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La justicia de Dios y el sufrimiento humano:

Aportes y reflexiones desde el Antiguo Testamento

Elisabeth Cook
ISEBIT/UBL
27 de octubre, 2010

Desde llegar a este país, he dudado mucho en hablar esta noche sobre el tema que había anunciado. Al
enfrentarme con esta realidad, siento que no soy yo la que puede dar una palabra acerca del sufrimiento
humano y la justicia de Dios. Sin embargo, me atreveré a compartir con ustedes algo que lo que hemos
explorado en el curso en estos días, nuestra búsqueda conjunta por entender la justicia de Dios, la justicia
humana y el mundo de injusticia en el que vivimos, desde el Antiguo Testamento, específicamente en los
profetas y los libros de los sabios.

Un día, la tierra empezó a temblar, con fuertes movimientos de norte a sur, de este a oeste, como un barco en el
mar. En la tierra se abrieron profundas grietas de donde salían gases sulfurosos. Después de dos minutos, las
casas se habían derrumbado y los fieles que asistían a la iglesia ese domingo se encontraban enterrados bajo las
ruinas. Muchos de los sobrevivientes huyeron hacia la zona costera de la ciudad, donde con un inmenso ruido,
una ola gigantesca se llevó a miles de personas. En el pensamiento occidental, la confianza en un Dios bueno y
en un mundo ordenado se vio desafiada cuando este terremoto, calculado en unos 9 puntos en la escala de
Richter sacudió Lisboa, Portugal el 1 de noviembre de 1755 durante más de 6 minutos, seguido por un
maremoto. La ciudad quedó destruida, más de 100.000 personas murieron. De esta catástrofe surgieron
reflexiones teológicas y filosóficas, novelas y poesías (Voltaire, Rousseau, Goethe, Kant) que buscaban
encontrarle sentido a un desastre de tales proporciones. ¿Cómo entender esta irrupción del caos en un mundo
que se creía ordenado, armónico y racionalmente entendible?

El 12 de enero del 2010 en horas de la tarde un terremoto de 7 puntos en la escala de Richter sacudió a Haití, el
más fuerte registrado en la zona desde 1770 (cercano a la época del terremoto de Lisboa). Unas 300.000
personas fallecieron, muchísimos más están viviendo las consecuencias físicas, económicas y sociales de este
desastre. Y le sucedió a uno de los pueblos más pobres, más explotados de la historia, ciertamente de nuestro
hemisferio. A este terremoto le hagan seguido muchos más alrededor del mundo, como también inundaciones,
tsunamis, epidemias, hambrunas, con muertes, pérdidas incontables. No podemos, sin embargo, ignorar las
historias, las experiencias de sobrevivencia, solidaridad, de entrega, ayuda y acompañamiento en medio de estas
crisis. ¿Será que es ahí donde se hace presente Dios? Vamos a explorar algunos textos del mundo de la Biblia, y
de la Biblia misma, como aportes a nuestra reflexión sobre la justicia, la vida de justicia, la justicia social y la
justicia de Dios y el sufrimiento.

Es claro que ha habido muchos intentos por parte de estudiosos y estudiosas de la teología, la Biblia y la filosofía
por entender la presencia de dolor, pérdidas, injusticia, desastres “naturales”, pobreza, y muchas otras
situaciones que enfrentan nuestros pueblos y otros alrededor del mundo. ¿Es “falta de fe”, “castigo de Dios”,
“consecuencia del pecado”, “maldad del ser humano”? Nuestra lectura de la realidad nos dice que la pobreza, la
enfermedad, las muertes prevenibles, son consecuencia de las relaciones injustas tanto a nivel global como
local. Pero al reflexionar sobre las situaciones que afectan nuestros países, no podemos dejar de preguntarnos:
¿Por qué Dios no actúa, interviene, hace justicia? ¿Por qué sufren, consistentemente, los más pobres, mientras
que los ricos parecen salvarse de los desastres, de las pérdidas y del dolor? El anhelo profético, la utopía del
antiguo testamento, es el nacimiento de una época en la que no habrá ni llanto ni dolor. ¿Será posible?

