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Leni Riefenstahl – El triunfo de la voluntad

1. “El triunfo de la voluntad”. Comentario crítico.

En 1934, Leni Riefenstahl (1902 – 2003), por aquel entonces una de las
jóvenes promesas del cine alemán, recibió el encargo personal de Adolf
Hitler de filmar el Sexto Congreso del Partido Nacionalsocialista que se
había de reunir en la vieja ciudad medieval de Nürnberg.

Riefenstahl era ya una reconocida actriz, famosa por sus arriesgadas


participaciones en las denominadas “películas de montaña”, género
cinematográfico de gran éxito en Alemania, pero su verdadera fama le
llegó en 1932 con la filmación de su primera película Das blaue Licht. Eine
Berglegende aus den Dolomiten. Hitler, impresionado por la belleza de las
imágenes rodadas por Riefenstahl, decide conocerla y encargarle la
realización de un documental sobre el Partido, que debe partir de unas
premisas nuevas y revolucionarias. Los destinatarios del documental no
deben ser los miembros del Partido, ya perfectamente adoctrinados, sino el
pueblo alemán, que, en su mayoría, todavía desconoce la verdadera
dimensión de la figura de Hitler y sus ambiciosos proyectos expansionistas.
Riefenstahl, subyugada por la personalidad de Hitler, se entrega con
entusiasmo al proyecto, contando para ello con plena autonomía de acción
y presupuesto ilimitado. El resultado final, Triumph des Willens (estrenada
en 1935), se considera una de las más grandes obras maestras del cine
documental, político, propagandístico y puramente estético de todos los
tiempos. Sus imágenes, rodadas en los impresionantes escenarios diseñados
por el arquitecto Albert Speer son avasalladoras y exaltan los valores e
ideales nazis expuestos en el Mein Kampf. El ultranacionalismo germano,
el culto a la juventud, la lealtad y la obediencia absolutas al líder supremo,
la vida sana y atlética, la formación de una raza “aria” superior, dotada del
derecho divino a dominar a otras razas inferiores, y por encima de todo, el
derecho del pueblo alemán a buscar su propio “espacio vital” en las
fronteras orientales de Europa, se nos presentan como los verdaderos y
únicos valores que deben guiar a la nación alemana.

Desde finales del siglo XIX, brillantes pensadores como Ernst Moritz
Arndt, Heinrich von Treitschke y Friedrich Ludwing Jahn, sustentaron la
idea de un patriotismo sin fisuras y de un nacionalismo de corte racista
adoctrinado en los movimientos gimnásticos y los grupos estudiantiles. La
identificación de la “nación” con el “pueblo”, portador de una misma
cultura, de acuerdo con los postulados románticos y en contra de la
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tradición occidental de la nación-estado, desembocó en la “alemanidad” y


el pangermanismo. Fue Jahn el primero en popularizar la idea de que el
pueblo era la fuente de toda energía creadora, llamada a prevalecer sobre
los derechos del individuo. Pero los progresos de este nacionalismo
agresivo serían incomprensibles sin tener en cuenta el dominio que el
irracionalismo ejerció sobre la inteligencia alemana, en parte debido al
relativismo de William Dilthey y su “filosofía de la vida”, justificadora de
una política que se proponía combatir en la práctica los grandes principios
del liberalismo. La exaltación del Volk fue iniciada de una manera
sistemática por Wilhelm H. Riehl, antiliberal furibundo, quien propició el
Volkskunde en su famoso libro Land und Leute, contraponiendo la Kultur,
enraizada en la naturaleza, a la Zivilisation materialista, y declarándose
partidario de una sociedad jerarquizada y corporativa. Pero fue Paul de
Lagarde, profesor de Götinga, quien obsesionado por la pretensión de
eliminar del cristianismo cualquier elemento hebraico, propugnó en sus
Deutschen Schriften el principio del Volk como base de la unidad alemana,
con la consiguiente exclusión de todos los extraños al credo germánico, es
decir, los judíos.

Las premisas ideológicas anteriormente expuestas, nos permiten entender


mejor el marco político y cultural en el que surge Adolf Hitler y el
nacionalsocialismo. Hitler resumió estas ideas en una frase terrible y
famosa, “Ein Volk, ein Reich, ein Führer!” que nos muestra su deseo de
recuperar para Alemania su herencia racial y buscar su propio espacio vital
en Europa y en el mundo. Para el nacionalsocialismo, la revolución
alemana debía consistir en la eliminación del judío y en el establecimiento
de una “cultura” aristocrática por oposición a la “civilización” democrática
y materialista de inspiración judía; la depravación era un rasgo inherente a
la raza judía y sólo la cultura nórdica podía salvar a Alemania. El propio
Richard Wagner, escribió en Das Judentum in Musik (1869) que
consideraba a “…la raza judía como el enemigo nato de la humanidad y de
cuanto noble se oculta en ella. Que nosotros los alemanes habremos de
sucumbir por su culpa… es algo muy cierto…”.

