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En formación cerrada, cada escudo protege no sólo la parte izquierda del cuerpo
de su usuario, sino también la desprotegida parte derecha del cuerpo del
compañero situado inmediatamente a la izquierda. La efectividad de una falange
dependía en parte de la destreza en la lucha de los combatientes de primera
línea, y en parte del soporte físico y moral de las líneas situadas tras ella. Las
falanges opuestas se encontraban escudo contra escudo y lanza contra lanza: lo
dramático del momento se incrementaba con el ímpetu de la carga que precedía
al encuentro. Si el primer choque no era decisivo por la mayor fuerza o empuje
de una falange sobre la otra, la lucha continuaba. Las filas traseras iban
sustituyendo a los caídos de las delanteras, hasta que finalmente una de las
falanges se mostraba superior y la otra se rompía y huía, con lo que la batalla
estaba decidida. La continuidad de la línea mientras se llevaba a cabo el
combate es de importancia cardinal, y cada hombre sabe que su vida depende
de que su compañero se muestre tan bravo y diestro como él mismo. Ninguna
otra forma de combate podría explicar tan meridianamente la identidad entre
iguales que era la esencia de la ciudad-estado. No era la falange lugar para
explosiones de bravura y heroísmo, como las de los héroes épicos de Homero:
en lugar del menos, del estado de furor guerrero característico de aquéllos,
debía triunfar la sophrosyne, el autodominio. El deseo de distinción personal
debía ser subordinado y satisfecho en otros lugares, como las grandes
competiciones atléticas, donde los campeones lograban honores y fama.
Después de la batalla cada hombre podía elogiar la actuación propia y la de sus
compañeros, pero en el transcurso de la misma no debía combatir solo o
adelantarse a sus compañeros para destacar. Un ejemplo de ello lo tenemos en
el caso de Aristodemo, un hoplita espartano, en la batalla de Platea (479 a.C.):
se adelantó para morir honorablemente tras haber cometido la grave falta de
incurrir en cobardía al huir de las Termópilas antes del asalto final de los persas
al desfiladero. Aristodemo puso en peligro, al adelantarse, a sus compañeros de
fila, según explica Heródoto: por eso no debía haber voluntad de heroísmo
personal. Aunque el Padre de la Historia elogia la valentía de este guerrero, el
valor se basaba en una solidaridad bien entendida, en no abandonar el puesto
de combate y, por tanto, a los compañeros, tal y como pone en boca de otros
personajes en el fragmento de la “Historia” al que aquí aludimos como ejemplo.
Integraba el ejército hoplítico todo aquél de entre los politai (ciudadanos con
plenos derechos) que estaba en condiciones de costearse los gastos que
ocasionaba la panoplia (conjunto formado por coraza, escudo, yelmo, grebas,
espada y lanza) y su mantenimiento. Disciplina y entrenamiento son exigencias
de este sistema en el que la fuerza reside en el conjunto y no en el individuo
como en el sistema antiguo. Lo auténticamente novedoso es la formación
cerrada en cuerpos de alineaciones perfectas y el principio ideológico que
relaciona a una milicia organizada con la participación en ella en calidad de
politai, a través de los derechos y deberes inherentes a la ciudadanía. Es el
ejército de guerreros-ciudadanos. Será a partir de fines del siglo V a.C., con la
Guerra del Peloponeso, cuando se produzca el divorcio entre el guerrero y el
soldado que antes iban unidos en igual medida en cada individuo. A medida que
la guerra se prolonga, los ejércitos de hoplitas ya no estaban formados
exclusivamente por ciudadanos pertenecientes a las clases elevadas, sino que
se introdujeron primero los thetes (en Atenas) y posteriormente se recurre a los
esclavos. En Esparta algunos ilotas son liberados y utilizados como soldados por
Brásidas, si bien esta práctica se había realizado con anterioridad en contadas
ocasiones.
