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Capítulo 1

El Radicalismo
1890-1966
1. LA UNIÓN CÍVICA RADICAL: FUNDACIÓN, OPOSICIÓN Y TRIUNFO
(1890-1916)

Durante un cuarto de siglo, desde su fundación hasta la primera victoria en elecciones


presidenciales en 1916, la Unión Cívica Radical (UCR) fue el principal partido de la
oposición en la Argentina. En su accionar como fuerza opositora, tuvo un rol protagónico
en la política nacional, ya que desafió el orden ideológico y político acuñado desde 1880,
y contribuyó a sentar las bases de un nuevo sistema de partidos marcado por el
antagonismo entre gobierno y oposición.
Nacida formalmente en 1891, la UCR se organizó con el objetivo de revertir los
cambios introducidos por las administraciones del ochenta. Su principal enemigo fue el
Partido Autonomista Nacional (PAN), la coalición política que dominó el período. Para
combatirlo, la UCR empleó todos los métodos a su alcance: una fuerte organización
partidaria, un discurso público ferviente, las armas, el voto, las alianzas, la abstención
electoral y, finalmente, la competencia en los comicios luego de la reforma de 1912.
Pero, ¿qué sucedía en el país entonces? Hacia 1880 se habían podido sortear diversas
problemáticas que imperaban en la agenda del gobierno. Entre otras, se había declarado a
Buenos Aires capital de la Nación, el problema del indio en las regiones del sur se había
controlado, lo que significó que se iniciara un proceso de doblamiento de la Patagonia,
como así también las regiones boscosas del noreste. En los años siguientes se fueron
liquidando problemas limítrofes pendientes con los vecinos, permitiendo, de este modo,
que el estado nacional adquiriera su fisonomía definitiva. No se puede dejar de mencionar
el crecimiento de la red ferroviaria, la remodelación del puerto, el acento puesto en el
tema de la educación, como así también algunos síntomas de la crisis relacionados con la
desequilibrada situación externa. En medio de esta realidad, aparece un sistema político
restringido, autoritario y orientado a maximizar los beneficios de un grupo de familias
cuyos negocios se relacionaban con el rol de país exportador de materias primas, que en el
mercado mundial, le toco jugar a la Argentina. En este contexto se dio origen a diferentes
reclamos de sectores populares que prácticamente eran ignorados por el Estado y sus
gobernantes, por ejemplo los reclamos pro la modificación del sistema político. Esto
permitió la proliferación de diferentes grupos e ideas políticas, como ser el socialismo, el
anarquismo, el sindicalismo revolucionario, entre otras. La Unión Cívica surgió de entre
estos movimientos.

1.1 Gobierno y oposición durante la crisis de 1890


Entre julio y agosto de 1889 una serie de reuniones tuvo lugar regularmente en la
casa de Aristóbulo del Valle en la avenida Alvear, donde se discutió la posibilidad de
organizar un partido de oposición que le hiciera frente al PAN. Los participantes de estas
charlas eran los mismos que habían unido sus debilitadas fuerzas políticas en una
coalición denominada Partidos Unidos en 1886, compuesta por mitristas, seguidores de
Bartolomé Mitre católicos, ex republicanos y bernardistas, de acuerdo a las ideas de
Bernardo de Irigoyen. Siendo imposible evitar que Miguel Juárez Celmán se convirtiera
en presidente, el rol de Partidos Unidos se había reducido a ejercer una oposición
simbólica al candidato del PAN: tres años más tarde sus principales miembros,
reanudaban sus esfuerzos en pos de un objetivo común: revertir el cambio en la geografía
política que había tenido lugar durante la década del ochenta, en el cual los viejos
partidos porteños estaban declinando. Desde 1880, el PAN era prácticamente invencible
en las contiendas electorales y era seguro que se alzaría con el triunfo en la próxima
elección. Además, Juárez Celmán anunciaba a gritos desde 1889 que ya tenía elegido
sucesor: su viejo amigo, también cordobés, Ramón J. Cárcano.
No obstante, al tiempo que las reuniones en lo Del Valle agonizaban, una serie de
procesos y circunstancias se combinaban para alterar el curso de los acontecimientos y
crear un clima favorable para la organización de una oposición. La Argentina se arrimaba
al borde de la más aguda crisis económica que el país experimentaría en la segunda mitad
del siglo XIX. Un grupo de estudiantes universitarios expresó públicamente su lealtad
incondicional al Presidente. El evento inspiró a Francisco Barroetaveña, joven abogado
que había participado en las reuniones en casa de Del Valle, a publicar en la Nación:
“¡Tu quoque juventud! En tropel al éxito”, un artículo condenatorio de la juventud
juarista y el Presidente. El texto fue el motivador que unió a la oposición universitaria en
una organización llamada Unión Cívica de la Juventud (UCJ), cuya primera medida fue
convocar un acto público de oposición a Juárez Celmán en el Jardín Florida el 1º de
Septiembre de 1889.
No; una cosa sería organizar clubes de jóvenes en la capital y en las demás ciudades
importantes de la República y después de constituir una potencia, pactar alianzas con el
poder, bajo condiciones que garantieran reformas y mejoras favorables al país; y otra
muy distinta formar un club de jóvenes y ofrecer una adhesión incondicional al jefe de
Estado.
Francisco Barroetaveña, “¡tu quoque juventud! En tropel al éxito”,
La Nación, 20 de agosto de 1889.

Farncisco Barroetaveña fue el vínculo entre la UCJ y los políticos de más trayectoria
que participaban en las reuniones de la avenida Alvear. Si se investía a la nueva
agrupación con una imagen de iniciativa independiente y espontánea de un gripo de
jóvenes, podría quizá ser superado el viejo problema de la conducción del partido y de
los candidatos. Aristóbulo del Valle y su socio Mariano Demaría se encargaron de
convencer a los políticos de mayor prominencia de unirse a la iniciativa de los jóvenes y,
para el acto del 1º de septiembre en el jardín florida, la UCJ había recibido las adhesiones
de Mitre, Irigoyen, Vicente Fidel López y Leandro Alem. Este último se había alejado de
la política en 1880, y este acto marcaba su retorno a la vida pública.
Las conversaciones entre los miembros mayores de la UCJ se intensificaron, en un
intento de definir a la nueva asociación. Para diciembre, las reticencias de unos fueron
vencidas por el entusiasmo de otros y se acordó formalmente poner en marcha una
organización política basada en la iniciativa de la UCJ. Se decidió que Alem presidiría la
nueva organización, ahora rebautizada Unión Cívica (UC), se abrieron comités para
recibir adhesiones y se planificó un acto inaugural de la agrupación para el 13 de abril de
1890. No obstante, la UC no fue una agrupación política con fines electorales, su
objetivo fue agitar a la opinión pública contra el gobierno, pero no alentó a los
ciudadanos a acudir a las urnas, no tomó parte en las elecciones para el Congreso de
febrero de 1890, sus dirigentes no se plantearon una estrategia para la elección
presidencial de 1892, no presentaron los acostumbrados programas partidarios, y no se
discutieron los liderazgos o candidaturas.

1.2 Aires de Revolución


La UC no fue organizada como un partido político, sino como una cortina de humo
para la preparación de una revolución para derrocar al presidente, acordado por sus
líderes en diciembre de 1889. Para ese entonces los contactos con el ejército ya se habían
iniciados. El general Manuel Campos había aceptado ser el jefe militar del alzamiento y
Leandro Alem su jefe civil. No había planes para que la UC continuara existiendo una
vez que su propósito se hubiera concretado, con el triunfo de la revolución, un gobierno
provisional llamaría luego de tres meses a elecciones generales. Los planes
revolucionarios se aceleraron luego del éxito del acto de inauguración del 13 de abril de
1890. Después del acto, Bartolomé Mitre, la figura de más renombre dentro de la
oposición, partió rumbo a Europa dejando la organización de la revolución en manos de
Alem y Manuel Campos, y de una Junta Revolucionaria compuesta por Alem, Del Valle,
Mariano Demaría, Miguel Goyena, Juan José Romero, Lucio López, José María Cantilo,
Hipólito Yrigoyen, Manuel Ocampo, el general Domingo Viejobueno y los coroneles
Julio Figueroa y Martín Irigoyen. Más de mil efectivos y una escuadra rebelde de siete
barcos componían las fuerzas con las que contaba la UC. Comparados con los cuatro mil
soldados del gobierno, los rebeldes no representaban una gran amenaza. No obstante, los
revolucionarios estaban convencidos que contingentes de civiles se unirían
espontáneamente a la insurrección. Se acordó desde el comienzo que la revolución se
limitaría a Buenos Aires.

El movimiento revolucionario de este día, no es la obra de un partido político.


Esencialmente popular e impersonal, no obedece ni responde a las ambiciones de
círculo u hombre público alguno. No derrocamos al gobierno para separar hombres y
sustituirlos en el mando; lo derrocamos porque no existe en la forma constitucional, lo
derrocamos para devolverlo al pueblo a fin de que el pueblo lo reconstituya sobre la
base de la voluntad nacional y con la dignidad de otros tiempos, destruyendo esta
ominosa oligarquía de advenedizos que ha deshonrado ante propios y extraños las
instituciones de la República.

“Manifiesto Revolucionario de 1890”, reimpreso en Mensaje y destino,


Buenos Aires, 1946, vol. VII, p. 48
Mientras la UC se aprestaba a finalizar los preparativos revolucionarios, el Presidente
recibía desde abril reiteradas advertencias de miembros del gabinete que se estaba
preparando una revolución. Pero nadie logró convencerlo, Juárez Celmán subestimaba a
la oposición. Sólo a mediados de julio una filtración convenció al Presidente de la
existencia del peligro, y en una reunión de gabinete se tomaron medidas.
La revolución de julio consistió en cuatro días de combate donde los rebeldes fueron
vencidos. A pesar del triunfo del gobierno nacional, Juárez Celmán se vio obligado a
renunciar el 6 de agosto. Estos acontecimientos abrieron un período de incertidumbre en
el panorama político ya que, terminada una década de holgada dominación del PAN, la
escena política se fragmentaba.
La renuncia de Juárez Celmán convirtió la derrota militar de la UC en un triunfo
político. Pero pronto se acentuaron las disputas interna dentro de la UC. En efecto, Luego
de la revolución, las distintas facciones de la UC comenzaron a expresar diversas lecturas
sobre la situación política. Para el sector mitrista, el resultado de la revolución había sido
altamente satisfactorio y pronto saborearon algunos beneficios de la nueva prominencia
de la UC. Pero pronto quedó claro que el resto de la UC tomaba actitudes distintas.
Aristóbulo del Valle opinaba que la UC debía mantener su papel opositor. A su entender
debía sacar provecho de la popularidad ganada tras la renuncia de Juárez Celmán y
convertirse en un partido político bien organizado que genuinamente pudiese competir
contra el PAN. Leandro Alem, por su lado, adoptó un punto de vista más extremo.
Continuaba siendo el presidente de la UC y después de la revolución había ganado gran
popularidad. El disenso dentro de la UC se manifestó en las contradictorias actitudes
públicas que emergieron de sus principales miembros. Mientras Alem y sus seguidores
iniciaron una acerba campaña contra el gobierno organizando una serie de actos públicos
en los que manifestaban que no descartarían el uso de la violencia, La Nación publicaba
editoriales a favor del nuevo gabinete, mientras que Mitre desde Europa declaraba que la
revolución de julio había sido meramente una protesta contra la desorganización de las
finanzas del país, que el actual gobierno era representativo y que gozaba del pleno apoyo
del pueblo. Dentro de la UC las discrepancias se tradujeron en luchas internas por
apoderarse de su dirección. Los mitristas intentaron sin éxito desbancar a Alem de la
presidencia del partido, y mitristas, alemnistas y partidarios de Bernardo de Irigoyen se
agolparon a formar alianzas en nombre de la UC con grupos provinciales que emergieron
con gran rapidez y reclamaban unirse a la nueva agrupación para formar una
organización nacional.
Cuando luego de la revolución de julio la UC se aprestaba a reorganizar sus filas, se
decidió copiar el modelo norteamericano de organización partidaria de comités y
convenciones. El modelo no sólo ofrecía una solución para elegir candidatos partidarios
dentro de una organización con grietas internas y con una variedad de liderazgos, sino
que además respondía a la creencia ampliamente compartida de que era tiempo de
legitimar las prácticas políticas en la Argentina y de romper con la tradición de partidos
personalizados.

1.3 Nace la Unión Cívica Radical


En septiembre de 1890 la UC aprobó una Carta Orgánica que establecía que la
selección de los candidatos partidarios comenzaría en convenciones seccionales, para
pasar luego por convenciones por circunscripción y por provincia hasta llegar a una
Convención Nacional. A su vez, la nueva estructura contaría con un sistema de comités
(nacionales, provinciales, de circunscripción y sección) encargados de la administración
cotidiana del partido.
La primera y última Convención Nacional de la UC tuvo lugar en Rosario el 15 de
enero de 1891, para la elección de candidatos presidenciales para los comicios de abril de
1892. Luego de vencer fuertes resistencias internas fue aprobada la fórmula Mitre-
Irigoyen. Sin embargo, al mismo que era elegido candidato, Mitre, todavía en Europa,
contemplaba otras opciones. Retornó al país el 18 de marzo de 1891, y dos días después
anunció públicamente que él y Roca habían celebrado un acuerdo por el cual la UC y el
PAN se presentarían juntos en la próxima elección presidencial.
Apenas fue públicamente sellado el acuerdo comenzó a encontrar dificultades. En
mayo Alem rompió con Mitre y en junio la UC se dividió definitivamente en dos grupos
distintos: los “antiacuerdistas”, pronto conocidos como radicales, y los “acuerdistas” que
formaron la Unión Cívica Nacional (UCN). La ruptura fue definitiva (Manifiesto del
comité nacional julio 1891, ver anexo 1). Los radicales liderados por Alem y Bernardo de
Irigoyen, organizaron su propia convención partidaria en agosto y eligieron la fórmula
presidencial Irigoyen-Garro. Inicialmente los radicales conformaron el grupo minoritario
de la vieja organización: la mayoría de los comités locales en la ciudad y provincia de
Buenos Aires se unió a la UCN. En el interior del país, los radicales tenían el apoyo de
importantes facciones en Mendoza, Catamarca y Córdoba, y de grupos menores en
Tucumán, San Luis y Santa Fe.
Dentro del PAN el acuerdo también provocó resistencias sobre las reparticiones de
los espacios del poder con la UC; los roquistas se resistían a compartir puestos en las
administraciones públicas con sus antiguos rivales. En las filas del Ejército tampoco se
vio de buen grado que se realizara una alianza política con los grupos que se habían
insurreccionado menos de un año atrás. En octubre, Roca y Mitre abandonaron el
acuerdo, mientras que El 18 de diciembre, un grupo de ex juaristas que se hacían llamar
“modernistas”, lanzó la fórmula Roque Sáenz Peña-Manuel Pizarro para la próxima
elección presidencial. Miembros activos del grupo modernista eran Paul Groussac,
Roque Sáenz Peña, Miguel Cané y el ex mitrista Lucio López, y contaban con el apoyo
de las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Córdoba, Santiago
del Estero, Catamarca, Jujuy y Salta.
Mitre y Roca reaccionaron de inmediato restaurando su acuerdo original. Los
radicales fueron invitados a unirse a la alianza pero rechazaron la oferta. Sin embargo, el
nuevo acuerdo era insuficiente para detener a los modernistas, Roca y Pellegrini jugaron
una última carta: a menos de dos meses de las elecciones le ofrecieron a Luis Sáenz Peña,
el padre del candidato de los modernistas, la candidatura presidencial. El padre aceptó y
el hijo retiró su candidatura. La apelación al respeto filial neutralizó a los modernistas;
Luis Sáenz peña fue elegido presidente en abril de 1892.
Las elecciones fueron llevadas a cabo en una atmósfera de gran tensión. Pocos días
antes de la fecha de los comicios, el presidente Pellegrini declaró el estado de sitio y
ordenó el arresto de los miembros de la UCR de la capital y de las provincias, incluyendo
a Alem.
Los radicales se declararon inocentes y ante las medidas de represión adoptadas por
el gobierno, se abstuvieron de participar en las elecciones. Cuando luego de las
elecciones Pellegrini tuvo que defender ante el Congreso su política de seguridad, sus
argumentos fueron débiles y el sentimiento generalizado fue que el gobierno había
exagerado el peligro, ejerciendo una dureza innecesaria hacia los radicales. Ante el
público, el episodio que rodeó a la elección de Luis Sáenz Peña tornó al partido radical
en víctima de un complot gubernamental y le propició a la UCR sólidas bases para
cuestionar la legitimidad del presidente Luis Sáenz peña.

