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Universidad Católica de Trujillo “BENEDICTO XVI”

Módulo de interaprendizaje de Teología Fundamental


Cuarta Unidad

EL MISTERIO DE CRISTO

P.Dr. Emiliano Mendoza Reyes

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Módulo de interaprendizaje de Teología Fundamental
Cuarta Unidad

PRESENTACIÓN

El presente módulo va dirigido a los alumnos que estudian el curso de


Teología Fundamental en el cual podrán encontrar los temas requeridos para el
desarrollo de la asignatura. Así mismo pretende ser un instrumento orientador en
la clase y que nos proporcionará los elementos necesarios para profundizar y dar
razón de nuestra Fe cristiana.

Se presentan las actividades y los temas que se desarrollarán durante la


clase con la ayuda del docente en la cual se propiciará en los alumnos un
aprendizaje interactivo en el aula.

La Teología Fundamental es teórica, reflexiva; sin embargo en este curso


se tratará de usar una metodología activa y estrategias que nos permitan
abandonar la pasividad reinante actualmente.

Para facilitar al alumno la bibliografía necesaria se ha seleccionado


cuidadosamente los temas de textos y revistas para ser utilizados en provecho del
aprendizaje interactivo del alumno.

Ahora se presenta el módulo de la cuarta unidad siguiendo las tres


secciones conocidas: Reflexión Diagnostica, Nivelación cognitiva y Consolidación
Metaevaluativa. Además se considera una serie de actividades cortas, variadas y
en los posible visualizadas y concordantes con los momentos del Diseño ·RNC”
que el autor propone para operativizar al aprendizaje.

Esperamos valorar el esfuerzo realizado por el autor y al mismo tiempo


recibir sus sugerencias para mejorar el documento de trabajo interactivo que
operativiza la propuesta del Diseño RNC.

AUTOR

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INDICE

1. Presentación 01
2. Índice 02
3. Indicaciones 03
4. Primer Momento: Reflexión 04
5. Introducción 05
6. Capacidades 06
7. Segundo Momento: Nivelación 07
8. Tema 1. El misterio de Jesús Dios y Hombre 08
9. Tema 2. ¿Quién es Jesús? 20
10. Tema3. La Misión de Jesucristo 26
11. Tema 4. La Iglesia 31
12. Tercer momento: Consolidación 35
13. Tema de reforzamiento: La Nueva Era y el cristianismo 36

14. Tema de profundización: La Nueva Era frente a la Biblia 38

15. Referencias bibliográficas 39

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INDICACIONES

1. En primer lugar el profesor presentará a los alumnos el silabo


de la presente asignatura

2. El docente explicará a los alumnos la forma como se


desarrollará el curso de Teología fundamental con la ayuda
del presente módulo de interaprendizaje.

3. En el módulo se encontrará la metodología, las estrategias y


cada una de las actividades que se desarrollarán en clase.

4. Así mismo el presente módulo contiene los temas que serán


analizados en cada sesión de aprendizaje.

5. Por lo mismo se le explicará al alumno el modo de la


evaluación conforme las orientaciones dadas por la
Universidad Católica.

6. Se requiere la buena disposición del alumno que tenga el gran


deseo de formarse con espíritu cristiano y ser un profesional
con valores éticos y cristianos.

7. El presente módulo está sujeto a correcciones o a futuras


modificaciones que será una ayuda útil para el alumno.

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PRIMER MOMENTO

REFLEXIÓN

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Actividad 1.1 Da lectura al siguiente texto subrayando las ideas que


consideres importantes
INTRODUCCIÓN

El misterio de la Trinidad divina: Padre, Hijo y Espíritu Santo: auto


presencias de la única realidad divina
Peter Knauer, S.J.

Según el mensaje cristiano somos asumidos en el amor eterno entre el Padre y el Hijo que es
el Espíritu Santo. Sin embargo, ¿cómo es posible hablar de un solo Dios y no obstante decir que
este Dios único existe en tres personas? Se trata del misterio fundamental de nuestra fe que, en el
bautismo, es como la puerta de entrada al cristianismo. Para la inteligencia de nuestra fe es muy
importante poder dar cuenta de este misterio.

Para nosotros los humanos, «persona» significa nuestra capacidad de autopresencia: nuestra
conciencia es como una relación a nosotros mismos: somos conscientes de nosotros mismos y
tomamos decisiones sobre nosotros mismos.

El mensaje cristiano asume este concepto de «persona» y dice análogamente de Dios que
en Él hay una primera relación del ser divino a sí mismo. Esta primera autopresencia(4) no tiene
origen. Dios es una primera persona no precedida por otra.

Luego decimos que hay una segunda autopresencia divina que presupone la primera. A la
primera la llamamos Padre y a la segunda Hijo. El Hijo es una segunda relación del ser divino a sí
mismo que pasa por la primera. El Hijo todo tiene lo que es o tiene del Padre.

Y hay una tercera autopresencia divina que, como amor entre el Padre y el Hijo, presupone las
dos primeras autopresencias divinas. A esta tercera autopresencia divina la llamamos Espíritu
Santo. El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Pero como el Hijo tiene todo lo que es o
tiene sólo del Padre, así tiene también del solo Padre el que sea coorigen del Espíritu Santo. Y en
este sentido el Padre es el único origen último del Espíritu Santo. Se puede decir también que el
Espíritu Santo, en cuanto amor mutuo entre el Padre y el Hijo, procede del Padre directamente o
bien que procede del Padre por medio del Hijo.

Por consiguiente, el Padre es autopresencia divina y es Dios; el Hijo es autopresencia de la


misma realidad divina y es el mismo Dios que el Padre; el Espíritu Santo es autopresencia divina y
es el mismo Dios que el Padre y el Hijo; sin embargo, el Padre no es ni el Hijo ni el Espíritu Santo;
el Hijo no es ni el Padre ni el Espíritu Santo; el Espíritu Santo no es ni el Padre ni el Hijo. Los tres
son un solo y mismo Dios, aunque distintos entre sí: tres personas (autopresencias) de y en una
sola naturaleza. Decimos todo eso sólo para poder dar testimonio de que somos asumidos en el
amor eterno entre el Padre y el Hijo que es el Espíritu Santo. Así el Hijo presupone no
temporalmente sino desde toda la eternidad al Padre, y el Espíritu Santo presupone al Padre y al
Hijo.

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Actividad 1.3 Analiza e internaliza las capacidades de la presente


unidad
Capacidades:
1. Analiza y explica a la persona de Jesucristo como verdadero
Dios y verdadero hombre.
2. Caracteriza ideas sobre los diferentes títulos de Jesús y su
significado.
3. Explica la Encarnación de Jesús y la misión que ha recibido del
Padre.
4. Describe las notas de la verdadera Iglesia y la aportación
eclesiológica del Vaticano II

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SEGUNDO MOMENTO

NIVELACIÓN

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ACTIVIDAD 2.1 Con las orientaciones del docente el alumno debe analizar los
textos proporcionados para luego expresarlo en mapas conceptuales.
TEMA Nº 1 EL MISTERIO DE JESUS, DIOS Y HOMBRE.
1. Jesucristo, Dios y Hombre
.
La fe de la Iglesia enseña que «Jesucristo es verdadero Dios i - verdadero
hombre» (Catecismo, n. 464). A1 analizar la Sagrada Escritura, se comprueba que esta
fe no es algo caprichoso o arbitrario; no es una afirmación porque sí; al contrario,
observamos que la fe sobre Jesucristo está de acuerdo con el testimonio histórico que
ofrece la Sagrada Escritura, especialmente el testimonio de los Evangelios y de la más
antigua tradición cristiana. Y podemos darnos cuenta, también, de que la fe definida
por la Iglesia acerca de Jesucristo es razonable, es decir, cuenta con el esfuerzo realiza-
do por la mente humana para penetrar en el misterio del Hombre Dios. En otras
palabras, podemos decir que el riguroso análisis racional de los datos evangélicos
ponen de manifiesto la Humanidad y la Divinidad de Jesucristo.
Después de haber estudiado la Divinidad de Jesucristo en el módulo anterior
ahora veremos, en primer lugar, los datos evangé licos acerca de la Humanidad plena de
Jesús. Y a continuación analizaremos la formulación histórica de la doctrina de los
Concilios Ecuménicos y de los Padres de la Iglesia acerca de la Divinidad y de la
Humanidad de Jesucristo; esta formulación se ha realizado al hilo de algunos errores
que pretendían explicar el misterio de Cristo, pero mutilaban alguno de sus aspectos
revelados; es decir, veremos cómo han surgido esos errores y la explicación racional
que ha realizado la reflexión teológica, así como la definición de la doctrina de fe
realizada por el Magisterio de la Iglesia.

2. Jesucristo es verdadero Hombre


Ya hemos visto en los temas anteriores que, a través de todo lo que «hace y
enseña», Jesús da testimonio de sí como el Hijo de Dios: «Yo y el Padre somos una sola
cosa» (Jn 8, 58). Pero también se da a conocer con toda claridad como verdadero Hom -
bre. «Todo el Nuevo Testamento, y en especial los Evangelios, atesti guan de modo
inequívoco esta verdad, de la cual Jesús tiene un conocimiento clarísimo y que los
Apóstoles y Evangelistas conocen, reconocen y transmiten sin ningún género de
duda»'.
Hoy día es necesario mostrar la verdadera Humanidad de Jesús, dada la
tendencia tan difundida a presentar a Jesús «sólo>, como hombre: algunos piensan que
Jesús es un hombre insólito 5 extraordinario, pero lo ven exclusivamente sólo como un
hombre Esta tendencia de los tiempos modernos es, en cierto modo, contraria a la que
se manifestó en los primeros siglos del cristianismo y que es conocida como
«docetismo».

2.1 El docetismo gnóstico


Según los docetas (de la expresión griega dokéo = parecer) Jesucristo era un
hombre aparente; es decir, tenía la apariencia de un hombre, pero en realidad sería
solamente Dios. Los doceta sostenían que Jesús no poseía un cuerpo verdadero, sino
solamente , la apariencia de carne humana. Llegaban a anular la naturaleza humana de
Cristo desde tres planteamientos diferentes:
a) No entender que el Dios espiritual e infinito pudiera encarnarse en los límites de un
cuerpo humano (mentalidad judía y griega).

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b) Parecer indigno de Cristo sufrir pasión y muerte real: esti maban que sólo sufrió en
apariencia (Basílides, Marción).
C) Tener una visión negativa de la materia; algunos decían que el cuerpo de Jesús era
real, pero no de carne humana sino de materia celeste (Valentín, Apeles, y
especialmente las corrientes gnósticas).
Parece que San Juan tuvo a la vista estos errores cuando escribe: «El Verbo se hizo
carne» (Jn 1, 14); «Lo que existía desde el principio...lo hemos visto con nuestros
ojos,... [lo] palparon nuestras manos» (1 Jn 1, 1); «Jesucristo, venido en carne» (1 Jn 4,
2). Frente a estas tendencias, la Iglesia cree y proclama firmemen te la verdad sobre
Cristo como Dios-Hombre: «Verdadero Dios y verdadero Hombre en la unidad de su
Persona divina: por esta razón Él es el único Mediador entre Dios y los hombres», como
enseña el Catecismo (n. 480). Nos encontramos ante un profundo misterio de la fe
cristiana, fundamentado en los testimonios bíblicos, pero que ofrece muchas luces
sobre Dios y sobre el hombre. Dado que todo verdadero hombre es cuerpo y alma,
vamos a estudiar la Humanidad de Jesús analizando los testimonios sobre la existencia
en Él de un cuerpo y de un alma humana.

3. Jesús tiene un cuerpo humano y real


Para estudiar la verdadera Humanidad de Jesús, en primer lugar hay que
cerciorarse de que Jesús poseía un cuerpo humano real. Los testimonios más
importantes sobre esta cuestión son los siguientes:
3 1. La Encarnación
El punto de arranque de la verdadera Humanidad de Jesús es el hecho de la
Encarnación: «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14). Carne (en
griego «sarx” significa el hombre en concreto, que tiene un cuerpo humano real.

Esta carne -y por tanto la naturaleza humana- la ha recibido Jesús de su Madre,


María, la Virgen de Nazaret. San Pablo dice que «envió Dios a su Hijo, nacido de mujer»
(Gál 4, 4). El Evangelio según Lucas narra el nacimiento de Jesús en Belén, y afirma que
fue acostado en un pesebre, circuncidado al octavo día de su nacimiento, que se le dio
el nombre de Jesús y que fue presentado como primogénito en el Templo de Jerusalén
a los cuarenta días (cfr. Le 2, 6-24).
Como cualquier otro niño, «Jesús crecía en sabiduría, edad y gracia ante Dios y
ante los hombres» (Le 2, 52). En su vida de adulto, Jesús experimentó en su
corporeidad, como cualquier hombre, el cansancio, el hambre, la sed: «Después de
haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre» (Mi 4, 2); en Sicar, junto
al pozo que había construido Jacob, «Jesús, fatigado del camino, se sentó junto al
pozo... Vino una mujer de Samaria a sacar agua. Jesús le dijo: Dame de beber» (Jn 4, 6-
7). Sensible al dolor físico, Jesús sufrió en su pasión las torturas del martirio mediante
la flagelación, la coronación de espinas, la crucifixión y la muerte.
Los testimonios manifiestan que Jesús tenía un cuerpo some tido al cansancio, a
la fatiga, es decir, un verdadero cuerpo mortal. Sólo un verdadero hombre h a podido
sufrir como sufrió Jesús en su vida y en el Calvario; y sólo un verdadero hombre ha
podido morir como murió verdaderamente Jesús.
3. 2. La Resurrección
La Resurrección confirma de modo nuevo que Jesús es verda dero Hombre por la
razón siguiente: si, para nacer en el tiempo, el Verbo «se hizo carne», cuando resucitó
volvió a tomar el propio cuerpo humano real. Sólo un verdadero hombre ha podido
sufrir y morir en la Cruz, y sólo un verdadero hombre ha podido resuci tar. Resucitar

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quiere decir volver a la vida en el propio cuerpo. Este cuerpo puede ser transformado,
dotado de nuevas cualidades y fuerzas, y al final incluso ser glorificado, como en la
Ascensión, pero es un cuerpo verdaderamente humano, como manifestó Jesús después
de su Resurrección: Jesús resucitado se hace ver por los discípulos, les habla y come (Lc
24, 36-43). Ellos lo ven, le miran, le hablan, tocan las heridas de la crucifixión (Jn 20,
19-29).
En Jesús resucitado no hay indicios de un «fantasma», de un «espíritu», o de un
hombre «aparente», sino de un hombre real. Así lo conocieron los Apóstoles y el grupo
de creyentes que constituyó la Iglesia de los comienzos. Así nos hablaron en su tes-
timonio.
Como dice Juan Pablo II, «no existe en Cristo una antinomia entre lo que es
"divino" y lo que es "humano". Si el hombre, desde el comienzo, ha sido creado a
imagen y semejanza de Dios (Gén 1,27), y, por tanto, lo que es "humano" puede
manifestar también lo que es "divino", mucho más ha podido ocurrir esto en Cristo. Él
reveló su Divinidad mediante la humanidad, mediante una vida auténticamente
humana. Su "Humanidad" sirvió para revelar su "Divinidad": su Persona de Verbo -
Hijo»'.

