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Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún
procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de
información y sistema de recuperación, sin el permiso por escrito de la entidad editora
Sabe que no debe mirarla
de cerca,
porque hay razones más
terribles que tigres
que le demostrarán su
obligación
de ser un desdichado
J.L.Borges
Si no hay objeción, me gustaría aclarar algo lo antes posible. No hay ningún Depósito de Ideas, Central de Relatos
o Isla de los Best—sellers Enterrados. Parece que las buenas ideas narrativas surjan de la nada, planeando hasta
aterrizar en la cabeza del escritor: de repente se juntan dos ideas que no habían tenido ningún contacto y procrean
algo nuevo. El trabajo del narrador no es encontrarlas, sino reconocerlas cuando aparecen.
Mientras escribo
STEPHEN KING
VETUSTA MORLA
Twirl, pese a la oposición de Irala y de Cruz, había invocado a Plinio el Joven, según el cual no hay libro tan malo que
JORGE L. BORGES
índice
I. Soul 15
-1. Polvo
-3 llamadas perdidas
-Km.o
III. La ofensa 81
-El después
-Carta
-El solitario entierro de Jorge Almagro
-
IV. This is how it all 125
-Transición I
-Eventual change
-2. Cisnes y elefantes
-Huang y Rosebud
-Nunca serás un hombre
V. ...ends 183
-Km.5
-La rama vaga
-Melancólica piedra
-3. Dulce Liz
-Tras leer a Bolaño suceden cosas extrañas
1. Soul
Me secuestran a menudo y me dejo llevar por ellas. Y soy muy caprichoso. Pero esto
es más simple o más complejo de lo que parece. Más simple, porque yo quería titular un
libro El último mono; más complejo, porque se me ha ido de las manos y se ha convertido
en un proyecto vital fascinante, egocéntrico e ingente en todos los sentidos. Voy a jugar
a ser Borges, a ser Bolaño, a ser Joyce. Esto va a ser difícil, Jose. Muy difícil. Porque el
juego consiste en una mentira y en una aspiración. El último mono debía tratarse de un
recopilatorio de relatos. Luego leí un libro, Crónicas de motel, donde el autor mezclaba
ficción narrada con poesía y textos de cualquier otra naturaleza. Ese libro inspiró una
También Borges y Bolaño mezclaban ficción y realidad, aunque ellos lo hacían con la
maestría del genio. No es mi intención compararme con ellos. Me faltan muchos palos
aún.
que sirva como legado vital y literario. Un libro por década. Una edición exclusiva ideada
e ilustrada por mí. Editada por mí. Curiosamente, El último mono ha de ser el primero de
una serie de primates. Aquí quedarán plasmadas mis fotografías, mis circunstancias hasta
los 22, mi poesía, mis referentes, en definitiva, mi vida. Dentro de diez años prometo parir
la segunda parte de la colección, que como mucho llegará a los siete u ocho volúmenes.
Al menos sé que tengo claras mis prioridades, por mucho que la vida empiece ahora.
Granada
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El último mono
preferido es Damien Rice. Una banda, Radiohead. Una canción, Creep de Radiohead
versionada por Damien Rice. Mi película preferida es American beauty. Si tuviera que
quedarme con una serie, serían A dos metros bajo tierra y Buffy Cazavampiros. Hace
dos años me dio un infarto cerebral que hizo temblar mi mundo mientras estaba de
ser guionista o escritor, vivir en el extranjero. He escrito muchos cuentos y relatos, dos
novelas y un poemario. No tengo novia ni novio. No tengo a nadie. Hay días en los que
días.
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1. Soul
Soul
Dentro de tres semanas me iré a Swansea. Suena tan, tan cutre y desconocido ¿mitos
artúricos? ¿En serio? Cogeré el avión en Málaga con mi madre (supermum, léase
supermám) y llegaré a Cardiff, esa ciudad de estilo futurista donde (aún no lo sé) tiene
poco. Luego conoceré, a los tres días de llegar, a Iñaki, David, Sheila, Janire y algunos
más. Después haré amigos, con el paso del tiempo. Creceré mucho, hablaré y beberé
entre alemanes, franceses, italianos Malviviré con un húngaro y una alemana secos y
asociales. Descubriré asignaturas maravillosas que al fin me motivan. Iré al VUE Cinema
o a comer al Eddie Rocket’s (¡tan Hopper!), pasearé por el centro de una ciudad que
no tiene mucho que ofrecer, lugar de nacimiento de Dylan Thomas. Iré a Londres
cuando todo esté cubierto de esa aureola navideña, naranja o glacial a partes iguales.
Haré turismo típico, comeré en todos los Fast food de Londres y jugaré a yo nunca
en un hotel con jacuzzi al aire libre. Caminaré por Cardiff sobre la base de operaciones
de Torchwood y veré atardeceres que tatuaré en algún pliegue del cerebro antes de
que se atrofie. Echaré fotos con la mejor réflex que llegue a tener entre manos en una
de las mejores playas que he visto, infinita.............Port Talbot, decían que se llamaba.
Birthday’s, Christmas, Bye-bye , conoceré a gente a la que veré reír y llorar (que siempre
es más difícil, pero más bonito). Conoceré a Eleanor. Pasearé por las galerías de Cardiff
en una ciudad navideña con árboles gigantes y quesos de todos los sabores y el frío que
Jose Alberto Arias Pereira
me lame por las grietas de la ropa. Gritaré a la playa y dejaré que la lluvia me caiga, haré
fotos cómplices a las ardillas y comeré donuts rellenos. Y yummies. Y guain—gams. Y los
muffins del China-China. Besaré y abrazaré. Confiaré y seré confidente. Intuiré el odio,
recibiré cartas y postales del extranjero. Y Damien Rice. E Ismael Serrano. Y Sade, Alicia
Keys, Sr. Chinarro, Micah P. Hinson, música pastillera erasmus Seremos una revolución.
Y cine, mucho cine, toneladas de cine. Cine en cantidades ingentes, más cine del que
haya asimilado en mi vida. Cuánto bien, cuántas cosas. Y le enseñaré Swansea y Cardiff
a Jose, y echaré más fotos, será mi hobby. Hablaré día sí y día también de menos con
mamá, con papá, a veces con mis hermanos. Escribiré mails masivos. Lloraré lo justo.
Poco. Nada. Me apenaré al volver, o al dormir porque quedará un día menos. Escribiré
mis páginas más nostálgicas, aprenderé mucho. Creceré y evolucionaré sin cambiar. Tú
cambiarás. Pondré mi cam a más de uno y una por primera vez. Cocinaré la comida que
compre en el Tesco con mi ropa del Primark. Reiré con la putana, con la Sole y demás
vaciedades. Iré de compras por Oxford Street y leeré el correo en el Apple de Londres.
Me enamoraré digamos que un par de veces. No se curará. Veré Alien rodeado de frikis a
nuevas recetas. ¿Pollo con coca—cola? That’s insane. Diré adiós a unos, me despediré
en silencio de sitios y personas y pensaré que nunca, JAMÁS en la vida nos volveremos
a cruzar. Ésta será la última vez que nos veamos. Me emborracharé hasta vomitar en la
discoteca y lograré que me echen. Tendré unas resacas malísimas, pasaré la aspiradora
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Soul
una y otra vez. Pasearé Dune por medio Reino Unido. Fingiré que me quedo por Navidad.
palo y Tulsa y Shakira Estaré en uno de los epicentros mágicos del mundo, Stonehenge,
y me grabaré para mis amigos, para que pase a la historia. Me patearé Oxford extasiado
fotos. Veré Casi famosos en un albergue de Oxford. Será la primera vez que la vea. Y
Salisbury, y el palacio de la Reina y el Pizza Hut con los profiteroles, y el viaje de vuelta
TATE, Londres de día, Londres de noche. Hablaré desde un puente de la capital con mis
ananás en Barcelona y Belén habrá bajado un momento a hacer algo. Veré televisión a
irnos, perderemos el taxi y no lloraremos por la prisa y la certeza de que vamos tarde.
Dejaremos atrás Wind Street, los Morgan, Thomas, la Play, HMV, el Quadrant todo. A lo
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I. POLVO
Si la quieres, cógela, pensaba, pero no olvides el polvo. Y es que el polvo era aterrador.
La miró y se escondió tras la caja, en ese limbo de oscuridad que daba a su rostro un
aspecto siniestro. Hasta hacía dos días nunca había visto a la joven bailarina como una
mujer, sino como una niña antipática. La vida del actor tenía eso. Si no había amado,
nunca amaría. Era difícil aprender a amar, y el personaje que interpretaba cada día podía
vivido lo que se dice una vida de actor. Bordeó la caja, más grande que él, húmeda y
maloliente, pero la bailarina no parecía haberlo oído. Seguía sentada mirándose las uñas
—¡Oye, chica! –susurró. No quería que el grande se despertara; el jefe era el jefe
Qué voz más hueca y horrorosa le salía. Oyó un ligero chapoteo y maldijo por lo
en medio de un charco de agua. Dio un salto y se alejó indignado para sacudir las piernas.
creído, pero necesitaba mirarse en el espejo (vale, ¿qué más daba si era un charco en el
Sus ojos eran azules, el pelo rubio y rizado, la barbilla dibujaba un ángulo afilado
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Soul
con un hoyuelo minúsculo en el centro. Las líneas a ambos lados de la boca se debían
a una continua sonrisa. E incluso aún llevaba el traje de la última obra que estaba
Pero estaba muy apuesto como para dejarse amilanar por estúpidas reflexiones
o ecos en su cabeza. Se ajustó la corbata, se dejó la gorra de lado y marcó aún más
su sonrisa. Avanzó de puntillas hacia la bailarina, y cuando estaba detrás (no olvides
el polvo) le dio un pequeño empujón a la altura de los riñones. La tela del vestido era
áspera. Por supuesto, un hombre suele tener más fuerza que una mujer, pero en este
—¿Qué haces, animal? –murmuró en voz alta, y se inclinó a ver a la bailarina, que
había caído en una posición un tanto extraña. Le dio la vuelta entre sus brazos y vio
que estaba rígida, por lo que en un instante vaciló y se le pasó por la cabeza huir de ese
lugar. «Dios, si ahora abre los ojos y se despereza, juro que jamás me volveré a acercar
a ella». Cerró los ojos apretando con fuerza, contó hasta diez y los volvió a abrir con la
respiración limitada a un hilo de aire frío. Sintió una profunda presión en el estómago;
la joven seguía igual. ¿Qué le había hecho? No, eso no se lo había hecho él. Comenzó a
gritar y a tocar el rostro y las manos de la bella bailarina, pero estaban duras como la
madera.
—¿Qué le habéis hecho? –gritó. —¡Maldita sea, qué le habéis hecho! Venid a
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Jose Alberto Arias Pereira
por mí, cobardes –desafió. Quería llorar pero le era imposible, como si esas reacciones
chocó contra el fondo de éste se dio la vuelta para intentar huir, pero la puerta se cerró
ante él. El chasquido del cerrojo le trajo a una realidad más dura, y la única muesca de
luz que quedaba dio lugar a una oscuridad total. Gritó, pero esos gritos de auxilio lo
aterraron aún más. Cuando tomó una bocanada de aire el polvo le llenó los pulmones.
Había polvo por todas partes. ¿Quién querría hacerle mal alguno a un humilde actor?
Pensó en un rostro verde y cerúleo atravesado por mil pústulas y cicatrices, sólo una
imagen de terror. Cuando dejó de golpear las paredes y llegó el silencio, entonces, sólo
…………………………………………………
—Oye, papá, ¿y por qué has hecho eso? –preguntó el joven larguirucho y de nuez
sobresaliente. Sabía que era torpe, por lo que avanzó con cuidado.
—Cuando llevan mucho tiempo actuando, cuando les das muchos papeles
distintos, es como si estos muñecos cobraran vida. Acerca el oído a la caja. –El muchacho
hizo lo que le había pedido su padre, pero se oyó un golpe que lo obligó a dar un respingo.
—¡Ja,ja,ja,ja! Que no te asusten. Fíjate, éste creía que era de carne y hueso, como tú y
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Soul
coge la bailarina antes de que la aplastes con uno de tus zapatones. Es muy cara…
El joven la tomó entre sus manos con algo parecido a ternura y la guardó con
delicadeza en una caja de madera que dos años más tarde le serviría para machacar la
TEATRO DE TÍTERES
Y MARIONETAS
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3 LLAMADAS PERDIDAS
La verdad no es fotogénica
VICENTE NÚÑEZ
que el móvil estaba tirado en la acera. La calle estaba vacía salvo por el pequeño
teléfono. Lo cogí y lo abrí. Las tres llamadas eran de Alba. No sabía quién era Alba ni
a quién pertenecía el teléfono, sólo que estaba nuevo y no era cuestión de dejarlo
ahí. El móvil era de color plateado. Las únicas señas de identidad eran tres letras
guardaba tres fotos, todas de la misma chica. Miré los mensajes, pero en el buzón
casi todos dirigidos a la misma Alba. Eran mensajes de amor. Muchas personas
tienen una especie de muletilla con las que acaban sus cartas o mensajes. En este
caso, todos los que iban para Alba acababan en un «Really love u».
la ducha y me tiré en la cama para alcanzar el teléfono. Era Alba. Esperé varios
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Soul
Esperé con el móvil en la mano sin poder apartar la vista del nombre parpadeante.
Cuando se fue la luz me dio tal susto que apreté la tecla de llamada.
—¿Diga?
—Raúl… —Me quedé de piedra al oír mi nombre. ¿Cómo había dado conmigo?
—¿Alba?
—Lo tengo todo preparado. Espero que vuelvas pronto, las cosas no me van
demasiado bien.
—De… de acuerdo.
—No lloro –rió a la vez que sorbía las lágrimas. –Sólo quiero verte pronto.
Prométemelo.
—Sí.
—Te tengo que dejar. –Se calló por un momento, unos segundos que quedaron
—Adiós.
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Colgué.
No sé por qué me dejé llevar por la emoción y no dije nada; ahora Alba creía que yo era
«su» Raúl… y ya era casualidad haber encontrado el teléfono de alguien que se llamaba
como yo. En el momento en que colgué y decidí seguir con todo esto me di cuenta de
que no habría vuelta atrás. No obstante, no le puedes negar ese afecto a una persona
que nunca se ha sentido querida. Y yo me sentía así, necesitaba volver a oír la voz de
Alba.
—Hola buenas tardes, le atiende María José. ¿En qué puedo ayudarle?
Colgué en ese instante. Las iniciales cuadraban: RLU, Raúl Luque Ulloa… really
no había móvil, ya que no había contraseña. Y no, no habría más llamadas de Alba.
Pasé bastante tiempo conociendo a Alba, incluso me permití hablarle más. Sin embargo,
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Soul
siempre tuve la certeza de que sabía que yo no era la persona a la que ella conocía; y no
por miedo a desgarrarla. De hecho, yo nunca la llamé, pero todos los días recibía una
llamada. Poco a poco empecé a imaginar su situación, una chica esperando al único
amor de su vida. Yo alentaba esa esperanza… realmente estaba haciendo algo bueno
por ella hasta que él llegara. Y esa voz oculta que habla muy de vez en cuando –algunos
la llaman conciencia –me decía que no había explicación para lo que estaba haciendo.
Pero nadie podría borrar esos dos meses de esperanzas e ilusiones. Tal vez era lo
El ritual era sencillo: ella llamaba y me decía cuanto quería, contaba sus miedos
y alegrías. Yo escuchaba en silencio con el anhelo de que Raúl volviera algún día junto a
Lo que más temía era que cualquier cosa pudiera herirla, la principal de ellas que
descubriera que su novio no estaba. Por eso puse en marcha un acto en gran parte
suicida: busqué a Raúl Luque Ulloa. Miré en las guías de teléfono de la ciudad, pero
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Jose Alberto Arias Pereira
¿No suele pasar que los momentos que nos marcan siempre quedan grabados
hasta el máximo detalle? Sí, iba en el urbano cuando sonó el teléfono. En la radio ponían
algo de Coldplay y no había nadie a mi alrededor. Una moto roja pasó junto al cristal.
—¿Diga?
—Raúl…
—Alba.
—Ya queda menos, dímelo, cuéntame todas las mentiras que quieras, pero dime
—Iré…
—Sólo quiero tocarte, saber que tu piel no era de fuego y que mis marcas se
borrarán con tus suspiros. Sólo quiero apretar tu pelo entre mis dedos. Sólo quiero
—Alba… te quiero.
—Adiós.
Cuando llegué al hospital estaba algo mareado. Fui directo a recepción y sólo fui
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Soul
capaz de decir:
—Amigo.
—Lo siento mucho, pero su amigo falleció hace cerca de dos meses. Supongo
Cogí un papel del mostrador y escribí un número de teléfono. Salí lentamente del
Pasaron dos horas. Yo estaba en un banco del parque esperando a que llegara ese
momento. El móvil sonó. Esperé veinte segundos hasta pulsar la tecla de llamada. Me
acerqué el móvil al oído y esperé. El tiempo siguió pasando. De vez en cuando se oía su
Y colgó. Su tono era tan agradecido, tan sincero que no pude más que llorar en
ese banco.
Pero todas las mañanas cargo el móvil movido por una sola esperanza.
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Derroche
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Soul
5/02/08
Es cuestión de práctica,
I’m a weirdo...
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KM. 0
A David, supongo…
—Hueles a sexo.
Con esa primera frase ella le demostró que no tenía pelos en la lengua y que
cualquier convención pasaba por poco más que anecdótica en su modo de ver el mundo.
Él, que se llamaba Alberto y cazaba gotas de lluvia, la miró con esa seriedad que no se
Ella asintió con la misma sonrisa de antes. No era difícil de adivinar, pues llevaba
el pelo teñido de ese color y su camiseta rezaba, con letras estridentes, «Me llamo
Violeta»; en su armario tenía otras en las que se podía leer: «Me gusta Ismael Serrano»,
«Soy de Coca-cola» o «Mi perro murió hace 2 años». Pero claro, ahora mismo él no sabía
nada de esto.
—Me llamo Violeta, sí. Tú te llamas Alberto, aunque tienes cara de llamarte David.
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Soul
Ella se recogió las rodillas más aún porque hacía frío. Se encontraban en la
terraza del edificio, bajo un cielo cada vez más oscuro y eléctrico que anunciaba sin
vacilar el comienzo de una tormenta. La terraza era grande e íntima a esas horas, más
aún sabiendo que en cuestión de minutos empezaría a llover. Violeta se levantó, recogió
El fin del mundo era su dormitorio, una habitación grande y de paredes grises llenas de
imágenes. Olía a té y a lluvia por encima de cualquier olor que emana normalmente de
la habitación de un chico. Alberto abrió la ventana y estiró el brazo con el que sostenía
una especie de probeta grande de color azul para atrapar las primeras gotas de lluvia.
Violeta, por su parte, seguía apoyada en el marco de la puerta; sus piernas se negaban
porque la habitación tenía mucho que estudiar. Casi toda una pared estaba cubierta por
una fotografía atípica y familiar. Se trataba del rostro de Alberto dividido en dos partes:
presentaba media cara del joven en blanco y negro con el ojo cerrado y toda la serenidad
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Jose Alberto Arias Pereira
de que disponía.
—¿Esta foto…?
cámara de fotos con el objetivo brillante como un Gran Hermano pendiente de cualquier
detalle. Paseó los dedos por la estantería perdiéndose entre los cientos de títulos: El
guardián entre el centeno, El bostezo del puma, Rayuela, Poeta en Nueva York, Ciudad de
cristal… Con cada tomo su corazón daba un vuelco y, casi sin darse cuenta, se quedó tan
—¿Tienes té?
ella fuera a alejarse por la puerta para no volver, pero ella cogió una taza amarilla que
—Siempre me hago la misma promesa, ¿sabes? Me digo que no dejaré que nadie
se enamore de mí, que en cuanto note las primeras señales me perderé antes de… antes
—No, no quiero. ¿Sabes para qué sirve? Para convertirme en un adicto que no
pueda vivir sin drogarse, o para estar tranquilo durante un período de tiempo hasta
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Soul
que la medicación deje de funcionar y tenga que probar veinte mil pastillas mientras un
idiota me calienta la cabeza sin tener ni puta idea de lo que significa vivir así.
Alberto (David) calentó una jarra de agua que tenía sobre la mesa y buscó entre
los cedés hasta que dio con el que estaba buscando. Al sonido del agua hirviendo se
sumó la voz de Caetano Veloso. Violeta ofreció su taza y él la llenó con cuidado. Después
—No me conoces. Sólo sabes que me llamo Alberto y que soy bipolar.
—Sólo sé que te has presentado, lo primero que me has dicho era tu nombre y lo
segundo que tienes ese… trastorno que por lo visto condiciona toda tu vida. Y lo de la
Aspiró el vapor del té antes de probarlo. Después del primer trago, comenzó a cantar al
ritmo de Caetano: «Juran que el mismo cielo se estremecía al oír su llanto, cómo sufrió
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Jose Alberto Arias Pereira
—¿Por qué…?
Por primera vez en mucho tiempo se dibujó una sonrisa en el rostro de Alberto de
forma espontánea. Se apoyó en los codos hasta incorporarse un poco más en la cama.
—Mi padre decía algo así como… déjame recordar. Ah, sí, «hay un momento en
—¿Sabes que mi padre no tenía trastorno bipolar? No, antes lo llamaban psicosis
—No, me gusta oírte hablar. Pareces una persona callada. Me gusta tu voz.
Pero a él no le gustaba oírse hablar, así que optó por callar y se volvió a tumbar
en la cama. Violeta no tardó en tumbarse a su lado, ambos boca arriba mirando el techo
gris. En el techo también había algunas fotografías, la mayoría de ellas en blanco y negro
con un contraste bastante acentuado. En la gran mayoría aparecían chicas de piel blanca
y pelo negro. De repente Violeta se levantó y cogió el bolso; sacó una cámara desechable
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Soul
y le echó una foto a Alberto, otra a la taza de té y una última por la ventana, desde
el cristal hasta borrar el nombre que una chica de mirada triste había escrito varios
días antes.
que añadir: —No me he ido antes porque estaba llorando y no quería irme llorando,
pero ya volveré.
Eran las tres de la mañana de una semana más tarde cuando los golpes despertaron
a Alberto. Venían de fuera, como si alguien tirara piedras contra el cristal. Apartó
la cortina y se despejó la vista con el puño. Al otro lado, Violeta lanzaba pequeñas
piedras blancas contra su ventana. Tenían la suerte de vivir a poco más de tres
metros el uno del otro; en el hueco que la joven dejaba a sus espaldas se atisbaba
colores que daban lugar a la tabla periódica. Alberto abrió la ventana justo en el
momento en que se colaba otra piedrecita blanca que resultó ser un Lacasito.
