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Joaquín Gallegos Lara

Las cruces sobre el agua, nueva y definitiva historia

El 15 de noviembre de 1922 es un suceso que parte al Ecuador entre


lo que hasta entonces fue y lo que desde ese día comenzó a ser. Por ello
la polémica se mantiene entre quienes no creen que ocurriera y quienes
saben hasta qué punto es cierto; entre quienes intentan minimizar la
importancia del suceso para la historia nacional y quienes hablan de
aquella fecha como la del bautismo de sangre de la clase obrera
ecuatoriana.
El 15 de noviembre de 1922 es, por eso, realidad y leyenda.
Real porque sucedió. Las crónicas de los periódicos de la época, los
estudios y los testimonios posteriores y las referencias históricas así lo
confirman. Diferencias de matices existen en cuanto a la magnitud del
movimiento obrero y popular y en cuanto al alcance de la represión
gubernamental, las protestas contra éste y al malestar que le siguió.
La inmensa mayoría de los historiadores nacionales coincide, sin
embargo, en señalar una nítida y precisa división entre el Ecuador
anterior a aquel 15 de noviembre, sin organización obrera ni
expresión reivindicativa popular, y el Ecuador donde ya comienza a
forjarse el movimiento sindical, obrero y campesino, cuyas luchas,
frustraciones y conquistas corresponderá juzgar sólo cuando llegue el
tiempo.
Leyenda porque traduce algo que es una constante histórica y
social del país, una constante que a lo largo del siglo para los
ecuatorianos ha sido y es sueño o pesadilla, pasión o indiferencia,
pasado de gloria o imposible futuro, verdad de muerte o ficción
importada.
En el 1900 el puerto marítimo de Guayaquil concentraba la mayor
riqueza del país gracias al auge cacaotero mundial, uno de cuyos
principales protagonistas como exportador en el Ecuador.
A Guayaquil se le llamaba la "Perla del Pacifico" y reunía una
diversidad insólita de inmigrantes nacionales y extranjeros, que
llegaron al puerto atraídos por el fascinante aroma del cacao el
extraordinario progreso que, se decía, estaba trayendo la venta del
producto en los grandes países capitalistas.
Los terratenientes cacaoteros y sus familias vivían en París. A la
sombra de sus posesiones floreció en Guayaquil una burguesía
comercial y financiera, que se entretenía en esperar anhelante al
inmigrante español o italiano, vestir de seda y plumas, comprar
pianos y ser espectadores de las modas artísticas importadas de
Europa. Entre tanto, los inmigrantes ecuatorianos, aquellos montuvios
e indios de costa y sierra, que llegaron a Guayaquil persiguiendo el
mismo olor del cacao y se convirtieron en cargadores, estibadores,
escogedores y secadores del grano, levantaron sus casuchas junto a
las de los obreros de las primeras fábricas y las de los artesanos. Las
diferencias sociales que se establecieron de principio abrieron una
brecha enorme entre quienes lo tenían todo y quienes todo lo
soñaban.
De pronto, las plagas diezmaron las grandes plantaciones de
cacao. En el mercado internacional cayó bruscamente el precio del
producto. El gobierno defendió a los exportadores y a los banqueros,
mediante sucesivas devaluaciones del sucre que afectaron
gravemente a la clase media y, en especial, a los más pobres. Salario
y trabajo se volvieron inciertos e insuficientes; los pocos que
trabajaban cada día se sentían mal pagados o robados; las epidemias
se cebaron en quienes carecían de los más elementales servicios y
recursos.
Para 1921 la crisis se desbordaba. El cacao se acabó. La gente
que antes se salvó de la peste moría ahora de hambre en las calles.
Apenas veinte años después de la revolución liberal de 1895 (Eloy
Alfaro, Plaza Gutiérrez, Lisardo García), el pueblo sintió que aquel
liberalismo triunfante lo había traicionado. Los nuevos gobiernos
