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Son las huellas el camino y nada más.

Caminante no hay camino, se hace camino al andar.

Porque los pasos que se dan en la senda de la


vida siempre son mejores si se dan en compañía
de buenos amigos.

Nuestro viaje, nuestra historia, nuestros


recuerdos.

Los tres de Forks… en los zapatos de Bella.

Mayo de 2008. Cieza, Murcia. Alba Navalón

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España-EEUU
(20 y 21 de abril)

Como el coche de mi padre se fue a la mierda (perdón por la palabra, pero es ahí donde se
fue), el sábado a las 11 y media de la noche me han llevado con el coche de mi madre a casa
de Silvia. Desde allí iremos los tres de Forks hasta Murcia en el super coche de los padres de
Silvia.

Llegamos temprano y después de pitar varias veces en casa de Silvia sin que sonara el DIN-
DON pero con las perras ladrándome como posesas desde el otro lado de la puerta, Pedro
sale a abrirme. Tiene a las dos perras dominás, en serio. Dice “Kitty, dentro” y la Kitty que va
pa’ allá. Jeje. Me dice que tendremos que esperar un poco porque los padres de Silvia aun no
están allí.

Cuando al fin llegan, nos montamos en su coche y nos vamos pa’ Murcia. El viaje se hace
corto y super raro, pues no estamos acostumbrados a ver el centro de la ciudad sin coches, y
menos a ver la estación de autobuses casi vacía.

Nuestro bus está ya allí cuando llegamos y lo conduce un ruso que arregla el limpiaparabrisas
con un destornillador y a golpes (sí, sin lugar a
dudas eso infunde mucha confianza). El caso es
que cuando ya estamos montados, nos dicen los
padres de Silvia que el bus pasa por Cieza. ¿Qué?
¿Cómo? Pues así era: el bus paró en Cieza, así que
hicimos el camino de vuelta OTRA VEZ y vimos a
los padres de Silvia una vez más en la estación de
Cieza. El bus casi arrolla el coche de Antonio, por
cierto, jajaja.

Ya de camino hacia Madrid, la policía paró el


autobús e hizo que el conductor soplara la bufa. El
pobre no tenía pulmones y no lograba que la
lucecita se apagara, por lo que tuvo que bajarse para ver si así soplaba mejor. Lo consiguió,
menos mal, pero después de desinflarse como un globo.

Además, el conductor y un viajero estuvieron compartiendo batallitas hasta Hellín, porque


ambos eran conductores de bus. A mi particularmente me dejó flipá lo que hacía el asiento
que tenía justo delante (donde estaba sentado el hombre que hablaba), pues se deslizaba
hacia los laos con las curvas.

El reloj del bus, por cierto, daba una hora menos y


además lo hacía en el mundo de Yupi o algo así. En
lugar de las 0:00 eran las CCC y cuando fueron la
1:11 no aparecía nada, XD.

Llegamos a la estación de autobuses de Madrid a


eso de las seis. El camino de ida lo habíamos pasado
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lloviendo casi todo el rato, pero al menos ahora había parado un poco. Como era de noche,
decidimos darnos una vuelta por el edificio, y subiendo las escaleras metálicas, vemos que dos
tíos comienzan a pelearse. Por como discuten son sordomudos y se conocen, pero se meten
cada empujón… Justo al lado había un guardia de seguridad que los mirada de reojo
mientras hablaba por la radio.

Cuando nos alejábamos, vimos a otros dos guardias que acudían en ayuda de su compañero.
Jeje.

Finalmente salimos de la estación y


caminamos hasta la primera boca de
metro. Tras ver el mapa, decidimos ir
andando hasta Atocha, pues después de
todo había dejado de llover.
Caminamos y caminamos con las manos
poniéndosenos rojas por el peso de la
maleta (menos mal que llevan ruedas)
y finalmente llegamos a Atocha. Nos
refugiamos bajo un árbol… y comienza
a diluviar.

Teníamos pensado ir a una cafetería a


tomarnos algo, pero todo lo que
hicimos fue quedarnos en la puerta, refugiados bajo el porche (¿quizá el alero?) junto a
personas que en su mayoría parecían fiesteros que iban a desayunar después de una noche de
juerga.

Cuando vimos que aquello no paraba, nos decidimos a entrar en el metro e ir directamente al
aeropuerto. Una lástima, pero la visita a Madrid tendría que quedar para otro momento.

Llegamos al aeropuerto muy temprano, pero en los paneles ya ponen los vuelos de
prácticamente todo el día… Miramos hacia Filadelfia el que sale y sólo hay uno, que no es el
nuestro porque es de US Airways.

Algo preocupados vamos a buscar las mesas de facturación de Spanair… y aburridos de


buscarla y buscarla, nos damos la vuelta. Pedro acaba de darse cuenta de que pone en el
planing que aun siendo billetes de Spanair, el vuelo lo llevará a cabo US. Airways. Genial.

Vamos al mostrador de la compañía americana y


una tía super seca (de cuerpo y humor) comienza
a hacernos preguntas del estilo “¿dónde se han
hecho las maletas?”, “lleváis algo que os hayan
dado?” Ya nos deja alucinados cuando nos dice:
“¿dónde vais a alojaros? Dirección completa. Si
no, no podéis volar”. La muy canalla nos hizo
llamar a alguien con acceso a Internet (mi padre
fue el elegido) para darle la dirección exacta del
hotel. Después, mientras otra mujer nos estaba

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buscando los asientos, oímos que los de al lado le dan a la chica que les atiende sólo el
nombre del hotel… Hija de piiiiii la tía seca…

Esperamos tirados por los suelos (literalmente) a que se acerque nuestra hora y después,
pasamos el detector de metales, esperamos al avión y nos montamos. Una familia nos
pregunta a los tres si nos importaría cambiarles el sitio (una fila más adelante) porque así ellos
se apañan mejor con sus hijos. Como Pedro, Silvia y yo seguimos juntos, accedemos.

El problema llega cuando un hombre dice que el asiento donde estoy yo es el suyo. Al
girarnos hacia la familia, nos medio explica que ellos no tienen los tres asientos donde
estamos sentados, sólo dos y el resto de la fila de al lado.

Sea como sea, el caso es que se arma la de Dios. Casi cinco personas tuvieran que reubicarse
por el follón que lió la familia.

El viaje se hace largo, no conseguimos dormir, la comida es super rara (y super mala) y el
cuarto de aseo resulta claustrofóbico, pero conseguimos llegar de una pieza al otro lado del
“charcho” (charcazo, teniendo en cuenta que son ocho horas de vuelo).

Casi al principio del vuelo nos dieron un papelito para la aduana de los EEUU, casi todo
sobre dinero y objetos que llevábamos. Sin embargo, cuando ya estábamos practicamente
aterrizando, nos enteramos de que necesitamos un papelito más, uno verde, y casi
empezando el descenso, le pedimos a la azafata tres. Nos
trae dos, por lo que Silvia tiene que rellenarlo después.

Con ese si que nos quedamos con la boca abierta. Nos


preguntan si somos espías, si hemos estado involucrados
con secuestros de niños o con el movimiento nazi, si
consumimos drogas o padecemos alguna enfermedad
contagiosa… Hay que ver cómo son estos americanos.

Cuando bajamos del avión y Silvia rellena su papelito,


hacemos cola para la aduana. Tenemos que esperar más
de una hora (nuestra escala es de dos) para que nos
atiendan, y cuando finalmente lo hacen, voy yo primero
por si acaso el hombre no habla español.

Menos mal, porque no lo hace. Me pregunta por qué


vamos a Washington y le digo que por los libros de

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Stephenie Meyer. Me toma la huella dactilar de los dos dedos índices (ya sabemos que si
queremos atracar un banco no podemos usar esos dedos porque nos fichan enseguida) y me
echa una foto con la webcam. Me quedo mientras entrevista a Pedro y Silvia, para
traducirles, y me pregunta en qué trabajan ambos.

Al final nos vamos los tres con nuestro visado temporal verde grapado en el pasaporte y
cagando leches porque llegamos tarde.

Después de recoger las maletas y ponerlas en las cintas que las meterían en el avión a Seattle,
seguimos a la masa y con menos de media hora para la salida de nuestro próximo vuelo, nos
encontramos con que tenemos que pasar por otro control (detector de metales, rayos X…)
que está completa y absolutamente atestado de gente.

Corriendo que nos las pelamos les damos nuestro pasaporte para que lo examinen (el tío que
me lo hace a mí me dice de pronto “next”y yo “¿a dónde?” y él “conmigo”. Hijo, pues pon
más energía, que parece que estás ahí tomándote una cervecita…

Para pasar el detector de metales nos hacen quitarnos los zapatos (hay un ventilador al lado,
porque POR DIOSSS!! Después de ocho horas volando los pies atufan), pero al menos no nos
paran.

Corriendo escopetados, nos dirigimos a la termina B. Tenemos 15 minutos hasta que


despegue el vuelo (sí, tendremos que tomarnos el tiempo de embarque a la torera) y en el
papel y en el billete ponen cosas distinta sobre nuestra puerta de embarque. Le preguntamos
a una mujer y nos manda hacia la terminal C. Que sea lo que tenga que ser: le hacemos caso.

Menos mal, pues tenía razón. Cuando llegamos a la mesa de vuelo hacia Seattle, la puerta ya
está cerrada. Le pregunto a uno que está allí si va a Seattle y me dice que no. Mierda. Uno
que está al lado nos dice no sé qué del vuelo, pero como no nos enteramos bien vamos a la
mesa del vuelo y le pregunto a la mujer que está allí.

Genial, el vuelo iba


retrasado cincuenta
minutos. Tanto correr para
nada.

Como estamos sedientos


vamos a comprar agua… y
al ir a pagarle a la mujer
con un billete de 100
dólares, nos pone mala
cara. Pedro usa su
movimiento de labio
lastimero y la chica,
suspirando, le da el
cambio. Menos mal,
aunque eso sí, la teoría de
la de la Cam se ha caído

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por los suelos.

