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Konfino, Demian
Hasta el amanecer de Tupacamaria : el viaje de una nueva
generación militante . - 1a ed. - Buenos Aires : Perspectiva Bicentenario,
2010.
216 p. ; 23x15 cm.

ISBN 978-987-25731-0-2

1. Narrativa Argentina. 2. Novela. I. Título


CDD A863
Fecha de catalogación: 10/03/2010

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Hasta el amanecer de
Tupacamaria
El viaje de una nueva generación militante

Demian Konfino

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Índice
Capítulo primero
PRIMEROS Y OTROS PASOS ...............................................................................9
Capítulo segundo
CUBA ..........................................................................................................25
Capítulo tercero
EL SUR DEL NORTE ..................................................................................... 81
Capítulo Cuarto
TIERRA ORIGINARIA ................................................................................... 113
Capítulo Quinto
CIRCUNVALANDO HONDURAS EN CUATRO DÍAS ...........................................133
Capítulo Sexto
NECESIDAD DE NICARAGUA .......................................................................153
Capítulo Séptimo
LA VUELTA Y ¿FUTUROS? PASOS .................................................................. 187

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A mis hermanos, de sangre y lucha.
A mis compañeros de esperanzas amanecidas.
A los que caminan de noche.
A los que lo hacen por la cornisa de los sueños.
A los que se apasionan.
A los que se comprometen.
A los que aman.
A mi amadora achinada. Mi ella, tan ella.
A su dulzura inacabable.
A la ternura.
A quienes introducen tres cucharaditas de azucar en la taza de la vida.
A la vieja, por ilustrar el oficio de la palabra escrita.
Al viejo, por honrar el oficio de la palabra empeñada.
A los que empuñan palabras como espuelas.
A los que alzaron los fusiles, cuando había que hacerlo.
A los guerrilleros de la paciencia y la perseverancia.
A los revolucionarios de antaño.
A los que militan el porvenir.
A los que alcanzarán la poesía de la justicia social.
A tu estrella que nos guía.

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Capítulo primero

Primeros
y otros pasos

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Z. ¿Comienza o continúa?
Los Viajes son el inicio de una búsqueda. Se pueden esperar muchas cosas:
esparcimiento, divertimento, historias, aventuras, amarguras, conocimiento, y
otros etcéteras.
Pero ¿por qué el punto de partida de tan dichosa actitud humana
coincide con el pitazo de arranque de un viaje? ¿Desde qué momento? ¿A
partir de qué se arma la mochila? ¿A partir de qué se sale de la casa?
Por ahí este viaje haya arrancado mucho antes. Sólo que este autor
caprichosamente ha elegido este momento para iniciar la narración.
Nótese que es ese proceso irracional el que lo ha llevado a elegir esos
muchos instantes, aunque posiblemente alguna razón tenga.
Y es así que este autor se decide a contarte y sumarte a su historia
para que viajen juntos, y así busquen juntos, y buceen a la par o, mejor
dicho, a la impar, pues los números pares son demasiado perfectos para
una historia tan imperfecta en este mar en que a los protagonistas, al
autor y a muchos otros les va la vida.
*
Walter supo acordar junto a sus dos hermanos de sangre, corazón y
alma, él John y ella Sharon, recorrer parte de un continente azotado por
la desdicha desde hacía mucho. ¿Qué los motivaba? Posiblemente, y esto
sólo en el terreno de la hipótesis, ellos buscaran visitar lugares exóticos de
esos que resultan regalados en paquete a turistas con moneda fuerte sin
demasiado esfuerzo. O buscaran realidades. Conocer, entender, sufrir,
comparar, fraternizar, intentar soluciones, delirar, volar, crear.
No conocían mucho la actualidad de varios de los países que se dignarían
a recorrer.
En rigor de verdad, hablar de “países” es sólo por seguirle la bola
a esos arbitrarios límites que en la escuela llaman líneas imaginarias,
y que esta historia llamará “líneas imaginativas” pues así deben serlo
para dividir tanta cosa en común.
Así el destino o la pachamama los situó en el aeropuerto de Lima,
Perú, otrora gran capital de la colonización, esperando abordar el avión
que los depositase en la ciudad de San Salvador, dentro de las líneas
imaginativas de El Salvador.
Y la espera no fue vana. Ellos querían aprovechar cada momento. Por eso,
cualquier extra hubiera observado a Sharon dibujando gestos apasionados,
mientras en sus oídos se dejaban ver dos auriculares que le cantaban, en
secreto, realidades latinas desde el “rocanrol” que junto a sus hermanos
había aprendido a escuchar.
John leía. En la tapa de ese libro, contó aquel extra al autor, se
divisaba un pañuelo blanco. Pañuelo Blanco que fue decisivo para
que esos fraternos conocieran otras realidades, de esas que los medios

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de incomunicación no cuentan, y se emocionaran con valores que
acariciando el cabello de las Madres de Plaza de Mayo, han sido
enarbolados durante 30 años. Coraje exacerbado en tiempos en que
muchos prefirieron esconderlo debajo de la alfombra, obnubilados por
el miedo, la codicia o algún espejo de color made in imperio.
Walter tenía un libro rojo apoyado en su pierna izquierda, esperando
ser atendido. El ejemplar sabía que le tocaría su turno. Pero no era el
momento dado que se advertían músculos de sorpresa en su rostro,
al leer incrédulamente un periódico de El Perú, cuyo nombre era El
Correo.
Walter miraba palabras y se asustaba. No les creía. Desconfiaba.
“Elementos subversivos”, “tumor social” son epítetos con los que los
periodistas de ese matutino denominaban a grupos políticos con Ideas
de Izquierda.
Su cara transmutó desde la tristeza a la bronca, repasando en su interior
la historia que a él también le habían enseñado las Madres, aunque esos
jornalistas peruanos prefiriesen dejar a un lado, posiblemente por desprecio
o por temor a esas “subversivas” del Ayer, del Hoy y de Siempre; o a sus
Hijos, que seguirían intentando que Pasado y Futuro se abrazaran con
amor indisoluble, hasta procrear un Mundo más Justo.

Y. El avión
El avión es algo que ellos conocían. De pibes viajaron con sus padres
por este medio de transporte, que se intenta imponer en el reino de los
cielos, por su andar casi perfecto y por su tamaño de dinosaurio.
Las Aves, que no pueden competir con él por su talla, empiezan
y terminan siendo las protagonistas excluyentes para fotógrafos
aficionados y profesionales, pintores de naturaleza viva, y otros
observadores indiscretos o artistas, cuando al fondo se contempla el
cielo.
Cuentan que el cóndor, en la parte Sur de estas latitudes, no sale a pasear
por las altas cumbres sin estar peinado, y que el Quetzal, en el Centro del
continente, es tan coqueto que no se lo ve hasta que él mismo corrobora,
en algún lago espejado, que su color del plumaje sigue siendo aquel que
dará esperanza a quien lo mire.
En cambio, ¿quién no ha visto al avión como protagonista de las
películas más burdas, exageradas y repetitivas de Hollywood con el
siempre secuestrador, que nunca será occidental y cristiano, encarnando
el Mal, y se ve sorprendido por el Bien, de tez blanca y musculoso por
regla (aunque pueda tener un amigo negro), encargado de salvar a la
humanidad una y otra vez?

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Mas el avión, esa máquina veloz, todopoderosa se ha convertido
también en una máquina de matar, y no solamente en guerras
convencionales.
¿Quién no ha observado el espectáculo dantesco, que las 1492
videocámaras aficionadas captaron cuando el 11 de Septiembre de 2001,
dos aviones derrumbaban en minutos los dos pilares más significativos
de la historia de los negocios y del Poder, esas dos torres de Babel que
el mundo conoció como “las torres gemelas”?
¿Será el avión el protagonista de la Historia, en su rol de malo de
la película o de salvador de la humanidad, cuando los historiadores
del mañana nos enseñen que esa fecha fue la bandera a cuadros
para una era, que hasta ahora y desde la revolución francesa llaman
contemporánea?
¿Será el final de una era la que estamos viviendo?
¿Qué capricho de la ciencia historiográfica manda a que un hecho
puntual dé final a una etapa y comienzo a otra?
En todo caso, ¿no podrían marcarse otros momentos, como ser el 1 de
Enero de 1994, cuando en el sureste mexicano se alzaron los indígenas
junto al Subcomandante Marcos; o el 19 y 20 de Diciembre de 2001,
cuando el pueblo argentino, movido por distintos intereses, decidió
empezar a darle fin a la democracia indirecta, y comenzar a remover de
la idea de “política” el tótem a la mentira o la promesa incumplida; o
en Abril de 2002, cuando Hugo Chávez Frías recuperó la presidencia
usurpada por un golpe de Estado con olor a azufre imperial, gracias al
apoyo de los de abajo?
*
Lo cierto es que estos tres hermanos habían viajado en avión en
su infancia, junto a sus padres, aprovechando los privilegios que en
la década del 90 pudieron disfrutar unos pocos en la Argentina de
Menem, mientras la mayoría de la población viajaba hacia las tinieblas
de la pobreza extrema, junto al Estado, que se había desprendido hasta
de sus abuelos, pues joyas ya no le quedaban.
Habían conocido muy temprano un mundo de fantasía, con palacios
de cristal y gente linda. Conocieron el imperio en tres oportunidades.
Hasta llegaron a estar en su cima, rentada por éste a todo curioso para
que, ratificada su condición imperial, ella fuera divulgada en todas
las latitudes del planeta Tierra. Pico derrumbado años más tarde en
Septiembre de 2001.
No tardaron mucho en percibir la mentira comprada. O sí. A ellos
no se los puede culpar de la demora, por falta de madurez psíquica que
tienen los infantes y adolescentes tempranos. Aunque sí cabe acaso el
reproche a todos esos padres de niños de esas clases sociales medias que
no resistieron, más bien avalaron, por efímero propio beneficio, que la
mayoría de la población continental y mundial hubiera empobrecido,
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sumiéndose en los niveles más humillantes que haya conocido la
Historia de la Humanidad.
En un ingrediente más a la ensalada de contradicciones por vivir y
adaptarse a un mundo que no les gustaba, aunque fuera el que vivían,
John, Walter y Sharon iniciaron esta búsqueda transportándose en
avión.
Este autor los justifica por razones de tiempo, relacionadas con
obligaciones laborales de los dos primeros. Les hubiera encantado tener
toda la Libertad necesaria que una búsqueda como esta requería. El
intento valía per se.
El avión, transporte que la mayoría de la población mundial no
conoce por dentro, fue el medio necesario para ganar días, sacar a
ellos todo el jugo y las pistas que los orientaran en la búsqueda que
iniciaban o continuaban.

X. ¿Señora Sociedad?
Un año antes de iniciar el viaje o cuando ya lo había iniciado, Walter
escribió en una hoja suelta una misiva que envió al Correo Central
de la Ciudad de Buenos Aires, sin dirección ni código postal. En el
remitente del sobre, en cuyo interior se encontraba dicho papel, sólo
se leía: “Sra. Sociedad”.
“Sra. Sociedad:
En esta oportunidad le escribo porque estoy bastante enojado con Ud., no por
un hecho puntual, sino que hace rato que no entiendo por qué actúa como lo hace
en tantos temas, y por qué omite hacerse cargo de papeles que le corresponde
en otros. Será por esto que, en las líneas que siguen a continuación, verá que
no la tuteo, mas no por una cuestión de respeto, cuyo merecimiento es dudoso,
sino porque la siento lejos, extraña.
Desde hace tiempo que no me explico por qué pudo no ver lo evidente, lo
que era fluorescente en la oscuridad; negro en una salina o pico nevado; cómo
miró para otro costado cuando en el país al que pertenecemos se cometían las
barbaridades más atroces que estas tierras hayan conocido; cómo no vio el
genocidio jurídico, económico, y humano que cometió la última dictadura militar
en la Argentina. Más aun, cómo su conciencia pudo sentirse aliviada, pensando
que Ud. era una víctima de violentos de distintos signos que se peleaban por
vaya Ud. a saber qué, y Ud., pobre indefensa, compraba el 6 a 0 a Perú como
algo legítimo, o peor aun, como una ‘viveza criolla’.
Sin conformarse con una actitud indiferente en aquellos años, muchas veces tuvo
actitudes cómplices y también delatoras. No dejaba de estar exultante porque podía
comprar dos electrodomésticos importados en vez de uno, sin siquiera intentar pensar
que se estaba hiriendo de muerte a la industria nacional.

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Es más, tuvo el coraje de ir a solicitar el final de aquella sangrienta dictadura,
y días más tarde volverse a reunir para vivar por un asesino-usurpador vestido
de uniforme oliva, que había utilizado una causa legítima para distraer aquel
primer reclamo, maniobra que Ud. nunca advirtió, y pudo luego darle la espalda
a esos pibes que habían mandado al muere y al frió, bajo una humillación que
a Ud. le fue impasible, una vez más.
Viniendo más a estos tiempos, hoy a Ud. le daría vergüenza decir que votó a
Menem, ¿y si encima dice que lo votó dos veces? No me cuesta recordarle que viendo
la entrega que aquel presidente hizo de nuestro país y hasta de las joyas de la abuela,
dejando en el camino más que un porcentaje vacío del INDEC de desocupados,
más que la dignidad de cada una de esas millones de personas, más que el hambre
de tantos pibes, más que la ilusión de tantos pobladores de ver llegar el tren, más
que todo eso y tantas otras cosas, Ud. volvió a elegirlo, porque podía comprar en
cuotas y viajar a los EEUU a traer filmadoras. ¿Se acuerda?
Más tarde pidió mano dura para los delincuentes urbanos/callejeros, que le
robaban para darles de comer a sus pibes, o simplemente porque, al estar excluido
de Ud., ya no le importaba causar violencia, pues a Ud. no le había ni rozado su
pérdida lenta de humanidad.
En esa misma línea de su coherencia, solicitó que bajaran la edad de
imputabilidad de los menores, para que se llenaran las cárceles de niños a los
que más temprano les había robado la inocencia.
Si la interrogo sobre si le pone más contenta que construyan una cárcel o una
escuela, creo tener la respuesta.
Llenó plazas y calles, en este sentido, cuando le tocaron a uno de sus hijos
rubios y de ojos celestes, con apellido ario y superior, y no cuando mataron a
un boliviano en un boliche.
Salió a la calle en su momento con utencillos de cocina, porque le habían tocado la libre
disponibilidad bancaria, uniéndose en la lucha circunstancialmente con los de abajo, a
los que pronto desconoció, exigiendo nueva dureza hacia ellos, cuando le cortaron una
calle o un puente para ‘migajear’ alguna moneda en forma de plan social, dado que a
Ud. le restringía el esencial derecho a la libertad de tránsito, en tanto que a ellos la única
libertad que les quedaba era morir.
Hoy quiero pedirle que reflexione sobre las cosas feas que le dije. Yo le prometo
que si así lo hace, y cambia algunas conductas, no la volveré a torturar con
la enumeración de estos feos y molestos recuerdos.
Me gustaría estar integrado plenamente a Ud., pero para ello necesito que
sea más sensible, que le haga ‘ruido’ ver tantos pibitos revolviendo la basura
para comer, y que en lugar de levantar altos muros y alambres eléctricos en sus
countries, levante paredes para escuelas o para barrios bajos.
Capaz así vuelva a quererla.
Walter”

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W. ¿El Salvador?
Por esas extrañezas de la vida colonial, que algún historiador podrá
ilustrar, algún sagaz usurpador denominó a una ciudad centroamericana,
cercana al Océano Pacífico, con el nombre de “San Salvador”, distrito
que es capital hoy del país que se encuentra en el interior de las líneas
imaginativas de “El Salvador”.
Se supone que “El Salvador” se refiere a Jesús. Sin temor a herejía,
el autor pregunta: ¿Qué es lo que ha salvado? ¿A quién?
Quienes habitaban ese territorio antes de la llegada del español y de
la Iglesia tienen derecho a dudarlo, cuanto menos.
Jesús ha sido un rebelde. Walter le tenía estima por haberse opuesto,
en su época, al status quo. Siempre pensó que era un hombre muy
noble, valiente, con valores que escasean por todos lados. Un ser
humano tierno, que daba amor, sin esperar nada a cambio.
Puesto él en el altar de los dioses, sus actitudes sólo pueden ser asumidas
por seres perfectos de su envergadura, y entonces justifican que los seres
humanos al estar abajo, cometan demasiadas travesuras, si no crímenes.
Lo mismo ocurre con los próceres o con los hombres elevados a mitos.
Intencionalmente, quienes escriben la historia (los ganadores, por
ahora) elevan a estos seres humanos de carne y hueso, músculos, cerebro,
sangre, linfocitos, macrófago, enzimas y otros lenguajes científicos, a la
categoría de súper hombre, para que nadie se atreva a su ejemplo, pues
de ante mano sabrá que sólo un ser excepcional y no un común, un
genio y no un cualquiera, es quien puede rebelarse ante las injusticias.
El resto permanezca disciplinado. Ante la duda del aventurero que ose
intentar rebeldías, siempre se tendrá a mano tantísimos ejemplos de
seres humanos anónimos que no llegaron a súper hombres, o que sí, y
que fueron “ajusticiados ejemplarmente” por el poder de turno.
*
Estos tres hermanos argentinos pasaron el primer día y la primera
noche en San Salvador por obra del destino. ¿Qué destino?
Es que decididos a celebrar el fin del año calendario y la esperanza
de uno nuevo más justo en un país al que presuntamente admiraban,
pues nunca lo habían visitado y mucho habían oído de él, buscaron la
tarifa más económica para abonar un pasaje aéreo que bien cara era
tanto para ellos como para muchos asalariados en un “país devaluado”,
teniendo en cuenta que se abonaba en billetes del color del uniforme
militar que confían en dios (“In god we trust”,1 “Trust we?”2).

1 Del inglés: “Confiamos en dios”. Inscripción que se lee en cada verde papel moneda
estadounidense.
2 Del inglés: “¿Confiamos?
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Esa ventaja económica la consiguieron al aceptar las dos escalas, el
Perú y El Salvador, para recién al día siguiente llegar al tan anhelado
destino.
Al arribar al aeropuerto salvadoreño, los hermanos encontraron a un
grupo de compatriotas de la patria chica, quienes también esperaban que
llegase el día siguiente para ir a pasar fin de año a tal misterioso país.
Mas a diferencia de éstos que hicieron de la espera una nada aburrida, al
decidir quedarse a pasar el día en ese aeropuerto igual al de muchos países
sin señales de identidad propia, los tres hermanos decidieron emprender
la búsqueda saliendo del mismo.
–¿Cambiamos plata? –preguntó John a manera de afirmación.
–Dale –respondieron a dúo los otros dos, dirigiéndose a encontrar
alguna persona que les informara dónde encontrar una casa de cambio,
y cómo ir para la ciudad en la forma que iba el pueblo, es decir, sin
utilizar taxímetro.
Divisaron a unos metros a una señora, de robusta contextura, a quien
se acercaron.
–Señora, ¿dónde podremos cambiar dinero? –preguntó Walter.
–¿A qué moneda? –respondió la grandota, sin entender la pregunta
inicial de sus interlocutores.
–A la moneda Nacional –insistió desorientado Walter.
–M´ijo aquí ya no hay moneda Nacional, es decir de El Salvador, ¡el
dinero oficial es el dólar! –sentenció la robusta señora.
Incrédulos se miraron los hermanos, que recordaban la dolarización
en el Ecuador, y la intentona menemista en la Argentina, pero que
ignoraban este hecho en estas latitudes.
En sus miradas, cuentan que se adivinaba indignación, y que los
vieron masticar, morder y escupir un objeto que, luego se supo, era
bronca.
No faltaba mucho para entender lo que iban a empezar a ver cuando
se subieran al bus que los transportaría a la ciudad.

V. Saint Salvador
Un extraño escozor recorrió su cuerpo. Walter observaba en esa ciudad
cosas que a él le parecía haber visto ya. ¿Cómo podía ser si por primera
vez visitaba esas tierras?
La magia de la globalización que, enmascarada en una revolución
tecnológica, trajo la aplicación del neoliberalismo a escala planetaria.
Cuando empezó a ver los locales de comidas rápidas, efímeras, y de
mala calidad, denominados Mc Donald´s, Burger King, los sombreros
de Pizza Hut, los bancos, los neones rodeando las chapas patentes de

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los automóviles, el cuadro del bus en el que viajaba se vislumbró un
dejo de desilusión en su mirada, como de pena.
Al tiempo que Walter comentaba esto con su hermano John,
dos bombas de un estruendo escalofriante detonaron, dándoles la
bienvenida a la ciudad de la furia y la fiebre consumista.
Era casi fin de año. Los primeros puestos callejeros que alcanzaron a
divisar eran de pirotecnia. Esto lo conocían. Ya en su Quilmes natal,
en el conurbano bonaerense, siempre para esas fechas aparecían esos
objetos que, una vez adquiridos, pintaban artificialmente el cielo,
que ya muy lindo estaba con su paño negro, y las pocas estrellas bien
brillantes que se alcanzaban a apreciar en las ruidosas y luminosas
ciudades americanas.
A pocos metros encontraron la plaza central de la ciudad de San
Salvador, de esas que son típicas en todas las ciudades, pueblos y aldeas
en esta parte del continente, en que la religión se ha encargado de
construir y recordar a todo visitante o habitante que el edificio más
imponente y palaciego es la iglesia. En su cercanía siempre aparecerá
una representación del Estado. Posiblemente cercano estará el banco,
y la policía que velará por sus intereses.
La plaza de San Salvador no era la excepción. La iglesia hermosa, blanca en
su fondo y colorida en los detalles, se hubiera robado todo el protagonismo
de la escena si no fuera porque la contaminación auditiva, que mezclaba
bocinazos, explosiones y ofertas callejeras, no permitía percatarse a estos
tres buscadores, la colosal feria de consumo a la que acababan de ingresar,
al pisar el asfalto capital.
–¡Tres pares de medias a dólar! –gritaba un niño, detrás de un
megáfono.
–¡Llévese su yin por dos dólares! –exclamaba entusiasmada una voz
de hombre amplificada, que costó divisarla pues provenía de lo más
alto de una montaña de pantalones vaqueros conquistada previamente
por ese señor.
Esos eran algunos de los pocos gritos que se podían escuchar entre las
mujeres y hombres que vendían alimentos, películas, música pirateada,
electrodomésticos, remeras y cualquier prenda textil, y otros artículos varios
que como correspondía eran anunciados y ofertados a viva voz con su
respectivo precio. Adicionado, el barullo de las muchas gentes que habían
abarrotado las calles dispuestas a consumir.
Cuando los hermanos se quisieron dar cuenta habían caminado
varias cuadras y todo era feria. Querían salir. Era abrumador ese
espectáculo.
Dicen que Dante imaginó algo parecido aunque prefirió describirlo de otra
manera.

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Sharon, la menor de los tres con apenas 18 años de edad, estaba
asustada. Sus dos hermanos, en cambio, sentían una especie de
adrenalina por su interior. Buscaban la salida y no la encontraban.
Doblaban en una esquina y todo era más vorágine, griterío, consumo,
y dólar. Así por varias manzanas.
Ellos eran fácilmente divisables como extranjeros. Sobre todo por sus
colores de piel y cabello, estatura y apéndice nasal de los dos hermanos
varones. Provenían de una familia de inmigrantes judíos europeos. Sus
abuelos, como los de muchos jóvenes argentinos, habían descendido
de los barcos.
Argentina fue el segundo país en América que más inmigración de
aquel continente recibió, cuando las guerras y las plagas lo lastimaban.
El primero, los Estados Unidos.
Descendientes de bisabuelos rusos y polacos, abuelo turco, y abuelas
también oriundas de los pagos de Juan Pablo II, su palidez era notoria
en una ciudad cuyos habitantes en su gran mayoría provenían de los
españoles de otros tiempos o de los Pueblos Originarios.
Se detenían en una esquina y eran abordados por un grupo de
adolescentes, y a medida que se acercaban, los hermanos se alejaban.
La misma situación vivida en dos o tres esquinas de la capital resolvió
por ellos. Debían alejarse de esa urbe en que las farmacias eran vigiladas
por guardias de seguridad privada que portaban armas de guerra. Al
consultar con algunos habitantes sobre lugares a los que poder visitar,
las personas coincidieron en indicarles el bus que los dejaba en el
Shopping más importante de la ciudad.
Hacia allí fueron. Sharon se sintió a resguardo. Walter no. Sabía
que ese lugar equivalía a la feria callejera, pero de los miembros más
acomodados de la sociedad salvadoreña.
El capital que genera la “necesidad” de consumir para ser, por medio de
las publicidades en la vía pública o por la tele, te agrega que para ser tenés
que pertenecer, y para pertenecer debés tener, acumular objetos materiales.
Aclarando, Ser = Consumo + Objetos Materiales = Pertenecer.
Y mejor si los objetos son suntuarios, derrochones, altaneros.
El Shopping Center, que en nuestro idioma se traduciría como
centro comercial o de compras, es mucho más que eso. Es el altar del
capitalismo. Es donde él se viste de gala para recibir a sus más bonitos
hijos. Ellos son los que pueden ingresar. A ellos se les garantiza un
espacio confortable, ameno y seguro. Es un privilegio al que pocos
acceden. El resto irá al callejero mercado a abarrotarse por vestimentas
de marcas falsificadas, para intentar ser a partir de parecer.
Walter no buscaba eso. Consideraba que esa seguridad era una
mentira, porque era circunstancial.

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En un país donde la mayoría de la población carece de los derechos
humanos básicos, es pobre, come mal o no come; en un lugar donde una
parte importante de su población es analfabeta, tanto los ricos como los
pobres nunca estarán seguros.
No obstante ello, allí esperaron la noche. Cenaron sándwiches por
ellos preparados con jamón, queso y pan lacteado que adquirieron en
el supermercado que se encontraba dentro del “confortable” centro
comercial, y condimentos que sustrajeron de uno de esos fast food
restaurants.

U. Sueños
Corría el año 2006, y Walter, que en letra manuscrita garabateaba fiero,
escribió una correspondencia epistolar que envió al Correo Central de
Buenos Aires, en un sobre en el que sólo se leía: “Para Vos”.
Este autor, que ha tenido acceso a una copia de la misma, la transcribe
y entrega al lector, sin certezas sobre si alguien la ha leído aún.
Posiblemente el original haya sido destruido por el primer empleado
del correo que no haya encontrado dirección a la cual enviarla.
“A él, que ha transcurrido gran parte de su vida, ya sea por la experiencia
propia y la posterior decepción; o porque nunca se ha mostrado distinto y menos
va a variar ahora pues seguramente quiere terminar sus últimos años en paz
teniendo en cuenta lo poco propensos (o timoratos) que somos los seres humanos
a las innovaciones; a él no lo entiendo.
Aunque si en esto cupiera la graduación, es como si su comportamiento actual,
pudiera verse atenuado. Pero, ¿cabe la atenuación, en estos casos?
A su lado, su hijo, o en una de esas, un sobrino. Dudo. Si fuera su hijo, lo
habría concebido de muy joven. Parece ser de esos hijos de un hermano mayor,
con los que no hay más de quince años de edad de diferencia. Lo innegable es
el parecido físico que existe entre ellos, por lo que deduzco, y no me venero por
ello, que son parientes.
Debe tener treintaypico. Ha empezado ha madurar en la gloriosa década del
90. Antes que interrumpas tu lectura, para preguntarte por qué el que escribe
le adosa ‘Gloria’ a dicho período de años, que abarcan los años entre 1990 y
1999, debo sólo aclararte que tal adjetivo ha sido colocado en ese lugar por esta
pluma, mas no como una opinión personal, sino como la que comparten algunas
personas. No considero oportuno juzgar a éstas, ni emitir, en este fragmento,
opinión sobre aquellos diez años. Espero me lo respetes.
Cierto es que de cuando en cuando me trepo a una rama, y hago distraerte.
No sé si es intencional, posiblemente sea un truco de magia, pero en verdad no
creo poseer dicha habilidad. Simplemente me cuelgo. Pero ya quiero retomar

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la linealidad (¿echada de menos?) de esto, con lo que no espero aburrirte, sino
importunarte.
¿Estoy siendo demasiado sincero con vos? ¿Se puede ser demasiado sincero?
La respuesta afirmativa a este último interrogante implicaría suscribir que la
mentira tiene grados. ¿Se es poco, bastante o, muy mentiroso? No lo sé, ni es
tan relevante en esta historieta, por otra parte.
¿Todavía seguís leyendo?
El de treintaypico –volviendo– lleva puesto unos náuticos, con un logotipo que
no reconozco a esta distancia, aunque si me acercara un poco más, es muy probable
que pudiera contarte la marca. Igual, no importa, ¿no? El cinturón de hebilla ancha
al tono con los zapatos, rodea un pantalón de gabardina, que, a su tiempo, quítale
libertad a esa camisa tela Oxford, que viste su torso. Dos detalles: cadena de oro y
celular a la cintura, no faltan.
Se ha hecho hombre, y no se ha dado cuenta de que ha pasado todos estos
años sin mirar más allá de los suyos. Posiblemente, nunca se lo ponga a pensar.
¿Tiene la culpa de haber crecido en una sociedad, que lo preexistió, penetrada
hasta la médula por la cultura del terror, el notemetás, gobernada por el
individualismo (por decreto)? Creo que no. Pero, ¿por qué nunca se lo preguntó?
¿Nunca se lo preguntó?
Ahora ya es parte de la sociedad, y parece que no le importó que el
individualismo haya reformado la Constitución Nacional, para ser re-reelegido.
No sólo eso, lo votó. Lo eligió. Por ahí podía comprar el minicomponente en
cómodas cuotas sin interés.
Sin interés, por los de masallá.
Entonces, no lo entiendo. Los ha observado y se ha sentido más cómodo
mirándolos lo menos que pueda. ¿Acaso no es un ser humano? ¿Cómo puede
no ver a los nenitos basureando? Por ahí vos me alcances esta respuesta, que
hoy no tengo a mano.
Pero si todavía seguís ahí, con vos quiero hablar.
Tenés una edad en que muchos Sueños no has soñado aún. Posiblemente los
haya soñado otro. De eso, las más de las veces ni te enterás.
¿Con qué soñás? ¿Podés clasificar tus sueños? ¿En qué medida son materiales,
y en cuál de otro tipo?
¿Por qué cuando conocés un sueño poco apegado al dinero, y todo lo que
con él se puede comprar, lo subestimás? Es cierto, no es muy común. ¿Pero eso
justifica la subestimación?
¿Me vas a decir que no es subestimación, sino que es mejor adjetivarlo como
inocente a ese sueño? En este caso, ¿está mal per se que sea inocente?
Pero no te basta con ello, con menospreciar aquellos Sueños, necesitás
JUZGAR, indagar, incomodar, o perseguir a la persona que no lo ha razonado
quizás, pero que lo siente posible. Así lavás tus culpas. Mas, si tenés culpas
es porque sabés que algo de lo que hacés no te cierra. Pero muy pocas veces te
acordás de eso. Las más preferís hacer lo del de treintaypico.

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Indagás en cuestiones como ‘y vos que hablás tanto, ¿qué hacés para cumplir
con tu sueño?’; ‘ya que no tenés tantos sueños materiales ¡doná tu sueldo!’, exigís.
Curioseas casi con cinismo, ‘¿por qué usás ese yinlevis? ¿Vos sabés los chicos que
comerían con el dinero que sale?’ Y entonces, con todos estos interrogantes que
te hacen pensar invencible, como si se tratara de vencer, te retirás tranquilo.
¿Te retirás tranquilo?
A quien tenga algún sueño menos apegado a lo económico le vas a encontrar
mil contradicciones, porque él es parte de esta sociedad, y no está dispuesto a
romper con ella, mas sí a cambiarla, por allí. Todo esto vos lo sabés. Pero te es
cómodo. Señalándole todas sus incoherencias, justificás tu coherencia.
Pero aquí no se trata de vencer al otro. Si te hizo silbido algo que te dijo ese
idealista, no lo tomes como un ataque. No tenés que defenderte. Quiere que
te sumes.
Marcale las incoherencias, que igual él las conoce. También a él éstas le hacen
murmullo. Desea que cada vez sean menores. Pero eso no invalida su sueño.
Posiblemente algún día quieras soñar ese sueño. Si su sueño te hace chasquido,
es un buen comienzo. A diferencia tuya, él quiere compartir el suyo con vos,
aunque del hasta ahora tuyo, no lo pretendas hacer partícipe. Vos querés que él
lo deje de lado, para que no te lo refriegue más. Esto lo aprendiste del gobierno
del que hablamos más arriba. En cambio, él quiere que abandones aquel a un
costado y te adiciones al propio.
Por ahora es todo lo que te quería decir. No seas zonzo, no lo tomés a mal.
No te lo dije todavía, ¿no?, el iluso que suscribe estas letras sueña con Cambiar
el Mundo.
Walter”

T. Una noche particular


Se fueron del mencionado centro capitalino/capitalista hacia la
estación aérea decididos a pasar allí la noche. No habían tenido tiempo
de encontrar o buscar hospedaje en la ciudad.
Al llegar, el mismo se encontraba cerrado. No existían allí vuelos
nocturnos.
John se acercó a hablar con el policía que custodiaba la entrada a la
citada terminal aeroportuaria, para explicarle la situación. No tenían
dónde pasar la noche y el avión partiría temprano, en la primera
mañana.
El policía accedió, delimitó el área por donde los hermanos podrían
moverse. Les señaló los baños y los hizo pasar. Estaban absolutamente
solos.
Tranquilos ya, platicaron un poco entre ellos. Luego juntaron unas
sillas individuales que allí había, transformándolas en unas irregulares

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e incomodísimas camas. John concilió el sueño con facilidad. No así
Sharon y Walter, quienes, dando vueltas en su intento de reposo, vieron
aproximar a un policía.
–¿Me permiten los pasaportes, por favor? –preguntó el agente del
orden o del status quo.
–Sí, ¿cómo no? –respondió Walter.
Así se inició el diálogo entre el aburrido policía y los dos noctámbulos
hermanos, que se prolongó por espacio de una hora.
–¿Argentinos? ¡La tierra del Diego! –exclamó, tendiendo lazos con
sus interlocutores, y reafirmando a Maradona como el apellido de
Argentina.– Hace poco estuve con él, aquí donde estamos sentados.
Vino a jugar al fútbol. Es una Gran persona. Con todos se sacaba
fotografías. Muy amable –completó.
–Sí. Allá hay quienes lo amamos, y quienes no le perdonan que sea un
ser humano. No se dan cuenta estos últimos de que, sin escala previa,
pasó de las tinieblas del mundo a su cima, sin una cultura y educación
férrea que lo ayudase a recorrer el sinuoso camino –comentó Walter,
con facundos ademanes.
–Nosotros también lo conocimos este año. Le dimos la mano
–recordó Sharon con satisfacción.
–¿Y cómo encuentran El Salvador? –preguntó el policía, con cierto
orgullo.
–La verdad que no muy bien. Para serte sincero, sentimos que están
viviendo lo que pasamos en Argentina en la década del 90, cuando
Menem era el Presidente, y que derivó en la crisis más profunda de
nuestra historia, luego de que el pueblo se cansara de tantas promesas
incumplidas y, desafiando el estado de sitio decretado, inundara las
calles hasta lograr la renuncia del entonces presidente de la Rúa, en
diciembre de 2001. –Se extendió Walter, y deseo– espero que no lleguen
aquí a semejante crisis.
–Es que no podemos llegar a semejante crisis, pues más abajo no
podemos ya estar. Con la dolarización, el salario del pobre, que sortudo
él si tiene trabajo, ha quedado por el piso. Y los que no lo tienen se
han dejado atraer por los únicos que le han brindado identidad: las
maras, grupos de una violencia extrema, que sólo han sido alumbrados
hace poquitico tiempo por los de arriba, pues con ellos se metieron
–explicó el erudito policía, y prosiguió–, antes le pedían poco dinero
a los comercios chicos, a cambio de protección, es decir, que ellos
mismos no los asaltaran. Luego se metieron con las grandes empresas,
a las que le pidieron mucho dinero. Éstas se juntaron con sus amigos
los políticos y exigieron orden. Ahora está un poco más tranquilo,
aunque no tanto.
–Allá esa extorsión la hace la policía –agregó Sharon.

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–¡Qué mal que andamos en esta América! Sólo ellos, los americanos
andan bien –dejó escapar de sus labios el rebelde policía, señalando con
el dedo índice de su mano izquierda el techo, queriendo figurar el norte
que, como se sabe, está arriba del Sur.
–Es cierto que andamos mal, pero podemos estar mejor. Tenemos
buena gente; algo sumisa, eso sí. Debemos despertar. Mañana nos vamos
para Cuba, queremos corroborar todo lo bien que de ella pensamos o
desengañarnos. Creo que ellos están mejor que los del norte –opinó
Walter.
–¿Se van para Cuba? ¡Qué bueno! Ellos sí que tienen un Presidente
que se preocupa por su gente –terminó de sorprender el policía a esos
dos hermanos que lo escuchaban con gusto.
La charla fue interrumpida por el teléfono celular del efectivo, que
varias veces había acallado cortando la llamada entrante, aunque ya
no en esta oportunidad.
–Los dejo. José es el nombre de este humilde salvadoreño, para
servirles. –Se presentó extendiendo la mano derecha para estrecharla
con las mismas de los hermanos, sin apreciar que la exteriorización
implicaba una mera formalidad a esa altura.
Los hermanos lo saludaron y se aprontaron a acostarse sobre las sillas
para pasar la noche como pudieran, con la esperanza de que llegara,
tras el amanecer, el mañana.

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Capítulo segundo

Cuba

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S. Mitos o realidades: las dudas
Desde la lejanía del Sur del continente mucho habían oído en
referencia a esa isla del mar caribe. Desde su naturaleza, pasando por
su cultura, hasta comentarios políticos, económicos o sociales.
Ya promediando su adolescencia, Walter se acercó a ella por el
camino más directo. Las lecturas sobre el Che endulzaron sus ojos.
Así contempló cómo ese compatriota suyo amó esa tierra como propia,
dispuesto a dejar su vida por ella. Su muerte llegaría de la mano de la
lucha contra las injusticias en cualquier parte del mundo, y sobre todo
en esta porción del planeta.
De la pasión por el Che a la idealización de Cuba había un paso,
máxime midiendo la envergadura del enemigo de esa Nación, que la ha
castigado tantos años. No era difícil para Walter ver en Cuba el David
que derrotó a Goliat, mismo gigante que oprimía a su propio país.
Pero ese paso era difícil de dar. Por muchos motivos.
La idealización quita noción de las realidades palpables. Las agranda
o las achica según la carga subjetiva de quien la lleve a cabo. No es
malo. Es bueno.
Mas, ¿hasta qué punto?
Dicen que no son buenos los extremos. Este autor cree falsas tales
afirmaciones, porque lo que no son buenas son las generalizaciones.
En ellas se comenten muchas injusticias.
Pero si alguien lleva un ideal a un extremo, pierde la brújula, se borra
el norte de referencia y entonces ya el ideal se extiende más allá de una
base sólida, creíble, realizable.
A propósito, ¿por qué la brújula siempre marca el norte como guía?
El ideal es como esos globos para niños que flotan en el aire porque
el hombre le ha cargado gas en su interior. El globo asume que puede
volar, que es capaz de volar indefinidamente, y sin dependencias. No
ha tenido en cuenta su realidad y sus limitaciones. ¡Qué desilusión que
éste se lleva cuando percibe que pierde vuelo! ¡Qué golpe duro, casi de
muerte, el que se da cuando muerde el polvo!
Entonces, idealizar a Cuba tenía ese primer obstáculo.
Para sortearlo poseía la solución. Guiarse por las maravillas que
no tanta gente, aunque sí personas de su estima, le comentaba sobre
las bondades de la isla, del sistema allí aplicado, y los grandes frutos
cultivados por ese pueblo, en cuestiones como la salud y la educación,
nada menos. Todo esto sumado a las, ya sabidas por él, cuestiones
referidas a la dignidad de ese colectivo.
Y aquí, como en un sistema físico de frenos y contra frenos, entraban
por su oído muchas voces que se alzaban contra la falta de libertad
en la isla, reflejadas en el autoritarismo de su líder político. A ellas

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se sumaban las exclamaciones contra asesinatos allí cometidos. Otras
referidas al hambre presuntamente humillante que el pueblo padecía.
Su pobreza extrema.
Los grandes medios masivos de incomunicación se plegaban a estas
versiones concebidas en el exilio cubano en Miami, o en los testimonios
de los suntuarios turistas que se albergaban en los hoteles 5 estrellas
de Varadero.
Walter había tomado partido. Necesitaba que su ideal no hubiera
perdido la brújula. Deseaba corroborar que lo que sentía, percibía,
era de alguna manera, Verdad. Buscaba silenciar tantas bocas que se
movían desde el norte. Sus vísceras le reclamaban llegar, descubrir y
buscar. Indagar verdades.
En su defecto, su desilusión sería grande. Para no llegar a los extremos
del globo, requería tener mayor conciencia de las limitaciones, de esas
que sólo se consiguen parándose frente a frente al objeto. No quería
seguir volando, si dábase cuenta de que no tenía sentido.
La brújula se habría averiado. Habría sido todo idealizado.

R. A Fidel
Walter y John habían sellado un pacto de admiración hacia Fidel,
líder de la Revolución Cubana, cuando una noche de otoño, en
Buenos Aires, mientras corría el año 2003 según el calendario por el
que muchos se rigen, se acercaron a las escalinatas de la Facultad de
Derecho de la Universidad de Buenos Aires a escucharlo.
Sólo se dieron cuenta de que habían transcurrido más de tres horas,
cuando la clase magistral, charla o discurso concluyó. En tal ocasión
comprobaron eso que algunos decían, que hay momentos en los que
el tiempo se detiene.
Años más tarde, Fidel enfermó, y por primera vez cedió la presidencia.
Mucho fue el alboroto. En Miami las imágenes de la tele mostraban
descorches masivos de champagnes. Por entonces, ese fue el deporte
predilecto en esos pagos.
La abuela de los chicos, Rebeca, grande y sabia ya, les recordó que en
la Argentina había visto alguna vez esa situación. Se refería a la muerte
física de Evita.
Walter sintió la necesidad de recurrir a aquel pacto de palabra para apoyar
al otro pactante y desearle una pronta recuperación a su manera.
En un trozo de papel arrancado de un cuaderno escolar, de marca
“Gloria”, escribió algo, que envió al Correo Central de Buenos Aires,
dentro de un sobre blanco, en cuyo remitente sólo se leía “A Fidel y a
quien quiera”.

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Este autor no recuerda cómo ha accedido a ese documento manuscrito,
en su original. Se comenta que, al leerlo, el empleado del correo no sólo
no lo destruyó, sino que lo hizo circular por la Internet, conmocionado
y emocionado por tanto sentimiento en forma de palabras.
“Hace varios años mi amigo Masi me la regaló. Cuando la vi ya nunca más
pude dejar de admirar esa estrella dorada que llevaba en la frente.
Por su trabajo como publicista, tuvo acceso a ella, al participar en una
especie de avant premier1 de un documental sobre la vida de quien la portó,
salvo excepciones, toda su vida revolucionaria, es decir toda su vida. Lo cierto
es que la productora, de origen norteamericano, no pudo dejar de ponerle la
banderita de su país en el interior de la misma, como para intentar recordar
que TODO, hasta las ideologías, podían llevar su trade mark,2 y ser vendido
en el omnipresente MERCADO.
La gorra de FIDEL no corrió su pretendida suerte marketinera. Nunca vi
ese documental. En lugar de ser un objeto de promoción, fue amor. Amor de
un amigo que conocía mi admiración hacia aquel carismático líder.
Este mismo amigo fue quien recomendome que distinguiera con su nombre
a un perro que habíamos recibido, con mis hermanos, de una novia que en
tiempos de amor se había llevado a su padre, Homero.
‘Homero’ se debió a la mitología griega, y a uno de sus más renombrados
autores, aunque creo que estuvo también emparentado con el padre de una
familia de Springfield, Estados Unidos, con el que simpatizábamos.
A esta altura, advertirás ya la falta de coherencia del integrante de esta
sociedad que suscribe la presente. No me avergüenza eso.
Me ruborizo sí por los efectos de este sistema que ha fragmentado tanto las relaciones
sociales, que ha inhumanizado tanto, y que daría la impresión de ser invencible.
Preguntale a Fidel, y al CHE, y a Camilo Cienfuegos, y a tantos otros
anónimos, si era invencible este sistema de dominación.
Despertaré tu indignación, cuando yo te resalte la DIGNIDAD cubana, y
vos me hagas alusión a su pobreza.
Despertaré tu ira, cuando te subraye que no han comprado, como nosotros,
los pececitos de colores que nos generan necesidades insustanciales, fastuosas,
desdeñosas, y vos me digas que entonces no conocen la felicidad.
Despertaré tu indiferencia, cuando, a tu acusación de falta de libertad allá, yo
te indague sobre la libertad. ¿Es libertad poder salir del país, si la gran mayoría
de la población no tiene medios ni para tomar un colectivo de corta distancia?
¿Libertad es que vos puedas decidir qué comodidad adquirir para estar en línea
con la nueva imposición del mercado, en forma de moda?
Cansado de que te haya hecho pensar me preguntarás por la democracia y yo,
muleramente, te responderé con otra pregunta: ¿Democracia es competir por el

1 Del inglés: “presentación”.


2 Del inglés: “marca registrada”.
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aparato, por ver quién promete más cosas incumplibles, para llenar camiones
con seres humanos (o pobres), para que desciendan en las escuelas a votar por
la boleta que le han gentilmente entregado antes?
La charla es interminable, y ya no tenés más ganas.
Por otro lado, como Fidel, estoy siendo autoritario, porque este es un diálogo
unipersonal, en el que vos no interactúas, si no dos veces yo.
No me gusta ser autoritario, ni que Fidel lo sea. No me gusta ser contradictorio,
pero me resulta imposible, mientras esté inmerso en nuestra sociedad.
Seguramente nombrar a mi cocker Fidel era una forma temprana de
homenajear al líder de la Revolución de la Dignidad. Seguro no la mejor, en
un mundo en el que los perros de los ricos comen mejor que los hijos de los
pobres, como ya se ha dicho.
Hoy quiero homenajearlo, levantando la bandera de la Humanidad, esa
que él mismo vivó, ante nuestra presencia aquella noche en las escalinatas de
la Facultad de Derecho, antes de concluir con un contundente ‘HASTA LA
VICTORIA SIEMPRE’.
Levantar esa bandera es, creo yo, resaltar el reconocimiento del otro como un
Ser Humano, comprender que con nuestras diferencias, somos todos iguales.
No es algo nuevo lo que escribo, ni tampoco pretendo hacerlo. Pretendo sí que
algunos, que muchos, que todos la levantemos.
No sueño con despertarte, sueño con que despertemos.
Sólo no me voy a salvar. O nos amparamos todos o nos hundimos.
Gracias Fidel por tu aporte impagable en este camino. No es casual que no
pueda ser pagado/comprado. Él no creyó en esa lógica.
A los poderosos: No sigan descorchando, porque hay Fidel para rato. Y si se
muere, sigan preocupándose, porque la llama encendida de la Revolución vivirá
en los nuevos Ches, Sandinos, Allendes, Fideles, en todos los que soñamos con
un mundo Digno, con un mundo sin ‘poder-sobre’, con un mundo Humano.
Walter”

Q. “Sembrar Ideas es Sembrar


Revolución”
La llegada a Cuba, el mismo día que el año calendario se extinguía, fue
premeditada con añoranza. Era allí donde los tres hermanos deseaban
pasar esa fecha en comunidad fraternal, lejos de todos, aunque cerca
de mucho.
Como uno de esos símbolos que aparecen en las vidas, no era
casual que aquella indestructible Hermandad se confundiese con
la doncella Amistad, en un abrazo apasionado y latino, ante la
mirada incrédula de tantas personas que no lograban comprender
semejante relación.
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Cada uno de los tres, por diferentes motivos, ansiaba pasar ese fin
de año en la Cuba de Fidel. Deseaban estar a su lado, en un momento
crítico, en que él y su pueblo necesitaban que los barcos, que alguna
vez habían sido iluminados por el faro cubano en la turbulencia y
oscuridad de las tempestades acaecidas en el continente, llegaran a su
puerto, para recordarle que la luz que él irradiaba seguía llegando a
destino, para que las naves no se hundiesen del todo.
Muchas personas, de esas que hay a patadas, en estas sociedades
presas de la hegemonía mediática, vaticinaban que el triunvirato
consanguíneo sería testigo de un momento histórico: los funerales
del socialismo, velado ya en tantas oportunidades, ahora por ocasión
de la muerte de Fidel.
Estos gladiadores de la derrota, que pronostican tormentas sin saber desde
dónde sopla el viento siquiera, muchos de ellos jóvenes con poca o nula
lectura crítica de la información, tragaban ésta sin escalas ni repreguntas, del
mismo modo que sus padres en tiempos neoliberales habían adquirido la
tele en confortables cuotas. Claro que el tiempo les mostraría que las cuotas
no habían sido tan cómodas, tras aplicar las dietas de la superficialidad,
que la publicidad establecía, a la propia clase media, devenida en media
clase o clase mediocre. Habían dejado en la pobreza, sólo en la ex opulenta
Argentina, si es que lo fue alguna vez, a más de la mitad de su población
a lo largo y ancho de aquel hermoso país.
Ellos, que tenían una creencia distinta, necesitaban darle apoyo al
pueblo insular; comprobar las bondades del socialismo, si las había;
expresarle su admiración; corroborar si esa admiración tenía en verdad
base fáctica; interrogar sobre el futuro de la isla una vez que Fidel dejase
su mortal vida física para colocarse de lleno en la vida de la Historia
de la lucha contra la injusticia y la opresión.
El vuelo desde El Salvador arribó al aeropuerto “José Martí” de La
Habana cuando el sol se colocaba en el medio del cielo, con exactitud
geométrica entre el Este y el Oeste, para dar la bienvenida a los nuevos
visitantes.
La emoción no dejaba de embriagarlos. Una estación aérea distinta a
las conocidas, que salía del molde uniforme que la globalización había
señalado para estos entes sin rasgos propios, los recibía. El aeropuerto
“José Martí” desplegaba en su techo nubes de colores a manera de
retazos de paño. Eran las banderas de todos los países del mundo, con
las que Cuba hacía sentir como en casa a cualquier ser humano, nacido
en cualquier punto del globo.
Hicieron los trámites migratorios, cambiaron moneda y se trasladaron
a esperar sus mochilas. La espera era disfrutada por los hermanos. Era
de esas que prometen que la pena vale, que anticipan carnavales de
júbilo.

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Mientras aguardaban por la mochila de Walter, coqueteaban con
los perros cocker, que sueltos por la sala, olfateaban los bultos de los
pasajeros. El recuerdo remitía a su perro Fidel, y su padre Homero. No
sospecharon que en verdad esa raza canina con designación foránea,
anglosajona, era en realidad Raza Socialista.
Llegó la mochila y trajo consigo una orden para ser abierta y
revisada. Ello tampoco importunó a los hermanos que de gran ánimo
permanecían.
Walter se enfrentó ante un oficial negro, flaco y alto, quien le solicitó
con voz cansada y amable que vaciara el bolso.
–No hay problema, che –comentó Walter mientras abría la mochila
y se dignaba a sacar la ropa.
–¿Che? ¿Argentino? –preguntó el negro que le sonaba eso de
“che”, pero que además tenía el pasaporte del pasajero en su mano
izquierda.
–Así es. Una pregunta, ¿qué se sabe de Fidel? ¿Hablará mañana, en el
día de la Revolución? –curioso y ansioso, interrogó el pálido argentino
mientras terminaba de ahuecar su equipaje.
–Se dice que puede… –estaba diciendo el cubano, cuando se
interrumpió para preguntar– ¿Qué es esto? –a la par que señalaba un
paquete rectangular que el sureño traía consigo.
–Se llama Yerba Mate, nosotros la tomamos como una infusión, día y
noche. Como si fuera un té o un café, la cebamos con agua caliente, aunque
la temperatura sea de 35°. Es una costumbre que compartimos con nuestros
hermanos uruguayos. También se toma en el sur del Brasil y en el Paraguay,
aunque en éste se bebe con líquido a temperaturas frescas –completó Walter
la explicación, que luego repetiría en varias oportunidades.
–Puedes irte, entonces. Este paquete era el que nos señalaron. Te
ayudo con la maleta –dijo el negro, en tanto abría la mochila para que
el matero guardara las cosas.
Walter salió de esa sala del aeropuerto para reencontrarse con sus
hermanos y partir hacia el barrio de “El Vedado” en el centro de La
Habana, donde los esperaba una señora a quien meses antes le habían
confirmado su arribo para esa fecha, por vía telefónica.
Averiguaron cómo ir hasta allí, eludiendo el taxi, y con ello hacerle
un quiebre de cintura a su calidad de turistas, para hermanarse con el
pueblo, para conocerlo de cerca, cara a cara, sin billete de por medio
que enturbiara la relación.
Les indicaron que debían tomar una guagua, equivalente al colectivo
argentino o al bus en otros países, hasta cierto lugar y allí descender y
tomar otra guagua, denominada “camello”, que reconocerían por su
parecido físico, joroba incluida, con el desértico animal cuadrúpedo,
aunque en dimensiones colosales.

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Así fue. El viaje con el primer transporte lo hicieron sin pronunciar
palabras entre ellos, pues las palabras estaban afuera.
“Este cielo, esta tierra y esta bandera la defenderemos al precio que sea necesario”,
advertía un letrero, al tiempo que otro enseñaba que: “Sembrar Ideas es
Sembrar Revolución”, y otro más adelante describía: “Nuestras armas: La
conciencia y las ideas”.
¿Qué extraño lugar era ese, donde no existía la publicidad, donde los
letreros no inculcaban el miedo de la mano de valores superficiales y
materiales, y en cambio resaltaban las Ideas, defendían la Revolución, la
conciencia en la misma, su tierra?
Lo empezaban a amar tempranamente, a la vez que en otros carteles
contemplaban las imágenes del Che, de Camilo Cienfuegos, de José Martí,
de Hugo Chávez que abrazaba la Revolución en cuerpo de Fidel.
Al bajar de la guagua, a 50 metros vislumbraron una construcción
palaciega con letras en su frente que no alcanzaban a distinguir. Era la
Escuela Técnica Industrial, Julio Mella.
Empezaban a palpar bondades de la Revolución. Entendieron mejor
la ira de los otrora privilegiados (ahora exiliados), cuando vieron una
mansión que, llevaría unos 60 o 70 años de construcción gallarda y
en algún tiempo habría pertenecido a algún adinerado insular, y en
ese presente era del pueblo representado por el Partido Comunista
Cubano (PCC).
Caminaron hasta la parada del camello que, frenado allí, reconocieron
sin mirarse. Dentro de él no cabían las tres personas que dotadas de
sus excelsos bultos de viaje se preparaban a ascender. Eso es lo que
parecía. La generosidad de la gente para subir al caluroso, abarrotado
y hermoso transporte, pudo más.
Walter no tardó en ponerse a hablar con un señor, que a su lado
percibió que la palidez de esos pasajeros no podía ser oriunda de esa
caribeña isla, y comenzó a preguntarle por su origen, destino e ideas.
La conversación transcurría ante la atenta mirada de John que,
desconfiado él, no entendía cómo su hermano le daba detalles
específicos del lugar donde se hospedarían a un hombre de aspecto
algo desdichado.
John, como muchos argentinos descendientes de los barcos, tenía
los complejos que el inmigrante había llevado a aquellas tierras.
Desconfiados. En guardia. Despiertos. Jorge Lanata3 sostiene que,
por ello, el café es la bebida predilecta de los habitantes vecinos del
puerto de Buenos Aires. Muchos argentinos temen. Al engaño, han
sido adulterados muchas veces. Al incumplimiento de promesas; se
han vulnerado éstas, como epidemias. Al fracaso.

3 Lanata, Jorge. Argentinos. Tomo II. Siglo XX: desde Irigoyen hasta la caída de De la Rúa,
Buenos Aires, Ediciones B – Grupo Zeta, 2003, pp. 642 y ss.
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Más a estos neoliberales tiempos, el miedo se ha generalizado en todas
las sociedades capitalistas. Es terror a perder lo que se tiene. Eduardo
Galeano4 hace una descripción puntillosa, con un rigor periodístico,
y una lectura sociológica que parecen sacadas por fotografías.
John desconfiaba, como primera actitud. Vivía en una sociedad
capitalista que le había inculcado eso. No le gustaba hacerlo, pero lo
sentía necesario. Tampoco le gustaba su sociedad pero, como integrante,
tenía cosas de ella.
Walter, en sentido opuesto, era mucho más confiado. Posiblemente haya
heredado dicha característica de su madre. Lo cierto es que para la sociedad
de la precaución y la prudencia, su inocencia había servido alguna vez de
carne para algún vendedor de ilusiones, talentosos en el arte de engañar
que de a muchos transitan por las metrópolis capitalistas.
*
Mientras Sharon seguía observando los carteles que apoyaban la
Revolución, Walter platicaba apasionadamente con ese hombre, que
humildemente estaba “orgulloso de la Revolución”, y despacito, como
diciendo algo sin importancia, respondía a su interlocutor, respecto a
una pregunta sobre su trabajo, que era ingeniero.
Para el cubano era natural. Las personas valen por lo que son, no por
lo que tienen, o por los títulos que decoran su nombre o las paredes
de su hábitat.
Walter que pensaba parecido, no dejaba de sorprenderse. En la
Argentina no era tan común ver ingenieros, en épocas en que la mayoría
de los jóvenes estudiaban ciencias económicas y afines, y si se los veía
era porque ellos se hacían notar.
El pálido y narizón argentino había quedado unos segundos con
la mirada perdida. Recordaba a su amigo, Eze, que hacía poco se
había recibido de médico, y no concebía que sus pacientes lo llamasen
por su nombre o apellido, sino que hacia él debían referirse como
“Doctor”.
Llegaba el camello a la terminal de buses de La Habana, donde los
hermanos debían bajar por indicación de ese amable cubano. En el
camino habían visto, sin poder contemplar, cual cazador que durante
su descanso ve escabullirse a una liebre, la Plaza de la Revolución.
–Gracias por venir a Cuba –le dijo el humilde cubano al argentino.
–Gracias por la Dignidad de su pueblo –respondió Walter mientras
bajaba en el asfalto habanero.
De allí debían caminar unas 10 cuadras aproximadamente para llegar
a su lugar de hospedaje, dejar los magnánimos bultos y salir a caminar
La Habana.

4 Galeano, Eduardo. Patas arriba. La escuela del mundo al revés, Buenos Aires, Catálogos,
2004, pp.79 y ss.
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En el trayecto seguían admirados. El calor pegajoso que asolaba la capital
insular no era obstáculo para que saludaran al cartel que celebraba los 48
años de la Revolución, y que se cruzasen de vereda para leer la sentencia
de inmortalidad que ya el Libertador José Martí había proclamado: “Será
inmortal quien merezca serlo.”
Llegaron a lo de la señora Marta, quien no fue todo lo hospitalaria que
hubiesen deseado. Rápidamente les comentó que como la reserva de
palabra había sido efectuada hacía varios meses, ella no estuvo segura de
la reservación, y había arrendado el cuarto para el día siguiente, cuando
habían pactado la habitación por dos días. Ellos que se habían confiado
porque creían en la palabra se sintieron desorientados.
Por más esfuerzos que mostraba la señora, llamando telefónicamente
a distintas personas para conseguirles un lugar para el siguiente día a
los viajeros, pronto éstos comprendieron que la señora y su hija eran
de esas personas que priorizan valores económicos a otros, como el
honor.
Al tiempo que la hija preguntaba por qué con el sueldo de su
trabajo no le alcanzaba para comprar unas tenis (zapatillas), ofrecía
tabaco, popularmente conocidos en el extranjero como habanos de
supuesta marca “Cohíba”, aunque en realidad eran truchos, a cambio
de codiciosos dólares estadounidense, a un precio inalcanzable para
el devaluado trío.
Esas dos cubanas no fueron agradables para los hermanos quienes se
decidieron a estar la menor cantidad de tiempo posible en esa casa, de
la que se irían a la jornada siguiente, día de la Revolución.
Bien les vino corroborar que de esta clase de personas también
encontrarían durante el viaje y con las que estarían dispuestos a discutir
ideas y a sembrarlas.
Se aprontaron a salir de allí. Una negra vieja, arrugadísima, alegre,
hermosa, los esperaba. Su nombre: La Habana.

P. Cuando la sangre baila


“La alegría no es sólo brasilera” canta el músico argentino Charly García.
Posiblemente, el Brasil haya heredado ese legado cultural de los pueblos
africanos que lo han poblado.
La vida debe ser vivida con alegría. Para tener miedo, deambular con
andar cansino, mirada perdida, seño fruncido, el ser humano no ha
venido a la vida.
Al dirigirse hacia el Malecón habanero, los fraternos tempranamente
percibieron que el cubano era un tipo feliz. Pensaron que quizás habría
que rastrear las causas de ese deleitoso ánimo en los habitantes de ese

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trozo del mundo en las caricias otorgadas por aquel mar radiante, ese
que nunca se dejó atrapar por maliciosa tarjeta postal alguna.
Aunque varias deban ser las razones para que un pueblo posea la
idiosincrasia de la alegría como ser la algarabía de los negros, el clima
caribeño, la Dignidad, “el corazón tiene razones que la propia razón nunca
entenderá”, ilustra la banda rocanrolera argentina “La Renga”. Y el corazón
del pueblo cubano irrigaba sangre extraña.
Cuentan que un prestigioso cirujano cardiovascular vio caer todas sus
teorías, prácticas y estudios científicos, como se derriba un castillo de
naipes, cuando interviniendo a un cubano para practicarle un “by pass”,
una señora vestida con túnica roja espesa lo sacó a bailar. Nadie le creyó
cuando meticulosamente describió cómo la sangre del cubano bailaba
ritmo de salsa. Menos aún cuando dijo que la escuchó cantar.
Comentan que años después ese mismo parco doctor en medicina,
distinguido en otro tiempo por el exclusivo círculo social al que
pertenecía, transmutó a “loco”, cuando sus familiares y amigos se
avergonzaron de que él hubiera podido ver algo que, debido a esos
arbitrios que comete la ciencia, no podía ser demostrado.
Lo cierto es que mientras caminaban La Habana, observaban
construcciones que en algún momento habrían usado gala para recibir
a los visitantes que el mar les presentaba. Ahora aquellas cedían y se
sonrojaban por aquella superficialidad carente de vida interior. Dejaban
ver sus arrugas que, como enseñaban algunos pueblos originarios, eran
símbolos de sabiduría.
Los ojos de los tres hermanos se posaban en los interiores de esas casas
con puertas y ventanas abiertas de impar en impar. Para sorpresa de ellos,
como actor de reparto se alcanzaba a ver colosales equipos reproductores de
música que temblaban en paralelo a que las luces protagónicas apuntaban
a unos seres humanos que no frenaban de danzar.
Escenas similares se repitieron. Mujeres y hombres, niñas y niños,
sabias y sabios (ancianas y ancianos) no dejaban de zarpar al ritmo de
aquella feliz música que traspasaba, vibrante, esos amplificadores de
sonido, alternando entre el merengue, la salsa y el reguetón.
Tenían motivos para celebrar. Era 31 de diciembre. Concluía un
nuevo año calendario en que habían mantenido bien alta la bandera
de la Dignidad. Mas algo hacía pensar que aquello no era un festejo
circunstancial, sino que era tradición. Una coma. Un continuando.
Una forma de sentir la vida, de vivirla.