3.3. Jesús es un personaje histórico


Los Evangelios dan testimonios abundantes sobre la verdadera Humanidad de
Jesús. Jesús es un personaje histórico.- pertenece a
ún pueblo, el judío, y a una patria, Palestina: conocemos a su madre. María de Nazaret,
y su genealogía humana; nació y vivió en una época histórica concreta y determinada:
en tiempos de Octavio y Tiberio, de Pilato y Caifás; tuvo una profesión conocida:
también es bien conocida su intensa actividad pública; y consta perfectamente su
persecución y Muerte de Cruz en el Calvario.

3. 4. Jesús tuvo una intensa vida social


Además consta que Jesús desarrolló una intensa vida social: tuvo amigos (Lázaro) y
enemigos (los fariseos), con los que conversaba y discutía; tomó parte en actos sociales,
banquetes y bodas, hasta el punto de que le acusaron de ser «comedor y bebedor»; le
pidieron el pago de los tributos, cosa que no se hace con desconocidos o personas no
existentes.

4. JESUCRISTO ES PLENAMENTE HOMBRE


Se puede decir que Jesús no es solamente Dios, sino también plenamente Hombre,
pues en su vida terrena manifestó una riqueza incomparable de actitudes hum anas y de
valores morales. A este respecto recuerda el Concilio Vaticano II que «El Hijo de Dios con su
encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre,
pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, am ó con corazón de hom-
bre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en
todo a nosotros, excepto en el pecado»'. Los Evangelios dan testimonios abundantes acerca
de la plenitud humana de Jesús, la cual vamos a analizar en los ámbitos de la racionalidad,
de la virtud moral y de la solidaridad humana:

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4. 1. Jesús tiene alma humana racional


La existencia de alma humana se manifiesta en el conocimiento racional, en la voluntad y
en los sentimientos humanos. Los testimonios sobre Jesús nos dan a conocer estas tres
actividades.

a. Jesús conoce como es propio de toda alma humana racional; su conocimiento es tan
fino que manifiesta una doctrina de sublime sabiduría; y es tan penetrante que alcanza a
conocer la intimidad de los corazones, como muestran repetidamente los Evangelios, por
ejemplo, las intenciones de los escribas y de los fariseos (cfr. Mt 12, 15).
b. Jesús tiene voluntad humana: Jesús manifiesta su voluntad humana en numerosísimas
ocasiones. En los testimonios evangélicos, además de las diversas decisiones que toma
Jesús, destaca la identificación de su voluntad humana con la del Padre; así, por ejemplo,
dice a los judíos: «he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquél
que me ha enviado» (Jn 6, 38); y en el huerto de Getsemaní reza diciendo: «Padre, si
quieres, aparta de mi este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42).

c. Jesús también experimentó una gran riqueza de afectos y sentimientos humanos:


-la alegría: «se sintió inundado de gozo en el Espíritu Santo» (Lc 10, 21).
-la pena: Jesús lloró de pena sobre Jerusalén, que mata a los profetas (Le 19, 41-42), y por
la muerte de su amigo Lázaro (Jn 11, 33-35).
- la tristeza e incluso la angustia en Getsemaní ante su muerte (Mc 14, 33-34; Le 22, 44).
-la indignación por la hipocresía y dureza de corazón de los fariseos (Me 3. 5) y por la
codicia de los vendedores que arrojó del templo (Mt 21, 12-13).
- la admiración ante la incredulidad de algunos oyentes (Mc 6, 6), así como ante la belleza
de los lirios del campo (Le 12, 27), o ante la fe de la mujer cananea (Mi 15, 28).

- el amor profundo y desbordante de su voluntad humana, manifestado en


numerosísimas ocasiones: al joven rico que deseaba entrar en el Reino de l os cielos (Mc
10, 21), a los hermanos Marta, María y Lázaro (Jn 11, 5), al discípulo «Amado» (Jn 13, 23),
a los niños (Mc 10, 13-16). Además, cuando proclama el mandamiento del amor, se
refiere al amor con que Él mismo, el Hijo de Dios, ha amado (Jn 15, 12). La cumbre del
amor de Jesús se expresa en la hora de la pasión: «habiendo amado a los suyos que
estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13, 1); y «nadie tiene un amor más grande
que el dar uno la vida por sus amigos» (Jn 15, 13).
La plena Humanidad de Jesús ha conmovido el corazón de los hombres de todas las
épocas. Ha dicho el beato Josemaría Escrivá de Balaguer: «Me produce una honda alegría
considerar que Cristo ha querido ser plenamente hombre, con carne como la nuestra.
Me emociona contemplar la maravilla de un Dios que ama con corazón de hom bre»'.

4. 2. Jesús es modelo de virtudes

En Jesús encontramos la ausencia de pecado y la plenitud de la vida moral humana.


La carta a los Hebreos, refiriéndose a Jesucristo, afirma que «no tenemos un S umo
Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino que siendo como
nosotros, ha sido probado en todo, excepto en el pecado» (Heb 4, 15). Además, toda la
vida terrena de Jesús y todo el desarrollo de su misión testimonian la verdad de su
absoluta impecabilidad. Jesús mismo lanzó el reto: «¿Quién de vosotros me argüirá de
pecado?» (Jn 8. 46). San Pablo dirá que Jesús «no conoció el pecado» (2 Cor 5. 21).

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Cuando la Escritura dice que en Jesús no hay pecado, manifiesta su plenitud humana;
esa expresión significa, en primer lugar, que el pecado está esencialmente excluido de
Aquel que, siendo verdadero hombre, es también verdadero Dios; pero también sig nifica
positivamente su perfección moral, es decir, la integridad y la santidad de su vida humana.
De ahí que Jesús sea modelo de todas las virtudes, el Hombre perfecto, como el análisis de
su vida muestra con toda claridad. La Teología también manifiesta esa perfección moral de
Jesús al afirmar con expresiones bíblicas que es el Hombre verdaderamente justo y santo.
El Concilio Vaticano II afirma que Jesucristo «se ha hecho verdaderamente uno de los
nuestros, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado». Y precisamente, gracias a
una semejanza tal, Jesús «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre, y le
descubre la grandeza de su vocación» 5. Jesucristo manifiesta «plenamente» lo que es el
hombre al propio hombre por el hecho de que Él «no ha conocido el pecado»; la razón es
que el pecado no es de ninguna manera un enriquecimiento de l hombre, sino todo lo
contrario: el pecado deprecia al hombre, lo disminuye, lo aliena, lo priva de la plenitud que
le es propia.

4.3 Jesús se hizo solidario con todos los hombres

La perfección moral de Jesús se manifiesta de una manera especial en que, e n su vida


terrena, Jesús se hizo solidario con todos los hombres, con cada hombre, hasta la Muerte
de Cruz. Esta solidaridad la vemos tanto en su lucha contra el pecado de los hombres,
como en su acercamiento a los que sufren bajo el peso de cualquier tipo de miseria física o
moral; para ello, Jesús se acerca a los hombres y, por ejemplo, se hace amigo de publicanos,
como Zaqueo (Lc 19, 1-10), o Leví, a quien llamó a ser uno de sus Apóstoles (Me 2, 13-17);
se hizo invitar muchas veces por los fariseos, que eran sus adversarios más encarnizados. La
vida entera de Jesús es una manifestación multiforme de solidaridad con el hombre,
sintetizada en estas palabras suyas: «El Hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino
a servir y a dar su vida en rescate por la muchedumbre» (Me 10, 45).
Con estas actitudes, Jesús revela la dignidad esencial de todo hombre. Se puede decir
que la Encarnación del Verbo es una «revalorización» inefable del hombre y de la
humanidad.

5 UNIDAD EN LA PERSONA DEL HIJO

Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios. Esta es la verdad fundamental sobre Jesús que se
formó entre los Apóstoles a partir de las obras y de las palabras de Jesús en el período
anterior a la Pascua.
Después de la Resurrección la fe de los Apóstoles se consolidó aún más p rofundamente y
encontró expresión en los testimonios escri tos que provienen de los años inmediatamente
posteriores a la salida de Cristo de esta tierra.
Podemos decir que la fe en Cristo, en los comienzos de la Iglesia, se expresa
especialmente con los títulos: Hijo de Dios y Señor. Siguiendo el testimonio de los
Apóstoles, la Iglesia creía y profesaba desde el principio que Jesús de Nazaret, el hijo de
María, y, por tanto, verdadero hombre, crucificado y resucitado, es el Hijo de Dios, es el
Señor (Kyrios ), es el único Salvador del mundo dado a la humanidad. A partir de los
datos bíblicos, la reflexión teológica mostrará, y el magisterio de la Iglesia enseñará,
que la Divinidad y la Humanidad de Jesús se unen en la Persona divina del Hijo de
Dios, del Verbo eterno. O, dicho de otro modo: el que siempre fue Dios -el Hijo

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unigénito-, en un momento concreto de la historia comenzó a ser Hombre, sin dejar de ser
Dios.
Una síntesis preciosa de esta verdad la tenemos en E! Credo del Pueblo de Dios de
Pablo VI:
«Creemos en nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios. Él es el Verbo eterno,
nacido del Padre antes de todos los siglos y consubstancial al Padre, u homousios to
Patri; por quien han sido hechas todas las cosas.
Y se encarnó por obra del Espíritu Santo, de María la Virgen, y se hizo hombre:
igual, por tanto, al Padre según la Divinidad, menor que e! Padre según la
Humanidad, completa mente uno, no por confusión (que no puede hacerse) de la
substancia, sino por unidad de la Persona»'.

6. HISTORIA DE LA FORMULACIÓN DE LAS VERDADES CRISTOLÓGIC.AS

Desde los primeros tiempos, los cristianos han intentado expli car las verdades
reveladas: han realizado grandes esfuerzos para entender racionalmente y para expresar en
lenguaje humano los misterios que se encierran en Jesucristo. Esas verdades se formu laron
para contrarrestar algunos errores que surgieron en los pri meros siglos del cristianismo.

6. 1. Arrio y el Concilio de Nicea


Arrio, presbítero de Alejandría de principios del siglo IV, cometió dos grandes errores al
pretender explicar racionalmente los grandes misterios cristianos de la Trinidad y de la
Encarnación del Hijo de Dios.
a. Con respecto a la Trinidad, Arrio quiso explicar la unidad de Dios, según lo ha
revelado Jesucristo: un único Dios en tres Personas distintas, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Arrio temía que la Divinidad de las tres Personas llevase a los cristianos a aceptar el
politeísmo de los paganos. Al no encontrar una explicación mejor, Arrio entendió que el
Hijo de Dios era desigual al Padre -«de una substancia distinta de la del Padre»-, pues no
habría sido engendrado en toda la eternidad, sino que habría sido «crea do» de la nada por
el Padre en el tiempo, y «adoptado» como Hijo; es decir, sería Dios en sentido impropio, no
por naturaleza sino por adopción, con lo que Arrio niega la Divinidad del Hijo.
b. Con respecto a Jesucristo, Arrio quiso defender también su unidad, es decir, la
unidad entre la Divinidad y la Humani dad de Jesucristo. Arrio niega la dIVINIDAD de Jesús.
El primer Concilio Ecuménico de Nicea (año 325) rechazó los dos errores de Arrio; al
hacerlo, explicó y formuló la fe de la Iglesia en Jesucristo, que fue heredada de los
Apóstoles, fijada en los libros del Nuevo Testamento, y enseñada por los Padres Apostóli-
cos. Nicea define que existe un solo Dios y que Jesucristo es el Hijo de Dios; por tanto;
Jesucristo es verdadero Dios. Pero Nicea tam bién afirma y define, contra Arrio y contra los
docetistas, que Jesús es verdadero Hombre.
«Creemos en un solo Dios [.. ] y en un solo Señor Jesucristo Hijo de Dios, nacido
unigénito del Padre, es decir -, de la substancia del Padre. Dios de Dios, luz de luz, Dios
verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma substancia [homousios]
que el Padre, por quien todas las cosas fueron hechas, las que hay en el cielo y las que hay
en la tierra, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo y se
encarnó, se hizo hombre, padeció y resucitó al tercer día, subió a los cielos, y ha de venir a
juzgar a los vivos y a los muertos.»'.

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CONTROVERSIAS TEOLÓGICAS MAGISTERIO DE LA IGLESIA

Herejía arriana: El Hijo es hechu- I I Concilio de Nicea, 325


ra (criatura) del Padre e instru- E l Hijo de Dios es engendra
mento suyo para la creación do, no hecho, consubst ancial al
del mundo. mundo. Padre , u hom ousi os.
Herejía de Apolinar: Cristo no tie
ne ahna humana: es sustituida
por el Verbo de Dios.

