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EL MISTERIO DE CRISTO
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Universidad Católica de Trujillo “BENEDICTO XVI”
Módulo de interaprendizaje de Teología Fundamental
Cuarta Unidad
PRESENTACIÓN
AUTOR
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Cuarta Unidad
INDICE
1. Presentación 01
2. Índice 02
3. Indicaciones 03
4. Primer Momento: Reflexión 04
5. Introducción 05
6. Capacidades 06
7. Segundo Momento: Nivelación 07
8. Tema 1. El misterio de Jesús Dios y Hombre 08
9. Tema 2. ¿Quién es Jesús? 20
10. Tema3. La Misión de Jesucristo 26
11. Tema 4. La Iglesia 31
12. Tercer momento: Consolidación 35
13. Tema de reforzamiento: La Nueva Era y el cristianismo 36
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INDICACIONES
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PRIMER MOMENTO
REFLEXIÓN
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Según el mensaje cristiano somos asumidos en el amor eterno entre el Padre y el Hijo que es
el Espíritu Santo. Sin embargo, ¿cómo es posible hablar de un solo Dios y no obstante decir que
este Dios único existe en tres personas? Se trata del misterio fundamental de nuestra fe que, en el
bautismo, es como la puerta de entrada al cristianismo. Para la inteligencia de nuestra fe es muy
importante poder dar cuenta de este misterio.
Para nosotros los humanos, «persona» significa nuestra capacidad de autopresencia: nuestra
conciencia es como una relación a nosotros mismos: somos conscientes de nosotros mismos y
tomamos decisiones sobre nosotros mismos.
El mensaje cristiano asume este concepto de «persona» y dice análogamente de Dios que
en Él hay una primera relación del ser divino a sí mismo. Esta primera autopresencia(4) no tiene
origen. Dios es una primera persona no precedida por otra.
Luego decimos que hay una segunda autopresencia divina que presupone la primera. A la
primera la llamamos Padre y a la segunda Hijo. El Hijo es una segunda relación del ser divino a sí
mismo que pasa por la primera. El Hijo todo tiene lo que es o tiene del Padre.
Y hay una tercera autopresencia divina que, como amor entre el Padre y el Hijo, presupone las
dos primeras autopresencias divinas. A esta tercera autopresencia divina la llamamos Espíritu
Santo. El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Pero como el Hijo tiene todo lo que es o
tiene sólo del Padre, así tiene también del solo Padre el que sea coorigen del Espíritu Santo. Y en
este sentido el Padre es el único origen último del Espíritu Santo. Se puede decir también que el
Espíritu Santo, en cuanto amor mutuo entre el Padre y el Hijo, procede del Padre directamente o
bien que procede del Padre por medio del Hijo.
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SEGUNDO MOMENTO
NIVELACIÓN
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ACTIVIDAD 2.1 Con las orientaciones del docente el alumno debe analizar los
textos proporcionados para luego expresarlo en mapas conceptuales.
TEMA Nº 1 EL MISTERIO DE JESUS, DIOS Y HOMBRE.
1. Jesucristo, Dios y Hombre
.
La fe de la Iglesia enseña que «Jesucristo es verdadero Dios i - verdadero
hombre» (Catecismo, n. 464). A1 analizar la Sagrada Escritura, se comprueba que esta
fe no es algo caprichoso o arbitrario; no es una afirmación porque sí; al contrario,
observamos que la fe sobre Jesucristo está de acuerdo con el testimonio histórico que
ofrece la Sagrada Escritura, especialmente el testimonio de los Evangelios y de la más
antigua tradición cristiana. Y podemos darnos cuenta, también, de que la fe definida
por la Iglesia acerca de Jesucristo es razonable, es decir, cuenta con el esfuerzo realiza-
do por la mente humana para penetrar en el misterio del Hombre Dios. En otras
palabras, podemos decir que el riguroso análisis racional de los datos evangélicos
ponen de manifiesto la Humanidad y la Divinidad de Jesucristo.
Después de haber estudiado la Divinidad de Jesucristo en el módulo anterior
ahora veremos, en primer lugar, los datos evangé licos acerca de la Humanidad plena de
Jesús. Y a continuación analizaremos la formulación histórica de la doctrina de los
Concilios Ecuménicos y de los Padres de la Iglesia acerca de la Divinidad y de la
Humanidad de Jesucristo; esta formulación se ha realizado al hilo de algunos errores
que pretendían explicar el misterio de Cristo, pero mutilaban alguno de sus aspectos
revelados; es decir, veremos cómo han surgido esos errores y la explicación racional
que ha realizado la reflexión teológica, así como la definición de la doctrina de fe
realizada por el Magisterio de la Iglesia.
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b) Parecer indigno de Cristo sufrir pasión y muerte real: esti maban que sólo sufrió en
apariencia (Basílides, Marción).
C) Tener una visión negativa de la materia; algunos decían que el cuerpo de Jesús era
real, pero no de carne humana sino de materia celeste (Valentín, Apeles, y
especialmente las corrientes gnósticas).
Parece que San Juan tuvo a la vista estos errores cuando escribe: «El Verbo se hizo
carne» (Jn 1, 14); «Lo que existía desde el principio...lo hemos visto con nuestros
ojos,... [lo] palparon nuestras manos» (1 Jn 1, 1); «Jesucristo, venido en carne» (1 Jn 4,
2). Frente a estas tendencias, la Iglesia cree y proclama firmemen te la verdad sobre
Cristo como Dios-Hombre: «Verdadero Dios y verdadero Hombre en la unidad de su
Persona divina: por esta razón Él es el único Mediador entre Dios y los hombres», como
enseña el Catecismo (n. 480). Nos encontramos ante un profundo misterio de la fe
cristiana, fundamentado en los testimonios bíblicos, pero que ofrece muchas luces
sobre Dios y sobre el hombre. Dado que todo verdadero hombre es cuerpo y alma,
vamos a estudiar la Humanidad de Jesús analizando los testimonios sobre la existencia
en Él de un cuerpo y de un alma humana.
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quiere decir volver a la vida en el propio cuerpo. Este cuerpo puede ser transformado,
dotado de nuevas cualidades y fuerzas, y al final incluso ser glorificado, como en la
Ascensión, pero es un cuerpo verdaderamente humano, como manifestó Jesús después
de su Resurrección: Jesús resucitado se hace ver por los discípulos, les habla y come (Lc
24, 36-43). Ellos lo ven, le miran, le hablan, tocan las heridas de la crucifixión (Jn 20,
19-29).