1.4 Los dirigentes


Cuando luego de la elección se levantó el estado de sitio, los líderes radicales
comenzaron a reorganizar sus filas. El adjetivo de “radicales” les fue brindado por sus
adversarios quienes los acusaban de extremistas e intransigentes. La UCR argumentaba
que su único propósito era pedir lo elemental en materia de libertad y garantías
electorales.
Durante su etapa fundacional de la UCR que recorre los años entre 1891-1897, sus
principales líderes fueron los presidentes del partido Leandro Alem y Bernardo de
Irigoyen. La personalidad de Alem marcó profundamente al radicalismo de los años
noventa y su pasión política le imprimió a la conducción un aura moral y a su partido una
misión: la restauración de la república. Alem era de profesión abogado y su padre había
sido partidario de Rosas. Sus primeros pasos en la política habían sido en el
autonomismo de Adolfo Alsina y en el Partido Republicano. En 1880 Alem se retiró de
la vida pública para regresar en 1889 al frente de la UC.
Por su parte, Bernardo de Irigoyen pertenecía a una familia tradicional de Buenos
Aires, tenía una sólida educación, disfrutaba de una gran fortuna, y había hecho una
importante carrera política. Alem e Irigoyen diferían mucho en estilo. Alem gozaba de
los actos públicos multitudinarios, le gustaba la confrontación y los absolutos, su
obsesión por la vida política consumía su vida, y su mundo estaba tajantemente dividido
entre amigos y enemigos. Irigoyen, en cambio, era de modales aprendidos, tenía un
aspecto conservador, mantenía relaciones de amistad o diálogo fluido con miembros de
todo el espectro político, y se había mostrado igualmente cómodo en el Partido
Autonomista, en las administraciones de Avellaneda y Roca, en el PAN, en los Partidos
Unidos, en la UC y ahora en la UCR. Sin embargo Irigoyen se convirtió durante los
noventa en un opositor al PAN.
En cuanto a los demás dirigentes de la UCR, la integración del Comité Nacional del
partido en 1892 muestra una composición poco homogénea. Todos sus integrantes eran
profesionales; los más eran abogados, terratenientes o periodistas, y había además un
historiador (Adolfo Saldías), un periodista de La Prensa (Ramiro Lupo) y un novelista y
empresario teatral (Enrique Onrubia). La heterogeneidad dentro de su dirección se daba
más bien en las distintas trayectorias políticas de sus integrantes, entre los que se
contaban miembros que habían pertenecido al Partido Autonomista, Partidos Unidos, el
PAN, al juarismo y a la Unión Católica. Existía también una importante diferencia
generacional, con igual proporción de hombres de cuarenta, de treinta y de veinte años.
Uno de los rasgos más sobresalientes del Comité Nacional de la UCR era la falta de
experiencia política de la mayoría de sus miembros. Casi todas las figuras sobresalientes
de la UC original se habían alineado con Mitre, mientras que los más jóvenes y los recién
llegados a la política se habían convertido en radicales.
Una vez fundada la UCR, su campaña contra la situación política posjuarista, su
rechazo a todo acuerdo con al PAN y su defensa del uso de la violencia como recurso
legítimo para derrocar al gobierno, invistieron a los radicales de un identidad política
distintiva que se mantuvo a lo largo de la década del noventa.

1.5 Las palabras


A través de su diario El Argentino los radicales articularon un discurso de rechazo a
los cambios institucionales, políticos, económicos e ideológicos que habían tenido lugar
durante las administraciones de Roca y Juárez Celmán. Para ellos, el PAN no era más
que una “oligarquía de advenedizos”1 que habían irrumpido en la escena política del país,
“adueñándose de la autoridad como si fuera propiedad exclusiva, y de los dineros
públicos como si fuera propiedad de nadie”2. Los radicales acusaban al gobierno de
corromper las instituciones del país; la palabra corrupción entendida como un estado de
general de decadencia o de degeneración moral, fue un constante de su retórica. Las
administraciones de la década del ochenta eran culpadas de haber quebrado las
tradiciones políticas del país y de haber arrasado con sus instituciones.
Esta tradición había sido fundada en la Constitución de 1853 y consolidada durante
las décadas del sesenta y setenta cuando, según los radicales, el país había disfrutado de

1
“Manifiesto revolucionario de 1890” .Citado por Lobato Miriam en El Proyecto, la modernización
y sus límites (1880-1916).Colección Nueva Historia Argentina. Buenos Aires, Sudamericana,
2000.
2
El Argentino, 7 de agosto de 1893. Citado por Lobato Miriam en El Proyecto, la modernización
y sus límites (1880-1916).colección Nueva Historia Argentina. Buenos Aires, Sudamericana,
2000.
una sana competencia de los partidos políticos y los ciudadanos participaban activamente
en la vida pública. Según la UCR, esta tradición política se había visto interrumpida en el
ochenta con la llegada del PAN al poder. Gracias al éxito de su coalición nacional, el
PAN había impuesto en el país un nuevo sistema político e institucional que resultó en
“la supresión de la lucha,… la paz sin libertad,… la muerte del civismo”. 3
El PAN era acusado de imponer en el país “nuevas teorías y doctrinas malsanas”.
Para los radicales sólo la competencia sana de los partidos políticos podía mantener la
vida cívica de los ciudadanos, y sólo a través del ejercicio de la virtud cívica los hombres
podían gozar de libertad.
Las dos administraciones del PAN eran acusadas de haber corrompido los principios
de gobierno establecidos en la carta constitucional de 1853. La concentración de poder en
el Ejecutivo nacional que había tenido lugar durante la década del ochenta había
desvirtuado el principio de división de poderes. El Poder Legislativo no sólo se había
debilitado frente a la expansión del poder presidencial, sino que también se había visto
afectado en su composición como consecuencia de la intervención del Poder Ejecutivo en
las situaciones provinciales y de su capacidad para manipular las elecciones. El fraude
electoral, atentaba contra el principio de representación política y contra la legitimidad de
los gobernadores. Éstos, al no ser elegidos por el voto del pueblo, necesitaban para
mantenerse en el poder el apoyo moral y material del Presidente. A su vez, el sistema
federal también se había visto desvirtuado por las injerencias del Presidente en los
asuntos provinciales y por la consolidación del PAN como partido nacional.
Más significativo aún, los radicales creían firmemente que su diagnóstico de la
situación del país justificaba el uso de la revolución para derrocar al gobierno. Es
necesario enfatizar que el término revolución empleado por el partido radical en los años
era empleado para designar restauración, es decir, el legítimo uso de la violencia para
retornar al viejo orden, la restauración de las costumbres y de la constitución. En este
sentido, el término revolución no implicaba la construcción de un nuevo orden, sino el
mero acto de liberación de un gobierno ilegítimo que se había extralimitado en sus
funciones. Una y otra vez, los radicales declaraban que su intención no era la de innovar

3
“Manifiesto del 2 de julio de 1891”. Citado en Clementi, Hebe. El radicalismo. Trayectoria
política. Hypamérica. Buenos Aires .1983. Página 95
o reformar las instituciones existentes. Su objetivo se reduce a obtener el
restablecimiento de las instituciones sin pedir una reforma de ninguna de ellas.
El tan deseado orden defendido por el PAN era visto por los radicales como el
quietismo de la servidumbre; el principio del orden, decían, era una idea noble pero
explotada por todos los tiranos de pequeña o mediana talla para permitir a los miembros
del gobierno disfrutar tranquilos de sus ahorros mal habidos. Para la UCR, los principios
de orden y progreso eran una muestra más del decaimiento que el país había sufrido
durante los gobiernos del PAN. El dinero y el lujo habían sido utilizados para corromper
el sistema político y adormecer el sentido de virtud cívica de los argentinos.
Desde sus respectivos periódicos y desde sus bancas en el Congreso Nacional,
radicales y autonomistas se enfrentaron en un debate público sobre la legitimidad del
acto revolucionario que dominó el primer quinquenio de la década del noventa. Dicho
debate no sólo colocó a la UCR y al PAN, sino que aisló a la UCR de otros partidos
políticos o facciones que en varios momentos también se opusieron al gobierno. El
discurso radical le dio al partido una idiosincrancia distintiva y dividió marcadamente las
aguas entre gobierno y oposición, definiendo el espectro político de estos años.

1.6 Las armas


La presidencia de Sáenz Peña fue la más inestable administración que el país
experimentó en la segunda mitad del siglo XIX. En sus casi 27 meses de ejercicio,
gobernó doce gabinetes diferentes, tuvo que reprimir una seguidilla de revoluciones,
recurrió a ocho intervenciones federales e impuso el estado de sitio durante varios meses.
La inestabilidad de la administración colapsó el acuerdo Roca-Mitre que había hecho
posible la elección del Presidente. El acuerdo se disolvió en octubre de 1892, pocos días
antes de que asumiera Sáenz Peña, dejándolo sin base política. El Presidente trató de
gobernar con el apoyo de personalidades de diferente contextura política. Su carácter
impredecible alentó a una intensa competencia entre los partidos políticos ya que todos
se mostraban ansiosos por una oportunidad de ejercer el poder. En julio de 1893, Sáenz
Peña le pidió a Aristóbulo del Valle, uno de los organizadores de la UC y líderes de la
revolución de 1890, que formara su nuevo gabinete. Una vez en el Ministerio de Guerra,
Del Valle demostró su determinación de arremeter contra los pilares en los que se había
basado el gobierno de Juárez Celman: las armas y las finanzas.
El nuevo gabinete da Del Valle y sus primeras medidas fueron determinantes para los
planes que el partido radical había venido desarrollando desde que se levantaron las
medidas de seguridad impuestas poco antes de la elección de Sáenz Peña. En noviembre
de 1892, la UCR había llamado a una Convención Nacional, al fin de la jornada
Bernardo de Irigoyen dio a conocer que se había decidido no reconocer la legitimidad del
presidente Sáenz Peña; que el partido mantenía los mismos principios y que seguía
defendiendo la legitimidad de la acción revolucionaria. El anuncio significaba una
declaración de guerra al actual gobierno. Las revoluciones radicales estallaron
simultáneamente en las provincias de Santa Fe, San Luis y Buenos Aires, en los últimos
días de julio de 1893.
Estas tres revoluciones fueron exitosas y por unos días las tres provincias quedaron al
mando de gobiernos provisionales radicales. Del Valle se vió obligado a renunciar, y el
Congreso aprobó las intervenciones federales en las dichas provincias. Luis Sáenz Peña
reemplazó el gabinete de Del Valle por Manuel Quintana, quien actuó con rapidez y
firmeza, convocando a la Guardia Nacional y colocando al país bajo estado de sitio.
No obstante, las duras medidas de Quintana no disuadieron a los radicales de
planificar y llevar adelante una nueva serie de alzamientos. Los planes para una
revolución de alcance nacional fueron madurando durante el mes de agosto, aunque
finalmente sólo estallaron insurrecciones locales en Corrientes, Tucumán y Santa Fe.
Las revoluciones de 1893 tuvieron consecuencias significativas. En el plano de la
política nacional, aceleraron la restauración del poder de Roca ya que los temores de un
colapso total del orden constitucional hicieron que roquistas y modernistas se
reunificaran para recuperar la supremacía en cuestiones de Estado. Para los radicales en
particular, las consecuencias fueron inesperadas y mixtas. La popularidad del partido se
incrementó. La firme política que Quintana desplegó contra los revolucionarios, le
imprimieron a la UCR el carácter de víctima de una persecución del gobierno que tuvo
como resultado el de aumentar el número de simpatizantes. La UCR ganó las elecciones
legislativas de 1894 en la ciudad de Buenos Aires y en la provincia, con lo cual logró por
primera vez una significativa representación en el Congreso.
1.7 El poder de los votos
El partido radical participó regularmente en las elecciones a lo largo de la década del
noventa en la ciudad y en la provincia de Buenos Aires, teniendo una trayectoria
electoral exitosa. En 1892 se alzó con más del 49% de los votos, para sobrepasar el 50%
en 1894. Sin embargo la actuación electoral del partido declinó en 1898, la última
elección en que el partido radical participaría hasta la reforma de 1912.
En cuanto a la base social del electorado de la UCR en la ciudad de Buenos Aires, la
escasa evidencia muestra que el partido no conquistó el apoyo de los sectores menos
calificados de la sociedad, ni tuvo apoyo en las zonas menos prósperas de la ciudad. En
elecciones donde la mayoría de los votantes eran alfabetizados y donde todos los sectores
sociales participaban en los comicios, el apoyo electoral de la UCR parecieran provenir
principalmente de los sectores medios y altos.

1.8 La oposición parlamentaria


El contenido de los proyectos radicales revela un tema recurrente: apuntaban a
restringir los instrumentos institucionales que podían ser empleados por el gobierno
nacional con fines políticos. Este era el objetivo detrás de las propuestas para una mayor
regulación de las intervenciones federales; para remover al ejército nacional de las
provincias y estacionarlo en las fronteras en épocas de paz; para retirar los procesos a los
soldados implicados en levantamientos de la jurisdicción de las cortes militares y
colocarlos bajo jurisdicción civil; para mejorar el control de las inscripciones en los
padrones electorales; y para impedir que los miembros del Congreso ocuparan
simultáneamente algún otro cargo dentro del Poder Ejecutivo nacional.
La única propuesta introducida por los radicales que recibió aprobación final del
congreso fue un proyecto de Leandro Alem para enmendar la Ley electoral vigente. El
proyecto se trataba sólo de una reforma temporal para agilizar el procedimiento de la
votación.
Luego de la derrota en las revoluciones de 1893, los radicales desviaron el foco de su
propaganda partidaria del ámbito institucional y político para concentrarse en lo
económico. Así el PAN y la UCR debatieron a lo largo de 1894 sus respectivas posturas
proteccionistas y librecambistas respectivamente.
Según los radicales, la Constitución Nacional establecía tarifas aduaneras para
proveer de ingresos al Estado, pero no podían aplicarse con el fin de proteger la industria
nacional. El PAN sostenía, en cambio, que la Constitución explícitamente incluía entre
los fines del Estado la promoción de la industria nacional y, por lo tanto los impuestos
aduaneros podían emplearse para cubrir dicho objetivo. Los radicales señalaban que
desde la independencia, el país había gozado de una tradición de liberalismo económico;
el PAN, por su lado, apuntaba que el reciente crecimiento económico era gracias a
medidas proteccionistas adoptadas. Y mientras los radicales señalaban los ejemplos de
Inglaterra, Estados Unidos y Francia; el PAN argumentaba que esos países sólo habían
reducido sus tarifas aduaneras después de muchos años de proteger sus industrias
nacionales.
En la primavera de 1894, el Congreso fue escenario de una incidente entre el PAN y
la UCR que atrajo tanta o más la atención que el debate sobre la política económica del
país. Se dio en el Senado donde se enfrentaron Bernardo de Irigoyen y Manuel Quintana.
Irigoyen solicitó una interpelación al ministro para que explicase a la Cámara las
políticas de seguridad adoptadas en octubre de 1893 y mantenidas a lo largo de 1894
cuando el país aya había recuperado la paz. La opinión pública se inclinó decididamente
en contra del ministro, y tuvo que renunciar. Arrastrado por la crisis resultante, el
presidente Sáenz Peña también presentó la renuncia.