En este tiempo de compartir, quisiera empezar reflexionando desde el mundo del antiguo testamento, las
culturas que rodean Israel, cuyo pensamiento se ve reflejado – de alguna forma – en el texto bíblico,
reinterpretado desde la fe en Yahvé. En un segundo momento, analizamos el diálogo en el texto mismo del

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antiguo testamento sobre la problemática de la injusticia, el dolor y el sufrimiento. Concluimos ofreciendo, no
respuestas, sino algunos aportes para la construcción de una utopía, un camino de esperanza, desde la
experiencia de los pueblos originarios de los países andinos de América Latina.

1. La justicia divina en el antiguo cercano oriente

A pesar de la distancia temporal y cultural entre el mundo del antiguo cercano oriente y el nuestro, encontramos
en su literatura, una búsqueda permanente por entender o explicar la existencia del sufrimiento humano y la
injusticia en el mundo. Hay, sugerimos, en lo más profundo del ser humano, a nivel universal, un anhelo de
justicia, de bienestar y armonía; una convicción de que el bienestar es la condición natural de la vida humana y
creada. No aceptamos, como comunidad humana, la presencia del mal, del dolor y sufrimiento como algo
normal; debe ser explicado, entendido, justificado de alguna manera.

1.1 En el antiguo Egipto

En la mitología egipcia, como en Génesis 1, al cosmos le precede un estado de caos. Esta lucha entre el caos (el
mal) y el cosmos (orden) era algo permanente. La responsabilidad de los seres humanos era asegurar el orden
(maat) por encima del caos por medio de acciones de justicia, verdad y fidelidad. En esta visión mitológica del
mundo, el mal es algo inherente al cosmos que debe ser contenido y derrotado en forma continua.

En otros textos egipcios, el mal es producto de la rebelión de los seres humanos antes el Dios creador. Esta
rebelión significa el alejamiento de dios de su creación, por lo que el caos y el mal se hacen presente sin
obstáculos: “A cada hombre hice como su vecino, y no les ordené a hacer el mal. Son sus corazones que
desobedecen lo que yo he dicho…” (Textos de los sarcófagos, 1130). Esta teodicea en esencia libera a los dioses
de responsabilidad por el sufrimiento y el mal, trasladando la culpa a los seres humanos.

No dejan de haber críticas a estas propuestas en la misma literatura egipcia. En las Lamentaciones del sabio
Ipuwer, se le acusa al dios creador de mantenerse tan distante de las realidades humanas que no puede
distinguir los débiles de los fuertes, los justos de los malvados. Aquí el sabio acusa, implícitamente, a la deidad,
por las deficiencias de su creación.

Un tercer argumento en la teodicea egipcia es la recompensa después de la muerte, tal y como se encuentra
plasmada en el Libro de los muertos. Independientemente del sufrimiento experimentado en esta vida, la buena
conducta sería premiada por los dioses en la vida próxima. El difunto se defiende en el juicio ante el dios Osiris:
“Haced que escuche la verdad el señor del universo. Pues yo no he hecho, durante mi vida en la tierra, sino lo
que era verdadero y justo…” (LM 125:208). La retribución – que a los buenos les va bien y a los malos les va mal -
premisa fundamental de la cosmovisión antigua, se traslada al momento de la muerte, e incluso a un juicio
cósmico futuro.

1.2 La cosmovisión mesopotámica

El principal texto que trata el tema de la justicia divina en la literatura mesopotámica es la Teodicea Babilonia,
llamado también el Job babilonio. Un sufriente confronta el modelo tradicional de la retribución al constatar la
injusticia social sufrida por los inocentes, empezando por sí mismo.: “Quienes no buscan a dios son quienes van
por el camino de la felicidad, mientras se empobrecen y vienen a menos quienes a su diosa imploran” (70-71). El
sufriente alega, como lo hace Job, que sus sufrimientos son inmerecidos ya que él ha sido justo y por lo tanto se
contradice el principio fundamental de que los dioses gobiernan el mundo con base en la justicia. El amigo que
le responde a lo largo de los diálogos, defiende la sabiduría tradicional y la justicia divina. La conclusión a la que
llega la obra es que la justicia de los dioses no es lo que los seres humanos entienden por justicia – es algo
incomprensible para los mortales: “Los planes de dios son misteriosos como el centro de los cielos y las palabras
salidas de la boca de la diosa son inaudibles. Captarlos con certeza no es dado a los mortales, sus designios a los
hombres escapan” (82-85).
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2. La justicia de Dios en el Antiguo Testamento

