You are on page 1of 43

La muerte es breve

Un texto de Julio Fernández Peláez

Cabina telefónica
Una mujer pasea con un perro mecánico. Suena el teléfono de la cabina.
La mujer duda. Avanza. Regresa sobre sus pasos. No puede evitar entrar
en la cabina y coger el teléfono.

Mujer: ¿Sí, quién es?

Voz: Por favor, teclee el número 1 si necesita ayuda.

Mujer: ¿A dónde llama usted?

Voz: Teclee el número 2 si lo que quiere es hablar con uno de nuestros


operadores.

Mujer: ¿Pero qué es esto?

Voz: Teclee el número 3 para elegir el idioma en el que prefiere ser


atendida.

Mujer: Esto es absurdo.

Voz: Teclee el número 5 en caso de emergencia.

Mujer: ¿Qué broma es esta?

Voz: Teclee el número 6…

La mujer cuelga el teléfono. Mira a su alrededor. Se siente vigilada.


Espera. Un hombre pasa cerca, lo llama.

Mujer: Por favor…

Hombre: ¿Qué desea?

Mujer: Ha ocurrido algo muy extraño. El teléfono de esta cabina ha


sonado de pronto. Lo he cogido y entonces, no sé cómo explicárselo, es
como si un programa al otro lado de la línea estuviera seguro de que yo
necesito ayuda.

Hombre: Entiendo.

Mujer: Pero yo no necesito que me ayude nadie, al menos no en estos


momentos.

Hombre: ¿Está segura?

Mujer: Completamente.

Hombre: ¿Y dice que el teléfono de esa cabina sonó?

Mujer: Varias veces.

Hombre: Estamos vigilados.

Mujer: ¿Qué quiere decir?

Hombre: Constantemente nos vigilan. Desde allá arriba.


Mujer: ¿Desde allá arriba?

Hombre: ¿Pero en qué mundo vive? No me dirá que no ha oído hablar


del programa Veo vía satélite.

Mujer: No, ni idea.

Hombre: Todo lo que aquí en la tierra hacemos es observado a través de


ese programa. Por esa razón han sido instaladas las cabinas por todas las
calles. Cuando alguien pasa con algún problema, sea del tipo que sea, el
teléfono de la correspondiente cabina suena. ¿Está segura de que no tiene
ningún problema en estos momentos?

Mujer: Se trata de mi perro, sí, es mi perro, se le han acabado las pilas.

Hombre: ¿Lo ve? Siempre hay algún problema. En las calles peatonales
del centro las cabinas no paraban de sonar. Tuvieron que desinstalarlas
porque la gente había dejado de pasear por allí. Sin embargo, dudo mucho
que se trate de su perro, el programa no realiza llamadas intrascendentes.

Mujer: Oiga, ¿quiere decir que si a mí estuviera a punto de pasarme algo,


aquí y ahora mismo, este teléfono me avisaría?

Hombre: Efectivamente.

Mujer: Y en el caso de estar en peligro de muerte, también…

Hombre: Efectivamente.

Mujer: Es un alivio.

El teléfono suena de manera insistente.

Mujer: ¿Quién de los dos lo coge, usted o yo?


Hombre: Esa no es la cuestión. La cuestión es otra.

Mujer: ¿Cuál?

Hombre: Uno de los dos, usted o yo, está en auténtico peligro.

La mujer toma nerviosa al perro mecánico en sus brazos, saca de su bolso


un spray paralizante, apunta y lo acciona sobre el hombre. Él se retuerce
de dolor. La mujer se apresura a coger el auricular de la cabina.

Mujer: Por favor, por favor, es urgente. Hay un hombre muriéndose en


plena calle.

Confesonario
Hombre 1: Buenos días, hija.

Mujer: Buenos días no de Dios, padre.

Hombre 1: ¿Qué te trae por aquí de nuevo?

Mujer: Padre, he pecado.

Hombre 1: Yo te absuelvo, hija.

Mujer: No es lo que usted piensa, padre. Hoy no vengo a confesarme de


las continuas faltas de desamor en abstracto.

Hombre 1: No tienes por qué avergonzarte. Nunca hacemos todo lo que


deseáramos. Ya das limosna de vez en cuando a los pobres, apoyas a
grupos ecologistas, acudes a manifestaciones, das de comer a las
palomas, estás con los que sufren, etcétera, etcétera.

Mujer: Es algo distinto que hasta hoy no había podido comentarle.

Hombre 1: Si es algo personal, he de decirte que no soy la persona más


indicada.

Mujer: He atentado contra el quinto mandamiento.

Hombre 1: ¿El quinto?

Mujer: No matarás.

Hombre 1: Y tú has matado…

Mujer: Sí.

Hombre 1: Un animalillo, un ratón, por ejemplo. Ten en cuenta que todos


son hijos de Dios, pero el Hombre lo es más que ninguno. Siempre y
cuando matar sea a nuestro servicio, está bien.

Mujer: Se trata de seres humanos.

Hombre 1: A veces es mejor arrancar las malas hierbas antes de que


ahoguen a las buenas.

Mujer: Pero padre, he cogido el vicio.

Hombre 1: ¿Desde cuándo?

Mujer: No lo sé, comencé hará un par de años y ahora no puedo parar.

Hombre 1: Explícate mejor, hija.

Mujer: Primero fue un peatón en la calle, cuando nadie me veía. Creo que
fue por azar. Pero ya entonces sentí un gusanillo especial, un placer
indescriptible. Desde entonces todo ha ido de mal en peor. Cuando hay
aglomeraciones en el metro empujo disimuladamente para que alguien
caiga justo cuando el tren se acerca. En los cafés suelo echar matarratas
en las tazas cuando nadie me ve. Me he comprado un rifle automático y
me voy de caza los domingos. Disfruto disparando a los cazadores desde
detrás de un seto. En las discotecas, cines y teatros suelo provocar
incendios. A mi mejor amigo lo estrangulé la semana pasada con la
cadena del wáter de un retrete público mientras hacía con él… Ya sabe.

El hombre vomita hacia el exterior del confesionario. Sale. Desaparece.

Mujer: Me ha manchado el vestido.

Entra un cura más joven que el anterior.

Hombre 2: ¿Está usted sola?, ¿quiere que la confiese?

Mujer: Ya tengo confesor, gracias.

Hombre 2: Como la veo ahí parada, esperando…

Mujer: Creo que mi confesor se ha sentido indispuesto.

Hombre 2: Hágame el favor.

El cura se introduce en el confesionario.

Hombre 2: Ave María Purísima.

Mujer: Sin pecado concebida.

Hombre 2: Cuénteme.

Mujer: Verá, me molesta no ser tan solidaria como me gustaría. Estas


navidades pasadas compré un pino natural y lo tiré a la basura cuando
pasaron las fiestas.
Hombre 2: ¿Eso es todo?

Mujer: ¿Le parece poco emocionante?

Hombre 2: No, ¡qué va! Lo que ocurre es que no sé cómo aconsejarla.

Mujer: Dígame que soy una mala persona.

Hombre 2: ¡Mujer!

Mujer: Me lo merezco, se lo aseguro.

Hombre 2: Yo te absuelvo en el nombre.

La mujer se separa del confesionario y se aleja. Entra el cura viejo.

Hombre 1: ¿Qué te ha dicho?

Hombre 2: Nada que tenga que ser perdonado.


Estación de metro

Andén. Una mujer con un maniquí bajo el brazo. La mujer le habla de


forma cariñosa al maniquí. Hilo musical de rock.

Un hombre se acerca abriéndose paso entre la gente.

Hombre: Mujer, por fin te encuentro. Te he buscado desde hace tiempo.


¿No te acuerdas de mí?

La mujer calla, mira al maniquí, lo arrulla.

Hombre: Haz memoria. Un encuentro fortuito a través de la red. Colgaste


en mi blog un mensaje de ayuda. Yo te respondí. Durante meses
mantuvimos una intensa relación. Fue tan emocionante…

Ella mira al hombre de soslayo, se siente atemorizada.

Hombre: Tardé en conseguir una fotografía tuya, pero después de dos


meses de hablarnos a través de un chat, tú me la enviaste. A mí, en
cambio, me daba vergüenza que me conocieras.

Le muestra la foto.

Hombre: ¿Ves?, eres tú.

Ella no reacciona.