conservadores no comprendieron, ni calcularon ni canalizaron el
descontento popular. En 1922 el incipiente movimiento de los
trabajadores se lanzó a una huelga –políticamente débil pero
históricamente aleccionadora– cuyo desenlace ocurrió ese 15 de
noviembre. El gobierno y los sectores poderosos reprimieron la
protesta con extrema dureza. centenares de huelguistas fueron
muertos a balazos y sus cadáveres arrojados a la ría del Guayas. El
pueblo dolido, con sus maneras tristes y dulces de expresarse, echó
sobre esa tumba de agua, casi oceánica, cientos de coronas de flores
y cruces de palo que durante días quedaron flotando. Los muertos no
se vieron; las cruces sí
La ilustre pensadora ecuatoriana María Augusta Veintimilla
sostiene que el 15 de noviembre de 1922 marca un hito en el
resquebrajamiento de la ideología liberal oligárquica, en el inicio de la
autonomía del pensamiento obrero y en la posibilidad de penetración
en Ecuador de las ideas socialistas y comunistas, que desde Europa
recorrían el mundo.
En cuanto a la novela "Las cruces sobre el agua", es el intelectual
Adrián Carrasco quien la define con mayor acierto y hace de ella la
valoración más ajustada: "Novela total y completa, que biografía a un
pueblo; documento socio-político excepcional, que plantea nuevos
conceptos de nacionalidad, cultura el historia ecuatoriana. Novela y
documento que toma al pueblo como verdadero protagonista; que
propone una visión alternativa a la ambivalencia realidad/ficción que
sostiene la cultura oficial; que rescata y pondera el idioma popular, el
hablar de la gente, en contraposición al español académico y
normalizado, al que enriquece; que siembra en la memoria colectiva
la figura de líderes políticos e intelectuales como Eloy Alfaro, Concha,
Montalvo...; que critica, sin contemplaciones, la debilidad del propio
pueblo en su organización y dirección; que expresa el primer rechazo
social a la impunidad de la violencia del Estado".
EL AUTOR
Joaquín Gallegos Lara nace en Guayaquil el año 1911.
Quienes lo conocieron dicen de Joaquín Gallegos Lara que padecía
una grave malformación en las piernas, hasta el punto de verse
obligado a caminar siempre apoyado en los hombros de sus parientes o
amigos.
Tenía once años de edad cuando vivió, a su manera, los hechos que
luego convertiría en su gran novela: "Las cruces sobre el agua".
Contaba diecinueve años cuando irrumpe en la literatura
ecuatoriana con un libro de cuentos titulado "Los que se van", en el que
participan también Demetrio Aguilera Malta y Enrique Gil Gilbert. Estos
forman el núcleo de escritores llamado "grupo de Guayaquil" y
posteriormente "Los cinco de Guayaquil", una vez sumados José de la
Cuadra y Alfredo Pareja Diezcanseco. "Los que se van" causó revuelo,
rechazo por parte de algunos e incertidumbre de muchos. Los autores y
el libro fueron acusados de brutales y exagerados en sus relatos sobre
la cotidianeidad de la gente del campo costeño. Hoy, sin embargo,
reasentada la polvareda de su aparición, "Los que se van" es reconocida
como una de las piezas más significativas de la narrativa ecuatoriana.
Gallegos Lara militó fervorosamente en el Partido Comunista
Ecuatoriano y combatió activamente a políticos e intelectuales de clase
media que, según decía, pretendían erigirse en la dirección
revolucionaria del país: "En Ecuador no se leen libros ecuatorianos. Los
artículos periodísticos no se pagan. Los profesionales reciben honorarios
ridículos, fuera de tres burgueses de cartel. Los estudiantes carecen de
libros. El que quiere ser artista muere de hambre o tiene que ser
alcahuete de un gamonal para subsistir. Como resultado de las
condiciones económicas de su vida, y salvo una minoría de honestos y
pobres, los intelectuales de Ecuador tienen un temperamento
prostituido".

