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1. Su carácter peninsular.
Este es el primer rasgo que sobresale del territorio español. El enorme cuadrilátero
que forma el solar hispano, semejante a una piel de toro extendida, según el geógrafo
griego Estrabón, está unido al continente europeo por un istmo de 440 Km de largo, de
gran estrechez, que se corresponde con la cordillera pirenaica, lo cual acentúa aún más
el carácter peninsular de España.
Todo esto contribuye a que el aislamiento de la península Ibérica sea mayor que el de
cualquier otra península europea, tales como la balcánica o la italiana.
España, por su posición avanzada hacia el poniente u oeste, es, al mismo tiempo,
el país más próximo al continente africano. Tan solo 14 kilómetros la separan de
las costas africanas a través del estrecho de Gibraltar.
Como consecuencia de esta situación geográfica, la Península está incluida dentro del
área del clima mediterráneo y ocupa una posición excéntrica respecto del continente
europeo.
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La elevada altitud media sobre el nivel del mar. España presenta una altitud
media de 660 metros, lo que la convierte en el segundo país más montañoso de
Europa, después de Suiza (1300 metros), superando en más del doble la media
europea (297 metros). Esta elevada altitud es consecuencia de la existencia de la
Meseta castellana y no de la presencia de altas cumbres, ya que su nivel medio
se halla entre los 600 y los 800 metros.
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carácter de España como lugar de encuentro. Así lo demuestran los flujos migratorios
procedentes, en la actualidad, de África o América Latina.
España es el país europeo más próximo al continente africano, por lo que se ha dicho en
muchas ocasiones que el estrecho de Gibraltar, más que frontera, es un puente que une
África con Europa a través de España.
Sin embrago, no son menos importantes las relaciones que mantiene España con el
continente americano. Conviene destacar que España controla uno de los pasos por los
que discurre la navegación marítima en el sentido de los paralelos; gracias al estrecho de
Gibraltar y a los canales de Suez y Panamá, hoy es posible circular de Asia a América
por el Mediterráneo y por el Atlántico sin tener que rodear ambos continentes.
Por otro lado, la posición de las islas Canarias y la situación de los puertos españoles de
litoral atlántico, próximos al circuito de las corrientes marítimas que facilitan la
navegación por este mar, son elementos que refuerzan este carácter de avanzada o
lanzadera que tiene España en las relaciones con el continente americano.
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4. La orientación dominante oeste-este de las unidades del relieve peninsular.
Esta orientación coincide con los paralelos geográficos y tiene claras consecuencias
geográficas, relacionadas, por ejemplo, con la desigual distribución de las
precipitaciones en el interior de la Península.
El resultado de todo esto es una paradoja según la que la península Ibérica es «la más
peninsular de todas las penínsulas mediterráneas», ya que, debido a la amplitud de su
contorno y a la brevedad del istmo, se convierte en un pequeño continente cuyo interior
se halla protegido por las montañas exteriores.
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Las existentes en el interior de los macizos antiguos, situadas sobre fragmentos
hundidos del viejo zócalo paleozoico, que han sido rellenadas por los aportes
sedimentarios, cuyos mejores ejemplos son la cuenca del Duero y la Mancha.
Las situadas entre los bordes de los macizos antiguos y las cordilleras alpinas, que
ocupan antiguos golfos marinos o brazos de mar, igualmente colmatados por los aportes
sedimentarios, en este caso procedentes de las cordilleras alpinas recién surgidas, de
gran altitud, materiales blandos y, en consecuencia, fáciles de erosionar. Son las
depresiones del Ebro y del Guadalquivir.
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constituyentes son de la Era Primaria y entre ellas abundan los granitos, las
pizarras, los gneis y otras de composición silícea.
Entre las rocas constitutivas abundan las pizarras y cuarcitas, duras y muy
resistentes a la erosión. En los piedemontes se han acumulado depósitos de
materiales de tamaño irregular, denominados rañas.
La Meseta está rodeada, por todas partes menos por el oeste, por cadenas
montañosas que la envuelven y la aíslan de la influencia oceánica, confiriendo a las
tierras un acusado carácter continental. Los rebordes que lo integran son:
Con respecto a los Montes de León, hay que destacar que sus cumbres se elevan por
encima de los 2000 metros.
Las mayores altitudes conservan importantes huellas del glaciarismo. Entre éstas
destaca el lago de Sanabria, el mayor lago español de origen glaciar, centro de un
importante parque natural y lugar de referencia cultural.
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Bajo su aparente unidad se oculta una gran variedad interna, distinguiéndose:
3. Loa Montes Vascos, que se extienden entre la cornisa cantábrica y los Pirineos.
Culminan en Aitzgorri y Peña Gorbea, y presenta semejanzas con el sector
central de la cordillera. Tienen una gran personalidad geográfica por su situación
entre el País Vasco, la Meseta y el valle del Ebro.
El Sistema Ibérico. El borde oriental de la Mesta está ocupado por el Sistema Ibérico.
Entre los rasgos más sobresalientes de esta cordillera destaca el ser el único sistema
montañoso español de importancia que se orienta de noroeste a sureste. Se extiende
desde las estribaciones meridionales de la Cordillera Cantábrica hasta el mar
Mediterráneo, cerrando por el este la cuenca del Duero y la llanura manchega.
Su origen guarda relación con la primitiva inclinación de la Meseta hacia el este, lo cual
permitió la acumulación de gran cantidad de sedimentos en esta dirección; y con la
fuerza del plegamiento alpino, que dio lugar a una cordillera en la que la cobertera de
materiales sedimentarios plegados reposa sobre el zócalo paleozoico.
En su trayectoria se distinguen dos partes delimitadas por el río Jalón, afluente del Ebro
por el que discurren las vías que comunican el valle del Ebro con la Meseta.
La parte septentrional cuenta con importantes sierras (Demanda, Urbión), que suman a
su importancia orográfica, su condición de núcleo dispersor de aguas hacia las cuencas
hidrográficas del Duero y del Ebro.
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Su importancia como cordillera responde más a su carácter rectilíneo y a su continuidad
a lo largo de más de 400 Km de recorrido que a su escasa altitud, pues sólo alcanza los
1323 metros en sierra Madrona, aunque en su interior transmite una acusada sensación
de relieve.
Ofrece un caso notable de disimetría entre sus laderas norte y sur, concretado en el
escalón que ha de salvarse para acceder a ella desde la Meseta o desde el valle del
Guadalquivir, casi inapreciable en el primer caso y muy pronunciado en el segundo.
Se integran en dos grandes conjuntos: uno septentrional, formado por los Pirineos,, la
cordillera Costero-Catalana y la depresión del Ebro; y otro meridional, integrado por las
cordilleras béticas y la depresión del Guadalquivir.
Los Pirineos. Ocupan el istmo peninsular desde el golfo de Vizcaya hasta el cabo de
Creus. Se extienden a lo largo de 435 Km y forman una barrera montañosa robusta y
compacta que constituye una frontera de clarísimas repercusiones geográficas.
En realidad se trata de dos grandes conjuntos anticlinales: el que está en contacto con el
Pirineo central es de mayor altura y lo forman las denominadas sierras interiores,
integradas, entre otras, por Collarada, Tres Sorores y Monte Perdido; y la alineación
compuesta por las sierras exteriores, de menor altura, entre las que destacan Leyre,
Guara y Montsech. Entre ambas alineaciones se intercala la depresión media
prepirenaica.
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a) La ausencia casi total de valles longitudinales y el predominio de los
transversales, orientados de norte a sur, y que son obra del encajamiento
profundo de la red fluvial.
La depresión del Ebro. Comprende las tierras bajas del noreste peninsular. Su génesis
y evolución geomorfológica están asociadas a los sistemas montañosos de su contorno.
Inicialmente fue un brazo de mar cuya comunicación con el océano quedó interrumpida
a medida que el plegamiento alpino elevaba los relieves ibéricos y pirenaicos. Desde
mediados de la Era Terciaria quedó reducido a un lago en el que se depositaban los
materiales que la erosión excavaba de las montañas recién formadas.
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El núcleo de toso el sistema lo forma la denominada cordillera Penibética, que se
levanta bruscamente ante el litoral y contiene las sierras de mayores alturas: Ronda y
Sierra Nevada, entre otras. En esta última están las mayores alturas del sistema: el
Mulhacén (3478m).
La depresión del Guadalquivir. Ocupa el espacio que se extiende entre las cordilleras
béticas y Sierra Morena. Es una amplia depresión en forma triangular abierta al océano
Atlántico, del que recibe la influencia marítima. Está recorrida por el río Guadalquivir,
que ofrece la particularidad de no discurrir por el centro de la depresión, sino adosado a
Sierra Morena, lo cual es indicativo de su proceso de formación.
Las formas más características de la depresión del Guadalquivir son sus campiñas,
tierras llanas suavemente onduladas que han sido objeto de explotación agraria desde la
antigüedad. Asimismo, aguas debajo de Sevilla, y a escasísima altura sobre el nivel del
mar, se sitúan las marismas, cuya condición de zonas húmedas fue uno de los
principales argumentos para la declaración del Parque Nacional de Doñana.