1.9 Surgen las alianzas


Si bien la UCR había inicialmente sobrevivido a sus derrotas revolucionarias de 1893
y el partido había disfrutado del apogeo de su desempeño electoral de 1894, desde fines
de este año entró en franca decadencia. Esta situación era en gran medida producto del
dilema en que se encontraban sus dirigentes. La UCR se dividió internamente entre los
que privilegiaban un cambio en la naturaleza del partido, aspirando a que se abocara por
completo a la competencia electoral y terminara con la retórica virulenta y el uso de
armas; y los que se resistían a modificar los principios que habían dado vida a la
organización.
La nueva línea moderada que el partido esgrimió a partir de 1894 colocó a los
sectores radicales del interior en una posición difícil; muchos provincianos ahora se
sentían traicionados por el giro que había tomado el partido. La UCR había sido creada
como un partido intransigente que no pactaba acuerdos. Mientras que ganar espacios
públicos a través de la competencia electoral era una estrategia factible en la Capital y en
la provincia de Buenos aires, en el resto del país las revoluciones seguían siendo el
camino que ofrecía mayores posibilidades para que el partido radical pudiera acceder al
poder. Las ramas provinciales, sin embargo, no podían continuar una línea revolucionaria
sin el apoyo militar, financiero y logístico de la UCR de la Capital o del Comité
Nacional. Decepcionados por la nueva política adoptada, muchos grupos provinciales
fueron gradualmente abandonando las viejas banderas y pactaron acuerdos con los
partidos rivales en sus provincias a pesar de las directivas del Comité Nacional.
Sólo en la Capital Federal y en la provincia de Buenos Aires la UCR continuó siendo
un partido de oposición independiente y relativamente fuerte. La UCR porteña
experimentaba fuertes dificultades financieras. Alem se vio obligado a ejercer su
profesión de abogado. El Argentino fue cerrado a mediados de marzo de 1896, cuando el
partido ya no pudo seguir financiando su impresión.
En contraste con la agonía gradual de la UCR de la Capital, la UCR de la provincia
de Buenos Aires con la conducción de Hipólito Irigoyen (1852-1933), presentaba un
cuadro notablemente diferente. Hijo de un inmigrante vasco (Martín Irigoyen) y de una
hermana de Alem, Yrigoyen había participado en su juventud en el autonomismo,
uniéndose a la UC en 1890. Luego de un rol menor en la revolución de julio y de que
Luis Saenz Peña abandonara la dirección de la UC en la provincia de Buenos Aires,
Yrigoyen tomó a su cargo la dirección del partido en la provincia en 1891, después de la
división de la UC. Su capacidad organizativa quedo demostrada con el impresionante
despliegue de la revolución de 1893, y luego confirmada con el exitoso desempeño
electoral del radicalismo bonaerense a partir de 1894. Manejaba los asuntos partidarios
en la provincia con completa independencia del comité nacional y del mismo Alem. Su
popularidad y relevancia a nivel nacional se acrecentó a la par que crecía la atención
pública en la política bonaerense.
Los miembros de la UCR porteña aspiraban a reorganizarse bajo los mismos
principios intransigentes y revolucionarios que le habían dado al partido su sello original.
Los dirigentes de la provincia pretendían que la UCR adoptase una política más
moderadas y flexible, y que incluso estableciera relaciones con otros partidos políticos.
El conflicto entre los dos sectores del partido demoró su organización, alentó la falta de
definición partidaria que la UCR experimentaba desde finales de 1893 y produjo el
alejamiento de muchos simpatizantes y militantes.
El 1º de julio de 1896, decepcionado y agobiado por las deudas Leandro Alem se
quitó la vida pegándose un tiro. No dejó tras sí un heredero para reemplazarlo en la
presidencia del partido y su desaparición acentuó las rivalidades existentes entre los
radicales de la Capital y de Buenos Aires.
Las tensiones internas se crisparon durante un conflicto desarrollado desde principios
de 1897 y que en septiembre terminó fracturando irremediablemente al partido. La
secuencia de hechos fue la siguiente: una convención partidaria designó a Bernardo de
Irigoyen presidente de la UCR, sustentado por el grupo alemnista. Irigoyen anunció la
celebración de un acuerdo con la UCN para que ambos partidos concurrieran con la
fórmula UCR-UCN a las elecciones presidenciales y de la provincia de Buenos Aires.
Frente a este anuncio la reacción de Hipólito Yrigoyen no se hizo esperar. Cuando se
aprobó el acuerdo, los yrigoyenistas fueron expulsados del partido y el acuerdo quedó en
la nada; pero sin mayoría Bernardo de Irigoyen asumió la gobernación.
Las dos facciones de la UCR nunca se reunificaron y la ruptura del partido radical en
1897 marca el fin del período fundacional del partido.

1.10 Nuevos aires para la UCR


Durante las primeras dos décadas del siglo XX, la escena política nacional cambió
velozmente. La supervivencia del partido radical en esta época, fue principalmente obra
de Hipólito Yrigoyen y de su círculo. Este fue el único sector del viejo partido que
mantuvo su nombre y reclamó el título de heredero de la UICR original. La
reorganización partidaria comenzó el 26 de julio de 1903 con un acto conmemorativo de
la revolución de 1890 ante un público de 50.000 personas. Los siguientes pasos fueron la
organización de un Comité de la Capital en septiembre y de un Comité Nacional en
febrero de 1904.
Para la reorganización del partido Yrigoyen acudió a la simbología partidaria de la
UCR original. En esta reconstrucción partidaria también acudió a la revolución, otro de
los hitos sagrados de la UCR original: la figura de Alem, la revolución de julio de 1890,
la estructura partidaria, las convenciones y la revolución. Planeadas a lo largo de 1904,
las nuevas revoluciones radicales estallaron finalmente el 4 de febrero de 1905 en
Buenos Aires, Rosario, Córdoba y Mendoza. Todas ellas fueron levantamientos cívico-
militares con diferentes grados de injerencias civiles y militares según cada movimiento.
Aunque las revoluciones de febrero de 1905 fueron derrocadas, dieron un nuevo
impulso a la reorganización del partido. La UCR no participó de manera activa en la
política del país hasta 1912, pero sus dirigentes construyeron una estructura partidaria
organizada en comités provinciales, capitalino y nacional. Si bien estos organismos se
reunían con escasa regularidad, le daban al partido la imagen pública de ser una
agrupación organizada que, deliberadamente, elegía la abstención política. Además
también supo emplear la simbología partidaria para darle a su organización una imagen
de continuidad con la agrupación inicial y disimular las tensiones que habían existido
durante los noventa entre tío y sobrino. Sin embargo, la UCR de Yrigoyen presentaba
algunos rasgos novedosos. Uno de ellos fue el estilo de liderazgo que ejerció (primero en
su partido y luego en la presidencia). A diferencia de su tío, Yrigoyen evitaba el acto
público y los discursos, y sus palabras eran etéreas en relación a las fogosas palabras de
Alem. Del mismo modo el caudillo radical demostró mejores condiciones para la
organización partidaria y el control sobre el mismo. La confrontación abierta, la retórica
vociferante, el acto público multitudinario y los discursos de la década de 1890 fueron
reemplazados por la dirección silenciosa, el lenguaje vago y el férreo control que ejerció
Yrigoyen sobre la organización partidaria, y por los que recibió los motes del “general” y
el “peludo”.
Los manifiestos y proclamas de la UCR Yrigoyenista también evidenciaron un nuevo
lenguaje y contenido. El discurso regeneracionista de la UCR de los años 90, poco a poco
fue desdibujado primero y desplazado después por nuevos lenguajes, reivindicaciones y
contenidos. El cambio comenzó a manifestarse desde la misma reinserción del
radicalismo en la escena política con la revolución de 1905.
El cambio en la manera de proclamar su contenido, produjo en el partido radical,
grietas internas e, incluso, sonoras renuncias como la de Pedro Molina. Para Yrigoyen,
los opositores no comprendían la gran misión que le correspondía al partido, una misión
identificada directamente con la grandeza de la nación, sobre la que no podían existir
partidismos y particularismos, y bajo la cual se decía que cabían “todas las creencias en
que se diversifican y sintetizan las actividades sociales”.
La abstención electoral elegida por los líderes radicales de la primera década del siglo
20, como arma partidaria, fue otro de los aspectos que diferenció a la nueva agrupación,
de su antecesora. La UCR decimonónica había participado regularmente en las
elecciones en la ciudad y en la provincia de Buenos Aires. Sin embargo, argumentando la
ausencia de garantías para una competencia limpia, Yrigoyen adoptó la abstención
electoral como bandera de lucha. La nueva estrategia fue sólo revocada luego de que el
presidente Roque Sáez Peña le prometiera a Yrigoyen una competencia electoral
equitativa y una pronta reforma electoral.
La UCR comenzó a participar en elecciones a principios de 1912, poco antes de que
la reforma electoral fuese aprobada. Las incipientes victorias electorales de la UCR y el
clima reinante fueron suficientes para que el partido se lanzara de lleno a la participación
electoral una vez aprobada la ley y compitiera por las elecciones presidenciales de 1916.

1.11 Beneficios de la Ley Sáez Peña


Cabe recordar que antes de la ley Sáenz Peña el sistema electoral poseía las
siguientes características: el voto era voluntario y los electores debían inscribirse en un
registro especial para participar en los comicios; el acto de sufragar se ejercía expresando
a viva voz el nombre de la lista de preferencia; del mismo modo esta lista que reunía el
mayor número de sufragios obtenía todos los cargos en disputa (lista completa). Con el
advenimiento de dicha ley sancionada en 1912 el nuevo régimen electoral establecía el
carácter electoral del voto y la utilización del padrón militar. Igualmente se instituía el
sistema de lista completa, adjudicando dos tercios de los cargos en disputa al partido que
obtenía el mayor número de votos y el tercio restante a la fuerza que lo seguía en caudal.
La UCR demostró una excelente organización de sus bases partidarias y un sistema
de alianzas provinciales, reflejo de las actitudes políticas de su líder, que sólo en cuatro
años lo llevaron a su primera presidencia en 1916. Con el triunfo en las elecciones
presidenciales, el radicalismo puso fin a una etapa de su historia como partido opositor
para comenzar una nueva era de dieciséis años consecutivos como partido en el gobierno.
2. LOS GOBIERNOS RADICALES:
Entre el debate institucional y la práctica política

El acceso del radicalismo al poder en 1916, fue posible en la medida que esa
intención – la ampliación de la participación política- se tradujo en ley. En 1912, la
sanción de la ley electoral 8.871 incorporó la obligatoriedad y el secreto del voto,
poniendo en acto una universalidad que no se correspondía con su práctica concreta. El
principio “cada hombre un voto” transformó la vida colectiva en distintos niveles. Sus
primeras aplicaciones a nivel provincial le dieron el triunfo al partido Radical en Santa
Fe, Córdoba, y Entre Ríos y en el ámbito nacional, entre 1916 y 1930, se sucedieron tres
gobiernos radicales, el de Hipólito Yrigoyen y Pelagio Luna entre 1916 y 1922, el de
Marcelo T. de Alvear, entre 1922 y 1928, y el de Yrigoyen y J.E. Martínez, entre 1928 y
1930. La bandera y el programa del partido eran el cumplimiento estricto de la
Constitución.
Se inició así una nueva experiencia en la que se combinaron prácticas nuevas con
viejos modos de hacer política, resistentes al cambio propuesto por la ley. Nuevos
sectores se incorporaron a la práctica del sufragio, lo cual modificó la estructura de los
partidos que debieron competir en otros términos por la conquista del poder, ampliar su
aparato y adaptarse a campañas electorales masivas. Cambiaron la composición y
dinámica del Parlamento: el radicalismo ocupó por primera vez el gobierno y los
tradicionales sectores gobernantes, el rol de la oposición. El espectro de partidos se
amplió, por divisiones de los ya existentes más que por el surgimiento de agrupaciones
nuevas. Esto fue acompañado por un proceso de transformaciones en el aparato estatal
vinculado con la particular relación que se estableció entre gobierno y partido
gobernante.
El periodo de los gobiernos radicales, en tanto se trata de una coyuntura de cambio,
estuvo atravesado por un debate – en el que participaron publicistas, intelectuales, prensa
y agrupaciones políticas- sobre el sentido de las transformaciones que se operaban en la
vida política. Es decir, la apertura electoral planteó como tarea la construcción de un
sistema político democrático, que pusiera en acto los principios representativo,
republicano y federal inscriptos en la Constitución, y lo que ahora enfrentaba a los
diferentes sectores era el contenido que se le asignaba a cada uno de ellos.
2.1 El gobierno representativo: asoman los partidos políticos
La ampliación del sufragio situó a los partidos en el centro de la escena política. La
política de masas requería de organización para reclutar al elector. Junto con la demanda
por una participación ampliada, las organizaciones políticas, la prensa y los publicistas
demandaban la organización de partidos permanentes y orgánicos. Los estatutos de 1892
de la UCR – independientemente de su funcionamiento en la práctica- proponían
conformar una agrupación permanente, principista e impersonal y establecer un gobierno
descentralizado, dándole al partido una estructura federativa con base en los clubes
(organismos locales que a partir de 1908 adoptarán el nombre de comités).
El triunfo radical en las elecciones de 1916 oscureció, en parte, la visión optimista de
aquellos sectores liberales y conservadores que apoyaban la ampliación del sufragio
confiando en la “modernización” de los grupos tradicionales. Frente al triunfo radical y la
dispersión conservadora la pregunta obligada era si la ley debió ser corolario y no punto
de partida del proceso de democratización. De hecho, entre 1916 y 1930 se dio un
proceso de dispersión de las fuerzas políticas. No sólo las agrupaciones conservadoras
provinciales no constituyeron un partido a nivel nacional, sino que los radicales y los
socialistas se dividieron y el Partido Demócrata Progresista se eclipsó, quedando
nuevamente reducido a una agrupación provincial.
La crítica conservadora al radicalismo, su ausencia de programa, no parecía haber
sido tenida en cuenta en este caso. Al igual que para el Partido Radical cuando estaba en
la oposición, la consigna era salvar las instituciones y para ello los conservadores sentían
que podían prescindir de un programa porque constituían una “clase gobernante”. El
Partido Demócrata Progresista rechazó la invitación a sumarse a la concentración.

2.2 El partido gobernante


El radicalismo se enfrentaba a su nuevo rol de partido de gobierno. Esta situación lo
obligaba a ocupar escenarios que le eran ajenos, como el Parlamento y la burocracia,
liberando por un lado, tensiones inscriptas en su origen heterogéneo y por otro,
incorporando conflictos nuevos que se relacionaban con la superación del plano de las
abstracciones y los postulados abarcadores para pasar al de las realizaciones concretas en
una coyuntura complejizada por la Primera Guerra Mundial. Además, la distribución de
los recursos gubernamentales se transformaba en una arena permanente de disputa.
Los adherentes del radicalismo se aglutinaron a partir de una lectura compartida de
los que no funcionaba, de los cambios que debían producirse para poner en vigencia un
régimen político democrático.
En el complicado horizonte de las ideas rioplatenses de la segunda mitad del siglo
XIX, Alem se inscribía, “gruesamente”, en la tradición liberal. Asumía la defensa del
individuo frente al Estado y de los municipios y las provincias frente al gobierno central.
El orden legítimo era aquel que limitaba el poder dividiéndolo y descentralizándolo. La
premisa, entonces, era no gobernar demasiado. Los poderes del gobierno central debían
tener carácter excepcional porque no era allí donde residía la soberanía sino en el
Parlamento, única institución que no ofrecía peligro para los derechos y libertades
públicas y que evitaba el despotismo, y en el gobierno municipal, germen de las
instituciones libres. Junto con la defensa del régimen republicano y representativo. Alem
defendía el federalismo apoyándose en la Historia.
A diferencia de Alem, la preocupación de Yrigoyen pasaba por la construcción de la
Nación como instancia privilegiada de articulación de articulación posibilitando la
síntesis y agregación del conjunto social. El radicalismo resultaba así un anhelo
colectivo, una fuerza moral, una “causa” que tenía una misión histórica: construir la
Nación.
De este modo, el partido iba constituyéndose como organización que se pretendía
impersonal diferenciándose de los personalismos de cuño conservador, pero también
como fuerza que pretendía monopolizar la construcción de la Nación. Ésta es la primera
tensión inscripta en sus orígenes y de la que se derivan sus conflictos internos. Allí se
funda la escisión del partido en 1924 entre personalistas y antipersonalistas. La oposición
al liderazgo yrigoyenista recuperó la carta orgánica de 1892 y el propósito central de
Alem, organizar una asociación impersonal (Ver anexo Carta Orgánica).
Cuando el radicalismo pasó de ser un partido de oposición a un partido de gobierno,
las tensiones adoptaron la forma de divisiones locales y no cuestionaron el liderazgo
yrigoyenista, pero progresivamente se fueron transformando en un enfrentamiento por
definir dónde residía el “verdadero” radicalismo: en la “causa” sintetizada en su líder o
en el partido.
El fenómeno se repitió con matices, en todas las provincias. Rojos en el gobierno y
azules en la oposición, o a la inversa. Los movimientos provinciales parecían estar
regidos por intereses de orden local y ser ajenos a un plan de conjunto en el orden
nacional; cada provincia presuponía participar de una ecuación política que le era propia
y que sólo adquiriría contornos más definidos en el momento en que el partido se
dividiera.
A fines de 1917 el Comité Nacional, órgano ejecutivo del partido, presidido por
Crotto, envió comisionados a las provincias con el fin de lograr la unidad partidaria. De
la organización debían salir las autoridades que el partido reconocería como legítimas.
En algunas provincias, después de intentar la conciliación sin éxito, los comisionados
procedieron al modo de las intervenciones federales, haciendo tabla rasa con las
organizaciones existentes y convocando a elecciones internas para seleccionar
representantes de cada distrito. También fracasaron. Los grupos disidentes no
concurrieron a las elecciones y el intento unificador terminó con el reconocimiento, por
el gobierno central del partido, de una de las fracciones actuantes en la provincia.
La carta orgánica del partido (ver anexo 1) establecía que la renovación de las
autoridades directivas se realizaría anualmente, pero ese precepto no se cumplió. En
1921, ante la inminencia d las elecciones de renovación gubernativa, debía constituirse la
convención del partido para elegir candidatos. Beiró (luego de la renuncia de Crotto y
Rogelio Araya el vicepresidente), desde la presidencia del comité, intento una nueva
reorganización, que nuevamente fracasó. Los sectores opuestos a la política presidencial
no reconocían a los organismos directivos. Las provincias, en su mayoría, envían
representaciones dobles y en ciertos casos, triples. Fue ese comité nacional –tildado de
ilegítimo por una parte de la agrupación que consideraba que el partido se hallaba
acéfalo- el que decidió qué grupos de delegados integrarían la convención.
En ese momento, el enfrentamiento adquirió carácter nacional. La gestión
yrigoyenista comenzó a ser puesta en cuestión hacia fines de 1918 en el Comité de la
Capital, donde se redactó un documento que enumeraba las cuestiones que prenunciaban
la escisión: ausencia de programas, ideas y principios; ausencia de autoridades centrales
en el partido y su reemplazo por una jefatura indiscutida, la del presidente de la
República, lo que generó confusión entre partido y gobierno; comités formados por
empleados públicos o aspirantes a serlo que provocaron la retracción de los militantes
más prestigiosos. La escisión antipersonalista estaba en marcha, aunque recién se llevo a
cabo en 1924.
2.3 La escisión del partido radical
Las elecciones de 1922 produjeron una primera separación con la formación del
Partido Principista, que convocó al radicalismo a reorganizarse de acuerdo con sus
principios originarios que consideraba traicionados por el yrigoyenismo. Su evaluación
del primer gobierno radical es que era personal y arbitrario, asimilándolo a la tiranía; era
“régimen” y no “causa”. El dirigente salteño Joaquín Castellanos y el jujeño Benito
Villafañe estaban entre los inspiradores.
A partir de la asunción de Alvear como presidente, las tensiones se agudizaron en el
interior del partido y el foro privilegiado de la disidencia fue el Congreso. Su primera
manifestación fue el conflicto entre le vicepresidente, presidente natural del Senado, el
yrigoyenista Elpidio González, y senadores radicales opositores a Yrigoyen.
El acto inaugural del período legislativo de 1924, no fue asistido por los
personalistas, nombre con el que se designaba ya a los partidarios de Yrigoyen. La
división estaba planteada y se manifestó en diputados.
En agosto de ese año, en una asamblea realizada en el teatro Coliseo, los
antipersonalistas proclamaron la formación de un nuevo partido. La figura de Alem se
oponía a la de Yrigoyen. La escisión del partido gobernante provocó realineamientos en
el interior de los partidos de la oposición. La proclividad al acuerdo con el
antipersonalismo dividió al socialismo, dio lugar al surgimiento del Partido Socialista
Independiente y generó divergencias en el partido conservador. Finalmente, todos esos
sectores coincidieron en una fórmula común en las elecciones presidenciales de 1927: los
candidatos de lo que se llamó Confederación de las derechas fueron los antipersonalistas
Leopoldo Melo y Vicente Gallo. Su común denominador, el antiyrigoyenismo. Los
radicales fundaban en parte –y no la menos importante- su escisión en el modo de cómo
concebían al partido. El antipersonalismo reivindicaba, no por casualidad, la carta
orgánica de 1892 para oponerse a lealtades que respondían no a principios sino a una
jefatura carismática.

