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Se acentúa cada vez con mayor énfasis la idea del estudiante como
sujeto, centro del proceso educativo. Se superan las visiones que lo
consideran un objeto, un receptor inactivo. Los aspectos a articular al tomarlo
como sujeto integral básicamente son tres: el cognoscitiva, el psicoafectivo y
el motriz. El elemento cognoscitivo, al cual históricamente se le ha dado gran
importancia, especialmente en la escuela tradicional. Pero se ha dirigido al
conocimiento, preferentemente, de contenidos establecidos en los libros y
textos de las diversas ciencias, los cuales son almacenados en la memoria,
recordados y repetidos. Importa el conocimiento instructivo pero no el dirigido
al sujeto humano del educando y al mundo que lo rodea.
El ser humano posee un cerebro, una inteligencia, que lo hacen capaz
de pensar, de percibir y memorizar. Esta capacidad cognoscente o
epistémica se ejercita integralmente cuando se dirige hacia si mismo, hacia
otros seres y hacia el mundo rodeante. El estudiante como ser humano
normal nace con la capacidad suficiente para afrontar con inteligencia y
eficacia el desarrollo de sus potencialidades internas, la solución a las
situaciones que encuentra en su interacción humana y la perfección del
conocimiento del mundo presentado por las diversas asignaturas. El
elemento psicoafectivo, que ha sido el gran ausente en la práctica educativa.
En la actualidad se está buscando su valoración en el espacio escolar
aunque no es fácil superar toda una historia de las prácticas de la violencia
que allí se ejercen. Incluso hoy hay quienes añoran esa época en que se
decía: La letra con sangre entra. Lo importante era instruir a toda costa
aunque fuera necesario utilizar la fuerza, los golpes.
De este modo, se da reconocimiento a la dimensión interior, psíquica,
afectiva que está latente en el educando. El estudiante aprende con real
gusto cuando se le tiene en cuenta lo que él siente, aprecia y valora. El
elemento motriz o activo que igualmente ha ido ganando importancia dentro
del proceso educativo. Frente a una instrucción eminentemente teórica y
receptiva, se impone actualmente la parte activa con el principio aprender
haciendo. No sólo se identifica que el hombre es acción y en ella se realiza,
sino que en dicha acción está aprendiendo. Por eso, la recreación y la lúdica
adquieren gran importancia aún dentro de la misma labor pedagógica del
aula.
Su importancia se concibe no sólo para los educandos infantes que
necesitan desarrollar su sistema motriz sino para todos los estudiantes por
cuanto con su participación activa están contribuyendo a su proceso de
formación integral. El proceso del aula queda trunco, incompleto. si la
formación adelantada allí no se dinamiza en y para la acción que a diario y
permanentemente vive el educando. En síntesis, al considerar al alumno
como un sujeto integral, se llega al triángulo humano señalado por los
hermanos Miguel y Julián de Zubiría, quienes afirman: El niño conoce, ama y
actúa. Lo común a los hombres es poseer estas tres virtudes:
Conocimientos, valoraciones y actuaciones.
La relación existente entre los entes involucrados en el proceso
educativo