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Sinopsis
A pesar de la creciente pasión que los une, no todo está bien entre Elizabeth y
Saloman. Ella se rehúsa a seguirlo a la vez que él aumenta su influencia entre la
población humana y consolida su poder sobre el mundo de los vampiros. Una
revuelta inesperada es sólo la última crisis que lo ha alejado.

Pero bajo el régimen de Saloman, los vampiros se han vuelto menos precavidos
por mantener el secreto. Y después de que él une fuerzas con los cazadores de
vampiros, Elizabeth comienza a entender la inevitable colisión de ambos mundos.
Ella podría ser el conducto entre la humanidad y los no-muertos... si puede
arreglárselas para jugar para ambos bandos y mantenerse con vida...
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Índice
Sinopsis .......................................................................................................................... 2
Reparto de personajes .............................................................................................. 5
Capítulo 1 ...................................................................................................................... 8
Capítulo 2 ................................................................................................................... 19
Capítulo 3 ................................................................................................................... 41
Capítulo 4 ................................................................................................................... 61
Capítulo 5 ................................................................................................................... 75
Capítulo 6 ................................................................................................................... 87
Capítulo 7 ................................................................................................................. 104
Capítulo 8 ................................................................................................................. 118
Capítulo 9 ................................................................................................................. 132
Capítulo 10 .............................................................................................................. 149
Capítulo 11 .............................................................................................................. 170
Capítulo 12 .............................................................................................................. 185
Capítulo 13 .............................................................................................................. 204
Capítulo 14 .............................................................................................................. 222
Capítulo 15 .............................................................................................................. 238
Capítulo 16 .............................................................................................................. 256
Capítulo 17 .............................................................................................................. 277
Capítulo 18 .............................................................................................................. 290
Capítulo 19 .............................................................................................................. 304
Capítulo 20 .............................................................................................................. 331
Capítulo 21 .............................................................................................................. 346
Próximo libro, spin-off de la serie: .................................................................... 359
Acerca de la autora .............................................................................................. 360
Créditos .................................................................................................................... 361
¡Visítanos! ................................................................................................................. 362
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Aquella que despierte al Antiguo terminará con su poder y abrirá el camino para el
renacimiento del mundo, para el amanecer de la nueva era de los vampiros.
Castigará a sus amigos y destruirá a sus enemigos, quienes terminarían con toda la
existencia inmortal. Para ver la nueva era, ella debe renunciar al mundo.

—La profecía del Antiguo vampiro Luk, como fuera presenciada por un cazador de
vampiros del Siglo XVI.
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Reparto de personajes
Los Humanos
Cynthia (Cyn) Venolia: una psíquica sin entrenamiento que puede percibir la
presencia de lo paranormal. Amiga de Rudy Meyer, su compañero en la matanza
de vampiros.

Dra. Elizabeth Silk: La Despertadora; descendiente de la asesina de Saloman,


Tsigana; compañera de Saloman. Una académica a la que recientemente se le
entregó su PhD, accidentalmente despertó a Saloman hace más de un año. Su
sangre es necesaria para que Saloman alcance su fuerza completa.

Senador Grayson Dante: un poderoso político norteamericano y una vez Gran


Maestro de la Orden Americana de Cazadores de Vampiros. Deshonrado y
reemplazado como Gran Maestro después de su persecución de la espada de
Saloman y su búsqueda de la inmortalidad, la cual incluyó secuestrar a Dmitriu y a
Josh Alexander. Elizabeth evitó que Saloman lo matara durante el rescate en el
Castillo Buda.

Rudolph (Rudy) Meyer: nativo de Nueva York, descendiente del asesino de


Saloman, Ferenc. Sobreviviente de un ataque de vampiros, se ha aliado con Cyn
para cazar y matar vampiros.
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Los Cazadores de Vampiros
István: un experto en la ciencia y tecnología de la caza. Un fuerte cazador;
habiendo matado muchos vampiros, ha absorbido su fuerza. Miembro de la red de
cazadores de vampiros de Budapest.

Konrad: líder del primer equipo de cazadores. Amigo de Elizabeth. Descendiente


del asesino de Saloman, Ferenc, lo cual le da fuerza extra. Miembro de la red de
cazadores de vampiros de Budapest.

Lazar: gerente de operaciones, supervisor de los equipos de cazadores. Ex cazador


de campo. Miembro de la red de cazadores de vampiros de Budapest.

Mihaela: ella y Elizabeth formaron una amistad cercana durante la campaña


original para matar a Saloman. También una veterana cazadora con la fuerza de
muchas muertes. Miembro de la red de cazadores de vampiros de Budapest.

Miklós: bibliotecario y segundo al mando de los cazadores de Budapest, bajo el


Gran Maestro de la orden húngara. Con una inclinación al secretismo y la
preservación de las formas antiguas.

Mustafa: líder de los cazadores turcos.


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Los Vampiros
Angyalka: dueña del Club del Ángel en Budapest.

Dmitriu: el más joven de los dos vampiros creados por Saloman. Más poderoso
que la mayoría de los vampiros modernos, aun así siempre ha evitado las luchas
de poder y ha buscado una vida pacífica entre los humanos. Un año atrás, guió a
Elizabeth Silk a la cripta donde ella despertó a Saloman.

Luk: primo de Saloman, el amigo y mentor que lo convirtió en vampiro. Se volvió


loco hacia el final de su existencia, volviéndose celoso del poder de Saloman y de
su relación con la hermosa Tsigana. Luego atacó a Saloman, quien lo asesinó.

Maximilian: la creación más antigua de Saloman. Después de traicionar a


Saloman, tomó el poder y lo perdió un siglo después ante el más brutal Zoltán.
Ahora vive en aislamiento, oculto en una isla escocesa deshabitada, de la cual
emergió un año atrás para apoyar a Saloman en su batalla contra la alianza de
Zoltán, Elizabeth, y los cazadores de vampiros.

Saloman: el último de los Antiguos. Su raza es más antigua que la humanidad y


tenía la habilidad de llegar a la inmortalidad al revivir a sus muertos y beber
sangre viva. Su cuerpo estuvo oculto en una cripta rumana hasta que fue revivido
accidentalmente por Elizabeth Silk un año atrás. Habiéndose vengado, su ambición
restante es gobernar tanto el mundo humano como el vampiro.

Travis: líder de los vampiros en Norteamérica. Asentado en Nueva York, se las


arregló para hacerse con el liderazgo de todo el continente después de que
Elizabeth matara a su rival Severin. Un reciente aliado de Saloman.
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Capítulo 1
Traducido por Lalaemk

Corregido por flochi

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uando la tierra se movió, el vampiro Saloman sintió surgir un exquisito
placer casi similar a la liberación sexual. La tensión en él se rompía, rota
por la rara ráfaga de miedo intoxicante.

El amanecer se acercaba, y estaba tan cercano al centro del terremoto para su


seguridad, demasiado aislado en estas montañas Peruanas para ser descubierto
por si se quedaba enterrado bajo la inmovible cascada de rocas. Ya podía oír el
estruendo de las inminentes avalanchas y deslizamientos de tierra enterrando la
menor destrucción de los edificios hechos por el hombre, pero si afilaba su
audición sobrenatural, casi podía distinguir los sonidos distintivos de madera
colapsando y la mampostería en las aldeas distantes. Los sonidos de los escombros
le trajeron cierta cantidad de satisfacción. Las aldeas ya estaban vacías de vida, lo
había visto en las últimas semanas.

Él, Saloman, era uno de los pocos capaces de quedarse en esa montaña. Incluso los
animales habían huido, sus instintos los alertaban de que la tierra estaba enojada.
A diferencia de ellos, Saloman saboreaba esa ira, ese conocimiento de un poder
único muy superior al suyo, un poder ante el cual su fuerza no podría hacer nada.
Por lo que se sentó en el borde sólido de la montaña en la oscuridad, disfrutando
de su raro momento de impotencia, sonriendo al oscuro, cielo titubeante mientras
la tierra bajo él se elevaba y quebraba, partiendo rocas y árboles, tirando los
endebles edificios de las aldeas.

Sabía el riego; no quería terminar su existencia o regresar al tortuoso sueño de la


muerte. No quería dejar este mundo. No quería dejar a Elizabeth. Y aún así tenía
que esperar que la tierra temblara, en parte porque quería sentir el enorme poder
de ello, y en parte porque, como el chico rebelde que había sido una vez, quería
desafiar al peligro.

Era un lujo que no debería permitirse. Reconoció eso cuando la cornisa de piedra
se rompía debajo de su espalda, lanzándolo al borde. En el último momento, se
agarró de una esquina estable, dándose a sí mismo un mínimo de control mientras
saltaba los quince metros, o algo así sobre el suelo duro y dentado de debajo, más
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de memoria que de vista, ya que las rocas caían y el polvo afectaba su visión
nocturna.

Para el momento en que encontró un punto de apoyo plano resguardado para


evitar que más piedras aterrizaran en su cabeza y sus hombros, el sismo se había
detenido. La montaña, sin embargo, no lo había hecho. Continuaba lanzando rocas
hacia él, y por debajo, podía oírlas tomando ritmo y volumen. Para la mañana, la
montaña habría cambiado de forma.

El miedo era bueno. Se alegraba de haber venido hasta aquí para recordar lo que
era tener miedo. Enfrenta tus miedos, su primo Luk le había dicho, incluso antes de
que Saloman hubiera muerto y renacido como vampiro. Luk lo había convertido, y
le había enseñado bien, como si supiera que Saloman sería el último de la raza de
los Antiguos. Saloman había aprendido a enfrentar la soledad autodestructiva del
alma; él había luchado y derrotado a todos lo que lo amenazaban. No quedaba
nadie que pudiera invadir su mente y encontrar lo que deseaba, el cual había sido
su primer y más intenso miedo, el que se había formado en su infancia y nunca lo
había dejado. Y aún así él podía pensar en su padre ahora sin dolor o daño o terror,
y sabía que si había sido posible que se encontraran de nuevo, no tendría miedo.
No tenía razones para estarlo.

Saloman se recostó una vez más, mirando el cielo constante mientras la montaña se
reorganizaba ruidosamente, con un ataque lleno de polvo. Sonrió, porque nadie
más podía hacer posiblemente lo que acababa de hacer. Nadie había hecho lo que
él estaba haciendo ahora.

Mírame, Elizabeth. Prevaleceré. El mundo hará mi voluntad. No dudes de ello.

Fue su propio pensamiento. No se lo mandó a ella. Ni siquiera le diría acerca de


esto; la dejaría que se enterara por su cuenta. Quizás hasta iría hacia ella, para estar
con ella cuando hiciera el descubrimiento. El hambre lo desgarró. Sangre, sexo y
Elizabeth. Una recompensa antes de que la siguiente etapa comenzara.

Se sentó, incapaz de quedarse quieto más tiempo. Su lección de humildad había, al


final, alimentado su confianza en sí mismo. Sólo él podía haber sobrevivido un
terremoto desde aquí; solo él podía unir y dirigir el mundo. Nadie podía detenerlo.
Y mientras el mundo se enteraba de su poder, ¿quién querría? Bajaría la montaña y
bebería un poco de sangre humana antes de comenzar su viaje a través del mundo
a Escocia.
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Pero mientras se levantaba, un grito de furia y terror se estrelló contra su mente.
Saloman dejó escapar un grito involuntario, tomando su cabeza con ambas manos
para evitar el dolor, la angustia, tratando instintivamente de apretar la voz aullante
que debió haber sido un mero recuerdo y sin embargo se sentía tan real como las
rocas deslizándose y golpeando su camino bajo la montaña. El destello de una
presencia imposible surgió, y entonces se desvaneció tan pronto como había
llegado, dejando que Saloman dejara caer lentamente las manos de su cara.

Que fue cuando se dio cuenta de que no tenía tiempo para analizarse a sí mismo
por su cordura o daño. En un momento, iba a ser enterrado bajo una avalancha.
Saloman se arrojó hacia adelante y saltó a la oscuridad.

Seis mil millas a lo lejos, en un café Escocés, Elizabeth Silk contuvo la respiración y
se estremeció incontrolablemente.
—¿Cuál es el problema? —demandó su amiga Joanne, poniendo dos grandes tazas
de café en la mesa del café antes volver a su asiento al lado de Elizabeth.

—Oh, nada —dijo Elizabeth evasivamente. Hay un vampiro en mi cabeza. O al menos


lo estuvo por un instante. ¿Qué haría Joanne con eso?—. Alguien caminó sobre mi
tumba.

El problema era, que se sentía como Saloman, aunque su telepatía al instante buscó
por él pero no encontró nada. No era una sorpresa. Sus habilidades y el vínculo
habían crecido a pasos agigantados en los últimos meses, pero todavía operaba
mejor con paz para concentrarse, incluso cuando Saloman elegía recibirla. Algo
había pasado, estaba segura, aunque si involucraba peligro físico o emocional, no
tenía forma de saberlo. Una vez, hubiera negado la posibilidad de esto. Ahora lo
conocía mejor, sabía que él era un ser con profundos sentimientos, incluso aunque
estaban más allá de su capacidad de compresión. Si algo había ocurrido, si él la
necesitaba…

Empujando su inquietud a un lado, sonrió y levantó la taza a sus labios.

—Quiero decir en general —dijo secamente Joanne. Era una mujer baja, y llamativa
con cabello púrpura crespo y una mente aguda—. Pareces un poco triste.

—Son las diez de la mañana y estuve levantada hasta las tres.


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—¿Haciendo qué? —preguntó Joanne.

—Escribiendo. Creo que he terminado el libro basado en mi tesis. Lo enviaré a tu


agente mañana.

—Será tu agente también un día después —dijo Joanne con una sonrisa confiada.

—Eso espero. Finalmente estoy feliz de haber logrado el equilibrio adecuado entre
lo académico y lo popular, ¡lo que es muy importante con un tema como vampiros
y supersticiones!

—Estás justo ahí —dijo Joanne, levantando su taza en un brindis—. Me quito el


sombrero ante ti. Así que eso está fuera del camino, ¿ahora qué? ¿Glasgow?

—Ah. Tal vez eso es por lo que luzco triste. No obtuve el trabajo en Glasgow. —
Había sido una oportunidad única, un puesto permanente, de tiempo completo en
la Universidad de Glasgow. Elizabeth había aplicado, sabiendo que sería estúpida
si no lo hiciera, y aun así, su corazón no había estado en ello. Quizás esto se había
interpuesto durante la entrevista.

—Idiotas —dijo rudamente Joanne.

Elizabeth le dio una sonrisa torcida.

—Gracias por el apoyo. Ni siquiera estaba segura de que lo quisiera, así que no
tengo derecho a quejarme por no obtenerlo.

—Estoy bastante segura de que habrá una vacante en St. Andrews el próximo año
—dijo Joanne—. ¿Qué más está en la lista por ahora?

Elizabeth se encogió de hombros.

—Nada realmente inspirador. Una universidad en Londres, tiempo parcial. Y un


puesto por permiso de maternidad en la Universidad de Aberdeen.

Ella dudó, hasta que Joanne le dio un codazo y ordenó:

—¡Suéltalo!

Elizabeth se rio.
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—Bueno, hay un puesto por un año en la Universidad de Budapest.


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Joanne se sentó derecha.

—¡Budapest!

—Es más lo mío, incluye enseñar un curso especial del valor histórico de las
supersticiones, y habrá oportunidades de investigación en otras áreas. También,
hablo el idioma, más o menos…

—Y tu hombre está ahí —terminó Joanne con una apreciación innecesaria.

Elizabeth sintió el color de su piel, y tomó un trago apresurado de café para tratar
de cubrirlo.

—Sólo a veces —murmuró—. Él viaja demasiado. —Entonces, ya que Joanne


continuó observándola, ella bajó la taza y suspiró—. No quiero que piense que lo
estoy persiguiendo.

—Puede que le guste que lo hagas.

—¡Pero no lo estoy haciendo!

Joanne parpadeó.

—¿No? Yo lo haría gustosa.

Elizabeth no pudo evitar reírse ante el fervor de su amiga. Todavía recordaba la


noche en que se había visto obligada a presentarle a Joanne a su amante vampiro
como el momento más absurdo de su creciente vida extraña. Saloman había
llegado a su apartamento sin avisarle dos meses atrás, mientras ella y Joanne se
habían estado poniendo al corriente del mundo en la sala de estar con una botella
de vino. Él había entrado por la ventana de la cocina, pero ni él o Elizabeth habían
corregido la asunción de Joanne de que él tenía su propia llave.

Joanne había observado su reunión con interés, claramente contrariada por los
deseos conflictivos de dejarnos solos y para descubrir más acerca del misterioso
amante de Elizabeth. Se había comprometido por someter a Saloman en un
interrogatorio penetrante de media hora, el cual había respondido o desviado
igualmente sorprendido por la noción, y entonces ella había partido más temprano
de lo que normalmente hubiera hecho.
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—Mierda, es precioso —informó a Elizabeth en la puerta delantera—. No hay duda
de por qué estás hecha un desastre.

En ese momento, Elizabeth se había burlado del término “hecha un desastre”,


porque la llegada de Saloman la había llenado de una completa alegría que sólo él
le había traído. Pero ahora, por su ausencia, reconocía la percepción de su amiga.
Estaba hecha un desastre, lo había estado desde que lo había conocido. Pero si
Joanne sabía la verdad, que el encantador y guapo amante de Elizabeth no era
meramente misterioso, sino también el vampiro más poderoso que hubiera
existido, ella no habría dejado la causa debido a su aspecto.

Joanne dijo:

—Así que, ¿estás dudando sobre dónde aplicar para el trabajo? Aplica ahora y
preocúpate después.

Elizabeth se removió en su asiento.

—En realidad, ya apliqué. Me han ofrecido el puesto. Sólo debo decidir si lo


acepto.

Joanne terminó su café y bajó su taza antes de ponerse de pie.

—Quítaselos de las manos —aconsejó, balanceando su bolso del suelo hacia su


hombro, ante el inminente peligro de que las tazas hubieran sido
irremediablemente tiradas al piso si Elizabeth no las hubiera quitado fuera del
peligro. Detrás de Joanne, un camarero que pasaba se quedó mirando a Elizabeth,
con los ojos abiertos. Ella debió haberse movido demasiado rápido.

—Te extrañaré, por supuesto —añadió Joanne, ajena a todo el incidente.

—No, no lo harás; vendrás a visitarme o nunca te volveré a hablar. —El cual era
otro punto en contra de aceptar. En Budapest, la ciudad de Saloman, habría
distracciones incalculables fuera del mundo académico, dejando al amor fuera,
habría vampiros y cazadores y un inevitable conflicto esperando entrar en
erupción, lo que la dejaría en el medio. ¿Podría realmente esperar dejar a Joanne
fuera de eso?

Pero aparte de vagar bajo la estela de su amiga, Elizabeth no podía evitar sentir
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una secreta oleada de entusiasmo ante la perspectiva de mudarse a Hungría. Fuera


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del Café Victoria, estaba lloviendo, una fina y brumosa llovizna que parecía
ejemplificar el verano escocés. Aburrido.

—Bueno, de vuelta al trabajo —dijo Joanne lo suficientemente feliz—. ¿Qué harás


el resto del día?

—Diría que haré un favor a un amigo, visitar a este soldado herido en Glasgow.

—¿Muy malherido? —preguntó Joanne con simpatía.

—Lo suficientemente herido, pero está recuperando bastante bien físicamente.


Aparentemente todavía está traumatizado.

—Suena como un día bastante digno para ti, entonces —observó Joanne,
levantando su mano en una despedida. Estaba claramente ansiosa de regresar a
sus libros. Elizabeth la observó caminando rápidamente por Market Street con un
sentimiento cercano a la envidia. Una vez, estar perdida en la academia había
bastado para Elizabeth también. Y visitar a un soldado herido habría despertado
en ella una compasión mucho más simple, sin esta culpa y molesta esperanza
porque los cazadores de vampiros británicos le habían pedido que fuera, él tenía
algo paranormalmente intrigante que decir.

Estaba aburrida, se dio cuenta con alguna sorpresa. Lograr su doctorado había sido
satisfactorio; escribir el libro había sido divertido, la investigación y la docencia
eran todavía una parte necesaria de sus ambiciones, por no decir nada acerca de
que ponía comida sobre la mesa. Seis meses atrás, tratando desesperadamente de
mantener su vida estable y normal en medio de unas nuevas responsabilidades no
solicitadas y deseadas y de peligros que no hubiera creído que eran posibles,
incluso ahora, quizás influenciadas por su anterior temblor de ansiedad, en
realidad extrañaba el intimidante mundo de la oscuridad y de los vampiros, un
mundo en el que su mente y su cuerpo podían expandirse sin obstáculos y con
éxito.

Extrañaba a Saloman.

Con el sonido del grito sobrenatural de un vampiro resonando en sus oídos, el


Senador Grayson Dante sabía que todo había ido horriblemente mal. Dante pensó
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de nuevo en los acontecimientos que había leído del despertar de Saloman,


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tomados del testimonio de Elizabeth Silk. También había encontrado en una
cámara subterránea vacía, excepto que había resultado no estar tan vacía. Había
estado sangrando por el pinchazo de una espina y supuso que fueron las gotas de
su sangre lo que había hecho en primer lugar al muerto de Saloman visible para
ella. Lo que había confundido con un sarcófago de piedra.

Dante se agachó y hurgo en su bolsa para recuperar el frasco de sangre. Era una
pequeña cantidad, extraída de la mancha de sangre de Saloman que quedaba en su
camiseta de su último encuentro violento. No podía permitirse desperdiciar algo.
Estaba seguro de que la habitación estaba encantada, al igual que lo había estado la
cueva exterior, para disuadir a los visitantes. Pero mirar simplemente no rompería
ese hechizo. Dante desenroscó la tapa con mucho cuidado.

—¿Qué es eso? —susurró Mehmet, su guía Turco.

Es la sangre del Antiguo vampiro Saloman, con la que espero despertar a su primo y
enemigo, Luk, el cual Saloman mató hace más de 300 años atrás. ¿Mehmet correría o se
reiría si dijera eso en voz alta? Instintivamente, Dante supo que la ayuda de
Mehmet había casi terminado. Pero sólo casi. El turco tenía un propósito más que
cumplir.

Dante se arrastró alrededor de la cámara oscura. El haz de su linterna se


balanceaba erráticamente alrededor del áspero suelo de piedra y de las paredes,
apenas penetrando la profunda oscuridad más de un par de metros más allá de sus
temblorosos dedos. Esperaba que si no podía ver el cuerpo, al menos podría
sentirlo con sus manos o pies. Aun así, cuando su pie chocó con algo que parecía
de piedra, parte de la superficie irregular del suelo, casi no le prestó atención.
Entonces hizo una pausa y puso su dedo sobre la apertura del frasco antes de
sacudirlo y sacar su dedo.

Tomando aliento con una rápida y silenciosa oración para nadie en particular de
que fuera suficiente, sacudió su mano delante de él. Su dedo hormigueaba
mientras las pequeñas salpicaduras de sangre se rociaban hacia abajo. Y allí en la
oscuridad, sin brusquedad ni shock, estaba lo que había estado buscando durante
todas estas semanas.

Una mesa de piedra sobre la cual yacía un cuerpo esculpido. Casi exactamente
igual al que Elizabeth Silk había encontrado el año anterior.
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La respiración de Mehmet sonó como un silbido.


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—Dios mío, casi no lo veo. Pensé que no había nada... ¿Es esto? ¿Es esta la tumba
de su noble?

—Casi con toda seguridad —Dante se sintió mareado. Todo su cuerpo temblaba,
no sólo por la reacción de su primer atisbo de la profunda figura siniestra
iluminada por sus linternas, sino como resultado de la grandeza de lo que estaba
haciendo. Encontraba difícil obtener las palabras, y aún tuvo que concentrarse,
para ignorar sus repentinos miedos y seguir el plan. Mehmet tenía que seguir
creyendo en la ficción de que ésta era simplemente la tumba perdida de un
histórico noble. Y luego, finalmente, Dante alcanzaría su meta. Vida eterna. Poder
eterno. La condenación, si existía, era un pequeño precio a pagar.

Con un cuidadoso juicio casual, pasó el frasco a Mehmet.

—Ten. Quiero fotografiar esto.

Incluso con su linterna brillando en la pequeña gota de líquido oscuro, Mehmet no


podía tener ni idea de lo que era. Parecía feliz ya que Dante había encontrado lo
que buscaba, aunque sólo fuera para que él pudiera volver al aire fresco y bajar la
montaña otra vez.

Dante sacó su cámara y apuntó a la tumba.

—Cuando diga “ahora” —dirigió—, vierte el contenido del frasco sobre la


escultura.

—¿Por qué? ¿Qué es eso?

—Hará que la tumba resalte más en la foto —mintió fácilmente Dante. No era un
político por nada—. Bien… ¡ahora!

Dante contuvo el aliento mientras Mehmet sacudía las diminutas gotas de líquido
sobre la cara tallada. Esto era todo, el momento de mayor riesgo y de mayor
esperanza, en el que descansaban todas las ambiciones de Dante. Religión,
decencia, la naturaleza misma, ninguna de esas cosas contaban aparte del enorme
poder que Dante estaba por tomar…

En este momento de su temprano despertar, Saloman había apretado sus dientes


en el cuello de Elizabeth. Dante había sido sacado de esta parte del plan. La sangre
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usada en el despertar tenía que ser la de Saloman, el asesino de Luk, o no


funcionaría, pero Dante no sabía si alguno de los atributos místicos del despertar
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sería otorgado a quien hiciera el vertido. Nunca nadie lo había hecho de esta
manera con anterioridad, para su conocimiento. Si había un poder que fuera dado
en el despertar, naturalmente lo quería para sí mismo; pero por otro lado,
necesitaba que Luk fuera tan fuerte como fuera posible, lo que significaba beber la
sangre de su Despertador y matarlo para absorber su fuerza vital. Hasta ahora,
Saloman había fallado en matar a Elizabeth, y ahí recaía su debilidad. Dante no
quería que Luk cometiera el mismo error.

Era una lástima para Mehmet.

Dante iluminó inconscientemente con su linterna la cara muerta de Luk.


Ciertamente lucía como una piedra. Había esperado que fuera más realista, que
diera algún indicio de su fuerza Antigua, una pista de que podía ser despertado.
Gotas pequeñas de sangre salpicaban la mejilla, nariz, labios y barbilla de Luk. No
sucedió nada.

Oh, mierda. No es suficiente. Después de todo esto, necesitaba más sangre….

—¿La tomaste? —preguntó Mehmet.

—¿Qué? Oh, la fotografía. Sí, la tengo. Gracias. —Dio un paso hacia adelante, para
tomar de vuelta el frasco y ver si había algo que quedará en él. Pero antes de que
pudiera tocarlo, un sonido como un gemido desvaneciéndose surgió de la
escultura.

Oh, sí. Aleluya.

Bajo la fija mirada de Dante, los ojos muertos de la escultura se abrieron; los labios
se separaron. La piel se movió, cambiando lentamente en una expresión no de
triunfo sino de shock. Incluso… miedo. Luk se sentó y Mehmet cayó hacia atrás
con un bajo gemido de terror. La torcida boca de Luk se abrió más amplia,
revelando sus largos, y terroríficos incisivos mientras miraba fijamente a Mehmet.

El grito del vampiro comenzó bajo, como un ruido en su garganta y luego se elevó
rápidamente al más horrible y desgarrador aullido que Dante había oído alguna
vez. Como si todo el dolor de todos en el mundo se unieran en un puro, y terrible
sonido.

Esto no debía pasar, pensó Dante con pánico. Algo estaba yendo terriblemente mal. Debo
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tener al vampiro equivocado….


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Luego, con furia, la criatura, que pudo o no haber sido Luk, se bajó de la mesa de
piedra, y Dante dio un paso atrás de Mehmet con cautela antes de darle al turco un
empujón fuerte y nada gentil hacia los brazos extendidos de lo que sea que habían
despertado.
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Capítulo 2
Traducido por Nadia.

Corregido por flochi

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na luz de sol pálida y acuosa, brillaba débilmente sobre el terreno del
Hospital General de Glasgow, parpadeando intermitentemente a través
de las ventanas de la guardia y sobre el piso frente a Elizabeth cuando
ella se dirigió hacia el cuarto del Soldado John Ramsay.

El cazador británico, comprometido en Cornwall rastreando a un vampiro bizarro


pero elusivo que parecía determinado a presentarse ante cada miembro de la
comunidad del pueblo, había sonado agobiado cuando le había pedido que
consiguiera la historia de Ramsay.

—Me suena como una mezcla de sueños causados por la fiebre y trauma, pero nos
han pedido que lo revisemos, así que fijate qué te parece.

Ella había estado consciente, en ese momento y ahora, de que estaba siendo usada
como un filtro. Los cazadores, que tenían su base en Londres, no querían venir
hasta aquí por nada. Si había algo en la historia de Ramsay, lo harían su siguiente
misión una vez que lidiaran con el vampiro de Cornwall. Si no había nada,
simplemente reportarían los hallazgos de Elizabeth.

Y Elizabeth estaba agradecida de poder ayudar, no sólo porque estaba aburrida,


sino porque valoraba la confianza de ellos, quizás como un contrapeso ante la
creciente desconfianza de sus amigos los cazadores húngaros, quienes
recientemente habían descubierto su relación con Saloman, su más grande
enemigo.

El último cuarto de la guardia, al cual había sido enviada, contenía tres camas. Dos
estaban vacías, y la tercera estaba ocupada por un joven completamente vestido
extendido sobre ella, mirando el espacio. Su cabeza afeitada revelaba una larga
cicatriz roja sobre la oreja izquierda. Vestía una camiseta caqui de mangas cortas;
no había un brazo que saliera de la manga izquierda.

Cuando Elizabeth golpeó tentativamente la puerta abierta, los ojos del joven se
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movieron hacia ella sin mucho interés.


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—¿Es usted John Ramsay? —preguntó con esperanzas.

—Sí.

Ignorando la falta de estímulo en su brusca respuesta, entró al cuarto y extendió su


mano.

—Hola. Soy Elizabeth Silk.

El soldado miró su mano, y por un momento pensó que no se complicaría en


estrecharla. Sus ojos eran poco amistosos y fríos como pedernal. Al final, se inclinó
hacia adelante y se estiró con la mano que le quedaba para tomar la suya. Fue
firme pero breve, y cayó de vuelta contra las almohadas con una extraña expresión
de burlona tolerancia en su joven rostro.

—¿Es otra psiquiatra?

—Oh no, no soy una doctora en lo absoluto.

—¿En serio? ¿Entonces por qué dice “Doctora” en tu etiqueta?

Elizabeth frunció el ceño, intentando pensar qué quería decir, antes de que
recordara la etiqueta con su nombre que le habían dado en recepción. Colgaba
alrededor de su cuello, y cuando la levantó y la leyó, se dio cuenta de que sí
proclamaba ser la Dra. E. Silk. Quizás así fue cómo los cazadores le habían
conseguido la cita tan fácilmente. Claramente no había nada malo con los poderes
de observación del soldado Ramsay.

—Ah. Bueno, tengo un PhD, el cual me da el título, pero no soy médica. Soy
historiadora.

John Ramsay curvó su labio.

—Aún no soy historia —observó, pero una ligera chispa de interés sí cruzó su
rostro—. ¿Qué quieres de mí, entonces?

—Tenía esperanzas de que no te importara hablarme de lo que sucedió después de


la emboscada.

—Ahí va la confidencialidad médica.


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—Represento a una organización que toma las experiencias paranormales muy
seriamente.

—¿Sí? ¿Seguro que no representas a News Of The World1?

—O a ningún otro periódico —dijo Elizabeth firmemente—. No me hubieran


permitido verte si así fuera.

Ramsay se encogió de hombros.

—De todos modos no importa. Mis “experiencias” son estrés post-traumático y


sueños inducidos por la fiebre. Pregúntale a cualquiera.

—Preferiría preguntarte a ti. ¿Me dirás lo que sucedió?

—Fui enviado a Afganistán. Helmand. Sufrimos una emboscada, y un disparo me


cortó el brazo y me hirió la cabeza. Pero ahora estoy bien. Esperando la
reubicación. —Guiñó el ojo—. Helmand todavía es un favorito.

Elizabeth se sentó sin invitación.

—¿Te enviarán de vuelta allá?

Ramsay se encogió de hombros.

—¿Por qué no? Soy un soldado.

Cierto, pero, ¿seguramente no lo dejarían regresar al frente? Lo verdaderamente


desconcertante era que él obviamente quería volver.

—¿Cuántos años tienes, John?

Sus ojos cambiaron.

—Veinte. ¿Qué diferencia hace?

Era más joven que algunos de sus estudiantes del período pasado.

—Ninguna —dijo ella—. En lo absoluto. Así que, ¿qué viste después del ataque?
¿Qué recuerdas?
21

1 News of The World: Periódico sensacionalista británico.


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Él la miró, luego exhaló una rápida risa que iluminó su joven rostro demasiado
duro.

—¿Qué? —preguntó Elizabeth.

—Sólo estaba pensando: estoy acostumbrado a contarle esta historia a gente que
piensa que estoy loco. Ahora se la estoy contando a alguien que yo creo está loca.

—Quizás ninguno de nosotros lo está.

—Quizás. —Él cambió de posición con una punzada de dolor que a Elizabeth le
pareció sentir físicamente en su brazo izquierdo. Irritada, sacudió la sensación, a la
vez que John decía—. ¿Cuál es esta organización que representas? ¿Qué hace?

—Primariamente —dijo Elizabeth—, cazamos y matamos vampiros.

Con burla abierta, John la miró de arriba a abajo, sin duda asimilando el
engañosamente frágil cuerpo y su descuidada apariencia académica: largo cabello
rubio rojizo imperfectamente confinado detrás de su cabeza, jeans gastados, y una
cómoda pero bonita camiseta de segunda mano. Sabía que no lucía amenazante, y
John lo confirmaba.

—¿Mataste a muchos?

—Sí —dijo Elizabeth e, inesperadamente, John sonrió.

—Qué carajo sé por qué, pero te creo —dijo él—. Me recuerdas a mi profesora de
castellano en tercer año. Ella también me asustaba como la mierda.

—¿Ella mataba vampiros? —preguntó ligeramente Elizabeth, siguiéndole el juego.

—Nah. Estaba perdidamente enamorado de ella.

La sorpresa ante el cumplido implícito trajo un rubor molesto a las mejillas de


Elizabeth. Sin embargo, esto pareció darle a John algún tipo de seguridad, porque
sin mayor advertencia, comenzó a hablar.

Habló en forma realista, relatando cómo había estado patrullando cuando ocurrió
la emboscada. Había sido herido enseguida, el brazo izquierdo destruido y la
cabeza sangrando profusamente, pero los intentos de arrastrarse hasta un lugar
22

seguro habían sido frustrados por sus propios mareos así también como por el
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intenso fuego que se sucedía a su alrededor. Para cuando sus camaradas llegaron a
él, los Talibanes estaban huyendo, aunque de quién John no lo supo, no hasta que
la mayoría de la fuerza británica se hubo lanzado en persecución y los camaradas
que se habían quedado con él yacían muertos.

—Los vi morir. Dos tipos con turbantes sólo los desarmaron, los levantaron como
si fueron chicas, los mordieron en la garganta como si fueran perros, y luego los
volvieron a tirar al suelo. Uno le dijo al otro 'buena sangre'. Sólo que, lo divertido
es que sus labios no se movieron.

Elizabeth se inclinó hacia adelante, frunciendo el ceño.

—¿En qué idioma hablaban?

John hizo una mueca.

—No lo sé. No lo recuerdo. Sólo recuerdo el significado. El psiquiatra piensa que


eso prueba que estaba soñando.

—Podría significar que él no estuviera usando palabras para hablar —dijo


Elizabeth lentamente—. Puedes haberlo oído telepáticamente. ¿Te estaba hablando
a ti?

—No lo sé. Su compañero respondió. Yo no estaba en condiciones para conversar.


Ni siquiera recuerdo exactamente qué dijeron después. Sólo recuerdo las voces
hablando todo el tiempo, discutiendo por mí. Uno de ellos estaba juntando mi
sangre de la tierra con sus dedos y lamiéndolos. Pensé que me iban a torturar antes
de que muriera. Entonces...

Su mirada se alejó. Él tiró con irritación de la vacía, ondeante manga de su


camiseta.

—Lo lamento —dijo Elizabeth en voz baja—. Sé que debe ser doloroso...

—No lo fue —interrumpió John—. No fue doloroso. Quizás ya estaba inconsciente.


O mi brazo y mi cabeza dolían demasiado para que notara el resto. Pero cuando él
se inclinó sobre mí y mordió mi cuello, todavía hablando, no sentí nada excepto
curiosidad. Sólo fue después que pensé que era asqueroso como la mierda. Lo
lamento.
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La disculpa por su mal lenguaje la tocó. Quizás ella le recordaba a su profesora de
inglés de nuevo.

—Muéstrame dónde te mordió —se las arregló para decir.

Él se estiró rápidamente, presionando la vena en un lado de su cuello. No había


señal de ninguna herida. Elizabeth tembló.

Sacudiéndose sus propios recuerdos perturbadores, dijo:

—¿Te pareció que él quería matarte?

John se encogió de hombros, un gesto desbalanceado que pareció irritarlo, porque


su ceño se frunció aún más.

—Todavía estaban discutiendo sobre si compartir mi sangre o no cuando el otro


tipo llegó.

—¿Otro vampiro?

Una sonrisa sardónica estiró los labios.

—Tú eres la primera que de hecho ha usado esa palabra. Sí, yo diría que era otro
vampiro. Pareció caer del cielo, me arrancó al tipo de encima, y lo mordió hasta
que él como que... desapareció. El otro había comenzado a correr, pero el tipo
nuevo lo alcanzó y luego él también desapareció. Todo lo que pude ver fue polvo.
Pero sé que también lo mordió. Lo vi, aun cuando estaban fuera de mi línea de
visión... soñando de nuevo, ¿verdad? —Su risa se volvió un temblor—. Y luego él
vino por mí y yo...

—¿Qué? —urgió Elizabeth con delicadeza.

—Comencé a llorar. No sé por qué, excepto que mis amigos estaban muertos junto
a mí. Yo también estaba muriendo. No dolía. Sólo la idea de que otro de ellos
hiciera... oh, mierda.

John se retorció para alejarse de ella. Desesperadamente, Elizabeth intentó pensar


en algo que decir, cualquier cosa que pudiera ayudar. Pero él comenzó a hablar de
nuevo, una vez más conciso y apegado a los hechos.
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—El tipo grandote, este súper vampiro, parecía ser algún tipo de jefe. Aterrador
bastardo. Los estaba regañando; parecía estar regañando a todos, gente que yo ni
siquiera podía ver.

¿Saloman?

—Cuando se arrodilló y se inclinó sobre mi garganta, no pude moverme. Estaba


tan avergonzado que quise morir, porque estaba llorando, ¿sabes? Pero no me
mordió. Me lamió la herida en el cuello, y luego sólo me miró. Tenía estos enormes
ojos negros, como si fueran todo pupilas. Me dijo que había terminado, que mi
gente estaba viniendo por mí. Luego miró sobre mi cabeza. Podía oír los camiones
y helicópteros. Dijo que lamentaba no poder esperar y hacer que todo
desapareciera. Y luego se puso de pie y desapareció.

Él volvió su cabeza una vez más y enfrentó a Elizabeth con desafío.

—Y las siguientes personas que vi fueron el gran Tam McGowan y Charlie


Harrison. Me llenaron de medicinas, que al menos detuvieron el delirio. Por un
rato.

Se cruzó de tobillos y la miró con agresión innecesaria.

—¿Bien?

Elizabeth pasó la lengua por sus labios secos. Deseaba desesperadamente no hacer
las cosas peores para este joven herido. La honestidad era lo que ella hubiera
querido.

—No creo que estuvieras delirando —dijo ella—. No creo que estés hablando
estupideces en lo absoluto.

—Sí, pero tú eres la loca aquí, ¿recuerdas?

Ella sonrió.

—Lo recuerdo. Mira, John, no puedo explicar todo lo que te sucedió, pero puedo
decirte algunas cosas que podrían hacer que sea más fácil de entender. No importa
lo que la otra gente diga, o lo que nos decimos a nosotros mismos; ambos sabemos
que los vampiros existen. Existen alrededor del mundo, en cada país, en mayor o
menor grado. Recientemente, un vampiro Antiguo y muy poderoso...
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probablemente este 'supervampiro' que viste... se ha hecho a sí mismo amo y señor


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y ha extraído sumisión de la mayoría de los vampiros en el mundo. Pero hace tres
meses, los vampiros afganos se rebelaron, usando la guerra allí para tapar su
propia violencia. Se volvieron locos, amenazando a todos; civiles locales, soldados
Talibanes, tropas extranjeras, trabajadores de ayuda. La revuelta está más o menos
reprimida ahora, pero parece que tus camaradas y tú fueron atrapados en la
masacre.

Él me miró con curiosidad, pero más allá de eso su expresión era ilegible.

—Supongo que tú la reprimiste. —Eso era definitivamente una burla, pero


Elizabeth eligió tomar las palabras por su valor nominal.

—Oh, no —dijo ella tristemente—. Creo que los cazadores locales eliminaron a
algunos, pero por su cuenta, no les iba bien. Terriblemente. Fue mayormente S... el
señor vampiro y sus seguidores quienes eliminaron la revuelta y calmaron la
violencia. Todavía hay rumores de descontento, por supuesto, pero me han dicho
que están bajo control.

¿Entonces por qué no está en casa? ¿Conmigo? ¿Qué sucedió esta mañana?

Alejando de un golpe las preocupaciones personales, ella dijo incómodamente:

—Entiendo tus problemas para creer. —Y la culpa de sobrevivir y la vergüenza,


porque no todo era malo, especialmente con Saloman. Ella sólo estaba segura de
que John Ramsay sentía todo eso y más, pero sabía que no debía ponerlo en
palabras. Era un joven muy orgulloso y ya había dicho más de lo que lo haría feliz
cuando estuviera completamente recuperado.

—Yo también soy bastante nueva en estas cosas —confesó—. Obviamente no tengo
experiencia en la guerra, pero sí sé que es más fácil lidiar con la cosa de los
vampiros a medida que pasa el tiempo. El primer encuentro... y espero que sea tu
último... siempre es el peor. No necesitas admitirlo con nadie excepto tú mismo si
no quieres, pero no estás loco.

John se sentó y sacó sus piernas por el borde de la cama para enfrentarla.

—Primer encuentro —repitió—. Suena como una película o algo. —Él se tocó el
lado del cuello y dejó que sus dedos se quedaran allí—. ¿Así que tú también has
hecho todo esto?
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—Oh, hice algo mucho pe... —se interrumpió—. Hice algo que estaba considerado
como algo mucho peor. Fui mordida, sí, pero también desperté a un vampiro
Antiguo que se suponía estaba muerto para siempre. —Ella esbozó una pequeña,
modesta sonrisa—. Víctima y perpetradora, ésa soy yo. Considérate afortunado.

Sus labios se crisparon en respuesta, pero sus ojos hambrientos no dejaron los de
ella. Era como si el hecho de que ella creyera en él hubiera abierto algún tipo de
compuerta.

—¿Y lo fue?

—¿Qué cosa? —preguntó ella.

—Peor.

Abrió los labios para responder y los cerró de nuevo. ¿Lo fue? Despertar a Saloman
había sido un accidente nacido de la combinación de su propia investigación y la
información específica del vampiro Dmitriu, sumada a la cuidadosamente
plantada espina de rosa de Dmitriu, la cual había causado que ella sangrara sobre
la hermosa tumba de Saloman. Su ascendencia era la llave; la sangre de Tsigana,
una de las originales asesinas de Saloman, fluía en sus venas. Era una de las pocas
personas en el mundo que podía haberlo despertado, pero lo había hecho sin
querer, sin siquiera creer en los vampiros. Y de regreso recibió un montón de
problemas, además de la fuerza de un Despertador, la cual la hacía potencialmente
más poderosa que cualquier otro cazador de vampiros e incluso más fuerte que un
par de los no-muertos. Había soltado a Saloman en el mundo y había encontrado
un amor que nunca había imaginado.

Su vida había sido enriquecida, no empeorada, por lo que había hecho. Y en lo que
respecta al mundo... pero ella tenía que hablar o podría arruinar todo lo que había
estado intentando arreglar para John Ramsay. Su cabeza comenzó a doler y se la
frotó distraídamente mientras dejaba que una sonrisa pesarosa se formara en sus
labios.

—No lo sé —admitió—. Aún no lo he decidido.

John dijo:

—Cuando esté mejor, ¿quieres salir a tomar algo?


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Elizabeth pestañeó y debe haber lucido sorprendida, porque él dijo rápidamente:


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—Sólo como amigos. No soy tonto. Sé que tienes un esposo y doce niños. Pero me
alegra que vinieras a verme.

Elizabeth sonrió.

—También yo. Y me encantaría ir a tomar algo como amigos, aun cuando no tengo
niños. ¿Cuándo te dejarán ir a casa?

—Pronto —dijo con renovada confianza, y Elizabeth pensó que eso probablemente
era verdad.

Revolvió su bolso buscando una lapicera y un pedazo de papel.

—Vivo en St. Andrews —dijo—, pero viajo mucho. Te daré mi número y mi


dirección de e-mail. Si me pasas los tuyos, entonces nos podemos mantener en
contacto. Si quieres.

—Quiero.

Dejando su cuarto, ella se sintió boyantemente esperanzada por él. Aunque no


estaba completamente segura de lo que los cazadores esperaban que hiciera,
sospechaba que si su historia era real, la querrían suprimir. Era uno de los
principios básicos de los cazadores: mantener la existencia de los vampiros en
secreto para prevenir el pánico y caos humano, y una guerra de vampiros que los
humanos no podrían ganar jamás. Si un encuentro no podía ser mantenido en
secreto por la víctima, entonces la víctima debía jurar secreto y ocasionalmente era
incluso reclutada dentro de la red de los cazadores. John Ramsay no estaba en
condiciones de ser reclutado, pero todo en Elizabeth se había rebelado contra
negarle la posibilidad de la historia. Él necesitaba creer en eso y en su propia salud
mental para poder avanzar y recuperarse.

Lo cual, pensó con cansancio, mientras caminaba a rastras por el largo corredor de
guardia, él haría ahora. Una ola de nausea la golpeó y tuvo que hacer una pausa
con su mano en el muro, esperando por que el momento pasara.

Debería haber comido algo hoy, pero había estado demasiado ocupada
apresurándose para encontrarse con Joanne, y luego viajando a Glasgow. Miró al
muro con fuerza, como si eso fuera a espantar el mareo, pero sabía por previos
episodios que se iría a su propio tiempo. En su corazón, sabía que comer no tenía
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nada que ver con eso. Reprimiendo la familiar oleada de pánico, ordenándose no
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desmayarse, intentó concentrarse en sus alrededores más que en el raro dolor no
específico que parecía aferrarse a su cuerpo entero, o el cansancio que la hacía
querer dejarse caer en el piso.

Estaba fuera de la sala de estar de los pacientes. Unas pocas personas en batas y
otros pocos completamente vestidos se sentaban leyendo diarios y mirando
televisión. La pantalla estaba llena de una borrosa, temblorosa montaña, mientras
el reportero anunciaba un enorme terremoto en la región montañosa de Perú.

Eso es sufrir, Elizabeth se dijo a sí misma severamente. Sentirse cansada y enferma


porque olvidaste tomar el desayuno es simplemente patético. Serénate, Silk.

El dolor comenzó a disiparse, el velo de niebla a levantarse de su mente. Estaba


feliz de oír, mientras se alejaba del muro y caminaba temblorosamente por el
corredor, de que ninguna baja hubiera sido reportada aún. No permanecería así,
por supuesto. En cualquier desastre de proporciones, las cifras tenían una horrible
tendencia a subir y subir hasta que dejaban de significar algo compresible en
términos de tragedia humana.

Estaba lloviendo de nuevo a la tarde, y el vendaval la lanzaba hacia la ventana del


living de Elizabeth con suficiente fuerza para ahogar el sonido de la televisión.
Quizás ésa era la razón por la que perdía el argumento del complejo drama
criminal.

Elizabeth se movió desasosegadamente y se preguntó cómo podría posiblemente


habérsele ocurrido al detective una teoría tan inverosímil. No coincidía con la
evidencia, no por lo que ella podía recordar, de todos modos, y era, además,
condenadamente estúpido.

Su mano rozó el sobre que descansaba en el sofá junto a ella, y lo miró con
molestia. ¿Por qué no se iba? Tenía la dirección de la Universidad de Budapest y
contenía su aceptación del puesto de catedrática. Sólo que no podía obligarse a
enviarlo.

¿A qué demonios le temo? ¿A asustarlo? ¿A arruinar su estilo? ¿A parecer demasiado


necesitada y pegajosa?
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Oh, sí.
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El problema era que ella no lo había visto desde que el trabajo surgió. Había sido
un acercamiento reciente y completamente inesperado de la universidad, seguido
por varios e-mails y llamadas telefónicas antes de que la oferta fuera hecha. Y no
era algo que ella pudiera decirle telepáticamente. Él estaba demasiado en control
de esa forma de comunicación. Podía leer todo de ella a la vez que revelaba tanto
como quería, y ella necesitaba, realmente necesitaba, ver su reacción a la idea de
que ella estuviera en Budapest por un año completo, posiblemente más si el puesto
se extendía. Él se movía mucho, pero si algún lugar era el hogar para él, era
Budapest.

Los créditos del drama criminal comenzaron a pasar, sumándose al sentido de


insatisfacción de Elizabeth. Se paró y vagabundeó hacia la ventana. Nubes espesas
habían oscurecido aún más el cielo nocturno, y la salvaje, blanca espuma en el mar
agitado brillaba como neón. Las olas chocaban contra el muro del puerto, un
recordatorio de la fragilidad del hombre y de todos sus trabajos ante el increíble
poder de la naturaleza.

Su garganta comenzó a doler. Deseaba haber ido con Saloman cuando él dejó
Escocia. Él se lo había pedido y ella se había negado, mayormente porque no se
reduciría a sí misma, ante sus propios ojos o los de él, a la posición de una mera
seguidora. Era su compañera, pero no una acólita ciega, y si iba a hacer algo útil, si
iba a ser todo para él como él lo era para ella, él tenía que reconocerla como...
como... más. Más que una extensión de sí mismo, más que su amante.

—Pero no hay más que eso —murmuró hacia la ventana castigada por la lluvia—.
¿Cómo puedo alcanzarte si nunca estoy contigo? —Había parecido tan simple, esa
decisión que ella había tomado en sus brazos hacía tres meses para ganar su amor
eterno, para hacer algo por el bien del mundo, pero a veces parecía que nada había
cambiado. Eran compañeros, y aun así estaban demasiado separados.

No podía permitirse volverse su esclava, cosa que Mihaela ya la había acusado de


ser. ¿Estaba probando la equivocación de la cazadora? ¿Era ésa la verdadera razón
por que la no viajó con él, por la que dudaba sobre el trabajo en Budapest? ¿Porque
no podría soportar las miradas acusadoras de sus amigos, para quienes era una
traidora?

Tú elegiste ese sendero, Silk. Ve que se cumpla; vive con eso. Él vendrá pronto. O al menos
te contactará pronto, y luego será más fácil.
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Un eco de la punzada de alarma de la mañana volvió a ella y tembló.
¿Seguramente no había razón para preocuparse por la seguridad del hombre más
poderoso de la tierra? Alejándose de la ventana, se lanzó sobre el sofá negro y
cambió de canal a BBC News.

Escándalo de gobierno –bostezo. Y el terremoto en Perú. Instantáneamente,


Elizabeth se sintió culpable por su autocompasión e hizo un decidido esfuerzo por
sacársela de encima. Comparada con el desastre del terremoto, sus problemas eran
tontos.

—Sin embargo —leyó el reportero—. No se han reportado muertes aún. El


epicentro del terremoto estuvo localizado en una región remota y montañosa del
país que está muy escasamente poblada. Las fuentes peruanas dicen que varios
pueblos diseminados han sido destruidos por la misma sacudida y por los
deslizamientos de tierra y avalanchas que siguieron, y es posible que víctimas aún
sean descubiertas debajo de los escombros por los rescatistas que ya están en el
lugar. Pero, como nuestro corresponsal en Perú reporta, puede haber más de un
milagro para los supervivientes de este terremoto.

La pantalla cambió a un paneo de hombres de catástrofes cubiertos de polvo


cavando a través de los escombros que parecían ser todo lo que quedaba del
pueblo. Aunque unas pocas personas pobremente vestidas estaban de pie cerca,
algunos revisando sus casas derrumbadas como si buscaran posesiones de valor,
no había, extrañamente, personajes acongojados lamentándose, no había urgencia
ni desesperación en la búsqueda de esa gente. Estaban casi atemorizantemente
calmas, considerando lo que le había ocurrido a su pueblo, sus familias y sus
vecinos.

¿Cómo era posible que no hubiera muertes?

La cámara se centró en una mujer sonriendo y asistiendo, con un delgado niño en


sus brazos. Presumida, pensó Elizabeth. De hecho luce presumida.

—Unos pocos habitantes del pueblo que hemos conocido aquí nos dicen que no
quedaba nadie aquí cuando ocurrió el terremoto —continuó el reportero—. Y la
razón de eso, dicen, es este hombre.

Una fotografía apareció en la pantalla, haciendo que el corazón de Elizabeth saltara


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a su garganta. Después de lo cual pareció dejar de latir completamente. La


fotografía era de un hombre joven, extremadamente apuesto con largo, espeso
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cabello negro y bellos ojos oscuros. Una ligera, sardónica sonrisa jugaba en sus
labios llenos y sensuales. Lucía como si supiera todo y no se preocupara por nada.

—Saloman —susurró—. Oh, Dios...

¿No había muertes en el pueblo porque él los había matado antes? ¿Realmente los
consideraría tan poco? Su extraño, impredecible amante... Jesús, ¿podía realmente
amarlo después de esto? Respirando con dificultad, se cubrió la boca con la mano.

—El excéntrico millonario húngaro Adam Simon —dijo el reportero—. Apareció


en estos remotos pueblos de montañas hace una semana y de alguna manera los
persuadió de irse antes de que tuviera lugar el terremoto. Uno de los jóvenes del
pueblo lo filmó, usando su teléfono celular.

Saloman desapareció de la pantalla, y, como si tuviera permiso, Elizabeth comenzó


a respirar una vez más. Ahora una imagen temblorosa y borrosa llenaba el
televisor, mostrando una harapienta línea de gente, muchas de ellas en ropas
tradicionales peruanas, todos llevando pequeños bolsos, bajando un sendero de
montaña. Y allí, levando a una anciana en su espalda y varios atados sobre su
brazo, estaba Saloman.

Estúpidamente, le llevó varios segundos comprenderlo.

—No los mataste —susurró. Quería cantar; quería lanzar sus brazos alrededor del
televisor y abrazarlo. Lágrimas forzaron su camino por su garganta, se derramaron
de las esquinas de sus ojos, y gotearon sobre sus labios sonrientes—. No los
mataste; los salvaste. Los salvaste a todos. Mi Dios...

Mi gente tiene una afinidad con la tierra, la cual les dio sentidos más allá de los de los
humanos... El mundo podría usar eso.

Él había dicho esas palabras en Nueva York durante la persecución de Dante, y


sólo ahora ella entendía al menos algo de lo que significaban. Una afinidad con la
tierra. Él había predicho este terremoto y de alguna manera persuadió a la gente
para que le creyera y dejara sus casas.

Las palabras de los reporteros irrumpieron dentro de su caótico entendimiento.

—Un vocero del Sr. Simon, cuya localización es desconocida, dijo que su jefe ha
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abierto un fondo de caridad para ayudar a reconstruir los hogares de esta gente.
Aparentemente también ha donado una gran suma a la investigación sísmica.
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Esto era enorme. Más grande que cualquier otra cosa que hubiera sucedido antes.
Saloman era cruel, no tenía piedad en su exterminación de aquellos que percibía
era necesario exterminar por una razón u otra. Las razones no siempre eran claras
para Elizabeth, pero ya debería saber que él se preocuparía por los inocentes, no
los exterminaría.

¡Y ella tontamente había imaginado que podía ayudar al mundo al limitarlo en


alguna manera! Mi Dios, ¿qué había hecho ella, qué podía hacer alguna vez, que
pudiera siquiera acercársele? Y él lo había logrado de forma tan despreocupada,
haciéndolo encajar entre su expedición de castigo a Afganistán y un ejercicio de
propaganda con el vampiro Travis en los Estados Unidos. Por no decir nada de sus
intereses de negocios y sus amistades con poderosos políticos alrededor del
mundo.

Pero la repentina humildad de ella era de poca importancia para su vergüenza.


Orgullo por él, felicidad ante el desenlace de su trabajo, abrumada por el resto. Lo
que importaba era que ella ahora podía ayudarlo, que lo apoyaba
incondicionalmente y necesitaba decírselo.

Perú. Él todavía debe estar en Perú, pasando desapercibido. ¿Necesitaba una visa
para ir allí?

¡Saloman! Llamó con urgencia.

No hubo respuesta. No importaba. Compraría su pasaje y luego lo llamaría. Sus


razones para no ponerse en contacto con él antes ahora parecían tan triviales que
daban risa. Tomando su laptop, Elizabeth se puso a buscar el pasaje más barato,
usando una mano para el mouse y el teclado y la otra para sacar su gastada tarjeta
de crédito de su bolso.

Cuando el teléfono sonó, su corazón voló. Tomó el tubo, golpeando el botón de


recepción, y, jadeando, dijo:

—¡Hola! —Se preparó para oír su voz, para todas las cosas deliciosas y que la
derretirían que el sonido de ella haría a su cuerpo y su mente.

Hubo una breve pausa; luego una voz muy diferente dijo dubitativamente:

—¿Elizabeth?
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Ni siquiera había mirado el número. Debatiéndose con la indigna decepción que su
amiga Mihaela ciertamente no merecía de ella, dijo:

—Por supuesto que sí. ¿Quién más respondería mi teléfono?

—Lo lamento. Sonaste diferente. ¿Estás corriendo a tomar el tren o algo?

Elizabeth aplastó la risa que pugnaba por salir.

—Un avión, de hecho. No, estoy en casa. ¿Qué sucede? ¿Nada malo, espero?

Durante los últimos tres meses, desde que Mihaela se había enterado de su relación
con Saloman, la comunicación había sido menos frecuente que antes. Elizabeth
siempre había tenido la sensación de que Mihaela estaba chequeando que
Elizabeth todavía estuviera viva, mientras que Elizabeth misma encontraba difícil
la conversación ahora que sabía que se enfrentaba a la constante y tácita
desaprobación de la cazadora. La entristecía, como siempre había sabido que sería,
pero todavía tenía esperanzas de que Mihaela pudiera entender.

—De hecho —decía Mihaela—, es malo. Muy malo. Ha habido asesinatos en masa
en Turquía esta noche... un vampiro en un ataque, completamente fuera de control.

—Oh, Dios. ¿Estás allí? ¿Los cazadores están en Turquía?

—Sí, pero están un poco complicados, porque la revuelta de los vampiros parece
haberse extendido en Turquía ahora que Afganistán está tranquilo de nuevo.
Pidieron nuestra ayuda, como yo te estoy pidiendo la tuya ahora. Verás, pensamos
que el vampiro que atacó es un Antiguo.

Elizabeth cerró la boca y tragó.

—No puede ser. Estoy segura de que Saloman está en Perú.

—No Saloman. Luk.

—¿Luk? —Elizabeth miró el teléfono como si no funcionara correctamente, luego lo


apretó de nuevo contra su oído—. ¿El primo de Saloman? ¿Cómo podría ser Luk?

—Él fue sepultado en las colinas turcas. La exacta ubicación no era conocida por
ningún cazador... nunca fue lo suficientemente bien descripta en las fuentes... pero
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posiblemente podría haber sido rastreada vía folklore local. Como tú lo hiciste con
Saloman.

—¿Quieres decir que ha sido despertado? Mi Dios, ¿quién lo haría...? Oh, mierda.

—Oh sí, “oh mierda” —dijo Mihaela pesadamente.

—No Dante —rogó Elizabeth.

—Deberíamos haber dejado que Saloman lo matara.

—Yo debería haber dejado que Saloman lo matara.

—Todos estábamos de tu lado —dijo Mihaela impacientemente—. Sólo no tuvimos


el coraje de hacerlo. No tiene sentido echar culpas ahora.