Herejía de Macedonio: El Espíritu Concilio de


Santo está subordinado al Pa- Constantinopla, 381
dre y al Hijo. Confirmó la fe del Concilio de
-------------_ Nicea y definió la Divinidad del
Doctrina de los Padres griegos: La i Espí ritu Sant o.
Trinidad es una ousv y tres
I hipóstasis . I

i Doctrina de los Padres latinos: La


Trinidad es una substantia y I
tres pers onae. San Agustín
dirá una essentia v tres
perso
rt a e.
Concilio de Éfeso, 431
Herejía de Nestorio: En Jesús hay I El misterio de la Encarnación
dos pe rs onas, una divina y otra del Verbo consiste en la unión sin
humana, unidas moralmente. confusión de dos naturalezas,
María no es Madre de Dios. divina y humana, unidas realmen
i sino sólo de Jesús. te en una Pers ona dvi na: la del I
Verbo.
i
Concilio de Calcedonia, 451
Herejía de Eutiques: En Jesucris- En Jesucristo hay dos nat ura
to hay , una s ola naturaleza lezas unidas e n una hipóstasis , es
divi- que absorbe la naturaleza
iza, decir, en la Persona divina del I
humana. Verbo.

Para afirmar que Jesucristo es el Hijo unigénito de Dios, el Concilio de Nicea utiliza la
expresión de la misma substancia que el Padre. Juan Pablo II comenta que «el Concilio
expresó, en una fórmula adaptada a la cultura [griega] de entonces, la verdad que
encontramos en todo el Nuevo Testamento»'. El Concilio de Nicea no hace más que
confirmar la verdad precisa, contenida en la Revelación divina, de que Jesús es uno con el
Padre (cfr. n. 49. 1). La definición de Nicea sigue siendo actual para nuestros tiempos, pues
utiliza unos conceptos que pertenecen al lenguaje ordinario de las gentes'.
Unos cincuenta años después del Concilio de Nicea. Apolinar (310-390), obispo de
Laodicea, también decía que en Cristo no había verdadera alma humana, porque habría
sido sustituida por el Verbo de Dios, con lo que igualmente negaba la verdadera Huma-
nidad de Cristo. Este error fue rechazado por el papa Dámaso en el año 374 con el siguiente
argumento: si en la Encarnación hubiera sido asumido un hombre incompleto, sería
imperfecta la obra de Dios, e imperfecta la salvación de los hombres, porque no habría sido

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salvado todo el hombre, lo que está en contra de los datos evangélicos`. A San Gregorio
Nacianceno se debe el siguiente argumento: para que el hombre entero pudiera ser
salvado, la entera (perfecta) humanidad debía ser asumida en la unidad del Hijo: «lo que no
es asumido, no es sanado»".

6. 2. El subordinacionismo y el Concilio I de Constantinopla


Macedonio, obispo de Constantinopla, también para defender la unidad del Dios
trinitario, afirmó a mediados del siglo Iv que el Espíritu Santo está subordinado al Padre y
al Hijo; en consecuencia, negó la Divinidad del Espíritu Santo.
El Concilio I de Constantinopla (381) afirma la Divinidad del Espíritu Santo con las
siguientes palabras: «Señor y dador de vida, que procede del Padre [y del Hijo], que con el
Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.»`.
Las definiciones de Nicea y de Constantinopla constituyen el símbolo de fe o Credo
que se reza en la Santa Misa los días de precepto y de solemnidades litúrgicas.
' Primer Concilio de Nicea: Símbolo (DENZtNGeR-SCxONMerzER, 54-125).
° Algunos teólogos contemporáneos opinan sin fundamento que Nicea, al declarar la
divinidad de Jesús, se ha servido de las «divinizaciones» de hombres que hací an frecuente-
mente las religiones paganas. Además de entender incorrectamente la Revelación divina,
esos teólogos olvidan «la fuerza con que los autores de los primeros siglos afirman que
Cristo no es un hombre divinizado, sino el Hijo de Dios hecho carne» (OCARIZ-MATEO SeCO-
RteSrttA: El misterio de Jesucristo, pág. 42). A1 explicar la naturaleza divina de Jesús en
conceptos no bíblicos, conceptos corrientes en el lenguaje de la época que alcanzarían la
calidad de términos filosóficos. Nicea no añade nada al contenido de la Escritura, sino que
realiza una interpretación autorizada de la enseñanza del Nuevo Testamento. Nicea
confirma lo que había sido recibido por Revelación divina.
6. 3. El nestorianismo y el Concilio de Éfeso
Después del Concilio de Constantinopla surgió el interrogante sobre la comprensión
correcta de la unidad de Cristo, es decir, cómo se unen en Cristo la Divinidad y la
Humanidad. La cuestión estaba en relación directa con el contenido esencial del misterio de
la Encarnación y, por consiguiente, con la concepción y nacimiento humano de Cristo en el
seno de la Virgen María. Ya desde el siglo III se había extendido la costumbre de dirigirse a
la Virgen con el nombre de Theotok -os = Madre de Dios, expresión que se encuentra en la
más antigua oración mariana que conocemos: el Sub tuum praesidium «Bajo tu amparo nos
acogemos, Santa Madre de Dios.”
Esta expresión fue rechazada por Nestorio, patriarca de Constantinopla, a comienzos
del siglo v. Sostenía Nestorio que María puede ser llamada solamente «Madre de Cristo»,
pero no «Madre de Dios». Esta posición está relacionada con el modo de entender Nestorio
la unidad de Cristo.
Según Nestorio, la Divinidad y la Humanidad de Cristo no se habrían unido en un solo
sujeto personal, es decir, en la Persona divina del Hijo de Dios. Nestorio quiso defender,
contra los arria nos y contra los docetas, que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre;
para ello afirmaba que en Jesús hay dos naturalezas, una divina y otra humana -lo que es
verdad-. Pero Nestorio también afirmaba que en Jesucristo habría dos personas unidas
moralmente, una persona humana junto a la Persona divina del Hijo de Dios, lo que es un
error. Nestorio hablaba de una presencia especial de Dios en la Humanidad de Cristo; algo
así como la presencia de Dios en un hombre santo, o como en un templo, de modo que se
darían en Cristo no sólo dos naturalezas, sino también dos per sonas, una divina y otra

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humana. De este modo, la Virgen María, sería solamente la Madre de Cristo-Hombre, por
ser la Madre de Jesús, pero no podría ser considerada ni llamada Madre de Dios.
El tercer Concilio Ecuménico, en Éfeso (431), defendió la unidad de Cristo como se
encuentra en los Evangelios y había sido creída y afirmada por la tradición cristiana. Para
explicar esta verdad de la Revelación, el Concilio de Éfeso incorpora a la doc trina de la
Iglesia el concepto de «naturaleza»: afirma que en Jesucristo hay dos naturalezas distintas,
la divina y la humana, las cuales se unen en el mismo Verbo eterno, es decir, en la P ersona
del Hijo de Dios, que es Dios de Dios «engendrado» desde siem pre por el Padre, y que,
como hombre, nació, en el tiempo y según la carne, de la Virgen María:
«El Verbo, al unirse en su Persona a una carne animada por un alma racional, se
hizo hombre de modo inefable e incomprensible; [.J y , las dos naturalezas que se
juntan en verdadera unidad son distintas, pero de ambas resulta un solo Cristo e
Hijo [...] Porque no nació primeramente un hombre vulgar de la Santa Virgen, y
luego descendió el Verbo sobre él; sino que, unido desde el seno materno, el Verbo
se sometió a nacimiento carnal, como quien hace suyo el nacimiento de la propia
carne (...J De esta manera los Santos Padres no tuvieron inconveniente en llamar
Madre de Dios a la Santa Virgen.»`
Habla el Concilio de «dos naturalezas» en Cristo, la divina y la humana, unidas en «un
solo Cristo» e Hijo de Dios; es decir, la Divinidad y la Humanidad de Jesucristo, el hijo de
María, están unidas en una sola Persona divina. Por consiguiente, siendo Crist o un solo ser,
María tiene pleno derecho a gozar del título de «Madre de Dios», como se afirmaba ya
desde hacía tiempo en la oración cristiana y en la Tradición de la Iglesia.

6 4. El monofisismo y el Concilio de Calcedonia.


Eutiques, archimandrita de un monasterio de Constantinopla, quiso rebatir los errores
de Nestorio y defender la unidad de Cristo. Con tal fin sostuvo que la naturaleza humana
había dejado de existir como tal en Cristo al ser asumida por su Persona divina de Hijo de
Dios, error conocido como «monofisismo» (monophysis = una naturaleza). Según Eutiques,
en Cristo habría sólo la naturaleza divina, la cual habría «absorbido» a la naturaleza hu -
mana.
El cuarto Concilio Ecuménico, en Calcedonia (451), introdujo el término «persona», en
griego «prósopon e «hipóstasis», para precisar mejor el sujeto de unión de las naturalezas
divina y humana en Cristo:

«Se ha de reconocer a un sola y mismo Cristo Señor, Hijo único en dos naturalezas, sin
confusión, sin cambio, sin división, sin separa ción. La diferencia de naturalezas de
ningún modo queda suprimida por su unión, sino que quedan a salvo las propie dades
de cada una de las naturalezas y confluyen en un solo sujeto y en una sola Persona, no
partido o dividido en dos personas, sino un solo y mismo Hijo único, Dios Verbo, Señor
Jesucristo.»`.

Con esta definición, el Concilio de Calcedonia precisó que las dos naturalezas de
Jesucristo, la divina y la humana, se han unido (sin ser «absorbida» la humana por la divina)
en un único Sujeto personal, que es la Persona divina del Verbo. El uso del término
«hípóstasís ha llevado a las escuelas teológicas a hablar de unión hipostática para expresar
que en Jesucristo sólo hay una Persona divina, la del Verbo o Hijo de Dios, como sujeto
único de todas sus acciones. Gracias a su naturaleza divina, Cristo es «consubstancial con el
Padre según la Divinidad»; gracias a su naturaleza humana, es «consubstancial con nosotros
según la humanidad». Por tanto, Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Al
mismo tiempo hay que afirmar que esta dualidad de naturalezas no hiere, de manera

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alguna, la unidad de Cristo, que es originada por la unidad perfecta de la Persona divina del
Hijo.
Además, la doctrina del Concilio de Calcedonia tiene gran importancia antropológica.
La Persona divina del Verbo, al asumir la naturaleza humana en 1a Encarnación, entró en el
mundo de las personas humanas. Este hecho pone de relieve la dignidad de cada una de las
personas humanas -por encima de cualquier condicionante social, cultural, de raza, etc.-
como sujetos de derechos y deberes inalienables, y que el hombre es el centro de la
sociedad y de todas las relaciones sociales. Asimismo, pone de relieve que Cristo es el
modelo de vida para todo hombre, y que existe un arden sobrenatural a l que todos los
hombres son llamados.

6. 5. E1 monotelismo y el Concilio III de Constantinopla


Derivado del monofisismo, surgió el error de los monotelitas, que atribuían a Cristo
una sola voluntad. Los monotelitas enseñaban que en Cristo, aunque hay dos naturalezas,
no habría más que una sola voluntad y un sólo modo de obrar, que serían sólo divinos. Este
errar mutila en el mismo Cristo una parte esencial de su Humanidad: la voluntad humana
que corresponde a su naturaleza humana.
Es preciso observar que la dualidad de naturalezas en Cristo lleva como efecto lógico la
dualidad de voluntad y de operaciones en la unidad de la Persona de Cristo. En
correspondencia a las dos naturalezas que se dan en Cristo, una divina y otra humana, hay
que afirmar una voluntad divina y otra humana: de igual modo, hay que afirmar que en
Cristo encontramos operaciones divinas y operaciones humanas. Esta doctrina fue definida
a finales del siglo séptimo por el VI Concilio Ecuménico, III de Constantinopla (680-681):
En Cristo hay «dos voluntades naturales o quereres y dos operaciones naturales...;
dos voluntades que no están en contraste entre si 1.... sino que su voluntad humana
sigue sin resistencia ni oposición, o mejor, se subordina completamente a su
voluntad divina y omnipotente,.., según lo que El mismo dice: "Porque he bajado del
cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del Padre, que me ha en viado" Jn
6, 38).
Estas verdades expresan con toda claridad la verdadera dimen sión humana de Cristo. Él
es hombre verdadero y pleno por naturaleza, capaz de actividad humana, conocimiento
humano, voluntad humana, conciencia humana y sufrimiento humano. Sólo par la fuerza de
esta plenitud humana se puede comprender la obediencia de Cristo hasta la muerte, y
sobre todo, la oración en el huerto de Getsemaní: «No se haga mi voluntad, sino la tuya»
(Le 2?, 42). Pero es verdad igualmente que la voluntad humana y el obra humano de Jesús
pertenecen a la Persona divina del Hijo: precisamente en Getsemaní Jesús invoca a Dios con
la expresión «Abbá, Padre» (Mc 14, 36). Jesús es plenamente consciente de su persona
divina, como revela, por ejemplo, cuando declara: «Antes de que Abraham existiera, Yo
soy» (Jn 8, 58). En los Evangelios descubrimos que Jesús, como verdadero hombre, posee
una conciencia específicamente humana. Pero, al mismo tiempo, su conciencia humana
pertenece a ese «Yo» divino por el cual puede decir: «Yo y el Padre somos uno» (Jn 10, 30).
A1 analizar los Evangelios observamos que Jesús nunca habla de sí mismo como de u na
«persona humanas>, sino que siempre expresa su identidad divina, su condición de Hijo
unigénito del Padre. Jesús es «uno de la Trinidad». Toda esta doctrina expresa el misterio
del «Verbo hecho carne», anunciado en el prólogo del Evangelio de San Juan.