Joaquín Gallegos Lara (Guayaquil, 1911 - 1947) fue un novelista y ensayista


ecuatoriano.
Nació en Guayaquil, en medio de una familia pobre, donde se formó como intelectual
de manera autodidacta. Escribió muchos cuentos que después de su muerte fueron
organizados en la novela Las cruces sobre el agua, publicada en 1946, y otras dos que
han permanecido inéditas: Los guandos y La bruja.
Tenía las piernas atrofiadas hasta el extremo de no poder camirar, y sin embargo luchó
como militante comunista e intelectual, llegando incluso al extremo de participar en
choques callejeros y barricadas, con la ayuda de un mulato amigo que le prestaba sus
hombros y le servía de piernas.
Se dio a conocer en 1930 con el volumen de cuentos Los que se van, junto a Demetrio
Aguilera Malta y Enrique Gil Gilbert. Formó parte del "Grupo de Guayaquil" (dentro
del realismo social ecuatoriano) y mantuvo una activa participación política en las filas
de la izquierda.
En 1947 -poco antes de su muerte- publicó La última erranza (cuentos). En 1952
aparece su ensayo Biografía del pueblo indio (terminado en 1936) y en 1956 un
volumen de sus Cuentos.

JOAQUÍN GALLEGOS LARA (1911 - 1947)


Nació en Guayaquil y en la misma ciudad murió tras una vida
desasosegada y triste. Perteneció a una familia pobre. Su formación
intelectual fue sobre todo la de un autodidacto. Leyó abundantemente.
Frecuentó las literaturas del mundo entero. Amaba a los clásicos tanto
como a los modernos. Conocía a los autores franceses en la lengua
propia de ellos, que había llegado a dominar. Y no era que disponía de
medios adecuados para consagrarse a ese linaje de labores. Ni menos.
Lo que ocurría era que el desventurado joven estaba condenado a las
cuatro paredes de su habitación porque no podía moverse: había nacido
con una deformación que le impedía caminar. Sin embargo, las
necesidades del sustento y una amorosa ansiedad por las cosas que
contemplaba desde su miserable bohardilla le lanzaron un día hacia las
calles. A espaldas de otro hombre, que fue como usualmente recorrió
todos los sucios y descaecidos rincones de la gente humilde, y como, en
momentos de dolor colectivo, se hizo presente en las barricadas,
convertido en un combatiente más...

En cuanto a su novela "Los guandos", que desgraciadamente nunca


logró elaborar. Tampoco consiguió entregar al público otra larga
narración -"La bruja"- sobre los problema de los sembradores de cacao,
algunas partes de cuyos originales parece haber conocido José de la
Cuadra. E igualmente jamás recogió su producción dispersa, que había
publicado desde los años moceriles en libros y revistas.

A Joaquín Gallegos Lara se le había venido apreciando a través de esa


desordenada difusión de sus cuentos y de la parte que le correspondió
en el libro titulado Los que se van. Pero sí se considera con atención,
ninguno de sus relatos breves, incluido "El guaraguao", que es el más
sugestivo, alcanzó los atributos de su única novela conocida: Las cruces
sobre el agua.
La iniciación de Gallegos fue, sin duda, precaria y vacilante... Se
apasionó por los temas del pueblo costeño, pero le faltó la maestría de
De la Cuadra y de Gilbert ... El dominio narrativo le vino con la madurez.
Se lo admira en su novela, que de veras le da derecho a una posición
muy destacada en la literatura hispanoamericana. Hemos dicho que el
caso personal, íntimo, de Gallegos Lara fue, sin duda, trágico. Su figura
física era incompleta. El cuerpo, con su impresionante defecto ingénito,
mostraba una especie de raigones flotantes en vez de las piernas. Pues
bien, aquel hombre atormentado por su monstruosidad corporal no se
resistió a introducir en su novela Las cruces sobre el agua una figura de
fenómeno: la de Malpuntazo, zaherida y befada por su propio autor,
como en desahogo de odio a la imperfección personal que veía en sí
mismo... La obra fue varias veces reeditada, se publicó en Guayaquil,
en la Editorial A. G. Senefelder C.A. Ltda., en 1946...

