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AUTORES:
Miguel Higuera Cancino*
Juan Carlos Romero Romero**
El presente artículo tiene como objetivo presentar una reflexión analítica teórica y
práctica del manejo y construcción del espacio de relación como unidad de
intervención comunicativa. Se describen los fundamentos teóricos a partir de la
Teoría de la Biología de la Cognición, el Enfoque Pragmático del lenguaje y sus
implicancias prácticas, con el desarrollo de las conductas involucradas.
Las conductas críticas se coordinan desde el contacto ocular y corporal, dentro de
una gradiente de distancia física, que permite la acción, la referencia y el manejo
conjunto de objetos y eventos. Se ejemplifica el uso en casos de trastornos
severos de la comunicación.
ABSTRACT
This article presents a discussion about the space of relationship as a concept
that can be used like a communicative intervention unit. Starting from the eyes
contact, the interaction betwen the child and an adult involves many different and
complex behaviors. The gradual development and its practical and clinical
implications are discussed related to severed communicative disorders.
PRESENTACIÓN
Los trastornos severos de la comunicación observados en la población de
niños con trastornos profundos del desarrollo (psicosis, autismo, sindrome de
Asperger, etc,) se relacionan, sobre todo en etapas tempranas, con una dificultad
para establecer los mecanismos que permiten el normal desarrollo de la
interacción social. Dichos mecanismos son de índole muy variada, pero pueden
agruparse en una tríada bio-psico-social, donde los distintos niveles se
encuentran íntimamente relacionados.
Proponemos que las diversas funciones, capacidades y habilidades básicas
de esta tríada pueden operacionalizarse y definirse en una estructura mayor que
denominaremos "espacio de relación". Este, más que una unidad de análisis
puede ser contemplado como una unidad de acciones, a través de las cuales los
sujetos construyen las coordinaciones específicas y necesarias para el
establecimiento del consenso comunicativo. Es dentro de este espacio donde
emergen los afectos, las señales y los significados compartidos.
El presente artículo constituye el primero de una serie de publicaciones en
las que intentaremos una reflexión acerca de la naturaleza, emergencia y
desarrollo del espacio de relación, integrando diversas teorías, investigaciones y
la práctica clínica en el área del lenguaje y comunicación. No pretendemos cerrar
o concluir temas, sino que abrir interrogantes a la vez que dirigir la mirada hacia
nuevos aspectos de la interacción comunicativa. Para ello trataremos de proveer
una matriz conceptual que facilite la descripción y operacionalizan de las variables
implicadas. En cada artículo de la serie trataremos de integrar los aspectos
centrales de la Teoría Pragmática, la biología de la Cognición y la terapéutica del
lenguaje, además de buscar las implicancias prácticas de dichos planteamientos.
- Determinismo estructural:
Uno de los principios fundamentales que establece y da congruencia a la
teoría de H. Maturana, es el determinismo estructural: todos los sistemas (también
los biológicos) están determinados por su estructura. Esto tiene muchas
implicancias que trataremos de sintetizar, en dirección a una mejor comprensión
de los fenómenos cognoscitivos y comunicativos. Pero, básicamente, implica que
un sistema determinado por su estructura no tolerará relaciones instructivas, es
decir sus estados y dinámicas internas están condicionadas por su historia de
cambios y por la mantención de su organización.
- Acoplamiento estructural:
Dado el determinismo estructural el organismo buscará, en función de su
autopoyesis, conservar su organización y recibirá los cambios del medio como
perturbaciones de su dinámica de estados internos, algunos de estos cambios
generarán niveles de correlación de procesos en el organismo y condicionarán el
establecimiento de coordinaciones de acción que mantendrán la organización. Es
decir el organismo puede cambiar su estructura pero siempre y cuando mantenga
su organización, de no ser así el organismo se desintegra como sistema y pierde
identidad como tal.
- Recursión:
Como una capacidad de nuestro sistema nervioso central está la de
generar niveles de operación que incluyen nuestra historia de acoplamiento
estructural. De este modo el sistema es capaz de aplicar e incluir el resultado de
una operación en la aplicación de la función próxima, es decir la recursión no es
una mera repetición sino que integra el resultado de la aplicación anterior, esto
posibilita niveles de metaorganización y en el dominio cognoscitivo, por ejemplo,
podemos hablar de metacognición. Esto fundamentaría la capacidad de
autocorrección, de discriminación de quiebres o violación de expectativas, que
caracteriza al comportamiento inteligente (clásico).
IMPLICACIONES PRÁCTICAS.