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Es en Mallorca, en razón de su tamaño, donde se hallan mejor representados los
caracteres originales del relieve. Éstos se sintetizan en la existencia de dos cadenas
montañosas y una depresión interior: al noroeste se sitúa la sierra de Tramontana, que
contiene la mayor elevación del archipiélago (Puig Major, 1445 m); al sureste se
extiende la denominada sierra de Levante y, entre ambas, la llanura central.
La isla de Menoría se diferencia del resto del archipiélago por su vinculación con la
cordillera Costero-Catalana, hecho perceptible en la naturaleza del roquedo e, incluso,
en su particular forma y orientación.
Los grandes centros de acción son dos: la depresión semipermanente de Islandia, que
empuja hacia nuestras costas vientos fríos y húmedos del Atlántico; y el anticiclón de
las Azores, responsable del tiempo seco y soleado. El triunfo sobre el territorio
peninsular de uno de estos dos centros de acción será el causante de la alternancia de
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tipos de tiempo. Cuando sobre la Península se extiende el anticiclón de las Azores,
impidiendo el paso de las borrascas procedentes del norte y del Atlántico, domina el
tiempo seco y soleado; esto ocurre en verano. En caso contrario, el tiempo es lluvioso y
frío, lo que sucede en invierno.
Entre el aire polar y el aire tropical se sitúa el frente polar atlántico, que no es sino el
reflejo en superficie del jet stream correspondiente en altura. En su seno se originan
frecuentes borrascas, que dan lugar a intensas precipitaciones.
El jet stream y el frente polar se desplazan unos grados hacia el sur o hacia el norte en
invierno y en verano, siguiendo el ritmo de las estaciones astronómicas, es decir,
siguiendo el movimiento aparente del Sol entre los trópicos. Durante el invierno, jet
stream y frente son empujados hacia el sur por el anticiclón polar, barriendo a su paso
intensos aguaceros. En verano se repliega hacia el norte, hasta situarse hacia los 55º o
60º de latitud, por lo que la Península queda bajo la influencia del tropical cálido,
principal responsable del tiempo seco y caluroso de los meses centrales del año.
Factores geográficos
Una serie de factores geográficos matizará, a veces con cierta intensidad, los
presupuestos teóricos nacidos de la circulación atmosférica y de la localización de la
Península en la fachada occidental de las latitudes medias. Los de mayor importancia
son el relieve, la distancia, la apertura o el aislamiento respecto al mar.
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2. La situación de la Península entre dos mares de características contrapuestas, el
Atlántico y el Mediterráneo, aporta al clima nuevos matices, como la
suavización de las temperaturas, característica de los climas marítimos.
2. La España seca. Es un área muy amplia delimitada, por las isoyetas de 300 y 800
mm anuales, y abarca el 72% del territorio peninsular. Incluyendo las dos
submesetas, los valles del Ebro y del Guadalquivir, zonas de Levante y
Cataluña, y la mayor parte de los archipiélagos. Las causas de la disminución de
las precipitaciones son, por un lado, el debilitamiento de los flujos atlánticos a
medida que penetramos hacia el interior de la Península; y por otro, cuanto más
al sur, mayor es la influencia del mundo tropical.
3. La España árida. Se corresponde con aquellos lugares que reciben menos de 300
litros de precipitaciones totales anuales. Se localiza en su mayor parte en el
sureste peninsular y en el flanco levantino, e incluye también algunas comarcas
dispersas del interior peninsular, como las altiplanicies granadinas y el bajo
Ebro.
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La atonía de las precipitaciones se explica, en unos casos, por el efecto de pantalla que
ejercen los relieves cercanos frente a la dirección predominante de los flujos lluviosos;
en otros, por su posición interior.
Aunque las temperaturas medias anuales de la costa y las del interior no difieren en
exceso, sí lo hacen las amplitudes térmicas, que nos alejamos del litoral. Los valores
más altos se corresponden con las submesetas norte y sur- de 20 a 21º C y de 17 a 21º C,
respectivamente-, seguidas del valle del Ebro y de las campiñas béticas. Las causas
habría que buscarlas en la escasa influencia marítima de estas zonas. El resultado será
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un fuerte enfriamiento del aire en invierno y un notable recalentamiento en la estación
estival.
El clima oceánico se extiende por la zona norte, desde Galicia hasta el Pirineo
occidental, sometida a la influencia directa del jet stream y del frente polar, y
ampliamente abierta al Atlántico. Se caracteriza por sus elevadas precipitaciones
anuales, siempre superiores a los 800 mm. La temperatura media anual oscila entre 13º
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y 14º C y al estar todo el año sobre la influencia de los flujos marítimos, las oscilaciones
térmicas son muy débiles, con inviernos templados y veranos frescos.
Las temperaturas medias anuales oscilan entre 10º y 14º C y la amplitud térmica es muy
elevada como consecuencia del frío invernal y del recalentamiento estival. De uno a seis
meses las temperaturas medias no superan los 6º C y las heladas son abundantes. Las
causas de estos caracteres térmicos hay que buscarlas en la atenuación de la influencia
marítima, bien por la lejanía del mar, bien por la existencia de sistemas montañosos que
obstaculizan la llegada de los flujos marítimos.
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Este subtipo climático se prolonga por las altiplanicies de Andalucía oriental y el
surco intrabético, pero, en este caso, la ya considerable distancia del océano
Atlántico, de donde proceden las masas de aire húmedo, hace que las
precipitaciones sean escasas, entre 300 y 600 litros anuales. La continuidad y,
sobre todo, la considerable altura media de la zona, originan un medio
ecológico hostil, caracterizado por una baja temperatura media anual (entre 13 y
15º C), un invierno muy largo y frío con fuertes heladas, un verano cálido y
prolongado, y la tendencia a acortarse las estaciones intermedias de primavera y
otoño
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El clima del archipiélago canario
La cercanía de Canarias a los trópicos hace que las islas se vean poco afectadas
por la circulación del oeste, situándose bajo la influencia del anticiclón de las Azores, el
aire tropical atlántico y los vientos alisios del noroeste. Además, la corriente marina fría
de Canarias y la disposición del relieve añaden nuevos contrastes a un clima de claras
influencias tropicales
Las precipitaciones totales anuales no son muy abundantes, de 250 a 500mm, incluso
hay áreas que no alcanzan aquel umbral mínimo. Su régimen es similar al mediterráneo,
con un máximo de invierno, debido al descenso latitudinal de las borrascas o la llamada
gota fría de Canarias, y con un mínimo estival.
El relieve insular genera considerables contrastes; por una parte, como consecuencia de
la altura; por otra, por la distinta orientación de las laderas
En algunas zonas, como en las laderas de Tenerife y de Las Palmas, se produce el
llamado “mar de nubes”, una banda nubosa estratiforme que se extiende entre los 500 y
los 1500 metros, y que tiene cierta importancia como forma de precipitación invisible,
al mantener mojados el suelo y la vegetación en verano.
Las temperaturas medias anuales se sitúan entre los 19 y los 21º C, y la oscilación anual
es débil, de 5 a 7º C.
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4. Alternancia entre cursos de agua y sistemas montañosos. Esta favorecido
por la disposición paralela del relieve. De hecho, nuestros grandes ríos se sitúan entre
dos sistemas montañosos y el curso fluvial es más o menos paralelo a los ejes de las
cordilleras, desde los cuales descienden los afluentes transversalmente hacia el cauce
principal. Así se explica que los ríos que discurren por zonas de pocas precipitaciones
puedan tener un caudal considerable gracias al agua procedente de las montañas.
El caudal guarda relación con el tamaño de los ríos y que, en general, los más largos son
los más caudalosos. Los caudales descienden de norte a sur.
Así, los ríos de mayor caudal (Duero, Ebro) pertenecen al tercio septentrional de la
Península; el Tajo se sitúa en un nivel intermedio; y el Guadiana y el Guadalquivir que
son los menos caudalosos, ocupan la parte meridional.
Aunque los datos de caudal absoluto de los ríos son muy expresivos de su magnitud, no
informan acerca de si la cantidad de agua que transporta un río es consecuencia de la
abundancia de precipitaciones o de que drena una superficie muy grande. Por ello, la
noción de caudal absoluto ha de complementarse con la de caudal relativo, que es la
noción que realmente nos permite hablar de la caudalosidad de los cursos de agua.
Atendiendo a los datos de caudal relativo de los grandes ríos, podemos establecer una
jerarquización de los mismos de acuerdo con su importancia hidrológica y ponerla en
relación con los elementos del clima. Así quedan de manifiesto las diferencias entre ríos
muy caudalosos, como el Miño o el Nalón, que drenan cuencas reducidas de clima
atlántico, y ríos de escaso caudal, como el Guadiana y el Júcar, que avenan cuencas
mayores pero de clima mediterráneo.
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El régimen de los ríos peninsulares
Resulta por eso más conveniente sustituir la noción de caudal por la de coeficiente, que
consiste en relacionar el caudal medio anual (módulo) con los caudales medios
mensuales. Así, el coeficiente 1 equivale al valor del caudal medio.
En el primer caso, el tiempo que media entre la caída del agua y su evacuación por los
ríos es muy escaso, siempre y cuando los suelos se hallen saturados. En el segundo caso
pueden transcurrir varios meses, pues depende de la persistencia de las bajas
temperaturas y del momento en que se alcance la fusión de las nieves. Entre unos y
otros regímenes existen situaciones intermedias según predomine en el mismo la nieve
o el agua.