En realidad todo el Antiguo Testamento, podría decirse, es una búsqueda por entender y explicar la justicia de
Dios en su relación con los seres humanos, con su pueblo. La exploración del porqué del mal y el sufrimiento en
Génesis, la búsqueda de encontrarle sentido al exilio en la historia deuteronomista y los profetas, son diálogos
teológicos, enraizados en la historia, que responden a situaciones de injusticia, dolor, sufrimiento y lo que se
percibe como el silencio o la lejanía de Dios. La respuesta reiterada, a lo largo del AT, es que el mismo pueblo,
los seres humanos, son responsables por los males que experimentan. El mal, el sufrimiento, es producto del
pecado, de la injusticia y del abandono de Dios. Las invasiones enemigas, el destierro, la destrucción del templo
y la pérdida de la tierra se atribuyen no la indiferencia o debilidad de Dios, sino todo lo contrario, a su justicia
que requiere y demanda justicia del pueblo de la alianza. Israel, sus líderes, su pueblo es responsable, ya que
reiteradamente abandona a Dios a través de la injusticia social y la infidelidad.

Esta teología oficial que ratifica el modelo de la retribución - a los buenos les va bien y a los malos les va mal –
se ve cuestionada en distintos momentos a lo largo del AT. La experiencia propia – tanto individual como
colectiva, cuando la realidad parece no encajar con la teología oficial - levanta inquietudes, preguntas e incluso
reclamos, como hemos visto estos días en el curso compartido aquí.

2.1 El reclamo de los profetas

El profeta Jeremías exclama con algo de timidez: “Señor tú llevas la razón cuando discuto contigo, sin embargo,
voy a tratar contigo un punto de justicia: ¿por qué tienen suerte los malos y son felices todos los felones? (12.1).
Habacuc implora desde su tierra asolada por el imperio babilónico, perplejo por la pasividad de Dios ante la
injusticia: “Tus ojos puros no pueden ver el mal, eres incapaz de contemplar la opresión. ¿Por qué ves a los
traidores y callas cuando traga el impío al que es más justo que él?” (Hab 1.13). ¿Cómo es que este Dios bueno y
justo, que detesta la opresión y el mal, se mantiene en silencio? En desesperación, Habacuc clama: “¿Hasta
cuándo, Yahvé, pediré auxilio, sin que tú escuches?” (Hab 1.2).

El deuteroisaías, por su parte, ante la experiencia de exilio, pérdida de la tierra, hace una revaloración del papel
del sufrimiento. El siervo sufriente del segundo Isaías nos presenta una visión alternativa del sufrimiento: ya no
es castigo de Dios, el sufrimiento adquiere un valor salvífico, redentor. Frente a la inevitabilidad del sufrimiento,
la figura del pueblo exiliado asume un papel salvífico para todas las naciones. Pero es salvífico en la medida en
que en medio de la debilidad, los siervos, el pueblo que sufre, lucha por la justicia. De esta manera el dolor y la
pérdida adquieren un sentido que trasciende lo inmediato y valida la experiencia vivida: “Lealmente hará
justicia; no desmayará ni se quebrará hasta implantar en la tierra el derecho…” (Is 42.3b-4).

Aquí es importante detenernos para recordar el significado del término justicia (mishpat y sedeqah) en la Biblia.
Cuando Dios hace justicia, cuando Dios pide justicia a su pueblo, se refiere específicamente a relaciones
comunitarias, relaciones entre los seres humanos y Dios que permiten una vida en comunidad en la que hay
bienestar, paz, seguridad. La justicia no es mi relación unilateral con Dios, es lo que Dios me pide, como
comunidad, en mi vida cotidiana. La descripción más concreta de la justicia en el antiguo testamento es la
protección de los derechos de las personas más pobres, de las personas excluidas de la sociedad: los y las
pobres, las viudas, los huérfanos, los inmigrantes. La justicia, para los profetas, no es que cada uno reciba lo que
merece (según méritos), sino aquella vida – vida abundante – que Dios quiere para su creación.