En los años de los gobiernos radicales los conservadores seguían pensándose como
un grupo de notables, reserva intelectual y moral del país para cuando el radicalismo,
bajo el peso de sus propios errores, debiera dejar el gobierno. La legitimidad para ocupar
bancas o cargos políticos no pasaba para ellos por el partido. Los canales de acceso a la
vida política estaban en la pertenencia a las familias tradicionales, la posición económica,
el prestigio social que sumados, garantizaban capacidad para el gobierno.

2.4 El parlamento
Cuando Yrigoyen asumió la presidencia, la Cámara baja se componía de 120
diputados y la Alta de 30 senadores. El radicalismo obtuvo 43 bancas en Diputados y
sólo 4 en Senadores, pero a lo largo del período se da el crecimiento de los radicales en
detrimento de los conservadores. En cuanto a los partidos menores, como el socialismo y
la democracia progresista, mantuvieron un número de bancas más o menos constante
hasta 1928. En ese período legislativo los demócratas perdieron su representación y los
socialistas, divididos, se las repartieron con ventaja para los independientes. Por otro
lado, las bancas radicales no constituían un bloque. Ya antes de la escisión formal del
partido la bancada estaba dividida, aunque fue recién en las elecciones legislativas de
1926 cuando presentaron listas separadas, obteniendo 38 bancas el personalismo y 20 el
antipersonalismo. Hacia el final del período, coincidiendo con el segundo gobierno de
Yrigoyen, los personalistas tenían amplia mayoría y quórum propio.
El recinto parlamentario se constituyó en un lugar privilegiado para los pleitos entre
partidos y en el interior de ellos. Pero lo que estaba en discusión en el interior del mismo
Parlamento era la definición del gobierno representativo. Este debate ponía en cuestión el
lugar de los partidos como canales de mediación en el sistema político e implicaba una
pregunta por la representación.
En el caso del Partido Radical la cuestión se complica. Un sector de los legisladores
exigía la separación entre partido y gobierno. El gobierno era personal y, por ende, ajeno
a la tradición del partido que se basaba precisamente en el repudio del personalismo. Los
extravíos o desviaciones de los derechos consagrados por la Constitución en que incurría
el presidente de la República no comprometían la acción parlamentaria del partido. Otro
grupo, el más numeroso, se sentía solidario con el mandato por el cual Yrigoyen fue
ungido. La misma lógica se desplegaba durante los años del gobierno de Alvear. Para los
yrigoyenistas, el presidente se apartaba de la tradición partidaria y esto justificaba las
obstrucciones y las ausencias al recinto parlamentario.
La ausencia de partidos orgánicos y disciplinados, fundamentaba dos tipos de
planteos: modificar el accionar de los partidos a través de reformas legislativas en el
marco de la representación territorial o promover cambios que lo reemplacen por otras
formas de mediación, funcionales, sectoriales y de intereses. Detrás de ambos
argumentos estaba en cuestión la Ley Sáenz Peña. Para los primeros, había que
modificarla; para los segundos, derogarla. Era mayoritaria la afirmación de que la ley
implicó un jalón en el camino del progreso político. Legisladores de distintas tendencias
proponían su modificación introduciendo la representación proporcional para ampliar las
posibilidades de los partidos menores, o volviendo al sistema de la circunscripción
uninominal establecido en 1902 para que fuera el ámbito local y no el comité el que
seleccionara a los representantes.
Cuando en 1912 se sancionó la ley 8.871, se estableció la lista completa combinada
con el secreto y la obligatoriedad del sufragio y el mecanismo plurinominal. El sistema
de lista fijaba la representación de la minoría en un tercio. En la perspectiva de los
legisladores la pluralidad y la proporcionalidad fija posibilitarían el ingreso al
Parlamento de los partidos nuevos, como el socialismo y el radicalismo. No estaba dentro
del horizonte de lo posible la pérdida del gobierno por los grupos tradicionales. El
triunfo radical –para los propiciadores de la reforma- era un resultado no previsto y no
deseado. El tercio funcionaba, como elemento atemperador de la ampliación política.
Una vez instalado el radicalismo en el gobierno y a medida que la ocupación de
espacios –gobernaciones y bancas- aumentaba, la oposición buscó en la reforma de la ley
electoral el modo de morigerar el avance. El régimen proporcional aparecía como una
solución posible. El argumento era que volvía más representativo al Parlamento en tanto
reflejaba con mayor fidelidad las diferencias en el electorado. La opción por la lista
incompleta favorecía el gobierno eficiente y el bipartidismo, aunque sacrificara la
representatividad.

2.5 El principio republicano: La relación entre el poder ejecutivo y el legislativo


Los legisladores de todos los sectores coincidían en que el debate político insumía la
mayor parte del tiempo de las Cámaras. Para los radicales, la ineficacia parlamentaria era
producto del obstruccionismo de la oposición que enjuiciaba permanentemente al
gobierno y al partido para provocar dilaciones. Para la oposición, la explicación estaba,
por un lado, en la división del partido radical, que se trasladaba al Congreso y provocaba
un enfrentamiento; por otro, en la sujeción del partido al gobierno y fundamentalmente,
al Ejecutivo.
Según la oposición, era Yrigoyen quien proporcionaba los motivos para que la
Cámara se viera obligada permanentemente a defender sus fueros frente al
avasallamiento del que era objeto, y esto era previo a la tarea de legislar. La enumeración
de motivos es conocida: el presidente no asistía a las sesiones de apertura del Parlamento.
En los seis años de su primer gobierno Yrigoyen no lo hizo nunca y sólo en 1918
presentó excusas a la Cámara, tampoco concurrió durante su segundo gobierno ésta es
una de las diferencias con Alvear que se presentó en todos los períodos legislativos de su
mandato. Si bien la ausencia del presidente no impedía el funcionamiento parlamentario,
su presencia era una prescripción constitucional y la no concurrencia adquirió un fuerte
valor simbólico. Conservadores, socialistas y demócrata progresistas coincidían en
afirmar que implicaba falta de respeto, arrogancia y soberbia.
El segundo motivo era el desconocimiento de las facultades de la Cámara para llamar
a su seno a los ministros. El artículo 63 de la Constitución establecía que cada una de las
Cámaras podía hacer concurrir a su sala a los ministros para recibir las explicaciones e
informes que considerara convenientes. Se trataba del derecho de interpelación. En los
dos períodos presidenciales de Yrigoyen aumentó considerablemente el número de
interpelaciones fracasadas en relación con períodos anteriores.
En este último período, el radicalismo personalista tenía mayoría absoluta en la
Cámara de Diputados, la misma renunciaba a la facultad de interpelar en una actitud de
protección al Poder Ejecutivo, a diferencia de los años del primer gobierno en que la
mayoría de los diputados radicales votaba afirmativamente los pedidos de interpelación.
El tercer motivo esgrimido es el abuso de la facultad ejecutiva de intervenir a las
provincias en el receso parlamentario. Yrigoyen envió 15 intervenciones por decreto en
su primer gobierno y 2 en el segundo sobre un total de 20 y 4, respectivamente. La
conflictiva relación entre el Ejecutivo y el Legislativo dio lugar a un debate sobre el lugar
de la soberanía que no llegó a colocar en cuestión la forma que adoptaba el régimen
político. La oposición instalaba el lugar de la soberanía en el Parlamento, representante
directo de la voluntad popular, sin embargo ello no implicaba necesariamente una opción
por el parlamentarismo frente al presidencialismo.
Interpretando de este modelo la facultad legislativa, el Parlamento consideraba que el
Ejecutivo la limitaba, ya que Yrigoyen sostenía que la Cámara abusaba del derecho de
interpelación con móviles políticos. En cuanto a las intervenciones por decreto, los
radicales sostenían que la Constitución otorgaba al ejecutivo, tácitamente, la facultad de
intervenir sin restricciones en los períodos de receso parlamentario. La oposición
recargaba argumentos para fundamentar que la facultad de intervenir era legislativa. El
grupo personalista, esgrimía, en última instancia, el principio de la supremacía de la
voluntad popular sobre el de la división de poderes.
En el período de los gobiernos radicales se reiteró en el Congreso la propuesta de
reglamentar los artículos quinto y sexto de la Constitución referidos a intervenciones
federales. Para el sector radical, si había abusos y arbitrariedades la responsabilidad era
del Congreso que no legislaba. La oposición sostenía que frente a ejecutivos arbitrarios
poco servía legislar ya que la práctica corriente era la violación sistemática de los
principios constitucionales.

2.6 El principio federal: la relación entre la Nación y las provincias


La doctrina que sustentaba Yrigoyen sobre las intervenciones y sus implicancias
políticas fue una de las cuestiones más retomadas en los análisis del período. El
presidente sostenía la idea de que el gobierno tenía una misión histórica que cumplir, la
reparación. Alcanzada en el orden nacional, debía imponerse en los estados federales
dado que el ejercicio de la soberanía era indivisible. Así, la reparación incluía dar a los
estados sus gobiernos “verdaderos”. Una vez que éstos se hubieran constituido
legítimamente podrían ser incorporados a la Constitución y sus gobiernos amparados y
leyes respetadas. De esta forma, en la perspectiva radical, las intervenciones iban a las
provincias a restaurar las autonomías provinciales, a colocar a los pueblos en condiciones
de darse sus propios gobernantes, que hasta el advenimiento del gobierno radical eran
elegidos por agentes del poder central.
Para la oposición, esta doctrina sometía el cumplimiento de la Constitución a una
condición suspensiva. Las leyes regirían y se respetaría la autonomía de los estados
federales cuando las intervenciones hubieran generado tantos gobiernos radicales como
provincias. Mientras el radicalismo las creía necesarias y justas, la oposición las
consideraba actos de violencia, de exclusivismo partidista, jalones en el camino de la
unanimidad y en la construcción de un vasto imperio personal del presidente.
Entre 1916 y 1922 Yrigoyen intervino nueve provincias gobernadas por
conservadores (Buenos Aires, Corrientes, Mendoza y Jujuy, en 1917; La Rioja,
Catamarca, Salta y Santiago del Estero, en 1918, y San Juan en 1919) y diez encabezadas
por radicales (Córdoba, en 1917; San Luis, en 1919; Salta y Jujuy, en 1921 y; Tucumán,
en 1917 y 1920; Mendoza, en 1918 y 1920, y San Juan, dos veces en 1921). Al terminar
su primer gobierno todas las provincias, excepto Santa Fe, habían sido intervenidas y
algunas en tres oportunidades.
Las intervenciones a gobiernos conservadores daban respuesta a la ilegitimidad; el
argumento era que sus gobernantes habían sido elegidos en elecciones fraudulentas y era
necesario devolverle la soberanía al pueblo de la provincia. Las intervenciones a
gobiernos radicales se hacían a requisitoria de los gobiernos provinciales. Una de las
particularidades de las intervenciones era que se prolongaban, en algunos casos, por
espacio de varios años, durante los cuales se sucedían los llamados a elecciones seguidos
de decisiones de prórroga. La otra es que, paralelamente a la llegada de la intervención,
el Partido Radical provincial de dividía.
Al iniciar su gobierno, Alvear intentó diferenciarse, sin provocar rupturas, de la
política intervencionista del período precedente. Dos provincias estaban intervenidas:
San Luis y San Juan. En la primera, se produjo el llamado a elecciones y el gobierno
nacional devolvió los fondos provinciales usados por la intervención; en la segunda,
envió notas al interventor para limitar sus funciones.
Uno de los intentos por modificar la política de intervenciones, propiciado por Alvear
y su ministro del Interior, José Nicolás Matienzo, fue el proyecto de reforma parcial de la
Constitución, presentado en el Senado en 1923. El proyecto no fue discutido, y el
detonante de la renuncia de Matienzo en noviembre de 1923 fue la cuestión de las
intervenciones federales. Vicente C. Gallo se hizo cargo del Ministerio del Interior.
Volvió a las intervenciones por decreto. El proyecto de Gallo era intervenir Buenos
Aires, bastión del yrigoyenismo, para lo cual tenía apoyo conservador. La negativa de
Alvear a apoyarlo provocó su renuncia en 1925 y su reemplazo por José Tamborini. Al
finalizar el período alvearista los gobernadores de San Juan, Mendoza, Jujuy, Santiago y
Santa Fe apoyaban al antipersonalismo. Córdoba, Salta, San Luis y Corrientes tenían
gobiernos conservadores. En las elecciones provinciales previas a las nacionales de 1928,
en Salta, Tucumán, Santa Fe y Córdoba triunfaron los yrigoyenistas.
Durante el segundo gobierno de Yrigoyen los argumentos de los legisladores
personalistas se extremaron y las posiciones se tornaron más irreductibles: el pueblo tiene
cada seis años la libertad absoluta de elegir y el presidente la de mandar. En el último
período legislativo de Alvear, cuando Yrigoyen ya había ganado la presidencia y los
yrigoyenistas habían conseguido mayoría de diputados, se votaron cuatro intervenciones
en cuatro días bajo protesta de la oposición. Cuando Yrigoyen llegó al gobierno, en 1916,
sólo tres provincias tenían gobiernos radicales: Santa Fe, Córdoba y Tucumán. Al final
de su mandato, prácticamente todas las provincias tenían mandatarios radicales. De
hecho, los cambios en el mapa político tienen que ver con la política de intervenciones,
aunque sólo en parte. El radicalismo contaba con un enorme apoyo popular que creció
durante todo el período.