La mayoría de los ríos españoles son de alimentación pluvial, por lo que se observan
regímenes diferentes de acuerdo con la variedad climática de la Península.
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elevado coeficiente a finales de primavera y verano, y un prolongado estiaje, de mínimo
coeficiente, durante los meses en los que las temperaturas son lo suficientemente bajas
como para impedir la fusión de las nieves. En las zonas adyacentes a las grandes cimas
aparece el denominado nival de transición, que en realidad es el régimen nival algo
degradado
En las restantes cumbres montañosas, que tienen la altura suficiente como para recibir
precipitación en forma de nieve y retenerla durante varios meses (Sistema Central,
cordillera Ibérica, Sierra Nevada), surgen los regimenes nivo-pluvial y pluvial-nival,
cuyos caracteres son muy parecidos a los del régimen nival, sólo que atenuados en
intensidad y con crecidas levemente anticipadas en el tiempo.
Los regimenes fluviales comentados se presentan en toda su pureza en ríos cortos, pero
no así en los largos.
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Factores derivados de la acción humana:
Con independencia de la merma de caudal que suponen los antedichos usos del agua, su
retención en pantanos altera el régimen del río, cuyas aguas dejan de fluir conforme a
las secuencias marcadas por la naturaleza para hacerlo conforme a la voluntad humana,
que ha logrado domesticar a los ríos
Los ríos peninsulares vierten sus aguas al mar Cantábrico, al océano Atlántico y
al mar Mediterráneo. Cada una de estas vertientes recibe unos ríos que se diferencian
por sus características físicas y por su régimen fluvial.
Los ríos de la vertiente cantábrica son cortos y caudalosos. Cortos por la proximidad de
la cordillera Cantábrica al mar y por tener su nacimiento a considerable altura y a escasa
distancia de su desembocadura, en su recorrido han de salvar un gran desnivel; son
caudalosos por la abundancia de precipitaciones y carecen de estiajes acusados por la
regularidad de las precipitaciones que los alimentan.
En la vertiente atlántica desembocan los grandes ríos de la Meseta, así como el Miño,
atlántico por su lugar de desembocadura, pero que no comparte rasgos con los restantes
ríos de su vertiente, pues a todos los efectos es un río de la España húmeda Adaptados a
las condiciones del relieve y a la inclinación de la Meseta, los ríos atlánticos son largos
y de pendiente muy suave. Conforme a la distribución espacial de las precipitaciones,
disminuyen de caudal a medida que se sitúan más al sur, siendo la cantidad de agua que
transportan un reflejo de las condiciones climáticas de la España seca y de la
irregularidad del clima mediterráneo. Su régimen se ve enriquecido por los grandes
afluentes, en particular los que tienen su nacimiento en las montañas, cuyas aguas
vienen a atenuar los contrastes estacionales de caudal.
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con su principal afluente, el Sil. Desemboca en Tuy, tras servir en último trecho
de frontera entre España y Portugal. Tiene una longitud de 343 Km y es uno de
los ríos más caudalosos de España, pese a disponer de una superficie de cuenca
muy reducida.
Tajo. Es el río más largo de la península Ibérica (1202 Km). Nace en la sierra de
Albarracín (Teruel), y discurre entre el Sistema Central y los Montes de Toledo,
pasando por Aranjuez, Toledo, Talavera de la Reina y Alcántara. Desemboca
cerca de Lisboa, en el mar de la Paja, formando el estuario del mismo nombre.
Sus principales afluentes son el Jarama, el Guadarrama, el Alberche, EL Tiétar y
el Alagón.
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el Pirineo descienden el Aragón, el Gállego y el Segre, y desde el Sistema
Ibérico, el Jalón, con su afluente, el Jiloca.
Con objeto de aprovechar el agua que fluye por los ríos, en España se ha construido en
el último siglo un gran número de embalses, especialmente en la década de los 60. El
momento de máxima actividad constructiva coincidió con los Planes de Desarrollo
Económico, el gran crecimiento de las ciudades y el éxodo rural, donde el agua era un
elemento imprescindible para el desarrollo.
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huella palpable de la acción humana sobre el medio y tiene notables repercusiones en la
fauna.
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a) La región eurosiberiana. Ocupa la fachada atlántica, el macizo pirenaico y las
cumbres de los sistemas Central e Ibérico. Se caracteriza por una vegetación
exuberante, como corresponde a un clima de temperaturas suaves y humedad
abundante y bien distribuida a lo largo del año. Estas condiciones,, unidas a las
características del suelo, permiten el desarrollo de un bosque caducifolio que
alcanza de 25 a 30 metros de altura y cuya frondosidad reduce
considerablemente el acceso de la luz solar hasta el suelo, dificultando el
desarrollo de los estratos arbustivo y herbáceo.
La destrucción parcial de los bosques de hayas y de robles dio paso a la introducción del
castaño y, después, a su sustitución por el pino, en un claro intento de orientar el bosque
hacia la explotación maderera.
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En su fase clímax, el bosque mediterráneo tiene como especie más
representativa la encina. La gran extensión ocupada por la encina obedece a su
carácter acomodaticio, que le permite ocupar suelos y climas diversos, y
alcanzar altitudes de hasta 1000 metros en la meseta septentrional y de 2000
metros en Sierra Nevada, gracias a su capacidad para resistir las frías
temperaturas invernales.
El piso bajo tiene muy poca humedad y, por ello, carece de vegetación arbórea;
su lugar lo ocupa un matorral, cuyas especies más representativas son el cardón
y la tabaiba. Le sigue un piso intermedio de tránsito hacia el bosque de
laurisilva, que aparece por encima de los 500 metros de altitud, coincidiendo con
el mar de nubes donde se condensa la humedad que transportan los vientos
alisios. Por encima aparecen los bosques de coníferas, particularmente el pino
canario y algunos cedros dispersos. A partir de aquí la degradación es muy
rápida y surge un desierto rocoso en el cual todavía perviven algunas especies
florísticas endémicas.
La natalidad y la fecundidad
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considerada en su conjunto; en cambio, la fecundidad es un fenómeno relacionado con
los nacidos vivos considerados desde el punto de vista de la mujer en edad de procrear,
y no en el conjunto de la población.
Hoy se consideran que los motivos son múltiples y complejos; junto a causas de
índole económica (coste de la crianza de los hijos, aumento del nivel de renta), existen
también razones de tipo sociológico, cultural e institucional, sin olvidar las
estrictamente demográficas. En la actualidad, destaca el desarrollo de la
industrialización, la urbanización y la secularización, junto a otros factores como:
La distribución espacial
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La mortalidad
Evolución de la mortalidad
Hasta finales del siglo XIX la población española se caracterizaba por las altas tasas de
mortalidad y la baja esperanza de vida. En la actualidad, la tasa bruta de mortalidad se
encuentra en torno al 8,5 por mil, un nivel a partir del cual resulta ya muy difícil seguir
bajando.
La mortalidad infantil ha seguido una trayectoria muy similar. A principios del siglo
XX, el valor de la tasa estaba en el 181 por mil y el descenso se precipitó en la década
de los 1940 y 1950; en los años 1970 se alcanzaban ya unas tasas del 24 por mil. En las
últimas décadas continuó bajando y hoy se encuentra en torno a un 6,0 por mil, un nivel
similar al de los países con tasas de mortalidad más bajas.
La esperanza de vida al nacer evolucionó también a valores muy positivos a lo largo del
siglo XX a causa del descenso de la mortalidad. A principios de ese siglo se encontraba
en torno a los 35 años y en la actualidad es de unos 78 años.
Causas exógenas:
Causas endógenas:
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1. Avances médicos.
En la actualidad, las comunidades con una tasa de mortalidad más alta son: Asturias,
Aragón, Baleares y Galicia; en cambio, las tasas más bajas corresponden a Canarias,
Madrid, Región de Murcia, Andalucía y Cataluña; sin embargo, utilizando el indicador
de la esperanza media de vida, las regiones del norte presentan índices más positivos
que las del sur.
El crecimiento natural
El crecimiento natural ha tenido una tendencia positiva desde finales del siglo XIX,
debido al continuo descenso de la mortalidad y a la más lenta reducción de la natalidad.
No obstante, se pueden establecer diferentes etapas:
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mortalidad; esta caída ha tenido lugar de manera muy brusca. En consecuencia,
se ha producido una fuerte reducción de la tasa de crecimiento natural en un
corto periodo de tiempo, pasando del 1,1% en 1977 al 0,2% en 1999. en los
últimos años se ha iniciado una tímida recuperación.
Las razones que mueven a las personas a desplazarse pueden ser muy diversas. Por ello,
se alude a un contexto económico-social. En general, se está de acuerdo en que existe
una motivación económica: la búsqueda de un empleo en otro lugar, que permita
mejorar la situación económica y, en consecuencia, las condiciones de calidad de vida y
bienestar social. Además, cada etapa presenta sus propias características en cuanto a
condiciones sociales, económicas o políticas que influyen en el proceso.
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1. Las migraciones exteriores
b) La emigración a ultramar fue importante durante la primera mitad del siglo XX.
Los países de destino fueron Argentina, Cuba, Brasil, México y Uruguay y, más
tarde, Estados Unidos y Canadá. Estuvo protagonizada por campesinos gallegos,
asturianos y canarios de escasos recursos. La emigración a Latinoamérica se
prolongó hasta los años 1930, época en la que la crisis económica obligó a esos
países a poner restricciones a la entrada de extranjeros.
c) La emigración a Europa fue muy importante entre los años 1960 y 1970.
