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Fernando Pequeño
Antropología – UNSa
Marzo, 2005
Cátedra:
Seminario de Género y
Ciencias Sociales
Universidad Nacional de Salta
Profesora:
Lic. Violeta Carrique
2 Travestismos y masculinidades desde una visión deconstructiva del género – Fernando Pequeño, 2005
|3 Travestismos y masculinidades desde una visión deconstructiva del género – Fernando Pequeño, 2005
Trayectorias.
Desde los movimientos de mujeres de los sesenta en Estados Unidos y Europa, rastreados ya tan
temprano como el medioevo del viejo mundo, hasta los movimientos sociosexuales pluralistas de
principios del siglo xxi, la teoría feminista de todas sus fases y más recientemente la categoría de
género, nos legan a los estudiantes de estos años globalizados, herramientas poderosas para el
análisis de la realidad sociocultural, enriquecidas con la convicción de la experiencia de ver actos
políticos en todos los actos humanos, aún en los más privados.
Como habitantes de un mundo que se contrae y se dilata, atravesados por la angustia postmoder-
na de sentir a veces que se es y a veces que solo se representa ser, y como estudiantes en una
pequeña universidad en un espacio periférico de un país tercermundista, nos hemos acercado por
primera vez el feminismo como pensamiento crítico en un espacio construido y defendido a
pulmón por pocas mujeres comprometidas consigo mismas y que supieron concatenar el cono-
cimiento científico que iban adquiriendo, con sus posicionamientos y búsquedas políticas y con
la propia vida privada.
Desde esta perspectiva nuestro propósito aquí es delimitar un tema de investigación y discutir la
legitimidad de la mirada que proponemos sobre el mismo. En él confluyen los conocimientos y
experiencias adquiridas en el seminario1 potenciadas con los contactos que fueron posibles a
partir del mismo. A la vez, pretendemos avanzar en una proyección social concretada en una
propuesta política específica.
La reflexión se produce desde una construcción identitaria que creemos necesario explicitar:
siendo hombres contrapuestos a la hegemonía heterosexual normativa –pero sin dejar de consi-
derar que estamos atravesados por la misma de diferentes maneras– estamos pensando el objeto
en relación con los hombres, lo queer2, el género y el feminismo. Pensamos que el mayor aporte
1
Seminario ‘Género y Ciencias Sociales’, 2003 – 2004. Universidad Nacional de Salta. Por María Julia Palacios y
Violeta Carrique, Escuela de Filosofía de la Facultad de Humanidades.
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Se trata de una perspectiva analítica nacida en EEUU en los 90 que intentan institucionalizar y fragmentar lo ‘raro’
y las ‘rarezas’. Se trata de describir, clasificar y etiquetar comportamientos, a la vez que instituir nuevos sujetos y
nuevas identidades a partir de sus prácticas sexuales. Es una teoría que intenta fortalecer las opciones homosexuales,
pero que termina reduciendo la diversidad, la heterogeneidad del deseo. En una dimensión política la propuesta es
4 Travestismos y masculinidades desde una visión deconstructiva del género – Fernando Pequeño, 2005
de nuestra mirada radica en que siendo hombres, miramos a los hombres como ‘otros’, con cier-
to distanciamiento, antropológicamente hablando.
Desde una mirada deconstructivista del género –inaugurada por la tradición de pensamiento de
Butler en los ’90– intentamos pensar una relación entre los travestismos y las masculinidades
que nos permita un compromiso político plasmado en la apertura de espacios para una masculi-
nidad no hegemónica, que no se oponga al feminismo y que sea diferente de la propuesta queer.
La hipótesis feminista que opuso el género al sexo ha sido cuestionada a partir de los movimien-
tos y estudios travestis. ‘Aún admitiendo la existencia de un sexo binario natural, no hay razón
alguna para suponer que los géneros sean también, automáticamente dos’, dice Josefina Fernán-
dez3 en un estudio reciente y continúa ‘el travestismo cuestiona los principios de clasificación y
reconocimiento de identidades de género legitimadas socialmente’. Esto conlleva una desnatura-
lización de la visión de género tradicional como representación cultural del cuerpo sexuado.
Para ver las similitudes en las prácticas y representaciones de género de las travestis y de los
hombres hipermasculinizados en ámbitos específicos es necesario avanzar en preguntarnos:
¿Qué es una travesti? ¿Cómo la ha construido la ciencia? Respondiendo esas preguntas la autora
a desarrollado recientemente una genealogía4 del travestismo en Europa y Argentina partiendo
de los primeros estudios de la modernidad.
