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EL CORREO
Jueves 28.10.10
EL CORREO V03

LÁGRIMAS DE

Los kleenex
ESTADO
Pérez Reverte llamó
«perfecto mierda» a
Moratinos por llorar en
su despedida, pero no ha

del poder sido el primero en echar

el ‘moco’ en política.
Hay muchos más
:: FRANCISCO APAOLAZA
Don Juan Carlos.
El Rey no ha podido evitar
emocionarse en varios funera-
les de Estado.

Hillary Clinton consiguió

cambiar las encuestas de
voto en las primarias de
EEUU después de una
llorera en 2008

los talibanes, se dejó humedecer los ojos

José María Aznar.
«Me puedo ir de muchos sitios,
pero no de éste». Aznar lloró en
su despedida de San Sebastián.
La Dama de Hierro.
Se ablandó en su adiós como
primera ministra de Reino
Unido.
Arias Navarro.
Uno de los hombres más duros
del Régimen, lloró con aquel
‘Españoles, Franco ha muerto’.
El presidente brasileño Lula Da Silva es conocido por sus sollozos. Este tuvo lugar en 2009 cuando dio a conocer que Río de Janeiro sería la sede de los Juegos Olímpicos de 2016. :: AFP
en varias ocasiones, entre ellas el quinto
aniversario de la toma de Bagdad –lo acha-
caron a que fue consciente de haber perdi-
do la guerra– o los frecuentes homenajes a
los veteranos de su ejército. Escuchaba el
himno ‘God Bless America’ y se ponía
como una magdalena. Muy patriótico.
Otros más recientes han echado ‘el
moco’ por diversas razones. Alberto Ruiz
Gallardón dio un buen mitin en la presen-
tación de un libro sobre Manuel Fraga Iri-
barne –otro proclive al moqueo–, en 2007.
«A mí en política sólo me gustaría una cosa
y es que el día que yo me retire, mis hijos
me pudieran mirar con la misma gratitud
con la que yo miro a Fraga». Se llevó un
dedo a la boca, se le humedecieron los ojos
y tuvo que esperar para volver a retomar su
discurso. La situación de Ricardo Costa en
2009 era otra más amarga. El entonces se-
cretario del PP valenciano era apartado de
su puesto por su presunta implicación en
el ‘caso Gurtel’. Después de una reunión
con el presidente de la Comunitat Valen-
ciana, el joven político se deshizo en sollo-
zos ante su marcha. Una rabieta.
Hasta los más duros son humanos, eso
nos dice la historia. Y generalmente, ter-
minan llorando cuando se van. Piensen en
una política que nunca hubiera dejado que
las emociones interfirieran en su trabajo.
Una auténtica dama de hierro... Bien, Mar-
garet Tatcher también tuvo que echar
mano de un kleenex, justo en su despedida
como primera ministra del Reino Unido,
cuando fue sucedida por John Major tras
once años en el cargo en los que, entre
otras demostraciones de poder, reprimió
huelgas masivas, ahogó a los sindicatos y
pisoteó a Argentina en las Malvinas. Y ter-
minó entre amargos lamentos.

