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El Radicalismo
1890-1966
1. LA UNIÓN CÍVICA RADICAL: FUNDACIÓN, OPOSICIÓN Y TRIUNFO
(1890-1916)
Farncisco Barroetaveña fue el vínculo entre la UCJ y los políticos de más trayectoria
que participaban en las reuniones de la avenida Alvear. Si se investía a la nueva
agrupación con una imagen de iniciativa independiente y espontánea de un gripo de
jóvenes, podría quizá ser superado el viejo problema de la conducción del partido y de
los candidatos. Aristóbulo del Valle y su socio Mariano Demaría se encargaron de
convencer a los políticos de mayor prominencia de unirse a la iniciativa de los jóvenes y,
para el acto del 1º de septiembre en el jardín florida, la UCJ había recibido las adhesiones
de Mitre, Irigoyen, Vicente Fidel López y Leandro Alem. Este último se había alejado de
la política en 1880, y este acto marcaba su retorno a la vida pública.
Las conversaciones entre los miembros mayores de la UCJ se intensificaron, en un
intento de definir a la nueva asociación. Para diciembre, las reticencias de unos fueron
vencidas por el entusiasmo de otros y se acordó formalmente poner en marcha una
organización política basada en la iniciativa de la UCJ. Se decidió que Alem presidiría la
nueva organización, ahora rebautizada Unión Cívica (UC), se abrieron comités para
recibir adhesiones y se planificó un acto inaugural de la agrupación para el 13 de abril de
1890. No obstante, la UC no fue una agrupación política con fines electorales, su
objetivo fue agitar a la opinión pública contra el gobierno, pero no alentó a los
ciudadanos a acudir a las urnas, no tomó parte en las elecciones para el Congreso de
febrero de 1890, sus dirigentes no se plantearon una estrategia para la elección
presidencial de 1892, no presentaron los acostumbrados programas partidarios, y no se
discutieron los liderazgos o candidaturas.
1
“Manifiesto revolucionario de 1890” .Citado por Lobato Miriam en El Proyecto, la modernización
y sus límites (1880-1916).Colección Nueva Historia Argentina. Buenos Aires, Sudamericana,
2000.
2
El Argentino, 7 de agosto de 1893. Citado por Lobato Miriam en El Proyecto, la modernización
y sus límites (1880-1916).colección Nueva Historia Argentina. Buenos Aires, Sudamericana,
2000.
una sana competencia de los partidos políticos y los ciudadanos participaban activamente
en la vida pública. Según la UCR, esta tradición política se había visto interrumpida en el
ochenta con la llegada del PAN al poder. Gracias al éxito de su coalición nacional, el
PAN había impuesto en el país un nuevo sistema político e institucional que resultó en
“la supresión de la lucha,… la paz sin libertad,… la muerte del civismo”. 3
El PAN era acusado de imponer en el país “nuevas teorías y doctrinas malsanas”.
Para los radicales sólo la competencia sana de los partidos políticos podía mantener la
vida cívica de los ciudadanos, y sólo a través del ejercicio de la virtud cívica los hombres
podían gozar de libertad.
Las dos administraciones del PAN eran acusadas de haber corrompido los principios
de gobierno establecidos en la carta constitucional de 1853. La concentración de poder en
el Ejecutivo nacional que había tenido lugar durante la década del ochenta había
desvirtuado el principio de división de poderes. El Poder Legislativo no sólo se había
debilitado frente a la expansión del poder presidencial, sino que también se había visto
afectado en su composición como consecuencia de la intervención del Poder Ejecutivo en
las situaciones provinciales y de su capacidad para manipular las elecciones. El fraude
electoral, atentaba contra el principio de representación política y contra la legitimidad de
los gobernadores. Éstos, al no ser elegidos por el voto del pueblo, necesitaban para
mantenerse en el poder el apoyo moral y material del Presidente. A su vez, el sistema
federal también se había visto desvirtuado por las injerencias del Presidente en los
asuntos provinciales y por la consolidación del PAN como partido nacional.