Nos sentamos allí a esperar… y el vuelo se retrasa 20 minutos más. Y después de eso otros
20. Tras dudarlo un rato, decidimos llamar a los de Rocket para avisarlos del retraso y del
cambio de compañía.

Consigo hacerme entender con el hombre que me atiende (menos mal que no me tocó la tía
de los suspiros y del “Esooo noo eesss looo quee tee heee preguntaadooo”) y apenas cuelgo
cuando tenemos que montarnos en el avión.

En el vuelo de Filadelfia a Seattle vamos separados, pero como eran dos horas… ¿Dos horas?
Al montarme, le pregunto al negro que tenía al lao cuánto duraba el vuelo… y me dice que
entre cuatro y cinco horas. ¿QUÉ? Ahí cundió un poco el pánico entre los tres de Forks, pero
claro, habíamos calculado mal el cambio horario. Hay dos horas de diferencia entre Filadelfia
y Seattle, por lo que las dos horas de vuelo sobre el papel se convierten en cuatro horas
reales.

Así pues, pasamos el doble de tiempo al que creíamos sentados tal que así:

***Pedro entre una mujer con sobrepeso y un negro rapero. La primera se asomaba a la
ventanilla cada vez que Pedro quería hacerlo y el segundo tenía una habilidad pasmosa para
saber cuándo iba a pasar el carrito de la comida, despertándose y bajando la bandeja justo a
tiempo.

***Silvia entre un hombre que le daba la espalda casi todo el tiempo (creando un muro
bastante incómodo a su izquierda) y otro hombre que se pasó todo el vuelo viendo películas.

***Yo entre un afroamericano gordo que en lugar de tener las piernas cerradas iba
despatarrado, por lo que cada vez que se movía sacudía el reposabrazos y un indio muy
simpático que estuvo hablando conmigo un rato.

El caso es que, antes de todo eso, cuando estábamos


sentados en el avión dispuestos para despegar,
comienza a hablar el piloto y nos dice que íbamos a
tener que esperar un rato, pues estábamos los
primeros para despegar pero repentinamente
habíamos pasado al puesto 28.

Desesperante, esa es la palabra clave para descubrir


ese viaje. Para ese entonces ya llevábamos 26 horas
viajando, sin dormir bien y a punto de arrancarnos la
piel a bocados por la desesperación.

El caso es que llegamos a Seattle a las 11 de la noche.


Para cuando llamamos al hotel eran ya y cuarto, por
lo que no nos contestó nadie. Sin saber cómo íbamos
a pasar la noche (pues no estábamos seguros de que
pudiésemos entrar en el hotel a esas horas), esperamos
las maletas. Tardaron bastante en salir, pero las
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reconocimos enseguida, pues eran las únicas con embalaje protector.

Llamamos a Rocket y siguiendo las instrucciones de la mujer, salimos… para encontrar a un


encantador hombre canoso esperándonos.

No sé como se llamaba, pero fue un conductor estupendo. Me fue contando cosas de los
sitios por donde íbamos pasando y me dijo que había estado en Italia, que ahora vivía en
Port Angeles aunque no le gustaba… Me preguntó también por qué habíamos elegido viajar
a Forks y le dije si conocía a Stephenie Meyer. Me dijo que no, pero cuando le hablé un poco
más del libro, exclamó: “¡Oh!, sí; están haciendo una película de eso ¿no? He oído que se está
haciendo algo… grande.”

Intenté no dormirme, pero fue imposible. Me sorprendía de pronto dando cabezadas o con
la cabeza hacia atrás y con la boca abierta. A Silvia y Pedro les pasaba lo mismo (aunque lo
negaran en el momento jeje). Sin embargo, todos nos despejamos cuando nuestro querido
conductor nos dijo que estaba nevando. Al principio no vimos nada, pero de pronto nos
vimos envueltos por un montón de nieve que apenas nos dejaba ver unos metros más allá.
Fue alucinante.

¡Y, oh! Se me olvidaba. Nos dijo que Rafael Román era uno de los jefes de Rocket. ¡Mola!
También nos comentó que había una importante comunidad hispana en Forks.

Cuando llegamos a nuestro destino eran las 4 de la


madrugada. Buscamos la recepción montados en el
coche y cuando la encontramos fuimos a ver si todavía
había alguien dentro.

No hubo suerte, pero Silvia se dio cuenta de una


notita que era para “Cascales party”. XD. Llamamos al
número que nos ponía ahí y después de despertar a un
pobre hombre, decidí pasarle el teléfono a nuestro
amigo de Rocket.

Fue un acierto, pues con su ayuda conseguimos entrar en


nuestra habitación (la 204) antes de que amaneciera. Por
cierto, como curiosidad decir que nuestra tarjetita para la
puerta estaba bajo el felpudo, como en las pelis. Jejeje.

Antes de irse (sin aceptar nuestra propina), el hombre nos


confesó que cuando le dieron la dirección a la que tenía
que llevarnos se había preocupado un poco, pues él
había estado allí antes y era un cuchitril, pero nos aseguró
que lo habían reformado completamente.

Cuando se fue, remoloneamos por un tiempo por nuestra


casita y después pillamos la cama.

Habíamos estado viajando durante 36 horas, ni más ni


menos.
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FORKS
(Primer día 21-4-08)

A eso de las 11 nos despertamos y tras


vestirnos, ducharnos y demás, fuimos a la
oficina. Hacía sol (sí, sol) y después de
robar en la recepción del hotel tres
folletos de cada clase y firmar los papeles
que el pobre hombre al que habíamos
despertado la noche anterior nos dio,
fuimos a descubrir Forks.

Nuestro hotel está un poco a las afueras,


al norte de la 101. No hay acera, aunque
el arcén es grande, por lo que no hay
problema para andar.

Pasamos junto al parking de los autobuses escolares, son todos amarillos y son una panzá.
Seguimos avanzando para adentrarnos en Forks y notamos que los conductores nos miran.
Suponemos que es
porque vamos muy
abrigados o porque
saben que somos
extranjeros.

En un cruce de
caminos vemos el
letrero del instituto.
¡Ahí está el instituto
donde estudian Bella y
los Cullen! Nos
echamos fotos con el
cartel y en la fachada.
Pone “Quillaute high-
school” (¿Quillaute no
eran los indios?) y
Silvia y Peedro espían
un poco a través de la
puerta y ven unas
camisetas que les
encantan.

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Tras ver las
horas de clase,
seguimos
nuestro camino.
Alcanzamos, al
final de la calle
principal, el
Thriftway
Outfitters, pero
en lugar de
entrar a
comprar
comida,
decidimos
quedarnos en la
puerta e ir al
asiático que
hemos visto a
mitad de la calle
principal.

No me entero de lo que me dicen las camareras, pero


suceden varias cosas curiosas: vemos a los primeros
hispanos en Forks (parecen pandilleros, la verdad), nos
sacan cajitas para llevarnos la comida a casa si queremos
(no me extraña que lo hagan, porque con el platazo…) y
nos sirven arroz que según descubrimos después en el
Thriftway es arroz español.

Después vagabundeamos en busca del hospital y después


de
pasar
por
varias
calles

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residenciales siguiendo el indicador de “urgencias” damos con un edificio que parece
cualquier cosa menos un hospital. Es el cartelito del hospital lo que nos hace saber donde
estamos. Bueno, eso y que el pedazo coche de Carlisle estaba ahí aparcado.

Estábamos paseando por los alrededores cuando de pronto comenzó a caer granizo casi
líquido del cielo. Nos refugiamos en la parada del bus… y de pronto tenemos que
desperdigarnos porque justo cuando nos hemos metido ha aparecido el bus y ha parado en la
estación XD.

Después vagabundeamos calle arriba hasta llegar al colegio de nuevo. Damos con más
edificios que pertenecen al instituto y encontramos el “Spartan Stadium”. Es la caña.

Coincidimos entonces con la salida de los alumnos.


Toda (y digo TODA) la flota de autobuses amarillos está
ahí. Nos cruzamos con varios hispanos pero no dicen
nada. El resto de alumnos no nos miran raro. Guay.

Cuando irremediablemente acabamos fuera de la masa


de alumnos, rondamos un poco más por los alrededores
(creemos que sería un poco cantoso dar la vuelta y
volver a pasar) y después vamos al Thriftway. La gente
nos vuelve a mirar desde sus coches y descubrimos que
hay garrulos en Forks, que van arriba y abajo por la
“Gran Vía” de Forks con la música a toda pastilla. ¡Oh!
¡Y se me olvidaba! Esta mañana hemos visto pasar a tres
mega-chupi-guays rubias a las que casi les da un patatús
al vernos (además de tortícolis). Iban en un pedazo
todoterreno que hace como dos coches europeos,
jajaja.

Llegamos al Thriftway y entramos. Es como los


supermercados de las pelis americanas y hay algunos productos que nos dejan pasmados:
PEPSIS de cien clases, Nesquick con sabor a fresa, miel en tarros con forma de oso, paquetes

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de Nestlé llamadas “La abuelita”, latas con Ñ (de La Costeña) y otro tarro de “Chile CON
CARNE with beans”.

Pero lo que más nos entusiasma es la ropa. Yo me compro una camiseta que pone “Love at
first bite. Forks, Washington” con una manzanita. Silvia una camisa y una sudadera de los
Spartan junto con una gorra de “Forks, Washington, vampire capital”. Pedro se compra la
misma camiseta y sudadera de los Spartan y una chaqueta reversible toda cañera.

Nos tropezamos con una familia de hispanos y la chica nos dijo


“hola” al darse cuenta de que la estábamos mirando, jeje. La
madre después nos iba mirando por ahí y sonreía. ^^

Con las compras en bolsas de plástico (nos preguntaron si papel


o plástico), volvemos
caminando al hotel.

