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En la última ocasión en que recuerdo que coincidí con él, seguía sin jugar
al futbol con su hermano, mis hijos, mi marido y su tío Pepe, pero apareció
sin ninguna sirena en sus manos. En cambio lo encontré risueño y feliz. Se
había sentado en el suelo junto a su tío Pepe y mi marido en una manta que
habíamos echado al suelo. Me fijé que Gabriel les estaba adornando con
primor la cabeza usando hojas del suelo y les estaba preparando un tocado
a cada uno. Les estuve haciendo unas fotos y la escena se me quedó
grabada. Había cariño, risas y complicidad entre los tres.
Me senté con ellos y empecé por comentarle a Gabriel que los estaba
dejando tan guapos que parecían sirenas y él se entusiasmo y me miraba
fijamente a los ojos desde muy cerca y empezó a contarme. Me habló de
sus dibujos del fondo del mar, de los peces de distintos tamaños y formas,
de las rocas y sobre todo de las sirenas de colores. Me decía que se
ondulaban en el fondo del mar y que sus movimientos eran redondos
como el del caparazón de las caracolas. Que todo echaba chispas y brillos,
gesticulaba y se explicaba con entusiasmo, yo me sentía excitada porque
por fin podía hablar con él y me iba metiendo en su mundo, más que
preguntas y respuestas la conversación era fluida y hablábamos en el
mismo lenguaje. Me iba trasmitiendo escenas que yo reproducía en mi
interior en technicolor. Era maravilloso. Cuando acabamos y él se fue al
coche a coger algo, los demás me miraron comprendiendo cómo me sentía
en aquellos momentos, su madre me sonrió y el tío Pepe me comentó que
era muy extraño que hubiera hablado conmigo tanto rato y que ya estaba
iniciada porque hasta ahora ellos habían sido los únicos afortunados en
conocer de cerca el mundo íntimo de Gabriel.
Ya no volví a coincidir con Gabriel, la hermana de nuestro amigo dejó de ir
en verano por aquella ciudad.
9/09/2009
Serpentina Márquez