Más significativo aún, los radicales creían firmemente que su diagnóstico de la
situación del país justificaba el uso de la revolución para derrocar al gobierno. Es
necesario enfatizar que el término revolución empleado por el partido radical en los años
era empleado para designar restauración, es decir, el legítimo uso de la violencia para
retornar al viejo orden, la restauración de las costumbres y de la constitución. En este
sentido, el término revolución no implicaba la construcción de un nuevo orden, sino el
mero acto de liberación de un gobierno ilegítimo que se había extralimitado en sus
funciones. Una y otra vez, los radicales declaraban que su intención no era la de innovar
3
“Manifiesto del 2 de julio de 1891”. Citado en Clementi, Hebe. El radicalismo. Trayectoria
política. Hypamérica. Buenos Aires .1983. Página 95
o reformar las instituciones existentes. Su objetivo se reduce a obtener el
restablecimiento de las instituciones sin pedir una reforma de ninguna de ellas.
El tan deseado orden defendido por el PAN era visto por los radicales como el
quietismo de la servidumbre; el principio del orden, decían, era una idea noble pero
explotada por todos los tiranos de pequeña o mediana talla para permitir a los miembros
del gobierno disfrutar tranquilos de sus ahorros mal habidos. Para la UCR, los principios
de orden y progreso eran una muestra más del decaimiento que el país había sufrido
durante los gobiernos del PAN. El dinero y el lujo habían sido utilizados para corromper
el sistema político y adormecer el sentido de virtud cívica de los argentinos.
Desde sus respectivos periódicos y desde sus bancas en el Congreso Nacional,
radicales y autonomistas se enfrentaron en un debate público sobre la legitimidad del
acto revolucionario que dominó el primer quinquenio de la década del noventa. Dicho
debate no sólo colocó a la UCR y al PAN, sino que aisló a la UCR de otros partidos
políticos o facciones que en varios momentos también se opusieron al gobierno. El
discurso radical le dio al partido una idiosincrancia distintiva y dividió marcadamente las
aguas entre gobierno y oposición, definiendo el espectro político de estos años.
El acceso del radicalismo al poder en 1916, fue posible en la medida que esa
intención – la ampliación de la participación política- se tradujo en ley. En 1912, la
sanción de la ley electoral 8.871 incorporó la obligatoriedad y el secreto del voto,
poniendo en acto una universalidad que no se correspondía con su práctica concreta. El
principio “cada hombre un voto” transformó la vida colectiva en distintos niveles. Sus
primeras aplicaciones a nivel provincial le dieron el triunfo al partido Radical en Santa
Fe, Córdoba, y Entre Ríos y en el ámbito nacional, entre 1916 y 1930, se sucedieron tres
gobiernos radicales, el de Hipólito Yrigoyen y Pelagio Luna entre 1916 y 1922, el de
Marcelo T. de Alvear, entre 1922 y 1928, y el de Yrigoyen y J.E. Martínez, entre 1928 y
1930. La bandera y el programa del partido eran el cumplimiento estricto de la
Constitución.
Se inició así una nueva experiencia en la que se combinaron prácticas nuevas con
viejos modos de hacer política, resistentes al cambio propuesto por la ley. Nuevos
sectores se incorporaron a la práctica del sufragio, lo cual modificó la estructura de los
partidos que debieron competir en otros términos por la conquista del poder, ampliar su
aparato y adaptarse a campañas electorales masivas. Cambiaron la composición y
dinámica del Parlamento: el radicalismo ocupó por primera vez el gobierno y los
tradicionales sectores gobernantes, el rol de la oposición. El espectro de partidos se
amplió, por divisiones de los ya existentes más que por el surgimiento de agrupaciones
nuevas. Esto fue acompañado por un proceso de transformaciones en el aparato estatal
vinculado con la particular relación que se estableció entre gobierno y partido
gobernante.
El periodo de los gobiernos radicales, en tanto se trata de una coyuntura de cambio,
estuvo atravesado por un debate – en el que participaron publicistas, intelectuales, prensa
y agrupaciones políticas- sobre el sentido de las transformaciones que se operaban en la
vida política. Es decir, la apertura electoral planteó como tarea la construcción de un
sistema político democrático, que pusiera en acto los principios representativo,
republicano y federal inscriptos en la Constitución, y lo que ahora enfrentaba a los
diferentes sectores era el contenido que se le asignaba a cada uno de ellos.
