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~ LA PROFECÍA ~

Capítulo 7: "¿Maldiciones?

Nos encontrábamos en el Hospital Interak, en la ciudad del Cairo. En el hos


pital estábamos bajo observación en una sala especialmente diseñada para la
s cuarentenas, nos estaban haciendo varias pruebas para descartar cualquier
tipo de epidemia. La habitación en la que nos encontrábamos era muy grande
y llena de camas para los enfermos, totalmente aislada, tan sólo podía apr
eciarse una ventana y una puerta que daban a una antesala por la que los mé
dicos observaban a sus pacientes en cuarentena. Juan no se encontraba con n
osotros, él estaba en otra planta totalmente aislado para evitar la propaga
ción del virus.
Todos estábamos impacientes por tener noticias sobre Juan, por fin entró u
n doctor que estaba ocupándose de nuestro caso. Era un hombre ya mayor, yo
diría que de unos cincuenta años, no podía distinguirse muy bien su rostr
o ya que llevaba una mascarilla médica.

-Según las pruebas realizadas al señor Cañizares, ha contraído el virus del


desierto-nos dijo el médico mientras miraba sus papeles.
-¿Qué es eso?-preguntó Laura.

El médico dejó de mirar sus papeles.

- Es una enfermedad que controlada desde los años cincuenta. El virus se ex


tiende a gran velocidad y los síntomas son similares a la gripe pero con ma
yor gravedad-explicó él.
- Entonces, ¿cómo está Juan?-preguntó Clara preocupada.
-Por suerte lo hemos cogido a tiempo. Se le habían suministrado antibiótic
os, con lo que el virus no ha podido extenderse tan rápidamente. En estos
momentos se encuentra estable, aunque debe estar bajo observación-terminó
de decir el médico.

Entonces todo istérico se levantó Javier muy nervioso y dando vueltas por la
habitación:

-Lo sabía, lo sabía. Esto es una maldición-decía Javier.


-¡Cállate! Sólo es un virus. Las maldiciones no existen, eson son cuentos pa
ra asustar a los tontos como tú-le dijo Laura con brusquedad.
-¡Cállate tú! Esto es un aviso, deberíamos dejarlo-decía javier temblando.

El médico al ver que se encontraba tan nervioso se dirigió hacia el comunica


dor que había en la puerta, pulsó el botón y dijo:

-Traigan un calmante injectable, por favor.

Al cabo de pocos minutos después entró una enfermera, también con la cara c
ubierta por una mascarilla, y en sus manos llevaba una bandeja con una jeri
nguilla y un frasco que contenía calmante. El médico, tras dejar sus papele
s encima de una de las camas, cogió la jeringuilla, después de prepararla c
on el frasco, para injectarle el calmante a Javier. Aquel en ver que iban a
pincharlo se puso aún más nervioso, por lo que Daniel y Jose tuvieron que
sujetarlo para que el médico le pusiese el calmante.

-Con esto será suficiente. Ahora dormirá durante unas horas-dijo el médico d
ejando la jeringuilla usada en la bandeja que llevaba la enfermera.

Dejaron a Javier en una de las camas totalmente dormido, el calmante le hab


ía hecho efecto inmediatamente. Tras dejarlo allí Daniel se dirigió hacia e
l médico y le preguntó:

-¿Nosotros también estamos contagiados?

El médico volvió a coger sus papeles y a revisarlos de nuevo.

- Me temo que sí, todos están incubando el virus. Excepto una persona-dijo
el médico.
-¿Quién?-preguntó Jose.
-Umm, la señorita Gutiérrez-respondió.

Me levanté de la cama de un salto extrañada por lo que acababa de decir el mé


dico. yo era la única que no estaba incubando el virus, eso debía ser un erro
r al realizar las pruebas.

-Eso es imposible, las pruebas deber estar mal. Repítalas-le dije acercándo
me haciel médico.
-Hemos revisado varias veces sus pruebas. Al parecer tiene anticuerpos natur
ales contra este tipo de virus. Aunque la verdad nunca había visto estos res
ultados, la inmunidad es total, ni siquiera es una portadora pasiva de la en
fermedad-decía él viendo sus papeles.

Ni siquiera tenía el virus, quizás yo era la responsable de que todos estuv


iesen enfermos y ni siquiera era una portadora pasiva del virus. Aquello me
hacía sentir mal. Me senté de nuevo en la cama con la mirada perdida inten
tando buscar una explicación a aquello.
Mientras Daniel se acercó al médico y le preguntó:

-¿Y qué van a hacer ahora?