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Jose Alberto Arias Pereira
—David, he estado pensando en las chicas de las fotos. –Él la estudió sin
profundizar más de lo que lo había hecho hasta el momento. –Tú no tienes la culpa
Alberto la miró con cara de: «¿me estás tomando el pelo?», pero al ver que
ella lo apremiaba con las manos se metió en su dormitorio y volvió a salir con la
cámara. Liberó el objetivo, enfocó y aumentó el zoom hasta que en la imagen sólo
—He leído —anunció Violeta. —Creo que estás en una fase depresiva.
que Virginia Woolf y Van Gogh sufrían trastorno bipolar. Tú eres fotógrafo.
fase depresiva.
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Soul
—A ver, ahora mismo estoy bien, Violeta. No estoy en ninguna de tus fases, ni
depresiva ni maníaca, porque dedico las veinticuatro horas del día a controlar mi carácter,
cosa que contigo no funciona porque no haces más que clavar el dedo en la llaga.
—No finjo, sólo que si cualquier día me presentara ante mi madre tal y como tú
vas por el mundo me dirían que estoy sufriendo un período maníaco porque no sigo los
—Ábreme la puerta.
por el pasillo y abrir la puerta. Violeta apareció con el dedo índice sobre los labios
Alberto cayó entonces en la cuenta de que sólo llevaba puestos una camiseta y
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—No.
—Y… —Ella se acercó un poco más. —… podrías ser siempre así, ¿no crees?
—No es tan…
—Shhhh —lo calló ella. —Deberías besar a cualquier chica que se encuentre a
Él la besó, y cuando ella le volvió a repetir la misma frase de antes, ese «ábreme
No es fácil. Nada es fácil. Pero Violeta y Alberto se enamoraron porque era algo inevitable,
y por ese mismo motivo no trataron de evitarlo. También por el propio Alberto, que por
primera vez en mucho tiempo vivía sin esconderse tras una máscara de falsa serenidad.
miles de cosas juntos: hacían camisetas con mensajes absurdos, hacían fotos de cada
instante en blanco y negro o en color, hacían palomitas que nunca se comían. Deshacían
la cama para hacer el amor. En esas ocasiones Alberto sentía auténtico pánico a sufrir
una recaída y cambiar repentinamente de carácter hasta el punto de herirla, pero ella
le tapaba los ojos con sus manos y susurraba: «Si te vas de aquí, no me quedará más
remedio que escribir tu nombre en todos los cristales que encuentre hasta dar contigo».
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Soul
Entonces todo volvía a calmarse. No obstante, la decisión más profunda estaba clara
desde el principio y llegó con una tormenta de verano, una nota arrugada y una ausencia
Alberto, pero su mano se perdió entre las arrugas de algodón. El papel sobre la mesita
de noche era una foto doblada de ambos en cuyo reverso él había escrito con cuidado:
Lo sabes todo.
Y ella, sin darse cuenta, tomó un vaso entre sus manos y, deslizando el dedo
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Jose Alberto Arias Pereira
Es curioso lo mitómano que he llegado a ser. Sigo cada proyecto de Sam Mendes con
es curioso que esta película me haya recordado a Antes del amanecer o a Hacia rutas
salvajes, donde personas jóvenes se plantean la vida, sus sueños, la posibilidad de cabiar
un destino a priori marcado a fuego. April quiere ser actriz; Frank querría volver a París.
una de las tantas parejas de clase media que viven a las afueras con sus hijos y vecinos
encantadores, pero sus sueños se diluyen como el hielo en un vaso de whisky hasta
aspiraciones, pero un día April decide tomar las riendas de la situación y propone llevar
a cabo no su sueño, sino el de su marido: irse a París. Resulta familiar la película, que
trascurre en un suburb (barrio residencial de las afueras), con una pareja que parece
romperse con el paso del tiempo y los reproches guardados… y también nos remite a
¿Qué decir de los actores? No hay palabras para describirlo. Nos guste o no
años y… . DiCaprio y Winslet ofrecen sus mejores interpretaciones hasta la fecha (que
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Soul
ya es decir…) gracias al buen hacer del director y marido de Kate Winslet, que está
curtido en teatro y sabe sacar lo mejor de sus actores. Estos van de la interpretación más
cada vez que aparecen juntos en escena. Cierto es que la película adolece de un mínimo
ritmo irregular, pero se puede obviar gracias a un tramo final impresionantemente bien
llevado, interpretado y escrito. Porque eso es otra: el guión es una maravilla gracias a la
espléndida novela que adapta, Vía revolucionaria (Richard Yates, 2008). Una novela que
nos remite a Cheever, Ford y otros clásicos que jugaban con las casitas americanas.
Desde ese prólogo en el que se nos dan a conocer los personajes sabemos que
estamos ante una cinta excelente, pero una premisa en principio tan simple se desarrolla
los que destacan Michael Shannon o Kathy Bates. Si esperábamos los toques de humor
que aparecían en sus anteriores películas, hay que admitir que Revolutionary Road es
todo un drama, un golpe directo al hígado del espectador a través del cual se nos da
la ocasión de reflexionar sobre diversos temas en una sociedad, la de los años 50, que
a decir que con las mejores interpretaciones de ese año año. Una película que no deja
indiferente, una película en la que una sola gota es capaz de significar un mundo, en
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Jose Alberto Arias Pereira
la que los estallidos de las personas encierran la respuesta a las preguntas que no se
hicieron. Y es que ¿cuál es el camino a seguir? ¿A dónde nos lleva esa vía revolucionaria?
¿Es posible escapar al destino? Sam Mendes nos lo deja claro en esta obra maestra. Y
sólo queda indignarme por cómo la Academia le hizo el vacío con una de las películas
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2. The inner city
The inner city
SINTOMÁTICOS
A Fran
Tengo un amigo escritor al que le gusta llevar la contra. No, no es que sea un estúpido
que le ha pasado algo muy común, lo cual no deja de ser paradójico. Os cuento algunos
detalles de su vida. Un día, cuando iba por la calle, se fijó en un niño que hablaba y le
pareció algo maravilloso cuando no dejaba de ser algo natural, común, vulgar. ¡A saber
lo que decía el chaval! Pero en lo que se fijó mi amigo el escritor fue en los sonidos
que salían de la boca del niño, sus palabras. Pensó entonces —como me contó más
un francesito, emitiendo sonidos tan infantiles, tan mal pronunciados pero a su vez
entendibles. Escribió en su sección: «¿Te has fijado alguna vez en cómo hablan los niños
enviar sonidos guturales o el simple sonido parecido a cuando soplas a la boca de una
botella de plástico, pero no; son sonidos armoniosos, a veces chirriantes cuando gritan,
pero sonidos inteligibles. Qué prodigio de la tecnología natural, una vez más adelantada
que nuestro arte artificial (valga la redundancia). Entonces me pregunté de dónde salen
las voces, cómo se hacen las voces, esos sonidos que sirven para comunicarnos, cuando
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Jose Alberto Arias Pereira
contra los teléfonos, la gente que habla más de lo necesario y contra medio mundo.
una carta donde me decía que había dejado de hablar a lo Paul Danno en Pequeña Miss
También me contaba, sorpresa grandísima para mí, porque lo de los cotilleos no nos
cursi. Si le encargamos una reflexión sobre el amor trágico del clásico por antonomasia
shakespeareano, nos viene con una poesía sobre la cuerda de tender la ropa. Dice que
salió con esta chica, que es fotógrafa y habla poco, no por solidaridad con él, sino por
su forma de ser. Fueron a una cafetería muy American style donde venden trozos de
tartas hechas a mano, caseras y rellenas con mermelada, chocolate y demás golosinas.
Él pidió un trozo de tarta de manzana, y ella de una tarta cuyo nombre no le quiso decir.
Mi amigo, luego, no enfadado, sino intrigado e interesado en saber cosas de ella, le pidió
—¿Cómo…?
—He esperado a que bebieras para pedirte agua, y sabe a tus labios. Sabe a
¿Es o no es un genio mi colega? Pues lo mejor es que sigue sin ser cursi. No me
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The inner city
o mándale un email, pero mi amigo no tiene Internet ni teléfono. Dice que no sabe
hablar por teléfono, que la voz se distorsiona y le da pavor (usó esta misma palabra)
siente orgulloso… no, quizás no orgulloso, pero sí importante por ser la última persona
con la que habló. Hablamos por teléfono, no sé cómo consintió, tal vez porque asalté a
media familia suya por teléfono hasta que accedió, y entonces se quedó mudo. Tampoco
maldito bastardo Graham Bell, has visto esta película, has leído este libro, el próximo
número de la revista no sale, ya verás… Le escribí hace unos días para contarle que
quería escribir sobre él, y lo único que he recibido es una pequeña postal de su pueblo
donde me deseaba suerte con esta historia y me mandaba un abrazo para mí y otro para
los lectores. También me hablaba de sus sentimientos, aunque a su manera: «Jose —me
dice—, no me gustan los besos, ni saber cuántos lunares tiene en la espalda, ni que se
ría con las mismas cosas que yo. Me siento violado, ¿entiendes? ¿Cómo, cuándo me he
vendido? El otro día la dejé fotografiarme desnudo, ¿sabes? Yo, encima de la sábana, con
este cuerpo que no es de modelo, porque tengo cuerpo de escritor, y no sé lo que hará
con esas fotografías, si se las enseñará a sus amigas o las mostrará en Internet como
semierecta y los ojos medio entornados porque no la veía muy bien sin las gafas! No
quiero ser su objeto de estudio, ni perder más horas contemplando puestas de sol. Para
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Jose Alberto Arias Pereira
eso ya seré viejo un día. No sé. Ya veré. Un abrazo para ti y otro para tus lectores. Pd:
hemos ido más allá: hace poco leí acerca de un síndrome conocido como síndrome de
Asperger que consiste en una especie de trastorno autístico que impide a los afectados
comprender las emociones ajenas. Pero hay cosas que me chocan: a los Asperger les
matemáticas, es decir, cosas muy científicas y lógicas); a mi amigo le fascina todo el cine,
pero no sé hasta qué punto le gusta por las emociones que éste desprende o, como es
el caso de muchos cinéfilos, por los aspectos técnicos: planos, encuadres, coherencia
en el guión… Me replanteo mi vida entera: esto es, por supuesto, mi teoría, pero en
caso de que sea cierta, ¿he estado admirando siempre a alguien que ni siquiera es capaz
genial de lo que en un principio parecía por el hecho de estar influido por el SA? ¿Estoy
noticias, os cuento.
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The inner city
CUESTIÓN DE FE
Después de todo
noches
confidente.
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Jose Alberto Arias Pereira
hombre ro-to.
Repite conmigo:
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The inner city
CARDIFF BAY
A Raquel
El sol permanecía altivo y naranja. Se encontraba en lo más alto de su recorrido y aun así
no era blanco cegador. Eso le daba a la escena aspecto de eterno atardecer, aunque se
hacía extraño comprobar el transcurrir de las horas y ver que la estrella no se movía de
Jose observaba las toneladas de agua más allá de las barcas hundidas. Por
alguna extraña razón, se sentía seguro junto al edificio que se levantaba a su izquierda.
recuerdos, maldita tu forma de ser, Jose, maldito seas, recuerdos que se afilaban ante la
certeza de lo inevitable. El viaje había sido una locura, para qué negarlo, pero una locura
al menos de la conocida— directo desde Málaga. No había dicho nada. ¿Para qué? Ni
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Jose Alberto Arias Pereira
A Swansea no se había atrevido a volver en todo un mes, y eso que el viaje era poco
más que una hora. Se había mantenido fiel a su promesa y a la letra de Sabina: «al lugar
donde has sido feliz no debieras tratar de volver…». En realidad había hecho trampa,
porque se había reservado la capital como as en la manga. Solo que la situación no era
la esperada…
borracho con un acento tan cerrado que no entendía su soliloquio, pero eso era todo,
él y borrachos. La gente había ido hacia el norte. Jose no entendía nada ni había tratado
de informarse. Era algo gordo visto lo visto, y no lograba distinguir si era el sol el que
se había parado o era la Tierra, o tal vez eran todos los astros y la armonía y la certeza
matemática del universo había dejado de funcionar, y las mareas se habían descontrolado
Y tampoco quería. A pesar de ello, muchas palabras llegaban como una lluvia británica
un movimiento de succión del agua —el que se había tragado las barcas—, de las nubes
verdosas que empezaban a formar estratos y cirros en el cielo naranja y de las miles
de profecías habidas y por haber. Eso era lo que más asco le daba, los oradores que
inundaban todo de escándalo y panfletos alertando a los ciudadanos. Luego estaban las
migraciones masivas, como si en el norte esto fuera inevitable cuando sabían que todo
el mundo estaba condenado por igual. Lo único que quedaba intacto, probablemente
por los rumores de un mar con ansias antropófagas, era esa bahía que no era nada y lo
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The inner city
era todo. Varios edificios de diseño, restaurantes sobre muelles de madera, una sirena
hábilmente dibujada para servir de logo a una marisquería y dos estatuas de metal, tres
escaleras que daban al agua y se quedó ahí con la mirada perdida. Cogió el teléfono
móvil y lo arrojó contra el agua. Jose no tenía miedo. Esto es importante. Él, que sentía
predilección por las historias melodramáticas y a veces se creía destinado a ser algo más
que un simple escalón en ese orden que comenzaba a desmoronarse, estaba tranquilo.
Y eso que podía verle las orejas al lobo. No era ni mucho menos como la Veronika de
Coelho, no había fantaseado con la muerte por muy romántico que fuera el fin. Era un
hecho, cuando la muerte llegaba dejaba señales previas. Avisó el crujido de la madera a
generales, mostraba una investigación policial en plena lluvia torrencial. It’s raining
ponía sólo Police, sino a su lado Heddlu. En galés. Después llegaría el muerto, el equipo
Jose no estaba solo. Le quedaba ese consuelo. Para alguien que había pasado
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Jose Alberto Arias Pereira
tantas horas de su vida viendo series de televisión, embargarse en una nueva —y tan
«especial», dicho sea de paso— acompañado no podía significar mejor comienzo. Estaba
tumbado cuan largo era en una cama que no era la suya de un cuarto que no era el suyo
de un piso que no era el suyo. Lo raro de todo esto era que él nunca había sido fanático
a este género ni a la de tres, ahí que tenía a su lado a Raquel. Raquel, la del cabello de
cebada y los ojos azules, la que siempre reía sus bromas por malas que fueran, la que se
había echado a perder ante sus ojos, la que comía bollería de forma compulsiva, la del
Jose siguió hablando, haciendo comparativas con otras series, sacándole punta
a cada escena hasta que se dio cuenta de lo que había perdido y lo que había ganado.
Llegó a dos conclusiones en ese instante. La primera, que algún día volvería a Cardiff. La
Eran dos seres. Arrastraban los pies descalzos y descomunales sobre el polvo de la
dejadez, y a la vez dejaban huellas que serían como la que deja un cadáver sanguinolento
sobre la nieve. Iban desnudos y medían, a simple vista, alrededor de tres metros. La piel,
de color azul venoso, tenía el aspecto del cuero viejo. Humanoides gigantes azules con
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The inner city
Uno de los seres le habló al otro: su voz era grave y articulada con meticulosidad.
El fin de la humanidad recaía en otros seres con inteligencia, a fin de cuentas mayor
sido los humanos los fuertes, los adelantados, las tornas se habrían cambiado.
Dejadme hacer una última cosa, pidió Jose, consciente de que no lo entendían
descargó el aire con un grito. Un grito que perfectamente podría haber sido un
rayo láser saliendo de su boca hasta perderse en el horizonte, pero más allá del
le hubiera gustado y desgarrado en los últimos segundos. No era la primera vez que
gritaba al mar con los brazos abiertos de par en par. Lo había hecho en Salobreña y
en Swansea, dos nombres que, ahora que caía en la cuenta, eran profundamente
marítimos. Uno de los seres levantó la mano y la dejó caer con fuerza sobre la
Jose murió con veintitrés años, una carta en el bolsillo, escaso conocimiento del
mundo que lo rodeaba, principios de un melanoma del que no sabía nada, sin aire en los
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Jose Alberto Arias Pereira
La traición de Wendy
Una vez pasado justo un año, fue el propio Peter quien volvió a Londres únicamente
acompañado por Campanilla. Se dirigió con su cuerpo menudo a la casa de Wendy con
repente se abrió y una niña asomó la cabeza con una sonrisa de oreja a oreja como
saludo.
—le confesó.
—No entiendo nada… —dijo Peter, y por primera vez en su vida tuvo miedo.
—Espera a que encienda la luz, Peter Pan. Hace mucho que no soy una niña, ya
he hecho mi vida.
—Shhhh, déjalo ya, no quiero que asustes a mi hija, es hora de dormir. Vete, Peter
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The inner city
—Idiota —dijo Campanilla, pero Peter nunca supo si iba por él o por la maldita
Wendy.
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Jose Alberto Arias Pereira
DE ÉBANO Y PINO
La piedra se hundió poco a poco. Cuando las ondas desaparecieron Lucía pudo ver un pez
curioso que se acercó hasta que el guijarro tocó fondo, levantando un pequeño borrón
de arena. Buscó otra piedra lisa y delgada, la tomó con la mano izquierda y la lanzó,
haciendo que bailara sobre el agua dando uno, dos, tres y hasta cuatro botes. El espíritu
del mar llenó sus pulmones con una mezcla de salitre y aire frío, Lucía cerró los ojos y
—Marco, déjame –repuso ella con tono cariñoso. –No hay demasiados tontos
Marco apartó las manos y ella se volvió, deleitándose con el rostro de su amigo.
Pelado a un tazón irregular, ojos azules y con ropa ancha de deporte tenía los rasgos
italianos de sus padres. Se sentó junto a ella y le pasó el brazo por el hombro.
—Me encanta. No me perderé una puesta en mi vida. Es algo tan sencillo que
resulta demasiado hermoso como para perdérmelo un día. Mira los barcos.
veían negros con el contraluz provocado por el sol naranja. Varias barcas cercanas a
la playa también hacían un intento por pescar algo tirando de pequeñas redes. Lucía
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The inner city
amaba ese lugar, el poder subir cada día al peñón y colarse por el recoveco que le ofrecía
—¡Ya está en la cruz! –exclamó la joven, movida por los buenos recuerdos que la
imagen le aportaba.
En uno de los salientes del peñón sobresalía una cruz de metal, oxidada por el
cruz y dibujaba su silueta del mismo modo que las de los barcos, pero el entrante del
peñón en el que se reunían Lucía y Marco ofrecía una visión mágica. Llegaba una de las
últimas horas de la tarde en la que la cruz se veía justo en el centro de la naranja formada
en el cielo, y parecía que la figura metálica estaba enmarcada por una aureola eterna y
poderosa.
—No debiste contarme la historia del farero. Sabrás que sigo teniendo pesadillas
gracias a tu historia.
apoyados el uno en el otro, el comentario y los cantos de sirena. Marco tomó la mano
de Lucía y se la llevó al pecho ardiente bajo la camisa fina, y ella hizo lo propio con la
mano de su joven amigo. Luego cerraron los ojos e imaginaron que los sonidos que los
envolvían, distantes, marítimos, eran los cantos de las sirenas que vivían en la base de
los acantilados, bajo el agua salobre. Abrieron los ojos y observaron cómo el sol huía
ante la llegada irremediable de la luna. Cuando la última cuña naranja desapareció sin
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Jose Alberto Arias Pereira
En el saliente superior, junto al de la cruz, una silueta humana salió de las sombras
y con mirada altiva estudió la noche joven. Extendió la mirada a lo largo y ancho del mar,
y después asintió para sí. Vestía una chaqueta larga de marinero y un gorro oscuro. Se
llevó la pipa a los labios y aspiró con una larga calada para después esbozar una nube de
—Sí. ¿Tú?
—También.
a la ciudad a estudiar.
Marco cogió una piedra con la cabeza gacha y la tiró al agua. Se hundió
—Sabes que no puedo hacer otra cosa –se excusó ella con restos de culpa en la
voz. –Por eso te quiero proponer una cosa antes de que pasen estos días.
—Ahí va, Grumetito –atacó ella con el apodo de Marco. –Quiero que averigüemos
el secreto del farero, o al menos que nos atrevamos a acercarnos un día de estos.
Dos semanas más tarde los jóvenes estaban sentados en el mismo lugar. Durante
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The inner city
esos días intermedios habían estudiado el camino más fácil para acceder al saliente
donde se aparecía el hombre de la pipa todos los atardeceres. El sol se puso con la
misma lentitud que el resto de los días, aunque más temprano que la tarde de antes,
como anunciando que el verano se esfumaba, que a Lucía le quedaba poco tiempo en
oscura avanzó desde su lugar habitual. Antes de que diera su calada, Lucía y Marco
emprendieron la búsqueda para desvelar el secreto. Subieron por las piedras trepando
como cabras monteses, vieron la cruz en toda su plenitud y el saliente que buscaban.
Las rocas que los envolvían estaban llenas de gaviotas quietas con pequeños ojos como
por una fuerza superior que les impedía avanzar. El hombre estaba justo delante de ellos
dándoles la espalda. Parecía buscar algo, tal vez a ellos. Se volvió y los ignoró, tomó un
sendero peligroso a su derecha y avanzó. Marco podía sentir las uñas de Lucía en su
brazo, presionando por la parálisis, pero aflojó y caminó dejándolo atrás. El chaquetón
del farero se perdió tras los peñascos. Cuando la joven intentó seguir su camino todas
excrementos y plumas sueltas. Lucía cayó sobre Marco y esperaron a que los pájaros se
camino se cortaba inevitablemente tras girar, ofreciéndoles una vista de al menos quince
metros de altura. Abajo, las olas rompían sin violencia pero aterradoras por la espuma
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Jose Alberto Arias Pereira
sobre la roca. La caída era mortal. Buscaron alguna salida posible, pero la única pared
que había en el saliente era totalmente lisa y demasiado alta. Marco asomó la cabeza
aferrándose al suelo, pero no había nada. Era imposible que hubiera desaparecido.
—Vamos.
—No me lo recuerdes.
hablar de ello. Parecía un sueño, una invención dual. Y llevaban tantos años creyendo en
—Era de noche.
Marco la miró a los ojos y sonrió. Después se puso rojo y comenzó con las
—Me he acordado de la primera vez que te vi. Tan pequeñita y chatita –tomó
—Tú no has cambiado. Sigues siendo el mismo niño chico –objetó ella.