Por tanto, podemos concluir que el objetivo del documental filmado por
Riefesnstahl era antes todo manipular las emociones, los sentimientos, las
creencias y las actitudes de los espectadores alemanes, pero sobretodo,
reducir al mínimo su capacidad de pensar por sí mismos. El pueblo alemán,
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debía actuar como un todo, como un único individuo, dotado de una


voluntad de acero. Con ese objetivo, se preparan las perfectas marchas
militares, siempre acompañadas de la extraordinaria e impactante música
de Wagner, se diseñan uniformes, banderas y estandartes. El pueblo
alemán, derrotado en la Primera Guerra Mundial, humillado por las
potencias vencedoras en el Tratado de Versalles y reducido a la extrema
miseria tras el crack de 1929, recupera el orgullo de pertenecer a la nación
germana. Hitler habla a los alemanes de tú a tú, apela a sus sentimientos,
les incita a levantarse, a trabajar, a luchar por el derecho a decidir su propio
destino. Tras la derrota de Alemania en 1945, cuando Leni Riefenstahl fue
acusada formalmente por las potencias vencedoras de simpatizar con el
nazismo, ella se defendió afirmando que no era ningún monstruo, sino
simplemente una mujer, una mujer alemana de su propia época, que puso
su talento al servicio de su patria, al servicio de una causa y de una
ideología equivocada. ¿Pero decía la verdad? ¿Era verdad que ella y
millones de alemanes no sabían nada de las atrocidades que estaban
cometiéndose a su alrededor? ¿Acaso estaban ciegos y sordos? ¿Acaso no
oían los gritos de sus vecinos judíos al ser arrastrados de sus casas en plena
noche? ¿Acaso los guardianes de los campos de concentración no tenían
madres, esposas e hijos a quienes contarles, a quienes confesarles lo que
ocurría en aquellas fábricas de muerte, algunas situadas a escasos
kilómetros de las principales ciudades alemanas? ¿O era mejor no saberlo,
mirar hacia otro lado y pensar en el orgullo de nación germánica, en la
gloria que ofrecían Hitler, Himmler, Goebbels, Goering, Frank y el resto de
los jerarcas nazis? Resulta difícil responder a estas preguntas, porque
resulta difícil odiar a un genio, a una mujer extraordinaria, y queramos o no
a una de las grandes personalidades de todo el siglo XX.

2. El triunfo de la voluntad. Gran desfile de la Victoria. Madrid. 1939.


Comparación entre dos estéticas fascistas.

Al comparar Triumph des Willens con el Gran desfile de la Victoria de


1939, no podemos centrarnos únicamente en argumentos puramente
estéticos, sino que debemos comparar igualmente argumentos políticos e
ideológicos. El Gran desfile de la Victoria es la celebración fascista no sólo
del final de la Guerra Civil en España, sino también, la celebración
entusiasta del exterminio sistemático del adversario político. No podemos
olvidar que el Partido Nacionalsocialista llega al poder en Alemania en
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1933 tras la victoria (parcial, pero victoria, en definitiva) en unas


elecciones democráticas. Adolf Hitler es nombrado Canciller de Alemania,
de forma totalmente constitucional, por el Presidente de la República de
Weimar, el general Hindenburg. Por el contrario, el Movimiento Nacional
llega al poder en España, no tras una victoria en las urnas, sino tras una
terrible guerra civil, en la que el objetivo no es tanto la victoria inmediata
como el exterminio del adversario político. Como es bien sabido, Francisco
Franco pudo haber entrado en Madrid mucho antes de 1939. Si no lo hizo,
fue porque aprovechó hábilmente la contienda civil para eliminar
sistemáticamente a todo adversario político. Franco pensaba en el día
después a su victoria militar. Así, el Gran desfile de Victoria es una burda
copia de los documentales alemanes filmados por Riefenstahl. Burda copia,
porque el desfile muestra únicamente el monótono y sucesivo paso de
regimiento tras regimiento; no hay cambios de perspectiva, no hay
imágenes impactantes; la multitud se limita a sonreír y a aplaudir
enfervorecida, pero en ningún momento llegamos a sentir como propias las
emociones de dicha multitud. Finalmente, no hay punto de comparación
posible entre el monótono saludo a la multitud de un Franco apático y el
incendiario discurso final de Adolf Hitler en Triumph des Willens. No
debemos olvidar que el dictador español era únicamente un general de
infantería, con una formación intelectual básica, mientras que Adolf Hitler
era, para desgracia de la humanidad, uno de los políticos más astutos y
hábiles que el mundo ha conocido, pero ante todo, era un extraordinario
orador, capaz de enfervorizar a las masas con su voz, capaz de subyugarlas
con su mirada. Leni Riefenstahl puso todo su talento al servicio de un
maníaco, pero no podemos olvidar que ese maníaco era tan brillante que
casi, por muy poco, no consiguió dominar el mundo.

