de ello, dejaré de hacerlo. Y cuando
abandono mi “no”, me doy cuenta de la paz que siempre ha estado ahí. Decirle “no” al “no”, negar
la negación, es la manera de decir “sí”. Pero no puedo decirle “no” al “no” hasta que me dé cuenta
de que estoy diciendo “no”.

Una prueba que no falla de que no he admitido mi culpa es que todavía la estoy proyectando sobre
otros. Todavía estoy inventando excusas para mí mismo, todavía estoy hablando de mis debilidades,
sintiendo que “nunca lo conseguiré”. O me empeñaré en que otros admitan su responsabilidad por la
situación de la relación. Si alguien intenta hacerme ver mi responsabilidad de las cosas, me siento
atacado, aunque lo hagan con verdadero amor. Diré cosas como: “No me di cuenta de lo que estaba
haciendo”, o “En aquel momento no me di cuenta de que te estaba atacando”. Seguiré sintiendo que,
aunque yo haya actuado desde mi ego, tú también lo has hecho, y también podías admitirlo.

“No era consciente” o “No me di cuenta de lo que estaba haciendo” ¡no es una excusa! Si no me doy
cuenta, sólo hay una razón: yo estaba eligiendo no darme cuenta. Me he creado el hábito de negarme
a ver mi culpa en el presente, y por eso, en cada momento presente vivo sin darme cuenta de mis
pensamientos de ego.

El terror a mirar a mi ego ahora es tan grande que en el momento en que empiezo a darme cuenta
quiero proyectar mi ego al pasado, alejarlo y negar que ahora estoy identificado con él. Pero la
sanación tiene lugar únicamente en el presente, en el ahora. El horror del ego, el deseo de separarme
y de asesinar a mi hermano debe verse en el ahora para que sea sanado. Cuando lo permito, la
sanación siempre tiene lugar. Traída al presente, la culpa encuentra al Espíritu Santo y a la
Expiación, pues ése es el único tiempo y lugar. La Expiación vive y eso es todo lo que vive en el
presente. La culpa está aquí y luego ha desaparecido de la existencia. La culpa no puede existir en
presencia de la Expiación, tal como la oscuridad no puede existir en la luz.

Si no veo inocencia en mis hermanos, estoy escondiendo la culpa en mí mismo. No hay culpa sino
la mía propia. Y cuando me dé cuenta de ello, no habrá culpa en absoluto.

¿Qué es el mundo? (Parte 7)

L.pII.3.4:1-2

Aunque nuestra vista se hizo para alejarnos de la verdad, “puede asimismo tener otro propósito”
(4:1). El propósito que el ego tiene para lo que vemos puede ser sustituido por un nuevo propósito, el
del Espíritu Santo. “Hemos aprendido, no obstante, que el Espíritu Santo tiene otro uso para todas
las ilusiones que tú has forjado, y, por lo tanto, ve en ellas otro propósito” (L.64.2:2). “El Espíritu
Santo te enseña a usar lo que el ego ha fabricado a fin de enseñarte lo opuesto a lo que el ego ha
‘aprendido’” (T.7.IV.3:3). Así pues el Espíritu Santo nos enseña a usar nuestros ojos y oídos para ver
la unidad y la Presencia de Dios en todo, en lugar de la separación y la ausencia de Dios.

Todo sonido se convierte en la llamada de Dios, y Aquel a quien Dios designó como el
Salvador del mundo puede conferirle a toda percepción un nuevo propósito. (4:2)

Lo dicho al principio podría hacernos pensar que, puesto que nuestros ojos se hicieron para ver el
error, ahora no nos sirven para nada. Pero el Espíritu Santo usará todo lo que el ego ha hecho. Él
utiliza el cuerpo como un instrumento de comunicación. Él utiliza nuestras relaciones especiales
para enseñarnos el perdón, el amor y la unión. Él utiliza nuestra capacidad de aprender (hecha para
aprender el error) para enseñarnos la verdad. Él utiliza todo el mundo como un aula de aprendizaje
del perdón y como un reflejo del Cielo. No hay nada que el ego haya inventado que no pueda ser
usado por el Espíritu Santo. Así que al final, no hay pérdida en absoluto, porque todas las energías
del ego han sido “recicladas” o transformadas por el Espíritu Santo para Su propósito.

LECCIÓN 248 - 5 SETIEMBRE

“Lo que sufre no forma parte de mí”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

El título de esta lección me resulta interesante porque acabo de terminar de escribir un artículo sobre
nuestra identidad equivocada, y la necesidad que dice el Curso que tenemos de separarnos de
nuestro ego. (No, el Curso no siempre pone un efecto negativo a la palabra separación. Por ejemplo,
ver T.22.II.6:1). La lección afirma que lo que sufre realmente no forma parte de mí en absoluto. Esto
debe ser verdad si yo soy el Hijo de Dios, y el Hijo de Dios “no puede sufrir” (L.244.1:3). Lo que yo
soy no puede sufrir, por lo tanto, “lo que sufre no forma parte de mí”.

Ahora, seamos honestos. Si por un momento pensamos en el sufrimiento, de diferentes clases, que
hemos experimentado en nuestra vida, hay una cosa muy segura: estábamos completamente
convencidos de que estábamos sufriendo. No una parte que ni siquiera es parte de nosotros, sino que
estábamos sufriendo nosotros. Por poner un ligero ejemplo, cuando cojo la gripe, me siento fatal.
No es otro el que se siente fatal, no es algo que yo crea separado o distinto de mí (¡aunque he
deseado que lo fuera!). Eso es lo que parece. ¿Demuestra esto que el Curso está equivocado? ¿O es
una prueba de lo completamente identificados que todavía estamos con nuestro ego y con nuestro
cuerpo?
La lección nos pide que empecemos a aprender a separarnos de nuestro ego y de nuestro cuerpo.
“He abjurado de la verdad. Permítaseme ahora ser igualmente firme y abjurar de la falsedad” (1:1-
2).

Luego sigue una serie de afirmaciones en las que a propósito diferenciamos nuestro Ser de lo que
siente distintas cosas a las que el Curso considera ilusorias: el sufrimiento, la pena, el dolor y la
muerte. La frase acerca de la muerte es muy clara y rotunda: “Lo que muere, en realidad nunca
vivió, y sólo se burlaba de la verdad con respecto a mí mismo” (1:6).

Es especialmente difícil practicar esta lección cuando estamos sufriendo. Sin embargo, si estamos
dispuestos, sorprendentemente puede ser un gran consuelo. Por ejemplo, si tengo una gran pena y
soy capaz de decir: “Lo que siente pena no forma parte de mí”, puede ser útil. Date cuenta de que
esto no es negación en sentido negativo. No estoy diciendo: “No siento pena”. Estoy diciendo: “Lo
que sufre” (y reconozco que hay sufrimiento) “no forma parte de mí”. No estoy negando la pena,
estoy negando que la pena sea parte de mí. Estoy reconociendo que la cosa que está sintiendo pena
no es quien yo soy realmente, es una imagen falsa de mí mismo, una ilusión de mi mismo con la que
me he identificado, pero que no soy yo verdaderamente. Cuando la pena es tan grande que parece
que va a devorarme, la comprensión de que “Lo que sufre no forma parte de mí” puede ser
tranquilizadora. Y ciertamente al enfrentarnos a la muerte física, puede ser tranquilizador saber que
lo que muere no soy yo.

Esta negación de la falsedad, esta negación de “todos los conceptos de mí mismo, y de los engaños y
mentiras acerca del santo Hijo de Dios” (1:7), nos prepara para dar la bienvenida a nuestro verdadero
Ser. Cuando me doy cuenta de que ninguna de estas cosas tenebrosas afecta a Quien yo realmente
soy, “mi viejo amor por Ti (Dios) retorna” (2:1). Ese amor queda oculto cuando creo que lo que
sufre soy yo, conscientemente o sin darme cuenta culpo a Dios por mi sufrimiento, y no puedo
encontrar mi verdadero amor por Él. Por debajo del nivel consciente, cada sufrimiento, pena y dolor
que sentimos en este mundo, se pone a los pies de Dios y apuntamos un dedo acusador a Él.
Pensamos que eso es lo que Él quería para nosotros. Cuando empezamos a romper nuestra
identificación con nuestro cuerpo y nuestro ego, cuando empezamos a darnos cuenta de que nuestro
Ser no sufre, podemos recordar el Amor de Dios, y amarle nosotros a Él. “Soy tal como Tú me
creaste” (2:2), nada ha sufrido ningún daño. Nada se ha perdido. Dios nunca ha estado enfado. Y
podemos unir nuestro amor con el de Dios y comprender que son uno (2:4).

¿Qué es el mundo? (Parte 8)

L.pII.3.4:3-5

Así que, en lugar de aceptar las pruebas de nuestros sentidos, la “prueba” que el ego quiere que
veamos que estamos solos y separados, podemos volvernos y seguir Su Luz, y ver el mundo tal
como Él lo ve (4:3). Esto es la mayoría de las veces, especialmente al principio, un asunto de ver
como el ego ve, dándonos cuenta de que es ilusorio, y luego pedir al Espíritu Santo que me ayude a
verlo de manera diferente. Algo sucede (por ejemplo alguien cercano a mí critica lo que estoy
haciendo) y al principio lo veo a través de los ojos del ego. Veo ataque. Me siento herido. Me siento
enfadado. Pero la Voz de Dios me habla y me recuerda que “Nunca estoy disgustado por la razón
que creo (L.5). Así que me vuelvo a Él y Le digo: “De acuerdo, Espíritu Santo”. Y añado:

No conozco el significado de nada, incluido esto.


No sé, por lo tanto, cómo responder a ello.
No me valdré de lo que he aprendido en el pasado para que me sirva de guía ahora.
(T.14.XI.6:7-9)
Y Le pido que me muestre lo que Él ve. Él siempre ve todo como una expresión de amor o como
una petición de amor, y las cuales sólo pueden contestarse con amor. Si de verdad Le abro mi mente,
y abandono la manera en que veo la situación, Su visión reemplazará a lo que yo veo.

“Oye sólo Su Voz en todo lo que te habla” (4:4). El Espíritu Santo nos está hablando todo el tiempo,
nos habla a través de nuestros hermanos y a través de los acontecimientos de nuestras vidas. La
petición de ayuda de nuestros hermanos es la Voz del Espíritu Santo invitándonos a ser nosotros
mismos, a ser el Amor que somos. Detrás de cada ilusión está la Voz que habla a favor de Dios,
continuamente invitándonos a recuperar nuestra Identidad y a responder como los salvadores del
mundo que somos.

Él nos concederá la paz y la seguridad (4:5). Nosotros las rechazamos, pero Él las mantuvo a salvo
para nosotros, siempre que estemos dispuestos a tenerlas de nuevo. Nuestra paz y seguridad no
vendrán del mundo, nunca han estado en el mundo y nunca lo estarán. Sin embargo, vendrán de Su
visión del mundo. “Cuando lo único que desees sea amor no verás nada más” (T.12.VII.8:1). Si
pasamos por alto todas las pruebas del ego, y dejamos que el Espíritu Santo interprete todo lo que
vemos, veremos un mundo completamente distinto del que hemos estado viendo. Y ese mundo, el
mundo real, nos llenará de paz y seguridad.

LECCIÓN 249 - 6 SETIEMBRE

“El perdón pone fin a todo sufrimiento y a toda sensación de pérdida”

Instrucciones para la práctica

Una vez al mes durante la Segunda Parte, introduciré este recordatorio de repasar las instrucciones
de la práctica. Recuerda, estas instrucciones exponen con detalle las costumbres o hábitos de la
práctica diaria que el Libro de Ejercicios está intentando ayudarnos a formar. Si no creas estas
costumbres o hábitos, te pierdes lo principal de todo el programa de entrenamiento.

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

No perdonar es doloroso. Hay una tensión, una dureza, una coraza en el corazón. Duele expulsar a
alguien de mi corazón. El perdón pone fin a ese sufrimiento, a ese dolor, a esa pérdida, a esa soledad.

No es tan fácil creer que el perdón pone fin a todo sufrimiento y a toda pérdida. Todavía parece que
parte de mi dolor no está relacionado con la falta de perdón, sin embargo lo está, todo ello.

Es cierto que no parece que todo pesar no sea más que una falta de perdón. No
obstante, eso es lo que en cada caso se encuentra tras la forma (L.193.4:1-2).

Si no sufro ni siento ninguna pérdida, si perdono tal como dice el Curso que lo haga, y veo que no
hubo pecado, que no fui herido, y que no he perdido nada, entonces, “la ira no tiene sentido” (1:1).
Si no hay ira, no hay ataque. Si todas nuestras mentes aceptasen el perdón (recibir el perdón así
como darlo), no habría sufrimiento ni pérdida.

El mundo se convierte en un remanso de dicha, abundancia, caridad y generosidad sin


fin (1:5).
Así es como veré el mundo cuando lo contemple con los ojos de Cristo. Incluso cuando estaba
siendo crucificado, Jesús vio el mundo de esta manera, y su corazón estaba lleno de “caridad y
generosidad sin fin” hacia aquellos que le condenaron y le clavaron los clavos.

Ver el “mundo real” no significa que de repente todos a nuestro alrededor se transformen en seres
angelicales. Jesús vio el mundo real y, sin embargo, fue crucificado. Pero ¡él no sufrió, ni sintió
ninguna pérdida! Él ya no se identificaba con su cuerpo, sabía que el cuerpo no podía morir porque
nunca estuvo vivo, así que no estaba perdiendo su vida. Del mismo modo para nosotros, alcanzar el
mundo real por medio del perdón no significa que toda nuestra vida se transforme en un camino
sembrado de rosas hasta la gloria. Puede haber resistencia. Puede que haya quien quiera hacernos
daño. Nuestro cuerpo puede enfermar. Nuestros seres amados morirán, se robarán coches, se
incendiarán las casas, se perderán trabajos. La mente que ha sanado no verá pérdida, ni sentirá
sufrimiento, sabiendo que “nada real puede ser amenazado” (T.In.2:2).
Creo que cuantas más mentes acepten el perdón, el reflejo físico de esas mentes cambiará también,
volviéndose más pacíficas, más amorosas, más abundantes, más llenas de ternura y caridad. Sin
embargo, el cambio del reflejo físico es un efecto secundario, no es el objetivo. El objetivo es
devolverle nuestra mente a Dios.

Cuando nuestra mente ha alcanzado esa percepción verdadera elevada, el Cielo está muy cerca. El
mundo “se transforma en un instante en la luz que refleja” (1:6).

Que hoy le devuelva mi mente a Dios. Que me libere de la amargura, y que calme mi mente de sus
miedos, de su violencia y muerte. Que hoy descanse en Dios. Que perdone todo lo que parece
desearme daño y, al hacerlo así, me libere a mí mismo de todo sufrimiento. Que hoy me libre de todo
sufrimiento. Que hoy esté en paz.

¿Qué es el mundo? (Parte 9)

L.pII.3:5:1-2

Aunque el Curso dice: “el mundo es una percepción falsa” (1:1), el Curso no desprecia al mundo. Al
contrario, Jesús nos pide: “No nos quedemos tranquilos hasta que el mundo se haya unido a nuestra
nueva percepción” (5:1). No le damos la espalda al mundo, no nos sacudimos el polvo de los pies y
nos alejamos. Ciertamente, no podemos hacer eso aunque lo deseáramos, porque el mundo es parte
de nosotros mismos, nuestra culpa, las partes de nosotros que hemos rechazado, proyectado fuera y
dado forma. Si voy a salvarme, el mundo tiene que salvarse, porque el mundo soy yo mismo.

La salvación, para ser salvación, tiene que ser completa. Nada puede dejarse fuera de ella. “No nos
demos por satisfechos hasta que el perdón sea total” (5:2). Se nos pide que no nos quedemos
contentos y satisfechos con nuestra salvación individual. La “salvación individual” es una
contradicción, un imposible. La separación es el infierno, la salvación es la unidad. ¿Cómo puedo yo
salvarme, separado de ti, si la salvación es el fin de la separación?

Hay una tendencia entre los estudiantes del Curso, especialmente con eso de que es un “curso de
auto-estudio”, de volverse introvertidos y de ocuparse de su propio desarrollo espiritual, y bastante
indiferentes hacia llevar al resto del mundo a unirse a nuestra percepción cambiada. Algo a lo que se
le da muchísima importancia a lo largo del Curso, pero que parece perderse de vista en el camino,
es la idea de que se nos pide salvar al mundo. “Oh, ¿no es eso hacer real a la ilusión? ¿No es una
traición a la enseñanza no-dualista del Curso decir que nuestra tarea es llevar luz a la oscuridad? ¿No
llevamos nuestra oscuridad a la luz?” Jesús no parece pensar que una excluye a la otra. Lee estas dos
frases de nuevo. O escucha estas palabras del Texto:
Tú que eres ahora el portador de la salvación, tienes la función de llevar la luz a la
oscuridad. La oscuridad en ti se llevó ante la luz. Lleva esa luz ahora a la oscuridad,
desde el instante santo a donde llevaste tu oscuridad. (T.18.III.7:1-3)

Una y otra vez el Curso señala que no podemos tener certeza, que no podemos reconocer
completamente la verdad en nosotros hasta que la compartimos con otros, “Al dar es como
reconoces que has recibido” (L.159.1:7). Darle la espalda al mundo es dejar sin sanar la falta de
perdón en nuestra mente. Nuestra tarea no es predicar al mundo, ni discutir para que esté de acuerdo
con nosotros, ni “convertir” a nadie. Nuestra tarea es perdonar al mundo, abrir nuestro corazón al
mundo con amor. Es borrar la culpa de todas las mentes a través de nuestro perdón. Con nuestros
pensamientos, palabras, y hechos, comunicar el mensaje que el Curso dice que es su objetivo central:

“El Hijo de Dios es inocente” (T.13.I.5:1, M.1.3:5, M.27.7:8).

En este programa de estudios no hay conflictos, pues sólo tiene un objetivo, no importa
cómo se enseñe. Todo esfuerzo que se haga en su favor se le ofrece a la eterna gloria de
Dios y de Su creación con el solo propósito de liberar de la culpabilidad. Y cada
enseñanza que apunte en esa dirección apunta directamente al Cielo y a la paz de Dios.
(T.14.V.6:3-5)

Y se nos pide que no nos quedemos contentos ni satisfechos hasta que el perdón sea completo, y se
haya quitado toda culpa de cada mente atormentada.

LECCIÓN 250 - 7 SETIEMBRE

“Que no vea ninguna limitación en mí”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

No hay nada que ver excepto a mí mismo. Si veo a aquellos a mi alrededor como limitados, me
estoy viendo a mí mismo de esa manera, pues “tal como lo vea a él, me veré a mí mismo” (2:3). La
lección no habla del tipo de no tener límites que se ofrece en los cursillos de autoayuda (“Puedo
hacer cualquier cosa que mi mente se proponga hacer. Puedo lograr todos mis objetivos”), sino de
las limitaciones que le ponemos a la santidad, a la bondad y al amor cuando contemplamos a otros o
a nosotros mismos. ¿Veo hoy a mis hermanos como al glorioso Hijo de Dios? ¿O les veo con “su
fuerza menoscabada y reducida a la fragilidad”? (1:2). ¿Veo “la santa luz” (1:2) brillando en todos a
mi alrededor, o está oscurecida por la oscuridad que he proyectado sobre ellos? ¿Veo la soberanía del
Hijo de Dios, o continúo atacando esa majestad al ver faltas donde no las hay?

Si soy honesto conmigo mismo, reconoceré que continuamente veo fallos en todos o casi todos con
los que me encuentro. Nadie está a la altura del alto nivel que les pongo. Mi mente está
continuamente comparándome a mí mismo con los demás y viendo fallos en mí mismo. La
percepción de fallos es una: tal como me veo a mí mismo, veo a los demás; tal como veo a los
demás, me veo a mí mismo. ¿Quizá el problema está en el que ve y no en lo que se ve?

Sin embargo, puedo elegir ver de otra manera: puedo elegir ver con la visión de Cristo. Puedo elegir
ver luz, ver amor, ver dulzura. Que ésta sea mi elección hoy, Padre. Cuando me dé cuenta de que
estoy percibiendo a Tu Hijo diferente a como Tú le creaste (a otros o a mí mismo), que reconozca
estos pensamientos como ilusiones nacidas del miedo, y los lleve a Tu Amor. Hoy elijo vigilar mi
mente en busca de estos restos de miedo y pedirle a Tu Espíritu que los aparte para mostrarme lo que
han estado ocultando de mi vista (T.4.III.7:5).

Hoy quiero ver verdaderamente, para que en este mismo día pueda por fin
identificarme con él. (2:4)

¿Qué es el mundo? (Parte 10)

L.pII.3.5:3-5

No vamos a descansar o a darnos por satisfechos hasta que el perdón sea total y todo el mundo se
haya unido a nuestra nueva percepción. Y además:

Y no intentemos cambiar nuestra función. Tenemos que salvar al mundo. (5:3-4)

¿Te has dado cuenta de lo a menudo que el Curso habla de nuestra función o nuestro propósito? La
palabra “propósito” aparece 666 veces en el Curso, la palabra “función” aparece 460 veces. Por
supuesto algunas de ellas se refieren a otras cosas, como la función del Espíritu Santo, pero la
mayoría de ellas se refieren a nuestra función.

Yo soy la luz del mundo. Ésa es mi única función. Por eso es por lo que estoy aquí.
(L.61.5:3-5)

No hay otro motivo para estar en este mundo, excepto ser su luz. No hay otro motivo para vivir
sobre la tierra, excepto salvar al mundo y llevarle el perdón a todas las mentes. Al cumplir mi
función, encuentro mi felicidad: “Mi función y mi felicidad son una” (L.66). Al cumplir mi función,
descubro la luz dentro de mí mismo: “Sólo aceptando mi función podré ver la luz en mí” (L.81.3:2).
Cumplir nuestra función es una parte esencial y la clave del programa del Curso para nuestra
iluminación.

¿Por qué “intentar cambiar” nuestra función? ¿Cuáles son las maneras en que intento hacerlo?
Intentamos cambiar nuestra función cuando intentamos encontrar otro propósito para vivir en este
mundo, ya sea una profesión, familia, placer, poder, o cualquier cosa que sea “de” este mundo. Y lo
hacemos en un intento demente de hacer de este mundo un sustituto de Dios, de hacer que la ilusión
sea real y así confirmar nuestra identidad como un ego. “Tenemos que salvar al mundo” (5:4). Ésta
es nuestra única función, éste es el único propósito del mundo y el mío. “El único propósito de este
mundo es sanar al Hijo de Dios” (T.24.VI.4:1).

Esto no significa que todo el mundo deba entrar en una “profesión de sanar” reconocida, aunque
algunos de nosotros podemos hacerlo sin duda. (El Manual dice que sólo unos pocos son llamados a
cambiar las circunstancias de su vida de inmediato, ver el Capítulo 9 del Manual). Lo que significa
es que debemos aprender a convertir cada profesión en una profesión sanadora (“La Expiación… es
la profesión natural de los Hijos de Dios”, T.1.III.1:10). Como dice Marianne Williamson cada
profesión puede ser un frente para una iglesia. Nuestra tarea más importante es la sanación de
nuestra mente y de nuestra actitud, especialmente en nuestras relaciones, justo donde estamos.

Nuestra función es contemplar el mundo a través de los ojos de Cristo (5:5). Nosotros hicimos el
mundo. Lo hicimos para morir. Es nuestra responsabilidad devolverlo a la vida eterna (5:5).

LECCIÓN 251 - 8 SETIEMBRE

“No necesito nada más que la verdad”


Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Si se nos pidiera, cualquiera de nosotros podría sentarse ahora y escribir una lista bastante larga de
cosas que pensamos que necesitamos. Aunque sólo sean cosas que ahora no tenemos, la lista sería
bastante extensa. Por ejemplo, necesito una mayor memoria en mi ordenador (¿y qué dueño de
ordenador no lo necesita?), necesito pijamas nuevos, necesito algún arreglo dental, necesito una
nueva estantería, necesito un colchón nuevo, necesito una caja de agua mineral, necesito unos
vaqueros nuevos, necesito una guitarra mejor.

En distintos momentos de mi vida he creído que necesitaba casarme, o divorciarme. Necesitaba un


trabajo mejor. Necesitaba un coche nuevo, uno que no se estropeara todo el tiempo. Necesitaba
cambiar de casa. “Busqué miles de cosas y lo único que encontré fue desconsuelo” (1:1). Conseguí
la mayor parte de las cosas que buscaba (pero nunca todo el dinero que necesitaba), pero nada de
ello me hizo feliz. Con todas las listas que pueda hacer de cosas que “necesito” ahora, sé que
ninguna de ellas me hará feliz tampoco.

La felicidad es una elección que yo hago. Nada más, nada menos.

Pienso que el motivo por el que el Curso me atrae tanto es porque estoy totalmente de acuerdo con
cosas como esta lección. Bueno, todavía cometo el error de pensar que algo que “necesito” me dará
la felicidad, pero cuando me doy cuenta de ello, por lo menos ahora sé que me estoy engañando a mí
mismo. Cuando me paro a pensar, puedo decir honestamente: “Ahora sólo busco una, pues en ella
reside todo lo que necesito, y lo único que necesito” (1:2). A veces me alejo de esa única dirección,
me engaño buscando algo más, pero continúo regresando a esta necesidad única y principal, que es
realmente lo único que necesito tener: la verdad. La verdad acerca de mí mismo, acerca de Dios,
acerca del universo. Lo que es real y eterno.

“Jamás necesité nada de lo que antes buscaba, y ni siquiera lo quería” (1:3). Normalmente lo
descubría después de tenerlas. Recuerdo una noche, hace varios años, en que estaba en casa sentado
viendo la televisión solo. Tuve hambre, así que me levanté para comer algo. Miré al helado en el
frigorífico y pensé: “No, no es eso lo que quiero”. Miré a la fruta, a las galletas, al queso, a las
palomitas de maíz, y con cada uno de ellos me encontré diciendo: “No, no es eso lo que quiero”.
Finalmente, devanándome los sesos, me quedé en medio de la cocina y dije en voz alta: “¿Qué es lo
que realmente quiero?” Y me golpeó como una tonelada de ladrillos. Lo que de verdad quería era a
Dios. Estaba sintiendo una especie de vacío dentro de mí, y mi mente lo estaba traduciendo en un
antojo físico de algún tipo, intentando encontrar un modo de llenar el vacío por medio de mi cuerpo.
¡De verdad me reí de buena gana! De repente me di cuenta de que todas mis “necesidades” y todo lo
que yo “quería” eran sustitutos de lo único que necesitaba de verdad, que era algo que siempre tenía,
únicamente esperaba a que yo eligiera darme cuenta de ello.

¿Cómo podemos estar alguna vez en paz, cuando toda nuestra vida está llena de una lista sinfín de
antojos? ¿No podemos darnos cuenta de que el antojo en sí mismo es una forma de infelicidad? ¿No
podemos darnos cuenta de que cada cosa que creemos que necesitamos y que no tenemos es una
carga, un dolor constante en el fondo de nuestra mente, que nos mantiene alejados de la paz? Lo que
de verdad quiero es la paz. Lo que de verdad quiero es estar en paz, contento con Quien yo soy.
Quiero la realización. Quiero sentirme pleno. Y estas cosas están disponibles en este instante,
siempre que las elija. Están garantizadas u ocultadas, no por algo externo, sino por mi propia
elección.
Y ahora, por fin, me encuentro en paz (1:9).

Y por esa paz, Padre nuestro, te damos gracias. Lo que nos negamos a nosotros
mismos, Tú nos lo has restituido, y ello es lo único que en verdad queremos (2:2).

¿Qué es el pecado? (Parte 1)

L.pII.4.1:1-3

El “pecado” es la creencia de que yo soy malo, de que estoy corrompido por los errores que he
cometido, y estropeado para siempre por mis pensamientos equivocados. El “pecado” es la creencia
de que la creación perfecta de un Dios perfecto puede volverse imperfecta de alguna manera,
desfigurada e indigna de su Creador. “El pecado es demencia” (1:1).

De esta creencia viene la culpa, que nos vuelve locos, y nos lleva a desear que las ilusiones ocupen
el lugar de la verdad (1:2). Ésta es la causa del mundo que ves: “El mundo que ves es el sistema
ilusorio de aquellos a quienes la culpabilidad ha enloquecido” (T.13.In.2:2). Ésta es la causa que hay
detrás de la ilusión. Debido a la culpa, tenemos miedo a la verdad, miedo a Dios, miedo a nuestro
Ser. Creemos que hemos perdido el derecho al Cielo, y por eso tenemos que inventar otro lugar
donde podemos encontrar satisfacción. Eso es el mundo. A causa del pecado creemos que no
podemos tener el Cielo, así que inventamos un sustituto.

Debido a la locura producida por la culpa y el pecado, vemos “ilusiones donde la verdad debería
estar y donde realmente está” (1:3). Vemos lo que no existe. Vemos ataque en el amor. Buscamos
satisfacción en espejismos. Buscamos la felicidad eterna en cosas que se marchitan y mueren.

Nuestra sanación comienza cuando empezamos a reconocer las ilusiones como ilusiones. Éste puede
ser un momento de gran desesperación, cuando todo en lo que confiábamos se convierte en polvo.
Sin embargo, es el comienzo de la sabiduría, el comienzo de un gran despertar.

Los pensamientos que albergas son poderosos, y los efectos que las ilusiones producen
son tan potentes como los efectos que produce la verdad. Los locos creen que el mundo
que ven es real, y así, no lo ponen en duda. No se les puede persuadir cuestionando los
efectos de sus pensamientos. Sólo cuando se pone en tela de juicio la fuente de éstos
alborea finalmente en ellos la esperanza de libertad. (L.132.1:4-7)

Estamos rodeados de ilusiones, los efectos de nuestros pensamientos. Verdaderamente no dudamos


de la realidad de esos efectos. Únicamente cuando su fuente “se pone en duda”, únicamente cuando
empezamos a dudar del pensamiento de pecado que provoca nuestra locura, comienza a asomar “la
esperanza de libertad”.

LECCIÓN 252 - 9 SETIEMBRE

“El Hijo de Dios es mi Identidad”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario
No sabemos Quién somos.

“Mi Ser” es mucho más grande y elevado de lo que puedo imaginarme. El primer párrafo ensalza la
santidad, la pureza, el amor y la fortaleza de mi Ser. Me recuerda a algo que oí en un seminario de
“EST” un fin de semana hace muchos años. Hablaba de volverme consciente del ser que muestro al
mundo, mi “máscara” (el Curso lo llama “la cara de la inocencia”, T.31.V.2:6), luego hablaba de
descubrir el ser que temo ser (el ego) y, finalmente, de descubrir quien yo soy realmente, “que es
magnífico” (el Hijo de Dios). Piensa en ello, alma mía, óyelo con aceptación: “Yo soy magnífico”.

Hoy me doy cuenta de que, no importa lo elevados que puedan ser mis pensamientos, únicamente he
tocado la superficie de Lo Que yo soy. “La santidad de mi Ser transciende todos los pensamientos de
santidad que pueda concebir ahora” (1:1). Voy a sentarme y soñar pensamientos de santidad, voy a
hacer un esfuerzo mental hasta el límite para entender lo que es mi santidad, la realidad de mi
santidad “transciende todos los pensamientos de santidad que pueda concebir ahora”. El Curso dice
que si pudiéramos darnos cuenta de lo santos que son nuestros hermanos “apenas podrías contener el
impulso de arrodillarte a sus pies” (L.161.9:3). Sin embargo, cogeremos su mano, porque todos
somos iguales. “Todos ellos son iguales: bellos e igualmente santos” (T.13.VIII.6:1).

Darme cuenta de que soy el santo Hijo de Dios supone la comprensión al mismo tiempo de que tú
eres lo mismo. ¡Eres tan hermoso, amigo, de una santidad tan maravillosa! Eres la expresión de
Dios, el reflejo de Su Ser, la gloria de Su creación. ¿Qué otra cosa puedo hacer sino amarte?

Mi Ser, y el tuyo, tiene una “refulgente y perfecta pureza” que “es mucho más brillante que
cualquier luz que jamás haya contemplado” (1:2). ¿Has visto eso alguna vez en otro? ¿Lo has visto
en ti mismo? ¡Ah, eso es lo que todos andamos buscando! Es lo que pedimos: “Revélamela ahora a
mí que soy Tu Hijo” (2:2). Imagínate ver y conocer una pureza tan perfecta en tu Ser. Imagínalo, y
pide que te sea revelado, pues eso es lo que eres.

¡Y el amor de este Ser! Es “ilimitado, y su intensidad es tal que abarca dentro de sí todas las cosas en
la calma de una queda certeza” (1:3). ¡Oh, saber que este amor es mi Ser! ¡Oh, saber que esto es lo
que yo soy, para toda la eternidad! ¿Me atrevo a creer esto acerca de mí? Mi amor abarcando a todo
el mundo, flotando como una burbuja en el océano de mi amor. Mi amor, sin límites de ninguna
clase. Mi amor, el auténtico Amor de Dios Mismo. Voy a descansar en él, voy a pensar en ello, voy a
mostrarlo ahora, enviándole mi amor a todo el mundo, a todos los seres que lo necesitan. ¡Qué
intenso es! ¡Qué perfecto, qué incondicional, qué irresistible!

La fortaleza de mi Ser “no procede de los ardientes impulsos que hacen girar al mundo, sino del
Amor ilimitado de Dios Mismo” (1:4). Lo que soy es este Amor, el auténtico Amor de Dios. No es
algo “abrasador”, violento; es un Amor silencioso, tranquilo, seguro. Él conoce la realidad de lo que
contempla. Tiene perfecta fe en cada Hijo de Dios, debido a lo que cada uno es. Eleva, anima, cree
en todo lo que contempla. Su misericordia es inmensa, y Su comprensión infinita. Abraza
suavemente, consuela dulcemente, Su poder procede de la tranquila seguridad de que el Amor
Mismo no se puede evitar.

¡Cuán alejado de este mundo debe estar mi Ser! Y, sin embargo, ¡cuán cerca de mí y de
Dios! (1:5)

Padre, Tú sabes que esto es Quien yo soy, pues Tú me creaste para que lo fuera. Deseo conocer esta
realidad de mi Ser. Me siento mucho menos que esto, a veces tan poco amoroso. Revélame mi Ser.
Muéstrame que esto es Quien yo soy. Ayúdame a conocer mi Ser como puro Amor. Conocer mi Ser,
como el Amor que es el Cielo. Conocer mi Ser, como el Amor que es paz.

¿Qué es el pecado? (Parte 2)


L.pII.4.1:4-9

Nuestros ojos son el resultado del pecado: “El pecado dotó al cuerpo con ojos” (1:4). O como dice el
párrafo siguiente: “El cuerpo es el instrumento que la mente fabricó en su afán por engañarse a sí
misma” (2:1). La percepción (ver) es el resultado del pecado, “pues, ¿qué iban a querer contemplar
los que están libres de pecado?” (1:4). Nuestro verdadero Ser está más allá de lo que se puede ver.
La percepción es de por sí dualista (que hay dos), un “yo” que ve y un “objeto” ahí. Supone una
separación. Por supuesto, el que no tiene pecado no tiene nada que percibir porque no hay nada
separado. El deseo de separarse, de estar aparte y ver un “objeto” como algo distinto forma parte de
la idea de pecado y de culpa. Desde el punto de vista del Curso, el que no tiene pecado siente todas
las cosas como parte de sí mismo. Las “conoce” en lugar de “percibirlas”.

El que no tiene pecado no necesita la vista ni el oído ni el tacto porque todo es parte de sí mismo;
conocido pero no percibido. La percepción (la vista) es muy limitada, muy incompleta e imperfecta.
El que no tiene pecado no necesita los sentidos, pues todo le es conocido. “Usar los sentidos es no
saber” (1:8). El propósito de los sentidos es no saber. O mejor aún, el propósito de la percepción es
no saber. La percepción es una separación, un alejamiento, un estar aparte. La idea de pecado es lo
que causa esa retirada, ese refugiarse en uno mismo, alejado de la unidad.

En cambio, “la verdad sólo se compone de conocimiento y de nada más” (1:9). La verdad no siente
las cosas, la verdad conoce las cosas. Las conoce al ser uno con ellas. No te puedo conocer a través
de la percepción. La percepción (la vista) me engaña, ése es su propósito. La percepción me impide
conocerte. Únicamente puedo conocerte si siento que yo soy tú. Esto es lo que sucede en el instante
santo, pues el instante santo es una experiencia de las mentes como una sola. Esa experiencia puede
desorientar a una mente que está acostumbrada a la soledad; la aparente identidad a la que nos
hemos acostumbrado durante toda nuestra vida desaparece de repente, ya no estoy seguro si soy yo o
tú. Durante un momento me doy cuenta de que el “yo” que pensaba que existía es posible que no
exista. Como de hecho no existe.

La idea de pecado y de culpa es lo que impide que las mentes se unan. Me alejo de ti con miedo.
Limito mi amor, dudo del tuyo. El Curso nos lleva al punto en el que ese miedo desaparece, y la
unión -que siempre ha estado ahí- se conoce otra vez como lo que es.

LECCIÓN 253 - 10 SETIEMBRE

“Mi Ser es amo y señor del universo”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

La lección de hoy es quizá la más “escandalosa” a los ojos del ego. Hay una extraña contradicción
acerca del ego. Queriendo ser el amo del universo, ve la afirmación de esa función como la mayor
blasfemia. Afirmar que mi Ser es amo y señor del universo le corta las alas al ego y destruye todo
sobre lo que se apoya. La idea de la proyección, de encontrar culpa en lo que está equivocado fuera
de mí, acaba.

No me sucede nada que yo no haya pedido (1:1). Es “imposible”. Eso parece una verdad muy fuerte.
Por si intentamos suavizarla, la lección inmediatamente añade: “Aun en este mundo, soy yo el que
rige mi destino” (1:2). Nuestro miedo a esta verdad es que parece hacernos terriblemente culpables.
El Curso siempre nos pide que aceptemos un cien por cien de responsabilidad con un cero por cien
de culpa.

Lo que sucede es lo que deseo. Lo que no ocurre es lo que no deseo que suceda. (1:3-4)

No hay modo de escapar a la comprensión de lo que el Curso está diciendo aquí. El ego nos dice que
nos hace culpables. En realidad, nos da completo poder sobre nuestra vida. Piensa en cuál es la
alternativa a estas afirmaciones: “Las cosas me suceden sin que importe lo que yo quiera. No tengo
control sobre lo que no sucede”. Este sistema de creencias, que todos tenemos, nos deja indefensos,
víctimas sin esperanzas de cosas que no están bajo nuestro control. Es el sistema de creencias de la
culpa, el intento de evitar la realidad de nuestro Ser, que todo lo puede. Es la voz del ego intentando
echar la culpa a todo lo demás, a cualquier cosa excepto a nuestra propia mente.

“Mi Ser es amo y señor del universo”. En esto está mi libertad. “Tengo que aceptar esto” (1:5). Date
cuenta de que esto no habla de mi “ser individual”, la ilusión de nosotros mismos que todos nos
hemos inventado. Habla del Ser, con “S” mayúscula, el Ser que compartimos con toda la creación.
De lo que hablamos es de nuestra Mente colectiva, la Mente de todos nosotros. Es responsabilidad
individual de cada uno de nosotros elegir de manera diferente, darle la vuelta a la tendencia de la
Mente de la Filiación (todos los Hijos de Dios). Desde este punto de vista, no hay nada sino Yo, el
único Hijo de Dios. Cada uno de nosotros es el todo, pues el todo está en cada parte.

Tenemos que aceptar la verdad de la lección de hoy, es el único modo de escapar del infierno. Todo
lo que no esté de acuerdo con esto es la negación de nuestra divinidad, la afirmación de la
separación. Únicamente al aceptar esto “se me conduce más allá de este mundo a mis creaciones”
(1:6).

En la oración final, dirigida a Dios, decimos: “Tú eres el Ser a Quien Tú creaste como el Hijo, el
cual crea como Tú y es uno Contigo” (2:1). Dios Mismo es nuestro Ser. Somos Su extensión, somos
de Él, somos como Él, somos uno con Él. Mi verdadero Ser es mi voluntad en perfecta unión con la
de Dios, totalmente de acuerdo con la propia extensión de Dios en mí y a través de mí (2:2). Si Dios
es mi Ser, y Dios es amo y señor del universo, también lo soy yo.

¿Qué significa esto en la práctica? Significa que tengo que empezar a aceptar que soy responsable de
lo que veo, que elijo los sentimientos que experimento y decido el objetivo que quiero alcanzar, y
que todo lo que parece sucederme yo mismo lo he pedido, y se me concede tal como lo pedí
(T.21.II.2:3-5). Significa que veo, en cada instante, que es elección mía elegir sufrir o ser feliz.
Significa que empiezo a negar el poder de todas las cosas de afectarme. Significa que acepto mi
papel de amo y señor de mi propia mente. Empiezo a reconocer el poder de lo que yo quiero, y que
“lo que es tan poderoso como para construir todo un mundo puede también abandonarlo”
(T.21.II.4:10).

¿Qué es el pecado? (Parte 3)

L.pII.4.2:1-4

Como ya hemos visto, “El cuerpo es el instrumento que la mente fabricó en su afán por engañarse a
sí misma” (2:1). El propósito del cuerpo, tal como lo ve el ego, es “luchar” (2:2). Estar en conflicto y
competir con otros cuerpos, a menudo por otros cuerpos. El cuerpo lucha, se forja su existencia de
este mundo con el sudor de su frente y con el ataque a otros cuerpos. Su ley es la ley de la selva:
“Mata o te matarán” (M.17.7:11).

¿Significa esto que el cuerpo es algo odioso y malvado, algo que hay que despreciar y someter? No.
El propósito del cuerpo de luchar puede cambiar (2:3). En manos del ego, el propósito es la lucha sin
fin. La lucha es lo que mantiene al ego. Pero en manos del Espíritu Santo, nuestra lucha toma el
propósito de la verdad, en lugar de las mentiras.

El Espíritu Santo puede usar todo lo que el ego ha inventado para deshacer los propósitos del ego. Él
puede utilizar nuestras relaciones especiales, nuestras palabras y pensamientos, el mundo, nuestro
cuerpo, todo para servir al propósito de la verdad. La clave está en cambiar de propósito, el propósito
que el cuerpo y todo lo relacionado con él sirve. Una relación especial se vuelve santa cuando se
cambia su propósito del pecado a la santidad, de intentar encontrar lo que creemos que nos falta a
intentar recordar que ya lo tenemos todo.

En palabras de una antigua canción cristiana, podemos decir:

Toma mi vida y conságrala a Ti, Señor.


Tomas mis momentos y mis días,
que fluyan en continua alabanza.

Toma mis manos y que se muevan


a impulsos de Tu Amor.
Toma mis pies, y que se llenen
de mensajes Tuyos,
rápidos y hermosos por Ti.

Toma mis labios, y que se llenen


de mensajes Tuyos,
Toma mi voz, y que cante
Únicamente a mi Rey.

(Frances Ridley Havergill)

LECCIÓN 254 - 11 SETIEMBRE

“Que se acalle en mí toda voz que no sea la de Dios”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Silencio. Silencio interior así como silencio exterior es algo a lo que la mayoría de nosotros no
estamos acostumbrados. Cuando vivía en New Jersey, una de las cosas de las que solía darme cuenta
cuando visitaba una zona del campo era el silencio, especialmente por la mañana al amanecer. No
me daba cuenta de lo continuo que era el ruido donde yo vivía hasta que me alejaba de allí.
Camiones que pasaban por una autopista cercana, perros que ladraban, la televisión que sonaba,
cajas que retumbaban, sirenas. Incluso el zumbido constante del aire acondicionado o de los
frigoríficos. Solía tener la televisión o la radio o el equipo de música enchufado casi todo el tiempo.

Todavía más difícil de desconectar es el parloteo interior constante de nuestra mente.

El Curso continuamente nos pide la práctica del silencio: “Vengo a Ti en el más profundo de los
silencios” (1:2). El silencio mental es una costumbre que se consigue, necesita un montón de
práctica, al menos en mi propia experiencia. Incluso cuando medito, mi tendencia es a usar palabras:
quizá repetir el pensamiento de una lección, o una instrucción mental para mí mismo como “Aspira
amor, espira perdón”. Mi mente quiere enzarzarse en un continuo comentario sobre mi meditación
“silenciosa”. Sin embargo, últimamente empiezo con una sencilla instrucción a mí mismo como
“Ahora voy a aquietarme” o “Que mi mente esté en paz. Que todos mis pensamientos se aquieten”.
Y luego me siento durante quince minutos intentando estar quieto y silencioso.

La lección dice que en el silencio podemos oír la Voz de Dios y recibir Su Palabra. Si rara vez parece
que recibo algo concreto, se debe a que mis intentos de silencio no tienen mucho éxito. Pero estoy
practicando.

La lección tiene algunas instrucciones concretas que me parecen referirse a la pregunta: ¿Qué hago
con los pensamientos que vienen cuando estoy meditando? Las instrucciones son muy sencillas:
“simplemente los observaremos con calma y luego los descartaremos” (2:2). Mentalmente
“descartar” mis pensamientos, y luego sigo manteniendo mi atención en el silencio. Estoy
observando mis pensamientos en lugar de meterme en ellos. Esta práctica de separarnos a nosotros
mismos de nuestro ego es una práctica importantísima. Los pensamientos vienen. En lugar de
identificarnos con ellos y enredarnos con ellos, me distancio simplemente. Reconozco que:

No deseo las consecuencias que me acarrearían. Por lo tanto, no elijo conservarlos.


(2:3-4)

“Ahora se han acallado” (2:5). Cuando te separas de los pensamientos, sin condenarlos ni
aprobarlos, simplemente observándolos como que no tienen ninguna consecuencia, empiezan a
acallarse de verdad. Descubro que realmente estoy a cargo de mi mente (¿quién más iba a estarlo?).
Cuando los pensamientos empiezan a acallarse, “en esa quietud, santificada por Su Amor, Dios se
comunica con nosotros y nos habla de nuestra voluntad, pues hemos decidido recordarle” (2:6).

Una cosa más. Cuando empezamos a aprender esta práctica del silencio, empieza a extenderse a toda
nuestra vida durante el día. Descubrimos que, en la angustia de una situación molesta, podemos
“separarnos” de los pensamientos de nuestra mente que nos impulsan a reaccionar, observar la
reacción, y elegir con Su ayuda abandonarlos. Durante el día nos acompaña el lugar de silencio y
quietud que hemos encontrado en nuestros momentos de quietud. “Este tranquilo centro, en el que
no haces nada, permanecerá contigo, brindándote descanso en medio del ajetreo de cualquier
actividad a la que se te envíe” (T.18.VII.8:3).

¿Qué es el pecado? (Parte 4)

L.pII.4.2:4-7

Cuando cambiamos el objetivo de nuestra lucha, y establecemos un nuevo objetivo para nuestro
cuerpo y sus sentidos, empiezan a “servir a un objetivo diferente” (2:4). El objetivo ahora es la
santidad en lugar del pecado, el perdón en lugar de la culpa. A través del cuerpo y de sus sentidos,
nuestra mente ha estado intentando engañarse a sí misma (2:5, 2:1). Nuestra mente ha estado
intentando hacer que las ilusiones de separación fueran reales. Ahora nuestro objetivo es volver a
descubrir la verdad. Cuando nuestra meta elige un nuevo objetivo, el cuerpo lo sigue. El cuerpo sirve
a la mente, y no al contrario (T.31.III.4). El cuerpo siempre hace lo que la mente le ordena. Así que
cuando conscientemente elegimos un nuevo objetivo, el cuerpo empieza a servir a ese objetivo
(T.31.III.6:2-3).

“Los sentidos buscarán lo que da fe de la verdad” (2:7). Dicho sencillamente, empezaremos a ver las
cosas de manera diferente. El Texto explica con detalle cómo sucede esto (ver T. 11.VIII .9-14, o
T.19.IV (A).10-11). Empezamos a buscar los pensamientos amorosos de nuestros hermanos en lugar
de sus pecados. Estamos buscando conocer su realidad (que es el Cristo) en lugar de intentar
descubrir su culpa. Pasamos por alto su ego, su “percepción variable” de sí mismos (T.11.VIII.11:1),
y sus ofensas. Pedimos al Espíritu Santo que nos ayude a ver su realidad, y Él nos la muestra.
“Cuando lo único que desees sea amor, no verás nada más” (T.12.VII.8:1).

Lo que vemos depende de lo que elegimos buscar en nuestra mente. Elige sólo amor, y el cuerpo se
convertirá en el instrumento de una nueva percepción.

LECCIÓN 255 - 12 SETIEMBRE

“Elijo pasar este día en perfecta paz”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

La paz no parece ser una cuestión de elección: “No me parece que pueda elegir experimentar
únicamente paz hoy” (1:1). Nuestro ego quiere hacernos creer que cosas externas a nuestra mente
nos pueden quitar la paz o nos pueden dar la paz. No es así.

Si soy el Hijo de Dios y, por lo tanto, como Él Mismo, tengo el poder de decidir, el poder de elegir la
paz. Dios dice que es así, voy a tener fe en Él, y voy a actuar de acuerdo a esa fe. ¡Voy a intentarlo!
Voy a elegir pasar este día en perfecta paz. Cuanto más me decido a “consagrar este día a encontrar
lo que la Voluntad de mi Padre ha dispuesto para mí”, que es la paz del Cielo, y “la acepto como
propia” (1:6), más siento esa paz. Probablemente también encontraré un montón de cosas que surgen
intentando alterar esa paz. Pero puedo responder a esas cosas diciendo: “Elijo la paz en lugar de
esto” o “Esto no puede quitarme la paz que mi Padre me ha dado”. Cuando lo hago, la paz que elijo
y que siento “dará fe de la verdad de Sus Palabras” (1:4).

Recuerda: tu estado mental no es perfecto, tampoco se espera que lo sea. Te estás entrenando, éste es
un curso en entrenamiento mental. Cuando practico acordes de guitarra, especialmente los nuevos, al
principio poner los dedos en la posición correcta necesita mucha concentración y esfuerzo. Tengo
que romper el ritmo de la canción, voy más despacio para poner los dedos de la manera adecuada.
No espero hacerlo bien todas las veces. Equivocarme y corregir mis fallos es parte del
entrenamiento. Finalmente, con el tiempo, mis dedos empiezan a acostumbrarse, van cada vez con
más frecuencia al lugar correcto para hacer sonar el acorde sin zumbidos ni notas muertas. Eso es lo
que estamos haciendo con estas lecciones: practicar el hábito de la paz.

Nuestro propósito hoy es pasar el día con Dios (2:1). Nosotros, Su Hijo, no Le hemos olvidado, y
nuestra práctica da fe de ello. La paz de Dios está en nuestra mente, donde Él la puso. Podemos
encontrarla, podemos elegir pasar nuestro día ahí, en paz, con Él. Podemos hacerlo, Dios nos
asegura que podemos. Así pues, vamos a practicarlo. Vamos a empezar. Vamos a aceptar Su paz
como propia, y a dársela a todos los Hijos de nuestro Padre, incluidos nosotros (1:6).

¿Qué es el pecado? (Parte 5)

L.pII.4.3:1-2

Nuestras ilusiones proceden, o surgen, de nuestros pensamientos falsos. Las ilusiones no son
realmente “cosas” en absoluto, son símbolos que representan a cosas imaginadas (3:1). Son como un
espejismo, una imagen de algo que no está ahí en absoluto. Nuestros pensamientos de carencia (de
que nos falta algo), nuestros sentimientos de poca valía, nuestra culpa y miedo, la apariencia del
mundo que nos ataca, incluso nuestros mismos cuerpos, son todos ellos ilusiones, espejismos,
símbolos que no representan nada.

“El pecado es la morada de las ilusiones” (3:1). La idea de nuestra podredumbre interior, nuestra
naturaleza torcida, alberga la misma ilusión. El pensamiento de pecado y culpa inventa un entorno
que apoya y alimenta cada ilusión. Lo que necesita cambiarse es ese pensamiento de la mente.
Elimina el pensamiento de pecado y nuestras ilusiones no tienen dónde vivir. Simplemente se
convierten en polvo.

Estas ilusiones, que surgen de pensamientos falsos y que hacen del “pecado” su hogar, son “la
"prueba" de que lo que no es real lo es” (3:2). Por ejemplo, nuestro cuerpo parece demostrarnos que
la enfermedad y la muerte son reales. Nuestros sentidos parecen demostrar que el dolor es real.
Nuestros ojos y oídos ven toda clase de pruebas de culpa, de la realidad de la pérdida, y de la
debilidad del amor. El mundo parece demostrarnos que Dios no existe o que está enfadado con
nosotros. Estas cosas que nuestras ilusiones parecen demostrar no existen en absoluto y, sin
embargo, nos parecen reales. Todo esto reside en nuestra creencia en el pecado, y sin esa creencia,
desaparecerían.

LECCIÓN 256 - 13 SETIEMBRE

“Dios es mi único objetivo hoy”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

El título de la lección habla de nuestro objetivo. Las dos primeras frases tratan de los medios para
lograr el objetivo:

La única manera de llegar a Dios aquí es mediante el perdón. No hay otra manera. (1:1-
2)

Hablamos de medios y objetivo. Justo el otro día leí la sección del Texto “La Correspondencia entre
Medios y Fin” (T.20.VII), en la que se explicaba cómo, si aceptamos el objetivo, tenemos que
aceptar los medios para llegar allí.

El medio es el perdón, y el Curso continuamente insiste en que el perdón no es difícil ni puede serlo,
porque todo lo que pide es que reconozcamos que lo que no existe no ha ocurrido, y sólo la verdad
es verdad. ¿Cómo puede ser difícil ser lo que ya eres? Si sentimos que el perdón es difícil, sólo
puede haber una razón: no queremos el medio porque todavía no queremos el objetivo.

En otras palabras, cualquier dificultad no procede del perdón en sí mismo, sino de que yo no lo
quiero. Me señala a lo que estoy eligiendo, me indica que siempre tengo exactamente lo que quiero.
El perdón parece difícil porque quiero que parezca difícil, y quiero que el medio parezca difícil para
poder proyectar mi falta de voluntad sobre el medio que Dios me ha dado, culpando a ese medio en
lugar de reconocer que yo soy la causa del problema.

“No hay otra manera” (1:2). Si el problema es únicamente la idea de pecado, la única solución tiene
que ser el perdón. “Si la mente no le hubiese concedido tanto valor al pecado, ¿qué necesidad habría
habido de encontrar el camino que conduce a donde ya te encuentras?” (1:3). Estamos intentando
encontrar nuestro camino a Dios y ¡ya estamos ahí! No habría necesidad de nada si no hubiésemos
“dado tanta importancia” al pecado. Al escuchar los pensamientos de nuestro ego, queríamos
encontrar un motivo para la separación, y el pecado junto con la culpa y el miedo proporcionaron el
motivo. Todo lo inventamos, y tenemos que ser los que los abandonemos.

Si despertásemos, el sueño de pecado desaparecería. Pero tenemos demasiado miedo para despertar,
y el sueño de pecado y de culpa aparentemente se alimenta a sí mismo. Parece que no hay
escapatoria. “Aquí sólo podemos soñar” (1:7). Pero (y este es un gran “pero”) “podemos soñar que
hemos perdonado a aquel en quien todo pecado sigue siendo imposible, y esto es lo que elegimos
soñar hoy” (1:8).

Así que paso mis días dándome cuenta del sueño de pecado y perdonándolo, una y otra vez, cada
vez más, hasta que no quede nada que perdonar. En ese momento mi miedo a Dios habrá
desaparecido, y despertaré.

Cuando hoy me dé cuenta de miedo o de culpa, o de pensamientos con juicios sobre los que me
rodean, voy a mirarlos y reconocer que son insignificantes, que no significan nada. No voy a dejar
que me molesten, y voy a saber que mi paz sigue sin ser alterada. Que entienda que nada de ello
importa, y que todavía descanso en Dios. No son esos pensamientos lo que quiero, escuchar la Voz
de Dios es mi único objetivo hoy.

¿Qué es el pecado? (Parte 6)

L.pII.4.3:3-4

Si el “pecado” es algo real, lo que supone es enorme. Y completamente imposible. ¿Qué es lo que
parece demostrar la realidad del pecado? “El pecado "prueba" que el Hijo de Dios es malvado, que
la intemporalidad tiene que tener un final y que la vida eterna sucumbirá ante la muerte” (3:3). Si el
Hijo que Dios creó ha pecado de verdad, entonces el Hijo de Dios debe ser malvado. ¿Es posible
eso? Si el Hijo de Dios es malvado, entonces lo que fue creado eterno debe terminar, el eterno Hijo
de Dios debe morir. La “justicia” lo pediría. ¿Es posible que algo eterno termine, que algo eterno
muera? Por supuesto que no, esto es absurdo. No puede ser.

El pecado también demuestra que “Dios Mismo ha perdido al Hijo que ama, y de lo único que puede
valerse para alcanzar Su Plenitud es la corrupción; la muerte ha derrotado Su Voluntad para siempre,
el odio ha destruido el amor y la paz ha quedado extinta para siempre” (3:4). El pensamiento de que
Dios pierda lo que ama, siempre me ha parecido imposible, la idea del infierno y de la condenación
eterna no tienen ninguna explicación. Yo solía pensar: “Si voy al Cielo, y mi padre” (que no creía en
Dios) “va al infierno, ¿cómo puedo ser eternamente feliz, sabiendo que mi padre está sufriendo en el
infierno? Si no soy feliz, ¿cómo podría estar en el Cielo? Y si yo no soy feliz, ¿cómo puede serlo
Dios?

Si el pecado es real, el Hijo que Dios creó para que lo completase sería malvado, y Dios sólo tendría
la maldad para completarlo. Su Voluntad ha fallado completamente. La maldad gana. Nunca más
puede haber paz.

Por lo tanto, el pecado no puede ser real. La culpa y el miedo siguen al pecado dentro de la
irrealidad. Si no hay pecado, no hay culpa. Si no hay culpa, no hay miedo. ¿De qué otro modo
podría existir la paz? “El pecado es demencia” (1:1). Si Dios es Dios, si Su Voluntad se hace, si la
creación es eterna, el pecado no puede existir. Esto es lo que el perdón nos muestra:
Todo pecado sigue siendo imposible, y esto es lo que elegimos soñar hoy. Dios es
nuestro objetivo, y el perdón, el medio por el que nuestras mentes por fin regresan a Él.
(L.256.1:8-9)

LECCIÓN 257 - 14 SETIEMBRE

“Que no me olvide de mi propósito”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

El propósito al que se refiere esta lección es el perdón (2:1). Una y otra vez, el Curso nos dice que el
perdón es nuestra función, nuestro propósito, la razón por la que estamos aquí. Y es nuestra única
función.

Yo soy la luz del mundo. Ésa es mi única función. Por eso es por lo que estoy aquí.
(L.61.5:3-5)

Perdonar es mi función por ser la luz del mundo. (L.62)

¿Y si hoy recordase que el perdón es mi único propósito? ¿Y si me diese cuenta de que suceda lo que
suceda, si perdono todo y a todos, he cumplido mi función? ¿Y si me diese cuenta de que todas las
cosas que pienso que son importantes no son nada comparadas con este propósito? Cuando voy
detrás de ese conductor lento mientras intento llegar a algún sitio a tiempo, mi propósito es el
perdón, no es llegar allí a tiempo. En toda situación de conflicto, mi propósito es el perdón, no es
ganar. Cuando la persona de la que busco muestras de amor no me responde, mi propósito es el
perdón, no es obtener la respuesta que busco. Y así sucesivamente. ¿Cuál sería la diferencia si hiciera
del perdón mi único objetivo, lo más importante?

Si me olvido de mi objetivo, terminaré siempre en conflicto, intentando servir a propósitos


contradictorios. Nadie puede estar al servicio de objetivos contradictorios, y servirlo bien (1:1-2). El
resultado inevitable de objetivos contradictorios es “una profunda angustia y depresión” (1:3). ¿Te
resulta familiar? Cuando empezamos el camino espiritual casi siempre estamos en conflicto, porque
hemos aceptado un objetivo nuevo y más elevado sin abandonar los viejos objetivos. Estamos
intentando servir a dos maestros, lo que me recuerda a la época en que tenía un trabajo en el que
¡recibía órdenes de dos jefes! ¡Menuda época de angustia y depresión! El único modo a la paz
mental en nuestra vida es fijar un propósito único, una sola meta (2:3), y ponerla lo primero de todo
en todo momento. Necesitamos “unificar nuestros pensamientos y acciones de manera que tengan
sentido” reconociendo que la Voluntad de Dios para nosotros es el perdón, y buscando hacer
únicamente eso (1:4, 2:2).

¿Qué es el pecado? (Parte 7)

L.pII.4.4:1-3

La lección compara nuestra creencia en el pecado y las ilusiones proyectadas que hemos inventado
para apoyar esa creencia, con “los sueños de un loco” (4:1). Los sueños de un loco pueden ser
aterradores; del mismo modo, nuestras imágenes externas del pecado en el mundo pueden ser
terroríficas. “El pecado parece ser ciertamente aterrador” (4:1). La enfermedad, la muerte y la
pérdida de cualquier clase nos aterrorizan. La ilusión no es agradable.

“Sin embargo, lo que el pecado percibe no es más que un juego de niños” (4:2). Nada de ello tiene
realmente un resultado duradero. Desde la perspectiva de la eternidad, nuestras guerras y plagas no
son más reales ni terroríficas que una guerra imaginaria de un niño entre las figuras de superhéroes
en acción. No hay duda de que esto es muy difícil de creer, especialmente cuando estás en medio de
todo ello creyendo que es real. Sin embargo, es lo que el Curso afirma. Si el cuerpo no vive
realmente, tampoco muere. “El Hijo de Dios puede jugar a haberse convertido en un cuerpo que es
presa de la maldad y de la culpabilidad, y a que su corta vida acaba en la muerte” (4:3). Pero no es
cierto. Es únicamente un juego que estamos jugando. Nada de todo ello significa lo que creemos que
significa.

Cuando vamos al cine, podemos llorar cuando un personaje con el que nos hemos identificado sufre
una pérdida o muere. Sin embargo, una parte más profunda de nuestra mente sabe que estamos
viendo una historia, que el actor no murió realmente. Y en cierto nivel, el Curso nos pide que
respondamos a lo que llamamos “vida” del mismo modo, con un nivel de conocimiento más
profundo que sabe que toda vida que Dios creó nunca puede morir. El personaje de la obra puede
morir, podemos llorar, y sin embargo debajo de todo eso, sabemos que es únicamente un juego
imaginario, y no la realidad final.

LECCIÓN 258 - 15 SETIEMBRE

“Que recuerde que Dios es mi objetivo”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

¿Te has dado cuenta de que estamos en una serie de lecciones “Que recuerde”? Hay cuatro “Que
recuerde” seguidas empezando con la lección de ayer: “mi propósito”, “que Dios es mi objetivo”,
“que el pecado no existe” y “que Dios me creó”. También hay una lección anterior (124): “Que
recuerde que soy uno con Dios”.

Esa es una de las cosas de las que trata la práctica del Libro de Ejercicios: recordar. ¿Cuántas veces
durante el día recuerdo la lección? ¿Con qué frecuencia me paro a pensar en ella durante un minuto
o dos? ¿Con qué frecuencia mi estado mental refleja mi único propósito? ¿Y con qué frecuencia mi
estado mental refleja lo contrario? El propósito de los tiempos fijados por la mañana, por la noche y
cada hora es volver a entrenar mi mente para que piense de acuerdo con las líneas del Curso. No me
cabe la menor duda de que necesitamos ese entrenamiento y esa práctica.

Lo único que necesitamos hacer es entrenar nuestras mentes a pasar por alto todos los
objetivos triviales e insensatos, y a recordar que Dios es nuestro objetivo. (1:1)

Sin embargo, “los objetivos triviales e insensatos” ocupan nuestra consciencia en su mayor parte,
nos parecen muy importantes, dominan nuestra mente y la distraen de su verdadero objetivo. Por eso
el entrenamiento es “necesario”. El recuerdo de Dios ya está en nuestra mente (1:2), no tenemos que
cavar para ello. “Dios se encuentra en tu memoria” (T.10.II.2:4).Todo lo que necesitamos hacer es
“pasar por alto” o abandonar “nuestras absurdas e insignificantes metas, que no nos deparan nada y
que ni siquiera existen” (1:2), ellas nos ocultan el recuerdo de Dios dentro de nosotros. Sin ellas, el
recuerdo de Dios vendrá y llenará nuestra consciencia.
“Los juguetes y las baratijas del mundo” que perseguimos tan ansiosamente hacen que “la gracia de
Dios siga brillando inadvertida” (1:3). La luz de Dios está brillando, pero no la vemos, nos vamos de
compras. La luz de Dios está brillando no sólo en los centros comerciales, sino en las relaciones
especiales, en el mercado de poder e influencias, en la salud, en los bares de sexo, y en los
entretenimientos de nuestra televisión de mando a distancia. ¿Quiero el recuerdo de Dios? Todo lo
que necesito es estar dispuesto a entrenar mi mente para que no me ciegue a Él.

“Que recuerde”. Oh, Dios, que Te recuerde.

Dios es nuestro único objetivo, nuestro único Amor. No tenemos otro propósito que
recordarle. (1:4-5)

¿Qué otra cosa puedo desear que pueda compararse con esto? Hoy cada vez que mi corazón se
sienta impulsado a “comprar” algo, que sea una señal para que mi mente haga una pausa y recuerde
que “Dios es mi objetivo”.

Un poema que aprendí en mis días cristianos surge en mi mente. Algunas de aquellas personas
sabían de lo que estaban hablando:

Mi meta es Dios Mismo.


No la alegría ni la paz, ni siquiera la bendición.
Sino Él Mismo, mi Dios.
A cualquier precio, Amado Señor, por cualquier camino.

Un amigo del Curso nos envió unas gorras parecidas a las de béisbol con las palabras MUOED. Que
significan “Mi Único Objetivo Es Dios”. Voy a ponerme esa gorra mientras trabajo hoy, será un
buen recordatorio.

¿Qué es el pecado? (Parte 8)

L.pII.4.4:4

Mientras que todos estamos muy involucrados en este “juego de niños” (4:2), la realidad continúa
estando ahí. No ha cambiado. “Mientras tanto, su Padre ha seguido derramando Su luz sobre él y
amándolo con un Amor eterno que sus pretensiones no pueden alterar en absoluto” (4:4). Nuestras
“pretensiones”, el juego de niños, el juego de ser cuerpos que sufren la maldad, la culpa y la muerte,
no han cambiado y no pueden cambiar la profunda y eterna realidad del Amor de Dios, la perfecta
seguridad sin fin en la que moramos en Él.

La inmutabilidad del Cielo se encuentra tan profundamente dentro de ti, que todas las
cosas de este mundo no hacen sino pasar de largo, sin notarse ni verse. La sosegada
infinitud de la paz eterna te envuelve dulcemente en su tierno abrazo, tan fuerte y
serena, tan tranquila en la omnipotencia de su Creador, que nada puede perturbar al
sagrado Hijo de Dios que se encuentra en tu interior. (T.29.V.2:3-4)

El Amor de Dios garantiza nuestra seguridad eterna. Debido a que Su Amor es “eterno”, nosotros
también lo somos. Mientras Su Amor exista, nosotros existimos también.

Al Hijo de la Vida no se le puede destruir. Es inmortal como su Padre. Lo que él es no


puede ser alterado. Él es lo único en todo el universo que necesariamente es uno sólo. A
todo lo que parece eterno le llegará su fin. Las estrellas desaparecerán, y la noche y el
día dejarán de ser. Todas las cosas que van y vienen, la marea, las estaciones del año y
las vidas de los hombres; todas las cosas que cambian con el tiempo y que florecen y se
marchitan, se irán para no volver jamás. Lo eterno no se encuentra allí donde el tiempo
ha fijado un final para todo. El Hijo de Dios jamás puede cambiar por razón de lo que
los hombres han hecho de él. Será como siempre ha sido y como es, pues el tiempo no
fijó su destino, ni marcó la hora de su nacimiento ni la de su muerte. (T.29.VI.2:3-12)

LECCIÓN 259 - 16 SETIEMBRE

“Que recuerde que el pecado no existe”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

El concepto de pecado incluye la idea de que lo que yo he hecho o pensado o dicho, ha alterado lo
que yo soy de manera que no se puede reparar. Pensamos en el pecado no como una mancha de
polvo sobre una superficie limpia, sino como una especie de podredumbre seca que se ha establecido
en la estructura de nuestro ser.

Cuando Jesús dice que no existe el pecado, está diciendo que nuestras ideas están equivocadas. Nada
de lo que hemos hecho ha alterado lo que somos de ninguna manera. La superficie sigue estando sin
alterar, y puede limpiarse de manera sencilla. Estamos creados con una capa mental protectora
sorprendente. Por debajo de las capas de suciedad, seguimos siendo el santo Hijo de Dios.

Si pensamos en el pecado como lo hacemos normalmente, el objetivo de alcanzar a Dios sigue


siendo inalcanzable (1:1). Si lo vemos como Jesús lo ve, podemos ver que el objetivo ya se ha
logrado, no es algo a alcanzar, sino algo para celebrar.

Cuando vemos el pecado en otro como podredumbre seca, nos sentimos justificados por nuestros
ataques (1:3). Cuando lo vemos como manchas sobre la superficie, nuestro amor responde con un
deseo de limpiar la superficie de la mente de nuestro hermano para que muestre la belleza escondida
en la suciedad.

Todos somos conscientes de algunos patrones de hábitos de ataques a nosotros mismos. Todos ellos
proceden de la sensación de que meremos castigo y sufrimiento porque somos culpables (1:4).No
nos meremos la salud, la felicidad y la dicha continua. Pensamos que lo malo está en nosotros, en
lugar de estar sobre nosotros.

Cuando hayamos aceptado completamente la verdad de nuestra inocencia, habremos abierto el


camino a la abundancia y salud completas. El universo se levanta para apoyarnos, lo bueno fluye
continuamente en nuestro camino, pero continuamente lo impedimos porque sin darnos cuenta de
ello, pensamos que no nos lo merecemos. Todo esto surge de la creencia en el pecado.

El pecado nos hace tenerle miedo al amor (2:2). Tener miedo al amor es demencial, pero “el pecado
es demencia” (L.pII.4.1:1). Si Dios es la Fuente de todo lo que existe, entonces todo lo que existe
tiene que ser amor; no puede haber opuestos, ni miedo ni pecado (2:4-5). Recordar que no existe el
pecado es aceptar nuestra propia perfecta inocencia, y la perfecta inocencia de todo lo que existe. Y
todas las pruebas que vemos que muestran lo contrario es una ilusión inventada por nuestra propia
mente.


¿Qué es el pecado? (Parte 9)

L.pII.4.5:1-4

Se nos pregunta: ¿Hasta cuándo vas a seguir jugando el juego infantil del pecado? Eso es todo lo que
es, un juego tonto. No una cosa horrorosa y terrible, simplemente mentes poco maduras jugando
“juegos peligrosos” (5:2). Pienso que no es coincidencia que en el famoso capítulo bíblico sobre el
amor, I Corintios 13, el apóstol Pablo habla de que cuando somos niños, hablamos como niños y
actuamos como niños, pero cuando hemos crecido, dejamos “las cosas de niños”. Eso es lo que nos
pide la lección que hagamos. Nos pide que crezcamos. El “pecado” es un juego de niños peligroso
que hemos estado jugando durante muchísimo tiempo. Ya es hora de dejarlo a un lado y aceptar
nuestro papel “maduro” como extensiones del Amor de Dios.

Ya es hora de abandonar estos juguetes. Ya es hora de abandonar toda idea de pecado y de culpa, la
idea de que podemos hacer, y hemos hecho, algo que puede cambiar para siempre nuestra
naturaleza. Algo que merece eterna condena y castigo. Es hora de mirar a nuestro alrededor y darnos
cuenta de que nada, absolutamente nada, de esto existe. El pecado, como una forma de
comportamiento humano, no existe. No hay pecados, únicamente errores. No hay nada que no pueda
corregirse. No hay nada que pueda privarnos del Amor de Dios. No hay nada que pueda quitarnos
nuestra herencia eterna. No hay nada que pueda separarnos del Amor de Dios.

¿Cuándo vas a estar listo para regresar a tu hogar? ¿Hoy quizá?

Hemos abandonado nuestro hogar. Nos hemos alejado porque creíamos que éramos malos y
habíamos hecho algo imperdonable. Pero no hay nada que no se pueda perdonar. Es únicamente
nuestra propia creencia en el pecado y la culpa lo que nos mantiene aquí, sin hogar. Nuestro hogar
nos sigue esperando. Como el hijo de la parábola del hijo pródigo, nos sentamos en la pocilga de
cerdos lamentando nuestra pérdida, mientras el Padre observa al final del camino preguntando:
“¿Cuándo vas a estar listo para regresar a tu hogar? Yo estoy aquí, sigo amándote. Te estoy
esperando”. Hoy, ahora, en este instante santo, nos aquietamos un instante, y vamos a casa.

LECCIÓN 260 - 17 SETIEMBRE

“Que recuerde que Dios me creó”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Desde el punto de vista del Curso hay una estrecha e irrompible relación entre reconocer nuestra
verdadera Fuente (“Soy tal como Dios me creó) y conocer nuestra verdadera Identidad. Cuando
reconocemos a Dios y sólo a Dios como nuestra Fuente, todas las dudas sobre nuestra identidad
desaparecen, porque somos tal como Dios nos creó. “Ahora recordamos nuestra Fuente; y en Ella
encontramos por fin nuestra verdadera Identidad” (2:1). Si nuestro objetivo es recordar Quién somos
verdaderamente, el único modo de lograrlo es aceptar a Dios como nuestro Autor. Todas las falsas
ideas acerca de nosotros mimos proceden de la idea de que de alguna manera nos hemos hecho a
nosotros mismos, o al menos hemos jugado un importante papel en nuestra manera de ser.
En nuestra “locura”, pensamos que nos hemos hecho a nosotros mismos. Quizá reconocemos a
regañadientes a Dios como el creador original y, sin embargo, todos creemos que desde entonces
hemos sido el factor más importante en darle forma a nuestra vida y a nuestro destino. Eso es lo que
creemos si creemos en el pecado. ¿Iba Dios a crear el pecado? Si Él no lo hizo, y el pecado existe,
¿quién lo hizo? Así que lo admitamos o no de manera consciente, creemos que nos hemos hecho a
nosotros mismos, si creemos que no somos completamente inocentes y perfectos. Resumiendo,
pensamos que “Dios nos creó, y nosotros la hemos fastidiado”.

Y sin embargo, el Curso diría que no hemos abandonado nuestra Fuente. Dios es todo lo que existe;
y todo lo que existe, existe en Él. Seguimos siendo parte de Él. Por lo tanto, no podemos ser lo que
pensamos que somos. No podemos separarnos de Él, pero pensamos que lo hemos hecho. La
separación nunca sucedió ni jamás puede suceder.

Sólo con recordar que Dios nos creó, recordaremos al mismo tiempo nuestra Identidad (1:4-5). Tal
como la naturaleza del sol define al rayo de sol, del mismo modo lo que nos define a nosotros es
nuestra Fuente. Esto es lo que nos muestra la visión de Cristo cuando miramos a nuestros hermanos
y a nosotros mismos. Somos inocentes y santos “porque nuestra Fuente no conoce el pecado” (2:2).
Por lo tanto, “somos semejantes los unos a los otros, y semejantes a Él” (2:3).

Que hoy recuerde que Dios me creó. Mi Fuente determina lo que yo soy. No estoy determinado por
mi pasado, por mi educación, por mis palabras o por mis hechos poco amables. Tampoco mis
hermanos por los suyos. Ahora somos hermanos, todos nosotros, definidos por Dios. Y lo que somos
es Su Hijo perfecto.

¿Qué es el pecado? (Parte 10)

L.pII.4.5:5-8

El pecado no existe. La creación no ha cambiado. (5:5-6)

Recordar nuestra Fuente nos dice esto. El “pecado” es únicamente un juego de niños que nos hemos
inventado, y que no ha tenido ningún efecto en absoluto en la creación de Dios. Es un juego que
jugamos sólo en nuestra imaginación, no ha cambiado nuestra Realidad ni una pizca. La “Caída”
nunca sucedió. No hay nada por lo que expiar o pagar. La puerta del Cielo está abierta de par en par
para darnos la bienvenida.

Todo lo que tenemos que hacer es dejar de imaginar este juego de niños. Todo lo que tenemos que
hacer es dejar de imaginar que la culpa, ya sea la nuestra o la de otro, nos sirve para algo, y
abandonarla. Nos aferramos a la culpa y al pecado sólo para mantener nuestra ilusión de separación.
¿Se merecen (la culpa y el pecado) el precio que pagamos por ellos? Cuando abandonamos el
pecado, la separación desaparece, y se nos restaura el Cielo.

¿Deseas aún seguir demorando tu regreso al Cielo? ¿Hasta cuándo, santo Hijo de Dios,
vas a seguir demorándote, hasta cuándo? (5:7-8).

LECCIÓN 261 - 18 SETIEMBRE

“Dios es mi refugio y seguridad”

Instrucciones para la práctica


Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Si has leído la página anterior del Libro de Ejercicios acerca de ¿Qué es el Cuerpo?, te habrás dado
cuenta de que el último párrafo de la sección dice: “Te identificarás con lo que pienses que te ha de
dar seguridad” (L.pII.5.5:1). Este pensamiento vuelve a aparecer al comienzo de esta lección: “Me
identificaré con lo que creo es mi refugio y mi seguridad” (1:1). Por ejemplo, si tenemos un hogar en
el que nos sentimos a salvo y seguros, nos identificaremos con ese hogar. Lo que nos hace sentirnos
a salvo se convierte en parte de nuestra identidad. Si la relación es lo bastante fuerte, se volverá
realmente nuestra identidad en nuestra mente. Empezamos a ver nuestra “ciudadela” (1:2) de
seguridad como una parte fundamental de nosotros mismos. “Me veré a mí mismo allí donde
percibo mi fuerza” (1:2).

Esto es lo que hemos hecho con nuestro cuerpo. Equivocadamente vemos nuestro cuerpo como lo
que nos mantiene a salvo (“a salvo del amor”, realmente, ver L.pII.5.1:1-3). El cuerpo se convierte
en lo que protegemos de Dios, o del conflicto dentro de nuestra mente entre el amor y el miedo: tú
“…llegas a la conclusión de que tú eres tu cuerpo, en un intento de escapar del conflicto que tú
mismo habías provocado” (T.3.IV.6:3). Al ver el cuerpo como lo que me mantiene a salvo, me
identifico con él y percibo a mi “ser” como existiendo dentro de él. También percibo a mi identidad
como ego individual de la misma manera. Me protege de “perderme a mi mismo” en la unidad que
alienta el amor. Por ello, apoyo mi sensación de “peligro” e incluso me meto en “ataques asesinos”
(1:3) porque estas cosas parecen proteger mi individualidad de los avances de otros “seres”. La
misma dinámica se refleja en el mundo, en personas e incluso naciones que atacan a otros
violentamente, justificando que sólo están buscando proteger su propia paz. Está a la vista que esta
postura se contradice a sí misma. ¿Cómo puedo “buscar seguridad en el peligro” o “tratar de hallar
mi paz en ataques asesinos”? (1:3)

Nuestra verdadera seguridad está en Dios. “Vivo en Dios” y no en mi cuerpo ni en mi ego (1:4).

En Él encuentro mi refugio y mi fortaleza. En Él radica mi Identidad. (1:5-6)

Para saber que esto es verdad, tenemos que abandonar los pensamientos que nos identifican con
nuestro cuerpo y con nuestro ego, y tenemos que empezar a renunciar al ataque como un modo de
vida y de protección. El ataque no protege al Ser, protege al ego: el falso ser. El ataque protege al
miedo, al caos y al conflicto. Por lo tanto, el único modo de encontrar de verdad la paz y de
encontrar “Quien soy realmente” es poner fin a nuestra protección del falso ser, y recordar que
nuestra verdadera paz eterna se encuentra únicamente en Dios (1:7-8).

¿Qué es el cuerpo? (Parte 1)

L.pII.5.1:1-3

¿Qué es el cuerpo? ¿Quién, fuera del Curso, habría contestado como lo hace este párrafo? “El
cuerpo es una cerca que el Hijo de Dios se imagina haber erigido para separar partes de su Ser de
otras partes” (1:1). El cuerpo es una cerca. ¡Qué idea más extraña es ésta! (Es una idea que se amplia
en “El Pequeño Jardín” (T.18.VIII)). Su propósito (la razón por la que el ego lo hizo) es mantener
algo afuera, separar partes de mi Ser de otras partes. El cuerpo es un instrumento de división y
separación, por eso lo hicimos. Es un instrumento diseñado para protegernos de la totalidad. Mi
cuerpo me separa y me diferencia de los otros “seres” que caminan sobre este mundo dentro de otros
cuerpos.
Pensamos que vivimos “dentro de esta cerca”, es decir, en el cuerpo. ¿Hay alguien que pueda negar
que es así como se plantea la vida, la suposición fundamental detrás de cada una de sus acciones?
Pensamos que vivimos en el cuerpo, y pensamos que cuando el cuerpo se deteriora y se desmorona,
morimos (1:2). La muerte del cuerpo produce mucho miedo. Cuando nuestro amigo cuadraplégico,
Allan Greene, todavía era nuestro vecino, con sólo una pierna y brazos atrofiados, con los dedos de
la mano negros, consumidos y sin vida, a la mayoría de las personas les resultaba profundamente
inquietante encontrarse con él (aunque de algún modo, en su presencia, muchos de nosotros
superamos ese malestar debido a su consciencia de no ser aquel cuerpo). ¿Por qué generalmente
sentimos ese malestar ante personas desfiguradas, mutiladas, o moribundas? Una razón es que saca
nuestros propios y enterrados miedos al deterioro de nuestro propio cuerpo, y detrás de todo eso, el
miedo a la muerte misma.

El Curso nos lleva a una nueva consciencia de un Ser que no vive en un cuerpo, un Ser que no
muere cuando el cuerpo se deteriora y desmorona. Nos lleva a separarnos de nuestra identificación
con este ser limitado y corporal, y a reforzar nuestra sensación de identidad con el Ser que no tiene
cuerpo.

¿Por qué nuestro ego ha hecho el cuerpo como una cerca? ¿Qué mantiene la cerca fuera?
Sorprendentemente, lo que mantiene afuera es al amor. “Pues cree estar a salvo del amor dentro de
ella” (1:3). ¿Por qué queremos mantener al amor fuera? ¿Por qué creímos necesitar algo para
mantenernos “a salvo” del amor? El Amor deja entrar a todas las partes de nuestro Ser que estamos
intentando mantener fuera. El Amor destruye nuestra ilusión de separación. El Amor entiende que no
somos esta cosa limitada que creemos ser, y que nuestros hermanos son parte de nosotros, se
extiende continuamente, dando y recibiendo, como una fuerza magnética que atrae y junta de nuevo
todas las partes separadas del Ser.

¿Has sentido alguna vez, en un momento de intenso amor por otra persona, una oleada de miedo?
¿Has sentido alguna vez como si estuvieses a punto de perderte a ti mismo si te entregabas a este
amor? Ese sentimiento te da una pista del lamentable miedo que el ego le tiene al amor. El ego
quiere que busques el amor (porque sabes que lo necesitas y lo quieres) para tenerte contento (y
atrapado), pero quiere que no lo encuentres nunca. El Amor representa la pérdida de la identidad del
ego. Para el ego, eso es la muerte. Y por eso se inventa el cuerpo para mantener al amor fuera, como
un medio de conservar nuestra sensación de separación.

LECCIÓN 262 - 19 SETIEMBRE

“No dejes que hoy perciba diferencias”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Para ir en la dirección de no percibir diferencias, tengo que empezar a abandonar la identificación


con el cuerpo, tanto en identificarme a mí mismo con un cuerpo, como en identificar a mis hermanos
con cuerpos. La lectura para la semana dice que “el cuerpo es una cerca” (L.pII.5.1:1). Muestra
diferencias, grita muy claro: “Yo soy diferente”. ¿Por qué cada cuerpo tiene diferentes huellas
dactilares, diferentes impresiones en la retina, diferentes tipos de ADN? ¿Cómo es posible que en
todos los billones de cuerpos, no haya huellas dactilares iguales? Nuestro cuerpo dice: “Yo soy
diferente. Soy único. Soy completamente diferente a ti”.
El Amor canta dulcemente: “Somos lo mismo. Somos uno. Compartimos una vida, y la
compartimos con Dios”. Es al único Hijo a quien hoy deseamos contemplar (1:1). Las “miles de
formas” son diferentes, la vida que compartimos es una. No necesitamos despreciar al cuerpo para
hacer esto. El cuerpo puede convertirse en un medio para sanar la separación en nuestras mentes.
Usamos el cuerpo para manifestar nuestra unidad. Tocamos, abrazamos, nos cuidamos unos a otros,
nos ayudamos mutuamente. Usamos la ilusión para deshacer la ilusión.

En cada cuerpo que se presenta ante nosotros, vemos al único Hijo. “No permitas que lo vea como
algo ajeno a su Padre o a mí” (1:7). Cada uno de los que hoy veo forma parte de mí, y yo de él, y los
dos somos parte de Dios nuestra Fuente (1:8). Ver esto es lo que significa no ver diferencias. Por
supuesto, seguiré viendo hombres y mujeres, altos y bajos, gordos y delgados, pobres y ricos, negros
y blancos y marrones y amarillos y rojos. Pero elijo mirar más allá de estas diferencias hoy, y ver la
igualdad, el Hijo único en el que todos somos iguales, no diferentes.

Separación significa diferencias, y las diferencias producen juicio y ataque. La visión de nuestra
igualdad y de nuestra unidad trae paz, “allí reside la paz, la cual no se puede buscar ni hallar en
ninguna otra parte” (2:3). Elegimos no dejar que nuestra vista se detenga en las diferencias, sino ir
más allá de ellas, a la unidad. Miramos y decimos: “Éste es mi hermano a quien amo, parte de mí,
amado por Dios y parte de Dios junto conmigo. Juntos somos el santo Hijo de Dios”.

¿Qué es el cuerpo? (Parte 2)

L.pII.5.1:4-5

Cuando vemos nuestra seguridad en el cuerpo, nos identificamos con él. Nos vemos a nosotros
mismos como cuerpos (1:4). Esto es lo que potencia y apoya el ideal del ego de la separación, del
juicio y del ataque. Para el ego, éste es el propósito del cuerpo, aunque a nosotros nos dice que el
propósito es nuestra propia seguridad. A mí me parece que es beneficioso reconocer la fragilidad de
nuestro cuerpo, su naturaleza pasajera y poco duradera. Entonces, la enfermedad y la muerte del
cuerpo pueden convertirse en un dulce recordatorio de que esto no es lo que somos, en lugar de ser
una cosa terrible. ¿Por qué vamos a querer identificarnos con una cosa tan débil? Reconocer que el
cuerpo no dura y lo corto de su existencia puede impulsarnos a buscar una identidad más eterna en
algún otro lugar. AL darnos cuenta de la locura de buscar nuestra seguridad en el cuerpo, podemos
entender que nuestro fuerte apego al cuerpo debe venir de algún motivo del que no nos habíamos
dado cuenta hasta ahora: el deseo del ego de separación:

¿De qué otro modo, si no, podría estar seguro de que permanece dentro del cuerpo, y
de que mantiene al amor afuera? (1:5)

Si no tuviéramos este fuerte apego e identificación con el cuerpo, si nos diéramos cuenta de que lo
que somos es mucho más que el cuerpo y hace perecer pequeño su significado, no podríamos
mantener al amor lejos de nosotros. Éste es propósito del ego al apoyar nuestra identificación con el
cuerpo: mantener al amor fuera. De aquí es de donde procede nuestra aparente necesidad de
considerarnos a nosotros mismos como un cuerpo. Es un engaño y una trampa de nuestro ego; y
cuando vemos esto claramente, nos damos cuenta de que es algo que no queremos para nada.

A los ojos del Curso, las aparentes buenas razones para identificarnos con nuestro cuerpo no tienen
ni pies ni cabeza. Los cuerpos son vehículos inseguros, no hay ninguna seguridad en ellos. Detrás de
las aparentes buenas razones que nuestro ego inventa, hay un motivo mucho más oscuro: la creencia
ciega del ego de que la separación y las diferencias son valiosas. El Curso nos pide que
reconozcamos este oscuro motivo dentro de nosotros, que reneguemos de él y que, en lugar de ello,
nos volvamos a la eterna seguridad del Amor Mismo, que es nuestra verdadera naturaleza como
creaciones de Dios.
LECCIÓN 263 - 20 SETIEMBRE

“Mi santa visión ve la pureza de todas las cosas”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Esta lección es acerca de ver todas las cosas tal como Dios las creó: sin pecado, inocentes y puras.
Su Mente creó todo lo que existe, Su Espíritu se adentró en ello, y Su Amor le dio vida (1:1). Al
principio, ver las cosas de esta manera tiene que ser una elección consciente, porque hemos
entrenado a nuestra mente a ver las cosas justo al contrario. Hemos aprendido a juzgar. Clasificamos,
las examinamos en una escala del 1 al 10, e intentamos decidir si es algo o alguien que queremos
acercar o alejar de nosotros. Hemos entrenado a nuestra mente a hacerlo así desde que nacimos, y
probablemente en muchas vidas anteriores. Por eso, tiene que ser una elección consciente decir:
“No. Elijo ver esto como puro. No damos importancia a nuestras valoraciones y en lugar de ello
elegimos aceptar el juicio del Espíritu Santo.

Finalmente, muy a largo plazo, entrenaremos nuestra mente de otra manera. La elección de ver
pureza será cada vez más frecuente y automática. Los pensamientos de juicio probablemente
seguirán estando ahí siempre, desapareciendo lentamente hasta que abandonemos este mundo
completamente, pero al final la elección de ver pureza se volverá cada vez más una forma de pensar,
en lugar de una elección consciente. Las repeticiones frecuentes y constantes acelerarán el proceso.

¿Qué es el cuerpo? (Parte 3)

L.pII.5.2:1-4

El cuerpo es pasajero. No durará (2:1). El salmista bíblico comparó la vida de un hombre con la
hierba, tan corta como una flor en el campo, y que desaparece rápidamente (Salmo 103:15). Nuestra
naturaleza pasajera está cerca de la superficie de toda mente, como me lo recordaron anoche en un
restaurante, cuando alguien entró y saludó al propietario con: “¿Qué tal la vida?”

Él respondió: “Demasiado corta”.

Se podría pensar que lo corto de la vida física podría alertarnos de inmediato del engaño del intento
del ego de que encontremos seguridad en el cuerpo, pero rápidamente el ego deforma lo corto de la
vida en algo a su favor. El ego quiere demostrar la separación. ¿Y qué separa más que la muerte
física? Así que lo corto de la vida “demuestra” que la cerca funciona, estamos separados unos de
otros y de Dios (2:3). Inventamos el cuerpo para manifestar la separación y ¡quién lo iba a decir! Lo
hace. Un cuerpo puede atacar a otro y matarlo. Siguiendo la lógica del ego, si fuéramos uno, matar
sería imposible (2:4). El ego es un maestro de los razonamientos falsos.

Hay un argumento magnífico en el Capítulo 13 del Texto. Allí dice:

Pues crees que el ataque es tu realidad, y que tu destrucción es la prueba final de que
tenías razón. Incluso la vida previa a la que la muerte parece señalar, habría sido inútil
si tan sólo hubiese desembocado en la muerte y necesitase de ésta para probar que
existió. (T.13.IV.2:5,3:3)

Si vas a morir para demostrar que tenías razón (que la separación existe), ¿no preferirías estar
equivocado y vivir? Y aunque no sabes lo que es el Cielo, ¿no sería éste más deseable que la muerte?
(T.13.IV.3:6). Gran parte de nuestro miedo a abandonar nuestra identificación con el cuerpo está
precisamente en esto; tenemos miedo de que se nos demuestre que estamos equivocados. Si estamos
equivocados en esto, la mayor parte de los esfuerzos de nuestra vida han sido inútiles. Nos hemos
volcado completamente en algo que, en muy poco tiempo, será únicamente polvo. El Curso nos pide
que nos demos cuenta de la inutilidad de todo esto y que miremos a nuestro alrededor y
preguntemos: “¿Hay quizá alguna otra cosa que merezca todo este esfuerzo?” Y lo hay.

LECCIÓN 264 - 3 SETIEMBRE

“El Amor de Dios me rodea”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

La mayor parte de la lección de hoy es una oración preciosa, y mi sugerencia es que tomemos el
tiempo no sólo de leerla, sino de leerla en voz alta, con todo el sentimiento de que seamos capaces.
Jesús dice:

Hermanos míos, uníos a mí en este propósito hoy. Ésta es la plegaria de la salvación.


(2:1-2)

¿Lo vas a hacer? Quizá podemos hacer una pausa al mediodía, cada uno en su zona horaria, y al
hacerlo, darnos cuenta de que otros se están uniendo a nosotros en ese mismo momento para hacer
juntos esta misma oración. Y Jesús se une a todos nosotros cada vez que repetimos: “Que a través
nuestro, el mundo sea bendecido con paz” (L.360).

(Si no puedes hacer una pausa al mediodía, hazla en cualquier otro momento. Alguien, en alguna
parte, se estará uniendo a ti.)

Imagínate el efecto en ti si por lo menos una vez por hora, y más si es posible, sencillamente te paras
un instante y en silencio repites para tus adentros: “El Amor de Dios me rodea”.