7 EXPLICACIÓN DEL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS


El pensamiento de los Padres de la Iglesia y de los Concilios ha utilizado los conceptos y términos
de «naturaleza» y «persona» para explicar el misterio de la Encarnación. El significado de estos

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términos puede captarse en el lenguaje ordinario de las personas, cultas o no, de todos los
tiempos.

7.1. Naturaleza
El término «naturaleza» significa esencia y propiedad caracte rística de cada ser; se
utiliza ordinariamente para expresar el principio de actividades u operaciones propias de
un ser, que lo diferencian de los otros seres. El sentido común dice que es «natural» que
los pájaros vuelen, que e1 agua moje, o que el hombre piense y decida con libertad
personal.
Este concepto se aplicó a Jesucristo para expresar su Divinidad y su Humanidad. La
Divinidad, o naturaleza divina de Jesús, es el principio de operación de sus acciones
divinas, como los milagros, el perdón de los pecados, o su propia Resurrección. De igual
modo, la Humanidad, o naturaleza humana de Jesús, es el principio de operación de sus
acciones humanas, tales como hablar, andar, comer o fatigarse. Pero el sujeto de ambos
tipos de operaciones siempre es la Persona divina del Hijo de Dios.

7. 2. Persona
El término «persona» significa individuo de la especie humana. También se define la
persona como el sujeto individual de naturaleza racional. La naturaleza humana es común a
todos los hombres. Esa naturaleza se individualiza en cada ser humano, se personifica en un
«yo» individual, personal o subjetivo, que es el sujeto de las acciones humanas. De igual
modo, la naturaleza divina es común a las tres Personas divinas, sujetos divinos dife rentes
que están unidos en la misma Divinidad.
El concepto de «persona» se aplicó a Jesucristo para expresar que el único sujeto de las
acciones humanas y de las acciones divinas de Jesús es «la Persona divina» del Verbo o Hijo
de Dios.
Estos dos conceptos, sobre todo a partir de las definiciones conciliares, fueron
elevados a la dignidad de terminología filosófica y teológica; pero los concilios de Éfeso y de
Calcedonia los tomaron según el uso de la lengua corriente, sin referencia a un sistema
filosófico particular. Hay que tener en cuenta también la exactitud y cuidado de aquellos
Padres conciliares por la elección precisa de los términos. En el texto griego del concilio de
Calcedonia, la palabra correspondiente a «persona» prósopon- indicaba más bien el aspecto
externo del hombre, su percepción fenomenológica (literalmente, la máscara usada en el
teatro para representar un personaje); por esta razón, los Padres conciliares utilizaron,
junto con esta palabra, otro término -hipóstasis- que indicaba el ser propio y específico de
la persona, su interioridad, su condición de sujeto al que se atribu yen las acciones.
El Catecismo sintetiza toda esta doctrina en los términos si guientes: «La Iglesia
confiesa... que , Jesús es inseparablemente verdadero Dios y verdadero hombre. El es
verdaderamente el Hijo de Dios que se ha hecho hombre, nuestro hermano, y eso sin dejar
de ser Dios, nuestro Señor» (469).

7. 3. Algunos errores modernos


Por influjo de las nuevas corrientes del pensamiento filosófico y científico, algunos
teólogos rechazan los tradicionales conceptos de «naturaleza» y «persona», por
considerarlos como inadecuados e incomprensibles para el hombre contemporáneo". Los
dos principales errores son los siguientes:
a. Concepción fenomenológica: Algunos autores ignoran la Persona divina del Verbo y
dicen que en Jesucristo hay una «persona humana»; para ello se basan en la concepción
fenomenológica de la personalidad, que se expresa en los actos perceptibles por los
sentidos, tales como andar, hablar, manifestar afectos humanos, sufrir o morir; pero estos

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autores no consideran suficientemente el «sujeto» que está en el origen de esos actos, el


Hijo de Dios.
b. Concepción psicológica: Otros autores ignoran la naturaleza divina de Jesús y, en
consecuencia, distorsionan su Persona divina, pues la reducen a lo que llaman
«personalidad de Jesús», entendiéndola como la autoconciencia que Jesús tiene de lo «divino»
que hay en Él. Desde esta mentalidad de raíz racionalista, dicen que la Encarnación no se
debe entender como la asunción de la naturaleza humana por parte de un Yo divino
trascendente y preexistente, sino más bien como una presencia especial de Dios en el
hombre Jesús. De este modo, Jesucristo ya no sería Dios, sino solamente un hombre
extraordinario que gozaría de una presencia especial de Dios.

En resumen, podemos decir que los Evangelios ofrecen suficientes datos para afirmar,
con rigor lógico --como lo han hecho los primeros Concilios de la Iglesia-, que Jesucristo es
verdadero Dios y verdadero Hombre, «uno de la Trinidad», consubstancial c on el Padre
según la Divinidad y consubstancial con nosotros según la Humanidad. Jesús es el Hijo de
Dios nacido de la Virgen María por obra del Espíritu Santo que ha venido al mundo para
salvar a los hombres. Ésta es la verdad central de la fe cristiana en la que se expresa el
misterio de Cristo.

8. CONCLUSIÓN: TENEMOS RAZONES PARA CREER

Hemos visto una serie de argumentos que presentan como razonable y creíble la afirmación
de que Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios y el Salvador de los hombres. Esta afirmación de
la Escritura es a la vez sencilla y asombrosa. Es sencilla, por ser asequible a todos los
hombres; son millones y millones los hombres, cultos e ignorantes, que a lo largo de la
historia han vivido de esa afirmación. Y es asombrosa, porque decir que un hombre es Dios
es una afirmación fuerte, humanamente inaceptable. Pero ahí están los hechos: la vida de
Jesús de Nazaret con su doctrina, sus milagros, su Muerte y su Resurrección; ahí está la
Escritura y la Tradición de quienes conocieron personalmente a Jesús; y ahí está esa
comunidad de creyentes en Cristo, la Iglesia, que hoy como ayer proclama la Divinidad de
Jesús de Nazaret. Estos hechos, a pesar de ser asombrosos, no pueden ser eludidos por los
hombres que buscan la verdad y el sentido de sus vidas.
Llegados a este punto, parece razonable preguntarse: la dificultad de aceptar la
Divinidad de Jesús ¿está en el hecho en sí o está en el interior del hombre?
Es cierto que de la constatación de los hechos probados no se puede arribar a la
confesión de la Divinidad de Jesús, afirmación que desborda la racionalidad humana por su
contenido sobrenatural. Pero es cierto también que, salvo que consideremos a Dios como
un ser perverso -consideración absolutamente contraria a la realidad de lo que es Dios. Bien
infinito-, Él no dejará de dar la luz y la fuerza -la gracia sobrenatural- para que los hombres
veamos con claridad que Jesús es Dios. ¿Por qué no dejará Dios de darnos la luz necesaria?
Por el sencillo y asombroso hecho de que ha enviado a su Hijo para salvar a los hombres.
Entonces, el problema no está en Dios, sino en el propio hombre, en la respuesta
personal al ofrecimiento de salvación que nos viene por medio de Jesucristo; es decir, el
problema está en si los hombres buscamos sinceramente la verdad y si hay en nosotros un
afán de llevar una vida recta y verdaderamente libre. (Tomado de Gonzalo Lobo Méndez en
su libro Razones para creer).

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ACTIVIDAD 2.2 Analiza el texto interactúa con sus compañeros sobre lo que se ha
leído, finalmente elaborar mapas conceptuales y exponerlo

TEMA Nº 2 ¿Quién es Jesús?


Hemos dicho que, si examinamos atentamente los evangelios, veremos cómo Cristo,
de una forma implícita, dio a entender frecuentemente cuál era su identidad. El recurso a
este estudio de sus manifestaciones implícitas lo comenzó el exegeta protestante Kásemann,
discípulo de Bultmann y disconforme de la actitud antihistórica de su maestro.
En una conferencia dada en Marburgo en 1953, criticó Kásemann duramente el infundado
escepticismo de su maestro'. La tesis de Kásemann era ésta: puede ser que los títulos
explícitos de la identidad de Jesús (Mesías, Hijo del hombre, Señor, Hijo de Dios) provengan
de la comunidad primitiva; pero, prescindiendo de ellos, no se puede dudar de que Cristo, de
una forma implícita, a través de todo su comportamiento v su enseñanza, ha dejado
constancia histórica de quién era.
Este método ha sido seguido después por muchos exegetas: Bornkamm, Jeremias, Laconi,
entre otros’. M. Bouttier ha afirmado lo siguiente: "La conciencia que Jesús ha tenido de su
misión y de su tarea... se revela en su comportamiento v en sus palabras más que en todos los
títulos de los que podría haberse adornado".
La ventaja de este método es que, mientras la huella de la comunidad primitiva se ha
podido dejar sentir más en los títulos explícitos de su dignidad, es prácticamente imposible
que se haya dejado sentir en textos aparentemente insignificantes, que, además, pertenecen
a logia de la más antigua tradición. Esto no quiere decir que despreciemos los títulos
explícitos, que pueden ser estudiados también basándonos en la criteriología actual.

2.1. Jesús y el reino

Recordemos lo dicho sobre la predicación de Jesús en torno al reino. Era su mensaje


central, la salvación definitiva de Dios como Padre pero ha llegado a todo hombre. Pero lo
inaudito es que Jesús persona se identifique con el reino. Ningún profeta podía haber hecho
una cosa semejante.
Jesús tiene la clara conciencia de que con su persona llega el reino. No vacila en
identificar la causa del reino de Dios con la suya propia: dejarlo todo por el reino de Dios (Lc
18,29) es dejarlo todo "por causa de mi nombre" (Mt 19,29; Mc 10,29). Con su llegada,
predicación v milagros ha llegado definitivamente el reino: "Decidle a Juan: los ciegos ven, los
cojos andan, los leprosos son curados, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados"
(Lc 7,Z2-23; Mt 11,15). Dice también Jesús: "Si echo los demonios con el dedo de Dios, sin
duda el reino de Dios ha llegado a vosotros" (Mc 12,28).
La diferencia entre Jesús y el Bautista es clara, y depende de la concepción que tiene Jesús
del reino. Mientras que el primero no come ni bebe, Jesús en ciertas ocasiones sabe gozar de
la comida i la bebida como signo de la llegada del reino. Hace realidad en sí mismo la profecía
de Isaías sobre el reino como banquete ofrecido a todas las naciones (Is 25,6; 55,1-3). Cuando
a Jesús le preguntan los fariseos por qué sus discípulos no ayunan como los de Juan, respon -
de: "¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Mientras
tienen al esposo consigo no pueden ayunar" (Mc 2,19). Así pues, el gozo del reino ha llegado
con la persona misma de Jesús. De ahí la apropiada expresión de Marción: "En el evangelio el
reino de Dios es Cristo mismo"'; idea que Orígenes recoge con su neoloaismo autobasiléia ñ
(es decir, Cristo mismo es el reino).
De tal modo tiene Jesús conciencia de que él es el reino, que la salvación v el perdón de los
pecados los confiere en nombre propio (Mc 2,10), atribuyéndose así un poder divino que ni la

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apocalíptica judía le había atribuido al Hijo del hombre. Cristo no sólo anuncia el perdón de
Dios; él mismo es el perdón de Dios en persona, la salvación misma de Dios que llega a los
hombres.

2.2. Centro de su mensaje

La conciencia que tiene Jesús de ser en persona el reino queda todavía más clara cuando él
mismo se coloca como centro de su propio mensaje. El centro de su mensaje es él mismo en
persona. En cuanto abrimos los evangelíos, encontramos un hecho insólito: mientras que los
grandes fundadores de religiones se han presentado como mensajeros de Dios o de la verdad
y jamás se han colocado como centro de la religión por ellos predicada, el centro de los
evangelios está ocupado por la persona misma de Jesús. Guardíni lo ha expresado
magníficamente en su obra La esencia del cristianismo

Comencemos por la gran figura religiosa que es Buda. En los libros sagrados del budismo
se le alaba como "sublime, perfecto, totalmente iluminado, rico en ciencia, sabedor de
caminos, conocedor de mundos, incomparable educador de los hombre, maestro de dioses y
hombres" '°. Sin embargo, Buda no se presenta como centro de su mensaje. Cada uno de los
hombres podría recorrer su propio camino con sólo llegar hasta la pureza total. Se trata de
una doctrina que se sigue con el propio esfuerza. Buda manda buscar lucidez y refugio en
nosotros mismos y en ninguna otra parte ". En último extremo, Buda dice lo que podría decir
otro hombre cualquiera: "Lo que hace, observa Guardini, es indicar el camino que existe
también sin él, y con la vigencia de una ley universal. La persona de Buda no se halla dentro
del ámbito de lo propiamente religioso"' -.
Moisés, por su parte, es también una persona de grandes dimensiones. Es siervo y amigo de
Dios, guardián e intérprete de la lev; pero su persona nada tiene que ver con la esencia de la
religión ". La fórmula de su actuación es ésta: "Así habla Yahvé". Como los profetas de Israel,
es un mensajero de Dios. Su persona no se halla en el centro de su mensaje, en el contenido
mismo de la revelación". Podríamos decir lo mismo de Mahoma o de otros fundadores de
religión.
Pues bien, lo que llama la atención a propósito de Jesús es que él en persona se coloca en
el centro de la vida religiosa ' S. Jesús no se limita a indicar el camino para llegar a Dios, ni
como cualquier otro rabino se ha dado a indicar en la Torah el camino de la salvación.
Sencillamente, él mismo en persona ha ocupado el lugar de Dios y de la Torah. Para salvarse
es preciso acogerle a él en persona: "Todo aquel que se declare por mí delante de los
hombres, también yo me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; quien me
niegue a mí ante los hombres, también yo le negaré a él ante mi Padre que está en los cíelos"
(Mt 10,32-33; Lc 12,8-9).