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The inner city
—¿Lo recuerdas?
Un día azul
El niño se acercó curioso caminando por la arena blanca. La niña era negra y vestía un
bañador rosa chicle, jugando con un cubo y varias palas de todos los tamaños y colores.
—Lucía.
Lucía rió sin ocultar su sorpresa. ¡Ese niño le tomaba el pelo! Pero hablaba raro,
Marco saludó con la mano a su madre, tumbada en una silla con una pamela
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Jose Alberto Arias Pereira
El niño tenía en la mano una caracola veteada de marrón, muy grande y brillante.
—Coge una pala y trae agua –ordenó Lucía. Su piel negra resplandecía con el sol
Ese día de septiembre el agua era, al igual que el cielo, de un tono azul vivo, casi
metálico por la ausencia de olas y la refulgencia del sol blanco. Marco trajo agua y la
echó en la arena. Lucía no tardó en llenar el cubo de arena húmeda, y cuando le dio la
—¿Cuál?
En la zona superior del peñón destacaba un faro blanco con líneas verticales de
color rojo. Bajo éste sólo existía un gran montón de acantilados irregulares.
—Antes había un hombre, el farero, que encendía y apagaba la luz, pero ahora lo
hace un «robó».
—Ah, es una máquina para que los faros se enciendan y apaguen sin farero. Me
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The inner city
Niñamaceta
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Jose Alberto Arias Pereira
Marco formó una cruz con los dedos índices y la besó tres veces hasta que Lucía
—El farero se murió un día de olas. Desapareció, pero su fantasma aparece todos
El niño abrió la boca y los ojos de par en par. ¿Por qué le contaba eso? Ahora se
—No me lo creo –repuso con tono valiente. –Es una historia para asustar a las
Marco se sentó, cogió la caracola y se la acercó al oído. Cerró los ojos y permaneció
—Yo oigo los cantos de las sirenas. Si quieres puedo enseñártelos –propuso con
cara de sabihonda.
—¡Sí!
Lucía cerró los ojos y Marco hizo lo propio. Puso su mano en el pecho desnudo de
—Escucha.
Marco se concentró con el corazón a galope por sentir el de la niña bajo su mano
derecha. Ella abrió un ojo y de repente juntó sus labios con los de él.
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The inner city
—¿Los has oído? Los cantos de sirena –añadió al ver el desconcierto en los rasgos
de Marco.
—Mis padres quieren que yo viva aquí. En Guinea es muy difícil para los mayores
poder vivir, y conocen gente de aquí. Todos los mayores blancos en Guinea son de
España.
—Sí. Ya tengo casa aquí. Tú también eres de Guinea –indicó con total convicción.
—Que te he dicho que soy de España y mis padres de Angola. Yo, desde que me
La tarde azul voló como si toda la playa se hubiera filtrado por un reloj de arena
gigantesco. Los pescadores ya estaban sacando las barcas. El padre de Lucía llegó en
una barca junto a otros dos hombres. Era negro como el tizón. Los niños se detuvieron
las embestidas de las olas. El mar tardó poco en llenarse de pesqueros de todos los
dimensiones, y el sol comenzó a cansarse del día. Parecía que cuanto más azules eran los
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Jose Alberto Arias Pereira
Marco corrió a pedirle permiso a su madre. Ésta fijó la mirada en la niña negra que
hacia el peñón dejando huellas que borrar a las olas y Lucía lo condujo por un sendero
en la piedra hasta llegar a un recoveco acogedor en la base del montículo. El día azul ya
—Te voy a enseñar algo mágico, pero es un secreto porque me has caído bien
Se cogieron de la mano y fueron testigos del embrujo del peñón por primera vez.
Ese día azul daría lugar a otros muchos días naranjas de magia y amistad.
Días grises
La barca avanzó hacia la costa entre tumbos desiguales, intentando zafarse de las garras
de las olas. Dos figuras emergían de la madera como espectros de una historia de terror,
pero la mujer reconoció a uno de ellos antes siquiera de que la forma tomara color.
Corrió hacia el agua, dejó las sandalias en el camino y hundió los pies en la espuma.
alcanzar a la mujer.
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The inner city
de nuevo tras quince años de distancia insalvable. Marco recorrió el rostro oscuro de
la que ya era una mujer con sus dedos oscuros limpiando sus lágrimas. Ella se limitó
encuentro. Algunos de ellos reconocieron en los ojos de Lucía a la niña que años atrás
pasaba las tardes jugando en la arena de la playa. «¡Hola, Morenita! ¡Lucía, pero tú por
aquí!», saludaban algunos, y la mujer no tenía ojos más que para Marco.
Esa tarde no había faena. El mar estaba revuelto y la pesca era difícil y arriesgada,
pescar algo. Las nubes se arrebujaban en el cielo amenazando una tormenta que no se
atrevía a descargar su furia, y el sol permanecía abrigado tras la capa gris marengo. El
oleaje y el brillo opaco del cielo creaban un mar plateado como una lámina arrugada de
papel de aluminio. Los pescadores se afanaban en amarrar las barcas para que no fueran
casi sin querer al lugar que constituía, en gran parte, la base de su amistad.
El entrante en el peñón seguía igual que siempre, pero daba la impresión de ser un
amigo que con el tiempo había adoptado un aspecto desaliñado. Algunas telarañas
resplandecían en las rocas del fondo, y en el suelo esperaba la caracola de la primera vez,
pero ahora su sonido era hueco por un pequeño agujero. Un par de colillas completaba
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Jose Alberto Arias Pereira
de la embriaguez.
—Me divorcié hace seis meses y desde entonces pensaba en regresar. Mis padres
no quisieron venir; ahora están tan a gusto que no hay quien los mueva de su casa. ¿Y
fijar la vista en el suelo. Su respiración era fuerte, pero ni una palabra salió de su boca.
Lucía lo miró con desconsuelo; sus esfuerzos por regresar a aquellas memorables tardes
—No te despediste.
Ella calló.
—La tarde siguiente vine aquí y me quedé esperando hasta bien entrada la noche.
Vi el sol naranja perderse tras la cruz, vi al farero, pero tú no estabas. Pensé que algo
malo te había ocurrido. Volví al día siguiente, y al siguiente, y al siguiente… y así hasta
que supe que no volverías –concluyó Marco con un nudo en la garganta que le oprimía
también el pecho. Dos lágrimas pugnaban por no derramarse del límite de sus pestañas
negras.
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The inner city
abrazaban sus pómulos de café hasta adentrarse por la rendija de su boca. Se llevó las
—Nunca me han gustado las despedidas. No sabes lo difícil que resulta la vida
ahí fuera para una negra. En el pueblo me conocían, yo era una más de ellos, como mis
compañeros de colegio, como los hijos de los pescadores, los agricultores o como tú. Y
llevo quince putos años intentando que la gente no me mire de mala manera, pero es
imposible. En la ciudad no pasan de todo, qué va, ojalá fuera así. Me casé con un español
—Yo estoy…
—Hijo de puta. –Marco sentía arder en él el odio hacia una persona a la que ni si
presencia de ambos era reconfortante. Pasó el tiempo así, con su silencio pesante roto
únicamente por las olas al chocar contra el acantilado. Antes de que se dieran cuenta la
noche se les había venido, pero el atardecer no fue como aquellos de antaño, sino frío
a que el farero hiciera su aparición puntual. En esa oscuridad temprana salió el hombre
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Jose Alberto Arias Pereira
junto a la cruz con su chaqueta larga y su gorro oscuro. El tiempo no había pasado para él.
Se llevaron las manos contrarias a sus pechos y oyeron los cantos de sirena más fuertes
que nunca, como si las criaturas emergieran de su letargo submarino a merced de las
olas y gritaran clamando a Neptuno piedad. El hombre del faro dio una calada a su pipa,
desde su posición aventajada. El humo ocultaba su rostro anudado por momentos, pero
—Guardo un vago recuerdo del día que decidimos seguirlo. Fue un sueño, ¿no?
—Fue real –declaró Marco sumido en una tranquilidad inquietante. –Está muerto
y todos los días hace lo mismo, como si fuera su razón de ser. Tú me lo mostraste.
—Siempre me quedó la duda, una espinita clavada por no saber cuál es su secreto.
Cuando te fuiste dejé de venir aquí. –Encendió un cigarro y tragó el humo lentamente
para volver a expulsarlo por la nariz. –Tal vez ya es la hora de que busquemos en el
—Uufff, lo he dejado. –Lucía tomó el cigarro. –Así como unas treinta veces.
—No sé. Supongo que en el faro. Si vivió allí, algo tiene que haber.
La oscuridad total se cernió sobre el peñón, más aún en ese entrante en la roca.
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The inner city
La única luz era el fuego del pitillo y el humo azulado que se contoneaba en el aire. El
faro se encendió perforando la negrura, clavándose con precisión hasta chocar con la
—Vayamos ahora –propuso Marco como activado por un resorte. –A estas horas
el faro está vacío, y su luz nos guiará mejor que otro camino. Por los viejos tiempos.
Tardaron poco en llegar al pie del faro. Una vez allí, la visión del edificio imponía por su
altura y firmeza. Los adoquines blancos y rojos tenían aspecto rugoso y desgastado por
En la parte de abajo una máquina impresionante emitía un rugido amortiguado por los
ataques de las olas y el viento. Subieron una escalera de caracol hasta llegar arriba, a una
planta redonda divida en dos partes desiguales: una de ellas daba al origen de la luz, y
la otra a una habitación pequeña. Lucía y Marco intentaron abrir, pero esa puerta sí que
estaba cerrada a cal y canto. El hombre la forzó hasta que la madera crujió y pudieron
tiempo que reportaba a la vida completa de una persona. Un reloj de péndulo parado
coronaba la pared frontal, y el resto del mobiliario lo componía una cama, una silla y
una mesa. Lucía avanzó poco a poco, con miedo a que algo le sucediera a ese contexto
embrujado, hasta la mesa. Se sentó en la silla y palpó en la parte baja de la tabla del
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Jose Alberto Arias Pereira
Lucía sacó el cajón, quitó algunas conchas preciosas, cristalinas con formas
extrañas y una pluma de gaviota. El tesoro estaba ahí: un cuaderno de hojas amarillentas
escrito en su totalidad con una letra aguda y ágil. El diario del farero.
—Es su diario.
—¿Crees que contará algo importante, algo que nos dé una explicación
convincente? –inquirió Marco con la imaginación galopando por el deseo de que así
fuera.
—Busca el final.
—¿Crees que está bien? Lo de leer sus pensamientos, sus ideas, lo que sentía en
Comenzaron a leer la vida del farero, cómo había llegado a ese pueblo costero
para ocuparse del faro, cómo los días pasaban con una reiteración imperiosa, cómo
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The inner city
contradictorios, como los suyos. El hombre del faro había plasmado su vida en apenas
cien páginas de un cuaderno antiguo, y ellos sentían que sus vidas también podrían
aunque claramente existente. Sentían que el transcurso de los días dependía del color
de estos, y que dichos colores marcarían sus destinos al igual que los tonos de su piel, su
Lo que quedaba por ver era en qué derivarían esos días grises. Mientras tanto,
esa noche era lo que necesitaban para volver a encaminar sus vidas. Una ráfaga de viento
besó a la superficie del mar y el agua se elevó escandalizada formando una ola que creció
por el ansia de llegar al final de su camino. La ola halló en el peñón al acantilado soñado
El cajón del escritorio se cerró escondiendo su tesoro y el hombre del faro se desperezó.
Como todos los días desde hacía cincuenta años comprobó que la luz funcionara a la
hora del encendido, y una vez hecho esto se abrigó y cogió su gorro de marinero. Con
la pipa en los labios abandonó el faro y se dirigió al lugar donde se dejó caer medio siglo
atrás. En el saliente contiguo existía una cruz en su recuerdo. Observó el mar, el día gris
y dio una calada a la pipa. Se volvió y encontró en su sitio a la extraña pareja que todos
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Jose Alberto Arias Pereira
los días veía al atardecer. Durante un tiempo habían dejado de venir, pero volvían de
nuevo. El farero amaba las maderas, era un experto desde que en su juventud viajara
en un barco maderero por el mundo, y la pareja recordaba a una talla bien acabada. Ella
de ébano, él de pino. Apartó la vista y se giró ante el acantilado infinito. Una gaviota
descansaba en su gorro. Las olas chocaban con violencia y el día era gris, como cuando
trajeron la máquina del faro. «El farero ya no es necesario», había pensado. De todos
modos ya era viejo, y un viejo no tenía nada que aportar a ese mundo que en poco
tiempo estaría controlado por las máquinas, inventos del diablo. Había abandonado el
faro, había huido y había acabado con todo. Ese recuerdo lo obligó a saltar como hacía
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The inner city
3. La ofensa
Jose Alberto Arias Pereira
La ofensa
EL DESPUÉS
LUIS CERNUDA
un tiempo por esa incorrecta asociación de ideas: guerra, muertes, entierros… y sin
embargo ahora la actividad es mucho mayor. Después de la guerra sólo queda una cosa.
guerra. Parece que sólo quedan cenizas de la población anterior: viudas y huérfanos
por todas partes, lisiados y enfermos que sobrevivieron a la guerra. Ángel es uno de los
pocos que regresaron. Cuando la noticia de que la guerra había acabado llegó al pueblo,
que eran paja entre las que cuatro eran granos de trigo: «La guerra ha terminado».
Las mujeres lloraron y las campanas de la iglesia comenzaron a sonar en honor a los
padres, los trabajadores, los salvadores del pueblo… ellas no podían hacer nada. Los
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Jose Alberto Arias Pereira
necesitaban.
Por eso cuando un carruaje decrépito llegó por la única entrada del pueblo
todos estaban reunidos de nuevo en la plaza. Bajaron un total de diez hombres. Dos
días después llegarían cuatro más, heridos e inhabilitados para el resto de sus días. Uno
de ellos moriría a las pocas horas de entrar en su hogar… pero ahora estamos en la
llegada de los diez primeros. Uno de ellos es Ángel, el enterrador. Durante su ausencia
su labor la han llevado a cabo los viejos. Los más jóvenes vivían ocultos, puesto que de
vez en cuando aparecían soldados en busca de combatientes. Los diez hombres parecen
fantasmas, esqueletos con la piel colgante como un trapo sucio, los ojos hundidos en las
cuencas reflejando esa Miseria y sus ropas hechas jirones. Sus esposas los besan y lloran
de alegría, sus hijos los abrazan; los demás lloran a su vez porque los suyos no están
entre los recién llegados. Y los diez espectros no cambian de expresión hasta que uno
de ellos se deja caer de rodillas y gime en un grito que hace eco en la plaza. A muchos se
les pone la piel de gallina. Los otros nueve le lanzan miradas de reproche y vergüenza.
A todos les espera lo mismo en casa. Ángel camina con la mirada perdida hasta su
hecho con los huesos de un cerdo. Lo toma sin rechistar, come un trozo de queso rancio
y un bocado de pan duro. Y no rechista. Su esposa lo lava con una palangana de agua y
jabón casero, frota su cuerpo con fuerza y saca toda la suciedad y la sangre incrustadas.
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La ofensa
entre los gemidos de su esposa. Ella duerme tranquila a sabiendas de que su marido
está sano y salvo; raro, pero sano y salvo. Él pasa la noche con los ojos muy abiertos y se
desentiende para siempre de ser feliz, porque muchas imágenes rondan en su cabeza
pocas horas. Ángel se levanta de la silla en la que ha pasado muchas horas durante los
dos días que lleva en casa. Su esposa y su hijo no dicen nada, pero el hombre llama a su
retoño y él obedece sin mediar palabra. Se dirigen al cementerio del pueblo. El hijo del
enterrador se llama Javier, como su abuelo. Tiene quince años para dieciséis, aunque su
entre las lápidas el lugar en el que cavar. Coge una pala del cobertizo y señala el terreno
indicado. Los Cojos tienen comprada esa parcela para la familia. Son cosas que sólo
conoce el enterrador. Comienza a cavar y Javier se adelanta para coger la pala, pero su
padre niega con la cabeza. Nunca ha hecho nadie su trabajo por él. Javier puede trabajar
en el campo, puede ayudar a cualquier pastor, a los muleros… pero jamás ha hecho la
tarea de su padre.
Su hijo guarda silencio por respeto. Sabe que no tiene nada que objetar, porque
ése no es su padre. Su padre estaba vivo y ese hombre no. Las paladas de tierra van
formando un montón en una carretilla conforme la fosa crece. Ángel suda por el
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Jose Alberto Arias Pereira
Dos meses han pasado desde después de la guerra y muchos otros han muerto,
sobre todo bebés y viejos. Javier está con otros muchachos en la tasca de Rodrigo el
«Pajarico» bebiendo vino y hablando de lo mal que está el campo ese año, de qué mierda
verán la luz… de las banalidades acerca de las que pueden hablar unos muchachos de
pueblo. Javier, después de todo, tiene suerte, porque sabe que a su padre no le faltará
trabajo, y además es hijo único porque tras nacer él su madre quedó estéril, yerma como
la tierra de alrededor. Su padre sigue con la misma actitud taciturna, casi sin hablar y con
una continua mirada de terror. Es como si continuamente viera algo invisible para los
Al poco de venir Ángel en la casa suceden cosas extrañas. Un día todos los cuadros
aquellos en los que aparecía el padre de Javier. El muchacho fue el primero en levantarse
–su padre ha dejado de ser el primero en muchas cosas— y vio que todas las imágenes
sus cristales, pero en lugar de revelar el rostro serio de su padre mostraban el dorso de
papel. Javier descolgó los cuadros y dispuso las fotos correctamente. Cuando sus padres
se levantaron fue como el resto de los días, y Javier no comentó nada al respecto. Se
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La ofensa
Como esa han pasado muchas más. Javier le pidió consejo a Don Santiago, el
párroco del pueblo, y éste no pudo más que darle una botella de agua bendita y mandarle
rezar diez padrenuestros. Todas las habitaciones de la casa han sido espurreadas con el
—¿Decías algo?
—Te preguntaba que si te has pasado hoy a ver a la Violeta, que seguro que la
—Esta mañana me ha pasado algo extraño –comenta Javier. –No sé, lo mismo os
reís de mí, pero desde que mi padre vino del frente están pasando cosas raras.
—No me digas que tú también ves fantasmas. Mi abuela se pasa el día entero
—Va en serio. Joder, no empieces con las tonterías que me lo guardo para mí.
—Mi padre se muere un día de estos –comenta Javier. –Por las noches es como si
la casa estuviera llena de gente, y bien sabéis que sólo estamos mis padres y yo. Además,
—Que no… no son sólo ruidos. Por la rendija de la puerta veo sombras, y se oyen
voces de personas que no son las de mis padres. No entiendo lo que dicen, pero alguna
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Jose Alberto Arias Pereira
—En la puerta había atado un perro en carne viva, desollado y con la piel colgando.
—José, mírame a la cara y dime que la gente está ahora para bromas. Y que eso
—¿Y eso cómo lo sabes? ¿Es que has visto a alguien corriendo?
— Ojalá. Lo peor es que el perro estaba todavía ladrando, gimiendo. Joder, que
me ha mirado a los ojos con la piel colgando y atado de las cuatro patas.
—Si nos estás tomando el pelo esto tiene muy poca gracia. ¿Y qué has hecho?
Javier ya está en la cama, como todas las noches. Está cansado y sin embargo aún
no puede dormir. Cuando lleva un rato en la cama y los párpados empiezan a pesarle
algo lo despierta. Esas voces y esos ruidos. Javier se sienta en la cama e intenta adivinar
qué dicen. No son su padre ni su madre, eso está claro. Las sombras desfilan por el
pasillo entre susurros y pasan por delante del dormitorio del joven. Pasan como todas
las noches. Pasan. Pero una se detiene. Javier abre los ojos y la boca y de repente se
siente muy mal, mareado y con la boca llena de saliva que no sabe de dónde ha salido.
De repente comienzan a sonar golpes en la puerta, porrazos secos y bruscos para que
abra, y Javier se oculta entre el lío de sábanas y mantas entre gemidos. Desde su posición
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La ofensa
entonces el joven se da cuenta de que está solo porque nadie va a acudir a ayudarlo. Su
padre no se levantará.
Todo se calma y los ruidos cesan. Javier echa a un lado las mantas para observar
que todo está bien, pero no es así, porque la sombra permanece ahí. Una voz profunda,
las dos manos. Llaman a su padre, ¿por qué van a su puerta? El silencio hace acto de
presencia, pero esta vez sí que se queda. Javier permanece hecho un ovillo sobre el
colchón, y cuando la serenidad del hogar es plena, entonces, sólo entonces, comienza
a llorar por primera vez desde que tenía seis años, cuando su padre mató a su perro
porque estaba rabioso. Y recordando ese sueño se deja llevar al otro lado.
De nuevo está atardeciendo y Javier está con sus amigos en el bar bebiendo vino hecho
—Pues qué me iba a decir. Que ayer no me pasé a verla por la noche y estaba
—A todas las mujeres les pasa lo mismo hasta que te casas con ellas –explica
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Jose Alberto Arias Pereira
—¿Insinúas que estas aceitunas no son las mejores? Míralo, Javier, el mequetrefe
de tu amigo.
El camarero lo mira con el ceño fruncido durante un rato, arquea las cejas y
suspira.
—Desde luego, —manifiesta— la gente de ahora sois más raros. Todo el día
comiéndose la cabeza cuando no es por una cosa, por otra. Parece que no os corre
Y como si fuera una invocación, ahí fuera un gato eleva un maullido agudo y
porque ven a la Muerte, que eso lo hemos sabido aquí desde siempre. ¿Habéis visto
Todos van a irrumpir en carcajadas pero un sonido, como una fuerza omnipresente,
los detiene y palidecen. Lo que suena son las campanas de la iglesia, y su repicar lento y
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La ofensa
Eternidad
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Jose Alberto Arias Pereira
pueblo cuatro gatos –dice el dueño del bar. —¿Quién habrá sido ahora?
Javier palidece más aún y un sudor frío hace que tiemble de pies a cabeza. Él ya
lo sabe, y cuando el hijo de la vecina entra buscándolo las dudas esperanzadoras que
muerto.
estaba trajeado y con las manos cruzadas sobre el regazo, sentado en una mecedora.
Por eso el tiempo de oración por Ángel había volado delante de Javier sin que éste se
diera cuenta. Su madre tenía el rostro arrugado y más envejecido que de costumbre, y
las ropas negras aumentaban esa sobriedad taciturna. Ahora estaban solos en la casa
palabras; durante el tiempo del velatorio se han dicho todo y nada con las miradas.
necesarias por su alma. Y cuando el alma está tranquila la gente comienza a despedirse
sigue después de la muerte. Así pues, cuando la gente se ha despedido Don Santiago
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La ofensa
bendice a madre e hijo y deja todo dispuesto para que hagan descansar al cuerpo.