2.7 Administración y política


Previo a la sanción de la ley Sáenz Peña, el mismo movimiento que pugnaba por la
democratización del sistema político exigía moralidad administrativa. Ambos procesos
eran pensados simultáneamente y la crítica al comportamiento administrativo era
indisociable de la impugnación a las prácticas políticas. La burocracia se consideraba una
fuente de prebendas al servicio del círculo en el poder. Moralizar la administración
equivalía a sujetarse a reglas claras, eliminar la arbitrariedad y las clientelas. Par los
impulsores de la ampliación del sufragio, éste terminaría con los favoritismos, la
ineficacia y la ineficiencia.
Más tarde, ya instaurado el voto secreto y obligatorio e instalados los radicales en el
poder, tal argumentación se tornó falaz. Las críticas a la administración continuaban y se
mantuvo la imagen de una burocracia estatal subordinada al partido gobernante y puesta
a su servicio, excesiva e inoperante. En todos los sectores políticos dominaba la demanda
por la racionalización del aparato administrativo aunque sin traducirse en normas
generales de procedimiento. Cuando los radicales llegaron al poder había un ejército
permanente y las agencias estatales –correos, ferrocarriles, establecimientos educativos-
se desplegaban por todo el territorio. No hubo innovaciones en este sentido. Los cambios
se limitaron a algunas iniciativas aisladas de tal o cual ministerio, o de algunas
reparticiones públicas. Los gobiernos electorales fueron dejando paso a los partidos. La
pertenencia al círculo de notables que “garantizaba” la capacidad, el mérito y el talento
unidos a una cierta posición social fue dando lugar a la militancia partidaria a la hora de
designar a los funcionarios y las vinculaciones tradicionales, a los lazos de lealtad y a la
afiliación a un comité si se trataba de seleccionar a los empleados estatales.
La imagen que traducen la prensa, los partidos opositores y las fracciones radicales
desalojadas sobre la administración es la de una máquina pesada y lenta, un lugar donde
los partidarios del gobierno tenían asegurada una renta sin mayor esfuerzo –y a veces
ninguno-, donde se fomentaba el vicio de la “empleomanía”, es decir, se alejaba a la
población de las actividades productivas restándoles dinamismo.
Se aludía al exceso de personal reclutado bajo la forma del patronazgo político, a la
complicación de procedimientos, a la superposición de funciones, al relajamiento de la
disciplina y a la no correspondencia entre jerarquía y salario. Una de las cuestiones más
subrayadas, no sólo en la época, sino entre quienes analizan los gobiernos radicales, es la
injerencia de la “política” en la administración y, en este caso, política alude al peso de
los comités en la función pública. A partir de lo cual se concluye que es necesaria la
separación de ambas esferas.
Sin embargo, hay consenso en reconocer que Yrigoyen, en los primeros años de su
gobierno, respetó las situaciones adquiridas en la administración manteniendo a todos
aquellos empleados que no tuvieran cuestionamientos en su desempeño y no provocó
desalojos forzados. El criterio partidista imperó para la provisión de las vacantes. S i esto
es así a nivel del gobierno nacional no parece haber ocurrido lo mismo en las provincias.
Son innumerables los documentos que dan cuenta de reemplazos masivos de empleados
públicos, situación que afectó al Partido Radical ahondando sus disidencias internas y
resquebrajando sus líneas de autoridad.
2.8 La “máquina” electoral
Las agencias estatales que tenían personal distribuido por todo el país (Correos,
Defensa Agrícola, Aduana, Concejo Nacional de Educación) ocupaban el centro de las
críticas.
Los partidos conservadores provinciales (liberales de Tucumán, autonomistas de
Mendoza, Concentración catamarqueña, etc.) y los radicales disidentes, que según la
provincia y la coyuntura, recurrían frecuentemente a la abstención por “falta de garantías
electorales”. La abstención funcionaba como motivo para demandar, una vez realizadas
las elecciones, la intervención federal. La oposición explicaba los triunfos electorales del
partido gobernante por la instauración de la máquina, es decir, el radicalismo ganaba por
las presiones oficiales y la utilización de los recursos gubernamentales. Sin embargo, la
mayoría de ellos tenía clara la insuficiencia del gobierno.
En el interior del radicalismo la relación entre gobierno y partido estaba en debate.
Enfrentando las críticas de la oposición sostenía que los empleados del “régimen” eran
agentes electorales. Pero a partir de la vigencia de la ley Sáenz Peña, un empleado de la
administración radical era un partidario. Pero las crónicas periodísticas registran en las
convenciones del partido, tanto nacionales como provinciales, los planteos de ciertos de
sus miembros que demandaban la separación entre partido y administración
estableciendo la incompatibilidad entre empleo público y cargos en el aparato partidario.
De hecho, el principismo y el antipersonalismo montaban buena parte de su propaganda
electoral y fundaban sus disidencias en la confusión partido/gobierno en la etapa
yrigoyenista. Se les asignaba a los empleados públicos la decisión en torno a
candidaturas. El triunfo del candidato del presidente, Alvear, en 1922, es atribuido por un
sector del partido a la composición de la convención. De 188 miembros, 30 eran
empleados públicos. Además, uno de los argumentos del antipersonalismo para enjuiciar
a la administración yrigoyenista es haber llenado todos los cargos vacantes con sus
propios partidarios antes de la asunción de Alvear para perpetuar la “máquina”.
Yrigoyen justificaba las vacancias en la administración y el mantenimiento de
reparticiones públicas acéfalas en razones de economía. El argumento más sólido de la
oposición era que si realmente se quería hacer economía esos cargos debían ser
suprimidos del presupuesto.
Lo ciertos es que meses antes de abandonar el gobierno Yrigoyen proveyó la mayoría
de las vacantes: el administrador de aduana, el presidente y los vocales del Concejo
Nacional de Educación, subsecretarios de ministerios y numeroso personal de
reparticiones autónomas .La cifra que se manejaba. No confirmada, es la de quince mil
designaciones, entre funcionarios y personal subalterno.
Cuando asumió el gobierno Alvear, incluyó en su agenda de cuestiones el tema de la
burocracia. Sin embargo, los escasos intentos por modificar situaciones creadas que
partieron de algunos ministerios chocaron con la resistencia del personal administrativo.
Los conflictos en la burocracia estatal que se produjeron en la etapa alvearista
estuvieron atravesados por la puja interna al propio partido gobernante. El
antipersonalismo exigía cambios de personal para desmontar la “máquina” yrigoyenista y
cada uno los ministros del Interior de Alvear (Nicolás Matienzo, Vicente Gallo y José
Tamborini) esgrimieron estrategias diferentes para dar respuesta a las demandas del
partido y a los problemas de la administración. Matienzo sostenía que mientras estuviera
en vigencia la facultad constitucional por la cual el presidente de la Nación nombra y
renueva al personal administrativo, nada le prohibía seleccionarlos entre miembros de un
comité político. La solución debía venir del Poder Legislativo, es al Congreso a quien le
correspondía producir o no modificaciones
Yrigoyen, en su segundo mandato, entre noviembre de 1928 y abril de 1929 dejó
cesantes a diez mil empleados de la administración y recurrió nuevamente a las vacancias
y acefalías. Los síntomas de la crisis, que ya comenzaba a sentirse, obligaban a reducir el
gasto público. Aquellos que demandaban la racionalización de la administración y el
achicamiento del aparato del Estado montaban ahora su crítica en la arbitrariedad y la
ausencia de planificación en la medida adoptada.

2.9 Una clara intención de legislar


La solución al electoralismo y a la incompetencia se planteaba en términos de
estabilidad y escalafón. Innumerables proyectos de carrera administrativa presentados
por legisladores de todos los partidos políticos circularon por el Congreso sin recibir
sanción. En casi todas las iniciativas legislativas, que tenían como punto de llegada una
organización más eficiente y racional de la administración pública, el punto de partida
era la experiencia de los países que se consideraban más avanzados. Básicamente se
tomaba como modelo la civil seviche reform, ley norteamericana de 1883. Este sistema
consideraba a los empleos como pertenecientes al partido en el gobierno y cada cambio
de administración exigía su renovación. El argumento que lo sostenía era que impedía la
formación de un cuerpo de funcionarios profesionales que pudieran tener excesiva
injerencia en cuestiones políticas. Su reemplazo respondió a la evaluación de que la
administración era ineficaz y corrupta y los legisladores argentinos invocarán el mismo
problema.
La procedencia política de los proyectos presentados en el Parlamento no marcaba
diferencias en su contenido. Tres eran los principios que los orientaban: concurso para el
ingreso, estabilidad garantizada por tribunales disciplinarios e instancia obligatoria del
sumario y escalafón que contemple capacidad y antigüedad.
Los proyectos que circularon en el Parlamento entre 1916 y 1930 se sustentaban en la
idea de que la burocracia debía ser técnicamente neutral, es decir, responder a los
titulares del poder político sean cuales fueren. En la práctica, el reclutamiento y la
selección tuvieron bases particularistas. Combinaban el clientelismo en la renovación de
las vacantes y la creación de nuevos cargos. El aparato estatal creció. Algunas agencias
estatales lo hicieron en función de las necesidades que implicaban el desarrollo y el
crecimiento de la población (educación, salud) y otras por motivos políticos o electorales.

3. LA GESTIÓN DE LOS GOBIERNOS RADICALES

3.1 La primera presidencia de Hipólito Yrigoyen (1916-1922)


En el marco del nuevo panorama internacional, muy complejo, el radicalismo debía
enfrentar el desafío de poner en funcionamiento las instituciones democráticas,
conseguidas tras la larga lucha contra el “régimen”, y conducir con nuevas formas de de
representación y negociación los reclamos de reforma social que había impulsado. Las
demandas de participación política respondían a las transformaciones experimentadas por
la sociedad argentina en el proceso de expansión previo, que había permitido la
formación de una pujante clase media. Esa voluntad reformista, que asumió y condujo el
radicalismo, tuvo que desplegarse en condiciones muy diferentes y muchísimo más
complicadas que las que la Unión Cívica Radical había conocido hasta entonces. La
Primera Guerra Mundial modificó la economía, la sociedad, la política y hasta la cultura
de la etapa anterior.
La Unión Cívica Radical llegó al poder en 1916 sin un programa definido, sin
propuestas concretas para los problemas económicas y sociales con los que habría de
enfrentarse desde el gobierno. Su programa s limitaba al vago propósito de “realizar un
problema amplio, dentro de las finalidades superiores de la Constitución”. Yrigoyen
había fijado los objetivos del movimiento en la necesidad de “restablecer la moralidad
política, las instituciones de la república y el bienestar general”.
Los problemas económicos se definían a partir de la crítica al régimen, formando
parte de la “causa reparadora” que el radicalismo encarnaba. Eran planteos éticos,
llevados al campo de la política económica, respaldados en su fe en las “fuerzas
morales”, propulsoras por excelencia del progreso, sin presentar medidas concretas y
definidas.
La cuestión social se sintetizaban en la aspiración al “bienestar general”: se abarcaba
así a todas las clases sociales. La “solidaridad” era proclamada como el principio
fundamental del movimiento, solidaridad que alcanzaba incluso a los obreros; le
reprochaban al régimen por desatender las “justas peticiones” de aquéllos y por el hecho
de responderles “con la violencia armada o con las leyes de excepción”, al mismo tiempo
que se lamentaba por la “perturbación económica”, generada por las huelgas de la clase
obrera.
El radicalismo se autodefinía, no como un partido, sino como un movimiento
esencialmente político y, por eso, no planteó soluciones para los problemas económicos y
sociales. Elaborar un programa hubiera significado provocar un enfrentamiento entre los
diversos sectores sociales, que formaban la Unión Cívica Radical. Las clases medias y
medio – bajas, rurales como urbanas, aspiraban a incorporarse al proceso político
mediante el sufragio universal; los sectores de la elite intentaban controlar el
movimiento, frente a las nuevas perspectivas que abría la coyuntura electoral, con el
propósito de mantener sus posiciones privilegiadas.

3.1.1 Relaciones Internacionales


Cuando Yrigoyen asumió la presidencia en 196, debía resolver la posición que
sostendría el país con respecto a la guerra. Inicialmente mantuvo la política de la
neutralidad favorable hacia los aliados que significaba continuar con las exportaciones a
los países europeos, especialmente Gran Bretaña, y además concederles créditos para
financiar sus compras. La presión para declarar la guerra a Alemania se agudizó en 1917,
cuando este país inició los ataques submarinos contra buques comerciales neutrales. El
hundimiento de barcos de Estados Unidos empujó hacia la guerra a la principal potencia
americana, que pretendió sumar a su decisión al resto del continente. La Argentina se
había opuesto tradicionalmente a los intentos de promover una política panamericanista
que suponía la alienación con los intereses de Estados Unidos.
Yrigoyen defendió la neutralidad más allá de las presiones. Esa política no lo
enemistaba con Gran Bretaña, pero sí lo distanciaba de Estados Unidos. El presidente
tuvo varias actitudes de enemistad hacia ese país y de reafirmación de una postura
nacionalista: en 1919 ordenó que una nave de guerra saludara la bandea de la República
Dominicana, nación ocupada por los norteamericanos. Esas manifestaciones anti
norteamericanas expresaban un nacionalismo embrionario que comenzó organizarse
desde comienzos del siglo y que, si bien no cuestionaba el modelo económico dominante,
así se preocupaba por la conservación o rescate de los valores culturales propios y la
defensa d la soberanía territorial frente al avance de la influencia de Estados Unidos en
América Latina.

3.1.2 Política Económica


La guerra hizo evidente la vulnerabilidad de la economía primaria exportadora. Los
motores de la misma eran las ventas al exterior de materia prima, el ingreso de capital
extranjero –británico, fundamentalmente-, la mano de obra europea y la expansión de la
frontera agraria. El cultivo extensivo de las fértiles tierras pampeanas había alcanzado el
punto de máximo de expansión, por eso en la década del veinte el crecimiento del sector
rural se produjo fuera de esa región, en las zonas marginales de Salta, Jujuy, Río Negro,
Neuquén, Chaco y Formosa. La explotación de las nuevas tierras no podía producir la
fenomenal renta agraria que había caracterizado el área pampeana.
Las exportaciones agrícolas sufrieron en la época de la guerra el problema de la falta
de transportes. La finalización del conflicto causó mayores dificultades: el exceso de
productos primarios en el comercio mundial dejó como consecuencia que se formara un
stock permanente de tales bienes con la consiguiente baja de los precios internacionales.
Con esto, la economía argentina comenzó a debilitarse, perjudicada por el deterioro de
los términos de intercambio. Del mismo modo, la caída en las exportaciones ganaderas,
por una parte, como así también la repatriación de capitales y un flujo más lento e
intermitente, dieron causa a una fragilidad en la economía nacional que tuvo que padecer
los vaivenes de la reconversión de la posguerra. De allí a conflictividad con el
movimiento obrero.
El sector industrial se vio favorecido con el surgimiento de algunas actividades
sustitutivas, de todas maneras, como el desarrollo manufacturero era escaso, el reemplazo
de bienes se vieron limitados al depender de la importación de materias primas y
combustibles, y se desaprovecharon las condiciones naturales de protección creadas por
el conflicto.
La caída de las exportaciones, producidas por la guerra había dado origen a una crisis
de financiamiento del Estado. Los ingresos se obtenían básicamente de los aranceles
aduaneros y los impuestos indirectos auxiliados por los sucesivos préstamos externos.
Como el gobierno de Yrigoyen necesitaba aumentar los ingresos para poder solventar
su política social y ampliar el reparto de los empleos públicos. Para esto, su principal
arma política fue conseguir el apoyo de los sectores medios de la sociedad, que
constituían la base electoral del partido.
En tanto el problema del déficit fiscal, buscó ser solucionado gravando los impuestos
personales, pero el Congreso prácticamente no trató esa iniciativa. Sólo después del
golpe de 1930 se aprobó dicho impuesto.

3.1.3 Política interna


La política interna no fue una tarea fácil para el presidente Yrigoyen. La oposición
intransigente de liberales y conservadores, representativos del poder económico
concentrado en el sector agropecuario, que por entonces aún mantenía el control del
Poder Legislativo y de la mayoría de las provincias. Para ganar las elecciones utilizó
ampliamente el presupuesto del Estado, repartiendo empleos públicos entre sus
“punteros”. En 1918 obtuvo la mayoría en la Cámara de Diputados pero la clave seguía
pasando por el control de los gobiernos provinciales, decisivos a la hora de votar. Para
conseguir desplazarlos, no vaciló en intervenir las provincias que continuaban en manos
de los opositores.
Yrigoyen justificaba esta política de intervención a las provincias, que no respetaba
demasiado las instituciones, con el argumento de que el presidente debía cumplir un
mandato y una misión: la “reparación”. De ese modo, mientras el radicalismo hacía una
contribución fundamental a la incorporación ciudadana en la vida política mediante el
sufragio universal, fallaba en conseguir la consolidación y el reconocimiento frente a la
ciudadanía del sistema institucional democrático y del sistema federal.
Con la utilización de estos cuestionados mecanismos su poder aumentó
considerablemente, más allá que nunca logró afirmarse en el Senado, y tropezó con
dificultades imprevistas en Diputados, donde los legisladores opositores empezaron a
encontrar aliados en muchos radicales que no aceptaban los métodos del presidente.
Continuamente obstaculizado por el enfrentamiento en el Congreso, la primera
administración radical elaboró pocas leyes, y algunas de las que propuso no consiguieron
la aprobación del Parlamento. Así fracasaron los pedidos presupuestarios al poder
Legislativo para la colonización de tierras fiscales, la creación de un nuevo banco estatal
que financiara a los agricultores y la compra de barcos con la finalidad de fundar una
marina mercante del Estado nacional.
El radicalismo había llegado al gobierno sin explicitar un programa para no enfrentar
a los distintos sectores sociales que lo componían. Cuando Yrigoyen asumió la
presidencia, hostilizado por la elite conservadora, se volcó cada vez más a buscar el
apoyo de las clases medias con su política de reparto de puestos públicos. El déficit fiscal
aumentó y eso endureció al enfrentamiento con la oposición que lo acusaba de recurrir a
medidas demagógicas para conseguir el apoyo popular. Para las clases dominantes el
desequilibrio en las finanzas del Estado conllevaba el riesgo de la eventual cesación de
pagos y, en consecuencia, la interrupción del flujo de préstamos desde el exterior.
El radicalismo, más allá de ser un movimiento de carácter nacional, presentó matices
distintos en las diferentes provincias, y los conflictos internos del partido se entrelazaron
con las peculiares realidades provinciales, dando lugar a la formación de grupos políticos
disidentes con facetas propias y diferenciadas. El leninismo en Mendoza y el bloquismo
en San Juan se destacaron porque los caudillos de esas provincias, radicales en su origen,
terminaron colocándose en la oposición al gobierno de Yrigoyen.

