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La Guerra y El Ejército Griego

La belicosidad de los griegos de la época clásica se considera como algo


natural, inseparable a su forma de vida y de pensamiento. Su organización
política se realiza como pequeños estados independientes entre sí, celosos las
más de las veces por afirmar su supremacía sobre sus vecinos. Estas pequeñas
ciudades-estado, o polis, se consideran hermanas entre sí por una misma
cultura, lengua, religión y tradiciones, pero ven en la guerra la expresión normal
de la rivalidad que existe entre las mismas, y como consecuencia de este hecho,
desarrollaron un sistema de enfrentamiento acorde con esta forma de
pensamiento.

La guerra se hacía bajo la forma de una unión de los hombres de la comunidad


armados para luchar codo con codo, literalmente. Esto es en parte causa y en
parte efecto del desarrollo político, social y económico de la polis. No tenían los
helenos la misma consideración hacia la guerra civil, que hacia la guerra entre
diferentes ciudades (polemós). Si la primera se contempla como algo
desastroso, al igual que en otras épocas y lugares, la segunda es valorada como
un modo de hallar honor, grandeza y fama para la ciudad. En ella encontramos
una serie de reglas: declaración de guerra formalmente realizada, realización de
sacrificios, respeto a determinados lugares (santuarios, templos...), personas
(heraldos, suplicantes, peregrinos...) y actos relacionados con la religión
(juramentos, treguas pactadas...).

Otra medida importante es el respeto a la autorización dada al enemigo vencido


para recoger a sus muertos y heridos tras la batalla. El hecho de pedir esa
autorización se consideraba el reconocimiento de la propia derrota. La
ritualización de estos aspectos puede observarse como indicio de la importancia
que se concede a la guerra.

La guerra es un asunto público, estatal; es la ciudad quien la entabla y lo hace


como tal, como entidad política. Podemos definir entonces que la política es la
ciudad hacia adentro, la vida pública de los ciudadanos entre sí; la guerra es la
misma ciudad, esos mismos ciudadanos, enfrentados esta vez con lo extranjero,
con otras ciudades. La homogeneidad del guerrero y el político es completa.
Esta identidad de guerra y política guarda también la relación con el hecho de
que las ciudades en conflicto no buscan tanto aniquilar al adversario o destruir
su ejército como hacerle reconocer, (en el curso de una prueba regulada como
un torneo), la superioridad de su fuerza. Bajo su forma de competición
organizada, que excluye tanto la lucha a muerte para aniquilar el ser social del
enemigo como la conquista para integrarlo enteramente, la guerra griega clásica
está llena de agonía, como las grandes competiciones atléticas; la mayor
competición atlética, de hecho. De este modo, el sistema se disgregará para dar
nacimiento a la guerra helenística, en la que la guerra, separada de la política
por el elemento mercenario de los ejércitos, asume un estatus para los propios
combatientes diferente al que tenía en la ciudad de los hoplitas.
Preparación Militar
Atenas no disponía de más de una milicia. Todo ciudadano era movilizable hasta
los 60 años; y a os más ricos les correspondía el trabajo más costoso. A los 18
años el ateniense era inscrito como hoplita o jinete y debía completar su
instrucción. Al segundo año comenzaba su servicio en campaña y era destinado
a los “demos fortificados”
El ejército contaba con una infantería ligera y comprendía arqueros, honderos y
peltastas, reclutados generalmente entre tetes y metecos (extranjeros residentes
que no gozaban de todos los derechos de ciudadanía), así como mercenarios
(tropas que servían en la guerra recibiendo a cambio una retribución) .
El ateniense era un soldado valiente y desenvuelto, con un alto sentido del
honor.
Atenas debe considerarse la creadora de la estrategia y la táctica navales, fue la
primera potencia marítima por el número y la calidad de sus naves. Su unidad de
combate fue el trirreme, acompañado de naves de transporte para los hoplitas,
los caballos y el material. La ciudad proporcionaba el casco de la nave, los
mástiles, las velas y cordaje, y un ciudadano rico, el trierarca, costeaba el resto
de la nave. El mando estaba a cargo del mismo trierarca, acompañado de un
estratego como jefe supremo (el estratego era designado por el pueblo) y
asistidos ambos por un timonel y distintos subalternos.