“Dios es tu seguridad” dice la Lección 261. El propósito de estas diez lecciones es centrar nuestra
atención sobre el amor, que es “invisible”, en lugar de prestar atención al cuerpo, que es visible. Un
párrafo del Texto, que da la casualidad que estoy leyendo hoy, dice:

Cuando hiciste que lo que no es verdad fuese visible, lo que es verdad se volvió
invisible para ti… Es invisible para ti porque estás mirando a otra cosa.
(T.12.VIII.3:1,3)

Por lo tanto, lo que no se ve no ha desaparecido. El amor sigue estando en mi mente porque Dios lo
puso allí. El amor sigue estando en todo, rodeándome, y lo veré si dejo de buscar otra cosa. Jesús
dice que si miramos al amor el tiempo suficiente, lo que no existe se hará invisible para nosotros.
Ese proceso es el cambio del que habla el Curso. Cuando dejamos de querer ver algo diferente al
amor, sólo veremos amor. Ese resultado es inevitable porque el amor es lo único que existe.
Queremos ver separación, queremos ver cuerpos, porque pensamos que de algún modo eso nos
mantiene a salvo. Mantiene nuestra individualidad. Sin embargo, nuestra verdadera seguridad está
en el amor. Nuestra verdadera seguridad está en darnos cuenta de que somos parte de ese inmenso
océano de amor que nunca termina. El cuerpo, el ego y la consciencia individual (separada del resto)
no son lo que necesitamos conservar y aferrarnos a ello. Más bien, lo que necesitamos es unirnos a la
Consciencia Universal y hacer nuestro papel en la unión con la Mente Universal, sin ningún
propósito para esta parte pequeñita, sino únicamente un propósito que sirve al Todo.

El modo de sentir amor es dándolo. Pues si el amor es compartir, ¿cómo ibas a poder encontrarlo
excepto a través de sí mismo? (T.12.VIII.1:5). Hoy voy a abrir mi corazón para amar a todos. Que
sepa que ésta es mi función. Cuando abro mi corazón para que el amor se extienda hacia fuera, el
amor entra a raudales. Y lo que amo es a mí mismo, y no algo que está separado de mí. No soy sólo
una parte, existo en relación con todo el universo. El Todo está en cada parte. Todo está relacionado
con todo lo demás, y sólo el Todo tiene significado. El Amor de Dios me rodea.

¿Qué es el cuerpo? (Parte 4)

L.pII.5.2:4-9

Nuestra identificación con el cuerpo parece protegernos del Amor. La locura del ego cree que la
muerte “demuestra” que estamos separados. Sin embargo, en la realidad únicamente existe nuestra
unidad. Si somos uno, la lección pregunta:

Pues si su unidad aún permaneciese intacta, ¿quién podría atacar y quién podría ser ata-
cado? ¿Quién podría ser el vencedor? ¿Quién la presa? (2:4-6)

Creemos que el ataque es real, que hay víctimas y asesinos. Si nuestra unidad aún permanece intacta
(2:4), esto no puede ser real. Y por lo tanto esas apariencias deben ser ilusorias, o de otro modo la
unidad habría sido destruida. Los horrores de este mundo son los intentos del ego de demostrar la
destrucción de la unidad. La muerte es la prueba del ego de que “el eterno Hijo de Dios puede ser
destruido” (2:9). Como alumnos del Espíritu Santo, negamos esto.

No negamos que, dentro de la ilusión, existan víctimas y asesinos. No fingimos que, debido a las
bombas, niños hayan saltado por los aires, que no se practique el genocidio, que no haya atrocidades,
que no esté habiendo guerras, que por todo el mundo no se estén destruyendo vidas y familias y
estabilidad emocional. Todo esto es verdad dentro de la ilusión. Lo que negamos es toda la ilusión.
Negamos que este cuadro represente a la realidad. Negamos que algo real pueda ser amenazado.
Somos conscientes de que lo que vemos es sólo un sueño. Vemos a los personajes del sueño ir y
venir, variar y cambiar, sufrir y morir. Mas no nos dejamos engañar por lo que vemos (M.12.6:6-8).
Damos testimonio de la realidad, invisible a los ojos del cuerpo, pero que se ve con los ojos de
Cristo.

La verdad es: la Unidad existe. El mundo, el cuerpo y la muerte, niegan esta verdad. Nuestra función
como obradores de milagros es “negar la negación de la verdad” (T.12.II.1:5). Negamos la
separación, que es la negación de la verdad. Estamos con las manos extendidas para ayudar y, sobre
todo, para demostrar la verdad de nuestra eterna unidad con nuestras palabras, nuestras acciones y
nuestros pensamientos.

LECCIÓN 265 - 22 SETIEMBRE

“Lo único que veo es la mansedumbre de la creación”


Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Esta lección afirma muy claramente cómo aparentemente el mundo viene a atacarnos:

Ciertamente no he comprendido el mundo, ya que proyecté sobre él mis pecados y


luego me vi siendo el objeto de su mirada: ¡Qué feroces parecían! ¡Y cuán equivocado
estaba al pensar que aquello que temía se encontraba en el mundo en vez de en mi
propia mente! (1:1-3)

Me siento culpable por algo en mí. Proyecto esa culpa fuera, pongo mis pecados sobre el mundo y
luego lo veo devolviéndome esa misma mirada. “La proyección da lugar a la percepción”
(T.21.In.1:1). Hay más de un sitio donde el Curso dice que nunca veo los pecados de otro sino los
míos (por ejemplo, T.31.III.1:5). El mundo que veo es el reflejo externo de un estado interno
(T.21.In.1:5). La Canción de la Oración dice:

Es imposible perdonar a otro, pues son únicamente tus pecados los que ves en él.
Quieres verlos allí y no en ti. Es por eso que el perdón a otro es una ilusión. Sin
embargo, es el único sueño feliz en todo el mundo, el único que no conduce a la
muerte. Únicamente en otro puedes perdonarte a ti mismo, pues le has declarado
culpable de tus pecados, y en él debe buscarse ahora tu inocencia. ¿Quiénes sino los
pecadores necesitan ser perdonados? Y nunca pienses que puedes ver pecado en nadie
excepto en ti mismo. (Canción 2.I.4:2-8)

“Nunca pienses que puedes ver pecado en otro, sino en ti mismo”. ¡Ah! ¡Qué afirmación más
poderosa! “Son sólo tus propios pecados lo que ves en él”. Muchas personas, y yo también, tenemos
problemas con esta idea. Verdaderamente pienso que nuestro ego lucha contra esto, y usa cualquier
medio a su alcance para no aceptarlo.

Ante frases como ésta, una reacción frecuente es: “¡Imposible! Nunca he pegado a mi esposa. Nunca
he matado o violado o traicionado como ha hecho él”. Donde creo que nos equivocamos es al mirar
a las acciones concretas y decir: “Ellos hacen eso. Yo no”, pensando que hemos demostrado que el
pecado que vemos no es el nuestro.

La acción no es el pecado. La culpa sí. La idea es más extensa que las acciones concretas. La idea de
ataque es ésta: “Es el juicio que una mente hace contra otra de que es indigna de amor y merecedora
de castigo” (T.13.In.1:2). La acción de la persona que estamos juzgando no es importante; estamos
viendo a otra persona como “indigna de amor y merecedora de castigo” porque primero nos hemos
visto a nosotros mismos de esa manera. Sentimos que somos indignos, no nos gusta ese sentimiento,
y lo proyectamos sobre otros. Encontramos determinadas acciones que asociamos con ser indignas y
que nosotros no cometemos (aunque a veces están en nosotros, sólo que reprimidas o enterradas),
¡ésta es la manera exacta en que intentamos deshacernos de la culpa!

La proyección y la disociación (separación de ello) continúan en nuestra propia mente así como
afuera. Cuando me condeno a mí mismo por, digamos, comer en exceso, y pienso que me siento
culpable por comer en exceso, estoy haciendo lo mismo que cuando condeno a un hermano por
mentir o por cualquier otra cosa. En unos casos pongo la culpa fuera de mí; en otros casos la pongo
en una parte oscura de mí que rechazo. “No sé por qué hago eso, yo sé hacer cosas mejores”.
Cuando me siento culpable, estoy rechazando una parte de mi propia mente. Hay una parte de mí
que siente la necesidad de comer en exceso, o de enfadarme con mi madre, o de fastidiar mi
profesión, o de abusar de mi cuerpo con alguna droga. Hago estas cosas porque me siento culpable y
pienso que merezco castigo. La culpa básica no viene de estas cosas insignificantes, sino de mi
profunda creencia de que realmente he conseguido separarme de Dios, de que he hecho de mí
mismo algo diferente a la creación de Dios, de que soy mi propio creador. Y puesto que Dios es
bueno, yo debo ser malo. Pensamos que el mal está en nosotros, que somos el mal. No podemos
soportar esa idea, y por eso apartamos una parte de nuestra mente y de nuestro comportamiento y
ponemos la culpa a sus pies.

El mismo proceso funciona cuando veo pecado en un hermano. Pero desde el punto de vista del ego,
ver culpa en otro es mucho más atrayente y funciona mejor para esconder la culpa que quiere que
conservemos; aleja completamente la culpa de mi vista. En realidad mi hermano es una parte de mi
mente tanto como la parte oscura forma parte de mi mente. Todo el mundo es mi mente, mi mente es
todo lo que existe.

¡Y cuán equivocado estaba al pensar que aquello que temía se encontraba en el mundo
en vez de en mi propia mente! (1:3)

(En su propia identificación con el ego) siempre percibe este mundo como algo externo
a él, pues esto es crucial para su propia adaptación. No se da cuenta de que él es el
autor de este mundo, pues fuera de sí mismo no existe ningún mundo. (T.12.III.6:6-7)

Quítate las mantas de encima y hazle frente a lo que te da miedo. (T.12.II.5:2)

Necesitamos mirar a aquello que nos da miedo y darnos cuenta de que todo ello está en nuestra
propia mente. Finalmente, cuando nos damos cuenta de la verdad de todo esto, podremos hacer algo
para solucionarlo. Hasta entonces somos víctimas indefensas.

Vemos pecado en otros porque creemos que necesitamos ver pecado en otros para no verlo en
nosotros mismos. Creemos en la idea de que algunas personas no son dignas de amor y que merecen
castigo. Dentro de nosotros sabemos que nosotros mismos somos uno de los que condenamos, pero
el ego nos dice que si podemos ver la culpa en otros de fuera, verlos como peores que nosotros,
podemos escaparnos del juicio. Por eso proyectamos la culpa.

Lo que esta lección dice es que si le quitamos al mundo la mancha de nuestra propia culpa, veremos
su “mansedumbre celestial” (1:4). Si puedo recordar que mis pensamientos y los de Dios son lo
mismo, no veré pecado en el mundo porque no lo veo en mí mismo.

Por lo tanto, el mundo a nuestro alrededor nos ofrece miles de oportunidades de perdonarnos a
nosotros mismos. “Únicamente en otro puedes perdonarte a ti mismo, pues le has declarado culpable
de tus pecados, y en él debe buscarse ahora tu inocencia” (Canción 2.I.4:6). Cuando alguien aparece
en nuestra vida como pecador, tenemos una oportunidad de perdonarnos a nosotros en él. Tenemos
una oportunidad de abandonar la idea fija de que lo que esa persona ha hecho le hace culpable de un
pecado. Tenemos la oportunidad de dejar a un lado sus acciones perjudiciales y ver la inocencia que
sigue estando en él. Dejamos a un lado nuestro juicio condicionado y permitimos que el Espíritu
Santo nos muestre algo diferente.

Parece que estamos trabajando en perdonar a otra persona. En realidad siempre nos estamos
perdonando a nosotros mismos. Cuando descubrimos la inocencia en esa otra persona, de repente
estamos más seguros de nuestra propia inocencia. Cuando vemos lo que han hecho como una
petición de amor, podemos igualmente ver nuestra propia conducta equivocada como una petición
de amor. Descubrimos una inocencia compartida, una inocencia total y completa, sin que haya
cambiado desde que Dios nos creó.

¿Qué es el cuerpo? (Parte 5)

L.pII.5.3:1-3

El cuerpo es un sueño. (3:1)

Este melodrama de atacar y ser atacado, de vencedor y presa, de asesino y víctima, es un sueño en el
que el cuerpo juega el papel principal. Piensa en lo que supone que mi cuerpo es un sueño. En un
sueño todo parece completamente real. He tenido sueños terribles y aterradores acerca de mi cuerpo.
Una vez soñé que mis dientes se estaban deshaciendo y cayéndose. Pero cuando me desperté, nada
de eso estaba sucediendo. Estaba todo en mi mente mientras dormía.

Al decir que el cuerpo es “un sueño”, el Curso está diciendo que lo que le sucede a nuestro cuerpo
aquí en realidad no está sucediendo, no es una cosa real. Realmente no estamos aquí como creemos,
estamos soñando que estamos aquí. Mi hijo, que trabaja con ordenadores en el terreno de la realidad
virtual, fue conectado a un robot a través de un ordenador, viendo a través de los ojos del robot y
sintiendo a través de sus manos.

Tuvo la extraña sensación de sentirse a sí mismo al otro lado del laboratorio del ordenador, mientras
que su cuerpo estaba en este lado, incluso miró a lo largo del laboratorio y “vio” su propio cuerpo
llevando el casco de Realidad Virtual que le habían puesto. Nuestra mente se siente a sí misma como
estando “aquí” en la tierra dentro, de un cuerpo; pero no está aquí. Aquí no es aquí. Todo ello está
dentro de la mente.

Los sueños pueden reflejar felicidad, y luego repentinamente convertirse en miedo, la mayoría
hemos sentido eso en sueños probablemente. Y lo hemos sentido en nuestras “vidas” aquí en el
cuerpo. Los sueños nacen del miedo (3.2), y el cuerpo como es un sueño, ha nacido también del
miedo. El amor no crea sueños, crea de verdad (3:3). Y el amor no creó el cuerpo:

El cuerpo no es el fruto del amor. Aun así, el amor no lo condena y puede emplearlo
amorosamente, respetando lo que el Hijo de Dios engendró y utilizándolo para salvar al
Hijo de sus propias ilusiones. (T.18.VI.4:7-8)

El cuerpo es fruto del miedo, y los sueños que son su resultado siempre terminan en miedo.

El cuerpo fue hecho por el miedo y para el miedo, sin embargo “el amor puede usarlo con ternura”.
Cuando entregamos al Espíritu Santo nuestro cuerpo para Su uso, cambiamos el sueño. Pues ahora
el cuerpo tiene un propósito diferente, dirigido por el amor.

LECCIÓN 266 - 23 SETIEMBRE

“Mi santo Ser mora en ti, Hijo de Dios”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario
Estas palabras no se las digo a Jesús o a Cristo como un ser abstracto. Estas palabras se las digo a la
persona que está sentada a mi lado, a mi jefe, a las personas de mi familia, a cualquiera que esté en
frente de mí o en mi mente. “Mi santo Ser mora en ti, Hijo de Dios”.

Si mi mente está iluminada, todo el mundo es mi salvador. Todos señalan el camino a Dios (2:2-3).
Jesús aquí está diciendo: “¡Despierta! No puedes perderte. El mundo está lleno de personas, y cada
uno te señala el camino a Dios. Cada uno refleja a Su Hijo. Tu Ser está en cada uno de ellos.
Únicamente abre los ojos y yo te daré la visión para que Le veas”.

La Voluntad de Dios es que tú encuentres la salvación. ¿Cómo, entonces, no te iba a


haber proporcionado los medios para encontrarla? Si Su Voluntad es que te salves,
tiene que haber dispuesto que alcanzar la salvación fuese posible y fácil. Tienes
hermanos por todas partes. No tienes que buscar la salvación en parajes remotos. Cada
minuto y cada segundo te brinda una oportunidad más para salvarte. (T.9.VII.1:1-6)

Nada muestra tan claramente lo deformada que está nuestra percepción como nuestra reacción a esta
lección. Quizá en este momento estás pensando: “¡Sí, seguro! ¡A mí no me parecen salvadores y
portadores de la Voz de Dios!”. Si somos honestos, la mayoría de nosotros reconoceremos que
percibimos a nuestros hermanos como obstáculos y barreras en el camino a Dios, o como claros
enemigos. Entonces, pensemos en la posibilidad de que la razón por la que los vemos así no tiene
nada que ver con ellos o con la verdad. Pensemos que quizá hemos puesto nuestros pecados sobre
ellos, y los vemos devolviéndonos esa forma de mirar (L.265.1:1). Empecemos a darnos cuenta de
que nuestra forma de ver todas las cosas está al revés, y necesita ser corregida.

Que hoy abra los ojos. Que hoy me recuerde a mi mismo que cada persona con la que me encuentro
o en la que pienso “es mi salvador, mi consejero para la visión, y mi portador de la Voz de Dios”.
Que yo pida: “Dios, dame la visión para reconocer a mi Ser en esta persona”. Que reconozca que si
veo algo distinto a lo que Dios dice que es su realidad, es mi propia enfermedad mental, mi propia
manera deformada de ver, y que le lleve esas percepciones al Espíritu Santo para que Él las sane.

¿Qué es el cuerpo? (Parte 6)

L.pII.5.3:4-5

Nuestra mente eligió inventar el cuerpo. Lo hicimos con miedo, y lo hicimos para ser temeroso. Una
vez que comienza ese propósito, continuará a menos que se cambie de propósito. El cuerpo debe
“cumplir el propósito que le fue asignado” (3:4), y continuará sirviendo al miedo mientras no
pongamos en duda la base sobre la que se fabricó. Continuará protegiendo la separación,
aislándonos, defendiendo nuestro pequeño ser contra el amor.

Sin embargo, nuestra mente tiene un gran poder. Nuestra mente puede elegir cambiar el propósito
del cuerpo. Nuestra mente no está al servicio de nuestro cuerpo, sino que es el cuerpo el que sirve a
la mente. Si en nuestra mente cambiamos lo que pensamos acerca de para qué es el cuerpo, el cuerpo
empezará a servir a ese nuevo propósito. En lugar de usar el cuerpo para mantener alejado al amor,
podemos empezar a usar el cuerpo para extender amor, para expresar amor, para sanar en lugar de
hacer daño, para comunicarnos en lugar de separarnos, para unir en lugar de dividir. En lugar de ser
una cerca, puede ser un medio de comunicación, el instrumento mediante el cual el Amor de Dios
puede verse y oírse y tocarse en este mundo. Ésta es nuestra función aquí.

No dejes de llevar a cabo tu función de amar en un lugar falto de amor que fue
engendrado de las tinieblas y el engaño, pues así es como se deshacen las tinieblas y el
engaño. (T.14.IV.4:10)
Estamos aquí para manifestar el Amor de Dios, para ser el Amor de Dios en este lugar sombrío y sin
amor. El Amor sin forma de Dios toma forma en nuestro perdón, y en nuestro reconocimiento
misericordioso y agradecido del Cristo en todos nuestros hermanos (L.186.14:2), mientras
extendemos nuestra mano para ayudarles en su camino (L.pII.5.4:3).

LECCIÓN 267 - 24 SETIEMBRE

“Mi corazón late en la paz de Dios”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Ésta es una lección corta, pero muy poderosa. Es una de esas lecciones muy positivas que dice cosas
maravillosas acerca de nosotros. Si os parecéis a mí, y estoy seguro de que en cierto modo sí, a
menudo al leer una lección como ésta, hay como una especie de filtro mental actuando. La lección
dice: “Ahora mi mente ha sanado”, e inmediatamente la corriges: “Bueno, ha sanado en parte” o
“Algún día sanará” o “Mi mente está en el proceso de ser sanada”. Quitamos valor al significado.
Cuando dice: “La paz llena mi corazón e inunda mi cuerpo con el propósito del perdón”, nos
sentimos tentados a negar que es así y pensamos: “La paz no llena mi corazón”. El ego está
continuamente intentando negar la verdad acerca de nosotros.

Lo que el Curso está diciendo acerca de nosotros no encaja con la imagen que tenemos en nuestra
mente. La opinión tan mala acerca de nosotros mismos que continuamente intentamos mantener es
uno de nuestros problemas más importantes. Cuando hacemos una meditación del Libro de
Ejercicios, abandonar esa pobre imagen es lo que necesitamos practicar durante un rato. El Curso
nos dice constantemente que activamente impedimos que llegue a nuestra consciencia una idea
verdadera de Quien somos y de Lo Que somos. Las meditaciones del Libro de Ejercicios son parte
de nuestro entrenamiento en abandonar la imagen que nos hemos inventado acerca de nosotros
mismos, y en lugar de ella aceptar el Pensamiento que Dios tiene de nosotros. En algún lugar dentro
de cada uno de nosotros hay un ligero resplandor de reconocimiento de que este párrafo habla de
nosotros y no sobre un santo muy lejano. Es esa pequeña chispa, como el Curso la llama, que el
Espíritu Santo quiere convertir en una llama.

De eso trata el Curso. Nuestra valoración de nosotros es increíblemente mala, nos menospreciamos.
“Soy un mensajero de Dios”. De verdad lo soy. Puede que me sienta mucho menos que eso, pero
siempre soy ese mensajero. Siempre tengo todo lo que necesito para salvar al mundo.

Hoy, al leer esta lección, intenta no corregir la lección en tu mente. Cuando dice: “Ahora mi mente
ha sanado”, deja que eso sea verdad para ti ahora. No te preocupes por cómo pasaste ayer todo el
día. No te preocupes por cómo estará tu mente después de la meditación. Deja que sea verdad en
este momento. Estate de acuerdo con la manera en que Cristo te ve, y respóndele: “Sí. Ahora mi
mente ha sanado”.

Lee despacio, para darte tiempo a absorber cada frase. Necesitamos tiempo, principalmente para
localizar las respuestas negativas que la mente del ego inventará, y simplemente ¡no le hagas caso!
No luches ni discutas con el ego. Únicamente decide, durante estos pocos minutos, no escucharle.
Únicamente decide, durante estos pocos minutos, escuchar la Voz que habla en favor de Dios.


¿Qué es el cuerpo? (Parte 7)

L.pII.5.4:1-2

¡Qué cambio hay desde que empieza el párrafo cuatro! Se nos ha dicho que el cuerpo es una cerca
para separar partes de nuestro Ser de otras partes (1:1), que no durará (2:1, 3), que su muerte es la
“prueba” de que el eterno Hijo de Dios puede ser destruido (2:9), y que es un sueño hecho de miedo
y para ser temeroso (3:1,4). Ahora, con un cambio de propósito, todo cambia de repente: “El cuerpo
es el medio a través del cual el Hijo de Dios recobra la cordura” (4:1).

Merece la pena parar y repetirme a mí mismo: “El cuerpo es el medio a través del cual el Hijo de
Dios recobra la cordura”. Con todas las cosas aparentemente negativas que el Curso dice del cuerpo,
ésta es una afirmación sorprendente. A la mayoría de nosotros, a mí ciertamente, nos sientan bien
pensamientos positivos de este estilo sobre nuestro cuerpo. Hacerlos personales me ayuda a sentirlos
más vivamente: “Mi cuerpo es el medio por el que el Hijo de Dios recobra la cordura”.

En lugar de la actitud negativa y aborrecible hacia el cuerpo de algunas religiones, actitudes que
hacen desear deshacerse del cuerpo y dejarlo de lado, esta afirmación del Curso nos da una actitud
positiva hacia el cuerpo. “¡Este cuerpo es mi vehículo para regresar al hogar!” ¿Cómo puede el
cuerpo ser el medio para recobrar la cordura?

Se convierte en eso cuando cambiamos su propósito. Sustituimos la “meta del infierno” por la “meta
del Cielo” (4:2). Empezamos a usar el cuerpo para expresar y extender el amor que el cuerpo
pretendía dejar afuera y para lo que se inventó. Está claro que esto supone una actividad física en el
mundo, ya que todo lo relacionado con el cuerpo es físico. Recuerda lo que Jesús nos dijo antes en el
Quinto Repaso:

Pues esto es lo único que necesito: que oigas mis palabras y que se las ofrezcas al
mundo. Tú eres mi voz, mis ojos, mis pies y mis manos, con los cuales llevo la
salvación al mundo. (L.rV.In.9:2-3)

Así es como el cuerpo se convierte en “el medio a través del cual el Hijo de Dios recobra la
cordura”. Cuando ofrecemos nuestro cuerpo para que sirva a los propósitos del Espíritu Santo en
este mundo, usando nuestra voz, nuestros ojos, nuestras manos y nuestros pies, para dar las palabras
de Jesús al mundo (quizá con palabras, o con el ejemplo, o a través de ayuda física, ayudando y
sanando), nuestra mente sana junto con la mente de aquellos a nuestro alrededor. En este sueño
físico, Dios necesita mensajeros físicos. Y tú y yo somos esos mensajeros.

LECCIÓN 268 - 25 SETIEMBRE

“Que todas las cosas sean exactamente como son”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Vista a la luz del perdón, esta lección nos enseña que criticar lo que existe es juzgar y condenar a
Dios. Dejar que todas las cosas sean lo que son es una forma de perdón. Insistir en que las cosas sean
diferentes es juzgar y no perdonar. Como Paul Ferrini dice sabiamente en su libro Del Ego al Ser:
“Sólo cuando me resisto a lo que está aquí, deseo lo que no está”.
Estamos llenos de deseos acerca de cómo deberían ser las cosas. Todos estamos descontentos con las
cosas tal como son. ¿Está alguien contento con todas las cosas de su vida?

Sin embargo, esto es lo que nos aconseja esta lección. Podría parecer un consejo cruel, tanto para mí
como para el mundo que me rodea. Si vivimos en condiciones desagradables (enfermos, atrapados
en una relación destructiva, muriendo a causa de una enfermedad, pasando apuros económicos, muy
desgraciados), ¿cómo podemos decir con honestidad: “Que todas las cosas sean exactamente como
son”? Parece decir algo horrible.

Si vemos situaciones horribles a nuestro alrededor, en la familia, amigos, el mundo, con personas en
alguna de las situaciones que se han mencionado antes, ¿cómo podemos decir: “Que así sea”?

Nuestra resistencia a decir estas palabras en tales circunstancias da testimonio de nuestra firme
creencia de que tales condiciones son reales. Si creemos que el sufrimiento es real, ¡por supuesto que
no queremos que continúe! No lo podemos decir si lo que significa para nosotros es: “Que mi
hermano se muera en dolor”, o “Que mi marido siga bebiendo y pegándome”. ¡Por supuesto que no!

La lección es sencillamente una llamada a recordar que las condiciones que vemos no son reales.
“Sólo en la realidad no se experimentan pérdidas” (2:3).Es una llamada a recordar que “nada real
puede ser amenazado” y que “nada irreal existe” (T.In.2:2). No podemos decir: “Que todo sea como
es” hasta que primero reconozcamos que “todo” se refiere únicamente a lo que es real, únicamente a
lo que es de Dios. El resto es ilusión.

Decir: “Que todas las cosas sean exactamente como son”, es una afirmación de fe en que lo que
parece ser dolor y sufrimiento no está ahí realmente. Es una respuesta a la llamada de Dios, que nos
saca del mundo de las condiciones y nos lleva a la verdad sin condiciones. Es una frase que se
aplica, no al mundo que vemos con los ojos del cuerpo, sino al mundo que podemos ver únicamente
con los ojos de Cristo. Es una afirmación de que queremos ver la realidad que hay detrás de todas las
ilusiones de sufrimiento.

No significa que le demos la espalda a un hermano que está sufriendo y con dolor, verle y
cruelmente decir: “Que sea exactamente así”. Ése es el viejo error cristiano de: “Es la Voluntad de
Dios”. No es la Voluntad de Dios que suframos y muramos. Pensar eso es creer que el error es real, y
luego culpar a Dios por ello.

Esta lección habla de no ver ningún error.

No veas el error. No lo hagas real. Selecciona lo amoroso y perdona el pecado,


eligiendo en su lugar el rostro de Cristo. (Canción 2.I.3:3-5)

Decir: “Que todas las cosas sean exactamente como son”, es una afirmación de que las condiciones
no necesitan cambiar para que el amor sea real. Sólo el amor es real, sean cuales parezcan ser las
condiciones, eso es lo que estamos afirmando.

El error, el dolor y el sufrimiento que vemos, no proceden de Dios. Por lo tanto, no son reales. Es
sólo una proyección de nuestra mente colectiva. Están ahí porque hemos deseado ser diferentes a
como Dios nos creó. Poner fin al deseo de que nuestras condiciones sean diferentes es el comienzo
de la desaparición de la ilusión. Lo que se me pide es que renuncie a ser el creador del universo.
Pensamos que podemos cambiar esto y arreglar aquello, remendar tal cosa, y el mundo será un lugar
mejor. ¡Es nuestra intromisión en la realidad lo que lo ha hecho como es! Es nuestra intromisión lo
que tiene que terminar.

Mientras estamos en el mundo de la ilusión, tenemos que actuar con sensatez. Si me corto el dedo,
no lo dejo sangrar de manera descuidada aunque sé que el mundo no es real. No, le pongo una tirita.
Sin embargo, al hacerlo, que me dé cuenta de que lo que estoy haciendo es “magia”. Sólo estoy
remendando la ilusión, y no es realmente importante. Sólo contribuye a una ilusión más cómoda.
Hacer que la ilusión sea más cómoda está bien, pero en realidad carece de importancia.

Lo mismo sirve para situaciones extremas. Supón que me estoy muriendo de cáncer. Por supuesto
que lo trato. La manera en que lo trato no importa. Puedo usar tratamiento médico. Puedo intentar
curarme con una dieta. Puedo hacer afirmaciones y condicionamiento mental. Todo ello es magia,
todo ello está remendando la ilusión. Al final no importa si mi cuerpo muere o vive. “Que todas las
cosas sean exactamente como son” en esta circunstancia significa que “Lo que importa no es lo que
le sucede al cuerpo. Lo que importa es dar y recibir amor. No necesito librarme del cáncer para ser
feliz, lo que le sucede a mi cuerpo no afecta a lo que yo soy”.

Cuando estoy enfermo, si continuamente insisto en que mi estado físico tiene que cambiar para que
yo sea feliz, estoy perpetuando el error que me enfermó. “Que así sea” no significa que abandone
todos mis esfuerzos por mejorar mi estado, sino que significa que abandono todo mi empeño en el
resultado. Significa que no importa cómo evolucione y se manifieste el estado físico, descanso
seguro de que no puede perjudicar al bien final de todas las cosas.

La lección 24 dice: “No percibo lo que más me conviene”. Decir: “Que así sea” es el resultado
natural de darnos cuenta de nuestra ignorancia. Actuando desde nuestro limitado punto de vista,
podemos intentar cambiar las condiciones, pero al hacerlo, reconocemos que hay muchas cosas que
no entendemos, muchas cosas que todavía no hemos tenido en cuenta porque desde la perspectiva de
una mente separada no podemos verlo. Por eso hacemos lo que vemos que hay que hacer, pero no
nos apegamos al resultado, reconociendo que sean cuales sean nuestros esfuerzos, los resultados
están en manos de Dios, y las manos de Dios son buenas manos. Como un ejemplo de esta actitud,
orando en el Jardín de Getsemaní Jesús dijo: “Padre mío, si esta copa no puede pasar sin que yo la
beba, hágase Tu Voluntad” (Mt 26:39). Desde su perspectiva como ser humano individual, Jesús no
quería ser clavado a una cruz. Desde su confianza en Dios, todavía podía decir: “Hágase en mí Tu
Voluntad”.

Es necesario que el maestro de Dios se dé cuenta, no de que no debe juzgar, sino de


que no puede. (M.10.2:1)

Decir: “que así sea” es darse cuenta de esto, y afirmar que el juicio de Dios es perfecto. No vamos a
juzgar nada de lo que suceda. “Hoy no juzgaré nada de lo que ocurra” (L.243). Eso significa que no
juzgamos nada como malo, y que tampoco juzgamos nada como bueno. No juzgamos en absoluto.
Lo que es, es. “Que así sea”.

¿Qué es el cuerpo? (Parte 8)

L.pII.5.4:3-4

Cuando cambiamos el propósito de nuestro cuerpo del asesinato a los milagros, de la búsqueda del
infierno a la meta del Cielo, ¿cómo se hace esto en la práctica? “El Hijo de Dios busca la mano de su
hermano para ayudarlo a marchar por la misma senda que él” (4:3). Es así de sencillo. Extendemos
la mano para ayudar a nuestro hermano. Ponemos la mano bajo su brazo cuando tropieza y le
ayudamos a caminar con nosotros hacia Dios. Somos los primeros en darle la bienvenida con nuestra
sonrisa. Abandonamos el orgullo y somos el primero que busca la reconciliación en una relación
dolida. Visitamos a un amigo enfermo. Nos ayudamos el uno al otro.

Algunos dicen que puesto que nuestra única responsabilidad es aceptar la Expiación para nosotros
mismos, no importan las acciones externas, que todo es mental. Yo digo: “¡Qué va!” Aceptar la
Expiación para uno mismo es la única responsabilidad del “obrador de milagros”. Esto significa que
si aceptas la Expiación, obrarás milagros. Si no estás obrando milagros (llevando la sanación a
aquellos a tu alrededor), no estás aceptando la Expiación. Los dos van juntos. Lee el párrafo en el
que aparece la frase “la única responsabilidad” (T.2.V.5), y date cuenta de lo que sigue a esa frase. Al
aceptar la Expiación, tus errores son sanados, y luego tu mente sólo puede curar. Al hacer esto,

… te colocas en una posición desde la que puedes eliminar la confusión de niveles en otros. El
mensaje que entonces les comunicas es el hecho irrefutable de que sus mentes son igualmente cons-
tructivas. (T.2.V.5:4-5, lee el párrafo entero)

Para ser un obrador de milagros tienes que aceptar la Expiación para ti mismo; para sanar los errores
de otros, primero tienes que haber sanado los tuyos (M.18.4).

Si conoces la teología cristiana, esta confusión entre sanar yo y sanar a otros es parecida al viejo
argumento de la salvación por la gracia y la salvación mediante acciones. La Biblia dice que hacer
buenas obras no te salvará, que la salvación tiene lugar “mediante la gracia a través de la fe”. Y sin
embargo también dice que si tienes fe, harás obras buenas; las obras buenas son la señal de la fe.
Por lo tanto, “la fe sin obras es una fe muerta” (Santiago 2:20). De igual modo, aceptar la Expiación
es todo lo que se necesita, pero la “prueba” de que has aceptado la sanación para tu propia mente es
la extensión de los milagros de sanación a aquellos que te rodean. El Curso repite esto una y otra
vez, diciendo que el modo en que tú sabes que has sanado es sanando a otros.

Por eso es por lo que los milagros dan testimonio de que eres bendito. Si perdonas
completamente es porque has abandonado la culpabilidad, al haber aceptado la
Expiación y haberte dado cuenta de que eres inocente. ¿Cómo ibas a percatarte de lo
que se ha hecho por ti, sin tú saberlo, a menos que hicieses lo que no podrías sino hacer
si se hubiese hecho por ti? (T.14.I.1:6-8)

Así que lo que estas frases están diciendo (volviendo a “¿Qué es el Cuerpo?”) es que el cuerpo se
vuelve santo al usarlo al servicio de otros. Al extender la mano para ayudar, llevamos sanación a
nuestra mente. Extendemos en lugar de apartarnos, buscamos sanar en lugar de herir, es la manera
en que aceptamos la Expiación, o mejor dicho, la manera de demostrarnos a nosotros mismos que la
hemos aceptado. La mente que ha aceptado la Expiación puede únicamente sanar, y mediante la
sanación conocemos a nuestro Ser. Date cuenta aquí de que el cuerpo “sirve para sanar la mente”
(4:5). Sí, la mente es lo que necesita sanación, pero el cuerpo sirve para sanarla al actuar con amor
sanador con otros.

LECCIÓN 269 - 26 SETIEMBRE

“Mi vista va en busca de la faz de Cristo”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

La lección de hoy trata del perdón, de elegir de antemano ver la inocencia en otros Recordemos
algunas cosas que nos han enseñado lecciones anteriores sobre el perdón.

Lección 126: La manera de recibir el perdón es dándolo.

¿Cómo se relaciona en esta lección “dar es recibir” con el perdón? Explica como, según el mundo
entiende el perdón, no hay nada que nosotros podamos recibir del perdón. “Cuando "perdonas" un
pecado, no ganas nada con ello directamente” (L.126.3:1). Si creo que el pecado de alguien es real y
se lo “perdono”, es sólo un acto de caridad hacia alguien que no es digno del perdón. Es un regalo
que no se merece. De hecho podría parecer que yo salgo perdiendo, y que no gano nada con ello. No
hay ninguna liberación para mí en hacer esto.

Sólo cuando he recibido el perdón para mí, puedo darlo; y sólo al darlo reconozco que lo he
recibido. ¡Ni siquiera conozco lo que es! ¿Cómo podría reconocerlo? Así que para saber lo que es el
perdón, y para saber que lo tengo, tengo que darlo. Tengo que verlo “ahí fuera” para reconocerlo
“aquí dentro”. Cuando lo haga, empezaré también a comprender que no hay diferencia entre ahí
fuera y aquí dentro.

La idea de que dar es recibir, que “el que da y el que recibe son uno” (L.126.8:1) es una preparación
necesaria para liberar nuestra mente de todos los obstáculos al verdadero perdón. El juicio se basa en
la separación y las diferencias: el pecado está en otro y no en mí. Él es malo, yo soy mejor. El perdón
se basa en la unidad y la igualdad. No hay “otro” a quien hacer o que me haga. Los dos somos
inocentes. Nunca hubo pecado alguno. Todos somos parte del mismo Corazón de Amor.

Lección 134: El verdadero perdón perdona las ilusiones, no pecados reales.

Aquí aprendemos que el principal obstáculo para aprender el verdadero perdón es la creencia de que
tenemos que perdonar algo real. Creemos que el pecado existe, que se ha causado daño realmente.
Es imposible perdonar un pecado que creemos que es real. “Es imposible pensar que el pecado es
verdad sin creer que el perdón es una mentira” (L.134.4:2). “La culpabilidad no se puede perdonar”
(L.134.5:3).

Éste es un obstáculo muy importante. Puedo asegurar que es posible que algo que antes te pareció un
pecado, verlo como un simple error y una petición de amor. Yo lo he sentido. Yo no hice el cambio.
No podemos hacerlo nosotros. Pero sí que es necesario querer que el cambio ocurra. Sé que hay
muchas cosas que, dándome cuenta o no, todavía juzgo y condeno como pecado, como malo. Cada
vez que encuentro juicios en mi mente, no necesito hacer nada, sólo reconocer que está ahí y creer
que hay otra manera de verlo. Afirmo que quiero verlo de manera diferente. Pido ayuda para
entender el perdón por medio de esa experiencia. Y espero.

Me permito a mi mismo mirar a la ira, al miedo, al resentimiento que puedo estar sintiendo. No lo
escondo, eso perpetuaría la mente errada. Quiero también ver mis sentimientos de manera diferente.
Reconozco que quizá me estoy juzgando por sentirlos. Por eso, lo que hago con los juicios externos,
también lo hago con los juicios internos: Afirmo que quiero verlo de manera diferente y pido ayuda
para ello. Y espero.

Lo que entonces sucede es cosa de Dios. Se produce un cambio en mi mente. Puede ocurrir primero
en relación con el otro, el “pecador”; o puede suceder primero en relación conmigo. Puesto que el
otro y yo somos uno y lo mismo, no importa cómo ocurra o en qué orden. En el cambio, llego a ver
algo que estoy juzgando, en el otro o en mí mismo, como una petición de amor. Llego a ver que, sea
cual sea la apariencia que tenga, la inocencia está detrás del acto en sí. Puedo ver que estaba
enfadado porque quería estar cerca de la otra persona y me alejó. Yo quería unirme, la unidad. No
hay nada por lo que sentirse culpable en ello. Lo vi como ataque y ataqué. Ahora veo que no hubo
ataque; los dos queremos lo mismo, así que abandono mi ataque y respondo con amor. O puedo ver
que la otra persona tenía miedo, se sentía amenazada por mí de alguna manera (y sé que no soy una
amenaza), y así perdí la cabeza. Mi ataque fue el mismo error. Veo que no hubo pecado en lo
sucedido, y todo el asunto puede abandonar mi mente.

La lección de hoy: Vemos inocencia cuando elegimos verla.

“Mi vista va en busca de la faz de Cristo”. “Hoy elijo ver un mundo perdonado” (1:5). “Ver el rostro
de Cristo” es una manera simbólica de decir que vemos inocencia, que vemos un mundo perdonado.
En esta lección vemos que el perdón es una elección. Cuando decidimos que sólo queremos ver
inocencia, sólo vemos inocencia. El Espíritu Santo nos da el regalo de la visión. “Lo que contemplo
es mío” (1:5). Si veo errores ahí fuera, son mis propios errores. Si veo inocencia, es también la mía
propia. Si puedo ver inocencia (y la veré si elijo verla, la veré si lo pido), es la prueba de mi propia
inocencia. Únicamente aquellos que ven inocencia en otros conocen su propia inocencia. Los que se
sienten culpables siempre verán culpa. Ver inocencia en otros es el medio que Dios nos ha dado para
descubrir nuestra propia inocencia. No la podemos encontrar si miramos directamente. Es como
intentar verte tu propia cara, necesitas un espejo. El mundo es mi espejo, me muestra el estado de mi
propia mente. La imagen en el espejo es sólo una imagen, una ilusión, pero en este mundo es una
ilusión necesaria, y lo será hasta que haya conocimiento sin percepción.

¿Qué es el cuerpo? (Parte 9)

L.pII.5.5:1-3

Como se indicó en la Lección 261: “Me identificaré con lo que creo es mi refugio y mi seguridad”
(5:1, y ver L.261.1:1). Si pensamos que nuestra identidad física y el ego son nuestra seguridad, nos
identificaremos con ellos; si entendemos que ser el amor que somos es lo que nos da seguridad, nos
identificaremos con él, en lugar de con el cuerpo y el ego. Si nos identificamos con el cuerpo,
nuestra vida se vuelve un intento agobiante e inútil por conservarlo y protegerlo. Si nos
identificamos con el amor, el cuerpo se convierte en un instrumento que usamos para expresar
nuestro propio ser amoroso, que es Dios expresándose a través de nosotros.

“Tu seguridad reside en la verdad, no en las mentiras” (5:3). El cuerpo es una mentira acerca de
nosotros, no es lo que nosotros somos. “Enseña sólo amor, pues eso es lo que eres” (T.6.I.13:2). Ahí
es donde reside nuestra verdadera seguridad, y con eso es con lo que tenemos que aprender a
identificarnos.

¿Qué me parece “más real” hoy? ¿Mi cuerpo o mi Ser amoroso? ¿A qué le doy más importancia? O
¿a qué dedico la mayor parte de mi tiempo y de mi atención? ¿Qué es lo que más cuido y lo que más
me preocupa? La práctica de las lecciones del Libro de Ejercicios puede ser muy reveladora acerca
de esto, al comenzar a darme cuenta de que raramente dejo de cuidar mi cuerpo: alimentándolo,
vistiéndolo, limpiándolo, durmiendo. ¿Cómo cuido mi espíritu? Cuando la atención a mis
necesidades espirituales y a la expresión de mi naturaleza interna sea lo más importante, cuando
prefiera perderme el desayuno en lugar de mis momentos de quietud con Dios, sabré que he
empezado a cambiar mi identidad de las mentiras a la verdad.

Si al observarme, me doy cuenta de que todavía no es así, que no me sienta culpable por ello. La
culpa no sirve para nada positivo. Mi identificación con el cuerpo no es un pecado. Es sólo un error
y una indicación de que necesito practicar desaprender esa identificación y, en lugar de ello,
aprender a identificarme con el amor. Cuando estoy practicando la guitarra y me doy cuenta de que
me estoy saltando algún acorde, no me siento culpable por ello, simplemente intensifico mi práctica
de esa canción hasta que la aprendo.

Incluso puedo usar mi costumbre de identificarme con el cuerpo para ayudarme a formar un nuevo
enfoque. Cuando me ducho o me lavo la cara, puedo usar el tiempo para repetir mentalmente la
lección del día y pensar en su significado para mí. ¿Qué otra cosa más valiosa ocupa tu tiempo en
esos momentos? Cuando como, puedo acordarme de dar gracias, y dejar que sea un indicador de que
recuerde a Dios. Si estoy solo durante la comida, quizá puedo leer una página del Curso, o la
lección. Puedo hacer del cuerpo un instrumento de ayuda para recorrer el camino a Dios.

LECCIÓN 270 - 27 SETIEMBRE


“Hoy no utilizaré los ojos del cuerpo”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Por supuesto esto no significa que vaya a caminar con los ojos vendados, chocándome con las cosas.
Sin embargo, no voy a dejar que mi vista se detenga en lo físico. No voy a “usar” la información de
los ojos, no voy a depender de eso.

La visión de Cristo es el don que me has dado, el cual tiene el poder de transformar
todo lo que los ojos del cuerpo contemplan en el panorama de un mundo perdonado.
(1:1)

Ahí está otra vez esa palabra “transformar”. Lo que hoy quiero ver, Maestro mío, es un mundo
perdonado. Quiero ver la verdad detrás de todas las apariencias. Mi función, la función de cada Hijo
de Dios, es la de transformador o traductor. Estamos aquí para sanar al mundo al verlo de manera
diferente, y así nos curamos también nosotros.

Uno de los componentes principales de esa visión es la ausencia de juicios. Sin condena. Sin culpa.
Sin exigir cambios fuera. Viendo que todos y todo se merecen amor, tal como son. Sin
comparaciones ni valoraciones, sin hacer diferencias, sino viendo a todo como parte de Un Todo.

Perdonar es pasar por alto. Mira entonces más allá del error, y no dejes que tu
percepción se fije en él, pues, de lo contrario, creerás lo que tu percepción te muestre.
Acepta como verdadero sólo lo que tu hermano es, si quieres conocerte a ti mismo.
Percibe lo que él no es, y no podrás saber lo que eres porque lo estarás viendo falsa-
mente. (T.9.IV.1:2-5)

No sabes cómo pasar por alto los errores pues, de lo contrario, no los cometerías.
(T.9.IV.2:2)

Se nos dice que pasemos por alto los errores. Luego se nos dice que no sabemos cómo hacerlo. Por
lo que tenemos que volvernos hacia el Espíritu Santo. Una lección que me parece fundamental en el
Curso es: “No confíes en tu percepción. No utilices los ojos del cuerpo. No pienses que ver empieza
y termina con la vista física y con nuestras propias interpretaciones mentales.

Lo que hacemos mientras vamos por el mundo es algo parecido a esto: vemos algo. Nuestra mente
lo interpreta y casi siempre con una valoración o juicio. En ese momento lo que tenemos que hacer
es reconocer que no podemos juzgar y abandonarlo. Abandonamos nuestra percepción. No
pensamos que es peligroso o temible o pecado, simplemente reconocemos que no significa nada
(M.16.10:8). Ese abandonar nuestras percepciones es el paso fundamental. “Y a cambio de ese
"sacrificio", se le restaura el Cielo en su conciencia” (M.16.10:10).

Nos hacemos a un lado y ocupamos lo que parece ser una posición inferior. Decimos: “No entiendo
lo que significa esto”. Ésta es la primera lección del Libro de Ejercicios: “Nada de lo que veo…
significa nada” (L.1).

Y luego nos abrimos al Espíritu Santo. “Quiero ver las cosas de otra manera”. Eso es. Si llegas hasta
aquí, te quedarás encantado porque Dios contestará esa petición. Verás las cosas de otra manera.
Quizá no inmediatamente, no en ese instante, pero sucede. ¿Cómo? ¡No lo sé! Entender el cómo de
la Expiación no es nuestro trabajo ni nuestra función, sino la Suya.

¿Qué es el cuerpo? (Parte 10)

L.pII.5.5:4-8

El amor es tu seguridad. El miedo no existe. (5:4-5)

Cuando no utilice los ojos del cuerpo, esto es lo que veré. Cuando abandone mi fe ciega en la
percepción de las cosas, veré amor. Los ojos del cuerpo se hicieron con miedo y se hicieron para ver
miedo. Necesito poner fin a mi confianza en este mecanismo de la percepción, y pedir una nueva: la
visión de Cristo.

La frase: “El miedo no existe”, me puede parecer increíble, especialmente al avanzar en mi práctica
del Curso, porque una de las consecuencias de practicar el Curso es que todos los tipos de miedos
enterrados en mi mente empiezan a salir. Sin embargo, el Curso me enseña que lo que ha sucedido
es esto: para esconderme a mí mismo mi propia naturaleza de amor, mi ego ha inventado todo tipo
de miedos, luego me parecieron tan aterradores que los reprimí o negué, y los tapé con disfraces
engañosos apoyados por mi percepción del mundo. Ahora al abandonar mi confianza en la
percepción, los disfraces están desapareciendo, y los miedos que yo había enterrado están saliendo a
la superficie. Entonces, este sencillo mensaje es un remedio para esos miedos que salen: “El miedo
no existe”. En otras palabras, lo que estoy viendo no es real, es una ilusión que yo me he inventado.

Identifícate con el amor, y estarás a salvo. Identifícate con el amor, y estarás en tu morada.
Identifícate con el amor, y hallarás tu Ser. (5:6-8)

Cuando empiezo a mirar dentro, veo todas estas diferentes formas de miedo. En lugar de luchar con
el miedo, o de escapar, o de enterrarlo de nuevo, necesito aprender a mirar más allá al amor que
están ocultando. Tenemos que atravesar lo que el Curso llama “el anillo de temor” (ver T.18.IX,
especialmente los párrafos 3 y 4). Aquí es donde la mayoría de nosotros nos quedamos atascados. El
miedo parece demasiado real.

Voy a permitir hoy que el Espíritu Santo me muestre que esta aparentemente infranqueable muralla
de miedo no es nada realmente. Está hecha de nubes que no pueden detener ni una pluma. Voy a
tomar Su mano y dejar que Él me conduzca a través de esa muralla a la verdad, a mi Ser, y a mi
hogar. Voy a identificarme con el amor y encontrar mi seguridad.

LECCIÓN 271 - 28 SETIEMBRE

“Hoy sólo utilizaré la visión de Cristo”

Instrucciones para la práctica

Una vez al mes durante la Segunda Parte, introduciré este recordatorio de repasar las instrucciones
de la práctica. Recuerda, estas instrucciones exponen con detalle las costumbres o hábitos de la
práctica diaria que el Libro de Ejercicios está intentando ayudarnos a formar. Si no creas estas
costumbres o hábitos, te pierdes lo principal de todo el programa de entrenamiento.

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.
Comentario

Una vez más el Libro de Ejercicios nos enfrenta al hecho de que nosotros elegimos lo que queremos
ver, y lo vemos. Nos dice que este proceso funciona continuamente: “Cada día, cada hora y cada
instante elijo lo que quiero contemplar, los sonidos que quiero oír y los testigos de lo que quiero que
sea verdad para mí” (1:1). La última parte de esta frase es significativa porque nos dice el motivo de
nuestra elección: elegimos ver lo que queremos que sea la verdad para nosotros. Por ejemplo, si
constantemente veo personas que son víctimas, es porque hay una parte de mí que quiere ser una
víctima. Puedo pensar que no quiero ser una víctima, pero si la alternativa es ser responsable de todo
lo que me sucede, entonces ser víctima ¡suena estupendo! Cada vez que veo una víctima,
secretamente deseo poder culpar a otro por mis faltas.

Sin embargo, lo importante de esta lección no son nuestras elecciones negativas. Lo importante es
que hay elección. Hay otra posibilidad. Si escucho al ego mi elección será ver pecado, culpa, miedo
y muerte. Pero si escucho al Espíritu Santo querré que la verdad acerca de mí sea algo diferente, y
por lo tanto querré ver algo diferente en el mundo, y lo veré. Verlo en el mundo es el modo por el
que sabré que es la verdad acerca de mí. En vez de querer ver los testigos del pecado, querré ver los
testigos de la verdad, y lo que busco lo encontraré.

A medida que mi percepción se une cada vez más con la visión de Cristo, me acerco al momento en
que la percepción desaparece por completo (1:3). Mi cambiada percepción me mostrará lo que el
Curso llama el mundo real, la desaparición de la percepción se refiere al final del mundo y nuestro
despertar al Cielo.

¿Cómo quiero verme a mí mismo? Si quiero verme como amor, que busque hoy amor en mis
hermanos. Si quiero verme inocente, que busque la inocencia en otros. Si quiero verme sin culpa,
que busque ver a los demás sin culpa. Que hoy recuerde:

Cuando te encuentras con alguien, recuerda que se trata de un encuentro santo. Tal
como lo consideres a él, así te considerarás a ti mismo. Tal como lo trates, así te tratarás
a ti mismo. Tal como pienses de él, así pensarás de ti mismo. (T.8.III.4:1-4)

Cada hermano que contemples en la luz hará que seas más consciente de tu propia luz.
(T.13.VI.10:3)

No le enseñes a nadie que él es lo que tú no querrías ser. (T.7.VII.3:8)

¿Qué es el Cristo? (Parte 1)

L.pII.6.1:1-2

Cristo es el Hijo de Dios tal como Él lo creó. (1:1)

Esto es lo que estamos aprendiendo a ver unos en otros, para que podamos recordar verle a Él en
nosotros mismos. Cristo es la creación original de Dios, antes de que nosotros lo “reinventáramos” y
pintáramos otra imagen sobre la obra perfecta de Dios. Queríamos ser otra cosa, y por eso hemos
percibido otra cosa en todos a nuestro alrededor. Ahora estamos aprendiendo a dejar a un lado las
imágenes que hemos inventado para descubrir de nuevo la obra maestra debajo de la falsificación.

Cristo es el Ser que compartimos y que nos une a unos con otros, y también con Dios.
(1:2)
Cristo es el Hijo de Dios. Todos nosotros somos aspectos de ese único Hijo. (Creo que parte de la
razón por la que el Curso usa “Hijo” en lugar de “hijos e hijas”es porque ésta última frase indica una
separación que no existe en la creación de Dios). Nuestro Ser original, nuestro único Ser real, es un
Ser que compartimos con todos. Una razón por la que nos resistimos a conocer este Ser es porque no
es “mi” ser para mí solo, es nuestro Ser. Para reclamar a Cristo como mi Ser, no puedo excluir a
nadie porque el Ser que estoy reclamando es un Ser universal, de Quien todos somos parte.

No sólo estamos unidos unos a otros en este Ser, sino que también estamos unidos a Dios (1:2). Sin
Dios este Ser no existiría, Dios es Su Causa, Su Fuente y Su Sustento. No puede estar separado de
Dios. No puede ser independiente de Él. Tampoco se puede oponer a Dios en ningún modo, todas las
características de este Ser proceden y surgen del propio Ser de Dios.

LECCIÓN 272 - 29 SETIEMBRE

“¿Cómo iban a poder satisfacer las ilusiones al Hijo de Dios?”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Como algunos anuncios de la televisión, el Curso nos dice que no aceptemos sustitutos. Queremos
“la cosa real”. La ironía de ello es que la mayor parte del tiempo nos contentamos con ilusiones:
ilusiones de amor (relaciones especiales), ilusiones de seguridad (seguridad económica), ilusiones de
significado (fama, recompensas y reconocimiento del mundo). Nos contentamos con sueños, e
incluso a veces con sueños dentro del sueño, como drogas y fantasías.

Necesitamos lecciones como ésta. Necesitamos preguntarnos a nosotros mismos: “¿Podrían


brindarme felicidad las ilusiones?” (1:4).Si estamos dispuestos a hacer la pregunta, conocemos la
respuesta. Un escritor y misionero cristiano, Jim Elliot, escribió una vez: “No está loco el que da lo
que no puede conservar, para ganar lo que no puede perder”. Otra misionera, Amy Carmichael,
escribió: “La vida que cuenta es la que no pierde el tiempo en cosas sin importancia”. Cuando el
brillo del mundo nos atraiga, cuando una relación especial parezca prometernos significado y
plenitud aquí en el mundo, que me recuerde a mí mismo: “No me contentaré con menos de lo que
Tú me has dado” (1:6).

Podemos encontrar placer y satisfacción temporal en algunas de nuestras ilusiones. Sin embargo, a la
larga nada puede satisfacernos, salvo el recuerdo de Dios (1:5). Nada puede darme completa
satisfacción excepto el conocimiento de que “Tu Amor, por siempre dulce y sereno, me rodea y me
mantiene a salvo eternamente” (1:7). ¿Voy a buscar otra ilusión hoy? ¿O voy a usar mi tiempo con
sabiduría, y elegir el Cielo y la paz de Dios?

¿Qué es el Cristo? (Parte 2)

L.pII.6.1:3-5

Cristo es “el Pensamiento que todavía mora en la Mente que es Su Fuente” (1:3). El Curso nos
enseña que nuestra realidad es un Pensamiento dentro de la Mente de Dios. Una y otra vez el Curso
insiste en que las ideas no abandonan su Fuente. Permanecen en la mente que las está pensando. Una
idea no puede separarse de la mente, es una parte de la mente, una función de la mente que la piensa.
Y somos eso en relación con Dios. La separación entre nuestro Ser y la mente de Dios es igual de
imposible que la separación entre una idea y la mente que la piensa. Mi verdadero Ser, tu verdadero
Ser, nuestro verdadero Ser, es el Cristo. Nuestro Ser jamás ha abandonado nuestro santo hogar (1:4)
en la Mente de Dios. Eso es un hecho. Basado en ese hecho, cualquier cosa que parezca lo contrario
debe ser una mentira, una ilusión. No estamos caminando sin rumbo en este mundo, “en Dios estás
en tu hogar, soñando con el exilio” (T.10.I.2:1). Nuestra separación es sólo un sueño, no una
realidad; por eso el Curso está tan seguro del resultado final.

No hemos abandonado a Dios, y puesto que no lo hemos hecho, no hemos perdido nuestra inocencia
(1:4, también L.182.12:1). Todas las cosas horribles que podemos pensar que hemos hecho o dicho
no tienen realidad en la verdad, son parte del sueño del exilio. Todavía estamos en el hogar. ¿Has
soñado alguna vez que hiciste algo terrible o vergonzoso, y luego te despertaste aterrorizado,
horrorizado, y sentiste luego un gran alivio de que no fuera verdad? “¡Sólo fue un sueño!” Algún día
todos nosotros tendremos esa experiencia a gran escala, nos despertaremos y nos daremos cuenta de
que todo este mundo fue un sueño, que nunca ocurrió. A pesar de todo lo que nos hemos imaginado,
despertaremos y nos encontraremos a nosotros mismos “inmutables para siempre en la Mente de
Dios” (1:5).

LECCIÓN 273 - 30 SETIEMBRE

“Mía es la quietud de la paz de Dios”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Me encanta el modo en que el Curso nos hace sitio a todos nosotros, sin que importe nuestro nivel de
logros. Dice: algunos de nosotros pueden estar “listos para pasar un día en perfecta calma” (1:1). Y
para algunos de nosotros esto puede no ser “posible” (1:2). Si hemos hecho las lecciones del Libro
de Ejercicios desde el principio, ya hemos hecho 272 lecciones. Sin embargo, un día en perfecta
calma puede que todavía no sea posible. “Posible” significa que “se puede lograr”. No hay sensación
de desprecio aquí, ni la intención de decir: “Algunos de vosotros no habéis estado haciendo vuestro
trabajo”. Simplemente dice que no es posible para ti todavía. Incluso el “todavía” tiene significado,
porque afirma claramente que será posible para nosotros finalmente.

El autor del Curso tiene total confianza en cada uno de nosotros. No sólo en aquellos que estamos
haciendo el Curso, sino en cada uno de nosotros. Un día será posible para mí, para ti, y para todos
“pasar un día en perfecta calma”. ¿No es maravilloso pensar en ello, aunque todavía no hayas
llegado?

¿Deseas una quietud que no pueda ser perturbada, una mansedumbre eternamente
invulnerable, una profunda y permanente sensación de bienestar, así como un descanso
tan perfecto que nada jamás pueda interrumpirlo?

El perdón te ofrece todo eso y más. (L.122.1:6-2:1)

La lección nos sugiere que si todavía no estamos listos para pasar un día en perfecta calma, nos
contentaremos y nos sentiremos más que satisfechos (1:2). El camino a la paz es también un camino
de paz. ¡No hay necesidad de disgustarse por no poder estar todavía en perfecta paz! Perder la paz
que tenemos porque no estamos en perfecta paz no es un estado mental productivo en el que estar.
Podemos estar en paz acerca de no estar en paz. Ése es el comienzo. Nos sentimos contentos y
satisfechos de aprender cómo es posible pasar un día en perfecta paz.

Tenemos que ser alumnos felices, felices de estar aprendiendo cómo estar en paz, incluso aunque no
estemos en paz. ¿Y cómo aprendemos eso?

Si permitimos que algo nos perturbe, aprendamos a descartarlo y a recobrar la paz.


Sólo necesitamos decirles a nuestras mentes con absoluta certeza: "Mía es la quietud de
la paz de Dios", y nada podrá venir a perturbar la paz que Dios Mismo le dio a Su Hijo.
(1:3-4)

En otras palabras, simplemente enseñamos a nuestra mente que la paz nos la ha dado Dios. Cuando
surge algo que nos perturba, lo “rechazamos”. Ésta es la práctica de la vigilancia mental que tan a
menudo se enseña en el Texto. No permitimos que la alteración continúe, la reconocemos como algo
que no queremos, y le ordenamos a nuestra mente que vuelva a la paz.

Dice que hagamos esto “con certeza”. Esto no es una lucha en la que tratamos de acallar al ego con
nuestros gritos. Es una calma dulce pero firme, sin ansiedad. Estamos diciendo a nuestra mente:
“Aquiétate, permanece en silencio”. El camino a la paz no es estresado. Las palabras: “Mía es la
quietud de la paz de Dios” vienen de un lugar dentro de nosotros que siempre está en paz. Al
decírnoslas a nosotros mismos con serena certeza, ya hemos conectado con ese lugar de paz dentro
de nosotros.

Por lo tanto, la paz con la que Tú agraciaste a Tu Hijo sigue conmigo, en la quietud y
en el eterno amor que Te profeso. (2:4)

¿Qué es el Cristo? (Parte 3)

L.pII.6.2:1-3

Cristo es el eslabón que nos mantiene unidos a Dios (2:1). Si de algún modo somos conscientes del
Cristo dentro de nosotros, parece que Él es sólo una parte de nosotros, quizá una pequeña parte o una
parte escondida. Ésa no es la realidad (3:2), pero así es como nos parece. Y sin embargo cada uno de
nosotros es consciente de algo dentro de nosotros que es mucho más que lo que parecemos ser, algo
que nos une a Dios. Probablemente no estaríamos leyendo este Curso si no tuviéramos esa
consciencia. Y ésta por muy pequeña y escondida que pueda parecer, nos une a Dios. Sabemos eso
de algún modo.

Si esa unión es real, entonces la separación no es real. “La separación no es más que una ilusión de
desesperanza” (2:1). Si estamos unidos a Dios y somos uno con Él, entonces no estamos separados,
y todo lo que parece decirnos que lo estamos no es más que una ilusión. En cada uno de nosotros, en
el Cristo dentro de nosotros, “toda esperanza morará por siempre en Él” (2:1). Algo en nosotros sabe
que esto es verdad. La unión con Dios no se ha roto. Cada uno de nosotros tiene este aliado
escondido en su corazón. Dentro de mí, dentro de ti, dentro de todos, está el Cristo. El Curso confía
en este hecho totalmente porque Jesús, que recordó a Cristo su Ser, sabe que es así.

Tu mente es parte de la Suya, y Ésta de la tuya. (2:2)

Él está ahí, en ti. Y tú estás en Él. Como la Biblia dice, todo lo que estamos haciendo es dejar que la
mente de Cristo more en nosotros. Estamos reconociendo esta parte de nuestra mente que hemos
negado y de la que hemos dudado. Su mente está en nosotros, y esto es nuestra salvación. Es parte
de nosotros, no podemos perderlo, incluso aunque lo queramos.
En esta parte de nuestra mente “se encuentra la Respuesta de Dios” (2:3). La Respuesta a la
separación. La Respuesta al dolor y al sufrimiento. La Respuesta a la desesperación. La Respuesta a
todos los problemas. La Respuesta está en ti. La Respuesta es parte de ti. No está fuera, no puede
encontrarse en nada del mundo, tampoco en nadie más. Ya la tienes. Ya lo eres. La Respuesta está en
ti.

En esta parte de nuestra mente “ya se han tomado todas las decisiones y a los sueños les ha llegado
su fin” (2:3). Lo que esto significa es tan maravilloso que apenas podemos creerlo. Hay una parte de
nuestra mente en la que todos nosotros, cada uno de nosotros, ya ha decidido a favor de Dios. Ya
hemos elegido la paz. Ya hemos abandonado todo ataque y todo juicio. Y todos nuestros sueños ya
han desaparecido. Con este conocimiento podemos estar absolutamente seguros de que “lo
lograremos”. Porque el Cristo en nosotros ya lo ha logrado.

Todo lo que queda por hacer es reconocer que esta “parte” de nosotros es todo lo que existe
realmente. Todo lo que queda es abandonar todo lo demás, excepto esto. No necesitamos alcanzar la
iluminación, necesitamos únicamente aceptar que ya se ha logrado. Ésta es la verdad, y todo lo que
estamos haciendo en este mundo es aprender a “negar la negación de la verdad” (T.12.II.1:5),
abandonar “los obstáculos que impiden experimentar la presencia del amor, el cual es tu herencia
natural” (T.In.1:7).

LECCIÓN 274 - 1 OCTUBRE

“Este día le pertenece al Amor. Hoy no tendré miedo de nada”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Dedícale a Él este día, y no tendrás miedo de nada hoy, pues el día habrá sido
consagrado al Amor. (2:2)

Miedo es lo que surge cuando cerramos nuestra consciencia al Amor. No es nada sino la ausencia
ilusoria del Amor, “ilusoria” porque el Amor nunca está ausente. El Amor es lo único que existe.
Como el sol físico, el Amor siempre está brillando. A veces decimos: “Hoy no ha salido el sol”. Por
supuesto que el sol ha salido, pero hay una interferencia: las nubes, algo que se pone delante y que
nos impide ver el sol. Entonces vemos la oscuridad, que no es sino la ausencia de luz. La oscuridad
no es nada en sí misma. Cuando se quita la interferencia, la luz está ahí, como siempre ha estado.

Así también, cuando quitamos la interferencia a nuestra consciencia del Amor, el Amor sigue
estando ahí y el miedo ha desaparecido. Si dedicamos este día al Amor, no habrá miedo.

Es fácil ver cómo podemos entender cualquier forma de miedo como una petición de amor. “El
miedo es un síntoma de tu profunda sensación de pérdida” (T.12.I.9:1). El miedo es cómo nos
sentimos cuando el Amor parece estar ausente; por lo tanto, es simplemente un grito automático a la
presencia del Amor. Es una petición de Amor, y nada más. El miedo puede tomar muchas formas:
ira, preocupación, tristeza, celos, enfermedad o un deseo adictivo de una cosa o persona, pero todos
ellos son sólo formas de miedo. Cuando sea consciente de ellos en mí, voy a llevárselos al Espíritu
Santo para que Él pueda reinterpretarlos (T.12.I.8:8-9), para que yo pueda entender que todas las
formas de miedo no son nada más que una petición inconsciente de amor (T.12.I.8:13), y por lo tanto
no hay nada de lo que sentirse culpable.
Cuando era niño creía que toda enfermedad era causada por gérmenes. Tenía una idea muy clara de
que un bicho invasor se metía en mi cuerpo y lo estropeaba, podía entender eso. Aunque
metafísicamente esto no es una imagen verdadera, ni siquiera científicamente totalmente cierta, era
lo que yo creía que era verdad. Eso era lo que la enfermedad era para mí.

Un día durante un largo viaje estaba sentado en la parte de atrás del coche, leyendo un tebeo.
Empecé a sentirme mal. Supongo que nunca había sentido mareo antes, así que debía ser muy
pequeño. Pensé que “me estaba poniendo enfermo” y les dije a mis padres que pararan el coche
porque me iba a poner enfermo. Entré en la sala de descanso de una estación de servicio. Cuando
entraba me sentí menos enfermo. Usé el baño, y pasados unos minutos me sentí mejor. Me sentí
muy sorprendido, ¿qué le había pasado a la enfermedad?

Cuando volví al coche y se lo dije a mis padres, ellos dijeron: “¡Oh! Debes haber sentido el mareo
por viajar en coche”. Me explicaron que a veces el movimiento puede hacerte sentir mal, pero que
no es lo mismo que tener la gripe. Recuerdo que dije algo como: “¿Queréis decir que no estoy
enfermo? ¿Qué sólo me siento enfermo? Estuvieron más o menos de acuerdo con mi interpretación.
Me explicaron que se debía a que la mente se sentía confundida porque mis ojos estaban mirando a
cosas que no se movían mientras que el resto del cuerpo sentía el movimiento. En efecto, me dijeron
que ¡la enfermedad se debía a la falsa percepción de mi mente!

En mi joven mente, algo se iluminó. ¡Quería leer aquel tebeo! Aunque mis padres me aconsejaron
que no lo hiciese, continué leyendo. Empecé a sentirme mal de nuevo. Pero entonces sabía la
verdad: ¡No estaba realmente enfermo! Era una falsa enfermedad. No había ninguna causa real
(gérmenes) para estar enfermo. Era mi mente la que me lo estaba haciendo, así que mi mente podía
deshacerlo. Así que a pesar de las náuseas y dolor de estómago, seguí leyendo. Me dije a mí mismo:
“No estoy realmente enfermo”. Y la náusea desapareció, y ya nunca más he vuelto a sentir mareo en
toda mi vida, excepto una vez en un trasatlántico durante una tormenta muy fuerte, después de todo
mil cien personas vomitaron, excepto yo y una docena de personas, supongo que la “prueba” era
demasiado aplastante.

Tal como aquel día me convencí a mí mismo que la enfermedad no era real (una lección muy clara
en mi vida acerca del poder de la mente), el Espíritu Santo quiere convencernos de que nuestros
miedos no son reales. Tal como aquel día que no había nada mal en mi cuerpo, Él quiere que
sepamos que cuando sentimos miedo, no hay nada malo en nuestra mente. A pesar de lo que vemos
en el mundo, el Espíritu Santo quiere que sepamos que el miedo es producido por nuestra propia
mente; no es real, porque el Amor nunca está ausente y por lo tanto no hay ninguna razón para el
miedo. Puedes sentir miedo en cualquiera de sus formas (Él nunca nos pide que neguemos eso, en
lugar de ello nos pide que lo miremos y lo reconozcamos muy claramente), pero lo que sí nos pide
es que nos demos cuenta de que lo que estamos sintiendo es falso. No tiene causa. Es sólo algo
producido por una mente que se ha cerrado a la verdad. Ni siquiera tenemos que curar nuestro
miedo, porque ¡la enfermedad no es real!

O amamos a nuestros hermanos o les tenemos miedo, ésas son las únicas dos emociones en este
mundo, según el Curso (T.12.I.9:5). Entonces, dedicar el día al Amor significa que no
reaccionaremos con miedo a nuestros hermanos. Queremos “dejar que todas las cosas sean como Tú
las creaste” (1:1), y por lo tanto honramos a nuestros hermanos en su perfecta inocencia. Le daremos
a cada uno de ellos, como Hijo de Dios, “el amor de un hermano hacia su hermano y Amigo” (1:1).

El camino del Curso se basa en esto, en aprender a abandonar nuestros miedos y en responder unos a
otros con amor, honrando lo que todos somos en verdad, en lugar de temer lo que nuestros hermanos
parecen ser. Así es como somos redimidos (1:2), así es como la luz reemplaza a toda la oscuridad del
mundo (1:3).

Este día le pertenece al Amor. Hoy no tendré miedo de nada.


¿Qué es el Cristo? (Parte 4)

L.pII.6.2:4-5

El Cristo es la parte de nuestra mente en la que se encuentra la Respuesta de Dios (2:3). Esta parte de
nuestra mente no se ve afectada por nada que los ojos del cuerpo puedan percibir (2:4). Nuestra
mente, tal como somos conscientes de ella, se ve más que afectada por lo que nuestros ojos ven, está
dominada por ello, y sacudida como una hoja al viento (¡como muy bien saben los publicistas!).
Pero hay algo en nosotros, en algún lugar de nosotros, que está de acuerdo con esta afirmación de
que no se ve alterado o perturbado por las percepciones físicas. Permanece perfectamente en calma a
pesar de lo que parezca suceder a nuestro alrededor. Permanece completamente amorosa, sin que
importen qué ataques se le hagan a nuestro amor. Esto es el Cristo, nuestro verdadero Ser.

Lo que estamos practicando es hacernos conscientes de esta parte de nosotros mismos. En los
instantes santos que pasamos escuchando en silencio estamos intentando conectarnos con este centro
silencioso y sereno de nuestro ser. Ésta es la Voz que intentamos escuchar, una Voz de una quietud
majestuosa y de una total serenidad. El Cristo no es un ser extraño, algo separado de nosotros que
tenemos que aprender a imitar. Él es nuestro Ser. Él es como el ojo del huracán. Cuando nuestra
mente está agitada y aparentemente sin control, si queremos abandonar lo que nos causa agitación,
podemos entrar en ese ojo de la tormenta y encontrar la paz dentro de nosotros, que siempre está ahí.
En el momento en que lo hacemos el cambio es tan sorprendente que no hay confusión posible. El
estruendo del viento se para. La explosión de los elementos se detiene de repente. No hay nada más
que paz. En este centro tranquilo de nuestro ser, todos los acontecimientos de nuestras vidas que nos
han llevado de acá para allá, indefensos ante su agarre, no tienen efecto alguno. Y en ese momento
sabemos: “Esto es lo que Yo soy”.

Debido a la confusión de nuestra mente, debido a que hemos inventado un aparente problema donde
no hay ninguno, el Padre ha puesto en Cristo “los medios para tu salvación” (2:5), la Respuesta a
nuestras ilusiones. Y sin embargo, este Cristo permanece sin ser afectado por los “problemas”,
completamente puro, Él “no conoce el pecado” (2:5). La Respuesta al pecado está en Él y, sin
embargo, en Él habiéndose Respondido al problema, ni siquiera existe. La perfección de Cristo no
ha sido manchada por nuestra locura. Todavía es tan perfecto como en el instante en que fue creado.
Y Él es yo. “Soy el santo Hijo de Dios Mismo” (L.191). Aquí, en la quietud del Ser de Cristo, sé que
todos mis “pecados” no son nada, que no tienen ningún efecto. Aquí soy más que inocente, aquí soy
santo. Todas las cosas son santas. Y nada irreal existe.

LECCIÓN 275 - 2 OCTUBRE

“La sanadora Voz de Dios protege hoy todas las cosas”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Jesús nos dice en esta lección que necesitamos unirnos a Él para escuchar la Voz que habla por Dios
(1:3). “Pues lo que nos dice la Voz que habla por Dios no lo podemos entender por nuestra cuenta, ni
aprenderlo estando separados” (1:4). Date cuenta de que la unión que Jesús nos ruega aquí no es
principalmente de unos con otros o con otras personas, aunque eso se da por sentado, lo que nos pide
es nuestra unión a Él.

Si el problema es una creencia en la realidad de la separación, ese problema no puede ser sanado
solo y separado. ¡Estar solo y separado es el problema! Cualquier sanación, cualquier salvación,
cualquier iluminación que la Voz que habla por Dios nos trae es algo que se comparte.

Puedo unirme a Jesús al escuchar la Voz que habla por Dios, eso es algo que puedo hacer ahora, en
la privacidad de mi hogar, sin nadie a mi alrededor. Lo que oigo (que es siempre alguna forma del
mensaje: “El Hijo de Dios es inocente”) es algo que se aplica a Jesús y a mí, a mí y a Jesús. Lo
comparto con Él. La paz, la seguridad y la protección llegan, abandono todas las defensas que tengo
contra Jesús y permito que Su Presencia esté conmigo. Reconozco que Jesús y yo compartimos un
objetivo y unos intereses comunes. Veo que Él no tiene en Su corazón ningún ataque contra mí, y yo
no tengo ninguno contra Él. “En esto (unión) reside la protección de todas las cosas” (1:5).

Cuando salgo al mundo para encontrarme con otras personas, lo que he encontrado en la Presencia
de Jesús puedo extenderlo a todos con los que me encuentro. Lo que Él y yo hemos escuchado
juntos es compartido, no sólo entre nosotros dos, sino con el Hijo de Dios en todos. Escucho la Voz
sanadora del Padre, y protege todas las cosas, por lo que “No tengo que estar ansioso por nada”
(2:2). Todos los seres comparten este mismo objetivo e intereses. Estamos todos en el mundo por
este mismo propósito. Cualquier percepción de competición o ataque por mi parte, o por parte de
otro, es sólo un error de percepción, y no es nada de lo que haya que tener miedo.

La seguridad que ofrezco me es dada a mí” (2:4). Ofrezco seguridad al mundo desde mi unión con
Jesús, y al darla, se me da a mí. Puedo decir: “Todos los que me encuentro están a salvo conmigo”.
“Y estoy a salvo con todos los que me encuentro”. Cada encuentro es santo porque yo soy santo.
Cuando el propósito del día se establece así desde el comienzo, puedo estar seguro de que se me
guiará en todo. Se nos darán instrucciones muy concretas para nuestra actividad aquí en este mundo,
aunque el mundo sólo sea una ilusión: “Pues Tu Voz me indicará lo que tengo que hacer y adónde
debo ir, con quién debo hablar y qué debo decirle, qué pensamientos debo albergar y qué palabras
transmitirle al mundo” (2:3).

Es una Voz sanadora la que escucho, una sanación que consiste en compartir, en unirse, en no tener
intereses separados. La unión es la sanación. “El único propósito de este mundo es sanar al Hijo de
Dios” (T.24.VI.4:1), y la sanación del Hijo de Dios en mí y en todos los que me encuentro hoy es el
propósito de este día. Nada más. Que hoy sea un día en el que escucho la Voz. Que “busque y oiga,
aprenda y entienda” (1:2).

Allan Watts escribió un libro llamado La Sabiduría de la Inseguridad. Según recuerdo, habla de lo
poco sabio que es buscar seguridad porque la seguridad del ego y del cuerpo no es posible. Si
continuamente estás buscando seguridad te volverás loco. Es mucho mejor y más sabio aceptar el
hecho de la inseguridad y fluir con el universo.

Cuando esta lección habla de que escuchar la Voz protege todas las cosas, está diciendo lo mismo.
Reconocemos que no sabemos las respuestas, no podemos resolver todo. No sabemos “lo que
tenemos que hacer y adónde debemos ir, con quién debemos hablar y qué debemos decirle, qué
pensamientos debemos albergar y qué palabras transmitirle al mundo” (2:3), pero Él lo sabe. En
lugar de intentar continuamente obtener las respuestas para nosotros, nos mantenemos en contacto
con la Respuesta Misma, el Único que sabe. En lugar de tener millones en el banco, confiamos en
que lo que necesitemos se nos dará cuando lo necesitemos, y no nos preocupamos por ello. Dejamos
el gobierno del universo en las Manos de Dios.

Nuestra seguridad y protección no está en nosotros, solos y separados. Procede únicamente de


escuchar la Voz en cada momento. No conocemos el camino al Cielo, pero caminamos con Uno que
lo conoce.

¿Qué es el Cristo? (Parte 5)

L.pII.6.3:1-3

Cristo, nuestro Ser, es “el hogar del Espíritu Santo” (3:1). El Curso a menudo se refiere al Espíritu
Santo como “la Voz que habla por Dios”, esta Voz procede de nuestro Ser, el Cristo. Éste es Su
Hogar, donde el Espíritu Santo “reside”, por así decirlo. Cuando sentimos un impulso interno en una
dirección determinada, o, como en el caso de Helen Schucman (que escribió el Curso), parece que
oímos palabras de verdad que se nos hablan dentro de nuestra mente, es la presencia dentro de
nosotros de esta “parte” de nuestra mente la que lo hace posible. Cristo es el eslabón que nos
mantiene unidos a Dios (2:1). Si Cristo no existiese dentro de nosotros, no oiríamos estos mensajes,
porque el eslabón que nos une a Dios no existiría. (Para ir un poco más lejos, ¡si no existiese esa
unión con Dios, no existiríamos en absoluto!). Por lo tanto, el hecho de que sentimos estos mensajes
internos que nos llevan en dirección a Dios y al amor demuestra que la unión con Dios todavía existe
dentro de nosotros. Eso, a su vez, confirma lo que el Curso dice: “¡No estamos separados de Dios!”.

Cristo se siente a gusto únicamente en Dios (3:1). De nuevo, esto podemos sentirlo en nuestra propia
experiencia. El sentimiento de no sentirnos en nuestro hogar en este mundo es casi universalmente
reconocido; en un momento u otro, parece que todo el mundo se ha sentido así, algunos de manera
más intensa que otros quizá, aunque todos lo hemos sentido de algún modo. ¿De dónde procede ese
sentimiento? ¿Es posible que no estemos en nuestro hogar en este mundo? Dado lo extendido de esta
experiencia, ¿no es probable que haya una parte de nosotros que realmente no se siente en el hogar
aquí, sino sólo en Dios? El Curso nos aconseja que escuchemos esta Voz Interior que parece
llamarnos a regresar a nuestro hogar, un hogar que no podemos recordar con claridad, pero que de
alguna manera sabemos que es real. (Ver especialmente en el Texto “La Canción Olvidada” (T.21.I),
o la Lección 182 “Permaneceré muy quedo por un instante e iré a mi hogar”)

“Cristo permanece en paz en el Cielo de tu mente santa” (3:1), como ya hemos explicado en los
últimos dos días. Suceda lo que suceda en el exterior, el Cristo en nuestra mente permanece
eternamente en paz.

Él es la única parte de ti que en verdad es real. Lo demás son sueños. (3:2-3)

Ésta es una afirmación fundamental. Para la mayoría de nosotros, esta parte de nuestra mente que
está eternamente en paz, parece muy lejana y escondida, algo con lo que entramos en contacto en
momentos de profunda meditación. La parte que nos parece “real” de nuestra consciencia es la parte
agitada y confusa. Podemos reconocer que el Cristo en nuestro interior es real, pero sólo parece ser
una pequeña parte de lo que somos. En realidad, esta lección dice que esa parte profundamente
tranquila y santa es lo único real de lo que pensamos que somos, el resto son sueños.

Pienso que esto a menudo nos causa miedo a muchos de nosotros. La idea de que la mayor parte de
lo que pensamos acerca de nosotros no es real en absoluto sino sólo un sueño, es bastante aterradora.
Nos hemos identificado tanto con estos aspectos de nosotros y nos hemos convencido tanto de su
realidad, que nos asusta la idea de que puedan desaparecer si entramos en contacto con el Cristo
dentro de nosotros. Parece una especie de muerte o de destrucción, como si la mayor parte de
nuestra persona fuera a borrarse en una especie de lobotomía cósmica. El Texto habla a menudo y
con fuerza acerca de nuestro miedo a encontrar nuestro Ser (ver, por ejemplo el Capítulo 13,
Secciones II y III del Texto). Una de esas afirmaciones es:

Has construido todo tu demente sistema de pensamiento porque crees que estarías
desamparado en Presencia de Dios, y quieres salvarte de Su Amor porque crees que
éste te aniquilaría. Tienes miedo de que pueda alejarte completamente de ti mismo y
empequeñecerte porque crees que la magnificencia radica en el desafío y la grandeza
en el ataque. (T.13.III.4:1-2)

Piensa en esto desde el otro lado de la pregunta por un momento. ¿Y si la mayor parte de lo que
pensamos acerca de nosotros es sólo un sueño? ¿Qué perderíamos si desapareciera? Nada. Nada,
excepto los sueños de dolor y sufrimiento, nada excepto nuestra profunda sensación de soledad.

La iluminación no destruye la personalidad individual. No destruye nada en absoluto, sólo elimina


los sueños y las ilusiones. Quita lo que no es verdad ni nunca lo ha sido. El Cristo es la única “parte”
de nosotros que es real, y la única pérdida que experimentaremos es la pérdida de cosas que jamás
han existido.

LECCIÓN 276 - 3 OCTUBRE

“Se me ha dado la Palabra de Dios para que la comparta”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

La frase “la Palabra de Dios” de Un Curso de Milagros aquí se define como: "Mi Hijo es tan puro y
santo como Yo Mismo" (1:2). En otro lugar se dice que es: “Soy tal como Dios me creó”
(L.110.11:4-6). Fuimos creados por esta Palabra; como en la Biblia, Él habló, y así se hizo: “Dios
dijo: ‘Hágase la luz’ (Génesis 1:3). Igualmente Él dijo: "Mi Hijo es tan puro y santo como Yo
Mismo", y fue creado el Hijo, puro y santo como Dios. El Pensamiento que Dios tuvo acerca de
nosotros fue Su acto creativo de Paternidad, permanece sin cambios y sin posibilidad de cambios. Yo
no puedo hacerme algo distinto a lo que Dios me creó.

Aceptemos Su Paternidad, y todo se nos dará. (1:5)

Oír Su Palabra es aceptar Su Paternidad, aceptar que fuimos creados en Su Amor y que no podemos
ser distintos a lo que Él creó y dispuso que fuésemos. Es aceptar la Expiación (M.22.1:6), el hecho
indudable de que yo (es decir, mi verdadero Ser, y no la imagen de mi ego) soy tan puro y santo
como Dios Mismo.

Y es ésta la que les quiero compartir a todos mis hermanos, quienes me fueron
confiados para que los amara como si fuesen míos. (2:2)

Lo que quiero comunicar a mis hermanos es que todos ellos comparten esta inocencia conmigo. Mis
quejas, mis juicios, o mis críticas, comunican culpa. Mi perdón comunica su inocencia. Padre,
muéstrame cómo comunicar la Expiación hoy, muéstrame cómo de palabra y de hecho hablar la
Palabra de Dios: “Tú eres tan santo y puro como Dios Mismo”.

Esto se relaciona claramente con el comienzo de la página de introducción sobre Cristo:

Cristo es el Hijo de Dios tal como Él lo creó. Cristo es el Ser que compartimos.
(L.pII.6.1:1-2)

Él es la única parte de ti que en verdad es real. Lo demás son sueños. (L.pII.6.3:2-3)


¿Qué es el Cristo? (Parte 6)

L.pII.6.3:4

Lo demás son sueños. Mas éstos se le entregarán a Cristo, para que se desvanezcan
ante Su gloria y pueda por fin serte revelado tu santo Ser, el Cristo. (3:3-4)

Puedo pensar: “De acuerdo. Cristo es la única parte real de mí. Todo el resto, todas esas cosas que
pienso de mí la mayor parte del tiempo, son sólo sueños. Pero estos sueños me parecen muy, muy
reales. ¿Qué diablos hago con todos estos sueños? La respuesta está en estas palabras: “éstos se le
entregarán a Cristo”. El Curso a menudo nos pide que hagamos esto de varias maneras, habla de
llevar nuestra oscuridad a la luz, o de llevar nuestras fantasías a la realidad, o nuestras ilusiones a la
verdad. Nosotros, en nuestra confusión no podemos ver la verdad acerca de nosotros o de otros,
porque estamos cegados por nuestras ilusiones. El Espíritu Santo fue creado para nosotros para que
viese la verdad en nuestro nombre hasta que podamos verla por nosotros mismos (T.17.II.1:6-8). Él
representa a Cristo para nosotros, en nosotros. Nosotros Le traemos nuestros sueños a Él, y Él los
transforma en la verdad (ver 4:1).

En términos prácticos esto significa que cuando me doy cuenta de que estoy viendo desde el punto
de vista del ego de la separación y el ataque, necesito aquietarme, y dulcemente exponerle estas
creencias al Espíritu Santo dentro de mi mente. Necesito decirle: “Así es como estoy viendo las
cosas. Muéstrame cómo las ves Tú. Quiero verlas de manera diferente”.

Cuando descubrimos pensamientos oscuros en nuestra mente, pensamientos de ira, de celos, de


autocompasión y desesperación, nuestra respuesta natural (del ego) es esconderlos, a menos que
estemos tan ciegos como para identificarnos totalmente con ellos y justificarlos. Avergonzados de
nuestros pensamientos erróneos, intentamos ocultarlos debajo de la alfombra y fingir que no están
ahí. Esto no los hace desaparecer, sólo hace que queden sepultados. Por ejemplo, al hablar del odio
del ego, el Curso nos enseña que buscamos relaciones de amor especiales para compensar nuestro
odio. Dice:

No puedes limitar el odio. La relación de amor especial no lo contrarrestará, sino que


simplemente lo ocultará donde no puedas verlo. Mas es esencial que lo veas, y que no
trates de ocultarlo. (T.16.IV.1:5-7)

Esconder nuestros pensamientos desagradables es negación. Y lleva directamente a la proyección


(vemos nuestros pensamientos escondidos realizados por otros). Pensamos que ganamos puntos del
ego al condenar a otras personas. Cuando nos disgustamos por los errores de otros, esto es lo que
está sucediendo (T.17.I.6:5).

En lugar de eso, cuando no intentamos esconder nuestro ego, sino que voluntariamente lo llevamos a
la luz dentro de nosotros para que desaparezca, desaparece. No necesitamos entender cómo sucede
esto, porque nosotros no lo hacemos; el Espíritu Santo lo hace (T.17.I.6:3-4). De lo único que
tenemos que ocuparnos es de estar dispuestos a que suceda. Cuando desaparecen las ilusiones que
están ocultando la verdad, nuestro santo Ser, el Cristo, nos es revelado al fin (3:4).

LECCIÓN 277 - 4 OCTUBRE

“Que no aprisione a Tu Hijo con leyes que yo mismo inventé”

Instrucciones para la práctica


Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Cuando el Curso usa la palabra “Hijo” en este contexto, dirigiéndose a Dios con respecto a Su Hijo,
la palabra generalmente se refiere a toda la Filiación que incluye a todos mis hermanos y hermanas
así como a mí mismo. En otras palabras, “Tu Hijo” puede ser cualquiera en quien mi mente piense.
Así que cuando digo: “Que no aprisione a Tu Hijo”, me refiero a mi jefe, a mi esposa, mis amigos,
mi familia, o a quienquiera con quien me encuentre hoy. Es una buena oración para repetir a menudo
al relacionarme con cualquiera hoy.

La otra noche en nuestro grupo de estudio local, una mujer compartió una comprensión que tuvo.
Dijo que se había dado cuenta de que cuando ella ponía un límite a alguien en su mente, si esa
persona ya estaba aceptando ese límite en su propia mente ella lo estaba reforzando. Y también, ella
estaba poniéndose a sí misma el mismo límite. Podemos ver este proceso sorprendentemente en una
situación entre padres o profesores y niños. Se manifiesta de una manera muy gráfica. El niño a
menudo manifiesta los límites que el adulto “ve” en él, ya sean reales o no esos límites. Sin
embargo, el hecho de que no lo veamos tan claramente con adultos no significa que no esté
sucediendo todo el tiempo. Cuando limitamos a alguien en nuestra mente, literalmente podemos
estar aprisionándolos con leyes que hemos inventado.

“Tu Hijo es libre, Padre mío” (1:1). Y cada persona que encontramos hoy es ese Hijo, igualmente
libre. Todos hemos leído historias de cómo la negativa de un padre, compañero o amigo a aceptar los
límites “normales” de alguien le ha permitido superar esos límites (historias de curaciones
“imposibles”, etc.). Éstas son sólo demostraciones básicas del poder de la idea de hoy. Los límites a
los que se refiere el Curso no son sólo físicos o intelectuales, sino límites como la culpa y el pecado.
Cuando creemos que a una persona es imposible ayudarla o que no tiene remedio, la aprisionamos
con leyes que nosotros hemos inventado. Imaginamos un grado de dificultad en los milagros y se lo
imponemos a aquellos que nos rodean. “No hay grados de dificultad en los milagros” es el primer
principio de los milagros (T.1.I.1:1).

Lo que cambia no puede alterarlo a él (quienquiera que sea) en absoluto. (1:4)

Sigue siendo el perfecto Hijo de Dios, tal como Dios le creó. No ha sido estropeado o marcado por
nada de este mundo porque todo lo de este mundo cambia. El Hijo de Dios no ha cambiado por nada
que le haya sucedido a su cuerpo, que cambia. Una pluma no puede rayar un diamante, ni siquiera
un montón de plumas, ni siquiera una pluma de avestruz. Se nos pide recordar esto acerca de
nuestros hermanos, ellos no han cambiado por lo que parecen ser sus pecados o errores. Tampoco
son “esclavos de ninguna de las leyes del tiempo” (1:5); esto anula nuestra continua creencia de que
una curación puede llevar mucho tiempo, por ejemplo. Sólo los gobierna una ley: la ley del Amor
(1:6).

Nuestros hermanos no están encadenados por nada excepto por sus propias creencias (2:2). Y lo que
son “está mucho más allá de su fe en la esclavitud o en la libertad” (2:3). Su apariencia limitada es
algo muy débil, que apenas tapa la sólida realidad de santidad y amor que hay debajo. No pueden
estar encadenados “a menos que la verdad de Dios pueda mentir y Dios pueda disponer engañarse a
Sí Mismo” (2:5). ¿Qué clase de Dios sería ése?

¿Y si hoy mirase a todos a mi alrededor desde este punto de vista? ¿Qué milagros sucederían? ¿Qué
cadenas se soltarían? ¿Qué persona ciega podría ver de nuevo? ¿Qué antigua herida del corazón
podría sanar? Ésa es exactamente nuestra función aquí como obradores de milagros.


¿Qué es el Cristo? (Parte 7)

L.pII.6.4:1

“El Espíritu Santo se extiende desde el Cristo en ti hasta todos tus sueños, y los invita a venir hasta
Él para que puedan ser transformados en la verdad” (4:1). Por lo tanto, que no Le esconda hoy
ninguno de mis sueños. Que ninguna sensación de vergüenza me impida llevárselos. Él no me
condenará. Él no se asusta por nada de lo que ve en nosotros, nada Le afecta. Al contrario, “Cristo
ama lo que ve en ti” (T.13.V.9:6), pues Él pasa de largo la ilusión de pecado y sólo ve la realidad del
amor que ha estado ocultando.

