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CINCUENTA AÑOS DE LÓGICA Y PSICOLOGÍA EN MÉXICO

Durante los primeros cincuenta años del presente siglo la vida en México ha sufrido
cambios notables, cuyas manifestaciones se pueden observar en los distintos dominios
de la actividad económica, social, política y cultural. La riqueza y la multiplicidad de los
acontecimientos que constituyen esta transformación social se acusan también, en forma
correspondiente y necesaria, dentro del campo de la cultura y la ciencia. De tal manera
que, al trazar brevemente los rasgos más salientes que ha tenido el desenvolvimiento de
la teoría que permite interpretar el proceso científico, estaremos siguiendo al propio
tiempo las fases más importantes del desarrollo general que México ha experimentado.
Porque, en último término, el carácter que la investigación científica asume en cada
época y en cada país es un resultado de las condiciones económicas, sociales y políticas
existentes y, a la vez, sus aportaciones producen una influencia definida en esas
condiciones, actuando sobre su desarrollo.
Al comenzar el siglo XX nos encontramos con los frutos maduros que el positivismo
mexicano había llegado a formar. El volumen de las obras escritas es cuantioso. En ellas
tenemos, por una parte, descripciones de los animales, vegetales y minerales que se
encuentran en el país y anotaciones acerca de los fenómenos metereológicos y
climatológicos, del relieve geográfico y de la constitución geológica le la república. Por
otro lado, se trata de libros de texto que ponen al alcance de los estudiantes los
conocimientos elaborados por mano ajena; en los cuales se insertan, algunas veces,
desarrollos originales sobre cuestiones de detalle, cuyo propósito principal es el de
presentar en forma más accesible la materia tratada. En todo caso, son trabajos de
recopilación de datos que, si bien son indispensables para la investigación, apenas
representan la
etapa acumulativa, preparatoria, de la elaboración científica. Por lo tanto, podemos
afirmar que, con el positivismo, no se llegó a esa fase de elaboración y que, en este
sentido, la ciencia mexicana se mantuvo en un atraso notable con respecto a la europea.
En cuanto a los escritos lógicos de los positivistas, en ellos podemos advertir la
evolución experimentada por la ciencia mexicana en su conjunto, como reflejo de las
condiciones que se habían creado. Cuando se introdujo la reforma de la enseñanza, la
lógica era considerada el instrumento indispensable para la investigación de la ciencia y
era estimada como un resultado de la observación experimental y de la reflexión
racional sobre los procedimientos seguidos en la labor investigadora. Entonces se
realizaron, incluso, algunas investigaciones originales sobre metodología, fundadas
rigurosamente en la observación y en la reflexión, como es el caso del ensayo de
Barreda sobre el cálculo infinitesimal. Pero en cambio, al paso que el régimen porfirista
fue tomando su fisonomía propia, las especulaciones lógicas involucionaron hacia el
libro de texto; y, por último, la lógica acabó por ser, en manos de los positivistas, una
disciplina normativa. Se abandonó el interés por explicar y profundizar los
procedimientos empleados en la ciencia, para concentrarla atención en el
establecimiento de reglas acerca de cómo deberían ser éstos, sin cuidarse para nada de
su eficacia. Así, con la obra de Porfirio Parra, Nuevo sistema de lógica inductiva y
deductiva, lo que empezó siendo expresión de la objetividad material de la ciencia
terminó por convertirse, en cierto modo, en manifestación de la subjetividad de una
norma ideal.
