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¿QUÉ ES UN DISPOSITIVO?

La filosofía de Foucault se presenta a menudo como un análisis de "dispositivos" concretos. Pero ¿qué es un dispositivo?
En principio, es una madeja, un conjunto multilineal. Se compone de líneas de diferente naturaleza. Y estas líneas del
dispositivo no delimitan ni acotan sistemas homogéneos en sí mismos -el objeto, el sujeto, el lenguaje—, sino que
siguen direcciones y trazan procesos siempre desequilibrados que unas veces se reúnen y otras se alejan entre ellos. Cada
línea está quebrada, sometida a variaciones de dirección, bifurcaciones y ramificaciones, a derivaciones. Los objetos
visibles, los enunciados formidables, las fuerzas vigentes, los sujetos posicionados son como vectores o tensores. Así,
las tres grandes instancias que Foucault distinguirá sucesivamente: Saber, Poder y Subjetividad, no alcanzan de ningún
modo un perfil definitivo, sino que son cadenas variables que rivalizan entre sí. Foucault descubre una nueva dimensión,
una línea nueva, siempre mediante una crisis. Los grandes pensadores son un poco sísmicos, no evolucionan sino que
trabajan por crisis, por sacudidas. Pensar en términos de líneas móviles era el trabajo de Hermann Melville, y poseía
líneas de pecado, líneas de inmersión, peligrosas, incluso mortales. Hay líneas de sedimentación, dice Foucault, pero
también líneas de "fisura", de "fractura". Desenredar las líneas de un dispositivo, caso por caso, es trazar un mapa,
cartografiar, explorar tierras desconocidas, esto es lo que él llamaba "trabajo sobre el terreno". Hay que instalarse en las
líneas mismas, que no se conforman con componer un dispositivo sino que lo atraviesan y lo arrastran, de norte a sur,
de este a oeste o en diagonal.

Las dos primeras dimensiones de un dispositivo, o las que Foucault perfiló en primer lugar, son las curvas de
visibilidad y las curvas de enunciación. Los dispositivos son como las máquinas de Raymond Roussel según el análisis
de Foucault, máquinas de hacer ver y de hacer hablar. La visibilidad no remite a la luz en general, que vendría a
iluminar objetos preexistentes, sino que está hecha de líneas de luz que forman figuras variables, inseparables de tal o
cual dispositivo. Cada dispositivo tiene su régimen de luz, la manera como la luz penetra en él, como se difumina y
se propaga, distribuyendo lo visible y lo invisible, haciendo nacer o desaparecer un objeto que no existe sin ella. No
solamente la pintura sino la arquitectura: por ejemplo, el "dispositivo cárcel" como máquina óptica para ver y ser
visto. La historicidad de los dispositivos es la de los regímenes de luz, pero también la de los regímenes de enunciados.
Pues los enunciados, por su parte, remiten a líneas de enunciación en las que se distribuyen las posiciones diferenciales
de sus elementos; las curvas son, ellas mismas, enunciados, porque las enunciaciones son curvas que distribuyen
variables y, en tal momento, una ciencia, un género literario, un estado de derecho o un movimiento social se definen
precisamente mediante los regímenes de enunciados a los que dan lugar. No son sujetos ni objetos sino regímenes que
hay que definir mediante lo visible y lo enunciable con sus derivaciones, sus transformaciones, sus mutaciones. Y, en cada
dispositivo, las líneas atraviesan umbrales en función de los cuales son estéticas, científicas, políticas, etcétera.

En tercer lugar, un dispositivo comporta líneas de fuerzas. Se diría que estas líneas van de un punto singular a otro de
las líneas precedentes; en cierto modo, "rectifican" las curvas anteriores, trazan tangentes, implican los trayectos de
una línea a otra, producen vaivenes del ver al decir y viceversa, actúan como flechas que no paran de entretejer las cosas
y las palabras, que mantienen un combate incesante. La línea de fuerzas se produce "en toda relación de un punto con
otro" y atraviesa todos los lugares del dispositivo. Invisible e indecible, está estrechamente mezclada con las demás y sin
embargo es diferenciable. Ésta es la línea que Foucault traza y cuya trayectoria reencuentra tanto en Roussel como en
Brisset, en pintores como Magritte o Rebeyrolle. Es la "dimensión del poder", y el poder es la tercera dimensión del
espacio, interna al dispositivo y variable según los dispositivos. Como poder, se compone con el saber.