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O. Unión civil entre la Señora
Alegría y la Señora Dignidad
Bastante antes de visitar la tierra de Celia Sánchez, Walter presentía
que un presupuesto básico para la Dignidad era la Alegría.
En oportunidad de presenciar una jornada de recuerdo, memoria
y renovado reclamo por un mundo mejor, Walter testimonió
contradicciones sociales que volcó por escrito, y una vez más envío al
Correo Central de Buenos Aires dentro de un sobre en cuyo remitente
sólo se leía: “A los medios masivos de comunicación. Por favor difundir la
óptica de este observador.”
Si el lector se pregunta por las consecuencias de la petición adivinará,
después de leerla, la respuesta.
“¿Quién establece la actualidad? A una semana del aniversario del último
golpe de Estado, necesité escribir y contarles algunas sensaciones que me dejaron
ciertas situaciones vividas. ¿Por qué ya de esto no se habla en la televisión? ¿Una
semana, implica vejez?, ¿acaso sólo interesa el ‘vivo y en directo’, el impacto para,
apenas en minutos, ir a la pausa y banalizar lo que se acaba de ver con alguna
chica divina que aparece en alguna publicidad del producto de moda?
En mi idea, reconozco algo terca, de intentar abrir el panorama, no mirando
lo que me quieren imponer que vea, escribiré las siguientes líneas, quizás para
algunos desactualizadas, caso en el que recomiendo no seguir la lectura, pues
a ellos no estarán dirigidas.
Hay una imagen que no deja de dar vueltas en mi mente. Hace unos días
concurrí a un acto de una emoción, cuanto menos, estremecedora. Si bien
hace rato que trato de involucrarme en las cosas que creo, nunca antes había
ido a un ‘escrache’, pese a despreciar desde las vísceras al blanco de esa viva
manifestación popular, y su representación.
Estas manos se hicieron presente en el escrache a la cara visible de la tortura,
a la mente de la apropiación de bebés, a los dedos del desguace del Estado, al
intelectual de la desaparición.
Alguna vez oí una canción de la banda uruguaya ‘La Vela Puerca’ indagando
sobre el ‘cómo’ la gente no había visto a su alrededor esas mentes asesinas.
Este día comprendí que algunas cosas no habían cambiado, y que cuando
el cine nos cuenta que los buenos siempre ganan, nos miente, pues la mayoría
de las veces pierden.
Enfilando hacia el departamento de videla,5 la ola de gente me arrastró a observar
cómo el show debe continuar, cómo lo superficial se apodera de lo profundo.
Mi vista se adueño de una cinta de gimnasio tomada por una apuesta
señora como baldosa para correr y como venda para no mirar, cual tapones

5 Contra las reglas de la gramática, la minúscula es expresa en este caso. Se recomienda


al lector tener presente detalles como este, en adelante.
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para no oír y tranquilizante para no sentir. ¡Sí! Mientras la sentida y
profundamente justa manifestación pasaba por sobre sus narices, la señora
no hacía más que seguir trotando con desdén hacia lo que estaba pasando,
como si no ocurriese.
Y aquí se me vinieron a la cabeza otros papeles en los que le pedía a la
sociedad que me dejara amigar con ella, pero que necesitaba que cambiase
actitudes como ésta para poder acercarme.
Claro que sería muy reduccionista de mi parte entender que esa conducta era
en ese momento la de la población en general. En efecto, si bien no niego que
así pudo haber sido en muchos casos, ando optimista por estos días de otoño,
en que cuando se cae una hoja, se levanta una esperanza.
En esa misma marcha vi la imagen más linda de la victoria. No sé si el cine
norteamericano se animaría a contarla. ¿Para qué invadir a sus habitantes y a
los de sus colonias soberanas con contenidos nada estéticos y todo pasionales?
Estos ojos focalizaron en un grupo de señoras que alternarían por la mitad de
sus vidas. Se reían a carcajadas en un lugar donde el observador desprevenido
creería que estaba vedado hacerlo.
Sí, donde se estaba recordando a compañeros de la lucha por un mundo mejor
que ya no estaban, se los rememoraba riendo.
¡Qué locas!, pensaría algún vecino del coqueto y porteñísimo barrio de
Belgrano, y claro está del decadente dictador también, cuando advirtiera que
quienes se mostraban felices y de pie, portaban una bandera con la identificación
de ‘ex detenidas-desaparecidas’.
¿Qué pensaría aquel redactor de TV, si tuviera que presentar una nota
sobre el morbo, y el distraído cameraman, tomase esa imagen? Posiblemente,
este trabajador pasase a engordar el ejército de desempleados, por no haber
entendido, o no estar concentrado en la lógica del sistema.
La generación de los 30.000 que desaparecieron seguro es que no nos hubieran
permitido llegar donde estamos, como país y como sociedad. Propongo, como
homenaje a ellos, hacer memoria. Y risa. Penando por no tenerlos, pero sabiendo
que si los que estamos conservamos también la risa, le habremos ganado una
batalla importante al terror, y así será posible que el miedo no nos detenga en
la construcción de ese país Grande, Equitativo, Justo, Solidario, Digno, que
soñó esa gloriosa generación.
Walter”

Ñ. Arte Solar
El sol se iba, convencido que ese día había dejado todo en la cancha.
Los cronistas deportivos habrían calificado con 10 su performance,
estimaba.
Su despedida debía de ser soberbia.

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Era su última presentación de las 365 que había tenido esa larga
temporada. Sabía que alguien, que muchos, esperaban un cierre a “todo
orquesta”. Soñaba con que, al bajar el telón esa jornada, mientras relojeara
el salto a escena de la luna, la ovación y el estruendo del respetable se sintiera
en todos los confines del mundo, donde a tantas personas haría feliz.
El sol sabía que del arte, que en el cielo dibujara, en ocasión del
“hasta el mañana”, dependía la sonrisa de muchos desdichados que el
celeste del mundo cobija bajo su paño, en la conciencia de que él era
el único disfrute, por opción o sin ella, del que podría gozar la mayoría
de la población terrestre.
En Cuba, su puesta era otra cosa. Se iba la temporada. Una más en
que se consolidaba el amor que había nacido muchos años antes.
Cuentan que una estrella rebelde, de la calaña que no obedece
órdenes sin estar convencida antes, una noche se demoró mucho en
salir a escena. En realidad, consciente de sus diminutas dimensiones,
supo que no se notaría mucho su ausencia. Prefirió esperarlo.
Fue al camarín del sol. Golpeó la puerta que se encontraba abierta,
reflejando disposición siempre a bien venir a quien a él pretendiese
acercar.
Mas esa noche fue distinta. El sol nunca había recibido a esa chiquilla
brillante que a él se aproximaba. Quedó obnubilado, embobado. Desde
esa noche se amaron todas.
Un ratito después que el sol se ponía, se encontraba con ella, que
demoraba un poco en saltar al escenario a brillar en la noche. Al
principio la habían retado. Pero mucho fue el respeto que por ella sintió
la luna, al enterarse del suceso. Conmovida, nunca más quiso volver a
levantarle la voz, sabiendo que ella era responsable por sí, de encandilar
todas las noches, para protección del respetable que allí abajo alternaba
entre el amor, el descanso, la diversión y la melancolía.
El sol necesitaba también hacer elegante su retirada, para seducir a
la luminosa.
Ella que, desde que nació el amor, ya no descansaba de día, sino que
resguardaba diferentes frentes, en distintas partes del mundo, volvía para el
crepúsculo para encontrarse un momento y amarse con él, en alguna esquina
de La Habana Antigua.
Ella que hacía años había sido dibujada en la Bandera, por algún
sabio y loco artista, no sospechaba el papel protagónico que la historia
le preparaba.
De día había guiado al mismísimo Che Guevara. Seguía guiando a
Fidel. A veces aparecía por las montañas del sureste mexicano en el
lóbulo frontal de algún pasamontañas.
Esa noche él dibujó una obra de arte de esas que no están a la venta,
porque han decidido escapar a las miserias materiales. Sólo la vieron

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los bienaventurados de espíritu. Los hermanos la vieron. El pueblo
cubano también.
No era para menos.
Hacía 48 años que el amor había nacido, y se encontraba más
consolidado que nunca.
Fue la manera que encontró para terminar su gala, regalando esa
pintura a ese pueblo, que tanto había hecho por ese amor.
El presente también era para ella, Estrella Rebelde.

N. Noche sin tiempo


No era una noche más. Los hermanos la habían soñado muchas
veces. Meses, quizás años, posiblemente toda la vida. Estaban Unidos.
En mucho habían ayudado sus padres a ello. Siempre priorizaron su
Unión. Sabían, en el fondo, que la Unión hace la Fuerza. Y la Unión,
de la mano del Amor, hace la Fuerza Indestructible.
Por primera vez, pasarían lejos de toda su gente una noche como esas,
en que termina el año gregoriano.
Habían decidido pasarla ni más ni menos que en La Habana.
Si bien se creían solos, estaban acompañados. La alegría habanera
los abrigaba.
Tenían algo de hambre. Buscaron un lugar para cenar donde pudieran
pagar en moneda nacional. Querían comer junto al pueblo.
Fueron con poco dinero. Si bien no dejaron mucho más en Buenos
Aires, el tipo de búsqueda les indicaba que debían arreglárselas con poca
moneda. Deseaban conocer a la gente, no a los huéspedes de los hoteles,
aunque tampoco les hubiera alcanzado de haber anhelado esto último.
Caminaron por el barrio de “El Vedado”. Las bellas casonas allí se
plantaban como testigos. Ellos trataban de localizar algún comedor con
tales características. Difícil fue la empresa, mas no por lo de la moneda,
sino porque era muy tarde y las costumbres nocturnas de la Capital
Federal y Gran Buenos Aires no eran iguales a las de la isla.
Un par de horas antes de la medianoche la mayoría de los locales de
comidas comenzaban a cerrar sus puertas. Alguien explicó que todas
las personas tenían derecho a pasar los fines de año con su familia.
Por un momento los consanguíneos reflexionaron en la cantidad de
ofertas de menús que, para estas fechas, habitualmente se ofrecen en
el “chetísimo” barrio porteño de Puerto Madero, en el que tantos
trabajadores pasan el evento sin su familia.
Una esquina que respiraba sudor, mientras bailaba salsa, fue el lugar
donde se aprontaron a comer algo rápido y barato. Una vez que concluyeran

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la velada, irían a brindar al malecón, bajo la atenta mirada de la luna.
Aunque a la sazón terminarían pagando en convetible, moneda cubana
cuyo valor es equivalente al valor del euro.
Deleitaron arroz con frijoles y vianda (ensalada de leve semajanza a
la argentina, aunque menos sabrosa al parecer).
Corrían ya las 11 y 20 de la noche, cuando buscaban kioscos para
comprar una botella de ron y un refresco con sabor a cola. Querían
brindar a lo cubano. No encontraron ninguno. Sólo vislumbraron
abierto uno de esos locales que se encuentra a continuación de una
gasolinería, que hace las veces de almacén, proveeduría, restaurante, y
kiosco. Se terminaron conformando con tres latitas de cerveza.
Se sentaron en el malecón a esperar la hora, aunque no llevaban reloj.
¿Para qué, si ellos se inventaban el tiempo?
La luna cruzó mirada con ellos. Luego los vio mirando para adelante,
y después para atrás. Con posterioridad volvieron a orientar sus
ojos hacia delante, y posaron allí fija su mirada. Contemplaban esa
misteriosa línea de puntos, por la que noche y mar son uno solo, para
ver si alcanzaban a brindar con los invisibles. Aquella los vio sonreír y
adivinó que habían logrado su cometido.
Brindaron entre ellos, se desearon felicidades, era la hora imaginada.
Ellos creían eso, y entonces lo era.
Más tarde, 10 minutos después con el estruendo de los cañonazos
que provenían de las cercanías del faro, sin fuegos de artificios vieron
celebrar a todo el resto de las personas que a su lado se encontraban.
Se rieron. Habían vencido al tiempo.

M. Pateando la Historia
Difícil no fue para ellos darse cuenta del nivel cultural que ese pueblo
detentaba. Habían ido por muchos motivos. Uno, hablar con la gente.
Al principio, Sharon no entendía cómo sus dos hermanos
aprovechaban cada diálogo, por más efímero que se presentara, para
platicar con los transeúntes respecto al tema que surgiera. Pronto lo
comprendería.
Estaban pateando la Historia. La Historia viva, la que se escribe en
presente para ser recolectada o transcripta por los historiadores en el
futuro, al hablar del pasado. Las calles de La Habana eran la Historia
de la lucha de los pueblos oprimidos. Cada adoquín respiraba gloria.
Ese día despertaron temprano, sospechando que sería imposible
recorrer tan grande cosa. No los preocupaba. Felices ya estaban. Se
aprontaban a atestiguar verdades. A vivirlas.

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El primer lugar al que se dirigieron fue la universidad, dibujando
otra mueca de simbolismo. Escalinatas que lo han presenciado todo.
Grandes discursos de Fidel han sido vivados y aplaudidos allí, en
incontables ocasiones. Sus pasillos habían contemplado en secreto y
admirado a muchos inteligentes hombres que por allí transitaron los
tardíos albores de su adolescencia.
De más está decir que quien quisiera estudiar tenía el derecho de
hacerlo allí. ¿Está de más decirlo, en un continente donde contados son
los casos de universidades públicas al alcance de toda la población?
–No sólo tiene derecho, hermano del sur. El Estado censa todos los
años a sus habitantes que se encuentren en edad de recibir educación
y analiza las deserciones. A todos los que han dejado, el Estado va a
buscar y los incentiva para que retomen sus estudios. Les ofrece pagar
una suma fija de dinero para que vuelvan a clase –interrumpió la
narración que este autor venía ofreciendo, la sentencia emitida por
Juan, con ademanes y voz ampulosos, dirigiéndose a los chicos que
contemplaban ese palaciego edificio.
–¿Los becan sin que ellos lo pidan? –interrogó sorprendido John a ese
morocho de mirada profunda a quien minutos antes se habían acercado
para preguntarle el motivo por el que el centro de altos estudios se
encontraba cerrado, y aquel habíales recordado que se encontraban
en día feriado.
–Así es. Pero, ¿por qué te sorprende tanto, chico, si ustedes también
tienen universidad pública para todos? –repreguntó ese culto cubano,
cuando ya la charla promediaba los 15 minutos.
–Es que allá la universidad es pública como vos decís. Tenés razón. El
movimiento estudiantil consiguió esta conquista en el año 1918, en una
reforma universitaria que fue modelo en el mundo, por sus caracteres
de pública, gratuita y cogobernada entre estudiantes, docentes y no
docentes y graduados. El movimiento estudiantil argentino la defendió
siempre ante las habituales y cíclicas asonadas conservadoras que han
gritado por ajustes en el presupuesto educativo, y el consiguiente
arancelamiento, ¿sí? Pero cierto es que casi el 50% de la población de
mi país vive en la pobreza, es decir, no tiene satisfechos los derechos
humanos esenciales, y tiene que salir a trabajar de sol a sol para llevar
el pan a la casa. Entonces, ¿cuándo les queda tiempo para estudiar? –le
preguntó Walter, apasionado, al amable interlocutor.
–Sí, conozco bien la historia del movimiento estudiantil argentino.
Ha sido un ejemplo para el mundo, como tú dices. Pero, ¿acaso no
han logrado becas estudiantiles para los estudiantes de menos recursos
materiales? –investigó, interesado, Juan.
–Sí, existen becas. Pero la burocracia y la corrupción coexistente en
los claustros de la universidad pública hace que solicitarlas sea una

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quimera las más de las veces, aunque los aventurados que se juegan
a tamaña empresa consigan las migajas. En la vereda de enfrente está
la percepción de ineficiencia que tiene la población, que deriva en
que muchos queden en el camino, por el apuro de darle a sus hijos
la comida que ellos merecen, sin poder sentarse a esperar un año el
análisis que los burócratas asistentes sociales, harán en algún momento.
–Consternado reveló Walter, abriendo bien sus verdes ojos, para hacer
más vivaz su reflexión.
–Una pregunta –soltó los dos puntos Sharon, cuando entendió que su
hermano había concluido, y dirigiéndose a Juan susurró tímidamente–,
¿usted a qué se dedica?
–En la vida, a ser feliz. Si te refieres al trabajo, soy ingeniero en
transporte –le respondió con voz serena y baja, como no dando absoluta
importancia a su profesión.
Los hermanos se miraron, y adivinaron sus interiores pensares. Qué
culto era ese representante del pueblo cubano, que conocía la historia
de un país lejano en distancias físicas, cuando su profesión no tenía
directamente que ver con los temas abordados. Ellos esperaban que
les respondiera que era historiador, profesor de sociología, licenciado
en ciencias políticas, periodista. Y no. Era ingeniero.
No era casual que esa fuera, a la postre, la profesión estrella en la isla
en la etapa revolucionaria. Tuvieron que ingeniárselas demasiado para
construir un país devastado por tiranías, con un suelo no tan amable,
y con un bloqueo económico de características terroristas, impuesto
por los Estados Unidos.
Esa cultura general encarnada en ese hombre, de quien se despidieron
con un fuerte y respetuoso apretón de manos, no sería la excepción. En
Cuba comprobarían con velocidad, que la regla era la cultura.
Dirigiéndose en dirección al Oeste, siguieron caminando la Historia.
Mientras observaban carteles que alababan la figura del Libertador José
Martí, unos metros más adelante se pararon, en silencio, frente a las
efigies del Che y de Camilo con las que una pared protegía una casa.
Al doblar a la izquierda una esquina, por instinto simplemente,
observaron una gran construcción con aspecto de hospital, que en efecto
era un centro público de salud, y cuya entrada estaba resguardada por un
letrero que enseñaba: “Vale, pero millones de veces más, la vida de un solo ser
humano que todas las propiedades del hombre más rico de la tierra. Che”.
Se dirigían a un lugar preciso, pero no dejaban de dar vueltas
por la ciudad, en un mareo de admiración que parecía haberlos
desorientado.
“Unidos luchamos… Unidos vencemos”, saludaba una cartelera al
aniversario 48 del triunfo de la revolución, junto a una imagen
distorsionada de Fidel y Camilo, en ocasión de combate. Frente a él,

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dos pibes hermosos, negritos, con sonrisas de ternura inacabable, se
abrazaban bajo la sombra de dos adultos, sus padres probablemente, en
una chapa color mar caribe que advertía: “(...) el Plan Bush: Les quitará
el beso de la mañana, el apretón a la salida de la escuela y la mirada pícara
de siempre. Gracias, ya vivimos en Cuba Libre.”
Y hablando de futuro, otro cartel anunciaba, con flamantes mástiles
cubanos de fondo, “venceremos”.
No sabían cuanto habían pateado, cuando aparecieron en un playón
de asfalto y al unísono los tres quedaron boquiabiertos. Era allí donde
deseaban llegar. Él los estaba esperando. Justo él, bandera de Esperanza,
tenía ganas de hablar con ellos, con cada uno.
Imponente, estaba allí su contorno universal; ese que se ve pintado
en las pieles en los barrios más humildes, o en las de aquellos que no
han olvidado sus orígenes; ese que decora bandera de cuanto equipo
de fútbol exista en la Tierra, en las tribunas populares de los estadios
más remotos, en los más colosales; ese que es grito, que es queja, que
es reclamo, canción, que es Justicia.
La Plaza de la Revolución fue testigo de un momento conmovedor.
Sacado de contexto, hay quienes no entenderían los seis ojos que brillantes
de emoción alternaban la vista entre el excelso y gigante pabellón cubano,
y sus ojos y su estrella.
La charla acababa de empezar. El Che hablaba con cada uno de ellos
al mismo tiempo.
Mucho fue lo que se habló, mate de por medio. Sólo cada uno de
ellos sabe el detalle íntimo, aunque sí trascendió que hubo preguntas,
discursos, explicaciones y promesas.
Habían transcurrido varios minutos. No hay precisión de cuántos.
Recuérdese que ellos ya le habían ganado al tiempo, y la unidad de
medición temporal era nada importante en ese eterno momento.
Los tres hermanos dejaron el mate y el termo a un lado y se abrazaron
en un abrazo fraterno, originario, federal, latino, tercermundista que
estremeció el propio suelo histórico de la revolucionaria plaza, donde
tantas verdades y tantas ideas había contado Fidel en charlas con su
pueblo.
Al otro lado de la plaza, no habían observado todavía, inexplicablemente,
ese finito, alto y hermoso edificio con un pomposo monumento a su
pie. Era el monumento al Libertador José Martí.
Héroe de América Latina toda, exquisito en las letras e incansable
luchador, José Martí había transcurrido su vida al servicio de la Libertad
y la Independencia del último resabio del colonialismo español, que
todavía quedaba en estas fronteras.
No era obra de la casualidad que de un lado de la Plaza de la
Revolución estuviera Martí y del otro Guevara. Pepe y el Che, laderos

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incansables del caballero andante denominado “pueblo”, fueron seres
humanos, sentimentales, sufridos, amados, que vivieron la vida y
vivieron la muerte por su amo.
“Esclavos” de las masas en vida eran hoy los servidores de la Libertad
y la Dignidad en Cuba. Y allí estaban también físicamente. Uno de un
lado. Otro del otro. En el medio, el pueblo. Porque ese fue siempre el
centro de sus vidas. Fue sus vidas.
No pudieron John, Walter y Sharon ascender al tope del edificio
debido al feriado. Desde arriba, cuentan que se alcanza a ver hasta el
más exiguo lugar de la isla. Se prometieron volver, el espectáculo sería
único, reflexionaron.
“Año 49 de la revolución”, pintaban letras rojas y azules, en una
cartulina blanca. Ese primer sol del año era El día. Se celebraba el
inicio del año número 49 de un concierto de altos valores humanos.
En la noche habría una jornada festiva, en la que saldrían a escena
grandes músicos cubanos.
Antes de eso, promediando el mediodía en una calentísima Habana
con cielo despejadísimo, caminaron en dirección Sur hacia la Habana
Vieja, con ganas de aprender más historia.
Y la Historia de ese pueblo contaba que los niños jugaban en las
puertas de sus casas sin temor mayor que perder la partida de ajedrez a la
que se batían. Los adultos jugaban al dominó. Era llamativo para ellos.
Los hermanos rara vez habían jugado a ese juego, por aburrimiento, si
no por ignorancia: intentaban conseguir la ficha que coincidiese con
la suya, sin más. Era otra cosa. Decenas de personas contemplaban las
partidas. Transcurrían varios minutos entre cada movimiento. Todo
era pensado, razonado. Trataban de intuir, meditar cuál sería la jugada
del circunstancial contrincante en razón de las evidencias que ya se
exhibían en la mesa.
Un cubano robusto los abordó mientras ellos se habían sumado al
público apasionado: –¿Vascos? –indagó.
–Argentinos –respondió con voz firme, el pálido y narizón de Walter,
que ya sabía que la blancura de su tez hacía creer a sus interlocutores
insulares un origen europeo, respecto a los australes.
–¡¡Ah!! ¡Que honor! De la tierra de Ernesto Che Guevara, de Gardel
y Maradona –se complació el cubano.
–Así es –dijo John orgulloso.
–¿Cómo los trata Cuba Libre? –preguntó intrigado el robusto.
–Muy bien. Estamos muy contentos de estar acá –contestó
amablemente Sharon.
–Son un pueblo hermoso ustedes. Digno de un Presidente, un sistema
y una historia a la altura de las circunstancias –confesó Walter.

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–Eres muy amable. ¿Y cómo están allí? ¿Han superado lo peor de la
crisis de 2001? Ahora tienen en Kirchner un presidente progresista,
¿no? –interrogó el muy informado interlocutor.
–Mirá. –Hizo una pausa Walter, y siguió– Se está saliendo de a poco,
demasiado de a poco para mi gusto. Argentina exporta alimentos para más
de 300 millones de personas en el mundo y a duras penas se las arregla la
mitad de la población para comer. El gobierno ha hecho cosas importantes
en materia de derechos humanos. Su mejor aplauso es el cariño que por
él tienen las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Ha bajado la pobreza,
el desempleo. Pero las condiciones estructurales de la miseria continúan
firmes. No se están haciendo cosas de fondo al respecto. Persiste el
clientelismo político, que quita libertad a la gente mientras asegura votos
a los políticos. Se sigue respirando corrupción en muchos de los ministros
que rodean al presidente. Y como corolario, con una mano firma una
renegociación histórica de la deuda eterna, y con la otra toca la campanita
en la bolsa de wall street –concluyó el sintético panorama.
–Sí, algo de eso sabía. Allí el individualismo ha calado hondo
–reflexionó el insular.
–Sin duda. Está todavía muy dentro en mucha gente –se detuvo algo
melancólico Walter que agregó, mientras le estiraba la mano derecha–.
Amigo, para eso existe este faro llamado Cuba, para entender que hay
caminos alternativos, cuando se ve muy oscuro. Gracias.
–Gracias a ustedes argentinos. Que tengan una hermosa estadía –les
deseó en tanto saludaba a los tres.
Continuaron camino hacia y por la Historia. Y siguieron mirando.
Vieron pibitos jugando en la calle, con total despreocupación, al béisbol
y también al ajedrez.
Al contemplar las fachadas antiguas de las casas, materialmente
hubieran visto un deterioro tribuno. Ellos las vieron con los ojos con
que espía el corazón, y se percataron de que el deterioro de las casas
guardaba coherencia con una actitud ante la vida, por la que se prioriza
las cosas importantes verdaderamente.
Tanto las personas como las casas gustarían de vestirse mejor. Mas ello
no era prioritario en un país donde todos comen, todos están seguros,
pues la delincuencia es sólo excepcional, donde todos estudian, todos
se previenen o se curan de enfermedad sanable alguna.
Sin mapa en la mano, cuando veían grandes construcciones preguntaban
a la gente respecto a su historial. Así les mostraron el coquetísimo teatro
nacional, el gallardo capitolio, el palaciego Museo de la Revolución, otrora
Casa de Gobierno del tirano batista.6 Al último, quisieron ingresar aunque
una vez más les recordaron el feriado.

6 Batista, Fulgencio: Dictador cubano que escapó al norte cuando el triunfo revo-
lucionario era un hecho. Atención a la minúscula.
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Éste fue uno de los detonantes para decidir partir al siguiente día
hacia el interior de la isla y volver un día antes de decirle hasta luego
a Cuba, para visitar los anegados museos.
Se dirigieron a la estación del ferrocarril. Una placa celebraba que
desde allí habían partido varios revolucionarios hacia Santiago de
Cuba, en momentos decisivos de la Revolución. Averiguaron por los
horarios, destinos y precios para luego debatir la ciudad que los recibiría
la siguiente jornada.
Con un calor agobiante, se sumergieron en La Habana Vieja, una
vez más. Rápidamente encontraron la casa natal del Libertador Martí,
aunque al momento de su nacimiento no era más que la casa del español
Don Mariano Martí, quien entonces cumplía órdenes militares para
la corona.
Fueron llegando a la zona de las plazas, donde las construcciones
sublimes, dejaban pasearse a señores y señoras hermosas con un tabaco
gigante, quienes conscientes de su belleza cobraban a los turistas por
una foto con ellos.
Walter naturalmente preguntó a un hombre de blancas canas en su
tupida barba, y mucha sabiduría en sus arrugas escondidas del sol por
un sombrero de paja: –Disculpe, ¿este es su único trabajo?
–No M´ijo. Soy jubilado de mi antiguo oficio de técnico mecánico.
Pero como no me alcanza me las rebusco de esta manera. El ingreso es
escaso, para las cosas que compramos en convetibles y el gobierno sólo
nos da raciones de comida que alcanzan para diez o quince días. Así
que debemos complementarlo –explicó el modelo, mientras posaba
ante una muy rubia turista.
–¿Y cómo usted vive esta situación? –interrogó Walter, quien percibía
en su interlocutor una pizca de insatisfacción.
–A esta altura de mi vida me gustaría ya no hacer estas cosas, pero
a veces uno quiere un zapato más, un pulóver, y para ello no nos da
el cuero. ¿Tú me entiendes? Los tiempos inmediatamente posteriores
a que cayera el campo socialista fueron duros. Ahí sí que la pasamos
mal. Ahora las cosas están mejor –describió el barbudo.
–¿Y qué le parece Fidel? Preguntó John.
–No. Fidel está más allá. Ha hecho grandes cosas por nosotros. No
nos olvidamos que todos nuestros hijos se educan, van a la universidad,
la cuestión de la medicina –respondió con elocuencia el anciano.
–Pero entonces, ¿usted sólo se queja de cuestiones materiales? ¿Usted
piensa que esas cosas que acaba de nombrar son simples detalles?
¿Piensa que todos los pueblos tenemos esas oportunidades?– preguntó
afirmando un respetuoso Walter.
–Es cierto lo que dices, uno a veces quiere más, y se olvida de las cosas
importantes que tiene. Y las cosas que aquí tenemos son importantes.

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¿Ustedes de dónde son? –detuvo su explicación para preguntar el
viejo.
–Argentinos –respondieron a coro.
–¡Oh! ustedes tienen un país con gente con mucha cultura –afirmó
el señor, mientras llevaba el tabaco a la boca y miraba a la cámara de
un altísimo gringo.
–Bueno, señor, lo dejamos trabajar en paz. Gracias por la charla –se
despidió Walter.
Continuaron circulando la Historia, hablando entre ellos, conversando
con otras personas. Siempre notaron en todas gran sabiduría.
Como el caso de un piloto de aviación que estaba tomando ron a
plena luz del día con otro amigo. En Buenos Aires hubieran creído que
se trataba de dos ahogadores de penas. En La Habana esos dos borrachos
eran hombres de elevada palabra. Entre ellos se llamaban “piloto” y les
explicaban a sus escuchas argentinos, los viajes a Buenos Aires, Santa
Fe y Mar del Plata, en ocasión de sus trabajos. Les agradecían por el
Che, le profesaban admiración por las Madres de Plaza de Mayo.
Anochecía. Tomando mate en el malecón recordaron que no tenían
todavía alojamiento para esa noche. No tardarían en encontrar.
Las señoras que les rentaron techo la primera noche habían
demostrado mucha labor puesta en conseguirles habitación para la
siguiente. No habían tenido éxito. Mediante sus gestiones telefónicas
nadie estuvo a gusto de alojar a los fraternos por el precio que estaban
dispuestos a pagar.
A una cuadra y media de distancia de aquella vivienda, entraron a un
caserón de un hombre, que se presentó como “Villazón” y rápidamente
les ofreció el alojamiento pretendido. Fue el primer intento que habían
realizado por su cuenta.
Se acomodaron allí. Se bañaron. Se cambiaron. Tenían que estar a
tono con la festividad de la noche. En la “tribuna antiimperialista” iba
a haber un gran concierto de músicos de trova y de salsa para festejar
el 48° aniversario de la Revolución.
Luego de comer un plato de arroz con frijoles, se acercaron hasta el
predio festivo. En una punta la estatua de un Martí desafiante, señalaba
el escenario. Detrás de éste, al otro lado del playón, se encontraban
erguidos los más de 150 pabellones cubanos que habían sido levantados,
justo frente al edificio que hacía las veces de embajada de los Estados
Unidos, como represalia a un cartel electrónico que éstos habían
colocado en el interior del mismo, pasando noticias de la bolsa de
Nueva York y otras trivialidades.
Los hermanos estaban cerrando con un moño un día que había
sido histórico. Con las banderas de la patria de Martí como fondo,
disfrutaron de un encuentro artístico de alto vuelo. Cerrada por el

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afamado grupo Van Van, había sido una noche hermosa, con una
juventud llena de risa y baile que no paraba de moverse con sus ropas
de todos colores.
Mañana sería un día distinto. Ellos se habían convencido de algo: El
mañana podía ser distinto. Para ello debían luchar.

L. Cien Fuegos
Tras un accidentado viaje llegaron por la noche a la ciudad de
Cienfuegos. Allí caminaron por sus silenciosas calles hasta encontrar
un lugar donde dormir. La casa de Fefa y de Pepé sería el destino
indicado.
Al despertar en la mañana, no salieron con velocidad. La simpatía con
que la dueña de casa los había recibido los llenó de intrigas. Su postura
de madraza les generaba un sentimiento de intimidad y protección, y
su mirada expresiva y tierna predisponía a la conversación.
–¿Están tomando mate? Eso sí que es bien amargo, ¿eh? –sugirió
amigablemente Fefa.
–Así es. Es amargo, pero no es feo. ¿Quiere probar? –le ofreció John,
que ocupaba el rol de cebador.
–No, muy agradecida, chicos. –Empezaba, Fefa, la conversación que
duraría horas.
Fefa era ingeniera civil. Trabajaba para el gobierno.
Estaba profundamente identificada con el sistema socialista y con su
“comandante en jefe”.
Explicó lo caótico que había resultado la caída del campo socialista
en el Este. Recordó nostálgica, y describió la situación anterior como
“una panacea, ¿tú me entiendes?”
Elogió el camino que había decidido tomar el comandante en jefe
para salir del pozo en el que estaban encallados. Contó el sistema de
inversión extranjera que se había permitido en Cuba desde entonces:
debía ser de un 100%, aunque sólo podían llevarse el 49% de la
ganancia, quedando el restante porcentaje en las arcas del Estado.
Ante la pregunta de los chicos, justificó la salida restringida del país
de sus habitantes. Cualquiera que fuera invitado a su país por algún
extranjero podía salir de Cuba, previo trámite burocrático. Muchas
personas lo hacían. Que ello no fuera del todo libre obedecía al mismo
sistema que pregonaba la Igualdad, que no existan clases sociales. De
permitir la salida fomentaría la formación de clases, dado que sólo
podrían visitar otras latitudes quienes tuvieran dinero7 para hacerlo.

7 Siempre el vil metal metiendo la cola.


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Se caía el mito de la prohibición de salir del país.
Ella lo decía desde el lugar de quien podría visitar otros países, pues
la posibilidad de rentar su habitación le había generado ingresos de
convetibles.
Relató su historia personal respecto a la medicina anterior al sistema,
de la cual su madre había sido víctima, al amputársele una pierna luego
de una operación “menor”. Contenta estaba por el sistema de salud
que la Revolución había conseguido; por toda la ayuda humanitaria
que Cuba brindaba a otros países; como orgullosa se la veía cuando
contaba el “milagro” de la alfabetización, y el alto nivel universitario
de la población.
Antes de recomendarles lugares donde visitar, les informó que esa
noche no podrían quedarse allí pues ya tenía reservas hechas, aunque
les confesó que deseaba que las reservas se desplomasen, y ellos pudiesen
permanecer, pero que el compromiso que ella había tomado debía
honrarlo. De todas formas, les conseguiría lugar donde dormir.
Se dignaron a pasear por la ciudad. Comieron pizzas de las que
come el pueblo. Recorrieron la plaza, similar a las que hay en todos
los poblados latinoamericanos, con la oficina del Estado y la catedral
como seguras enredaderas.
Vigilados por la atenta mirada del Che, y unas letras que a su lado
leían e informaban a quien quisiera verlo “tu ejemplo vive”, se acercaron
hasta el malecón con el objetivo de alcanzar la playa, en la punta de
esa ciudad portuaria.
En un atardecer de ensueño, el sol se iba con sus cien fuegos. Alguien
le contó al autor una leyenda, sin origen conocido, en la que el sol estaba
formado por cien rayos. Cada uno de ellos era uno de los condimentos
que cada ser humano necesitaba para ser feliz. Semejante dimensión del
Ser, sólo era alcanzada si una misma persona reunía las 100 especias.
Los fuegos de la Dignidad, la Solidaridad, la Justicia, el Pensamiento,
el Amor, entre otros 95 condimentos.
“Por eso la tierra gira alrededor del sol. Porque los humanos que aquí vivimos
buscamos la felicidad, la rodeamos, queremos atraparla”, cerraba la moraleja,
el cuentista.
Posiblemente haya sido ésta la explicación para el nombre de tan
bonita ciudad. No respondía a un homenaje a la memoria del héroe
nacional Camilo Cienfuegos, según lo había confirmado Fefa.
Mientras el crepúsculo, fumaron tabaco popular, escucharon
rocanroles y rieron mucho. Los aguardaba la noche, y con ella, habían
quedado rezagados dos fuegos: el arte y la alegría.

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K. Noche de arte y pasión
Como toda actividad cultural, las salas de cine en Cuba ofrecían
veladas artísticas al alcance de la mano de todo aquel que por ellas se
interesara.
Los argentinos se vieron obnubilados por la idea. “Mañana” era una
película que contaba, en círculo, la novela personal de cada uno de
los protagonistas. Resultó profunda. Narraba un grave problema que
tuvo que afrontar un superficial joven cubano a quien nada parecía
importarle más que salir con chicas y tener sexo con ellas, cuando el
mundo de cartón se le vino abajo en un soplido al atropellar con su
auto y matar a una jovial y enamorada ciclista.
El público celebraba, con risas, momentos que a ellos les resultaban
tristes o penosos. Era el caso del negro buena onda que era aprovechado
por el resto de los protagonistas, debido a su buena voluntad y
predisposición para todo. ¿Era extraña la actitud del público?
En un primer acercamiento, parecería que sí. Pero ese apresuramiento
no contemplaba la idiosincrasia de un pueblo alegre, pueblo digno
que no se reía del que sufre, sino del sufrimiento cuando éste no tenía
razón de ser.
*
La noche siguió en el malecón. Walter que no había ido a eso,
particularmente, se vio seduciendo y seducido a la vez por una hermosa
negra con curvas excitantes, que los invitó a los tres a bailar a un boliche
lindero al mar. Aceptaron.
Allí Sharon fue víctima de un rengo cubano, que dejó sus muletas para
sacarla a bailar y “pasarle el trapo”, como ella diría, con movimientos
grandilocuentes y muy sensuales. El cubano llevaba el ritmo en la sangre.
La juventud bailaba reguetón, a orillas del mar caribe. Alguien miró a
la luna, redondísima, y vio que se movía. También bailaba.
Pero quien no bailaba era la prometida pareja de baile. Ella por su lado
se meneaba de manera impensada para una mente austral. Hermoso
era verla. Él era pura voluntad, y nada más que eso.
Se miraban pero no se acercaban. Sus ojos jugaban a las escondidas
y al piedralibre, cuando ella le mandó a decir a Walter que no podía
acercarse porque estaba siendo vigilada por policías, pero que se
encontrarían en el malecón.
Sus labios se trocaron intensamente cuando ante la costa
se encontraron, pintando la pasión con que se viven las cosas
prohibidas.
Aunque más tarde le darían una explicación para esa restricción,
Walter no quiso o no pudo convencerse.

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Cuando regresaba solo a lo de Fernando, el amigo de Fefa que esa
noche los hospedaría, dio un paso tras otro en esa ciudad que al pasar
le sonreía y en la que se sentía más seguro que en su propia Quilmes
natal, y sin embargo un gesto de contradicción se había instalado en
su rostro.

J. Cuba Libre
Fernando fue muy amable con ellos. Supieron mantener largas
conversaciones con ese hombre que detentaba los títulos de ingeniero
agrónomo, contador público y licenciado en economía, no obstante lo
cual era una persona tan simple como todas las que habían conocido
hasta el momento.
Les contó de lo real de las salidas del país. Él había viajado con su
esposa a Bogotá, Colombia, invitados por la universidad de esa ciudad.
Asimismo platicaron sobre la posibilidad que Fidel no volviese a la
presidencia, y sobre el rumbo de la economía cubana en la era post-
Fidel.
Mucho se hablaba en las metrópolis sobre la no continuidad de
la economía socialista. Todos lo desmentían en Cuba. Fernando no
era la excepción. Él, experto en la materia, sabía que la conciencia
del pueblo no permitiría un cambio radical, aunque sí podría existir
alguna variante.
Walter le preguntó si Cuba podía girar hacia el modelo Chino, es
decir, “socialista” en lo político, y “capitalista” en lo económico, lo cual
fue rechazado por Fernando, al explicarle que Cuba no era China, que
los recursos naturales cubanos no eran tantos ni tan buenos como los
asiáticos y que cada pueblo debe forjar su propio modelo.
*
Al alba siguiente, partieron hacia Trinidad, donde Carlos los estaba
esperando, gracias a un llamado telefónico de Fefa, en otro gesto que
la distinguía.
Al llegar a Trinidad se encontraron con una ciudad imponente,
detenida en el tiempo, o transportada más allá de él. Con sus callecitas
de piedra y sus casas de colores implicaba, para ellos, un sitio cuanto
menos acogedor.
Hablaron con la gente, caminaron por la ciudad, tomaron mate en
la plaza.
Allí los abordó un perro cocker, que a ellos tanto les recordaba a Homero
y Fidel.
–¡Qué lindo! ¿Cómo se llama? –preguntó Sharon a su joven dueño.
–José –respondió el morocho.

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–Nosotros teníamos uno parecido, que se llamaba Fidel. Se lo
habíamos puesto por el Fidel de ustedes. ¿Te gusta Fidel? –explicó e
interrogó Walter.
–Pues claro. ¿Cómo no lo vamos a querer si gracias a él vivimos en
Cuba Libre? –respondió preguntando, mientras saludaba y se iba, dado
que José había decidido marcharse.
Esas dos palabras sonaban en ellos como una melodía. Era lindo
comprobar que los jóvenes también estaban comprometidos con la
Revolución.
Minutos más tarde se encontraron con un grupo de argentinos,
quienes al ver el mate se acercaron, como aquel que ve sus raíces después
de un tiempo. La crisis socio-económica del país, tras la furiosa etapa
neoliberal en la Argentina, los había hecho buscar nuevos horizontes,
al igual que miles de compatriotas. Ahora vivían en el Distrito Federal
de México, aunque no perdían contacto con su Rosario natal.
La noche los sorprendió dejando sus huellas por entre las piedras, al
tiempo que se miraban entre ellos, extasiados por ese hermoso pueblo
que mientras los niños solos jugaban en las calles, los grandes todos se
encontraban en sus casas reunidos a puertas abiertas, mirando en la
televisión el programa argentino “Montaña Rusa”.
Ellos, que desconfiaban de la televisión entendieron que a veces sirve
para fines nobles, como reunir a toda la familia y amigos para pasar
unos ratos juntos, con el calor de su compañía.
Más tarde cantaron y bailaron en las escalinatas de la “casa de la
salsa”. Se divirtieron observando la facilidad y delicadeza con que los
nativos se movían. Se sacaron las ganas del trago “Cuba Libre”, que
habían intentado armar en fin de año. Quizás ahora tenía más sentido.
Saboreaban no sólo el gusto de la bebida, también las dos palabras, y
a su gente.
Volvieron a dormir la noche a casa de Carlos, ese negro extravagante
que además de dueño de la residencia, era ya un amigo más.
Recomendaba lugares, llamaba por teléfono a las líneas de guaguas para
comentarles los horarios y precios de los pasajes, gritaba su “olgullo de
cubano”, y celebraba el socialismo. “Nosotlos somos Fidelistas”, repetía.
A la vez que resaltaba la solidaridad de las personas entre sí,
manifestaba su cohesión detrás de las conquistas que el sistema y
el pueblo habían logrado. “Es absolutamente imposible que se caiga el
socialismo. Las pelsonas estamos contentas con las pocas cosas que tenemos.
No nos falta nada. Nos sobla dignidad”, salía de sus morrudos labios.
Sus redondos ojos negros no lo dejaban mentir, ese orgullo se notaba en
lo brillante de las pupilas. Lo que él pensaba y sentía una pared sintetizaba,
con desprolija pintura blanca, “Cuando Fidel no esté estará su obra, su ejemplo
y sus ideas”.

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A la mañana siguiente tomaron la guagua hasta la playa de Ancón,
donde pasaron el día entre lecturas, artesanías (Sharon tejía pulseras
de gran calidad) y música. El mar, manta turquesa que la pachamama
regalaba a esas playas blancas, se preparaba para ser testigo de un
atardecer único.
El sol, sabio que la noche que les esperaba sería realmente especial,
no quiso pasar desapercibido. Celoso porque la luna testimoniaría
momentos emocionantes, quiso dejar su huella. Su puesta fue
deliciosa.
Mientras saboreaban el agua de los cocos que un amable negro les
había bajado de una palmera, quedaron hipnotizados ante lo que
estaban viendo. Se sentían privilegiados. Escucharon el silencio,
quien les recomendó mirar al oeste. Allí estaba él, naranja encendido,
espléndido, finísimo, dejándose caer, confundiéndose en un abrazo
interminable con el turquesa, que lo recibía en el horizonte logrando
que desapareciera hasta la otra mañana.
Sabían ambos que la intención del gigante encandilante calaría hondo
en esos argentinos, no acostumbrados a ver al sol esconderse tras el
mar. Ellos conocían bien los atardeceres en la costa atlántica, donde
no ocurría aquello. El sol lograría su cometido pues recordarían tanto
aquel día como aquella noche.
Y cierto fue que esa noche era distinta. Luego de bañarse, salieron al
centro de la ciudad, con destino a la misma “casa de la salsa” donde se
habían divertido las horas siguientes al crepúsculo anterior. La noche
podía ser similar, incluso algo menos sabrosa, dado que ya conocían
el gusto de la desconocida velada trinitense.
Se equivocaron. Disfrutaban unos tabacos en las escalinatas, mientras
John chamuyaba con una dulce colombiana, y Sharon parecía aburrirse
y ganada por el sueño.
Walter, que escuchó a su lado a unos chicos hablando del servicio
militar, paró la oreja, no pudiendo retener la tentación de inmiscuirse
en la charla. En lo íntimo, él tenía la duda sobre la conciencia de los
jóvenes respecto a los tan nobles valores que la Revolución había dado
a ese pueblo.
–Me imagino que deben estar contentos que tienen que hacer el
servicio militar, ¿No? –preguntó Walter a su vecino de escalinata.
–No, ¿por qué imaginas eso? –respondió el flaco, de unos 17 años y
cara pálida, que se encontraba a su lado.
–Servir al ejército cubano no es lo mismo que a otro. Aquí el ejército
ha defendido al pueblo. En mi país, la Argentina, los militares han
ido una y otra vez contra los intereses populares. Incluso, el servicio
militar ha dejado de ser obligatorio, luego de un escándalo desatado
cuando salió a la luz las torturas y humillaciones a las que sometían

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a los conscriptos, al aparecer muerto un soldado, el conscripto Omar
Carrasco –concluyó su hipótesis, Walter.
–Te equivocas y no. El ejército ha defendido al pueblo. Cierto. Pero
ir al servicio militar obligatorio, en mi caso interrumpe por dos años
mis deseos de tocar. Nosotros tenemos una banda de punk. Esa es mi
real vocación –se sinceró el músico.
–Mira: tú estás en lo cierto. Yo no sé si puedo hablar mucho, porque
yo soy mujer y a mí no me toca el servicio, pero a mí me parece que
es hermoso servir a este país. No te olvides que cada habitante tiene
un arma, es decir que las armas las tiene el pueblo. Todos estamos
dispuestos a defender a Cuba. Como dice Fidel, “Patria o muerte.
Venceremos” –lanzó una chica, con oratoria encendida, digna de tribuna
política, ante la mirada absorta de Walter y de sus dos hermanos que
habían inclinado la cabeza para escuchar esa retórica.
–¿Sabés que yo andaba preocupado por el destino de la Revolución?
Hablamos con mucha gente grande, y mostraron su orgullo por lo
conseguido, pero me parecía notar algo de indiferencia en los jóvenes.
He visto a algunos con vestimentas del norte. Pero me doy cuenta,
escuchándote, de que la Revolución sí tiene futuro. ¿Cómo se llaman?
–preguntó Walter, luego de hacer explícita su duda.
–Él Leo, él Roldán y yo Adriana –dijo la erudita, señalando primero al
músico y luego a un tercero que escuchaba la charla, y continuó– mira,
hay algunas personas que son más pobres que otras aquí. Yo soy de las más
pobres, pero no necesitamos mucho más. Aquí somos felices. La Revolución
está absolutamente asegurada. Fidel ha dejado instruido a sus discípulos,
quienes están preparados para sucederlo, y luego los sucederemos los más
jóvenes. Pero todos estamos muy comprometidos con la Revolución –dijo
Adriana ante la mirada complaciente de los otros dos amigos.
–¡Con qué admiración hablás de Fidel! –reflexionó John.
–Es que Fidel es todo para nosotros. Él siempre nos ha dicho la
verdad. Cuando él nos dice algo, nos pide paciencia o algo nosotros
aceptamos porque sabemos que tiene sus razones, y luego comprobamos
que siempre cumple con lo que dice. Tiene una inteligencia suprema.
Nosotros podemos tener muchas deficiencias, y militarmente no ser
tan fuertes, pero si hemos mantenido esta lucha digna tantos años, es
porque nuestras armas son las ideas –redondeó exaltada Adriana, que
tenía 17 años, e intelectualmente parecía de 50.
La charla pasó por muchos lados. Los hermanos argentinos contaron
de su país, les preguntaron por “Montaña Rusa” y por la actriz que
hacía de “Mariana” (Nancy Duplaá). Leo mandó saludos para ella.
Hablaron de todo, de música, de televisión. Adriana, que quería ser
actriz, estaba indignada con los pocos contenidos espirituales que esa
caja mágica transmitía.

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Walter preguntó por Elián, el niño balsero que había emigrado con
su madre a Miami, y que había vuelto gracias a la labor diplomática, y a
la voluntad de ese chico que tendría 13 años, al momento de la charla,
y que ya se había parado frente al auditorio de las Naciones Unidas,
para defender la Revolución. Adriana le comentó que tanto él como
otros chicos y jóvenes se preparaban para dirigir el futuro de la isla.
Luego Adriana narró la historia de los cinco cubanos detenidos en
Estados Unidos, por los que varios letreros pedían su libertad. Estaban
siendo objeto de violaciones a todas las garantías humanitarias, por
haber sido descubiertos en misiones de inteligencia, “pero volverán,
porque cuando Fidel dice algo es porque es así”, sentenciaba.
–Nosotros formamos un club que se llama “El club de los Monstruos”
–decía Leo, cuando Roldán lo interrumpió:
–Y no por lo feo, ¿eh? –dijo, con conciencia de que su rostro no era
el más aproximado a los parámetros de belleza del momento.
–Nos juntamos todos los días en la esquina de la iglesia a cantar y
tocar la guitarra, con uno de nuestros amigos que es trovador. ¿Quieren
venir? –lanzó Leo la invitación que fue aceptada con gran celeridad
por los tres.
Bajaron las escalinatas. Compraron Ron y bebida con sabor a
cola para hacer “Cuba Libre”, por pedido del trovador, quien debía
alimentarse del trago cual auto necesita combustible para andar.
La noche era estrellada por todos lados. Una luna redonda y brillante
atestiguaba el momento. Cual fogón de algún camping patagónico o
norteño que los tres conocían, al temblar el tambor de la guitarra, el
trovador cantaba canciones de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Fito
Páez, especialmente para los argentinos, y muchas otras hermosas
desconocidas para ellos.
La mayoría eran de su propia autoría, hablaba de la caída de la
Unión Soviética en “La caída de Babel”, del heroísmo y humanismo
a la vez en “Che querido”, y tantos otros talentosísimos temas. Otras
canciones las cantaba al ritmo de las palmas que golpeaban las rodillas
de Leo que era baterista en su banda, y la voz grave de Adriana que
cerraba los ojos al cantar, para que el alma cuando hablara no sufriera
interferencias visuales.
Walter pidió “Playa Girón” de Silvio, y alguien lo vio llorar mientras
preguntaba cantando: “¿Si alguien roba comida y después da la vida que
hacer? ¿Hasta dónde debemos practicar las verdades?”
La ronda terminaría muy entrada la noche, cuando el pueblo
descansaba ya. El sol no había sido tonto, sabía que esa noche no la
borrarían de sus memorias, nunca jamás. Había querido dejar su luz y
su pintura. Lo había logrado.
Pero esa noche marcaría sus vidas.

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Sharon escribiría al día siguiente en su diario de viaje: “Acabo de
comprender el por qué de tantas conversaciones, de tanta pasión que mis
hermanos ponen en ellas. ¡Qué lindo es cantar en la esquina del barrio! ¿Qué es
la libertad si no es poder estar a la noche en cualquier esquina con tus amigos,
cantando, llorando, riendo? Qué cerca de esa esquina está la felicidad. Alcanzo
a verla. A sentirla.”

I. Imprescindibles
“Vamos bien”.
“El genio está en las masas, el genio es masivo”.
“Es posible avanzar en nuestro sueño de justicia, humanismo y
solidaridad”.
“Cuba contra el terrorismo y contra la guerra”.
“Es la revolución victoria eterna”.
“Che está librando y ganando más batallas que nunca”.
Este océano de frases, muchas de las cuales provenían de la inteligencia de
Fidel Castro Ruz, fueron las guirnaldas que, junto a la flora y a los cañaverales,
luchaban en la carretera de ingreso a la ciudad de Santa Clara.
Un “amarillista” cronista de guerra diría “Cuba está ganando” la
batalla de ideas. El autor prefiere escribir que la está librando, que el
éxito no está asegurado, que la Revolución va bien, en dirección a esos
valores de Justicia, Humanismo y Solidaridad, haciendo la guerra a un
lado dejándola sólo como reserva, sembrando ideas, y confiando en el
pueblo porque el genio es masivo.
El Che, a partir de su ejemplo, sigue librando batallas, acentuadas
desde su paso a la inmortalidad, el año 1967. “Cuando lo hicieron retirar
del lugar del crimen, los dos verdugos no pudieron ocultar un estremecimiento de
terror: el Che tenía los ojos muy abiertos y serenos, y una sonrisa que para ellos
significaba desdén y para el resto del mundo, simplemente, amor”,8 escribió
su amigo argentino Ricardo Rojo.
En un chico bien de esos que tanto se esmera la clase media argentina
en calificar, culminó creciendo un revolucionario de profundas e
inquebrantables convicciones, y de acción en un todo coherente con
sus ideas.
Este ejemplo fue señuelo para muchos jóvenes latinoamericanos,
en la década que siguió a su muerte. Muchachos de distintos sectores
sociales admiraron la obra humana del Che, quien se encargó de
hacerles creer que era alcanzable y extensible a todos los suelos de lo
que se denomina “tercer mundo”.

8 Rojo, Ricardo. Mi amigo el Che, Buenos Aires, Legasa, 1994, p. 251.


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La “teoría del foco” había resultado en Cuba. A partir de un foco
insurreccional, la guerrilla que, al promediar la década del 50 había
llegado a la isla, proveniente de México a bordo del yate “Granma”,
había logrado ir convenciendo a campesinos y obreros respecto a la
posibilidad de vivir con dignidad o morir por ella, antes que pasar de
largo por la vida arrodillados.
En Cuba lo habían llevado a cabo. Ese foco guerrillero, que en un
comienzo fueron decenas de hombres, se desparramó por toda la isla
en las personas que siempre habían vivido desdichadas, y ahora se
proponían redimirse. El pueblo había echado a un temible tirano, y
había instalado en su reemplazo a un gobierno del pueblo.
Che creía que el método se podía contar y lograría obtener el objetivo
popular en todos los lugares en que se formulase. Pudo haber sido un
error de cálculo, una visión táctica poco nítida, un ideal sin demasiada
razón, o una convicción desde el estudio de las posibilidades fácticas.
El filósofo José Pablo Feinmann explica que: “Guevara propone una
diferencia cualitativa entre un guerrillero y un represor. Uno lucha por la
libertad y el hombre nuevo; el otro lucha por la esclavización de los hombres.
Desplaza, luego, esta supremacía espiritual a una supremacía operativa. El
guerrillero no es un mercenario. Lucha por un ideal. (…) La presencia del ideal
potencia la acción del combatiente. Su voluntad revolucionaria es la garantía
de su superioridad – y, por consiguiente, de su triunfo– sobre los mercenarios
del imperialismo. Esta exaltación de la ‘voluntad revolucionaria’ (que Guevara
extraía de su propia voluntad, de su propio coraje, de su propia y absoluta
entrega a la lucha) por sobre las condiciones reales de enfrentamiento es uno
de los datos de la tragedia de la guerrilla guevarista. (…)”9
El Che creyó en lo que él decía, por eso fue a pelear a Bolivia. Allí
terminaría decepcionándose de la no universalidad de su teoría. Nunca
pudo convencer a un número considerable de hombres bolivianos.
Cada pueblo tiene sus propias circunstancias fácticas, históricas,
políticas. No fue lo mismo la dictadura de batista, viciada por la
ineficiencia y la corrupción, a muchas dictaduras “post-revolución
cubana”, adoctrinadas por la CIA en la “Seguridad Nacional”. El
imperio había anotado el ejemplo. No podía permitir algo igual. Era
necesario extirpar la posibilidad de algo similar en alguna otra parte de
la región del continente que habla español.
Muchos estudiantes y obreros que conocieron la obra del Che, en
los años 70, quisieron sacrificar su comodidad al servicio de una obra
grande: un mundo mejor. Y no es que el Che hubiera triunfado en Cuba
porque estuviera seleccionado para ser prócer, y como tal por encima
de la condición humana. Posiblemente la historia toma a los próceres

9 Feinmann, José Pablo. La sangre derramada, Ed. Planeta/ Seix Barral, Buenos Aires,
2003, p. 60.
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para crear una identidad, para resaltar valores; pero también puede
mostrarlos para enrostrar las consecuencias de un actuar indisciplinado;
o para elevarlos tanto que parezca que ningún hombre común puede
arriesgarse a la elevadísima empresa de querer un mundo bueno.
No tantos recuerdan a Túpac Amaru por su obra pionera en la
liberación del continente, mas sí por su muerte, enlazado en sus
extremidades a cuatro caballos. La reflexión es clara: “Si te crees libertador,
podés morir de la manera más atroz”.
El escritor argentino Enrique Gil Ibarra dice, en esta línea: “Se
ha generalizado en estos tiempos aplicar el mote de ‘héroes’ a todos los
compañeros (combatientes) de las organizaciones armadas –siempre que
estén muertos, claro–, y es un calificativo que Walsh carga hoy, junto a
otros cientos. Estoy seguro de que Rodolfo se hubiera cagado de risa de eso,
al igual que yo lo hago ahora. Calificar como ‘héroes’ a los que combatieron
y murieron es un fácil recurso (inconsciente, espero) para simbolizar que
‘eran especiales, únicos, irrepetibles’, que hacían/hacíamos cosas que ‘no
pueden hacer las personas comunes’. En resumen, una forma de decir:
‘sólo los héroes pueden hacer una revolución’, lo que justifica para muchos
sentarse a esperar que esos ‘héroes’ algún día aparezcan de nuevo, como por
generación espontánea. Es mentira. Las revoluciones las hacen los pueblos,
las personas comunes, las gentes como vos, como yo o como Rodolfo. Los
héroes no son necesarios. Lo necesario es un proyecto nacional, conciencia
política, solidaridad y el convencimiento de que un país, un Continente, y
el pueblo al que uno pertenece, valen la pena”.10
La Revolución cubana triunfó en Cuba por circunstancias propias,
específicas de ese pueblo, de esa dictadura, por el contexto mundial
de ese entonces. No se trataba de un modelo de exportación. Sí tenía
cosas para admirar y copiar, pero siempre eso debía amoldarse a las
realidades de cada pueblo en un momento dado.
El Che subestimó esta realidad específica en el territorio boliviano. El
movimiento guerrillero latinoamericano hizo lo propio. En Argentina,
parte de la izquierda quiso inmiscuirse en el peronismo porque sabía
que con Perón estaba el pueblo. La realidad argentina era distinta a
la cubana. El pueblo había sido redimido por un líder caudillesco,
autoritario, paternalista que no dotó de conciencia revolucionaria a
su gente. Vio la posibilidad que nadie antes había observado. Perón
también sabía del poder que tiene la masa unida, y lo usufructuó.
Más de 30 años después de su muerte, en las villas se siguen viendo
los pósteres de Perón y Evita, y a la hora de votar, mucha gente no
valora las cualidades del candidato, sólo observa que esté el logo del
peronismo en el tope de la boleta.

10 Gil Ibarra, Enrique. “Quién era Rodolfo Walsh (para mí)”. www.elortiba.org
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La realidad Argentina era otra, el pueblo no estaba organizado por
su conciencia de clase, sino en rededor de un líder. El modelo cubano
no podía importarse. Por ello parte de la izquierda intento “copar” el
peronismo, plantándole “hechos” al propio Perón, para que éste no
pudiera sino seguir la línea de la “patria socialista”. Intentó este sector
entender la realidad argentina.
Claro, si bien la intención estaba pensada y analizada, no tuvieron en
cuenta un detalle no tan pequeño. Perón no dejaría torcer sus ideas. Al
mismo tiempo que alentaba a la “maravillosa juventud” aseguraba a la
burocracia sindical su propia afiliación. Y Perón tenía como principal
idea una palabra: “poder”. Cuanto más, mejor. Nefasto fue que su
egoísmo no haya percibido la tragedia de alimentar a la vez a los sectores
de izquierda y derecha.
¿Cómo podían no dejarse endulzar esos jóvenes, ante un orador de
la calidad de Juan Perón, que decía a cada uno las cosas que quería
escuchar? Y en este sentido, ¿cómo no pensar que Perón añoraba una
patria socialista si leemos la carta que escribe en ocasión de la muerte
del Che?
*
“Madrid, 24 de octubre de 1967
Compañeros:
Con profundo dolor he recibido la noticia de una irreparable pérdida para
la causa de los pueblos que luchan por su liberación. Quienes hemos abrazado
este ideal nos sentimos hermanados con todos aquellos que, en cualquier lugar
del mundo y bajo cualquier bandera, luchan contra la injusticia, la miseria y la
explotación. Nos sentimos hermanados con todos los que con valentía y decisión
enfrentan la voracidad insaciable del imperialismo, que con la complicidad
de las oligarquías apátridas apuntaladas por militares títeres del pentágono
mantienen a los pueblos oprimidos.
Hoy ha caído en esa lucha, como un héroe, la figura joven más extraordinaria
que ha dado la revolución en Latinoamérica: ha muerto el Comandante Ernesto
‘Che’ Guevara.
Su muerte me desgarra el alma porque era uno de los nuestros, quizás el mejor:
un ejemplo de conducta, desprendimiento, espíritu de sacrificio, renunciamiento.
La profunda convicción en la justicia de la causa que abrazó le dio la fuerza,
el valor, el coraje que hoy lo eleva a la categoría de héroe y mártir.
He leído algunos cables que pretenden presentarlo como enemigo del
Peronismo. Nada más absurdo. Suponiendo fuera cierto que en 1951 haya
estado ligado a un intento golpista. ¿Qué edad tenía entonces? Yo mismo,
siendo un joven oficial, participé del golpe que derrocó al gobierno popular de
Hipólito Yrigoyen. Yo también en ese momento fui utilizado por la oligarquía.
Lo importante es darse cuenta de esos errores y enmendarlos. ¡Vaya si el ‘Che’
los enmendó!