En Jesús resucitado no hay indicios de un «fantasma», de un «espíritu», o de un
hombre «aparente», sino de un hombre real. Así lo conocieron los Apóstoles y el grupo
de creyentes que constituyó la Iglesia de los comienzos. Así nos hablaron en su tes-
timonio.
Como dice Juan Pablo II, «no existe en Cristo una antinomia entre lo que es
"divino" y lo que es "humano". Si el hombre, desde el comienzo, ha sido creado a
imagen y semejanza de Dios (Gén 1,27), y, por tanto, lo que es "humano" puede
manifestar también lo que es "divino", mucho más ha podido ocurrir esto en Cristo. Él
reveló su Divinidad mediante la humanidad, mediante una vida auténticamente
humana. Su "Humanidad" sirvió para revelar su "Divinidad": su Persona de Verbo -
Hijo»'.
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a. Jesús conoce como es propio de toda alma humana racional; su conocimiento es tan
fino que manifiesta una doctrina de sublime sabiduría; y es tan penetrante que alcanza a
conocer la intimidad de los corazones, como muestran repetidamente los Evangelios, por
ejemplo, las intenciones de los escribas y de los fariseos (cfr. Mt 12, 15).
b. Jesús tiene voluntad humana: Jesús manifiesta su voluntad humana en numerosísimas
ocasiones. En los testimonios evangélicos, además de las diversas decisiones que toma
Jesús, destaca la identificación de su voluntad humana con la del Padre; así, por ejemplo,
dice a los judíos: «he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquél
que me ha enviado» (Jn 6, 38); y en el huerto de Getsemaní reza diciendo: «Padre, si
quieres, aparta de mi este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42).
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Cuando la Escritura dice que en Jesús no hay pecado, manifiesta su plenitud humana;
esa expresión significa, en primer lugar, que el pecado está esencialmente excluido de
Aquel que, siendo verdadero hombre, es también verdadero Dios; pero también sig nifica
positivamente su perfección moral, es decir, la integridad y la santidad de su vida humana.
De ahí que Jesús sea modelo de todas las virtudes, el Hombre perfecto, como el análisis de
su vida muestra con toda claridad. La Teología también manifiesta esa perfección moral de
Jesús al afirmar con expresiones bíblicas que es el Hombre verdaderamente justo y santo.
El Concilio Vaticano II afirma que Jesucristo «se ha hecho verdaderamente uno de los
nuestros, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado». Y precisamente, gracias a
una semejanza tal, Jesús «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre, y le
descubre la grandeza de su vocación» 5. Jesucristo manifiesta «plenamente» lo que es el
hombre al propio hombre por el hecho de que Él «no ha conocido el pecado»; la razón es
que el pecado no es de ninguna manera un enriquecimiento de l hombre, sino todo lo
contrario: el pecado deprecia al hombre, lo disminuye, lo aliena, lo priva de la plenitud que
le es propia.
Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios. Esta es la verdad fundamental sobre Jesús que se
formó entre los Apóstoles a partir de las obras y de las palabras de Jesús en el período
anterior a la Pascua.
Después de la Resurrección la fe de los Apóstoles se consolidó aún más p rofundamente y
encontró expresión en los testimonios escri tos que provienen de los años inmediatamente
posteriores a la salida de Cristo de esta tierra.
Podemos decir que la fe en Cristo, en los comienzos de la Iglesia, se expresa
especialmente con los títulos: Hijo de Dios y Señor. Siguiendo el testimonio de los
Apóstoles, la Iglesia creía y profesaba desde el principio que Jesús de Nazaret, el hijo de
María, y, por tanto, verdadero hombre, crucificado y resucitado, es el Hijo de Dios, es el
Señor (Kyrios ), es el único Salvador del mundo dado a la humanidad. A partir de los
datos bíblicos, la reflexión teológica mostrará, y el magisterio de la Iglesia enseñará,
que la Divinidad y la Humanidad de Jesús se unen en la Persona divina del Hijo de
Dios, del Verbo eterno. O, dicho de otro modo: el que siempre fue Dios -el Hijo
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unigénito-, en un momento concreto de la historia comenzó a ser Hombre, sin dejar de ser
Dios.
Una síntesis preciosa de esta verdad la tenemos en E! Credo del Pueblo de Dios de
Pablo VI:
«Creemos en nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios. Él es el Verbo eterno,
nacido del Padre antes de todos los siglos y consubstancial al Padre, u homousios to
Patri; por quien han sido hechas todas las cosas.
Y se encarnó por obra del Espíritu Santo, de María la Virgen, y se hizo hombre:
igual, por tanto, al Padre según la Divinidad, menor que e! Padre según la
Humanidad, completa mente uno, no por confusión (que no puede hacerse) de la
substancia, sino por unidad de la Persona»'.
Desde los primeros tiempos, los cristianos han intentado expli car las verdades
reveladas: han realizado grandes esfuerzos para entender racionalmente y para expresar en
lenguaje humano los misterios que se encierran en Jesucristo. Esas verdades se formu laron
para contrarrestar algunos errores que surgieron en los pri meros siglos del cristianismo.
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Para afirmar que Jesucristo es el Hijo unigénito de Dios, el Concilio de Nicea utiliza la
expresión de la misma substancia que el Padre. Juan Pablo II comenta que «el Concilio
expresó, en una fórmula adaptada a la cultura [griega] de entonces, la verdad que
encontramos en todo el Nuevo Testamento»'. El Concilio de Nicea no hace más que
confirmar la verdad precisa, contenida en la Revelación divina, de que Jesús es uno con el
Padre (cfr. n. 49. 1). La definición de Nicea sigue siendo actual para nuestros tiempos, pues
utiliza unos conceptos que pertenecen al lenguaje ordinario de las gentes'.
Unos cincuenta años después del Concilio de Nicea. Apolinar (310-390), obispo de
Laodicea, también decía que en Cristo no había verdadera alma humana, porque habría
sido sustituida por el Verbo de Dios, con lo que igualmente negaba la verdadera Huma-
nidad de Cristo. Este error fue rechazado por el papa Dámaso en el año 374 con el siguiente
argumento: si en la Encarnación hubiera sido asumido un hombre incompleto, sería
imperfecta la obra de Dios, e imperfecta la salvación de los hombres, porque no habría sido
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salvado todo el hombre, lo que está en contra de los datos evangélicos`. A San Gregorio
Nacianceno se debe el siguiente argumento: para que el hombre entero pudiera ser
salvado, la entera (perfecta) humanidad debía ser asumida en la unidad del Hijo: «lo que no
es asumido, no es sanado»".
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humana. De este modo, la Virgen María, sería solamente la Madre de Cristo-Hombre, por
ser la Madre de Jesús, pero no podría ser considerada ni llamada Madre de Dios.