La Guerra del Peloponeso, por su larga duración así como por la distancia y
complejidad de sus campañas, vuelve al viejo guerrero-ciudadano cada vez más
obsoleto. La solución que eligen algunos ciudadanos es adaptarse a las nuevas
condiciones de la batalla y actuar ellos mismos como mercenarios. La
culminación de este hecho se alcanza en los años 401-399, cuando diez mil
griegos forman un cuerpo expedicionario a sueldo de Ciro el Joven, cuyo relato
de campaña hace Jenofonte en su “Anábasis”. Recordemos que en ella este
ateniense hace mención a muchos mercenarios compañeros suyos procedentes
de prácticamente todos los puntos importantes de la Hélade: Esparta, Tebas,
Atenas... En este punto, parece necesario aclarar y subrayar que la Guerra del
Peloponeso no fue el único factor que creó el hundimiento del “ideal” hoplítico,
simplemente aceleró un proceso que ya se había puesto en funcionamiento por
las propias tensiones que creaba, como comentábamos al principio del artículo.
En el año 490 a.C., la flota persa logró tomar las islas Cícladas y continuó su
avance hacia territorio griego. Allí sometió a la ciudad de Eretria para dirigirse
hacia el Atica.
En el año 480 a.C., el sucesor Darío de Persia, Jerjes, intenta una nueva
invasión a Grecia. En este caso, la defensa del territorio griego estuvo a cargo
de los espartanos, que no pudieron detener la ofensiva. Los persas llegaron a
Tesalia, derrotaron a los espartanos en el desfiladero de Termópilas, destruyeron
Atenas y arrasaron el Atica.
Muchas ciudades decidieron unirse a Atenas para continuar con la guerra contra
los persas, tanto para mantener su independencia como para mejorar su
posición económica. Así se conforma la Liga de Delos en el año 477 a.C., en la
que participaron cerca de 200 ciudades, encabezadas por Atenas. Cada polis se
comprometía a realizar aportes de modo de aumentar la flota y Atenas se
encargaba de la dirección de las operaciones.
Esparta no participó de esta alianza, fomentando una cada vez más importante
rivalidad entre esta ciudad y Atenas. Mientras Esparta mantenía un gran poder
militar en tierra, Atenas consolidaba su poder en el mar.
En el año 448 a.C., luego de arduas luchas, se firma la Paz de Calías con los
persas. Allí los persas reconocieron la independencia de las ciudades griegas en
Asia Menor y el Mar Egeo. A partir de esta momento, las ciudades aliadas
pasaron a depender totalmente de Atenas. Los tributos ayudaron a subsidiar su
desarrollo y ampliar su flota. El liderazgo político de Atenas logró que muchas de
las ciudades adoptaran el sistema democrático de gobierno ateniense.
El siglo de oro
En el año 444 a.C., Pericles fue elegido como gobernante de Atenas. Fue
reelecto para cumplir con esa función durante 15 años, en los que se destaca la
gran cantidad y la enorme magnitud de las obras públicas, cuyos mayores
exponentes fueron:
• La fortificación de la ciudad.
• La construcción de monumentales edificios, como el Partenón y el templo
Atenea Niké.
También en este período creció una nueva fuerza de trabajo, los esclavos,
quienes fueron los grandes perdedores de la democracia griega.
Así como Atenas formó la Liga de Delos con sus aliados, Esparta integró la Liga
del Peloponeso con los suyos. Mientras Atenas mantenía la supremacía
marítima, Esparta se fortalecía en tierra. Esta rivalidad desembocó
inevitablemente en una larga guerra.
• En el año 415 a.C., Atenas, decide emprender una expedición a Sicilia, que
resultó un fracaso. La flota ateniense fue totalmente destruida y Alcibíades,
gobernador de Atenas se pasó al enemigo. Muchas ciudades que
participaban de la Liga de Delos comenzaron a separarse de la misma.
• Los persas, ante los enfrentamientos que observaban que se sucedían entre
los griegos y con el apoyo de Esparta vuelven a apoderarse de las colonias
de Asia Menor.
• Esparta recibe por parte de los persas una gran ayuda económica para poder
armar su flota. De esta forma logra derrotar a la armada ateniense en Egos
Potamo durante el año 405 a.C., sometiendo a los atenienses al dominio
espartano. Los gobiernos democráticos fueron reemplazados por los
aristocráticos.