3. La estética fascista. Definición.

Toda la estética fascista gira alrededor de un ideal utópico: la perfección


física. Pintores y escultores de la época nacionalsocialista a menudo
mostraron el cuerpo desnudo, pero eliminando de sus obras de forma
consciente cualquier tipo de imperfección corporal. Como dice Stanley
Paine, en su obra Historia del fascismo, la ideología fascista se
caracterizaba ante todo por sus ideas vagas y confusas, pero no cabe duda
de que el antiintelectualismo y el irracionalismo fueron dos teorías
filosóficas que influenciaron de forma decisiva el pensamiento fascista. Los
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teóricos nacionalsocialistas, acérrimos seguidores del irracionalismo y del


pangermanismo, no dudaron en apropiarse de las teorías de Friedrich
Nietzsche, pervirtiéndolas hasta el punto de convertirlas en los sus propios
principios ideológicos. Así, su teoría del superhombre, y su crítica radical
de los valores burgueses y de la tradición judeocristiana, se utilizaron como
justificación de la necesidad de eliminar del cuerpo social, cualquier
elemento enfermo o degenerado. Cuando el nacionalsocialismo llegó al
poder en Alemania, no dudó en extender de forma sistemática por todos los
hospitales del país, la esterilización obligatoria de los enfermos mentales y
de los deficientes psíquicos; más adelante, ellos fueron los primeros en ser
exterminados en las cámaras de gas, pues eran bocas inútiles, parásitos de
la sociedad. El culto a la belleza, al modelo griego apolíneo del vigor
corporal y la exaltación de la salud, permitió entroncar este nuevo ideal de
belleza aria con la estética neoclásica, rechazando así toda forma de arte
vanguardista. La modernidad estética fue despreciada sin contemplaciones,
surgiendo así el concepto de Entartete Kunst, que finalmente provocó la
quema de libros socialmente degenerados; sus autores eran judíos,
comunistas, anarquistas, homosexuales…parásitos de la sociedad,
elementos extraños al nuevo orden nacionalsocialista, individuos
potencialmente peligrosos para la nueva Alemania. Por ello, siguiendo la
lógica fascista, del mismo modo que el fuego purificador debía eliminar
todo rastro de la existencia de libros degenerados, el fuego de los hornos
crematorios debía eliminar todo rastro de la existencia de razas e individuos
degenerados.

4. ¿Por qué fue declarada inocente Leni Riefenstahl en los juicios de


desnazificación de 1948?

Tras el fin de la II Guerra Mundial, las potencias aliadas se esforzaron en la


tarea de “desnazificar” la sociedad alemana. Con tal propósito, no
solamente juzgaron y condenaron a muerte a los principales jerarcas
nacionalsocialistas en los Juicios de Nuremberg, sinó que se llevaron a
cabo centenares de juicios menores contra individuos de cierta relevancia
social que habían colaborado de una u otra forma con el régimen nazi. Leni
Riefenstahl fue primero capturada por las tropas americanas y tras su
liberación, nuevamente capturada por las tropas francesas, siendo éstas
últimas las más interesadas en juzgar a la cineasta. Los franceses se
apropiaron de todo su material fotográfico y fílmico y la acusaron de
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colaboracionismo con el régimen nazi; le fueron confiscadas todas sus


propiedades y vivió durante años en una verdadera miseria. Riefenstahl
siempre se defendió de sus acusaciones, objetando que ella nunca había
pertenecido al Partido Nacionalsocialista y que únicamente era culpable de
haber utilizado todo su talento en la filmación de los documentales
propagandísticos encargados por Hitler. Afirmó también que desconocía
por completo las atroces actividades del régimen nazi, la existencia de
campos de concentración, las cámaras de gas, los hornos crematorios, los
fusilamientos masivos, el horror, en definitiva. Pese a los reiterados
intentos de la fiscalía francesa, una de las principales interesadas junto a la
soviética en la condena de los colaboracionistas nazis, de implicar a
Riefenstahl en las actividades nacionalsocialistas, nada pudo probarse, ni
siquiera la acusación de utilizar a cientos de gitanos como esclavos en el
rodaje de sus filmes. Riefenstahl no utilizó como cientos de compatriotas
en idéntica situación, el argumento de la obediencia debida para eximirse
de responsabilidades, sino un argumento más sibilino y potencialmente
peligroso: ella era únicamente una artista, y el arte es ciego; lo que los
individuos hagan con el arte es su propia responsabilidad, nunca del artista.
Puede parecer un argumento poco sólido desde un punto de vista moral,
pero desde un punto de vista jurídico, su razonamiento es impecable. ¿O
no? La respuesta queda bajo la responsabilidad de cada uno de nosotros.

5. Bibliografía

 Bracher, Karl Dietrich. La dictadura alemana. Alianza Editorial.


Madrid. 1973.
 Grant, Michael. Historia de la cultura occidental. Ediciones
Guadarrama. Madrid. 1968.
 Madridejos, Mateo. Un cáncer llamado nazismo. Editorial Bruguera.
Barcelona. 1975.
 Payne, Stanley G. Historia del fascismo. Editorial Planeta.
Barcelona. 1995.

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