—¿Pero cómo pudo Dante o alguien más despertar a Luk? Tendría que ser
Saloman, ¿verdad? La sangre de su asesino.

—Sí —dijo Mihaela en una voz extraña y distante—. Así sería. Mira, Elizabeth, tú
despertaste al último Antiguo así que tú sabes más sobre las primeras etapas de su
reanimación. Tu ayuda nos sería útil.

¿Y la de Saloman?

Las palabras pendieron tácitas entre ellas. Ninguna las diría. Pero si Luk estaba
despierto realmente, Saloman ya lo sabría... ¿o no? ¿Podía él “sentir” el despertar
en la enorme distancia que separaba Perú y Turquía?

—¿Puedes venir? —preguntó Mihaela.

Los ojos de Elizabeth se alejaron de la pantalla de la computadora. Lentamente, se


estiró y dejó que el mouse se posara sobre el botón de “comprar pasaje”, como una
caricia. Pronto. Cambió al botón de “cancelar” e hizo clic.

—Por supuesto. Reservaré un pasaje en el vuelo que pueda y te devolveré el


llamado.

Dante dijo:
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—Luk.

El vampiro alzó la mirada de sus ataduras, las cuales había estado estudiando con
interés desapasionado. Cuando Dante finalmente se las había arreglado para
persuadirlo de dejar el pueblo aterrorizado, Luk había caminado pacientemente a
su lado hasta el auto escondido y se sentó silenciosamente a través de lo que
quedaba de la noche hasta que alcanzaron esta cabaña arruinada. Aquí, también se
había sometido a ser vuelto a atar, como si él monstruo voraz que había esparcido
horror y carnicería en un pueblo entero fuera otro ser diferente.

Dante dijo gentilmente:

—Ése es tu nombre, ¿verdad?

—Luk —repitió el vampiro.

—Luk, el vampiro Antiguo.

—Quería sangre —dijo el vampiro vagamente.

—Bueno, la obtuviste —dijo Dante torvamente—. Y ahora tendremos una plaga de


pueblerinos enojados, policía y probablemente cazadores de vampiros sobre
nosotros antes de que podamos hacer lo que tenemos que hacer. Sólo debías
morder a un sólo hombre.

—Tenía hambre.

—¿Por qué no volviste cuando te llamé?

—Tenía hambre.

Dante suspiró con frustración y se puso en cuclillas para enfrentar a su compañero


a una distancia segura. Según Elizabeth Silk, Saloman había estado físicamente
débil al despertar, pero había hablado con perfecta lucidez. Lo que era aún más,
había poseído suficiente control para controlar su alimentación hasta que estuvo lo
suficientemente fuerte para manejarlo. Luk, si realmente era Luk, había secado a
Mehmet y luego se había derrumbado contra el muro como un borracho
desmayándose. Dante le había traído otra víctima desprevenida más tarde, pero
entonces lo que se suponía era la primera expedición de cacería de Luk se había
ido desastrosamente mal.
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El vampiro había parecido estar intoxicado con sangre o el deseo de ella, sin el
concepto de discreción o moderación. De hecho, se comportaba más como Dante
imaginaba que un novato lo haría más que como un Antiguo que recién
despertaba. El senador sólo estaba agradecido de que Luk no se hubiera vuelto
contra él. Aún. Por supuesto, tratar al vampiro como una mascota que tenía que ser
amarrada y dominada había ayudado a enseñarle a Luk algún sentido de la
superioridad de Dante y, con suerte, de que no debía ser tocado. Pero Dante era un
hombre preocupado.

—¿Cómo moriste, Luk? —preguntó Dante.

Luk lo miró sin comprensión obvia. Aunque era un hombre apuesto, y de colores
oscuros, no había otro parecido con Saloman que Dante pudiera descubrir. Un
poco mayor en apariencia, su rostro era más ancho, más cuadrado en el mentón, el
cual estaba parcialmente cubierto por un dejo de una barba candado oscura. Su
cabello greñudo tenía vetas de gris en las sienes, y sus ojos eran más avellana que
negros.

—¿Quién te mató? —persistió Dante. Hasta ahora, se había contenido de hacerle


las preguntas que podrían molestar a su impredecible aliado potencial, pero el
hecho se había vuelto más urgente.

El vampiro frunció el ceño, sacudiendo su cabeza como un perro en la lluvia.

—¿Fue una estaca en tu corazón? —instigó Dante. Tanto como él sabía era la única
forma posible de matar a un vampiro, y aun así no había habido una estaca en Luk
cuando lo encontraron.

El ceño de Luk se hizo más profundo. Después de momento, tomó su camisa en


ambos manos y tiró. Dante y él miraron a la ranura en su pecho. Un fluido
vagamente rojo que no era completamente sangre salía de él.

—¿Es por eso que necesitas tanta sangre? —preguntó Dante—. ¿Porque sale de ti?

Luk rió, un sonido salvaje y escalofriante que tensó los nervios de Dante. Dante se
levantó y tomó el set de primeros auxilios de su atado, pero cuando intentó vendar
la herida de Luk, el vampiro tiró en sus ataduras, lanzando violentamente a Dante
y las vendas con velocidad desconcertante de movimiento que sin embargo llenó a
Dante de una esperanza muy necesitada, porque fuera lo que fuera, Luk era muy
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fuerte.
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—De acuerdo, sin vendas —concedió.

Luk comenzó a canturrear una canción vaga y apesadumbrada, la cual interrumpió


de repente para dejar salir otra de sus salvajes risas.

No por primera vez, se cruzó por la mente de Dante que Luk estaba
verdaderamente loco. Aunque las fuentes habían afirmado que ése no era el caso,
habían dicho lo mismo sobre Saloman, quien ciertamente no lo estaba. Al menos,
no una vez que fue despertado. De alguna forma, Dante había asumido que Luk
seguiría el mismo patrón. Pero Luk ni siquiera parecía saber quién era.
Mayormente, parecía asustado y miserable. Raramente decía algo que no fuera
simplemente una repetición de las palabras de Dante. Excepto, “tengo hambre” .
Lo decía mucho.

Dante pensó con fuerza. Quizás cuando Saloman lo había matado, por alguna
razón realmente había sido el momento de Luk para morir. En cuyo caso era
posible que Luk fuera de muy poca utilidad.

Experimentando, pronunció el nombre del asesino de Luk.

—Saloman.

La cabeza del vampiro se enderezó de repente. Otro de esos aullidos raros y fuera
de lo normal escapó de sus labios, volviendo hielo la sangre de Dante en sus venas.
Había furia allí, y dolor. Pero lo que interesó a Dante fue el reconocimiento. Sólo el
nombre de Saloman había producido esta reacción desde que el vampiro había
despertado. Debía ser Luk...

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó Dante—. ¿Quién eres? ¿Qué eres?

El aullido se detuvo. El vampiro inclinó la cabeza.

—Soy Luk. Soy el Guardián.

—¿Guardián de qué? —preguntó Dante.

—Soy el Guardián. Soy Luk.

—De acuerdo. Luk... —El tiempo podía estar acabándose. Lo único que él sabía
definitivamente era que éste era verdaderamente Luk—. Luk, ¿alguna vez has
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convertido a un vampiro?
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—Por supuesto. —Aunque las palabras sonaron seguras, la expresión dubitativa
que las acompañó no fue alentadora.

—¿Recuerdas cómo? ¿Me convertirías?

Luk rió de nuevo, esta vez con más obvio entretenimiento, lo cual picó a Dante a
una ira poco característica.

—¿Qué es tan divertido? Puedo cuidarte. Podemos ser amigos, alimentarnos


juntos, gobernar juntos.

Algo cambió en el rostro de Luk ante eso. Su cabeza se detuvo en la mitad del
movimiento de sacudirse, y levantó una mano a su barba, acariciándola como si se
recordara cómo se sentía. Dante se descubrió preguntándose si crecía, si los
vampiros tenían que afeitarse, antes de detenerse y concentrarse en cosas más
importantes.

—Amigos —dijo Luk con tristeza.

Dante sonrió alentadoramente.

—Eso es, Luk. Necesito ser fuerte como tú. —Consciente del riesgo, aun así seguro
de que tenía que tomarlo y tomarlo rápidamente, antes de que el mundo en
general y los cazadores en particular descendieran sobre ellos, Dante se acercó y
volvió su cabeza hacia un lado.

La mirada de Luk se fijó en la región de su yugular.

—Por favor —susurró Dante—. ¿Me convertirás?

Tenía la intención de tentar al vampiro, explicar su necesidad con este trozo de


impacto visual. Por alguna razón, pensó que habría una discusión, un tiempo de
preparación, quizás inclusive más persuasión. Cuando Luk cayó en su cuello, gritó
con alarma, pero Luk no se detuvo. Hubo un dolor penetrante, agonizante cuando
el vampiro rompió su carne. Instintivamente, aunque lo había querido por tanto
tiempo, Dante se estiró en puro pánico para alejarlo de un empujón, pero aun con
sus brazos atados e inútiles, el vampiro simplemente se colgó con sus dientes. Su
fuerza era avasallante, completamente terrorífico.

Oh, mierda. Ahora realmente voy a morir. Él va a matarme sin convertirme.


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Quizás debería haberse mantenido en la política, mezclado con un poco de
negocios. Fue sólo cuando comenzó una seria investigación dentro de lo oculto, en
la inmortalidad, que todo había comenzado a ir mal para él...

El vampiro bebió su sangre en tragos enormes y fuertes. La consciencia de Dante,


su misma vida, menguaba más rápido de lo que jamás había creído posible. Ya no
podía sentir dolor. Pero tampoco experimentaba el placer que algunas víctimas
habían confesado sentir. Sólo sintió ira porque iba a morir después de todo, y se
iba a quedar muerto. Un mareo lo consumió. Iba a dormir, morir, maldición.
Maldito sea todo el mundo de mierda. Todo lo que quería un tiempo más largo, un
poco más...

—Bebe. —La voz pareció venir de muy lejos, sin embargo resonó profundamente
dentro de él que imaginó que era el mismo Dios. Su visión estaba borrosa, casi
nebulosa. Apenas podía definir la forma del vampiro, quien claramente había
escapado de sus ataduras, porque empujó el rostro de Dante contra la carne fría,
huesuda, resbaladiza.

Dante probó la sal de la sangre fría en sus labios y con asombrada exaltación lamió
la herida, luego succionó sin voluntad consciente. Los dientes del vampiro se
hundieron una vez más en su cuello mientras Dante bebía de la muñeca de Luk. El
corazón golpeaba en sus oídos como si fuera a estallar, pero no podía dejar de
succionar. En su lugar la compulsión lo avasalló, casi como su difunta esposa una
vez había descripto el “empuje” durante las etapas finales del parto, forzándolo a
tirar más fuerte. No podía localizar el dolor; estaba por todo su cuerpo, agudo,
insoportable. Y sin embargo lo soportó, no pudo obligarse a dejar de beber la
espesa, fría sangre que estaba ahogando el dolor con un raro, triunfante placer
físico.

Hubo dos latidos de corazón ahora, fuera de tiempo y sin ritmo, haciéndose más y
más fuerte en su cabeza, vibrando a través de su cuerpo como un martinete, y
luego haciéndose más y más lento hasta que los latidos se equipararon
perfectamente, y ambos fueron el mismo.
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Capítulo 3
Traducido por Vanehz

Corregido por Samylinda

E
ra sólo otro bar de Nueva York: ruidoso, abarrotado con personas de todas
las clases sociales; empleados gritando sus órdenes sobre el estruendo de la
música; parejas tomadas de la mano en las casetas; grupos de cada vez más
ruidosos amigos resolviendo los problemas del mundo alrededor de una mesa
llena de cervezas; un pequeño cuadrado atestado de bailarines en el fondo,
iluminados por reflectores erráticos e intermitentes; un vampiro en la esquina,
disfrutando de una comida tranquila.

Cyn saltó hacia adelante. La luz parpadeaba, pero podía aún ver al vampiro
pelirrojo inclinarse sobre la garganta de un hombre joven elegantemente vestido
que mantenía su saco casualmente sobre el hombro.

—¡Atrápalo, Rudy! —dijo Cyn al micrófono oculto bajo su solapa—. Está justo en
el fondo, y ya tiene una víctima.

No solía hacer esto en público. Normalmente, ella y Rudy seguían a los vampiros a
sus guaridas o los despachaban en callejones desiertos y oscuros. Pero no haría
ninguna diferencia. El vampiro se convertiría en polvo y nadie podría ser sabio.
Sólo esperaba que la víctima aún estuviera lo suficientemente viva para llevarla a
un hospital.

Como siempre, la sangre de Cyn se heló mientras se acercaba al vampiro. Cada


una de sus sentidos le gritaba. Ignoró el sentimiento como siempre hacía,
simplemente extrajo la estaca de su bolsillo y sin pausa la hundió fuertemente
hacia la espalda del vampiro. Su objetivo fue bueno; la madera perforaría su
corazón.

No lo hizo. En el último instante, el vampiro se movió, girando más rápido de lo


que Cyn pudo ver, y arrebató la estaca de su mano. Por un instante, sus ardientes
ojos color ámbar como los de un lobo la miraron antes de que ella pateara sus
piernas debajo de él, agarró a la víctima de la mano y corrió hacia la puerta.
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La gente asustada saltó hacia atrás fuera de su camino, desesperada por evitar cual
sea el problema que se estaba desarrollando. Mientras Cyn zigzagueaba entre las
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mesas, podía sentir los vigilantes ojos del vampiro en la parte trasera de su cuello
como pinchazos de fuego. Peor, podría haber jurado que le oyó reír.

Rudy, que había estado asustado por su largo silencio, ya estaba en la puerta,
estirándose para tomar el peso de la víctima por ella.

—Aún está aquí. —Cyn jadeó mientras la puerta se cerraba de golpe detrás de
ellos—. No pude agarrarlo. Debe estar siguiéndonos.

Rudy gruñó, dirigiéndose a la siguiente calle—el bar ocupaba toda la esquina—


donde el camión de reparto estaba aparcado.

—Tú lleva a este chico al hospital y yo iré a encontrar al vampiro.

—Es rápido, Rudy —advirtió Cyn—. No puedes hacerlo solo. Y no vamos a…

—¿Qué demonios está pasando aquí? —interrumpió la víctima, enderezándose en


el agarre de Rudy y haciendo un vago movimiento para sacudírselo—. ¿Quién
eres? ¿Y quién en nombre de Dios era eso?

Rudy lo apoyó contra la ventana del bar mientras él los miraba de uno al otro.
Había parecido aturdido mientras le arrastraba a través del bar, pero no
excesivamente débil.

—¿Recuerdas qué fue lo que te pasó allí? —preguntó Cyn cautelosamente.

El hombre tocó su cuello. Pareció involuntario. Por las luces de la calle, cuando sus
dedos se alejaron otra vez, pudo ver sólo débiles marcas rojas, como una lesión
menor que ya había sanado.

—Recuerdo lo que casi pasó. —Los ojos del hombre se fijaron en los de ella—.
Crees que es un vampiro —dijo incrédulamente.

—Te mordió —señaló Cyn—. Sólo estás vivo porque interrumpí su comida.

—No es verdad —dijo una voz divertida cerca.

La cabeza de Cyn giró bruscamente alrededor. El vampiro de cabello rojo


descansaba un hombro despreocupadamente contra la ventana del bar, tan cerca
de la esquina que los transeúntes realmente rozaban su espalda. Cyn buscó una
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estaca fresca en su bolsillo. Rudy ya tenía una en cada mano.


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El vampiro deslizó su hombro fuera de la ventana y tomó dos pasos más cerca.

—No tenía intención de matarlo. Si lo notaste, incluso me tomé la molestia de curar


su herida antes de desarmarte.

Cyn intercambió miradas desconcertadas con Rudy, y ésta vez el vampiro


definitivamente rió.

—No tienes idea de lo que está haciendo, ¿verdad? Ni siquiera son cazadores. No
tienen idea de lo que está pasando. Permíteme darte un consejo antes de dejarte:
Averigüen quiénes son sus enemigos antes de que empiecen a matar.

—Oh, no tenemos problemas ahí —dijo Rudy sombríamente, avanzando sobre el


vampiro, pero Cyn atrapó su brazo.

—Espera —dijo urgentemente—. Hay más de ellos, montones, viniendo en ésta


dirección.

—¿Cómo lo sabes? —demandó Rudy, pero al menos hizo una pausa, porque sabía
que ella sentía cosas que él no podía. Pero Cyn nunca había sentido nada así de
fuerte antes. El escalofrío por la presencia de vampiros se magnificó tan
fuertemente que sus rodillas empezaron a temblar.

—Los siento —susurró—. Demasiados. Tenemos que salir de aquí.

El vampiro dio una sonrisa torcida y giró sobre sus talones. Caminó de vuelta
alrededor de la esquina y desapareció.

Rudy ya estaba abriendo la puerta del camión.

—Te llevaremos al hospital —le dijo Cyn a la víctima, quien lucía más
desconcertado que asustado.

—Estoy bien —dijo vagamente—. ¿Vampiros? Esto es de locos. Voy a seguir a ese
chico y ver dónde va.

—Es lo que estamos haciendo—dijo Rudy, arrancando el motor—. Esos muchos


vampiros reuniéndose es peor que peligroso. Sube con nosotros si quieres vivir.

El hombre escaló abordo con prontitud y Cyn se aplastó a su lado, cerrando la


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puerta mientras el camión arrancaba.


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—Derecha —ordenó Cyn.

—Pete Carlile—dijo el hombre, ofreciendo su mano a Cyn.

—Cynthia Venolia. Puedes llamarme Cyn. Y éste es Rudy Meyer.

—¿Y esto es lo que hacen? ¿Matar vampiros? ¿Cómo Blade?

—Siempre preferí Buffy. Blade es un vampiro, ¿no?

—No es real —dijo Pete Carlile cuidadosamente, y por sobre su cuerpo, Cyn
intercambió sonrisas con Rudy.

—Está bien —le aseguró Cyn—. Lo tenemos. Mierda, Rudy, mira.

Rudy redujo la velocidad del camión mientras un puñado de hombres salía del
callejón junto a ellos. Estaban luchando en un silencio fantasmagórico, con
movimientos que iban más allá de la rapidez de las peleas humanas. Pero entre
ellos, Cyn pudo distinguir el cabello rojo brillante del vampiro que habían estado
cazando toda la noche, el que había mordido a Pete. Peor aún, parecía ser una
pelea desigual, con su vampiro entre la mayoría.

—Mierda—exclamó Rudy—. Tenemos que ayudar.

Cyn se abalanzó sobre Pete y atrapó la mano de Rudy sobre la puerta.

—Todos son vampiros —dijo ella.

Rudy se detuvo y miró hacia ella.

—¿Todos ellos?

—Todos ellos.

Rudy frunció el ceño.

—¿Por qué infiernos están peleando? ¿Trozos de humano?

—Esto pasó antes —señaló Cyn—. Tres meses atrás. La llamada lucha entre
pandillas en toda la ciudad, ¿recuerdas?
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Un vampiro en la refriega estalló en polvo.


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—Jesús Cristo —susurró Pete.

El vampiro de cabello rojo se enderezó y miró directamente el camión detenido.


Dijo algo y otro vampiro se giró para seguir su mirada: un ser alto, y rubio que
estaba con un sombrero de fieltro presionado en la parte trasera de su cabeza.
Salvajes ojos azules que parecían cortar a través del vidrio y quemarla.

—¡Conduce! —fue capaz de soltar, pero Rudy ya había lanzado el camión en


marcha y traquetearon por la carretera.

Mientras la opresiva presencia del vampiro empezaba a decaer, Cyn soltó el aliento
que no se había dado cuenta estuviera conteniendo.

—Mierda, esto es raro —observó Pete.

—Y tú me lo dices —agregó Rudy.

Ni siquiera son cazadores…

—¿Y si Elizabeth tenía razón? —dijo Cyn repentinamente.

—¿Elizabeth?

—Elizabeth Silk. Señora Sherlock. La joven británica.

—¿Acerca de qué?

—De todo. La guerra vampiro causada por ese Antiguo, tu antepasado, que se
supone fue estacado. Los “oficiales” cazadores de vampiros. Las diferentes fuerzas
y personalidades de los vampiros. El rubio, con nuestro objetivo; era fuerte, más
fuerte que cualquiera que hubiera sentido.

La mano de Cyn se sacudía ligeramente mientras la arrastraba por sus rizos


apretados, y sentía la ansiosa mirada de Rudy.

—Ese bastardo pelirrojo estaba en lo cierto también —agregó, con una sacudida de
su cabeza hacia atrás—. Empezamos esto por hacer algo bueno, para prevenir que
lo que te pasó, le suceda a alguien más. Pero realmente no sabemos lo que está
pasando. No sabemos por qué nuestro objetivo dejó vivo a Pete. No sabemos de
qué lado está, o cómo afectará el resultado de esta guerra a la humanidad. Quizás
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deberíamos averiguarlo antes de ir más lejos.


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Finalmente, se giró y miró más allá de Pete al perfil de Rudy.

—De otra forma, estaríamos tropezando a través de la oscuridad. Y quizás hacer


más daño que bien.

La boca de Rudy se apretó en una dura y enojada línea. Le lanzó otra rápida
mirada, entonces miró otra vez a la carretera. Después de un momento de sortear
una repentina inundación de tráfico, desvaneció su ceño.

—¿Qué quieres hacer? —preguntó.

—Ponerse en contacto con las personas que te contactaron el año pasado. Los
“oficiales” cazadores de vampiros. Enviarle un E-mail a Elizabeth; averiguar qué
sabe. Averiguar si hay otros chicos como tú y Pete aquí, que han sobrevivido a
ataques de vampiros. Y una vez que tengamos una imagen más amplia, podemos
trabajar cuál será en nuestro siguiente paso.

Pete asintió.

—Suena sensato.

Cyn miró hacia él.

—¿Quién te preguntó?

Con tiempo para matar en el aeropuerto de Glasgow, Elizabeth solía usar las
facilidades del Internet. Había un montón de nuevas historias acerca del pasado de
Adam Simon, sobre los sismos en general y en particular el último en Perú, junto
con algunas intensas especulaciones, pero nada nuevo parecía haber salido de todo
esto.

Impacientemente, Elizabeth borró la búsqueda y miró otra vez al tablero de


salidas.

Debería volver a buscar los asesinatos de Luk en Turquía, no los rescates de su


primo en Perú. Excepto que no tenía sentido; los cazadores húngaros y turcos ya
sabían más de lo que ella hubiera sacado de Internet.
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En vez de ello, John Ramsay fastidiaba los márgenes de su mente, incluso a través
de los más sobrecogedores eventos en Perú y Turquía. Le envió un e-mail para
decirle que estaría lejos pero aún en contacto. Y entonces trató de encontrar
referencias de su historia en nuevos reportes y blogs. Encontró el anuncio del
ataque suficientemente fácil, aunque, obviamente, no había menciones de
vampiros asesinando a sus camaradas. Tenía que mirar sitios mucho más
esotéricos para descubrir esa clase de rumores.

Pero lo que llamó su atención —y casi le hizo perder su vuelo— era el hecho de
que los rumores estaban allí. Y no sólo la experiencia de John Ramsay. Parecían
crecer más allá de rumores, desde la vez que la primera revuelta vampiro estallara,
de alguna misteriosa “tercera fuerza” en la guerra Afgana que atacaba ambos lados
sin parcialidad. Y entonces vinieron los indicios de la extraña naturaleza de esos
ataques. Elizabeth encontró traducciones de un reporte de civiles afganos, y
rumores que supuestamente venían de fuerzas americanas, de ataques “extraños”,
“profanos” y “rituales”, quedó con la impresión de que en Afganistán, al menos, el
secreto de los vampiros estaba saltando fuera de la bolsa. Y esto sólo podría
extenderse. Los cazadores de vampiros alrededor del mundo podían tener un
trabajo duro en sofocarlo.Sin embargo, harían sin duda el esfuerzo: Consideraban
el ocultamiento tan importante como matar vampiros en su objetivo general de
salvar a los humanos de los no muertos.

Mientras la última llamada para su vuelo penetraba en su mente distraída,


Elizabeth cerró precipitadamente su laptop y la lanzó en su maleta. No dudaba que
los cazadores pudieran tratar con esos rumores; tenían una red mundial de vasta
influencia y fondos casi ilimitados; y además, las personas sanas y educadas,
simplemente no creían en vampiros.

Sin embargo, mientras cogía sus maletas y corría hacia la puerta, la golpeó el hecho
de que tal vez los cazadores debían tener un plan para tratar con ésta expansión
del conocimiento. Seguramente la mayoría de las personas nunca lo creerían, pero
los números que sí lo hacían podían crecer. Y eso era lo que quería Saloman.

—¡Elizabeth!

Emergiendo de las llegadas del Aeropuerto de Dalaman, Elizabeth se desvió en


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dirección a la voz familiar. István ondeó una mano hacia ella. Uno de los tres
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cazadores de vampiros húngaros que se habían convertido en amigo suyos en el
último año, István lucía como siempre, casualmente vestido en pantalones ligeros
y una camiseta, su brillante cabello castaño, caía desordenadamente por su amplia
e inteligente frente. Elizabeth siempre había pensado que era un rostro tranquilo y
sensitivo, como su dueño, quizás un poco demasiado serio, pero solía verlo con
creciente placer cada vez que lo encontraba.

Su corazón dio un vuelco. Viniendo a tomar su maleta, István sonrió


verdaderamente, pero había algo guardado al respecto. Y a pesar de que la besó en
ambas mejillas como siempre, parecía no haber calidez en su abrazo.

Ya no me creen. Necesitan mi ayuda, pero no confían en mí.

A pesar de que se había preparado para esto, había sabido en su corazón que no
podía ser de otra manera ahora, no había esperado que doliera tanto. En ésta
rareza en la que se había convertido su vida el último año, se había vuelto
demasiado dependiente de su amistad.

—Así que sacaste la pajilla más corta —dijo ella ligeramente mientras hacían su
camino a través de la multitud de carritos de equipaje encadenados y un hombre
muy joven regateando con algunos turistas por monedas para separar uno.

—Hey, soy voluntario —protestó.

Mientras abría la puerta del edificio de la terminal, una pared de calor pareció
golpearla.

—Así que, ¿dónde están los otros? —preguntó, apreciando el ininterrumpido azul
del cielo, amando el calor del sol en su rostro vuelto hacia arriba, incluso mientras
deseaba estar vistiendo menos ropa.

István giró su cabeza para indicar la dirección.

—Por allí. En las colinas.

—¿Lo han encontrado?

—¿Luk? No, aún no, recogemos lecturas, pero para el momento en que llegamos
allí, se ha ido, y tenemos que empezar a escanearlo todo otra vez.
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Elizabeth frunció el ceño.


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—¿Creí que no podían recoger lecturas de un Antiguo? —Hasta donde sabía, los
detectores de vampiros tamaño de bolsillo que se habían convertido en equipo
estándar de los cazadores de hoy en día, habían probado ser inútiles contra
Saloman, quien, como el último de los Antiguos de raza de pura sangre, tenía
diferente temperatura y bioquímica que los híbridos modernos.

—Ahora podemos —dijo István, con sólo un indicio de satisfacción, de modo que
sabía que probablemente había tenido algo que ver con el descubrimiento. Se
preguntó qué significaba para Saloman. Muy poco, probablemente, ya que se lo
estaban diciendo.

—¿Así que es definitivamente un Antiguo, y es definitivamente Luk?

—Eso pensamos.

—¿Y Dante?

—Entró al país, bajo su pasaporte Grayson cuatro semanas atrás.

—Mierda. —Elizabeth pasó su mano a través de su cabello, metiendo la mitad floja


del elástico que lo ataba tras su cabeza—. Así que todo ese esfuerzo en Budapest
fue por nada.

István se encogió de hombros.

—Lo pospusimos. Y salvamos a Josh Alexander. El mundo debe estar agradecido


por eso.

Verdad. Después de que lo rescataron de Dante y sus aliados vampiros, Josh se


había recuperado muy rápidamente de nuevo en su vida de estrella de cine.
Psíquicos 2, la cual acababa de terminar de filmar cuando Elizabeth lo encontró la
primera vez, fue aclamada como un éxito rotundo.

Elizabeth respondió el indicio de humor de István con una sonrisa distraída.

—Psíquicos 3 es ahora inevitable. ¿Sabemos si Luk ha matado a Dante?

—No ha dejado un cuerpo detrás —replicó István, desbloqueando un auto


mugriento y poco familiar—. Por otra parte, hay otros lectores de vampiros
alrededor del Antiguo de vez en cuando. Los vampiros locales están claramente
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reuniéndose con Luk. Ya sea que una de esas lecturas sea Dante, está por verse.
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Después de que entraron en el auto y ataron sus cinturones de seguridad, István se
detuvo.

—Ya no creo que Dante sea nuestro mayor problema. Luk lo es. La rebelión contra
Saloman ha estado cociéndose a fuego lento aquí por un tiempo, y Luk es el foco
preciso que esto necesita para explotar en la clase de guerra que realmente no
queremos. Ha estado despierto tres noches, y se ha alimentado un montón. ¿Qué
tan fuerte es en éste momento? —Miró directamente a Elizabeth—. ¿Qué tan fuerte
fue Saloman en aquel tiempo?

—Lo viste. Lo suficientemente fuerte para encarar a Zoltán y sus secuaces en el


incidente de la granja. Lo suficientemente fuerte para matar a los otros vampiros
con una mano.

No trajo la escena de la habitación, cuando István y Konrad habían irrumpido para


descubrirla desnuda en los brazos de Saloman a punto de ser seducida y mordida.
La parte de “seducida” había estado más de la mitad de consumada, e incluso
ahora el recuerdo de eso la hacía enrojecer de calor. Debía haber estado
avergonzada.

—Pero Saloman había bebido la sangre de algunos de sus asesinos —dijo


precipitadamente—. Luk no pudo posiblemente. ¡Lo que me hace pensar que no
puede ser Luk! ¿Cómo infiernos podría Dante haberlo despertado? Debería haber
sido Saloman, ¿no?

István encendió el auto.

—De acuerdo con todas las fuentes que tenemos, Saloman lo mató. Debió haber
tomado a Saloman para revivirlo—. Sacando el auto del estacionamiento, la miró—
. Solo que, ¿por qué lo haría?

—No lo hizo —dijo Elizabeth positivamente—. Está en Perú.

—¿Estás segura de eso?

Elizabeth miró su perfil. Era, reflexionó, un hombre tanto guapo como amable.
Pero no parecía amable con ella sobre esto. Aunque estaba lo suficientemente
segura para tratar de comprar un boleto de avión a Perú, ¿realmente lo sabía?
Saloman no había respondido sus mensajes, telepáticos o de cualquier forma.
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Ciertamente había estado en Perú antes del terremoto, pero de acuerdo al reporte
de noticias de la noche anterior, nadie sabía dónde estaba ahora.

—¿Por qué despertaría a Luk? —repitió István.

Porque nunca superó la culpa o la soledad.

—No lo haría —dijo, presionando su nuca contra el asiento—. Luk estaba loco y
celoso de él. Nunca despertaría a un enemigo.

¿Quieres un recuerdo de tu enemigo? Le había dicho a él sobre la espada que Luk le


había dado hace siglos.

Quiero un recuerdo de mi amigo.

István suspiró.

—No, tampoco podemos encontrarle sentido a esto. ¿Sabes de alguna otra forma
para despertar a un Antiguo? ¿A parte de beber la sangre de su asesino?

Elizabeth parpadeó.

—¿Me preguntas a mí?

La sonrisa de István fue retorcida.

—Nosotros tenemos los libros. Tú lo sabes de primera mano.

Por un largo segundo siguió mirándolo fijamente. Al igual que Dmitriu… Sólo soy
una informante para ellos ahora.

Vive con ello, Elizabeth. Lo elegiste.

Estaba oscuro para el momento que se encontraron con los otros. Bajo el brillo
increíble, del impoluto cielo nocturno, iluminado con sus millones de estrellas, la
belleza de las profundas colinas dentadas podría haber privado a Elizabeth de
respirar si no hubiera tenido tantos otros problemas en su mente. Como fuera,
encontraba difícil alejar la mirada.
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Después de varias llamadas telefónicas y un largo viaje subiendo las laderas
empinadas que hizo sus oídos explotar, István finalmente detuvo el auto en un
lugar del estacionamiento con un grifo de agua sobresaliendo de la roca junto a él.

—Creo que están muy cerca ahora —dijo reconfortante, justo mientras su teléfono
sonaba otra vez. Respondió mientras bajaba del auto, entonces escuchó mientras
aseguraba el auto y empezaba a caminar. Elizabeth trotó ansiosamente tras él hasta
que dijo—: Bien, estamos justo detrás de ti.

Volviendo a poner el teléfono en su bolsillo, dijo:

—Tienen una lectura.

Elizabeth asintió, y mientras se alejaba del camino hacia la amplia zona boscosa, se
puso a caminar a su lado. István alcanzó su mochila y retiró un puñado de estacas
letalmente afiladas. Le pasó tres a Elizabeth, quien las tomó con un murmullo de
agradecimiento, metió dos en la correa de sus jeans, y concervó la última.

El manto de cazador parecía caer sobre sus hombros y envolverla. Su corazón


empezó a palpitar más rápido mientras desplegaba cada sentido para coger los
sonidos y olores de peligro. Le dio la bienvenida a la elevación de excitación como
un viejo amigo. Una pelea era algo con lo que podía tratar ahora. Dios, incluso lo
había extrañado.

—¿Están de camino a la villa? —murmuró—. ¿Cuántos?

—No estoy seguro. Los otros tendrán los detalles. Pero creemos que son varios.

Encontraron a los otros en grupo junto al borde del bosque; Konrad, Mihaela, y
tres cazadores turcos. Aunque todos levantaron la vista cuando Elizabeth e István
llegaron, hubo poco tiempo para cortesías o incluso saludos.

—Están en movimiento —dijo Konrad una vez—. Un Antiguo, otros tres vampiros.
Y están yendo colina arriba por alguna razón, lejos de la villa más cercana.

—¿Entonces qué hay arriba? —preguntó Elizabeth, inclinándose hacia Konrad para
examinar el aparato de detección que no había visto antes. Su cuerpo principal se
parecía al de los detectores de vampiros normales, pero a partir de éste, una serie
de puntas se desplegaban hacia el exterior. Y al igual que un pequeño LED, tenía
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una esfera como brújula.


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—Nada—dijo Mihaela descontenta—. Deben están viajando.

Uno de los Turcos dijo:

—Hay una comunidad de vampiros cerca de diez millas al este de aquí. Un


vampiro podría fácilmente viajar a través de las montañas.

—¿Reuniendo apoyo? —sugirió Elizabeth.

—Es una antigua comunidad —explicó el hombre—. Nos da pocos problemas.


Ocasionalmente crece demasiado y vamos y la limpiamos. Se reforma alrededor de
los vampiros más viejos, y opera más discretamente por los pocos años que siguen.
Tus vampiros querrán unirse a ellos.

—¿Dante y Luk, además de una comunidad resistente que sobrevive a ataques


frecuentes? —murmuró Mihaela—. No me gusta cómo suena eso.

Konrad asintió.

—Debemos detenerlos antes de que alcancen la comunidad.

—No podemos atacarlos en las montañas —dijo uno de los turcos—. Un vampiro
tiene demasiada ventaja allí. Idealmente, debimos haberlos atrapado en la cueva y
matarlos mientras escapaban.

—Demasiado tarde para eso. No los encontramos a tiempo. —Konrad tamborileó


sus dedos sobre su mochila—. Distracción. ¿Hay alguna forma de que podamos
persuadirlos de dar la vuelta y volver?

—¿Saben que están aquí? —preguntó Elizabeth—. ¿Están huyendo de ustedes?

—El bosque debería enmascararnos de los vampiros ordinarios. Lo que Luk puede
sentir nadie lo sabe. —Konrad le lanzó una mirada—. ¿Saloman puede sentir a
través del bosque?

—Puede sentirlos en cualquier lugar del mundo si tiene una conexión con el sujeto
—dijo Elizabeth—. Luk no tiene conexión, no tiene conocimiento de ninguno de
nosotros, así que no tiene razón incluso para tratar. Su… —Se interrumpió,
reenfocando su mirada en Konrad mientras contenía el aliento—. Estaba
equivocada. Hay una conexión. Tú y yo somos descendientes de los asesinos de
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Saloman; para los vampiros, “leemos” más fuerte que otros humanos. Además, mi
sangre es en parte la de Tsigana, su antigua amante.

—No veo cómo eso nos ayuda —objetó Konrad—. Si están huyendo de nosotros…

—No creo que lo hagan. Necesitamos hacerles venir tras nosotros.

Todos los demás giraron para mirarla en la oscuridad. Podía sentir sus ojos,
incluso si ella no podía verlos.

—Atraerlos con una fácil pero poderosa matanza —urgió Elizabeth—. Tú y yo


rompemos la fachada, Konrad, en direcciones diferentes de modo que pareceremos
solos y presa fácil y esperamos para que ellos sigan a uno o al otro. Todos los
demás se quedan en el bosque, rastreando a los vampiros hasta que sea claro
dónde van; entonces nos reunimos y los atrapamos.

Hubo silencio.

—Es un plan —dijo Konrad cautelosamente.

—Es nuestro único plan —dijo Mihaela—. Vamos. Solo… —Su cabeza se giró hacia
Elizabeth.

Aquí viene, la sospecha, la desconfianza.

—¿Puedes matar al primo de Saloman? —preguntó Mihaela sin rodeos.

Oh, sí. Porque sé algo que ustedes no. Que Luk murió porque atacó a Saloman, no de la otra
forma. Eso lo hace fácil de odiar.

Y ahí estaba otra vez, atrapada entre la confidencia de Saloman y la seguridad de


los cazadores. Los documentos de los cazadores culpaban del asesinado de Luk a
la locura de Saloman buscando el poder total, junto con el fácil asunto de los celos
por Tsigana, la amante humana de Saloman, había tomado a Luk. Los textos
sobrevivientes no mostraban indicio del amor que había atado una vez a los
primos. O el dolor que había consumido a Saloman desde que había matado a Luk.
Y no era una historia que Elizabeth fuera a contar.

Dijo:
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—Podría necesitar ayuda empujando la estaca justo allí, pero no tengo otro
problema con matar a Luk. —Sonaba demasiado altanera, demasiado a la
defensiva, pero no había nada que pudiera hacer sobre eso.

»No es como Saloman —espetó—. Saloman no estaba loco cuando lo estacaron, sea
lo que sea que digan sus fuentes. Luk lo estaba.

Los cazadores húngaros intercambiaron miradas.

—¿Información de primera mano? —preguntó István.

—Información de primera mano.

—Vamos a hacerlo —dijo Konrad impacientemente—. Elizabeth, toma esto. Es un


detector de Antiguos —agregó poniendo el extraño y puntiagudo instrumento en
sus manos—. Mira, acabo de reiniciarlo, así que es lo más exacto posible. La aguja
muestra la dirección en la que está el Antiguo; la pantalla muestra la distancia.

—¿Cómo obtuviste esto? —preguntó Elizabeth.

—István tomó la temperatura y otras lecturas de Saloman durante el rescate en el


castillo de Buda —dijo Konrad con aire de suficiencia—. Y si recuerdas, Saloman
sangró en esa habitación.

La admiración y molestia mezcladas de Elizabeth al ser mantenida en la ignorancia


se desvanecieron de su rostro ante un repentino, recuerdo cegador: La mano
sangrante de Saloman empujando a Dante por aquella habitación vacía y de piedra
contra la pared, y Dante sentándose desplomado sobre el piso con la huella
escarlata de una mano en su camisa amarilla.

—Mierda. ¡Así es como lo hizo!

Poniéndose de pie, los otros se detuvieron.

—Dante —explicó—. Tenía la sangre de Saloman en su camisa, ¿podría haberla


usado?

—Supongo que podría—dijo István pensativamente—. Pero no podía haber


mucha.
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—Suficiente para manchar el sabor en sus labios —dijo Elizabeth sin pensar,
entonces sintió su cuerpo enrojecer con rápida vergüenza. De alguna forma era
demasiado tarde para explicar que cuando le había hecho esto a Saloman era
porque accidentalmente había goteado sangre en lo que pensaba era una estatua
valiosa y estaba tratando de limpiársela.

Se paró, sosteniendo a la vez detectores pequeños y su estaca de madera.

»Iré por éste camino —murmuró.

—Elizabeth. —Era Mihaela, metiendo algo más en su bolsillo—. Un timbre.


Colócalo en tu teléfono. Y no vayas demasiado lejos.

El timbre se conectaba directamente a esos que llevaban los cazadores y era un


método rápido para dar o recibir una alarma. Como un signo de calidez o amistad,
no podía ser mucho, pero Elizabeth se encontró agradecida incluso por ello.
Tomaría tiempo ganar a los otros en su ajustada opinión sobre que no todos los
vampiros eran malos. Siempre lo había sabido. Pero no era imposible.

Sonrió en agradecimiento y paseó fuera del bosque hacia el descampado.

Luk colocó un pié pesado en frente de otro, siguiendo ciegamente. De alguna


forma, entre los hilos de niebla que cegaban su mente, estaba consciente de que
debía ser él quien liderara a esos tontos débiles, que podía superarlos fácilmente en
una pelea que le importara. Simplemente no le importaba. No quería estar aquí.
Quería estar… donde sea que hubiera estado antes.

El dolor lo consumía, ahogando su rabia, porque el recuerdo de antes se había


desvanecido casi enteramente y lo quería de vuelta. Eso era lo que quería, no la
existencia que Grayson seguía recordándole, Luk el Guardián, sea lo que fuera.
Quería paz. No ésta hambre, ésta furia, éste inexpresable aburrimiento con el
presente o el razonable conocimiento de que ésta realidad estaba de alguna forma
mal.

Por delante de él, corriendo por la colina, estaba Grayson, su novato, su “niño”.
Incluso ese acto lo ponía inquieto, a pesar de que no entendía por qué. Había
estado sólo con Grayson como única compañía, su ayudante que le encontraba
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sangre humana. Ahora que habían encontrado dos “amigos”, idiotas bestiales
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viviendo como mendigos salvajes en las colinas. En efecto, los idiotas habían
encontrado a Luk y a Grayson, como atraídos por alguna cuerda invisible sobre
una considerable distancia. Luk había tenido que evitar que mataran a Grayson en
su primer encuentro, pero ahora se comportaban, aceptando el liderazgo del
“niño” de Luk.

Los idiotas, nuevos vampiros, no más antiguos que Grayson, habían sido
claramente hechos por algún ignorante que no había aplicado ninguno de los
encantamientos correctos ni enseñanzas correctas. Luk frunció el ceño. Realmente
no podía recordar cuales eran las enseñanzas correctas, ni para qué eran, pero
sabía que había algunas. Más por instinto, que conocimiento había convertido a
Grayson. Ahora Luk se preguntaba, vagamente, dónde había aprendido los
encantamientos.

Se sentó en una roca cómoda a pensar en ello. Debería enseñarle a Grayson,


enseñarle a todos. Pero no debería preocuparse. Quería alimentarse; quería
regresar.

—¡Luk! —gritó Grayson, usando su recientemente adquirida, y mucho más alta


voz de vampiro. Luk frunció el ceño. ¿Por qué no usaba simplemente su telepatía?
Porque no sabía cómo. ¿Cómo es que yo lo sé?— ¡Luk! —gritó Grayson otra vez—.
¡Vamos!

Suspirando, Luk se levantó. Podía negarse a avanzar, pero si lo dejaban, no podría


soportar la soledad. En cualquier caso, no importaba realmente dónde estuviera.
¿O sí?

Antes de que pudiera dar otro paso hacia adelante, una esencia asaltó sus fosas
nasales y lo dejó congelado.

Sangre. Sangre humana. Su sangre…

No sabía lo que significaba, ni siquiera sabía quién era ella. Pero el eco de algún
poderoso anhelo, se enroscó en su interior, un recuerdo perdido en el tiempo y el
sueño. Por un instante, luchó por recordar, entonces se rindió porque tampoco
importaba. Se giró sobre sus talones y caminó lejos de los otros, en dirección a la
irresistible esencia humana.

—¡Luk! —gritó Grayson tras él con frustración—. ¿Dónde demonios vas?


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Adelántense, los alcanzaré. Su instrucción telepática claramente tomó a Grayson por
sorpresa tanto como a Luk mismo. Por un instante, el esfuerzo de Grayson en
aceptarlo y replicar, llenó la mente de Luk, antes de que Luk le cerrara las puertas,
sin preocuparse si cumplía o no. El asunto importante era encontrar la fuente de
ese olor.

Luk empezó a correr, y mientras sus extremidades se distendían, recordó su fuerza


y lo que podían hacer. Una oleada de emoción lo instó a acelerar, a correr
alrededor de todo el mundo y nunca parar. Pero su esencia estaba cerca y dulce, y
mientras saltaba los últimos quince metros para aterrizar justo en frente de ella, se
mareó.

Alterada, la mujer cayó hacia atrás, sus ojos oscuros color avellana grandes en su
hermoso rostro. Cabello color de un largamente olvidado amanecer azotaba contra
sus suaves mejillas en la briza. La sangre bombeaba a través de sus delicadas
venas. El sonido y el olor renovó su hambre, pero ésta era una humana que nunca
mataría.

—Tsigana—susurró.

El nombre dejó a Elizabeth congelada. Había tenido un instante de advertencia del


detector de Antiguos, el cual repentinamente, después de indicar su lento y pesado
paso lejos de ella, se volvió loco, las lecturas obviamente fallaban en mantener la
velocidad con la del vampiro quien había saltado frente a ella un pequeño instante
después de que supiera lo que haría.

Había tenido tiempo de presionar su timbre, en el mismo momento se había ido el


aviso. Los otros sabían. Así que dio marcha atrás, dándoles tiempo para llegar allí,
sosteniendo la estaca lista para el ataque de un vampiro que no vino. Él estaba
inmóvil, mirándola.

El detector de vampiros ordinario en su bolsillo estaba aún en silencio. Así que el


Antiguo estaba solo. Se preparó para atacar, focalizando el punto en su pecho que
necesitaba, pero antes de que pudiera volar hacia él, él dijo:

—Tsigana.
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Si hubiera dicho su propio nombre, si la hubiera llamado Jane o Esmeralda o Buffy
la cazadora de vampiros, no habría vacilado en lo más mínimo. Pero dijo Tsigana,
como si hubiera visto directamente a su única debilidad, unos celos que
ascendieron casi hasta el temor de la mujer humana hace tiempo muerta que había
una vez poseído el corazón de Saloman.

Sus dedos se curvaron convulsivamente en la estaca, alterando su objetivo por


accidente, y tuvo que reajustarlo. El Antiguo que era el primo de Saloman, su
alguna vez amigo y el que lo traicionó, uno de los tres vampiros amantes de
Tsigana, continuaba mirándola. Tenía la impresión de que si el respirara, habría
estado jadeando, pero extrañamente, no sintió amenaza de su parte. El levantó los
brazos lentamente, estirándose hacia ella con intenso y extrañamente desenfocado,
anhelo. El entendimiento chocó contra ella como un golpe.

—No soy Tsigana—dijo entre dientes—. Soy Elizabeth, la Despertadora. —Y voló


hacia él, consciente de que su objetivo era real. Convocó cada onza de su fuerza,
cada onza de poder en que creía. Porque no sabía cuánto tiempo le tomaría a los
cazadores llegar allí, tenía que tratar de hacerlo sola, como había tratado de matar
una vez a Saloman. Aún creía que podía haberlo matado, usando sus poderes
como su Despertadora, pero nunca lo sabría con seguridad, porque su corazón, no
su cuerpo, lo había impedido. No había tal prevención aquí; Luk era la causa de la
mayor parte del incomparable dolor que había perseguido a Saloman por siglos.
Era como si estuviera muerto, y no podría siquiera lamentar su falta de compasión.

Pero él no la esperó. Retrocedió tan rápido que ni siquiera lo vio moverse. Su


estaca atravesó el aire, casi desbalanceándola.

—No eres Tsigana —repitió Luk. Olfateó el aire.

—Tsigana está muerta. —Saltó una vez más, ésta vez sin esperar a terminar de
hablar, pero otra vez la evadió.

Un aullido rasgó el aire, como un perro o un lobo en agonía. Tenía que provenir de
Luk, de su figura distante saltando hacia atrás en la colina a velocidad imposible.
El escalofriante aullido desapareciendo con él en la noche. No porque hubiera
parado de gritar, sino porque estaba demasiado lejos para oírlo.

—Mierda —susurró Elizabeth. Con manos temblorosas regresó el detector de


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Antiguos a su bolsillo. El puntero señalaba arriba de las colinas donde Luk se había
desvanecido, la pantalla indicaba locamente mientras la distancia se incrementaba.
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Entonces empezó a morir. Elizabeth tanteó por su teléfono, justo mientras la aguja
giró rápidamente varios grados al este, y la pantalla galopó hacia adelante.

Oh, infiernos, está regresando. Ha superado lo de Tsigana y ahora soy la cena.

No hubo tiempo de telefonear. Presionó otra vez el timbre y esperó fervientemente


que los cazadores estuvieran recibiendo ésta lectura también, antes de correr por el
suelo escarpado hasta aplastar su espalda contra una saliente de rocas de gran
tamaño.

Su corazón se aceleró, pero al menos había parado de temblar. Sentir celos de una
mujer que había estado muerta por trescientos años era una emoción indigna e
inconveniente. ¿Qué infiernos tenía Tsigana que quebraba a todos estos poderosos
vampiros?

Enfócate, ¡Silk! Cambia de tácticas. Se mueve demasiado rápido. Tienes que esperar que esté
lo suficientemente cerca. Entonces estaca al bastardo, y quédate lejos como el infierno de sus
dientes…

Sujetó la estaca, apoyando su mano libre contra la roca. Ya no necesitaba el


detector. Podía sentir al Antiguo.

Se movió de forma diferente, como una sombra alrededor de la curva de la colina,


deslizándose sobre la roca una yarda más allá de sus pies. Y en lugar de atacar, se
quedó en lo alto de la roca y la contempló en silencio. Sólo su largo cabello se
agitaba en la briza.

Lentamente, Elizabeth bajó su estaca.

—Saloman.
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Capítulo 4
Traducido por Simoriah

Corregido por Akanet

S
aloman bajó del peñasco y cruzó la distancia entre ellos. Ella intentó hablar,
preguntas e información enredándose en su cabeza y sus labios. Al final,
nunca emitió más que un inarticulado gorjeo, porque las palabras
desaparecieron cuando su pura presencia la avasalló. En su cabeza sólo estaba el
nombre de él, sus profundos ojos negros, en los que ahogarse, su cuerpo
presionándola contra la roca. La empuñadura de su espada, un regalo de parte de
Luk, rozó su cadera.

Sin palabras, levantó su rostro hacia el de él. Pero él no besó su boca. Sus labios
sedosos tomaron el cuello de ella con un tirón fuerte y urgente. El duro eje de su
erección presionada entre los muslos de ella, y una lujuria inapropiada galopó a
través de ella. Bueno, había pasado mucho tiempo, varias semanas...

Parecía que él sentía lo mismo. Su lengua lamió su vena y sin advertencia sus
dientes atravesaron su piel. La boca de ella se abrió en un grito silencioso que
desapareció ante la oleada de placer feroz, conocido. Aferró los brazos de él con
fuerza, permitiéndose disfrutar sólo por un momento de la dichosa debilidad de su
sangre corriendo hacia la boca de él en respuesta al tirón de sus labios.

Tan perdida estaba en el beso de sangre que fue un momento antes que se dio
cuenta de que él había bajado la cremallera de sus jeans y empujaba junto con su
ropa interior por sus caderas.

—Saloman, los cazadores están aquí —se las arregló para decir—. Están viniendo
ahora.

Sus frías, acariciantes manos dejaron las caderas de ella, decepcionándola


perversamente, hasta que él tomó el detector de Antiguos de su mano congelada y
lo lanzó hacia la noche. Antes de que pudiera objetar su vandalismo, él la levantó y
entró en su cuerpo en un veloz, deslizante movimiento que destrozó los restos de
su resistencia.
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Sangre y sexo y Elizabeth, le dijo a ella dentro de su mente.


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Bastardo. ¿No puedes siquiera decir hola?

Él alejó sus dientes de su cuello y pasó la lengua sobre la herida para curarla. Su
mirada ardiente se elevó hacia la suya.

—Hola —dijo roncamente, y tomó su boca.

El jadeo de ella fue al menos parte sollozo mientras lanzaba ambos brazos
alrededor de su cuello y encontraba sus empujones con urgencia desesperada. Era
loco, el peligro de ser descubiertos era demasiado grande, y aun así el mismo
conocimiento de eso llevó su excitación más allá de lo que ella podía resistir. Era de
Saloman. El mundo sabía que pertenecía a Saloman. Sus manos se extendieron por
el pecho de ella, deslizándose sobre sus pechos, liberándolos de su ropa para unas
caricias más intimas.

En la distancia, Elizabeth podía oír las voces de los cazadores, ansiosos e


inquisitivos, pero no podía detenerse, no quería detenerse. Sólo estaba Saloman y
el perverso placer que ella alcanzaba sin inhibición. Él la presiono contra la roca,
martilleando placer dentro de ella mientras una vez más sorbía de su cuello,
dividiendo las atenciones de sus labios entre la herida y su boca. Ella pudo
saborear su propia sangre entre la intensidad que era Saloman, y todo se volvió
parte de la misma alegría enorme y necesaria que la destrozó entre los brazos de él.

Él acabó con ella, temblando en inusual silencio, aún cuando selló su herida una
vez más la sostuvo derecha contra la curva de la colina. Su clímax era diferente de
aquellos de los hombres humanos que había conocido, aunque exactamente cómo,
nunca lo había analizado apropiadamente. A veces se sentía como si su cuerpo
absorbiera todo lo que él le daba.

Ella se estiró y volvió a tomar su boca.

—Hola —susurró contra los labios de él. Ellos sonrieron contra los suyos.

—Ve a buscar a tus cazadores. Diles que estoy aquí y que llamaré más tarde para
hablar. —La besó de nuevo, con dureza, y se deslizó fuera de ella antes de cerrar la
cremallera de sus pantalones. Volvió a acomodar su espada, la cual ella veía a
través de su encantamiento sólo porque sabía que estaba allí.

—¿Te vas de nuevo? —dijo ella, desconcertada por la velocidad de este nuevo
62

cambio.
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—Volveré. —Le subió los jeans por las caderas, como si ahora, ahora, estuviera
apurado. Con repentino resentimiento al ser tratada tan informalmente, ella le
apartó los dedos para abrochárselos ella misma. Cuando levantó la mirada, él se
había ido.

—¡Elizabeth! —Mihaela aferró sus hombros con tanta fuerza que dolió—. ¿Estás
bien? Encontramos tu detector...
Elizabeth le devolvió el abrazo, demasiado brevemente por su propia culpa, y aun
así no pudo evitar sentirse tocada por la muestra de amistad.

—Él lo arrojó —barboteó Elizabeth, y quizás con suerte fuera mal entendida.

—Dios mio, ¿estuvo tan cerca? —jadeó Mihaela—. ¿Lo estaqueaste?

Elizabeth se alejó un poquito de Mihaela. Los otros cazadores, turcos a la vez que
amigos húngaros, ahora usaban linternas que parecían cegadoras después de la
impenetrable oscuridad. Todos la miraban con ojos redondos y ávidos.

—Se movió demasiado rápido. En teoría sabía que ellos podían hacer eso... he visto
a Saloman atravesar ciudades corriendo. —Y había estado con él mientras lo
hacía—. Pero supongo que nunca se molestó en pelear con humanos... estaba solo
—agregó abruptamente—. Y huyó hacia la dirección por la que había venido,
demasiado rápido para atraparlo. —Respiró—. No creo que tenga una idea de lo
que está sucediendo. Me llamó Tsigana, aunque me han dicho que no luzco para
nada como ella, y luego huyó como si estuviera genuinamente perturbado cuando
dije que Tsigana estaba muerta.

—¿Y cuando regresó? —urgió Mihaela.

—Ah. No regresó. Ése era Saloman. —Se forzó a sí misma a encontrar cada mirada.
Sólo deseaba no sentirse tan infantilmente desafiante al respecto.

—Así que él está aquí —dijo Konrad llanamente.

—Aparentemente. Creo que está persiguiendo a Luk, pero dijo que llamaría más
tarde para discutir las cosas.

—¿Qué cosas? —demandó Mihaela.


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—¿Cómo demonios debería saberlo? —estalló Elizabeth—. Pregúntale cuando
aparezca. Créeme, ¡no soy su maldita cuidadora!

Se largó en dirección del auto sin mirar atrás. Después de cinco minutos de
caminata a grandes pasos que probablemente lució más como dar pisotones, István
igualó su paso en silencio.

—Lo lamento —murmuró ella al final—. He tenido un día difícil. Parece que no
puedo soportar la constante sospecha cuando estoy cansada. Lo superaré.

—Ella no sospecha. Está preocupada por ti. Todos lo estamos.

Elizabeth suspiró.

—Mira, no culpo a ninguno de ustedes por la sospecha, pero sí sé que está ahí, lo
quieran o no. No importa. Lo lamento. No los voy a abandonar por un desacuerdo
respecto a Saloman.

—Lo sé. Todos lo sabemos. —Él señaló su llave en la oscuridad y algo trinó en
respuesta. Apuntó la linterna sobre el auto con un gruñido de satisfacción y se
dirigieron hacia el vehículo.

—¿A dónde vamos ahora? —preguntó Elizabeth.

—A casa. A dormir. Los cazadores turcos están yendo a la comuna. Nosotros


iremos mañana.

—¿Qué casa? —preguntó Elizabeth, aferrándose al primer punto.

—Es una casa de campo de vacaciones en uno de los pueblos de la colina. Muy
agradable. Moderna. Fantásticas vistas.

Lo miró con fascinación medio divertida.

—¿Nada te desconcierta, István?

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que vas de vampiros a casas de vacaciones con tanto esfuerzo como
respirar.
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István se encogió de hombros.


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—Todo es parte de la vida.

Suenas como Saloman. Se mordió los labios antes de que las palabras salieran a
tropezones, pero el pensamiento se mantuvo.

La casa de vacaciones era de tamaño considerable y estaba construida en estilo


turco tradicional, aunque era demasiado opulenta para mezclarse con la mayoría
de las otras casas del pueblo. Guardada por un par de altas puertas de hierro
forjado, el jardín que la rodeaba ostentaba un olivo y algunos lindos rosales, así
como algunas plantas secas y de aspecto de matorral y una piscina con forma de
riñón.

—Los propietarios son británicos —explicó István a la vez que abría la cerradura
de la puerta frontal—. La alquilan la mayor parte del verano. Afortunadamente
para nosotros, tuvieron una cancelación.

—Lo mejor de ambos mundos —observó Elizabeth, mirando a su alrededor a la


escalera curva de mármol antes de vagabundear dentro de una sala de estar
abierta, donde alfombras estaban desparramadas sobre el piso de baldosas de
cerámico y sillones de felpa rojos miraban a la ventana sobresaliente y a un gran
televisor. Más allá había una zona para cenar y una cocina bien equipada con una
lavadora y un lavaplatos.

—Estilo turco y comodidad británica.

István la llevó arriba, donde había tres dormitorios.

—Comparte con Mihaela si quieres... hay dos camas aquí... o hay un gran ático
arriba. Las vigas del techo son demasiado bajas para mí. Se me hicieron moretones
de sólo mirarlas.

—Estará bien para mí —dijo Elizabeth rápidamente, y subió la escalera. En ese


momento sospechaba que Mihaela necesitaba un poco de espacio entre ellas. Y
además, estaba Saloman... su deseo por él era como un dolor, burlándose de su ira.

—¿Hambrienta? —preguntó István, dejando el bolso de ella en la cama doble a la


vez que Elizabeth admiraba sus espaciosos alrededores. Inclusive había un baño en
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suite—. No hay mucho aquí, pero los negocios del pueblo están abiertos hasta
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tarde. O podemos salir cuando los otros vuelvan... hay un par de restaurantes
decentes.

—Lo que sea que quieran hacer —dijo Elizabeth, y él la dejó para que pudiera
ducharse. Ella no tenía hambre. Se sentía enferma por culpa de Luk y Tsigana, de
Saloman y el sexo. De pie bajo la ducha, su cuerpo aún cosquilleaba con el
recuerdo del placer, con excitación, porque finalmente estaban en el mismo país
una vez más. Y sin embargo había sido demasiado rápido, demasiado que Saloman
había dado por sentado, y que ella había recibido demasiado fácilmente. No fue el
vapor lo que hizo que su cuerpo se ruborizara cuando recordó lo que habían hecho
a tan poca distancia de los cazadores que tan ansiosamente la buscaban.