Hombre: En cierta ocasión concertaste una cita conmigo, pero no


acudiste. Estuve esperando durante horas, pensé que me había
equivocado de dirección, o que quizá habías acudido para saber cómo era
yo, y al verme habías huido antes de que yo te descubriera. Te escribí
para preguntarte el motivo de aquel desplante. De eso hará dos años…
Pero no obtuve respuesta. Traté de localizarte a través de la red. Era como
si hubieras desaparecido. ¿Qué sucedió? Nunca supe más de ti. Y ahora te
veo, tan guapa como había imaginado. ¡Qué suerte! ¿No te parece?

La mujer besa al maniquí, lo abraza, se mueve tímidamente con él.

Hombre: ¿Qué sucede? ¿Es que no me reconoces? Mujer, yo te


necesito, te he echado mucho de menos. A veces, incluso, creía no poder
soportar estar sin ti.

Ella sonríe.

Hombre: ¿No me crees? Pensabas que me olvidaría de ti, ¿no es eso? Es


imposible, no puedo. Recuerdo el primer poema que me enviaste, estaba
lleno de pasión y ternura. Todavía lo tengo presente: Llueven besos bajo el
paraguas del fuego. No sé qué pudo suceder para que cambiaras tanto,
para que de la noche a la mañana, tú…
El hombre detiene su mirada en una lágrima que sale de los ojos de la
mujer.

Hombre: He arriesgado mi vida por encontrarte, he recorrido todas las


estaciones ferroviarias y subterráneas de esta ciudad. Intuía que en algún
lugar en el subsuelo te toparía contigo, y así ha sido. No te preocupes,
ahora no nos separaremos nunca más.

Deja de sonar el hilo musical.

La mujer le habla al oído de su maniquí.

Hombre: ¿Puedo abrazarte?

Ella se encoge de hombros.

Él se acerca, extiende sus brazos.

Hombre: ¿Por qué no me miras? Me das miedo. Es como si ya no


estuvieras viva.

Pasa un tren veloz que no para en la estación. Cuando el tren termina de


pasar, la mujer del maniquí ha desaparecido.

Otra mujer en camisón entra en el andén.

Mujer: Es tarde, es tarde mi amor. Vuelve a casa.

Hombre: Ya voy. Ahora subo.

Mujer: No te retrases. Te espero acostada.


Mar

Una mujer colgada por los pies de la línea del horizonte.

Llega un hombre en una barca, dentro hay una gran maleta. El hombre la
abre y muestra a la mujer su contenido.

Hombre: Relojes de tiempo prolongado. Grabadoras de pensamientos.


Objetos con garantía de marca normalizada y valor perdurable.

Hombre: Mire esta cámara fotográfica, es capaz de captar un suspiro en


la oscuridad más absoluta. Observe esta cadena de oro, con ella se puede
soñar más allá del límite de los sueños.

Voz desde el cielo: Rogamos a todos los ilegales navegando en


cualesquiera embarcación regresen al punto de origen.

Mujer: Ah, sigue usted ahí. No le compraré nada, así que no me ofrezca
nada. No necesito maravillas.

Hombre: No soy sólo un vendedor. Soy un artesano de la palabra. Mis


palabras dan esperanza a quien las escucha.

Mujer: Esperanza es lo que me sobra, ¿no lo ve?

Hombre: Sin duda hablamos de diferentes esperanzas. De donde vengo,


lo único que queda es la gran desesperanza, que sembramos cada día sin
que de ella nazca fruto alguno.

Mujer: De ella no soy responsable.

Hombre: ¿Y cual es su misión?

Mujer: ¿Mi misión?

Hombre: Sí, algún sentido ha de tener estar colgada de esa manera.

Mujer: Vigilo.

Hombre: ¿Desde cuando?

Mujer: Desde el principio.

Hombre: ¿Y antes?

Mujer: Eso es historia, la historia de los grandes descubrimientos.


Hombre: Escuche, le regalo el contenido de todo mi equipaje. Tiene un
gran valor. Pero déjeme pasar, se lo suplico.

Mujer: No puedo, las leyes son las leyes.

Hombre: Habrá excepciones.

Mujer: No, en el sentido en que usted navega, no.

Hombre: No tengo fuerzas para regresar, y se avecina un gran tifón. Me


ahogaré, no tengo alternativa.

Mujer: Cada cual es responsable de sus actos.

El hombre saca de la maleta una caja vacía.

Hombre: Mire, mire dentro de la caja, se lo ruego.

Mujer: No veo nada.

Hombre: Está llena de sabiduría.

La mujer se ríe.

Hombre: Está llena de elocuencia, y también de bondad.

La mujer no puede parar de reírse.

El hombre saca un cuchillo de entre sus ropas, se alza sobre la barca,


corta la cuerda, la mujer cae al mar.

Mujer: ¿Por qué lo ha hecho?

Hombre: El tifón está muy cerca.

Mujer: Lo pagarás caro.


Voz desde el cielo acompañada de una sirena: Esto es una
advertencia para navegantes indocumentados. Regresen inmediatamente.
Cama

Un hombre en una cama. Innumerables tubos arrancan de su cuerpo y van


a parar a una máquina. Dos mujeres a su lado.

Mujer 1: Si él lo ha elegido así…

Mujer 2: Resignación, mujer.

Mujer 1: Es un suicidio.

Mujer 2: Nunca sabremos los motivos.

Mujer 1: Quizá ha sido por amor.

Mujer 2: Eso es imposible, él nos quiere.

Mujer 1: ¿Y si existiera otra mujer?

Mujer 2: Nos lo hubiera dicho.

Mujer 1: Él era un gran poeta.

Hombre: Os estoy oyendo. ¿Podéis abrir un poco más la llave de la


alimentación asistida? Tengo hambre.

Mujer 1: Esto es una locura. ¿Tú crees que vas a poder resistir mucho
tiempo así, en estado vegetal?

Mujer 2: No insistas, que haga lo que quiera.


Hombre: Os lo he dejado todo arreglado. No temáis. El seguro de vida
está a nombre de las dos a partes iguales. Nuestros hijos, los de ambas,
heredarán todo lo mío. En cuanto a mis versos, doce libros de antología
poética, de los números impares te encargarás tú, y tú de los números
pares. Espero que os produzcan valiosas rentas.

Mujer 1: Eres muy generoso. ¿Pero de verdad crees que tus poemas nos
sacarán de la miseria?

Mujer 2: Te recuerdo además, que el seguro de vida lo pagamos


nosotras. Te mantenemos desde hace muchos años. Limpiamos portales
para pagar tus deudas.

Mujer 1: Además, tus poemas aún no están publicados.

Mujer 2: Y en cuanto a esta máquina, es un capricho muy caro.

Hombre: Es lo mejor para todos. Estoy decepcionado.


Mujer 1: Pero hombre, nosotras sólo te pedimos cariño, nada más.

Mujer 2: Sólo cariño.

Mujer 1: ¿Es que hay una tercera mujer?

Mujer 2: Estamos seguras de que hay otra.

Mujer 1: No puedes olvidarla, ¿verdad? Ella te ha herido de muerte.

Mujer 2: Cuenta, ¿le leías también a ella tus poemas?

Hombre: Dejadme en paz. Ya os dije que os marcharais.

Mujer 2: Eres un hipócrita, ¿quién se encargará de mantener a punto


esta máquina?

Mujer 1: Por favor, acarícianos.

Mujer 2: Te echamos de menos.

Mujer 1: Regresa a la realidad.

Mujer 2: ¡Vive! Vive de una vez y por todas.

Hombre: No puedo.

Mujer 1: Hay otra mujer.

Mujer 2: Y es la musa de sus poemas, estoy segura.

Mujer 1: Si es así ojalá te mueras.

Mujer 2 da una patada a la cama donde está el hombre. Mujer 1 arranca


las sondas. Las dos mujeres la emprenden contra el cuerpo del hombre.
Lo tiran de la cama.
El hombre queda en el suelo, gime.

Hombre: Lo único que pasa es que soy un pésimo poeta.


Rayos X

Una mujer examina unas placas radiográficas, las tira al aire, murmura,
enciende la radio. Se introduce dentro de un aparato de rayos X. Se
dispara fotografías, sale, suspira.

Llaman a la puerta.

Mujer: ¡El siguiente!

Entra un hombre de aspecto alicaído.

Hombre 1: Vengo con un dolor en el pecho tan profundo…

Mujer: No se alarme, los dolores en el pecho han llegado a ser una


cuestión social de angustia colectiva. Cuatro de cada cinco pacientes
acude con los mismos síntomas, todo ello sin confirmar. En mi opinión sólo
se trata de un claro reflejo de la opresión que nuestra sociedad ejerce
sobre los individuos.

Hombre 1: Cuando no puedo más, me digo eso mismo… Que no es culpa


mía.