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En 1954, cuando en Guatemala lucha en defensa del gobierno de Jacobo
Arbenz ante la prepotente intervención armada de los yanquis, yo personalmente
di instrucciones a la cancillería para que le solucionaran la difícil situación
que se le planteaba a ese valiente joven argentino; y fue así como salió hacia
México.
Su vida, su epopeya, es el ejemplo más puro en que se deben mirar nuestros
jóvenes, los jóvenes de toda América Latina.
No faltarán quienes pretendan empalidecer su figura. El imperialismo
temeroso del enorme prestigio que ya había ganado en las masas populares;
otros, los que no viven las realidades de nuestros pueblos sojuzgados. Ya me
han llegado noticias de que el Partido Comunista Argentino, solapadamente,
está en campaña de desprestigio. No nos debe sorprender, ya que siempre se
ha caracterizado por marchar a contramano del proceso histórico nacional.
Siempre ha estado en contra de los movimientos nacionales y populares. De
eso podemos dar fe los peronistas.
La hora de los pueblos ha llegado y las revoluciones nacionales en Latinoamérica son
un hecho irreversible. El actual equilibrio será roto porque es infantil pensar que se pueden
superar sin revolución las resistencias de las oligarquías y de los monopolios inversionistas
del imperialismo.
Las revoluciones socialistas se tienen que realizar; que cada uno haga la suya,
no importa el sello que ella tenga. Por eso y para eso, deben conectarse entre
sí todos los movimientos nacionales, en la misma forma en que son solidarios
entre sí los usufructuarios del privilegio. La mayoría de los gobiernos de América
Latina no van a resolver los problemas nacionales sencillamente porque no
responden a los intereses nacionales. Ante esto, no creo que las expresiones
revolucionarias verbales basten. Es necesario entrar a la acción revolucionaria,
con base organizativa, con un programa estratégico y tácticas que hagan viable
la concreción de la revolución. Y esta tarea, la deben llevar adelante quienes
se sientan capaces. La lucha será dura, pero el triunfo definitivo será de los
pueblos. Ellos tendrán la fuerza material circunstancialmente superior a la
nuestra; pero nosotros contamos con la extraordinaria fuerza moral que nos
da la convicción en la justicia de la causa que abrazamos y la razón histórica
que nos asiste.
El Peronismo, consecuente con su tradición y con su lucha, como Movimiento
Nacional, Popular y Revolucionario, rinde su homenaje emocionado al idealista,
al revolucionario, al Comandante Ernesto ‘Che’ Guevara, guerrillero argentino
muerto en acción empuñando las armas en pos del triunfo de las revoluciones
nacionales en Latinoamérica.
Juan Domingo Perón”
Hubo otra juventud en Argentina que siguió la línea de ortodoxia
guevarista. Desconfiaba de la intención de Perón de hacer la patria
socialista. Tenía fundadas razones. Veía estas dulces palabras, mas
escuchaba las otras frases del líder también. Creía en la teoría del

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foco, pero estaba separada de la masa popular. Tampoco en Argentina
resultó válida la tésis.
Cuba tenía una historia específica, en un contexto. No era traspasable
sin adecuaciones a realidades nacionales. La historia lo demostraría. El
Che había prestado una colaboración inestimable para esa parte del
continente, que Martí llamó “Nuestra América”.
Y justamente en Santa Clara, el Comandante Ernesto “Che” Guevara lideró
la batalla decisiva para el triunfo de la Revolución el 1 de Enero de 1959.
En 1997, habían encontrado los restos físicos del Che en Bolivia,
junto con otros guerrilleros que con él murieron luchando.
Debían descansar en Cuba, más allá de que hubiera nacido en Argentina,
y que expresara alguna vez: “Me siento tan patriota de Latinoamérica, de
cualquier país de Latinoamérica, como el que más (…)”. En Cuba, Che había
sido ladrillo importante en la construcción de ese faro.
Ese año, a 30 años de su muerte fueron llevados sus huesos a descansar
a Santa Clara, mientras sus ideas permanecen aún despiertas día y
noche, en todos los países del mundo donde hay un revolucionario.
A sus hijos el Che escribió: “Crezcan como buenos revolucionarios.
Estudien mucho para poder dominar la técnica que permite dominar la
naturaleza. Acuérdense que la revolución es lo importante y que cada uno de
nosotros, solo, no vale nada. Sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo
más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte
del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario.”
*
La Revolución levantó un monumento de magnánimas dimensiones
en su honor. Fue, para los hermanos, estremecedor el momento en
que llegaron a admirarlo en medio de un denso calor, con todos sus
bultos a cuestas.
El monumento no era estatua inmovilizante. Allí habían esculturas.
Los parientes pudieron ver también documentos rescatados de los
archivos y tallados en los cimientos del monumento. Uno de ellos era
la imperdible carta que Che escribió a Fidel:
“Año de la Agricultura
La Habana, 1 abril 1965
Fidel:
Me recuerdo en esta hora de muchas cosas, de cuando te conocí en casa
de María Antonia, de cuando me propusiste venir, de toda la tensión de los
preparativos. Un día pasaron preguntando a quién se debía avisar en caso de
muerte y la posibilidad real del hecho nos golpeó a todos. Después supimos que
era cierto, que en una revolución se triunfa o se muere (si es verdadera). Muchos
compañeros quedaron a lo largo del camino hacia la victoria.
Hoy todo tiene un tono menos dramático porque somos más maduros, pero
el hecho se repite. Siento que he cumplido la parte de mi deber que me ataba

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a la Revolución cubana en su territorio y me despido de ti, de los compañeros,
de tu pueblo que ya es mío.
Hago formal renuncia de mis cargos en la Dirección del Partido, de mi puesto de
Ministro, de mi grado de Comandante, de mi condición de cubano. Nada legal me
ata a Cuba, sólo lazos de otra clase que no se pueden romper como los nombramientos.
Haciendo un recuento de mi vida pasada creo haber trabajado con suficiente
honradez y dedicación para consolidar el triunfo revolucionario.
Mi única falta de alguna gravedad es no haber confiado más en ti desde los
primeros momentos de la Sierra Maestra y no haber comprendido con suficiente
celeridad tus cualidades de conductor y de revolucionario.
He vivido días magníficos y sentí a tu lado el orgullo de pertenecer a nuestro
pueblo en los días luminosos y tristes de la Crisis del Caribe.
Pocas veces brilló más alto un estadista que en esos días, me enorgullezco
también de haberte seguido sin vacilaciones, identificado con tu manera de
pensar y de ver y apreciar los peligros y los principios.
Otras tierras del mundo reclaman el concurso de mis modestos esfuerzos. Yo
puedo hacer lo que te está negado por tu responsabilidad al frente de Cuba y
llegó la hora de separarnos.
Sépase que lo hago con una mezcla de alegría y dolor, aquí dejo lo más puro de
mis esperanzas de constructor y lo más querido entre mis seres queridos… y dejo
un pueblo que me admitió como un hijo; eso lacera una parte de mi espíritu.
En los nuevos campos de batalla llevaré la fe que me inculcaste, el espíritu
revolucionario de mi pueblo, la sensación de cumplir con el más sagrado de los
deberes; luchar contra el imperialismo dondequiera que esté; esto reconforta y
cura con creces cualquier desgarradura.
Digo una vez más que libero a Cuba de cualquier responsabilidad, salvo la
que emane de su ejemplo. Que si me llega la hora definitiva bajo otros cielos,
mi último pensamiento será para este pueblo y especialmente para ti. Que te
doy las gracias por tus enseñanzas y tu ejemplo al que trataré de ser fiel hasta
las últimas consecuencias de mis actos. Que he estado identificado siempre con
la política exterior de nuestra Revolución y lo sigo estando. Que en dondequiera
que me pare sentiré la responsabilidad de ser revolucionario cubano, y como
tal actuaré. Que no dejo a mis hijos y mi mujer nada material y no me apena:
me alegra que así sea. Que no pido nada para ellos pues el Estado les dará lo
suficiente para vivir y educarse.
Tendría muchas cosas que decirte a ti y a nuestro pueblo, pero siento que
son innecesarias, las palabras no pueden expresar lo que yo quisiera, y no vale
la pena emborronar cuartillas.
Hasta la victoria siempre.
¡Patria o Muerte!
Te abraza con todo fervor revolucionario.
Che”

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Espejados se vieron los tres pares de ojos argentinos, con sus pieles
como la de las gallinas, cuando al unísono completaron la lectura
silenciosa de esa hermosa carta. Cuando firmaba “Che”, Walter
recordaba la definición que Rojo11 daba al símbolo por el cual el che
“había dado muerte a una concepción de la vida” que pone lo material
por sobre todas las cosas. Con su nombre de guerra o de amigo había
suscripto los billetes cubanos, cuando ocupaba el cargo de presidente
del Banco de Cuba.
Ese desprecio por lo material fue una constante para el Che, nada
pedía para sus hijos porque el Estado le daría lo “suficiente para vivir
y educarse”. Con su esposa se había ofendido aquella vez que le había
solicitado el auto oficial para cuestiones particulares, sugiriéndole que
viaje en ómnibus “como todo el mundo”.12
“Che Guevara, si tal se puede decir, ya existía antes de haber nacido, Che
Guevara, si tal se puede afirmar, continuó existiendo después de haber muerto.
Porque Che Guevara es sólo el otro nombre de lo que hay de más justo y digno en
el espíritu humano. Lo que tantas veces vive adormecido dentro de nosotros. Lo
que debemos despertar para conocer y conocernos, para agregar el paso humilde
de cada uno al camino de todos”, dijo alguna vez José Saramago.13
*
Dentro del complejo, los hermanos vivieron dos momentos especiales.
Sin merchandising y con entrada libre y gratuita, conocieron por un
lado el museo del Che. Repasa en testimonios y objetos toda su vida.
Desde su infancia, su afición al rugby, su asma, su escuela, la Facultad
de Medicina de la UBA, sus viajes americanos, las primeras armas, la
guerrilla, el triunfo de la Revolución, sus cargos, hasta su decisión de
ir a colaborar a otros puntos cardinales.
Por otra puerta, quedaron impactados al ingresar al mausoleo donde se
encuentran alojados los huesos de varios mártires bolivianos, como Inti Peredo.
En el medio, una estrella señala que también estaban los del Che.
Era fuerte la experiencia que estaban viviendo. Adriana les había
recomendado que conocieran, además, el tren descarrilado y una
escultura del Che en tamaño real.
Fueron hacia el centro de Santa Clara. Frente a la plaza principal, se
encontraba el Hotel “Santa Clara Libre” que Che utilizó como base de
operaciones, para ganar la batalla de Santa Clara. Ascendieron hasta
su cima, desde donde contemplaron toda la ciudad. Allí, el conserje
les hizo el favor de guardar los bártulos para que tranquilos conocieran
la ciudad, y disfrutaran su historia.

11 Rojo, R. op. cit, p. 126.


12 Ídem, p. 167.
13 Premio Nobel de Literatura. Párrafo extraído del portal de Internet www.elortiba.org
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Se dispusieron a ir hacia el tren descarrilado. En el camino, una
pintura rezaba “En esta lucha se juega todo: Identidad Nacional, Patria,
Justicia Social y Revolución”. Frenaron en una librería donde Walter
compró varios libros relacionados con la Historia de Cuba.
El tren descarrilado funcionaba como museo. Al costado de las vías del
ferrocarril, se encontraban vagones metálicos con áspero olor a historia.
La columna liderada por el Comandante Guevara había hecho detonar
bombas en las vías, logrando detener una cantidad importante de vagones,
en cuyo interior hallábase un arsenal incalculable de armas.
Los hermanos habían acordado volver esa misma noche a La Habana.
Brotaba todavía el deseo por conocer la escultura que protegía el comité
provincial del Partido Comunista Cubano.
Allí estaba él, en su tamaño de persona. No era una estatua normal,
fría. En su brazo izquierdo alzaba a un niño que en una mano mostraba
un juguete. No era otro que él de chico, cuando todavía era Ernestito.
La estatua o el Che, en su mano derecha dejaba ver las venas de un
laburante, y un tabaco entre los dedos mayor e índice. Al hombro
derecho de su camisa de fajina corría un caballito, que se había visto
alguna vez trotando junto a Ernestito en su infancia.
La ciudad toda respiraba Revolución. Los sureños estaban
empachados de tantos valores juntos. Volverían a La Habana pues
todavía tenían mucho que conocer, y la fecha de partida, o de “hasta
luego” se acercaba.
Había sido ese un día largo en el que habían seguido aprendiendo
sobre la vida.
John leyó alguna vez que Bertholt Brecht escribió algo cuya verdad
comprenderían ese día: “Hay hombres que luchan un día y son buenos.
Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos
años y son muy buenos. Pero hay quienes luchan toda la vida, ésos son los
imprescindibles”.14

H. Calidad de Vida
Llegaba la parte final de la experiencia cubana. Mucho hasta ahora
habían incorporado a sus humildes conocimientos. Walter y John,
que habían presenciado el acto de Fidel Castro en las escalinatas de
la Facultad de Derecho, recordaban a cada paso las palabras que éste
pronunció allí. Las comprobaban además.

14 Frase citada por Hebe Liz Schweistein en la Obra Los amantes de Alma, Buenos
Aires, Verbo Editora, 2001, p. 7.

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Se lo explicaban a Sharon. Ella entendía bien. No es necesario ser
leído, haber ido al colegio, o ser universitario para comprender algunas
cosas. A veces sólo basta vivirlas.
Al finalizar el discurso, Fidel explicaba, el 26 de mayo de 2003:
“Nosotros no recomendamos fórmulas automáticas, no nos ponemos a
recomendar que tengan una tal y una cual sistema social, conozco países con
tantos recursos que con el uso adecuado de los recursos no tendrían ni necesidad
de hacer un cambio revolucionario con relación a la economía de tipo radical
como ha hecho nuestro país. Sabemos lo que ocurre en lugares como el más pobre
de este hemisferio, que es Haití, los problemas que tiene de recursos naturales y
de algunos muy ricos; no voy a discutir sobre este tema; pero el problema está en
la distribución equitativa de la riqueza (aplausos). Esto no necesita ni siquiera
confiscar. No. En una concepción de lo posible, porque hay que pensar en lo
deseable y lo posible, hay que diferenciar entre lo que se puede soñar y lo que
se puede realizar ahora, y lo que se puede realizar ahora y podría realizarse
dentro de 20 o 30 años a partir de la realidad del mundo actual; nosotros no
tenemos ni un átomo de arrepentimiento de lo que hemos hecho en nuestro
país, de la forma en que hemos organizado nuestra sociedad. Hemos tenido la
posibilidad de aprender mucho sobre nuestras posibilidades y tenemos una idea
de prioridades, porque es muy importante para los que desean un mundo mejor
la idea de las prioridades, de las posibilidades, de las realidades; les mencioné
como dos veces, tres, el famoso proyecto de ALCA; hoy una enorme necesidad
de nuestros pueblos es evitar que ese veneno se implante en nuestros países, y
estaríamos teniendo una gran victoria (aplausos).
Les puedo añadir que en América Latina tenemos un movimiento que se produce
de avance, si me preguntara alguien por qué sentí gran satisfacción y júbilo cuando
llegaron las noticias de un resultado electoral en nuestra queridísima Argentina:
Fíjese, hay una razón muy grande, lo peor del capitalismo salvaje, como diría
Chávez (aplausos), lo peor de la globalización neoliberal es que el símbolo por
excelencia, y no menciono un nombre, nadie puede quejarse a no ser que se sienta
un símbolo de lo que digo. Mi opinión es que una de las cosas extraordinarias
del símbolo de la globalización neoliberal que ha recibido un colosal golpe,
ustedes no saben el servicio que le han prestado a América Latina, ustedes no
saben el servicio que le han prestado al mundo al hundir en la fosa del pacífico
–no sé cómo se llama ahora–, que tiene como 8 mil metros de profundidad,
el símbolo de la globalización neoliberal, le han insuflado tremenda fuerza al
número creciente de personas que han ido tomando conciencia en toda nuestra
América, sobre qué cosa tan horrible y fatal es eso que se llama globalización
neoliberal.
Hablemos si se quiere, podemos partir de lo que el Papa dijo muchas veces,
cuando estuvo de visita en nuestro país, cuando habló de la globalización de
la solidaridad. ¿Alguien estaría en contra de la globalización de la solidaridad
en el más cabal concepto de la palabra, que abarque no solo las relaciones

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entre los hombres y mujeres de la frontera de un país, sino dentro de la frontera
del planeta y que la solidaridad la ejerzan también aquellos que derrochan el
dinero y destruyen y malbaratan los recursos naturales y condenan a muerte
a los habitantes de este planeta? (aplausos). No se alcanza el cielo en un día,
pero créanme, no lo digo por halagarlos, (...) que ustedes han asestado un
descomunal golpe a un símbolo y eso tiene un enorme valor. Y se ha producido
precisamente en este momento, en este momento crítico, de crisis económica
internacional donde están envueltos todos. Ya no es una crisis en el sudeste
asiático sino en el mundo, más amenaza de guerra, más la consecuencia de una
enorme deuda, más el fatalismo que el dinero escape; es mundial el problema
y por eso mundialmente también se está formando una conciencia y por eso
será un día de gloria, ese día que el pueblo argentino pese a dificultades, que
como sabemos todos existen aquí y en otras partes, muchas veces fragmentación,
muchas veces divisiones, y divisiones puede haber y hasta debe haber, pero que
hay tantas cosas de interés común que se puede tener. La convicción de que
esas deben prevalecer en el mundo posible, porque ha tomado fuerza esa frase,
un mundo mejor es posible, pero cuando se haya alcanzado un mundo mejor
es posible, tenemos que seguir repitiendo un mundo mejor es posible y volver a
repetir después, un mundo mejor es posible (ovación).
Les he expresado (ovación), les he expresado –y estoy próximo a terminar–, les
he expresado así, en estas peculiares condiciones, y me alegro más, la experiencia
modesta de nuestro país y cómo día a día aprendíamos cosas nuevas y cosas
nuevas y cómo luchábamos con 33% de analfabetismo, que lejos están de pensar
que un día estaríamos masificando los estudios universitarios extendiendo las
universidades por todos los municipios del país a partir del capital humano
que habíamos creado, sin lo cual habría sido imposible esa aspiración. Y
por eso he dicho, Martí ya lo había dicho hace muchos años, que a los que
les llaman señores, él decía ‘que los sueños de hoy, serán las realidades del
mañana’ (aplausos). Los soñadores no existen, se lo ha dicho un soñador que
ha tenido el privilegio, no el mérito, de vivir a pesar de los cientos de planes
por acelerar mi viaje hacia la tumba; con lo cual me han hecho un enorme
favor, porque me han hecho perder todo instinto de preservación y conocer que
los valores sí constituyen la verdadera calidad de vida, la suprema calidad de
vida, aun por encima de alimento, techo y ropa, no disminuyo ni mucho menos
la importancia de las necesidades materiales y siempre hay que colocarlas en
primer lugar, porque para poder estudiar, para poder adquirir esa otra calidad
de vida hay que satisfacer determinadas necesidades que son físicas, que son
materiales; pero la calidad de vida en los conocimientos, en la cultura, cuando
un hombre termina su trabajo quiere ir a un lugar a ver una buena película
o a un teatro para ver una excelente obra excelentemente presentada, o una
danza, o un grupo musical; y a esto desayunó y almorzó lo que desea es esa
recreación, distracción. Y distraerse, nadie quiere que los hijos se entretengan
o se recreen viendo consumir drogas, o viendo violencia y cosas absurdas que

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envenenan la mente de ese niño. La calidad de vida es otra cosa, calidad de
vida es patriotismo, calidad de vida es dignidad, calidad de vida es honor,
calidad de vida es la autoestima a la que tienen derecho a disfrutar todos los
seres humanos.
Argentinos, argentinos todos, hermanos entrañables de América Latina,
cualquiera que sea su creencia, su pensamiento o sus ideas; no he tenido
intención de lastimar ni de ofender a nadie, si alguno considera que algunos
conceptos aquí expresados dicen algo como una injerencia en los asuntos de
aquí, algo que por cierto he tratado de evitar, y con más razón a partir de la
extraordinaria solidaridad y calor con que he sido recibido en esta ciudad y en
este país; si alguien lo cree, le pido sinceramente que nos excuse.
Viva la hermandad entre los pueblos, viva la humanidad. Gracias, ¡hasta
la victoria siempre!
Fidel”

G. Cortocircuito en el faro
¿Cómo buscar la perfección? ¿Cómo tender a ella? ¿Cómo lograrla, si
el ser humano es eminentemente subjetivo? ¿Por qué intentarla? ¿Está
en ella la felicidad?
Los de este pedazo del mundo siempre han visto a los europeos, a
los nórdicos como aburridos, como que viven sin sentido. Para ellos
todo funciona bien, parece. Y sin embargo, este continente se niega a
ese estilo de vida parco, frío. ¿No quiere la perfección? ¿Acaso eso es
perfecto?
Algo que es perfecto denota aspectos físicos, geométricos, matemáticos,
erguidos. El ser humano no puede serlo, desde que es pasional. En
todo caso lo que se busca es la felicidad, concepto que difiere mucho
del anterior.
¿Qué decir si hablamos de un sistema social, político, económico
que rige la vida de millones de personas? ¿Cómo conjugar todas las
personalidades, e intentar la felicidad en cada uno y en el colectivo?
Cuba tiene cosas notables, los consanguíneos lo comprobaron. Cuba
tiene también aspectos poco nítidos, aspectos que, siendo como es,
tratándose de Cuba, a priori no parecerían necesarios.
Los hermanos han hablado de esto también. Es que todos los
cortocircuitos del faro que da luz al mundo tienen también una
explicación.
Un día, a una de las tantas personas que hablaban con ellos, se acercó
un policía, sin armas de fuego, y lo corrió a un costado. Le recordó que
no podía molestar a los turistas, y le restringió a él y a ellos la posibilidad
de seguir conversando.

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La plática rondaba en torno a que al cubano le gustaría comprarse alguna
playera más, o un par de tenis que reemplazara las deterioradas que llevaba
puestas. “A mí me gustaría comprar unas Puma como las tuyas, pero el dinero no
me alcanza. Apenas si llego a tener todas las comidas diarias”.
Se trataba de una de las personas más pobres que habían conocido.
Económicamente pobre, riquísimo en materia cultural. Tenía gran
predisposición al diálogo, utilizaba variedad de verbos y adjetivos.
Había terminado su escuela secundaria y también un terciario, del que
se había graduado de técnico mecánico.
Los hermanos le comentaban que no tenía que naturalizar que las
cosas que en Cuba había para toda la población existían en todas las
partes del mundo. Esto era algo común. Daba la impresión de que
las mayores quejas rondaban en la falta de “satisfacciones” materiales.
Probablemente la influencia de compatriotas exiliados que visitaban la
isla con dólares y regalos, hacía pensar en una mejor “calidad de vida”.
Los famosos espejos de colores, cómo marean.
Al quejarse, olvidaban los grandes premios espirituales que tenía su
nación, lo adelantada que ella estaba en el reparto de calidad de vida
para todos, mediante alimentos, educación, salud, y con la dignidad
como bandera.
Se protegía al turista porque, en un suelo no beneficiado por la Madre
Naturaleza (ni por el clima), empeorado aun más por las plantaciones de
caña, a la caída del muro de Berlín como hito de la caída de la Unión
Soviética y de su influencia en muchos países de economías “socialistas”,
Cuba había apostado al turismo como principal fuente de ingresos.
Con la decisión férrea de mantener el sistema, que tan buenos frutos
en materia social había dado, Cuba abrió las puertas al turismo masivo,
en los años 90. Incluso se permitieron inversiones extranjeras, siempre
que dejasen el 51% de la ganancia para el pueblo.
Con mucho esfuerzo, transcurriendo la primera década del tercer
milenio (según imposición romana), el pueblo había salido airoso de
lo peor. La pobreza existía, mas no había indigencia. En mucho habían
contribuido las muchas divisas que producidas en otros países recalaban
en la isla, por intermedio del turismo.
Había que cuidar al turista. Los extranjeros debían sentirse allí como
en su propia casa. No era éste si no el justificativo para restringir la
libertad de quienes, a criterio de la policía, molestaban a los visitadores
con billetera.
El turista que quería disfrutar de los paisajes con los suyos podía
sentirse incomodado. Era menester que la policía velara por ellos.
Los hermanos, al contrario, estaban a gusto hablando con todos,
posiblemente porque no se sentían turistas. A ellos les jodió que les
cortasen la conversación por decreto.

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Walter masticaba la restricción que había testimoniado con la hermosa
cubana en Cienfuegos, donde, de no ser por aquella, le hubiera encantado
pasearse de noche en la ciudad, y amanecer abrazados en una playa.
Había algo especial con las mujeres. En aquellos malditos años 90 en
que alguien se apresuró a declarar la muerte de las ideologías (“pobre
inocente”, diría Cuba), con la pobreza, a la isla llegó la prostitución
marginal, practicada por necesidad.
Una trabajadora de la calle alguna vez le explicó a este autor que todas
las prostitutas tienen origen marginal, sea por pobreza material, que las
obliga a la desesperación; o sea por la prisión de un sistema de valores
que obliga a la mujer a tener las últimas marcas, el mejor perfume, los
zapatos más lindos en juego con la cartera, y que les hace perder el Sur
de las cosas realmente importante.
A ellas les estaba más custodiado el acercamiento a los hombres
nacidos bajo otros cielos.
La idea era doble. No joder a quien les daba de comer, respetarlo,
cuidarlo. Y además fomentar otras labores en las chicas, otros intereses
más humanos, menos efímeros.
El método era represivo. El fin era justo.
El medio no parecía digno del fin.
Debe ser muy difícil organizar una sociedad a través de un Estado en
el que todos estén contentos, felices, y tengan cubiertas sus necesidades
básicas.
En Cuba se encontraban satisfechos los derechos más elementales de
la enorme mayoría de la población. Mas no todos estaban contentos.
Influencias de otros sistemas, de a 90 millas, hacían que algunos
quisieran más.
Es hermoso el inconformismo sustantivo. El que quiere saber más y
más, conocer otras culturas, o el que quiere limar injusticias.
El inconformismo suntuario es nefasto. Éste genera falsas necesidades,
que logran que no te conformes con lo que tengas, aunque seas
riquísimo, porque “necesitás” más cosas materiales; necesidad que se
renueva con el primer uso. A éste puede llamárselo consumismo.
El consumismo importado, adquirido por algunos de los habitantes
de la isla, nublaba, a veces, su vista sobre las grandes cosas que tenían.
Pero podía también existir un inconformismo razonado.
Por ejemplo, el caso de Fernando. Que amaba Cuba, adoraba a Fidel,
era apasionado del socialismo, entendía la explicación de la restricción
para salir del país, aunque no la compartía. Sin salir del sistema, creía
que en nada afectaría la salida de las personas con absoluta libertad.
Incluso se darían cuenta de las bondades del sistema.
Es posible que esa consecuencia pueda ocurrir. También es cierto
que se formarían clases sociales, entre los que les da el bolsillo para

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salir y los que no. Generaríanse sentimientos de resentimiento, hasta
de envidia. Al volver, los privilegiados traerían sus maletas con muchos
espejos de muchos colores, de los que reflejan una falsa realidad.
Muestran la felicidad en el confort, cuando la realidad real enfoca en
que ni los privilegiados que lo logran llegan, por ese viaducto, directo
a la felicidad.
En esos espejos, los que nunca pudieron salir también podrían ver
falsas realidades, fantasías que generan las cosas nuevas, las cosas que
uno no tiene pero sí el de al lado. Y entonces peligraría el sistema. ¡Qué
difícil es el equilibrio, en un mundo tan hostil!
Mas, aunque el fin sea justo, el medio no puede ser cualquiera que lo
logre. El universo ha sufrido muchos maquiavelos, que secundaban los
medios a la obtención del fin. Gandhi decía “preocúpense por los medios
que el fin llegará sólo”.
Para un fin justo, el medio debe ser justo. Debe existir una
proporcionalidad entre ellos.
A priori, la restricción a la libertad de las personas en el contacto
con el extranjero, parece exagerada. El mejor medio para no joder
a las personas es la educación, el trabajo, y la comida para todos los
habitantes.
Cuba lo sabía bien. Por algo La Habana era la capital del mundo más
segura que esos hermanos supieron pisar.
Lo más probable era que Cuba se encontrara recorriendo ese camino.
Cuando llegara no le sería necesario dicho límite. Ahora tampoco le
era. Las deficiencias que un sistema social tiene deben ser toleradas
por toda la sociedad en su conjunto. Se debe hacer cargo.
En muchas partes de Latinoamérica, no en Cuba, la sociedad
debía cargar con la enorme inseguridad callejera que colapsó las
grandes urbes. Miles de familias enfocaron para otro sector, porque su
“progreso” económico se les interponía, cuando millones se iban a la
lona, a la desesperación, a quedar fuera de la sociedad, excluidos. Y de
allí al delito no había ni un paso.
Cuba debería darle total libertad a sus habitantes, si es que a todos
no le llegaba la bonanza. El turista sabría comprender o no volvería.
Esa imagen de “no libertad” que podía llevarse un turista podía jugarle
en contra a los intereses de la isla.
La prostitución había bajado mucho. Y eso se debía, principalmente,
a la educación y a la panza llena. Continuaba, sin embargo, en aquellas
mentes consumistas que no se conformaban con ello. Era la prostitución
de los valores, la que aún continuaba, y no la marginal propiamente
dicha.
Con la batalla de ideas y de conciencia que estaba librando ese pueblo,
la prostitución debía bajar. No era necesario, para lograr el fin, no

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permitir a una chica que quisiese bailar, divertirse, reír, conocer otros
acentos u otros idiomas, que lo hiciese. Si llegara a ser prostituta, debía
la sociedad tolerarla. Debía hacerse cargo de su pérdida de valores.
La laburante que habló con este autor alguna vez le dijo claramente
una de esas verdades frías que, como un látigo, erizan la piel: “¡Que
quede claro, nadie es prostituta porque quiera, o lo obliga la necesidad o lo
obliga la sociedad!”
La restricción a la salida del país era más compleja. De alguna manera,
ya el turista traía consigo las falsas necesidades imperiales, que podían
hacer carne en algún flojo de espíritu. Pero claro, todavía no existía
allí una competencia feroz por poseer, en cierta medida, porque la
mayoría tenía similares cosas. Serían distintos, en un pueblo ilustrado
y culto como el cubano, los sentimientos de quienes no lograsen viajar
y conocer otras culturas, teniendo deseo de hacerlo, al sí conseguirlo
el vecino. Podía generar recelos, envidias.
Por ahí, en algún momento el Estado pudiera fletar un viaje de cada
cubano, una vez en su vida al menos, y así podría permitir al resto que
lo hiciera cuantas veces le fuera posible; o que el ciudadano que tuviera
la chance pagara más, para permitirle viajar a otro.
Es un tema arduo, pero la restricción a un derecho humano tan
preciado como la libertad es muy sensible, y debería limitarse lo mínimo
que se pueda. No son antagónicas la libertad y la igualdad.
¿Por qué no aspirar a una nación con plenos derechos humanos
para todos?
Cuba era el país que más cerca estaba de ello. Debían afinarse las
mentes que tantas y tan brillantes las había, para poder lograrlo.

F. Doce de la noche en La Habana


Llegaron tarde, muy entrada la noche, provenientes de la gloriosa
ciudad de Santa Clara. Allí habían llamado por teléfono al Sr. Villazón,
reservándole un cuarto para pernoctar al arribar. Hacia ahí se dirigieron
a dejar las mochilas.
Luego salieron a buscar algún lugar para comer en “cubanos”.
Encontraron, sin demasiado problema esta vez, uno. Se hallaba muy
cerca del Hotel “Habana Libre”, lo que implicaba que se situaban
próximos al malecón, donde irían a pensar en ese día tan largo, intenso,
hermoso que habían sentido en Santa Clara.
Terminados de cenar, allí se mandaron. Al llegar y girar sus cuellos
a la izquierda observaron que las cientos de banderas cubanas de la
tribuna antiimperialista ya no estaban. En su lugar, habían cientos de
banderas negras, con un detalle: estrellas blancas en su centro.

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Más cerca que antes, lograron ver el cartel electrónico que, desde
la embajada de Estados Unidos, anunciaba las noticias de la bolsa
de comercio de wall street. Se acercaron a un policía que por esa zona
cumplía funciones.
–Disculpe, ¿cómo es que el gobierno permite esta ofensa? –disparó
Walter.
–Lo tenemos que tolerar. Si no hay que romper relaciones diplomáticas
con los Estados Unidos, ¿tú me entiendes? Vea que la vez pasada estuvo
próximo a ocurrir ello, pero es que hay muchos familiares de gente que
vive aquí, radicados allá –explicó el diplomático policía.
–Ah. Pero es fuerte. No habíamos visto antes cartel alguno en contra
del sistema –dijo John.
–Eso es cierto. Pero, ¿Sabes por qué no ha visto? –se detuvo mientras
los chicos meneaban la cabeza de izquierda a derecha, y continuó–
porque muchos de nosotros, los jóvenes del pueblo, fuera de nuestros
trabajos, formamos parte de los Comités de Defensa de la Revolución.
Nosotros hemos hecho esta tribuna antiimperialista, por ejemplo.
¿Sabes qué simbolizan estas banderas? –se dispersó y miró a los
hermanos comprobando que lo escuchaban con curiosidad– el negro
es por el luto de tantos héroes que han dejado su vida en la batalla
contra el imperio, y la estrella blanca, simboliza lo valioso de esas vidas,
que han brillado, como las estrellas, a partir de su muerte martírica,
desinteresada, y gloriosa –sentenció el patriota agente.
–¿Qué decía de las pintadas contrarias al sistema? –preguntó
Sharon.
–Ah, sí. El pueblo no permite que se pinte algo con lo que la mayoría
de la población no está de acuerdo. La vez pasada, como policía tuvimos
que ir a salvarle la vida a un cipayo que estaba recibiendo una golpiza
masiva por los vecinos del barrio, donde acababa de pintar “Muerte a
Fidel, Viva el Exilio”. La gente común no permite estas excepciones. Lo
mismo pasa con los balseros. Cuando encontramos a uno, es regresado
a Cuba, atendido. –Ilustró el vigilante.
–Mirá vos, ¿te puedo hacer una pregunta, ya que se te nota tan
comprometido? –preguntó John, mirando a su oyente, quien lo
escuchaba atentamente– ¿Cómo es el tema de las elecciones aquí en
Cuba? ¿Cómo es eso de las Asambleas?
–Nosotros nos juntamos en las Asambleas en las que participan todas
las personas que desean, allí se votan cuestiones que tienen que ver con
lo distrital, o lo provincial, o lo nacional. Muchas decisiones ejecutivas
son tomadas en asamblea. Te comentaba que los jóvenes decidimos
hacer esta tribuna que tú estás mirando ahorita. El Presidente, el
comandante en jefe, nunca ha sido movido de su cargo, porque nadie
tiene altura moral para presentarse dentro del partido a disputarle el

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cargo. Sí, él es la historia viva de Cuba, nadie podría ganarle, pero nadie
se atrevería moralmente a competir con él. Es quien más ha hecho por
todos nosotros. ¿Tú me entiendes? –trazó una radiografía el desarmado
policía, en pólvora, pero con oratoria de artillería.
La conversación duró un poco más, teniendo en cuenta la soledad
del efectivo que aprovechaba a hablar con quien estuviera dispuesto a
platicar para pasar un poco mejor la oscura y estrellada noche.
Así explicaba Fidel, en el discurso que John y Walter presenciaron
en Buenos Aires, en 2003:
“Algunos dirán, ‘¿pero no tiene Cuba un solo partido?’. Digo sí, pero nuestro
partido ni postula ni elige, los delegados de circunscripción que son la base de
nuestro sistema lo propone el pueblo en Asamblea por cada circunscripción.
No pueden ser menos de dos ni más de 8 y casi el 50% de aquellos delegados
de circunscripción que constituyen la Asamblea Municipal en cada municipio
del país, eso es lo que propone y elige el pueblo en elecciones que tienen que
tener más del 50% de los votos, la Asamblea Nacional de Cuba con un poco
más de 600 delegados, está constituida en casi el 50% por estos delegados de
circunscripción, que no solo tienen el papel de constituir la Asamblea, tienen el
papel de postular a los candidatos a la Asamblea Nacional. No me extiendo,
pero realmente me gustaría que un día se conociera un poco más de cuál es
el sistema electoral de Cuba, porque es asombroso que allá en el norte a veces
alguno nos pregunta cuándo va a haber elecciones en Cuba (...)”
Les faltó agregar que a las urnas no las custodian fuerzas de seguridad
alguna. Son los propios niños en edad escolar los que afianzan el
socialismo.
Después de todo lo que habían aprendido durante el indisoluble día,
seguían aprehendiendo la noche. La jornada siguiente sería intensa.
Sería el último día en Cuba. Debían disfrutarlo. Aprovecharlo. Les
habían quedado varias cosas pendientes a realizar. La Habana era
inagotable. Esa noche, eran las 12, y la luna les daba la señal, para
que siguieran soñando.

E. Hasta luego
Amanecía temprano, y con la aparición del sol ocurría, también, el
despertar de los hermanos en su último día cubano. Mucho debían
recorrer. Varios lugares les habían sido esquivos por los feriados.
Mientras preparaban agua caliente en la cocina del caserón de Villazón,
una mezcla de júbilo y nostalgia, como la que suele aparecer al crepúsculo
de los domingos, los mantenía unidos y abrazados. Sabían que esta parte
del viaje llegaba a su límite calendario. Se habían quedado con ganas de
mucho más. Santiago de Cuba y el cuartel Moncada, la Sierra Maestra,

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Playa Girón, Viñales, Camagüey, Pinar del Río, y tantos otros lugares a los
que no pudieron concurrrir, y sin embargo se iban con el pecho inflado.
Salieron de la majestuosa casa, de techos altísimos y pasillos oscuros y
largos. Iban con rumbo a la Plaza de la Revolución. Se habían quedado
con la espina de ascender a la torre que homenajeaba al Libertador
José Julián Martí.
Martí, cual paradoja de la historia, no llegó a ver la libertad en
Cuba. Siendo hombre de letras y de palabras de talla grande, preparó
la liberación de la isla con mucha anticipación, minuciosidad y
paciencia en sus largos años en el exilio. Esperaba que estén dadas
las condiciones, no sólo para un triunfo bélico, sino también para un
triunfo democrático. Deseaba que así naciera la flamante república.
Concebida con los ideales de la democracia, la libertad y la justicia.
Tras vivir en España, México, Guatemala y Venezuela, había abrazado
la causa de Bolívar de una América Libre, opuesta a cualquier imperio.
Muchos años, vivió también en Nueva York, donde la comunidad exiliada
era grande. Vivía de artículos periodísticos que escribía para periódicos
de varios países. Entre ellos, el oligárquico diario La Nación de Bartolomé
Mitre había solicitado su pluma. La generación del 37, con Sarmiento a
la cabeza, era ávida de la mejor literatura universal. El puño mismo de
Sarmiento era excepcional. Pero Martí no escribía las bellezas sobre los
Estados Unidos, que en el Sur americano querían escucharse.
Antes de emprender viaje a Cuba, con el General Máximo “el viejo”
Gómez, cuando la misión, largamente preparada, había sido objeto de
delación y su fracaso era inminente, Martí escribía que: “(…) ya estoy
todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber –puesto
que lo entiendo, y tengo ánimo con qué realizarlo– de impedir a tiempo con la
independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos
y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice
hasta hoy, y haré, es para eso. (…) Viví en el monstruo y le conozco las entrañas:
y mi honda es la de David.”15
Autor de frases memorables, las calles de Cuba estaban protegidas
por sus palabras. “A las alturas no se sube a saltos. El primer peldaño es
nuestra unión sólida (…)”,16 decía con la idea de unir a toda la emigración
en Nueva York, en Tampa, en el Cayo, también en Santo Domingo,
donde se encontraba el General Gómez, o en Costa Rica, donde penaba
el exilio el mulato General Antonio Maceo. “(…) El genio va pasando
de individual a colectivo, se expanden las cualidades, de los privilegiados a la
masa (…)”,17 había anticipado en su estadía en Venezuela.

15 Según Mañach, Jorge. Martí, el apóstol, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales,


2001, p. 248.
16 Ídem, p. 201.
17 Ídem, p. 137.
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“(…) yo quiero que la ley primera de nuestra República sea el culto de los
cubanos a la dignidad plena del hombre (…) O la República tiene por base el
carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar cada uno con
sus manos y pensar por sí propio, y el respeto, como de honor de familia, al
ejercicio íntegro de los demás: la pasión, en fin, por el decoro del hombre, o la
República no vale una lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota de sangre
de nuestros bravos”.18
“(…) pongamos alrededor de la estrella, de la bandera nueva, esta fórmula
del amor triunfante: ¡Con todos para el bien de todos!”19
El talante de su vocabulario era tal que Rubén Darío había dicho
de él, “Nunca he encontrado, ni en Castelar mismo, un conversador tan
admirable”.20
Siete años después de que muriera en batalla se izó por primera vez
en el castillo del morro de La Habana la Insignia Nacional. Martí decía
que “cuando se ha vivido bien, la muerte es una victoria”.21 Y la muerte
de Martí había encendido a los insurrectos hasta el triunfo final. Sus
ideas en vida fueron, a la sazón, la forma en que nació la flamante e
independiente nación, cuyas ideas fueron retomadas por la revolución
de 1959, tras largo período de interrupción.
El destino quiso que el monumento, nuevamente, esté cerrado.
Era Domingo. Nunca hasta ese momento, los hermanos se habían
percatado de ese detalle.
No obstante, ello no los desanimó. Luego de intercambiar abrazos
con José Martí a un lado de la plaza, y con Ernesto Guevara al otro,
los sureños se fueron para el otrora palacio de Gobierno del tirano
fulgencio batista, Museo de la Revolución en la actualidad.
Notable fue la dinámica que encontraron en el coloso. Desde la
Libertad arrancada a España, hasta la intervención de Estados Unidos
posterior a la independencia, fueron los prólogos de las salas dedicadas
específicamente a la Revolución impetrada por Fidel y los suyos.
Fidel había sido encarcelado luego de que, un 26 de Julio, un grupo
por él liderado y que luego llevaría por nombre esa fecha, asaltó el
cuartel Moncada en Santiago de Cuba, en 1953. Ese era el segundo
regimiento en importancia en toda la isla. La epopeya creyó rayar el
amargo sabor de la derrota, cuando por azar una patrulla que no hacía
guardia habitual en ese horario, descubrió el sospechoso movimiento.
Aun así, en enfrentamiento directo cayeron más soldados de la
dictadura que del movimiento revolucionario.

18 Ídem, pp. 185 y ss.


19 Ídem, p. 187.
20 Ídem, p. 215.
21 Ídem, p. 141.
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Lo que siguió a ello fue una masacre: fusilamientos de prisioneros,
torturas, y desapariciones en días posteriores. El dictador sentía
vergüenza de que su ejército tuviera más bajas que el movimiento
enemigo.
Pero también, lo que siguió fue el prestigio ganado por el grupo
libertario, consagrado en la sangre de esos mártires masacrados por
intentar la Justicia.
Más tarde fue liberado Fidel, tras la presión popular que campeó
en una campaña muy amplia por la amnistía. Previamente, había
sentado las bases de la futura Revolución Cubana, en su alegato
defensivo en el viciado juicio que le siguieron por alzamiento
contra la Constitución Nacional, norma que había sido derogada de
facto por la tiranía. En tal documento además sustentó con creces
su derecho de resistencia contra la tiranía, y para la posteridad
concluyó: “La historia me absolverá”.
Flamante abogado, líder del estudiantado y de las masas oprimidas,
su labor dentro de la isla se veía demasiado acotada bajo el despotismo
del tirano. Marchó al exilio mexicano, donde preparó la expedición.
El terreno en la isla estaba fértil para la liberación.
El museo seguía contando cuando Fidel conoció al Che, en México,
y le propuso que sea parte de la expedición; la amistad entre Che y
Camilo Cienfuegos; la llegada a la isla; la dispersión en Guerrillas; los
parciales triunfos hasta la entrada triunfal en La Habana.
Camilo, por su parte, murió al caer un avión en el que se trasladaba
en los primeros años de la Revolución.
Sobraban muestras del desinterés con que, en los líderes, nacía la
Revolución. El museo rendía homenaje profundo a ellos.
Luego continuaba en las afueras del palacio. Se veía el yate “Granma”
con el que habían desembarcado a la isla, junto a una turbina de
un avión derribado en la batalla de Playa Girón, cuando cubanos
nostálgicos de sus privilegios, exiliados en los Estados Unidos, con
el absoluto apoyo de ese país, habían querido recuperarlos. También
habían aviones y otros instrumentos de la guerra.
Fue en ese momento, tras el primer bombardeo yanqui en abril de
1961, cuando Fidel, además de dar respuesta militar, idea un formidable
contragolpe político. Proclama el carácter socialista de la Revolución. Así,
el pueblo está dispuesto a morir por el Socialismo, y Estados Unidos se ve
forzado a replegarse para no romper el equilibrio de la Guerra Fría.
Hinchados de historia, pero con algo de hambre, fueron a comer
una pizza de parados, en moneda Nacional. A su lado, un gurí jugaba
al béisbol solo.
Walter lo abordó y, tempranamente, descubrió una inteligencia que, de
no ser que lo estaba viendo, no cabía en ese diminuto cuerpo de niño.

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Con apenas 10 años, el chico explicó que quería ser ingeniero,
cuando terminase la escuela. Extraño les resultó a los hermanos, la
determinación que había en tan pequeña persona. Conversaron un
poco más, hasta que el niño se despidió.
Ellos continuaron hacia La Habana Vieja. Tenían el dato de que una
lancha de transporte cruzaba la bahía, por centavos nacionales, donde
podrían conocer el castillo del morro. Hacia allí fueron.
El castillo del morro, construcción añeja de estilo romano, amurallado
con piedras amarillentas y torres en sus vértices, albergaba en su interior
un cúmulo de historias dignas.
Como se dijo, allí se había izado la bandera cubana, por primera vez,
cuando empezaba el siglo XX. Pero ese fue también el lugar donde el
Comandante Ernesto Guevara había instalado su comandancia, con el
triunfo de la Revolución. Un cuarto, cual museo, se mantenía intacto con
los muebles, máquinas y otros utencillos que el Che había utilizado allí.
Tras sus murallas, se observaba La Habana entera. Se divisaban muy
a lo lejos los mástiles antiimperialistas, y la embajada a su espalda. Se
veía, también, el hotel “Habana Libre”. No se veía el homenaje a los
300.000 voluntarios que alfabetizaron a la isla toda, una vez que triunfó
la revolución, recuerdo glorioso que dentro del hotel se levantaba.
Algo más cerca estaban las cúpulas del capitolio y del palacio de la
Revolución. Las fachadas viejas de los edificios del malecón los miraban.
Ellos no se hacían cargo de esos curiosos ojos. Contemplaban ahí nomás
el faro que estaba de ese lado, de su sector de la bahía.
Y lo del faro era para ellos como un símbolo. Cuba venía alumbrando
la historia de las luchas, de las resistencias contra la opresión desde su
triunfo revolucionario. Ahí estaba el faro, alumbrando.
El periodista argentino, Eduardo Aliverti, destaca el símbolo:
“Tengamos honor intelectual. No puede caerse así como así en la banalidad
de decir que lo insoportable de Cuba es su falta de libertad. A los tilingos que
piensan sin más de ese modo les cabe la inmortal frase de Anatole France:
‘Todos los pobres tienen la libertad de morirse de hambre bajo los
puentes de París’. Lo insoportable de Cuba es que ha demostrado que se
puede otra cosa. Que se puede resistir, y en soledad, al imperio más formidable
de la historia. Que hay una vida con dificultades inmensas pero en la que
todos los habitantes tienen garantizado el alimento, el estudio, la medicina, la
universidad. Y lo peor, lo más intolerable, es que esa subsistencia, objetivamente
heroica, se convirtió en y continúa siendo un faro para los luchadores sociales
de todo el mundo; y en particular para el movimientismo y las utopías del patio
de atrás. Allí donde haya el escándalo de un desnutrido, de un analfabeto, de
enfermedades de la miseria, de una diferencia de clases insultante, de escuelas
y hospitales que se caen a pedazos, de cifras espantosas de mortalidad infantil,
de viejos abandonados, de pibes enloquecidos por la droga, allí se eleva contra

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las castas del privilegio el fantasma de Cuba. Y el riesgo es que siga elevándose,
hasta que no quede nadie, ni un solo imbécil, que mientras lleva una vida de
mierda cuestiona que en Cuba no hay democracia.
De que los cubanos puedan resistir depende que no desaparezca una de las
experiencias de liberación más concretas y fascinantes de la historia americana.
Si los yanquis vuelven a desembarcar allí, cada oprimido de este mundo habrá
de quedarse sin el más real de sus faros. Eso es grave, por mucho que a poco de
andar quedara demostrado lo terrible de la recolonización”.22
*
El día se iba a descansar. Los hermanos volvieron hacia La Habana
Vieja. Descubrieron una placa, que indicaba que allí había habitado el
escritor estadounidense y premio Nobel de literatura, Ernst Heminway,
quien supo decir contra su país natal “Les ganaremos”.23 Pasaron por
un bar antológico, denominado “La bodeguita del Medio”, donde
solicitaron agua caliente para tomar mate en el malecón.
Mateando en el malecón, se aproximaron a un artesano. La excusa
eran los drelos, mal conocidos como rastas, que Sharon quería hacer
en su cabello.
–Una pregunta, ¿sabés hacer rastas? –consultó Sharon.
–No hermana, hay otro amigo mío que sabe, pero ya se ha ido
–informaba el artesano, cuando, súbitamente preguntó –¿Cómo te
llamas?
–Sharon, y ¿vos? –devolvió ésta la gentileza.
–Julián. Te voy a cantar una canción, si me permites –se atrevió el
artesano.
No fue una solamente. La primera fue dedicada a la interioridad que
tiene que tener necesariamente una persona que lleva drelos. Todo era
improvisado. Era puro talento Julián. Luego dedicó una canción al
mate, que los argentinos le habían convidado, y que él ya conocía. Más
tarde inspiró otro tema, el crepúsculo que maravillados observaban.
Otro a su amiga, la naturaleza.
Era un hombre lleno de sabiduría y amor. No le interesaba la política,
ni la economía. Era feliz siendo músico, artesano y siendo natural.
Se creía privilegiado. Lo era. No muchas personas eran capaces de
sentir tanto desprecio por las cuestiones materiales, y venerar tanto
a las pinturas que la naturaleza regalaba. Sentía pena por quienes
voluntariamente o no, ciegos de su propia ceguera, no lograban ver la
verdadera belleza de la vida.
Varias horas se quedaron platicando con él. Era otra enseñanza.
También se veía el desinterés, la franqueza, la gracia, las bromas. Julián

22 Artículo publicado en el periódico argentino Página 12 en la edición del lunes


07/08/2006.
23 Frase extraída del sitio de Internet www.elortiba.org.ar
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tocaba serenatas espontáneas a esa hora, en el malecón, a cambio de
alguna propina. No era éste el caso. Como era libre, disponía de su
tiempo, y había decidido pasar ese buen momento con los argentinos,
intercambiando historias en lugar de seguir “trabajando” esa tarde.
Era ya de noche cuando decidieron despedirse con la promesa de
buscarlo el día que volviesen.
Retornaron para la casa de Villazón. Se bañaron, se pusieron lindos
para despedir a esa luna cubana que ya no verían a la siguiente noche.
Comieron en el mismo lugar que el día anterior, y se dispusieron a ir
al malecón a brindar. Tenían motivos para hacerlo.
Como todas las noches, el malecón se encontraba lleno de parejas, de
amigos que iban a saludar al mar y a la luna, y a bailar coplas cantadas
a capela. Destaparon unas cervezas y las chocaron. El día siguiente sería
otro. El mañana sería otro, ya.
Prometieron volver pronto. Habían dejado amor. Recibieron amor.
Cuba los había cobijado como hijos de su tierra. Ellos también la
amaron como patria propia. Volverían. Todavía no se habían ido y ya
la extrañaban.
Cuentan que un negro desorientado no entendió nada cuando
vio esos tres pálidos rostros, que bajo el oscuro cielo y las solitarias
calles, denotaban humedad en sus pómulos, y de sus bocas salían,
simultáneamente, dos palabras en forma de grito: “¡Hasta luego!”, y
otra vez: “¡Hasta luego!”. El negro contó 48 veces por cada palabra
que salió de cada uno de los tres hermanos. Los creyó locos. Y estaba
en lo cierto, o no. No era eso lo importante. A esa altura, el Sureste
mexicano los esperaba. Cuba los saludaba con simpleza. Sabía que
pronto los volvería a ver.

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Capítulo tercero

El Sur del Norte

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D. Shock
La llegada a México fue traumática. Al cruzar de la isla a continente, la
ciudad a la que arribaron fue Cancún, con todas las frivolidades y miedos
del capitalismo más salvaje. “¿Vive inseguro? ¿Gusta del confort? Country Golf
Club, la solución. Solicite asesor.” “¿Tiene deudas? Préstamos en efectivo a sola
firma.” “Compre su carro hasta en 60 cuotas.”
De esa calaña eran los letreros publicitarios que daban la bienvenida
a los fraternos, que tan desintoxicados de todo ello estaban. Empezaron
de a poco a caer. Cuba había quedado atrás en ese viaje, o arriba. En
todo momento la recordarían.
El mismo sol que los despidió por la mañana en La Habana los
saludaba ahora en México. ¿Era, en efecto, el mismo? Quemaba como
el cubano, pero no brillaba como él.
La geografía indica que el sol siempre es el mismo, en todo el
universo, enseña que la tierra gira alrededor de él. Sin embargo, daba
la impresión de ser distinto. En tierra Maya, no parecía igual que el de
más de 500 años atrás.
Cancún les resultó en ese momento insoportable. Así como llegaron,
tomaron un bus que los depositase en alguna playa más al Sur, para
intentar disfrutar ese día junto a los beneplácitos de la naturaleza, de
los cuales esa porción del mapa goza de varios. ¡Qué lástima que a
algunos se los exprima tanto!
Por la carretera que los llevaba al pueblo de Tulum, miraban por el
cuadro del micro y comentaban. Eran horas complicadas. Acostumbrarse
a ese panorama era difícil, simplemente porque no querían hacerlo.
La primera escala fue Playa del Carmen, donde aprovecharon para
ir al baño a saciar sus necesidades del cuerpo. El toilette en la terminal
no era público, había que pagarlo. Optaron, entonces, por ir al Mc
Donald´s que frente a ella se alzaba. Debieron apurarse debido a que
el bus estaba por partir.
Una vez arriba del bus, tuvieron que sentarse por separado ya que
se encontraba completo. Walter aprovechó para leer La edad de oro de
José Martí, John leía Patas arriba de Galeano, y Sharon tejía pulseras,
las creaba.
Al llegar a destino, y luego de armar la carpa o tienda de campaña
en un hostal, se dispusieron a comer los tacos más picantes que en sus
vidas hayan deglutido, antes de ir para la playa.
Tulum era una comarca simple. Tenía una avenida principal en forma de
boulevard, a cuyos márgenes se situaban muchos comercios que vendían
artesanías regionales. No poseía grandes hoteles, presentando un ambiente
más propicio para el aventurero, aquel que está cómodo sin “comodidades”,
que para el confortable burgués, necesitado de tratos delicados.

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Al llegar a la playa, se encontraron con un lugar de una hermosura
paradisíaca. Arenas blancas de textura similar a la cal; aguas
transparentes, aunque teñidas de turquesa; palmeras; chicas practicando
nudismo; y, de fondo, una construcción Maya, que había quedado firme
junto al mar por cientos y cientos de años, desafiando todas las fórmulas
arquitectónicas, que hubieran vaticinado su temprana erosión.
La pachamama era muy generosa con sus retinas. Sólo la ambición del
hombre podía deformar o restringir, hasta aniquilar su generosidad. Tulum
todavía se mantenía algo virgen, con relación a la demostración de crueldad
que el ser humano había desplegado en sus vecinas playas.
México era tierra querida por los quilmeños. Todos habían sabido
disfrutar del humor y de la sabiduría del antihéroe que Chespirito
encarnaba en el “Chapulín Colorado”, o en la ternura e inocencia
del niño de la calle que representaba el “Chavo del Ocho”. Sharon
aseguraba que conocía al detalle cada una de las escenas de cualquiera
de los programas del humorista, y que estaba preparada para desafiar
a quien dijera saber más que ella al respecto.
Lugar de cultura, México había servido de exilio a muchos jóvenes
que habían logrado escapar de las garras del terrorismo de Estado en la
Argentina, y de su intento de extirpar el “tumor” subversivo, así como
al resto de Latinoamérica.
En ese momento mismo, México saludaba y cobijaba amablemente
a los hijos de aquellas australes tierras, devastadas por una bomba
accionada en tiempos de dictadura, y detonada en diciembre de 2001:
el neoliberalismo.
Tierra de revolucionarios, Emiliano Zapata había liderado la primera
revolución de pobres del siglo XX, incluso antes que la Revolución
Bolchevique.
No obstante ello, el destino les había jugado una mala pasada.
Vecinos del imperio en miles de kilómetros, habían sufrido como pocos
sus deshechos. Situados ambos en la parte Norte del continente, los
Estados Unidos se expandieron de manera formidable sobre territorio
mexicano, sin miramientos de ningún tipo, y ahora lo utilizaban como
reservorio de la mano de obra más barata, y como chivo expiatorio del
narcotráfico.
Hace un tiempo, Fidel Castro había calificado al presidente argentino
de entonces, Fernando de la Rúa, como “lame botas yanqui”, calificativo
similar que el presidente venezolano Hugo Chávez tuvo hacia su colega
mexicano Vicente Fox, en la Cumbre de las Américas en Mar del
Plata, en 2005, dada su incansable labor a favor del ALCA, que sólo
beneficiaría a los Estados Unidos.
Hacia fines de siglo alguien se había cansado de tanta hipocresía,
de tanta explotación, de tanto olvido. En las montañas del Sureste

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mexicano alguien dijo “Basta” en Enero de 1994, y lo seguía diciendo
ahora, con mucha más fuerza, mientras los hermanos visitaban esas
latitudes.
México era también tierra de rebeldes, no estaban dispuestos a tener
el papel de lacayos del imperio. En defensa de los desposeídos, de los
humillados, de los olvidados por 500 años, Marcos vino a convencerlos
de que podían.
En esas tierras del Sur de México se encontraban los consanguíneos.
En tierra Maya, cultura originaria. Dispuestos a abordarla, ansiaban
conocer enseñanzas de los ancestros de estos cielos y de los rebeldes
del hoy y del mañana.

C. Hermandad latinoamericana
Galeano supo escribir que: “(…) Por el camino hasta perdimos el derecho
de llamarnos americanos (…) Ahora América es, para el mundo, nada más
que los Estados Unidos: nosotros habitamos, a lo sumo, una sub América, una
América de segunda clase, de nebulosa identificación”.1
Walter, situado en territorio Maya, recordaba la reflexión que había
escrito un año atrás y había enviado al Correo Central de Buenos Aires,
en un sobre blanco, en cuyo remitente se leía: “A los americanos”.
Este autor ha accedido una copia de la misma, que aquí se
reproduce:
“¿Qué define a los hermanos? ¿Qué significa ser latinoamericano? Son dos
preguntas que apresuradamente pueden ser respondidas con eficacia. A lo
primero dirán que lo son quienes nacieron de los mismos padres; a lo segundo
dirán, como verdad de Perogrullo, que es lo oriundo/nacido en países del
continente americano cuyos idiomas oficiales derivan del latín, es decir, desde
México hacia el Sur, todo.
Luego, ¿si unimos esas dos definiciones se podría lograr la de ‘hermano
latinoamericano’?, ¿quién sería? Una mirada rápida podrá apuntar al vínculo
que ostentan los hijos que algún viajante haya dejado en alguno de los distintos
países de este continente. Pero un análisis algo más profundo exige explorar
un poco más.
Remontémonos a los orígenes de América. El nombre, como sabemos, se lo
debemos a un tipo que dibujó por primera vez los límites geográficos de estas
tierras, su nombre, Américo Vespucio. ¿Fue por primera vez?, ¿acaso Colombo
DESCUBRIÓ América?, ¿la descubrió para quién?, ¿y los habitantes originarios
de estas tierras, esos que parecían tan TONTOS, que no se daban cuenta de

1 Galeano, Eduardo. Las venas abiertas de América Latina, Buenos Aires, Catálogos,
2003, p. 16.
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que una onza de oro valía más que un espejito de color, no la habían descubierto
antes? ¿Si no la descubrieron antes, cómo era que la habitaban?
Si a esto respondemos que Colombo NO fue un descubridor, sino un
colonizador, y con mayor precisión, un GENOCIDA, a pesar de quienes
aman a Cristóforo, amor que deben a la revista Billiken o a sus ideólogos, o a
los ancestros de éstos; Si respondemos que en realidad los originarios de estas
tierras no eran tan tontos, pues si la demanda se mide por la escasez de los
productos, y aquí no habían espejos y sobraba oro, podríamos concluir que hasta
podrían llegar a ser adelantados a los modernos economistas; si pactamos que
en rigor de verdad estas tierras eran de quienes las habitaban hasta que llegó el
usurpador, podríamos definir que es ‘americano’ quien vivía en este continente
con anterioridad a que llegara el europeo, y sus descendientes, aunque ellos
deban aceptar este título, rótulo, nombre que no han elegido.
Pero, ¿por qué la división entre los latinoamericanos y los norteamericanos?
Más aun, ¿no sería un contrasentido que existiera una división entre americanos
y latinoamericanos, cuando parecería que lo primero abarca a lo segundo?
La separación no la establecieron los dueños de este suelo, la dispuso el Poder
económico, que rápidamente ubicó sus oficinas en algún piso 108 de algún
alto edificio de Manhattan. Si bien parece que se trataría de una separación
producida por su pertenencia a distintas culturas, una la anglo sajona, la
otra la latina, lo cierto es que todo esto es posterior a la colonización de estas
partes, y que si bien pudo tener sus orígenes en dicha descendencia cultural,
rápidamente, en las tierras cuyos ocupantes hablaban idiomas derivados del
latín, se fue perdiendo el derecho de llamarse ‘americanos’.
Ahora para el mundo, ‘americanos’ son los que nacieron en los Estados
Unidos, y ‘latinoamericanos’ somos nosotros, los de México al Sur. Pero, ¿quién
se preocupa de los originarios?, ¿En qué definición entran?, ¿tienen que caber
en alguna?
Ellos, y sus descendientes, que son los dueños de la tierra desde siempre, son
quienes merecen llamarse ‘americanos’, aunque no por ese rótulo, pues no tienen
por qué homenajear a un hombre que nada bueno ha hecho por ellos. Por allí sería
más justo que en su lugar se encontrara el nombre de Túpac Amaru, por postular
alguno, o no deseen tener un rótulo común en atención a la diversidad cultural,
aunque los una su condición de víctimas del opresor.
Quienes descendemos de los europeos, usurpadores hace tiempo, inmigrantes
más acá, y que habitamos estos pastos, ¿somos latinoamericanos?, algún Wilson
en Caracas, un Kevin en Buenos Aires o Rosario, un Washington en Montevideo
dirá que no, que ‘nosotros somos blancos, rubios de ojos color océano, y ellos
son negritos y arrugados por el trabajo bajo el sol’, que ‘no tenemos nada que
ver con un bolita o un paragua’. Esta mirada responde a una visión filosófica
milenaria, que data de algún pensador de la antigua Grecia, por la que sólo
existe lo que se ve, y como en el caso, estos muchachos no verán parecidos físicos
con los de tierra adentro, concluirán que nada los iguala, que todo los aleja, y

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hasta dudarán si Argentina no queda en Europa (tomando por Argentina sólo
a algunos grandes centros urbanos).
Estos hombres no se dan cuenta de que, como a los originarios, por más que
tuviesen costumbres distintas, lo que los une es su condición, no circunstanciada
o coyuntural, sino histórica, de Vecinos/Víctimas de un opresor común, el Poder
económico y político que concentra el capital obtenido por la explotación de los
oprimidos, y que jamás se le ocurrirá repartirlo, pues su ambición le nubla los
ojos, y su codicia hace añicos su sensibilidad.
Su consecuencia: la miseria y el destino siempre incierto.
Es un momento en que podemos reflexionar sobre esto, y permitirnos soñar con
que nos demos cuenta de que no deben importar las pequeñeces, sino que más
fuerte debe ser la conciencia de clase, la conciencia de oprimido, la conciencia
de sureño, la conciencia de latino, que nos permita ver que se puede luchar
contra las injusticias en cualquier parte de estas latitudes, aunque nuestros
ojos tengan distintas tonalidades.
Walter”

B. Cultura Maya y otras


Luego de su experiencia en el Norte Argentino, Walter había lacrado
el amor por los pueblos originarios de América toda. En esa ocasión,
tras visitar la fortaleza de Los Quilmes, tuvo la ocasión de asistir a
una asamblea de delegados de distintas tribus. Paradojas, de esas
que abundan en la historia, la asamblea se realizaba dentro de una
parroquia.
Tras una lluvia torrencial, el micro que los debía llevar al lugar
donde acampaban, en la frontera salteña, había decidido no pasar
por la anegación de la ruta. Caminó Walter, junto a su amigo Wimpy,
kilómetros y kilómetros bajo el oscuro y agresivo cielo tucumano. El
ocupante de la única casa que el trayecto había dibujado les informó
que en una parroquia no muy lejana podía haber alguna persona que
tuviera auto y que se arriesgara a alcanzarlos. Hacia allí fueron.
En dicho templo les ofrecieron pasar a escuchar la asamblea calchaquí.
Las opiniones pasaban en rededor a la pérdida de valores culturales
que percibían en los jóvenes, la desunión de las distintas tribus, la
fragmentación de la lucha.
Walter, indignado con la división de los condenados, irrumpió:
–Sabrán disculparme, es que no puedo verlos tan desunidos. ¿Acaso
no saben que la unión hace a la fuerza? ¿Desconocen que el poder los
quiere separados y sumisos? Tienen la oportunidad de terminar con
eso. Ustedes, Los Quilmes, han dado muestras sobradas del coraje
para la lucha. Es un momento propicio para ello. Yo vivo en Quilmes,

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provincia de Buenos Aires, para lo que necesiten cuentan en mí a un
hermano.
Conmovido quedó el auditorio, ante semejante alocución
inesperada.
–Tiene razón –dijo una encorvada señora, mientras miraba a sus
compañeros de reunión.
–Sí. Basta de pequeñeces. Tenemos que estar todos juntos. Y claro
que necesitaremos de vos en Buenos Aires –dijo otra señora, cuando
concluyó el sendero de su mirada en Walter.
–Acá les dejo mis direcciones y teléfonos. Acá y allá daremos la pelea
–sentenció Walter, que sin darse cuenta se estaba comprometiendo
para siempre con esa causa.
*
Ahora los hermanos se encontraban llegando a Palenque, luego de
pasar la noche viajando desde Tulum. Se hospedarían en una especie
de precaria cabaña, situada en el medio de la selva, ladera a un arroyo.
Otro lugar de ensueño.
Palenque había sido un importantísimo centro de la civilización
Maya.
Cuando vieron los hermanos, las altaneras obras arquitectónicas que
en esa ciudad, ahora museo, se levantaban recordaron un fragmento del
Facundo de Sarmiento en el que describía la sociedad de la Revolución
de Mayo: “Había, antes de 1810, en la República Argentina, dos sociedades
distintas, rivales e incompatibles: la una, española, europea, culta, y la otra,
bárbara, americana, casi indígena (…)”.2
Inexplicable era que llamasen bárbaros o salvajes a quienes habían
empleado semejante arte y tecnología cientos de años ha, mucho antes
que los europeos conocieran estas orillas. Allí, en Palenque, se miraban
y comprendían lo adelantado de aquellas civilizaciones.
¿Qué hubiera sido hoy de la América indígena tal como vivía antes
de ser conquistadas? ¿Cómo hubiera subsistido el modo comunista de
organización de varias de sus tribus? ¿Tendríamos la enorme pobreza
que tenemos a partir de la llegada de “La Civilización”?
“Pobreza y dolor, sólo trajo el progreso, la cultura de la traición y los indios,
en los museos (…)”, canta “La Renga”, haciendo una partitura de la
realidad, desde el neoliberalismo, que llegó en nombre de un mundo
más confortable y eficaz, y todavía no se ha ido, resultando nefastas
sus consecuencias.
¿Qué opinarán de este mentado progreso un carioca en el morro de
la favela rocinha, o un indígena boliviano en las alturas de La Paz, o
un Wichi en Salta, mientras le arrasan los bosques? o sencillamente,

2 Sarmiento, Domingo Faustino. Facundo, Buenos Aires, Colihue, 1990, p. 69.


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¿qué pensará más de las tres cuartas partes de la población americana,
la América pobre?
Todos estos interrogantes volvían a surgir en la cabeza de los sureños
mientras observaban las construcciones sublimes, y a sus mentores
despojados.
México testimoniaba contradicciones. Había querido ser lo que no
era. Era indígena. Quería ser anglosajón. Tenía una herencia cultural
impagable con la lógica del dinero, mas ellos apostaban en efectivo.
Hacia fines de siglo XX, algunos se estaban cansando de ser olvidados,
acallados, pisoteados y perseguidos por siglos. Esto también se veía en el Sur
de México. Muchos habían dejado de lado una actitud temerosa, sumisa,
para vivir la vida en posición activa, luchando, resistiendo.

