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La favorita (1996, inédito, fragmentos aparecieron en la revista Arde Filo)

F.: te haré ahora las preguntas

que nunca te había hecho

pero antes quiero que veas

a quien llamo "el ser feliz".

Está ahí recostado, recortado

para todas las miradas

en la angustia ancha de los catorce años.

Sus arbitrariedades en torno

al discurso de la familia

no lo hacen más correcto,

pero él todo esto no lo sabe.

Y no es un mono.

Y venías, divina propiamente,

entrabas contra mí pero siempre

escapabas

con el único gesto, culpable o qué

donde me dejabas paladeando

"las circunstancias de una huida tal".

O salías.

No me gustabas esa noche, llevabas

un vestido negro

que dejaba ver

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lo más sólido de vos

-lo más perfecto, la perfección

de las espirales, de las cúpulas.

Tal vez, sin toda la carga de maquillaje

que había en tu rostro, la carga

que tuve que esperar te pusieras

mientras decía lo que dije

sin poder decirte lo que en verdad

hubiera querido escuchar de mi voz;

de vos o de otras, unas...

En vez de Miles Davis, la gente

(mis "amigos", no te olvides)

ponía música de salsa.

Pero ahora, que escucho música más liviana

me acuerdo "de lo que tenía preparado para vos",

de cuando me fui para el lado de la pileta

que en los bordes de cemento que la rodeaban

tenía curvas apropiadas

para el momento kitsch que ocupaba esa casa

en nuestras imaginaciones, los decorados fetichistas

de la mujer de Valerio.

Fui y miré "el asado" desde fuera,

voy y me "salgo".

O salías, cada noche,

con un gesto de poco aire

y me contabas que cuando eras chica

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te gustaba Gervasio.

No era yo el que me quedaba sin aire

sino vos, eludías

lo poco triste que yo te contaba

y acaparabas lo otro, lo más estúpido.

La carga aquélla, la de sentirse

"afuera", pero no como lo que se revuelve

en espasmos sino la luz,

la luz o certeza,

el ritmo con que manejabas

cada doblez, cada esquina de mis palabras,

de mi ansiedad.

Te dejabas los zapatos, me pedías:

"Ventura, ¿puedo dejar los zapatos en tu auto?",

y nos íbamos con todos,

al centro del asado,

y vos ibas con los pies descalzos,

apenas una luz, otra más, blanca,

detrás de tu vestido largo,

negro, era Jaime

quien los tomaba entre sus manos

y no yo. Yo me preguntaba

si tal vez, me lo preguntaba

al borde de la pileta,

si tal vez, esa luz, el gesto de acariciarme

el hombro y apretarme el cuello,

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después, el que harías,

pensaba si esa luz

no te protegía de mi más acá,

de mis preguntas opacas, de la excusa,

un año antes,

del whisky en la mano para decirte

"vos lo sabés, vos lo sabés".

Esta vez el vaso, la copa, con agua mineral

se me cayó a la pileta, y lo vi caer.

A veces subía, en la caída,

y volvía a hundirse

hasta quedar seco, hueco, de costado

contra el fondo, celeste, en la parte

donde unas azaleas

reflejaban su sombra,

la sombra de la luz que un reflector

potente, anticlimático,

otorgaba a las plantas del jardín.

Y esa luz, también, o el ángulo donde

yo estaba, me dejaba ver nada más

tu cara y la espalda de algunos

y sólo vos, una luz, tus ojos, blancos casi,

que esa noche

tampoco me gustaban

se dejaron ver por mí, pusieron anhelo,

afloraron con un mínimo asombro

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al estado de conciencia de un vaso

que cae sobre el agua.

Gervasio te hablaba de los nombres de los autos

enfrente de Jaime, tu amante (mi amigo, no lo olvides),

que hablaba con la chica de los ojos con líneas y yo,

lateral, me pregunté

si esa carga no tendría que ver

con otras, pero no,

no me lo pregunté

como una pregunta triste, elegíaca,

sino en el mismo tono en que Gervasio

te hablaba ahora, creo,

de los adolescentes que componen poemas

en honor de sus mujeres. Yo sentía un odio,

lo intenso de una exactitud,

la potencia de las posiciones,

el vaso con agua cae al agua;

el amor hipotético que podrías tener por mí

se desvanece, pensé,

como un ojo que no registra la conciencia

de su propio asombro,

vaso que cae al agua, con agua

y no estalla, resbala

sobre ninguna superficie,

se llena de un agua que rechaza

los cuerpos duros. Se resiste a caer.

