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AZORIN, ARTICULOS MONOVEROS OLVIDADOS (1906-1927) 65 - CHRISTIAN MANSO. Université de Pau et des Pays de !’Adour (France) La historia contempordnea de Monévar queda por escribir y estamos convenci- dos de que —por lo que nos interesa en la actualidad— una investigacién sistematica por los campos politicos, sociales, econémicos, culturales, referentes a tal ciudad, que empezaria a partir de la segunda mitad del siglo XIX y que se acabaria con.el se- gundo tercio del siglo XX, nos podria proporcionar un sinniimero de datos que ésta- rian estrechamente vinculados con las mismas vida y obra de José Martinez Ruiz, Azorin, que evidenciarian unas facetas hasta ahora poco conocidas y que explica- rian hechos, escritos, hasta hoy de aprehensidn bastante opaca, de este autor. Mo- novar y lo que conviene llamar su tropismo, estén casi a todo Io largo de la obra de Azorin —no cabe duda alguna—, no de modo continuo, claro est4, sino que jalonan la obra y cuando no aparecen mencionados en tanto que tales, estan sin embargo subyacentes por el «ambiente» tan particular que dimana de ellos. ;Haria falta ha- » blar de idiosincrasia monovera que rebasaria, desde luego, las meras delimitaciones geograficas de la ciudad para explayarse a una «regién» mas vasta y que se elevaria a.una dimensién simbélica? Monévar es —no podemos negarlo— uno de los criso- es que le permiten organizar al autor una produccién textual de una importancia in- negable. ~ Dicha ciudad, es preciso decitlo, no es una ciudad cualquiera: de su pasado no tan remoto sacé determinado privilegio que la entronca directamente con la historia nacional y la hace sobresalir de la misma. En el libro que publica en Valencia, en 1914, Algunos apuntes de geografla médica de la ciudad de Mondvar; Jose Pérez - Bernabéu pone en nuestro conocimiento que: «...por haber defendido la causa de Felipe V en la guerra de sucesion, fue declarado este pueblo, Villa, con los titulos de Muy noble, Fiel, Ilustre y Leal, afiadiendo la flor de lis a su escudo de armas, en el que figuran tres castillos en fondo blanco, dos leones, las cinco barras de Aragén una corona ducal...» y que: «...iltimamente, en 24 de Abril del afio 1901, fue eleva- daa la categoria de Ciudad», De estos datos —que seleccionamos de modo arbitra- rio— podemos inferir que de por si mismos y por su poder en lo imaginario a la vez emblematico y alegérico de cualquier monovero, no dejarén de instaurar una am- plia red de sentido que queda por detectar a través de las multiples producciones —culturales por ejemplo— de la época contempordnea susodicha. Por lo que se refiere a su demografia ya podemos adelantar de modo rotundo que es ejemplar. En 1876, o sea tres afios después del nacimiento de José Martinez Ruiz, asciende a 9.500 habitantes, segin consta en el Diccionario general abreviado de Ia lengua castellana, ordenado por Lorenzo Campano y editado en Paris. En 1906, en el semanario E/ Pueblo, de Mondévar, José Pérez Bernabéu publica un estu- dio dividido en varios capitulos y titulado A/guzos apuntes de geografta médica de ta ciudad de Mondvar. Afto 1905, a partir del nimero del 7 de julio, a modo de fo- Hetin; en el capitulo V, que aparece en el niimero del 28 de julio, figura el censo de la poblacién de Mondvar para el afio 1905, cuyo detalle es el siguiente: Varones: 5.338. Hembras: 5.220. Total: 10.558. 6 AZORIN, ARTICULOS MONOVEROS OLVIDADOS (1906-1927) Es de recalcar que esta ultima cifra coincide con la de la poblacién monovera de 1973, 0 sea, 10.553 habitantes, que nos fue comunicada por las autoridades munici- pales locales. La poblacién de principios de siglo, de esencia casi totalmente rural, ‘aument6 de modo rapido debido a la prosperidad de la agricultura comprobada so- bre todo en los dos ultimos decenios del siglo XIX; hubo una aportacién masiva fo- Tastera que necesitaba la agricultura para hacer cara a una situacién econdmica nue- va: én efecto, fue la época del tratado que firmé Francia con Espafia a raiz del estra- go de su vifiedo por la filoxera, lo que le dio a Monévar la oportunidad de exportar una parte de su produccién vinicola allende el Pirineo y Azorin cuya familia tenia mucho interés en dicho tratado se acuerda perfectamente de aquella época en una de sus obras valiosisimas, E/ libro de Levante: «Los vinateros franceses; los vinateros con su taza de reluciente plata, ancha y baja; taza en que se gustan los ‘‘caldos”’ y se observa su transparencia; los vinateros franceses como enlace de Mondvar con Francia» (capitulo XL). Esta poblacién incrementara mas, alcanzando los 11.243 habitantes que registra el censo de 1913 (5.552 varones y 5.691 hembras) y a partir del afio 1914 dectinaré por conocer su agricultura una grave crisis debida a la sequia; numerosos pedaceros, jornaleros, emigran a Catalufia, a Argelia o se dirigen hacia el sector industrial: «Debido a la crisis agricola que atravesamos, nétase una cre- ciente emigracién de proletarios que alarma. La inmigracién es nula o casi nula», declara José Pérez Bernabéu en su obra citada més arriba (pagina 23). Al fin-y al ca- bo, cuando se consultan las estadisticas de Monévar se constata que casi todas indi- can cifras préximas a la que arrojé el censo de 1906 y que por consiguiente parece ser ésta el primer indicio de una larga estabilidad. Escojamos unos decenios bastante recientes: 1940: 10.008 habitantes; 1950: 10.058 habitantes; 1960: 10.393 habitantes; 1970: 10.439 habitantes. Dicha estabilidad tiene forzosamente que estar intimamen- te ligada con Ja economia de la ciudad.y efectivamente se oper6 paulatinamente du- rante el primer cuarto del presente siglo lo que podriamos llamar una «reconver- sién» de buena parte de la masa agricola en el sector industrial, principalmente en la industria del cuero y del calzado. Se implantaron pequefios talleres de los que mas tarde nacieron factorias de mediana importancia, que les impidieron a muchos agri- cultores naturales del pais conocer el éxodo rural. Y Azorin, con su modo propio de expresarse, fue sensible a tal transformacién: «Transformacidn de la ciudad agrico- la; de agricultora a industrial. Fabricas. De jabones, una de las primeras de Espafia; de curtidos, con maquinaria tan perfecta como puede tenerla la mas famosa; de cal- zado; de objetos de mimbre; de velas de cera; serrerias de piedra» (Libro de Levan- te, capitulo XXXII), y, de cierto modo, siente un legitimo orgullo por una de esas