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VOLANDO SIN ALAS

Rocío Gómez Ortega

C O LEC C I Ó N D E N A R R A TI V A
D EL I E S P A BLO N ER U D A
IES Pablo Neruda
Las llaves de la literatura 2008
Castilleja de la Cuesta (Sevilla)
ÍNDICE
1 LA VISITA INESPERADA pág. 5
2 EL GRAN BAILE pág. 9
3 UN DÍA TRANQUILO,
A LA ESPERA DE LA TORMENTA pág. 17

4 EL FIN pág. 25

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PRÓLOGO
DESDE EL AMBIENTE CREADO por lecturas como El
abanico de Lady Windermere, El fantasma de
Canterville o Cumbres borrascosas, la autora nos
ofrece este delicioso relato; cercano a sus vivencias y
emociones y al de sus lectores. Dieciséis años y la
experiencia en un programa de diversificación dan
una visión del mundo de los sentimientos invisible
desde otros ángulos y desde otras edades.

El pasado victoriano del ochocientos encierra una


rara actualidad que fascina a corazones duros y
emocionales dos siglos después.

Como el almendro del castillo de los Canterville, en


este relato florece una nueva autora a la literatura.
Bienvenida.

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LA VISITA INESPERADA

ERA UN DÍA SOLEADO, Elisa miraba por el gran


ventanal de su habitación, todos los jardines de
los alrededores estaban completamente verdes,
había llegado la primavera Elisa era una joven
de 20 años que vivía junto a sus tres hermanas
y sus padres en uno de los barrios más famosos
de Londres. Era la mediana de las hermanas.
Su madre lady Harvensay siempre trataba de
encontrarle un esposo que tuviese dinero,
influencias y clase social alta, su padre Lord
Harvensay nunca intentaba comprometerla con
nadie, él sabía lo que sentía su hija, eran muy
parecidos. Elisa quería ser libre y viajar por
todo el mundo, para conocer lugares nuevos y
sus costumbres, pero su madre no la
comprendía.
A veces envidiaba a personas que disfrutaban
de esa libertad, en su casa la llamaban loca,
aunque eso a ella le daba igual.

Se alejó del ventanal y salió de su cuarto.


Llegaba tarde al desayuno familiar, el tiempo
nunca había sido su aliado. Corrió escaleras
abajo y se dirigió al comedor donde esperaba
que estuviesen todos; pero al ver que no
estaban; corrió apurada hacia el salón principal,
cuando estuvo ante las puertas las abrió de
golpe, dejando a todos los presentes

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impresionados. Respiraba con dificultad y su
moño se había deshecho un poco, dejando
sobre sus mejillas unos grandes y castaños
rizos. Daba una nefasta impresión, su madre
torció el gesto en señal de desaprobación. En la
sala se encontraban sus hermanas y sus padres
con una inesperada visita. El duque Chesterfild,
el prometido de su hermana Hannah y otro
hombre que no conocía. Rápidamente se inclinó
y se disculpó.

—Lamento muchísimo la tardanza. Encantada


de verle señor duque.

El joven duque sonrió.

— ¡Vaya! Un placer volverla a ver. Veo que


sigue teniendo graves problemas con los
relojes—Volvió a sonreír con calidez—. Señorita
Elisa le presento al conde Stoneridge.

Elisa se fijó en el con detenimiento, se inclinó


ante él y este le besó la mano. Elisa notó que
era unos años mayor que ella y muy serio, ni
siquiera su padre era así de serio.

—El conde es un gran amigo de la familia


Chesterfild—dijo mirando a Elisa, luego vuelve a
mirar a Lady y Lord Harvensay—.Como les iba
diciendo, venimos para proponerles algo.

Se dirigieron a los sillones y una vez en ellos


comenzaron a hablar más a fondo. Elisa miraba
al serio conde y luego miró al duque. Era un
hombre muy atractivo merecedor de su
hermana. Hannah era el tipo de mujer que
cualquier hombre querría. Era morena y con los
ojos azules como el cielo. Era dulce, inteligente,
divertida y estaba preparada para una vida en
matrimonio. Su hermana daba a los demás el
perfil de una persona frágil, pero ella no era así.

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Había recibido miles de proposiciones
tentadoras, pero para entonces su hermana
pensaba de una manera parecida a la de ella.
Entonces apareció el duque, al principio ella lo
rechazó pero el duque nunca dejo de insistir,
meses después se dio la noticia del compromiso
a toda la familia, Elisa recordaba lo feliz que
estaba su madre, estuvo una semana cantando.
Recuerda también la conversación que tuvo esa
noche con su hermana:

— ¿Cómo puedes? No lo entiendo Hannah,


hasta hace unos días deseabas que ese tipo se
perdiera.

Hannah rio de una manera que dejaba a relucir


lo enamorada que estaba.