Javier, bien por obstinación bien por orgullo niega con la cabeza.
Los hombres que lo han ayudado suben el ataúd al carro y lo llevan a la salida
del pueblo, a la puerta del cementerio. Javier se descuelga la llave que lleva al cuello y
abre la verja oxidada. Guían la caja de madera hasta el lugar indicado y los hombres se
ofrecen a ayudar al muchacho. Nuevamente se niega, de modo que los dos individuos se
Javier mira al ataúd sin ser totalmente consciente aún de que en el interior reposa
habían encargado del cementerio. Cuando se quiere dar cuenta es más tarde de lo que
debería, y no sabe cuánto tiempo lleva ahí mirando al infinito. Los maullidos de un gato
lo despiertan de su embelesamiento.
premonitorio del gato. Abre y encuentra a Guardián, un gato negro y ciego que vigila el
cementerio, aunque Javier duda de la ceguera del animal pese a los ojos lechosos. Busca
la pala con la que cavar la fosa y regresa junto a la caja de madera. Toma la pala entre sus
manos y observa que en el mango están marcados los dedos de todos los enterradores
que han hecho uso de ella. Clava el metal en la tierra y le propina una patada para que
se hunda. Levanta una palada de tierra y aparta el césped que la cubre en un montón de
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Jose Alberto Arias Pereira
un verde macilento. Su corazón comienza a latir más fuerte a cada palada, y la oscuridad
se va abriendo paso entre losas y cipreses infinitos que hipnotizan con formas negras a
través de la niebla que se crea. De las tumbas emanan nebulosas refulgentes entre azul
pálido y brillante como pequeñas auroras. Fuegos fatuos son las palabras indicadas para
Porque ahora todo es distinto, porque ahora está solo, porque ahora ya es
alguien en ese pueblo olvidado de la mano de Dios, por eso y por mucho más siente que
el escenario que lo envuelve cambia a la misma velocidad que sus sentimientos. Cuando
está hundido hasta las rodillas se detiene con la frente perlada de sudor. Hace calor
en su interior, está cansado y piensa que la labor que está realizando es una especie
de penitencia. Él está logrando algo por su padre, su esfuerzo está valiéndole el Cielo
al fallecido. Guardián se cuela entre sus piernas mirando a todas partes con los ojos
velados, maullando a seres que resultan invisibles para el joven. Ahora ya es un hombre.
centro del firmamento. Es una luna redonda y gigante, pero tremendamente roja en
lugar de blanca, como un círculo de fuego. Javier está hundido en la tierra hasta el cuello,
y ante él se encuentra el ataúd como una sombra más. Las lápidas son elementos inertes
aunque demasiado poderosos. De entre los yerbajos nacen como salientes de mármol
donde los líquenes conforman un tapiz verde de parásito. El olor es una mezcla entre
tierra, vegetación y algo más. Las neblinas brillantes se mueven como vestidos de
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La ofensa
gasa y en varios momentos Javier ha creído ver a alguien en el paraje desolador. Todo
De repente sale del agujero movido por algo superior a la simple claustrofobia
y cae a escasos palmos de una lápida donde distingue el retrato de dos niñas en blanco
y negro. Dos niñas que parecen adultas por la adustez de sus gestos y esas miradas
difusas que apuntan al más allá, como si en el momento de retratarse hubieran tenido la
se plantea el abrir por última vez esa tapa de madera para ser el último en tener una
estampa de Ángel Almagro. Pero en ese momento oye una voz que lo alienta a seguir
con su trabajo, por lo que empuja con cuidado el ataúd hasta el borde de la fosa y lo
padre, no físicamente sino en todos los aspectos, y aunque le duele comienza a cubrir
la superficie de madera con tierra hasta que deja de ser visible. Entonces se detiene
criptas y cipreses. Una brisa se cuela entre la bruma y crea torbellinos en el aire, como
las ramas secas junto a otro sonido que asemeja un crepitar. Javier se vuelve sobre su
cuerpo e intenta vislumbrar algo a través de esa frontera translúcida que constituye la
niebla. Otro crujido, pero más profundo y cercano, y chasquidos, muchos chasquidos
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Jose Alberto Arias Pereira
Silencio.
Guardián pasa como una sombra huyendo de algo y se aleja perdiéndose de vista.
Una silueta humana aparece a lo lejos y se va acentuando a la vez que se acerca. Javier
se apoya en la pala con el corazón a galope y siente cómo le flaquean las piernas, pero
no se deja llevar por el pánico y permanece en pie con el flequillo danzando por el hálito
frío. Es una mujer robusta y gorda con la papada marcada. Viste de negro y porta entre
—Tenga buena noche –saluda la mujer. Sus ojos pequeños escrutan al muchacho
—Qué más da. ¿Sabes para quién son estas flores? –y añade tras la negación del
—Señora, lo siento, pero a mi pesar es imposible que se encuentre con él. ¿Ve la
tierra de esta tumba? Pues el señor al que busca yace en su interior; murió ayer tarde. Si
Javier se endereza y quiere decir tantas cosas a la vez que le es imposible articular
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La ofensa
palabra alguna. El farolillo naranja titila con el soplo del viento en medio de la bruma.
La mujer alza el cuello y muestra una marca entre laceración y cicatriz como si algo la
—Yo… no pude soportarlo. Todos los hombres vinieron excepto unos pocos. Las
¿Se ha ahorcado? No puede ser, si lo hubiera hecho estaría muerta. No. Claro que
no, esos son supercherías que se cuentan para que la gente no entre en los cementerios.
percatado de nada extraño. Sólo hasta que termine de enterrar a Ángel Almagro, su
padre, el hombre que mató al marido de esa mujer en la guerra, el hombre que mató a
—Fue en la guerra.
Javier sigue echando paladas de tierra en el foso ante triste mirada de la viuda.
Su padre mató a mucha gente en la guerra, eso se sabía. Si no lo hubiera hecho, quizá
la viuda sería su madre en este momento. ¿Pero por qué reprochar algo de lo que no
La mujer comienza a llorar ante las palabras de Javier. Los gemidos se pierden a
lo largo del cementerio como una sirena tétrica. La Muerte ha estado avisando a Javier
de su llegada y él no ha reaccionado: los cuadros, el perro, las sombras y las voces. Pero
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Jose Alberto Arias Pereira
nunca nada plenamente corpóreo; sólo señales palpitantes y escabrosas. Y ahora esa
mujer. El enterrador acaba de sellar la tumba de su padre y se deja caer para tomar
aire. A través de la neblina siguen apareciendo sombras por doquier, como si esos seres
olvidar del todo cómo es este mundo. Una voz perdida de hombre comienza a cantar
—Dile que ha tenido mucha suerte, que no es lo mismo que el marido de una
Javier tiembla de pies a cabeza porque no recuerda haberle dicho a esa mujer
—Se lo diré.
cierra la puerta. Escucha el chirrido de la puerta del cementerio, que ahora mismo es
invisible por el fósforo que flota sobre las tumbas. Primero piensa que habrá sido la
viuda al salir, pero después la ve junto a la tumba recién excavada de su padre mirándolo
lánguidamente. Camina unas tumbas más adelante entre cruces y ángeles de piedra
musgosa cuando encuentra una sombra más marcada que las demás. Cuando la forma
aumenta y se va definiendo Javier se deja caer sobre el piso de tierra dura y yerma, al
contrario de como debería ser la tierra de un cementerio. Es una mujer joven que viste
un camisón blanco hasta los tobillos. Su cabello ondea levemente contra el viento.
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La ofensa
—Sí.
—¿Pero estás loca? ¿Se puede saber qué haces aquí tan tarde?
—Que no dejaba de pensar en ti, Javier, aquí tan solo y haciendo lo que tienes
que hacer. Desde lo de mi padre mi madre no nos puede controlar, y hace unas horas me
—Vas a pensar que todavía soy una niña, pero me da miedo. He estado fuera sin
—Con esa mujer –indica Javier apuntando con el dedo, pero no hay nadie ahí.
—¿Qué mujer?
vuelve la vista una y otra vez divisando sólo sombras que lo aterran y fascinan a la vez.
la tristeza. El olvido.
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La niebla
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La ofensa
URGENTE
Si hace unas semanas nos vestíamos de negro por el final (dignísimo) de una serie
dignísima, Battlestar Galactica, ahora nos toca despedir a una serie que es la más
temporadas son muchas temporadas. No, no sólo eso, es una pasada, una burrada, un
logro del que pocas series pueden presumir. Una serie que ha llegado a estas alturas se
merece que me quede despierto hasta las 2 de la mañana para ver otro episodio, por
mucha rabia que le tenga a TVE por jugar de un modo tan mísero y subnormal con su
programación. En fin, hablo de una serie coral, madre de otros muchos productos que
Corría el año 91 (del siglo pasado del milenio pasado) cuando Spielberg, el judío
que se hizo de oro, y Michael Crichton empezaron a hablar y a entenderse sobre Parque
Jurásico (1993). Por aquella fecha tuvieron una conversación, digamos, parecida a ésta:
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Jose Alberto Arias Pereira
—No jodas. Pues pinta bien, pero oye… ¿una peli? Déjame ver.
—Léetelo así por encimilla, lo mismo encuentras alguna falta, pero era joven y la
—Tío, eres bueno, eres muy bueno, eres jodidamente bueno. Mira, pero esto no
lo veo yo…
—Que no, que es la polla. ¡Pero mejor hacemos una serie! Mira, rodamos el piloto
también excelente Chicago Hope, mucho más pausada al situarse en una clínica privada.
Urgencias era y es ritmo, vida o muerte, ¡sangre, sangre, litros de sangre! Lo bueno de
esta serie es que, a pesar de que pueda parecer repetitiva en su modo de proceder,
no tiene dos capítulos similares (cuando digo esto, quiero decir: ved House :S). No ya
porque el elenco de protagonistas vaya cambiando entre las distintas temporadas, las
atrevido.
Todo está inventado, de acuerdo, pero no por ello puede dejar de dejarnos
otro de noche, en otro pudimos ver un turno de fin a principio, e incluso tuvimos otro
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La ofensa
exclusivamente para despedir a uno de los doctores más carismáticos del County, el
doctor Greene.
enfermeras (enfermeros, quería decir), prejuicios raciales y sociales, denuncia del mal
sistema de seguridad social estadounidense… Pero si hay una causa por la que Urgencias
ha luchado con especial fuerza, ésa es la extrema pobreza de África. Algunos de los
enfermos sin esperanza. He visto el terror provocado por las guerrillas, las luchas entre
tribus y genocidios que no reciben dicho nombre por estúpidas causas políticas.
Como ejemplo os puedo hablar de dos episodios (creo que de la temporada 13ª)
que se llaman «No place to hide» y «There are no angels here». Pratt es un médico duro
que, a modo de castigo, es enviado a Congo, creo, para echar una mano en un campo
de desplazados. Nada más llegar vio cómo apaleaban a un insurgente hasta la muerte, la
bebé por falta de recursos esenciales, el asesinato de un médico… mucha mierda, todo
apesta. Tal vez sea cierto eso de que en algunas partes del mundo no hay ángeles.
que se cerraban no sólo tramas de la temporada, sino las de toda la serie con algunos de
sus doctores más carismáticos; recordemos que sus rostros han desfilado a lo largo de
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Jose Alberto Arias Pereira
en su justo punto.
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La ofensa
(primera parte)Ésta es mi segunda carta del verano, aunque aviso en este caso, aparte
de informar, lo mismo alerto a más de uno que no sepa nada de mi vida durante estos
días. Siento el tono más pesimista de este e—mail, but words don’t come easy…
me despierto con una sensación extraña, como de mareo, solo que yo mientras estoy
tumbado nunca me mareo. Siento un brazo bajo la espalda. ¿Tengo tres brazos?, es lo
primero que pienso, pero lo que se dice sentir, sólo siento el derecho y con éste me
palpo lo que tengo bajo la espalda: reconozco dedos, dedos humanos y una mano y un
brazo que han de ser míos aunque no los siento. Todo sigue a oscuras. Debido al mareo
la luz. La enciendo: hay dos brazos, aunque uno está dormido pero debe ser el mío. Me
pongo en pie más tranquilo, abro la puerta, quiero ir al servicio que tengo justo delante,
pero las piernas se cruzan torpemente y el cuerpo se deja caer de lado como ayudado
por un peso adicional (quién me pone la pierna encima para que no levante cabeza?).
suelo y me asusto. Que venga alguien, que se despierte la familia. Intento incorporarme
sobre los codos, pero el izquierdo no coopera. Me golpeo la cabeza con la puerta, que a
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Testigo de cargo
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La ofensa
su vez golpea la pared. Ruido escandaloso, ruido entrometido… y again: PLOF= cabeza-
puerta-pared.
Llega la madre y le siguen los hermanos (a coro): qu’est-ce qui se passe? Intento
diagnostican nada grave, tal vez migraña, de modo que me mandan de vuelta a casa,
donde me acuesto hasta que llega mi madre francesa con galletas y cerezas para que
coma algo, y es entonces cuando me doy cuenta por primera vez de lo que me pasa: no
cae por la comisura izquierda de la boca; me cuesta trabajo tragar, y el maldito dolor de
cabeza… entonces me percato de que puedo estar sufriendo una hemiplejia izquierda.
Los síntomas cuadran, segundo momento de miedo. Al rato llega uno de los hijos y
veo que estoy peor, él también lo ve y propone llamar al médico. Intento contactar por
digo, con gran esfuerzo y dedos torpes como morcillas: creo que me ha dado un infarto
cerebral. Me pide que le ponga la cam para hacer reconocimiento visual, pero Internet
no funciona muy allá…. No sé si al final consigue ver algo o no, porque todo se vuelve
confuso. Llegan los paramédicos con una silla de ruedas, me echo un albornoz sobre el
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Jose Alberto Arias Pereira
Lo cojo y estoy convencido de que le dije: Mamá, estoy malo. Creo que me ha dado
lo mismo que les daba a los abuelos, porque me duele la cabeza y tengo una pierna
ambulancia…. Hospital. A mi madre le dan los mil ataques, haceos una idea…. A mí no
se me ocurre qué más puedo hacer, quiero pensar en alguien con quien contactar, pero
no pensaba nada con claridad. Más tarde me he enterado de que también hablé con mi
hermano, hecho que tenía completamente olvidado… y juro que intenté pedir auxilio
no, tampoco cocaína!!! (manda huevos). Mi familia francesa me había seguido en coche
(segunda parte: perdón por tardar tanto tiempo, pero entre Internet y la lenta
recuperación….)
TAC, resonancia, ecocardiograma intraesofágico (sí, tan malo como suena). Me ingresan
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La ofensa
llegar por la puerta: su odisea bien merecería 3 emails más, aunque por lo pronto nos
centramos de nuevo en mí, perdido del todo con un único pensamiento en la cabeza:
¿y mi teléfono móvil? ¿y mis cosas? ¿y todo lo que dejé en el dormitorio, todo lo que no
llegué a recoger? ¿qué pasará con los niños si yo era el monitor? Poco a poco conseguí
centrarme un poco, saber el día en que vivía y lo que sucedía. 24 horas habían pasado
soportado más dolor en mi vida, y además durante varios días seguidos. Las cosas se
Por cierto, ¿sabéis lo primero que les dije a los médicos en cuanto llegué al hospital? S’il
vous plaît, vous pouvez me couper la tête? Por favor, ¿me pueden cortar la cabeza? Se
trata de una de mis temidas respuestas, no perder el sentido el humor por nada en el
mundo.
Bueno, por casi nada. Estuve en el hospital de Rennes del 10 al 23 de julio con mi
madre en el sillón de al lado, ya que mi padre tuvo que volver antes por problemas con
el seguro y tal… y la peor pesadilla de cualquier joven es pasar mucho tiempo a solas
con su madre, más aún cuando no hay escapatoria posible. Mi madre ha desarrollado
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Jose Alberto Arias Pereira
a mí. Nunca había percibido con tanta claridad el salto generacional; gracias a dios, los
primeros días el dolor de cabeza me ayudaba a abstraerme, jajajaja. Pues nada, casi
dos semanas en una cama de hospital comiendo comida de hospital y teniendo por
murió… DEP—. Una fiesta, vamos. Por si fuera poco, mis mejores amigos estaban
medio mundo ¬¬)y no había manera de contactar con ellos directamente. Ahora que
caigo, tenía más cosas en mente. Ante todo, he de decir que hay circunstancias en las
que los pensamientos se convierten en obsesiones, como era el caso. Hice que un día mi
madre me llevara el ordenador por si podía pillar Internet, y ya intenté comenzar esta
carta, pero por entonces se me hacía imposible escribir y estaba sin Internet…
oído de la escuela de verano para escritores noveles que organiza el Pacto (PAPEL), a
cuyas dos primeras ediciones asistí, y da la casualidad de que este año coincidió con mi
estancia en Francia y que María, la del cumpleaños, estaba allí como alumna. La llamó
mi madre a petición mía y le contó lo que había pasado. Naturalmente, todos los demás
también se enteraron, entre ellos la directora de PAPEL y Lorenzo Silva, yeah! Pude
hablar con la mayoría una noche, cuando mi madre ya se había ido y nos habían apagado
estábamos a miles de kilómetros y quién sabe cuántos días. Creo que ése fue el mayor
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La ofensa
contraste de sentirme tan solo en muchas ocasiones, sobre todo de noche, noches de
escuela, un hueco que se prolonga hasta ahora. Menudo susto y menuda putada, soy un
cortarrollos, pero gracias mil veces más, escritores, Mollina y todo lo que os rodea.
Otra obsesión, los niños que estaban a «mi cargo» en Francia, porque no podía ni
todos los que ahora leéis este correo. Ha tenido que pasar un mes, dos meses, casi
nada… es asqueroso hasta qué punto necesitamos Internet cuando nos tienen cinco
Pensaba a diario que había que llamar a MJ, que la pobre las últimas noticias que
cine, en los estrenos que me estaría perdiendo, en todo lo que no estaba haciendo y
tenía que hacer.
No tienen desperdicio todas mis caídas en los primeros días, para ponerles música
las piernas, me falla la izquierda y… ¡segunda hostia! Ni alertar a los enfermeros nos
hizo falta con la fuerza del golpe. Me dejan unos minutos en el servicio para peinarme,
Volvamos a lo serio. Comencé con la fisioterapia o réeducation a los dos días del
infarto. Era tan difícil y la fisio ponía tanta cara de alegría que me daban ganas de llorar.
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Jose Alberto Arias Pereira
Es frustrante ordenar al cerebro algo y no poder ni coger un botón entre los dedos. Así
se sucedieron dos interminables semanas en un hospital francés del que aún recuerdo
el cartel de la ventana: ne rien jeter par la fenêtre, danger pour les personnes passant à
proximité du batîment. Mi madre que venía todos los días; mi padre también hasta que
volvió a España por problemas con la aseguradora, porque ésa es otra. Es imposible
como elemento de unión. Porque, por si fuera poco, en el hospital personne ne hablaba
español, es decir, durante las dos semanas ingresado en Rennes, yo tuve que hacer de
y a veces con la aseguradora por teléfono…. Con la continua jaqueca y todo. EL día
antes de volver a España subí y bajé escaleras por primera vez, y el 23 me llevaron en
mi madre y yo, un equipo médico y los pilotos. Me llevaron a Granada, del aeropuerto
enfermo y su evolución. Nada más llegar me ponen en observación, donde doy fe del
sentido del humor de las enfermeras granadinas (y no es irónico) así como de comida de
verdad. Luego me subieron a planta a una habitación sin aire acondicionado, entre dos
octogenarios más pal otro barrio que pa éste, glups. Tras una semana me dan permiso
de fin de semana, cuando fui a casa de mis tíos a las afueras de Granada y recibí la visita
de varios amigos. El lunes volví, ya a otra planta junto a un hombre de treinta y tantos,
y allí pasé dos semanas más de intensa rehabilitación y decenas de visitas, la mayoría
112
La ofensa
hasta este momento. No se me ha ido la jaqueca aún, va y viene como una mala marea.
Total, que con muchas ganas y medicamentos me dieron de alta el 7 de agosto, dos
y tuve un divertido episodio de visión doble e ingreso en urgencias hasta que logré
irme a casa. Se puede decir que llegué a casa y a mi pueblo extrañado, porque la última
vez que los dejé lo hacía con la ilusión y nervios de una posible aventura en Francia, y
ahora todo cobraba otro cariz. La esperanza de hacer una fiesta de cumpleaños se vio
frustrada como el resto del día hasta convertirse en el cumpleaños más deprimente de
la historia. No es quejarme por quejarme, pero se supone que una vez al año tengo
algo que celebrar y esa mierda de coágulo lo habían revuelto todo, por mucho que
me dijeran en el pueblo a poquito a poco (sic), si tú eres joven y eso no ha sido na, etc.