2.1 El gobierno representativo: asoman los partidos políticos
La ampliación del sufragio situó a los partidos en el centro de la escena política. La
política de masas requería de organización para reclutar al elector. Junto con la demanda
por una participación ampliada, las organizaciones políticas, la prensa y los publicistas
demandaban la organización de partidos permanentes y orgánicos. Los estatutos de 1892
de la UCR – independientemente de su funcionamiento en la práctica- proponían
conformar una agrupación permanente, principista e impersonal y establecer un gobierno
descentralizado, dándole al partido una estructura federativa con base en los clubes
(organismos locales que a partir de 1908 adoptarán el nombre de comités).
El triunfo radical en las elecciones de 1916 oscureció, en parte, la visión optimista de
aquellos sectores liberales y conservadores que apoyaban la ampliación del sufragio
confiando en la “modernización” de los grupos tradicionales. Frente al triunfo radical y la
dispersión conservadora la pregunta obligada era si la ley debió ser corolario y no punto
de partida del proceso de democratización. De hecho, entre 1916 y 1930 se dio un
proceso de dispersión de las fuerzas políticas. No sólo las agrupaciones conservadoras
provinciales no constituyeron un partido a nivel nacional, sino que los radicales y los
socialistas se dividieron y el Partido Demócrata Progresista se eclipsó, quedando
nuevamente reducido a una agrupación provincial.
La crítica conservadora al radicalismo, su ausencia de programa, no parecía haber
sido tenida en cuenta en este caso. Al igual que para el Partido Radical cuando estaba en
la oposición, la consigna era salvar las instituciones y para ello los conservadores sentían
que podían prescindir de un programa porque constituían una “clase gobernante”. El
Partido Demócrata Progresista rechazó la invitación a sumarse a la concentración.
En los años de los gobiernos radicales los conservadores seguían pensándose como
un grupo de notables, reserva intelectual y moral del país para cuando el radicalismo,
bajo el peso de sus propios errores, debiera dejar el gobierno. La legitimidad para ocupar
bancas o cargos políticos no pasaba para ellos por el partido. Los canales de acceso a la
vida política estaban en la pertenencia a las familias tradicionales, la posición económica,
el prestigio social que sumados, garantizaban capacidad para el gobierno.
2.4 El parlamento
Cuando Yrigoyen asumió la presidencia, la Cámara baja se componía de 120
diputados y la Alta de 30 senadores. El radicalismo obtuvo 43 bancas en Diputados y
sólo 4 en Senadores, pero a lo largo del período se da el crecimiento de los radicales en
detrimento de los conservadores. En cuanto a los partidos menores, como el socialismo y
la democracia progresista, mantuvieron un número de bancas más o menos constante
hasta 1928. En ese período legislativo los demócratas perdieron su representación y los
socialistas, divididos, se las repartieron con ventaja para los independientes. Por otro
lado, las bancas radicales no constituían un bloque. Ya antes de la escisión formal del
partido la bancada estaba dividida, aunque fue recién en las elecciones legislativas de
1926 cuando presentaron listas separadas, obteniendo 38 bancas el personalismo y 20 el
antipersonalismo. Hacia el final del período, coincidiendo con el segundo gobierno de
Yrigoyen, los personalistas tenían amplia mayoría y quórum propio.
El recinto parlamentario se constituyó en un lugar privilegiado para los pleitos entre
partidos y en el interior de ellos. Pero lo que estaba en discusión en el interior del mismo
Parlamento era la definición del gobierno representativo. Este debate ponía en cuestión el
lugar de los partidos como canales de mediación en el sistema político e implicaba una
pregunta por la representación.
En el caso del Partido Radical la cuestión se complica. Un sector de los legisladores
exigía la separación entre partido y gobierno. El gobierno era personal y, por ende, ajeno
a la tradición del partido que se basaba precisamente en el repudio del personalismo. Los
extravíos o desviaciones de los derechos consagrados por la Constitución en que incurría
el presidente de la República no comprometían la acción parlamentaria del partido. Otro
grupo, el más numeroso, se sentía solidario con el mandato por el cual Yrigoyen fue
ungido. La misma lógica se desplegaba durante los años del gobierno de Alvear. Para los
yrigoyenistas, el presidente se apartaba de la tradición partidaria y esto justificaba las
obstrucciones y las ausencias al recinto parlamentario.
