HUELLAS EN NOCHE CERRADA

Las miserias y los caprichos de una mujer arrastran al hombre a los fantasmas cuando hijo.
Todos los fantasmas de los hijos despiertan cuando comienzan a imaginarse padres. No ya el
hijo como padre cuando la mujer parió un vástago, sino los hijos regodeándose en la fantasía de
ser padres. Ciertas mujeres no ayudan en nada para que el futuro padre pueda deshacerse de los
fantasmas de hijo. Fantasmas ardorosos. Fantasmas punzantes sobre la boca del estómago
Fantasmas sordos a la voz de un niño. ¿Seré mejor padre que mi padre?. ¿Respetará mi voz la
mujer con la que tendré hijos?. ¿Ella hará respetar mi palabra ante sus-nuestros hijos?. ¿Ella
seguirá amándome cuando dejé dormido al niño en la cunita?. ¿Mis hijos me recordarán cuando
les deje?. ¿Qué dejar a los hijos?. ¿Nada más que recuerdos?. Material intangible, oxígeno de la
raza, pedestal rodeado de nada, la memoria. La memoria del padre en los hijos duerme en los
fantasmas de ser padre en el hijo. Se nace hijo. Se muere, con fortuna, padre. La abuelidad,
tíaidad, el padrinazgo, son fruslerías de poca monta. Una fruslería de alta montura es ser Un
padre. El hijo y el padre no pueden parirse a sí mismos, deben llegar a entenderse y saber
convivir en una sucesión, en un espacio de tiempo que no es eterno. Lo mismo para los
hermanos de acuerdo a sus preferencias y gustos para con las mujeres.

Cada palabra está guardada en la memoria. No todas las palabras. Tan sólo las que tienen que
ver con lo que ya no está. Esas palabras llaman a otras. Así es como cada cosa que papá dice
tienen su música conocida. Hoy la orquesta se escucha como nunca antes, pero sobre los
cabellos de los músicos se depositó el polvillo de todos los tiempos. Así y todo, en la boca de
los músicos no cesa de dibujarse una sonrisa. La orquesta toca desde tiempos inmemoriales,
jamás caducos, por nada del mundo perennes. Si la orquesta dejara de tocar, moriría. Si muero,
la orquesta enmudecería al instante y los músicos se disolverían en una gran nada.
Desaparecerían como si allí nunca nadie hubiera estado, y mucho menos haciendo música. La
orquesta y yo. La orquesta, papá y yo. Papá no sabe que allí detrás, ahí, no muy lejos, alguien
toca para mí. Ellos son los artífices de que yo pueda escucharte, papá. ¿Sabías eso?. A mi me
parece que tú no sabes nada de mí. Y te pones mal cuando te lo digo. No abiertamente, te digo:
vos y yo, nada, papá. No una nada desierta, sino un desierto de nada después de haberte
abandonado, papá. ¿Puedes entender que nunca más volveremos?. Tú no tienes idea de cómo
lamento esto. Un mundo nos separa, papá. Mi alma. ¿El cuerpo?. No, el cuerpo sirve para follar,
papá. Papá, ¿estás ahí?. Aquí está todo oscuro. Yo sigo dirigiéndote las palabras, papá. Yo sé
que estás y que me escuchas, o que estás intentando oírme, o que no estás pero igual oís. No,
deja, no aparezcas ahora, no puedo seguir.

No hay vida. No hay incendios. No hay fulgores. No hay rostros. Nada de esto hay en la
abundancia. En la pobreza, en medio del llano y la desesperación es donde todo arde (única
fórmula inflamable para que arda el ardor). Una vez que se logró arder en el ardor, ¿cómo seguir
ardiendo?, ¿cómo no llegar a extinguirse?. ¿El fuego arde en el fuego?. ¿Cómo distinguir un
fuego de otro?. Cuando digo abundancia no me refiero al confort. El confort puede reconfortar,
pero no debería adormilar al reconfortado. El confort acaba en abundancia cuando adormece a
quien lo disfruta. Me contaron la siguiente y breve historia: un hombre, ardiente de pobreza,
asciende en la escala social. Luego, a medida que avanza en el confort, le vienen una ganas
enormes de volver a la pobreza. Una noche abandona su casa y vuelve a la villa. El rancho, la
chapería donde antes residía se encuentra intacta. Entra, se persigna, y comienza a escribir hasta
el día de su muerte. Punto final. Algo fluye cuando todo en derredor no es abundancia. En la
abundancia abundan las sandeces. Viendo la TV no se escribe. Perdón, llegó la hora de mi
programa favorito, tendré que dejaos aquí.