Durante la primera mitad del siglo XX, la emigración española a Europa tuvo
como país casi exclusivo a Francia. Fue una corriente de agricultores levantinos
que acudían a satisfacer las necesidades de mano de obra del campo francés y
que se incrementó con los españoles que se vieron obligados a emigrar a causa
de la Guerra Civil; así, la presencia de españoles en Francia a comienzos de la
Segunda Guerra Mundial se estima en unas 800000 personas.
En esta emigración a Europa, las comunidades que más efectivos aportaron fueron
Andalucía y Galicia.
La entrada de divisas.
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Entre las repercusiones negativas destacan:
Evolución histórica
Las migraciones interiores presentan dos etapas: la primera transcurre desde el siglo
XIX hasta 1950; la segunda, desde esa fecha hasta el presente.
a) Desde el siglo XIX hasta la primera mitad del siglo XX, la cuantía de estos
desplazamientos no fue grande; no obstante, la industrialización de Barcelona y
el País Vasco y las obras públicas iniciadas en otras grandes ciudades durante la
dictadura de Primo de Rivera intensificaron las migraciones interiores, pero la
Guerra civil y los años de posguerra hicieron disminuir los desplazamientos.
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Las provincias más beneficiadas por la afluencia de emigrantes fueron Madrid,
Barcelona y Valencia, a las que siguieron Vizcaya, Girona, Tarragona, Alicante
y Sevilla, las regiones generadoras de emigrantes fueron Extremadura, Castilla-
La Mancha y Andalucía oriental.
Nuevas tendencias
a) Para las zonas que actúan como focos de atracción, los emigrantes suponen un
cambio positivo sobre el crecimiento real, la estructura demográfica y la
dinámica natural. Los emigrantes se convierten en la base del crecimiento
demográfico de muchas áreas urbanas, tanto por el aporte directo que suponen
como por su repercusión sobre la fecundidad, al ser una población
mayoritariamente joven. Así, la estructura por edad se ve rejuvenecida; la
población activa, incrementada, y la natalidad y la fecundidad, revitalizadas. En
el plano social, el aporte de nuevos contingentes es considerado como un factor
que acentúa la riqueza y la diversidad cultural; en el plano económico, se
produce una mejora en la oferta de mano de obra y una mayor concentración de
recursos humanos.
Pero también las zonas de inmigración se ven obligadas a asumir nuevos costes
para satisfacer las demandas de una población en crecimiento: nuevos
equipamientos e infraestructuras, mayor número de viviendas, etcétera.
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de las actividades económicas. La emigración supone una mejora de la renta
para los que permanecen.
Globalmente, las migraciones interiores han sido las causantes de fuertes desequilibrios
en la distribución de la población; en consecuencia, han propiciado la aparición de
zonas de fuerte concentración poblacional frente a la desertización demográfica de
otras.
Durante los últimos treinta años, los extranjeros residentes legalmente en España han
pasado de 65000 a 400000. Entre 1989 y 1998, el crecimiento ha sido muy rápido,
aunque apenas presenta el 1% de la población total española, porcentaje inferior al de
otros países de la UE.
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un refugiado, según la definición de la Convección de las Naciones Unidas de
1951, es «aquella persona que a causa de fundados temores de ser perseguida
por motivos de raza, religión, nacionalidad u opinión política, se encuentra fuera
del país de su nacionalidad y no puede o no quiere acogerse a la protección de
ese país, o que, por carecer de nacionalidad y estar fuera del país donde antes
tenía su residencia habitual, no puede o no quiere regresar a él».
La ciudad preindustrial
Gran parte de las ciudades más importantes del país presentan un largo pasado
histórico; cada época ha dejado su impronta, más o menos perdurable, en la
configuración de la ciudad, de tal manera que la imagen actual está determinada por las
sucesivas adecuaciones de la ciudad a cada momento histórico.
a) Tras la etapa preurbana, las primeras ciudades de la Península son de la época de
la colonización fenicia, púnica y griega (siglo VIII a. C.).
Estos pueblos de comerciantes fundaron una serie de nuevas poblaciones a lo largo del
litoral mediterráneo entre las cuales destaca Cádiz, la primera ciudad de Occidente.
b) La época romana representó un avance en la consolidación de la urbanización en
la Península. Los romanos utilizaron la ciudad como vehículo de romanización,
por ello, al mismo tiempo que favorecieron su difusión, crearon un modelo
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propio. Su legado se concretó en el surgimiento de nuevas ciudades o colonias
romanas: unas sobre poblaciones preexistentes, como por ejemplo Corduba
(Córdoba), Tarraco (Tarragona), Cartago Nova (Cartagena, Murcia), Emporion
(Ampurias, Girona), Barcino (Barcelona) o Carteira (Cartaya, Huelva; otras
creadas entonces, como Itálica (Sevilla), Caesar Augusta (Zaragoza), Valentia
(Valencia) o Emerita Augusta (Mérida, Badajoz).
Aportación romana fue la implantación de un plano o trazado urbano de carácter
geométrico configurado a partir de dos ejes que se cortaban perpendicularmente- el
cardo máximo, de orientación este-oeste; en su interior, el espacio urbano se ordenaba
en torno a un lugar central donde se localizaban los edificios públicos: el foro, el
templo, el pretorio, etc. Este tipo de plano se puede contemplar todavía hoy en Itálica y
en Caesar Augusta.
c) Tras la caída del imperio romano, la urbanización peninsular que sufrió un
retroceso en la época medieval como consecuencia de la invasión de los pueblos
bárbaros. Solo a partir del siglo X se asiste a un resurgimiento de las ciudades
propiciado por la apertura del camino de Santiago y a la intensificación del
proceso de Reconquista y de repoblación. Estas circunstancias dieron lugar a la
creación de nuevas ciudades (Segovia, Ávila, Salamanca, Soria, Palencia, etc.)
cuya fundación obedeció a razones militares (defensa de los territorios
conquistados) o a motivos comerciales.
Entonces habitaban la Península dos pueblos con religiones, culturas y modos de vida
diferentes, lo que se traducirá en dos modelos de ciudad, la cristiana y la musulmana.
a) La población de la ciudad cristiana vivía de la ganadería y de la agricultura de
secano, y la actividad industrial y mercantil era muy escasa. Las ciudades
desempeñaban una función militar y estratégica, de ahí que el paisaje urbano se
caracterizara por pequeños recintos amurallados cuyas calle solían ser estrechas
y estar bordeadas con pórticos y soportales. En el centro se situaba la aplaza y
en ella se levantaba la iglesia, utilizada también como lugar para el mercado. Las
ciudades se componían de collaciones o parroquias cuya advocación daba
nombre a los barrios.
Las ciudades que surgen en esta época responden a tres tipos de planos: el
radioconcéntrico, el plano en cuadrícula y el plano irregular.
b) Gran parte de las ciudades musulmanas se fundaron sobre poblados anteriores.
Solían emplazarse en lugares estratégicos por su carácter defensivo (Loja,
Antequera, Lorca, Niebla, Toledo) o al lado de ríos y barrancos, que podían servir
de defensa natural, aunque otras ciudades se situaron en lugares llanos, caso de
Valencia, Sevilla, Córdoba o Écija
El paisaje de la ciudad islámica se caracterizaba por un conjunto apretado de edificios
rodeados y protegidos por una muralla que la separaba radicalmente del exterior. Lo
más representativo de la ciudad islámica es su plano, en el que destacaban unas cuantas
calles transversales o radiales de trazado sinuoso que enlazaban con las entradas o
puertas de la ciudad; las calles eran angostas, quebradas y torcidas; también eran
frecuentes los callejones ciegos o sin salida, llamados adarves.
c) El Renacimiento y la Ilustración significaron etapas de prosperidad, traducidas en
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un aumento demográfico y en una intensificación del proceso de urbanización.
Este creciente urbanización derivó en una mejora de las infraestructuras urbanas
(puentes) y en una remodelación de la trama viaria, de modo que los antiguos trazados
islámicos se sometieron a una mayor regularización. Como elementos significativos de
la morfología urbana de esta época destacan la introducción de la plaza mayor y la
creación de fortificaciones (murallas, ciudadelas).
Tras el paréntesis que represento el siglo XVII debido a la crisis económica, durante el
XVIII la ciudad experimentó una nueva etapa de florecimiento. Los cambios producidos
en la ciudad reflejaban las nuevas ideas impuestas por el reformismo ilustrado y el
nuevo poder político. Se llevan a cabo importantes reformas urbanas que hacen mejorar
las condiciones estéticas e higiénico-sanitarias y se introduce la estética urbana
mediante la creación de puertas monumentales (Puerta de Alcalá, en Madrid), avenidas
o bulevares, puentes e infraestructuras urbanísticas como el alumbrado y el
saneamiento. En definitiva, se produce un revalorización del espacio público que
culmina con la creación de plazas mayores (Salamanca).
La ciudad industrial
Las reformas urbanas iniciadas en el siglo XVIII continuarán en el XIX, siglo en
el que aumenta significativamente la urbanización como consecuencia del desarrollo de
obras públicas, de la modernización de la administración territorial –motivada por la
creación de las provincias-, de la desamortización, de la creación de infraestructuras
viarias (ferrocarril y carreteras), de la ejecución de obras de saneamiento urbano y de un
desarrollo industrial que se concentró en el País Vasco (industria siderometalúrgica),
Cataluña (industria textil), Asturias y Málaga.