Comenzamos a sospechar
que la gente no nos mira por
ser extranjeros sino por ir
caminando por la calle.
Nunca hay nadie en la acera (cuando hay acera), y los
pasos de cebra están casi borrados. Quizá no anden…

Nuestra teoría prácticamente se confirma cuando una


simpática mujer se ofrece a llevarnos a nuestro hotel
cuando pasamos a su lado por la gasolinera.

Tras dejar las compras en casa, vamos a hacernos fotos en


el puente que hay al lado del hotel y con el cartelito de
“Forks wellcomes you”. Comienza a llover un poco, pero
aún nos da tiempo a bajar al rio que hay junto a nuestro
hotel. El precioso, además de que la escalerita por la que bajamos es la caña, completamente
invadida por verde, y el agua está helada.

Por la noche nos acostamos pronto, pues el día anterior apenas habíamos dormido cinco
horas.

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Forks
(Segundo día. 22-4-08)

Hoy es nuestro segundo día en Forks. Hemos vuelto a ir a la mayoría de sitios de ayer para
que Pedro los grabara en video, pero de camino al pueblo hemos acabado en un parque. Está
muy chulo (además de ser
verde) y en los bancos,
dedicados a personas o
comunidades, hemos
encontrado uno para la
primera familia hispana en
Forks. Buscamos uno de
Stephenie Meyer, pero no
lo encontramos. Qué pena.

Después de hacer un poco


los criajos, vamos por la
calle echándonos fotos con
todo lo que ayer no nos
echamos. No son grandes
cosas, pero molan: tótems,
troncos de tamaño “no sé”,
jejeje. Después nos fuimos
al hospital de nuevo (el
coche de Carlisle vuelve a estar ahí) y paseamos por Forks hasta el restaurante mexicano.

Como siempre, la gente nos mira raro, y COMO SIEMPRE, vemos el sol.

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Entramos en el restaurante mexicano (Plaza Jalisco o algo así) pensando que el hombre se
sorprendería al oírnos hablar español, pero qué va, ni por asomo. Nos atiende normal y ni
nos pregunta de dónde somos o qué hacemos allí. A una familia de hispanos que hay al lado
sí que se lo pregunta… ¬¬

Pedro y yo nos pedimos burritos de chorizo (que no fue exactamente chorizo y llevaba una
salsa extraña que según Pedro era de alubias) y Silvia un taco vegetariano que resultó que
llevaba carne.

Cuando salimos, justo antes de pagar, Silvia y yo fuimos al aseo. Lo hicimos juntas porque
entré y me dio mal rollo (era frío y negro –en teoría verde. EN TEORIA-) y mientras Pedro se
quedó pagando y le preguntó dónde quedaba la comisaría, pues no la habíamos encontrado
el día anterior. Después nos enteraríamos de que el hombre le preguntó si teníamos algún
amigo… en los calabozos. Tipo extraño…

Después de caminar por varias calles residenciales, encontramos la comisaría, identificable por
el cartelito que ponía delante, porque aquello no parecía una oficina de policía ni por asomo
(aquí nada parece lo que es).

Mientras nos estábamos echando una foto, llegó un policía en todoterreno y nos preguntó
algo. Como no lo entendí me puse rápidamente en pie y caminé hacia él… perdiendo
guantes, cámara y demás por el camino jaja. Al final resultó que nos estaba preguntando si

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queríamos que nos echara una foto. Le dije que no, aunque cuando ya se alejaba me di
cuenta de que podríamos habernos echado una foto con él (¿el padre de Bella? ^^)

Junto a la comisaría había una especie de centro de entretenimiento de Forks. Nos acercamos
sin creérnoslo… y resulta que son sólo servicios comunitarios. XD. Después, cuando
intentamos echarnos una foto con un coche patrulla, dos policías que estaban bajando cosas
de un coche nos dicen “esto es zona restringida…”. Vaya por Dios.

De forma casi irremediable volvemos a acabar en el instituto y nos asomamos. Nos molaría
mucho entrar, pero no es cuestión de colarse, ¿o sí?
Silvia abrió una puerta de extranjis… y comenzó a
sonar un pitido. He de confesar que me cagué y me
eché pa’ atrás… sólo pa’ darnos cuenta entonces de
que era un coche que estaba echando marcha atrás y
no una sirena, jaja.

Buscamos la puerta principal y, muerta de vergüenza y sólo por la insistencia de Silvia y


Pedro, entro y voy a la oficina. Estoy en la puerta acristalada cuando leo un cartel y…

“Esa cara me suena… Parece


Kristen… ¡Ostias, un artículo de
Twilight!” ¡Tienen pegados en un
cristal unos recortes de periódicos
con noticias de la película! Eso me
da ánimos y cuando una rubia sale
a preguntar qué queremos, le digo
que somos turistas españoles que
hemos ido a Forks por los libros.
Retrocede un poco, mira un reloj…
y nos dice que volvamos en un
cuarto de hora, que nos enseñará el
instituto entonces, cuando esté
vacío. ¡¡Genial!!

Nos quedamos en la puerta un rato,


viendo salir a los alumnos, y después
volvemos a entrar. Nos atiende la
misma chica, que nos pregunta si
queremos ver alguna zona en
particular. Sugiero el aula de biología
y hacia allí vamos.

La visita es alucinante, la verdad, y


descubrimos cosas muy chocantes,
como que, según la mujer, un 50%
de los alumnos son hispanos,
¡hispanos! Intentó llevarnos con la
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profesora de español, pero estaba reunida. Nos enseñó el laboratorio, el gimnasio
(espectacular), la biblioteca, la cantina (que era medio teatro)… Le preguntamos si había ido
más gente por los libros y nos dijo que sí, pero que nunca desde tan lejos (no me extraña,
jaja). Se partió el culo cuando le conté la pregunta del mexicano al pedirle indicaciones para
la comisaria.
¡Oh! Y primero que nos enseñó fue la oficina. Me quedé un poco fuera de juego, pero claro,
después caí en que es ahí donde Bella tiene que ir a entregar sus partes de asistencia y donde
ve a Edward intentando cambiar sus clases para no tenerla cerca. ¿Quién sería la señora
Cope? Jeje. Silvia compró una gorra y nos dieron unas pegatinas de “Go Spartans” y pases de
visitantes para el instituto.

Después fuimos al Thriftway de


nuevo para aprovisionarnos de más
tortitas ^^ y para que Pedro
grabara.

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Port Angeles
(23-4-08)

Hoy vamos a ir a Port Angeles en bus. No vamos a coger el primero porque es muy
temprano, pero estaremos a medio día allí. Ya sabemos donde está la estación de autobuses
(entre los moteles y Thriftway) y nos dirigimos allí directamente. También se supone que es la
oficina de turismo, pero como sólo abre los fines de semana, pues…

Me hago un poco caos con el dinero que tenemos que pagar, pues además de no ser lo que
en un principio ponía en el papel, el conductor (el prototipo americano) habla raro. Al final
nos cuesta 1$ a cada uno (sí, más de 60 km a menos de 70 céntimos de euro)

En el viaje hacia alí no hago más que echar


fotos. Lo que en un principio pensaba que era
humo saliendo del bosque resulta que es niebla.
Un espectáculo alucinante, la verdad. Además,
hay nieve a ambos lados de la carretera y el lago
Crescent es precioso. Hay algunas zonas taladas
que retuercen el corazón, pero el resto del
paisaje es una sucesión de verde y más verde.

Nos damos cuenta de que el bus hace muchas


paradas (puede parar en medio de la nada si le
das a la cuerdecita) y que puede llevar bicis
delante del salpicadero. Mola. Jeje.

Cuando llegamos a Port Angeles nos echamos un par de fotos en el puerto y después vamos a
la oficina de turismo que hemos visto al pasar con el bus. En el camino a una mujer le hace
gracia mi trípode y le entra la risa tonta. Raro.

En fin, seguimos andando y junto al ferry que va a Victoria (Canadá) entramos en la oficina
de turismo en busca de un mapa. Como vemos que los planos que hay son de dos o tres
ciudades, le pregunto a la mujer que hay si tiene mapas sólo de la ciudad. Me enseña uno que
tiene justo debajo y cuando empiezan a hablar (ahora hay dos tías), les atajo y les pregunto
por la “Bella Italia”. Me indican como llegar y me rematan con un “pero no están rodando
aquí”. ¿En serio? No me digas.

Vamos hacia donde nos han indicado, dos calles más arriba del puerto, y bajando, bajando
encontramos la “Bella Italia”. Nos acercamos, nos echamos fotos y miramos a ver si podemos
comer…

Pero la mujer de la oficina de información tenía razón cuando nos dijo que creía que no
hacían comidas: el restaurante abre a las cuatro de la tarde, para cenar allí. Qué lástima, no
nos da tiempo ni por asomo, ya que el último bus sale a las cinco de la tarde.

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Algo decepcionados.
Seguimos avanzando por
calle. Encontramos la librería
donde Bella no llega a
comprar libros y la tienda
donde compran los vestidos
para el baile. Antes de que
podamos entrar en ésta
última a Silvia comienza a
dolerle el estómago y
tenemos que correr en busca
de un baño.

Entramos en un asiático y el
hombre nos manda fuera a
la derecha… seguimos las
indicaciones sin saber si
teníamos que entrar en otra
parte del restaurante o qué y nos encontramos con unos servicios
públicos. Uig.

La pobre Silvia desaparece en uno enseguida y Pedro entra en otro.


Como veo que no cierra la puerta, la empujo yo y digo “tú no te
cierres la puerta, ehhh…” La respuesta llega rápida y es un “como la
cierres te mato” Jaja. Y es que no había pomo para abrirla desde
dentro, por lo que Pedro se veía a si mismo atrapado en un
mugriento aseo y trepando por las paredes como Spiderman para
salir de ahí, XD.

Cuando Silvia sale, caminamos sin alejarnos mucho del baño en busca de una cafetería,
restaurante bocatería o algo, pero aquí las cosas no son como en Europa y no diferenciamos
entre cafeterías, barberías ¿y qué era lo otro? Ah, sí, tiendas de regalos.