— ¡Oh no! ¿Qué te ha hecho? Ha sido mamá,


¿verdad? ¡Lo sabía; pero conmigo no podrá!

—No, Elisa. Me he enamorado del duque.

— ¿Eh? Vale, sí, es atractivo, pero ¿casarte con


él?

— No es solo su atractivo, ¿sabes? Todos los


hombres a los que me les he negado, se
apartaron de mi camino, se conformaron.

— ¿Y?

— Que el duque no es así; aún habiéndome


negado mil veces a su proposición de
compromiso él siguió insistiendo, eso dice
mucho de él.

— ¿El qué? ¿Que es un joven cabezón y


caprichoso acostumbrado a tenerlo todo?

Su hermana rio ante el comentario.

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— Ya te darás cuenta cuando te enamores.-
Elisa la miró detenidamente y se dio cuenta de
que estaba más hermosa que nunca.

— Nunca me enamoraré.

— De acuerdo, buenas noches.

Elisa se enojó mucho, no le agradaba que su


hermana se hubiera enamorado, desde
pequeñas tenían planes sobre lo que hacer con
sus vidas, dormían juntas y jugaban a imaginar
lo que había más allá de su país y lo que harían
una vez fuesen adultas. Ahora todo había
cambiado. Estaría sola, sobretodo cuando su
hermana se casase y se marchase a la gran
mansión del duque. Elisa volvió al mundo real.

— Entonces, ¿Me honraran con su presencia?

— ¡Claro, que sí! ¡Estaremos encantadas de


asistir!

Con la contestación de su madre, la gran


sonrisa de Hannah y las risas de sus otras dos
hermanas que iban a asistir a su primer baile,
se dio por concluida la conversación. El duque y
el conde se despidieron. Una vez salieron por
las grandes puertas, las niñas corrieron de un
lado a otro gritando. Estaban felices, ella nunca
lo estuvo.
Su hermana estaba entusiasmada por que sería
su primera fiesta con él, su madre porque
podría presentar a las niñas en sociedad y por
que su hija mayor sería oficialmente la
prometida del duque Chesterfild.
En cambio Elisa no tenía demasiadas ganas de
acudir a ese baile, su madre estaría encima de
ella todo el tiempo y no la dejaría disfrutar.

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EL GRAN BAILE

ERAN LAS DOCE DE la mañana habían pasado dos


días desde la visita del duque. Esa noche era el
baile. Elisa se encontraba en sus aposentos
eligiendo un traje que ponerse y cinco minutos
después se decantó por un traje color
melocotón algo más sencillo que el que
seguramente llevarían sus hermanas. Se
disponía a ponérselo con ayuda de su dama
cuando…su madre entró en el cuarto casi
corriendo, cuando las invitaban a evento
siempre exageraba y se volvía loca yendo de un
lado para otro.

— ¡Ah, no! ¡Ni hablar! ¡Ese traje no es


apropiado para la ocasión, debes ir bella y
sofisticada y llamar la atención de todos los
presentes en el gran salón!

— ¡Madre! No pretendo tal cosa.

— ¡Pues yo sí! Y harás lo que te digo—Se dirigió


a la dama de compañía—. Lucie ve a ayudar a
las niñas, al más mínimo problema me avisas,
yo me encargaré de Elisa. ¡Vamos no tenemos
todo el día!

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La pobre Lucie salió corriendo del lugar.
Dejando en silencio toda la habitación, de
pronto solo se oía parlotear a su madre.

—Debes comportarte, ser una señorita bella,


respetable, divertida, elegante y nunca pierdas
la sonrisa tendrás a todos a tus pies.

Elisa sonrió, a pesar de todo quería a su madre,


aunque le hiciera pasar tales bochornos, era su
madre. Así que se limito a sonreír. Su madre no
paraba de darle consejos que para ella eran
ordenes que no podría llegar a cumplir,
mientras le apretaba el corsé. Le apretaba tanto
que se estaba quedando sin aire. Su madre fue
hacia el armario y cogió un vestido de seda
azul. Minutos después estaba vestida.

—Voy a llamar a Lucie, para que te maquille y


peine. Ya verás, estarás preciosa,
deslumbraras.

Elisa sonrió sin ganas y su madre salió por la


puerta, entusiasmada. Elisa se acercó al gran
ventanal y vio como llegaba el carruaje que las
llevaría hacía la fiesta. Entonces por su cabeza
pasó la imagen de aquel serio conde al que vio
dos días atrás. Se preguntaba cómo sería,
pensó que aquel hombre nunca habría reído y
se propuso conseguir que lo hiciera. Sus rasgos
eran duros pero bellos y posiblemente tendría
cinco años más que ella. En ese momento llegó
Lucie y Elisa se sentó frente al espejo del
tocador, le recogieron el pelo dejando que
algunos juguetones rizos resbalaran por su fina
tez, le empolvaron un poco el pelo y la cara, y
la maquilló de manera que volvió a hacerse la
misma pregunta que se hacía antes de los
bailes. ¿Era ella?