- No hay por qué preocuparse, ahora les suministraremos la vacuna y en po
cas horas estarán como nuevos-respondió el médico.

Poco después de decirnos esto el médico, la enfermera que había traido el ca


lmante salió de la habitación, y en regresar trajo una nueva bandeja con var
ias jeringuillas ya preparadas con la vacuna contra el virus del desierto. S
ujetaba la bandeja mientras el doctor iba injectando uno a uno la vacuna, ex
cepto a mí, porque no me hacía falta. Tras terminar la enfermera se llevó la
bandeja y el médico antes de marcharse me dijo:

-Aunque no sea portadora del virus es mejor que se quede aquí hasta que el r
esto esté bien, para evitar cualquier tipo de contaminación cruzada.
-Esta bien-respondí sin más.

Aún debían pasar un par de horas para ver la evolución de todos. Daniel s
e acostó en una de las camas sin decir nada, quedándose dormido. Me quedé
mirándolo. Tenía la sensación que estaba enfadado conmigo, desde que est
ábamos allí no me había dicho nada. El resto de los chicos también se dur
mieron. Yo me quedé sentada en la cama, abrazando el cojín, pensando en q
ue seguramente Daniel había dejado de quererme.
Trascurridas un par de horas pudimos salir del hospital excepto Juan que aú
n debía quedarse en el hospital hasta que se recuperase completamente.

-Ummm, menos mal que ya hemos salido. Me duele todo el cuerpo-dijo Laura
estirando los brazos.
-Supongo que ahora tenemos que ir al Museo arqueológico. Espero que no h
ayan destrozado nada-dijo Clara.

Daniel sólo asintió con la cabeza, sin decir nada. Estaba serio, ahora estaba
más que segura que todo lo nuestro se acabó.
Nos fuimos al Museo Arqueológico para ver si los objetos y todos los mate
riales de la excavación habían llegado en buen estado. Cuando llegamos bu
scamos a Andish, el encargado del museo y conocido de Daniel y mío. Se en
contraba haciendo inventario en el almacén. El almacén del museo era desc
omunal, habían reliquias por todas partes colocadas en estantes y allí co
n su cuaderno en la mano se encontraba Andish. Nos acercamos a él.

-Hola Andish, ¿cómo estás?-le dijo Daniel.


Andish se giró y al vernos se nos echó a los brazos.

-Vaya, no sabía que estabáis trabajando juntos. Aunque sabía que ese día l
legaría. Me encanta veros chicos-dijo Andish muy contento.
-Yo también me alegro de verte Andish. Mira te presento a nuestros ayudantes
en la expedición. Ellos son Laura, Jose, Clara y Javier. Falta Juan, aún se
encuentar en el hospital-le dijo Daniel.

Comenzamos a caminar por el almacén junto con Andish. Daniel aún miraba
seriamente, parecía realmente enfadado.

-Explicadme, ¿qué os ha pasado?, me dijiste que tuvistéis que ir al hospital


-preguntó Andish mientars revisaba las estanterías de aquella sección.
-Un virus en un templo, por suerte no nos ha pasado nada grave-le explicó D
aniel.
-Oh, que alivio.
-Perdone señor, no e spor interrumpir pero ¿dónde están los objetos de nues
tra expedición?-preguntó Laura.

Andish se quedó mirando a Laura y miró entre sus papeles.

- Oh, que impetu. Me gusta. Se encuentran en la siguiente sección. Acomp


añadme-dijo Andish antes d eponerse a caminar de nuevo.

Clara miró a Laura y suspiró, conocía bien la formade ser de su amiga. Cami
namos hacia la siguiente sección, en donde se dejaban todos los objetos por
catalogar. Empecé a buscar la caja donde estaba el papiro pero no la encon
tré.

-Andish, ¿dónde está la caja de madera?-le pregunté.


-Debe estar ahí. Todos los objetos sin catalogar se dejan aquí, ya lo sabes-re
spondió él.

Todos comenzaron a buscar la caja sin ningún éxito. Andish en ver que no s
e encontraba comenzó a mirar en sus papeles.

-Según el registro la han recogido-dijo Andish.


-¿Cómo que la han recogido?-preguntó Daniel extrañado.