El tercer Concilio Ecuménico, en Éfeso (431), defendió la unidad de Cristo como se
encuentra en los Evangelios y había sido creída y afirmada por la tradición cristiana. Para
explicar esta verdad de la Revelación, el Concilio de Éfeso incorpora a la doc trina de la
Iglesia el concepto de «naturaleza»: afirma que en Jesucristo hay dos naturalezas distintas,
la divina y la humana, las cuales se unen en el mismo Verbo eterno, es decir, en la P ersona
del Hijo de Dios, que es Dios de Dios «engendrado» desde siem pre por el Padre, y que,
como hombre, nació, en el tiempo y según la carne, de la Virgen María:
«El Verbo, al unirse en su Persona a una carne animada por un alma racional, se
hizo hombre de modo inefable e incomprensible; [.J y , las dos naturalezas que se
juntan en verdadera unidad son distintas, pero de ambas resulta un solo Cristo e
Hijo [...] Porque no nació primeramente un hombre vulgar de la Santa Virgen, y
luego descendió el Verbo sobre él; sino que, unido desde el seno materno, el Verbo
se sometió a nacimiento carnal, como quien hace suyo el nacimiento de la propia
carne (...J De esta manera los Santos Padres no tuvieron inconveniente en llamar
Madre de Dios a la Santa Virgen.»`
Habla el Concilio de «dos naturalezas» en Cristo, la divina y la humana, unidas en «un
solo Cristo» e Hijo de Dios; es decir, la Divinidad y la Humanidad de Jesucristo, el hijo de
María, están unidas en una sola Persona divina. Por consiguiente, siendo Crist o un solo ser,
María tiene pleno derecho a gozar del título de «Madre de Dios», como se afirmaba ya
desde hacía tiempo en la oración cristiana y en la Tradición de la Iglesia.
«Se ha de reconocer a un sola y mismo Cristo Señor, Hijo único en dos naturalezas, sin
confusión, sin cambio, sin división, sin separa ción. La diferencia de naturalezas de
ningún modo queda suprimida por su unión, sino que quedan a salvo las propie dades
de cada una de las naturalezas y confluyen en un solo sujeto y en una sola Persona, no
partido o dividido en dos personas, sino un solo y mismo Hijo único, Dios Verbo, Señor
Jesucristo.»`.
Con esta definición, el Concilio de Calcedonia precisó que las dos naturalezas de
Jesucristo, la divina y la humana, se han unido (sin ser «absorbida» la humana por la divina)
en un único Sujeto personal, que es la Persona divina del Verbo. El uso del término
«hípóstasís ha llevado a las escuelas teológicas a hablar de unión hipostática para expresar
que en Jesucristo sólo hay una Persona divina, la del Verbo o Hijo de Dios, como sujeto
único de todas sus acciones. Gracias a su naturaleza divina, Cristo es «consubstancial con el
Padre según la Divinidad»; gracias a su naturaleza humana, es «consubstancial con nosotros
según la humanidad». Por tanto, Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Al
mismo tiempo hay que afirmar que esta dualidad de naturalezas no hiere, de manera
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alguna, la unidad de Cristo, que es originada por la unidad perfecta de la Persona divina del
Hijo.
Además, la doctrina del Concilio de Calcedonia tiene gran importancia antropológica.
La Persona divina del Verbo, al asumir la naturaleza humana en 1a Encarnación, entró en el
mundo de las personas humanas. Este hecho pone de relieve la dignidad de cada una de las
personas humanas -por encima de cualquier condicionante social, cultural, de raza, etc.-
como sujetos de derechos y deberes inalienables, y que el hombre es el centro de la
sociedad y de todas las relaciones sociales. Asimismo, pone de relieve que Cristo es el
modelo de vida para todo hombre, y que existe un arden sobrenatural a l que todos los
hombres son llamados.
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términos puede captarse en el lenguaje ordinario de las personas, cultas o no, de todos los
tiempos.
7.1. Naturaleza
El término «naturaleza» significa esencia y propiedad caracte rística de cada ser; se
utiliza ordinariamente para expresar el principio de actividades u operaciones propias de
un ser, que lo diferencian de los otros seres. El sentido común dice que es «natural» que
los pájaros vuelen, que e1 agua moje, o que el hombre piense y decida con libertad
personal.
Este concepto se aplicó a Jesucristo para expresar su Divinidad y su Humanidad. La
Divinidad, o naturaleza divina de Jesús, es el principio de operación de sus acciones
divinas, como los milagros, el perdón de los pecados, o su propia Resurrección. De igual
modo, la Humanidad, o naturaleza humana de Jesús, es el principio de operación de sus
acciones humanas, tales como hablar, andar, comer o fatigarse. Pero el sujeto de ambos
tipos de operaciones siempre es la Persona divina del Hijo de Dios.
7. 2. Persona
El término «persona» significa individuo de la especie humana. También se define la
persona como el sujeto individual de naturaleza racional. La naturaleza humana es común a
todos los hombres. Esa naturaleza se individualiza en cada ser humano, se personifica en un
«yo» individual, personal o subjetivo, que es el sujeto de las acciones humanas. De igual
modo, la naturaleza divina es común a las tres Personas divinas, sujetos divinos dife rentes
que están unidos en la misma Divinidad.
El concepto de «persona» se aplicó a Jesucristo para expresar que el único sujeto de las
acciones humanas y de las acciones divinas de Jesús es «la Persona divina» del Verbo o Hijo
de Dios.
Estos dos conceptos, sobre todo a partir de las definiciones conciliares, fueron
elevados a la dignidad de terminología filosófica y teológica; pero los concilios de Éfeso y de
Calcedonia los tomaron según el uso de la lengua corriente, sin referencia a un sistema
filosófico particular. Hay que tener en cuenta también la exactitud y cuidado de aquellos
Padres conciliares por la elección precisa de los términos. En el texto griego del concilio de
Calcedonia, la palabra correspondiente a «persona» prósopon- indicaba más bien el aspecto
externo del hombre, su percepción fenomenológica (literalmente, la máscara usada en el
teatro para representar un personaje); por esta razón, los Padres conciliares utilizaron,
junto con esta palabra, otro término -hipóstasis- que indicaba el ser propio y específico de
la persona, su interioridad, su condición de sujeto al que se atribu yen las acciones.
El Catecismo sintetiza toda esta doctrina en los términos si guientes: «La Iglesia
confiesa... que , Jesús es inseparablemente verdadero Dios y verdadero hombre. El es
verdaderamente el Hijo de Dios que se ha hecho hombre, nuestro hermano, y eso sin dejar
de ser Dios, nuestro Señor» (469).