Es a partir de los cambios en los modos de producción de la modernidad con la revolución in-
dustrial cuando aparecen en la agenda política dos necesidades fundamentales: el control sobre
las poblaciones como un todo y el control sobre el cuerpo particularmente. Así es como la sexua-
lidad se convierte en un dispositivo de control y entra en la disputa y el debate político. Es a me-
diados del xix y principios del xx cuando la sexología surge en Europa como una ‘ciencia del
‘salir del clóset’ –o construir visibilidad–, pero se cae en la integración de un closet mucho más grande y visible,
donde la tranquilidad radica en no ser perturbados por los portavoces de la moral y las buenas costumbres. (Piccini
Mabel y otras, ‘En los bordes del deseo’, en Debate Feminista N° 8, 1997: 278–280)
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Licenciada en Ciencias Antropológicas por la UNLP y magíster en Sociología de la Cultura por el IDAES, Univer-
sidad Nacional de San Martín. Actualmente docente el la UBA y en la UNLP, es integrante del grupo feminista Ají
de Pollo y coautora del libro Cuerpos Ineludibles: un diálogo a partir de las sexualidades en América Latina.
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Para Foucault la Genealogía sería la historización de los conceptos usados a partir de la Arqueología de los discur-
sos de los oprimidos. (Foucacult, 1969)
|5 Travestismos y masculinidades desde una visión deconstructiva del género – Fernando Pequeño, 2005
deseo’ (Weeks, 1993, en Fernández) que pretende develar la clave oculta de la sexualidad huma-
na. Por entonces comienzan las primeras especulaciones sobre la homosexualidad, la intersexua-
lidad, el hermafroditismo y el travestismo. Hacia 1950 el género aparece en la medicina para
explicar ‘aberraciones sexuales’ en los individuos, una de las cuales era el travestismo. En la
misma época y sobre todo después de la Segunda Guerra las mujeres distinguieron entre sexo y
género para producir explicaciones sobre su opresión. Las primeras feministas vieron al sexo
como una cuestión escencialista y enfatizaron el género como significado y valoración cultural
de diferencias biológicas. Por entonces el travestismo y la transexualidad son amenazantes para
la identidad de las mujeres y no son estudiados. (Grosz, 1994 en Fernández, 2004: 21).
Ya desde 1870 hasta 1920 los varones médicos se habían interesado por la cuestión y producen
en ese período gran cantidad de información acerca de varones y mujeres que se travisten.
Fernández cita categorías acuñadas por entonces por varios investigadores que han iniciado los
debates sobre la sexualidad5 a la vez que señala en la misma época el desarrollo de estudios et-
nográficos sobre personas que se travisten en sociedades no occidentales6.
Entre 1920 y 1950 en Europa no se producen avances significativos, pero se comienza a publicar
material psicoanalítico sobre el tema, se desarrolla el conocimiento de la endocrinología y se
empiezan a practicar las primeras intervenciones de cambio de sexo con el avance de las tecno-
logías de la cirugía plástica.
Entre 1950 y 1965 la transexualidad comienza a tener voz propia. Cauldwell acuña el término
‘transexual’ en 1950 y es divulgado luego por el médico Henry Benjamín. En 1955 el sexólogo
Money y también Hampson inauguran el concepto de ‘rol de género’; poco más tarde Stoller en
1964 usa simplemente ‘género’.
Desde 1980 en adelante aparecen en los países centrales las clínicas de identidad sexual y cam-
bio de sexo y se inician las experiencias organizativas de travestis y transexuales, las que apare-
cen en los medios de comunicación con su propia voz.
En Argentina en los últimos años del siglo xix la criminología y el derecho penal registran por
primera vez las ‘desviaciones sexuales’. (Salessi, 1995 en Fernández 2004: 25). Por entonces la
homosexualidad y el travestismo se consideraban rasgos distintivos del criminal. Esa criminali-
zación obedece al control poblacional en un régimen que imponía el ordenamiento político y
social del género y la sexualidad ya sea por razones de nacionalidad, de clase social, de mercado
laboral o de inmigración. Toda desviación era amenazante para las relaciones estables dentro de
la familia burguesa que se busca incentivar y defender como base del régimen de producción
capitalista. Se consideró a travestis y homosexuales como un mal que acechaba espacios de for-
mación e instrucción de los nuevos sujetos argentinos tales como las escuelas y el ejército.
