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EL ESTADO DE BIENESTAR Y SU DESEMPEÑO ECONOMICO

Introducción

Si bien hoy existe un amplio consenso por parte de la opinión pública y de los círculos
académicos sobre la mayor efectividad y eficiencia del sistema capitalista en comparación
con el sistema socialista, existe un profundo debate sobre las funciones que el Estado debe
cumplir en una economía capitalista.

El Estado surge como una necesidad de las personas de establecer una organización que
provea de seguridad física a dichos individuos y además garantizar la propiedad privada.
Las ventajas de vivir en sociedad son evidentes: una mayor división del trabajo y
especialización genera una mayor productividad. Estos logros suponen que los
intercambios sean voluntarios entre las partes. Lo cual quiere decir que sean respetados los
derechos de propiedad de cada uno de los habitantes de una sociedad. Claro que existe la
posibilidad de que dichos derechos sean violados por la acción agresiva de ciertas personas.
Para evitar que eso ocurra es necesaria la existencia de una organización cuyo objetivo sea
el de proteger los derechos de cada persona. Porque una cosa es cierta: sin la protección
necesaria contra delincuentes o “depredadores”, las actividades productivas de las personas
se reducen a su mínima expresión. Si la probabilidad de ser “saqueado” aumenta, el
incentivo a producir, ahorrar o invertir disminuye como consecuencia. Los inversores, y las
personas en general, no sólo están estimando permanentemente la rentabilidad que una
actividad determinada puede generar, sino también están analizando la probabilidad de que
sus derechos de propiedad sean respetados o violados.

Pero con el pasar de los siglos, otras funciones se le fueron atribuyendo al Estado,
especialmente la redistribución de ingresos y patrimonios.
¿El crecimiento de las economías desarrolladas fue generado gracias a la ampliación de las
funciones del Estado en lo referente a las políticas redistributivas o a pesar de la mayor
intervención de la organización estatal en ese campo? ¿El desarrollo económico puede
lograrse tanto con un modelo de Bienestar europeo (donde el mayor ejemplo es Suecia),
con un modelo de Bienestar anglosajón (EEUU, Gran Bretaña) o con un Estado que limite
su participación a las funciones bien limitadas y estrictas siguiendo el modelo clásico o de
Estado Gendarme?.

Tamaño del Estado a lo largo de la historia

No existirían demasiadas dudas respecto a cuáles fueron las funciones originales del Estado
en la historia de la humanidad: brindar seguridad a los habitantes contenidos en un territorio
respecto de ataques provenientes tanto del exterior como del interior. Pero es evidente que a
lo largo del siglo XX hay una tendencia muy clara sobre la ampliación y profundización del
rol del Estado o más específicamente un incremento en el tamaño del Estado.
Muchos autores coinciden respecto a las causas fundamentales del crecimiento del tamaño
del Estado: el desarrollo del Estado de Bienestar. Antes de continuar tratemos de definir
sintéticamente en qué consistiría esta función estatal. El “Welfare State” estaría
conformado por programas estatales orientados a proveer un conjunto de beneficios a la
población: seguro de desempleo, servicios de salud, jubilaciones y pensiones, educación,
vivienda y otros gastos sociales de menor magnitud. Como decíamos, existen muchos
autores que respaldan la hipótesis anterior. Mientras Gordon Tullock afirma que “la tesis
bismarckiana (Bismarck fue el creador del estado benefactor en Alemania) resulta
particularmente adecuada para explicar el continuado crecimiento del gobierno (...)”1,
Tanzi y Schuknecht lo ponen en términos similares: “Over the past century, the size of
government in industrial countries has expanded rapidly. In recent decades, this expansion
was caused largely by expenditures normally associated with the welfare state”2.

Pero, ¿cuándo tuvo lugar este incremento del tamaño del Estado?. Si bien se podría decir
que el país precursor del Estado de Bienestar fue la Alemania unificada durante los años del
canciller Bismarck, habría que esperar hasta la tercera o cuarta década del siglo XX para
enfrentarnos a una tendencia bien definida.