Después de un rato de equívocos y de asomarnos a escaparates, encontramos una tienda que


hace sándwiches y entramos. Estamos ya sentados cuando nos damos cuenta de que es
bastante cara, pero por no hacer el feo nos quedamos.

Pedro y yo pedimos un sándwich de pavo y beicon


(vuelvo a tener problemas con los tipos de pan, que no
tengo ni idea de cual es cual) y Silvia una ensalada
griega.

En cuanto nos lo traen, entendemos que valga tanto. Por


Dios, con eso no desayunamos: comemos y
merendamos. Son dos sándwiches gigantescos con una
ración de patatas fritas también gigantes.

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En ese restaurante, además, para ir al cuarto de baño tienes que hacer una revuelta rara,
pasando junto a la cocina y viendo todo (absolutamente todo) lo que se hace ahí. Es el
primero que veo así y me quedé bastante flipada. Jaja.

Cuando salimos vagabundeamos un poco por la ciudad. Un hombre que nos había estado
mirando en el bus hacia Port Angeles se nos acerca con un “¿ustedes hablan español?” de
presentación. Nos dijo como se llamaba (Julio Junior no sé qué) y después de dónde era,
pero el pueblo tenía un nombre muy raro. Sólo nos quedamos con algo de California. Jaja.

Después, Pedro hizo el experimento de pasar por uno de los pasos adoquinados (sí,
adoquinados, no de cebra) con unas banderitas de color rojo anaranjado chillón. Íbamos
descojonándonos mientras lo hacíamos, jajaja.

Entramos en la tienda de los vestidos, pero era pija, así que salimos enseguida. Fuimos arriba
y abajo por el pueblo hasta que nos aburrimos y decidimos irnos en bus antes de lo que
habíamos planeado.

Port Angeles es toda igual y hace más frio que en Forks (al menos el día que estuvimos allí).
En resumidas cuentas: nos decepcionó.

En el camino de vuelta en bus, el tiempo se volvió completamente loco (como no). Iba
soleado cuando pasamos por el lago Crescent y poco después comenzó a diluviar.

En una de las paradas que hicimos entre el lago y Forks, se subieron un chico rubio y una
muchacha. Él, descarado, no hacía más que mirarnos. Al principio aparté la mirada, pero
cuando volví a mirarlo y vi que seguía con los ojos fijos en Silvia y en mi, le hice un gesto.
Me contestó y al poco veo que comienza a hacernos gestitos con el móvil de su compañera,
como si se lo hubiera robado y la tía ni se hubiera enterado.

Me dio un ataque de risa al pensar que aquel era nuestro primer contacto con un chico de
Forks y no nos estábamos enterando de nada. Y ya, después de eso y de que apareciera la
cabeza flotante de Pedro entre los asientos de Silvia y mío, el chico dejó de prestarnos
atención (se puso a charlar con un hombre que tenía enfrente y se saludaron a golpes d
emano como si se conocieran de toda la vida –y no lo hacían, porque segundos antes le había
preguntado su nombre).

En el bus fuimos fijándonos en todos los


cartelitos que había traducidos al español y
eran tal que así:

20
Antes de bajarnos del bus, le pregunté al conductor si el autobús de La Push paraba en la
parada del principio del pueblo (la que nos pilla más cerca del hotel) y de pronto veo que el
hombre coge la radio y llama al autobús de La Push. Oigo que le pregunta dónde está y yo
“¿Qué haces?” Él no me contesta y lo dejo hablar un poco más, pero cuando veo que cierras
la puerta del autobús y se prepara para andar, cunde el pánico y digo “Espera, espera, espera.
¡Era sólo una pregunta para mañana!” Jaja, el hombre, muy amable, estuvo a punto de
llevarme hasta donde estaba el bus a La Push. Jaja.

Después fuimos al Thriftway para abastecernos de más tortitas (que están muy ricas, aunque
el sirope comienza a darme asco, porque no se despega del plato bajo el grifo del agua) y de
pan y fiable para el picnic de mañana en la playa. En el camino de vuelta, seguimos
partiéndonos el culo como todos los días entre los forkulos, los narangorri y los palminos.

Como llegamos super temprano a casa, decido dar una vuelta por el rio y explorar la parte
de arriba. Quiero llegar a los rápidos que se ven, pero antes de hacerlo veo un cartel de
“propiedad privada”, así que me doy la vuelta con unas cuantas autofotos, XD. Al volver me
paso la escalera de subida, pues todo está igual de verde, pero consigo encontrar las escaleras
de subida.

¡Oh! Y hacía un momento estaba lloviendo, ¿no? Pues ahora luce un sol precioso.

21
La Push
(24-4-08)

Hoy hemos ido a la Push. Después de la confusión con el conductor de ayer no estábamos
seguros de si cogerlo en la parada que hay al lado de nuestro hotel o en la estación de
autobuses. Al final, tras preguntarle a un hombre y ver los horarios de la parada, nos hemos
decidido por la más cercana al Olympic Suites Inn.

Mientras lo esperábamos (algo nerviosos por si en un caso lo perdíamos) hemos estado


bromeando sobre los cuervos, que por cierto nos siguen a todos lados. Ahora cada uno tiene
un “pollo malo”, jejeje.

Al final el bus ha parado frente a nosotros y nos hemos vuelto a hacer un lio con el dinero.
Como es un trayecto corto, nos ha costado 2$ por los tres, pero para llegar a esa
conclusión… El conductor al final me pidió disculpas por hablar tan rápido. “No me había
dado cuenta de que erais extranjeros” me dice. Jeje. ¡Si es que ya parecemos de Forks!

En el bus había una india y otro hombre, y ya habíamos alcanzado el territorio de la reserva
cuando el conductor (un motero de Harley) comenzó a hablarnos. Nos preguntó de dónde
éramos (él había estado en Madrid y Barcelona) y nos fue contando cosas de La Push. Nos
dijo que, bajo ningún concepto, perdiéramos el último bus, pues el de las 5 era el último y
desde allí no había ni taxis ni nada hacia Forks. Algo que me resultó chocante fue que me dijo
que en verano, en Forks, hacía 69 grados… yo
flipando O.o hasta que caí en que no eran grados
centígrados.

Nos dejó en la última parada y antes de bajarnos y


nos deseó buen día viendo La Push.

Nos echamos unas pocas fotos donde nos dejó y


después fuimos hacia la Primera Playa, que era la
más cercana a nosotros.

En el camino vimos cartelitos de


alertas de tsunami que nos dejaron
bastante flipados y seguimos
avanzando sin saber exactamente
cómo acceder a la primera playa.

22
Al ver que hay gente subiendo de la
playa, nos dirigimos hacia allí y
usamos el camino que ellos han
utilizado para subir. Tenemos que ir
saltando de troncos gigantes que la
marea ha arrastrado a troncos más
grandes todavía, pero eso es lo
divertido. Nunca habíamos visto una
palaya
así.

Silvia se entretiene tocando la arena de la playa (está calentita)


y yo, después de calcular hasta dónde llegaban un par de olas,
me decido a acercarme y tocar el agua del mar. Apenas he
metido la mano cuando viene una ola más grande que las
demás y ¡hala!, me moja hasta casi las rodillas ¬¬

La Push mala, La Push mala.

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Caminamos por la playa, admirando el paisaje y recogiendo piedrecitas de colores. Apenas
hay un par de personas en la playa, que nos miran desde la lejanía. Cuando alcanzamos casi
la otra punta de la playa, nos decidimos a parar en un tronco GIGANTESCO para comer allí.
Mientras nos tomábamos los bocatas llegaron unos chinos (o quizá japoneses) y la madre y la
hija comenzaron a echarse fotos… lo menos 100 en el mismo tronco, os lo juro.

Después, y viendo que a la segunda playa


no podríamos acceder siguiendo la costa,
fuimos hasta la carretera y ascendimos…
y ascendimos… y continuamos
ascendiendo. Pasamos a un Jacob en
pequeño y otra muchacha, que estaban
sentados en medio del camino y vimos
una ruta de senderistas de la que me
había hablado el conductor de autobús,
pero como no recordaba qué me había
dicho y tampoco había un cartel que
dijera qué hay al otro lado, seguimos
andando.

Íbamos ya a media cuesta cuando oímos


el sonido de una moto y, en lugar de
adelantarnos, nos dice “¡Ey!” Al girarnos,
vemos a un motorista que, sonriendo,
nos dice que nos hemos pasado la
entrada a la segunda playa, que vamos
ya camino a la tercera. Ups.

Damos media vuelta y cogemos la ruta


de senderistas que habíamos visto antes.
Nos sumerge en un mundo verde que
parece mentira pero acabaría por
llevarnos a la Segunda Playa de La Push.

Hicimos hasta una prueba


de “El proyecto de la Bruja
de Blair” y una versión de
las carreras de Perdidos…

Mi ojo comenzó a hacerse


famoso entonces ^^

Verde y más verde durante


más de 20 minutos…

24

Y para amenizar el viaje…


conversaciones de licántropos y de la
venganza de Silvia en caso de que
apareciera un hombre lobo y la
dejáramos sola…

Y es que no podemos olvidarlo…

Estamos en territorio de licántropos.

¿Jacob? ¿Dónde estásss?

Después, bajando escalerita tras


escalerita (ya pensábamos cómo iba a costar
subirlas, jeje) alcanzamos la segunda playa de
La Push. Una auténtica maravilla, y si ya había
poca gente en la primera, en ésta hay todavía
menos,

Os presento… cuando el verde dejó paso al


océano Pacífico.

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Estuvimos por allí echando fotos, escribiendo en la arena y posando a lo “sirenita”, pero creo
que sobras las palabras…

26
Cuando creímos que era la hora adecuada para coger el bus (habíamos calculado el tiempo
que nos había llevado llegar), nos volvimos a sumergir en la selva verde y, esta vez en silencio
y moqueando, volvimos a la civilización.