La exigencia de Jesús no es una exigencia intelectual; es una exigencia que tiene como
contenido a él mismo en persona. Y esto es lo radicalmente original y escandaloso de la
persona de Jesús. A este respecto, ha escrito Guardini: "Someterse, en efecto, a una lev
general cierta (bien natural, mental o moral) no es difícil para el hombre, el cual siente que al
hacerlo así continúa siendo él mismo, e incluso que el reconocimiento de una ley semejante
puede convertirse en una acción personal. A la pretensión, en cambio, de reconocer a "otra"
persona como ley suprema de toda la esfera religiosa, y por tanto de la propia existencia, el
hombre reacciona en sentido violentamente negativo" ' 6.
Por ello la persona de Cristo escandaliza. Jesús mismo nos pone en guardia ante este
posible escándalo: "Bienaventurado aquel que no se escandalice de mí" (Mt 11,6). "Porque el
que se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora..." (Mc
8,38 y par.).

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Se trata, ni más ni menos, de un seguimiento que consiste en confesar a Jesús como centro
mismo de nuestra existencia. Por ello es un seguimiento que implica la negación de sí mismo
para confesar a Cristo como fundamento único de la propia existencia. Estas son las palabras
de Cristo: "El que busque su vida la perderá; y el que la pierda por mí la encontrará" (Mt
10,39; Mc 8,35). De ahí que la pretensión de Jesús trastorne toda jerarquía humana de
valores. Pone en convulsión la jerarquía misma de nuestras relaciones humanas,
pretendiendo ser el centro de nuestra vida: "No penséis que he venido a poner paz en la
tierra; no vine a poner paz, sino espada. Porque vine a separar al hombre de su padre y a la
hija de su madre, y a la nuera de su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa. El
que ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí" (Mt 10,34-36). Las relaciones
humanas quedan, pues, radicalmente afectadas por la pretensión de Jesús.
Jesús, que está puesto para caída y levantamiento de muchos en Israel (Le 2,34), pone en
crisis todo lo humano. Todo se decide por el sí o el no a su persona, hasta el punto de que
exige perder la vida por él: "Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y con
mentira digan contra ustedes todo género de mal por mí (Mt 5,11) Y serán odiados por todos
por causa de mi nombre, el persevere hasta el fin será salvo (Mt 10,18-22).

2.3 La Ley, el sábado y el templo

Nos limitamos a señalar que se arroga su poder divino al reformar la ley. Ningún profeta se
había atrevido a tocarla. La halaká de los escribas era una aplicación de la Torah, pero nunca
una reforma. Ahora llega Cristo y afirma: "Hasta ahora se os ha dicho..., pero yo os digo..."
(Mt 5,25ss). Si antes se había atribuido el poder exclusivamente divino de perdonar los
pecados, ahora se atribuye el poder divino de legislar.

Este modo de hablar de Jesús no tiene paralelo ni en el judaísmo ni en el cristianismo


primitivo -°, por lo que Jeremias ha observado que Jesús no sólo reclama para sí el derecho de
ser el intérprete legítimo de la Tor-ah (como maestro de justicia), sino que tiene la audacia
revolucionaria de presentarse frente a la ley ='. A este respecto nos recuerda el exegeta
mencionado que en el judaísmo contemporáneo de Jesús se decía: "El que escucha las
palabras de la Torah y hace buenas obras está edificando sobre un sólido fundamento"2'.
Ahora dice Jesús: "Todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el
hombre prudente que edificó su casa sobre sólido fundamento" (Mt 7,24). Jesús coloca su
palabra en el lugar de la Torah. Sólo él se atreve a decir: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis
palabras no pasarán" (Mt 13,31).
Otro tanto hace Jesús con el sábado. Cuando realiza un milagro en sábado, su intención es
doble. Por un lado viene a criticar la práctica observada; que impide ayudar v salvar a un
hombre en sábado; pero al mismo tiempo está diciendo, de forma implícita, que él es el
dueño del sábado (Mc 2,27-28), poniéndose así por encima de una institución que sólo
domina Dios.
Jesús llega incluso a decir que es mayor que el templo (Mt 12,6), con lo que esta
institución significaba en cuanto presencia de Dios. Pero Jesús había anunciado va: "Destruid
este templo y en tres días lo levantaré" (Jn 2,19). Esto lo dice Jesús en medio del templo
refriéndose a su cuerpo (Jn 2,21), con lo cual viene a decir que su cuerpo resucitado será el
lugar de la presencia divina, en sustitución del templo de Israel. Hoy en día, la llanura del
templo de Israel está ocupada por dos mezquitas: la de Omar y la del Al Aksa, todo un
símbolo de las palabras de Cristo: la antigua alianza ha pasado; él es ahora la alianza y la
presencia misma de Dios.
En medio de la fiesta de los tabernáculos tenía lugar en el templo la libación del agua en
recuerdo de la fuente del desierto. En este contexto, y en medio del templo, dice Jesús: "El
que tenga sed venga a mí y beba" (Jn 7,37). En esta misma ocasión, y a propósito de los

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cuatro grandes candelabros que recordaban la luz divina que había guiado al pueblo por el
desierto, dice Jesús: --yo soy la luz del mundo" (Jn 8,12). En Cristo culminan todas las acciones
salvadoras de Dios en el Antiguo Testamento.
Por ello su reforma de la ley, su purificación del templo, su posición frente al sábado
fueron motivos más que suficientes para desencadenar un proceso contra este homb re con
pretensiones inauditas y blasfemas.
Finalmente, Jesús se atribuye a sí mismo el nombre de Yahvé, el nombre que los judíos no
podían ni siquiera pronunciar y sustituían por Jehová. He aquí estos textos del evangelio de
Juan: "Porque si no creyereis que yo soy, moriréis en vuestros pecados" (Jn 8,24); "Antes que
Abrahán existiese, yo soy" (Jn 8,58); "Cuando levantéis al Hijo del hombre, entonces
conoceréis que yo soy" (Jn 13,19); "Desde ahora os lo digo antes que suceda, para que
cuando suceda creáis que yo SOY" (in 13,19).
"Yo soy" (Yahvé) es el nombre con el que Dios se revela en el Éxodo a Moisés (Ex 3,14);
ahora Jesús se lo aplica a sí mismo. No podemos narrar aquí toda la escena de Jn 8, verdadero
enfrentamiento de Jesús con los fariseos en Jerusalén poco antes de su muerte. El Jesús
apacible de Galilea surge aquí airado, desafiante, desvelador de la mentira pública en la que
se instalan los maestros de Israel. Les llama públicamente "hijos de Satanás" (Jn 8,44); y los
fariseos no sólo se levantan contra él porque les humilla, sino porque perciben una blasfemia
al oírle decir: "Antes que Abrahán existiera, yo soy". De hecho, intentan lapidarle (Jn 8,50),
signo inequívoco de que han oído una blasfemia.

2.4. El valor de un testimonio


He aquí, pues, el testimonio implícito de Jesús sobre sí mismo. Cuando se conoce su estilo
personal, se percibe que en cada página de los evangelios está manifestando su identidad de
forma aparentemente insignificante. A veces un gesto, un detalle, una palabra, bastan para
revelar por sí mismos su propia conciencia.
El valor de este testimonio implícito está, como dijimos, en que la comunidad primitiva no
pudo manipular todo un conjunto de datos aparentemente insignificantes y que aparecen en
todas las fuentes de los evangelios. Estos datos están de tal modo ligados a la trama toda del
evangelio, nacen tan espontáneamente de la figura de Jesús y, por otro lado, están tan fuera
de la confesión explícita de fe de la comunidad primitiva que nos vemos en la alternativa de
pensar o proceden históricamente de Jesús o quedan sin explicación. Muchos de ellos aparecen
además en logia de la más primitiva tradición.

Pero, por otro lado, todo este conjunto de datos puede ser avalado por los criterios de
historicidad. El tema del reino, como va vimos, está sólidamente anclado como auténtico.
Pues bien, dentro de este mismo contexto del reino, Jesús se identifica con él.

El criterio de discontinuidad avala como histórico el uso de Jesús de la frase "en verdad os
digo...". Desde el punto de vista lingüístico constituye, como ya dijimos, una novedad, Pues
bien, es de esa forma como Jesús se atribuye, recuerda Jeremías Z3, la doble autoridad divina:
la de perdonar pecados y la de legislar. Es también original de Cristo la expresión: "Hasta
ahora se os ha dicho...; pero yo os diga". Es el yo enfático de Jesús, que aparece tanto cuando
enseña como cuando hace milagros.
El enfrentamiento con la ley, el traspasar el sábado, la acción purificadora del templo, todo
ello hemos de admitirlo como histórico; pues, como veremos, fue eso lo que desencadenó su
muerte. Con la purificación del templo, dice Bornkamm, "ofreció Jesús a sus adversarios el
motivo que justificaba su prendimiento 24; y Fabris recuerda que bastaba la amenaza contra el
templo para incriminar a Jesús". Por ello no es casual que semejante acusación sea mencio-
nada en el curso del juicio (Me 14,58).

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Es claro también que la pretensión de Jesús de ser el centro de su propio mensaje religioso
es un hecho que, por su singularidad, no aparece en religión alguna. Tocamos con ello la
originalidad misma del cristianismo. Por otro lado, el denominarse como "yo soy" no puede
provenir de una comunidad judeocristiana, que no ha utilizado nunca esa expresión para
designar a Jesús.

3. Jesús, Mesías
Hemos visto que Jesús, en todo su comportamiento, ha dejado traslucir su identidad. Pero,
¿dijo explícitamente quién era? ¿Los títulos por el contrario, los encontramos en los
evangelios porque la comunidad primitiva se los ha atribuido a Cristo? Veamos cada uno de
los títulos, comenzando por el de Mesías.

3.1. La reticencia de Jesús

Si abrimos los evangelios nos encontramos con una serie de datos constantes, El primero
es el escaso uso que hace Jesús del título de Cristo o Mesías (ambos, sinónimos, significan
"Ungido") `. Jesús no sólo no usa el término de Mesías, sino que positivamente tiene una
actitud de ocultamiento v reserva en este sentido. Impone silencio a los demonios para que
no lo descubran como Mesías (Mc 1,33; 3,12; Lc 4,41), a los que son curados, como en el caso
del leproso (Mc 1,44; Mt 8,4; Lc 5,14), al sordomudo (Me 7,36), al ciego de Betsaida (Mc
8,2b), a los que presencian la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,43; Lc 8,56), y a los
mismos discípulos (Mi 16,20; Mc 8,30; Lc 9,21).
Ante el pueblo que quiere proclamarlo rey en cuanto ve la multiplicación de los panes,
Jesús se retira solo al desierto (Jn 6,15). Ante la invitación que le hacen sus parientes a
manifestarse pública y triunfalmente, Jesús se retira diciendo que no ha llegado su hora (Jn
7,6). Los discípulos que buscan los primeros puestos en el reino reciben inmediatamente la
corrección de Jesús (Mt 18,1-4; Lc 22,242b; Mi 20,21-22).
Pero ocurre también que a Jesús le preguntan si es él el Mesías, y responde diciendo: "sí,
pero...; sí, pero no del modo como vosotros pensáis". Ante la pregunta del Bautista (Mt 11,2-
6), responde diciendo que sí, pero añade: "Dichoso aquél que no se escandalice de mi". Su
mesianismo va a escandalizar, va a defraudar a muchos, va a ser un signo de contradicci ón,
una piedra de escándalo para los judíos. Asimismo aprueba la respuesta de Pedro en Cesarea
de Filipo, pero añade a continuación que el Hijo del hombre tiene que ir a Jerusalén a sufrir
(Mc 8,31). Y a la pregunta de Pilato: "¿eres tú el rey de los judíos?", responde Jesús: "Sí, pero
mi reino no es de este mundo" (Jn 18,36).