Por último, Foucault descubre las líneas de subjetivación. Esta nueva dimensión ha suscitado ya tantos malentendidos
que cuesta trabajo precisar sus condiciones. Más que ninguna otra, su descubrimiento procede de una crisis del
pensamiento de Foucault, como si le hubiese hecho falta recomponer el mapa de los dispositivos, encontrar una
posibilidad de orientación nueva para impedir que se cerrasen simplemente mediante líneas de fuerza infranqueables que
impondrían contornos definitivos. Leibniz expresaba de forma ejemplar este estado de crisis que reinicia el pensamiento
cuando se pensaba que ya casi todo estaba resuelto: creyendo haber llegado a puerto, uno se encuentra de pronto en alta
* En VV AA, Michel Foucaul tphilosophe. Rencontre Internationale, París, 9, 10, 11 janvier 1988, París, Le Seuil, 1989, pp. 185-195 [trad. cast, Michel
Foucault, filósofo, Barcelona, Gedisa, 1995]. Una versión parcial de este texto había aparecido en el Magazine Littéraire, n° 257, septiembre de 1988, pp. 51-52.
La participación de Deleuze -que se había jubilado en 1987- en este congreso fue su última intervención pública. Las actas de las discusiones -de las que el
editor no presentó más que un resumen- no se reproducen.

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mar. Y Foucault, por su parte, presiente que los dispositivos que analiza no pueden quedar circunscritos por una línea
englobante, presiente otros vectores que aún los traspasan por debajo o por arriba: "Cruzar la línea", dice, ¿cómo "pasar
al otro lado"?1 Este cruce de la línea de fuerzas se produce cuando la línea se encorva, dibuja meandros, se hunde y se
vuelve subterránea o, mejor, cuando más que entrar en relación lineal con otra fuerza se curva sobre sí misma, se
ejerce sobre sí misma y se afecta a sí misma. Esta dimensión del Sí Mismo no es en absoluto una determinación
preexistente que nos encontraríamos ya hecha del todo. También en este caso la línea de subjetivación es un proceso,
una producción de subjetividad en un dispositivo: hay que hacerla, en la medida en que el dispositivo lo permita o lo
haga posible. Es una línea de fuga. Escapa a las líneas precedentes, huye de ellas. El Sí Mismo no es un saber ni un
poder. Es un proceso de individuación de grupos o de personas que se sustrae tanto a las relaciones de fuerzas
establecidas como a los saberes constituidos: una especie de plusvalía. No es seguro que todo dispositivo comporte esta
línea.

Foucault considera el dispositivo de la ciudad griega como el primer lugar de invención de una subjetivación: según la
definición original que da de ella, la ciudad inventa una línea de fuerzas que comporta la rivalidad de los hombres libres.
Ahora bien, de esta línea, en la cual un hombre libre puede gobernar a otros, se desprende otra línea muy diferente, en
la cual el que gobierna a otros hombres libres debe gobernarse a sí mismo. Estas reglas facultativas del autodominio
constituyen una subjetivación autónoma, aunque a continuación se vea avocada a suministrar nuevos saberes y a inspirar
nuevos poderes. Puede preguntarse si las líneas de subjetivación son el borde extremo de un dispositivo, si esbozan el
paso de un dispositivo a otro: en este sentido, anunciarían las "líneas de fractura". Y, como las demás líneas, tampoco las
de subjetivación tienen una fórmula general. Aunque interrumpida brutalmente, la investigación de Foucault se
dirigía a mostrar que los procesos de subjetivación adquieren eventualmente formas completamente distintas de su
modalidad griega, por ejemplo en los dispositivos del cristianismo, o en las sociedades modernas, etcétera. ¿No pueden
invocarse dispositivos en los cuales la subjetivación no concierna a la vida aristocrática o a la existencia estética del
hombre libre sino a la existencia marginalizada del "excluido"? En este sentido, el sinólogo Tokeï explica que el esclavo
liberado perdía en cierto modo su estatuto social y se encontraba arrojado a una subjetividad abandonada,
quejumbrosa, a una existencia elegiaca de la que tenía que extraer nuevas formas de poder y de saber. El estudio de las
variaciones de los procesos de subjetivación parece ser sin duda una de las tareas fundamentales que Foucault ha legado
a sus sucesores. Confiamos en la extrema fecundidad de esta investigación, que el actual proyecto de una historia de la
vida privada no cubre más que parcialmente. Quienes (se) subjetivan no son solamente los nobles, los que dicen, según
Nietzsche, "nosotros, los buenos...", sino que, en otras condiciones, son también los excluidos, los malvados, los
pecadores, o bien los eremitas, o las comunidades monásticas, o las heréticas: toda una tipología de las formaciones
subjetivas en dispositivos cambiantes. Y, en todas partes, mezclas que hay que desenredar: producciones de subjetividad
que escapan a los poderes y saberes de un dispositivo para reinstalarse en los de otro, bajo otras formas que aún no
han emergido.