Mujer: Las enfermedades nunca son culpa del individuo que las sufre.
Quítese la ropa de cintura para arriba.

El hombre se desviste de cintura para abajo.

Mujer: ¿Le he dicho de cintura para abajo o cintura para arriba?


Hombre 1: No lo recuerdo.

Mujer: Desnúdese del todo, entonces.

El hombre se pone los pantalones y entra dentro de la máquina.

Mujer: Respire hondo.

La máquina dispara un flash.

Mujer: Ya está, puede salir. Vístase.

El hombre se desnuda completamente. La mujer extrae una placa de la


máquina y la mira a través de la luz.

Hombre 1: ¿Qué tengo?

Mujer: A simple vista parece resentimiento.

Hombre 1: Que yo recuerde no veo el motivo.


Mujer: El resentimiento no es apreciable para quien lo sufre. Es el fruto
de años de silencio ante la adversidad.

Hombre 1: ¿Puede ser que lo tenga desde la infancia?

Mujer: Podría ser.

Hombre 1: Es horrible.

Mujer: Le examinaré de nuevo. Entre por favor. ¿No se había vestido?

Hombre 1: Eso creía yo.

El hombre entra en la máquina de rayos X.

Mujer: Veamos, no sólo está resentido, es que además le han


abandonado.

Hombre 1: No es posible. No he estado nunca emparejado. ¿Podría ser


un abandono en futuro?

Mujer: Podría.

Hombre 1: Me quedo en ascuas.

Mujer: Sí, aquí está su destino. El resentimiento le causará celos, y los


celos un doloroso abandono. Pero no se preocupe, todo en la vida tiene
remedio. A ver, gírese, sí, eso, me gusta su cuerpo, tiene usted un vello
exuberante, me encanta el vello de los hombres maduros, y esa barriguita
preciosa. Saque pecho, coloque su barbilla mirando hacia arriba.

El cuerpo del hombre se desploma.

Entra un médico. Toma el pulso al hombre.


Hombre 2: Está muerto.

Mujer: El aparato debe de estar mal. Lanza más rayos de los debidos.

Hombre 2: Ha muerto de sobredosis.

Mujer: Se lo acabo de decir. Y se lo dije también la última vez que pasó.

Hombre 2: Está bien, no nos pongamos nerviosos, diremos que…

Mujer: Que era una persona sincera, entregada, muy transparente y…

Hombre 2: Y que no pudo soportar los rayos X.


Cima de una montaña

Dos hombres están a punto de batirse en duelo. Otras dos mujeres son los
testigos.

Hombre 2: Creo que es el momento de recordar la normativa.

Hombre 1: Estamos de espaldas, damos dos pasos al frente, suena el


despertador, media vuelta y disparamos.

Hombre 2: De acuerdo. Ha llegado la hora de la verdad. Girémonos.


Démonos la vuelta.

Suena el despertador en las manos de una de las mujeres. Hombre 2 se


gira y dispara. Hombre 1 recibe la bala en la espalda. Se gira también.
Mira con espanto a su adversario. Cae.

Mujer 1: Perdón. Creo que ha sonado antes de tiempo.

Hombre 2: Si no fuera porque ya no tiene remedio, solicitaría que este


duelo se repitiera.

Mujer 2: Haré que conste en acta.

Hombre 2: ¿Pero por qué ha sonado?

Mujer 1: Ha sido culpa mía, me confundí a la hora de calcular los


segundos.
Mujer 2: Pero al fin y al cabo, uno de los dos tenía que morir, ¿no es así?

Hombre 2: No ha sido un duelo justo. Yo no he respetado la normativa.


Ni siquiera habíamos dado los dos pasos al frente reglamentarios.

Mujer 2: Eso no invalida el duelo.

Mujer 1: Teníamos que haber usado otro mecanismo más exacto.

Hombre 2: Él no tuvo opciones, estaba de espaldas.

Mujer 2: Son cosas del destino, tan absurdas como la puntería.

Hombre 2: Nunca sabremos quién de los dos tenía razón.

Mujer 1: A juzgar por el resultado, la razón la tienes tú.

Hombre 2: ¿Y no pensarán que este duelo estaba amañado?

Mujer 2: ¿Cómo amañado?


Hombre 1: Sí, amañado, que una de ustedes, o ambas, recibieran dinero
o favores de mi parte para que el despertador sonara antes de tiempo.

Mujer 1: Es cierto. Cabría esa posibilidad.

Hombre 2: Él, ante la incongruencia de una normativa, decidió no actuar.


Yo en cambio, me dejé llevar por mis impulsos.

Mujer 2: Me preocupa que alguien piense que tenemos algo que ver.

Hombre 2: Siendo sinceros. Él debería haber ganado.

Mujer 1: ¿Hacemos constar eso en acta?

Hombre 2: Soy un ser mezquino. No soy mejor que la mayoría.


Cualquiera hubiera hecho lo que yo. ¿Pero por qué él no? ¿Por qué él no
se giró cuando sonó el despertador?

Mujer 2: Quizá se trate de un hombre honorable.

Hombre 2: El único que he conocido hasta la fecha. En cambio yo… Mi


modo de actuar ha sido vulgar. He actuado como actúan todos ellos.

Mujer 1: ¿Quiénes?

Hombre 2: Ellos.

Mujer 2: Te aconsejo que no des nombres. Sería una gran inconveniencia.

Hombre 2: ¿Una inconveniencia? ¿Una inconveniencia hablar claro sobre


una situación claramente irregular?

Mujer 2: Te recuerdo que tú eres el beneficiario de esta irregularidad.

Hombre 2: Comienzo a pensar que vosotras sois cómplices.


Mujer 1: ¡Qué disparate!

Hombre 2: Vosotras conocíais la bondad de mi adversario, sabíais que


sería incapaz de realizar un acto deshonesto. En cambio yo… Este duelo
nunca debió producirse.

El hombre apunta con su pistola en la sien.

Mujer 2: Espera.

Mujer 2 se acerca a él y le quita la pistola de sus manos.

Mujer 2: No te atormentes. Lo más probable es que él tuviera la razón.


Pero tú… Tú estabas condenado a seguir con vida, y condenado también a
seguir dirigiendo la vida de la comunidad.

Mujer 1: De nuestra comunidad.

Mujer 1 y Mujer 2 consuelan al hombre.


Bosque

Huele a lluvia recién caída.

Una mujer con un violonchelo a sus espaldas camina despacio. Escucha el


ruido de sus propios pasos al mover las hojas.

Entra un hombre joven que se acerca a la mujer.

Hombre: Perdone la indiscreción, pero quizá usted tenga…

Mujer 1: ¿El qué?

Hombre: Una explicación.

La mujer no responde.

Hombre: Con frecuencia los disfraces son tan hondos que se mimetizan
en el interior de las personas.

Mujer 1: Vengo de una guerra.

Hombre: ¿Cuál?
Mujer 1: La Guerra.

Hombre: He oído hablar de ella. Tengo entendido que ha sido dura. Más
que la guerra de los mil días o que la guerra del día a día. Estoy bien
informado. Leo la prensa.

Mujer 1: Formo parte de la orquesta literaria en retaguardia.

Hombre: Interesante.

Mujer 1: Cuando un soldado muere, su cuerpo es transportado hasta el


interior de un bosque y allí es enterrado bajo los honores de la orquesta.
Mi violonchelo suele dar la última despedida.

Hombre: Estaba seguro de que me daría una explicación.

Mujer 1: El último caído en batalla fue un pobre deudor.

Hombre: ¿Deudor?
Mujer 1: Debía letras. Había solicitado un préstamo ridículo para montar
un pequeño negocio, pero los intereses subieron de forma precipitada a
causa de la guerra. Quedó muy embargado. Perdió la vida por pagar las
letras.

Hombre: Es una pena.

Mujer 1: Lo malo de las penas es que acaban por meterse en los huesos.
Mire las deformidades de mi cuerpo, no sólo son de tocar el violonchelo
sino de tocarlo con profunda pena.

Hombre: Nadie lo diría, parece usted muy alegre.

Mujer 1: A veces me da por tocar el violonchelo al ritmo de fulgurantes


baterías, tal que fuegos artificiales que atravesaran el cielo. Si en esos
momentos me acuerdo de todos los niños mutilados, las mujeres
atravesadas a bayonetazos, los cuerpos abrasados que he visto a lo largo
de mi profesión, me pongo a tocar más fuerte, hasta llegar al olvido.

Hombre: El azar es brutal.