Me acerqué a Andish y cogí sus papeles sin pedirle permiso para ver si era c
ierto lo que estaba diciendo.
-Es verdad. Hay un registro de salida-dije dejando enfadada los papeles enc
ima de la mesa.
-Esperad, preguntemos al chico del registro, él debe tener más datos de quié
n se la ha llevado-dijo Andish.

Fuimos rápidamente hacia el registro de salidas y entradas de los objetos al


museo. Allí se encontraba un joven, encargado del registro. Andish se acercó
a él, le enseñó la hoja con el resgitro de salida y le preguntó:

-¿Qué sabes de este registro?

El chico miró el número del registro y comenzó ateclearlo en su ordenador, a


l cabo de pocos instantes apareció en la pantalla que había sido sacado por
el Dr. Yacer Kirash, por petición nuestra.

-¡Maldito sea ese Kirash! Seguro que ha falsificado la autorización, como si


empre-dijo daniel al oír todo aquello.
-¿Quién es?-preguntó Clara.
-Es un ladrón de tumbas. Le gusta sobre todo robar a los arqueólogos, aunqu
e no sé cómo se ha enterado de la existencia de la caja-expliqué yo.

Al parecer Daniel se había topado con él al igual que yo. Andish estaba muy
apenado por lo ocurrido.

-Tranquilo Andish, no ha sido culpa tuya-le dije intentando animarlo.


-¿Y ahora qué haremos?-preguntó Laura.

Daniel miró su reloj. Estaba furioso con tan sólo haber oido el nombre de Ki
rash.

-Aún queda tiempo hasta que den de alta a Juan en el hospital, así que deb
eríamos buscar un hotel para pasar la noche-dijo Daniel un poco más calmad
o.

Nos fuimos a buscar un hotel para pasar la noche. Cuando estábamos caminand
o por las calles del Cairo Daniel parecía haber visto a alguien conocido. C
uando el individuo se giró y nos vio empezó a correr, lo más sorprendente e
s que aquel tipo también me parecía familiar y todos comenzamos a correr tr
as él. Por fin Daniel lo alcanzó tras correr por varias calles de la ciudad
y cuando lo tenía entre las manos lo cogió por el cuello de la camisa. Al
poco tiempo llegamos los demás.
—¿De qué le conoces Daniel?—le preguntó Laura.
—Pero si es...Kirash—dije yo.
—¿El que ha robado la caja con el papiro?—preguntó Clara.
—Dame la caja con el papiro—le dijo Daniel a Kirash.
—No sé de qué me hablas. Yo no tengo ninguna caja ni ningún papiro—inte
ntó convencernos.
—Será mejor que me la des. Aquí le cortan la mano a los ladrones, ¿lo sabí
as?—le amenacé al ladrón.

Tras mi amenaza se quitó la mochila que llevaba a su espalda y me la dio. Da


niel continuaba sujetándolo. Abrí la caja para asegurarme de que el papiro e
staba allí.

-¿Cómo sabías lo de la caja y el papiro?-le preguntó Daniel.


-Fue un chivatazo. Me dijeron que sacaría mucho dinero, no pregunté nada
más-repsondió él temblando mientars Daniel lo sujetaba.

Alguien sabía que habíamos encontrado la caja con el papiro de la destrucc


ión, pero quién. Después del interrogatorio que le hicimos a Kirash y de h
aber recuperado el papiro debíamos pensar qué íbamos a hacer, alguien habí
a tenido los contactos suficientes como para averiguar que habíamos encont
rado el papiro.

-Tenemos que ir a por las cosas del campamento. Si han intentado robarnos e
l papiro una vez lo haran de nuevo-le dije a Daniel.
-Tienes razón-dijo él muy serio.

Cogimos uno de los coches que nos prestaron del Museo Arqueológico para l
legar hasta nuestro campamento y con nosotros nos llevamos a Kirash para
no perderlo de vista.
Llegamos al campamento y ya se había hecho completamente de noche. Bajamos
todos del coche y mientras todos recogíamos nuestras pertenencias Daniel
estaba atando en una silla a Kirash para que no pusiese escapar. Laura y C
lara ya habían recogido sus cosas al igual que yo, mientras Jose con la ay
uda de Daniel estaban recogiendo las pertenencias de Jose y Juan. No encon
trábamos a Javier y pensábamos que estaba haciéndose cargo del robo-escáne
r, pero cuando entré en la tienda de Daniel para empezar a recoger sus cos
as vi a Javier llamando por el teléfono dando nuestra situación.