Para adaptarse a las nuevas circunstancias, las ciudades pusieron en marcha una serie
de operaciones de crecimiento y remodelación de su espacio interior que se concretaron
en los planes de alineaciones y reforma interior y en los de ensanche.
a) Los proyectos de reforma interior perseguían aliviar la presión social, mejoras
las condiciones de vida de la población y los servicios urbanos. Se manifestaron
en la construcción de cementerios, mataderos públicos y viviendas, acometidas
de aguas, saneamiento, pavimentación de calles, etc. Pero lo que verdaderamente
caracteriza este tipo de proyectos es la remodelación de la trama viaria o
“haussmanización”, que supuso la apertura de nuevas calles o la alineación de
las ya existentes con el fin de adaptarlas a las nuevas necesidades circulatorias.
Ejemplos sobresalientes de proyectos de reforma interior fueron la apertura de
grandes vías en ciudades como >Madrid, Granada, Barcelona, Salamanca y
Murcia.
b) Los planes de ensanche son una de las aportaciones más interesantes del
urbanismo español de esta época. Los ensanches consistían en la yuxtaposición
de un nuevo conjunto urbano coherente, planeado de una sola vez y unido a la
ciudad consolidada, pero con una morfología y estructuras propias. Con su
creación se pretendía facilitar la construcción de viviendas, el crecimiento de la
ciudad y el aumento de las rentas del suelo urbano.
El nuevo tejido urbano incorporado a la ciudad se caracterizó por su morfología de
calles perfectamente alineadas de trazado ortogonal que dibujaban manzanas de grandes
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proporciones en las que se levantaban edificios dispuestos en torno a un gran pario
central,. Destinados a acoger la vivienda burguesa, los ensanches eran zonas de una
calidad medioambiental muy alta, por lo que terminaron favoreciendo la segregación
social en la ciudad.
Entre las experiencias más importantes que se llevaron a cabo destacan los planes de
ensanche de Madrid (Plan de José María de Castro), de Barcelona (Plan de Ildefonso
Cerdá, aprobado en 1860), de Valencia y de San Sebastián (Plan de Ensanche de
Cortázar, en 1864).
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c) Desarrollo de las nuevas formas de crecimiento:
En la primera mitad del siglo se experimentan dos nuevas experiencias urbanísticas: las
ciudades jardín y la ciudad lineal.
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edificación, lo que representó un grave atentado contra el patrimonio
arquitectónico de muchas ciudades y conllevó, además, la expulsión de la
antigua población residente y el cambio del adicional uso residencial por el
terciario o de servicios.
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conlleva la aparición de fuertes desequilibrios territoriales; para corregirlos se
diseñaron los Planes y Polos de Desarrollo a partir de los años 1960, que contribuyeron
al desarrollo de algunas ciudades y a equilibrar la red urbana. Los más destacados
fueron los de Victoria, Pamplona, Burgos, Zaragoza, Logroño, Valladolid, A Coruña,
Vigo, Sevilla, Huelva, Granada y Córdoba.
El resultado fue una nueva estructura del territorio, caracterizada por la inserción plena
de las ciudades españolas en la red europea y por la configuración de un espacio más
complejo, más descentralizado y con nuevos centros de difusión, que contrasta con la
simplicidad de la estructura urbana de la etapa industrial. La forma territorial que
sintetiza todo este proceso es el fenómeno de la metropolización.
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una estructura económica muy diversificada: industrial, terciaria, agrícola, etc.
2) Eje del Ebro. Discurre desde Bilbao hasta Tarragona y, aunque ofrece un gran
potencial, tiene algunos vacíos demográficos en las provincias de Huesca,
Zaragoza y Lleida.
4) Eje atlántico gallego. Concentra la mayor parte del sector productivo gallego y
forma parte de un eje de mayor envergadura que se prolonga hacia Oporto
(Portugal).
La primacía de una ciudad sobre otra puede medirse por diferentes criterios; se suele
utilizar como medida el volumen de población, que indica la capacidad de atracción de
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un núcleo urbano y la importancia de las funciones que desempeña. En definitiva, nos
informa sobre el nivel de centralidad urbana.
La propiedad de la tierra.
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multitud de parcelas, que es un inconveniente para la explotación.
Estas circunstancias tienen sus antecedentes en los procesos históricos de ocupación del
territorio y en su evolución posterior. Históricamente existieron tres tipos de propiedad
bien diferenciados: colectiva, estamental y particular.
La propiedad colectiva era aquella cuya titularidad correspondía a las villas y a los
municipios. Estaba integrada por las tierras pertenecientes a la colectividad, que se
dividían en lotes o suertes para el aprovechamiento individual (bienes comunales), o se
arrendaban a particulares a cambio de una cantidad de dinero para atender las
necesidades de la villa (bienes de propios).
La influencia de estas medidas en la estructura agraria fue muy grande, pues supuso el
trasiego de una cantidad ingente de tierra de propiedad colectiva a manos de
particulares. En contra de lo que se pretendía, vino a reforzar la gran propiedad, pues,
por lo general, los compradores ya tenían la condición de propietarios. Asimismo, la
desamortización civil privó a los municipios de un amplísimo patrimonio, a base de
sustento de los más humildes.
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El resultado de estos procesos fue una concentración notable de la propiedad y, como
quiera que los vecinos habían perdido sus tierras públicas y que a finales del siglo XIX
la población iba en aumento, la proletarización del campesinado se incrementó al haber
más personas y menos tierras que labrar. La desigualdad en la distribución de la tierra o
la carencia e ella estuvieron en la base de la conflictividad social y de las demandas de
reforma agraria, que se materializaron en la Segunda República, aunque sus efectos
quedaron anulados tras la Guerra Civil.
La explotación agraria.
Los datos extraídos del último censo agrario nos indican que más de la mitad de las
explotaciones agrarias de España son minifundios de extensión inferior a cinco
hectáreas, y que las explotaciones de extensión superior a 300 hectáreas, representan tan
sólo un 1%, aunque concentran una cantidad considerable de tierra.
En España existe hoy día 1.764.000 explotaciones agrarias. En 1962, año del Primer
Censo Agrario, había casi tres millones. Desde entonces hasta la fecha, su número ha
decrecido en un proceso paralelo al éxodo rural, que ha consistido en la desaparición de
parte de las más pequeñas y su incorporación a otras más grandes, razón por la que ha
aumentado levemente el tamaño medio de las explotaciones.
De acuerdo con esta nueva clasificación, comprobamos que las explotaciones españolas,
bien por superficie, bien por su menor productividad, tienen un tamaño económico
inferior a la media europea y que existen notables diferencias regionales, tal y como se
aprecia en los gráficos adjuntos.
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El primero consiste en que el titular de la explotación agraria, con independencia de que
trabaje físicamente en ella o no, es propietario de la tierra.
El dominio atlántico
Los paisajes agrarios atlánticos presentan una acusada fragmentación parcelaria con
multitud de terrenos de íntimo tamaño. Predomina la pequeña propiedad y los
regímenes de explotación directa, y constituye el ámbito de mayor implantación del
hábitat disperso, del que forman parte multitud de aldeas y caseríos.
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especialización es la ganadería vacuna, desarrollada al amparo de la producción de
hierbas y forrajes. La cabaña autóctona se ha mejorado son la introducción de razas
extranjeras para incrementar la producción de leche, base de una potente industria.
En las zonas de los suelos más ricos aparecen los cultivos cerealistas y de
plantas industriales. En las extensas áreas convertidas en regadío tras la
construcción de los embalses (Plan Badajoz), surgieron numerosos cultivos
nuevos, como las hortalizas, el arroz, el tabaco, etc.
4. El valle del Ebro comparte rasgos agrarios con la España interior, aunque ofrece
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unos caracteres especiales, que resultan visibles en una doble gradación de
paisajes: en altura, desde las montañas hasta el fondo de la depresión, en
longitud, desde el nacimiento del Ebro hasta su desembocadura, de donde resulta
una mezcla de influencias y diversidad de paisajes mediterráneos.
Tiene como elementos definidores la baja altitud sobre el nivel del mar y un
régimen térmico de veranos calurosos e inviernos templados y modelados, aunque
siempre con escasas precipitaciones. Es una franja litoral entre el mar y las montañas, y
solo se adentra hacia el interior a través de las depresiones del Guadalquivir y del Ebro.
Caracterizado en su conjunto por el dinamismo del espacio agrario, por la coexistencia
de actividades no agrarias sobre el espacio rural y por el alto grado de intensidad de sus
aprovechamientos, ofrece diferencias considerables en toda su longitud.
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En Andalucía, compartiendo rasgos con el litoral mediterráneo, distinguimos
los siguientes paisajes orientados en franjas desde Sierra Morena hasta el
mar:
Canarias
Muy condicionadas por la falta de agua y favorecidas por el régimen térmico, las islas
Canarias desarrollaron una agricultura de exportación basada en el plátano, la patata y el
tomate, que acusa la competencia de la producción peninsular y la disputa del suelo por
parte de la promoción inmobiliaria y del turismo. Tradicionalmente, la agricultura
insular ha coexistido con una notable cabaña de ganado caprino.