Lo mismo ocurre con el título de Hijo de David. Jesús no se lo aplica nunca


espontáneamente, aunque tampoco lo niega cuando se lo atribuyen (Mt 21,9-15). La
muchedumbre lo considera como hijo de David (Mt 12,23-27; 20,30-31; Mc 10,47-48; Lc
18,38-39; Mt 15,22; 21,9); pero Jesús no reivindica dicho título, como si tuviese miedo a la
exaltación política que ello traería consigo. "Hijo de David" era en tiempos de Cristo uno de
los títulos de más acusado trasfondo político.
El mismo Jesús plantea en una ocasión a los escribas, expertos en la materia, una
cuestión intrincada: "¿Cómo decís que el Cristo es hijo de David? David mismo dijo, movido
por el Espíritu Santo: Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus
enemigos debajo de tus pies. El mismo David lo llama Señor; ¿cómo, entonces, puede ser hijo
suyo? La muchedumbre escuchaba con agrado" (Mt 22,41-46 v par.).
Cuando Cristo entra en dialéctica con los escribas y fariseos presenta una maestría
insuperable. Domina siempre la situación; a los expertos en la dialéctica los deja siempre
mudos. Se diría incluso que disfruta dejando perplejos a los sabios de Israel. Y la pregunta no
ha podido ser más insinuante: decís que el Mesías es hijo de David; ¿cómo es, pues, que el

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propio David le llama mi Señor? Este es Cristo; es su estilo; deja el interrogante y se marcha.
Lo que ha sugerido es mucho más de lo que los escribas podían suponer. Más que propagar su
identidad mesiánica a todos los vientos, prefiere que los demás la adivinen. Es demasiado
grande su misterio para pregonarlo a todos los vientos. Antes, muchas otras cosas deben ser
entendidas.
Cierto que la entrada en Jerusalén es una manifestación pública de mesianismo (Mt 21,1-9 y
par.); pero ello tiene lugar al final de su vida pública, poco antes de su pasión y dentro de un
proceso que irremediablemente le lleva a la cruz. Y llega la pregunta de Caifás en el proceso
que le hace el sanedrín. Según Lucas, hay una doble pregunta: "¿Eres tú el Cristo?" (Lc 22,67).
Los tres sinópticos coinciden en la respuesta: "Sí; tú lo has dicho, pero yo os declaro que a
partir de ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder y venir sobre las
nubes del cielo" (Mt 26,64).
Un rayo que hubiese caído allí mismo no habría producido tanta impresión. Jesús
habla a judíos y expresa su identidad en términos a ellos familiares. Cuando oye Caifás su
respuesta, lanza la pregunta inevitable: "¿Entonces, tú eres el Hijo de Dios?". "Vosotros lo
decís, yo soy" (Lc 22,70). "¿Qué necesidad tenemos de testigos?; ¡ha blasfemado!".
En efecto, el sanedrín lo acusa de blasfemia: "Nosotros tenemos una ley; y, según esa ley,
debe morir, porque se tiene por Hijo de Dios" (Jn 19,7).
Ahora todo está claro. Cristo había sido reacio a confesar públicamente su identidad
mesiánica. Tenía el peligro de que le entendieran en sentido político-nacional, cuando su
misión era otra muy distinta. Además, su condición era demasiado grande para que le
pudieran entender; pero ahora, cuando se le ha pedido en nombre del Dios vivo que diga si es
el Cristo y el Hijo de Dios, cuando el proceso de la cruz, es ya inevitable, cuando ya nadie
puede proclamarlo rey, Cristo confiesa toda la verdad: sí, soy el Mesías; pero como Hijo del
hombre, Mesías celeste venido del cielo, Mesías sobre la nube (lugar de la teofanía o
manifestación de Dios), sentado a la diestra del poder (de Dios mismo), compartiendo su
condición soberana. Es demasiado lo que ha dicho. Es demasiado lo que ha dicho; pero el
decirlo ahora ya no le sirve de nada}, ya no le puede desviar de la cruz conscientemente
buscada z'.
Mientras tanto, Caifás y el sanedrín ya tienen la prueba. Jesús los había humillado
públicamente; había hecho añicos su concepción de Dios, de la ley y del sábado; había roto su
prestigio, y había puesto en peligro el futuro mismo de la nación. Pero ahora es evidente que
se trata de un blasfemo. Ahora todo está claro. Un blasfemo no puede venir de Dios. Y según
la ley tiene que morir.

(Tomado de: José Antonio Sayes en su libro Razones para creer )

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ACTIVIDAD 2.3 Leer y analizar el tema propuesto para luego elaborar mapas
conceptuales

TEMA Nº 3 LA MISIÓN DE JESUCRISTO


3.1. PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA

En los temas anteriores hemos visto que los testimonios históricos afirman de muchas
maneras que Jesús es el Hijo de Dios que se ha encarnado y hecho hombre; es decir,
afirman que la Persona de Jesús es divina. La lógica más rigurosa concluirá que la condi ción
divina de Jesús debe informar plenamente su vida y su mensaje: es decir, Jesús sólo será
coherente consigo mismo, y por lo tanto creíble, si anuncia un mensaje divino y si realiza en
la tierra una tarea divina. Esta coherencia aparece continuamente en los Evangelios c omo
afirmación radical, y constituye un signo notable de la credibilidad de Jesús.
No obstante, parece oportuno analizar con rigor intelectual la Misión de Jesús, es decir, el
sentido de la vida }, del mensaje de Jesús tal como aparece documentado en los Evangelios,
pues ahora, como en otros tiempos, no faltan individuos que reducen la misión de Jesús a
una actividad terrena de orden político y social. Según los Evangelios, en la época histórica
de Jesús, buena parte de los judíos veían al Mesías prometido por Dios como un líder
político que restablecería el reino de David; o como un guerrillero que liberaría al pueblo de
Israel de la dominación romana. Sólo algunos, los «sencillos» y «pequeños», lo veían como -
el Salvador del pecado y de la lejanía de Dios, tales como Simeón y Ana (Lc 2, 25-38).
De modo parecido, en la actualidad no faltan quienes ven a Jesús como un ideólogo
político y como un líder social, que se sirve de las convicciones religiosas de los pueblos
para obtener unas metas de liberación política y económica. Entre los contemporáneos que
ponen el acento en esta perspectiva temporal, se encuen tran algunos teólogos de la
liberación'.

LA MISIÓN DE JESUCRISTO

El motivo de la Testimonio de Jesús sobre su La muerte de Jesús


Encarnación misión

De todas formas, esta perspectiva no debe ser desechada, en cuanto sugiere que del
Mensaje cristiano se derivan necesariamente consecuencias temporales, como después
veremos (cfr. capítulo 11); pero, en sí misma, la perspectiva que reduce el mensaje cristiano
a opciones temporales es contraria al Evangelio y carece totalmen te de sentido. Es absurdo
pensar que Dios se haya hecho hombre para realizar tareas meramente temporales; o que
el Dios Encarnado coaccionase la conciencia moral de los hombres, para que éstos
realizaran tareas que de suyo tienen un valor relativo y opinable. En este caso, ha bría una

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fractura o contradicción entre el ser y la misión de Cristo, entre su condición divina y su


vida histórica concreta. En cambio, es coherente pensar que el Hijo de Dios se ha hecho
hombre para reali:ar entre los hombres una misión divina. En efecto; como ha dicho el
beato Josemaría Escrivá de Balaguer, «no es posible separar en Cristo su ser de Dios -
Hombre su función de Redentor. El Verbo quiso encarnarse para salvar a los hombres, para
hacerlos con Él una sola cosa. Ésta es la razón de su venida al mundo: por nosotros y por
nuestra salvación, bajó del cielo, rezamos en el Credo»'. Y esto es lo que nos proponemos
verificar mediante el estudio de los testimonios históricos que nos ofrecen los Evangelios.
En el desarrollo de este tema, en primer lugar anotamos algunos conceptos
fundamentales (n. 66); a continuación veremos el motivo de la Encarnación del Hijo de Dios y
alguna de sus consecuencias (n. 67). Después veremos, también a la luz de los Evangelios, lo
que no fue Jesús (n. 68), así como lo que afirmó respecto a su misión y al sentido que dio a su
vida (n. 69 y ss). Por último, veremos la Muerte de Jesús como el modo real e histórico por el
que realizó la salvación de los hombres (n. 74 y ss). En síntesis, podremos descubrir la misión
que vino a realizar a la tierra; es decir, podremos cerciorarnos de si Jesús dio un enfoque
meramente terreno a su vida y a su enseñanza, como piensan algunos, o, si por el contrario,
les dio un enfoque religioso y de salvación sobrenatural. El estudio acerca de la vida y el
mensaje de Jesús tiene una importancia decisiva, pues de la misión de Jesús se deduce la
misión que corresponde a la Iglesia fundada por Jesús, tema que analizaremos en el capítulo
siguiente.

3.2 CONCEPTOS FUNDAMENTALES


Para comprender adecuadamente lo que sigue, es conveniente recordar el concepto de
los términos teológicos más significativos':
Salvación significa alcanzar la vida eterna, la gloria, la comunión amorosa con Dios en
el cielo. Se trata del efecto o fruto, individual y colectivo, de la redención, y, más
específicamente su efecto último en la resurrección de los muertos.
En la salvación hay que distinguir entre el contenido de la salvación y el modo de
realizarse:
a) El contenido de la salvación es el efecto o fruto que ha conquistado Jesús para el
hombre; comprende dos aspectos indisolublemente unidos: la liberación del pecado y la
reconciliación del hombre con Dios.
Liberación significa restaurar en el hombre la libertad original que había sido enajenada
por el pecado; consiste ante todo y principalmente en salir de la esclavitud radical del
pecado', fuente de todos los males que sufre el hombre.
Reconciliación con Dios significa el término o fin de la liberación, y consiste en alcanzar
la amistad filial con Dios, la comunión amorosa de gracia de los hombres con Dios.
Estos dos efectos los consigue el hombre, por primera vez, en el sacramento del
Bautismo; y, después del Bautismo, en el sacramento de la Reconciliación o de la Penitencia.
b) En cuanto al modo de realizar la salvación, tenemos el concepto de Redención, que
significa el modo por el que Jesús realizó la salvación de los hombres, es decir, el sacrificio de
la Cruz; la redención es, pues, la acción salvífica del misterio pascual de la Muerte y
Resurrección de Cristo, como causa de la reconciliación del hombre en su doble aspecto de
liberación del pecado y de la comunión de gracia con Dios'.

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3.3 EL MOTIVO DE LA ENCARNACIÓN


El motivo por el que el Hijo de Dios se ha encarnado y hecho hombre lo encontramos
expresado en los textos evangélicos y en la doctrina de la Iglesia. Además, desde una
perspectiva antropológica se ven con claridad las repercusiones de la Encarnación.

3.3. I. Testimonio de los Evangelios

a. Palabras del ángel a José: Este motivo lo encontramos expresado de modo explícito,
por ejemplo, en el Evangelio según Mateo, en las palabras del ángel a José, cuando le
anuncia que lo concebido por María es obra del Espíritu Santo: «José, hijo de David, no
temas recibir a María, tu esposa; pues lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu
Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus
pecados» (Mi I , 20-21: cfr. Lc 1, 31).
La finalidad salvadora de la Encarnación está expresada, en primer lugar, en el o rigen
divino del hijo de María, que no es fruto de varón, sino que ha sido concebido por obra del
Esplritu Santo; en segundo lugar, se manifiesta la finalidad salvadora de la Encar nación en el
nombre que se ha de dar al hijo de María, Jesús que significa en su raíz hebrea «salvador»;
y, en tercer lugar, se expresa tal finalidad al especificar de modo concreto en qué consiste
esa salvación. Jesús salvará a su pueblo de sus pecados cosa que puede atribuirse solo a
Dios.
b. Palabras del ángel a María: También encontramos en las palabras del ángel a María,
en el relato de la Anunciación del Evangelio según Lucas, que el motivo de la encarnación
del Hijo del Altísimo, es decir, el Hijo de Dios, es la salvación eterna de los hombres, al llamar
Jesús, es decir, Salvador, al hijo de la Virgen, cuyo reinado será eterno: «No temas, María,
porque has hallado gracia delante de Dios: concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le
pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará
el trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob, y su Reino no tendrá
fin» (Lc 1, 30-33).
Como recalca el Evangelio de Juan, el origen real de Jesús es el Padre, que lo envía al
mundo para la salvación de los hombres, para alcanzar la vida eterna: «Ésta es la voluntad
de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga la vida eterna» (Jn 6, 40).
En los textos evangélicos aparece con toda claridad que el motivo o fin de la
Encarnación del Hijo de Dios es la salvación de los hombres. Veamos los textos más
significativos:
3.3. 2. Doctrina de la Iglesia
La Iglesia, en su respuesta a la Revelación divina, afirma en el Credo el motivo de la
Encarnación con estas palabras: «Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del
cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre»'.

3.3.3. Perspectiva antropológica


Desde una perspectiva antropológica, vemos que la Encarna ción del Hijo de Dios tiene
una importancia decisiva para los hombres, pues abre sus vidas a horizontes divinos
insospechados por el hombre:
a. En primer lugar, la Encarnación del Hijo de Dios aparece en los testimonios
cristianos como la realización de la máxima unión pensable y posible entre Dios y el
hombre. Jesucristo ha elevado al hombre a participar del ser o «naturaleza divina (2 Pe
1, 4). El Hijo de Dios, al hacerse hombre, sale al encuentro del hombre, «para hacer a los
hombres partícipes de la naturaleza divina... [Cristo] asumió la entera naturaleza humana
como se encuentra en nosotros, miserables y pecadores, pero sin pecado»'. El misterio de
la Encarnación significa que la vida infinita de Dios se hace accesible al hombre y que se le

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propone como la plena felicidad que el hombre, aún sin saberlo, busca apasionad amente.
La Encarnación trae ya consigo el comienzo de la salvación de los hombre s.
b. En segundo lugar, la Encarnación significa que el Hijo de Dios irrumpe en la historia
de los hombres como un personaje y un hecho particular: «nacido de mujer, nacido baj o la
ley» (Gál 4, 4). Desde el momento de la Encarnación, ya no se puede hablar de un Dios
escondido, lejano, o difícil de ser conocido y amado, pues se ha manifestado en la
humanidad de Jesús. En consecuencia, la Encarnación muestra la dignidad y el valor de
todos y de cada uno de los seres humanos; es decir, se hace «solidario» con todo el
género humano. El Concilio Vaticano II expresa esta solidaridad al afirmar que «el Hijo de
Dios, con su Encarnación, se ha unido en cierto modo con todo hombre. Trabajó con manos
de hombre, pensó con inteligencia de hombre, actuó con voluntad de hombre, amó con
corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros,
semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado»'.
c. En tercer lugar, la Encarnación del Hijo de Dios realiza en la historia la «alianza»
entre Dios y el hombre, profetizada en la historia bíblica. Dice la carta a los Hebreos que
Cristo es «el mediador de una nueva alianza» (Heb 9, 15). En los testimonios de la Iglesia
primitiva, Cristo es mostrado como la Palabra eterna, la luz y la razón de todas las cosas
(Jn 1, 4, 9 ss.); es la Cabeza del universo (Col 2, 10); es el Restaurador que recapitula en Sí
mismo todas las cosas del cielo y de la tierra (Ef l, 10).
d. Por último, la Encarnación del Hijo de Dios muestra que Cristo es el Salvador de
todos los hombres. Esto significa no sólo que el hombre ha sido liberado de la esclavitud
radical del pecado, fuente de todos los males y desgracias que padece la humanidad, sino
también que el hombre ha sido capacitado para adquirir conciencia honda de la dignidad
que le muestra Cristo y descubrir el sentido pleno de su existencia. En concreto, el Hijo de
Dios Encarnado eleva a los hombres a la condición sobrenatural de hijos de Dios; esta
elevación tiene lugar, para cada hombre, en el sacra mento del Bautismo, por el que
participamos de la Muerte y Resurrección redentora de Cristo (cfr. n. 69). También afirma
el Vaticano II que la naturaleza humana de Cristo es el «instrumento vivo d e la salvación»
de los hombres'.

