Professional Documents
Culture Documents
Cabina telefónica
Una mujer pasea con un perro mecánico. Suena el teléfono de la cabina.
La mujer duda. Avanza. Regresa sobre sus pasos. No puede evitar entrar
en la cabina y coger el teléfono.
Hombre: Entiendo.
Mujer: Completamente.
Hombre: ¿Lo ve? Siempre hay algún problema. En las calles peatonales
del centro las cabinas no paraban de sonar. Tuvieron que desinstalarlas
porque la gente había dejado de pasear por allí. Sin embargo, dudo mucho
que se trate de su perro, el programa no realiza llamadas intrascendentes.
Hombre: Efectivamente.
Hombre: Efectivamente.
Mujer: Es un alivio.
Mujer: ¿Cuál?
Confesonario
Hombre 1: Buenos días, hija.
Mujer: No matarás.
Mujer: Sí.
Mujer: Primero fue un peatón en la calle, cuando nadie me veía. Creo que
fue por azar. Pero ya entonces sentí un gusanillo especial, un placer
indescriptible. Desde entonces todo ha ido de mal en peor. Cuando hay
aglomeraciones en el metro empujo disimuladamente para que alguien
caiga justo cuando el tren se acerca. En los cafés suelo echar matarratas
en las tazas cuando nadie me ve. Me he comprado un rifle automático y
me voy de caza los domingos. Disfruto disparando a los cazadores desde
detrás de un seto. En las discotecas, cines y teatros suelo provocar
incendios. A mi mejor amigo lo estrangulé la semana pasada con la
cadena del wáter de un retrete público mientras hacía con él… Ya sabe.
Hombre 2: Cuénteme.
Hombre 2: ¡Mujer!
Le muestra la foto.
Ella no reacciona.
Ella sonríe.
Llega un hombre en una barca, dentro hay una gran maleta. El hombre la
abre y muestra a la mujer su contenido.
Mujer: Ah, sigue usted ahí. No le compraré nada, así que no me ofrezca
nada. No necesito maravillas.
Mujer: Vigilo.
Hombre: ¿Y antes?
La mujer se ríe.
Mujer 1: Es un suicidio.
Mujer 1: Esto es una locura. ¿Tú crees que vas a poder resistir mucho
tiempo así, en estado vegetal?
Mujer 1: Eres muy generoso. ¿Pero de verdad crees que tus poemas nos
sacarán de la miseria?
Hombre: No puedo.
Una mujer examina unas placas radiográficas, las tira al aire, murmura,
enciende la radio. Se introduce dentro de un aparato de rayos X. Se
dispara fotografías, sale, suspira.
Llaman a la puerta.
Mujer: Las enfermedades nunca son culpa del individuo que las sufre.
Quítese la ropa de cintura para arriba.
Hombre 1: Es horrible.
Mujer: Podría.
Mujer: El aparato debe de estar mal. Lanza más rayos de los debidos.
Dos hombres están a punto de batirse en duelo. Otras dos mujeres son los
testigos.
Mujer 2: Me preocupa que alguien piense que tenemos algo que ver.
Mujer 1: ¿Quiénes?
Hombre 2: Ellos.
Mujer 2: Espera.
La mujer no responde.
Hombre: Con frecuencia los disfraces son tan hondos que se mimetizan
en el interior de las personas.
Hombre: ¿Cuál?
Mujer 1: La Guerra.
Hombre: He oído hablar de ella. Tengo entendido que ha sido dura. Más
que la guerra de los mil días o que la guerra del día a día. Estoy bien
informado. Leo la prensa.
Hombre: Interesante.
Hombre: ¿Deudor?
Mujer 1: Debía letras. Había solicitado un préstamo ridículo para montar
un pequeño negocio, pero los intereses subieron de forma precipitada a
causa de la guerra. Quedó muy embargado. Perdió la vida por pagar las
letras.
Mujer 1: Lo malo de las penas es que acaban por meterse en los huesos.
Mire las deformidades de mi cuerpo, no sólo son de tocar el violonchelo
sino de tocarlo con profunda pena.