El novelista tomó como soporte un hecho de la historia del puerto


guayaquileño: el levantamiento popular del 15 de noviembre de 1922.
Que tuvo un corolario sangriento. Entre los rebeldes sacrificados por las
balas oficiales estuvieron los panaderos. Los angelicales obreros del pan
de cada día. Y sobre todo uno, cuyo nombre preside aún las tahonas
cálidas de la alborada; Alfredo Baldeón. El novelista se propuso evocar
ese acontecimiento y la vida misma de aquel hombre humilde y
generoso. Pero advirtió que le era indispensable reproducir también la
atmósfera en que exuda su existencia el pueblo de Guayaquil: la del
barrio pobre... el punto central de los episodios de Las cruces sobre el
agua es la represión sangrienta por el ejército de los centenares de
gentes que salieron a las calles de Guayaquil en defensa de sus
derechos...

Mejor respuesta - Elegida por la comunidad


varias paginas al final.

Joaquín Gallegos Lara


Las Cruces sobre el agua, nueva y definitiva historia

El 15 de noviembre de 1922 es un suceso que parte al Ecuador entre


lo que hasta entonces fue y lo que desde ese día comenzó a ser. Por
ello la polémica se mantiene entre quienes no creen que ocurriera y
quienes saben hasta qué punto es cierto; entre quienes intentan
minimizar la importancia del suceso para la historia nacional y
quienes hablan de aquella fecha como la del bautismo de sangre de
la clase obrera ecuatoriana.

El 15 de noviembre de 1922 es, por eso, realidad y leyenda.

Real porque sucedió. Las crónicas de los periódicos de la época, los


estudios y los testimonios posteriores y las referencias históricas así
lo confirman. Diferencias de matices existen en cuanto a la magnitud
del movimiento obrero y popular y en cuanto al alcance de la
represión gubernamental, las protestas contra éste y al malestar que
le siguió. La inmensa mayoría de los historiadores nacionales
coincide, sin embargo, en señalar una nítida y precisa división entre
el Ecuador anterior a aquel 15 de noviembre, sin organización obrera
ni expresión reivindicativa popular, y el Ecuador donde ya comienza a
forjarse el movimiento sindical, obrero y campesino, cuyas luchas,
frustraciones y conquistas corresponderá juzgar sólo cuando llegue el
tiempo.

Leyenda porque traduce algo que es una constante histórica y social


del país, una constante que a lo largo del siglo para los ecuatorianos
ha sido y es sueño o pesadilla, pasión o indiferencia, pasado de gloria
o imposible futuro, verdad de muerte o ficción importada.

En el 1900 el puerto marítimo de Guayaquil concentraba la mayor


riqueza del país gracias al auge cacaotero mundial, uno de cuyos
principales protagonistas como exportador en el Ecuador.

A Guayaquil se le llamaba la "Perla del Pacifico" y reunía una


diversidad insólita de inmigrantes nacionales y extranjeros, que
llegaron al puerto atraídos por el fascinante aroma del cacao el
extraordinario progreso que, se decía, estaba trayendo la venta del
producto en los grandes países capitalistas.

Los terratenientes cacaoteros y sus familias vivían en París. A la


sombra de sus posesiones floreció en Guayaquil una burguesía
comercial y financiera, que se entretenía en esperar anhelante al
inmigrante español o italiano, vestir de seda y plumas, comprar
pianos y ser espectadores de las modas artísticas importadas de
Europa. Entre tanto, los inmigrantes ecuatorianos, aquellos montuvios
e indios de costa y sierra, que llegaron a Guayaquil persiguiendo el
mismo olor del cacao y se convirtieron en cargadores, estibadores,
escogedores y secadores del grano, levantaron sus casuchas junto a
las de los obreros de las primeras fábricas y las de los artesanos. Las
diferencias sociales que se establecieron de principio abrieron una
brecha enorme entre quienes lo tenían todo y quienes todo lo
soñaban.