Porque eso de que no ha sido na no se lo cree ni el Tato, y paciencia, pues estoy hecho
un santo. Pero de ahí a que mi madre crea que me voy a romper al menor descuido, hay
un trecho. Yo lo que ahora quiero, tras un verano aburrido y deprimente, extraño como
ninguno, es volver a Granada y allí rehacer mi vida sin complicaciones de ningún tipo,
sin presión salvo la que yo me quiera poner, pero ante todo con tranquilidad. Sólo me
queda desde aquí agradecer las llamadas, mensajes, visitas (sorpresa o no) o cualquier
vir una experiencia como ésta que, inevitablemente, cambiará vuestra forma de ser y de
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Jose Alberto Arias Pereira
plantearos la vida. Y nada, que siento la parrafada, pero necesitaba desahogarme como
seguimiento en estos meses, jaqueca irreversible, aún no saben qué tengo, sólo hay
Jose
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Bain-deBretagne: autorretrato
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La ofensa
Jose Alberto Arias Pereira
Jorge comenzó a elevarse de su cuerpo cuando iba camino del cementerio. Llevaba más
de veinticuatro horas durmiendo, soñando. De repente había oído una voz tintineante
que le había devuelto a la realidad. Estaba muerto y lo iban a enterrar en un par de horas,
había calculado. Pero, como iba diciendo, el señor Jorge Almagro, vecino de la localidad
de Huesca y con cuarenta años a sus espaldas, abandonó su cuerpo en una de esas
frenéticas ideas platónicas según la cual existía tal dualidad en el ser humano. Atravesó
la madera de pino del ataúd intentando zafarse del olor penetrante a barniz y volvió la
vista. En el interior del vehículo el espacio era lóbrego y la visión casi imposible. Siguió
ascendiendo en el aire atravesando el techo del coche, consciente de que había dejado
–lo más parecido a una limusina que había conocido hasta el momento presente— y
se sintió aspirado por no sabía qué fuerza superior que lo obligó a realizar una serie
hizo presencia de la nada. Esa gota inmaculada se ensanchó hasta completar una esfera
Cuando abrió los ojos, Jorge estaba en una sala semejante a un almacén de
116
La ofensa
del lugar, aunque sin llegar a distinguirlo. Las cajas eran metálicas, como cubos sin una
Jorge se sentó en el suelo y esperó comiéndose las uñas –su cuerpo había
reaparecido, aunque con una ligereza inexacta—. Vislumbró la infinidad del lugar sin
ver ventana o puerta alguna y comenzó a temer lo peor: ¿y si después de la muerte era
hombre intentó recordar el momento de su muerte. Iba paseando camino del trabajo,
con el cabreo propio del lunes incrementado por una mierda de perro en la suela del
zapato, cuando de repente cayó fulminado. Así, sin más. Y Jorge Almagro era un tipo
sus antepasados. Había pasado porque sí, como un rayo que lo hubiera tendido sobre
el arcén, y había comenzado a soñar hasta despertar en el ataúd. Jorge había supuesto
entonces que el conocimiento de que uno está muerto es innato en el hombre, que no
hay lugar para las dudas. No se le parecía en nada un sueño o visión, ni siquiera el estado
comatoso. Cuando estás muerto lo sabes, punto y final porque no hay más.
siendo agotable. Jorge comenzó a dar vueltas por el pasillo hasta que encontró algo en
el suelo. Una gota violácea y brillante. La olió, pero no desprendía ningún perfume. Alzó
la vista y vio otra gota, y ésta seguida de otra, y así sucesivamente hasta que el sendero
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Jose Alberto Arias Pereira
de puntos mutaba en un hilo líquido y brillante de esa sustancia violeta. Jorge apretó
el paso temeroso de que desapareciera del mismo modo en que había surgido. Corrió
por pasillos y más pasillos de cajas metálicas durante demasiado tiempo. A punto de
desistir, de golpe y porrazo chocó con algo. Con alguien. Jorge enmudeció y se tiró al
suelo para ver ante sí a un hombre gigantesco. El individuo se encogió de tamaño hasta
ponerse a su altura y tendió la mano hacia Jorge. Éste la tomó y se levantó absorto
con el misterioso personaje cuyas facciones y tono de piel estaban en continuo cambio.
—Por cierto, tómate el tiempo que creas necesario. Mientras tanto me presentaré.
—Yo, yo… no creo en ti, quiero decir, en Dios, quiero de… –intentó explicarse
cosas normales. Jorge miró a los ojos al personaje que se perfilaba ante él con semblante
imperativo, omnipotente. Sus ojos eran completamente azules, no un iris, sino todo el
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La ofensa
globo; sus ojos eran vida: un jilguero nervioso, dos amantes enlazados en un ser, un
árbol en su máximo verdor, un bebé a punto de nacer… y Jorge vio en esos ojos que tal
—Jorge, ahora que la situación parece más relajada comenzaré. Estás aquí por el
error de un arcángel. No es tu hora, y siento de veras hacerte pasar por este trago.
soplo de vida a su paso. No pienso encubrir su error, de modo que aquí está mi pago. Te
—No quiero parecer arrogante, –indicó Jorge –pero me gustaría poder verme
desde fuera, como antes de ser absorbido por esa cloaca blanca. Fue fascinante.
Dios hizo un ademán en el aire con la mano y apareció una pantalla sobre una
película de bruma como por ensalmo. Sobre la superficie opaca Jorge volvió a revivir la
experiencia extracorporal de unas horas antes y pudo estudiar su fin en la Tierra como
una tumba que penetraba en la tierra y lo depositaron sobre una estructura cuyo fin era
hundir la caja en ese abismo de tierra húmeda. En su entierro había un total de cuatro
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Jose Alberto Arias Pereira
personas, sin contarse a él, obviamente: los dos enterradores, un sacerdote y una señora
que no había visto jamás, pero supuso que se trataba de alguien que al ver la pobre
palabras, rezaron una oración por el alma del difunto Jorge Almagro y la estructura
sobre la madera perforó el corazón del verdadero Jorge como si de balas se trataran.
La bruma se esfumó tan rápido como había aparecido. Dios escrutó al mortal
con mirada de padre. Encontró en los ojos del hombre, sin tener en cuenta las lágrimas
que besaban sus mejillas, una soledad equiparable a la de toda la humanidad. La tristeza
nimbo real como aquel dolor que le oprimía el pecho y le obligaba a sufrir y a carcomerse
lentamente, que así era más doloroso. Posó la mano en la frente del alma perdida y
por un momento fue capaz de experimentar un sentimiento humano, algo que en muy
vergüenza. Soledad.
Dios sopló al rostro de Jorge y un nuevo punto de luz surgió en esa atmósfera
onírica, absorbiéndolo con una succión continua y abrumadora. Jorge volvió a girar
calle, camino del trabajo como si nada pasara, excepto por esa mierda de perro.
hecho olvidar a Jorge Almagro lo sucedido. Cuando creyó que todo estaba bien volvió a
120
La ofensa
otros asuntos.
desde una mañana camino del trabajo en que tuvo un lapso. Desde ese día vivía con una
continua presión en el estómago, como cuando se tiene la certeza de que hemos olvidado
sentía mal consigo mismo pero no se atrevía a pedir la baja alegando depresión porque
solo en casa podría empeorar. Había algo que le preocupaba, como un recuerdo que
sobreviviera latente en su interior abrigando la esperanza de salir algún día. Ideó todas
las artimañas posibles para olvidarlo sin resultado. Fue un día al despertar cuando supo
de qué se trataba y adivinó que sólo había algo que él pudiera hacer para remediarlo. No
sabía cómo esa idea había llegado a él, pero optó por adoptar la única medida posible
para silenciar aquella voz vulgar y queda que repetía una y otra vez la maldita palabra.
Soledad.
Samuel entró volando a los aposentos de Dios irradiando nervios por los cuatro costados.
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Jose Alberto Arias Pereira
—Pues procura ir ahora y le harás sentir el hombre más pleno que haya vivido
jamás en la Tierra.
—Funcionó, de hecho, pero no todo está bajo mi control. Hasta yo pienso que ha
de existir una fuerza superior a mí, una regla suprema que nos subordine, el Destino tal
vez. Jorge Almagro olvidó esta visita, pero la herida en el alma no se curó por motivos
que escapan a mi alcance. No se podrá hablar jamás con total objetividad acerca del ser
humano. Podría haber llenado el funeral de ese hombre con personas, pero no lo hice
—A mí también.
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La ofensa
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4. This is how it all
This is how it all
Transición I
11/02/08
—¿Qué es eso?
—Un avión.
—Jose.
—Vaya... ¿a dónde?
—Ya ves.
nunca sabrá.
—No, no creo.
—Es que es bastante cabezón y se ha emperrado en lo que dice Sabina, eso de que
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Jose Alberto Arias Pereira
Aviones de vuelta
128
This is how it all
«al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver». Bueno, eso y que no tiene
dinero.
—¿Se le pasará?
—¿Cómo es?
—Va dejando trozos de él por todas partes. Algún día desaparecerá conforme anda.
—Tú que sabes tanto, ¿por qué ese brillo en los ojos?
—¿Qué ha ganado?
—¿A qué?
—...
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Jose Alberto Arias Pereira
EVENTUAL CHANGE
—Llévatelo rápido, sal por la puerta de atrás y corre como nunca lo has hecho.
Una piedra cayó en el suelo tras hacer añicos los cristales del expositor. Los
primeros Caballeros Blancos habían llegado, pero no sabía que el señor Freeman, apellido
irónico donde los hubiera, estaba preparado. Corrí con el ejemplar entre mis manos y me
no tardó en comenzar a arder; Freeman disparó a varias de las siluetas de las ventanas.
Algunos cayeron. Algunos Caballeros Blancos del Ku Klux Klan cayeron. Pero Freeman
Dejé atrás los gritos enfurecidos y llegué a casa con un dolor intenso bajo las costillas.
—¡Ahora salgo!
Abrió la puerta con su «alambre especial» y se colocó con los brazos en jarras
delante de mí. Recuerdo que discutimos, nos gritamos, lloré y esperé a que llegara mi
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This is how it all
habían advertido una y otra vez que no visitara la tienda del señor Freeman, pero era
imposible obviar los cómics del escaparate. Algunos ejemplares era superlativos;
el que me había legado el dueño de la tienda, oh sí, ése era Dios en papel. Pero mis
apestosa equiparable a las mierdas que echaba Bobby, nuestro viejo San Bernardo.
lloraba por la inminente llegada de mi padre. No, ni mucho menos, lloraba porque
otros criterios. En ese caso nuestra pasión común eran los cómics. Respetábamos
¿Pero por qué un hombre con la cabeza sobre los hombros como Freeman
de cómic normal y corriente, ni mejor ni peor que los otros. Una historia de
superhéroes alternativos que no había funcionado, o que tal vez había fracasado
premeditadamente.
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Jose Alberto Arias Pereira
que ese ejemplar era único, que no debía destruirse y que otorgaría un poder capaz
El día en que llegó el primer y único número de Eventual change! lo hizo en una caja
distinta de las demás. Todo esto me lo contó más tarde el señor Freeman, aunque lo
ejemplares serán destruidos salvo éste. Apenas se han hecho mil copias para todo el
país.
En el dorso había un pequeño círculo con tres letras: LHN, Liga de Hombres
Negros.
—No sabría decirte cómo demonios han hecho esto –explicó Freeman
ensanchando aún más su sonrisa. En ese punto el blanco de sus dientes se acentuaba
—¿Cómo…?
—Shhhh… sabes que eres el único cliente en el que confío, ¿lo sabes? Por eso
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This is how it all
quiero que confíes en mí. Acompáñame a la trastienda, nadie puede ver esto.
denunciado a Freeman por negro pervertido o algo peor de haberse sabido, pero
hubiera deseado. Pero nada era tan grande como Eventual change! El dependiente
abrió el cómic y buscó las páginas adecuadas. Pronunció una serie de palabras al
—Atento, Adam. Mira mi brazo. Diez, nueve, ocho… tres, dos, uno… et
voilà.
mensaje. La piel negra del brazo se fue despigmentando hasta alcanzar el tono
rastro de los ojos negros como cuevas de Freeman, sino un iris perfilado de un azul
océano.
Érase una vez un hombre normal, un funcionario del estado que, sin
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Jose Alberto Arias Pereira
pasé a la cocina para atar la bolsa de la basura pude escuchar uno de los chistes de
Larry Whiteman:
—¿Cómo lee un blanco el periódico? Así… —Varias risas. —¿Y un negro, cómo
Salí con el perro y lo solté para que diera una vuelta. Metí la basura en el cubo
y me escondí en el porche. Saqué el cómic con cuidado y busqué las marcas que me
había enseñado Freeman en su día. No estaba seguro de querer hacerlo, los efectos
Recuerdo cómo tras ver el cambio de color, casi de raza también, me invitó a
tocar su brazo. No era de acero, tal y como presumían los superhéroes, pero poseía
la dureza y el tacto de la madera. Freeman cogió unas tijeras y se las clavó como si de
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This is how it all
nuevo la incisión.
Seca, no necesito saliva. Mira mis ojos, no me hace falta parpadear, me los toco y
gato.
—No, Adam, no estoy aquí para dar miedo, sino para todo lo contrario. Soy
un superhéroe, ¿no es lo que habías soñado toda la vida? Todos los problemas se
acabarán.
hizo mortal como antes. La LHN debía de haber utilizado una especie de magia
eventual» fuera algo más que una cruda metáfora de la vuelta a la vida tras la
muerte. Pero el efecto era tan débil, tan breve… aparte de increíble.
esperanza de que, si pasaba algo, fuera leve. En cuanto uní los labios lo percibí. Un
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Jose Alberto Arias Pereira
sido una simple sombra. ¿Nada más? Vaya fiasco, pero un fiasco tranquilizador.
Llamé a Bobby, pero no respondío, así que tuve que ir a por él por medio del
jardín. Regresé con él atado y las zapatillas llenas de barro; de eso fue de lo primero que
se dio cuenta mi madre, como si todas las madres tuvieran un sexto sentido para estas
cosas:
Se me quedó mirando ante mi cara de desconcierto, y añadió con tono serio. –Adam,
acércate.
Todo dejó de sonar a mi alrededor excepto mi corazón, a mil por hora. Me quité
las zapatillas, bordeé la tela y me puse justo delante de ella. Colocó sus manos a ambos
—Lo hacemos por tu bien, Adam. No eres un mal chico, pero tienes que aprender
lo que está bien y lo que sobra, ¿entiendes? –Asentí. –No te vuelvas a acercar a esos
Me despedí y subí las escaleras con la certeza de que si volvía la vista, caería por
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This is how it all
Poco después
Aún no olía a verde. Corinne no conocía otra forma de describir el olor de los primeros
rayos de sol, los brotes vegetales e incluso el cantar de las aves más atrevidas. Las
cálido, algo inusual para la latitud de la que hablamos. Sea como fuere, la Fiesta de la
Primavera iba a ser un hecho antes de que el tiempo siera sus propias señales.
Esa noche iba a ser de las grandes. Llevaban más de un mes restaurando el
local, construyendo una tarima de madera donde iría la banda y preparando su propia
todo aquello. Después de todo, si lo que intentaban era alejarlos, recluirlos como
margen de lo que dijeran ellos. Ellos eran los blancos. También quedaba demostrado que
no eran los blancos, sino que hacía falta ese pequeño matiz, los Blancos. Blancos que se
hacía llamar Caballeros, pero no los caballeros honrosos que luchaban espada en mano,
Pero esta vez no podían hacer nada. Habían pedido todos los permisos, tenían el
papeleo necesario para que esa noche nadie los privara de su fiesta por las buenas. Y de
todos modos, si alguien intentaba echarlos por las malas… responderían por las malas.
Corinne terminó de colgar las últimas tiras amarillas y salió con tres amigas. Los
músicos estaban colocando los instrumentos sobre la tarima, todo estaba listo y el
comité de preparativos se dispersó. Corinne se despidió de sus amigas y pasó por Abbey
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Jose Alberto Arias Pereira
Road. Cuando llegó a los escombros no pudo evitar detenerse y pensar en la muerte
de Freeman, la última desde hacía dos meses. Entonces siguió caminando con ritmo
decidido. Estuvo a punto de chocarse con un chaval negro que vestía como un blanco.
«Vaya, lo que hacía falta, otra estúpida Oreo», pensó, pero tenía en mente cosas más
Nunca he sabido hacer el equipaje; con 13 años, menos aún, pero el ser humano no es
nada se puede tener en cuenta. No obstante, mi decisión estaba clara y esa noche fui
a mi primera fiesta como un infiltrado. Con los continuos intentos había logrado una
pasar por uno de ellos. Parecía bastante mayor, al menos aparentaba 16 años; era
corpulento, alto y con la piel más oscura que la tierra del jardín de casa.
El local tenía todo lo necesario para celebrar una fiesta, pero no una de esas
fiestas aburridas que pasaban por la tele en la que salían parejas bailando swing. Fiestas
de blancos. Y es que como en todo, había fiestas de blancos y fiestas de negros. Ahí
había música en vivo, música que se extendía entre la gente más allá del escenario. Y
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This is how it all
En el exterior la fiesta se vivía de otra manera, con una alerta continua por parte
escopetas, y responderían ante cualquier altercado con balas, tal y como habían
acordado. Pese a ello, la noche se presentaba tranquila como pocas; había pocas fiestas
la mesa de las bebidas. Avancé a contracorriente, pero tropecé con Corinne y ambos
caímos al suelo.
Se levantó, se sacudió el vestido y colocó las manos en jarras tal y como hacía mi
—Demasiado nueva para que alguien se quiera deshacer de ella, aunque claro,
—Sí, sí.
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Jose Alberto Arias Pereira
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This is how it all
¡Claro que era Corinne! Como para no saberlo… Las chicas negras no eran
atractivas, casi todas eran demasiado corpulentas y sabiondas. Mi madre decía que
todas eran unas marimachos por llevar el pelo corto y no dudar en usar pantalones.
Lo cierto es que yo no me había fijado en ninguna jamás, pero Corinne era diferente.
aunque seguía siendo una sabionda. Lo mismo el motivo por el que me arriesgué a dar
ese paso fue poder acercarme más a ella y comprobar si tras la fachada había algo de
debilidad, alguna ranura por la que colarme. Y había estado siguiéndola desde que mi
alejó y empezó a bailar con varias amigas, aunque no dejaba de mirarme entre risas.
Creo que mi falta de decisión y evidente inexperiencia hicieron mella en algún momento
—¡Baila conmigo, Fray! –gritó y echó a reír de nuevo. El nombre de mi alter ego
no era frecuente en esa comunidad… ¡qué demonios, ese nombre sólo se encontraba
en cómics!
Y arrancó el festival de los roces, giros y palmadas con «Dance Cotton Girl». Yo
no sabía bailar, pero la algarabía era tal que no se percibían mis pasos a destiempo y
por si fuera poco, Corinne me cogía de las manos para guiarme con su ritmo.
Remember you skin, remember your smile, remember you hair, oh co-co-cot-ton
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Jose Alberto Arias Pereira
horror antes de que pudiera gritar y la música se detuviera. Y entonces me sentí como
una estúpida cenicienta en la guarida del lobo. Corrí entre la gente y llegué a la salida
—¡Oye! –se limitó a decir uno, pero por toda respuesta me alejé por el primer
primeras antorchas que cortaban la oscuridad de la calle. Entonces supe que ésa iba a
Reinicié mi carrera esquivando a los Caballeros Blancos Tenía que llegar a casa y
he corrido hasta que divisé mi casa. Bobby ladró a mi llegada y tuve que apaciguarlo
antes de colarme en casa, pero la luz del dormitorio de mis padres se encendió. Entré
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This is how it all
llevarla a cabo sin un descanso, pero no podía esperar. Nadie podía esperar.
Cuando salí de la habitación la puerta del dormitorio de mis padres estaba abierta,
pero no había nadie. Bajé, y al abrir la puerta de casa una voz preguntó:
—¿Quién eres?
lástima. El cambio que provocaba el cómic era bastante radical, aunque esa noche me
quedé con la duda de si mi madre sabía quién había bajo la coraza negra. La miré a los
ojos con un solo pensamiento en la cabeza: «No llames a papá, no llames a papá, no
llames a papá…».
—Vete de aquí, por favor, no me hagas nada –pidió con lágrimas en los ojos.
Y emprendí mi carrera contra el tiempo sin volver la vista, sin hacer caso a los
ladridos del perro y sin querer juzgar la actitud que emanaba de casa.
Cuando llegué era demasiado tarde. El tiroteo se había producido con bajas en ambos
bandos, pero la gente del interior no había oído el ruido de ahí fuera. Los miembros
del Ku Klux Klan bloquearon las salidas y lanzaron antorchas por las ventanas. El humo
salió acompañado de los primeros gritos. Devolvieron algunas antorchas y las puertas
retumbaron. Los jinetes de blanco dieron varias vueltas alrededor del recinto, y entonces
me decidí.
Corrí entre ellos hasta llegar a la puerta y arranqué la tabla que bloqueaba la
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Jose Alberto Arias Pereira
perdigones en mi espalda. Una jauría de gente se abalanzó sobre mí para escapar de ese
exterior se convirtió en una batalla campal: más disparos, fuego e incluso pedradas por
todas partes. Pero claro, los Caballeros Blancos del Ku Klux Klan contaban con la ventaja
del efecto sorpresa y poco a poco redujeron a sus víctimas. La puerta del local se había
bloqueado con la masa humana que no volvería a ver la luz. Divisé a Corinne junto a un
—¡Corinne!
espalda con un barrote sólido y caí contra el suelo. Me levanté y vi a un tipo encapuchado
que iba a caballo. Tiró de las riendas y el animal me golpeó en el pecho con las patas
delanteras. Ni tan siquiera pude escupir, estaba seco, no lo necesitaba, el golpe fue poco
más que una ligera molestia momentánea en el pecho. Me puse en pie y me acerqué a
Corinne.
—¡Suéltame! Mira, nos tienen rodeados, ¿a dónde vamos a ir? No podemos salir
de aquí.
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This is how it all
junto a Corinne, pero tres encapuchados nos cercaron y nos cogieron. Uno de ellos
—¿Adónde ibais? Esto es una fiesta, ¿no? Pues yo no veo a nadie bailando.
Golpeé al que me agarraba por detrás, pero entre él y otro más me agarraron por
la espalda y me retuvieron.
Corinne empezó a bailar ante las risas de sus espectadores. No obstante, mantuvo
con temple su rostro sereno y no bajó la cabeza. Intenté zafarme de los brazos que me
—Oye, oye oye oye. No te pongas nervioso, esto es una fiesta, negrito. Venga,
—Vaya… esto no era lo que esperaba. El puto mono no tiene ganas de reír. Pues
—Muérete.
encima de su cabeza y me ordenó una y otra vez que llorara, pero no podía. Intenté
llorar, imaginé que las lágrimas rondaban por mi cara, pero era imposible. No podía.
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Jose Alberto Arias Pereira
pavor.
—Eres peor que la mierda –dijo uno, y me dio un puñetazo en toda la nariz. Varias
mujeres más y echaron mantas sobre el cuerpo incendiado. Corinne había dejado de
gritar, aunque no pude quedarme a comprobar si estaba bien, si estaba mal, si estaba
viva… El Cambio había comenzado, de modo que me alejé y observé desde la distancia
el panorama desolador que había quedado tras el ataque. Se trataba del escenario que
no debería haber visto un niño de 13 años, una mezcla de cadáveres, gritos, humo y furia
incontrolada.
Regresé a casa con la intención de destruir ese cómic en cuanto tuviera ocasión. La
puerta estaba abierta. Me extrañó, puesto que lo lógico era que mi madre la hubiera
cerrado. Subí las escaleras y me metí en mi cuarto, saqué el cómic de debajo de la cama y
me desnudé. Ahora lloraba sin proponérmelo y no podía evitar los sollozos y temblores.
