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MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN [A Bruno del Rosario Candelier, Presidente de la Academia Dominicana de la
Lengua] | ¿Tenemos que enseñarles a nuestros jóvenes que el mérito no se gana con el trabajo, sino que
se consigue con la influencia y el padrinazgo?
En la dominicanidad hay algo de cuero. No se trata de las pieles que furtivamente, y en cambalache
intérlope, mercadeaban barcos de las potencias enemigas de España en los pueblos de la banda del
norte. No, en la dominicanidad hay algo de cuero, que podemos pensar en el horizonte de las
Devastaciones de Osorio, como origen, como inicio de una manera de convivir y realizar la coexistencia.
Siempre hay algo ilegal, alguna transacción que lastima el
estatuto. Una sospecha. Hay una manera de accionar que
nos distingue y nos lacera. Es una especie de marca que
vamos regando por el mundo. Es la lástima ahogada y
dicha con dolor por nuestros principales pensadores.
Pienso en la carta enviada por Pedro de Santana, cuando aún estaba latente el peligro que representaba
el invasor, donde le pedía a la Junta Central Gubernativa que le relevara de sus compromisos, pues lo
suyo era atender su finquita de El Seibo. Rememoro y traigo a su atención las noticias de corrupción y
mal manejo de los dineros públicos en el mismo tiempo en que se fundaran nuestras instituciones
democráticas. Y no dejan de ser ejemplares las hondas preocupaciones del
dominicano más extraordinario de esa época, el probo Pedro Francisco Bonó.
Esa realidad que no ha podido encajar en los esquemas europeístas de muchos de nuestros pensadores,
pero ha quedado bordado con hilos de intenso dolor existencial en muchos de sus escritos. Y que el Dr.
Balaguer llamó pesimismo dominicano. No fue José Ramón López quien lo inauguró, no recuerdo haber
leído a López desde esa óptica, sencillamente porque pretendía hacer
ciencia y se alejaba demasiado del objeto, y en la visión trágica hay algo
de dolor, de melancolía, de patología, que el autor de La paz en la
República Dominicana no tenía.
Antes de continuar quisiera apuntar dos cosas. Primero que Juan Bosch
en Trujillo, causas de una dictadura sin ejemplo, Crisis de la crisis de la
democracia de América en la
República Dominicana y Composición social dominicana, libros que
son los cimientos de su reflexión sobre el país, en las tres grandes
etapas de su vida, no hacen alusión a los problemas dominicanos
desde un perspectiva trágica, como algo inevitablemente cerrado por
el tiempo o determinado por el “así somos”. Segundo, que tanto
Bosch como Américo Lugo, prefirieron el exilio o el aislamiento antes
que someterse a las veleidades del poder, las lujurias de nuestros
déspotas. Cosa que les ha faltado a muchos de nuestros hombres de
letras.
Le saluda,