De pronto, las plagas diezmaron las grandes plantaciones de cacao.


En el mercado internacional cayó bruscamente el precio del producto.
El gobierno defendió a los exportadores y a los banqueros, mediante
sucesivas devaluaciones del sucre que afectaron gravemente a la
clase media y, en especial, a los más pobres. Salario y trabajo se
volvieron inciertos e insuficientes; los pocos que trabajaban cada día
se sentían mal pagados o robados; las epidemias se cebaron en
quienes carecían de los más elementales servicios y recursos.

Para 1921 la crisis se desbordaba. El cacao se acabó. La gente que


antes se salvó de la peste moría ahora de hambre en las calles.

Apenas veinte años después de la revolución liberal de 1895 (Eloy


Alfaro, Plaza Gutiérrez, Lisardo García), el pueblo sintió que aquel
liberalismo triunfante lo había traicionado. Los nuevos gobiernos
conservadores no comprendieron, ni calcularon ni canalizaron el
descontento popular. En 1922 el incipiente movimiento de los
trabajadores se lanzó a una huelga -políticamente débil pro
históricamente aleccionadora- cuyo desenlace ocurrió ese 15 de
noviembre. El gobierno y los sectores poderosos reprimieron la
protesta con extrema dureza. centenares de huelguistas fueron
muertos a balazos y sus cadáveres arrojados a la ría del Guayas. El
pueblo dolido, con sus maneras tristes y dulces de expresarse, echó
sobre esa tumba de agua, casi oceánica, cientos de coronas de flores
y cruces de palo que durante días quedaron flotando. Los muertos no
se vieron; las cruces sí

La ilustre pensadora ecuatoriana María Augusta Veintimilla sostiene


que el 15 de noviembre de 1922 marca un hito en el
resquebrajamiento de la ideología liberal oligárquica, en el inicio de la
autonomía del pensamiento obrero y en la posibilidad de penetración
en Ecuador de las ideas socialistas y comunistas, que desde Europa
recorrían el mundo.

En cuanto a la novela "Las cruces sobre el agua", es el intelectual


Adrián Carrasco quien la define con mayor acierto y hace de ella la
valoración más ajustada: "Novela total y completa, que biografía a un
pueblo; documento socio-político excepcional, que plantea nuevos
conceptos de nacionalidad, cultura el historia ecuatoriana. Novela y
documento que toma al pueblo como verdadero protagonista; que
propone una visión alternativa a la ambivalencia realidad/ficción que
sostiene la cultura oficial; que rescata y pondera el idioma popular, el
hablar de la gente, en contraposición al español académico y
normalizado, al que enriquece; que siembra en la memoria colectiva
la figura de líderes políticos e intelectuales como Eloy Alfaro, Concha,
Montalvo...; que critica, sin contemplaciones, la debilidad del propio
pueblo en su organización y dirección; que expresa el primer rechazo
social a la impunidad de la violencia del Estado

Joaquín Gallegos Lara nace en Guayaquil el año 1911.

Quienes lo conocieron dicen de Joaquín Gallegos Lara que padecía


una grave malformación en las piernas, hasta el punto de verse
obligado a caminar siempre apoyado en los hombros de sus parientes
o amigos.

Tenía once años de edad cuando vivió, a su manera, los hechos que
luego convertiría en su gran novela: "Las cruces sobre el agua".

Contaba diecinueve años cuando irrumpe en la literatura ecuatoriana


con un libro de cuentos titulado "Los que se van", en el que participan
también Demetrio Aguilera Malta y Enrique Gil Gilbert. Estos forman
el núcleo de escritores llamado "grupo de Guayaquil" y
posteriormente "Los cinco de Guayaquil", una vez sumados José de la
Cuadra y Alfredo Pareja Diezcanseco. "Los que se van" causó revuelo,
rechazo por parte de algunos e incertidumbre de muchos. Los autores
y el libro fueron acusados de brutales y exagerados en sus relatos
sobre la cotidianeidad de la gente del campo costeño. Hoy, sin
embargo, reasentada la polvareda de su aparición, "Los que se van"
es reconocida como una de las piezas más significativas de la
narrativa ecuatoriana.