Aun cuando Parra afirma reiteradamente que su obra se funda en la "feliz tentativa"
hecha por Stuart Mill, para reconstruir la lógica sobre los escombros de la estructura
aristotélica, lo cierto es que se informa, en buena parte, en las especulaciones
escolásticas. En rigor, el intento de Mill consistió en formular una teoría inductiva
general, que comprendiera a las disciplinas científicas en su conjunto y que conformara
a la deducción misma como parte integrante de la inducción, o sea, como la fase inferior
y más simple del método inductivo. Parra, en cambio, invierte por completo la relación:
si Mill se empeñó en construir una lógica deductiva e inductiva, el filósofo mexicano
trató de elaborar la lógica inductiva y deductiva. En su texto, la jerarquía de las
operaciones lógicas culmina con la deducción; en tanto que la inducción es simplemente
su etapa preparatoria. Por lo demás, Parra se refiere con toda claridad a la posición
en que se coloca con respecto al problema del conocimiento. La solución
"propuesta por primera vez [. . .] por Berkeley" dice, "y de una novedad tan
extraordinaria que ha pasado varias veces por gentil extravagancia, consiste en no ver en
el contraste entre lo objetivo y lo subjetivo más que una oposición fenomenal, y no
substancial [. . .] se llama la doctrina idealista [. . .] [y es la que] adoptamos [. . .]". Ya en
estas condiciones, no es de extrañar que, a pesar de afirmar que los silogismos no son
formas universales de pensar, acabe por hacer su tratamiento en forma extensa y
detallada.
Sin embargo, poco después de la obra de Parra, en el año de 1909, encontramos en
las Nociones de lógica de Samuel García la expresión del desarrollo que el positivismo
había alcanzado en la provincia, y muy concretamente en Jalapa, Veracruz. En tanto que
en la capital de la república la especulación positivista había involucionado hacia el
idealismo de principios del siglo XVIII; en los estados, por el contrario, se había
desenvuelto en el sentido del materialismo científico contemporáneo. Así, Samuel
García expresa la posición en que se coloca con respecto al problema del conocimiento:
"El ser humano se encuentra, desde el principio de su desarrollo, colocado en un medio
que obra sobre él y a cuyas numerosas acciones responde con reacciones constantes [. .
.]. La conciencia, el sentido íntimo o el ser espiritual [. . .] ha venido a agregarse al
resultado de los cambios entre el organismo y el medio, para formar parte de este
conjunto como un epifenómeno capaz de modificar un tanto la dirección de los cambios,
pero incapaz de anularlos con su presencia". Después dice: "El conocimiento se refiere
al orden de la naturaleza, de la que el hombre forma parte integrante. Es cierto que en la
necesidad imperiosa que ha tenido el ser humano de explicarse los fenómenos naturales,
antes de poseer datos positivos suficientes para dar cima a este propósito, ha remontado
el vuelo en alas de su fantasía, más allá de las nebulosas menos perceptibles y ha
pretendido, y aún presumido, encontrar allí el postulado fundamental de todo
conocimiento, la esencia de todos los fenómenos, el término supremo en el que todo se
resume y tras del cual no queda ya nada". Pero, concluye Samuel García, "también es
cierto que cuando el hombre ha necesitado conocer a fondo los hechos de la naturaleza y
las relaciones que los ligan, para modificar a unos y otras en provecho propio, ha tenido
que descender del empíreo y estudiar las leyes que rigen a la materia en movimiento, y
las que gobiernan a las acciones y reacciones que, entre ella y la conciencia humana,
constantemente se están verificando".
Por otra parte, Samuel García se atiene en su exposición sistemática a los postulados
experimentales formulados por Claude Bernard, considerando a los principios de la
deducción simplemente como derivados y secundarios. Y, de modo consecuente, coloca
a la inducción como la operación lógica más elevada.
Con la Revolución no solamente se interrumpe la actividad científica, ya que se
concentran todos los esfuerzos en la lucha armada, sino que, cuando se vuelve a iniciar,
sigue cauces enteramente nuevos para México. Desde sus primeras manifestaciones,
cuando el país se ha pacificado, se advierte con toda claridad que en el dominio de la
ciencia se ha operado también una revolución. La antigua aspiración de que México
dispusiera de una información al día, con respecto al desarrollo universal de la ciencia,
se ha transformado en el anhelo, indudablemente superior, de que los hombres de ciencia
mexicanos participen activamente en la elaboración misma de la ciencia. La confianza
que los campesinos y los trabajadores ponen en sus propias obras, para construir un
México independiente y mejor, se comunica a los investigadores científicos. Pronto se
producen los primeros frutos. El último cuarto de siglo se distingue, justamente, por la
multiplicación creciente de los resultados obtenidos por los investigadores mexicanos en
varias disciplinas científicas, que han venido a enriquecer el patrimonio del
conocimiento para toda la humanidad. Y, como consecuencia necesaria, aunque
siempre posterior, la teoría de la ciencia ha recibido también un impulso para su
desarrollo.