indust cuando en 1966 en una carta que le dirige al duefio de la fabrica de zapa- tos Casildo, carta que estd reproducida en un cenicero publicitario de esta firma, afirma: «Suele decirse que ‘‘todos saben dénde les aprieta el zapato”’. Los zapatos de Gasildo —en Monévar— no aprietan: vienen justos. Hay que decirlo. ¥ lo digo». Es de subrayar que Casildo tiene como lema: «Una obra de arte para sus pies» (1!). Cor specto a la vida politica ya podemos conjeturar con lo que precedente- mente dijimos sobre el sustrato permanente de la aglomeracién monovera, que tan- to durante el transcurso de las ultimas décadas del siglo XIX como a principios del siglo XX, tenia un humus bastante privilegiado como para irradiar. Reflejaba mi- méticamente la politica gubernamental, es decir, que conservadores y liberales se turnaban en el poder, lo que implica ya que Monévar tenia dos polos de atraccién: el Casino, por una parte, fundado por los conservadores, que era su sede y su feudo Y que poseia entre otras cosas una biblioteca y una hemeroteca donde los terrate- nientes cuyas preocupaciones se reducian a la nada se dedicaban al estudio y a la lec- CHRISTIAN MANSO or tura. Este Casino lo describe Azorin en Antonio Azorin (Parte I, capitulo XIII) y también en El libro de Levante (capitulo XXXI): «Conservadores en el Casino, en el, sal6n octégono, el del centro del edificio... Los conservadores, caballeros corrects, limpios... que entran dando golpecitos en los mosaicos multicolores con sus basto- nes...» (capitulo XXXII): «El grupo de los conservadores escépticos; lo mas selecto de la ciudad; cultura y riqueza. La fundacién del Casino... Edificio amplio...». Por otra parte, el Teatro Principal, construido por los liberales y en el cual tenian su sa- ton de actos, y también el Comercio de Enrique Cerd& adonde se trasladaron des- pués las tertulias de los liberales a las cuales asistian durante su juventud los herma- nos Martinez Ruiz: «Don Enrique Cerda era un hombre cincuentén, alto y fornido, con el pelo ya gris alborotado, a lo revolucionario ruso... Se reunfa en su casa —y en un local frontero ala misma, al que denominaban “‘el sal6n gris’”” —una tertulia de gente de viso. La constituian los liberales, hombres de ideas democraticas, escépti- cos la mayoria de ellos en religién. Naufragos algunos de la primera Republica —posibilistas y centralistas entusiastas— habian derivado hacia el canalejismo, que fue el partido que recogié a la postre todos los liberales de Monévar... Entre el ele- mento joven de la tertulia bullian Azorin y sus hermanos...», nos dice ‘José Alfonso en su libro Azorin intimo (Madrid, 1973). Una vida politica paradigmatica, no exen- ta sin embargo de viento de rebeldia procedente de la «juventud dorada» que le ajusta las cuentas al Padre todopoderoso: en prueba de esa «ruptura generacional» se puede evocar al hermano de José Martinez Ruiz, Amancio: «Don Amancio, dice José Alfonso en su obra citada ms arriba, espiritu inquieto, no podia con las tertu- lias beatificas de los sefiores del Casino, gente pudiente que ingurgitaba, como los proletarios, ef medio café». ¥ tronaba contra estos benditos propietarios que «vi- ven, vegetan, hacen sus naturales deposiciones, toman el café en dosis homeopatica no se suicidan» (pagina 48). Con los datos antedichos resulta también evidente que este microcosmos morio- vero es id6neo para la circulacién de las ideas generales y particulares, internaciona- Jes, nacionales y locales y debemos poner dé realce el papel que desempefié la prensa local en tanto que vehiculo de las mismas y mereceria,-desde luego, un estudio deta- Ilado toda la produccién periodistica que cubre mds o menos y segtin pudimos com- probarlo hasta ahora, unos tres cuartos de siglo. Se publicaban en general semana- rigs cuya composicién era grosso modo similar: un editorial, uno 0 mas articulos de fondo a veces escritos en valenciano, las noticias internacionales, nacionales y loca- les, el folletin, la crénica artistica, literaria y deportiva y la publicidad. Los primeros periddicos de los que la gente se acuerda, que debieron de aparecer en el tiltimo de- cenio del siglo XIX y en los cuales escribia Azorin, fueron E/ Eco Monovarense y La Voz de Mondvar. Desgraciadamente, cuando realizamos nuestras investigaciones en Monévar y en Alicante, no pudimos dar con ellos; sélo nos quedan ahora unas pis- tas azarosas que explotaremos en el futuro. El primero lo menciona otro escritor monovero contemporaneo de José Martinez Ruiz, pero no tan famoso, Marcolén, interrogado por José Alfonso: «En la fase de Azorin como periodista monovero, después que regres6 Pepe de su querida Yecla, donde cursé el bachillerato con los * escolapios, escribe en algunos periddicos locales, entre ellos, E! Eco Monovarense; juntamente con el maestro de escuela don Leandro Limorti» (Azorfn fntimo, pagina 63); en cuanto al segundo, una carta del tio de José Martinez Ruiz, Miguel Amat Maestre, nos informa de la colaboracién de su sobrino en La Voz de Monévar; esta carta esta integrada en el capitulo XVI de la Parte I de Antonio Azorin, y firmada en la obra novelesca bajo el seudénimo de Pascual Verda. A principios dei siglo XX (1901), comienza la publicacién de un semanario, E/ Pueblo, que va a tener unos ca- cd AZORIN, ARTICULOS MONOVEROS OLVIDADOS (1906-1927) torce afios de vida y quizds mds: en el estado actual de nuestras investigaciones no podemos mAs que atenernos a hechos objetivos y no conjeturales. En la Casa-Museo ‘Azorin pudimos consultar una coleccién bastante completa de tal periddico cuyo primer nimero que no figura en la misma debié de salir a la luz el 3 de noviembre de 1901 ya que el ntimero 3 esta fechado en 17 de noviembre de 1901. Del afio 1902 se pueden leer 17 nimeros (abril, mayo, junio, julio y agosto); para 1903, 1904, 1905, est un vacio que la investigacién habr& de colmar y a partir de 1906 (el namero del 7 de julio) hasta 1914, con muy pocas excepciones, tenemos colecciones completas, 0 sea, unos 52 mimeros por afio. La coleccién monovera se acaba con el numero del 27 de junio de 1914, lo que no quiere decir que se extingue el peribdico. A este res- pecto, en el articulo que publica en La Estafeta Literaria de Madrid, el 5 de marzo de 1944, y que titula En Mondvar con don Amancio, el hermano de Azorin, José Al- fonso indica: «Remembramos los tiempos de ‘‘E] Pueblo’” —hebdomadario de Mo- névar— 1900-1915, aproximadamenten; con lo que dijimos antes es facil discrepar