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Introducción:
< Muy pronto se llamó catequesis al conjunto de esfuerzos realizados por la Iglesia para
hacer discípulos, para ayudar a los hombres a creer que Jesús es el Hijo de Dios, a fin de
que, mediante la fe, ellos tengan la vida en su nombre, para educarlos e instruirlos en
esta vida y construir así el Cuerpo de Cristo >
La catequesis ha sido siempre para la Iglesia un deber sagrado y un derecho imprescriptible. Por una
parte, es sin duda un deber que tiene su origen en un mandato del Señor e incumbe sobre todo a los
que en la Nueva Alianza reciben la llamada al ministerio de Pastores. Por otra parte, puede hablarse
igualmente de derecho: desde el punto de vista teológico, todo bautizado por el hecho mismo de su
bautismo, tiene el derecho de recibir de la Iglesia una enseñanza y una formación que le permitan
iniciar una vida verdaderamente cristiana; en la perspectiva de los derechos del hombre, toda persona
humana tiene derecho a buscar la verdad religiosa y de adherirse plenamente a ella.
Finalmente la catequesis tiene necesidad de renovarse continuamente en un cierto alargamiento de su
concepto mismo, en sus métodos, en la búsqueda de un lenguaje adaptado, en el empleo de nuevos medios
de transmisión del mensaje. Esta renovación no siempre tiene igual valor, junto a un progreso innegable
en la vitalidad de la actividad catequética y a iniciativas prometedoras, las limitaciones o incluso las
«deficiencias» de lo que se ha realizado hasta el presente. Estos límites son particularmente graves cuando
ponen en peligro la integridad del contenido. El «Mensaje al pueblo de Dios» subrayó justamente que, para
la catequesis, «la repetición rutinaria, que se opone a todo cambio, por una parte, y la improvisación
irreflexiva que afronta con ligereza los problemas, por la otra, son igualmente peligrosas». La repetición
rutinaria lleva al estancamiento, al letargo y, en definitiva, a la parálisis. La improvisación irreflexiva
engendra desconcierto en los catequizados y en sus padres, cuando se trata de los niños, causa
desviaciones de todo tipo, rupturas y finalmente la ruina total de la unidad. Es necesario que la Iglesia dé
prueba hoy —come supo hacerlo en otras épocas de su historia— de sabiduría, de valentía y de fidelidad
evangélicas, buscando y abriendo caminos y perspectivas nuevas para la enseñanza catequética.
“MARANATHA”
CURSO DE FORMACIÓN CRISTIANA
Parroquia Ntra. Sra. de la Merced
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FORMACIÓN
DEL
CATEQUISTA
Si observamos a nuestro alrededor la cantidad de personas que dudan, que se preguntan sobre el
sentido de Dios, de la Iglesia, de su vida, nos daremos cuenta que para responder a éstas y otras
preguntas es necesario estar mejor preparado. El aconsejar al que lo necesite es una obra de
misericordia espiritual, implica dar el consejo recto, usar las palabras correctas y guiar hacia Dios a la
persona. Para esto, es necesario estudiar, leer, vivir la Palabra de Dios; ya no es posible dar respuesta
a esta necesidad en la Iglesia sólo con el curso que tomaste hace años o con la plática que se te da
antes de tu clase, es necesario que como catequista decidas ser protagonista en la misión de la Iglesia,
o ¿Qué harás cuando alguien te pregunte sobre un tema que no preparaste o estudiaste antes de la
clase? ¿O de la confusión que se crea al no estar seguro de lo que se dice? La respuesta es formarte
apostólica y pastoralmente para saber dar razón de tu Esperanza y nunca desfallecer en ella.
La catequesis tiene como centro a Cristo, su finalidad es propiciar la comunión con Jesucristo
en el convertido, (Catechesi Tradendae, 5). Lo que ésta persigue no es otra cosa que lograr
que el catequista pueda animar eficazmente a la comunidad y lograr que se:
Anuncie a Jesucristo.
Dé a conocer su vida, enmarcándola en el conjunto de la Historia de la Salvación.
Explique su misterio de Hijo de Dios, hecho hombre por nosotros.
Ayude finalmente, al catecúmeno y a la comunidad a identificarse con Jesucristo en los
sacramentos de iniciación.
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La finalidad última de la formación, por tanto, trata de hacer apto al catequista para realizar
un acto de comunicación, para ser un transmisor, realizando una entrega.
Entonces, la formación de catequistas trata de:
Situar al catequista en la misión evangelizadora de la Iglesia.
Capacitarle para poder iniciar en la totalidad de la vida cristiana al hombre de hoy.
Con la pedagogía original del Evangelio.
Todo ello dentro de un clima comunitario y de diálogo. Mientras el catequista va madurando
como hombre, creyente y educador de la fe.