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Bajó las escaleras con toda la tranquilidad del
mundo hasta llegar al pequeño salón familiar.
Allí estaban sus tres hermanas junto a su
madre y su padre. La estaban esperando, como
siempre ella era la última. Hannah se acercó a
ella y se aferró al su brazo mientras salían de la
casa.

—Estas bellísima, Elisa. Estoy segura de que


tendrás varios pretendientes.

—No lo dudo—dijo Elisa con ironía—. Ojala


pudiera quedarme aquí.

— ¡Oh no! ¡Tienes que venir conmigo! ¿¡Como


voy a estar en la fiesta de mi prometido sin ti!?
Además siempre te lo pasas muy bien
conociendo gente nueva y comentando las
aventuras que han tenido. ¡Te lo pasas en
grande! No lo negaras, ¿verdad?

—Sí, no lo niego, pero lo malo viene después


cuando madre se pone insoportable. ¡Oh!
Tranquila, siempre terminas haciendo lo que
quieres y madre esta acostumbrada.

—Supongo.

Subieron al carruaje, una vez sentadas el


carruaje estuvo en completo silencio durante
varios minutos, un silencio que sus hermanas lo
rompieron encantadas.

— ¡Oh! ¡Qué bien lo vamos a pasar! Será tan


divertido…estoy temblando de la emoción.

Su madre estaba radiante y no paraba de


parlotear y dar órdenes.

—Niñas procurad portaros bien, tenéis que


causar una muy buena impresión, si no os

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ocurrirá algo parecido a vuestra hermana Elisa,
los hombres rehuyen de ella aunque su belleza
la salva…

A Elisa no le gustaban los comentarios que solía


hacer su madre.

—Madre…

—Esa es la verdad cariño y debo de advertir a


tus hermanas para que no les ocurra lo mismo.
Y espero que seas amable con todo el mundo,
no me gustaría volver a casa disgustada.

—Pero madre yo no quiero…

Su madre la cortó y volvió a parlotear como si


Elisa no estuviese allí, Elisa enfadada giró la
cabeza y se inclinó un poco para ver por la
ventanilla. Pensaba: “Ojala pudiera estar ahí
fuera”, pero sabía que aquello era imposible y
eso la entristeció todavía más. Hannah la
miraba con gesto de preocupación. Hannah
sabía lo que era sentirse como ella, hubo una
etapa de su vida en la que tampoco ella
deseaba casarse pero ahora había cambiado su
opinión y lo veía todo diferente, en cambio no
estaba tan segura de que su hermana pensara
lo mismo.

Más tarde el carruaje paró ante las grandes


puertas de la gran mansión del duque, al cruzar
las grandes puertas encontraron a los
anfitriones de la fiesta. El duque y su hermana
Lady Chesterfild. Era una mujer bellísima y muy
elegante, pero algo le decía a Elisa que no era
demasiado amable.

—Hannah, ¿qué hace aquí la hermana del


duque Albert? ¿No se encontraba en las
Americas?

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— ¡Elisa! ¡Te conté anoche el motivo de la
fiesta! Lady Chesterfild está entre nosotros por
que decidió darle una sorpresa a su hermano,
se quedará unos meses en Londres, es por eso
que el duque no fue a verla.

— ¡Ah! Lo lamento, sabes que tengo poca


memoria.

A medida que se acercaban a la pareja la


conversación iba desapareciendo un poco más.
Su padre estrecho la mano al duque y saludo a
su hermana que lo saludo con desgana, lo
mismo ocurrió con su madre y su hermana, a
ella y a sus hermanas pequeñas ni las miró.
En el gran salón principal todos esperaban la
llegada de los anfitriones que daban la
bienvenida a los últimos invitados. Cuando esto
ocurrió entraron en el salón, haciendo que la
gran habitación quedará en silencio. Poco
después la música volvió a inundar la sala. Su
madre y su hermana se hallaban conversando
con el duque, con su hermana y el conde, Elisa
aburrida decidió unirse a la conversación.
Hablaban del viaje de Lady Chesterfild.

—Debe de haber tenido un viaje muy largo y


pesado, ¿verdad señorita?

Elisa vio como la joven contestaba con desgana


a la pregunta de su madre.

—Sí, creí que no se me haría tan pesado, pero


al parecer me equivoqué.

Elisa miró la cara de los presentes en la


conversación, vio de nuevo al conde tan serio
como siempre y sonrió para sus adentro.

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—Debe de haber sido muy interesante viajar
durante el comienzo de la revolución de las
colonias americanas—dijo Elisa con una sonrisa
en los labios, su madre la miró y supo que
había cometido algún error.