En cada pensamiento de ataque Él ve nuestra petición de amor. En cada temblor de miedo Él oye
una petición de ayuda. En todos nuestros deseos de cosas de este mundo Él contempla nuestro deseo
de estar completos. Cualquier cosa que Le llevemos, Él lo transforma en la verdad. Nada queda
fuera del alcance de la salvación, nada queda fuera del alcance de la Expiación. “La tarea del
Espíritu Santo consiste, pues, en reinterpretarnos a nosotros en nombre de Dios” (T.5.III.7:7). Todo
lo que Le llevamos, lo transforma en la verdad. Pero sólo si lo llevamos a Él. Si lo escondemos, Él
no puede ayudarnos.

Llévale, por lo tanto, todos tus pensamientos tenebrosos y secretos, y contémplalos con
Él. (T.14.VII.6:8)

Ábrele todas las puertas y pídele que entre en la oscuridad y la desvanezca con Su luz.
(T.14.VII.6:2, debería leerse todo el párrafo)

LECCIÓN 278 - 5 OCTUBRE

“Si estoy aprisionado, mi Padre no es libre”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Para nosotros, el Curso a menudo expone un conjunto de lo que parece ser relaciones bastante
confusas entre ideas. Dice que la manera en que trato a mi hermano es un reflejo de cómo me trato a
mí mismo. Dice que la manera en que me trato a mí mismo es un reflejo de cómo trato a Dios. Dice
que la manera en que trato a mi hermano es un reflejo de cómo trato a Dios. En las tres se puede
sustituir la frase “cómo trato” por “cómo veo”.

Este conjunto de asociaciones nos parece confuso porque insistimos en pensar que nuestro Ser,
nuestro hermano y Dios son seres separados. No es sólo que la manera en que me veo a mí mismo
refleja la manera en que veo a Dios, es la manera en que veo a Dios porque yo soy parte de Dios,
una extensión de Él, una extensión de Su naturaleza. Dios es todo lo que existe. No hay nada más.
Por lo tanto:

Si acepto que estoy aprisionado dentro de un cuerpo, en un mundo en el que todo lo


que aparentemente vive parece morir, entonces mi Padre está aprisionado al igual que
yo. Y esto es lo que creo cuando afirmo que tengo que obedecer las leyes que el mundo
obedece, y que las flaquezas y los pecados que percibo son reales e ineludibles. (1:1-2)
El Curso dice a menudo que yo creo cosas que no pienso que creo. Dice que yo creo que he
crucificado al Hijo de Dios (T.13.II.5:1). Y aquí me dice que yo creo que Dios es un prisionero.

Ciertamente no voy por ahí diciendo que Dios es un prisionero. La idea de que Dios es un prisionero
me parece horrible, mi idea mental de Dios es que Él lo puede todo. ¿Cómo puedo creer algo sin
darme cuenta de que lo creo? Realmente es muy fácil, lo hago todo el tiempo. Incluso a veces me he
descubierto haciéndolo.

Por ejemplo, a veces me he dado cuenta de que cuando otra persona se acerca de una manera muy
abierta y amorosa, mi primera reacción no es de bienvenida sino de sospecha. Pienso que detrás de
la apariencia de amor probablemente hay otro motivo oculto, algo contra lo que tengo que estar en
guardia. Mi pensamiento puede ser: “¿Qué quiere esta persona de mí?” O quizá sospecho que está
intentando manipularme de algún modo. Lo que ese tipo de respuesta indica es que creo que el Amor
Mismo es sospechoso. No confío en el Amor. No confío en mi Amor, no confío en el Amor de otro
y, por encima de todo, no confío en el Amor de Dios.

Otro modo en que veo esa sospecha del amor en mí mismo es cuando siento sentimientos amorosos
por otra persona, sospecho de mis propios motivos, especialmente si la persona es una mujer
atractiva. De nuevo, ahí está la creencia oculta, una creencia que conscientemente no he admitido, de
que no se puede confiar en el Amor.

Lo que esta lección dice es que cuando yo acepto que yo soy un prisionero, estoy mostrando una
creencia escondida de que Dios es un prisionero también. Esto es así porque los hechos de la
realidad son que Dios y yo somos uno, parte del Mismo Ser, o mejor dicho, yo soy parte de Su Ser.
Puesto que la realidad es Una, lo que creo acerca de cualquier parte lo creo acerca de la Totalidad,
sea consciente de ello o no.

Si de algún modo estoy aprisionado, ello significa que no conozco ni a mi Padre ni a


mi Ser. Y significa asimismo que no formo parte de la realidad en absoluto. (1:3-4)

Podríamos usar fácilmente estas frases para condenarnos a nosotros mismos y entrar en un viaje de
culpa. No hay ni uno solo de nosotros que no se sienta aprisionado de algún modo. Todos nos
sentimos limitados por las leyes del mundo: leyes de la nutrición, de la economía, de la salud, del
matrimonio. Todos creemos que moriremos. Todos creemos que algunas de nuestras debilidades son
reales y no pueden superarse, si no creyéramos esto, ¡ya las habríamos superado! Todos creemos que
estamos limitados por el tiempo y el espacio; por ejemplo, que si un amigo se aleja miles de
kilómetros, ya no podemos relacionarnos tan estrechamente como lo hemos hecho antes. Así pues,
¿ya no formo parte de la realidad? ¿Es mi situación desesperada?

No, no es desesperada. Todo lo que necesitamos hacer es reconocer estas creencias en nosotros y
admitir que las tenemos. Necesitamos ver que cada creencia en nuestras propias limitaciones es una
creencia de que Dios está limitado, cada creencia de que estoy aprisionado o atrapado de algún
modo es una creencia de que Dios está aprisionado y atrapado. Fíjate en lo que estamos haciendo.
Reconoce que lo estamos haciendo. Y dile a Dios, por ejemplo: “Te estoy viendo como limitado y
bloqueado, y Tú no estás limitado ni bloqueado. Ayúdame a verlo”. Y eso es todo.

Padre, lo único que pido es la verdad. He tenido muchos pensamientos descabellados


acerca de mí mismo y de mi creación, y he introducido en mi mente un sueño de
miedo. Hoy no quiero soñar. Elijo el camino que conduce a Ti en lugar de la locura y el
miedo. Pues la verdad está a salvo, y sólo el amor es seguro. (2:1-5)

Eso es todo. Reconoce que has tenido “pensamientos alocados” (no “pensamientos pecaminosos”), y
pide la verdad. Eso es todo.


¿Qué es el Cristo? (Parte 8)

L.pII.6.4:2-3

¿Qué hace el Espíritu Santo con nuestros sueños de pecado y de culpa cuando se los llevamos a Él, y
los transforma en la verdad? “Él los intercambiará por el sueño final que Dios dispuso fuese el fin de
todos los sueños” (4:2). Esto es lo que el Curso llama “sueño feliz” (4:2), conocido también como
“el mundo real” o “percepción verdadera”. Él coge nuestras pesadillas y las transforma en el sueño
feliz. En el sueño feliz todavía estamos soñando, todavía estamos aquí en el mundo, todavía
actuamos en el reino de la percepción. Pero lo que vemos es algo completamente diferente de las
pesadillas de una mente que se ha vuelto loca por la culpa. “El mundo real se alcanza simplemente
mediante el completo perdón del viejo mundo, aquel que contemplas sin perdonar” (T.17.II.5:1).

Este sueño feliz es el que Dios ha fijado que sea “el fin de todos los sueños”. “El perdón es la ilusión
que constituye la respuesta a todas las demás ilusiones” (L.198.2:10). El Curso dice que el mundo
termina por medio de la ilusión del perdón: “La ilusión del perdón, completa, sin excluir a nadie, y
de una ternura ilimitada, lo cubrirá, ocultando toda maldad, encubriendo todo pecado y acabando
con la culpabilidad para siempre” (M.14.1:4). Nuestros pensamientos tenebrosos y de culpa
llevados ante el Espíritu Santo, se encuentran con el perdón y desaparecen, siendo sustituidos con la
visión de un mundo de inocencia total.

La “ilusión del perdón” pondrá fin a todos los sueños porque pondrá fin a la separación:

Pues cuando el perdón descanse sobre el mundo y cada, uno de los Hijos de Dios goce
de paz, ¿qué podría mantener las cosas separadas cuando lo único que se puede ver es
la faz de Cristo? (4:3)

Por supuesto, el “rostro de Cristo” (“faz de Cristo”) no significa que veremos un hombre judío con
barba por todas partes, la frase es un símbolo de la inocencia del Hijo de Dios. Si el perdón descansa
sobre todo el mundo, y todas las mentes han llegado a la paz, libres de culpa, ¿qué se puede ver sino
la inocencia? El Curso ha dicho que el mundo es un símbolo de la culpa. Cuando la culpa haya
desaparecido, su símbolo (el mundo) también desaparecerá. El mundo, hecho de culpa, desaparecerá
cuando su causa desaparezca.

Claramente esto se refiere a un final, “cada uno de los Hijos de Dios goce de paz”. Es la meta hacia
la que nos lleva el Espíritu Santo, el logro final, cuando se haya eliminado la culpa de todas las
mentes. Cada uno de nosotros juega su papel en esto, pues mientras haya culpa dentro de mi mente,
el final de la culpa no se ha logrado. El todo no puede estar completo sin todas sus partes. Ser el
Cristo no es algo que tengamos que alcanzar, ya somos el Cristo. Pero tenemos que aprender a
eliminar todos los obstáculos de culpa que nos ocultan nuestro verdadero Ser.

El estado de inocencia es sólo la condición en la que lo que nunca estuvo ahí ha sido
eliminado de la mente perturbada que pensó que sí estaba ahí. Ese estado, y sólo ese
estado, es lo que tienes que alcanzar, con Dios a tu lado. (T.14.IV.2:2-3)

Una vez que hayamos quitado “lo que no está ahí”, y hayamos alcanzado el estado de inocencia, lo
que somos -el Cristo- nos será revelado.

LECCIÓN 279 - 6 OCTUBRE

“La libertad de la creación garantiza la mía”

Instrucciones para la práctica


Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Debido a que la creación es libre, yo soy libre. Debido a que nadie está aprisionado, yo no estoy
aprisionado. “Ahora él es libre” (1:4). La libertad está aquí y ahora. La libertad no está en el futuro.

Cuando reconozco la libertad que les pertenece a todos, encuentro la mía propia. Al dar, yo recibo.
Al amar, soy amado. Al sanar, soy sanado. Al reconocer la existencia de la perfección total, siento
que yo formo parte de esa perfección y soy más consciente de ella cuando reconozco al Cristo en
mis hermanos.

La lección de ayer era lo contrario de ésta: “Si estoy aprisionado, mi Padre no es libre”. Cuando
aceptamos la aparente prisión en la que estamos, estamos diciendo que Dios está aprisionado. Si no
veo escapatoria, entonces Dios tampoco la tiene. Aquí de nuevo se ve claro que:

Tal como veo a mi hermano, así me veo a mí mismo. Tal como me veo a mí mismo, así
veo a Dios.

La sencillez de esta lección es sorprendente. Todo viene a lo mismo.

¿Por qué algunas personas tienen miedo de Dios? ¿Por qué la idea, incluso la palabra, les asusta? Es
porque ven a Dios como se ven a sí mismos, siempre es así. Si me veo a mí mismo amenazador, así
veo a Dios. Si me veo a mí mismo débil e incompetente, así veo a Dios. Huyo de mis propios ídolos,
no de la Verdad.

Únicamente en sueños parece él estar aprisionado, en espera de una libertad futura, si


es que ésta ha de llegan. (1:2)

Podemos entender que podemos estar perfectamente libres, libres en casa en la cama, y en nuestro
sueño soñar con la prisión. Eso describe exactamente nuestra experiencia en este mundo. Ya somos
libres, pero estamos soñando que estamos aprisionados. Para el Curso, la salvación es volverse
consciente de estar soñando, y que la libertad que pensamos que nos falta ya es nuestra. Nos damos
cuenta de ello al reconocerlo en otros.

¿Por qué estamos aparentemente aprisionados? ¿En qué consisten nuestras cadenas? ¿No son
cadenas de culpa? “El Espíritu Santo sabe que la salvación es escapar de la culpabilidad”
(T.14.III.13:4). Ver a mi hermano libre es verle sin culpa; en otras palabras, perdonarle. Así es como
se escapa de la culpa: cuando me doy cuenta de que la creación está libre de culpa, que todo el
mundo es inocente, y reconozco que yo también. Funciona así porque lo que veo como el mundo es
una proyección de mi propio juicio acerca de mí mismo. “El mundo que ves no es sino un juicio con
respecto a ti mismo” (T.20.III.5:2). Al quitarlos juicios y la culpa del mundo, la estoy quitando de mí
mismo porque lo que veo es sólo un reflejo de cómo me veo a mí mismo.

La libertad de la creación garantiza la mía.

¿Qué es el Cristo? (Parte 9)

L.pII.6.6:1-2
Cuando vemos “esta santa faz” (5:1), el rostro de Cristo, en todos y por todas partes, estamos viendo
a toda la creación completamente inocente, libre de culpa. Según el Curso, esta “percepción
verdadera” no durará mucho porque es simplemente “el símbolo de que el período de aprendizaje ya
ha concluido y de que el objetivo de la Expiación por fin se ha alcanzado” (5:1). El rostro de Cristo
es el símbolo del fin del tiempo para el aprendizaje porque lo que estamos aprendiendo es que no
tenemos culpa y que la creación de Dios, Su Hijo, está libre de culpa. Por eso, cuando vemos el
rostro de Cristo, el aprendizaje ha logrado su objetivo. ¡Es el momento de la graduación!

Si creemos que tenemos un propósito en este mundo, tendemos a pensar que es algo grande en el
tiempo. Como un amigo mío del sur, baptista, solía decir: “Pensamos que estamos aquí para hacer
maravillas y comer pepinos”. (Nunca supe que quería decir con la última parte, pero aclara lo tonto
de nuestros otros objetivos). Pero el Curso nos dice que nuestra única función aquí es aprender a
perdonar. No estamos aquí para arreglar el mundo sino para perdonarlo. No estamos aquí para ser un
sanador grande y famoso. No estamos aquí para fundar un gran centro de enseñanzas espirituales.
Nuestro objetivo y nuestra función no tienen nada que ver con este mundo. “Tu única misión aquí es
dedicarte plenamente, y de buena voluntad, a la negación de todas las manifestaciones de la
culpabilidad” (T.14.V.3:5). Ése es el único objetivo de nuestro aprendizaje. Es ver el rostro de Cristo.

Tratemos, por lo tanto, de encontrar la faz de Cristo y de no buscar nada más. (5:2)

En toda nuestra búsqueda, ¡busquemos sólo eso! Si empiezo un nuevo trabajo, ¿cuál es mi objetivo?
Buscar el rostro de Cristo, negar la culpa en todas sus formas. Si comienzo una nueva relación, ¿cuál
es mi objetivo? Ver el rostro de Cristo, escapar de la culpa al no ver culpa en mi hermano. Si
empiezo un nuevo proyecto bajo la dirección del Espíritu Santo, ¿para qué sirve? Para ver el rostro
de Cristo, para eliminar la culpa de todas las mentes con las que me encuentre. Éste es mi único
propósito en todo lo que hago. Y únicamente al aceptar ésta como “la única función que quiero
desempeñar” (T.20.IV.8:4) encontraré mi felicidad.

LECCIÓN 280 - 7 OCTUBRE

“¿Qué límites podría imponerle yo al Hijo de Dios?”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

El Curso me está pidiendo que no niegue a nadie la libertad sin límite en la que Dios nos creó.
Descubro en mí lo que parece una tendencia natural a compararme con otros y a encontrarme de
algún modo superior a ellos. Yo soy más inteligente. Mis opiniones son más correctas. O mis
relaciones son superiores. O yo soy más ético, más compasivo, más comprensivo, más honesto
conmigo mismo. Tengo mayor integridad. Éstas son formas en las que, a veces, me he sentido
superior a otros. Otros tienen otros niveles de comparación. Pero en general pienso que todos
tenemos esta tendencia de sentirnos en cierto modo superiores al resto de la raza humana.

Esto es lo que el Curso llama especialismo. Es un modo de ver a otros con limitaciones que,
creemos, que no existen para nosotros. La llamada del Curso a ver a nuestros hermanos tan libres
como nosotros contradice este modo de pensar que nos hemos enseñado a nosotros mismos. La
lección dice: “Puedo inventar una prisión para él, mas sólo en ilusiones, no en la realidad” (1:2).
Todos somos Pensamientos iguales de Dios, ninguno de nosotros ha abandonado la Mente del Padre,
ninguno de nosotros está limitado en absoluto, salvo en ilusiones.
Como estudiantes de Un Curso de Milagros se nos pide “rendir honor” (2:1) al Hijo de Dios
dondequiera que Le encontremos. Se nos pide reconocer al Cristo en cada uno de los que se nos
envíe para que le encontremos o conozcamos. Que hoy reconozca que las limitaciones que veo son
ilusiones mías; de hecho, son mi creencia en mis propias limitaciones, disfrazadas quizá con otra
forma, y proyectadas sobre mis hermanos. Yo encuentro mi propia libertad al honrarla en otros. Que
hoy me recuerde a mí mismo: “Éste es el santo Hijo de Dios, mi hermano, una parte de mí”.
Únicamente al hacerlo así encontraré a mi Ser, y reconoceré al Cristo tal como Dios Le creó.

En un lugar el Curso hace una afirmación muy fuerte. Dice que si realmente reconociera Quién es
mi hermano “apenas podrías contener el impulso de arrodillarte a sus pies” (L.161.9:3). Sí, continúa
diciendo que en lugar de eso, tomaré su mano porque en esta visión que ve a mi hermano de este
modo, yo soy igualmente glorioso. Somos el Cristo. Quien somos es magnífico, tan lejos de la idea
que tenemos de nosotros mismos que al verla nuestra inclinación sería adorarle, sólo que en ese
mismo instante reconoceremos la misma magnificencia en nosotros. ¡Que Dios nos conceda esa
visión!

¿Qué es el Cristo? (Parte 10)

L.pII.6.5:3

Esta frase habla de la visión del Hijo de Dios, darnos cuenta de la “gloria” de lo que verdaderamente
somos. Al buscar y ver el rostro de Cristo unos en otros, encontramos esa misma gloria en nosotros.
En el reconocimiento de nuestra verdadera naturaleza como creación de Dios, desaparece la
“necesidad de aprender nada, de percepción, y de tiempo” (5:3). La eliminación del velo de culpa,
lograda con el perdón, nos muestra al Cristo, y ya no hay necesidad de nada más, “excepto del santo
Ser, el Cristo que Dios creó como Su Hijo”.

Ya somos lo que estamos buscando. Sólo nuestros sueños de culpa nos lo han ocultado de nuestra
vista. ¿Qué es el Cristo? Lo que tú eres. Lo que yo soy. Aprender a deshacer los bloqueos a esta
visión es nuestro único propósito en el tiempo. Cuando eso se haya logrado, no queda nada por hacer
excepto ser lo que siempre hemos sido.

LECCIÓN 281 - 8 OCTUBRE

“Nada, excepto mis propios pensamientos, me puede hacer daño”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Si soy perfecto, nada puede hacerme daño, me haría imperfecto. Nuestro razonamiento nos dice que
nuestra vida sería perfecta si estuviera libre de dolor, y por lo tanto no debemos ser perfectos. El
Curso razona en la dirección contraria: somos perfectos, el dolor significaría imperfección, por lo
tanto, el dolor debe ser un tipo de ilusión. “Cuando pienso que algo o alguien me ha hecho daño, es
porque me he olvidado de quién soy y de que soy tal como Tú me creaste” (1:2). En otras palabras,
sólo pensamos que hemos sido heridos. Si recordásemos quién somos realmente, no podríamos ser
heridos.
Otro modo de pensar en esto es decir que nada puede hacer daño a mi verdadero Ser, sólo mi ser
ilusorio puede ser herido, y únicamente por mis propios pensamientos. ¡De acuerdo, somos muy
buenos inventando esas malditas ilusiones! Pero eso es todo lo que son: ilusiones.

El dolor viene cuando pongo mis propios pensamientos en el lugar que les corresponde a los
Pensamientos de Dios (1:4). La causa está siempre en mis pensamientos y no en otro sitio, nada de
fuera de mi mente puede hacerme daño. Cuando me siento atacado, siempre soy yo atacándome a mí
mismo. Ni siquiera los pensamientos no amorosos de mis hermanos pueden hacerme daño si mi
mente está pensando los Pensamientos de Dios con Él. Al comienzo del Texto se nos dice:

En realidad eres perfectamente invulnerable a toda expresión de falta de amor. Estas


expresiones pueden proceder de ti o de otros, de ti hacia otros, o de otros hacia ti. La
paz es un atributo que se encuentra en ti. No puedes hallarla fuera de ti mismo.
(T.2.I.5:6-9)

Lo que yo soy está “mucho más allá de cualquier dolor” (2:2). El Espíritu Santo es nuestro Maestro
para ayudarnos a recordar que esto es lo que somos. Como nos dice la Lección 248:

Lo que sufre no forma parte de mí. Yo no soy aquello que siente pesar. Lo que
experimenta dolor no es sino una ilusión de mi mente. (L.248.1:3-5)

No sólo el dolor es una ilusión, la ilusión del dolor se experimenta mediante una ilusión de mí
mismo. Son mis pensamientos, concretamente mis pensamientos acerca de mí, lo que causa esta
ilusión. Cuando pienso que soy lo que Dios no creó, experimento dolor.

Que las palabras “Hoy no me haré daño a mí mismo” ocupen mi mente hoy, Padre mío.

¿Qué es el Espíritu Santo? (Parte 1)

L.pII.7.1:1-2

“El Espíritu Santo es el mediador entre las ilusiones y la verdad” (1:1). Él “salva la brecha entre la
realidad y los sueños” (1:2). Las ilusiones y la verdad no pueden estar juntas, la realidad y los sueños
no pueden reconciliarse. Nuestras mentes están atrapadas en ilusiones, y para devolverlas a la
verdad, se necesita algo o Alguien que haga de puente, conectando de algún modo lo que no se
puede conectar. Éste es el propósito del Espíritu Santo. Él salva la brecha porque puede actuar en
ambos bandos, Él entra en contacto con la ilusión sin perder el contacto con la verdad. Él es El
Único Que actúa de mediador, llevando la ilusión ante la verdad.

Debido a que Él es Lo Que es, “todo aquel que acude a Él en busca de la verdad” (1:2) puede ser
conducido a la verdad por medio de la misma percepción que es parte de su ilusión. Sin Él, la
percepción sólo llevaría a más percepción, y la ilusión se reforzaría continuamente a sí misma.
Debido a que el Espíritu Santo, Que está dentro de nosotros y es parte de nuestra mente (así como
parte de la Mente de Dios), está unido eternamente a la verdad, puede guiar nuestra percepción de tal
modo que deshaga nuestras ilusiones y nos lleve al conocimiento. Esta habilidad es “la gracia que
Dios le ha dado” (1:2).

Nuestra parte consiste en “acudir a Él en busca de la verdad”. Nosotros Le llevamos nuestras


ilusiones y Él las transforma en la percepción verdadera, que lleva directamente al conocimiento. Él
juega un papel muy claro y fundamental en el remedio del Curso para sanar nuestra mente. Si Él no
estuviera ahí, dentro de nosotros, no habría puente entre la ilusión y la realidad. Cuanto más
activamente cooperemos con Él llevándole nuestras percepciones conscientemente y de buen grado,
pidiéndole la verdad en lugar de nuestras ilusiones, más puede ayudarnos.
Es interesante la palabra “acudir”. Es acudir mentalmente, un cambio de dirección mental, que casi
se puede sentir físicamente cuando sucede. A veces se siente como si tuviéramos que arrancar
nuestra mente de su atención centrada en el miedo, y empujar nuestros pensamientos hacia la luz,
como una flor volviéndose al sol. Cuando estoy angustiado, encuentro una gran fuerza en cerrar los
ojos y decirle: “Espíritu Santo, vengo a Ti. Ayúdame”. Casi de inmediato, si estas palabras son de
corazón, viene una profunda sensación de paz, una gran expansión de los horizontes de mi mente.
Siento la Presencia de la Ayuda y Sabiduría Infinita esperando para ayudarme. Siento la cercanía del
Gran Mediador, lleno de la gracia que Dios Le ha dado, preparado para purificar mi percepción y
llevarme a la verdad. Que aprendamos a acudir a Él cada vez más a menudo.

LECCIÓN 282 - 9 OCTUBRE

“Hoy no tendré miedo del amor”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Ésta es otra de las docenas de afirmaciones que el Curso dice que si se aceptase sin dudas, puede ser
la salvación completa. “Sólo con que pudiese comprender esto hoy, el mundo entero se salvaría”
(1:1). Algunas de las otras que entran en esta categoría son: “Soy tal como Dios me creó” (L.94.1),
“Las ideas no abandonan su fuente” (L.167.3:6-11), “El mundo no existe” (L.132.6.2-3), “Nada real
puede ser amenazado. Nada irreal existe” (T.In.2), “Perdona al mundo y comprenderás que nada que
Dios creó puede tener fin, y que nada que Él no haya creado es real” (M.20.5:7-10).

¿Me doy cuenta a menudo de que tengo miedo del amor? Tenemos miedo del amor con más
frecuencia de lo que nos damos cuenta. Ken Wapnick ha usado una variación de este pensamiento
que sugiere como respuesta mental para cuando nos damos cuenta de que nuestro ego está
fastidiando otra vez: “Debo estar teniendo miedo del amor otra vez”. Hay una sensación en la que
podríamos decir que el ego es el miedo al amor. Es una postura mental que rechaza al Amor como
nuestra Fuente, y que se niega a reconocer el Amor en todos los que nos rodean. Cuando lo miramos
así, empieza a ser más comprensible que si pudiéramos darnos cuenta de esto -no tener miedo del
amor- se lograría la salvación del mundo.

El miedo al amor es locura. De todas las cosas que podríamos tener un miedo razonable, el amor no
es una de ellas. Un antiguo evangelista cristiano, Charles Grandison Finney (famoso hacia 1800)
escribió una vez que “El amor es la eterna voluntad de toda bondad”. Tener miedo de eso que
eternamente quiere sólo nuestro bien es verdaderamente locura. Por eso, aceptar la idea de hoy “es la
decisión de abandonar la locura” (1:2).

Tener miedo del Amor es tener miedo de nuestro propio Ser, que es Amor. Por lo tanto, aceptar la
idea de hoy es “aceptarme tal como Dios Mismo, mi Padre y mi Fuente, me creó” (1:2). Ciertamente
tenemos miedo de reconocer que somos Amor, a nuestro ego le parece algo muy peligroso.

Tener miedo del amor es quedarse dormido y tener sueños de muerte, porque al rechazar el amor
estamos rechazando lo que nos protege, nos guarda y nos da alegría. Al tener miedo del amor nos
imaginamos a nosotros mismos como no amorosos, es decir, malvados y pecadores. Ante esa
imagen de nosotros mismos nos imaginamos que merecemos la muerte. Para olvidar lo que somos y
creer que somos otra cosa, la mente tiene que quedarse dormida. Por lo tanto, aceptar la idea de hoy
es “la resolución de no seguir dormido en sueños de muerte” (1:3).
Estar decidido a no tener miedo del amor es la elección de reconocer mi Ser porque mi Ser es Amor.

No importa qué nombres nos hayamos llamado a nosotros mismos en nuestra locura, los nombres no
pueden cambiar lo que somos en la verdad (2:1-3). Elegir no tener miedo del amor es recordar esto.
Lo que hemos hecho al llamarnos nombres no amorosos no es un pecado:

El nombre del miedo es simplemente un error. Que hoy no tenga miedo de la verdad.
(2:4-5)

¿Qué es el Espíritu Santo? (Parte 2)

L.pII.7.1:3-5

El Espíritu Santo es el mediador o puente entre las ilusiones y la verdad, entre los sueños y la
realidad, entre la percepción y el conocimiento. Él es el medio por el que “se llevan todos los sueños
ante la verdad para que la luz del conocimiento los disipe” (1:3). Su propósito dentro de nuestra
mente es hacer este cambio de nuestra percepción equivocada a la percepción verdadera. Nuestra
única tarea es llevarle todo lo que no queremos, para que Él lo haga desaparecer. El Curso se refiere
a su programa de estudios como:

… un programa muy bien organizado, debidamente estructurado y cuidadosamente


planeado, que tiene por objeto aprender a entregarle al Espíritu Santo todo aquello que
no desees. El sabe qué hacer con ello. Tú, sin embargo, no sabes cómo valerte de Su
conocimiento. Cualquier cosa que se le entregue que no sea de Dios, desaparece.
(T.12.II.10:1-4)

A través del puente a la luz del conocimiento, “los sonidos y las imágenes se descartan para
siempre” (1:4). “Los sonidos y las imágenes” representan el reino de la percepción. Llevamos
nuestras percepciones al Espíritu Santo para que sean “limpiadas y purificadas, y finalmente
eliminadas para siempre” (T.18.IX.14:2). El propósito del Espíritu Santo es hacer Su tarea, Él es el
mediador entre la percepción y el conocimiento (L.43.1:3):

Sin este vínculo con Dios, la percepción habría reemplazado al conocimiento en tu


mente para siempre. Gracias a este vínculo con Dios, la percepción se transformará y
se purificará en tal medida que te conducirá al conocimiento. (L.43.1:4-5)

Este cambio de la percepción es igual que el perdón, “el perdón ha hecho posible el tranquilo final
de la percepción” (1:5). “El perdón, la salvación, la Expiación y la percepción verdadera son todos
una misma cosa” (C.4.3:6). La percepción tal como la utiliza el ego siempre ve pecado, y se
manifiesta en juicios y ataque. La percepción tal como la utiliza el Espíritu Santo siempre ve el
rostro de Cristo, y se manifiesta en amor y unión. La percepción del ego siempre ve diferencias, la
percepción del Espíritu Santo siempre ve igualdad e identidad.

Éste es el cambio que brinda la percepción verdadera: lo que antes se había proyectado
afuera, ahora se ve adentro, y ahí el perdón deja que desaparezca. (C.4.6:1)

Por lo tanto, el Espíritu Santo es fundamental para el proceso del perdón. Él es el medio por el que es
posible el cambio de la percepción falsa a la percepción verdadera; y sin Él, estaríamos perdidos
para siempre en nuestro sueño de juicios. Con Él, podemos aprender a perdonar.

LECCIÓN 283 - 10 OCTUBRE


“Mi verdadera Identidad reside en Ti”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

“Reside” significa “vive o mora”, pero también significa “permanece sin cambio”. Pienso que éste
es el significado que tiene esta lección: “Mi verdadera Identidad permanece sin cambio en Ti”. (Al
menos así es como lo estoy oyendo hoy). “Forjé una imagen de mí mismo” (1:1). Ésta es la postura
del Curso de lo que tradicionalmente se ha llamado “la Caída”. Desde el punto de vista tradicional
judeocristiano, el hombre fue creado inocente y sin pecado, pero cayó en el pecado y, de este modo,
corrompió su naturaleza para siempre (“pecado original”). La postura del Curso es que todo lo que
realmente sucedió fue que imaginamos que habíamos cambiado, inventamos una falsa imagen de
nosotros y pensamos: “yo soy esto”. ¡Pero lo que verdaderamente somos, no ha cambiado en
absoluto! Nuestra verdadera Identidad permanece sin cambio, a pesar de nuestra invención de
ídolos. La creación sigue siendo ahora tal como siempre ha sido, porque la creación de Dios no
puede cambiar (1:2).

Hay una gran diferencia entre haber corrompido nuestra naturaleza y únicamente pensar que lo
hemos hecho. Desde el punto de vista antiguo, teníamos un problema real que sólo podía
solucionarse por intervención sobrenatural de Dios. Se había cometido un pecado real y se tenía que
pagar con un castigo real. El pecado contra un Dios infinito exigía un pago igualmente infinito, y por
eso el Hijo infinito de Dios tenía que morir por nosotros, y luego Dios tenía que crear una “nueva
naturaleza”, y de algún modo meterla en la humanidad (“nacer de nuevo”). Aquellos que no recibían
esta nueva vida estaban condenados al infierno.

Desde la postura presentada por el Curso, no se ha cometido ningún pecado real, y la perfección
original de la creación de Dios permanece sin cambio. Todo lo que tenemos que hacer es reconocer
nuestra falsa identificación y cambiar nuestra mente acerca de ella. Cuando abandonamos los ídolos
o falsas imágenes [“No quiero rendirle culto a ningún ídolo” (1:3)], se descubre la naturaleza de
Cristo dentro de nosotros y se manifiesta sin haber sido manchada por nuestra locura.

Yo soy aquel que mi Padre ama, eso no ha cambiado (1:4). “Mi santidad sigue siendo la luz del
Cielo y el Amor de Dios” (1:5). ¿Cómo podría lo que Dios creó como la luz del Cielo ser destruido y
convertirse en oscuridad? Si Dios creó todo lo que existe, ¿cómo podría yo ser algo distinto? (1:8).
Yo no puedo ser otra cosa distinta.

Cada vez que hoy me dé cuenta de que estoy juzgando algo de mí, o que algo no me gusta, o
reprochándome algo, o sintiéndome culpable por lo que soy, que me recuerde a mí mismo que nada
de lo que estoy viendo es mi verdadera Identidad. Mi verdadera Identidad permanece en Dios y es
parte de Él. La supuesta otra identidad es un ídolo, no voy a adorarla, no voy a inclinarme ante ella,
ni atribuirle un gran poder, ni a tener miedo de ella. Eso no es lo que yo soy. Me aquietaré un
instante e iré a mi hogar.

Al reconocer esta verdadera Identidad, tengo que darme cuenta de que por la naturaleza de Lo Que
es, debe compartirse con toda la creación. Todo forma parte de mí, y yo formo parte de todo, pues
venimos de la misma Fuente (2:1). Cuando reconozca que todo es parte de esta Identidad
compartida, otros aspectos de mi único Ser, “ofreceré mi bendición a todas las cosas y me uniré
amorosamente al mundo” (2:2).


¿Qué es el Espíritu Santo? (Parte 3)

L.pII.7.2:1-2

“El objetivo de las enseñanzas del Espíritu Santo es precisamente acabar con los sueños” (2:1).
Como ya hemos visto, los sueños (nuestra percepción actual) se terminan al cambiar nuestra
percepción falsa del miedo a la percepción del amor. El proceso de aprendizaje en que nos
encontramos aquí, y el eje del programa de estudios del Curso, es esta transformación de la
percepción que llevará al resultado del final de toda percepción: el final de los sueños. A veces nos
esforzamos demasiado y queremos que el sueño termine ahora. Queremos que el conocimiento nos
llegue directamente. Pero eso no es posible, no podemos saltarnos el proceso del cambio de nuestras
percepciones.

Hemos estado haciendo hincapié en la percepción, y apenas hemos hablado del


conocimiento. Esto ha sido así porque la percepción tiene que ser corregida antes de
que puedas llegar a saber nada. (T.3.III.1:1-2)

Antes de que podamos “saber” algo, nuestras percepciones tienen que cambiar por mediación del
Espíritu Santo, al llevarle nuestra oscuridad para que Él pueda deshacerla con la luz. “Pues todo
sonido e imagen (percepción) tiene que transformarse de testigo del miedo en testigo del amor”
(2:2).Hay muchas cosas en nuestra vida que parecen ser testigos del miedo. Esas cosas “dan
testimonio” de la realidad del miedo, parecen justificar el miedo. El cambio que el Espíritu Santo
busca realizar en nuestra mente es cambiar tanto nuestra percepción de las cosas que todo
(literalmente todo) lo que ahora parece justificar el miedo, se convierta en nuestra percepción
cambiada, algo que justifique y haga necesario el amor.

Eso es lo que el “perdón” significa en el Curso, es mucho más que ver las acciones de alguien de
manera diferente. Significa ver todo de manera diferente. Significa mirar a todos los horrores de este
mundo, a todas las atrocidades, a toda traición, a cada señal de enfermedad y de muerte y ver que
todo ello justifica el amor y necesita amor. Algo que, en lugar de demostrar la realidad del miedo,
demuestre la realidad del amor. Y para eso, amigos, ¡se necesita un milagro! Pero este es “un curso
de milagros”. De eso es de lo que trata.

¿Cómo puede cambiar tan completamente nuestra percepción de las cosas? No lo sabemos. Ni
necesitamos saberlo. Ése es el trabajo del Espíritu Santo dentro de nuestra mente. Él sabe cómo
hacerlo. Todo lo que tenemos que hacer es llevarle las percepciones que nos dan miedo, y estar
dispuestos a que Él las cambie por Su percepción. Si estamos dispuestos a llevárselas y a que Él nos
las quite y las sustituya, Él sabe exactamente cómo hacerlo y lo hará. Él ya ve todo lo que vemos
como una justificación del amor. Él lo ve de ese modo por nosotros hasta que aprendamos a
compartir Su percepción con Él. “Él fue creado para ver esto por ti hasta que tú aprendas a verlo por
tu cuenta” (T.17.II.1:8). Esto es lo que es y lo que hace el Espíritu Santo.

LECCIÓN 284 - 11 OCTUBRE

“Puedo elegir cambiar todos los pensamientos que me causan dolor”

(Hace varios años escribí un artículo acerca de la parte del medio de esta lección, llamado “El
Proceso de Cambiar los Pensamientos”. Es un poco largo para un comentario diario, así que lo he
incluido después del comentario habitual, como un añadido. ¡Disfrútalo!)

Instrucciones para la práctica


Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Ésta es una de las afirmaciones muy bien condensadas de la enseñanza práctica del Curso. Lo que se
ve como “afuera”, primero tiene que verse que se origina dentro, en mis pensamientos. Luego se
aplica esta lección. Si la causa del problema está en mis pensamientos, yo puedo cambiar el
problema. La causa de los problemas y, por lo tanto, su solución está en mi mente y dentro de mi
control.

“Las pérdidas no son pérdidas cuando se perciben correctamente” (1:1). ¡Caray! Eso es un hueso
muy duro de roer. Quizá recientemente hubo algo que yo quería hacer, o algún sito a donde quería ir,
y no pude hacerlo. Pude percibirlo como una pérdida y me disgusté. Sin embargo, si se percibe
correctamente, esa pérdida se puede percibir como que no es una pérdida en absoluto. La percepción
de un suceso, cualquier suceso, como una pérdida está en la mente, el “daño” no procede del
acontecimiento externo sino de mis pensamientos acerca de ello, pero “Puedo elegir cambiar todos
los pensamientos que me causan dolor”.

Pero tenemos una lista mental de pérdidas menores y mayores, y según subimos por esta lista se
hace cada vez más difícil de aceptar. No ir a un concierto o a una reunión es una cosa. Pero hace
unos años se estropeó completamente el disco duro de mi ordenador, perdí varios años de mis
publicaciones y una lista de correos con cientos de nombres en ella, sin copias de seguridad, no
había manera de recuperarlo. Perdido todo. Me costó mucho tiempo no verlo como una pérdida.
Pero sigue siendo lo mismo. La percepción de la pérdida estaba en mi mente, y toda percepción de
pérdida y de dolor siempre está ahí y en ningún otro sitio. Y siempre puedo cambiar esos
pensamientos si realmente quiero hacerlo.

Si subimos en la lista un poco más: ¿Y si alguien que amamos muere, especialmente cuando nadie lo
esperaba, “trágicamente” de una enfermedad o un accidente violento? ¿Cómo es posible aplicar
“Las pérdidas no son pérdidas cuando se perciben correctamente” a ese acontecimiento? Es evidente
que la lección quiere que lo apliquemos, porque continúa:

El dolor es imposible. No hay pesar que tenga causa alguna. Y cualquier clase de
sufrimiento no es más que un sueño. (1:2-4)

La lección dice que, si se percibe correctamente, incluso la muerte no es motivo de sufrimiento. Es


una forma más extrema del mismo caso, la causa de nuestro sufrimiento, de nuestro dolor, de nuestra
pena no viene de fuera de nosotros. Viene del modo en que pensamos acerca de las cosas. Y
podemos cambiar nuestra manera de pensar y eliminar el dolor. La cuestión principal de la vida no
está en lo externo, está en nuestros pensamientos.

No puedes ir donde alguien que acaba de perder un ser querido y decirle: “No hay razón para que
sufras”. Probablemente parecería cruel y frío, como si le dijeras: “No es una pérdida. Mira al lado
positivo: ahora no tendrás que aguantar sus fallos, y puedes encontrar a alguien que te haga
verdaderamente feliz”. Las personas que intentan decir a alguien que sufre: “No hay razón para que
sufras” a menudo están eligiendo ser “espiritualmente correctas” a costa de la amabilidad.

Sin embargo, pienso que la lección nos pide que a nosotros mismos nos digamos que: “No hay razón
para el sufrimiento”, incluso en casos en los que parece ser una pérdida extrema. En las líneas que
siguen, sugiere un proceso que podemos seguir para cambiar nuestros pensamientos incluso en esos
casos aparentemente imposibles. (Ver el artículo al final para más detalles acerca del proceso de
cambiar nuestros pensamientos). No es un proceso que sucede al instante, y puede necesitar bastante
tiempo cambiar la dirección de nuestros pensamientos. Pero es posible, está dentro de nuestro
alcance cambiar todos los pensamientos que nos causan dolor. Nuestro objetivo debería ser ver
finalmente que: “El sufrimiento y el dolor son imposibles” (2:1). ¿Por qué? Porque nuestro Padre no
nos daría nada que nos cause dolor, y no hay otra Fuente. Él sólo nos da lo que produce felicidad, y
sólo eso es verdad (2:3).

¿Qué es el Espíritu Santo? (Parte 4)

L.pII.7.2:3-4

El proceso de cambiar nuestras percepciones que aquí se trata es exactamente el mismo que el
proceso de cambiar nuestros pensamientos que se describe en la Lección 284: “Puedo elegir cambiar
todos los pensamientos que me causan dolor”. “Todo sonido e imagen tiene que transformarse de
testigo del miedo en testigo del amor” (2:2).Este proceso de “cambiar los pensamientos que hacen
daño” es el objetivo del aprendizaje, y cuando se haya logrado, se habrá acabado el juego (2:3). Éste
es el propósito, el final de todo proceso espiritual. La Lección 193 lo explica muy claro:

¿Cómo puedes saber cuándo estás viendo equivocadamente o cuándo no está alguien
percibiendo la lección que debería aprender? ¿Parece ser real el dolor en dicha
percepción? Si lo parece, ten por seguro que no se ha aprendido la lección. (L.193.7:1-
3)

Una percepción de dolor es una falta de perdón. Indica la necesidad de un cambio en la manera de
ver las cosas. No es pecado o malo sentir dolor o pena, es sólo una percepción equivocada que
necesita ser corregida. Tampoco hay que sentir vergüenza si nos cuesta hacer el cambio. Para eso
está el Espíritu Santo, para ayudarnos en el proceso de cambiar nuestros pensamientos y nuestras
percepciones. De esto trata la vida, ésta es la única lección en esta escuela. Lo hacemos por medio de
frecuentes repeticiones de la verdad, y por medio de llevarle continuamente nuestras percepciones de
dolor para que Él las sane. La ausencia total de esas percepciones de dolor llega sólo al final de todo
el proceso. El Manual lo explica muy bien: “Tu función es escapar de ellas (la percepción del dolor,
por ejemplo), no que no las tengas” (M.16.4:2). Es nuestra propia experiencia con el dolor y el
sufrimiento, y nuestra experiencia de escapar de ellos, lo que nos permite ayudar a otros que están
atrapados en ellos.

Entonces, aprender del Espíritu Santo supone reconocer abiertamente nuestras percepciones falsas y
no sentirnos culpables por ello, sino llevárselas para que Él las sane. Este aprendizaje “se convierte
en el medio que se transciende a sí mismo, de manera que pueda ser reemplazado por la Verdad
Eterna” (2:4). Si nos quejamos y nos lamentamos por el proceso de aprendizaje, retrasaremos el
resultado deseado. No se espera que estemos sin experiencias de dolor y sufrimiento, ni deberíamos
esperarlo nosotros. Pero tenemos que dedicarnos a la tarea de escapar de ellas cuando ocurren,
llevándolas a la dulce bondad de la Presencia del Espíritu Santo, pidiéndole que cambie nuestras
percepciones para que lo que vemos como testigos del miedo se conviertan en testigos del amor.

El Proceso de Cambiar los Pensamientos

Comentarios extra a la lección 284

La repetición frecuente de una idea es necesaria para que aprendamos esa idea, especialmente si esa
idea es totalmente contraria a algo que anteriormente hemos aceptado como verdadero. Desde el
punto de vista del Curso, todos nosotros hemos aceptado el sistema de pensamiento del ego, lo cual
queda demostrado por nuestra presencia en este mundo de separación. Puesto que el sistema de
pensamiento del Espíritu Santo es completamente opuesto al sistema de pensamiento del ego, la
frecuente repetición de las ideas del Curso es fundamental para aprender el Curso.
A lo largo de todo el Texto y del Libro de Ejercicios, las mismas ideas se repiten y reafirman una y
otra vez. En las lecciones del Libro de Ejercicios se nos ruega que repitamos la idea del día cada
hora, y en la Primera Parte cada idea se repasa, de modo que le dedicamos dos días, por lo menos.
Jesús reconoce que sustituir los pensamientos del ego con los pensamientos de Dios es un proceso
lento y gradual, y no hay culpa en reconocer que aunque mentalmente puedo entender alguna idea
del Curso (como “Las pérdidas no son pérdidas cuando se perciben correctamente”) todavía estoy
muy lejos de aceptarla completamente. Si reconozco mi aceptación imperfecta de las ideas del
Curso, la repetición continua de la idea y su aplicación continua en diversas situaciones es el
remedio prescrito.

CINCO ETAPAS EN EL PROCESO DEL CAMBIO DE PENSAMIENTO

La Lección 284 del Libro de Ejercicios habla directamente de este proceso mediante el cual
cambiamos nuestros pensamientos. Su título es “Puedo elegir cambiar todos los pensamientos que
me causan dolor”. Así es como describe el proceso del cambio de pensamiento:

Ésta es la verdad
1 que al principio sólo se dice de boca
2 después se repite muchas veces
3 luego se acepta en parte como cierta, pero con muchas reservas
4 más tarde se considera seriamente cada vez más
5 y finalmente se acepta como la verdad.

Claramente hay cinco etapas en el proceso del cambio de pensamiento. Antes de todas estas etapas,
hay un estado en el que creemos todo lo contrario, o no tenemos ninguna opinión sobre ello. Para la
mayoría de nosotros este “Estado Cero” es nuestro estado cuando por primera vez empezamos a leer
el Curso.

Por ejemplo, toma la sencilla afirmación que se da en esta Lección: “Las pérdidas no son pérdidas
cuando se perciben correctamente” (L.284.1:1). La mayoría de nosotros abrimos el Curso
firmemente convencidos de que las pérdidas son pérdidas, y que son reales; nuestra creencia en la
realidad de la pérdida está fuera de duda. En el Curso encontramos afirmaciones muy claras que nos
dicen que estamos equivocados, que la pérdida no existe excepto como una creencia equivocada en
nuestra mente. Al trabajar con esa idea nos moveremos lentamente a través de esas cinco etapas del
cambio de pensamiento.

Creer en las Palabras: “al principio sólo se dice de boca”

El cambio de pensamiento empieza con el servicio de los labios a una idea. En esta etapa del
comienzo, lo que estamos diciendo es: “Creo que esta idea es verdad y me gustaría creerla”. Con
muchas ideas del Curso, la etapa de “Creer en las Palabras” es incluso menos que eso, suele ser:
“Esta idea puede ser verdad y estoy dispuesto a creerla”. Si somos honestos con nosotros mismos,
nos daremos cuenta de que con muchas de las ideas del Curso no hemos avanzado más allá de esta
etapa. Con algunas de las ideas del Curso, tales como la enseñanza de que Dios no creó el mundo,
me costó tres años llegar a estar dispuesto a considerar la idea como verdadera.

Creencia Mental: “después se repite muchas veces”

Haber decidido aceptar la nueva idea en nuestro sistema de pensamiento (Etapa 1) no hace mucho,
no es más que entreabrir la puerta para que entre. La siguiente etapa es donde viene la repetición
frecuente. Repetimos la idea una y otra vez, quizá en voz alta, quizá en silencio. Compramos casetes
o lecturas del Curso y las escuchamos una y otra vez. Hacemos de verdad las lecciones del Libro de
Ejercicios. (Estoy convencido de que la mayoría de nosotros “fallamos” en nuestra práctica de las
lecciones del Libro de Ejercicios, “olvidando” hacer las repeticiones frecuentes porque ni siquiera
hemos alcanzado la Etapa 1 con la idea de que se trate, porque no estamos dispuestos a dejar que
entre). Leemos el Texto una y otra vez. Durante esta etapa todavía no creemos realmente en la idea,
estamos intentando convencer a nuestra mente de que es verdad. Con la mayoría de las ideas del
Curso, la mayor parte de los estudiantes están todavía trabajando en esta Etapa 2. Estoy seguro de
que esto es así conmigo.

Creencia Parcial: “luego se acepta en parte como cierta, pero con muchas reservas”

La repetición frecuente de la idea nos trae situaciones en las que encontramos experiencias concretas
que nos confirman la verdad de la idea. Tenemos un instante santo, o un instante de perdón en una
relación, y reconocemos la verdad de algo que el Curso nos ha estado diciendo. Ésta es la
experiencia “¡Ah!”, la comprensión de: “¡Ahora sé lo que el Curso quiere decir con esto!” Quizá
sentimos el cambio en la manera en que vemos a una persona y vemos su inocencia, vemos que no
hubo pecado y, por lo tanto, no hay nada que perdonar. Ahora podemos ver la verdad del Curso en
esta situación. Pero todavía tenemos dificultad en aplicarlo a alguien que nos ofendió profundamente
o nos maltrató, o a alguien como Hitler, o a asesinos de masas. Aceptamos la idea pero “con muchas
reservas”. Algunos de nosotros con algunas ideas hemos llegado a la Etapa 3.

Creencia en aumento: “más tarde se considera seriamente cada vez más”

La Etapa 4 es lo que el Curso llama generalización. Una vez que hemos visto la verdad de una de las
ideas del Curso en una situación, empezamos a sentirla cada vez más en una situación tras otra.
Aquí, en esta etapa, es donde los estudiantes serios del Curso pasarán la mayor parte de su vida. Si la
Etapa 1 era la de la aceptación mental y la Etapa 2 era la de la repetición mental de la idea, luego la
Etapa 3 es la de la aceptación por la experiencia, la Etapa 4 es la repetición de experiencias con la
idea. Nos damos cuenta de que si la idea demostró ser cierta en esta situación, entonces quizá
podemos aplicarla a esa situación y a otra y otra. Una y otra vez tenemos que confirmar la idea en
una experiencia tras otra.

Incluso en esta etapa no hemos llegado a la aceptación total de lo que el Curso está diciendo. Creo
que eso es lo Helen Schucman quería decir en su afirmación mencionada frecuentemente de que ella
sabía que el Curso era verdad, pero que ella no lo creía. Ella era muy consciente de que todavía tenía
muchas dudas y estaba en el proceso de considerar las ideas seriamente cada vez más, pero todavía
no había llegado a la aceptación total. Su afirmación nos parece un poco sorprendente y perturbadora
porque Helen era más honesta que el resto de nosotros. Muy pocos han ido más allá de esta etapa.

Creencia Total: “finalmente se acepta como la verdad”

Esta etapa final es nuestro objetivo en este mundo, es el final de la jornada. Aquí la idea que empezó
como una idea mental, ganó un lugar más importante en nuestra mente por medio de repeticiones
frecuentes, empezó a aplicarse en la experiencia y poco a poco llegó a abarcar cada vez una mayor
parte de nuestra vida, y finalmente se ha generalizado completamente. Ahora vemos que las ideas
son completamente verdad, y las aplicamos a todo por igual. Ya no hay grados de dificultad en los
milagros y no hay dudas ni excepciones. Como ya he dicho antes, pocos han llegado a esta etapa con
unas pocas ideas del Curso.

Es como aprender un idioma extranjero. Al principio los sonidos del idioma parecen
incomprensibles (¡probablemente todos hemos tenido esa experiencia con el Curso!). Eliges
aprender un idioma. Te dedicas a repeticiones frecuentes. Empiezas a sentirte cómodo en unas pocas
situaciones, poco a poco extiendes tu experiencia con el nuevo idioma cada vez a más aspectos de tu
vida hasta que un día, si eres aplicado, lo que tomas, te toma. El idioma se vuelve el tuyo propio, se
convierte en parte de ti y tú de él. Ahora parece venir fácilmente a ti, sin esfuerzo. Pero costó mucho
esfuerzo llegar al estado de fluidez.

Aprender a tocar un instrumento musical pasa por las mismas etapas, luchar con las cuerdas de la
guitarra, sentirse incómodo y poco natural, aprender un acorde tras otro, una canción tras otra, tocar
las escalas, repetir las cosas una y otra vez. Luego, un día, descubres que ni siquiera tienes que
pensar en ello, simplemente sucede. Lo que tomas, te toma.

Esta etapa es el objetivo final, el resultado final. Si esperas saltar a la etapa en que no tienes que
hacer ningún esfuerzo, nunca llegarás allí. Con las ideas del Curso estamos en el proceso de
aprendizaje, en algún punto de esas cuatro primeras etapas Ése es el propósito de que estemos en
este mundo: aprender, sanar, cambiar nuestros pensamientos.

Ser un Alumno Feliz

El Curso nos aconseja: “Alégrate de que tu función sea curar” (T.13.VIII.7:1). Mientras estamos en
el mundo, estamos sanando, aprendiendo, pasando por estas etapas con un aspecto de la verdad tras
otro. Cuando se haya acabado el aprendizaje, ya no habrá necesidad de estar aquí, así que no
deberíamos esperar más que este proceso de aprendizaje mientras estamos aquí. No tenemos que
sentirnos culpables por no haber logrado todavía el objetivo.

En “El Alumno Feliz” y en la sección que sigue, Jesús nos ofrece algunos consejos sobre el proceso
en el que nos encontramos:

Aprende a ser un alumno feliz.

“El alumno feliz no puede sentirse culpable por el hecho, de tener que aprender. Esto es tan
fundamental para el aprendizaje que jamás debiera olvidarse” (T.14.III.1:1-2).

“Vivir aquí significa aprender” (T.14.III.3:2)

Y vivir aquí es aprender. Eso es todo lo que es vivir aquí: estar en el proceso de aprender y no
sentirse culpable por ello. “Alégrate de que tu función sea curar” (T.13.VIII.7:1).

En otras palabras, para nosotros el propósito del mundo es ser una escuela. Lo que hacemos aquí es
aprender. Para eso estamos aquí. Así que estate tranquilo, no te agobies por no haber aprendido
todavía. Aprender te llevará a donde vas, así que alégrate por ello, sé feliz por estar en el proceso de
aprender, y ten paciencia contigo mismo por no haberlo terminado.

Si te enfrentas a una verdad difícil de aceptar, y te das cuenta de que todavía estás en la primera
etapa del cambio de pensamiento “la creencia en las palabras”, no te disgustes por no poder hacer
que tu mente acepte toda la verdad de inmediato. Simplemente sigue con el proceso de aprendizaje.
Repite la idea tan a menudo como te sea posible. Usa cada situación para aprenderla. Mantente en
paz con la lentitud de tu progreso. Aprender es la razón por la que está aquí, y tienes todo el tiempo
del mundo.

LECCIÓN 285 - 12 OCTUBRE

“Hoy mi santidad brilla clara y radiante”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario
Hoy sólo pido que me vengan cosas dichosas. “Y en el instante en que acepte mi santidad, lo único
que pediré serán cosas dichosas” (1:3). La única razón de que sienta dolor, pena, sufrimiento y
pérdida es porque en algún lugar de mi mente pienso que lo merezco. De algún modo pienso que el
sufrimiento es bueno para mí. Me juzgo pecador, en conflicto con Dios y con Su Amor, y que por
eso necesito que se me dé una lección. Necesito rehabilitarme. Pienso que el sufrimiento y las
privaciones me darán una lección. Así que envío una invitación a esos pensamientos, ¡y vaya si
vienen!

Cuando acepte mi santidad, “¿qué utilidad tendría el dolor para mí?” (1:4). La idea de que el
sufrimiento es necesario es una bobada. Pensamos que aprendemos por medio de nuestros
sufrimientos. Y lo hacemos. Pero lo que aprendemos no es cómo volvernos santos, aprendemos que
somos santos. Una vez que aceptamos ese hecho, ya no necesitamos más el sufrimiento. Una vez
que abandonamos la idea de que somos pecadores y culpables y que necesitamos de algún modo
pasar por dificultades para compensar algo, entendemos que nos merecemos la dicha porque ya
somos santos.

Pensamos que si de repente fuéramos completamente felices, nos faltaría algo. Estamos totalmente
convencidos de que nuestras acciones pasadas demuestran que no nos merecemos la felicidad y no
estamos preparados para ella. Pensamos que en nuestra personalidad faltan algunos elementos
importantes que sólo el dolor y el sufrimiento nos pueden enseñar. Nada nos falta. Si el dolor, la
pena y la pérdida terminasen en este instante, estarías bien; de hecho estarías perfecto, ¡porque ya lo
eres!

Es como si tuviésemos un transmisor en la cabeza. Tenemos una imagen de nosotros de ser


culpables e incompletos. Pensamos que el sufrimiento es necesario para corregir ese estado. Así que
enviamos una invitación al dolor, al sufrimiento, a la pena y a la pérdida: “Venid. Ayudadme.
Necesito sufrir más”. Debido a que nuestra mente tiene todo el poder creativo de Dios, logramos
nuestro intento. Hacemos que suceda todo el sufrimiento, al menos en apariencia.

Cuando aprendemos a vernos como inocentes y completos, como la perfecta creación del Padre, ya
no tenemos motivos para enviar tales pensamientos. En lugar de ello, cantamos: “¡Envíame sólo
dicha! ¡Envíame las cosas felices de Dios! Hoy sólo acepto cosas dichosas, no permito el
sufrimiento”. Mi Ser es amo y señor del universo (Lección 253). Mi mente tiene todo el poder de
crear la experiencia de vida que quiero. Elijo crear dicha.

¿Qué es el Espíritu Santo? (Parte 5)

L.pII.7.3:1

Si supieses cuánto anhela tu Padre que reconozcas tu impecabilidad, no dejarías que Su


Voz te lo pidiese en vano, ni le darías la espalda a lo que Él te ofrece para reemplazar a
todas las imágenes y sueños atemorizantes que tú has forjado. (L.pII.7.3:1)

Esta frase está aquí porque estamos dejando que Su Voz nos llame en vano, y estamos dando la
espalda a Sus Pensamientos con los que Él reemplazaría todos nuestros sueños e imágenes
atemorizantes. Nuestro propio ego, en su lucha por la supervivencia, nos ha convencido de que Dios
no anhela que reconozcamos nuestra inocencia. Es más probable que pensemos (si es que pensamos
en ello) que Dios está sentado en el Cielo con su gran libro de informes siguiendo el recorrido de
todos nuestros errores y anotándolos contra nosotros. Tenemos miedo de que lo hemos fastidiado
todo y hemos ido demasiado lejos como para que se pueda arreglar. Tenemos miedo de Dios y no
creemos en Su Amor. No podemos imaginarnos que Él todavía nos ve inocentes y sin mancha. Pero
lo hace.
Cuando algo malo parece sucedernos, seguimos pensando de acuerdo con este pensamiento: “¿Qué
he hecho para merecer esto?” Todavía pensamos que el mundo es una especie de modo en que el
universo nos hace pagar caro por cada metedura de pata. El Curso dice una y otra vez que Dios no
está metido en el juego de la venganza. Nosotros somos los únicos jugadores de ese juego, y
nosotros nos provocamos nuestros propios castigos. Por otra parte, Dios anhela que dejemos de
pensar que somos culpables y que reconozcamos nuestra inocencia.

Le damos la espalda al cambio de nuestros pensamientos que se nos ofrece porque estamos
convencidos de que si llevamos todas estas cosas oscuras y sucias a la Luz de Dios, un rayo saldría
del cielo y nos liquidaría. Pensamos que esconderlas es más seguro que sacarlas. No queremos
admitir que hemos ido en busca de ídolos, en busca de cosas que sustituyan a Dios en nuestra vida,
porque pensamos que eso nos ha estropeado para siempre y ha hecho que Dios ya no nos acepte. Eso
no es verdad. Todo lo que Dios quiere es que abandonemos este juego tonto y que regresemos al
Hogar en Él. Él nos ha dado el Espíritu Santo para que hagamos exactamente eso, pero evitamos
acudir adentro hacia Él porque pensamos que perderemos o nos moriremos en el proceso.

Lee la sección del Texto: “La Restitución de la Justicia al Amor”, T.25.VIII. Describe con toda
claridad nuestro miedo al Espíritu Santo. Dice que Le tenemos miedo y que pensamos que
representa la ira de Dios en lugar del Amor de Dios. Que sospechamos cuando Su Voz nos dice que
nunca hemos pecado (T.25.VIII.6:8). Y que huimos “del Espíritu Santo como si de un mensajero del
infierno se tratase, que hubiese sido enviado desde lo alto, disfrazado de amigo y redentor, para
hacer caer sobre ellos la venganza de Dios valiéndose de ardides y de engaños” (T.25.VIII.7:2).

Si miro honestamente a las veces que realmente acudo al Espíritu Santo para que sane mis
pensamientos, y las veces en que no lo hago, parece confirmar lo que ahí se dice. Algo en mí me
impide hacer esta sencilla acción, algo me está empujando a mantenerme alejado del Espíritu Santo.
Si realmente supiera cuánto anhela mi Padre que yo reconozca mi inocencia, no me comportaría así.

¿Qué puedo hacer? Puedo empezar donde estoy. Cuando reconozca que he estado evitando al
Espíritu Santo, puedo empezar a llevarle ese reconocimiento a Él: “Bueno, Espíritu Santo, parece
que he tenido miedo de Ti de nuevo. Lo siento”. Y ese sencillo acto de acudir a Él es todo lo que nos
pide, que Le llevemos nuestra oscuridad para que Él la sane. Al ser sincero acerca de mi miedo, he
dejado el miedo a un lado. Estoy de nuevo en comunicación con Él.

LECCIÓN 286 - 13 OCTUBRE

“La quietud del Cielo envuelve hoy mi corazón”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

“¡Cuán armoniosamente cae todo en su sitio!” (1:2) ¡Me encanta esta frase! Eso es darse cuenta, las
cosas encajan perfectamente en su sitio y no hay que hacer nada.

Éste es el día señalado para que llegue a entender la lección de que no tengo que hacer
nada. (1:3)

Hace varios años en un grupo de estudio leímos una sección que describía el estado de
conocimiento. Alguien preguntó si es posible que una persona lo alcance o si tenemos que alcanzarlo
todos juntos. ¿Están todos esperándome? ¿Estoy esperando yo a todos? El que dirigía el grupo (le
llamaré Ted) empezó a hablar de Jesús y de que todos estamos en esto juntos.

El que hizo la pregunta dijo: “Entonces, Jesús tampoco está en este estado de conocimiento, ¿no es
cierto?”

Yo me metí en la discusión: “Sí, Jesús lo ha alcanzado. Él ha pasado de la percepción al


conocimiento. Y tú también”.

Estamos “en Dios en nuestro hogar, soñando con el exilio” (T.10.I.2:1). Ya estamos todos en el
Cielo. (En realidad nunca nos fuimos de él). ¡La historia ya se acabó! Estamos al final, mirando
hacia atrás y recordando. Alguien dijo: “Estamos reviviendo un repaso”. Ted dijo: “El hecho de que
Jesús ya lo ha alcanzado es la garantía de que todos nosotros lo alcanzaremos, todos sentiremos lo
que Él ha logrado porque todos nosotros somos una sola mente”.

Ésta es la razón por la que “no tengo que hacer nada”. Todos continuamos cometiendo el error de
creer que tenemos que lograr algo. Pensamos que tenemos que escalar una gran montaña, la
montaña de la iluminación o de la perfección. Creemos que Jesús la ha escalado junto con otros
como Buda, pero pensamos que nosotros estamos todavía en la parte de abajo mirando hacia arriba.
Estamos asustados por lo difícil que va a ser, sobrecogidos por todo el trabajo que hay que hacer,
desanimados por el pensamiento de todo lo que todavía nos queda para llegar allí.

Estos pensamientos son la manera en que el ego trata de controlar la situación cuando finalmente
alcanzas a ver la tierra prometida del reino del conocimiento en el que Dios quiere que vivas.

El ego puede aceptar la idea de que es necesario retornar porque puede, con gran
facilidad, hacer que ello parezca difícil. Sin embargo, el Espíritu Santo te dice que
incluso el retorno es innecesario porque lo que nunca ocurrió no puede ser difícil. Mas
tú puedes hacer que la idea de retornar sea a la vez necesaria y difícil. Con todo, está
muy claro que los que son perfectos no tienen necesidad de nada, y tú no puedes
experimentar la perfección como algo difícil de alcanzar, puesto que eso es lo que eres.
(T.6.II.11:1-4)

El ego intenta convencerte de que lo que has visto es algo que te falta en lugar de algo que ya tienes.
“En Ti ya se han colmado todas mis esperanzas” (1:6). Tú eres lo que has estado buscando.

La naturaleza de Cristo no es algo que tengas que desarrollar. ¡No tienes que someter al ego para
convertirlo en Cristo! Eso no es posible. Si piensas que tienes que convertirte en Cristo te has puesto
a ti mismo en una situación en la que “no puedes llegar allí desde aquí”. Y ahí es donde el ego quiere
que estés.

¡La naturaleza de Cristo es Lo Que realmente eres! Sólo que no te acuerdas. Ya está dentro de ti.
Eres tú. Crees que eres otra cosa, pero no lo eres. Ésa es la ilusión que el ego ha preparado. ¡Crees
que el ego eres tú! Crees que toda esa cosa horrible, toda esa naturaleza de miserable gusano, ese
pelele, ese cobarde llorón, es lo que tú eres. Eso no eres tú. Tú no eres el ego. El ego no es nada ni
está en ningún sitio, es sólo un pensamiento que tienes acerca de ti, un pensamiento que es
completamente falso. Cristo “es la única parte de ti que en verdad es real” (L.pII.6.3:2).

Cuando sientes que tienes que luchar, cuando sientes que tienes que hacer todo tipo de elecciones
difíciles, entonces te estás viendo como un ego, en la parte de debajo de la montaña mirando hacia
arriba. Cuando te ves a ti mismo como Cristo, no tienes que hacer nada.

Nuestro único problema es creer que tenemos un problema. El pensamiento de “todavía no lo


tengo” es el problema. Necesitamos liberarnos del pensamiento de que necesitamos la iluminación.
Todo lo que tiene que cambiar es ese pensamiento, y el pensamiento no cambia nada, no hace nada,
porque ya estamos iluminados siempre, ya somos felices siempre, ya somos perfectos siempre. Dios
nos creó así y no podemos cambiarlo, todo lo que podemos hacer es olvidarlo y pretender que somos
otra cosa.

En los momentos de quietud de hoy podemos sentir el sabor de esa quietud en la que no hay que
hacer nada ni hay que ir a ningún sitio. “La quietud de hoy nos dará esperanzas de que hemos encon-
trado el camino y de que ya hemos recorrido un gran trecho por él hacia una meta de la que estamos
completamente seguros” (2:1). Podemos sentir la realidad del final, incluso a mitad de nuestro viaje,
podemos saber que la meta es “completamente segura”, incluso inevitable.

Hoy no dudaremos del final que Dios Mismo nos ha prometido. Confiamos en Él y en
nuestro Ser, el cual sigue siendo uno con Él. (2:2-3)

¿Qué es el Espíritu Santo? (Parte 6)

L.pII.7.3:2-3

¿Cuáles son “los medios que fabricaste para alcanzar lo que por siempre ha de ser inalcanzable”
(3:2)? Por supuesto, lo inalcanzable es la separación o la vida separada de Dios. Los medios que
inventamos para alcanzar esa meta incluyen nuestro cuerpo, las ilusiones de elecciones (alternativas
a Dios y al amor), el miedo, el ataque, el conflicto, la negación, las relaciones especiales, las
imágenes y sonidos, y todo el mundo que vemos. El Espíritu Santo entiende todas estas cosas
perfectamente. Él sabe exactamente lo que son, cómo funcionan y por qué las inventamos.

Mas si se los ofreces a Él, Él se valdrá de esos medios que inventaste a fin de exiliarte
para llevar a tu mente allí donde verdaderamente se encuentra en su hogar (3:3).

Éste es el milagro. Todo lo que inventamos para mantenernos separados de Dios puede usarse para
devolver nuestra mente a su hogar real. Pero para que eso suceda “tenemos que ofrecérselos a Él”.
Él es el puente entre lo que inventamos y lo que somos. Él es “El Gran Transformador de la
percepción” (T.17.II.5:2). Él puede cambiar completamente el propósito de todo lo que inventamos
en nuestra locura y usarlo para devolvernos la cordura, si Le entregamos todas esas cosas a Él.

Por eso necesitamos llevarle todas estas cosas, pidiéndole que las use para Sus propósitos en lugar
del propósito para el que las inventamos. Entreguémosle nuestro cuerpo. Entreguémosle nuestras
relaciones especiales. Entreguémosle nuestro poder de decisión. Entreguémosle nuestros
pensamientos de ataque, nuestras defensas y nuestra negación. Él puede usar incluso la negación
para “negar la negación de la verdad” (T.12.II.1:5). Entreguémosle nuestras percepciones, nuestros
ojos y oídos. Entreguémosle todo nuestro mundo y todo lo que hay en él. Él no nos los quitará. Los
tomará y los usará para devolvernos al Cielo.

LECCIÓN 287 - 14 OCTUBRE

“Tú eres mi única meta, Padre mío, sólo Tú”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario
Esta lección es muy elevada. Es algo que diría una persona que ya vive en el Mundo Real, una
oración del corazón de Cristo dentro de mí. Son los pensamientos del corazón de Cristo, expresados
en palabras, es el modo de pensar que busco escuchar todo el tiempo. Y por eso es verdad para mí,
puedo decir estas palabras con honestidad, aunque sé que a menudo escucho al ego, que persigue
cualquier meta menos a Dios.

Si siento que no puedo decir con honestidad: “Tú eres mi única meta, Padre mío, sólo Tú”, entonces
que mire con honestidad y sin miedo a las otras metas que todavía valoro. Que me pregunte a mí
mismo: “¿Qué podría sustituir a la felicidad? ¿Qué regalo podría preferir a la paz de Dios?” (1:2-3).
Está claro que cualquier otra meta es una locura. Cualquier meta que me distraiga de la paz de Dios
no es digna de mí.

Si tengo otra meta, no puedo decir: “Sólo Tú”, entonces lo que deseo es ir a otro lugar distinto del
Cielo, estoy buscando un sustituto de la felicidad, estoy buscando algo que creo que es preferible a la
paz de Dios, estoy buscando encontrar y conservar algo que creo que es mejor que mi propia
Identidad, estoy eligiendo vivir con miedo en lugar de con amor.

Es así de sencillo.

En el Curso Jesús me asegura que no tengo por qué sentir vergüenza de reconocer estas cosas acerca
de mí. Reconocer mis falsas metas es el comienzo de la sabiduría. Todo lo que necesito es reconocer
lo que estoy haciendo, qué otras metas estoy eligiendo, y el poder de todas esas cosas desaparecerá.
Fingir amar sólo a Dios mientras que secretamente tenemos otras metas es una garantía segura de
fracaso y de infelicidad. El reconocimiento honesto de esas otras metas, y de mi responsabilidad por
elegirlas, es el camino seguro a la liberación de ellas.

¿Qué es el Espíritu Santo? (Parte 7)

L.pII.7.4:1

Desde el conocimiento, donde Dios lo ubicó, el Espíritu Santo te exhorta a dejar que el
perdón repose sobre tus sueños para que puedas recobrar la cordura y la paz interior.
L.pII.7.4:1

Dios puso al Espíritu Santo en el conocimiento. El conocimiento no es un lugar sino un estado, un


estado de saber. El Espíritu Santo conoce la verdad, conoce la realidad, conoce nuestro Ser real, Lo
Que somos y Quién somos. Por una parte, está firmemente unido a Dios, al conocimiento y a la
realidad. Desde ese lugar de conocimiento nos llama dentro de nuestros sueños. Por otra parte, está
firmemente unido a nosotros. Es consciente de nuestros sueños, de lo que pensamos que somos,
sabiendo lo que realmente somos. Está perfectamente preparado para sacarnos de nuestros sueños y
llevarnos a la verdad de la completa cordura.

Si escuchamos, podemos oírle llamándonos. Podemos darnos cuenta de algo dentro de nosotros que
nos impulsa a “dejar que el perdón repose sobre nuestros sueños”. Si estamos haciendo los
ejercicios, la disciplina de la práctica del Libro de Ejercicios nos está enseñando a escuchar esa Voz,
a responder a ese impulso interno. Poco a poco nos hacemos cada vez más conscientes de las veces
en que estamos soñando, poco a poco nos hacemos conscientes de que estamos soñando la mayor
parte del tiempo. Podemos dejar que el perdón descanse sobre nuestros sueños al llevárselos al
Espíritu Santo y pedirle que Su percepción sustituya a nuestros sueños. Éste es el camino a la
cordura, éste es el camino a la paz mental.

En el Capítulo 5, el primer capítulo del Texto que nos presenta ampliamente al Espíritu Santo y Su
lugar en nuestro regreso a Dios, a menudo se Le nombra como “la Llamada”: “la Llamada a la
Expiación”, “la Llamada a regresar”, “la Llamada a la dicha”, “la Llamada a despertar y ser feliz” y
“la Llamada a Dios”. Esta Llamada es algo dentro de nuestra propia mente. Algo que nos acerca al
hogar; si estás leyendo este Curso, has sentido esa Llamada y respondido a Ella. Podemos
separarnos de esa Llamada y apartarla de nuestra consciencia, o podemos voluntariamente dirigir
nuestra atención a Ella y escuchar. Siempre nos llama al perdón, tanto a perdonar como a aceptar el
perdón. Su propósito es el final de la culpa. Siempre nos habla de inocencia. Siempre busca que nos
alejemos del camino del miedo y vayamos al camino del amor. Si Le dedicamos toda nuestra
atención, Él nos guiará al hogar con total seguridad. Él conoce el camino.

LECCIÓN 288 - 15 OCTUBRE

“Que me olvide hoy del pasado de mi hermano”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

“No puedo llegar hasta Ti sin mi hermano” (1:2). La decisión a favor de Dios es la decisión de
compartir. Al reconocer nuestra Identidad, Lo Que reconocemos es una Identidad compartida con
todas las cosas vivientes. Ya que mi salvación está en despertar a esta Identidad compartida, es
imposible llegar a Dios solo. El problema es la separación, por lo tanto la solución es la unidad.

“Sus pecados (de mis hermanos) están en el pasado junto con los míos, y me he salvado porque el
pasado ya pasó” (1:5). Si el pasado ya pasó para mí, también pasó para todos. Si me aferro al pasado
de mi hermano, a los resentimientos contra él, estoy negando mi propia salvación. “No permitas que
lo siga abrigando en mi corazón, pues me desviaría del camino que me lleva a Ti” (1:6).

La lección enseña que “para conocer mi Fuente, tengo primero que reconocer lo que Tú creaste uno
conmigo” (1:3). Dicho de otra manera, para apreciar totalmente mi propio origen en Dios, para
conocer mi propia santidad y perfección, necesito ver que “esa persona horrible” y todos los demás
fueron creados por Dios del mismo modo. “No puedo llegar hasta Ti sin mi hermano” (1:2).

Todos tenemos personas que no podemos ver en el Cielo. Digamos que uno de los míos se llama
Jorge. No puedo ver a Jorge como merecedor del Cielo. Quizá para mí si Jorge estuviera allí, ya no
sería el Cielo. ¿Sabes a qué tipo de persona me refiero?

Bueno, “No puedo llegar hasta Ti sin mi hermano” no significa que no puedo ir al Cielo hasta que
Jorge lo haga. Significa que no puedo llegar al Cielo hasta que vea que Jorge es digno de estar allí.
Es algo que está bajo mi control, no depende de lo que la otra persona piense. Debo ver a Jorge en
mi mente como igual a mí. En mi mente debo ver su santidad, debo olvidar su pasado. Cuando
puedo olvidar su pasado, puedo olvidar el mío propio.

Si me aferro al pasado en contra de mi hermano, me estoy aferrando al pasado en contra de mí


mismo. No podemos vernos a nosotros mismos como mejores que nuestro hermano. No puedo ser
más santo que él. Pero tampoco puedo ser menos santo que Jesús.

Lo que quiere decir es que tengo que estar dispuesto a compartir cualquier regalo de Dios.

Cuando honro a mi hermano como mi salvador, estoy reconociendo Quién es realmente y, por lo
tanto, reconozco mi propia Identidad, compartida con él. Mis hermanos son mis salvadores, no en el
sentido de que me dan algo que yo no tengo o algo que yo no puedo hacer, sino en el sentido de que
al perdonarles, al perdonar su pasado, me recuerdo a mí mismo la verdad acerca de mí, la cual
comparto con ellos. Me muestran mi propio juicio acerca de mí y me dan la oportunidad de
abandonarlo. Cuando veo a mi hermano, me estoy viendo a mí mismo, y mi ternura y amabilidad
hacia él, en el perdón, es el modo en que me doy estos regalos a mí mismo.

En el párrafo final, Jesús nos habla. Es importante reconocer que Él es el que habla:

Perdóname hoy. Y sabrás que me has perdonado si contemplas a tu hermano en la luz


de la santidad. Él no puede ser menos santo que yo, y tú no puedes ser más santo que
él. (2:1-3)

He dicho que la manera en que veo a mi hermano es la manera en que me veo a mí mismo. En este
párrafo Jesús deja muy claro que la manera en que veo a mi hermano es un reflejo de cómo Le veo a
Él y de cómo veo a Dios. Y por eso mi perdón a un hermano es lo mismo que perdonar a Jesús y
perdonar a Dios.

“Tú no puedes ser más santo que él (tu hermano)” (2:3). El límite que mentalmente le pongo a mi
hermano, por la manera de verlo, es un límite que me estoy poniendo a mí mismo. Si le ato a su
pasado, entonces yo estoy atado al pasado. Si le considero incapaz de entender, de aprender, incapaz
de perfección, entonces yo me veo a mí mismo de esa manera. Nadie está fuera de la salvación. Si
veo a un hermano como “él no encontrará a Dios en esta vida”, me estoy poniendo ese límite a mí
mismo. Y en todos los casos ese límite es falso. “No hay grados de dificultad en los milagros”
(T.1.I.1:1).

¿Qué es el Espíritu Santo? (Parte 8)

L.pII.7.4:2-3

Sin el perdón, tus sueños seguirán aterrorizándote. (4:2)

Nuestros sueños desaparecen cuando los perdonamos, lo que significa que vemos que lo que
pensamos que se nos hizo nunca ocurrió (L.pII.1.1:1). No es que los acontecimientos no sucedieran,
sino que nuestra interpretación de ellos (lo que pensamos que nos estaban haciendo, la percepción de
ataque) fue incorrecta. Si no perdonamos, los sueños continuarán aterrorizándonos. El perdón
significa ver que no hay nada que perdonar. Significa volver a interpretar el pasado y recordar sólo el
amor que hubo allí, o la petición de amor, y negar la realidad de nuestra interpretación de ataque.

Puede que nos resistamos a esto. Podemos pensar que, por alguna razón, es importante que
mantengamos nuestra interpretación de ofensa. Pero si lo hacemos, continuaremos sintiendo miedo.
El pasado continuará repitiéndose en nuestro presente y en nuestro futuro. Finalmente todos
llegaremos a darnos cuenta de que no queremos esto, y dejaremos que el pasado desaparezca. “Que
me olvide hoy del pasado de mi hermano” (L.288).

Hasta que perdonemos el pasado y lo abandonemos, “el recuerdo de todo el Amor de tu Padre no
podrá retornar a tu mente para proclamar que a los sueños les ha llegado su fin” (4:3). ¿Cómo
podemos recordar el Amor de Dios mientras continuamos viéndonos a nosotros mismos como
heridos? Nos preguntamos: “¿Habría permitido esto un Dios amoroso? ¿Quiero creer en la realidad
del pecado o en el Amor de Dios? Desde dentro de nosotros el Espíritu Santo nos llama a dejar que
el perdón descanse sobre todos nuestros sueños. Ése es el único modo de recobrar la cordura y la paz
mental.

LECCIÓN 289 - 16 OCTUBRE


“El pasado ya pasó. No me puede afectar”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

En el Curso estamos aprendiendo que la mente es la causa del mundo que vemos. Supongamos
que me enfado con alguien. En lugar de suponer, como he hecho toda mi vida, que lo que he
visto es real, reconozco que es una ilusión. No intento entenderlo, simplemente se lo ofrezco al
Espíritu Santo. Reconozco que mis pensamientos de enfado no están causados por lo que veo,
sino que están causados por mi interpretación de ello.

Mis pensamientos son anteriores a cualquier cosa que veo o que oigo. Muchas personas ven en
esto lo que para mí es sólo una interpretación parcial. Piensan que nuestros pensamientos
actuales no son causados por lo que está sucediendo ahora, sino que suponen que tiene que
haber algo en el pasado que causó esos sentimientos. Su pregunta es: “¿Te acuerdas de algún
otro momento en el que te sentiste así?” La idea es que puedes recordar algún acontecimiento
pasado que provocó ese sentimiento, que puedes separar el sentimiento del de ahora. “No estoy
enfadado contigo, estoy enfadado porque para mí representas a mi madre”. Ese tipo de cosas. El
Curso habla acerca de estas “sombrías figuras” del pasado, pero señala que esas sombrías
figuras “no son reales, y no pueden ejercer ningún dominio sobre ti, a menos que las lleves
contigo” (T.13.IV.6:2). (Las secciones IV a VI del Capítulo 13 tratan de liberar el pasado).
Dicho de otra manera, nuestra angustia o enfado actuales no están causados por el pasado, sino
por una decisión presente de llevar su dolor al ahora. Una decisión que se toma ahora también
puede deshacerse ahora.

El pasado “no me puede afectar”. Y los sentimientos del pasado tampoco pueden ser la causa de
mis sentimientos. El error de relacionar emociones presentes con acontecimientos pasados, que
ciertamente puede ser útil en cierto grado, es que relaciona falsamente algún acontecimiento o
persona como la causa de mi sentimiento, entonces mi sentimiento es el efecto. La explicación
que el Curso da es que “el pasado ya pasó”. Si veo el pasado, “estoy viendo lo que no está ahí”
(1:2). El Curso dice que el único pensamiento que se puede tener del pasado es que no está
aquí” (L.8.2:1). Ya no existe. Todo lo que existe es un pensamiento en mi mente que yo llamo
un recuerdo, y ese recuerdo es imperfecto, desviado hacia mi interpretación y sin tener en
cuenta la realidad interna de las otras personas que también estaban allí. Todo lo que recuerdo es
lo que vi, lo que oí, lo que pensé, lo que sentí. Así que mi imagen del pasado es completamente
inadecuada, y no puede ser la base de ningún juicio que tenga razón.

Cuando reconozco que mi sentimiento de ahora está causado por ver acontecimientos actuales a
través de un recuerdo del pasado, eso me puede servir para separar mis sentimientos de las cosas
que están sucediendo ahora. Pero necesito dar un paso más. Necesito ver que mis sentimientos
tampoco están causados por el pasado. El pasado no tiene poder sobre mí. El pasado no existe.
El pasado que recuerdo son mis propios pensamientos acerca del pasado.

Si mis sentimientos no están causados por el presente ni por el pasado, entonces ¿qué los causa?
Ciertamente el futuro no, que todavía no ha sucedido. Entonces ¿qué?

“Sólo mis propios pensamientos pueden afectarme” (L.338). Sólo mis pensamientos son la
causa de mis sentimientos. Ésa es la causa. El Curso dice que finalmente tenemos que aprender
que nada de fuera de nuestra mente puede afectarnos; que el pensamiento es lo único que existe.
Todo lo demás es efecto del pensamiento, no la causa de nada (T.26.VII.4:9, T.10.In.1:1).
No hay nada externo a ti. Esto es lo que finalmente tienes que aprender.
(T.18.VI.1:1-2)

¿Por qué tenemos pensamientos que causan malos sentimientos? Todo vuelve al
pensamiento original de la separación. Pensamos que hemos robado nuestro ser a Dios,
pensamos que logramos crear un ser separado, y pensamos que Dios tiene que estar
enfadado. Creemos en la ira de Dios. En palabras menos teológicas, nos sentimos culpables
porque nos vemos viviendo en un mundo que exige egoísmo para sobrevivir. Nos sentimos
culpables porque pensamos que estamos separados y que es nuestra propia culpa.

Todos tenemos este profundo sentimiento de culpa, tan profundo que nos asusta. Ni siquiera
podemos soportar mirarlo de frente. Tenemos miedo del olvido, de la muerte, y más aún del
infierno. El miedo se disfraza de muchas formas: ira, depresión, celos, indiferencia.
Abrimos los ojos e inmediatamente buscamos un chivo expiatorio, algo a lo que culpar por
estos sentimientos terribles. Inevitablemente encontramos un culpable. “¡Tú! ¡Tú eres el que
me ha robado la paz!” Inventamos el mundo para eso.

El Espíritu Santo entra en nuestra vida para “valerse de esos medios que inventaste a fin de
exiliarte para llevar a tu mente allí donde verdaderamente se encuentra en su hogar”
(L.pII.7.3:3). Miramos a cada acontecimiento como un posible chivo expiatorio para
nuestros horribles sentimientos. El Espíritu Santo contempla cada acontecimiento como un
medio para mostrarnos el Amor. Aprendemos a ver todo como Amor o como una petición de
Amor. Para el ego, todo da testimonio de la separación y de la culpa. Para el Espíritu Santo,
todo da testimonio de la realidad del Amor. Para ver el mundo que el perdón nos ofrece,
tenemos que estar dispuestos a abandonar el pasado y a ver que no nos puede afectar ahora.
El mundo perdonado únicamente se puede ver ahora. Tenemos que elegir dejar de mirar a
“un pasado que ya no está aquí”.

¿Qué es el Espíritu Santo? (Parte 9)

L.pII.7.5:1-2

El Espíritu Santo es “el regalo que Tu Padre te hace. Es un llamamiento que el Amor le hace
al Amor para que tan sólo sea lo que es” (L.pII.7.5:1-2). Eso es lo que hace la Llamada dentro
de nosotros. Es el Amor llamándose a Sí Mismo para que sea Él Mismo. Cuando empiezo a
sentir que Dios me llama a algún tipo de “rendición” que parece que estoy sometiendo mi
voluntad a otra voluntad superior, me recuerdo que lo que está sucediendo es simplemente que
me estoy rindiendo al Amor. Me estoy rindiendo a Mí Mismo, a lo que de verdad soy. Dios no
me llama a que renuncie a mí mismo y me convierta en algo que no quiero ser, Dios me llama a
que sea mi Ser. A que sea lo que fui creado y lo que todavía soy.

Me he confundido y convencido a mí mismo de que soy otra cosa, y ahora tengo miedo al oír la
llamada a regresar a mí mismo, a “regresar al Amor” (como lo llama Marianne Williamson).
Parece como si se me pidiera que renuncie a mí mismo, que me “rinda” a Dios a costa de mi
propio ser. La verdad es justamente todo lo contrario. Se me pide que me rinda a lo que de
verdad soy. Se me llama al Amor, porque Amor es lo que yo soy.

LECCIÓN 290 - 17 OCTUBRE

“Lo único que veo es mi actual felicidad”


Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

“A menos que contemple lo que no está ahí, lo único que veo es mi actual felicidad” (1:1).
Ésa es la clave: no mirar a lo que no está aquí. Muy a menudo miramos al pasado o al
futuro, como estaba haciendo esta mañana mientras estaba tumbado en la cama. Ni el
pasado ni el futuro están aquí. Por definición, son “no ahora”.

Lo que Jesús dice aquí es que si podemos por un momento dejar de mirar al pasado o al
futuro, lo que veremos es la felicidad actual. Como dice un gurú: “Ya eres siempre feliz”.
¿Qué tiene esto que ver con el título de esta lección que el Espíritu Santo me enseña? “Lo
que percibo a través de mi propia vista sin la Corrección (del Espíritu Santo) que Dios me
dio para ella, es atemorizante y doloroso de contemplar” (1:4). El futuro es temible, el
pasado es doloroso. Para ver necesito las gafas correctoras del Espíritu Santo.

El mundo que veo es doloroso porque el ego lo inventó para apoyarse y reforzarse a sí
mismo. Si continúo mirándolo a través de los ojos que el ego fabricó, voy a ver testigos de
la maldad, del pecado, del peligro y de la culpa. Necesito verlo de una manera diferente.

No se me pide que cierre los ojos y finja que el mundo no está ahí. Se me pide que
voluntariamente me ponga las gafas correctoras y vea el mundo de manera diferente: como
un testigo del Amor, de la dicha y de la paz. Lo primero de todo, en esta lección se me pide
que mire dentro y me dé cuenta de que dejando de lado el pasado y el futuro, yo soy feliz
por naturaleza. Se me pide que deje de mirar a lo que no está ahí. Ver lo que está aquí es el
siguiente paso, y no habrá ninguna dificultad porque empiezo desde un estado de felicidad.

Si ya soy feliz, nada del presente puede cambiarlo porque no me falta nada, ya estoy en la
felicidad.

Ésta es una gran técnica para la meditación: cuando surgen pensamientos, si se refieren al
pasado, déjalos que se vayan flotando (como una hoja arrastrada por el agua). Si haces eso,
lo que siempre descubrirás es tu felicidad actual. No tienes que fabricarla porque existe
siempre.

¿Qué es el Espíritu Santo? (Parte 10)

L.pII.7.5:3-4

El Espíritu Santo es el regalo de Dios mediante el cual se le restituye la quietud


del Cielo al bienamado Hijo de Dios. (5:3)

Me siento tan agradecido hoy por este regalo, sin el que la quietud del Cielo estaría fuera de
mi alcance para siempre. Si tuviera que responder a la pregunta que plantea esta página
¿Qué es el Espíritu Santo?, lo haría así:

El Espíritu Santo es el regalo de Dios para devolver nuestra mente (atrapada en la ilusión) a
la paz y a la cordura. Él es la unión entre nuestra mente y la de Dios. Puesto que es
consciente tanto de la eterna verdad de Dios como de nuestra locura, Él puede usar las
mismas ilusiones que hemos inventado para hacernos regresar a la realidad. Le llevamos
nuestras ilusiones, y Él las cambia de testigos del miedo a testigos del Amor, dándonos una
nueva interpretación de todo lo que vemos. Esta nueva interpretación está tan de acuerdo
con la verdad que permite el fin de toda interpretación y el paso de nuestra mente al estado
original del conocimiento.

¿Te negarías a asumir la función de completar a Dios, cuando todo lo que Su


Voluntad dispone es que tú estés completo? (5:4)

Una vez más el Curso nos pide que tomemos parte activa en este proceso y que
desempeñemos la función que Dios nos dio: completarle. Ésa es una frase sorprendente,
¿verdad? En otro lugar el Curso nos dice que siempre que pongamos en duda nuestra valía,
deberíamos decir: “Dios Mismo está incompleto sin mí” (T.9.VII.8:2). Un poco más tarde
explica: “Dios está incompleto sin ti porque Su grandeza es total, y tú no puedes estar excluido
de ella” (T.9.VIII.9:8). Nos dice: “Sin ti, a Dios le faltaría algo, el Cielo estaría incompleto y habría
un Hijo sin Padre” (T.24.VI.2:1).

Por supuesto, es imposible que Dios esté incompleto: “Dios no está incompleto y sin Hijos”
(T.11.I.5:6). La cuestión es que somos parte de Dios, entonces Dios estaría incompleto si no
estuviésemos unidos a Él para siempre. Estamos en Dios y, por lo tanto, aceptemos la parte en
Él que nos ha dado, y pongamos fin a nuestro rechazo a hacerlo. Nuestra parte en completar a
Dios es estar completos: “…todo lo que Su Voluntad dispone es que tú estés completo”
(5:4). Únicamente se nos pide que llevemos al Espíritu Santo nuestra ilusión de estar
incompletos, de que nos falta algo (paz y felicidad), para que Él pueda deshacer esa ilusión
y que nos hagamos conscientes de nuestro eterno estado de estar completos, de que nada
nos falta.

El proceso de llevar nuestras ilusiones al Espíritu Santo parece a menudo temible porque,
desde nuestro punto de vista, parece que supone una pérdida. Se nos pide que renunciemos a
algo. Pero ese algo que se nos pide que abandonemos es nuestra ilusión de separación,
nuestra ilusión de estar incompletos y que nos falta algo. Renunciamos a nuestra sensación
de que algo nos falta, y recordamos nuestro estado de ser completos. Como dice la Lección
98, éste es un trato en el que no podemos perder:

Y puesto que el tiempo no tiene significado, se te está dando todo a cambio de


nada. He aquí un trato en el que no puedes perder. Y lo que ganas es en verdad
ilimitado. (L.98.6:3-5)

LECCIÓN 291 - 18 OCTUBRE

“Éste es un día de sosiego y de paz”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Escribo mis comentarios sobre esta lección al final del día (así os estará esperando en vuestro e-
mail mañana1). Hoy mi día parecía ser cualquier cosa menos un día de sosiego y de paz, más
bien un día de un ritmo asombroso. Iba corriendo para satisfacer las necesidades de mi cuerpo,
comprando comestibles que se me habían agotado, vitaminas, cuchillas de afeitar, y otras cosas.
En el fondo de mi mente tenía un librito que estaba a punto de terminar (y ya iba con retraso),
un folleto sobre un cursillo que se acercaba, algunas llamadas de teléfono que tenía que hacer,
un montón de correspondencia por leer y contestar. La comida a las 3:45 de la tarde y la cena a
las 8:15. Mis asuntos son diferentes de los tuyos pero estoy seguro que muchos días tuyos son
de estilo parecido, aunque no en contenido.