En relación al tema de la comunicación y el lenguaje Maturana integrará dos
dominios descriptivos: las conductas ontogénicas y las conductas comunicativas;
la intersección de ambos dará curso a las conductas lingüísticas. En este sentido
el lenguaje se describe como coordinación de coordinaciones conductuales
consensuales recursivas, lo cual nos provee de una forma de descripción fácil de
operacionalizar dado su carácter práctico y descriptivo.
En un sentido ontogénico, el lenguaje emerge en la medida que el niño
humano es socializado en una comunidad lingüística, en función del acoplamiento
estructural al que se ve motivado. Existe un determinismo biológico, pero no es
sólo la biología del sistema nervioso lo que explica la emergencia del lenguaje,
sino el establecimiento progresivo y recursivo de una serie de coordinaciones de
conductas del niño en relación a su medio social próximo.
El espacio de relación, en un sentido evolutivo, sería aquél entre al menos
dos sujetos, en el cual se produce la coordinación de las coordinaciones
conductuales de cada uno con el otro. Esta interacción de distintas
manifestaciones conductuales llevará a la mantención de aquellas coordinaciones
que faciliten la organización de cada uno de los sitemas (sujetos) en nuevos
dominios de acoplamiento estructural. Un observador de esta interacción
discriminará dichas coordinaciones de coordinaciones de acción, infiriendo un
sentido consensuado (significado compartido). Este sentido puede ir desde el
placer sensorio motriz conjunto (risas, movimientos) hasta el uso de signos
gestuales o verbales con sentido comunicativo. De esta manera el espacio de
relación se co-construye entre dos o más sujetos que pueden realizar un mínimo
de conductas que permitan interacciones significativas
Tomaremos de esta teoría esta noción del espacio de relación, toda vez
que dicho espacio contiene los requerimientos conductuales mínimos necesarios
para que el niño pueda lograr interactuar competentemente con otros
interactuantes significativos afectivamente. Pero, ¿cuáles son esas correlaciones
y coordinaciones de acción?. Evidentemente que, dado el determinismo
estructural biológico, las primeras correlaciones apuntan a la integración de los
niveles sensorial y motriz. Este aspecto es especialmente crítico cuando
describimos la emergencia del espacio de relación, que se gesta desde el espacio
visual y la visualización de los objetos y de los propios miembros; el ver (enfocar)
las manos y seguir su movimiento correlacionándolo progresivamente con las
sensaciones de prensión de la mano (enfocada) y a esto se le artícula la
propiocepción de la postura del propio cuerpo (y por analogía y coordinación la
postura del cuerpo del otro significativo).
De este modo, establecidas las correlaciones sensoriomotrices
(fundamentalmente visuales, manuales y propioceptivas) el niño podrá dar curso,
recursivamente, a niveles de mayor integración y correlación (por ejemplo
auditivas) y a coordinaciones de sus conductas con las del otro (adulto
lingüístico), dentro de este espacio de relación, el cual se irá ampliando
progresivamente, como una red de procesos de distintos órdenes (neurológico,
afectivo, social, lingüístico, etc.). De este modo se van integrando, ya no sólo las
sensaciones, sino que los efectos de la propia conducta en el medio. Este
enfoque de la Biología de la Cognición es coherente y semejante en este punto a
lo que se ha planteado por autores como Henri Wallon, quien en la década del
treinta y cuarenta, realizó una descripción fenomenológica de los niveles de
integración que podemos observar en los niños normales.
Sintetizando, prodríamos decir, que alcanzar el dominio lingüístico por
parte del niño, implica una serie de procesos de cambio estructural desde el
establecimiento de correlaciones sensoefectoras, coordinaciones de acción y
coordinaciones de esas coordinaciones en el espacio de relación del lenguaje.
Dicho proceso correspondería a una articulación progresiva de funciones y
habilidades, en donde se integran aspectos neurofisiológicos, psicológicos y
culturales, toda vez que el espacio de relación implicará un mundo de
perturbaciones a las cuales dar sentido, para lograr cada vez mayor nivel de
acoplamiento.
IMPLICACIONES TERAPÉUTICAS
Lo señalado hasta ahora tiene especial relevancia en la construcción de los
lineamientos remediales durante las etapas iniciales de la intervención
comunicativa. Las conductas implicadas en la construcción del espacio relacional
se encuentran deterioradas en un conjunto de trastornos tales como autismo
infantil, déficit pragmático semántico y retraso mental . También se puede
encontrar deficiencias en etapas tempranas de cuadros de disfasia o trastornos
del desarrollo de lenguaje e incluso en otros problemas del desarrollo que cursan
con alteraciones de la conducta y la interacción social.
El concepto de espacio de relación permite diseñar un plan terapéutico
inicial, agrupando una serie de conductas de manera integrada y altamente
funcional. El sentido primordial de trabajar con esta perspectiva lo constituye el
hecho de que permite construir conjuntamente los repertorios del niño, a través de
la creación y control del espacio de relación en los ambientes cotidianos o
familiares de cada caso.