Cerca de 30 años después de la obra de Samuel García, en 1938, se publica la Lógica
de la ciencia, escrita por Francisco Larroyo y Miguel Ángel Cevallos. Como se indica
en el título mismo, los autores consideran que la ciencia "se encuentra estrechamente
vinculada a la investigación particular [. . .] [y que] penetra el trabajo productivo de las
ciencias particulares, con el designio de señalar a través de qué formas objetivas del
pensar han obtenido sus múltiples verdades [. . .] [así] no pretende inventar las formas
del logos, [ya que] su tarea se limita a describirlas en el marco de la ciencia". Y agregan,
"como el logos se manifiesta en y por la ciencia, la estructura de la lógica no puede tener
tampoco un carácter estático. Al devenir de los principios y leyes de la ciencia
corresponde un devenir del logos". No obstante, estos propósitos enunciados tan
claramente, con respecto al tratamiento lógico de la ciencia, no se cumplen con toda
exactitud en el desarrollo del texto. Con el supuesto de la adopción de la filosofía
idealista crítica, Larroyo y Cevallos terminan por considerar a la lógica como "una
ciencia del origen del logos, es decir, una teoría de las formas del pensar que hacen
posibles los principios siempre nuevos de la ciencia". De este modo, y haciendo a un
lado el fundamento experimental de la ciencia, afirman que "la validez de cada nuevo
conocimiento [. . .] se valúa ante todo por su ausencia de contradicción, es decir, según
una ley lógica fundamental". Ya en el desarrollo sistemático de las distintas partes de la
lógica, Larroyo y Cevallos siguen una trayectoria oscilante: en ocasiones introducen
funciones completamente acordes con los procedimientos de la ciencia contemporánea;
pero, en otros casos, pretenden mantener como válidas algunas concepciones caducas, y,
entre unas y otras, se advierten soluciones de continuidad, de manera que el conjunto es
un tanto desorganizado e inconexo. Por último, llegan a introducir operaciones que no
tienen nada de lógicas, como el llamado "método fenomenológico" que, por lo demás,
ninguna ciencia utiliza. Con todo, la obra de Larroyo y Cevallos constituye un intento de
interpretación lógica de la ciencia contemporánea que supera, con mucho, a la mayor
parte de los textos escritos por autores de habla española. Por lo cual podemos decir que,
por la amplia difusión alcanzada por ella, ha ejercido una influencia positiva entre la
juventud para la comprensión de la ciencia.
En 1949, José Montes de Oca y Silva publica un estudio acerca del Método
dialéctico, destinado a formar parte de una obra mayor, "Prolegómenos a la filosofía de
la historia", que tiene en preparación. En este ensayo hace un examen crítico del
desarrollo histórico del materialismo y del desenvolvimiento de la dialéctica en la
historia de la filosofía, para llegar, finalmente, a caracterizar al materialismo dialéctico.
"Aceptamos el materialismo dialéctico", dice, "en cuanto es simplemente un método
historiográfico [. . .] [pero] no únicamente como un método de investigación, sino
también como un método de sistematización y de síntesis". E insiste aún más, "el
materialismo histórico, más que un sistema habrá que considerarse como un método,
como una guía que nos oriente en el laberinto de los hechos históricos, como un camino
por emplear en la indagación de la historia. Finalmente, Montes de Oca se preocupa por
destruir el mal entendido de que el materialismo histórico sea un economismo de la
historia. Precisa que si bien el proceso de producción y de reproducción de la vida
material de la sociedad es, en última instancia, el momento determinante de la historia,
en cambio, la afirmación de que el momento económico sea el único determinante es
una frase carente de sentido, abstraccionista y absurda.