Entonces quise sentirme fuerte de nuevo, no poder llorar… leí las palabras señaladas
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This is how it all
lejos… como si toda Newton hubiera enloquecido. Me puse un chándal viejo y salí de mi
Como no puso ningún impedimento bajé a la cocina. Sobre la mesa había una tela
como la que había usado mi madre para coser días antes. La cogí y descubrí una capucha
blanca con forma de capirote, pero no era sólo eso. Tenía varias gotas de sangre en la
superficie.
vez en mi vida. No eché ropa interior, nada de abrigo, ni otro calzado además del que
llevaba puesto.
Me fui con la maleta en una mano y el cómic bajo el brazo, y entonces corrí
escaleras abajo para no mirar a la cara a mi padre y gritarle todas las mierdas que pasaban
por mi mente. Y salí de casa, y corrí cuanto pude, me escondí, aprendí a vivir y olvidé la
enseñó a distinguir lo poco de lo que me podía fiar. Un día encontré a un hombre negro
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Jose Alberto Arias Pereira
de mirada limpia e hice un trato con él: mi cómic por su sombrero de ala estrecha. Le
pregunté su nombre, rió y dijo, ya a punto de volver la esquina, «¡Me llamo Martin!»
148
This is how it all
mantequilla.
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Jose Alberto Arias Pereira
hacerte reír de vez en cuando, desde aquí hasta el sol. Desde aquí hasta el
sol. Pues siempre serás tú la más intensa melodía, tú, la nota que jamás se
olvida, tú te quiero como a nadie más podría, desde aquí hasta el sol... pues
eres tú la llama que encendió mi vida, tú, la estrella que siempre me guía tú,
me llevas como nadie más podría, desde aquá hasta el sol, desde aquí hasta
el sol....
soledad y miedo,
húmedos de silencio,
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This is how it all
de la Melancolía
te inclinabas a mí
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Jose Alberto Arias Pereira
y tanto te inclinaste,
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This is how it all
La belleza es tu cabeza
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Jose Alberto Arias Pereira
¡y cuando
ni sostener...
ni increibles
Tú y yo ya no nos queremos
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This is how it all
Se despertó en el sillón con los ojos doloridos y se mesó la barba con ambas manos.
Estaba en una sala grande, inmensa, y blanca, muy blanca. Pero no recordaba nada.
Viejo, ¿en qué lío te has metido ahora? ¿No estarás en el psiquiátrico?
Y lo cierto era que la sala tenía toda la pinta de pertenecer a un loquero. Esas
Oye, Viejo, ¿crees que te iban a poner un sillón tamaño Rey como terapia? Vamos,
espabila, creía que eras más inteligente. Comprobemos si es cierto eso de que en tu
era… ni por qué estaba allí, ni quién lo había dejado en ese lugar.
cuerpo entero en la pared del fondo. Se aproximó arrastrando la túnica por el suelo
inmaculado. Eran ropajes extraños, ¿de dónde los había sacado? Era como la bata de
que era un viejo con muchos años a sus espaldas, pero no esperaba encontrar eso. El
rostro reflejado era una masa de finas arrugas cubierta en gran parte por una barba
espesa y canosa que parecía menguar por momentos. Hasta ahí podía pasar, pero lo
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Jose Alberto Arias Pereira
de los ojos era demasiado. Esos ojos no eran, no podían ser humanos.
ojo cuyo nombre no llegaba a recordar por alguna jodida razón. Eran tan solo
azules, dos globos de ese color eléctrico y vibrante, como si hubieran pinchado
fría del cristal hasta tener nariz contra nariz, barbilla contra barbilla (la barba había
que difería en algo era un pequeño hilo líquido de color malva que nacía bajo su
bata. Se arrodilló con una mueca de dolor por un chasquido y tocó el líquido con
dos dedos de la mano derecha, pero una descarga de energía recorrió su brazo y lo
hizo gritar de dolor. Lo único que había descubierto era la espesura del compuesto
morado, ¡ah, y que no podía tocarlo sin llevarse otra buena patada en las pelotas!
El hilo líquido del suelo se había transformado en gotas allí donde minutos
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This is how it all
antes había un sillón. Por supuesto, el sillón también había desaparecido, como no podía
ser menos.
—Tengo la certeza de que soy alguien importante –afirmó en voz alta. –Sea quien
Pensó de nuevo en sus ojos y se estremeció. Y la voz era extraña, como si llevara
era le pareció estúpido, y no le dio vergüenza mostrarse como nunca lo habría hecho en
acercó a la pared.
Mira eso bien, Viejo, y asegúrate de que es lo que crees que es, asegúrate de que eso
—¡Mierda, cállate de una puta vez! ¡Dejadme salir, quiero salir de aquí! ¡Decidme
hueco. Cuando levantó la vista encontró frente a él algo distinto. Era la misma sala;
claro, era la misma sala, pero estaba dividida en pasillos formados por cajas metálicas
amontonadas entre sí. En el otro extremo se veía una puerta metálica del mismo tono
cromado, pero sabía a ciencia cierta que estaba cerrada. No preguntaría; sabía que
estaba cerrada, y punto. Como sabía que pasado un tiempo esa misma puerta habría
de abrirse, puesto que si alguien la había cerrado, alguien la abriría. Se llevó la mano a
la nariz, que había comenzado a sangrarle tras el golpe. Entre los dedos encontró más
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Jose Alberto Arias Pereira
—¡Me cago en Dios! –maldijo, y siguió gritando durante mucho, mucho tiempo.
………………………………………………………………..
Al otro lado de la puerta había un pasillo muy ancho y concurrido. Todo el que
pasaba por allí vestía con un hábito blanco y largo. Un hombre maduro, de cabello
—Así es, mi señor –respondió un hombre canoso. –Lleva así varios días.
Llegaron nuevos insultos desde el interior. Las paredes gruesas no eran capaces
El anciano volvió a responder, visiblemente molesto y con una frase cortante que
—Claro que da. Sus ataques son irremediables. Me asusta cuando se pone así.
A veces pienso que algún día acabará por perder toda la cordura. En unos días estará
de nuevo bien, habrá que mandarlo a descansar. Pero obligarlo a ello no es tarea de un
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This is how it all
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Jose Alberto Arias Pereira
HUANG Y ROSEBUD
A mi hermano Carlos
Al final, se rompió la tetera. La vieja se abalanzó sobre ella como un tigre sobre su presa,
pero no llegó a tiempo. El agua hirviente se coló entre las rendijas del suelo.
Cogió el bambú verde y azotó los brazos del nieto al tiempo que gritaba cuán
zoquete era. En esos momentos de rabia le desaparecían algunas arrugas del rostro,
exactamente como cuando todas las mañanas se le tersaba la piel al recogerse el moño.
—Sólo es una tetera, sólo es una tetera –se burló ella con la lengua fuera. ¿Y
Huang dejó el tono afligido a un lado, se frotó la marca del brazo y se levantó a
recoger los trozos de porcelana barata. El té seguía humeando como un volcán grande
y tristemente verde. Su abuela se levantó otra vez, se llevó la mano a la cabeza y gritó
algo que bien podía significar «nunca lo tendrán» como «las ardillas ya se han ido» justo
Huang se arrodilló junto a ella, le sostuvo la nuca con sus manos y acercó el oído.
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This is how it all
No respiraba. Su corazón se había parado a falta de una taza de té. Entonces actuó con
rapidez. Arrancó el colgante con la llave que la anciana llevaba al cuello y lo guardó en
un bolsillo de cuero negro que pendía del cinto. Recogió a continuación la bolsa que le
había entregado su madre y supo en ese instante que había llegado la hora de dejar de
actuar como si fuese esa clase de zoquete. Hizo cuanto debía de hacer con el cuerpo de
su abuela antes de avisar a nadie. Cuando acabó bajó al poblado, dio la noticia a algunos
Tal y como le había sido encomendado recorrió las seis colinas del coloso Tse—tuang, y
cuando llegó a la séptima buscó el templo oculto entre los cerezos gigantes. El periplo le
llevó sesenta días y sesenta noches en las cuales se alimentó de un garbanzo cada alba
y ocho granos de arroz cada atardecer. Dormía en la sombra de los árboles, entre las
Durante esos sesenta días y sesenta noches sucedieron tres cosas que podrían
haber afectado a su rumbo pero que no lo hicieron. Sin embargo, creo que son lo
A la cuarta luna llegó a una explanada que se extendía ante la primera colina.
Huang no era cobarde, porque de haberlo sido no estaría recorriendo siete colinas
inmensas él solo entre animales y bandidos, pero esa explanada era aterradora. Tenía
toda la negrura del mundo en los charcos que se adivinaban a la luz de la luna, pero el
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Jose Alberto Arias Pereira
pavor aumentaba al saber que podía tratarse de un suelo de barro o arenas movedizas,
así que tendría que pasar la noche en el lugar. Se tumbó junto a unos matorrales que
asemejaban una madeja de agujas y cerró los ojos, pero no pudo dormir. Al poco oyó
el gorgoteo que llegaba de alguna parte cercana, así que se desperezó, y al girarse
contempló con estupor cómo una criatura surgía del suelo hasta alcanzar una altura
sobrehumana. Comenzó a arrastrarse hacia Huang, y éste advirtió que el ser estaba
cubierto de barro.
—¿Quién eres?
—Soy uno más –respondió con una voz profunda y húmeda que el joven reconoció
al instante.
—Soy un humano.
—Puedo sentir.
tienes órganos.
El golem blandió los brazos contra la noche salpicándolo todo con lodo. De un
paso se colocó justo delante de Huang, quien no tuvo ni la ocasión de huir. La luna
pareció brillar más y mostró las cuencas de los ojos vacías, la irregularidad del barro… y
—Tomaré tu corazón, tomaré tu cerebro, tomaré tus ojos. Entonces seré humano.
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This is how it all
Pero el golem no cedió ante sus inútiles explicaciones y alargó la mano hacia el
pecho del muchacho para arrancar su corazón, pero éste lo detuvo en el último instante
—¿Qué tal si tomas esto? –propuso, y abrió la bolsa que le había dado su madre.
inclinación de cabeza. Tomó un poco de lo que había en el saco y se retiró entre los
huesos humanos hasta la fosa de lodo que lo había visto nacer. Así Huang pasó el resto
cuando se disponía a comer su único garbanzo matinal, y vio que el sol se tornaba violeta.
Después pensó que eran visiones suyas, pero el sol emergente se volvió a esconder y
se tiñó de negro. Según los libros sagrados, que Huang conocía de memoria gracias al
adiestramiento dado por su madre, esas eran las señales inequívocas de la aparición
de un ángel. Lo primero en aparecer fue una lengua de fuego que resulto ser un látigo.
Huang recorrió con la vista el arma azufrada hasta llegar a la visión espectral. Se trataba
de un ser suspendido en el aire por dos alas del color del metal, con los ojos rasgados
en medio del rostro pálido con una perla roja en la frente. Cuando se posó en la tierra, el
suelo tembló.
—Crees bien.
163
Jose Alberto Arias Pereira
aire.
—¿Desde cuándo se aparecen los ángeles para chantajear a las personas? ¿Desde
—Por eso mismo. Sé que te diriges al Templo de los Cerezos Caídos. Lo dicen los
espíritus del aire, lo dijo el golem. Quiero una parte, te ofrezco a cambio mi ejército de
corceles.
Una fila de caballos tan negros como la tinta apareció en el horizonte, al otro
lado de la colina. Su trote bravo trajo consigo una brisa enérgica que azotó los cabellos
—Pues entonces no me queda más remedio que quitarte la llave –zanjó el ángel.
Las palabras de Huang sí que sonaron como una amenaza, más aún cuando las
acompañó con el gesto de abrir la bolsa de su madre. El ángel huyó horrorizado y dejó al
Pasó los días siguientes tal y como había hecho hasta ahora, con la misma
momento, ni siquiera pensó en desistir. Volvió a dormir entre los animales, a la sombra
de los árboles, midiendo la comida con la misma exactitud, levantándose al alba hasta
164
This is how it all
que el sol se ponía al otro lado de la colina. Tres días antes de llegar a su destino, mientras
descendía la última colina, sucedió la tercera cosa extraña. Oculto entre varios arbustos
a rebosar de bayas le pareció ver una cabeza. Se agachó y encontró a un hombre que
yacía entre restos de metal y una pequeña nube de humo. Tenía una costra de sangre
en la cabeza, aunque Huang reparó en ello en último lugar, ya que el pelo azulado y los
pendientes del rostro llamaban demasiado la atención. El extranjero, según sus rasgos,
debía venir del oeste. El muchacho le sostuvo la cabeza hasta que el hombre despertó.
—Nunca me acostumbro a estos viajes, maldita sea. Esta vez casi no la cuento.
No existe aún… Vengo de bastante lejos, es difícil de explicar. Vengo del futuro.
—¿A dónde? ¡No irás a dejarme aquí! Espera… tú te traes algo entre manos.
de chino clásico?
—Voy al Templo de los Cerezos Caídos a llevar a cabo una tarea importante.
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Jose Alberto Arias Pereira
—¿No será cierto…? ¿Así que no era una simple leyenda? Tienes la llave…
Los ojos le brillaron más aún con esa sonrisa avara. Se llevó la mano al cinto y
extrajo un objeto reluciente, metálico, perfectamente pulido, pero extraño para Huang.
tan rápido que te matarán antes de que te des cuenta. Dame esa llave.
Disparó contra una piedra y levantó una nube de humo justo donde la bala había
El extranjero rió con desdén y afirmó, entre divertido y curioso. Huang se agachó,
tomó la bolsa de su madre y la abrió. Nada más ver lo que había en el interior, el hombre
se arrojó de espaldas y se arrastró sobre sus propias manos con gesto espantado. Arrojó
Huang continuó su camino sin inmutarse durante los días restantes. Al fin, una
mañana alcanzó la séptima y última colina, halló los cerezos gigantescos y, entre ellos,
el que era conocido como Templo de los Cerezos Caídos. Entonces pensó para sus
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This is how it all
Cuando Huang aún no había nacido, su abuelo, que era pescador, encontró
una llave dorada al tirar de las redes. No le dio importancia, pero al llegar a casa se
la mostró a su mujer, quien sabía demasiado bien lo que escondía esa llave. Ella era
mejor conocedora que él de las escrituras, y no pasaba un día en que no se las recitara
a sus hijas, una de las cuales sería la madre de Huang. Por eso nada más ver la llave
recordó la historia que aparecía en los textos antiguos y que hablaba del pacto entre los
espíritus y los hombres, según el cual si algún día uno de ellos conseguía una ofrenda tan
valiosa, tan magnífica, tan única como para conmover a los espíritus, estos le darían la
Así pues, cuando la mujer le contó esto al humilde pescador, que tampoco era
Puesto que sólo los hombres podían llevar a cabo tal hazaña, su señora esposa no
dudó en animarlo con la certeza de que ella también sacaría provecho de la situación.
Digo que él tampoco era demasiado listo porque ella no lo era. Demasiadas leyendas
e historias en su cabeza. Por eso pensó que la mejor ofrenda para los espíritus era una
gran lubina, lo más que podía procurarles un humilde pescador, antes que todas las
riquezas del mundo, y que esto conmovería a los espíritus como siempre ocurría en los
cuentos que había leído y contado mil y una veces. Lo que no sabía la mujer es que los
cuentos no los escribían reyes ni grandes señores, sino pobres servidores que soñaban
con una inocente venganza, ¿y qué mejor venganza que volver las tornas? La pobreza y
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Jose Alberto Arias Pereira
Fueron los dos y dejaron a las niñas con el hermano de él. Al cabo de varios
meses volvió sólo ella con la incertidumbre de lo que había sucedido allí. Nunca supo si
disposición de las rocas gastadas, las formas de jade alrededor del templo y el altar a los
espíritus. Todo estaba dispuesto para que él alcanzara su objetivo. Entró en el templo
y llegó a la piedra central, donde un entrante con la misma forma de la llave, como un
grabado sobre la roca, daba las primeras instrucciones. Huang se descolgó la llave del
colgante por primera vez en tantas semanas y la incrustó en el hueco. Una brisa llegó
de todas partes arrastrando consigo las hojas de cerezo. Tomó la bolsa de su madre y
la abrió sobre el altar. Los pétalos en el aire cobraron vida propia atrayéndose entre sí
Al muchacho le entró en ese momento una risa histérica provocada por los
nervios. ¡Él un dios! ¡Él! Que había aguantado mucho, de acuerdo. No, había aguantado
demasiado. Demasiados golpes, demasiados insultos… Cerró los ojos y notó los pétalos
girando en torno a él, oyó las voces de los ancestros y notó cómo su cuerpo se estiraba,
todo fuera una gran mentira. Y eso fue lo que pensó hasta el momento en que abrió los
ojos.
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This is how it all
derredor y no vio más que los cerezos gigantescos, que parecían incluso más grandes
que antes. Se acercó a un claro entre los árboles donde había un charco de agua cristalina
y se miró en él. Cuál fue su sorpresa cuando encontró en el reflejo una simple libélula,
totalmente verde y de alas plateadas, eso sí, pero una simple libélula. ¡Nada de dragón!
Una voz le habló desde abajo, entre los yerbajos. Se trataba de un escarabajo.
—Pues es que yo soy tu abuelo y te estaba esperando. Pasó por aquí un ángel
—¡Sigues vivo!
—¡Ah, claro! Tú no lo sabes todo… Resulta que los dragones no son esas criaturas
gigantes que siempre creímos, fueron el invento de un escribiente ciego que, guiado por
—Así lo quisiste. Has sido el único en lograrlo… Dime, ¿qué traías como ofrenda
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This is how it all
César Vallejo
¿Por qué el Dolby surround del home cinema se ha vuelto stereo a tu partida?
¿Por qué por más que froto tu cepillo de dientes con acritud no se va el maquillaje
Y ahora que no me atormentan las sospechas infundadas no logro pegar ojo con
la persiana dormida.
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This is how it all
conocimiento del medio ¿por qué no llego al aprobado en la ciencia que esconde
tu diario? ¿Cómo estudio el ecosistema que crece bajo la cama de cada una de
mis ex?
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Jose Alberto Arias Pereira
vida. Uno de ellos me llevó hasta ti. Conseguimos avanzar en un tiempo juntos tú, mi
sirena, la amazona y la maga de ojos azules. Vaya estampa: un centauro, y a sus lomos
la sirena, tú, y a cada lado una de ellas: la maga y la amazona. Recuerdo que más que
trotar, flotaba, y avanzábamos los cuatro suspendidos en el aire por las artes de la maga.
humano. Recuerdo que corría y quedaron atrás mis cuartos traseros hasta que cayeron
hacia ambos lados, abiertas las patas y muerta la carne. Entonces surgieron de la
selva varios lobos que se cebaron en ella, aunque cuando los observé un momento
distinguí los detalles que los diferenciaban; eran hombres lobo. Uno de ellos tenía
el pelo negro y espeso, espesísimo, y los ojos como cruzados por una línea gris.
________Aunque he de admitir que las cosas no fueron del todo así. Si la historia la
largo camino junto a la maga, volando como si nada, hasta las tierras del norte. La
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This is how it all
maga me aburrió al poco tiempo; le tenía fobia a las arañas, siempre era prudente,
demasiado prudente para ser una maga. Y entonces conocí a la sirena, aunque no supe
que era una sirena hasta ya pasado el tiempo. La maga me vio varias veces junto a la
Eso dolió, dolió muchísimo, joder. La sirena se abrazó a mi torso mientras crecían las
patas y nacían las pezuñas. Luego volvimos a nado y dejamos a la maga en las tierras
del norte. El viaje fue largo pero no nos agotamos en parte porque íbamos juntos, ella
sobre mi lomo para no mojarse, y yo trotando en el agua sin que me faltara el aliento.
A la primera persona, que diría Alejandro Sanz, a la primera persona a la que vi nada
más llegar a tierra fue a la amazona, y esta vez no estaba sola. Estaba junto a un
tipo de cabello negro y espeso con los ojos cruzados por una línea gris. He olvidado
decir, quizás porque hace mucho que sucedió todo esto, que la sirena también tenía
los ojos azules, pero de un azul de piedra preciosa, como dos zafiros. Olvidé a la
del agua. Un día me volví loco por las miradas, y una gitana me echó una maldición.
________—Nunca jamás serás feliz, te lo juro por los míos, lo más grande,
olvida ese cuerpo de monstruo, que vas a ser hombre pa comportarte como tal.
________—Vámonos a la playa.
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Eleanor by Bertolucci
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This is how it all
________Y nos fuimos en autobús, nada de magia tuvo este viaje. Bajamos del
pueblo al peñón, y del peñón a la arena. Era una tierra pedregosa, y sin pezuñas
podía sentir las piedras en las palmas de mis pies. Seguimos el camino de piedras
grises, volcánicas, que guiaban hasta el agua. La noche caía encima y le propuse
bañarnos. Me quité la camisa y me bajé los pantalones y los calzoncillos. Ella sonrió,
levantó los brazos y dejó que el vestido se deslizara por su piel. Sólo llevaba el
vestido. Me metí en el agua de una vez y ella me siguió. Le creció una cola de pez.
________La acerqué a mi cintura, me besó y noté cómo mis piernas se unían y se cubrían
de escamas. Al fin había dado con ella, contigo, después de tanto camino, de tantas
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Jose Alberto Arias Pereira
Yo voy a morir. Tú vas a morir. Es más, ahora mismo, mientras lees esto, nos vamos
muriendo (si yo no lo he hecho aún). Y es que, lo que nos iguala a todos, al fin y al
cabo, es la mortalidad. Nacemos para morir años, meses, días u horas más tarde si no
nacemos muertos. Nacer muerto es una estupidez; es como ir a Pisa y no ver la torre,
como ser cazavampiros y morir de una estacada, como ir al cine y perderte los tráilers
(en demasiadas ocasiones, mejores que la película en cuestión). Pero a lo que íbamos.
más-allá-de-mi-puto-ombligo, olvidamos, digo, que día a día hay gente que tiene que
lidiar con la muerte como parte, y a veces esencia, de su vida: médicos, enterradores,
párrocos, directores de funeraria… Pero qué mal vistos están casi todos: los párrocos
imaginar a un señor alto, estirado, delgado y de piel cetrina con un metro en la mano y
la sonrisa helada de un buitre buscando a su próxima víctima. Pero no, señores, ellos no
Érase una vez un despacho de mesa alargada llena de ejecutivos bajo el lema HBO.
Una mujer sugirió, casi como con vergüenza, que podían hacer una comedia sobre una
familia propietaria de una funeraria. Los otros ejecutivos la miraron con recelo y le rieron
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This is how it all
la gracia, pero siguieron a lo suyo, cada cual imaginando a una familia alrededor de una
mesa, los niños jugando con el puré ajenos a que debajo papá embalsamaba a la señora
cambió su perspectiva del mundo. La película arrasó su año en los Oscar y decidió que
debía hablar con su guionista, un tal Alan Ball. A Mr Ball le gustó la idea mucho e ideó
dijeron ellos, y él lo flipó y se puso a desfasar, buscó a los mejores guionistas con los
que había trabajado y escribieron la primera temporada de una serie sobre la muerte.