4. LA MISIÓN HISTÓRICA DE JESÚS

Para aproximarnos a la figura real de Jesús testimoniada en los Evangelios, es oportuno


analizar, en primer lugar, lo que Jesús no fue sociológica ni históricamente. Los Evangelios
expresan con claridad los siguientes puntos:

4. 1. Jesús no fue un sacerdote del Antiguo Testamento


Jesús no pertenecía a la tribu de Leví, a la que se confió el sacerdocio en el Antiguo
Testamento, ni dedicó su vida a los actos de culto del pueblo de Israel; según el Eva ngelio
de Mateo, Jesús es llamado «hijo de David» (Mt 1, 1) y, por lo tanto, descendiente de la
tribu de Judá; confirma esta descendencia la genealogía consignada por Lucas (Le 3, 33).
Incluso Jesús profetizó que sería «reprobado... por los sumos sacerdote s y los escribas...
[y] condenado a muerte» (Lc 9, 22). Jesús nunca se llamó a sí mismo sacer dote y los
evangelistas tampoco le dieron este título.
Sin embargo, en la Revelación divina Jesús es presentado como el Sumo Sacerdote
de la Nueva Alianza, mediador entre Dios y los hombres, pues cambió el imperfecto
sacerdocio levítico por el suyo inmutable, que permanece para siempre: Jesús «no
necesita ofrecer sacrificios cada día, primero por sus pecados propios como aquellos
Sumos Sacerdotes [del Antiguo Testamento], luego por los del pueblo; pues esto lo realizó

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de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo» (Heb 7, 27)", es decir, se entregó a la
Muerte de Cruz en expiación por los pecados de los hombres.

4. 2. Jesús no fue fariseo


Jesús no perteneció al grupo de los fariseos; por el contrario, con frecuencia se enfrenta a ellos,
debido a su hipocresía, como atestiguan de modo abundante los Evangelios: además, la enseñan
za de Jesús no se limita simplemente a promulgar una moral o ética.

4.3. Tampoco fue esenio


Jesús tampoco perteneció al grupo de los esenios: su vida y su mensaje no se
realizan en la vida ascética al margen del mundo; los Evangelios muestran a Jesús rodeado
de mucha gente: «toda la muchedumbre iba hacia él, y les enseñaba» (Mc 1, 13).
4.4 Jesús no fue un zelotes

Jesús no fue un zelotes o guerrillero: es patente en las páginas del Evangelio que Jesús
no persigue ningún objetivo político 0 social. Por ejemplo, al comienzo de su vida pública,
Jesús rechaza -a de modo expreso el poder político que le ofrece el demonio en las
tentaciones del desierto (Mt 4, 48). Después del milagro de la multiplicación de los panes y
de los peces, algunos asistentes dijeron: «Éste es verdaderamente el Profeta que viene al
mundo. Jesús, conociendo que iban a venir para llevárselo y hacerle rey, se retiró de nuevo
al monte él solo» (Jn 6, 14-15). Los Evangelios narran numerosas situaciones en las que
Jesús rechaza la postura de quienes mezclaban las cosas de Dios con actitudes meramente
políticas (cfr. por ejemplo, Mt 22, 21; Mc 12, 17; Jn 18, 36).

4. 5. Jesús es el Mesías salvador


El estudio de los Evangelios nos ofrece una imagen religiosa de Jesús. Éste se presenta
como el Mesías enviado por el Padre para la salvación eterna de los hombres: «Yo no he
hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado. Él me ha ordenado lo que
tengo que decir y hablar. Y yo sé que su mandato es vida eterna. Por eso, lo que yo hablo, lo
hablo como el Padre me lo ha dicho a mí» (Jn 12, 49-50). «En estas palabras de Jesús
encontramos la manifestación del Espíritu con el cual realiza su predica ción. Él es y
permanece como "el testigo fiel" (Apoc 1, 5). En este testimonio se incluye y resalta esa
especial "obediencia" del Hijo al Padre, que en el momento culminante se demost rará como
"obediencia hasta la muerte" (cfr. Fil 2, 8)»". Se ha dicho que «este fuego, este deseo de
cumplir el decreto salvador de Dios Padre, llena toda la vida de Cristo, desde su mismo
nacimiento en Belén. A lo largo de los tres años que con El convivi eron los discípulos, le
oyen repetir incansablemente que su alimento es hacer la volun tad de Aquel que le
envía»''. La misión mesiánica de Jesús se puede concretar en los siguientes aspectos
esenciales expresados en el recuadro que sigue.

TESTIMONIOS DE JESÚS SOBRE SU MISIÓN

Se dirige a todos los hombres - Da testimonio de la verdad y la libertad

Proclama la buena nueva a los pobres - Revela a Dios como Padre

Anuncia y realiza el Reino de Dios

Tomado de: Gonzalo Lobo Méndez de su libro Razones para creer)

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ACTIVIDAD 2.4 Lee, analiza y elaborar mapas conceptuales

TEMA 4 . LA IGLESIA: LA CREDIBILIDAD BASADA EN EL TESTIMONIO

4.1 Notas de La Verdadera Iglesia de Cristo y la Eclesiología Fundamental

El problema de la demostración científica de la verdad de la Iglesia católica, es decir, la


verificación de que el cristianismo católico romano está en continuidad total con las intenciones
y la obra de Jesucristo, fundador de una Iglesia, fue una cuestión que se planteó va en principio
desde que aparecieron los primeros cismas. Ahora bien, el capítulo de la Apologética clásica que
se designa por demonstraIio catholica es una creación moderna: en efecto, ni las herejías de 1a
antigüedad, ni la separación en la Edad Media, del Oriente y el Occidente cristianos, habían
provocado la crisis religiosa que apareció en el siglo XVI, oponiendo diversas comuniones
rivales, que pretendían ser las verdaderas herederas de Cristo: catolicismo, anglicanismo y
protestantismo de diversos tipos. El tratado De vera Ecclesia que, a pesar de ciertas
anticipaciones, no se elabora hasta el s. XVI, fue consolidado, desarrollado y transformado sin
cesar durante varios siglos hasta que con e1 Concilio Vaticano II (1963-65) queda totalmente
replanteado.
Los teólogos distinguen tres formas, tres vías, para establecer que la Iglesia católica romana es
la verdadera: la vía histórica, que con frecuencia se reduce en la práctica a 1a vía primatus, la vía
empirica y la vía notarum. En efecto, cuando se habla de la primera, se intenta mostrar a través
del examen de los documentos antiguos que la Iglesia católica romana es la Iglesia cristiana de
siempre, que aparece en la historia como una sociedad una, visible, permanente y organizada
jerárquicamente; la vía primatus es una simplificación de esta primera vía, va que se limita a
mostrar la verdad de la Iglesia romana a partir de la prueba que su cabeza, el Obispo de Roma,
es el legítimo sucesor de Pedro, prescindiendo de todos los otros géneros de continuidad
histórica. La vía empirica, asumida por el Vaticano I, gracias a su promotor el Cardenal
Dechamps (+ 1883), sigue un método más simple aún: abandona toda confrontación de la Igle-
sia romana actual con la antigüedad, para escapar a las dificultades que suscita la interpretación
de los documentos históricos v valora la Iglesia en sí misma como milagro moral, que es como el
signo divino que confirma su trascendencia.
Finalmente la vía notarum, que se desarrolla siguiendo este silogismo: Jesucristo dotó a
su Iglesia de cuatro notas distintas la unidad, la santidad, la catolicidad y la apostolicidad; ahora
bien, la Iglesia católica romana es la única que posee estas cuatro notas; por tanto, es la
verdadera Iglesia de Cristo, excluyendo así las restantes confesiones cristianas: luteranismo,
calvinismo, anglicanismo, ortodoxia, que no las poseen. De estos tres métodos de
demostración, la via notarum ha sido el más utilizado durante la época moderna aunque como
observa G. Thils esta vía ha ido legando progresivamente su «espíritu» a la vía histórica -por
razón de la metodología histórico-crítica que le ha invadido- y su «materia» a la via empirica -
por razón de los contenidos de las cuatro notas - 11.

Los reformadores protestantes fieles a los antiguos símbolos de la fe no negaron nunca las
cuatro notas de la Iglesia, aunque añadieron dos criterios básicos de discernimientos a su vez
teológicos y polémicos. He aquí como lo afirma la confessio Augustana de 1530 en su artículo
VII: «Se enseña que ha de permanecer la Iglesia una y santa; pero la Iglesia es la congregación
de los santos en que se enseña puramente el Evangelio v se administra rectamente los Sacra-
mentos («in qua evangelium pure docetur et recte adminístrantur sacramenta»), De forma

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parecida encontramos esta formulación en el calvinismo, en la Con}éssio Helvetica de 1562, y


en anglicanismo, en los Articles of Religión of Church of England de 1562. Lutero además
postuló siete signos: la predicación de la verdadera palabra de Dios; la recta administración del
bautismo; la recta forma de la cena; el poder de la llaves; la legítima vocación v ordenación de
los ministros; el rezo y salmodia en lengua materna ~y las persecuciones (Vort den conzilüs
rrnd Ivirchera, 1593) y en un polémico escrito posterior exige además; el símbolo apostólico y
la fe de la Iglesia antigua; estima del poder civil; alto aprecio del estado matrimonial; paciencia
y oración por los perseguidores (omite la legítima vocación de los ministros) (Wider Hans
Worst, 1541)".

4.1.1 La «víá notarum» prueba apologética clásica de la verdadera Iglesia


La doctrina de las notas de la Iglesia ha experimentado en el curso de su historia numerosas
fluctuaciones. Desconocida por la antigüedad y el medioevo, que refutaban uno a uno los
errores particulares de los movimientos de contestación aparece en el momento que se inician
las primeras luchas contra el luteranismo y el calvinismo difundiéndose rápidamente. Hacia el
1550, circula ya por todos los países de Europa diversos De notis Ecclesiae, numerosos y dife-
rentes. A partir de entonces los apologetas tienen el objetivo de responder indirectamente v
globalmente a todas las dificultades -«herejías» y «cismas»- demostrando que la Iglesia católica
romana es la «verdadera» Iglesia: vera Christi Ecclesia.

Progresivamente se van sistematizando estos estudios a partir de la pregunta sobre las


condiciones que estas notas deben cumplir para ser tales. Así, deben ser más fácilmente
cognoscibles que la Iglesia (notiores Ecclesia); le deben pertenecer de forma exclusiva
(propráe, saltem collectiLe); además deben ser inseparables de ella iinseparabiles ab Ecclesia;
y finalmente deben estar al alcance de todos (obvráe orrzrrrbns, ~tr:srn rudiorzbus). Las notas
que no satisfacen estas exigencias son marginadas a un papel secundario.
Con la entrada del racionalismo los apologetas deseosos de controversia distinguen la apología
para los creyentes y la de los no creyentes. Así nace, en los inicios del s. XVII, la Apologética de
dos grados, en la que el De Ecclesiá es precedido del De vera religióne, y este último retoma
del primer tratado algunas notas -los milagros y las profecías- que son calificados como motivos
de credibilidad de la religión cristiana.
Finalmente, el De notis va tomando su forma definitiva entorno a las cuatro presentes en
e1 símbolo Niceno-Constantinopolítano- (DS 150/FIC 1382): UNA SANTA CATÓLICA Y
APOSTOLICA, reduciéndose así las tres, siete, quince, veinticuatro v hasta cien signos de la
Iglesia, presentes en diversos tratados. Además, preocupados por la vertebración perfecta de
los tratados, se va examinando las notas de cada comunidad cristiana: es entonces que la vrá
notarum, se dirige también contra las Iglesias del Oriente, aunque en sus orígenes sólo tenía
como objetivo las comunidades fundadas por Lutero y Calvino.
A partir de aquí la vía notarum va sufriendo diversos cambios de acuerdo con la
sensibilidad del momento. Así en el siglo XVI y hasta en el XVII, se presentan las notas como
tomadas de textos de la Escritura y los Padres. En el siglo XVIII y en el XIX se prefiere subrayar
que las cuatro notas se imponen de por sí a la sociedad eclesiástica. Después de 1870 (Vaticano
I), se describen de forma romántica, la expansión mundial del catolicismo, la cohesión y la
fecundídad de la Iglesia. En definitiva, conservando el proceso de argumentación de la viá
notarum sin variación -existen notas y sólo el catolicismo las cumple- adaptaron su forma según
predominase ya sea la fe en los libros inspirados, ya sea las tendencias racionalistas, ya sea el
gusto por los datos empíricos.

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Íntimamente dependiente de la doctrina general de las notas, las nociones de unidad,


santidad, catolicidad y apostolicidad no se fijaron de forma estable desde el principio.
Progresivamente se fueron precisando para dar unidad a la única via notarum. Así, 1a nota de
la santidad apareció en el siglo XVI, es decir, en la época en que el adagio Extra Ecclestám nulla
salus se tomaba de la forma más estricta. La constatación de santidad en las Iglesias de Oriente
creó dificultades y progresivamente se llegó a una noción de santidad que ninguna otra
confesión cristiana a no ser la católica podía reivindicar: los numerosos santos y los constantes
milagros.
Una transformación parecida se experimentó en la nota de la unidad. Cuando diversas
confesiones no católicas reclamaron para sí un cierto concepto de unidad, los católicos
debieron concentrar esta nota en la unicidad absoluta de comunión, adhesión a la fe cristiana
en su totalidad y sumisión al papado. Fue más laboriosa la evolución de la nota de catolicidad.
Los apologetas católicos, después del descubrimiento del nuevo mundo reelaboraron su
concepción a partir de la llamada catolicidad moral. Progresivamente fue remplazándose por la
catolicidad cualitativa, que en su esencia es diferente de la catolicidad-universalidad de lugar.