—¿Qué demonios sucede conmigo? —susurró, dejando que el agua entrara en su


boca y soplándola fuera.

Lo mismo que siempre había sucedido, desde que había despertado a Saloman de
su sueño de trescientos años. Lujuria.

Y él lo sabía, y siempre lo había sabido. Parecía que ni siquiera precisaba llamarla


con el dedo. Sólo tenía que acercarse a ella y abría las piernas como una perra en
celo. Él había obtenido su placer sin ninguna acción previa, y se fue
inmediatamente para seguir con sus asuntos, como si ella no fuera más que una
comodidad. Que era lo que había hecho de sí misma, cuando de hecho quería ser
mucho más, ser para él lo que él era para ella. Todo.

Cerró la ducha y se estiró para tomar una toalla. Nunca había estado tan
avergonzada del sexo antes. No con él.

Vaciando su bolso, encontró ropa interior limpia, una vieja falda, una camiseta
suelta, y se vistió. Entonces, mientras se peinaba, examinó las vistas desde las dos
grandes ventanas de su cuarto. Ambas se abrían hacia balcones. Uno miraba hacia
el pueblo y unos departamentos de vacaciones más allá, la otra hacia la piscina y
las colinas majestuosas. Era hermoso de noche. Salió al segundo balcón para
disfrutar las vistas y los sonidos de un nuevo país e inhaló el aire fresco y relajante.

Cuando entró, Mihaela estaba de pie junto a la puerta del dormitorio en pantalones
de algodón blanco y una camiseta roja. Elizabeth hizo una pausa, odiando que ya
no supiera qué decir a su una vez cercana amiga. Saloman se interponía entre ellas
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ahora, una amada barrera que ella no podría sacar aún si lo quisiera. Y sin
embargo fue a través de él, y la determinación de los cazadores de eliminarlo, que
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Mihaela y ella se habían conocido en primer lugar. En ese encuentro inicial,
Elizabeth había pensado que ellos eran bromistas o locos. No había manera de que
siquiera pudiera saber en ese momento cuánto los cazadores, o Saloman,
terminarían significando para ella.

—¿Estás bien? —preguntó Mihaela al final.

Elizabeth asintió.

—¿Tú?

—Por supuesto. ¿Quieres comer?

En un pequeño, básico restaurante a cinco minutos de caminata de la casa, sobre


una comida deliciosa y un inesperadamente buen vino entregado en una vieja
botella de Coca-Cola, las cosas fueron más normales.

—Pensaba que los musulmanes no bebían vino —dijo Elizabeth, después de que el
mesero hubiera dejado la botella.

—No, la mayoría —dijo Konrad, levantando su vaso hacia ella—. No quiere decir
que no puedan hacerlo o venderlo. Salud.

—Es bueno —exclamó Elizabeth, después de un sorbo muy tentativo.

—Local —dijo István—. Hecho por un hombre que entiende lo que está haciendo.
Pero no toques las cosas en la parte trasera del local de la esquina. Quedarás ciega.

El restaurante tenía una atmósfera alegre con un personal amigable y atento, y


Elizabeth se descubrió relajándose con la vieja facilidad de las bromas. Los
cazadores la llamaban “Dra. Silk” y le preguntaban por trabajos y acciones de
carrera. Elizabeth pensó en el sobre que todavía descansaba en su sofá en St.
Andrews y mentalmente, tristemente, se despidió del trabajo en Budapest.

Como siempre hacía, se acercó a los cazadores una vez más, y se encontró
deseando que pudiera ser como antes. Pero nada permanecía igual. Todo
cambiaba.

Volvieron a la casa en un silencio amigable. Sólo cuando Konrad abrió la puerta


fue que el desagrado se entrometió. István aferró su muñeca.
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—Espera —susurró—. Mi detector acaba de activarse.

El de Elizabeth, en su bolso, estaba en silencio. Ella sacó la estaca afilada.

—¿Cuál? —susurró Konrad—. ¿Dónde?

—Antiguo. —Señaló con su pulgar hacia el lado del jardín que tenía la piscina,
invisible desde la puerta.

Konrad señaló con la cabeza y, estacas en mano, Mihaela y él se arrastraron


alrededor de la parte trasera de la casa. Elizabeth e István avanzaron hacia la
piscina.

Las luces de la piscina estaban encendidas, y en su resplandor, una oscura figura


desparramada en una reposera. Supremamente elegante y tranquilo en ligeros
pantalones y camisa blanca, un pie cruzado sobre la rodilla opuesta, la espada que
ella dudaba los cazadores pudieran ver colgando sobre un costado de la reposera,
él lucía imposiblemente apuesto. El largo cabello negro estaba atado detrás de la
cabeza, aunque un mechón suelto había escapado para caer atractivamente sobre
su mejilla esculpida.

El corazón de Elizabeth latió con más fuerza, sin embargo, por primera vez desde
aquellos días muy tempranos, su placer al verlo estuvo mezclado con temor. No
estaba lista para este encuentro, porque todavía no se las había arreglado para
lidiar con el último. Sin embargo.

Ella atrapó la muñeca de István para mostrarle que no había peligro y dijo en voz
alta.

—¿Nunca llamas antes?

—El hombre moderno depende mucho de esas cosas. Además, te dije que llamaría.

Con ansiedad, Elizabeth miró a Konrad y Mihaela avanzar hacia él desde atrás, las
estacas todavía levantadas. Saloman no traicionó siquiera con una contracción de
sus facciones el saber que ellos estaban allí, ¿pero seguramente Konrad no sería lo
suficientemente estúpido para arriesgarse a atacarlo? Moriría en un instante.

—¿Para qué? —demandó Konrad—. ¿Qué quieres?


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Aun así, Saloman no se volvió.


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—Tienes un problema, ¿no es cierto?

—Uno con el que somos capaces de lidiar —dijo Konrad rígidamente.

El labio de Saloman se curvó.

—¿En serio? No podrías lidiar conmigo. ¿Qué te hace imaginar que puedes lidiar
con mi primo esclavizado por tu viejo amigo el Senador Dante?

Por primera vez, él giró la cabeza y miró directamente a Konrad y a Mihaela.


Mihaela, como si se avergonzara por ser atrapada en un gesto de mala educación,
rápidamente bajó la estaca. Konrad mantuvo la suya donde estaba.

—¿Lo está? —lanzó Elizabeth, tanto para distraer la atención de los demás como
también porque quería saber.

—¿Esclavizado por Dante? —Saloman se puso de pie fluidamente—. Así parecería.


Ciertamente, cuando Dante llama, Luk corre.

—¿Por qué? —demandó István, acercándose. Un concentrado fruncimiento del


ceño estropeando su rostro—. ¿Cómo es eso posible? Si Dante es un vampiro...

—Lo es —interpuso Saloman.

—... sólo puede ser un novato. Luk es un Antiguo, tan poderoso como...

Una vez más, se interrumpió con una rápida mirada a Saloman, como si de repente
recordara con quien hablaba.

—Al menos tan poderoso como yo —dijo Saloman suavemente—. Pero el poder no
tiene sentido si no puedes usarlo.

Elizabeth se acercó y se sentó en una silla de jardín en el lado opuesto de la mesa


de plástico blanco de Saloman.

—¿Por qué no puede usarlo?

Saloman encontró su mirada. Sus ojos estaban opacos, y aun así ella estuvo segura
de que detrás del blindaje vidrioso, la emoción hervía.

—Porque no recuerda cómo. O siquiera, probablemente, qué es el poder.


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—A ti no te tomó tanto recordar esas cosas —señaló Mihaela, moviéndose para que
pudiera ver el rostro de Saloman. De todas maneras como el anfitrión de su propia
fiesta, Saloman graciosamente indicó las sillas cercanas.

—Nunca los olvidé —dijo él, y Mihaela se hundió en la reposera más cercana,
encaramándose en el borde.

—¿Entonces por qué Luk sí?

Con gracia, Saloman retomó su asiento.

—Nuestros casos son muy diferentes. Yo estuve consciente todo el tiempo. Luk
durmió como se supone que lo hacen los muertos.

Konrad dejó salir una risa sardónica ante ese comentario. Saloman la reconoció con
una ligera curva de su labio pero no dijo nada. Elizabeth quería preguntar, ¿Por qué
tú no? Pero István se le adelantó, diciendo brevemente.

—¿Cómo?

—Le di el encantamiento de la paz.

—Eso fue algo grande de tu parte, después de haberlo matado —observó Mihaela.

Saloman no pestañeó.

—Eso pensé. No fue una cortesía que se me dio a mí, pero claro, era el último
Antiguo, y no había nadie que lo hiciera. El punto es, en este momento, dudo
mucho que Luk recuerde mucho más que su propio nombre.

—Él recuerda algo —dijo Elizabeth con rara renuencia—. Me llamó Tsigana.

Saloman asintió.

—Olió la sangre de ella en tus venas. Eso es lo que lo alejó de Dante y los otros.
Pero imagino que fue instinto más que verdadera memoria. Cuando te encontró,
no reconoció que no tú no eras Tsigana, y su aflicción al enterarse de su muerte deja
en claro que no entiende que el tiempo ha pasado.

—¿Comenzará a recordar? —preguntó István con curiosidad, dejándose caer en


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una de las sillas y desparramándose sobre la mesa para apoyar su mano sobre su
rostro.
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—En tu opinión —agregó Konrad con desprecio.

—En mi opinión, sí. Y ahí es cuando el verdadero peligro comienza.

—¿Cuando él comience a cazarte? —inquirió Mihaela.

La mirada de Elizabeth fue de ella a Saloman, quien sonrió apenas.

—¿Lo hará? —preguntó.

La ceja de Saloman se levantó.

—Soy su asesino y mi sangre lo despertó. Seguramente, debe cazarme.

—¿Con odio? ¿Él será... como era antes?

—¿Loco? —suministró Saloman insípidamente—. Probablemente. A menos que su


sueño apaciguara su mente. Si lo hizo, imagino que ser arrastrado sin advertencia
de algo que se asemeja a tu idea cristiana del cielo a una vida del infierno con
Dante lo empujará de nuevo hasta el borde.

Por primera vez, Elizabeth atrapó el matiz de ira en su hermosamente modulada


voz. Esta vez, parecía que, Dante había hecho algo verdaderamente imperdonable.
Como Zoltán convocando zombies, Dante había cometido algún sacrilegio al
despertar a Luk de su paz. Saloman, se dio cuenta, sentía el dolor de su primo
como si fuera propio. Y esta vez, nada salvaría a Dante de Saloman.

—¿Qué hay de Dante? —preguntó István, como si leyera su mente—. Nunca he


oído de un novato que mantuviera algún control sobre sí mismo, menos sobre otro
vampiro. ¿No es más probable que intente matar a Luk?

Saloman pareció dudar. Entonces fue a Elizabeth que él miró, como si dirigiera su
respuesta a ella.

—Entre mi gente, a lo largo de los siglos, Luk revivió muchas almas... creó muchos
vampiros, si quieres. Incluyéndome. Los vampiros modernos han olvidado que
hay más en el ritual que intercambiar sangre en el momento de la muerte. Hay
maneras de preservar el alma de la criatura que revives, y una vez que esto es
logrado hay maneras de enseñar la nueva existencia. Luk se volvió Guardián de los
rituales de los Antiguos así como de las profecías. Son parte de él. Así que mientras
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él haya olvidado las enseñanzas, al menos por ahora, crear correctamente vendría a
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él de forma tan instintiva como beber sangre. Temo que lo que tienes ahora es al
mismo Dante, con todos sus defectos humanos y todo el poder de un vampiro
moderno.

István levantó la cabeza.

—Entonces tus propias creaciones, Maximilian y Dmitriu, ¿se saltearon la fase de


novato bestial?

—Por supuesto —dijo Saloman con un toque de desprecio—. Si sus registros dicen
lo contrario, mienten.

—¿Dante tendrá la fuerza de un Antiguo? —preguntó Elizabeth precipitadamente.

—No. Pero será más fuerte que el novato promedio.

—¿Por qué nos estás diciendo esto? —preguntó Mihaela.

Una media sonrisa se formó y murió en los labios de Saloman.

—Quizás porque necesitaban saberlo.

—¿Por qué? —demandó Konrad—. ¿Quieres que eliminemos a tu primo por ti?

—Estás siendo trivial —comentó Saloman—. Como tus ancestros.

Konrad se ruborizó en la leve luz. Estaba orgulloso de la parte de su ancestro


Ferenc en el asesinato de Saloman y claramente no le importaba que lo insultara.

—Y tú no eres bienvenido en nuestra casa —estalló. Volviéndose sobre sus talones,


se alejó a grandes pasos. Más a regañadientes, sin duda porque sentían que había
más que aprender de Saloman, Mihaela e István se pusieron de pie para mostrar
solidaridad con su líder.

Elizabeth también se puso de pie, y Mihaela la miró con alivio que no pudo
esconder antes de apresurarse hacia las puertas corredizas con István.

Con la voz suficientemente alta para que los demás oyeran, Saloman dijo.

—La comunidad del este se está moviendo para encontrar a Luk y Dante. Su fuerza
está creciendo.
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Mihaela e István se volvieron brevemente, asintieron de forma casi idéntica, y
avanzaron.

Mientras Elizabeth dudaba, Saloman dijo:

—No soy Drácula. La falta de invitación no puede mantenerme fuera. A menos


que venga de ti.

Elizabeth levantó la vista hacia las estrellas encantadoramente claras.

—Esta noche, Saloman, quizás si sea así.

No pudo mirarlo, no pudo soportar ver que no hacía una real diferencia en él. Pero
sintió, más que vio, la inclinación de su cabeza.

Él dijo:

—Yaveo. Has tenido suficiente satisfacción sexual por un día.

Su cabeza giró de repente sin permiso.

—¿Satisfacción? ¡Me usaste y me descartaste como un juguete con el que has


terminado de jugar!

Él no se movió, sólo mantuvo su mirada enojada.

—Quería darte placer. Y pensé que necesitabas consuelo. Como yo.

No dijo las últimas palabras en voz alta; ella no supo si él las había pensado o si la
idea simplemente había entrado en su propia mente por primera vez.

Ella dijo:

—Vas a tener que matarlo de nuevo, ¿verdad?

Él no respondió, y el dolor de ella se hizo más fuerte, alimentado por el dolor


silencioso de él. Los dedos de ella se apretaron y se relajaron mientras la confusión
de la vergüenza e ira se disolvían en algo mucho más simple que debería haber
superado todo el resto. Amor.

Le ofreció la mano.
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—Ven a la cama —dijo ella suavemente.


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Él se puso de pie y tomó su mano, pero no sonrió o la tomó en sus manos.

—Lo nuestro nunca fue de folladas de lástima, Elizabeth. Prefiero recordar la


forma en que te derretiste en mis brazos en la colina. Pasión instintiva,
gratificación instantánea. Sangre y sexo y Elizabeth. Los quiero todos.

Él soltó su mano, y sólo cuando ella se dio cuenta de que él se estaba alejando
comprendió cuánto necesitaba que él se quedara. No sólo por la repentina lujuria
inspirada por sus palabras y el recuerdo, sino porque él estaba experimentando
dolor, y cualquiera fuera la causa, no podía soportarlo.

—Saloman, son todos tuyos —susurró ella—. Siempre lo fueron. —Aunque estaba
segura de que la había oído, él no se volvió.
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Capítulo 5
Traducido por Lalaemk

Corregido por Akanet

E
lizabeth despertó al amanecer para el llamado musulmán a la oración.
Desde que sonó como si estuviera justo fuera de su ventana, se levantó
alarmada de la cama antes de que se diera cuenta de lo que era.
Investigación desde la ventana reveló un altavoz conectado a la farola en la puerta
de la casa.

Calmada por la explicación, regresó a la cama. Pero era demasiado tarde. Las aves
estaban cantando. El sol había salido, y también los animales de la villa. Los gallos
gritaban uno a otro como si estuvieran en algún ridículo concurso, un perro en
algún lado cercano a la villa ladraba erráticamente, y cualquier momento de
silencio fue llenado con el rebuzno de un burro infeliz.

Elizabeth se levantó y se vistió y fue a buscar un poco de café. Para su sorpresa, los
otros ya estaban levantados, sentados alrededor de la mesa en el porche
sombreado, comiendo pan fresco y bebiendo jugo de naranja y café turco.

La boca de Elizabeth se hizo agua.

—El pan huele bien.

István le ofreció una silla.

—Te dejamos dormir después de tu larga jornada ayer.

Konrad le cortó un poco de pan, Mihaela le sirvió una taza con café.

—Escuchamos de Mustafa, uno de los cazadores Turcos —dijo Konrad—. La


comuna que mencionó ayer se ha ido. Pensamos que tal vez se han unido a Luk y
Dante.

—Saloman dijo que lo harían.

Konrad se puso irritable. Él no quería que le recordaran eso.


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—Los turcos están buscándolos, usando ambas formas de detectar, pero hasta
ahora, no hay rastro que seguir.

—¿Ni siquiera cuerpos? —dijo Elizabeth.

—Afortunadamente, no. No aún —corrigió Konrad.

Elizabeth mojó su pan con un poco de aceite de oliva y lo comió. Sabía divino.

Abruptamente Konrad dijo:

—¿Qué es lo que Saloman planea hacer?

—Temo que no lo sé. —De hecho, apostaba que Saloman tampoco lo sabía.

—Si los encuentra primero —dijo Mihaela cuidadosamente—, ¿piensas que los
matará? ¿O los convertirá a su causa?

Elizabeth dejó su taza de café.

—No pienso que la “conversión” es una opción aquí, ¿lo crees?

—¿Así que nos sentamos y esperamos a que Saloman los mate por nosotros? —dijo
Konrad con disgusto. Se estaba dirigiendo a István y Mihaela, quienes claramente
ya habían debatido esta posibilidad.

—Pienso que tenemos que encontrarlos antes de que haya más muertes —dijo
Elizabeth calmadamente—. Y antes de que se vuelvan tan fuertes que se vuelvan
una amenaza para Saloman.

Konrad le frunció el ceño.

—¿Es esa tu prioridad ahora Elizabeth?

—¡Konrad! —dijo Mihaela bruscamente.

Pero esta mañana, parecía, podía descartarlo con un encogimiento de hombros.


Más tarde dolería.

—Nadie quiere el caos de una guerra de sucesión. Me lo has dicho desde la


primera vez que desperté a Saloman.
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Mihaela contuvo su aliento, dándole a Elizabeth una advertencia de que iba a decir
algo difícil.

—¿Sabes por qué está aquí, Elizabeth? ¿Cuándo llegó?

—No lo sé con certeza. Sospecho que no fue mucho antes que yo, o habría
encontrado a Luk mucho antes. En cuanto a por qué… —Se encogió de hombros—.
Habría sentido el despertar de Luk.

Ella miró desde Mihaela encontrando la mirada de cada uno de ellos.

—Sé que no les gusta esto, pero creo que necesitamos su ayuda. Él puede sentir
más lejos que sus detectores. Probablemente sabe dónde está Luk en este
momento.

Los cazadores intercambiaron miradas. Konrad dijo de mala gana:

—¿Sabes dónde está Saloman?

Saloman. ¿Dónde estás?

¿Quién quiere saber? Vino la indiferente respuesta.

Yo. Y también los cazadores, añadió con el interés por la honestidad. ¿Has encontrado
a Luk y Dante?

He estado siguiendo su rastro, admitió. Están refugiados con la comuna de vampiros en


algunas cuevas en la colina. En la villa más cercana.

Una señal de camino apareció dentro la mente de Elizabeth, tan clara como una
fotografía. Gracias. ¿Podemos manejar hacia allí al atardecer?

Probablemente. Hubo una pausa, luego: No les permitiré dejar matar a Luk. Eso lo tengo
que hacer yo.

Lo sé. Su garganta cerrada. Quiere decir, Te extraño, pero la conexión ya se había


roto.

Lentamente, abrió sus ojos. Desorientada como siempre estaba después de iniciar
la telepatía, le tomó un momento registrar que estaba sentada en la sala de la villa
con los tres cazadores húngaros. Pasó el dorso de su mano a través de su frente y
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dijo enérgicamente:
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—Están en una cueva cerca de esta villa. No puedo pronunciarlo. —Buscando una
pluma y papel de la mesa frente a ella, garabateó el nombre que Saloman le había
mostrado—. Y ya están con la comuna de vampiros.

Dante, todavía disfrutando cada detalle de su nueva energía, empujó a Luk con la
punta de su zapato.

—Despierta, el sol se está poniendo. —Quería salir a la hermosa noche, beber


sangre, hacerse más fuerte, recolectar seguidores…

Luk, que parecía dormir con sus ojos abiertos, si es que dormía en absoluto, se
sentó con cansancio. Se había estado volviendo cada vez más malhumorado desde
la tarde de ayer, cuando se había ido por su cuenta. Lo que sea que había hecho no
lo había hecho feliz. En realidad, parecía que lo había puesto furioso, después de
alimentarse, le había tirado el cuerpo de su víctima a Dante. Incluso con su nuevo
poder para ayudarlo a soportar la fuerza, Dante había caído en un montón indigno
con el cadáver sin sangre sobre él. Había castigado a Luk con un regaño y un trato
frío, ninguno de los cuales pareció notar el Antiguo, así que esta vez, pensó que
trataría con un poco de gentileza.

—Ahora que tu herida finalmente ha sanado, ¿estás más feliz esta noche? —
preguntó jovialmente

—No —dijo Luk—. Estoy hambriento.

—Yo también. Despertaremos a los otros y nos iremos. ¿Qué te hace infeliz Luk?

Luk lanzó su cabeza hacia atrás y rió.

—Esto. —Miró a Dante, la risa se fue transformando en furia y dolor en sus labios
inmóviles hasta que la nueva sangre de Dante se heló. Entonces pronunció—:
Tsigana.

Dante parpadeó, tomándose un momento para ubicar el nombre.

—¿Tsigana? Ella ha estado muerta desde hace trescientos años. —Sonrió con
viciosa satisfacción—. Sin embargo antes de eso se eliminó a Saloman.
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—Saloman. —Luk sacudió su cabeza violentamente. Pudo haber sido rabia o dolor.
O simple locura.

—¿Qué te hizo pensar en Tsigana? —preguntó Dante—. ¿La estuviste buscando


anoche?

—La encontré. Me dijo que estaba muerta. Pero no era un no-muerto.

Dante se giró. A veces hablar con Luk era simplemente inútil. Excepto que… miró
sobre su hombro.

—¿Encontraste a alguien que pensaste que era Tsigana? ¿Tal vez la sangre de
Tigana corre en sus venas?

Luk asintió.

Dante rió.

—Elizabeth Silk. ¡Te apuesto lo que quieras! ¿La mataste?

Luk agitó su cabeza impacientemente. Pudo haber significado cualquier cosa.

—Espero que lo hayas hecho —murmuró Dante—. Especialmente si ella tenía a sus
cazadores a cuestas. —Otra posibilidad le golpeó, quitando la sonrisa de su cara.
En su cierta limitada experiencia, donde aparecía Elizabeth Silk, Saloman estaría
raramente lejos. Él parecía resguardar a su Despertadora como una especie de
mascota. Como-perro-en-el-comedero, así que no la había matado aún, estaría
condenado si él dejaba a alguien más disfrutar de ese privilegio.

Dante miró a Luk con frustración. Hasta ahora, el Antiguo lo había defendido de la
instintiva agresión de otros vampiros, pero no debería confiar en que esa
protección duraría por siempre. Y mirándolo ahora, encorvado, inalcanzable, con
espasmos de hambre y Dios sabe que más, Dante no lo podía ver preocupado por
el poder de Saloman. ¿Qué rebelde medio respetado podía elegir seguir a esta
miserable criatura?

—Vamos, salgamos de aquí —gruñó.


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El color de la luz del sol había comenzado a cambiar, oscureciendo los patrones de
las sombras cambiantes en el piso del bosque. Saloman se podía mover ahora con
seguridad, en otros pocos minutos, incluso podría abandonar el refugio del
bosque. Antes de que los vampiros dejaran su cueva, podría estar allí, esperando
por ellos.

Excepto, que detrás de la colina de la aldea, Elizabeth y los cazadores se estaban


acercando. Para el tiempo en que lo encontraran, él podía haber matado a Dante y
los otros, volver a dormir a Luk, y mostrarle a sus seguidores los errores de sus
formas. Y todos podrían ir a casa. Pero Saloman se rehusaba a abandonar su largo
juego, el de ganarse a los cazadores que había comenzado con el rescate de Josh
Alexander de Dante en Budapest. Su trabajo juntos tenía que ser más que uno solo,
más que una idea vaga. Tenía que ser visible y real. Y entonces, mientras los
vampiros se movían en su cueva, esperaba por los cazadores. Y por Elizabeth.

Ella se movía a través de los árboles con todo el porte físico que su nueva confianza
le había dado, parte del protector grupo de cazadores que la rodeaba, mirando
unos por otros. Esto causó una punzada de dolor en Saloman que llegó
peligrosamente cerca de los celos, para los cazadores sería siempre parte de lo que
ella era ahora.

Elizabeth había crecido y cambiado en el último año conforme iba reconociendo


sus fortalezas y lidiaba con las realidades de su nueva vida. Saloman estaba
orgulloso de ella, orgulloso también de su rol en su crecimiento. Le había mostrado
la forma para desarrollar sus poderes telepáticos y sensoriales, a través del cual
llegaría al máximo potencial que la estaba esperando. Y había roto la timidez de
ella, sus inhibiciones en lo que concernía al amor, le enseñó a dar y a recibir placer.
Y aún seguía siendo la misma persona que lo había intrigado y lo había tocado
cuando accidentalmente lo había despertado, compasiva, inteligente, vulnerable,
graciosa, inesperadamente dulce, valiente, reflexiva, cariñosa…

Amorosa. Las entrañas de Saloman se apretaron cuando la vio acercarse. Su cabello


rubio rojizo estaba recogido cuidadosamente detrás de su cabeza, revelando toda
la belleza delicada de su rostro, la corta blusa que él había llamado una vez el
corpiño de una prostituta destacaba el contorno de sus senos y su cintura. La
caliente e irresistible follada de la tarde de ayer no había sido suficiente, ni de cerca
de suficiente. Pero entonces ella lo había sobre analizado, a lo que era propensa,
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era un fracaso intelectual, y quería castigarse por percibir una falta de respeto. A
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pesar de que su frágil humanidad fue una gran parte de lo que lo atrajo hacia ella,
a veces era algo totalmente incomprensible.

Pero al menos había sonreído cuando lo había visto, la rápida, espontánea sonrisa
que había calentado su corazón y condujo su sangre directamente a su polla. A
pesar de la presencia de los cazadores con caras serias, vino directamente hacia él,
y aunque no lo besó, pasó sus dedos por los de él y los apretó.

—¿Todavía están aquí? —preguntó ella, apenas un poco consciente de sí misma.

—Han dejado la cueva.

—¡Los tengo! —exclamó el húngaro István, con satisfacción. Estaba examinando


uno de sus instrumentos bizarros en los que los cazadores confiaban a un grado
ridículo. Sus detectores eran ingeniosos, Saloman permitió, y aplaudió su
ingenuidad, pero los cazadores parecían ciegos al hecho de que para cuando el
instrumento diera alguna advertencia, un vampiro ya estaría mordiendo la
garganta del propietario. Un vampiro decente se movía mucho más rápido que su
tecnología.

Y así lo probaron. Habían salido disparados hacia la colina, pasaron la cueva


donde Luk y Dante se habían refugiado con sus seguidores, y sus instrumentos
murieron.

—Sigue en la misma dirección —ordenó Konrad—. Hay un pueblo de decente


tamaño al otro lado de esas colinas. Haré que Mustafa nos encuentre con el
automóvil.

Saloman le habló a Elizabeth. Ve con ellos.

Ella lo miró, su expresión incierta. Un ceño arrugó su frente, como si estuviera


molesta por su instrucción, y aún así la suavidad de sus ojos mostraban que sólo
extrañaba su compañía, que lamentaba ser excluida de lo que sea que él iba a
hacer. Arrepentido por eso, la acarició con su mente y salió de ella mientras
levantaba de la rama que protegía la cueva y dio un paso adentro.

Saloman tuvo que cerrar sus ojos como si la presencia de Luk lo rodeara. La fuerza
de eso era abrumadora, tanto que casi eclipsaba enteramente la sintonía de los
otros, vampiros de menor grado, incluyendo a Dante. En cuclillas, Saloman pasó
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sus dedos a través de la piedra y la tierra que eran el piso de la cueva. Encontró el
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lugar donde Luk había descansado, colocando su palma plana, y dejándola ahí,
toda la esencia persistente era de Luk.

Esta era la razón por la que Elizabeth no podía estar ahí. Porque Saloman no podía
soportar el dolor de la ignorancia sin esperanza de Luk. Esto era peor que la locura
que había nublado su mente y atormentado la una vez grandiosa mente de su
primo, era como si la mente hubiera sido completamente borrada, sólo dejando lo
suficiente para que Luk pudiera saber lo que pasó. Y aún así el alma era la misma,
seguía siendo Luk.

La sangre bombeaba detrás de los ojos doloridos de Saloman. Deseaba poder llorar
para liberar la presión insoportable, en honor al Luk que había amado. Pero las
lágrimas eran algo que estaban más allá de él, como si un órgano vital hubiera sido
dañado en la noche de su traición por parte de aquellos a quien amaba más:
Maximilian, su primer “hijo”, y Tsigana, su amante. Tsigana, a quien había
perdonado con tanta frecuencia porque sus defectos humanos lo habían fascinado.
Y aún así nunca había imaginado que ella cometería la máxima traición y ayudaría
a su asesinato.

Tsigana. La cueva entera estaba impregnada con su eco. Ella había llenado la
mente de Luk mientras yacía ahí, como si imaginara que la había perdido hasta la
muerte. ¿Qué le haría el saber que ella había estado de vuelta en la cama de
Saloman el día de su entierro? Para Saloman, había sido una necesaria aunque un
poco perversa forma de honrar a su primo, para Tsigana había sido un triunfo
imaginario. Para Luk… bueno, Luk ya ni quiera sabía quién era Saloman.

¿O lo sabía? Saloman enterró sus dedos en la piedra hasta que sangraron. No podía
seguir el recuerdo persistente de Tsigana de nuevo a su fuente, la mente de Luk,
por miedo de alertar a Luk antes de que estuviera preparado. Pero la imagen
dejada por los pensamientos de Luk era precisa, al igual que el olor, la sensación
de Tsigana, excepto, sin duda, que la alteró ocasionalmente para adaptarse a lo
más importante, reconocer a Elizabeth, en cuyas venas corría la sangre de Tsigana.

Algo estaba regresando a Luk. Él se aferraba a Tsigana, usando su memoria para


tratar de alcanzar a los otros, para averiguar cómo la sangre de otra mujer olía
como Tsigana.

Saloman liberó la tierra y la piedra entre sus dedos y se puso de pie. La tierra se
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desprendió de su piel, que comenzó a sanar sobre las rozaduras que el apenas
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notó. Si Luk ya estaba recordando, entonces Saloman, Elizabeth y el mundo entero
deberían tener cuidado.

Fuera de la cueva, Saloman levantó la cara hacia el viento. El podía oler a Elizabeth
y a los cazadores, oír sus quejas por que todavía no podían encontrar el rastro de
los vampiros. Había una razón para ello, por supuesto. Los cazadores estaban
yendo en dirección contraria. O Luk o Dante se habían dado cuenta de que los
estaban siguiendo. Tal vez Luk había mencionado haber visto a una mujer que olía
a Tsigana, y Dante había puesto 2 y 2 juntos. De cualquier manera, los vampiros se
habían movido en torno a un gran arco y se dirigían hacia el sur por una ruta más
occidental.

Elizabeth, estás yendo por el camino incorrecto. Sigue mi señal.

Si todo estaba bien programado, podría matar a Luk y mantener la pelea por el
tiempo suficiente para que los cazadores se le unieran. Otra aventura cooperativa
sería ganada con pocas pérdidas. Y Saloman podría cambiar su atención hacia la
creciente rebelión entre los vampiros de Estambul. Sin Luk, sería fácil de sofocar.

Saloman comenzó a correr, alargando sus pasos hasta saltos enormes, de esa
manera cubriría el suelo disparejo más rápido de lo que el ojo humano podía ver.
Los vampiros estaban usando algún errático, cubrimiento al azar para enmascarar
su presencia. Saloman aplaudía su precaución, la cual, sin embargo, era inútil
contra él. Si Luk tuviera alguna vez problemas para enmascararse, las cosas serían
diferentes, pero por el momento, Saloman era invisible para ellos mientras era
capaz de seguir sus movimientos.

Cuando por fin eran visibles a simple vista, a decenas de metros debajo de su
punto de ventaja, tuvo que reconocer que tendría que mirar a los ojos de su primo
cuando lo matara. Se lo debía. Otra vez. Y por eso, necesitaba la sorpresa de su
lado.

Saltó una vez, aterrizando en un rincón más bajo, lanzándose hacia delante y hacia
abajo antes de que cualquiera de ellos pudiera mirar hacia arriba. Dante dirigía la
manada a un ritmo moderado, y descansando ahora, con Luk quedándose atrás,
sacudiendo la cabeza ocasionalmente como si estuviera plagado de contracciones
masivas.
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Oh, sí, Dante moriría.


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Un momento largo, Saloman escuchó el latido de su propio corazón. Entonces
agarró la espada del cinto por la fuerza y brincó otra vez.

El aterrizó ligeramente detrás de Luk, quien debió sentir la corriente de aire,


porque volvió la cabeza sin interés para echar un vistazo sobre su hombro.

Saloman hablo suavemente, en el viejo lenguaje de su gente.

—Saludos, Luk.

Luk se congeló, su boca abierta, sus ojos muy abiertos. Adelante, los otros no
parecían notar que Luk estaba perdiendo el tiempo otra vez.

Luk volteó lentamente, como si no pudiera evitar, y miro fijamente a Saloman. Oh,
sí, esos eran los ojos de Luk, avellana y luminosos, los ojos de un vidente y profeta.
Pero curiosamente en blanco, como nunca los había visto antes Saloman, medio
muertos porque apenas estaba medio despierto. Sin los recuerdos que lo habían
formado, no era todavía Luk. Sus labios se movieron silenciosamente; alguna gran,
pelea interna cruzó su cara y terminó en sus ojos con un destello como de rayo.

—Saloman.

Salió como un susurro, y aún así la estúpida alegría de reconocimiento se estrelló


contra los oídos de Saloman como un terremoto. Cuidado mundo.

Luk dio dos pasos hacia adelante.

—Saloman —dijo otra vez, lo suficientemente fuerte para llamar la atención de los
vampiros en frente. Saloman los ignoró. Los labios de Luk se torcieron con
esfuerzo, o dolor, o ambos. La sangre se reunió en las esquinas de sus ojos y sonrió.

El corazón de Saloman pareció romperse. Y luego, con el tipo de velocidad que casi
había olvidado, Luk se lanzó hacia él.

Saloman cayó de nuevo bajo la fuerza. Sus brazos, ya levantados por instinto para
defender y matar, bajaron lentamente por el peso del cuerpo de su primo.

No estaba bajo ataque, estaba siendo abrazado.

Puedo salvarlo, pensó Saloman, aturdido. Luk estaba colapsando bajo la fuerza de
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su retorno de identidad. Saloman se hundió sobre sus rodillas, sosteniéndolo con


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compasión y felicidad y en total alivio del horror que nunca había querido
reconocer. Luk, el guardián de su gente, el profeta, estaba de vuelta.

Por encima de su cabeza inclinada, Saloman miraba a los vampiros con cuidado.
Desde que su máscara había sido tumbada por Luk, no había necesidad de previo
aviso. Todos sabían que habían visto a Saloman, el Antiguo, el señor de los
muertos vivientes. Y luego, ahí estaba Dante, luciendo exactamente igual, aunque
no fue capaz de resistir sonreír para mostrar sus nuevos incisivos de vampiro.

Saloman no se dejó engañar. No había sido parte del plan de Dante tener a Luk de
vuelta en los brazos de su primo y asesino. Dante estaba preocupado.

—¡Luk! —dijo el senador fuertemente, y con una furia creciente, Saloman entendió
que era así como siempre se había dirigido a los seres cuyas botas no estaba en
condiciones de lamer.

Luk no le hizo caso. La agitación de sus hombros se había convertido casi en


convulsiones, como un humano maltratado por la emoción. Necesitaba paz para
esto, lo cual nunca obtendría aquí.

—Luk, ven conmigo —susurró Saloman en el cabello de su primo.

—Saloman —dijo Luk con asombro. Sus dedos agarraron la espalda de Saloman y
se relajó lentamente. Su cabeza levantada—. ¡Saloman!

No había amor, no había felicidad, dejando sólo en aquellos ojos color avellana, ira
hirviendo y odio profundo, odio descompuesto. Le dio a Saloman un instante de
advertencia, no lo suficiente para conseguir primero su golpe, pero lo suficiente
para dejarlo caer sin romper su cuello cuando Luk lo arrojó al lado de la colina.

Luk voló tras él, descubriendo sus dientes para morder. Pero Saloman se forzó a sí
mismo a pararse y simplemente saltó sobre la cabeza de su primo, sacando su
espada y estaca mientras iba, para encarar a los vampiros menores. Ninguno de
ellos estaba armado, excepto por Dante, a quien Saloman estaba apuntando.

—Sin piedad —dijo entre dientes—, sin clemencia.

—¡Saloman! —gritó Luk—. ¡No lastimes a tu “hermano”!

Saloman ajustó su posición para defenderse por cualquier lado. Luk se lanzó, pero
85

antes de que estuviera lo suficientemente cerca, Dante dijo presa del pánico:
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—¡Alto! ¡No eres lo suficientemente fuerte todavía! ¡Nos matará a todos!
¡Retrocede!

Entonces Luk se puso entre él y Dante mientras se alejaban de él. Saloman se


adelantó, y corrieron hacia atrás para alejarse de él, tropezando entre sí. Saloman
arremetió, matando a dos de los vampiros menores a la izquierda de Dante con
muchos impactos como un rayo de su estaca. Sus partículas incendiadas brillaron y
volaron lejos con la brisa.

El pánico de Dante parecía extenderse a Luk, quien, con una última mirada de
odio, agarró a Dante por su brazo y corrió, protegiendo a su creación con su propio
cuerpo. Saloman se contentó a sí mismo tirando su estaca a uno de los vampiros
que trataba de mantener el ritmo, y sintió cierta satisfacción cuando se convirtió en
polvo.

Se quedó mirando a los vampiros que huyeron hasta que no pudo verlos, y luego
se dejó caer contra la roca más cercana. Tenía un plan para todo. Para toda posible
contingencia en el mundo vampiro y humano. Excepto matar a su querido primo
que podría ser posible de salvar.

Luk estaba en control de Dante, recobrando su memoria y su poder; había


amenazado la vida de Saloman y su liderazgo; amenazaba al mundo.

Y aún, había habido un momento…

Saloman cerró sus ojos, confuso por primera vez en siglos. ¿Qué debo hacer?
Elizabeth, ¿Qué hago ahora?
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Capítulo 6
Traducido por rihano

Corregido por Nanis

E
lizabeth abrió sus ojos sin un claro sentido de lo que la había despertado.
Puede haber sido el perro en el patio vecino, emitiendo una especie de
medio ladrido gimoteante, como si estuviera inseguro de si se sentía
amenazado.

Ella y los cazadores, habiendo perdido el rastro temprano y dejado que Saloman lo
recogiera de nuevo, contra el buen juicio de Konrad, habían conducido a casa y
caído en la cama. Como los otros, Elizabeth sentía una sensación de frustración,
habiendo viajado tan lejos y llegar tan cerca del enemigo, y aun así fallando en el
compromiso. Y Saloman la preocupaba. Después de enviarle su señal para guiarla,
había roto contacto, solo para comunicar telepáticamente un poco más tarde que
había matado a un par de vampiros pero todavía estaba tras el rastro. Y luego, solo
un poco después de eso, había vuelto a contactarse para avisar que fuera a casa,
porque los vampiros se habían separado, con Luk y Dante dirigiéndose de repente
hacia el noreste, y los otros hacia el sur, más cerca de la base de los cazadores.
Saloman estaba siguiendo a Luk, pero advirtió a Elizabeth que buscara señales de
ataque de vampiros en los pueblos tierra adentro desde Fethiye. Era posible que
Dante, o incluso Luk, los hubieran instruido para crear un ejército inexperto para
distraer a los cazadores.

Konrad especialmente había mostrado resentimiento de ser advertido por un


vampiro, pero de hecho, como Istvan señaló, perseguir vampiros que se movían
mucho más rápido que los humanos era una tarea ingrata la mayor parte del
tiempo. Ellos tenían que ser rastreados y emboscados, y esa noche los cazadores
sencillamente habían ido demasiado lejos del camino correcto. Ante la urgencia de
Elizabeth, Konrad finalmente había telefoneado a Mustafá para dejarle saber a los
cazadores turcos de la advertencia de Saloman sobre Fethiye. Después de lo cual,
exhaustos e irritables, todos ellos se habían retirado, conscientes de que podían
tener que pasar la siguiente noche ejecutando vampiros inexpertos violentos
aunque más o menos indefensos.
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Quizás Elizabeth pudo haber estado dormida solo por un par de horas. Aún estaba
oscuro afuera; ningún llamado a la oración sonaba; incluso los gallos jóvenes
Páág
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estaban silenciosos. Todavía yació por un momento, agudizando sus oídos. Su
corazón comenzó a latir más rápido mientras se preguntaba si Saloman había
regresado. Se deslizó de debajo de la sábana y caminó a través del piso frío hacia la
ventana. Ninguna oscura sombra familiar acechaba en el balcón o abajo en el
jardín. Moviéndose rápidamente hasta el otro lado del cuarto, se sintió
ridículamente desilusionada al no ver señales de él en la piscina al lado de la casa
tampoco.

Debería regresar a la cama y dormir. Solo… solo, que algo se sentía mal. Buscando
la presencia de Saloman, estaba segura de que sintió algo más. Algo que no le
gustó. Se movió silenciosamente hasta la mesita de noche y levantó la estaca que
había mantenido cerca desde sus primeros encuentros con Saloman. Sostenerla la
hizo sentir mejor. Pero no por mucho tiempo.

Un sonido de vidrios rotos recorrió el aire, seguido de cerca por un grito


masculino.

Konrad.

Antes de que la idea hubiera pasado por su cerebro, estaba saliendo por la puerta
del dormitorio y bajando la escalera de caracol tan rápido que debería haberse roto
el cuello. La de Konrad era la primera puerta en la planta baja, y se apresuró hacia
esta, sin tocar o disculparse, a tiempo para ver a Konrad parado sobre la cama,
empujando su estaca hacia una figura ensombrecida que rápidamente se
desvaneció en la oscuridad. Pero dos más lo enfrentaban, mientras un tercero
avanzaba hacia Elizabeth.

Elizabeth no dudó. Voló hacia uno de los asaltantes de Konrad y sintió su estaca
deslizarse dentro. Pero el vampiro era fuerte, se retorció tan rápido que la madera
golpeó duro contra una costilla. Gruñendo con dolor, el vampiro la golpeó,
separándola de él. Elizabeth se colgó pesadamente de la estaca mientras caía al
inolvidable piso de mosaico. Ya que la estaca se vino con ella, ignoró el dolor,
enganchando su tobillo alrededor de la pierna del vampiro, y jaló.

Tomado por sorpresa, cayó incómodamente, y, sabiendo que él rectificaría todo eso
demasiado rápido, Elizabeth saltó hacia él casi antes de que golpeara el piso. Una
poderosa mano buscando su garganta, apretando instantáneamente, mientras la
otra agarraba su estaca. Evadiendo sus dedos buscadores por el tiempo suficiente
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para cambiar la estaca a su mano izquierda, la hundió duro. Casi simultáneamente,


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la constricción en su garganta se relajo y el vampiro explotó en cenizas. La ráfaga
familiar de la energía del vampiro muerto en su propio cuerpo la hizo jadear. Él era
fuerte y ella había sido afortunada de conseguir matarlo así de fácil, pero no había
tiempo para descansar. Tenía que usar su fuerza, la cual estaba ahora añadida a la
suya propia.

En la cama, Konrad luchaba con los dos asaltantes restantes. Como siempre,
mientras Elizabeth corría a ayudar, Istvan y Mihaela entraban juntos y compartían
la matanza, mientras el último asaltante de Konrad pagaba el precio de su
distracción y se convertía en ceniza.

Lentamente, Elizabeth llegó y encendió la luz. De sus atacantes no quedaron


rastros, a excepción del vidrio roto esparcido bajo la ventana y una salpicadura de
sangre en las sábanas arrugadas de Konrad.

—El hijo de puta me mordió —murmuró Konrad, manteniendo su mano sobre su


hombro mientras se dejaba caer en una posición sentada en la cama.

—Déjame ver —dijo Mihaela eficientemente. Ella había estado aquí antes,
vendando gente después de ataques vampiro, y sonaba como siempre lo hacia, fría
y capaz. Y sin embargo su mano tembló mientras la levantaba hacia la herida de
Konrad.

Elizabeth se balanceó sobre sus pies. Para cubrirlo, se encaminó hacia la ventana,
tratando de ignorar el inespecífico pero muy físico dolor que comenzó a
consumirla. El vértigo combinado con un extraño y poderoso temor, que la hizo
sujetarse duro del marco de la ventana para disiparlo. ¡Ahora no! Por favor, ahora
no…

Quizás era solo el resultado de la disipación del vampiro. Eso debe ser. Para su
alivio, el dolor y la desagradable sensación para la que no tenía palabras con que
describirla comenzó a esfumarse, al menos lo suficiente para dejarla concentrarse
una vez más. No había señal de nadie más en el exterior, pero a pesar de que esa
sensación opresiva de que algo andaba mal se había disipado, estaba bien
consciente de que no había visto a los vampiros atacando desde su propia ventana
tampoco.

—El detector aún está registrando —dijo Istvan con urgencia—. Tenemos otro.
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—¿Dónde? —exigió Elizabeth, volteándose para enfrentarlo.


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—Afuera, creo —dijo Istvan, saliendo por la puerta.

Mientras Elizabeth cruzaba el cuarto detrás de él, Mihaela se levantó.

—Sostén eso por encima —le aconsejó a Konrad, colocando su mano izquierda en
la tela que había mantenido sobre su herida, y la derecha en su estaca de madera
que él había usado con tan buen efecto—. Ya está sanando, estarás bien —añadió
ella por sobre su hombro, mientras dejaba el cuarto lado a lado con Elizabeth.

Ellas encontraron a Istvan en el vestíbulo de la puerta de entrada. Sin hablar, les


mostró el detector, sosteniendo la punta roma de la estaca sobre sus labios para
advertirles que continuaran en silencio. Dada la distancia y la dirección del
indicador, el vampiro esperaba en el otro lado de la puerta de entrada, sin duda
listo para atrapar a algunos humanos huyendo. Si él era lo suficientemente fuerte,
ya sabría que sus compañeros estaban muertos, así que o era estúpido y
relativamente débil, o era lo suficientemente poderoso para tener la confianza de
tomar al menos a uno de ellos por sorpresa antes de escapar.

Istvan apuntó hacia el salón, y Mihaela le dio un codazo al brazo de Elizabeth. Ella
asintió y se movió a través del salón hacia las puertas francesas. La llave estaba en
la cerradura. Elizabeth la tocó, recordando darle vueltas suavemente. Solo
esperaba que fuera lo suficientemente suave para evitar que el súper oído del
vampiro lo captara.

Ella miró de vuelta a Mihaela, quien se paró en la mitad del cuarto, desde donde
podía verlos a ambos, a Elizabeth e Istvan. Observando a Istvan, Mihaela levantó
una mano y comenzó el conteo con sus dedos. Tan pronto como el último dedo se
cerró, Elizabeth giró la llave, abriendo de golpe la puerta, y saltando afuera,
moviendo la estaca.

Aunque, ella apenas la escuchó moverse, Mihaela estaba parada a su lado. La


noche estaba silenciosa. Istvan debería haber estado en la puerta frontal, pero no
había ningún sonido de pelea o conmoción. La columna de Elizabeth se sintió fría.
Intercambiando miradas con Mihaela, ella comenzó a moverse alrededor del
exterior de la casa mientras Mihaela lo hacia por el otro lado.

Cada paso parecía traer un incremento de la tensión. El vampiro había esperado


este momento; Elizabeth no podía creer que ahora él había escapado sin matar.
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¿Seguramente no podría haber agarrado a Istvan tan fácilmente que no hubiera


habido ningún ruido?
Páág
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No. La larga y delgada figura de Istvan se detuvo en el extremo del jardín,
tranquilo y sereno. Aunque, no había señal del vampiro, ella aún podía sentirlo.

¡Oh, Dios, Mihaela!

Pero no, Istvan aún tenía el detector; si hubiera registrado movimiento, lo habría
seguido. La respiración de Elizabeth quedó atrapada. Arriba. ¡Él ha subido!

Desesperadamente, revisó el techo del pequeño porche. ¿Seguramente había una


mancha más oscura en las sombras…? Istvan debe saber. Él estaba esperando que
ella y Mihaela se acercaran antes de salir al porche, solo en caso de que el vampiro
fuera más rápido de lo que era él.

En cuyo caso, la distracción lo era todo. Y ella solo rezaba porque los otros
comprendieran su juego.

Ella comenzó a correr, gritando:

—¡Istvan!

E Istvan entendió. Saltó al porche al lado de Miahela, justo mientras el vampiro


saltaba del techo sobre Elizabeth. Istvan volteó exactamente al mismo tiempo que
el vampiro, y Elizabeth tuvo que sacudir su cabeza para aclararla. Por un pequeño
y vital momento, pensó que estaba viendo doble, antes de darse cuenta que no era
su cabeza la que estaba separando la sombra oscura en dos vampiros. Realmente
habían dos, uno agarrando a Istvan, el otro saltando hacia ella como algún
monstruo imposiblemente rápido de la oscuridad de sus pesadillas infantiles.

Ellos se habían escondido juntos para disfrazar cuántos eran de los detectores.
Forzando a sus piernas a impulsarse más rápido, más que detenerse de plano y
regresar al otro camino, Elizabeth acuchilló con su estaca, sacando sangre de
alguna parte del vampiro mientras volaba hacia ella. Él aterrizó sobre sus pies con
un siseo e hizo el intento de agarrarla. Elizabeth lo esquivó, pero ya su otra mano
serpenteaba hacia ella y tuvo que apuñalarlo con la estaca. Su siseo se convirtió en
un gruñido que se parecía curiosamente a una risa. El vampiro pensaba que podía
ganar.

Inexorablemente, a pesar del frío repentino en su sangre, Elizabeth rogó por


equivocarse. Se sentía como si algún extraño desafío, convirtió la batalla letal en un
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juego desesperado de corre que te pillo o "tig", como ella lo había llamado al crecer
Páág
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en Escocia. Los miembros del vampiro se movían lo suficientemente rápido para
desenfocarse, fintando y arremetiendo, tirando hacia atrás y agarrando. Y sin
embargo, no era una velocidad imposible como la de Luk; no era nada que ella no
pudiera manejar. Descubrió que podía contrarrestar cada movimiento, esquivando
cada agarre, leyendo cada finta, y bloqueando cada golpe.

No pudo evitar la repentina y apabullante sensación de triunfo, pero tampoco


podía permitirse evitar esto. Un vistazo a István, conduciendo a su vampiro de
regreso hacia donde estaba esperando la estaca de Mihaela, le advirtió a ella para
terminarlo. Agachándose por debajo de los brazos del vampiro que se
balanceaban, ella se levantó dentro de ellos y lo apuñaló en el corazón. Su
expresión absurda de sorpresa antes de que se convirtiera en polvo la hizo casi
lamentar que el juego hubiera terminado.

Girando para hacer frente a la otra pelea, vio que el vampiro había logrado llegar a
Mihaela. István, levantándose del suelo, saltó sobre la espalda del vampiro y
hundió su estaca.

Con un grito de furia, cortado como por un interruptor, el vampiro estalló en polvo
plateado. Elizabeth patinó hasta detenerse junto a István, que se quedó sin aliento,
presumiblemente mientras absorbía el torrente de fuerza del vampiro, y sonrió a
través de este a Elizabeth y Mihaela.

—Gracias.

—El placer es mío —dijo Elizabeth con voz débil—. ¿Alguno más?

István miró el detector sujeto a su muñeca.

—No que yo pueda ver.

—Tenemos que revisar el resto de la casa, sin embargo —dijo Mihaela


prosaicamente.

Juntos, volvieron a entrar, trabando de nuevo ambas puertas. Luego fueron a


través de cada habitación de la casa, incluyendo la de Elizabeth y finalmente la de
Konrad una vez más. El cazador herido parecía estar bastante recuperado,
montando guardia sobre su ventana rota con su impaciencia característica.
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Para estar seguros, Elizabeth acompañó a István al jardín de nuevo, mientras


Mihaela custodiaba la puerta principal. Todo estaba en silencio, salvo por un gallo
Páág
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más abajo en la calle. István recogió un poco de madera destinada a la barbacoa, y
se la llevó dentro para bloquear la ventana de Konrad.

Una vez hecho eso, todos dieron vueltas por el comedor y se sentaron alrededor de
la mesa. Elizabeth se levantó y encendió la caldera, mientras la llamada a la oración
del amanecer comenzaba.

Ella sonrió.

—¿Por qué es ese sonido tan reconfortante?

—¿Porque todavía estás viva para escucharlo? —sugirió Mihaela.

—Es una afirmación de toda la bondad y la belleza en el mundo —dijo Istvan


sorprendente.

Konrad sonrió débilmente.

—¿Es esa la doctrina oficial islámica, profesor?

—No. Es mi interpretación personal.

Solo mientras Elizabeth colocaba el café y las tazas sobre la mesa, se dio cuenta de
que ninguno de ellos estaba vestido. Ella llevaba el camisón sexy que había
inspirado la pasión frecuente de Saloman en el pasado, ahora un poco desgarrado
por la pelea. Los hombres tenían solo unos calzoncillos, exhibiendo sus
agradablemente musculosos torsos aunque ligeramente marcados al mundo,
mientras Mihaela llevaba un par de pequeños pantalones cortos y una camiseta.

Mihaela encontró su mirada con humor un poco avergonzado.

—Tal vez deberíamos ponernos ropa para tomar café —sugirió ella.

—La cosa de la ropa —dijo Elizabeth, dejándose caer a su lado—. Están


sobrevaloradas.

Mihaela levantó su taza en un brindis silencioso.

Konrad suspiró.
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—Bueno, parece como si la conjetura de Saloman en cuanto a la ubicación estaba
correcta. Estamos a sólo dieciséis kilómetros de Fethiye. Solo que averiguó de la
misión equivocada.

Elizabeth lo miró.

—¿Crees que eso es lo que era? ¿Esbirros de Dante?

Konrad se encogió de hombros.

—Una reunión de cinco vampiros en un lugar de este tamaño es poco frecuente.


Como si se tratara de un ataque dirigido específicamente a los cazadores. También,
de lo que dijiste, ellos sabían cómo engañar a los detectores. Eso tiene que venir de
Dante.

—Pero ¿cómo podrían habernos encontrado tan rápido? —objetó Mihaela.

—¿Una concentración de lectores humanos? —sugirió Elizabeth—. Para un


vampiro, Konrad y yo en un lugar es bastante contundente. Solamente… que
tienes razón. No creo que nos habrían encontrado tan rápido sin ayuda.

—¿Ayuda de quién? —exigió Konrad.

Él piensa que es Saloman traicionándonos.

—De Luk —dijo ella de manera sencilla—. Él me ha visto, olido; podría haber
pasado esa lectura a los demás, lo utilizó para guiarlos a distancia, si quieres, a
nuestra casa. Tres cazadores, uno de los cuales es también descendiente de un
antiguo asesino, además de una Despertadora, es un buen camino.

—Y sin embargo condenado a traer problemas —espetó Konrad—. Los vampiros


son raramente tan estúpidos como para atacar a cazadores no provocados.

—Estamos tratando con vampiros renegados aquí —señaló Elizabeth—. Dante


quiere problemas. Él quiere grandes problemas para impulsar la rebelión con el fin,
en última instancia, de utilizar a Luk para eliminar a Saloman. No creo que él
tenga alguna idea de cuan eficaces son los cazadores contra los vampiros, él vio a
Dmitriu golpear a todo un equipo, y sólo te ha visto pelear en compañía de
Saloman, lo que probablemente le dio una falsa impresión. Probablemente pensó
que eran presa fácil, propaganda fácil. En el corto plazo, puede incluso haber
94

esperado distraer a Saloman por este ataque contra nosotros.


Páág
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—Contra ti —dijo Mihaela, pensativa. Miró a Elizabeth—. ¿Será?

—No, porque yo no le he dicho al respecto —dijo Elizabeth con calma.

Mihaela no dijo nada más sobre el tema, pero su mirada era penetrantemente
incómoda.

Después de que hubieran intercambiado ideas sobre el ataque de vampiros por un


rato, los hombres se fueron a la ducha, y Mihaela se echó hacia atrás en su asiento,
poniendo sus más que elegantes pies sobre la mesa de comedor.

Elizabeth dijo:

—¿Estás bien?

Mihaela parpadeó.

—Por supuesto. Fue el resto de ustedes los que fueron más afectados. Yo no hice
más que llegar a la fiesta después del programa. Konrad te debe.

Elizabeth hizo eso a un lado.

—Yo estaba despierta. Todos hicimos lo que teníamos que hacer. Sólo pensé que
parecías… sacudida. Nunca te he visto así antes.

La mirada de Mihaela cayó.

—Esto me afectó —confesó. Cogió su taza de café y la vació antes de que dijera
bruscamente—: No es algo que tratamos con frecuencia como cazadores, vampiros
entrando. Me recordó… el pasado.

Del ataque de la infancia que había matado a su familia. Elizabeth no podía


imaginar el horror de esa noche, suponer el impacto de un recuerdo tal como el de
esta noche. No había nada que pudiera decir. Así que se sentó al lado de Mihaela
en apoyo silencioso hasta que la otra chica dejó la taza y deliberadamente cambió
de tema.

—¿Escuchaste de Josh últimamente? —preguntó Mihaela.

Josh Alexander, la estrella de cine estadounidense, era primo lejano de Elizabeth y


95

compatriota y descendiente de Tsigana, a quien se habían visto obligados a


rescatar de Dante y sus aliados vampiros en mayo.
Páág
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Elizabeth sonrió.

—Él me invitó al estreno de Psíquicos 2, sabiendo que no podía ir. Pero aprecié que
me preguntara.

—Yo también.

Elizabeth echo un vistazo para asegurarse de que no se había equivocado en la


presunción agregada a la expresión de Mihaela, y entonces comenzó, lentamente, a
sonreír.

—¿Tú y Josh? Ahora, eso me gusta. ¿Cuándo ocurrió esto?

—Cuando él se quedó conmigo después de que salimos del castillo.

—¿Por qué no me lo dijiste?

Mihaela encogió de hombros.

—No hubo mucha oportunidad. Las cosas fueron un poco de prisa antes de que
fueras a Escocia. Y estábamos celebrando tu doctorado. Lo de Josh y yo no era gran
cosa. Siempre supe eso. Somos de mundos diferentes, sin la intención de cambiar
las cosas. Sólo éramos dos… necesitados. ¡Y él es muy dulce así como también
increíblemente atractivo!

Elizabeth asintió con la cabeza.

—También está —observó ella—, en busca de algo más profundo que una relación
de publicidad. Él y su esposa estaban muy cerca hasta que ella murió.

La sonrisa de Mihaela era un poco torcida.

—Bueno, no puedo tener una relación en absoluto, ¿o sí? Pública o de otra manera.
Pero fue una buena semana. Valió por toda la mierda de antes.

Elizabeth sabía que para ella significaba algo más que la mierda de vampiro; se
estaba refiriendo a los encuentros anteriores con hombres indignos. Pasando un
dedo alrededor del borde de su taza vacía, Elizabeth dijo casualmente:

—¿Lo echas de menos?


96

Mihaela apoyó la cabeza contra el respaldo de la silla.


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—Me gustaría tener noticias de él. Echo de menos la idea, la ilusión de alguien
estando allí. Tal vez me estoy haciendo demasiado vieja para ser una cazadora.