Papá Fisher tiene una funeraria, fuma mucho y a los cinco minutos de episodio muere.
Ruth Fisher se queda viuda con tres hijos muy distintos. Nate, el mayor, independiente,
que no quiere saber nada de muertes; David, que trabaja en la funeraria, es gay y lo
mantiene oculto; y Claire, una adolescente pelirroja que juega con drogas duras y
relaciones tormentosas. A esta familia le sumamos dos más, los Chenowith y los
de tan perfecta, peligrosa. Todos, e insisto, TODOS los personajes de esta serie son
de un modo u otro infelices. Como tú. Como yo. Son personas más o menos afables,
que os hablaba, American beauty, profesaba un humor negro inherente a Alan Ball que,
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Jose Alberto Arias Pereira
en la sensibilidad humana. Ahora ríes, a los cinco minutos estarás llorando. Cinco más,
carcajada extra.
A dos metros bajo tierra compartía parrilla con Los Soprano, Sexo en Nueva York, Oz, The
Wire… todas series de pata negra sello HBO. Cuando nació en 2001 probablemente
de esta era: cinco temporadas imprescindibles, de aúpa. A dos metros bajo tierra se
planteó como cine independiente, y he de admitir que posee algunas de las secuencias
más poderosas que he visto en cine y televisión, si no las más poderosas. La muerte es
un tema universal, como el amor, que nunca hasta entonces se había tratado con tanta
todos a la vez, u odiarlos. Porque sus actores se convierten en ellos, dejan de ser Michael
C. Hall o Lauren Ambrose: son los Fisher. De Francess Conroy afirmó el mismísimo Arthur
Miller que era la mejor actriz viva de su tiempo. Peter Krause pasa de ser el personaje
más carismático al más incomprensible y odiado, todo esto sin dejar de ser natural
como él mismo. Michael C. Hall (ahora como el descafeinado Dexter) hace una de las
Griffiths, a la que vimos compartir pantalla con Toni Collette en La boda de Muriel. Lauren
Ambrose ha madurado y despuntado con su peculiar belleza hasta alzarse como hilo
Cinco temporadas. Sesenta y tres episodios. El mejor final hasta la fecha de la historia
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This is how it all
episodio comienza con una muerte salvo uno de ellos, sorpresa incluida. ¿Cómo se
por…todos en pie,Thomas Newman. Capítulos dirigidos por Alan Ball, Michael Cuesta y
Enfermedad. Locura. Amor. Sexo. Desprecio. Desamor. Gritos. Drama. Comedia. Sexo.
Pareja. Nacimiento. Dolor. Luto. Ironía. Trabajo. Terapia. Muerte. Duelo. Psicoanálisis.
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5. …ends
...ends
KM. 5
Sólo somos injustos de verdad
cuando sabemos que el amor
no pasará factura.
LUIS GARCÍA MONTERO
A María, sin duda
Cinco años más tarde, el cabello de Violeta volvía a ser, tal y como dictaba la genética,
hilo de baba le caía por la comisura de la boca hasta la camiseta donde se podía
leer Love hurts, there’s no glass. Nadie sacó nada en claro. Después de todo la chica
era excéntrica, de modo que el hecho de que en todos los cristales de su casa
estuviera escrito el mismo nombre no supuso una prueba irrefutable. Tenía los dedos
propia sangre. Murió sin despedirse de nadie. En la ventana de enfrente sólo había una
Él no está lejos. Alberto vive ahora en una institución para enfermos mentales.
Hay días en los que es el más cuerdo del lugar; otros, recoge con la boca cuanta lluvia
puede hasta que deja de llover y grita que su nombre es David. A veces le da por cantar,
dicen las enfermeras, quienes no reconocen las canciones de Caetano. No hubo Veloso
para ella, ni té rojo ni fotografías. Cada paciente de la institución tiene un enser personal.
Él dejó los libros. Alberto guarda, entre el elástico del calzoncillo y su piel, una foto en
blanco y negro que le hizo a una muchacha de cabellos violetas. Hay días en los que está
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Jose Alberto Arias Pereira
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...ends
con ella y le habla hasta que viene alguien y le inyecta la medicación y vuelve a tirar de él
para impedirle estar jamás con ella. Algunas historias están abocadas al fracaso. Nunca
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Jose Alberto Arias Pereira
LA RAMA VAGA
Supo que había sentido miedo cuando miró hacia atrás sin que ninguna causa lo
justificara. Ni rastro de Sofie. Le aterró pensar que se hacía viejo. Varios años atrás
no le hubiera inquietado estar solo. Sacó la pitillera y extrajo un cigarro con los
Descolgó la cazadora y cerró sin mirar atrás, sin echar la llave. Cuando
como él. O cuántos tenían licencia para matar libremente, con las espaldas
Le dio la bienvenida una nube de humo azul que ascendió hasta el exterior como
llegado aún.
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...ends
trompeta entre sus manos; olía a saliva y aceite. Chasqueó los dedos ante el ciego y
éste se puso al piano. Joan dio la entrada y, pasados unos segundos, su Tupperware
blues inundaba el local. Apretó la boquilla contra sus labios; ya no tenía escrúpulos ni
físicos ni morales. La pieza pasó con más pena que gloria en el ambiente desolado. La
dejó la trompeta donde la había cogido, estrechó la mano del Ciego y se sentó en una
mesa. Dos sillas más allá estaba la única persona que desentonaba en el Garciez. Joan
se sentó junto a la joven como hacía con todos los de su especie. Una muchacha de
rostro apagado a juego con la pared, varios cuadernos sobre la mesa y una gorra que
impedía ver sus ojos. Le contó que era escritora. Joan ya conocía a otros como ella. De
con la joven que no aguantaría tres noches más encerrada en ese antro, pero ella se
quitó la gorra y Joan pudo ver su alma reflejada en los ojos. Curiosamente, se llamaba
Alma y no era tan joven como aparentaba en principio. Estaba a punto de, en un ataque
de elocuencia, preguntarle qué hacía una chica como ella en un lugar como ése cuando
se abrió la puerta y apareció Dandee. Joan se excusó y fue a sentarse con él en la barra.
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Jose Alberto Arias Pereira
pese a meterse mierda desde los ochenta. Algún que otro diente le bailaba en la boca.
Una mata de pelo como heno seco coronaba su calavera, todo músculos sumidos en las
Joan le pasó una bolsita de plástico. Se quedó entre ambos, sobre la barra, con
—Sobre las putas dices, ¿no? Bueno, sobre las putas se dicen, se comentan
muchas cosas, ¿sabes? No te creas la mitad. Quieres saber quién se las está quitando del
medio, ¿no?
—No sé quién se las estás ventilando, ¿sabes? Bueno… sé quién está metido
—Te escucho.
—Capdevilla, estás poco hablador. ¿A qué ese interés por lo de las putas?
Joan extrajo la foto de Sofie del bolsillo interior de la cazadora. Llevaba una
—Se llamaba Sofie. Creo que la mató el mismo que a las putas.
—¿Ella no era puta? –Joan lo congeló con la mirada. –Vamos, ¿no era puta? ¿Te la
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...ends
Lynch Blues
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Joan sacó la pistola y le apuntó a los huevos; entonces presionó más y puso su
—Ni una puta palabra más que yo no quiera oír —amenazó en un susurro.
Dandee estaba lívido. En cuanto Joan retiró el arma, se llevó la mano al paquete
—No diré ni una palabra más, pero esa Sofie podría sorprenderte. Ándate al
tanto, Capdevilla, que el que avisa no es traidor. Y vuelve a apuntarme a los huevos y te
tiemblan las pelotas. Se tenía que cargar a uno de los chulos rusos de la Palometa. Le
pegó un tiro y le dio entre dos costillas. Fue a rematar, y en el pecho, pero no acertaba.
de la calle. Pues el muy maricón no la diñó, le dio a no sé qué parte del cerebro y ahora el
tío ni habla, y se lo hace todo encima. Una mierda de trabajo el del desgraciado ése. Se
—¿Dónde lo encuentro?
turcos! Ésa sí fue buena, hay que ver lo viejos que nos hacemos.
192
...ends
Pero Joan no esperó ni a que acabara la frase y se lanzó a la calle como poseído
Llegó al polígono en su Lancia Delta del 94, negro como una hondonada y hecho barro
por los años. No esperó a preguntar ni a esconderse, avanzó a pie entre los almacenes
ellas recelaban. Una de ellas, yonqui y puesta de mierda hasta las cejas, surgió de detrás
y les gritó a las demás: «No seáis, además de putas, hijas de puta. No uséis a ésta de
gente eran los únicos que no descansaban, pero al menos sería fácil distinguir al sicario
colombiano entre tanto chino. Joan pasó entre los camiones y los trabajadores sin que le
dirigieran una palabra, tal vez una mirada de soslayo. A la vuelta de otro edificio, todo era
silencio. La zona de descarga quedaba atrás. Joan encendió un cigarro. El suelo estaba
lleno de charcos de gasolina; se olía. Se miró en el reflejo del suelo y sólo encontró la
brasa naranja y un hilo de humo azul que se perdía contra su silueta. Le pareció ver
una silueta moverse en un callejón que se abría entre dos edificios de ladrillo y chapa.
Se acercó arrastrando los pies y desenfundó. Cuando estaba a dos metros escupió el
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Jose Alberto Arias Pereira
cigarro, deshizo su boca en una nube de humo y gritó a todo pulmón, «¡Lobo, hijo de la
gran puta, Lobo!», y en cuanto se volvió disparó dos veces. Entre ceja y ceja, él no erraba.
Cuando miró sus ojos, dos manchas plateadas, ya estaba muerto, y aún destacaba el
eco de los disparos. A lo lejos se oyeron motores alejándose. Los chinos no querían
problemas. El cuerpo cayó al suelo como un saco pesado con la cabeza destrozada. El
olor de la pólvora camuflaba ahora el de la gasolina. Joan sacó el teléfono e hizo una
Para cuando Larra llegó, Joan había hecho ciertas averiguaciones. Efectivamente, el
tipo abatido era el Lobo. Efectivamente, tenía una lista con nombres. Efectivamente,
el tabaco se acaba en los peores momentos. Junto a la lista de nombres había un sobre
lleno de fotografías, direcciones y demás anotaciones, aunque sólo le dio tiempo a ojear
las primeras.
—¿Qué tienes? Dime que es algo gordo, estaba en la cama… bueno, digamos
—El Lobo, el asesino de las putas. Échale un vistazo tú mismo –señaló con la
cabeza.
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...ends
hasta el coche y encendió los focos. Un camino de huellas carmesíes se dibujó entre él y
el cadáver.
—¡Hostia puta! ¡Joder, Capdevilla, joder, pero qué guarrada has hecho! ¿Has visto
—¡No! Es que no me hace ni puta gracia. Ahora va a tener que venir aquí hasta
el Tato a sacar muestras de debajo de las piedras. Pero tío, ¿y esto a qué viene? Nos lo
—Era un encargo.
—Es que no te haces ni idea del gilipollas que está a cargo del caso. Ahora tengo
que informar. ¿Qué digo, llamada anónima? Y llama a forenses, y despierta al juez, y a la
—Ya veremos, al menos es un trabajo. Sólo me llaman para cuatro mierdas, para
—Pero es que ya no tienes veinte años para meterte en estos berenjenales, Joan,
y te lo digo como amigo. Que hace veinte años te pegaban un tiro y lo mismo la contabas,
pero ahora…
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lo alcanzó en el aire. Estaba vacío. Larra se encogió de hombros y miró al suelo mientras
—Bien…
espalda!
Joan se volvió y agarró a Larra por el cuello. Acercó la cara hasta quedar a unos
centímetros de la del otro hombre, nariz contra nariz. En sus ojos refulgía una especie
196
...ends
presencia, ni vengas a hablarme aquí como si fuera un amigo ni nada por el estilo porque
te parto la cara. Dime, ¿te acuerdas de lo de Flaco o ya se te había olvidado? ¿A que jode,
segundos interminables hasta que cayó sobre sus propias manos. La mala suerte quiso
que diera con el charco de sangre del Lobo. Joan no se molestó ni en echar un vistazo
poco más que un contraluz deshecho en ese juego más de sombras que de luces.
—¡Capdevilla, estás como una puta cabra, hijo de la grandísima puta! –llegó la
favor!
—¡Me das pena, me dais pena! ¡Alicia me da pena, pero tú más! Tú estás loco,
Capdevilla.
El piso estaba tan frío como siempre. Seguía pareciendo un piso de soltero viejo y
amargado, aunque las paredes sabían que ahí vivían, que no convivían, dos personas. O
Alicia dormía como cada noche y Joan cerró la puerta y se quedó un rato delante
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Jose Alberto Arias Pereira
de la madera acariciando con las yemas de los dedos la superficie de barniz. Se quitó
ropa y arrojándola en el piso sin encender la luz. En esa oscuridad, las prendas parecían
montones de piel y él una serpiente agotada que volvía a mudar con el cambio de
estación. Llegó al cuarto de baño en calzoncillos, los dejó caer a sus pies y meó durante
hielo y piel de gallina, y fuera remordimientos y despierta y mañana será otro día. Se
lavó el pelo y la culpa. No usaba esponja, se frotaba con las manos ásperas cada rincón
de su cuerpo, pastilla de jabón en mano, y apretaba tanto que en lugar de espuma salían
escamas de Marsella. Antes no mataba. Durante todos sus años como policía sólo mató
una vez, no más. Desde entonces, se había convertido en algo inevitable; cada encargo
conducía a otra muerte, y lo único que Joan podía hacer era ducharse con agua fría para
quitarse el traje de culpa. La otra opción, la de beber para olvidar, le parecía demasiado
Salió de la ducha empapado y caminó descalzo hasta estar delante del espejo.
Se miró a los ojos hundidos de meter baza donde nadie más lo hacía y los dientes
amarillentos por la nicotina, como las yemas de sus dedos. Miró el vello canoso en el
pecho, pegado a la piel por el agua inmediata, y observó cómo los músculos habían
cobrado ese aspecto nudoso anterior al marchitamiento físico. Bajó la cabeza y se miró
la polla, que también asomaba como sumida por la vergüenza, que pendía sin fuerza
198
...ends
ni ganas de nada, que había perdido la batalla contra el tiempo. Salvo para Sofie. Se
llamado Bajo los puentes. Él veía una película de la que no había oído hablar en su vida
mientras Alicia dormía en la cama de matrimonio deshabitada. En una escena, una joven
acordó de la noche en que encontró a Alicia tirada en el suelo en un mar de pastillas que
Se echó a llorar.
Lo hacía siempre que mataba, siempre de noche, siempre solo. Luego volvía a
ser el mismo cabrón sin escrúpulos en que se había convertido, pero necesitaba esa
quedaban más colillas fuera que dentro del cartón, se levantó y se vistió con unos
de repente más antiguo y más pesado. Lo abrió y desplegó los papeles y fotografías sobre
la mesa. Encontró entre las imágenes de dos chicas morenas una de Sofie sin ser Sofie;
era Sofie, pero tenía el pelo negro e iba en lencería provocadora. Incluso en la penumbra
del salón resaltaba el rojo puta, como lo habría llamado su madre, o Sofie o cualquier
mujer decente, de los labios. No era una simple fotografía, se trataba de un anuncio de
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Jose Alberto Arias Pereira
contactos recortado con poca gracia de un periódico. Joan pensó cuánto habría costado
haber colgado esa imagen a color según las tarifas de según qué periódico, y todo le
pareció estúpido. Encima de esa Sofie de pelo negro y labios puta resaltaba su nombre
con una entereza aplastante: las curvas de la S como dos tetas enemistadas, la O como
la boca de una francesa que no sólo era francófona, esa F… cada letra como un secreto
desvelado sin pudor. ¿Y quién cojones era él para hablar de pudor? Siguió revisando los
papeles hasta que dio con su norte, su único motivo. Cuando lo último que le queda a un
hombre es una mujer y descubre que lo único que le quedaba a ella eran muchos hombres,
se plantea en qué punto se ha equivocado. Es más, cuando descubre que esa mujer era
la máscara para otra mujer, pero no una máscara necesaria y limpia de conciencia, sino
una arrastrada por el fango para ocultar a otra mujer, un hombre se pierde. Sofie no
era francesa. Eso podía doler mucho porque a Joan sólo le había hablado en francés
mientras él hacía como que entendía algo. Borró estos pensamientos de la mente e
intentó centrarse. Alguien le había mandado la nota, una hoja de papel arrancada en la
que el mensaje era claro: Han matado a Sofie. Y eso era todo, cuatro palabras venidas
de la nada. Había sido fácil creerla en ese instante y atar cabos, porque nadie estaba
asesinando a mujeres jóvenes salvo un desgraciado que limpiaba las calles de putas.
Joan había dado por hecho que Sofie estaba muerta, pero alguien le había enviado esa
nota. Miró la lista de nombres con sus correspondientes y algo le atenazó el pecho al
descubrir que la verdadera Sofie, la que era rubia y no era francesa, se llamaba también
Alicia. Alicia Aurora Prat. Como una revelación llegó el miedo a la duda de qué sería peor,
200
...ends
que Sofie estuviera muerta o siguiera en pie, esperando con sus piernas eternas y sus
Así pasó toda la noche. No es difícil imaginarlo como una silueta más del sofá en
el que naufraga.
Gris y despejado. Era una de esas últimas horas del día, cuando aún queda un poco
para que se oscurezca el cielo pero el sol ya se ha ocultado, cuando el cielo se ve gris
y despejado. El aire estaba eléctrico. Unas sábanas azotaban el cielo desde las cuerdas
de una azotea y los árboles vacilaban a los envites del viento. Joan entró en el edificio y
exigió al portero entrar en el piso de Sofie. El portero era viejo y menudo, con la cara roja
y arrugada como pocas caras se arrugan, y entre las comisuras de sus ojos resplandecían
dos manchas negras y vivas. Joan llevaba todo el día encerrado en casa haciendo lo que
todos los días, lo que se le suponía, en gran medida reflexionando sobre el siguiente
—No creo que esté. Yo hace por lo menos una semana que no la veo. Bueno…
—Venga, deprisa –apremió, y como el viejo había visto la placa no hizo más que
callar y apretar el paso. Nadie había tenido huevos de reclamarle la placa, ni un alma en
la comisaría.
El piso estaba vacío. Había un gato que salió disparado en cuanto vio la puerta
abierta. Pluto había muerto de pena, recordó Joan, claro que los perros eran más
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La rama vaga
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...ends
agradecidos que los gatos. Los gatos apestaban, y no sólo su mierda hedienta. Despachó
al portero y echó un vistazo alrededor. Se trataba de un piso pobre, con muebles pobres
y un tono de pintura macilento, pero dejaba entrever los sueños de una mujer. Muchos
cocina. Registró el resto del apartamento; ni rastro de Sofie, ni una triste fotografía. Se
Cuando salió del edificio ya era de noche. Tenía el coche aparcado frente a un
hotel, y gracias a la placa nadie se había molestado en llamar a la grúa. Entró y encendió
exabrupto, la nicotina llegando donde no alcanzaba mujer alguna, y echó la cabeza atrás.
Sólo quedaba una dirección. Esas señas era todo cuanto tenía para averiguar si Sofie
estaba viva, si estaba muerta y si había existido alguna vez. Bueno, eso y un paquete de
Fortuna.
Condujo hasta las afueras y tomó una salida a diez kilómetros de la ciudad. El coche
se había convertido en una nube de humo móvil con el reflejo que llegaba de la luz
de los faros. Al fin llegó a un pequeño claro donde se cortaba el camino, pero desde
ahí se distinguía lo que estaba buscando. Bajó del coche sin dejar de mirar la nave que
se extendía entre los árboles más próximos iluminada por una sola farola. La luz caía
como haciendo un charco en el suelo, y Joan avanzó con paso decidido en dirección al
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Caminó entre los árboles, chopos de hojas oscuras como la carpeta de un campo
se extendía por el cielo ocultando estrellas y luna. Se encontraba, pues, a la luz de una
farola. Las ramas se balanceaban al viento rozándole la cara, pero cuando notó la caricia
Se llevó la mano a la cara y se rascó, y justo mientras hacía esto descubrió lo que había
ante él. De una rama pendía una peluca negra y lisa, algo brillante debido a los reflejos
provocados por la farola. Sin duda se trataba de la peluca de Sofie, rubia, dorada, mitad
carne y mitad champán. Tiró de ella y se dejó caer al suelo, pero Joan no le hizo caso.
Soltó el cigarro que tenía en la mano y se quedó admirando la rama que segundos antes
servía de improvisado perchero. La rama pendía por debajo de las demás, como a medio
también a medio caer y con ese espíritu vago, si es que una rama o una polla podían
tener espíritu o algo similar. Luego le dio por pensar cómo había llegado a esa situación,
si la rama ya estaba medio partida, o si Sofie la golpeó mientras corría y la rama se quedó
a cambio con la peluca, o si el Lobo la llevaba en brazos y se había enganchado sin querer
entre las hojas del chopo. Pensó largo y tendido delante del álamo fijando la atención
en esa rama irregular como si supusiera en ese instante la clave para descifrar todos los
enigmas del universo. También como si esa rama pudiera hacerle mantener la cordura
en su fragilidad.
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Al fin se decidió a avanzar. No tuvo que dar muchos pasos para empezar a adivinar
el cuerpo tendido en el suelo, junto al charco de luz un charco de sangre. Sofie reposaba
en el suelo con la cabeza abierta, los ojos abiertos y las piernas abiertas, más accesible
que nunca. Más rubia que nunca. Joan tragó saliva y se arrodilló a cerrarle los ojos. Se
quitó su vieja chaqueta y la tapó como si aún pudiera tener frío; también Alicia había
Joan Capdevilla descubrió que después de eso nunca volvería a tocar el saxofón
del mismo modo, y que tal vez nunca averiguaría cómo había llegado esa nota a su
despacho ni quién había dado las órdenes. Ni siquiera se molestó en entrar en el almacén,
donde había diez cadáveres más, tres de ellos con los tacones de aguja aún puestos.
En ese mismo instante la vida eran una puta muerta y una chaqueta vieja exentas de
concesiones.
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que dejaste tu vida en mis manos (en mis manos una cuchilla).
de ayer en tu cuarto.
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MELANCÓLICA PIEDRA
Llegó la oscuridad, y con ella, una lágrima corriendo por su mejilla. Las gárgolas también
lloran.
