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La muerte le caa bien. Ahora nadie lo buscaba entre los vivos, se senta como aliviado, haba perdido unos cuantos gramos, esos que se pierden cuando el alma por fin se va. Lo aliviaba, adems, el hecho de que algunos haban llorado en aquel entierro, un entierro raro, tan raro que lo perciba como ajeno. Solo una cosa ocupaba su tiempo, ahora eterno, tenia que saber quin era ese hombre. Ese hombre de ojos verdes, hoyuelos al rerse, canoso, medio gordo y tirando a bajo. Ese hombre que haba estado sentado junto a su madre durante todo el velorio, ese hombre que l recordaba de algn lugar. Tal vez el tiempo lo ocultaba un poco, sin embargo, l tenia en su memoria una imagen similar. Repas su vida, lo busc desde el alumbramiento hasta el tnel luminoso y nada, repas su vida en tiempo real ms de tres veces y nada, lo busc en el barrio, en el bar y nada, ni siquiera en un colectivo logr encontrarlo. Hasta intent resucitar y preguntar a su madre sobre aquel hombre canoso. La muerte ya no le caa tan bien. Era como antes, como cuando vivo, buscaba para encontrar o para que alguien se diera cuenta que l estaba buscando.