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La última página de Anna Frank

MARCO ANSALDO
12 maggio 2008

"Frank, Annelies Marie Sara. Nacida el 12 de junio de 1929, en Franckfurt. Reside en Ámsterdam, en la
Plaza Mervede, 37, 2º piso. Soltera. Padres: Frank, Otto Heinrich Isra, 12.5.1889. Hollaender, Edith Sara,
16.1.1900. Hermana: Frank, Margot Betti Sara, 16.2.1926". Dos señales de fallecimiento, escritas con
pluma en la parte de arriba y en la de abajo del folio, en forma de estilizadas cruces gamadas, indican de
manera inequívoca la procedencia del documento. Así solían marcar las fichas de los prisioneros difuntos
los burócratas de las SS.

Precisión y eficiencia. Gracias a la disciplina inflexible de tantos escribanos del Tercer Reich, los
fragmentos que todavía surgen del enorme archivo de crímenes nazis de Bad Arolsen, en el centro de
Alemania, abierto a los investigadores después de sesenta años, contribuyen a enriquecer la imagen de
aquel periodo histórico. Como ocurre con los dos documentos que ahora se presentan sobre Ana Frank, una
deportada más, como tantos otros…

Arriba, a la derecha, el documento tiene una cifra y una fecha: el número del dossier "127.266", y "8 de
agosto, 1944" (han pasado apenas siete días desde que Ana escribió, sin saberlo, la última carta de su
diario, el 1 de agosto). Este documento es el informe que los nazis iniciaron en Holanda, inmediatamente
después de su detención.

Hasta ese momento, la familia Frank permaneció escondida en Ámsterdam, junto a otros cuatro judíos, en
el famoso “alojamiento secreto” situado en el 263 de la calle Prinsengracht, donde los ocho refugiados
consiguieron arrancar dos años de vida a los soldados alemanes que ignoraban su existencia. Sin embargo,
el 4 de agosto, tras un chivatazo, el superintendente austriaco de las SS, Karl Josef Silberbauer
(después descubierto por el “cazanazis” Simon Wiesenthal), acompañado por algunos agentes holandeses
de la Gruene Polizei, irrumpió en la oficina de Otto Frank, readaptada como refugio. Oculta por una
estantería giratoria, una puerta secreta daba paso a una larguísima escalera (“la típica rompepiernas
holandesa”, como escribió Ana en los últimos párrafos de ese periodo) por la que se accedía al
apartamento donde la familia encontró resguardo sin poder salir de casa.

La ficha, escrita a máquina, en holandés, indica la inmediata reclusión de la joven en Westerbork, el campo
de concentración destinado a los judíos de los Países Bajos, en espera de ser transferidos a los campos de
extermino de Polonia. Entre el verano de 42 y el otoño del 44, como recuerda el investigador de la Shoah,
Frediano Sessi, en el apéndice de la edición del “Diario de Ana Frank” publicado en Italia por Einaudi,
partieron 85 vagones, de los cuales 19 fueron directamente a Sobibor y 66 a Auschwitz.

"En Westerbork - dirá una compañera de prisión, Lenie de Jong - Van Naarden, citada en el libro de W.
Lindwer “Los últimos meses de Ana Frank” (Newton Compton)- conocimos pronto a muchas personas.
Hablé con las jóvenes Frank: sobre todo Ana era guapa y graciosa. Se te partía el corazón, porque eran
tan jóvenes… Y no se podía hacer nada por apartarlas de todo aquello... ¡Todavía esperaban tanto de la
vida!”. “Otto Frank vino a mí –recuerda otra testigo, Rachel Van Amerongen-Frankfoorder- y preguntó si
Ana no podría ayudarme, el servicio interno era muy ambicioso… Ana era muy amable y dijo: ‘Sé hacer de
todo, tengo práctica en todo’. Era verdaderamente muy agradable, un poco más alta de lo que aparenta en
las fotografías, alegre, de buen humor. Creo que un par de días después, junto a su madre y su hermana,
fueron destinadas al reparto de baterías".

El documento sobre Ana Frank encontrado en Westerbork es perfecto y esmerado, una ficha que,
además de reunir todos los datos fundamentales de la interna, sería actualizado continuamente. Aquel
Lager será recordado por muchos como un ejemplo de la brutalidad y de lo obtuso del régimen nazi. "De
vez en cuando -recuerda otro compañero de desventuras, Janny Brandes-Brilleslijper – intercambiábamos
un par de palabras, por ejemplo cuando rompíamos las baterías. Era un trabajo sucio y sin sentido.
Teníamos que romperlas con un escalpelo y un martillo, luego echábamos el alquitrán en un cesto y
sacábamos una barrita de carbón que poníamos en otro cesto. Además de que este trabajo te hacía sentir
terriblemente sucio, a todos nos daban ataques de tos porque de las baterías salía alguna sustancia
tóxica. El lado bueno del trabajo era que se podía hablar con los otros. Las niñas Frank rompían las
baterías sentadas en una mesa larga. Se hablaba, se reía… El dolor lo guardabas dentro”.

No se sabe si en los pocos momentos de intimidad que pasó con la familia, y tal vez también con Peter
Schiff, el chico del que se había enamorado y cuya fotografía ha visto la luz hace poco tiempo, consiguió
escribir algo para su diario… Los historiadores se inclinan a pensar que no fue así, pues los nazis
reservaban penas durísimas para quienes intentaban escribir.