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En la actualidad, existen unos 18000 buques pesqueros, que capturan cada año
13000000 toneladas de pescado y dan empleo a 74798 tripulantes. En su dimensión
económica, la pesca aporta el 0,5% del PIB.
España tiene un amplio perímetro costero cuyo litoral se parte entre mares
diferentes. En conjunto, no puede decirse que presente unas condiciones muy favorables
para la fauna marina y, por extensión, para la pesca. En correspondencia a la diversidad
marina, la naturaleza ofrece una variada fauna piscícola.
El océano Atlántico, con las diferencias lógicas entre latitudes tan dispares como el mar
Cantábrico o el archipiélago canario, tiene unas aguas de salinidad moderada, unas
temperaturas entre los 10 y los 18 ºC en agosto y entre los 11 y los 15 ºC en enero en las
costas peninsulares, corrientes marinas que facilitan la distribución del plancton y una
oscilación del nivel de las aguas de hasta cuatro metros por efecto de las mareas.
Todo ello permite la existencia de una franja costera de varios hectómetros de anchura,
alternativamente sumergida y emergida, que facilita el marisqueo sobre la arena de la
playa. Asimismo, el litoral atlántico presenta en el noroeste peninsular una articulación
que alarga el perímetro costero y favorece la instalación de bateas y cultivos marinos.
En los últimos años nuestros mares han perdido importancia pesquera debido a la
sobreexplotación; los puertos se han convertido en muelles de descarga de especies
capturadas en aguas lejanas, al tiempo que los litorales aspiran a recibir los beneficios
de la transformación industrial de la pesca y de la distribución comercial.
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En la Edad media, la pesca continuó teniendo un marcado carácter de subsistencia. En el
Cantábrico, no obstante, los vascos capturaban ballenas y desde el siglo XIII los barcos
accedieron a Terranova, Islandia, Groenlandia, etc., descubriéndose poco después las
posibilidades que ofrecía el bacalao para su consume fresco o curado. Siguiendo la
tradición, continuó practicándose durante siglos la pesca de atunes en almadraba,
particularmente en la desembocadura del Guadalquivir.
A partir del siglo XIX la pesca adquirió una dimensión nueva por efecto de la
Revolución Industrial y de la aplicación del vapor a la navegación, lo cual favoreció el
comercio y las industrias de transformación pesquera.
La Guerra Civil paralizó la actividad pesquera en nuestro país y, tras ella, la Segunda
Guerra Mundial. Al finalizar ambas, la fauna piscícola había vuelta a incrementarse.
Este hecho, unido a la gradual incorporación de los motores de combustible líquido,
permitió el aumento de las capturas hasta niveles insospechados, que se mantuvieron
durante las décadas siguientes, coincidiendo con el desarrollo de nuevas técnicas, que
permitían la pesca de arrastre en fondos de hasta 6000 metros de profundidad.
A partir de este momento, subsistió la pesca de bajura, pero el grueso de las capturas
empezó a recaer en una moderna flota congeladora muy bien equipada para la pesca en
las aguas del Sahara, Angola, Mozambique y Atlántico noroccidental. Así, en los años
1970, España alcanza su record de capturas de pescado.
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El nuevo Derecho del Mar y el ingreso en la UE
Desde comienzos de la Edad Moderna estaba aceptado que las aguas adyacentes
pertenecían a los estados costeros, pero no se especificaba hasta qué distancia. Existían
dos doctrinas: una que consideraba el mar libre y otra que lo consideraba privativo del
estado ribereño.
Terminada la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos dio un paso muy importante
para el nacimiento de un nuevo Derecho del Mar y en 1945 declaró la propiedad de los
recursos marinos según la extensión de la plataforma continental.
Éste es el fundamento para que, en 1952, Perú, Ecuador y Chile declararan aguas
jurisdiccionales las comprendidas entra la línea de costa y doscientas millas mar
adentro. La decisión no fue bien recibida, particularmente por Estados Unidos, pues la
medida, de generalizarse, podía ser un obstáculo para el libre desplazamiento de su
armada en los años de la guerra fría; sin embrago, en 1976, Estados Unidos declaró la
ampliación a doscientas millas. Este cambio de actitud obedeció al deseo de liderar el
proceso negociador en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Derecho del Mar, y
se produjo cuando la diplomacia estadounidense se aseguró de que loas zonas de
ampliación eran sólo zonas de exclusividad económica.
Hasta ese momento, Europa carecía de una política pesquera común, sin duda por la
escasa importancia del sector en la economía comunitaria, pero la situación creada en
los años 70 y la previsible incorporación de potencias pesqueras como Portugal y
España, así como la conveniencia de salvaguardar sus intereses futuros, decidieron su
puesta en práctica, que se concretó con la promulgación de los Reglamentos de la
Europa Azul en 1983, tres años antes de nuestra incorporación.
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La Política Pesquera Común guarda gran afinidad con la PAC y contienen cuatro puntos
básicos:
2. Los lugares de pesca han variado, tanto en naturaleza como en ubicación, pues
hoy se pesca en aguas de aprovechamiento económico pertenecientes a otros
países y a distancias considerables de los puertos de partida, hasta en los
océanos Índico y Pacífico.
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aspectos a destacar es el desarrollo de la acuicultura, verdadera alternativa de
futuro que ya produce una cantidad importante de peces y moluscos.
Con estas perspectivas, las regiones pesqueras españolas han variado su significado
tradicional, incluso los puerros, entre los que hoy destacan: Bermeo (Vizcaya), Vigo,
Huelva, Algeciras (Cádiz), etc.
4. La pesca canaria tuvo su edad de oro entre los años 1961 y 1980. su
significación pesquera radicó en la explotación del banco sahariano, muy
favorecido por la corriente de Canarias. El cambio de coyuntura en el mar le
privó de los caladeros tradicionales y convirtió sus puertos en base de
operaciones de las flotas del Atlántico suroriental.
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Tema 15: La industria en España: Características generales y distribución territorial.
Desde finales del siglo XVIII, ilustrados y reformistas alzaron su voz a favor del
desarrollo y de la industrialización del país. España reunía unas condiciones favorables
para la implantación de la actividad industrial moderna, pues contaba con una
producción artesanal diversa y rica, con las Reales Fábricas, con recursos minerales
suficientes para el abastecimiento en cantidad y calidad de la industria nacional, con
materias primas minerales y de origen orgánico, etc. Como factores negativos para la
instauración de los nuevos sistemas industriales acusaba los problemas de la
insuficiencia energética (carbón), la escasez de recursos tecnológicos y humanos, una
excesiva mentalidad rural, la ausencia de mercado interior, etc.
Con todo, y pese a que la nación vivió avatares tan perjudiciales para la naciente
industria como la guerra de la Independencia, la emancipación de las colonias
americanas o las guerras carlistas, en la primera mitad del siglo XIX tuvieron lugar
algunos hechos importantes para la industrialización, como la construcción de los altos
hornos en 1832 en Marbella, Málaga, Barcelona fábricas textiles de Cataluña.
Junto a la industria siderúrgica y textil, quizá el logro más importante fuese el tendido
de una amplia red ferroviaria que en 1865 alcanzaba ya los 4663 Km, aunque en su
mayor parte eran ferrocarriles construidos por empresas y capital extranjero e, incluso,
con material importado, pues nuestra industria tenía una capacidad de producción muy
limitada.
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subsuelo.
Ni que decir tiene que las facilidades comentadas permitieron una explotación
intensísima de nuestras minas en beneficio de la industria europea. España, que era el
paraíso de los minerales metálicos, se convirtió en país exportador de materias primas
minerales, quedando a merced de intereses ajenos y sin capacidad para aprovechar su
riqueza mineral en beneficio propio.
España era el primer país productor de hierro, que se exportaba en su mayor parte a
Gran Bretaña desde el puerto de Bilbao. Los barcos que lo transportaban volvían vacíos,
pero lo que pronto aprovecharon el flete de retorno para trasladar hasta el puerto de
origen el carbón que precisaba la industria siderúrgica vizcaína. Esta facilidad para el
abastecimiento de energía y la proximidad de los yacimientos de hierro hicieron florecer
la industria siderúrgica vasca en detrimento de los núcleos siderúrgicos de otros lugares
como el Bierzo (León), Málaga o Asturias, que en adelante no pudieron hacer frente a la
competencia bilbaína.
La producción industrial española estuvo muy orientada hacia los bienes de consumo y
sustentada, en gran mediad, en las industrias siderúrgica, metalúrgica y textil.
El mapa industrial comenzó a adquirir unos trazaos nítidos en los que ya se advertía la
polarización en torno a Vizcaya, Barcelona y Madrid, y en otros puntos del interior
peninsular que desarrollaban una industria de base agraria.
A pesar de que continuó la explotación minera por parte de las empresas europeas, la
Primera Guerra Mundial permitió el incremento de las exportaciones agrarias
industriales a los países contendientes, lo que repercutió en una capitalización muy
provechosa para nuestra industria; la productividad industrial mejoró y se dio un
considerable impulso a la construcción de obras públicas durante la dictadura de Primo
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de Rivera, particularmente de carreteras, que resultó fundamental para la conexión de
los mercados interiores.