A. Gritos de noche
Era la noche en la selva de Palenque. Esa tampoco sería una más.
Se dirigieron hacia un bar cercano, donde poder picar algo. Allí se
encontraron con que ahí mismo estaba por empezar un show de música
latinoamericana.
Mientras pensaban algo barato para comer, empezó a sonar una
canción, que ellos habían escuchado cantar en boca de varios, mas sobre
todo oriundas de las cuerdas vocales de la “negra” Mercedes Sosa:
Salgo a caminar / Por la cintura cósmica del sur / Piso en la región / Más vegetal
del viento y de la luz.
Siento al caminar / Toda la piel de América en mi piel / Y ante mi sangre un río
que libera mi voz su caudal.
Sol de alto Perú / Rostro Bolivia, estaño y soledad / Un verde Brasil, / Y a un lado
Chile cobre y mineral
Subo desde el sur / A Surinam y a América total… / Una raíz y un grito / desti-
nado a crecer y a estallar
Todas las voces, todas / Todas las manos, todas / Toda la sangre puede / Ser
canción en el viento
Canta conmigo, canta / hermano Americano / Libera tu esperanza / Con un grito
en la voz…
Los parientes no pudieron encargar comida o bebida alguna hasta
que la canción supo callar, y estallar en aplausos de su público.
¿No estaban ya gritando su esperanza?
Los artistas pasearon sus instrumentos por varias canciones de la
música continental, como aquella que desea que “llueva café en el campo”,
o la mismísima “Guantanamera”. Con tacos de por medio, la velada
era profunda, sideral.
Una vez que concluyeron los músicos, vino un espectáculo de
tambores, bongós, tumbadoras y timbales. Más adelante, y cerca de las

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mesas, hacía su aparición una muy sensual mexicana, con antorchas
de fuego en cada mano. Al compás de la percusión, hacía malabares
de increíble calibración, teniendo en cuenta que se enfrentaba con el
siempre respetado fuego.
Cerró la chica, y apareció un diminuto y hábil joven, para agarrar la
posta de fuegos, que le había dejado su compañera. Era espléndido lo
que hacía. Jubilosa era la noche para los sureños. Se retiraba el flaco y
venía otra chica a continuar los fuegos.
Ellos hablaban poco para no faltarles el debido respeto a los artistas.
Cada uno, por dentro de su cabeza, nadaba en las olas de un caudaloso
océano de ideas, experiencias, esperanzas que estaban recabando.
Al día siguiente se irían. Allí habían ido a conocer la ciudad Maya,
como una escala para ir al glorioso estado de Chiapas. Querían conocer
de cerca un movimiento que venía creciendo, desde abajo, sin prensa,
que prometía llegar bien alto.
Terminaron de deleitarse con la percusión, los fuegos y los acróbatas
y brindaron:
–¡Por México! –dijo Walter.
–¡Por América! –agregó John.
–¡Por Nuestra América! –corrigió Sharon.

ZZ. Territorio Zapatista


En la mañana siguiente tomaron el micro que los depositaría, a la
sazón, en la ciudad de San Cristóbal de las Casas. Por el sinuoso camino,
iban leyendo los hermanos. De pronto John, al mirar a través del vidrio,
vio una efigie del Che, pintada en una pared. Se la enseñó a Walter.
Se trataba de un Caracol Zapatista, según anunciaba un letrero de la
siguiente manera: “Usted está en Territorio Autónomo Zapatista, donde el
pueblo manda y el gobierno obedece”.
Se trataba de un pueblo de unas cinco cuadras de ancho, aunque
desafiante, se paraba erguido, para enrostrarle a quien quiera verlo
que quienes vivían allí ya no eran ultrajados ni sometidos, haciendo
su Resistencia, Dignidad Rebelde.
Se dirigían hacia el lugar donde alguna vez había sido obispo, Fray
Bartolomé de Las Casas. De él José Martí escribió, con la simpleza con
que se le cuentan las cosas a los niños: “Cuatrocientos años hace que vivió
el padre las Casas, y parece que está vivo todavía, porque fue bueno (…) Así
pasó la vida, defendiendo a los indios”.3

3 Martí, José. La edad de oro, La Habana, Editorial Gente Nueva, 1988, p. 193.
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Las Casas sabía gritar. “¡No es Verdad que los indios de México mataran
cincuenta mil en sacrificios al año, sino veinte apenas, que es menos que lo que
mata España en la Horca! ¡No es verdad que sean gente bárbara y de pecados
horribles, porque no hay pecado suyo que no tengamos más los europeos; ni somos
nosotros quién, con todos nuestros cañones y nuestra avaricia, para compararnos
con ellos en tiernos y amigables; ni es para tratarlo como a fiera un pueblo que
tiene virtudes, y poetas, y oficios, y gobierno, y artes! ¡No es verdad, sino iniquidad,
que el modo mejor que tenga el rey para hacerse de súbditos sea exterminarlos, ni el
modo mejor de enseñar la religión a un indio sea echarlo en nombre de la religión
a los trabajos de las bestias; quitarle los hijos y lo que tienen de comer; y ponerlo a
halar de la carga con la frente como los bueyes!”4
El poeta y libertador cubano, en honor a las Casas, y a sí mismo,
¿por qué no deducirlo? Dijo: “El hombre virtuoso debe ser fuerte de ánimo,
y no tenerle miedo a la soledad, ni esperar a que los demás le ayuden, porque
siempre estará sólo: ¡pero con la alegría de obrar bien, que se parece al cielo de
la mañana en la claridad!”5
“Fue a Chiapas, a llorar con los indios; pero no solo a llorar, porque con
lágrimas y quejas no se vence a los pícaros, sino a acusarlos sin miedo, a negarles
la iglesia a los españoles que no cumplían con la ley nueva que mandaba poner
libre a los indios (…)”.6
Tzvetan Todorov calcula el genocidio que los españoles impetraron en
América, en alrededor de 70 millones de personas, entre exterminio directo,
guerras, torturas, hambre, y plagas que los indios padecieron por causa española.
“Ninguna de las grandes matanzas del siglo XX puede compararse con esta
hecatombe”.7
Todorov transcribe unos párrafos escritos por las Casas al observar
la matanza de Caonao, en Cuba, de la que fue testigo: “Al llegar a la
aldea después de ese almuerzo campestre, a los españoles se les ocurre una nueva
idea: comprobar si las espadas están tan afiladas como parece (…) comienzan a
desbarrigar y acuchillar y matar de aquellas ovejas y corderos, hombres y mujeres,
niños y viejos, que estaban sentados descuidados, mirando a las yeguas y los
españoles, pasmados, y dentro de dos credos no queda hombre vivo de cuantos
allí estaban (…)”8
En estas tierras que tanta sangre había regado, se encontraban
peregrinando los fraternos.
Todorov analiza el fenómeno: “El deseo de hacerse rico no lo explica
todo, ni mucho menos; y si es eterno, las formas que adopta la destrucción de

4 Ídem, p. 201.
5 Ídem, p. 202.
6 Ídem, p. 204.
7 Todorov, Tzvetan. La Conquista de América, el problema del otro, México, Siglo XXI editores,
1987, p. 144.
8 Ídem, p. 151.
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los indios, y también sus dimensiones, son inéditas, incluso excepcionales. La
explicación económica resulta a todas luces insuficiente. No se puede justificar
la matanza de Caonao con una codicia cualquiera, ni las madres ahorcadas
en los árboles, ni los niños colgados de los pies de las madres; ni las torturas en
las que se arrancan con tenazas las carnes de las víctimas, pedazo a pedazo;
los esclavos no trabajan mejor si el amo se acuesta con su mujer encima de su
cabeza. Todo ocurre como si los españoles encontraran un placer intrínseco en
la crueldad, en el hecho de ejercer su poder sobre el otro, en la demostración de
su capacidad de dar muerte”.9
Como buen observador, tiene lectura crítica de los acontecimientos
y si bien establece que “(…) si hubo alguien que contribuyó a mejorar la
situación de los indios, fue Las Casas”,10 resalta que: “(…) el reconocer que la
ideología asumida por Las Casas y otros defensores de los indios es efectivamente
una ideología colonialista no mengua en nada la grandeza del personaje, sino al
contrario, justamente porque no podemos dejar de admirar al hombre, importa
juzgar con lucidez su política”.11
En este sentido cree que: “Las Casas no quiere hacer que cese la anexión de
los indios, simplemente quiere que los hagan religiosos en vez de soldados”.12 Así
considera que: “La sumisión y la colonización se deben mantener, pero hay que
llevarlas de otra manera; no sólo ganarán con ello los indios (al no ser torturados y
exterminados) sino también el rey y España. Las Casas nunca deja de desarrollar
este segundo argumento al lado del primero (…)”13
Clarifica: “Las Casas quiere a los indios. Y es cristiano. Para él, esos dos
rasgos son solidarios: los quiere precisamente porque es cristiano, y su amor
ilustra su fe. Sin embargo esa solidaridad no llega naturalmente: hemos visto que,
precisamente porque era cristiano, percibía mal a los indios. ¿Puede uno querer
realmente a alguien si ignora su identidad, si ve, en lugar de esa identidad, una
proyección de sí o de su ideal? Sabemos que eso es posible, e incluso frecuente,
en las relaciones entre personas, pero ¿qué pasa en el encuentro de culturas?
¿No corre uno el riesgo de querer transformar al otro en nombre de sí mismo, y
por tanto, de someterlo? ¿Qué vale entonces ese amor?”14
Con todo, no puede dejar de soslayarse que no hubo tantos españoles
que se preocuparan con semejante celo por los indígenas como lo hizo
Bartolomé de Las Casas.

9 Ídem, p. 155.
10 Ídem, p. 186.
11 Ídem, p. 186.
12 Ídem, p. 184.
13 Ídem, p. 185.
14 Ídem, p. 182.
92

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Y ahora, los hermanos llegaban a San Cristóbal de Las Casas, una de
las ciudades más importantes del estado de Chiapas, con todo eso, y
con la sensación de que alguien había retomado el ideal humanista de
Las Casas, pero el objetivo ahora era dignificante, era su Libertad, su
Autodeterminación. Estaban en el Sur mexicano, tierras montañosas.
Tierras rebeldes. Tierras con pasamontañas.
Era de noche, hacía mucho frío. Buscaron un hostal donde hospedarse
y salieron a caminar. Seguían caminando la Historia.

YY. De injusticias y piratas


San Cristóbal de las Casas era una típica ciudad colonial, con sus
majestuosas iglesias, su plaza, sus casas de una planta, con grandes
ventanales enrejados a los costados de la puerta principal. Española
en su fachada, San Cristóbal era absolutamente indígena. Se respiraba
sabiduría por todos sus rincones. También pobreza y marginalidad.
Paso que los hermanos daban, sobre ellos se abalanzaba un niño o una
mujer. Con sus clásicos atuendos en seda, los indígenas del Sur mexicano
vendían todo tipo de artesanías, con mucha insistencia siempre, casi bajo
ruego: pulseras, chalinas, pulóveres, cinturones, etc.
Eran, ciertamente, situaciones incómodas las que vivían al negarse
a uno y a otro artesano de piel trigueña, pómulos chatos y cachetes
inflados. Los argentinos no tenían el dinero que requería atender el
ruego de cada uno de ellos. La desesperanza, la desesperación, hacían
ir a los trigueños a peticionar con tesón a los blancos turistas que nada
habían hecho para solucionar los problemas aborígenes y que siempre
los habían olvidado y despreciado.
Una feria, grande en magnitud y artística en contenido, se levantaba
hacia el centro de la ciudad. Sharon admiraba las artesanías. Para la
blonda implicaba el poder de las propias manos, la Libertad, y su
correlato la falta de dependencia, la creatividad, la destreza y habilidad.
En cada brazalete, collar o máscara maya todo ello estaba desplegado.
¿Acaso todos estos recursos no son suficientes para que una
persona se solvente? ¿Quién ha hecho creer al mundo que el dinero
es indispensable?
En esa feria, en un stand de remeras observaron una roja, con una
estrella negra, y cuatro letras grandes, en la que se leía: “Cuando bajamos de
las montañas cargando a nuestras mochilas, a nuestros muertos y a nuestra historia,
venimos a la ciudad a buscar la patria. La patria que nos había olvidado en el
último rincón del país; el rincón más solitario, el más pobre, el más sucio, el peor.
Venimos a preguntarle a la patria, a nuestra patria, ¿por qué nos dejó ahí
tantos y tantos años? ¿Por qué nos dejó ahí con tantas muertes? Y queremos

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preguntarle otra vez, a través de ustedes, ¿por qué es necesario matar y morir
para que ustedes, y a través de ustedes, todo el mundo, escuchen a Ramona
decir cosas tan terribles como que las mujeres indígenas quieren vivir, quieren
estudiar, quieren hospitales, quieren medicinas, quieren escuelas, quieren
alimentos, quieren respeto, quieren justicia, quieren dignidad?
¿Por qué es necesario matar y morir para que pueda venir Ramona y puedan
ustedes poner atención a lo que ella dice? ¿Por qué es necesario que Laura, Ana
María, Irma, Elisa, Silvia y tantas y tantas mujeres indígenas hayan tenido que
agarrar un arma, hacerse soldados, en lugar de hacerse doctoras, licenciadas,
ingenieras, maestras...?
Venimos a la ciudad armados de verdad y fuego, para hablar con la violencia
el día primero de este año. Hoy, volvemos a la ciudad para hablar otra vez
pero no con fuego; quedaron en silencio nuestras armas de fuego y muerte y se
abrió el camino para que la palabra volviera a reinar en el lugar donde nunca
debió de irse: nuestro suelo.
Venimos a la ciudad y encontramos esta bandera, nuestra bandera. Eso
encontramos; no encontramos dinero, no encontramos riquezas, no encontramos
nadie que nos escuchara otra vez. Encontramos la ciudad vacía y sólo encontramos
esta bandera. Venimos a la ciudad y encontramos esta bandera y vimos que bajo
esta bandera vive la patria; no la patria que ha quedado olvidada en los libros y en
los museos, sino la que vive, la única, la dolorosa, la de la esperanza.”
Ello también había en esos montes. Las paredes vivaban la lucha
de la Asamblea Permanente Por Oaxaca, que luchaba por la renuncia
del Gobernador Ruiz, quien había asesinado con su policía a varios
manifestantes, reprimido en la universidad y a los maestros. Otras
pintadas pedían por la libertad de los presos políticos en Atenco.
“Estudio primero al hijo del obrero, estudio después al hijo del burgués”
había pintado alguien frente al bar “Revolución” de la peatonal de
San Cristóbal.
Se aprontaba el mediodía, tenían hambre ya. Se dirigieron a un puesto
callejero de tacos, donde degustaron dos cada uno. Era la comida del
pueblo laburante. Se sentían cómodos con ella.
Habían decidido ir a la tarde hacia un cercano pueblo llamado
“Chamula”, pueblo indígena por excelencia. Arquitectónicamente no
tenía más que la iglesia colosal, que injustamente se levantaba en una
aldea tan pobre. También aquí, los consanguíneos fueron abordados
por niñas artesanas que los perseguían con el afán de obtener de ellos
el vil metal. “¡Cuánta injusticia que padece esta gente!”, reflexionó John,
hacia sus hermanos.
Por la tarde, al regresar fueron a buscar el mate y el termo, para ir a cebarlo
y tomarlo en la plaza. Al llegar vieron cómo los niños indígenas se divertían
inflando unos largos globos, los arrojaban para que se desinflaran en el
aire, como una pirueta, como un argumento camino a sus sonrisas. Al

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mirar más allá, los hermanos vieron que un hombre blanco, de colorados
cachetes y pelo rizado rubio, era quien les daba a los niños los globos. Era
inglés. Los del Sur lo conocían del hostal donde se alojaban.
El inglés había logrado generar alegría en los chicos que se
plegaban y amontonaban alrededor de él para que les diera un globo.
Evidentemente en San Cristóbal o no existían los globos o eran escasos,
y sólo para los niños acomodados. Lo cierto es que esos pibes estaban
chochos con su nuevo juego.
Súbitamente, Sharon se percató de un detalle impugnable,
condenable, increíble. Aquel gentil anglo parlante no tenía propósitos
altruistas con la entrega de los mencionados látex. No, su objetivo era
claramente mercantilista.
¿Cómo? ¿Con los chicos?
El inglés estaba cambiando cada globo por el arte de los niños,
representado en las pulseras que ofrecían a la venta. Cuando Sharon
se lo comentó a sus hermanos, ellos no le creyeron. No podía ser tan
falto de ética el comportamiento de ese hombre.
Mas, en efecto, no tardaron en comprobar la avivada de ese pirata.
Como para los indígenas los globos eran escasos, y las pulseras
abundantes, el intercambio les convenía desde un punto mercantil.
Al inglés, ni hablar que le convenía. ¿Cuánto cuesta una bolsa de 200
globos en su país natal, y cuánto 200 pulseras?
Si bien parecía injusto, si el intercambio se hubiera realizado entre
personas mayores, pensantes, con plena capacidad de decisión, habría
sido un buen negocio para ambos. Pero el inglés, de unos 45 años,
negociaba con pibes de 6 o 7 años.
Indignados, los dos hermanos varones fueron a increparlo:
–What are you doing man? Are you doing business with kids?15 –le
preguntó Walter con violencia en los ojos, en un forzoso inglés.
–We both are satisfy with the exchange. It is a good business for us.16
–explicaba con naturalidad el pirata, cuando John lo interrumpió:
–Are you crazy? It’s enough. Go away! go home! 17 –concluyó
terminante, poniéndose en guardia.
–OK, OK, no problem –dijo el canalla, mientras retrocedía, y se
marchaba.
Cantidad les había recordado el episodio a los esclavistas de Colón
que intercambiaban oro por espejos, incluso agravado en que una de
las partes no era capaz para celebrar negocios para ninguna legislación
en el mundo.

15 Del inglés: ¿Qué estás haciendo, hombre? ¿Estás haciendo negocios con niños?
16 Del inglés: Ambos estamos satisfechos con el intercambio. Es un buen negocio
para nosotros.
17 Del inglés: ¿Estás loco? Fuera de aquí. Andate a tu casa.
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Miserias que genera el dinero nublaban al europeo de darse cuenta
de que no estaba bien lo que hacía.
Una vez que dieron fin a ese dantesco espectáculo, terminaron de
tomar mate y se dirigieron al hostal a bañarse y mudar de vestuario
para salir en la noche.
Abrigados con pulóver de llama, los tres hermanos se prepararon
para combatir el frío, en las 5 cuadras que separaba el hospedaje
del bar “Revolución”. Allí tomaron unas chelas, averiguaron cómo ir
al caracol zapatista Oventic, hacia donde partirían al día siguiente.
Mucho habían escuchado hablar de la Dignidad indígena calentada
bajo el pasamontañas. Era hora de que la conocieran de cerca. Por
ello brindaron.

XX. Caracoles
Al despertar en la mañana, estaban ansiosos. Se apresuraron en salir
hacia el mercado de frutos, desde donde saldría el bus hacia Oventic,
corazón céntrico de los zapatistas delante del mundo.
El trayecto fue largo, movido, con cierta dosis de adrenalina. Cuando
estaban llegando, no necesitaron que les comunicaran la proximidad.
Un cartel anunciaba “Para todos todo, nada para nosotros. Municipio
Autónomo Rebelde Zapatista. Junta del Buen Gobierno.”
Al descender del bus a la izquierda de la carretera se levantaba una
construcción que llamó mucho la atención a los hermanos. Con techo
a dos aguas, en su frente había una obra de arte. Se veía a una señora,
con ojos bien abiertos, leyendo. Se acercaron para examinar algunas
inscripciones que allí habitaban. Era la Escuela Primaria Rebelde
Autónoma Zapatista. En la portada del libro se leía con letra despareja:
“La educación autónoma construye mundos diferentes donde quepan muchos
mundos verdaderos con verdades”.
Cruzaron nuevamente la ruta hasta chocar con una tranquera que era
la puerta de entrada al caracol. Allí se alistaba un hombre, cuyo rostro
estaba semicubierto con un pañuelo rojo. Los hermanos le intentaron
explicar que querían entrar a conocer, a charlar, a saber, a aprender, a
historiar. Nada de ello entendió el zapatista, pues no hablaba español.
Sólo atinó a solicitarles los pasaportes.
Al cabo de unos minutos les devolvió los documentos, y los condujo
a una oficina donde los esperaba otro hombre con pañuelo, quien sí
hablaba español. Luego de preguntarles por el motivo de la visita, les
ofreció hablar con la junta del buen gobierno si ellos lo deseaban. Y
claro que aceptaron.

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El sin rostro los condujo hacia la casa de la junta del buen gobierno.
Chapa en su techo, madera en sus cimientos, arte pintado en su exterior,
ahí estaba la casa, con una estrella roja por encima del pórtico.
Los hicieron pasar. Así como entraron quedaron absortos. Un escozor
recorrió sus pieles. Una mezcla de admiración y otros sentimientos
puros giraron por sus venas, cuando se percataron que detrás de un
escritorio los estaba esperando la junta. Dos mujeres en los extremos, y
un hombre en el centro, parecían adivinarse debajo de los pasamontañas
que abrigaban sus semblantes.
El interior estaba decorado con fotos de marchas, concentraciones,
actos zapatistas. El Subcomandante Marcos, con su pipa y su gorro
verde oliva, aparecía en varias de ellas. Hablaron sobre el movimiento.
Sobre su continuidad y expansión.
La junta no quiso dar demasiado detalle, pues hacía una semana que
había ocurrido el encuentro de la “Zezta Internacional”, los zapatistas
del mundo se habían concentrado allí, para conversar, interactuar,
intercambiar realidades. Eran esas las oportunidades para conocer más.
No obstante ello, la conversación fue cordial, amena. La junta del buen
gobierno los autorizó a visitar las cooperativas, la escuela secundaria,
y el hospital del caracol, y los autorizó a pasar la noche en un galpón
donde se hacían asambleas habitualmente.
Todas las construcciones del caracol estaban pinceladas con alguna
inscripción dignificante de humanidad.
“La política revolucionaria (o mejor dicho la anti-política) es la afirmación
explícita de lo negado en toda su infinita riqueza. ‘Dignidad’ es la palabra
que los zapatistas utilizan para hablar de esta afirmación, queriendo significar
con ella no sólo el objetivo de crear una sociedad basada en el reconocimiento
mutuo de la dignidad y de las dignidades humanas, sino el reconocimiento
ahora, como un principio guía de la organización y de la acción, de la dignidad
humana que ya existe en la forma de ser negado, en la lucha contra su propia
negación”,18 ilustra Holloway.
Se dirigieron hacia el hospital, edificio que más cerca les quedaba de
allí. Un mural con las caras de Emiliano Zapata y del Che Guevara,
y los cuerpos de una guerrillera y un guerrillero zapatista les daba la
bienvenida al centro sanitario, con una frase que sentenciaba: “¡¡aquí
no te enterramos, aquí te sembramos mi general Zapata!!”
En 1914, Zapata victorioso había redimido ya a los pobres de todo
México, implementando una profunda reforma agraria, en Morelos. La
reforma se proponía “(…) destruir de raíz y para siempre el injusto monopolio
de la tierra, para realizar un estado social que garantice plenamente el derecho
natural que todo hombre tiene sobre la extensión de tierra necesaria para su

18 Holloway, John. Cambiar el mundo sin tomar el poder. El significado de la revolución


hoy, Buenos Aires, Ediciones Herramienta, 2002, p. 305.
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subsistencia y la de su familia”.19 Tras masticar el germen de la traición, el
revolucionario murió en 1919, a la misma edad que el Che Guevara.
Lo recorrieron junto a un joven que previamente verificó la
autorización otorgada. Luego, al salir, se dirigieron barranca abajo
con el destino en la escuela. En el trayecto pasaron por el Centro de
Comunicación Autónoma Zapatista, con sus pinturas y estrellas.
“Nos convoca la rabia y la indignación. Libertad a presos políticos. Oaxaca.
Atenco. EZLN.” Rezaba una bandera, desplegada en la entrada del
galpón-asamblea que sería su hospedaje en la noche.
En otra construcción de madera, en que aparecía coloreada la cara
de una mujer se leía: “Este es mi pueblo, raza de gente valiente, que con
una piedra derrumba castillos. No hay arma más eficaz que la verdad en el
pensamiento”. Deleitados estaban los entrañables. Les hacía acordar
mucho a Cuba: letreros con contenidos profundos y obras de arte.
Llegando a la escuela, una puerta les recordaba a sus vecinos que:
“No necesitamos permiso para ser libres, para todos todo. EZLN”. Ya en
el interior del complejo educacional, entre retratos, y frases del Che
sobresalía una estrella roja y negra, con un caracol en su centro, y una
verdad: “educación liberadora”.
El Subcomandante Marcos explica así lo del caracol:
“Puestos a resolver la construcción de las casas de hospedaje, la biblioteca y
otras instalaciones, los jefes indígenas tojolabales de la insurrección zapatista,
ahora arquitectos improvisados, empezaron a levantar casas en un aparente
desorden que, eso creyó el Sup entonces, se limitaba a salpicar los alrededores
del gigantesco auditorio. No fue hasta que, haciendo cuentas de la capacidad
de albergue de cada construcción, el Sup se dio cuenta de que una de las casas
estaba ‘chueca’, es decir, tenía una especie de quiebre incomprensible en uno de
sus extremos. No le puso mayor atención. Fue el comandante Tacho, tojolabal,
quien le preguntó:
–¿Qué te parece el caracol?
–¿Cuál caracol? –le respondió el Sup, siguiendo con la tradición zapatista
de respuestas que son preguntas, el eterno juego de la interrogante frente al
espejo.
–Pues el que rodea al auditorio –le respondió el comandante Tacho como si
dijera: ‘hay luz en el día’. El Sup se le quedó mirando y Tacho entendió que el
Sup no entendía lo que él entendía, así que lo llevó hasta la casa ‘chueca’ y le
señaló al techo donde los travesaños hacían un caprichoso quiebre.
–Aquí es donde da curva el caracol –le dijo.
Seguramente el Sup puso cara de ‘¿Y?’ (igual que usted la estará poniendo
ahora), por eso el comandante Tacho se apresuró a hacerle un dibujo en el
lodo, con una varita. El dibujo de Tacho representaba la ubicación de las

19 Galeano, E. Las venas..., op. cit., p. 161.


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casas que rodeaban el auditorio y sí, gracias a ese quiebre de la casa ‘chueca’,
el conjunto semejaba un caracol. El Sup asintió en silencio después de ver el
dibujo. El comandante Tacho se fue a ver lo de la lona que serviría para cubrir
el auditorio en caso de que lloviera.
(…) Ahí estaba el caracol maya. La espiral sin inicio ni final. ¿Dónde
empieza y dónde termina un caracol? ¿En su extremo interno o en el externo?
¿Un caracol entra o sale?
El caracol de los jefes mayas rebeldes comenzaba y terminaba en la ‘casa
de seguridad’, pero también comenzaba y terminaba en la biblioteca. El lugar
del encuentro, del diálogo, de la transición, de la búsqueda, eso era el caracol
de Aguascalientes.
¿De qué cultura ‘arquitectónica’ sacaron los indígenas zapatistas su idea del
caracol? Lo ignoro, pero ciertamente el caracol, esa espiral, invita lo mismo a
entrar que a salir y, en verdad, no me atrevería a decir cuál es, en un caracol,
la parte que lo inicia y cuál la parte que lo termina.
Meses después, en octubre de ese mismo año de 1994, un pequeño grupo de
la sociedad civil se llegó hasta el Aguascalientes para terminar la instalación
de la luz en la biblioteca. Se despidieron después de unos días de trabajar. Esa
madrugada, particularmente fría y nebulosa, la luna era una promesa para
reposar la mejilla y el deseo, y un cello desangraba algunas notas a medianoche
y media neblina. Parecía una película. El Sup observaba desde un rincón,
protegido por las sombras y el pasamontañas. Una película. ¿El final o el
principio de una película? Después de que ese grupo partió, ya nadie regresó
al Aguascalientes hasta en la fiesta de fin de año. Después desaparecieron
de nuevo. El 10 de febrero de 1995, tropas aerotransportadas del Ejército
federal tomaron Guadalupe Tepeyac. Cuando el Ejército del gobierno entró
en Aguascalientes, lo primero que hizo fue destruir la biblioteca y la casa de
seguridad, el principio y el fin del caracol. Después fue destruyendo lo demás.
Por alguna extraña razón, el punto de quiebre de la casa ‘chueca’ permaneció en
pie varios meses después. Según se cuenta, sólo se cayó hasta que, en diciembre de ese
año 1995, otros Aguascalientes nacieron en las montañas del sureste mexicano...
Todo lo anterior demuestra que la ética del Poder es la misma que la de la
destrucción, y la ética del caracol es la misma que la de la búsqueda. Y esto es muy
importante para la arquitectura y para entender el neoliberalismo. ¿O no?”20
Otra explicación al respecto escuchada por los fraternos, de boca del
joven que los recibió en la escuela indicaba que, como los zapatistas,
el caracol camina lento, pero avanza.
Anonadados seguían observando tanto arte en cuanto muro se
levantase delante de sus ojos. Ahora era el turno de un ave, en
cuyo centro había un pasamontañas y que volaba hacia el sol. La

20 Subcomandante Marcos. Don Durito de la Lacandona, Prólogo de José Saramago,


San Cristóbal de las Casas, Centro de Información y Análisis de Chiapas (CIACH)
/ Ediciones y Gráficos Eón, 1999, pp. 159 y ss.
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interpretación que dio el tierno zapatista fue que la figura representaba
la Idea, pues en este estado de la mente, el pensamiento levanta altura.
Vuela buscando claridad. Añora la luz, el sol.
A su lado una inscripción anunciaba el método de estudio: “En
las Escuelas Autónomas Zapatistas se educa a la infancia en el espíritu y
concepción colectiva del mundo”. Si no se lo permitían una bandera,
roja y negra, desafiaba que “contra la represión, desobediencia civil” y una
pintura vivida en la pared exterior de un aula, con zapatistas sembrando
una montaña bajo la atenta mirada del luminoso, proclamaba: “La
resistencia es fértil”.
El Movimiento Zapatista, a partir del Ejército Zapatista de Liberación
Nacional tiene establecido tres pilares básicos que rigen el resto de sus
ideas: La democracia, la justicia, y la libertad. Así en un salón grande
de la escuela, a lo alto de ventanas y puerta, el Arte y la Idea pactaron
ante los sureños ojos: “Democracia en la educación, Justicia en la educación,
Libertad en la educación.”
Lo explica Marcos: “Nosotros pensamos que el cambio revolucionario en
México no será producto de la acción en un solo sentido. Es decir, no será,
en sentido estricto, una revolución armada o una revolución pacífica. Será,
primordialmente, una revolución que resulte de la lucha en variados frentes
sociales, con muchos métodos, bajo diferentes formas sociales, con grados
diversos de compromiso y participación. Y su resultado será, no el de un
partido, organización o alianza de organizaciones triunfante con su propuesta
social específica, sino una suerte de espacio democrático de resolución de la
confrontación entre diversas propuestas políticas. Este espacio democrático
de resolución tendrá tres premisas fundamentales que son inseparables, ya,
históricamente: la democracia para decidir la propuesta social dominante, la
libertad para suscribir una u otra propuesta y la justicia a la que todas las
propuestas deberán ceñirse”.
Luego continúa con los tres señalamientos que contienen toda una
concepción de la Revolución: “El primero se refiere al carácter del cambio
revolucionario, de este cambio revolucionario. Se trata de un carácter que incorpora
métodos diferentes, frentes diversos, formas variadas y distintos grados de compromiso
y de participación. Esto significa que todos los métodos tienen su lugar, que todos
los frentes de lucha son necesarios, y que todos los grados de participación son
importantes. Se trata, pues, de una concepción incluyente, antivanguardista
y colectiva. El problema de la revolución (ojo con las minúsculas) pasa de ser
un problema de LA organización, de EL método, y de EL caudillo (ojo con las
mayúsculas), a convertirse en un problema que atañe a todos los que ven esa
revolución como necesaria y posible, y en cuya realización todos son importantes.
El segundo se refiere al objetivo y al resultado de esa revolución. No se trata
de la conquista del Poder o de la implantación (por vías pacíficas o violentas)
de un nuevo sistema social, sino de algo anterior a una y a otra. Se trata de

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lograr construir la antesala del mundo nuevo, un espacio donde, con igualdad
de derechos y obligaciones, las distintas fuerzas políticas se ‘disputen’ el apoyo
de la mayoría de la sociedad. ¿Confirma esto la hipótesis de que los zapatistas
son ‘reformistas armados’? Pensamos que no. Nosotros sólo señalamos que una
revolución ‘impuesta’, sin el aval de las mayorías, termina por volverse contra
sí misma. Ya sé que esto da para páginas, pero como esta es sólo una carta,
sólo estoy haciendo señalamientos para desarrollar en otras ocasiones o para
provocar el debate y la discusión (que parece ser la ‘especialidad de la casa’
de los zapatistas).
El tercero trata de las características no ya de la revolución, sino de su
resultado. El espacio resultante, las nuevas relaciones políticas, deberán cumplir
con tres condiciones: la democracia, la libertad y la justicia.
En suma, no estamos proponiendo una revolución ortodoxa, sino algo mucho
más difícil: una revolución que haga posible la revolución...”21
*
Todo el caracol era historia. Mirando cada pintura, los hermanos
aprendían cultura, cantaban ideas. Observando a las personas,
adivinaban su sabiduría; su inconformista y digno pasar por estas
vidas.
Otra obra de arte callejera dibujaba un número seis con un pañuelo
rojo en lo que sería su agujero, y una letra minúscula “a”, que en
composición forman la palabra “sexta”. Esto obligó a los consanguíneos
a averiguar por la “sexta”. “Se trata de la Sexta Declaración de la Selva
Lacandona”, dijo el joven que los acompañaba en su recorrido por el
establecimiento educativo.
Walter la conocía, aunque nunca la había leído íntegramente.
Es una motivación al mundo entero. Se trata de una apertura y busca
tejer redes con todos los luchadores del mundo. Así empieza la Sexta
Declaración: “Esta es nuestra palabra sencilla que busca tocar el corazón de la
gente humilde y simple como nosotros, pero, también como nosotros, digna y rebelde.
Esta es nuestra palabra sencilla para contar de lo que ha sido nuestro paso y en
dónde estamos ahora, para explicar cómo vemos el mundo y nuestro país, para decir
lo que pensamos hacer y cómo pensamos hacerlo, y para invitar a otras personas a
que se caminan con nosotros en algo muy grande que se llama México y algo más
grande que se llama mundo. Esta es nuestra palabra sencilla para dar cuenta a
todos los corazones que son honestos y nobles, de lo que queremos en México y el
mundo. Ésta es nuestra palabra sencilla, porque es nuestra idea el llamar a quienes
son como nosotros y unirnos a ellos, en todas partes donde viven y luchan.”
Y continúa narrando la historia de ese hermoso movimiento: “(…) nosotros
los zapatistas del EZLN nos levantamos en armas en enero de 1994 porque vimos
que ya está bueno de tantas maldades que hacen los poderosos, que sólo nos humillan,

21 Ídem, pp. 56 a 58.


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nos roban, nos encarcelan y nos matan, y nada que nadie dice ni hace nada. Por
eso nosotros dijimos que ‘¡Ya Basta!’, o sea que ya no vamos a permitir que nos
hacen menos y nos traten peor que como animales. Y entonces, también dijimos que
queremos la democracia, la libertad y la justicia para todos los mexicanos, aunque
más bien nos concentramos en los pueblos indios. Porque resulta que nosotros del
EZLN somos casi todos puros indígenas de acá de Chiapas, pero no queremos luchar
sólo por su bien de nosotros o sólo por el bien de los indígenas de Chiapas, o sólo
por los pueblos indios de México, sino que queremos luchar junto con todos los que
son gente humilde y simple como nosotros y que tienen gran necesidad y que sufren
la explotación y los robos de los ricos y sus malos gobiernos aquí en nuestro México
y en otros países del mundo.
Y entonces nuestra pequeña historia es que nos cansamos de la explotación
que nos hacían los poderosos y pues nos organizamos para defendernos y para
luchar por la justicia. Al principio no somos muchos, apenas unos cuantos
andamos de un lado a otro, hablando y escuchando a otras personas como
nosotros. Eso hicimos muchos años y lo hicimos en secreto, o sea sin hacer
bulla. O sea que juntamos nuestra fuerza en silencio. Tardamos como 10 años
así, y ya luego pues nos crecimos y pues ya éramos muchos miles. Entonces nos
preparamos bien con la política y las armas y de repente, cuando los ricos están
echando fiesta de año nuevo, pues les caímos en sus ciudades y ahí nomás las
tomamos, y les dejamos dicho a todos que aquí estamos, que nos tienen que
tomar en cuenta. Y entonces pues que los ricos se dieron su buena espantada
y nos mandaron a sus grandes ejércitos para acabarnos, como de por sí hacen
siempre que los explotados se rebelan, que los mandan acabar a todos. Pero
nada que nos acabaron, porque nosotros nos preparamos muy bien antes de la
guerra y nos hicimos fuertes en nuestras montañas. Y ahí andaban los ejércitos
buscándonos y echándonos sus bombas y balas, y ya estaban haciendo sus planes
de que de una vez matan a todos los indígenas porque bien no saben quién es
zapatista y quién no es. Y nosotros corriendo y combatiendo, combatiendo y
corriendo, como de por sí hicieron nuestros antepasados. Sin entregarnos, sin
rendirnos, sin derrotarnos.”
Y luego lanza la invitación: “Según nuestro pensamiento y lo que vemos
en nuestro corazón, hemos llegado a un punto en que no podemos ir más allá
y, además, es posible que perdamos todo lo que tenemos, si nos quedamos
como estamos y no hacemos nada más para avanzar. O sea que llegó la hora
de arriesgarse otra vez y dar un paso peligroso pero que vale la pena. Porque
tal vez unidos con otros sectores sociales que tienen las mismas carencias que
nosotros, será posible conseguir lo que necesitamos y merecemos. Un nuevo
paso adelante en la lucha indígena sólo es posible si el indígena se junta con
obreros, campesinos, estudiantes, maestros, empleados... o sea los trabajadores
de la ciudad y el campo.”
Pronto la Declaración pasa a saludar en su narración simple a todas
las luchas del mundo, considerándolas como propias, como de todos:

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“Pues en el mundo lo que queremos es decirle a todos los que resisten y luchan
con sus modos y en sus países, que no están solos, que nosotros los zapatistas,
aunque somos muy pequeños, los apoyamos y vamos a ver el modo de ayudarlos
en sus luchas y de hablar con ustedes para aprender, porque de por sí lo que
hemos aprendido es a aprender.
Y queremos decirle a los pueblos latinoamericanos que es para nosotros
un orgullo ser una parte de ustedes, aunque sea pequeña. Que bien que nos
acordamos cuando hace años también se iluminaba el continente y una luz se
llamaba Che Guevara, como antes se llamó Bolívar, porque a veces los pueblos
agarran un nombre para decir que agarran una bandera.
Y queremos decirle al pueblo de Cuba, que ya lleva muchos años
resistiendo en su camino, que no está solo y que no estamos de acuerdo
con el bloqueo que les hacen y que vamos a ver el modo de mandarles
algo, aunque sea maíz, para su resistencia. Y queremos decirle al pueblo
norteamericano, que nosotros no revolvemos y sabemos que una cosa
son los malos gobiernos que tienen y que pasan a perjudicar a todo el
mundo, y otra muy diferente los norteamericanos que luchan en su país
y se solidarizan con las luchas de otros pueblos. Y queremos decirle a los
hermanos y hermanas Mapuche, en Chile, que vemos y aprendemos de
sus luchas. Y a los venezolanos que bien que miramos cómo defienden
su soberanía o sea el derecho de su Nación a decidir para dónde va. Y
a los hermanos y hermanas indígenas del Ecuador y Bolivia les decimos
que nos están dando una buena lección de historia a toda Latinoamérica
porque ahora sí que le están poniendo un alto a la globalización
neoliberal. Y a los piqueteros y a los jóvenes de Argentina les queremos
decir eso, que los queremos. Y a los que en Uruguay se quieren un mejor
país que los admiramos. Y a los que están sin tierra en Brasil que los
respetamos. Y a todos los jóvenes de Latinoamérica que está bueno lo
que están haciendo y que nos da una gran esperanza.
Y queremos decirles a los hermanos y hermanas de la Europa Social, o sea la
que es digna y rebelde, que no están solos. Que nos alegran mucho sus grandes
movimientos contra las guerras neoliberalistas. Que miramos con atención sus
formas de organización y sus modos de luchar para que tal vez algo aprendemos.
Que estamos viendo el modo de apoyarlos en sus luchas y que no les vamos a
mandar euros porque luego se devalúan por lo del relajo de la Unión Europea,
pero tal vez les vamos a mandar artesanías y café para que lo comercializan y
algo se ayudan en sus trabajos para la lucha. Y tal vez también les mandamos
pozol que da mucha fuerza en la resistencia, pero quién sabe si les mandamos
porque el pozol es más bien de nuestro modo y qué tal que les perjudica la panza
y se debilitan sus luchas y los derrotan los neoliberalistas.
Y queremos decirles a los hermanos y hermanas de África, Asia y Oceanía
que sabemos que también se están luchando y que queremos conocer más de
sus ideas y sus prácticas.

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Y queremos decirle al mundo que lo queremos hacer grande, tan grande que
quepan todos los mundos que resisten porque los quieren destruir los neoliberalistas
y porque no se dejan así nomás sino que luchan por la humanidad. (…)
En el mundo vamos a hermanarnos más con las luchas de resistencia contra
el neoliberalismo y por la humanidad.
Y vamos a apoyar, aunque sea un poco, a esas luchas.
Y vamos, con respeto mutuo, a intercambiar experiencias, historias, ideas,
sueños.
En México, vamos a caminar por todo el país, por las ruinas que ha dejado
la guerra neoliberal y por las resistencias que, atrincheradas, en él florecen.
Vamos a buscar, y a encontrar, a alguien que quiera a estos suelos y a estos
cielos siquiera tanto como nosotros.
Vamos a buscar, desde La Realidad hasta Tijuana, a quien quiera
organizarse, luchar, construir acaso la última esperanza de que esta Nación,
que lleva andando al menos desde el tiempo en que un águila se posó sobre un
nopal para devorar una serpiente, no muera.
Vamos por democracia, libertad y justicia para quienes nos son negadas.
Vamos con otra política, por un programa de izquierda y por una nueva
constitución.
Invitamos a los indígenas, obreros, campesinos, maestros, estudiantes, amas de
casa, colonos, pequeños propietarios, pequeños comerciantes, micro empresarios,
jubilados, discapacitados, religiosos y religiosas, científicos, artistas, intelectuales,
jóvenes, mujeres, ancianos, homosexuales y lesbianas, niños y niñas, para que,
de manera individual o colectiva participen directamente con los zapatistas en
esta CAMPAÑA NACIONAL para la construcción de otra forma de hacer
política, de un programa de lucha nacional y de izquierda, y por una nueva
Constitución.”22
Antes de salir de la escuela, alcanzaron a divisar otra obra en la que
se veía una flor encapuchada, en cuyos ojos se adivinaba la adrenalina
de estar siendo amenazada, pero con la valentía que otorga la Dignidad
y la Rebelión. A ella la rodeaba un cohete en el que se leían las siglas
“USA” y dos calaveras piratas con siglas que indicaban “FMI” y “ALCA”,
respectivamente.

22 Sexta Declaración de la Selva Lacandona. EZLN. Junio de 2005. Se recomienda


completar su lectura en www.enlacezapatista.ezln.org.mx
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W W. En la tradición de la mentira
resta la Dignidad
La Sexta declaración hace un análisis sencillo sobre el capitalismo
en su fase neoliberal:
“El capitalismo es un sistema social, o sea una forma como en una sociedad
están organizadas las cosas y las personas, y quién tiene y quién no tiene, y
quién manda y quién obedece. En el capitalismo hay unos que tienen dinero
o sea capital y fábricas y tiendas y campos y muchas cosas, y hay otros que no
tienen nada sino que sólo tienen su fuerza y su conocimiento para trabajar; y
en el capitalismo mandan los que tienen el dinero y las cosas, y obedecen los
que nomás tienen su capacidad de trabajo.
Y entonces el capitalismo quiere decir que hay unos pocos que tienen grandes
riquezas, pero no es que se sacaron un premio, o que se encontraron un tesoro,
o que heredaron de un pariente, sino que esas riquezas las obtienen de explotar
el trabajo de muchos. O sea que el capitalismo se basa en la explotación de los
trabajadores, que quiere decir que como que exprimen a los trabajadores y les
sacan todo lo que pueden de ganancias. Esto se hace con injusticias porque al
trabajador no le pagan cabal lo que es su trabajo, sino que apenas le dan un
salario para que coma un poco y se descanse un tantito, y al otro día vuelta a
trabajar en el explotadero, que sea en el campo o en la ciudad.
Y también el capitalismo hace su riqueza con despojo, o sea con robo, porque
les quita a otros lo que ambiciona, por ejemplo tierras y riquezas naturales.
O sea que el capitalismo es un sistema donde los robadores están libres y son
admirados y puestos como ejemplo.
Y, además de explotar y despojar, el capitalismo reprime porque encarcela y
mata a los que se rebelan contra la injusticia.
Al capitalismo lo que más le interesa son las mercancías, porque cuando se
compran y se venden dan ganancias. Y entonces el capitalismo todo lo convierte
en mercancías, hace mercancías a las personas, a la naturaleza, a la cultura,
a la historia, a la conciencia. Según el capitalismo, todo se tiene que poder
comprar y vender. Y todo lo esconde detrás de las mercancías para que no vemos
la explotación que hace. Y entonces las mercancías se compran y se venden en
un mercado. Y resulta que el mercado, además de servir para comprar y vender,
también sirve para esconder la explotación de los trabajadores. Por ejemplo, en
el mercado vemos el café ya empaquetado, en su bolsita o frasco muy bonitillo,
pero no vemos al campesino que sufrió para cosechar el café, y no vemos al
coyote que le pagó muy barato su trabajo, y no vemos a los trabajadores en la
gran empresa dale y dale para empaquetar el café. O vemos un aparato para
escuchar música como cumbias, rancheras o corridos o según cada quien, y lo
vemos que está muy bueno porque tiene buen sonido, pero no vemos a la obrera
de la maquiladora que batalló muchas horas para pegar los cables y las partes
del aparato, y apenas le pagaron una miseria de dinero, y ella vive retirado del

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trabajo y gasta un buen en el pasaje, y además corre peligro que la secuestran,
la violan y la matan como pasa en Ciudad Juárez, en México.
O sea que en el mercado vemos mercancías, pero no vemos la explotación
con las que se hicieron. Y entonces el capitalismo necesita muchos mercados…
o un mercado muy grande, un mercado mundial.
Y entonces resulta que el capitalismo de ahora no es igual que antes, que
están los ricos contentos explotando a los trabajadores en sus países, sino que
ahora está en un paso que se llama Globalización Neoliberal. Esta globalización
quiere decir que ya no sólo en un país dominan a los trabajadores o en varios,
sino que los capitalistas tratan de dominar todo en todo el mundo. Y entonces
al mundo, o sea al planeta Tierra, también se le dice que es el ‘globo terráqueo’
y por eso se dice ‘globalización’ o sea todo el mundo.
Y el neoliberalismo pues es la idea de que el capitalismo está libre para
dominar todo el mundo y ni modos, pues hay que resignarse y conformarse y no
hacer bulla, o sea no rebelarse. O sea que el neoliberalismo es como la teoría, el
plan pues, de la globalización capitalista. Y el neoliberalismo tiene sus planes
económicos, políticos, militares y culturales. En todos esos planes de lo que se
trata es de dominar a todos, y el que no obedece pues lo reprimen o lo apartan
para que no pase sus ideas de rebelión a otros.
Entonces, en la globalización neoliberal, los grandes capitalistas que viven en
los países que son poderosos, como Estados Unidos, quieren que todo el mundo
se haga como una gran empresa donde se producen mercancías y como un gran
mercado. Un mercado mundial, un mercado para comprar y vender todo lo
del mundo y para esconder toda la explotación de todo el mundo. Entonces los
capitalistas globalizados se meten a todos lados, o sea a todos los países, para
hacer sus grandes negocios o sea sus grandes explotaciones. Y entonces no respetan
nada y se meten como quiera. O sea que como que hacen una conquista de
otros países. Por eso los zapatistas decimos que la globalización neoliberal es
una guerra de conquista de todo el mundo, una guerra mundial, una guerra
que hace el capitalismo para dominar mundialmente. Y entonces esa conquista
a veces es con ejércitos que invaden un país y a la fuerza lo conquistan. Pero
a veces es con la economía, o sea que los grandes capitalistas meten su dinero
en otro país o le prestan dinero, pero con la condición de que obedezca lo que
ellos dicen. Y también se meten con sus ideas, o sea con la cultura capitalista
que es la cultura de la mercancía, de la ganancia, del mercado.
Entonces el que hace la conquista, el capitalismo, hace como quiere, o sea
que destruye y cambia lo que no le gusta y elimina lo que le estorba. Por ejemplo
le estorban los que no producen ni compran ni venden las mercancías de la
modernidad, o los que se rebelan a ese orden. Y a esos que no le sirven, pues los
desprecia. Por eso los indígenas estorban a la globalización neoliberal y por eso
los desprecian y los quieren eliminar. Y el capitalismo neoliberal también quita
las leyes que no lo dejan hacer muchas explotaciones y tener muchas ganancias.
Por ejemplo imponen que todo se pueda comprar y vender, y como el capitalismo

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tiene el dinero, pues lo compra todo. Entonces como que el capitalismo destruye
a los países que conquista con la globalización neoliberal, pero también como
que quiere volver a acomodar todo o hacerlo de nuevo pero a su modo, o sea de
modo que lo beneficie y sin lo que le estorba. Entonces la globalización neoliberal,
o sea la capitalista, destruye lo que hay en esos países, destruye su cultura, su
idioma, su sistema económico, su sistema político, y también destruye los modos
en que se relacionan los que viven en ese país. O sea que queda destruido todo
lo que hace que un país sea un país.
Entonces la globalización neoliberal quiere destruir a las Naciones del mundo
y que sólo queda una sola Nación o país, o sea el país del dinero, del capital.
Y el capitalismo quiere entonces que todo sea como él quiere, o sea según su
modo, y lo que es diferente pues no le gusta, y lo persigue, y lo ataca, o lo aparta
en un rincón y hace como que no existe.
Entonces, como quien dice que resumiendo, el capitalismo de la globalización
neoliberal se basa en la explotación, el despojo, el desprecio y la represión a los
que no se dejan. O sea igual que antes, pero ahora globalizado, mundial.”
El Subcomandante Marcos no gasta ironías al respecto y entiende:
“(…) el ‘neoliberalismo’ no es una teoría para enfrentar o explicar la crisis. ¡Es la
crisis misma hecha teoría y doctrina económica! Es decir que el ‘neoliberalismo’
no tiene la mínima coherencia, no tiene planes ni perspectiva histórica. En fin,
pura mierda teórica”.23
En otro pasaje, Marcos le hace decir a su personaje (¿de ficción?)
encarnado por un escarabajo en la selva Lacandona, “Don Durito”:
“La lección es la misma siempre: ‘Aparenta que sabes lo que haces’. ‘Este es el
axioma fundamental de la política del poder en el neoliberalismo’, les ha dicho
su maestro. Ellos preguntaron: ‘¿Y qué es el neoliberalismo, dear teacher?’ El
maestro no responde, pero yo puedo deducir por su cara de perplejidad, sus ojos
enrojecidos, la baba que le escurre por las comisuras de los labios y el evidente
desgaste de su suela derecha, que el maestro no se atreve a decirles la verdad
a sus alumnos. Y la verdad es que, como yo lo descubrí, el neoliberalismo es la
caótica teoría del caos económico, la estúpida exaltación de la estupidez social,
y la catastrófica conducción política de la catástrofe”.24
Luego, con optimismo, el rebelde exalta que en la esencia del
neoliberalismo, no hay que buscar demasiado para ver a ella, la mentira:
“La base del neoliberalismo es una contradicción: para mantenerse debe
devorarse a sí mismo y, por tanto, destruirse. Ahí están los asesinatos políticos,
los golpes debajo de la mesa, las contradicciones en hechos y declaraciones de
toda la escala de funcionarios públicos, las pugnas entre los ‘grupos de interés’
y todo eso que tanto desvela a los corredores de bolsa...”25

23 Subcomandante Marcos, op. cit., p. 18.


24 Ídem, p. 74.
25 Ídem, p. 76.
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Analizando las ficticias divisiones entre los desdichados que al poder
conviene, aflora la esperanza para el activo idealista. “(…) las divisiones
entre países sólo sirven para tipificar el delito de ‘contrabando’ y para darle
sentido a las guerras. Es claro que existen, al menos, dos cosas que están por
encima de las fronteras: la una es el crimen que, disfrazado de modernidad,
distribuye la miseria a escala mundial; la otra es la esperanza de que la
vergüenza sólo exista cuando uno se equivoca de paso en el baile y no cada vez
que nos vemos en un espejo. Para acabar con el primero y para hacer florecer
la segunda, sólo hace falta luchar y ser mejores. Lo demás se sigue solo y es lo
que suele llenar bibliotecas y museos.
No es necesario conquistar el mundo, basta con hacerlo de nuevo... Vale. Salud
y sabed que, para el amor, una cama es sólo un pretexto; para el baile, una
tonada es sólo un adorno; y para luchar, la nacionalidad es sólo un accidente
meramente circunstancial”.26
El desprecio por la historia es un pilar importante para el sistema, que
como escribe el Delegado Cero, como también se hace llamar Marcos, se
cimienta en la mentira, la impostura, la falsedad, la fayutez. “(…) la historia
se convierte en estorbo por lo que representa de memoria, se promueven los posgrados
en olvido y la minuciosa estadística de las trivialidades del poder son objeto de
estudio y de grandes y profundas disertaciones. El Poder convierte a la historia en
una historieta mal hecha, y sus científicos sociales construyen apologías ridículas
con, eso sí, un andamiaje teórico tan complejo, que consiguen disfrazar la estupidez
y el servilismo como inteligencia y objetividad. En la historieta del neoliberalismo, los
poderosos son los héroes porque son los poderosos, y los villanos son los eliminables, los
‘expendables’, es decir, los negros, los amarillos, los chicanos, los latinos, los indígenas,
las mujeres, los jóvenes, los presos, los migrantes, los jodidos, los homosexuales, las
lesbianas, los marginados, los ancianos, y, muy especialmente, los rebeldes. En la
historieta del Poder, el acontecer que vale es el que puede ser contabilizado en una
hoja electrónica que contenga índices respetables de ganancia. Todo lo demás es
completamente prescindible, sobre todo si ese todo afecta la ganancia.
En la historieta del Poder todo está previsto y resuelto de antemano: el malo
puede ser malo, pero sólo para resaltar el poder del bueno. La balanza ética entre
el bien y el mal se transforma en la balanza amoral entre el Poder y el rebelde. En
el Poder pesa el dinero, en el rebelde pesa la dignidad. En su historieta, el Poder
imagina un mundo no sin contradicciones, sino con todas las contradicciones
bajo control, administrables como válvulas de escape que distiendan el rencor
social que el Poder provoca. En su historieta, el Poder construye una realidad
virtual donde la dignidad es ininteligible y no mensurable. ¿Cómo puede
tener valor y peso algo que no se entiende y que no se mide? Ergo, la dignidad
será, irremediablemente, derrotada por el dinero. Así que ‘no problem’, puede
haber dignidad porque ya el dinero se encargará de comprarla y convertirla en

26 Ídem, pp.79 y 80.


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mercancía que circule según las leyes del mercado... del Poder. Pero, resulta
que la historieta del Poder es eso, una historieta, una historieta que desprecia
LA REALIDAD y, por lo tanto, una historieta mal hecha. La dignidad sigue
escapando a las leyes del mercado y empieza a tener peso y valor en el lugar
que importa, es decir, en el corazón...”27

V V. El Mañana
Era tarde para almorzar, según las normas humanas convencionales,
pero no para las que decide el estómago. Los hermanos tenían hambre.
Al salir y despedirse del joven “guía” que los acompañó por el colegio, se
dirigieron hacia un lugar donde vendían algunos artículos relacionados
con el movimiento, como ser pasamontañas, remeras, pañuelos,
también música latinoamericana y libros. En el mismo sitio, la señora
que los atendía les ofreció el plato del día que terminaría resultando,
por lejos, la mejor comida de todo el viaje.
En el recinto donde esperaban el pollo hervido con salsa y frijoles,
la decoración era íntegramente zapatista. Fotografías de marchas al
Distrito Federal, o de mujeres zapatistas. Carteles con consignas. Y dos
tablones con dos caballetes cada uno, que oficiaban de mesas.
Walter encaró a la señora, Isabel, para hablar, conocerse.
–Dígame, ¿lo conoce a Marcos? –preguntó Walter para iniciar la
charla.
–Pues claro. Lo hemos visto tantísimas veces, aunque durante el año,
él vive en la montaña –explicó amablemente Isabel.
–¿Los ha ayudado bastante en este proceso que llevan a cabo? –siguió
haciendo preguntas ingeniosas Walter.
–Sí. No sólo él. Todos nos hemos ayudado entre todos. –Se detuvo
Isabel, para suspirar, reflexionar y seguir– aquí el “otro” se preocupa
por “uno” como si no fuera “otro”, como si fuera familia del “uno”.
Por ejemplo, estas cosas que vendo son de las cooperativas, yo aunque
quisiera no puedo bajar el precio, ni hacer descuentos, pues está
estipulada que una parte importante de lo recaudado queda para la
producción, y el resto se reparte entre todos.
–¡Es muy interesante! –dijo Walter, con admiración, y añadió–
tengo entendido que son cinco los caracoles ¿No? Por lo que observo,
merecería haber muchos más. ¿Por qué no han podido extenderse a
otros poblados?
–Es la idea. Todo es un proceso lento, que se construye de abajo,
despacio, en la medida de lo que nuestros esfuerzos pueden. Ya va

27 Ídem, pp. 125 y 126.