en la fecha de lanzamiento pero es més difici! para la fecha de extincién. Segiin José Alfonso la redaccién del periddico solia reunirse en la destileria de don José Sogorb: «En la destileria llamada “‘Brujas”’ se reunian los redactores y colaboradores de El Pueblo, entre ellos Azorin, que publicaba de cuando en cuando algiin articulo. Mi padre era el encargado de una seccién titulada ‘‘Notas agricolas””. Los hermanos de Azorin, don Amancio y don Ramén, escribian con plumas zumbonas, brillantes y _ pletéricas de ingenio. Entre copas de anis cantueso se improvisaban trabajos para el mimere préximo y se comentaba el movimiento intelectual de Espafia y del ‘‘vasto mundo”’. Aquellos j6venes representaban el cerebro de la ciudad» (Azorin intimo, pagina 48). A partir de 1906, unas plumas célebres le dan més auge al periédico: el 29 de septiembre Azorin publica un articulo titulado Una casa de campo; el 3 de no- viembre Miguel de Unamuno firma un texto, Sinceridad; en 1907, el 19 de enero, Juan Ramén Jiménez publica un poema, Primavera y sentimiento; el 2 de febrero, Manuel Machado, un poema, Anrffong; el 2 de marzo, Ramén Pérez de Ayala, un poema, Tu voz; el 16 de marzo, Azorin, un texto, El herrero, que es la reproduccién de un articulo publicado en Blanco y Negro de Madrid el 24 de noviembre de 1906; el 30 de marzo, Pio Baroja, El labrador y el vagabundo; el 13 de abril, Azorin, un texto, Marla Rosario, que es un pasaje de Las confesiones de un pequefio fildsofo (Madrid, 1904); el 27 de abril, Azorin, otro texto, La velada, que es también un tro- Zo pero esta vez de Los Pueblos (Madrid, 1905), y Juan Ramén Jiménez, un poema sin titulo que empieza asi: «Pues que.han abierto esta tarde / las rosas de tu terraza / deja que ponga mis labios / sobre tus labios, amada»; el 4 de mayo, Silverio Lanza, Encrivore; el 18 de mayo, Miguel de Unamuno, ; Qué dulce es Ia siesta!; el 25 de ma- yo, Juan Ramén Jiménez, un poema, Llanto; el 13 de julio, Rubén Dario, dos poe- mas, Tarde del Trépico y Programa matinal; ¢l 9 de noviembre, Rubén Dario, Acuarela, y el 7 de diciembre, Juan Ram6n Jiménez, un poema, Jardin dolienté. En 1908, el 11 de enero, Azorin publica La pobreza de Espafta, y en 1909, el 3 de julio, Coloquio de los canes; en 1910, el 22 de octubre, Manue] Machado, un poema, Co- po de nieve. En 1915 sale a luz otro semanario, Mondvar, cuya publicacién perdura, ‘al menos, hasta mediados del afio siguiente, pero no podemos afirmar cuando acaba con exactitud. La Casa-Museo posee una coleccién bastante completa entre marzo de 1915 y mayo de 1916; en 1915 en el ntimero extraordinario dedicado a las fiestas Azorin escribe un texto, Descripcién de Mondvar. En 1916 aparecen, respectiva- mente, El Cronista y El Sembrador, cuyos nameros consultados en la Casa-Museo nos levan a pensar que su publicacién siguié en 1917. Por lo que se refiere a El Cro- nista podemos decir, sin lugar a dudas, que empezé a publicarse en 1916, por men- CHRISTIAN MANSO 6 cionar los nameros de tal afio que leimos (tres en total del 14 de septiembre, 26 de noviembre, y del 3 de diciembre) Aflo J; en cuanto a los del afio siguiente encontra- mos dos del mes de marzo (11 y 18). El primer nimero de El Sembrador tiene como fecha el 3 de diciembre de 1916; es el Gnico nimero que estd en la Casa-Museo y los demias ejemplares pertenecen al afio 1917 (27 de febrero, 4, 8, 11, 17 de marzo y 6 de abril). En el namero del 4 de marzo Azorin escribe un texto muy corto titulado Ci- preses y rosas. En 1917 se publica, a partir del 11 de febrero, Los Pueblos, cuya du- racién de vida no podemos precisar; la Casa-Museo sélo posee cuatro niimerds (1! de febrero, 11, 18, 25 de marzo). En el primer mtimero Azorin escribe un articulo, Patria y humanidad, del que hablé don Vicente Ramos en un articulo, Algunos tex- tos desconocidos de Azorin, que figura en el Homenaje a Azorin (Monévar, 1973), publicado por el Instituto de Estudios Alicantinos en 1976. En 1925 aparece Reno- vaci6n, cuya publicacién se prolonga hasta 1927 y que pudimos consultar en Mond- var gracias a la amabilidad de don Pascual-Carrasco, por formar parte de su colec- cién privada tal seman: El ndmero | esta fechado en 14 de junio de 1925 y el ul mo a finales de noviembre de 1927; Azorin publica el 12 de junio de 1927 un texto, Planos biancos en el azul, y Marcolan, Carmen Paya, Tomas Pastor, J. Garcia Ver- da, A. Montoro, M. G. Soriano, escriben articulos elogiosos sobre su compatriota que se ha lanzado en aquella ¢poca al teatro surrealista. En 1926, el 14 de noviem- bre, el mismo José Alfonso lanza la publicacién prestigiosa de La Chdchara, «un se- manario con formato de cuaderno en cuya portada venia retratada en busto una be- Meza local», bellezas que, segiin el propio director de la revista, despertaban mucha admiracién en Azorin, hasta tal punto que le hubiera confesado: «No deje de publi- car esos retratos tan hermosos de nuestras paisanas, querido Alfonso. Recrearemos nuestra vista con tan portentosa belleza» (obra citada, pagina 139). Perduré tal se- manario sin que lo pudiéramos comprobar de modo objetivo hasta el advenimiento de la segunda Repablica, época en que José Alfonso funda un periddico local de in- dole politica. Lo que parece seguro es que La Chdchara seguia publicindose en 1930, ya que José Alfonso indica que las congratulaciones que le dirigié Azorin fue- ton pronunciadas cuando el dramaturgo dirigié la puesta en escena de su obra An- gelita, que se estrené en Mondévar el 10 de mayo de 1930, en el Teatro Principal. En Ja Casa-Musco se puede consultar la coleccién de los aflos 1926, 1927 y 1928; Azorin publica en ella textos ya conocidos; en el nimero del 17 de febrero de 1927, Una ca- sa de campo, que es la reproduccién del articulo ya sefialado de El Pueblo (29 de septiembre de 1906); en el ntimero del 12 de mayo, Un fragmento de Brandy, mucho Brandy; en el nimero del 22 de mayo, El Coloquio de los canes, reproduccién de otro articulo de El Pueblo (3 de julio de 1909); en el numero del 31 de mayo, La ale- gria y El solitario, pasajes de Las confesiones de un pequefo fildsofo (Madrid, 1904); en el niimero del 18 de junio, Las venttanas, también un fragmento de la obra mencionada de 1904. Es de sefialar que los compatriotas del escritor como F. Pérez Verdi, José Alfonso, R. Calpena, etc., cogen su pluma para ensalzar al monovero de pro. Con el periodo republicano sale a luz Trabajo, del que no encontramos ni un ejemplar, pero que est4 referido en