Las herramientas clínicas fundamentales de este trabajo derivan
principalmente, de los ámbitos de la modificación de conducta (Schreibman, 1997)
y la pragmática de la comunicación (Prizant, 1985; Felson, 1994). Los distintos
métodos derivados de la visión conductual, nos permiten definir y estratificar las
conductas a adquirir; diseñar adecuadamente los sitemas de presentación de los
estímulos y administrar en forma coordinada los efectos y consecuencias de las
conductas. El enfoque pragmático nos orienta hacia la construcción de repertorios
comunicativos funcionales, la articulación permanente de necesidades
comunicativas nuevas y la adaptación del medio ambiente social a las habilidades
del niño.
Describiremos, a continuación, un modo de aproximarse a la construcción
del espacio de relación, como si se tratara de casos severos sin conductas
comunicativas consensuales.
El inicio del trabajo terapéutico va estar marcado por la necesidad del
terapeuta de contar con claves que le indiquen el curso de la interacción. Nuestra
necesidad de retroalimentación nos lleva, generalmente, a iniciar el trabajo con el
establecimiento de contacto ocular. Para esto se utilizan refuerzos de tipo
primario, contingentes a los escasos contactos visuales, para que,
progresivamente, aumente el tiempo de mantención de contacto ocular (el mínimo
satisfactorio sería de al menos 5 segundos). Una vez conseguido el contacto
ocular mínimo se trabaja inmediatamente el seguimiento visual, para que el niño
sea capaz de mantener la atención en el otro a pesar de los movimientos que este
haga. Desde la fase inicial es importante considerar las variables
sensoperceptuales a las que el niño atiende, como así también aquellas que
rechaza. De esta manera, nos aseguramos de presentar estímulos que formen
parte de los repertorios habituales del sujeto. Un criterio pragmático nos sugiere
comenzar en aquellas situaciones o contextos de mejor rendimiento o estado
afectivo.
El seguimiento del cuerpo y del rostro del otro, van asegurándonos un
mínimo de atención a las expresiones faciales y corporales, las que asociadas al
refuerzo primario llegan a convertirse en refuerzos secundarios sociales. En esta
etapa ya es posible administrar mayor cantidad de consecuencias positivas que
van desde la autoestimulación contingente a la alabanza social, como
reforzadores de las conductas de contacto de seguimiento y contacto visual. Es
importante que las actividades donde se estimule el contacto visual impliquen los
desplazamientos motores naturales del niño, no para acompañarlo, sino más bien
para "perturbarlo comunicativamente" e introducir una nueva dimensión interactiva
en el niño. Este proceso, que puede ser relativamente breve, incrementa
notoriamente las cantidades de información y coordinaciones que el sujeto debe
manejar.
Es importante considerar que debemos limitar los movimientos del niño
dentro de un cierto límite en el espacio de relación. Esto dependerá tanto de la
adecuación de los elementos físicos del contexto, cuanto de la contención
corporal que hagamos del sujeto. En un espacio amplio será posible mantener un
grado de interacción, pero sólo una distancia reducida pero eficiente (de 30 cms.
a 1 metro ya que es el rango de distancia del brazo del niño o adulto) entre los
participantes, nos llevará al desarrollo de los intercambios que conducen a la
conversación consensuada.
Una vez conseguido un contacto de cierta calidad, se sugiere administrar la
variable de distancia corporal (proxèmica), capacitando al niño para responder a
distancias mínimas de 30 cms. y máximas de hasta 2 metros (aprox.). El propósito
es asegurar una continuidad perceptual y la mantención del eje corporal de
referencia, dentro del repertorio atentivo que nos asegure a posteriori el
establecimiento de conductas más complejas como la imitación.
Cuando hemos asegurado los ejes visual y corporal, ya sea en movimiento
o sentado frente a frente, es posible coordinar socialmente las conductas que el
niño exhiba y transformarlas en intercambios comunicativos reglados por turnos.
Mediante la instigación podemos tomar, sacar o ubicar objetos, por turnos,
reforzando las "movidas" adecuadas del niño cada vez que asume su turno.
Desde este punto podemos incorporar actividades como tomar y entregar, o
mover objetos de un lugar a otro siguiendo la orden verbal y gestual del terapeuta.