2.2 Los sabios y la justicia de Dios

En la literatura sapiencial, encontramos voces que insisten en la teología de la retribución – la teología oficial.
Sin embargo también surgen una serie de interrogantes que vienen a cuestionar la confiabilidad de este
modelo. Estas interrogantes surgen de quienes observan, comparten y viven en una realidad que no encaja
con el modelo de la retribución. Es decir, en esta realidad, los justos sufren y los malvados viven tranquilos.
Revisemos brevemente algunas de las respuestas de los sabios a este dilema.
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a) El salmo 37, frente a esta realidad, exhorta a la paciencia y esperanza: “no te acalores por los malvados, ni
envidies a los que hacen el mal, pues pronto se secan como el heno, como la hierba tierna se marchitan”. La
suerte de los malvados no es duradera, dice el salmista. El salmista exhorta a la paciencia (esperad) y
confianza: “Confía en Yahvé y obra el bien, vive en la tierra y cuida tu fidelidad”. A pesar de la realidad que ve
a su alrededor, este salmo se niega a aceptar que Dios abandona a los fieles.

b) El libro de Eclesiastés ofrece otra visión de la justicia de Dios. En su búsqueda por adquirir sabiduría, se
encuentra con situaciones que considera absurdas. “Tenía entendido que les va bien a los temerosos de Dios,
porque le temen, y que no le va bien al malvado, ni alargará sus días como sombra el que no teme a Dios”
(vv.12b-13). Sin embargo, observa un absurdo, dice, que se da en la tierra: “Hay honrados tratados según la
conducta de los malvados y malvados tratados según la conducta de los honrados” (v.14). Ante lo inevitable
de lo absurdo, la conclusión de Qohélet es que no podemos entender los tiempos y las horas de Dios. Lo que
nos toca es aceptar los dones cotidianos que Dios nos ofrece - la comida, la bebida y el disfrute de la
compañía – reivindicando la vida en medio de lo absurdo.

c) El libro de Eclesiástico, que data del siglo II a.C., nos orienta en una dirección algo diferente. La pregunta para
este sabio no es ¿por qué Dios permite la injusticia?, sino, ¿por qué los seres humanos permiten la injusticia?
Ben Sirá defiende la justicia de Dios afirmando que “a nadie obligó a ser impío, a nadie dio permiso de pecar”
(15.20). El ser humano tiene libertad para actuar, para escoger el camino de vida o el camino de muerte.

El sufrimiento del justo en Ben Sirá es para prepararlo para resistir las pruebas que vendrán: “Si te acercas a
servir al Señor, prepara tu alma para la prueba…porque en el fuego se purifica el oro y los que agradan a
Dios, en el horno de la humillación…aguardad su misericordia y no os desviéis…no os faltará recompensa”
(2.1ss).

d) El tema que introduce el libro de la Sabiduría de Salomón es la justicia. El autor está convencido de que existe
un orden moral – de justicia – en el universo que se encuentra arraigado en Dios. En un giro casi apocalíptico,
el autor del libro de Sabiduría identifica el mal y el sufrimiento con el diablo y enfoca la esperanza, la plenitud
de la justicia de Dios en la vida después de la muerte. La vida presente, por lo tanto, es un breve tiempo de
prueba mediante el cual las personas se definen como merecedoras o no del premio final. La muerte ya no es
el fin de la vida, sino el paso a la verdadera vida en la que se vivirá la justicia.

e) Hemos dejado de último, en este recorrido, al libro de Job. Job ha creído siempre en la teología de la
retribución, pero en medio de la realidad de su sufrimiento, se atreve a cuestiona seriamente el actuar de
Dios, y aún más, la forma en que sus amigos hablan de Dios. Defiende su propia inocencia y le demanda a
Dios una explicación de su sufrimiento.

Quisiera profundizar por un momento en el caso de Job. Es un hombre rico, terrateniente, granjero, tiene
esclavos, ganado, bienes, hijos e hijas. Según su propio testimonio, es una persona respetada en la comunidad,
que asume su responsabilidad por las personas económica y socialmente marginadas. Según la lógica de
pensamiento que domina, tanto en el contexto cultural más amplio, como en Israel, estos bienes y el bienestar
de Job son producto, directamente, de una vida de justicia en las relaciones sociales. Sufre, sin embargo, aquello
que debería ser la suerte de los malvados – la pérdida de todos sus bienes materiales, de su familia, de su salud
y lo que es peor aún, de su honor.

Los amigos de Job sustentan la sabiduría tradicional – el sufrimiento de Job se debe a su injusticia. Le piden que
reconozca su injusticia y se arrepienta, para mejorar su situación de vida: “Te castiga acaso por tu piedad ... no
será por tu inmensa maldad, no será por tus culpas sin límite?”, “Reconcíliate con él y haz las paces, y te será
devuelta tu dicha” (Job 22).