Todos tenemos las exigencias del tiempo y de las circunstancias sobre nosotros. ¿Cómo
encontramos paz interior en el medio de todo esto? Esta lección habla de “la visión de Cristo”
que “hoy contempla todo a través de mí” (1:1). “Su vista me muestra que todas las cosas
han sido perdonadas y que se encuentran en paz, y le ofrece esa misma visión al mundo”
(1:2). La paz de la que se habla aquí viene de una perspectiva diferente, es una paz interior.
En otro sitio del Curso se reconoce que cuando vivimos en este mundo estamos metidos en
el “ajetreo” (T.18.VII.8:3). No es que el ajetreo cese, sino que nuestra mente puede estar en
paz metidos de lleno en el ajetreo, en un “tranquilo centro” desde el que actuamos (la
misma referencia).

No he hecho muy bien eso de mantener hoy ese tranquilo centro, mejor dicho, recordar que
estaba ahí y que podía usarlo; más bien estaba funcionando desde la superficie de mi mente.
Como resultado, me he sentido frenético. Esta lección me llama al hogar original. La visión
que Cristo me ofrece es de hermosura y santidad (1:4-5). Es la vista de un mundo
perdonado, cuyo perdón incluye el mío propio. Es la paz de saber que aunque olvide el
papel higiénico o no escriba la carta que tengo que escribir, mi Ser no ha cambiado, Dios es
mi Padre, y yo comparto la santidad de Dios Mismo.

Hoy en mi exceso de actividad había una sensación de que, en cierto modo, mi salvación
dependía de recordar todo lo que tenía que comprar, o terminar todas las tareas que tenía
que cumplir. ¡Qué alivio saber que estaba equivocado! Incluso en mi estudio del Curso, a
veces me entra ansiedad pensando que tengo que entender todo perfectamente para
encontrar mi camino al Hogar. En lugar de ello, como dice esta lección, puedo relajarme:
No sé cómo llegar hasta Ti. Mas Tú lo sabes perfectamente. Padre, guía a Tu Hijo
por el tranquilo sendero que conduce a Ti. Haz que mi perdón sea total y completo
y que Tu recuerdo retorne a mí. (2:3-6)

________________
(1)
He dejado esta frase tal como la escribí cuando apareció la primera vez que los comentarios acerca de
la lección se enviaron por correo electrónico por Internet, para conservar el sentido original de urgente en
todo el párrafo.

¿Qué es el mundo real? (Parte 1)

L.pII.8.1:1-2

Cuando el Curso trata de las palabras “el mundo real”, es algo contradictorio. Hemos leído antes
en el Libro de Ejercicios su afirmación: “¡El mundo no existe!” (L.132.6:2). Entonces, ¿cómo
puede haber un mundo real? Incluso admite que hay contradicción en estas palabras
(T.26.III.3:3). Y aquí se nos dice en la frase del comienzo del tema: “El mundo real es un
símbolo” (1:1). Un símbolo no es la cosa que representa, sólo representa algo más, la
palabra “árbol” representa al objeto que llamamos con ese nombre. El mundo real es sólo un
símbolo, “como todo lo demás que la percepción ofrece” (1:1).

La palabra “árbol” no es el árbol. Del mismo modo, el mundo real no es la cosa que
representa. Sólo la representa. “No obstante, es lo opuesto a lo que tú fabricaste” (1:2).
Nosotros inventamos la separación, el mundo real simboliza la unión (pero no es la unión).
Nosotros inventamos el miedo, el mundo real simboliza el Amor (pero no es el Amor).
Nosotros inventamos el error, el mundo real simboliza la verdad (pero no es la verdad).
El mundo en sí mismo no es nada sino el símbolo de un pensamiento. Puede simbolizar el
pensamiento de miedo o puede simbolizar el pensamiento de Amor. Según lo veamos puede
consistir en “testigos del miedo” o “testigos del Amor” (L.pII.7.2:2). El mundo en sí mismo
no es la realidad de nada, sólo representa algo que hay en la mente, como toda la
percepción. Es “la imagen externa de una condición interna” (T.21.In.1:5). Lo que cambia en la
transformación que hace el Espíritu Santo no es el mundo en sí mismo, sino la manera en que lo
vemos, lo que simboliza para nosotros. Por eso el mensaje del Curso para nosotros es: “No trates,
por lo tanto, de cambiar el mundo, sino elige más bien cambiar de mentalidad acerca de él”
(T.21.In.1:7).

El mundo real que buscamos, y que es la meta del Curso para nosotros, no es un mundo cambiado
sino una manera diferente de ver el mundo.

LECCIÓN 292 - 19 OCTUBRE

“Todo tendrá un desenlace feliz”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Las promesas de Dios no hacen excepciones. Y Él garantiza que la dicha será el


desenlace final de todas las cosas. De nosotros depende, no obstante, cuándo
habrá de lograrse eso: hasta cuándo vamos a permitir que una voluntad ajena
parezca oponerse a la Suya. (1:1-3)

“De nosotros depende, no obstante, cuándo habrá de lograrse eso”. Siempre volvemos a eso:
Cuándo sentiremos el resultado de la dicha en todas las cosas depende de nosotros. Si siento
algo que no sea dicha total se debe a mi propia elección de “permitir que una voluntad ajena
parezca oponerse a la Suya”. Me parece que es mi propia voluntad la que a veces se opone a
la de Dios. Parece que no quiero abandonar las pequeñas comodidades, las complacencias
físicas, mentales y emocionales que me concedo continuamente con la ilusión de que las
necesito.

La ley de la percepción afirma: “ves lo que crees que está ahí, y crees que está ahí porque quieres
que lo esté” (T.25.III.1:3). Si veo en mí una voluntad diferente a la de Dios, la veo porque creo que
está ahí. Creo que mi voluntad es diferente de la de Dios. Y creo eso porque quiero creerlo. Si soy
semejante a Dios en todo, Dios y yo sólo tenemos una Voluntad, y la voluntad ajena que percibo no
es nada. ¡Ésa es la verdad exacta! ¡La voluntad ajena no es nada! No existe. Por eso quiero ver “mi”
voluntad que se opone a la de Dios, y por eso la veo. El aparente conflicto en mi vida es el intento
inútil del ego de aferrarse a su identidad que es completamente ilusoria.

La verdad del asunto es que lo que veo (mi resistencia a la Voluntad de Dios, que es mi perfecta
felicidad) no existe. Lo estoy proyectando desde mi mente. Lo que veo es una ilusión de mí mismo.
No es real y, por lo tanto, no trae ni pizca de culpa.

Pues mientras pensemos que esa voluntad es real, no hallaremos el final que Él
ha dispuesto sea el desenlace de todos los problemas que percibimos, de todas
las tribulaciones que vemos y de todas las situaciones a que nos enfrentamos.
(1:4)
Nos demos cuenta de ello o no, todos nosotros vamos por ahí la mayor parte del tiempo
inquietos por la contracorriente de resistencia a Dios que creemos que existe dentro de
nosotros. Pensamos que es real. Leemos Un Curso de Milagros y decidimos ser más
amorosos, perdonar más, y luego encontramos una profunda resistencia a esa idea, un muro
aparentemente imponente que no nos va a permitir cambiar. Tenemos una adicción que no
podemos romper. Descubrimos una relación en la que el perdón es imposible a pesar de
todos nuestros esfuerzos. Decidimos que “Hoy no juzgaré nada de lo que suceda”, y luego,
diez minutos más tarde, estallamos de ira por una pequeña injusticia. Y sentimos
desesperación, sentimos que no podemos hacerlo, que en cierto modo somos incorregibles,
que una parte de nosotros está fuera del alcance de la salvación, que una parte de nuestra
voluntad se opondrá a Dios sin remedio.

Jesús nos dice que mientras creamos que esta parte de nosotros que parece oponerse a Dios
es real, no encontraremos el mundo real. No encontraremos la manera de escaparnos. No
encontraremos “el desenlace feliz de todas las cosas”.

Tenemos que llegar al punto en el que somos conscientes de ese nudo cabezota dentro de
nosotros y conscientes al mismo tiempo de que no es real. Tenemos que llegar al estado en
que lo vemos, lo reconocemos, y nos hacemos responsables de él y, sin embargo lo hacemos
sin culpa. Mirar a la oscuridad del ego sin culpa es posible sólo si, mientras miramos,
hemos abandonado toda creencia en su realidad. Eso es lo que el Espíritu Santo nos
permitirá hacer. Al hacerlo, nos daremos cuenta de que el ego es una ilusión de nosotros
mismos proyectada desde nuestra mente, nada más que una ilusión, y por lo tanto no es
nada por lo que disgustarnos. “Sí. Veo el nudo de resistencia dentro de mí, pero lo que veo
no está realmente ahí. Lo estoy viendo, pero no es real. No cambia nada la realidad. Yo soy
el Hijo que Dios ama, aunque ahora no pueda verlo”.

Queremos que el nudo del ego cambie. Queremos que desaparezca ahora mismo. Y mientras
creamos en su realidad, no desaparecerá. El ego es incorregible. El perdón a uno mismo
supone aceptar eso acerca de nosotros. El ego siempre será el ego, ésa es la mala noticia.
Pero el ego no es lo que somos, y ésa es la buena noticia.

Cuando nos damos cuenta de que estamos escuchando al ego, creyendo en la realidad de
una voluntad ajena, podemos aprender a no lo tomarlo en serio. Es como si dijéramos: “Otra
vez estaba soñando. Ahora elijo despertar”. Y si nos damos cuenta de que todavía no
estamos preparados para despertar del todo, si la apariencia de la resistencia en nosotros
todavía parece real, podemos decir: “Sí. Veo que todavía no estoy despierto y que todavía
parece real, pero al menos me doy cuenta de que estoy soñando”. El ego no tiene ninguna
importancia. Como Ken Wapnick dice: “No es gran cosa”. Aunque parezcamos atrapados en
el sueño, no tenemos que sentirnos culpables por ello.

Mas ese final es seguro. Pues la Voluntad de Dios se hace en la tierra, así como
en el Cielo. Lo buscaremos y lo hallaremos, tal como dispone Su Voluntad, la
Cual garantiza que nuestra voluntad se hace. (1:5-7)

Toda la furia del ego, toda la aparente lucha: todo es un sueño. El final es seguro y la locura
del ego no le afecta nada. No hay ninguna voluntad que se oponga a la de Dios y, por lo tanto,
Su Voluntad y la nuestra se hará. De hecho, mi voluntad y la de Dios son la misma, lo que
garantiza el resultado final. La locura del sueño del ego no tiene efectos, igual que un sueño no
tiene efectos en el mundo físico. La locura del ego es únicamente un juego de imágenes en la
mente, y nada más que eso. Al final no quedará nada más que pura dicha.

Te damos gracias, Padre, por Tu garantía de que al final todo tendrá un desenlace
feliz. Ayúdanos a no interferir y demorar así el feliz desenlace que nos has
prometido para cada problema que podamos percibir y para cada prueba por la que
todavía creemos que tenemos que pasar. (2:1-2)

“Ayúdanos a no interferir”. Ésa es nuestra oración. Resistir al ego, sentirnos culpables por él,
luchar por cambiarlo, o despreciarnos a nosotros por su causa, todas ellas son formas de
interferencia. Todas ellas hacen que el error de creer en el ego parezca real, creyendo que
realmente hay una voluntad ajena dentro de nosotros que se opone a Dios. No interferir es
reconocer que el ego es sólo un sueño acerca de nosotros mismos, y que no hay que hacer nada
acerca de ello. La fuerza más poderosa “en contra” del ego es el pensamiento: “No importa. No
significa nada”. Únicamente llévaselo al Espíritu Santo y deja que Él se encargue. Di: “¡Vaya!
Ya estoy soñando otra vez”. Y abandónalo.

¿Qué es el mundo real? (Parte 2)

L.pII.8.1:3-4

El mundo es un símbolo, de miedo o de amor. “Ves tu mundo a través de los ojos del miedo,
lo cual te trae a la mente los testigos del terror” (1:3). La voz que elegimos escuchar, dentro
de nuestra mente, determina lo que vemos. Si elegimos escuchar al miedo, el mundo que
vemos representa al miedo, y está lleno de “los testigos del terror”. El mundo entonces nos
dice lo que nosotros le hemos dicho que nos diga.

Cuando escuchamos al miedo, vemos cosas en el mundo que justifican nuestro miedo.
Vemos odio, ataque, egoísmo, ira, conflicto y asesinato. Todo esto son interpretaciones de
lo que estamos viendo. En cada caso siempre hay otra interpretación posible. Podemos unir
nuestra percepción a la del Espíritu Santo, y Él nos permitirá ver el mundo de manera
diferente.

“El mundo real sólo lo pueden percibir los ojos que han sido bendecidos por el perdón, los
cuales, consecuentemente, ven un mundo donde el terror es imposible y donde no se puede
encontrar ningún testigo del miedo” (1:4). Cuando escuchamos al amor o al perdón, vemos
cosas en el mundo que justifican nuestro amor. Nada de lo que vemos da testimonio del
terror. Imagínate un mundo en el que “el terror es imposible”, donde nada de lo que ves te
dice: “¡Ten Miedo!” Ése es el mundo real tal como lo define el Curso. Todo se ve a través
de “ojos que han sido bendecidos por el perdón”. La interpretación de todo lo que vemos se
vuelve completamente diferente del que estamos acostumbrados.

La mente determina qué mundo vemos. Con la ayuda del Espíritu Santo podemos elegir lo
que queremos ver, y lo veremos. El mundo al que miramos puede haber cambiado o no,
pero la interpretación que hacemos de él habrá cambiado totalmente. Ya no veremos más
ninguna de las formas de miedo que el ego ha inventado, en su lugar lo único que veremos
será amor o petición de amor. Nada de lo que veamos exigirá condena o castigo. Todo lo
que veamos pedirá únicamente amor.

LECCIÓN 293 - 20 OCTUBRE

“El miedo ya se acabó y lo único que hay aquí es amor”

Instrucciones para la práctica


Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Pienso en el miedo como relacionado con el futuro, sin embargo aquí dice: “El miedo ya se
acabó”. Pienso que esto significa algo más que mis experiencias de miedo ya se acabaron.
Entendido así, es lo que nos gustaría. Lo que parece decir realmente es que el miedo está en
el pasado. El miedo viene del pasado, existe en el pasado únicamente. Cuando el pasado me
parece real, “cuando todos mis errores pasados lo oprimen”, entonces tengo miedo. (Y sólo
entonces). Lo que temo es que el pasado condiciona el futuro. Si mi pasado está lleno de
errores y culpa, y lo considero real, esto produce mi miedo actual al futuro.

La fuente del miedo hace real el pasado en el momento presente.

El Curso nos enseña que: “El pasado que tú recuerdas jamás tuvo lugar” (T.14.IX.1:10). Al
principio me resulta difícil decirme a mí mismo: “Las cosas que pienso que sucedieron en el
pasado jamás sucedieron, no son reales” Quizá es más fácil decir: “El pasado nunca existió
del modo en que yo pienso”. Eso parece más posible, más aceptable. Decir eso es sólo un
paso hacia la verdad, pero pienso que puede ser un paso útil. Empezamos aceptando que, al
menos, nuestros recuerdos del pasado están distorsionados.

Cada cual puebla su mundo de figuras procedentes de su pasado individual, y ésa


es la razón de que los mundos privados difieran tanto entre sí. No obstante, las
imágenes que cada cual ve jamás han sido reales, pues están compuestas
únicamente de sus reacciones hacia sus hermanos, y no incluyen las reacciones de
éstos hacia él. (T.13.V.2:1-2)

Más que eso, el pasado que creemos conocer está lleno de razones para la culpa y el ataque.
Recordamos las ofensas que nos han hecho, y las ofensas que hemos hecho nosotros. Esa
percepción debe cambiar. Si aceptamos el juicio del Espíritu Santo, la percepción de culpa
desaparece. El perdón es una especie de memoria selectiva. Podemos empezar a ver el pasado y
todas las cosas del pasado como una expresión de amor o como una petición de ayuda.

Ésta es una especie de posición intermedia. Todavía creemos que el pasado es (o fue) real, pero
estamos decidiendo verlo de una manera diferente. La verdad última es que el tiempo no existe,
el mundo no existe, los cuerpos no existen. No son nada sino la representación de los
pensamientos de nuestra mente.

Una semejanza física me ayuda. ¿Existe la ola de un océano? ¿Es real una ola? En cierto
sentido, sí; en otro sentido, no. Una ola no existe separada del océano. Lo que llamamos una ola
no es más que la representación de la energía física del agua. El agua, el océano (en este plano
físico) son lo que es real, la ola está aquí un momento y al siguiente ha desaparecido, en este
momento consta de un conjunto de moléculas de agua y en el siguiente consta de un conjunto de
moléculas diferentes. Una ola no existe por sí misma separada de todo lo demás.

Todo el universo físico no es más que una ola en la Mente Eterna. La Mente es todo lo que es
real.

En este sentido, nada del pasado es real. Todo el pasado de una ola no existe. La ola que ha
pasado ha desaparecido completamente. Donde antes estuvo, ahora todo está en calma y sereno,
sin que haya sido afectado por la ola. Las olas no cambian el océano.

Algunos pueden verlo de este modo, de comprender al menos la idea de que el pasado no existe.
Otros podemos necesitar la forma más sencilla de “Nunca sucedió como yo pienso. La culpa
nunca fue real”. La forma más sencilla llevará finalmente a la comprensión total, así que
realmente no importa.

Entonces, cuando siento miedo, lo que tengo que buscar es la creencia en el pasado que hay
detrás, quizá escondida, pero está ahí sin duda. Únicamente el pasado me hace tener miedo al
futuro. Por esa razón los niños pequeños no tienen miedo, no tienen recuerdos de desastres
pasados que puedan provocarles miedo. Cuando sienta miedo, que recuerde que depende de mi
percepción del pasado, y que afirme: “Lo que recuerdo nunca sucedió tal como yo pienso. No
hay nada que temer”.

Cuando voluntariamente elijo no dejar entrar al pasado en mi presente, “en el presente el amor
es obvio y sus efectos evidentes” (1:4). La carga constante del pasado, desenterrando
horrores recordados, impide completamente que “me dé cuenta de la presencia del amor”.
Todo nuestro aprendizaje no es más que una acumulación de ideas acerca del pasado. Por lo
tanto, todo eso no es nada. Empezamos a desaprender, a olvidar voluntariamente lo que
pensamos que el pasado nos ha enseñado, y en ello encontramos la percepción verdadera y
finalmente el verdadero conocimiento.

El mundo que contemplamos, cuando lo vemos sin el miedo del pasado, es el mundo real.
Éste es el mundo que estamos pidiendo ver en esta lección. Debajo de todas las imágenes de
miedo, el mundo está cantando “himnos de gratitud” (2:2). La percepción del Espíritu
Santo puede atravesar la capa de miedo que hemos puesto sobre la realidad. Cuando
compartimos Su percepción, nos damos cuenta de que el pasado ha desaparecido, y vemos
y oímos lo que está aquí ahora, cuando “el amor es obvio y sus efectos evidentes”.
Entonces, me uno a la oración: “Éste es el único mundo que quiero tener ante mis ojos
hoy” (2:4).

¿Qué es el mundo real? (Parte 3)

L.pII.8.2:1-2

“El mundo real te ofrece una contrapartida para cada pensamiento de infelicidad que se ve
reflejado en tu mundo, una corrección segura para las escenas de miedo y los clamores de
batalla que pueblan tu mundo” (2:1). Si el mundo real contiene una corrección para cada
pensamiento de infelicidad, entonces tiene que consistir en pensamientos felices. La
diferencia está en los pensamientos sobre lo que se ve, y no en los objetos que se ven. En
esta frase parece que el mundo real es como una colección de vídeos, cada uno con una
interpretación diferente de alguna persona o acontecimiento de nuestra vida. Podemos elegir
ver los vídeos del Espíritu Santo o los del ego. Las mismas escenas pero con un Director
diferente, con un significado diferente para todo.

“El mundo real muestra un mundo que se contempla de otra manera: a través de ojos
serenos y de una mente en paz” (2:2). La diferencia está en la paz de la mente que ve. Ésta
es la primera de tres referencias al estado de la mente que ve. Las otras dos referencias son:
“la mente que se ha perdonado a sí misma” (2:6) y “una mente que está en paz consigo
misma” (3:4).

Todos suponemos que nuestras percepciones (interpretaciones) del mundo nos están
contando algo real del mundo. La verdad es que nos están contando algo acerca de nuestro
propio estado mental. Las imágenes de miedo y los sonidos de lucha que percibimos son
únicamente reflejos del miedo y de la lucha dentro de nuestra propia mente. Cuando
llevamos nuestra mente a la paz, el mundo toma una apariencia diferente porque nuestra
mente está proyectando su propio estado mental sobre el mundo. Que busque la sanación de
mi propia mente, y la sanación del mundo se encargará de sí misma.

LECCIÓN 294 - 21 OCTUBRE

“Mi cuerpo es algo completamente neutro”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Esta frase resume la actitud del Curso hacia el cuerpo. No es “ni bueno ni malo” (2:2), es
neutro. Su valor o que sea perjudicial procede del uso que hagamos de él, del propósito al
que sirve.

Hay una actitud hacia el cuerpo que lo ve como bueno, siempre merecedor de que
respetemos sus deseos. Si alguien me excita sexualmente, debería satisfacer ese deseo. Si
tengo hambre, debería comer; si estoy cansado, debería dormir. Toda represión de los
deseos físicos está equivocada. Este punto de vista identifica incorrectamente mi cuerpo
con mi ser. Convierte al cuerpo no sólo en algo bueno sino en Dios.

Hay otra actitud hacia el cuerpo que lo considera malvado. Por lo tanto, debo dominar y
reprimir todos mis impulsos. Este punto de vista niega que el cuerpo es en cierto modo
una expresión de mi ser. Considera al cuerpo un demonio. Produce culpa sin fin por
cualquier deseo físico.

El Curso dice que el cuerpo no es ni bueno ni malo. Es neutro. No es ni pecaminoso ni


inocente. Su única utilidad es la de despertar del sueño, o comunicar la salvación. Este
enfoque no comete el error de identificarme con mi cuerpo. No me hace sentir mal por
tener impulsos, ni por ignorar algunos de esos impulsos. Ni exalta ni condena al cuerpo.
Acepta el cuerpo como un instrumento, útil para el propósito de la verdad y nada más. No
ve ningún propósito en las metas corporales en sí.

La lección afirma: “Soy un Hijo de Dios” (1:1). Y no soy “otra cosa”, “mortal y
corruptible” (1:2-3). Dios no creó el cuerpo mortal y corruptible, y al Hijo de Dios no le
sirve de nada lo que va a morir (1:4). Sin embargo, si se ve el cuerpo como algo neutro, “no
puede ver la muerte” (1:5). ¿Por qué? Porque “allí no se han depositado pensamientos de
miedo, ni se ha hecho de ello una parodia del amor” (1:5). Sentimos la muerte
(aparentemente) cuando consideramos al cuerpo como malvado (“pensamientos de miedo”)
o como bueno (“una parodia del amor”). Considerar al cuerpo neutro “lo protege mientras
siga siendo útil” (1:6). En otras palabras, para la mente que ha sanado, el cuerpo no puede
morir hasta que haya hecho su trabajo. Dura tanto como sea necesario a la mente para sus
propósitos de sanación en este mundo, y luego simplemente “se dejará a un lado” porque ya
no tiene “ningún propósito” (1:7). Esto no es muerte sino simplemente el fin del cuerpo.
Como dice “La Canción de la Oración”: “Lo llamamos muerte pero es la libertad” (C.3.II.3:1).

Cuando una mente que ha sanado ya no necesita más el cuerpo, el cuerpo simplemente se deja a
un lado. “No es que haya enfermado, esté viejo o lesionado. Es que simplemente no tiene
ninguna función, es innecesario y, por consiguiente, se le desecha” (1:8-9). Ha habido unos
pocos que han sentido esta especie de fin del cuerpo que no es muerte. Robert me dice que
ha leído de un monje tibetano que un día anunció a sus seguidores que su trabajo con el
cuerpo estaba casi terminado y que abandonaría el cuerpo en unos pocos meses. Incluso dio
la fecha exacta. Y aquel mismo día se sentó en meditación en la postura de loto y
sencillamente lo abandonó. No estaba “enfermo, viejo o lesionado”. Sencillamente su
cuerpo ya no era necesario.

¿Cómo podemos alcanzar un estado tan elevado y una muerte tan dulce (si se le puede
llamar “muerte”)? La lección indica que nuestro camino está en poco a poco ir considerando
a nuestro cuerpo como “algo que es útil por un tiempo y apto para servir, que se conserva
mientras pueda ser de provecho, y luego es reemplazado por algo mejor” (1:10). No es ni
una carga ni una meta en sí mismo. Sólo es un instrumento. Lo usamos en este sueño para
“ser de ayuda en Tu plan de que despertemos de todos los sueños que urdimos” (2:3), y
para nada más que eso. Considerar neutro al cuerpo es lo que lo protege mientras sea útil
en este plan. Cuando nuestra mente está de acuerdo con el plan de Dios, valoramos el
cuerpo por su utilidad para llevar a cabo el plan, y no por sí mismo. Ni lo exaltamos ni
abusamos de él. No luchamos por conservar el cuerpo ni por abandonarlo. Sólo lo usamos
para llevar a cabo nuestra función.

¿Qué es el mundo real? (Parte 4)

L.pII.8.2:3-6

Cuando vemos el mundo real, “Allí sólo hay reposo” (2:3). No hay conflicto, no hay “lucha”.
Pienso que cuando vea el mundo real, habrá muy poco o ninguna sensación de prisa. Hay
una actitud hacia la espiritualidad que infunde lo que es casi un modo de pánico: “¡Tenemos
que arreglar las cosas, tenemos que hacerlo bien, inmediatamente!”. Esto no es reposo. La
visión del mundo real es una visión tranquila, que nos llena de la seguridad de que “Nada
real puede ser amenazado” (T.In.2:2) y, por lo tanto, no hay necesidad de pánico.

“No se oyen gritos de dolor o de pesar, pues allí nada está excluido del perdón” (2:4). No
creo que esto signifique que nos volvamos indiferentes al sufrimiento del mundo. En el
Texto, el Curso nos dice: “El amor siempre responde, pues es incapaz de negar una petición
de ayuda, o de no oír los gritos de dolor que se elevan hasta él desde todos los rincones de
este extraño mundo que construiste, pero que realmente no deseas” (T.13.VII.4:3). Lo que
pienso que esta línea significa es que los gritos de dolor y sufrimiento no se oyen como
testigos del miedo, sino como peticiones de ayuda, como algo que necesita una respuesta de
amor en lugar de una respuesta de terror. La mente que ha sanado y ve el mundo real no se
angustia por los gritos de dolor y sufrimiento porque sabe que “nada está excluido del
perdón” (2:4). Nada está sin esperanza.

Y las escenas que se ven son apacibles, pues sólo escenas y sonidos felices
pueden llegar hasta la mente que se ha perdonado a sí misma. (2:5-6)

Debajo de los sonidos de miedo, la mente que se ha perdonado a sí misma oye los himnos
de gratitud (L.293.2:2). La canción del amor es más alta que el canto fúnebre del miedo.
Todo lo que se ve lleva la nota de la salvación.

Hay una manera de contemplarlo todo que te acerca más a Él y a la salvación


del mundo. (L.193.13:1)

LECCIÓN 295 - 22 OCTUBRE


“El Espíritu Santo ve hoy a través de mí”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Mis ojos son los de Cristo. “Hoy Cristo pide valerse de mis ojos” (1:1). Y al final de la
oración, los ojos de Cristo son los míos. “Ayúdame a usar los ojos de Cristo hoy” (2:2).
Dos modos de decir lo mismo: pedir que Cristo mire a través de mis ojos o pedir que yo
mire a través de Sus ojos, es pedir que Su visión, Sus ojos, reemplacen a nuestra limitada
visión.

Cristo pide valerse de mis ojos “para poder ofrecerme paz mental y eliminar todo terror y
pesar” (1:2). Él no me pide un sacrificio, sino que me pide para darme un regalo a mí. Me
ofrece tomar mi percepción que me muestra dolor y terror, y reemplazarla con Su propia
visión, mostrándome paz, dicha y amor.

Al empezar a dar nuestra vida a Dios empezamos a sentir que en lugar de vivir se vive a
través de nosotros. El Espíritu Santo mira a través de nuestros ojos, habla a través de
nuestros labios, piensa con nuestra mente. Es una experiencia de ser tomado y llevado a
través de la vida por una energía de Amor sin límite que es mucho mayor de lo que podemos
contener porque incluye a todo.

A veces parezco tan lejos de eso y, sin embargo, sé que está tan cerca como mi aliento. Más
cerca. Padre, esta mañana pido la gracia de rendirme a ese flujo de Amor, la gracia de
rendirme al Espíritu Santo, ahora, en este instante, y en todos los instantes de este día para
que pueda compartir Su visión del mundo.

En cierto modo esta lección es todo el Curso: permitir que el Espíritu Santo mire a través de
mí, que inunde al mundo con los ojos del Amor. Caminar durante el día sin ningún
propósito en sus cosas externas, sólo vivir con un propósito escondido, una misión secreta:
seré amoroso en esta situación. De eso es de lo que se trata, y nada más importa, nada más
es real. Yo soy la luz del mundo. Estoy aquí para “permitir así que el Amor del Espíritu
Santo bendiga todo cuanto contemple, de modo que la compasión de Su Amor pueda
descender sobre mí” (2:2). Eso es mi vida, eso es todo. Estoy aquí únicamente para ser lo
que soy, para ser mi Ser, que es Amor.

¿Qué es el mundo real? (Parte 5)

L.pII.8.3:1-3

¿Qué necesidad tiene dicha mente de pensamientos de muerte, asesinato o


ataque? (3:1)

¿Cómo es “dicha mente”? “Una mente en paz” (2:2). Una “mente que se ha perdonado a sí
misma” (2:6). “Una mente que está en paz consigo misma” (3:4). ¿Puedo imaginarme cómo
es mi mente en paz consigo misma? ¿Puedo imaginarme cómo me sentiría si me hubiese
perdonado a mí mismo completamente, sin llevar encima arrepentimientos del pasado, ni
miedo al futuro, ni culpa escondida, y ni pizca de sensación de fracaso? Tener paz y
haberme perdonado completamente a mí mismo, son lo mismo. Tienen que serlo. ¿Cómo
puedo estar en paz si no me he perdonado algo a mí mismo? ¿Cómo puedo perdonarme algo
a mí mismo, si no estoy en paz acerca de ello?

Que mire dentro de mí y esté dispuesto a enfrentarme a mi propia condena que está
escondida en los oscuros rincones de mi mente. Sé que está ahí. Es la fuente del constante
malestar que me persigue, la tendencia a mirar por encima del hombro, la aparentemente
ligera ansiedad que siento ante una carta inesperada o una llamada de teléfono. Algo en mí
espera ser “pillado”. Pero este juicio de mí mismo es la causa de más que mis sentimientos
personales de malestar. Es también la causa de todos mis “pensamientos de muerte,
asesinato o ataque” (3:1). Mi miedo a la muerte viene de mi culpa enterrada. Mis ataques
instintivos a los que me rodean son un mecanismo de defensa que he desarrollado para
evitar el juicio por mis “pecados”. Mi deseo de tomar la vida de otros para mí (en casos
extremos, asesinato) viene de la sensación de que a mí me falta algo.

Y todo ello contribuye a mi percepción del mundo, ésa es la razón por la que veo “las
escenas de miedo y los clamores de batalla” por todas partes. Si mi mente estuviera en paz,
si me hubiera perdonado a mí mismo, vería el mundo de manera diferente. Lo vería sin
estos filtros que deforman la visión. Vería el mundo real. Todo lo que “dicha mente” vería
es “seguridad, amor y dicha” (3:2).

Sin culpa en mi mente, “¿Qué podría haber que ella quisiese condenar? ¿Y contra qué
querría juzgar?” (3:3). La culpa en mi mente me ha llevado a la locura, y el mundo demente
que veo es el resultado de esa culpa. Por esa razón “el Espíritu Santo sabe que la salvación es
escapar de la culpabilidad” (T.14.III.13:4). Si en mi mente no hubiera culpa, no vería culpa en
el mundo, porque toda la culpa que veo es la proyección de la mía propia. Cuando hoy vea a
alguien culpable, cuando lo juzgue, que me recuerde a mí mismo: “Nunca odias a tu hermano
por sus pecados, sino únicamente por los tuyos” (T.31.III.1:5). El problema que veo no está ahí fuera,
en el mundo, sino dentro de mi propia mente. Que me vuelva entonces al Espíritu Santo y pida Su
ayuda para eliminar la culpa de mi mente, para que ya no pueda impedir mi percepción del mundo real.
Que hoy, y todos los días, mi objetivo sea “Una mente que está en paz consigo misma”. De esa
mente, libre de culpa, la visión del mundo real surgirá de manera natural, sin ningún
esfuerzo, pues estaré viendo con claridad por primera vez.

LECCIÓN 296 - 23 OCTUBRE

“El Espíritu Santo habla hoy a través de mí”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Cuando permito que el Espíritu Santo vea a través de mí, (la lección de ayer),
compartiendo Su percepción, también habla a través de mí.

No es que yo me convierta en el regalo de Dios al mundo en el sentido del ego, el profeta


que tiene la respuesta para toda la humanidad. No, no es eso. Pero Él sí habla a través de
mí. Él habla la palabra de bienvenida, de reconocimiento, de aprecio y de gratitud. A
través de mí, el Espíritu Santo les comunica a mis hermanos: “Estás a salvo. Eres pleno.
Eres amado”.
Habiendo condenado al mundo, ahora quiero liberarlo. Habiendo cubierto a todos con
culpa, con una pesada capa, ahora quiero quitar esa culpa de todos. ¿Por qué quiero
conceder esta liberación a todos sin excepción? Porque la quiero para mí mismo, y ésta es
la única manera de tenerla. Si mi hermano muere culpable, yo lo hago con él. ¡Qué
privilegio tan grande tengo, de eliminar la culpa de aquellos a mi alrededor, de hacerles
saber que son libres!

A través de mí (y de ti) el Espíritu Santo convence al mundo para que busque y encuentre
el camino a Dios. Yo soy Su representante aquí en la tierra, un embajador del Reino de los
Cielos. A aquellos que todavía no han aprendido a escuchar Su Voz, yo Le represento,
hablando Sus palabras, manifestando Su actitud y Su Amor a cada persona con la que me
encuentro. Ésa es mi función. Ése es mi único propósito. Eso es mi vida.

Quiero ser el salvador del mundo que fabriqué. Pues ya que lo condené,
quiero liberarlo, de manera que pueda escapar y oír la Palabra que Tu santa
Voz ha de comunicarme hoy. (1:3-4)

¿Estoy dispuesto a salvar mi mundo? A veces me doy cuenta de que quiero dejarlo, dejar
que se convierta en ruinas y acabar con ello. El Curso es muy claro acerca de esto: no
puedo escapar al Cielo yo solo y dejar al mundo detrás. No puedo alcanzar el Cielo sin
mis hermanos.

El sentimiento de cansancio hacia el mundo, la sensación de “¡estoy tan harto de todo este
lío!” esconde mi propio juicio a mí mismo. Profundamente culpable por mi continua
separación de mi Padre, quiero echarle la culpa al mundo. Quiero decir: “Es este lugar
agotador el que me impide tener paz”. La paz está aquí, la paz es ahora. La paz, y el
mismo Cielo, están en mí, dondequiera que yo voy. No necesito huir, y no es necesario
cambiar nada.

“El Espíritu Santo necesita hoy mi voz” (1:1). Vivimos en una conspiración de silencio.
Hay muchos, más de los que sabemos, que han visto el Cielo. Nosotros estamos entre
ellos. Sin embargo, tenemos miedo de hablar porque tenemos miedo de que la gente se ría
de nosotros, que piensen que estamos locos.

¿Cuántas veces hemos deseado, anhelado profundamente, que alguien se atreviera a decir
(en medio del miedo, del sufrimiento, de la pérdida y del terror): “Estoy en paz. La paz de
Dios es muy real para mí”. Hoy seré yo el que contestará a ese anhelo. “Hoy sólo
enseñaremos lo que queremos aprender, y nada más” (2:1)

¿Qué es el mundo real? (Parte 6)

L.pII.8.3:4-5

Cuando nuestra mente se haya perdonado a sí misma, es “una mente que está en paz consigo
misma” (3:4), y el mundo que dicha mente ve procede de esa paz interior. Como ya hemos
visto, no es posible la paz interior sin el perdón. Del mismo modo, ver un mundo de paz
viene cuando extendemos la paz de nuestro interior hacia fuera. Esto lo afirmó muy
claramente la Lección 34:

La paz mental es claramente una cuestión interna. Tiene que empezar con tus
propios pensamientos, y luego extenderse hacia afuera. Es de tu paz mental de
donde nace una percepción pacifica del mundo. (L.34.1:2-4)
Una mente que ha aprendido a perdonarse a sí misma y a estar en paz “es bondadosa, y lo
único que ve es bondad” (3:5). He oído a varios sabios espirituales comentar que, si la
espiritualidad tuviera que resumirse a dos palabras, podrían ser: “Sé amable”. He
encontrado bastantes personas en mi vida que se tienen a sí mismos por muy espirituales,
quizá como autoridades espirituales, y al final lo que me llevaba a desconfiar de sus
afirmaciones era simplemente esto: que no eran amables. ¡He encontrado esta misma
tendencia en mí mismo también! Es demasiado fácil quedar atrapado en ser “correcto
espiritualmente” o en tener razón, y perder de vista la amabilidad.

Cuando haya encontrado al ego asesino dentro de mí, y haya aprendido a perdonarlo,
cuando haya descubierto mi propia creencia en mi debilidad y fragilidad, y haya aprendido
a perdonarlas; cuando haya perdonado mis dudas de muchos años, cuando haya descubierto
lo a menudo que no vivo de acuerdo a mis elevadas aspiraciones y haya aprendido a
perdonarme; cuando haya luchado con mi constante falta de fe y haya aprendido a
perdonarla, entonces seré amable. He aprendido a ser amable al ser amable conmigo mismo.
Voy a grabar esta lección en mi corazón: La mente que se ha perdonado a sí misma es
amable, y únicamente contempla amabilidad.

Si soy muy rápido en ver peligro acechándome en aquellos que están a mi alrededor y en
dudar de las buenas intenciones de otros, lo más probable es que sea rápido en dudar de las
mías propias y todavía no haya aprendido a perdonarme a mismo.

LECCIÓN 297 - 24 OCTUBRE

“El perdón es el único regalo que doy”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

¿Qué quiero tener? Sea lo que sea, darlo es el modo de tenerlo. Y cuanto más avanzo, más me
doy cuenta de que “El perdón es el único regalo que… deseo” (1:1).

¿Qué puedo querer sino liberarme de la carga del juicio a mí mismo? ¿Qué puedo querer
fuera de esto? Liberarme del juicio a mí mismo es reconocer mi perfección y que nada me
falta, tal como Dios me creó. Es reconocer que nada de lo que he hecho, pensado o dicho,
ha disminuido lo más mínimo mi valía y hermosura a la vista de Dios.

Si esto es lo que quiero, voy a darlo hoy, porque “Todo lo que doy, es a mí mismo a quien se
lo doy” (1:2). Voy a extender este reconocimiento a todos con los que me encuentre hoy:
que nada de lo que han hecho, pensado o dicho, ha disminuido lo más mínimo su valía y
hermosura a mi vista.

Cada paso de mi salvación ya se ha dado (2:1). No se ha pasado nada por alto. No hay razón
para estar inquieto o ansioso, preocupado acerca de si lo conseguiré o cuándo lo conseguiré.
Lo conseguiré. Sí, lo haré. Eso es todo lo que necesito saber. Ya se ha logrado, y puedo
hacer este viaje ilusorio (imaginario) en paz, sabiendo que en la realidad ya se ha acabado.
¿Qué es el mundo real? (Parte 7)

L.pII.8.4:1

El mundo real es el símbolo de que al sueño de pecado y culpabilidad le ha


llegado su fin y de que el Hijo de Dios ha despertado. (L.pII.8.4:1)

El mundo que ve una mente que está en paz, que se ha perdonado a sí misma, es un símbolo.
Un símbolo representa algo, no es la cosa en sí, pero es algo que lo indica hace que te lo
imagines. ¿Qué representa el mundo real? Que “al sueño de pecado y culpabilidad le ha
llegado su fin y de que el Hijo de Dios ha despertado” (4:1).

El mundo real es un símbolo que nos dice que nuestro sueño de pecado y culpa ya se ha
terminado y que ya nos hemos despertado. Ver el mundo real es una señal para nosotros de
que lo que la percepción ve es sólo un sueño, y de que hay una realidad superior más allá
del sueño. Cuando no veamos nada que condenar, esa visión nos habla de una realidad
superior. Cuando únicamente veamos seguridad, amor y dicha rodeándonos, sin ningún
peligro que nos aceche por ningún sitio, esa percepción nos está comunicando que no somos
este cuerpo y que la vida no tiene un final. Nos está diciendo que sólo el amor es real, y que
el miedo no existe. Dentro de la ilusión de la percepción, estamos viendo algo que habla de
una realidad eterna. Lo que vemos nos recuerda que no somos el sueño. Nuestra mente ya
está despierta porque:

Dios sólo crea mentes despiertas. Él no duerme, y Sus creaciones no pueden


poseer algo que Él no les confiera, ni dar lugar a condiciones que Él no
comparte con ellas. (L.167.8:1-2)

La mente sólo existe despierta, porque Dios la creó despierta. Lo que Él crea no puede estar
dormido si Él no nos dio ese sueño. Tampoco podemos hacernos dormir a nosotros mismos. Por
lo tanto, tenemos que estar despiertos ya. Esto es lo que el mundo real representa para nosotros.
Dentro de la ilusión nos habla de nuestra realidad eterna. Dentro del mundo, la percepción de
este símbolo es nuestro único propósito. Cualquier otro propósito pertenece a este mundo.
Nuestro destino final está más allá de este mundo. Pero aunque es nuestro destino final, lo que
está más allá de la percepción no es asunto nuestro ahora. Nuestra tarea está en el reino de la
percepción: “La percepción tiene que ser corregida antes de que puedas llegar a saber nada”
(T.3.III.1:2). “De lo que más necesidad tienes es de aprender a percibir, pues no entiendes nada”
(T.11.VIII.3:5).

Estamos dedicados al proceso de permitir que nuestras percepciones sean corregidas, que es lo
que hace el perdón. Cuando hagamos esto, veremos el mundo real con más claridad y con más
frecuencia, hasta que sea todo lo que veamos. Y entonces nuestra tarea está hecha, y Dios me
tenderá la mano y me llevará al hogar.

Con todo, el perdón es el medio por el cual reconoceré mi inocencia. Es el


reflejo del Amor de Dios en la tierra. Y me llevará tan cerca del Cielo que el
Amor de Dios podrá tenderme la mano y elevarme hasta Él. (L.60.1:4-6)

LECCIÓN 298 - 25 OCTUBRE

“Te amo, Padre, y amo también a Tu Hijo”

Instrucciones para la práctica


Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

“Mi gratitud hace posible que mi amor sea aceptado sin miedo” (1:1). Aquí está hablando de
mi amor al Padre y a Su Hijo. Como a menudo señala el Curso, en mi mente errada tengo
miedo de mi propio amor al Padre y a Su Hijo, porque parece que si me entrego a él, me
perderé en lo infinito de Dios. Lo que perderé en Él es “mi pequeño ser”, pero no mi
verdadera Identidad. Es mi falsa identidad lo que temo perder y a la que me aferro
(intentando conservar la identificación con el ego), es mi falsa identidad la que me hace
tener miedo de mi propio amor a Dios.

“Mi gratitud” es lo que “hace posible que mi amor sea aceptado sin miedo”. Mi gratitud es
simplemente la aceptación de los regalos de Dios y mi agradecimiento por ellos: “Acepto lo
que Dios establece como mío” (1:5). Cuando renuncio a lo que creo haber hecho (la
identidad del ego) y en su lugar acepto con agradecimiento el regalo de Dios de mi
verdadera Identidad, de repente mi amor a Dios y a Su Hijo no son ya aterradores. Todo lo
que hace que parezca temible son mis inútiles intentos de hacer real lo que nunca fue real y
aferrarme a la separación.

En lo profundo de mi corazón, Padre, yo Te amo. Renuncio, aunque sólo sea por un


instante, lo que he estado intentando proteger. Libero mi amor para que se extienda libre y
sin obstáculos. Me permito sentir su profundidad. A menudo me parece que no Te amo;
ahora, es refrescante y purificador permitir la libre extensión de ese amor, reconocer su
presencia dentro de mí. Tengo el regalo de mi segura Identidad en Ti, no hay necesidad de
proteger esa “otra cosa” que no existe.

En lo profundo de mi corazón, Padre, yo amo también a Tu Hijo, el Cristo, Quien es mi


verdadero Ser y el Ser que comparto con toda cosa viviente. Acepto al Hijo como mi Ser, y
acepto a mis hermanos como parte, junto conmigo, de ese Ser Único. Tu Hijo es Tu regalo
para mí, y es lo que yo soy. A menudo me parece que no amo algunos aspectos del Hijo,
algunos de los que parecen ser distintos a mí, o que parecen enemigos. Ahora, en este
momento, los reconozco a todos con agradecimiento como partes de mi Ser. Ya no estoy
protegiendo, al menos en este instante, el pequeño aspecto separado que conozco como
“yo”. Los abrazo a todos con amor.

Estoy tan contento de que Tú describas el viaje como “atravieso el miedo para encontrarme
con mi Amor” (1:5). Porque hay miedo. Tengo miedo de abandonar el “yo”. ¿Quién seré?
¿Qué quedará? Qué maravilloso es saber que lo que temo perder no se pierde, se extiende y
eleva a algo mucho más grande de lo que yo haya podido creer. Cuando he atravesado el
miedo, lo que encuentro es mi Amor. ¡Esto es cierto! ¡No hay sacrificio!

Y me siento agradecido por tus santos regalos: un santuario seguro y la escapatoria


de todo lo que menoscabaría mi amor por Dios mi Padre y por Su santo Hijo. (2:4)

¿Qué es el mundo real? (Parte 8)

L.pII.8.4:2-3

Cuando empezamos a ver el mundo real, empezamos a despertar. Quizá hemos tenido
pequeños atisbos del mundo real. El Curso se refiere a “Un ligero parpadeo, después de
haber tenido los ojos cerrados por tanto tiempo” (T.18.III.3:4); quizá hemos sentido eso, por
lo menos. Cada atisbo del mundo real que experimentamos es un poco como las imágenes
borrosas de mi habitación cuando estoy dormido y a punto de despertarme. Algunas veces
esas imágenes que destellan sobre nosotros cuando nuestros ojos se abren por un instante, se
integran en un sueño que continúa. Así es como estamos. Estamos en ese extraño estado
entre dormir y despertar. El Curso lo llama la zona fronteriza entre mundos, en que “Eres
como alguien que aún tiene alucinaciones, pero que no está seguro de lo que percibe” (T.26.V.11:7).

“Y sus ojos, abiertos ahora, perciben el inequívoco reflejo del Amor de su Padre, la infalible
promesa de que ha sido redimido” (4:2). Todavía no estamos completamente despiertos,
pero estamos despertando. Las imágenes del mundo real reflejan el Amor del Padre por
nosotros. Las nuevas percepciones, que nos da el Espíritu Santo, refuerzan nuestra
confianza de que nos hemos salvado sin ninguna duda.

Cuanto más vemos el mundo real, más nos damos cuenta de que el tiempo ya no es
necesario. “El mundo real representa el final del tiempo, pues cuando se percibe, el tiempo
deja de tener objeto” (4:3). El propósito del tiempo es que veamos el mundo real. Cuando lo
percibimos, el tiempo ya no es necesario porque ha cumplido su propósito. En el Cuarto
Repaso del Libro de Ejercicios se nos dice que cada vez que hacemos una pausa para
practicar la lección del día, estamos “utilizando el tiempo para el propósito que se le dio”
(L.rIV.In.7:3). Cada vez que nos paramos e intentamos vencer un obstáculo a la paz, cada
vez que dejamos que la misericordia de Dios venga a nosotros en el perdón, estamos
utilizando el tiempo para el propósito que se le dio. “Para eso se hizo el tiempo”
(L.193.10:4).

Que hoy utilice el tiempo para el propósito que tiene. Que recuerde la lección, por la
mañana y por la noche, y cada hora entre medias, y a menudo durante cada hora. Que
coopere gustosamente en el cambio de mis percepciones. Cada vez que sienta que algo
altera mi paz, me volveré a mi interior y buscaré la sanación de la Luz de Dios. Que me dé
cuenta de que esto es para lo único que sirve el tiempo, y que no hay mejor manera de
emplearlo. Que busque acelerar la llegada del día en el que ya no tendré más necesidad de
tiempo, en el que mis percepciones se hayan unido a la visión de Cristo, y el mundo real
permanezca brillando lleno de belleza ante mis ojos.

LECCIÓN 299 - 26 OCTUBRE

“La santidad eterna mora en mí”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Éste es el tipo de lección que siempre me hace darme cuenta de mi mente dividida. Una parte
está suspirando, llena de felicidad: “¡Ah! Qué maravilloso saber que la creación de Dios
permanece intacta en mí” La otra parte está mirando a mi alrededor y por encima del hombro
mientras dice: “¿Te refieres a mí?”

A veces, Padre, puedo aceptar la idea de que hay santidad en mí. Quiero aceptarlo más a
menudo y más profundamente. Quiero saber que santidad es todo lo que yo soy. Puedo
relacionarlo con la primera frase: “Mi santidad está mucho más allá de mi propia capacidad
de comprender o saber lo que es” (1:1). Por lo menos la parte “mucho más allá de mi propia
capacidad”. Pero hay una parte de mí que sabe que la santidad está aquí, quizá no conocida,
quizá no entendida, pero todavía… aquí.

Cuando soy consciente de mi unión con Dios, cuando permito que esa comprensión entre en
mi consciencia, entonces, junto con Él, sé que es así, que la santidad eterna mora en mí.

El Curso insiste en este punto, repitiéndolo con tanta frecuencia que tengo que darme cuenta
de que hay una enorme resistencia a aceptarlo:

… mi santidad no procede de mí. No es mía para dejar que el pecado la destruya.


No es mía para dejar que sea el blanco del ataque. Las ilusiones pueden ocultarla,
pero no pueden extinguir su fulgor ni atenuar su luz. (2:1-4)

Puedo cambiar mi comportamiento, puedo tener alucinaciones y creer que he cambiado mi


naturaleza original, pero en realidad no puedo cambiar lo que soy, no puedo cambiar mi Ser
creado por Dios. Mi ataque a mí mismo no ha tenido efectos y nunca los tendrá. Sigo siendo tal
como Dios me creó: el santo Hijo de Dios Mismo. Todo lo que parece decir otra cosa es sólo
una ilusión, una invención de mi mente, luchando desesperadamente por mantener su
identificación con el ego. La culpa es esa invención. Nadie que es santo puede ser culpable, por
lo tanto, si soy culpable, no puedo ser santo. Así es como la mente del ego intenta demostrarme
su realidad.

Hoy afirmo que mi santidad no procede de mí (2:1). Yo no creé mi santidad ni puedo hacerlo, y
mucho menos cambiarla. Dios quiere que la conozca y así será conocida. Dejo a un lado mi
incredulidad. Dejo que el pensamiento se aloje en mi mente:

“La santidad eterna mora en mí”.

¿Qué es el mundo real? (Parte 9)

L.pII.8.5:1-2

Cuando el tiempo ha servido al propósito del Espíritu Santo, Él ya no lo necesita. Pero es


decisión nuestra a qué propósito sirve el tiempo. Dos secciones del Texto tratan de los dos usos
del tiempo: el Capítulo 13, Sección IV, “La Función del Tiempo”, y el Capítulo 15, Sección I,
“Los Dos Usos del Tiempo”. Estas secciones nos dicen que podemos usar el tiempo para el ego
o para el Espíritu Santo. El ego utiliza el tiempo para perpetuarse a sí mismo, buscando nuestra
muerte. Ve la destrucción como el propósito del tiempo. El Espíritu Santo ve la sanación como
el propósito del tiempo.

El ego, al igual que el Espíritu Santo, se vale del tiempo para convencerte de la
inevitabilidad del objetivo y del final del aprendizaje. Él objetivo del ego es la
muerte, que es su propio fin. Mas el objetivo del Espíritu Santo es la vida, la cual
no tiene fin. (T.15.I.2:7-9)

Se nos pide: “Empieza a usar el tiempo tal como lo hace el Espíritu Santo: como un instrumento
de enseñanza para alcanzar paz y felicidad” (T.15.I.9:4). Y lo hacemos al practicar el instante
santo. “El tiempo es tu amigo si lo pones a la disposición del Espíritu Santo” (T.15.I.15:1).
Hay necesidad del tiempo mientras estamos aprendiendo todavía a usarlo sólo para Sus
propósitos, vivir el momento presente, abandonando el pasado y el futuro, y buscar la paz
dentro del instante santo.
Todos los días deberían consagrarse a los milagros. El propósito del tiempo es que
aprendas a usarlo de forma constructiva. El tiempo es, por lo tanto, un recurso de
enseñanza y un medio para alcanzar un fin. El tiempo cesará cuando ya no sea útil
para facilitar el aprendizaje. (T.1.I.15)

“Ahora espera un sólo instante más para que Dios dé el paso final” (5:2). Ese “ahora” se
refiere al momento en que el tiempo ha servido a su propósito. No queda nada más por hacer,
nada que Él tenga que enseñarnos, nada que nosotros tengamos que aprender o hacer, excepto
“esperar un sólo instante más para que Dios dé el paso final”. El tiempo continúa un
instante más permitiéndonos apreciar el mundo real, y luego el tiempo y la percepción
desaparecen. Este “paso final” es algo que se menciona a menudo en el Curso, “paso final”
o “último paso” aparece 29 veces. (Ver por ejemplo en el Texto, el Capítulo 6.(V).5 , y el
Capítulo 7, Sección I). Representa el cambio de la percepción (dualidad) al conocimiento
(unidad), salir del mundo y entrar en el Cielo, salir del cuerpo y entrar en el espíritu. Está
muy claro que esto es cosa de Dios, nosotros no tenemos nada que ver con ello. Nuestra
única parte es prepararnos para ello, limpiando nuestra percepción hasta que toda ella se
convierta en “percepción verdadera”, sin miedo. O como dice en la cita mencionada arriba:
“Todos los días deberían consagrarse a los milagros”. Para eso es el tiempo.

LECCIÓN 300 - 27 OCTUBRE

“Este mundo dura tan sólo un instante”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Qué gran lección con la que terminar una serie de diez días en los que hemos estado pensando
en la Sección “¿Qué es el mundo real?” Aquí el pensamiento es la otra cara del instante santo.
Este mundo no es más que un instante no santo. Sólo existen dos instantes, y estamos en uno o
en el otro todo el tiempo.

La idea de hoy podría tomarse de manera negativa, pensando en lo pasajero de la naturaleza de


la vida, “una breve vela” como la llamó Shakespeare, en la que “sus alegrías desaparecen
antes de que las pueda disfrutar o incluso tener a su alcance” (1:1). Por otra parte, ¡lo corto
de la existencia en este mundo puede ser un pensamiento muy esperanzador! “Mas es
también la idea que no permite que ninguna percepción falsa nos mantenga en su yugo, ni
represente más que una nube pasajera en un firmamento eternamente despejado” (1:2).

La alucinación que es este mundo no es más que una nube pasajera que está atravesando la
serenidad de nuestra mente recta. Nuestras percepciones falsas no durarán más que un instante y
luego habrán desaparecido. Como un niño en un viaje largo en coche, “pronto” nos puede
parecer muy, muy largo, pero nuestro Padre sabe que el final es seguro. Las nubes de nuestra
percepción falsa, desaparecerán, el sol saldrá de nuevo, habiendo estado oculto sólo por un
instante. Nuestra mente reconocerá su propia serenidad una vez más.

“Y es esta calma, clara, obvia y segura, lo que buscamos hoy”. (1:3)

Que busque hoy esa serenidad. Que la vea ahora, y en cada instante que hoy recuerde hacerlo.
Que me abra a ese instante santo, y que recuerde que más allá de las nubes que parecen
oscurecer mi mente, el sol sigue brillando sin interrupción. Que me sienta contento y agradecido
de que “el mundo dure tan sólo un instante” (2:4). Que vaya “más allá de ese ínfimo instante y
llegue a la eternidad” (2:5). Voy a hacerlo ahora. Que llegue a ese otro estado mental a menudo
hoy.

¿Qué es el mundo real? (Parte 10)

L.pII.8.5:3-4

“Un sólo instante” el instante para que Dios dé Su paso final (5:2), “ese instante es nuestro
objetivo, pues en él yace el recuerdo de Dios” (5:3). Una semejanza que me viene a la
mente es la de un equipo de fútbol intentando ganar la Super Copa. El “paso final” es ganar
el trofeo, por así decirlo. Ésa es la meta final del equipo. Pero realmente no tiene nada que
ver con el trofeo, su tarea es ganar partidos y llegar a ese momento de la victoria. Entonces
el trofeo se lo conceden los oficiales de la Liga Nacional de Fútbol. Aunque la imagen de
luchar por una victoria contra los contrarios no encaja en nuestra consecución del mundo
real, la idea general sí está relacionada. Nuestra tarea consiste únicamente en llegar al punto
(mundo real) en el que conseguir el trofeo (el recuerdo de Dios) es posible, pero el paso
final es Dios Mismo Quien lo da. No estamos aprendiendo a recordar a Dios. Estamos
aprendiendo a olvidar todo lo que impide ese recuerdo, a eliminar todo el falso aprendizaje
que hemos interpuesto entre nuestra mente y la verdad. Cuando hayamos eliminado los
obstáculos con la ayuda del Espíritu Santo, el recuerdo de Dios regresará por sí mismo.

“Y al contemplar un mundo perdonado” (ése es el resultado del trabajo que hemos hecho
con el Espíritu Santo, aprendiendo a perdonar), “Él es Quien nos llama y nos viene a buscar
para llevarnos a casa” (Dios es Quien nos lleva más allá del mundo real), “recordándonos
nuestra Identidad, la cual nos ha sido restituida mediante nuestro perdón” (5:4). Cuando
hayamos perdonado al mundo, se nos restaura el recuerdo de Dios y también el recuerdo de
nuestra propia Identidad en Él. Esta última parte no es algo que hacemos nosotros “Él es
Quien nos llama y nos viene a buscar para llevarnos a casa”.

Esto no es sólo un asunto teológico interesante. Tiene consecuencias prácticas. A veces,


cuando hemos empezado una búsqueda espiritual, el ego puede distraernos haciendo que
intentemos llegar directamente a Dios. Podemos quedarnos enredados en una lucha por
intentar recordar a Dios, intentar recordar nuestra Identidad como Hijo de Dios. Aunque
ésta es nuestra meta final (como el trofeo en la Super Copa), si hacemos de ello el objeto de
todos nuestros esfuerzos directos, jamás llegaremos allí. Eso sería como intentar robar el
trofeo en lugar de ganarlo legalmente. Nuestra atención tiene que centrarse en hacer lo que
nos preparará para recibir el recuerdo de Dios de Su propia mano. Es decir, perdonar. Si
nuestra meta inmediata es recordar a Dios o nuestra Identidad, estamos intentando evitar los
pasos que son necesarios para alcanzar esa meta. No podemos saltarnos esos pasos.

Perdonaré, y esto desaparecerá.


Repite estas mismas palabras ante toda aprensión, preocupación o sufrimiento.
Y entonces estarás en posesión de la llave que abre las puertas del Cielo y que
hace que el Amor de Dios el Padre llegue por fin hasta la tierra para elevarla
hasta el Cielo. Dios Mismo dará este paso final. No te niegues a dar los
pequeños pasos que te pide para que puedas llegar hasta Él. (L.193.13:3-7)

LECCIÓN 301 - 28 OCTUBRE

“Y Dios Mismo enjugará todas las lágrimas”


Instrucciones para la práctica

Este es tu recordatorio mensual de repasar las instrucciones de la práctica. Recuerda, estas


instrucciones exponen con detalle las costumbres o hábitos de la práctica diaria que el Libro de
Ejercicios está intentando ayudarnos a formar. Si no creas estas costumbres o hábitos, te
pierdes lo principal de todo el programa de entrenamiento.

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

El título de esta lección es una cita del Libro de las Revelaciones de la Biblia, versos 7:17 y
21:4. Todos hemos derramado lágrimas en nuestra vida, algunos más que otros. Años atrás,
cuando creía en el infierno, solía preguntarme cómo podría Dios enjugar mis lágrimas cuando
personas que yo conocía y amaba estaban en el tormento eterno. Solía preguntarme cómo podía
Dios ser feliz si la mayoría de Sus criaturas habían sido agarradas por el demonio. Supongo que
hacerme esas preguntas es por lo que ya no creo más en esas cosas.

Pero ¿cómo puede Dios enjugar todas las lágrimas? Cuando miramos a nuestro alrededor con
nuestra percepción “normal” (deformada por el ego), parece imposible no derramar algunas
lágrimas, por lo menos, por el sufrimiento y la injusticia de la vida y la muerte. La respuesta del
Curso es que ya no veremos con esa percepción, veremos con una nueva clase de visión.

“A menos que juzgue no puedo sollozar” (1:1). ¿Cómo enjugará nuestras lágrimas? Eliminando
todo juicio de nuestra mente.

Miramos al mundo y lo juzgamos. Lo juzgamos injusto y enemigo nuestro. Juzgamos que unos
son los que atacan y otros las víctimas. La mayoría de nosotros consideramos todo eso real. Si
el pecado y el sufrimiento son reales en el análisis final, entonces las lágrimas son inevitables.
“Pero hemos aprendido que el mundo que veíamos era falso” (2:4). No real, sino falso. Es
una ilusión que hemos proyectado, únicamente existe en mi mente. No puedo culparlo por
mi sufrimiento porque el único que me he atacado soy yo. El único que ha sido injusto soy
yo. Estoy viendo en el mundo un reflejo de lo que creo que he hecho en relación con Dios y
con mis hermanos, y nada más que eso. Cuando aprenda a perdonar al mundo y a aceptar la
Expiación para mí mismo, ya no veré el mundo de esa manera.

Me parece que Jesús nos habla desde una posición elevada y me está incluyendo a mí en esa
posición. No creo que ya he aprendido la irrealidad del mundo todavía, el mundo todavía
me parece bastante real, y todavía lloro. El Curso me asegura que una parte de nuestra
mente (la única parte que de verdad es real) ya está despierta, y ya sabe que el mundo que
vemos es falso. Jesús representa esa parte de nuestra mente que está despierta.

Sin embargo, basado en las afirmaciones del Curso sé que: veré el mundo de esta manera.
Llegará el día en que:

No puedo sollozar. Tampoco puedo experimentar dolor o sentirme abandonado o


creer que no se me necesita en este mundo. (1:1-2)

Puedo verlo así en cualquier momento que lo elija, en el instante santo, y estoy aprendiendo a
permitir que mi percepción sea transformada de acuerdo con esa visión cada día más.

Si parece hipócrita repetir la oración de la lección de hoy, diciendo: “hemos aprendido que el
mundo que veíamos era falso” (2:4), piensa de nuevo en esa opinión. Puedes decir: “Pero no
lo creo, todavía no lo he aprendido, ¿cómo puedo decirlo?” ¡Por supuesto que no lo crees!
Por eso es por lo que estás haciendo la lección. Si ya lo creyeras, no necesitarías la lección.
Sólo durante un instante, deja a un lado tu incredulidad. Imagínate cómo sería saber que
toda la fealdad del mundo no es real, que no es nada más que un mal sueño, un viaje feo y
amargo, y que no ha sucedido nada realmente, que no se ha perdido nada, y que nadie ha
sido herido. Sólo las imágenes proyectadas murieron, la realidad de la vida no ha sido
cambiada por el sueño. Sumérgete por un instante en ese estado mental. Esos breves
instantes serán suficientes para llevarte al hogar.

¿Qué es el Segundo Advenimiento? (Parte 1)

L.pII.9.1:1-2

La postura del Curso acerca del Segundo Advenimiento es completamente diferente de


la mayoría de las enseñanzas de las iglesias cristianas tradicionales. Habitualmente se
refiere a una segunda aparición física de Jesús, volviendo (generalmente de una manera
sobrenatural, “en nubes de gloria”) para ser el juez y el amo y señor del mundo. Esta
sección del Libro de Ejercicios lo define de manera completamente diferente. (El Curso se
caracteriza por definir de manera diferente y dar nuevo contenido a la mayoría de las ideas
fundamentales del cristianismo). Aquí, el Segundo Advenimiento es:

1. La corrección de los errores (1:1)

En lugar de ser un acontecimiento desastroso que vence al demonio en la batalla del


Apocalipsis, el Segundo Advenimiento es una tierna corrección de nuestras creencias
equivocadas acerca de la realidad del pecado y de la separación. La antigua creencia del
Segundo Advenimiento consideraba al demonio como una fuerza real con una terrible energía
propia, una voluntad opuesta a Dios, una voluntad contra la que había que luchar y vencer.
El Curso, al considerar el Segundo Advenimiento como la corrección de los errores, no
considera al mal como una fuerza real. La oscuridad no es una cosa, ni una sustancia, es
únicamente la ausencia de luz. Así que, desde el punto de vista del Curso, el mal no es un
opuesto a Dios, sino sólo un error, sólo la idea equivocada de que puede haber un opuesto a
Dios. Entonces, el Segundo Advenimiento es simplemente la corrección de esa idea
equivocada. No hay nada que vencer ni derrocar. El Segundo Advenimiento
simplemente“reinstaura lo que nunca se perdió y re-establece lo que es eternamente verdad”
(1:2).

2. El restablecimiento de la cordura (1:2)

Todas las mentes que han albergado la idea demente de la separación de Dios, serán sanadas de
sus errores. En el Curso, el Segundo Avenimiento es un acontecimiento compartido cuando se
acabe el tiempo. Es el momento en el que a cada aspecto de la mente del Hijo de Dios que en su
locura ha creído estar separado, se le restaura a su consciencia de unidad con todos los otros
aspectos de la única mente. Este aspecto compartido se muestra en frases de esta sección más
tarde: el momento en que “todas las mentes se ponen en manos de Cristo” (3:2), “los Hijos
de Dios reconocen que todos ellos son uno solo” (4:3). Mientras que cualquier parte de la
mente única no haya sanado, no se manifiesta la plenitud de Cristo. La “restauración a la
cordura” habla de toda la Filiación volviendo a la consciencia de su unidad.

Este aspecto de “Completo” del mensaje del Curso es la motivación para que cada uno de
nosotros extendamos la sanación al mundo. Sin nuestros hermanos no podemos conocer
completamente nuestra Identidad, pues todos ellos son parte de nuestra misma Identidad. La
sanación de mi hermano es la mía. Nadie puede quedar fuera del Círculo de la Expiación.
Nadie es excluido.

Eres el Hijo de Dios, un solo Ser, con un solo Creador y un solo objetivo:
brindar a todas las mentes la conciencia de esta unidad, de manera que la
verdadera creación pueda extender la Totalidad y Unidad de Dios. (L.95.12:2).

LECCIÓN 302 - 29 OCTUBRE

“Donde antes había tinieblas ahora contemplo la luz”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Ésta es la transformación que nos trae el cambio en la percepción. Donde veíamos oscuridad,
ahora vemos la luz. Lo que parecía un ataque, ahora se convierte en una petición de amor. La
demencia de un hermano se convierte en una oportunidad de bendecir. Las piedras en las que
antes tropezábamos, se convierten en peldaños en el camino. Todas las cosas se convierten en
lecciones que Dios quiere que aprendamos. La luz siempre está ahí, pero veíamos la oscuridad.
“Ahora vemos que las tinieblas son el producto de nuestra propia imaginación y que la luz está
ahí para que la contemplemos” (1:5).

Quizá hoy vea una cosa que parezca oscuridad, y recuerde decir: “Donde veo oscuridad, elijo
ver la luz”. Quizá recuerde buscar amor en lugar de condena y juicio. Quizá vea una cosa que
parece una maldición y aprenda a considerarla como una bendición. Que empiece con pequeños
aumentos en lecciones que me acerquen al hogar. Puede estar más allá de mí ahora el mirar a
desastres globales y ver la luz en ellos, pero puedo empezar con cosas más cercanas: mis planes
que se van al traste, el amigo entrometido, la esposa que se aparta. “Déjame perdonar hoy Tu
santo mundo, para poder contemplar su santidad y entender que no es sino el reflejo de la mía”
(1:7).

No estamos solos mientras recorremos el camino.

Nuestro Amor nos espera conforme nos dirigimos a Él y, al mismo tiempo,


marcha a nuestro lado mostrándonos el camino. No puede fracasar en nada. Él
es el fin que perseguimos, así como los medios por los que llegamos a Él. (2:1-
3)

Para mí, “Nuestro Amor” significa el Cristo. Para mí, y quizá para algunos de vosotros, Él
está representado por Jesús. Quizá piensas en Él como tu Ser más elevado. Él es al mismo
tiempo los medios así como la meta de nuestro viaje. Él espera al final, llamándonos hacia
Él, y al mismo tiempo Él recorre el camino con nosotros, enseñándonos, guiándonos, y
dándonos poder mientras viajamos. Agradezcámosle hoy Su ayuda, y mantengámonos
conscientes de ella a lo largo del día.

¿Qué es el Segundo Advenimiento? (Parte 2)


L.pII.9.1:3

Es la invitación que se le hace a la Palabra de Dios para que ocupe el lugar de


las ilusiones: la señal de que estás dispuesto a dejar que el perdón descanse
sobre todas las cosas sin excepción y sin reservas. (1:3)

Continuación de la parte 1 de la lista de descripciones del Segundo Advenimiento:

3. La invitación que se le hace a la Palabra de Dios para que ocupe el lugar de las
ilusiones

Ésta es la visión del Curso acerca del final del mundo y del tiempo. El mundo real viene
antes que el Segundo Advenimiento. Nuestra percepción se purifica individual y
colectivamente, para que veamos un reflejo del Cielo. Cuando todas las mentes estén de
acuerdo con esta percepción, ése es el Segundo Advenimiento. Ésta “es parte de la
condición que reinstaura lo que nunca se perdió” (1:2). La purificación de nuestra
percepción y la unión de nuestras mentes en esa percepción, “es la invitación que se le hace
a la Palabra de Dios para que ocupe el lugar de las ilusiones” (1:3). Nuestras percepciones
equivocadas han sido corregidas, nuestras mentes se han unido en la cordura. Ahora está
abierto el camino para que Dios dé Su último paso.

4. Estar dispuesto al perdón total

¿En qué consiste la percepción de unidad? En estar “dispuesto a dejar que el perdón
descanse sobre todas las cosas sin excepción y sin reservas” (1:3). En otras palabras, estar
dispuesto a no ver pecado, sino la perfecta creación de Dios por todas partes. Fíjate en que
estas cuatro definiciones se refieren al deshacimiento de los errores que nuestra mente ha
inventado, no al cambio externo. Si la mente ha sanado, por supuesto que cambiará el
mundo, ya que sólo es el reflejo de nuestro estado mental.

El perdón del que aquí se habla es el estado final de la mente en el que hemos perdonado:

• todas las cosas: cada persona, cada situación, Dios, nosotros mismos
• sin excepción: nada ni nadie queda excluido
• y sin reservas: de todo corazón, llenos de alegría, gozosamente

El Segundo Advenimiento es el acontecimiento en el tiempo en el que el perdón es total. No


queda condena ni juicio en ninguna mente.

LECCIÓN 303 - 30 OCTUBRE

“Hoy nace en mí el Cristo santo”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

De esto es de lo que trata todo: el nacimiento de Cristo en mí. Cuando me aquieto esta mañana,
el Hijo del Cielo nace en mí. El malvado ser que inventé desaparece y nace Cristo. Lo que he
creído ser no es verdad, Cristo “es lo que yo soy en verdad” (2:4). “Él es mi Ser tal como Tú me
creaste” (2:6). Que sienta la maravilla de Él. Que sienta el roce de las alas angélicas observando
con alegría mientras me hago consciente de lo que está sucediendo en mí.

¿Por qué nos parece tan difícil conectar con la verdad de todo esto? Mientras intentas sentir la
realidad del Ser de Cristo, date cuenta de los pensamientos que surgen en contra de ello.
Pensamientos de culpa y de no ser digno, pensamientos burlones, pensamientos de sentir que es
una locura, pensamientos de inutilidad. El ego se compone de estos pensamientos, son
pensamientos que forman el “malvado ser” (2:2) que te has inventado para ti mismo. No
significan nada. Deja que se vayan arrastrados por el viento, y permite que la consciencia de tu
verdadera grandeza como creación de Dios ocupe su lugar. Este noble y maravilloso Ser que
sientes a veces, y quizá estás sintiendo ahora, este Ser de Amor sin límite, esta bendición
universal, ternura y amabilidad, esto eres tú.

“A salvo en Tus Brazos, déjame recibir a Tu Hijo” (2:8). Cuando nuestra mente acude a la luz
dentro de nosotros y busca a Cristo, Él renace en nosotros (L.rV.In.7:3). Lo que hacemos en
cada instante que permitimos que el Espíritu Santo ilumine nuestra mente es traer a Cristo a este
mundo, dando a luz al santo Hijo de Dios entre nosotros. Somos como María, diciendo:
“Hágase en mí Tu Voluntad”.

¿Qué es el Segundo Advenimiento? (Parte 3)

L.pII.9.2:1-2

Continuamos con el punto 4 de la lista: “Estás dispuesto a dejar que el perdón descanse
sobre todas las cosas sin excepción y sin reservas”

El Segundo Advenimiento de Cristo es “totalmente inclusivo” (2:1). Todas las mentes sanan
juntas. Esto “es lo que le permite envolver al mundo y mantenerte a salvo en su dulce
llegada, la cual abarca a toda cosa viviente junto contigo” (2:1). Si algo o alguien estuviera
excluido del perdón, ¿cómo podría haber perfecta paz? Todavía existiría el conflicto. Porque
el Segundo Advenimiento “abarca a toda cosa viviente” (2:1). Estamos todos juntos a salvo.
El perdón es total y universal, de todas las cosas a todas las cosas.

“La liberación a la que el Segundo Advenimiento da lugar no tiene fin, pues la creación de
Dios es ilimitada” (2:2). No tiene fin, no deja fuera a nada. Toda atadura, toda sensación de
esclavitud, toda limitación desaparecen. Éste es el final que mantenemos en nuestra mente
mientras hacemos nuestra pequeña parte, perdonando a todos los que nos han sido enviados
en nuestras relaciones cada día. Llegará el día en que mi mente y la tuya ya no albergarán ni
un solo resentimiento contra nadie o contra nada, y en el que nadie ni nada albergue ningún
resentimiento contra nosotros. Toda culpa y toda ira habrán desaparecido. “Dios Mismo
enjugará todas las lágrimas” (L.301). Donde antes veíamos oscuridad, vemos la luz (L.302).
¡Qué dicha más pura y auténtica traerá ese día! Entonces la Voluntad de Dios para nosotros,
nuestra perfecta felicidad, se hará realidad en nosotros y la conoceremos, y nuestros
corazones se desbordarán de eterna gratitud y acción de gracias, mientras unimos nuestra
voz una vez más a la canción de Amor olvidada, que llena todo el universo.

LECCIÓN 304 - 31 OCTUBRE

“Que mi mundo no nuble la visión de Cristo”

Instrucciones para la práctica


Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Por supuesto, “mi mundo” es el mundo que inventé para apoyar a mi ego, el mundo imaginario
del ataque y de la separación. La visión de Cristo es una facultad que todos nosotros tenemos,
parte de nuestro Ser creado. La visión de Cristo nos muestra la realidad y la unidad, no el caos
dividido que vemos habitualmente con nuestros ojos. Esta visión está siempre disponible para
nosotros, pero el mundo que inventamos “puede nublar nuestra santa vista” (1:1). Por eso el
pensamiento de hoy es una oración, o una decisión, de no dejar que eso ocurra, de no dejar
que lo que nuestros ojos nos muestran nos impida ver lo que la visión de Cristo puede
mostrarnos en todo momento y en cualquier momento, es decir, el mundo real.

La percepción es un espejo, no un hecho. Y lo que contemplo es mi propio


estado de ánimo reflejado afuera. (1:3-4)

El mismo pensamiento se repite en todo el Curso:

La percepción puede dar forma a cualquier imagen que la mente desee ver. Ten
presente esto. (M.19.5:2-3)

El mundo que ves se compone de aquello con lo que tú lo dotaste… Es el testimonio de


tu estado mental, la imagen externa de una condición interna. (T.21.In.1:2,5)

Entonces, el mundo nos muestra nuestra propia mente. Únicamente nuestras propias proyecciones
nublan la visión de Cristo. Cristo es la única realidad, la creación de Dios, y sin las proyecciones que
hemos puesto encima esta realidad es todo lo que veríamos. Pero no podemos usar la percepción
para verlo, en su lugar tenemos que usar la visión de Cristo, una facultad o sentido completamente
diferente (1:2). Necesitamos dejar que la vista del mundo desaparezca de nuestra mente, por eso
cerrar los ojos puede ser útil al principio, cuando lo que nuestros ojos nos muestran parece tan sólido
y real.

Lo que vemos está condicionado por lo que queremos ver. Por lo tanto, se nos dan estas palabras
para que las digamos: “Quiero bendecir el mundo contemplándolo a través de los ojos de
Cristo” (1:5). Nuestra percepción puede convertirse en la verdadera percepción, que ve el
mundo como un reflejo de la verdad, si es la verdad lo que queremos ver, en lugar de ser un
espejo de nuestras proyecciones. “Cuando lo único que desees sea amor no verás nada más”
(T.12.VII.8:1).

Hoy quiero sintonizarme con mi deseo natural, que Dios me ha dado, de bendecir al mundo.
Quiero sacar ese deseo de bendecir, que siempre está en mí, y usarlo para cambiar mi
percepción del mundo que me rodea. Quiero ver el mundo como un espejo que refleja el hecho
de que “todos mis pecados me han sido perdonados” (1:6). “Déjame perdonar y así recibir la
salvación del mundo” (2:2). Éste es un regalo que Dios me da y que puedo ofrecer a Su santo
Hijo, de quien forma parte toda persona con la que me encuentro o en quien pienso hoy. Al
perdonar a aquellos a mi alrededor, que es mi misión hoy, recibirán la ayuda para encontrar una
vez más el recuerdo de Dios y del Cristo como su propio Ser (2:3).

¿Qué es el Segundo Advenimiento? (Parte 4)


L.pII.9.2:3-4

Continuación de la Parte 2 de la lista de descripciones acerca del Segundo Advenimiento.

5. El reconocimiento de la Perfecta Unidad

El Segundo Advenimiento es el reconocimiento de nuestra perfecta unidad:

La luz del perdón ilumina el camino del Segundo Advenimiento porque refulge
sobre todas las cosas a la vez y cual una sola. Y así, por fin, se reconoce la
unidad. (2:3-4)
Con el perdón perfecto, todas las barreras, todas las aparentes razones para la separación,
desaparecen y nuestra unidad “por fin, se reconoce”.

Cada falta de perdón es una razón para la separación, una justificación para mantenernos
aparte. Y a la inversa, cada razón para mantenernos aparte es una falta de perdón, un juicio
contra otro. Para preparar el camino al Segundo Advenimiento de Cristo, que es el
reconocimiento de nuestra unidad, antes el perdón tiene que ser completo. Muchos de
nosotros recordamos la canción del musical Godspell: “Preparad el camino al Señor”, o lo
recordamos de la Biblia como el mensaje de Juan el Bautista antes del comienzo del
ministerio de Jesús. Bueno, el perdón es el modo de preparar el camino al Señor, respecto al
Segundo Advenimiento. El perdón es “la luz que ilumina el camino al Segundo
Advenimiento”. Elimina los obstáculos a nuestra consciencia de la unidad.

VER MÁS ALLÁ DE LAS ILUSIONES BUENAS


Pensamientos añadidos a la Lección 304

Esto es un “añadido” a la Lección 304, algunos pensamientos que escribí hace cinco años al
leer la lección. Surgen de la lección misma para comentar partes relacionadas del Texto. Como
todos mis comentarios, algunas partes son simplemente mi propia opinión, reflexiones sobre el
Curso en lugar de una interpretación de él, si no estás de acuerdo con todo lo que digo, ¡ignora
lo que no te guste!

“Que mi mundo no nuble la visión de Cristo”

“La percepción es un espejo, no un hecho” (1:3). Nunca vemos la Verdad, siempre


percibimos símbolos de la verdad, y nuestra mente es la que da significado a esos símbolos.
Las señales llegan a nuestro cerebro y se aplica un filtro mental basado en el miedo o en el
amor, y lo que hay en mi mente es lo que percibo. Por esa razón “lo que contemplo es mi
propio estado de ánimo reflejado afuera” (1:4).

La función de un maestro de Dios es ir por ahí recordando a todos, en todas las maneras
posibles, quiénes son realmente. Les recuerda a Dios, y a su Ser tal como Dios lo creó.
Cuando su hermano se engaña y actúa desde una ilusión de sí mismo, no ataca la ilusión ni
busca cambiar su comportamiento, en lugar de eso, actúa de cualquier modo que pueda para
negar la negación en su hermano de su Ser, y para recordarle quién es realmente.

Ver el Mundo Real no es difícil. Ya tenemos la visión de Cristo. El problema es que la


tapamos poniendo sobre ella las interpretaciones de nuestro propio ego. Ponemos encima de
la percepción nuestro filtro de miedo e impedimos la visión de Cristo, reemplazándola con
nuestra visión del mundo. Para ver el Mundo Real, lo que tenemos que hacer es quitarle
nuestro apoyo a las percepciones del ego. Tenemos que dejar de pensar que la percepción es
un hecho, y darnos cuenta de que sólo es la proyección de nuestros propios pensamientos.
El mundo no es realmente tal como pensamos que es.

Por eso se nos dice en el Texto:

Siéntate sosegadamente, y según contemplas el mundo que ves, repite para tus
adentros: "El mundo real no es así. En él no hay edificios ni calles por donde todo
el mundo camina solo y separado. En él no hay tiendas donde la gente compra
una infinidad de cosas innecesarias. No está iluminado por luces artificiales, ni la
noche desciende sobre él. No tiene días radiantes que luego se nublan. En el
mundo real nadie sufre pérdidas de ninguna clase. En él todo resplandece, y
resplandece eternamente.

Tienes que negar el mundo que ves, pues verlo te impide tener otro tipo de visión.
No puedes ver ambos mundos, pues cada uno de ellos representa una manera
de ver diferente, y depende de lo que tienes en gran estima. La negación de uno
de ellos hace posible la visión del otro. (T.13.VII.1:1-2:3)

Esto es más que sólo un modo diferente de ver el mundo. Es mirar más allá del mundo físico.
¡Es literalmente negar completamente que el mundo físico existe! Sin edificios. Sin calles. Sin
tiendas. Sin días. Sin noches. ¡Ésta es una negación trascendental!

El Curso dice que el mundo físico es como un extenso holograma que hemos puesto encima
de lo que ya está ahí. Vemos el mundo físico porque hemos negado el Mundo Real. Por lo
tanto, para ver el Mundo Real, tienes que negar el mundo físico. “La negación de uno de ellos
hace posible la visión del otro”.

Una mujer de nuestro grupo de estudio de New Jersey dijo que tenía problemas con la idea de
no ver el mundo físico: “Hay cosas maravillosas en él que yo valoro: la caída de las hojas de
los árboles, las montañas, la música de Bach. No quiero perder esas cosas”.

Ciertamente, yo diría que también eso tienes que abandonar y negar su realidad. Lo que hay
que entender es que no son las hojas coloreadas lo que valoras, ni la música. El valor real es
lo que sientes cuando lo ves u oyes, el sentido de unidad, la paz, la dicha, el agradecimiento
por la belleza. Ese valor no está en las cosas, sino en ti. Hemos aprendido a asociar nuestras
experiencias de amor y dicha con ciertas cosas y ciertas personas. La asociación está dentro
de nuestra propia mente. ¡En el Mundo Real, todo se asocia con esa experiencia! “En él todo
resplandece, y resplandece eternamente” (T.13.VII.1:7).

Realmente no queremos más hojas, ni más buena música, ni más viajes a las montañas.
Queremos a Dios, queremos la experiencia de Él que hemos asociado con esas cosas.
Queremos el sentimiento de plenitud, de bienestar, de que nada nos falta, que hemos
aprendido a asociar falsamente con ciertas cosas de nuestra vida. Eso es lo que siempre
queremos, y lo único que de verdad queremos.

Para entender eso completamente, es necesario negar la realidad incluso de las cosas buenas
de la vida. Como dice una frase de una lección anterior: “esto no forma parte de lo que
quiero” (L.130.11:5). Las hojas caídas no forman parte de lo que quiero. Esta relación
romántica especial no forma parte de lo que quiero. Esto trata de romper las asociaciones
mentales que hemos hecho, deshaciendo la relación entre la experiencia de Dios y la situación
física en la que hemos tenido la experiencia. Lo físico no nos dio esa experiencia, sucedió por
completo dentro de nuestra mente.
No estoy diciendo que mientras estamos en el mundo deberíamos negarnos esos placeres
físicos. Lo que estoy diciendo es que ¡las experiencias de Dios que hemos tenido no se limitan
a esas cosas! Todas las personas y todas las cosas nos ofrecen esa misma experiencia.

Al decir que ciertas cosas tienen el poder de darnos esa experiencia, y otras no, estoy
formando una relación especial con esas cosas, con esas personas.

Incluso cuando nos ponemos cómodos para escuchar una buena sinfonía, podemos
recordarnos a nosotros mismos que lo que estamos haciendo es una forma de pensamiento
mágico. La sinfonía no tiene poder para darnos la experiencia, no tiene más poder que
cualquier otra cosa. Son nuestros pensamientos los que nos dan la experiencia mientras
escuchamos. Lo que sentimos no está limitado a la música, es algo que está en nuestro ser.
“Dios está en todo lo que veo porque Dios está en mi mente” (L.130). Nosotros somos la
fuente de la belleza, no la cosa física que hemos elegido como la entrada a esa experiencia
de belleza. La belleza que pienso que veo en el mundo es realmente algo en mi Ser, “mi
propio estado de ánimo reflejado afuera” (L.304.1:4).

LECCIÓN 305 - 1 NOVIEMBRE

“Hay una paz que Cristo nos concede”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Hoy siento una cierta resistencia a la lección. La juzgo, no es “bastante inspiradora”, o no me


dice nada nuevo. Habla de una paz maravillosa, “una paz tan profunda y serena, tan
imperturbable y completamente inalterable, que no hay nada en el mundo que sea
comparable” (1:1). Esta mañana no la estoy sintiendo. No estoy tenso de ansiedad ni nada
por el estilo, pero sólo tengo una paz limitada, no parece imperturbable, pienso que podría
ser alterada. Por ejemplo, sé que la soledad está ahí, atacando mi paz. Parece que no se
necesitaría mucho para alterarme, y mi paz desaparecería. Pienso que esto es algo que la
mayoría de nosotros siente a veces cuando lee el Curso.

Recuerdo una mañana cuando estaba haciendo la lección, quizá esta misma lección, y todo
lo que fue preciso para “destruir” mi aparente paz, fue que en la misma habitación en la que
yo estaba alguien entrase ¡dos veces!

La lección dice que la paz de Dios es un regalo, “concedido para que podamos salvarnos del
juicio que hemos emitido acerca de nosotros mismos” (2:3). Nos ofrece una oración: “Ayúdanos
hoy a… no juzgarla” (2:2). ¿Cómo juzgamos la paz de Dios?

Juzgo que la paz no es adecuada debido a mis circunstancias. La paz de Dios está aquí, ahora, y
parte de mi mente lo cree, pero me niego a aceptarla y sentirla porque mi mente la considera no
adecuada debido a alguna circunstancia externa: “No puedo estar en paz hasta que esto cambie,
hasta que aquello cambie, hasta que eso suceda”. Es una afirmación de la creencia de que existe
una voluntad distinta a la de Dios, algo que tiene poder para quitarme la paz. Dios da paz; algo
distinto y aparentemente más poderoso la quita. No hay otra voluntad, no hay nada más
poderoso que Dios, pero mi rechazo de la paz está afirmando la creencia de que lo hay.
Ves lo que crees que está ahí, y crees que está ahí porque quieres que lo esté.
(T.25.III.1:3)

El Curso enseña que no tengo paz porque no quiero paz. ¡El primer obstáculo a la paz es mi deseo
de deshacerme de ella! (T.19.IV (A)). Ésa es la única razón. Puesto que no hay nada que pueda
quitar la paz de Dios, mi insistencia en que existe tal cosa es un engaño elegido como excusa para mi
rechazo del regalo de Dios. Puedo gritar: “¡No es culpa mía! Esta persona, o circunstancia, me la ha
quitado. Yo quiero Tu paz, pero ellos me la han quitado”. Estoy proyectando mi rechazo a la paz
sobre alguna otra cosa.

Hay otro modo en que juzgo la paz de Dios, la juzgo como débil y fácil de ser atacada y alterada.

¿Por qué quiero deshacerme de la paz? ¿Por qué quiero rechazar el regalo de Dios? En T.19.IV.
(A).2, el Texto hace las mismas preguntas:

¿Por qué querrías dejar a la paz sin hogar? ¿Qué es lo que crees que tendría que
desalojar para poder morar contigo? ¿Cuál parece ser el costo que tanto te
resistes a pagar?

Jesús dice que hay algo que pienso que perderé si acepto la paz. ¿Qué es?

Es la capacidad de justificar el ataque contra mis hermanos, lo razonable de encontrar culpa


en ellos (T.19.IV(B).1:1-2:3). Quiero poder echar la culpa a alguien o algo. Si aceptara la
paz, tendría que renunciar para siempre a la idea de que puedo culpar a alguien por mi
infelicidad. Tendría que renunciar a todo ataque, y detrás de eso está el hecho de que para
renunciar al ataque, necesito renunciar a la culpa, necesito renunciar a sentirme separado y
solo, necesito renunciar a la separación. Necesito renunciar a la creencia de que estoy
incompleto y me falta algo, que es la base de mi creencia en mi identidad separada.

La paz de Dios se nos ha “concedido para que podamos salvarnos del juicio que hemos emitido
acerca de nosotros mismos” (2:3). Me juzgo a mí mismo como pecador, indigno e incompleto.
Ese juicio está detrás de mi necesidad de aferrarme al ataque como mecanismo de defensa, mi
necesidad de tener a alguien o algo a quien culpar por la insuficiencia que veo en mí mismo.

Si acepto la paz de Dios como paz incondicional, me parece estar renunciando a la esperanza de
tener cosas y otras personas del modo que yo las quiero. Parece como si estuviera diciendo:
“Está bien si no me amas y me dejas solo. Está bien si me quitas el dinero. Está bien si me
ignoras o me maltratas. Nada de eso altera mi paz”. Incondicional significa que no importa
cuáles sean las condiciones. ¡Y yo no quiero eso! ¡Quiero las condiciones tal como las quiero!

¡Paz incondicional! La idea misma le da pánico al ego. Todo el mundo busca la paz, por
supuesto que sí. Pero queremos alcanzar la paz arreglando las condiciones según nuestra propia
idea de lo que traerá la paz. Jesús nos ofrece paz sin que importen las condiciones. Él nos dice:
“Olvida las condiciones. Yo puedo darte paz en cualquier circunstancia”. No queremos la paz
incondicional, queremos la paz a nuestra manera. Preguntamos: “¿Paz? ¿Y qué hay de las
condiciones?” No queremos oír que no importan.

La verdad es que nuestro mundo refleja nuestra mente. Vemos un mundo en conflicto porque
nuestra mente no está en paz. Pensamos que el mundo es la causa, y que nuestra paz o la falta de
ella es el efecto. Jesús dice que nuestra mente es la causa, y el mundo el efecto. Él nos lo plantea
a nivel de la causa, no del efecto. Él no va a cambiar las condiciones para darnos paz, Él va a
darnos paz y eso cambiará las condiciones. La paz de Dios debe venir primero. Tenemos que
llegar al punto de decir de todo corazón: “La paz de Dios es todo lo que yo quiero”. Tenemos
que abandonar todas las otras metas, metas relacionadas con las condiciones. Acepta la paz, y el
mundo proyectado desde nuestra mente cambiará, pero ésa no es la meta. Ésa no es la sanación
que buscamos, es sólo el efecto de la sanación de nuestra mente.

Padre, ayúdame hoy a aceptar el regalo de tu paz y a no juzgarlo. Que vea, detrás de mi rechazo
a la paz, mi juicio sobre mí mismo como indigno de ella, y mi deseo de atacar algo fuera de mí
y echarle la culpa. En la eterna cordura del Espíritu Santo en mi mente, yo quiero la paz.
Ayúdame a identificarme con esa parte de mi mente. Que vea la locura de aferrarme a los
resentimientos en contra de alguien o de algo. Háblame de mi estado de plenitud y de que nada
me falta. Que entienda que lo que veo que contradice la paz, no es real y no importa. Es sólo mi
propio juicio (que no es real). Sana mi mente, Padre mío. “Que mi mente esté en paz y que
todos mis pensamientos se aquieten” (L.221). Yo estoy en mi hogar, soy amado, estoy a
salvo.

¿Qué es el Segundo Advenimiento? (Parte 5)

L.pII.9.3:1

El Segundo Advenimiento marca el fin de las enseñanzas del Espíritu Santo,


allanando así el camino para el Juicio Final, en el que el aprendizaje termina
con un último resumen que se extenderá más allá de sí mismo hasta llegar a
Dios. (3:1)

Entonces, la secuencia que el Curso ve como el final del mundo empieza con nuestra mente
individual pasando por el proceso de la corrección de la percepción, o perdón, hasta que el
perdón abarque a todo el mundo. Más o menos, cada uno de nosotros llega a ver el mundo
real, hasta que todas las mentes hayan sido restauradas a la cordura, que es el Segundo
Advenimiento. Esto devuelve la condición en la que la realidad puede ser reconocida de
nuevo. Ya no hay más lecciones. El Segundo Advenimiento prepara el camino para el Juicio
Final (que es el tema de la siguiente sección “¿Qué es?”, que empieza con la Lección 311).