Así pues, los dispositivos tienen como componentes las líneas de visibilidad, de enunciación, líneas de fuerza, líneas de
subjetivación, líneas de hendidura, líneas de fisura, de fractura, que se entrecruzan y se entremezclan, surgiendo unas
de otras o suscitándose a partir de otras, a través de variaciones o incluso de mutaciones de disposición [agencement]T
. Para una filosofía de los dispositivos, se siguen de aquí dos consecuencias importantes. La primera es el rechazo de
los universales. El universal, en efecto, no explica nada, él es lo que requiere explicación. Todas las líneas son líneas de
variación que ni siquiera tienen unas coordenadas constantes. Lo Uno, el Todo, lo Verdadero, el objeto, el sujeto...
no son universales sino procesos singulares de unificación, de totalización, de verificación, de objetivación, de
subjetivación, inmanentes a tal o cual dispositivo. Por tanto, cada dispositivo es una multiplicidad en la cual operan
tales o cuales procesos en devenir, distintos de los que operan en otras multiplicidades. En este sentido, la filosofía de
Foucault es un pragmatismo, un funcionalismo, un positivismo, un pluralismo. Quizá es la Razón la que plantea el mayor
problema, porque los procesos de racionalización pueden operar en todos los segmentos o regiones de todas las líneas
consideradas. Foucault rinde homenaje a Nietzsche a propósito de la historicidad de la razón; y señala la importancia de
una investigación epistemológica acerca de las diversas formas de racionalidad del saber (Koyré, Bachelard,
Canguilhem) y de una investigación sociopolítica de los modos de racionalidad del poder (Max Weber). Quizá se reserva
para sí mismo una tercera línea, el estudio de los tipos de lo "razonable" en los sujetos eventuales. Pero lo que

1 Michael Foucault, "La vie des nomines infames", en Dits et écrits, III, París, Gallimard, 1994, p. 241 [trad. cast, "La vida de los hombres infames", en M.
Foucault, Estrategias de poder (Obras esenciales, II), Barcelona, Paidós, 1999, p. 393].
T Véase la nota del traductor del texto n° 11

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esencialmente rechaza Foucault es la identificación de estos procesos mediante una Razón por excelencia. Recusa todo
tipo de restauración de los universales de la reflexión, de la comunicación, del consenso. Puede decirse, a este respecto,
que sus relaciones con la Escuela de Frankfurt, y con los sucesores de esta escuela, son toda una larga serie de
malentendidos de los cuales él no es responsable. Y así como no existe la universalidad de un sujeto fundador o de una
Razón por excelencia que permitiría juzgar los dispositivos, tampoco hay universales de la catástrofe en los cuales se
enajenaría y se hundiría la razón de una vez para siempre. Foucault le decía a Gé-rard Raulet: no hay una bifurcación de
la razón, ella no deja de bifurcarse, hay tantas bifurcaciones y ramificaciones como instauraciones, tantos derrumbes
como construcciones, según los perfiles esbozados por los dispositivos, "y carece de sentido la proposición que afirma que
la razón es un largo discurso que ya ha terminado"2.Desde este punto de vista, la objeción presentada contra Foucault
acerca de cómo puede apreciarse el valor relativo de un dispositivo si no pueden invocarse valores trascendentes
como coordenadas universales es una objeción que amenaza con llevarnos a retroceder y a perder ella misma todo
sentido. ¿Diremos que todos los dispositivos son equivalentes (nihilismo)? Hace ya mucho tiempo que pensadores
como Spinoza o Nietzsche mostraron que los modos de existencia debían pensarse de acuerdo con criterios
inmanentes, de acuerdo con su contenido de "posibilidades" de libertad, de creatividad, sin recurso alguno a valores
trascendentes. El propio Foucault aludía a criterios "estéticos", entendidos como criterios de vida, que sustituyen en
cada caso las pretensiones de un juicio trascendente por una evaluación inmanente. Al leer los últimos libros de Foucault
debemos poner todo nuestro empeño en comprender el programa que está proponiendo a sus lectores. ¿Una estética
intrínseca de los modos de existencia como última dimensión de los dispositivos?