—Toma vacaciones. Un año sabático. Infiernos, has hecho más que tu deber más de
cien veces, retírate.

—Eso es lo raro. No quiero eso tampoco. —Ella volvió la cabeza para mirar a
Elizabeth con un toque de humor—. A riesgo de sonar cliché, un cazador no es lo
que soy; es quien soy.

Elizabeth la miró fijamente.

—¿Nunca piensas que podrías ser más?

La mirada de Mihaela se mantuvo, luego cayó, mientras sus labios se torcieron en


una sonrisa.

—No.

Elizabeth se levantó y la abrazó con fuerza.

—Eres una persona maravillosa —dijo, y antes de que Mihaela pudiera


recuperarse de su sorpresa, la soltó y salió de la cocina. Pero Mihaela tenía la
última palabra.

—Solo estás diciendo eso porque yo hago un mejor café que tú.

Elizabeth se rió y siguió hasta su habitación, a la vez cálida y preocupada por la


conversación con Mihaela.

Sólo cuando se puso de pie en la ducha, constantemente mirando a través de la


pulverización a la puerta del baño, le llegó a ella que la casa ya no se sentía más
segura.

— Están muertos —dijo Luk.

En contraste con su comportamiento anterior, caracterizado por la quietud y largos


períodos en blanco de mal humor, estaba caminando hacia atrás y adelante sin
97

pausa al otro lado de la habitación de la planta baja de una casa de campo. Habían
Páág
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matado a los ocupantes de la cabaña, Luk alimentándose con despreocupada
eficiencia. Y ahora, con el sol al máximo, todavía no descansaba.

Con entusiasmo triunfante, no exento de recelo, Dante reconoció que la memoria


de Luk estaba regresando a él, trayendo consigo el conocimiento de sus antiguos
talentos y poderes, sus viejos rencores y enemistades. Este sería un punto de
inflexión importante para Dante, cuando fácilmente podría perder su posición
dominante, incluso su influencia sobre su creador. Y sin embargo, tenía que
alimentar el odio hacia Saloman.

Mierda, ese encuentro en las colinas había estado cerca. Dante había visto todo
escapando de él mientras Luk lloró sangre en los brazos de su primo.
Afortunadamente, esa había sido una fase pasajera. Las emociones de Luk hacia su
asesino ahora eran satisfactoriamente asesinas.

—¿Muertos? —dijo Dante con entusiasmo—. ¿Todos los cazadores? ¿Y Elizabeth


Silk? ¿La Despertadora?

Luk agitó una mano impaciente.

—No. Los vampiros que enviaste contra ellos.

—Maldita sea —dijo Dante, molesto—. Necesitábamos a esos vampiros. ¿Así que
Saloman volvió con los cazadores después de todo?

—No. Se quedó cerca de nosotros durante la mayor parte de la noche. Los


cazadores y la descendiente de Tsigana mataron a los vampiros.

Dante cerró la boca.

—Los cazadores son poderosos enemigos. Tienen experiencia matando vampiros,


y cada muerte los hace más fuertes. ¿No sabías eso?

—No —dijo Dante, cada vez más molesto.

—Y sin embargo, pensaba que fuiste una vez un Gran Maestro cazador.

—¿Te dije eso? Lo era. Pero para ser honesto, fue una posición en gran parte
honoraria, y yo estaba más interesado en los vampiros que los cazadores. ¿Se
puede realmente decir qué vampiros están muertos, y quién los mató?
98 naa
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—Por supuesto —dijo Luk, sin siquiera hacer una pausa en su paseo.

—¿Voy a ser capaz de hacer ese tipo de cosas también?

—Con el tiempo. Tienes mucho que aprender. Quieres correr antes de que puedas
pararte. —Ahora Luk varió su paso, virando hacia su creación, su expresión
pensativa—. Pero tal vez eso es bueno. Incluso necesario. —Llegó a un punto
muerto, mirando a los ojos de Dante con una intensidad que dolía—. Necesitamos
ayuda —dijo bruscamente—. Mucho más apoyo.

—De acuerdo. Una rebelión contra el dominio de Saloman está retumbando justo
debajo de la superficie de todo el país. En Estambul, está en marcha. Serías un líder
excelente.

Luk pareció aceptar eso como su compromiso más que como la dudosa adulación
que Dante había empleado.

—Bien —dijo con una inclinación de cabeza decisiva—. Entonces vamos a reunir
apoyo allí, y luego nos dirigimos a Budapest.

—¿Budapest? —repitió Dante, sobresaltado—. ¡Pero la base de la rebelión está


aquí! ¡Es necesario que se extienda por todo el mundo! ¡Además, Budapest es de
Saloman más que cualquier otra ciudad en el mundo! ¡Vamos a tener que ser
mucho más fuertes antes de que podamos atacarlo allí!

Luc sonrió desagradablemente.

—Antes lo que era de Saloman, era mío. —Con súbita violencia, barrió con toda la
vajilla utilizada fuera de la mesa en un estrépito todopoderoso que hizo que los
otros vampiros caídos en las esquinas se levantaran, alarmados—. Hay muchas
formas de pelear —gruñó Luk—. Mi primo va a sufrir y morir, y las ciudades
gemelas de Buda y Pest verán el amanecer de la nueva era. Eso estuvo siempre por
escrito.

—¿Era eso? —dijo Dante dubitativo. Los recuerdos de Luk y los dones podían estar
regresando a él, pero no parecía estar más sano.

—Oh, sí. Necesitamos un vehículo —agregó Luk abruptamente—. Como los que
están en el pueblo. Antes solíamos tener uno, antes que los demás nos encontraran.
99

¿Puedes conseguirnos otro?


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Dante asintió con entusiasmo.

—Por supuesto. Y con unos pocos ajustes, pintar las ventanas, ese tipo de cosas,
incluso podemos viajar de día también.

Luk le dio una palmada en la espalda.

—Está empezando a gustarme esta nueva era. Debes enseñarme a medida que
avanzamos, y yo te enseñaré de los caminos de los muertos vivientes.

—De acuerdo —dijo Dante con fervor. Comenzaba a esperanzarse de nuevo.

La inquietud se quedó con ella mientras salía del cuarto de baño hacia la
habitación. No pudo evitar las miradas rápidas y ansiosas que echaba hacia cada
ventana y la puerta del dormitorio a su vez. Con las cortinas todavía cerradas, la
luz del sol entrando era apagada y la habitación entera parecía llena de sombras
que no había notado antes. Su columna vertebral se erizó. A pesar del calor de
primera hora de la mañana, deseaba no haber encendido el aire acondicionado.
Este ahogaba los pequeños sonidos que podían servirle de advertencia.

¿Advertencia de qué?, se burló de sí misma. Ya era de día, el sol brillaba y lo


suficientemente intenso como para quemar a un ser humano, mucho más a un
vampiro. Pero la razón tenía poco que ver con este miedo; que se había acentuado
por la sensación de invasión, porque esta casa, aunque fuera temporalmente, era
de ellos. Y ella reconoció con lo que Mihaela había estado tratando en una escala
mucho más grande por la mayor parte de su vida.

Mientras se acercaba a la cama, sosteniendo la toalla debajo de la barbilla como un


escudo contra la amenaza que no podía estar allí, una sombra se movió en el
rincón junto a la ventana. Su razonamiento se desbocó. Saltó, agarrando la ya
usada estaca de la mesa de noche, y se paró preparada, mirando a la sombra aun
moviéndose que parecía desprenderse de la cortina. Una sombra grande, alta, que
siempre sería amenazante, porque reflejaba el cuerpo letal de Saloman.

El alivio se sobrepuso a su miedo, dejándola débil e inútilmente irritada.


100

—¿Qué demonios estás haciendo merodeando por ahí?


Páág
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—Yo no me escondo —dijo Saloman. Por una vez, Elizabeth no sabía si estaba
bromeando—. Sólo estaba admirando tu vista mientras evitaba el sol.

Elizabeth se dejó caer en la cama, lanzando la estaca al lado de ella con tanta fuerza
que rebotó.

—Todavía no entiendo cómo has llegado hasta aquí de esta forma. —Ella agitó su
mano hacia la ventana, indicando la fuerte luz solar.

La mirada de Saloman se alzó de su toalla a su cara.

—Llegué al amanecer, chamuscado pero en buen estado. Gracias por preguntar. —


Él estaba muy quieto, a los pies de la cama—. Percibo que la conquista de tus
visitantes nocturnos no ha endulzado tu temperamento.

Elizabeth cogió un puñado de su cabello húmedo y tiró de él. No era así como
había querido que fuera. Había planeado darle la bienvenida a Saloman con los
brazos abiertos para compensar el enviarlo lejos la última vez. Lo quería; quería
sus brazos duros a su alrededor , lo quería enterrado profundamente dentro de
ella, amándola, llevándola al éxtasis ciego y adictivo que sólo él le había traído
alguna vez. Más que eso, ansiaba su presencia, tan necesaria para ella ahora como
respirar. Y sabía que al negarlo cuando él la necesitó, lo había defraudado. Si había
querido perderse en relaciones sexuales con ella, debería haber tomado eso como
un cumplido más que un insulto. ¿Cuál era su incomprensible, incluso infantil,
necesidad de aparentar "respeto" al lado de los hechos de la necesidad y el amor?

Y sin embargo aquí estaba quejándose de nuevo contra él como una esposa
gruñona reprendiendo a su marido por quedarse fuera toda la noche a pesar de
que había cambiado las cerraduras.

Se encontró mirando fijamente su mano en su regazo, con ganas de hacer las cosas
bien y sin embargo de alguna manera incapaz de encontrar el camino, o incluso las
palabras.

—Elizabeth. —No había sentido que él se moviera, pero estaba en cuclillas a sus
pies, su mano fuerte y fresca cubriendo la suya en su regazo. Cada nervio saltó a su
toque. Como si hubiera pulsado un botón, sus labios tiraron hacia arriba en
respuesta instantánea.
101

—¿Sabes acerca de nuestros visitantes? —logró decir.


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—Puedo sentirlos —dijo él con un dejo de impaciencia—. Confieso que no
esperaba que atacaran este lugar, pero sabía que tú y los cazadores podrían
derrotarlos. ¿Fue difícil?

—Podría haberlo sido. Irrumpieron en la habitación de Konrad y podrían haberlo


matado. Yo estaba despierta, tal vez oí algo, los sentí, no lo sé. Simplemente sentí
que algo estaba mal, así que estaba preparada. —Volteó su mano en la suya para
agarrar sus dedos—. Nos sacudió a todos nosotros, yo incluida. Me había vuelto
demasiado confiada, demasiado… suficiente. —Ella le dio una rápida sonrisa—. Tal
vez estoy enojada porque me gustaba esta casa y ahora no es segura. Y me temo
que nunca me sentiré a salvo de nuevo. —Cuando tú no estás aquí.

A ella no le gustaba eso. Quería ser independiente de su poder, y quería que él lo


supiera. A pesar de que no podía dejar de beneficiarse del paraguas de su
protección ya que la mayoría de los vampiros en el mundo sabían que era la
compañera de Saloman. Bueno, al parecer había vampiros a quienes eso no la hacía
estar fuera de los límites, sino un objetivo deseable.

Se dio cuenta de que estaba agitada frotando sus dedos entre los suyos y se obligó
a detenerse. Saloman la miró pensativo. No había rabia en sus ojos oscuros y
opacos. En algún lugar cerca de la superficie acechaban las llamas de la lujuria que
provocaban una respuesta inevitable en la boca de su estómago.

Pero sus palabras no tenían nada que ver con el sexo.

—Te despertaste temprano. Como una madre que se despierta antes de los gritos
de su bebé. Sentiste mi presencia, aunque no mi identidad, mientras entrabas en la
habitación, a pesar de que estaba oculto.

Elizabeth frunció el ceño.

—¿Quieres decir que puedo usar ese instinto? ¿Desarrollarlo para protegerme y a
mis amigos?

—Por supuesto. Todos somos vulnerables a veces, incluso yo.

Su corazón se derritió, porque ella lo sabía.


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—¿Cómo lidias con eso? —susurró. No estaba segura de si se refería a la


vulnerabilidad física o a la emocional. Saloman lo tomó como la primera.
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—Encanté mis casas, mis lugares de reposo, así que nadie puede entrar sin mi
permiso. Creo que tienes esa aptitud debido a tu ascendencia. —Se levantó de
manera fluida, llevándola con él.

Por un instante se quedaron muy juntos, y Elizabeth oyó el tamborileo de su


corazón. Quería sentir el suyo también, lento y fuerte, vibrando a través de sus
pechos adoloridos y en pico. La humedad que no tenía nada que ver con su
reciente ducha se empozaba entre sus muslos. La textura de sus labios la fascinaba
a medida que se movían hacia la media sonrisa que nunca se formaba
completamente antes de que se desvaneciera. Conocía ese gesto, junto con el brillo
ámbar llameando en sus ojos negros. Él la deseaba. Envalentonada con el anhelo,
ella inclinó su rostro a modo de abierta invitación. El beso de Saloman…

—Ven —dijo él suavemente.

Sus ojos se abrieron de golpe al darse cuenta de que él no la estaba llevando a la


cama, sino a la ventana.

—Ponte a salvo —dijo—. Encanta tu castillo.


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Capítulo 7
Traducido por Aaris

Corregido por Nanis

S
aloman estaba orgulloso. Vacilante, dudando como siempre de sus propias
habilidades, ella había tropezado al principio, pero entonces, sintiendo el
poder de sus propios encantamientos como él lo hacía y rompiéndolos para
demostrarlo, comenzó a concentrarse, para prestar su considerable fuerza e
intelecto a la lección. Y cuando finalmente “cerró” la ventana con el hechizo y se
ganó sus alabanzas, entonó un canto de triunfo que le hizo sonreír.

—¿Así que cualquiera puede aprender a hacer esto?

—Cualquiera no. Vampiros, si se molestan en aprender. Muy pocos humanos.

Lo miró con un indicio de duda.

—¿Dante y yo somos parte del mismo club exclusivo? —Sabía que Dante había
usado encantamientos rudimentarios en el pasado, en particular para reforzar el
escondite subterráneo en el laberinto Buda donde el senador había aprisionado a
Dmitriu y Josh Alexander.

—Algo así —admitió Saloman.

—No creo que quiera unirme.

—No tienes nada que decir en el asunto. Tu línea de sangre lo ha determinado.

Sus párpados cayeron, escondiendo sus francos y expresivos ojos.

—Tsigana otra vez —dijo, cuidadosamente inexpresiva.

Estuvo contento de desengañarla.

—En este caso, no Tsigana. Este don, este gen, si quieres, viene a través de otro
ancestro; precisamente el que ahora es imposible de saber. Ni siquiera estaba
latente en Tsigana. Pero creo que su descendiente Josh lo tenía en una forma muy
104

latente. En ti, ya es fuerte y creciendo.

—¿En serio? ¿Puedo encantar esta otra ventana por mí misma?


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—Probablemente.—Apoyó el hombro contra la pared y la miró mientras lo
intentaba. Con nada más que una gran toalla atada precariamente por encima de
sus pechos, y con una arruga de concentración entre sus delicadas cejas, tenía un
aspecto adorable, abiertamente encantada de haber descubierto un nuevo talento y
lanzándose de todo corazón en el aprendizaje de sus detalles.

Trastabilló con las palabras desconocidas en la Antigua lengua, y tuvo que


recordarle uno de los gestos más necesarios, pero su concentración fue perfecta, y
Saloman fue capaz de decirle con toda honestidad que muy pocos vampiros serían
capaces de penetrar su nuevo bloqueo.

—¿Dante? —preguntó ella.

Sacudió la cabeza.

—Ni nadie con él, excepto Luk. Pero claro, Luk es un maestro en tales
encantamientos.

—¿Y tú?

—Aprendí de Luk.

—Así que, ¿cómo seres humanos al azar, como Dante y Josh y yo, tenemos este
gen?

—Heredado de mi gente.

Sus ojos se ensancharon, fijando la vista en los suyos. Quería tomarla en sus brazos
y besar sus pasmados labios, porque este era un humano con el que estaba feliz de
compartir su ascendencia. Había sospechado antes, mientras su telepatía crecía,
había intentado no tener demasiada esperanza, debido al afecto que se deslizó en
su hastiado corazón con el pensamiento de que Elizabeth era parte de su pasado
así como de su presente.

No pudo evitar el anhelo de esa cercanía extra, incluso aunque lo rechazó. Sólo por
un momento, exultante, cedió a la felicidad.

—¿Cómo es eso posible? —se dirigió a él.


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—Mi gente no eran todos no-muertos, como sabes. Unos pocos de mi estirpe de
vida se emparejaron con humanos y produjeron descendencia en los cuales el don
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estaba latente en su mayoría. Pocos de entre aquellos alguna vez descubrieron sus
dones, por no hablar de captar de dónde vienen.

—¿Quieres decir que psíquicos, telépatas, aquellos que reivindican otros poderes
paranormales, son en realidad descendientes de Antiguos vivos?

—Probablemente, sí, los pocos entre los falsos que son auténticos.

—Cyn en Nueva York —murmuró—. Ella percibía vampiros, sabía dónde habían
estado. Y John Ramsay escuchaba las conversaciones telepáticas de los vampiros.
Debían tener tu gen. —El creciente entusiasmo que iluminaba su rostro se
desvaneció—. Y Dante, quien, como yo, tiene la capacidad de encantar.

Saloman se removió.

—Dante no se da cuenta de la rareza de su capacidad. Cree que es simplemente un


arte abandonado. Pero el don lo hace doblemente peligroso, añadido al hecho de
que no es simplemente un vampiro, sino una creación de Luk.

Algo como la desolación se asentó en sus ojos.

—¿Y yo? ¿Soy peligrosa?

—El don no te hace peligroso. Lo que haces con él lo hace. A corto plazo, sugiero
que lo que hagas con él sea asegurar esta casa para ti y tus amigos.

Para su alivio, se iluminó de nuevo se arremolinó lejos, cogiendo ropa interior y un


vestido del armario antes de quitarse la toalla y vestirse mientras lo bombardeaba
a preguntas sobre los detalles de los encantamientos, quién de sus conocidos podía
realizarlos, cómo, en qué, y cuánto tiempo duraban.

Saloman respondió lo mejor que pudo mientras devoraba su desnudez con ojos
hambrientos. A pesar de que no se había alimentado la noche anterior y necesitaba
sangre, quería más sexo. Ella lo quería también; había olido su excitación desde la
primera vez que lo había visto, y no dudaba de su capacidad para distraerla de su
misión de encantamiento. Seducirla sería deliciosamente fácil. No había nada que
deseara más que pasar las horas de luz enterrado profundamente en su delicioso
cuerpo, arrastrándola de clímax a clímax, cada uno más aplastante que el anterior,
106

hasta que estuviera tan derrotada como él. La ferocidad de su pasión alimentaría la
suya propia, y su apetito era voraz.
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Pero ya la había ofendido con su urgencia. Por mucho que ella hubiera disfrutado
la experiencia en las colinas, aún la había lastimado, y aunque no entendía por qué,
se negó a riesgo de herirla de nuevo, incluso al desenfrenado impulso de tomarla y
dominarla, para su placer y perderse en su belleza. Tener a Elizabeth.

Sus entrañas dolían. Tenía que moverse, caminar alrededor de la habitación,


incómodamente, para detenerse de apoderarse de ella y lanzarla sobre la cama.
Pero lo hizo sin quitar un instante su mirada de ella. Deseaba sentir su entrega,
escuchar sus jadeos con el placer de sus caricias y gritar su nombre en el momento
del orgasmo. Se sintió como dolor.

Saboreando la experiencia, como en la mayoría de su muy larga vida, la miró tirar


el vestido sobre su cuerpo y coger el peine.

—Permíteme —dijo, y caminó hacia ella.

Tomando el peine de sus flojos dedos, encontró su sorprendida mirada y sonrió


mientras empezaba a pasarlo por su largo cabello rubio rojizo. Sí, había un nuevo
placer en su contención, en estar tan cerca de ella que sentía el calor de su excitado
cuerpo y veía los más diminutos vellos agitándose en su caliente piel, y todavía no
había hecho nada para satisfacer a cualquiera de ellos. Sólo cuando su cabello
estuvo liso y desenredado le devolvió el peine, y luego, cuando sus dedos se
encontraron, dobló la cabeza y besó su temblorosa boca.

Sus labios se separaron instantáneamente, calientes y acogedores, como si casi se


aliviaran de disfrutar su beso. Saboreó su respuesta, su sabor, tomó su lengua en
su boca y la acarició con la suya. Su mano libre se deslizó alrededor de su cuello,
sosteniéndolo más cerca. Presionó su suave cuerpo en él, ajustándose sobre la
dolorosa dureza de su erección, apretándose en ella, y él tuvo que mantener cada
vez con más fuerza esa contención desvaneciéndose poco a poco.

Le permitió sentir sus dientes de vampiro, porque siempre hacían que su


respiración se acelerara, y le encantaba que pudiera morderla tan fácilmente y
atraer su fuerte y deliciosa sangre hasta él. Podía, pero en esta ocasión no lo hizo.
No tomó nada salvo su beso, por tanto tiempo como todavía pudo respirar. Y
cuando esto se volvió difícil para ella, liberó su boca y se echó hacia atrás.
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—Encanta —ordenó una vez más.


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El conflicto se agitó a través de su expresivo rostro. Sus enrojecidos labios eran
seductoramente lascivos, sus ojos nublados con deseo. Parecía oscurecerse
mientras consideraba seducirlo, y luego sus párpados cayeron, cubriéndolos
cuando, inevitablemente, pensó en el rechazo. Y la necesidad de hacer la casa
segura. Lo hizo fácil para ella.

—Demuestra tu don a tus amigos.

Sus labios se separaron de nuevo.

—¿Es eso de lo que se trata?

—No. Pero es un beneficio complementario al que no me opongo. Todos los que


practican magia inhumana no son malos.

Un triste regocijo ahuyentó a la frustración de sus ojos.

—¿Alguna vez paras de planear y calcular? —demandó, cediendo y volviéndose


hacia la puerta.

—Sí.

Miró hacia atrás sobre su hombro, dudosa, pero él sólo sonrió y la acompañó
escaleras abajo.

Había una pequeña ventana a la mitad de la escalera de caracol, no de gran


utilidad para un intruso, pero no obstante una debilidad. Elizabeth lo estaba
haciendo muy bien cuando la mujer cazadora, Mihaela, de repente salió de la
habitación del centro y se quedó mirándolos. Distraída, Elizabeth se interrumpió
para mirar abajo hacia su amiga y el encantamiento se deshizo.

—¿Qué demonios estás haciendo? —dijo Mihaela. No miraba a Elizabeth sino a


Saloman.

—Encantando —dijo Elizabeth con entusiasmo—. Saloman me está enseñando.


Mantendré la casa segura de ataques como los de anoche.

Konrad, el descendiente de Ferenc, surgió de la habitación más cercana. El


húngaro, István, vino corriendo escaleras arriba para ver qué estaba pasando.
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Saloman suspiró y se sentó en las escaleras.


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—¿Es lo que él dijo? —exigió Konrad.

—Sí —contestó Elizabeth, con sólo una insinuación de desafío—. Es lo que él dice.

—¡Y para cuando descubramos que no es más que palabrería es demasiado tarde
para darse cuenta de que sólo has sido adormecida en una falsa sensación de
seguridad!”

—Oh, Konrad, por… —comenzó Elizabeth.

—¿Cuál sería el punto? —interrumpió Saloman. Aunque no se molestó en levantar


la voz, cortó a través de la creciente irritación de Elizabeth sin problema, y se
mordió el labio para prevenir las palabras que se arrepentiría de soltar a
borbotones.

Todos los cazadores lo miraron.

Él dijo apaciblemente:

—Estoy en su casa. Si elijo consumir un banquete de cazadores, ya estoy en la


situación perfecta.

Konrad parpadeó.

—Sí, gracias por eso, Elizabeth.

Los ojos de Elizabeth destellaron de ira, dándole un aspecto bastante espléndido


además de increíblemente hermoso. Pero estaba bajo control ahora. Simplemente
dijo:

—De nada. Bueno, Konrad, quiero hacer la casa segura para nosotros. Si no crees
en la palabrería, a pesar de Budapest en mayo, cuando viste el encantamiento del
vampiro Travis en la práctica, y el de Dante, no tendrás reparos en que la realice en
tu habitación. Aunque con un poco de suerte puedes fijar tablas e incluso los
mosquitos no entrarán.

Con ello tomó una profunda respiración y se volvió hacia Saloman.

—¿Necesito empezar de nuevo?


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Inclinó la cabeza, y ella comenzó otra vez a encantar la ventana de las escaleras.
Mientras lo hacía, él escuchó, corrigiendo las palabras o los gestos extraños cuando
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era necesario mientras mantenía su mirada en los silenciosamente observadores
cazadores.

Después de intercambiar una rápida mirada con sus colegas, Mihaela simplemente
observó a Elizabeth, un marcado ceño de ansiedad estropeaba una ceja que
transmitía ya demasiada preocupación. István y Konrad permanecieron detrás de
ella, intercambiando planes en voz baja que parecían imaginar que Saloman no
podía oír. Afortunadamente, no desempeñaron ninguno de ellos.

Cuando Saloman, desde su asiento en el escalón, se pronunció satisfecho, Elizabeth


ofreció una sonrisa de triunfo, como si hubiera pasado un examen particularmente
difícil en la escuela, y corrió escaleras abajo hasta la planta baja.

Saloman se alzó sobre sus pies. Mientras bajaba las escaleras, los cazadores
retrocedieron para permitirle pasar. Podría haber habido progresos.

Había muchas entradas para asegurar en la planta baja: no sólo la puerta frontal y
las ventanas, sino las puertas francesas que daban al jardín también. Aunque
Elizabeth fue a la labor con entusiasmo y creciente habilidad, se negó a reconocer
su cansancio.

Descansa, ordenaba él dentro de su cabeza.

Cuando haya terminado, insistía ella.

Estaba disfrutando, obteniendo una especie de exaltación de los encantamientos.


Saloman hizo memoria a lo largo de los siglos y con dificultad recordó algo muy
parecido. Había sido un niño, apenas doce años en su primera existencia. Su padre,
eternamente crítico, había sido desdeñoso con sus primeros intentos, insistiendo en
que no tenía habilidad, que no había fuerza en su mente para soportar incluso el
encantamiento más débil. Pero Luk, ya no-muerto, un poderoso y respetado
vidente, le había demostrado lo contrario.

Por un instante Saloman se perdió en la memoria de correr con gran entusiasmo de


vivienda a vivienda y en el bosque, encantando todo lo que llamaba su atención.
Había reído entre hechizos, sintiendo su energía elevarse, y con ella nueva
felicidad y triunfo. Luk lo había observado con indulgente orgullo, sonriendo. Más
tarde, Saloman había dormido durante cuatro días. Sus padres habían recibido
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varias quejas porque los aldeanos no podían entrar en sus casas; los otros niños
Páág
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habían encontrado que ciertos árboles de sus preferidos en el bosque se habían
vuelto inexplicablemente imposibles de escalar.

Y así Saloman sonrió ante el placer de Elizabeth, reflejo del suyo propio, y
secretamente reparó los errores que el cansancio empezó a hacer que cometiera.
Más tarde, le recalcaría la importancia de la rigurosidad; por ahora, debía disfrutar
de su triunfo, como él había hecho.

Los cazadores permanecieron de pie o se sentaron mirando en el fondo. Cuando


Elizabeth pidió permiso para asegurar sus habitaciones, simplemente se
encogieron de hombros. Pero sólo Mihaela la acompañó escaleras arriba.

Konrad gritó detrás de ellos:

—¡No lo quiero a él en mi habitación!

Saloman suspiró.

—Es así como he llegado a acostumbrarme a través de siglos de ingratitud


humana.

—¿Por qué deberían los humanos estarte agradecidos por algo? —Chasqueó
Mihaela por encima de su hombro—. Aparte de una estirpe de chupasangres
asesinos acechando en sus calles.

Elizabeth, con la mano alzándose hacia la ventana rota de Konrad, se detuvo. Sus
ojos ligeramente vidriosos se enfocaron en Mihaela, luego parpadeó hacia Saloman
y retrocedió. Frunció el ceño, separando los labios para hablar. Pero no era el
momento, no para Elizabeth.

—Encantamiento —dijo él—. Hablar después.

Ya no corría de una ventana a otra. Arrastraba los pies. Para cuando estuvieron
parados en la tercera habitación, la de Mihaela, arrastraba las palabras y Saloman
tuvo que sujetar su mano a la ventana.

Mihaela, que había estado mirando con expresión pétrea en la puerta, avanzó con
manifiesta alarma, pero con valiente determinación, Elizabeth se forzó a través del
ritual, aunque cuando terminó y se volvió con alivio, trastabilló y Saloman tuvo
111

que atraparla en sus brazos.


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Chica lista. Sabía que podías hacerlo. Tu don es fuerte.

Sonrió adormilada sobre su hombro, cálida con gratitud y orgullo de sí misma.

—¿Qué pasa? —preguntó Mihaela, el terror haciendo su voz demasiado alta y


ruidosa—. ¿Qué le está pasando?

—Está exhausta. Usa una energía considerable, y esto es nuevo para ella. Dormirá
ahora.

Pasó rozando a la cazadora, llevando a Elizabeth al vestíbulo y hasta su


dormitorio. Concentrándose en Elizabeth, alivió su sobreexcitada y fatigada mente
haciendo posible que durmiera. En alguna parte, ella luchó contra él, determinada
a disfrutar su nueva habilidad como a veces se resistía a dormir para disfrutar de
más de su amor; pero tras eso estaba el reconocimiento de su cuidado, y la gratitud
se mostró en el tenue aleteo de la caricia de su mente contra la suya. Nunca había
sentido eso antes, y lo emocionó insoportablemente.

Los determinados y fuertes pasos de la cazadora persiguiéndolo lo irritaban.


Ignorándola, tendió a Elizabeth en la cama y alisó el cabello de su cara. Ella sonrió,
girándose hacia su mano para que se extendiera bajo su mejilla. Si la cazadora no
hubiera estado allí, la habría besado. Como estaba, se contentó con una tenue
caricia de sus dedos en su cara antes de liberarlos mientras ella se sumía en el
sueño reparador.

Mihaela permaneció al pie de la cama, con la expresión en blanco y los labios


apretados. La hostilidad irradiaba de ella, y sin embargo, reconociendo que eso
venía más de su afecto por Elizabeth que de odio hacia él, se encontró afectuoso
hacia ella.

—Necesita dormir —dijo mientras se enderezaba—. Después de eso, estará bien.

La mirada de Mihaela voló hacia él, luego de vuelta a su amiga.

—¿No es suficiente para ti tenerla en esclavitud? —dijo intensamente—. ¿Tiene que


ser como tú también?

Saloman la observó.
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—Ella no tiene que ser o hacer nada. Toma decisiones.


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—¡Decisiones que no debería tener que tomar! —Mihaela se apartó de él, sus pasos
rápidos y furiosos.

—¿Debería, quizás, mantenerse en la ignorancia, escuchando sólo una parte de la


historia? ¿Cómo tú?

Mihaela giró sobre su espalda, sus grandes y oscuros ojos chisporroteando con
rabia.

—¡Oh, créeme, he tenido toda la información que necesito para elegir bando desde
que tenía ocho años!

Saloman podía haber mirado, leerlo de su mente más rápido de lo que ella podía
conscientemente pensarlo. Pero no hubo necesidad. Podía suponer la mayoría.

—Siento tu dolor.

La ira que había ruborizado su pálido rostro se drenó, dejando sólo dolor, y algo
así como perplejidad. Dejó salir una risa breve y sin humor.

—Mierda, eres bueno. Casi te creo. ¿Qué es lo que quieres, Saloman?

Saloman alzó una ceja.

—¿De ti o de ella?

Sus ojos se estrecharon.

—¿Es eso de lo que se trata? ¿La estás usando para llegar a nosotros? ¿Por qué?

—No —dijo Saloman, con absoluta verdad. Aunque, como ya le había dicho a
Elizabeth, nunca se oponía a los beneficios secundarios—. Desde el momento en el
que la saqué del Ángel en Budapest, no ha habido coacción. Eligió estar conmigo
por amor.

Mihaela frunció los labios.

—¿Sí? ¿Entonces por qué no lo elige con más frecuencia?

Sus palabras fueron como la torsión de una estaca de madera ya enterrada en su


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carne y tan familiar que la mayoría de las veces pasaba casi inadvertida. Aunque
Elizabeth había prometido hacer de su segundo hogar dondequiera que él
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estuviera, ella vino a él muy rara vez. No le importaba que se le recordara el hecho.
Por primera vez en muchos años, encontró difícil mantenerle la mirada a un
humano.

—Tiene su propia vida —dijo de manera uniforme—. Como tú.

—Indudablemente se merece su propia vida —contrarrestó Mihaela—.Un marido e


hijos. Confianza mutua y respeto.

Confianza.

—Mierda, eres buena —se burló—. Casi te creo. Pero pienso que estás proyectando
más bien tus propios deseos que los de Elizabeth.

Se quedó sin aliento; el febril rubor volvió. Pero aunque su voz tembló, aún habló
con furiosa intensidad.

—¿Por qué no puedes solamente dejarla sola?

—¿Cómo tú? —preguntó Saloman, paseando junto a ella para abrir la puerta del
dormitorio—. ¿Estar sola te hace feliz, Mihaela?

Mantuvo la puerta abierta para ella, y la lucha sobre si obedecer su claro mandato
se libró visiblemente en su cara. Al final, con una rápida mirada atrás a Elizabeth,
chasqueó:

—Más feliz de lo que sería esclavizada por un chupasangres asesino.

Pasó rozándolo al salir de la habitación, y Saloman, preparado ahora para seguir


adonde la discusión llevara, cruzó el umbral y cerró la puerta tras de sí.

Mihaela se detuvo en el primer escalón y se volvió para encararlo con consciente


bravura. A Saloman le gustaba. La soledad era algo que reconocía con demasiada
facilidad, y le deseó lo mejor a la cazadora con sus problemas.

—Elizabeth es mi amiga—dijo cuidadosamente, como si eso fuera algo que no


podría entender—. Me preocupo por ella.

—Lo sé —dijo gravemente.


114

Su lengua osciló fuera, lamiendo sus secos labios. Detrás de la represión,


sospechaba, acechaba una mujer apasionada capaz de una gran felicidad.
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—A veces —murmuró—, ha pasado por mi mente que a tu propia manera,
también te preocupas por ella.

—Qué perspicaz por tu parte.

Sometida a sus burlas, su indignación se manifestó.

—Sí —convino—. Lo es. Porque tu manera no es la suya; debes ver eso. No lo


haces, no puedes, entenderse el uno al otro.

—La diferencia no impide la comprensión.

—No, pero lo hace sumamente difícil —replicó Mihaela—. Si no fueras tan


condenadamente pagado de ti mismo, sabrías que no la comprendes. No tienes el
menor indicio de que la haces infeliz. No tienes idea de lo que la hiere no viajar
contigo, que no confíes en ella lo suficiente para decirle dónde estás. ¡La tratas
como a una mascota! “Ven, Elizabeth, aquí tienes tu ración mensual de caricias.
Ahora ve y juega con tus insignificantes amigos mientras estoy ocupado con cosas
de adultos como chupar sangre, asesinar, y dominar el mundo”. Y confía en mí,
Saloman, ella no lo toleraría si pensara que sabías lo que le hizo. Así que te lo
oculta. ¡Finge que no se preocupa por el daño porque no confía en ti lo suficiente
para mostrártelo!

Mihaela presionó su espalda contra la pared, probablemente aterrorizada,


recordando a Saloman retomar el control de sus rasgos faciales.

Que lástima que prometí a Elizabeth no matar a sus amigos.

Los ojos marrones de Mihaela eran enormes en su pálida cara. Bajo su arrogante
mirada, el destello de desafío se desvaneció en algo más cercano a una súplica.

—Debes ver que esa no es forma de vivir para ella —susurró—. Está perdiendo
todo lo que es, todo lo que la hace ser Elizabeth, sólo para pasar unos pocos días al
año contigo. Toda su vida podría desaparecer así si no la liberas. No la hagas
envejecer y morir así. Mientras tú vives incesantemente, si…

Se interrumpió para coger aire.

—¿Si alguien no se las arregla para estacarme? —ofreció Saloman. Las palabras de
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la cazadora lo sacudieron, lo enfadaron, mezclando verdad con posibilidad,


falsedad con una inquietante percepción que no se debía en nada a la telepatía y
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todo a la inteligente humanidad. Se las arregló, no sin dificultad, para mantener su
propia inteligencia, sus propios planes.

Inclinando la cabeza hacia un lado, observó a Mihaela.

—Eres un ser bueno y decente —constató—. Puedo ver por qué Elizabeth te
aprecia. Pero tu aguda percepción es algo estrecha de miras. ¿Está un vaso medio
lleno o medio vacío? ¿Tenemos que concentrarnos en las diferencias o en las
similitudes?

Mihaela frunció el ceño, pero no interrumpió. Saloman dejó que sus labios se
curvaran.

—No te odio porque algunos otros humanos encadenaron a mi amigo, lo


torturaron, y lo estacaron. ¿Por qué deberías odiarme por lo que otros vampiros te
hicieron a ti o a los tuyos?

—He luchado con vampiros toda mi vida. ¡He conocido, observado y matado
bastante más que unos pocos!

—Pero siempre estás luchando contra el mismo, ¿no es así, Mihaela? —dijo
suavemente, y por fin ella liberó su mirada.

—¿Qué tiene esto que ver contigo y con Elizabeth? —prácticamente gruñó.

—Todo —dijo Saloman—. Me juzgas mal como juzgas mal a mi gente. Hay
utilidad incluso en los vampiros modernos, a pesar de que necesitan ser enseñados
y disciplinados.

—¡Necesitan ser erradicados!

Saloman sonrió.

—Una vez cazadora, siempre cazadora; una vez vampiro, siempre un vicioso,
irreflexivo asesino. Esa no es forma de avanzar. ¿Te sorprendería saber que mi
gente caminaba por la tierra antes de que los tuyos pudieran permanecer erguidos?
Sin embargo, no te arrebato el mundo. Simplemente rechazo tu derecho a
quitármelo a mí. Hemos vivido juntos antes; podemos hacerlo de nuevo.
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—¿Cómo esclavos humanos? —dijo Mihaela con desprecio—. No lo creo.


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—No quiero esclavos. Ni Elizabeth ni ningún otro.

Saloman sonrió y esperó hasta que estuvo seguro de que no se le ocurría nada que
decir, y luego inclinó su cabeza con cortesía y, abriendo la puerta del dormitorio,
volvió al interior.

Mihaela fue despacio escaleras abajo y a la cocina, donde cogió la cafetera y volcó
el café que quedaba en una taza. Parecía lodo, pero lo removió con dos cucharadas
de azúcar y se lo tragó.

Desde las ventanas francesas, Konrad se volvió y la miró.

Istvan, con el ordenador portátil abierto delante de él en la mesa del comedor, giró
en la silla.

—¿Todo bien?

Las manos de Mihaela temblaron mientras colocó ruidosamente la taza de vuelta a


su platillo.

—Ese tipo realmente me asusta.

Konrad se dirigió hacia ella. Istvan se levantó.

—¿Acaso él…? —comenzó Konrad.

Mihaela sacudió la mano.

—No, no. Está bajo alguna clase de promesa a Elizabeth que parece preparado
para mantener. Nunca me tocó a mí o a ella de esa forma. Es sólo…—Suspiró y se
dejó caer en la silla junto a István—. Es grande. Todo en él es grande, abrumador.
Pero la parte realmente espeluznante es cuando empieza a tener sentido.

Pero no me rendiré. Y no le permitiré tener a Elizabeth.


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Capítulo 8
Traducido por Little Rose

Corregido por Angeles Rangel

E
l sueño de Elizabeth fue intenso y sexy, y al despertar lo primero que vio fue
a Saloman. Aunque había estado renuente de dejar el sueño, se desvaneció
rápidamente mientras comprendía que la realidad era igualmente buena.

Él estaba sentado en la cama, tan cerca de ella que la manga de su camisa blanca
como la nieve se movía por su respiración. Su mirada oscura sostuvo la de ella, y
ella sintió mariposas en el estómago. Sonrió.

—Hola.

—Hola. Tienes visitantes.

Cabrón. El destello de sus ojos le advirtió a ella que estaban en el cuarto, no


esperando en otra parte. Se sentó mientras se daba vueltas en la cama y vio a los
tres cazadores alineados entre ella y la puerta.

—¿Qué ocurre? —preguntó débilmente.

—Tenemos un rastro de los vampiros. Mustafa y los otros encontraron dos cuerpos
en una cabaña desolada.

La falsa y acogedora felicidad de Elizabeth se desvaneció, dejándola fría. Miró a


Saloman.

—¿Coincide con tu observación? ¿Sabemos si es donde los dejaste?

—Es donde los dejé.

Los cazadores lo miraron.

—¿Por qué demonios no lo dijiste? —demandó Konrad.

—No me preguntaron. No importa. Ahora no están allí.


118

—Eso lo sabemos, pero deben estar cerca. A juzgar por cuando los dueños fueron
asesinados, fue casi al amanecer.
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—Están a ciento sesenta kilómetros al este de la cabaña. Y viajando.

—¿Cómo?

—Motor de combustión interna —dijo secamente Saloman.

István frunció el ceño.

—¿Cómo pudieron robar un auto en la luz del día?

—Alguien debe haber sido lo suficientemente desafortunado de visitar la cabaña


—dijo Elizabeth. Se volvió hacia Saloman—. ¿Sabes a dónde van?

—¿Ahora mismo? No.

—¿Podremos alcanzarlos?

—Probablemente no; sus detectores no tienen el alcance necesario.

—Si estuvieras con nosotros…—presionó Elizabeth.

—Tengo que ir a Estambul, y luego Budapest.

Él podía, pensó ella, dejarla sin aliento de tantas formas diferentes.

—¿Ahora? ¿Por qué?

—Porque hay asuntos en Estambul que no puedo delegar a mis amigos, y


Budapest es adonde irá Luk. Al final.

—¿A pelear contigo?

Saloman se encogió de hombros.

—¡Pero ni siquiera recuerda quién eres! O incluso quién es él.

—Ahora lo hace.

La delicada paciencia de sus respuestas le advirtieron que no presionara, pero era


demasiado importante para dejarlo.
119

—Lo viste —suspiró.

—Hablé con el. Y ahora recuerda.


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Elizabeth buscó en sus ojos, buscando, como siempre, las cosas que no le decía.
Creyó encontrar algunas, y el dolor en su corazón se intensificó.

—Hay gente muriendo, Saloman —susurró—. Tenemos que intentar detenerlo.

—No podemos —dijo llanamente Saloman—. Perseguirlo no lo detendrá, siempre


estará un paso adelante. Todo lo que puedo hacer es limitar el daño en Estambul.
Cuando esté listo, vendrá por mí a Budapest.

—Tenemos que intentar detenerlo antes de que llegue a Estambul —dijo Mihaela
muy seria, con un énfasis en el “Nosotros”—. Si allí irá. Está matando por todo el
camino.

—Lo haremos —confirmó Elizabeth, buscando la mano de él y entrelazando sus


dedos. Los ojos de él registraron su cara buscando, esperaba, lo que ella quería que
entendiera: que había otra oportunidad de trabajar con los cazadores y lidiar al
mismo tiempo con sus propios problemas.

Saloman liberó su mano y se puso de pie.

—Veinticuatro horas —dijo—. Y luego me iré a Estambul.

Salió del cuarto con una gracia perfecta, y sin mirar atrás. Mihaela alzó las cejas
hacia Elizabeth.

—Hey, al menos te dice a dónde se va.

—Esto es estúpido —murmuró Konrad, deteniéndose justo afuera de la puerta. El


auto rentado de Saloman, un Mercedes con vidrios tintados, esperaba justo frente a
él con el motor encendido. Saloman mismo estaba en el asiento del conductor, con
gafas para el sol, y apoyando sus largas y fuertes manos con tanta comodidad en el
volante que parecía llevar décadas conduciendo—. Sigo creyendo que deberíamos
llevar ambos autos.

—Será más fácil llevarle el rastro así —dijo Mihaela.


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—Podría matarnos a todos así y huir del accidente.


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—Podría —dijo juiciosamente István—, matarnos en cualquier momento.
Realmente no hay nada que ninguno podría hacer para detenerlo. Además, no
matará a Elizabeth.

—No deliberadamente, quizá—murmuró Konrad—. ¿Puede siquiera conducir?


¿Quién demonios le enseñó?

—Unos desconocidos en una casa en Budapest —dijo aliviada Elizabeth, pasando


junto a él para abrir la puerta del pasajero.

—Qué seguridad que nos das a todos —dijo Mihaela mientras se sentaba atrás.

Para el final de la tarde, cuando se detuvieron en un pequeño pueblo por unas


botellas de agua y una pizza de aspecto dudoso, la familiaridad había llegado al
punto en que al menos István estaba preparado para sentarse adelante junto a
Saloman para estirar sus largas piernas.

Por un momento, luego de que todos volvieran a apiñarse en el auto, Saloman no


se movió. Habían estacionado en la plaza del pueblo, bajo la sombra de un gran
árbol, y parecía observar a un grupo de hombres subiendo unas escaleras hacia la
iglesia.

Dijo:

—Luk se está ocultando. Ya no puedo seguirlos.

Los cazadores intercambiaron miradas. István dijo:

—¿Quizás estás fuera de alcance?

Saloman giró la cabeza.

—El alcance no importa. Luk ha recordado sus habilidades, y han superado los
esfuerzos sin sentido de Dante. Luk no será encontrado hasta que no decida serlo.

—Pero debe dejar algún tipo de rastro —intervino Mihaela.

—¿De cuerpos? Quizá. Pero no es un idiota.

—¿Qué demonios está haciendo? —demandó Konrad, pasándose una mano por el
121

cabello con frustración. Elizabeth se acercó más a Mihaela para evitar el codo
amenazante—. ¿Dónde va?
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Saloman se encogió de hombros.

—Busca apoyo para que pueda entrar a Estambul con una guardia potente. Sabe
que lo están buscando, sabe que han matado a sus seguidores. Quiere paz para
reclutar, para ganar fuerza y seguidores.

—¿No podemos detenerlo? —preguntó Elizabeth.

—No hasta que venga a nosotros.

—¡Pero entonces será demasiado fuerte!

Saloman se giró hacia ella.

—Ya lo he vencido antes.

Elizabeth bufó, mirando alrededor a los cazadores.

—¿Qué quieren hacer? —les preguntó.

—No podemos tomar su palabra —espetó Konrad—. Tenemos que buscar.

—¿Dónde? —preguntó burlonamente Saloman.

—Donde perdiste el rastro sería un buen comienzo.

—¿En qué sentido —preguntó Saloman con interés—, es ese un buen comienzo?

Konrad gruñó.

—Nos prometiste veinticuatro horas.

Saloman se enderezó y encendió el auto.

—Es un paisaje pintoresco. Lo disfrutarán.

Por las próximas dos horas, Saloman se convirtió en un guía turístico.

Elizabeth, convencida de que sólo jugaba a esto para poder indicarles que les había
advertido que perdían el tiempo, sospechaba que pronto comenzó a disfrutarlo.
Sus comentarios sobre puntos hermosos y lugares famosos se hicieron más ricos en
122

historias y nombres del pasado y relatos que seguramente nunca llegarían a los
libros.
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Al principio sorprendidos, incluso sospechosos, los cazadores no parecían poder
detenerse de hacer preguntas, y mientras caían en su hechizo, Elizabeth sintió un
destello de orgullo por todos ellos. Incluso cuando la luz desapareció y la
oscuridad los rodeó, y ya no podían ver claramente los picos de las montañas ni los
riachuelos secos que lo inspiraban, seguían escuchando y preguntando.

Y luego Saloman detuvo el auto. No había razón aparente para ello, en un camino
entre dos villas, con ninguna vista para comentar, ninguna casa de la que
sospechar. Saloman ahora miró por la ventana, y a cierta distancia del camino, del
otro lado de la carretera, Elizabeth podía ver unas extrañas siluetas, quizá carpas y
autos.

—¿Gitanos? —susurró Elizabeth.

—O trabajadores itinerantes. Una vez.

—¿Una vez?

Saloman abrió la puerta.

—La única vida que hay allí es de animales.

Observando, Elizabeth pudo ver el movimiento de una cabra y algunos caballos de


pie en la sombra de un arbusto. Tenía un mal presentimiento.

—Quizá se fueron a trabajar —intentó, mientras salía del auto.

—¿De noche? —dijo Mihaela, siguiendo a Saloman.

—Entonces a comer.

Saloman dijo:

—Huele a muerte. Si lo prefieres, yo iré a ver.

—No lo preferimos —dijo Konrad tenso.

No había nadie con vida. Los vampiros habían masacrado, secándolos y dejando
los cuerpos donde los encontraron. Uno de los carros estaba caído, quizás para
vaciar a sus aterrados ocupantes, quienes ahora yacían esparcidos grotescamente
123

alrededor, sin sangre. Una carpa estaba medio caída por la lucha de alguien por
huir. Una pareja había sido dejada uno arriba del otro.
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No era sangriento, porque apenas se había desperdiciado sangre, pero aún así eso
parecía añadirle horror a la escena. Todo el campamento estaba lleno de cadáveres.
Las moscas volaban sobre ellos, y el aire, pesado con la muerte, parecía colgar
inmóvil, pesado y espeluznante.

Controlando su estómago, Elizabeth vio a Saloman hacerse camino entre la


masacre, viendo dentro de carros y carpas, levantando puertas rotas, trozos de
ropa, e incluso cuerpos buscando las caras de la muerte. Sus pieles pálidas
parecían brillar en la oscuridad. Por un momento ella lo vio a través de los ojos de
los cazadores, un alto y hermoso ángel de la muerte moviéndose con gracia y
cautela entre las víctimas de los de su calaña.

Se le cerró la garganta con el miedo que siempre venía con el reconocimiento de su


previa alianza. Ella no podía evitar compartir el horror de los cazadores, la
desconfianza que los tenía tensos y listos para atacar.

—E intentaste decirme que había bien en estas criaturas. —La voz de Mihaela
sonaba ahogada—. Por el amor de Dios, ¿dónde ves el bien de esto?

Saloman, luego de quitar un cuerpo de un carro, se puso de pie. No miró a Mihaela


ni a Elizabeth, sólo al cadáver blanco. Dijo:

—Es difícil pensar en una circunstancia en la que esto podría ser considerado bien.

—¿Cómo cierto granero en Bistrita? —dijo ásperamente Mihaela.

Eso no era justo. Zoltán y sus seguidores cometieron esos crímenes en el granero.
La única vida que Saloman tomó había sido la de una mujer ya dañada más allá de
la recuperación por los vampiros de Zoltán. Pero la defensa de él de Elizabeth
murió en su garganta, reprimida por el horror actual, o quizás por el conocimiento
de que lo que fuera que dijese sonaría como una excusa.

—Sí —dijo Saloman en voz baja.

Konrad se alejó.

—Dile a Mufasa —ordenó, marchando de regreso al auto. István ya tenía el


teléfono en la mano.
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Elizabeth dijo en voz baja:


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—La red de cazadores arreglará el entierro.

Saloman asintió una vez.

—¿Por qué? —dijo Elizabeth desesperada—. Si, como dices, la memoria de Luk
está volviendo, y se oculta de ti, ¿por qué dejar esta barbarie detrás de él?
¿Realmente es tan macabro?

Saloman miró al cielo, casi como esperando encontrar la respuesta allí.

—La cordura es relativa. Creo que quiere advertir a los cazadores. Y recibirme a
mí.

—¿Cómo Leith? —dijo Mihaela. Leith, Escocia, donde el octubre pasado cuatro
cadáveres jóvenes fueron encontrados con las gargantas abiertas y sin sangre.

—Sí —dijo Saloman de nuevo, indiferente—. Como Leith.

—¿Zoltán también estaba loco? —espetó Mihaela.

—No. Yo fui quien mató a los hombres en Leith, y no eran inocentes.

Sin habla, Mihaela miró de él a Elizabeth.

—Santo Cielo —susurró finalmente y, volviéndose, prácticamente corrió de


regreso al auto.

—De alguna manera —dijo Saloman—, creo que vuelves al asiento delantero.

Ella se acercó a él y deslizó su mano en la suya.

—Eso si no se van sin nosotros.

—Oh, no harán eso. Siguen creyendo que puedo encontrar a Luk. No puedo.

Algo en su tono la alertó, haciendo que lo mirara en la oscuridad.

—Y si pudieras—susurró—. ¿Lo harías?

No dijo nada, sólo comenzó a caminar detrás de los otros.


125

—Saloman —apretó más su agarre—. Saloman, ¿por qué los dejaste en la cabaña?
¿Por qué volver a la villa?
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—Sangre y sexo. Quería hacerte el amor.

El olor, el horror detrás de ellos, todo lo convertía en un lugar malo.

—No lo hiciste —se las arregló para decir.

—Sigo aquí. Desafortunadamente, también los cazadores y creo que verme


follando a su amiga en esta masacre arruinaría mis posibilidades de redención para
siempre. No puedo imaginar que haga mucho bien a tu imagen tampoco.

—Saloman…

—Realmente no sé donde están —interrumpió—. Probablemente van a Estambul,


porque no se quedaran por aquí lo suficiente para ser atrapados.

Elizabeth liberó su mano. Se sentía fría.

Como Saloman había predicho, los tres cazadores estaban estoicamente


acomodados en el asiento trasero. Elizabeth subió y se abrochó el cinturón.
Saloman se sentó a su lado, lo suficientemente cerca para que se tocaran, y aun así
con la distancia suficiente para estar en el otro lado del mundo. Miró a los
cazadores en el retrovisor.

—¿Adónde?

—¿Sabes qué camino tomaron para irse?

—Éste.

—Entonces síguelo; ve si puedes encontrar otro rastro.

Por favor, Dios, no otro como este.

Saloman encendió el auto y condujo colina arriba. Sin ninguna indicación de los
cazadores evitó la curva que llevaba al próximo pueblo, y dobló hacia el este.
Nadie preguntó, pero el humor comenzó a volverse uno de esperanza, como si
imaginaran que Saloman realmente había encontrado un rastro.

Pero Saloman, al parecer, seguía buscando lugares de interés. Mientras pasaban


junto a una señal, dijo István:
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—Aquí tuvieron un terremoto el invierno pasado.


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Terremoto. Impulsivamente, Elizabeth se volvió hacia Saloman. El gran hecho de
Perú se había perdido. Ella nunca se lo había mencionado siquiera. Y ahora no
sabía qué decir, cómo decirle que había ido corriendo hacia él porque estaba muy
orgullosa de él, que lo que había hecho allí había sido tan increíble y ella lo
extrañaba tanto que era como no respirar…

La mirada de él nunca dejó el camino. Pero sus labios se movieron levemente, casi
en una sonrisa, como si supiera.

—No recuerdo eso —dijo Mihaela. Los cazadores tendían a ser de pensamiento
unificado, casi coordinado. Muy seguido, las noticias importantes les pasaban de
lado, porque vivían en un mundo crepuscular aparte—. ¿Fue muy malo?

—Lo suficiente. Destrozó un par de pueblos, creo.

—Malo —concordó Mihaela—. Éste debe haber sido uno de ellos.

El pueblo parecía una gran obra en construcción. Había muchas casas en diversos
estados de destrucción. Rodeaban una plaza semi-destruida. Aunque ya había
construido un minarete, y los inevitables altavoces estaban instalados en los postes
de luz, listos para llamar a rezar a toda el área. Aunque era tarde, todavía había
unas personas sentadas en sus porches, disfrutando el fresco de la noche, mirando
a sus hijos jugar en las calles o en sus jardines entre cabras.

Una mujer sentada afuera de su tienda los saludó, lista para hacer negocio, sin
importar de qué fuera.

—¿Helado? —sugirió Elizabeth, con más ligereza que generosidad.

Pero inesperadamente, Mihaela se rió atrás, un sonidito ahogado y levemente


sardónico.

—Diablos sí. El helado siempre hace bien.

Sin comentarios, Saloman detuvo el auto. Aunque su rostro solo mostraba


paciencia, Elizabeth sintió cierta tensión en él que se asociaba con la emoción.
Antes de que pudiera preguntarle si conocía el lugar, él abrió la puerta y bajó.

—Merhaba. —Los recibió la mujer sonriendo.


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—Merhaba. —Elizabeth señaló el congelador que estaba bajo la ventana. Aunque
entendía muy poco de turco, se las arregló para traducir sin recurrir a Mihaela,
quien lo hablaba con fluidez. Para cuando comenzaron a comer, Saloman estaba de
regreso en el camino hacia el cruce, donde la mesquita a medio construir estaba
siendo devuelta a los fieles.

—¿Adónde va? —preguntó Mihaela—. Mierda, él no… —Se detuvo en seco, pero
las palabras seguían en el aire—: No va a morder a nadie, ¿verdad?

Un jovencito, quizá de diez años, salió con su padre, viéndose aburrido cuando los
adultos se detenían a charlar luego de su oficio religioso. Comenzó a moverse
hacia Saloman, quien vagaba alrededor aparentemente admirando la arquitectura.

Sin una palabra, Mihaela fue camino abajo, en modo cazador. Mientras los
hombres la seguían, Elizabeth juró en voz baja y también los siguió, al menos para
intentar prevenir una escena. Podría haberles dicho, si hubieran esperado a oírla,
que Saloman no se alimentaba de niños. Eran los adultos los que consideraba algo
justo, pero no los mataba.

Una vez, este hecho, de que no los mataría, no le importó mucho a Elizabeth.
Morder, beber, invadir otro cuerpo, le había parecido algo que llevaba en última
instancia a la muerte. En algún momento del camino, se había perdido esa idea.
Posiblemente cuando morder y beber sangre comenzó a asociarlo con sexo, con
amor.

Quizá Mihaela tenía razón: se estaba perdiendo a sí misma y sus principios, lenta
pero seguramente por todo lo que él hacía porque, lo que fuera que hiciera, ella no
dejaba de amarlo. ¿Era eso esclavitud?

El chico y Saloman estaban en la sombra del templo mientras se acercaban. La


sonrisa del chico era tan amplia que le cruzaba todo el rostro, y hablaba sin parar
como si Saloman fuera un amigo muy querido. Ella oyó a Saloman preguntar cosas
en turco, que el chico respondía con su tono rápido antes de tomar la mano de
Saloman y apretarla. Usando su otra mano, el chico señaló todo el pueblo, aún
hablando y sonriendo.

Mihaela se detuvo en seco, y Konrad casi se la choca. Se veía tan concentrada que
128

Elizabeth preguntó:

—¿Qué? ¿Qué pasa?


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Antes de que Mihaela pudiera responder, el hombre que parecía ser el padre del
chico se apresuró hacia ellos, y Elizabeth se tensó, esperando una discusión. Pero el
hombre fue directo a Saloman y lo abrazó, besándole ambas mejillas. Hablaba
fuertemente en una clara bienvenida, y Saloman parecía estar callándolo, casi
disculpándose.

El hombre retrocedió, con los brazos extendidos y aún sonriendo, pero


entendiendo. Le habló a su hijo, quien objetó vigorosamente y luego suspiró.
Volviéndose a Saloman, llevó la mano del vampiro a sus labios y luego su frente.

—Santo Cielo —exhaló Konrad claramente disgustado—. ¡Acaban de rezar! ¿No


pueden sentir lo que es?

—Oh, saben lo que es —dijo temblorosa Mihaela—. Es su salvador. Ha estado aquí


antes, el invierno pasado, antes del terremoto.

Elizabeth la miró, imitando sin duda la mueca de los otros cazadores.

Mihaela dijo:

—Es eso lo que están recordando y charlando, el chico y su padre. Saloman los
convenció de irse antes de que ocurriera, les contrató camionetas y autos para
llevar a los lugareños a otra ciudad, que apenas sintió el temblor. Sus hogares
fueron destruidos, pero parece haber tenido que ver en la reconstrucción. Les dio
hombres y materiales, creo. No entendí esa parte. Pero sin duda es su héroe.
Estarían organizándole un festín ahora mismo, con todo el pueblo presente, pero él
se niega. Dice que sólo pasó a asegurarse que todo estuviera bien.

Por supuesto que sí. Tenía sentido. ¿Había venido ese invierno porque sintió el
temblor? ¿O sólo a presentar sus respetos a la tumba del primo que mató? No
importaba. Los había salvado, sin nada de la publicidad que acompañó a su rescate
en Perú, lo que la hizo pensar que había sido inspiración del momento.