Las travestis son en la argentina finisecular, sujetos bastante indiferenciados dentro de un vasto
conjunto de individuos que se relacionaban sexualmente con ‘los de su mismo sexo’. Los inver-
tidos sexuales, cualquiera fuera su causa quedaban en la esfera de los delincuentes. (Eusebio
Gómez, 1908, en Fernández, 2004: 26)
5
‘Sentimientos sexuales contrarios’, por Westphal en 1876, ‘metamorfosis sexual paranoica’, por Krafft Ebing en
1890, ‘travestismo’ por Hirschfeld en 1910, ‘inversión sexo – estética’ y ‘eonismo’ por Ellis en 1913
6
Kroeber en 1940, Deveneaux en 1935 y Lewis en 1941
6 Travestismos y masculinidades desde una visión deconstructiva del género – Fernando Pequeño, 2005
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Jorge Salessi (1995) y Roger Lancaster (1992) estudiaron la construcción de los ‘invertidos’ durante la pimera
mitad del siglo xx para Argentina y Nicaragua respectivamente, refiriendo un proceso similar de castigo a la posi-
ción receptiva en el juego sexual.
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Referimos a los testimonios registrados en los Archivos de Psiquiatría de fines del siglo xix y principios del xx.
Principalmente a los escritos del médico Francisco de Veyga. Los mismos fueron estudiados por Saléis y reciente-
mente por Osvaldo Bazán (2004). Son fuentes ineludibles para confeccionar una genealogía de la homosexualidad
en Argentina.
|7 Travestismos y masculinidades desde una visión deconstructiva del género – Fernando Pequeño, 2005
hace del sexo y el género herramientas conceptuales de diagnóstico clínico para las y los tran-
sexuales. Considera al sexo más aplicable donde está implicada la sexualidad, la líbido y la acti-
vidad sexual, y al género como el lado no sexual del sexo. En su visión, el travesti tiene un pro-
blema social y el transexual uno de género. Fue Benjamín quien estableció el término transexual
como significante apropiado para los sujetos que requieren el cambio de sexo. Y con esta dife-
renciación prepara el terreno para el surgimiento de la teoría de la identidad de género de los
sesenta, esbozada por el sexólogo Money (1950) que separará semánticamente entre sexo bio-
lógico y género psicosocial.
En nuestro país es posible rastrear el devenir del travestismo posterior a los relatos de los Archi-
vos de Psiquiatría, a partir de testimonios orales de travestis que hoy rondan los setenta u ochenta
años. Josefina Fernández ha trabajado el tema en Bs. As. concluyendo que ‘el primer período
del gobierno peronista es el que más claramente inició la persecución de gays y travestis ejercie-
ran o no la prostitución callejera’. Los años ’70 son caracterizados de destape artístico. Durante
el primer y segundo peronismo la persecución y condena de gays y travestis era arbitraria sin
necesidad de prostituirse; mientras que en los ’70 la represión se limita a la visibilidad pública y
artística de los grupos. Durante la presidencia de Aramburu se establece una nueva ley orgánica
de la Policía Federal que la faculta no solo a emitir sino también a aplicar los edictos. Estos rigen
ya desde 1870 surgidos para controlar el desplazamiento de la población camerina y fijar a los
trabajadores a la tierra. Durante el gobierno de Frondizi el Congreso Nacional convierte en Ley
muchos de los edictos contravencionales. Durante la intendencia de Fernando de La Rúa en Bs.
As. en 1985, se otorga a la policía la facultad de Juzgar. Hacia 1990 el travestismo entra con voz
propia en el dominio de lo público, originándose movimientos sociales y agrupamientos y sur-
giendo referencias teóricas disímiles al interior de los grupos, lo que habla de mucha dinamismo
en las organizaciones.
La subjetividad travesti
La consideración del género como el significado cultural que el cuerpo sexuado asume en un
momento dado permitió a las feministas construir un escenario de lucha política y teórica en la
reivindicación de los derechos de la mujer, a la vez que naturalizaron lo sexual como una cate-
goría biológica originaria, pre–discursiva; opina Fernández (2004), coincidiendo con Teresa de
Lauretis (1989) y Bulter (1990). Desde una perspectiva materialista y foucoultiana, Lauretis con-
cibe el género como una tecnología10 que ‘define al sujeto como masculino o femenino en un
9
Entendidos como la unificación de teorías científicas que otorgan consenso en la comunidad científica.