Una flecha surge del interior del bosque y se clava en el pecho del hombre
en el mismo instante que dice:

Hombre: Siento tanta pena.

El hombre cae. La mujer se acerca. Arranca la flecha del cuerpo inmóvil.


Con la flecha acaricia su violonchelo.

Entra una bailarina de ballet.

Mujer 2: ¿Por favor, la guerra?

Mujer 1: La guerra acaba de terminar.


Mujer 2: Es que he quedado allí, con una compañía de fanfarria para
interpretar la danza sublime en honor a los caídos en batalla.

Mujer 1: Siga hacia adelante.

Mujer 2: Gracias.

Detrás de la bailarina transitan sonidos de acordeones, timbales,


panderetas, trompetas.
Armario

En el interior del armario hay un largo revoloteo de pájaros.

Un hombre se acerca al armario y lo abre. Otro hombre está dentro.

Hombre 1: ¿Era necesario?

Hombre 2: La derrota nos obliga.

Hombre 1: ¿Pero aquí, dentro de este absurdo revuelo?

Hombre 2: En efecto.

Hombre 1: Hoy en día hay que andarse con pies de plomo. Pero esta
situación me parece excesiva.

Hombre 2: No esté tan seguro. Incluso aquí podría ser que…

Hombre 1: No lo creo, sinceramente no lo veo posible.

Hombre 2: Este armario es público.

Hombre 1: Pero usted me había dicho…


Hombre 2: Que lo había adquirido. No es cierto. No he tenido tiempo.

Suena un aspirador que se acerca.

Hombre 2: Huele usted a fresa ácida.

Hombre 1: Supuse que estaríamos muy cerca uno del otro.

Hombre 2: Entiendo.

Hombre 1: En fin, dígame el motivo por el que nos hemos encontrado


aquí.

Hombre 2: Usted ya lo sabe. Nos buscan.

Hombre 1: Hemos perdido, es lógico.

Hombre 2: Dirá más bien que hemos aceptado la derrota.

Hombre 1: Eso es un eufemismo.


Hombre 2: Como usted quiera.

Hombre 1: No desearía perder más el tiempo. ¿Hay algo en particular


que quiera decirme?

Hombre 2: ¿Sobre qué asunto?

Hombre 1: Sobre el hecho de estar aquí escondidos.

Hombre 2: Quédese, se lo ruego.

Hombre 1: ¿Por cuánto tiempo?

Hombre 2: Hasta que todo termine.

El aspirador suena cada vez más fuerte. Un tercer hombre cantando.

Hombre 1 intenta abrir la puerta.

Hombre 1: No puedo.

Hombre 2: Sólo se abre desde el exterior.

Hombre 1: ¿Y esa cámara?

Hombre 2: ¿Cuál?

Hombre 1: La que está en aquella esquina. Usted me dijo que este era un
lugar seguro.

Hombre 2: Es inevitable que nos vean.

Hombre 1: Me siento traicionado.

Hombre 2: Ahora está usted atrapado. Como yo.


En el exterior el aspirador se aproxima al armario. El hombre que lo
maneja pega su oreja a la puerta del armario. Lo abre, no ve a nadie.
Algunos pájaros escapan desde el interior.

En la oscuridad:

Hombre 1: Estamos perdidos.

Hombre 2: Es tarde para regresar.

Hombre 1: ¿Por qué seguimos sin aceptar la derrota?


Palacio de Congresos

Reunión de artistas. Humo de pipas.

Mujer 1: Estamos aquí para discutir sobre la muerte del arte.

Hombre: Eso ya lo hemos discutido un millón de veces en los siglos


anteriores.

Mujer 1: No es suficiente. Aún quedan visiones por ofrecer, temas por


recordar. Además, hay que actuar.

Hombre: Mi opinión es que nuestra obligación es la de mantenernos al


margen del arte y su muerte.

Entra una mujer con ropas de mendigo y que arrastra un carrito de bebé.
Lo conduce a gran velocidad.

Mujer 2: ¿Llego tarde?

Mujer 1: ¡Qué interesante! Qué mejor manera para intervenir en este


simposium que de esta manera, reinventando lo social.

Hombre: Sí, es posible que esta mujer sea el resumen de la inutilidad de


todas nuestras apreciaciones.
Mujer 1: Si no supiéramos que se trata de una artista, pensaríamos que
esta mujer es una indigente que se ha extraviado dentro de este Palacio
de Congresos.

Mujer 2: Y lo soy, soy una indigente.

El hombre saca al niño que hay dentro del carrito.

Hombre: Está muerto. Es un niño muerto.

Mujer 1: Símbolo de lo que aquí nos reúne, sin duda. Paradigma casi
mitológico del quehacer creativo a punto de ser asesinado.

Hombre: Pero este niño es real, no es un muñeco.

Mujer 1: Es un muñeco. Hay una gran diferencia entre el plástico y la


piel.

La mujer toca al niño en la barriga, este echa a llorar.


Mujer 1: Ni siquiera está muerto.

Hombre: Y sin embargo, la reproducción es muy buena, muy naturalista.

Mujer 1: Y por eso mismo muy alejada del concepto artístico.

Mujer 2: Perdonen… Traigo un mensaje muy importante para ustedes.

Hombre: ¿Es que usted es ajena a este congreso?

Mujer 1: ¿No es esto, acaso, una performance?

Mujer 2: No, no señora.

Hombre: Da igual, aunque ella no sea una indigente, sigue siendo una
artista, su ingenuidad a la hora de acudir a este lugar, de esta manera,
llena de improvisación, así lo certifica.

Mujer 1: Aunque bien es cierto que el carrito podría estar más trabajado.

Hombre: Sí, otra patina lo haría más interesante.

Mujer 1: Pero el niño es auténtico.

Hombre: Es una copia milimétrica. El vaciado es inmejorable.

Mujer 1: No quisiera volver a discutir contigo respecto a lo que es o no es


representación…

Mujer 2: Perdonen… He de entregarles mi mensaje.

Hombre: Pero, ¿de parte de quién?

Mujer 2: De parte de René Crevel.

Mujer 1: Pobre hombre, tan joven y suicidado.


Mujer 2 saca un revolver y se pega un tiro.

Mujer 1: No ha sido un disparo limpio.

Hombre: Ha sonado algo descontextualizado.

Mujer 1: ¿Pero ella se ha muerto, o vive aún?

Hombre: Yo diría que ha resucitado.

Hombre y mujer ríen de forma sardónica y cruel.


Paso de cebra

Un hombre jugando sobre un paso de peatones. Un automóvil da un


frenazo justo a tiempo. En él viajan un hombre y una mujer. Los dos salen
del vehículo.

Hombre1: ¿Pero a qué jugamos?

Hombre2: A la rayuela.

Hombre 1: ¿Pero no ve que he podido atropellarle?

Mujer: Déjalo, venga.

Hombre 1: ¿Cómo que lo deje? ¿Tú has oído lo que este imbécil ha
dicho? A la rayuela.

Mujer: No te alteres, no te sienta bien.

Hombre 1: Podría partirle la cara aquí mismo.

Mujer: Vamos, tenemos prisa.

Se oyen pitidos de otros automóviles.


Hombre 1: Va, ¡va!

El hombre que juega a la rayuela se tumba en el suelo.

Hombre 1: No doy crédito, ¿pero es que quiere que lo atropelle?

Mujer: Podríamos dejarlo a un lado.

Hombre 1: ¿Cómo dejarlo a un lado?

Mujer: Bordearle, hay hueco suficiente.

Hombre 1: ¿Pero no ves que nos está provocando?

Mujer: No nos ha pasado nada, sólo ha sido un frenazo, eso es lo


importante. Venga, subamos, los de atrás se impacientan.

Hombre 1: Pues que esperen, como yo tengo que esperar. ¡Eh, tú,
levántate de ahí!
Mujer: Por favor, ¿no ves que no está bien?

Hombre 1: ¿Cómo que no está bien?

Mujer: Alguien que juega a dar saltos en un paso de peatones con tanto
tráfico no puede estar bien.

Hombre 1: ¿Y por eso hay que aguantar? ¡Así nos va! Aguantando,
porque otros no están bien. Voy a llamar a la policía ahora mismo.

Mujer: No lo hagas, nunca se sabe, él puede decir que está ahí tumbado
porque nuestro automóvil le golpeó.

Hombre 1: ¿Pero de parte de quién estás?

Mujer: ¿Cómo de parte de quién?

Hombre 1: Parece que defiendes a este subnormal.

Mujer: No es necesario descalificar a nadie.