Gallegos Lara militó fervorosamente en el Partido Comunista


Ecuatoriano y combatió activamente a políticos e intelectuales de
clase media que, según decía, pretendían erigirse en la dirección
revolucionaria del país: "En Ecuador no se leen libros ecuatorianos.
Los artículos periodísticos no se pagan. Los profesionales reciben
honorarios ridículos, fuera de tres burgueses de cartel. Los
estudiantes carecen de libros. El que quiere ser artista muere de
hambre o tiene que ser alcahuete de un gamonal para subsistir.
Como resultado de las condiciones económicas de su vida, y salvo
una minoría de honestos y pobres, los intelectuales de Ecuador tienen
un temperamento prostituido".

El 15 de noviembre de 1922 es un suceso que parte al Ecuador entre


lo que hasta entonces fue y lo que desde ese día comenzó a ser. Por
ello la polémica se mantiene entre quienes no creen que ocurriera y
quienes saben hasta qué punto es cierto; entre quienes intentan
minimizar la importancia del suceso para la historia nacional y
quienes hablan de aquella fecha como la del bautismo de sangre de
la clase obrera ecuatoriana.

El 15 de noviembre de 1922 es, por eso, realidad y leyenda.

Real porque sucedió. Las crónicas de los periódicos de la época, los


estudios y los testimonios posteriores y las referencias históricas así
lo confirman. Diferencias de matices existen en cuanto a la magnitud
del movimiento obrero y popular y en cuanto al alcance de la
represión gubernamental, las protestas contra éste y al malestar que
le siguió. La inmensa mayoría de los historiadores nacionales
coincide, sin embargo, en señalar una nítida y precisa división entre
el Ecuador anterior a aquel 15 de noviembre, sin organización obrera
ni expresión reivindicativa popular, y el Ecuador donde ya comienza a
forjarse el movimiento sindical, obrero y campesino, cuyas luchas,
frustraciones y conquistas corresponderá juzgar sólo cuando llegue el
tiempo.

Leyenda porque traduce algo que es una constante histórica y social


del país, una constante que a lo largo del siglo para los ecuatorianos
ha sido y es sueño o pesadilla, pasión o indiferencia, pasado de gloria
o imposible futuro, verdad de muerte o ficción importada.

En el 1900 el puerto marítimo de Guayaquil concentraba la mayor


riqueza del país gracias al auge cacaotero mundial, uno de cuyos
principales protagonistas como exportador en el Ecuador.

A Guayaquil se le llamaba la "Perla del Pacifico" y reunía una


diversidad insólita de inmigrantes nacionales y extranjeros, que
llegaron al puerto atraídos por el fascinante aroma del cacao el
extraordinario progreso que, se decía, estaba trayendo la venta del
producto en los grandes países capitalistas.
Los terratenientes cacaoteros y sus familias vivían en París. A la
sombra de sus posesiones floreció en Guayaquil una burguesía
comercial y financiera, que se entretenía en esperar anhelante al
inmigrante español o italiano, vestir de seda y plumas, comprar
pianos y ser espectadores de las modas artísticas importadas de
Europa. Entre tanto, los inmigrantes ecuatorianos, aquellos montuvios
e indios de costa y sierra, que llegaron a Guayaquil persiguiendo el
mismo olor del cacao y se convirtieron en cargadores, estibadores,
escogedores y secadores del grano, levantaron sus casuchas junto a
las de los obreros de las primeras fábricas y las de los artesanos. Las
diferencias sociales que se establecieron de principio abrieron una
brecha enorme entre quienes lo tenían todo y quienes todo lo
soñaban.