La ausencia de partidos orgánicos y disciplinados, fundamentaba dos tipos de
planteos: modificar el accionar de los partidos a través de reformas legislativas en el
marco de la representación territorial o promover cambios que lo reemplacen por otras
formas de mediación, funcionales, sectoriales y de intereses. Detrás de ambos
argumentos estaba en cuestión la Ley Sáenz Peña. Para los primeros, había que
modificarla; para los segundos, derogarla. Era mayoritaria la afirmación de que la ley
implicó un jalón en el camino del progreso político. Legisladores de distintas tendencias
proponían su modificación introduciendo la representación proporcional para ampliar las
posibilidades de los partidos menores, o volviendo al sistema de la circunscripción
uninominal establecido en 1902 para que fuera el ámbito local y no el comité el que
seleccionara a los representantes.
Cuando en 1912 se sancionó la ley 8.871, se estableció la lista completa combinada
con el secreto y la obligatoriedad del sufragio y el mecanismo plurinominal. El sistema
de lista fijaba la representación de la minoría en un tercio. En la perspectiva de los
legisladores la pluralidad y la proporcionalidad fija posibilitarían el ingreso al
Parlamento de los partidos nuevos, como el socialismo y el radicalismo. No estaba dentro
del horizonte de lo posible la pérdida del gobierno por los grupos tradicionales. El
triunfo radical –para los propiciadores de la reforma- era un resultado no previsto y no
deseado. El tercio funcionaba, como elemento atemperador de la ampliación política.
Una vez instalado el radicalismo en el gobierno y a medida que la ocupación de
espacios –gobernaciones y bancas- aumentaba, la oposición buscó en la reforma de la ley
electoral el modo de morigerar el avance. El régimen proporcional aparecía como una
solución posible. El argumento era que volvía más representativo al Parlamento en tanto
reflejaba con mayor fidelidad las diferencias en el electorado. La opción por la lista
incompleta favorecía el gobierno eficiente y el bipartidismo, aunque sacrificara la
representatividad.
4
La Liga Patriótica inició sus actividades hacia el 1901, propiciada para instruir a los civiles no
comprendidos en el Servicio Militar obligatorio. Con el correr del tiempo fue variando sus objetivos hasta
convertirse en una organización anticomunista de auto defensa, con rasgos antisemitas. Citado en “El
Estado y sus actores sociales. Desde sus orígenes al presente”. Página 126.
Hasta ese momento las universidades tenían como objetivo formar profesionales pero
eran “socialmente elitistas y académicamente escolásticas”, el cuerpo de profesores y
autoridades estaba integrado casi en su totalidad por miembros de la elite conservadora,
mientras que estudiantado se había ampliado e incluía a integrantes de la creciente clase
media. Muchos estudiantes comenzaron a cuestionar el sistema y a exigir una
participación más activa en su dirección. Reclamaban una serie de reformas que incluía:
la actualización de los programas, la vinculación de la universidad con los problemas de
la sociedad, el cambio en los métodos de enseñanza y el nombramiento de profesores a
partir de la selección académica. Querían terminar con el nepotismo y la asignación de
cargos en forma vitalicia. No es casualidad que el movimiento de disconformidad frente
al sistema universitario haya surgido en la universidad más antigua y tradicional y con
mayor influencia clerical, conservadora y anacrónica como la de Córdoba. Los reclamos
se fueron extendiendo rápidamente a las universidades de Buenos Aires y de La Plata y
recibió la adhesión de muchas organizaciones obreras y de políticos de distinto signo,
como Leopoldo Lugones y Alfredo Palacios.
La agitación fue muy intensa y coincidió con el clima más duro de crisis social que le
tocó vivir al primer gobierno de Yrigoyen. La Federación Universitaria Argentina (FUA)
–agrupación representativa de los estudiantes- convocó a huelgas y manifestaciones que
generalizaron el conflicto e influyeron a su vez en el resto de América Latina.
Frente a esta situación el presidente Yrigoyen consideró tolerable las peticiones del
estudiantado y, tras largas negociaciones entre funcionarios del gobierno y líderes
reformistas, se logró que en los estatutos universitarios se produjeran cambios
importantes que incluyeron la actualización académica y científica de los programas, la
difusión e implementación del sistema de concurso por oposición y antecedentes para
designar a los profesores, la posibilidad de la apertura de cátedras paralelas y el gobierno
tripartito con representantes de profesores, alumnos y graduados. Esta reforma le dio un
cariz diferente a las universidades y a su estudiantado, especialmente porque sirvió de
base para la actividad política estudiantil. Además, al crearse nuevas universidades, se
ampliaron las posibilidades de la creciente clase media para recibir educación superior.