Hombre 1: ¡Esto es increíble! Empiezo a estar harto de tu tolerancia.


¿No ves?, ¿no lo ves?, él ni se mueve, ni pestañea. Pero si parece que se
ríe…

Mujer: No te acerques a él, te lo ruego.

Hombre 1 (al hombre tendido): Te voy a moler los huesos.

Mujer: Te lo ruego.

Hombre 1: Te vas a reír de tu padre, cabrón.

El hombre que está tendido se sienta y mira fijamente al otro.

Hombre 1 (a la mujer): ¡Vamos!


Se sube al automóvil.

Hombre 1: ¡Vamos!

Mujer: Yo no voy.

El automóvil ruge, hace amagos de acelerar y atropellar al peatón.

La mujer tiende su mano al hombre que está sentado en el paso de cebra.

Mujer: ¿Te vienes?

El otro asiente. Se levanta, echa a correr, la mujer corre detrás de él.


Buhardilla

Un matrimonio. Son una pareja cansada y enferma. El hijo, a sus espaldas,


se viste. Suena “La primavera”, de Vivaldi.

Hombre: Hace días que no vemos a los viejos de la buhardilla de


enfrente.

Mujer: Es cierto, hace días que no asoman sus cabezas desde la ventana
para saludarnos. Quizá se hayan ido de viaje.

Hombre: Mejor, así descansamos una temporada. Se estaban poniendo


un poco pesados con tanto saludo. Últimamente extendían sus brazos de
manera exagerada y nos preguntaban casi gritando por nuestra salud.

Mujer: Qué extraño, si se hubieran ido de viaje nos hubieran dicho algo.

Hombre: Estarán enfermos. Aunque lo dudo. Parecen duros como la


piedra, jamás he visto a nadie tan rabiosamente feliz.

Mujer: La de la tienda de abajo, que los conoce bien, me han dicho que él
tiene más de ochenta años y ella anda cerca. Pero los dos le dan bien a la
botella de vino, incluso estoy segura que de vez en cuando fuman.

Hombre: No seas mal pensada, mujer.


Mujer: ¡Qúe perdición de vida! Si al menos hubieran tenido hijos.

Hombre: Los hijos son la alegría de las familias. Sin nuestro hijo, nuestra
sangre se hubiera perdido.

Mujer: Yo tengo muchas esperanzas invertidas en el nuestro. Es muy


inteligente. Más de lo que tú piensas.

Hombre: Nunca he dicho que no sea inteligente. Tan sólo que


físicamente se parece a su madre.

Mujer: Es raro que se hayan puesto los dos enfermos a un tiempo, ¿no
crees?

Hombre: Ya sabes cómo son estas cosas. Cuando entra la guadaña en


una casa…

Mujer: ¡Qué exagerado eres! Lo cierto es que los echo de menos.

Hombre: Es como si hubieran cerrado una ventana a nuestros ojos.


Mujer: Y en nuestras narices.

Hombre: Qué tontería. Ellos no son nuestra ilusión. Nuestra ilusión es él.

Mujer: Verlos tan a menudo, allí sentados frente al televisor, o charlando,


o bailando como les daba a veces por bailar al ritmo de un vals que
creíamos oír…

Hombre: Ya volverán, no te preocupes.

Mujer: Han pasado ya casi tres días.

Hombre: 56 horas, más o menos.

Mujer: Tengo un mal presagio.

Hombre: ¿Recuerdas aquella vez que estuvieron besándose durante más


de una hora sin parar? Ella sonreía sin parar.

Mujer: ¿Sabes? Algunas veces pienso lo mucho que se parece tu cara a


la del viejo.

El hombre se enfurece.

Hombre: No me gusta que hables de eso.

Mujer: He pensado que de aquí a unos años, cuando nuestro hijo sea
abogado, podríamos colocar una placa junto a la venta, en la pared que
da a la calle, para que ellos…

Hombre: Para que ellos la vean.

El hombre se pone sus gafas, toma un periódico, lee.

Hombre: Una pareja muere al ser apaleados en su propio domicilio.


Al fondo de la habitación, el hijo ha terminado de colocarse su chaqueta.
Toma un bate de beisbol con la mano derecha y golpea con él la palma
de la izquierda.
Ascensor

Dos mujeres dentro de un ascensor que sube. El ascensor se para.

Mujer 1: Nos hemos quedado atascadas.

Mujer 2: Veamos, ¿dónde está la alarma? Aquí. No funciona.

Mujer 1: Qué extraño, no es un día de tormenta, y tampoco son horas


para cortes de luz. ¿Habrá pasado algo allá afuera?

Mujer 2 : ¿Dónde?

Mujer 1: En el mundo.

Mujer 2: No lo creo.

Mujer 1: El mes pasado murió un empleado al caérsele encima la caja del


ascensor mientras lo reparaba.

Mujer 2 : Son cosas que pasan. Esperemos que no tarden en venir.


Alguien se dará cuenta de que el ascensor no funciona cuando intente
llamarlo.

Mujer 1: Quizá haya pasado algo tan gordo que todo el mundo prefiera
quedarse en su casa.

Mujer 2: ¡Qué exageración!, por favor. Me está poniendo usted nerviosa.


¿En que piso vive?

Mujer 1: En el octavo A.

Mujer 2: Ah, ya, usted es una de esas prostitutas…

Mujer 1: ¿Algún problema?

Mujer 2: Que deberían pagar la cuota como si fueran empresa. Lo


propuse en la anterior reunión de vecinos y lo volveré a proponer. Este
ascensor, por ejemplo, lo utiliza diez veces más usted y sus clientes que
todos los vecinos de mi planta juntos.

Mujer 1 : ¡Qué necia es la envidia!


La mujer 1 escupe al suelo. La mujer 2 saca un cuchillo de su bolso y se lo
muestra a la otra.

Mujer 2: No me provoque, que soy capaz de todo.

Las dos mujeres se mantienen unos segundos en silencio. La mujer 2


guarda el arma. Mujer 1 canturrea.

Mujer 1: Estoy segura de que algo ha pasado. Algo parecido a lo de las


torres gemelas.

Mujer 2: Yo diría que usted está falta de conversación. Debería cambiar


de círculo, probar otras amistades. Empiezas a rallarme, nena.

La mujer 1 se fija en los pechos de la mujer 2.

Mujer 1: ¿Son naturales? Siempre he envidiado a las mujeres que no


llevan nada extra.

Mujer 2: Empieza a hartarme esta situación. ¿No habrá apretado usted el


botón de stop?

Mujer 1: ¿Con qué intención? ¿No habrá sido usted? Empiezo a pensar
que yo le gusto.

Mujer 2: ¿A mí? ¿Usted a mí? Estás majareta.

Mujer 1: Tócame un pezón.

Mujer 2: ¡Pero!

Mujer 1: Sólo es una prueba.

Mujer 2: ¿Para qué?


Mujer 1: Tócalo.

Mujer 2: No insistas. No soy lo que piensas.

Mujer 1: ¿Que no eres qué?

Mujer 2: Todo el mundo en este edificio se piensa que soy homosexual,


sólo porque no tengo pareja y vivo con mi perro.

Mujer 1: Yo no lo había pensado.

Mujer 2: ¿De verdad?

Mujer 1: Se lo juro. Aunque ahora mismo, no me importaría que lo


fuera…

Mujer 2: ¿Qué dice?

Mujer 1: Ya me entiende.

Mujer 2: Pensé que era usted…


Mujer 1: Sí, eso es lo que piensa todo el mundo. ¿Pero de algo que hay
que trabajar, verdad?

Mujer 2: ¿Y entonces?

El ascensor se mueve de nuevo.

Mujer 1: Qué alivio.

Mujer 2: Sí.

El ascensor se para. Sale la mujer 1.

Mujer 1: Ha sido un placer.

Mujer 2: Un verdadero placer.

Bañera

Un hombre en el interior de una bañera llena de espuma. Un anciano le


mira.

Hombre 1 (anciano): Todo está enfermo y podrido. Últimamente estoy


obsesionado con cambiarlo el mundo. He soportado demasiadas
injusticias como para seguir sometido a ellas. Me quedan pocos años de
vida. O cambio la realidad o me suicido.

Hombre 2 (desde la bañera): Lo que cuenta pertenece a la Épica y se


escapa de nuestra voluntad. Sólo las fuerzas supranacionales, los
monopolios, los megaorganismos… tienen la capacidad de cambiar algo.

Hombre 1: ¿Pero y el amor?