En el siglo XIX la visión preponderante sobre el rol del Estado estaba fundamentada en las
ideas de los economistas clásicos y los filósofos políticos que apoyaban el Estado mínimo o
gendarme. Adam Smith establecía claramente que el Estado solamente debía proveer
1
Gordon Tullock, El desarrollo del gobierno, Libertas 27, ESEADE, 1997, p. 26.
2
Vito Tanzi y Ludger Schuknecht, Reforming government in industrial countries, University of Michigan
Press, 1998, p. 1.
servicios de seguridad y defensa, la administración de justicia y no mucho más. Para 1870,
los países industrializados tenían un gasto público (promedio) de tan sólo un 10 % del PIB.
Hacia finales del siglo XIX las ideas comienzan a cambiar. El pensamiento marxista y
socialista comienza a atribuirle otras funciones al Estado: la redistribución fue sumada a las
funciones legítimas del Estado, demandando así transferencias de riqueza e ingresos desde
las personas más ricas hacia las menos afortunadas. En el Manifiesto Comunista, Marx y
Engels defienden concretamente la implementación de un “fuerte impuesto progresivo”
para terminar gradualmente con la propiedad privada de los capitalistas3.

Para 1880, Alemania establecía un sistema de seguridad social orientado a la ejecución de


ciertos programas de transferencias hacia los desempleados y personas de mayor edad. Pero
también estas nuevas ideas provinieron de economistas que podemos calificar como
“clásicos”. John Stuart Mill ya en 1848 decía lo siguiente: “Las leyes y las condiciones que
rigen la producción de la riqueza participan del carácter de realidades físicas. En ellas no
hay nada de arbitrario o facultativo. Sea cual fuere lo producido por la humanidad, tiene
que producirse en formas y en condiciones impuestas por la constitución de cosas
externas, y por las propiedades inherentes a su propia estructura física y espiritual.
Quiéralo o no el hombre, su producción estará limitada por la magnitud de su
acumulación previa y, partiendo de ésta, será proporcional a su actividad, a su habilidad y
a la perfección de su maquinaria y al prudente uso de las ventajas de la combinación del
trabajo (...) No sucede lo propio con la distribución de la riqueza. Esta depende tan sólo de
las instituciones humanas. Una vez que existen las cosas, la humanidad, individual o
colectivamente, puede disponer de ellas como les plazca. Puede ponerlas a disposición de
quien le plazca y en las condiciones que se le antojen (...) La distribución de la riqueza
depende, por consiguiente, de las leyes y las costumbres de la sociedad. Las reglas que la
determinan son el resultado de las opiniones y los sentimientos de la parte gobernante de
la comunidad, y varían mucho según las épocas y los países; y podrían ser aún más
diferentes, si así le placiera a la humanidad”4. De esta manera, Mill estaba diferenciando el
proceso de producción del de distribución del ingreso y la riqueza. Para él, el primero
dependía de la asignación de recursos que se realizaba a través del proceso de mercado,
mientras que el segundo dependía de la asignación de recursos que se realizaba a través del
3
Marx y Engels, Manifiesto del Partido Comunista, Editorial Anteo, 1989, p. 62.
4
John Stuart Mill, Principios de Economía Política, FCE, 1996, pp. 191 – 192.
proceso político. Podríamos afirmar que por primera vez un economista clásico hacía esta
diferencia tan tajante entre el proceso de producción y el proceso de distribución. Sostener
que el Estado, mediante las normas e instituciones creadas por los hombres, puede decidir
qué porción de lo producido puede o no quedar bajo el dominio del dueño de los recursos
que generó dichos bienes o servicios, significa abrir una “caja de Pandora”. El criterio para
establecer cuáles serían los ingresos y el patrimonio de las personas ya no estaría
determinado por la participación de cada uno en el proceso de mercado (productividad),
sino por las instituciones provenientes de una nueva ingeniería social. En otras palabras, los
ingresos y patrimonios de las personas ahora pasarían a depender de factores políticos, no
del mayor o menor grado de eficiencia en satisfacer demandas de terceros de manera
voluntaria. De esta manera, el proceso de distribución se independiza del proceso de
producción. Se establece una “cuña” entre ambos procesos, generándose una transferencia
de ingresos y patrimonios no voluntaria entre individuos. Se puede decir que a partir de
afirmaciones como las que hacía Mill, los límites a la acción estatal se desplazaban a favor
de los políticos, grupos de presión, burócratas, etc.