—No lo creo —protestó Konrad—. La mujer de la tienda no se inmutó al verlo.

—Se estaba enmascarando —dijo Elizabeth—. De incógnito.

—¿Y cómo es que el chico y su padre lo reconocieron?


129

—Él los dejó.


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—¿Por qué? —preguntó István.

Era una buena pregunta, y ella probablemente sabía la respuesta. Él quería que los
cazadores vieran esto, un perfecto contraste a la carnicería en el campamento hecha
por sus enemigos. Quizá realmente había pasado a ver cómo la llevaba la gente,
hablar con algunos amigos mientras estuviera en la región, pero ciertamente usaría
los beneficios del camuflaje, como siempre.

—El chico lo ama —dijo lentamente Mihaela—. Ambos lo hacen. No es sólo


gratitud, ¿verdad?

Suficientemente extraño, le estaba preguntando a Elizabeth. Ella se aclaró la


garganta.

—No —dijo—. No es sólo gratitud.

Mihaela se volvió hacia ella.

—¿Cómo lo haces? —dijo—. ¿Cómo te mantienes cuerda mientras pasa de ser el


monstruo de la muerte del campamento a esto?

Elizabeth cerró los ojos.

—No es un monstruo de la muerte. Nunca haría lo que Luk y Dante hicieron.


Aunque podría si sintiera que era lo correcto. Su moral no es la nuestra, pero está
allí, y no es malvado.

Cuando las furiosas protestas no la golpearon, volvió a abrir los ojos. Saloman,
habiéndose despedido del padre y el hijo, ahora era el centro de un gran grupo,
como un príncipe lo suficientemente gracioso para reunirse con ellos. Los
cazadores miraban la escena como embobados.

Elizabeth dijo:

—No es la primera vez que hace esto. ¿No oyeron lo de Perú?

La miraron. István frunció el ceño.

—¿El terremoto peruano la semana pasada? Fue grande, mayor que este.
130

—Pero nadie murió. Es verdad que no era una gran población, pero él también los
puso a recaudo.
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—¿Te dijo eso? —preguntó cínicamente Konrad.

—No. Hay videos. Probablemente ya están en YouTube. Se los mostraré cuando


volvamos. Pero…

—¿Cómo? —Interrumpió István—. ¿Cómo puede hacerlo? ¿Cómo puede predecir


algo que los sismógrafos nunca ven?

—No lo sé completamente —admitió Elizabeth—. No he podido hablar con él al


respecto. Todo ha sido sobre Luk y Dante. Pero me dijo una vez que su gente, los
Antiguos, tenían una afinidad con la tierra. Creo que puede sentir la tensión, y
saber cuándo y dónde se romperá.

—Mierda, Elizabeth —dijo Mihaela.

—Come tu helado —recomendó ella, siendo consciente por primera vez de que el
suyo se derretía en sus dedos. Se sentía irreal, comer helado en la oscuridad, en
silencio, mientras los locales adoraban al vampiro. Cuando terminaron, se
movieron más lejos de la escena, hacia el lugar donde los obreros se lavaban los
pies antes de entrar, y se enjuagaron el pegote de las manos.

Saloman usó su movimiento para comenzar su partida, primero presentándolos a


todos a los locales, quienes los recibieron educadamente, y luego despidiéndose.
Mientras volvían al auto, una mujer con un pañuelo negro corrió hacia ellos y puso
algo recién horneado y envuelto en un papel en las manos de Elizabeth. Todos
saludaron a las ventanas tintadas mientras se iban. Y cuando Saloman siguió las
indicaciones hacia Fethiye, nadie protestó.
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Capítulo 9
Traducido por Lalaemk

Corregido por Angeles Rangel

¿A
dónde va él? —preguntó Mihaela. Cuando entraron a la villa,
Saloman dio un paseo hacia el pueblo sin alguna explicación.
— Poco dispuesta a arruinar el sorprendente ablandamiento de los
cazadores hacia Saloman, Elizabeth dijo:

—No lo sé. Y no creo que quieras saberlo.

Konrad juró, y Mihaela golpeó su cabeza contra la puerta.

—¡No podemos sentarnos aquí y dejarlo alimentarse de esa gente!

Ni siquiera valía la pena decirles que no podrían detenerlo. Elizabeth tomó la


puerta de los nudillos blancos de su amiga y la cerró firmemente.

—Tiene que alimentarse o morirá. No matará a nadie. Ni siquiera los lastimará. No


sabrán que algo les pasó.

Mihaela le dio una mirada.

—¿Es así cómo logras vivir, Elizabeth? —Curiosamente, no se lo había dicho con
agresividad, sino con curiosidad.

—Es la verdad. Es por eso que te has dado cuenta que la cuenta de muertos
relacionadas con vampiros se ha reducido drásticamente. Saloman lo ha prohibido,
excepto en algunas circunstancias de defensa o justicia que sin duda podría
significar poco para ti y para mí. Los vampiros pueden alimentarse perfectamente
de manera adecuada sin matar o torturar. —Caminó por la sala hacia la cocina—.
¿Café?

—Café.
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Había sido un extraño recorrido. Saloman había manejado demasiado rápido, por
lo que los cazadores se habían aferrado a sus asientos. De hecho, incluso Elizabeth,
que era muy consciente de las reacciones deslumbrantes de Saloman, había cerrado
los ojos en varios puntos. Al pasar los coches de policía, curiosamente habían
estado inconscientes de su temeraria velocidad.

No había siquiera mucha conversación más allá de lo ocasional, además del


momento en que István, aparentemente incapaz de contenerse por más tiempo, se
había inclinado hacia delante para poner su cabeza entre los dos asientos
delanteros.

—¿Por qué? ¿Por qué salvaste a esas personas?

Saloman parecía considerarlo.

—Porque podía.

—Esa no es una respuesta.

—¿Preferirías “los terremotos interrumpieron mis suministro de comida”?

—Si es la verdad —dijo István.

Saloman esbozó una sonrisa.

—Tú eres como verdades en blanco y negro, ¿cierto?

—En este momento, me conformaría con cualquier tipo.

Saloman piso fuertemente el acelerador, zumbando en dirección contraria,


haciendo sonar el camión.

—Tienen derecho a vivir —dijo al final.

István se sentó pensativo. Un instante después, estaba de vuelta. Elizabeth


raramente lo había escuchado hablar tanto.

—¿Cómo? —preguntó.

—Eso es algo muy difícil para explicar a un humano. Sólo voy a decir que puedo
133

escuchar la tierra moverse. —Le mostró a Elizabeth una ceja levantada, que ella
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esperaba devotamente que István no hubiera visto. István se sentó otra vez para
pensar acerca de ello también.

Fue Konrad quién, mientras el calentador hervía, levantó la tapa de su laptop.

—Muéstrame —invitó él, y nadie dudó de lo que quería decir.

Las imágenes de Perú de “Adam Simon” dejando el éxodo bajo la montaña estaban
en YouTube, junto con la fecha en que fueron tomadas. Los cazadores sabrían
ahora con certeza que Saloman podía no ser responsable del despertar de Luk.
Pero nadie habló de ello. Parecía un asunto trivial junto a la intensidad del
terremoto.

Elizabeth se sentó y los dejó mirar. Deseaba discutir con ellos, decirles todo, todo el
conflicto y dudas, la nueva creencia y esperanza que había venido a ella. Y
anhelaba estar con Saloman, en sus brazos mientras hablaban de las mismas cosas,
acerca de las posibilidades inherentes a su talento increíble.

Ellos observaban en silencio, varias veces, en diferentes sitios, incluso vieron el de


BBC. Elizabeth fue a buscar café. Y ellos lo vieron otra vez.

—Esto cambia muchas cosas, ¿no es así? —dijo ella.

—Oh, sí —coincidió Mihaela fervientemente—. Es sólo que no puedo entender


cómo. O por qué. O la razón por la qué él está aquí, ayudándonos, mostrándonos.
No es todo por estar contigo, ¿o sí?

—No —replicó Elizabeth con un poco de tristeza—. Él cree que humanos y


vampiros pueden, y deberían, vivir juntos. Para que esto suceda los humanos
deben estar conscientes de la existencia de los vampiros y darse cuenta de que no
son una amenaza. Una tarea difícil, sobre todo dadas las circunstancias actuales.
Como primer paso, quiere que tú, que conoces sobre los vampiros, sepas lo bueno
que pueden hacer por el mundo.

—Eso sería increíble —estalló István—. Prediciendo terremotos, tsunamis,


erupciones volcánicas… Cristo, probablemente también huracanes y tornados,
134

mejor que los meteorólogos expertos.


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—No lo sé —dijo Elizabeth con cautela—, pero no me sorprendería.

—¿Los otros vampiros pueden hacer eso también? —preguntó ansiosamente


Mihaela.

—Whoa. —Konrad saltó a sus pies—. Reduzcan la velocidad aquí. No se


emocionen tanto. Sólo hemos visto una demostración de un don muy útil, si puede
ser probado científicamente. Pero están olvidando un factor vital. —Miró a todos
en la habitación, terminando con Elizabeth—. No podemos confiar en él —dijo
deliberadamente—. Es un vampiro.

Fue un golpe mortal. Elizabeth vio sus esperanzas desinflarse como pelotas de
playa.

—Yo confío en él —dijo con valentía.

Los labios de Mihaela se torcieron.

—No, no lo haces —dijo, y Elizabeth la miró, herida.

—La otra cosa que pareces olvidar en este acogedor escenario de unión de
Elizabeth es, ¿quién maneja esta coexistencia? —Konrad se sentó otra vez, seguro
de tener su atención—. ¿Quién gobierna? —preguntó, extendiendo sus manos—.
Saloman, por supuesto. Lo cual, si recordamos, es lo que se propuso desde el
momento en que Elizabeth lo despertó. Ha tenido su venganza, ha tenido su
diversión, y está construyendo su poder como si no hubiera un mañana. A este
paso, ustedes chicos son los próximos en la mira. Pero por mi parte, no estoy
cayendo en ello.

Elizabeth, dejándolos con su discusión y sus argumentos, subió las escaleras hasta
su habitación. El cansancio parecía haberla atrapado, para ella la habitación parecía
demasiado lejana. Con una sensación de alivio, empujó la puerta y prendió la luz.

Saloman estaba sentado en su cama, leyendo. Él podía, aparentemente, leer en la


oscuridad. Su cabello negro perdiéndose en sus hombros; sus largas piernas
extendidas en la cama, elegantemente cruzadas en los tobillos. Lucía casual y
135

cómodo y sexy como el pecado.


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Él miró hacia arriba y sonrió, sintiendo mariposas en su estómago.
Cuidadosamente, cerró la puerta y se apoyó en ella mientras su corazón bombeaba
como un conejo.

—Veo que mis “cerraduras” no son tan buenas después de todo —logró decir.

—Están bien, pero me dejaste con la llave.

—¿Por qué el hechizo fue tuyo en primer lugar?

—Algo así.

—Les dije acerca de Perú —dijo abruptamente—. Quise decírtelo, hablar primero
contigo… Iba en camino a Perú para encontrarte cuando Mihaela llamó sobre Luk.
Casi no vengo. —Con esfuerzo, se forzó a guardar silencio, porque Saloman,
arrojando a un lado su libro, se levantó de la cama y se dirigió resueltamente a ella.

—Estás agitada —dijo él, deteniéndose delante de ella. Alcanzándola, removió un


mechón de cabello de su mejilla, y se cortó su respiración—. No lo estés. Ven.

Él no la tomó en sus brazos, sólo la guió con su mano en un gesto familiar que era
a la vez cortés y, debido a su asociación con ella, increíblemente excitante. Le
sostuvo la mirada mientras caminaban alrededor de la cama. Pero estaba siendo
distraída por las respuestas de su cuerpo a su cercanía.

—Tengo tantas cosas que decirte —dijo—. Cosas que estoy desesperada por decir,
porque lo que hiciste en Perú fue tan asombroso, y no entendí antes que…

—Sh-sh —Su mano se deslizó hacia arriba de su hombro, volteando su cara hacia
él. Las llamas de color ámbar parecían saltar de sus ojos oscuros y opacos, y luego
se desvanecieron, y sabía que esta vez no habría interrupción. Esta vez él le haría el
amor. Su interior se derritió; sus pezones, como si trataran de llegar a él,
comenzaron a doler.

—No es tan maravilloso —dijo—. Estaba en México con Travis cuando sentí que
comenzaba el terremoto. Era una cosa sencilla de hacer; apenas me costó algo.

—Pero puedes hacerlo, y lo hiciste.


136

Ambas manos reposaron fuertemente sobre sus hombros. Una débil sonrisa, casi
triste se dibujó en sus labios.
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—Quería complacerte.

Sintió sus labios abrirse por la sorpresa.

—¿A mí? ¿Es por eso que lo hiciste?

—No. —Se encogió de hombros—. En parte sí. Lo hice porque podía, pero al
hacerlo, me imaginé tu placer. —Sus dedos se extendieron, acariciando su
barbilla—. Me imagino demasiado tu placer cuando estamos alejados.

Ella se ruborizó más caliente con el obvio doble sentido.

—¿No cuándo estamos juntos? —dijo.

—La realidad supera la imaginación —murmuró, inclinando la cabeza y causando


que las mariposas en su estómago volaran—. Al menos contigo.

Sus labios estaban fríos sobre los de ella, y sin embargo, con su primer toque
parecía arder. El deseo de apoderó de ella, arrojando su cuerpo contra el suyo
mientras su boca se abría sin aliento, para recibir su beso y darle el suyo.
Buscándolo, enredó sus manos en su cabello, tratando de atraerlo más cerca
mientras la sensación y el sabor de Saloman la consumían. Sus poderosos brazos se
cerraron alrededor de ella, sosteniendo su cabeza firme en una palma mientras
devoraba su boca. Ella se retorció contra su cuerpo, irritada por la ropa que les
impedía estar más juntos, aún amándolo con dureza, los contornos de su
protuberancia de acero se presionaban contra su abdomen.

Estás cansada, dijo dentro de su cabeza. Podemos hacer esto mañana.

Mañana, oh sí. También lo haremos mañana.

Sus labios se extendieron con una sonrisa en los de ella rompiendo el beso.

—Necesitas dormir.

—Te necesito —susurró, y buscándolo, volvió a tomar su boca. Sus ojos cerrados,
lo sedujo mientras sus manos recorrían los duros músculos de sus hombros y
brazos. Encontró un camino entre sus casi fundidos cuerpos y comenzó a
desabotonar su camisa.
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No la empujó sobre la cama. La levantó en sus brazos y la depositó ahí,
terminando su trabajo en la camisa y quitándosela para que de esa manera ella
pudiera pasar sus manos sobre su suave y poderoso pecho. Y luego, él la desvistió
con cuidado, acariciando y besando cada área de piel que iba descubriendo.
Cuando llegó a sus pechos, apretó un pezón entre sus dedos convirtiéndolo en un
pico mientras besaba y provocaba al otro, ella se arqueó contra él, pidiendo, casi
exigiendo su presencia dentro de ella.

Él pasó su mano, deslizándola entre sus muslos. Sus ojos por encima de su rostro
de ensombrecieron imposiblemente mientras sentía cuan mojada estaba por él.

—Quiero besarte ahí —susurró él—. Y aún, necesito ver tu cara cuando te vengas.

Ella tragó.

—¿No tenemos tiempo para ambas?

Él sonrió, moviendo sus dedos entre sus pliegues hasta que encontró el brote
hinchado de su placer. Su boca se abrió en silencio beatico y él la cubrió con la
suya, deslizando un dedo dentro de ella, luego dos, mientras que poco a poco, la
acariciaba con ternura hacia el éxtasis final. Incapaz de mantenerse quieta, se
onduló, retorciéndose en su mano mientras las ondas se reunieron. Su alegría se
reflejaba en los ojos abiertos, brillantes, y en su mente, donde la dejó sentir su
placer y su alegría. Con la mano libre le acarició sus pechos, amoldándolos,
presionándolos e incluso pellizcándolos, con un grito creciente y desesperado de
alegría que ella amortiguó en la boca de él, se sintió al borde.

En algún lugar, en la parte de su cerebro que todavía podía pensar, había planeado
vagamente que tan pronto ella sintiera un orgasmo, le daría la vuelta a él,
empalándose a sí misma en él, y montarlo triunfantemente hasta su propio clímax.
Pero por alguna razón no funcionó exactamente así.

Tal vez el orgasmo había durado mucho, demasiado demoledor, intensificado por
la unión de sus mentes, porque antes de que pudiera moverse, él se extendió sobre
su cuerpo, deslizándose dentro de ella. Pero no para la cogida rápida y frenética
que traería la liberación. En cambio, él se movió lentamente, casi con dulzura,
tomando el tiempo y placer en cada parte de ella mientras se mecía volviendo de
138

nuevo al éxtasis. En el último momento, completó su felicidad con la suya,


colapsando en ella en esa rara, asombrosa pérdida de control que la movía tan
profundamente.
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Empapada de sudor, saciada, exhausta, se volvió hacia él conforme él aflojó su
cuerpo de ella, así que permaneció en su interior. Ella sonrió adormecida en su
hombro, lamiendo una gota de la propia humedad salada de su piel inmaculada.
Ella sintió sus labios en su cabello y se acurró sobre él para saborear ese momento.
No tenía intención de dormirse todavía, pero de alguna manera llegó a ella,
calmante, cicatrizante y profundo.

Despertó a la luz del día, la brillantez del sol filtrándose a través de las cortinas de
la habitación. Ella supo que él estaba ahí antes de abrir los ojos y lo vio en la
ventana que daba sobre el pueblo. No estaba usando nada más que sus pantalones
oscuros, que no tenían problemas para sujetarse, parecía que estaba observando a
través de un pequeño hueco en la cortina.

—¿Saloman? —Se sentó cuando la realidad en forma de una crisis actual rompió su
felicidad—. ¿Qué está sucediendo?

—Un mercado se ha establecido en la calle. Están usando tu poste para sostener un


toldo.

Elizabeth cerró su boca. Hizo otra pregunta.

—¿Dónde están los cazadores?

—En la planta baja. —Saloman soltó la cortina y se volvió para encararla—.


Discutiendo acerca de ti y de mí. Sólo decidieron no despertarte.

—¿Por qué? ¿A dónde van a ir? —demandó ella, eligiendo dejar la discusión sobre
la conveniencia de estar escuchando para después.

Saloman se encogió de hombros, caminando hacia ella.

—A ningún lado aún. Han estado debatiendo los méritos comparativos entre
Estambul y Budapest. Y de sólo quedarse aquí por pocos días para ver qué pasa.

Ella lo miró dudosamente.


139

—¿Realmente puedes oír todo eso?

—Si mantengo mi oreja pegada al suelo.


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La risa la tomó con la guardia baja, y la pequeña sonrisa en respuesta en sus ojos la
calentó mientras él se sentaba en su cama junto a ella.

—¿Ellos están… bien? —preguntó con dificultad.

—Están emocionados, asustados, confundidos. Pero lo que sea que les hayas dicho
anoche ha dejado una buena impresión.

—Pensé que habías sido tú quien había dejado esa impresión. —Vaciló, y luego
añadió—: Para algunos, cualquier impresión que hagas nunca va a ser suficiente.
La familia de Mihaela fue asesinada frente a ella por un vampiro cuando era una
niña. Konrad… bueno, Konrad siempre va a tener dificultad en aceptarte.

—Otra excelente razón para matarlo.

Ella lo miró fijamente.

—Estás bromeando, ¿cierto?

Él hizo un pequeño ruido como si en lugar de respirar, hubiera suspirado.

—No del todo. ¿Tienes hambre?

Ella se inclinó sobre él y le echó los brazos alrededor de su cuello.

—Tal vez—dijo, sonriendo con los ojos.

—Ah. Ese tipo de hambre es más fácil de aplacar. —Con la presión de su cuerpo la
empujó de nuevo a las almohadas y arrancó la sábana que estaba entre ellos. Se
echó hacia atrás y bajo su ávida mirada, Elizabeth se retorció. El calor se apoderó
de ella. A punto de perderse una vez más en la sensualidad, se dio cuenta con un
toque de desesperación que su tiempo juntos pasaría y aún no le decía todo lo que
necesitaba.

—Te extrañé —susurró ella, conforme la sonrisa se desvanecía de sus labios.

—Lo sé. —Él puso su mano plana sobre su corazón, y como si él actuara como un
tubo conductor, su corazón aumentó sus latidos—. Pensé en ti cuando la montaña
se estremeció. Te quería en mis brazos para completar la experiencia.
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La maravilla de eso se unió con la dulzura inducida por su mano volviéndose


hacia su pecho. Él mantuvo su mano extendida, sólo tocando su pezón como si lo
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cepillara de adelante hacia atrás. El placer era exquisito. Ella quería empujar todo
su pecho hacia su mano, sin embargo no podría soportar el cambio de lo que
estaba sintiendo ahora.

Con esfuerzo, ella dijo:

—Sentí algo. Alrededor del momento del terremoto. Se sentía como tú. Estaba
asustada por ti. —De mala manera, al parecer, levantó la mirada de su pezón
enrojecido hacia su rostro—. ¿Estabas aún ahí? ¿En peligro?

—Un poco, quizás. Es una locura que no puedo resistir. Amo sentir el poder de la
tierra. Me gusta sentirla cuando se mueve. —Su mano se cerró repentinamente
sobre su seno, y ella gimió, empujándose hacia su palma—. Te quería a ti cuando
lo hice. Quería estar amándote y mostrarte dos clímax en uno. Quizás es eso lo que
sentiste. O tal vez fue el despertar de Luk inmediatamente después de eso. Porque
eso realmente me asustó.

—¿Por qué? —Jadeó mientras él bajaba sus labios hacia el otro seno y comenzó
lamerlo con su ingeniosa lengua sensual.

—Porque debió permanecer en paz. Despertarlo fue una crueldad equivalente a un


sacrilegio. A veces, los muertos tienen que permanecer muertos.

Su boca se cerró seductoramente sobre su pecho y comenzó a succionar. Con un


esfuerzo casi sobrehumano, ella cogió la cabeza entre sus manos y tiró de él hasta
que soltó su pezón con una resistencia que alimentó su deseo más que el mismo
acto.

—¿Por qué no lo mataste la otra noche? ¿Por qué lo dejaste ir?

Casi con rabia, dijo:

—Porque hubo un momento… —Sus ojos se cerraron—. Sólo un momento cuando


me miró con los ojos de Luk. Con amistad y amor.

Sus puños se cerraron involuntariamente, enredándose en su pelo. Sus ojos se


abrieron.

—Y luego me pateó hacia la suciedad, y el momento había pasado. Él me odia y


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está protegiendo a Dante.


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Puso su frente contra la de él.

—Saloman. ¿Puedes matarlo ahora? —Ella no quiso decir con su fuerza física, y
ambos lo sabían.

Él se movió, cubriendo su cuerpo, y ella sintió su cálida dureza contra el interior de


su pierna.

—Sí, puedo matarlo ahora. Estás muy húmeda entre tus piernas. Quizá hay algo
más que puedo hacer por ti.

Ella empujó hacia su pecho, y éldejó que lo empujara y se diera la vuelta hasta que
ella estuvo sobre él.

—Y yo por ti —dijo, poniendo sus manos sobre su pecho para levantarse. Encontró
equilibrio sin dificultad, capturándolo entre sus muslos, y ajustando su posición.
Luego, su regazo nunca dejando el suyo, se sentó sobre él y gimió cuando él la
llenó. El empujó hacia arriba, agarrando sus caderas, y todo lo demás desapareció
en la lucha frenética y sensual para el control de su amor. Sólo estaba Saloman, y
amor, fiereza, calor, placer imparable.

Saloman mordió la garganta de Elizabeth, amando la forma en que su cuerpo se


sacudía debajo de él en una mezcla de dolor y placer. Él llegaría al clímax otra vez
muy pronto, y quería hacerlo con su sangre corriendo dentro en su cuerpo en un
interminable ciclo de placer. Nadie sabía como Elizabeth: poder y dulzura, pasión
y… ella. Simplemente ella. Mordió más duro en su herida, sintiendo su resistencia
bajo él con éxtasis. Ella amaba cuando tomaba sangre, y él la dejaba ver en su
mente cuánta alegría sensual le daba, duplicando su gusto.

Martillando dentro de su fuerte empuje enérgico, él la tomó, cuerpo y sangre y


mente, hasta que el clímax rugió a través de él. Un giro más y ella estaba con él. Él
quería beber de ella por siempre, sentir ese latido de corazón frenético para que
coincidiera con el suyo, sentir los dientes de ella en sus venas, sacando su sangre
mientras él bebía y hacía el amor. Era uno de los más exquisitos placeres que nunca
había disfrutado con Elizabeth y nunca lo haría.

Él estaba tomando demasiada. Tuvo que forzar a su boca a aflojarse, para curar la
herida antes de que el dolor se introdujera. Conforme sus convulsiones
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disminuían, él rodó sobre su espalda para que ella se tendiera a través de su


cuerpo mientras él saboreaba las últimas olas de éxtasis físico.
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—Tengo que confiar en ti —susurró ella, en voz tan baja y apagada en la piel de su
pecho que apenas y la escuchó—. No te dejaría beber de mí si no lo hiciera.

Saloman escuchó al sonido de su propio corazón, forzándolo a enlantecerse.

—Para ser justo —dijo calmadamente—, no hay nada que puedas hacer para
detenerme.

Por un instante ella se quedó inmóvil, como si le sorprendiera haber recibido una
respuesta, como si no se hubiera dado cuenta que había hablado en voz alta.
Luego, ella levantó su mano y apoyó la barbilla en su mano para mirarlo.

—Pero de eso se trata. Podía decir no, y tú no lo harías. Eso es confianza. —Ella le
dio una sonrisa rápida, irónica—. Por supuesto, no puedo confiar en que no
morderás a alguien más que te diga no...

—Estate tranquila. Ellos raramente lo hacen.

—Sólo porque no saben lo que está pasando.

—Tú sabes lo que está pasando.

—Te amo. Eso es diferente.

Saloman se movió perezosamente dentro de ella.

—A cada quien lo suyo. ¿Has estado hablando con Mihaela?

—Ella dijo algo la noche pasada que me molestó. Dijo que yo no confiaba en ti. Y lo
hago.

Inteligente Mihaela. Sembrando semillas de discordia y las riega. Él dijo:

—Hay niveles de confianza. No podemos llegar a todos a la vez.

Ella deslizó una de sus manos hasta su pecho para tocar los labios de él.

—Caminamos un poco por la cuerda floja, tú y yo —susurró—. Me sobre balanceo


y lo sobre compenso…
143

—Pero no te caes. —Nunca caes…

Ella sonrió.
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—No aún. —Abrió los labios de nuevo, como si ella dijera más; luego, como si
cambiara de opinión, lo beso en su lugar. Saloman no tuvo objeción a eso. Sostuvo
sus nalgas, acariciando y amasando hasta que se deslizó en sus manos, trazando
besos en su pecho y vientre, y llegó, inevitablemente, al rígido obstáculo de su
polla. Aparentemente no era un obstáculo, ya que recibió más de su cuota de
besos. Cerrando sus ojos, él enredo sus dedos en el cabello de ella y la dejó seguir
su camino. Era dulce e intenso y lo dejó momentáneamente indefenso.

Después, él la llevó hasta la longitud de su cuerpo para estar con él en el


resplandor.

Saludos, Saloman.

Él se congeló. A pesar de las olas del orgasmo todavía bloqueando su mente y su


auto-control, ciertamente no estaba imaginando la clara voz burlándose en su
cabeza. No tenía que estar tan sorprendido; él había dejado la puerta abierta a la
comunicación que no había sido, hasta ahora, iniciada.

Luk, él manejó, con esfuerzo a la urbanidad. ¿Cómo estás?

Enojado, Vengativo. Reuniendo fuerzas, viejo y nuevo. Todas las cosas que tú esperas. Y
temes.

No te tengo miedo, Luk.

La risa de Luk era burlona, muy fuerte y demasiada para cualquier distracción que
lo hubiera causado. Eso hizo eco alrededor de la cabeza de Saloman, desalentando
su cálida, sangre saciada.

Deberías, Saloman. Deberías. Sabes que iré por ti.

Lo sé

Otra carcajada maniática. Mira hacia delante por ello, Saloman.

La enorme, inquietante presencia de Luk se salió. Saloman no trató de prever o de


seguirla. Curiosamente, lo que principalmente sentía no era ira, o incluso miedo de
que Luk estuviera tratando duramente de inculcárselo. Era soledad. La masiva
presencia de otro Anciano en su mente era algo que nunca pensó que sentiría otra
144

vez, y aunque la amenaza estuviera llena de odio, lo hacía anhelar más.


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—¡Saloman! ¡Saloman! —Era Elizabeth, recostada sobre su pecho, sus grandes ojos
avellana oscuros con ansiedad mientras miraban en los de él—. ¿Qué es? ¿Qué está
pasando?

—Nada. Estaba hablando con Luk.

Los ojos de ella buscaron los de él.

—¿Qué dijo él?

—Nada. Sólo quiere que sepa que es fuerte. Lo que puede significar que todavía no
es lo suficientemente fuerte como desearía. El apoyo de los vampiros turcos no
llega tan rápido como él esperaba.

—¿Sabes eso?

Él se movió, rodándola a ella debajo de él.

—Sé que siempre habrá algunos vampiros tentados por el retorno del caos. Sé
quien es todavía leal a mí. Y fuera de Estambul que es la vasta mayoría, al menos
mientras se sabe que estoy en Turquía.

—Tal vez deberías quedarte hasta que él se vaya.

Tú deberías quedarte. Siempre “tú” nunca “nosotros”. ¿Por qué él quería eso? ¿Por
qué él siempre quería más cuando ella ya era todo lo que él necesitaba? ¿Cuándo él
podía sentir con cada mirada, cada toque, que ella moriría por él?

Él apartó ese pensamiento, desterrándolo despiadadamente. Él dijo:

—Quizás. Pero tengo muchas otras cosas qué hacer en muchos otros lugares. No
puedo permitir que esta rebelión se esparza más allá de Turquía. Y ambos sabemos
que él vendrá a Budapest eventualmente.

—Realmente no puedes saber eso —objetó ella.

—Lo sé tan bien como conozco a Luk. Recordará la profecía que él hizo siglos
atrás. Esa donde en Buda y Pest iniciaría una nueva era, cuando yo soy suplantado
y el nuevo amanecer del vampiro se rompa.
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Los ojos de ella cambiaron, miedo atravesándolos, rápidamente perseguido por


escepticismo.
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—Esas gilipolladas—dijo ella rotundamente, y él sonrió con diversión genuina,
besando su boca.

—No son gilipolladas —dijo él juiciosamente—. Pero diría que está abierto a
interpretarse.

—¿No siempre él estaba mal?

—No que pueda recordar. Pero entonces, él no ve todo, y no dice todo lo que sí ve.
Y muchas cosas no han pasado todavía que quizá nunca lo hagan. —Él la soltó, y
ella se sentó.

—Tengo hambre —dijo ella, buscando por su ropa—. Iré por café y el desayuno.

—Y luego ven a la cama —dijo él, levantando un codo para verla vestirse. Era una
experiencia que siempre encontraba particularmente erótica.

—¿Por qué? —bromeó, poniéndose una blusa corta y provocativa—. ¿Necesito


dormir más?

—Necesitas coger más —dijo él, y antes de que su sonrojo comenzara propiamente,
él se acercó demasiado rápido para que ella lo viera y la arrastró nuevamente a la
cama.

En ese momento inconveniente, un breve sonido sonó en la puerta del dormitorio,


seguido rápidamente por Mihaela, caminando con toda la facilidad de la amistad.

—Elizabeth, ¿estás despierta? Queremos que… Oh.

Pudo haber sido peor. Ella pudo haber estado desnuda en sus brazos, perdida en
medio de un orgasmo simultáneo. Al menos estaba completamente vestida, y a
pesar de que Saloman se cernía sobre ella con intención, en realidad no estaba
manoseándola. Sin embargo, no pudo evitar empujar el agarre de Saloman.

Él la soltó sin comentar la obvia vergüenza.

Mihaela dijo:
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—Veo que estás. Despierta.


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Elizabeth murmuró algo mientras se levantaba de la cama.

—Lo siento; no esperaba que tuvieras compañía. Suficientemente estúpida. —La


mirada de Mihaela parpadeó de Saloman y se alejó. Su dorada piel comenzó a
sonrojarse mientras él bajada sus piernas desnudas de la cama y buscaba por sus
pantalones, que habían sido arrojados sin cuidado al suelo, pero ella continuó
mirando determinadamente a Elizabeth.

—¿Qué está sucediendo? —dijo Elizabeth, tal calmadamente como pudo. Ella
entendió que esto era difícil para Mihaela. Era una cosa aceptar que su amiga tenía
un amante vampiro; y otra muy distinta arrojarle la realidad a su cara,
especialmente cuando esa realidad era un gran Saloman, desnudo, con piel suave y
grandes músculos. No era sólo su belleza masculina exótica abrumadora; era su
sola presencia.

—Hemos hablado con Mustafa y pensamos que deberías quedarte aquí por
algunos días. —Otra vez los ojos de Mihaela vieron con alarma mientras Saloman
se levantaba de la cama y caminaba a través de la habitación para encontrar su
camisa. Ella arrastró su mirada de vuelta a Elizabeth—. Mustafa y su gente
vendrán como un apoyo secreto. Esperamos que tú y Konrad… y Saloman, si se
queda alrededor… probarán ser suficiente carnada para traer a Luk y Dante esta
vez.

Saloman recogió su camisa tirada y miró pensativamente a Mihaela, quien se


encogió de hombros, pero se las arregló para encontrar su mirada mientras él
cruzaba la habitación, poniéndose la camisa mientras se acercaba.

—Sospecho que soy la única carnada que contará para Luk. Y él no vendrá por mí
hasta que esté listo. Necesito estar en Estambul, pero puedo hacer que mi, eh,
¿firma?... se quede un poco más. Puede engañar a Dante por lo menos.

Elizabeth dijo:

—Sin ti, ¿somos lo suficientemente fuertes para matar a Luk?

Saloman la vio a ella.

—Tú lo eres.
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Se quedó sin aliento.


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—¿Porque soy la Despertadora?

—Lo más probable.

—Entonces yo podría haber… —se interrumpió. Pude haberte matado en St. Andrews.
Físicamente. Emocionalmente, ella había sido completamente incapaz, debido a
que ya su amor no reconocido y no querido había sido demasiado fuerte. Ella no
podía hacerlo; nunca podría hacerlo.

—Sí —dijo, entendiendo a la vez—. Podías.

Por un instante, ella se preguntó lo que sería su vida si lo hubiera hecho; si en


realidad hubiera hundido la estaca haciendo el camino a través de su carne y
hubiera atravesado su antiguo e incomprensible corazón. Justo como lo había
planeado entonces, su conflicto interno hubiera terminado. Hubiera evitado todo la
búsqueda de alma subsecuente y su lealtad dividida. Y siempre, a través de
cualquier exceso de pena y culpa que había sufrido, se había preguntado…

Ella alejó esa fantasía. Era impensable ahora. Defendía su elección y no se


arrepentía de nada.

Mihaela le dijo a Saloman:

—¿Cuándo te vas?

—Hoy.

La mirada de Elizabeth coló a su rostro impasible. Hubo una corta, pausa de


curiosidad. Ella tenía la extraña impresión de que no era ella, sino Saloman, quien
esperaba por la sugerencia que ninguno haría. Y entonces sus labios se torcieron y
se movió hacia la ventana.

—El mercado tiene buenas alfombras. Voy a comprar una para Dmitriu.
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Capítulo 10
Traducido por Otravaga

Corregido por Simoriah

U
n día, pensó Saloman, abriéndose camino a hachazos a través de los
vampiros rebeldes como un vándalo en un campo de trigo iluminado
por la luna, él traería a Elizabeth a esta asombrosa ciudad. Le mostraría
dónde había estado el mercado antes que el ejército cristiano saqueara la ciudad
durante la cuarta cruzada. Le mostraría dónde había vivido él cuando los
otomanos finalmente tomaron Constantinopla y Bizancio cayó. Era una ciudad
cosmopolita de muchas culturas, y Saloman todavía la amaba. Disfrutaría
mostrándosela a Elizabeth una noche cuando las calles no estuvieran llenas tanto
de la sangre de amigos como de enemigos. No que a Saloman le importara la
sangre. Eran las nubes de polvo de los no muertos flotando en el aire lo que lo
enfermaba.

Sin mirar, supo que Volkan, el principal líder de los rebeldes, todavía observaba el
evento desde su punto privilegiado en el balcón de la Torre Gálata, rodeado por
sus guardaespaldas. Como si imaginara que estaba a salvo ahí arriba, mientras sus
estúpidos seguidores hacían el trabajo de morir. Era una lucha sin sentido, usada
por ambos bandos como una mera demostración de fuerza. Y sin embargo, ahora
que la presencia de Luk en la ciudad estaba inspirando a los rebeldes, tenía que ser
hecha.

Saloman atacó con su espada, abriéndose camino a través de la calle hacia la gran
torre de piedra del siglo XIV que proyectaba su sombra. Por costumbre, los
vampiros luchaban en un adusto silencio, pero había poca esperanza de ocultar
una gran lucha en la calle principal de los humanos que vivían en los muchos
apartamentos que bordeaban el campo de batalla de los vampiros. Cortinas
retorciéndose, voces agitadas, veloces sombras en ventanas y balcones, todo eso le
decía a Saloman que la policía estaría pronto de camino.

Un valiente hombre estaba parado en una entrada cercana, como protegiendo a su


familia de la turba. O quizá sólo era insaciablemente curioso. De cualquier forma,
pagó el precio cuando un rebelde lo agarró rápidamente al pasar y le mordió la
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garganta. Un agudo grito rasgó el aire, mientras alguien, tal vez la esposa de la
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víctima, presenció el ataque. El asunto iba en aumento. Los humanos
intervendrían, incluso antes de que la policía llegara.

Saloman había tenido suficiente. Balanceando su espada alrededor en un amplio


arco que cortó la carne de varios vampiros a la vez, saltó, brincando sobre las
cabezas de amigos y enemigos por igual para alcanzar al asesino del humano,
quien, con un gruñido hacia Saloman, dejó caer a su víctima al suelo.

Demasiado estúpido para vivir. Y demasiado codicioso para ser tolerado. Tan
rápido como el pensamiento, Saloman usó la estaca que había estado reservando
para Volkan y saltó a través del polvo restante del tonto para aterrizar de frente a
la línea de fondo de los rebeldes que defendían la torre. Fue un movimiento
inesperado que colocó a sus enemigos entre él y sus aliados, y pudo sentir la
alarma de Volkan filtrándose desde arriba. El líder rebelde incluso retrocedió en su
balcón, fuera de la vista de Saloman.

Indigno, se burló Saloman, y supo que él lo había oído.

Los rebeldes comenzaron a rodear a Saloman, abandonando sus luchas personales


para encerrar a la gran presa. Y Volkan se movió hacia adelante una vez más,
alentando a sus seguidores con emocionadas órdenes telepáticas. Imaginaba que
estaba a salvo, porque ahora, tan cerca de la torre, el ángulo de Saloman para un
gran salto era incorrecto. Y Saloman no podía dar marcha atrás por los rebeldes
que lo rodeaban. O eso es lo que Volkan debió haber pensado.

Saloman saltó de todas formas. Alcanzó la lisa pared de piedra sólo a unos cuantos
metros por encima de las cabezas de los vampiros, y oyó más de una risa de burla.
Esas tampoco duraron. Incluso mientras un emprendedor rebelde saltaba tras él,
sin duda con la intención de derribarlo de su precaria posición, Saloman trepó la
torre. Era una mezcla de correr y saltar, sin apenas puntos de apoyo para manos o
pies, como un enorme insecto, lo suficientemente rápido para aturdir a ambos
grupos de combatientes debajo.

Por encima, desde el balcón de observación, los guardaespaldas de Volkan se


estiraron hacia abajo con sus estacas y espadas, golpeando con las hojas tan
violentamente que el sonido del acero estrellándose contra la piedra hacía eco
alrededor de la calle. Saloman simplemente empujó a través de ellos, saltando
150

sobre la barandilla al fin y lanzando por la borda al primer guardaespaldas que


encontró.
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Los demás se precipitaron hacia él presas del pánico. Incluso Volkan entró en
acción, pero no había tiempo para prolongar esto. Las muertes de vampiros ya
eran lo suficientemente altas, y si los cazadores y la policía llegaban, entonces la
cifra de muertos humanos podría subir.

Saloman apartó con su espada las estacas que eran empujadas, y con uno de sus
veloces movimientos, más rápido de lo que cualquier vampiro moderno podía ver
claramente, simplemente tomó a Volkan por el cuello y lo balanceó alrededor de
modo que actuara como un escudo contra los guardaespaldas que quedaban.

Abajo, supo que la lucha había ido disminuyendo mientras todo el mundo miraba
hacia la torre para ver qué sucedería a continuación.

Saloman contempló al furioso líder de los vampiros rebeldes con más


desesperación que ira. Indigno, observó. En todo sentido. ¿Por qué diablos te eligieron?

Volkan sabía que iba a morir. El miedo, así como la resignación, se destacaron en
sus desafiantes ojos.

—Porque no soy tú —dijo en voz alta—. Tú no puedes gobernarnos. Nunca nos


gobernarás.

—Puedo —dijo Saloman para que todo el mundo pudiera escucharlo, telepática y
físicamente—. Y lo haré. Se acabó.

Desde los espectadores, mientras Saloman arrastraba su cuerpo que se resistía


inútilmente para el ritual de ejecución, vino una oleada de terror o exaltación,
dependiendo de la lealtad del individuo. Sólo Volkan continuaba furioso de ira. Ya
no tenía nada que perder.

—¡No ha terminado! ¿No entiendes? No te necesitamos, Saloman. Ellos ni siquiera


me necesitan a mí. Siempre tienen otro líder, lo suficientemente fuerte para
protegerlos, lo suficientemente sabio para dejarlos hacer lo que elijan.

Eso le dio una pausa, pero sólo por un instante.

—¿Sabio? ¿Mi demente primo, Luk? Ni siquiera puede protegerse a sí mismo. No


hay opción viable excepto yo. Acéptalo. —Sus palabras estaban dirigidas a toda la
151

comunidad rebelde y ellos lo sabían. Pero tenía poco tiempo para analizar su
efecto. Las sirenas de la policía estaban acercándose. El zumbido de las agitadas
conversaciones humanas se estaba incrementando. Podía sentir cazadores.
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Saloman mordió la garganta de Volkan y atravesó sin piedad el parloteo mental de
furia, temor y resistencia del vampiro moribundo. ¿Dónde está Luk? ¿Dónde te
reuniste con él?

Aquí en Estambul. Has hecho todo esto para nada. Sólo comenzará de nuevo.

Saloman terminó la conversación al ponerle fin a la existencia de Volkan. Y cuando


levantó su cabeza, mirando ferozmente hacia abajo a través del polvo que se
dispersaba a su indisciplinada gente, ellos comenzaron a dispersarse con una
eficiencia rápida y silenciosa. Unas cuantas estacas desperdigas yacían en el suelo.
Uno de los aliados de Saloman despachó a un rebelde herido actualmente incapaz
de moverse. Cuando la policía llegara, no encontrarían nada.

La puerta en la torre se abrió y entró Mettener, el aliado de Saloman. Por un


instante, se quedó de pie en silencio junto a Saloman, viendo como tres humanos
caminaban por la calle.

—Cazadores —observó Mettener—. Dirán que fue un disturbio humano que se


dispersó ante el sonido de las sirenas de policía.

—Mucha gente vive aquí —dijo Saloman, dando un vistazo a lo largo de la calle,
luego dando la vuelta para caminar alrededor del balcón que rodeaba toda la torre.
Las impresionantes vistas de la ciudad y del mar, que no habían cambiado mucho
en casi setecientos años, eran incomparables. Los genoveses habían sabido de lo
que trababa cuando habían construido esta torre para proteger su colonia.

—La verdad no puede ser ocultada completamente —dijo Saloman. No hay mal que
por bien no venga…

—¿Él había visto a Luk?—preguntó Mettener.

—Oh, sí. Está aquí. —Un foco invisible e ilocalizable de descontento. Volkan tenía
razón: todo comenzaría de nuevo. Eso era lo suficientemente malo, pero lo que
verdaderamente preocupaba a Saloman era que eso pudiera extenderse por el
mundo entero. Que todo lo que él había construido hasta ahora se vendría abajo y
todos sus grandes planes nunca llegarían a nada.
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—Amintas —dijo Mihaela, cuando ella y Elizabeth habían recuperado el aliento
después de subir lo que se sintieron como cientos de escalones—. Me pregunto,
¿quién era?

—Tipo rico del siglo IV A.C. —respondió vagamente Elizabeth, mirando la


fascinante tumba frente a ella. Al igual que varias otras, había sido cavada en la
ladera de una colina sobre el pueblo de Fethiye2. A la distancia lucían como
templos; de cerca, eran más como pequeñas casas.

Mihaela echó un vistazo a la vacía cámara mortuoria.

—Siempre vale la pena llevar a una historiadora contigo cuando visitas lugares
históricos —dijo sarcásticamente.

Elizabeth se echó a reír.

—¡En serio, no creo que nadie sepa mucho más que eso! ¿Me pregunto si él estaría
sorprendido de que todavía estemos hablando de él dos mil quinientos años
después de su muerte?

—Creo que estaría satisfecho. No tendrías una tumba así si estuvieras feliz con
hundirte en el olvido histórico. Es como vivir para siempre.

—Hmm —dijo Elizabeth dubitativamente, sacando su botella de agua de la


mochila y desenroscando la tapa—. ¿Quién quiere vivir para siempre? —citó.

—Los vampiros —dijo Mihaela, tomando un trago de su propia botella. La bajó


repentinamente—. Oye, ¿supones que Saloman estaba...? —Se interrumpió con un
rápido encogimiento de hombros casi avergonzado, como si involuntariamente
hubiese sacado un tema tabú.

—¿Vivo cuando este tipo lo estaba? —terminó Elizabeth por ella, decidida a
mantener la conversación natural—. Sí, probablemente. Incluso pudo haberlo
conocido si era así de importante. Le preguntaré.

Mihaela tomó otro trago y volvió a colocar la tapa en la botella antes de mirar de
nuevo a Elizabeth.
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2 Fethiye: es una ciudad y un distrito de la provincia de Muğla, en Turquía. La ciudad actual se


encuentra sobre las ruinas de la antigua Telmeso, cuya área arqueológica es célebre por sus tumbas
excavadas en un acantilado, como la Tumba de Amintas, cerca de la antigua ágora, datada en el siglo
IV a. C.
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—¿Eso no te asusta?

Elizabeth se encogió de hombros.

—No. No esa parte. Para ser sincera, siempre me fascinó lo mucho que podía
aprender de él. Fue amigo de Vlad el Empalador, del rey Stephen, de emperadores
y príncipes, de soldados y de académicos a lo largo de la historia conocida… y
desconocida.

Mihaela se estiró y pasó la mano por el rugoso pilar de piedra.

—Él podría haber construido esto. Cientos de años antes de que Cristo naciera. —
Se estremeció—. ¿Quién quiere vivir para siempre? —repitió—. Saloman. —Se
volteó abruptamente para enfrentar a Elizabeth—. ¿Y tú?

Elizabeth sonrió pesarosa.

—No. —Se movió para apoyarse sobre el antiguo pilar y miró hacia abajo a la
pintoresca ciudad y el brillante mar azul salpicado de barcos. El sol brillaba en su
rostro, caliente e implacable. Se sentía bien—. Pero a veces creo que sería agradable
tener un poco más de tiempo.

Mihaela le dio la espalda al sol, con el ceño fruncido.

—¿A qué te refieres con eso?

—Oh, no lo sé. Tengo treinta y un años de edad y a veces me siento de noventa.

—¿No nos sucede a todos? El trabajo de un cazador de vampiros nunca acaba… y


eso se vuelve deprimente después de una década o dos.

—Sí, pero me refiero físicamente. —Estaban siendo turistas normales, amigas


normales, y no había querido echar a perder eso, no hoy, ni en esta pacífica y
extraña colina. Sin embargo, las palabras parecieron salir disparadas sin permiso,
como si alguien hubiese abierto una puerta cerrada—. ¿En realidad qué te hace el
matar vampiros, Mihaela? ¿Alguien entiende cómo sus poderes te hacen más
fuerte cuando los matas? ¿Y si todo lo que hace es acelerarlo todo, de modo que te
mueves más rápido, pero que también lo haga tu vida? ¿Los cazadores de
vampiros llegan a viejos alguna vez?
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—Sí —dijo Mihaela incondicionalmente, pero su voz sonó asustada de repente, y
se acercó más a Elizabeth—. Por supuesto sí. ¿De qué se trata esto?

Elizabeth dejó escapar una risa rápida y avergonzada.

—Nada. Preguntaste si quería vivir para siempre, y la respuesta es no. No quiero


ser inmortal, y no seré convertida al “lado oscuro”. Pero me gustaría vivir más de
treinta y cinco años.

—¿Hay alguna duda al respecto? La forma en que luchaste contra esos vampiros
en la villa, nada ni nadie puede hacerte daño. —Contuvo el aliento—. Elizabeth…
¿estás… enferma?

—Oh, Señor, no. —Deseando no haber hablado nunca, Elizabeth trató de restarle
importancia. Había querido que alguien escuchara y se riera de sus temores
estúpidos; no había querido que Mihaela la viera así, como si ya estuviera
muerta—. Pensé que podría tener algo que ver con la matanza de vampiros, eso es
todo.

—¿Qué podría tener que ver con la matanza de vampiros?

—Hay momentos en los que me siento mal —soltó abruptamente Elizabeth—.


Descompuesta y mareada y tan cansada que apenas me puedo mantener en pie. A
veces duele, físicamente, tanto que mi cuerpo entero tiembla, sin embargo no
siempre puedo localizar el dolor.

—¿Es cuando matas vampiros?

—No… no lo creo. Me siento fuerte en ese momento.

—¿Entonces es una reacción posterior?

—No, no creo que sea eso tampoco. Parece ocurrir en todo tipo de momentos
ocasionales, cuando no estoy cerca de vampiros o de cualquiera de estas cosas.

—¿Qué tan a menudo ha ocurrido?

Elizabeth se encogió de hombros.


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—Tal vez seis o siete veces en el último par de meses.

—¿Has visto a un médico?


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—Oh, sí. Fui para un chequeo después del tercer episodio o algo así. No pudieron
encontrar nada mal en mí. Sospecho que he desarrollado hipocondría,
preocupándome por nada. No es como si alguna vez durara más de unos pocos
minutos.

—¿Cuándo sucedió la última vez?

—La otra noche, cuando los vampiros atacaron. Después de que matamos los de la
habitación de Konrad y yo estaba mirando por la ventana para comprobar que no
había más. —Elizabeth alejó lentamente el hombro de la columna—. Fue muy
breve. Parecí ser capaz de sacármelo de encima por pura fuerza de voluntad esa
vez… lo cual es otra razón por la que creo que no es grave.

—Y sin embargo, sucede.

Elizabeth tomó otro sorbo de agua y se arrodilló para volver a poner la botella en
el bolso.

—Sucede —coincidió—. ¿Supongo que nada similar te ha sucedido a ti alguna vez?


¿O a los demás?

Mihaela negó con la cabeza.

—A mí no. Y nadie más ha mencionado alguna vez tales síntomas. No creo que
tenga nada que ver con la caza de vampiros. Creo que deberías ver a otro médico.
Le preguntaré a Mustafa sobre…

—No, no —dijo Elizabeth apresuradamente, sintiendo que ya había hecho


demasiado alboroto—. Veré a mi propio médico de nuevo cuando regrese a casa.
Mira. —Señaló hacia abajo a los incontables escalones de piedra y la empinada
pendiente de la colina—. Acabo de escalar todo el camino hasta aquí arriba en un
calor de 33°C. ¡En realidad no creo que esté enferma!

Mihaela se colgó el bolso al hombro y dio dos pasos antes de girar rápidamente
para enfrentar a Elizabeth.

—Mierda, ¿no estarás embarazada?

—¿Embarazada? —Elizabeth la miró fijamente, la burla instintiva muriendo en sus


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labios sin ser dicha. ¿Embarazada? ¿De Saloman? ¿Era posible que un vampiro
hiciera un niño? Sin quererlo, se tocó el vientre, preguntándoselo. Preguntándose
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cómo sería llevar al hijo de Saloman. Una oleada de arrepentimiento la golpeó
como un tren de vapor y tuvo que cerrar los ojos.

Abriéndolos, dijo sin emoción.

—No es posible con Saloman, ¿verdad? Estás provocándome.

—Los vampiros no engendran —agregó Mihaela—. Pero no estaba provocándote.


Eres una mujer atractiva sujeta a las mismas tentaciones que el resto de nosotros.

—¡También soy una mujer relativamente inteligente que sabe cómo usar la
protección adecuada! —Desde que lo había conocido, nunca había habido nadie
más ni en su corazón ni en su cama. Y nunca había sido necesaria ninguna
protección con Saloman, quien no albergaba ni enfermedad ni semilla en su cuerpo
hermoso, sensual, antiguo y no muerto.

Y sin embargo hay algo…

Mihaela le tocó la mano.

—Quieres eso, ¿verdad? Un hijo algún día.

Elizabeth sonrió, capaz de soportar el dolor y el pesar.

—Quizá. Tal vez tú y yo lo deseamos. —Tomó la mano de Mihaela y le dio un


rápido apretón—. Como dice Saloman, nosotros elegimos nuestro camino. Pero eso
no significa que no podamos cambiarlo.

Los oscuros ojos de Mihaela se negaron a reconocer sus propios pesares.

—Cambia el tuyo, Elizabeth —suplicó—. Por favor. Antes de que sea demasiado
tarde.

Elizabeth dejó caer su mano y miró hacia el cielo azul sin nubes. El sol era cegador,
incluso desde el rabillo del ojo.

—Todo está cambiando. ¿No puedes sentirlo?

Mihaela se estremeció con el calor y dio el primer paso para bajar la colina.
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—Creo que hemos sido lo suficientemente profundas por un día. Vamos a beber
vino en el puerto.
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—Suena bien para mí.

Almorzaron con una botella de vino local en uno de los restaurantes a lo largo del
paseo marítimo, sentadas a una mesa afuera y mirando a la gente y los barcos
pasar. Relajadas por el ejercicio de la mañana y la belleza de sus soleados entornos,
hablaron de trivialidades, de Josh Alexander, del problema de Luk, y de la política
interna de la organización de cazadores.

Elizabeth le contó a Mihaela sobre John Ramsay, el joven soldado escocés que
había sobrevivido a una emboscada de talibanes sólo para ser atacado por
vampiros.

Mihaela llenó hasta el borde sus copas.

—Bastardos —observó—. Ése el tipo de carnicería que ocurre cuando alguien crea
problemas y hay una disputa por el liderazgo. También está sucediendo en
Estambul. Hubo una lucha enorme allí la otra noche. Un hombre murió. Tu
soldado, ¿se está recuperando?

—Sí, eso creo. Ayer me envió un correo electrónico diciéndome que ya está fuera
del hospital, recuperándose en su casa. Él es un tipo interesante, sin embargo.
Podía oírlos hablando, telepáticamente, mientras el ataque estaba sucediendo.

—¿En serio? —Mihaela levantó su copa, frunciendo el ceño sobre el borde—.


¿Estás segura de que su mente no estaba simplemente jugándole una mala pasada
en una situación altamente traumática?

—No lo creo. Estaba hablando con Saloman al respecto, y él dice que ciertos seres
humanos tienen un gen heredado de su gente, los que nunca se convirtieron en no
muertos, obviamente, que se cruzaron con los humanos. Aparentemente el gen les
da habilidades paranormales latentes, como la telepatía y el encanto.

Mihaela frunció el ceño.

—¿Quieres decir que tú tienes ese gen?


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—Aparentemente. Lo mismo ocurre con Josh, aunque no es heredado de Tsigana.


Y por el otro lado, también lo tiene Dante. Creo que John Ramsay también puede
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tenerlo. Y Cyn, uno de los cazadores de vampiros renegados que conocí en Nueva
York.

—¿Y Konrad?

Elizabeth sorbió su vino pensativamente. Konrad había oído ocasionalmente las


voces de los vampiros en el momento en que los mataba.

—No estoy segura. Tal vez. Simplemente me di cuenta de que estas personas
deben tener extrañas experiencias inexplicables en sus vidas que podrían hacer que
sea más fácil para ellos creer en otras rarezas paranormales.

—¿Algo como vampiros caminando entre ellos?

—Exactamente.

—¡Esperemos que no!

—¿Por qué? —discutió Elizabeth—. He estado pensando mucho en eso, y no estoy


realmente segura de que este secreto consiga nada. Mientras más personas sepan o
sospechen en una forma gradual, menor será el impacto para las masas cuando el
secreto finalmente salga.

—Elizabeth, el secreto nunca saldrá. ¡No debe ser!

—Pero creo que ya lo está, Mihaela —dijo Elizabeth, bajando la copa con énfasis—.
Creo que ya está afuera y está creciendo. Estaba siguiendo la historia de John en
Internet y encontré montones de referencias y rumores levantándose durante la
rebelión afgana y esparciéndose incluso desde entonces. ¿Qué tal si eso sucede
aquí también mientras la revuelta se esparce? Hay que admitir que las historias
más extrañas van a ser desestimadas por la mayoría de las personas, como las
llamadas peleas de pandillas en Nueva York esta primavera, pero ¿no crees que
todo esté sumando a que más y más personas lo sepan?

—Espero que no —dio Mihaela pesadamente.

—¿Por qué? —preguntó Elizabeth de nuevo—. Estabas lo suficientemente contenta


de decirme a mí lo que estaba sucediendo cuando ni siquiera me habías visto antes.
Y de advertir a Josh y a los demás descendientes de que…
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—Advertir, Elizabeth —interrumpió Mihaela—. A veces es necesario advertir para
salvar vidas. Y salvar vidas humanas es nuestro principio rector. Pero toda la gente
a la que le hemos dicho no equivale ni a un escupitajo en el océano. Tiene que
permanecer de esa manera.

—No estoy segura de que tengas razón. —Elizabeth se recostó para dejar que el
mesero quitara su plato vacío mientras Mihaela le pedía dos cafés turcos. Cuando
él se fue, se inclinó hacia delante de nuevo—. Pero de cualquier forma, mi punto
es, si la gente se vuelve consciente, ¿la organización tiene algún tipo de plan para
lidiar con eso?

Mihaela se estremeció.

—¿Para una guerra de humanos versus vampiros? Sólo plegarias.

Elizabeth sonrió ladeadamente.

—Eso es un poco fatalista, ¿no crees? Me imaginaba que ustedes serían mucho más
intervencionistas.

—Oh, nosotros estaremos ahí, pero dudo que muchos de nosotros vivamos para
contarlo, por no hablar de conseguir una magnífica tumba como tu amigo Amintas
allá arriba. —Sacudió la cabeza hacia la colina detrás de ellas, pero a pesar de su
humor sardónico, Elizabeth sabía que la idea la paralizaba seriamente más allá de
todas las otras catástrofes posibles.

—No creo que deba ser así —dijo Elizabeth. Vaciló, luego agregó—. Saloman
tampoco querría una guerra. Si tuvieran algunas líneas de comunicación abiertas
con él y los demás líderes, podrían ser capaces de evitarla. Y una educación
gradual de los seres humanos podría evitar el pánico al que tanto le temes.

La mirada de Mihaela se volvió sombría. Levantó su copa y bebió algo más que un
sorbo antes de volver a bajarla.

—¿Sabes qué detesto, Elizabeth? Detesto no saber si estás exponiendo tus propias
ideas o las de él.

Elizabeth se recostó una vez más, desviando el dolor. Después de todo, no había
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esperado nada más.


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—No he sido poseída, Mihaela. Todavía pienso por mí misma. Todavía recolecto y
analizo evidencia, y sigo sin querer que la gente muera antes de tiempo. Si crees
que soy semejante monstruo, ¿por qué estás sentada aquí comiendo conmigo?

Mihaela tuvo la decencia de dejar caer su mirada hacia su copa, pero un momento
después, volvió a mirarla con una sonrisa torcida.

—No creo que seas un monstruo, idiota. Creo que estás enamorada de uno.

—¿Esperando vampiros?

Mihaela se volteó en su tumbona para ver a István acercándose en la oscuridad.