La Infantería Griega: Los Hoplitas


Al modelo hoplita conviene darle, pues, unos límites temporales: su inicio
podemos fecharlo a mediados del siglo VII a.C. (la primera batalla en la que se
reproduce el esquema político es la de Hisias en 669 a.C.), creciendo desde
fines del siglo V a.C. otra tendencia con el desarrollo de cuerpos de infantería
ligera y caballería, y el cambio de mentalidad en la guerra que sobreviene con el
gran conflicto helénico de esa época. Sin embargo, la falange hoplita se
mantiene como cuerpo militar noble por excelencia. Definiremos “falange” como
un cuerpo de infantería pesadamente armado, que se dispone en formación
cerrada y ordenando sus filas muy cerca unas de otras. En este sentido
empleaba el término el propio Homero mucho antes de la época clásica a la que
nos referimos aquí.

Ya antes de las Guerras Médicas, el equipo y el método de combate de los


ejércitos griegos había pasado por un proceso de transformación gradual. El rol
del guerrero de infantería pesada u hoplita era ahora primordial en la guerra, y
esto en gran parte se debía a su gran fortaleza defensiva.

Los hoplitas recibían una


soldada pero debían armarse
por sí mismos: casco,
coraza, greba (pieza que
cubría la pierna)v, escudo de
piel, lanza y espada de doble
filo, todo lo cual se le
confiaba a los ordenanzas
durante las marchas. El
escudo que da nombre al
hoplita (hoplon o aspís) era
cóncavo y circular, de un
metro de diámetro
aproximadamente, y se
sostenía con el brazo
izquierdo; estaba hecho de
madera reforzada con
planchas de bronce y en la cara interior tenía dos puntos de apoyo: uno para el
antebrazo (propax) y otro para la mano (antilabe). El carácter y uso de este
escudo era la esencia misma de la forma de combate del hoplita. Se convirtió en
el modelo de escudo “estándar” de los griegos ya antes de mediados del siglo
VII a.C. Cubría completamente la parte izquierda del guerrero y dejaba libre el
brazo derecho para esgrimir una sólida lanza de unos dos metros de longitud. El
hoplita llevaba también una espada para la lucha cuerpo a cuerpo, pero el arma
ofensiva principal era la lanza. Su cabeza estaba protegida por un yelmo
metálico, y llevaba también coraza como segunda protección del tronco, así
como grebas para las piernas.

En formación cerrada, cada escudo protege no sólo la parte izquierda del cuerpo
de su usuario, sino también la desprotegida parte derecha del cuerpo del
compañero situado inmediatamente a la izquierda. La efectividad de una falange
dependía en parte de la destreza en la lucha de los combatientes de primera
línea, y en parte del soporte físico y moral de las líneas situadas tras ella. Las
falanges opuestas se encontraban escudo contra escudo y lanza contra lanza: lo
dramático del momento se incrementaba con el ímpetu de la carga que precedía
al encuentro. Si el primer choque no era decisivo por la mayor fuerza o empuje
de una falange sobre la otra, la lucha continuaba. Las filas traseras iban
sustituyendo a los caídos de las delanteras, hasta que finalmente una de las
falanges se mostraba superior y la otra se rompía y huía, con lo que la batalla
estaba decidida. La continuidad de la línea mientras se llevaba a cabo el
combate es de importancia cardinal, y cada hombre sabe que su vida depende
de que su compañero se muestre tan bravo y diestro como él mismo. Ninguna
otra forma de combate podría explicar tan meridianamente la identidad entre
iguales que era la esencia de la ciudad-estado. No era la falange lugar para
explosiones de bravura y heroísmo, como las de los héroes épicos de Homero:
en lugar del menos, del estado de furor guerrero característico de aquéllos,
debía triunfar la sophrosyne, el autodominio. El deseo de distinción personal
debía ser subordinado y satisfecho en otros lugares, como las grandes
competiciones atléticas, donde los campeones lograban honores y fama.
Después de la batalla cada hombre podía elogiar la actuación propia y la de sus
compañeros, pero en el transcurso de la misma no debía combatir solo o
adelantarse a sus compañeros para destacar. Un ejemplo de ello lo tenemos en
el caso de Aristodemo, un hoplita espartano, en la batalla de Platea (479 a.C.):
se adelantó para morir honorablemente tras haber cometido la grave falta de
incurrir en cobardía al huir de las Termópilas antes del asalto final de los persas
al desfiladero. Aristodemo puso en peligro, al adelantarse, a sus compañeros de
fila, según explica Heródoto: por eso no debía haber voluntad de heroísmo
personal. Aunque el Padre de la Historia elogia la valentía de este guerrero, el
valor se basaba en una solidaridad bien entendida, en no abandonar el puesto
de combate y, por tanto, a los compañeros, tal y como pone en boca de otros
personajes en el fragmento de la “Historia” al que aquí aludimos como ejemplo.