3.1.4 La cuestión social


En los comienzos de su gobierno, el presidente radical manifestó una mayor
comprensión por las reivindicaciones de los trabajadores que la mostrada por los
gobiernos conservadores anteriores. De ese modo, se modificó la relación con los
sindicatos. Yrigoyen recibió a los sindicalistas, hizo de mediados y árbitro en los
enfrentamientos, aun si contar con los instrumentos legales apropiados. Merced a esa
intervención del gobierno, la resolución de las huelgas favoreció a los trabajadores.
La mediación del gobierno en las huelgas dio a los radicales cierto grado de
popularidad entre los electores de la clase obrera, y los ayudó a derrotar a los socialistas
en las elecciones de 1918 en la Capital. Pero la victoria se obtuvo a costa de una
encendida oposición de la elite conservadora y de los grupos de negocios británicos que
veían amenazadas sus intereses por una política que atendía los reclamos de los obreros y
no respondía, como lo habían hecho los gobiernos anteriores, recurriendo a la represión.
El radicalismo no contaba con el apoyo del Parlamento: la mayor parte de los
proyectos sociales del radicalismo se enfrentaron con la férrea oposición conservadora.
Solo pudieron concretarse las siguientes iniciativas: trabajo a domicilio, reciprocidad en
materia de indemnizaciones por accidentes de trabajo en Italia y España, y algunas
disposiciones que reglamentaban la jubilación de ferroviarios, empleados del Estado y
bancarios. Proyectos más ambiciosos no pudieron pasar la barrera del Congreso. Entre
ellos encontramos el de salario mínimo, la inembargabilidad de los sueldos más bajos, el
contrato colectivo y la conciliación y el arbitraje para solucionar los conflictos obreros.
El acercamiento de Yrigoyen a los trabajadores encontró un límite concreto en la
reacción de los grupos de la elite –de cualquier signo político y aun dentro de su partido-
que observaban con preocupación la política radical hacia el movimiento obrero. Esa
elite sumaba al control del Congreso y de buena parte de los gobiernos provinciales, su
influencia en le ejército y en la prensa escrita.
En la Semana Trágica, se desnudaron esas tensiones y la relación de Yrigoyen con el
movimiento obrero tuvo un punto de inflexión: abandonó los intentos de mediación y
arbitraje que había establecido en los conflictos anteriores. En 1918, al fin de la Gran
Guerra, se comenzaron a sentir las consecuencias de los cambios en el panorama
internacional. Algunas industrias locales que se habían desarrollado para sustituir
importaciones tuvieron que reorganizarse. Al restablecerse las relaciones económicas
normales entre la Argentina y Europa, esas industrias incipientes y estrechamente
dependientes de insumos que no se producían en nuestro país, no tenían posibilidades de
competir con los productos manufacturados provenientes del viejo continente. Los
empresarios recurrieron a trasladar el costo del ajuste a los trabajadores, mediante el
despido o la reducción de salarios. En un contexto inflacionario, estas medidas
lesionaban gravemente las condiciones de vida de los obreros.
Los trabajadores, con la adhesión de la mayoría de los sindicatos y de los militantes
anarquistas, reaccionaron frente a las maniobras patronales. La represión policial, que
contabilizó varios obreros muertos, enardeció los ánimos y el desorden se amplió. El
gobierno perdió prácticamente el control de la ciudad, la violencia era general,
aumentando el número de víctimas. Durante una semana el conflicto se extendió por la
ciudad de Buenos Aires. Esta situación provocó la reacción de los grupos sociales
dominantes y de amplios sectores del mismo partido radical. Yrigoyen decidió entonces
autorizar la intervención del ejército para reinstalar el orden. El jefe militar encargado de
la tarea fue el general Luis Dellapiane, partidario incondicional del presidente. Muchos
jóvenes de las clases altas y medio altas –atemorizados por el avance de la revolución
comunista a nivel mundial y acusando a los militantes de obreros de querer subvertir el
orden social- colaboraron en la represión. Agrupados en la Liga Patriótica4 e instruidos
militarmente, su participación en aquellos acontecimientos contribuyó a agravar la
situación. Se dedicaron a perseguir judíos y catalanes, a quienes identificaban como
“maximalistas” y “anarquistas”.
La cantidad de víctimas de la Semana Trágica es imprecisa, pero se estima en varios
cientos de vidas humanas. Más graves fueron las consecuencias sociales. A partir de allí
cambió la política social del radicalismo, abandonó sus intentos de acercamiento al sector
obrero y recurrió a la represión para solucionar los conflictos.
Así, el resultado de los intentos de Yrigoyen de mediar con los sindicatos sólo
condujo al afianzamiento de una nueva derecha de tendencias autoritarias y
protofascistas. Detrás de ella estaba el ejército, ambos dispuestos a atacar al gobierno y,
de ese modo, dar un rápido fin al experimento del gobierno representativo.

3.1.5 La reforma universitaria


En 1918 existían en nuestro país tres universidades nacionales: la más antigua y
tradicional, la de Córdoba, fue fundad en la etapa colonial, en 1617; la de Buenos Aires,
en 1821 y la más reciente, la Universidad de La Plata, en 1890. La población estudiantil
aumentó considerablemente, debido no sólo al aumento poblacional, producto de la
inmigración masiva, sino, también, por la ampliación de la base educativa promovida a
través de la Ley 1.420 y del mismo proceso de movilidad social ascendente.

4
La Liga Patriótica inició sus actividades hacia el 1901, propiciada para instruir a los civiles no
comprendidos en el Servicio Militar obligatorio. Con el correr del tiempo fue variando sus objetivos hasta
convertirse en una organización anticomunista de auto defensa, con rasgos antisemitas. Citado en “El
Estado y sus actores sociales. Desde sus orígenes al presente”. Página 126.
Hasta ese momento las universidades tenían como objetivo formar profesionales pero
eran “socialmente elitistas y académicamente escolásticas”, el cuerpo de profesores y
autoridades estaba integrado casi en su totalidad por miembros de la elite conservadora,
mientras que estudiantado se había ampliado e incluía a integrantes de la creciente clase
media. Muchos estudiantes comenzaron a cuestionar el sistema y a exigir una
participación más activa en su dirección. Reclamaban una serie de reformas que incluía:
la actualización de los programas, la vinculación de la universidad con los problemas de
la sociedad, el cambio en los métodos de enseñanza y el nombramiento de profesores a
partir de la selección académica. Querían terminar con el nepotismo y la asignación de
cargos en forma vitalicia. No es casualidad que el movimiento de disconformidad frente
al sistema universitario haya surgido en la universidad más antigua y tradicional y con
mayor influencia clerical, conservadora y anacrónica como la de Córdoba. Los reclamos
se fueron extendiendo rápidamente a las universidades de Buenos Aires y de La Plata y
recibió la adhesión de muchas organizaciones obreras y de políticos de distinto signo,
como Leopoldo Lugones y Alfredo Palacios.
La agitación fue muy intensa y coincidió con el clima más duro de crisis social que le
tocó vivir al primer gobierno de Yrigoyen. La Federación Universitaria Argentina (FUA)
–agrupación representativa de los estudiantes- convocó a huelgas y manifestaciones que
generalizaron el conflicto e influyeron a su vez en el resto de América Latina.
Frente a esta situación el presidente Yrigoyen consideró tolerable las peticiones del
estudiantado y, tras largas negociaciones entre funcionarios del gobierno y líderes
reformistas, se logró que en los estatutos universitarios se produjeran cambios
importantes que incluyeron la actualización académica y científica de los programas, la
difusión e implementación del sistema de concurso por oposición y antecedentes para
designar a los profesores, la posibilidad de la apertura de cátedras paralelas y el gobierno
tripartito con representantes de profesores, alumnos y graduados. Esta reforma le dio un
cariz diferente a las universidades y a su estudiantado, especialmente porque sirvió de
base para la actividad política estudiantil. Además, al crearse nuevas universidades, se
ampliaron las posibilidades de la creciente clase media para recibir educación superior.
La Reforma Universitaria fue un movimiento laico, democrático y socializante. La
asistencia libre, los horarios nocturnos optativos, el concurso docente, la participación del
estudiantado en le gobierno universitario, las cátedras paralelas, son realidades claras, de
los vientos de reforma que se inauguraron en 1912 con la ley Sáenz Peña.

3.1.6 El primer gobierno de Yrigoyen y los militares


Tal como lo señala Rouquié, los radicales no desdeñaron la ayuda d los militares para
lograr su objetivo principal. Durante las revoluciones propiciadas por el partido, los
militares de carrera y el ejército en general no estaban ausentes de estas acciones.
En el caso de la sublevación del 26 de julio, que fue una acción organizada desde lo
civil, a Hipólito Yrigoyen se le había confiado la delicada misión de sublevar el Colegio
Militar donde varios cadetes manifestaron su simpatía por la conspiración. Esto da
cuenta, a modo de análisis, de la importancia y el compromiso del ejército en un
movimiento que reivindicaba de manera manifiesta el libre ejercicio del derecho al
sufragio, pues algunos oficiales parecían estar de acuerdo con las ideas de Alem e
Yrigoyen.
Cuando Hipólito Irigoyen llegó a la presidencia el 12 de octubre de 1916, gracias a la
aplicación de la Ley Sáez Peña, se percibía en el ambiente social, económico y político
de la Argentina una efervescencia que pronto quedaría al descubierto.
Con el inicio de la Primera Guerra Mundial, se generó una suba e los precios
internacionales que tuvo repercusión inflacionaria. La demanda de productos
alimenticios disminuyó como consecuencia, luego, de la finalización del conflicto. Por
ende, la multiplicación de las huelgas a partir de ese mismo año, fue la expresión de una
situación económica dinámica, aunque no muy positiva. En este marco, la actitud de
Irigoyen ante los conflictos sociales estuvo lejos de cubrir las expectativas de algunos
sectores de la sociedad. Por un lado, derogó las leyes represivas promulgadas durante el
antiguo régimen, al tiempo que supo reprimir una huelga cuando lo consideró necesario u
oportuno. Pero para el grupo de conservadores la actitud devenida del presidente
resultaba incomprensible y hasta escandalosa.
La acción de la nueva administración radical ante las huelgas sangrientas de enero de
1919 alejó al gobierno de los partidos del orden, en cuya cabeza pueden ubicarse los
militares.
La semana conocida como “trágica” fue provocada por enfrentamientos entre las
fuerzas del orden y los huelguistas, quienes atacaron y saquearon la ciudad, atacando
bienes y personas. Esto provocó un verdadero pánico entre la burguesía porteña. La
magnitud que adquieren los movimientos sociales, y la postura del gobierno para la
negociación con ello, hace suponer a gran parte de la ciudadanía, que no estarán nunca
bien protegidos. Al tiempo salen a la luz otros hechos reveladores que incrementan la
desconfianza hacia el nuevo régimen: se trata de la creación de organizaciones privadas e
defensa social. Estas se proponen organizar la resistencia contra las reivindicaciones
obreras o los movimientos subversivos.
La Asociación del Trabajo se constituyó como una organización patronal que proveía
rompe huelgas profesionales. Los grupos mejor organizados recibían armas de la policía
y se reunían en el Centro Naval. Con el tiempo, dichas guardias cívicas se transformaron
en la “Liga Patriótica Argentina”. Parece ser que no hay motivos para negar la relación
entre esta Liga y le gobierno radical. En términos de Rouquié: “Esta organización
provenía básicamente del comité nacional de la juventud que animaba el gran escritor
radical Ricardo Rojas y que se oponía, dentro del partido, a la actitud neutralista del
gobierno antes de la guerra mundial”. 5
Siguiendo con la descripción que hace el autor, los miembros de la Liga Patriótica se
autodefinen como “una asociación ciudadana de pacíficos arados que monta guardia para
velar por la sociedad y defenderla de la peste exótica. Es antisocialista y xenófoba. Su
slogan era “orden y patria”.
A todo esto, el se estaba produciendo una escisión entre el gobierno radical y la
opinión militar respecto de la manera de solucionar los problemas sociales. Esto se vio
agravado con los suceso trágicos ocurridos en la Patagonia.
En el sur argentino, la situación se caracterizaba por la existencia de inmensas
extensiones de tierras en manos de propietarios que hacían uso y abuso de las leyes
laborales. Hacia finales de 1920, estallaron diferentes protestas, donde el movimiento se
extendió a la mayoría de los trabajadores de los frigoríficos y de los obreros agrícolas.
Aunque sus reivindicaciones eran moderadas, los propietarios, aterrorizados por la
rebelión, se negaron a atender los reclamos, mientras llamaron a las fuerzas represivas
para dar fin a las huelgas. Desde el gobierno nacional enviaron una pequeña expedición
al mando del teniente coronel Varela, logrando restablecer la calma, mediante el

5
Rouquié, Alain, Poder militar y sociedad política en la Argentina. I Hasta 1943, Emece editores, 1981,
Pág. 45.
arbitraje. Aunque eso fue solo por un corto período. Al poco tiempo la protesta toó nuevo
impulso, volviendo a la Patagonia, el coronel Varela. Sin embargo, los acontecimientos
variaron en esta oportunidad, y quizá presionado por el temor de los propietarios, quizá
por darle un cierre definitivo, las operaciones se extralimitaron, aplicando la ley marcial.
Finalmente los rebeldes fueron fusilado en masa.
En Buenos Aires, no vieron en esta actitud de Varela, una buena acción, pues
consideraron que se había abusado de su autoridad, por lo que de regreso a la Capital,
Varela solamente reconocido por la Liga Patriótica, mientras que fue ignorado por el
gobierno. Este triste asunto, devino en las filas del ejército un profundo rencor contra
Irigoyen.
La política militar del presidente radical acentuó, con el tiempo, el malestar dentro de
las fuerzas armadas. Sucede que para Yrigoyen, el ejército no constituye la principal
preocupación en su gestión.
Si bien no vacila en poner a integrantes de las Fuerzas Armadas para misiones
civiles, a veces delicadas, tal como ocurrió cuando encargó a oficiales de la Marina la
explotación del petróleo en Comodoro Rivadavia, tanto él como sus colaboradores no
mezclan los poderes y se preocupan por marcar claramente la supremacía de la autoridad
civil. Entones, las Fuerzas Armadas, tienen la sensación de ser ignoradas y hasta
despreciadas por un partido y un hombre que debía mucho a los militares.
Es conocida la idea que para muchos militares, la creación de una industria de guerra
que asegure cierta autonomía a la defensa nacional, era algo necesario. De todas maneras,
Yrigoyen sólo consideró la creación de una industria de guerra como un paliativo
momentáneo para períodos de escasez. Para algunos, el presidente no tenía una
mentalidad industrial.

Al promediar su primer mandato, El caudillo radical acentuó su indiferencia hacia el


ejército y le hizo sentir el peso de su descontento. A partir de 1920 los oficiales
superiores se vieron privados de ascensos, ya que el presidente dejó de enviar al Senado
las listas elaboradas por la junta de calificaciones del Estado Mayor. Pero del mismo
modo busca la manera de ayudar a aquellos militares que habían participado en los
acontecimientos de 1890, 1893 y 1905, para lo que envía al parlamento un proyecto de
ley encaminado a beneficiarlos. A esto se debe sumar los constantes ataque de la prensa
contra Yrigoyen, los cuales encontraron eco en las filas de un ejército cada vez más
descontento con la política social y militar del gobierno.