el periddico del partido republicano radical mo- novero, Democracia, cuyo numero uno, fechado en 5 de noviembre de 1932, men- ciona en su editorial: «Saludamos a la prensa local, en particular a la afin, y a nues- tro colega local “Trabajo’’». Democracia, que pudimos consultar gracias también a don Pascual Carrasco, tiene como director a José Alfonso y parece que duré hasta febrero de 1934; en su mimero uno Azorin inserta un trozo de Pueblo (Madrid, 1930), Toquillas. Segiin se nos dijo otros dos periddicos durante tal periodo fueron publicados: Crisol y Acero, de titulos de por si solos programaticos, pero desgracia- 70 AZORIN, ARTICULOS MONOVEROS OLVIDADOS (1906-1927) . damente ni siquiera pudimos descubrir pistas para procurar tener a mano ejempla- res de cada uno. Por fin, después de la lucha fratricida y del conflicto mundial apa- rece el 29 de octubre de 1946. Cruzada, que durar4 hasta abril de 1947, A buen segu- ro que numerosas lagunas a lo largo de este esbozo sobre la prensa monovera fueron subrayadas y nuestro deseo, claro esté, es que se puedan colmar con los tiempos ve- nideros; sin embargo, semejante actividad que sigue viva y dindmica durante mas de medio siglo implica que la poblacién monovera se caracteriza por un nivel cultural que mereceria ser estudiado de mAs cerca, desde luego, y que de todas formas no de- ja de ser impresionante. : Con los pocos azulejos del vasto mosaico monovero que evocamos rapidamen- te pretendimos sefialar que la presencia de Monévar casi a todo lo largo de una obra tan amplia no era gratuita, todo al contrario, parece que se impone por ser en la mente del escritor la matriz de la que saldrian los esquemas primigenios e inmejora- bles que obligatoriamente acondicionarian plenamente su vida por el vasto mundo. Los seis articulos que nos proponemos dar a la estampa hoy los consideramos verdaderamente olvidados por no haber sido recogidos en las sucesivas ediciones de las Obras Completas de Azorin y en tanto que investigador pensamos que tiene que conocerlos el piiblico por el interés que representan y que todos los textos olvidados del maestro han de ser exhumados para que en los tiempos venideros el encargado de otras obras completas pueda con tal material nuevo ampliarlas y tender a dar de las obras del escritor el aspecto mas exhaustivo posible; éste ha de ser, entre otros, uno de los blancos de todo investigador. Con pocas palabras comentaremos dichos articulos, dejando a cada lector el goce de saborearlos personalmente. El primero, Una casa de campo, ha sido reutilizado con muy pocas variantes para servir de se- gundo prélogo a la segunda edicién de Las confesiones de un pequefto fildsofo; Azorin fo titula para tal circunstancia, Donde escrib{ este libro, y confiesa haberlo escrito en el Collado de Salinas... en julio de 1909 ¢;!) (cf. Obras Completas, tomo Il, pagina 34, Madrid, 1959). Pertenece este texto a la vena de «los primores de lo vul-gar» y refleja con mucho uno de los imperativos de la generacién'del 98 segiin el mismo escrit .acercarse a la realidad ...desarticular el idioma, ...agudizarlo . -aportarle viejas palabras, plasticas palabras, con objeto de aprisionar menuda y fuertemente esa realidad». Diremos de modo abrupto que dentro del marco tan par- ticular que nos ocupa que tal texto es de naturaleza orgidstica, luego de naturaleza muy literaria. El segundo, La pobreza de Espafia, se inscribe también en el eje del 98; pretende ser.a la vez critico a nivel socio-politico y regeneracionista en el sentido de que como buen pedagogo el autor indica que la regeneracion espafiola'sélo se puede contemplar mediante una reforma agraria por ser la tierra depositaria de va- lores perennes y de valores «refugion. Las pulsiones mortiferas —de esencia noven- tayochista— que salpican el texto han de enfocarse también en esta doble perspecti-- va. El tercero, Cologuio de los canes —que va a reproducir Azorin en la segunda edicién aumentada de Las confesiones de un pequefo fildsofo, de 1909, bajo el titu- lo de Epflogo de los canes— se sitha dentro de una tradici6n literaria muy castiza; aborda temas harto conocidos «revestidos» de notas «modernas». Prevalece en él el humorismo no libre de critica socio-politica acerba y punzante y en el «distico» ciu- dad/campo un tema clave y predilecto del autor brota a modo de sentencia en la boca del tercer can: «Sefiores: os repito que no hay nada como la paz, el silencio y la sanidad del campo»..El cuarto, Descripcién de Mondévar, es uno de los enfoques monoveros de particular interés que jalonan la obra azoriniana y que complementa los que tenemos en Superrealismo (1929) y en Memorias inmemoriales (1946), por CHRISTIAN MANSO n ejemplo. Estilisticamente hablando es un texto pulcro y muy acabado; se nota ese apego, ese verdadero gozo por los vocablos como lo subrayamos ya. Con respecto a la organizacién social y politica de la ciudad, es de recalcar la coincidencia que existe entre este texto y el de José Alfonso: «Las clases ricas se reunian en el Casino. El obrero iba al café de Garrilla... La agricultura y la politica constituian los mentis de su charla. Los de arriba administraban sus fincas y vivian placidamente de sus ren- tas. Los de abajo se resignaban con su suerte. Sdélo ellos habian recogido sobre sus capitas la terrible matdicién biblica» (obra citada, pagina 46); dicha organizacién parece que est4 «cuajada» una vez por todas y que encaja, ademas, perfectamente con otro tema tan azoriniano: «No pasa nada en la ciudad... el cielo estA siempre azul», El quinto, Cipreses y rosas, muy denso y pristino y de alta simbologia, nos re- mite a un tema de la metafisica azoriniana, quizds el mayor, el del tiempo, ya evoca- do. Este tema vuelve con el sexto, Planos blancos en el azul, de composicién pictori- ca (gcubista?) evidente; pertenece, este ultimo, a la época «blanca y azul» de Azorin durante la cual publica su libro de cuentos, Blanco y azul (Madrid, 1929), en cuyo prefacio procura revelar al lector una clave para /eer dichos cuentos y también para profundizar el estudio de buena parte de su obra anterior. No podremos concluir este presente trabajo sin manifestarle a la Casa-Museo Azorin nuestro profundo agradecimiento por las facilidades que nos dio para llevar a bien nuestras investigaciones. Asticulo publicado en el ntimero del 29 de septiembre de 1906 de Ei Pueblo de Monévar UNA CASA DE CAMPO Después de tantas vueltas y revueltas, desde la costa asturiana hasta la balear, he