10
Foucault define las tecnologías como formas de intervención del poder y del saber en la sociedad; a partir de una
relación fundamental entre sistemas de enunciados, conceptos y objetos de saber. Diferencias cuatro tipos de tecno-
logías básicas que actúan simultáneamente o no en la dominación: tecnologías de producción, las que permiten
producir, manejar y transformar las cosas necesarias para la reproducción de la vida material, tecnologías de siste-
mas de signo, que permiten usar signos, símbolos y significaciones; tecnologías de poder, las que determinan las
conductas de los individuos sometiéndolos a ciertos fines o tipos de dominación y que consisten en una objetivación
del sujeto, y tecnologías del yo, las que permiten a los individuos efectuar por cuenta propia o con la ayuda de otros,
8 Travestismos y masculinidades desde una visión deconstructiva del género – Fernando Pequeño, 2005
Desde estas visiones deconstructivas del género, éste no es más que un conjunto de actos, gestos
y deseos que expresan y producen un núcleo interno en el sentido de una emotividad y una iden-
tidad dinámica y singular –irremplazable o ineludible–, pero que no revela el principio de orga-
nización de esa identidad. Esos actos generizados son anteriores al sexo y preformativos en el
sentido que expresan manifestaciones culturales mantenidas por signos corporales y otros medios
discursivos. Dicho así propicia percibir que el género podría elegirse libremente como el papel
que representa un actor en una obra teatral, sin embargo (Butler, 1993) el género no es algo que
se pueda elegir, sino que se impone mediante un mecanismo de citacionalidad, materializándose
a través de las citas que de él se hacen e imponiéndose a través de prohibiciones simbólicas. Así,
los actos, los gestos, los deseos articulados y representados estarían creando un núcleo interno y
organizador del género que se plasmaría en un sexo, pero que no pasa de ser una ilusión discur-
siva mantenida con el propósito de regular la sexualidad dentro del marco obligatorio de la hete-
rosexualidad reproductiva. La misma noción de performatividad o citacionalidad butleriana del
género implica que el cuerpo con un género singular no puede generalizarse en el sentido de
propiedades trascendentes, que no tiene un estatus ontológico. Así, es posible decir que existen
tantos géneros como individuos en el mundo, o parafraseando a Spivack (Spivack 2004), que
cada cuerpo es ineludible.
Desde esta perspectiva lo masculino y lo femenino son atributos expresivos del varón y de la
mujer en el marco de una norma cultural heterosexual que permite el entendimiento y la organi-
zación entre los seres humanos. Las identidades en las que el género no se deriva del sexo y en
las que el deseo no se deriva ni del sexo ni del género, producen desorden y son desestructurado-
ras de la matriz de inteligibilidad cultural, en otras palabras, de lo normado. El travestismo des-
ordena las relaciones de coherencia y contigüidad entre sexo, género, práctica social y deseo, y
queda fuera de los márgenes culturales. Son cuerpos abyectos al decir de Butler, pero necesarios
para el funcionamiento de la cultura (Butler, 1993)
ciertas opraciones sobre su cuerpo, su alma, como pensamientos, conductas, obteniendo así una transformación de si
mismos con el fin de alcanzar cierto estado de felicidad, pureza, sabiduría. (Foucault, 1992: 254, en Sonia Alvarez
en Prensa). Las tecnologías del género involucrarían todas estas categorías de tecnologías y principalmente las tec-
nologías del yo.
|9 Travestismos y masculinidades desde una visión deconstructiva del género – Fernando Pequeño, 2005
tido una autora chilena analizó cinco historias de vida de travestis (Facuse, 1998, en Fernández,
2004: 64) y encontró que en algunos casos sus discursos buscan un mayor acuerdo con los mo-
dos convencionales de producir identidad y en otros esa identidad genérica no guarda relación
alguna con el orden natural discursivo. Fernández asume que esto ocurre porque las travestis
también participan del discurso dominante de género.
Entendiendo la dinámica por el cual el sexo aparece como el resultado de una imposición genéri-
ca, puede concebirse que masculino puede designar un cuerpo de mujer y femenino un cuerpo de
varón. Las travestis constituyen un ejemplo harto significativo de esta conjunción.