Silvia y Pedro encontraron un balón de baloncesto y estuvieron jugando un rato como si


fuera una pelota de fútbol. Yo le di una vez y casi la mando a los mundos de Yupi, así que
preferí no tocarla más.

Y en La Push la gente tampoco anda demasiado. Sólo nos cruzamos con dos mujeres, e iban
en un carrito parecido al de los campos de golf pero totalmente cubierto (por cierto,
avanzaban por la acera ¬¬).

Eso sí, ¡Dios! Entramos en un restaurante para que nos dieran cambio de un billete de cinco
(el bus coge el dinero justo) y vimos a la imprimación de Jacob. ¡Qué india más guapa! Me
he enamorado de ella aun siendo hetero.

Con el dinero en efectivo para el autobús, nos dirigimos a la “parada”. En el camino un perro
intentó flirtear con Silvia (metiéndole el morro en el culo, que los perros son muy delicados
ellos) y tanto Pedro como Silvia merendaron.

Por desgracia, el conductor que vino no fue el motorista, por lo que no pudimos contarle qué
tal nos había ido todo.

Cuando llegamos a Forks fuimos al Thiftway para el picnic de mañana en el lago Crescent y,
de vuelta hacia el hotel, tuvimos sesión especial de forkulos. Ocho veces nos pasaron, y
prácticamente nos siguieron al hotel. Tipos extraños.

Fue el día más nublado de los que hemos pasado en Estados Unidos ¡y por la noche vimos
Perdidos en directo!

27
Las cascadas Marymere y el lago Crescent
(25-4-08)

Hoy vamos a ir de nuevo a hacer un picnic en medio de esta tierra “Evergreen”. Hemos
estado mirando el horario de buses y, aunque teníamos intención de ir a ver las cascadas
Marymere, tendremos que quedarnos en
un pueblo que hay en la punta del lago
Crescent y desde ahí caminar junto al lago.
Las cascadas pillan demasiado lejos para ir
(además de que las curvas del camino no
molan para ir andando con los coches
pasando por al lado a toda velocidad).

Cogemos el bus en la parada que hay junto


a nuestro hotel y al montarnos, le digo al
hombre que vamos a ir a Farhmor. Él nos
pregunta si no preferimos que nos deje en
las cascadas Marymere y desde allí ya
podemos hacer nosotros lo que queramos:
ver el lago, las cascadas… y yo… O.O ¿En
serio puedes hacer eso? ¡¡Guay!!

Nos deja en el sendero de las cascadas con


un “os prometo que os gustarán”. Qué
simpáticos son aquí los autobuseros .
Además, nos dice “no os vais a perder, es
imposible. Si veis que vais en cuesta hacia
arriba, os dirigís a las cascadas, y si vais
hacia abajo, al lago. No hay pérdida”. Jeje.

Cuando se va, dejándonos en medio de la nada, cogemos el caminito que nos ha indicado y
volvemos a sumergirnos en un
bosque verde maravilloso. Eso sí,
apenas habíamos dado unos pasos
en él cuando oímos unos ruidos
extraños. Tacatacata … ¡Un pájaro
carpintero! Flipante *-* ¡Ya hemos
visto una nutria, un águila real y
ahora oímos uno de estos pájaros!
Mola.

Continuamos caminando y nos


cruzamos con una mujer en silla de
ruedas que está echándole fotos al
paisaje. Me pregunto cómo habrá
28
llegado allí, pues el camino, aun siendo bueno, no es el adecuado para alguien que va en
silla.

Al final llegamos a una pequeña playita (de piedra


y de rio, pero no sé qué otra palabra usar para
aquello) desde donde se ve el rio y varios puentes.
Nos echamos una foto allí y continuamos
ascendiendo hacia las cascadas…

Pedro demuestra su gran fuerza en el camino…

Mientras seguimos subiendo…

29
Hasta dar con las Marymere Falls… que eran una sola cascada.

Para bajar cogemos otra ruta, pero nos deja en el mismo sitio (en la zona de las pasarelas), y
después de echarle una foto a una pareja, que sin oírnos hablar ni nada nos preguntó en
español “¿foto?”, paramos a comer en la “playa”.

Después, con los estómagos llenos emprendemos el camino de bajada. Como bien nos había
dicho el conductor, ¿si íbamos cuesta abajo hacia dónde íbamos? ¡Hacia el lago Crescent!

Pasamos la carretera en la que nos había


dejado el autobús y nos sumergimos en otro
bosque que acaba por llevarnos al Crescent
Lodge, que es una especie de… hotelito o
casas de alquiler.

En cualquier modo, las vistas al lago cuando


llegamos son espectaculares. Es tan grande. La
mujer con silla de ruedas está allí junto a su
perro.

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Al tocar el agua del lago Silvia me dice que está caliente. No me lo creo, pero al tocarla yo
también es verdad, ¡está calentita! Me decido a
meter los pies y… nada más tocar el agua digo
“¡¡¡ostias!!!” Notábamos el agua caliente en las
manos porque teníamos los dedos helados, pero
los pies, que estaban cubiertos por las botas y los
calcetines…

En la foto que me echaron salgo diciendo “diosss,


échala ya que dueeeeleee”.

Nos recostamos en un tronco de árbol que había

allí medio cortado y casi nos quedamos


dormidos viendo el paisaje. La verdad es
que se entiende. Era tan relajante…

Fuimos a dar un paseo por el lago y


cuando ya estábamos volviendo,
vimos una nutria. En La Push también
habíamos visto una, pero la
habíamos espantado con nuestros
gritos de “¡una nutria!”. Por suerte
esta vez yo ya había aprendido la
lección y grité flojito “¡miraaa, una
nutria!” La vimos sumergirse en las
aguas del lago. Parecía una foca. Jeje.

Cuando volvimos a Forks, el sol y el


hecho de que era viernes hizo que
hubiera más gente por las calles.

No vimos a los forkulos, pero en su


lugar pasó cuatro veces el forkulo jefe, un chico con un todoterreno descapotable.

Ese era nuestro último día en Forks.

31
Seattle
(26-4-08)

Hoy nos hemos levantado temprano. Es nuestro último despertar en Forks, ya que el de
Rocket viene a las 9:30 para llevarnos a Seattle. Terminamos de meterlo todo en las maletas
(tengo que llevar cosas de Silvia, jeje) y hasta hay quien se ducha, pero a las nueve menos
algo ya nos estábamos haciendo las tortitas.

Habíamos sacado la primera tanda (se meten de tres en tres)


cuando suena el teléfono. Yo, tan feliz, digo “Pedro, cógelo” y
él “Claro, ¿y cómo hablo?”. Jaja. Es el teléfono fijo, así que
deben estar llamando desde el propio hotel. Me rio al caer en
la cuenta y cojo el aparatejo, “yes?”. Es la recepción, que nos
dice que el de Rocket nos está esperando. Mierda. Viene
temprano ¿no?

Salgo corriendo hacia la recepción, esperando ver al hombre


que nos trajo, pero en lugar de ello hay un desconocido.
“¿Rocket?” pregunto, y sí, es él. Le digo que todavía estamos desayunando, que nos queda un
poco, y me responde que no hay problema, que se ha adelantado y que comamos tranquilos.

Me zampo tres tortitas a lo medio bruto; Silvia se toma dos y Pedro una (ha desayunado
antes, jeje). Después voy a devolverle la llave a la de recepción y me atiende una chica joven
que, contadas, me dice cinco palabras. Jopé, que desilusión.

Cuando vuelvo a la habitación ya están montando (con algunos problemas) las cuatro
maletas (sí, ha aumentado el número en una, jeje). Juagan al tetris durante unos minutos,
pero acaban por entrar, y en cuanto la puerta cierra, nos despedimos de la casa.

¡Adiós Forks! ¡Adiós forkulos! ¡Adiós barbinators! ¡Adiós narangorris! ¡Adiós, adiós, adióssss!

Silvia y yo estamos esperando a que el hombre se monte (seguía asegurándose de que el


maletero cerraba) cuando de pronto vemos que se nos acerca y nos abre la puerta. Nos
quedamos tal que O.o, jeje.

En el camino (que recuerdo son cuatro horas), hablo con el hombre. Le pregunto un par de
cosas y descubrimos que hemos tenido suerte con el tiempo (aunque yo sigo creyendo que
aquello simplemente es un tiempo de locos), que lo de las lunas tintadas viene de los hispanos
que emigraron del sur y que los coches son tan altos porque es legal ponerles ruedas grandes
y a los adolescentes les gusta. ¡Oh! Y también nos enteramos de que los árboles los dejan
crecer 50 años!

Cuando alcanzamos el lago Crescent y ya vamos por la mitad, se aorilla y nos pregunta si
tenemos una cámara a mano. Le respondo que sí y se ofrece a echarnos una foto con unos
árboles que hay ahí… Nos giramos y vemos tres tristes árboles todo cutres de los que hay en
Cieza junto al rio (y los nuestros son MUCHO más grandes…) “Emmm… no gracias”. Jaja

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Seguimos con nuestro camino y cuando llevamos una media hora o así (Pedro y Silvia estaban
más que sobaos en la parte de atrás y el hombre ya me había preguntado si es que estaban
cansaos de dormir poco la noche anterior, jejeje), paramos para descansar las piernas e ir al
aseo si lo necesitábamos. El área de servicio era preciosa y con unas vistas alucinantes.

Continuamos poco después avanzando.


Como Silvia y Pedro quieren ir a comprar, le
pregunto al de Rocket qué sitio nos
recomienda de Tacoma… y me dice que
nada de Tacoma, que mejor vayamos a
Seattle. Me dice que pillemos un taxi y
pidamos que nos lleve al “Space New”, que
nos llevará a la zona más céntrica de la
ciudad.

A mi particularmente la entrada a Seattle me


mola, al menos cuando pasamos las fábricas
y demás, que eran bastante feas.