venido 4 parar 4 una casa de campo alicantina. El verdadero Alicante, el castizo, no es el de la parte que linda con Murcia, ni el que est4 cabe 4 los aledafios de Valen- cia; es la parte alta, la montafiosa, la que abarca los términos y jurisdicciones de Vi- lena, Biar, Petrel, Mondvar, Pinoso. En uno de estos términos est4 la casa en que yo escribo estas lineas; su situacién es al pié de una montafia; el monte est4 poblado de pinos olorosos y de hierbajos ratizos tales como romero, espliego, eneldo, hino- jo; entre estas matas aceradas y obscuras aparecen 4 trechos las corolas azules 6 ro- sadas de las campanillas silvestres, 6 la corona nivea con su botén de oro que nos muestra la matricaria; pefias abruptas, lisas, se destacan sobre un cielo limpido, de afiil intenso, y en los hondos y silenciosos barrancos, escondiendo sus raices en la humedad, extienden su follaje tupido, redondo, las buenas higueras 6 tos fuertes no- gales. Y lucgo, en la tierra Ilana, aparece una sucesin, un ensamblaje de vifiedos y de tierras paniegas, en piezas cuadradas 6 alongadas, en agudos cornijales 6 en ban- das estrechas represadas por un ribazo. Los almendros mezclan su fronda verde 4 la fronda adusta y cenicienta de los olivos. Entre unos y otros se esconde la casa. Cuando penetramos en ella, vemos que su zagudn es espacioso, claro; est empedra- do de menudos guijos; 4 la izquierda se divisa la cocina y 4 la derecha el cantarero. Vayamos por partes. El cantarero en una casa levantina es algo importantisi- mo, esencial. Lo constituye una ancha losa arenisca, finamente pulida y escodada; encima de ella, puestos en pié, simétricamente, reposan cuatro 6 seis cantaros de blanco, amarillento barro; colocados en la boca de los cAntaros hay otros tantos ja- rros 6 alcarrazas; mds arriba, en una leja de madera empotrada en la pared, aparece una coleccién de picheles vidriados, de vasos de cristal y de bernegales; junto 4 la lo- sa constitutiva, fundamental, del cantarero, se ve una tinaja con su tapadera de ma- 2 AZORIN, ARTICULOS MONOVEROS OLVIDADOS (1906-1927) dera y con su acetre de cobre para sacar el agua, y al otro lado de Ia dicha losa, la al- mofia 6 palangana, colocada en aro de hierro que surte del centro de un cuadro de azulejos. En el verano, las alcarrazas y los céntaros, Ilenos de fresca agua, van rezu- mando gotas cristalinas, y en la penumbra y el silencio en que est4 sumida la casa, en tanto que fuera abrasa al sol, es éste un espectaculo que nos trae al espiritu una sen- sacién de alegria y reposo... Las paredes del zaguén que describimos son blancas, cubiertas con cal; en elas se ven pegadas con engrudo algunas estampas piadosas, que representan toscamente alguna imagen de algiin santuario 6 pueblo cercano; no lejos de estas estampas unas perdices metidas en sus estrechas jaulas picotean en sus cajoncitos Ilenos de trigo. Observémoslas un momento y después pasemos 4 la cocina. Nada mAs sencillo que esta dependencia de casa. La cocina es grande de campana; tiene una ancha losa so- bre la que se asientan las trebedes y los alnafes y luego, sobre la pared, se levanta otra, renegrida por las llamas, y que es la que se llama ¢rashoguera: el reborde de la campana lo forma una cornisita y en ella apareceran colocados los peroles, cazuelas y cuencos que han de ser habitualmente usados. La despensa y el amasador estén anejos 4 la cocina; juzgamos inutil ponderar la importancia capitalisima de estas piezas; si la casa es rica, en la despensa veremos muchas y pintorescas cosas que cau- saran nuestra admiracién; alli habré colgados del techo perniles, embutidos y redon- das bolas de manteca; alli en orcitas blancas, vidriadas, tendremos mil arropes, mix- turas, pistajes (sic) y confecciones que no podemos enumerar y describir ahora. En cuanto al amasador, en uno de los angulos se ve la masera 6 artesa con sus mandiles rojos, azules y verdes; los cedazos penden de sus clavos, lo mismo que la cernera 6 artefacto en que se apoyan los cedazos cuando se cierne; y en una rinconera, al pié de la tinajita en que se guarda la levadura, estan las pintaderas. Las pintaderas re- quieren dos palabras de explicacién; han hecho tanto ruido por el mundo, que bien merecen esta digresion breve. Las pintaderas 6 pintaderos, son unas-pinzas con los rebordes obrados en caprichoso dibujo; con elias las buenas mujeres caseras ador- nan y hacen mil labores fantasticas en las pastas domésticas y en los panes que se destinan 4 las fiestas solemnes; estos panes asi trabajados con las pintaderas se lla- man pintados; y he dicho que las pintaderas son muy traidas y llevadas por el mun- do, porque si no ellas, al menos el pan pintado que con ellas se hace lo estamos nom- brando 4 cada paso, en compafiia de las tortas. Mucho tendria que extenderme en las demas estancias y departamentos de la casa. Tendria que nombrar las anchas cmaras donde se guardan colgadas las frutas navidefias; melones, uvas, membrillos. Hablariamos también de la almazara, con sus prensas y su molén con la tolva y la zafra de dura piedra. Entrariamos en la bodega y en ella veriamos el jaraiz donde se estrujan los racimos, los toneles en que se guarda el mosto y la alquitara en que se destila el alcohol. Dariamos una vuelta por los corrales y saludariamos 4 los valien- tes gallos, 4 sus compafieras las gallinas y 4 los soberbios é inflados pavos. Subiria- mos al palomar y les dirfamos 4 las palomas; «Salud, palomas; vosotras sois felices, puesto que volais por el azul». En el almijar donde se secan los higos, si era por oto- fio, cogeriamos uno 6 dos y paladeariamos sus miles. En los alhorines del granero meteriamos las manos en el oro fresco del trigo... Todo esto tendriamos que recorrer y examinar. No quiero fatigar al lector; y ‘CHRISTIAN MANSO B ahora voy 4 porier la firma a estas cuartillas y me marcho bajo los pinos, que una brisa ligera hace cantar con un rumor sonoro. AZORIN Articulo publicado en el ntimero del 11 de enero de 1908 de El Pueblo de Monévar LA POBREZA DE ESPANA No hace mucho escribia yo un articulo sobre la decadencia de Espafia en los si- glos XVI y XVII. Quiero ahora expresar en muy pocas lineas mi impresién sobre la Espafia actual. Espafia nos ofrece la mayor y mAs pintoresca variedad topografica; tenemos en ella montafias, mares tlenos de vegetacién, de curvas armonicas, como las de Vasconia y Asturias; otras son abruptas, rocosas, anfractuosas y desiguales, en que solo crece un bosque ratizo, tales como las