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homosexuales ha culminado un proceso de aceptación legal de opciones afectivas que,
durante muchos años, sufrieron la ridiculización y la persecución por parte del estado
franquista.
No nos queda ninguna duda de que la igualdad entre hombres y mujeres aún no
se ha alcanzado en muchos niveles en nuestro país, aunque así parezca señalarlo el
marco legal que recoge nuestra Constitución. Un ejemplo de ello se evidencia en los
repetidos casos que manifiestan que el mundo laboral está lejos de ofrecer esta igualdad
teórica. Se deben señalar también las incesantes muertes de mujeres como víctimas de
violencia de género. Un tipo de violencia que, aunque siempre ha existido, en estos
últimos años salta a los medios informativos con un ritmo imparable, que parece no
tener fin. Pero, aun así, los logros son evidentes, no sólo en este ámbito, sino en muchos
otros.
Por tanto, la existencia de una base teórica de igualdad no debe hacernos
presuponer que la batalla ha concluido. Todos sabemos que las sociedades no son
estáticas y éstas se ven sometidas a avances y retrocesos culturales y sociales. Por esta
razón, la defensa de los ideales mencionados debe estar siempre en marcha. Es más, se
podría afirmar que, en determinados aspectos, es posible que la igualdad entre hombres
y mujeres haya sufrido retrocesos en el mundo desarrollado. La fuerte influencia que en
los jóvenes tiene la música o los seriales de televisión de claro contenido “machista” ha
supuesto que en, algunos aspectos, el avance en la consecución de actitudes de libertad
haya sufrido un paso atrás. Por tanto, queda mucho por hacer aún.
Nos queda una asignatura pendiente: el mundo de la afectividad. Es en el ámbito
de lo privado donde nos encontramos con mayores dificultades para hacer comprender a
hombres y mujeres la dignidad de ser ellos mismos. Y es en este mundo de los
sentimientos, donde la escuela puede representar un papel activo fundamental para
potenciar el entendimiento entre ambos sexos.
Hasta ahora las leyes han servido para establecer los principios que deben regir
una sociedad igualitaria en su más amplio sentido. La educación es la base fundamental
para consolidar y hacer efectivos todos estos ideales. Esta educación se realiza en
ámbitos diferenciados: la familia, la escuela, la calle, los medios de comunicación, el
grupo, etc. La práctica de actividades coeducativas en el ámbito escolar está destinada a
conseguir una educación emocional en nuestras alumnas y alumnos, que evite la
violencia de género que desgasta a una sociedad y esta educación debe liberar a nuestro
alumnado de roles de género marcados y determinados. De esta manera, se potencia una
sociedad futura más responsable y, sobre todo, más libre.