—Lamento decirle, que no me resultó tan


interesante, conocí la noticia cuando ya estaba
camino a Londres, de hecho si lo hubiera sabido
antes habría esperado a la llegada de mi
hermano. Pasé un miedo espantoso, sobretodo
cuando intentaron atracarnos.

— ¡Oh! ¡Cuánto lo lamento, no era mi intención


traerle esos recuerdos! Discúlpeme.

El conde la miraba por encima del hombro y


sintió que en ese círculo no era muy bien
recibida. El conde hizo ademán de hablar:

— ¿Cómo puede ser que una señorita tan


distinguida como usted este al tanto de este
tipo de asuntos?

—Señor conde, ¿es usted de esas personas que


no ven con buenos ojos que las mujeres nos
interesemos por lo que ocurre en la actualidad?

Su madre casi suelta un grito de espanto, al


parecer su pregunta era demasiado atrevida. Su
hermana la miraba desconcertada, no sabía que
hacer y los demás presentes de la conversación
la miraban impresionados y esperaban la
respuesta del conde.

—Sí. No veo con buenos ojos que las mujeres


se interesen por temas políticos. Son temas que
solo deberían abordar los hombres.

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Durante esa pequeña conversación Elisa y el
Conde Stoneridge no dejaron de mirarse con
frialdad parecían estar solos en medio de esa
gran sala. Elisa le volvió la cara y se disculpó:

—Disculpen mi atrevimiento—dicho esto se


marchó del pequeño círculo.

La noche transcurrió si más, sus dos hermanas


se presentaron en sociedad y hicieron de las
suyas cuando su madre no estaba, ya que a
esta siempre se la podía ver con su hermana
Hannah o en otros lugares del gran salón
conversando. Mientras ella se conformaba con
bailar de vez en cuando, pero ante todo prefería
quedarse sentada, viendo pasar la noche a
cámara lenta.

Volvió a ver al conde un par de veces, pero


nunca bailando. Su hermana Hannah se acercó
alegre a ella y le contó lo feliz que estaba. De
pronto un apuesto hombre se le acercó. Era el
conde.

—Lady Elisa, me concede este baile.

Elisa lo miró con desconfianza era el mismo


hombre que la había dejado en ridículo hace
unas horas. Se dispuso a negarse, cuando llegó
su madre junto a su padre y se enteraron de la
invitación del conde.

— ¡Claro que sí! ¿Verdad cariño?

Elisa asintió y se levantó con ayuda de la gran


mano del conde. Fue llevada del brazo del
conde hasta la pista de baile. La gente curiosa
miraba hacia la pista y comentaban
seguramente lo buenas y malas parejas que
harían algunos de los que estaban en ella.
Pensó que tal vez también hablaran de ella y el

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conde, lo miró a los ojos. Los tenía marrones.
Su mirada era fría y ninguno de los dos
hablaban, era un baile silencioso. Triste. Elisa
deseaba que terminase lo más rápido posible.
Cuando esto sucedió se soltó de sus brazos y
desapareció.

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UN DÍA TRANQUILO, A LA ESPERA DE LA


TORMENTA

ELISA DESPIERTA, EL SOL entra por el ventanal, era


de día. De nuevo había vuelto a quedarse
dormida aunque esta vez nadie que no fuera su
familia la estaría esperando. Se levantó y llamó
a Lucie, esta entró en el cuarto con gran
rapidez. La ayudó a vestirse, esa mañana
llevaba un sencillo vestido que solía utilizar para
pasear por los campos de los alrededores, Lucie
le recogió los largos cabellos castaños en dos
trenzas que caían sobre sus hombros y le daban
un aspecto inocente. Lucie salió del cuarto
dejando a Elisa sola en silencio. Elisa se acercó
al espejo y se observó durante un rato con
curiosidad. Ahora si que sentía que era ella, no
llevaba ningún peinado complicado y su color
era natural, no llevaba maquillaje que la hiciera
parecer blanca, si no que se podría apreciar el
moreno de su piel, sus ojos verdes estaban tan
serenos como siempre, además podía moverse
mejor con ese vestido y eso le encantaba. Salió
de su cuarto y cuando llegó al comedor se
encontró con todas las hermanas. En la mesa
se hablaba con entusiasmo de la noche
anterior. Su madre no sacó el tema del
matrimonio por primera vez, estaba tan
ocupada con sus tres hermanas que Elisa
apostaría a que ni siquiera se había dado

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cuenta de su presencia. Se sentó en la mesa
asombrada de empezar el día de una manera
tan tranquila. No era normal, pero deseaba que
el día siguiera así.
Después de desayunar, se levantó de la mesa
junto a su hermana Hannah y ambas salieron
del comedor, fueron a la cocina y Hannah pidió
para su sorpresa una cesta con comida para
cuatro personas.