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haber más caracoles. Eso deseamos y creemos –remató Isabel, mientras
se retiraba a buscar la comida y a arrimarla, luego, a la mesa donde los
chicos la aguardaban.
Como se dijo, la comida resultó exquisita. Comentan que lo que más
gusto le dio fueron dos condimentos que merodeaban el ambiente:
“dignidad” y “rebelión”.
Al saciarse, se retiraron del lugar, tras pagar, y se condujeron hacia la
cooperativa de mujeres. La casa con azotea de enchapado en triángulo con
vértice al cielo, una señora con un bebé amarrado a su espalda, por una
manta, y la estrella roja sobre la puerta descifraban la “oficina de mujeres
por la dignidad”, según establecía un letrero sombreado a mano.
Golpearon la puerta para pasar y observar el desarrollo de los procesos
de extracción de lana, confección y tejido de pulóveres y otros artículos
de abrigo.
Los atendieron amablemente, los invitaron a pasar e hicieron testigos
del papel protagónico que las mujeres tenían en el movimiento y
también en el EZLN. Mientras el mundo las despreciaba por pobres,
por mujeres, por indígenas, el zapatismo las piropeaba, las hacía
comandantas, les hacía sentir su primordialidad.
A la salida, fueron a un kiosco a buscar agua caliente para el mate. Estaba
fría la tarde. El sol había pasado su ubicación media hacía rato. Comenzaba a
acercarse, lentamente, a las montañas. Al pasar, un mural en el que se observaba
un solazo anaranjado, cercano a un pico montañoso, recordaba que: “El mañana
sólo se puede amanecer con una cierta dosis de delirio y locura”.
Platicaron profuso los hermanos entre sí, que se les hizo la nochecita.
Estaban emocionados. Estaban viendo la delicia del género. Habían
decidido pasar la noche, o vivirla, y partir bien temprano hacia San
Cristóbal, para luego tomar un bus hasta Guatemala.
El Delegado Cero tiene escrita la causa de la Esperanza: “(…) lo mejor
que tiene el ser humano: su capacidad de asombro, su ternura, su aspiración
a ser mejores... junto a los otros”.28 Y ahí estaban ellos, asombrados,
compartiendo pensares, reflexiones, mate por medio, convidándolo a
quien quisiera probar.
Ya de noche en Oventic, no dormían. Caminaban. Se sentían libres
y avanzaban. Marcos ha dicho que “La Libertad es como la mañana. Hay
quienes esperan dormidos a que llegue, pero hay quienes se desvelan y caminan
la noche para alcanzarla. Yo digo que los zapatistas son los insomnes que toda
historia necesita”.29
Los despabilados fraternos ya se habían hermanado con ellos, sin
saberlo.

28 Ídem, p. 9.
29 Ídem, p. 130.
110

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“Tampoco tiene una patria la lucha que hay que hacer para guardar hermanos
y no balas en los bolsillos. Por eso los zapatistas tienen muchas y grandes bolsas
en su uniforme. No para guardar balas. Para guardar hermanos. Para eso deben
ser todas las bolsas.
La montaña es también una bolsa para guardar hermanos. A veces parece
mar la montaña. A veces la noche parece mañana. El mar. La mar. El mañana.
La mañana. Mar y mañana no tienen sexo. Tal vez por eso les tememos, o tal
vez por eso les deseamos.
¡Qué doloroso es el irse! ¡Cuánta pena el quedarse!
Ya me voy. Sólo quería decirles una cosa:
El corazón es una bolsa donde caben mar y mañana. Y el problema no está
en cómo hacer para meter mar y mañana en el pecho, sino en entender que el
corazón es eso, una bolsa para guardar mar y mañana...”30 poetiza Marcos,
aunque bien podrían haberlo estimado los hermanos, con palabras
menos efectivas a la emoción.
José Saramago cree en “(...) esos hombres y esas mujeres que nunca tendrán
que pedir amparo contra el olvido porque ya son, ellos, lo mejor de la memoria
futura de México”.31
Caminaban la noche, y estaban esperanzados. Todavía no se veía el
crepúsculo, pero ellos estaban viendo el amanecer.
En frase del Subcomandante:
“¡Qué ganas de tener al aire como patria y el mañana como bandera! ¡Cuánta
gente y cuántos colores! ¡Cuántas palabras para nombrar la esperanza!”32

30 Ídem, p. 150.
31 Saramago, José. “Prólogo” a Subcomandante Marcos, op. cit., p. 8.
32 Ídem, p. 149.
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Capítulo Cuarto

Tierra Originaria

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UU. Guatemala contradictoria
Al encontrar la mañana, los hermanos partieron temprano hacia
la terminal de San Cristóbal de las Casas, donde tomaron un micro
hasta la línea imaginativa con Guatemala. Allí descendieron, hicieron
los trámites fronterizos, y se embarcaron en otro viaje hacia la ciudad
de Panajachel.
Los primeros kilómetros guatemaltecos eran precarios. Los lados de
la carretera estaban llenos de residuos. La bienvenida no era la mejor
desde lo fisonómico. La esencia no la conocían aún.
El micro los dejó en una intersección con otra ruta. Debían subirse a
otro transporte que los depositase en la ciudad destino. Conocieron una
pareja de jóvenes Vascos, muy entradores. Los europeos reconocieron
rápidamente el acento argentino e iniciaron la conversación.
Todos se subieron a la parte trasera de una camioneta chica, sin
cúpula. Ésta iba cargando gente en el camino. En una frenada subió
una familia indígena, con muchos hijos, no cabía ya más nadie. Estaban
uno arriba del otro. El frío empezó a transmutar en calor. Los hermanos
pensaban que era por el calor humano. No. Una especie de microclima
empezó a percibirse en el viento, helado hasta cinco minutos antes,
templado ahora. Estaban bajando alturas, metiéndose en una zona de
valles.
De fondo se observaba un espejo de agua, con una montaña perfecta,
de esas que son dignas de cualquier obra de arte, como si fuera un
triángulo equilátero. Era un volcán. El volcán San Pedro.
Por la carretera, pintado en la ladera de una montaña observaron,
incrédulos, un puño cerrado, con dos palabras a su derecha: “Mano
dura”, y dos más arriba “unión patriótica”. Cayeron con la velocidad de
la luz. Ya no estaban en Oventic. Guatemala, había ostentado el triste
record de ser el país con la población más disminuida de América, por
las dictaduras del siglo XX que azotaron la región. ¿Cómo podía tener
auge un discurso de esa calaña?
*
Un informe de la Comisión de Esclarecimiento Histórico de
Guatemala, de la ONU, denominado “Guatemala: Memoria del
Silencio” presentado el 25/02/1999, asegura que: “El conflicto dejó a
lo largo de 34 años más de 150.000 muertos, 45.000 desaparecidos y más
de un millón de desplazados. El informe documenta 626 matanzas: el 93%
perpetradas por las Fuerzas Armadas, y el 3%, por las guerrillas”.
Galeano agrega que: “9 de cada diez víctimas eran civiles desarmados, en
su mayoría indígenas; y en ocho de cada diez casos, la responsabilidad era del
ejército o de sus bandas paramilitares.

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La iglesia hizo público el informe un jueves de abril del 98, dos días después, el
obispo Gerardi apareció muerto, con el cráneo partido a golpes de piedra”.1
La guerrilla nunca había podido organizarse allí. Y cierto que era
difícil en un país con veintitrés etnias distintas. Pero su desorganización
no explica el fenómeno. En la saña de un ejército, aunque en un
grado no menor, en el apoyo directo de la CIA, con el visto bueno
del presidente Eisenhower al principio y otros después, están las
explicaciones creíbles.
Jacobo Arbenz había sido el presidente constitucional que había
representado los intereses democráticos de la mayoría de los
guatemaltecos. ¿Qué pecado era ese de dar reconocimientos a los
derechos sociales de todos los habitantes de ese suelo; repartir la tierra
improductiva; hacer sentir al pueblo que alguien se ocupaba de ellos?
Para los intereses imperialistas del país del norte era, en efecto,
un pecado. Era el temor a un “desafío exitoso”, en palabras de Noam
Chomsky.2 Era el terror a que otras sociedades osaran pensar que
vivir digna e independientemente era posible en el continente bajo su
dominio. Ello motivó a los Estados Unidos a su participación directa
e indirecta en cada país americano que buscó la autodeterminación
verdadera.
El desafío exitoso fue Cuba. Y sí que fue espejo para los rebeldes
de estas partes, para sus inconformistas sustantivos. Al compadrito
guatemalteco lo abatieron, tras un prólogo de sangre inabarcable.
Ahora, Guatemala transitaba los caminos de la paz, pero de una paz
parcial, bajo alambre de púa, para los ricos y no para los de abajo, no
para los indígenas. Seis o siete personas de cada diez son indígenas y
pobres en Guatemala, y sin embargo el discurso de la mano dura y la
represión al delito marginal seguía teniendo eco, en un país donde
nunca supo ganar un Presidente oriundo de sus pueblos originarios.
El prestigioso penalista argentino Eugenio Raúl Zaffaroni describe
bien cómo es posible este proceso, considerando que es inevitable
que: “(...) buena parte de la comunicación masiva y de los operadores
de las agencias del sistema penal traten de proyectar el ejercicio del
poder punitivo como una guerra a la criminalidad y a los criminales. La
comunicación suele mostrar enemigos muertos (ejecuciones sin proceso) y
también soldados propios caídos (policías victimizados). (…) Por otro lado,
las agencias policiales desatienden la integridad de sus operadores, pero en
caso de victimización se observa un estricto ritual de tipo guerrero. Si se
tiene en cuenta que los criminalizados, los victimizados, y los policizados
(o sea todos los que padecen las consecuencias de esta supuesta guerra) son

1 Galeano, E. Patas arriba…, op. cit., p. 214.


2 Chomsky, Noam. Hegemonía o Supervivencia. El dominio mundial de EEUU, Colombia,
Grupo Editorial Norma, 2006, pp. 118 y ss.
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seleccionados en los sectores subordinados de la sociedad, cabe deducir que
el ejercicio del poder punitivo aumenta y reproduce los antagonismos entre
las personas de esos sectores débiles”.3 “Divide y reinarás”, le han dicho
al poderoso, y lo practica a través del poder punitivo.
*
En este marco llegaron a Panajachel cuando el sol caía. Consiguieron
un hostal donde alojarse y salieron a recorrer una larguísima feria
artesanal que desembocaba en el lago. Ciertamente había de todo en
esa feria, donde todo era arte originario.
Al alcanzar la orilla del lago, el espectáculo era lírico. Dos volcanes,
con ángulos de noventa grados cada uno en sus picos, estaban allí
erguidos detrás del lago. El sol se retiraba de escena. Un dejá vu corrió
por sus cuerpos, esa situación parecían haberla vivido alguna vez en el
Sur argentino, en su Patagonia. Eran muy parecidas las geografías.
Estaban muy cansados, no habían dormido la noche anterior, y el
sueño se les acumulaba. Acumulaban Sueños. Ya deseaban hacerlos
Realidad.

TT. La Memoria
En Argentina, los Organismos de Derechos Humanos, en especial
Madres y Abuelas de Plaza de Mayo sabían que la memoria era una
práctica necesaria para que no volvieran a ocurrir atrocidades, y para
resaltar los ejemplos de tantas personas que quedaron en el camino
de un mundo mejor.
No se trata de la memoria respecto a las fechas que la maestra Ciruela
consignaba en el pizarrón sobre la línea de tiempo. Se trata de romper la
linealidad. Se trata, inclusive, de olvidarse de las fechas, si se quiere. Se
trata de recordar la obra. Las Ideas. Los que contra ellas atentaron.
Muchos artistas se sumaron a estas iniciativas, desafiando el miedo,
que siempre recuerda su corona.
León Greco escribió una bella canción, pero sobre todo, de una
profundidad y emotividad que invitan a recordar y a actuar en
consecuencia, cuya letra este autor considera oportuno transcribir:
Los viejos amores que no están, / la ilusión de los que perdieron, / todas las prome-
sas que se van, y los que en cualquier guerra se cayeron
Todo está guardado en la memoria, / sueño de la vida y de la historia
El engaño y la complicidad / de los genocidas que están sueltos, / el indulto y el
punto final / a las bestias de aquel infierno
Todo está guardado en la memoria, / sueño de la vida y de la historia

3 Zaffaroni, Eugenio Raúl. Tratado de Derecho Penal. Teoría del Derecho Penal, “Capítulo:
Derecho Penal y Poder Punitivo”, Buenos Aires, Ediar, 2000, p. 16.
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La memoria despierta para herir / a los pueblos dormidos / que no la dejan vivir
libre como el viento
Los desaparecidos que se buscan / con el color de sus nacimientos, / el hambre y la
abundancia que se juntan, / el mal trato con su mal recuerdo
Todo está clavado en la memoria, / espina de la vida y de la historia
Dos mil comerían por un año / con lo que cuesta un minuto militar
Cuántos dejarían de ser esclavos / por el precio de una bomba al mar
Todo está clavado en la memoria, / espina de la vida y de la historia
La memoria pincha hasta sangrar, / a los pueblos que la amarran / y no la dejan
andar / libre como el viento
Todos los muertos de la A.M.I.A. / y los de la Embajada de Israel, / el poder
secreto de las armas, / la justicia que mira y no ve
Todo está escondido en la memoria, / refugio de la vida y de la historia / Fue
cuando se callaron las iglesias, fue cuando el fútbol se lo comió todo, / que los
padres Palotinos y Angelelli / dejaron su sangre en el lodo
Todo está escondido en la memoria, / refugio de la vida y de la historia
La memoria estalla hasta vencer / a los pueblos que la aplastan / y que no la dejan
ser / libre como el viento
La bala a Chico Méndez en Brasil, / 150.000 guatemaltecos, / los mineros que enfren-
tan al fusil, represión estudiantil en México / Todo está cargado en la memoria, / arma
de la vida y de la historia
América con almas destruidas, / los chicos que mata el escuadrón, suplicio de
Mugica por las villas, / dignidad de Rodolfo Walsh
Todo está cargado en la memoria, / arma de la vida y de la historia

SS. Privilegio Originario


Estaban en “Pana”, así la llamaban sus habitantes aunque su nombre,
Panajachel, no era de difícil pronunciación. Posiblemente el disminutivo
lo utilizaban como al referirse a un ser querido.
Como toda ciudad americana que se precie de serlo, debía tener su
cuadrado céntrico, con los muchos factores de poder como vecinos.
Eso pensaron los hermanos.
Al preguntar por ella se encontraron con la novedad que indicaba que
no había plaza. En rigor de verdad no había plaza como las que ellos
buscaban o estaban acostumbrados. La siempre presente e imponente
catedral se levantaba de frente a un pequeño parque, sin la dependencia
del Estado, las fuerzas del orden y otras que suelen acompañarla.
Ergo, no duraron mucho tiempo en ese sitio.
Volvieron a disfrutar la feria de arte originario. Mientras Sharon
miraba coquetas y coloridas polleras, por cada puesto que las exhibiera,
Walter deseaba comprar un morral con tejidos indígenas.
Sharon estaba unos metros más adelante, en compañía de John.
Walter había quedado algo rezagado. Se encontraba admirando una
artesanía cuando una voz lo interrumpió e interrogó:
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–¿No me digas que todavía hay socialistas? –inquietó un hombre
blanquísimo, edad avanzada y aspecto bohemio, refiriéndose a una
camiseta de fútbol de la Unión Soviética que Walter llevaba puesta.
–No sé por qué dice “todavía”, ¡el socialismo no murió porque todavía no
era!, señor –disparó Walter plagiando, sin citar, una frase que le había
leído a Eduardo Galeano,4 que le había quedado grabada.
–Mira, los socialistas prometen todo y no dan nada. Los capitalistas
prometen algo y dan poco, por lo menos –aseguró el avaro y mezquino
europeo, en un castellano algo forzado.
–Lamento que se conforme con eso, señor. El mundo está lleno
de gente como usted. El individualismo es el rey, y la hipocresía, la
vedette. Mire, “(...) el capitalismo fin de milenio sólo podría presentarse como
superador del socialismo si hubiera encontrado solución a los problemas que
lo hicieron nacer”,5 no sé si logro explicarme –remató Walter, hablando
un pensamiento de José Pablo Feinmann, que hizo suyo, mostrando
cierto enfado.
–El socialismo murió con la caída de la Unión Soviética, amigo
–afirmó el conformista.
–Usted está equivocado, si me permite. La Unión Soviética nunca
fue socialista. Ahora debo irme, mis hermanos ya me han sacado una
cuadra de distancia –cerró el diálogo Walter, que no podía creer que
un hombre de edad y mundo, como parecía aquel, estuviera diciendo
eso, en el medio de una sociedad guatemalteca castigada por la angustia
del hambre y la nostalgia de justicia.
En ese capítulo del libro de Galeano, cuya frase Walter hizo propia,
el escritor uruguayo aclara el pensamiento del argentino: “(...) hemos
asistido al naufragio estrepitoso de un sistema usurpador del socialismo, que
trataba al pueblo como un eterno menor de edad y lo llevaba de la oreja. Pero
hace tres o cuatro siglos, los inquisidores calumniaban a dios cuando decían que
cumplían órdenes; y yo creo que el cristianismo no es la Santa Inquisición. En
nuestro tiempo, los burócratas han desprestigiado la esperanza y han ensuciado
la más bella de las aventuras humanas; pero yo también creo que el socialismo
no es el estalinismo”.6
Alcanzó a sus hermanos. Les comentó el episodio. Se indignaron
juntos y siguieron caminando. Se dirigieron hacia el lago “Atitlán”,
donde tomarían una lancha que los cruzaría al pueblo que vivía en el
margen opuesto: Santiago.
De día, los dos volcanes dibujados en el fondo se veían más grandes,
más perfectos, impactaban, maravillaban junto al lago. En la lancha,

4 Galeano, Eduardo. “El niño perdido a la intemperie”, en El tigre azul y otros artículos,
La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2002, p. 143.
5 Feinmann, J. P. op. cit., p. 297.
6 Galeano, E. El tigre azul…, op. cit., p. 142.
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los sureños los contemplaban estupefactos, en silencio, mientras eran
bañados por las olas que producía la embarcación.
Al llegar a destino, pasearon por allí. Era como si el lago hubiera
interrumpido la feria artesanal, que continuaba la que se extendía en
Pana. Era como si el arte indígena fuera el único medio de subsistencia
de los pueblos originarios oriundos de esas tierras. Todas las personas
que ellos se cruzaron gozaban de rasgos aborígenes, y todas estaban
vinculadas a las artesanías.
Alcanzaron a picar algo para comer antes de retornar. En el bote
intercambiaron palabras con un guatemalteco, que residía en Alemania
junto a su novia, nacida en ese país. Los australes le comentaron
sus planes para los próximos días, él hizo algunas recomendaciones.
Cuando se quisieron dar cuenta, estaban llegando a Pana.
Al arribar, decidieron caminar por el resto de la ciudad. No tenían
mucho más para hacer allí. Al día siguiente se irían para Antigua, “(...)
la ciudad turística por excelencia”, como la definiera el guatemalteco de la
lancha, y que ya generaba un prejuicio en ellos. Mas las recomendaciones
sobre su belleza hicieron que la intriga los definiera a conocerla.
Averiguaron para ir en el bus, en el que viajaba la gente, el
pueblo. Esos colectivos eran los antiguos buses que andaban las
ciudades estadounidenses en los años ochenta. Micros de chapa, con
formas rígidas, que de ser escolares habrían sido amarillos. En toda
Centroamérica los verían.
Estados Unidos, al modernizar sus medios de transporte los vendía a
bajo precio, en lugar de estacionarlos definitivamente en los cementerios
de autos que suele haber en el resto de los países para alojar in eternum
a aquellos antiguos automóviles que dejan de usarse.
Se hacía la noche. Antes, se acercaron al lago para ver posarse el sol
entre medio de ambos picos, en el oeste. Secuelas de imágenes, dignas
de una película de amor. El movimiento descendente del sol iba dejando
sus destellos anaranjados en las alturas. Mateando, descubrían una vez
más, que en esa tierra pobre, la pacha mama era la única capaz de hacer
sonreír a los desdichados.
Arte natural y arte indígena se hacían uno en Panajachel. No era
casualidad. El último aseguraba la subsistencia de la vida de ese pueblo.
El primero era, para los originarios, su razón de vivir, si es que la vida
se camina por procesos racionales.
En realidad ese arte natural era, allí para su pueblo, la Vida misma.

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RR. Antigua capital del país,
actual del turismo
El viaje en el colectivo popular fue placentero en la mañana. Mientras
el mate pasaba de una mano a la otra, conversaban sobre cosas mínimas,
como ser sus actividades en Argentina. Sharon estaba preocupada,
dado que a su regreso debía comenzar la universidad. Había escogido
decir la verdad. ¿Qué verdad? Sería periodista, para lo que ya se había
inscripto en la Universidad de Buenos Aires. Comentaba sus miedos
por un mundo desconocido para ella, sus expectativas.
Sus hermanos habían pasado ya por esa etapa de la vida. Aprendiendo
y buscando conocimientos seguirían hasta el resto de sus vidas. John
era Médico, y Walter era Licenciado en Ciencias Políticas, Sociólogo,
Psicólogo social, Abogado, o ninguna de las antes mencionadas. En
verdad era historiador y se desempeñaba como profesor de historia
en dos establecimientos públicos de educación media, en la Capital
Federal, y uno privado en Quilmes.
Ello demostraba que las conversaciones eran variadas dadas las
experiencias distintas que cada uno compartía con el otro.
Al llegar a Antigua, y luego de encontrar un lugar económico donde
alojarse esa noche, fueron a recorrer esa vieja pero coqueta ciudad.
Estaba, en efecto, muy preparada para el turismo. Había sido la capital
de Guatemala hasta que un terremoto la asoló, momento en que
decidieron trasladar el distrito capital a unos cuarenta kilómetros de
distancia, fundando la actual Ciudad de Guatemala.
Era muy colonial, su plaza sí tenía la catedral y la dependencia estatal
en sus extremos. Ambas muy antiguas. Siglos de vejez y explotación
habían pasado bajo sus miradas.
Tan turista era, que el negocio más rendidor eran las casas de
idiomas que enseñaban a extranjeros a hablar el español. Asimismo,
lo que abundaban eran los templos religiosos de larga data. Sus calles
empedradas y la cantidad de gente que las transitaba les recordaba a
Colonia del Sacramento en el Río de la Plata, del lado oriental, o a
San Cristóbal, donde habían estado hacía muy poco.
Pero en tren de comparación preferían Trinidad, aquella sentimental
ciudad cubana, entrañable, que ya extrañaban.
Luego de caminarla de punta a punta, a la hora de su bebida típica se
sentaron en la plaza, frente a la fuente que exhibía mujeres de bronce,
de cuyos senos brotaba el agua.
Conversaron largo y tendido. Se hizo de noche sin que se dieran
cuenta. Habían estado hablando de amor, de los amores de cada
uno. Eran cosas que cada uno conocía del otro, aunque no con tanta
profundidad. Y en el afán de su búsqueda por conocer y saber, era

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importante conocer más de sus hermanos, cuando creían que se
conocían íntegramente.
Cuando la noche, todos los árboles de la plaza encendieron unas
guirnaldas de luces, que decoraban sus copas y ramas y a la vez hacían
íntima la conversación. De fondo escuchaban una guitarreada de
jóvenes con canciones populares.
La enorme cantidad de turistas europeos pasaron inadvertidos para ellos,
salvo una pareja española que vivía en la misma casa de familia donde ellos.
Prefirieron mirarse, para continuar más fuerte, más sólido el viaje.
Definitivamente, ese sitio no era de los preferentes para ellos. Nada
nuevo o relevante sintieron. Les sirvió para seguir afianzando la hermosa
relación que detentaban.
Por la noche, mientras sentados en la vereda de alguna calle encumbrada,
comían cerdo con arroz y tortillas, reflexionaron que necesitaban tomar
algo de oxigeno con respecto a las ciudades. Sus mentes requerían contacto
con la naturaleza, con la aventura. Pero antes pasarían por la capital de ese
país que, luego de décadas de devastación, peleaba por el segundo lugar
en el ranking de los países más pobres de América Latina, lo cual ya era
mucho decir, junto con Nicaragua, detrás de Haití.
Este último fue el primero en dignificar Nuestra América. Fue el
primero en obtener la independencia en estas extensiones. Así tuvo
que pagar por su osadía. Lo obligaron años más tarde, con cipayos
gobiernos a su cabeza, a indemnizar al tremendo colonialista estado
de Francia, tras haber obtenido su Autodeterminación.
Les habían advertido que en la capital no encontrarían muchas
“actividades recreativas”. ¿Qué sabían la forma en que ellos querían
recrearse, si es que querían recrearse? Les advirtieron sobre lo peligrosa
de la gran ciudad. Era natural que lo fuera. ¿Podía ser distinta la
situación en un territorio tan pobre?
Querían palpar de cerca las causas de ese peligro, que no eran otras
que las de toda América: la pobreza, la marginalidad, la exclusión, el
hambre y el avasallamiento de los más elementales derechos humanos.
Hacia allá iban.

QQ. ¿Diez años de paz?


“Guate, Guate”, “Guate, Guate”, gritaba el voceador del colectivo,
anunciando el futuro del mismo e invitando a subir a los
transeúntes.
Con todos sus bultos, ascendieron los tres, encontrando lugares
separados donde sentarse. Sharon aprovechó para escribir en su diario
de viaje. Los otros dos leyeron todo el trayecto.

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Cuando la autopista iba indicando que se encontraban en las
adyacencias, en la periferia de la ciudad, el ayudante les preguntó a qué
zona iban. Y realmente ellos no sabían. El guatemalteco del bote de Pana
solo les había mencionado, que la zona bacana, acomodada, pudiente
era la Zona 10. Allí no deseaban ir por el momento. Preguntaron por
el centro. Los dejó lo más cerca que de allí pasaba, lo cual no era tan
próximo.
Al bajar, un taxista les vio sus foráneos rostros y la moneda nacional,
el Quetzal, se multiplicó, lo que hizo inalcanzable la posibilidad de
tomar ese medio de transporte. Interrogaron sobre algún bus que los
dejase cerca del centro y de la terminal. Tenían que sacar los boletos
para embarcarse a Tikal en la noche, haciendo cama ese asiento, y hotel
ese micro, en que pasarían toda la noche viajando.
Tuvieron suerte, pues justo el amable hombre al que interrumpieron
sus labores para preguntar les dijo que si lo esperaban a que descargara
unos bártulos, él los alanzaría. “Sí, claro que lo esperamos”, respondieron
en forma unánime.
Una vez listo, los cargó en la caja de la camioneta y los dejó en la
puerta de la compañía de transporte de larga distancia, indicándoles
dónde quedaba la plaza principal, el estadio olímpico y otros atractivos
de la ciudad.
En el camino, empezaban a darse cuenta de que la ciudad padecía
el miedo. Los alambres de púa en forma circular eran, como puerta
y ventanas, una fija en todos los inmuebles. Ya sea en sus techos,
dividiéndolos del cielo, de las calles, o en las medianeras que separaban
de sus vecinos.
Los guardias de seguridad privada, armados con escopetas de guerra,
cuidaban negocios ínfimos, a la par que en las esquinas la propaganda
oficial celebraba los diez años de la firma de los acuerdos de paz en
Guatemala.
Estos pactos se suscribieron a partir de una negociación política que
establecía la derrota política y militar de la guerrilla, al tiempo que
imponía un pacto neoliberal básico para construir un país “moderno”.
Pero en esa ciudad capital no parecía estar imperando la paz, sino que
el que se erigía como monarca era el pánico.
Luego de pagar los pasajes y dejar allí sus mochilas, comieron en una
cantina en el medio del vendaval de ruidos que implicaba esa movida
ciudad.
Al terminar, conocieron la plaza principal que, frente al palacio de
gobierno y la iglesia, extendía cientos de metros de cemento, sin sentido
del paisaje, de la naturaleza o del arte.
A Sharon la apabulló tanto barullo. El ruido era, en efecto, estresante.
Decidieron alejarse unas cuadras hasta el Estadio “Mateo Flores”.

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Su nombre se debía al atleta más trascendental de toda la Historia de
Guatemala: un maratonista de épicas proezas. En verdad honraba a la
imbecilidad y a la discriminación de un gobierno desconocedor de sus
raíces profundas, y una sociedad sumida en la violencia. En realidad el
deportista glorioso se llamaba Doroteo Guamuch, y era indio quiché.
Y sí, le obligaron a cambiar su nombre profundo, por el españolísimo y
nada autóctono “Mateo Flores”.
Al arribar a las puertas de ese coloso de cemento, se dispusieron a
ingresar. Deseaban conocerlo por dentro. Para ello, llegaron hasta el
canchero Jorge, dueño de las llaves del estadio.
–Jorge, ¿por qué hay tanto movimiento? –interrogó John.
–Hay partido hoy. Juega Comunicaciones –contestó, escuetamente,
el canchero.
–¿Es el equipo de fútbol más popular aquí? –preguntó Walter.
–Así es. Igualmente, aquí no viene tanta gente a los estadios. Gusta
mucho el futbol, pero se ve mucho del que se juega en otros países,
como en España o en Argentina. ¿Ustedes son argentinos? –concluyó
preguntando a modo de afirmación, Jorge.
–Sí. Hemos tenido algunos guatemaltecos jugando en el fútbol
argentino, como aquel que jugaba en River, de apellido Rojas –cerró
la oración, Walter.
–Dígame, ¿y cómo andan aquí? ¿Cómo está el país? –preguntó John,
súbitamente.
–Mmm… está bastante mal la cosa. Hay mucha pobreza, hay mucha
violencia, y eso que nosotros hemos tenido bastante aquí, cuando la
guerrilla y los feroces militares. Aquí era común que uno caminase
al lado de cadáveres en las calles, sin preguntar sobre ellos. Ahora, la
violencia es otra, pero no nos deja –explicó, cabizbajo, Jorge.
–Es que la violencia de hoy es fruto de la gran pobreza que aquí se
percibe. La mayoría de la población es indígena, y nadie los representa
a nivel gobierno, los olvidan. Los jóvenes no tienen perspectivas de
futuro… –decía Walter, cuando lo interrumpió Jorge:
–Ahora, parece que se va a postular para presidente Rigoberta Menchú,
que es una mujer líder de los indígenas, y tiene posibilidades de ganar. Sería
lindo que disminuya la pobreza. Es que este es un país muy rico. Es de los
países más ricos en energía eléctrica, en agricultura, es una lástima.
–Bueno Jorge, nosotros nos vamos, pero posiblemente nos veamos
en la noche, tenemos ganas de ver algo del hermoso y popular deporte
–dijo Walter con una mesura y solemnidad particular, en un joven tan
apasionado por ese espectáculo.
*
Rigoberta Menchú Tum, nacida en Uspantán, Departamento
del Quiché, el 9 de enero de 1959, es una indígena guatemalteca,

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miembro del grupo Quiché-Maya, embajadora de Buena Voluntad de la
UNESCO y ganadora del Premio Nóbel de la Paz y el Premio Príncipe
de Asturias de Cooperación Internacional.
El Premio Nóbel le fue otorgado en reconocimiento de su trabajo
por la Justicia Social y la reconciliación etno-cultural basándose en
el respeto a los derechos de los indígenas, al coincidir con el quinto
centenario de la llegada de Colón a América, y con la declaración de
1993 como Año Internacional de los Pueblos Indios.
De todos modos, no le iría tan bien en el proceso eleccionario de
noviembre de 2007, en el que acabaría obteniendo una inédita victoria
el social demócrata Álvaro Colom, incluso por sobre el puño derecho
cerrado que tradicionalmente gobernó Guatemala.
*
Ahora los australes caminarían las calles de Guatemala, incluyendo
la zona 10, donde palparían los enormes contrastes que se levantaban
en las injustas ciudades al sur del Río Bravo, esperando la noche para
ir a la cancha.
La Zona 10 era fashion, oscilaba entre el glamour y el miedo de sus
grandes mansiones electrificadas. Se paraban, allí, altos edificios y dos
centros comerciales de envergadura.
Luego de matear por esos exclusivos lugares, tomaron el colectivo para
el “Doroteo Guamuch”. En sus cercanías había clima de partido. Ellos
lo conocían bien, de seguir con fervor y constancia a su equipo, el de su
ciudad natal, Quilmes, a todos los rincones de América donde hubo de
presentarse. Había puestos que vendían gorros, camisetas, banderas del
equipo anfitrión. Puestos de comida, de bebida. El marco estaba dado.
Al entrar, mientras se jugaba el partido preliminar, observaron
asombrados las tribunas. Estaban casi vacías. Realmente había muy
poca gente, para ser el equipo de mayor convocatoria del país, y faltar
veinte minutos para el silbato de arranque.
A medida que faltaba menos tiempo para que el partido empezara,
y a la vez que el frío se intensificaba soplando sus vientos quebradizos,
ingresaban las banderas y un grupo de alrededor de cincuenta hinchas,
tres de los cuales llevaban un bombo de dimensiones nunca vistas.
Pronto se dieron cuenta que era el equivalente a la hinchada, la
barra, la torcida. Todas las canciones eran las que se cantaban en los
estadios argentinos, con una pequeña adaptación. El equipo pisó el
césped, cuando de fondo sus simpatizantes cantaban la versión local
del yingle “bobi, mi buen amigo”, con el que solían salir a la cancha los
equipos argentinos.
Las adaptaciones de músicos populares pasaron por el cantante
cordobés “La Mona” Gimenez, y su “beso a beso”, o el brasilero Roberto
Carlos y su “amigos”, entre muchos otros.

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Alcanzaron a observar los primeros cuarenta y cinco minutos del
partido, pues se había hecho la hora de tomar el micro hacia la ciudad
de Flores, aledaña a la ciudad maya de Tikal.
Habían comprobado que Ciudad de Guatemala tenía problemas
similares al conurbano bonaerense, en cuanto a la inseguridad urbana,
y que sus causas también eran las mismas. Entonces, ¿por qué no
ocuparse de su fuente, la pobreza, en lugar de construir muros cada
vez más altos y tejer alambrados cada vez más cortantes para recién
ahí celebrar, no los diez años, sino el primer año de una verdadera y
duradera paz?, reflexionaron.

PP. Inseguridad
En manos de Walter había caído el argentino Plan Nacional de
Prevención del Delito. A partir de su lectura él extrajo algunas conclusiones
y explicaciones que multiplicó para América Latina toda, anticipándose
a lo que más tarde comprobaría. Lo volcó a cuartilla, introdujo en un
sobre y llevó al Correo Central de la Ciudad de Buenos Aires.
Cuentan que antes de entrar por la enorme puerta que se orienta
por debajo de las palabras talladas “Secretaría de Comunicaciones”, lo
vieron estrecharse la mano con el cartero de bronce, que hace las veces
de monumento en la plaza que se encuentra al frente del formidable
edificio.
El remitente subjetivaba: “A los medios masivos de incomunicación”
“Latinoamérica ha vivido un constante crecimiento de la inseguridad urbana,
desde la década del 90 a esta parte. Se trata de un problema complejo que
abarca una ambigüedad constitutiva. Existe una cuestión objetiva, relacionada
con el nivel de criminalidad, y una parte subjetiva del problema, que es lo que
se denomina ‘sensación de inseguridad’.
En el caso de la criminalidad, lo que ha aumentado notablemente son los
‘delitos callejeros’, proviniendo la mayor parte de sus víctimas, como muchos
de sus autores, de los sectores más vulnerables de estas sociedades capitalistas
de nuestras urbes americanas. No se les escapará a ustedes que éstos son el
centro de atención de los ‘medios masivos’, y en su consecuencia, son el núcleo
generador de alarma social.
Asimismo son los delitos que generalmente procesa el sistema penal, más allá
de la alta cantidad que quedan impunes o que ni siquiera son denunciados.
Mas también, a la par han aumentado palmariamente los ‘delitos de cuello
blanco’, es decir, la criminalidad económica y la corrupción política, que
son desarrollados por sujetos con recursos económicos, sociales o culturales
mucho más elevados. A diferencia de aquellos, éstos sólo excepcionalmente
son procesados por el sistema penal, cuando la necesidad de hacerlo debería

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ser prioritaria, no sólo por su entidad propia, sino también por sus estrechos
vínculos con los delitos callejeros.
En paralelo ha crecido significativamente la sensación de inseguridad, lo que
genera comportamientos de autoprotección o de evitamiento, para reducir el
riesgo de ser víctimas, surgiendo el abandono del espacio público y la mentalidad
de fortaleza, cuyos paradigmas son los guetos, quiero decir, los countries, las
chacras, los clubes de campo, los barrios cerrados.
La demanda social hacia las autoridades peticionando ‘seguridad’ también
ha subido.
Se critica el funcionamiento del sistema penal, por su aroma a ineficiente,
lo que deriva en la desconfianza pública. Su causa habrá que rastrearla en la
impunidad de delitos graves que han conmocionado a la ‘opinión pública’ o en
el crecimiento de la violencia y corrupción de las agencias policiales.
La crisis de las instituciones de los sistemas penales ha generado dos efectos
realmente perversos para los objetivos de una sociedad inclusiva. La seguridad
urbana se ha privatizado, junto al auge de la industria de la seguridad privada,
reforzando las desigualdades sociales, ya que sólo acceden a ella los sectores más
pudientes de nuestras sociedades.
El segundo efecto se vincula con la aparición de este problema en la agenda
política, con un persistente reclamo de distintos actores, léase señor Blumberg,
Macri, doña Rosa y otros etcéteras, respecto a un incremento de la punitividad
en las políticas de control de delito, como única herramienta. Quieren subir
las penas.
Y ello ha generado un aumento de las penas en forma asfixiante. Se observan
las superpoblaciones carcelarias que sólo son mitigadas por matanzas periódicas
perpetradas por los servicios penitenciarios.
Aumentos de la graduación legal de las penas, propuestas de introducir penas
de muerte al código penal, entre muchas otras, han producido un correlativo
incremento de los costos sociales y humanos de los sistemas penales.
Señores periodistas, apelo a su humanidad, alejada de los intereses de su
corporación. Es necesario prevenir el delito de la única manera posible, a partir
de políticas sociales inclusivas por parte de los estados; a partir de transmisión
de valores como la solidaridad, el respeto por el otro.
Una sociedad desarticulada como tal, es decir, individualista en sus
componentes sólo se da cuenta del problema cuando lo padece. Pero no le
incumbe cuando el que lo sufre es el otro lejano, cuando el riesgo está en otra
parte. Si fuéramos hermanados nos jodería cuando millones de personas quedan
en el backstage del ‘progreso’.
Seamos buenos, ustedes tienen herramientas inmejorables para comunicar
estos valores, para exigir a los gobiernos que la gente se eduque, tenga pan y
trabajo.
Cada uno que aporte lo suyo. Todos somos miembros de este colectivo. Todos
nos debemos comprometer con él. Si queremos evitar el crimen, subamos a

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todos a este bondi, que suban los excluidos, que todos tengan laburo y puedan
mandar a sus hijos a la escuela y después a la universidad. El sistema penal
simplemente debe ocupar un lugar residual, subsidiario. No exijamos cárceles,
exijamos escuelas.
Walter”

OO. Esperanzas
Viajaron de noche hacia Flores. Pillos los hermanos, andando
a oscuras se ahorraban el hospedaje, y disfrutaban el día. Era una
adaptación de la práctica zapatista de caminar la noche hasta encontrar
el amanecer en otra parte.
Leyeron en el camino, hasta que la luz del micro se los permitió. A
partir de allí, sus ojos se cerraron, elevándose sus almas al sentido del
sueño. Sus rostros se veían felices.
Comentan que Walter tuvo un sueño raro. Imaginó a Latinoamérica
como una sola Nación, y un solo Estado, sin fronteras, sin falsas
divisiones. Lo extraño era que ese sueño estaba hilvanado de tal forma
que parecía, en efecto, real.
En él se mezclaron las sensaciones que sintió tantas veces
cuando concurrió a marchas organizadas por las Madres, a actos
antiimperialistas, a reclamos por Justicia, sea por los pibes muertos
en el boliche Cromañón, por los muertos de la AMIA, los escraches a
militares asesinos de una generación que hubiera generado sociedades
distintas.
Ahora soñaba y el inconsciente sostenía que esos cambios sociales
hacia una condición Humana de todas las personas eran realmente
posibles. A partir de la lucha incansable de Madres, que habían recogido
el guante de sus hijos y se involucraron en su lucha, más los que las
admiraron, adoptándolas como propias, y siguieron su ejemplo de
Resistencia.
Por dentro de esa cabecita aparecían imágenes de Hugo Chávez, con
su impermeable amarillo en Facultad de Derecho de Buenos Aires, en
2003; y con su camisa rojo punzó en la cumbre de los pueblos que,
en Mar del Plata, en 2005, había enterrado el proyecto imperial de
libre comercio, y con ello ahorrado más sangre para la industria y el
desarrollo de las tierras del Sur.
Fefa, la hermosa socialista que los alojó en Cienfuegos, les había dicho
que Chávez era la esperanza del mundo. Por ahí era demasiado, mas
no podían dejar de darle crédito por dos motivos: tanto quien lo decía
tenía autoridad para hacerlo, por pertenecer a un pueblo que le había
dado esperanzas al globo desde hacía casi 50 años; y a quien se refería

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había dado sobradas muestras de expectativas de autodeterminación
de su pueblo, y preocupación por la libertad de los demás países del
continente.
La imagen de Chávez de fondo, moviendo los brazos de manera
abrupta, como látigos, y en primer plano las banderas flameantes
del Brasil, del Uruguay, de Venezuela, de Cuba, de Argentina, de los
Pueblos Originarios, se mezclaba con su alocución de orador magnífico,
una noche en tierra Argentina.
Ilustraba al respetable, con historias de Latinoamérica, contaba la
independencia de la república de La Florida, con Fernandina como
capital, libertad que fue cortada por los Estados Unidos; describía
que estas nuevas generaciones eran los hijos de las Madres, del Che,
de Sandino, de Manuela Saenz, de Allende, de Pancho Villa, “nosotros
somos villistas, somos zapatistas”, decía. Hijos de Evita, de Miranda, de
Túpac Amaru y seguía mencionando a revolucionarios que habían
luchado por ideales de un mundo digno y solidario.
Al tiempo que leía la carta que Bolívar envió a Pueyrredón para
agradecer su ayuda en pertrechos militares, en la que hablaba de un
“pacto suramericano” y de Sudamérica como “un solo cuerpo político”,
Chávez proponía concretar el sueño de Bolívar y San Martín.
“El genio se salió de la botella, me dijo hace unos días Fidel, y sí, el genio
son ustedes, son las masas, si yo no estuviera aquí habría otro, si Bolívar no
hubiera nacido, la independencia se hubiera librado igual, los procesos históricos
se dan por la conciencia de los pueblos, y con líderes que la acompañen, y
ustedes ahora la tienen, vamos por la segunda independencia de Suramérica”,7
arengaba Chávez al respetable, con palabras similares a esas, según el
difuso sueño de Walter.
Y no sólo eso, transitando Centroamérica, se daba cuenta de que
había conciencia en muchas personas, algo funcionaba mal, algo tenía
que cambiar. Su sueño era esperanzador. Muchas personas en estas
tierras estarían atravesando sueños similares.
En ese marco llegaba el micro a la ciudad de Flores, cuando todavía
ésta no terminaba de despertar. Walter había caminado, en forma de
sueño, toda la noche intentando alcanzar el amanecer. En este preciso
momento en que el día le gana a la noche, la luz a la oscuridad, pisaban
esa ciudad en el norte guatemalteco.
Flores era una isla de dimensiones diminutas. A ella se llegaba
cruzando un espejo de agua a través de un puente.
Se apresuraron a encontrar lugar donde vestir de aposentos la nocturna
jornada venidera, pues deseaban salir rápidamente para Tikal.

7 Las palabras en letra cursiva insertas en esta carilla pertenecen a fragmentos del
discurso pronunciado en la cancha del club Ferrocarril Oeste de Buenos Aires, por
Hugo Chávez, 09/03/2007.
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La ciudad maya de Tikal se convirtió en la primera gran ciudad maya
cuando transcurría el siglo VI, a casi mil años de su fundación, ya que
los habitantes de Teotihuacán llegaron allí, e introduciendo nuevas
ideas sobre armas, cultivos, prácticas rituales y sacrificios humanos,
según relata la historiografía maya.
Hacia allí iban. Los viajeros que habían encontrado en el camino
coincidían en que en la actualidad era la ciudad maya más imponente,
mayor aun que Chichen Itzá, que se levanta dentro de los límites del
hoy México.
Era realmente gallarda. Al llegar, los hermanos pudieron contemplar
la entrada a la selva del predio convertido en parque nacional, mientras
un guía turístico trataba de convencer a los oriundos del hemisferio
norte para contratar sus servicios.
A cincuenta metros de haber ingresado comprobaron fehacientemente
que se encontraban en la selva. Los monos iban de árbol en árbol, de
rama en rama, por encima de sus cabezas ante el incipiente temor de
Sharon. Ardillas se cruzaban por su camino, a la vez que las lagartijas
eran parte de la vegetación. Fue así que caminando y caminando por
el sendero, entre esa enorme extensión de flora y fauna, doblaron en
lo que sería una esquina y pasmados se aquietaron. Una especie de
pirámide perfecta se levantaba entre ese hábitat natural.
Era la parte trasera del templo principal. Su altura, sublime. Lo
rodearon para mirarlo y asombrarse, y maravillarse, cuando incrédulos
al llegar a las fauces de las escalinatas que desembocaban a su puerta
principal, se percataron de que estaban en la plaza principal, compuesta
por dos tremendos templos enfrentados. En el medio exacto entre
ambos, yacía un círculo donde se practicaban los sacrificios, y a sus
lados se erigían construcciones de la época.
Al templo II, pudieron subir, por empinadas escaleras de maderas
preparadas al efecto. En su cima había gringos y aborígenes. Todos de
visita, y todos estupefactos como ellos. Permanecieron varios minutos
allí. Había sido la cima de una de las civilizaciones más avanzadas y
populosas de Nuestra América con anterioridad a la colonización, o
lo que el invasor llamó “descubrimiento”.
Emocionados, decidieron descender, pensando que nada ya los
sorprendería. Se equivocaron, pues a la vuelta de la selva, mientras más
monos se cruzaban por sus cabezas y les arrojaban carozos de frutos,
vieron erigirse otro templo de magnitud soberbia. Ascendieron por
una escalera de madera, casi recta hacia el cielo. Al llegar al tope, un
trabajador del parque les comentó que la altura de la misma era de
trescientos metros. Las personas se veían abajo como hormigas.
Se quedaron mucho tiempo allí, en el cielo. Por una parte no querían
bajar por el vértigo que generaba ese descenso abrupto. Por otra,

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miraban hacia el más allá desde arriba. Para un sector, se veían a lo lejos
los dos templos que acababan de atestiguar su arribo, para los otros,
kilómetros de copas de árboles, y para arriba, el infinito cielo.
El mismo trabajador les comentó que había dos templos más, uno de
los cuales era el más alto descubierto hasta el presente que había sido
construido en dicha ciudad. A pesar que ya sus músculos les exigían
descanso, los hermanos fueron hacia ellos.
Transcurrieron, una vez más, la hermosa selva hasta que llegaron a
una pirámide geométrica. ¿Cómo habían sido capaces de construir
semejantes monumentos sin las grúas tecnológicas, los materiales
elaborados por la alta industria, sin carreras oficiales de ingeniería,
miles de años atrás? Se preguntaba el tridente por ese entonces. Eran
realmente avanzados, afirmaban al instante.
Ese nuevo templo que erecto estaba ante sus ojos no poseía escaleras
laterales para subir a su punto más elevado. Sin embargo, divisaron que
una persona lo estaba escalando por sus reales escalinatas. Se largaron
a la aventura. Ya era automático el andar de los entrañables, que no
respondía a la lógica de la anatomía humana, pues no paraban de hacer
esfuerzo físico, y cansados no estaban.
Al llegar arriba, el cielo les deparaba una sorpresa: la lluvia. En un
día celeste, nada hubiese hecho pensar que se largarían precipitaciones.
La precaución los inclinó a bajar con cierto apuro, dado que por esas
escalinatas ya era difícil hacerlo estando secas. Y si encima estaban
mojadas, fracturados se adivinaban.
Restaba saborear el más alto templo conocido hasta el momento por
los actuales arqueólogos.
Dicen que una parte fundamental de la cultura y construcciones
mayas no han sido encontradas aún.
Cruzaron los caminos selváticos, una vez más. Sharon ya se sentía a
gusto con los monos, y con la naturaleza. No era casual que el indígena
hubiera poblado esas hermosas vegetaciones, que junto a ellos se sentía
respetada y amada.
“La tierra es para el originario su madre, Ñuke Mapu - Pachamama. La
interrelación con la tierra nos da un sentido de pertenencia y una actitud de
respeto y en ellos descansa nuestra preocupación por el mundo entendido como
vida”, le había dicho Angélica, de la Comunidad India Quilmes, en el
Norte Argentino, a Walter cuando él los había visitado.
Al encontrar la más alta, caminaron por inercia hacia su cabeza, por
las escaleras que los arqueólogos habían levantado a su lado, mientras
los obreros seguían trabajando en este templo.
¿Cómo alguien trató por “bárbaros”, o por “brutos”, o por “sub-
hombres”, cuando tan probada fue su capacidad?

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Allí terminaban el periplo por Tikal. Habían quedado sorprendidos
por el desconocimiento que de esa ciudad tenían, pero no por la
inteligencia de los pueblos originarios, que era ampliamente respetada
por los hermanos hacía tiempo.
John conocía el Machu Pichu, en las proximidades del Cuzco
peruano, y sostenía que eran comparables, aunque distintas. Se
trababan de maravillas milenarias llevadas a cabo por tipos que habían
sido subestimados por el vencedor, quien nunca hubiera sido capaz de
semejantes obras.
Volvieron de Tikal hacia Flores, y sólo hablaron para convenir que al
día siguiente rodarían hacia Honduras, pues nada más hermoso podrían
ya ver en tierras de península de Yucatán, Guatemala hoy.
Walter estaba seguro de que en el respeto por los pueblos originarios
estaba una de las esperanzas de la nueva independencia. Y no sólo del
respeto, sino también de su liderazgo inteligente y combativo.
Tanto John como Walter habían estado, por separados, en Bolivia
al tiempo de la asunción de Evo Morales como Presidente del país. Se
vivía un clima de algarabía. “Sí Evo. Ahora es Cuando” rezaban los carteles
electorales en referencia a que había llegado el momento del verdadero
respeto a los derechos de los aborígenes en el territorio más pobre de
América del Sur. “514 años de opresión y resistencia han concluido”, se leía
en una pared de la localidad de Tupiza, en el Sur boliviano.
Un dato no menor, a cuarenta años de la muerte de Che en
La Higuera, Bolivia, corría octubre del año 2007, cuando Evo se
autoproclamaba, en ese mismo sitio, guevarista.
Caminaba agosto de 2008, y en Argentina se festejaba el día del niño.
En Bolivia, la nueva América se comprobaba niña, cuando Evo luego
de lograr más del 67% de las voluntades que fueron convocadas para
ratificar su mandato, en elecciones históricas en que votaron más del
80% del padrón habilitado, concluía un memorable discurso en Plaza
Murillo arengando: “Quiero que también me ayuden a decir: ¡Patria o
Muerte!”, y el pueblo latinoamericano todo contestaba, “Venceremos”.
En ellos también radicaba la esperanza. Los pueblos originarios
tenían que estar a la cabeza de las prioridades revolucionarias. Si toda
Latinoamérica había sido oprimida desde su independencia, ¿qué
decir de los indígenas, que habían sido esclavizados, humillados o
exterminados, desde la llegada del usurpador?
En septiembre de ese año, Suramérica unida en la UNASUR
abortaba un intento de golpe de Estado pergeñado por la embajada
norteamericana y las elites cruceñas contra el gobierno conducido por
Evo, abrumadoramente ratificado semanas antes.
Gracias a ello, en enero de 2009, la Nueva Constitución Política
de Estado, refrendada por el pueblo, consagraba a Bolivia en un

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pilar incuestionable del reconocimiento de los derechos sociales y
económicos de su población, sobre todo de sus etnias originarias.
Si Latinoamérica era una entera, unida por los problemas comunes,
por luchas y por resistencias, los aborígenes eran columnas de esta unión
por haber sido los primeros explotados, mucho antes que la primera
independencia y aún seguían siéndolo. Debían entonces tener un papel
preponderante en la cruzada por una independencia verdadera, por el
respeto a los derechos culturales de todos, en Libertad, con Dignidad,
con Justicia.

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Capítulo Quinto

Circunvalando Honduras
en cuatro días

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ÑÑ. Seis viajes en un día
Al día siguiente partieron a las seis de la mañana hacia la intersección
de la carretera que los dejaría en las proximidades de la frontera. Al
arribar horas más tarde, tomaron otro micro que los dejó en la ruta
misma que iba hacia el límite con Honduras.
Volvieron a bajar de este segundo ómnibus para subir a un tercero,
que los terminaría colocando sobre la línea imaginativa. El camino
era, todo, plantación de bananas, circunstancia que había hecho
acuñar a los poderosos del mundo el peyorativo calificativo de países
“bananeros”. Si Honduras era sostenida económicamente por la venta
de plátanos, no era por decisión propia. La división internacional del
trabajo había hecho de América Latina un continente productor de
materias primas y alimentos.
Argentina conocía el modelo agro exportador, nunca industrial, que
habían diseñado las elites criollas, con el visto bueno inglés que compraba
los alimentos y la materia prima, textil por ejemplo, y luego le incorporaba
el plusvalor, vendiéndola en esas tierras como manufactura elaborada.
El Paraguay había sido arrasado en su intento industrial y de
autodeterminación, cuando promediaba la segunda mitad del siglo XIX.
Así como Argentina y Uruguay debían vender carne vacuna y
lana, Cuba debía vender azúcar, Guatemala, y sobre todo Honduras,
debía poner a la venta bananas. Lo habían decidido los dueños de la
pelota.
Llegaron a la frontera, absolutamente imaginaria. Era el mismo
país. Igual geografía, igual contexto, personas con similares rasgos.
Cambiaron Quetzal por Lempira, y almorzaron del lado hondureño,
saboreando de refresco una bebida de banana.
Escalaron un micro escolar que los arrimaría a la ruta que los llevaría a
la Ciudad de San Pedro Sula, segunda en importancia en Honduras.
En el camino, el bus iba entrando en los pueblitos fronterizos. Todos
muy humildes y muy amenos a la vez. En uno, un pasacalles invitaba
a las personas que no supiesen leer ni escribir a aprender a hacerlo
por intermedio del programa cubano “Yo, Sí Puedo”, con una bandera
cubana de un lado, y una hondureña del otro.
La interacción entre esos dos pueblos venía de larga data, desde el
exilio del General de la Independencia cubana, Máximo Gómez, en
tierras hondureñas, o la relación entre el presidente hondureño Marco
Aurelio Soto y José Martí.
Ahora, Cuba que había sido declarada por la UNESCO territorio
libre de analfabetismo, al igual que Venezuela más tarde gracias a este
programa, exportaba el modelo de alfabetizar por medio de teleclases.
Clases que se veían por medios audiovisuales.

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Cuba sabía que el participante de estas clases, una vez que logra
percibir sus capacidades, recupera la esperanza, proyecta sus sueños y se
sabe más digno ante la vida. Se constituye como sujeto constructor de su
propio futuro. Ello se refleja en su independencia para leer una señal de
tránsito como para escribir una carta de amor, lo que genera proyectos,
expectativas, a partir del mayor autoestima que ha adquirido.
Honduras ahora recibía gustosa esta ayuda, como también era
bienvenida en varios países de América. La ciudad jujeña de Tilcara
había sido declarada libre de analfabetos, también por la UNESCO,
desde la implementación de este programa.
Los hermanos lo conocían de cerca porque lo habían facilitado en
trabajos solidarios en barrios carenciados de la Ciudad de Quilmes,
en las mal llamadas “Villas miserias”.
También América estaba unida por este programa, que luchaba para
limar desigualdades inaceptables.
*
El escolar los dejó debajo de un puente, en la bifurcación de la ruta
que ascendiendo a otro micro los trasladaría a San Pedro Sula.
Al llegar a esa populosa y alborotada ciudad, advirtieron la
contaminación visual y auditiva que en ella había. Ni la recorrieron,
pues su destino final ese día sería la ciudad portuaria de la Ceiba,
tercera en importancia en el país.
En San Pedro sólo atinaron a caminar hasta la terminal de buses,
donde luego de varias discusiones, incluidos malos entendidos y faltas
de respeto, los bajaron de un micro debiendo aguardar al siguiente.
El viaje a La Ceiba tardó tres horas aproximadamente. Aprovecharon
para tomar mate, charlar sobre sus vidas en Argentina, sus amistades
y amores.
Al bajar en destino, alrededor de siete u ocho taxistas se acercaron
bruscamente a intentar llevarlos. Era un espectáculo penoso ver la
desesperación miserable, por recolectar unas monedas. Era un ejemplo
de cómo estaba la América Latina.
Ellos se escaparon de esa marea, y resolvieron caminar con sus
mochilas los pocos kilómetros que los distanciaban del centro, en esa
noche solitaria. Consiguieron una pensión donde dormir, en compañía
de cucarachas y otros insectos. Aunque habían percibido el peligro
de la ciudad, salieron a comer. Llegaba a su fin un día largo, lleno de
experiencias y paisajes.
Al alba siguiente partirían hacia la isla de Utila. Otra posibilidad
era la isla de Roatán, pero ésta era el territorio insular turístico por
excelencia, en Honduras. Ellos, que intentaban escaparle a lo turístico
para conocer de cerca las culturas e idiosincrasias locales, irían a Utila
en un ferry a la mañana próxima.

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NN. Isla pirata
El conserje de la pensión no los despertó como habían quedado antes
de dormirse. Era demasiado tarde para abordar el ferry de las nueve
de la mañana. ¿Lo era?
Ocho y treinta despegaba los párpados el primero de los hermanos,
cuando se percató del horario. Abruptamente se levantaron los otros
dos, y casi sin asearse salieron disparados a arreglar un taxi que los
llevara al puerto.
Para colmo tuvieron la suerte de que el tachero era uno de esos
hombres de edad, precavidos, que respetan todas las normas de
tránsito, así como los límites de velocidad impuestos por la autoridad
de aplicación.
Nueve y dos llegaron al puerto. El ferry, cosa extraña, se había
demorado propiciando el arribo a tiempo, siendo los últimos en
abordar. Un trabajador portuario, moreno, les ayudó con los bártulos,
mientras cerca de su corazón unas letras dejaban leer que se trataba de
Carlos Bennet Juárez.
–Señor, ¿sabe que en mi equipo de fútbol, Quilmes, jugó un
hondureño de apellido ‘Bennet’? –preguntó John refiriéndose a
Eduardo “Balín” Bennet.
–Es mi primo, amigo. Él es de aquí, de La Ceiba. Ahorita hace un
tiempo que no lo veo –refrendó la casualidad, el portuario, mientras
cargaba los bultos arriba del transporte acuático, y luego de suspirar
profundamente, les deseó– qué suerte que han llegado a tiempo. Allí
la van a pasar hermoso. Lo único que prepárense para hablar el inglés,
porque es el idioma de la isla, eh.
–Adiós amigo, nos vemos a la vuelta –alcanzó a decir Walter, mientras
el ayudante del capitán desamarraba, y se aprontaba a torcer el timón.
La nave tardaría una hora aproximadamente en tocar tierra.
Les había quedado dando vuelta ese asunto. Raro que, en pleno
Centroamérica, el idioma de un sitio fuera el inglés. Los antecedentes
del suceso remontaban al pirata Morgan quien, aseguraban, era oriundo
de ese territorio insular.
El cielo se había teñido de gris topo. Aunque en realidad ese color
identificaba a las nubes lluviosas que se avecinaban, cuando toda la isla
se divisaba con transparencia, el magnánimo sol se decidió a aparecer,
radiante, como anunciando la llegada a la isla del sol.
Tan pronto como asomó la claridad, se deslumbraron los hermanos al
mirar, viendo que a través de las aguas marítimas, se advertía el fondo
arenoso, dos o tres metros por debajo de la superficie. Nunca habían
estado en presencia de una claridad semejante.

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Al pisar el muelle, con la velocidad de la luz se le aproximaron rubios
de todas las tonalidades, hablándoles un idioma que aunque extraño
conocían por haberlo estudiado en sus colegios. Les hablaban en inglés
y no porque los vieran foráneos específicamente, sino porque era la
lengua madre en ese punto del caribe hondureño.
Sólo uno atinó a conversarles en español, cuando conjeturó que esos
tres pálidos viajantes tenían cara de desconcierto cuando les ofertaban
cursos de buceo, de varios días a cambio de varios verdes billetes.
–Gente, los veo algo perdidos. Me llamo Alejandro. Les cuento
que todos nosotros somos instructores de buceo, que es la actividad
principal que aquí se viene a practicar. Eso es lo que los chicos les
están queriendo decir –explicó con suprema amabilidad el morocho
con anchos drelos en su cabellera.
–Alejandro, es que nosotros no vinimos a bucear, no porque no
quisiéramos, sino que se nos hace demasiado costoso. Nosotros
buscamos un lugar donde alojarnos, y luego ver qué hacemos, me
entendés –explicó Walter su situación.
–Ah, comprendo. ¿Argentinos? –curioseó Alejandro.
–Así es –dijo Sharon.
–Le van al Boca, entonces –pensó, dado que ese equipo de fútbol es
el más popular en la Argentina, y fuera de ella.
–No. Somos de un equipo chico llamado Quilmes. El año pasado
jugamos la Copa Libertadores. –Infló el pecho John y soltó su orgulloso
por la blanca divisa de su conjunto futbolero.
–Ah. Aquí muchos le vamos al Boca, por el Diego –describió su
conjetura Alejandro.
–No. El Diego no es de Boca. Es argentino –corrigió Walter.
–Te equivocas. El Diego es de América, es de los pobres del mundo
–sentenció sin vacilar Alejandro.
–Tienes absoluta razón –aceptó Walter.
–Bueno, miren, aquí los lugares para alojarse son las academias de
buceo. Casi ni cobran el hospedaje si contratan los cursos. ¿Ustedes
tienen tienda de campaña? –preguntó el de los drelos.
–Así es –afirmó John.
–Bueno. Yo puedo hablar con la gente de mi academia para que les
dejen colocar allí la tienda, y no creo que les cobren más de un dólar
por día, por ella. ¿Qué les parece?
–¡Excelente! –contestaron casi a trío.
El lugar a donde los condujo era a unas cinco cuadras del muelle céntrico
donde llegaron. Era de ensueño. Con escollera propia, habitaciones que
daban al mar, cancha de voley dentro del agua cristalina, donde los peces
no paraban de nadar.

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Se quedaron allí, luego de comprometerse a pensar la propuesta (que
nunca maduraron) de tomar el curso de buceo. Armaron la carpa y se
dispusieron a ir a la playa pública, que quedaba en la otra punta de la
isla, a unas diez cuadras.
Caminaron con asombro esas calles hasta llegar al punto. Parecía una
población extranjera en tierras americanas. La gente hablaba inglés en
su mayoría. Las casas de madera y elevadas para evitar inundaciones.
Las bicicletas sin cadenas mostraban que era una extrañeza ese lugar
que parecía del primer mundo, cuando éste había decidido que al Sur
de sus fronteras se ubicaba el tercer mundo, habiéndose extraviado el
segundo por algún oscuro laberinto.
En la playa, comprobaron la sensualidad de ese mar. Delicioso era
inmiscuirse en él, al sentirse acariciados por sus cálidas aguas. La
playa propiamente dicha parecía artificial. No era como la que habían
conocido en Tulum, sino que pisarla dolía.
Luego de comer cangrejos, generosamente obsequiado por una familia
que los estaba preparando, y se los regaló ante la pregunta de John
respecto al precio de los mismos, emprendieron la retirada para caminar
la isla, dirigirse hacia el otro extremo, donde les habían indicado que
había otra arenosa estación.
Dieciocho Lempiras por cabeza costó el ingreso a la misma,
equivalente a tres verdes dólares. Tenían derecho a hacer esnorquer
y kayak cuanto tiempo quisieran, con provisión de los elementos
necesarios para ello.
Pasaron una tarde de relajación espiritual hermosa. Volvieron a la
academia donde su rojísima carpa los aguardaba, y matearon en el
muelle, mientras el sol se escondía detrás del mar.
Llegaba la noche y con ella las cosas que pueden pasar en una noche
a decenas de kilómetros de continente, rodeados por el mar caribe, el
ritmo de la música africana y la alegría de los negros y las negras.