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En contraste con esta visión de mundo de los amigos, Job afirma que ve otra realidad y la cuestiona: ¿Por qué
siguen vivos los malvados, que envejecen y aumenta su poder? Viven seguros con sus hijos… un hogar en paz,
sin miedo, sin probar del castigo de Dios… pasan su vida dichosos” (Job 21). Desde su experiencia de
sufrimiento, Job se ubica en otra posición. Ya no el rico, honrado, terrateniente. Ahora es quien sufre de la
misma manera en que sufren los pobres, las víctimas de la explotación de los malvados. Desde su nueva
ubicación social, Job se da cuenta de que en realidad la vida de los malvados parece ser bendecida. Viven largos
años, no pocos; disfrutan de sus bienes, en vez de perderlos. ¿Dónde está la justicia en todo esto, pregunta Job?

Me tomo la libertad de compartir aquí algunos de los cuestionamientos que surgieron en el curso de estos días
respecto a Job. Job es acusado por sus amigos de llevar una vida injusta, de ignorar su responsabilidad por hacer
justicia a las personas más pobres y humildes de su sociedad. Este era el papel de los ricos honrados, de los ricos
justos, que temían a Dios. Job se defiende afirmando que ha llevado una vida de justicia, una justicia realizada en
la protección de los y las necesitadas, en alimentar al hambriento, vestir al desnudo, compartir su pan.
Ciertamente, este rico, desde su sufrimiento, ha pasado por un proceso de concientización, de su propia
situación, de su relación con Dios y del mundo en el que vive. Se ha dado cuenta de que hay quienes sufren por
la injusticia de otros, y no por la propia maldad.

Pero la defensa de Job sustenta y legitima un orden social en el que hay ricos y pobres, cada uno con su lugar
respectivo. El orden – la justicia en este caso – se da cuando cada cual asume su papel, los ricos protegen a los
pobres y los pobres honran, respetan y obedecen a los ricos. El mundo que Job defiende, que Job quiere
recuperar, es un mundo en el que hay desigualdad social, en el que hay incluidos y excluidos incluso personas
innombrables. El busca que cada uno y cada una vuelvan a ocupar su lugar. El seguirá dando pan al hambriento,
pero en su visión, siguen habiendo hambrientos. Su propia situación no lo lleva a desarrollar una visión de un
mundo sin sufrimiento, sin pobreza, sin dolor.

Por supuesto, no podemos esperar esto de Job, él vive dentro de un sistema social propio de la cultura antigua,
no se puede imaginar otra forma de relación, otra estructura social, otro rol en su mundo. Este rol es aliviar el
dolor, la pobreza, el sufrimiento, pero no contempla un cambio en el que ya no exista pobreza, sufrimiento,
dolor. El Dios de Job es un Dios que sustenta y legitima esta estructura social. Job no tiene utopía que plantea
una transformación social, quiere regresar al mundo que conoce.

3. El poder de la utopía: un buen vivir

La pregunta que quiero hacer hoy, es por nuestras utopías, nuestros horizontes. ¿Son utopías que sueñan con un
mundo transformado? Son utopías que sueñan con un mundo de justicia, en el que no haya víctimas
innecesarias de las relaciones sociales y de poder injustas. Donde los valores de la sociedad, de la iglesia,
promueven la justicia, es decir, la vida para todos y todas y para la creación

El concepto del buen vivir (suma qamaña en aymara), que viene de las tradiciones ancestrales de los pueblos
originarios, ha sido incorporado a las constituciones de Bolivia y Ecuador como un horizonte, un camino, una
utopía que oriente en la configuración de nuevos mundos, de nuevas sociedades, de nuevas relaciones.

El sistema capitalista y especialmente en su versión neoliberal, se ha colocado como la única alternativa para la
vida en este planeta. La modernidad nos había prometido bienestar, prosperidad, una mejor calidad de vida. La
realidad ha sido otra, muy trágica: pobreza, enfermedad, discriminación, hambre y exclusión. Estos han sido los
dones de la modernidad para la gran mayoría de la población mundial. El pretendido bienestar, fruto del modelo
económico capitalista, se ha reducido al lucro que unos pocos derivan a costas del sufrimiento de los y las demás
y de esta tierra que es nuestro hogar y nuestra madre.