Hombre 2: El amor no existe caballero, es una ficción que se crea en el
cerebro y viene a ser algo así como un generoso sentimiento de réplica y
correspondencia.

Hombre 1: No puedo estar de acuerdo. El amor está aquí, entre todos


nosotros, y es lo único que da sentido a la vida.

Hombre 2: Por eso los animales y las plantas, mucho más vivos que
nosotros, los humanos, rezuman amor por los cuatro costados. Es la
crueldad, amigo, lo que da sentido a la vida.

Hombre 1: De niño pensaba que era un ser especial. Todos lo creemos


cuando somos niños, nos vemos con capacidad de alterar todo lo que
ocurre a nuestro alrededor, o al menos yo me veía así, como un enviado
desde otro planeta, un ser elegido con el objetivo de cumplir aquí en la
Tierra una profecía.

Hombre 2: También yo pensaba que nunca moriría.


Hombre 1: Y sin embargo, a pesar de creerme alguien tan especial,
arrastraba ya tan joven un auténtico trauma a mis espaldas.

Hombre 2: ¿Cuál?

Hombre 1: Estaba convencido de que mi aparato reproductor era


extremadamente pequeño, casi ínfimo.

Hombre 2: ¿Minúsculo?

Hombre 1: Ridículo, inservible, mínimo.

Hombre 2: Pero no se trataba de una deformación, imagino.

Hombre 1: Pero así percibía yo el miembro. Y esta manera aberrante de


verme duró muchos años. Hoy mismo tengo dudas.

Hombre 2 sale de la bañera, corre. El otro le sigue.

Hombre 2: Síndrome de preponderancia bélica en mentalidades fálicas.

Hombre 1: Nunca pude ser feliz por esta causa. La idea de ser un
apocado, sexualmente hablando, me ha atormentado toda mi vida. Por
esta razón quiero volver al principio, al origen de todo, al momento en el
que, cuando niño, me creía un profeta.

Hombre 2 se detiene, comienza a hacer ejercicios para entrar en calor.

Hombre 2: Pero usted es un general, consiguió un alto rango.

Hombre 1: Sí, soy general retirado.

Hombre 2: Debería estar entonces orgulloso de sí mismo.

Hombre 1: No puedo estarlo, como le he dicho, creo que nací para


cumplir un cometido.

El hombre anciano saca un frasquito de su chaqueta.

Hombre 1: Este frasco contiene un arma letal que ordené fabricar como
modo de defensa en caso de ataque masivo. Si vertiera su contenido en la
bañera, el líquido llegaría al océano y provocaría una reacción en cadena
que podría acabar con la vida de este planeta en menos de cinco años.

Hombre 2: Bromea.

Hombre 1: No.

Hombre 2: No lo hará. Sería inconcebible.

Hombre 1: El mundo está podrido y es mi obligación luchar por otro


mejor. Sólo desde la nada es posible resurgir.

Hombre 2: Enséñeme su miembro.

Hombre 1 le deja ver.


Hombre 2: Es enorme. Creo que es el más grande que nunca he visto
hasta ahora.

Hombre 1: Usted se ríe de mí.

Hombre 2: No, en serio, se lo digo de verdad. Quizá no sea como yo digo,


pero yo lo veo así. Y se lo aseguro que jamás he visto nada igual.

Hombre 1: Gracias.

Hombre 2: Deme el frasco y tómese tranquilamente un baño. Ya verá


cómo se relaja.

Hombre 1 se hunde en la bañera.

Hombre 2: ¿Sabe lo que le digo? Que usted no hubiera tenido nunca


cojones para hacerlo. Pero quizá yo sí.

Televisión

Mujer 2: El siguiente caso no les dejará indiferentes, se lo aseguro.

Un hombre joven y su madre, sentados.

Hombre 1: Madre, ¿qué sucede?

Mujer 1: Tu padre ha vuelto.

Hombre 1: ¿Qué?
Mujer 1: Tu padre ha vuelto.

Entra el padre.

Hombre 2: Sí, he vuelto, después de tantos años de ausencia, he


regresado. No ha sido fácil, creedme. Mi proceso ha sido complicado, y el
viaje muy largo. Pero no hablemos de mí. Al fin y al cabo estoy aquí, y esto
es lo que importa. ¿No decís nada? ¿Es que no os alegráis? Hijo, ¡qué
emoción más grande! Ven aquí, dale un abrazo a tu padre. ¿No te
apetece?

Hombre 1: Padre, ¿por qué has vuelto?

Mujer 1: Porque lo han abandonado. Suele pasar. Ellos malgastan sus


ahorros en complacer a una guarra cualquiera y más tarde ella, cuando ya
no tiene dónde pinchar, se larga con otro.

Hombre 2: No saques conclusiones antes de tiempo, mujer. Además, he


venido a quedarme, estoy en mi derecho y qué mejor lugar para pasar los
últimos días de mi vida que en casa.
Mujer 1: No hablarás en serio.

Hombre 2: Estoy algo cansado. ¿Qué hay para cenar?

Mujer: Lástima. Hoy no se cena.

Hombre 1: Padre, no puedes quedarte, eres un maltratador.

Hombre 2: ¡Vaya! Acabo de llegar ¿y ya con patrañas?

Hombre 1: No me digas que has olvidado todas las palizas que le dabas
a mi madre.

Hombre 2: La gente exagera, habla, habla, bla, bla, bla. Yo jamás la


toqué. Tú eras muy pequeño, no puedes acordarte.

La mujer ríe de manera indefensa.

Hombre 2: La gente no cuenta toda la verdad. Hijo, yo me fui porque no


podía soportarlo más. Esta mujer me tenía absolutamente controlado.
Tenía tantos celos que a todas horas tenía que estarla llamándola por
teléfono para decirle dónde estaba. Siempre sospechando, siempre
intrigando.

Hombre 1: Padre ¿tú te has visto?

Hombre 2: ¿A qué te refieres?

Hombre 1: Estás viejo, estás acabado.

Hombre 2: Exageras.

Hombre 1: Mírate al espejo. Estás que das asco. Y esa cara tan
amarillenta…
Hombre 2: No es nada.

Hombre 1: Es cáncer de hígado. Te quedan a lo sumo un par de meses


de vida.

La mujer ríe de alegría.

Hombre 2: ¿Estás seguro?

Hombre 1: Reconozco ese color a leguas de distancia. Me licencié en


Oncología.

Hombre 2: Necesito un trago.

Mujer 2 se apresura en tomar una copa y una botella de licor para


ofrecérselas al hombre.

Hombre 2: Me acuerdo cuando nos conocimos. Tú eras una muchacha


muy simpática y linda. Fue una pena que engordaras tanto cuando te
quedaste preñada.
Suenan aplausos desde el público.

Mujer 2: ¡Basta! Por favor.

Mujer 1: ¿Qué sucede?

Hombre 1: ¿hay algún inconveniente?

Hombre 2: ¿Es que hay algo que haya dicho que…?

Mujer 2: ¡Por Dios! Estamos en directo, esta es la primera cadena,


tenemos un 80 por ciento de cuota de pantalla, ¿pero ustedes creen que
esto le interesa a alguien? A ver, tú (al padre) no puedes ser tan blando,
¡eres un cabrón y un desgraciado que regresa a casa porque es lo único
que le queda! Y tú (a la madre) tienes que llorar, que suplicar, que gritar
que se largue si hace falta. Y tú (al hijo), pareces tonto, chico, tú coges la
botella y se la estampas con todas tus fuerzas en la cabeza de tu padre.
¡Joder!, ¿pero en qué estamos pensando?

Calle

Un mendigo de mediana edad. Un sombrero en el suelo. Se acerca una


mujer.
Mujer 1: Siempre que veo a alguien como usted, se me parte el alma. Un
hombre bien vestido, un poco sucio, supongo que no tiene dónde asearse,
pero con una apariencia formidable y que a causa del infortunio se ve en
la calle, así, de pronto, y sin nada.

La mujer mira en el interior del sombrero, cuenta las monedas.

Mujer 1: ¡Qué tacaña es la gente!, ¿verdad? No sé cómo ustedes los


mendigos no se desaniman. ¿Cuántas horas le ha costado toda esta
calderilla? Seguro que lleva aquí todo el día. Y con el frío que hace. Está
usted tiritando. ¿No sabe que hay sitios donde regalan ropa?

El mendigo no reacciona.

Mujer 1: ¿Por qué no intenta hacer algo? Las estatuas vivientes tienen
mucho éxito hoy en día. Yo diría, incluso, que a algunas de ellas les va
muy bien. No es necesario que se disfrace de nada en concreto, basta con
que coja una silla y se siente en ella en mitad de la calle. ¿Es usted un
mendigo, no? Pues actúe como un mendigo, hombre. No sea tímido,
anímese y saldrá ganado.