sierras de Gredos, la de Guadarra- ma y la de Gata. Contamos también en nuestro pais con pequefios oasis de verdura, fértiles y amenos, como el Bierzo, en Le6n, y la Vera, en Plasencia. Mezclados con estas manchas de verdura, se extienden hérridas parameras sin una mata, sin la me- nor huella de cultivo, como la Lora, en Plasencia, y la Brijula, en Burgos. Los rios de Espafia corren todos violentos, torvos y hondos; raros son aquellos cuyas aguas se utilizan para beneficiar la tierra; es mas, algunas obras hidraulicas, como el anti- guo canal de Benavente a Villamen, han sido abandonadas. La mayoria de los mon- tes de Espafia se muestran desmantalados (sic), sin frondas; cuando las lluvias caen, el agua corre por ellos torrencialmente y arrasa en los bancales del Ilano el humus productivo y soterra las plantas. Los caminos que contamos en nuestra patria son muy escasos; las carreteras —excepto las del Norte— estan aradas por hondos rele- jes. Ir por ellas es caminar dando tumbos y retumbos sin cuento. No son en mucho mayor numero los caminos vecinales de que disponemos; muchos pueblos de la na- cién no tienen acceso sino por tortuosas sendas perdiceras, por las cuales sélo puede traginar (sic) la arrieria. En este caso se hallan casi todos los pueblos de la Mancha y multitud de ellos de las mesetas interiores. La vida que se lleva en casi todas estas villas y ciudades espafiolas es sérdida y mezquina; el unico sustento y beneficio de sus habitantes es la tierra. La industria y el comercio no existen; [a tierra es cultivada apenas. Grandes é inmensas extensiones de terreno permanecen Iecas sin romper, incultas; las pocas tierras que se benefician estan dedicadas casi exclusivamente a cereales; estas tierras se dividen en tres suertes 0 hojas: una de ellas se cultiva, otra se deja de barbecho, y otra descansa durante afios, y es lo que se llama eriazo. De esta manera, si se cultiva poca tierra en Espafia, resulta que de la que se cultiva, s6lo es trabajada una mitad 6 una tercera parte. Las labores que se hacen en las tierras paniegas y en los vifiedos son someras, costrefias; e] labrador, con el mismo arado que usaron los celtas y los romanos, arafia apenas la superficie de los bancales, esparce 4 puftados el grano, y luego se retira 4 su vivien- da, donde pasa el invierno inmévil, junto al fuego. La poblacién rural de Espafia es casi nula; los sefiores, los grandes propietarios, huyen a las ciudades. El fisco agobia con sus impuestos y alcabatas 4 los cultivadores de la tierra. La usura practicada por logreros y numularios sin conciencia lleva el 20, el 30 y el 40, y hasta el 50 por ciento 4 los infelices que les toman dinero pata comprar semillas con que sembrar. Se come apenas. En casi todo el interior de Espafia, el trabajador agrario y el pequefio terraz- guero se mantienen con una frugalidad inaudita; la carne no ta prueban jams; pan de trigo muchos de ellos no to prueban tampoco; hierbas y legumbres cocidas, son 4 AZORIN, ARTICULOS MONOVEROS OLVIDADOS (1906-1927) su alimento. En invierno puede decirse que la lumbre les esta vedada. Como en estas inmensas extensiones de tierra sembradiza no hay plantados arboles, el estiércol es Jo unico que en las cocinas puede aprovecharse para calentar los cuerpos ateridos. En Andalucia, pueblos enteros, como Lebrija, que yo he visitado, son diezma- dos por la inanici6n y la tuberculosis. En otros pueblos, como en Arcos de la Fron- tera, el pequefio labrador, abrumado por las cargas del Estado, y 4 quién el fisco no- tifica el embargo de su casa, arranca y descuaja las maderas y hierros de su mansion y huye del pueblo antes de que el embargo se realice. Andalucia es un pueblo que se disuelve por momentos. En el interior de Espafia la vida ha huido desde hace mu- chos sigios. En las mesetas castellanas, los pueblos y las ciudades, llenos de gloriosos recuerdos, muestran sus palacios y caserones cerrados, cuarteados, desmorondndo- se; no son pocas las ciudades, como Villanueva de los Infantes, que cuentan con dos © tres iglesias en ruinas, sin techumbres, repletas las largas naves de escombros y de- rribadas columnas. Un halito de pasividad, de resignacién y de muerte flota sobre esta tierra noble é historica. El labriego os saluda cortesmente, con una afabilidad sefioril, y os habla en una lengua sonora y rotunda, 4 lo Fray Luis de Leon, de la tristeza de la vida y de la maldad de los tiempos. ;Para qué trabajar y para qué afa- narse? Todo es inutil; lo que haya de suceder ello suceder4. Un profundo escepticis- mo est4 metido en el alma de estos labriegos. Ellos constituyen la masa, el pueblo, la base de la naci6n; ellos no comen, apenas pueden vestir, viven en mechinales s6rdi- dos; si tienen un hijo, un mozo que les ayuda en las tareas, el Estado se lo lleva; de la tierra, de los pegujales, ellos no sacan nada, pero han de malvenderlos para pagar al usurero y al recaudador de las contribuciones. Esta es Espafia. De este cuadro exacto s6lo podemos descontar la zona medite- rrdnea, que comprende Catalufia, Valencia y un poco de Alicante; y la zona canta- brica, que abarca Vizcaya y Guipiizcoa. Lo demas es ruina y desolacién. ;Queréis dato que pinta bien la pobreza de nuestra patria? En 1887 el gobierno decidid abrir una informacién sobre las causas de la crisis agricola y pecuaria. Se publicé la infor- macién en varios grandes voliimenes; una de las preguntas del cuestionario circula- do 4 efecto se referia & la alimentacién y modo de vivir de los labriegos. ¥ bien; hay un pueblo, Aspariego, en la provincia de Zamora, en que los vecinos confiesan que no pueden tener luz encendida en sus casas de noche, porque para ello no les alcan- zan sus recursos. Ahora ocurre preguntar: un pais que se halla en esta situacién zen qué grado de fortaleza debemos considerarlo? Es decir, ,hasta donde Hegaria Espafia en su lucha con otro pueblo, con otra nacién, y cual seria la cantidad de energia que podria de- sarrollar? ,No son fuertes los pueblos que son présperos y en que se respira-e! bie- nestar? En 1808, el pais estaba, sin duda, en peores condiciones materiales que hoy; pero gno habia entonces una comunidad de ideales y una confianza en el Estado que hoy no existen? El socidlogo y el politico pueden contestar 4 estas preguntas y resolver este pro- blema segiin sus entendimientos mas 6 menos ponderados; yo me limito 4 aportar los materiales para el juicio, sin entrar en disquisiciones transcendentales. AZORIN Articulo publicado en el ntimero