La “crisis” del modelo capitalista y neoliberal es la crónica de una muerte anunciada. Una muerte vivida por
millones de personas a lo largo de las últimas décadas. Pero no es “crisis” hasta que toca el estilo de vida y los
bolsillos de los dueños de los medios de producción y de las industrias financieras.
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Un texto del antiguo Egipto refleja muy bien esta definición de crisis. Puedo mostrarte un país angustiado,
dónde los débiles ejercen el poder, un país donde los amos se inclinan ante sus esclavos. Puedo mostrarte una
sociedad al revés. Los mendigos son ricos, los ricos roban para sobrevivir. Los pobres tienen pan, los esclavos son
liberados… Pero un nuevo faraón vendrá del sur… El orden será restaurado en el lugar debido, el caos será
forzado a huir. (Neferty).

Hay orden y bienestar cuando los amos, los gobernantes y los ricos tienen asegurada su posición social y
económica. La situación de los pobres, esclavos y mendigos no determina si hay crisis o no en el país. Caos es
cuando los poderosos pierden las bases de su seguridad.

La crisis de estos modelos económicos y políticos está en las vidas sacrificadas, en la tierra explotada, en la
ausencia de vida en plenitud. El individualismo, la competencia y el anhelo de lucro, ha tenido, como bien
sabemos, un costo muy elevado. Un costo humano, un costo social, comunitario y ambiental. Pero ese impacto
se ve no solo a nivel social y económico, sino también en la inversión de los valores que permean nuestras
sociedades.

La crisis de estos modelos económicos está también en las vidas perdidas inútilmente en así llamados desastres
naturales. La explotación de la tierra, de la deforestación, el calentamiento global y muchos otros factores, ha
generado cambios en la vida de esta tierra: terremotos, inundaciones, tsunamis, sequías. La tierra protesta,
reacciona. El problema no es la tierra y lo que ella haga, el problema son las condiciones sociales que implican
que ese movimiento de la tierra, esa sequía, signifique muerte para cientos y miles de seres humanos, los más
pobres, por la falta de infraestructura, de organización, de recursos, lo que impide una respuesta adecuada, que
proteja la vida.

¿Estarán cerrados nuestros horizontes? Estamos destinados a aceptar el sufrimiento de nuestros pueblos? Es
este el único sistema económico, la única forma de relacionarnos como seres humanos?

El suma buen vivir o el buen convivir (suma qamaña) es el ideal buscado por el hombre y la mujer andina,
traducido como la plenitud de la vida, el bienestar social, económico y político que los pueblos anhelan. 1 Busca
la liberación de los pueblos, una liberación del miedo de ser uno mismo, con pensamiento y destino propio. Se
construye desde la cotidianidad y desde lo público, por eso es importante el concepto de comunidad, el respeto
a la identidad, a la diversidad cultural, étnica, de género y religión.
El buen vivir constituye un paradigma de sociedad sustentable basado en el equilibrio equitativo entre economía y
naturaleza, de tal manera que la “vida entera” esté garantizada para la especie humana. Es una relación de
reciprocidad entre seres humanos y con la naturaleza. Esta propuesta implica una profunda transformación de los
valores que propone nuestra sociedad como señales de una vida buena – que está al alcance de unos pocos.

El paradigma del buen vivir (Suma qamaña) – como ideal de vida - plantea precisamente lo que el profeta Amós
exhorta en el corazón de su libro: “Busquen el bien y no el mal, para que vivan” (5.14). Los elementos
fundamentales aquí son el bien y la vida: conceptos quizá difíciles de precisar y medir en nuestra coyuntura
actual. La propuesta del buen vivir plantea una serie de valores como fundamentales para lograr esta vida digna:
frente al individualismo, la competitividad, el egoísmo, la homogenización y el consumo, se propone la unidad,
igualdad, dignidad, complementariedad y equilibrio. Esta propuesta de vida que nos hace el paradigma del buen
vivir, plantea el desafío de cómo – y si en realidad es posible – lograr cambios tan radicales en nuestra sociedad.
Nos desafía a repensar lo que realmente significa “vivir bien”, es decir, qué es lo bueno y qué es la vida, desde
una perspectiva de inclusión y respeto que procura “una larga vida (para todos y todas, no para unos cuantos)
en la tierra que Yahvé nos da” como dice el libro de Deuteronomio.