Aunque ella había apagado las luces exteriores, su visión nocturna era suficiente
para distinguir su distintiva forma casi desgarbada.

Ella se enderezó.

—No están viniendo, ¿verdad? Toda la acción está en Estambul. Justo como dijo
Saloman.

—Mustafa ha ido para allá. Le pidió a Konrad si podía llamarnos para pedir ayuda
adicional si la necesitan.

—¿Tan malo es?

—Lo suficientemente malo. —Se sentó en la tumbona junto a ella, apoyando los
codos en las rodillas—. ¿Es por eso que estás sola aquí afuera? ¿Preocupándote de
si hicimos las cosas mal?

Mihaela sonrió débilmente.

—Si lo hicimos, todavía podemos rectificarlo. Dudo que nuestra presencia en


Estambul hubiese hecho cualquier diferencia en lo que está sucediendo ahora.

István no dijo nada más, simplemente se sentó y esperó. En los alrededores las
cigarras chirriaban, suministrando música de fondo constante. Algo que podría
haber sido un mosquito pasó junto a su oreja. Mihaela lo ignoró.
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Elizabeth le había contado una confidencia hoy; lo entendía. Pero necesitaba otro
punto de vista, y no había nadie en el mundo en quien ella confiara más que en
István.

—¿Recuerdas la profecía que encontramos en las memorias de Szilágyi? —dijo


abruptamente. La memoria del cazador del siglo XVI había sido un hallazgo casual
entre la multitud de textos históricos cuidadosamente conservados en la biblioteca
de los cazadores en Budapest. Una vez más, su importancia era perturbadora para
Mihaela.

—¿La que pensamos que podía estar relacionada con Elizabeth? —dijo István—.
Por supuesto.

—“Para ver la nueva era, ella deberá renunciar al mundo” —citó Mihaela.

—No tiene sentido —observó István.

—Tal vez sí. Si lo tomas como “ver la nueva era entrar”, como marcar el
comienzo. Entonces podría significar que ella muere para traer la nueva era.

Una de las cosas que más le gustaba de István era que él nunca desechaba nada sin
considerarlo. Ahora podía verlo considerándolo, mirando fijamente sus manos en
la oscuridad.

—Es un poco exagerado, ¿no crees? —dijo al final.

—No tanto, cuando tienes toda la información.

La cabeza de él se volteó hacia ella, esperando.

—Está enferma —dijo sin pensar Mihaela—. El médico que la vio no pudo hallar
nada malo, pero Elizabeth piensa que puede tener algo que ver con esto. Con los
vampiros y la caza. ¿Y si es algo grave? ¿Algo terminal? O peor, ¿qué tal si es
alguna maldición? ¿Y si él…? —se interrumpió, moviendo una mano con desdén,
porque no podía obligarse a decir las palabras. Sonaban estúpidas dichas en voz
alta.

István, sin embargo, no podía dejarlo allí.


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—¿Saloman? ¿Por qué Saloman la maldeciría?


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—Oh, no lo sé. Tal vez es una maldición de Luk o algo. Él hizo la condenada
profecía en primer lugar.

—Si crees en Szilágyi o en su recuerdo del evento.

—Bueno, la primera parte se hizo realidad. Ella sí aniquiló a los amigos de


Saloman, el vampiro Severin en Nueva York, justo como predijo la profecía.

István consideró eso también. Al final, se agitó.

—En muchas formas —observó él—, Miklós, nuestro venerado bibliotecario, es


una anciana quisquillosa. Pero una de las cosas en las que tiene razón es que no
puedes tomar decisiones basadas en antiguas profecías. Son vagas, contradictorias,
y están sujetas a las fallas de quien las hizo, de quien las escribió, y de quien las
está leyendo. Las palabras de Szilágyi no necesariamente significan que el destino
de Elizabeth es morir en las luchas de Saloman. Que se sienta enferma no significa
que esté muriendo o esté maldita. Sé que Elizabeth está en un lugar aterrador en
este momento… aterrador para nosotros, eso es. No creo que ella esté asustada en
lo más mínimo.

—Pero lo está, István —estalló Mihaela—. Oh, no me refiero a que tema a Saloman
o a su influencia, ¡porque claramente no es así! Pero creo que la cosa de la
enfermedad la asusta. Qué es, qué puede llevarla a hacer. Y eso es lo que me asusta
a mí.

István asintió pensativamente.

Mihaela inhaló y presionó la espalda contra su tumbona.

—Ella no es la misma chica a la que intentamos advertir sobre Saloman hace un


año, ¿verdad? —Una chica a la que el mismo István nunca había sido indiferente.

Para su sorpresa, István sonrió.

—Ella ha… crecido, en cierta forma —dijo—. Pero en cualquier forma que importe,
creo que es la misma. Si no lo fuese, no estarías aquí afuera preocupándote por ella.

Pensativamente, Mihaela lo vio levantarse y caminar de vuelta en dirección a la


casa. Él tenía un punto.
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Pero ella todavía tenía que alejar a Elizabeth de Saloman.


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La calle Sauchiehall en Glasgow el viernes por la noche era un lugar
inesperadamente solitario. John Ramsay había salido principalmente para alejarse
del alboroto de su madre y los ronquidos de su padre, cuyo tradicional inicio del
fin de semana eran dos horas en el pub, seguido de diez en el sofá y una resaca de
sábado por la mañana. John ya lo había ofendido al negarse a unírsele por las dos
horas.

No era que no quisiera emborracharse. Una parte de él deseaba la liberación del


olvido inducido por el alcohol. Era sólo que no podía soportar la impotencia que
venía con eso. Yacer bajo un claro cielo afgano, incapaz de moverse mientras los
monstruos mataban a sus compañeros, era suficiente impotencia para que le
durara toda la vida. Y allí estaba él, sintiéndose como la única persona sobria en la
ciudad, mientras a su alrededor las parejas y las multitudes de amigos pululaban
dentro y fuera de los clubes, bares y restaurantes, riendo y hablando y
empujándose unos a otros, ajenos a cualquier cosa excepto el próximo trago, el
próximo baile, la siguiente diversión, o simplemente la siguiente follada. Justo
como si el mundo todavía fuese el mismo.

¿No lo es?

La voz le heló la sangre. Parándose en seco, se volvió rápidamente para ver de


dónde provenía. Dos muchachos zigzaguearon para evitarlo. Uno dijo.

—¡Olvidaste tus luces de advertencia, amigo!

John los ignoró. Mirando entre una multitud de jovencitas en faldas negras cortas y
maquillaje dramático, vio a una mujer observándolo. Aunque no estaba lo
suficientemente cerca como para haber pronunciado las palabras que él había oído,
tampoco lo estaba nadie más.

Volvió sus pasos hacia ella, esquivando a través de la multitud. Ella vestía un
piloto abierto estilo gabardina sobre un vestido rojo que parecía estar pegado a su
alta y esbelta figura. Pero no fue su figura lo que atrajo a John. Fue su aplomo, la
completa falta de vergüenza con la que encontró su mirada. No coqueteaba, no
hacía señas. Simplemente estaba curiosa.
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Tan pronto como el espacio entre ellos estuvo vacío, John preguntó.
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—¿Quién eres?

La mujer le dio una media sonrisa, como si él la hubiese decepcionado, y se volvió


sobre sus tacos altos, caminando con una gracia veloz e incomparable hacia St.
George’s Cross.

—Espera —gritó John, corriendo tras ella.

Ella se movía demasiado rápido, esquivando entre las multitudes de jóvenes que
llenaban la calle fuera de un club nocturno. Cuando él consiguió pasarlos, no había
ni rastro de su presa. John miró el club con irritación, y se dirigió denodadamente
hacia los porteros que custodiaban la puerta.

¿Qué hay de malo con el club? preguntó la voz de la misma mujer, mitad divertida,
mitad curiosa. No entres si no quieres.

John se detuvo en seco, tirando instintivamente de una oreja. Uno de los porteros
se cruzó de brazos y le dio una mirada de repulsión. John no iba a entrar muy
fácilmente.

Maldita sea, ¿dónde demonios estás? El pensamiento no había terminado de llenar su


mente antes de que fuese contestado por una risa musical y él supo que su peor
pesadilla se había hecho realidad: otro vampiro estaba hablando dentro de su
cabeza. Él era el único que podía oírla.

Estoy en la entrada a nueve metros de la calle. Nunca conseguirías ser un cazador de


vampiros.

La palabra lo heló, y sin embargo fue consciente de una excitación al mismo


tiempo, la misma excitación que lo había impulsado a hablar con Elizabeth Silk en
el hospital.

John le dio un guiño al portero que le fruncía el ceño y se alejó, con la mano en el
bolsillo. Los dedos de la mano derecha enroscados alrededor del afilado palo de
madera que había puesto allí ayer mismo. Se había sentido como un idiota en ese
momento, pero el correo electrónico de Elizabeth le había instado a hacerlo. Ella le
había dicho que se sentiría más seguro, le había dicho que estaría más seguro. Se
detuvo en la siguiente puerta, una residencia estudiantil.
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La mujer —la vampiresa— del vestido rojo estaba ahí parada como había
prometido, encendiendo un cigarrillo.
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Entonces, ¿cuál es tu historia, soldado? Piensas muy ruidosamente para ser un mortal.

John se acercó un paso.

—Me oíste.

Ella alejó el cigarrillo de sus labios y lo contempló.

—Cualquiera puede oírte, si así lo desea. Necesitas tener el control de eso para una
vida cómoda. Una vida en absoluto.

John estrechó los ojos.

—¿Me estás amenazando?

—Nah —dijo la hermosa vampira despreocupadamente—. Ya he bebido mi té.

El recuerdo de conversaciones de la infancia acerca de si alguien ya se había


comido el “té” —la cena en la mayor parte del mundo— y por lo tanto estaba
disponible para jugar hizo sonreír a John sin querer, y la vampiresa le concedió un
guiño a modo de recompensa.

—¿Hay muchos de ustedes en Glasgow? —preguntó John.

Ella se encogió de hombros y le dio una pitada a su cigarrillo.

—Suficientes.

—¿Suficientes para qué?

—Para que puedas toparte con ellos si mantienes los ojos abiertos. ¿Qué tienes en
mente, soldado?

—Tú —dijo John con una media risa, ondeando la mano entre ella y la calle en
general—. Vampiros. Todo esto es nuevo para mí, y no tengo idea de qué hacer al
respecto.

—No puedes hacer nada —dijo la vampiresa—. Simplemente es.

—Sin embargo, no debería ser, ¿verdad?


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Los labios de la vampiresa se retorcieron.


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—Estás hablando con la persona equivocada, hijo. —Ella lo consideró, con la
cabeza inclinada hacia un lado—. Te diría que hablaras con los cazadores, pero
ellos son un montón de bastardos, y te ves como si ya hubieses estado en la guerra.
Literalmente.

John no dejó caer la mirada por un momento, ni permitió que se alterara su


expresión facial. Sin previo aviso, la vampiresa le dio una sonrisa que le quitó el
aliento.

—Anímate —dijo ella—. Si fuera un centenar de años más joven, y no hubiese


tenido mi té, te invitaría a casa para comer algo. Cuídate, soldado. Tienes dones
raros para un mortal, y a algunos de mi clase no les va a gustar eso.

Ella se movió hacia adelante y John apretó su estaca con más fuerza, pero ella sólo
salió de la puerta y reanudó su caminata hacia St. George’s Cross. Con una última
pitada de su cigarrillo, ella dejó caer la colilla al suelo y la pisó.

Experimentando, John le envió un pensamiento. Ese es un hábito asqueroso. Deberías


dejar esas cosas.

¿Para qué? No voy a morir de cáncer de pulmón, ¿verdad?

John le dio una sonrisa torcida y giró de regreso a su casa. Ni siquiera sabía su
nombre, pero sin querer, ella había llenado su zozobrante vida con un nuevo
propósito poderoso. Esperaba que Elizabeth Silk estuviera en línea, porque tenía
miles de preguntas para ella.

Saloman pasó por encima de los retorcidos cuerpos de vampiros heridos que
yacían en las lujosas alfombras de Adile Aslan, hasta que encontró a la misma
Adile, acurrucada sobre un cojín en la esquina. Una vez, posiblemente sólo unos
cuantos días atrás, ella había sido hermosa, rica, ambiciosa y, probablemente,
aburrida. Había administrado un exitoso negocio con su apuesto marido y había
vivido en una gran casa opulenta con dos dulces niños. Y luego, Luk había llegado.

Los niños habían sido llevados por sus abuelos, a los que se aferraban. Su marido
había muerto, y Adile misma estaba delgada, pálida y exhausta, con dos delatoras
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heridas punzantes en el cuello que Luk no se había molestado en sanar.


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—¿Valió la pena, Adile? —preguntó Saloman tristemente.

—Él me lo prometió todo —dijo ella torpemente—. No sólo un éxito moderado,


sino todo. Habría sido su reina.

Era como hablarle a Tsigana. Sólo que Tsigana nunca había sido tan ingenua. Adile
levantó los ojos de la alfombra y hubiera fulminado a Saloman con la mirada si
sólo hubiese sido capaz de reunir la energía. Luk había succionado todo de ella
mientras vivió en su casa, y reclutaba a sus seguidores y a sus prescindibles
luchadores para lanzarlos en el camino de Saloman.

—Me lo quitaste —le dijo ella a Saloman.

—No, no lo hice. Él nunca te lo dio porque nunca lo tuvo.

—Y ahora, por tu culpa, él se ha ido.

Otro estallido de rebelión resuelto, unos cuantos vampiros más que perdonar y
persuadir. Podría haber estado haciendo progreso, pero mirando alrededor a la
carnicería que era la casa de Adile, Saloman lo dudaba. Necesitaba encontrar a
Luk, y pronto. Casi había llegado a él esta vez. Casi.

—¿Adónde fue? —preguntó Saloman, mirando como un vampiro cuya espalda


había sido rota comenzaba a sentarse muy despacio y con cautela. A mitad de
camino, se encontró con la mirada de Saloman y le dio una sonrisa arrepentida y
un encogimiento de hombros que decía, lo siento. Tenías razón; yo estaba equivocado.

—Lejos —dijo Adile, y comenzó a llorar con enormes lágrimas silenciosas. Esas no
eran por su esposo. O al menos, no todavía. Saloman se dio la vuelta y se sentó a su
lado. Su corazón latía rápido con repentino alivio y, más allá de eso, con emoción.

—¿Muy lejos? —preguntó.

Adile asintió.

—Él no regresará, ¿verdad? —susurró ella.

Él tenía razón; Luk estaba abandonando Turquía. Había reunido el apoyo que
necesitaba, y ahora, por fin, Saloman podría dejar de pelear la misma batalla una y
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otra vez y devolver la ciudad a la paz. Antes de ir a casa para enfrentar a Luk.
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—No —dijo—. No volverá. —Se lamió un dedo y tocó la garganta abusada y
magullada de la mujer. Ella no se estremeció, pero sus ojos se levantaron hacia los
de él, asustados y sorprendidos—. Que tu dolor te haga fuerte y no resentida.
Todos hemos sido utilizados por Luk.

Poniéndose de pie, atravesó la habitación hacia la puerta. Miró hacia atrás una vez,
y los vampiros que se recuperaban y que habían luchado con él una hora artás se
pusieron en pie con presteza para seguirlo.

No permitiré que esto suceda en Budapest, prometió él.

¿Cómo me detendrás? llegó la respuesta inmediata.

Saloman sonrió. Había tenido la intención de que Luk lo escuchara, y lo había


hecho. Debido a que todavía tenía demasiado miedo para no escuchar. Ése era otro
alivio. Budapest es mío.

Cuenta los días, Saloman, y saca el máximo provecho de ellos.


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Capítulo 11
Traducido por LaalaStark

Corregido por Samylinda

E
l vampiro Dante estaba emocionado. Budapest era presa de una enorme
tormenta eléctrica, y el choque del trueno vibró a través de su nuevo yo, tan
ultrasensible como una nueva experiencia. El azote de la lluvia en su cara
vuelta hacia arriba hizo que su piel se sintiera totalmente adolorida, como si fuera
granizo. Sentía como si estuviera dibujando el bifurcado trueno del cielo en su
propio cuerpo, aumentando su fuerza y energía que ya de por si eran enormes. Los
furiosos truenos parecían sólo hacer eco de su propio poder.

Además de eso, la tormenta coincidía con la atmosfera que deseaba para la


ocasión. Cielos negros, sucias nubes que obscurecían la luna y las estrellas, truenos
y rayos, toda película de horror debería empezar con estas cosas. Y Dante estaba
determinado a causar una impresión.

Luk, curiosamente, tampoco era inmune a la tormenta. El Anciano había pagado


sólo su errática atención a sus alrededores en el viaje a Hungría, como si su mente
estuviera en cosas más elevadas, como el poder y la venganza. Dante no tenía nada
en contra de eso, pero era bueno ver a Luk sonreírle al trueno; significaba que
estaba prestando atención.

Tuvieron ocho vampiros turcos con ellos. No era un gran botín, para el enojo de
Luk, pero si bien la presencia de un Antiguo había impresionado a cada vampiro
que encontraron, Saloman era el nombre y le reputación de la que sabían. El
descontento se aferraría al cuerpo de Luk por un tiempo, usándolo en su búsqueda
de libertad de las restricciones de Saloman en asuntos como el asesinato, pero con
cada derrota se escurrían de nuevo hacia Saloman. Todo lo que Luk podía hacer
era aferrarse a otros rebeldes e irritar a Saloman. Y por lo menos Saloman estaba
molesto.

En el caso de que Luk lo derrotara, sería una historia diferente, por supuesto.

Otra bifurcación de rayos destelló a través del cielo ominoso, iluminando


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brevemente la estrecha calle y el ángel tallado por encima de la puerta izquierda.


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Dante prácticamente había pasado cerca de él. De nuevo. Mientras el rayo atravesó
su cabeza, Luk se detuvo en seco, mirando al ángel, frunciendo el ceño.

—Maximilian—dijo lentamente—. Es el trabajo de Maximilian.

Impacientemente, Dante comenzó a decir:

—¿Quién demonios es… —Se interrumpió—. Oh, ¿otra creación de Saloman? ¿Lo
encantó?

—¿Lo descubriste? Bien por ti. Sí, lo encantó, y a través de él todo el edificio.
Sutilmente, y no mal hecho. —Levantó el brazo como si tratara de tocar el ángel,
después dejó caer su mano a su costado—. Lo talló también. El más talentoso
escultor que he conocido. Podría haber sido mejor que Michelangelo… También
uno de los más fuertes vampiros nuevos, ambicioso. Podríamos usarlo, aunque
supongo que se pondrá del lado de Saloman.

—No necesariamente —dijo Dante pensativo—. Si no recuerdo mal, fue


Maximilian quien lideró la conspiración contra Saloman y lo mató en el siglo XVII.
Nadie sabe dónde está ahora.

Luk arrastró sus ojos hacia la base del ángel y rió.

—Saloman le enseñó bien. Ambos mataron a sus creadores. ¿Éste es tu “club”? El


edificio está lleno de vampiros y humanos.

Sus ojos brillaron. A pesar de que no hablaba mucho. Luk estaba eternamente
hambriento.

—Necesitamos a Angyalka de nuestro lado —dijo Dante con inquietud—. He


hecho mi investigación sobre ella. Una vez, fue amante de Zoltán, Zoltán, el que
derrocó a tu amigo Maximilian, hasta que Saloman apareció en escena.
Claramente, ella sigue al más fuerte, con una importante advertencia. No tolera
que nadie rompa sus reglas. Nada de violencia o alimentación en las instalaciones.
Eso la mantiene a salvo de los cazadores. Me he asegurado de que los demás
entiendan las reglas.

Luk frunció los labios.


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—No sigo las reglas. Las hago —dijo, y abrió la puerta debajo del ángel de piedra.
Impacientemente, Dante hizo señas a los otros para que lo siguieran. En un nuevo
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relámpago, vio al ángel otra vez, y en vez del exquisito tallado, vio ahora sólo una
decoración aburrida, casi sin rasgos distintivos. Seguramente fue un mal presagio.
Como si sus poderes disminuyeran cuando Luk lo dejaba, como si no tuviera el
suficiente control como él quería.

Se dirigió hacia arriba después de Luk, dando de a dos o tres pasos a la vez, lo cual
al menos le ayudó a restaurar su confianza. Dante, antes de haber sido convertido,
había encajado en un hombre de sesenta años de edad, pero nunca se habría
contemplado saltando una escalera empinada a ese ritmo. Como vampiro, al
parecer, todo era posible.

Y una vez que Luk haya matado a Saloman, Dante no podría esperar para ir a casa
en América, expulsar el líder vampiro actual, Travis —una vez cómplice de Dante
y ahora, contra todas las probabilidades, aliado de Saloman— y tomar las riendas
del gobierno humano y vampiro. Hasta ahora no se había decidido en sus
métodos, sino más bien un poco de terror, carnicería y guerra parecía ser lo
mejor.Los humanos podrían ver el poder asesino de sus insospechables vecinos no-
muertos y dejarse llevar en un alboroto inevitable contra ellos. Habría una masacre
en masa, principalmente de humanos, y en el caos podría dar un paso al sabio viejo
senador Dante, asesor de varios presidentes de los Estado Unidos y el político más
influyente de su edad, el único hombre quien puede restaurar la calma y el orden.
Nunca hubieran adivinado que era un vampiro hasta que simplemente no murió, y
para entonces no importaría. Sería demasiado firme con el control.

Pero no era momento de ensoñaciones. Dante tenía que mantener a Luk en orden
mientras lo dejaba impresionar a los vampiros locales lo suficiente como para
seguirlo. Al igual que Turquía, realmente.

Cuando el vampiro portero le dio la bienvenida en el interior, sin ni siquiera una


mirada de sospecha, la euforia de Dante se elevó mucho más. Con sus nuevos, e
inmortales ojos, fue aún más apreciativa la decoración del interior del Club del
Ángel, su contraste con la sombría entrada era más nítido que nunca. Incluso podía
apreciar el volumen de la música, la implacable sensualidad de su vibrante ritmo.
Era una joven banda de hombres humanos quienes claramente tomaron y
mantuvieron la atención de la audiencia, ya fuera por su talento musical o por el
gran atractivo de su cantante fuera discutible.
172

Las visitas de Dante aquí como un ser humano habían sido aterradoras, desde que
no había podido hablar con las personas sobre vampiros. Ahora sabía de un
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vistazo, que nunca habría adivinado la gran proporción de vampiros que había.
Definitivamente se trataba de un buen campo de reclutamiento. Ninguno de ellos
si quiera se molestaba en disimular, aparte de Luk, que permitió su estado no-
muerto sólo para ser leído.

Dante, que estaba aprendiendo todo el tiempo, sabía que tenía que mantener en
secreto su propia identidad por un poco más. No querían que Saloman o sus leales
secuaces aparecieran antes que ellos terminaran ahí. Con éste fin, estaba seguro
que Luk los estaba ayudando a encubrirse, para muchos vampiros ellos eran
fuertes, lo suficientemente fuertes para ver a través de la mejor mascara que Dante
pudo reunir. Y entre estos fuertes vampiros estaba la hermosa dueña del Ángel,
Angyalka.

La reconoció al instante. Sus exquisitas caderas parecían brillar mientras se


pavoneaba por toda la habitación hacia el bar en su vestido negro simple pero sexy
y sus botas. Dante recuerdó haber estado sorprendentemente despierto por su
belleza en sus visitas previas; ahora, con su intensificada sensualidad vampírica,
parecía echar chispas. Quería morder a Angyalka. Quería tirársela al otro lado de
la barra.

Como si sintiera su incremento de lujuria —que, pensándolo bien, probablemente


lo hizo— lo miró directamente. Él casi explotó.

Angyalka cambió su dirección y vino hacia él, su mirada vacilante pero bastante
vigilante y sin ansiedad hacia Luk y sus seguidores.

—Greyson —dijo en inglés, su exótico acento haciendo cosas inesperadas en sus


regiones inferiores—. Que agradable verte de nuevo. Veo que no necesitas más a
Dmitriu. —Ahora sus ojos se ensancharon un poco a medida que destellaban
alrededor de sus acompañantes como si buscara algo.

Lukle habló telepáticamente. Está tratando de buscar a Saloman, dijo con cierto
deleite. La estoy bloqueando, y creo que puede sentirlo, no tiene idea de cómo o quien está
haciéndolo. Nunca me dijiste que ya habías molestado a Saloman a ese alcance.

¿Leíste todo eso de ella?

Seguro. Supongo que debía haberlo leído de ti. ¿Qué otros secretos guardas?
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Un dolor, agudo y agonizante, atravesó su cabeza. Dante no pudo evitar agarrarse
con ambas manos, pero aparentemente el interés de Luk fue corto, así que estuvo
liberado casi inmediatamente. Se sintió como si alguien hubiera aflojado una gran
abrazadera de acero alrededor de su cráneo, y retirado el masivo tornillo que se
había enterrado en su camino hacia su cerebro.

Angyalka no se había movido.

—¿Qué le sirvo, caballero? —preguntó con suavidad.

Aliviado del dolor, Dante dejó que su libido se diera prisa en volver a la palestra3.
Sonrió.

—Algo de vino —dijo, deslizando su brazo en su cadera y tirando su suave, y


exquisito cuerpo contra el suyo—. Y un montón de sexo —susurró en su oído—.
Llévame arriba.

Presentía que era donde vivía. Una habitación arriba, atrás del club, impregnada
de su esencia, su presencia.

Ella no lo empujó; y el no aterrizó sin aliento contra la barra. Y aun se sentía como
si lo hubiera hecho. De alguna manera, se liberó de sus brazos y se puso ahora a un
paso de él.

—No tengo sexo con novatos —dijo despectivamente. Lo dijo suficiente alto como
para que el que quisiera escuchara, y en el silencio repentino de la habitación —la
banda había acabado de parar y venían bajando las escaleras para un descanso—
supuso que mucha gente lo hizo. Como sea, antes de que la vergüenza pudiera
golpear, si era lo que iba a hacer, Luk proporcionó una inoportuna distracción.
Dejó escapar una de sus risas salvajes.

—¿Es una de tus patéticas reglas? —preguntó—. Como, ¿no alimentarse?

Sin ninguna advertencia adicional, alzó uno de sus brazos y agarró a un humano
que pasaba, que resultó ser el cantante guapo de la banda en su camino al bar.

—Estoy hambriento —dijo Luk para sorpresa del joven, y hundió sus colmillos en
la yugular.
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3 Palestra: Lugar donde se celebraban luchas y combates.


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Dante gimió. Su plan fue cancelado, por así decirlo, en pleno despegue.

Como antes, Elizabeth encontró la puerta de la enorme casa de Saloman en


Budapest simplemente abierta cuando la empujó. Y como siempre ante la
perspectiva de verlo de nuevo, su corazón martillaba en su pecho tan fuerte que
parecía limitar su respiración. Ridículo. Tal vez no esté aquí.

Podría seguir en Estambul, donde, sabía, una enorme batalla había sido saldada.
De hecho, ella y los cazadores húngaros se habían estado preparando para ir a
ayudar a sus acosados colegas turcos cuando la noticia que había llegado de
Mustafá era que las cosas estaban tranquilas en la ciudad una vez más. Una de las
victimas vivas de Luk, una rica y respetada mujer de negocios, se había adelantado
para contarles a los cazadores todo lo que sabía: que Luk había dejado la ciudad y
no iba volver.

Dentro de la puerta principal de Saloman, Elizabeth la cerró y dejó caer su maleta


para dirigir su mano hacia su empapado cabello y escurrir el agua. Sacudiéndose
como un perro mojado, arrastró la maleta por el espacioso salón antes de
abandonarla a los pies de las escaleras. Mientras empezaba a subirlas, un destello
de luz pareció salir de muchos puntos de la casa antes de que el choque del rayo
llenara sus oídos.

La cabeza de Saloman se asomó por encima de la baranda del segundo piso y ella
se detuvo, abrumada por todo el escenario.

Su corazón se sacudió con satisfacción y esperanza. Pero estaba muy lejos de ella
para que pudiera leer la expresión de su rostro, para leer el difícil pero no
imposible lenguaje de su cuerpo.

—Hola —gritó, sintiéndose un poco estúpida—. ¿Puedo pasar?

—Siempre. Dejé la puerta abierta para ti.

Probablemente había presentido su llega a Budapest, sintió que se acercaba a él a


través de la ciudad.
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—Pasa —dijo—. Quiero mostrarte algo.


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Nunca había visto ésta parte de la casa antes. La mayoría de su tiempo había
pasado en su habitación. Intrigada, subió hasta más allá de la desembocadura
donde se encontraban ambos salones y la habitación y lo encontró esperándola en
la parte superior del siguiente tramo. Tomando sus manos, besó a cada una por
turno y después, brevemente sus labios. Pero cuando debió haberse vuelto para un
beso más largo, él ya estaba alejándose.

—Ven.

Sofocando su decepción, preguntó:

—¿Qué es?

—He tenido unas cuantas habitaciones disponibles. ¿Qué piensas?

Al llegar a su lado, le abrió la puerta a su izquierda. Elizabeth pasó por su lado


hacia una larga y desnuda habitación con tres series de ventanas cerradas. En el
otro extremo otra puerta guiaba hacia una habitación vacía. Eran elegantes, bien
proporcionadas, con altos y decorados techos del siglo XIX. Si observaba con
cuidado, podía ver donde algunos ornamentales de yeso habían sido reparados en
ciertos lugares. Los pisos eran de madera pulida; las paredes y el techo estaban
pintados de blanco. Una larga y elegante chimenea tallada ocupaba el centro de la
pared.

Elizabeth caminó a través del espacio vacío, mirando a su alrededor, y se asomó a


la habitación de al lado. Eran espejos, de verdad, de las habitaciones en las que
vivía adelante, excepto por la opulencia y comodidad que había logrado ahí.

—Son habitaciones hermosas —reconoció—. ¿Para qué las usarás?

Se acercó y se puso junto a ella en la puerta.

—Pensaba en dártelas a ti.

Pestañeó.

—¿A mí?

—Para cuando estés aquí. Puedes decorarlas, amoblarlas como mejor te parezca.
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Tener una sala de estar y un estudio si te gusta. O un dormitorio, un gimnasio, una


biblioteca, lo que sea. Son tuyas para hacer lo que desees.
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Atónita, se tomó un momento para disfrutar su significado, para reconocer la
felicidad que parecía surgir desde sus pies hasta su estrecha garganta. Y aun así
tenía que preguntar:

—No estás haciendo esto para mantenerme lejos de tus asuntos, ¿cierto?

El negó con la cabeza.

—Por el contrario, de hecho. Creí que tal vez te sentirías más en casa si tenías un
espacio que fuera totalmente tuyo.

Sonrió, dejando sus dudas atrás.

—En esta casa, nunca sería así. Me gusta compartir contigo. —Se inclinó hacia
adelante y le tocó desde su frente hasta su duro y frio hombro y cerró los ojos por
pura felicidad—. Gracias Saloman.

La tocó por fin, con sus dedos acariciando su cabello.

—¿Entonceste gusta? ¿Tienes alguna idea?

Sonrió de nuevo y alzó su cabeza.

—Tengo miles. ¿Saloman…?

—¿Sí?

—Hay un trabajo —exclamó al fin—. En la Universidad de Budapest. Por un año,


con las posibilidad de prórroga. O al menos, había un trabajo. Nunca envié la
aceptación por ésta cosa con Luk que llegó antes de que tuviera la oportunidad de
enviarla. —La oportunidad o la valentía.

Sus ojos buscaron los de ella.

—Bueno, estás en Budapest —observó—. Es más fácil dar la aceptación en persona.

Tragó.

—¿Te haría feliz que hiciera eso? ¿Por vivir aquí un año?
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Sus manos se deslizaron por debajo de su barbilla. Estaba sonriendo.


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—Nada me gustaría más. A menos que fueran dos. —Se inclinó y besó su boca, ella
enrolló sus brazos en su cuello—. Piensas demasiado, agonizas mucho las cosas
que son básicamente simples. ¿Es esto lo que te ha estado carcomiendo?

—En parte —admitió—. Y supongo que me preocupo de que no hay nada en mi


que mantenga la atención de un ser que ha vivido por milenios. Preferiría morir en
el trayecto antes de que alguien simplemente me tolere o ni si quiera me note. —
Mientras su expresión cambió, se mordió el labio para callarse a sí mismas—. Lo
siento. Yo…

—No más auto-desprecio —la interrumpió—. Tú más que nadie deberías saber que
no podemos escoger a quien amar; no necesitamos razones. Treinta años o tres mil
no hacen la diferencia. Siempre he estado atraído simplemente por quién eres, la
belleza que eres.

—¿En serio?—susurró.

—En serio. —Su mirada se movió hacia su cuello—. Pero tú… tú creces día a día, y
eso me fascina mucho más allá del amor.

Se inclinó, atrayéndola contra él para que así pudiera sentir su dureza cada vez
mayor en su abdomen y sus labios en su garganta.

Ella cerró los ojos.

—Déjame probarte —susurró, y ella soltó un gritito ahogado cuando sus filosos y
malvados dientes rozaron la piel sobre su vena. El rubor familiar de impotente
deseo causó que retrocediera contra la pared. Torció su cabeza en una invitación
descarada. De alguna manera, había un placer casi tan sensual en ofrecerse a él así
como en el extraño y demoledor éxtasis que sintió cuando tomaba su sangre para
su propio cuerpo.

Moviéndose contra ella, perforó la piel de su cuello y ella gimió en voz alta.
Saloman la sostuvo en sus brazos y empezó a succionar.

No fue una bebida larga, sino más bien un hola. Retirando sus colmillos, lamió la
herida de la perforación con cariño y levantó su cabeza.
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—Ahora ven a la cama —susurró—. Y déjate amar.


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Elizabeth, derritiéndose ante sus palabras, se resistió por instinto cuando la soltó.
Se pegó a su cuerpo con todas sus fuerzas, chocando su cuerpo contra el suyo con
descaro, demandando lujuria.

—Mejor bauticemos ésta habitación.

Llamas bailaron en sus ojos negros.

—¿Quieres que te tome en el piso? ¿Duro y rudo?

—Oh, sí.

Presionó su boca a la de él, atrayéndolo a través de la puerta, y metiendo sus


manos bajo la camisa para sentir la piel suave y los duros músculos debajo. Se sacó
su camisa, y mientras los botones caían en el piso, sus manos encontraron el
camino hacia su desnudo pecho. Y después se detuvo. Exasperado, sus ojos
perdidos de su excitante foco.

—¿Qué? —susurró contra sus labios.

Cerró sus ojos con un sonido parecido a un gruñido. Y después los abrió, ardían
como carbón quemado.

—La anticipación tendrá que sostenernos por ahora. Debo irme.

—¿Ir? ¿Ir dónde? —Se inclinó con indignación, tratando de retirarse y se encontró
siendo empujada fuertemente hacia él de nuevo en un instante, abrazándola.

—Al Ángel. —Liberándola, dio un paso hacia atrás—. Luk y Dante han roto sus
máscaras después de todo.

Dante dudó si haría alguna diferencia importante para el resultado, pero al menos
Luk escogió no matar al chico. Su débil corazón humano seguía latiendo cuando
Luk lo dejó caer, y se desplomó mareado en el piso.

—Y ahora que tenemos tu atención —dijo Luk—. Permíteme presentarme.


179

Dante empezó a sentir la mascara deslizándose mientras Luk se revelaba, y sabía


que había estado en lo correcto: que el Antiguo había usado su propia mascara
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maltrecha. Los vampiros en el club se quedaron mirando. A muchos metros de
distancia y después se acercaron para tener una mejor vista. Los humanos miraron
en su dirección, tensos, desconcertados por lo que le había pasado al cantante
sentado en el piso ausente y frotándose su cuello, y precavido de estar envuelto en
cualquier violencia.

Angyalka levantó una mano para evitar el avance de sus músculos vampíricos, y ni
siquiera registró o le importó la identidad de Luk.

—Soy Luk—dijo el Antiguo con una reverencia—. Guardián de las Profecías de los
No Muertos. Y he venido a ofrecerles un gran regalo: libertad.

—Que amable —dijo Angyalka educadamente. Sus ojos eran cautos pero sin
temor. Si Luk se había desenmascarado, Saloman sabría que estaba aquí. El único
problema era, que ellos no sabían dónde exactamente estaba Saloman. Podía estar
en Budapest o continuar en Turquía. O en cualquiera lugar de los cinco
continentes—. Eh… ¿libertad de qué?

—De reglas patéticas. Los vampiros deberían vivir como vampiros, no como
esclavos de los controles opresivos de mi primo Saloman. Observa a tu salvador.
Sígueme y recuperaras tu libertad.

Podría haber estado enojado, pero simplemente había reemplazado el cauto plan
de Dante con un movimiento audaz propio, y era un bastardo impresionante. En
las misma manera en que Saloman era impresionante. Y, por supuesto, estaba
diciendo lo que los espíritus de los vampiros rebeldes querían escuchar. Dante
podía jurar que no había uno de ellos sin estar conmovido por la esperanza de
hacer lo que desearan. Como prisioneros de cadena perpetua liberados en masa a
la comunidad. ¿Cómo demonios podrían controlar eso Luk y él?

Sofocando su repentino pánico, se dio cuenta que no necesitaban hacerlo. Todo lo


que Luk necesitaba era el dominio, el reconocimiento, el apoyo para pelear con su
poderoso primo. Dante vio muchos pares de ojos parpadear entre Luk y Angyalka,
sabiendo que era amiga de Saloman. Por lo menos en éste lugar, tomarían ventaja
de ella.

Ella sonrió.
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—Agradezco que el Ángel sea como un microcosmos del mundo —dijo
controversialmente—. Y aquí disfrutamos de la libertad, lo hacemos sólo por las
reglas en las que insisto. Reglas que un caballero acaba de romper.

Hubo un extraño movimiento mientras los vampiros del club se alineaban


físicamente lejos de Luk. No importaba. La invitación fue hecha y se propagaría.
Lejos del Ángel, el apoyo se levantaría.

»Debo, por lo tanto, pedirle que se vaya.

Angyalka estaba perfectamente a salvo diciendo eso. Sabía tan bien como Dante
que Saloman podría estar en camino, y que ellos no estaban listos para enfrentarlo
aún, ciertamente no con todos los vampiros del club del lado de Saloman.

—Eres demasiado hermosa como para ignorarte —dijo Luk galantemente. Arrugó
su nariz—. Además, el lugar apesta a mi primo. Hasta que nos volvamos a ver.

Le dio otra de sus florecientes reverencias y barrió la habitación con su increíble


velocidad. Los humanos no podían siquiera verlo marcharse. Dante, enfatizando
en el pedido de su beso, le dio a Angyalka un guiño antes de correr por el lado del
guardaespaldas turco y seguir a Luk hacia abajo.

El Antiguo se había enmascarado de nuevo, así que tomó a Dante por sorpresa
verlo de pie en la puerta de la calle.

—Dmitriu—dijo Luk abruptamente.

—¿Qué?

—Dmitriu se está acercando. La creación más reciente de Saloman.

—Estoy muy bien familiarizado con ese bastardo —dijo Dante con sentimiento—.
Puedes matarlo, ¿no es así? Si hay alguna forma, me gustaría ayudar.

—Pero no puedo sentir a Saloman. Saloman debe estar con él.

—O puede estar a kilómetros de distancia.

—No estoy dispuesto a correr el riesgo —dijo Luk con gravedad—. No con el
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estómago vacío. Corre.


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Sin más aviso, Luk lo agarró de la mano y saltó por el aire. Dante nunca había
corrido así. Era aterrador ser empujado a tal velocidad y a tales alturas sobre los
edificios y carreteras, árboles y carros, donde sea que Luk podía tomar impulso
para el próximo salto. Después de la parálisis inicial, Dante empezó a hacer sus
propios esfuerzos para cooperar, para moverse cuando Luk lo hiciera, y descubrió
que aprendía rápido. Tomaría años, tal vez siglos, encontrar la velocidad y altura
de los saltos de Luk, pero su nuevo poder lo emocionaba, y se enorgullecía de su
habilidad para aprender a cambio, obviamente, de la fuerza de Luk.

Estás muerto, Saloman.

—Fue en esa dirección —dijo el vampiro Dmitriu con un gesto negligente mientras
Saloman se establecía en el tejado del Ángel a su lado. Incluso en la implacable
lluvia, sentía el olor de la Despertadora—.Es algo sospechoso, como si estuviera
huyendo de mí, y tiene a Dante con él. ¿Puedes sentirlo?

Saloman sacudió su cabeza.

—Luk los está ocultando a ambos.

—Sus guardaespaldas siguen al acecho en las escaleras del interior. Parecen un


poco desconcertados como si sus amos se hubieran ido.

—Sus amos son un poco descuidados con las vidas de sus seguidores —observó
Saloman.

Dmitriu lo miró.

—¿Los quieres muertos?

Variaban en fuerza; uno fue lo suficientemente fuerte como para causar problemas,
pero Dmitriu no dudaba que entre ellos, él y Saloman podían matar fácilmente a
los ocho.

—Mataremos a unos pocos; los demás que huyan —dijo Saloman, mirando
alrededor de las oscuras calles y en cualquiera de los lados del edificio. Su máscara
182

estaba en su lugar, incluso para Dmitriu, quien era extrañamente capaz de alertar
la tensión resonando a través de su poderoso amigo. Una tensión que sospechaba
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tenía poco que ver con la próxima batalla y todo, seguramente, con hacer con
aquellos vampiros que habían huido. Saloman llevó su mirada hacia Dmitriu—.
Limitación de daño. Se corre la voz que Luk abandonó a sus seguidores y por lo
tanto es una mala elección de líder. Y es un castigo visible por romper las reglas de
Angyalka. Ella estará tan complacida, que me dará vino gratis.

—Siempre te da vino gratis. Ellos están saliendo.

Saltaron en el momento perfecto, y Saloman se desenmascaró. Dmitriu captó un


atisbo de furia, un rastro de tristeza, y sabía que no haría ninguna diferencia al
inevitable resultado.

—Merhaba4—dijo Saloman, aprovechando la ventaja del vampiro aturdido y


mordiendo su garganta. Drenarlo fue cuestión de segundos, pero fue lo suficiente
para los vampiros restantes superaran el shock.

La pelea fue breve y brutal, y mientras el tercer vampiro turco se hacía polvo bajo
la estaca de Dmitriu, la puerta del Ángel se abrió para revelar a los vampiros
espectadores. Como uno de ellos, los seguidores restantes de Luk huyeron en la
noche, sus pies lanzando salpicaduras de charco en la calle iluminada.

Angyalka, con las manos en sus caderas, observó:

—Ellos no eran los que mordieron mi invitado.

—Que quisquillosa —dijo Saloman.

—Correrán la voz —le aseguró Dmitriu. Los otros vampiros, rechazaron el


entretenimiento de una pelea, comenzaron a desplazarse hacia el interior de la
noche en busca de presas.

Angyalka miró a Saloman.

—¿Era realmente Luk?

La pausa fue leve.

—En todos los intentos y propósitos.


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4Merhaba: Saludo en el idioma Turco que traduce “Hola” en español.


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—Tienes un enemigo poderoso —dijo con un rastro de malicia—. Estaré interesada
en ver cómo lidias con él.

—Lo ganaré para mi lado por puro encanto personal y le daré tu bar como
recompensa —dijo Saloman con ligereza.

Dmitriu rió. Saloman inclinó su cabeza hacia Angyalka como una especie de burla,
y dio un paso por el lado contrario de la calle por donde los vampiros huyeron.
Pudo haber sido una ilusión causada por las farolas, pero parecía haber una
especie de halo alrededor de él donde la lluvia no caía.

—Desearía saber cuándo está bromeando —dijo Angyalka.

—Lo haces mejor que cualquiera.

Angyalka le dio un vistazo.

—No le gusta esto, ¿verdad?

Dmitriu se mantuvo alejado de los asuntos personales.

—Ya ha tenido que matar a Luk una vez. Pero Luk es un oponente formidable.
Especialmente en alguna manera el esclavo de Greyson Dante.

—Hizo a Dante demasiado fuerte para ser un novato. —Angyalka le lanzó una
mirada ansiosa a su amado club sobre su hombro—. Va a ser una gran batalla, ¿no
es así?

—Espero que no sea grande, pero sí, será una batalla.

—Saloman ganará. —No era del todo una pregunta.

—Oh, sí. —Dmitriu coincidió. ¿Pero a qué precio?


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Capítulo 12
Traducido por flochi

Corregido por Akanet

R
udy Meyer cerró la puerta principal tras el último cazador de vampiros
americano, con evidente alivio, y se dio la vuelta para enfrentar a Cyn,
quien se encontraba apoyada contra la pared de la sala.

Cyn analizó su rostro con algo de ansiedad. Los cazadores eran una revelación:
fascinantes, organizados, bien informados, fuertes y…

—Imbéciles —comentó Rudy.

Cyn soltó una risa de alivio.

—No, no lo son, simplemente están atrapados en sus costumbres y convencidos de


que son superiores.

Rudy pasó su mano a través de su cabello canoso con una poco característica
agitación.

—Quizás tengan razón. Me estoy poniendo viejo, Cyn. Quizás hicimos todo mal.
Tal vez necesitemos a la organización.

—Te pondrían en una oficina y harían que hagas las investigaciones y escribas los
reportes.

—Tengo sesenta años.

—Tienes cincuenta y cuatro, con buen estado físico, con más muertes bajo tu
cinturón que ese maldito chico molesto del chaleco verde. —Cyn caminó de vuelta
al viejo sofá lleno de bultos y se sentó, esperando a que Rudy se uniera a ella.

—Eres joven y rápida —dijo Rudy—. Tienes los conocimientos que necesitan y las
habilidades físicas para complementarlo. Lo harías bien allí. Y te pagarían por
hacerlo.
185

—Estaría suspendida en una semana. —Retorció sus manos en el regazo y levantó


su mirada hacia el familiar y arrugado rostro—. Me ponen incómoda, Rudy. Son
Páág
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muy… inflexibles. O sea, ¿qué demonios es esto? “¿Las personas normales no son
capaces de enfrentar el hecho de que los vampiros existen?” ¿En serio? ¡Esas son
personas como tú y yo! Si hubieras sabido sobre los vampiros antes de que fueras
atacado, no me habrías necesitado para salvarte el trasero. ¿Cuántas otras personas
podrían ser salvadas si simplemente lo supieran?

—Somos igual de culpables, Cyn. Nunca lo dijimos tampoco.

—Porque pensamos que se reirían de ello. No sé cómo engatusamos a ese. Y no sé


cuál es el problema de nuestro vampiro pelirrojo para no matar a Pete. Nunca lo
explicaron tampoco. Supongo que somos demasiado normales para entender —Ella
enderezó la espalda—. Pero tienes razón sobre una cosa, Rudy. Necesitamos una
organización, solo que no ésta.

—¿Qué, entonces? —exigió Rudy, vagando a través de su diminuta cocina para


hacer café.

—La nuestra —dijo Cyn.

Rudy asomó su cabeza por la puerta.

—¿Te refieres a expandirte? ¿Contratar a Pete Carlile?

—Tal vez Pete. Y algunos otros. He estado buscando por internet, y hay personas
allá afuera, personas en esta ciudad, que han tenido encuentros con los vampiros.
Y además, parece estarse incrementando el número de ellos.

—Tal vez sólo están saliendo de la carpintería con el crecimiento del internet.

—Tal vez. Y quizás es por las otras cosas de las que los cazadores nos estaban
contando. Estas luchas por el poder sobre si aceptar a Saloman. Los humanos
quedarán atrapados en el fuego cruzado, incrementándose así. He estado mandado
correos electrónicos a Elizabeth…

—¿Cómo está la Sra. Sherlock?

—Está bien, al parecer hay una guerra de vampiros en Turquía también. Cosas
malas están pasando, y creo que está preocupada.
186

Rudy trajo dos tazas de café a la sala y se sentó junto a ella.


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—Entonces, ¿qué es exactamente lo que quieres hacer?

Cyn respiró hondo y dio voz a una idea audaz que estaba creciendo dentro de ella.

—Quiero formar un ejército. Una pequeña unidad móvil de cazadores que puedan
protegerse mientras descubrimos qué demonios está sucediendo. Que puedan ir
donde sea tan rápido como lo necesiten y atacar a los chicos malos, quienes sean y
lo que sean.

—¿Quieres unirte a los equipos de Mar, Tierra y Aire de los Estados Unidos?

—No, pero no estaría en contra de un poco de entrenamiento militar. —Sonrió


triunfalmente—. Y creo que he encontrado al sujeto para hacerlo. Es un ex-militar,
un veterano de Afganistán, británico. Su nombre es John Ramsay, es telépata, y
quiere salvar al mundo de los vampiros.

Elizabeth, convocada a los cuarteles generales de los cazadores por no menos que
el agente de operaciones, estaba aliviada y perpleja al descubrir a Mihaela, Konrad
e István ya en la gran e impresionante oficina. Les dio una mirada rápida e
interrogativa en la entrada, y recibió mínimos encogimientos de hombros en
respuesta.

Como gran parte del edificio de la sede, la cual estaba situada en una tranquila
calle central de Budapest, protegida de los curiosos así como también de los
malintencionados por una serie de alarmas y detectores de vampiros, y
probablemente por algún tipo de hechizo para enmascarar también, la oficina del
agente de operaciones daba la impresión de grandeza desvaída. Una pintura
renacentista de la Virgen y el niño colgaba en la pared detrás de su escritorio
grande y antiguo de caoba. El techo alto estaba dividido en paneles por vigas
bellamente talladas que mostraban rastros recientes de tratamiento contra polillas.

Además del extraño en el escritorio se sentaba Miklós, el bibliotecario en jefe y


número dos del Gran Maestro de los cazadores de Hungría. Elizabeth, cuyas
relaciones con Miklós en el pasado habían sido un poco ambivalentes, no estaba
segura de cómo sentirse con respecto a eso. Un hombre pequeño e intelectual de
187

mediana edad, usando su habitual traje y corbata, se puso de pie tan pronto como
Elizabeth apareció.
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—Elizabeth. Qué agradable volver a verla. Déjeme presentarle a nuestro agente de
operaciones, Lazar. Lazar, la Dra. Elizabeth Silk.

Los apellidos nunca eran utilizados entre el personal de la red. Presumiblemente


para prestarles a los cazadores algún anonimato protector. Lazar, un hombre
grande como oso en sus casi cuarenta años con una cicatriz bastante alarmante
bajando por un costado de su rostro y cuello y desapareciendo en el cuello de su
camisa, se levantó desde detrás del escritorio para estrechar manos. También
llevaba una corbata, quizás para distinguirse de los cazadores de campo, que
usaban trajes más casuales, pero estaba floja, el nudo caído debajo de la abertura
superior de dos botones de su camisa.

—Dra. Silk. —Su apretón de manos fue breve y firme, su voz agradablemente
empresarial—. No puedo entender cómo no nos hemos conocido antes. Su nombre
ha surgido tantas veces en el último año que ya he empezado a pensar en usted
como miembro de mi personal.

Elizabeth, quien se estaba preguntando si esta reunión era sobre reclutarla en la


red, sonrió con un poco de recelo y tomó el asiento que le indicó junto a Mihaela.

Lazar retornó a su propio asiento.

—En caso de que no lo sepa, mi trabajo en la organización es coordinar los


diversos equipos de campo. Asigno las tareas y recibo los reportes, decido si se
necesita más acción y, en caso de ser así, qué. Nuestro equipo líder aquí —Hizo
una pausa para indicar a los tres cazadores—, es bastante independiente,
perfeccionista y emprendedor, así que ocasionalmente los reportes que aparecen en
mi escritorio son de misiones no asignadas por mí. Estoy contento con esto, el
trabajo importante se hace más rápido, y obviamente facilita mi trabajo.

Lanzó un vistazo y un asentimiento de reconocimiento hacia los cazadores. En la


breve pausa que siguió, recogió un lapicero de su escritorio y empezó a dar
golpecitos repetida y suavemente sobre el papel frente a él, mientras su mirada se
deslizaba de cara a cara y terminaba fija sobre Elizabeth.

—Sin embargo… —dijo tristemente—. Sé que todos han estado esperando el “sin
embargo”. Y es este. Me preocupa que la operación concerniente al Antiguo
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vampiro Luk se esté alejando de nosotros. Los principios básicos están siendo
rotos, las amenazas ignoradas, vidas en peligro.
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Mihaela abrió la boca como para decir algo, luego con un impaciente encogimiento
la cerró nuevamente.

Lazar lanzó su lapicero con un pequeño ruido.

—Y, Dra. Silk, me temo que esto depende de usted. Sé que la gratitud de la red ya
le ha sido expresado por su cooperación en la misión inicial contra Saloman, por su
ayuda para intentar evitar que la Espada de Saloman caiga en las manos
equivocadas, y por ayudar en el rescate de un ciudadano estadounidense de un
nido de vampiros extranjeros aquí en Budapest. Me sumo a los agradecimientos
por eso. Pero tengo que decirles a todos, que tengo algunas graves preocupaciones.

Su mirada se movió para abarcar a los cazadores.

—La Dra. Silk no es un miembro de su equipo, o siquiera de la red de cazadores. Y


sin embargo últimamente parece haber sido reclutada no solamente la Dra. Silk
sino Saloman, el vampiro más letal de todos los tiempos y su natural enemigo
número uno.

Miklós se aclaró la garganta.

—Usaron a Saloman para localizar a Josh Alexander en mayo, y en el posterior


rescate del Sr. Alexander del laberinto. Durante la cual no sólo permitieron escapar
a Saloman sino a otros dos vampiros. Y ahora entendemos que en Turquía han
estado trabajando con él para localizar a Luk, y lo han tenido viviendo en su casa,
¡su casa segura!

—No segura —dijo Lazar con severidad. Su mirada, ya no amable, atravesó a los
cazadores y volvió a descansar sobre Elizabeth—. Mi idea es que esta aberración se
produjo a través suyo y de alguna conexión telepática con Saloman, posiblemente
derivada del hecho de que lo despertó.

Elizabeth, incapaz de discutir sobre esto o pensar en algo que agregar, tomó una
hoja del libro de Saloman y simplemente inclinó su cabeza.

Él se volvió hacia los cazadores.

—Esto no se hará. Miren, he sido un cazador de campo. Todos tenemos


189

informantes ocasionales, vampiros o sus ayudantes humanos que podemos


sobornar o amenazar para que revelen información importante. Somos humanos.
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Los lazos se forman sin nuestro permiso, pero tenemos que ser conscientes de su
peligrosidad. Y esto no sólo está amenazando con convertirse en un peligro, lo es.

Recogió nuevamente el lapicero, con ambas manos esta vez, como si estuviera
cerca de partirlo en dos, mientras fulminaba con la mirada de manera concluyente.

—No pueden, simplemente no pueden, considerar a un vampiro de la talla de


Saloman como una especie de mascota.

Elizabeth rió. No quiso, pero la idea de considerar a Saloman bajo esa luz era tan
ridícula que no pudo evitarlo. Además de ella, la respiración de Mihaela quedó
atrapada en un leve jadeo.

Tanto Miklós como Lazar miraron fijamente a Elizabeth con una desaprobación
sólida.

Intentó ponerse seria.

—Lo siento —dijo vacilante—. Puedo asegurarles que ninguno de nosotros


considera a Saloman de esa manera. —Hizo una pausa para dejas atrás la histeria y
ponerle algún orden a sus pensamientos. Su corazón latía demasiado rápido, pero
tenía que aprovechar la oportunidad—. Saloman no es como los otros vampiros
que cualquiera de ustedes haya encontrado. —Lanzó una mirada a los cazadores—
. Creo que todos estamos de acuerdo en eso, al menos. Puede imponer orden entre
los de su propia especie, y con respecto a muchos temas él está de acuerdo con
ustedes. Sobre estas cuestiones, está preparado para aliarse con nosotros. Y de
hecho, sin él no habríamos recuperado a Josh o impedido que Dante cambiara.

—Y sin embargo Dante fue convertido —espetó Miklós.

—Cierto —respondió Elizabeth—. Pero no fue culpa de Saloman. Fue mía. No lo


dejé matar a Dante cuando rescatamos a Josh.

Lazar parpadeó.

—¿No lo dejaste? ¿Cómo demonios…?

—Es verdad —interrumpió Itsván—. Ella lo persuadió. Aunque todos estuvimos


de acuerdo con ella, pensamos que estuvo equivocada en ese momento, por
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razones de seguridad, por insistir. El tiempo ha demostrado que el instinto de


Saloman es más acertado que el nuestro.
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Lazar frunció el ceño hacia Konrad.

—Eso no estuvo en tu reporte.

Konrad sacudió una pelusa imaginaria de sus jeans prolijamente planchados.

—No me pareció importante en ese momento.

La mirada de Lazar volvió a Elizabeth. Fue una de esas penetrantes miradas que
solían enervarla. Ya no más.

—Exactamente, ¿cómo lo “disuadió”?

Elizabeth frunció el ceño, intentando recordar. Fue Mihaela quien dijo:

—Se paró frente a Dante cuando Saloman lo amenazó con su espada.

—Sí, no fue un éxito pleno, ¿no? —dijo Miklós sardónicamente—. Estaban


destinados a recuperar la espada.

—¿Cómo? —dijo Itsván.

Miklós cerró la boca, sus labios frunciéndose con desagrado. No tenía una
respuesta.

Lazar regresó al tema principal.

—Pudo fácilmente matarlos a ambos.

Elizabeth se encogió de hombros.

—Supe que no lo haría. —Nunca te mataré, le había dicho la noche que ella le
confesó amarlo, la misma noche que cada uno había intentado matar al otro y
fallado.

—¡No pudo haberlo sabido! Lo despertó; eres descendiente de uno de sus asesinos.
Por derecho debería haberte matado hace un año.

Elizabeth dijo—: Tenemos un… acuerdo.


191

Lazar se inclinó hacia adelante sobre el escritorio.

—¿Qué clase de acuerdo? Dra. Silk, ¿ha hecho un trato con Saloman?
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Reacia, Elizabeth miró a la fila de sus amigos, todos mirándola. Contuvo el aliento.

—Sólo uno no oficial. Que nosotros no nos mataremos entre sí. Y él no los matará
tampoco —agregó, con una cabeceada en dirección a los cazadores—, aunque
Konrad es descendiente de otro de sus asesinos. —Apartó la mirada—. Salvo que,
supongo, sea en defensa propia.

—¿Y le creíste? —explotó Konrad.

—Todavía estamos vivos, ¿no? —replicó Elizabeth.

Con un gesto violento, Lazar se echó hacia atrás en su asiento y arrojó el lapicero
sobre el escritorio con tanta fuerza que rodó sobre el piso.

—¿Ha considerado, Dra. Silk, que Saloman la esté usando? ¿A todos ustedes?

—No —dijo Elizabeth rápidamente—. O no en la manera en que se refiere. Él


quiere que ustedes, y usted, entiendan el bien que puede hacer y que hará. ¿Sabe lo
que hizo antes del terremoto en Perú? ¿Y el turco el año pasado? ¿Realmente no ve
las posibilidades de eso para la humanidad?

Lazar lo desechó con la mano.

—Una vez más, simplemente no sabemos lo que está haciendo. Debe haber un
beneficio. Quiere que cerremos los ojos ante sus propios vampiros, quizás,
mientras derrotamos al resto.

—¡O quiere nuestra ayuda para eliminarlos! —exclamó Konrad.

—No. Él está ofreciendo la suya —insistió Elizabeth.

—Está jugando con las palabras —objetó Miklós con un ondeo desdeñoso de la
mano—. Significan lo mismo: alianza con un poderoso y extraordinariamente
peligroso vampiro.

—Inseguro —dijo Lazar lúgubremente—. Imprudente e inaceptable.

—También sin precedentes —dijo Elizabeth—. O eso entiendo.

—Hay una razón para ello. Nunca se ha descubierto que un vampiro no sea
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traidor, asesino y completamente poco confiable.


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—No creo que sea cierto —dijo Elizabeth a la vez—. He conocido al menos dos en
el último año que no son traidores o poco confiables una vez que entiendes la
manera en la que piensan. En cuanto a asesinos… no puedo negar que ha habido
homicidios cometidos por esos mismos vampiros, incluyendo a Saloman, pero
nunca fueron violencia al azar, o actos cometidos sin justificación, al menos a sus
propios ojos. Siento si usted…

—¿Y cuántos vampiros de cualquier descripción has conocido antes de este último
año? —preguntó Lazar.

—Ninguno —admitió Elizabeth.

—Entonces realmente no pienso que tu experiencia te califique para sermonearnos


sobre el comportamiento de los vampiros.