del 3 de julio-de 1909 de El! Pueblo de Monévar COLOQUIO DE LOS CANES CHRISTIAN MANSO 75 Varios canes se reunieron en el ejido de un pueblo, un dia claro de primavera, 4 la vista de unas montafias azules. El primer can dijo asi: —Sefiores, yo soy un can viejo y lleno de experiencia. Perdonad esta inmodes- tia mia. He andado mucho por el mundo, y al fin he venido 4 reconocer que no hay estado para los canes comparable al que nos proporcionan las estaciones de ferroca- rriles. Ser can en una estaci6n, creo que es lo mas aceptable para un can. Es preciso que no tergiverséis este concepto que acabo de exponer. No se trata de guardar nada ni de estar amarrado 4 ninguna cadena. Yo soy un can horro de servidumbre. Se tra- ta de correr de un lado para otro con entera libertad y de husmear directamente en- tre las vias para descubrir y recoger los restos de meriendas que tiren los viajeros. Las estaciones de ferrocarri! tienen un ‘encanto profundo. Me dijo una vez un can bien portado y que pasaba en un tren de lujo, que algunos hombres dan en decir que Jos ferrocarriles han matado la poesia. A estos hombres que est4n un tanto locos, se les lama poetas. En las estaciones, el espectaculo es variado segin sea la hora del dia 6 de la noche. No se aburre uno nunca. Conoce uno 4 mil gentes. De cuando en cuando, es cierto, sufre uno algiin contratiempo lamentable; pero ésto les sucede a los canes inexpertos, irreflexivos, que no conocen las sefiales de marcha de los trenes ni estén atentos al movimiento de la via. Sefiores: Yo soy un can mundano, amigo del Progreso. El bullicio y el ir y venir rapido de los trenes me encanta. ,Afiadiré que aqui los mantenimientos son faciles de hallar? Piltrafas, huesos de pollo, cortezas de quesos, restos de carnes asadas: to- do esto es lo que yo encuentro y saboreo en la estacién. Ademds, yo amo profunda- mente la democracia. Os diré por qué. Al principio de frecuentar las estaciones yo observaba que sélo comian los viajeros que iban en los coches modestos, incémo- dos. Los que iban en coches lujosos no comian. Me era imposible explicarme este absurdo. Por las ventanillas de los coches de segunda salian restos de merienda; por las de los coches de primera no arrojaban nada. Me intrigaba mucho esta paradoja desagradable. Al fin, un can viejo y experto me explicé el fendmeno. Los viajeros de los coches lujosos comian en el restaurant del tren 6 en las fondas de las estaciones. Creo que los hombres han hecho muchos disparates; pero ninguno como éste de lle- var comedores en los trenes. Desde entonces que yo amo al pueblo, 4 los humildes que llevan su merienda en el tren, y detesto 4 los que desdefian esta costumbre idili- ca, tradicional, simpatica, y comen en el restaurant. Termino diciendo que estoy contento con mi suerte, y que en una estacién pien- so acabar mis dias. Ahora marcho en busca de otra, y al pasar por este pueblo he te- nido el gusto de conoceros. Soy un can vagabundo y amigo de las novedades. No tengo plan de vida ni amo. ;Quién vive més 4 gusto que yo? EI segundo can que usé de la palabra era gordo y luciente. —Yo, sefiores —dijo— creo que eso de la libertad es una monserga. Los hom- bres han escrito muchos libros sabios, pero nada como este refran en que se com- pendia toda la sabiduria del mundo: {Quieres que te siga el can? Dale pan. Ami me dan pan en abundancia, y yo sigo 4 quien melo da. Me dan, dicho sea. la verdad, algo mas que pan. Tengo todo lo que puede apetecer un can. Disfruto de los mas exquisitos manjares. Yo vivo en Madrid; mi amo es un hombre rico. Me adora mi ama, y me bailan al agua tos chicos de la casa. Se dira que no tengo liber- tad, que no puedo salir 4 la calle cuando quiero; que no puedo correr ni retozar con otros canes. A mi zqué me importa? Yo no sé qué es eso que se llama libertad. Co- 6 AZORIN, ARTICULOS MONOVEROS OLVIDADOS (1906-1927) mo bien; me hacen fiestas; me sacan en coche. ;Qué mas puedo pedir? A mi, todo el que no va bien vestido me parece francamente despreciable. Ladro furiosamente 4 todos los que se acercan a mi vistiendo traspilladamente. Yo no tengo mAs criterio de moralidad que el traje. Un hombre que va mal vestido, no puede tener buenas in- tenciones. En su consecuencia, yo le ladro, y si insiste mucho en acercarse, yo le muerdo. Dos 6 tres mordiscazos he dado en mi vida y no me ha pasado nunca nada. Estoy satisfecho porque creo que he cumplido con mi deber: el deber que tiene todo perro decente de ladrar 4 las personas sucias y miserables. Sefioreé: estoy en este pueblo porque mi amo ha venido 4 pasar unos dias en una finca suya. Dentro de poco regresaremos & Madrid, y alli me tienen ustedes 4 su disposicién. El tercer can que hablé se expres6 de esta suerte: —Que cada cual lleve y pondere la suerte de vida que més le plazca. Mi vida es de lo mas monétono y uniforme que darse puede, y sin embargo, 4 mi me gusta esta vida. Yo soy un can de unos terrazgueros 6 labrantines. Mi misiOn se reduce 4 ir con ellos 4 los bancales, 4 recostarme al lado del hato, y 4 guardarlo mientras mis amos labran. No hago otra cosa. Me paso el dia tumbado. Soy un can del campo. Puedo deciros que no hay nada como tomar el sol en invierno en plena campifia, 6 como dormitar en verano 4 la sombra de un drbol. Para mi es el cielo azul; para m{ las montafias azules; para mi los aromas de los henos, de los habares, de las plantas montaraces; para mi el aire fino y sano; para mf las aguas delgadas y cristalinas. Yo soy un poco escéptico y no creo en las pompas mundanas. No doy por nada el cam- poy sus placeres. Mi vida discurre sin sobresaltos ni congojas. De noche;-guardo el gallinero de! cortijo. Los lobos han desaparecido hace mucho tiempo: solo he de ha- ‘bérmelas de tarde en tarde con alguna vulpeja 6 algiin buho. Y jcreéis que yo tengo miedo 4 tales alimafias? Sefiores: os repito que no hay nada como la paz, el silencio y la sanidad del campo. Deliberaron brevemente los tres canes. Al cabo se separaron sin haberse puesto de acuerdo. Cada can es un mundo. Se ha dicho ésto de los hombres. Con mas razén se puede decir de los canes. AZORIN Articulo publicado en el ntimero extraordinario de Mondévar, Fiestas de septiembre de 1915, de Monévar DESCRIPCION DE MONOVAR _ La pequefia ciudad es clara y alegre; para ir a ella desde Madrid se toma el tren por la noche; a la mafiana siguiente, a las 7, comienzan a verse extensos vifiedos, huertas frondosas, macizos de arboles, almendros, algun barranco en cuyo fondo crecen