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Poblaba el jardín

con extraños santos, figuras problemáticas,

antiguas. Pensaba en mis otros amigos,

los que corrían desde la infancia,

en ellos como atletas griegos.

Y no como nostalgia ni alguna

forma de "centro".

El "asado", "fuera" y la diversidad

que salía de todas las miradas,

rápidas. Pensé en nosotros

como patos orgullosos en el estanque

de un zoológico viejo, desatentos

a la música de una banda lejana,

patinando en las ínfimas olitas.

De todo encuentro, fuera.

Con la voz con que auscultabas, ensordecida,

nuestro probable acuerdo. De manos

o gestos no esquivos, más cercanos

a la velocidad del baile, o tal vez,

de una furia coqueta.

El sonido mezclado o no

de tu voz con la nieve ésa

que da luz a las variaciones donde se baila,

"pistas" para evaporarse

los ojos más hermosos, bellísimos,

los ojos de quien mira por la ventanilla

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y piensa con dureza "todo es paisaje".

Las protestas por la flexibilidad

y una manera en la que nadie notaba

que te ibas no era todo, de vos:

estabas. Y dejabas más que una prenda,

un empeño para la calma

que superpone las voces discordantes...

¿Con qué, con las tiritas en la piel,

las pecas? ¿Con qué nadabas en el río

Uruguay? Pronto se va. Lo que recuerdo,

lo que es recuerdo es manera

nunca recta de mirar.

Medallones de menta, te regalaba.

Como partes de un trueque.

Con la "pala" con la que a través del aire

nos separabas, nos cortabas

nos dábamos sólo con tu sombra, ella,

la de una quietud fluvial, hecha de líneas cortadas,

puntas de la espumita del mar que iba llegando,

y el "riguéi" que habia pedido Quique, la sombra

con la que no te apartabas ni te mostrabas

ni prestabas atención a frases mías desligadas

de su contexto "oceánico"

sino tal vez pretendías desunir lo que...

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"Calamaro" con su noviecita "Yoko Ono"

abriendo los botones de su suéter blanco

deja que floten

en la bruma de los cabellos Shakesperian-rag del "Cala"

y nadie, más allá, en donde el viento pegaba

y los gurises tirándose en el pasto

y la gente, nuestros amigos, costumbre uruguaya,

aplaude el atardecer.

Miles, decías, de gurises.

Pibitos, decías, mosca.

¿Por qué en esta playa retirada?

La firmeza de un color violeta, pensé,

no tarda en darte la respuesta.

Tus anteojos ciertos

desmentían cualquier desvío,

desvirtuaban cualquier aproximación.

Veías violetas los "kimonitos" de algodón

de los chicos de la colonia.

Precisión: la firmeza no necesita precisión.

Con la "pala" con la que nos rasgabas,

nos desunías, no amábamos más que unas tardes,

ésas, las de un ritmo cortante

en las estrellas que iban viniendo,

más aún que el viento.

Cada noche un juego: romper

una botella mientras ibas al baño

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y yo a Quique le daba

explicaciones "aéreas".

Con eso nos desunías, con lo que,

en apariencia, fortalecía nuestros

"ávidos" intereses. Con la música

con la que trazabas círculos...

Ella entendió que yo le decía

que los huecos de la Estrela Nova

no podían caber en mi cabeza

mientras hubiera bebido

y cuando fingió comprender el error

me dijo

que no tuvieramos "esta conversación"

que tal vez así, bajo el cielo y las estrellas "vulgares"

entenderíamos que la fiesta, el concepto de la fiesta,

ya estaba muy lejos,

no nos alcanzaba.

Los cangrejitos de un "dolor fértil"

y mi vodka, con tónica, esta vez. Podíamos seguir

hablando

tal vez inadvertidos detrás de panoramas,

especies de marcas donde se colaban

milagros de ternura, territorios

del silencio.

Tal vez fuera mejor que nosotros dos,

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"héroes de ningún reemplazo",

olvidaramos el rigor dialéctico de una noche así

en favor de cuestiones más abstractas, todavía...

LA TABLADA

¿Con cuál? ¿Cuál, de todos?

No graniza, no nieva. No llueve.