El Texto ya ha tratado el Juicio Final con cierta extensión (T.2.VIII y T.3.VI), trataremos de
ellos en la siguiente sección “¿Qué es?”. Sin embargo, esta frase da unos avances
interesantes. El Juicio Final se llama “un último resumen” que es la cumbre de todo el
aprendizaje. Para el Curso, el Juicio Final es algo que hace la Filiación, no Dios. Quizá la
mejor descripción de él es un fragmento en el que ni siquiera aparecen las palabras “Juicio
Final”. Está en la Sección “El Mundo Perdonado” (T.17.II), que habla de cómo aparecerá el
mundo real ante nosotros, y luego habla de la última valoración del mundo que emprenderá
la Filiación unida, guiada por el Espíritu Santo.

El mundo real se alcanza simplemente mediante el completo perdón del viejo


mundo, aquel que contemplas sin perdonar. El Gran Transformador de la
percepción emprenderá contigo un examen minucioso de la mente que dio lugar a
ese mundo, y te revelará las aparentes razones por las que lo construiste. A la luz
de la auténtica razón que le caracteriza te darás cuenta, a medida que lo sigas, de
que ese mundo está totalmente desprovisto de razón. Cada punto que Su razón
toque florecerá con belleza, y lo que parecía feo en la oscuridad de tu falta de
razón, se verá transformado de repente en algo hermoso. (T.17.II.5:1-4)

Éste es el momento en que, por fin, la constante pregunta que todos nos hacemos (¿Por qué
inventamos el mundo?) será contestada y veremos que “aquí no hay ninguna razón”. Bajo Su
tierna dirección, buscaremos “las aparentes razones para inventarlo”. Por fin estaremos listos
para mirar a ese “terrible” instante del pensamiento original de la separación. Lo que nos
parecía irremediablemente feo desde nuestro miedo, crecerá lleno de vida y de belleza, y se
nos restaurará y devolverá a nuestra consciencia la hermosura de nuestra mente unida. La
culpa primaria se deshará finalmente, y una vez más conoceremos de nuevo nuestra inocencia.

El Juicio Final, que sigue al Segundo Advenimiento, será una última y gran lección resumen
de perdón. Esta lección “se extenderá más allá de sí misma” pues eliminará finalmente y para
siempre el último obstáculo de la culpa, nuestra culpa colectiva por haber intentado usurpar el
trono de Dios. Se extenderá “hasta Dios”, pues devolverá completamente el recuerdo de Dios
a nuestra mente unida. El camino estará completamente libre y despejado para que Dios se
extienda hasta nosotros y nos recoja en Sus amorosos brazos, en el hogar por fin.

LECCIÓN 306 - 2 NOVIEMBRE

“El regalo de Cristo es lo único que busco hoy”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

A menudo estas lecciones del final del Libro de Ejercicios me dicen que puedo entrar en el
mundo real hoy.

Hoy puedo olvidarme del mundo que fabriqué. Hoy puedo ir más allá de todo
temor, y ser restaurado al amor, a la santidad y a la paz. (1:2-3)

Y es verdad. Si el “mundo tan semejante al Cielo” (1:1) es verdaderamente real, entonces


existe ahora, y puedo entrar en él en cualquier instante que quiera hacerlo.

Sin embargo, para mí y muchos otros, estas lecciones parecen hablar desde una posición
ventajosa que está más allá de nuestro alcance habitual. La mayor parte del tiempo, no
siento que estoy a punto de alcanzar el final del viaje, ¿y tú? Pienso que me gustaría dejar
atrás todo el miedo, pero no ha sido ésa mi experiencia más frecuente hasta la fecha.
Únicamente en algunos pocos instantes santos. Quizá por eso las lecciones parecen un poco
difíciles. Pero realmente, no lo son.

La lección de hoy supone un estado bastante elevado, dice que el regalo de Cristo es lo
único que “busco” hoy. Si lo estoy buscando, no lo poseo totalmente de manera consciente.
Entonces la lección me recuerda que hoy puedo olvidar el mundo, hoy puedo dejar todo el
miedo y ser restaurado al amor. Me recuerda que en el centro de mi ser, esto es lo que
quiero. Consciente de que todavía no estoy ahí, necesito que se me recuerde que la meta que
busco es completamente posible y no un sueño que no sirve para nada.

Sin embargo, es más que eso. Uno de los medios que el Curso propone para nuestra
salvación es el instante santo. En palabras sencillas, el instante santo es un corto intervalo
de tiempo en el que permito que mi mente entre en el mundo real, para alcanzar otro estado
mental (ver T.27.IV.2:1-4) que, de hecho, es mi estado natural tal como Dios me creó. Puede
que todavía tenga demasiado miedo para abandonarlo completamente, pero puedo hacerlo
durante unos pocos minutos al menos, en este mismo instante, olvidar el mundo y
abandonar el miedo para sentir la paz del Cielo, un vistazo a la luz del Cielo. Puedo hacer
esto repetidas veces durante el día. Hoy, entonces, puedo olvidar el mundo y dejar a un lado
el miedo, aunque sólo sea durante un segundo o dos.
Puede que no consiga mantener ese estado mental. Pero puedo saborearlo. Puedo traer la
visión de lo que he visto y de lo que he sentido en él. El Curso dice que sólo en muy pocos
casos se puede mantener ese estado, incluso Jesús al comienzo del Curso dijo que escuchar
sólo la Voz de Dios fue la última lección que él aprendió, y eso con un gran “esfuerzo, así
como un gran deseo de aprender” (T.5.II.3:9-11). No tenemos que desesperarnos por ello, y
no deberíamos. Los cortos instantes son todo lo que necesitamos para garantizar que
finalmente, cuando estemos totalmente preparados, tomaremos esa decisión final y elegiremos
al fin no apartarnos del amor. Ese final es seguro. Por ahora podemos estar contentos con el
hecho de que estamos sanando, estamos aprendiendo, estamos alimentando nuestra atracción
a Dios, y que finalmente nos llevará todo el camino al hogar.

¿Qué es el Segundo Advenimiento? (Parte 6)

L.pII.9.3:2

En el Segundo Advenimiento todas las mentes se ponen en manos de Cristo, para


serle restituidas al espíritu en el nombre de la verdadera creación y de la
Voluntad de Dios. (3:2)

Continuación de la Parte 4 de la lista de descripciones del Segundo Advenimiento:

6. El Segundo Advenimiento es entregarle todas las mentes a Cristo (3:2)

El Segundo Advenimiento es un acontecimiento global, en el que participan todas las mentes.


Una a una, cada vez más, las mentes entran en el reino de la verdadera percepción y ven el
mundo real, mostrado por el perdón. Cada mente que ha sido nuevamente restaurada atrae a
todos los que están a su alrededor para que se unan en el Círculo de la Expiación hasta que el
último fragmento de mente se haya unido al Todo (o más correctamente, cada fragmento
reconozca su lugar como parte del Todo). “La salvación reinstaura en tu conciencia la
integridad de todos los fragmentos que percibes como desprendidos y separados”
(M.19.4:2). El Segundo Advenimiento es la culminación de este proceso.

LECCIÓN 307 - 3 NOVIEMBRE

“Abrigar deseos conflictivos no puede ser mi voluntad”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

“No hay otra voluntad que yo pueda tener” (1:2) excepto la Voluntad de Dios. No existe otra
voluntad. La idea de que podría haber algo (el demonio, yo mismo, incluso una parte de mí) que
se opone a Dios es la idea de la que procede la separación. Intentar “forjar otra” (1:3) es
imposible, no existe nada que esté aparte de Dios, la Fuente de todo ser. Intentar inventar otra
voluntad distinta a la de Dios es la fuente de todo dolor (1:3), el dolor es el falso testigo de ese
intento.
Si no hay otra voluntad que la de Dios, entonces “los deseos conflictivos no pueden ser mi
voluntad”. La aparente sensación de conflicto mental que siento, La guerra mental entre el
Jekyll y el Hyde (el bueno y el malo) dentro de mí, tiene que ser una ilusión y no puede ser lo
que yo quiero. Tengo que aprender a aceptar que los deseos en mí que parecen estar en conflicto
con mi verdadero Ser no son reales, y no tienen nada de verdad acerca de mí. No significan que
yo sea un malvado o un caso perdido. No significan nada.

No tengo otra elección.

Si he de tener aquello que sólo Tú puedes dar, debo aceptar lo que Tu Voluntad
dispone para mí y alcanzar una paz en la que el conflicto es imposible, Tu Hijo es
uno Contigo en ser y en voluntad, y nada contradice la santa verdad de que aún soy
tal como Tú me creaste. (1:5)

En palabras sencillas, Dios me creó, yo no. Lo que yo soy no es el resultado de mi propia


elección. Soy tal como Dios me creó. No tengo elección respecto a ello. La paz total es
imposible hasta que acepte que esto es verdad y acuda a lo que soy, poniendo fin a mi lucha con
la realidad. Que termine la lucha, que me rinda a mi Ser.

¿Qué es el Segundo Advenimiento? (Parte 7)

L.pII.9. 4:1-2

“El Segundo Advenimiento es el único acontecimiento en el tiempo que el tiempo mismo no


puede afectar” (4:1). Esto es verdad porque el Segundo Advenimiento es sólo el recuerdo de
lo que es eterno y no puede cambiar nunca. Es un acontecimiento en el tiempo, es decir,
tiene lugar dentro del tiempo, aunque pone fin al tiempo. El Segundo Advenimiento afecta
al tiempo, pero el tiempo no puede afectarlo a él.

“Pues a todos los que vinieron a morir aquí o aún han de venir, o a aquellos que están aquí
ahora, se les libera igualmente de lo que hicieron” (4:2). Cuando decimos que “en el
Segundo Advenimiento todas las mentes se ponen en manos de Cristo”, “todas” incluye no
sólo a las personas que están vivas ahora, sino todos aquellos que vivieron antes y aquellos
todavía por venir. Por lo tanto, aunque el Segundo Advenimiento ocurre dentro del tiempo,
va más allá del tiempo. Se extiende al pasado para liberar a los que vivieron antes, así como
a aquellos “vivos” en cuerpos. Es un acontecimiento que va más allá del tiempo. No queda
nadie fuera. El Texto dice que los milagros “Cancelan el pasado en el presente, y así, liberan
el futuro” (T.1.I.13:3). La idea de que podemos “cancelar” el pasado es sorprendente,
tranquilizadora. Se nos dice que “el Espíritu Santo, si se lo permitimos anulará todas las
consecuencias de nuestras decisiones equivocadas” (T.5.VII.6:10). El Segundo
Advenimiento es la expresión última de esa liberación, en la que a cada uno, incluso a
aquellos del pasado, “se les libera igualmente de lo que hicieron”, es decir, se les libera de
las ilusiones que inventaron.

No sé cómo sucederá esto. Cuando el Curso dice que el Espíritu Santo no está limitado por
el tiempo (T.15.I.2:3-5), no puedo decir que entiendo cómo puede extenderse hacia atrás en
el tiempo y sanar cosas que ya han sucedido desde nuestra perspectiva. Sin embargo, el
Curso deja muy claro que Él puede hacerlo. En el Segundo Advenimiento, cada percepción
falsa desde el comienzo hasta el final del tiempo será sanada. No quedará ni condena, ni
culpa en ninguna mente, ni en ningún lugar, ni momento.
LECCIÓN 308 - 4 NOVIEMBRE

“Este instante es el único tiempo que existe”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

La manera del Curso de considerar al tiempo va en contra de nuestra manera de pensar. El


tiempo es una ilusión. Realmente no fluye desde el pasado a través del presente al futuro. Todo
lo que existe es ahora. El pasado y el futuro no existen en realidad, sólo en nuestra mente. Una
de las claves para “ir más allá del tiempo hasta la intemporalidad” (1:2) es aprender a sentir
el ahora como el único tiempo que existe. Esto es un modo de describir lo que el Curso
llama “el instante santo”. (La enseñanza que está debajo de esta corta lección puede
encontrarse leyendo “Los Dos Usos del Tiempo” (T.15.I.). Lee especialmente los párrafos 8
y 9 respecto a practicar el instante santo.

“El único intervalo en el que puedo librarme del tiempo es ahora mismo” (1:4). Piensa en
ello. ¿Qué otro tiempo has sentido excepto el ahora? No puedes salvarte del tiempo ayer, y
nunca sientes el mañana. El ahora es el único tiempo en el que puedes tener esta experiencia
de salvarte del tiempo, esta experiencia de perdón. El perdón deja que el pasado se vaya y
se concentra en la bendición del presente. Así pues, justo ahora, en este mismo instante,
puedes entrar en el instante santo. Puedes hacerlo en cualquier instante, y puede ser este
mismo instante si quieres recibirlo. Sólo durante este instante, olvida el pasado. Responde al
ahora únicamente. Olvida incluso hace cinco segundos, lo que alguien ha dicho, lo que tú
has sentido. Sólo quédate en el ahora.

El Curso nos aconseja que practiquemos esto. Pienso que quiere decir práctica en los dos
sentidos de la palabra: primero, que el instante santo tiene que aplicarse, o usarse. Segundo,
el instante santo tiene que ensayarse. Incluso se nos aconseja “practicar el mecanismo del
instante santo” (T.15.II.5:4). El autor parece muy consciente de que no lo lograremos la
primera vez, o quizá no durante un cierto tiempo. Por eso nos aconseja que practiquemos su
mecanismo, que sigamos todos los pasos, por así decirlo, hasta que un día la experiencia nos
tome. En otras palabras, que lo ensayemos. Las mejores instrucciones para ensayarlo están en
la Sección I del Capítulo 15, párrafo 9, del Texto.

Por lo menos, tomar un corto tiempo por la mañana y por la noche para pensar en este
momento como todo el tiempo que existe, es un ejercicio maravilloso. Me produce una
profunda sensación de paz cuando me permito a mí mismo reconocer que nada del pasado me
puede afectar aquí, que he sido perdonado de toda culpa que pueda sentir por el pasado, y mis
hermanos han sido perdonados junto conmigo. Y tampoco puede afectarme nada del futuro.
Puedo estar simplemente en este instante, libre de culpa y libre de miedo. No existe el pasado.
No existe el futuro. Únicamente existe el ahora, y en este instante el amor está siempre
presente, aquí y ahora.

Gracias por este instante, Padre. Ahora es cuando soy redimido. Este instante es el
momento que señalaste para la liberación de Tu Hijo y para la salvación del mundo
en él. (2:1-3)


¿Qué es el Segundo Advenimiento? (Parte 8)

L.pII.9. 4:3-4

A todo el mundo del pasado, del presente y del futuro “se les libera igualmente de lo que
hicieron” (4:2). El Segundo Advenimiento es “estar dispuesto a dejar que el perdón
descanse sobre todas las cosas sin excepción y sin reservas” (1:3). Las palabras “En esta
igualdad…” se refieren a la igualdad del perdón, esa igualdad de la liberación de la culpa y
de la condena.

“En esta igualdad se reinstaura a Cristo como una sola Identidad, en la Cual los Hijos de
Dios reconocen que todos ellos son uno solo” (4:3). Podemos decir que queremos la unidad,
pero ¿queremos los medios para la unidad? Hay una sección del Texto que habla del hecho
de que fingimos que queremos un objetivo determinado, pero rechazamos los medios para
alcanzar ese objetivo. Dice que si dudamos acerca de los medios, eso demuestra realmente
que tenemos miedo del objetivo. Podemos decir que queremos la unidad y, sin embargo,
dudamos a la hora de ofrecer el perdón completo, podemos quejarnos de que el perdón total
es muy difícil, que es pedir demasiado. Según este fragmento, el verdadero problema es que
tenemos miedo de la unidad que el perdón traería:

Para alcanzar el objetivo, el Espíritu Santo pide en verdad muy poco. Y pide
igualmente poco para proporcionar los medios. Los medios son secundarios con
respecto al objetivo. Cuando dudas, es porque el propósito te atemoriza, no los medios.
Recuerda esto, pues, de lo contrario, cometerás el error de creer que los medios son
difíciles. (T.20.VII.3:1-5)

¿Estoy dispuesto a reconocer que soy uno con “esa persona” de mi vida? Si tengo un problema de
perdón no es porque el perdón es demasiado difícil, es porque no quiero la unidad que traería.

Pregunta únicamente: "¿Deseo realmente verlo como alguien incapaz de pecar?" Y al


preguntar esto, no te olvides de que en el hecho de que él es incapaz de pecar radica tu
liberación del miedo. (T.20.VII.9:2-3)

Cada vez que alcanzo ese deseo, el Segundo Advenimiento se acerca más.

“Y Dios el Padre le sonríe a Su Hijo, Su única creación y Su única dicha” (4:4). Cuando
deseamos vernos unos a otros como inocentes, y reconocer nuestra unidad, Dios el Padre
una vez más mira a Su Hijo y sonríe. Somos Su única creación y Su única dicha, y sólo
cuando abandonamos los obstáculos del “pecado” y de la “culpa”, y nos perdonamos unos a
otros, es cuando se ve la unidad, y la alegría del Padre se expresa en nosotros y a través de
nosotros.

LECCIÓN 309 - 5 NOVIEMBRE

“Hoy no tendré miedo de mirar dentro de mí”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario
A veces sospecho de mis propios motivos. Soy tan consciente de que en el pasado he hecho un
trabajo increíble para esconderme mis propios pensamientos y sentimientos a mí mismo, que
incluso cuando no soy consciente de que haya “basura” de por medio, cuando mis motivos
parecen puros en la superficie, me pregunto qué está acechando debajo de la piedra, y dudo
acerca de mirar.

Por ejemplo, en el pasado me he distanciado de una buena amiga, mientras que me convencía a
mí mismo de que era ella la que se estaba distanciando de mí. Me costó tres horas de intensa
discusión (no puedo darle un nombre mejor) llegar a ponerme en contacto con mi propio miedo
e ira, que estaban causando que la apartase de mí. Negué con todas mis fuerzas que era eso lo
que estaba haciendo, afirmé que deseaba una mayor cercanía y que ella no respondía.

Cuando conoces los engaños del ego, parece difícil confiar en ti mismo. Siempre me parece que
puede haber algo malvado en mi mente que de algún modo he estado escondiendo por medio de
la negación y la disociación.

Así que, ¿cómo no voy a tener miedo de mirar dentro de mí? Si lo hago, ¿qué cosa horrible y
asquerosa descubriré esta vez?

“Tengo miedo de mirar dentro de mí porque creo que forjé otra voluntad que aunque no es
verdad hice que fuese real” (1:5). Si miro dentro de mí, a menudo las primeras cosas que
veré son cosas feas y asquerosas, “otra voluntad que no es verdad”. Las veré pero la buena
noticia es que no son reales. No logré hacer que esa otra voluntad fuera real. Todo lo que
conseguí hacer fueron ilusiones. La fealdad es una pantalla de humo, una máscara, una
fachada que el ego ha levantado encima de la eterna inocencia de mi mente. Si miro a esos
pensamientos con el Espíritu Santo, descubriré que no son tan horribles como temía. Él los
cambiará en la verdad para mí, Él me ayudará a ver en ellos la petición de amor, la
afirmación inconsciente del amor que ha estado enterrado debajo de ellos, el reflejo
deformado de la inocencia que nunca he perdido.

Por ejemplo, en el caso que he mencionado antes, estaba alejando a mi amiga,


distanciándome de ella. ¿Por qué? Porque tenía miedo de perder su amor. Porque temía que
no me encontrara digno de su tiempo y de su compañía, y no le iba a dar la oportunidad de
que demostrase que mis miedos eran ciertos. Me apartaría antes de que ella me rechazase, la
castigaría por su (imaginada) traición de alejarme de ella. Estaba equivocado tanto en mi
evaluación de mí mismo como en mi valoración de su evaluación de mí. Y el Curso me lo
demostró muy claramente aquella noche. Ella se enfadó conmigo. Se puso furiosa, se
levantó y se fue a pasear fuera del restaurante, diciendo que no quería saber nada más de mí
porque yo estaba tan tercamente metido en la negación que ella no podía hacer nada al
respecto.

No fue hasta que sucedió un milagro que se resolvió el punto sin salida. De repente, mi
percepción de ella cambió. Vi su ira como lo que realmente era: una petición de amor.
Estaba furiosa conmigo porque le estaba negando mi amor, y sufría con el pensamiento de
perderlo. En mi interpretación su ira ya no era un ataque, era un grito de ayuda. Era su amor
por mí, intentado de manera equivoca encontrar lo que quería de mí a través de la ira y el
ataque. Y cuando la perdoné, vi lo mismo en mí. En aquel momento ya no tenía miedo de
mirar dentro de mí. Vi los retorcidos motivos que me habían estado dirigiendo. Vi mi miedo.
Vi mi frío distanciamiento. Y detrás de todo ello, vi mi amor y mi inocencia esperando
encontrarse con los suyos.

No tenemos nunca que tener miedo de mirar dentro de nosotros mismos. Todo lo que existe
es “mi voluntad tal como Dios la creó, y como es” (1:4). Lo que inventé, todos esos
horribles pensamientos del ego, no han tenido ningún efecto en absoluto. No hay razón para
tener miedo de ellos, no significan nada. Puedo mirarlos con el Espíritu Santo a mi lado, y
reírme, puedo decir: “¡Qué tontería! Estos pensamientos no significan nada”. Debajo de
todo eso está la mente asustada, sufriendo por lo que piensa que ha hecho. Y más allá, en lo
más profundo está la santidad de Dios, el recuerdo de Dios. Esta mente caritativa, esta
mente amable y dulce, tan enorme, receptiva y bondadosa, que todo lo abarca: esto es mi
verdadera Identidad. Esto es Quien yo soy.

¿Qué es el Segundo Advenimiento? (Parte 9)

L.pII.9.5:1-4

¿Qué tenemos que hacer acerca del Segundo Advenimiento?

1. Ruega por él (5:1)

Ruega que tenga lugar pronto. Deséalo, anhélalo, estate serenamente impaciente por su
llegada.

2. Entregarnos a él completamente

Pues necesita tus ojos, tus oídos, tus manos y tus pies. Necesita tu voz. Pero
sobre todo, necesita tu buena voluntad. (5:2-4)

Nosotros somos los medios por los que vendrá el Segundo Advenimiento. Ofrezcamos
nuestros ojos para ver amor por todas partes, y no para encontrar defectos y culpa.
Ofrezcamos nuestros oídos para oír sólo la Voz que habla por Dios y responder a cada
petición de amor a nuestro alrededor. Ofrezcamos nuestras manos para tomar las manos de
aquellos que están a nuestro lado y llevarlos al hogar. Ofrezcamos nuestros pies para acudir
a aquellos que están necesitados, y darles nuestra voz para que hable las palabras de
sanación, de perdón y de liberación. Y sobre todo, ofrezcamos nuestra buena voluntad para
unirnos en la gran cruzada de corregir el loco error del pecado y la culpa dondequiera que la
encontremos.

En otras palabras, somos nosotros los que Le traeremos de vuelta. En realidad, nunca se fue,
el regreso es un regreso a nuestra consciencia, el regreso del recuerdo de nuestra Identidad.
El trabajo que hago conmigo mismo es el modo más poderoso de invitar al Segundo
Advenimiento. El modo en que afirmo la identidad de mis hermanos conmigo y con Cristo,
a través del perdón, a través de la verdadera percepción, así es como llega el Segundo
Advenimiento.

Cada uno de nosotros tiene una parte importantísima en esto. “Mi papel en el plan de
salvación de Dios es esencial” (L.100). El pequeño cambio que se produce en tu mente
cuando practicas el Curso cada día, el aparentemente insignificante cambio mental que te
permite perdonar a la persona que te corta el tráfico o al amigo o pariente que actúa de
manera no amorosa, cada pequeño acto de bondad, cada vez que eliges ver una petición de
amor en lugar de un ataque, contribuye al despertar de esta Gran Mente, el Único Ser que
somos. No eres tú solo el que está despertando, es el Cristo. Él está regresando de nuevo. Él
está regresando de nuevo en ti.

Y a medida que te dejas curar, te das cuenta de que junto contigo se curan todos los
que te rodean, los que te vienen a la mente, aquellos que están en contacto contigo
y los que parecen no estarlo. Tal vez no los reconozcas a todos, ni comprendas cuán
grande es la ofrenda que le haces al mundo cuando permites que la curación venga
a ti. Mas nunca te curas solo. Legiones y legiones de hermanos recibirán el regalo
que tú recibes cuando te curas. (L.137.10:1-4)

El Espíritu Santo se regocijará de tomar cinco minutos de cada hora de tu


tiempo para llevarlos alrededor de este mundo afligido donde el dolor y la
congoja parecen reinar. No pasará por alto ni una sola mente receptiva que esté
dispuesta a aceptar los dones de curación que esos minutos brindan, y los
concederá allí donde Él sabe que han de ser bien recibidos. Y su poder sanador
aumentará cada vez que alguien los acepte como sus propios pensamientos y los
use para curar.

De esta manera, cada ofrenda que se le haga se multiplicará miles de veces y


decenas de miles más. Y cuando te sea devuelta, sobrepasará en poderío la
pequeña ofrenda que hiciste, en forma parecida a como el resplandor del sol es
infinitamente más potente que el pequeño destello que emite la luciérnaga en
un fugaz instante antes de apagarse. El constante fulgor de esta luz permanecerá
y te guiará más allá de las tinieblas; y jamás podrás olvidar el camino otra vez.
(L.97.5-6)

Eso es lo que está sucediendo hoy. A lo largo de los siglos, sólo unos pocos han recordado.
Su luz ha brillado y, aparentemente, en muchos casos se ha apagado. Pero en realidad,
nunca se ha apagado. Cada destello de luz ha iluminado cada mente del mundo, la ha
cambiado y acercado un poco más a la Verdad, hasta hoy, en nuestra vida podemos ver los
comienzos de un “resplandor constante”, una luz que es demasiado brillante como para
quedarnos en la oscuridad de nuevo. Estamos viendo el efecto bola de nieve de la
iluminación. La bola de nieve se ha hecho demasiado grande para ignorarla. Victor Hugo
dijo: “Nada es tan poderoso como una idea a la que le ha llegado su hora”, y la hora de esta
idea ya ha llegado. Está aquí, y nosotros somos parte de ella.

LECCIÓN 310 - 6 NOVIEMBRE

“Paso este día sin miedo y lleno de amor”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Todos mis días están destinados a pasarlos Contigo, Padre, sin miedo y con amor (1:1). Todos.
Pocas veces paso el día así, pero hoy, Padre, quiero pasarlo Contigo. Abro mi corazón para
entregarte este día a Ti. Que así sea, tal como Tú dispones. Que conozca la dicha que procede
del Cielo, no del tiempo (1:2-3). Que se acalle en mi mente la voz que interfiere, y que oiga la
música del Cielo (2:2). No pido visiones de éxtasis que me saquen de este mundo para siempre,
pero sí pido que hoy sea algo nuevo y más elevado, un anticipo de lo que me aguarda al final del
tiempo.

Que este día sea “Tu dulce recordatorio de que Te recuerde” (1:4). Hazme el regalo de Tu
gracia, Padre. Que sienta algo que me sirva para continuar recordando volver mi mente a Ti una
y otra vez.

Que este día sea “la afable llamada que le haces a Tu santo Hijo” (1:4). Abre mis oídos y
enséñame a escuchar. Que oiga Tu llamada hoy. Que sienta la atracción de Tu Amor eterno.
Que este día sea “la señal de que se me ha concedido Tu gracia y de que es Tu Voluntad que yo
me libere hoy” (1:4). Que haya una fresca y conmovedora consciencia de Tu trabajo en mi vida,
de Tu toque en mí. Que vea las señales de que mi libertad es Tu Voluntad. Que encuentre una
confianza renovada en la seguridad del resultado que me espera en Tu plan.

Que hoy surja de mí una canción de gratitud. Que aumente mi consciencia de que me estoy
uniendo a la eterna canción, cantada por cada parte de Tu creación. Como dijo el salmista, “Voy
a cantar una nueva canción al Señor”. Que reconozca la alegría que es la vida misma, dada por
Dios, al tiempo que todo el mundo se une a nosotros en la canción.

Hoy el miedo no tiene cabida en nosotros, pues le hemos dado la bienvenida al


amor en nuestros corazones. (2:4)

¿Qué es el Segundo Advenimiento? (Parte 10)

L.pII.9.5:5-6

La tercera cosa que podemos hacer teniendo en cuenta lo que es el Segundo Advenimiento,
es convertirnos nosotros mismos en parte de la Expiación, ya que la hemos recibido.

Regocijémonos de que podamos hacer la Voluntad de Dios y unirnos en Su


santa luz. ¡Pues mirad!, el Hijo de Dios es uno solo en nosotros, y podemos
alcanzar el Amor de nuestro Padre a través de él. (5:5-6)

La Voluntad de Dios es Amor. La Voluntad de Dios para nosotros es perfecta felicidad. La


Voluntad de Dios es la extensión sin fin del resplandor de Su Ser. Podemos hacer eso
porque nos creó para ser eso. Podemos llegar al Amor de nuestro Padre a través de Su Hijo.
Es elección nuestra unirnos a esa unidad del Hijo que es el cumplimiento de la Voluntad de
Dios. Aquí, en nuestras relaciones dentro del tiempo, estamos empezando el proceso que
culmina en el Segundo Advenimiento, la restauración de la única Identidad de Cristo.
Cuando nos unimos en un propósito común, el de perdonar y ser perdonados, el de amar y
ser amados, acortamos el tiempo para que la Filiación sea completamente una en
manifestación. Cuando entregamos nuestras relaciones al Espíritu Santo para que Él las use
para Su único propósito de convertirlas en relaciones santas por medio del perdón, nos
estamos uniendo en el cumplimiento de la Voluntad de Dios.

Es a través de nuestra unión que llegamos al Amor de Dios. Es a través de nuestra unión que
encontramos a Dios. “La realidad de tu relación con Él radica en la relación que tenemos
unos con otros” (T.17.IV.16:7).

LECCIÓN 311 - 7 NOVIEMBRE

“Juzgo todas las cosas como quiero que sean”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario
La enseñanza básica del Curso acerca del juicio es que realmente no podemos juzgar. No
tenemos el equipamiento. No sabemos lo suficiente, como dice esta lección: nuestros juicios
“no pueden ver la totalidad, y, por lo tanto, juzgan falsamente” (1:4). Entonces lo que
nuestros juicios hacen es inventar las cosas tal como queremos que sean, en lugar de lo que
realmente son. Desgraciadamente, lo hacen basados en “la agonía de todos los juicios que
hemos emitido contra nosotros mismos” (1:6). Proyectamos nuestra condena a nosotros
mismos sobre el mundo y sobre lo que vemos, como ya dijo la Lección 304: es “mi propio
estado de ánimo reflejado afuera”.

En lugar de intentar juzgar algo, lo que se nos pide que tomemos todos los juicios y
“ofrezcámoselos de regalo a Aquel que puede utilizarlos de manera diferente” (1:5). Dicho
de otra manera, dejamos que el Espíritu Santo juzgue por nosotros. Él siempre juzga de
acuerdo a la verdad, a la creación de Dios. “Dejamos que Tu Amor decida qué es lo que no
puede sino ser aquel a quien Tú creaste como Tu Hijo” (2:3). Él nos da “el juicio de Dios con
respecto a Su Hijo” (1:6).

Otro modo de verlo es que permitimos que el Espíritu Santo nos diga lo que verdaderamente
queremos: ver la perfección de la creación de Dios en todos y en todas partes. Y luego,
puesto que eso es lo que queremos ver, “juzgamos todas las cosas como queremos que
sean”, pero ahora las juzgamos de manera diferente porque queremos algo diferente. En
manos del ego, nuestra mente siempre quiere ver defectos porque estamos intentando negar
y proyectar lo que pensamos de nuestros propios defectos. En manos del Espíritu Santo,
nuestra mente siempre encuentra amor o peticiones de amor.

Padre, hoy quiero ver a Tu Hijo tal como tú lo creaste. Quiero juzgarlo en la verdad. Quiero
abandonar mis retorcidos juicios y aceptar tu juicio eterno: “Tú sigues siendo Mi santo Hijo,
por siempre inocente, por siempre amoroso y por siempre amado, tan ilimitado como tu
Creador, absolutamente inmutable y por siempre inmaculado” (L.pII.10.5:1).

¿Qué es el Juicio Final? (Parte 1)

L.pII.10.1:1-2

El Segundo Advenimiento de Cristo le confiere al Hijo de Dios este regalo:


poder oír a la Voz que habla por Dios proclamar que lo falso es falso y que lo
que es verdad jamás ha cambiado. (1:1)

Ésta es una de las magníficas afirmaciones del mensaje final de Un Curso de Milagros: “lo
falso es falso y que lo que es verdad jamás ha cambiado”. Puesto en estas palabras
engañosamente simples, el mensaje casi parece de Perogrullo o repetitivo, como “lo rojo es
rojo”. Por supuesto que “lo falso es falso y que lo que es verdad es verdad”. Eso a la vista
está.
Lo que da a la afirmación su profundidad es el hecho de que no lo creemos. Como se nos dice en el
Texto:

Este curso es muy simple. Quizá pienses que no necesitas un curso que, en última
instancia, enseña que sólo la realidad es verdad. Pero ¿crees realmente esto?
Cuando percibas el mundo real, reconocerás que no lo creías. (T.11.VIII.1:1-4)

Todos nuestros problemas pueden resumirse a esto: Nos hemos enseñado a nosotros mismos que lo
falso es verdadero, y que lo verdadero es falso. Creemos que el cuerpo, el pecado, la culpa, el miedo, el
sufrimiento y la muerte son reales. Y no creemos (o al menos lo dudamos vivamente) que el espíritu, la
santidad, la inocencia, el amor y la vida eterna son reales. La percepción del mundo real nos muestra
que esta última lista (lo real) es verdaderamente real, y la primera lista (lo falso) es verdaderamente
falsa. Y eso es el Juicio Final.

Todo el proceso de aprendizaje por el que aparentemente estamos pasando nos está enseñando esta
única lección, una y otra vez, en un ejemplo tras otro. Algo que pensábamos que era real (nuestros
propios pecados, o los de nuestros hermanos, o la muerte, o el ataque, o la separación) se nos muestra
que es falso, y que el amor que pensábamos que estaba ausente se ve que es lo que está siempre
presente. Donde pensábamos ver pecado, ahora vemos inocencia. Donde pensábamos ver a alguien
atacándonos, ahora vemos a nuestro salvador (T.22.VI.8:1).

Y cuando decida hacer uso de lo que se le dio, verá entonces que todas las situaciones
que antes consideraba como medios para justificar su ira se han convertido en eventos
que justifican su amor. Oirá claramente que las llamadas a la guerra que antes oía son
realmente llamamientos a la paz. (T.25.III.6:5-6)

Intenta imaginarte cómo sería una situación que justo ahora ves como una justificación para
tu ira, verla transformarse en algo que justifica tu amor. Eso es lo que hace el milagro. Eso
es lo que realmente significa “lo falso es falso y que lo que es verdad jamás ha cambiado”.
El mundo real es una clase de percepción en la que todo lo que ves justifica tu amor, porque
no hay nada que no justifique tu amor. Eso es lo que es “real” en el mundo real. Lo que es
falso es que la ira esté justificada: “La ira nunca está justificada” (T.30.VI.1:1). Lo que es verdad
es que el amor siempre está justificado. Por ejemplo, el Amor de Dios por ti siempre está justificado. El
Amor de Dios a tus hermanos siempre está justificado. Y por lo tanto, tu amor a tus hermanos siempre
está justificado.

“Y éste es el juicio con el que a la percepción le llega su fin” (1:2). Cuando hayamos
alcanzado este juicio final acerca de todo, el propósito de la percepción desaparece. No hay
nada más que percibir, porque todo motivo de separación ha desaparecido, y la unidad se
puede conocer una vez más y se conoce. Ya no nos percibimos unos a otros (lo que supone
separación, sujeto y objeto), en su lugar nos conocemos unos a otros como parte de nosotros
mismos, “totalmente dignos de amor y totalmente amorosos” (T.1.III.2:3).

LECCIÓN 312 - 8 NOVIEMBRE

“Veo todas las cosas como quiero que sean”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Ésta lección es la segunda de una pareja. La lección anterior nos decía:”Juzgo todas las cosas como
quiero que sean”. Esta lección continúa: “La percepción se deriva de los juicios” (1:1). En este
contexto, juicio es lo mismo que interpretación. Primero queremos que una cosa sea verdad,
por lo tanto, juzgamos o interpretamos lo que nos rodea de acuerdo con ese deseo, y
habiendo juzgado (interpretado), vemos lo que queríamos. “Pues el único propósito de la
vista es ofrecernos lo que queremos ver” (1:3). La presentación que el Curso hace de la
percepción es firme e insistente:

Ves lo que crees que está ahí, y crees que está ahí porque quieres que lo esté. La
percepción no está regida por ninguna otra ley que ésa. (T.25.III.1:3-4)
Si queremos ver el mundo real, lo veremos. Si nos unimos al Espíritu Santo en Su propósito, no
podemos “dejar de contemplar lo que Cristo quiere que vea, ni de amar con el Amor de
Cristo lo que contempla” (1:6). La clave está en lo que queremos.

No es fácil aceptar que lo que estamos viendo es lo que queríamos, en algún nivel de
nuestra mente. El ego tiene una mente enferma, literalmente; los pensamientos y deseos del
ego y que no se han reconocido, se manifiestan en el mundo aunque no seamos conscientes
de ellos. El mundo es el espejo de nuestra mente, lo que vemos es lo que hemos elegido ver.
El mundo no cambia porque tenemos miedo de mirar dentro de nuestra mente y ver los
pensamientos que lo han causado. Si miramos los pensamientos en nuestra mente, Él los
sanará.

En un seminario de Un Curso de Milagros, Ken Wapnick estaba compartiendo estas líneas,


y recuerdo a alguien diciendo que durante la información en televisión acerca del terremoto
de California se dio cuenta de que una parte de su mente se sintió decepcionada de que el
número de muertos fuera tan bajo. Algo dentro de él quería que hubiera sido más dramático,
quería ver más muertos. Recuerdo que una vez me di cuenta de que yo quería que alguien
muriese, alguien muy cercano a mí. Fue una gran impresión, pero cuando me permití
hacerme consciente de ello, me di cuenta de que ¡el pensamiento no era nuevo!

Necesitamos estar dispuestos a encontrar la causa del mundo que vemos dentro de nuestra
mente, para que así podamos cambiar nuestra mente acerca del mundo. Cambiando nuestros
pensamientos, veremos un mundo cambiado.

Si queremos, podemos “contemplar un mundo liberado, libre de todos los juicios que he
emitido” (2:1). Hoy podemos elegir ver el mundo de manera diferente si queremos. No hay que
sentirse culpable por no elegir velo de manera diferente, pero piensa lo infeliz que te ha hecho
hasta ahora tu percepción del mundo y pregúntate a ti mismo si no quieres verlo de manera
diferente. Tu voluntad es ver el mundo real. Depende de ti, y de mí, elegir verlo hoy.

Padre, esto es lo que Tu Voluntad dispone para mí hoy, por lo tanto, no puede sino
ser mi objetivo también. (2:2)

¿Qué es el Juicio Final? (Parte 2)

L.pII.10.1:3-4

En dos frases tenemos el Segundo Advenimiento, el Juicio Final, y el Último Paso:

Lo primero que verás será un mundo que ha aceptado que esto es verdad, al
haber sido proyectado desde una mente que ya ha sido corregida. Y con este
panorama santo, la percepción imparte una silenciosa bendición y luego
desaparece, al haber alcanzado su objetivo y cumplido su misión. (1:3-4)

El “esto” en lo que vemos que el mundo como habiendo aceptado, es la afirmación de la


frase anterior de que: “lo falso es falso y que lo que es verdad jamás ha cambiado”. Si el
mundo ha aceptado esta afirmación, ello me indica que esto no es sólo el mundo real (el
mundo que se ve con los ojos del perdón) sino el Segundo Advenimiento, en el que todas las
mentes se Le han entregado a Cristo. La mente sanada y unificada de la Filiación todavía
está proyectando pero “desde una mente que ya ha sido corregida”, y por lo tanto lo que
proyecta es un mundo sanado. Al ver esta “santa visión”, pronunciamos el Juicio Final que
es una bendición silenciosa, pues como el Curso dice en otro lugar, “El Juicio Final es la
última curación, en vez de un reparto de castigos” (T.2.VIII.3:3).

Con “la última curación” el propósito y la misión de la percepción (tal como el Espíritu Santo
ve su propósito) se han acabado, y por eso desaparece la percepción; en el siguiente párrafo
(2:3) el mundo mismo (que es el objeto de nuestra percepción) “simplemente se disuelve en la
nada”.

¿Qué sentido tiene entender estos acontecimientos escatológicos? (Escatología es “La rama
de la teología que está relacionada con el fin del mundo y de la humanidad”, Diccionario
Americano Heritage). Representan la meta hacia la que el Curso nos está llevando. Como el
Curso dice en “Cómo Fijar la Meta” (T.17.VI): cuando aceptas una meta, empiezas a pasar
por alto todo lo que se interpone en su camino, y empiezas a centrar tu atención en las cosas
que la traen. Dice:

El valor de decidir de antemano lo que quieres que ocurra es simplemente que


ello te permite percibir la situación como un medio para hacer que tu objetivo se
logre. Haces, por lo tanto, todo lo posible por pasar por alto todo lo que
interferiría en su logro, y te concentras sólo en lo que te ayuda a conseguirlo.
(T.17.VI.4:1-2)

Si entendemos, aunque sea ligeramente, que el objetivo último es una bendición silenciosa,
una sanación final, pasar por alto todo error y reconocer la inocencia de toda la creación de
Dios y de todas nuestras creaciones, empezaremos a ver todas nuestras situaciones diarias
como “un medio para que ocurra”. Haremos todos los esfuerzos para pasar por alto todos los
pensamientos de ataque y juicios condenatorios, en nuestra propia mente o en la de otros,
porque veremos los pensamientos de ataque y juicios condenatorios como algo que impide el
objetivo que estamos buscando.

Otro valor de esta comprensión del Juicio Final es que elimina una de las fuentes de nuestro
miedo. Veremos más acerca de ello más adelante en esta sección, pero por ahora, darnos
cuenta de que Dios no está al frente de una inquisición castigándonos por cada falta minúscula
de Sus leyes, supondrá un gran alivio para muchos de nosotros, influenciados por haber
estado metidos en una cultura en la que la religión está llena de temor a la ira de Dios. La idea
de un Dios airado y vengativo es algo que el Curso hace todo lo posible por deshacer.

LECCIÓN 313 - 9 NOVIEMBRE

“Que venga a mí ahora una nueva percepción”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

La visión de Cristo “ve todas las cosas sin mancha alguna de pecado” (1:1). Ésta es una nueva
percepción que viene a mí. Yo no voy detrás de ella, la recibo. Me abro a ella y se me da: “Ésta
visión es Tu regalo” (1:3). Para ver todas las cosas sin mancha de pecado no tengo que
esforzarme, es un regalo que Dios me da. Cuando vea pecado, lo que puedo aprender a hacer es
pedir una percepción diferente: “Que venga a mí ahora una nueva percepción”. Puedo querer
esta nueva percepción, y quererla es todo lo que se necesita. El resto se te da: “El amor vendrá
dondequiera que se le invite” (1:2).
Cristo -que es mi verdadero ser, eterno y que no cambia- “no ve pecado alguno en nada de lo
que contempla” (1:5). Ésta no es una visión que mi Ser tenga que conseguir, ya es mía, en
Cristo. Todo lo que tengo que hacer es permitir que esa nueva percepción venga a mí. Cuando lo
hago, cuando contemplo al mundo y lo veo perdonado, me despertaré del sueño de pecado y
veré mi impecabilidad en mi interior” (1:6). Resumido, éste es el mensaje del Curso: ver tu
propia inocencia al ver la inocencia del mundo. Encontrar el perdón al perdonar a otros.

Tal como la visión siempre ha sido parte de mi Ser el Cristo, así también la inocencia ha sido
guardada a salvo por Dios, “completamente inmaculada en el altar a Tu santo Hijo, el Ser con
Quien quiero identificarme” (1:6). Eso es todo lo que estamos haciendo: identificarnos con el
Cristo, con algo que ya soy. “La iluminación es simplemente un reconocimiento, no un
cambio” (L.188.1:4). No hay que alcanzar nada, ni ir a ningún sitio, ya estamos en Él, y
todo lo que se necesita es el reconocimiento de que ya es así, la identificación con lo que
siempre ha existido. Dejamos que venga a nosotros una nueva percepción, eso es todo.

Así que, hermanos:

Contemplémonos hoy los unos a los otros con los ojos de Cristo. ¡Qué bellos somos!
(2:1-2)

¿Qué es el Juicio Final? (Parte 3)

L.pII.10.2:1-2

El Juicio Final sobre el mundo no encierra condena alguna. (2:1)

Sin condena, esto nos parece muy difícil llegar a lograrlo. Durante generaciones se nos ha
enseñado que en el Juicio Final, Dios separará los “buenos” de los “malos”, el “trigo” de la
“cizaña”, y enviará a los malos al castigo eterno. Preferimos la idea de la venganza, nos
parece justicia. Vamos al cine y nos alegramos cuando los malos son liquidados. Por
supuesto, cuando se trata de imaginarnos a nosotros delante del Juicio Final de Dios, nos
ponemos un poco nerviosos, de hecho, muy nerviosos. Porque sabemos que no somos
perfectos.

¿Cómo no puede haber condena en el Juicio Final? Sólo puede haber una explicación. No
hay condena porque “ve al mundo completamente perdonado, libre de pecado y sin
propósito alguno (2:2). La única manera de que no haya condena es que el pecado no existe.
Todo el mundo y todas las cosas son completamente perdonados. Y eso nos fastidia.
“¿Quieres decir que los malos no son liquidados al final de la historia?” No nos parece justo
porque creemos que el pecado es real y se merece castigo.

El antiguo evangelista del siglo 18, Jonathan Edwards (autor del famoso sermón:
“Pecadores en manos de un Dios enfadado) enseñó que el pecado es pecado. Que no hay
grados de pecados, cada pecado es infinitamente pecaminoso y exigía castigo eterno porque
cualquier pecado es un ataque a un Dios infinito. Como dice C.S.Lewis: la idea de un
pecado “pequeño” es como la idea de un embarazo “pequeño”. Edwards tenía a la gente tan
aterrorizada cuando pronunciaba su sermón que la gente en la iglesia se agarraba a las
columnas de la iglesia por miedo a que el suelo se abriera y los arrastrara al infierno. Si el
pecado fuera real, él tendría razón. Todos nosotros seríamos infinitamente culpables, y
todos nosotros mereceríamos el castigo eterno. En esta película no hay “buenos”.
Por lo tanto, si el pecado fuese real, y vengarse de alguien estuviese justificado, vengarse de
todos nosotros estaría justificado. Si los malos fueran liquidados al final de la historia, todos
nosotros seríamos liquidados. Al aferrarnos a la idea de la condena y el castigo, nos estamos
condenando al infierno a nosotros mismos. Y en alguna parte dentro de nosotros lo
sabemos, ¡por eso nos sentimos tan nerviosos!

La única alternativa es no condenar. El perdón total. Sin pecado en nadie. Y ése es el


mensaje del Curso: “El Hijo de Dios es inocente” (T.14.V.2:1). Ése será el Juicio Final de Dios,
y ése será nuestro juicio cuando lleguemos al final del viaje.

Pues ve a éste completamente perdonado, libre de pecado y sin propósito


alguno. (2:2)

El Juicio Final no sólo ve al mundo sin pecado, sino sin propósito alguno. Esta idea no
encaja con la idea de que Dios creó el mundo, ¿crearía Dios algo sin ningún propósito? Sin
embargo, la falta de propósito encaja muy bien con la idea de que el ego en nuestra mente
ha inventado el mundo.

¿Has mirado alguna vez al mundo y sospechado que no tenía ningún propósito ni ningún
significado? ¿Qué el ciclo sin fin de nacimiento y muerte no parece ir a ningún sitio? Todos
crecemos (algunos con más dificultades que otros, algunos con más éxito que otros),
luchamos en la vida, obtenemos lo que podemos y luego (así lo parece) todo llega a su fin, y
todo lo que hemos logrado y en lo que nos hemos convertido se pierde (ver T.13.In.2). ¿Qué
sentido tiene? Muchos, especialmente entre los jóvenes de hoy en día, han aceptado este
punto de vista, y han caído en la desesperación y la indiferencia.

Y sin embargo, este punto de vista es válido. De hecho, ¡el Juicio Final lo confirmará! El
mundo no tiene propósito. Es el producto de una mente enloquecida por la culpa
(T.13.In.2:2). Sin embargo, la comprensión de ello no tiene por qué llevar a la
desesperación, puede ser el trampolín a la dicha eterna. Visto sin propósito, al fin podemos
pasarlo de largo y recordar nuestro verdadero hogar en Dios.

LECCIÓN 314 - 10 NOVIEMBRE

“Busco un futuro diferente del pasado”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Según el ego, el futuro es sólo el resultado del pasado, es el pasado mismo extendiéndose más
allá del presente. Para el ego, el pasado condiciona el futuro. Según el Espíritu Santo: “El futuro
se ve ahora simplemente como una extensión del presente” (1:2). Lo que elegimos ver y creer en el
ahora determina cómo será el futuro, el futuro no está condicionado por el por el pasado. “Los errores
del pasado no pueden ensombrecerlo, de tal modo que el miedo ha perdido sus ídolos e imágenes, y, al
no tener forma, deja de tener efectos” (1:3).

Al abandonar el pasado y reconocer que no me puede afectar ahora, atraigo un futuro diferente al
pasado. Mi elección de ahora a favor de la salvación, mi voluntad de aceptar la Expiación para mí
mismo elimina todo el miedo del pasado. Los “ídolos e imágenes” (1:3) del miedo son cosas como
toda la culpa y todas las falsas percepciones del pasado. Ya no están al alcance del miedo cuando he
puesto el pasado en manos de Dios y he aceptado el perdón para mí mismo. Empiezo desde este
mismo instante como una pizarra limpia. Sin las formas de los ídolos e imágenes del pasado, el miedo
no puede tener efectos.

Basado en la culpa del pasado, mi futuro era una muerte segura. Pero con el pasado libre de “pecado”,
y siendo la vida mi objetivo ahora, la muerte no puede reclamarme (1:4). Mi cuerpo físico “morirá”
probablemente (a menos que suceda un raro milagro de ser llevado al cielo en un torbellino, como
Elías en la Biblia, II Reyes,2), aunque el cuerpo nunca muere porque nunca vive, pero puesto que yo
no soy un cuerpo, no moriré y no tendré miedo de la muerte. “Se proveen gustosamente todos los
medios necesarios para su logro” (1:4). Cuando mi mente sea corregida y mi meta sea la vida, todo lo
que necesito para lograr mi meta me lo proporciona el Espíritu Santo. “Cuando el presente ha sido
liberado” de toda culpa y de todo miedo, ese presente extenderá “su seguridad y paz hasta un futuro
tranquilo y lleno de júbilo” (1:5).

La clave está en permitir que mi mente sea liberada de la culpa y del miedo en este mismo instante.
Puedo practicar esto en el instante santo. Puedo tomar un instante y permitir que la paz y seguridad de
las que habla esta lección inunden mi mente. Puedo traerle al Espíritu Santo toda mi culpa, mi
sufrimiento, mi dolor, mi ira, y permitir que Él sane mi mente. Cuanto más a menudo haga esto, la paz
se extenderá hacia fuera a lo largo del día. Quizá el testimonio más frecuente de las personas que han
estado estudiando el Curso durante un tiempo es: “Estoy mucho más en paz de lo que lo he estado en
toda mi vida”. Funciona. Y al crecer esa paz en el presente, al pasar cada vez más momentos ahora en
esa paz mental, el futuro está cada vez más lleno de gozo.

Que elija valerme del presente para ser libre (2:1). ¿Cuántos de mis momentos presentes paso
sufriendo o llorando por el pasado, lamentando cosas que he perdido? ¿Cuántos de mis momentos
presentes paso teniendo miedo de algo del futuro? Que elija valerme del presente de manera
distinta. Cada vez que sea consciente del presente, que elija usar ese momento para la paz y para
nada más. Hacer eso es escaparse del infierno. Dejar el futuro en manos de Dios. Dejar atrás los
errores del pasado (2:2). Voy a poner mi vida en las manos de Dios “seguro de que Tú cumplirás
las promesas que nos haces en el presente, y de que bajo su santa luz dirigirás el futuro” (2:2).

¿Qué es el Juicio Final? (Parte 4)

L.pII.10.2:3-6

Cuando toda la creación, cuando cada mente, haya aceptado por fin la nueva percepción del
mundo como un mundo sin pecado y sin propósito, llegará el final del mundo. Pienso que “al no
tener causa” se refiere a ver el mundo sin pecado pues, según el Curso, el pecado y su
compañero la culpa han causado el mundo. Entonces “al no tener función” significaría lo
mismo que “sin propósito” (2:2). Para el ego, el propósito del mundo es la destrucción o
castigo. Una vez que la causa y la función del mundo han sido eliminadas de todas las
mentes, el mundo “simplemente se disuelve en la nada” (2:3).

Como dice el Manual para el Maestro: “El mundo acabará cuando su sistema de
pensamiento se haya invertido completamente” (M.14.4:1). Puedes leer esta hermosa
sección entera (¿CÓMO ACABARÁ EL MUNDO?), (especialmente su conmovedor párrafo
final). En la visión del Curso, el fin del mundo no es un cataclismo, ni un gran triunfo de
ejércitos celestiales, sino una serena desaparición, simplemente la desaparición de una
ilusión cuya aparente necesidad ha terminado.

“Ahí (en la nada) nació y ahí ha de terminar” (2:4). Dicho de otra manera, el mundo nació
de la nada, y no quedará nada cuando desaparezca. Únicamente los pensamientos de amor
que se han manifestado son reales y eternos. Todo lo demás desaparece, incluso “las figuras
del sueño”, es decir, nuestro cuerpo “desaparecerá (2:5-6), pues ha desaparecido el pecado
como su causa y la muerte como su propósito.

Como hemos leído a menudo antes, en las secciones “¿Qué es?” y en el Texto, el ego
inventó el cuerpo para sus propósitos. El Espíritu Santo nos invita a utilizar el cuerpo para
Sus propósitos mientras estamos en el sueño. Él nos lleva a darnos cuenta de que “lo falso
es falso y que lo que es verdad jamás ha cambiado” (1:1), y una vez que todos nosotros
hemos logrado ese propósito, el cuerpo ya no tiene ningún propósito. Simplemente
desaparece.

Una última frase se añade: “pues el Hijo de Dios es ilimitado” (2:6). El cuerpo desaparece
porque el Hijo de Dios es ilimitado, y el cuerpo es un límite. Cuando nuestra mente haya
regresado a Cristo, completamente, ya no tendremos necesidad de ninguna limitación. Lo
que somos no tiene límites, y un cuerpo limitado no nos serviría de nada.

Éste es el “final de todas las cosas”, tal como el Curso lo ve. Entonces, ¿cómo deberíamos
vivir ahora, todavía dentro del sueño, pero sabiendo que éste es su final? Necesitamos
aprender cómo considerarlo (el final) y estar dispuestos a encaminarnos en esa dirección
(M.14.4:5). Trabajamos con el Espíritu Santo, hoy y todos los días, al aprender a contemplar
el mundo sin condena, para verlo completamente perdonado. Le permitimos que nos enseñe
que no hay propósito en el mundo, y poco a poco conseguimos abandonar nuestro apego al
mundo. Nos abrimos cada vez más a la visión del Hijo ilimitado de Dios, visión que va
aumentando dentro de nosotros.

LECCIÓN 315 - 11 NOVIEMBRE

“Todos los regalos que mis hermanos hacen me pertenecen”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

En la Lección 97 se nos dijo que si practicamos con la idea de la lección (“Soy espíritu”) para
así acercar la realidad un poco más a nuestra mente, “el Espíritu Santo se regocijará de tomar
cinco minutos de cada hora de tu tiempo para llevarlos alrededor de este mundo afligido
donde el dolor y la congoja parecen reinar” (L.97.5:1). Dice: “No pasará por alto ni una sola
mente receptiva que esté dispuesta a aceptar los dones de curación que esos minutos
brindan, y los concederá allí donde Él sabe que han de ser bien recibidos” (L.97.5:2). Dice
que “cada ofrenda que se le haga se multiplicará miles de veces y decenas de miles más”
(L.97.6:1). Pues bien, 1.000 × 10.000 = 10.000.000 (10 millones). Así que Él multiplicará
nuestros regalos por lo menos diez millones de veces, pero dice “decenas de miles”, en
plural, así que eso significa hasta 90.000.000 (90 millones) de veces. Quizá los números son
sólo simbólicos, indicando “un número extremadamente grande”, pero estoy seguro de que
Jesús literalmente quiere decir que, con nuestra elección, un número inimaginable de
mentes se beneficiarán. Cada mente abierta a recibir, recibirá nuestro regalo: millones de
mentes.

Ahora, en esta lección, vemos el lado opuesto de la moneda. Pues todos aquellos que tienen
su mente abierta y, como nosotros, por un instante ofrecen el regalo de su mente a Dios,
nosotros recibimos sus regalos. Así pues, cada momento, miles de hermanos encuentran el
camino a Dios por un instante y dan un regalo, que yo recibo porque todas las mentes están
unidas, como nos dice el primer párrafo: una sonrisa entre hermanos o una palabra de
agradecimiento o de misericordia, en cualquier parte del mundo, le ofrece un regalo a mi
mente. Puedo recibirlo de cualquiera que encuentra su camino a Dios.

Todas las mentes están unidas. Cada momento, miles de regalos llegan a mi mente,
procedentes de otras mentes. Si mi mente está abierta, ¡puedo recibir cada uno de ellos! En
un grupo de estudio en el que estábamos tratando esta idea, un alumno observó: “¡Eso suena
a un trabajo a tiempo completo!” Por supuesto que sí. Suena también como mi trabajo.

¿Te has preguntado alguna vez de dónde vienen esos benditos pensamientos? ¿Te has
preguntado alguna vez por qué de repente, en medio de un día bastante deprimente, algo
viene a tu mente y alegra tu corazón? Generalmente pensamos, si es que lo hacemos, que
debe ser el Espíritu Santo. Pero podría igualmente ser un hermano que ha encontrado su
camino a Dios en ese momento y le ha sonreído a alguien, y al hacerlo te ha enviado a ti el
regalo. El Espíritu Santo ha sido el cartero. Alguien a quien no conoces, al otro lado del
mundo, ¡acaba de darte una bendición!

El intercambio de regalos del universo dentro de la gran “Internet” universal está ocurriendo
todo el tiempo. Todo el mundo está conectado, sólo tienes que leer tu correo.

Así pues, elevemos nuestro corazón en agradecimiento a cada Hijo de Dios. Pasemos esta
mañana y esta noche un rato agradeciendo a nuestros hermanos, que son uno con nosotros,
por todos sus muchísimos regalos, la mayoría de los cuales no hemos reconocido durante la
mayor parte de nuestra vida.

A todos los que leéis esto: “Gracias por recordar, hermano o hermana”. Gracias por amar, en
lugar de temer. Gracias por ser consciente, por estar vivo. Gracias por sonreír, por extender
alegría. Gracias por mostrar misericordia. Gracias por perdonar. Gracias por uniros a otros.
Que hoy mi meditación se centre en todas las maneras en que estoy siendo bendecido
constantemente por mis hermanos, y en la realidad que obtengo de todos y cada uno de
ellos.

Gracias, Padre, por los muchos regalos que me llegan hoy y todos los días,
procedentes de cada Hijo de Dios. (2:1)

¿Qué es el Juicio Final? (Parte 5)

L.pII.10.3:1

Tú que creías que el Juicio Final de Dios condenaría al mundo al infierno junto
contigo, acepta esta santa verdad: el Juicio de Dios es el regalo de la Corrección
que le concedió a todos tus errores. Dicha Corrección te libera de ellos y de
todos los efectos que parecían tener. (3:1)

La mayoría de nosotros, al menos en la sociedad occidental, hemos crecido creyendo en


algún tipo de infierno. Decimos: “Dios te hará pagar por eso”. Nos insultamos unos a otros
diciendo: “¡Vete al infierno!” Intelectualmente podemos haber rechazado la idea de un
infierno literal, con llamas y demonios y horquillas, sin embargo, la idea está entre nuestros
pensamientos. Hay un miedo visceral de lo que puede haber después de la muerte, que nos
corroe por dentro, negado, reprimido, pero todavía… ahí. Si creemos en Dios, como
muchos, nos acecha constantemente la preocupación por cómo nos juzgará, cómo juzgará
nuestra vida.
Entonces, el Curso nos aconseja: “acepta esta santa verdad”. El Juicio de Dios no es una
condena, sino un regalo: el regalo de la Corrección. No un castigo sino una sanación. No
“no hay salida” sino la escapatoria. El Juicio Final no menciona cada uno de nuestros
errores y luego nos encierra con sus consecuencias para toda la eternidad. No, corrige
nuestros errores y nos libera de ellos, y no sólo “de los errores sino también de todos los
efectos que parecían tener”.

Piensa en ello. ¿Cómo te sentirías si supieras sin ninguna duda que estás libre de todos tus
errores y de todos sus efectos? ¡Eso sería el júbilo total! El “Aleluya” a pleno pulmón. Pero,
el Curso nos dice que eso es la verdad, ésa es “la verdad que jamás ha cambiado”
(1:1).Estamos libres de nuestros errores y de sus efectos, siempre lo hemos estado, y
siempre lo estaremos. Eso es lo que todos juntos llegaremos a aceptar en ese instante del
Juicio Final. Y eso es lo que estamos aprendiendo a aceptar para nosotros mismos, y a
enseñárselo a todos nuestros hermanos. Nos liberamos unos a otros de nuestros pecados,
para que aquellos que liberamos, a su vez, puedan liberarnos a nosotros.

LECCIÓN 316 - 12 NOVIEMBRE

“Todos los regalos que les hago a mis hermanos me pertenecen”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Esta lección acompaña a la de ayer: “Todos los regalos que mis hermanos hacen me pertenecen”.
Recibimos todos los regalos que dan nuestros hermanos y también recibimos los regalos que nosotros
damos. Por supuesto, también es verdad a la inversa: todo lo que cualquiera da lo reciben todos y
también reciben todos los regalos que nosotros damos. Todos reciben todo. Es así porque todos somos
uno.

“Cada uno de ellos permite que un error pasado desaparezca sin dejar sombra alguna en la santa mente
que mi Padre ama” (1:2). Los regalos de los que estamos hablando son regalos de perdón, cuando
dejamos que un error pasado se vaya, en lugar de aferrarnos a un resentimiento o queja que no lo
perdona. Cuando doy un regalo de perdón, yo soy bendecido porque las sombras de ese error pasado
desaparecen de mi mente. Las sombras ya no oscurecen más la verdad de mi hermano, mi perdón me
muestra al Cristo en él.

Por lo tanto, no sólo recibimos un regalo cada vez que alguien lo da, (una sonrisa, una palabra de
piedad, un acto de amor) sino que ¡también recibimos un regalo cada vez que alguien recibe un regalo!
“Su gracia se me concede con cada regalo que cualquier hermano haya recibido desde los orígenes del
tiempo, y más allá del tiempo también” (1:3). Cuando Jesús miró a la mujer pillada en adulterio, le
dijo: “Yo tampoco te condeno, vete y no peques más”, ella recibió Su regalo de perdón, y yo recibí un
regalo al igual que ella.

La lección dice que nuestras arcas están llenas (1:4). “Los ángeles vigilan sus puertas abiertas para que
ni un solo regalo se pierda, y sólo se puedan añadir más” (1:4). El hecho de que no seamos conscientes
de estos regalos no influye en ellos, no pueden perderse. Cada pensamiento amoroso se atesora y
guarda para nosotros, no se pierde ni uno solo. El tesoro de amor continúa creciendo, tal como Dios
continúa expandiéndose y extendiéndose eternamente.
¿Sabes? Si pudiéramos aprovecharnos de esos pensamientos nuestras vidas cambiarían por completo.
Nos están llegando e inundando regalos de amor en cada momento. Tenemos la abundante herencia de
todo el amor todo el tiempo “y más allá del tiempo también” (1:3), para recurrir a él y hacer uso de él.
¡Nuestra perspectiva está tan terriblemente oprimida por el aislamiento que nos hemos impuesto a
nosotros mismos! No tenemos ni idea de la riqueza y abundancia que tenemos.

Pero puedo entrar hoy, ahora, en este mismo instante, en mi almacén de tesoros. Puedo “llegar allí
donde se encuentran mis tesoros, y entrar a donde en verdad soy bienvenido y donde estoy en mi casa,
rodeado de los regalos que Dios me ha dado” (1:5). Puedo recordar todos los regalos que tengo y
garantizármelos a mí mismo al darlos, como nos aconseja la Lección 159:

No hay milagro que no puedas dar, pues todos te han sido dados. Recíbelos
ahora abriendo el almacén de tu mente donde se encuentran y dándoselos al
mundo. (L.159.2:4-5)

El almacén de tesoros es mi mente, los regalos están todos allí. Puedo reconocer que los tengo al
darlos. Es como mantener la circulación funcionando. Y puesto que todos los regalos que les doy a mis
hermanos son míos, darlos es la manera en que reconozco que los tengo y la manera de conservarlos.
Ésa es otra manera de entender la lección: Los únicos regalos que tengo son los que doy. Así que hoy
daré amor y dicha a mis hermanos. Ofreceré paz mental a todos. Al hacerlo, los regalos serán míos.

Si nos sentimos inseguros acerca de cómo reclamar y reconocer todos estos tesoros, esta avalancha de
bendiciones, podemos unirnos en la oración que cierra la lección, que expresa el hecho de que no los
reconocemos todos los regalos todavía, y pedimos instrucciones para hacerlo:

Padre, hoy quiero aceptar Tus regalos. No los reconozco. Mas confío en que Tú que
me los diste, me proporcionarás los medios para poder contemplarlos, ver su valor
y estimarlos como lo único que deseo. (2:1-3)

¿Qué es el Juicio Final? (Parte 6)

L.pII.10.3:2

Tener miedo de la gracia redentora de Dios es tener miedo de liberarte


totalmente del sufrimiento, del retorno a la paz, de la seguridad y la felicidad,
así como de tu unión con tu propia Identidad. (3:2)

Si en el Juicio final no hay condena, si todos nosotros estamos libres de todos nuestros
errores y de todos los efectos que parecían tener, ¡qué locura tener miedo al Juicio Final!
Los evangelistas de la calle proclaman con sus pancartas: “¡Prepárate para encontrarte con
tu Dios!”, están transmitiendo un mensaje de miedo: “¡Ten cuidado! Pronto estarás ante el
trono de Cristo para ser juzgado, y si no estás preparado, serás condenado”. En el Curso,
Jesús nos dice que no hay razón para el miedo. Tener miedo al Juicio de Dios es tener miedo
a todo lo que queremos: la completa liberación del sufrimiento. El Juicio de Dios no
condena, sino que salva.

Sufrimos debido a nuestra culpa, el perdón nos libera. Sentimos angustia debido a nuestro
miedo, el perdón nos devuelve la paz y la seguridad y alegría. Vivimos alejados de nuestra
Identidad debido a nuestra creencia en el pecado, pero el perdón nos devuelve la unión con
nuestro Ser.

Nuestro miedo a Dios está profundamente arraigado. Cuando Dios se acerca, reaccionamos
como un animal salvaje atrapado, feroz, cruel y aterrorizado. ¡Oh, alma mía! ¡Él sólo viene
con sanación y liberación! Él viene a traernos todo lo que siempre hemos querido y más. No
tengas miedo. En el nacimiento de Jesús, “El ángel les dijo: ‘No temáis pues os anuncio una
gran alegría, que lo será para todo el pueblo’” (Lucas 2:10). Eso es lo que se nos pide que
creamos, que debajo de toda la apariencia de terror, de muerte y de venganza que hemos
puesto encima, la creación de Dios es pura dicha, puro amor, pura paz, perfecta seguridad.
Dios nos espera, no para castigarnos sino para acogernos para siempre en Sus amorosos
brazos.

LECCIÓN 317 - 13 NOVIEMBRE

“Sigo el camino que se me ha señalado”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

“Tengo una misión especial que cumplir, un papel que sólo yo puedo
desempeñar” (1:1).

Tengo un lugar reservado para mí en el plan de la Expiación. Es algo que está especialmente
planeado que yo haga, y hasta que encuentre y lleve a cabo mi parte, “la salvación espera”
(1:2). Mi creencia en la locura de la separación tiene que ser sanada para que la sanación
sea completa.

Creo que cada uno tiene un papel especial que desempeñar en la salvación. Todos tenemos
una “función especial” que cumplir, y parte de seguir al Espíritu Santo consiste en aprender
a descubrir cuál es ese papel. Puede que no sea algo grande a los ojos del mundo. Podría ser
la sanación de una relación especial determinada. Podría ser, como en el caso de Helen
Schucman, llevar un mensaje de Dios al mundo. Podría ser criar y educar niños desde la
perspectiva de una mente que ha sanado. Podría ser atender un mostrador, escuchar a los
clientes y perdonarles. Pero tenemos una función y tenemos que encontrarla y llevarla a
cabo.

Sea cual sea, siempre será alguna forma de sanación, de deshacer la culpa, de reconocer al
Cristo en aquellos que nos rodean. Será una función que, de alguna forma, da y trae la
gracia al mundo, pues todas las funciones dentro del plan de Dios entran en esta categoría
general. Nuestra función aquí es la sanación.

Cuando encuentre mi función, encontraré mi felicidad, pues la felicidad es mi función. Esto


es lo que elijo hoy. Padre, hoy digo:

“Iré don Tú quieres que vaya, haré lo que Tú quieres que haga. Siempre Te amaré”.

Todos mis pesares desaparecerán en Tu abrazo. (2:5)

¿Qué es el Juicio Final? (Parte 7)

L.pII.10.4:1
El Juicio Final de Dios es tan misericordioso como cada uno de los pasos de Su
plan para bendecir a Su Hijo y exhortarlo a regresar a la paz eterna que
comparte con él. (4:1)

El plan de Dios y su final se caracterizan por una cosa: la misericordia. El resultado final es
misericordioso, y cada paso a lo largo de nuestro aprendizaje será misericordioso. Dios
tiene un plan, y ese plan es llamarnos a “regresar a la paz eterna que comparte con”
nosotros. Cualquier parte de ese plan es misericordiosa.

Algunas veces, aunque pensemos que el final será misericordioso, pensamos que las
dificultades, el dolor y el sufrimiento son necesarios en el camino. Yo no lo creo. Pienso que
la naturaleza misericordiosa del resultado está también en todo el camino. Cada parte de él
está dirigido a liberarnos del sufrimiento. “No hay que sufrir para aprender” (T.21.I.3:1).
Cuando, en nuestra ceguera, elegimos dolor, puede ser usado para enseñarnos; pero no es necesario
que sea de ese modo. El único deseo de Dios es liberarnos de nuestro sufrimiento.

Y al final, Él nos liberará. Al final, conoceremos la totalidad de Su misericordia, la firmeza de Su


Amor, y el brillante esplendor de Su dicha. En el corazón del universo, Dios es una extensión infinita
de bienvenida.

LECCIÓN 318 - 14 NOVIEMBRE

“Yo soy el medio para la salvación, así como su fin”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Dicho de manera más sencilla, la meta de la salvación es lo que yo ya soy, y el medio para traer
la salvación también soy yo. Yo soy lo que es la salvación, y yo soy el camino para llegar allí.

La salvación es el reconocimiento de la unidad, entonces, “¿cómo podría haber un solo


aspecto que estuviese separado o que tuviese mayor o menor importancia que los demás?”
(1:3). Los medios para la salvación no están en alguna otra parte de la salvación de la que
yo estoy separado. La totalidad es de lo que se trata, por lo tanto, los “medios” de llegar allí
y el “allí” al que nos dirigimos deben ser lo mismo y, por lo tanto deben estar dentro de mí.

“Yo soy el medio por el que el Hijo de Dios se salva, porque el propósito de la salvación es
encontrar la impecabilidad que Dios ubicó en mí” (1:4).

La inocencia ya está aquí, en mí, donde Dios la puso. Entonces, puesto que el propósito de
la salvación es encontrar esa inocencia, yo tengo que ser el medio mediante el cual tiene
lugar la salvación.

Me encantan estas frases que siguen a continuación. Para mí, si permito que mi incredulidad
desaparezca por un momento lo suficientemente largo para sentir la importancia de estas
palabras, “conseguiré” lo que dicen:
Fui creado como aquello tras lo cual ando en pos. Soy el objetivo que el mundo
anda buscando. Soy el Hijo de Dios, Su único y eterno amor. Yo soy el medio
para la salvación, así como su fin”. (1:5-8)

Soy lo que estoy buscando porque Lo he sido desde que fui creado. Estoy buscando
únicamente mi Ser, y ¿dónde puedo encontrar mi Ser sino en mí? Ésta es una búsqueda cuyo
éxito está garantizado porque ya soy lo que estoy buscando. La única razón de que parezca
ser un viaje de búsqueda es porque he olvidado lo que soy. No hay que ir a ningún sitio.

Intenta repetirte a ti mismo varias veces: “Yo soy la meta que el mundo está buscando”.
Date cuenta de los pensamientos que surgen para negar lo que estás diciendo, y míralos de
frente. Date cuenta de que es lo que crees acerca de ti mismo lo que te impide decir estas
palabras de todo corazón y sin dudas.

Pensamos que tenemos la enfermedad del pecado, y que estamos buscando su curación. Una
enfermedad de culpa y de separación. Pero ¡la búsqueda es parte de la enfermedad! De
hecho, no hay enfermedad, y sólo la búsqueda hace que parezca que existe. Si durante un
momento podemos dejar de creer que estamos separados, nos daremos cuenta de que no lo
estamos. La verdad vendrá por sí misma. Relájate, estás bien. Nuestra única necesidad es
aceptar la Expiación, aceptar nuestra unidad con Dios, darnos cuenta de que la iluminación
es sólo un “darse cuenta”, y no un cambio. No tenemos que cambiar, tenemos que aceptar lo
que siempre hemos sido.

Permíteme hoy, Padre mío, asumir el papel que Tú me ofreces al pedirme que
acepte la Expiación para mí mismo. Pues lo que de este modo se reconcilia en mí
se reconcilia igualmente en Ti. (2:1-2)

¿Qué es el Juicio Final? (Parte 8)

L.pII.10.4:2-6

El Juicio Final es únicamente Amor. Es Dios reconociendo a Su Hijo como Su Hijo (4:3). En el
examen final, el Amor de Dios a nosotros es lo que “sanará todo pesar, enjugará todas las
lágrimas, y nos despertará tiernamente de nuestro sueño de dolor” (4:3). Podemos pensar, y
ciertamente lo pensamos, que algo distinto al Amor de Dios podrá hacer eso por nosotros.
Debemos pensar eso, o de otro modo, ¿por qué pasamos tanto tiempo buscándolo? Sin
embargo, el Amor continúa esperando a que lo recibamos. Seguimos buscando en cualquier
otro sitio porque, en nuestra locura, tenemos miedo del Amor que se nos está ofreciendo.

Nuestro ego nos ha enseñado a tener miedo a Dios y a Su Amor. Tenemos miedo de que, de
algún modo, nos tragará y nos hará desaparecer. Pero ¿podría hacer eso el Amor y seguir
siendo Amor? Se nos dice dos veces (4:2, 4:4) que no tengamos miedo al Amor. Que es el
único modo de mirar a todo lo que estamos aprendiendo: no tener miedo al Amor. En lugar
de eso, se nos pide que “le demos la bienvenida” (4:5). Y es tu aceptación del Amor, y la
mía, la que salvará y liberará al mundo.

Tenemos miedo de que, al abrirnos al amor, nos harán daño. A menudo nos parece que
tomar el camino del amor es tomar el camino de la debilidad. Se le da tanta importancia a
tener cuidado del Número Uno, a establecer nuestros límites, a mantener nuestras
distancias, a evitar que nos ataquen. Esas cosas tienen su lugar para estar seguros, y sin
embargo, a veces pienso que son excusas para la separación, excusas para permanecer
aislados, excusas para evitar el amor. Dar amor parece difícil, y recibirlo todavía más
difícil. Sin embargo, al final abrirnos tanto a dar como a recibir amor, que en realidad son lo
mismo, es todo lo que se necesita. Somos amor, y únicamente al abrirnos completamente al
Amor, descubriremos esa verdad de nuestro propio Ser.

LECCIÓN 319 - 15 NOVIEMBRE

“Vine a salvar al mundo”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

El Curso es muy claro aquí acerca de que nuestro propósito, el de cada uno de nosotros, es la
salvación del mundo. Éste es muy diferente del propósito para el que el ego vino al mundo, que
es encontrar un lugar en el que Dios no pudiese entrar, escondernos de Dios, por así decirlo, y
finalmente morir. Pero el Espíritu Santo tiene un propósito diferente para todo lo que ha
inventado el ego para sus fatales propósitos. Nuestro propósito aquí es llevar el mundo a la luz
al permitir que seamos transformados, convirtiéndonos en extensiones de Dios en el sueño, para
despertar a todos nuestros hermanos junto con nosotros.

Decir: “Estoy aquí para salvar al mundo”, que es lo mismo que el título de la lección, nos parece
muy arrogante, pero “he aquí un pensamiento del que se ha eliminado toda traza de
arrogancia” (1:1). No es arrogante porque es la verdad, esto es para lo que Dios nos creó, y
la función que nos dio. Decir lo contrario es arrogante porque se opone a la verdad e intenta
inventar un papel para nosotros que no es el nuestro.

Cuando nuestra arrogancia desaparece, “la verdad viene inmediatamente” (1:3) para llenar
el lugar que ha quedado vacío. Los papeles que nos hemos inventado para nosotros mismos
están impidiendo e interfiriendo con la función que Dios nos ha dado. La razón por la que
pensar que estamos aquí para salvar al mundo no es arrogante es que “lo que uno gana se le
concede a todos” (1:6). Así que, aceptar nuestra función como salvadores significa que lo
aceptamos por todos, nuestros hermanos se convierten en nuestros salvadores tal como
nosotros nos convertimos en los suyos. Si la Voluntad de Dios es total (2:1), entonces el
propósito de Dios debe ser total, debe ser la salvación de todo el mundo (2:3), no sólo la
mía y la tuya y la de nuestra hermana Susana.

La Voluntad de Dios es llevar el mundo al hogar a la unidad y, por lo tanto, es “la Voluntad
que mi Ser ha compartido Contigo” (2:4). Es también mi voluntad. Estamos aquí para la
sanación de todas las mentes. Nuestra voluntad es que todos despierten al amor, y ése es nuestro
único propósito de estar aquí.

“Vine a salvar al mundo”. Repítete esto a ti mismo, recordártelo es un ejercicio importante. Otro
modo de decir esto es: “Estoy aquí únicamente para ser útil”. Que me acuerde de esto hoy. No
estoy aquí para hacerme famoso, para hacer dinero, o para lograr cosas pasajeras que considero
mis metas. Estoy aquí para ayudar. Estoy aquí para sanar. Estoy aquí para bendecir. Estoy aquí
para salvar al mundo.

¿Qué es el Juicio Final? (Parte 9)


L.pII.10.5:1

Este es el juicio Final de Dios: "Tú sigues siendo Mi santo Hijo, por siempre
inocente, por siempre amoroso y por siempre amado, tan ilimitado como tu
Creador, absolutamente inmutable y por siempre inmaculado. (5:1)

Leo estas frases una y otra vez, siento que necesito oírlas a menudo, porque soy consciente
de la parte de mi mente que no lo cree.

Soy inocente para siempre. Y sin embargo, a veces me siento culpable. He hecho cosas en
mi vida de las que no me siento orgulloso. He fallado a otros. No he estado allí cuando
esperaban que estuviera allí. He abandonado al amor. He dicho cosas con la intención de
hacer daño. He engañado. Como todos, tengo un montón de cosas que lamento del pasado.
Pero Dios me ve siempre inocente. Para mí, una de las frases más conmedoras del Curso es:
“Tú no has perdido tu inocencia” (L.182.12:1). A veces pienso que la mejor definición del
“milagro” es el cambio de percepción que nos permite vernos a nosotros mismos
completamente inocentes. Para nosotros es extremadamente difícil ver esto de nosotros
mismos, para mí esto es uno de los principales valores de una relación santa. El Curso nos
dice que solos no podemos vernos a nosotros mismos completamente inocentes,
necesitamos a otro con quien aprender esto juntos.

Soy amoroso para siempre. De nuevo, hay pruebas en mi pasado que contradicen esto. El
Curso dice que eso es falso, que no estamos viendo la totalidad de la imagen, y que lo que
parecía ser no amoroso era en realidad nuestro propio miedo y una petición de amor.
Sentimos dolor por lo que hemos hecho, pero el Juicio Final nos liberará de ese dolor para
siempre, y podremos ver que siempre hemos sido amorosos y que lo somos para siempre.
Nada de lo que hemos hecho ha cambiado esto.

Soy amado por siempre. ¡Ah! Esto es a veces difícil de creer, y por las mismas razones: no
nos sentimos dignos de ser amados y a veces no nos amamos a nosotros mismos. Recuerdo
haber participado en una meditación guiada en la que me sentí dirigido a extender amor,
bendiciones y comprensión compasiva a cada uno de los de la sala, y luego a los del barrio,
y después al mundo entero. Y luego imaginarme a mí mismo mirando hacia abajo al mundo
desde arriba, para verme a mí mismo sentado allí y extender ese mismo amor, bendiciones y
comprensión compasiva a mí mismo. Sentí que algo se derretía muy dentro de mí, la
severidad de los juicios a mí mismo se derretía cediéndole el lugar a la compasión, y lloré
¡Qué duros somos con nosotros mismos! ¡Y qué pocas veces nos damos cuenta de lo
fuertemente que nos atamos a nosotros mismos al banquillo del juicio y de los acusados!

Soy tan ilimitado como mi Creador. Eso pone a prueba mi credulidad y mi comprensión. El
lugar al que el Curso nos está llevando, donde se comprende que esto es verdad, está
mucho más allá de lo que nos imaginamos.

Soy absolutamente inmutable, sin cambios. La experiencia del cambio constante, de los
cambios de humor, de los altibajos, no es lo que yo soy. El Curso me dice: “No eres tú el que
es tan vulnerable y susceptible de ser atacado que basta una palabra, un leve susurro que no te
plazca, una circunstancia adversa o un evento que no hayas previsto para trastornar todo tu
mundo y precipitarlo al caos” (T.24.III.3:1). Eso es lo que pienso que soy, pero eso no soy yo,
no mi verdadero Ser.

Soy absolutamente inmaculado para siempre. Puro significa sin contaminación, sin cambio
ni alteración. A menudo me siento como una mezcla enfermiza de bondad, maldad e
indiferencia. Eso no es lo que yo soy. Yo soy puro, sin mezclas.
Y en el Juicio Final de Dios yo sabré esto, lo sabré todo. Puedo saberlo ahora. Puedo oír Su
Voz a mí hoy, ahora, en el instante santo. Este mensaje es lo que se me comunica sin
palabras cada vez. Entro en Su Presencia. Este mensaje es lo que se me da a mí, y a ti, para
compartirlo con el mundo.

LECCIÓN 320 - 16 NOVIEMBRE

“Mi Padre me da todo poder”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Aquellos de nosotros que no han estudiado la Biblia, o los Evangelios en concreto, puede que
no reconozcan estas palabras como parecidas a las que dijo Jesús poco después de la
resurrección: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18). Me parece
significativo que el Curso ponga estas palabras en nuestra boca. Es una indicación del plano de
igualdad con Jesús en que nos pone. Él no era algo diferente a nosotros, todos nosotros junto
con Él somos Hijos iguales de Dios. Él está un poco más avanzado en el tiempo (o quizá, fuera
del tiempo), pero con la misma naturaleza. Todos somos el Hijo de Dios, juntos, tal como Dios
nos creó.

Esta sección se extiende acerca de que el Hijo de Dios no tiene límites, que se menciona en
“¿Qué es el juicio Final?” Allí, Dios dice: “"Tú sigues siendo Mi santo Hijo… tan ilimitado
como tu Creador, absolutamente inmutable y por siempre inmaculado” (L.pII.10.5:1). Aquí
se nos dice que somos (como Hijo de Dios) “ilimitado”, “el Hijo de Dios no tiene límites”
(1:1), sin límites en ninguna de nuestras cualidades, ya sea fortaleza, paz, dicha, o no
importa qué. Fortaleza sin límites, paz sin límites, dicha sin límites. Para ser honesto, no
puedo imaginarme cómo es la dicha sin límites, y sin embargo esta lección dice que es mía.
Conozco la dicha. Conozco una gran dicha. A veces soy tan dichoso que apenas puedo
contenerla. Pero, ¿dicha sin ningún límite en absoluto? ¿Cómo tiene que ser?

Pienso que todos ponemos límites mentales a nuestra fortaleza, a nuestra paz y a nuestra
dicha. Y, en realidad, a nuestra felicidad. ¿No has tenido nunca la sensación de que, de
algún modo, es peligroso ser demasiado feliz? Pensamos: “¡Cuidado! No queremos
convertirnos en bobos dichosos”. Sin embargo, la característica del Hijo de Dios es la dicha
sin límites. ¿Cómo llegar a conocerla como nuestra si le ponemos límites a nuestra dicha?
Nuestro ego actúa como un administrador del motor interno de felicidad y dicha, podemos
llegar hasta un punto de felicidad, y luego la energía parece apagarse. Necesitamos
abandonar a ese administrador.

¿Creo realmente que lo que quiero junto a mi Creador “se hace”? (1:3). ¿Creo que lo que mi
voluntad dispone no puede ser negado? (1:4) Hay algunos que tienen un atisbo de esto, y
son aquellos que parecen lograr tantas cosas en su vida, negándose a creer que lo que
quieren no puede ocurrir. En lugar de ello, se dan cuenta de que tiene que ocurrir.

Por supuesto, aquí no estamos hablando sólo de cosas terrenales. Éste no es el mensaje del
dominio de la voluntad, o del control de nuestro entorno por la fuerza de nuestra voluntad.
Esto se refiere a nuestra voluntad “santa”, unida a la Voluntad de Dios, que se expresa en la
extensión de Su Ser. En esto tenemos poder sin límites. En esto, “Tu Voluntad puede hacer
cualquier cosa en mí y luego extenderse a todo el mundo a través de mí” (2:1). Cada uno de
nosotros puede ser una fuerza ilimitada para el bien y para Dios si dejamos a un lado la creencia
en las limitaciones. Por ejemplo, el poder del amor no tiene límites porque no hay nada real que
se le oponga.

Padre, hoy voy a examinar mis pensamientos y buscar las creencias en límites que impiden que
Tu poder actúe en mí y a través de mí. Que las reconozca como falsas y que me abra a Tu gran
poder, actuando a través de mí para extenderse a todo el mundo.

¿Qué es el Juicio Final? (Parte 10)

L.pII.10.5:2-3

“Despierta, pues, y regresa a Mí. Yo soy tu Padre y tú eres Mi Hijo”. (5:2-3)

El Juicio Final de Dios termina con esto, completando la afirmación que tratamos ayer. Nos
cuesta mucho aceptar todas las cosas que aquí se mencionan que Dios está diciendo de
nosotros. Necesitamos despertar del sueño en el que su opuesto parece verdadero, y regresar
al Padre que nunca ha dejado de amarnos con un amor eterno. “Tú eres Mi Hijo”. Eso es lo
que todos deseamos de verdad oír, y todos nosotros (como el hijo pródigo en la Biblia)
tenemos miedo de haber perdido el derecho a oírlas. El hijo pródigo estaba tan lleno de
culpa que regresó a su padre esperando que, en el mejor de los casos, fuese aceptado y
tratado como un criado. En lugar de eso, recibió la bienvenida con un banquete. Su padre
salió a su encuentro en el camino.

¿Tenemos miedo de acercarnos a Dios? ¿Dudamos de dirigirnos a Él? ¿Nos sentimos


avergonzados acerca de cómo hemos vivido y de lo que hemos hecho con los regalos que Él
nos ha dado? Él no está enfadado. Él no está avergonzado de nosotros. Lo único que Él sabe
es que somos Sus Hijos, los que Él ama. Y nos está llamando para que regresemos a Él, para
que salgamos de la pesadilla en la que nos hemos perdido y olvidado de nosotros mismos,
nos está esperando para darnos la bienvenida una vez más a Sus amorosos brazos.

LECCIÓN 321 - 17 NOVIEMBRE

“Padre, mi libertad reside únicamente en Ti”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Esta lección, como muchas en esta última parte del Libro de Ejercicios, está escrita desde la
perspectiva de una persona que está entrando en las últimas etapas del viaje al hogar. Ésta
es la canción de alguien cuyas dudas han terminado, cuya decisión a favor del Reino de
Dios es firme y clara. En palabras del “Desarrollo de la Confianza” del Manual para el
Maestro:

El maestro de Dios ha llegado a un punto en su progreso desde el que puede ver


que en dicho aprendizaje radica su escape. "Renuncia a lo que no quieres y
quédate con lo que sí quieres." (M.4(A).6:5-6)
Éstas son las palabras de alguien que se ha dado cuenta de que la paz de Dios es todo lo que
quiere.

“No entendía lo que me podía hacer libre, ni lo que era mi libertad o adónde ir a buscarla” (1:1).
Nuestra libertad está únicamente en Dios. Al principio creíamos lo contrario. Ser libre parece
ser independiente. ¿Cómo puede encontrarse la libertad en aceptar la Voluntad de Dios? ¿No es
eso esclavitud? Únicamente cuando nos damos cuenta de que nuestra voluntad es la Voluntad de
Dios, que nuestra voluntad y la Suya son una y la misma, podemos darnos cuenta de que hacer
la Voluntad de Dios es la libertad perfecta porque es lo que verdaderamente queremos, y para lo
que fuimos creados. “Padre, mi voluntad es regresar” (1:9).

No sabiendo lo que es la libertad, la hemos buscado donde no se puede encontrar: usando


nuestra voluntad independiente en este mundo. Hasta que oímos la Voz de Dios guiándonos y
respondemos, no podemos encontrar la libertad. “Ahora ya no deseo seguir siendo mi propio
guía” (1:3). Nuestra libertad está en aceptar un nuevo Guía. Está en renunciar a ser nuestro
propio maestro (T.12.V.8:3) y en aceptar otro Maestro. Está en abandonar nuestras metas
independientes y aceptar la única meta que todos juntos compartimos.

Libertad es la libertad de ser todo lo que yo soy. Libertad es la libertad de expresar mi


naturaleza sin obstáculos. Mi naturaleza es amor, mi naturaleza es la santidad de Dios Mismo.
Mi única libertad está en ser lo que yo soy porque Dios me creó. Intentar ser algo diferente es
esclavizarme a mí mismo, estrechar mi alma a una forma que no tiene. Libertad es enseñar y ser
únicamente amor porque eso es lo que soy.

Que hoy abandone gustosamente mis opiniones acerca de lo que soy, y que acepte lo que Dios
me dice que soy. Que abandone la falsa e ilusoria libertad que me he enseñado a buscar, y que
acepte la única libertad que es real, en alegre rendición a mi propia naturaleza. A lo único que
me rindo es a mi Ser. El único sacrificio posible es el de las ilusiones. Cuando llegue al
momento de estar dispuesto a oír sólo la Voz que habla por Dios, podré decir:

El camino que conduce hasta Ti por fin está libre y despejado. (1:7)

¿Qué es la creación? (Parte 1)

L.pII.11.1:1-2

Ésta pregunta es una que a menudo se hacen los alumnos del Curso. El Curso habla a
menudo de “tus creaciones”, y sin embargo parece que nunca dice exactamente y
claramente lo que son esas creaciones. Nos dice que nuestro proceso de creación continúa
intacto a pesar de que no somos conscientes de nuestras creaciones, y que todas ellas las
guarda a salvo el Espíritu Santo. Hay una descripción de nosotros entrando al Cielo y
recibiendo la bienvenida de nuestras creaciones, como si fueran seres vivos.

Tenemos una idea fundamental equivocada que nos hace difícil entender lo que son las
creaciones. Por ejemplo, creemos que Dios creó este mundo. Por lo tanto, cuando pensamos
en la creación, pensamos en algo físico y material. Pensamos que nuestras creaciones son
algo de este mundo. Sin embargo, el Curso nos dice claramente que todo este mundo es una
ilusión, una creación falsa de nuestra mente. ¿Cómo podrían estar aquí nuestras creaciones?

Entonces, mis creaciones no pueden ser algo como un libro que escribo, una relación que
establezco, una familia o un negocio. Mis creaciones no son objetos que se pueden tocar.
Tienen que ser pensamientos.
La creación es la suma de todos los Pensamientos de Dios, en número infinito y
sin límite alguno en ninguna parte. (1:1)

“Pensamientos” está en mayúscula, así que sabemos que se refieren al Hijo de Dios. El
Cristo. De nuevo, no estamos acostumbrados a considerar iguales a los pensamientos y a los
seres vivos. No pensamos en los pensamientos como seres que están vivos, no pensamos en
los seres vivos como “sólo” pensamientos. El Curso nos enseña que somos únicamente
pensamientos en la Mente de Dios. Inmediatamente suponemos algún tipo de existencia
material cuando pensamos en un ser vivo. A lo largo de todo el Curso se nos está intentando
enseñar que los seres vivos son ciertamente pensamientos, espíritu, nada relacionado con lo
material. “No eres un cuerpo” (L.91.5:2) significa más que una simple advertencia de no
estar limitados por el cuerpo, significa que somos algo completamente diferente a lo
material. La parte esencial de nosotros no es materia en absoluto. Somos espíritu. Somos
pensamiento.