Mises, 100 años después de las recomendaciones en este sentido realizadas por Mill,
expresaba claramente la idea en la que se basaba la “redistribución”: “Supone el dirigista
que las medidas atentatorias contra el derecho de propiedad para nada influyen sobre el
volumen total de la producción (...) La producción, para él, es una suma dada, sin relación
alguna con el orden social existente. Piensa que no es tanto la producción, sino la
“equitativa” distribución de la misma entre los distintos miembros de la comunidad, lo que
fundamentalmente debe preocupar al estado. Intervencionistas y socialistas pretenden que
los bienes económicos son engendrados por peculiar proceso social. Llegado ésta a su
término y recolectados sus frutos, se pone en marcha un segundo proceso que distribuye
entre los miembros de la comunidad los bienes acumulados. Rasgo característico del
capitalismo es – dicen – el que las respectivas cuotas asignadas, en dicho reparto, a cada
individuo sean desiguales. Hay quienes – empresarios, capitalistas y terratenientes – se
apropian más de lo debido. El resto de las gentes, consecuentemente, ve su participación
injustamente cercenada. El poder público está obligado, ejercitando innegable derecho, a
expropiar ese exceso retirado por los privilegiados para redistribuirlo entre los restantes
ciudadanos. Pero esa supuesta dualidad de procesos – uno de producción y otro de
distribución – en la economía de mercado no se da. El mecanismo es único. Los bienes no
son primero producidos y luego distribuidos (...) Todos los bienes, desde un principio, son
siempre propiedad de alguien. Si se quiere redistribuirlos es obligado proceder
previamente a su confiscación. El aparato estatal de compulsión y coerción puede, desde
luego, lanzarse a todo género d expoliaciones y expropiaciones. Pero ello no prueba que
un duradero y fecundo sistema de colaboración social pueda, sobre tal base,
estructurarse”5.

Veamos entonces la evolución del tamaño del sector público desde 1870 en adelante.

Gasto Público (en % del PIB) en países industrializados(1870 – 1996)


País 1870 1913 1920 1937 1960 1980 1996
Australia 18.3 16.5 19.3 14.8 21.2 34.1 36.6
Austria 14.7 20.6 35.7 48.1 51.7
Canadá 16.7 25 28.6 38.8 44.7
Francia 12 17 27.6 29 34.6 46.1 54.5
Alemania 10 14.8 25 34.1 32.4 47.9 49
Irlanda 18.8 25.5 28 48.9 42
Japón 8.8 8.3 14.8 25.4 17.5 32 36.2
Nueva Zelanda 24.6 25.3 26.9 38.1 34.7
Noruega 5.9 9.3 16 11.8 29.9 43.8 49.2
Suecia 5.7 10.4 10.9 16.5 31 60.1 64.7
Suiza 16.5 14 17 24.1 17.2 32.8 39.4
Reino Unido 9.4 12.7 26.2 30 32.2 43 41.9
EEUU 7.3 7.5 12.1 19.7 27 31.4 33.3
Bélgica 13.8 22.1 21.8 30.3 57.8 54.3
Italia 11.9 11.1 22.5 24.5 30.1 42.1 52.9
Holanda 9.1 9 13.5 19 33.7 55.8 49.9
España 11 8.3 13.2 18.8 32.2 43.3
Promedio 10.5 11.9 18.2 22.4 27.9 43.1 45.8

Fuente: Tanzi y Schuknecht, Can small governments secure economic and social well - being?

Digamos que a lo largo de 12 décadas el tamaño del Estado, medido en términos del gasto
público/PIB, se ha cuadruplicado en los países desarrollados. La Primera Guerra Mundial y
posteriormente la Gran Crisis de 1929 significó un período de transición entre el Estado
gendarme y el Estado de Bienestar. Las funciones estatales que la escuela neoclásica (¿o