Funcionan por tanto en la falange relaciones de amistad, parentesco y vecindad,


siendo un magnífico ejemplo de relaciones de este tipo el Batallón Sagrado de
Tebas, integrado por trescientos jóvenes a razón de ciento cincuenta parejas de
amantes que combatían codo con codo. Cada guerrero se esforzaría todo lo
posible por defender a su compañero, por mostrarse valeroso y no deshonrarlo
con su cobardía, y también se esforzaría por mantenerse con vida él mismo,
como es natural.

Integraba el ejército hoplítico todo aquél de entre los politai (ciudadanos con
plenos derechos) que estaba en condiciones de costearse los gastos que
ocasionaba la panoplia (conjunto formado por coraza, escudo, yelmo, grebas,
espada y lanza) y su mantenimiento. Disciplina y entrenamiento son exigencias
de este sistema en el que la fuerza reside en el conjunto y no en el individuo
como en el sistema antiguo. Lo auténticamente novedoso es la formación
cerrada en cuerpos de alineaciones perfectas y el principio ideológico que
relaciona a una milicia organizada con la participación en ella en calidad de
politai, a través de los derechos y deberes inherentes a la ciudadanía. Es el
ejército de guerreros-ciudadanos. Será a partir de fines del siglo V a.C., con la
Guerra del Peloponeso, cuando se produzca el divorcio entre el guerrero y el
soldado que antes iban unidos en igual medida en cada individuo. A medida que
la guerra se prolonga, los ejércitos de hoplitas ya no estaban formados
exclusivamente por ciudadanos pertenecientes a las clases elevadas, sino que
se introdujeron primero los thetes (en Atenas) y posteriormente se recurre a los
esclavos. En Esparta algunos ilotas son liberados y utilizados como soldados por
Brásidas, si bien esta práctica se había realizado con anterioridad en contadas
ocasiones.

En este contexto es necesario tener en cuenta la causa de la intensificación del


mercenariado, que no se debe sólo a la carencia de personal para la guerra,
sino que tenemos que recordar el hecho fundamental de la prolongación de la
guerra en la práctica totalidad de la Hélade. También aumentarán las exigencias
de una mayor especialización, como lo demuestra el papel cada vez más
importante y generalizado, tras esta guerra y durante el siglo IV a.C., que
desempeñan las tropas ligeras. Podemos afirmar que la moral, así como la
táctica del ejército se transforman:

a) En primer lugar, mientras que en el ejército hoplita el ciudadano que


participaba en las batallas lo hacía por encontrarse encuadrado en la comunidad
cívica y su equipamiento se hallaba en relación a sus estatus social y político, en
el ejército mercenario la única moral que prima es que el general pueda pagar a
sus tropas, y su armamento se relaciona con su especialización en un cuerpo
militar concreto (infante pesado o ligero en todas sus variantes, caballero).

b) La segunda transformación es la referida a la antigua solidaridad necesaria


para que la lucha alcanzara un buen fin; en el caso de los mercenarios, al estar
en general más especializados en las tácticas de las tropas ligeras, practicaban
una lucha más abierta y eran menos dependientes de la masa de los hombres.

c) En relación al punto anterior está el viraje de la táctica. Frente a la honorable


táctica hoplítica, la que utilizan las tropas ligeras se basa principalmente en la
realización de emboscadas y en el factor sorpresa; para ponerla en práctica, sus
operaciones exigen estar muy preparadas, bien comandadas y ser ejecutadas
con rapidez y determinación. Tampoco se utiliza el enfrentamiento directo de los
combatientes, sino que por ejemplo cuando se utiliza el arco o la honda, el
tirador debe encontrarse lo mejor cobijado posible. Un ejemplo de estas tácticas
lo encontramos en la toma de Micaleso (Beocia) por una tropa de peltastas
tracios a sueldo de los atenienses durante la Guerra de Peloponeso: tomaron la
ciudad por sorpresa y mataron a todos sus habitantes, incluidos ancianos,
mujeres y niños, según Tucídides. El horror que causó este asalto fue motivado
tanto por la masacre como por la forma de realizarse, ajena a las honorables
reglas de la guerra entre hoplitas.

d) Finalmente, con el ejército de mercenarios, el poder de los altos mandos es


fuertemente individualizado y en la práctica tenían el campo libre para el
ejercicio de la autoridad, mientras que con anterioridad el poder era institucional
y civil, no individualizado y militar.