¿Acabará una vez la tarea de hilo,

como una mujer del campo en un campo

de manzanas febriles,

ella, la de unos "pesitos" diferentes,

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si Juan le aclara su angustia y la mide,

se quedará ella, se sentará en las mesas de madera,

en la mesa con los hombres

a oír las voces no indiferentes que duran

a las tres de la mañana,

le dirá otra vez

"Mariano mal no me cae, siempre

me atendió bien"

y probará, de su risa o de la mía,

el sonido más discordante,

el de los amantes pesados, muertos,

aquellos sobre cuya tumba

nunca juraría "sí", "no"?

Cuando todos hayan muerto.

Tal vez pierda peso

y se "establezca" en la sierra,

tal vez cansada.

En una época

nos perdíamos, cada uno,

íbamos haciendo un tiempo, una tarde.

En los refugios del agua

buscábamos ciruelas para la mía,

y con canastas

simuladas en los contornos

nos dábamos las manos, ellas,

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las que se mecían "aquí", "allá".

Con un brillito en los ojos,

los ojos más hermosos, bellísimos,

hacíamos tiempo.

Algunas tomaban agua

y otros como sorpresa

pensaban, se detenían, debatían.

Era como un día de campo,

"de picnic", dijo ella.

Y a la hora de la ronda:

"Yo quiero un señor con auto deportivo,

uno que presuma, que arme polémica".

Otros y las chicas:

"Pero vos...".

En los refugios del agua, en las cascaditas.

Después los casados se iban por ahí,

alguna vez quedamos uno y otro pero

"cada uno su parte, perdón".

En un tiempo vivió en Suiza,

dejamos.

Yo la conocí no me acuerdo,

en la casa seguro, pero en uno de los grandes bailes

me acuerdo haber estado, juntos.

Ahí me dijo: "Somos iguales".

Como cotorras jóvenes, aludían las viejas.

¿Y a vos? Era el grito preferido de las Merceditas:

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"¿Y a vos? ¿Y a vos? ¿Y a vos?".

Y asustaban. No creía en nada práctimente.

Yo como donjuán chiquito, pensaba

que no se daban cuenta.

Los dientes, los brillitos "más lindos",

los contornos y esa infancia delicada,

de haber tenido...

Para el baile nadie...

Usaba blusitas de algodón,

como camisetas.

Había casamientos, había el tiempo de su estudio,

piano, alemán, una de las primeras chicas

que fue a la universidad.

Unos años en el centro.

"Eso" fueron los más movidos,

los que todos nos veíamos,

"a tomar el té en lo de tal",

los Otheguy, Carranza, Michaux,

las otras familias judías.

Unos uno no sabía

bien a qué se dedicaban.

"Después te cuento, después".

Seguro que los padres...

La mayoría de los padres estaban separados,

fue una moda, pero ella nunca contó.

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Ahora dice todo el tiempo

"el recuerdo son las grietas del olvido"

y me cuenta una por una

"ésa estaba enamorada de tal, ésa de tal".

A veces habla de mi hermano.

"Tampoco pasaron tantos años,

cuatro, seis", digo,

bien no sé sobre qué

conversar.

No hace nada. Ni calor, ni frío,

ni tiempo.

¿Cerrará ella el ciclo,

ella, la de las "líneas de puntos"?

Es persona de reclamar lo que le deben.

¿Y con cuál? ¿Con cuál, de todos ellos?

¿En las tardes blancas encontrará una veta ...?

Dios, qué rápido.

Ya doy por hecha la clausura.

¿En el "rincón suizo"

no íbamos a tomar ice-cream soda

y después les protestabas a tus novios

"es mi cosa del té preferida"

y te pagaban uno y otro y otro?

Era sencillo, seguro que nadie

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sabe bien cómo,

pero no vengas y me digas

"para eso estás vos".

¡No! Yo sudo, miro, corro,

escribo. ¡Pero éso!

Culpa de nadie, ahora

qué importa.

¿Te acordás Nonogasta?

Nos restregábamos con uvas,

un almuerzo comimos quince frutas

cada uno, íbamos a ver a los Ferreyra,

los Gordillo y los Dávila jugar bádminton,

tomábamos té

en las reposeras viejas,

las que habían sido de Nelly,

nos gustaba coquetear

como si fuéramos "las almas sensibles" del pueblo,

jamás íbamos a la misa del cura Lynch

pero él venía después de comer

y tomábamos whisky.

¿Vos tomabas whisky? No,

no me acuerdo.

¿Ya está, bien? Acá no hace

ni calor ni frío, tampoco.

Era sólo que pensé...

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¿estará bien incluirte...

en "mis" grietas?

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