M
iguel Ángel Moratinos,
el extinto ministro de
Asuntos Exteriores, al
ser relevado, no pudo
terminar de un lance la
lista de agradecimientos
y lloró como un niño. El político que nave-
gó en la alta tensión entre Israel y Palesti-
na, el diplomático tranquilo, se derrumbó.
«Es humano», dijo la mayoría, pero Arturo
Pérez Reverte dinamitó el debate cuando
en su cuenta de Twitter escribió que «Mo-
ratinos adornó su retirada con un lagrimeo
inapropiado. A la política y a los ministe-
rios se va llorado de casa». Reiteró que «gi-
moteando, se fue como un perfecto mier-
da». Y se lió. Una manada de ‘tuiteros’ des-
cargó sus iras ridiculizando al escritor.
Si se tira de hemeroteca, Moratinos no
es el primero de los mandatarios que sollo-
za en público y muestra, descompuesto y
con un nudo en la garganta, que es una
persona de carne y hueso. Desde que Boab-
dil llorase como mujer lo que no supo de-
fender como hombre (según le dijo su es-
tricta madre tras la toma de Granada en
1492), decenas de políticos han tenido que
echar mano del pañuelo.
En España, los llorones han sido legión.
Hasta Franco fue uno de ellos en algún
momento. Dos años antes de ordenar la
ejecución de cinco presos, el menudo dic-
tador llegó a gimotear en el funeral de Ca-
rrero Blanco, asesinado por ETA en 1973, la
ceremonia en la que el gallego dijo aquello
de «No hay mal que por bien no venga»,
probablemente su sentencia más críptica.
Cuando su pequeño cuerpo dejó de funcio-
nar, llegaron por televisión las primeras lá-
grimas en directo. En la calle, la mayoría de
la población enfriaba una botella de cava
mientras, en la pequeña pantalla, Carlos
Arias Navarro lloriqueaba sobre la historia
de España y decía, compungidísimo, su fra-
se histórica: «Españoles, Franco ha muer-
to».
Al margen de funerales, entierros y
otros sitios dedicados al lagrimeo, la demo-
cracia española ha dejado algunos llantos
históricos de tirios y troyanos, duros y
blandos. Adolfo Suárez se emocionó en su
discurso de despedida ante la nación –«Me
voy, pues, sin que nadie me lo haya pedi-
do»– y puso el nudo en las gargantas de
medio país. José María Aznar, uno de los
presidentes de hierro en la historia recien-
te de Europa, el de la mano dura contra
ETA y la Guerra de Irak, perdió la compos-
tura en 2004 cuando, en vísperas de las
elecciones del 14-M, se reunió con los con-
cejales populares en San Sebastián. «Me
puedo ir de muchos sitios –dijo–. Pero de
este no». Y se echó la mano a los ojos. Las
primeras impresiones no siempre son acer-
tadas. Su amigo, George Bush, el azote de
Julio César y una rabieta en Gades
Uno de los primeros casos
de llantina que se conocen
lo protagonizó el propio
Julio César en Gades. Co-
rría el siglo I a.C y el roma-
no, llamado a ser el jefe
supremo de la tierra, reci-
bía un importante cargo
político en la provincia de
la Hispania Ulterior. En
un viaje, el treintañero se
pasó por el Templo de
Hércules, en la actual Chi-
clana (Cádiz) y vio un bus-
to de Alejandro Magno. Ju-
lio César se dio cuenta de
que a su edad, el conquis-
tador macedonio era el
dueño del mundo y él, en
comparación, no había lle-
gado a nada. Cuentan que
lloró amargamente a los
pies del busto, sin saber lo
que el destino le deparaba.
Lágrimas por la Casa Blanca
La mayoría llora cuando se va. Otros, antes
de llegar. Estados Unidos, capital mundial
de las encuestas de opinión, fue el escena-
rio de un duelo de lágrimas entre dos gi-
gantes que se disputaban la candidatura
demócrata. De un lado, Barack Obama, el
genio del carisma, el hombre cercano, el
ciudadano presidente que salió de la nada.
De otro, Hillary Clinton, la fría primera
dama. Los expertos le achacaban su lejanía
y las encuestas le daban diez puntos de
ventaja a su contrincante en las pri-
marias estadounidenses de 2008. La >
04V TAMBIÉN LLORAN
esposa de Bill Clinton, que años an-
> tes había aguantado en su cabeza
los cuernos más notorios de la historia con
un gesto espartano, se quebró cuando unos
simpatizantes le preguntaron en una cafe-
tería si la campaña no le resultaba agotado-
ra. «No es fácil, no podría hacerlo si no su-
piera que hago lo correcto», respondió. Y se
echó a llorar. ¿Fría y calculadora? Ya no lo
era; misión cumplida. En las urnas de New
Hampshire demostró que su desconsuelo
le había dado un empujón a las encuestas
de popularidad. Había funcionado. Algu-
nos sostuvieron que su rabieta era la causa
directa de verse perdedora, otros que era
un signo de debilidad para una mujer que
se postulaba a regir los destinos del mun-
do. «Tengo emociones. Sé que algunos lo
critican, pero es así. No entiendo porqué
un hombre puede llorar y una mujer no»,
respondió. El punto de equilibro entre una
señora fría y una débil que lloriquea no
está aún claro.
Con su su contrincante no ocurrió lo
mismo. La víspera de las presidenciales
que lo encumbrarían como el primer negro
en la Casa Blanca, murió su abuela Ma-
delyn Dunham, en Hawaii. A Obama se le
cayeron dos lágrimas por las mejillas de-
lante de todo el mundo (dicho ‘todo el