La Guerra del Peloponeso, por su larga duración así como por la distancia y
complejidad de sus campañas, vuelve al viejo guerrero-ciudadano cada vez más
obsoleto. La solución que eligen algunos ciudadanos es adaptarse a las nuevas
condiciones de la batalla y actuar ellos mismos como mercenarios. La
culminación de este hecho se alcanza en los años 401-399, cuando diez mil
griegos forman un cuerpo expedicionario a sueldo de Ciro el Joven, cuyo relato
de campaña hace Jenofonte en su “Anábasis”. Recordemos que en ella este
ateniense hace mención a muchos mercenarios compañeros suyos procedentes
de prácticamente todos los puntos importantes de la Hélade: Esparta, Tebas,
Atenas... En este punto, parece necesario aclarar y subrayar que la Guerra del
Peloponeso no fue el único factor que creó el hundimiento del “ideal” hoplítico,
simplemente aceleró un proceso que ya se había puesto en funcionamiento por
las propias tensiones que creaba, como comentábamos al principio del artículo.

Por último, apuntar que el sistema de lucha hoplítico llevaba implícito en su


planteamiento una serie de inconvenientes:
a) La batalla sólo podía ser librada entre dos ejércitos que estuvieran integrados
por hoplitas y asumieran una misma táctica, si queremos considerarla como un
agón.

b) La imposibilidad de realizar la guerra de asedio y el hecho de estar limitados a


un espacio de llanura. Tanto estos factores como el anterior harán necesario
crear un cuerpo regular de tropas ligeras –cuya táctica se adecua tanto al asedio
como a la guerra en montañas y lugares escarpados— y desarrollar la ingeniería
y maquinaria poliorcéticas, hechos que por sí mismos generan un tipo de guerra
distinto al del infante hoplita pesadamente armado, resultando contradictoria por
ello su creación.

c) La pronta necesidad del desarrollo de nuevas técnicas en la guerra naval y a


la vez la imposibilidad de conjugar éstas con la ideología que prevalecía en la
táctica terrestre,. Otra contradicción.

d) El propio sistema de reclutamiento en base a los ciudadanos propietarios, que


tiene sus limitaciones. El caso de Esparta es especialmente dramático a este
respecto, pues desde el siglo VI a.C. en adelante experimenta un constante
descenso de su población militar. Si a principios del siglo V a.C. podía poner en
pie de guerra a más de 8.000 espartiatas, en el siglo III la cifra apenas llegaba a
unos pocos centenares.

Todos estos factores harán inviable la prolongación del sistema hoplítico; la


Guerra del Peloponeso aceleró la necesidad de innovaciones, tanto en el
contexto militar como en el político y social. La unión de estos factores
contribuyó en buena medida al proceso de transformación de las poleis helenas
que se observa en el fascinante siglo IV a.C.
Las Guerras Médicas
Primera guerra médica

En el año 490 a.C., la flota persa logró tomar las islas Cícladas y continuó su
avance hacia territorio griego. Allí sometió a la ciudad de Eretria para dirigirse
hacia el Atica.

En la llanura de Maratón, a 40 km de la ciudad de Atenas, el ejército ateniense


dirigido por el estratega Milcíades, atacó a los persas en forma envolvente. Aún
cuando los persas duplicaban en cantidad de personas al ejército griego, éstos
logran vencerlos, gracias a la superioridad técnica y el patriotismo de los
ciudadanos que participaron.
Esta derrota de los persas destruyó el mito de invencibilidad del ejército persa,
ayudando a los griegos a tomar confianza en sí mismos ante los posibles nuevos
enfrentamientos.

Segunda guerra médica

En el año 480 a.C., el sucesor Darío de Persia, Jerjes, intenta una nueva
invasión a Grecia. En este caso, la defensa del territorio griego estuvo a cargo
de los espartanos, que no pudieron detener la ofensiva. Los persas llegaron a
Tesalia, derrotaron a los espartanos en el desfiladero de Termópilas, destruyeron
Atenas y arrasaron el Atica.

A pesar de los desastres y la destrucción total de los ejércitos, aún quedaba la


flota ateniense. A cargo de Temístocles, esta flota logra vencer y destruir a la
armada persa en aguas cercanas a la isla de Salamina.

Privado de apoyo naval, el ejército terrestre persa es derrotado en Platea,


logrando de esta forma desalojar a los persas del territorio griego. A estos
eventos siguió un contraataque griego, en el que logran trasladar los
enfrentamientos a Asia Menor, donde vuelven a derrotarlos en Micala.