Sólo el Amor crea, y únicamente a Su semejanza. (1:2)

De todo esto debería estar claro que “creaciones” son “pensamientos de amor”. Si sólo el Amor
crea, las creaciones deben ser los efectos del Amor. Si las creaciones son pensamientos,
entonces tienen que ser pensamientos de amor.

“Sólo el Amor crea, y únicamente a Su semejanza. El Amor siempre crea más amor. Me parece
que la creación es algo circular, como un campo de energía que se mantiene a sí mismo, cada
parte apoyando a la otra, un ciclo de creación sin fin.

El Curso nos enseña que Dios, al ser Amor, no tiene otra necesidad que la de extenderse a Sí
Mismo. Puesto que somos extensiones de Su Ser, tenemos la misma necesidad única: “Puesto
que el amor se encuentra en ti, no tienes otra necesidad que extenderlo” (T.15.V.11:3)

Al igual que tu Padre, tú eres una idea. Y al igual que Él, te puedes entregar
totalmente sin que ello suponga ninguna pérdida para ti y de ello sólo se puedan
derivar ganancias. (T.15.VI.4:5-6)

Esto es lo que aprendemos en la experiencia del instante santo. Somos pensamientos de Amor,
sin otra necesidad que la de extender amor. En nuestras relaciones, estamos aprendiendo a
abandonar nuestras necesidades “personales” imaginarias, y a dedicar nuestras relaciones a “la
única necesidad que los Hijos de Dios comparten por igual”: la extensión del amor. A través de
este reflejo del amor en la tierra, aprendemos a ocupar de nuevo nuestro lugar en la creación
eterna del Cielo.

LECCIÓN 322 - 18 NOVIEMBRE

“Tan sólo puedo renunciar a lo que nunca fue real”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

No puedo renunciar a nada real: “Tal como Tú me creaste, no puedo renunciar a nada que Tú me
hayas dado” (2:3). La idea de sacrificio no está en la Mente de Dios ni en el sistema de
pensamiento del Curso. ¡Oh, se nos pide que renunciemos a cosas! El Curso incluso nos pide
que renunciemos al mundo entero, pero “no con una actitud de sacrificio” (T.30.V.9:4-5). La
cuestión de esta lección es muy simple. Es que nada a lo que yo puedo renunciar es real. “Lo único
que sacrifico son las ilusiones, nada más” (1:1).

Recuerdo una ocasión en una relación en que yo quería casarme, y la señora en cuestión no
quería, me sentí como si estuviese perdiendo y sacrificando algo al renunciar a mi sueño.
Luego me di cuenta de que estaba renunciando a algo que nunca había tenido. Me trajo a la
mente la conocida frase que dice: “Si amas algo, déjalo ir. Si te vuelve es que era tuyo. Si
no te vuelve, es que nunca lo fue”. En aquella ocasión, pude renunciar a la ilusión, y al
hacerlo, quedarme con la realidad de una relación profundamente amorosa que no estaba
destinada a acabar en matrimonio, una relación que duró durante años y que me trajo más
satisfacción que cualquier relación matrimonial que yo haya visto entre mis amigos.

Las ilusiones que tratamos de conservar nos están ocultando los verdaderos regalos de Dios.
Por ejemplo, la idea de que podemos encontrar nuestra felicidad en una relación romántica
es uno de los sustitutos del ego de la realidad de nuestra relación con Dios y con todos los
seres vivos. Una relación íntima, amorosa, es algo maravilloso, pero puede ser un obstáculo
para nuestra paz si hacemos de ella un ídolo, esperando que nos dé todo, o empeñándonos
en que sabemos cómo tiene que ser para que nos agrade.

“Y a medida que éstas desaparecen, descubro los regalos que trataban de ocultar, los cuales
me aguardan en jubilosa espera, listos para entregarme los ancestrales mensajes que me
traen de Dios” (1:2). No sólo no perdemos nada al renunciar a las ilusiones, realmente
ganamos la realidad de lo que las ilusiones estaban sustituyendo. ¡Ésta es una situación en
la que sólo puedes ganar!

El miedo al sacrificio y a la pérdida es uno de los mayores obstáculos para nuestro progreso
espiritual. Y mientras pensemos que podemos perder algo real, no podemos avanzar.

Si se interpreta esto como una renuncia a lo que es deseable, se generará un


enorme conflicto. Son pocos los maestros de Dios que se escapan comple-
tamente de esta zozobra. (M.4.I(A).5:2-3)

La idea de sacrificio nos hace imposible juzgar lo que hacemos o lo que no queremos. Por
eso es tan importante que consultemos todas nuestras decisiones al Espíritu Santo. Y cuando
lo hacemos, a veces nos parecerá que nos está pidiendo que sacrifiquemos algo que
valoramos. De lo que no nos damos cuenta es de que el Espíritu Santo sólo nos está
enseñando que realmente no queremos lo que pensamos que queremos, Él sólo está
aclarando las intenciones de nuestra mente recta, que ya sabe que no tiene valor eso que
intentamos conservar.

“Y cada sueño sirve únicamente para ocultar el Ser que es el único Hijo de Dios…” (1:4). El
regalo detrás de cada sueño es el recuerdo de Quién realmente soy. El apego a los “regalos”
del ego sólo sirve para disminuir mi consciencia de ese Ser. No estoy pidiendo demasiado,
al contrario, estoy pidiendo demasiado poco. Estos regalos no son dignos de mi Ser. Lo que
Dios no da, no es real (2:4). Así pues, abandonemos hoy todo pensamiento que espera
alguna clase de pérdida y reconozcamos que, como Hijos de Dios, no podemos perder.

¿Qué pérdida podría esperar sino la pérdida del miedo y el regreso del amor a mi
mente? (2:5)

¿Qué es la creación? (Parte 2)


L.pII.11.1:3-5

Jamás hubo tiempo alguno en el que todo lo que creó no existiese. Ni jamás
habrá tiempo alguno en que nada que haya creado sufra merma alguna. (1:3-4)

Es muy difícil, si no imposible, que nuestra mente entienda algo que está fuera del tiempo.
Podemos imaginarnos la idea, pero sentirla está más allá de nuestra mente que piensa
únicamente en cosas relacionadas con el tiempo. Las creaciones del Amor están más allá del
tiempo, siempre lo han estado, y siempre lo estarán. No hay un antes y un después del Amor y
de Sus creaciones, es un eterno ahora.

Pensamos en la creación como traer a la existencia algo que antes no existía. Pero la idea del
Curso acerca de la creación es algo que siempre está completo y que siempre existe ahora. Toda
la creación siempre ha estado ahí, y siempre lo estará, y sin embargo la creación es continua. La
creación es un aumento constante de Ser, nunca menos, nunca más, nunca viejo y siempre
renovado. “Los Pensamientos de Dios han de ser por siempre y para siempre exactamente
como siempre han sido y como son: inalterables con el paso del tiempo, así como después
de que éste haya cesado” (1:5). Está diciendo, en otras palabras: “Soy tal como Dios me
creó” (L.94, L.110, L.162). Tú y yo somos esas creaciones “inalterables con el paso del
tiempo, así como después de que éste haya cesado”. No somos seres en construcción, con
nuestra realidad en el futuro todavía; tampoco somos seres de corrupción con nuestra pureza
desaparecida. Lo que somos ya es ahora, lo era antes del tiempo, y lo será cuando se acabe
el tiempo. Lo que cambia no forma parte de mí. Vernos a nosotros mismos como creaciones
de Dios es liberarnos a nosotros mismos de la tiranía del tiempo.

Tú y yo somos esas creaciones de Dios “inalterables con el paso del tiempo, así como después
de que éste haya cesado”

Padre, busco la paz que Tú me diste al crearme. Lo que se me dio entonces tiene
que encontrarse aquí ahora, pues mi creación fue algo aparte del tiempo y aún sigue
siendo inmune a todo cambio. La paz en la que Tu Hijo nació en Tu Mente aún
resplandece allí sin haber cambiado. Soy tal como Tú me creaste. (L.230.2:1-4)

LECCIÓN 323 - 19 NOVIEMBRE

“Gustosamente "sacrifico" el miedo”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

La lección de ayer terminaba con el pensamiento: ¿Qué pérdida podría esperar sino la pérdida
del miedo…? Y la lección de hoy aprovecha esa idea. Así que voy a perder, pero ¿todo lo que
voy a perder es el miedo? ¡Puedo vivir sin él! Perder el miedo no es un sacrificio. Voy a perder
mi miedo gustosamente.

Puede parecer que se me pide que renuncie a cosas valiosas y placenteras. Todo lo que se me
pide es “que abandone todo sufrimiento, toda sensación de pérdida y de tristeza, toda ansiedad y
toda duda” (1:1). El apego a cosas de este mundo (cosas que son frágiles y que no durarán)
siempre trae sufrimiento, pérdida y ansiedad. Puede que yo no me dé cuenta de ello pero la
atracción secreta del ego hacia esas cosas no es el placer que me dan, sino el dolor. Cuando
reconozca esa motivación del ego, seguramente abandonaré mi apego sabiamente.

Y cuando lo abandone, el Amor de Dios entrará “a raudales a mi conciencia” (1:1). ¿Quiero eso
hoy? ¿Qué el Amor de Dios entrará a raudales a mi conciencia? ¿Anhelo esa experiencia quizá
esta mañana? Entonces voy a sacrificar gustosamente el miedo. Voy a abandonarlo. Que
reconozca que al aferrarme a algo distinto a la meta de Dios me estoy aferrando al miedo, y que
lo abandone. Sí, Padre mío, hoy estoy dispuesto a hacer este “sacrificio”. Hoy voy a dejar de
tener miedo al Amor.

Siento que necesito recordarme a mí mismo que al renunciar a estas cosas no estoy renunciando
a nada real. Realmente no es renunciar. Estoy teniendo la ilusión de renunciar a algo, pero nunca
lo he tenido. Todo lo que estoy haciendo es “abandonar los auto-engaños y las imágenes que
venerábamos falsamente” (2:1). Esto es sólo “la deuda que tenemos con la verdad” (2:1). ¡Sólo es
ser honesto! Y cuando acepto la verdad, “la verdad regresa íntegra y llena de júbilo a nosotros”
(2:1). El engaño ha terminado y el Amor regresa a mi consciencia. La plenitud del regalo que es
eternamente mío, el amor, surge en mi memoria. Tiene sentido que cuando pago mi deuda con la
verdad, la verdad regresa a mí.

Cuando “el miedo ha desaparecido… lo único que queda es el amor” (2:4).

“Gustosamente "sacrifico" el miedo”

¿Qué es la creación? (Parte 3)

L.pII.11.2:1-3

Los “Pensamientos de Dios” se refieren a nosotros, los Pensamientos de Dios. La creación


es “la suma de todos los Pensamientos de Dios” (1:1), la suma total de todos los seres del
tiempo.

El Curso hace una afirmación sorprendente aquí: “Los Pensamientos de Dios poseen todo el
poder de su Creador” (2:1). En la Biblia se cuenta que Jesús lo dijo hacia el final de su vida:
“Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18). El Curso dice que todo
poder se nos da a nosotros como la Filiación, no sólo a Jesús. Lo que esto quiere decir es que Lo
que Dios puede hacer, nosotros podemos hacerlo. Somos Sus extensiones. Por lo tanto, tal como
Él crea, nosotros creamos también.

La razón por la que Dios comparte Su poder con nosotros es que “Él quiere incrementar el
Amor extendiéndolo” (2:2). En otras palabras, tenemos el poder de extender amor. Una
definición corta de “creación” podría ser la “extensión de amor”. Pero la forma del amor
que compartimos en este mundo no es la realidad del Amor, es sólo un reflejo del Amor del
Cielo. Nuestra experiencia del amor aquí en la tierra es siempre el intercambio de amor
entre seres separados, en el Cielo es la consciencia de la perfecta unidad. Sólo podemos
imaginar lo que es ese amor. Podemos tener atisbos de él en el instante santo, cuando las
barreras entre las mentes parecen desaparecer. En ese instante, hay una consciencia de que
la otra persona eres tú y de que tú eres la otra persona. Tú eres el amor en “ti”
extendiéndose a ellos, tú eres el amor en “la otra persona” extendiéndose a “ti”, y tú eres el
amor en ti amándote a ti mismo. Puede ser una experiencia que desorienta porque
literalmente empiezas a perder la pista de quien eres como individuo, y al mismo tiempo te
vuelves consciente de algo mucho mayor y que lo abarca todo, y eso es lo que eres.
Esas experiencias son maravillosas, y el Curso no desanima a que se pidan. Pero lo más
importante que hay que entender aquí es que la Creación, tal como el Curso habla de ella,
no es una experiencia terrenal sino una experiencia del Cielo. Es algo que está sucediendo
todo el tiempo, y nuestro sueño de separación no ha interrumpido la creación en absoluto.
Nuestra ilusión de separación no ha estropeado o perdido nada. Por eso el Curso puede
decirnos como en el tema de la última semana (El Juicio Final), que el Juicio Final de este
mundo es:

“sin propósito alguno. Y al no tener causa ni función ante los ojos de Cristo,
simplemente se disuelve en la nada”. (L.pII.10.2:2-3)

Si la Creación en el Cielo significa la extensión de Amor, ¿cuál es su semejante en nuestra


experiencia en la tierra? El Curso dice que el reflejo del Amor en la tierra es el perdón. Pienso
que el perdón es reconocer a la creación, en lugar de crear realmente.

LECCIÓN 324 - 20 NOVIEMBRE

“No quiero ser guía. Quiero ser simplemente un seguidor”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Aprender a seguir la orientación interior es una gran parte de hacer el Curso. Esa orientación es
la Voz que habla por Dios, el Espíritu Santo. Es parte de mí y parte de Dios. Al fin y al cabo
todo es Uno, pero mientras piense que estoy separado, sentiré esa Voz como una voz separada,
llamándome a volver al hogar: “Tu amorosa Voz siempre me exhortará a regresar, y me llevará
por el buen camino” (1:5).

Padre, necesito aprender que no estoy solo y que Algo o Alguien ha planeado “el camino que
debo recorrer, el papel que debo desempeñar, así como cada paso en el sendero señalado” (1:2).
Como me recordaba la Lección 321: “No entendía lo que me podía hacer libre, ni lo que era mi
libertad o adónde ir a buscarla”. De hecho, Tú has establecido el camino, y el Espíritu Santo es
la Voz que habla por Ti. Así que voy a seguir a “Uno que conoce el camino” (2:1). ¡Qué alivio
tener a Éste Uno en Quien confiar! Caminando por una selva oscura de caminos retorcidos y
confusos, ¡qué consuelo saber que tengo un Guía Que conoce cada detalle del camino! Debido a Él,
“no puedo perderme” (1:3).

Que hoy recuerde que Tú has establecido cada paso de mi camino. Cuando miro hacia atrás
Contigo, sé que es cierto: todo lo que he hecho ha sido para mi bien, todo ha funcionado
perfectamente para traerme exactamente donde estoy ahora. Incluso mis correrías estaban
perfectamente planeadas para enseñarme la falsedad de las ilusiones. Yo era un seguidor. Lo que
pensaba que eran desviaciones que me alejaban de Ti, eran realmente lecciones que me
acercaban al Hogar, y estoy agradecido por todos ellos. Que ahora mire al futuro con la
confianza que me da ese conocimiento: no puedo perderme. Cada persona, cada acontecimiento
y cada circunstancia de mi vida, vistas con la visión, hoy pueden ser un paso hacia el Hogar, un
medio de encontrar mi camino de regreso a Ti.

Si hoy me desvío, Padre, tráeme de regreso. Te doy las gracias por el bendito alivio de saber que
yo no tengo que resolver nada. Ha sido resuelto para mí. Puedo dejar que el día se desenvuelva
como venga, confiando en que todo ha sido perfectamente planeado por Ti para traerme tu
recuerdo a mi mente lo más rápidamente posible.

“No quiero ser guía” (el pensamiento de hoy). No quiero que se me conozca como guía de otros. No
sé el camino para mí, ¿cómo puedo saber el camino para otros? Algunos de mis hermanos pueden
seguirme; de hecho los traeré a mí con ese propósito. Pero todo lo que hago es seguir Tu Voz; si
alguien me sigue en este camino, no me están siguiendo a mí sino a Ti. Que siempre les recuerde eso
y nunca haga que nadie dependa de mí.

“No tenemos por qué rezagarnos, ni podemos soltarnos de Su amorosa Mano por más de un
instante” (2:2). Para Jesús, seis billones de años es “un instante” que no es nada en comparación con
la eternidad, tan pequeño que “no se perdió ni una sola nota del himno celestial” (T.26.V.3:5; 5:1,4). A
nosotros nos parece que nos rezagamos mucho más que un instante. Un ejemplo matemático que me
viene a la mente es éste: cuando dividimos un número entre otro, en cierto sentido los estamos
comparando. Cien dividido entre diez es diez, eso significa que comparado con diez, cien es diez veces
mayor. Lo interesante del número cero es que cualquier número, comparado matemáticamente con él,
es infinito. Imagínate dividir una línea en puntos de cero de ancho, en la línea hay un número infinito
de puntos de esos, da lo mismo que la línea sea de un centímetro o de un kilómetro de largo.

El “instante” es como el cero. La eternidad es infinita y, comparada con ella, todo el tiempo no es
literalmente nada. No se pueden comparar. El tiempo que pasamos retrasándonos, que a nosotros
nos parece tan largo, no es nada más que un instante, una parte infinitamente pequeña de nada, un
trozo de un sueño. Todos hemos tenido la experiencia de sueños que parecían durar horas o días, sin
embargo sucedió en unos pocos segundos de tiempo “real”.Y eso es todo lo que el tiempo es:

El tiempo es un truco, un juego de manos, una gigantesca ilusión en la que las


figuras parecen ir y venir como por arte de magia. No obstante, tras las
apariencias hay un plan que no cambia. El guión ya está escrito. (L.158.4:1)

Hay un plan detrás de las apariencias, y en eso es en lo que puedo confiar hoy. Siguiendo al
Espíritu Santo, sé que el final es seguro. Él “garantiza que llegaremos a salvo a nuestro hogar”
(2:4). Me puedo sentir destrozado y confundido, pero ¡no puedo estropear nada! Tengo un Guía
perfecto, y Él va a permanecer conmigo hasta que llegue al final y de nuevo caiga en los brazos de
mi Padre.

No quiero ser guía. Quiero ser simplemente un seguidor.

¿Qué es la creación? (Parte 4)

L.pII.11.2:4

Lo que Dios ha dispuesto que sea uno eternamente, lo seguirá siendo cuando el
tiempo se acabe, y no cambiará a través del tiempo, sino que seguirá siendo tal
como era antes de que surgiera la idea del tiempo. (2:4)

Dios ha dispuesto que toda la creación sea una Por lo tanto, es una. El tiempo no
puede cambiar nada de lo que Dios creó. El tiempo y el cambio parecen estar
estrechamente relacionados: cambio es lo que produce el paso del tiempo, y
parece imposible que pase el tiempo sin que haya cambios. Es imposible que la
creación de Dios pueda cambiar. La creación de Dios está completamente fuera
del tiempo, y el tiempo es sólo una ilusión, un sueño en el que el cambio es
posible.
Lo que somos juntos, como el Hijo de Dios, existía antes de que surgiera la idea
del tiempo, todavía existe durante el aparente paso del tiempo, y seguirá
existiendo como uno cuando se acabe el tiempo. El Hijo de Dios no se ve
afectado por lo que parece ocurrir en el tiempo, tal como el sol no se ve afectado
porque yo pase algunos de sus rayos a través de una lupa y los desvíe de su
camino, o como el océano no se ve afectado por un niño que arroja un palo al
agua. En otras palabras, nada le afecta. Ése es el poder de la Creación. Nada
puede cambiarla, es inmutable. Por lo tanto, soy inmutable cuando reconozco a
mi Creador.

Tu Ser se alza radiante en este santo júbilo, inalterado e inalterable por siempre
jamás. (L.190.6:5)

LECCIÓN 325 - 21 NOVIEMBRE

“Todas las cosas que creo ver son reflejos de ideas”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Esta lección es probablemente el mejor resumen de la teoría de la percepción del Curso:

Ésta es la clave de la salvación: lo que veo es el reflejo de un proceso mental que


comienza con una idea de lo que quiero. A partir de ahí, la mente forja una imagen de
eso que desea, lo juzga valioso y, por lo tanto, procura encontrarlo. Estas imágenes se
proyectan luego al exterior, donde se contemplan, se consideran reales y se defienden
como algo propio de uno. (1:1-3)

Todo lo que veo es una proyección. Según este análisis de la percepción, con nuestros ojos físicos no
vemos absolutamente nada que sea real. Todo ello “es el reflejo de un proceso mental” y nada más
que eso. Todo lo que vemos son imágenes proyectadas. Como dice una lección al comienzo del
Libro de Ejercicios: “Le he dado a todo lo que veo todo el significado que tiene para mí” (L.2).

Al elegir lo que queremos ver, el mundo se presenta ante nuestra vista. Si elegimos el juicio, vemos
un mundo condenado; si elegimos el perdón, vemos “un mundo apacible y misericordioso” (1:5-6).
Por eso el Curso pone toda su atención en sanar la mente, y no en cambiar el mundo. Cambiar el
mundo no es necesario, cambiará con nuestros pensamientos. Como señala Ken Wapnick, intentar
arreglar el mundo es como intentar arreglar las cosas de una película haciendo cosas a la pantalla. El
único modo en que puedes cambiar la película es cambiar lo que está en el proyector (o arreglar el
proyector). La mente es el proyector del mundo.

Cuando aceptamos pensamientos de perdón en nuestra mente, el mundo se convierte en “un dulce
hogar en el que descansar por un tiempo antes de proseguir su jornada” (1:6). Se convierte en un
lugar en el que podemos “ayudar a nuestros hermanos a seguir adelante con nosotros y a encontrar
el camino que conduce al Cielo y a Dios” (1:6). Esto es lo que hacemos en este mundo cuando
nuestras mentes han sanado: ayudar a otros a hacer lo mismo.

Lo que queremos son las ideas de Dios reflejadas en el mundo, en lugar de nuestras propias ideas.
Nuestras ideas separadas de las de Dios “tan sólo dan lugar a sueños” (2:1).

Hoy no quiero sueños, quiero la realidad reflejada en mi mundo. Todo empieza con mi idea de
lo que quiero. Por lo tanto, Padre, pido ayuda para querer sólo la verdad, sólo paz, y sólo lo que
es amoroso. Quiero la unión, no la separación. Quiero la sanación, no el conflicto. Quiero paz,
no guerra. Ayúdame a reconocerlo cuando piense que quiero algo distinto, o algo además de la
verdad; ayúdame a reconocerlo y llevarlo ante Tu luz para que sane y desaparezca.

¿Qué es la creación? (Parte 5)

L.pII.11.3:1-2

La creación es lo opuesto a todas las ilusiones porque es la verdad. (3:1)


La teoría general del Curso acerca de la creación mantiene como fundamentales ciertos
hechos: sólo lo creado por Dios es real, verdadero y eterno. Por lo tanto, cualquier cosa que
no es eterna y que cambia no es real ni verdadera. Basándose en esto, el Curso concluye que
todas las cosas de este mundo (la Tierra misma, todo el universo físico, nuestros cuerpos y
nuestra aparente “vida” aquí en la Tierra) no pueden ser creaciones de Dios porque no son
eternas y porque cambian. Todo lo que podemos ver con nuestros ojos, incluso las estrellas
eternamente jóvenes, tiene un fin. Lo que tiene fin no es real, en el sentido que el Curso le
da a esta palabra. Todo ello, cada parte de ello, entra en la categoría de “ilusiones”.

Además, la creación de Dios es holográfica: “cada parte contiene la Totalidad” (3:2). Ésta es
una lógica que no obedece a la lógica basada en la materia. La semejanza más cercana que
conozco es el holograma. Cuando se ha atrapado una imagen holográfica en una placa
fotográfica, la luz que se proyecte sobre la placa producirá una imagen en tres dimensiones
del holograma. Si es la foto de una manzana, será una manzana en tres dimensiones y
puedes ver distintos ángulos de la manzana moviendo el ángulo de luz que brilla sobre la
foto. Si esa placa holográfica se rompe en cuatro trozos, no te quedas con cuatro imágenes
de partes de una manzana, en lugar de eso, tienes cuatro imágenes más pequeñas de la
manzana entera. La totalidad está en cada parte.

Algo así es la creación de Dios. Divídela como quieras, y la Totalidad de la creación sigue
reflejándose en cada parte. Toda la creación está en ti, y en mí. La “totalidad completa” de
la creación es a lo que el Curso llama “el santo Hijo de Dios” (3:2). La Voluntad de Dios
está completa en cada aspecto (otra palabra que se refiere a “parte”, el Curso a menudo
utiliza palabras diferentes para “parte” como “aspecto” o “fragmento”, pero lo que da por
sentado siempre es que cada aspecto contiene todo. La palabra se refiere a lo que llamamos
“individuos” o “personas”). Tú eres un aspecto o parte del Hijo de Dios, pero al mismo
tiempo eres Todo.

Un síntoma de nuestra creencia equivocada en la separación es que nos hemos identificado


tanto con nuestra “parte” que hemos perdido el contacto con el Todo. Por ejemplo, yo suelo
pensar en mí como Allen Watson. Tú sueles pensar en ti como tu individualidad. De hecho,
nuestra realidad original es un Ser compartido, una Totalidad. Gran parte del proceso de
aprendizaje a lo largo del Curso nos lleva a cambiar esa identificación de “parte” a
Totalidad. El entorno de aprendizaje de la relación santa está planeado para romper nuestra
sensación de aislamiento, o “parte”, y para fortalecer nuestra identificación con el Todo, al
demostrarnos que lo que pensamos como “la otra persona” en la relación es, de hecho, una
parte de nuestro Ser compartido. Tenemos los mismos pensamientos. Lo que afecta a uno le
afecta al otro. Lo que yo pienso te afecta, y a la inversa. Lo que te doy, me lo doy a mí
mismo. Cuando te perdono, yo me libero. Cuando se rompe esta idea de “parte” y se da uno
cuenta de la Totalidad en la relación santa, empieza a generalizarse y extenderse a todos los
otros “aspectos”de la creación, todo lo que antes creía que “no era yo”.
LECCIÓN 326 - 22 NOVIEMBRE

“He de ser por siempre un Efecto de Dios”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Todo efecto es creado por su causa. La causa determina lo que es el efecto. Si golpeo una bola
de billar con mi taco, la bola no tiene nada qué decir respecto a dónde va. El efecto del
movimiento de la bola está determinado por el golpe del taco (más alguna otra causa, por
ejemplo el estado de la superficie de la mesa, etc.). Así que si soy “un efecto de Dios”, no tengo
nada que decir respecto a lo que soy, eso está fijado por mi Causa, Dios. Por eso tiene que ser
verdad que “Sigo siendo tal como Tú me creaste” (1:3). No puedo cambiar lo que soy. Dios es
“por siempre y para siempre, mi Causa” (1:2). ¿Parece esto anular mi libertad de decisión? Sí,
en lo que se refiere a establecer lo que es mi naturaleza. ¡Y gracias a Dios que así es! De otro
modo, nos habríamos estropeado a nosotros mismos sin remedio, y habríamos convertido el
pecado y el infierno en realidad. Tal como el Curso dice en la Introducción: “Tener libre
albedrío no quiere decir que nosotros mismos podamos establecer el plan de estudios”, es decir,
decidir lo que tenemos que aprender, sí nos da la libertad de elegir cuándo queremos aprenderlo.
Y lo que estamos aprendiendo es lo que realmente somos, tal como Dios nos creó. Eso no puede
cambiar.

La Voluntad de Dios es “tener un Hijo tan semejante a su Causa, que Causa y Efecto fuesen
indistinguibles” (1:5). ¡Qué afirmación más sorprendente! ¡No somos diferentes a Dios!
¡Cielos! Eso roza la herejía o un orgullo increíblemente desmedido, ¿no? Y sin embargo eso es
lo que el Curso nos dice acerca de nosotros mismos, que lo que nosotros somos es de la misma
naturaleza de la que Dios está hecho. Si Dios es Amor, también lo es Su Hijo. “Dios es sólo
Amor y, por ende, eso es lo que soy yo” (Lecciones 171 a 180).

¿Qué es la creación? (Parte 6)

L.pII.11.3:3

La inviolabilidad de su unicidad (de la Creación) está garantizada para siempre,


perennemente a salvo dentro de Su santa Voluntad, y más allá de cualquier
posibilidad de daño, separación, imperfección o de nada que pueda mancillar en
modo alguno su impecabilidad. (3:3)

Por ponerlo en una frase corta y sencilla: la separación es imposible. Lo que Dios creó Uno
jamás puede convertirse en partes separadas, esto sólo puede parecer que ocurre en ilusiones
locas. La Totalidad o Unidad es la expresión de la Voluntad de Dios, y nada puede oponerse
a esto porque no existe nada que se oponga. Todo lo que existe es parte de esta Unidad,
parte de esta expresión única de la Voluntad de Dios. No hay otra, ningún oponente, ningún
enemigo, ninguna voluntad en contra. Dios no creó nada que se oponga a Sí Mismo. ¿Cómo
podría crear la Voluntad de Dios algo que se opusiera a Su propia Voluntad? Por lo tanto,
todo lo que es verdaderamente real tiene que ser una expresión de Su Voluntad.
La Totalidad está “más allá de cualquier posibilidad de daño” porque no existe nada que se
oponga a ella. Ésta es una de las características de lo que se llama cosmología “no-dual”.
“No-dual” significa que no hay dos sino sólo uno. No hay opuesto a Dios ni a la creación
una de Dios.

El Curso dice a menudo que si existiese un opuesto a Dios, si fuera posible el pecado (que
se opone a la Voluntad de Dios), entonces Dios habría creado Su propio opuesto, y estaría
loco. Si pensamos eso, es que nosotros estamos locos. O Dios está loco, o lo estamos
nosotros. ¿Cuál de los dos es más probable?

LECCIÓN 327 - 23 NOVIEMBRE

“No necesito más que llamar y Tú me contestarás”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Esto me recuerda a un versículo de la Biblia, libro de Jeremías (33:3), en el Antiguo


Testamento: “Llámame y Yo te contestaré”.

El pensamiento de la lección parece ser: “Éstas son las promesas de Dios. Ponlas a prueba y
comprueba por ti mismo que Él las dice de corazón”. La lección nos dice que podemos
“aprender mediante la experiencia que esto es verdad” (1:3). Sugiere que tomemos las
promesas y las pongamos “a prueba” (2:1).

Mi confianza en el Curso ha aumentado con los años y continúa aumentando al continuar


probando sus promesas. Nos da instrucciones muy claras para el Libro de Ejercicios, y promete
que cambiará nuestra manera de pensar acerca de todos y de todo en el mundo. Promete paz
mental. Promete la liberación de la culpa. Y lo que estoy descubriendo es que, cuando hago un
sincero esfuerzo en HACER lo que me dice que haga, siento lo que dice que sentiré.
Resumiendo: funciona.

Podemos sentarnos y juzgar lo que dice el Curso hasta ponernos morados, podemos discutir si
El Curso cumplirá o no lo que dice, y no aprenderemos nada. Pero si lo hacemos, si lo
probamos, si practicamos lo que dice que hagamos, ciertamente descubriremos que realmente
funciona, y nuestra seguridad en su verdad será total y absoluta.

¿Qué es la creación? (Parte 7)

L.pII.11.4:1-3

Nosotros, los Hijos de Dios, somos la creación. (4:1)

Existimos. Ya que todo lo que existe es creación de Dios, y la creación es el Hijo de Dios
(3:2), tenemos que ser la creación de Dios. Tenemos que ser aspectos de la Totalidad,
“Hijos” que son aspectos del Hijo.
“Parecemos estar separados y no ser conscientes de nuestra eterna unidad con Él” (4:2).
Toda nuestra experiencia en este mundo nos ha enseñado que estamos separados, que somos
seres separados, distintos unos de otros y sin ninguna conexión. Somos conscientes de
nuestra parte y dejamos aparte nuestra Totalidad, “nuestra eterna unidad con Él”. Sin
embargo, sólo “parece” que somos seres separados, en realidad no lo somos. Nuestra lucha
con el Curso, nuestra lucha con toda espiritualidad verdadera, es la lucha de la locura
intentando conservar esta sensación de separación completamente ilusoria. Estamos
intentando convertir en “parte” la única verdad acerca de nosotros al dejar fuera la
consciencia de la Totalidad. Y al hacerlo, nos aislamos a nosotros mismos de nuestro Ser.

“Sin embargo, tras todas nuestras dudas y más allá de todos nuestros temores, todavía hay
certeza” (4:3). Dudamos de la Totalidad porque hemos inventado circunstancias (todo este
mundo) en el que la “parte” parece ser la única realidad. Tenemos miedo de la Totalidad
porque parece amenazar nuestra parte. (En realidad no es así, porque en la Totalidad hay
una especie de parte, pero es una parte en la que cada una contiene a la Totalidad, en lugar
de dejarla fuera). A pesar de esta locura de identificarnos sólo con la parte, seguimos siendo
la Totalidad. La Totalidad sigue sin haber cambiado. No puede ser dividida ni dañada en
ningún modo. Por eso, la Totalidad todavía existe y todavía nos llama.

No importa lo fuerte que sea la ilusión de la separación, en cada parte sigue estando la
Totalidad. Y la Totalidad, nuestro verdadero Ser, sigue estando seguro de Sí Mismo. Es sólo
la parte la que duda y tiene miedo, imaginándose falsamente separada de la Totalidad. Lo
que soy, y lo que tú eres (que es Lo Mismo) se conoce a Sí Mismo con un conocimiento
lleno de seguridad. Ésa seguridad que está en nuestra Totalidad es con lo que estamos
intentando ponernos en contacto. El recuerdo de Dios y de lo que somos está dentro de
nosotros, en la Totalidad que hemos negado y dejado aparte en nuestro loco intento de ser
partes separadas. Al conectarnos unos con otros nos conectamos con esa Totalidad, y al
hacerlo, recordamos a Dios.

LECCIÓN 328 - 24 NOVIEMBRE

“Elijo estar en segundo lugar para obtener el primero”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Esta lección nos dice que nos planteemos elegir unir nuestra voluntad a la de Dios (1:5), parece
una especie de pérdida, someternos a algo fuera de nosotros. Parece ocupar el “segundo lugar”.
Parece servil o sumiso. Y en nuestra identidad equivocada como ego, sentimos que la única
manera de tener autonomía es hacernos independientes de Dios y del resto de Su creación.

Vemos todo al revés (1:1). Todo lo que encontramos al afirmar nuestra independencia es
“enfermedades, sufrimientos, pérdidas y muerte” (1:3). Somos como una rama intentando
separarse de la vid. Si nos separamos de la vid, morimos. Nuestra identidad no se pierde al
unirnos a la vid, sino que la encontramos porque no somos algo separado. Somos parte de
Dios y parte de Su creación, y únicamente al unirnos voluntariamente podemos descubrir
nuestra verdadera identidad. “Nuestra voluntad es la Suya” (1:6).
Elegimos “someternos” a la Voluntad de Dios (que parece como ocupar el segundo lugar)
porque al unirnos a Él, ocupamos el primer lugar: uno con el Creador de todas las cosas.

¿Qué es la creación? (Parte 8)

L.pII.11.4:4-6

El Amor nos creó a Su semejanza. Como partes, cada una de las cuales contiene la Totalidad,
somos Pensamientos de Amor. Y “el Amor jamás abandona Sus Pensamientos, y ellos
comparten Su certeza” (4:4). La seguridad de Dios es nuestra seguridad. Se nos dio en la
creación y todavía está dentro de nosotros, nunca nos ha abandonado, aunque la hemos
ocultado. El recuerdo de Dios está en nuestra mente (4:5). Aunque parecemos ser partes
separadas, no lo somos; somos partes pero no separadas, como gotitas de agua en el océano.
Así que todavía contenemos todo lo que existía en la creación original. Lo que pertenece al
océano, pertenece a cada gota. Cada uno de nosotros todavía conserva nuestra unidad con
nosotros mismos y con nuestro Creador (4:5).

Que nuestra función sea únicamente permitir el retorno de este recuerdo y que
Su Voluntad se haga en la tierra, así como que se nos restituya nuestra cordura y
ser solamente tal como Dios nos creó. (4:6)

Nuestro único propósito en la vida es ser esto, únicamente el restablecimiento de la


consciencia de nuestra Totalidad y nuestra “parte-en-la-Totalidad”. Por eso es por lo que
estamos aquí. Éste es el propósito en toda orientación que nos da el Espíritu Santo en
nuestra vida. No estamos aquí para reforzar nuestra parte ni para satisfacer propósitos que
pertenecen sólo a la parte. Estamos aquí para dejar que el recuerdo de Dios regrese a nuestra
mente consciente, y para cumplir nuestro propósito como extensiones de la Voluntad de
Dios.

LECCIÓN 329 - 25 NOVIEMBRE

“He elegido ya lo que Tu Voluntad dispone”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Para nosotros es difícil darnos cuenta de que ya hemos elegido la Voluntad de Dios. Elegir Su
Voluntad es el único modo de encontrar nuestra verdadera libertad (lección de ayer), y ya hemos
hecho esa elección. Podemos pensar que nos hemos alejado de la Voluntad de Dios, que la
hemos desobedecido, y que hemos violado Sus leyes (1:1), pero no lo hemos hecho. No
podemos. Porque somos “una extensión de Su Voluntad que se extiende continuamente” (1:2-3).

¿Cuándo tomamos esta decisión de la que parece que no somos conscientes? En el mismo
instante de nuestra creación (1:5). Dios nos creó extendiendo Su Voluntad, cuando fuimos
creados éramos la extensión de Su Voluntad. Nuestra decisión ya se tomó, y “se tomó para
siempre” (1:6). No podemos cambiarla. Podemos inventar una ilusión en la que parece que
tenemos una voluntad separada de la de Dios, pero no podemos hacerla real. Si lo que hacemos
contradice la Voluntad de Dios, todo lo que podemos hacer es ilusorio.

Este hecho es nuestra seguridad. También es nuestra salvación, pues significa que no hemos
hecho lo que hemos pensado que hemos hecho, no hemos desafiado la Voluntad de Dios,
únicamente nos lo hemos imaginado, únicamente lo hemos soñado. La unidad de Dios y de Su
creación sigue en perfecto estado, y es esto lo que celebramos hoy.

¿Qué es la creación? (Parte 9)

L.pII.11.5:1

Nuestro Padre nos llama. (5:1)

“Padre”es igual a “Creador”, Quien nos dio el ser. Quizá, después de este tiempo pensando en lo
que es la creación, la palabra “Padre” tiene un poco más de significado para nosotros. Nuestro
Padre es Quien nos pensó y nos dio existencia. “Sólo el Amor crea” (1:2), y por eso nuestro
Padre es el Amor Mismo, Que nos ha creado como Él Mismo. Él deseó añadir Amor a través
de Su extensión, y así de este deseo fuimos creados, para permanecer para siempre en Su
santa Voluntad.

¡Ese deseo inmortal de Dios todavía continúa! Con todo ese deseo infinito de Su Voluntad,
Él nos llama para que seamos lo que Él creó que fuésemos: la extensión de Su Amor,
creando tal como Él lo hace: extendiendo amor, siempre uno con Su santa Voluntad,
compartiéndola, glorificándola, irradiándola por cada poro de nuestro ser. El Amor de Dios
permanece con nosotros. Nuestra mente Le recuerda, recuerda nuestra función. Desde
dentro de nuestra mente Él nos llama, acercándonos con Su Amor a ser el mismo Amor que
nos acerca.

Él es nuestro Padre, nuestro Creador. No podemos escapar del hecho de lo que somos. “Soy
tal como Dios me creó” (L.110). Él nos llama continuamente, constantemente, con
paciencia, sin cesar, y hasta que dejemos nuestro loco intento de ser “algo más”, algo
distinto al Amor, y respondamos a Su llamada, sólo podemos retrasar nuestra felicidad y
nuestra dicha.

Padre, que hoy oiga Tu Voz llamándome y que conteste.

LECCIÓN 330 - 26 NOVIEMBRE

“Hoy no volveré a hacerme daño”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Cuando pienso que soy menos que lo que Dios creó, me hago daño a mí mismo. Y sólo a mí mismo.
No hago ningún daño real, pero tengo la ilusión (que parece real) de dolor, sacrificio y sufrimiento.
Todos mis sentidos físicos y emocionales confirman su aparente realidad, únicamente la visión de
Cristo ve más allá de la ilusión.

Hay un párrafo muy bueno en el Texto que dice lo importante que es no depender de lo que los ojos y
los oídos nos dicen, y saber que es sólo la proyección de nuestros propios pensamientos:

El secreto de la salvación no es sino éste: que eres tú el que se está haciendo todo esto a
sí mismo. No importa cuál sea la forma del ataque, eso sigue siendo verdad. No importa
quién desempeñe el papel de enemigo y quién el de agresor, eso sigue siendo verdad. No
importa cuál parezca ser la causa de cualquier dolor o sufrimiento que sientas, eso sigue
siendo verdad. Pues no reaccionarías en absoluto ante las figuras de un sueño si supieses
que eres tú el que lo está soñando. No importa cuán odiosas y cuán depravadas sean, no
podrían tener efectos sobre ti a no ser que no te dieses cuenta de que se trata tan sólo de
tu propio sueño. (T.27.VIII.10:1-6)

El sueño malvado procede de una falsa imagen de mí mismo como algo diferente a lo que Dios creó.
Todavía creo que soy capaz de pecar y de sufrir. Debido a que creo eso de mí mismo, también lo creo
de los demás, y proyecto mi creencia sobre ellos. Proyecto la ilusión de mis pecados y mi culpa sobre
ellos. Cada vez que veo pecado o debilidad en un hermano, es sólo el reflejo de mis propios
pensamientos acerca de mí mismo. Es “tu sueño” lo que estás viendo. No estás viendo nada real, sino
una ilusión maestra y casi perfecta proyectada desde tu mente increíblemente poderosa. Es la imagen
proyectada de tus propios pensamientos sobre ti mismo que te está “haciendo daño”.

Si pienso que soy débil, si pienso que mi vida es un desastre, no estoy viendo mi verdadera Identidad.
Nada de esto está sucediendo realmente. Estoy viviendo un mal sueño, un sueño sobre mí mismo. (Sin
embargo, importa como reflejo de mi estado mental, ver T.2.In.1:1-5).

Se nos está salvando “de lo que creíamos ser” (2:3), y el camino a la liberación es entender que
“la vida es un sueño”, como dice el viejo dicho. El camino hacia la liberación es perdonar.
Entender que cuando pienso que veo algo que merece mi juicio y condena, de algún modo
distorsionado, todo lo que estoy viendo son mis propios pensamientos proyectados fuera. Y, en
ese momento, elegir pensar de manera diferente. Ver que la situación que pensaba que
justificaba mi ira se convierte en una situación que justifica mi amor. “Éste es un pobre
hermano, confundido como yo, que se ha olvidado de su verdadera Identidad con Dios. Le veo
como culpable porque estoy proyectando mi propia culpa. Elijo no aumentar su ilusión
transmitiéndole culpa. En lugar de eso, elijo dirigirle mi amor para que pueda despertar, como
yo he empezado a hacerlo”. Y al hacer esto, sé que me estoy dando amor a mí mismo, estoy
contribuyendo a mi propio despertar.

Para mí personalmente, más sobre este punto es la frase:

¿Por qué atacar nuestras mentes y ofrecerles imágenes de dolor? ¿Por qué
enseñarles que son impotentes, cuando Dios les ofrece Su poder y Su Amor y
las invita a servirse de lo que ya es suyo? (1:2-3)

¿Qué le estoy enseñando a mi mente con los pensamientos que estoy pensando? ¿Qué le
estoy enseñando a mi mente al sentirme culpable? Que soy un hombre en reconstrucción,
que todavía no estoy terminado. ¡Si no necesitara rehabilitación, no estaría aquí! Voy a
observar mis pensamientos hoy y ver cómo me atacan si elijo escuchar al ego, y como me
reconstruyen cuando escucho al Espíritu Santo.

¿Qué es la creación? (Parte 10)


L.pII.11.5:2

Oímos Su Voz y perdonamos a la creación en Nombre de su Creador, la


Santidad Misma, Cuya santidad Su creación comparte con Él; Cuya santidad
sigue siendo todavía parte de nosotros. (5:2)
Su Voz nos llama a “perdonar a la creación”. Hemos mirado a la creación de Dios (nosotros,
nuestros hermanos, y todo el resto que forma la creación) y la hemos juzgado. Hemos visto
culpa y fealdad donde Dios creó únicamente belleza y santidad. En este mundo no podemos
crear de verdad ni extender amor con la pureza que pertenece sólo al Cielo, pero podemos
perdonar. Podemos poner fin a la búsqueda de defectos, y quitar nuestro juicio y condena a
todo lo que vemos. Cada instante nos ofrece una oportunidad de hacer esto, cada encuentro
es una oportunidad para practicar el perdón.

Necesitamos perdonar cualquier cosa que contemplemos sin ver la santidad de Dios en ella.
Ver algo distinto a la santidad de Dios reflejada en todo es una falta de perdón, una condena
a la creación de Dios. Cuando algo parece no santo, necesitamos pedir ayuda al Espíritu
Santo para ver más allá de las apariencias y para poder contemplar la verdad de la santidad
de Dios que esas apariencias están ocultando. El pecado es una ilusión, y únicamente la
santidad es verdad.

Entonces, todo lo que el Curso nos está enseñando es a reconocer la creación de Dios en
todas partes, en todo, y sobre todo en nosotros mismos. La santidad de nuestro Creador
sigue siendo parte de nosotros. A cada uno de los que nos encontremos digámosle:

Quiero contemplarte con los ojos de Cristo, y ver en ti mi perfecta


impecabilidad. (L.161.11:8)

LECCIÓN 331 - 27 NOVIEMBRE

“El conflicto no existe, pues mi voluntad es la Tuya”

Instrucciones para la práctica

Una vez al mes durante la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, introduciré este recordatorio
de repasar las instrucciones de la práctica. Recuerda, estas instrucciones exponen con detalle
las costumbres o hábitos de la práctica diaria que el Libro de Ejercicios está intentando
ayudarnos a formar. Si no creas estas costumbres o hábitos, te pierdes lo principal de todo el
programa de entrenamiento.

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Recientemente en un grupo de estudio dije que nuestro problema fundamental es que de


verdad creemos que somos personas terribles. No confiamos en nuestro propio amor. Una
persona expresó su preocupación de que el material del Curso podría usarse para justificar
cualquier comportamiento. “Podría ir a robar una tienda de licores porque el mundo es sólo
una ilusión y nadie saldría perjudicado excepto en la ilusión. Nada de lo que yo haga afecta
negativamente a mi relación con Dios”.

La respuesta directa a esa pregunta es que sólo haces esas cosas en el mundo cuando crees que
el mundo es real. Si verdaderamente creyeses que el mundo es una ilusión, no harías tales
cosas ni tendrías el deseo de hacerlas.
El miedo a que él haría cosas terribles si creyera que nadie resultaría realmente perjudicado
oculta la creencia de que no se podría confiar en la verdad en él. El Curso dice que no
creemos que lo que de verdad queremos es bueno. La verdad es que podemos confiar en
nosotros mismos. Aunque todavía estamos confusos y desconcertados por la ilusión, no vamos
a cometer errores terribles. Es seguro abandonar las limitaciones de la culpa porque
verdaderamente somos extensiones de Dios. Pensamos que necesitamos la culpa para refrenar
al monstruo dentro de nosotros, Un Curso de Milagros nos dice que la culpa “no tiene ningún
propósito” (T.14.III.1:4), y de hecho nos mantiene encerrados en nuestra ilusión del pecado. Esa
ilusión acerca de nosotros es el error fundamental. Y continúa diciendo que pensar que el ser ha
robado el trono de Dios no es nada por lo que sentirnos culpables:

No intentes tasar el valor del Hijo de Dios que Él creó santo, pues hacer eso es
evaluar a su Padre y juzgar contra Él. Y no podrás sino sentirte culpable por este
crimen imaginario, que nadie en este mundo ni en el Cielo podría cometer. El
Espíritu Santo sólo enseña que el "pecado" de instaurar un falso ser en el trono de
Dios no debe ser motivo de culpabilidad. (T.14.III.15:1-3)

Sólo es “un error trivial” (L.138.11:5). El Amor no se ha abandonado a Sí Mismo. Comparto


la naturaleza de Dios que es Amor. Yo no puedo abandonarle, ni Él a mí (1:5).

Es “absurdo” (1:1) creer que yo podría realmente oponerme a la Voluntad de Dios y


corromperme a mí mismo. Cualquier aparente corrupción o conflicto entre Dios y yo tiene
que ser una ilusión, la prueba de que estoy dormido y soñando lo imposible (1:7-8).

“Conocer la realidad significa no ver al ego” (L.pII.12.4:1). Sin embargo, por raro que
parezca, primero tenemos que ver al ego para pasarlo por alto. El ego funciona de una
manera oculta, secreta, a escondidas. Se esconde detrás de todo tipo de tapaderas. Primero
tenemos que desenmascararlo, ver lo que es, y luego pasarlo por alto, ignorarlo. Mientras no
sepamos lo que es nuestro imaginado enemigo, estaremos gobernados por el miedo.
Tenemos que llegar al punto en el que podemos ver con claridad: “¡Oh! Sólo es el ego, soy
yo pensando que estoy separado”. Luego lo abandonamos.

Cuando por fin hayas visto los cimientos del ego sin acobardarte, habrás visto también los
nuestros. (T.11.In.4:2)

Entonces, miremos a nuestro ego sin acobardarnos, sin tenerle miedo, pudiendo ver que sólo
es “un error trivial”.

¿Qué es el ego? (Parte 1)

L.pII.12.1:1-2

“El ego no es otra cosa que idolatría” (1:1). Idolatría es adorar a un ídolo, a un dios falso.
Eso es el ego, el intento demente de hacer real una identidad que está separada de Dios,
buscado para reemplazarle en nuestra consciencia. El ego es “el símbolo de un yo limitado y
separado, nacido en un cuerpo, condenado a sufrir y a que su vida acabe en la muerte” (1:1).

Prestemos atención aquí. El ego no es “algo” dentro de nosotros, una especie de gemelo
malvado, el lado oscuro de nuestra alma. El ego es la idea de un ser separado que está
aparte de “otros seres”. ¿No es eso exactamente lo que pensamos que somos? ¿No pensamos
que somos un alma distinta, nacida en un cuerpo, luchando durante toda esta vida y seguros
de terminar esta vida con la muerte? ¿No describe eso lo que pensamos que somos? En otras
palabras, el “yo” que creo que soy, algo separado y diferente de ti, ¡eso es el ego! Cambiar
nuestra idea acerca de nosotros, del ego al espíritu, no significa que este ser separado que
era negro, se vuelva blanco. Significa que este ser separado es completamente reemplazado
por algo que abarca mucho más, de hecho, algo que abarca todo. Dejo de ser “yo” en la
manera que pensaba que era.

El ego “es la "voluntad" que ve a la Voluntad de Dios como su enemigo, y que adopta una
forma en que Ésta es negada” (1:2). Si lo que pienso de “mí” es que estoy separado e
independiente, no puedo estar unido a la Voluntad de Dios. El ego debe ver a la Voluntad de
Dios como enemigo porque para el ego Dios es “otro”, algo diferente y separado de sí
mismo. Puesto que Dios es un “otro” muy poderoso, Su Voluntad representa una amenaza,
un desafío para la “voluntad” del ego. Por lo tanto, la forma que toma la “voluntad” del ego
siempre será una forma de negación de la Voluntad de Dios. Por ejemplo, sabes que un niño
está empezando a desarrollar un ego psicológico cuando empieza a decir”No” cada vez que
tú dices “Sí”. El ego es un gran “No” a Dios y a Su Voluntad.

El ego es precisamente lo que no somos. “Tú no eres un ego” (T.14.X.5:5). Cuando miremos
a lo que el ego es (o parece ser), no nos desanimemos ni nos deprimamos por ello. Aquello
que estamos mirando no es lo que nosotros somos; de hecho, es lo que no somos. Este ser
imaginado es la causa de nuestra culpa, y no es real, no existe.

LECCIÓN 332 - 28 NOVIEMBRE

“El miedo aprisiona al mundo. El perdón lo libera”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

El miedo y la falta de perdón están estrechamente relacionados. Según el Curso, nuestro


miedo está basado en nuestra culpa. Nuestro miedo primario es al castigo porque creemos
que hemos obrado mal. Nuestra creencia de que hemos pecado produce culpa, y esa culpa
produce miedo. El miedo nos “aprisiona”. Es una emoción que paraliza. El perdón, que
elimina la culpa, nos libera.

La creencia en el pecado es la ilusión en la que se basa el ego. Todo lo que el ego hace es
ilusorio (1:1), y no real. La verdad, con su sola presencia, hace desaparecer las ilusiones del
ego (1:2-5). Si existe la ilusión de un muro en frente de nosotros, conocer la verdad (en este
caso, que no existe tal muro), nos permite “atravesar” el muro. No hay necesidad de destruir
el muro derribándolo, simplemente lo hacemos desaparecer con la verdad.

La verdad acerca de nosotros es que somos inocentes. El perdón no destruye el pecado y la


culpa. No tiene que hacerlo. Simplemente los hace desaparecer con la verdad. El perdón
invita a la verdad a que entre en la mente “y a que ocupe el lugar que le corresponde en la
mente” (1:6).

“Sin el perdón, la mente se encuentra encadenada, creyendo en su propia futilidad” (1:7).


Cuando estoy afianzado en mi propia culpa, mi mente parece que no puede nada, incapaz de
lograr nada en absoluto. No puedo creer en mi propio poder porque creo en mi debilidad. El
poder que Dios me dio en mi creación parece que no existe. Parezco frágil, arrastrado por
circunstancias que están más allá de mi control.
Cuando practico el perdón, me doy cuenta más rápidamente de la libertad y del poder de mi
mente. Cuando me doy cuenta de que la imagen de pecado que estoy viendo en mi hermano
es mi propia invención y que puedo elegir verle de manera diferente (que esto está dentro de
mi poder, y que no depende de nada fuera de mí) estoy reclamando mi herencia como Hijo
de Dios. Con mi perdón libero al mundo de culpa. ¡Tengo el poder de perdonar pecados!
Tengo el poder de liberar al mundo de sus cadenas, y ese poder es el poder del perdón.

¿Qué es el ego? (Parte 2)

L.pII.12.1:3

El ego es la "prueba" de que la fuerza es débil y el amor temible, la vida en


realidad es la muerte y sólo lo que se opone a Dios es verdad. (1:3)

Para encontrar su ilusoria independencia, el ego niega a Dios y todo lo relacionado con Dios. La
fuerza de la inocencia, la ternura y el amor se consideran “débiles” y se evitan. En cambio, el ataque
se considera fuerte. “Valerte por ti mismo” y ser “independiente” se consideran madurez y fuerza,
mientras que la unión con otros y la dependencia de Dios se consideran debilidad. La imagen de un
ego poderoso es la de un individuo solitario gritando desafiante a todo el universo. El ego no puede
ver ni entender que este ser solitario, limitado y separado es el símbolo de la debilidad.

Al hablar de esta elección que hemos hecho (una elección que sólo podemos lograr en sueños, nunca
en la realidad), el Curso dice:

Aquí el Hijo de Dios no pide mucho, sino demasiado poco, pues está dispuesto a
sacrificar la identidad que comparte con todo, a cambio de su propio miserable tesoro.
(T.26.VII.11:7-8)

Aprender a escuchar la Voz de Dios, en lugar de la del ego, significa mucho más que escuchar
al pequeño ángel en nuestro hombro derecho en lugar del demonio en el izquierdo. Esa idea
deja al “yo” que escucha tal como está, sigue siendo la misma identidad: un ser separado.
Escuchar la Voz de Dios, en lugar de la del ego, significa abandonar completamente mi
“propio miserable tesoro”, que es la idea que tengo de lo que soy como algo separado de Dios,
y en lugar de ello afirmar mi “identidad que comparto con todo” (T.26.VII.11:8).

Estaba equivocado cuando pensaba que vivía separado de Dios, que era una
entidad aparte que se movía por su cuenta, desvinculada y encasillada en un
cuerpo. Ahora sé que mi vida es la de Dios, que no tengo otro hogar y que no
existo aparte de Él. Él no tiene Pensamientos que no sean parte de mí, y yo no
tengo ningún pensamiento que no sea de Él. (L.223.1:1-3)

LECCIÓN 333 - 29 NOVIEMBRE

“El perdón pone fin al sueño de conflicto”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.
Comentario

¡Ésta es una lección magnífica! Afirma sin posibilidad de duda, en palabras muy seguras, que no
podemos evitar corregir nuestros pensamientos equivocados de conflicto. Tenemos que
enfrentarnos a cada uno de ellos y aplicarle el perdón. Nuestros pensamientos de conflicto
“deben ser resueltos” (1:1). No se irán por sí mismos. No podemos enterrar la cabeza en la
arena. Piensa en la lista de estrategias defensivas que nuestro ego nos convence a usar: El
conflicto (1:2):

SE EVADE: Dejamos de lado el conflicto. Cuando sentimos una pérdida paz, vemos la tele o
nos vamos de compras. Cuando vemos un muro entre nuestro hermano y nosotros, nos alejamos
o nos ocupamos de un montón de cosas. Evitamos enfrentarnos al conflicto en nuestra mente.

SE IGNORA: Aparcamos el tema para “pensar en ello más tarde”, un “más tarde” que nunca
parece llegar.

SE NIEGA: Fingimos que no existe. “¿Yo enfadado? No, estoy bien. No hay problema”.

SE ENCUBRE: Lo disfrazamos, le echamos la culpa a nuestra desilusión o mal humor, a las


hormonas, al dolor de cabeza, o a un mal día en el trabajo. Pintamos “de color de rosa” nuestra
rabia interna, como dice Marianne Williamson. Sonreímos y nos tragamos la ira o el dolor. Sea
lo que sea que estamos pensando, no puede ser “un pensamiento de asesinato”.

SE VE EN OTRA PARTE: “¡No es culpa mía! Todo es culpa suya”. “No estaría sintiendo estos
sentimientos horribles si él no fuese tan condenadamente egoísta”.

SE LE LLAMA POR OTRO NOMBRE: Negamos que lo que estamos sintiendo es odio o
ataque, quizá lo llamamos “ira justificada” o “guardar las distancias” o “defender la verdad”.

Si el conflicto en nuestra mente ha de ser resuelto, no puede “ocultarse mediante cualquier clase
de engaños” (1:2). Esto es el resumen de todas estas estrategias. Estamos intentando ocultar el
hecho de que pensamientos de odio, ira, o asesinato han entrado en nuestra mente. Esta
costumbre establecida de esconder nuestro ego, de encerrarlo en el armario cuando tenemos
compañía, tiene que terminar para que podamos escapar del conflicto.

Esto no significa que, en lugar de esconder nuestro ego, deberíamos hacer alarde de él o
satisfacerlo. El propósito no es manifestar el ego sino expulsarlo. Pero no podemos hacerlo si lo
ocultamos, y a veces el proceso de quitar la máscara del ego significa que, por un corto tiempo
al menos, daremos rienda suelta al ego en lugar de taparlo. A veces hay que manifestar la ira
antes de darnos cuenta de lo profundamente asentada que está. Sin embargo, ésta es sólo una
fase de transición, lo que buscamos es la sanación.

En lugar de taparlo, lo que debemos hacer es:

VER EL CONFLICTO DEL EGO EXACTAMENTE COMO ES: En otras palabras, reconocer
como lo que son: el odio, el ataque, el propio aislamiento (separación), la grandiosidad, la ira, y
el deseo de matar.

VER DONDE SE CREE QUE ESTÁ: Esto significa ponerte en contacto con la situación tal
como el ego la ve. Por ejemplo, admitir que realmente crees que tu esposo es un malvado, o que
tú no eres digno de ser amado.

VER LA REALIDAD QUE SE LE HA OTORGADO: Aquí reconocemos exactamente lo que


pensamos que es la situación, como ego. Entendemos que nos vemos a nosotros mismos como
solos en el universo, abriéndonos paso en la vida a zarpazos y sobreviviendo a duras penas.
Admitimos que el conflicto nos parece verdaderamente real. Si no estamos en perfecta paz y
constantemente felices, hay una razón, y la razón siempre es algún aspecto del ego al que nos
estamos agarrando, pero al mismo tiempo negando. Tenemos que ver la realidad que le hemos
dado.

VER EL PROPÓSITO QUE LE HA ASIGNADO LA MENTE: Esto necesita verdadera lucidez


y honestidad. El conflicto que sentimos tiene un propósito, un propósito que nuestra mente le ha
dado. El propósito siempre es apoyar nuestro propio ego, siempre alguna forma del ego de
separación, alguna ilusión de ser independiente, de tener una existencia separada. Sea cual sea el
conflicto, nosotros le damos su aparente realidad, y lo hacemos por alguna razón demente y
oculta del ego. Aquí es donde descubrimos nuestro miedo al amor, nuestro miedo a unirnos,
nuestra adicción a la separación. Aquí es donde descubrimos nuestra oculta creencia en la culpa
y el deseo de castigarnos a nosotros mismos.

Únicamente cuando estamos dispuestos a pasar por esta especie de firme examen de uno mismo,
tomando total responsabilidad por nuestros propios pensamientos, se quitarán las defensas del
ego, y la verdad será libre para hacer desaparecer al ego. La verdad es el perdón (1:4 y 2:1); es
el perdón el que hace desaparecer todo conflicto y toda duda. Cuando haya descubierto mi
propio ego de este modo, perdonar a otros es lo más natural y fácil del mundo, porque he
reconocido que mi ego es un invento mío y que la otra persona no tenía nada que ver en ello. He
estado actuando por razones dementes que ya no acepto más ni quiero. Pero si esto es cierto
sobre mí, debe serlo también sobre todo el mundo. El conflicto no ha sido real, ha sido una
ilusión luchando con otra ilusión, el miedo reaccionando ante el miedo. Y con esa comprensión,
mi propia culpa se derrite, y queda libre y despejado el camino para que Dios venga.

¿Qué es el ego? (Parte 3)

L.pII.12.2:1-3

“El ego es demente” (2:1). En la medida en que nos identificamos con nuestro ego, también
estamos locos, como el Curso nos recuerda a menudo. Y todos nos identificamos con
nuestro ego más de lo que nos damos cuenta; sin duda, la identificación con el ego es casi
total. El ego es lo que suponemos que somos, la base desde la que actuamos todo el tiempo.
Todos nos consideramos limitados, seres separados, viviendo en un cuerpo y condenados a
morir con él. Sin embargo, esta locura no es nuestra realidad; nuestro verdadero Ser
compartido permanece cuerdo, y ésa es nuestra salvación y la muerte del ego. El ego “lleno
de miedo, cree alzarse más allá de lo Omnipresente” (2:2). Dios y Su creación es todo lo
que existe. Pero el ego cree que ha ido más allá, rechaza a Dios como Creador e intenta
imaginarse a sí mismo como fuera de Dios y de Su creación. El ego se considera “aparte de
la Totalidad” (2:2). ¿Cómo puedes estar separado de lo que es Todo? Todo es Todo. Incluye
todas las cosas. El ego se considera “separado de lo Infinito” (2:2). La misma idea. Está
claro que todos estos ejemplos son completamente imaginarios. No es posible estar
separado de lo Infinito. Pero el ego desafiante y de manera demente cree que ése es su
estado. Ésa es la definición del ego. Desde esta comprensión, creer que uno está condenado
es el colmo del ego.

“En su demencia cree también haber vencido a Dios Mismo” (2:3). Eso es la condenación:
es afirmar “He logrado desbaratar la Voluntad de Dios”. La culpa es una negación del ego
del poder del Amor de Dios. El pensamiento de “Nunca aprenderé este Curso. Nunca
alcanzaré la iluminación”es una afirmación de que tu voluntad es más poderosa que la de
Dios. Si la Voluntad de Dios es que seas feliz, la tristeza es proclamar que has vencido a
Dios.
El Curso nos dice que es una locura pensar que tales cosas son posibles. No nos condena
por pensarlas. Más bien, nos dice que dejemos de escuchar tales pensamientos. El ego es
algo imposible: “Este curso no tiene otro propósito que enseñarte que el ego es algo increíble
y que siempre lo será” (T.7.VIII.7:1). Dios es infinito, está en todas partes, es Todo. Si el ego
es un pensamiento que está más allá de Dios, entonces no podemos creer al ego. Tal cosa no
puede ser.

LECCIÓN 334 - 30 NOVIEMBRE

“Hoy reclamo los regalos que el perdón otorga”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

“Busco sólo lo eterno” (2:1). Esta lección trata acerca de no perder más tiempo persiguiendo los
supuestos regalos del ego. “No esperaré ni un solo día más para encontrar los tesoros que mi
Padre me ofrece” (1:1). El mayor uso que estamos haciendo de nuestra libertad de decisión es
retrasar nuestra aceptación de nuestra herencia divina. Nos estamos aferrando como locos a
nuestra ilusión de independencia, y negándonos a nosotros mismos la única cosa que puede
satisfacernos (2:2), como una persona sin hogar se aferraría tontamente a sus harapos cuando se
le está ofreciendo ropa completamente nueva.

Que hoy recuerde que nada del mundo tiene un valor duradero. “Todas las ilusiones son vanas,
y los sueños desaparecen incluso a medida que se van tejiendo con pensamientos basados en
percepciones falsas” (1:2). Esto me recuerda al versículo del Eclesiastés que dice que toda
nuestra búsqueda es como intentar atrapar al viento. Las ilusiones del ego son fugaces, nunca
pueden satisfacer al Hijo de Dios. Únicamente lo que es eterno puede satisfacerme. Un héroe
mío cristiano, Jim Elliot, dijo una vez: “No está loco quien da lo que no puede guardar para
ganar lo que no puede perder”.

Que recuerde que lo que verdaderamente quiero es Dios y Su paz. Espíritu Santo, cuando piense
que quiero otra cosa, ayúdame a cambiar ese deseo en lo que verdaderamente es, un símbolo de
mi anhelo del Padre y de mi Hogar. La Voz de Dios me está ofreciendo paz, que ése sea mi
único propósito, y que todo lo demás se quede atrás.

“Los regalos que el perdón ofrece” (título de la lección). ¿Qué tiene que ver todo esto con el
perdón? Simplemente esto: Cada propósito diferente a la paz ocasiona falta de perdón, compito
con alguien o algo por esa otra cosa, sea lo que sea. La paz llega a través del perdón. Si la paz es
mi único propósito, no juzgaré a mis hermanos porque una mente que juzga no está en paz. Sólo
una mente libre de propósitos de menor importancia, libre del deseo de cosas pasajeras, puede
ver la inocencia en sus hermanos.

Cada encuentro hoy me ofrece una oportunidad del Cielo. No tiene por qué haber ninguna crisis.
Todo el mundo es mi escuela de aprendizaje, y cada instante es un momento para elegir. Que
hoy elija paz.

¿Qué es el ego? (Parte 4)


L.pII.12.2:4-5

Y desde su (del ego) terrible autonomía "ve" que la Voluntad de Dios ha sido
destruida. (2:4)

A esta ilusión de separación es a lo que llamamos ego, esta “terrible separación” parece
mostrarnos que hemos triunfado sobre la unión que es la Voluntad de Dios. ¡Qué terrible
sería si fuese cierto! Si el ego fuese real, sería una prueba de la culpa más horrible que se
pueda imaginar. Si soy un ego, entonces lo que soy es una acusación de asesinato de lo más
repugnante, pues he creado mi existencia de la destrucción de la Voluntad de Dios. Y esto es
lo que creemos al identificarnos con el ego. Ésta es la culpa básica que está debajo de todos
nuestros sentimientos de inquietud, de toda nuestra sensación de no ser dignos.

Sueña con el castigo y tiembla ante las figuras de sus sueños: sus enemigos, que
andan tras él queriendo asesinarlo antes de que él pueda proteger su seguridad
atacándolos primero. (2:5)

En la “terrible separación” de nuestra identificación con el ego, nos hemos enfrentado con
Dios y con todo el universo. Todos los demás y todas las cosas son una amenaza a nuestra
libertad. Nuestros sueños están llenos de castigos horribles por nuestro “crimen”. El estado
del ego es de pura manía persecutoria, tenemos miedo de todo. Esperamos que el hacha del
verdugo caiga en cualquier momento. No se puede confiar en nadie. Cada figura de nuestro
sueño es un enemigo, y la única posibilidad de sobrevivir es matarlos antes de que nos
maten. La única seguridad está en el ataque.

La manía persecutoria de la mente no puede evitarse, dada la idea del ego de separación.
Todos lo experimentamos en mayor o menor grado, algunos simplemente lo ocultamos
mejor que otros. Cuando nos deprimimos, cada uno de nosotros se siente insoportablemente
solo, un desconocido, agachado en las sombras del bosque, mientras el resto del mundo se
toma de la mano y canta alrededor de la hoguera. Ése es el resultado inevitable de la idea de
separación del ego. Es el resultado de lo que equivocadamente pensamos que somos.

La buena noticia es que esto no es lo que somos, la soledad es una ilusión, una
imposibilidad extravagante. El ego es por siempre increíble. No estamos más separados de
Dios y de Su creación que lo que una célula de mi cuerpo puede estar separada del cuerpo
mismo. Vivimos en Dios, nos movemos en Dios, y tenemos nuestro ser en Dios. Todos
nosotros estamos haciendo este increíble cambio desde la separación del ego a una unidad
que está más allá de la persona, al reconocimiento de un Todo más elevado al que
pertenecemos, un Todo que existe en cada parte, en ti, en mí. Nada puede parar este cambio
porque es el reconocimiento de lo que siempre ha sido así.

LECCIÓN 335 - 1 DICIEMBRE

“Elijo ver la impecabilidad de mi hermano”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario
Esto continúa el pensamiento de la lección de ayer acerca de decidir y elegir. Ayer leímos acerca
de elegir seguir la Voz de Dios, y contemplar la inocencia de nuestros hermanos. Hoy leemos:

Perdonar es una elección. Nunca veo a mi hermano tal como es, pues eso está
mucho más allá de la percepción. Lo que veo en él es simplemente lo que deseo
ver, pues eso es lo que quiero que sea verdad. (1:1-3)

En otras palabras, lo que vemos procede de las elecciones que hemos hecho acerca de lo que
queremos ver. El Texto habla de “La Decisión a favor de la Inocencia” (T.14.III). Dice (ver el
párrafo 4 de esa sección) que tenemos que tomar la decisión de ver la inocencia y no la culpa. Si
tomamos esa decisión, eso es lo que veremos.

Es sorprendente que se nos diga que nunca vemos a nuestros hermanos como son (1:2). Ver o
percibir (que es una forma dualista de conocer, en la que uno se ve separado de lo que está
viendo) no puede darse cuenta de la realidad de lo que somos. Lo que vemos siempre es un
símbolo, una representación imperfecta. No es extraño que sea tal fácil que la percepción sea
errónea.

La percepción errónea en cuanto a culpa e inocencia sucede así: Veo culpa en mí, quiero
librarme de ella, así que la proyecto sobre mi hermano. Le veo culpable porque quiero y lo he
elegido. Pienso que esto me liberará de la culpa.

La corrección de la percepción sucede a la inversa: Me doy cuenta de que no estoy en paz y, por
lo tanto, debo haber decidido de manera equivocada. Decido ver la inocencia de mi hermano.
Cuando he tomado esa decisión de verdad, veré su inocencia. Ésta es una ley: “ves lo que crees
que está ahí, y crees que está ahí porque quieres que lo esté” (T.25.III.1:3). “Cuando lo único que
desees sea amor no verás nada más” (T.12.VII.8:1).

Lo que vemos siempre es lo que elegimos ver porque queremos verlo. “A eso es a lo único que
respondo, por mucho que parezca que es a los acontecimientos externos” (1:4). El Curso es
consciente de que el modo en que describe la percepción no es como nos parece a nosotros.
Estamos completamente convencidos de que estamos viendo lo que estamos viendo porque así
es como es. Creemos que son los acontecimientos de fuera de nosotros los que nos imponen esta
percepción. Cuando vemos a alguien como culpable, no es porque estamos eligiendo verlo de
ese modo, ¡es culpable! Pensamos que estamos viendo sólo lo que es verdad. El Curso oye
nuestras protestas y responde: “Por mucho que te parezca así, estás equivocado, estás
respondiendo únicamente a lo que quieres ver, no a lo que está ahí realmente.

“Perdonar es una elección” (1:1). Podemos ver a nuestro hermano como culpable o inocente, y
la elección es 100% cosa tuya, no tiene nada que ver con lo que hizo o no.

Estar dispuesto a ver a mi hermano como inocente es señal de que estoy dispuesto a verme a mí
mismo como inocente (1:6-7). Estar dispuesto a ver a mi hermano como inocente me demuestra
que he empezado a abandonar la culpa en mi mente, que era lo que causaba mi deseo de verle
como culpable.

Vernos unos a otros inocentes, vernos unos a otros sin pecado, nos trae el recuerdo de Dios
(2:1). Hay una fórmula que está a lo largo de todo el Curso: Primero vemos el rostro de Cristo
(la inocencia) unos en otros, luego recordamos a Dios. “En él encuentro mi Ser, y en Tu Hijo
encuentro asimismo el recuerdo de Ti” (2:3). Por eso, si quiero recordar a Dios, ¿qué puedo
hacer? Elegir ver a mi hermano como inocente en lugar de culpable. Encontramos el camino a
Dios a través de nuestros hermanos.


¿Qué es el ego? (Parte 5)

L.pII.12.3:1-3

El Hijo de Dios no tiene ego. (3:1)

Esta es la diferencia entre el ego y el Hijo de Dios. El Hijo de Dios, que es lo que yo soy,
¡no tiene ego! El ego es señal de un ser separado y limitado. El Hijo de Dios no está
limitado ni separado de Dios. El Hijo no tiene límites y es tan extenso como el Padre. En
cualquier parte que está Dios, está el Hijo. Son Uno. No existe el ego ni ningún ser que esté
separado o que sea distinto de Dios.

Nuestro verdadero Ser no sabe de la locura, la idea de la muerte de Dios (o victoria sobre Él)
es inconcebible porque el Hijo vive (mora) en Él (3:2). Vive en la dicha eterna, y no conoce
el dolor ni el sufrimiento.

La locura (Dios como enemigo) y el sufrimiento son consecuencias del engaño del ego. Son
tan ilusorios e irreales como el ego mismo. Habiendo estado encerrados en este engaño de
un ser separado por tanto tiempo, apenas podemos empezar a imaginar un estado mental en
el que esto no existe. Sin embargo, ahí es adonde nos está llevando el Curso: más allá del
ego, más allá de la locura, de regreso a la unidad que siempre ha sido y que siempre será.
Éste es nuestro verdadero estado mental, y nos llama en nuestro aislamiento, atrayéndonos
para regresar.

LECCIÓN 336 - 2 DICIEMBRE

“El perdón me enseña que todas las mentes están unidas”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

En el Texto, el Curso habla de que la idea de que las mentes están unidas es algo que se
experimenta en una relación santa, en la que dos personas se han unido en un propósito común,
lo que llama “un estado mental común” (T.22.III.9:7). En una relación santa sana, los miembros de
esa relación practican el perdón uno con otro a menudo. El resultado se expresa así:

Esa es la función de tu relación santa. Pues lo que uno de vosotros piense, el otro lo
experimentará con él. ¿Qué puede querer decir esto, sino que tu mente y la mente de tu
hermano son una? No veas con temor este feliz hecho ni pienses que con ello se te
impone una pesada carga. Pues cuando lo hayas aceptado de buen grado, te darás cuenta
de que vuestra relación es un reflejo de la unión que existe entre el Creador y Su Hijo.
(T.22.VI.14:1-5)

La idea de que el perdón está relacionado con la experiencia de las mentes unidas no está clara de
manera intuitiva. Sin embargo, un pequeño reflejo parece aclarármelo mejor. Si no perdono a alguien,
sin duda hay una barrera entre nuestras mentes. Mentalmente estoy rechazando a esa persona y no
tengo ningún deseo de unirme mentalmente a ella. Mi juicio es un firme “No” a los pensamientos de
esa persona. Cuando perdono, mi mente se abre a sus pensamientos. El perdón me enseña que todas
las mentes están unidas. Abre el camino para que yo entienda que esto es verdad.
Nuestras percepciones nos dicen, de miles de maneras, que somos seres separados. El perdón
abre el camino a una experiencia que está más allá de nuestra percepción, y nos muestra la
unidad que existe y que la percepción no puede ver. El perdón “revela el altar a la verdad” (1:4).
Dentro de nuestra mente encontramos “la morada de Dios Mismo” (1:6). “El perdón elimina
mis sueños de separación y de pecado” (2:1). En la experiencia de unión con otro ser humano,
empezamos a recordar nuestra unión con Dios y con toda la creación.

¿Qué es el ego? (Parte 6)

L.pII.12.3:4

A diferencia del ego, nuestro verdadero Ser, el Hijo de Dios, está rodeado de paz eterna. Donde
el ego se ve a sí mismo en guerra con el universo y tiembla constantemente por miedo al ataque
de cada figura de sus sueños, el Hijo de Dios está eternamente “libre de todo conflicto”. El
Hijo descansa eternamente “imperturbable… en la tranquilidad y silencio más profundos”
(3:4).

Cuando empezamos a ponernos en comunicación con nuestro Ser, experimentamos el sabor


de esa profunda y callada paz. Ésa es una de las características del instante santo. Hay una
paz en el instante santo que no se puede describir.

Hay un silencio que el mundo no puede perturbar. Hay una paz ancestral que
llevas en tu corazón y que no has perdido. Hay en ti una sensación de santidad
que el pensamiento de pecado jamás ha mancillado. (L.164.4:1-3)

El ego, separado del universo, no puede conocer esta paz. Viene únicamente de dentro de
nuestro Ser, ya que es una cualidad de Quien somos. No tiene nada que ver con ninguna
circunstancia externa, y ninguna circunstancia externa puede alterarla. Es parte de lo que
todos juntos somos.

LECCIÓN 337 - 3 DICIEMBRE

“Mi impecabilidad me protege de todo daño”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Ésta es una lección acerca de aceptar la Expiación y nada más. Afirma que hay realmente sólo
dos pasos para la felicidad completa (1:4-6).

(1) Darme cuenta de que no tengo que hacer nada por mí mismo.
(2) Aceptar lo que Dios ya ha hecho.

Toda la agitación y la inquietud que sentimos al empezar un camino espiritual proceden de


pensar que nos falta algo (que es no ver el paso 2) y que por lo tanto tenemos que hacer algo
(que es no ver el paso 1).
Nos sentimos desgraciados, por lo tanto pensamos que nos falta felicidad y empezamos a
buscarla. La tristeza no es un estado de carencia. Es un estado de negación. Estamos
enérgicamente negando la felicidad, que es nuestro estado natural. Estamos impidiendo la
consciencia de la presencia del Amor. Estamos tapando la dicha de nuestra naturaleza creada, de
simplemente Ser, con una capa mugrienta de insatisfacción. Pensamos que la solución es hacer
algo, en realidad la solución es dejar de hacer algo, poner fin a la actividad que está ocultando
nuestra felicidad.

Ése es uno de los valores de la meditación. Cuando voluntariamente ponemos fin a nuestra
actividad mental, a menudo nos sentimos felices de repente. Eso es porque somos siempre
felices, pero estamos continuamente causando tristeza con nuestros pensamientos. Detén todos
los pensamientos y la felicidad está siempre ahí. Elimina las nubes y el sol está siempre ahí.

Nos hemos enseñado a nosotros mismos que somos esta actividad mental continua. Abandonar
esa actividad es la mayor amenaza para el ego. Tenemos miedo de que si abandonamos esa
actividad no queda nada, eso nos dice el ego. ¡El ego miente descaradamente!

Todo lo que tenemos que hacer es dejar de hacer. Lo que somos, sin ninguna actividad de
ningún tipo, es suficiente para mantener la felicidad constante y perfecta.

¿Qué es el ego? (Parte 7)

L.pII.12.4:1

Conocer la realidad significa no ver al ego ni a sus pensamientos, sus obras o


actos, sus leyes o creencias, sus sueños o esperanzas, así como tampoco los
planes que tiene para su propia salvación y el precio que hay que pagar por
creer en él. (4:1)

Conocer la realidad consiste simplemente en no ver ilusiones. Sin ilusiones que la oculten,
la realidad se ve por sí misma. Por eso es por lo que “no tenemos que hacer nada”. No
tenemos que hacer la realidad. No tenemos que hacernos inocentes, o felices o pacíficos.
Sólo tenemos que dejar de ser “esa cosa” que oculta la realidad de nuestra vista: el ego y
todo lo relacionado con él.

La lista de todos los aspectos que “no tenemos que ver” nos es necesaria, porque si la
lección sólo dijera “conocer la realidad significa no ver al ego” no estaríamos seguros de lo
que significaba. Al decir todas las cosas relacionadas con el ego (pensamientos, obras,
actos, leyes, creencias, sueños, esperanzas, los planes para su propia salvación, el precio
que nos exige) es más probable que entendamos el verdadero alcance de lo que significa no
ver al ego. No sólo los actos del ego tienen que desaparecer de nuestra vista sino también
todas las cosas que causan esos actos.

Me impresiona especialmente “los planes que tiene para su propia salvación”. El ego tiene
muchos planes para sacarnos del atolladero en lo que pensamos que estamos. Pero
realmente no estamos en ningún atolladero, sólo hemos tapado la realidad con ilusiones, y
la realidad sigue estando ahí. No tenemos que hacer nada para encontrarla. No tenemos que
hacer planes para nuestra salvación. Sin duda, hacer planes para nuestra salvación alimenta
más todavía al ego. Como dice la Lección 337, necesitamos entender que “lo que tengo que
aprender es a no hacer nada por mi cuenta, pues sólo necesito aceptar mi Ser, mi
impecabilidad, la cual se creó para mí y ya es mía, para sentir el Amor de Dios
protegiéndome de todo daño” (L.337.1:6).
LECCIÓN 338 - 4 DICIEMBRE

“Sólo mis propios pensamientos pueden afectarme”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Ésta es una idea fundamental del Curso, repetida muchas veces con palabras diferentes:

Soy responsable de lo que veo. Elijo los sentimientos que experimento y decido
el objetivo que quiero alcanzar. Y todo lo que parece sucederme yo mismo lo he
pedido, y se me concede tal como lo pedí. (T.21.II.2:3-5)

Nunca estoy disgustado por la razón que creo. (L.5)

Es imposible que el Hijo de Dios pueda ser controlado por sucesos externos a él. Es
imposible que él mismo no haya elegido las cosas que le suceden. Su poder de
decisión es lo que determina cada situación en la que parece encontrarse, ya sea por
casualidad o por coincidencia. (T.21.II.3:1-3)

Nada externo a ti puede hacerte temer o amar porque no hay nada externo a ti.
(T.10.In.1:1)

Son únicamente tus pensamientos los que te causan dolor. Nada externo a tu
mente puede herirte o hacerte daño en modo alguno. No hay causa más allá de
ti mismo que pueda abatirse sobre ti y oprimirte. Nadie, excepto tú mismo,
puede afectarte. No hay nada en el mundo capaz de hacerte enfermar, de
entristecerte o de debilitarte. Eres tú el que tiene el poder de dominar todas las
cosas que ves reconociendo simplemente lo que eres. (L.190.5:1-6)

El Curso dice que aceptar esto es la base de nuestra liberación de todo sufrimiento. Mientras
pensemos que algo de fuera de nosotros nos está afectando y causando nuestro dolor, no
buscaremos dentro los pensamientos que son verdaderamente la causa del dolor. Creeremos
que somos las víctimas inocentes de fuerzas que están más allá de nuestro control.

Con este pensamiento basta para dejar que la salvación arribe a todo el mundo.
Pues es el pensamiento mediante el cual todo el mundo por fin se libera del
miedo. (1:1-2)

La comprensión de que no hay nada fuera de mí amenazándome es el único modo seguro


para liberarnos del miedo. Al principio puede parecer que provoca culpa porque si no hay
nadie que me lo esté haciendo a mí, yo debo estar haciéndomelo, y ése parece ser un
reconocimiento muy difícil de aceptar. Sin embargo, la comprensión de que sólo mis
propios pensamientos pueden afectarme trae una enorme liberación del miedo.

Ahora cada uno ha aprendido que nadie puede atemorizarlo, y que nada puede
amenazar su seguridad. No tiene enemigos, y está a salvo de todas las cosas
externas. (1:3-4)
Que recuerde esto hoy. Nada puede ponerme en peligro. No tengo enemigos, y nada externo
puede amenazarme. No tengo que vivir con ansiedad y a la defensiva: estoy a salvo.

Sin embargo, ¿y el hecho de que mis propios pensamientos pueden hacerme daño? ¿No es eso
algo a lo que temer? Parece aterrador que los pensamientos que tengo y de los que no soy
consciente pueden hacerme daño. Siempre ha sido aterrador el extraño mensaje de la psicología
de que estoy dirigido por motivos de los que no soy consciente, que nunca llegan a la superficie
de mi mente consciente, y el Curso parece estar bastante de acuerdo con esas teorías
psicológicas. Constantemente te está diciendo que creemos ciertas cosas que no somos
conscientes de que las creemos, y que estamos dirigidos por una culpa por la separación tan
profundamente oculta y enterrada que quizá nunca en este mundo nos demos cuenta de ella.
¿Cómo podemos liberarnos del miedo cuando estos enemigos escondidos acechan debajo de la
superficie de nuestra mente, preparados para explotar como minas de tierra cuando las pisamos
sin darnos cuenta?

Sus pensamientos pueden asustarlo, pero, puesto que son sus propios
pensamientos, él tiene el poder de cambiarlos sustituyendo cada pensamiento de
miedo por un pensamiento feliz de amor. Se crucificó a sí mismo. Sin embargo,
Dios planeó que Su Hijo bienamado fuese redimido. (1:5-7)

La buena noticia es que puesto que nuestros pensamientos son nuestros, podemos cambiarlos,
incluso aquellos de los que no somos conscientes. De eso es de lo que trata el Curso. Sí, nos
hemos crucificado a nosotros mismos, pero Dios ha planeado una salida para nosotros. Él ha
planeado que seamos rescatados, es decir: liberados de nuestros propios pensamientos del
aprisionamiento que nos hemos impuesto a nosotros mismos. Es un camino para cambiar
nuestra mente, y no se necesita nada más que eso.

Todos los demás planes fracasarán. (2:2)

Fracasarán porque están basados en una falsedad, concretamente, que el problema es algo
externo, algo distinto a mis pensamientos. Puedo intentar solucionar mis problemas con más
dinero, con medicinas o drogas, o rodeándome de personas que parecen darme lo que parece
que a mí me falta. Siendo soluciones externas fracasarán todas, porque el problema real está
en mis propios pensamientos. Por muy ingeniosos que sean, mis planes fracasarán, porque
estoy resolviendo los problemas equivocados.

Y tendré pensamientos que me asustarán hasta que aprenda que Tú ya me has dado
el único Pensamiento que me conduce a la salvación. Sólo mis propios
pensamientos fracasarán, y no me llevarán a ninguna parte. Mas el Pensamiento
que Tú me diste promete conducirme a mi hogar, porque en él reside la promesa
que Tú le hiciste a Tu Hijo. (2:3-5)

Aunque conozco la verdad de esta lección, todavía tendré pensamientos que producen miedo,
pensamientos que parecen hacerme daño. No hay que preocuparse por eso. Cuando aparezcan
tales pensamientos, puedo aprender a encogerme de hombros con indiferencia y decirme a mí
mismo: “¿Así que todavía tengo un ego? ¡Eso no es nada nuevo!”. Puedo llevar los
pensamientos que me atemorizan ante la Presencia del Pensamiento que Dios me ha dado: el
Espíritu Santo. Él es “el Pensamiento que me lleva a la salvación”, el Pensamiento de perdón y
de amor. Él es un Pensamiento lleno de promesas y seguridad, un Pensamiento que me dice que
yo soy el Hijo que Dios ama, sin nada que temer (como vimos en la lección de ayer “Mi
impecabilidad me protege de todo daño”).

Que hoy esté dispuesto a reconocer mis pensamientos de miedo cuando surjan, en lugar de
negar que los tengo, para que con la ayuda del Espíritu Santo pueda cambiarlos, cambiándolos
por un pensamiento feliz de amor.

¿Qué es el ego? (Parte 8)

L.pII.12.4:2

Desde el punto de vista del sufrimiento, el precio que hay que pagar por tener fe
en él es tan inmenso que la ofrenda que se hace a diario en su tenebroso
santuario es la crucifixión del Hijo de Dios. Y la sangre no puede sino correr
ante el altar donde sus enfermizos seguidores se preparan para morir. (4:2)

Aquí el Curso hace una de las valoraciones más tenebrosas de nuestro ego. Produce una
imagen de una religión primitiva con sacrificios de sangre como los que hemos leído que
existieron en América Central, en la que a seres humanos se les arrancaba del cuerpo el
corazón todavía latiendo, y los altares tenían vías cortadas para que la sangre fluyera por
allí. Dice que nuestra fe en el ego es la causa de un sufrimiento tan inmenso y aterrador
como ése.

Por nuestra fe en la ilusión de separación del ego, de una identidad separada, pagamos un
inmenso precio en sufrimiento. Cada día continuamos con esta extraña fe: crucificamos al
Hijo de Dios. Pues la existencia de una identidad separada exige la muerte de nuestra
identidad unificada. Como “enfermizos seguidores” de esta religión (pues es una religión),
todos nos estamos preparando para morir mientras contemplamos el sacrificio del santo
Hijo de Dios. (Por supuesto, el Hijo de Dios no puede morir, el sacrificio es ilusorio. Pero
para nuestra mente es terriblemente real). Nuestra propia muerte confirmará nuestra fe,
demostrará nuestra separación de Dios.

Aunque este sufrimiento no es real en la verdad, a nosotros nos parece real. Y, para
librarnos del ego, una de las cosas que el Curso nos pide es que examines honestamente el
costo de nuestra creencia en el ego. ¿Qué me cuesta albergar un resentimiento? ¿Qué me
cuesta odiar? ¿Qué me cuesta empeñarme en tener la razón en una discusión? ¿Qué me
cuesta aferrarme a mi imagen de víctima? ¿Qué me cuesta aferrarme a la culpa? ¿Qué me
cuesta aferrarme a mi percepción de pecado en mis hermanos?

Tenemos que tener en cuenta lo que nos cuesta nuestra creencia en el ego. El Curso dice:

No aceptarías el costo en miedo que ello supone una vez que lo reconocieses
(T.11.V.10:3)

El ego está tratando de enseñarte cómo ganar el mundo y perder tu alma. El


Espíritu Santo te enseña que no puedes perder tu alma y que no hay nada que
ganar en el mundo, pues, de por sí, no da nada. Invertir sin recibir beneficios es
sin duda una manera segura de empobrecerte, y los gastos generales son muy
altos. No sólo no recibes ningún beneficio de la inversión, sino que el costo es
enorme. Pues esta inversión te cuesta la realidad del mundo al negar la tuya, y no
te da nada a cambio. (T.12.VI.1:1-5)

… tienes que aprender el costo que supone estar dormido, y negarte a pagarlo.
(T.12.VI.5:2)

La creencia en el pecado requiere constante defensa, y a un costo exorbitante. Es


preciso combatir y sacrificar todo lo que el Espíritu Santo te ofrece. Pues el pecado está
tallado en un bloque que fue arrancado de tu paz y colocado entre el retorno de ésta y
tú. (T.22.V.2:6-8)
Pagamos un precio enorme en sufrimiento para mantener nuestro andrajoso y amado ego.
Perdemos la consciencia de nuestra Identidad real para aferrarnos a una identidad imaginada
y que no podemos hacer real. Una vez que veamos estos, una vez que reconozcamos la
locura de todo ello, ya nunca estaremos dispuestos a aceptarlo. Una vez que veamos lo que
el ego nos exige, nos negaremos a pagar el precio porque nos daremos cuenta de que el ego
no es lo que de verdad queremos. Pero primero, muy a menudo, tenemos que hacer frente al
horror de lo que hemos hecho. Tenemos que mirar a ese altar que gotea sangre y darnos
cuenta de que eso es lo que hemos estado eligiendo.

No es difícil renunciar a los juicios. Lo que sí es difícil es aferrarse a ellos. El


maestro de Dios los abandona gustosamente en el instante en que reconoce su
costo. Toda la fealdad que ve a su alrededor es el resultado de ellos, al igual que
todo el dolor que contempla. De los juicios se deriva toda soledad y sensación
de pérdida; el paso del tiempo y el creciente desaliento; la desesperación
enfermiza y el miedo a la muerte. Y ahora, el maestro de Dios sabe que todas
esas cosas no tienen razón de ser. Ni una sola es verdad. Habiendo abandonado
su causa, todas ellas se desprenden de él, ya que nunca fueron sino los efectos
de su elección equivocada. Maestro de Dios, este paso te brindará paz. ¿Cómo
iba a ser difícil anhelar sólo esto? (M.10.6:1-11)

LECCIÓN 339 - 5 DICIEMBRE

“Se me concederá todo lo que pida”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

¡Ésta puede ser una idea terrible! Significa que todo lo que he recibido, yo lo he pedido. No
nos gusta oír eso, y puede parecer duro. “¿Tienes cáncer? Tú lo has pedido”. Usado así es
duro, un arma para la separación en lugar de un instrumento para la unión. ¿Cómo puede
alguien desear el dolor y la enfermedad? El pensamiento parece absurdo.

