-Esas conclusiones dependen tanto de los aspectos de esos sucesos que interesaron al
historiador como de los supuestos que éste llevó a su examen. Entre los que ven en ellos
una revolución patricia sin contenido democrático hubo quienes, como Roberto Marfany,
reconocieron en esos sucesos la obra de un ejército alineado tras de sus mandos
naturales, cuya misión histórica seguía siendo en el presente guiar los avances de la
nación surgida de su acción en esas jornadas, pero hubo también quienes consideraban
que la entonces conocida como Gran Revolución Socialista de Octubre marcaba el
destino hacia el que se encaminaba la entera historia universal, y comenzaban a dudar de
que –como antes había creído firmemente Aníbal Ponce– la de Mayo hubiera puesto a la
Argentina en camino hacia esa meta. Por mi parte, confieso que me interesé menos en
esos planteos que llegaban a la misma conclusión partiendo de premisas opuestas que en
las peculiaridades más específicas de la movilización política que acompañó a esos
sucesos.
-En relación con los protagonistas de los días de Mayo, como Cornelio Saavedra,
Juan José Castelli, Juan José Paso, Manuel Belgrano, Mariano Moreno, ¿cree que la
Historia ha sido injusta con alguno de ellos?
-Confieso que no ambicioné constituirme en el oráculo por cuya boca la Historia (con
mayúscula) hiciera adecuada justicia a cada una de esas figuras, sino entender un poco
mejor el proceso en que todos ellos habían participado. Esto hace que, frente a Cornelio
Saavedra, me interese menos en coincidir o no con su futuro adversario y víctima Manuel
Belgrano, quien en esas jornadas desplegó una deslumbrante destreza táctica sin la cual
no se hubiera alcanzado el desenlace positivo que efectivamente vino a coronarlas, que
en adquirir una imagen más precisa de lo que hizo que, apenas el coronel Saavedra
informara al virrey Cisneros que no estaba en condiciones de garantizar que las tropas
bajo su mando podrían contener con éxito a la muchedumbre que, como preveía, se
preparaba a protestar contra la composición de la Junta designada el 22 de mayo, éste se
apresurara a renunciar al cargo de Presidente. Y esto hace que frente a la figura de
Moreno me interesase más en explorar las razones que hicieron de su actuación en esos
días el punto de llegada de una trayectoria que hasta poco antes no era claro que se
orientara en esa dirección, y en lo que esa trayectoria individual pudiera sugerir acerca de
las ambigüedades del proceso colectivo del que fue parte, que en averiguar si esa
actuación contribuye o no a asegurar para Moreno un lugar eminente en el cuadro de
honor de los héroes de esas jornadas.
-Yendo al escenario actual, ¿cómo evalúa los avances de la investigación histórica
en la Argentina?
-Creo que lo que hemos vivido desde hace ya décadas en la Argentina es la plena
profesionalización de la tarea de investigación histórica en un marco institucional creado a
partir de 1955. Este marco fue consolidado con propósitos muy distintos por los
regímenes militares de 1966-73 y de 1976-83 y devuelto a su propósito primero a partir de
esa última fecha, en una tarea en la que tuvieron un papel central no sólo el
Departamento de Historia de la UBA, que en rigor retomaba un proyecto interrumpido en
1966, sino también los de universidades del interior que la encaraban por primera vez.
Todo eso se reflejó en un mayor rigor en las exigencias metodológicas y un mayor
dominio de la problemática en los distintos campos temáticos, apoyada en una relación
cada vez menos distante con los avances del trabajo histórico fuera de la Argentina. Esto
ha permitido a algunos de nuestros historiadores participar de modo muy creativo en el
esfuerzo para buscar enfoques y criterios de análisis adecuados para abordar las
preguntas que, acerca del pasado, les propone un tiempo presente marcado por
trasformaciones muy profundas en un marco de extrema incertidumbre.
