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El problema de los teléfonos. La aventura del transistor había empezado en 1945, cuando el director
de Bell, Mervin Kelly, se propuso encontrar una solución definitiva al problema que, desde hacía medio
siglo, atormentaba a los constructores de líneas telefónicas (la sociedad Bell había sido fundada por
Graham Bell, quien se había adelantado al italiano Antonio Meucci en patentar el invento del teléfono).
Para hacer cada vez más amplia la longitud de las conexiones era necesario disponer de amplificadores
de la señal a lo largo de toda la línea, puesto que en distancias largas ésta se debilitaba
progresivamente. Hasta aquel momento, la única alternativa existente eran los amplificadores de
válvulas, los mismos que equipaban radios y televisores.
Sin embargo, las válvulas generaban constantes problemas: abultaban mucho y eran muy delicadas
debido a su contenedor de vidrio, requerían mucha energía eléctrica de alto voltaje y producían
demasiado calor. La distribución de estos amplificadores por todo el territorio, en lugares aislados y
abruptos, o en el fondo marino, acarreaba muchos inconvenientes.
Por ello, Kelly encomendó a su físico teórico más brillante, William Shockley, la búsqueda de una
solución basada en una extraña clase de materiales llamados semiconductores, es decir, sustancias
que, según cambiaran las condiciones, podían comportarse como conductores eléctricos o como
aislantes. Estos semiconductores ofrecían grandes ventajas: trabajaban con corrientes y tensiones bajas,
se recalentaban muy poco, eran pequeños y muy compactos y, sise caían al suelo, no se rompían.
Skockley consideró oportuno contratar también a Bardeen, otro físico teórico, y a Brattain, investigador
muy apreciado por su capacidad para construir o reparar cualquier cosa. Pero estos últimos se
compenetraron rápidamente, aislándose cada vez más de Skockley.
La revancha. Pero el transistor de contacto era de difícil construcción, lo que le dio a Shockley la
oportunidad de tomarse la revancha. Era capaz de reinventar él solo el dispositivo en el más absoluto de
Revista Newton Texto Giovanni Siniscalchi
los secretos. Para ello, trabajó en su habitación del albergue de Chicago y continuó en casa. Al
amanecer del 23 de enero de 1948 se encontraba sentado en la mesa de la cocina, tras la enésima
noche de insomnio rellenando folios. El último de ellos contenía el dibujo del transistor sandwich que
revolucionaría el mundo.
En efecto, el transistor de Skockley era como un emparedado, en el que el pan había sido sustituido por
unos semiconductores con exceso de electrones y en el que en lugar del jamón se encontraba un
semiconductor que, por el contrario, aportaba carencia de electrones. Este último tenía la función de
actuar como un grifo: las pequeñas variaciones de corriente que se le enviaban ( la señal que se debía
amplificar) generarían grandes cambios de corriente entre los estratos externos (la señal amplificada). El
principio de funcionamiento era también diferente al del transistor de Brattain y Bardeen. El 18 de febrero,
Shockley se lo enseñó a sus asombrados ex compañeros.
La presentación del transistor en los mercados mundiales la propició otra aplicación. La radio. Fue en
1954, cuando Texas Instruments fabricó la primero radio de transistores, capaz de funcionar con pilas, lo
que abría un nuevo horizonte para la música y las noticias que, a partir de ese momento, se podían llevar
encima.
Mientras, los tres hombres que habían creado este ingenio se distanciaron definitivamente. Bardeen se
trasladó a la Universidad de Illinois en 1951. cuatro años más tarde Shockley cambió su vieja furgoneta
por un Jaguar descapotable, se divorció de su mujer y fundó una empresa de semiconductores. Brattain
se quedó en Bell hasta su jubilación. Sólo en 1956 los tres físicos que cambiaron el mundo se volvieron a
encontrar, en Estocolmo, con ocasión de la entrega del premio Nobel, que les fue otorgado de forma
ecuánime a los tres. Rivalidades aparte.