Nadie desea el dolor. Pero puede creer que el dolor es placer. Nadie quiere
eludir su felicidad, mas puede creer que la dicha es algo doloroso, amenazante y
peligroso. No hay nadie que no haya de recibir lo que pida. Pero puede estar
ciertamente confundido con respecto a lo que quiere y al estado que quiere
alcanzar. (1:1-6)

Por supuesto que nadie quiere el dolor, nadie rechaza conscientemente la felicidad. Si eso es
así, y todo el mundo recibe lo que pide, entonces ¿cómo se presentan el dolor y la
infelicidad? Podríamos seguir estos razonamientos y su conclusión:

Nadie quiere el dolor.


Por lo tanto, nadie pediría dolor.
Todo el mundo recibe lo que pide o quiere.
Por lo tanto, no podemos recibir dolor.

Eso parece lógico, ¿verdad? Si las tres primeras son verdad, la cuarta debe ser verdad.
Entonces, ¿cómo llego al dolor? Debemos estar olvidando algo, nuestra lógica tiene que
tener algún fallo. El fallo está entre los puntos 1 y 2. Nadie quiere el dolor, sin embargo,
pedimos dolor, por eso es por lo que lo recibimos.

La lección explica que puedo estar confundido acerca de lo que quiero, que puedo creer que
el dolor es placer, o que la dicha es algo doloroso, amenazante y peligroso. Esto último es
un poco más fácil de entender ya que es una experiencia corriente. ¿Nunca has tenido el
pensamiento “Esto es demasiado bueno para que dure”? O quizás te has sentido muy feliz
en una relación y de repente has tenido miedo de eso porque una parte de ti está casi segura
de que si bajas la guardia vas a recibir un buen golpe. Tenía una amiga que entró en un
estado mental elevado y completamente dichoso y se mantuvo así durante casi tres semanas
hasta que empezó a pensar “Esto es maravilloso. Amo a todo el mundo, no tengo miedo de
nada, pero si sigo viviendo así en este mundo me van a crucificar. Tal vez no estoy
iluminada, tal vez estoy loca”. Así perdió la alegría, y nunca le volvió del mismo modo.

Realmente pensamos que demasiada felicidad es amenazante y peligrosa. Valoramos mucho


nuestra desconfianza. Apreciamos mucho nuestras defensas. Tenemos miedo de abrirnos a la
dicha. Por eso, sin darnos cuenta la mayor parte del tiempo, pedimos tristeza. Elegimos no
estar en paz.

La confusión entre dicha y dolor está mucho más profundamente enterrada, pero el Curso
nos enseña que el dolor confirma nuestra separación y justifica nuestras barreras y defensas
contra los demás. Lo elegimos para fortalecer nuestra identidad como ego. Tal vez sea
difícil creer que todo nuestro dolor y tristeza es elegido, pero el Curso insiste mucho acerca
de esto.

¿Qué podría pedir, pues, que al recibirlo aún lo siguiese deseando? Ha pedido lo
que le asustará y le hará sufrir. (1:7-8)

Realmente elegimos cosas que nos asustan y que nos traen sufrimiento. Gran parte del Texto
está dedicado a que nos demos cuenta de esto, darnos cuenta de lo que estamos eligiendo,
para que así nos hagamos conscientes de lo absurdo que es, y que tomemos otra decisión.

Resolvamos hoy pedir lo que realmente deseamos, y sólo eso, de manera que
podamos pasar este día libres de temor, y sin confundir el dolor con la alegría o
el miedo con el amor. (1:9)

Podemos cambiar nuestra mente. Podemos empezar a elegir conscientemente la dicha de Dios
en lugar del dolor. Cuando surja un momento de dolor, podemos aceptar el hecho de que lo
estamos eligiendo, y elegir de nuevo. Podemos decir: “Esto no es lo que quiero, elijo la dicha de
Dios”. Podemos elegir paz en lugar del enfado. Un pensamiento que repito tan a menudo que
casi es un mantra es: “¡Uy! Ya me lo estoy haciendo de nuevo”. Es sorprendente el cambio que
puede traer a la vida de uno el darse cuenta de ello.

Ahora lee la corta oración que cierra esta lección, y empieza tu día con estos pensamientos. Si
ya has empezado el día, empiézalo de nuevo ahora mismo. Para un momento y acepta este
modo de pensar. Establecer el tono de tu mente justo ahora, te acompañará a lo largo del día y te
traerá cambios que ahora no puedes ver de antemano.

Padre, Te ofrezco este día. Es un día en el que no haré nada por mi cuenta, sino que
tan sólo oiré Tu Voz en todo lo que haga. (2:1-2)

¿Qué es el ego? (Parte 9)


L.pII.12.5:1

Una sola azucena de perdón, no obstante, puede transformar la oscuridad en luz


y el altar a las ilusiones en el templo a la Vida Misma. (5:1)

El “oscuro altar” del ego es inundado de luz, y el sangriento altar a la muerte se transforma en “el
templo a la Vida Misma”. ¿Cómo? Con “una sola azucena de perdón”. Pienso en un cuento
de magia y fantasía, en el que la heroína o el héroe entran en el templo negro y prohibido
del dios del mal, llevando sólo una flor. Con gran inquietud se acerca al altar y deposita
sobre él la azucena blanca y pura, y de repente toda la escena se transforma.

El perdón es esa “magia”. Aunque no es magia, es un milagro. “El más santo de todos los
lugares de la tierra es aquel donde un viejo odio se ha convertido en un amor presente” T.26.IX.6:1).
Ése es el milagro que obra el perdón. Lo he visto con mis propios ojos. He visto una relación llena de
sangre y amargura transformarse en una tierna dedicación del uno al otro, por medio del perdón. Esto
no es una teoría hueca, ni una fantasía idealista, el perdón funciona.

El perdón deshace el ego. La más negra oscuridad que el ego haya manifestado se llena de
luz cuando el perdón la toca. No tenemos que tener miedo a mirar a la oscuridad de nuestro
ego, no hay nada que el perdón no pueda sanar.

LECCIÓN 340 - 6 DICIEMBRE

“Hoy puedo liberarme de todo sufrimiento”

Instrucciones para la práctica

Una vez al mes durante la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, introduciré este recordatorio
de repasar las instrucciones de la práctica. Recuerda, estas instrucciones exponen con detalle
las costumbres o hábitos de la práctica diaria que el Libro de Ejercicios está intentando
ayudarnos a formar. Si no creas estas costumbres o hábitos, te pierdes lo principal de todo el
programa de entrenamiento.

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

A partir de la Lección 221 del Libro de Ejercicios, se pretende que las lecciones sean
pequeñas introducciones a los instantes santos de experiencia directa de la verdad. Como
dice la Introducción a la Segunda Parte del Libro de Ejercicios:

Lo que nos proponemos ahora es que los ejercicios sean sólo un preámbulo.
Pues aguardamos con serena expectación a nuestro Dios y Padre. (L.pII.In.2:1-
2)

Diremos más bien algunas palabras sencillas a modo de bienvenida, y luego


esperaremos que nuestro Padre Se revele a Sí Mismo, tal como ha prometido
que lo hará. (L.pII.In.3:3)

Expresaremos las palabras de invitación que Su Voz sugiere y luego


esperaremos a que Él venga a nosotros. (L.pII.In..4:6)
Las “palabras de invitación” parecen referirse a las oraciones de cada lección (en cursiva).
La idea es que leamos la lección y pensemos en ella un minuto o dos. Luego, repetimos la
oración que invita a Dios a unirse a nosotros. Al trabajar con estas lecciones, he descubierto
un beneficio que va en aumento cada vez más al poner mi atención en estas oraciones y
hacerlas muy personales. Luego, esperamos, en silencio, hasta que seamos conscientes de la
Presencia de Dios con nosotros. Ése es el propósito de los ejercicios.

Hoy puedo liberarme de todo sufrimiento. (Título de la lección)

Que me recuerde a mí mismo esto. Liberarme del sufrimiento es mi elección. Hoy tengo la
posibilidad de ser libre. Cuando escucho la Voz de Dios dirigiéndome para encontrar la visión
de Cristo por medio del perdón, me liberaré para siempre de todo sufrimiento (1:4). Voy a
pensar en eso durante un momento, hacer la oración que se me da aquí, y luego sentarme en
silencio y esperar, escuchando, abriendo mi mente a esa visión.

Todavía no vivo con esa visión, sólo de vez en cuando. A mí me parece que todavía me queda
un trecho. Así que espero. Vacío mi mente, la dejo a Su disposición y Le pido que me llene con
esa visión y que la aumente en mi mente.

Vine a este mundo sólo para llegar a tener este día, así como la alegría y libertad
que encierra para Tu santo Hijo y para el mundo que él fabricó, el cual hoy se
libera junto con él. (1:6)

Alcanzar la visión de Cristo es la razón por la que estoy aquí, vine a este mundo sólo para eso.
¡Tal vez hoy! Me abro a ella, libero a mi mente de todos los pensamientos de menor importancia
y Te ofrezco mi mente. En este instante santo puedo alcanzar esa liberación. Tal vez no dure
más que unos minutos o unos segundos. Tal vez venga a mi mente y permanezca conmigo todo
el día. La salvación ya se ha logrado, y puedo hacerme consciente de ello ahora mismo. Aunque
lo olvide dentro de diez minutos, aunque “pierda” esa consciencia, el recuerdo permanecerá y
me sostendrá, transformando mi día de lo que hubiera sido si no hubiera pasado esos momentos
Contigo. Por eso me dedico a ello en este momento, a recordarlo.

Todos recordaremos. Dios nos reunirá a todos en Él Mismo, y juntos despertaremos en el Cielo
en el Corazón del Amor (2:5-6). ¡Anímate, alma mía! El resultado es tan seguro como Dios. El
camino puede parecer largo a veces, pero el final es seguro, y mi corazón no tiene por qué estar
ansioso. Estoy contento en este momento por estar Contigo. No necesito nada más. “Hoy no
hay cabida para nada que no sea alegría y agradecimiento” (2:3), y sólo esto acepto en mi
santa mente hoy.

¿Qué es el ego? (Parte 10)

L.pII.12.5:2

Y la paz se les restituirá para siempre a las santas mentes que Dios creó como
Su Hijo, Su morada, Su dicha y Su amor, completamente Suyas, y
completamente unidas a Él. (5:2)

¿Cómo es posible que el perdón pueda hacer esto? El miedo y la culpa producidos por creer
que el ego es real es la causa de todo nuestro sufrimiento. Nuestro loco deseo de ser “un ser
separado” es lo que nos hace ver a Dios y a todo el universo como nuestros enemigos y lo
que nos llena de pesadillas de castigo. El perdón nos muestra que lo que pensábamos que
nos habíamos hecho a nosotros mismos no ha sucedido. No hay ninguna razón para nuestra
culpa. El perdón nos libera del terror al castigo, y nos hace darnos cuenta de que nuestra
unidad con Dios continúa exactamente igual. Seguimos siendo “Su morada, Su dicha y Su
amor, completamente Suyas, y completamente unidas a Él”. Y con ese conocimiento
recuperamos la paz para siempre.

Cuando el perdón nos limpia, nos damos cuenta de que “Hoy puedo liberarme de todo
sufrimiento” (L.340). El pensamiento del ego en nuestra mente es el que pinta la intranquilidad
encima de la calma eterna de nuestra mente tal como Dios la creó. Abandonar ese pensamiento,
aunque sea por un instante, nos trae paz de inmediato. El pensamiento de separación, de una
identidad independiente, fue el error original:

Ese único error, que llevó a la verdad a la ilusión, a lo infinito a lo temporal, y a


la vida a la muerte, fue el único que jamás cometiste. Todo tu mundo se basa en
él. Todo lo que ves lo refleja, y todas las relaciones especiales que jamás
entablaste proceden de él. (T.18.I.4:4-6)

No te das cuenta de la magnitud de ese único error. Fue tan inmenso y tan
absolutamente increíble que de él no pudo sino surgir un mundo totalmente
irreal. (T.18.I.5:2-3)

El perdón nos muestra que lo que pensamos que hemos hecho no tiene ninguna
consecuencia real. Elimina los obstáculos a nuestra consciencia de Dios. Ese terrible error,
sobre el que descansa todo nuestro mundo, no tuvo ninguna consecuencia, nuestra unión
con Dios continúa para siempre sin interrupción. Ahora y siempre, descansamos en Su paz.

COMENTARIOS A LAS LECCIONES FINALES: 341-365

Robert Perry

Empezando con “¿Qué es un milagro?” y la Lección 341, hay varios cambios en el Libro de
Ejercicios, según se acerca al final. Todos estos cambios significan lo mismo: estamos
acercándonos más a la experiencia a la que el Curso nos está llevando. La Introducción a la
Segunda Parte decía: “Ahora empezamos a alcanzar el objetivo que este curso ha fijado y a
hallar la meta hacia la que nuestras prácticas han estado siempre encaminadas”
(L.pII.In.1:5). Aquí, al final del Libro de Ejercicios, esto se está haciendo aparentemente
verdad. Nos estamos acercando cada vez más a esta meta. Voy a detallar los cambios a los
que me refiero para que puedas verlo por ti mismo.

La atención en los milagros

Como he mencionado arriba, estos cambios en el Libro de Ejercicios empiezan con la sección
“¿Qué es un milagro?” Esta sección señala el comienzo de una mayor atención en los milagros.
Antes de esta sección, sólo cinco títulos de lecciones contenían la palabra “milagro”. Esto hace
cinco de 270 títulos de lecciones (o una de cada 54). Sin embargo, después de este punto la
palabra “milagro” aparece en ocho de los 21 últimos títulos (cerca de una de cada tres). En otras
palabras, “milagro” aparece veinte veces más frecuentemente en el último grupo de lecciones
que en el resto del Libro de Ejercicios.

¿Qué significa esto? Bueno, es un curso de milagros. Es un libro diseñado para enseñarnos
milagros. La impresión que tengo es que en esta sección final del Libro de Ejercicios nos
estamos acercando a ese propósito. Los milagros se convierten en lo que centramos la mayor
atención. Nos dedicamos cada vez más a ofrecérselos a nuestros hermanos. Por lo tanto, en mi
opinión, esta atención final a los milagros señala que nos estamos acercando al propósito del
Curso.

Las ideas del día son más largas

Empezando en la Lección 99, las ideas del día han sido generalmente de una línea. Esto se ha
mantenido durante 240 lecciones. Ahora, empezando con la Lección 342, las ideas del día han
doblado su longitud. Empezamos a recibir dos líneas. Luego, empezando en la Lección 347,
pasan a tres líneas.

Tres líneas son mucho para tratar. ¿Qué significa este cambio? A mí me dice que estamos
entrando en un nivel más profundo en las prácticas. La práctica se ha convertido en una parte
tan importante de nosotros que tres líneas no son mucho. De hecho, tres líneas son bien
recibidas, pues queremos algo que nos acerque más profundamente a la experiencia que
buscamos. Queremos algo en lo que podamos desaparecer.

Las oraciones sustituyen a las lecciones

Hasta este momento, Las lecciones de la Segunda Parte se han compuesto de tres cosas: 1) la
idea del día, 2) una oración (escrita en cursiva) y 3) un párrafo de comentario acerca de la idea
del día. De estas dos últimas, a veces la oración iba primero. Otras veces el párrafo del
comentario iba primero. A veces una era más larga, otras veces más corta.

Ahora, en la Lección 341, esto cambia. Las oraciones siempre vienen primero y son más largas
de lo que lo han sido. Los párrafos del comentario vienen en segundo lugar y se reducen a dos o
tres frases. Después en la Lección 351, el párrafo del comentario desaparece. Durante las
lecciones que quedan ya sólo está la oración.

Pienso que el significado de este cambio está claro. Uno de los temas principales de la Segunda
Parte del Libro de Ejercicios ha sido el acercamiento directo a Dios. Esto empezó cuando nos
preparábamos para la Segunda Parte, con lecciones que incluían oraciones a Dios (que empezó
en la Lección 163), que estaban directamente dirigidas a Dios (que empezó en la Lección 168) y
que se proponían la experiencia directa de Dios (que empezó en la Lección 157). Esto se
intensificó cuando entramos en la Segunda Parte, donde cada día decíamos una oración a Dios
como un modo de entrar en la experiencia de Su Presencia.

Ahora, al acercarse el Libro de Ejercicios a su fin, esa oración diaria se hace más destacada.
Leer las palabras del comentario va perdiendo importancia y desaparece. Estamos dejando eso
atrás y entramos directamente en la Presencia de Dios. Entonces, aquí hay otro cambio que
indica que nos estamos acercando a la meta del Curso.

Nos acercamos a la experiencia más allá de las palabras

En la sección que introduce las lecciones 351-360 y en la Introducción a las lecciones finales
(361-365) se nos dice prácticamente lo mismo:

La necesidad de usar palabras está casi llegando a su fin ahora. (L.pII.14.2:1)

En nuestras lecciones finales utilizaremos la mínima cantidad de palabras


posible. Tan sólo las utilizaremos al principio de nuestras prácticas, y
únicamente para que nos recuerden que lo que buscamos es ir más allá de ellas.
(L.Fi.In.1:1-2)

Ir más allá de las palabras ha sido un tema continuo en el Libro de Ejercicios desde el
Quinto Repaso (Lecciones 171-180). Cuando las palabras empezaron a llevarnos a la
experiencia de su significado, empezamos a apoyarnos en ellas cada vez menos. Se
convirtieron en cortas introducciones a los instantes de experiencia pura. Todavía estamos
en esa fase. Sí, según la primera cita de arriba, estamos casi llegando a su fin. Estamos
cerca de ir más allá de la necesidad de palabras. Pronto, sin una sola palabra, podremos
entrar en “los períodos de experiencia profunda e inefable” (L.pII.In.11:2).

Nos hemos unido en propósito a Jesús


La última sección de ¿Qué es?: “¿Qué soy?” hace un comentario significativo sobre la
aceleración del progreso que se supone que estamos haciendo aquí al final del Libro de
Ejercicios:

Mas en los últimos días de este año que tú y yo juntos le ofrecimos a Dios, hemos
encontrado un solo propósito, el cual compartimos. Y así, te uniste a mí, de modo que
lo que yo soy tú lo eres también. (L.pII.14.2:2-3)

Según este fragmento, después de todo un año que nosotros y Jesús Le hemos entregado juntos a
Dios, al final de este año, por fin, nos hemos unido a Jesús. Finalmente nos hemos unido con Él en
un propósito común. Ésta es una afirmación profundamente significativa. En la enseñanza del Curso,
compartir un propósito con alguien es lo que nos permite unirnos a esa persona. Es lo que hace que
esa relación sea santa. Y las relaciones santas son las que nos permiten alcanzar la iluminación, la
salvación. Por lo tanto, Jesús quiere decir aquí que hemos establecido una relación santa con Él. Lo
que Él dice es tan importante como lo que conlleva. Al compartir un solo propósito con Él, nos
hemos unido a Él, somos uno con Él. Esto significa que lo que Él es, nosotros lo somos también.
Somos lo mismo que Jesús. Entonces aquí hay una afirmación muy clara de que un salto
significativo en nuestro desarrollo ha ocurrido aquí al final del Libro de Ejercicios.

¿Estamos realmente donde el Libro de Ejercicios actúa como que ya lo estamos?

La sencilla respuesta a esta pregunta es “no”. Muy poco de lo que acabo de decir será verdad
incluso de aquellos que han practicado el Libro de Ejercicios con dedicación y fielmente. Por
ejemplo, no habremos logrado completamente nuestra función de dar milagros a todos. No
estaremos en una posición desde la que con sólo decir la oración entraremos directamente en la
experiencia de Dios. Todavía dependeremos en cierto modo de las palabras. Y quizá no nos
hayamos unido a Jesús todavía en un propósito común. A decir verdad, el Libro de Ejercicios
habla como si hubiésemos avanzado más de lo que probablemente lo haremos.

¿Por qué digo esto con tanta seguridad? Por una razón muy sensata que necesita explicación. El
Epílogo del Libro de Ejercicios empieza con esta afirmación: “Este curso es un comienzo, no
un final”. Esto claramente supone que has acabado el Curso, aunque no has terminado tu
viaje ya que el Curso es sólo un comienzo. Por lo tanto, la persona a la que habla aquí se ha
graduado en el Curso. Ya no necesita estudiar el Texto ni practicar las lecciones del Libro de
Ejercicios. Ha terminado con el libro. Pues le ha llevado a las manos del Espíritu Santo,
Quien Le conducirá durante el resto del camino. Por supuesto, este estado de ser es a lo que
nos están llevando todos esos cambios que hemos examinado arriba.

Ahora todo lo que las palabras o las lecciones harían por nosotros, lo hará el Espíritu Santo.
Y más. El Espíritu Santo nos dará todas las respuestas que necesitemos para cualquier cosa
que parezca perturbarnos (1:5-6). Él solucionará todos nuestros problemas y aclarará todas
nuestras dudas (1:7). Él dirigirá nuestras práctica interiores y nos dirá cuándo practicar
(3:3). Él nos guiará en toda dificultad o dolor (4:1). Él nos guiará, nos brindará paz y nos
ofrecerá una dirección segura (5:5).

¿Quién tiene realmente este tipo de relación con el Espíritu Santo? Para contestar esto, vayamos a la
Sección 16 del Manual para el Maestro: “¿Cómo debe pasar el día el maestro de Dios?” El primer
párrafo de esta sección describe una escena que es prácticamente idéntica a la que se acaba de
describir. Las dos escenas han ido más allá de la dependencia de programas externos, lecciones
señaladas o patrones establecidos para el día. En lugar de eso, las dos escenas confían
directamente en el Maestro Interno, el Espíritu Santo. Al enfrentarse a los desafíos en constante
cambio de nuestra vida, Él dirige continuamente nuestros esfuerzos, diciéndonos todo lo que
necesitamos saber.

Afortunadamente, la Sección 16 del Manual pone un nombre a esto. Es el maestro avanzado de


Dios. Después de describir al maestro avanzado, esta sección aconseja a aquellos que acaban de
terminar el Libro de Ejercicios. Da por sentado que todavía necesitarán confiar de algún modo
en estructuras externas. Ya no necesitan más el Libro de Ejercicios, pero necesitan mantenerse
dentro de la estructura básica de la práctica diaria expuesta. En otras palabras, aquellos que
acaban de completar el Libro de Ejercicios son maestros de Dios principiantes. Todavía no han
alcanzado el elevado lugar de maestros de Dios avanzados. Si ponemos todo esto junto,
sacamos esta importante conclusión: El Curso habla como si al final del Libro de Ejercicios
fueses un maestro avanzado de Dios, pero realmente no espera que éste sea el caso.

Éste es un hecho extraño acerca del Curso. Y ha sido un poco confuso. El Epílogo del Libro de
Ejercicios ha llevado a miles de alumnos del Curso a pensar que están más avanzados de lo que
realmente están. Llegan a ese Epílogo y se les dice que han acabado con el Curso y que de ahí
en adelante el Espíritu Santo les llevará en Sus alas, mucho antes de que realmente hayan
alcanzado ese lugar. El Epílogo ha llevado a otros miles de alumnos a sentirse lamentablemente
incapaces. Se preguntan: “¿Por qué no estoy tan avanzado como dice y actúa el final del Libro
de Ejercicios?

¿Por qué habla el Libro de Ejercicios de esta manera tan poco clara? Mi explicación es que nos
está exponiendo lo que es posible. El Libro de Ejercicios es el final del Curso, cierto. Si asistes a
un curso de educación, tú como alumno utilizas el libro de texto y el libro de ejercicios, no el
manual para el maestro (por supuesto eso es para el profesor). Así que, cuando llegas al final del
libro de ejercicios has terminado ese curso. Es de esperar que has aprendido su material y a
partir de ahí puedes seguir adelante. Un Curso de Milagros está siguiendo el mismo patrón.
Aquí al final de su libro de ejercicios, el Curso da a entender que la graduación es el estado
ideal. Se supone que has asimilado lo que este Curso enseña y estás preparado para seguir
adelante. Ahora recibes todo lo que necesitas de tu Maestro Interno.

Sin embargo, esto es sólo lo ideal, lo que es posible. La gran mayoría de alumnos no habrán
alcanzado esta posición. Y el Curso lo sabe, como lo muestra en la Sección 16 del Manual. Esta
diferencia entre lo que ofrece como posible y lo logrado es algo que aparece a lo largo de todo
el Curso. Continuamente ofrece la posibilidad de liberación total, aunque acepta que la mayoría
no conseguirán esta posibilidad. Incluso lo admite de vez en cuando. Tenemos un ejemplo de
esto en el Manual: “En algunos casos se alcanza una súbita y total conciencia de cuán
perfectamente aplicable es la lección de la Expiación a todas las situaciones, mas esos casos
son relativamente raros” (M.22.2:2).

Así que, si para el final del Libro de Ejercicios no eres uno de esos pocos alumnos (tan
pocos que estoy seguro de que no existe ninguno) que se convierten en maestros de Dios
avanzados (algo así como un santo auténtico), no te desanimes. Probablemente estás donde
Jesús espera que estés.

LECCIÓN 341 - 7 DICIEMBRE

“Tan sólo puedo atacar mi propia impecabilidad, que es lo único que me mantiene a
salvo”

Instrucciones para la práctica


Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Cuando ataco a alguien, me ataco a mí mismo. Cuando veo pecado en otro, ataco mi propia
inocencia, y sólo mi inocencia me mantiene a salvo. Dios dice que yo soy inocente, ¿quién soy
yo para no estar de acuerdo?

Yo soy aquel a quien sonríes con un amor y con una ternura tan entrañable,
profunda y serena que el universo te devuelve la sonrisa y comparte Tu Santidad.
(1:2)

Entonces, ¡qué absurdo atacar, cuando cualquier ataque es un ataque a lo que yo soy! ¡Qué
absurdo atacar la maravilla que soy en una tonta búsqueda de otra identidad sin importancia!
¿Por qué poner en peligro mi experiencia de la profunda ternura de Dios?

… moramos en Tu Sonrisa… (1:3)

¡Que pensamiento más maravilloso! A veces he encontrado una persona cuya sonrisa era tan
radiante que sentí que me inundaba. ¡Imagínate inundado por la sonrisa de Dios! ¡Que cariñoso
amor irradia esa sonrisa! Voy a pasar un rato disfrutando de su resplandor compasivo.

Vivimos unidos a Él “en completa hermandad y Paternidad” (1:3). La unidad que disfrutamos
no es sólo con el Padre sino también con todos nuestros hermanos. Éste es el estado que está
destinado para nosotros para siempre. Es el estado en el que siempre estamos, si estamos
dispuestos a disfrutar de él y a dejar a un lado cada pensamiento de ataque. “El Señor de la
Inocencia nos concibe como Su Hijo: un universo de Pensamiento que le brinda Su plenitud”
(1:3). Como Hijo Suyo, únicamente podemos ser la inocencia misma. Mi ataque sólo amenaza
mi consciencia de esta perfecta inocencia.

No ataquemos, pues, nuestra impecabilidad, ya que en ella se encuentra la


Palabra que Dios nos ha dado. Y en su benévolo reflejo nos salvamos. (2:1-2)

¿Qué es un milagro? (Parte 1)

L.pII.13.1:1-3

Un milagro es una corrección. No crea, ni cambia realmente nada en absoluto.


(1:1-2)

El milagro corrige, no crea. No hace nada nuevo, simplemente arregla una valoración
equivocada de lo que ya soy. Como dice la Lección 341, ya somos inocentes. No necesitamos
hacernos inocentes. Todo lo que necesitamos hacer es dejar de atacar nuestra inocencia.

Pensamos en el milagro como un cambio sorprendente en la manera en que son las cosas. Pero
tal como el Curso lo ve, un milagro no cambia nada. Simplemente elimina una falsa percepción
(interpretación). Elimina la capa de pecado y culpa que hemos puesto sobre nuestra inocencia, y
muestra la inocencia sin cambio que hemos intentado ocultar.

Un milagro a menudo tiene efectos externos, aunque no siempre:


Los milagros son expresiones de amor, pero puede que no siempre tengan efectos
observables. (T.1.I.35.1)

Cuando hay efectos que se pueden ver, algo dentro de la ilusión parece cambiar, a menudo
completamente. Alguien que estaba enfermo, se cura. Dos personas que estaban en guerra, de
repente firman la paz. Pero eso es el efecto del milagro, no el milagro en sí mismo. El efecto
sólo muestra en la forma lo que siempre ha sido verdad en la realidad: la persona “enferma”
siempre ha sido completa, los amigos “en guerra” siempre han estado unidos como una sola
mente. Los efectos observables nos muestran que la forma nunca ha sido real, pero el milagro
es la percepción que lo vio antes de que fuera un efecto que se pudiese ver, y al darse cuenta de
la falsedad de la ilusión, cambió la ilusión.

Simplemente contempla la devastación y le recuerda a la mente que lo que ve es


falso. (1:3)

El milagro mira a la ilusión y le recuerda a la mente que es una ilusión. Vemos


“devastación” en este mundo, pero el milagro nos recuerda que lo que vemos es falso.
Vemos la mente deformada por la culpa de una persona, el milagro nos recuerda que no es
real como tampoco sus aparentes efectos, y nos permite ver la plenitud e inocencia de la
persona detrás de la ilusión que presenta al mundo.

LECCIÓN 342 - 8 DICIEMBRE

“Dejo que el perdón descanse sobre todas las cosas, pues de ese modo es como se me
concederá a mí”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Como dice la cuarta frase: “Tengo la llave en mis manos”. El perdón es la llave. Cuando
perdono, recibo el perdón, no de Dios como recompensa a mi buena acción (Dios no necesita
perdonar pues nunca ha condenado), sino que recibo mi propio perdón. El perdón significa
“dejar que la creación sea tal como Tú quieres que sea y como es” (1:7). Es el ego en mi mente
el único que ha puesto una ilusión de “pecado” sobre el mundo que me rodea. Cuando miro al
mundo con condena, no veo la realidad tal como es. No hay nada que condenar, y ese hecho es
mi propia salvación. Si el pecado que creo ver en el mundo está realmente ahí, entonces estoy
condenado con el mundo. Únicamente cuando dejo que la creación sea tal como Dios quiere que
sea, inocente, puedo liberarme de la condena.

Éste es el plan de Dios para “salvarme del infierno que yo mismo fabriqué” (1:1). Yo inventé el
infierno, Dios me da el perdón como medio de escapar de él. Gracias a Dios, el infierno no es
real. El Curso dice que “he llegado hasta las puertas tras las cuales se halla el fin de los sueños”
(1:4). Tengo el perdón, la llave, en mis manos. “Me encuentro ante las puertas del Cielo, sin
saber si debo entrar y estar en casa” (1:5). Hoy, en cada instante en que me enfrente a la
elección entre el juicio y el perdón, entre el asesinato y un milagro, me encuentro ante esa
puerta, sujetando la llave en mis manos, preguntándome si debería entrar.

No dejes que hoy siga indeciso. Quiero perdonar todas las cosas y dejar que la
creación sea tal como Tú quieres que sea y como es. Quiero recordar que soy Tu
Hijo, y que cuando por fin abra las puertas, me olvide de las ilusiones ante la
deslumbrante luz de la verdad, conforme Tu recuerdo retorna a mí. (1:6-8)

El perdón es la llave, la elección de abrir la puerta es mía. Para abrirla tengo que estar dispuesto
a olvidar todas las ilusiones. Tengo que estar dispuesto a abandonar mi inversión en ver mis
propios pecados en mi hermano y liberarle.

Hermano, perdóname ahora. Vengo a llevarte a casa conmigo. Y según


avanzamos, el mundo se une a nosotros en nuestro camino a Dios. (2:1-3)

Voy a pensar en estas líneas con cada hermano que me encuentre hoy. “Hermano, perdóname
ahora. Vengo a llevarte a casa conmigo”. ¡Que ése sea el modo en que saludo a todos en mi
mente! ¡Vayamos todos juntos a casa!

¿Qué es un milagro? (Parte 2)

L.pII.13.1:4-6

(Un milagro) Corrige el error, mas no intenta ir más allá de la percepción, ni


exceder la función del perdón. (1:4)

Un milagro está relacionado con la percepción, no con la revelación directa. Produce un


cambio en mi percepción, deshaciendo mis errores de percepción (interpretación).

El contenido perceptual de los milagros es la plenitud. De ahí que puedan corregir


o redimir la errada percepción de carencia. (T.1.I.41:1-2)

Cuando mi mente experimenta un milagro, veo la plenitud en lugar de la carencia. Con


relación al “pecado”, que es una percepción de carencia de amor en alguien, el milagro hace
que vea su amor en lugar de su “pecado”. Le veo como completo, en lugar de cómo alguien
a quien le falta algo. El milagro deshace mi error, pero no intenta ir más allá. Los milagros
ocurren en el reino de la percepción y del tiempo, no intentan llevarme al reino del
conocimiento y de la eternidad. Corrigen mi percepción pero no dan conocimiento. “Se
mantiene, por lo tanto, dentro de los límites del tiempo” (1:5).

El Curso aclara esto repetidas veces, debe ser importante. ¿Qué lo hace tan importante para
nosotros? Esto: Cuando empezamos un camino espiritual, nos podemos preocupar en
exceso. Queremos que un milagro nos lleve inmediatamente al reino del espíritu. Queremos
un arreglo rápido. Pero no podemos hacer un cambio directamente de la percepción falsa al
conocimiento puro. Tenemos que pasar por la etapa de corregir la percepción. No podemos
saltarnos pasos. El Texto lo dice claramente: “…la percepción tiene que ser corregida antes de
que puedas llegar a saber nada” (T.3.III.1:2). Para eso es para lo que están los milagros: para
corregir nuestra percepción. Cuando nuestra percepción se ha corregido, Dios puede llevarnos el
resto del camino de la percepción al conocimiento.

Una percepción redimida se convierte fácilmente en conocimiento, pues sólo la


percepción puede equivocarse y la percepción nunca existió. Al ser corregida da
paso al conocimiento, que es la única realidad eternamente. (T.12.VIII.8:6-7)

No obstante, (el milagro) allana el camino para el retorno de la intemporalidad


y para el despertar del amor, pues el miedo no puede sino desvanecerse ante el
benevolente remedio que el milagro trae consigo. (1:6)
“El benevolente remedio” del milagro, al corregir nuestra percepción, “allana el camino”
para el regreso al conocimiento completo. Sin el deshacimiento de nuestra percepción falsa,
nos opondremos al conocimiento y rechazaremos el amor, tendremos miedo de él. Por
ejemplo, nuestra percepción deformada del amor cree que el amor significa sacrificio, y que
el Amor total significaría sacrificio total. Por lo tanto, huimos de él, le tenemos miedo. Esas
interpretaciones tienen que ser cambiadas antes incluso de que estemos dispuestos a dejar
que el amor verdadero despierte dentro de nosotros. Debido a que el milagro elimina el
miedo, abre el camino al amor. Pone fin a nuestro rechazo, elimina la interferencia.

LECCIÓN 343 - 9 DICIEMBRE

“No se me pide que haga ningún sacrificio para encontrar la misericordia y la paz de
Dios”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

La idea de pérdida y sacrificio le es completamente ajena al Curso. Nos dice “El sacrificio es
una noción que Dios desconoce por completo” (T.3.I.4:1). Como señala la primera línea de la
lección, ¿cómo podría ser un sacrificio el final del sufrimiento? ¿Cómo puede obtenerse la
felicidad por medio del sacrificio? Es ridículo cuando piensas en ello y, sin embargo, durante
siglos muchas religiones han creído que para encontrar la misericordia de Dios tienes que
renunciar a algo, normalmente algo valioso. Tienes que sufrir para alcanzar el Cielo. Tienes que
pagar por tus equivocaciones.

El Cielo, o la salvación, tienen que ser sólo ganancia. ¿Cómo podría ser una pérdida y seguir
siendo el Cielo? Voy a decir a mi Padre:

Tú sólo das. Nunca quitas. Y me creaste para que fuese como Tú, de modo que el
sacrificio es algo tan imposible para mí como lo es para Ti. Yo también no puedo
sino dar. (1:3-6)

Y lo que Dios da, lo da para siempre.

Aún soy tal como fui creado. Tu Hijo no puede hacer sacrificios, pues es íntegro, al
ser su función completarte a Ti. (1:8-9)

No puedo perder lo que soy, no puedo sacrificar algo valioso y quedarme incompleto porque eso
estaría en contra de mi función de completar a Dios. Para que Dios esté completo (lo cual por
supuesto está, siendo Dios) yo debo estar completo, pues ¡Él me creó para completarle a Él! Por
lo tanto, no puedo hacer sacrificios, debo permanecer completo.

Estamos acosados por la idea de que de algún modo tenemos que ganarnos la misericordia y la
paz de Dios. Especialmente cuando me he desviado por alguna maniobra del ego, siempre me
siento como si tuviera que “pasar por algo” para encontrar mi camino de vuelta. Necesito tener
un verdadero periodo de remordimiento y de sentirme culpable. ¡Al menos tengo que dormir
para reponerme! No parece correcto pasar inmediatamente de la locura del ego a un estado de
paz y dicha sin pagar antes algún tipo de castigo. Sin embargo
La misericordia y la paz de Dios son gratuitas. La salvación no cuesta nada. Es
un regalo que se debe dar y recibir libremente. Y esto es lo que vamos a aprender
hoy. (2:1-4)

Ya que la misericordia y la paz de Dios son gratuitas están disponibles de inmediato en cada
instante. Sólo necesito estar dispuesto a darlas y a recibirlas libremente.

En este instante, ahora mismo, voy a darme misericordia a mí mismo. Voy a ver el corazón del
niño en dolor por lo que ha hecho, y voy a extenderle por encima misericordia como si fuese
un manto caliente. Hoy voy a aceptarme con amor y afirmar de nuevo mi propia inocencia.
¿Qué he olvidado quien soy? No pasa nada. ¿Qué me he enfadado con un hermano? Sigo
mereciendo misericordia y paz. ¿Qué he traicionado a un amigo? Dios sigue considerándome
Su Hijo. No se me pide ningún sacrificio ni ningún castigo, ni siquiera un tiempo “decente”
de lamentaciones. Puedo sencillamente y con total confianza abrir mi mente a mi Amigo y
darle la bienvenida. Puedo regresar a casa con Dios. ¿A qué estoy esperando? Voy a ir ahora
mismo a Él.

¿Qué es un milagro? (Parte 3)

L.pII.13.2:1-2

Una de las lecciones que se repiten con mayor frecuencia en el Curso es que dar y recibir son lo
mismo: “Dar y recibir son en verdad lo mismo” (Lección 108). Esta lección, una de las más
importantes de las que el Espíritu Santo quiere enseñarnos (es la primera lección del Espíritu
Santo, en el Capítulo 6: “Para poder tener, da todo a todos”), es también para nosotros una de
las más difíciles de aprender porque es lo contrario de nuestra manera de pensar habitual.

En el milagro reside el don de la gracia, pues se da y se recibe como uno. (2:1)

Para recibir un milagro, tenemos que darlo; para darlo, tenemos que recibirlo. Recibir un
milagro y dar un milagro son una cosa, no dos. Muchos de nosotros nos liamos intentando
entender si primero tengo que perdonarme a mí mismo para poder perdonar a otro, o si tengo
que perdonar a otro antes de poder perdonarme a mí mismo. La respuesta es sí y no, a las dos
preguntas. Para perdonarte a ti mismo tienes que perdonar a la otra persona, pero para perdonar
a la otra persona tienes que perdonarte a ti mismo. Son una misma cosa. Parecen ser dos
acciones distintas pero no lo son, son una misma acción porque mi hermano y yo somos un solo
Ser. Dentro del tiempo, a menudo puede parecer que una acción ocurre antes, pero en realidad
ocurren al mismo tiempo.

“Y así, nos da un ejemplo de lo que es la ley de la verdad, que el mundo no acata porque no
la entiende” (2:2). Pienso que “la ley de la verdad” es lo mismo que “la ley del amor” de la
de la que se habla en la Lección 344: “lo que le doy a mi hermano es el regalo que me hago a
mí mismo”. Si hiciéramos nuestro este pensamiento completamente, estaríamos fuera de aquí,
con el programa de estudios aprendido. Un milagro demuestra esta ley, nos muestra una
representación gráfica de ella. Cuando ofrezco un milagro a un hermano, observo su
devastación y me doy cuenta de que lo que estoy viendo es falso (1:3). Estoy viendo su plenitud,
en lugar de la ilusión de su carencia. El hecho de que yo lo vea en él se lo hace ver a él mismo,
si quiere hacerlo. Y cuando recibe el milagro, yo soy bendecido. Se me recuerda quien soy.

El mundo no obedece esta ley ni la entiende. Desaprender la manera de pensar del mundo
acerca de esto es lo que el Curso llama “el deshacimiento del concepto de ‘obtener’”
(T.6.V(B).3:1). L e llama a esto el primer paso en la inversión de la manera de pensar del
ego (invertir, darle la vuelta). Los milagros son importantes para nosotros porque nos
demuestran esta ley, nos ayudan a conocer mediante la experiencia que dar es recibir, que
conservo lo que quiero al darlo a otros.

LECCIÓN 344 - 10 DICIEMBRE

“Hoy aprendo la ley del amor: que lo que le doy a mi hermano es el regalo que me hago
a mí mismo”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

¿Y si nos diéramos cuenta de que lo que damos a otros es lo que nos quedará al final? ¿Y si
reconociéramos que todo lo que intentamos conservar sólo para nosotros se perderá? ¿Cómo
cambiaría eso el modo en que vivimos?

La lección se refiere a nuestros regalos de amor y perdón más que a algo físico, aunque lo físico
a menudo representa ese amor. “Pero aquel a quien perdone me agasajará con regalos mucho
más valiosos que cualquier cosa que haya en la tierra” (1:6). El Curso nos enseña que todo es
una idea; y las ideas cuando se dan, únicamente aumentan, no perdemos nada al darlas. Por otra
parte, cuando intentamos guardar nuestro cariño para nosotros solos, terminamos con las manos
vacías: “Y cuando contemplé el tesoro que creía tener, encontré un lugar vacío en el que nunca
hubo nada, en el no hay nada ahora y en el que nada habrá jamás” (1:3). Únicamente lo que se
comparte es real porque únicamente la Unidad es la realidad, y la separación es ilusoria. No
podemos tener algo sólo para nosotros porque no estamos solos.

¿Cómo nos elevamos y regresamos a Dios?” (1:9). Perdonando a nuestros hermanos (1:6-8).
Cada uno de los que perdono llena “mis arcas con los tesoros del Cielo, que son los únicos que
son reales” (1:7). Hay un corto poema que aprendí hace años en la época de mi
fundamentalismo cristiano que dice:

Sólo una vida, que pronto habrá terminado,


Sólo lo que se Le da a Cristo durará.

Sólo el amor es real. Sólo el amor es eterno.

¡Qué cerca nos encontramos unos de otros en nuestro camino hacia Dios! ¡Qué
cerca está Él de nosotros! ¡Qué cerca el final del sueño del pecado y la redención
del Hijo de Dios! (2:1-3)

No creo que todavía tenemos una idea de lo estrechamente que estamos unidos unos a otros, o
de lo cerca que estamos unos de otros. Cada vez que eliges escuchar la Voz de Dios en lugar
de la del ego, por muy poco que sea, me ayudas en mi camino a Dios. Cada vez que abro los
ojos a la visión de Cristo, tú ves un poco mejor. Tú y yo y todos nosotros somos realmente
uno. Como dice la Lección 19: “No soy el único que experimenta los efectos de mis
pensamientos”. Si hoy estoy dispuesto a ver a otro como completo, le ayudo en el camino a
Dios al recordarle Quien es realmente, y literalmente me he ayudado a mí mismo del mismo
modo porque nuestras mentes están unidas. ¡Cuántas oportunidades nos esperan a cada uno de
nosotros hoy! ¡Qué impaciente estoy de extender el perdón por todo el mundo!

¿Qué es un milagro? (Parte 4)

L.pII.13.2:3-5

El milagro invierte la percepción que antes estaba al revés, y de esa manera


pone fin a las extrañas distorsiones que ésta manifestaba. (2:3)

Las percepciones que hemos aprendido del ego están al revés, y un milagro invierte esas
percepciones y las pone bien de nuevo. Tal vez ésta es una referencia de cómo funciona la
vista física. En la vista física, la imagen proyectada por la lente de nuestros ojos está
verdaderamente al revés. La mente literalmente aprende a ver la imagen invertida como si
estuviera al derecho. En un experimento a las personas se les daban gafas que invertían la
imagen, de modo que en la retina aparecía del derecho, la gente veía todo como si estuviera
al revés. Sin embargo, después de varios días la mente se adaptaba y veía todo de nuevo del
modo correcto. Cuando les quitaron las gafas, ¡la gente veía entonces las cosas como si
estuvieran del revés!

Por ejemplo, la percepción de que lo que doy, lo pierdo, está completamente al revés; la
verdadera percepción me muestra que lo que doy, lo conservo. Percibimos lo que es falso,
pero nuestra mente ha aprendido a interpretarlo como la verdad. Vemos ilusiones y
pensamos que son reales, creemos que la realidad es ilusoria. Tenemos miedo al amor, y
amamos el miedo. Pensamos que la culpa es buena, y que la inocencia es culpabilidad. Un
milagro invierte todo esto, corrige nuestra percepción, invirtiendo nuestra comprensión. El
cambio en la percepción es lo que acaba con la distorsión (deformación) en lo que se está
manifestando (es decir, lo que estamos viendo en la forma).

“Ahora la percepción se ha vuelto receptiva a la verdad” (2:4). Cuando el milagro invierte


mi percepción y pone fin a la deformación, puedo percibir la verdad (o su reflejo con
exactitud). Mientras no se corrija la percepción, la verdad no puede entrar.

“Ahora puede verse que el perdón está justificado” (2:5). Ésta es quizá la inversión más
total de todas. Una de las ideas más firmes del Curso es que el perdón está justificado. Si
pensamos en el perdón desde el punto de vista del ego, lo vemos como librar a alguien del
castigo sin ninguna razón, “fruto de la bondad de nuestro corazón”. El Curso dice que
tenemos todas las razones para perdonar. Está totalmente justificado (T.30.VI.2:1). Lo que
no está justificado es el juicio, la condena y la ira (T.30.VI.1:1). Esto es algo que no puede
aprenderse a través de la lógica (aunque es completamente lógico). Cuando vemos nuestra
condena a alguien como justa, así es como lo vemos. No sirve de nada que intentemos
razonar nosotros para verlo de manera diferente, no funciona. Tampoco podemos
“obligarnos” a nosotros mismos a hacerlo. Si intentamos forzarnos a “perdonar” mientras
seguimos viendo culpa, nos sentimos como si no fuéramos honestos con nosotros mismos.

Cuando Le entregas tu percepción al Espíritu Santo y Le pides ver tal como Él ve, Él te da
Su percepción. Simplemente aparece en la mente. Literalmente ya no ves ninguna razón
para condenar, y sí todas las razones para dar amor. Tu ira, perfectamente justificada hace
un momento, ahora ya no existe. Es como el cambio que ocurre cuando miras al dibujo de
un Ojo Mágico (donde una imagen de tres dimensiones se esconde en una de dos
dimensiones) o una ilusión óptica. Lo estás mirando sólo por un lado, de repente lo miras
por el otro. Y cuando lo miras por un lado, no puedes verlo por el otro. Así es el milagro.
Invierte tu percepción. Estabas viendo un lado, ahora ves el otro. No puedes hacer que
“suceda”, pero cuando sucede, lo sabes.
LECCIÓN 345 - 11 DICIEMBRE

“Hoy sólo ofrezco milagros, pues quiero que retornen a mí”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

El pensamiento básico es parecido al de ayer: lo que doy me vuelve. Al darme cuenta de que
esto es así, decido al comienzo del día, y al comienzo de todos los días, ofrecer sólo lo que
quiero. Milagros. Dar un milagro significa ver más allá de las ilusiones de mis hermanos, y
contemplarlos como verdaderamente son: creaciones de Dios. Significa no aceptar ni apoyar la
imagen que mi hermano tiene de sí mismo como un ego limitado, un pequeño trozo de mente
atrapada en un cuerpo. En lugar de eso, le veo como un ser de espíritu sin límites, espléndido de
gloria. En el Capítulo 8 del Texto se nos dice:

Mas cuando ves a un hermano como una entidad física "pierdes" su poder y su
gloria así como los tuyos… No dejes que él se menosprecie a sí mismo en tu mente,
sino libéralo de su creencia de que es insignificante y así te liberarás tú de la tuya.
(T.8.VII.5:3,5:6)

Eso es dar un milagro. Negarme a ver a mi hermano de la manera limitada en que él se


ve a sí mismo, y ver al Cristo en él, por él. Así el milagro nos bendice a mi hermano y
a mí, pues cuando mi mente sana de las ilusiones, se extiende a él, llevando luz a su
mente. Le doy la oportunidad de verse a sí mismo tal como Dios le ve.

La ley del amor es universal. Incluso aquí dicha ley se manifiesta en una
forma que se puede reconocer, y cuya eficacia puede verificarse. (1:2-3)

La ley del amor se expuso ayer: “que lo que doy a mi hermano es el regalo que me hago a mí mismo”.
La forma en que esta ley se manifiesta aquí es algo que puedo reconocer. No es algo abstracto (sólo
una idea), toma forma y se convierte en algo concreto. Cuando ofrezco milagros a los que me rodean,
vuelven a mí, no en la misma forma en que los ofrecí sino en la forma que yo necesito para satisfacer
mis necesidades tal como yo las veo (1:4). En el Cielo no hay necesidades (1:5); pero aquí en la tierra
veo necesidades y la ley del amor se adapta a lo que yo veo (1:6).

Puedo ofrecer un milagro con un profundo acto de perdón, o a uno que pasa a mi lado puedo ofrecerle
un milagro con una sonrisa que le dice: “Eres digno de ser amado”. Ofrezco un milagro con cada
gesto de amabilidad, con cada gesto de cortesía, con cada muestra de respeto, o con cada acto
bondadoso. Sea cual sea la forma, si el contenido del mensaje es: “Eres digno de ser amado. Eres
valioso. Eres inocente”, he ofrecido un milagro, y me volverá.

Padre, que elija empezar el día firmemente decidido a ofrecer únicamente milagros a los que me
rodean. Que diga desde lo más profundo de mi corazón:

Que la paz sea con todos los corazones que la buscan. La luz ha venido a ofrecer
milagros para bendecir a este mundo exhausto. (2:1-2)

Y antes de que entre hoy en el ajetreo, voy a detenerme unos minutos y los pasaré ofreciendo paz a
todos los corazones que la buscan y en quienes piense. Ese esfuerzo no se pierde nunca, y recibiré lo
que estoy dispuesto a dar.

¿Qué es un milagro? (Parte 5)

L.pII.13.3:1-3

El perdón es la morada de los milagros. Los ojos de Cristo se los ofrecen a


todos los que Él contempla con misericordia y con amor. La percepción queda
corregida ante Su vista, y aquello cuyo propósito era maldecir tiene ahora el de
bendecir. (3:1-3)

Un milagro corrige la percepción, y los milagros están en el perdón. Cuando miramos con los
ojos de Cristo, miramos con misericordia y con amor, miramos con perdón. Y entonces,
“repartimos” milagros a todos los que contemplamos con esa percepción corregida. No es sólo
que algo cambia en nuestra mente o que nuestra percepción se vea afectada, algo se transmite o
“llega” de nosotros a aquellos a los que contemplamos. Aquí, y en muchos lugares del Curso, un
milagro parece tener un aspecto en el que algo pasa de mi mente perdonadora a otras mentes. Se
dice que los milagros son “interpersonales” (T.1.II.1:4). Cuando acepto el perdón en mi mente,
para mí mismo o para otro, se extiende a otros. Ciertamente, extenderlo es el modo en que lo
acepto:

Los milagros son expresiones naturales de perdón. Por medio de los milagros
aceptas el perdón de Dios al extendérselo a otros. (T.1.I.21:1-2)

La frase “aquello cuyo propósito era maldecir tiene ahora el de bendecir”, me recuerda la
historia de la Biblia acerca de José y sus hermanos. Debido a que era el favorito de su
padre, sus hermanos le vendieron como esclavo para Egipto, pues estaban celosos de él Pero
debido a su habilidad para interpretar los sueños del faraón, José alcanzó un gran poder en
Egipto. Años más tarde durante una época de hambre, su familia vino a Egipto buscando
comida, y José era el hombre que estaba al mando de las provisiones de comida. En lugar de
vengarse de ellos, José les dijo:

Para salvar vidas Dios me envió delante de vosotros… O sea que no fuisteis
vosotros los que me enviasteis acá, sino Dios. (Génesis 45:5, :8)

Aunque vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo pensó para bien. (Génesis
50:20)

Cuando hemos recibido el perdón en nuestros corazones, podremos ver bendiciones en lugar de
acciones que otros hacen para perjudicarnos. “Aquello cuyo propósito era maldecir tiene
ahora el de bendecir”. Encontramos eso cuando el Texto dice:

Debes estarle agradecido tanto por sus pensamientos de amor como por sus
peticiones de ayuda, pues ambas cosas, si las percibes correctamente, son
capaces de traer amor a tu conciencia. (T.12.I.6:2)

Y ciertamente, ese tipo de percepción es un milagro.

LECCIÓN 346 - 12 DICIEMBRE

“Hoy me envuelve la paz de Dios, y me olvido de todo excepto de Su Amor”

Instrucciones para la práctica


Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Antes de empezar los comentarios acerca de esta lección, voy a compartir algunos
pensamientos:

Muchas de las lecciones en esta última parte del Libro de Ejercicios, especialmente
ésta, nos llegan desde el estado mental de la mente recta. Ese estado es el propósito
del programa de estudios del Curso. Por lo tanto, para la mayoría de nosotros,
probablemente todos nosotros, representa un estado mental en el que no vivimos. Sé
que hay una parte de mí que está en perfecta armonía con esta lección, pero también
hay otra parte que se mantiene aparte cínicamente y me dice: “¿Olvidarte de todo
excepto de Su Amor? ¡Ja! Más probable es que recuerdes todo excepto Su Amor.
¿Cuánto tiempo va a durarte esta actitud pomposa después de que salgas por esa
puerta? Y si esto es así, ¿por qué molestarse en hacer la lección?”

¿Por qué molestarse? Porque hay una parte de mi mente que está en armonía y canta
de felicidad con esta lección, y es la única “parte” que es real. Cada vez que intento
ponerme en armonía con pensamientos como éste, y dejar que su significado me
inunde y me dirija, algo sucede. Incluso si siento que después de leerlos y pensar en
ellos, siento como si nada hubiese sucedido, algo ha sucedido. Y si, aunque sólo sea
durante un instante, puedo poner mi mente en armonía con ellos para que, sólo por ese
instante, sienta de todo corazón las palabras mientras las digo, puedo haber ahorrado
más de mil años en mi desarrollo espiritual. Verdaderamente, sí, merece el esfuerzo.
Nosotros nos merecemos el esfuerzo.

Así que mientras leemos esta lección ahora, intentemos dejar a un lado nuestra
incredulidad durante sólo un instante, y permitamos que estas palabras se conviertan
en la verdad para nosotros. Tengamos fe en que lo que dicen representa a nuestro
verdadero Ser, pues así es. Mantengámonos en el significado de estas palabras.

A veces todo parece tan sencillo. Todo lo que hay que hacer es ser felices. A veces
siento que podría “estar ahí” ahora mismo, sin ningún esfuerzo ni lucha. Toda la
tensión y la lucha vienen de la resistencia, no de ningún esfuerzo para estar iluminado
o ser santo. Simplemente olvida todas las cosas excepto Su Amor. Recuerda
únicamente la paz de Dios.

Cuando esos pensamientos me vienen, todavía noto el miedo a la pérdida. Cuando


abandono la lucha, parece como si estuviera renunciando a algo valioso. Sin embargo,
a lo único que renuncio es al dolor.

¿Y si empezase a ser feliz todo el tiempo? ¿Y si renunciase a mi empeño en que algo


fuera diferente?

Padre, al despertar hoy los milagros corrigen mi percepción de todas las


cosas. Y así comienza el día que voy a compartir Contigo tal como
compartiré la eternidad, pues el tiempo se ha hecho a un lado hoy. (1:1-2)

Puedo compartir este día con Dios al igual que compartiré la eternidad con Él. No
tengo que hacer nada, no tengo que conseguir nada. La salvación no me pide nada que
no pueda dar ahora mismo.
No ando en pos de cosas temporales, por lo tanto, ni siquiera las veré. Lo
que hoy busco trasciende todas las leyes del tiempo, así como las cosas que
se perciben en él. Quiero olvidarme de todo excepto de Tu Amor. (1:3-5)

En toda mi búsqueda, Padre, lo que realmente busco es Tu Amor. Las cosas del tiempo
nunca podrán satisfacerme, en este momento las olvido todas gustosamente. Vengo a
Ti, y lo único que necesito es Tu sonrisa llenando mi corazón y desbordándose.

Quiero morar en Ti y no saber nada de ninguna otra ley que no sea Tu ley
del amor. Quiero encontrar la paz que Tú creaste para Tu Hijo, y
olvidarme, conforme contemplo Tu gloria y la mía, de todos los absurdos
juguetes que fabriqué. (1:6-7)

Únicamente la creencia de que no soy digno de Tu Amor me impide gozar de él en todo momento. Tu
Amor está aquí ahora. Me permito descansar y relajarme en él. Tu Amor me sustenta, me sostiene y me
apoya. No hay nada más. En Tu Amor contemplo Tu gloria y la mía propia, pues Amor es lo que soy.

Y al llegar la noche; recordaremos únicamente la paz de Dios. Pues hoy veremos qué
clase de paz es la nuestra, cuando nos olvidamos de todo excepto del Amor de Dios. (2:1-
2)

¿Qué me puede impedir tener un día así? Nada. Abro mi corazón al Amor. El Amor de Dios me mece
como un océano poderoso y me lleva en Su corriente, rodeándome y flotando en él.

¿Qué es un milagro? (Parte 6)

L.pII.13.3:4-5

Cada azucena de perdón le ofrece al mundo el silencioso milagro del amor. (3:4)

El amor es el verdadero milagro.

Los milagros ocurren naturalmente como expresiones de amor. El verdadero


milagro es el amor que los inspira. En este sentido todo lo que procede del amor es
un milagro. (T.1.I.3:1-3)

La azucena significa un regalo de perdón que yo le doy a un hermano. Cada vez que ofrezco
este regalo, estoy ofreciendo el Amor de Dios al mundo entero. Estoy abriendo una puerta y
permitiendo que el Amor se extienda a todo el mundo a través de mí. Dondequiera que ese río
de Amor llega, la vida florece, y ése es el milagro.

Y cada una de ellas se deposita ante la Palabra de Dios, en el altar universal al


Creador y a la creación, a la luz de la perfecta pureza y de la dicha infinita. (3:5)

El regalo de perdón que le doy a mi hermano es también un regalo que Le hago a Dios. Mi
agradecimiento a mis hermanos es mi regalo a Dios. Al reconocer Su creación, Le
reconozco a Él. Abrirme a esta corriente de Amor es la fuente de la perfecta pureza y de la
dicha sin fin. No hay nada tan gozoso como un corazón amoroso.

LECCIÓN 347 - 13 DICIEMBRE


“La ira procede de los juicios. Y los juicios son el arma que utilizo contra mí mismo a fin de
mantener el milagro alejado de mi”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Desde las elevadas alturas de la lección de ayer (“Hoy me envuelve la paz de Dios, y
me olvido de todo excepto de Su Amor”), volvemos al nivel de nuestra mente dividida,
en el que nos atacamos a nosotros mismos, manteniendo al milagro alejado con
nuestros juicios y ataques. La lección anterior era la mente milagrosa, aquí vemos por
qué no siempre sentimos ese estado mental: Lo mantenemos alejado enérgicamente
mediante juicios y ataques. El proceso del Curso significa aprender a ser
completamente honestos con nosotros mismos. Aprendemos a reconocer y admitir que
nuestra mente está dividida:

Padre, deseo lo que va en contra de mi voluntad, y no lo que es mi


voluntad tener. (1:1)

“Mi voluntad” es mi mente recta, olvidar todo excepto el Amor de Dios. Pero parece
que queremos otra cosa y nos resistimos activamente a que el Amor de Dios inunde
nuestra mente.

Me encantan estas dos frases:

Rectifica mi mente, Padre mío, pues está enferma. (1:2-3)

Me gustan debido a su sencillez, y por el contraste que ofrecen a la negación de


nuestra oscuridad interior que es tan abundante en tantos ambientes. El Curso no se
anda con chiquitas. No tapa nuestros problemas. Hay veces en que no es posible otra
explicación: ¡Nuestra mente está enferma! Es una locura querer algo que va en contra
de mi verdadera voluntad y resistirme enérgicamente a mi propio bienestar. La
destrucción voluntaria de uno mismo siempre es una enfermedad. Cuando miramos
honestamente al hecho de que estamos apartando nuestra propia paz mental, por
elecciones que estamos tomando, debería resultarnos repugnante. Cuando vemos lo
que hemos estado haciendo, nuestro ser más cuerdo dice: “¡Esto es una locura!”

Y por eso Le pedimos al Padre: “Rectifica mi mente”. Eso siempre me recuerda a un


libro de ciencia ficción de Zenna Henderson, que leí cuando era joven, llamado
Personas: No Diferente Carne. En él había ciertas personas que podían entrar
telepáticamente en la mente de otra persona y “sanar” sus pensamientos, aliviando su
inquietud y dolor internos. La idea me atrajo tanto que solía rezar: “Sáname, Padre”,
cuando sentía el caos y la confusión de mis pensamientos. ¡Y funcionaba! Me quedé
agradablemente sorprendido al ver esta frase parecida que confirmaba mi experiencia
anterior: “Rectifica mi mente”.

Permitimos la sanación de nuestra mente al entregar nuestros juicios al Espíritu Santo


y pedirle que juzgue por nosotros (1:5). Él ve lo que nosotros vemos, “sin embargo,
conoce la verdad” (1:6). Él está mirando a lo mismo que miramos nosotros, pero Él
sabe que el dolor no es real; lo que ve significa algo completamente diferente para Él.
Para mí, lo que me muestran los ojos parece demostrarme que la separación, el dolor,
la pérdida y la muerte son reales. Cuando Le llevo todo esto y Le pido que sane mi
mente, Él me mostrará que lo que estoy viendo no significa lo que creo que significa,
Él usará lo que yo pensaba que demostraba mi culpa para mostrarme mi inocencia.

Él concede los milagros que mis sueños quieren ocultar de mi conciencia. (1:8)

Escucha hoy. Permanece muy quedo, y oye la dulce Voz que habla por Dios
asegurarte que Él te ha juzgado como el Hijo que Él ama. (2:1-2)

¿Qué es un milagro? (Parte 7)

L.pII.13.4:1

Al principio el milagro se acepta mediante la fe, porque pedirlo implica que la


mente está ahora lista para concebir aquello que no puede ver ni entender. (4:1)

Fe, sí, Un Curso de Milagros pide fe, al menos al principio. “Al principio el milagro se
acepta mediante la fe”. Éste es un significado bastante tradicional de la palabra “fe”. El
Diccionario Americano Heritage define fe como: “Creencia que no se basa en pruebas
lógicas o evidencias materiales”. Y eso es lo que se nos está pidiendo. Se nos pide que
recibamos el milagro (el cambio de percepción, la visión de la inocencia de mi hermano) sin
ninguna “prueba o evidencia material”. Se nos pide que contemplemos la devastación
(como la enfermedad, o el daño hecho por las acciones no amorosas de alguien) y que
creamos sin “prueba o evidencia material” que lo que vemos es falso.

Esto no es fácil de hacer: creer en algo que no podemos ver. Y sin embargo, si nuestra
percepción falsa nos ha cegado a la realidad, y ahora estamos percibiendo las proyecciones
de nuestra propia mente en lugar de la verdad, entonces está claro que la verdad ahora es
algo que no podemos ver. Y puesto que lo que nuestra mente elige ver es lo que ve, la mente
tiene que cambiar antes de que podamos percibir correctamente. Tenemos que elegir
cambiar nuestra mente antes de que veamos la evidencia, porque para que el milagro se
manifieste, nuestra mente primero tiene que estar “lista para concebir aquello que no puede
ver ni entender”. En otras palabras, tenemos que tomar una decisión basada en la fe:
tenemos que decidir ver algo que ahora no podemos ver ni entender.

Esto me recuerda mucho a aquellas lecciones del comienzo del Libro de Ejercicios,
Lecciones 27 y 28: “Por encima de todo quiero ver” y “Por encima de todo quiero ver las
cosas de otra manera”. Esa elección tiene que hacerse antes de que podamos ver. Para poder
ver, tenemos que querer ver. Ésa es la fe de la que aquí se habla. Es una elección, una
decisión que tenemos que tomar. Tenemos que querer ver a nuestro hermano como inocente.
Tenemos que querer sólo amor. Tenemos que estar dispuestos a ver las cosas de manera
diferente. Únicamente entonces veremos milagros.

LECCIÓN 348 - 14 DICIEMBRE

“Ni mi ira ni mi temor tienen razón de ser, pues Tú me rodeas. Y Tu gracia me basta para
satisfacer cualquier necesidad que yo perciba”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.
Comentario

“Tú me rodeas”. Cierra los ojos y permanece muy quieto y piensa en el Amor o en la Presencia de
Dios como una luz dorada. Imagina que la luz está brillando en frente de ti. Siente su calidez, su luz
dorada, como el resplandor del sol en día radiante de verano.

Ahora, hazte consciente de esa misma luz detrás de ti. El Amor de Dios está derramándose sobre ti, por
delante y por detrás. Siente su seguridad,

La Presencia de Dios está también a tu derecha y a tu izquierda. Está por todos los sitios a tu alrededor,
por encima y por debajo de ti. Estás rodeado por esta luz, sumergido en ella. Lo único que te rodea
es la seguridad perfecta (1:5), perfecta bondad. Permítete a ti mismo experimentar
cómo se siente todo ello.

En este amor no hay razón para la ira o el miedo. No hay razón para nada excepto la
perfecta paz y dicha que compartes con Dios.

La gracia de Dios nos basta para hacer todo lo que Él quiere que hagamos. Y eso es lo
único que elegimos como nuestra voluntad, así como la Suya. (2:1-2)

Hoy cada vez que puedas, detente por un momento e imagínate a ti mismo rodeado por el Amor de
Dios.

¿Qué es un milagro? (Parte 8)

L.pII.13.4:2-3

Tiene que haber fe antes de un milagro: el deseo de verlo, la elección de pedir lo que no
puedes ver, y creer que la percepción de nuestro ego es falsa. Pero cuando surge esa fe,
cuando estamos en nuestra mente milagrosa, esa fe demostrará que está justificada y lo
confirmará:

No obstante, la fe convocará a sus testigos para demostrar que aquello en lo que


se basa realmente existe. (4:2)

Cuando pongo mi fe en un milagro, habrá evidencia y testigos para probar que verdaderamente
existe aquello en lo que pongo mi fe. Por ejemplo, cuando estoy dispuesto a mirar más allá del
ego de mi hermano y ver la llamada de Dios en él, algo sucederá que me demostrará que la
llamada de Dios en él está ahí realmente. Quizá mi perdón se encontrará con el agradecimiento.
Quizá mi respuesta de amor encontrará el amor volviendo a mí. Quizá veré una chispa de luz en
alguien en quien jamás lo creí posible. La fe traerá sus testigos.

Y así, el milagro justificará tu fe en él, y probará que esa fe descansaba sobre un


mundo más real que el que antes veías: un mundo que ha sido redimido de lo
que tú pensabas que se encontraba allí. (4:3)

Mi voluntad de creer en la presencia del amor me mostrará la presencia del amor. Veré lo
que elijo ver. Veré que el mundo del espíritu es más real que el mundo de la materia. La
enfermedad será reemplazada por la salud. La tristeza será reemplazada por la alegría. El
miedo será reemplazado por el amor. Y donde creía ver pecado y maldad, veré santidad y
bondad.
Es el cambio de mi mente lo que trae un mundo diferente. Es mi voluntad de invitar al
milagro la que le abre el camino. Los cambios del mundo que veo no son el milagro, sino
sus resultados. El milagro trae testigos, muestra un mundo diferente del que pensé que era.
Aunque primero tiene lugar el cambio de mi mente, la fe. Luego los testigos de la fe,
justificándola, confirmándola.

LECCIÓN 349 - 15 DICIEMBRE

“Hoy dejo que la visión de Cristo contemple todas las cosas por mí, y que en lugar de
juzgarlas, les conceda a cada una un milagro de amor”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

“La ley del amor” de la que se habla en la segunda frase, se ha mencionado en las Lecciones 344,
345 y 346. Es probable que hayamos olvidado cómo la define la Lección 344: “Hoy aprendo la ley
del amor: que lo que le doy a mi hermano es el regalo que me hago a mí mismo”. La ley del
amor es la ley de que dar y recibir son lo mismo, de que la generosidad y la extensión de amor
son un modo práctico de vivir porque lo que doy, lo recibo. Al comprender lo que es la ley del
amor, las palabras de esta lección tienen perfecto sentido:

Así quiero liberar todas las cosas que veo; concediéndoles la libertad que busco. De
esta manera obedezco la ley del amor, dando lo que quiero encontrar y hacer mío.
(1:1-2)

¿Quiero que otros no me juzguen, perdonen mis errores, y me ofrezcan milagros de amor? Daré lo
que busco, daré lo que quiero encontrar para mí mismo.

Cada vez que acepto un regalo de Dios, he aumentado el número de milagros que puedo dar (1:4-5).
Cada vez que doy ese milagro a otro, he fortalecido mi aprendizaje de que el milagro me pertenece
(1:6). Y así recuerdo a Dios.

Hoy no voy a juzgar sino a ofrecer milagros de amor. Voy a dar lo que quiero recibir.

¿Qué es un milagro? (Parte 9)

L.pII.13.5:1-3

Con crudas imágenes, esta sección se refiere a nuestro mundo como “un mundo árido y
polvoriento, al cual criaturas hambrientas y sedientas vienen a morir” (5:1). Más de una vez,
el Curso dice que vinimos a este mundo para morir, buscábamos la muerte al venir a un
lugar donde todo muere. Por ejemplo: “Viniste a morir, por lo tanto, ¿qué puedes esperar,
sino percibir los signos de la muerte que buscas?” (T.29.VII.5:2) “El factor motivante de
este mundo no es la voluntad de vivir, sino el deseo de morir” (T.27.I.6:3). Vinimos como
resultado de la culpa, creyendo en nuestro propio pecado y buscando nuestro propio castigo.
Vinimos porque de algún modo, según la retorcida lógica del ego, la muerte es la última
prueba de que hemos logrado separarnos de Dios. Inventamos este mundo como un lugar en
el que morir, y luego vinimos a morir en él.

Pero “los milagros son como gotas de lluvia regeneradora que caen del Cielo” en este
mundo reseco que hemos inventado, y los milagros lo convierten en un paraíso.

Ahora (las criaturas hambrientas y sedientas) tienen agua. Ahora el mundo está
lleno de verdor. (5:2-3)

Los milagros transforman el mundo de muerte que inventamos en un lugar de vida. El


Capítulo 26 del Texto, en la Sección IX (“Pues Ellos Han Llegado”), amplía las mismas
imágenes:

La sangre del odio desaparece permitiendo así que la hierba vuelva a crecer
con fresco verdor, y que la blancura de todas las flores resplandezca bajo el
cálido sol de verano. Lo que antes era un lugar de muerte ha pasado a ser
ahora un templo viviente en un mundo de luz. Y todo por Ellos. Es Su
Presencia la que ha elevado nuevamente a la santidad para que ocupe su lugar
ancestral en un trono ancestral. Y debido a Ellos los milagros han brotado en
forma de hierba y flores sobre el terreno yermo que el odio había calcinado y
dejado estéril. Lo que el odio engendró Ellos lo han des-hecho. Y ahora te
encuentras en tierra tan santa que el Cielo se inclina para unirse a ella y
hacerla semejante a él. La sombra de un viejo odio ya no existe, y toda
desolación y aridez ha desaparecido para siempre de la tierra a la que Ellos
han venido. (T.26.IX.3:1-8)

Nos abrimos a los milagros cuando nos abrimos al perdón y al amor, cuando nos abrimos a
Dios. “Ellos” en esta sección del Texto se refiere al rostro de Cristo (ver la inocencia de nuestros
hermanos) y al recuerdo de Dios. Cuando nos permitimos ver el rostro de Cristo en nuestros
hermanos, vuelve el recuerdo de Dios. Cuando eso sucede, el terreno “yermo y calcinado” de
este mundo se convierte en un jardín, en un reflejo del Cielo.

LECCIÓN 350 - 16 DICIEMBRE

“Los milagros son un reflejo del eterno Amor de Dios. Ofrecerlos es recordarlo a Él, y
mediante Su recuerdo, salvar al mundo”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Ofrecer un milagro es recordar a Dios, y al ofrecer milagros literalmente salvamos al


mundo. Aceptamos al Hijo de Dios tal como Dios lo creó. El tema de los milagros ha estado
presente en estas diez últimas lecciones, y en la página que venía antes de ellas.

Un milagro es una corrección. No crea, ni cambia realmente nada en absoluto.


Simplemente contempla la devastación y le recuerda a la mente que lo que ve es
falso. Corrige el error, mas no intenta ir más allá de la percepción, ni exceder la
función del perdón. (L.pII.13.1:1-4)
En otras palabras, un milagro y el perdón son lo mismo, simplemente “le recuerda a la mente que
lo que ve es falso”. Ofrecer un milagro es mirar más allá de las ilusiones y ver la verdad. Es
el rechazo a compartir la pequeñez en que otros se ven a sí mismos. Ofrezco un milagro
cuando me niego a creer que mi hermano está identificado con su cuerpo y su ego y
limitado por ellos. Me niego a creer que alguien sea lo que es su comportamiento, y ofrezco
a todo el mundo la oportunidad de verse a sí mismo como más de lo que ellos piensan que
son, más amorosos y más dignos de ser amados que lo que ellos piensan que son. Eso es un
milagro, y eso es también el perdón.

Lo que perdonamos se vuelve parte de nosotros, tal como nos percibimos a nosotros
mismos. Tal como tú creaste a Tu Hijo, él encierra dentro de sí todas las cosas. (1:1-2)

¡Qué afirmación más sorprendente! Cuando perdonamos a alguien o algo, “se vuelve parte de
nosotros”. Es como si al perdonar cosas y personas, estuviésemos volviendo a juntar a nuestro Ser
las partes separadas de la Filiación. Estamos reconociendo que no están separados como parecen,
sino que verdaderamente son partes de nuestro Ser. Cada milagro que ofrecemos ayuda a reconstruir
al Hijo de Dios.

En realidad por supuesto, el Hijo es eternamente uno; no hay necesidad de reconstruir lo que ya está
completo. Lo que somos no se ve afectado por nuestros pensamientos (1:4), la realidad de nuestro
Ser continúa tal como Dios lo creó. Pero lo que “contemplamos”, lo que vemos, es el resultado
directo de nuestros pensamientos (1:5).

Así pues, Padre mío; quiero ampararme en Ti. Sólo Tu recuerdo me liberará. (1:6-7)

Padre, sana hoy mis pensamientos. “Rectifica mi mente” (L.347:1-2). Quiero que el
recuerdo de Dios vuelva a mi mente, y “sólo perdonando puedo aprender a dejar que Tu
recuerdo vuelva a mí, y á ofrecérselo al mundo con agradecimiento” (1:8). Para que el recuerdo de
Dios venga, tengo que perdonar. Tengo que ofrecer milagros a todos y a todo.

Cuando recuerde a Dios (por medio del perdón), “Su Hijo nos será restituido en la realidad del
Amor” (2:2). Aquí está de nuevo el pensamiento de que el perdón “restaura” al Hijo,
uniendo las partes separadas, reconociendo el amor y la unidad.

Que hoy busquemos las oportunidades de ofrecer milagros.

¿Qué es un milagro? (Parte 10)

L.pII.13.5:4

Al abrir nuestra vida a los milagros, el mundo se transforma.

Y brotan por doquier señales de vida para demostrar que lo que nace jamás
puede morir, pues lo que tiene vida es inmortal. (5:4)

Los milagros demuestran la inmortalidad. No la inmortalidad del cuerpo, sino la


inmortalidad del amor, que es lo que somos (Enseña sólo amor, pues eso es lo que eres”,
T.6.I.13:2; “Sólo lo eterno puede ser amado, pues el amor no muere”, T.10.V.9:1). Es la
inmortalidad del pensamiento, y el Curso también enseña que somos el Pensamiento de Dios
eterno y que nunca cambia. El Curso afirma valientemente que la muerte no existe, que la
vida y la inmortalidad son lo mismo (“lo que tiene vida es inmortal”). Entonces, según esa
lógica, el cuerpo no tiene vida porque no es inmortal, y por eso el Curso nos enseña: “(El
cuerpo) no nace ni muere” (T.28.VI.2:4). “El cuerpo ni vive ni muere porque no puede
contenerte a ti que eres vida” (T.6V(A).1:4)

Los milagros nos muestran que no somos cuerpos, que la mente es más fuerte e importante que
el cuerpo:

Si la mente puede curar al cuerpo, pero el cuerpo no puede curar a la mente,


entonces la mente tiene que ser más fuerte que el cuerpo. Todo milagro es una
demostración de esto. (T.6V(A).2:6-7)

Nos enseña que lo que somos (mente, pensamiento, idea, amor) tiene vida y es inmortal.

LECCIÓN 351 - 17 DICIEMBRE

“Mi hermano impecable es mi guía a la paz. Mi hermano pecador es mi guía al dolor. Y el que
elija ver será el que contemplaré”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Una vez leí un artículo de Jon Mundy en la revista Sobre el Curso acerca de Bill Thetford (el
hombre que pasó a máquina el Curso de las notas de Helen Schucman escritas en taquigrafía).
En cierta ocasión Bill dijo que todo el Curso podía resumirse en una sola frase tomada del
Curso: ¿Estás dispuesto a ver la inocencia de tu hermano? Jon relata la siguiente historia:

Judy Skutch Whitson cuenta una interesante historia acerca de Bill. En cierta
ocasión Judy estaba sintiendo un ataque de ego monumental que estaba centrado en
su amigo, el doctor Jerry Jampolsky. En un esfuerzo por encontrar paz mental,
llamó a Bill Thetford y empezó a contarle todo lo que ella percibía como los
errores de Jerry. Bill escuchó hasta que Judy se quedó sin aliento y entonces
serenamente le dijo: “Ya sabes, Judy, que el Curso puede resumirse sólo en estas
palabras: ¿Estás dispuesto a ver la inocencia de tu hermano?”

Judy gritó: “¡No!”. Él le contestó: “Vale, querida. Cuando lo estés, te sentirás


mucho mejor”. Y él colgó el teléfono.

La percepción de mi hermano como pecador es una elección que yo estoy haciendo. No se basa
en un hecho, no está causado por algo que mi hermano haya hecho, es simplemente la
percepción que yo he elegido. Elegir ver a mi hermano como pecador me llevará siempre al
dolor interno. Y cuando estamos dispuestos a ver a nuestro hermano como inocente,
verdaderamente nos sentimos mucho mejor. El poder de la pregunta que hizo Bill (y que el
Curso nos hace a todos nosotros) está en que muestra el hecho a menudo oculto de que estamos
eligiendo esa percepción y que no queremos soltarla. Hasta que lo estemos, no hay nada que el
Espíritu Santo pueda hacer por nosotros. Él no se opondrá a nuestra voluntad. El amor no se
opone. Podemos quedarnos en el dolor de la falta de perdón todo el tiempo que queramos.

Pero cuando estamos dispuestos a soltarla, cuando reconocemos que estamos eligiendo cómo
ver a nuestro hermano, cuando nos damos cuenta de que no nos gusta cómo nos sentimos
cuando elegimos ver su pecado y cuando por fin estamos dispuestos a cambiar esa percepción,
entonces podemos decir de corazón:
Elige, pues, por mí, Padre mío, a través de Aquel que habla por Ti. Pues sólo Él
juzga en Tu Nombre. (1:6-7)

¿Qué soy? (Parte 1)

L.pII.14.1:1-3

Esta sección es una de las afirmaciones más poderosas del Curso acerca de su visión de nuestra
verdadera naturaleza, de cómo se puede lograr dentro de este mundo del espacio y del tiempo, y de
la función que procede naturalmente del hecho de lo que somos. El primer párrafo es una
declaración enormemente poderosa, en primera persona, de nuestra Identidad real. A menudo
descubro que leer algo así en voz alta, para mí mismo, me ayuda a poner toda mi atención en ello y a
sentir lo que está diciendo. Otro efecto añadido es que, al hacer estas afirmaciones firmemente,
diciéndolas como si realmente las creyese (aunque todavía no las crea), hace surgir en mi mente
pensamientos que se oponen. Darse cuenta de esos pensamientos y escribirlos puede ser un ejercicio
muy útil para descubrir las creencias ocultas del ego que están en mi mente, de modo que puedo
reconocer su presencia y decidir que ya no las quiero.

Por ejemplo, en la primera frase leemos:

Soy el Hijo de Dios, pleno, sano e íntegro... (1:1). Descubro pensamientos que se oponen, tales
como: “Todavía me falta mucho para estar completo, me queda mucho camino por recorrer”. “Estoy
dividido, no íntegro”. Me gustaría estar sano ya, pero no lo estoy”. Éstas son lecciones que el ego me
ha enseñado, y no son verdad. Puedo reconocer que estos pensamientos me están impidiendo aceptar
el mensaje del Curso, y puedo elegir abandonarlos. Por ejemplo, podría decir: “Me siento
incompleto y creo en mi incompleción, pero en realidad estoy completo. Quiero conocer mi propia
compleción”.

Soy el Hijo de Dios… resplandeciente en el reflejo de Su Amor. (1:1)

La luz en mí es el reflejo de la Luz de Dios y del Amor de Dios. Extiendo luz, pero mi gloria es un
reflejo, como la luz de la luna es un reflejo de la del sol y depende totalmente de éste. Es algo que
procede de Dios y que se extiende a través de mí, pero que no procede de mí, y a menos que
reconozca mi unión con mi Creador, oculto ese resplandor.

En mí Su creación se santifica y Se le garantiza vida eterna. (1:2)

Esto suena como lo que Jesús, en la tradición cristiana, dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
Y ciertamente Jesús podría decir también estas palabras (“En mí Su creación se santifica y Se le
garantiza vida eterna”). Pero, ¡nosotros también! Nosotros somos todo lo que Él era y es, eso es lo
que Él nos dice en este Curso. La creación “se santifica” (se vuelve santa) en mí. Yo no necesito
hacerme santo o volverme santo, soy una fuente (una fuente reflejada, pero una fuente) de santidad.
Y lo que soy garantiza vida eterna para toda la creación, porque toda la creación es lo que yo soy.
Soy el Hijo de Dios, el resplandor de Su Amor que se extiende hacia fuera y se convierte en lo que
yo soy, eso es también lo que es toda la creación, la extensión de Su Amor. El hecho de que soy el
Hijo de Dios, una extensión de Su Ser, como un rayo que se extiende desde el sol, garantiza la vida
eterna porque lo que Dios es, es eterno, y si yo soy un efecto de Dios, Que es eterno, entonces yo
también debo ser eterno, Su efecto para siempre.

En mí el amor alcanza la perfección, el miedo es imposible y la dicha se establece sin


opuestos. (1:3)
Nos resulta difícil creer que el amor perfecto está en nosotros. “La razón de que tengas tan poca
fe en ti mismo es que no estás dispuesto a aceptar el hecho de que dentro de ti se encuentra el
amor perfecto” (T.15.VI.2:1). No es que sea difícil de creer, ¡es que no queremos creerlo!
Nuestra identidad como ego depende de que esto no sea cierto. Si el perfecto Amor de Dios está
en nosotros, entonces lo que somos procede de Dios y no de nosotros solos, que es lo que el ego
quiere que creamos. Preferimos ser miedo a ser amor, porque nosotros inventamos el miedo. La
verdad sigue siendo verdad, el amor perfecto está en nosotros, lo creamos o no, pensemos que
lo queremos o no. Lo que creemos no cambia la creación de Dios.

El miedo es imposible en mí. Eso produce un montón de reacción negativa, ¿verdad? “Si el
miedo es imposible, entonces ¿qué demonios es esto que estoy sintiendo? ¿Qué es? El Curso
respondería que lo que sentimos es una ilusión, algo que no existe, un producto de nuestra
imaginación. Lo que es no significa nada. ¿Y si cuando tengo miedo me dijera a mí mismo:
“Pienso que estoy sintiendo miedo, pero el miedo en mí es imposible”? ¿Y si me diera cuenta de
que lo que pienso que estoy sintiendo no está en mí, sino que es una idea ilusoria de mí mismo
que he confundido con lo que soy?

“Y la dicha se establece sin opuestos”. Ésa es mi realidad. Probablemente ahora no lo siento de ese
modo. Incluso cuando siento la dicha, siempre hay un opuesto acechando en la sombra. Pero ese
opuesto, ese miedo, esa oscura presencia, no es real. No hay nada de lo que tener miedo y, en
realidad, no existe nada a lo que temer.

LECCIÓN 352 - 18 DICIEMBRE

“Los juicios son lo opuesto al amor. De los juicios procede todo el dolor del mundo, y del amor,
la paz de Dios”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

En la Introducción al Texto, Jesús dice: “Lo opuesto al amor es el miedo, pero aquello que todo
lo abarca no puede tener opuestos” (T.In.1:8). Aquí nos dice que lo opuesto al amor es juicio. Si
relajas la mente y dejas que haga asociaciones libres, fácilmente verás que juicio y miedo son lo
mismo. Si juzgo algo como malo, peligroso o diabólico, tendré miedo de ello. Si temo algo, lo
juzgaré como malo. En “Las Dos Emociones” (T.13.V), está claro que tanto el amor como el
miedo son “una manera diferente de ver las cosas” y que “de sus correspondientes perspectivas
emanan dos mundos distintos” (T.13.V.10:3). El mismo pensamiento se expresa aquí acerca del
juicio y del amor. Y en las secciones del Capítulo 13 está muy claro al renunciar al pasado, se
nos pide que renunciemos a los juicios. Los mismos pensamientos se encuentran en ese capítulo
y en esta lección.

Pienso que en esta lección, el Espíritu Santo está viendo dos actitudes o dos actividades en lugar
de dos emociones. Lo importante es la actitud que tengo hacia otros, y como me extiendo a mí
mismo a ellos. ¿Amo o juzgo? En lugar de cómo me afecta la otra persona, que es en lo que se
centra la Sección “Las Dos Emociones”, aquí lo importante es qué efecto tengo yo en la otra
persona. La diferencia está en la dirección del flujo de energía, aquí se considera que la
dirección es de mí hacia la otra persona.

De los juicios procede todo el dolor del mundo (Título de la lección, segunda frase), no es de
extrañar que el Curso nos pida que abandonemos los juicios. Amar es no juzgar, juzgar es no amar.
El amor nos trae paz (Título de la lección, final de la segunda frase), juzgar sólo nos trae dolor.
¿Cómo se encuentra la paz? Dando amor.

El perdón ve sólo impecabilidad, y no juzga. Ésta es la manera de llegar á Ti. (1:1-


2)

Perdonar significa no juzgar, ¿cómo puedes juzgar y perdonar al mismo tiempo? El perdón sólo
ve inocencia, porque la inocencia es lo que somos (ver L.pII.14.1:6). Y por medio del perdón
nos acercamos a Dios.

Los juicios me vendan los ojos y me ciegan. El amor, que aquí se refleja en forma
de perdón, me recuerda, por otra parte, que Tú me has proporcionado un camino
para volver a encontrar Tu paz. (1:3-4)

El Curso expone repetidas veces lo que se dice aquí con la frase: “El amor, que aquí se refleja
en forma de perdón”. El amor puro es imposible en este mundo. “No hay amor en este mundo
que esté exento de esta ambivalencia” (T.4.III.4:6). En este mundo lo que más se acerca al amor
es el perdón. Por eso la diferencia aquí está verdaderamente entre el juicio y el perdón. Al elegir
perdonar a mis hermanos en lugar de juzgarlos, encuentro mi propia paz de nuevo, la paz de
Dios.

No es que perdamos la paz mediante el juicio, sino que el juicio nos ciega a la verdad. El Amor,
que es perfecto únicamente en el Cielo, aquí se refleja perfectamente a través del perdón. Hay
un modo de escaparnos de la ceguera, y es el perdón. El perdón afirma la irrealidad de nuestra
percepción (interpretación) de pecado en todos y cada uno.

Soy redimido cuando elijo seguir ese camino. Tú no me has dejado desamparado.
Dentro de mí yace Tu recuerdo, así como Uno que me conduce hasta él. (1:5-7)

Estábamos perdidos, “vendidos” como esclavos por nuestra propia mano. Pero Dios no nos
abandonó. Él nos dio dos cosas. Es interesante darse cuenta de la distinción aquí. Él nos dio (1)
el recuerdo de Dios en nuestra mente, y (2) el Espíritu Santo que nos lleva a descubrir ese
recuerdo. He oído a muchas personas decir que el Espíritu Santo es el recuerdo de Dios dentro
de nosotros, no es así como aparece aquí. El recuerdo de Dios es algo que es verdaderamente
mío, parte de mí, mi propia mente recta recuerda a Dios. El Espíritu Santo es el Guía que me
lleva a descubrir de nuevo el tesoro escondido dentro de mi Ser.

Padre, hoy quiero oír Tu Voz y encontrar Tu paz. Pues quiero amar mi propia
Identidad y encontrar en Ella el recuerdo de Ti. (1:8-9)

El recuerdo de Dios está en mi propia Identidad. Al recordar mi Ser, recuerdo a Dios. Que Su
Voz me lleve a ese recuerdo, mientras me siento en silencio con Él hoy. Tengo una ayuda muy
poderosa. Y donde esa ayuda me lleva es al punto de amar mi propia Identidad. No puedo amar
lo que soy si no amo (si no perdono) a todo el mundo. Eso es así porque Lo Que soy es lo
mismo que Lo Que todos son, todos somos el Hijo de Dios, el Cristo. Si juzgo a otros, me estoy
juzgando a mí mismo, porque soy lo mismo que ellos.

¿Qué soy? (Parte 2)

L.pII.14.1:4-6

Soy el santo hogar de Dios Mismo. (1:4)


¡Caray! Dicho así, eso me impacta más que decir: “Dios está en mí”. Soy el hogar de
Dios. Hogar no es sólo un lugar donde Dios está a veces, es donde Él mora, donde Él elige estar,
donde Él se siente a gusto, por así decir. En el Salmo 132:14, se dice que Dios dijo de Sión, o
Jerusalén: “Aquí está mi reposo para siempre, aquí moraré pues lo he querido”. Ahora, nosotros
somos Su hogar. Ahora, Él te habla a ti, y a mí, diciendo que somos Su descanso para siempre, que
morará en nosotros pues así lo ha querido. Ésa fue Su intención para siempre cuando nos creó.

Soy el Cielo donde Su Amor reside. (1:5)

Puede que ingenuamente hayamos creído que Dios vive en el Cielo y no en nosotros. Aquí vemos
que sí, Dios mora o reside en el Cielo, pero nosotros somos el Cielo. ¡Eso es alucinante! Te apuesto a
que la mayor parte de tu vida has pensado que si fueras lo bastante bueno, o lo bastante santo, o si
tuvieras suficiente fe, lograrías ir al Cielo. Lo siento, no irás. No puedes ir al Cielo porque tú eres el
Cielo, donde el Amor de Dios reside.

Soy Su santa Impecabilidad Misma, pues en mi pureza reside la Suya Propia. (1:6)

¿Te has dado cuenta de que estas tres frases utilizan palabras acerca del lugar de residencia de Dios?
“… el santo hogar… donde Su Amor reside… en mi pureza reside la Suya Propia”. ¡Dios no está
simplemente de paso! No está de visita. Él vive aquí, en mí, en ti; éste es Su hogar. Él mora
(permanece, se queda) aquí, en nosotros.

Tengo que confesar que todavía no puedo hacerme a la idea de que soy Su santa Impecabilidad
Misma. “Impecabilidad” parece una idea bastante abstracta, me cuesta un poco entender cómo
puedo ser la impecabilidad. La segunda parte de la frase me ayuda un poco: “… pues en mi pureza
reside la Suya Propia”.

Puedo casi entenderlo mediante una semejanza. Un padre que dedica su tiempo y su energía a criar a
su hijo, enseñándole todo lo que sabe, encuentra su propia felicidad y éxito en la felicidad y el éxito
de ese hijo. “La felicidad de mi hijo es la mía propia. El éxito de mi hijo es el mío propio”. Pienso
que se parece a eso. Dios se extendió a Sí Mismo como nosotros. Lo que somos es Su extensión.
Nuestra pureza es la Suya, si nosotros no somos inocentes, tampoco lo es Él. Somos lo que Él es,
extendido hacia fuera. Si no soy puro, Él no lo es, pues nuestra naturaleza es la Suya. Si somos lo
que Él es, entonces es también verdad a la inversa: Él es lo que nosotros somos. Por lo tanto, “Soy
Su santa Impecabilidad Misma”.

LECCIÓN 353 - 19 DICIEMBRE

“Mis ojos, mi boca, mis manos y mis pies tienen hoy un solo propósito: estar al servicio de
Cristo a fin de que Él pueda utilizarlos para bendecir al mundo con milagros”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Estas últimas diez lecciones (sin contar la última) representan el estado mental al que el Curso
pretende llevarnos. En esta lección vemos el trabajo final de los pensamientos del Curso acerca
del cuerpo. No es que el cuerpo se ignore, se desprecie o se descuide, sino que cada parte sea
usada para bendecir al mundo con milagros. No se ataca ni se rebaja al cuerpo, en lugar de ello
se le da un nuevo propósito que comparte con Cristo.
Padre, hoy le entrego a Cristo todo lo que es mío para que Él lo utilice de la manera
que sea más beneficiosa para el propósito que comparto con Él. Nada es
exclusivamente mío, pues Él y yo nos hemos unido en un propósito común. (1:1-2)

En el Cielo nuestra función es la creación, algo que aparentemente no podemos entender


completamente hasta que nuestra mente despierte al Cielo, pero aquí nuestra función es el puro
reflejo de la creación: dar milagros, extender el perdón. Podríamos decir que nuestra función
aquí es reconocer a la creación, ya que perdonar es reconocer a nuestro hermano tal como Dios
lo creó, y no como lo hemos hecho nosotros con la proyección de nuestra propia culpa.