Finalmente, la nota de la apostolicidad experimentó una evolución aún más significativa.


Esta apareció como válida contra Lutero y Calvino, ya que ponía de relieve la referencia
«fundacional> de la Iglesia a los Apóstoles en su doctrina y jerarquía. Pero al plantearse el tema
de las Iglesias de Oriente, se constató que tal reflexión no era suficiente. Tan sólo la legitimidad
jerárquica merecía más atención y especialmente el primado romano. No es extraño pues que
esta nota diera lugar a la via primatus como síntesis de su evolución.
A partir de esta sucinta panorámica histórica podemos comprender por qué G. Thils ya en
la conclusión de su estudio del año 1937 sobre el tema, observaba que la via notarum es una
vía compleja, confusa, deficiente, un argumento inoportuno, o actualmente ineficaz y en todo
caso superfluo. Por esta razón proponía que toda la
«materia» referente a la via notarum pase a la vía empirica, «ya que las notas son vistas como
un milagro moral»'-'. De forma parecida concluía el breve artículo de A. Kolping, Votae
Ecclestáe: LThK VII, que poco antes del Vaticano II, y 25 años después de Thils, confirmaba el
carácter cada vez más complicado de la víá notarum y subrayaba e1 papel significativo de la
via empirica". Casi veinticinco años después, H. l. Pottmeyer ha reafirmado este dictamen en
el reciente Handbuch der Fundarrrentaltheologie".
4.1.2. La aportación eclesiológica del Vaticano II
La aportación eclesiológica del Vaticano II está fuera de toda duda y es evidente que a
partir de él debe también replantearse la perspectiva de las notas de verdadera Iglesia.
Veamos los puntos más sobresalientes de esta eclesiología:
Dos puntos centrales aparecen especialmente en la Lumen Gentium: la noción de Iglesia-
Sacramento y la de Pueblo de Dios. En efecto, es sabido que esta última noción tomó especial
relieve al preceder finalmente el capítulo referente a la jerarquía -que el prímer esquema
preparatorio ponía en primer lugar-. De hecho, el título Pueblo de Dios que engloba todo el
capítulo segundo es una noción clave para expresar la globalidad de la Iglesia y a su vez su
historicidad y, por consiguiente, la imperfección, la reformabilidad, de una iglesia que «entra en
la historia de los hombres». Todo esto enraizado en el concepto clave de Iglesia como
«sacramento universal de la salvación» (LG 1.8.17.48), es decir, la forma histórica, social, visible
y pública que toma el designio salvador de Dios sobre la humanidad. Se trata pues de una
designación que marca una perspectiva que envuelve todo el resto de la concepción de la
Iglesia operando una descentralización de la Iglesia respecto de sí misma, pues queda
totalmente centrada en Cristo. Este concepto de la Iglesia-sacramento muestra a su vez un
doble valor: interno, la Iglesia, sacramento primordial, raíz de los sacramentos; externo, misión
v mediación significativa para el mundo''.

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Unido a estas dos nociones claves -Sacramento v Pueblo de Dios- la Lumen Gentium se
refiere al concluir el primer capítulo titulado De Ecclesiáe mysterio, a la doble dimensión de la
Iglesia con este título: De Ecclesiá visibili simul spirituali (LG 8). En efecto, notando la analogía
considerable que existe entre la Iglesia visible y espiritual con el Verbo encarnado y su misterio,
se afirma: «el grupo visible y la comunidad espiritual, la Iglesia terrena v la Iglesia dotada de
bienes celestiales, no deben considerarse dos cosas diversas sino que forma una única realidad
compleja (una complexa realztas), constituida del elemento humano y divino...«(LG 8.a).
En e1 mismo número además se da una referencia explícita a las notas de la Iglesia en una
afirmación de gran contenido teológico. «Profesamos como una, santa, católicas - apostólica»...
v se precisa que «esta Iglesia, establecida v estructurada en este mundo como una sociedad,
subsiste (subszstit) en la Iglesia católica... aunque fuera de su estructura (extra eius
compaginem) se encuentren muchos elementos de santificación y de verdad, que, como dones
propios de la Iglesia de Cristo, impulsan en dirección a la unidad católica» (LG 8.b):
Como se puede observar tanto el lenguaje como la misma intención del texto -conocido a
través de las actas conciliares- rechazan toda exclusividad e identidad de la verdadera Iglesia
concebidas de modo cerrado, mientras que al mismo tiempo se abre el espacio para 'a
positividad y el reconocimiento. El verbo subsistit, nueva versión del primitivo testo que usaba
el est, subraya no tanto la exclusividad -más propia del est- cuanto el carácter abierto y
positivo. De esta forma el subsistit tiene la intención y desempeña la función de evitar una
identificación incontrolada de la Iglesia de Cristo con la Iglesia católico-romana, para
mantenerse, como comenta H. Fries, por el contrario abierto a la realidad eclesial presente en
las otras confesiones cristianas".

Estas afirmaciones del Vaticano II nos hacen caer en 1a cuenta del replanteamiento
experimentado. En efecto, se pasa de una concepción oficializada por San Roberto Belarmino,
enraizada en Gregorio VII y los canonistas medievales latinos, que veía la Iglesia principalmente
como societü: perfecta s que tuvo reflejos fuertes en el Vaticano I y en los tratados posteriores,
a una concepción más bíblica, de raíz litúrgica, atenta a una visión misionera e histórica como es
1a Iglesia como sacramentum salutis, que se convierte en el eje de las afirmaciones del
Vaticano II unido a un concepto renovado de comunión y misión. Es claro que tal perspectiva
replantea el enfoque apologético clásico de la Eclesiología, con evidentes repercusiones en su
enfoque de la vía notarum, como vía predominante en este campo". Aunque los Padres
conciliares no trataron sistemáticamente

(Tomado de: Salvador Pié Ninot de su libro Tratado de Teología fundamental) )

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TERCER MOMENTO

CONSOLIDACIÓN

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Actividad 3.1 Leer el articulo y elaborar un resumen.


Tema de reforzamiento: NUEVA ERA Y CRISTIANISMO

Pregunta:
Sr. Zavala. He notado que en la televisión, radio y periódico, se habla mucho de la
curación con acupuntura, radiestesia, iridología, reflexología, aromaterapia, astrología,
cristaloterapia, Feng shui y otras cosas más.
Me pueden decir si eso es cierto y de dónde vienen esas ideas. Pues hay mucha gente que
en su necesidad acuden a ellas y no siempre con muy buenos resultados.

Respuesta:
Claro que sí, podemos comentarte algunas ideas fundamentales sobre todo eso, y
gracias por llamarnos pues la respuesta te servirá a ti y a muchas personas que desean
saber sobre esos temas.
1.- La New Age: Un «Tutifruti» religioso moderno con barniz de cristianismo.
Todo lo que mencionaste unido al karma, el gnosticismo, esoterismo, los horóscopos,
brujería, sueños, energía, chakras, lectura del Tarot, etc. combinado con religiones
orientales forman parte de una corriente o forma de pensamiento llamada Nueva Era
(New Age).
Esta no es una secta ni una religión, sino una serie de doctrinas mezcladas donde hay
un poco de todo. Es como un "tutifruti" religioso, filosófico y pseudo científico. Una
auténtica mezcla de religiones orientales, espiritismo, astrología,
adivinación, reencarnación, medicinas alternativas, etc. Todo esto con una apariencia
científica y barnizado de cristianismo .

Es este barniz de cristiano, lo que confunde a muchos, pues en la Nueva Era es


común oír hablar de los ángeles; de Dios; de la Virgen y algunas veces hasta de los
santos. Por supuesto que usado y manipulado a sus creencias. Walter Mercado hasta
llega a decir en su despedida: «Que Dios me los bendiga mucho...» sin darse cuenta
que todo esto para ellos tiene un significado más bien pagano.
Desgraciadamente muchos católicos han caído en sus redes sin darse cuenta. Tan
fuerte y sutil es su publicidad que incluso ha logrado penetrar con sus ideas en
algunos Institutos «católicos» de formación.
No es raro encontrar algunos líderes católicos de escaza identidad en la fe, que
salen con algunos de los disparates promovidos por la Nueva Era y que tienen muy
poco que ver con el cristianismo. Es por eso q ue el Papa y diferentes instancias
católicas, han publicado orientaciones acerca de este fenómeno pseudo religioso.

2.- La Nueva Era: Una ensalada pseudo religiosa, que hoy está de moda y es un
buen negocio.
A mediados del siglo pasado, con el resurgimiento de sectas esotéricas (ocultismo)
y su promoción mediantes escritos, sirvieron como un trampolín para entrar en escena
con creencias tan antiguas como la brujería, espiritismo, gnosticismo...
En 1870 Alice Bayley con su Sociedad Teosófica y su teoría de que estábamos por
entrar a una nueva era de acuario, donde habría una especie de religiosidad mundial
que traería la verdadera felicidad al hombre, dio un impulso más a estas ideas.
Lo que ellos y otros quisieron decir es que piscis (el cristianismo, el "p ez", desde el
principio fue un símbolo de nuestra fe) ya debería terminar. Entonces acuario, ellos
por supuesto, serían los promotores de una nueva era para la humanidad.

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Pensadores que seguían estas creencias fueron impulsando y difundiendo sus


ideas. A mediados del siglo XX, 1950, la sociedad de alguna forma ya estaba cansada
de un excesivo racionalismo que había imperado en los últimos tiempos y esto fue
como un «caldo de cultivo» que favoreció su rápida expansión.
Pronto sus ideas encontraron eco en otros grupos. De esta manera, se fueron
entretejiendo con otras ideologías similares, donde su característica principal es
un relativismo religioso disfrazado de ciencia y con apariencia de novedad
Lo demás solamente era cuestión de que los medios de comunicación lo aceptaran
para que se convirtiera en la moda. Actualmente, brujos, charlatanes y compañía se
presentandiariamente en radio, prensa y televisión como si fuera lo mejor y la
verdadera espiritualidad.
Ni modo: Hoy estamos viviendo en la cultura de profesionales del engaño y de artistas de la
"tranza" que con una sonrisa y un anuncio en televisión son capaces de hacer de la
charlatanería toda una profesión y un imperio vendiendo falsas esperanzas. Ponte listo y no
te dejes engañar.
(Tomado de Martín Zavala de su libro Respuestas Católicas Inmediatas)

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Actividad 3.2 Leer, analizar y resumir.

Tema de profundización: La Nueva Era Frente a la Biblia.

Uno de los libros que menos mencionan entre los seguidores de la nueva era es la
Biblia. La razón por la que no lo hacen, es que la Palabra de Dios echa por tierra y
condena la mayoría de sus creencias. Veámoslo:

Nueva Era La Biblia

A.- Los seres humanos son dioses. A.- Esta idea es la que Satanás le dijo a Adán
y a Eva: «Serán como dioses» Gen 3,4-5
B.- La reencarnación es popular entre /os
de la New age. B.-Esto es contrario a lo que dice la Biblia:
«El hombre muere una sola vez y luego el
juicio». Heb 9,27
C.- El espiritismo es una creencia muy
común entre la nueva era C.- La Biblia es muy clara al condenar a
quienes, practican el consultar con los
muertos (espiritismo). Dt 18,9.14; Is8,19-Z2

D.- La Biblia rechaza todo esto de una


D.- La propaganda de la nueva era está forma muy enérgica. Is 47,10-15
llena de supersticiones, astrología y Lev 19,26-31; Hech 19,18-20
adivinos.

La enseñanza de la Iglesia sobre la «Nueva era».

«Es necesario determinar con cuidado el contenido exacto de la fe cristiana y descubrir qué es lo
que se aparta de ella. No hay igualdad entre la nueva era y el ser cristiano».
Cardenal Goodfried Dannels de Bélgica

«La fantasía de !a Nueva Era prometiendo felicidad siempre será eso, solamente una fantasía, que
ha logrado sembrar confusión en los corazones de muchos fíeles.
Norberto Rivera, Cardenal de México

«Las ideas de New Age a veces se abren camino en la predicación, la catequesis, los retiros, y así
llegan a influir incluso en católicos practicantes, que tal vez no son conscientes de !a
incompatibilidad de esas ideas con la fe de la Iglesia,"
Juan Pablo II a los obispos norteamericanos

No te dejes engañar por cualquier viento de doctrina. Por algo Jesucristo Nuestro
Señor dijo:
“Sean Astutos como serpientes y mansos como paloma s" Mt 10,16
(Tomado de Martín Zavala de su libro Respuestas Católicas Inmediatas)

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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

1. Biblia Latinoamericana. Edición Pastoral. Edición 118. Editorial Verbo


Divino. España 2005.
2. Lobo Méndez, G. Razones para creer. Teología fundamental. Ediciones
Rialp.S.A. Madrid 1993
3. Sayes, José Antonio. Razones para creer. Dios, Jesucristo, la Iglesia.
Ediciones Paulinas. Madrid 1992.
4. Pié i Ninot, Salvador. Tratado de teología fundamental. Dar razón de la
Esperanza. Ediciones Secretario Trinitario. Salamanca, 1989.

B.- Complementaria
5. Catecismo de la Iglesia Católica. Asociación de editores del catecismo 3º
Edición, España 1994.

6. Dei Verbum en: Documento del Vaticano II. Biblioteca de Autores


Cristianos. 34º Edición. Madrid 1982.
7. Jiménez Ortiz, A. Teología fundamental. La Revelación y la Fe en
Heinrich Fries. Universidad Pontificia. Salamanca, 1988.
8. Juan Pablo II. Fides et Ratio. Sobre las relaciones entre fe y razón.
Ediciones Paulinas, Lima 2002.
9. Ratzinger Joseph. Benedicto XVI. Jesús de Nazaret. 1º Edición. Editorial
Planeta Perú. S. A. Lima 2007.

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