5
Ludwig von Mises, La acción humana, Unión Editorial, 1986, pp. 1159 – 1160.
podemos decir keynesiana?) asigna al Estado (redistribución, estabilización y asignación)
toman forma en la segunda post guerra. Es el triunfo de las políticas activas del Estado y
del papel intervencionista que Keynes y sus seguidores le asignaban al gobierno para
solucionar las “fallas de mercado”. La composición del gasto del Estado también sufrió
modificaciones. Mientras que en el siglo XIX y principios del XX la inversión pública
representaba la quinta parte de las erogaciones totales del gobierno, para fines de siglo
solamente participa con el 5% del total. El incremento más importante dentro de los rubros
de erogaciones estatales ha sido el que corresponde a transferencias y subsidios. Es decir,
aquellos gastos propios y característicos del Estado benefactor. Estos gastos han pasado del
10% de las erogaciones totales del sector público a fines del siglo XIX hasta
aproximadamente un 25% a fines del siglo XX. Esto significa que el incremento en los
gastos de transferencia y subsidios estarían explicando las tres cuartas partes del incremento
del gasto público total entre la década del 60 y la del 90.

Efectos del aumento del tamaño del sector público


En el trabajo de Gwartney, Holcombe y Lawson 6 se puede verificar el aumento del gasto
público con relación al PIB. Según estos autores, el tamaño del Estado en los países
industrializados casi se duplica entre 1960 y 1996: del 27 % al 48 % del PIB. Los autores
calculan la participación que las funciones centrales del gobierno tienen sobre el PIB en el
grupo de países evaluados. Estas funciones centrales son las mismas a las cuales hacía
referencia Adam Smith a fines del siglo XVIII: 1) “El primer deber del soberano, el de
proteger a la sociedad de la violencia e invasión de otras sociedades independientes, sólo
puede ser cumplido mediante una fuerza militar”7, 2) “El segundo deber del soberano, el
de proteger en cuanto le sea posible a cada miembro de la sociedad contra la injusticia y
opresión de cualquier otro miembro de la misma, o el deber de establecer una
administración exacta de la justicia (...)”8 y 3) “el tercer y último deber del soberano o el
Estado es el de construir y mantener esas instituciones y obras públicas que aunque sean
enormemente ventajosas para una gran sociedad son sin embargo de tal naturaleza que el
beneficio jamás reembolsaría el costo en el caso de ningún individuo o número pequeño de
individuos y que, por lo tanto, no puede esperarse que ningún individuo o grupo reducido
6
Gwartney, Holcombe y Lawson, The scope of government and the wealth of nations, Cato Journal, Vol 18
Nº 2, 1998.
7
Adam Smith. La riqueza de las naciones, Alianza Editorial, 1994, p 665.
8
Adam Smith, op. cit., p 674.
de individuos vayan a construir o mantener (...) son fundamentalmente las que facilitan el
comercio de la sociedad y las que promueven la instrucción del pueblo”9.

Gasto Público en funciones esenciales

18 16.9

16
13.8
13.4 13.3
14 12.7
Como porcentaje del PIB

12 10.9 10.8
9.1
10

0
EEUU EEUU Canadá Canadá Reino Alemania Australia Suecia
1960 1992 1960 1995 Unido 1991 1989 1992
1992

Fuente: Gwartney, Holcombe y Lawson, The scope of government and the wealth of nations

El gasto público de los países desarrollados en aquellas funciones que podríamos


caracterizar como propias del Estado gendarme o mínimo (seguridad, justicia y ciertas
obras de infraestructura) alcanzaría, según aquellos autores, el 15 % del PIB en promedio.
Es decir, que los gastos que reflejan las funciones estatales no contempladas bajo la
perspectiva de Adam Smith (escuela clásica) representarían más del 30% del PIB o más de
las dos terceras partes del gasto total.
¿Cuáles han sido los efectos sobre la tasa de crecimiento económica de este proceso
expansivo del gasto público en los países desarrollados?

9
Adam Smith, op. cit., pp 685 – 686.
Se pueden verificar estos efectos relacionando el tamaño del gasto como porcentaje del PIB
y la tasa de crecimiento anual del PIB.

Tamaño del Estado y crecimiento del PIB real anual

6.6
7

6
Tasa de crecimiento anual del PIB real

4.7
5
3.8
4
2.8
3
2.0
1.6
2

0
< 25 25-30 30-40 40-50 50-60 >60
Gasto Público como % del PIB

Fuente: Gwartney, Holcombe y Lawson, The scope of government and the wealth of nations

Las conclusiones son contundentes: aquellos países que han tenido un gasto público menor
al 25 % del PIB entre 1960 y 1996 lograron una tasa de crecimiento del 6,6 % anual,
mientras que los países donde el gasto público representa más del 60 % del PIB tuvieron
una performance de tan sólo un 1,6 % al año en materia de crecimiento. La tendencia es
bastante clara. La relación entonces sería esta: a mayor tamaño del Estado menor
desempeño económico y viceversa.