El mendigo mira con los ojos muy abiertos a la mujer.

Mujer 1: Yo le buscaría esa silla, las hay a montones en los


contenedores, pero ya veo que a usted no le apetece prosperar. En la vida
hay que abrirse camino con imaginación, ya no basta con dar patadas aquí
y allá. ¿Y qué tal un instrumento? Sí, no me mire así, hombre, no me
refiero a un violín o una flauta travesera, no hace falta ser tan ambicioso,
aunque si le digo la verdad, si usted aprendiera a tocar el saxo se forraría,
en toda la ciudad no hay nadie que toque el saxo, ni bien ni mal. Se me
ocurre que podría traerle un tambor que tengo en casa, está medio roto.
Total, para aporrearlo un rato cualquier cosa sirve. El asunto es llamar la
atención.

El mendigo coge las monedas, se coloca el sombrero en la cabeza, se


levanta, con acento extranjero le pregunta a la mujer:

Hombre 1: ¿Yo no bien aquí?

Mujer 1: ¿Qué?

Hombre 1: ¿Yo no bien aquí?

Mujer 1: Ya veo que usted no ha entendido nada de lo que le he dicho.

El hombre agacha la cabeza y comienza a andar, alejándose.

Mujer 1: Y para colmo no habla nuestro idioma. Pero no se vaya, ¿a


dónde va usted? Oiga, tenga cuidado, ayer mismo quemaron a un
mendigo que dormía a la entrada de un banco. ¿Escucha lo que le digo?
Debería buscarse compañía. Corren malos tiempos para la vida en la calle.
Esta ciudad es cada vez más peligrosa.
Entre tanto, otro mendigo ha ocupado el lugar del anterior.

Mujer 1: (Al nuevo mendigo) ¿Pero, qué hace?, ¿no ve que estaba yo
primero?

El hombre se levanta y se marcha.

Hombre 2: No la había visto.

Mujer 1: Cada vez somos más, ¿no le parece? Y además, estoy segura
de que hay mucho intrusismo en este oficio.

Una segunda mujer se acerca.

Mujer 2: Levántate de ahí, es mi sitio. ¿No me oyes? He dicho que te


levantes. ¿Estás sorda? Levántate o te rajo.
Mujer 2 le muestra un cuchillo enorme. Mujer 1 escapa corriendo. Mujer 2
silba fuerte. Acude Hombre 1, que se sienta en el mismo lugar donde en
un principio estaba sentado.

Mujer 2: Y tú no te muevas de aquí. Por nada del mundo. ¿Lo has


entendido? Por cierto, ¿cuánto has sacado hoy?

Lugar indeterminado

Una mujer duerme en escena. Un hombre la despierta.

Hombre: Ha llegado tu hora.

Mujer: ¿Quién eres tú?

Hombre: Soy el mensajero de la Muerte.

Mujer: ¿La muerte? Te imaginaba con guadaña y con capa negra.


¡Lárgate!

Hombre: Mujer, esto no es un sueño. Vas a morir.

Mujer: Déjame en paz.


Hombre: Levántate, vengo a llevarte conmigo.

Mujer: ¿Morir? No te creo. Es demasiado pronto para mí.

Hombre: Todo el mundo dice lo mismo.

Mujer: ¿Pero no deberías presentarte sin avisar?

Hombre: Y sin avisar he venido. En teoría llevas un minuto fuera del


mundo en el que vivías.

Mujer: Ah, ¡no! Yo todavía tengo muchas que hacer.

Hombre: No hay excusas.

Mujer: Sí que las hay. Aún no he logrado ninguno de los objetivos que me
propuse cuando era niña. Y se lo aseguro, no se trata de asuntos banales.

Hombre: ¿De qué se trata?

Mujer: Me alegro de que la Muerte se interese por mis proyectos justo en


este momento. Pero sepa usted que está siendo muy impertinente. Tengo
entre manos algo importante y vital. De mí depende la vida de otras
muchas personas. Necesito una semana más, al menos.

Hombre: No puedo. No soy yo quien marca las reglas del juego. Sólo soy
un emisario.

Mujer: ¿Y quién entonces marca las reglas?

Hombre: El azar. Hoy le ha tocado a usted, pero le podía haber tocado a


otra persona. Hay unos cupos que cumplir. Cada segundo defuncionan 2
mortales en este planeta. Venga, tengo prisa, cada vez somos menos los
mensajeros, y sin embargo, no por ello la gente deja de morir.
Mujer: No me ha entendido. Tengo billete de avión reservado para África.
Allí me esperan. Soy la encargada de llevar una vacuna que salvará
montones de vidas. Si yo falto, el avión partirá sin la vacuna, y toda la
campaña se vendrá al traste. No me dirá ahora que es cuestión de azar. Si
yo muero, usted y sus compañeros tendrán mucho más trabajo. ¿Es eso lo
que desea? No me dirá que disfruta haciendo lo que hace.

Hombre: Pero yo no soy el responsable…

Mujer: Por eso mismo. Nadie echará de menos una muerte más o menos.
Si usted hace la vista gorda, creo que saldremos todos muy beneficiados.
Por favor, se lo ruego.

Hombre: Esta forma de proceder por su parte me resulta chocante, casi


insolente.

Mujer: ¿Por qué? ¿Acaso es usted alguien respetable?

Hombre: La gente me respeta.


Mujer: Le respetan porque actúa con violencia. Usted no es democrático,
muy señor mío. Y el organismo que le envía menos aún. Por no hablar de
la falta de equidad y de justicia.

Hombre: No sabe de qué habla.

Mujer: Sí lo sé. Lo sé muy bien. En este mundo sólo se mueren los más
débiles, o los que tienen mala suerte.

Hombre: Es ley de vida.

Mujer: ¿Lo ve? Ley de vida. Una ley anticuada y caduca. Ni que esto
fuera la selva todavía. ¿No se da cuenta de que el mundo ha cambiado?
En esta ciudad, sin ir más lejos, la única vida de verdad y con palabras
mayúsculas que existe es la que se planta en las macetas.

Hombre: Esta visita no es para discutir temas ontológicos, señora mía.

Mujer: Y para qué es entonces, ¿para llevarme sin más?, ¿sin pedirme
permiso y sin hacerme preguntas? Le ruego que salga de esta casa
inmediatamente.

Hombre: Señora, no me ponga las cosas más difíciles.

Mujer: ¿Y qué va a hacer, matarme?

Hombre: Si usted me obliga…

Mujer: A ver, ¿dónde está el arma?, ¿dónde?

El hombre busca su arma en su chaqueta, se palpa los pantalones, no la


encuentra.

Mujer: Se ha olvidado de ella. El stress no es bueno para nadie, amigo.


Ala, con Dios. Y tarde en volver.
Empuja al hombre. Este sale.

Hombre: Le aseguro que mis compañeros de África no son tan


comprensivos.

Mujer: Ah, ¿sí?, ¿sabe una cosa entonces? Que me quedo. Sí, me quedo.
Que se muera África.

Parada de autobús

Un hombre espera con un paraguas abierto. Llega otro hombre, se coloca


al lado del primero. Sonido de gaviotas.

Hombre 2: Puede cerrar el paraguas, ha dejado de llover.

Hombre 1 no responde.
Hombre 2: Le digo que ya no llueve.

Hombre 1: Le he oído.

Hombre 2: Y no tiene pintas de que vuelva a llover. Ha sido sólo un


chaparrón.

Hombre 1: Le creo.

Hombre 2: Esté seguro.

Hombre 1: Ya.

Hombre 2: Entonces, ¿por qué no cierra su paraguas?

Hombre 1: No me había dado cuenta de que había dejado de llover.

Hombre 2: ¡Ah! Usted es de los que se olvidan de cerrar el paraguas


cuando termina la lluvia. Yo soy de los que no recuerdan abrirlo cuando
comienza.

Hombre 1: Lo suyo es más grave que lo mío. Supongo que al entrar en la


ducha no se olvidará de dar el grifo…

Hombre 2: ¡Muy gracioso! Me recuerdas a un amigo de infancia que no


desaprovechaba ocasión para hacer un chiste jocoso. Era patético. Menos
mal que…

Hombre 1: ¿Menos mal qué…?

Hombre 2: No quise decirlo.

Hombre 1: Aún no lo ha dicho.

Hombre 2: Pero casi lo digo.