—Hannah, ¿para qué tanta comida?

— ¡Oh! ¡Vaya no te avise! ¡Qué error, debería


haberlo hecho!

—Hannah, ¿qué ocurre? ¿Debo tener motivos


para asustarme?

—No, para asustarte no, pero sí para enfadarte.


Verás, madre…

— ¿Madre?

—Madre invitó ayer durante la fiesta al duque


Albert y al conde Christopher a un picnic.

— ¡Oh, Dios! Y madre habrá dicho que yo iré.


Debo librarme, ¿qué tal si me escapo?

— ¡No! Recuerda la vez que lo hiciste a madre


casi le da un ataque, además esta vez te
necesito conmigo no debes marcharte el duque
puede interpretarlo como una ofensa a su
persona y a la de su amigo, ¿y si rompe el
compromiso? ¿Qué será de mí sin él?

Elisa lo pensó no quería ver sufrir a su hermana


y aun menos por su culpa. Sería una traición.
Era nunca le fallaría. ¿Quién era ella para
hacerle daño?

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-De acuerdo iré.

-¡Gracias! Sé que es un gran esfuerzo para ti,


porque no te cae bien. Te lo agradezco
muchísimo.-dijo Hannah y comenzó a darle
pequeños besos en la mejilla—. Te quiero.

—Vale, vale. Venga vayámonos halla donde nos


estén esperando.

— ¿No crees que deberías cambiarte?

Elisa le lanzó una mirada seria que dejaba


translucir el poco interés que tenía en
cambiarse. Hannah calló sabía que ya le estaba
pidiendo demasiado y por mucho que le
insistiera no daría su mano a torcer.

—Sí, vamos.

Por el camino se cruzaron con su madre. Ahora


entendía porque había estado esa mañana tan
normal y como siempre le había vuelto a chafar
el día.

— ¡Qué bien ya os vais! Hannah procura que tu


hermana se comporte y pasaros por aquí antes
de que se marchen, ¿de acuerdo?

—Sí, madre.

Dicho esto su madre siguió su camino mientras


decía:

— ¡Que contenta estoy, mis hijas con un conde


y un duque!

Las hermanas se miraron incrédulas. Su madre


nunca cambiaría, siempre lo seguiría
intentando. Fueron a salón y se sentaron a

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esperar, Elisa cogió un cuadernillo con un
carboncillo y se dispuso a dibujar. Hannah dejó
de mirar un cuadro y volteó la cara para mirar
otro, entonces su mirada se posó en la puerta.
Parecía que hubiesen llamado, pero al ver que
esta no se habría, creyó que había oído mal.
Fue entonces cuando esta se abrió de par en
par dejando ver a dos hombres, uno con una
gran sonrisa y otro con gran seriedad.
Elisa levantó la vista del cuadernillo, lo cerró y
lo guardó en la cesta. Los hombres se
acercaron y saludaron a ambas. Poco después
salieron de la casa y caminaron con tranquilidad
por los verdes campos. El duque Albert
caminaba delante junto a Hannah y tenía una
conversación fascinante, ella le comentaba sus
deseos de dar la vuelta al mundo y él le decía
que cuando estuviesen casados darían todas las
vueltas al mundo que ella quisiese.
En cambio un poco más atrás estaban Elisa y el
conde Christopher sumido en el más absoluto
silencio. Elisa intentó dar conversación.

—Bueno, cuénteme, señor conde. ¿Qué es lo


que más le gusta? ¿Tiene alguna afición?

—Las tengo, pero no creo que le interesen,


señorita.

—Claro que sí me interesan. Cuénteme.

—Lo siento, pero no deseo confesarle mis


gustos secretos.

—Oh, claro. Lo entiendo. ¿Conoce España?

—No, no tengo el gusto.

—Yo tampoco, pero dicen que es maravillosa,


espero algún día poder visitarla.

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—Me alegro por usted, pero me parece que de
momento deberá esperar.

— ¡Claro! ¡Es verdad! No recordaba los


problemas que están teniendo es una pena,
pero estoy segura de que saldrán de esas.¿ Qué
opina de esa guerra española? ¿Cree que
ganaran los liberales?

—Señorita dudo que este tema de conversación


sea el apropiado.-dijo exasperado. Hannah y
duque escogieron un sitio precioso para el
picnic y se sentaron, aun seguían hablando de
sus cosas.-¿No cree que podría hablar de otras
cosas?

Elisa todavía más exasperada no pudo resistir


contestar.

—Señor, algo me dice que no le agrada ningún


tema de conversación por lo menos no que sea
interesante. Es más opino que no está cómodo
con mi presencia y lo lamento mucho, pero no
pienso quedarme de brazos cruzados por que
usted me lo reproche todo. Con permiso—dicho
esto se acercó a la pareja que estaba sentada y
habló con ellos.