Efectos del tamaño del Estado sobre otros indicadores de bienestar

El crecimiento económico es uno de los indicadores que nos pueden aproximar a una
definición de bienestar económico. Claro que es mejor tener en cuenta la tendencia de la
tasa de crecimiento de un país a lo largo de un período extenso que tomar solamente una
“foto” o una secuencia de corto plazo. Esto significa que la tasa de crecimiento relevante
para medir la performance económica de un país es la de largo plazo. Otros indicadores que
nos pueden ayudar para evaluar los resultados de una sociedad en lo que respecta al nivel
de vida de la misma son: expectativa de vida, alfabetismo, tasa de mortalidad infantil, tasa
de desempleo, pobreza e indigencia.

El trabajo de Tanzi y Schuknecht realiza una comparación extensa en aquellos indicadores


entre diferentes países. La comparación está basada en un criterio: el tamaño del Estado.
Así, podemos analizar la performance de aquellos países con Estados grandes, medianos,
pequeños y muy pequeños.

Indicadores Tamaño del gobierno


Grande Medio Pequeño Muy pequeño
Gasto Público/PIB 55.1 44.9 34.6 18.6
Gasto Salud (% del PIB) 6.6 5.9 5.2 1.8
Gasto Educación (% del PIB) 6.4 5.6 5 3.3
Subsidios y Transferencias (% del 30.6 21.5 14 5.7
PIB)
Tasa de analfabetismo 1.2 1.1 1 5.9
Expectativa de vida 77 77 77 75
Mortalidad infantil (cada 1000 nacim) 6.7 7.1 6.4 8.6
Tasa de desempleo 8.5 11.9 6.6 2.9
Tasa de crecimiento anual (1986 - 2 2.6 2.5 6.2
94)
Ingreso per cápita (U$S) 18.280 17.297 20.448 16.673
Deuda Pública (% del PIB) 79 59.9 53.3 13.5
Economía informal (% del PIB) 17.7 12 9.4

Fuente: Tanzi y Schuknecht, Can small government secure economic and social well – being?

Veamos algunas conclusiones que podemos sacar del cuadro:


♦ Los países con estados grandes gastan 3,5 veces más que los estados muy pequeños en
salud (en % del PIB) y obtienen resultados similares en materia de expectativa de vida y
tasa de mortalidad infantil. Esto no quiere decir que los primeros países estén
probablemente sólo despilfarrando recursos públicos en materia sanitaria, sino que la(s)
variable(s) explicativa(s) de mejores condiciones de salud y mayores expectativas de
vida seguramente las debemos buscar por otro lado y no en el gasto público en salud.
Seguramente la mayor tasa de crecimiento de los países de menor participación del
Estado en la economía pueda ser la variable que mejor explique lo anterior.
♦ Queda claro, tal como habíamos comentado más arriba, que los países con mayor
tamaño del Estado le deben esta situación al desarrollo del Estado de Bienestar:
mientras que los países con estados pequeños o muy pequeños gastan en transferencias
y subsidios entre un 5 y 14 % del PIB, los países con un gasto público medio o grande
(en términos del PIB) asignan hasta un tercio de la producción en este tipo de
programas de “bienestar”.
♦ A pesar de lo anterior, el ingreso per cápita (medido en dólares) es similar entre los
países de las cuatro categorías. Los países con estados muy pequeños son los llamados
“NIC” o “países de industrialización reciente” como Hong Kong, Singapur, Korea del
Sur o Chile. Teniendo en cuenta que, por ejemplo, los países conocidos como “tigres
del sudeste asiático” hace no más de 4 décadas eran regiones que podríamos
caracterizar como pobres, podemos suponer que la falta de un estado benefactor les ha
generado amplios y exitosos resultados. O para ponerlo de otra manera: el costo que
implica cargar con un Estado de Bienestar ha sido evitado en esos países y esto les ha
permitido acortar la brecha en el nivel de ingresos respecto de los primeros países
industrializados e inclusive en los últimos años les ha permitido superar a aquellos en
términos de ingreso per cápita.
♦ La mayor intervención del Estado en la economía genera algo bien conocido en la
literatura económica: una mayor economía informal o “negra”.
♦ Como corolario del punto anterior, podemos ver que los países de mayor intervención
del Estado obtienen tasas de desempleo mayores que los países con un tamaño del
gobierno pequeño o muy pequeño. Es decir, la mayor tasa de desempleo puede ser
explicada por varias causas, entre las cuales están las regulaciones y costos del mercado
laboral. Sabemos que en países donde el Estado de Bienestar ha echado profundas
raíces (Europa continental) la rigidez del mercado de trabajo es superior al del resto de
los países.
♦ El mayor endeudamiento público en los países con Estados más grandes es
consecuencia del excesivo tamaño del gasto. Los ingresos genuinos que el Estado
genera a través de la recaudación tributaria no alcanza a financiar dicho nivel de gasto
público (entre 45 % y 55 % del PIB). Si a esto le sumamos la deuda no registrada (pero
que se devenga año tras año) generada por los sistemas de Previsión Social (sistemas
de reparto o pay-as-you-go) la relación deuda / PIB es ampliamente superada por los
datos del cuadro. Estamos hablando de niveles de endeudamiento que superan en
muchos países de Europa occidental (Bélgica, Italia, Alemania o Francia) el 100 % del
PIB. Este problema casi es inexistente en países donde el Estado no participa de este
tipo de programas típicos del estado benefactor. O existen regímenes de capitalización
privados para los beneficiarios de las prestaciones jubilatorias o están en un proceso de
liquidación del antiguo sistema de reparto estatal (Chile).