mundo’ en sentido literal). Al contrario de
lo que ocurrió con la rubia de Chicago, na-
die le afeó el gesto; no era débil: era un
hombre.A nadie se le ha ocurrido decir que
el presidente de Brasil, Lula da Silva sea un
blando, pese a que pierda los papeles con
cierta frecuencia. Las más sonadas, cuando
supo que Rio sería sede de los Juegos Olím-
picos de 2016 y cuando enumeró los logros
de su gobierno.
Emoción y rabia
¿Humanidad o artimaña? Marina Martí-
nez, profesora de la Escuela Internacional
de Protocolo no lo tiene claro. «En ocasio-
nes, lloran por la presión que sufren en
ese momento, por sus emociones o por-
que se lo aconseja su gabinete», admite. A
su juicio, el caso de Moratinos supone una
rotura del protocolo establecido, nada gra-
ve si se tiene en cuenta que «los políticos
rompen continuamente las normas de
protocolo para hacer llegar sus mensajes.
Es un instrumento más para lograr sus ob-
jetivos».
La especialista coincide en señalar que la
mayoría llora cuando se va por una mezcla
espontánea de emoción y rabia por perder
el poder. Cuando se juntan los dos, hay que
sacar la fregona, como sucediera con el
moro Boabdil en 1492. «Nadie entra en po-
lítica sin tener un ansia importante de po-
der. Cuando lo pierden, se ven indefensos.
Además, hay un cambio muy importante
en su vida y tienen que mostrarse huma-
nos en contraposición a su imagen fría de
dirigentes. Piense que los que fueron sus
votantes pasan a ser sus clientes».
Miguel Ángel Moratinos muestra su lado más tierno con su despedida emocionada del cargo en Asuntos Exteriores. :: REUTERS
Churchill,
política a flor
de piel
El hombre del puro y el som-
brero, el genio capaz de mo-
vilizar las almas de media
Europa en la Segunda Guerra
Mundial también tenía sus
trucos. Winston Churchill,
un hombre de sollozo fre-
cuente, sabía que para emo-
cionar a la audiencia, el autor
del discurso debía re-
mover ante sus pro-
pias entrañas. Se su-
pone que con ese
prisma escribió al-
gunas de las arengas
más célebres de la
historia. En 1940, poco
después de que Inglaterra
entrara en guerra con Alema-
nia, se presentó en la Cámara
de los Comunes y dijo esto:
«Sólo puedo ofrecerles san-
gre, sudor y lágrimas. Y la
victoria final, porque sin vic-
toria no hay supervivencia».
Y ganó la guerra. Cuentan
que después de su discurso,
él mismo se derrumbó cons-
ciente de que mandaba a mi-
les de sus compatriotas hacia
una muerte segura. Sus pala-
bras conmovieron al mundo
y quedaron en los anales de
la retórica. Al fin y al cabo,
según sus propias tesis, «para
hacer florecer las lágrimas
del de enfrente, antes tienen
que haber fluido las tuyas
propias».
«Una lágrima da cinco
minutos de piedad»
El sociólogo Fermín Bouza cree que los
sollozos de los líderes son espontáneos
S
i hay alguien que
entiende a los polí-
ticos en España,
además de ellos
mismos, es Fermín Bouza.
El catedrático de Sociología
en la Universidad Complu-
tense de Madrid es uno de
los analistas más relevantes
de la comunicación política.
Así analiza las muestras de
emoción de los dirigentes.
–Que alguien se emocione
más o menos, ¿qué dice de
él?
–Hay gente que llora en di-
ferentes situaciones. Por
ejemplo, se les caen las lá-
grimas ante una película y
no ante una catástrofe terri-
ble que sucede ante sus ojos.
Digamos que se trata de me-
canismos compensatorios.
Todos terminamos llorando
en una situación o en otra,
no tienen que ver con que
sea más blando o más duro.
–¿Cómo percibe la socie-
dad a un político que echa
mano del pañuelo?
–Todos tenemos tendencia a
compadecer a los que lo pa-
san mal, por eso nos alinea-
mos con el que llora. Eso se
llama solidaridad. Cuando
un dirigente se emociona y
se muestra así de frágil, ten-
drá el beneficio de esa soli-
daridad, aunque no durante
mucho tiempo. Tampoco
condicionará de manera ta-
jante las decisiones de na-
die, pero una lágrima da cin-
co minutos de piedad, que
son pocos en la vida real,
pero muchos en política si
se saben gestionar bien. Está
claro que la imagen de llo-
rón no funciona, pero sí que
un llanto puede servir para
cambiar la tendencia de una
encuesta.
–Hillary Clinton se emo-
cionó en las primarias esta-
dounidenses y terminó
con su imagen de mujer
fría. ¿No fue una manio-
bra?
Jueves 28.10.10
EL CORREO
–Clinton lloró porque tenía
que llorar. Es cierto que te-
nía una imagen de mujer ex-
cesivamente fría, por la ma-
nera en que gestionó el es-
cándalo de su marido Bill
con Mónica Lewinsky. Oba-
ma, en cambio, era extrema-
damente cercano y actuaba
con una calidez tremenda,
una cualidad que en España
sólo ha tenido Felipe Gon-
zález.
–¿Están preparadas las lá-
grimas de los políticos?
–En absoluto. Es algo inevi-
table, absolutamente espon-
táneo. Nunca un político ha-
ría caso sobre esto. Imposi-
ble.
–¿Y Moratinos?
–Las lágrimas de Moratinos
tampoco están preparadas.
Se va, se emociona... Está
dejando toda una vida en
ese lugar, todas sus aspira-
ciones. Al fin y al cabo, está
perdiendo el poder, se va, le
han echado de ahí.