La Reforma Universitaria fue un movimiento laico, democrático y socializante. La
asistencia libre, los horarios nocturnos optativos, el concurso docente, la participación del
estudiantado en le gobierno universitario, las cátedras paralelas, son realidades claras, de
los vientos de reforma que se inauguraron en 1912 con la ley Sáenz Peña.
5
Rouquié, Alain, Poder militar y sociedad política en la Argentina. I Hasta 1943, Emece editores, 1981,
Pág. 45.
arbitraje. Aunque eso fue solo por un corto período. Al poco tiempo la protesta toó nuevo
impulso, volviendo a la Patagonia, el coronel Varela. Sin embargo, los acontecimientos
variaron en esta oportunidad, y quizá presionado por el temor de los propietarios, quizá
por darle un cierre definitivo, las operaciones se extralimitaron, aplicando la ley marcial.
Finalmente los rebeldes fueron fusilado en masa.
En Buenos Aires, no vieron en esta actitud de Varela, una buena acción, pues
consideraron que se había abusado de su autoridad, por lo que de regreso a la Capital,
Varela solamente reconocido por la Liga Patriótica, mientras que fue ignorado por el
gobierno. Este triste asunto, devino en las filas del ejército un profundo rencor contra
Irigoyen.
La política militar del presidente radical acentuó, con el tiempo, el malestar dentro de
las fuerzas armadas. Sucede que para Yrigoyen, el ejército no constituye la principal
preocupación en su gestión.
Si bien no vacila en poner a integrantes de las Fuerzas Armadas para misiones
civiles, a veces delicadas, tal como ocurrió cuando encargó a oficiales de la Marina la
explotación del petróleo en Comodoro Rivadavia, tanto él como sus colaboradores no
mezclan los poderes y se preocupan por marcar claramente la supremacía de la autoridad
civil. Entones, las Fuerzas Armadas, tienen la sensación de ser ignoradas y hasta
despreciadas por un partido y un hombre que debía mucho a los militares.
Es conocida la idea que para muchos militares, la creación de una industria de guerra
que asegure cierta autonomía a la defensa nacional, era algo necesario. De todas maneras,
Yrigoyen sólo consideró la creación de una industria de guerra como un paliativo
momentáneo para períodos de escasez. Para algunos, el presidente no tenía una
mentalidad industrial.
En enero de 1923, fue asesinado el coronel Varela, quien había tenido una
participación controvertida en los hechos de la Patagonia. Ante ese trágico suceso, los
colaboradores de Alvear vieron escondida una maniobra de los yrigoyenistas, por lo que
creen es hora de dividir las aguas partidarias. Es así que el radicalismo sufrió una
división entre “personalistas” y “anti personalistas” Lo cierto es que esta maniobra
pretendía debilitar el poderío del viejo caudillo radical, pero se descubre insuficiente. En
este punto, el proyecto de colocar bajo control federal la provincia de Buenos Aires,
animado por el ministro de guerra y el inspector general del ejército, no hace más que
caldear los ánimos del partido radical dividido.
Se manifestó, por otra parte, una campaña de militarización de la opinión pública que
estaba provista de segundas intenciones tanto políticas como militares. Pero, ya nada
podía detener el regreso del viejo caudillo radical que asomaba como candidato para las
nuevas elecciones presidenciales.
6
Rock, David, Argentina 1516-1987 Desde la colonización española hasta Alfonsín 5°ed., Buenos Aires,
Alianza, 1995.
para permitir a los oficiales cancelar sus deudas personales. Pero su reputación en el
ejército se derrumbó y a los pocos meses el régimen nacionalista se hundió. Uriburu tuvo
que fijar fecha de elecciones presidenciales, que se realizaron en noviembre de 1931
donde los radicales fueron excluidos por proscripción, la elección fue ganada por Justo.
(Rock)
10
Potash, Robert, El ejército y la política en la Argentina 1928-1945. De Yrigoyen a Perón, Buenos Aires,
Sudamericana, 1982.
Costas, gran hacendado del norte, asociado en la opinión pública con la explotación y
la marginalidad social de los trabajadores del azúcar y conocido partidario del fraude,
resumía los rasgos más irritativos del régimen. A estos antecedentes, Robustiano Costas
agrega otro y es su simpatía hacia la causa aliada y la posición de los Estados Unidos.