Hombre 1: ¿Qué?

Hombre 2: Menos mal que lo atropelló un automóvil. Iba a decir. El pobre


tuvo muy mala suerte. Pero no me interpretes mal, esta es una de esas
cosas que se dicen sin pensar, no sé por qué. Salen, y ya está, pero no es
que yo lo piense realmente, aunque lo cierto es que el auto le pasó por
encima y lo dejó…

Hombre 1: Tranquilo, a mí también me sucede, aunque de otra manera.


No puedo evitar callarme lo que iba a decir.

Hombre 2: ¿Qué iba a decir?

Hombre 1: Nada, nada.

Hombre 2: Dígamelo. Creo que hemos tomado confianza suficiente como


para que me lo diga.

Hombre 1: Que es usted un perfecto canalla.


Hombre 2 resopla, a continuación escupe.

Hombre 1: Alegrarse de la desgracia de un amigo es lo más ruin que he


oído en mi vida.

Hombre 2: Pues para callarte lo que piensas tienes la lengua muy suelta.

Hombre 1: Usted ha insistido.

Hombre 2: Y sin embargo, en mi caso, mira por dónde, fuiste tú el que


me sacó de la boca algo que de ninguna manera iba a decir ya.

Hombre 1: Es lo que piensas.

Hombre 2: Pues sí, es lo que pienso.

Hombre 1: ¿Qué le pasó a tu amigo?

Hombre 2: El auto estuvo a punto de dejarlo seco, pero se salvó. Aunque


no sé si esto fue para bien. El pobre quedó completamente tullido. No creo
que volviera a sonreír. Yo, en cierta medida me sentía culpable, pues
pensaba que el atropello había sucedido porque yo lo había deseado. Ya
sabes, cuando uno es niño… Y es que era un tipo ingenioso y socarrón,
quizá en exceso, por eso todo el mundo lo odiaba. Yo era de las pocas
personas que se compadecían de él, y le hacían un poco de caso.
Después del accidente, apenas si lo volví a ver.

Hombre 1 cierra su paraguas. Deja a la vista una abultada chepa. Mira a


Hombre 2 de manera fulminante, casi mortal.

De pronto, cae un chaparrón.

Alcantarilla

Oscuridad. Tres personas caminan con sus linternas encendidas.

Hombre 1: Hemos llegado.


Mujer: Todavía no tengo claro qué hacemos aquí.

Hombre 1: Necesitamos encontrar una clave.

Hombre 2: Quizá teníamos que haber comenzado por un objetivo más


modesto.

Mujer: Es difícil ver nada con tanta obscuridad.

Hombre 2: Cuidado, si caemos a la cloaca, moriremos.

Hombre 1: No tengáis miedo. No somos los primeros que han estado aquí
y han regresado.

Mujer: Creo que hemos llegado demasiado lejos.

Hombre 2: Y siendo demasiado ambiciosos.

Hombre 1: Creí que todos estábamos de acuerdo.

Mujer: Nos dijiste que sería fácil.

Hombre 1: Y es fácil. Sólo hay que encontrar una clave. Una conexión
inédita pero genial.

Hombre 2: ¿Estás seguro de que este es el camino?

Hombre 1: Todas las grandes ideas circulan a través de circuitos


subterráneos que sólo los expertos son capaces de interceptar.

Mujer: ¡Silencio!… Creo haber escuchado algo.

Hombre 2: ¿El qué?

Mujer: Nada, parece una tontería.


Hombre 1: Hay que tener paciencia. Hemos de esperar a que algo
importante se produzca. Es cuestión de tiempo.

Hombre 2: ¿Tiempo? De eso no habíamos hablado.

Hombre 1: ¿Es que tienes prisa? Piensa en el triunfo que conseguiremos.

Mujer: Aquí huele fatal.

Hombre 1: Es cuestión de acostumbrarse.

Hombre 2: Comienzo a tener dudas.

Hombre 1: Os aseguro que estamos en el lugar apropiado.

Hombre 2: ¿Y si nadie allá arriba tiene algo que decir?

Hombre 1: No te entiendo.

Hombre 2: Imagina que todas las ideas brillantes se hubieran terminado.


Hombre 1: Es improbable.

Mujer: No está bien lo que hacemos. En caso de captar algo importante,


sería un hurto.

Hombre 1: Tranquila, no nos descubrirán. Además, tenéis que saber que


los grandes triunfadores han pasado todos por aquí.

Hombre 2: ¿Pero cómo distinguir las conexiones?

Hombre 1: Hay que saber escuchar.

Mujer: Aquí llega algo. Es un texto.

Hombre 1: Comprueba que circula por la línea de registros. Sólo lo que


está a punto de ser registrado merece la pena.

Hombre 2: Ojalá sea un anuncio.

Mujer: Parece un texto largo.

Hombre 1: ¿Un texto largo?

Mujer: Más de quinientas páginas.

Hombre 1: Déjalo pasar. Será una novela.

Hombre 2: ¿Una novela? A mí me interesa.

Mujer: Y a mí también.

Hombre 1: ¿Tiene ilustraciones?

Mujer: No.

Hombre 1: Insisto, déjala pasar.


Mujer: Ya es tarde para eso. Está en mis manos.

Hombre 2: ¿Y?

Mujer: No es una novela, es un programa.

Hombre 1: Tíralo a la cloaca. ¡Rápido!

Mujer: No 뢐 uedo.

Hombre 1: ¡Dios! Es un virus.

Hombre 2: Un espantoso virus.

Mujer: ¿Cuánto tiempo tardaremos en morir?


Puerta

Dos mujeres unidas por la espalda intentan entrar a través de una puerta
estrecha.

Mujer 2: Está claro que una de las dos no podrá entrar.

Mujer 1: Yo sería incapaz de separarme de ti.

Mujer 2: Pero esta puerta no está preparada para casos como el nuestro.
Mujer 1: Quedémonos, entonces.

Mujer 2: Tenemos que entrar. Lo sabes.

Mujer 1: No estamos obligadas.

Mujer 2: No es cuestión de estar obligadas o no. Es necesidad.

Mujer 1: No todo lo que es necesario es imprescindible.

Mujer 2: Estas discusiones me ponen enferma.

Mujer 1: Si tú lo quieres así, no hablamos.

Mujer 2: No es eso, mujer. Lo que pasa es que nuestra situación no tiene


vuelta de hoja.

Mujer 1: Podríamos intentar agrandar los parámetros de la puerta.

Mujer 2: Es una puerta, las puertas no tienen parámetros.

Mujer 1: Me refiero a la magnitud de una de sus dimensiones.

Mujer 2: ¿No te das cuenta?

Mujer 1: ¿De qué?

Mujer 2: Continuamente te expresas con términos abstractos.

Mujer 1: No me entiendes.

Mujer 2: No, no te entiendo. Por eso mismo tenemos que separarnos.

Mujer 1: ¿Pero y los sentimientos?

Mujer 2: Ahora mismo nuestros sentimientos ya están separados.


Tenemos dos cabezas, dos corazones, brazos y piernas independientes.
Separarnos no sería traumático.

Mujer 1: Pero nuestra espina dorsal es la misma.

Mujer 2: Ese es el problema.

Mujer 1: Si nos separamos, una de las dos ha de dejar de existir.

Mujer 2: Veo que me vas comprendiendo.

Mujer 1: Ya no me soportas.

Mujer 2: No es eso, pero quiero ser independiente. Llegar a otro lugar. A


un país en el que no sea tan difícil sobrevivir.

Mujer 1: No nos va tan mal.

Mujer 2: Mujer, somos dos esclavas, ¿no te das cuenta?

Mujer 1: Hemos nacido aquí. Son nuestras costumbres.


Mujer 2: Tu conformismo me destruye.

Mujer 2 guarda silencio.

Mujer 2: Mira, a mí no me importa sacrificar mi vida por ti. Pero una de


las dos ha de atravesar esa maldita puerta.

Mujer 1 no responde.

Mujer 2: Nos vamos a separar. Vamos a solicitar que nos separen. No te


dolerá, no te preocupes. Y serás tú la que se quede con nuestra espina
dorsal. Pero prométeme que atravesarás el umbral.

La mujer 1 llora.

Mujer 1: No sé si podré.

Se oye un portazo.

Mujer 2: Total, todo lo que cuentan de ese mundo quizá sea mentira. Es
posible que en este planeta no haya un solo lugar para nosotras.

Mujer 1: ¿Has visto las estrellas con qué intensidad brillan hoy?

Mujer 2: No puedo. O las miras tú, o las miro yo.

You might also like