las cafias y los carrizos. El aire es fino y transparente: se ven en toda la pureza de sus lineas los mas distantes objetos. No tienen vegetacién tas montafias; aparecen grisdceas, terrosas, azules las ms lejanas. Los hombres van y vienen rapidos y giles. . Una hora después, a las 8, el tren se detiene en la estacién de la diminuta ciu- dad. Desde la estacién al pueblo hay dos kilémetros. La carretera es estrecha y pol- vorienta; en primavera y en verano destaca blanca entre ias manchas verdes de los vifiedos. El pueblo est4 situado en una alta meseta; para llegar hasta él es preciso as- CHRISTIAN MANSO 7 cender una empinada y larga cuesta. Se llega a las puertas de la ciudad y el carruaje se detiene; un portazguero o consumero se acerca a él y hace su pregunta acostum- brada. Las primeras casas del pueblo son pequefias, de dos pisos; el piso superior es- 14a teja vana. Son casas de jornaleros o de artesanos; en algunos porches o zagua- nes de estas casas se ve colgado del techo el bres; el bres es un capacho o serén en. forma de cuna; est4 fabricado de esparto; se cuelga del techo, se pone el nifio en él y la madre lo va meciendo suavemente, al mismo tiempo que acaso canta una dulce cancién popular. El mecer al nifio en el bres se llama bresar o brezar. ‘Unas calles del pueblo son estrechitas, otras son mas anchas; se ve también al- gun callején sin salida. En una de tas plazas (1) se levanta el Ayuntamiento; hay otra plaza (2) también ancha; en su centro se yergue una fuente de marmol bermejo que arroja el agua por cuatro gruesos caiios. Hay en la ciudad una iglesia grande, construida en el siglo XVIII, de gusto clé- sico; a estas iglesias construidas en los pueblos recientemente suele faltarles una to- rre, hicieron una de las dos que habian de flanquear la fachada, y la otra, un poco cansados, la dejaron sin hacer. Aparte de la iglesia Mayor, en el pueblo existe otra de un convento de franciscanos; ya no viven los franciscanos en el convento; el con- vento ha sido convertido en escuelas (1) y cArcel; pero queda en la iglesia, ancha, si- lenciosa, y clara, algo como un hilt, como un rastro de a paz y dela sencillz de estos humildes monjes. Parte del pueblo esta edificado en la ladera de un montecillo y parte en el ano; en lo alto del montecillo hay una ermita dedicada a Santa Barbara; la ermita tiene una campanita que toca todos los dias, con su voz de cristal, a las doce del dia y al anochecer; cuando esta campanita toca, todos los herreros, los carpinteros, los‘alba- files, los peltreros, los talabarteros de 1a ciudad dejan de trabajar. Los sefiores de la ciudad se reunen en un casino rodeado de un diminuto y ame- no jardin; los trabajadores de la tierra disponen de algunos cafetines, botilleria 0 alojerias. Esta pequefia ciudad es tranquila, pacifica; moran en ella artesanos, jornaleros Y propietarios de tierras. Los propietarios, unos gozan de mucha hacienda; otros lo son en pequefio. ; Los jornaleros suelen poseer también un pedazo de tierra que ellos han roto en ‘Tas veredas o en las faldas de los montes y que benefician los dias de fiesta cuando estdn libres del trabajo. Del pedazo de tierra que poseen reciben el nombre de peda- ceros. No pasa nada en la ciudad; Hueve poco en ella; el ambiente es seco, didfano; el cielo est siempre azul; las calles aparecen limpias, se ve desde algunas esquinas c6- mo destacan a lo lejos sobre el cielo radiante suaves altonazos y crestas azules de montaflas; por la mafiana en la horaclara y profunda del trabajo, se oye el tintineo de las herrerias, los golpazos de los carpinteros, el canto largo y metélico de un ga- lo. En las tierras adegafias al pueblo se extienden tablares de alfalfa, herrefales, cuadros y encaffizadas de hortalizas: Sobre las tapias de algin repajo o cortinal aso- man una palmera, unos cipreses o los milgranos con sus flores bermejas. AZORIN (1) La Plaza de Canalejas. (2) La Plaza del General Verdi. () Hoy, asilo de pobres desamparados. 18° AZORIN, ARTICULOS MONOVEROS OLVIDADOS (1906-1927) Articulo publicado en el namero del 4 de marzo de 1917 de Ei Sembrador de Monévar CIPRESES Y ROSAS En el paseo del Malec6n —uno de los mas bellos de Espafia— hay tres o cuatro cipreses centenarios. Sus cimas resaltan en el azul limpio, transparente y claro del cielo levantino. Al pié de esos cipreses se ven unos rosales. Rosales y cipreses; he aqui todo un simbolo. La gracia, la delicadeza, la momentaneidad de las rosas —rosas blancas, rosas bermejas, rosas amarillas— junto a Ja rigidez, a la inmutabi- lidad, a la perdurabilidad de los seculares cipreses. Las rosas nos ensefian que todo acaba y cambia. Los cripreses, rigidos, inméviles, nos hablan de que hay algo eter- no, profundo, que no cambia jamés. AZORIN Articulo publicado en el némero del 12 de junio de 1927 de Renovacién Je Monévar PLANOS BLANCOS EN EL AZUL Un conglomerado de diminutos cuadriléteros, alla arriba, blancos, unos, los més, de viva blancura; pardos, otros; algunos rojizos; un camino de cegadora niti- dez, polvoriento, que asciende desde lo hondo hasta el conjunto de los apretados cuadriléteros; explendente azul en la béveda limpia del cielo; verdura intensa a un lado y a otro del blanquisimo camino: entre lo verde, acd y alld, calveros de color ocre, amarillento, cobrizo... ¥ una sensacién profunda de silencio, bajo el ardiente sol, para el viajero que llega. De cuando en cuando, ligero soplo trae un vago olor de lefia quemada; se ven sobre el poblado unos hilillos sutiles que se van disolviendo suavemente en el azul. En la lejania, cerrando el horizonte, un macizo e ingente monte que despliega hasta lo hondo del valle sus amplias laderas. Ya estamos en lo alto; a una parte y a otra, paredes blancas; a veces, por un portillo, columbramos la fronda de unos arboles; la luz y el aire suti] nos embriagan; nos sentimos obsesionados por el silencio. Y de pronto nos sobrecogen unas campa- nadas sonoras, vibrantes, que repercuten en todo el inmenso 4mbito limpido, de azul profundo. 4uTenemos conciencia del tiempo y del espacio? ;Podemos fijar nuestras sensa- ciones en este silencio, en esta cegadora luz, en este caos de planos blancos, sobre lo verde, bajo el brillante afil? Todo: nuestro organismo esta anegado —después de tanto tiempo de rudo trafago en la gran urbe—, todo nuestro organismo esta anega- do por una somnolencia, una laxitud, un marasmo dulces, inefables... Madrid, mayo, 1927. AZORIN

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