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En resumen, podemos decir que los Evangelios ofrecen suficientes datos para afirmar,
con rigor lógico --como lo han hecho los primeros Concilios de la Iglesia-, que Jesucristo es
verdadero Dios y verdadero Hombre, «uno de la Trinidad», consubstancial c on el Padre
según la Divinidad y consubstancial con nosotros según la Humanidad. Jesús es el Hijo de
Dios nacido de la Virgen María por obra del Espíritu Santo que ha venido al mundo para
salvar a los hombres. Ésta es la verdad central de la fe cristiana en la que se expresa el
misterio de Cristo.
Hemos visto una serie de argumentos que presentan como razonable y creíble la afirmación
de que Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios y el Salvador de los hombres. Esta afirmación de
la Escritura es a la vez sencilla y asombrosa. Es sencilla, por ser asequible a todos los
hombres; son millones y millones los hombres, cultos e ignorantes, que a lo largo de la
historia han vivido de esa afirmación. Y es asombrosa, porque decir que un hombre es Dios
es una afirmación fuerte, humanamente inaceptable. Pero ahí están los hechos: la vida de
Jesús de Nazaret con su doctrina, sus milagros, su Muerte y su Resurrección; ahí está la
Escritura y la Tradición de quienes conocieron personalmente a Jesús; y ahí está esa
comunidad de creyentes en Cristo, la Iglesia, que hoy como ayer proclama la Divinidad de
Jesús de Nazaret. Estos hechos, a pesar de ser asombrosos, no pueden ser eludidos por los
hombres que buscan la verdad y el sentido de sus vidas.
Llegados a este punto, parece razonable preguntarse: la dificultad de aceptar la
Divinidad de Jesús ¿está en el hecho en sí o está en el interior del hombre?
Es cierto que de la constatación de los hechos probados no se puede arribar a la
confesión de la Divinidad de Jesús, afirmación que desborda la racionalidad humana por su
contenido sobrenatural. Pero es cierto también que, salvo que consideremos a Dios como
un ser perverso -consideración absolutamente contraria a la realidad de lo que es Dios. Bien
infinito-, Él no dejará de dar la luz y la fuerza -la gracia sobrenatural- para que los hombres
veamos con claridad que Jesús es Dios. ¿Por qué no dejará Dios de darnos la luz necesaria?
Por el sencillo y asombroso hecho de que ha enviado a su Hijo para salvar a los hombres.
Entonces, el problema no está en Dios, sino en el propio hombre, en la respuesta
personal al ofrecimiento de salvación que nos viene por medio de Jesucristo; es decir, el
problema está en si los hombres buscamos sinceramente la verdad y si hay en nosotros un
afán de llevar una vida recta y verdaderamente libre. (Tomado de Gonzalo Lobo Méndez en
su libro Razones para creer).
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ACTIVIDAD 2.2 Analiza el texto interactúa con sus compañeros sobre lo que se ha
leído, finalmente elaborar mapas conceptuales y exponerlo
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apocalíptica judía le había atribuido al Hijo del hombre. Cristo no sólo anuncia el perdón de
Dios; él mismo es el perdón de Dios en persona, la salvación misma de Dios que llega a los
hombres.
La conciencia que tiene Jesús de ser en persona el reino queda todavía más clara cuando él
mismo se coloca como centro de su propio mensaje. El centro de su mensaje es él mismo en
persona. En cuanto abrimos los evangelíos, encontramos un hecho insólito: mientras que los
grandes fundadores de religiones se han presentado como mensajeros de Dios o de la verdad
y jamás se han colocado como centro de la religión por ellos predicada, el centro de los
evangelios está ocupado por la persona misma de Jesús. Guardíni lo ha expresado
magníficamente en su obra La esencia del cristianismo
Comencemos por la gran figura religiosa que es Buda. En los libros sagrados del budismo
se le alaba como "sublime, perfecto, totalmente iluminado, rico en ciencia, sabedor de
caminos, conocedor de mundos, incomparable educador de los hombre, maestro de dioses y
hombres" '°. Sin embargo, Buda no se presenta como centro de su mensaje. Cada uno de los
hombres podría recorrer su propio camino con sólo llegar hasta la pureza total. Se trata de
una doctrina que se sigue con el propio esfuerza. Buda manda buscar lucidez y refugio en
nosotros mismos y en ninguna otra parte ". En último extremo, Buda dice lo que podría decir
otro hombre cualquiera: "Lo que hace, observa Guardini, es indicar el camino que existe
también sin él, y con la vigencia de una ley universal. La persona de Buda no se halla dentro
del ámbito de lo propiamente religioso"' -.
Moisés, por su parte, es también una persona de grandes dimensiones. Es siervo y amigo de
Dios, guardián e intérprete de la lev; pero su persona nada tiene que ver con la esencia de la
religión ". La fórmula de su actuación es ésta: "Así habla Yahvé". Como los profetas de Israel,
es un mensajero de Dios. Su persona no se halla en el centro de su mensaje, en el contenido
mismo de la revelación". Podríamos decir lo mismo de Mahoma o de otros fundadores de
religión.
Pues bien, lo que llama la atención a propósito de Jesús es que él en persona se coloca en
el centro de la vida religiosa ' S. Jesús no se limita a indicar el camino para llegar a Dios, ni
como cualquier otro rabino se ha dado a indicar en la Torah el camino de la salvación.
Sencillamente, él mismo en persona ha ocupado el lugar de Dios y de la Torah. Para salvarse
es preciso acogerle a él en persona: "Todo aquel que se declare por mí delante de los
hombres, también yo me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; quien me
niegue a mí ante los hombres, también yo le negaré a él ante mi Padre que está en los cíelos"
(Mt 10,32-33; Lc 12,8-9).
La exigencia de Jesús no es una exigencia intelectual; es una exigencia que tiene como
contenido a él mismo en persona. Y esto es lo radicalmente original y escandaloso de la
persona de Jesús. A este respecto, ha escrito Guardini: "Someterse, en efecto, a una lev
general cierta (bien natural, mental o moral) no es difícil para el hombre, el cual siente que al
hacerlo así continúa siendo él mismo, e incluso que el reconocimiento de una ley semejante
puede convertirse en una acción personal. A la pretensión, en cambio, de reconocer a "otra"
persona como ley suprema de toda la esfera religiosa, y por tanto de la propia existencia, el
hombre reacciona en sentido violentamente negativo" ' 6.
Por ello la persona de Cristo escandaliza. Jesús mismo nos pone en guardia ante este
posible escándalo: "Bienaventurado aquel que no se escandalice de mí" (Mt 11,6). "Porque el
que se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora..." (Mc
8,38 y par.).