MM. Noche negra


Si hay pueblos más sufridos por opresión que los latinoamericanos
son las masas africanas. Los negros, oriundos de ese continente, han
sufrido persecuciones masivas durante toda su historia. Han sido traídos
a América para ser esclavos. Y sólo en el siglo XIX en la mayoría de
los países se prohibió la esclavitud, aunque algunos perduraron con
esta condenable práctica hasta entrado el siglo XX. Argentina había
declarado la libertad de vientres, es decir, que los hijos de los esclavos
ya no lo serían, por la Asamblea del año 1813. Brasil demoró un tiempo
importante en hacerlo.

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En los Estados Unidos la población más discriminada y apartada del
conjunto de la sociedad fueron los negros, durante todo el siglo XX. Luego
de luchas entrañables, lograron el reconocimiento de muchos derechos. A
la cabeza del movimiento estuvo un luchador por sus derechos humanos:
Martin Luther King, quien pronunció un discurso memorable en la
mismísima capital del imperio, el 28 de agosto de 1963:
“(…) hoy hemos venido aquí a dramatizar una condición vergonzosa. En cierto
sentido, hemos venido a la capital de nuestro país, a cobrar un cheque. Cuando
los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la
Constitución y de la Declaración de Independencia, firmaron un pagaré del
que todo estadounidense habría de ser heredero. Este documento era la promesa
de que a todos los hombres les serían garantizados los inalienables derechos a
la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
Es obvio hoy en día, que Estados Unidos ha incumplido ese pagaré en lo que
concierne a sus ciudadanos negros. En lugar de honrar esta sagrada obligación,
Estados Unidos ha dado a los negros un cheque sin fondos; un cheque que ha
sido devuelto con el sello de ‘fondos insuficientes’. Pero nos rehusamos a creer que
el Banco de la Justicia haya quebrado. Rehusamos creer que no haya suficientes
fondos en las grandes bóvedas de la oportunidad de este país. Por eso hemos
venido a cobrar este cheque; el cheque que nos colmará de las riquezas de la
libertad y de la seguridad de justicia.
También hemos venido a este lugar sagrado para recordar a Estados Unidos
de América la urgencia impetuosa del ahora. Este no es el momento de tener
el lujo de enfriarse o de tomar tranquilizantes de gradualismo. Ahora es el
momento de hacer realidad las promesas de democracia (…).
Este verano, ardiente por el legítimo descontento de los negros, no pasará hasta
que no haya un otoño vigorizante de libertad e igualdad. 1963 no es un fin,
sino el principio. Y quienes tenían la esperanza de que los negros necesitaban
desahogarse y ya se sentirá contentos, tendrán un rudo despertar si el país
retorna a lo mismo de siempre. No habrá ni descanso ni tranquilidad en Estados
Unidos hasta que a los negros se les garanticen sus derechos de ciudadanía.
Los remolinos de la rebelión continuarán sacudiendo los cimientos de nuestra
nación hasta que surja el esplendoroso día de la justicia.
Pero hay algo que debo decir a mi gente que aguarda en el cálido umbral que
conduce al palacio de la justicia. Debemos evitar cometer actos injustos en el proceso
de obtener el lugar que por derecho nos corresponde. No busquemos satisfacer nuestra
sed de libertad bebiendo de la copa de la amargura y el odio. Debemos conducir
para siempre nuestra lucha por el camino elevado de la dignidad y la disciplina. No
debemos permitir que nuestra protesta creativa degenere en violencia física. Una y
otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas donde se encuentre la fuerza
física con la fuerza del alma. La maravillosa nueva militancia que ha envuelto a
la comunidad negra no debe conducirnos a la desconfianza de toda la gente blanca,
porque muchos de nuestros hermanos blancos, como lo evidencia su presencia aquí

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hoy, han llegado a comprender que su destino está unido al nuestro y su libertad
está inextricablemente ligada a la nuestra. No podemos caminar solos. Y al hablar,
debemos hacer la promesa de marchar siempre (…).
Hay quienes preguntan a los partidarios de los derechos civiles, ‘¿Cuándo
quedarán satisfechos?’
Nunca podremos quedar satisfechos mientras nuestros cuerpos, fatigados
de tanto viajar, no puedan alojarse en los moteles de las carreteras y en los
hoteles de las ciudades. No podremos quedar satisfechos, mientras los negros
sólo podamos trasladarnos de un gueto pequeño a un gueto más grande. Nunca
podremos quedar satisfechos, mientras un negro de Misisipí no pueda votar y un
negro de Nueva York considere que no hay por qué votar. No, no; no estamos
satisfechos y no quedaremos satisfechos hasta que la justicia ruede como el agua
y la rectitud como una poderosa corriente.
Sé que algunos de ustedes han venido hasta aquí debido a grandes pruebas y
tribulaciones. Algunos han llegado recién salidos de angostas celdas. Algunos
de ustedes han llegado de sitios donde en su búsqueda de la libertad, han sido
golpeados por las tormentas de la persecución y derribados por los vientos de
la brutalidad policíaca. Ustedes son los veteranos del sufrimiento creativo.
Continúen trabajando con la convicción de que el sufrimiento que no es
merecido es emancipador.
Regresen a Misisipí, regresen a Alabama, regresen a Georgia, regresen a
Louisiana, regresen a los barrios bajos y a los guetos de nuestras ciudades del
Norte, sabiendo que de alguna manera esta situación puede y será cambiada.
No nos revolquemos en el valle de la desesperanza.
Hoy les digo a ustedes, amigos míos, que a pesar de las dificultades del momento, yo
aún tengo un sueño. Es un sueño profundamente arraigado en el sueño ‘americano’.
Sueño que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significado de su
credo: ‘Afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados
iguales’. Sueño que un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los antiguos
esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos se puedan sentar juntos a la
mesa de la hermandad. Sueño que un día, incluso el estado de Misisipí, un estado
que se sofoca con el calor de la injusticia y de la opresión, se convertirá en un oasis
de libertad y justicia. Sueño que mis cuatro hijos vivirán un día en un país en el cual
no serán juzgados por el color de su piel, sino por los rasgos de su personalidad.
¡Hoy tengo un sueño! Sueño que un día, el estado de Alabama cuyo
gobernador escupe frases de interposición entre las razas y anulación de los
negros, se convierta en un sitio donde los niños y niñas negras puedan unir sus
manos con las de los niños y niñas blancas y caminar unidos, como hermanos
y hermanas.
¡Hoy tengo un sueño! Sueño que algún día los valles serán cumbres, y las
colinas y montañas serán llanos, los sitios más escarpados serán nivelados y los
torcidos serán enderezados, y la gloria de Dios será revelada, y se unirá todo
el género humano.

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Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la cual regreso al Sur. Con esta fe
podremos esculpir de la montaña de la desesperanza una piedra de esperanza.
Con esta fe podremos trasformar el sonido discordante de nuestra nación, en
una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe podremos trabajar juntos,
rezar juntos, luchar juntos, ir a la cárcel juntos, defender la libertad juntos,
sabiendo que algún día seremos libres. (…)”
*
Hoy en día, si bien se les ha reconocido muchos derechos, y muchos
prejuicios han sido desplazados a otras poblaciones, las desconfianzas
a ellos permanecen en estado latente. Así, si bien en Estados Unidos
se discrimina con mayor rudeza a musulmanes y latinos, los negros
sólo ocupan altos cargos en forma excepcional, y como una cuestión
de marketing que aconseja mostrar pluralidad en muchos casos.
Solamente un presidente de los Estados Unidos ha sido negro, como
sólo un presidente latinoamericano ha sido indígena.
África ha sido, y sigue siendo, territorio de opresión y resistencia.
Ejemplos sobran de lucha por la dignidad: Angola, El Congo, Sudáfrica,
Argelia. En este último Francia, estado colonizador, experimentó los más
avanzados métodos de tortura que luego fueron copiados y perfeccionados
por las dictaduras latinoamericanas de los años 70. Pero Argelia también
fue ejemplo para los revolucionarios de América. Todos leían a Fanon, en
su libro Los condenados de la tierra, con prólogo de Jean Paul Sartre.
Fanon explica la relación entre dirigentes y pueblo de una manera
singular: “Es verdad que si se toma la precaución de emplear un lenguaje
sólo comprensible para los licenciados en derecho o ciencias económicas,
se probará fácilmente que las masas deben ser dirigidas. Pero si se habla
el lenguaje concreto, si no se está obsesionado por la voluntad perversa de
confundir las cartas, de desembarazarse del pueblo, se advierte entonces
que las masas captan todos los matices, todas las astucias. Todo puede
explicarse al pueblo a condición de que se quiera que comprenda realmente.
Porque resulta que el pueblo, cuando se le invita a la dirección del país no
retrasa, sino que acelera el movimiento”.1
La unión entre los condenados del mundo, los subdesarrollados, los
tercermundistas es mucho más profunda que lo que sus componentes
muchas veces sienten. Es que el poder hace malabares para impedir
dicha unidad, y con un gigantesco aparato mediático lo logra,
parcialmente.
*
Honduras tenía una gran población negra. No tanto Utila, cuyo
componente mayor eran extranjeros, europeos. Pero esa noche, los
negros serían los protagonistas.

1 Citado por Ernesto Goldar en la obra La Revolución Argelina, Buenos Aires, Centro
Editor de América Latina, 1972, p. 104.
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Luego de preguntar por “Nico, el artesano”, los hermanos se
dirigieron al bar de ese argentino que hacía años vivía en esa isla
apartada. Tenían referencia de él desde Argentina, aunque nunca
creyeron que lo encontrarían con tal facilidad.
Se saludaron efusivamente. Charlaron de Argentina, de fútbol, les
trajo unas cervezas, y de fondo sonaba “Perdimos el tiempo justo para ser
la gran nación, el ser chicos hoy nos duele en el alma y la ambición (…) Pero
faltó la grandeza de tener buena visión, por tapados de visón y perfumes de
París, quisieron de este país hacer la pequeña Europa, gaucho, indio y negro
a quemarropa fueron borrados de aquí”, del grupo rocanrolero argentino
Los Piojos, que no escuchaban desde su partida y que habían ido a oír
en vivo en innumerables oportunidades.
Nico les recomendó una fiesta en la playa de la punta de la isla, donde
tocaría una banda con música africana. Eso aseguraba la diversión,
dado el calor que la percusión transmite.
Hacia allí se dirigieron, transitando las calles con total despreocupación,
con felicidad. Al llegar, la banda ya estaba actuando. Eran cinco negros
acariciando distintos instrumentos de percusión, uno golpeteaba el
bongó, otro tocaba pequeñas tumbadoras, y el resto instrumentos que
escapan al saber de este autor.
Al mismo tiempo dos hermosas negras bailaban, moviendo sus
pomposas caderas al ritmo de la música percusional y de las voces que
cantaban en idioma inalcanzable para ellos en el significado de sus
términos, aunque sensiblemente emotivo en lo simbólico.
Las negras danzaban de espaldas al público, lo que se explicaba por
el respeto de ellas hacia los músicos. Les ofrendaban su destreza a eso
artistas que divertían y emocionaban al respetable.
Una vez finalizada la actuación, contentos quedaron los hermanos,
y con ganas tremendas de danzar.
Les comentaron que a unas cuadras había, sobre el mar, una disco
que esa noche ardía de gente. Y fue cierto. Al ingresar, el boliche
estaba atestado de jóvenes. Reguetón es lo que hacía delirar a toda
Centroamérica y esta isla no era la excepción.
Distraídos, Sharon y Walter observaron cómo John se acercó a una
negra, no tan llamativa como hermosa.
Bailaron muy juntos, muy apretados, muy sensuales, hasta que
desaparecieron de la pista. El amanecer del día siguiente los encontró
a John y a América juntitos en la rocosa playa pública, luego de haber
pasado una velada altisonante de sexo y, ¿por qué no?, de amor.

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LL- Amistades americanas
La mañana despertó a Sharon y a Walter, por su propio peso. El
solazo pegaba duro en la lona de la roja carpa, calentaba su interior
hasta temperaturas insoportables para cualquier ser humano. Casi
simultáneamente a que los hermanos se lavaban la cara y cepillaban los
dientes, llegó John, con grandes ojeras, debajo de sus celestes ojos.
Calentaron agua, volcaron la yerba mate dentro de la calabaza,
introdujeron en ella la bombilla y matearon, al tiempo que untaban
mantequilla de maní en pan lacteado que John había comprado
minutos antes.
Alejandro cayó a la reunión. Tomó mate también, una y otra vez, ante
la mirada ignorante de los rubios extranjeros que los contemplaban
como si esos blancos acampantes que ahora se llevaban a la boca un
objeto extraño, con hiervas en su interior, fueran bichos raros.
Ale les contó de su pasión por el fútbol; que llegó a jugar en primera
división de la pobre liga nacional de Honduras; incluso que había
jugado en el seleccionado sub 17 de ese país.
Y contó de su vida. Su año dividido entre la isla caribeña, donde se
desempeñaba como instructor de buceo, y la selva montañosa donde
cumplía la función social de recuperador de adictos a las drogas.
Los llevaba con pocos utencillos a la alta montaña, apenas algunos
materiales sanitarios para amigarse con la naturaleza e internalizar
que allí estaba el verdadero significado de la vida, y no en las efímeras
escapadas del mundo adverso, que los estupefacientes generaban en
esos jóvenes.
Y hablaba apasionado.
–Si algo me jode es cuando los gringos vienen a aprender a bucear y
te miran como de costado –comentaba Ale.
–¿Te pasa mucho? –preguntó Sharon.
–El otro día le pregunté a un gringo que me miraba como con
desprecio en qué país había nacido, y me respondió “I´m American”,
entonces yo le pregunté de qué parte de América, pues yo también soy
americano, de Honduras, y me dijo como si fuera una obviedad, “Oh,
man from USA”. ¿Vos sabés las ganas que tuve de pelearlo? –completó
preguntando Ale, visiblemente indignado.
–¿Conocés a Eduardo Galeano? Él escribió algo así como que en el
camino de la colonización y la usurpación habíamos perdido hasta
el derecho de llamarnos americanos. Ese gringo es un soldado de la
pérdida de nuestro derecho –aseguró Walter, que notó que Ale había
trocado el “tú” por el “vos”.
–Ale, ¿te puedo hacer una pregunta? –esbozó Sharon.
–Sí, claro, preciosa –contestó.

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–¿Vos sabés arreglar los drelos? Porque me hice un par hace unos días
y se me están desarmando –explicó Sharon
–Sí. ¿Tenés tiempo ahora?
Y mientras se inmiscuía en su cabeza, siguieron charlando, mate por
medio. Les comentaron a Ale que tenían poco tiempo y que querían
llegar a Nicaragua, aunque les gustaría quedarse unos días más allí.
Ale les explicó claramente cuál era el recorrido que debían hacer,
para lo cual debían partir al día siguiente de la isla, en el mediodía.
Eso les adelantaba sus planes pero era necesario, pues no querían dejar
de vivir unos días en la digna Nicaragua.
Así que se decidieron a partir el mediodía siguiente. De repente,
Ale vio que venía el ferry con los nuevos turistas, junto con todos
los instructores debía ir a promocionar su escuela de buceo. Le pidió
permiso a Sharon para concluir su obra maestra en la cabellera de la
blonda durante la tarde, y fue para el muelle.
Ellos permanecieron en la escollera de su academia, durante toda
la mañana, leyendo o escribiendo, recostados sobre unas hamacas
que conocían como “paraguayas”, aunque en Centroamérica eran,
simplemente, hamacas.
Al promediar el día, comieron un emparedado de jamón y queso,
en un sitio que en Buenos Aires calificarían como “copetín al paso”,
y que allí era una casa que vendía alimento, sin más. Fue su único
combustible, porque la comida era cara, y sus estómagos estaban
bastante llenos ya.
Al concluir fueron hacia la playa pública, donde tejieron pulseras y
leyeron. Más tarde, mientras Sharon tomaba sol, los varones advirtieron
un picadito y se prendieron.
Con arcos chicos, sin arquero, los equipos de cuatro personas cada
uno jugaban a dos goles, quedando en cancha el team ganador. Ellos
hicieron equipo con dos hondureños, hinchas del Maratón de ese país, y
del Boca de Argentina. La superficie era cortante, con estelas de vidrios,
y piedras filosas. John tuvo que dejar el juego cuando disputaban el
tercer partido en forma consecutiva, por un profundo corte sufrido en
un dedo del pie izquierdo.
No eran grandes talentos, ninguno de los dos argentinos. Pero eran
tácticamente mejores que los hondureños quienes desplegaban mayor
habilidad para el deporte. Bien parados los dos en defensa, salían con
criterio de contragolpe, aprovechando la velocidad de los nativos. Por
eso quedaron en cancha un rato largo.
Esa solidez se vio menguada cuando John salió de cancha, tomando
en cuenta que Walter, además, poseía una lesión en el tobillo izquierdo
que no había sido curada aún.

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Hicieron amistad con los hondureños, ya sea los del mismo equipo,
como los rivales. Quedaron en verse a la noche en alguna esquina, o
en algún bar. Uno de ellos recordó el día en que el Maratón le había
ganado al River Plate argentino, lo que representaba una verdadera
epopeya deportiva, en efecto.
Volvieron a la academia, pues era un lugar privilegiado para ver el
atardecer, y adivinar qué recóndita línea ocultaría al sol, por detrás
del transparente.
Ale, que estaba allí con su hijita, retomó su labor de ingeniería
capilar en los rebeldes pelos de Sharon. Siguieron hablando de
política hondureña, de cuestiones sociales imperdonables, de Cuba,
de Estados Unidos. La charla duró horas, entre otros motivos, porque
los participantes de la misma estaban apasionados en sus propias
opiniones y las del otro.
Estableció el plan de viaje para el día siguiente. Saldrían en el ferry
del mediodía. Llegando a las dos de la tarde a La Ceiba, donde debían
tomar un taxi con celeridad hasta la estación, para partir a las quince
para la capital del país, Tegucigalpa, donde ingresarían muy entrada
la noche, y donde dormirían para abordar en la mañana siguiente el
Ticabus hasta Managua.
Se hizo de noche. El oscuro cielo los vio ingresar a un bar muy
peculiar. Detalles en cada pared. Desde juguetes, hasta espejos o
esculturas. Todo tenía un significado. Todo era bello y raro. Allí
bebieron unas cervezas y volvieron a la academia para introducirse en
la carpa y soñar. El mañana les esperaba un viaje largo y pesado pero
que valía la pena intentar.

KK. De la tranquilidad al peligro:


varios kilómetros
Despertaron en la mañana dispuestos a disfrutarla. El sol los levantó
temprano. Desayunaron con Ale, platicaron. Se arrojaron de la parte
superior de la escollera hacia el mar. Adrenalina grande sintieron al
dejarse caer desde seis metros de altura al vacío. Esas aguas eran una
invitación a la paz.
Luego, relajados, con suma tranquilidad desarmaron la carpa,
erigieron las mochilas, saludaron a los anfitriones, a Ale y se fueron
hacia el muelle central. En el camino compraron un sándwich para
cada uno, para comer en el barco.
Al acariciar continente no tuvieron oportunidad de saludar al negro
Bennet, el portuario, que a lo lejos advirtieron, pues se subieron al primer
taxi que pudieron arreglar en un precio razonable, y viajaron a la terminal
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del Ticabus. Hicieron a tiempo. El trayecto prometía ser largo y denso, y
fue peor en la intimidad del Tica.
Se toparon con una pasajera que no resistía los viajes sinuosos y extensos,
y en el asiento de atrás de Sharon y Walter no paraba de vomitar el piso.
Vómitos cuyas sustancias alcanzaron las mochilas de mano de los hermanos,
que yacían bajo sus pies. Por el cuadro del vidrio el paisaje no invitaba a
que lo miren, por lo que escuchando música, leyendo y durmiendo algo,
alternaron toda la tarde y las primeras horas de la noche.
Algo particular leyó Walter esa tarde. En suelo centroamericano,
revolviendo sus papeles, y libros que lo acompañaban durante el viaje,
extrajo un periódico que le habían obsequiado en Oventic. Lo ojeó, y
de repente quedó atrapado por una carta visionaria.
La actual situación del ecosistema del planeta, el recalentamiento global,
los fenómenos del Niño, y otras “catástrofes naturales”, confería a este texto
del Jefe piel roja un alcance profético, si se quiere, además de una mirada
de amor por la vida.
El cacique Seattle de la tribu Suwamish envió al presidente
norteamericano Franklin Pierce en 1855, una carta en respuesta a la
oferta de compra de todas las tierras de esa comunidad indígena por
el gobierno de Washington:
“El gran jefe de Washington manda decir que desea comprar nuestras tierras.
También nos envía palabras de amistad y buena voluntad. Apreciamos esa
gentileza porque sabemos que nuestra amistad no le hace mucha falta. Vamos
a considerar su oferta, porque sabemos que de no hacerlo el hombre blanco
podrá venir con sus armas de fuego y tomar nuestras tierras.
Pero el gran jefe de Washington podrá confiar en lo que dice el Jefe Seattle
con la misma certeza con que nuestros hermanos blancos confían en el ciclo de
las estaciones. Mis palabras son inmutables, igual que las estrellas.
¿Cómo pueden comprar o vender la tierra? ¿Cómo pueden comprar el cielo
o el agua? Esta idea nos parece extraña. No somos dueños de la frescura del
aire ni del contenido del agua que corre. Deberían saber que cada partícula
de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada hoja que reluce en la planta,
cada playa arenosa, cada neblina en la penumbra del bosque, cada claro del
follaje, y cada insecto con su zumbido y su vuelo, son sagrados en la memoria y
la experiencia de mi pueblo. La savia que circula dentro de los árboles guarda
la memoria del hombre piel roja.
Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra natal cuando se van a
caminar entre las estrellas. Nuestros muertos, en cambio, jamás olvidan esta
hermosa tierra porque ella es la madre del hombre piel roja. Somos parte
inseparable de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son
nuestras hermanas; el venado, el caballo y el águila majestuosa son nuestros
hermanos. Las crestas rocosas, el verde de las praderas, el calor corporal del
potrillo y también el hombre, todos pertenecen a la misma familia.

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Por eso cuando el gran jefe de Washington manda decir que desea comprar
nuestras tierras, es mucho lo que pide. Manda decir que nos reservará un
lugar para que podamos vivir cómodamente entre nosotros: él será nuestro
padre y nosotros seremos como sus hijos. Por eso consideramos su oferta
de comprar nuestras tierras, aunque ello no será fácil porque estas tierras
son sagradas para nosotros. El agua que corre por los ríos no es solamente
agua sino la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos estas tierras,
tendrán que recordar que son sagradas y deberán enseñar a sus hijos que
cada reflejo fantasmal en la superficie de los lagos habla de acontecimientos
y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo de la corriente de agua
es la voz del padre de mi padre.
Los ríos son nuestros hermanos y calman nuestra sed. Llevan nuestras canoas
y alimentan a nuestra gente. Si vendemos estas tierras, deberán recordar y
enseñar a sus hijos que los ríos no son solamente nuestros hermanos, sino que
también son hermanos de ustedes. En adelante deberán dar a los ríos el trato
bondadoso que darían a cualquier otro hermano.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestra manera de ser. Le da
lo mismo un pedazo de tierra que otro, porque él es un extraño que llega en
medio de la noche a llevarse lo que necesita. La tierra no es su hermana sino
su enemiga. Luego de haberla conquistado, la abandona y sigue su camino.
Deja detrás de él las sepulturas de sus padres sin que le importe. Despoja de la
tierra a sus hijos sin que le importe. Olvida la sepultura de sus antepasados y
los derechos de sus descendientes. Trata a su madre la tierra y a su hermano el
cielo, como si fueran cosas que pueden comprarse, saquearse o venderse, como
si se tratara de corderos o cuentas de vidrio. Su insaciable voracidad terminará
por devorar la tierra y dejará tras sí sólo un desierto.
No lo comprendo. Nuestra manera de ser es diferente a la de ustedes. La
vista de vuestras ciudades hace doler los ojos al hombre piel roja. Pero tal vez
sea así porque el hombre piel roja es un salvaje y no comprende las cosas. No
hay ningún lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco. Ningún lugar
en donde pueda escucharse el crecimiento de las hojas de un árbol en primavera
o el rozar de las alas de un insecto durante el vuelo. Pero quizá yo piense así
porque soy un salvaje y no puedo comprender ciertas cosas.
El ruido de la ciudad parece insultar los oídos. Me pregunto que clase de
vida puede llevarse cuando el hombre no es capaz de escuchar el grito de las
garzas o el diálogo nocturno de las ranas alrededor de una laguna. Yo soy un
piel roja y no lo comprendo. Los indios preferimos el suave sonido del viento
que acaricia la cara del lago y el olor del mismo viento purificado por la lluvia
del mediodía o perfumado por el aroma de los pinos. El aire es algo precioso
para el hombre piel roja, porque todas las cosas comparten el mismo aliento:
el animal, el árbol y el hombre. El hombre blanco parece no sentir el aire que
respira: igual que alguien que pasara varios días agonizando, se ha vuelto
insensible al hedor. Pero si le vendemos nuestras tierras, deberá dejarlas aparte

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y mantenerlas como algo sagrado, como un sitio al cual podrá llegar el hombre
blanco a saborear el viento dulcificado por las flores de la pradera.
Consideraremos la oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla,
pondré una condición: que el hombre blanco deberá tratar a los animales de esta
tierra como hermanos. Soy un salvaje y no comprendo otro modo de comportarse
con ellos. He visto miles de búfalos pudriéndose sobre la pradera, abandonados
allí por el hombre blanco que les disparó desde un tren en marcha. Soy un salvaje
y por lo tanto no comprendo cómo el humeante ‘caballo de vapor’ puede ser
más importante que el búfalo al que nosotros sólo matamos para poder vivir.
¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales desaparecieran, el
hombre moriría de una gran soledad de espíritu. Porque todo lo que ocurre a los
animales pronto habrá de ocurrirle también al hombre. Todas las cosas están
relacionadas entre sí.
Ustedes deberán enseñar a sus hijos que el suelo bajo sus pies es la ceniza de
sus abuelos. Para que respeten la tierra, ustedes deberán decir a sus hijos que
la tierra está llena de la vida de nuestros antepasados. Deberán enseñar a sus
hijos lo que nosotros hemos enseñado a los nuestros: que la tierra es nuestra
madre. Todo lo que afecta a la tierra, afecta a los hijos de la tierra. Cuando
los hombres escupen en el suelo, se escupen a sí mismos.
Esto lo sabemos: la tierra no pertenece al hombre, sino que el hombre pertenece
a la tierra. El hombre no ha tejido la red de la vida, es apenas una hebra de
ella. Todo lo que haga para dañar a esa red, se lo hará a sí mismo. Lo que
ocurre a la tierra, sucederá también a los hijos de la tierra. Lo sabemos: todas
las cosas están relacionadas entre sí, como la sangre une a los miembros de
una familia.
Aún el hombre blanco, cuyo Dios se pasea con él y conversa con él de amigo
a amigo, no puede estar libre del destino común. Quizá seamos hermanos
después de todo. Lo veremos. Sabemos algo que el hombre blanco sabrá algún
día: que nuestro Dios es su mismo Dios. Ahora el hombre blanco piensa que es
dueño de nuestras tierras, pero no podrá serlo. El Dios de todos es Dios de la
Humanidad y Su compasión es igual para el piel roja y para el blanco. Esta
tierra es preciosa para Él y causarle daño significa mostrar desprecio hacia
su Creador. Los hombres blancos desaparecerán tal vez antes que las demás
tribus. Si contaminan sus camas, morirán alguna noche sofocados por sus
propios desperdicios. Pero aún en su hora final, se sentirán iluminados por la
idea de que Dios los trajo a esta tierra y les dio dominio sobre ella y sobre el
hombre piel roja con algún propósito especial. Tal destino es un misterio para
nosotros, porque no comprendemos lo que sucederá cuando los búfalos hayan
sido exterminados, cuando los caballos salvajes hayan sido domados, cuando
los rincones de todos los bosques despidan olor a muchos hombres y cuando la
vista de las verdes colinas esté cerrada por un enjambre de cables parlantes.
¿Dónde está el espeso bosque? Desapareció. ¿Dónde está el águila? Desapareció.
Así terminará la vida y comenzará el sobrevivir.”

151

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*
Cayeron en Tegu a las once de la noche. Luego de un viaje agotador,
lo primero que necesitaban era conseguir un espacio donde hospedarse.
Un taxi los llevó junto a un futbolista de la liga nacional. Primero dejó
a este en un barrio apartado, y más tarde los condujo al hostal que
Ale había recomendado. Pasaron por el estadio Olímpico y llegaron al
destino que no sería. No tenía lugar, habría que buscar otro, y nadie
recomendaba que lo hicieran a pata. Así que el taxista, contento, rodó
a otro donde terminaron logrando un sitio.
Tegucigalpa era una gran ciudad. Como muchas de América Latina,
populosa y pobre, con grandes cinturones de miseria provocados por las
malas distribuciones demográficas, al concentrarse grandes porcentajes
de las actividades de los países en esas ciudades, abandonando la
importancia estratégica de otras regiones interiores.
No escapaba a la ola de inseguridad que vivían estas grandes ciudades,
y sobre todo, las que se encuentran en la parte centro de América que
habla idiomas derivados del latín. El conserje del hotel les advirtió que
no hicieran ni siquiera cincuenta metros caminando por la solitaria
calle, por los peligros que ello representaba.
Una vez más, comprobaban lo devastado que estaba el continente.
Había miedo porque había delincuencia urbana, y había delincuencia
urbana, porque había pobreza y marginalidad. Y había ésta porque el
sistema mismo necesitaba de excedentes de seres humanos para licuar
los derechos de los de dentro, y a la vez para que los de fuera de la
sociedad no piensen, manteniéndolos subsumidos, súbditos, sumisos
durante toda la vida.
Sólo atinaron a cruzarse de calle para comprar pollo frito en el restorán
de en frente y llevarlo a comer al hotel, cenar ahí y mirar televisión.
Qué injusto era que ese fuese el único sitio seguro donde esperar el
alba, pensaba Walter. Allí no podían, no los dejaban llevar a cabo la
práctica zapatista de caminar la noche.
A las capitales centroamericanas dicha práctica les estaba vedada
por las directivas del poder. Era mejor mantenerlas de esa manera y
evitar un posible desafío exitoso, siempre amenazante dado los márgenes
horrorosos de miseria. Tanto era así que, meses después, el presidente
Zelaya sufriría un golpe en su contra por haberse atrevido a la osadía
de acordar la incorporación de esa nación al ALBA rebelde.
Durmieron y soñaron. Soñaron con la paz, la tranquilidad de Utila
extendida a toda América, a partir de la eliminación de la pobreza, y
con su desaparición, la celebración de los funerales del “peligro” y del
“miedo”, tal como estaban concebidos.
Soñaron con un mundo de inocentes, en que el miedo fuera
zonzo.

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Capítulo Sexto

Necesidad de Nicaragua

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JJ. Nostalgia sandinista
La llegada a Nicaragua venía precedida de un contexto histórico
singular. El Frente Sandinista de Liberación Nacional había vuelto
a la presidencia, luego de más de una década. Daniel Ortega, último
presidente sandinista, acababa de asumir nuevamente el cargo, hacía
una semana.
“El Frente Sandinista de Liberación Nacional se funda en el año de 1961 como
una organización político-militar, teniendo como ejemplo político principal la lucha
de Sandino en defensa de la soberanía del país frente a la invasión de las tropas
de los Estados Unidos. Su objetivo principal era el derrocamiento de la dictadura
somocista a través de la lucha armada para lograr la toma del poder político, la
democratización y el progreso de Nicaragua”.1
Augusto Cesar Sandino, “general de hombres libres”, encabezó
al pueblo que acabó triunfando en 1933, cuando los marines
estadounidenses tuvieron que retirarse. Esa osadía le costaría la muerte
un año más tarde, en manos del asesino, y luego dictador Anastasio
Somoza, padre.
El Frente nació recogiendo el guante soberano, digno y popular que
Sandino había llevado a lo más alto. Justamente se proponía derrocar a
la sangrienta dinastía del apellido que había aniquilado la insurrección
encabezada por el general de hombres libres, que todavía para fines
de la década del 70 permanecía en el poder, sostenida por los Estados
Unidos, hasta la revuelta popular.
Los diez años de Revolución sandinista terminarían indicando que:
“Nicaragua acabó con la Poliomielitis y redujo las otras enfermedades, que
vacunó a la población entera y que abatió la mortalidad infantil de tal manera
que ahora vive uno de cada tres de los niños que antes morían a poco
de asomarse al mundo”, ilustra Galeano.2
Más de 115.000 jóvenes formaron parte de la Gran Cruzada Nacional de
Alfabetización que del 23 de marzo al 23 de agosto de 1980 logró reducir
el índice de analfabetismo del país, de un 50,3% a un 12,9%; obteniendo
con esta acción la Medalla Internacional Nadezhda Krupskaya.
En la misma línea educativa, se enmarcó el Programa de Sostenimiento
de Educación de Adultos, que llegó a atender como promedio a 140.000
alumnos.
El gobierno del Frente estableció constitucionalmente la educación
gratuita para todo el país y a todos los niveles, desde pre-escolar hasta
la universidad.

1 Fragmento extraído del sitio de Internet www.fsln–nicaragua.com.


2 Galeano, Eduardo. “Defensa de Nicaragua”, en El tigre azul y otros artículos, op.
cit., p. 87.
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Desde 1983 construyeron un promedio de un aula de clase por día.
Para el año 1987, liberaron de analfabetismo a toda la Región Especial
de Río San Juan, ganando con esta acción la Medalla Krupskaya por
segunda vez.
Para 1989 de cada dos nicaragüenses uno estaba estudiando en su
respectivo nivel; beneficiándose 1.039.005 personas.3
Llevó a cabo “una reforma agraria prudente pero verdadera, que se ha
limitado a expropiar las tierras que no producen y las que pertenecían a la
dinastía reinante. Se han entregado cerca de dos millones de hectáreas a cien
mil familias”, informa Galeano.4
Tomen asiento, sujétense, que el escritor uruguayo, como nadie, describe
la situación: “Inevitables y numerosos son los errores de un país colonial cuando se
lanza a convertirse en país de verdad y se para sobre sus pies y se echa a andar, a los
tropezones, sin muletas imperiales. Al fin y al cabo, bien se sabe que el subdesarrollo
implica toda una tradición de ineficacia, una herencia de ignorancia, una fatalista
aceptación de la impotencia como destino inevitable”.5
Sigue: “La disciplina, necesaria para la eficacia está en objetiva contradicción
con el desarrollo de la conciencia crítica, necesaria para que la revolución no
se convierta en su propia momia”.6
Estos inconvenientes generan la promoción nunca deseada. “La
propaganda viste el disfraz del desencanto. Alivio de los cínicos, consuelo de
los desertores, coartada de los egoístas: que nadie se tome la molestia de creer
que el cambio es una aventura posible. Que los pueblos del llamado Tercer
Mundo, víctimas y testigos de decisiones ajenas, no se hagan la ilusión de
creerse protagonistas: también sus jefes revolucionarios les niegan el pan y los
llevan de las orejas.”7
Mas la clave de la desilusión fue impuesta. “‘Nos obligan a matar y a morir’
ha explicado Tomás Borge, fundador del Frente Sandinista. La resistencia armada
ante la agresión revela dolorosamente la dignidad colectiva de un pueblo obligado
desde afuera a la violencia.”8
“Quien desafía a los poderosos viola peligrosamente la ley del equilibrio universal:
Si no fuera por Nicaragua, América Central gozaría de perfecta paz y felicidad, o
por lo menos se dejaría de perturbar el buen orden del mundo. Nombrar el cambio
está permitido y hasta proclamarlo a gritos puede resultar necesario; pero hacer el
cambio, transformar la realidad, escandaliza a los dioses”.9

3 Información obtenida de la página de Internet www.fsln–nicaragua.com.


4 Galeano, E. El tigre azul…, op. cit., p. 87.
5 Ídem, p. 82.
6 Ídem, pp. 83 y 84.
7 Ídem, p. 84.
8 Ídem, p. 85.
9 Ídem, p. 86.
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No es casual. Como nos enseña Chomsky: “El ataque contra Nicaragua
fue una de las prioridades de la guerra contra el terror lanzada cuando la
administración Reagan subió al poder en 1981. (…) Esta segunda Cuba se
iba a convertir en una plataforma de lanzamiento de la revolución a lo largo
y ancho de América Latina. (…)
Los estrategas reaganistas entendían muy bien que la verdadera amenaza es
un desarrollo exitoso que pueda ‘contagiar a otros’, reavivando el peligro del
triturado experimento de democracia y reforma social de Guatemala, el ‘desafío
exitoso’ de Cuba, y muchos otros ejemplos. (…)
La guerra terrorista de Washington invirtió el marcado crecimiento económico
y el progreso social que siguieron al derrocamiento de la dictadura de Somoza,
apoyada por Estados Unidos, y condujo al desastre. (…)
La administración Reagan ensayó la técnica que el jefe de la CIA, Allen Dulles,
alabó en Guatemala y recomendó para Cuba: presionar a los aliados para que
negaran las peticiones de ayuda militar, de tal manera que Nicaragua recurriera
a los rusos en busca de ayuda y así se la pudiera dibujar como un tentáculo de la
conspiración auspiciada por el Kremlin para destruirnos. Sin embargo el gobierno
de Nicaragua no mordió el anzuelo. La propaganda reaganista pasó entonces a
inventar cuentos tétricos de aviones MIG soviéticos. (…)”10
Así, Estados Unidos preparó, entrenó, equipó desde los países vecinos
a los contras, que en una guerra entre hermanos, regaron de sangre el
suelo nicaragüense, como de miseria las vidas de sus habitantes, tras
diez años de economía de guerra.
Mucha pobreza había en Nicaragua cuando el Frente perdió las elecciones
en manos de Violeta Chamorro. “La revolución que derribó a la dictadura de
la familia Somoza no tuvo, en estos diez largos años, ni un minuto de tregua. Fue
invadida todos los días por una potencia extranjera y sus criminales de alquiler, y
fue sometida a un incesante estado de sitio por los banqueros y mercaderes dueños
del mundo. Y así y todo se las arregló para ser una revolución más civilizada que la
francesa, porque a nadie guillotinó ni fusiló y más tolerante que la norteamericana,
porque en plena guerra permitió, con algunas restricciones, la libre expresión de los
voceros locales del amo colonial.
Los sandinistas alfabetizaron Nicaragua, abatieron considerablemente la
mortalidad infantil, y dieron tierra a los campesinos. Pero la guerra desangró
el país. Los daños de guerra equivalen en una vez y media al Producto Bruto
Interno, lo que significa que Nicaragua fue destruida una vez y media. Los
jueces de la Corte Internacional de La Haya dictaron sentencia contra la
agresión norteamericana, y eso no sirvió para nada. Y tampoco sirvieron para
nada las felicitaciones de los organismos de las Naciones Unidas especializados
en educación, alimentación y salud. Los aplausos no se comen”.11

10 Chomsky, N. op. cit., p. 140.


11 Galeano, E. El tigre azul…, p. 139.
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Y Nicaragua no pudo más. Muy a pesar suyo necesito parar la
hemorragia, resignando Dignidad. Votó a Violeta Chamorro, y con ella
al capital. Al día siguiente, Estados Unidos anunció el levantamiento
del embargo económico. ¿Mejoraría el país?
En 1990 Daniel Ortega aceptó con la frente alta su derrota en manos
de la ex esposa de Pedro Joaquín Chamorro, editor activista del diario
La Prensa, cuyo asesinato en manos de los secuaces de Anastasio
Somoza (hijo), en 1978, había acelerado el triunfo de la Revolución
Sandinista.
Su esposa fue invitada a integrar la junta directiva del Frente, aunque
no aceptó por discrepancias ideológicas. Pronto se convirtió en principal
opositora a la revolución, desde su periódico, aunque su hijo era editor
para el matutino sandinista, ‘Barricada’.
El gobierno de Estados Unidos no envío la ayuda prometida pues la
Presidenta se negó a romper el acuerdo con los sandinistas de mantener
como jefe del ejército al hermano de Daniel, por lo que los contras, y
la ayuda a estos no cesó.
Casi diecisiete años después de haber dejado la presidencia,
Ortega había asumido nuevamente con un discurso más moderado,
prometiendo paz, reconciliación y trabajo, aunque no dejaba de levantar
la bandera roja y negra del Frente, y sus ideales.
*
Con toda esa información y sentimientos, llegaron los hermanos
a la frontera, donde debieron descender del micro para realizar los
trámites migratorios, y volver a andar. El paisaje no era muy distinto al
hondureño, si hasta la bandera nacional era celeste y blanca, aunque la
de Nicaragua tenía un triángulo en el medio, y la del país que dejaban
atrás dibujaba unas estrellas en su centro. Lo único que cambiaba era
que los colores anarquistas, flameaban junto a los nacionales. Era
bastante.
Siguieron el trayecto en el bus, y luego de platicar un rato con un
basquetbolista profesional, que jugaba para la selección hondureña y
también lo hacía para un conjunto de la liga nicaragüense, miraron
“Titanic”, película emotiva que se proyectaba en el televisor de ese
moderno transporte.
Promediando el mediodía, sintiendo un calor pegajoso llegaron a
Managua.
La idea era irse ese mismo día para Granada, ciudad que quedaba
a una hora en auto, aunque no sin sacar antes el ticket de salida de
Nicaragua a tres días de su llegada, pues ya tenían fecha de vuelta a su
pago chico.
Bullicioso fue el espectáculo que presenciaron al bajar del ómnibus
en la terminal. Alrededor de una veintena de personas, tras el tejido de

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alambre que separaba la estación de la calle, gritaban desesperados a los
viajeros que pisaban suelo de Managua. Era la bienvenida apresurada y
torpe que le obsequiaban a quien factiblemente traía alguna moneda
en su bolsillo.
Eran taxistas peleándose entre ellos por obtener el viaje en detrimento
de su colega. Los hermanos no aguantaron esas miserables conductas
que por necesidad desviaban el camino de solidaridad y compañerismo
de los hombres.
Urgieron salir de ese cementerio de valores nobles, prescindiendo del
peligro que los transportistas les auguraron por no subir a sus taxis.
Más allá del insoportable calor y sus mochilas a cuestas, decidieron
caminar hasta la sede de la empresa de transporte que viajaba a San
Salvador, ciudad desde donde partiría el avión de regreso. Querían
estar tranquilos de llegar a tiempo para tomar el cóndor feo.
No existía una Estación Central al estilo Retiro en Buenos Aires.
Debían encontrar el Transnica. Las referencias que los amables vecinos
iban dando eran confusas y contrarias entre sí. Primero les indicaron
que era para un lado.
Con dudas respecto a la información recibida, cuando caminaban su
segunda cuadra, al pasar en sentido contrario detuvieron a un joven para
consultar su veracidad. Éste aseguró que el lugar quedaba exactamente
para el punto cardinal opuesto, a unas diez cuadras.
Giraron el volante. En el camino pasaron por el Hospital Militar y
por el “Monumento al Campesino”. Así había sido denominado por
el informante este monumental hombre con sombrero de copa, que se
veía a kilómetros. En realidad, era el monumento a Sandino.
Volvieron a interrogar por el Transnica y los mandaron para el
sector de la Plaza España. Extraño espacio verde éste que, llamándose
“España”, recordaba a la Madre Patria, en un distribuidor de tránsito,
más conocido como “rotonda”. Un indígena en cada punto opuesto de
la misma, apuntaba su lanza hacia el centro, la península ibérica.
A esa altura, el calor era de una densidad tal, que deshidratados
estaban los fraternos. Eran las dos y media de la tarde, y cargaban
consigo todos los bártulos del viaje, en una ciudad que a esa hora tendría
una temperatura cercana a los cuarenta y cinco grados Celsius.
Sin encontrar al transportista, preguntaron devuelta y al fin les
indicaron que debían patear unas cinco cuadras en dirección al lago y
dos hacia la derecha y allí lo encontrarían. Fue así. A la vera del camino
apreciaron el Estadio Nacional de Béisbol.
Walter a esa altura padecía una descompostura estival para el recuerdo.
El baño de la Terminal fue la víctima. Les comunicaron horarios que no
los convencieron, pues debían salir demasiado temprano. Les indicaron
otra empresa que viajaba a El Salvador.

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Caminaron hacia allá, recorriendo los humildes barrios. Con sus
mochilas, como segunda espalda, sus imágenes emulaban a las de Neil
Amstrong y los suyos al pisar la luna, si es que realmente se embarraron
en la plateada. En muchas casas flameaba la roja y negra. La esperanza
estaba viva, era reciente.
Un cartel de propaganda partidaria que tenía a una morocha bailando
con traje típico y al General de Hombres Libres mirándola señalaba
que: “En reconciliación, somos paz y progreso. Con Daniel, Nicaragua Triunfa.
Vote Lista 2. FSLN.”
Al llegar a este nuevo lugar, decidieron que sería más conveniente
y barato el viaje por el Transnica, aunque primero deberían cambiar
dinero, a Córdobas, la moneda Nacional.
Estaban a miércoles, el sábado a las 4:00 AM salía el micro hacia
San Salvador. Aprovecharían al máximo esos pocos días que les
quedaban.
Comprados los boletos, como ya era algo tarde, tomaron un taxi,
conviniendo su tarifa previamente, con destino a la UCA, Universidad
Centroamericana, no porque fueran a estudiar o a conocer esa casa de
altos estudios, sino porque allí quedaba el playón desde donde salían
combis para distintos sitios nicaragüenses. León, ciudad de profunda
historia sandinista, que ellos hubiesen deseado visitar de tener algo
más de tiempo, debía esperar. Irían a Granada.
Al bajar del Taxi, y luego de pasar por un hondo monumento al
Che, que dicha universidad exhibía orgullosa, los ayudantes de los
conductores de las combis, se les avalancharon para ofrecerles destinos
posibles. Al primero que dijo: “Granada, Granada, vamos, vamos, lo
ievamos, lo ievamos” preguntaron el valor monetario del viaje, y a la
respuesta subieron al blanco transporte.
También evidenciaron faltas al respeto que en su cómoda casa
quilmeña habían aprendido. Claro que en situación de pobreza
extrema como la que vivía Nicaragua, toda, entendían que eso pasara.
Les parecía, hasta lógico.
Con el 80% de sus casi seis millones de habitantes en el umbral de
la pobreza, el balance de los tres presidentes (Chamorro, Alemán y
Bolaños) que habían sucedido a Ortega era claramente negativo, por lo
que el triunfo sandinista en la nostalgia de su dignidad se había hecho
evidente. Ello sumado a la situación caótica y los diferentes escándalos
de corrupción destapados en los años anteriores hicieron del triunfo
del FSLN un hecho, más allá de las amenazas del imperio de imponer
sanciones económicas, o suspender “ayudas”, que no ayudaron a nadie
durante estos años.
El tachero que los llevó a la UCA les había informado que el
desempleo alcanzaba al 50% de la población, es decir uno de cada dos

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no tenía trabajo. Desconfiaron de semejante dato, aunque más tarde
lo confirmarían, tristemente.
Mientras los tres transitaban esas tierras, las primeras acciones
de gobierno del FSLN restablecían la gratuidad de los servicios de
Educación y Salud.
En educación se prohibió el cobro en las escuelas públicas de
matrículas, mensualidades, material escolar y otros insumos. En Salud se
eliminaron las consultas privadas en los centros públicos y se restableció
la gratuidad de los medicamentos, las operaciones quirúrgicas y las
pruebas clínicas en los centros sanitarios dependientes del Estado.
Aquel pueblo que había suspendido su accionar digno, su pobreza con
frente al cielo, azotado por la guerra, arrasado por la miseria generada
desde afuera, había decidido volver a ese camino que alguna vez tuvo
que abandonar. Y en la calle, se respiraba esperanza. Peor no se podía
estar. En aquel tiempo se estaba mejor. La sensación que percibían los
vecinos de Managua era que de no ser por la sangre derramada, y sus
costos, al Frente le hubiera ido mejor, por eso le habían otorgado una
segunda oportunidad.

II. Números
Viajando a Granada, abombado por las cifras que había escuchado,
Walter se puso a escribir al compás que sus hermanos leían.
Lo primero que hizo cuando llegó a la plaza principal, fue buscar una
oficina de correos, comprar un sobre, escribir el remitente e insertar el
fragmento de desprolija manuscrita que acababa de idear. Compró la
estampilla, y depositó el sobre cerrado en el rojo buzón.
Al dorso del sobre había escrito: “A quienes miran los noticieros. Calle
Sarmiento (no sé el número), entre Bouchard y Leandro Nicéforo Alem, Correo
Central. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Argentina. Latinoamérica. Tercer
Mundo. Código Postal, tampoco lo sé, ni me interesa.”
Este autor llegó a obtener una copia del papel que en su interior
yacía, cuyas letras ahora se reproducen:
“No sé por qué siempre sospeché que las Ciencias Exactas, al venerar la
perfección, parecen ajenas a las vicisitudes de la vida. Distantes de la realidad de
las personas. Lejanas de algún anónimo Juan López, o un Pedro Fernández.
Siempre miré a los números con desdén, o a mayor exactitud, con desconfianza
o sospecha.
30.000 Compañeros Detenidos Desaparecidos.
194 Pibes de Cromañón.
85 Muertos en la AMIA.
150.000 guatemaltecos.

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80% de pobres en Nicaragua. 1 de cada dos nicaragüenses no tiene
trabajo.
6.000.000 de judíos exterminó el régimen nacional socialista alemán.
50% de la Población argentina bajo la línea de pobreza, aunque el INDEC
informa una cifra menor (¿qué da 2 o 3 o 15 puntos menos?).
14% de desocupados supo construir un presidente muy en boga, en el jet set
en los 90.
2 jóvenes idealistas ejecutados salvajemente por los de uniforme al ‘servicio
de la comunidad’, en la masacre del Puente Pueyrredón.
¿Cuántos hermanos bolivianos murieron en los talleres clandestinos en los
suburbios de Buenos Aires?
¿Cuántos iraquíes mueren diariamente a causa de la guerra imperial?
Ayudame, acercame el dato. ¿Qué otras cifras se te vienen a la memoria?
Seguro que hay otras. Pero, hay algo que hace que no sea tan fácil, para mí y
para otros, retener estas injusticias. ¿Qué es?
Hoy me ‘paré de guantes’ con los números porque intuyo que son ellos los
que no me permiten sufrir tanta injusticia.
¿Alguna vez te pusiste a pensar qué estudió; cuál era su trabajo; cuántos
hijos tendría; tendría abuelos? ¿Éstos, habrán sido inmigrantes? ¿Inmigrantes
de dónde? ¿Cuáles eran sus sueños? ¿Luchaba? ¿Por qué lo hacía? ¿Quién?
Cuántas preguntas. Cuántas respuestas que deben salir a tomar una cerveza
una noche, sin haber sido nunca interrogadas.
Si pensás esto en una persona, ¿cuánto tiempo te va a llevar? Mucho. Seguro
que estás apurado, ¿no? ¿Llegás tarde al laburo? ¿Se te enfría la comida?
Imaginate si esto lo tuvieras que hacer por cada uno de los 30.000
desaparecidos, por citar un ejemplo.
Se agradece, pero no. Interminable.
Pero gracias a dios existen los números, esos que por su respeto se conservan
amistades, esos que vienen a auxiliarte para que no pienses. No te gastes. ¿Para
que sufrir el sufrimiento de otro? Echá mano a tu cifra amiga, que ella nunca te
va a fallar, siempre estará dispuesta, siempre con una sonrisa para que la fiesta
no se arruine, nunca revelará su lado pasional (¿lo tiene?), pues para eso están
los hombres y, se sabe, ella precisamente te va a ayudar a deshumanizar. Así tu
alma permanecerá inmutable, siempre y cuando haya logrado ser penetrada por
la frialdad que irradia esa sucesión de puntos que se hace llamar Número.
¡Que dios bendiga a los matemáticos, y por supuesto, a sus hijos los números,
por evitarnos hacer carne las injusticias! En realidad, ya me confundí. No sé si
dios tiene que bendecir a los números, o al revés, los números a dios.
DNI 29560870, obviamente mi número, pero prefiero que me digan
Walter.”

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HH. Granada
El termómetro no era objeto de medición suficiente para sentir
el calor que tenían esos muchachos cuando pisaron suelo de
Granada. En un sistema en lo que todo era valuable, esa sensación
de hecatombe caliente no podía ser reflejada jamás por una fría
cifra, por más alto que sea el número o la sensación térmica del
meteorólogo.
La combi los dejó a metros de la plaza central. En ese preciso
rectángulo medular es donde los otros dos aguardaron a Walter a que
recorriese las calles en busca de un hospedaje barato. A esa altura ya
contaban las monedas. Era preciso usarlas adecuadamente.
Cuando regresó, al cabo de veinte minutos, lo único que trajo fue
una referencia que indicaba dirigirse hacia el otro extremo del pueblo,
para encontrar habitación accesible a sus flacos bolsillos. Walter puso
en marcha sus dos piernas, y fue para ese lado.
Volvió con posibilidades concretas, a los diez minutos. Eran dos
oportunidades, aunque una era más jugosa que la otra. Cuando se
pararon los otros dos y cargaron sus hombros, apareció un promotor
que en bicicleta enunció una oferta inigualable.
A sólo 50 metros de la plaza, los aguardaba Orlando, aunque bien
podría haberse llamado Omar, por su rostro próximo a la media luna
fértil. Era el dueño del flamante hospedaje, quien ante una solicitud
de rebaja de John, respondió con una oferta aumentada. Se había
ofendido, ahora quería cobrar más caro. Al principio pensaron en una
broma, aunque pronto advirtieron que iba en serio.
Luego de momentos de nervios, acordaron el mismo precio que se
les había ofertado al inicio. Dejaron sus bultos. Salieron a recorrer la
plaza, y con ella, la amarillenta catedral y la casa de gobierno.
Barranca abajo, fueron pateando las calles a la vez que la tarde caía,
y encendía la luz verde para la noche. Calle peatonal. Las primeras
cuadras con pintoresco empedrado, mantenían un disfraz de la otrora
ciudad colonial. Las casas, con fachadas de un solo color, generalmente
distintas las unas con otras, eso sí, siempre el techo a dos aguas, aunque
casi ni lloviese por esos pagos.
Cuanto más bajaban, más simple era el pueblo. Alcanzaron a ver un
juego de béisbol a lo lejos. Eran niños riendo, que en algunas partes
de nuestro continente preferían ese deporte al fútbol. Así pasaba en
Cuba y en Venezuela, también. Extraña coincidencia. Cuba, Venezuela
y Nicaragua preferían un deporte distinto al que ocupaba el primer
lugar en práctica y pasión en el resto de los países latinos. También
privilegiaban otros valores, otro sistema de convivencia social.
*

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La rareza radica en que a priori el fútbol es un deporte mucho más
democrático, colectivo, con compañerismo y solidaridad como virtudes.
El béisbol, en una primera imagen puede asociarse con los New York
Yankees, y toda una idiosincrasia del merchandising. Ésta sería, en efecto,
una lectura prematura de este deporte, que transmite paciencia de
quienes en los campitos esperan que les llegue el turno de batear, o
quien está a la espera de que la bocha caiga cerca suyo para tener un
momento de protagonismo.
El fútbol es una especie de excepción a la desesperanza generalizada
de nuestras sociedades. El hincha del club más chico tiene esperanza de
movilidad ascendente, ya sea de subir de categoría, de salir campeón.
Muchas veces lo logra.
Los países más pobres pelean de igual a igual con los poderosos, y
hasta le ganan en muchos casos, probándose aunque más no sea en
el deporte, el traje de mandamás, de redentor de los humillados, de
caudillo de los olvidados.
El pobre de la vida no tiene ya esa ilusión en ella, y sin embargo
tira para el mismo lado, se alegra o pone triste el domingo, con lo
mismo que genera idéntico sentimiento en el burgués acomodado del
barrio amurallado. Hinchas del mismo club, rico y pobre se juntan
en el sentimiento que fabrica la bandera, a partir de la lealtad, la no
claudicación, más allá de buenos o malos resultados. Lo que no pasa
en los países, ocurre con los clubes. La unión de todos los estamentos
en sentimientos. Cuando concurren en acciones generalmente, más
tarde o más temprano, a ese club le va bien.
En nuestros países, hemos carecido de clases dirigentes comprometidas
con el sentimiento de país, que sientan para con él lo que sienten para
con su club.
El fútbol también refleja la injusticia, como seca de la misma moneda.
La impunidad de los clubes poderosos, la preferencia del negocio sobre
los valores humanos, los manejos dirigenciales alejados de los que la
masa social desea, corrupción, y otros nefastos etcéteras.
A nivel juego, compartir un picado con amigos es de las cosas más
lindas que siente un pibe y que valora un adulto. El picado es compartir;
es unión; es la cerveza de después, o el vino; o el asado; es el abrazo de
gol; es la creatividad contra la destrucción; la imaginación contra los
burócratas picapiedras; es la habilidad y la destreza de la mano con el
esfuerzo denodado de quien no posee aquellos atributos; es el valorar
las limitaciones y hacer fuerte las virtudes; es la angustia ante un error
y el aliento de los compañeros para salir adelante.
Es llamativo que las sociedades que valoran y fomentan este deporte
colectivo, de grupo, de equipo, de cooperatividad, no proyecten
estos valores a la vida social. Y en cambio, sean las que gustan del

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norteamericano béisbol, las que aprecian en sociedad valores de
comunión, las ideas creativas, la justicia, cuando pareciera que el éxito
en ese deporte depende de tener una sola persona que batee fuerte y
lejos.
Respecto a las prácticas deportivas, en los primeros juegos deportivos
del ALBA, el 17/06/2005, Fidel Castro Ruz dijo: “El deporte no es en
nuestra concepción un instrumento más del mercado, un medio de vida de los
jóvenes en vez del estudio y el trabajo, ni de lucro de promotores, agentes y toda la
fauna de parásitos que se alimentan del esfuerzo del atleta; no es negocio turbio
y caldo de cultivo de la droga y la utilización de sustancias ilícitas y dañinas
para la salud del deportista. Nos hemos opuesto y nos seguimos oponiendo
a esa concepción mercantilista del deporte. Para nosotros, por el contrario, el
deporte es y debe ser uno de los medios más eficaces con que cuenta la sociedad
para contribuir al fomento del bienestar y la salud de los ciudadanos, para el
desarrollo del espíritu de superación y de emulación entre las personas, para la
consolidación de hábitos de disciplina social, de solidaridad entre los hombres,
para el cultivo de una mejor calidad de vida; en una palabra, para la realización
plena del ser humano (…)
Que se conviertan estos Juegos Deportivos en una de las primeras
demostraciones de lo que la generosa y feliz iniciativa del ALBA, promovida
por el presidente Hugo Chávez y el Gobierno de la República Bolivariana de
Venezuela, puede aportar a los pueblos de Nuestra América en la búsqueda
de un futuro mejor, que no sólo es posible, sino que es tan seguro como nuestra
indoblegable voluntad de independencia, cooperación e integración.”
*
Caminando, llegaron al malecón, a orillas del lago de Nicaragua, o
“Cocibolca”. Mientras se acercaban, les parecía un paisaje conocido.
Era similar al balneario municipal del río de la Plata, en su ciudad
natal de Quilmes. Entrada a la zona costera, en forma de boulevard y
escasa vegetación. En este caso, se erguían algunas palmeras, no muy
frecuentes en el sur del conurbano bonaerense.
Los mosquitos acechaban. No tuvieron tiempo de quedarse a
contemplar el espejo de agua. Degustaron rodajas de bananas fritas al
huir del malecón.
Pegaron la vuelta por la misma calle. Vieron casas que antes no.
Pronto divisaron una parroquia antiquísima. Granada se disputaba el
título de ciudad más antigua de Nicaragua, junto con León. Ambas
fueron fundadas en las primeras décadas del Siglo XVI. En ese tipo
de construcciones se percibía la vejez, la sabiduría de esa ciudad que
había sido testigo de mucha historia.
Al alcanzar la plaza, doblaron a la izquierda e hicieron unos metros
hasta el hostal de Omar u Orlando. Bañáronse los tres en el tiempo
que duró los primeros siete temas del long play “Presión” de Callejeros.

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Cuando promediaba “Imposible”, fue el momento de salir. Sus
estómagos se los pedía.
En la plaza, en un puesto cocinaba una señora entrada en años. Se
sentaron allí. Comieron tortilla de queso similar a un pan saborizado,
luego una especie de sándwich con hortalizas en su interior, que los
llenó bastante.
Haciendo la digestión, recorrieron la feria que hacía un par de horas había
asomado. Tras admirar vasijas y aprender puntos para realizar en pulseras,
encontraron a un artesano brasilero que venía recorriendo toda América
en bicicleta. Había salido de Porto Alegre, ciudad Gaúya del sur brasilero
donde también se toma mate, cruzó al Paraguay, luego estuvo en varias
provincias argentinas, hasta llegar a Chile, y desde allí para el norte.
Era uno de esos locos lindos, infaltable en todo viaje, en toda
búsqueda, en la vida misma.
Hebe Liz Schweistein sacudió el tintero y volcó al papel lo siguiente:
“Esto es para los locos. Los inconformes. Los rebeldes. Los polémicos. Los que
van contra la corriente. Para los que ven las cosas de una manera diferente.
Los que no siguen las reglas establecidas, ni respetan lo establecido.
Podés alabarlos, estar en desacuerdo con ellos, citarlos, glorificarlos o
condenarlos. Pero lo único que no podés hacer es ignorarlos.
Porque ellos son los que cambian las cosas. Ellos inventan. Imaginan. Curan.
Exploran. Crean. Inspiran. Ellos impulsan la humanidad hacia delante.
A lo mejor ellos tienen que estar locos. Si no, ¿cómo se podría observar un
lienzo vacío y ver una obra de arte. O sentarse en silencio y escuchar una canción
que aún no se escribió. O contemplar un planeta rojo y ver un laboratorio
sobre ruedas?
Nosotros miramos esta clase de personas. Y mientras que algunos los ven
como locos, nosotros los vemos como genios.
Porque los que están tan locos como para creer que pueden cambiar el mundo,
son quienes lo hacen”.12
Y este brasilero no era la excepción. Soñaba con despertar a los eternos
dormilones sin sueños. Hablaba de enlazar América. Su concepción era
más humanista que política. Descreía de las ideologías, en el sentido
de izquierdas y derechas, pues al ser opuesta la una quiere eliminar a
la otra, y él era un pacifista, ante todo.
Cléber, así se llamaba, estaba convencido de que un grano podía
unir a las personas. Él intercambiaba una semilla de la cual luego
salían plantaciones de porotos o de alguna otra legumbre, a cambio
de vivienda, de vestimenta. Así se iba costeando el viaje, además de las
ventas de artesanías para los pasajes y afines.