Por nuestra parte, en 1950 publicamos la obra La ciencia de la lógica. Los
propósitos que nos animan en ella son los siguientes: contribuir a poner de manifiesto el
funcionamiento de las leyes del pensamiento en su operación dialéctica y de
descubrimiento y a destacar las conexiones existentes entre estas mismas leyes, ya que
consideramos que los problemas lógicos fundamentales son aquellos que surgen en la
tarea de la indagación de nuevos resultados, en el progreso de lo desconocido a lo
conocido. Partiendo de la concepción general de que existe una identidad esencial entre
las leyes del pensamiento y las leyes de la naturaleza y de la sociedad, intentamos
aportar pruebas suficientes para verificar el carácter fundamental de este principio; y, en
este sentido, procuramos realizar una tarea científica, al exhibir la conversión de un
postulado indispensable en fundamento comprobado. No tratamos de presentar un
desarrollo lógico más o menos consistente en sí mismo, y plausible, que resultara
aplicable desde el exterior a la investigación científica; por lo contrario, nos esforzamos
por poner de manifiesto cómo las funciones y las leyes lógicas que desarrollamos se
desprenden de las propias operaciones investigadoras y de sus resultados. Finalmente,
intentamos mostrar cómo las conexiones y acciones recíprocas entre las leyes y las ope-
raciones lógicas son el correlato y la reflexión de las acciones mutuas y conexiones que
se manifiestan objetivamente en el dominio científico, y que, en último término,
corresponden necesariamente a las interconexiones y a las influencias recíprocas que
existen en los procesos de la naturaleza y la sociedad, y que éstos imponen a las ciencias
en general y a la lógica en particular.
Con respecto a la psicología, tenemos que afirmar que nuestro país no ha sido campo
propicio para su cultivo. Hasta ahora no han surgido investigadores mexicanos que
hayan hecho aportaciones a la psicología. Su aprendizaje se realiza, por lo tanto, a través
de la cátedra. Desde fines del siglo pasado, la asignatura ha formado parte de los planes
de estudio de las escuelas preparatorias y normales. A partir de 1937, por iniciativa de
Ezequiel A. Chávez, Francisco Larroyo y Miguel Ángel Cevallos, se establecieron en la
Facultad de Filosofía y Letras los cursos que permiten la obtención del grado de Maestro
en Psicología y, después, el de Doctor en Filosofía especializado en Psicología. Además,
tanto en la Escuela Normal Superior como en la Escuela Normal de Especialización se
imparten materias psicológicas.
Se han hecho algunos intentos por establecer servicios de orientación profesional;
pero, en todo caso y por desgracia, han resultado efímeros. Sin embargo, podemos
abrigar esperanzas de que en un futuro próximo se establezcan centros universitarios
para la investigación psicológica general y laboratorios industriales y escolares para la
experimentación en sus ramas de aplicación.
Por lo que hemos expuesto, puede apreciarse la importancia que tienen las
investigaciones sobre filosofía de la ciencia. Tanto para el desarrollo de la ciencia como
para el desenvolvimiento de la filosofía, es indispensable que se realice constantemente
el análisis riguroso y sistemático de la estructura que adoptan todas y cada una de las
ciencias naturales y sociales, así como de las modificaciones que se introducen en dicha
estructura a medida que avanza el conocimiento científico. Igualmente, es necesario que
se efectúe el examen estricto de los fundamentos en que se apoyan las investigaciones
emprendidas dentro de cada disciplina científica, para someterlos a crítica. Además, es
preciso trabajar continuamente sobre los procedimientos utilizados en las diversas
ciencias, para llegar a formular los métodos generales y las modalidades particulares a
que deben someterse en las distintas clases de problemas que el conocimiento tiene que
resolver. Por último, la elaboración de una concepción del mundo que se encuentre de
acuerdo con los resultados más recientes de la investigación solamente puede lograrse
sobre la base de acometer sin descanso la tarea de analizar y sintetizar dichos resultados
y de encontrar sus conexiones recíprocas con los anteriores, apenas se produzcan
aquéllos.
Con apoyo en las consideraciones apuntadas y estimando que en nuestro país
solamente se han hecho escasos trabajos sobre teoría de la ciencia, y siempre de modo
esporádico y no organizado, se impone la necesidad de crear la institución adecuada para
la organización y la realización sistemática de estas actividades: el Instituto de Filosofía
e Historia de la Ciencia.

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