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Se trata, ni más ni menos, de un seguimiento que consiste en confesar a Jesús como centro
mismo de nuestra existencia. Por ello es un seguimiento que implica la negación de sí mismo
para confesar a Cristo como fundamento único de la propia existencia. Estas son las palabras
de Cristo: "El que busque su vida la perderá; y el que la pierda por mí la encontrará" (Mt
10,39; Mc 8,35). De ahí que la pretensión de Jesús trastorne toda jerarquía humana de
valores. Pone en convulsión la jerarquía misma de nuestras relaciones humanas,
pretendiendo ser el centro de nuestra vida: "No penséis que he venido a poner paz en la
tierra; no vine a poner paz, sino espada. Porque vine a separar al hombre de su padre y a la
hija de su madre, y a la nuera de su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa. El
que ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí" (Mt 10,34-36). Las relaciones
humanas quedan, pues, radicalmente afectadas por la pretensión de Jesús.
Jesús, que está puesto para caída y levantamiento de muchos en Israel (Le 2,34), pone en
crisis todo lo humano. Todo se decide por el sí o el no a su persona, hasta el punto de que
exige perder la vida por él: "Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y con
mentira digan contra ustedes todo género de mal por mí (Mt 5,11) Y serán odiados por todos
por causa de mi nombre, el persevere hasta el fin será salvo (Mt 10,18-22).
Nos limitamos a señalar que se arroga su poder divino al reformar la ley. Ningún profeta se
había atrevido a tocarla. La halaká de los escribas era una aplicación de la Torah, pero nunca
una reforma. Ahora llega Cristo y afirma: "Hasta ahora se os ha dicho..., pero yo os digo..."
(Mt 5,25ss). Si antes se había atribuido el poder exclusivamente divino de perdonar los
pecados, ahora se atribuye el poder divino de legislar.
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cuatro grandes candelabros que recordaban la luz divina que había guiado al pueblo por el
desierto, dice Jesús: --yo soy la luz del mundo" (Jn 8,12). En Cristo culminan todas las acciones
salvadoras de Dios en el Antiguo Testamento.
Por ello su reforma de la ley, su purificación del templo, su posición frente al sábado
fueron motivos más que suficientes para desencadenar un proceso contra este homb re con
pretensiones inauditas y blasfemas.
Finalmente, Jesús se atribuye a sí mismo el nombre de Yahvé, el nombre que los judíos no
podían ni siquiera pronunciar y sustituían por Jehová. He aquí estos textos del evangelio de
Juan: "Porque si no creyereis que yo soy, moriréis en vuestros pecados" (Jn 8,24); "Antes que
Abrahán existiese, yo soy" (Jn 8,58); "Cuando levantéis al Hijo del hombre, entonces
conoceréis que yo soy" (Jn 13,19); "Desde ahora os lo digo antes que suceda, para que
cuando suceda creáis que yo SOY" (in 13,19).
"Yo soy" (Yahvé) es el nombre con el que Dios se revela en el Éxodo a Moisés (Ex 3,14);
ahora Jesús se lo aplica a sí mismo. No podemos narrar aquí toda la escena de Jn 8, verdadero
enfrentamiento de Jesús con los fariseos en Jerusalén poco antes de su muerte. El Jesús
apacible de Galilea surge aquí airado, desafiante, desvelador de la mentira pública en la que
se instalan los maestros de Israel. Les llama públicamente "hijos de Satanás" (Jn 8,44); y los
fariseos no sólo se levantan contra él porque les humilla, sino porque perciben una blasfemia
al oírle decir: "Antes que Abrahán existiera, yo soy". De hecho, intentan lapidarle (Jn 8,50),
signo inequívoco de que han oído una blasfemia.
Pero, por otro lado, todo este conjunto de datos puede ser avalado por los criterios de
historicidad. El tema del reino, como va vimos, está sólidamente anclado como auténtico.
Pues bien, dentro de este mismo contexto del reino, Jesús se identifica con él.
El criterio de discontinuidad avala como histórico el uso de Jesús de la frase "en verdad os
digo...". Desde el punto de vista lingüístico constituye, como ya dijimos, una novedad, Pues
bien, es de esa forma como Jesús se atribuye, recuerda Jeremías Z3, la doble autoridad divina:
la de perdonar pecados y la de legislar. Es también original de Cristo la expresión: "Hasta
ahora se os ha dicho...; pero yo os diga". Es el yo enfático de Jesús, que aparece tanto cuando
enseña como cuando hace milagros.
El enfrentamiento con la ley, el traspasar el sábado, la acción purificadora del templo, todo
ello hemos de admitirlo como histórico; pues, como veremos, fue eso lo que desencadenó su
muerte. Con la purificación del templo, dice Bornkamm, "ofreció Jesús a sus adversarios el
motivo que justificaba su prendimiento 24; y Fabris recuerda que bastaba la amenaza contra el
templo para incriminar a Jesús". Por ello no es casual que semejante acusación sea mencio-
nada en el curso del juicio (Me 14,58).
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Es claro también que la pretensión de Jesús de ser el centro de su propio mensaje religioso
es un hecho que, por su singularidad, no aparece en religión alguna. Tocamos con ello la
originalidad misma del cristianismo. Por otro lado, el denominarse como "yo soy" no puede
provenir de una comunidad judeocristiana, que no ha utilizado nunca esa expresión para
designar a Jesús.
3. Jesús, Mesías
Hemos visto que Jesús, en todo su comportamiento, ha dejado traslucir su identidad. Pero,
¿dijo explícitamente quién era? ¿Los títulos por el contrario, los encontramos en los
evangelios porque la comunidad primitiva se los ha atribuido a Cristo? Veamos cada uno de
los títulos, comenzando por el de Mesías.
Si abrimos los evangelios nos encontramos con una serie de datos constantes, El primero
es el escaso uso que hace Jesús del título de Cristo o Mesías (ambos, sinónimos, significan
"Ungido") `. Jesús no sólo no usa el término de Mesías, sino que positivamente tiene una
actitud de ocultamiento v reserva en este sentido. Impone silencio a los demonios para que
no lo descubran como Mesías (Mc 1,33; 3,12; Lc 4,41), a los que son curados, como en el caso
del leproso (Mc 1,44; Mt 8,4; Lc 5,14), al sordomudo (Me 7,36), al ciego de Betsaida (Mc
8,2b), a los que presencian la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,43; Lc 8,56), y a los
mismos discípulos (Mi 16,20; Mc 8,30; Lc 9,21).