12 Schweistein, Hebe Liz. Rompiendo Muros, De los cuatro vientos Editorial, 2003, p.
9. Extraído de una publicidad de Apple.
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Estaba convencido de que la complementación entre las personas
era perfecta, y que en base a ella, la solidaridad funcionaría como
reloj suizo.
Les generó esperanza a los hermanos, cuando les habló de las
conquistas de los “Sin Tierras” en Brasil, y su incansable lucha por la
reforma agraria.
“El Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra (MST) es una
articulación de campesinos que luchan por la tierra y por la reforma agraria
en Brasil. Es un movimiento de masas autónomo, al interior del movimiento
sindical, sin vinculaciones político-partidarias o religiosas”.13
Cléber describió al Movimiento como “inmenso”, de millones
de personas. Contó, con pasión, que existía una inteligencia sobre
los campos improductivos y desocupados. Con posterioridad, la
movilización a él era tan masiva, que hacía imposible sacarlos, ya.
Intercambiaron algunas palabras más. Él los invitó a un lugar de
comidas, en el que cocinaban unos amigos suyos. Ellos ya habían
degustado la cena, por lo que amablemente rechazaron la invitación.
Se despidieron con un abrazo rebelde a cada uno.
De allí fueron hacia un bar en el que les habían comentado que
habría músicos en vivo, aunque al llegar, no yacía rastro alguno que
hiciera sospechar esa función.
Habían viajado mucho ese largo día. Era la hora de descansar.
El siguiente día sería denso y arduo. Aventurero y descubridor.
Hermoso.

GG. ¿Dios?
Con el alba se abrieron sus ojos. Lentamente se fueron despertando,
y con el mismo apuro fueron sentándose en la mesa del living del
hostal donde los aguardaban unas tostadas con mermelada para
untar. Era el primer lugar donde dormían en que la tarifa incluía
desayuno.
Al acabar, no demoraron en cambiarse y partir. El destino: el volcán
Masaya.
Dieron la vuelta a la manzana. Tomaron la combi que de pasada al
destino final, Managua, los dejaría en la entrada al Parque Nacional
Masaya. A Walter le tocó asiento compartido con un nativo, mientras
que John y Sharon sentáronse juntos.
Walter no dejó de aprovechar esta circunstancia para hablar con su
acompañante.

13 Definición según la página de Internet www.movimientos.org


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–¿Qué funcionaba en ese edificio, señor? –interrogó Walter mientras
con el dedo índice de la mano izquierda señalaba, a través del vidrio,
un elefante blanco venido a menos, que permanecía de pie en las afueras
de Granada.
–Era el hospital –contestó despacio y nostálgico el nativo.
–¿Cerró hace mucho tiempo? –continuó Walter el reportaje.
–Y… –el señor hizo una pausa, para pensar y continuó– habrá dejado
de curar en los primeros años después de Daniel.
–Ahora volvió Daniel, por ahí reabre, ¿no? –insinuó amigablemente
Walter, tratando de generarle expectiva al acompañante.
–Puede ser. Tenemos esperanza en él. Fueron duros los años de su
gobierno, pero no tanto por su gobierno en sí. Por eso le dimos una
segunda oportunidad –resumió el sentimiento de un pueblo en dos
renglones el nicaragüense.
–¿Y por qué fueron malos esos años, entonces? –preguntó Walter,
actuando de ignorante sobre el tema.
–La violencia era insoportable, tanto de los contras como del
gobierno. Los contras arrasaban campos, siembras, el gobierno gastaba
casi el 40% del presupuesto en armas, y no le quedaba para hacer frente
a nuestras necesidades, más allá de las cosas buenas que hizo, en salud
y educación. Había hambre. Aunque los que los siguieron no fueron
mejores, y no hicieron ni la mitad de lo que hizo el Frente en esos
temas –reveló, con simpleza, la Revolución Sandinista.
Seguían hablando cuando el conductor, al que le habían requerido
que les avise en Masaya para bajar, les indicó el final del recorrido para
ellos. Cruzaron la carretera, se toparon con una garita, donde abonaron
la entrada al parque, y se informaron que para el volcán todavía
quedaban cinco kilómetros de subidas y bajadas, a una temperatura
angustiante.
El volcán varias veces quemó, literalmente, la ciudad de Masaya. En
otras oportunidades sólo se sintieron temblores. Lo cierto era que se
trataba de uno de los pocos volcanes que se encontraba en actividad
en el globo. A lo lejos divisaron el humo que emanaba gases tóxicos
del mismísimo cráter. Esa obra de la naturaleza los incitaba a caminar
y recorrer todo el largo y espeso kilometraje hasta llegar al abismo que
separaba la superficie y el cráter, el humo y la lava.
Tras desgastante trajinar llegaron a la cima. Repasaron anécdotas,
impresiones, opiniones, discusiones ocurridas en esos días. En realidad,
decir “cima” no era lo apropiado, pues llegaron al final del recorrido,
que era el principio de un camino prohibido: el nublado cráter, y en
su interior la fogosa lava.
Una chica se les acercó y peticionó que no permanecieran mucho
tiempo en ese sitio, pues el humo que del volcán salía, producía distintos

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tipos de enfermedades, en el caso de inhalarlo por dilatado tiempo. La
morocha trabajaba para el Parque Nacional. Fue muy amable con esos
chicos argentinos que, para sorpresa de los gringos que en contingente
llegaban hasta allí, los varones se paseaban en cuero, toda una desfachatez
para esos muy normales europeos.
La guía les contó que en excursiones carísimas, que se realizaban de
noche, tras pasar entre cuevas de miles de murciélagos, se llega hasta
orillas de la lava. Privilegio de billetera, de los muchos que existen en
América Latina.
Así, como ejemplo, existen varios lagos en cuyas aguas se pinta
el reflejo de las montañas patagónicas que han quedado aislados,
al enajenarse todas las tierras linderas, de los pobres pobladores
originarios de esas fincas despojadas desde los tiempos de Roca, asesino
general que en Argentina se sigue homenajeando, no sólo con calles
y enormes monumentos como el de la Diagonal que lleva su nombre,
de aproximadamente diez metros de altura, o el del centro cívico de
Bariloche, sino también con el violeta billete, cuyo valor nominal es el
más alto de todos los que componen la moneda argentina.
Los consanguíneos no podían acceder a esa excursión. Luego
de contemplar el extraño paisaje, aprovechando para descansar,
emprendieron la vuelta. A poco de andar, hicieron aventón o dedo a
un camión transportador de panes, que gustoso los subió en la parte
trasera, como tres más producidos con harina.
Los dejó en la puerta de salida, en este caso, del parque, en la
intersección con la carretera que los devolvería a Granada. Allí frenaron
una combi, que previo acuerdo de tarifa los depositó nuevamente en
la ciudad colonial.
En la entrada a la misma, John descubrió una imagen que pronto
compartió con sus hermanos. Se levantaba un monumento a los
guerrilleros del FSLN, en la plazoleta del medio de un boulevard.
Era un combatiente sosteniendo un rifle. Lo extraño fue que éste
apuntaba a un cartel de una gasolinera situada en la esquina. El
luchador amenazaba con su fusil a la amarilla concha de la Shell,
recordando que la lucha era contra las empresas transnacionales. Contra
el capital explotador. Contra el poder económico, verdadero enemigo
del pueblo latinoamericano.
Aunque faltaban algunas cuadras para llegar a la terminal, decidieron
bajar allí comprobando de cerca, una vez más, que las cosas casuales
son escasas en la vida.
Caminaron en dirección al centro, hasta detenerse en una fonda
a almorzar, más allá que el horario era más próximo a la merienda.
Enfocaron un ventilador a sus sudados rostros para aliviar el agobio y
encargaron el plato del día, sin que existiese otra opción.

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Tras llenarse, acordaron ir para la plaza con el fin de encontrar a
Cléber, intercambiar algunas ricas palabras con él, para luego conocer
algo más de la muy caminada ciudad.
Previo a ello, se dieron una vuelta por la enorme feria municipal de
Granada, que se extendía bastante más que la manzana destinada a
dicha consecuencia. Todas las calles laterales tejían varias cuadras de
puestos de frutas, verduras, ropa de imitación, relojes, mochilas, gorros,
tortillas, cuadernos y un sin fin de poli rubros.
En la plaza, Cléber los recibió con una abrazo alegre.
–Ey, aryentinos, por la mañana eu recordaba a ustechyis. Gustaría que
cuenten que saben du bonito movimiento que fica en Aryentina, du fábricas
recuperadas –consultó el siempre feliz brasilero.
–Bueno, en principio te puedo decir que son trabajadores que se desempeñaban
en empresas que desembocaron en la bancarrota, o lo que allá la ley llama
quiebra, o su paso previo que es el concurso de acreedores. El asunto fue que
los empresarios no fundían, es decir, no se quedaban sin dinero, sino que se
iban endeudando demasiado, y ya no les convenía hacer honor a sus deudas.
Entonces simulaban quedarse sin dinero, presentaban jurídicamente la quiebra,
y dejaban en la calle a todos los trabajadores, y a los acreedores sin su crédito.
Como los trabajadores se cansaron, entre otras cosas, porque ese era el oficio
que habían practicado toda su vida y estaba en juego la comida de sus hijos,
se organizaron y tomaron las fábricas. ¿Me explico? –interrumpió Walter su
relato, para confirmar la recepción de la explicitación.
–Sí, sí hermano, sigue –solicitó con intriga el compatriota de Frei Betto.
–Bueno, te decía que entraron por la fuerza a los lugares de trabajo
y pusieron a funcionar las máquinas, aunque ya sin patrón, lo
cual implicaba todo un desafío para trabajadores acostumbrados a
depender. Pero las primeras experiencias fueron muy reconfortantes
para los aventureros, pues aprendieron a gestionar, a compartir el
producto, a distribuir equitativamente. Asimismo contaron con el
apoyo de los clientes que siguieron comprando. Luego esa práctica
fue trasmitiéndose a otras víctimas de los descarados empresarios, y
pronto se contabilizaron centenares de fábricas recuperadas por los
trabajadores. Existe en la actualidad gran interacción entre las fábricas,
también muchos músicos y otros artistas se han solidarizado con ellas.
Han obtenido expropiaciones, suspensiones de desalojos, y otras
conquistas de envergadura –concluyó con énfasis Walter.
–Además existe un fondo solidario, al que aportan todas las fábricas
agrupadas en este movimiento, para el caso de que alguna de ellas
lo necesite para cubrir deudas, puede obtenerlo de allí, sin interés
alguno. Esta ayuda, muchas veces es recibida por las recientes fábricas
recuperadas, para poner en funcionamiento las máquinas que no han
tenido uso en los últimos tiempos –completó John.

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–¡Es maravilloso! ¡Hay muitus bonos movimientos en Nostra América!
¡Hay esperanzas! –comentó exultante el del país que permite respirar
al continente, por su Amazonas.
La conversación se fue diluyendo en otros avatares. Los hermanos
también percibían “Todavías” a escampar en algún momento, hacía
rato que disfrutaban la esperanza. Ahora se disponían a recorrer algo
más la ciudad. La nostalgia de la vuelta los embargaba.
Se arrimaron al hostal a buscar el mate para, con él, patear parte
de la ciudad que les quedaba por descubrir. La secuencia los acercó
hasta una iglesia añeja, situada un par de cuadras al lago desde la plaza
central. Había que abonar la entrada, a lo que constituía una especie
de museo.
Este autor ya esbozó que los entrañables desconfiaban de las
majestuosas iglesias. En muchas ciudades, éstas se habían erigido en
los monumentos más antiguos e imponentes de las mismas, incluyendo
visitas guiadas; historias sobre la evangelización, mencionando nunca
las atrocidades cometidas en ese proceso; haciendo alusión jamás al
reemplazo de otra cultura, originaria, generalmente mucho más rica
en valores.
En muchas localidades, el sitio ocupado por la catedral era el lugar
de culto de los pueblos originarios y donde, derrumbado, sobre sus
cimientos se construyeron los majestuosos templos que hoy perduran.
De allí venía la desconfianza. En estas circunstancias, los hermanos no
gastarían una chirola de las dos que les quedaban para ingresar a una
iglesia con historia. Con la historia de los vencedores.
Asimismo, tampoco ellos se sentían religiosos, en proporción inversa
a la edad. Cuanto mayor era el hermano, menos creía en las religiones.
Tenían ascendencia judía, y supieron estar orgullosos de la misma.
Valoraban la Cultura hebrea mantenida por miles de años. La Historia
heroica de los guerreros macabeos, ante la invasión del gran templo de
Jerusalem. La Dignidad del pueblo en la fortaleza de Mazada, levantada
en un monte a orillas del mar muerto, cuando prefirieron el suicidio
antes que ser esclavos de los romanos usurpadores.
Cuenta la leyenda también, que Alejandro Magno había sido el
jefe de un imperio que más cerca había estado de acabar con dicha
nación, a raíz de haber estudiado las causas del fracaso de los anteriores
emperadores en tal empresa. Se había dado cuenta de que debía
seducirlos, “comprarlos”, a través del ingreso sutil sobre su cultura. Y
dicen que muy cerca estuvo, habiendo convencido y asimilado a la gran
mayoría de la población, con excepción de los sabios.
Siempre sintieron piedad por el sufrimiento padecido por la
persecución del pueblo de sus antepasados. Orgullo les causaba que
el día del holocausto fuera recordado no el día de la mayor matanza,

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sino el día del levantamiento del gueto de Varsovia. Mismo sentimiento
que sentían por los partisanos que resistieron, que se rebelaron ante
la injusticia.
La Unión de ese pueblo era una característica a resaltar, pues probaba
una vez más que esa conjunción hacía más que la fuerza alocada y
desconectada de un ejército poderoso.
Ahora Israel se había convertido en uno de los principales satélites del
actual imperio, y azotaba al pueblo palestino que tenía similar derecho
a habitar ese suelo. Las fuerzas armadas israelíes se habían constituido
para la defensa del estado, y hacía un tiempo se habían transformado
en verdugo de oprimidos.
A Israel le había servido la amistad con el imperio para instalar el
Estado en un medio “adverso”. Pero esa relación fue mutando en
política de Estado, haciendo de Israel un estado militarista, donde
quienes ejercían el oficio militar tenían más poder de decisión que los
políticos civiles.
Los fraternos no compartían este sufrimiento infringido a los pueblos
pobres, por su doble condición de pertenecientes a un pueblo pobre del
Sur de las Américas, y su condición de judíos, nación perseguida durante
la historia universal. ¿Cómo un pueblo que había sufrido la discriminación
tan hondamente durante el holocausto nazi podía discriminar a persona
alguna, sea por condición social o religiosa?
¿Cómo la historia universal seguía justificando derramamiento de
sangre en nombre de la religión, en nombre de dios? ¿Algún dios, en
el caso de existir, podía aprobar que en su nombre se causara tanta
muerte, tantas guerras?
Ellos, y sobre todo los dos hermanos mayores habían pasado a
un estado de rechazo a las religiones, aunque de respeto a quienes
las practicaban. Se sentían judíos por los valores culturales de esa
nación, pero no creían en un dios que opuesto al diablo, avalara tanta
matanza.
*
Las religiones sirven hoy a grandes intereses económicos. Nadie debe
rebelarse ante tanta injusticia, pues “dios proveerá”. “Gracias a dios hoy
tenemos el pan del día” reza algún pobre en los barrios apartados del
súper religioso norte brasileño, después de haber trabajado dieciséis
horas en el calor de las plantaciones para conseguirlo. ¿Eso hay que
agradecerle? ¿Tanto sacrificio querrá dios que los hombres hagan para
conseguir sólo su derecho de combustible, es decir, alimentarse para
seguir siendo motor de producción de plusvalor que se quedará otro?
El sostener que dios es el que quiere y hace las cosas, mueve la historia
de los países y de sus gentes a piacere, hace aquietar a las masas, omisión
deseada por los poderosos de todas los hemiferios (aunque en general

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viven en el norte). La religión sirve a esos intereses de un modo notable.
“No te rebeles, pues la voluntad final es de dios, nosotros no podemos hacer
nada para cambiar nuestro destino, porque éste, ya se encuentra escrito, así
que mejor quedate mirando la tele”, es el mensaje.
En este proceso, no les ha llamado la atención que en todas las casas,
si es que así se las puede denominar, en que han ingresado en la villa
Itatí de Quilmes, haya un altar llamado televisión, aunque falten los
más elementales derechos humanos.
El aparato, parado sobre el piso de tierra, que de llover se hace barro,
y cubierto por un sólido techo de chapa, cuando no cartón, si tiene la
dicha que dios no quiera hacer llover y traer vientos subversivos que
cambiarán la chapa o el cartón por el cielo, deja a la familia en su lugar
a la espera que las noticias cuenten las desgracias, y así no se sientan los
únicos desdichados, generalizándose el sentimiento de sufrimiento.
Jean Paul Sartre lo explica así: “(…) los colonizados se defienden de la
enajenación colonial acrecentando la enajenación religiosa. El único resultado,
a fin de cuentas, es que acumulan ambas enajenaciones y cada una refuerza
a la otra”.14
La conciencia de opresión colectiva llevaría a la indignación de la
injusticia masiva si es que no interfiriesen otros factores. Uno de ellos
es la religión. Ella les recuerda todos los fines de semana que su futuro
no está en sus manos, por lo que tratar de cambiarlo no tiene sentido.
Especial mecha prende en los sectores con menos armas culturales.
Los hermanos hacía unos años que en la semana ingresaban a la villa
con una mochila en la que además de llevar lápiz y papel, alojaban el
peso de la férrea convicción en que la educación era una lanza contra la
opresión. Herramienta marginal equiparadora de clases y de derechos.
Ese era uno de los ámbitos de la lucha en que también peleaban.
Era ya de noche, y seguían mateando.
Administrando bien sus córdobas debían comprar pan, jamón y queso,
y armarse por su cuenta unos sándwiches para comer en la noche. Un
nicaragüense les solicitó probar el mate, dentro del supermercado.
Pensó que producía efectos alucinógenos y lo preguntó. Como toda
persona que lo probaba por primera vez, lo aborreció, con respeto.
Cenarían, y con la panza llena gracias a dios, descansarían. Temprano
en la mañana partirían para Managua.

14 Sartre, Jean Paul. “Prólogo” a la obra Los condenados de la tierra de Frantz Fanon,
México, Fondo de Cultura Económica, 1971, p. 18.
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FF. Un día distinto
Ya se contó que Walter hacía trabajos sociales en distintos barrios.
Si bien siempre tuvo inquietudes humanitarias, le costó algunos años
pasar esas ideas al papel, de la cabeza a la acción. Un día se decidió.
Acompañó a una compañera de la facultad de sociales que daba apoyo
escolar en la Villa 31 de Retiro, en la Ciudad de Buenos Aires.
Tan fuerte fue la sensación que ya no pudo dejar la acción. Entonces
quiso convencer al resto, a sus amigos, a gente desconocida, a
compañeros para que hicieran lo mismo, movieran su sistema nervioso a
que diera la orden a la pierna izquierda para dar ese paso necesario.
Escribió algo. Lo metió en un sobre blanco en el que se leía “A mi
clase social, para que no haya clases”. Bajó del 159, más conocido como
el blanquito por el color predominante de su chasis, en el Correo
Central. Saludó a unos skaters que se divertían dándose golpes contra
las escalinatas enormes de ese coloso edificio, cerrado en sábado, y
depositó la correspondencia en un rojo buzón.
Letra por letra, dentro de él escribió lo siguiente:
“Hoy amanecí temprano, en una Buenos Aires nostálgica, llorosa, fría, como
suele ser esta metrópoli en tantas otras mañanas de sábados otoñales.
Era muy posible que, entonces, fuera un día similar a otros en el que uno
almuerza con algún miembro de la familia, toma mate con otro antes de que
caiga el sol, y luego se prepare para salir a encontrarse con la diversión, en
alguna calle de esta ciudad que en esta noche, como en otras, no duerme.
Pero hoy decidí hacerle una finta, un firulete a la rutina, y fui al encuentro
de otra realidad. No la familiar, la del entorno cercano, sino la social, la que
miramos todos los días, sin involucrarnos, esa que encontramos a diario al pisar
la vereda que divide lo individual de lo comunitario y caminar sobre esa acera
que nos marca la interacción en sociedad, y que, por ende, nos hace constatar
que los restos para uno son el todo para otros; que el zapato suntuario que nos
hace andar, y que ¡cuidemos! no se ensucie, como nos enseñaron de muy chicos,
es la zapatilla de lona que otro no tiene.
En este día gris, tuve ganas de embarrarme, claro que no con algún zapato de
marca italiana, que sufriría una especie de mudanza de Milán a Napoli, sino
que con un simple par de topper blancas para pisar charcos, allí donde no hay
asfalto, pues el progreso no ha llegado aún; donde las construcciones de varios
pisos no son imperfectas debido al consejo de algún creativo arquitecto, sino
que se deben a la precariedad del sistema; donde el peligro de derrumbe no es
un simpático cartel de un bar top de Palermo viejo, sino una realidad palpable,
más allá de los denodados esfuerzos de los miles de brazos que sostienen aquellas
dignas casas. Algún malicioso distraído pensará que se amontonan para darse
más calor, en estos días en los que en esos barrios falta calor artificial.
Justamente, a esta hora te quiero contar que por momentos me olvidé por completo

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de esta fea jornada en lo estrictamente climatológico (deporte preferido, éste de hablar
del tiempo, en los bellos ascensores de los miles de cómodos edificios que posee la
ciudad), pues me vi desbordado de calor al entrar en ese ‘barrito en la cara’ que se
levanta en el coqueto centro porteño, pero que me atrevo a decir que se trata de un
barriazo lleno de historias encantadoras.
Es la Villa 31.
Me han brindado la calidez humana que no sobra en cualquier esquina.
Me he ido pipón, y no sólo por los sabrosísimos mates con los que me premió
la dueña de casa.
Hace rato que veo a los invisibles, como una vez los llamó un tema de la banda
del pato Fontanet, y que conozco a los nadies, nunca mejor caracterizados por
Galeano, pero en esta fecha del calendario cuyo crepúsculo ya ha ocurrido, he
dado un paso más, en esto de tratar de hacer más chiquitas las diferencias, de
entender que un mundo mejor es posible.
Te sugiero que, si no lo hiciste todavía, salgas a la calle y no mires al pobre
con los ojos que lo relojeas habitualmente. Velo como a un par, no como a
un menos. No lo mires con lastima hacia él, sino como un lastimado por esta
sociedad que todavía no ha podido hacer esto, es decir, ver lo que mira. Harás
consciente de que algo no está bien, que el problema no está en solucionar
la quinta familiar, pues la crisis persistirá con otro nombre, si es que no nos
decidimos a minar las injusticias.
Creeme que desde que intento hacerlo, el alma ya no me hace tanto ruido.
Ahora lo que me retumba es mi sociedad.
No despierta de una pesadilla inmovilizante que la azota hace mucho tiempo.
Es hora de que, como hormigas, llevemos nuestro aporte al hormiguero. Allí
cuando nos encontremos, y ojalá seamos muchos, tu lucha será la mía, será
por un mundo menos injusto.
Walter”

EE. ¿Ciudad abandonada?


“Managua, Managua”, “Managua, Managua”, gritaba un adolescente
en la puerta de la terminal de Granada, playón de tierra donde
permanentemente ingresaban y salían blancas combis.
El sol se acababa de despertar, y estaba radiante como si hubiera
soñado algo dotado de hermosura. Al llegar los entrañables a la combi,
los lugareños separaron las mochilas de sus espaldas y las subieron al
techo del vehículo. Así diéronles instrucciones precisas de ascender al
transporte que partiría en cinco minutos.
El trayecto fue tranquilo, silencioso. Aunque quedaban experiencias
fuertes por vivir, este viaje iba llegando a su fin. Imágenes iban
pasando por sus cabezas. Flashes. Veían los montes cercanos a la

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carretera, y recordaban el camino sinuoso de Palenque a San Cristóbal,
observaban los colectivos amarillos, y rememoraban todas las rutas
centroamericanas. De algún chapado techo, emergía un mástil con los
colores rojos y negros, y ¿cómo no ver allí la bandera del 26 de Julio
cubano?
Al llegar a la capital de Nicaragua, se bajaron en la UCA donde
fueron, una vez más abordados por irrespetuosos taxistas que, no huelga
reiterarlo, no reparaban en respeto cuando en juego estaba la comida
de la noche de sus hijos.
Luego de apartarse unos metros para pensar, decidieron caminar
las cuadras necesarias para llegar a la zona de donde en la madrugada
siguiente saldría el ómnibus en dirección a El Salvador. Les habían
advertido, con insistencia, el peligro de la noche de Managua, siendo
recomendable pernoctar en los suburbios aledaños a la estación.
Mas también los precavían, por demás, de los peligros del día. A
persona que le preguntaban algo, terminaba la conversación con un
“cuídense”.
A veinte metros de la empresa de transporte consiguieron un
alambrado lugar donde dormir. La amable doña Luisa les enseñó la
habitación, donde había televisión y baño privado, aunque éste sólo
estaba separado de las camas por una cortina. El precio les servía y la
zona era la deseada.
Como si eso fuera poco, doña Luisa era militante del FSLN, lo
que hacía más atractivo el sitio. Ella también los persuadió para que
anduvieran poco tiempo pateando las calles. Managua, devastada, no
se fijaba en las buenas intenciones de sus visitantes.
Salieron a caminar esa histórica ciudad en dirección al lago Nicaragua.
Casi no se veían automóviles. Parecía un día feriado o un domingo. Esa
parte de la ciudad, llevaba ritmo de pueblo. Cosa extraña, cada edificio
en que aguzaban sus sentidos, se trataba de un edificio estatal. Estaba
la gobernación, el palacio de Gobierno Nacional, los ministerios. Y sin
embargo, pocas personas se cruzaban en el camino. Era una ciudad
abandonada, dejada a su suerte.
–Señor, ¿le puedo hacer una pregunta? –Walter interrumpió el paso
de un distraído transeúnte local.
–Claro que sí –respondió con sencillez el arrugado y bigotón local.
–¿Es feriado hoy aquí? –lanzó su intriga el argentino.
–No, para nada. ¿Por qué lo pregunta? –curioseó el hombre.
–Es que hay muy poca gente en la calle, no veo carros, ni personas
caminando, casi –quiso demostrar lógica a su pregunta, Walter.
–Pues a la inversa, los domingos o los feriados hay mucha más gente.
Ahorita las personas se encuentran trabajando. Pero además tú no te
olvides que en esta zona están sólo las dependencias estatales, ya que el

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resto de la ciudad trabaja en la nueva Managua– explicó, con detalle el
centroamericano, derribando por completo la teoría del argentino.
–¿Cómo es eso de la nueva ciudad? –consultó John.
–Es que hace varios años, un terremoto destruyó Managua, entonces
todo el centro metropolitano se trasladó a un sector menos vulnerable.
Y aquí los edificios del gobierno fueron reconstruyéndose –explicitó
con minuciosidad el amble anfitrión, quien rápidamente se disculpó
de tener que seguir camino– Ahorita los debo dejar, que tengo que ir
a mi trabajo, ¡tengan mucho cuidado, por favor!
–Gracias, ha sido muy amable, ¡que le vaya bien! –completó Walter
la despedida.
*
La historia del país cuenta que al tiempo que, en 1972, el terremoto
destruyó su capital, los Somoza multiplicaron sus propiedades a la
velocidad de la luz. Eran propietarios desde fábricas de adoquines,
de zapatos, pasando por otros rubros como alcohol, aviación, azúcar,
bancos, café, casas de alquiler, de juego, de empeño y de prostitución,
cemento, cerdos, hoteles, jabonerías, madera, minas, periódicos,
radiodifusoras, taxis, televisoras, tenerías, textiles y, aunque suene
inverosímil, hasta sangre, porque a través de la “Compañía Plasmaféresis
de Nicaragua S.A.”, compraban sangre a los indigentes y borrachines
de Managua para producir plasma de exportación, según cuentan
los sandinistas, y el periodista estadounidense Jack Anderson en el
Washington Post.
*
A la cuadra siguiente, contemplaron con admiración el métrico
monumento al ejército del pueblo. Un trabajador con su torso
desvestido y anatomía muscular perfecta levantaba en su mano izquierda
un fusil del que prendía una bandera con los colores del luto y la sangre,
y con la otra hacia abajo sostenía un martillo.
Más adelante, testimoniaron la destrucción del terremoto en la otrora
catedral de Managua, que ahora sólo se mantenía en pie para recordar
que sólo la casa de dios había aguantado los embates climatológicos
que habían hecho mudar la ciudad toda. Era un edificio gris y hueco
de dos torres, campanarios en algún momento. Alambrada mantenía
a las personas a distancia por su peligro de destrucción inminente.
Frente a ella, un edificio de columnas altas y anchas, flamante,
mostraba una insignia patria en su cima. No se acercaron demasiado,
no pudieron advertir qué dependencia gubernamental representaba,
aunque tenía características de parlamento.
A algunos metros, una plaza recordaba a los mártires del Frente
Sandinista de Liberación Nacional con un mausoleo con sus nombres,
y los pabellones rojinegros arrugados al ritmo del viento.

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Llegaron hasta la zona del lago, donde había varios bares y sitios de
comidas vacíos. Uno promocionaba la “barbacoa cubana”, otro era
una especie de cervecería.
Alguien volvió a advertirlos sobre los peligros de la ciudad.
*
“En los años de la guerra, había paz en las calles de las ciudades de Nicaragua.
Desde que se declaró la paz, las calles son escenarios de guerra: Los campos
de batalla de la delincuencia común y de las pandillas juveniles. Un joven
antropólogo norteamericano, Dennos Rodgers, se metió de pandillero en uno de
las bandas que aterrorizan los barrios de la ciudad de Managua. El antropólogo
pudo comprobar que las pandillas son la respuesta violenta que dan los jóvenes
a la sociedad que los excluye, y llegó a la conclusión de que no sólo florecen por
causa de la pobreza feroz y por la ausencia de cualquier posibilidad de trabajar
o estudiar, sino también por la desesperada búsqueda de alguna identidad. En
los años setenta y ochenta, años de revolución y guerra, los jóvenes se habían
reconocido en su país, colonia que quería ser patria, pero los jóvenes de los
años noventa se han quedado sin espejo. Ahora son patriotas de barrio, o de
alguna calle del barrio, y pelean a muerte contra las bandas del barrio enemigo
o de la calle enemiga. Defendiendo su territorio y organizándose para pelear
y para robar, están un poco menos solos y un poco menos pobres en su
comunidad atomizada y empobrecida. Ellos comparten lo que roban, y el
botín de sus zarpazos se traduce en pegamento, marihuana, trago, balas,
puñales, zapatos Nike y gorras de béisbol”,15 nos cuenta Galeano con
una lectura abarcativa del problema, como tan sólo él puede hacer
en un párrafo.
A ello cabe agregar que en los primeros años de este nuevo siglo,
muchas de las grandes ciudades de Nuestra América permanecen de
la misma forma. Falta de esperanzas, con busca de escapes personales
a través de las drogas, a las que hubo que sumar el paco, desecho de la
cocaína, ruina de cabezas de gurices, en un viaje al meolvidodelmundo.
Pero también no se debe soslayar que existen muestras importantes
que indican que ese escenario ha adquirido tendencias de cambio. Las
ilusiones de los indígenas en Bolivia y en toda América, en los ojos de Evo;
la realidad de los de abajo en Venezuela, en la voz de Hugo Chávez; los
sin rostros mexicanos reflejados en los negros pasamontañas zapatistas; la
primer batalla ganada por el pueblo en la Argentina contra el capitalismo
neoliberal, en Diciembre de 2001; el eterno Fidel para el mundo.
Allí en Managua, se percibía una esperanza matizada en Daniel
Ortega y los sandinistas.
Pero los cambios no los hacen los líderes de vanguardia. Éstos se erigen
en puntales de una causa de las masas, por carisma o por personalidad.

15 Galeano, E. Patas Arriba…, op. cit., p. 324.


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Mas si el movimiento no se ha generado en la propia masa, quien
comanda imparte instrucciones huecas, silenciosas.
Ahí estaba la sufrida y temerosa Managua. En ese contexto.
La recomendación indicaba ir a algún sitio más populoso, lo cual no
sería difícil de encontrar dado el estado de desolación que vestía esas
calles de la capital. Tomaron un colectivo hacia un centro comercial,
donde almorzarían. El transporte antes de dejarlos en el destino
indicado pasó por la gasolinera a cargar combustible, para luego
continuar camino.
Una sensación similar a la que habían experimentado en El Salvador el
primer día, recorrió sus almas, al encontrarse “a salvo” en un capitalista
Shopping center, que deparaba seguridad sólo para las homogéneas
acomodadas capas sociales, en todos los países de América Latina.
Con esa molestia que no les permitió almorzar con tranquilidad, llegó
el apuro por irse de ese arreglado sitio. Se dirigieron hacia una especie
de “feria artesanal”, mezclada con un mercado de frutos y alimentos. El
trayecto era algo más alborotado que la parte vieja de la ciudad. Aquí
sí que encontraron el ritmo de gran ciudad alocada.
Tras recorrerla, pasillo por pasillo, charlar con un par de puesteros,
decidieron salir de allí en dirección al hogar de doña Luisa. Restaba
muy poco tiempo para volver a la Argentina, y Sharon principalmente
no quería correr riesgos innecesarios, y ciertos.
Al tomar el colectivo que los alcanzaría a algún sector cercano a lo de
Luisa, presenciaron una escena delictiva. Tres adolescentes que habían
robado una cartera, detuvieron el bondi en el que ellos viajaban, y al
subir lo hicieron acelerar, para luego descender a las pocas cuadras,
una vez que habían escapado de la “escena del crimen”. Dos de ellos
estaban ensangrentados. El tercero se sentó al lado de Walter, que
atónito se percataba de la situación.
El chofer había tenido una conducta de complicidad, de gauchada
hacia los pibes. Como si comprendiera que la situación de marginalidad
en que se encontraba gran parte de la población de esa ciudad hacía
entendible los oficios no deseados. El colectivero pudo no detenerse.
Nadie le apuntó con un arma para hacerlo, y sin embargo les abrió la
puerta y los condujo hasta varias cuadras más adelante, para perderlos
del lugar del delito.
Sharon ya no quería saber más nada de Managua y sus peligros.
Al descender del bus, en las cercanías de un regimiento militar
próximo al centro comercial “Plaza”, promediaba la media tarde.
El sol cual gomera de pobre al poderoso, iba al oeste. Era hora de
matear. Como ya estaba oscuro y vieron complicada una posterior
salida, decidieron comprar fiambre y pan para armar sándwiches, en
un supermercado, y luego sí regresar a lo de Luisa.

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En las diez cuadras que separaban el supermercado de la casa de doña
Luisa se les acercaron dos personas, para pedirles una moneda. Ellos
eran duchos en esto. Lamentablemente toda Latinoamérica estaba
atravesada de miseria y su consecuente limosna, aunque con distintos
grados según provincia o estado.
Tenían popular de cancha encima. Sharon, a sus ocho años, en lugar
de estar jugando en la plaza o con muñecas, un sábado a la tarde estaba
viendo a su querido Quilmes, que para entonces jugaba en el ascenso, y
soportaba que un borracho disfrazado de artista de variedades haciendo
equilibrio en un paravalancha se le cayera en su cabeza.
Los hermanos más grandes se habían tenido que pelear más de una
vez, aguantando la bandera de su club. Desde nenes, que los llevaba
su padre a la cancha, distinguían el aroma a marihuana, cuando otros
compañeros de colegio no conocían siquiera el cigarrillo.
En la provincia de Buenos Aires donde ellos vivían, era común ser
abordado por un peticionante de chirolas. Ya las técnicas de rechazo o
de dádiva las tenían estudiadas. Ellos fueron variando sus pensamientos
al respecto, pasando por una primera etapa en que acompañaban al
peticionante hasta un kiosco cercano y le compraban un alfajor, como
si la única necesidad válida que debía ser satisfecha por el pedido,
fuera la alimentación. ¿Si el pibe quería ir a los videos juegos, quiénes
eran ellos para juzgar o imponer el gasto a realizar con el dinero por
ellos dado?
Luego se deslizaron a la presente etapa en que cada vez que tenían
algo en el bolsillo, hacían caso a la petición, y otorgaban la licencia sin
miramientos. En el caso de tener que rechazarla, por ausencia de fondos
para atender el problema, salían airosos y con carisma del paso.
En las calles de Managua, la situación no variaba radicalmente.
Se trataba de una sociedad más violenta que en la que residían,
probablemente en la misma proporción a la mayor marginalidad que
allí había. No obstante ello, también salieron con elegancia y un par de
chistes de la situación que podría haber sido incómoda, si no hubiesen
sabido manejarla. Incluso uno de los pedidores recomendoles que
no salieran de noche por el barrio, siendo eco del real peligro que de
Managua habían hecho.
El nuevo gobierno tenía un enorme desafío por delante. Su recuerdo
de satisfacción de derechos sociales básicos había sido vital para esta
oportunidad que tenía el Frente Sandinista, para dejar de ser colonia,
y sí ser patria alguna vez. La carencia de valores en que creer, de
expectativas de vida digna, de ascenso social o abolición de estamentos
sociales eran algunas de las causas del diagnóstico actual.
El pronóstico era reservado diría algún médico, aunque el panorama
parecía ser alentador. Una llamita de esperanza se había encendido en

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esa gente tan sufrida. Para que llegase a fogón debían acompañar la
ilusión, y no sentarse a esperar que la revolución fuera televisada. No
se debía esperar magia por parte del Presidente o del gobierno.
Los cambios son horizontales, si todos están convencidos de ello,
alguien ocasionalmente lo conducirá o no, mas la creencia en “el
salvador” que redimirá al pueblo como única solución a las desgracias
es cuanto menos improbable, si no existe conciencia en el cambio.
Y en Nicaragua, alguna conciencia debía haber desde que se le ofrecía
una nueva chance a un Frente con tanta historia de revoluciones, y que
ya se encontraba alineándose con la Alternativa Bolivariana para las
Américas (ALBA), propuesta del presidente venezolano Hugo Chávez,
en oposición al difunto ALCA, impulsado desde Estados Unidos.
*
El ALBA “(…) es una propuesta de integración diferente. Mientras el ALCA
responde a los intereses del capital trasnacional y persigue la liberalización
absoluta del comercio de bienes y servicios e inversiones, el ALBA pone el énfasis
en la lucha contra la pobreza y la exclusión social y, por lo tanto, expresa los
intereses de los pueblos latinoamericanos”.16
Hugo Chávez se refirió a esta iniciativa en los siguientes términos:
“(…) compañeros, compañeras, nosotros con fuerza creciente hemos levantado
la bandera del socialismo, porque ese es el camino a la salvación de la especie
humana, al desarrollo integral de nuestros pueblos: el socialismo (aplausos),
que tiene mucho de martianismo, de bolivarianismo; nuestro socialismo, como
Cuba ha construido su socialismo, como Venezuela ha comenzado a construir
su socialismo, como Evo señala el camino, el rumbo para que Bolivia construya
su socialismo; pero ese es el camino, camino que apenas amanece, de allí que
el ALBA tenga tanto significado. El ALBA es un amanecer, el ALBA es lo
nuevo que aparece en el horizonte, ¡es la gran batalla!, es la gran batalla en
la que cada día estaremos más unidos nosotros, ¡más unidos! Y en esa batalla,
por supuesto que estamos lejos de cantar victoria, pero vamos avanzando en
el terreno, vamos consolidando posiciones y habrá que tener cuidado de que
nuestras posiciones no se debiliten para nada, y el primer cuidado que debemos
tener es el cuidado de que no se debiliten moralmente. La razón, la moral de
nuestros principios debemos fortalecerlos cada día, en cada espacio y continuar
ocupando posiciones, ocupando espacios, concretando ideas en una dialéctica
interminable, en una dialéctica sin fin”.17
El flamante presidente nicaragüense, Daniel Ortega, declaró que:
“La gran diferencia de parte de Venezuela, de parte de Cuba, es que hay una
emergencia y ellos mandan ayuda. No se ponen a negociar. Ellos mandan y
después nos entendemos”, enfatizando una marcada distinción con otras

16 Definición según el portal de Internet www.alternativabolivariana.org


17 Discurso emitido el 24/01/07 en ocasión de firmas de acuerdos con Cuba.
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“ayudas”: “Aquí, nos hablan de millones y millones, pero nos ponen tantas
condiciones. Nos dicen: ‘Te voy a dar esto’, pero tienes que ponerte de acuerdo
con el Fondo Monetario Internacional”. Por el contrario, “en el caso de Cuba
y Venezuela, la prioridad es ayudar a resolver la crisis sin detenerse a pensar
en la forma en que se van a pagar las plantas eléctricas (…) es lo que hacen los
hermanos, es lo que hacen los amigos”.18
*
Llegaron a lo de doña Luisa. John se acercó hasta la hornalla para
calentar un poco de agua. De mientras, los otros dos se divertían
mirando los programas de televisión de Nicaragua. Antes de que
hirviera, John colocó el líquido en el termo y llamó a sus hermanos
para tomar mate en el patio de la casa.
Hablaron de ese agitado día, la injusticia que hacía temer tanto a
las personas, las expectativas que había para ese aplanado país que no
había surgido para ser uno más, y cuyo pueblo seguía peleando por su
Dignidad. Entre palabra y palabra, apareció un joven nativo que vino
a averiguar el precio que se cobraba, para traer a unos turistas, que
vendrían en el siguiente micro.
Ese era su trabajo, cobraba comisiones a las distintas casas de
habitaciones para llevarles pasajeros. Resultó ser un joven entrador, de
conversación simple pero profunda. Deseaba ganar dinero para salvar
a su familia, y si para eso debía ir a probar suerte a Estados Unidos iría
también. Por otra parte, quería entrañablemente a su pueblo, y padecía
en carne propia las desgracias de sus vecinos.
Admiraba a Fidel Castro por cómo había defendido los intereses de su
pueblo. Ansiaba graduarse de la escuela media y luego la universidad para
poder salir de pobre. Sus incoherencias eran marcadas, mas cómo requerirle
coherencia. ¿Por qué esos hermanos iban a reclamarle algo que ni siquiera
ellos, con muchas más posibilidades, practicaban de lleno?
Tuvo que dejarlos porque, luego de media hora de conversación,
recordó que la llegada del contingente era inminente.
Tan pronto como él se fue, apareció en escena un gringo que se
hospedaba en la casa hacía unos meses, según contó más tarde. No tardó
en sentarse junto a ellos. Era canadiense y hablaba con dificultad el
español, aunque lo intentaba y se hacía entender. Con él la conversación
pareció aburrida. Aunque un detalle les resultó muy pintoresco. La
historia de un canadiense que había estado en la Argentina de visita por
dos días y una noche. Hombre destinado a ser testigo de la Historia, que
conoció la alborotada Argentina del 19 y 20 de diciembre de 2001.
Cuando él se retiró quisieron platicar con Luisa, sobre su militancia,
sobre sus esperanzas recicladas.

18 Nota periodística publicada en www.alternativabolivariana.org, el 04/04/07.


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–Venga Luisa, siéntese que deseamos hablar con usted –osó invitarla
John.
–¿Qué precisan? –preguntó con sequedad y desconfianza la dueña
de casa.
–Nos gustaría que nos cuente su experiencia acerca de la Revolución
Sandinista, ¿será usted tan amable? –cortés, consultó Walter.
–No es eso. No sé qué quieren saber –balbuceó desconcertada Luisa.
–¿Qué edad tenía cuando la Revolución? ¿Simpatizaba por ella? ¿Todo
el pueblo los apoyaba? ¿Dónde lo vivió usted?, en fin lo que tenga ganas
de contarnos –ametralló a preguntas John.
–Bueno, yo era jovencita, vivía en un barrio pobre en las afueras
de Managua. Aquí la revolución se vivía con felicidad, porque ya no
aguantábamos a los Somozas, y todos simpatizábamos con el Frente.
Aunque también teníamos miedo –hizo una pausa reflexiva, y mirando
a Sharon prosiguió– fíjate que una noche estábamos cenando en
casa y un ruido muy fuerte se escuchó muy cerca. Se trataba de una
bomba de la guerrilla que era señal de que estaban operando. Nuestra
colaboración con ellos radicaba en apagarles la luz, así no resultaban
descubiertos –contaba con emoción Luisa.
–Una pregunta –se animó Sharon: ¿Cómo los recibieron cuando
triunfó la Revolución?
–¡Uh! –se le iluminaron los ojos a la señora, para responder con
cierta abstracción de sus interlocutores– eso fue hermoso, glorioso.
Todos los vecinos salimos a la calle. Los guerrilleros venían en andas,
regalando sus propios brazaletes rojinegros. Gritos, canciones. Fue una
fiesta. Nos creíamos libres –completó nostálgica.
–¡Qué lindo momento habrá sido!, lástima que después los contras
y Norteamérica les hicieron la guerra –reflexionó Walter.
–Sí querido, eso fue terrible para la ilusión de la gente, pues si bien
no nos decepcionaron los sandinistas, no se podía vivir con tanta guerra
prolongada durante tantos años, aunque lo que vino después no fue
mejor –dejó de hablar, miró hacia la puerta y vio que venían posibles
huéspedes. Volvió la mirada hacia ellos y se excusó– Disculpen, después
seguimos la plática.
Promesa que no cumpliría la ocupada Luisa, pues no hubo una
nueva oportunidad, se había hecho de noche, y ella se iría a dormir,
comprometiéndose a despertarlos a las cuatro de la mañana del
siguiente día, media hora antes de que partiera el bus.
No fue necesario el despertar, porque habían aguardado levantados,
caminando, hablando, pensando, ideando, volando toda la noche.
Primero habían comido, luego miraron una película, después siguieron
chamuyando hasta que la hora se hizo, y doña Luisa golpeó a su puerta
para despedirlos en un fuerte abrazo.

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Habían estado muy poco tiempo en Nicaragua, si se lo gradúa en
medida de días. A ellos les había alcanzado para adorar ese país, esa
historia, esa gente y comprometerse también con ellos en la lucha por
la Justicia, y por la vida digna de la Humanidad toda.

DD. Sandino
El 20 de marzo de 1929, Augusto César Sandino elabora el Proyecto
Original que el Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua
presenta a los representantes de los gobiernos de veintiún Estados
Latinoamericanos. El mismo consta de cuarenta y cuatro artículos pensados
con profundidad y realismo, para conformar una Alianza de Latinoamérica
como paso previo a una Confederación.
Así expresa alguna de las causas, consecuencias, límites y objetivos de la
indispensable unión que propone:
“Hondamente convencidos como estamos de que el capitalismo norteamericano ha
llegado a la última etapa de su desarrollo, transformándose como consecuencia, en
imperialismo, y que ya no atiende a teorías de derecho y de justicia pasando sin respeto
alguno por sobre los inconmovibles principios de independencia de las fracciones de la
NACIONALIDAD LATINO-AMERICANA, consideramos indispensable, más
aun inaplazable, la alianza de nuestros Estados Latinoamericanos para mantener
incólume esa independencia frente a las pretensiones del imperialismo de los Estados
Unidos de Norte América, o frente al de cualquiera otra potencia a cuyos intereses
se nos pretenda someter. (…)
Obrando bajo el influjo de estas consideraciones llegamos a comprender la
necesidad absoluta de que el intenso drama vivido por las madres, esposas y
huérfanos centroamericanos, despojados de sus seres más queridos en los campos de
batalla de las Segovias por los soldados del imperialismo norteamericano, no fue
estéril, tampoco defraudada, antes bien, se aprovechará para el afianzamiento de
la NACIONALIDAD LATINOAMERICANA, rechazando cuantos tratados,
pactos o convenios se hayan celebrado con pretensiones de legalidad que lesionen,
en una u otra parte, la soberanía absoluta tanto de Nicaragua como de los demás
Estados Latinoamericanos. Para lograrlo, nada más lógico, nada más decisivo
ni vital, que la fusión de los veintiún Estados de nuestra América en una sola y
única nacionalidad latinoamericana, de modo de poder considerar dentro de ella,
como consecuencia inmediata, los derechos sobre la ruta del Canal Interoceánico
por territorio centroamericano y sobre el Golfo de Fonseca, en aguas también
centroamericanas, así como aquellas otras zonas encerradas en la vasta extensión
territorial que limitan el Río Bravo al Norte y el Estrecho de Magallanes al Sur,
comprendidas las islas de estirpe latinoamericana, posibles de ser utilizadas, ya sea
como puntos estratégicos, ya como vías de comunicación de interés común para la
generalidad de los Estados Latinoamericanos (...)”

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CC. Bolívar
Simón Bolívar escribe la carta de Jamaica el 6 de septiembre de
1815, dirigida al ciudadano inglés Henry Cullen. A continuación este
autor extrajo algunos conceptos sobre su pensamiento profundamente
americanista:
“Es más difícil, dice Montesquieu, sacar un pueblo de la servidumbre, que
subyugar uno libre. Esta verdad está comprobada por los anales de todos
los tiempos, que nos muestran las más de las naciones libres, sometidas
al yugo, y muy pocas de las esclavas recobrar su libertad. A pesar de este
convencimiento, los meridionales de este continente han manifestado el
conato de conseguir instituciones liberales, y aun perfectas; sin duda,
por efecto del instinto que tienen todos los hombres de aspirar a su mejor
felicidad posible; la que se alcanza infaliblemente en las sociedades civiles,
cuando ellas están fundadas sobre las bases de la justicia, de la libertad y
de la igualdad. Pero ¿seremos nosotros capaces de mantener en su verdadero
equilibrio la difícil carga de una República? ¿Se puede concebir que un
pueblo recientemente desencadenado se lance a la esfera de la libertad,
sin que, como a Ícaro, se le deshagan las alas, y recaiga en el abismo? Tal
prodigio es inconcebible, nunca visto. Por consiguiente, no hay un raciocinio
verosímil, que nos halague con esta esperanza.
Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación
del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria.
Aunque aspiro a la perfección del gobierno de mi patria, no puedo persuadirme
que el Nuevo Mundo sea por el momento regido por una gran república; como
es imposible, no me atrevo a desearlo; y menos deseo aún una monarquía
universal de América, porque este proyecto sin ser útil, es también imposible.
Los abusos que actualmente existen no se reformarían, y nuestra regeneración
sería infructuosa. Los Estados americanos han menester de los cuidados de
gobiernos paternales que curen las llagas y las heridas del despotismo y la
guerra. La metrópoli, por ejemplo, sería México, que es la única que puede
serlo por su poder intrínseco, sin el cual no hay metrópoli. Supongamos que
fuese el istmo de Panamá punto céntrico para todos los extremos de este vasto
continente, ¿no continuarían éstos en la languidez, y aún en el desorden actual?
Para que un solo gobierno dé vida, anime, ponga en acción todos los resortes
de la prosperidad pública, corrija, ilustre y perfeccione al Nuevo Mundo sería
necesario que tuviese las facultades de un Dios y, cuando menos, las luces y
virtudes de todos los hombres.
El espíritu de partido que al presente agita a nuestros Estados se encendería
entonces con mayor encono, hallándose ausente la fuente del poder, que
únicamente puede reprimirlo. Además, los magnates de las capitales no sufrirían
la preponderancia de los metropolitanos, a quienes considerarían como a otros
tantos tiranos; sus celos llegarían hasta el punto de comparar a éstos con los

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odiosos españoles. En fin, una monarquía semejante sería un coloso deforme,
que su propio peso desplomaría a la menor convulsión (…)
Es una idea grandiosa pretender formar de todo el mundo nuevo una sola
nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene
un origen, una lengua, unas costumbres y una religión debería, por consiguiente,
tener un solo gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de
formarse; mas no es posible porque climas remotos, situaciones diversas, intereses
opuestos, caracteres desemejantes dividen a la América. ¡Qué bello sería que
el istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos!
Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto Congreso
de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar y discutir
sobre los altos intereses de la paz y de la guerra, con las naciones de las otras
tres partes del mundo. Esta especie de corporación podrá tener lugar en alguna
época dichosa de nuestra regeneración, otra esperanza es infundada, semejante
a la del abate St. Pierre que concibió el laudable delirio de reunir un Congreso
europeo, para decidir de la suerte de los intereses de aquellas naciones.
(…) Seguramente la unión es la que nos falta para completar la obra de
nuestra regeneración. Sin embargo, nuestra división no es extraña, porque tal
es el distintivo de las guerras civiles formadas generalmente entre dos partidos:
conservadores y reformadores. Los primeros son, por lo común, más numerosos,
porque el imperio de la costumbre produce el efecto de la obediencia a las
potestades establecidas; los últimos son siempre menos numerosos aunque más
vehementes e ilustrados. De este modo la masa física se equilibra con la fuerza
moral, y la contienda se prolonga, siendo sus resultados muy inciertos. Por
fortuna entre nosotros, la masa ha seguido a la inteligencia.
Yo diré a usted lo que puede ponernos en aptitud de expulsar a los españoles,
y de fundar un gobierno libre. Es la unión, ciertamente; mas esta unión no nos
vendrá por prodigios divinos, sino por efectos sensibles y esfuerzos bien dirigidos.
América está encontrada entre sí, porque se halla abandonada de todas las
naciones, aislada en medio del universo, sin relaciones diplomáticas ni auxilios
militares y combatida por España que posee más elementos para la guerra, que
cuantos furtivamente podemos adquirir.
Cuando los sucesos no están asegurados, cuando el Estado es débil, y cuando
las empresas son remotas, todos los hombres vacilan; las opiniones se dividen,
las pasiones las agitan y los enemigos las animan para triunfar por este fácil
medio. Luego que seamos fuertes, bajo los auspicios de una nación liberal que
nos preste su protección, se nos verá de acuerdo cultivar las virtudes y los talentos
que conducen a la gloria; entonces seguiremos la marcha majestuosa hacia las
grandes prosperidades a que está destinada la América meridional; entonces
las ciencias y las artes que nacieron en el Oriente y han ilustrado a Europa,
volarán a Colombia libre que las convidará con un asilo.”

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Capítulo Séptimo

La vuelta y
¿Futuros? pasos

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BB. El Salvador: otra mirada
El viaje desde Managua fue extenso y duro, más por la conciencia
del fin del periplo centroamericano que por las doce horas y pico
que demoró en llegar. Tuvo una breve escala en Honduras, donde
realizaron los correspondientes trámites migratorios, y luego siguió para
El Salvador, cuya aduana fue más rigurosa que el primer país.
Del lado hondureño bajaron a una chica de dieciocho años, que estaba
sentada en un asiento delante de Sharon, por no tener permiso para
salir del país, siendo menor de edad, dando muestra de la eficiencia en
el control de salida de menores. Eso creyeron por un momento, incluso
hasta con sorpresa. Cuando el micro estaba por partir, la chica logró
subir al ómnibus, desconociéndose bajo que artimaña o pretexto.
Del lado salvadoreño, la policía aduanera pasó revista de las caras que
decoraban el interior del transporte. Una por una, las iba mirando. Al
fondo, había dos gringos rubiotes que no zafaron el severo contralor, y
tuvieron que descender a abrir su equipaje. Buscaban drogas, aunque
nada encontraron. Lo cierto es que llamó la atención la elección hecha
por el agente policial escogiendo por dentro de toda la población
transportada a aquellos de mayores recursos económicos, a priori,
arbitrio apuntalado por el acento de su idioma.
En una suerte de discriminación, los dos turistas se sintieron
señalados por prejuicios. Y, en efecto, lo eran ante la mirada atónita
de todos los transportando.
Una vez que ascendieron nuevamente, el micro rodó un par de
kilómetros hasta una estación de servicio, con comedor junto al
mini mercado, donde se les concedió media hora para almorzar.
Allí estaba la primera señal de distinción entre El Salvador y el
resto de los países de la porción Centro de América. Tuvieron que
recurrir a los verdes billetes, con caras de dudosos próceres para la
Historia de los altos valores morales concensuados por buena parte
de las poblaciones.
Una de esas caras es la que se centra en el billete uno. George
Washington es reconocido como el padre de la patria para los Estados
Unidos, como lo es para Cuba Martí, para Argentina San Martín, y
para Venezuela Bolívar.
En respuesta al presidente norteamericano que había comparado
a Simón y a George antes de emprender una gira por tierras
latinoamericanas, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, marcó
las medulares distancias entre ambos en un discurso pronunciado en
cancha de Ferrocarril Oeste en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires,
el 9 de marzo de 2007, al tiempo que Bush llegaba del otro lado del
charco, a Montevideo.

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“El caballerito imperial que visita Suramérica por estos días tuvo el
atrevimiento hace 72 horas, 48 horas, en un discurso anunciando ya su salida,
de comparar a Simón Bolívar con Jorge Washington e incluso en el colmo del
ridículo, porque ya ni siquiera podemos decir que es hipocresía, es el ridículo más
grande que alguien pueda poner, dijo que hoy todos somos hijos de Washington y
de Bolívar, o sea que él se considera hijo de Bolívar, lo que es es un hijo de... esa
palabra yo no la puedo decir aquí. Ahora él, él ha dicho, ha dicho que hay que
completarse, fíjense ustedes, dijo que había que completar ahora la revolución
que comenzaron Washington y Bolívar, vaya tamaña herejía, tamaña herejía
y tamaña ignorancia porque habrá que recordar, y con todo nuestro respeto al
caballero Jorge Washington a quien se tiene en la historia como el padre, ¿no?,
de aquella nación; sin embargo habrá que recordar cuán diferentes son, fueron
en vida y son y serán para siempre Jorge Washington y Simón Bolívar.
Jorge Washington dirigió una guerra para independizar a la élite económica
norteamericana del imperio inglés pero Jorge Washington cuando murió, o mejor
dicho cuando murió después de la independencia y después de haber gobernado
los Estados Unidos, después de haber ordenado la masacre contra los aborígenes
norteamericanos, después de haber defendido la esclavitud, terminó siendo un
gran hacendado muy rico y dueño de esclavos y un gran terrateniente. Ese fue
Jorge Washington.
Simón Bolívar en cambió nació rico de cuna y a los 8 años quedó huérfano de
padre y madre y heredó una gran fortuna económica junto a sus hermanos y heredó
haciendas y esclavos, Simón Bolívar, cuando la historia lo llevó, porque como dijo
Carlos Marx, los hombres sí podemos hacer la historia pero hasta donde la historia
nos lo permite, cuando la historia llevó a Bolívar a convertirse en el líder del proceso
de independencia en Venezuela él contribuyó a darle un carácter revolucionario a
aquel proceso de Independencia, Simón Bolívar entregó toda su tierra, liberó todos
sus esclavos y los convirtió en soldados libertadores y los trajo hasta Boyacá, hasta
Carabobo, hasta el Alto Perú a unirse con las tropas de San Martín para libertar
este continente, ese fue Simón Bolívar, y Simón Bolívar habiendo nacido rico de
cuna cuando murió allá en las costas caribeñas de Colombia, cuando murió el
17 de diciembre de 1830 lo vistieron con una camisa prestada porque ni ropa le
quedaba a aquel hombre. Simón Bolívar es el líder de la revolución de estas tierras,
la revolución social, la revolución popular, la revolución histórica, para nada tiene
que ver Jorge Washington con esta historia, bueno, sí tiene que ver porque el imperio
que nació después de la liberación o de la independencia de Estados Unidos de la
Gran Bretaña lo que hizo fue reeditar para peor el viejo imperialismo y precisamente
Bolívar chocó con aquel imperio que nacía (…)”
*
Ese “prócer” y otros acompañaban la cotidianidad de cada uno de los
salvadoreños. ¿Qué habían hecho esos verdes talantes por esos trigueños
salvadoreños? ¿Qué hicieron por la Humanidad toda, como para andar
en varias billeteras en cualquier país de este planeta?

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El Salvador tenía esa moneda como la oficial de su país, y con ese
cambio los argentinos debieron abonar su comida. Claro que ya casi
no les quedaba, por lo que se conformaron con un plato de arroz y
frijoles, compartiendo una gaseosa de 500 centímetros cúbicos, entre
los tres.
Una vez que el trayecto prosiguió, ya no se detendría hasta llegar
a la terminal del Transnica, en San Salvador. En esa misma empresa
consiguieron una pieza barata donde dormir esa noche.
Instalados, salieron a recorrer la alborotada capital, de la cual tenían
una impresión obscena. Pudieron comprobar otras cosas. En efecto,
el caos de la primera visita no era tal. Seguramente había estado
emparentado con las festividades de fin de año.
Caminaron por la plaza central, allí frente a la enorme y blanca
catedral, y algo les llamó la atención. Dos pasacalles de fondos blancos
y letras rojas enfrentados rezaban “Con el triunfo de Chávez, Venezuela
dijo NO al imperialismo”, y “Farabundo Martí Vive en la lucha del pueblo
de América Latina. FMLN”, respectivamente.
Walter conocía la historia de Farabundo, mas no la de la lucha actual
por su ideal. Augusto Farabundo Martí, “férreo ante el imperialismo y
solidario con los pueblos hermanos, en 1928 se trasladó a El Salvador, donde
en asamblea de trabajadores se le eligió responsable de una brigada de cinco
obreros combatientes para ir a pelear a Nicaragua contra el yanqui invasor,
bajo las órdenes del general Augusto César Sandino. Farabundo Martí mostró
en los hechos su arrojo antiimperialista tanto con el fusil como con la pluma.
Farabundo obtuvo el grado de Coronel, fue miembro del Estado Mayor
Internacional de Sandino, y Secretario Privado del héroe nicaragüense”.1
Asimismo peleó por la libertad de su país natal, hasta la muerte
en manos del cipayo ejército que desangró su país. “En 1930 Martí
regresa a El Salvador y funda junto a otros compañeros el Partido Comunista
Salvadoreño, partido que rápidamente se pone a la cabeza de los trabajadores y
campesinos, descontentos con los regímenes oligárquicos de entonces. Sufriendo
deportaciones y persecuciones Farabundo liderizará la insurrección popular de
1932.
Aquel año, El Salvador presenta una administración corrupta, una sociedad
en crisis, un pueblo descontento y una economía casi en quiebra, derivada de
los bajos precios internacionales del café y de los efectos de la Gran Depresión
estadounidense de 1929. El 2 de diciembre de 1931, el corrupto e incapaz
régimen del Partido Laborista, encabezado por el ingeniero Araujo, fue derrocado
para asumir la presidencia el dictador Maximiliano Hernández Martínez, quien
lo detentará por espacio de trece años, hasta mayo de 1944.
(...)