Entonces, con toda la determinación que pueda reunir, voy a unirme al propósito de Cristo. Voy
a darle mis manos, mis ojos, mi lengua, y mis pies. ¿Por qué no orar en silencio y, muy
concretamente hacerlo? “Padre, hoy Le doy mis manos a Cristo para que las use para el
propósito que comparto con Él: bendecir al mundo con milagros”. Luego repite lo mismo pero
con las otras partes del cuerpo. Recuerda este pensamiento durante el día y renueva tu regalo a
Cristo, llevando tu mente a su verdadero propósito cada vez que te acuerdes.

De este modo, el aprendizaje casi ha llegado a su señalado final. Por un tiempo


colaboraré con Él en el logro de Su propósito. Luego me fundiré en mi Identidad y
reconoceré que Cristo no es sino mi Ser. (1:3-5)

Cuando hayamos llegado al punto en el que verdaderamente Le hayamos dado todo lo que
tenemos a Cristo para que lo use para Su propósito, habremos completado casi el programa de
estudios. Todo lo que queda es permanecer un poco más aquí, sirviendo a Su propósito,
compartiendo la luz con aquellas mentes que estén todavía nubladas. Esto describe casi a un
avatar, un maestro iluminado que está en la tierra únicamente para servir a los que no han
llegado tan lejos.

Cuando ese tiempo de servicio se haya terminado, “me fundiré en mi Identidad y reconoceré
que Cristo no es sino mi Ser” (1:5). El ego se deshará y desaparecerá, la voluntad individual
dejará de existir como algo separado (que nunca existió en realidad) y se extenderá en el Ser
Uno de Cristo. No se perderá nada en este proceso, excepto nuestra separación.

No desesperes, corazón mío, si esto parece muy lejos de ti ahora. Está mucho más cerca de lo
que te atreves a creer. Eres mucho más de lo que crees que eres. Entrégate a este propósito con
alegría. El Espíritu Santo te proporcionará los medios. Estate dispuesto a ir en esta dirección, y
no juzgues lo cerca o lejos que estás, lo fácil o difícil que piensas que es el camino. Estate
dispuesto a que se haga. No sientas ansiedad o inquietud si parece evitarte, la inquietud es sólo
una estrategia de retraso. Descansa, corazón mío. Confía. Los ángeles te contemplan esperando
el nacimiento de Cristo en ti. No tengas miedo. ¡Alégrate!

¿Qué soy? (Parte 3)

L.pII.14.2:1-3

La necesidad de usar palabras está casi llegando a su fin ahora. (2:1)

A lo largo del Libro de Ejercicios, las palabras se han usado para enseñarnos e inspirarnos, y hemos
usado en nuestras prácticas las palabras que se nos han dado. Cuando estemos verdaderamente listos
para “graduarnos” del Libro de Ejercicios y de su nivel de entrenamiento, estaremos listos para
abandonar las palabras concretas. Estaremos preparados para pasar nuestros días en comunicación
constante con el Espíritu Santo, sin necesidad de palabras especiales que entrenen nuestra mente de
acuerdo a las líneas del Curso, porque en ese punto nuestra mente estará completamente entrenada.
Practicaremos habitualmente instantes santos y a menudo pasaremos tiempo cada día renovando
nuestra mente en la Presencia de Dios.

Pocos de nosotros, si es que hay alguno, estamos en ese punto. Sé, muy a pesar mío, que yo no lo
estoy. No he seguido fielmente el programa de entrenamiento que se nos ha dado (escrito en 1995), y
por eso todavía necesito más entrenamiento, en el que el uso de palabras todavía es fundamental.
Todavía necesito el apoyo de las palabras. El próximo año repetiré el Libro de Ejercicios de nuevo.
No a regañadientes ni con una sensación de fracaso, ¡oh, no! He progresado mucho en este último
año, creo. Las lecciones permanecen conmigo durante el día mucho más que antes, y mi mente se
acuerda de aplicarlas como respuesta a la “tentación”. No siempre, pero más a menudo.

Mas en los últimos días de este año que tú y yo juntos le ofrecimos a Dios, hemos
encontrado un solo propósito, el cual compartimos. (2:2)

Seguramente éste es uno de los propósitos del Libro de Ejercicios, que lleguemos a darnos cuenta de
que compartimos un propósito con Jesús, somos salvadores (ver párrafo 3). Hemos empezado a
recordar no sólo nuestra propia inocencia sino nuestro propósito, para el cual fuimos creados: para
extender amor a otros, tal como Dios nos creó al extender Su Amor.

Y al concederle el regalo de nuestro perdón, éste se nos concede a nosotros. (3:3)

Puesto que hemos aprendido que estamos aquí para bendecir al mundo, nosotros somos bendecidos.
Puesto que hemos aprendido a perdonar, recibimos nuestro propio perdón. Ésta es la ley del amor.
Así es como funciona el amor.

Cuando el propósito de entrenamiento del Libro de Ejercicios se haya completado en nosotros, no


sólo habremos encontrado nuestra propia salvación individual, habremos descubierto que nuestra
salvación está en llevar liberación a otros. Nos salvamos al salvar a otros, sanamos al sanar a otros.
“Sanaré a medida que Le permita enseñarme a sanar” (T.2.V(A).18:6).

LECCIÓN 354 - 20 DICIEMBRE

“Cristo y yo nos encontramos unidos en paz y seguros de nuestro propósito. Su Creador reside
en Él, tal como Él reside en mí”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Esta lección expresa la consciencia de mi igualdad con Cristo. El Creador está en Cristo y
también en mí, Dios está en mí ya que está en Cristo. Exactamente igual. “No tengo otro ser que
el Cristo que vive en mí” (1:2).El Curso nos está llevando a esta consciencia de igualdad. Todo
nuestro estudio del Curso, nuestra práctica del Libro de Ejercicios, y que apliquemos el perdón
en todas nuestras relaciones, nos está llevando a esta consciencia final: “No tengo otro ser que el
Cristo que vive en mí”. “¿Y qué soy yo sino el Cristo en mí?” (1:7).

Cuando llegamos a estas lecciones finales, podemos sentirnos como si en algún momento a lo
largo del Curso, nos hubiera pasado de largo. Como si en algún momento hubiésemos perdido el
barco o, más probablemente, como si nos hubiésemos bajado del barco y quedado atrás. Sé que
a veces me he sentido así, también sé que si continúo practicando lo que el Curso me ha
enseñado, eso no será siempre así. Un día la comprensión de que no tengo otro ser que el Cristo
que vive en mí resonará en mi mente sin ninguna resistencia ni duda.

Creo profundamente que estas palabras son verdad, pero soy consciente de que hay una parte de
mi mente que todavía no lo cree. Mi experiencia todavía no se ha puesto a la altura de mi
comprensión. Mi mente todavía cree que no soy idéntico a Cristo, y por eso experimento lo que
creo, y lo que siento es partes de mí mismo que parecen ser diferentes de este Ser perfecto, Que
es completamente igual a Su Padre.

¿Significa esto que el Curso ha fracasado o que yo le he fallado al Curso? No, no lo creo. En el
Epílogo que sigue a la Lección 365, Jesús habla de que el Espíritu Santo será nuestro “Guía en
toda dificultad o dolor que consideréis real” (L.Ep.4:1). Por eso espera que todo el que ha
acabado el Libro de Ejercicios, todavía tendrá dificultades y, a veces, todavía pensará
equivocadamente que el dolor es real. Él dice aquí: “Sean cuales sean tus problemas ten por
seguro que Él tiene la solución y que gustosamente te la dará sólo con que te dirijas a Él y
se la pidas” (L.Ep.1:5). Incluso después de todo esto, todavía tendremos dificultades. “Este
curso es un comienzo, no un final” (L.Ep.1:1). El Texto y el Libro de Ejercicios están
pensados, no para llevarnos al final de nuestro viaje, sino para entrenarnos en el camino
apropiado para el viaje, para desarrollar hábitos adecuados de práctica espiritual. Nos
presentan a nuestro Maestro y nos enseñan la costumbre de escucharle. Eso es todo, y eso es
suficiente.

Y sin embargo estas últimas lecciones ponen palabras en nuestras bocas y nos hacen hablar
como si ya hubiésemos llegado. Piensa en ellas como anticipos de cómo será tu mente
cuando hayas terminado el viaje. Sumerge tu mente en ellas y deja que las absorba,
transformándote al hacerlo. Cualquier cosa que sientas hoy, cualquier cosa que hoy pienses
acerca de ti, estas palabras siguen siendo la verdad.

Lo que somos está más allá del alcance del tiempo y libre de cualquier ley, salvo la de Dios
(1:1). No tenemos otro propósito que el de Cristo (1:3). Somos uno con Dios, tal como
Jesús lo era y lo es (1:5). Y todo nuestro aprendizaje está planeado para desaprender todo lo
que nos dice algo diferente.

¿Qué soy? (Parte 4)

L.pII.14.2:4-5

La verdad de lo que somos no es algo de lo que se pueda hablar o describir con


palabras. (2:4)

Las palabras sólo pueden traernos hasta aquí. Pueden llevarnos a la puerta del Cielo, pero no pueden
hacernos entrar. Todas las palabras del Curso, tan maravillosas como son, no pueden hacer más de
eso. Eso no es una deficiencia del Curso, ni una deficiencia de las palabras. Las palabras son sólo
símbolos. No pueden hacer más de lo que los símbolos hacen, y eso es mucho, y todo lo que es
necesario. La Verdad Misma de lo que somos hará el resto.

Esa verdad y el completo conocimiento de ella está más allá del alcance de las palabras y, por lo
tanto, más allá del alcance de este mundo, que es un mundo de símbolos y no de realidades. Aún así,
no hay razón para la desesperanza por eso. Lo que somos no puede estar aquí, igual que una persona
física y “real” no puede existir dentro de un sueño, igual que una figura de tres dimensiones no
puede entrar en un mundo de dos dimensiones. (Otro ejemplo: un cubo de tres dimensiones no
puede existir en una hoja de papel, lo más que se puede hacer es un dibujo en perspectiva que
sugiere tres dimensiones).
Podemos, sin embargo, darnos cuenta de la función que tenemos aquí, y usar palabras
para hablar de ello así como para enseñarlo, si predicamos con el ejemplo. (2:5)

Aunque no podemos conocer totalmente la verdad de lo que somos, aquí en este mundo,
podemos expresarlo; por decirlo de algún modo, podemos crear un dibujo en perspectiva que
sugiere esa verdad. ¿Cómo? Llevando a cabo la función que Dios nos ha dado, la función que el
Curso ha afirmado repetidas veces de muchas maneras: el perdón, ser feliz, extensión, hacer la
Voluntad de Dios, dar de nosotros mismos, aumentar el tesoro de Dios creando el nuestro, dando
y recibiendo sanación, aceptando la Expiación. Esto es algo de lo que las palabras pueden
hablar, y las palabras pueden también enseñar el perdón, “si predicamos con el ejemplo”. Si las
palabras que hablamos inundan nuestro ser, las palabras pueden transmitir lo que es el perdón.
Si nuestra vida es un ejemplo de lo que hablamos, nuestras palabras tienen poder. Dicho de otro
modo, si llevamos a cabo nuestra función de perdonar, podemos enseñar el perdón. Y eso es
nuestro “dibujo en perspectiva” de la verdad de nuestro Ser. Ése es el reflejo en el mundo del
Amor que somos.

Considera al Curso como un ejemplo de lo que aquí se nos está diciendo. ¿Por qué son tan
poderosas sus palabras? Pienso que la razón es que las dice uno que es un ejemplo de las
palabras que dice. Incluso en el modo en que Jesús (el autor) nos habla, y trata a nuestros fallos,
nuestra terquedad y cabezonería, nuestras dudas y vacilaciones, podemos sentir la realidad
detrás de las palabras que nos dice. Siempre es paciente con nosotros. Nunca nos menosprecia
ni nos riñe disgustado por nuestra estupidez. Cuando habla del perdón hay un sentimiento de
perdón en las palabras que nos transmite. Cuando nos dice que contemplemos a todos como
iguales, sentimos que el nos está contemplando a nosotros como Sus iguales. Cuando dice que
podemos mirar a todos sin ver ningún pecado, sentimos que así es como Él nos ve a nosotros.

A eso es a los que nos está llevando, a todos y cada uno de nosotros. Es lo que el Manual para el
Maestro llama honestidad, en la Sección sobre las características de los Maestros de Dios.

La honestidad no se limita únicamente a lo que dices. El verdadero significado del


término es congruencia: nada de lo que dices está en contradicción con lo que
piensas o haces; ningún pensamiento se opone a otro; ningún acto contradice tu
palabra ni ninguna palabra está en desacuerdo con otra. (M.4.II.1:4-6)

Únicamente al llevar a cabo nuestra función, únicamente al hacernos una encarnación del Curso,
podemos llegar a darnos cuenta y reconocer Su mensaje para nosotros. Únicamente al darlo a
otros en palabras y de hechos, podemos recibirlo nosotros completamente.

LECCIÓN 355 - 21 DICIEMBRE

“La paz, la dicha y los milagros que otorgaré cuando acepte la Palabra de Dios son
ilimitados. ¿Por qué no aceptarla hoy?”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Aquí, “la Palabra de Dios” para mí, me está hablando de lo que Jesús en el Curso me dice
acerca de mi Identidad. Es la verdad de lo que yo soy.
Es a Ti a Quien elijo, y a mi Identidad junto Contigo. Tu Hijo quiere ser él mismo,
y reconocerte como su Padre y Creador, así como su Amor. (1:7-8)

Un conferenciante cristiano que me inspiró hace años, Ian Thomas, solía decir que el propósito
del hombre, mi propósito como individuo, es ser “el vehículo humano para el contenido divino”.
Por eso es por lo que estoy aquí. Cristo quiere ser Él Mismo en mí, en la forma de mí. No tengo
otra razón para estar aquí, aunque el ego piensa que estoy aquí para olvidar a Dios.

El Curso nos enseña que el ego inventó el mundo y el cuerpo como un ataque contra Dios. El
ego quiere usar el mundo para olvidar a Dios. El Espíritu Santo quiere usarlo como un medio
para recordar a Dios. No hay propósito en nada excepto en uno de esos dos.

Estoy aquí, hoy como siempre, para reflejar el Amor de Dios. Estoy aquí para ver la inocencia.
Estoy aquí para “ver a todos como hermanos, y percibir todas las cosas como buenas y bondadosas”
(L.pII.14.3:4). Estoy aquí para bendecir a mis hermanos y pedirles que compartan mi paz y dicha.

¿Por qué no aceptarla hoy? (Título de la lección). ¿Por qué esperar? Éstas son las preguntas que
hace la lección.

Estoy seguro de que mi tesoro me aguarda y de que sólo tengo que extender la
mano para encontrarlo. Incluso ahora mismo mis dedos ya lo están tocando. Está
muy cerca. No es necesario que espere ni un instante más para estar en paz para
siempre. (1:3-6)

No hay respuesta a por qué esperamos, porque no hay razones para esperar. Ni nunca ha habido
una razón. Todo lo que hay que hacer en respuesta es dejar que se suelte el aprisionamiento en
nuestro corazón, para acabar con la resistencia a la extensión del Amor, y abrir nuestro corazón
completamente a toda cosa viviente. Permitirnos a nosotros mismos ser Amor, permitir que el
Amor esté en nosotros. Para abandonar la creencia de que somos algo distinto al Amor.

La resistencia que parece tan grande, como una muralla de piedra, no es nada más que una nube,
incapaz de parar una pluma. Sólo mi creencia en la imposibilidad de atravesarla la convierte en
una barrera, como un elefante atado a una pequeña estaca en el suelo, que cree que no se puede
mover porque ha sido entrenado a pensar que está encadenado a un árbol. Pensamos que no
tenemos amor, pensamos que somos malvados. Pensamos que el ego se interpone como un
muro de granito entre nosotros y Dios, que Le mantiene afuera.

El ego es una nube. No podría detener ni a una pelota. No tiene ninguna fuerza para resistirse al
Amor de Dios, no puede resistirse ni se resistirá. El Amor de Dios espera al final del tiempo,
habiendo ganado ya. ¡Oh, corazón mío, ábrete a ese Amor hoy! Recíbelo, dalo. Recíbelo al
darlo, y dalo al recibirlo. Contémplalo por todas partes pues está en todas partes, en todos.

¿Qué soy? (Parte 5)

L.pII.14.3:1-4

¿Cuál es nuestra “función” de la que se habla en el párrafo 2? “Somos los portadores de la


salvación” (3:1). ¿He pensado realmente que ésta es mi función? ¿He empezado a darme cuenta de
que cada día, al vivir mi vida, para esto es para lo que estoy aquí, para traer la salvación al mundo?
No estamos hablando aquí de rescatar a personas, estamos hablando de verlas tal como Dios las
creó, y verlas de ese modo con tanta claridad y tanta fuerza que nuestra visión de ellas empieza a
abrir sus ojos a esa misma visión. Estamos hablando de mantener una imagen tan clara de su
inocencia que pueden ver su propia inocencia reflejada en nosotros.
Aceptamos nuestro papel como salvadores del mundo, el cual se redime mediante
nuestro perdón conjunto. (3:2)

Salvamos al mundo al perdonarlo. Y practicamos este perdón como un perdón conjunto, junto
con Jesús. Nos unimos a Él para eliminar la culpa y la condena de cada persona con la que
entramos en contacto. Así es como el mundo es “redimido”, rescatado de su esclavitud de la
culpa y el miedo.

Y al concederle el regalo de nuestro perdón, éste se nos concede a nosotros. (3:3)

Una vez más el tema repetido a menudo: Recibimos el perdón al darlo.

Vemos a todos como nuestros hermanos, y percibimos todas las cosas como buenas y
bondadosas. (3:4)

Ésta es la visión de un salvador. Así es como un salvador ve las cosas. Ver a todos como
hermanos es verlos como iguales a nosotros, compartiendo la misma inocencia de la creación
de Dios. Ver a todas las cosas como buenas y bondadosas es darnos cuenta de que incluso lo
que parece ser ataque no convierte al “atacante” en cruel, detrás del miedo que le impulsa al
aparente ataque sigue habiendo un corazón bondadoso y lleno de ternura. Tal vez algunos de
nosotros hemos empezado a darnos cuenta de esto acerca de nosotros mismos y de otros.
Reconocemos que hemos cometido errores, y que hemos actuado de manera no amorosa, y sin
embargo sabemos que, debajo de ese disfraz de ira y egoísmo, nuestros corazones son
bondadosos. No queremos hacer daño pero nos sentimos impulsados a ello por las
circunstancias, parece el único modo de sobrevivir. Ésa es la mentira que el ego nos cuenta,
que el ataque es necesario para la supervivencia. El Curso nos pregunta:

¿No crees que el mundo tiene tanta necesidad de paz como tú? ¿No te gustaría
dársela en la misma medida en que tú deseas recibirla? Pues a menos que se la
des, no la recibirás. Si quieres recibirla de mí, tienes que darla. La curación no
procede de nadie más. (T.8.IV.4:1-5)

No hay ninguna cosa viviente que no comparta la Voluntad universal de que goce de
plenitud y de que tú no seas sordo a su llamada. (T.31.I.9:1)

Nuestro camino a la salvación está en llegar a darnos cuenta de que todas las cosas comparten la
Voluntad universal de estar completas, que todo el mundo quiere la paz al igual que nosotros y que,
debajo de todos los disfraces que llevamos tan fielmente, lo que somos, todos nosotros, es Amor.

LECCIÓN 356 - 22 DICIEMBRE

“La enfermedad no es sino otro nombre para el pecado. La curación no es sino otro
nombre para Dios.
El milagro es, por lo tanto, una invocación que se le hace a Él”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario
Me da la impresión de que el Curso iguala cosas que no esperas que se igualen, como lo hace
aquí: La enfermedad no es sino otro nombre para el pecado. La curación no es sino otro nombre
para Dios. Y al final de la lección: “Al invocar Tu Nombre él invoca el suyo propio”
(1:6), es decir, el propio nombre del Hijo, o mi propio nombre. El Curso sugiere que cuando
encontremos a Dios habremos encontrado nuestro Ser; y que cuando encontremos nuestro Ser,
habremos encontrado a Dios, nosotros y Dios compartimos el mismo Nombre. Su consejo para
un nuevo año es: “Haz que este año sea diferente al hacer que todo sea lo mismo”
(T.15.XI.10:11). El Curso está constantemente resumiendo todo a un solo problema, la
separación, y a una solución, la Expiación. Y nos dice que lo difícil es del ego, por lo tanto, lo
sencillo es de Dios.

¿Cómo pueden ser la enfermedad y el pecado lo mismo? Primero, elimina lo que no significa:
que estar enfermo es un pecado. Cualquiera que ha hecho todo el Libro de Ejercicios y que ha
estudiado el Texto no podría tener esa comprensión equivocada; ése no es el significado aquí. El
pecado no existe, sólo imaginamos que existe. Insisto, esta lección no está diciendo que si estás
enfermo es porque eres un pecador, o que estar enfermo te convierte en un pecador. ¡Estar
enfermo no es nada por lo que tengas que sentirte culpable! Si estás enfermo y alguien te
sugiere que “Tienes que estar haciendo algo mal porque las personas espirituales no se ponen
enfermas”, deja de escuchar a esa persona. Los pensamientos de nuestra mente sí causan la
enfermedad. “Toda enfermedad es una enfermedad mental” (Ps.2.IV.8:1), según el librito de la
Psicoterapia. Pero los pensamientos equivocados no son “pecado”, sólo son equivocaciones,
errores.

Cuando la lección dice que la enfermedad no es sino otro nombre para el pecado, significa que
la enfermedad del cuerpo es un reflejo o manifestación de la creencia de la mente en la realidad
del pecado. Dice el Curso que la enfermedad puede ser una especie de castigo a uno mismo, en
el que nos atacamos a nosotros mismos debido a nuestra culpa, esperando apartar el castigo de
Dios que estamos esperando. “La enfermedad no es sino la ira que se ha descargado contra el cuerpo
para que sufra” (T.28.VI.5:1).

Creo que cuando el Curso utiliza la palabra enfermedad generalmente se refiere al pensamiento de
enfermedad y no a los síntomas físicos. (“La enfermedad es algo propio de la mente, y no tiene
nada que ver con el cuerpo” M.5.II.3:2). Por ejemplo, un miembro tullido puede ser usado por el
ego para todavía más pensamientos de incapacidad, culpa y separación; o puede ser usado por el
Espíritu Santo para romper la identificación de una persona con el cuerpo y que se vuelva a
Dios. Es el pensamiento, y sólo el pensamiento, lo que es importante.

“La enfermedad es una defensa contra la verdad” (L.136). Tenemos que recordar que según el
sistema de pensamiento del Curso todo, incluida la enfermedad, es una elección que hemos
hecho, y que las elecciones tienen un propósito. Lo importante no es el síntoma físico. Lo
importante es la elección y el propósito que tiene.

Cuando elegimos estar enfermos, en algún nivel estamos eligiendo identificarnos con el cuerpo,
en lugar de con el espíritu o la mente. La “verdad” contra la que nos estamos defendiendo es
que somos espíritu o mente. Nos estamos defendiendo contra la comprensión de que somos uno
con Dios y con todos, en Dios. “De esta, manera, tu "verdadera” identidad queda a salvo, y el
extraño y perturbador pensamiento de que tal vez seas algo más que un puñado de polvo
queda mitigado y silenciado” (L.136.8:4). La enfermedad hace que el cuerpo parezca muy
real, lo único real. Pretende que la ilusión de la identidad corporal ocupe el lugar de la
verdad de nuestra mente, nuestra identidad espiritual.

¿En qué se parece eso al pecado? Según el Libro de Ejercicios, pecado “es lo que hace que
la mente pierda su cordura y trate de que las ilusiones ocupen el lugar de la verdad”
(L.pII.4.1:2). ¡Eso es exactamente lo que hace la enfermedad! Cuando veo “pecado” en mí
mismo o en un hermano, demuestra que es malo y, por lo tanto, que está separado de Dios.
Cuando veo “enfermedad” en mí mismo o en un hermano, demuestra que el cuerpo es real
y, por lo tanto, que está separado de Dios.

El pecado y la enfermedad se parecen en que los dos son medios que la mente utiliza para
intentar demostrar que la separación es real. No son iguales en la forma, pero son idénticos
en propósito. Son intentos del ego de demostrar que soy lo que no soy. Es el pensamiento de
separación que el Curso intenta sanar, no el síntoma físico de la enfermedad ni el
comportamiento concreto de una persona. Al Curso le interesa la causa, y no el efecto.

Creo que si la mente sana, si la persona sana en el nivel del pensamiento (que es el nivel de
la causa), a menudo se producirán cambios en la forma de vida de esa persona. A menudo el
comportamiento cambiará cuando cambien los pensamientos, a menudo la salud física
mejorará cuando cambien los pensamientos. Sin embargo, el cambio a nivel del cuerpo no
es lo que le interesa al Curso. El cuerpo es insignificante (M.5.II.3:12), lo que quiere decir
que no significa nada. Si nuestros pensamientos están de acuerdo con el Pensamiento de
Dios, el cuerpo servirá al propósito del Espíritu Santo, sea cual sea la forma del cuerpo.
Incluso si el cuerpo muere. Al Curso le interesa sólo la sanación de la mente porque el
cuerpo no tiene importancia.

“La curación no es sino otro nombre para Dios” (Pensamiento del Título). Por lo tanto, sanar la
mente significa reconocer la identidad de mi mente con la Mente de Dios. Sanar es reconocer
que yo comparto la naturaleza de Dios. Cuando el Curso habla de sanación, ¡no se refiere a
curar la gripe! Está hablando de abandonar mi identificación con este cuerpo que parece estar
sufriendo escalofríos y fiebre, de darme cuenta de que el cuerpo no es mi Ser, y que soy el
eterno Hijo de Dios. Como siempre, está hablando de un cambio de mente, de pensamientos.
Cuando se rompa la identidad de mí mismo con el cuerpo, sabré que lo que le sucede al cuerpo
no afecta para nada a Quien yo soy; por lo tanto, lo que le suceda al cuerpo no me importa.
Puede ponerse bien o no; si ya no estoy identificado con él, no me importa lo que le suceda.

El pecado y la enfermedad se parecen en que los dos son manifestaciones de nuestra


creencia en la separación y su resultado (equivocado): la culpa. Los dos sanan a través del
milagro del perdón. Sanar es una vuelta a la compleción, una vuelta a nuestro verdadero
Ser, y puesto que nuestro Ser es uno con Dios, toda sanación es una vuelta a Dios. Ofrecer
un milagro de perdón o sanación es “por lo tanto, una invocación que se le hace a Él”
(Pensamiento de la Lección)

Otra manera de decir esto es que toda sanación lleva a Dios, aunque no estemos pensando o
creyendo en Dios. Si es sanación, es de Dios. El librito de Psicoterapia dice: “Para progresar en
la salvación el paciente no necesita considerar a la verdad como Dios” (Ps.1.5:1). Si hay
sanación, y si hay perdón en lugar de condena, Dios está ahí, aunque no se Le nombre o
reconozca. Todo el que aprende a perdonar recordará a Dios.

No importa dónde esté, cuál parezca ser su problema o en qué crea haberse convertido.
(1:2)

Dios responde cuando Le invocamos, aunque no nos demos cuenta de que Le estamos invocando. Él
contesta, aunque pensemos que no merecemos una respuesta. Creo que hay cientos de veces en las
que hemos llamado a Dios y Él nos ha contestado, aunque no nos hayamos dado cuenta de ello.
Aunque recibimos Su ayuda, no Le reconocimos. El Curso dice que nuestro dolor y nuestro miedo
es una petición de ayuda. ¿Crees que si el Espíritu Santo reconoce todas las peticiones de ayuda
como lo que son, no contesta cada una de ellas?

Él es Tu Hijo, y Tú le contestarás. (1:3)


Él nos contesta con Su Nombre, que es un modo de decir con Su Ser o Su Naturaleza. Somos
contestados por Lo Que Dios es, porque Lo Que Él es nosotros como Su Hijo Lo somos también.
Dios está libre de pecado, y nosotros también; sin pecado no podemos estar enfermos, ya que la
enfermedad procede de la creencia en el pecado. Cuando me doy cuenta de mi completa inocencia,
“jamás puedo sufrir dolor alguno” (1:5). El Nombre de Dios es lo que me habla de esa inocencia y
me dice que debe ser así. ¿Cómo podría no ser santo el Hijo de Dios?

Que hoy aprenda a invocar a Dios (utilice esa palabra o no). Que abra mi corazón a la inocencia, a la
dulzura y a la misericordia. Que la sanación sea mi propósito, para mí y para otros. Que recuerde
hoy en cada encuentro: Estoy aquí para sanar, estoy aquí para ofrecer milagros, estoy aquí para
liberar de la culpa.

¿Qué soy? (Parte 6)

L.pII.14.3:5-7

Nuestra función es traer la salvación al mundo. “No estamos interesados en ninguna función que se
encuentre más allá del umbral del Cielo” (3:5). En otras palabras, no despreciamos esta
“humilde” llamada a traer la sanación a este mundo de la forma, no intentamos afirmar
que estamos llevando a cabo nuestra función de crear (que es nuestra función en el Cielo)
y que no nos vamos a molestar con las formas dentro de la ilusión. Hacer eso sería lo que
uno de mis antiguos profesores cristianos solía llamar “tener una mente demasiado
celestial para ser de alguna utilidad terrenal”.

El conocimiento volverá a aflorar en nosotros cuando hayamos desempeñado nuestro


papel. (3:6)

“Conocimiento” se refiere a la perfección del Cielo, al conocimiento directo de la verdad, en lugar


de a la menos elevada percepción de las formas. Nuestro papel consiste en trabajar dentro de la
ilusión, para convertir la pesadilla en un sueño feliz; cuando hayamos hecho esto, volverá el
conocimiento.

Lo único que nos concierne ahora es dar la bienvenida a la verdad. (3:7)

No estamos intentando atrapar directamente a la verdad. Nuestra atención no está centrada en tener
experiencias místicas de Dios evitando el mundo de la forma y dejándolo de lado, aunque para
alcanzar seguridad, sí buscamos entrar en el instante santo a menudo para renovar nuestra visión del
Cielo. Sin embargo, nuestro interés fundamental es “darle la bienvenida a la verdad”, es decir,
prepararnos para ella, preparar el camino, preparándonos para aceptarla. Y eso es algo que tiene
lugar en este mundo, dentro de esta ilusión que llamamos vida física. Aquí, los muchos instantes
santos que experimentamos (y que deseamos experimentar por encima de todas las cosas) llevan a
un resultado: el Espíritu Santo nos envía a nuestros muchos “quehaceres” aquí dentro de la ilusión,
llevando con nosotros el centro de quietud que hemos encontrado en el instante santo, y
compartiéndolo con el mundo (ver T.18.VII.8:1-5).

LECCIÓN 357 - 23 DICIEMBRE

“La verdad contesta toda invocación que le hacemos a Dios, respondiendo en primer lugar
con milagros, y retornando luego a nosotros para ser ella misma”

Instrucciones para la práctica


Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Aquí se transmite una idea que está en todo el Curso: que encontramos nuestro
camino a Dios por medio de otros, primero vemos a Cristo en nuestros hermanos y
luego en nosotros mismos (1:2). Cuando invocamos a Dios, la Verdad siempre
responde (Pensamiento de la Lección). La primera respuesta son “los milagros”,
que luego ofrecemos a otros a través de nuestro perdón. Luego, la Verdad vuelve a
nosotros “para ser ella misma”.

Tu santo Hijo me es señalado, primero en mi hermano, y después en mí.


(1:2)

Éste es el camino de Un Curso de Milagros. “Y conforme contemplo a Tu Hijo


hoy”, es decir, cuando veo al Cristo en aquellos que me rodean, “oigo Tu Voz
indicándome la manera de llegar a Ti, tal como Tú dispusiste que ésta debía ser”
(1:4). Oímos la Voz que nos dirige a Dios al contemplar a Cristo en otros. Otro
modo de decir esto es que vemos el rostro de Cristo, y luego recordamos a Dios.

Las dos fases de la respuesta son: (1) los milagros, y (2) la Verdad Misma.

Los milagros, en forma de perdón que ofrezco a mis hermanos, son sólo un símbolo
de la Verdad. El perdón es “el reflejo de la verdad” (1:1). En el milagro veo al Hijo
de Dios, primero en mi hermano y luego en mí mismo.

A medida que se acumulan milagros y nuestra mente se entrena, la Verdad Misma


empieza a surgir, y nos vamos dando cuenta de nuestra Identidad con Dios. El
Curso dice que eso no es asunto nuestro. No tenemos que trabajar para que eso
suceda. Concéntrate en el primer paso (el perdón), y el segundo (la verdad) vendrá
por sí mismo. Es el regalo que Dios nos hace.

Pienso que muchos caminos espirituales cometen el error de concentrarse en llegar


a Dios directamente. El esfuerzo puede finalmente funcionar porque el propósito es
correcto, pero requiere mucho tiempo y esfuerzos (ver T.18.VII.4:9-11). El
esfuerzo de hacer lo que no puede ser hecho, de hacer que ocurra lo que ya ha
sucedido, de encontrar lo que nunca perdimos, puede ser una lucha de una
frustración sin fin, un modo perfecto para que el ego continúe. Este tipo de
búsqueda espiritual da lugar a la persona cuya mente es “demasiado celestial para
ser de utilidad en la tierra”. Así encontramos al Paraíso que deja a un lado al
viajero herido porque no quiere ensuciarse con asuntos terrenales. El fanático
religioso. El fundamentalista con pretensiones de superioridad moral. Sus
oraciones son tan importantes que se olvida de la familia y sus necesidades.

El Curso dice que el camino al cielo es “mediante el perdón aquí”


(L.pII.256.1:1).No te pierdas en la búsqueda de una experiencia abstracta de unión
con Dios. En lugar de eso, practica el perdón. Presta atención a lo que es práctico.
Concéntrate en la unión con tu hermano, y se te dará la unión con Dios. Trabaja
con el material que se te ha dado: las relaciones que tienes. No intentes escaparte a
algún retiro espiritual, te fallará. Estarías intentando alcanzar algo que ahora está
fuera de tu alcance. No te puedes saltar este proceso. El camino a Dios es por
medio de tu hermano, él es tu Salvador. No hay otro modo.
El camino del Curso no es solitario ni de los que uno se ocupa sólo de sí mismo.
Nos enseña claramente que no podemos encontrar a Dios algo si no Le vemos en
todo y en todos. “La forma de llegar a Él es apreciando a Su Hijo” (T.11.IV.7:2). Al
aprender a ver a los que nos rodean como al Hijo de Dios, como la creación perfecta de Dios,
aprendemos que también somos parte de esa creación. Esto nos lleva al recuerdo de Dios
Mismo. El camino a Dios está en la persona que se encuentra a nuestro lado:

Contempla su impecabilidad y sé curado. (1:5)

¿Qué soy? (Parte 7)

L.pII.14.4:1-3

Este fragmento recuerda al párrafo de la Introducción al Quinto Repaso:

Permite, entonces, que este repaso sea el regalo que me haces a mí. Pues esto es
lo único que necesito: que oigas mis palabras y que se las ofrezcas al mundo.
Tú eres mi voz, mis ojos, mis pies y mis manos, con los cuales llevo la
salvación al mundo. El Ser desde el que te llamo no es sino tu propio Ser. A Él
nos dirigimos juntos. Toma a tu hermano de la mano, pues no es éste un camino
que recorramos solos. En él yo camino contigo y tú conmigo. La Voluntad del
Padre es que Su Hijo sea uno con Él. ¿Cómo no iba a ser, entonces, todo lo que
vive uno contigo? (L.rV.In.9:1-9)

Cristo ve a través de nuestros ojos. Nuestros oídos son los que oyen la Voz que habla por
Dios. Nuestras mentes son las que se unen. Como portadores de la salvación, tenemos una
sola función: oír las palabras de Jesús, y dárselas al mundo. Y ¿qué es lo más importante de
esas palabras? Ver al mundo sin ningún pensamiento de pecado, oír el mensaje de que el
mundo es completamente inocente, unirnos para bendecir al mundo.

¿Soy una bendición para los que me rodean, o una carga? ¿Elimino la culpa de ellos, o se la
pongo? No habré entendido el mensaje del Curso hasta que me dé cuenta de que estoy aquí
para ser un canal de la gracia de Dios para el mundo y para liberar de su culpa a todos los
que entren en contacto conmigo, especialmente de la culpa que les he echado.

LECCIÓN 358 - 24 DICIEMBRE

“Ninguna invocación a Dios puede dejar de ser oída o no recibir respuesta. Y de esto puedo
estar seguro: Su respuesta es la única que realmente deseo”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

El ego está continuamente trabajando para convencernos de que queremos muchas cosas
diferentes, cosas que a menudo se oponen unas a otras. Hemos escuchado a nuestro ego durante
tanto tiempo que estamos completamente confundidos acerca de lo que queremos. Una lección del
comienzo dice: “No percibo lo que más me conviene” (L.24).
Puesto que estoy tan confundido acerca de lo que realmente quiero, es muchísimo mejor dejar esa
elección en manos del Espíritu Santo:

Tú que recuerdas lo que realmente soy, eres el único que recuerda lo que realmente
deseo. (1:1)

Necesito recordar esto a menudo, especialmente cuando pienso que deseo algo con gran
intensidad. “Quiero ese ordenador nuevo”. “Quiero una relación amorosa, íntima y sexualmente
comprometida”. “Quiero un trabajo mejor”. Necesito recordarme a mí mismo: “Espera un minuto,
Allen. ¡Recuerda! No recuerdas claramente quién eres, así que ¿cómo puedes saber lo que
realmente quieres?”

Parte de aprender el Curso es acostumbrarnos a escuchar al Espíritu Santo. Y parte de esa lección
es darnos cuenta de que Él habla por nosotros, y no sólo por Dios. Puede parecer que no estoy de
acuerdo con lo que Él parece querer para mí, y necesito darme cuenta de que lo que Él quiere para
mí es lo que yo realmente quiero, aunque mi ego me diga lo contrario.

Tu Voz, entonces, Padre mío, es mía también, y lo único que quiero es lo que Tú me
ofreces, en la forma exacta en que Tú eliges que yo lo reciba. (1:4)

Muy a menudo me siento inclinado a pensar que quiero lo que Dios quiere dar, pero luego decido
la forma en que tiene que llegarme. Oigo que la Voluntad de Dios para mí es perfecta felicidad, y
luego decido la forma que esa felicidad debe tener. Tengo que dar un paso más, como esta lección
hace: Yo quiero lo que Dios quiere, y lo vea o no en este momento, lo quiero en la misma forma
en que Él elige dármelo, y no en la forma que pienso que debe tener.

Como padre, me acuerdo muchas veces de cuando intentaba convencer a uno de mis hijos de que
realmente no quería lo que pensaba que quería. Tal vez él decía: “Quiero el chicle rojo”. Y yo solía
decirle: “No, Ben, el rojo no es dulce, es canela picante, y no te gustará”. Y él solía decir:
“¡¡Quiero el rojo!!” Nosotros hacemos lo mismo con Dios, mucho más a menudo de lo que
estamos dispuestos a admitir.

Permíteme recordar todo lo que no sé, y deja que mi voz se acalle, mientras lo
recuerdo. (1:5)

Cuando pienso que sé lo que quiero, que me dé cuenta de que no lo sé. Que me calle y deje la
rabieta, que me acalle y escuche la Voz de mi Padre. Él habla por mí y por Dios. Él sabe lo que de
verdad quiero, y seguir Su consejo es sabiduría. Él nos ama, se ocupa de nosotros, nos ha
prometido estar siempre con nosotros. Que confíe en Él, aunque no entienda, sabiendo que ¡Dios
lo sabe mejor!

No dejes que olvide que mi ser no es nada, pero que mi Ser lo es todo. (1:7)

El pequeño “yo”, el ego individual, no es nada, Quien yo soy es todo. El Espíritu Santo siempre
habla desde el punto de vista de ese Ser más extenso. Él no busca beneficiar y mimar al pequeño
“yo”, Él siempre trabaja para llevarnos a la plena consciencia del Ser. A veces lo que me da se
opone al pequeño “yo”, pero nos está llevando a la plena consciencia del Ser. Por esa razón
nuestra idea de lo que queremos está tan deformada, y lo que Él quiere para nosotros parece a
veces ser algo que no queremos. Estamos confundidos acerca de quien somos. Él no está
confundido. Por eso, confiemos en Su sabiduría, aquietémonos, y sepamos que Él es Dios.

¿Qué soy? (Parte 8)


L.pII.14.4:4

Y desde la unión que hemos alcanzado, invitamos a todos nuestros hermanos a


compartir nuestra paz y a consumar nuestra dicha. (4:4)

Alcanzamos la unidad poco a poco. En realidad no “alcanzamos” la unidad sino que la


recordamos, nos hacemos conscientes de lo que siempre ha sido así. Pero, en el tiempo,
parece como si la alcanzásemos poco a poco. Empezamos con instantes santos muy cortos,
chispazos de recuerdo, como un sueño olvidado que estamos intentando recordar. Esos
momentos de recuerdo vienen cada vez más a menudo, cada vez más claros, y al final cada
vez duran más, hasta que un día recordemos completamente y para siempre. Cada instante que
pasamos en esa unidad, reconocemos que no estamos ahí solos, y que no podemos estar ahí
solos. Sentimos paz y dicha, pero nuestra dicha no puede ser completa hasta que todos la
compartan con nosotros y despierten a la realidad de Quien son. Por eso, les llamamos, nos
extendemos hasta todos.

El estado mental que estamos buscando, que podríamos llamar el estado mental iluminado, es
el que se da cuenta de su unión con todas las creaciones de Dios, y que se propone
reestablecer a todas sus partes la perfecta comunicación de esa perfecta unidad. Como el
“bodhisatva” de la tradición budista que renuncia al Nirvana para salvar a otros, no queriendo
pasar a ese estado de perfecto gozo hasta que incluso “cada brizna de hierba esté iluminada”,
así los que están en la mente recta llaman continuamente a sus hermanos, pidiéndoles que
compartan su paz. Jesús es un ejemplo de esta actitud, como dice en el Texto, en la Sección
“El Círculo de la Expiación”:

Yo estoy dentro del círculo, llamándote a que vengas a la paz. Enseña paz
conmigo, y álzate conmigo en tierra santa. Recuerda por todos el poder que tu
Padre les ha otorgado. No pienses que no puedes enseñar Su perfecta paz. No
permanezcas afuera, sino únete a mí adentro. No dejes de cumplir el único
propósito al que mi enseñanza te exhorta. Devuélvele a Dios Su Hijo tal como Él
lo creó, enseñándole que es inocente. (T.14.V.9:4-10)

Ocupa quedamente tu puesto dentro del círculo, y atrae a todas las mentes
torturadas para que se unan a ti en la seguridad de su paz y de su santidad.
(T.14.V.8:6)

LECCIÓN 359 - 25 DICIEMBRE

“La respuesta de Dios es alguna forma de paz. Todo dolor sana; toda aflicción queda
reemplazada por la dicha. Las puertas de la prisión se abren. Y se comprende que todo
pecado no es más que un simple error”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Hoy quiero compartir algunos pensamientos sólo sobre la primera línea de esta lección. Ayer se
nos recordaba que “Ninguna invocación a Dios puede dejar de ser oída o no recibir respuesta” y
que “Su respuesta es la única que realmente deseo” (L.358). Hoy se nos dice que cuando Dios
responde, “la respuesta de Dios es alguna forma de paz”. Así que la respuesta que quiero es
la paz. Cada invocación a Dios es respondida con alguna forma de paz, y eso es lo que
realmente quiero, a pesar de que piense lo contrario.

Pienso que cuando empezamos a darnos cuenta de que realmente queremos la paz en todas
las situaciones, las cosas empiezan a tomar el aspecto correcto. Supongamos que pienso que
puedo perder mi trabajo, o una relación que pienso que necesito. Supongamos que pienso
que no tengo dinero suficiente. Empiezo a rezar, más o menos, por ese trabajo, o por esa
relación, o por dinero. O tal vez no estoy como para rezar, sino que me obsesiono con la
situación. Pienso que eso es lo que quiero.

Cuando eso sucede, si puedo empezar a reconocer que lo que realmente quiero es alguna
forma de paz, he dado un paso gigantesco. No es el trabajo lo que quiero, sino la paz que
creo que me dará. No es la relación lo que quiero, sino la paz que creo que hay en ella. No
es dinero lo que necesito, sino la paz mental que creo que me da.

La oración del corazón no pide realmente cosas concretas. Lo que pide es siempre
alguna clase de experiencia, y las cosas que específicamente pide son las por-
tadoras de la experiencia deseada en opinión del peticionario. (M.21.2:4-5)

Cuando empiezo a darme cuenta de que no son cosas lo que estoy pidiendo, sino la sensación
de paz que pienso que me dan, puedo empezar a pedir paz directamente, evitando mi (quizá)
equivocada opinión de que determinada “cosa” me dará esa experiencia de paz. Puedo abrirme a
la posibilidad de que Dios me dará la paz mental de otro modo distinto al que yo veo.

Cuando pueda empezar a abandonar mi insistencia en que la respuesta tiene que venir de una
forma determinada, me daré cuenta más rápidamente de la respuesta de Dios. Puedo descubrir
que siento la paz sin que intervenga para nada la forma. Puedo descubrir que la paz me llega de
una forma que nunca podría haber imaginado. Perderé mi ansiedad acerca de si me viene la paz
o no en la forma que había pensado que necesitaba. Si me llega la paz mental, me siento
satisfecho porque esto es todo lo que quiero.

Para relacionar esto con el resto de la lección, brevemente, “Ayúdanos a perdonar, pues que-
remos estar en paz” (1:9). La paz es imposible si mi mente está cegada por la falta de perdón. La
paz es imposible si hay ira. Una falta de paz es siempre una falta de perdón, aunque a menudo
es difícil verlo. Cuando pido paz, estoy pidiendo que se me enseñe a perdonar, me dé cuenta de
ello o no. Si la paz es mi meta por encima de todas las cosas, aprenderé a perdonar.

¿Qué soy? (Parte 9)

L.pII.14.5:1-2

Lo sepamos o no, “Somos los santos mensajeros de Dios” (5:1). Ésa es nuestra función, Dios nos
creó para que hiciéramos eso: expresar a Dios, expresar Su Amor. Ésta es nuestra tarea aquí, no
seremos completamente felices hasta que la estemos llevando a cabo. El modo en que aquí lo dice es
muy significativo: estamos llevando “Su Palabra a todos aquellos que Él nos envía” (5:1), no dice “a
los que somos enviados”. No se trata de que vayamos buscando personas a las que dar Su mensaje,
sino que ellos nos están buscando. Ésta es una actitud completamente distinta a la de decir: “Vamos
a convertir al mundo”. Se trata de extender el mensaje de paz y de perdonar a todo el que entra en
nuestra vida. No es por “casualidad” que aparecen las personas en nuestra vida, se nos envían. Y se
nos envían porque tenemos algo que darles.

Cuando alguien aparezca en mi vida, en mi tiempo, o quizá en frente de mí, que aprenda a
preguntarme a mí mismo: “¿Qué tengo que darle a esta persona? ¿Cuál es la Palabra de Dios que
puedo comunicarle? ¿Qué quiere decirle Dios a esta persona a través de mí? “O, de manera más
sencilla: “¿Cómo puedo ser verdaderamente útil a esta persona?”

Hacer esto, no sólo pensarlo sino hacerlo realmente, es la manera en que aprendo que la Palabra de
Dios está escrita en mi corazón (5:1). Y haciendo esto es como cambia mi mente acerca de lo que
soy y la razón de que yo esté aquí. Mi mente no cambiará sólo intentando cambiarla, cambia al
llevar la Palabra de Dios a todos lo que Él me envía. Cuando me comprometo a esta forma de servir
activamente y perdonar a mis hermanos, empiezo a formarme una opinión distinta de mí mismo.
Empiezo a verme de manera diferente. Ése es el plan del Espíritu Santo para la salvación.

LECCIÓN 360 - 26 DICIEMBRE

“Que la paz sea conmigo, el santo Hijo de Dios. Que la paz sea con mi hermano, que es
uno conmigo. Y que a través nuestro, el mundo sea bendecido con paz”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

A efectos prácticos, ésta es la última lección “normal” del Libro de Ejercicios. Los últimos
cinco días del año se dedican a una sola lección, que nos da una idea de cómo puede pasar cada
día un alumno “graduado” (por decirlo de algún modo) en el Curso. Esta última lección resume
y termina la práctica del Libro de Ejercicios.

“Que la paz sea conmigo, el santo Hijo de Dios. Que la paz sea con mi hermano, que es uno
conmigo. Y que a través nuestro, el mundo sea bendecido con paz”. Éste es un modo de
resumir de qué trata el Curso: encontrar la paz dentro de nosotros, compartir esa paz con
otro, y juntos compartirla con todo el mundo. Lo fundamental es encontrarla dentro de
nosotros. Compartirla con otro confirma que está dentro de nosotros, en la relación
aprendemos a extender esa paz. Habiendo aprendido a compartirla juntos, entonces
extendemos la paz a todo el mundo.

Padre, Tu paz es lo que quiero dar, al haberla recibido de Ti. (1:1)

La paz que recibimos y que damos es la paz de Dios. Es la paz que procede de saber que somos
la creación de Dios: “En la santidad fuimos creados y en la santidad seguimos” (1:5). “Yo soy
Tu Hijo, eternamente como Tú me creaste, pues los Grandes Rayos permanecen en mí por
siempre serenos e imperturbables” (1:2). No se ha perdido nada de lo que Dios me dio en mi
creación. Eternamente en paz, Dios se extendió a Sí Mismo para crearme, y Su paz se extendió
dentro de mí y me incluyó en Su quietud. Esa quietud existe siempre. Hay un lugar dentro de ti,
dentro de mí, dentro de todos, que está en perfecta paz siempre. Podemos encontrar esa paz en
cualquier momento que decidamos hacerlo. Para encontrarla todo lo que tenemos que hacer es
permanecer muy quietos, quitar nuestra interferencia. La paz está ahí siempre.

Quiero llegar a ellos en silencio y con certeza, pues en ninguna otra parte se puede
hallar certeza. Que la paz sea conmigo, así como con el mundo. (1:3-4)

Esta mañana, cierra los ojos durante un momento, lo que sea necesario. Deja que los
pensamientos que han estado ocupando tu mente se alejen flotando, indiferente a ellos. No
intentes alejarlos, no te aferres a ellos. Únicamente deja que se vayan, e intenta hacerte
consciente de ese lugar dentro de ti que está en paz siempre. No te esfuerces en encontrarlo, deja
que él te encuentre. Únicamente permanece muy quieto. Ábrete a la paz, y aparecerá, porque
está ahí siempre. Siéntate en silencio. Si un ruido te llama la atención, no dejes que tu mente se
quede “enganchada” en él. Tu único propósito es estar muy quieto y en silencio. Ahora tu único
propósito es decir: “Que la paz sea conmigo”.

Y cuando sientas esa paz, o cuando esa paz te toque, por muy brevemente que sea, añade:
“Que la paz sea con todo el mundo”. Con dulzura deséales esa paz a todos tus hermanos.
Para eso es para lo que estamos aquí. Eso es todo lo que realmente hay que hacer. Será
suficiente.

En Tu Hijo, al igual que en Ti, no hay mancha alguna de pecado. Y con este pensa-
miento decimos felizmente “Amén”. (1:6-7)

El pensamiento de perfecta inocencia pone fin al Curso: ésa es su meta.

El contenido del curso, no obstante, nunca varía. Su tema central es siempre: "El
Hijo de Dios es inocente, y en su inocencia radica su salvación". (M.1.3:4-5)

Cuando haya aceptado mi propia inocencia, y haya extendido ese pensamiento para que incluya
al mundo entero, la salvación se habrá conseguido. Hacer esto es perdonar completamente todas
las cosas. La inocencia y la paz van siempre juntas. Sólo los inocentes pueden estar en paz, sólo
los pacíficos son inocentes. El mensaje del Curso es de inocencia total. Todos somos inocentes,
y nadie tiene que ser condenado para que otro sea libre.

¿Qué soy? (Parte 10)

L.pII.14.5:3-5

Nuestra función aquí es traerle “buenas nuevas al Hijo de Dios que pensó que sufría” (5:3). El Hijo
de Dios que pensó que sufría eres tú, soy yo, y todos los que entran en tu vida. ¡Qué anuncio más
maravilloso! Anunciar, como dijo el profeta Isaías en el Antiguo Testamento:

“… a anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones


rotos, a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad… para
consolar a todos los que lloran, para darles belleza en vez de ceniza, aceite de gozo en
vez de vestido de luto, alabanza en vez de espíritu abatido”, (Isaías 61:1-3)

En los Evangelios se dice que esta temporada de Navidad es un tiempo de “una gran alegría… para
todo el pueblo” (Lucas 2:10). En el Curso tenemos la continuación a ese mensaje, y nosotros somos
sus mensajeros. Podemos anunciar: “Ahora (el Hijo de Dios) ha sido redimido” (5:4). El camino
para encontrar nuestro hogar está abierto para cada uno de nosotros, para conocer primero nuestro
perdón perfecto, y luego la inmensidad del Amor de Dios.

Y al ver las puertas del Cielo abiertas ante él, entrará y desaparecerá en el Corazón de
Dios. (5:5)

Cuando esta “buena nueva” sea recibida por todos, todos cruzaremos las puertas del Cielo, símbolo
de entrar en la consciencia de la perfecta Unidad. En esa Unidad desapareceremos en el Corazón de
Dios. Esa palabra “desaparecer” no significa que dejemos de existir, o que seremos absorbidos y
eliminados en la absorción. Significa únicamente que toda sensación de separación y de diferencias
habrán desaparecido, junto con el deseo de ellas. Desapareceremos en la Unidad, pero estaremos en
esa Unidad, profundamente unidos a ella y parte de ella, llevando a cabo nuestra función
gozosamente, resplandeciendo para siempre en la gloria eterna de Dios.
LECCIÓN 361 - 27 DICIEMBRE

“Te entrego este instante santo.


Sé Tú Quien dirige, pues quiero simplemente seguirte, seguro de que Tu dirección me
brindará paz”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

LECCIONES FINALES

Propósito: Recibir el regalo que Dios ha prometido a Su Hijo. Dedicar nuestra mente a seguir el
camino de la verdad y llevar allí a nuestros hermanos. Perdonar al mundo y acelerar el final del
sueño que Dios ha fijado.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Tanto tiempo como sea necesario.
• Utiliza las palabras sólo al comienzo, y únicamente para recordarte a ti mismo que estás
intentando ir más allá de ellas.
• Deja el resto de la lección al Espíritu Santo. Ponle a Él a cargo de todo. Cualquier cosa
que necesites, sea un pensamiento, una palabra, o quietud y serenidad, Él te lo dará.

Recordatorios cada hora: No hay instrucciones concretas.

Recordatorios frecuentes: No hay instrucciones concretas.

Respuesta a la tentación: No hay instrucciones concretas.

Comentario

Durante los próximos días haré el comentario acerca de las “Lecciones Finales” y del
“Epílogo” mezclados, pues esta lección es la misma para todos estos cinco días.

Hemos llegado a las Lecciones Finales del año. Hoy y los próximos cuatro días tenemos la
misma lección, que nos da las sencillas instrucciones por las que vivir el resto de nuestra vida.
El propósito del Libro de Ejercicios es ayudarnos a establecer la costumbre que se describe en
esta lección: Entregarle cada instante al Espíritu Santo, ponerle a Él a cargo de todo,
comprometernos a seguir Su dirección en todo, sabiendo que siempre nos lleva a la paz.

La Introducción a esta sencilla lección (“Lecciones Finales”) deberíamos leerla cada uno de
estos cinco días. Cada día al leerla, junto con la lección, seguimos con un momento de quietud
en el que buscamos un instante santo de unión con nuestro Padre y con Su Voz.

No buscamos palabras:

En nuestras lecciones finales utilizaremos la mínima cantidad de palabras


posible. Tan sólo las utilizaremos al principio de nuestras prácticas, y
únicamente para que nos recuerden que lo que buscamos es ir más allá de ellas.
Dirijámonos a Aquel que nos guía en nuestro camino y que imparte seguridad a
nuestros pasos. (L.Fl.In.1:1-3)
Lo que buscamos es esa unión con Él. Nos abrimos a la experiencia de la paz. Le ofrecemos
a Él nuestra vida, pidiéndole que nos dirija en “todos nuestros pensamientos al servicio de
la salvación” (L.Fl.In.3:1). Estamos aquí para recordar a Dios por medio del perdón a
nuestros hermanos, compartiendo Su realidad con todos y cada uno de ellos.

En estos momentos de práctica evitamos las palabras tanto como nos sea posible, pero “si
necesito una palabra de aliento, Él me la dará. Si necesito un pensamiento, Él me lo dará
también” (1:1-2). Él me dará todo lo que sea necesario. A veces habrá palabras, a veces
habrá pensamientos. Y a veces “quietud y una mente receptiva y serena” (1:3). Venimos a Él
y esperamos a que nos dé lo que necesitamos. No Le decimos lo que necesitamos, eso se lo
dejamos a Él.

Cada día podemos empezar así. Y a menudo, durante el día, siempre que nos sea posible nos
detenemos y una vez más renovamos la postura de nuestra mente, nuestra firme
determinación de no tomar ninguna decisión por nuestra cuenta, sin Él. Estas lecciones han
sido “un comienzo, no un final” (Epílogo 1:1). Nos han entrenado en la práctica destinada a
continuar durante el resto de nuestra vida hasta que toda nuestra vida se convierta en un
instante santo.

Hoy siempre que puedas, recuerda estas palabras y repítelas: “Te entrego este instante santo”.
Él nunca te fallará.

LECCIÓN 362 - 28 DICIEMBRE

“Te entrego este instante santo.


Sé Tú Quien dirige, pues quiero simplemente seguirte, seguro de que Tu dirección me
brindará paz”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

LECCIONES FINALES

Propósito: Recibir el regalo que Dios ha prometido a Su Hijo. Dedicar nuestra mente a seguir el
camino de la verdad y llevar allí a nuestros hermanos. Perdonar al mundo y acelerar el final del
sueño que Dios ha fijado.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Tanto tiempo como sea necesario.
• Utiliza las palabras sólo al comienzo, y únicamente para recordarte a ti mismo que estás
intentando ir más allá de ellas.
• Deja el resto de la lección al Espíritu Santo. Ponle a Él a cargo de todo. Cualquier cosa
que necesites, sea un pensamiento, una palabra, o quietud y serenidad, Él te lo dará.

Recordatorios cada hora: No hay instrucciones concretas.

Recordatorios frecuentes: No hay instrucciones concretas.

Respuesta a la tentación: No hay instrucciones concretas.

Comentario
El Libro de Ejercicios nos lleva a este momento: “… de aquí en adelante Le entregamos
también nuestras vidas” (L.FL.In.1:4). Si la idea de entregarle tu vida a Dios no te parece
atrayente, piensa en la alternativa: “Pues no queremos volver a creer en el pecado, que fue
lo que hizo que el mundo pareciese un lugar feo e inseguro, hostil y destructor, peligroso
desde cualquier punto de vista, y traicionero más allá de cualquier esperanza de poder tener
confianza o de escapar del dolor” (L.FL.In.1:5).

La idea de que queremos algo distinto a Dios es lo que organizó todo este tinglado. No
existe nada distinto a Dios. La “creencia en el pecado” que se menciona no es nada más que
nuestra creencia de que hemos conseguido hacer algo separado de Dios. Realmente no
queremos esto, aunque hemos creído que lo queríamos. Esta creencia es la fuente de todo
nuestro dolor así que, en lugar de eso, entreguemos nuestra vida a la Fuente de toda dicha.
Entreguémosle nuestra vida para que Su Voz, el Espíritu Santo, la dirija.

Pongamos este instante santo y cada instante en Sus manos.

El suyo es el único camino para hallar la paz que Dios nos ha dado. Su camino
es el que todo el mundo tiene que recorrer al final, pues éste es el final que Dios
Mismo dispuso. (L.FL.In.2:1-2)

No dejes que esas palabras “el único camino” te asusten. Esto no quiere decir que Un Curso
de Milagros sea el único camino a Dios, lo que quiere decir es que el camino del perdón, la
verdad de que todos somos inocentes para Dios, es el único camino, sea cual sea la forma
que tome. Dios nos creó a todos para ser Su expresión y, al final, Su Voluntad se hará.
Como dice en la Introducción al Texto, no tenemos elección en cuanto al contenido del
programa de estudios, sólo en cuándo queremos aprenderlo.

En el sueño del tiempo este final parece ser algo muy remoto. Sin embargo, en
verdad ya está aquí, como un amable guía que nos indica qué camino tomar.
(L.FL.In.2:3-4)

Robert, en nuestro boletín informativo, escribió un artículo sobre el tema: “¿Cuánto tiempo
queda hasta que salgamos de aquí?” o en otras palabras “¿Cuánto tiempo queda hasta que
lleguemos al final del viaje?” El Curso está lleno de aparentes contradicciones como la
siguiente: La verdad ya está aquí y sin embargo, en el tiempo, parece estar muy, muy lejos.
Las dos son ciertas, cada una dentro de su contexto adecuado. Un sueño que dura sólo unos
segundos puede parecer que dura años, dentro del sueño. ¿No es posible que un sueño que
dura tan sólo un “brevísimo lapso de tiempo” (T.26.V.3:5) pueda parecer que dura billones de años?
Dentro del sueño del tiempo, nuestro viaje al Hogar parece que dura muchísimo tiempo. En realidad ya
se acabó, y el poder de su final está presente ahora, guiándonos a través del sueño.

Así que, ¿qué deberíamos hacer? ¿Cómo deberíamos vivir? ¿Deberíamos decir: “Ya se terminó todo”,
tranquilizarnos y relajarnos? No, para nosotros el sueño todavía nos parece real. Por lo tanto:

Marchemos juntos por el camino que la verdad nos señala. Y seamos los líderes
de los muchos hermanos que andan en busca del camino, pero que no lo
encuentran. (L.FL.In.2:5-6)

En su artículo, Robert llega a la conclusión de que “¿cuánto tiempo?” es una pregunta que
no tiene importancia, y que deberíamos estar contentos tanto si vamos al Hogar mañana o
en el año 10.000. Nuestra función es ser la luz del mundo mientras estemos en él. Tenemos
que llevar al Hogar a todos nuestros hermanos que todavía están perdidos, que todavía
andan a tientas en la oscuridad. Tenemos que perdonar al mundo, llevarles a todos el
mensaje de la inocencia, extender a todo el mundo la paz y el amor que hemos encontrado.
Esto es lo que hacemos cuando decimos: “pues quiero simplemente seguirte, seguro de que
Tu dirección me brindará paz”. ¿Qué dirección? La dirección del perdón, la dirección de
perdonar al mundo. Ésa es la dirección que “me brindará paz”. Cumplir nuestra tarea de
perdonar al mundo se convierte en el contenido de nuestros días. Cuando hayamos aceptado
que ésta es la única función que queremos llevar a cabo, el Espíritu Santo arreglará todo por
nosotros, nos dará todo lo que necesitemos para el camino.

LECCIÓN 363 - 29 DICIEMBRE

“Te entrego este instante santo.


Sé Tú Quien dirige, pues quiero simplemente seguirte, seguro de que Tu dirección me
brindará paz”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

LECCIONES FINALES

Propósito: Recibir el regalo que Dios ha prometido a Su Hijo. Dedicar nuestra mente a seguir el
camino de la verdad y llevar allí a nuestros hermanos. Perdonar al mundo y acelerar el final del
sueño que Dios ha fijado.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Tanto tiempo como sea necesario.
• Utiliza las palabras sólo al comienzo, y únicamente para recordarte a ti mismo que estás
intentando ir más allá de ellas.
• Deja el resto de la lección al Espíritu Santo. Ponle a Él a cargo de todo. Cualquier cosa
que necesites, sea un pensamiento, una palabra, o quietud y serenidad, Él te lo dará.

Recordatorios cada hora: No hay instrucciones concretas.

Recordatorios frecuentes: No hay instrucciones concretas.

Respuesta a la tentación: No hay instrucciones concretas.

Comentario

Una vez más repetimos esta lección del “instante santo”. Parece como si el autor nos dijera:
“Habiendo recibido todos los pensamientos que te he dado, no te queda nada más por hacer
excepto poner tu vida en manos del Espíritu Santo”. Helen Schucman, que algo después de
haber completado el Curso escribió las primeras partes del Prefacio al Curso (la sección del
Prefacio “¿Qué Postula?” la tomó del mismo dictado interno que el resto de los libros), dijo allí:

El Curso no afirma ser de por sí el final del aprendizaje, ni es el propósito de las


lecciones del Libro de ejercicios llevar a término el aprendizaje del estudiante. Al
final se deja al lector en manos de su propio Maestro Interno, Quien dirigirá el
resto del aprendizaje a Su criterio. (Prefacio, página xii)

Eso es exactamente lo que estas cinco lecciones finales están reforzando, dejarnos en las
manos del Espíritu Santo para que recibamos más instrucción.
El Libro de Ejercicios es una base, destinada a prepararnos para la instrucción del Espíritu
Santo que viene después. Sirve como una especie de muleta mientras estamos demasiado
débiles para mantenernos de pie. A veces me gusta pensar que el Libro de Ejercicios es
como una especie de “rueditas de aprendizaje” para andar en nuestra bicicleta espiritual.
Las ruedas están ahí para evitar que se caiga el niño que está aprendiendo a montar. Cuando
aprende a mantener el equilibrio, las ruedas ya no son necesarias, y el niño va aprendiendo a
andar en la bicicleta cada vez mejor, tal vez aprendiendo a hacer cabriolas, a andar sin
manos, o incluso a hacer maniobras para evitar caerse al suelo. El aprendizaje no se ha
terminado cuando acabamos el Libro de Ejercicios, todavía queda mucho que aprender.

El entrenamiento del Curso es un entrenamiento mental. El Libro de Ejercicios ofrece


“rueditas de aprendizaje” mental: la estructura de los pensamientos diarios y los ejercicios
de práctica que sugiere. Su propósito es iniciarnos en la forma de práctica espiritual del
Curso, que consiste en comunicarnos mentalmente con Dios, mañana, noche y en cada
momento a lo largo del día. Sus palabras nos dan algo a lo que agarrarnos mientras vamos
formando esta nueva costumbre. Al principio está muy estructurado, y la estructura se
vuelve bastante rígida. Con el paso del tiempo se vuelve más sencillo, suponiendo que
hemos empezado a reforzar la costumbre que está intentando enseñarnos. Aquí, en las
Lecciones Finales, la estructura está a punto de terminar, se están quitando las “rueditas de
aprendizaje”. Se nos deja en manos del Espíritu Santo completamente, sin libro que nos
guíe.

Tal vez alguno se sienta lo bastante motivado para aplicarse con dedicación durante todo el
primer año que hacen el Libro de Ejercicios, siguiendo sus instrucciones cada día (o
intentándolo). Ciertamente si alguien lo hiciera así, un solo año bastaría para establecer la
costumbre de comunicarse espiritualmente con Dios. Sin embargo, para la mayoría de
nosotros una sola vez no es suficiente.

Tengo que confesar en este escrito que este próximo año (1997) será la novena vez que hago
el Libro de Ejercicios. Completar la primera vez me costó tres años. Desde entonces cada
vez lo he hecho en un año, excepto un año que decidí que quería hacer algo diferente por un
tiempo. Soy un alumno lento, al acabar este año todavía no he establecido las costumbres
que el Libro de Ejercicios está intentando enseñarnos. Cada año lo hago mucho mejor, pero
todavía es muy raro el día que recuerdo practicar la lección cada hora, mucho menos
acordarme de ella brevemente cinco o seis veces cada hora, y en eso consiste nuestra
práctica cuando llevamos varios meses con el libro. Por eso lo estoy haciendo de nuevo, no
sólo para compartir los comentarios diarios con vosotros, compañeros, sino porque todavía
me queda mucho que aprender.

Aunque no pienso que puedo hacer esta lección tal como se pretende, dejando el Libro de
Ejercicios para continuar mi instrucción privada con el Espíritu Santo, aún puedo hacerla
cada momento de práctica y de recordatorio durante el día. “Te entrego este instante santo”.
Cada instante puede ser un instante santo. Intentemos recordarlo hoy tan a menudo como
podamos. Cada vez que lo hagamos, recordemos entregarle el instante al Espíritu Santo para
que Él lo haga santo. O más bien, vamos a entregárselo a Él para Sus propósitos en
reconocimiento de que es santo.

Tal como la Introducción a esta lección hacía hincapié:

La meta que se nos ha asignado es la de perdonar al mundo. Ésa es la función


que Dios nos ha encomendado. (L.Fl.In.3:2-3)

Ése es el propósito del Espíritu Santo, y cada instante que se Le entrega lo usa para ese
propósito: perdonar al mundo. “Nuestra función es recordarlo a Él aquí en la tierra”
(L.Fl.In.4:1). Le recordamos al perdonar: “Pues todo aquello que perdonamos es parte de
Dios Mismo” (L.Fl.In.3:5). Nuestros hermanos son nuestros salvadores, al perdonarles,
recordamos a Dios.

LECCIÓN 364 - 30 DICIEMBRE

“Te entrego este instante santo.


Sé Tú Quien dirige, pues quiero simplemente seguirte, seguro de que Tu dirección me
brindará paz”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

LECCIONES FINALES

Propósito: Recibir el regalo que Dios ha prometido a Su Hijo. Dedicar nuestra mente a seguir el
camino de la verdad y llevar allí a nuestros hermanos. Perdonar al mundo y acelerar el final del
sueño que Dios ha fijado.

Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Tanto tiempo como sea necesario.
• Utiliza las palabras sólo al comienzo, y únicamente para recordarte a ti mismo que estás
intentando ir más allá de ellas.
• Deja el resto de la lección al Espíritu Santo. Ponle a Él a cargo de todo. Cualquier cosa
que necesites, sea un pensamiento, una palabra, o quietud y serenidad, Él te lo dará.

Recordatorios cada hora: No hay instrucciones concretas.

Recordatorios frecuentes: No hay instrucciones concretas.

Respuesta a la tentación: No hay instrucciones concretas.

Comentario

Sugiero que en estos dos últimos días de este año leas la lección y luego el Epílogo que hay
detrás. Compartiré algunos comentarios sobre el Epílogo durante estos dos días, sin
embargo, tu práctica debe ser con la última lección.

El Epílogo se hace eco de dos temas de la última lección: Seguir al Espíritu Santo como tu
Maestro y Amigo en el camino, y la seguridad de alcanzar con éxito el final del camino.

Tu Amigo te acompaña. No estás solo. (Ep.1:2-3)

Tu llegada al hogar es tan segura como la trayectoria que ha sido trazada para el
sol antes de que despunte el alba… De hecho, tu camino es todavía más seguro.
(Ep.2:1-2)

Hoy voy a tratar el tema de seguir, y mañana la seguridad de llegar al hogar.

El Epílogo deja muy claro que aunque hayamos completado el Libro de Ejercicios y
hayamos logrado el propósito que establece para nosotros, habiendo desarrollado la
costumbre diaria de darle la dirección de nuestra vida al Espíritu Santo, sólo hemos
empezado nuestro viaje y queda mucho trecho todavía. El camino por delante puede ser
largo. Habrá dificultades a lo largo del camino. ¿Por qué haría Jesús hincapié en la
seguridad del final si no creyéramos que hay razón para dudar?

Se nos dice que este curso es un comienzo, no un final (1:1). Podemos esperar problemas
(1:5) y dudas (1:7). Todavía tendremos lecciones aunque no las “lecciones específicas” del
Libro de Ejercicios (3:1). Se necesitarán “esfuerzos” (3:3).Habrá momentos en que
experimentaremos dificultad, o dolor que pensaremos que es real (4:1). Aún estamos en el
camino al Cielo, pero todavía no estamos allí (5:4). Necesitamos dirección (5:5), así que debe
haber obstáculos o a veces el camino no parece claro. Todavía estamos en el camino que nos lleva
a nuestro hogar (5:7). “Continuaremos recorriendo Su camino” (6:2). Jesús dice que nunca nos dejará
sin consuelo, así que el consuelo seguirá siendo necesario (6:8).

Estoy señalando todo lo que nos indica que nos queda una parte muy importante de nuestro viaje
todavía por delante, ya que con facilidad solemos pensar de otro modo, y nos volvemos impacientes y
queremos que termine el viaje. Los puntos positivos de este Epílogo están planeados para eliminar el
desánimo que puede entrarnos cuando nos damos cuenta de que todavía nos queda un largo recorrido.

Primero, tenemos un Amigo Que va con nosotros. “¡Un Amigo!” ¿Me ha enseñado eso mi experiencia
con el Libro de Ejercicios? El Espíritu Santo es mi Amigo. (Tal vez para algunos de nosotros ese
Amigo es Jesús). ¿Ha sido mi relación con Él suficiente para desarrollar mi confianza en Él?
“hablándoos diariamente de vuestro Padre, de vuestro hermano y de vuestro Ser” (4:4). Se
nos dan promesas maravillosas de Su dulzura y Su deseo de ayudarnos. No podemos
invocarle en vano. Él tiene la respuesta a cualquier cosa que Le preguntemos o pidamos, y
no nos las negará. Todo lo que tenemos que hacer es pedir. Él nos habla de “lo que
realmente quieres y necesitas” (2:4).

Él dirigirá tus esfuerzos, diciéndote exactamente lo que debes hacer, cómo


dirigir tu mente y cuándo debes venir a Él en silencio, pidiendo Su dirección
infalible y Su Palabra certera. (Ep.3:3)

No necesitamos preocuparnos por la duración o la dificultad de nuestro viaje. Tenemos un


Guía. El Libro de Ejercicios no es nuestro viaje, es un campo de entrenamiento que nos
prepara para nuestro viaje, que nos presenta a nuestro Guía y que nos enseña a confiar en
Él. Al hacer el Libro de Ejercicios hemos aprendido lo merecedor de nuestra confianza y lo
sabio que es; ahora estamos listos para empezar el viaje, caminando con Él con la confianza
de que Él sabe cómo llevarnos al Hogar.

LECCIÓN 365 - 31 DICIEMBRE

“Te entrego este instante santo.


Sé Tú Quien dirige, pues quiero simplemente seguirte, seguro de que Tu dirección me
brindará paz”

Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de
Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

LECCIONES FINALES

Propósito: Recibir el regalo que Dios ha prometido a Su Hijo. Dedicar nuestra mente a seguir el
camino de la verdad y llevar allí a nuestros hermanos. Perdonar al mundo y acelerar el final del
sueño que Dios ha fijado.
Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Tanto tiempo como sea necesario.
• Utiliza las palabras sólo al comienzo, y únicamente para recordarte a ti mismo que estás
intentando ir más allá de ellas.
• Deja el resto de la lección al Espíritu Santo. Ponle a Él a cargo de todo. Cualquier cosa
que necesites, sea un pensamiento, una palabra, o quietud y serenidad, Él te lo dará.

Recordatorios cada hora: No hay instrucciones concretas.

Recordatorios frecuentes: No hay instrucciones concretas.

Respuesta a la tentación: No hay instrucciones concretas.

Comentario

¡La última lección del año! Pero ciertamente no, espero, nuestro último instante santo. Al
acercarse el Nuevo Año, me encuentro pensando en esta lección como “Te entrego este año
santo”. ¡Ah, lo siento resonar dentro de mí, descubriendo un sonido que se hace eco de un
profundo y eterno anhelo!

Como dije ayer, el Epílogo habla de que nuestro viaje continúa después del estudio formal
del Libro de Ejercicios, continuando con el Espíritu Santo como Guía a través de lo que
todavía puede ser un largo viaje. El segundo punto en el que el Epílogo insiste mucho es
que el final del viaje es seguro.

Tu llegada al hogar es tan segura como la trayectoria que ha sido trazada para el
sol antes de que despunte el alba, después del ocaso y en las horas de
luminosidad parcial que transcurren entremedias. De hecho, tu camino es
todavía más seguro. (Ep.2:1-2)

Podemos caminar con Él, tan seguros de nuestro destino como lo está Él; tan seguros de
cómo debemos proceder como lo está Él; tan seguros de la meta y de que al final la
alcanzaremos como lo está Él (4:6). Pienso que a menudo mis sentimientos de “¿Cuánto
tiempo más va a durar esto?” son realmente el miedo suprimido de “¿Voy a llegar alguna
vez al Hogar?” Convertimos la duración del tiempo en un testigo de la idea de que nunca lo
lograremos. Si realmente supiera que mi llegada al hogar es tan segura como la trayectoria
que ha sido trazada para el sol, y todavía más segura, podría viajar “ligero de equipaje y sin
contratiempos” (T.13.VII.13:4) sin que me importara cuánto dure.

Pienso que la actitud que el Curso nos anima a tener es:

1) Aferrarnos y mantener esta seguridad de que la llegada al Hogar es segura.


2) Y al mismo tiempo despreocuparnos de cuánto tiempo vaya a durar.

El Texto nos dice que cuánto tiempo es sólo una pregunta acerca del tiempo, y el tiempo es
sólo una ilusión. Nos pide que no estemos inquietos ni preocupados, y señala que estar
inquieto y preocupado en el viaje a la paz no tiene ningún sentido.

El final es seguro, y los medios también. A esto decimos "Amén". (Ep.5:1-2)

Yo también digo “Amén”. “Sí, así sea, y así es”. ¿Por qué es tan seguro el final? Porque
tenemos al Espíritu Santo con nosotros. “Y Él hablará por Dios y por tu Ser, asegurándose
así de que el infierno no te reclame, y de que cada decisión que tomes te acerque aún más al Cielo”
(5:4). Él es la garantía. Su Presencia hace que el final sea seguro. Y Él está seguro porque sabe que el
final depende de nosotros, y no hay nada más seguro que el Hijo de Dios.
Nos dirigimos a nuestro hogar a través de una puerta que Dios ha mantenido abierta
para darnos la bienvenida. (Ep.5:7)

¡Ah, qué escena más hermosa! A mi librito “El Viaje al Hogar” podría haberle llamado por ese nombre
“Al Hogar a través de una Puerta Abierta”.

Los ángeles de Dios revolotean a tu alrededor, muy cerca de ti. Su Amor te rodea, y de
esto puedes estar seguro: yo nunca te dejaré desamparado. (Ep.6:7-8)

¿Qué más necesitamos? El Espíritu Santo está en nosotros. Los ángeles de Dios revolotean a nuestro
alrededor. El Amor de Dios nos rodea y Jesús nos promete que Él nunca nos dejará sin consuelo ni nos
abandonará.

¿Puedes sentirlo ahora que el año llega a su fin? ¿Puedes cerrar los ojos un momento y sentirles a tu
alrededor? ¿Puedes darte cuenta de la santidad de este instante, el nacimiento de Cristo en ti que se
extiende al mundo para cambiarlo con Su luz? Ellos están aquí, y Ellos están observando, y como
Jesús dice a menudo en el Curso: Ellos te dan las gracias por estar dispuesto a abrirte a la Luz.
Entonces, al acabar el año, démosles gracias a Ellos por darnos esta Luz a nosotros.

Y A PARTIR DE AHORA, ¿QUÉ?

¡Enhorabuena! Has terminado todo el Libro de Ejercicios. Si eres nuevo en el Curso en este año,
puede que no te des cuenta de cuántos alumnos empiezan el Libro de Ejercicios y no lo
terminan, así que terminarlo es un gran logro. Realmente mereces la enhorabuena.

Habiendo terminado una vuelta al Libro de Ejercicios, hay dos preguntas que se te pueden
ocurrir ahora:

• ¿Debería repetir las lecciones del Libro de Ejercicios, o es suficiente con una vez?
• Si siento que he terminado con las lecciones, ¿qué debo hacer ahora para continuar mi
trabajo con Un Curso de Milagros?

¿DEBERÍA REPETIR EL LIBRO DE EJERCICIOS?

Creo que la respuesta a esta pregunta depende de ti. Pero, de un modo general, puedo
responderte. Esta respuesta es mi opinión pero está basada en algunas observaciones objetivas
acerca del Libro de Ejercicios y el propósito de su entrenamiento, y un poco de sentido común.

La porción de sentido común es ésta: ¿Cómo decides si repetir o no algún curso, de cualquier
asignatura? Te preguntas a ti mismo: ¿He aprendido lo que el curso se proponía enseñarme? Si
lo has aprendido, no tienes necesidad de repetir. Si no lo has aprendido, probablemente te
beneficiarías repitiendo el curso.

Cuando estaba en el instituto estudié francés durante tres años. Los dos últimos años fueron con
un profesor horrible. Cuando entré en la facultad, hice un examen de aptitud en francés para
responder a la pregunta: “¿Cuánto francés aprendí en el instituto?” La respuesta fue: “Casi
nada”. Me apunté a francés 1, del nivel de la facultad y empecé todo de nuevo. No había razón
para avergonzarse de ello. No significaba que yo era torpe como alumno de francés. De hecho,
terminé especializándome en francés, pasé un año viviendo en Francia y ¡me tomó por francés
un alumno de francés en la universidad!
No tenemos un examen escrito que pueda determinar si has aprendido lo que el Libro de
Ejercicios se propone que aprendas. No hay razón para avergonzarse de no haberlo aprendido.
Para ser completamente honesto, diría que no conozco ni a una sola persona que en un año haya
aprendido todo lo que se puede aprender del Libro de Ejercicios. Mi opinión personal (y en las
palabras del Curso no hay nada que lo apoye) es que todo el mundo puede beneficiarse de hacer
el Libro de Ejercicios dos, tres, cuatro o incluso más veces.

Para contestar la pregunta: “¿He aprendido lo que el Libro de Ejercicios se proponía


enseñarme?” antes necesitas saber la respuesta a esto: ¿Qué intenta enseñarnos el Libro de
Ejercicios? ¿Cuál es su objetivo principal? Si sabes la respuesta es bastante fácil determinar si lo
has aprendido o no, si en tu caso el propósito del Libro de Ejercicios se ha logrado o no.

Si has estado leyendo estos comentarios y “los Comentarios para la Práctica” de Robert, ya
conoces las respuestas. Mientras que el propósito final de la práctica espiritual que nos da el
Libro de Ejercicios es entrenar nuestra mente a contemplar de manera diferente a todos y a
todas las cosas del mundo, pensar siempre con Dios, escuchar siempre la Voz de Dios y
perdonar a todo el mundo, el propósito inmediato del Libro de Ejercicios es mucho más fácil de
alcanzar y más práctico.

Ese propósito inmediato es entrenarnos en la práctica espiritual diaria, establecer en nuestra vida
la costumbre de dedicar tiempo por la mañana y por la noche a encontrarnos con Dios y a poner
nuestra mente en la verdad, la costumbre de dirigir cada hora nuestra mente hacia dentro a Dios
durante uno o dos minutos, la costumbre de pensar a menudo en Dios o en los pensamientos
espirituales entre esos recordatorios de cada hora, y la costumbre de responder a la tentación de
inmediato con algún pensamiento de Dios, una herramienta de nuestro repertorio para
solucionar problemas que hemos desarrollado durante el año de nuestra práctica del Libro de
Ejercicios.

Así que la respuesta a “¿Debería repetir el Libro de Ejercicios?” es: Si has establecido esas
costumbres de práctica espiritual diaria hasta el punto de que continuarás diariamente sin el
apoyo continuo del Libro de Ejercicios, entonces no necesitas repetir el Libro de Ejercicios. Si
quieres puedes elegir repetirlo, pero no necesitas hacerlo. Sin embargo, si no has establecido
esas costumbres de práctica espiritual diaria, entonces deberías apuntarte de nuevo al programa
que está planeado para ayudarte a establecer esas costumbres: ¡el Libro de Ejercicios!

Probablemente puedes por ti mismo responder fácilmente a la pregunta sobre lo firmemente que
has establecido esas costumbres de práctica espiritual diaria. Si todavía hay muchas mañanas o
noches en que no haces los momentos de quietud, si pocas veces te acuerdas de la lección cada
hora, y todavía te acuerdas menos de ella entre horas, si tu ego salta a menudo y dirige tu mente
sin que tu mente recta le quite el mando, negándote a escuchar al ego, entonces ciertamente
puedes beneficiarte de hacer el Libro de Ejercicios de nuevo.

Por otra parte, si has establecido firmes costumbres de práctica espiritual diaria, no costumbres
perfectas necesariamente, pero costumbres reales bastante firmes, entonces puedes estar listo
para dejar a un lado el Libro de Ejercicios. Al igual que cuando has estado usando “rueditas de
aprendizaje” para aprender a andar en bicicleta, la única manera de saber con seguridad si estás
listo es intentar andar sin “rueditas de aprendizaje”. La primera vez que intenté continuar mi
práctica espiritual sin el Libro de Ejercicios, fracasé estrepitosamente, el equivalente a darse
morradas continuamente con la bicicleta. ¡Para entonces ya había leído el Libro de Ejercicios
seis veces! (Sin embargo, no había intentado seguir realmente las instrucciones, así que no es de
extrañar que no hubiese formado buenas costumbres de practicar). ¡A las pocas semanas no
hacía ninguna práctica espiritual! Me di cuenta de que todavía no estaba preparado para dejar a
un lado las “rueditas de aprendizaje”, y continué haciendo las lecciones del Libro de Ejercicios.

¿QUÉ HAGO DESPUÉS DEL LIBRO DE EJERCICIOS?


El Manual para el Maestro ofrece instrucciones muy claras para continuar nuestra práctica
espiritual diaria después de haber completado el Libro de Ejercicios, en la sección titulada
“¿Cómo Debe Pasar el Día el Maestro de Dios?” (M.16). Si piensas que estás preparado para
continuar sin el Libro de Ejercicios, ahí es donde tienes que buscar tus instrucciones. Y si te
preguntas si estás preparado o no, te ayudará a tomar una decisión leer estas instrucciones y
preguntarte a ti mismo: “¿Estoy preparado para esto?”

La sección empieza hablando de un maestro de Dios avanzado. Básicamente dice que un


maestro de Dios avanzado no necesita ninguna estructura o programa, la pregunta de cómo debe
pasar el día no tiene importancia, porque el maestro de Dios avanzado vive en contacto directo
con el Espíritu Santo, y simplemente sigue Su dirección momento a momento.

Sin embargo, sigue diciendo que el maestro de Dios corriente, por ejemplo alguien que acaba de
completar el Libro de Ejercicios (y completar el Libro de Ejercicios es un requisito necesario
para llevar el título de “maestro de Dios”), todavía necesita estructura. No tanta estructura como
alguien que está haciendo el Libro de Ejercicios por primera vez, pero no tan poca como un
maestro de Dios avanzado. Algo intermedio. Esta persona todavía no está preparada para vivir
sin ninguna estructura, todavía se está entrenando, todavía está aprendiendo a escuchar al
Espíritu Santo en todo momento. El Manual sigue diciéndonos con detalle cómo debería ser esa
estructura.

Como hemos señalado en nuestra Introducción a la Segunda Parte del Libro de Ejercicios y
también en las “Notas Preliminares sobre la Práctica del Libro de Ejercicios”, las instrucciones
que se dan aquí en el Manual se parece muchísimo al patrón de práctica plenamente madurado
que se establece hacia el final de la Primera Parte del Libro de Ejercicios, y con el que se sigue
durante toda la Segunda Parte. Éstas son:

Éste es el esquema para la práctica después del Libro de Ejercicios:

1. Empieza bien el día, tan pronto como puedas después de despertarte. “Dedica un rato
lo antes posible después de despertarte a estar en silencio, y continúa durante uno o
dos minutos más después de que haya comenzado a resultarte difícil” (M.16.4:7). El
objetivo de ese rato es “unirte a Dios”. Deberíamos dedicar tanto tiempo como sea
necesario hasta que nos resulte difícil, la cantidad de tiempo que le dediquemos a
ello no es lo más importante (4:4-8).

2. Repite “el mismo procedimiento” por la noche, si es posible justo antes de acostarte
(5:1).

3. Recuerda a Dios durante todo el día (6:1-14).

4. Acude al Espíritu Santo con todos tus problemas (7:4-5).

5. Responde a toda tentación recordándote a ti mismo la verdad (8:1-3, 11:9).

Sería conveniente leer toda la Sección 16 del Manual si estás pensando en la práctica después
del Libro de Ejercicios, y dedicar un tiempo a estudiar con detalle lo que dice. El esquema que
acabo de escribir aquí da sólo las ideas generales. Puede ser suficiente para que decidas si te
sientes preparado para llevar o no este programa a cabo.

¿Estás dispuesto a dedicar tanto tiempo como sea necesario para unirte a Dios cada mañana y
cada noche? Puedes necesitar unos pocos minutos o una hora. ¿Te sientes seguro de saber qué
hacer en ese rato, sin la ayuda del Libro de Ejercicios a mano para que te dé algunas
instrucciones para esa práctica? ¿Te sientes suficientemente cómodo con las instrucciones para
la meditación del Curso para emprenderla por tu cuenta?

¿Sientes que tienes la costumbre de recordar a Dios durante el día, y podrás hacerlo sin tener el
pensamiento concreto de la lección del día para que te lo recuerde? (Puedes escoger algún
pensamiento del Texto o del Libro de Ejercicios, para usarlo como el pensamiento de la
lección).

¿Has empezado a acudir al Espíritu Santo con todos tus problemas, por principio, como una
costumbre?

¿Puedes por ti mismo responder a la tentación con la verdad? ¿O todavía te es más útil tener una
lección del Libro de Ejercicios que te da alguna sugerencia para hacerlo?

Si tus respuestas a estas preguntas son en su mayoría afirmativas, entonces estás preparado para
dejar atrás el Libro de Ejercicios. Si la mayoría de tus respuestas es “No”, entonces sin ninguna
duda te será beneficioso repetir el Libro de Ejercicios.

CONSEJOS PARA LA PRÁCTICA DESPUÉS DEL LIBRO DE EJERCICIOS

Voy a ofrecerte algunos consejos prácticos, si has decidido pasar a la práctica después del Libro
de Ejercicios. A mí me ha resultado útil hacer una lista de pensamientos del Curso (no sólo del
Libro de Ejercicios), pensamientos que me resultan efectivos para responder a la tentación, o
pensamientos que me han ayudado en la meditación para ir más rápido al “centro de quietud”.
Algunas personas han empezado a escribir esos pensamientos o párrafos del Curso en un
cuaderno. Puedes clasificarlos, por ejemplo: frases útiles para trabajar el perdón, para cuando
tienes miedo, y así sucesivamente.

Si miras en el Texto, verás varias frases que están en cursiva. Casi todos son diferentes formas
de prácticas espirituales que se sugieren. Dirán algo parecido a: Cada vez que te sientas
preocupado por algo, dite a ti mismo… y luego viene la parte en cursiva. Puedes hacer una
colección de estos trozos y luego pasar varios días trabajando con cada uno de ellos.

Puedes estar estudiando el Texto y algo que estás leyendo te impacta, viendo cómo se aplica a
una situación en tu vida. Toma ese trozo y conviértelo en tu propia práctica espiritual
personalizada. Utilízalo para que te conduzca a tus meditaciones, utilízalo en los recordatorios
de cada hora o como respuesta a la tentación.

Hablando de estudiar el Texto, por supuesto, ¡estúdialo! No lo leas solamente, ¡estúdialo! Y no


pienses realmente que puedes estudiar cuidadosamente todo el Texto en menos de tres años de
lectura y estudio diarios. Yo una vez leí todo el Texto en dos meses, pero me ha costado los
últimos cuatro años estudiar cuidadosamente cada capítulo.

Sólo porque día tras día no estés haciendo las lecciones del Libro de Ejercicios, eso no quiere
decir que no puedes hacer una lección de vez en cuando. A veces una lección determinada del
Libro de Ejercicios te vendrá a la mente, sigue tu Voz Interior y haz la lección. ¿Recuerdas
alguna lección, que mientras estabas haciendo el Libro de Ejercicios te pareció tan poderosa o
efectiva que quizá quisiste pararte y pasar una o dos semanas con alguna de ellas? Bueno,
¡ahora puedes hacerlo! Puedes establecer tu propio programa. Ahora el asunto es mantener una
costumbre de práctica diaria firme, pero ahora tú junto con el Espíritu Santo estás eligiendo tu
propio programa de estudios.

Una de las técnicas con las que practicamos en el Libro de Ejercicios es dejar que surjan
pensamientos relacionados. A menudo el pensamiento con el que elijas trabajar puede ser uno de
esos pensamientos relacionados, en lugar de las palabras del Libro de Ejercicios.
Algunos días puede que no tengas ninguna palabra concreta con la que practicar, puedes usar el
día para la práctica de buscar y hallar la paz de Dios.

La idea básica para la práctica después del Libro de Ejercicios es que puedes usar cualquiera de
las técnicas y prácticas que se dan en cualquier parte del Curso, y puedes centrarte en aquello
que sientes que necesitas más, o que te va mejor.

Y recuerda que se trata de continuar con esas prácticas hasta que, como dice el Libro de
Ejercicios, ya no las necesites más. Tu vida será un continuo instante santo. Puede parecer
imposible, pero el Curso promete que Dios hará que sea posible para ti:

Con el tiempo y la práctica nunca más dejarás de pensar en Él o de oír Su


amorosa Voz guiando tus pasos por serenos rumbos por los que caminarás en un
estado de absoluta indefensión. Pues sabrás que el Cielo va contigo. No
permitirás que tu mente se aparte de Él un solo instante, aun cuando tu tiempo
transcurra ofreciéndole la salvación al mundo. ¿Dudas acaso de que Él no vaya
a hacer que esto sea posible para ti que has elegido llevar a cabo Su plan para la
salvación del mundo, así como para la tuya? (L.153.18:1-4)

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