De pronto, las plagas diezmaron las grandes plantaciones de cacao.


En el mercado internacional cayó bruscamente el precio del producto.
El gobierno defendió a los exportadores y a los banqueros, mediante
sucesivas devaluaciones del sucre que afectaron gravemente a la
clase media y, en especial, a los más pobres. Salario y trabajo se
volvieron inciertos e insuficientes; los pocos que trabajaban cada día
se sentían mal pagados o robados; las epidemias se cebaron en
quienes carecían de los más elementales servicios y recursos.

Para 1921 la crisis se desbordaba. El cacao se acabó. La gente que


antes se salvó de la peste moría ahora de hambre en las calles.

Apenas veinte años después de la revolución liberal de 1895 (Eloy


Alfaro, Plaza Gutiérrez, Lisardo García), el pueblo sintió que aquel
liberalismo triunfante lo había traicionado. Los nuevos gobiernos
conservadores no comprendieron, ni calcularon ni canalizaron el
descontento popular. En 1922 el incipiente movimiento de los
trabajadores se lanzó a una huelga -políticamente débil pro
históricamente aleccionadora- cuyo desenlace ocurrió ese 15 de
noviembre. El gobierno y los sectores poderosos reprimieron la
protesta con extrema dureza. centenares de huelguistas fueron
muertos a balazos y sus cadáveres arrojados a la ría del Guayas. El
pueblo dolido, con sus maneras tristes y dulces de expresarse, echó
sobre esa tumba de agua, casi oceánica, cientos de coronas de flores
y cruces de palo que durante días quedaron flotando. Los muertos no
se vieron; las cruces sí

La ilustre pensadora ecuatoriana María Augusta Veintimilla sostiene


que el 15 de noviembre de 1922 marca un hito en el
resquebrajamiento de la ideología liberal oligárquica, en el inicio de la
autonomía del pensamiento obrero y en la posibilidad de penetración
en Ecuador de las ideas socialistas y comunistas, que desde Europa
recorrían el mundo.

En cuanto a la novela "Las cruces sobre el agua", es el intelectual


Adrián Carrasco quien la define con mayor acierto y hace de ella la
valoración más ajustada: "Novela total y completa, que biografía a un
pueblo; documento socio-político excepcional, que plantea nuevos
conceptos de nacionalidad, cultura el historia ecuatoriana. Novela y
documento que toma al pueblo como verdadero protagonista; que
propone una visión alternativa a la ambivalencia realidad/ficción que
sostiene la cultura oficial; que rescata y pondera el idioma popular, el
hablar de la gente, en contraposición al español académico y
normalizado, al que enriquece; que siembra en la memoria colectiva
la figura de líderes políticos e intelectuales como Eloy Alfaro, Concha,
Montalvo...; que critica, sin contemplaciones, la debilidad del propio
pueblo en su organización y dirección; que expresa el primer rechazo
social a la impunidad de la violencia del Estado".