Ante el pueblo que quiere proclamarlo rey en cuanto ve la multiplicación de los panes,
Jesús se retira solo al desierto (Jn 6,15). Ante la invitación que le hacen sus parientes a
manifestarse pública y triunfalmente, Jesús se retira diciendo que no ha llegado su hora (Jn
7,6). Los discípulos que buscan los primeros puestos en el reino reciben inmediatamente la
corrección de Jesús (Mt 18,1-4; Lc 22,242b; Mi 20,21-22).
Pero ocurre también que a Jesús le preguntan si es él el Mesías, y responde diciendo: "sí,
pero...; sí, pero no del modo como vosotros pensáis". Ante la pregunta del Bautista (Mt 11,2-
6), responde diciendo que sí, pero añade: "Dichoso aquél que no se escandalice de mi". Su
mesianismo va a escandalizar, va a defraudar a muchos, va a ser un signo de contradicci ón,
una piedra de escándalo para los judíos. Asimismo aprueba la respuesta de Pedro en Cesarea
de Filipo, pero añade a continuación que el Hijo del hombre tiene que ir a Jerusalén a sufrir
(Mc 8,31). Y a la pregunta de Pilato: "¿eres tú el rey de los judíos?", responde Jesús: "Sí, pero
mi reino no es de este mundo" (Jn 18,36).
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propio David le llama mi Señor? Este es Cristo; es su estilo; deja el interrogante y se marcha.
Lo que ha sugerido es mucho más de lo que los escribas podían suponer. Más que propagar su
identidad mesiánica a todos los vientos, prefiere que los demás la adivinen. Es demasiado
grande su misterio para pregonarlo a todos los vientos. Antes, muchas otras cosas deben ser
entendidas.
Cierto que la entrada en Jerusalén es una manifestación pública de mesianismo (Mt 21,1-9 y
par.); pero ello tiene lugar al final de su vida pública, poco antes de su pasión y dentro de un
proceso que irremediablemente le lleva a la cruz. Y llega la pregunta de Caifás en el proceso
que le hace el sanedrín. Según Lucas, hay una doble pregunta: "¿Eres tú el Cristo?" (Lc 22,67).
Los tres sinópticos coinciden en la respuesta: "Sí; tú lo has dicho, pero yo os declaro que a
partir de ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder y venir sobre las
nubes del cielo" (Mt 26,64).
Un rayo que hubiese caído allí mismo no habría producido tanta impresión. Jesús
habla a judíos y expresa su identidad en términos a ellos familiares. Cuando oye Caifás su
respuesta, lanza la pregunta inevitable: "¿Entonces, tú eres el Hijo de Dios?". "Vosotros lo
decís, yo soy" (Lc 22,70). "¿Qué necesidad tenemos de testigos?; ¡ha blasfemado!".
En efecto, el sanedrín lo acusa de blasfemia: "Nosotros tenemos una ley; y, según esa ley,
debe morir, porque se tiene por Hijo de Dios" (Jn 19,7).
Ahora todo está claro. Cristo había sido reacio a confesar públicamente su identidad
mesiánica. Tenía el peligro de que le entendieran en sentido político-nacional, cuando su
misión era otra muy distinta. Además, su condición era demasiado grande para que le
pudieran entender; pero ahora, cuando se le ha pedido en nombre del Dios vivo que diga si es
el Cristo y el Hijo de Dios, cuando el proceso de la cruz, es ya inevitable, cuando ya nadie
puede proclamarlo rey, Cristo confiesa toda la verdad: sí, soy el Mesías; pero como Hijo del
hombre, Mesías celeste venido del cielo, Mesías sobre la nube (lugar de la teofanía o
manifestación de Dios), sentado a la diestra del poder (de Dios mismo), compartiendo su
condición soberana. Es demasiado lo que ha dicho. Es demasiado lo que ha dicho; pero el
decirlo ahora ya no le sirve de nada}, ya no le puede desviar de la cruz conscientemente
buscada z'.
Mientras tanto, Caifás y el sanedrín ya tienen la prueba. Jesús los había humillado
públicamente; había hecho añicos su concepción de Dios, de la ley y del sábado; había roto su
prestigio, y había puesto en peligro el futuro mismo de la nación. Pero ahora es evidente que
se trata de un blasfemo. Ahora todo está claro. Un blasfemo no puede venir de Dios. Y según
la ley tiene que morir.
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ACTIVIDAD 2.3 Leer y analizar el tema propuesto para luego elaborar mapas
conceptuales
En los temas anteriores hemos visto que los testimonios históricos afirman de muchas
maneras que Jesús es el Hijo de Dios que se ha encarnado y hecho hombre; es decir,
afirman que la Persona de Jesús es divina. La lógica más rigurosa concluirá que la condi ción
divina de Jesús debe informar plenamente su vida y su mensaje: es decir, Jesús sólo será
coherente consigo mismo, y por lo tanto creíble, si anuncia un mensaje divino y si realiza en
la tierra una tarea divina. Esta coherencia aparece continuamente en los Evangelios c omo
afirmación radical, y constituye un signo notable de la credibilidad de Jesús.
No obstante, parece oportuno analizar con rigor intelectual la Misión de Jesús, es decir, el
sentido de la vida }, del mensaje de Jesús tal como aparece documentado en los Evangelios,
pues ahora, como en otros tiempos, no faltan individuos que reducen la misión de Jesús a
una actividad terrena de orden político y social. Según los Evangelios, en la época histórica
de Jesús, buena parte de los judíos veían al Mesías prometido por Dios como un líder
político que restablecería el reino de David; o como un guerrillero que liberaría al pueblo de
Israel de la dominación romana. Sólo algunos, los «sencillos» y «pequeños», lo veían como -
el Salvador del pecado y de la lejanía de Dios, tales como Simeón y Ana (Lc 2, 25-38).
De modo parecido, en la actualidad no faltan quienes ven a Jesús como un ideólogo
político y como un líder social, que se sirve de las convicciones religiosas de los pueblos
para obtener unas metas de liberación política y económica. Entre los contemporáneos que
ponen el acento en esta perspectiva temporal, se encuen tran algunos teólogos de la
liberación'.
LA MISIÓN DE JESUCRISTO
De todas formas, esta perspectiva no debe ser desechada, en cuanto sugiere que del
Mensaje cristiano se derivan necesariamente consecuencias temporales, como después
veremos (cfr. capítulo 11); pero, en sí misma, la perspectiva que reduce el mensaje cristiano
a opciones temporales es contraria al Evangelio y carece totalmen te de sentido. Es absurdo
pensar que Dios se haya hecho hombre para realizar tareas meramente temporales; o que
el Dios Encarnado coaccionase la conciencia moral de los hombres, para que éstos
realizaran tareas que de suyo tienen un valor relativo y opinable. En este caso, ha bría una
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a. Palabras del ángel a José: Este motivo lo encontramos expresado de modo explícito,
por ejemplo, en el Evangelio según Mateo, en las palabras del ángel a José, cuando le
anuncia que lo concebido por María es obra del Espíritu Santo: «José, hijo de David, no
temas recibir a María, tu esposa; pues lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu
Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus
pecados» (Mi I , 20-21: cfr. Lc 1, 31).