Al final, cuando llegamos al aeropuerto, le damos la


propina (éste sí la acepta) y nos metemos en el
aeropuerto. No pone nada de consigna, así que le
pregunto al de US Airways si sabe donde está. Nos
montamos un follón, pues
él pensaba que yo
intentaba facturarlas ya,
pero no era eso lo que
queríamos. Finalmente nos
remite a la planta baja, a una tienda con nombre raro, que es
lo más cercano a consigna que hay en todo el aeropuerto.

Dejamos allí las maletas y vamos en busca de un taxi… Nos


coge un indio (con turbante y todo) que nos lleva al “Space
new”, que es el pirimbolillo ese de Seattle junto con un
montón de edificios algo estrafalarios, jeje.

De allí vamos andando por la ciudad, empapándonos de la


vida urbana que no habíamos visto desde que llegamos a
Estados Unidos. Aquí si hay gente andando, pero también hay gente extraña. Por ejemplo
¿desde cuando unos hippies piden dinero tocando la guitarra con un cartelito que pone
“ayuda a los hippies”?

Las calles me gustan, no sé por qué, y hay un momento en que encontramos en una misma
calle un café llamado “Bella” y justo al lado un cartel que pone “Edward” jajaja.

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Después de entrar en varias tiendas sin demasiada suerte, encontramos el paraíso de Silvia (y
en parte mío, jeje): ¡una tienda de libros, CD y DVD! Entramos y yo compro regalos mientras
que Silvia compra ciento y la madre de discos de música y películas que todavía no han
sacado en España.

Cuando me cansé de estar en la planta baja y subí a


ver si veía a la pareja, Pedro me dice de pronto “¿has
visto al negro
dance?”. Miro
hacia la
derecha… y allí
había un joven
escuchando
música y
caminando
hacia adelante
y hacia atrás…
una y otra vez.
Jeje. Así estuvo
unos 20
minutos, tan sólo cambiando el baile con dos
movimientos de manos jajaja.

Para coger Veronica Mars tuvimos que pedirle


ayuda a una de las dependientas, y cuando ya
íbamos hacia la caja, nos pregunta la chica “¿sois
españoles?”
(en inglés).
Le digo “sí,
¿cómo lo
sabes?”. Me
contesta que
nuestro
español
suena
distinto al de los hispanos. ¡Y tanto!

34
Al salir de allí, buscamos un lugar para comer, pero no
vemos nada abierto. Son la cuatro de la tarde y todos los
restaurantes que cruzamos resultan ser tiendas de vinos o
algo así. Al final acabamos en un Subway, donde nos atiende
un asiático medio cotilla que queda extrañado por la
palabra “mostaza”. Jaja.

Cuando después de comer le pregunto al chico por el baño


(me aclara que es restroom, no bathroom), me manda hacia
una puerta. La abro… y miró atrás. ¿Me he equivocado de
lado? Aquello parece una residencia de negros de esas que
aparecen en las pelis, macho. Una mujer regordeta me dice
que pase y me da una llave diminuta cogida a un llavero gigantesco. Me dice donde está el
baño e intento abrir la puerta, aunque no lo consigo. Dios, no puedo apenas girar la llave. Se
me acerca un negro de estos típicos de películas, con gorra hacia atrás y trapo bajo la gorra,
me coge la llave y me abre. “Thanks!” Jeje.

Cuando al
final volví al
Subway, me
dio un ataque
de risa
mientras
intentaba
decirles a
Pedro y Silvia
que al cruzar
la puerta
había
aparecido en
otro mundo,
jajaja.

Al salir de la
bocatería
estuvimos paseando por ahí. Llegamos a un mercado extraño donde venden de casi todo.

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Al mismo entrar me cogí del brazo de Silvia, acobardada,
¿aquellos de la esquina, los de la pescadería, estaban tirando
pescados al rodeo? Dios.

Cuando alcanzamos la punta del mercado, Silvia se para y me


dice “espera un momento, que el chino éste nos lleva

siguiendo desde el principio”. Y


tiene razón, un muchacho joven
está a nuestro lado todo el
rato… Lo dejamos que pase y al poco se nos acerca Pedro diciendo “tampoco creo que
pueda correr mucho, lleva chanclas” jajaja.

Pero definitivamente el chino nos está


siguiendo. Giramos hacia un parque raro
(demasiadas personas por metro cuadrado) y el
chico sigue ahí… esperamos a ver si se va
mientras echamos un par de fotos y al
final, cuando se despista nos vamos.

Vagabundeamos un poco más por la


ciudad…

Hasta dar con


una plaza que
bautizamos
como la de
“cada loco con
su tema”. Sólo
tenemos una
prueba de la plaza…

Había frikis por TODOS lados. A los ángeles les entendemos, pues les
pagaban por repartir publicidad, ¿pero qué diablos hacían allí una
chica con un tutú azul y medias rosas, una chica con alas de

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murciélago, un skater con cola y UN CHICO CON ZAPATILLAS DE PICACHU de andar por
casa? ¡¡Por Dios!! Y ya cuando llegó el payaso y se puso a bailar todo raro… mae mía, que
risas. ¡Qué gente más colgada! Tenemos que buscar una nueva palabra para describirlos,
porque estos ya estaban un escalafón más arriba de lo comúnmente conocido por friki.

Cuando nos cansamos de estar allí, paseamos un poco más por la ciudad hasta que decidimos
irnos al aeropuerto. El taxi amarillo que cogemos es super cutre (sólo Silvia puede ponerse el
cinturón y tiene grafitis negros dentro del coche :S)

Pensábamos que en el aeropuerto habría tiendas, como en todos los aeropuertos grandes,
pero no hay nada, así que nos apalancamos en unas sillas pensadas a mala leche para que no
te puedas tumbar y nos preparamos para pasar el rato hasta mañana…

La gente va cambiando poco a poco a nuestro alrededor, aunque creamos moda y otras
personas que también tienen que pasar la noche allí se tumban en el suelo.

Y así nos adentramos en la madrugada…

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Viaje de vuelta
(27-4-08/28-4-08)

Pedro y Silvia me despiertan porque el vuelo ya aparece en los monitores. Según ellos,
adormecida, digo como unas diez veces “un minuto más...” jaja (como no hay pruebas de
ello, yo siempre lo negaré!!). Abro los ojos entre molesta y somnolienta. Aunque parezca
imposible he conseguido dormir casi dos horas seguidas allí en el suelo del aeropuerto y
quiero másss.

Vamos hacia la mesa de facturación y las dos personas que hay allí nos atienden a los tres. El
hombre comenta “tres que llegan con tiempo”; si llega a saber que estamos allí desde las siete
del día anterior... jajaja. Le pregunto a la mujer qué pasaría con nuestra escala en caso de que
el vuelo saliera tarde y me dice que no saldrá tarde porque ya está allí. Genial, una cosa
menos de la que preocuparse.

Estaban las maletas de Silvia y las


mías ya dentro cuando la mujer
para la maleta de Pedro y le dice
que tiene que quitarle los candados
(lleva ciento y la madre, a cada cual
más grande). Le preguntó por qué y
la mujer me contesta que las
maletas deben poder abrirse en
cualquier momento. Curioso, pues
la mía iba cerrada con llave y la de
Silvia con candado...

Pasamos los controles de seguridad


sin ninguna complicación (salvo
porque a Pedro se le olvidó sacarse
el móvil del bolsillo UNA VEZ
MÁS) y aprovechamos dentro para comprarle a Maria la revista que nos había pedido. Silvia
saca su lado maruja y pasa las páginas de la revista ojeando las fotos y lanzando
exclamaciones.

Después vamos a nuestra puerta


de embarque, que está
completamente vacía. Poco a
poco aquello se va llenando.
Una mujer se sienta junto a
nosotros, pero se aleja
sonriendo condescendiente al
ver a Pedro imitando al Negro
Dance.

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La gente comienza a hacer cola, pero no tengo ni idea de
pa’ que, y Silvia y Pedro deciden ir a buscar comida. Justo
desaparecen y anuncian por megafonía que vamos a
empezar con el embarque. Mierda, que casualidad. Pienso
que es imposible que no lo hayan oído, pero pasan la
zona A y B antes de que ellos vuelvan. Cuando finalmente
lo hacen, llegan con un gran tesoro: ¡¡¡THE MESSENGERS!!
Jeje

En este vuelo volvemos a estar separados. A mi me toca


junto a un blanco que tiene un “viento” de militar y un
hombre mayor que me pregunta si soy de Filadelfia (:S yo
“noooooooo, que va, de bastante más lejos”). A Pedro no
recuerdo con quién le tocó, pero a Silvia... Dios, pobre.
Estábamos situados en los últimos asientos, yo delante de
ella, y ya estábamos volando cuando de pronto siento que
alguien se cuelga de mi asiento. Al girarme veo al hombre
de la ventanilla saliendo al pasillo... con Silvia sentada en
su asiento. ¡Por Dios! Si no hay espacio, pero el tío se
negaba a que Silvia lo dejara pasar :S. El otro hombre, el
del pasillo, según nos contó mascaba chicle a lo bruto, la
miraba raro y tenía espasmos al dormir. ¡Pobreta!

Sin embargo, este viaje se hizo más ameno que el de ida... hasta que cuando ya aterrizamos,
le pregunto a Silvia “¿ha dicho el
piloto que son las 5?” y ella “sí,
son las 5”. Y yo “¿y nuestro
vuelo sale a las 6?” y ella, “Sí”.
“¿Tenemos una hora pa’ coger
las maletas, facturarlas de nuevo
y llegar a nuestro siguiente
vuelo?” Ahí ya nos miramos los
tres con cara de “¡¡ostias!!”

Pero definitivamente es a y diez


cuando comienza a cundir el
pánico. Seguimos en el avión, sin
movernos, porque las puertas
todavía no se han abierto. ¡QUE
SE MUEVAN YAAAAAA!