La segunda consecuencia para una filosofía de los dispositivos es un cambio de orientación, que se desvía de lo Eterno
para aprehender lo nuevo. Lo nuevo no designa la moda sino, al contrario, la creatividad variable de acuerdo con los
dispositivos: según la pregunta que inició .su irrupción en el siglo XX, ¿cómo es posible la producción de algo nuevo en el
mundo? Es cierto que, a lo largo de toda su teoría de la enunciación, Foucault rechaza explícitamente la "originalidad"
de un enunciado como un criterio poco pertinente, poco interesante. Quiere considerar únicamente la "regularidad" de
los enunciados. Pero lo que él entiende por regularidad es la fase de la curva que atraviesa los puntos singulares o los
valores diferenciales del conjunto enunciativo (llegará a definir las relaciones de fuerzas según las distribuciones de
singularidades en un campo social). Cuando rechaza la originalidad del enunciado, quiere decir que la contradicción
eventual entre dos enunciados no basta para distinguirlos, ni para señalar la novedad de uno con respecto al otro. Pues lo
que cuenta es la novedad del propio régimen de enunciación en cuanto capaz de contener enunciados contradictorios.
Por ejemplo, se pregunta qué régimen de enunciados aparece con el dispositivo de la Revolución francesa, o de la
Revolución bolchevique: lo que cuenta es la novedad del régimen, no la originalidad del enunciado. Todo dispositivo se
define, por tanto, de acuerdo con su contenido de novedad y de creatividad, que señala al mismo tiempo su capacidad
para transformarse, para quebrarse a favor de un dispositivo futuro, o bien, al contrario, para cerrarse en torno a las líneas
más duras, más rígidas o más sólidas. En la medida en que escapan a las dimensiones de saber y de poder, las líneas de
sub-jetivación parecen particularmente aptas para trazar las vías de la creación, que no dejan de abortarse pero también
de renacer, de modificarse, hasta la ruptura con el antiguo dispositivo. Los estudios aún inéditos de Foucault sobre los
diversos procesos cristianos abren, sin duda, numerosos caminos a este respecto. Mas no por ello hemos de pensar que
la producción de subjetividad concierne a la religión: también son creadoras las luchas antirreligiosas, igual que los
regímenes de luz, de enunciación o de dominación atraviesan los dominios más diversos. Las subjeti-vaciones
modernas no se parecen más a las de los griegos que a las de los cristianos, y así pasa también con la luz, con los
enunciados y con los poderes.

Pertenecemos a estos dispositivos, actuamos en ellos. A la novedad de un dispositivo en comparación con los
anteriores la denominamos su actualidad, nuestra actualidad. Lo nuevo es lo actual. Lo actual no es lo que somos sino
más bien, aquello en que nos convertimos, aquello en que nos estamos convirtiendo, es decir, el Otro, nuestro devenir-
otro. En todo dispositivo hay que distinguir lo que somos (que es lo que ya no somos) y aquello en que nos estamos
convirtiendo: la parte de la historia y la parte de lo actual. La historia es el archivo, el contorno de lo que somos y
dejamos de ser, mientras que lo actual es el esbozo de aquello en que nos convertimos. Mientras que la historia o el
archivo es lo que aún nos separa de nosotros mismos, lo actual es ese Otro con quien ya estamos coincidiendo. Se ha
pensado a veces que Foucault dibujaba el cuadro de las sociedades modernas como un conjunto de dispositivos
disciplinarios, en contraposición a los antiguos dispositivos de soberanía. Pero no hay tal: las disciplinas descritas por
Foucault son la historia de lo que poco a poco vamos dejando de ser, y nuestra actualidad se perfila en las disposiciones
2 Michael Foucault, "Structuralisme et poststructuralisme", Dits et écrits, IV, París, Gallimard, 1994, pp. 431-458, especialmente pp. 440 y 448.