En 1941 se creó el Instituto Nacional de Industria (INI), con una fuerte participación de
capital estatal en los sectores básicos de la industria (siderurgia, naval, petroquímica).
A partir de 1950 la situación fue cambiando y se logró una cierta recuperación en los
niveles de renta, mejoró la situación en la posguerra y la economía española encontró
cierto alivio a partir de las negociaciones con Estados Unidos y del ingreso en la ONU.
Se puso fin al aislamiento y España se integró gradualmente en la economía
internacional, al tiempo que la falta de capital fue suplida por las inversiones extranjeras
que comenzaron a llegar.
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de la economía capitalista, la llegada de capital extranjero, la instalación de grandes
empresas multinacionales, etc. Al mismo tiempo, España recibía las divisas que
aportaban turistas y emigrantes, con las que hizo frente a la compra de petróleo, a la
importación de bienes industriales y a la nivelación de la balanza de pagos.
El estado puso en funcionamiento los planes de desarrollo y una política regional basada
en los polos de desarrollo y promoción, entre los que destacaron los de Huelva,
Córdoba, Granada, Burgos.
El desarrollo industrial de los años 1960 se localizó en las regiones que tenían mayor
tradición industrial y en sus áreas adyacentes, lo cual agravó los desequilibrios
regionales. Se generó una dicotomía entre los tres espacios más industrializados
(Cataluña, País Vasco y Madrid), que concentraron casi las tres cuartas partes de las
inversiones multinacionales y del empleo recién creado, y, por otra parte, la Meseta,
Galicia, Extremadura y Andalucía, que acusaron una pérdida de significación industrial.
El modelo industrial de la década de 1960 hizo que aumentaran las diferencias entre
regiones ricas y pobres, lo que incidió en los procesos demográficos de emigración y de
éxodo rural que vivió la población española y que vinieron a incrementar aún más los
propios desequilibrios.
Al final del período, la industria española experimento una profunda crisis, al ser
tributaria en exceso de sus deficiencias estructurales y de la dependencia energética. El
encarecimiento de la energía, causado por la gran subida de los precios del petróleo en
1973, incrementó los costes de producción.
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agotamiento del modelo industrial y del ciclo tecnológico, que dio paso a una nueva
fase (la tercera revolución industrial), caracterizada por las nuevas tecnologías y por los
nuevos sectores industriales derivados de ella (informática, electrónica, nuevos sistemas
de producción, etc.).
La respuesta a la crisis no podía ser otra que la reestructuración de la industria. Con este
fin se adoptaron en 1984 disposiciones en una doble dirección: reconversión de los
sectores industriales más afectados por la crisis y reindustrialización, es decir,
recomposición del tejido industrial en las zonas donde éste había resultado
especialmente dañado.
Una segunda dimensión de la reconversión fue la apuesta por los sectores más
dinámicos, por lo que se puso énfasis en las industrias de automoción, en las químicas y
en las agroalimentarias, con capacidad para activar otros sectores económicos, y en las
actividades de alta tecnología, de gran importancia para el futuro.
61
A partir de 1991 asistimos a una nueva reconversión industrial, impuesta por Europa, y
desde mediados de la década de 1990 se asiste a una recuperación económica bien
perceptible en todos los sectores.
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accesibilidad a la Meseta desde el valle del Ebro. E l eje Mediterráneo se
extiende desde Girona hasta Murcia y acoge una industria muy diversificada que
se beneficia del mercado que le proporciona la altas densidades de población en
el litoral. Además de estos dos ejes, hay otros interiores, igualmente dinámicos,
como el del Henares, que se extiende desde Madrid hacia el norte. En cuanto a
los ejes regionales secundarios, son buenos ejemplos los de Ferrol-Vigo,
Palencia-Valladolid, del Guadalquivir, etc.
A parte de estos ejes, hay que destacar como espacios industriales en expansión
numerosos núcleos urbanos de tamaño pequeño o medio que aprovechan los
recursos endógenos para su desarrollo industrial.
Sectores fundamentales
a) Entre los sectores tradicionales de la industria española incluimos aquellos que tuvieron
una importancia capital en todo el proceso de industrialización contemporánea y que se
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relaciona con los metales.
La metalurgia básica, tanto por ser la base de actividades industriales como por su
dimensión económica, generación de empleo, conexión de otros sectores económicos,
como la minería, etc., constituye uno de los principales sectores de la industria española
La industria metalúrgica más destacada del hierro, es decir, la siderurgia, en sus dos
modalidades: la siderurgia integral, que obtiene acero en los altos hornos a partir del
mineral de hierro, y la no integral, que lo obtiene en hornos eléctricos a partir de la
refundición de la chatarra
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construcción de barcos de pesca o de recreo.
Los sectores de la industria textil, del cuero y del calzado son, igualmente muy
importantes en el tejido industrial español. La industria textil catalana constituyó uno de
los pilares de la industrialización, aunque con el correr de los tiempos experimentó
cambios profundos, unos relacionados con la sustitución de las fibras orgánicas (lana,
lino, algodón) por fibras de origen químico, y otros relacionados con la reestructuración
de las empresas, que han aumentado de tamaño al concentrarse multitud de pequeñas
fábricas en unidades de producción más competitivas.
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La industria química de transformación obtiene productos diversos, como pinturas,
fertilizantes, etc., que se elaboran en establecimientos fabriles de mucho menor tamaño.
Estos tienen un alto grado de dispersión espacial, aunque su localización preferente
coincida con las regiones más industrializadas del país: País Vasco, litoral catalán y en
el área metropolitana de Madrid.
Política industrial
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En España, la política industrial tiene sus antecedentes en las actuaciones llevadas a
cabo por el INI, en los Planes de Desarrollo y en la política de A partir de la integración
europea se intensificaron las reconversiones para adaptarse a las exigencias
comunitarias y comenzaron a percibirse en la industria algunos efectos de la
convergencia, tales como el desarme arancelario y la llegada de subvenciones y ayudas
para incentivar los sectores o espacios en crisis y las zonas desfavorecidas. La nueva
situación ha precisado del desarrollo de programas de ayuda a las Pymes para mejorar la
competitividad y ha dado paso a un amplio programa de privatizaciones de empresas
estatales.
Procesos territoriales
El modelo anterior comenzó a variar en los años 1980 al surgir una serie de factores
negativos (encarecimiento del suelo en las áreas industriales, perjuicios derivados de la
saturación e incremento de costes, déficit de infraestructuras, etc.) frente a los cuales se
ofrecía como solución la descongestión industrial y la búsqueda de nuevos
emplazamientos. A ello contribuiría la mejora generalizada de los sistemas de transporte
y comunicaciones, de la accesibilidad a los mercados, y el conjunto de medidas de
atracción puestas en práctica de los gobiernos regionales, además de las nuevas
posibilidades de localización que empezaban a ofrecer los espacios de industrialización
endógena. Todas estas circunstancias han propiciado la aparición de nuevos procesos
territoriales entre los cuales el más notable es el de la difusión espacial, a partir de las
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zonas industriales congestionadas.
Por ello, la industria española se articula hoy, en su dimensión espacial, en torno a los
centros industriales, que constituyen el soporte de las regiones de mayor y más
temprana industrialización, a los enclave en el espacio rural y a los ejes industriales,
que enlazan las áreas industriales aprovechando las ventajas de una situación
privilegiada.
Los medios de transporte han evolucionado mucho. Hasta hace poco más de un siglo
sus formas tradicionales eran la navegación marítima vela y el transporte terrestre en
carruajes o caballerías. El siglo XIX conoció el desarrollo del ferrocarril, tan ligado a
los progresos de la modernización de los transportes marítimos y, a partir de mediados
de siglo, la generalización del transporte aéreo.
Todo ello ha constituido una auténtica revolución en las sociedades actuales, que no ha
consistido sólo en el incremento de la capacidad de carga o en la velocidad de
desplazamiento, sino en la aparición de nuevas formas de transporte que permiten el
flujo de capitales, ideas, información, etc.
En cuanto a los bienes transportados, hay que destacar que la cantidad de mercancías
que hoy se mueve no tiene comparación con cualquier otro momento pasado.
Asimismo, el transporte de personas ha alcanzado niveles sin precedentes y es un fiel
reflejo de la movilidad de los ciudadanos en las sociedades contemporáneas, cuyos
desplazamientos diarios y ocasionales están justificados por la disociación entre los
lugares de residencia y trabajo, por razones laborales o por motivos de ocio.
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evolución reciente de la sociedad. Entre ellas, destacan las siguientes:
a) La acusada influencia del medio natural, que se ejerce fundamentalmente a través del
relieve. Así, a la elevada altitud media de nuestras tierras, ha de añadirse una morfología
que dificulta el trazado de las vías de comunicación y obliga a la construcción de
estructuras que encarecen la ejecución y dificultan la realización (puentes, viaductos,
túneles).
b) El trazado radial que tiene como centro Madrid es muy perceptible en las redes de
carreteras y en la red ferroviaria. El transporte aéreo responde también a un modelo
radial por la importancia que tiene la capital de España como origen y destino de los
vuelos nacionales e internacionales.
e) El marcado desequilibrio hacia el transporte por carretera, que acusa los efectos de la
sobrecarga en el transporte de personas y de mercancías.