Es a y cuarto cuando aquello comienza a moverse y salimos del avión. Nos damos cuenta de
que es raro (o al menos diferente al viaje de ida) porque salimos al aeropuerto. Intentamos
explicar eso con lo de “es que no tenemos que pasar por la aduana” mientras seguimos a la
masa. Barajamos la posibilidad de separarnos y que Silvia vaya a la puerta de embarque
mientras Pedro y yo vamos a por las maletas, pero al final acabamos todos juntos FUERA
DEL área de transbordos y esperando junto al resto de pasajeros las maletas (digna de

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recordar la cara de “ni puta idea de lo que me estás preguntando, chica” que me puso un
agente de seguridad jovencito cuando le pregunto si al salir podría volver a entrar jajaja).

Pasan los minutos... la cinta de maletas se para... la tía de información me da unas


indicaciones raras pa’ llegar a nuestro siguiente vuelo... y ya son menos veinte cuando
decidimos irnos sin las maletas porque el vuelo se nos escapa. Cruzamos los dedos para que
las maletas las hayan mandado directamente a Madrid, porque si no... llegará la sangre al río.
XD

Volvemos a pasar el detector de metales con un hombre en prácticas viendo los rayos X. Se
detiene en cada maleta, la para, la saca y la vuelve a pasar... y nosotros esperando. Paso yo
primera y estoy atacada de los nervios mientras espero a que me den mi maleta; a la mujer
que iba justo delante de mí le han hecho abrir la maleta y ahora la están entrevistando en una
esquina... por favor, que no me hagan eso a mi , que no me hagan eso a mi... no tenemos
tiempo.

Paso al fin, pero entonces me toca esperar a Pedro y Silvia. Una mujer que iba justo delante
de ellos ve volar su bandeja cuando Silvia la echa hacia un lado con un “¡pero bueno!” y es
que la mujer iba cogiendo cosita por cosita como a cámara lenta.

Apenas han pasado ellos dos el control cuando, al poner un pie en la terminal A oímos...
“última llamada para el señor Cascales Pérez, Navalin Martínez y Cabarro Gómez...” Miro a
Pedro con cara de pánico. “¡Somos nosotros!”

Echamos a correr hacia la terminal C, cada cual como puede. Pedro va delante, haciendo los
cien metros lisos con niños (en lugar de con vallas) y protegiendo los CD de Silvia hasta con
su vida. Yo voy después, saltándome todas las cintas de estas deslizantes y viendo como Silvia
me alcanzaba cada poco porque ella sí se montaba en ellas...

El caso es que todos íbamos igual: corríamos al ver los letreros de “terminal C, puerta 2 a 24”
y cuando veíamos un cartel nuevo del estilo “puertas 12 a 24” parábamos... sólo para
empezar a correr otra vez al darnos cuenta de que un poco más adelante ponía “puertas 18 a
24” y una flecha de “hacia delante”. Aquello era eterno. Había bloques de tres o cuatro
puertas seguidos de un pasillo larguísimo y otras tres o cuatro puertas de embarque. Y todo
eso, por supuesto, aliñado con un “última llamada para los señores...” (y esos señores éramos
los tres ciezanos que corríamos como malditos diablos moribundos).

Pedro alcanzó finalmente la puerta 20 (la que nos aparecía en los billetes) y le dice a la mujer
“Do you speak Spanish?” y ella “no”. Mierda. Pero entonces se acerca un securata y le dice
que para Madrid el vuelo es en la puerta 24... y de nuevo por megafonía “última llamada”.

Por suerte aquel ya era el último pasillo y la puerta de nuestro vuelo seguía abierta, con
personas que hablaban español en la puerta. Cuando llegué, jadeante, digo “¿y nuestras
maletas?” y la tía, tras teclear, dice “en Madrid” O.o

Me cago ennnnnnnnnnn...

Cuando nos montamos en el avión (éramos los últimos) íbamos sudando, con la respiración
entrecortada, mareados y con dolor de garganta. Comenzamos a reírnos al pensar en el
40
pedazo sprint final que nos habíamos pegado a la vez que juramos y perjuramos que la
próxima escala que planeemos será de más tiempo. Además, nos preguntamos qué diferencia
hay entre un vuelo y otro para que en el anterior tuviéramos que recoger las maletas y en
éste no. No hay explicación.

Aún tardamos casi hora y media en despegar, pero ese tiempo nos sirvió de mucho: Pedro
consigue ganarse el mal humor del de delante al toserle en la cabeza tan fuerte que le movió
el pelo, y a mi dos chicos me calientan la oreja con su conversación de fiestas, tías y viajes
(para buscar fiesta y tías, claro). Buah, se nota un montón que ese vuelo va a España, pues la
gente no hace más que hablar y hablar.

Como vamos sentados juntos, el viaje se hace más ameno. Nos ponen varias películas, pero
sólo recuerdo “Encantada”, porque lo que pudimos reírnos con
la ardilla es inolvidable, y también recuerdo la pasta que nos
pusieron para cenar. ¡Como picaba la cosa esa! Además, una
postura memorable fue cuando Pedro se durmió apoyado en su
mano (o al menos intentó dormir), Silvia se apoyó en el hombro
de él y yo, ni corta ni perezosa, abrí la bandeja de Silvia y me
recosté en ella a la vez que Silvia me echaba un brazo por la
espalda jajaja. ¡Oh! Y vimos amanecer. Suponemos que esa es la
mítica barrera entre el día y la noche de la madre de Silvia.
Jejeje.

De la tripulación decir que la que hablaba español lo hacía raro “auriculos” (en lugar de
artículos, aunque yo al principio pensaba que era en lugar de auriculares), “Barrajas” (en lugar
de Barajas) y bastantes cosas más formaban parte de sus traducciones. Y ya cuando estábamos
aterrizando (ya se veía el suelo de la pista por las ventanillas) oímos “señora siéntese, señora.
Señora SIT DOWN señora SIT DOWN!!!!” con voz de pánico... jajaja. ¿A quién se le ocurre
ponerse en pie en ese momento?

Finalmente el avión aterriza y nos bajamos… Madrid dulce Madrid. Ya estamos en territorio
español y son las ocho de la mañana del día 28, lunes. En esta ocasión no somos inmigrantes,
por lo que el control de aduanas es muy rápido (sólo nos miran el pasaporte). El chico que
nos atiende sonríe al oír decir a Silvia “¡¡al fin algo que entiendo!!” jajaja.

Y para las maletas… esperamos… y esperamos… y continuamos esperando… Dios, que no


llegan, que se han quedado en Filadelfia… PERO NOOOO, al fin sale la mía :D, ¡qué alivio!
Incluso le había preguntado a los de al lado (que coincidieron con nosotros a la ida, por
cierto) si ellos habían tenido que hacer escala o qué.

Eso sí, cuando cojo mi maleta de la cinta y la pongo en el suelo… está a punto de volcarse.
¿Y esto? La tumbo y veo que le han arrancado una rueda de cuajo. Serán hijos de… puntos
suspensivos. Y ahí no acaba la cosa: cuando Silvia va a coger unos pantalones pa’ cambiarse,
se da cuenta de que le han quitao el candao y que en su lugar tiene una brida de estas que no
se pueden abrir manualmente. Pedro le dice “espera, que te doy una cuchilla pa’ que la
cortes”… pero al abrir su maleta no lleva ni las cuchillas ni el líquido de las lentillas. ¡Por
Dios! ¡Ni que fuera a teletransportarlas a la cabina desde el equipaje de mano!

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Le preguntamos a un policía si tiene algo puntiagudo y después de explicarle pa’ qué es (no,
no queremos matar a un americano por habernos registrao las maletas), abre la maleta de
Silvia él mismo con una navaja multiusos.

Estamos ya fuera, en la puerta de un baño, cuando Silvia abre su maleta y se encuentra una
notita del departamento de seguridad de los EEUU. La traducción simultanea era:

Señor inmigrante, como le hemos visto cara de suicida y asesino


con tendencias a involarse con las tortitas americanas que llevaba,
hemos decidido abrirle su maleta por la seguridad de los Estados
Unidos, porque ellos lo valen. Le dejamos esta notita porque le hemos
reventado el candado, no por otra cosa, pero esperamos que no le
importe. Tenga usted un buen día… ¡y viva América!

Despotricando sin control contra los estadounidenses (aunque seguimos diciendo que los de
pueblo son muy simpáticos ^^) buscamos un taxi que nos lleve hacia la estación de tren. El
hombre no habla nada (absolutamente nada :S) pero nos deja junto a Chamartín.

De ahí avanzamos con nuestras pobres maletas (la mía es la que peor parte se ha llevado y
chirría por todos lados) hasta la cola para comprar los billetes y aunque pensábamos ir hasta
Murcia capital acabamos comprando
unos billetes hacia Albacete, que sale
antes :D. El padre de Silvia irá a
recogernos.

Vamos a una bocatería a desayunar y


rodeados por todas nuestras maletas,
nos tomamos cada uno un bocadillo de
tortilla de patatas *-*

A las
doce
y

cinco nos montamos en el tren. Pedro tiene que hacer un


esfuerzo sobre humano para subir las maletas encima,
pues no queda espacio en los compartimentos de la
entrada del vagón y tenemos (bueno, tiene, pa’ qué
negarlo) que subir las maletas al estante que hay encima
de nuestras cabezas.

Llueve mientras nos deslizamos hacia el sur…

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Son las tres menos algo cuando llegamos a Albacete. Nos bajamos después de sufrir un
pequeño atasco en la salida del tren (¿por qué la gente tiene la manía de pasar de
compartimento en compartimento cuando el tren se para? ¿Es que no se da cuenta de que va
a haber gente bajándose y que no podrán pasar?) y después de pasar una vez más por el
aseo, salimos a la puerta para esperar al padre de Silvia.

Estas son las pintas que llevábamos para esas alturas de viaje:

Cuando finalmente llega Antonio, nos metemos en un bar para que él coma un poco. El olor
a tabaco nos choca un poco después de una semana completa sin olerlo.