Se trata ante todo de ser catequistas que respondan eficazmente a las necesidades evangelizadoras
de este momento histórico con sus valores, sus desafíos y sus sombras. Para responder a él se
necesitan catequistas dotados de una fe profunda, de una clara
identidad cristiana y eclesial y de una honda sensibilidad social. La
Formación tendrá presente, también, el concepto de catequesis que
hoy propone la Iglesia. Se trata de hacer que los catequistas puedan
impartir no sólo una enseñanza sino una formación cristiana integral,
desarrollando tareas de “iniciación, de educación y de enseñanza”. El
catequista debe ser, a un tiempo, maestro, educador y testigo. El
movimiento catequético que vive la Iglesia invita también, a los
catequistas a ser integradores, que sepan superar “obstáculos,
diferencias, problemas” y ofrecer una catequesis plena y completa. El
catequista debe además estar formado con una espiritualidad de laico, y con un gran estilo y
sensibilidad que le permitan desempeñar mejor su ministerio.
La más profunda hace referencia al ser del catequista, a su dimensión humana y cristiana.
La formación, en efecto, le ha de ayudar a madurar ante todo como persona, como creyente
y como apóstol.
Después, está lo que el catequista debe saber para desempeñar bien su tarea. Esta
dimensión, penetrada de la doble fidelidad al mensaje y a la persona humana, requiere que
el catequista conozca bien el mensaje que transmite y, al mismo tiempo, al destinatario que
lo recibe y al contexto social en que vive.
Finalmente, está la dimensión del saber hacer ya que la catequesis es un acto de
comunicación. La formación lleva al catequista a ser un educador del hombre y de la vida del
hombre.
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EL “SER”
DEL
CATEQUISTA
“No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro
con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una
orientación decisiva”
“Encontrarse con los cosas no es verlas externamente y de
pasada; es mirarlas en su interior, comprenderlas y dejarlas
entrar en nuestra vida; es dejarnos cautivar por su belleza y
su bondad; en definitiva, es amarlas y dejar que lo que ellas
son enriquezcan el sentido de nuestras vidas.”
“Igualmente encontrarse con una persona no es cruzarse con
ella en el camino, sino que es conocerla y reconocerla, quedar
impresionado por sus valores, sentirse interrogado por su
vida: es amarla y desear hacerse amigo de ella”
“En el encuentro, lo decisivo, es lo que se experimenta”.
>Los encuentros, provocan una vivencias, que finalmente si maduran se
convierten en experiencias<
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El catequista: “es un cristiano, llamado por Dios para este servicio. Ha de ejercerlo conforme
al modelo que le ofrece Jesús, Maestro. Movido por el Espíritu lleva a cabo su tarea con una
espiritualidad peculiar. Desde su vinculación a la Iglesia realiza un acto eclesial que es, al
mismo tiempo, un servicio a los hombres, lo que hace estar constantemente abierto a sus
gozos y preocupaciones”.
- Un llamado por Dios (Mc 2,13-17; Jn. 15,15) Con experiencia de Dios (Flp 3, 7-15; Rom
8,31-39) que por necesidad habla de Dios (Cf. 1ª Cor 9,16-18).
- Al servicio de la catequesis (1ª Cor 12, 4-11. Aunque hay otros servicios o carismas
con entusiasmo, contagiando, educando, enseñando (2ª Cor 4,1-6; Hch 18,25) Narrando con
pasión la historia de amor de Dios. (Cf. Hch 2,14.22-28) Sin olvidar que lo nuestro es
sembrar; no recoger, porque el fruto depende de Dios (1ª Cor 3,6-9).
- Al estilo de Jesús (Jn 10,1-16; Lc 24,13-35). Modelo y referencia. Dando la vida por
ellos- viviendo lo que enseño- conociéndolos y poniéndome en su lugar- caminando con ellos-
preocupando de sus problemas y dificultades.
- Dejándose llevar por el Espíritu. (Gal 6,16-26) consciente de ser un instrumento débil
(2ª Cor 12,7-10, 1ª 2,1-4) que confía más en la oración y en la gracia de Dios (1ª Tim 2,1-4)
que respeta el proceso personal (Mt 13, 31-33).
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“El catequista, de hoy, debe ser, una persona de una fe profunda, de una clara identidad
cristiana y eclesial y de una honda sensibilidad social”.
FE PROFUNDA
Es decir:
El tener un profundo sentido religioso, una experiencia madura de fe y un fuerte sentido
de Dios.
Ser capaces de dar testimonio en Dios y de responder a las inquietudes más honda de
los catequizados
El haber vivido y seguir viviendo un encuentro profundo con Dios, que se traduce en
una confianza renovada en Él y en una mayor fidelidad al Evangelio.
El mantener el encuentro con Dios con la oración personal y comunitaria.
La vivencia frecuente de los sacramentos de la Reconciliación, la Eucaristía. La liturgia
de la Iglesia.
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Bibliografía
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