Las travestis discuten tres proyectos diferentes dentro de sus organizaciones en la lucha por su
identidad: la visibilización –o no– como prostitutas; partir del transformismo pasando por el tra-
vestismo para llegar al transexualismo –sin reivindicar la prostitución como trabajo–; o cuestio-
narse a si mismas desde una identidad abyecta buscando más una aceptación propia que de la
sociedad. Este último proyecto tiene que ver con la impugnación de la violencia simbólica –en
términos bourdianos– que las hizo verse a si mismas según una imagen desvalorizada. (Bour-
dieu, 1999)
Como parte constitutiva de los movimientos sociosexuales, las travestis desarrollan una propues-
ta política que trasciende su esfera y se inscribe en las luchas reivindicativas de otros grupos do-
minados. Existen por ejemplo una serie de ejes en común entre las búsquedas de grupos gays,
travetis y lesbianos. Son interpelaciones al Estado que confluyen con los movimientos de veci-
nos, piqueteros y tantos grupos sociales que luchan para lograr mejores condiciones de existencia
y retribución del trabajo en un sistema opresor, jerárquico, estigmatizante y perpetuador de la
pobreza, la miserabilidad humana y la discriminación racial, de clase y de género. Enunciamos
aquí algunos puntos: convivir con lo diferente, despegarse de la violencia que asignada, renun-
ciar a lo violento, renunciar a ejercer el poder que la sociedad delega en el hombre; denunciar a
quienes violan los derechos humanos y a los que posibilitan la libertad de los genocidas y a los
que son cómplices con su silencio. Estos grupos que conforman los movimientos sociosexuales
creen que el principio de las luchas es el deseo de todas las libertades. En el anexo reproducimos
solo uno de esos discursos a manera de ilustración.
Algunos hombres imbuidos en las luchas feministas contra el patriarcado opresor en un sistema
de producción deshumanizado y desarticulante, que ha sabido depositar en ciertas masculinida-
des la responsabilidad de la dominación, se cuestionan a cerca de las masculinidades. ¿Son los
hombres seres débiles o poderosos, víctimas o victimarios, hostiles o protectores?
10 Travestismos y masculinidades desde una visión deconstructiva del género – Fernando Pequeño, 2005
Las asignaciones colectivas de roles a los sexos fueron construyendo subjetividades sexuadas
diferentes. El abordaje de las subjetividades masculinas se hace desde posiciones teóricas dife-
rentes. Irene Meler (2000) sintetiza las mismas en dos líneas básicas, una interesada en cuestio-
nes más funcionalistas centralizadas en la función social de la masculinidad en la superviviencia
de los grupos humanos, otra de corte más estructuralista y pos– estructuralista centrada en el
poder como moldeador de relaciones intersubjetivas.
En coincidencia con Meler pensamos que el poder y el deseo son dos dimensiones de análisis
complementarias que no puede serpararse ni resolverse mediante la suma de ambas, porque el
deseo es productor de relaciones vinculares y a la vez la intimidad está moldeada por el entorno
en relaciones de poder. (Meler, 2000: 149)
Desde la antropología comparada algunos autores consideran la masculinidad como una estrate-
gia de superivencia de los grupos humanos. Observaron que cuando las estrategias ambientales
son adversas el dominio masculino aumenta, pero a la vez son considerados por la sociedad co-
mo el sexo prescindible en términos de estrategia de superviviencia del grupo (Gilmore, 1990;
Reeves Sandy, 1986 en Burin y Meler, 2000). Los autores interesados en el poder ven en la mas-
culinidad una ideología que legitima la dominación masculina y la conectan con la violencia
social y con la guerra. Observan que cuando los hombres de una sociedad ven amenazado su
dominio, se embarcan en guerra con sus vecinos a fin de crear circunstancias mediante las cuales
pueden dominar a sus semejantes, empezando por las mujeres. Así, las guerras serían una expre-
sión de la lógica y la subjetividad masculina. (Harris, 1987; Badinter, 1993 en Burin y Meler, én
2000).