Elizabeth se ruborizó. Levantó la barbilla.

—Por el contrario, mi experiencia es fresca y no contaminada por tragedias


personales. La mayoría de ustedes se convirtieron en cazadores por algún ataque
vampírico, sufrido o presenciado. La experiencia dicta como consideras a los
vampiros, bestias asesinas que deben ser exterminadas. No puedo negarlo, ¡y no
quiero!, que hay muchos así. ¿Pero todos? —Se dio la vuelta hacia Mihaela, y más
allá de ella, István y Konrad—. Han conocido a Saloman. ¿Es como otros
vampiros?

—No —dijo Mihaela, definitivamente lo suficiente, aunque no necesariamente un


cumplido.

Elizabeth prosiguió con su punto.

—¿Dmitriu? La primera vez que me lo mencionaste, dijiste que no era un mal


compañero, a pesar de ser vampiro.

—Sí, ¡pero no puedes decir que no resultó ser traicionero! —dijo Konrad.

—Sí, puedo —disputó Elizabeth de inmediato—. Solo mostró lealtad a su amigo y


creador, a quien nunca abandonó. Tu único problema con él es que no puso su
lealtad en ustedes primero. ¿Por qué debería? Conoce a Saloman hace cinco siglos,
193

¿a ustedes qué? ¿Dos o tres años?


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Se encontró hablándoles más a sus amigos que a sus superiores, pero en vez de
cambiar su atención, continuó, luego de una rápida mirada a estos últimos para
asegurarse de que estaban escuchando.

—El problema con los cazadores es que están tan enfocados en ser imparciales,
muy metidos en la línea frontal para ver las cosas desde el punto de vista de los
llamados enemigos. Miren otra vez a las creaciones de Saloman, Dmitriu y
Maximiliam. Miren a sus asociados más cercanos en todo el mundo y creo que
encontrarán más que los asesinos descerebrados que esperan. En cuanto a Saloman
mismo, podría ser el recurso más apreciado de la humanidad.

—Oh, demasiado lejos, Elizabeth —dijo Konrad, realmente poniéndose de pie de


un salto en su agitación por fulminarla con la mirada—. Estás obsesionada…

Se detuvo abruptamente, probablemente porque Mihaela le había dirigido una


patada en el tobillo. Elizabeth contuvo una réplica, y las palabras parecieron
disolverse en su boca seca, dejándola atontada. Estúpidamente, esto nunca había
entrado en su cabeza, que los cazadores la cubrieran. No solo ella misma se estaba
embrollando en este conflicto de intereses, sus amigos también.

Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda…

Lazar dijo:

—¿Cuál es exactamente su relación con Saloman?

Lo amo. Las palabras se quedaron atoradas en su garganta, porque no era del


interés de Lazar. Se negaba a permitir que su relación sea analizada y recogida por
extraños.

Afortunadamente, pareció ser una pregunta retórica. O quizás Lazar también


estaba asustado por las posibilidades de su respuesta.

—Porque me parece —dijo con severidad—, que carece de cualquier sentido


común o disciplina. Y creo que ese es el problema. Las circunstancias la han
arrojado en el mundo de los vampiros sin formación adecuada o defensas básicas.
Sé que hizo un poco de entrenamiento físico de emergencia con nosotros el año
pasado, pero eso realmente no es suficiente para lidiar con lo que está enfrentando
194

ahora. Relajar su guardia, relajar las reglas, es peligroso. Ahí es cuando las
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personas mueren, y me parece que este equipo está siendo contaminado por su
negligencia.

Lazar levantó su mano cuando los tres cazadores comenzaron a hablar a la vez, y
luego los hizo callarse.

—Ya sé. Sé que tiene todas las mejores intenciones, y una devoción al deber, que
ninguno de nosotros puede negar. Pero se están poniendo vosotros mismos en
profundo peligro ahora, y no podemos permitirlo. Entonces —dijo, mirando de
rostro a rostro—, esto es lo que propongo.

¿Sacarme corriendo de la ciudad? ¿Prohibirme los establecimientos? ¿Negarme cualquier


derecho a amistad o información?

—Únete a nosotros —dijo Lazar.

Elizabeth parpadeó.

—¿Perdón?

—Únete a la red de manera oficial. Entrena como un cazador. A medida que pases
el proceso y descubras tus fuerzas y debilidades, podemos decidir entre nosotros
dónde encajarías mejor, como un asesor especial de varios equipos o una parte
permanente del equipo. Su indudable valor entonces sería debidamente
aprovechado y protegido por nuestro código de conducta; tendría una mejor
oportunidad de supervivencia. Por no hablar de la supervivencia de sus amigos,
que también están en riesgo por esta negligencia. No creo que tengas ninguna
disputa con nuestro pago, condiciones o pensiones.

Elizabeth se sintió como si tuviera que recoger su quijada del suelo. Pareció tomar
un montón de tiempo y esfuerzo. Después de todo lo que acababa de ser dicho en
dirección a las críticas, desaprobación y desconfianza, él realmente la estaba
reclutando.

—¿Habla en serio? —consiguió decir.

—Malditamente en serio.
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—¿Cómo llegaste aquí? —preguntó Saloman en vagos tonos de diversión cuando
Dmitriu entró disparado en la casa y cerró de un portazo la puerta por el sol.

—Por medio de un taxi y una lona gruesa —contestó Dmitriu, lanzando ésta
descuidadamente sobre el suelo del desordenado pasillo de Saloman. Saloman
permanecía erguido en la cima del primer tramo de escaleras, usando sólo un par
de pantalones de lino oscuros que no se había molestado en sujetar.

—Qué emprendedor de tu parte —murmuró cuando Dmitriu caminó con grandes


zancadas el largo del pasillo y empezó a subir las escaleras—. Eh… ¿quieres algo?

—Sólo noticias —contestó Dmitriu. Haciendo una pausa, olió el aire—. ¿Está ella
aquí? ¿La Despertadora?

—Su nombre es Elizabeth —dijo Saloman suavemente—, y no, no está. Está


conversando con los cazadores.

Dmitriu lo miró mientras pasaba a la sala de estar.

—¿No es más bien una alianza impía para la amante de Saloman?

—Más bien depende de lo que ella haga con eso. ¿Noticias de qué?

Dmitriu sintió la mirada fija en la nuca mientras miraba en torno de la sala de


estar. La computadora de Saloman estaba abierta sobre una de las mesas, rodeada
por un revoltijo de papeles. Relacionándose en el mundo humano, pensó Dmitriu,
con una mezcla familiar de disgusto, admiración y desconcierto.

—Luk —dijo, volviéndose para enfrentar a Saloman—. ¿Lo has encontrado?

—No. Dudo que sea capaz antes de que rompa su tapadera nuevamente. No pude
en Estambul.

Dmitriu frunció el ceño, dejándose caer en la silla más cercana, la cual era casi
ridículamente cómoda.

—Esto no nos deja con tiempo para prepararnos para la lucha. No me gustan estas
probabilidades.
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Saloman se encogió de hombros.


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—Podría ser capaz de llegar hasta él a través de Dante, pero hasta ahora Luk
también lo tiene cubierto.

Dmitriu estudió su rostro, buscando en vano trazos de ansiedad.

—¿Estás preocupado? —le preguntó por fin.

Saloman se paseó hasta el gran piano pulido.

—¿Sobre qué?

—¡Luk! ¿Puedes matarlo?

Saloman se sentó en el taburete y sonó una nota al azar con un dedo.

—Lo maté antes.

—Esta vez tiene aliados, y los usará. Cuando golpee, si te encuentras solo,
Saloman…

—Estoy asumiendo que puedo pedir rápidamente apoyo.

—Aquí, en Budapest, lo tendrás —reconoció Dmitriu—. Pero quizás no lo bastante


rápido. ¿La Despertadora luchará para ti?

Algo casi como una sonrisa cruzó el rostro de Saloman y desapareció.

—Elizabeth. Sí, lucharía por mí. Pero prefiero que no. No contra Luk en toda su
fuerza.

—¿La tiene? —lanzó Dmitriu—. ¿Toda su fuerza? Aparte del hecho de que no ha
tomado aún la vida de su Despertador.

—No. Huyó de nosotros demasiado rápido anoche. No está listo todavía, y está lo
bastante cuerdo para saberlo.

—Entonces cuando esté listo, golpeará rápidamente, esperando atraparte solo y


desprevenido. Deberías considerar reunir guardaespaldas.

Saloman extendió ambas manos sobre las teclas del piano y empezó a tocar.
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—Luk simplemente los soplaría a través de la pared. Además, no me moveré por la


ciudad como un déspota atemorizado de ser asesinado.
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La música le resultó familiar a Dmitriu, y bellamente interpretada. Chopin. Casi
había olvidado este talento de Saloman.

Dmitriu se puso de pie.

—Vendré a vivir aquí. Trae a otros cuantos vampiros, unos fuertes que sean tus
amigos. Nadie sospechará que tienes miedo si estás simplemente con tus amigos.

—No quiero a otros vampiros aquí. No le temo a Luk —habló con tranquilidad; su
rostro estaba sereno mientras continuaba tocando. Pero era demasiado tarde. Sus
dedos se habían tropezado en una de las notas, diciéndole a Dmitriu todo lo que
necesitaba saber.

Saloman no tenía miedo de Luk. No físicamente. Se enfrentaría a lo que sea que el


mundo le lanzara, con alegría por la batalla. Pero temía todo el equipaje emocional
que venía con Luk.

Sin una palabra, Dmitriu se puso de pie y abandonó la sala.

—Adiós, Dmitriu. —La voz de Saloman lo siguió bajando las escaleras.

—No voy a irme —dijo Dmitriu tristemente.

En cambio, atravesó la cocina hacia la escalera del sótano y saltó en la oscuridad


fría y húmeda de la bodega. Aquí no había distracciones y podía pensar.

Intentó con fuerza quitarse el pensamiento de la cabeza. Recordó su propia ira, y el


dolor y sufrimiento de Saloman en cada detalle. Y sin embargo lo que perduró con
más fuerza fue la visión de un vampiro solitario saliendo de la brumosa oscuridad
que rodeaba las ruinas de una iglesia escocesa, con la espada levantada en defensa
del hacedor que él había traicionado.

Dmitriu suspiró.

—Por favor, no —rogó a nadie en particular. Pero era una pregunta de la tolerancia
de Saloman. La supervivencia de Saloman. Era hora.

Maximiliam. Maximiliam, bastardo, háblame.


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El mensaje pasó claramente, y sin embargo no hubo una respuesta inmediata. A


menos que contara el aturdido asombro que pareció rebotar hacia él.
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¿Dmitriu?

Supéralo.

Hubo otra pausa. Luego: ¿Qué quieres?

Mueve tu despreciable culo a Budapest.

No voy a dejar Escocia, dijo Maximiliam distante, como si eso resolviera el asunto.

Sí, maldita sea, lo vas a hacer.

El silenció lo saludó. Por un momento, la rara rabia inundó a Dmitriu, antes de que
se diera cuenta de que Maximiliam no se había ido realmente. Él no tenía nada que
decir, pero su camino estaba abierto.

Max, él te necesita.

Incluso cuando habían escapado del edificio y encontrado una mesa fuera de su
café favorito, pareció que nadie quería ser el primero en hablar. Elizabeth alzó la
mirada de su café y observó a los cazadores mirar pensativamente sus propias
tazas humeantes.

Konrad, revolviendo continuamente y rítmicamente, dejó caer de repente la


cuchara.

—Muy bien. ¿Qué piensas, Elizabeth?

Elizabeth suspiró.

—No lo sé. Para ser honesta, asistí medio esperando que hiciera esta sugerencia.
Casi había decidido negarme, y entonces cuando empezó a traer a colación todo lo
que había hecho mal, pensé que me había equivocado y que iba a prohibirme las
instalaciones en cambio. Pudiste haberme derribado con una pluma cuando me
ofreció un lugar.

—Entonces, ¿te seguirás rehusando?


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Calma. Elizabeth sonrió débilmente.


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—Me lo preguntaste antes.

—Nos rechazaste —recordó Konrad.

—Eso fue antes de la batalla con Saloman. Sólo quería que acabara. No quería nada
más que estar libre de todo eso. —Agitó su taza alrededor de la mesa—. No de
ustedes, obviamente, sino de todo lo demás. Vampiros, matanza, agitación
sentimental. Quería que todo desapareciera para poder arrastrarme de regreso a la
academia y estar a salvo.

—Pero realmente no quieres eso —dijo Mihaela astutamente—. Agarras cada crisis
con nosotros como si fueras un salvavidas.

La sonrisa de Elizabeth se torció.

—¿Lo hago? Probablemente. Las cosas cambiaron después de la batalla en St.


Andrews.

—¿Porque te diste cuenta de que eras buena en ello? —aventuró Konrad.

—No… no en realidad —Bajó la taza y encontró su mirada—. Descubrí que no


podía matar a Saloman.

—No tu sola —estuvo de acuerdo Konrad.

—No, yo podía, en teoría, matarlo sola. Porque soy la Despertadora. Mi cuerpo


podía hacerlo. El resto de mí no lo haría. —Nunca les había contado esto antes.
Aún a pesar de la incomodidad que no le permitiría quedarse quieta en su asiento,
sabía que ya era hora—. Sostuve la estaca; pude sentir el poder en mí y supe que
podía hacerlo. Pero solté la estaca. Deliberadamente.

Se volvió hacia Mihaela.

—Fue como un velo cayendo de mi mente. Supe que no importaba lo que había
hecho o lo que haría; no importaba cuánto me odiaba a mi misma o intenté luchar
contra ello, no podía escapar y no podía cambiarlo.

Los ojos oscuros de Mihaela se agrandaron, casi asustados.


200

—¿Cambiar qué? —preguntó ella ásperamente.


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—Que lo amaba. Lo he hecho desde la noche que me secuestró del Ángel. O quizás
desde antes. No lo sé, y no importa realmente. Porque todavía no puedo cambiarlo.
Y ahora no quiero hacerlo.

No podía haber sido una sorpresa para ninguno de ellos, y sin embargo una súbita
onda de casi dolor físico que emanaba de Mihaela casi la arranca de su silla. Se
sintió como un golpe, pero el dolor era sin duda de la otra mujer.

—Mihaela —susurró ella, tomando la mano de su amiga y apretándola—. No estoy


muerta.

Mihaela dejó escapar un sonido que podría haber sido un sollozo o una carcajada.

—No. A veces creo que yo lo estoy —dijo incomprensiblemente. Su mano giro en


la de Elizabeth, devolviéndole el apretón, y el dolor pareció retroceder. Alegre
como era, Elizabeth se sintió curiosamente conmocionada, no sólo por la obvia
infelicidad de Mihaela, que resultaba ser mucho más profunda de lo que Elizabeth
había imaginado, sino por la fuerza de su propia empatía. Siempre había sido
buena en la lectura de las emociones de las personas, pero recientemente, con el
desarrollo de la telepatía, parecía estar captando mucho más que expresiones
faciales y lenguaje corporal.

Forzando a su mente a volver a la discusión, miró a Konrad e István.

—Ven mi predicamento. Estoy segura de que Lazar retiraría su oferta si supiera lo


que he dicho. Como un cazador, a ojos de muchos, estoy demasiado malditamente
comprometida.

István se removió en su silla para darle a sus piernas más espacio.

—¿Y a los tuyos?

Elizabeth levantó su taza y bebió antes de responder.

—Por mi cuenta… puedo ver las ventajas. Quiero ayudar a proteger a los humanos
de ataques de vampiros, del indecible temor y la violenta muerte. No tengo ningún
conflicto con el objetivo de la organización. Pero, y el entrenamiento no cambiará
esto, los vampiros son seres dignos también. Creo que bajo Saloman eso se hará
201

cada vez más obvio. Siempre habrá vampiros renegados, como hay criminales
humanos violentos. La sociedad necesita ser protegida de ambos.
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—Sabes que estás hablando herejía —dijo Mihaela, retirando su mano para recoger
su taza.

—Lo sé. No podría unirme sin expresarlo. Y al expresarlo sería expulsada de las
instalaciones para siempre. Quizás debería permanecer como una amiga no oficial
de la red.

—La red no cambiará —le advirtió Konrad—. Debe seguir siendo fiel a los
principios de su fundación. Eliminar vampiros.

—Todo cambia —insistió Elizabeth—. El mundo está cambiando ahora… Luk


mismo profetizó un cambio importante de poder derivado de lo que ocurre aquí en
Budapest. Puede ser un cambio para mejor si jugamos bien…

—¿Bajo Saloman? —dijo Mihaela—. ¿Te das cuenta que ahora estás defendiendo
su dominación del mundo? La cosa a la que, más que nada, una vez te opusiste
firmemente.

—Todavía lo hago. No estoy interesada en la tiranía de ningún tipo, no obstante


benevolente. Y, de hecho, la profecía de Luk parece implicar que Saloman pierde
poder. Miren, he sembrado las semillas de la idea de la mutua cooperación con
Saloman; me gustaría que pensaran en ello también.

István sonrió ligeramente.

—Los diminutos subalternos como nosotros no influyen en cuestiones como esa.

—Sí, lo hacemos —sostuvo Elizabeth. Dudó, entonces—: Saloman no cree que


revelar la existencia de los vampiros conduzca a la guerra y al sacrificio que
ustedes prevén.

—Pero lo haría —replicó Konrad—. Y con razón. Elizabeth, no obstante tus buenas
intenciones, y creo que lo son, tu pensamiento está gravemente equivocado. No
puede haber una coexistencia pacífica con los vampiros. Ni ahora, ni mañana, ni
nunca.

Elizabeth transfirió su mirada compungida a István y Mihaela.

—¿Ven? Sería una terrible cazadora. Además —agregó, confesando abiertamente


202

todo—, me han ofrecido otro trabajo en Budapest. En la universidad.


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—Puedes hacer ambos —dijo Mihaela sinceramente—. Muchos lo hacen.

Parecía que nada de lo que Elizabeth dijera podría librarlos de la idea de que su
legítimo lugar en la vida era como cazadora. La desconcertó, en una manera
satisfecha, hasta que vio la mirada de Mihaela parpadear hacia István, y se dio
cuenta que ellos esperaban que ser una cazadora finalmente la apartaría de
Saloman.
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Capítulo 13
Traducido por Jo

Corregido por flochi

R
udy murmuró:

—Bien hecho, Cyn.

Aparte de eso, no había ruido en el sótano del edificio en el que Cyn


y él habían estado trabajando duramente para convertir en un
gimnasio y área de entrenamiento. Lo habían hecho todo de material encontrado
en depósitos y tiendas de objetos usados, principalmente porque tenían muy poco
dinero entre ambos. Cyn estaba orgullosa de lo que habían logrado, y su seguridad
había sido muy estimulada por los elogios de Pete Carlile y los dos otros
sobrevivientes de ataques de vampiros que se habían unido a su pequeño
escuadrón y venido al sótano esta noche para ayudar a darle la bienvenida al
soldado John Ramsay.

En la entrada de Brit, todas las conversaciones y payasadas se cortaron como si


alguien hubiera accionado un interruptor. John Ramsay se paró justo delante de la
puerta enfrentándolos. Una mochila estaba colgada de su hombro derecho. Aparte
del punto importante, lucía exactamente como lo hacía en la foto que Cyn había
visto en Internet.

A pesar de que sus ojos no parpadeaban mientras se movían alrededor de la


habitación, no había duda de que había escuchado el comentario de Rudy.

Al fin su mirada encontró la de Cyn, quien debió haber reconocido por su propia
foto.

—No te preocupes. Disparo con mi derecha. —Sonaba muy escocés, y la


agresividad hervía bajo la engañosa calma de su voz socarrona.

—Disparar no toca a los bastardos con los que estamos peleando —soltó Rudy.

Ramsay se movió. Parecía como si simplemente flexionara sus dedos, y aún así un
204

instante después, algo voló de su mano con suficiente fuerza como para pasar
zumbando junto a su oreja.
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Cyn se giró con miedo. ¡Típico! Sólo yo podía encontrar al psicópata del cuchillo del
infierno en Internet… Pero no era un cuchillo lo que se había enterrado en el centro
del tablero de diana colgado de la pared. Era un palo de madera. Se atrevió a
respirar de nuevo.

Rudy volvió su mirada del tablero a Ramsay. A pesar de su labio curvo, Cyn podía
decir por el brillo en sus ojos que estaba secretamente impresionado.

—¿Aprendiste eso en el ejército británico, hijo? —preguntó Rudy.

—Nah. En pubs de Glasgow un viernes por la noche. Puedes encontrar todo tipo
de chalados allí.

Rudy sonrió abiertamente. Cyn dijo:

—¿Qué es un chalado?

—Chiflados. —Ramsay estiró su mano—. John Ramsay. Un placer conocerte, Cyn.

Cyn, inclinada a pensar que podría haber hecho la elección correcta después de
todo, dejó que su rostro se relajara en una sonrisa mientras tomaba su mano. Su
agarre fue firme, pero naturalmente, sin tener nada que probar. Le gustaban sus
ojos también. Eran lo que le habían llevado a invitarlo aquí. Azules y
penetrantemente inteligentes, parecían tener capas de carácter: una cierta calma
atractiva, hasta sabiduría debajo del turbulento desafío de la juventud.

—Y tú, John. Este vejete es Rudy Meyer. A él le gustas.

Mientras Rudy y John se estrechaban solemnemente las manos, los otros con
tranquilidad se acercaron para ser presentados también.

—¿Todos ustedes son sobrevivientes de ataques de vampiros? —dijo John,


examinando cada uno de ellos con abierta curiosidad.

—Excepto Cyn —replicó Rudy—. La están evitando a menos que ella los ataque
primero.

La mirada azul volvió a ella.


205

—¿Por qué es eso?

Ella se encogió de hombros.


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—Puedo sentirlos. Sé lo que son. Parecen entenderlo y los enloquece.

John frunció el ceño.

—A mí también. Sólo, una vez conocí a una que no le importaba. Parecía más
curiosa que peligrosa.

—Todos son peligrosos —advirtió Cyn.

—Lo sé. —Dejó caer su mochila en el suelo—. Así que ¿para qué me quieres?
Todos parecen capaces de cuidarse ustedes mismos.

—Queremos que cuides a otra gente —dijo Cyn, sólo un poco cohibida—. Hemos
estado asesinando vampiros pos años, Rudy y yo, pero queremos entender el
panorama general. Queremos ser más eficaces. Luchar como un equipo,
protegiéndonos los unos a los otros mientras vamos.

Él sabía esto, por supuesto. Lo habían discutido por e-mail.

—Queremos ser capaces de ir donde sea que haya una crisis, como en Turquía, y
marcar la diferencia. Una diferencia real. —Levantó su barbilla—. Queremos que el
mundo escuche sobre los vampiros y no ría. Queremos que la gente sepa.

Cuando Elizabeth finalmente se durmió, y él estaba completo de observar su


pacífico rostro, Saloman suavemente desenlazó sus extremidades de su cálido y
suave cuerpo y se levantó de su cama. Al menos, era la cama que ella había elegido
para sus habitaciones de las varias almacenadas en el ático.

Estaba consciente de que ella había elegido hacer una de sus habitaciones un
cuarto para que ninguno de ellos se sintiera alguna vez obligado de dormir en la
misma cama que el otro. Permanecería siendo una elección. Saloman, quien había
vivido tantas eras y tantas costumbres, encontró este arreglo tan aceptable como
cualquier otro, y cuando ella había hecho la cama para su satisfacción y lo trajo
para que la vea allí mismo, él la había admirado, la había recostado contra esta, y
hecho el amor la mayor parte de la noche. Entre medio de hacer el amor—y a veces
durante—habían hablado sobre cosas que no le importaban al mundo, sólo a él y a
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Elizabeth.
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Podía perder años de su existencia de este modo, pensaba sin desagrado mientras
se ponía su camiseta y pantalones. Elizabeth era una distracción, de cualquier
manera en que la mirara, y para un vampiro con el mundo para dominar tal vez no
era algo bueno. A Saloman no le importaba. Justo ahora, la distracción era
especialmente bienvenida. No podía localizar a Luk ni a Dante, ni siquiera a sus
seguidores turcos restantes.

Tal vez sería un buen momento para hacer que su presencia se notara en el Angel y
midiera cuántos vampiros estaban huyendo donde Luk. Recientes rastreos
telepáticos habían encontrado un preocupante número de mentes vampiras cerca a
él. Esto podía ser porque los vampiros estaban simplemente nerviosos, porque no
habían tomado una decisión todavía, o porque ya habían cambiado su lealtad.

No estaba más allá de Saloman descubrir cuál era por leer sus mentes a la fuerza,
pero aparte de su desagrado personal, eso no los traería de vuelta a él. Necesitaba
impresionar. Necesitaba ser visto por su gente, particularmente por esos que se
escondían. Pero Dmitriu todavía estaba afuera cazando, y Saloman no dejaría a
Elizabeth aquí sin protección. No cuando Luk podía romper casi cualquier
encantamiento que había puesto alguna vez.

Mayormente porque Luk le había enseñado y entendido el funcionamiento de su


mente demasiado bien.

Aún la demencia no había prevenido a Luk de ver dentro del alma de Saloman.
Había sabido exactamente cómo causarle el más infinito dolor, completamente
apreciado el efecto de la doble traición de Saloman cuando había seducido a
Tsigana. Y el final, el devastante golpe de su intento de asesinato.

Cuando Luk había saltado sobre él, precipitándose a través del oscuro, húmedo
cielo con intenciones de asesinato, el Guardián había estado muy consciente de que
la identidad de su asesino pesaría mucho más para Saloman que la muerte misma.
Luk había sabido que marchitaría el corazón de Saloman, probablemente había
esperado destrozar su espíritu completamente. Con lo que Luk claramente no
había contado era la oscura rabia que había ahogado la desesperación de Saloman,
infundiendo sus manos letales con una voluntad propia. Ya que las nubes de
demencia habían limitado los poderes de Luk como luchador, Saloman podría
haberlo desarmado y perdonado.
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Pero la furia había pateado las armas de las manos de Luk, y la rabia había
hundido la estaca que lo mató.

Y entonces Saloman había sido dejado de pie sobre el quieto cuerpo de su primo
muerto, por quien él hubiera muerto para salvar, la lluvia cayendo por su rostro
como lágrimas humanas, como si el agua pudiera limpiar la sangre. Él era el
último de su especie, solo por la eternidad.

Saloman guardó el recuerdo insoportable y volvió a Dmitriu. Lo había dejado


quedarse a regañadientes, por la protección agregada que le permitía a Elizabeth, y
aún ahora él estaba allí, Saloman tenía que aplastar el eterno deseo del padre de
saber dónde estaba su hijo, y detenerse de buscarlo a través de la ciudad.

Burlándose de sí mismo, Saloman se deslizó bajando las escaleras, apenas tocando


alguno de los escalones con sus pies descalzos, y entró a la sala de estar. Abriendo
una cortina pesada de terciopelo rojo, miró hacia la silenciosa calle, medio
esperando vislumbrar a Dmitriu. Quería alimentarse de camino al Angel. Ya estaba
ebrio de Elizabeth —esta dieta era cada vez más todo lo que él quería— pero si
tomaba todo lo que necesitaba de ella, rápidamente minaría su fuerza. Justo ahora,
ella la necesitaba completa, física y mental.

Dejando la cortina abierta, Saloman se giró a la habitación. A pesar de que nunca la


influenciaría para que diera el paso, esperaba que se convirtiera en una cazadora.
Mientras que ellos obviamente habían planeado en volverla en su contra de esta
manera, él esperaba lo opuesto: que a través de ella, pudieran aprender su
verdadero valor, consiguieran tener un vistazo del más discreto lado de su
naturaleza y lo bueno que había en encontrarse entre vampiros.

A diferencia del resto del mundo, la organización de cazadores se había estancado.


Sólo tenías que mirar a Konrad para ver eso. Por supuesto, durante los trecientos
años de sueño de Saloman, los vampiros no se habían hecho ningún favor allí—
asesinatos indiscriminados, caos, y ocasionales matanzas en masa solían tender, en
jerga moderna, a cabrear a los cazadores.

Pero Saloman había hecho un comienzo para revertir la tendencia. Dudaba que
Konrad se convirtiera alguna vez —y francamente, él no era ninguna pérdida—
pero los otros dos eran más atentos y receptivos. Tomaría tiempo, naturalmente,
208

pero al menos no estaban cerrando sus oídos o sus corazones. Y desde ellos, la
nueva tolerancia y cooperación podría esparcirse.
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Saloman se sentó en la computadora, leyó las noticias en varios sitios, revisó sus e-
mails y envió un par de respuestas a las oficinas de dos líderes mundiales. Luego
se tumbó de vuelta en la silla de madera y pensó en volver a la cama de Elizabeth.

Excepto que ella necesitaba dormir, y él necesitaba sangre. Sólo quedaba una hora
hasta el amanecer, y si Dmitriu no volvía a casa pronto, Saloman se tendría que
conformar con morder al cartero.

Peor, estos días Elizabeth parecía sentir su hambre. Y cuando le ofrecía su suave,
delicada garganta a él, era demasiado seductora para resistir. Sangre y sexo y
Elizabeth…

Duro una vez más, pasó su mano sobre su entrepierna como si eso pudiera
calmarla, y se puso de pie. Algo picó en su nuca. Se giró lo suficientemente rápido
para ser invisible al ojo humano, justo cuando Luk atravesaba el vidrio de la
ventana del medio.

Aterrizó unos pocos metros más allá de Saloman, con un halo de una brillante
nube de fragmentos de vidrio cayendo. Más por instinto que pensamiento,
Saloman lanzó otra barrera sobre la ventana para prevenir otra invasión. No es que
Luk no pudiera quitar esa también si quisiera. Pero Saloman no podía sentir más
vampiros. Por cualquier razón, Luk había venido solo.

Meticulosamente, Luk sacudió vidrio de las mangas de su chaqueta oscura de


terciopelo.

—Una innecesaria entrada espectacular —dijo Saloman en modo de saludo—.


Podrías simplemente haber tocado.

—Estaba apresurado por verte, primo.

—Estoy halagado —dijo Saloman, paseando hacia el gabinete donde había una
licorera y dos copas. Comenzó a servir sin quitar su mirada de Luk—. Debes haber
trabajado tan duro para encontrarme.

Luk pareció considerarlo.

—No. Trabajé tan duro para encontrar a tu Despertadora. Imagina mi entusiasmo


209

cuando la localicé aquí y descubrí no sólo su presencia sino tus encantamientos


distintivos por toda la calle. Has mejorado Saloman. Podría nunca haberlos notado,
de no haber estado tan enfocado en tu Despertadora.
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—Gracias —dijo cortésmente Saloman. Recogió dos copas y le ofreció una a Luk—.
¿Qué quieres con Elizabeth?

Luk caminó hacia él sin prisa. Cada uno de los sentidos de Saloman se estiraron
para atrapar la más pequeña grieta en la armadura de su primo, la más pequeña
amenaza potencial en cada movimiento que hacía. Era un riesgo, estar tan cerca,
ambos estaban conscientes de eso. Pero en este escenario era importante mostrar
ninguna incomodidad, reconocer ningún peligro. Recordar el pasado, lo mejor y lo
peor de este, con nada más que desapego.

La mirada de Luk estaba deliberadamente neutra mientras se juntaba con la de


Saloman. Neutra, sin embargo dura como ágata.

Bajo la mirada de Saloman, la esquina del ojo derecho de Luk se giró, casi como si
estuviera intentando contener la locura, sostener algo que estaba fuera de control
dentro de él.

Luk levantó su mano derecha y cerró sus dedos alrededor de la copa. Saloman la
soltó, y Luk sonrió brillantemente.

—¿Qué quiero con Elizabeth? Quiero matarla.

Saloman levantó una ceja.

—¿Estas consciente de que ella es mi Despertadora, no tuya?

—Si tú la matas, puedes tener la suficiente fuerza para amenazarme —dijo Luk
pensativamente.

—No tengo necesidad de asesinarla —regresó Saloman.

Luk se burló.

—La arrogancia siempre fue tu perdición, Saloman.

Saloman levantó su copa en un brindis socarrón.

—Y aún así aquí estoy.

—Y aquí estoy yo.


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—En efecto. Demasiado tarde para la cordura, demasiado temprano para la
fortaleza. Sabes que tengo que matarte de nuevo, Luk.

Luk rió, un salvaje, casi forzado sonido.

—Sé que no lo harás. La culpa no te dejará. El pasado te ha debilitado, como me ha


fortalecido a mí. Podrías haberme asesinado fácilmente en Turquía, antes de
Estambul, y no lo hiciste. Aquí estoy de nuevo, solo, desarmado, vulnerable al
ataque que nunca harás, bebiendo tu vino, asesinando a tu puta.

Saloman se movió antes de quererlo, lanzando su copa tan cerca de la cabeza de


Luk que hizo un sonido de zumbido en su camino a la pared, donde se destrozó.

—No vas a tocar a Eliz…

—¿Discúlpame, Saloman? —arremetió Luk, sosteniendo a Saloman por el cabello.


Saloman rompió el agarre con la fuerza de su puño y su mente, pero era
demasiado tarde. Un toque era suficiente. El dolor se apoderó de su cabeza como
una garra dentada, presionando con una intensidad incontrolable, paralizándolo.
Apenas podía ver a Luk estrellándose contra la pared junto al vino rojo sangre
escurriendo allí de la copa rota. Saloman no podía alcanzar a Elizabeth para
advertirle; no podía moverse para ir detrás de Luk.

Debería haberlo asesinado rápidamente cuando tuve la oportunidad, pensó con


desesperación ciega. Si hiere a Elizabeth…

La risa de su primo hizo eco dentro de su cabeza. Luego su mente se llenó con la
voz tan dolorosamente familiar de Luk, tan terriblemente desconocida, agregado al
espantoso dolor y al enceguecedor miedo y repugnancia que ahora lo
despedazaba.

Tocaré a Elizabeth. La asesinaré, y tú mirarás. Elizabeth… ven con Saloman. Ven y ve el


patético poder de tu amante ahora.

Elizabeth despertó por el dolor, terrible y desgarrador que no podía siquiera


ubicar.
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Desorientada, se levantó de las almohadas, gritando:


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—¡Saloman! —Porque el dolor era suyo. O al menos algo de este lo era, uno físico
con el que ella no podía hacer nada y una agonía emocional que parecía
despedazarla.

Pero más que eso, algo la empujaba, llevándola hacia otra aterradora fuente
intensa de problemas: confuso, espantoso, negro de rabia, celos, y extraño, poco
sólido y duradero. La paralizaba, aterraba, y aún así la llamaba. Hasta decía su
nombre.

Elizabeth… ven con Saloman. Ven y ve el patético poder de tu amante ahora.

Se lanzó afuera de la cama, agarrando la bata de seda de marfil que había sido
regalo de Saloman, y envolviéndose en ella mientras avanzaba a trompicones hacia
la puerta.

Apresúrate, Elizabeth, dijo la voz, empujando más fuerte. Por miedo instintivo ella
retrocedió, dándose cuenta del dolor que era de Saloman, quien sea el que lo
estaba causando estaba llevándola en su dirección. Los últimos velos del sueño se
alejaron, removiendo el sopor de sueño que la había rodeado, y con ello el dolor
pareció desvanecerse. Tensándose, se alejó varios pasos, luchando la creciente
fuerza.

La estaca que siempre llevaba yacía en la mesita de noche

—¿Qué es esto? —Había dicho Saloman, aparentemente entretenido—. ¿En caso de


que me ponga muy brusco?

—En caso de que te detengas. —Había dicho ella con voz ronca.

Sus piernas comenzaron a sacudirse con el esfuerzo de moverse contra el impulso


opuesto. Con un tirón, retrocedió un paso más, se estiró y agarró la estaca, y luego,
con una sensación de alivio que era casi más aterradora que todo el resto, se rindió
a la siempre creciente coacción, casi corriendo a la puerta de la habitación.

Buena chica. Ahora apúrate.

Escondió la estaca dentro de su bata, ajustando el nudo del cinturón fuerte para
mantenerla en su lugar, y corrió por el pasillo, apurándose por las escaleras al
212

salón. No era sólo la fuerza irresistible lo que la llevaba; necesitaba estar con
Saloman, borrar su dolor si podía. El miedo no podía detener ningún impulso.
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Los vio desde la entrada. Saloman estaba de pie con su espalda hacia ella, tieso
pero erguido. Luk, por supuesto que era Luk, yacía estirado contra la pared entre
las ventanas, incongruentemente sonriendo. Su mirada estaba fijada en Saloman
con malintencionada satisfacción. Algo rojo manchaba la pared a su lado. ¿Sangre?
Esperaba que fuera la sangre de Luk.

—Elizabeth Silk, la Despertadora —dijo Luk en voz alta, su voz fuerte y burlona—.
La puta más reciente de Saloman. —Rió—. Veo que no te gusta ese término
tampoco. Había esperado que no cometieras el mismo error que Tsigana…
imaginando que eras algo más para él. No te quedes sólo allí de pie, chica. Entra;
únete a la fiesta.

Los pies de Elizabeth se movieron hacia adelante sin su permiso. Su corazón se


agitó; se sostuvo desesperadamente a su tren de pensamientos y observaciones
coherentes, intentó cerrar las locas especulaciones que la reducirían a la
indefensión.

—Así que —dijo Luk sin moverse—, ¿tienes sexo con él con la esperanza de la vida
eterna?

—Tengo sexo con él porque lo amo —dijo Elizabeth claramente. Más cerca ahora,
podía mirar a Saloman. Sus ojos estaban cerrados como con dolor reciente en lugar
de consuelo por sus palabras. ¿Qué diablos estaba pasando?

—Oh, lo amas —se burló Luk—. Tsigana también lo hacía, por un tiempo. Qué
desperdicio —se lamentó—. Él no te ama a ti, sabes. No puede.

—Lo sé —susurró Elizabeth—. No importa. —Cómete eso, tú bastardo altanero.

La expresión en el rostro de Luk nunca cambió; su mirada nunca parpadeó


mientras continuaba sosteniendo la de Saloman como en una bizarra competencia
de miradas. No pareció estar recogiendo los pensamientos de Elizabeth, a pesar de
que todavía hechizaba sus pies, llevándola lentamente a través de la habitación
hacia él. Porque, se dio cuenta de pronto, la mayor parte de su mente estaba
ocupada con Saloman. ¿Infligiendo el dolor que había sentido cuando acababa de
despertar?

—No me crees, ¿no? Bueno, hurguemos un poco, veamos que podemos encontrar.
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Un gruñido torturado salió de los labios de Saloman.


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—¡Detenlo! —soltó Elizabeth—. ¿Qué le estás haciendo?

—Odia esto —confió Luk—. Otros seres pescando alrededor en su mente. Está
asustado de eso desde la niñez. Su padre, mi reverendo y algo asqueroso tío, era
particularmente bueno en eso. Podía sacar los secretos del corazón de un niño tan
fácilmente como pestañeando, y destruirlo con una buena mirada desdeñosa.
Saloman nunca podía soportar ser descubierto queriendo, pero siempre lo era. Así
que para la edad de dieciocho había desarrollado un casi infranqueable escudo
mental, lo hiciste, no, ¿Saloman?

Luk sonrió y levantó una mano hacia Elizabeth que se acercaba.

—Nadie se mete allí ahora. No lo han hecho desde hace más de dos mil años.
Excepto por mí. Ayúdame, Elizabeth Silk. —Elizabeth se encontró inclinándose por
la cintura y tomando la fría mano ofrecida de Luk.

La sonrisa de Luk se ensanchó, tal vez con lo que estaba leyendo en la mente de
Saloman.

—Oh, veo que te da el extraño placer… un pequeño estímulo telepático para


intensificar el placer sexual. Nada de él, sin embargo, nada de lo que lo hace
Saloman. Mantiene su distancia perfecta para evitar todo eso. Eso es lo que llevó a
Tsigana a buscar otros amantes, tú sabes, esa distancia. La destruyó como te habría
destruido a ti, Elizabeth, al final. Si no hubiera estado aquí para asesinarte primero.

El cuerpo de Elizabeth se enderezó, tomando el peso casi agobiante de Luk


mientras la dejaba apoyarlo en sus pies. El bastardo realmente la estaba usando
para ahorrar sus energías.

—Te gusta que beban tu sangre —observó Luk, aparentemente complacido—. Eso
es bueno. Le dolerá más a Saloman verte morir de placer dado por mí.

Saloman tironeó.

—No te dejaré asesinarla. —No sonaba como él. A penas sonaba del todo. Con un
esfuerzo enorme que casi rompió el corazón de ella, él tomó un sorprendente,
tambaleante paso adelante.
214

Sorprendió a Luk. El repentino apretón convulsivo en su muñeca le dijo eso. A


pesar de que esto podía probar ser una útil distracción, tenía el desafortunado
efecto de forzar a Luk a acelerar las cosas. Lanzando un brazo alrededor de
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Elizabeth, la tiró contra el lado de su cuerpo tan rápido que ella apenas tuvo
tiempo de sacar la estaca de su bata. Al mismo tiempo su cabeza pareció lanzarse
hacia adelante, casi como si estuviera lanzándole algo a su primo.

—Tantos miedos patéticos, Saloman —dijo ferozmente—. Con razón los escondes.
—Mientras su cabeza se inclinaba, la compulsión se drenó de ella. La controlaba
físicamente ahora, o pensaba que lo hacía. Ciertamente, si Luk no la hubiera estado
sosteniendo, sus extremidades temblorosas hubieran colapsado. Apretando sus
dientes, luchó su propia debilidad corporal, negándose a rendirse al miedo.

Contuvo la respiración a través de su lucha interna, se encogió con el primer roce


de sus dientes. Sus incisivos perforaron su piel, y con la violación, la rabia
finalmente vino a su rescate. Podía hablarle a Saloman.

No te preocupes, lo tengo.

Puso la estaca con cuidado contra el pecho de Luk y presionó. Al mismo tiempo,
convocó todo, cada fuerza que había adquirido alguna vez o había asumido, cada
confianza en su siempre creciente poder que le pertenecía. Y cada partícula de
odio.

—Soy una de las muy pocas cosas en esta tierra que pueden asesinarte —dijo ella
claramente—. Y lo haré.

Luk se detuvo en su primer succionado. Elizabeth ignoró el dolor punzante.

—Deja ir a Saloman. Déjame ir.

Colgaba del borde de un cuchillo. Elizabeth casi podía sentirlo preguntarse si


podía drenarla antes de que pudiera llevar la estaca más profundamente en su
corazón. Ella se preguntaba lo mismo. Pero estaba contando con que Luk hubiera
usado mucha energía en mantener atormentada la mente de Saloman, y en forzarla
a cooperar. Él necesitaba que esto terminara rápidamente. Habría otro día para
Luk. Sólo podía volverse más fuerte. Ella contuvo el aliento para empujar. Luk
despegó sus dientes de su piel y levantó su cabeza.

—Vivaz —observó él.


215

Saloman se puso de pie y se enderezó. Ahora era el momento para matar, y ella lo
deseaba con una fuerza que la asustaba. Pero una ola del dolor de alguien más la
golpeó. El de Saloman. Una pequeña distracción, pero lo suficiente para que Luk la
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empujara. Se tambaleó hacia atrás, todavía sosteniendo la estaca, y se encontró en
los poderosos brazos de Saloman.

Los labios de Luk se curvaron como adoptando un aire despectivo, y luego sin
advertencia su boca se relajó, y la intensidad de su mirada se intensificó. Aterrada
de que fuera a ataca de nuevo, Elizabeth estiró una mano desesperada al rostro de
Saloman, su estaca lista en la otra.

Saloman sólo tomó su mano en la suya, mirando a Luk.

—Ella —murmuró Luk—. La pieza perdida. Ella y él…

Sin comprender, Elizabeth frunció el ceño, levantando su mirada de vuelta a


Saloman para una aclaración. Él no dijo nada. Pero su brazo bajó. Con la velocidad
de un rayo, saltó hacia Luk. Un borrón de movimiento se enredó frente a ella, y un
instante después Saloman estaba de pie solo junto a la ventana. El único sonido era
su propia ruidosa respiración y una explosión de loca risa desvaneciéndose en la
calle debajo.

Saloman levantó su mano hacia la ventana rota y comenzó a recitar. Elizabeth


utilizó el momento para intentar analizar lo que había visto.

Saloman dejó que su mano cayera a su lado.

—Eso debería contenerlo por un minuto o dos si él o sus seguidores vuelven.

Elizabeth dijo lentamente:

—¿Qué demonios acaba de pasar?

Saloman caminó hacia ella.

—Parece que acabamos atraer al perro invasor, y acabo de remarcar mi territorio.


¿Estás bien?

—¿Lo estoy? —Levantó la mirada hacia él mientras venía a pararse en frente de


ella. Él tomó sus brazos y se inclinó a su herido cuello, lamiéndolo una vez antes
de levantar su cabeza y soltarla—. Saloman, ¿qué te hizo?
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Su mirada cayó, luego volvió a su rostro.


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—Es un truco mental, una sofisticada variación del que mi padre usaba para leer
los pensamientos de los niños sin permiso. Fue prohibido por mi gente… nunca
pensé que Luk caería tan bajo. Nunca lo hizo antes, aún loco.

—Sentí dolor —susurró Elizabeth.

—Oh, sí. Encontró el punto de presión infalible y se sostuvo allí. Es doloroso, pero
más que eso, inmoviliza a la víctima, tanto metal como físicamente, mientras que el
perpetrador puede bucar alrededor y hacer más o menos lo que quiera. En la
mente y afuera de ella.

—¿Él te hizo daño?

—No —dijo Saloman, pansando junto a ella hacia el gabinete y la licorera de


vinos—. A pesar de que perdí mi temperamento y rompí una perfectamente
resistente copa.

La garganta de Elizabeth se cerró.

—Lo estás haciendo de nuevo, ¿no? —dijo con voz ronca.

Él se detuvo.

—¿Qué?

—Lo que él dijo. Empujandome lejos. Por lo que le escuché decir, soy insufrible. Es
eso, ¿Saloman? ¿Es eso por mí?

Puso su mano sobre su boca y mordió como si eso detuviera las palabras de salir,
como si pudiera contener las que ya había pronunciado tan imprudentemente. Él
no necesitaba esto ahora. El trauma había sacado las palabras fuera de ella; su
propio trauma lo hizo incapaz de lidiar con ellas. Sólo estaba apurando la
inevitable despedida.

Alejó su mirada, sabiendo que él se giraría lejos de ella y continuaría sirviendo el


vino para ambos. Pero él no se movió, y cuando levantó su mirada a su rostro, no
era para nada distante, sino sacudida con una emoción turbulenta tan intensa que
era doloroso ver.
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Como forzándose, comenzó a moverse, no lejos de ella del todo, sino que hacia
ella, hasta que se paró lo suficientemente cerca como para inclinarse y tocar su
frente con la suya.

—Elizabeth —susurró—. Elizabeth, soy crudo… No patees, no todavía.

Ella se estiró a ciegas para tocar su rostro, sus labios, con dedos temblorosos.

—No lo haré. No importa. Te amo.

—Que no te hiera lo que él dijo. No era nada que no supieras ya; nada que él no
supiera aún sin invadir mi mente. Soy tan viejo, Elizabeth, y tú eres tan nueva.
Brillas tan intensamente, tan brevemente, mientras que yo continúo. Es difícil dar y
dar y perder…

—Lo sé —susurró ella, incapaz de detener una lágrima de escapar por un ojo—. Lo
sé.

Su pulgar se deslizó sobre la lágrima.

—Todo lo que tengo, te lo doy. Todo lo que quieras.

—Todo lo que puedes dar es todo lo que quiero.

Él la besó una vez, lenta y cuidadosamente.

—Y él mintió. Sí te amo.

Sonrió un poco temblorosamente.

—“Por este momento, esta noche” —citó—. Lo sé. —Y quiero tanto que sea más. Es
doloroso cuanto quiero que me ames tanto como yo te amo… El pensamiento se escapó
sin permiso, e inevitablemente él lo escuchó.

No hay dos personas que amen igual. No puedes limitar los sentimientos con tiempo o
cantidad. Eres preciosa, Elizabeth, y no te perderé.

Esta vez, su boca bajó a la de ella duramente, demandante, casi desesperada.

La emoción la inundó, la suya y la de él, vital, absorbente, abrazadora. Sangre y


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sexo y Elizabeth. De los tres, en este momento en más que cualquier otro, era
Elizabeth lo que él necesitaba, y ella sólo podía darse con gusto.
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Cuando la tormenta de amor urgente había pasado. Elizabeth entró a un estado de
dormitar. No quería hacerlo. Había tanto que discutir, cosas que tenían que ver con
Luk más que con ella y Saloman, que estaba determinada a quedarse despierta.
Especialmente cuando, a pesar de su hambre y su ofrecimiento, él no la mordió. Él
acarició su garganta, mirándola con fiero anhelo mientras ella se venía, pero él no
bebió, simplemente se distrajo con su propio clímax. Y luego, movida por su
abstinencia y seguridad en sus fuertes brazos, ella se había quedado dormida.

Despertó de un salto cuando la puerta delantera se azotó, y levantó la mirada al


rostro prevenido de Saloman. Todavía yacía con ella en el suelo, en la suave
alfombra junto a la vacía chimenea. Ambos estaban desnudos.

—¿Qué…? —comenzó ella con miedo repentino.

—Dmitriu. —Su voz estaba demasiado cuidadosamente calma—. Y alguien que me


he estado olvidando cuidar. —Abruptamente se estiró sobre su cuerpo por su bata
y la envolvió en ella.

—¿Vendrán acá adentro? —preguntó Elizabeth alarmada.

—Oh, sí —dijo Saloman serenamente, y se levantó para ponerse sus pantalones.


Para el momento en que la puerta del salón se abrió, Elizabeth estaba arrodillada
junto a la chimenea, modestamente cubierta en su bata de seda, y Saloman se
estaba poniendo su camiseta junto al sofá.

Dmitriu entró primero, estaca en mano, ojos revoloteando.

—Se ha ido —dijo Saloman.

Dmitriu se relajó, abriendo completamente la puerta.

—Podíamos olerlo. ¿Todo bien?

—Ciertamente. Me has traído un visitante.

Dmitriu se alejó un paso a un lado y un alto, moreno vampiro con montón de


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cabello revuelto entró.


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Elizabeth lo había visto antes, a pesar de que sólo brevemente. Le tomó un
momento ubicarlo.

—Maximilian —dijo Saloman.

Maximilian, el primer vampiro que había creado, quien lo había traicionado y


asesinado por el bien de un poder que había fallado en mantener. Maximilian,
quien se había aislado por siglos, escondido en la bruma de alguna isla escocesa,
emergiendo sólo una vez, tan lejos como Elizabeth sabía, para pararse al lado de
Saloman contra la alianza de Zoltán, los cazadores, y la misma Elizabeth.

—Le dije que estaba forzando su suerte —dijo Dmitriu, paseando a través de la
habitación—. Sólo porque no lo asesinaste en Escocia no significa que nunca lo
harás. “Max” dije“, eres un bastardo traicionero. Mereces morir.”

En el intenso silencio, Max encontró la mirada de su creador.

—La última parte es verdad —murmuró al fin—. Sí dijo eso. —Tenía una
suficientemente agradable voz, profunda y fuerte, pero con una levemente ronca
entonación y cuidadosa pronunciación, como si estuviera inseguro de hablar.

—Bueno, si te trajo desde el aeropuerto, estoy sorprendido de que no murieras —


dijo Saloman—. ¿A qué debo el honor?

—Luk —dijo brevemente Maximilian.

La mirada de Saloman revoloteó entre él y Dmitriu. Se giró de ellos como irritado,


pero con alivio, Elizabeth atrapó la sonrisa curvando sus labios.

—Ya veo —dijo, hundiéndose en un sofá—. Se consideran mis guardaespaldas, a


pesar del hecho de que nunca he tenido uno y nunca he necesitado uno. Tengo otra
proposición para ustedes. Considérense los guardaespaldas de ella.

Asintió hacia Elizabeth, quien se sentó más derecha con alarma.

—Perdonen mi negligencia —dijo Saloman cortésmente—. Me doy cuenta de que


no han sido formalmente presentados. En caso de que no hayas adivinado todavía,
este es Maximilian. Max, mi amiga y compañía, Elizabeth Silk.
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Maximilian inclinó su cabeza, otorgándole una leve mirada penetrante.


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—He escuchado de ti.

—He escuchado de ti también.

Un titileo de algo que pudo haber sido compungida sonrisa brilló en los ojos grises
de Maximilian y se desvaneció.

—¿Qué ocurrió con Luk? —demandó Dmitriu—. ¿Cómo entró? ¿Dónde fue?

—Intentó y falló en matar a Elizabeth. Entró desenmarañando mis supuestamente


no desenmarañables encantamientos, y no sé adónde fue. Se enmascaró cuando
llegó a la calle. Por una vez, no quise seguirlo.

Dmitriu se lanzó junto a Saloman.

—Entonces nada se consiguió para él o para nosotros. Estamos exactamente donde


estábamos antes —dijo con frustración.

—No exactamente —dijo Saloman. Elizabeth lo miró. También lo hicieron los


vampiros. Él cruzó sus piernas—. Hubo un instante, cuando hablé con él, que
olvidó proteger todo.

Los labios de Elizabeth se separaron.

—¿Leíste su mente? ¿Entonces? —¿Tan lleno de terrible dolor que no podía


moverse, sólo podía hablar de algún tipo de acto masivo de voluntad que había
tomado hasta a Luk por sorpresa?

—No —dijo Saloman con pesar—. No la de Luk. La de Dante.


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Capítulo 14
Traducido por Kira.Godoy

Corregido por Haushiinka

L
uego de cargar a Elizabeth a su cama y cubrirla, Saloman se detuvo un
momento para admirar su cara durmiente. Ella siempre le había movido;
ahora la idea de estar sin ella era impensable. Ella comenzó a significar
mucho rápidamente; y el no debía, realmente no debía, cometer el error de asumir
que la velocidad de la emoción impidiese su importancia. Si el perdía a Elizabeth
ahora, a través de su distanciamiento–Y Luk había tenido razón acerca de eso;
habían profundidades que él no revelaba simplemente a nadie- ¿Cuan trágico seria
eso?

Temía tocarla en caso de que ella despertara del sueño que necesitaba tanto, en su
lugar él cambio el foco de su mente a su interior. Él ya no era un adolescente
rebelde; los rencorosamente dolorosos consejos de su padre habían sido probados
erróneos muchos siglos antes. Había poca necesidad por su aislamiento obsesivo.
Elizabeth sabía lo que él era, más o menos, y aun lo amaba mas allá de la obsesión
sexual que él una vez se había propuesto explotar por el placer de ambos. Y si ella
se sentía excluida, ¿eso no era tan malo como ser excluido?

Ella suspiró en sus sueños y se agitó, alterando la posición de su cabeza en la


almohada. Saloman dejó que sus emociones se elevaran. Se negaba a perder a esta
mujer por el veneno de Luk o por su inútil secretismo. Al mantenerla, se
arriesgaba, por supuesto. La locura, el azote de los Antiguos no muertos, podría
ser accionado por el profundo dolor, y a medida que Elizabeth envejecía,
enfermaba y moría eso era a lo que tendría que enfrentarse. Pero ¿no era su
filosofía, y la de su pueblo, disfrutar cada momento al extremo? Era un crimen no
apoderarse de las experiencias con esta increíble mujer por completo y atesorarlas.

Quizás su crimen real era que había tomado a Luk para mostrarle lo que estaba
haciendo. O no haciendo.

Saloman dio la vuelta. Había todo para dar, todo para compartir. Y mientras
pasaba el tiempo, quizás, solo quizás, ella decidiría que la eternidad con él no era
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tan mala.
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Esa era una meta a largo plazo. Primero, tenía que lidiar con Luk. Y con
Maximilian, que parecía haber venido a ayudar.

La sala de estar estaba vacía. Dmitriu se había retirado a sus propios cuarteles
temporales, pero Saloman podía sentir a Maximilian cerca. Abriendo la puerta
hacia el pasillo, él vio la parte superior de la desordenada cabeza de Maximilian,
inmóvil a medio camino por las escaleras.

Sus conversaciones habían sido breves y pocas desde el despertar de Saloman. Y la


única significativa había sido lo suficientemente larga para asegurar que
Maximilian no se unía a los enemigos de Saloman. En una fría, y brumosa isla de la
costa de Escocia, Saloman había encontrado la concha de su una vez vital y
brillante creación, escondida del mundo y de sí mismo. Aun así Max había venido
a St. Andrews y peleado a su lado en la ahora legendaria batalla- antes de
desaparecer en la niebla una vez más.

Saloman bajó la escalera hasta llegar al escalón de Maximilian, y se sentó junto a él.
Esperó, pero Maximilian nunca había sido exactamente hablador, y su aislamiento
nunca parecía solo haberlo emitido en el camino del silencio.

Saloman dijo:

—¿Por qué viniste, Max?

Maximilian se encogió de hombros.

—Dmitriu dijo que yo debía.

—Y tú siempre has sido tan obedientemente influenciado por lo que Dmitriu dice
que tú deberías hacer.

Los labios de Maximilian se estiraron. Podría haber sido una sonrisa.

—Depende de lo que diga.

—Estoy tratando de averiguar —explicó Saloman—, si debería sentirme halagado


o aterrorizado de que te hayas presentado para apoyarme contra Luk.

—Ninguno. Yo solo… lo elegí. —Maximilian volteó su cabeza, sus ojos grises tan
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directos y turbulentos como habían sido en los viejos tiempos, y sin embargo
cubiertos con algo que se parecía mucho a la desesperación. Esta, entonces, iba a
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ser la conversación que ellos debieron haber tenido un año atrás en la isla—.
Algunas deudas son demasiado grandes para pagar. Lo que hice nunca podrá ser
recompensado, y no voy a intentarlo. Pero tú le diste paz a Luk, y yo voy a
ayudarte a devolvérsela.

—¿Porque fallaste al dármela a mi?

Los ojos de Maximilian se cerraron. La ultima vez que Saloman había traído el
tema a colación, incluso indirectamente, él había hecho lo mismo. —No —él había
dicho, en una angustia evidente que le había dado a Saloman esperanza de que
Maximilian, su Maximilian, estaba aun presente en el vampiro que había dejado
que la ambición gobernara su corazón y su mente.

Esta vez, Saloman no dijo nada para cambiar de tema. Él no dijo nada en absoluto.

Maximilian dijo débilmente:

—Yo quería. Cuando los otros se habían ido. No estaba seguro de saber cómo, pero
pensé que si arrastraba a Dmitriu conmigo, entre nosotros podríamos recordar o
averiguar cómo darte paz. Pero la batalla humana de allá afuera nos dirigió hacia
el espacio abierto. Los vampiros se sublevaron, y mientras yo estaba afuera,
Tsigana y János movieron tu cuerpo.

Eso Saloman siempre lo había sabido.

Maximilian tragó saliva.

—No hay excusas, Saloman. Yo traté. Mate a János por no decirme. Tsigana trató
de trucar la información por la vida eterna, fue cuando comencé a entender lo que
había hecho. No pude hacer nada de eso correctamente.

—Dmitriu averiguó dónde encontrarme. Pero él no sabía que yo no estaba en paz.

—Dmitriu y yo no hablamos. No importa. Cuando el tiempo pasó, yo no quería ser


recordado por lo que había hecho. Era lo suficiente difícil solo aferrarme a las
riendas del poder. Tú sabes todo esto. No puedo explicar o exonerarme a mí
mismo por nada de esto. “Fue todo un error. Lo siento” no parece cubrirlo.

Dejó de hablar. Tragó nuevamente, convulsivamente. Su mirada, que se había


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alejado de las obras de arte de la pared, hasta la puesta de sol filtrándose entre las
grietas en las cortinas, finalmente se reubicó en el rostro de Saloman.
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—Pero lo estoy —susurró—. Arrepentido.

En la desprendida, alejada parte de su mente, Saloman se preguntaba por qué


necesitaba tanto oír eso. Quizás debido a que la traición de un hijo nacido no le
habría dolido más que la de Maximilian. Él quería que Max estuviese arrepentido.
Y más que nada, él no quería que lo hiciera de nuevo.

—A medio camino por allá —murmuró.

—¿Qué?

—Nada. Hay un cuarto aquí para tí. Siempre.

Maximilian se volteó, como si no pudiese soportar la amabilidad.

—Nunca entendí por qué no me mataste.

—Algunos castigos son peores que la muerte.