En la ficha personal de Ana, escrita a mano con letra grande y atravesando el documento, hay también una
fecha "3-9-44". Es el día en que ella y su familia fueron trasladados a Auschwitz, donde los Frank
llegaron, junto con otros prisioneros, en la noche del 5 al 6 de septiembre. La selección se hizo
rápidamente, en cuanto bajaron del tren: uno de los ocho refugiados en el escondite secreto, el señor Van
Pels, fue inmediatamente enviado a la cámara de gas.

La segunda referencia a ana Frank en el archivo alemán está en un voluminoso libro de tapas negras donde
se relaciona el nombre de miles de judíos que hacían el recorrido desde Westerbork hasta Auschwitz.
"Lista 40", dice el encabezamiento, en la parte alta, a la izquierda. "Frank Annelise M.", se lee a mitad de
la página, junto a la fecha de nacimiento, la dirección y la misma fecha de traslado indicada en la ficha
personal: 3 de septiembre de 1944.

Quince líneas más abajo también aparece el nombre de la madre, Frank - Hollaender Edith. Han pasado 33
días desde que la joven Ana redactó aquella joya, delicada y profunda, que es la última página de su diario:
“Tiemblo de miedo de que todos cuantos me conocen tal como me muestro siempre descubran que tengo
otra parte, la más bella y la mejor. Temo que se burlen de mí, que me encuentren ridícula y sentimental,
que no me tomen en serio. Estoy habituada a que no me tomen en serio, pero es Ana la superficial la que se
ha habituado y quien puede soportarlo; la otra, la que es grave y tierna, no lo resistiría. (…) Cuando me
muestro grave y tranquila, doy la impresión a todo el mundo de que interpreto una comedia, y enseguida
recurro a una pequeña broma con el fin de zafarme; para no hablar de mi propia familia, que, persuadida
de que estoy enferma, me hace engullir tabletas contra las jaquecas y los nervios, me mira la garganta, me
tantea la cabeza para ver si tengo fiebre, me pregunta si estoy constipada y termina por criticar mi mal
humor. Ya no puedo soportarlo: cuando se ocupan demasiado de mí, primero me vuelvo áspera, luego triste,
revertiendo mi corazón una vez más con el fin de mostrar la parte mala y ocultar la parte buena, y sigo
buscando la manera de llegar a ser la que tanto querría ser, lo que yo seria capaz de ser, si... no hubiera
otras personas en el mundo.”

Son sus últimas líneas. Las fichas del arresto y de la deportación son el comienzo del fin de Ana. A finales
de octubre la niña cogió la sarna. Poco después enfermó también su hermana Margot. Mucha gente se dio
cuenta del pésimo aspecto de las hermanas Frank, que tenían manchas y vejigas en la piel y que se ponían
solamente un poco de pomada. Su salud empeoró y fueron trasladadas al Kratzeblock, el pabellón
reservado a los sarnosos. Las separaron de su madre que, en la soledad, morirá poco tiempo después, a
primeros de enero. El 28 de octubre de 1944 subieron a un tren con destino al campo de Bergen-Belsen.

En el nuevo Lager fueron finalmente hospedadas en uno de los peores lugares, los barracones donde se
reunía a los últimos que llegaban, generalmente mujeres extenuadas y desnutridas tras un viaje de varios
días, hacinadas en vagones de carga para animales junto a otras mujeres enfermas y doloridas… En pleno
invierno una epidemia de tifus atacó a los deportados. Sin alimentos, sin medicinas, débiles y cansadas, las
dos niñas Frank se contagiaron.

"Estaban delgadísimas - recuerda todavía Raquel, su compañera de prisión- tenían un aspecto terrible.
Discutían a causa de su enfermedad, tenían los peores puestos del barracón, cerca de la puerta”. “Ana”,
recuerda también Janny, "estaba ante mi envuelta en una manta y no lloraba. Dijo que los bichitos de la
ropa le hacían estremecerse y que por esa razón se había quitado toda su ropa. Yo recogí toda la que pude
para dársela, para que se pudiese vestir… DE comer tampoco teníamos mucho, aunque procuré darle algo
de nuestra ración de pan

Los primeros días de marzo del 45 (la fecha es incierta), Janny fue a echar un vistazo a las niñas. Margot
había caído de la cama al suelo de piedra, ya sin vida. Ana murió el día después. La primera ficha que
rellenaron los SS lleva junto a la señal que decreta la muerte del prisionero una última anotación escrita a
mano: “Muerta en B. B., ‘45’ ”.

O sea, un único documento contiene toda la tragedia de Ana Frank: el momento del arresto en Holanda,
las fichas de la familia, la deportación a Auschwitz, la muerte en el campo de exterminio alemán de
Bergen Belsen. Muchos años después, sólo Ana se alzará entre el millón y medio de niños muertos durante
la Segunda Guerra Mundial, para convertirse en el símbolo de los judíos víctimas de racismo antisemita
nazi. Otto Frank fue el único de los refugiados en el “alojamiento secreto” que sobrevivió. Dedicó el
resto de su vida a la difusión del “Diario” y a la triste experiencia de Ana. Estos papeles nos la devuelven
a la memoria.

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