3.2 El gobierno de Marcelo Torcuato de Alvear. (1922- 1928)


Cuando Hipólito Yrigoyen se encaminaba hacia el fin de su mandato presidencial, se
iniciaron las negociaciones propias en el seno del aprtido radical para encontrar un
sucesor que pudiera disputar la candidatura a la presidencia, la ganara, pero al mismo
tiempo no opacara la figura emblemática del caudillo.
En el mismo plano, la debilidad electoral manifestada por las fuerzas conservadoras
era marcadamente evidente y cada vez más se orientaba hacia alternativas fuertemente
autoritarias. Vale destacar que, durante el gobierno de Yrigoyen (tal como se menciona
en otro apartado del correspondiente trabajo) surgieron grupos denominados de
“autodefensa” ante los avatares provocados por los obreros n huelgas, o las diferentes
manifestaciones y protestas, que muchas veces adquirían tintes violentos. Entre otras, la
más conocida fue la “Liga Pastriótica” y la “Liga General San Martín”. Es así que, las
fuerzas conservadoras no poseían una alternativa demarcada en este aspecto, pero
tampoco el partido radical podía jactarse de este abuso, pues era conocido que existían
relaciones entre la liga Patriótica y algunos funcionarios radicales.
En otro aspecto, la Constitución de 1853 no permitía la reelección presidencial, por
los que rápidamente hubo de buscarse entre las líneas del partido radical, un candidato
adecuado. En el marco de las discenciones por elegir a la persona adecuada, Hipólito
Irigoyen decidió dar su beneplácito a un funcionario que en ese momento estaba
desempeñando su labor en Francia como embajador: Marcelo Torcuato de Alvear.
Alvear, para la sorpresa de muchos era la contracara del parco caudillo, no sólo por
su estilo de vida, sino por el estirpe que detentaba. En efecto, provenía de una familia
acomodada; militante del partido radical desde joven, activo participante en las
movilizaciones y revoluciones llevadas adelante por la UCR, había ocupado una banca
legislativa, hacia la década del 10, pero pronto se había retirado de la vida política
local ,para desempeñar tareas competentes en el exterior. Si se preguntase que motivos
llevaron a la elección de este candidato, diversos autores coinciden entre otras cosas en
destacar que no implicaba una amenaza para la figura de Yrigoyen; su alejamiento de la
actividad local le permitía una visión más objetiva de la situación y lo salvaba de los
internismos surgidos por entonces; al ser un hombre del patriciado en un partido
caratulado como de popular, representaba una clara muestra de la necesidad que tenía la
agrupación de sostener el apoyo de las elites, ya que por entonces se hallaba jaqueado por
los sucesos de la semana trágica y la acci´no de la Liga Patriótica.
3.2.1 Un gobierno de distensión
La fórmula Alvear- Elpidio González, ganó ampliamente las elecciones de 1922
derrotando a los conservadores que se habían agrupado en una Coalición Nacional, por
458.457 votos contra 200.080. De esta manera y casi nsi n ningún esfuerzo Marcelo T. de
Alvear era el nuevo presidente de la República Argentina.
Si bien no le fue fácil gobernar, debido al contexto mundial de pos guerra, junto con
las implicancias en lo económico, como así también el ungimientos de ideas totalitarias
que se daban lentamente en Europa, y que traerían consecuencias nefastas para el mundo
diez años después, la década del 20, conocida como “los años locos”, fue vivida en un
clima de distensión y calma relativa.
El gabinete del nuevo presidente quedó conformado por hombres pertenecientes al
círculo del poder y las familias tradicionales, lo cual motivó un descontento entre los
yrigoyenistas por haber tenido en cuenta a muy pocos de los suyos para ocupar tales
cargos. En tanto, Alvear no demostraba detentar ambiciones de poder, aparentemente,
pero pronto se hicieron evidentes diferencias claras entre el jefe Irigoyen y su sucesor.

3.2.2 Política económica


Durante su gestión se limitó a reducir la creación de empleos públicos y cuidó muy
bien sus relacione con el Congreso. Promovido por los miembros de su gabinete más
relacionado con la elite, se tendió a la estricta reducción del gasto público, y hasta se
quiso despedir a numerosos empleados nombrados por el gobierno anterior. Este parecía
ser un claro indicio de la voluntad de desterrar las prácticas de patronazgos adoptadas por
Yrigoyen.
Es así, que de a poco, Alvear fu tomando su camino diferente al de su predecesor lo
que generó un cierto descontento. A pesar de algunos intentos de política negociadora, el
presidente empeoró sus relaciones con los miembros del partido, en especial por las
presiones acerca del aumento de cargos públicos y/o adopción de políticas de
intervención federal. Estas diferencias tuvieron su corolario cuando, en 1924, fue
inevitable la escisión del partido en dos bloques antagonistas: por un lado los
“personalistas” fieles a Irigoyen, y que no aceptaban acuerdos ni alianzas; y, por otra
parte, los “anti personalistas” o burlonamente denominados “contubernistas”, que no
veían con malos ojos una alianza entre las fuerzas conservadoras y el socialismo
independiente.
Siguiendo con las medidas económicas del gobierno de Alvear, el conflicto más
importante lo llevó a cabo el sector ganadero. Al término de la Primera Guerra Mundial,
la actividad ganadera se vio damnificada por las caídas de ventas y exportaciones. En
consecuencia, hubo mucho ganado vacuno que debió ser sacrificado, por lo que afectó
tanto a criadores, invernadotes y frigoríficos. Presionado por los criadores que conducían,
eventualmente, la Sociedad Rural, y con el respaldo del presidente, el Congreso sancionó
en 1923 un conjunto de leyes que protegían a los criadores en detrimento del los
consumidores locales y los frigoríficos. Estos reaccionaron suspendiendo
automáticamente sus compras y el gobierno debió retroceder en su iniciativa. De este
modo quedó demostrada la influencia que ejercían las empresas extranjeras.
A su vez, la posibilidad de colocar carne argentina en el extranjero se vio frustrada
por las medidas tomadas por Estados Unidos, quien prohibió la importación por
considerar que la carne argentina no estaba libre de aftosa. En respuesta a esta medida, la
Sociedad Rural, bajo el lema “comprar a quien nos compra”, renovó el bilateralismo con
Inglaterra, para debilitar a la creciente potencia del norte americano.
Por otra parte, ya se preveía el ascenso de Estados unidos como potencia mundial en
detrimento de Gran Bretaña. Esto se reflejó en las actividades comerciales, ya que la
Argentina era uno de los principales clientes importador de autos, neumáticos,
electrodomésticos, máquinas industriales y agrícolas, entre otros. Para tener un lugar
asegurado en el mercado nacional, y evitar las barreras arancelarias impuestas, las
grandes empresas norteamericanas realizaron importantes inversiones, que no
contribuían a generar exportaciones, y como consecuencias, divisas para el país. Solo se
orientaba a producir para abastecer el mercado interno.

3.2.3 Alvear a la presidencia: la política hacia los militares.


Cuando Alvear llegó a la presidencia, los ánimos de los diferentes sectores sociales y
militares mejoraron notablemente, pus estaba destinado a dirigir un gobierno distendido a
comparación de su predecesor. En cuanto a su relación con los militares, rompiendo con
la dura política del gobierno de Yrigoyen, Alvear se acercó a ellos; una prueba fue el
nombramiento al frente de dos ministerios a oficiales. Dos días después de asumir la
presidencia, realizó su primera visita oficial al Círculo Militar. El gesto fue interpretado
como un restablecimiento solemne de las relaciones entre el ejército y el poder.
El coronel Justo, ministro de guerra, cumplía la función de ser, además, representante
del ejército en las reuniones de gabinete, como así también portavoz del presidente ante
los militares. En este punto, cabe destacar que el crecimiento del poderío militar, en
conformidad con las reivindicaciones profesionales del alto mando, aumentó la
influencia del ejército dentro del estado. Si bien ningún peligro exterior justificaba un
reequipamiento masivo y acelerado del ejército argentino, la diplomacia argentina hacía
hincapié en el pacifismo del país. En 1923, el poder Ejecutivo envió al Congreso, un
proyecto que implicaba una autorización de gastos por 125 millones de pesos para
construir edificios militares.
En cuanto a la Marina, se envió también al Congreso, una ley para la modernización
de la flota de 29 millones de pesos, además de comprar armamentos navales y
reconstrucción de fortificaciones costeras por 223 millones de pesos.
Por otra parte, los ingenieros militares tomaron conciencia de la dependencia de
Argentina en materia de equipos y tecnología. El coronel Mosconi, se puso al frente de la
dirección de los Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), explotando yacimientos en la
Patagonia. En los medios militares, YPF se convirtió en un símbolo de la independencia
económica, incluso de la soberanía nacional.
Por otra parte, hacia 1929, se inauguró en Córdoba, La Fábrica Militar de Aviones, una
fábrica de construcciones aeronáuticas. Tales acciones, respondían a una conciencia
industrial que se manifestaba cada vez con mayor claridad en las filas del ejército. A
estas alturas, era evidente que el poder militar se conviertió en una realidad, esto es, que
tomaron partido en la escena política.

En enero de 1923, fue asesinado el coronel Varela, quien había tenido una
participación controvertida en los hechos de la Patagonia. Ante ese trágico suceso, los
colaboradores de Alvear vieron escondida una maniobra de los yrigoyenistas, por lo que
creen es hora de dividir las aguas partidarias. Es así que el radicalismo sufrió una
división entre “personalistas” y “anti personalistas” Lo cierto es que esta maniobra
pretendía debilitar el poderío del viejo caudillo radical, pero se descubre insuficiente. En
este punto, el proyecto de colocar bajo control federal la provincia de Buenos Aires,
animado por el ministro de guerra y el inspector general del ejército, no hace más que
caldear los ánimos del partido radical dividido.
Se manifestó, por otra parte, una campaña de militarización de la opinión pública que
estaba provista de segundas intenciones tanto políticas como militares. Pero, ya nada
podía detener el regreso del viejo caudillo radical que asomaba como candidato para las
nuevas elecciones presidenciales.

3.3 El segundo gobierno de Yrigoyen (1928-1930). El golpe de Estado de 1930


En 1928, después del interregno alvearista, fue reelecto Hipólito Yrigoyen, con la
mayoría absoluta de los votos. Su breve gobierno, de menos de dos años, fue atacado
desde el inicio por la impiadosa acción de partidarios más fieles y antiguos, pero también
por otros que se aprovechaban de su debilidad para formar un entorno que poco a poco lo
aisló de la realidad.
Las primeras medidas del gobierno se orientaron a conquistar la última resistencia
independiente: el Senado. Recurrió a los mecanismos que antes había utilizado: amplio
reparto de puestos públicos, e intervención federal a los gobiernos provinciales
opositores, especialmente los de Mendoza y San Juan.
Sin mayoría en el Senado, donde la oposición obstruía sistemáticamente todas las
iniciativas del gobierno, y bajo el ataque continuo de la prensa, se le hacía cada vez más
difícil gobernar, especialmente teniendo en cuenta que la crisis económica mundial
desencadenada a partir de 1929, demandaba medidas urgentes. Las reducciones de
sueldos y despidos se reflejaron en los resultados electorales: en marzo de 1930 el
radicalismo perdió las elecciones en la Capital.
La incapacidad de las fuerzas liberal-conservadoras para organizarse como un partido
político moderno, que pudiera disputarle el triunfo en las elecciones al radicalismo, fue
un factor importante en el retroceso de la incipiente democracia, porque la creciente
hegemonía radical alentó en los grupos de poder económico la búsqueda de alternativas
ilegales. Si el régimen democrático no les aseguraba la posibilidad de acceder al gobierno
mediante elecciones, comenzaron a discutir otras formas de recuperar el manejo del
Estado. A favor de esa propuesta actuaban distintos grupos políticos e ideológicos que,
aunque minoritarios, había contribuido al fortalecimiento de esa nueva derecha. En sus
publicaciones denostaban el sufragio universal, la oscura democracia, la demagogia
populista de Yrigoyen, que debió ser reemplazada por la firme dirección de un jefe,
rodeado de una elite que aseguraría el gobierno de “los mejores”. Intentando encontrar
una salida se volvieron hacia las fuerzas armadas.
Grupos como la fascista Legión Republicana, o el Comité de Acción del radicalismo
antipersonalista, el socialismo e incluso parte de la juventud universitaria radical,
contribuyeron a crear un clima de disturbios. En el ejército la facción antiyrigoyenista se
había impuesto aprovechando la ventaja obtenida durante el gobierno de Alvear. Fueron
dos los sectores que comenzaron a conspirar contra el gobierno, el sector de Uriburu, que
contaba con el apoyo de la aristocracia terrateniente y el de un reducido número de
oficiales del ejército de inclinaciones fascistoides. El sector de Justo estaba vinculado
con los partidos de derecha (conservadores, radicales antipersonalistas, socialistas
independientes –el llamado “contubernio”- y tenía el apoyo de la mayoría de los oficiales
complotados y de sectores civiles.
El desenlace fue facilitado por la inercia presidencial y la interferencia de sus
consejeros que desoyeron o frustraron todos los intentos del ministro de Guerra, el
general Dellapiane, para frenar a los conspiradores. El seis de septiembre de 1930, casi
sin resistencia ni víctimas, se produjo la primera quiebra del orden constitucional
argentino.

4. DÉCADA INFAME: “LA RESTAURACIÓN CONSERVADORA” 1930-


1945.
4.1 Gobierno provisional de José Félix Uriburu (1930-1932)
Entre la Ley Sáenz Peña y el golpe militar de 1930, el mejor modo de describir la
política argentina es como un ejercicio del poder informal compartido entre las elites
tradicionales y las clases medias urbanas. Esta relación funcionó gracias a la expansión
económica; pero el comienzo de la Gran depresión en 1930, las enfrentó inmediatamente
en una pugna por los recursos en rápida disminución. Las élites querían reducir el sector
público, para disponer de fondos que las ayudase a protegerse contra la depresión. Las
clases medias, exigían su expansión aún mayor para defender el empleo y contener la
caída de los ingresos personales. Atrapado en el medio, el gobierno, no satisfizo a
ninguna de las partes, y en 1930 el apoyo popular de los radicales se derrumbó y éste fue
el preludio de su derrocamiento.
La deposición del gobierno radical el 6 de septiembre de 1930 se llevó a cabo con
una planificación escasa y sólo pequeñas fuerzas. La mayoría de los que marcharon
desde Campo de Mayo eran oficiales subalternos. Los jefes del golpe estaban divididos
en dos grupos: en la extrema derecha había una facción nacionalista encabezada por el
general Uriburu, que fue el presidente del gobierno provisional, que habían sido
adversarios de la política laboral de Yrigoyen durante la guerra. Durante los años 20, los
nacionalistas se habían vuelto cada vez más antidemocráticos y antiliberales. Estaban
dispuestos a hacer radicales revisiones en la constitución de 1853, a suprimir las
elecciones y los partidos políticos, y a crear un sistema autoritario basado en la
representación corporativa6.
Aunque tenían el liderato titular, los nacionalistas eran una minoría en la coalición
revolucionaria que derrocó a Yrigoyen. La voz dominante la tenían los conservadores
liberales dirigidos por Justo. Los liberales se oponían a todas las medidas extremas, no
querían poner el gobierno por encima del conjunto de la sociedad al estilo corporativista
o fascista, sino hacerle directamente responsable ante las élites comerciales y
terratenientes.(Rock)
Poco después de tomar el poder, Uriburu trató de fortalecerse patrocinando una
organización paramilitar, la Legión Cívica Argentina. Mientras tanto Justo, intrigaba para
debilitar al gobierno.
La revolución de septiembre había sido recibida con entusiastas demostraciones
populares en Buenos Aires y otras ciudades, pero la euforia tuvo una corta vida ya que la
crisis se agudizó y las medidas de emergencia del gobierno provisional empezaron a
hacer estragos.
En abril de 1931 Uriburu intentando organizar un cuasi plebiscito a su favor, permitió
una elección de prueba en la Provincia de Buenos Aires para elegir un nuevo gobernador.
Los radicales obtuvieron la victoria, tres meses más tarde se anuló la elección. En una
desesperada tentativa de recuperar su autoridad sobre los militares, fraguó un acuerdo

6
Rock, David, Argentina 1516-1987 Desde la colonización española hasta Alfonsín 5°ed., Buenos Aires,
Alianza, 1995.
para permitir a los oficiales cancelar sus deudas personales. Pero su reputación en el
ejército se derrumbó y a los pocos meses el régimen nacionalista se hundió. Uriburu tuvo
que fijar fecha de elecciones presidenciales, que se realizaron en noviembre de 1931
donde los radicales fueron excluidos por proscripción, la elección fue ganada por Justo.
(Rock)