El conde vio que la joven hablaba muy en serio,


vio como su hermana cambiaba el gesto alegre
de su cara por uno más serio y luego lo miraba.
Elisa se separó del grupo y se marchó lejos de
ellos, cuando ya estaba bastante lejos empezó
a correr entre las flores, estas eran tan altas
que si Elisa se sentaba era imposible que la
vieran, pues la tapaban por completo. Se sentó
de manera que podía apoyar el cuaderno en sus
piernas y una vez estuvo cómoda empezó a
dibujar el paisaje. Comenzó a imitar al conde:

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—“Señorita dudo que este tema de
conversación sea el apropiado”.Maldito conde
siempre que nos encontramos hace lo mismo.

Oyó carraspear una voz masculina y el cuerpo


de Elisa paralizó por unos instantes.

— ¿Sabe señorita Harvensay? Imita tan bien


como dibuja. Veo que tiene unas aficiones
fantásticas. Lo hace espléndidamente, se lo
aseguro.

Elisa sacó valor y se encaró con él.

— ¡Es usted odioso! ¿Me estaba espiando?

—No, claro que no, solo pasaba por aquí dando


un paseo y fíjese que casualidad que casi le doy
una patada, pero me llamó la atención que las
piedras hablasen y al bajar la cabeza la vi a
usted.

—Es un…

—Señorita no debe insultar a nadie, si su madre


se entera podría resultar un problema bastante
grave.

— ¿Me esta amenazando? Por que si es así, no


lo permitiré.

El conde comenzó a reírse, era la primera vez


que Elisa lo veía reír, seguía siendo igual de
bello.

—Señorita, es usted un caso perdido.

— ¡Eso lo será usted! Es usted un atrevido.

— ¿Se da cuenta de cómo me esta hablando?

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— ¡No me importa lo más mínimo! ¡Váyase!

—De acuerdo, pero antes me gustaría avisarla.

— ¿Avisarme de que?

—Su hermana lady Hannah se fue a su casa


hace unos minutos, al parecer vino un
mensajero y requerían vuestra presencia con
urgencia.

Elisa cierra el cuaderno y guarda el carboncillo,


Luego se levanta, quedando a poca distancia de
él. Él la agarró de las trenzas y tiró un poco de
ellas, acercándola a él, ella tenía el semblante
serio y enfadado.
Elisa sintió que algo en sus adentros le pedía a
gritos un beso de aquel condenado, que poco a
poco la acercaba a él, pero cuando casi rozaba
el cielo con los labios volvió en sí y le asestó
una patada en la espinilla.

— ¿Qué cree que hace?

Poco después se giró y salió corriendo y no paró


hasta llegar a su casa.

— ¿Padre? ¿Madre?

Elisa entró de golpe en la sala y vio a sus


padres sentados con un hombres mayor frente
a ellos. Su madre la llamó:

—Querida, siéntate, con nosotros.

Elisa esperaba lo peor, aun así se sentó.

—Querida, este es el archiduque Michael.

—Encantada, señor.

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—El placer es mío. Como les iba diciendo, me
gustaría pedirles la mano de lady Elisa.

Elisa se sobresaltó no lo podía creer, sus padres


estaban decidiendo su futuro.
Miró con gesto de desesperación a su padre y
este no tuvo el valor de mirarla. A la hora de
decidir si se le daría su mano, su madre miró
Lord Harvensay y este no pudo negarse. Elisa
salió poco después chillando y llorando, y
recriminándoles a sus padres lo que habían
hecho. Cuando salió por la puerta tropezó con
el conde, Elisa lo miró a los ojos y rápidamente
apartó la mirada de él para dar paso a una
carrera de obstáculos hasta los establos.
Christopher corrió tras ella. Cuando llegó…

— ¿Qué te ocurre? ¿Dónde crees que vas?

—No lo se—dijo secándose las lágrimas con la


manga de una manera muy poco elegante—
.Pero me da igual no me importa, iré lejos de
esta familia, que intenta hacer que sea lo que
nunca seré.

Después de estas palabras Elisa comenzó a


cabalgar, pero no todo fue como ella esperaba
pues el conde también cabalgaba…

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4

EL FIN

ELISA IBA A GALOPE y sin montura. A cada paso


que daba se sentía más libre aún sabiendo que
ni siquiera había salido de sus tierras. No sabía
que el conde la andaba siguiendo más atrás.
Cuando esta se dio cuenta intentó ir más
rápido, pero su yegua tropezó y Elisa calló
rodando cerca del río quedando medio
inconsciente. Christopher corrió hacia ella y
bajó de su caballo de un salto, cayendo de
rodillas junto a ella.

—Cabeza loca, ¿Dónde creías que ibas?—


susurró el conde—. Creo que lo mejor será que
volvamos a su casa. En ella todos andan
preocupados.