1
http://www.biodiversidadla.org/Principal/Contenido/Noticias/Debate_del_Buen_Vivir._Elemento_estructural_de_una_nueva_sociedad
, visitado el 03-10-10
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El buen vivir es una utopía, y es a partir de las utopías que construimos camino. La utopía no soluciona los
problemas, no elimina el dolor, el mal, el sufrimiento, pero ilumina el camino a través de estas situaciones. Y el
sufrimiento – inevitable en este mundo de estructuras injustas - adquiere sentido únicamente si en medio del
dolor, en medio del acompañamiento, adquirimos una nueva visión de este mundo, del derecho de cada ser
humano a un buen vivir. Adquiere sentido en quienes se convierten, se solidarizan, buscan un nuevo orden
social, económico, empezando con nuestras relaciones cotidianas. El buen vivir reconoce las injusticias del
pasado pero no se queda ahí, camina con nuevas propuestas, alternativas que fomenten la vida, la reconciliación
y un nuevo orden de relaciones con la naturaleza y el ser humano.
Amós acusa al pueblo de buscar a Dios en los santuarios, a través de sacrificios, oraciones y ofrendas. Pero Dios
no está en los santuarios, dice el profeta. Dios está con la viuda y el huérfano en la puerta de la ciudad – en la
corte – exigiendo respeto, justicia, vida. Dios no está en la catedral, aislado de su pueblo. Está en medio de las
víctimas, sufriendo el dolor de la enfermedad, de la pobreza, del hambre, del maltrato y la discriminación. Y ese
Dios se hace presente a través de cada uno y cada una de nosotras. El sufrimiento no es un castigo de Dios, es lo
que Dios co-padece con nosotros. ¿Dónde está Dios, dónde está la justicia de Dios en medio del sufrimiento?
Cito para ir concluyendo, del libro Viva la vida, del Padre Pierre Ruquoy:

En los bateyes del Ingenio Barahona, decenas de jóvenes haitianos han pasado ya seis meses trabajando en los
cañaverales del Ingenio Brahona. Fajándose de sol a so, varios de ellos han recibido un sueldo de 60 pesos por
dos semanas de trabajo, o sea, 4 pesos al día. Y muchos se atreven a decir que hay que resignarse porque es la
voluntad de Dios. Varios dicen que así como los dedos de la mano no son parejos, así Dios ha creado algunas
personas ricas y a millones de otras pobres. Muchos picadores de caña creen que Dios está apoyando a los
dueños del ingenio y que, por lo tanto, no hay nada que hacer para cambiar la situación. Un Dios injusto que está
apoyando los abusos de los poderosos. Un Dios insensible que hunde en la miseria a miles de picadores de caña.
Pero Dios no está en las mansiones de los dueños del Ingenio Barahona.

El día del paso de la tormenta Odette, cuando la lluvia y el viento se hacían sentir en todo el suroeste, unos 20
trabajadores haitianos estaban “halando” la azada en los cañaverales del Ingenio Barahona. Los habían enviado
a pesar de la alerta que había en toda la región, como si nada fuera a ocurrir. Medio desnudos, curvados de lodo,
moviendo la azada como robots, parecían zombis sin verdadera vida. Al ver a estos esclavos modernos, me
encontré de repente con el Dios de la vida. Un Dios destrozado por los abusos de los poderosos. Un Dios
crucificado por los intereses del capital. El verdadero Dios. Dios se encuentra ahí, donde la miseria pone al
desnudo la grandeza de la humanidad, donde la debilidad hace resplandecer la inmensidad del corazón. (p. 93).

¿Pero entonces, dónde está Dios cuando la tierra tiembla, cuando las casas caen, cuando el mar inunda, cuando
la enfermedad azota, cuando el hambre ruge en el vientre, cuando los niños mueren recién nacidos? Dios está
en esa casa derrumbada tomado de la mano con el niño atrapado, está en el campamento de refugiados, llora
con la madre, con la hija, con el anciano y la anciana. Hombro a hombro con el constructor, el campesino, la
campesina, los y las cortadores de caña. Desde el sufrimiento, Dios pide justicia, pide que hagamos justicia:
hacer el bien y no el mal, velar por la vida y la dignidad de toda la comunidad humana.

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