1 Párrafos extraído del sitio de Internet www.alternativabolivariana.org


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Los siguientes días los alzamientos y combates se suceden en todo El Salvador.
Miles de campesinos, obreros y trabajadores, portando machetes y algunos pocos
fusiles ‘Mauser’ asaltan cuarteles, guarniciones policiales, oficinas municipales,
telégrafos, almacenes y fincas de terratenientes.
(...)
Las fuerzas militares gubernamentales entran en Nahuizalco, Juayúa,
Ahuachapán y Tacuba. Mientras tanto, los norteamericanos e ingleses
movilizaban buques de guerra para prestar apoyo al general Hernández
Martínez; proponiéndole un desembarco de tropas en La Libertad para ayudar
en la represión. Con toda la soberbia del dictador sanguinario, Hernández
Martínez, una vez que se cerciora del éxito de las ‘Operaciones de Pacificación’,
envía a los almirantes yanquis e ingleses un telegrama que con el siguiente texto:
‘En saludo a honorables comandantes declaramos situación absolutamente
dominada fuerzas gobierno El Salvador. Garantizadas vidas propiedades
ciudadanos extranjeros acogidos y respetuosos leyes de la República. La paz
está establecida en El Salvador. Ofensiva comunista desechada sus formidables
núcleos dispersos. Hasta hoy cuarto día de operaciones están liquidados cuatro
mil ochocientos comunistas’.
La insurrección había sido barrida a sangre y fuego. El 31 de enero, un consejo
de guerra presidido por el general Manuel Antonio Castañeda juzgó y condenó
a Agustín Farabundo Martí y a los líderes estudiantiles Alfonso Luna Calderón
y Mario Zapata a morir fusilados en el Cementerio General de San Salvador,
previo traslado desde sus celdas en la Penitenciaría Central. Allí cayeron, bajo
las balas asesinas del pelotón de fusilamiento, con la dignidad de los héroes
revolucionarios, Farabundo Martí y sus compañeros.”
El Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional que agrupaba
distintos grupos guerrilleros que habían peleado por la soberanía del
pueblo salvadoreño durante las décadas del 70 y 80, con buenos vínculos
con el Frente Sandinista, fue dejando las armas para transformarse en
partido político. “(…) el FMLN tuvo que transformar sus estructuras y
fuerzas que funcionaron para la guerra, en estructuras y fuerzas para la lucha
política y social”. 2
Si bien no tuvo participación masiva en los neoliberales años 90,
hecho testimoniado en la dolarización sufrida a principios de este siglo,
sus expectativas actuales eran otras.
Tiempo después, en marzo de 2009, el candidato del Frente,
Mauricio Funes, fue erigido Presidente con más del 50% de los votos
emitidos.
*
Ese mes, estaban cumpliéndose setenta y cinco años del levantamiento
popular descripto y del fusilamiento de Farabundo, entre otros, y se

2 Historia contada en la página de Internet www.fmln.gov.sv


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encontraban en el “Año de Farabundo Martí” declarado por el FMLN.
Evidentemente, el pueblo salvadoreño no se dejaba subyugar fácilmente.
Mientras anochecía, la imagen que los hermanos se llevaban de esa
ruidosa ciudad no era la misma que la primera. “La primera impresión no
es la que cuenta”, repetía Sharon, contradiciendo un famoso comercial de
la televisión argentina. Ahora, a la vez que se dirigían al supermercado,
nuevamente a comprar fiambres y panes, charlaban. Convinieron que
si aunque sea una parte del pueblo resistía, la lucha era esperanzadora.
Aquí completaban el circuito. Toda América, la nuestra, en sectores
mayoritarios o no, se oponía a tanta injusticia.
Había valido la pena volver a esa ciudad bastardeada. La noche allí
era la noche, con sus riesgos que ya conocían, por lo que cenarían en su
habitación, dormirían, y a la mañana siguiente irían hacia el aeropuerto
desde donde volvía el avión a Buenos Aires, previa escala en Lima.
Hablaron del futuro, de sus proyectos comunes y los personales.
Coincidían en la añoranza de Cuba, en volver. Acertaban en buscar
la Justicia por todos los rincones del mapa americano. Concertaron
comprometerse cada vez más en esa lucha, con medios dignos, para la
emancipación de América Latina.

AA. Confrontar o Congeniar


Ellos ya luchaban. Este viaje les había, no sólo reafirmado sino
aumentado la voluntad y el orgullo por buscar hasta concretar la real
Independencia de los oprimidos. La sincera Dignidad de los pisoteados.
La verdadera Libertad de los invisibles.
En uno de los eventos que organizaron los hermanos junto a un
grupo de compañeros de militancia social, habían convocado a las
personas a acercarse a la ribera quilmeña a hacerse amigos junto a
libros y útiles escolares, y no ropa o alimentos. Deseaban concretar el
objetivo inmediato de levantar una biblioteca en ese barrio marginal
de las afueras de la capital, aunque mantenían en lo mediato el fin
de lograr la emancipación personal, la elevación del autoestima de los
pobres, a través de la educación.
No se molestaban con quienes daban dádivas, en forma de abrigo y
comida, ambas muy necesarias. Simplemente que ello sólo paleaba lo
urgente sin pensar en soluciones definitivas.
En el camino de la militancia fueron conociendo otras personas
solidarias, desinteresadas, nobles, otras agrupaciones que realizaban
similares tareas u otras. Ellos creían en tejer redes y complementarse
entre los muchos que cocían la venda para los ojos de la señora Justicia,
y abalanzaban sus platos.

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Pero una cultura individualista había calado hondo en estas
sociedades, incluso entre las organizaciones comunitarias sin fines de
lucro, con fines sociales. Era como si cada una debiera llevarse para sí
algún logro puntual para envalentonar su virtuosidad. Y en esto también
ellos veían miserias dentro de personas que parecían distintas al resto
de la “distraída” sociedad, ya que ocupaban tiempos de sus libres vidas
al servicio del prójimo, pero no creían en un cambio profundo, en base
a la unión de todas las personas y agrupaciones que peleaban día a día
por lo mismo: la Justicia Social.
Esa miseria se traducía en alivios a las personales almas de quienes
hacían estas labores, al considerarse mejores personas (y en cierto modo
lo eran) que el resto del conglomerado comunitario que se ocupaba de
su espacio y nada más que de él.
Ellos tenían otra idea. Por eso les dolió profundamente el incidente
que sufrieron aquel día en la ribera. Convocaron a un festival de
rocanrol y malabaristas, contorsionistas, y otros artistas de variedades,
con el objetivo antes señalado. Habían pedido el permiso municipal,
otorgado el último día hábil anterior al del evento. Habían programado
todos los detalles: sonido, vallado, electricidad, los artistas.
Cuando llegaron, se encontraron con un cúmulo de orgas que habían
preparado una jornada de lucha por la cultura popular. La lucha era
igualmente válida. Sin embargo, estas agrupaciones los despreciaron,
haciendo caso omiso a la colectividad de personas y objetivos que entre
ellos habían acordado, por el sólo hecho de desconocer y desconfiar,
como arco reflejo, de la agrupación que integraban los hermanos.
La práctica de la desconfianza era asidua, casi rutinaria, entre las
muchas organizaciones de base. Se trataba de una circunstancia residual
de las dictaduras que azotaron América. El temor a la infiltración, la
delación. El caso patente era el del muy cobarde asesino alfredo astiz,
que se había infiltrado en las mismísimas Madres de Plaza de Mayo, bajo
el seudónimo de “Gustavo Niño”, y había mandado a la desaparición
hasta nuestros días a algunas de las mejores madres, entre las que se
encontraba la valiente fundadora Azucena Villaflor, cuyos restos físicos
sí fueron hallados.
Ese marinero que se había rendido en la Guerra de Malvinas sin
disparar un solo tiro, había dicho en su juicio: “Me siento libre en mi
conciencia profesional”. Tina Rosenberg se pregunta y sabe la respuesta
sobre si: “Este hombre, que había cazado a sus víctimas en las calles de Buenos
Aires y todavía las cazaba en sus sueños, ¿se cazó a sí mismo? Este hombre que
había llevado a cientos a la mesa de tortura, ¿se torturó a sí mismo?”3

3 Rosenberg, Tina. Astiz, La estirpe de Caín, Buenos Aires, La Página, 1998, p. 77.
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Desde esa época hasta los días presentes existían razones para
desconfiar. La duda cabía respecto a la subjetividad de desconfiar de
todos o discriminar a los merecedores de desconfianza.
¿Se puede vivir, en la profundidad del término, desconfiando de
todo el mundo?
Ellos que despreciaban el miedo y la prudencia, percibieron varias
veces la mirada de reojo que muchas agrupaciones les propinaban
en distintas oportunidades, no por algo particular sino por desdén
generalizado. Ese día festivo y solidario no sería excepcional.
Cuando el mismo concluyó, Walter escribió con bronca y dolor
unas líneas que no pudo enviar ese mismo día, por ser domingo y
encontrarse cerradas las oficinas de correo, y cuyos destinatarios eran
“A las agrupaciones sociales, todas.”
Al siguiente día tomó el 159 y bajó en el Correo Central de Buenos
Aires, cuando ingresó y entregó el sobre cerrado, cuentan que vieron
caer sobre su mejilla una salada lágrima cuyo destino final fue el
corazón. Ese día comenzaría otra etapa. Redoblarían las ganas por
cambiar el mundo.
“Tengo una sensación que me inmoviliza. No hay nada más feo que no poder moverte.
En verdad, tal vez haya cosas más complicadas que ello, o más horribles.
Se me presenta un dilema difícil de resolver. Reconozco en el otro su
humanidad, Holloway me explica cómo se hace. Veo una mesa, un cartel, y
me imagino que alguien previamente la fabricó o lo pintó, que este señor tenía
su familia, que llegaba cansado del trabajo.
Observo un cúmulo de personas que organizan una jornada cultural, contra la
censura oficial, en pos de favorecer la cultura popular. Investigo en mi imaginario todo
lo cuanto que les habrá costado la organización, los sentimientos del día previo.
Y me descubro parado hace 10 minutos pensando todo eso, y todo esto. Y miro
a los míos, y ellos me ven como de ellos. Recuerdo lo difícil que fue organizar
todo, la cantidad de adversidades a las que tuvimos que sobreponernos, y empiezo
a ver que eso recién comenzaba.
‘¿Qué hacemos acá?’, me pregunto, pudiendo estar durmiendo, para vaguear
hasta el mediodía, y después merendar unas facturas con mate, y pasará un
domingo más como otros, sin mi querido Quilmes.
Y la respuesta es tramposa: ‘¿Cómo no vamos a estar acá?’
Relojeo a un costado, y me acuerdo de los pibes y los viejos de los barrios,
bah! de las villas, donde todas las semanas damos eso que llaman ‘educación’,
mas mucho más que ello, recibimos ternura, entregamos alegría, canjeamos
aventuras, trocamos felicidad.
La Biblioteca.
Qué lindo es clavarle a este sistema un conjunto de muebles llenos de palabras
que respiran vida, en el medio de un suburbio, donde la muerte física está a la
vuelta del pasillo, y donde la muerte civil aparece al nacer.

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¿Aparece al prólogo de la vida?
Cómo les gustaría. Pero ellos llevan la rebelión en la sangre, en esa sonrisa,
que no es efímera, como lo es la de aquel que se acaba de comprar una remera
de exclusiva marca, mientras yo sigo acá parado.
Y estoy parado, y no me aguanto. Y vuelvo a lo de hoy, ¿cómo congeniar
el proyecto de ellos, que también siento mío, con el nuestro, aunque ellos lo
sientan lejos?
¿Cómo ellos pueden sentir que nuestro proyecto es oficialista, si
permanentemente tomamos como premisa la independencia?
Nos gustan las difíciles. Aunque estaría bueno que fueran fáciles. Pero
sabemos, desconfiamos de lo fácil. Por algo es fácil. Como se disfruta lo que se
consigue por medio de la lucha. ¿Si no qué sentido tendría?
Veo mis pies y se mueven. Volví al movimiento sin darme cuenta. ¿Acaso dos
proyectos que están luchando por fines solidarios, o si se prefiere no individualistas,
dos proyectos que a la vez le hacen un corte de mangas al Rey Egoísta, pueden
obnubilarse, pueden taparse, pueden no mirarse y verse como un espejo?
Es que ellos nos ven como ellos y no como nosotros. Y yo no paré de pensar
en ellos como ellos.
Esto que parece un trabalenguas, es comooo, como explicarme, comooo que
nosotros los que pensamos en que un mundo justo es factible, debemos darnos
cuenta que en reconocernos como “nosotros” a todos los que luchamos por ello,
radica la factibilidad.
Mientras pienso todo esto, me doy cuenta de que ambos proyectos están en
marcha y que la jornada de lucha, en los diferentes frentes, nosotros contra el
analfabetismo, a favor de la igualdad para optar, nosotros contra la censura
oficial, a favor de la cultura popular, están empezando, aunque el crepúsculo
me indica que el día llega a su fin, y la luna no le da la señal de salida a la
noche, y ella se manda igual, por ahí sin ser guiada por las estrellas, mas con
la satisfacción de recibir una jornada de alegría, que carcajea al no entender
que ya ellos no son ellos, sino que todos somos nosotros, aunque algunos se
nieguen a verlo.
Y todos somos nosotros porque nos reconocemos del mismo lado, no porque
nuestra agrupación haya cooptado otra.
Ahora miro la luna y no la veo. La busco para que me oriente. Las nubes
no me dejan. Esas mismas nubes que no permiten que el festival se suspenda,
no me dejan ver a la luna. Conversar con ella.
Pienso, y concluyo en que debe ser porque los que tenemos que conversar somos
NOSOTROS, aunque todavía no estén dadas las condiciones.
Por hoy lo postergamos, estamos cansados, hace frío y la lluvia nos empieza
a acariciar.
Me siento. Y me paro. Camino. Y no lo hago sólo. Somos muchos más de los
que pensamos. Pensemos, y no dejemos de caminar.
Walter”

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ZZZ. Chamanes
Las palabras que a partir de aquí se suceden se vinculan con extensos
y apasionados diálogos que este autor ha mantenido con un misterioso,
y algo alocado, chamán, respecto a ciertos acontecimientos por venir.
En la dicotomía entre creer o reventar, prefiere creer.
Será el hombre, le ha dicho, que contemporáneo a ellos sea anotado
cuando el siglo XXI finalice, en el libro Guinnes de los records o su
equivalente, quien dirá “yo conocí a esos hermanos que junto con otros
miles de hermanos lograron vencer, peldaño por peldaño, a ese sistema injusto
que en la Tierra imperaba, y que condenaba al hambre a más de la mitad de
la población mundial, y los humillaba con el suntuario lujo de unos pocos en
cada país.”
*
La paciencia declarará en audiencia testimonial, y jurando
previamente decir la verdad so pena de recibir las sanciones que los
códigos penales establecen en todos los tiempos para los casos de
falso testimonio, haber visto el movimiento de redes entre todas las
organizaciones sociales latinoamericanas de base que tenían como
bandera la Justicia y la Dignidad, que los hermanos, junto a muchos
otros, engendraron al punto tal que la conciencia sobre la opresión
de los humillados supo llegar a un estadío en que los poderosos no
pudieron resistir la vergüenza de lo que habían hecho y abandonaron
sus posiciones de privilegio ante la evidencia que representaba la fuerza
de la Unión de los pobres.
Expresará también que el proceso fue largo y costoso, con altibajos, a
veces desalentador, otras eufórico, que en la lucha nada ni nadie aseguró
la victoria y menos contra un enemigo tan poderoso y tan astuto como la
injusticia disfrazada de impotencia, y que sólo la creencia en los ideales y
la perseverancia en su prosecución, dejando de lado diferencias mínimas
con otros fue generando dignas Resistencias, cada vez más importantes en
cantidad de personas y reivindicaciones.

YYY. “Legislará Justicia”


Marco Antonio, chamán que este autor visitó en San Isidro, conglomerado
de casas que ni pueblo llega a ser y ni energía eléctrica posee, al que se
accede caminando varias horas desde el apartado pueblito salteño de
Iruya, expresó, con posterioridad a requerirle permiso a un San Pedro para
sustraerle una flor alucinógena, “Legislará Justicia”.
Así es que el Tiempo corroborará el momento en que Walter habrá
sido electo como Diputado Nacional por la Provincia de Buenos Aires,

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así como la algarabía de sus hermanos al enterarse. A la vez narrará la
esquiva recepción que habrá tenido su primer proyecto presentado, y
como sólo habrá sido posible convertirlo en ley a partir de la presión
popular.
Contará que el mismo día presentó dos proyectos al parlamento,
aunque simbólicamente el primero tuvo como destinatario la defensa
de los derechos de los pueblos originarios, por una cuestión de premura
en su protección por ser las masas con más tiempo de humillación
sobre sus espaldas.
Transcribirá cómo el esbozo, convertido en ley meses más tarde,
establecía en su artículo primero: “A partir de la entrada en vigencia de
la presente ley, tanto las tierras, como su subsuelo, que históricamente hayan
sido habitadas por los pueblos que precedieron a la conformación de la Nación
Argentina, serán devueltos a sus verdaderos ‘dueños’, los pueblos originarios.”
También el Tiempo dirá que el artículo segundo explicaba: “(...) el
derecho a la propiedad colectiva de la tierra establecido en el artículo anterior
será llevado a cabo previa expropiación por causa de utilidad pública de todas
las tierras que en los primeros ciento ochenta días hábiles administrativos sean
declaradas con el carácter de ‘Tierras Colectivas Originarias’ por la autoridad
de aplicación.”
Informará que el siguiente artículo rezaba que: “A los efectos de lo
establecido en el anterior artículo, crease el ‘Registro Único de Tierras Colectivas
Originarias’, que tendrá a su cargo recolectar la información fidedigna, en base
a los reconocidos antecedentes históricos y los datos que brinde cada comunidad
interesada.”
Completará afirmando que los siguientes preceptos reglamentaban el
domicilio y las funciones de dicho registro, así como sus órganos. Entre
ellos había uno que era el encargado de decidir la aceptación de la petición
de una comunidad sobre las tierras, el cual estaba conformado por: “(…)
un representante de cada una de las siguientes comunidades: Tobas, Diaguitas,
Tehuelches, Mapuches, Wichis; el presidente de la comisión de pueblos originarios
del parlamento; y el funcionario con categoría de secretario de Estado que designe
el Poder Ejecutivo al efecto, dentro de los cinco días de la entrada en vigencia de la
presente, quienes aceptarán la petición realizada con el voto de la mayoría.”
Asegurará que otro precepto garantizaba la honestidad, en los
próximos términos: “Todas las audiencias y reuniones de cualquier índole
serán televisadas por el canal estatal que el poder ejecutivo designe en los cinco
días desde la vigencia de la presente, a fin de garantizar la transparencia de
las decisiones.”
Referirá el modo en que el proyecto contemplaba la auditoría del
proceso. “Serán garantes de la real y legal aplicación de los mecanismos y
derechos previstos y reconocidos por la presente ley los líderes internacionales
indígenas Rigoberta Menchú y Evo Morales. En caso que las mencionadas

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personalidades no acepten el cargo, o que una vez en funciones, renuncien
o se produzca vacante por cualquier causal, inclusive por acuerdo de la
mayoría de ambas cámaras del parlamento, será éste quien designará a los
reemplazantes.”
Recordará cómo la propuesta, como todas las que él presentó fue
firmada en los siguientes términos: “Diputado Walter”.
Relatará el Tiempo cómo el proyecto fue tan completo y justo que pocos
osaron oponerse, aunque claro que éstos fueron de un poder económico
tal que se necesitó de una movilización internacional convocada por
Walter frente a las escalinatas del Congreso Argentino, cuyas columnas
pasaron holgadamente la Plaza de Mayo, e incluso el coqueto barrio de
Puerto Madero. Sincerará en esta dirección que hubieron grupos que no
pudieron ingresar a la ribera argentina y permanecieron firmes en el añejo
puerto de Colonia del Sacramento en el Uruguay.
También gritará la alegría que se vivió en todos los humillados del
mundo y en especial en todas las comunidades aborígenes de la América
toda, cuando se supo aprobado el proyecto, y convertido en ley, una vez
que el Presidente la promulgó y publicó en el Boletín Oficial.
*
Iniciada la ceremonia, Marco Antonio mencionó que serán los árboles
los que habrán relojeado y podrán narrar el alboroto que en las ciudades
de toda la América Latina se generó en el instante en que los grandes
medios de comunicación transnacionales rumorearon que el proyecto
de ley sobre el reparto de las tierras improductivas en la Argentina,
presentado por el Diputado Walter el mismo día que el anterior, no
sería aprobado por el parlamento.
Escribirán que el plan contemplaba la entrega de las tierras que,
siendo productivas, hubieren permanecido cuatro años sin alteración en
su suelo; o las que hubieren sido donadas por el Estado en cualquiera
de sus formas, Nacional, Provincial o Municipal, a personas físicas o
jurídicas que no ostentaran la calidad de “probada honradez y patriotismo”.
El sistema era similar al proyecto cuyo encargado de comunicarlo
sería el tiempo, según se deslizó ya, con un “Registro Único de Tierras
Improductivas y Donadas Indebidamente”, aunque en este caso la petición
podía ser realizada por parte de cualquier ciudadano que denunciara la
improductividad o la donación a persona corrupta o cipaya, sin término
perentorio alguno, en las mensuales audiencias públicas al efecto.
Dirán cómo la decisión sería tomada por una comisión de personas
notables, luego de evaluar el cumplimiento de los requisitos establecidos
por dicha ley.
No sólo podrán, sino que emocionados recordarán que tras la
movilización de todos los pueblos americanos, algunos timoratos
parlamentarios temieron a esa férrea determinación que en sus

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rostros mostraban las masas y decidieron su voto a favor de la gente.
La comisión de notables estuvo compuesta en algún momento por
Eduardo Galeano, Hebe de Bonafini, “Tati” Almeida, Estela de
Carlotto, y un representante del Movimiento de los Sin Tierra Brasilero,
cuyo nombre era Ciro Nunes.
Los mismos árboles agregarán que la ley preveía no solo la entrega
lisa y llana de las tierras a quienes se inscribiesen como necesitados
de tierra para solucionar su problema habitacional, sino además la
hacinación de las personas en conglomerados urbanos precarios, y
el sistema demográfico argentino que hacía vivir a las personas una
encima de la otra en las ciudades, mientras grandes kilómetros de tierras
permanecían despoblados desde las salidas de las urbes hasta la lejana
entrada a otras. El precepto legal también prescribía un plan integral
de manejo del suelo, con capacitaciones obligatorias a los beneficiarios
y entregas de herramientas al efecto.
Acotarán que los políticos no eran ya los mismos en la Argentina,
porque la sociedad no era la misma. Había adquirido conciencia de
la injusticia padecida tantos años, y había dicho “¡Basta!”. Y por ese
basta, acabó proporcionando a las instituciones mejores hombres, con
valores más humanos.

XXX. Información liberadora


Marco, como le decían a ese recóndito y arrugado hombre, imaginó
y narró a este autor el contexto y el día en que el cielo leerá su celeste
veredicto, por el cual relatará las jornadas en que Sharon asesoró a
Walter para que éste presentase un proyecto sobre reforma tangencial
en la comunicación masiva. Sharon era licenciada en Comunicación
ya, y del tema conocía bastante.
Tiñendo el azul con el blanco de las nubes, opinará que el enemigo
era demasiado fuerte todavía, e informará que el proyecto no pudo
ser aprobado pues le fue escondido a muchas personas, por la misma
prensa.
Desembarazándose de las blancas de algodón, el cielo ilustrará
cómo el proyecto preveía libertad editorial de prensa por programa
mas no por empresa, para lo que se proscribía la cláusula que todo
trabajador de medio de comunicación solía suscribir sobre el respeto
a la “línea editorial del noticiero” lo que equivalía a encolumnarse detrás
del pensamiento de la empresa.
Describirá cómo además se metía de lleno con las programaciones
y los contenidos. De las veinticuatro horas de programación, cada
canal abierto, radios de Amplitud o Frecuencia Modulada, así como

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los periódicos, deberían transmitir programas diarios de dos horas,
o tener secciones específicas para el caso de los medios escritos, en
los siguientes temas cada uno: Historia Latinoamericana, Educación,
Ciencia y Tecnología, Tierras, Cultura y Salud. Los formatos que le
darían a cada uno quedarían a entera elección del medio, pudiendo
ir desde magazines hasta ficción, o cualquier otro que sus creativos
ideasen.
Seguirá describiendo que anualmente cada medio debería presentar
la programación ante la autoridad de aplicación, que debería aprobarla,
verificando el cumplimiento de los requisitos señalados para la grilla de
programación. Si alguno de los programas que encasillados en alguno de
los temas prescriptos no fuera aprobado por la autoridad de aplicación,
podría ser transmitido dentro de las doce horas que cada medio
televisivo o radial tendría a su disposición, debiendo reestructurar dicha
programación y proponer otra idea para el tema vetado.
Recordará que el mensaje que acompañaba el proyecto elaborado por
la comisión parlamentaria de medios de comunicación decía: “Visto y
Considerando la situación actual de los medios de comunicación, su influencia
cada vez mayor en la vida de las personas es preciso regular su funcionamiento
y enarbolar contenidos necesarios a los fines del Estado.
En este sentido, generaciones de seres humanos pasan horas y horas delante
de una televisión observando contenidos suntuarios, consumistas y con valores
superficiales que nada aportan al fortalecimiento de la Nación.
Es preciso que el Estado Nacional establezca un mínimo de contenidos que
los medios necesariamente deben tratar teniendo en miras el Interés General
de la Nación, prescribiendo saberes específicos, que el Estado debe fomentar
para el engrandecimiento del Ser Humano.
Con el máximo respeto a la libertad de expresión, dentro de un marco
determinado, y con la necesidad de ampliar la monótona grilla de programación
y lo que en la jerga se denomina ‘agenda’, trazada por los grandes medios
de comunicación que generan ‘opinión pública’ a instancias de sus intereses
empresariales y económicos, se promueve la sanción de la siguiente ley.”
El mismo despejado cielo se acordará que el artículo primero de ese
proyecto escribía: “La presente ley regula la actividad comunicacional en
todo el territorio nacional, invitando a cada provincia adaptar las normas de
su jurisdicción que reglamenten esta actividad a la presente.”
Con mezcla de sensaciones rememorará que el proyecto no fue
aprobado ni siquiera en la cámara de inicio, diputados, a instancias de
la presentación de Walter. Tuvo que esperar al día en que Sharon, por
su propia cuenta, se lanzó como candidata a Diputada Nacional, por
el mismo “partido” por el que Walter fue elegido cuatro años antes, y
cuya estructura era absolutamente horizontal, conformado por miles
de organizaciones de base, barriales y comunitarias inscriptas como

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partido político sólo a los efectos necesarios que la ley establecía para
la contienda electoral.
Y entonces el mismo paño celestial será quien mencionará que ese
proyecto fue usado por Sharon como principal propuesta de campaña,
por la cual resultó elegida finalmente. A partir de allí la votación fue
más cómoda, pues el debate había estado instalado hacía algunos años,
habiendo sumado muchas adhesiones. Al crepúsculo, se convirtió en
ley.

WWW. Miserables enfermedades


Místico como era, el chamán siguió refiriéndose a las bellezas de la
naturaleza como las eternas testigos de la Historia.
En este caso, las flores lo transmitirán de boca en boca y de generación
en generación a sus herederas, quienes serán las encargadas de enunciar las
vicisitudes que el movimiento que los hermanos integraban tuvo que pasar
hasta acordar la propuesta creada por John para erradicar la desnutrición
infantil, y la mortalidad por causa de enfermedades curables.
Mencionarán que John era médico especialista en epidemiología
y había estudiado profundamente el tema. Asesoró en su momento
a Walter para que presentara un plan federal e integral para la
erradicación del analfabetismo sanitario, el cual implicaba que todos los
contactos que cada persona mantuviera con un médico en el ejercicio
de su profesión debería estar precedido de una charla informativa sobre
higiene y prevención de enfermedades.
Los jazmines y las calas se explayarán contando el orden de prioridades
establecido, por el cual en cada visita el médico sería encargado de
ocupar diez minutos por consulta para explicar un tema sanitario por
sesión. La primera: higiene personal (lavado de dientes, de manos, y
otros); higiene familiar, en segundo encuentro; grupal, en un tercero,
destinado a apuntalar a los vecinos o personas que no hubieran pasado
por estas clases, y consiguientes explicaciones relativas a prevenciones
de epidemias colectivas.
Continuarán explicando cómo cada médico sería formado y
capacitado en conocimientos sanitarios básicos a estos fines, y además
transmitiría los particulares de su especialidad. Para ello, la profesión
sería mejor remunerada, equiparándose su salario al salario promedio
de un legislador nacional.
Haciendo equilibrio con sus pétalos, leerán en voz alta y clara cómo
también en las escuelas se incorporaría una materia en todos los grados
sobre salud e higiene. Los maestros tendrían la misma escala salarial
que los médicos.

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Sudarán polen recordando que en cuanto a la desnutrición, el plan
establecía el incremento del mínimo no imponible en el impuesto
a las Ganancias, a toda persona que tuviese ingresos mayores a los
$10.000, aumentándose en un 10% la alícuota del tributo, a los fines
de entregar la mitad de los ingresos que el Fisco Nacional obtuviese por
el gravamen, para una suma fija universal a toda persona que realizare
el trámite al efecto, en el Ministerio de Desarrollo Social, acreditando
un único requisito: tener un hijo.
Ampliarán disertando que la suma sería proporcional a la cantidad
de hijos que la madre o el padre hubiera acreditado con la respectiva
partida de nacimiento o constancia de parto, indistintamente. En
principio, la gabela autoabastecería el pago de dichas sumas, y la suma
a repartir variaría en proporción a los ingresos que se recaudasen en
concepto del tributo.
El Proyecto acabaría siendo ley, y alguna flor sonriente será la
encargada de anunciar el final del genocidio social.

VVV. Franca necesidad de


Democracia
Los templos de Tikal, que resistieron el inexorable paso del tiempo,
habrán observado, con admiración y a distancia, la propuesta de ley de
reforma constitucional elaborada conjuntamente por los tres hermanos
vestidos de Diputados Nacionales (John había sido elegido también
como legislador, dos años más tarde que Sharon), y otros legisladores
de su bloque, por la que sostenían la necesidad de la reforma para
instrumentar más y mejor Democracia Directa.
*
Walter recordaba cuando aún no compartía sus clases como profesor de
Historia en el Colegio Nacional de Buenos Aires junto a su cargo como
Legislador Nacional, al burócrata de un escrito suyo referido a la calidad de
la democracia que el país tenía, y que, como solía hacer, lo había encerrado
en un blanco sobre dirigido “A la ciudadanía toda”, y que había entregado
en la mesa de entradas del Correo Central de Buenos Aires:
“–La sábana está lista –dijo ella.
–¿Para qué? –le preguntó un curioso.
–¿Acaso para qué sirven las sábanas? –interrogó aquella, al curioso, a modo de
respuesta.
–La gente la usa para taparse mientras duerme –soltó éste, con seguridad.
–¿Entonces por qué pregunta? –se inquietó la mujer.
Mientras observo este diálogo, entro en una burbuja; como en una abstracción;
como en un paréntesis, pero de otro texto.

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Pienso que me gustaría participar de la conversación, pero me da timidez
hacerlo.
‘La gente la usa para taparse mientras duerme’ me da vuelta en la cabeza. La
gente está tapada. Las personas duermen. En esos estadíos se usa la sábana. Cuando
las personas se despiertan se destapan, descubren su desnudez y la afrontan, para
arrancar el día o la noche.
De repente inclino mi cabeza a otro sector y testimonio otra disparatada
conversación.
–Las listas son sábanas –festejó un burócrata.
–Todavía –contestó un esperanzado.
–Todavía y siempre –sentenció, con ese tono que usan aquellos que piensan
que saben todas, y completando, lanzó– ¿Acaso alguien se acuerda de las listas
sábanas?
En estos caminos que transitan mis ideas, vuelvo a encontrarme con el sendero
de la abstracción, y relaciono este intercambio de palabras con aquel, y visualizo
que las listas sábanas también tapan mientras las personas duermen.
Sólo a un pueblo dormido le pueden imponer un sistema de elección tan poco
democrático. Sistema que supo sucumbir hace algunos años, y que hoy sigue en
pie, aunque sus bases no sean las de antaño.
Necesito ordenar mis ideas.
–Qué loca está la gente… De las cosas que habla…–susurro, aunque sin
preferir que hablen del clima. Lo cierto es que esas demenciales conversaciones
me dispararon algunas ocurrencias que paso a contarte.
En estos años, posteriores a aquellas navidades incendiadas, muchas cosas
hemos logrado, y tantísimas se han estatificado.
Aquellos años en que los piquetes se hacían con cacerolas, demostraron que la unión
de las personas, y su reconocimiento mutuo son capaces de hacer cosas muy grandes.
Necesitamos eso.
También nos marcaron el inicio de un proceso de marchas latentes. Protestas
agazapadas. Movilización a cada momento y por cada cosa.
No se logró que esta latencia de lucha siguiera siendo compartida por todos los
estratos sociales. Han quedado para lo que los medios contabilizan y reducen a
organizacionespiqueterasorganismosdederechoshumanosypartidosdeizquierda.
No se logró desmontar la estructura de este sistema de la impotencia (en palabras
de Galeano), que, aunque se diga democrático, censura a una cantidad suprema de
personas, decretando la ignorancia de grandes y pibes, sea que no saben leer o que
no tienen el papel moneda necesario para abrazarse a las letras.
Este sistema de la desigualdad, que se erige en dios de los destinos, ha
sobrevivido a todos aquellos estallidos estivales. Pero si ha sobrevivido es porque
fue herido. Y si fue herido puede alcanzarse su deceso.
Para ello es menester, prioridad que nos amiguemos, que recuperemos las
banderas de la solidaridad que en aquella temporada veraniega supimos
levantar.

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Propongo: ¿Si empezamos a inquietar y molestar a nuestros dirigentes? ¿Si les
preguntamos por qué no han derogado el sistema de listas sábanas? ¿Y si nos
proponemos involucrar, masivamente, quitándole el lugar a los viciosos?
¿Lo pensamos? Avanzamos.
Walter”
*
Aquellos templos mayas que los consanguíneos supieron contemplar,
según el chamán, relatarán cómo el proyecto que habían elaborado se
limitaba a reformar la Constitución Nacional Argentina en el capítulo
segundo de la primera parte, que llevaba como título “Nuevos derechos
y garantías”, y en la Segunda Parte, Sección Segunda, “Del Poder
Ejecutivo.”
La Ley de Reforma fue aprobada y se convocó a elección de
convencionales constituyentes entre los que resultaron elegidos los tres
hermanos, festejarán esos Templos de pie dentro de los imaginativos
límites de Guatemala.
Repasarán que, como consecuencia de los debates, propuestas y
movilizaciones populares que se acercaron hasta la ciudad de Tilcara,
en la provincia de Jujuy, donde funcionó la Convención Constituyente,
las reformas que se introdujeron fueron las siguientes:
El segundo párrafo del artículo treinta y siete fue reemplazado quedando
redactado de la siguiente manera: “La igualdad real de oportunidades entre
varones y mujeres para el acceso a cargos electivos será directamente proporcional
a la cantidad de mujeres y a la cantidad de hombres que haya arrojado el último y
vigente Censo Nacional realizado previo a una elección.”
El siguiente precepto reformado quedó redactado de la siguiente
forma: “Art. 38: Los partidos políticos son instituciones del sistema democrático
así como también lo son todas las organizaciones de personas que cumplan con
los requisitos de firmas avalando la postulación, necesarias para participar en
un proceso electoral.
Su creación y el ejercicio de sus actividades son libres dentro del respeto a esta
Constitución, la que garantiza su organización y funcionamiento democráticos,
la representación de las minorías, la competencia para la postulación de
candidatos a cargos públicos electivos, el acceso a la información pública y la
difusión de sus ideas.
El Estado contribuye al sostenimiento económico de sus actividades y de
la capacitación de sus dirigentes, en proporción a los votos obtenidos en cada
proceso electoral.
Los partidos políticos y las demás organizaciones deberán dar publicidad del
origen y destino de sus fondos y patrimonio.
Queda absolutamente abolido el sistema de listas sábanas para todo
proceso electoral legislativo, debiendo presentarse cada candidato a legislador
separadamente.”

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El artículo 39 también fue reformado, enunciarán los nietos de los
monos que los quilmeños conocieron en Tikal, quedando escrito en las
siguientes palabras: “Art. 39: Los ciudadanos tienen el derecho de iniciativa
para presentar proyectos de ley en la Cámara de Diputados. El Congreso deberá
darles expreso tratamiento dentro del término de doce meses.
A tal efecto, la iniciativa deberá ser suscripta por el 0,01% del padrón
electoral, y podrá referirse a cualquier materia.
Inclusive por iniciativa del 10% del padrón electoral se convocará a elecciones
para destituir al Presidente o vicepresidente de la Nación, destitución que
ocurrirá obtenido más del 55% de los votos.
Asimismo, por iniciativa del 1% del padrón electoral se promoverá juicio
político a legisladores y ministros de la Corte Suprema, así como el enjuiciamiento
de jueces de tribunales inferiores ante el Jurado de enjuiciamiento prescripto por
el artículo 115 de esta Constitución Nacional.”
Dirán también que el artículo 90 ratificó la posibilidad de destitución
del Presidente y vicepresidente. “Art. 90: El Presidente y vicepresidente
duran en sus funciones el término de cuatro años y podrán ser reelegidos o
sucederse recíprocamente por un solo período consecutivo, excepto que hayan
sido destituidos por el mecanismo previsto en el artículo 39, por el que quedarán
inhabilitados para volver a ocupar el cargo de Presidente o vicepresidente de
la Nación.
Si han sido reelectos o se han sucedido recíprocamente no pueden ser elegidos
para ninguno de ambos cargos, sino con el intervalo de un período.”

UUU. Unión Latinoamericana


Muy pronto, ostentarán las alturas de Los Andes cómo movimientos
similares se fueron sucediendo por toda América Latina. Cuáles
movimientos comenzaron primero, sólo la Historia podrá ordenarlo,
ya que el chamán no se lo pudo homologar a este autor. Sentido no
tiene dicha discusión. Cualquiera sea el debate histórico al respecto, Los
Andes narrarán que lo cierto será que los Organismos Supranacionales
Regionales ya no fueron los mismos, porque los ciudadanos de cada
nación-parte, no eran más individualistas, separatistas, sectarios. Habían
tomado ya conciencia de la Unión de los oprimidos de estas tierras.
Y atestiguarán cómo la Unión fue tan fuerte que se produjeron
cambios políticos de envergadura. El “Inti”, en honor al dios del
sol Inca, fue la moneda de curso legal en todo el sub continente,
eliminándose las monedas nacionales.
Susurrarán cómo un Banco de estirpe y raigambre cooperativa
y solidaria creado por la Unión Latinoamericana suplantó a las
antiguas bancas transnacionales, responsables, en buena medida,

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de tanta hambre impartida a los pueblos, con la excusa de abonar
puntillosamente los intereses de su usura.
Justificarán los terremotos producidos, no por el movimiento de
placas tectónicas, sino porque un gasoducto fue construido desde la
Tierra del Fuego en Argentina, hasta las orillas del río Bravo en México.
Así compartieron la energía los países con mucha o poca producción
de la misma. En definitiva, en cada territorio vivían personas, que eran
las destinatarias de la satisfacción de sus derechos, sin distinción de la
bandera que flameara en su mástil.
Reirán los picos, al brindar por la Unión Latinoamericana que fue la
superación de la OEA. Trasladó su sede a Asunción del Paraguay. Allí
funcionó el Parlamento Latinoamericano. Sus facultades eran amplias,
respetando siempre la autodeterminación de cada pueblo. Todas las
cuestiones que involucraban a más de un estado podían ser legisladas
y tratadas por una Ley Latinoamericana, en adelante. Para los sucesos
ocurridos, el órgano encargado de resolverlas siguió siendo la Corte
Interamericana, pronto llamada Corte Latinoamericana.
Los Parlamentarios de la Unión eran elegidos cada dos años,
refrendarán aquellas cumbres. Elecciones generales simultáneas
dispuestas en cada país y financiadas por éstos, permaneciendo en su
cargo quien resultase elegido por cuatro años, reelegible por un solo
período igual de tiempo.
Escribirán que en cada país hubo intereses miserables que se
opusieron a la Unión. Bajo la bandera de pérdida de soberanía, los
mismos que en algún momento regalaron las soberanías de sus patrias
a los grandes capitales, ahora se negaban a unirse y fortalecerse. La
incorporación a la Unión tuvo que ser votada por los parlamentos de
cada país que deseaba integrarse.
Harán memoria, y luego palabras de la jornada en que Walter,
ostentando su segundo mandato como Diputado Nacional, dio un
discurso a favor de la incorporación, ilustre:
“Estamos cumpliendo el sueño de nuestros 30.000 desaparecidos, que hoy
están presentes en este Congreso. Estamos realizando la esperanza de Artigas,
quien tuvo que enfrentarse con las miserias del gobierno central de Buenos
Aires, y deseó una patria grande. Fue la añoranza de San Martín y Bolívar,
del mariscal Sucre, de O´Higgins, de José Martí. Desde esta butaca le quiero
mandar un abrazo histórico a Ernesto Guevara, A Fidel y Raúl Castro, a Celia
Sánchez, a Camilo Cienfuegos y todos los hermosos cubanos que hicieron posible
este sueño. Entre los nuestros, Bernardo de Monteagudo, Manuel Belgrano y
Mariano Moreno se deben estar envolviendo de orgullo en algún confín con el
glorioso Salvador Allende, quien prefirió morir antes que esclavo vivir.
Estas lágrimas que se suceden al parpadeo de mis ojos son las que derramaron
de bronca quienes se sintieron frustrados e insultados en su lucha por este ideal

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americanista, pero son también las lágrimas que no fueron sufridas en vano.
Benito Juárez y el cura Hidalgo, de la mano del tiempo de Emiliano Zapata
y también de Marcos, y de Jacobo Arbenz y Augusto César Sandino consuelan
al Mariscal Solano López, quien resistió hasta donde pudo el embate de la
cipaya triple alianza, no siendo derrotado por sus hermanos brasileros, uruguayos
y argentinos, sino por el imperio de turno que no se bancó que a alguien se le
ocurriera ser pujante sin su ayuda, y vaya que el Paraguay lo era.
Por eso es un acto de absoluta justicia que este parlamento que se ha creado
y del cual deseamos ser parte esté instalado en tierra guaraní. Es un acto de
absoluto perdón histórico, y aunque tarde, es bienvenido (…)”
Algunos países tardaron un poco más en incorporarse, soplará
la cordillera. Pero hubo un momento en que todos los Estados
Latinoamericanos estaban representados allí.
Las nevadas cúspides enfriarán la pasión desplegada por los
tres hermanos al postularse para obtener una banca en la Unión
Latinoamericana, conquistando un éxito electoral rotundo.
Y empañarán el entusiasmo cuando detallen que hubo muchos
sectores enojados con estas subversivas acciones. Muchos intereses
habían sido tocados y hasta labradas sus actas de defunción. Algunos
otros resistían con sus métodos de siempre. Amenazas, lesiones y hasta
muertes intentaban calmar tanta fiebre popular latinoamericana.
Harán crónica con el suceso por el cual, en esa esta batalla, Walter pudo
perder una pierna que salvó “de milagro” al ser envestido por un auto
cuya chapa patente arrancaba con la letra “C” y la numeración indicaba
un nefasto número: “113”, en homenaje a las patentes de los Ford Falcon
que usaba el asesino ejército en época de la sangrienta dictadura militar
argentina. El grito de “subversivo del orto, vas a aprender”, logró advertir a
Walter el peligro, ganando su vida, al correrse unos centímetros.
Las montañas aturdirán con las amenazas que para el trío concluyeron
siendo moneda corriente en ese tiempo, al igual que para otros
luchadores continentales.

TTT. Tupacamaria
Fue Marco Antonio quien también ilusionó a este autor garantizando
que los eternos ríos afirmarán que Sharon habrá sido quien ideara un
proyecto de Ley Latinoamericana suscripta por los otros dos hermanos
y otros diez legisladores, en alguna calle de La Habana, tras cumplir
aquel compromiso de volver. Lo acompañó de un mensaje profundo,
redactado de este modo:
“Visto y Considerando que nunca antes se ha planteado con seriedad lo
que por la presente se enunciará, y que de tener acogida por los compañeros

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legisladores de todo el continente será un golpe efectivo a las estructuras
mundiales, trataremos de ser explícitos y convincentes sobre la necesidad de la
sanción de la presente ley;
Que Nuestro Continente lleva por nombre ‘América’, nombre que se le debe
al cartógrafo europeo Américo Vespucio. Su labor por demarcar los límites
continentales, si bien utilitaria y pionera ha servido a los intereses imperiales
de la corona española;
Que el homenaje a este científico hoy luce obsoleto si no excesivo en términos
de importancia histórica, e inclusive parece seguir recordándonos la bota opresora
del imperio que hasta osa advertirnos que tiene derecho sobre nosotros porque
incluso nos ha elegido el nombre, y con él la identidad;
Que con la firme convicción de que este continente debe llevar por nombre
alguno que nos identifique a todos los que en estas tierras vivimos, nos hemos
planteado la insólita pero impostergable, por lo intolerable de esta permanencia
asfixiante, necesidad de cambiar su denominación;
Que en verdad, sabemos que dentro de este parlamento se encuentran
representados todos los estados que componemos el continente, con excepción de
dos: Canadá y los Estados Unidos de América. A ellos se invitará a que acepten
el cambio por disposición de la mayoría, o que se queden con el nombre para sí,
mas esta situación no puede seguir siendo soportada por nuestras naciones;
Que la identidad de un pueblo está marcada por las cosas que tiene en
común. El pueblo latinoamericano tiene como nexo fundamental tres axiomas:
la opresión durante toda su existencia, la resistencia ante la misma, y el origen
indígena de nuestras raíces;
Que en esta línea el nombre que sintetiza esta identidad es el del temprano
Libertador Túpac Amaru, de quien todos los legisladores de este cuerpo
parlamentario habrán leído, y cuyos antecedentes biográficos se adjuntan como
anexo al presente;
Que es imperativo para nuestros pueblos botar la bota del otrora imperio, de
cualquier imperio. Pasos importantes hemos dado. Gritar nuestra identidad
es definitorio.”
Y relatarán también que el Anexo I contaba brevemente parte de la
historia de la rebelión encabezada por José Gabriel Túpac Amaru:
“Anexo I:
Cuando se acerca por primera vez a las autoridades españolas, en 1777, lo
hace con un coherente programa de reivindicaciones; en primer lugar; conseguir
la eliminación de la mita, sobre todo la minera, que si siempre había sido
dura, con la disminución de los indígenas era imposible de sobrellevar. (…)
Denuncia los esfuerzos inhumanos a que son obligados, los largos y peligrosos
caminos que deben andar para llegar hasta allí ‘más de doscientas jornadas
de ida y otras tantas de vuelta’ y propone que, en lugar de los indios, trabajen
en las minas ‘el copioso número de trabajadores establecidos en dicho cerro de
Potosí’. Pedía también la extinción de los obrajes, verdaderas cárceles donde

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se obligaba a adultos, viejos y hasta a niños a tejer y a hacer otras ‘granjerías’
sin descanso.
Las mayores acusaciones, sin embargo, estaban dirigidas a los corregidores,
quienes, para poder conservar sus vidas lujosas e incrementar aun más los
dividendos, obligaban a los indios a comprar toda clase de objetos inútiles,
quedándose ellos con parte de la ganancia obtenida. La sabia legislación
indiana había prohibido a los corregidores de indios comerciar con ellos, pero
desde mediados del siglo XVIII esta prohibición pasó a ser letra muerta. (...)
Viendo que sus peticiones no tenían eco, Túpac Amaru comenzó a preparar
la insurrección haciendo acopio de armas de fuego, vedadas a los indígenas. Al
mismo tiempo trataba de atraer a criollos y mestizos a su causa con desparejo
resultado. La ocasión se presentó cuando el obispo criollo Moscoso excomulgó al
corregidor de Tinta, Arriaga, individuo particularmente odiado por los indios.
El 4 de noviembre de 1780, Túpac Amaru, con su autoridad de cacique de tres
pueblos, mandó detener a Antonio de Arriaga, y lo obligó a firmar una carta
donde pedía a las autoridades dinero y armas y llamaba a todos los pueblos de la
provincia a juntarse en Tungasuca, donde estaba prisionero. Le fueron enviados
22.000 pesos, algunas barras de oro, 75 mosquetes, mulas, etcétera.
El 10 de noviembre, ejecutado Arriaga en la horca, según Túpac Amaru
‘en nombre del rey’, comienza la mayor sublevación de América, cuyos ecos
llegaron hasta los virreinatos de Nueva Granada y Río de la Plata, provocando
nuevas insurrecciones en las que perdieron la vida más de 100.000 personas.
‘Desde el día diez –dice un documento de la época citado por Pedro de Ángelis–
empezó a escribir cartas a diferentes caciques, mandándoles que prendiesen a
sus corregidores, tenientes y demás dependientes, y dando órdenes para que
se embargasen sus bienes’. Estas cartas iban acompañadas de los edictos que
habían de publicar dichos caciques en sus respectivas provincias, promulgando
que se acabarían los pechos de repartimientos, aduanas y mitas de Potosí con
el exterminio de los corregidores.
Seguido por un entusiasta ejército de indios, empezó a recorrer pueblos y
ciudades destruyendo a su paso los obrajes, símbolo de opresión, y emitiendo
proclamas que modificaban su discurso según fueran dirigidas a los indios y
a los esclavos, a los sacerdotes o a los criollos. A los primeros les prometía que
‘quedarán libres de la servidumbre y esclavitud en que estaban’, insistiendo en
que su misión consistía en abolir los abusos y terminar con los corregidores,
que él era el libertador del reino y el restaurador de los privilegios otorgados a
sus antepasados por los Reyes Católicos. A los clérigos les aseguraba que ‘sólo
pretendo quitar tiranías del reino, y que se observe la santa y católica ley,
viviendo en paz y quietud’, recalcando en una carta al obispo Moscoso ‘V. S.
Ilma. no se incomode con esta novedad ni perturbe su cristiano fervor. Ni la
paz de los monasterios, cuyas sagradas vírgenes e inmunidades no se profanarán
de ningún modo, ni sus sacerdotes serán invadidos con la menor ofensa de los
que me siguieren...’

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El 23 de diciembre de 1780 se dirige especialmente a los criollos en una
proclama donde hace saber que ‘viendo el yugo fuerte que nos oprime con
tanto pecho [impuestos] y la tiranía de los que corren con este cargo, sin tener
consideración de nuestras desdichas, y exasperado de ellas y de su impiedad,
he determinado sacudir el yugo insoportable y contener el mal gobierno que
experimentamos de los jefes que componen estos cuerpos, por cuyo motivo murió
en público cadalso el corregidor de Tinta, a cuya defensa vinieron de la ciudad
del Cuzco una porción de chapetones, arrastrando a mis amados criollos,
quienes pagaron con sus vidas su audacia. Sólo siento lo de los paisanos criollos,
a quienes ha sido mi ánimo no se les siga ningún perjuicio, sino que vivamos
como hermanos y congregados en un cuerpo, destruyendo a los europeos’.
Las respuestas a estas proclamas fueron inmediatas y distintas. En las calles de
Arequipa y del Cuzco aparecieron pasquines en favor y en contra del rebelde.
Como España estaba en guerra con Gran Bretaña, se decía para desprestigiar
al famoso mestizo que había tomado contacto con los ingleses. (…)
La revuelta tuvo repercusión en toda la América hispana: desde el Río de la
Plata hasta Colombia, Venezuela y aun Panamá y México, pero no todos los
movimientos tuvieron las mismas características. Aunque después de su muerte
los criollos utilizaron la figura de Túpac Amaru como símbolo, el suyo fue un
movimiento esencialmente indígena: se unieron a él hasta los chiriguanos y
los mocovíes nómades del Chaco salteño. En febrero de 1781 se levantaron
Chuquisaca y Oruro, en marzo Tupiza, Puno, La Paz y Jujuy, donde decían
‘Ya tenemos rey Inca’. Unos 5000 indios en una extensión de 1500 kilómetros,
de Salta al Cuzco, se dispusieron a seguir al rebelde. En Oruro, donde hubo
mucha participación de mestizos, se fijó en abril del 81 este pasquín:
‘Ya en el Cuzco con empeño quieren sacudir y es ley, el yugo de ajeno rey y
coronar al que es dueño. ¡Levantarse americanos! Tomen armas en las manos,
y con osado furor maten, maten sin temor a los ministros tiranos.’
Y en marzo de 1781 fijaron en la puerta de la Audiencia de Charcas:
‘El general inca viva jurémosle ya por rey, porque es muy justo y de ley que
lo que es suyo reciba. Todo indiano se aperciba a defender su derecho porque
Carlos con despecho los aniquila y despluma y viene a ser todo, en suma, robo
al revés y al derecho.’
Sucesos semejantes ocurrieron en distintas ciudades de Nueva Granada, con
la diferencia de que en algunos pueblos se añadía al repudio por los impuestos
algo mucho más grave: el reconocimiento de Túpac Amaru como nuevo rey.
‘¡Que viva el rey inca y muera el rey de España y todo su mal gobierno y quien
saliese en su defensa!’, gritaban en Silos, mientras en los llanos de Casanare y
pueblos aledaños, un criollo, don Javier de Mendoza, se ponía a la cabeza de
los indios sublevados en mayo del mismo año y hacía jurar a Túpac Amaru
como rey de América (…)

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Si Túpac Amaru hubiera podido tomar la ciudad del Cuzco, otro rumbo
hubieren seguido los acontecimientos. Quizás hubiera podido negociar una paz
digna y obtener un indulto. Pero el ilustre peruano no quería que corriera tanta
sangre y el tiempo que empleó en cartas al obispo y al cabildo de la ciudad
para que se rindieran fue aprovechado por sus enemigos para enviar refuerzos
considerables que hicieron imposible una victoria de los insurrectos”.4
*
Los caudalosos con júbilo celebrarán cómo el proyecto tuvo acogida
unánime. No había jurisprudencia mundial al respecto. Algunos
legisladores quedaron desorientados respecto a la legalidad del cambio.
Pero es que no existía un registro de continentes donde debieran
explicar la necesidad o la justificación del cambio de nombre. Se trataba
de una decisión autónoma de los pueblos que en él vivían.
Lo que terminó siendo la última Ley Latinoamericana quedó redactada
y sancionada con los siguientes vocablos, según humedecerán los ríos:
“Artículo 1: A partir de la entrada en vigencia de la presente ley, el territorio
continental comprendido Desde el Río Bravo, en México, al estrecho de
Magallanes al sur, el océano pacífico al Oeste y el océano Atlántico al Este,
incluyendo las islas que se ubiquen en el radio comprendido por las plataformas
continentales, se denominará ‘Tupacamaria’ o ‘Continente Tupacamariano’,
en forma indistinta.
Artículo 2: Todas las denominaciones de cargos regionales, como de organismos
o instituciones que llevaban el nombre de Latinoamérica o América Latina,
adquirirán la conjugación respectiva de la nueva denominación continental.
Artículo 3: Se invita a Canadá y a los Estados Unidos de América a que
ratifiquen la presente, en el término perentorio de ciento ochenta días. Para
el caso que ello ocurra, la denominación continental también alcanzará los
límites geográficos de esos dos países.”

SSS. De amores y odios


Las socarronas y cínicas tempestades, que se jactan de serlo, serán
las encargadas de comunicar con fidelidad los sucesos ocurridos en
Bolivia.
Y en honor a la verdad histórica reflexionarán que los fraternos no
buscaron la gloria de la muerte. Habían sido personas comunes, que
abrazaron un ideal, y actuaron en consecuencia.

4 De Lucía Gálvez en el sitio de Internet http://webs.sinectis.com.ar/mcagliani/


tupac.htm

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Erigidos en líderes espontáneos de los movimientos de la América
toda por la lucha por su segunda Independencia simultánea, habían
generado redes con organizaciones de seres humanos en todas las
latitudes continentales. Su lucha había molestado demasiados intereses,
resumirán los huracanes.
Algunos rencorosos, glotones, egoístas y golosos poderes que para
sí quieren todo, y para el pueblo nada, no perdonáronles la osadía, el
atrevimiento, el arrojo a esa aventura leal a sus principios, que había
logrado despojar a aquellos de tanto privilegio sin ganas, apátrido,
opresor cual pisotón de elefante, enfatizarán los truenos.
Las oscuras tempestades narrarán, orgullosas, la crónica del atentado
del que resultaron víctimas los tres hermanos, cuando habían
concurrido a la “Joya de Bolivia”, como llamaban a Tupiza, ciudad
sureña de ese país:
“Habían participado, junto a una delegación de parlamentarios
tupacamarianos, de la inauguración de una dependencia de la otrora Unión
Latinoamericana, ahora Tupacamariana.
Habían llegado a la ciudad en ferrocarril proveniente de la ciudad de Villazón,
habiendo cruzado la frontera con La Quiaca a pie. Hasta allí también habían
arribado en tren desde Buenos Aires, luego de hacer varias combinaciones,
siendo el último tramo el flamante trayecto abarcado entre las ciudades de La
Quiaca y San Salvador de Jujuy.
Ellos conocían estas dos estaciones como las meridianas de Purmamarca,
Maimará, Tilcara, Humahuaca y otras convertidas en ferias artesanales una
vez ocurrida la genocida etapa neoliberal en la Argentina, que al privatizar
las redes ferroviarias fundó miles de pueblos fantasmas a los que se les robó la
expectación de ver arribar al tren o escuchar su estruendosa bocina, durante
muchos años.
Los sureños supieron luchar por la reapertura de aquellos ramales por los
que más tarde transitarían orgullosos rumbo a La Quiaca para luego llegar a
la mentada inauguración en Tupiza.
Desde la estación hasta la plaza central habían pocas cuadras. Les ofrecieron
llevarlos en un lujoso sulki, oferta que rechazaron porque deseaban ir caminando
junto a la gente, como habían hecho años atrás. No se la creían. Eran los
mismos pibes de siempre, aunque adultos ahora.
En la plaza se llevó a cabo el acto de bienvenida a la delegación compuesta
por diez parlamentarios: dos colombianos, un brasilero, un ecuatoriano, tres
panameños, y ellos tres argentinos. Fue realmente emotiva la ceremonia. La
ciudad toda había llenado la plaza. El palco que se encontraba de espaldas a
la catedral, y más atrás al cerro era sencillo y querible.

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Los diez fueron coronados con grandes collares indígenas hechos con profundo
amor por incansables cholas, que habían pegado una tras otra las hojas de coca
que componían los mismos.
Tras la celebración, los hermanos se confundieron entre la gente y lograron
escurrirse de la masa para ir a visitar las hermosas quebradas que alguna vez
habían contado con su anónima presencia.
Caminaron paralelo a las vías del tren en dirección sur, mientras saludaban
a la amable gente al pasar, cuando eran reconocidos. Al llegar al kilómetro,
doblaron a la derecha en busca de esos hermosos y rojizos ‘accidentes’ naturales.
Tuvieron que cruzar un par de alambrados, así como algunos ladridos de perros,
para llegar.
Mal disfrazado de campesino lugareño, un blanco hombre que parecía
más espantapájaros que laburante de las tierras se cruzó en el camino de los
hermanos, y en un pésimo pronunciado castellano los acusó de estar violando
su privada propiedad, cosa que sería cierta de ser él dueño de ese espacio
cercado.
Los hermanos no le llevaron el apunte y siguieron caminando. Cuando
divisaron la primera quebrada, pared de verticalidad perfecta, en ángulo de
noventa grados con el suelo, atravesada por una abertura cual rayo de tormenta,
se emocionaron hondamente.
Era el crepúsculo del día, el sol había caído galante, y líneas garabateadas
anaranjadas pintaban el oscuro cielo.
Abrazados estaban, felices, cuando de pronto tres certeros disparos hicieron
blanco en sus espaldas. Se desplomaron en forma unánime aunque lenta cayendo
uno arriba del otro, en un charco creado por su propia sangre, tras concierto
de gritos desgarradores.
Tres mercenarios y blancos pistoleros buscaron sus ejecuciones sumarias.
Varios vecinos testimoniarían más tarde que habían visto correr a tres
hombres blancos, rubios, adultos, hablando un idioma extraño para la mayoría,
aunque dos testigos especificarían que la lengua que hablaban era la imperial,
la inglesa.
Alrededor de diez mujeres y hombres nativos fueron a asistir con celeridad
a los argentinos. Cuentan que este auxilio natural, dotado de profundo amor,
logró refundar sus vidas, justo cuando el cronometro marcaba el tiempo de
descuento.
El hospital zonal los albergó a la media hora, luego de haber perdido sangre
a borbotones. Pendiendo de tres hilos sus vidas, permanecieron allí un lapso
importante de cielos de todo tipo.
Existen quienes adivinan que el amor brindado por las procesiones de personas
que, a toda hora durante todos esos largos meses, se acercaron al nosocomio,
fue el que salvó sus existencias.

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El poder cubrió de impunidad los nombres de los autores materiales de esas
tipificadas tentativas de homicidio por varios días. Millones de personas salieron
a las calles del mundo todo, desde Nueva Zelanda hasta Pakistán, desde la
India hasta Angola, Desde Rumania hasta Francia, y por supuesto en toda
Tupacamaria, y en América también, porque hubo movilizaciones masivas
en Canadá y Estados Unidos orando por la recuperación de los hermanos y
exigiendo Justicia.
No pudo sostenerse por mucho tiempo el anonimato de los que dispararon
las tres balas, sin puntería milimétrica. El destino óseo eran los cráneos,
para Byron Robson, Michael Thompson y George Malone, ciudadanos
estadounidenses, que se entregaron ante los tribunales federales de Nueva
York, y fueron a Bolivia extraditados por exhorto peticionado por el Poder
Judicial de ese país y condenados a reclusión perpetua al encontrarlos
culpables del delito de ‘tentativa de magnicidio calificado, agravado por el
cargo, en concurso real con los delitos de violación de soberanía y resistencia
a la autoridad’, en un juicio oral y público en el que se respetaron todas
las defensas y garantías, a pesar que las bramuras populares deseaban
despedazar a los verdugos.”
Las tempestades aclararán, según el ¿raciocinio? de Marco Antonio, que
los instigadores, si bien jamás fueron descubiertos oficialmente, habían
sido señalados por la tiza popular que conocía ya de dónde provenían
estas intolerables acciones.
El gobierno de los Estados Unidos de América desmintió una y otra
vez los cargos que sobre su Presidente y su servicio secreto de inteligencia
habían sido formulados por los pueblos del mundo y por la Historia.
Y exclamarán que aunque la impunidad de su todavía enorme poder
logró que no se probara la conexión, el juicio popular condenó a ese
proyecto imperial logrando su sepultura y ruina definitiva.

RRR. Alba horizontal


El sol referirá con nostalgia cómo los hermanos decidieron dejar sus
oficios políticos. Si bien el atentado no logró disminuir sus capacidades
físicas ni las neurológicas, las quilmeñas luces emparentaron a aquel con
la señal que marca el final de un ciclo. Tupacamaria había ocurrido.
Ellos habían tenido algo que ver. Muchos fueron los que soñaron y
actuaron el sueño. Ahora debían ser otros los que continuaran la posta
del cambio cultural, social y político que su generación había arrancado.
Demostrando la prescindencia de los hombres-individuos. Afirmando
el colectivo llano.

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Contará el luminoso que contra la versión oficial, cantidad de veces
retomaron su pasión, sin cargos ni condecoraciones, en simples charlas
o personales entrevistas.
Expondrá que hasta sus casas en las afueras de La Habana, donde
constituyeron residencia definitiva, supieron allegarse las más notables
personalidades de las artes y la política, así como las más remotas y
anónimas personas del planeta todo, que con ellos desearon conversar.
No dejaron de platicar con la gente en ningún instante. Se sabían
referentes de tantísimos pibes y viejos. Recibieron a todo ser humano
dispuesto a escucharlos y a intercambiar ideas.
Carcajeó el chamán cuando se le ocurrió que el radiante reirá, por
saber que la vida de los fraternos acabó siendo anecdótica en el magno
proceso por el que las sociedades perseguidas decidieron patear el
tablero, y cambiar el mundo.
El sol mirará un día Tupacamaria, y allí en ese desdichado continente
podrá jactarse de que el amanecer había ocurrido ya bajo el celeste
cielo.
El sol gritará la señal de partida de un día muy largo de la Historia,
al que se llegó tras el despertar de millones de personas de una extensa
pesadilla y la caminata, la corrida, la maratón a través de muchas
lunas de unos poquitos, hasta que todos, de la mano, alcanzaron esa
resplandeciente jornada.

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