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de control abierto y continuo, muy diferentes de las anteriores disciplinas cerradas. Foucault concuerda con Burroughs,
que anuncia nuestro futuro controlado más que disciplinado. No es cuestión de preguntarse qué es peor. Porque
también hemos de apelar a producciones de subjetividad capaces de resistir a esta nueva dominación, muy diferentes de
las que se ejercían antes contra las disciplinas. ¿Una nueva luz, nuevas enunciaciones, un nuevo poder, nuevas formas de
subjetivación? En todo dispositivo, hemos de separar las líneas del pasado reciente y las del futuro próximo: la parte del
archivo y la de lo actual, la parte de la historia y la del devenir, la parte de la analítica y la del diagnóstico. Foucault es un
gran filósofo porque utiliza la historia a favor de otra cosa: como decía Nietzsche, obrar contra el tiempo, y también en
el tiempo, a favor -espero- de un tiempo futuro. Porque lo que según Foucault aparece como lo actual o lo nuevo es lo
que Nietzsche llamaba lo intempestivo, lo inactual, este devenir que se bifurca con respecto a la historia, ese diagnóstico
que toma el relevo del análisis por otras vías. No, no se trata de predecir sino de estar atentos a lo desconocido que llama
a nuestra puerta. Nada nos lo muestra mejor que un pasaje fundamental de La arqueología del saber, válido para toda su obra
(p. 172):

El análisis del archivo comporta, pues, una región privilegiada: próxima a nosotros pero a la vez distinta de nuestra
actualidad; es el borde del tiempo que rodea nuestro presente, que lo sobrecarga y que lo señala en su alteridad; es aquello
que, desde fuera de nosotros, nos delimita. La descripción del archivo despliega sus posibilidades (y el dominio de sus
posibilidades) a partir de los discursos que precisamente acaban de dejar de ser los nuestros; su umbral de existencia se
instaura mediante la ruptura que nos separa de lo que ya no podemos decir tanto como de lo que cae fuera de nuestra
práctica discursiva; comienza en el exterior de nuestro propio lenguaje; su lugar es la desviación de nuestras propias prácticas
lingüísticas. En este sentido, es válido para nuestro diagnóstico: no porque nos permita pintar el cuadro de nuestros rasgos
distintivos y esbozar de antemano la figura que adoptaremos en el futuro, sino porque nos despega de nuestras continuidades;
disipa esa identidad temporal en la que nos gusta mirarnos para conjurar las rupturas de la historia; corta el hüo de las
teleologías trascendentales; y allí en donde el pensamiento antropológico se interrogaba por el ser del hombre o por su
subjetividad; hace resplandecer al otro y el afuera. El diagnóstico así entendido no sirve para constatar nuestra identidad
conforme al juego de las distinciones. Establece que somos diferencia, que nuestra razón es la diferencia entre los discursos,
nuestra historia la diferencia entre los tiempos, nuestro yo la diferencia entre las máscarasT.

Las diferentes líneas de un dispositivo se reparten en dos grupos, líneas de estratificación y de sedimentación, o líneas de
actualización y de creatividad. La consecuencia última de este método afecta a la obra entera de Foucault. En la mayoría de
sus libros determina un archivo preciso utilizando medios historiográficos extremadamente novedosos, el Hospital
General del siglo XVII, la clínica del siglo XVIII, la cárcel en el siglo XIX, la subjetividad en la Grecia antigua y, luego,
bajo el cristianismo. Pero ésta es sólo la mitad de su trabajo. Pues, por su preocupación por el rigor, por su voluntad de no
mezclar las cosas, por su confianza en el lector, no formula la otra mitad. Sólo la formula explícitamente en las
entrevistas de la época de cada uno de sus grandes libros: ¿qué ha sido en nuestros días de la locura, de la cárcel, de la
sexualidad? ¿Qué nuevos modos de subjetivación están apareciendo hoy y que, en verdad, ya no son ni griegos ni
cristianos? Esta última pregunta, especialmente, obsesionó a Foucault hasta el final (nosotros, que ya no somos griegos
ni cristianos...). Si, hasta el final de su vida, Foucault concedió tanta importancia a sus entrevistas, tanto en Francia como
en el extranjero, ello no se debe a su querencia hacia el género sino al hecho de que en ellas esbozaba esas líneas de
actualización que exigían otro modo de expresión distinto de las líneas asimilables de sus grandes libros. Las entrevistas
son diagnósticos. Ocurre igual que con Nietzsche, cuyas obras difícilmente pueden leerse sin añadirles el Nachlass con-
temporáneo de cada una de ellas. La obra completa de Foucault, como la conciben Defert y Ewald, no puede separar
esos libros que a todos nos han marcado de las entrevistas que nos arrastran hacia el futuro, hacia un devenir: los estratos
y las actualidades.

T Trad. cast, México, Siglo XXI, 1970, pp. 222-223.

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