En esta etapa es importante integrar miembros de la familia u otros
interactuantes, para permitir una mayor flexibilidad del rendimiento comunicativo
del niño y asegurar la generalización de la conducta en otros contextos
comunicativos. Asimismo, con estas actividades generalizamos también la
ampliación del espacio de relación a los miembros significativos de la familia. Es
fundamental mantener el trabajo sobre la variación de la distancia en la que se
está construyendo el espacio de relación. El propósito fundamental no es sólo
comunicativo sino que se liga al aumento de la capaciadad de representación del
evento comunicativo por parte del niño. En estas primeras etapas un ligero
aumento de la distancia entre los participantes permite introducir más objetos y
acciones que van a representarse.
Las actividades regladas por turnos nos permiten desplazarnos junto con el
niño desde las actividades de juego solitario o paralelo, a las actividades de juego
cooperativo, donde poder introducir las variantes necesarias para desarrollar el
juego simbólico, por ejemplo a través de la imitación por parte del niño de las
acciones con objetos que el otro realiza (entre otras).
Podemos decir que gran parte del espacio de relación ha sido co-
construido, toda vez que el niño atiende al otro y realiza actividades simples que
involucren el manejo del turno. Sin embargo es necesario agregar otros aspectos
fundamentales al momento de desarrollar repertorios más complejos. Ya desde el
inicio del trabajo es importante asociar aspectos como el contacto físico,
superficial y profundo, a instancias placenteras del niño o a los reforzadores
primarios. Este trabajo sistemático y progresivo permite desensibilizar al niño y
aumentar la tolerancia al contacto corporal en un sentido social. Esto se hace en
aquellos niños con perfiles neurosensoriales de rechazo al contacto corporal, y
más aún pensando que una de las herramientas más poderosas a utilizar serán la
instigación y el moldeamiento físico que requieren un contacto físico.
En esta etapa es posible que conductas como la ecolalia (inmediata o
diferida), la ecopraxia y la autoestimulación puedan ser utilizadas como
conductas-estímulo para iniciar repertorios imitativos. Al igual que la estrategia de
autoimitación utilizada en el desarrollo normal del lenguaje, podemos partir de las
mismas conductas que los niños hacen dentro del espacio de relación y utilizarlas
para la construcción de interacciones más complejas.
También es importante señalar que muchas veces es posible observar en
esta etapa, conductas problema tales como berrinches, llanto, rechazo y evitación
y cierto grado de oposicionismo a la situación de entrenamiento con exigencia
social. Sin embargo, concordamos con Carr y Durand (1985) que proponen "la
hipótesis de la comunicación", que sugiere analizar estas conductas como
manifestaciones primitivas de conductas comunicativas (en el mismo sentido
encontramos a los teórico de Palo Alto quienes plantean que toda conducta tiene
un sentido comunicativo). De esta manera, técnicas como el refuerzo diferido, el
refuerzo diferencial de conductas opuestas, las estrategias de demora del turno
por parte del terapeuta, requerimiento de cumplimiento de órdenes para la
obtención del refuerzo, entre otras, permiten incorporar las variables interactivas
de los repertorios aparentemente disruptivos. El objetivo es incorporar las
conductas de modo funcional, analizando los objetivos que el niño persigue con
tales manifestaciones. Actualmente, no se sugiere la eliminación de conductas
disruptivas como el primer paso terapéutico, ya que su análisis nos lleva a
descrubrir nuevas dimensiones interactivas a las que se puede otorgar un
carácter funcional dentro del espacio de relación.
CONCLUSIONES
De lo señalado se desprende que es posible postular que existe una unidad
funcional de análisis y descripción que nos permite discriminar los aspectos
esenciales de la interacción comunicativa. Esto sería lo denominamos el espacio
de relación.
Dicha unidad se constituye, fundamentalmente, en la interacción sensorio
motora entre dos o más sujetos, a través del canal visual, contacto corporal y
manipulación de objetos en forma conjunta. La integración de información
multisensorial (a partir de correlaciones) modulada por la interacción social
permite una adaptación a las conductas del otro (acoplamiento estructural) en
forma recurrente y predecible (recursión). Esto generará una serie de
representaciones afectivas y simbólicas (enacciones) que constituyen el saber del
sujeto.
En la medida que las respuestas del medio social se orienten desde el
repertorio propio (del niño o paciente), será posible construir y facilitar repertorios
interactivos flexibles y susceptibles de variación, lo que constituye uno de los
índices fundamentales de la habilidad comunicativa.
Pensamos que lo dicho puede orientar la acción clínica, para diseñar la
terapia de casos severos, a partir de la habilitación de un espacio de relación
común que puede (y seguramente lo será) ser diferente al común.
En publicaciones que se encuentran en preparación, intentaremos describir
los aspectos evolutivos de la pragmática evolutiva que surgen en el espacio de
relación. También se entregarán referencias a los desarrollos afectivo y cognitivo,
como surgiendo a partir de la interacción comunicativa
BIBLIOGRAFÍA