El conde se dispuso a cogerla pero entonces


Elisa abrió los ojos.

— ¡No pienso volver! ¡Quieren para mi lo que


no deseo, no pienso ser como las demás
señoritas de mi clase que se casan solo porque
sus familias se lo imponen!

Elisa intentó levantarse pero el cansancio la


venció por completo y volvió a caer sobre las
finas hierbas verdes de aquel prado.

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—Lady…—las palabras del conde se perdieron
en el silencio—Escape conmigo.

Elisa se sintió sorprendida ante la proposición


del conde Christopher parecía convencido de lo
que decía. Los ojos de él brillaban, los de ellas
estaban fríos como el hielo.

— ¿Qué dice? No me iría con usted por nada en


el mundo. Deje que marche.

—Lo lamento señorita, pero es mi deber llevarla


de vuelta.

—Señor conde, ¿me está diciendo que si no


marcho con usted, me llevará de vuelta?

—Lady, lamento está extraña confusión debí


imaginar la respuesta, olvide lo que le dije—
dicho esto la agarró entre sus firmes brazos y la
llevó hasta su caballo.

Elisa trató de resistirse, pero estaba tan


cansada que se rindió quedando sumida en un
profundo sueño. Christopher la montó a caballo
y luego subió él.

—Lady Elisa, yo…—calló al instante pues sabía


que no le servía de nada expresar sus
sentimientos mientras ella durmiese. La miró y
le acarició la mejilla, luego la besó. Al separarse
de ellos el Conde creyó ver una fina curva en
los labios de Elisa, poco después esa curva
desapareció. Al Conde se le escapó una mueca.
Cuando llegó a la casa el ama de llaves le
recibió y se quedó asombrada al ver a Elisa en
sus brazos, el ama le condujo hasta la sala
familiar, donde se encontraban Lord y Lady
Harvensay discutiendo. El Conde escuchó algo
justo antes de que el ama le abriese las
grandes puertas. En la sala ambos quedaron en

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silencio. Aunque este duró poco gracias a Lady
Harvensay que corrió hacia su hija.

— ¡Maldita hija! ¿Cómo puedes darle estos


disgustos a tu madre?

—Señora dudo que Lady Elisa se encuentre


dispuesta, lleva un largo camino inconsciente,
creo que deberá descansar.

—Sí, eso creo. Elisa debe estar dispuesta para


dentro de dos semanas cuando su futuro
marido la este esperando en el altar. Será un
matrimonio precioso ¿no cree?

El conde más serio que nunca contestó a la


dama.

—Sí, claro. Lo sería si su hija quisiera a ese


gran señor.

— ¡Oh! No se preocupe Elisa será feliz.

Christopher esbozó una pequeña sonrisa que se


desvaneció en cuanto la recordó en los prados
sentada en el suelo dibujando un precioso
paisaje. Lord Harvensay vislumbró en la mirada
perdida del Conde un gran amor acompañado
de una gran tristeza, que parecía atormentarlo.
El Conde volvió en sí para luego despedirse de
ambos y marcharse.

Elisa abrió los ojos y con solo mirar el techo


supo que estaba en su cuarto. Trató de recordar
lo que había sucedido, pero recordaba pocas
cosas y con grandes dificultades. Solo
recordaba que el conde le había dicho algo
importante de lo que ella se rio y que luego
este la cogió entre sus brazos para llevarla de
vuelta a su casa, junto a su familia. Lo demás le

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parecía un sueño, un sueño del que hubiera
deseado no despertar, pero que de alguna
manera sentía que debía escapar. Le parecía un
sueño tan real…
¿Dónde se encontraría al conde en esos
momentos? ¿Estaría esperándola? Elisa corrió
escaleras abajo y cuando estuvo a punto de
abrir las puertas sofocada. Comenzó a darse
cuenta de algo verdaderamente importante.
Estaba enamorada. Era extraño, pero se daba
cuenta de que aquel conde tan misterioso la
había enamorado. Era gracioso pensar que ella,
Elisa Harvensay, se había enamorado después
de haber jurado y perjurado más de mil veces
que nunca lo haría. Ahora pensaba que todos
sus sueños se irían algarete pero no le
importaba. Solo cabía una sola duda en su
mente, ¿y si él no la amaba?
Cuando Elisa se hubo relajado abrió las puertas
y vio como sus hermanas, su madre y su padre
levantaban las vistas de sus lecturas y
bordados.

— ¿Dónde se encuentra el conde?

Su madre se acercó a ella y la abrazó.

—Veo que ya estas más relajada, ¿querida


deseas unirte a nosotras? Un poco de bordado
no te sentará mal. Además dentro de poco
serás una gran esposa.