4.2. Presidencia de Agustín p. Justo (1932-1938)


Las elecciones de 1931 devolvieron al poder al mismo amplio conjunto de grupos
que los habían controlado antes de 1916: los exportadores de las pampas y los
terratenientes menores de las provincias. La restauración se realizó gracias al respaldo del
Ejército, la proscripción de los radicales y una torpe manipulación electoral, práctica
común de los años 30. Los radicales, por su parte, renunciaron hasta 1935 a
intervenir en las elecciones, retomando las posturas de abstención tomadas antes de
1912.
El apoyo civil a Justo tenía tres componentes principales que permitieron la
formación de la Concordancia:
1- viejos conservadores anteriores a 1916, que adoptaron el nombre de Partido
Demócrata Nacional.
2- El Partido Socialista Independiente, un retoño derechista del partido Socialista
original de Juan B. Justo, formado en 1927. De este grupo que representaba a la
concordancia en la ciudad de Buenos Aires provenían dos de las más talentosas figuras
del régimen Justo, Federico de Pinedo y Antonio de Tomaso.
3- Los radicales antipersonalistas.7
Comparado con Uriburu, Justo fue un gobernante mucho más tolerante y benigno. Al
ocupar el cargo Justo levantó el estado de sitio que había sido impuesto desde el golpe,
liberó y amnistió a presos políticos, entre ellos Yrigoyen, quien murió en julio de 1933, y
frenó las actividades de grupo paramilitares como la Legión Cívica.
Durante el gobierno de Justo no hubo una oposición efectiva ni organizada que
ofreciera auténticas alternativas. El viejo partido socialista decayó en números de
miembros y de influencia. Por su parte, el radicalismo nunca supo que decir en las épocas
7
La UCR Antipersonalista daba máxima importancia al principio político de "impersonalidad de la
coalición" propuesto por Leandro Alem como una de las cuatro banderas del radicalismo y criticaba el
liderazgo vertical y personalista de Hipólito Yrigoyen.
de depresión, tenía fuertes imperativos morales, pero de contenido débil, dividido
permanentemente en cuestiones de estrategia y táctica.
La intensa controversia provocada por el Tratado Roca-Runciman8 estimuló el
surgimiento del nacionalismo como fuerza importante en la política argentina a mediados
de los años treinta y poco después se convirtió en una fuerza decisiva. Tuvo diversos
componentes y antecedentes históricos. La idea de que la argentina era una nación
favorecida por la naturaleza y por Dios predestinada al poder y la grandeza perduró hasta
los años treinta, convirtiéndose en el fundamento de la posterior asociación intima entre
el nacionalismo y las fuerzas armadas.
Había habido también desde hacia tiempo un latente y semiarticulado hilillo de
nacionalismo económico en argentina. Esa hebra de siglo XIX consistía en la sospecha
de que los extranjeros obtenían beneficios excesivos comparados con los que ofrecían a
la Argentina mediante las inversiones o el comercio.
Otro precursor del nuevo nacionalismo fue el yrigoyenismo. El movimiento de la
reforma universitaria de 1918 había injertado un brote de doctrina radical y
antiimperialista, en las preocupaciones de la nueva clase media por ampliar los caminos
de la movilidad social. Los mismos impulsos generales se hicieron evidentes en un
movimiento radical juvenil nacionalista fundado en 1935 llamado La FORJA (Fuerza de
Orientación Radical de la Juventud Argentina). Forja combinaba la vieja adhesión radical
a la democracia integral con el tipo de nacionalismo categórico e intransigente expresado
en el lema: “Somos una Argentina colonial, queremos ser una Argentina libre”.
Hasta mediados de los años treinta el nacionalismo estaba representado por figuras de
la derecha, como Uriburu. El principal movimiento nacionalista surgió de La Liga
Patriótica de 1919. Fue en la extrema derecha política donde el antiimperialismo radical
dejó su mayor huella en los años treinta y sobre esta base el movimiento nacionalista se
transformó en un amplío programa político.
8
Fue un esfuerzo del gobierno argentino para proteger la conexión histórica con Gran Bretaña, mediante el
comercio bilateral. Gran Bretaña recibía indudablemente los mayores beneficios, convino en seguir
adquiriendo la misma cantidad de carne que en 1932, también se acordaba que los frigoríficos de propiedad
argentina proporcionarían el 15 % de las exportaciones nacionales de carne a Gran Bretaña. A cambio,
Argentina convenía en reducir los aranceles sobre casi 350 artículos británicos a las tarifas de 1930, y
abstenerse de imponer aranceles sobre productos como el carbón. Además se comprometía a dar trato
benevolente a las compañías británicas. El tratado también incluía dos concesiones a los ferrocarriles
británicos: una exención de ciertas leyes laborales y la promesa de términos de remesa favorables en caso
de futuras devaluaciones en Argentina.
Durante un tiempo el movimiento nacionalista estuvo dominado principalmente por
historiadores que trataban de echar leña a la campaña contra los británicos. Estos
“revisionistas” empezaron a reexaminar el siglo XIX y a catalogar las intrusiones
imperialistas británicas. Ahora se rindió culto a la figura de Juan Manuel de Rosas, que
fue descrito como un símbolo de la resistencia nacional a la dominación extranjera. La
propaganda de este tipo hizo una profunda impresión en la opinión pública y contribuyó
a sustentar los sentimientos nacionalistas del Ejército.
Frente a la renovación presidencial, el gobierno se vio afectado no sólo por las
repercusiones que generó la campaña llevada a cabo por los nacionalistas, sino también
la disyuntiva dentro de la Concordancia acerca de si se debía reforzar la legitimidad
mediante elecciones limpias o si era conveniente continuar con las prácticas fraudulentas
para seguir controlando el poder. Justo propuso la fórmula Roberto Ortiz- Ramón
Castillo. La cual triunfó mediante el fraude el 5 de setiembre de 1937.
Es interesante tener presente que Justo propuso a Ortiz por varios motivos: primero
porque consideraba que no debía apoyar a un dirigente conservador que careciera del
apoyo popular. Segundo, requería de un candidato que obtuviera los votos populares y
radicales, y Ortiz, de origen radical antipersonalista, cumplía con el requisito. Y por
último, como había sido su Ministro de Finanzas creía que además de continuar su obra,
podía manipularlo políticamente en beneficio propio y de esta manera acceder a su
segunda presidencia.
Justo, sin embargo, desconocía que Ortiz no estaba dispuesto a ser un títere de la
Concordancia. Algunos historiadores coinciden en sostener que a pesar de haber sido
presidente por fraude, tenía fuertes convicciones democráticas e intenciones de llevar
adelante una práctica electoral pura.

4.3. Presidencia de Roberto Ortiz (1938-1940)


Uno de los hechos más importante durante su presidencia fue la intervención en la
provincia de Buenos Aires en marzo de 1940, y la consiguiente anulación de los
comicios fraudulentos que habían otorgado la victoria de la gobernación a los
conservadores, lo que provocó la pérdida de su apoyo. Ortiz no pudo concretar sus
objetivos, dado que era un hombre muy enfermo que, con interrupciones sistemáticas,
sólo dirigió el Estado por dos años.
En 1939 había estallado la Segunda Guerra Mundial. Una vez más Argentina
mantuvo la neutralidad. En 1940 cayeron drásticamente las exportaciones e
importaciones, por lo que se estas condiciones exigían inventiva para paliar la crisis. A
fines de 1940, el gobierno respondió a la crisis del comercio con el Plan de reactivación
Económica, más conocido como Plan Pinedo9, por el ministro de finanzas, su principal
autor. Se la consideraba como una medida contracíclica para reavivar la demanda,
reducir al máximo la inflación, proteger el empleo e impedir sus repercusiones sociales.
Pinedo propuso estimular la sustitución de importaciones e iniciar la exportación de
artículos manufacturados. Cuando Pinedo presentó sus propuestas, el país cayó víctima
de una crisis política. Ortiz, diabético crónico, tuvo que dejar su cargo en manos de
Castillo, el archiconservador vicepresidente.

4.4. Presidencia de Ramón Castillo (1940-1943)


En 1942, este conservador partidario del fraude y declarado opositor de Justo, ocupó
discretamente el cargo de presidente. Desde ese momento hasta el golpe del 43, el
período revistió una gran confusión política., llena de intrigas civiles y militares sin
precedente en la historia nacional hasta ese momento.
Algunas fuentes consultadas, coinciden en afirmar que, si bien el presidente no estaba
dispuesto a ser manipulado por los intereses de los radicales ni de Justo, como su
posición era débil armó su gabinete de forma tal que sus adversario quedaran conformes;
para ganar apoyo e imponer su candidatura en las futuras elecciones.
Castillo intentó anular la política liberal de su predecesor, y en un enconado conflicto
partidista, una de las primeras víctimas fue el Plan Pinedo. La legislación fue aprobada
por el Senado, pero la mayoría radical recientemente eleta en laCámara de Diputados se
negó hasta a discutirla, y exigieron reparaciones por casos recientes de fraude eletoral,
presuntamente efectuados con la complicidad de Cstillo. Así el Plan Pinedo cayó víctima
de la pugna entre conservadores y radicales.
En el plano internacional, aunque se mantuvo la neutralidad ante la guerra, era bien
sabido que Castillo de orientación germanófila, se esforzó por conservar y profundizar
9
Federico Pinedo (n. Buenos Aires, 22 de abril de 1895 - m. íd., 1971), fue un abogado, político,
historiador, parlamentario, y economista argentino. Se desempeñó como Ministro de Hacienda en el
gobierno de Agustín P. Justo, Roberto Marcelino Ortiz durante la llamada Década Infame.
buenas relaciones con el Eje. Las victorias del Eje en Europa oriental, así como las
noticias de una infiltración ideológica nazi en el país, ayudaron a agudizar la crisis
política. El gobierno de castillo fue acusado de estar al tanto de actividades nazis y de no
instrumentar medidas para impedirlas. Uno de los blancos principales de la prensa fue el
embajador alemán, quien mantenía vínculos estrechos con algunos oficiales de las
Fuerzas Armadas y con varios políticos del oficialismo.10
En diciembre de 1941 tras el ataque japonés al Pearl Harbor, Estados Unidos entró en
guerra del lado de los aliados y presionó a los gobiernos latinoamericanos para que le
declararan la guerra al Eje. El Estado argentino continúo manteniendo la neutralidad.
Según algunos autores, castillo tenía claras intenciones de mantener relaciones amistosas
tanto con Alemania como con Italia y no estaba dispuesto a someterse a Estados Unidos.
El país del norte respondió declarando un bloqueo selectivo a la Argentina. En este
contexto se decidió decretar el estado de sitio en todo el país. Se prohibieron las
reuniones públicas y se censuró la divulgación de publicaciones que criticaran la política
exterior del gobierno o que estimularan los desórdenes internos. Con estas medidas,
Castillo aumentó su poder y fue considerado por una importante facción de la ciudadanía
como el garante de la paz y el defensor de la soberanía.
No hay que olvidar que la clave de la posición que había adquirido Castillo estaba
basada en la relación que había establecido con un importante sector del ejército. Había
tres grandes grupos dentro de las Fuerzas Armadas: uno respondía al general Justo; otro
de corte nacionalista muy fragmentado y simpatizante del Eje; y por último un grupo
abocado a su profesión y que se podría definir como apolítico. Si bien Castillo pretendió
el apoyo del grupo nacionalista, éste no fue incondicional en todos sus planes. Esto se
puso de manifiesto cuando quiso imponer a su sucesor.
Tras la muerte de Alvear en 1942 la UCR se queda sin liderazgo, y Justo opositor a
Castillo encuentra el camino despejado para lanzarse a la búsqueda de simpatías para su
reelección. Pero la inesperada muerte de Justo en 1943, Castillo vio el camino libre para
imponer a su sucesor, Robustiano Patrón Costas, por el cual los militares sentían
profundo rechazo, decisión que será fatal para él mismo.

10
Potash, Robert, El ejército y la política en la Argentina 1928-1945. De Yrigoyen a Perón, Buenos Aires,
Sudamericana, 1982.
Costas, gran hacendado del norte, asociado en la opinión pública con la explotación y
la marginalidad social de los trabajadores del azúcar y conocido partidario del fraude,
resumía los rasgos más irritativos del régimen. A estos antecedentes, Robustiano Costas
agrega otro y es su simpatía hacia la causa aliada y la posición de los Estados Unidos.
La decisión es fatal porque aglutina el rechazo unánime del único sector de la vida
política de obstaculizar los planes de Castillo: el ejército. El ejército, mayoritariamente
neutralista, albergaba bolsones de fuerte simpatía hacia los regímenes fascistas, no
aceptaba un futuro mandatario favorable a los aliados y con fuertes contactos con
Estados Unidos. En este marco, se produjo la Revolución de Junio.11

4.5. Revolución del ‘43


El 4 de junio de 1943 se generó el segundo golpe de Estado de la República
Argentina. Fue encabezado por el general Arturo Rawson, quien sólo fue presidente tres
días y no llegó a jurar al ser desplazado por ex ministro de guerra de castillo, general
Pedro Ramírez. A la vez, este fue destituido en 1944 por el general Edelmiro Farrel.
La fugacidad de la permanencia en el cargo estaba expresando las profundas
diferencias y, en el momento del golpe, la carencia de un proyecto definido para
gobernar. En realidad, quien tenía un plan era el Grupo de Oficiales Unidos (GOU), una
logia12 militar formada por un grupo de capitanes, tenientes coroneles y coroneles, es
decir por oficiales del segundo escalón del ejército; muchos de los cuales habían
participado en el golpe de Uriburu y de otras conspiraciones militares fallidas. El GOU
se encontraba integrado entre varias docenas de oficiales, entre quienes se desatacaban
Francisco Filipi, Enrique González, D. Mercante, Juan Perón, entre otros.
La logia se conformó para oponerse oponerse a la candidatura de Robustiano patrón
Costas y neutralizar a los generales a Estados Unidos; de este modo, evitarían la presión
norteamericana para romper la neutralidad argentina frente a la Segunda Guerra
Mundial. Por otra parte los miembros del GOU concebían a la Revolución de Junio como
la oportunidad histórica para reorganizar las bases institucionales del país a fin de
ponerlo al abrigo de la corrupción de los políticos y de la amenaza comunista.

11
Torre, Juan Carlos, La vieja guardia sindical y perón,
12
Cuando el general Ramírez se hizo cargo del gobierno puso al frente de los
ministerios de Guerra e Interior a los generales Farrel y Gilbert, ambos cercanos al GOU.
A la vez, ciertos oficiales de la logia ocupaban cargos en distintas secretarias del
gobierno, entre quienes se destacaba Juan Domingo Perón en la Secretaria de Guerra.
En el gobierno de Ramírez se disolvieron los partidos políticos (entre ellos el
radicalismo), se implantó la enseñanza religiosa en las escuelas y se intervino la
Universidad. Casi automáticamente la oposición equiparó al gobierno con el fascismo,
esa asimilación se potenció ante la persistente y militante neutralidad ante la guerra, esa
neutralidad se tradujo en un aislamiento político, que fue acentuándose con la evolución
de la guerra a favor de la causa aliada. En un esfuerzo por salir de una situación que se
tornaba insostenible pero así mismo bajo la presión de los Estados Unidos, en enero de
1944 el presidente Ramírez decidió la ruptura de relaciones con el Eje. La decisión
provocó una fuerte conmoción dentro de la cúpula militar. Una primera consecuencia fue
el desplazamiento de Ramírez y la designación del ministro de Guerra, general Edelmiro
Farrel en la presidencia. La segunda consecuencia habría de ser la que en breve plazo
tendría el impacto mayor: el desencadenamiento de una intensa y sorda puja entre los
miembros del GOU y de la que emergería convertido en el hombre fuerte de la
Revolución Juan Perón.
Perón fue designado en la Secretaria de Trabajo, desde donde dio un fuerte impulso
al moderno Estado interventor y arbitro de las relaciones obrero-patronales. Desde allí
desarrolló una agresiva y dinámica política social. Se rodeó de algunos oficiales amigos y
convocó a los dirigentes sindicales no comunistas a colaborar, sino todos, una buena
parte de ellos participó activamente de la nueva política laboral.
La era de justicia social anunciada por el secretario de trabajo tardó algún tiempo en
traducirse en los hechos. Parecía como si las promesas de reformas no hubieran tenido
otro objetivo que el de apaciguar el frente sindical para ganar tiempo y legitimar a la
Revolución. Por lo que buscó el respaldo del partido que había sido antes de 1943, el
canal de expresión de la oposición mayoritaria a los gobiernos conservadores, el partido
radical. En particular los contactos se establecen con Amadeo Sabattini, quien es un
defensor solitario en los medios políticos del neutralismo ante la guerra. La tentativa de
Perón confirma el lugar todavía complementario que asigna al sindicalismo en esta etapa
de su carrera hacia el poder.
Ante la negativa del líder radical, Perón puso en marcha una inédita política de
apertura hacia los sectores sindicales. La represión que ejerció el gobierno provocó una
desconfianza de éstos, por lo que su primer objetivo fue establecer el diálogo con los
líderes sindicales. La formulación de una nueva política social basada en la resolución de
necesidades reiteradamente reclamadas por el movimiento obrero fue la clave de acceso
para ese buscado diálogo.
Según Ruquié Perón inauguró una nueva era en materia de política social, ya que en
su despacho recibió y escuchó a cuanto líder gremialista tocó a su puerta. La mayoría de
los proyectos legislativos laborales, propuestos por los socialista fueron puestos en
vigencia mediante decretos, situación que no fue muy bien recibida por la patronal.13
La carrera de Perón crecía aceleradamente; pronto fue nombrado Ministro de Guerra.
Al asumir la presidencia el general Farrell, designó como vicepresidente a Perón, pero
conservando este último sus tres puestos.

13
Rouquié, Alain, Poder militar y sociedad política en la Argentina II, Buenos Aires, Hispamérica, 1986,
página 40.

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