Atenas y sus aliados


Detalle del Partenón, Atenas

Lograda la independencia griega, Atenas se vio muy prestigiada y fortalecida. El


siglo V a.C., se conoce como el siglo de oro, ya que durante el mismo Atenas
logró un gran florecimiento, tanto económico como cultural.

Muchas ciudades decidieron unirse a Atenas para continuar con la guerra contra
los persas, tanto para mantener su independencia como para mejorar su
posición económica. Así se conforma la Liga de Delos en el año 477 a.C., en la
que participaron cerca de 200 ciudades, encabezadas por Atenas. Cada polis se
comprometía a realizar aportes de modo de aumentar la flota y Atenas se
encargaba de la dirección de las operaciones.

Esparta no participó de esta alianza, fomentando una cada vez más importante
rivalidad entre esta ciudad y Atenas. Mientras Esparta mantenía un gran poder
militar en tierra, Atenas consolidaba su poder en el mar.

En el año 448 a.C., luego de arduas luchas, se firma la Paz de Calías con los
persas. Allí los persas reconocieron la independencia de las ciudades griegas en
Asia Menor y el Mar Egeo. A partir de esta momento, las ciudades aliadas
pasaron a depender totalmente de Atenas. Los tributos ayudaron a subsidiar su
desarrollo y ampliar su flota. El liderazgo político de Atenas logró que muchas de
las ciudades adoptaran el sistema democrático de gobierno ateniense.
El siglo de oro

Durante el siglo V a.C., la ciudad de Atenas se desarrolló notablemente,


logrando convertirse en el centro mercantil más importante de Grecia. A su
puerto llegaban materiales desde todas las ciudades de las costas del
Mediterráneo y desde allí se exportaban productos elaborados.

Templo de Atenea Niké

Se desarrolló también la metalurgia y la acuñación de moneda. De esta forma se


impulsó en gran medida la actividad artesanal de alfareros, ceramistas y
orfebres.

En el año 444 a.C., Pericles fue elegido como gobernante de Atenas. Fue
reelecto para cumplir con esa función durante 15 años, en los que se destaca la
gran cantidad y la enorme magnitud de las obras públicas, cuyos mayores
exponentes fueron:
• La fortificación de la ciudad.
• La construcción de monumentales edificios, como el Partenón y el templo
Atenea Niké.
También en este período creció una nueva fuerza de trabajo, los esclavos,
quienes fueron los grandes perdedores de la democracia griega.

Enfrentamientos entre las Ligas

Así como Atenas formó la Liga de Delos con sus aliados, Esparta integró la Liga
del Peloponeso con los suyos. Mientras Atenas mantenía la supremacía
marítima, Esparta se fortalecía en tierra. Esta rivalidad desembocó
inevitablemente en una larga guerra.

El desencadenante de este conflicto fue un incidente entre la ciudad de Atenas y


Corinto, aliada de Esparta. Con ayuda de Atenas, comienza una rebelión de la
ciudad de Corcira contra la dominación corintia. Cuando Corinto pide ayuda a
Esparta, comienza la llamada Guerra del Peloponeso, que duró desde el año
431 al 404 a.C.:

• Esparta invade el Atica, buscando el enfrentamiento terrestre con Atenas. Por


su parte, los atenienses fortificaron la ciudad, encerrándose en ella de modo
de evitar ese tipo de enfrentamiento, mientras planeaban su estrategia naval.
La superpoblación de la ciudad tuvo como consecuencia una epidemia en la
que murió una gran cantidad de personas, entre las que estaba el propio
Pericles.

• En el año 421 a.C., ante la falta de resultados, se firma la Paz de Nicias.

• En el año 415 a.C., Atenas, decide emprender una expedición a Sicilia, que
resultó un fracaso. La flota ateniense fue totalmente destruida y Alcibíades,
gobernador de Atenas se pasó al enemigo. Muchas ciudades que
participaban de la Liga de Delos comenzaron a separarse de la misma.

• Los persas, ante los enfrentamientos que observaban que se sucedían entre
los griegos y con el apoyo de Esparta vuelven a apoderarse de las colonias
de Asia Menor.

• Esparta recibe por parte de los persas una gran ayuda económica para poder
armar su flota. De esta forma logra derrotar a la armada ateniense en Egos
Potamo durante el año 405 a.C., sometiendo a los atenienses al dominio
espartano. Los gobiernos democráticos fueron reemplazados por los
aristocráticos.

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