Una flecha surge del interior del bosque y se clava en el pecho del hombre
en el mismo instante que dice:
Mujer 2: Gracias.
Hombre 2: En efecto.
Hombre 1: Hoy en día hay que andarse con pies de plomo. Pero esta
situación me parece excesiva.
Hombre 2: Entiendo.
Hombre 1: No puedo.
Hombre 2: ¿Cuál?
Hombre 1: La que está en aquella esquina. Usted me dijo que este era un
lugar seguro.
En la oscuridad:
Entra una mujer con ropas de mendigo y que arrastra un carrito de bebé.
Lo conduce a gran velocidad.
Mujer 1: Símbolo de lo que aquí nos reúne, sin duda. Paradigma casi
mitológico del quehacer creativo a punto de ser asesinado.
Hombre: Da igual, aunque ella no sea una indigente, sigue siendo una
artista, su ingenuidad a la hora de acudir a este lugar, de esta manera,
llena de improvisación, así lo certifica.
Mujer 1: Aunque bien es cierto que el carrito podría estar más trabajado.
Hombre2: A la rayuela.
Hombre 1: ¿Cómo que lo deje? ¿Tú has oído lo que este imbécil ha
dicho? A la rayuela.
Hombre 1: Pues que esperen, como yo tengo que esperar. ¡Eh, tú,
levántate de ahí!
Mujer: Por favor, ¿no ves que no está bien?
Mujer: Alguien que juega a dar saltos en un paso de peatones con tanto
tráfico no puede estar bien.
Hombre 1: ¿Y por eso hay que aguantar? ¡Así nos va! Aguantando,
porque otros no están bien. Voy a llamar a la policía ahora mismo.
Mujer: No lo hagas, nunca se sabe, él puede decir que está ahí tumbado
porque nuestro automóvil le golpeó.
Mujer: Te lo ruego.
Hombre 1: ¡Vamos!
Mujer: Yo no voy.
Mujer: Es cierto, hace días que no asoman sus cabezas desde la ventana
para saludarnos. Quizá se hayan ido de viaje.
Mujer: Qué extraño, si se hubieran ido de viaje nos hubieran dicho algo.
Mujer: La de la tienda de abajo, que los conoce bien, me han dicho que él
tiene más de ochenta años y ella anda cerca. Pero los dos le dan bien a la
botella de vino, incluso estoy segura que de vez en cuando fuman.
Hombre: Los hijos son la alegría de las familias. Sin nuestro hijo, nuestra
sangre se hubiera perdido.
Mujer: Es raro que se hayan puesto los dos enfermos a un tiempo, ¿no
crees?
Hombre: Qué tontería. Ellos no son nuestra ilusión. Nuestra ilusión es él.
El hombre se enfurece.
Mujer: He pensado que de aquí a unos años, cuando nuestro hijo sea
abogado, podríamos colocar una placa junto a la venta, en la pared que
da a la calle, para que ellos…
Mujer 2 : ¿Dónde?
Mujer 1: En el mundo.
Mujer 2: No lo creo.
Mujer 1: Quizá haya pasado algo tan gordo que todo el mundo prefiera
quedarse en su casa.
Mujer 1: En el octavo A.
Mujer 1: ¿Con qué intención? ¿No habrá sido usted? Empiezo a pensar
que yo le gusto.
Mujer 2: ¡Pero!
Mujer 1: Ya me entiende.
Mujer 2: ¿Y entonces?
Mujer 2: Sí.
Bañera
Hombre 2: Por eso los animales y las plantas, mucho más vivos que
nosotros, los humanos, rezuman amor por los cuatro costados. Es la
crueldad, amigo, lo que da sentido a la vida.
Hombre 2: ¿Cuál?
Hombre 2: ¿Minúsculo?
Hombre 1: Nunca pude ser feliz por esta causa. La idea de ser un
apocado, sexualmente hablando, me ha atormentado toda mi vida. Por
esta razón quiero volver al principio, al origen de todo, al momento en el
que, cuando niño, me creía un profeta.