Esta red de carreteras tiene su origen en la multitud de caminos formados a través de los
siglos. Las calzadas romanas –principal soporte de la ordenación del territorio en su
tiempo- y las redes trazadas por musulmanes y cristianos durante la Edad Media son
antecedentes destacados; sin embargo, fue en el siglo XVIII cuando las carreteras
españolas cobraron un gran impulso y se logró una red de ámbito nacional, pues en esta
época se acometió la construcción de la red de estructura radial que unía el centro –
Madrid-con los principales puertos del litoral. El plan se desarrolló durante los siglos
XVII y XIX, y es la base del actual mapa de carreteras.
En el primer tercio del siglo XX 1926 se impulsó el Plan de Firmes Especiales, que
pretendía una mejora general de la red viaria para adaptarlas a las nuevas condiciones
del transporte y a los nuevos vehículos automóviles. Hacia los años 1960, la red
española de carreteras presentaba grandes carencias y resultaba insuficiente para las
necesidades del momento, caracterizado por el auge de los vehículos a motor.
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Para adaptarse a la nueva realidad socioeconómica y entendiendo que las
infraestructuras eran un factor imprescindible para el pretendido desarrollo, se acometió
el Plan REDIA (Red de Itinerarios asfálticos, 1967-1971), que incluyó entre sus
objetivos a ampliación del ancho de calzada, la mejora de la pavimentación y de la
señalización, la corrección de trazados y la dotación de arcenes en las principales rutas
españolas. Las actuaciones se centraron en los seis grandes ejes que forman el soporte
del modelo radial (Nacionales I a VI), con lo que éste quedó definitivamente
consolidado.
La red española de carreteras alcanza 163557 Km, de los que 8241 Km son autovías y
vías de doble calzada y 2202, autopistas de peaje. El conjunto de carreteras es
gestionado por el Estado, por las comunidades autónomas y por las diputaciones
provinciales o cabildos.
La red básica del Estado depende de la Administración central y tiene 24105 Km, lo que
asegura la comunicación interregional. La red autonómica es la más extensa, está
compuesta por más de 70000 Km de calzada y en ella se integran las carreteras de
ámbito regional, cuya gestión está transferida a las comunidades autónomas. Por último
destacan las redes de ámbito local y comarcal, administradas por cabildos, diputaciones,
etc.
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Los ferrocarriles. Pasado y presente
Desde el principio, fueron muchas las solicitudes que hicieron diversas compañías
extranjeras para construir y explotar líneas ferroviarias; la mayoría de ellas eran
proyectadas para servir a intereses mineros que también estaban en manos de capital
extranjero. En 1855 se promulgó una ley que regulaba las concesiones y permitía la
importación de materia ferroviario, y que la industria siderúrgica española no podía
producirlo. Pronto contó España con una excelente red ferroviaria que revolucionó el
transporte y contribuyó a romper la incomunicación entre regiones y comarcas.
Con relación a Europa, los ferrocarriles españoles presentaban la diferencia del ancho
de vía. Los demás países europeos utilizaban una separación entre raíles de 1.435
mm, que se consideró insuficiente en España por los desniveles del terreno y el trazado
sinuoso, obligado por el relieve; con el fin de proporcionar una mayor estabilidad a los
trenes, se adoptó en 1844 la anchura de vía de seis pies castellanos, equivalentes a 1.672
mm. La medida, en la que también debieron influir razones estratégicas, ha supuesto el
aislamiento ferroviario de España con respecto al resto de Europa hasta fechas recientes;
el problema se ha resuelto mediante la instalación de intercambiadores de ejes en las
estaciones fronterizas con Francia.
A comienzos del siglo XX la red ferroviaria tenía una longitud de 10.864 Km, a los que
habría que añadir otros 1972 Km de ferrocarriles secundarios de vía estrecha. En su
mayor parte, las líneas pertenecían a compañías extranjeras, entre las que destacaban
Ferrocarriles del Norte, titular de 3672 Km, M.Z.A. (Madrid-Zaragoza-Alicante),
concesionaria de 3650 Km, y Ferrocarriles Andaluces, que explotaba 1072 Km por el
sur de España.
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alta velocidad (AVE) de Madrid a Sevilla.
España es una de las principales potencias turísticas del mundo, tanto por el
número de visitantes que recibe como por los ingresos que reporta esta actividad.
La consolidación de España como destino turístico data de los años 1960, aunque
cuenta con unos antecedentes dignos de mención en los viajeros ilustrados y los
románticos que nos visitaron.
Desde el siglo XVIII, pero especialmente a lo largo del siglo XIX, son numerosos los
viajeros que recorren España, entre ellos naturalistas y escritores. Unos y otros quedaron
impresionados por la diversidad que ofrece la naturaleza de España, por el exotismo de
unos paisajes que le recuerdan a África, por la pervivencia de las herencias árabe y
oriental, por las ciudades y los monumentos, por los tipos y las costumbres populares,
por el bandolerismo, por las corridas de toros, etc.
Entre las causas externas habría que citar la evolución de la sociedad europea tras la
Segunda Guerra Mundial. Concluida la reconstrucción posbélica, Europa alcanzó en
estado de bonanza económica y de bienestar social sustentado en un alto nivel de vida,
amplia cobertura social, reducción de la jornada laboral, vacaciones remuneradas, etc.
Pronto crecieron las demandas de ocio, entre las que ocupó un lugar preferente el
turismo, que ahora podía disfrutarse masivamente gracias a la generalización del
automóvil y a la popularización de los viajes en avión.
Los inicios del turismo moderno se sitúan en los años 50 del siglo XX. Puede
señalarse 1959 como año de despegue, coincidiendo con un significativo momento en la
planificación económica de España, que entendió el turismo como un importante factor
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de desarrollo.
En 1960 el número de visitantes superó los 6 millones, abriéndose en este momento una
etapa de crecimiento continuo que duró hasta 1973. En este período se pusieron las
bases del modelo turístico español de masas, el cual requirió la construcción de
apartamentos y hoteles, y que dio lugar a la precipitada urbanización de los litorales,
muchas veces regida por la especulación y carente de planificación.
El ritmo expansivo quedó interrumpido en 1973, año de una recesión, motivada por el
incremento de los precios del petróleo, la crisis económica, el ocaso del franquismo y
los balbuceos de la transición democrática.
A partir de 1976 se inició una nueva fase de crecimiento sostenido, que duró hasta 1989,
y cuya principal característica –junto al aumento de turistas extranjeros- fue la
incorporación de los españoles al turismo de playa.
Tras una nueva recesión a comienzos de los años 1990, se ha abierto una nueva fase en
la que se han superado los 70 millones de visitantes, cifra que incluye a los viajeros en
tránsito y a los turistas propiamente dichos, que ascienden a más de 45 millones.
a) Hasta comienzos de los años 70, aumenta más rápidamente el número de turistas
que de ingresos, lo que quiere decir que se trataba de un turismo con bajo poder
adquisitivo.
b) Desde los inicios de los 70 hasta mediados de los 80, turistas e ingresos crecen
paralelamente prueba del buen adquisitivo.
c) Desde 1985, los ingresos crecen a un ritmo muy superior al de visitantes, lo que
evidencia el encarecimiento del turismo español desde nuestro ingreso en la
Unión Europea.
A pesar de ello, el turismo español aporta al país menos ingresos que otras potencias
turísticas de rango similar, como demuestra el hecho de que España, aunque ocupe el
segundo lugar mundial por número de turistas, se sitúa en cuarto lugar por la cantidad
de ingresos.
Los países emisores de turistas a España son, principalmente los integrantes de la Unión
Europea. Destaca Alemania y Reino Unido, de donde procede casi la mitad de los
turistas que nos visitan anualmente, y les siguen Francia, Benelux, Italia y los países
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escandinavos.
Estas circunstancias, unidas a la tendencia cada vez más manifiesta de repartir el tiempo
de vacaciones en distintos períodos (primavera, verano, Navidad) y elegir diferentes
modalidades de turismo, ha contribuido a fijar nuevos destinos turísticos y atenuar la
estacionalidad de la demanda, que, sin embargo, todavía sigue siendo muy acusada.
De acuerdo con los caracteres de esta demanda, España dispone de una extraordinaria
infraestructura turística, que es su principal apuesta frente a posibles competidores. Ésta
se materializa en la existencia de más de 10.000 hoteles y hostales, que ofrecen más de
1.100.00 plazas otros establecimientos. Su distribución geográfica por comunidades
autónomas es desigual, existiendo una especial concentración en los espacios insulares
y litorales.
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El desarrollo urbano y la actividad económica procedente del turismo han dotado a los
espacios turísticos de un extraordinario dinamismo, que los ha convertido en un lugar de
atracción demográfica y económica, razón por la cual se ha acentuado la contraposición
interior-litoral.
Se hace inevitable una apuesta por la calidad, que contrarreste la oferta de otros países
de nuestro entorno mediterráneo, algunos de los cuales (países de los norte de África,
antigua Yugoslavia, por ejemplo) nos han llegado a emerger como potencias turísticas
por razones ajenas al sector.
Entre la multitud de ofertas posibles, una buena opción es la del turismo rural y de
naturaleza, para la cual España cuenta con una red de espacios protegidos que es un
componente extraordinario de paisajes y de biodiversidad. Su utilización como recurso
turístico es compatible con la conservación de la naturaleza y fundamento del desarrollo
endógeno de las zonas más desfavorecidas del interior.
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ÍNDICE
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