La finalidad salvadora de la Encarnación está expresada, en primer lugar, en el o rigen
divino del hijo de María, que no es fruto de varón, sino que ha sido concebido por obra del
Esplritu Santo; en segundo lugar, se manifiesta la finalidad salvadora de la Encar nación en el
nombre que se ha de dar al hijo de María, Jesús que significa en su raíz hebrea «salvador»;
y, en tercer lugar, se expresa tal finalidad al especificar de modo concreto en qué consiste
esa salvación. Jesús salvará a su pueblo de sus pecados cosa que puede atribuirse solo a
Dios.
b. Palabras del ángel a María: También encontramos en las palabras del ángel a María,
en el relato de la Anunciación del Evangelio según Lucas, que el motivo de la encarnación
del Hijo del Altísimo, es decir, el Hijo de Dios, es la salvación eterna de los hombres, al llamar
Jesús, es decir, Salvador, al hijo de la Virgen, cuyo reinado será eterno: «No temas, María,
porque has hallado gracia delante de Dios: concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le
pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará
el trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob, y su Reino no tendrá
fin» (Lc 1, 30-33).
Como recalca el Evangelio de Juan, el origen real de Jesús es el Padre, que lo envía al
mundo para la salvación de los hombres, para alcanzar la vida eterna: «Ésta es la voluntad
de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga la vida eterna» (Jn 6, 40).
En los textos evangélicos aparece con toda claridad que el motivo o fin de la
Encarnación del Hijo de Dios es la salvación de los hombres. Veamos los textos más
significativos:
3.3. 2. Doctrina de la Iglesia
La Iglesia, en su respuesta a la Revelación divina, afirma en el Credo el motivo de la
Encarnación con estas palabras: «Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del
cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre»'.
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propone como la plena felicidad que el hombre, aún sin saberlo, busca apasionad amente.
La Encarnación trae ya consigo el comienzo de la salvación de los hombre s.
b. En segundo lugar, la Encarnación significa que el Hijo de Dios irrumpe en la historia
de los hombres como un personaje y un hecho particular: «nacido de mujer, nacido baj o la
ley» (Gál 4, 4). Desde el momento de la Encarnación, ya no se puede hablar de un Dios
escondido, lejano, o difícil de ser conocido y amado, pues se ha manifestado en la
humanidad de Jesús. En consecuencia, la Encarnación muestra la dignidad y el valor de
todos y de cada uno de los seres humanos; es decir, se hace «solidario» con todo el
género humano. El Concilio Vaticano II expresa esta solidaridad al afirmar que «el Hijo de
Dios, con su Encarnación, se ha unido en cierto modo con todo hombre. Trabajó con manos
de hombre, pensó con inteligencia de hombre, actuó con voluntad de hombre, amó con
corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros,
semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado»'.
c. En tercer lugar, la Encarnación del Hijo de Dios realiza en la historia la «alianza»
entre Dios y el hombre, profetizada en la historia bíblica. Dice la carta a los Hebreos que
Cristo es «el mediador de una nueva alianza» (Heb 9, 15). En los testimonios de la Iglesia
primitiva, Cristo es mostrado como la Palabra eterna, la luz y la razón de todas las cosas
(Jn 1, 4, 9 ss.); es la Cabeza del universo (Col 2, 10); es el Restaurador que recapitula en Sí
mismo todas las cosas del cielo y de la tierra (Ef l, 10).
d. Por último, la Encarnación del Hijo de Dios muestra que Cristo es el Salvador de
todos los hombres. Esto significa no sólo que el hombre ha sido liberado de la esclavitud
radical del pecado, fuente de todos los males y desgracias que padece la humanidad, sino
también que el hombre ha sido capacitado para adquirir conciencia honda de la dignidad
que le muestra Cristo y descubrir el sentido pleno de su existencia. En concreto, el Hijo de
Dios Encarnado eleva a los hombres a la condición sobrenatural de hijos de Dios; esta
elevación tiene lugar, para cada hombre, en el sacra mento del Bautismo, por el que
participamos de la Muerte y Resurrección redentora de Cristo (cfr. n. 69). También afirma
el Vaticano II que la naturaleza humana de Cristo es el «instrumento vivo d e la salvación»
de los hombres'.
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de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo» (Heb 7, 27)", es decir, se entregó a la
Muerte de Cruz en expiación por los pecados de los hombres.
Jesús no fue un zelotes o guerrillero: es patente en las páginas del Evangelio que Jesús
no persigue ningún objetivo político 0 social. Por ejemplo, al comienzo de su vida pública,
Jesús rechaza -a de modo expreso el poder político que le ofrece el demonio en las
tentaciones del desierto (Mt 4, 48). Después del milagro de la multiplicación de los panes y
de los peces, algunos asistentes dijeron: «Éste es verdaderamente el Profeta que viene al
mundo. Jesús, conociendo que iban a venir para llevárselo y hacerle rey, se retiró de nuevo
al monte él solo» (Jn 6, 14-15). Los Evangelios narran numerosas situaciones en las que
Jesús rechaza la postura de quienes mezclaban las cosas de Dios con actitudes meramente
políticas (cfr. por ejemplo, Mt 22, 21; Mc 12, 17; Jn 18, 36).
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Los reformadores protestantes fieles a los antiguos símbolos de la fe no negaron nunca las
cuatro notas de la Iglesia, aunque añadieron dos criterios básicos de discernimientos a su vez
teológicos y polémicos. He aquí como lo afirma la confessio Augustana de 1530 en su artículo
VII: «Se enseña que ha de permanecer la Iglesia una y santa; pero la Iglesia es la congregación
de los santos en que se enseña puramente el Evangelio v se administra rectamente los Sacra-
mentos («in qua evangelium pure docetur et recte adminístrantur sacramenta»), De forma
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Unido a estas dos nociones claves -Sacramento v Pueblo de Dios- la Lumen Gentium se
refiere al concluir el primer capítulo titulado De Ecclesiáe mysterio, a la doble dimensión de la
Iglesia con este título: De Ecclesiá visibili simul spirituali (LG 8). En efecto, notando la analogía
considerable que existe entre la Iglesia visible y espiritual con el Verbo encarnado y su misterio,
se afirma: «el grupo visible y la comunidad espiritual, la Iglesia terrena v la Iglesia dotada de
bienes celestiales, no deben considerarse dos cosas diversas sino que forma una única realidad
compleja (una complexa realztas), constituida del elemento humano y divino...«(LG 8.a).