Hombre 1: Este frasco contiene un arma letal que ordené fabricar como
modo de defensa en caso de ataque masivo. Si vertiera su contenido en la
bañera, el líquido llegaría al océano y provocaría una reacción en cadena
que podría acabar con la vida de este planeta en menos de cinco años.
Hombre 2: Bromea.
Hombre 1: No.
Hombre 1: Gracias.
Televisión
Hombre 1: ¿Qué?
Mujer 1: Tu padre ha vuelto.
Entra el padre.
Hombre 1: No me digas que has olvidado todas las palizas que le dabas
a mi madre.
Hombre 2: Exageras.
Hombre 1: Mírate al espejo. Estás que das asco. Y esa cara tan
amarillenta…
Hombre 2: No es nada.
Calle
El mendigo no reacciona.
Mujer 1: ¿Por qué no intenta hacer algo? Las estatuas vivientes tienen
mucho éxito hoy en día. Yo diría, incluso, que a algunas de ellas les va
muy bien. No es necesario que se disfrace de nada en concreto, basta con
que coja una silla y se siente en ella en mitad de la calle. ¿Es usted un
mendigo, no? Pues actúe como un mendigo, hombre. No sea tímido,
anímese y saldrá ganado.
Mujer 1: ¿Qué?
Mujer 1: (Al nuevo mendigo) ¿Pero, qué hace?, ¿no ve que estaba yo
primero?
Mujer 1: Cada vez somos más, ¿no le parece? Y además, estoy segura
de que hay mucho intrusismo en este oficio.
Lugar indeterminado
Mujer: Sí que las hay. Aún no he logrado ninguno de los objetivos que me
propuse cuando era niña. Y se lo aseguro, no se trata de asuntos banales.
Hombre: No puedo. No soy yo quien marca las reglas del juego. Sólo soy
un emisario.
Mujer: Por eso mismo. Nadie echará de menos una muerte más o menos.
Si usted hace la vista gorda, creo que saldremos todos muy beneficiados.
Por favor, se lo ruego.
Mujer: Sí lo sé. Lo sé muy bien. En este mundo sólo se mueren los más
débiles, o los que tienen mala suerte.
Mujer: ¿Lo ve? Ley de vida. Una ley anticuada y caduca. Ni que esto
fuera la selva todavía. ¿No se da cuenta de que el mundo ha cambiado?
En esta ciudad, sin ir más lejos, la única vida de verdad y con palabras
mayúsculas que existe es la que se planta en las macetas.
Mujer: Y para qué es entonces, ¿para llevarme sin más?, ¿sin pedirme
permiso y sin hacerme preguntas? Le ruego que salga de esta casa
inmediatamente.
Mujer: Ah, ¿sí?, ¿sabe una cosa entonces? Que me quedo. Sí, me quedo.
Que se muera África.
Parada de autobús
Hombre 1 no responde.
Hombre 2: Le digo que ya no llueve.
Hombre 1: Le he oído.
Hombre 1: Le creo.
Hombre 1: Ya.
Hombre 2: Pues para callarte lo que piensas tienes la lengua muy suelta.
Alcantarilla
Hombre 1: No tengáis miedo. No somos los primeros que han estado aquí
y han regresado.
Hombre 1: Y es fácil. Sólo hay que encontrar una clave. Una conexión
inédita pero genial.
Hombre 1: No te entiendo.
Mujer: Y a mí también.
Mujer: No.
Hombre 2: ¿Y?
Mujer: No 뢐 uedo.
Dos mujeres unidas por la espalda intentan entrar a través de una puerta
estrecha.
Mujer 2: Pero esta puerta no está preparada para casos como el nuestro.
Mujer 1: Quedémonos, entonces.
Mujer 1: No me entiendes.
Mujer 1: Ya no me soportas.
Mujer 1 no responde.
La mujer 1 llora.
Mujer 1: No sé si podré.
Se oye un portazo.
Mujer 2: Total, todo lo que cuentan de ese mundo quizá sea mentira. Es
posible que en este planeta no haya un solo lugar para nosotras.
Mujer 1: ¿Has visto las estrellas con qué intensidad brillan hoy?