Después nos motamos en el coche y nos pasa igual que con el de Rocket: ¡to dios a sobar! Por
suerte, yo ya no estaba en el asiento del copiloto y no tuve que intentar mantenerme
despierta para darle conversación al conductor. Pobre Silvia, ahí descubrió lo que era dar
cabezadas sin darte cuenta hasta que acababas con la cabeza descolgada. Jaja.

Y aquí acaba nuestra historia, porque después cada uno se fue a su casita a abrazar a su
familia, a mimir, a ponerse al día con las noticias de Crepúsculo... y “Gran Hermano a lo
Forks” terminó en cuanto me bajé del coche.

Érase que se era... que durante una semana estuvimos en...

LOS ZAPATOS DE BELLA

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Anecdotario:
-A Pedro no le gustan las fotos, ¿no? Pues cada vez que Silvia levantaba la cámara y enfocaba,
Pedro se ponía en medio sin proponérselo (supuestamente).

-Descubrimos nueva fauna en Forks:

*Narangorris gorriones con la panza naranja.

*Barbinators Tres rubias montadas en un todoterreno capaz de destrozar una casa.

*Palminos/Palmepinos mezcla extraña entre palmera y pino.

*Forkulos Forks + garrulos= forkulos. Chicos que van arriba y abajo por la calle principal
de Forks, en coche y con la música a toda castaña.

*Forkulo jefe un forkulo con todoterreno descapotable que sólo salía cuando hacia sol
(usease, una vez a la semana jaja).

-Las medidas eran completamente distintas. Medían la temperatura en Farenheit, la leche en


galones, los árboles en pies, la velocidad en millas…

-Al caminar, el suelo de la habitación hacia PUMBA, PUMBA, PUMBA. Además, nuestros
vecinos de arriba también pisaban fuerte y de vez en cuando parecía que el techo fuera a
desplomarse sobre nuestras cabezas.

-Hay tres cosas con las que podemos torturar a Pedro: salsa china, bocadillo de albóndigas y
culo de gorda. Jaja. No explico más.

-Grabamos varios videos paranoia: está el del duende cocinero, el de la carrera por el bosque
(sin moverse más de un metro, jaja) y uno en el metro de Madrid en el que Silvia y Pedro se
fusilaban.

-Es mítica la llamada a Rocket y la tía diciéndome “essooo nooo essss looo queee teee heeee
preguntaaadoooo” Jaja.

-Estando en la Push llegó una familia de orientales y la madre e hija que iban cogieron un
tronco pa’ echarse fotos… y no lo soltaron. Si no se gastaron un carrete entero echándose
fotos en el mismo sitio es porque la cámara era digital, que si no…

-Y hablando de chinos, en el aeropuerto de Seattle hubo un oriental que en lugar de echarse a


dormir en el suelo como hicimos Silvia y yo, estuvo experimentando con las posturas que
podía coger en el incómodo asiento del aeropuerto. Intentó quitarle los brazos a los sillones,
pero no hubo suerte, y el cojín de cuello que llevaba tampoco le ayudaba de mucho… al
final, tras intentar más posturas que las que tiene el Kamasutra, se decidió a tumbarse en el
suelo… y a los cinco minutos llegó el tío de la aspiradora. ¡¡jaja!

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-Y ahora que comento lo del aeropuerto… ¡Silvia y yo conseguimos reunir a 15 personas
tumbadas en el suelo! ¡Fuimos las primeras en acostarnos así para dormir y la gente nos imitó!

-También hay una frase mía mítica que es tal que así: “las nutrias son como las estrellas
fugaces, que cuando dices «miraaaa, una nutriaaaa» la gente mira pero la nutria ya no está”
XD.

-En el viaje de vuelta Silvia tuvo una premier de la historia de Markus y Evangeline. Jaja.

-Dejamos nuestra firma (en inglés y en español) en un librito de fans de crepúsculo de “estuve
en Forks”.

-Había un canal alienígena en la tele de Forks, y su hermano gemelo estaba también en el


avión, sólo que el del vuelo daba más acojone porque se oían voces hablando raro.

-Después de todas las comidas que hacíamos fuera… pastilla contra el ardor de estómago al
canto.

-Silvia dice que somos racistas porque a los cuervos que había en Forks (que nos seguían) los
llamábamos los “pollos malos”. Pero no somos racistas, si hasta les pusimos nombres ^^

-Hubo una embarazada que intentó echarnos maldeojo en el Thrifthway. Nos miraba con
una cara de mala leche… y la tía no apartaba los ojos, eh.

-A la ida y a la vuelta de Filadelfia coincidimos con un grupo de españoles que iban a Las
Vegas a un concurso de dardos.

-La tele eran 6 minutos de programa y 5 minutos de anuncios. Exagerao. Y los programas
eran… POR DIOS. Todos los americanos tontos se reúnen en la tele, con eso lo digo todo. Y
había dos especímenes que después de reírse de los rusos empezaban a decir “USA!! USA!!”
Buah! ¬¬

-Vimos Perdidos en tiempo real. Alex murió :::sniff::

-Había un canal que era todo Charmed. A cualquier hora del día que lo pusieras salía eso.

-Pedro “atacó” con su verborrea a una limpiadora, que quedó en estado de shock y sin poder
responder.

-Había un Volvo (no el C30) plateado en Forks.

-En Port Angeles había cada coche maqueado a lo raro… Le salían palos de donde no tenían
que salirle. Jajaja.

-Había un semáforo mítico en Forks: había que pulsar para pasar, pero una vez se ponía en
verde, te daba sólo cuatro pitidos de tiempo. Ibas por la mitad y ya estaba en rojo :S

-Pedro y Silvia se pusieron a hacer palmas en un autobús. Yo como si nos conociera, jaja.

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-La gente debió de flipar con nosotros cuando nos vio a los tres en medio de la explanada del
Olympic abrazados. Estábamos haciendo sobra pa’ ver las fotos nuevas de crepúsculomeyer
en la PSP.

-A la de recepción, en 2 años que llevaba allí, nunca le habían preguntao por el transporte
público…

-La mujer de la recepción me dijo que ya que había un hombre en el hotel que iba a “Hoh”
(un bosque) podía acercarme y pedirle que nos llevara con él :S. Jajaja.

-Vimos de cerca dos ardillas, dos conejos, dos nutrias (que en os carteles parecían focas) y un
águila. Más monasssss.

-La gente pedía muchas disculpas. En el supermercado si pasaban cerca (aun sin rozarte) ya
sabías que un “sorry” venía detrás.

-Vimos un “porta plátanos” para niños. Pedro pensaba que era para cortar los plátanos, pero
no, era como una fiambrera pero sólo para plátanos XD.

-Pedro y Silvia eran dos personas pegadas a unas lentillas. No se llevaron gafas por voluntad
propia y te prometo que no sé como aguantaron :S

-Una tarde Silvia me dice “despiértame a las 9”, pero yo me metí en mi habitación (dejando a
Pedro sobao en el sofá) y me quedé durmiendo también. A las 10 o así me despierto porque
Pedro se está acostando (se despertó y pensó que lo habíamos dejao abandonao) y Silvia al
poco sale diciendo “¿no te había dicho que me despertaras?” Ups.

-Estaba en mi habitación cuando oigo “¿Quién ha metido el sirope en el frigorífico?” Salgo


muy despacio, miro a la pareja y finalmente digo con voz lastimera… “hombre, si no ha sio
Pedro ni ha sio Silvia, quizá haya sio yo”. Silvia se lanzó a por mí con intenciones asesinas.

-El primer día probando la wi-fi Pedro y Silvia se pusieron en la esquina de la cocina, junto al
microondas, porque allí era donde más señal les llegaba. Si los veis a los dos…

-Compramos cubiertos, platos y vasos de plástico, pero al llegar a casa nos damos cuenta de
que… ¿cómo vamos a meter las tortitas en el microondas con un plato de plástico? ¬¬

-Vimos muchas casas de Gabi y Ana, a cada cual más… ¿pequeña? ¿grande? Jaja.

-En Seattle vimos un cartel de “Ven a la península de Olympia”.

-Silvia compró pa’ Vane una bolsa de regaliz pero estaba de mala… Buag.

-Mi cámara estaba empeñada en saltar de mi bolsillo y estamparse en el suelo, pero no sólo
eso: cuando la ponía con el trípode, salía corriendo hacia la foto y catapumba, la cámara al
suelo de espaldas :S

-Seguimos sin saber cuánto dinero son los “dime”. ¿Y cuánto serán los “dijo”? Jaja.

-A la entrada de Seattle había un estadio que parecía un “platillo volante”.


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-En Seattle había un motorista con cresta en el casco y un chico montado en un coche con
una cresta de verdad de más o menos un palmo (sin exagerar)

-En la tienda de CD de Seattle, Silvia dijo su mítico “¿y por qué aquí no hay carritos?”

-En la plaza de “cada loco con su tema” había una fuente extraña en la que podías pasar por
debajo mojándote sólo un poco. Mola.

-Vimos una limusina negra larguíiiiisima.

-El único insulto que oímos fue un “fuck you” que un skater le dijo a otro porque no podía
alcanzarlo.

-“Los mercados nos llevan a zonas malas…”

-Forks tenía radio, pero era de una calidad… una anécdota al respecto:

Estaba yo escuchando la radio, sin conocer ni una sola de las canciones que me
ponían, hasta que de pronto sale una que sí había oído y digo “¡al fin una que
conozco!” Entonces salta Pedro y dice “menos mal que has dicho eso, porque yo ya te
iba a preguntar que qué mierda de música estabas escuchando…” Jaja.

-¡Y en la radio había anuncios en español de rulós!

-Los coches en Forks se paraban a kilómetros del paso de cebra cuando tú pasabas. Debe ser
que les entraba el pánico “¡¡¡¡¡Un peatón!!!!”

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