En e1 mismo número además se da una referencia explícita a las notas de la Iglesia en una
afirmación de gran contenido teológico. «Profesamos como una, santa, católicas - apostólica»...
v se precisa que «esta Iglesia, establecida v estructurada en este mundo como una sociedad,
subsiste (subszstit) en la Iglesia católica... aunque fuera de su estructura (extra eius
compaginem) se encuentren muchos elementos de santificación y de verdad, que, como dones
propios de la Iglesia de Cristo, impulsan en dirección a la unidad católica» (LG 8.b):
Como se puede observar tanto el lenguaje como la misma intención del texto -conocido a
través de las actas conciliares- rechazan toda exclusividad e identidad de la verdadera Iglesia
concebidas de modo cerrado, mientras que al mismo tiempo se abre el espacio para 'a
positividad y el reconocimiento. El verbo subsistit, nueva versión del primitivo testo que usaba
el est, subraya no tanto la exclusividad -más propia del est- cuanto el carácter abierto y
positivo. De esta forma el subsistit tiene la intención y desempeña la función de evitar una
identificación incontrolada de la Iglesia de Cristo con la Iglesia católico-romana, para
mantenerse, como comenta H. Fries, por el contrario abierto a la realidad eclesial presente en
las otras confesiones cristianas".
Estas afirmaciones del Vaticano II nos hacen caer en 1a cuenta del replanteamiento
experimentado. En efecto, se pasa de una concepción oficializada por San Roberto Belarmino,
enraizada en Gregorio VII y los canonistas medievales latinos, que veía la Iglesia principalmente
como societü: perfecta s que tuvo reflejos fuertes en el Vaticano I y en los tratados posteriores,
a una concepción más bíblica, de raíz litúrgica, atenta a una visión misionera e histórica como es
1a Iglesia como sacramentum salutis, que se convierte en el eje de las afirmaciones del
Vaticano II unido a un concepto renovado de comunión y misión. Es claro que tal perspectiva
replantea el enfoque apologético clásico de la Eclesiología, con evidentes repercusiones en su
enfoque de la vía notarum, como vía predominante en este campo". Aunque los Padres
conciliares no trataron sistemáticamente
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TERCER MOMENTO
CONSOLIDACIÓN
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Pregunta:
Sr. Zavala. He notado que en la televisión, radio y periódico, se habla mucho de la
curación con acupuntura, radiestesia, iridología, reflexología, aromaterapia, astrología,
cristaloterapia, Feng shui y otras cosas más.
Me pueden decir si eso es cierto y de dónde vienen esas ideas. Pues hay mucha gente que
en su necesidad acuden a ellas y no siempre con muy buenos resultados.
Respuesta:
Claro que sí, podemos comentarte algunas ideas fundamentales sobre todo eso, y
gracias por llamarnos pues la respuesta te servirá a ti y a muchas personas que desean
saber sobre esos temas.
1.- La New Age: Un «Tutifruti» religioso moderno con barniz de cristianismo.
Todo lo que mencionaste unido al karma, el gnosticismo, esoterismo, los horóscopos,
brujería, sueños, energía, chakras, lectura del Tarot, etc. combinado con religiones
orientales forman parte de una corriente o forma de pensamiento llamada Nueva Era
(New Age).
Esta no es una secta ni una religión, sino una serie de doctrinas mezcladas donde hay
un poco de todo. Es como un "tutifruti" religioso, filosófico y pseudo científico. Una
auténtica mezcla de religiones orientales, espiritismo, astrología,
adivinación, reencarnación, medicinas alternativas, etc. Todo esto con una apariencia
científica y barnizado de cristianismo .
2.- La Nueva Era: Una ensalada pseudo religiosa, que hoy está de moda y es un
buen negocio.
A mediados del siglo pasado, con el resurgimiento de sectas esotéricas (ocultismo)
y su promoción mediantes escritos, sirvieron como un trampolín para entrar en escena
con creencias tan antiguas como la brujería, espiritismo, gnosticismo...
En 1870 Alice Bayley con su Sociedad Teosófica y su teoría de que estábamos por
entrar a una nueva era de acuario, donde habría una especie de religiosidad mundial
que traería la verdadera felicidad al hombre, dio un impulso más a estas ideas.
Lo que ellos y otros quisieron decir es que piscis (el cristianismo, el "p ez", desde el
principio fue un símbolo de nuestra fe) ya debería terminar. Entonces acuario, ellos
por supuesto, serían los promotores de una nueva era para la humanidad.
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Uno de los libros que menos mencionan entre los seguidores de la nueva era es la
Biblia. La razón por la que no lo hacen, es que la Palabra de Dios echa por tierra y
condena la mayoría de sus creencias. Veámoslo:
A.- Los seres humanos son dioses. A.- Esta idea es la que Satanás le dijo a Adán
y a Eva: «Serán como dioses» Gen 3,4-5
B.- La reencarnación es popular entre /os
de la New age. B.-Esto es contrario a lo que dice la Biblia:
«El hombre muere una sola vez y luego el
juicio». Heb 9,27
C.- El espiritismo es una creencia muy
común entre la nueva era C.- La Biblia es muy clara al condenar a
quienes, practican el consultar con los
muertos (espiritismo). Dt 18,9.14; Is8,19-Z2
«Es necesario determinar con cuidado el contenido exacto de la fe cristiana y descubrir qué es lo
que se aparta de ella. No hay igualdad entre la nueva era y el ser cristiano».
Cardenal Goodfried Dannels de Bélgica
«La fantasía de !a Nueva Era prometiendo felicidad siempre será eso, solamente una fantasía, que
ha logrado sembrar confusión en los corazones de muchos fíeles.
Norberto Rivera, Cardenal de México
«Las ideas de New Age a veces se abren camino en la predicación, la catequesis, los retiros, y así
llegan a influir incluso en católicos practicantes, que tal vez no son conscientes de !a
incompatibilidad de esas ideas con la fe de la Iglesia,"
Juan Pablo II a los obispos norteamericanos
No te dejes engañar por cualquier viento de doctrina. Por algo Jesucristo Nuestro
Señor dijo:
“Sean Astutos como serpientes y mansos como paloma s" Mt 10,16
(Tomado de Martín Zavala de su libro Respuestas Católicas Inmediatas)
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
B.- Complementaria
5. Catecismo de la Iglesia Católica. Asociación de editores del catecismo 3º
Edición, España 1994.
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