La decisión es fatal porque aglutina el rechazo unánime del único sector de la vida
política de obstaculizar los planes de Castillo: el ejército. El ejército, mayoritariamente
neutralista, albergaba bolsones de fuerte simpatía hacia los regímenes fascistas, no
aceptaba un futuro mandatario favorable a los aliados y con fuertes contactos con
Estados Unidos. En este marco, se produjo la Revolución de Junio.11
11
Torre, Juan Carlos, La vieja guardia sindical y perón,
12
Cuando el general Ramírez se hizo cargo del gobierno puso al frente de los
ministerios de Guerra e Interior a los generales Farrel y Gilbert, ambos cercanos al GOU.
A la vez, ciertos oficiales de la logia ocupaban cargos en distintas secretarias del
gobierno, entre quienes se destacaba Juan Domingo Perón en la Secretaria de Guerra.
En el gobierno de Ramírez se disolvieron los partidos políticos (entre ellos el
radicalismo), se implantó la enseñanza religiosa en las escuelas y se intervino la
Universidad. Casi automáticamente la oposición equiparó al gobierno con el fascismo,
esa asimilación se potenció ante la persistente y militante neutralidad ante la guerra, esa
neutralidad se tradujo en un aislamiento político, que fue acentuándose con la evolución
de la guerra a favor de la causa aliada. En un esfuerzo por salir de una situación que se
tornaba insostenible pero así mismo bajo la presión de los Estados Unidos, en enero de
1944 el presidente Ramírez decidió la ruptura de relaciones con el Eje. La decisión
provocó una fuerte conmoción dentro de la cúpula militar. Una primera consecuencia fue
el desplazamiento de Ramírez y la designación del ministro de Guerra, general Edelmiro
Farrel en la presidencia. La segunda consecuencia habría de ser la que en breve plazo
tendría el impacto mayor: el desencadenamiento de una intensa y sorda puja entre los
miembros del GOU y de la que emergería convertido en el hombre fuerte de la
Revolución Juan Perón.
Perón fue designado en la Secretaria de Trabajo, desde donde dio un fuerte impulso
al moderno Estado interventor y arbitro de las relaciones obrero-patronales. Desde allí
desarrolló una agresiva y dinámica política social. Se rodeó de algunos oficiales amigos y
convocó a los dirigentes sindicales no comunistas a colaborar, sino todos, una buena
parte de ellos participó activamente de la nueva política laboral.
La era de justicia social anunciada por el secretario de trabajo tardó algún tiempo en
traducirse en los hechos. Parecía como si las promesas de reformas no hubieran tenido
otro objetivo que el de apaciguar el frente sindical para ganar tiempo y legitimar a la
Revolución. Por lo que buscó el respaldo del partido que había sido antes de 1943, el
canal de expresión de la oposición mayoritaria a los gobiernos conservadores, el partido
radical. En particular los contactos se establecen con Amadeo Sabattini, quien es un
defensor solitario en los medios políticos del neutralismo ante la guerra. La tentativa de
Perón confirma el lugar todavía complementario que asigna al sindicalismo en esta etapa
de su carrera hacia el poder.
Ante la negativa del líder radical, Perón puso en marcha una inédita política de
apertura hacia los sectores sindicales. La represión que ejerció el gobierno provocó una
desconfianza de éstos, por lo que su primer objetivo fue establecer el diálogo con los
líderes sindicales. La formulación de una nueva política social basada en la resolución de
necesidades reiteradamente reclamadas por el movimiento obrero fue la clave de acceso
para ese buscado diálogo.
Según Ruquié Perón inauguró una nueva era en materia de política social, ya que en
su despacho recibió y escuchó a cuanto líder gremialista tocó a su puerta. La mayoría de
los proyectos legislativos laborales, propuestos por los socialista fueron puestos en
vigencia mediante decretos, situación que no fue muy bien recibida por la patronal.13
La carrera de Perón crecía aceleradamente; pronto fue nombrado Ministro de Guerra.
Al asumir la presidencia el general Farrell, designó como vicepresidente a Perón, pero
conservando este último sus tres puestos.
13
Rouquié, Alain, Poder militar y sociedad política en la Argentina II, Buenos Aires, Hispamérica, 1986,
página 40.