Por un momento Elisa recordó ese gran


problema, su futuro matrimonio, aquello que la
había echo huir. Repitió su pregunta.

— ¿Dónde se encuentra el conde?

—Querida, ¿para que le buscas? Se fue hace


horas, debe de estar de camino a España.

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— ¿Qué?

Su hermana Hannah contestó a su corta


pregunta.

—El conde decidió visitar a unos antiguos


compañeros de guerra en España—dijo Hannah
con gesto preocupado—. Madre, lo invitó a tu
boda; pero dijo que no sabía cuando estaría de
vuelta.

Elisa palideció. ¿Cómo podía ser? Ella sabía que


no podía dejarlo ir sin antes decirle lo que
sentía. Salió de la sala hacia los establos y
ensilló a su yegua rápidamente. Su madre salió
corriendo en su busca junto a su padre.

— ¿Dónde vas querida? ¿No volverás a escapar


verdad?—su madre puso cara de pena.

El caballo de Elisa comenzó a galopar, estaba


anocheciendo y sabía que podría haber
bandidos en cualquier lugar pero aunque tenía
miedo controló ese temor. Después de varios
minutos cabalgando llegó al puerto, allí supo
que el barco había zarpado y que ya era tarde.
No volvería. Una oleada de tristeza invadió su
alma y una lágrima rodó por su mejilla. Giró
para marcharse cuando oyó que la llamaban,
buscó entre la gente sin dar con la persona que
la estaba llamando, pero hasta que esa persona
no estuvo a su lado no se dio cuenta de quien
se trataba. Era el conde.

—Lady, ¿no sabe que este no es lugar para


señoritas de su clase? Sobretodo cuando cae la
noche, debería volver.

—No recuerdo el camino.

—Mandaré a mi cochero que la lleve a su casa.

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— ¡NO!

El conde la miró extrañado.

— ¿Por qué motivo esta aquí señorita?

Elisa dudó por unos instantes pensando si no


era mejor volver sola a casa, si era tan fuerte lo
que sentí por aquel hombre como para tirar
todos sus sueños por la borda. Ambos estaban
callados, se oía el estruendo de los barcos y las
voces de gente desconocida, que lloraban, reían
o que simplemente pasaban por allí.

—Es que…—Elisa no sabía de donde sacar las


palabras, siempre le habían parecido muy cursis
y nunca habían creído que ella las diría—Señor,
no se vaya yo le amo.

Christopher quedó desconcertado, Elisa se


temía lo peor, era la primera vez que sentía
algo especial por un hombre y se lo decía, y
sentía la absoluta certeza de que sería su
primer amor desdichado. De repente el conde
comenzó a reír a carcajadas.

— ¡Ay! Muchachita alocada. ¿Cómo va a ser


algo así posible?

Elisa ante la risa de este, lo que creía decepción


se convirtió en coraje.

— ¡Ah, bien! Se ríe de mí. Pues que sepa usted


que se puede ir no a España sino al mismísimo
infierno.-se giró de nuevo para irse, pero a
mitad del camino cayó del caballo.

El conde corrió hacia ella y intentó cogerla entre


sus brazos como una vez lo hizo en los verdes

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prados, pero Elisa se resistió, se levantó y
volvió a caer.

— ¡Malditas ropas!

—Venga yo la llevaré a su casa.

—No. Olvídese de lo que le he dicho, no


entiendo como una persona se podría enamorar
de usted.

—Pregúntese a usted misma señorita.

—No estoy enamorada de usted.

—Vaya veo señorita que sus enamoramientos


duran muy poco. ¿Y sabe qué? Es una pena,
porque ya que he perdido el barco se me había
pasado la absurda idea de pedirle su mano a
vuestro padre—dijo con ironía.

Elisa miró el sucio suelo y agarró la mano que


le tendía el conde, después subieron al carruaje
de este.

—Dudo que usted señor conde deseé casarse


con alguien como yo.

El conde sintió como una extraña sensación le


recorrió el cuerpo cuando ella lo miró
detenidamente.

— ¿Porqué no podría un hombre como yo


enamorarse de una mujer como usted?
Sinceramente es usted fascinante, señorita.

Elisa rio por primera vez ante él.

—No soy fascinante, solo soy yo. ¿Sabe? Nunca


deseé a ningún hombre porque sabía que al que
me gustaría amar nunca lo llegaría a conocer.

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— ¿Cree que se equivoca conmigo?

—No lo sé.

Elisa miró al suelo, esperando una respuesta


que terminará con toda aquella drama.

—Señorita, ¿desearía usted casarse conmigo?

Elisa levantó la cabeza y lo miró seria, él la


sonrió calidamente, entonces supo que ese no
era el fin si no el comienzo de algo nuevo junto
a la persona que siempre había esperado en
silencio y soledad. La persona amada. Y esa era
justamente Christopher Stoneridge.

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