Milton Friedman, ya en 1979, se preguntaba: “¿Por qué razón todos estos programas han
defraudado tanto? Sin duda sus objetivos eran humanitarios y nobles. ¿Por qué, entonces,
no se han alcanzado?. Al comienzo de la nueva era todo parecía bien. Los individuos que
habían de beneficiarse eran pocos, y los contribuyentes que podían financiar dichos
programas, muchos, de modo que cada uno pagaba una pequeña cantidad que
proporcionaba beneficios significativos a unos pocos que los necesitaban. En cuanto
aumentaron los programas de bienestar, las cosas cambiaron. En la actualidad, todos
nosotros estamos financiando unos programas con un bolsillo, para recibir dinero – o algo
que el dinero podría comprar – en el otro”.

Alexis de Tocqueville: anticipo del Estado de Bienestar

En la primera mitad del siglo XIX Alexis de Tocqueville, aristócrata francés, realizó un
viaje de nueve meses a lo largo de los Estados Unidos. Como resultado de las
observaciones del autor en dicho viaje se publicaron dos volúmenes bajo el nombre de “La
democracia en América”, que sería más tarde una de las obras más importantes de teoría
política de Occidente. En el segundo volumen, publicado en 1840, Tocqueville ya
anunciaba el desarrollo futuro del Estado de Bienestar: “Creo que es más fácil establecer
un gobierno absoluto y despótico en un pueblo donde las condiciones sociales son iguales
que en otro cualquiera, y opino que si semejante gobierno llegara a implantarse en tal
pueblo, no sólo oprimiría a los hombres, sino que a la larga los despojaría de los
principales atributos de la humanidad.
El despotismo me parece, por tanto, el mayor peligro que amenaza a los tiempos
democráticos.
Por encima se alza un poder inmenso y tutelar que se encarga exclusivamente de que sean
felices y de velar por su suerte. Es absoluto, minucioso, regular, previsor y benigno. Se
asemejaría a la autoridad paterna si, como ella, tuviera por objeto preparar a los hombres
para la edad viril; pero, por el contrario, no persigue más objeto que fijarlos
irrevocablemente en la infancia; este poder quiere que los ciudadanos gocen, con tal de
que no piensen sino en gozar. Se esfuerza con gusto en hacerlos felices, pero es esa tarea
quiere ser el único agente y el juez exclusivo; provee medios a su seguridad, atiende y
resuelve sus necesidades, pone al alcance sus placeres, conduce sus asuntos principales,
dirige su industria, regula sus traspasos, divide sus herencias; ¿no podría librarles por
entero a la molestia de pensar y el derecho de pensar y el trabajo de vivir?
De este modo cada día se hace menos útil y más raro el uso del libre albedrío; el poder
circunscribe así la acción de la voluntad a un espacio cada vez menor, y arrebata poco a
poco a cada ciudadano su propio uso. La igualdad ha preparado a los hombres para todas
estas cosas; para sufrirlas y con frecuencia hasta para mirarlas como un beneficio.
Después de tomar de este modo uno tras otro a cada individuo en sus poderosas manos y
de moldearlo a su gusto, el soberano extiende sus brazos sobre la sociedad entera; cubre
su superficie con una malla de pequeñas reglas complicadas, minuciosas y uniformes,
entre las que ni los espíritus más originales ni las almas más vigorosas son capaces de
abrirse paso para emerger de la masa; no destruye las voluntades, las ablanda, las
doblega y las dirige; rara vez obliga a obrar, se opone constantemente a que se obre; no