Las CRUCES sobre el AGUA

15 de noviembre de 1922
La sensibilidad de un hombre logra recoger la masacre de las
tropas militares del gobierno de Tamayo, en una novela que se
quedará entre nosotros para siempre, y cuyo testimonio da
cuenta de la primera acción política que pone en el centro de
la lucha social a la clase obrera del Ecuador.
La primera información sobre la aparición de esta novela, destinada a
convertirse en una de las obras literarias más importantes de la
literatura ecuatoriana y latinoamericana, aparece en el No. l3 de la
Revista “Letras del Ecuador”, publicación de la Casa de la Cultura
Ecuatoriana, con el epígrafe de “Periódico de Literatura y Arte”,
correspondiente al mes de mayo de l946.
El autor de la nota bibliográfica es Pedro Jorge Vera, entonces un
joven escritor, también guayaquileño, autor de poemas y cuentos
que, pocos meses después, publicará su primera novela “Los
Animales Puros”, editada en Buenos Aires por la Editorial Futuro.
Al iniciar su comentario Vera destaca que “Las Cruces sobre el Agua”
es “la novela de Guayaquil como jamás se ha escrito otra, tal es la
plasticidad, vigor y autenticidad de elementos con que la ciudad está
aquí reconstruida.- Ni siquiera en el poema la ciudad huancavilca ha
sido exaltada con tanto amor, en su gallardía y en su miseria, como
en esta novela que acaba de salir de las prensas”.
En otra parte de su comentario, Pedro Jorge Vera vaticina que el
autor de esta novela será calificado de tendencioso por aquellos que
reclaman una literatura asexuada, sin olor ni sabor y afirma: “Que le
pregunten a cualquier guayaquileño que sea de verdad, si las
historias de esta novela no constituyen la oscura, hermosa y terrible
vida cotidiana de Guayaquil, exaltada, iluminada y oscurecida por la
pluma vigorosa de un gran estilista”.
Pero no solamente es Pedro Jorge Vera el que comenta sobre la
aparición de esta novela; a lo largo del año l946, en Letras del
Ecuador aparecen comentarios de varios críticos contemporáneos
como Ghitman Beider quien afirma que “Con LAS CRUCES SOBRE EL
AGUA se ha enriquecido en forma por demás notable la novelística
ecuatoriana, que tiene un puesto tan brillante en América”.
Por otro lado, en agosto de ese año, Cristóbal Garcés Larrea, poeta y
crítico guayaquileño, afirma: “Después de un largo paréntesis de
silencio en el que Joaquín Gallegos Lara estaba entregado con todas
las fuerzas de su espíritu a las luchas políticas, a la estructuración de
un partido de avanzada, y al periodismo combativo y constructivo,
vuelve hoy este gran novelista a contarnos en LAS CRUCES SOBRE EL
AGUA, su obra consagratoria, la historia dolorosa, humilde y siempre
grande de la ciudad porteña. Viene a decirnos verdades amargas, con
un realismo tan desnudo, que a veces nos asusta; pero Gallegos Lara
no ha falseado nada, conoce a su pueblo y por eso nos muestra, sin
reticencias, nuestra triste realidad”. A renglón seguido afirma:
“Algunos intelectuales han acusado a Gallegos Lara de abusar del
feísmo. ¿Habrá feísmo en LAS CRUCES SOBRE EL AGUA? Lo que hay
es una verdad tajante, esa misma verdad que no queremos ver y que
sin embargo nos quema los ojos y que hombres como Gallegos Lara,
conscientes de su misión histórica y su rol de escritor, no temen sino
que la descubren y vitalizan”.
El poeta y crítico de arte Jorge Guerrero, en ese mismo año, afirma:
“Creemos que la novela de Gallegos Lara será duradera; está hecha
con amor y rudeza, con dolor y rebeldía, sentimientos y maneras
que, superando lo puramente literario, hacen que la obra escrita sea
valedera ahora y siempre”.

“Las cruces sobre el agua” es todo lo que se ha afirmado en los


párrafos anteriores; pero, sobre todo, es una valiente y patética
denuncia sobre la brutal represión ejercida contra el pueblo de
Guayaquil, obreros, artesanos, empleados, que fueron asesinados
cobardemente por la soldadesca envilecida que “cumplía órdenes
superiores”. Las víctimas de la masacre fueron lanzados al Río
Guayas, para ocultar las evidencias. Desde entonces, las gentes
humildes, el pueblo guayaquileño, cuando llega el l5 de noviembre
lanzan sobre la Ría unas cruces negras iluminadas con velas,
demostrando que aun está viva su solidaridad y su protesta.
“Las ligeras ondas hacían cabecear bajo la lluvia las cruces negras,
destacándose contra la lejanía plomiza del puerto. Alfonso pensó que,
como el cargador le decía, alguien se acordaba. Quizás esas cruces
eran la última esperanza del pueblo ecuatoriano”. Este es el párrafo
final de la novela.

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