Desde una concepción procesual de la identidad, nosotros miramos la masculinidad como una
construcción constante y reiterada, un proceso en donde es posible el cambio, porque el género
se construye a lo largo de la vida. No podemos hablar de masculinidad sin hablar también de
feminidad, son las relaciones entre los géneros lo que debemos mirar. Respecto a si los hombres
son hostiles o protectores, la respuesta es compleja en el sentido que son ambos términos del
binomio lo que debemos integrar. Son ambas cosas, y nuestra intención es indagar las maneras
en que los hombres, al igual que las mujeres, son también víctimas del patriarcado.
Aunque existe un discurso hegemónico que polariza una masculinidad frente a otras, es a partir
de los estudios de mujeres en los ’70 que empieza a cuestionarse la virilidad como referente uní-
voco de la masculinidad y se habla de masculinidades incorporando otros referentes como clase,
raza y orientación sexual. Burin (2000) sostiene que a partir de los ’80 se produce una crisis de
la masculinidad hegemónica estructurada en los inicios de la modernidad: el sentido masculino
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como proveedor económico dentro de la familia nuclear, con la consiguiente pérdida de poder
entre los hombres y la reconfiguración de las relaciones de poder entre los géneros. A partir de
entonces y cada vez más los principios11 que sostienen la masculinidad hegemónica están en
crisis. Siguiendo a Bonino (1998) la autora sostiene que es primordial involucrar dos perspecti-
vas de análisis en las masculinidades: el malestar y el molestar de los varones, es decir, incluir no
solo el dolor que padecen, sino también el dolor que causan.
Como una consecuencia política de los estudios de masculinidades y siguiendo a Kimmel, noso-
tros creemos que es necesario un modelo de acción en dos niveles para producir cambios signifi-
cativos tendientes a reducir la dominación patriarcal sobre hombres y mujeres: actuar sobre las
relaciones interpersonales con el objetivo que los hombres desarrollen un mayor número de
emociones; y enfatizar transformaciones institucionales, en las que hombres y mujeres se inte-
gren en la vida pública de manera más igualitaria. Por ejemplo participando los hombres activa-
mente en las políticas públicas relacionadas a la salud reproductiva, a la protección contra el aco-
so sexual, contra el maltrato, la violación, ya que son asuntos también de hombres, de niños, de
ancianos, y no solo de mujeres. (Kimmel, 1992 en Burin y Meler, 2000). A lo cual agregamos
desde la mirada de otros autores un trabajo que devuelva a los hombres la integración de su pro-
pia emotividad.
Para transformarse en hombres los varones deben diferenciarse de la madre, lo que significa po-
ner el acento en la diferenciación, en la distancia, en la separación que se establece con los de-
más y en la carencia y negación de las emociones cálidas. Sleider (1995) opina que este proceso
de separación y diferenciación implica una represión de la propia sexualidad concomitante con
una supresión de la emocionalidad, y que si los hombres tuvieran un acercamiento subjetivo más
intimo con su cuerpo aprenderían a conocer más su emotividad.
Estamos convencidos que ni las tesis materialistas –centradas en las condiciones del trabajo y en
la reproducción de la vida– ni las tesis idealistas–centradas en las representaciones culturales–
explican por sí mismas las relaciones intersubjetivas y los cambios en la evolución de las socie-
dades. Nuestro enfoque sobre el poder y la subjetividad no nos hace dejar de mirar los aportes
del materialismo.
Desde esta mirada, creemos necesario abordar la dimensión del amor como una cuestión so-
ciológica pertinente a los estudios de género. Siguiendo a Jonasdottir consideramos el amor co-
mo práctica de relaciones sociosexuales y no solo como emociones que habitan dentro de las
personas. Su hipótesis es que el patriarcado actual se sostiene sobre la lucha a propósito de las
condiciones políticas del amor, más que sobre las condiciones del trabajo, con lo cual complejiza
los análisis basados solo en el trabajo como eje de la dominación de género. (Jonasdottir 1993,
en Burin, 2000: 143). El amor homosexual y el amor travesti reproducen condiciones de domi-
nación centradas en las condiciones de trabajo, pero también en prácticas políticas y representa-
ciones del amor.