—¿Se puede saber qué estás haciendo?-le pregunté sorprendida.


De pronto salió corriendo de la tienda tirándome al suelo en su huída. Las ch
icas se extrañaron de que saliese corriendo. Entonces salí detrás de él.

-¡Detente!-le gritaba.

Daniel salió de la tienda junto con Jose y vio que perseguía a Javier. Se ace
rcó hacia las chicas que miraban atónitas aquella persecución.

-¿Qué está pasando?-preguntó Daniel a las chicas.


-No lo sabemos-respondieron las dos.

Javier continuaba corriendo sin ningún rumbo adentrándose en el desierto mie


ntras yo seguía persiguiéndolo cuando por fin le di alcance y salté para det
enerlo. Daniel y las chicas se acercaron corriendo hasta nosotros.

-¿A qué viene esto?-preguntó Daniel.


-Lo he encontrado hablando por el teléfono satélite de nuetsra posición-le
repsondí mientars me ponía encima de él para inmovilizarlo.

Daniel levantó a Javier del suelo, lo cogió por detrás de los brazos inmovil
izándolo y nos dirigimos al campamento. Atamos a Javier en una silla junto a
Kirash.

- ¿A quién has llamado?-le preguntó Daniel.


-Vete al infierno, no diré nada-respondió Javier.
-¿Por qué?, después de estos años trabajando juntos. Me has decepcionado-d
ijo Daniel apartando la mirada.
-Tú no lo entiendes, necesitaba el dinero-explicaba Javier.
-Sabía que no eras trigo limpio, desde siempre lo he sabido. Das asco-dijo c
on desprecio Laura.

Ya habíamos recogido todo lo del campamento y estábamos listos para irnos.


daniel se acercó hacia mí alejándonos un poco del resto de los chicos.

-Será mejor que nos vayamos. Si ha llamado a alguien puede que esten al ca
er-me dijo Daniel.

En ese momento pude divisar que unos coches se acercaban hacia el campame
nto. Giré a Daniel para que los viese.

-Rápido, dejad las cosas tenemos que irnos ya-dijo Daniel cogiéndome de la
mano hacia los chicos.
Rápidamente desatamos a Kirash y Javier y los metimos en el todoterreno.
Cogí la mochila en donde estaba la caja que contenía el papiro y nos pusi
mos en marcha inmediatamente. Íbamos por el desierto en dirección a la ci
udad y en poco tiempo nos dimos cuenta que aquellos coches nos estaban si
guiendo y pronto nos darían alcance, de pronto desde aquellos coches nos
comenzaron a disparar.

-Coseguirá el papiro a cualquier precio, no le importará matarnos para conseg


uirlo-dijo Javier alterado.

Daniel era quien estaba al volante.

-Tranquilizaos. Todo saldrá bien-dijo Daniel para calmar el ambiente.

Cuando casi estaban al borde de cogernos Daniel hizo una maniobra que hizo
que uno de los coches que nos perseguía se estrellase contra una duna, mien
tras el otro coche aún seguía tras nosotros y en un instante se puso en el
lado del copiloto donde me encontraba sentada yo.

-Entregadnos el papiro y no os pasará nada-decía el conductor de aquel coch


e.

De repente por mi mente volvió a pasar aquella imagen del sueño en que yo
iba huyendo de una multitud con un papiro en la mano e inmediatamente di
je:

-¡Jamás os daré el papiro!


-Estás loca, ¿vas a arriesgar tu vida y la de los demás por un trozo de papel?
-dijo Kirash.
-¡Cállate! Tú no lo entiendes—le respondí furiosa.

Nunca permitiría que les pasase nada a ninguno de los chicos y menos a Dani
el, pero aquel papiro era la única respuesta que tenía para saber todo lo q
ue me había estado pasando. Al poco tiempo uno de los individuos del otro c
oche se asomó por una de las ventanillas con una pistola apuntándonos.

-¡Agachaos!-les dije a todos.

Aquel tipo disparó a una de las ruedas haciendo que volcásemos dando varia
s vueltas de campana. Cuando abrí los ojos después de aquel golpe vi como
uno de los individuos se acercaba a mí y me quitaba con facilidad la caja
en donde estaba el papiro que llevaba entre las manos debido a que estaba
herida y no pude hacer nada, poco después me desmayé por la pérdida de san
gre de un golpe que tenía en la cabeza.

CONTINUARÁ...

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