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18 Noviembre 2010 
 Muchos padres dirían que están totalmente comunicados con sus hijos, ya que el celular y otras tecnologías les permiten mantenerse en contacto durante el día. Pero eso no basta para una buena relación: es necesario darse tiempo para compartir y dialogar con ellos. Por Pía Orellana G. / porellana@hacerfamilia.net  Quien tenga hijos
adolescentes lo sabe bien: ¡cómo cuesta conversar con ellos! Obtener como respuesta más que un sí o un no es una tarea titánica que muchas veces provoca en los padres frustración. Si bien  para evitarlo no hay recetas -contestar con monosílabos es parte de su proceso-
, es posible “entrenar” a
los niños en la conversación.
 
Razones para convertirlo en hábito
Lo primero es entender por qué es importante para la familia conversar. Catherine Snow, experta en educación de Harvard e investigadora principal del equipo consultor de la Fundación Educacional
Oportunidad, señala: “Toda la perspectiva de los padres se transfiere a los niños conversando. Las
normas de la fa
milia, las tradiciones, las relaciones, se forjan de esa manera”.
 El problema está en que nuestra agenda -la de grandes y chicos- está prácticamente copada: si no es el trabajo o el colegio, es el entrenamiento de fútbol, el cumpleaños de la abuela, el supermercado, la tarea
en grupo… y así, todos llegan al final del día sólo con ganas de irse a dormir. Para qué decir el fin de
semana, que se convierte en una verdadera maratón. Esa es la razón por la cual los espacios para conversar e interactuar en familia se han reducido a su mínima expresión. Catherine Snow cuenta que en Estados Unidos cada cierto tiempo se realizan
campañas para reestablecer la comida familiar como un hábito. “Sin embargo, muchas veces no sirve de
nada, porque los padres están con el celular prendido, recibiendo llamadas o e-
mails… no están realmente con la gente que tienen al lado”.
  Agrega que en los estudios realizados por su equipo han constatado las enormes diferencias en la calidad
de la conversación que se dan durante la cena. “Tene
mos miles de grabaciones de familias: en algunas
 
no había ningún tipo de conversación, es decir, todos comían en silencio. En otras había una
conversación superficial, del tipo „no quiero comer‟, „baja los codos‟. Y en otras se notaban los intentos por
est
ablecer un diálogo, a través de frases como „cuéntame lo que pasó hoy‟. Este último estilo de comunicación es el que estimula un vocabulario más amplio”, explica la educadora.
  A eso se suma que en estas familias se constató que los niños aprenden más rápid
amente. “El efecto no
se hace patente en los primeros años de escuela, sino más adelante, porque se ve que la conversación es una fuente de información, una oportunidad para comparar distintas perspectivas, para aprender a
escuchar, a armar un argumento”.
 
Programar momentos juntos
El punto es, entonces, proveer las instancias para la reunión familiar diaria. La comida es uno de los más importantes. Y aunque sea natural que se hable de manera desordenada, sin un hilo conductor y según los intereses de cada uno, es el momento de demostrar que todos nos interesamos por lo de todos. Otra oportunidad para instalar la conversación es cuando se va a dejar a los hijos al colegio. Según
Catherine Snow, “al no haber contacto visual, desaparece esa mirada que intimida a los niños”. Si no se
cuenta con ese tiempo, una buena idea es invitar a caminar a los hijos: el efecto es el mismo.
La hora de acostarse es una de las que más le gusta a los niños y donde más se “sueltan”. No es raro
que pasen el día sin contar nada, per 
o que justo en la noche se acuerden de todo y lo quieran compartir…
por mucho sueño que tengan los padres, vale la pena escucharlos. Por último, considerar que las reuniones con la familia extendida -tan propias de nuestro país- no tienen porqué establecer una línea divisoria entre grandes y chicos. Por el contrario, puede ser la oportunidad
para que los niños se explayen ante otros oídos. “Contarle a la mamá que fuiste al supermercado,
después de haber ido con ella, no tiene mucho sentido, pero sí lo tiene para el abuelo, que lo único que
quiere es escuchar esos relatos”, dice Catherine Snow.
 
Los errores de los padres:
1-. Interrogar:
Es decir, preguntar directamente. Preguntas del tipo “¿Qué hiciste hoy en el colegio?” o “¿Con quién jugaste en el recreo?”
son demasiado precisas y no instan al diálogo. Es cierto que los hijos  pre adolescentes no tienen problemas en responderlas, pero es casi seguro que hacerlo no les tomará más
de un par de palabras. “Hay muchísimas manteras de instalar la conversación”, dic
e Catherine Snow.
“Los padres pueden contar algo que les sucedió en el día, como para animar a sus hijos a relatar lo que ellos vivieron. Las anécdotas o hechos interesantes son grandes maneras de comenzar”. Una tarea más  para los padres… pero que tiene su
s gratificaciones.
 
2-. No escuchar:
Es quizás el error más grave. Si a un hijo le ha costado expresarse, peor aún, pues sentir que lo que cuenta no es importante para sus padres lo hará desistir de volver a hacerlo en el futuro. Es cierto que los niños de esta edad hablan todos al mismo tiempo y quieren atención inmediata, pero es fundamental darle un espacio a cada uno.
 
 
3-. Monopolizar la conversación:
 
Los padres tienen una gran propensión al monólogo… les gusta
que los escuchen y les gusta llevar la conversación. Está bien que quieran transmitir sus ideas y valores,  pero deben saber que sólo a través de ese diálogo podrán conocer mejor a sus hijos. Además, para el resto es aburrido no poder intervenir.
 
En concreto la conversación ayuda a…
 
-
Formar criterio:
Es esa capacidad de distinguir lo bueno de lo malo, lo verdadero de lo falso, lo dogmático de lo opinable, lo fundamental de lo intrascendente. El diálogo permite a los padres transmitir valores a sus hijos, de manera que en el futuro ellos sepan cómo actuar.
 
-
Saber preguntar y responder:
 No es lo mismo preguntar “¿Es verdad que no viniste al colegio porque tenías piojos?” a decir “Qué pena que no viniste, ¿estás bien?” El tono, las palabras escogidas y lo oportuno de la pregunta se aprenden del ejemplo
diario de los  padres.
 
-
Respetar las opiniones de los demás:
La conversación es “el” momento para intercambiar puntos de vista, escuchar sin
interrumpir y valorar la postura de otros. Dentro de una misma familia se pueden dar los debates más acalorados, pero si están en un marco de respeto son bienvenidos y muy enriquecedores.
 
-
Saber argumentar:
Dar razones de peso que sustenten las propias opiniones, en vez de limitarse a repetir lo que se oye por ahí. Al  participar en conversaciones familiares, los niños pueden captar la manera correcta de argumentar sus respuestas. Para ello es importante que
los padres se den el trabajo de estar atentos y corregir cuando vean que sus hijos están contestando “cualquier cosa”.
 
HF
 

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