11
Burin enumera los principios que sostienen la supremacía masculina en la cultura: esencialismo, naturalismo,
biologicismo, individualismo, ahistoricidad. (Burin y Meler, 2000: 125)
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Tenemos claras algunas premisas: 1.– los movimientos sociosexuales son complejos y plurales y
desde ese lugar es preciso abordarlos sin caer en reduccionismos teóricos, los actores son diver-
sos; 2.– no separar la dimensión psicológica subjetiva que va estructurando personalidades de la
sociológica que va estructurando sociedades; 3.– apuntar a propuestas de acción política; 4.–
mirar las representaciones y las condiciones materiales de la existencia social. Con ellas avan-
zamos en algunas direcciones con carácter exploratorio: acercamiento a teorías políticas del de-
porte en la construcción del nacionalismo y la identidad, concretamente en el fisiculturismo co-
mo deporte que construye un campo –en sentido bourdiano– específico de cierta masculinidad
que sublima la agresión en seducción, siendo un deporte de mínimo contacto corporal; experien-
cias con grupos travestis intentando describir y diferenciar prácticas prostibulares de otras no
impugnadas en la esfera laboral que construyen identidades travesti diferentes; diferenciación e
identificación de diversidad de homosexualidades a partir de estudios espaciales de la identidad,
por ejemplo la evolución de los espacios de encuentros gays en la ciudad en la segunda mitad del
siglo xx; exploración de las subjetividades de hombres violentos en talleres grupales de terapia;
exploración de la policía como institución masculina estructurada en un orden jerarquizado en
donde el control del individuo pasa por una rigidización de la emotividad y la repercusión de esa
estructura en la masculinidad imaginada y consensuada por la sociedad, exploración de represen-
taciones de la homosexualidad y el travestismo en contextos campesinos.
A la luz de las herramientas aportadas durante el seminario y tres años de experiencias en las
diferentes cátedras de la carrera, intentamos aquí esbozar un cuadro que justifique la necesidad
planteada de estudiar conjuntamente, como un todo indisoluble, las sexualidades travestis y las
masculinidades a partir de los aportes del feminismo fundamentalmente. Es un camino a recorrer
más que un trabajo acabado. Creemos con eso aportar a la desestabilización del patriarcado como
sistema opresor de mujeres, hombres y todos los seres que de una manera u otra quedan fuera del
sistema y del discurso hegemónico de producción de las condiciones de reproducción de la vida
y de la heteronormatividad reproductiva. A la vez, conscientes del valor de la reflexividad del
investigador en la objetivación de la estructura estructurante al decir de Bourdieu, sabemos que
es un viaje al interior del si mismo y por tanto una apuesta a mejorar las condiciones de la propia
vida.
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Bibliografía
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Anexo
Discurso por la identidad travesti en la VIII Marcha del Orgullo Gay. 2003. Bs. As.
Estas palabras nos son muy familiares, resuenan aún y lo harán por mucho tiempo en
nuestra memoria. Son los descalificativos más usados por una clase burguesa que ve
amenazada la sombra de su hipocresía por el brillar de nuestras siliconas encandeci-
das, por los políticos corruptos que no vacilan en enriquecerse a costa del hambre y
la exclusión social, por la iglesia hostil a las travestis pero clara a la hora de elegir
entre el oro y el barro, entre el mármol y el yeso, entre la plata y la lata, por los sen-
sibles de Palermo, sensibilidad que por cierto no queda muy clara a la hora de traba-
jar para la policía, quienes son los sostenedores de la violencia, la muerte de 82 com-
pañeras travestis y 30.000 desaparecidos. Pero estas negritas, exhibicionistas, estas
mascaritas, venimos luchando desde hace un tiempo para quitarle el velo a una so-
ciedad que solo ve el mundo como hombre o como mujer, perdiendo en esa mirada la
infinita riqueza de la diferencia. Y no pararemos de hacerlo, porque esa ceguera nos
mata. Compañeras travestis, desde la sombra de la hipocresía ¡a brillar! Porque noso-
tras no venimos a pedir un lugar, venimos a ocupar nuestro lugar. Y nada mejor que
hacerlo juntas como prostitutas, juntas como co-provincianas, juntas como peruanas,
juntas como bolivianas, como paraguayas, como uruguayas, juntas como amigas,
juntas como excluidas de este sistema homicida. Pero no todos son los vecinos de Pa-
lermo, no todos son la policía, no todos son la iglesia, no todos son la burguesía.
Nuestra lucha es también la de gays, la de lesbianas, transexuales y bisexuales, que
venciendo su propia travestofobia se unen todos los días a nuestro grito. Invitamos o
todos y todas: “En la sombra de la hipocresía. ¡A brillar, mi amor!” (En Josefina
Fernández, 2004)