-La historiografía argentina ha alcanzado al abrirse el siglo XXI el objetivo fijado para ella
por la Nueva Escuela Histórica. Quienes la sirven son integrantes de una comunidad de
estudiosos que tanto en el viejo como en los nuevos mundos tienen a su cargo fijar el
rumbo de nuestra disciplina. Pero eso, que no podría ser más positivo, la obliga a
confrontar los problemas que los avances de la profesionalización plantean aquí como en
todas partes. Esa profesionalización impulsa la expansión constante de un aparato
institucional cada vez más complejo, que incluye, en nuestro caso, a las universidades
que ofrecen el ámbito primario para el trabajo de los historiadores, desde el Conicet y la
Agencia de Promoción Científica hasta las fundaciones e instituciones internacionales de
las que provienen los recursos que sostienen los nexos de esa comunidad más amplia.
-En todas esas instituciones, en mayor o menor medida, se hacen sentir los efectos de la
ley de hierro de la oligarquía, anticipada por Robert Michels en su análisis de los partidos
socialdemócratas de comienzos de siglo XX que, llevada al límite, hace que quienes
controlan esas instituciones las usen en su favor más que en provecho de los servidos por
ellas. Así se refleja, por ejemplo, en el porcentaje creciente de puntajes asignados tanto
por el Conicet, como, muy frecuentemente, por las universidades que reconocen los
puntajes obtenidos en tareas de gestion, en detrimento de los de investigación y
enseñanza. De este modo se agrava en sus consecuencias cuando, en esta etapa,
teóricamente gobernada por criterios meritocráticos, siguen gravitando otros
decididamente particularistas que intentan adquirir una espuria objetividad expresándose
en cifras numéricas. Pero aun cuando ello no ocurre, la obligación de probar cada año
que lo investigado en ese período ha fructificado en presentaciones, simposios y artículos
aceptados en publicaciones con referato lleva a menudo a renunciar a proyectos de
mayor aliento o en el mejor de los casos significa un serio obstáculo para los esfuerzos
por llevarlos a término. Cuando se recuerda todo eso, es a la vez sorprendente y
reconfortante descubrir que en cada promoción de estudiantes hay siempre más de uno
(o una) que une a su agudeza de mente y rica imaginación histórica la seguridad de que
no puede escapar a su destino de hacer historia, y es ésa la mejor razón para esperar que
el futuro depare cosas buenas para la historiografía argentina.
-Desde luego puede ser lo segundo; antes de que ganara popularidad ese género era
usual que el interés por el pasado se despertara en la primera adolescencia a partir de la
lectura de una novela histórica de Alejandro Dumas o de Walter Scott, y sólo quienes,
aunque no lo sabían, llevaban ya dentro de sí ese interés sentían la necesidad de pasar
luego a esas "lecturas más consistentes". Mi problema más serio con el neorrevisionismo
no es ése, sino que para hacer más comprensible el pasado lo identifique con el presente.
Para poner un ejemplo: con ese método podría presentarse a Cornelio Saavedra como la
dirigente jujeña Milagro Sala de las jornadas de mayo. O, habida cuenta de la prodigiosa
destreza táctica que le ganó la admiración de Belgrano, podríamos verlo como el
precursor, en esas jornadas, de Juan Domingo Perón. O quizá algún retrospectivo
militante de la facción morenista podría equiparar su papel con el desempeñado el 4 de
junio de 1943 por el general Pedro Pablo Ramírez, ministro de guerra del presidente
Castillo. En la reunión de gabinete convocada por Castillo para organizar la resistencia a
la revolución que había estallado ese día Ramírez pidió la venia para retirarse invocando
su carácter de jefe de esa revolución. Produjo efectos parecidos a los que la advertencia
de Saavedra tuvo sobre el virrey: Castillo abandonó toda idea de resistencia tras una
breve excursión fluvial en un guardacostas de nuestra Marina de Guerra. Para entonces,
ya reemplazado en el cargo por Ramírez, tal como el virrey lo había sido en Mayo de
1810 por Saavedra, se volvió a su casa, igual que sus ministros.
Es verdad que comparaciones como éstas pueden ofrecer una primera aproximación a un
personaje del pasado que, en otros aspectos no menos importantes, no tenía nada en
común ni con Sala, ni con Perón, ni con Ramírez, pero ocurre que ese neorrevisionismo
no se limita a usarlas con esa intención pedagógica, sino que proclama descubrir en un
supuesto pasado –que es sólo una alegoría del presente– lecciones válidas para ese
mismo presente, ignorando que para que la historia del pasado pueda ofrecer esas
lecciones necesita ser de veras historia del pasado, mientras que lo que se confecciona
de esa manera no lo es en absoluto.