¿Crees en el amor a primera vista, en ése que te deja ciego, que te desarma, que no da
opción, en ése que surge de golpe y arde –porque el amor siempre arde –hasta consumir
a las personas?, te pregunto. Porque si no, es estúpido que sigas leyendo mientras
Parece ser que la cosa va de preguntas. Ahora quiero saber si crees en la magia,
la superchería, las leyendas… si crees que las gárgolas pudieron existir en cualquier
momento de la historia y que, efectivamente, se aliaron con los humanos para combatir
a otro enemigo. Podría llenar cientos, tal vez miles de páginas hablando sobre las
gárgolas, sus clanes, sus costumbres y maldición. Y ahora no me vengas con esto de
que no, de que son cuentos antiguos como los de las sirenas o los minotauros. Entonces
me veré obligado –y mira que esto queda feo— a llamarte estúpido, porque si sigues
leyendo es porque ha colado lo del amor a primera vista, y alguien que tiene fe en algo
tan abstracto no puede ser cerrado de mente y negar a las gárgolas y las maldiciones.
Y tú, persona de fe donde las haya, por pura inercia asumirás que yo soy atemporal
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sin hacer preguntas, que soy omnisciente y omnipresente. Vamos, que soy todo aquello
que lleve la raíz omni—. Conozco cientos de historias, miles si rasco en las cavidades de
mi cerebro, pero tan sólo una de amor a primera vista, porque –y ahora no me peguéis
En los albores de la Edad Media pocos eran los clanes supervivientes de gárgolas.
Extintas en Oriente y el continente americano, quedaban dos grandes castas, casi razas
distintas que permanecían separadas por los siglos y la distancia: la africana y la europea.
Esta última, a su vez, se encontraba reducida a varios clanes a lo largo de Francia, uno
perdido cerca del fin del mundo, en Finisterre, y varios en tierras celtas y bárbaras, allá
en las extensiones de hielos, cabelleras rubias y ojos azules de los mares del norte.
Las historias de los perdedores suelen ser más grandes que las de los ganadores;
por eso me centraré en el clan de Finisterre, oculto entre el torreón de un macizo al que
ascendía la bruma marina portadora de gritos en los espejos de su niebla. El clan estaba
formado por veinte miembros, once hembras. Para quien no haya oído hablar jamás de las
gárgolas, creo que en pocas palabras se podría decir que eran como humanos provistos
de alas, pero no las alas que nos ha mostrado mil veces esa imaginería religiosa, blancas,
de huesos y músculos cubiertas con la misma piel que el resto del cuerpo. Con el batir de
estas alas dos veces, una gárgola ascendía más de tres metros desde el suelo. Tampoco
se trataba de ese vuelo grácil y correoso en el marino del cielo, sino un movimiento
agitado y violento que hacía estremecer el cuerpo de arriba abajo continuamente. Por
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lo demás, eran bastante similares a los humanos; más altas por lo general, más fuertes,
la piel más oscura y dura, dedos más próximos a garras que a dedos…
en piedra. Las criaturas aladas pasaban los días en forma de estatuas en lo alto del
piedra se hacía trizas y la roca volvía a convertirse en carne y hueso. En eso consistía la
En las aldeas más próximas al torreón en el que vivía dicho clan corrían las
habladurías. Que si las gárgolas eran criaturas de naturaleza violenta, que si eran
inmortales, no tenía alma, atacaban a los humanos cuando tenían hambre, curaban
sus heridas cada día… no es mi tarea ahora determinar cuáles eran ciertas y cuáles no.
Paradójicamente, los guardias de la aldea y soldados que trabajaban para el señor más
próximo habían llegado a un acuerdo con las gárgolas. Los unos se darían protección a
los otros, humanos durante el día y gárgolas durante la noche. De este modo, era fácil
descubrir todas las noches las siluetas negras sobrevolando los poblados.
Había una sola gárgola que no se acercaba a las casas de los humanos. Sufría
ella. Cómo le brillaban los ojos, cuánto soñaba, cuán impotente se sentía. Era alto,
de espaldas portentosas, cabello negro y largo, nariz ancha, mentón cuadrado y ojos
negros y profundos. Apenas sonreía, apenas hablaba. Cuando volvía a la vida cada
con el mar, sobre el faro que había en los acantilados. Desde allí contemplaba la luna, el
Ella se llamaba Elisa. La vio por primera vez una noche de luna amarilla y grande
en la que su cabello despedía destellos dorados pese a ser tan negro como la noche.
Bajó del faro en silencio, planeando en círculos, y posó los pies en la playa en la que ella
enamoró. A primera vista. Ella, por su parte, se dio cuenta de la presencia de una sombra
inmensa, pero no hizo nada por esconderse. Lo miró a los ojos y comenzó a respirar con
Halló dos ojos, dos mapas blancos y brillantes en medio de la negrura. Se perdió en la
negrura.
Los hombres son más dados a quebrantar su honor, sus pactos, que las gárgolas,
probadamente leales durante siglos. Tal vez por ese motivo fueron desapareciendo,
porque, y ésta es una idea personal, el mundo está hecho para que sobreviva el más
fuerte, y en la mayoría de los casos fuerte y falto de escrúpulos son sinónimo. Los
tan crueles y tan faltos de escrúpulos como ellos, y las gárgolas cumplían sobradamente.
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Las gárgolas seguían su vida, sus guardias nocturnas, como hasta entonces.
Goliat, por su parte, no daba tregua a sus escapadas. Bajó a la solitaria playa de arena
blanca con la melancolía a punto de estallarle, y entonces la vio aparecer. Se acercó
van desnudas, y dejó caer sus ropajes sobre la arena, mostrando las curvas, los pechos
firmes, la piel morena para estar tan al norte y el cabello ondeando, abatido, totalmente
rendido. Goliat la olió, olfateó con los ojos cerrados y el rostro, la calidez de sus hombros
desnudos. Olía a almizcle, caro, traído de lejos. Ella tocó cuanto se podía tocar y aspiró la
aspereza de sus músculos anudados y el olor antiguo a fuego y humo, a hombre frente
Cuando se metieron en el agua la luna los coloreó por igual. Nadie que los hubiera
Al alba, todos los hombres esperaban frente al torreón, ocultos entre la maleza
con armas tan contundentes como su decisión. El miedo a lo desconocido era mucho
mayor que el respeto o los años compartidos. Cuando las gárgolas adoptaron sus poses
de estatuas, aún ignorantes de su pronto destino, sin haberse podido despedir de los
mundo, cuando las gárgolas adoptaron sus poses de estatuas los hombres ascendieron
como una manada rabiosa por el monte hasta alcanzar un torreón desprovisto de
resistencia. Las gárgolas habían depositado toda su confianza en los seres que ahora
destrozaban con mazos y espadas, haciendo añicos rostros legendarios y alas que jamás
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Elisa no pudo hacer nada ante la marabunta enferma. Si Goliat hubiera estado en
la torre, probablemente habría gastado hasta el último suspiro por impedirlo. A Goliat lo
humana a la que había conocido y subió a lo alto del faro, desde donde era posible ver
el paisaje en todas direcciones. Se quedó meditando para sí mismo, como otras tantas
noches, y se propuso también tratar de ver el sol, comprobar si Elisa había actuado
sobre él de algún modo. Se descubrió encontrando los primeros tonos naranjas, pero al
contacto del sol con sus pupilas éstas se volvieron pétreas, insalvables.
observó un buen rato hasta que decidió bajar, aunque ella lo obligó a subir de nuevo
con su carga entre los brazos en lo alto del faro, donde hombre alguno no fuera capaz
de subir. Ella no se anduvo con rodeos. Avergonzada, turbada, contó la traición de los
hombres contra las gárgolas. Goliat salió de su enfermizo estado de placidez melancólica
tanto, la pobre humana observaba entristecida a sus pies. Goliat voló alrededor del faro
en grande círculos, sobrevoló las aldeas más cercanas y advirtió que ni una luz, ni un
haz de humo emergía de casa alguna, como si los humanos temieran la venganza de
un inesperado superviviente. ¿Cómo iban a saber ellos que había exactamente veinte
gárgolas? Llegó así Goliat con su feroz aleteo al torreón donde reposaban sus compañeros
hechos trizas. Pensó por un instante en los huevos y fue a buscarlos a la mazmorra en la
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que los ocultaban entre montones de paja. Había tres y estaban intactos, pero ¿de qué
serviría? Tres criaturas avocadas a la muerte sin una madre que cuidara de ellas. Tras el
descubrimiento, llegó la desesperación: era el último del clan. Estaba solo. Tras ésta, la
asimilación, y de este modo se sucedieron varias fases que concluyeron en el que era su
Cuando volvió al faro, Elisa esperaba tendida. Había transcurrido casi toda la
noche. Estoy solo, dijo él, me tomaré venganza. Te matarán, son todos contra ti. Tu raza
me ha traicionado, Elisa. Dijimos que nada de razas… llévame contigo, vamos lejos de
Ella lloraba y su voz no era más que un dolor agudo ahogado en la garganta,
—Goliat.
—Elisa.
—Bésame.
Goliat la tomó entre sus manos, una sobre la cintura y otra tras la cabeza y la
besó como nunca. Sentía su nariz pequeña hundida en el pómulo angulado y la boca
intentando aspirarle la parte humana que había en él, y así, en medio de un beso se
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despidió para siempre de ella cuando el sol lo volvió a su forma natural. Elisa sintió la
piel transformándose en piedra gris y dura que se colaba en su nariz y boca dejándola
sin respiración. Pero no murió resignada, sino melancólica, y los cuerpos coronaron el
faro durante todo el día sin que nadie lograra alcanzarlos, tal vez ni siquiera advertir su
presencia.
Llegó la oscuridad, y con ella, una lágrima corriendo por su mejilla. Las gárgolas también
lloran. Goliat descubrió el cuerpo inerte de Elisa y justo en ese instante, cuando lo
contempló inmóvil entre sus brazos, cuando lo apartó del beso más largo jamás dado,
se dio cuenta de que su idea de soledad estaba equivocada. Depositó a Elisa sobre la
Dio un último rugido y emprendió el vuelo mar adentro. Volaría tratando de huir
del sol en una carrera imposible hasta que un rayo esquivo lo convirtiera en un ícaro
olvidado.
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gentes
Noches in
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SINTOMÁTICOS (posdata)
PD: supongo que os habéis quedado con las ganas de saber qué fue de mi amigo. No,
no es un Asperger, dice que ha realizado unos tests para comprobarlo tras recibir mi
carta y que no lo es, aunque eso no quita que los resultados hayan quedado en el límite,
mi amigo escritor sigue siendo un genio para mí, puedo admirarlo y querer ser como
él. Os contaba que a él le había pasado algo muy común, sí, se había enamorado o algo
parecido. Ahora mi amigo está destrozado, ella se ha ido con otro joven y tiene miedo
por si ella enseña las fotos en blanco y negro de su polla semierecta, o peor, que ahora
se las haga al otro y que él sepa que su tarta favorita es la de cereza y que tiene siete
aunque no quiere decirme nada de su corazón roto porque suena cursi, está más que
destrozado. «El amor es una especie de viruela, Jose, deja cicatrices por todas partes. A
mí me repugnan las cicatrices por la viruela.» Dice que total, para pasarlo mal prefiere
suicidarse. Yo ahí no caí, espero que vosotros tampoco, porque mi amigo es muy franco
y valiente, y no haría un acto «tan cobarde y tan incoherente como pegarme un tiro o
colgarme de una lámpara para que se haga un desconchón en el techo y lo más que logre
sea dar un susto a mis padres», de modo que, concluye, a partir de ahora seguirá el primer
mandamiento de Onás, que para gozar nacimos con dos manos, y él es ambidiestro.
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Las imágenes pasaban a cámara lenta ante sus ojos, como en una de esas antiguas
cabeza gacha intentando vislumbrar su revólver de doble cañón. Al otro lado, Miles
que desprendían sus ojos. Los reflejos contaban muchas historias: hablaban de ira, de
por segunda vez, y éste elevó su mirada. Por un momento los destellos en los ojos de
sin ideas.
—Todos los hombres a los que he matado suelen hacer esa última pregunta –
—Así que por la muerte de Liz, ¿eh? Liz a secas, ¿sólo la llamaban Liz?
cicatrices del rostro, un mero decorado en su imagen. No recordaba dónde se las había
hecho. Y Liz… mataba por Liz, por supuesto, pero sólo recordaba ese nombre de pila:
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Liz. Ni Elizabeth, ni Lizzy, ni un puto apellido. Una curva, el calor de su vientre y un pecho
—Cierra la boca o haré que recojas tus dientes uno a uno del suelo para después
tragártelos. Me basto con una idea: alguno de vosotros, hijo de la grandísima puta,
acabó con Liz. ¡Mira por dónde, pero por ahí viene otro recuerdo!
Morrison. Una fotografía grande mostraba a una joven en medio de un charco de sangre
—¿Sabes cómo murió? ¡Responde, maldita sea! ¿Te digo cómo murió?
—¡No, no, no lo sé, no lo sé, yo no lo hice! –gritó Morrison cuando notó el metal
—Yo no hice nada, no conocía a Liz, y creo que tú tampoco –sugirió Morrison con
voz serena.
—La amas con locura y no sabes nada de ella… ¿Es eso normal?
Claro que no era normal. No sabía nada de ella, y si hubiera sido algo de una noche
no sentiría tal dolor. Y el amor loco, la pasión enfermiza era algo en lo que cualquier
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—Tú eres el sexto, ¿pero quién me ha hecho esto? Nadie puede modificar los
—¿Acaso tienes más recuerdos? –inquirió Morrison. –Yo sólo puedo recordarte a
—Yo tengo un leve recuerdo de Liz, la hoja del periódico y una lista con vuestros
—Pues el mismo que ha hecho que mi pistola esté a dos metros de mí, el mismo
—¿Conoces su nombre?
—¿Y cómo podemos llegar hasta él? ¡Ah, no es tan complicado! Nosotros venimos
mientras alejaba el cañón. En la frente de Morrison había un aro dibujado por la presión
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Estoy enfermo. Llevo así demasiado tiempo, con un síndrome del que no le he ha-
blado a nadie y del que no pretendía hablar porque ni siquiera sabía explicarlo.
los ojos abiertos en una biblioteca, rastreando tomos, pasando las ye-
mas de los dedos por encima de los libros, ansiando poder leerlos to-
Veo películas y se me encoge el corazón como nunca lo había hecho. Creo que
la primera vez que me pasó fue hace varios años con American beauty. Esos síntomas
la convirtieron en mi película preferida independientemente de que haya otras mejo-
res, que las habrá. Recuerdo los pétalos caer sobre el cuerpo de Mena Suvari, el rojo
intenso de la sangre envolviendo la pantalla, una bolsa de plástico danzando con las
tro enamorado más veces de las que debiera sin darme cuenta de que los ojos están
acuosos, y parpadeo varias veces hasta que la piel lame el agua y deja el globo seco.
Oigo canciones que antes, cuando me creía de piedra, no habrían pasado más
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hubiera aprendido a oír con esa parte del cuerpo, como si fuera necesario oír. En-
tonces las vuelvo a oír, repito las veces que haga falta hasta que el vinilo imagina-
rio que tengo en la cabeza empieza a adquirir el tono clásico de los grandes hits de
la música, y entonces, cuando pasa el tiempo y suenan esas canciones, aunque sean
los primeras notas (tan tramposas como las de Newman) mi corazón se pone a mil.
Y se pone a mil cuando escucho algunas voces y veo a algunas personas, algo irra-
cional. Voy por la calle, me cruzo con su rostro y me invade un mareo que me obliga a parar.
Miro las fotos, las revisito cuantas veces hagan falta para impregnar mis retinas de instantes.
Pensaba simplemente que cada vez estoy más blando, que el tiempo car-
mo, y me abrumas. Con cada silencio, con cada palabra, con cada cábala...
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A la mañana siguiente salió mucho más temprano de lo normal. Se fue como una exha-
lación, sin desayunar, sin decir adiós, sin esperar a que los demás estuvieran prepara-
dos para abandonar la casa. Se dirigió a la plazoleta, tomó una calle a la derecha y si-
guió su camino hasta plantarse frente al portal de Adriana. Llevaba la mochila medio
vacía porque no había atinado a recordar los libros que le tocaban el lunes. Por si fuera
poco, en su cara destacaban dos ojeras oscuras por la noche inquieta a causa de los
La puerta se abrió varias veces antes de que saliera Adriana. En tres ocasiones
se trataba de padres que acompañaban a sus hijos al colegio; otra, un jubilado que sa-
lió a comprar el periódico y a los cinco minutos volvió a entrar con él bajo el brazo; al
fin salió Adriana. Nada más salir por la puerta se percató de la presencia de Damián y se
quedó muy quieta con las manos agarradas a las asas de la mochila.
Ni sonó decidido, ni falta que hizo. El tono casi suplicante, la mirada desde arri-
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lo llevó calle abajo. Él la siguió sin protestar y sin abrir la boca. Al final llegaron a una
sala de recreativos que habían cerrado varios años atrás donde ahora se acumulaban el
—Sí, yo…
Adriana comenzó a jugar con el rizo que le caía por delante del hombro, enre-
dándolo y desenredándolo entre los dedos índice y corazón. El azul de su blusa desta-
—Adriana, me gustas. Me gustas más que nadie que haya conocido jamás, es
como si cada vez que te viera el mundo se parara, y aunque es algo que todo el mundo
dice a menudo cuando se enamora es verdad, porque el mundo se para. Dejo de oír y
dejo de oler, y no dejo de ver porque te tengo a ti delante, pero podría estar rodeado
de llamas y no darme cuenta. Todo eso me pasa cuando te tengo a mi lado. Y creo que
eres la única chica con la que puedo hablar sin que me tiemble la voz y sin sentirme es-
túpido, y por eso quiero salir contigo, y con el simple hecho de estar aquí los dos, a so-
las, es más que todo lo que puedo esperar —quiso decir él, aunque se quedó sin habla.
Los primeros besos son siempre extraños. Damián y Adriana, rodeados de su-
ciedad en un local abandonado en el que se suponía que no debían estar, lejos de cual-
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quiera que pudiera advertirles de la fuerza del primer beso y las consecuencias que
puede acarrear, se besaron sin mediar palabra. En realidad fue ella la que lo besó, la
que acercó sus labios tiernos y secos a los de él, la que le acarició la mejilla con una
mano mientras se aferraba a sus dedos con la otra, la primera en cerrar los ojos y sen-
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que no, que en realidad ése no es su apellido, que se lo cambió porque se enamoró de
soberana estupidez cambiarse de apellido por eso. Se puso a reír como un loco, creía
que era una broma. No lo era. Ese Luis Medeiros llegó a Granada hace dos años por-
que alguien le contó que no se vivía mal en la ciudad. Por lo visto no hace nada, no
trabaja, no estudia, nada. Le pregunté cómo vivía, entonces, y me dijo que mendigaba
o que practicaba sexo por dinero. ¿Eres un puto?, le pregunté, y él me miró y volvió a
echarse a reír como antes. No bromeaba. Creo que me ha caído mal, pero aún no lo
sé. Mañana lo sabré. Yo creo que nunca sería capaz de vivir a cambio de sexo, aunque
ahora que lo pienso es lo que he estado haciendo estos últimos meses en casa de Oli-
via. Pero a Olivia le gusta follar conmigo, y creo que le gusto. Hace dos días, después
del segundo polvo, después de que se corriera, después de que me clavara las uñas y
me dejara marcas de medias lunas en la piel, se me quedó mirando muy fijo, justo a los
ojos, y se lo vi escrito en las retinas. Vi las dos palabras como si se las hubieran meca-
nografiado con una máquina minúscula, y entonces sonrió y colocó la lengua bajo las
francés, y le metí la lengua hasta el fondo y noté el calor de la suya, que me evitaba en
una especie de juego. Así se le olvidó. Tengo miedo de que se acuerde un día de estos.
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corro cerca de unos perro-flauta. Los perro-flauta son lo peor, al principio hasta parecen
interesantes, pero al cabo de unos minutos, si no están borrachos te das cuenta de que
tienen piojos del tamaño de uvas pasas. Marion sacó un libro de poemas de Bukowski
y empezó a recitarlo con voz muy suave, como ella sabe, pero decía palabras sucias y
guarradas y tacos, insultos y palabrotas que me pusieron palote. Creo que se dio cuenta,
porque dejó de leer y se sentó encima de mí. Lo hace continuamente, se sienta encima
de cualquier tío como si fuéramos sillones, y no le importa que tengan novia o que sea
con el que folla su mejor amiga. Olivia nos miraba y no decía nada, ella no es celosa y me-
nos con Marion, pero lo que no sabe es cómo apretaba el culo su mejor amiga. Creo que
tardé dos minutos en venirme. Luego me puse triste. Pensé en Olivia, en cómo nos mi-
raba y sonreía, pensé en Luis Medeiros, que tenía que hacer de tripas corazón y poner la
polla o el culo o lo que se presentara para poder comer, pero lo que más triste me puso
fue recordar a Marion leyendo a Bukowski. No hay cosa más triste en el mundo entero.
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Se desgració su sonrisa. Desde la muerte de Paulo, nunca volvió a ser la misma, nunca
volvieron a ser las mismas ni ella, ni su sonrisa. Tenía un toque amargo. Siempre surgía
de medio lado, como sin ganas o con vergüenza o sin decencia. No enseñaba los dientes
apenas, tal vez el filo de la paleta blanco como la cal viva. Y los labios se recogían hacia
dentro para dejar de ser eróticos. Tenía 23 cuando me enteré de que las sonrisas pueden
cambiar, de que las personas hacen más en los rasgos humanos que los porcentajes
perdidos de genes inútiles. Por eso la sonrisa de Amelia no era como la de su madre
través de los besos. Tal vez las sonrisas se contagien, y las bocas de ambos encajaban
y se necesitaban. Por eso la sonrisa de Amelia empezó a añorar los labios secos y casi
eso yo la hago sonreír, aunque no sonría como lo hacía con Paulo, pero hay ocasiones
en las que creo que lo logro y sus labios dibujan media luna. Tal vez se deba a lo que
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Bésame mucho
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Malas temporadas
Soy yo.
Una amiga escritora me dijo algo así como que el mejor personaje
largas en el cine.
No hay tiempo para nada. Para traducir, para leer, para ver series
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Los Tristes
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Si llueve…
Es curioso, pero no fui capaz de derramar ni una lágrima en mucho tiempo. Una
lloviendo y el agua caía por los cristales. Empecé a llorar y estuve así varias horas. Los
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