mata, impide nacer; no tiraniza, mortifica, reprime, enerva, apaga, embrutece y reduce al
cabo a toda la nación a rebaño de animales tímidos e industriosos cuyo pastor es el
gobierno.
Siempre he creído que esta clase de servidumbre, reglamentada, benigna y apacible, cuyo
cuadro acabo de ofrecer, podría combinarse mejor de lo que se piensa comúnmente con
algunas de las formas exteriores de la libertad, y que no le sería imposible establecerse
junto a la misma soberanía del pueblo.
En nuestros contemporáneos actúan incesantemente dos pasiones opuestas; sienten la
necesidad de ser conducidos y el deseo de permanecer libres. No pudiendo acabar con
ninguna de estas inclinaciones contradictorias, se esfuerzan por satisfacer ambas a la vez.
Conciben un poder único, tutelar, todopoderoso, pero elegido por los ciudadanos.
Combinan la centralización con la soberanía del pueblo. Esto les permite cierta
tranquilidad. Se consuelan de su tutelaje pensando que son ellos mismos quienes eligen sus
tutores”10.

El mensaje de Tocqueville estaba muy claro. Las consecuencias que este tipo de
organización estatal genera sobre la sociedad determinan menores incentivos a producir,
ahorrar e invertir por parte de los individuos en general.

Conclusiones

En el siglo XX el tamaño del Estado ha venido incrementándose paulatinamente, aunque


podemos verificar una aceleración de la tendencia en el período de entreguerras y
posteriormente a partir de la década del 60’. En los países desarrollados las funciones
originales del Estado (Estado gendarme o mínimo) representan un gasto público en relación
al PIB de aproximadamente un 12/13%11. Actualmente el tamaño del Estado ha
sobrepasado varias veces esa relación: en los países industrializados el gasto público
promedia el 46% del PIB.

El tamaño del Estado sobre la performance económica no es neutral, ya que la tasa de


crecimiento del producto varía de manera inversamente proporcional al “peso” del gobierno
sobre la economía. Los países con un gasto público menor al 25 % del PIB entre 1960 y
1996 lograron una tasa de crecimiento del 6,6 % anual, mientras aquellos países donde el
gasto público representa más del 60 % del PIB alcanzaron tasas de crecimiento de tan sólo
un 1,6 % anuales.

10
Alexis de Tocqueville, La democracia en América, Vol II, Alianza Editorial, 1993, pp. 268 – 270.
11
Gwartney, Holcombe y Lawson, The scope of government and the wealth of nations, Cato Journal, Vol 18
Nº 2, 1998.
En lo que respecta a los resultados que el Estado de Bienestar ha logrado en materia de
indicadores económicos o sociales no pueden verificarse diferencias significativas respecto
a otros países donde los programas sociales redistributivos son de menor importancia, en
términos del PIB. Por lo tanto, los subsidios, transferencias y programas estatales
educativos o sanitarios que conjuntamente se denomina “Estado de Bienestar” no serían las
causas del bienestar económico. A juzgar por la evidencia histórica, los países tienden a
alcanzar mayores tasas de crecimiento económico en función de la mayor productividad y
no como consecuencia de los mayores programas de redistribución forzosa de ingresos y
patrimonios que establece el Estado. La mayor productividad se alcanza gracias a la
disminución de los costos de transacción y el respeto por los derechos de propiedad que
generan mayores oportunidades de intercambios y ganancias entre los individuos.

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