Maximilian cerró sus ojos nuevamente, y Saloman río. Puso su mano en el tenso
hombro de Maximilian y se puso de pie, dejando su agarre quieto allí mientras
añadía:

—Me refería al tuyo, no al mío. He tenido trescientos años para pensar y planear, y
esta vez, pretendo hacerlo todo correctamente.

Elizabeth encontró a István, Konrad y Mihaela todos juntos en la biblioteca de los


cazadores. Ella había querido encontrarlos a primera hora de la mañana, en algún
lugar neutral, como en el piso de Mihaela o el café, pero desafortunadamente,
luego de las muchas agitaciones de la noche ella se había dormido.

De hecho, ella había caído dormida la sala de estar mientras Saloman, Dmitriu y
Maximilian hablaban en voz baja a su alrededor. Ella despertó en la cama de
Saloman, a última hora de la mañana, descansada pero conmocionada al mismo
tiempo. De Saloman no había rastro. Solo el silencioso Maximilian había sido
dejado en la casa, y ella lo descubrió al casi tropezar con él en la oscura escalera en
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su camino fuera de la casa.


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Luego de saludar cortésmente al asistente de biblioteca que estaba de turno,
Elizabeth se encontró con los tres cazadores acurrucados alrededor de una mesa
cerca de la parte trasera de la sala cavernosa. Al menos estaban silenciosos aquí
dentro, no era muy probable que molestaran a otros buscadores.

—¿Ocupados? —preguntó a la ligera.

Con más alivio que respeto, Mihaela dejó caer el tomo de aspecto antiguo que
había estado leyendo.

—Si, algo así. Tratando de encontrar algunas pistas del paradero de Luk, al
descubrir sus antiguos escondites. No es fácil después de cientos de años. Además,
trato de encontrar una pista con los vampiros turcos de Estambul, ver si alguno de
ellos conoce Budapest.

—Podría ser una total pérdida de tiempo —se quejó Konrad—. Nosotros ni
siquiera sabemos si ellos aun están en Budapest. ¿No tendría más sentido para Luk
irse a otro lado, algún lugar más seguro, para reclutar a sus fuerzas y prepararse
para la batalla con Saloman?

—Podría tener más sentido —Elizabeth admitió—, pero no lo ha hecho.

Tres pares de ojos la miraban expectantes.

—Ha habido un acontecimiento —dijo, en voz baja—. Luk irrumpió en la casa de


Saloman anoche.

—Mierda —dijo Mihaela—. ¿Estabas allí?

—Oh, sí. Aparentemente, él estaba buscándome.

—¿Hubo una pelea?

—Algo así. Entre nosotros, Saloman y yo lo despedimos. No es lo suficientemente


fuerte aun para ganar una batalla uno a uno con Saloman, lo que es bueno para
nosotros, supongo, pero él está ganando poder muy rápidamente.

—Es un Antiguo —dijo Konrad tristemente.


226

István frunció el ceño.


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—¿Estaba probando el agua? Si sabía que no era lo suficientemente fuerte para
enfrentar a Saloman, ¿por qué correr el riesgo de una confrontación? ¿Solo para
llegar a ti?

—¿Y por qué? —añadió Mihaela—. ¿Por qué ir tras de ti?

Elizabeth se hundió en la silla que István amablemente acercó a ella con su pie.

—Porque, como una Despertadora, soy capaz de matarlo simplemente con mis
manos. Porque podría molestar a Saloman. Porque podría incrementar su estatus
en la comunidad vampírica. Y añadiría un número significativo a su fuerza,
supongo.

—Bastante justo —dijo Konrad—. ¿Pero qué infiernos le dio la idea de que podría
hacerlo bajo la nariz de Saloman?

Elizabeth dudó. Ella no quería revelar la renuencia de Saloman de matar a Luk en


Turquía, o la vulnerabilidad implicada. Parecía demasiado personal. Y, sin
embargo, en la pelea que vendría, los cazadores necesitarían saberlo todo.

Por último, ella dijo:

—Creo que él sabía que tomaría a Saloman por sorpresa. Luk puede hacer un truco
con su mente que paraliza temporalmente a su víctima, incluso Saloman. Mientras
lo hace, definitivamente no tiene la fuerza para matar a otro Anciano, pero se
imaginó que tenía suficiente fuerza para matarme a mí y desaparecer antes de que
Saloman lo atrapase.

La cara de Mihaela se había vuelto blanca.

—¿Paralizo a Saloman? ¿Cómo en nombre de dios lograste salir de esa?

Elizabeth le dio una rápida, auto-desaprobatoria sonrisa.

—Creo que él me subestimó. Pero él sabía que yo podría matarle, teóricamente, y


cuando lo amenacé, no estaba preparado para correr el riesgo de que no lo hiciera.

El ceño de Konrad se hizo más profundo.


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—La pregunta es, ¿Luk ganó algo con este incidente? ¿Bebió de tu sangre?
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—Una pequeña gota. Dudo que pueda hacer una real diferencia para él. Pienso que
principalmente él se ganó el prestigio de irrumpir en la fortaleza de Saloman y
sobrevivir. Todos los vampiros van a saberlo ahora.

—¿Va a ser capaz de irrumpir de nuevo? —preguntó István.

—En teoría, si. En la práctica, sería estúpido si lo hiciera, porque Saloman podría
matarlo.

—No si Luk saca su truco mental paralizante de nuevo —argumentó István—. Y si


él trae ayuda la próxima vez, los demás podrían matar a Saloman mientras es
vulnerable.

A pesar de que la idea no era nueva para Elizabeth, todavía hacia que su sangre se
helara.

—Eso es para lo que Dmitriu y Maximilian están. Él ha añadido protección ahora.


Además, dijo que el truco no funcionaria la próxima vez, que él puede evitarlo.

—¿Entonces por qué no lo hizo? —preguntó Konrad.

—Creo que fue porque no se lo esperaba —dijo Elizabeth, moviéndose incómoda—


. Fue reconocido como ilegal entre los Antiguos, y no era algo que Luk haría. Ni
siquiera cuando se volvió loco. Saloman cree que su uso de esto ahora muestra su
miedo tanto como su determinación.

—¿Maximilian? —dijo inesperadamente Mihaela, enganchándose en un punto


anterior—. ¿El Maximilian de Saloman? ¿Está en Budapest? ¿Desde cuándo?

—Desde anoche.

Mihaela frunció el ceño.

—¿Él vino a proteger a Saloman? ¿A quien asesinó anteriormente? ¿Estás segura


de que es por eso que vino?

—Saloman y Dmitriu parecen confiar en él. Es difícil de decir. Él no habla mucho.

El bibliotecario, susurrando al pasar por su mesa hacia los estantes de atrás, les
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dirigió una mueca sofocada. Elizabeth bajó su voz.


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—Hay más. Mientras Luk estaba distraído, bajó la guardia sobre Dante, y Saloman
se las ingenió para vislumbrar algo en la mente del senador. Desafortunadamente,
no dónde está —añadió rápidamente, cuando la esperanza surgió en los ojos de los
cazadores—, pero es algo.

Elizabeth asintió a la desaprobadora bibliotecaria mientras ella pasaba de regreso


por ese lado con sus brazos llenos de papeles y libros.

—¿Qué le paso a la señorita que solía dormir en el trabajo? Me gustaba.

—¿Qué? —demandó Konrad impacientemente, trayéndola de regreso al punto—.


¿Qué fue lo que Saloman aprendió de la mente de Dante?

—Que ellos no están esperando vencer a Saloman antes de hacer su oferta para los
líderes vampiros. Están planeando algo pronto, algún gran ataque que va a atraer a
los vampiros a su lado. Están seguros de que esto va a dejar a Saloman desierto y el
camino limpio para Luk. Luego Dante puede volver a América, y con los vampiros
detrás de él, hacer su movimiento por el poder máximo, como siempre quiso.

Los labios de Konrad se fruncieron.

—¿Dónde? ¿Dónde va a ser este ataque?

—No hay tiempo para hurgar por detalles. Saloman está convencido de que será
en algún lugar de Budapest, pero es todo lo que él sabe hasta ahora.

Konrad empujó su pila de libros en el medio de la mesa, tirando dos fuera por el
otro extremo, los que István atrapó en una mano.

—Entonces no nos está dando nada —dijo Konrad descontento—. Él está


ensartándonos en su pretexto de cooperación cuando solo Dios sabe en lo que está
metido. ¿Acaso no ha golpeado a nadie más que pueda estar en asociación con
Luk? ¿Por qué él no, ¡el grandioso, todo-poderoso Saloman!, asesinó al recién
despertado Luk en Turquía? ¡Seguramente eso no estaba más allá de sus
capacidades! Todo lo que consiguió fue prevenirnos de hacerlo.

—No creo que eso sea cierto —dijo Elizabeth poniéndose rígida. ¿No era así?

—Estás cegada por él —dijo Konrad despectivamente—. Mientras más pronto te


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unas a los cazadores y aprendas a entender lo que ser un vampiro realmente


significa, mejor y más segura estarás.
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Mihaela e István cambiaron inquietas miradas.

Elizabeth tiró hacia abajo su furiosa réplica. En el silencio, ella dijo


cuidadosamente:

—Estás equivocado. Pero has tocado un punto importante. Es difícil para Saloman
asesinar a su primo de nuevo. Antes de la locura de Luk, ellos eran muy cercanos,
y Saloman me dijo que él le dejó vivir mucho más de lo que debería debido a ese
afecto. Creo que volvió a él en Turquía. Hubo un momento cuando casi creyó que
podría recuperar al viejo Luk de lo que sea en lo que se ha convertido ahora.

Ella levantó su mirada hacia Konrad, echó una mirada a los demás y regresó a él.

—Eso demuestra compasión, pero no colusión5. En cualquier caso, no importa


ahora. Lo que ocurrió anoche lo liberó de cualquier duda persistente. Luk debe
morir nuevamente, y Saloman va hacerlo. Él quiere, realmente quiere su
cooperación en esto. Pero lo hará de todos modos.

Mihaela comenzó a golpear ligeramente sus dedos inquietamente en el libro


abierto frente a ella.

—¿Estás segura, Elizabeth? —dijo abruptamente—. ¿Estás segura de que es lo que


él quiere? ¿No eres tú la que quiere una manera de vivir con la consciencia
tranquila con su relación?

Elizabeth cerró su boca, mirando fijamente a su amiga.

—Sí —dijo desafiante—. Lo hago. Y él lo hace. Y también deberían ustedes.

Inesperadamente, Mihaela se estiró y alcanzó su mano.

—Únete a nosotros —rogó—. Por favor. Conviértete en cazadora.

Los labios de Elizabeth se curvaron.

—¿Para que tú puedas vivir con la conciencia tranquila con nuestra relación?

—¡Sí! Algunas cosas te unen a nosotros, y nosotros a ti. Cualquiera sean nuestros
desacuerdos o malentendidos, tú eres una de nosotros en espíritu. Hazlo realidad.
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Vamos Elizabeth, tienes que haber pensado acerca de esto.

5 Colusión: pacto que acuerdan dos personas u organizaciones con el fin de perjudicar a un tercero.
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—Lo he hecho. Parte de mi lo quiere, pero aún no estoy segura de si sería lo
correcto. —Ella frotó su frente con rápidos, e impacientes dedos—. Maldición, yo
no solía ser así de indecisa.

—¿Qué pasa con el trabajo en la universidad? ¿Lo aceptaste formalmente?

—Voy a ir allí luego esta tarde —dijo Elizabeth, y eso le ganó al menos unas
cuantas sonrisas de aprobación.

István empujó su silla lejos de la mesa y estiró sus largas piernas.

—Esta conexión telepática con Dante. ¿Puede llevarla más lejos?

—Eso esperamos. Una vez que la guardia de Luk este baja.

—¿No lo sabrá Dante? ¿O Luk?

—No necesariamente. Saloman puede ser muy sutil.

—Malditamente sutil —murmuró Konrad, frotando su cuello en el punto donde


una vez Saloman le había mordido.

Luego de un rápido café, los cazadores se fueron a perseguir sus pistas, y Elizabeth
regresó a la casa de Saloman para cambiarse antes de ir a visitar la universidad.
Mientras corría hacia arriba por las escaleras, ella oyó golpes extraños y sonidos de
choques, lo suficiente fuertes para hacerla detenerse en el rellano, preguntándose si
era otro ataque. Era improbable en la luz del sol, pero aun así…

Los sonidos parecían venir de mas lejos en el pasillo, donde las habitaciones
estaban mayormente vacías o lo habían estado la última vez que Elizabeth miró.
Silenciosamente, ella se deslizó en la sala de estar.

Saloman, ¿estás ahí?

Al final de la habitación del primer piso, le llegó la afónica respuesta. Elizabeth se


relajo, pero la curiosidad apuró sus pasos de regreso a la sala de estar y a lo largo
de la sala hacia las puertas dobles, enfrentándola al final real.
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Mientras alcanzaba la manija, reconoció el choque familiar de acero contra acero y
supo antes de abrir la puerta, qué enfrentamiento estaba tomando lugar.

Esgrima Vampírica.

Elizabeth se deslizó en la habitación, cerró las puertas y se ladeó hacia ellos,


hechizada por la vista de Saloman y sus dos “hijos” desnudos hasta la cintura, los
músculos ondulándose a través de espaldas y pechos, hombros y brazos mientras
ellos saltaban alrededor de la gigantesca habitación, sus espadas borrosas
empujando y evitando más rápido de lo que los ojos de Elizabeth podían
fácilmente ver.

Había sangre. Ella podía ver gotas de esta en el suelo y en los pantalones de color
claro de Dmitriu, pero cuando uyno se cura a velocidad vampírica, de poco sirve
practicar con espadas afiladas. De cualquier modo, ellos no podía matarse uno al
otro de este modo, ellos necesitaban estacas puntiagudas para eso. A menos que la
cabeza fuese cortada y se mantuviese separada del cuerpo.

Esta era su idea de entrenamiento, quizás, o manejo de la espada ligero. Rápido,


violento, elegante y extrañamente atractivo.

Y no era solo por la belleza de los tres en forma, semidesnudos cuerpos masculinos
girando, rotando, estirándose, casi volando a través del aire, lo que la
hipnotizaba. A pesar de sus esfuerzos, ni el menor brillo de sudor se aferraba a sus
pálidas pieles. No había jadeos, ni gritos, ni pausas para reunir aliento, lo que lo
añadía a su sentido de irrealidad, como una pintura desinfectada. Elizabeth no
podía mirar lejos.

Maximilian se detuvo en frente de ella, los músculos a través de sus amplios


hombros ondulaban mientras él se movía de un lado a otro para ver cuál de sus
oponentes atacaría primero. Fue Dmitriu, ladeándose como un látigo e igual de
rápido. Hubo un breve, duelo frenético, y entonces de pronto ambos se arrojaron
violentamente a través del cuarto en dos direcciones diferentes, y Saloman se
mantuvo allí, su espada levantada frente a su rostro.

A pesar de sí misma, el corazón de Elizabeth retumbó. No parecía importarle cuán


a menudo lo veía. La lujuria solo se incrementaba. Ella desafiaba a cualquiera a no
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desear ese magnificente, semidesnudo cuerpo, su espeso, oscuro cabello fluyendo


sobre sus poderosos hombros, medio oscureciendo su atractiva, cara depredadora.
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—Eso —dijo Saloman a los otros dos—, es lo rápido que debería ser. No pueden
permitirse perder tiempo en duelos. Sin mostrarse. Si pueden matar a un oponente
inmediatamente, libérense. Siempre enfrenten a Luk.

—No siempre hay una opción —protestó Dmitriu—. Liberarse, enfrentar a Luk, y
algunos novatos podrían clavar una estaca en mi espalda.

—Un vampiro de tu calibre es más que capaz de lidiar con inconveniencias


periféricas. Ustedes portan mi sangre. Hónrenla y úsenla.

Saloman se volteó, bajando su espada, y le otorgó una sonrisa de bienvenida a


Elizabeth. Tomando su mano, él la besó en una elegante manera que la hizo
sonrojarse.

—¿Cómo están los cazadores?

—Persiguiendo pistas. Sin éxito hasta ahora. —Ella levantó sus ojos desde su pecho
hacia sus astutos ojos negros y se preguntó si ellos podrían hacer el amor
rápidamente antes de que ella cambiase.

Como si leyese su mente, los ojos de Saloman se oscurecieron, y él sonrió.

—Hay un momento para todo. Hoy es tiempo para sobrevivir. Aprende de ellos y
de mi.
—¿Qué? —preguntó, confusa. Su mente aun persistía en las muchas cosas
deliciosas que ella podría hacerle a ese cuerpo maravilloso, y lo que él podría
hacerle al suyo en respuesta. Humedad que no tenía nada que ver con el calor que
se difundió entre sus piernas.

Saloman se dirigió a la pared más lejana y tiró de ella uno de las últimas dos
espadas que colgaban allí. Él se la arrojó y ella la atrapó por la empuñadura por
puro instinto.

—Practica con nosotros —le ordenó Saloman—. Lo necesitas.

Elizabeth no podía negarlo. Desde que todo había comenzado un año atrás, ella
había entrenado regularmente, manteniéndose con el judo, entrenando con los
cazadores cada vez que una oportunidad aparecía. Pero incluso con los cazadores,
233

últimamente, ella no había sentido que sus habilidades o potencial se hubiesen


estirado. Ningún humano, aunque con fuerza aumentada por habilidades
vampíricas, podría moverse con la velocidad de un Antiguo.
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Lentamente, Elizabeth estiró la espada, flexionó su brazo, probando unos cuantos
pases a través del aire.

—De acuerdo —dijo ella—. Pero recuerden que yo sangro. Y muero.

Bajo la dura mirada de Saloman, los vampiros fueron muy cuidadosos con ella al
principio. No fue hasta que ella actualmente hirió el hombro de Dmitriu, y
Saloman rió, que ellos comenzaron a tomarla en serio.

—Vamos —se burló Saloman—, ¡ella no sangra tan fácilmente! Ella es la


Despertadora, no la joven vecina de al lado.

Dmitriu consideró su propia herida con desaprobación.

—Considéralo venganza —dijo Elizabeth—. Por la espina.

La espina que él había plantado en su palma un año antes, para que sangrase sobre
Saloman y le despertara. Dmitriu sonrió, desvergonzadamente, y se inclinó con el
florete.

—En guardia.

Después de eso, fue más gracioso. De hecho, se incrementó estimulantemente


mientras todos tomaban más riesgos. Ellos se ajustaron rápidamente a su
velocidad y habilidad y la probaron como corresponde. Luego de un rato, Saloman
se les unió también, y pelearon en grupos rotativos. El mejor fue cuando ella
finalmente se encontró contra Saloman, uno a uno. Ella tenía absoluta confianza en
él, y no guardo nada detrás mientras se esforzaba para llegar a través de su
guardia mientras mantenía la suya. Ella casi podía sentir sus movimientos hacerse
más y más rápidos, sus reflejos afilados y agudos. Esta era la alegría de la lucha sin
ninguna de las cosas malas, y se sentía magnífico.

Ella apenas notó a los otros dos duelistas acercarse. Estaba solo la espada de
Salomon y la suya. Hasta que sin aviso, un agudo dolor se deslizo a través de sus
dedos, causándole que soltara su arma.

Abruptamente, Saloman tiró su arma.

—¿Qué es? —demandó él, apoderándose de la mano que ella sostenía


234

vertiginosamente bajo su rostro.


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—Nada. Yo pensé… —Pensé que me habías cortado. Ella miró a su mano ilesa. No
había mucho excepto un rasguño en ella.

Saloman dejó caer su mano y miró a través a Dmitriu y Maximilian, quienes habían
dejado de pelear para ver qué problema había. La mano de Maximilian estaba
sangrando desde una herida en curación inerte a través de sus nudillos.

Elizabeth frunció el ceño, sin comprender.

—Dolor transferido —dijo Saloman, mientras pensaba complacido—. Tu telepatía


está haciéndose muy fuerte. De nuevo —añadió, levantando su espada.

Cansada pero dispuesta, Elizabeth levantó su propia espada. Mientras el duelo se


reanudaba, ella era vagamente consiente de Dmitriu y Maximilian yendo a la
deriva.

—Estás cansada —observó Saloman cuando atravesó demasiado fácilmente su


guardia.

—Puedo seguir otro poco —discutió ella, indispuesta a renunciar.

Saloman cerró sus espadas, arrastrándola inexorablemente hacia él.

—No. Ya es suficiente por hoy. Más mañana.

Su pecho desnudo descansó en contra de su húmeda remera. La empuñadura de


una espada presionando su pecho. Ella sonrió.

—De acuerdo.

Saloman aún sostenía ambas espadas entre ellos, se curvó alrededor de ellas y besó
su boca.

—Aprendes rápido.

—No fui siempre así.

—Entonces tenías los maestros equivocados. Deberías comer.

—¿Qué tienes en mente?


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Llamas color ámbar bañaron sus oscuros ojos.


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—Muchas cosas. Pero primero, comida.

Debido a que su estomago retumbó en ese momento, ella cedió, y, luego de otro
caliente y delicioso beso, ella le dejó para cambiarse y bajó a la cocina a hurgar por
comida. Para cuando Salomon se unió a ella unos diez minutos más tarde, se
estaba sirviendo pasta y queso en un plato con algo de ensalada.

—Ésta podría ser una buena cocina —observó ella con entusiasmo.

Él se encogió de hombros inclinando su cadera en contra de la mesa mientras ella


se sentaba a comer.

—Haz lo que quieras con ella.

Ella asintió con su cabeza en la vaga dirección de la habitación de al lado.

—¿Para qué usas esas habitaciones frontales? —preguntó curiosamente. Una


estaba decorada de una insípida manera como un comedor, la otra como un
comedor no tan confortable.

—Distracción —dijo Saloman.

Elizabeth sonrió alrededor de su pasta.

—¿Los vecinos?

—En una ocasión. Otras personas vienen a hacer cosas inexplicables, como lectura
de medidores y pidiéndome que firme peticiones o que compre cosas que no
quiero. —Sus ojos brillaron—. Si estoy del humor correcto, los invito a pasar por
una bebida.

Elizabeth se atragantó y se estiró por un vaso de agua, que Salomon atentamente


puso en su mano.

—Lo realmente preocupante acerca de todo esto —dijo ella cuando logró hablar—,
no es que te crea, pero ya no estoy hambrienta. ¿Tú has estado mordiendo a tus
vecinos, vendedores, el hombre que lee los medidores eléctricos…?

—Y al cartero.
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Ella lo consideró con fascinación.


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—¿No estás preocupado para nada de que la palabra se difunda?

—Ellos no recuerdan. Yo no los hiero, y ellos se van muy felices. La mujer a dos
casas más abajo incluso regresó por más una semana después.

—¡Estoy segura de que la obligaste!

—¿Por qué mirarle los dientes a caballo regalado?

Ella frunció el ceño, dudosa y no muy cómoda, sin embargo estaba hastiada de
haber empezado sobre sus inclinaciones de alimentación.

—No parece correcto no preguntar —dijo ella al final.

—En teoría tú estas en lo correcto, por supuesto. Y un día, espero que solo haya
proveedores dispuestos. Pero el mundo tiene que ser educado para que eso pase.

—¿Realmente crees que eso es posible?

—¿Tú no?

Ella sonrió con desaprobación.

—Más de lo que lo hacía antes. Los cazadores creen que estoy hipnotizada,
esclavizada, cegada, lavada de cerebro, o lo que sea.

—Tú no —dijo con una sorpresiva calidez, y cuando ella le miró, él se estiró hacia
abajo y tocó su mejilla—. Ven conmigo esta noche. Conoce mi mundo, mi gente.
Ven al Ángel.
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Capítulo 15
Traducido por Vettina

Corregido por Nanis

E
l Ángel no era el lugar más fácil para que Elizabeth regresara. La última vez
que había estado ahí, había sido carnada para atrapar a Saloman mediante
seducción y había terminado siendo secuestrada y seducida. Recuerdos de
su comportamiento y del cuerpo de él aún hacían al suyo ruborizarse de pies a
cabeza. Encima de eso, llegar con Saloman y una escolta de otros dos poderosos
vampiros, no tenía esperanza de no ser reconocida como la Despertadora. El
mundo vampiro ya debía saber de la extraña elección de compañía de Saloman.

Ella se detuvo en la puerta para reunir su fuerza, mirando hacia el borroso,


indefinido ángel tallado hasta que se convirtió en la obra de belleza que era en
realidad.

—Eso es lo que me gusta de ti, Max —murmuró Saloman—. Solo tiras estas cosas y
luego las disfrazas de modo que casi nadie aprecia su verdadera belleza.

Maximilian, a cierta distancia detrás de ellos, no dijo nada.

Elizabeth miró sobre su hombro hacia él.

—¿Tú encantaste el ángel?

—Le enseñé a Angyalka cómo —dijo Maximilian brevemente.

—También es el escultor —dijo Saloman secamente—. Si él hubiera elegido, podría


haber sido más famoso que Donatello y Miguel Ángel.

Elizabeth parpadeó ante esta revelación. Se preguntó si algo verdaderamente la


sorprendería ahora, pero al menos le dio algo en que pensar mientras seguía a
Saloman por deprimentes, sucias escaleras al club. Los guardias vampiros en el
rellano dieron la bienvenida a Saloman con deferencia familiar, y a ella con una
mirada curiosa pero no amenazante. La mirada que le brindaron a Maximilian
parecía más agresiva, pero si se dio cuenta, él la ignoró. Para ese momento, la
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puerta se había abierto para ellos y el muro de ruido resonó a su encuentro.


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Maximiliano juró por lo bajo. Por encima de su hombro Elizabeth vio a Dmitriu
reírse y empujarlo dentro cuando él se quedó atrás. Enderezándose, Elizabeth
mantuvo la cabeza alta, como había hecho en su visita anterior, y, lado a lado con
Saloman, preparada para enfrentar cualquier cosa que la golpeara.

Estaba muy cerca de Angyalka. La dueña del club, una hermosa, cabello oscuro,
vampiresa duende en un sexy vestido negro y botas, levantó la vista del bar, y al
encontrarse con Saloman, sus ojos se iluminaron. Una sonrisa, medio burlona,
medio seductora, curvó sus labios y celos se enroscaron en el estómago de
Elizabeth como una garra. Aquí estaba una de las amantes de Saloman, ¿pasado o
presente? Elizabeth no sabía siquiera eso.

Angyalka se deslizó de su taburete y se dirigió hacia ellos. Pero después de un par


de pasos, una arruga frunció su ceño; su mirada resbaló por Elizabeth sin interés
antes de que realmente mirara alrededor de Saloman para ver quién más estaba
con él. Angyalka echó a correr, y Elizabeth se detuvo, se preparó para encontrarse
con su ataque.

Nunca llegó. Angyalka voló pasándola y a Saloman sin una palabra, y cuando
Elizabeth se giró, vio a la vampiresa abrazando a Maximilian. Un saludo de viejos,
amigos separados. O amantes. No importaba. Las relaciones de vampiros no eran
tan diferentes de las humanas.

El brazo de Saloman estaba firme en su espalda, instándola hacia una mesa


vacante. Detrás de ellos, la banda de rock en vivo llegó a un crescendo, llevando a
la audiencia a un resplandor de dar patadas y gritos rítmicos.

Los ojos de Saloman brillaron.

—Rock and roll—dijo—. Debemos bailar de nuevo.

El rubor desvaneciéndose se levantó por su cuerpo una vez más. Ella esperaba que
la iluminación amistosa lo cubriera mientras se deslizaba en el sofá.

— ¿Me trajiste aquí por un poco de coqueteo público? —murmuró.

Se sentó a su lado, su duro muslo contra el de ella.


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—No me importa si es público o no. El propio coqueteo fue tan divertido la última
vez, espero poder repetirlo cuando no tengas miedo por tu vida.
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Un aumento rápido de algo que no era risa quedó atascado en la garganta.

—Eso es lo que me atrae de ti, Saloman. Justo cuando pensamos que somos iguales
después de todo, dices algo como eso. ¿Cómo has podido disfrutarlo, sabiendo que
estaba asustada?

Sus oscuros ojos no vacilaron.

—Disfruto todo de ti.

Era parte de la extraña filosofía "experimenta todo, valora todo" de su pueblo. Era
extraño, pero cuando las palabras escandalosas vinieron de él, casi las había
entendido. Tal vez los cazadores estaban en lo cierto acerca de su esclavitud. En
ese momento, no le importaba. Quería besarlo, pero se conformó con frotar su
mejilla en su hombro en una caricia rápida.

Dmitriu y Angyalka se deslizaron juntos a ellos, uno a cada lado.

Angyalka dejó una bandeja con champán y cinco vasos, y miró a Saloman.

—¿Él vino aquí sólo para ser tu guardaespaldas?

Saloman arqueó las cejas y se inclinó sobre Elizabeth por la botella.

—¿Maximilian? Si eso es lo que dijo, debe ser verdad.

—Por supuesto que no es lo que dijo. Él no dice nada. Es lo que dijo Dmitriu.

—Entonces, por supuesto, tiene que ser una mentira. —Saloman comenzó a verter
champán en las vasos.

Dmitriu ululó y estiró las piernas bajo la mesa, pero Angyalka no iba a ser
desviada. Inclinándose hacia adelante, ella dijo:

—Esto no es una perversa venganza tuya, ¿verdad, Saloman? No lo traerías aquí


sólo a…

—Yo no lo traje aquí para nada —dijo Saloman, dejando la botella—.


Aparentemente, él vino por su propia voluntad.
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—Saloman, Maximilian más o menos me dio este lugar, me ayudó a hacerlo


seguro. No puedo y no voy a olvidarlo. Si lo matas…
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—¿Qué te hace pensar que tengo la intención de matarlo? —interrumpió Saloman,
presentando a Elizabeth una copa de champán.

—¡Oh, sólo el hecho de que él te mato! —exclamó Angyalka—. No se puede


esperar que crea que lo has perdonado. Tú no perdonas. —Aunque,
distraídamente, ella cerró los dedos alrededor del vaso que Saloman le dio, no
parecía ser consciente de ello.

Saloman sonrió y empujó el tercera vaso hacia Dmitriu.

Dmitriu dijo:

—Él perdona. —Se inclinó hacia delante, tomó su vaso y le dio una sonrisa
ligeramente torcida—. No voy a decir que él olvida.

Angyalka se giró hacia él.

—¿Lo haces tú?

Dmitriu se encogió de hombros.

—Ninguno. Eso no es importante. Lo necesitamos en contra de Luk.

—Y debido a que él salió por ti en Escocia, confías en él. —Angyalka se sentó hacia
atrás, su mirada vacilante entre Dmitriu y Saloman. Ella parecía tomar una
decisión—. Salud —dijo, y bebió.

Elizabeth miró alrededor de la habitación.

—¿Dónde está él? —preguntó ella con curiosidad.

—Se ha ido a bloquear el ruido. —Sonrió Dmitriu—. Volverá cuando esté, eh,
mentalizado a sí mismo.

—Me encanta el lenguaje moderno —murmuró Saloman.

Angyalka, su preocupación más urgente aparentemente con la que lidiar, volvió su


mirada inquietante a Elizabeth, quien podría haber encontrado más difícil hacerle
frente si no se hubiera acostumbrado ya a Saloman.
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—Bienvenida al Ángel, Dra. Silk.


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—Gracias. —¿Qué más podía decir ella?

—La última vez que nos honró, hubo un pequeño… contratiempo.

—No he invitado a los cazadores esta vez.

—Ellos parecen haber decidido dejarme en paz —observó Angyalka.

Elizabeth buscó sus curiosos, ilegibles ojos. ¿Estaba pescando información? ¿Cuál
era la respuesta correcta para un amigo de los cazadores? ¿Para la compañía de
Saloman? Elizabeth contuvo el aliento.

—Creo que lo harán, mientras tus propias reglas actuales sean seguidas.

Saloman dejó el vaso.

—Sin embargo, puede ser que te veas obligada a, eh, relajar tus reglas, al menos de
forma temporal. E incluso admitir los cazadores.

Los ojos de Angyalka se estrecharon.

—¿Por qué?

—Luk. Él está planeando algún gran ataque que golpeará más a mi prestigio que a
mi existencia. No sé dónde será, pero el Ángel, dado mi apoyo a él y tu lealtad, es
una posibilidad.

Angyalka gimió.

—Sabía en cuanto te vi sentarte aquí hace un año que mi paz había terminado, de
una manera u otra.

—Pero ellos ya han estado aquí —señaló Elizabeth—. Ya han demostrado que
pueden entrar cuando quieran.

—Lo mismo con tu palacio —agregó Dmitriu—. Cuál sería la elección obvia.

Los labios de Angyalka se vinieron abajo.

—¿Ellos irrumpieron en tu casa?


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Saloman se encogió de hombros.


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—Luk lo hizo. Él estaba haciendo un punto. Me sorprende que no lo supieras ya.
No lo volverá a hacer.

—¿Qué pasa con tus oficinas? —sugirió Elizabeth—. ¿Negocios Adam Simon?

—Ellos serían un blanco fácil —permitió Saloman—. Pero no puedo ver que su
destrucción impresione a los vampiros. —Tomó su copa una vez más—. Por ahora,
creo que nuestra mejor esperanza es para mí llegar a Dante de nuevo y descubrir el
resto. —Su mirada se desvió más allá de sus compañeros, a la pista de baile y el
escenario, donde la banda estaba tocando una balada lenta y suave ligeramente.

—Elizabeth. —Flama ámbar brillo en sus ojos negros—. ¿Te gustaría bailar?

Ya que Angyalka rápidamente se puso de pie para dejarla pasar, habría sido
grosero negarse. Ella no quería negarse, salvo por las miradas opacas de los
vampiros clavados en su espalda mientras caminaba junto a Saloman a la pista de
baile. De hecho, sospechaba que las miradas penetrantes más que de su espalda;
provenían de todo el club.

Saloman dio la vuelta y la atrajo a sus brazos con toda naturalidad. A pesar de su
malestar mental, su cuerpo reaccionó por puro instinto, ajustándose al de él a
medida que comenzaron a balancearse juntos con la música. Elizabeth renunció a
preocuparse por las miradas de desaprobación o cualquier otra. Sólo estaba
Saloman y la deliciosa emoción de sus poderosos brazos alrededor de ella, y su
creciente erección contra su abdomen.

Sus labios acariciaron su oreja.

—¿Entonces cómo se siente sin el miedo? —murmuró.

Ella no pudo evitar sonreír.

—Extraño. Y extrañamente bien. Pero entonces, se sentía bien la última vez


también. Eso es lo que más me asustó.

—Fue muy emocionante, cada uno de nosotros fingiendo, jugando un juego para
atrapar al otro. Y, sin embargo… no. Te quería tanto, y sabía que valdría la pena
esperar.
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Ella tomó su cabello con sus dedos y tiró hasta que pudo ver su rostro.
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—¿Y lo soy? ¿Aún?

—Aún. —Él estuvo de acuerdo. La sonrisa en sus labios comenzó a morir. El medio
divertido, medio excitado brillo en sus ojos se alteró sutilmente, confundiéndola—.
No voy a perderte, Elizabeth Silk. No a las sospechas sembradas por tus amigos y
mi enemigo. Si puedes soportar lo que está dentro de mí, te mostraré.

Un ceño tiró de su frente, mientras su corazón latía más fuerte.

—¿Para mantenerme? —susurró ella, insegura si era asombro o desaprobación lo


que ahogó su voz—. ¿O porque quieres?

—Preguntas, preguntas. —Sus dedos se enredaron en su cabello, tirando


suavemente. Sus labios se abrieron para hablar y luego se cerraron. Su cuerpo se
apretó contra el suyo con algo parecido a la desesperación. Al fin dijo—: No podría
soportar perderte por algo que no haya hecho. Si el conocimiento mata tu amor,
entonces eso es diferente.

La música siguió tocando, cruda, emocional. Elizabeth sostuvo su rostro con ambas
manos.

—Saloman… Tú no crees que mi amor sea real. Crees que es una ilusión. Crees que
no te conozco ya.

—Sabes que no lo haces.

—Aprender las capas —susurró—, es parte del amor. —Alzándose, ella besó su
boca, dolorosamente, como si el beso pudiera transmitir lo que las palabras no
podían: su temor de que ella también tuviera muy pocas capas que sostener a tan
antiguo ser, la comprensión de él, que tenía demasiadas.

No tengo miedo, le dijo ella. Quiero todo lo que puedes dar.

Su boca se endureció en la de ella, profundizando la sensualidad del beso.

Lo quieres todo. Excepto la eternidad. Sé eso; siempre he sabido eso.

Ella jadeó en su boca. Nunca preguntaste. Su mente habló sin permiso, espetando
más de lo que habría demostrado de acusación y dolor.
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El rechazo nunca es bueno para una relación.


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Ella rompió el beso, algo entre un sollozo y risa.

—¿Por qué estamos teniendo esta conversación aquí?

—Porque surgió —dijo Saloman, frotándose sugestivamente contra ella. Ella


presionó sus caderas contra él, disfrutando ahora de la lujuria y regocijándose en el
asombro de su descubrimiento. Él quería más. Él la quería, por toda la eternidad.

La música se detuvo. Alrededor de ellos, los bailarines animaron y aplaudieron


mientras los miembros de la banda hicieron sus reverencias finales y dejaron el
escenario. Su mirada bloqueó la de él, lentamente puso su cabeza en su pecho. Un
brazo cayó lejos de ella; el otro se movió hacia delante fuera de la pista de baile y
de vuelta hacia su mesa.

Maximilian estaba contento de alejarse del ruido. En la azotea del Ángel, podía al
menos oírse pensar. Había estado aislado demasiado tiempo para estar cómodo en
multitudes, aun cuando contenía viejos amigos y aquellos que una vez había
amado.

Por muchos años, había tenido poco que hacer más que perfeccionar sus técnicas
de enmascaramiento y escanear en busca de peligro. Era su segunda naturaleza
hacerlo ahora, mirando por encima de la ciudad que podría no haber sido su
ciudad natal, pero sin embargo traía de vuelta muchos recuerdos. Anulando las
presencias de vampiros en el edificio de abajo, se concentró en el resto. Era aún
una ciudad de vampiros, sus firmas salpicadas aquí y allá, en ambos lados del río.
Y uno cerca.

Bordeando la cúpula de cristal que formaba la pieza central del club, vio a través
de los techos, hasta que encontró lo que había buscado. Otro vampiro solitario,
enmascarado fuertemente como él. De no haber estado tan cerca, nunca lo habría
visto en absoluto. Y había algo extraño sobre esta máscara; no parecía venir del
propio vampiro.

Y considerando que estaba viendo al Ángel, parecía haber sola una explicación
para eso. Él era uno de los seguidores de Luk.
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Para hablar con él telepáticamente tendría que bajar su máscara, y no estaba


preparado para hacer eso. Así que lo hizo a la antigua usanza.
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En cuestión de segundos, sorprendió al vigilante al aparecer en su hombro.

—Hola. Escucho que tu maestro está buscando reclutas para derrotar a Saloman.
¿Crees que me pueda encontrar algún uso?

Angyalka y Dmitriu habían desaparecido de la mesa. Tampoco había ninguna


señal de Maximilian. Tal vez simplemente se había ido a casa.

Saloman miró pensativo mientras levantaba su medio bebida copa de champán.

—Tu amiga Mihaela habló mucho sobre la confianza de los dos. No es de extrañar.
No siempre hemos tenido los mismos objetivos. ¿Los tenemos ahora?

Un poco desconcertada por su repentino cambio del profundamente emocional al


práctico, Elizabeth arrastró sus pensamientos a algún tipo de orden.

—Mutua cooperación —dijo ella al fin—. Sí. Revelación del mundo de los
vampiros a los seres humanos… Sí, si se hiciera de tal manera que pueda evitar el
pánico y el caos. Tiene que haber honestidad si vivimos juntos. Pero no es algo que
podría suceder durante la noche, probablemente ni siquiera en mi vida. Estoy
preparada a ayudar a realizar un comienzo, si lo hacemos de acuerdo con los
cazadores.

Mirándola, Saloman bebió.

Elizabeth dijo:

—Me di cuenta que no era tu plan original.

—Venganza y dominación del mundo. Me he hartado de una, por el momento, y


no he renunciado al último. Acabas de convencerme de que lo haga de una manera
diferente.

Elizabeth frunció el ceño.

—Eso no era exactamente lo que quería decir con “cooperación".


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—Lo sé. Pero nunca sería una sociedad de iguales, ¿verdad? Tengo el poder y la
experiencia.
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—Y tenemos los números.

Saloman se sentó hacia atrás, una sonrisa brillando en sus ojos oscuros.

—Creo que dije una vez que te necesitaba para hacerme feliz. Pero tu papel
siempre debió ser más, ¿no? Puedes hacerme agradable a la humanidad.

Elizabeth tomó su vaso y bebió, mirándolo por encima del borde.

—Y puedo hacer que te comportes. —Por favor, Dios…

—Creo que podría disfrutar eso —dijo Saloman en voz baja—. ¿Me pregunto si eso
es lo que Luk vio en su visión?

— ¿Qué visión?

—La que lo distrajo y me dio la oportunidad de tirarlo por la ventana. Vio algo que
nos involucra a ti y a mí. Él te llamo la pieza faltante.

—¿Faltante de qué? —exigió Elizabeth.

—¿Quién sabe? Él probablemente no lo sabe más. Las visiones son en gran parte lo
que perturba su salud mental en primer lugar, y fue una involucrándome lo que lo
volvió contra mí.

—¿Alguna vez te dijo lo que era?

Saloman negó con la cabeza.

—No. Hasta donde sé, nunca le dijo a nadie. Lo que normalmente significaba que
no había averiguado exactamente lo que la visión significaba, en todo caso. En este
caso, sospecho que había deducido que yo era una especie de amenaza, ya sea para
él o para el mundo. Pero su mente estaba fallando para entonces, y desde que ya
no confiaba en mí, no podía ayudarle a interpretar lo que fuera que vio. He tenido
que adivinar por su comportamiento, lo que eran celos de todos los poderes
pequeños que he ganado, y de Tsigana, por supuesto.

—Tal vez él previó esto —dijo Elizabeth a la ligera—. Que tú y yo… yo, no Tsigana,
siendo "la pieza faltante”, lo derrotarías aquí en Budapest.
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Saloman sonrió débilmente.


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—Tal vez. —Él la miró con seriedad inesperada—. En realidad, eso no es tan
descabellado. Pero sospecho que hay visiones contradictorias, una que le hizo
celoso de mí y una que redujo mi poder.

Elizabeth cerró los dedos alrededor del pie de la copa.

—Eso no tiene sentido.

Saloman sorbió su vino elegantemente.

—Las profecías no lo tienen, por regla general. El arte de la videncia, El Guardián,


era más intérprete de las visiones que simplemente recibirlas. El futuro no está
escrito en piedra. Eventos, personas, opciones, cambian todo el tiempo. Una visión,
en el mejor de los casos, es sólo un futuro posible.

Elizabeth levantó su copa y bebió un trago casi enojado.

—¿Entonces cuál es el maldito uso? ¿Por qué Luk se puso tanto en tu contra?

Saloman se encogió de hombros.

—Porque su visión confirmo algún miedo profundamente arraigado en él. Porque


ya no podía analizar con claridad. Porque estaba loco y no quería que yo tuviera a
Tsigana.

—Tsigana… Ella sigue apareciendo. —Elizabeth dejó la copa y se obligó a pensar


racionalmente—. ¿Qué hay acerca de ella? No uno, sino dos vampiros antiguos
corriendo tras ella. Por no hablar de Maximilian. Para un ser humano joven, sin
embargo hermosa, debe haber tenido una gran personalidad. ¿O Luk sólo la quería
porque pensaba que era tuya?

Saloman la miró pensativamente.

—Siempre he asumido que ese es el caso. Aun su dolor por ella en su despertar
implica que el sentimiento fue más profundo. La verdad es que, perdí a Luk
mucho tiempo antes de que lo matara. No tengo ni idea de lo que sucede en su
mente nunca más.
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Luk desenganchó sus dientes de la garganta de la mujer con un gruñido de
satisfacción, y tomó a su amiga.

—Sabes, creo que mi primo podría andar en algo. Manteniendo sus comidas en el
local. No hay nada como volver a casa a una comida favorita. Excepto volver a casa
a dos —añadió, hundiendo sus dientes en la garganta de la segunda mujer.

La primera, una morena con raíces rubias, se deslizó lejos de él y se acurrucó en un


rincón. Estaba pálida por la pérdida de sangre. Sus ojos eran enormes, tanto
ansiosos como fervientes mientras lo observaba alimentarse de su amiga. Las había
recogido a ambas en su ataque de euforia después de romper las defensas de
Saloman, y las trajo aquí, a este desván, donde, por un capricho, las había
mantenido y alimentado entre sus propias comidas.

La segunda chica envolvió sus piernas alrededor de sus caderas, apretándose


contra él, y Luk fue tentado brevemente a follarla mientras comía.

—Oh, por el amor de Dios, ¿tiene que hacer eso aquí? —se quejó Grayson desde la
puerta. Al regresar de su caza con los vampiros turcos, parecía sentirse ofendido
por la visión de Luk tumbado en el viejo colchón y cojines mientras era acariciado
por su seductora presa. Grayson tenía una vena puritana muy peculiar.

Luk sanó la herida de la segunda chica con un movimiento de su lengua y se


volvió para enfrentar a Grayson. Sólo para molestarlo, puso su mano sobre el
pecho ansioso de la mujer.

—¿Hacer qué aquí? —preguntó él provocativamente, y miró hacia fuera del traga
luz a las estrellas, inhalando los olores de la noche.

—Follar a tu… cena —dijo Dante, disgustado.

—El lenguaje moderno es tan pintoresco. No he, eh, follado a mi cena. Demasiado
placer perturbaría, y de hecho drenaría, la energía que necesito para enmascararlos
a todos ustedes todo el tiempo. Por no hablar de este lugar. Sólo se necesita un
segundo para que Saloman este sobre nosotros.

Uno de los turcos se arrodilló junto a la morena, tirando de ella hacia él con
intención clara. Luk le dio un manotazo alejándolo sin ni siquiera una mirada, más
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irritado por la descortesía que la invasión territorial. No le gustaba vivir tan cerca
de los vampiros incivilizados. De hecho, incluso el lloriqueo de Grayson estaba
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volviéndose molesto. No podía recordar a ninguna de sus otras creaciones
diciéndole o mandándole como Grayson parecía dispuesto, incluso después de que
Luk se había visto obligado a mostrarle físicamente que estaba a cargo.

Inesperadamente, una memoria de Saloman cruzó por su mente, un simple par de


semanas después de ser convertido. Un joven, ansioso, asombrado Saloman,
desesperado por aprender a volar antes de que pudiera caminar, respondiéndole
con descaro sin miedo, que había perdonado siempre, porque nunca había
descendido a insolencia. Además, siempre había habido un cierto ingenio sobre
Saloman, un encanto que había brillado tan brillante como el sol…

Luk agito su cabeza como un perro tratando de sacar a un insecto molesto. Había
sido divertido arraigarse en una mente antigua otra vez. En la mente de Saloman
en particular. Tantas capas y cerraduras y profundidades. Y tal desesperación para
resistirlo. Euforia se levantó una vez más, feroz y consumidora. El ser que lo había
superado, eclipsado, derrotado en cada giro había sido fácil para engañar después
de todo, el mejor en su propio palacio. No importaba eso entre ellos, Saloman y su
Despertadora se las habían arreglado para empujarlo hacia fuera. Todos sabían
quién había ganado esa ronda, y que por lo tanto iba a ganar la siguiente. Luk
había aprendido por lo que había ido: los puntos fuertes y débiles de Saloman.

—¿Entonces por qué los mantienes aquí? —criticó Grayson—. Todo lo que se
necesita es que una de ellas escape y nuestra tapadera estará arruinada.

Luk evitó a cada una de las mujeres una mirada desapasionada.

—Míralas. No pueden exactamente correr rápido. Han perdido mucha sangre.

—Entonces vas a necesitar sangre más fuerte pronto. Por qué no solo las matas, o
dejas que los chicos las maten —añadió con un gesto de la mano hacia los
vampiros turcos que estaban ahora acomodándose para jugar backgammon.

Sintió una punzada Luk. No podía reconocerlo. Sólo sabía que no le gustaba la
sensación, la impresión de que algo no estaba bien. Confusión, nunca lejos,
comenzó a batir su mente hacia arriba, recordándose lo poco que sabía acerca de
este nuevo mundo y las criaturas que lo habitaban.

La falta de familiaridad le daba miedo, hasta que se centró en el odio muy


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recordado a Saloman para traer todo de vuelta en su lugar.


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En algún lugar anhelaba la paz del sueño del que Grayson le había despertado.
Pero eso era imposible ahora. Él tenía una misión más vieja, más importante, que
cumplir. Incluso el nuevo mundo estaba cambiando. Ella, La Despertadora, era la
pieza faltante que causaría que el poder de Saloman disminuyera. Y él, Luk,
ganaría al fin. Durante lo que quedaba. Pero él no pensaría en eso.

Tomó a la primera mujer de nuevo. No podía perder mucho más y no morir, pero
quería otro trago para calmarse. Cuando sus ojos se cerraron, él la empujó a un
lado y se volvió airadamente sobre los otros vampiros.

—¡Necesito sangre fresca! ¡No me gusta estar encerrado en esta estúpida caja! ¿Más
vampiros se acercaron esta noche? ¿Con cuántos podemos contar ahora?

—¿Contar? Tal vez cinco, pero, ¿cómo puede la gente siquiera unirse cuando
nosotros lo único que hacemos es escondernos? ¡Cinco en todo Budapest! —dijo
Dante con disgusto—. Ellos son los que me contactaron durante su pequeña batalla
en el palacio de Saloman y les gustó tu estilo. Y alguien habló con Timucin esta
noche, parecía más fuerte, por lo menos. Me reuniré con él mañana. Pero el resto
todavía están en la valla. Esperando.

—Por supuesto que lo están. Los vampiros híbridos tienen muy poco honor. —Luk
saltó a través del traga luz al techo, desde donde contempló su variopinto grupo
de seguidores y esclavos en la habitación de abajo—. No importa. Cuando
ataquemos, van a inundarnos tan rápido que Saloman simplemente se
desvanecerá.

Reunirse con el mundo de Saloman esa noche resultó ser un placer no diluido. La
guarida de vampiros civilizados del Club Ángel dio paso a vislumbrar el lado
oscuro de la naturaleza humana, el lado que Elizabeth siempre había evitado.

Tambaleándose con él en un techo podrido, su brazo estabilizándola, ella


contempló con horror a la habitación iluminada como una pecera en el edificio
opuesto. Niños pequeños acurrucados en un rincón como cachorros, mientras que
un hombre furioso golpeaba a una mujer en la cara, luego la sujetaba por el cabello
mientras que los niños parecían gritar en silencio.
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—Detente —susurró Elizabeth, aunque a quién, no estaba claro.


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—¿Qué debo hacer? ¿Saltar por la ventana y matarlo delante de sus hijos? —Sin
previo aviso, se lanzó de la azotea a la calle, llevándola con él, amortiguando su
aterrizaje como siempre lo hacía, antes de correr a lo largo de la calle de al lado.
Señaló a dos jóvenes entrando en una casa, una mujer golpeando a un perro
gimiendo con un palo, niños prendiendo fuego a un auto abandonado, dos
hombres golpeando a un tercero en un callejón.

Al final, insegura si estaba más enojada con los matones o con Saloman, Elizabeth
se apartó de él, gritando:

—¡Basta, Saloman! Lo entiendo, ¿de acuerdo?

Los hombres en el callejón se detuvieron, y con una rápida mirada en dirección de


Elizabeth, los dos atacantes corrieron. Con furia y pena, Elizabeth hizo un
movimiento hacia el hombre sangrando dejado atrás. Sin embargo, otra figura se
separó de las sombras y se arrodilló, teléfono ya sujetado a su oreja,
presumiblemente amigo de la víctima, que había llegado demasiado tarde, o
demasiado temeroso, para ayudar contra el ataque.

Tragando un sollozo, ella se apartó de nuevo y golpeó la pared del pecho de


Saloman.

—¿Por qué estás haciendo esto? —susurró ella mientras él la arrastraba alrededor
de la esquina en el círculo de su brazo—. ¡Sé lo que son los humanos! Siempre lo he
sabido.

—Quiero que lo sientas también. Como tú sientes la brutalidad de los vampiros. Y


quiero que te sientas a salvo conmigo.

Ella lo miró con indignación.

—¿Segura? Por el amor de Dios, ¿cómo forzarme contra eso va a hacerme sentir
segura?

Sus largas pestañas se abatieron como un velo y se levantó para revelar sólo
negrura. Dijo firmemente:

—Quiero que seas consciente de que si me dejas, no dejaras de tener violencia y


252

oscuridad. Está presente en todos los seres.


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Le tomó unos momentos asimilarlo. Algo frío y furioso se apretó alrededor de su
corazón cuando ella se alejó de él.

—Así es como lo haces, ¿no? Enseñas a tu rebaño a seguir la línea con pequeñas
demostraciones de crueldad o benevolencia o lo que sea que el problema requiera.
Bueno, yo no soy una de tus malditas ovejas, Saloman, y no voy a atenerme a tu
línea.

Girando sobre sus talones, se marchó lejos de él. No le importaba a dónde iba; ira
pura la impulsó, en la medida en que si se hubiera atrevido a seguirla, le habría
gruñido como una perra desechando a su molesto pretendiente. Sin embargo el
hecho de que él no la siguiera sólo alimentó su furia.

¡Segura, mi culo!

Finalmente, al llegar a la parte más concurrida de la ciudad, se calmó lo suficiente


como para reírse de sí misma. No lo hizo, ya que probablemente lloraría en su
lugar.

A unos metros delante de ella, un club nocturno se estaba vaciando, y la calle


empedrada de repente se llenó de gente. Elizabeth se adelantó en el brillante
vestido, gente feliz, moviéndose entre ellos hasta que, en el siguiente cruce, su
número se había reducido. Elizabeth hizo una pausa, mirando hacia la estrecha,
mal iluminada calle, lo que se veía más como un callejón de entrega, buscando una
señal de tráfico para darle una idea de dónde se encontraba. Había estado
caminando con tanta furia, prestando tan poca atención, que había perdido su
sentido de dirección.

No había nombres de las calles para guiarla. Unos metros más abajo del callejón,
las sombras se movieron en un umbral bajo, y la columna de Elizabeth se erizó.
Vampiro.

Instintivamente, se movió por el callejón, con la mano en el interior de su bolso,


encontrando y agarrando la estaca afilada mientras los latidos de su corazón
aumentaban para acoger el peligro repentino. Una explosión de carcajadas de la
multitud de jóvenes fuera del club llegó a sus oídos, y entonces oyó nada excepto
el susurro de la ropa delante de ella, un pequeño gemido que podría haber
253

presagiado cualquier cosa desde terror o dolor al placer sexual.


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Al ajustarse sus ojos a la oscuridad más profunda, Elizabeth pudo ver a dos
personas apretadas en la puerta. La forma era inconfundible cuando la cabeza de la
figura masculina se inclinó sobre el cuello de la femenina. Ella podría haber
tropezado con amantes a tientas en la oscuridad, tal vez a punto de disfrutar de un
rapidito, como había hecho con Saloman contra la ladera rocosa en Turquía. El
sonido inconfundible de sorber le dijo el resto.

Elizabeth saltó hacia delante antes de poder registrar su presencia y clavó la estaca
contra la espalda del vampiro, justo encima de donde su corazón debía estar.

—Detente —dijo con dureza—. Ahora mismo. Déjala ir.

Los cazadores esperarían que matara al vampiro al instante. Era la única conducta
segura. Pero ella acababa de pasar una civilizada noche bebiendo vino con varios
vampiros con quienes había necesitado una maldita buena razón para matar.
¿Comprometerme? ¿Yo?

El vampiro liberó a su victima. Curiosamente, la chica dijo:

—¿Qué es? ¿Cuál es el problema?

—Un cazador tiene una estaca sostenida sobre mi corazón —explicó el vampiro.

¿Lo soy? ¿Soy una cazadora?

Tal vez el vampiro sintió su distracción, ya que sin ninguna advertencia, agarró su
oportunidad, tirándola hacia atrás con el codo en el pecho. El dolor era agudo y
sinuoso, pero mientras él saltó tras ella, ella actuó por instinto, dio una patada a las
piernas arrojándolo al suelo. Cayó sobre él con fuerza deliberada, levantó su estaca
a matar.

La chica, su víctima, dejó escapar un grito bajo, gimiendo.

—Oh, no le hagas daño; no lo mates, oh, ¡por favor!

Elizabeth hizo una pausa. Con el vampiro inmovilizado, le dio a la chica una
mirada con el ceño fruncido. Estaba tener un buen corazón y estaba ser estúpido.

—Te estaba mordiendo —señaló.


254

La muchacha tembló de pies a cabeza, con los ojos desorbitados por el miedo y el
pánico, su joven rostro casi desencajado con ridícula suplica intensa.
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—Por supuesto que lo estaba. Él es mi novio.

No había más sonido que el latido de su propio corazón. En el apretón de sus


piernas y manos, el vampiro se quedó muy quieto. Mirando fijamente a la chica,
Elizabeth no podía ver su rostro, pero con un empuje mental encontró de pronto
que podía hablar a la mente de él.

¿Ella sabe lo que eres?

Ella sabe, respondió el vampiro. Esperanza se mezclaba con suficiencia en su mente.


A ella le gusta.

Elizabeth no podía respirar. Se tambaleó hacia atrás, a sus pies, lejos del vampiro y
su amante humana. A medida que el vampiro se levantó lentamente y la chica se
desplomó en sus brazos, Elizabeth giró sobre sus talones y echó a correr.

Las palabras resonaron en sus oídos, silenciosas y burlonas, las palabras que le
había dicho tantas veces a Saloman, volvieron hacia ella ahora con una venganza.

¿Quién eres tú para elegir? No es cosa tuya.

Ella casi había matado al Saloman de otra persona.


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Capítulo 16
Traducido por Simoriah

Corregido por Angeles Rangel

A
pesar del hecho de que casi eran las tres de la madrugada, Mihaela abrió
la puerta sólo segundos después de que Elizabeth llamara. Vestía los
shorts y la camiseta que habitualmente usaba para dormir, y sus ojos
oscuros estaban agrandados de preocupación.

—¡Elizabeth! ¿Qué sucede? —demandó, abriendo la puerta en una clara invitación.

Elizabeth entró.

—Lo lamento. Es ridículamente tarde. Sólo pensé que deberías saberlo. Pensé que
alguien debía saberlo.

—Oh, mierda. ¿Qué hizo? Elizabeth, ¿te lastimó? —Mihaela cerró la puerta,
apoyándose contra ella de espaldas mientras miraba a Elizabeth, expresiones
temerosas pasando por su rostro casi tan claramente como palabras.

Elizabeth esbozó una sonrisa temblorosa.

—No. —Sí, lo hizo. Me lastimó, y ni siquiera quiso hacerlo. ¿Acaso Mihaela había tenido
razón todo ese tiempo, esto nunca podrá funcionar?—. Esto no tiene nada que ver con
Saloman. Acabo de encontrar algo realmente raro. Me asustó terriblemente.

Mihaela se alejó de la puerta y caminó descalza por el corredor hacia su cocina.

—Prepararé café.

Elizabeth la siguió con piernas repentinamente cansadas, y mientras Mihaela


trabajaba, le contó lo que había visto cerca del club nocturno, al vampiro y su
novia.

—¿Esto es importante, Mihaela? —terminó—. ¿Alguna vez te has encontrado con


una cosa semejante antes? ¿Con vampiros que tengan relaciones con los humanos?
256

—Los vampiros siempre han tenido relaciones con los humanos —dijo Mihaela,
empujando una taza de café con leche hacia ella—. Usualmente relaciones del tipo
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amo-esclavo. —Frunció el ceño, levantando la taza y yendo hacia el living—. Lo
que es diferente aquí es la franqueza y el reconocimiento público de ambas partes.
—Tanto ella como Elizabeth parecían estar ignorando las similitudes con su propio
caso. Elizabeth estaba bien así—. Así que esta chica te rogó que perdonaras la vida
de su novio —reflexionó Mihaela, haciéndose una pelota en un lado del sofá.
Lanzó una mirada penetrante a Elizabeth—. ¿Lo hiciste?

—¿Perdonarle la vida? ¡Por supuesto! —Elizabeth se sacó los zapatos y se sentó en


el otro extremo del sofá, llevando una rodilla a su mentón.

El ceño fruncido de Mihaela se profundizó.

—No me des un “por supuesto”. Deberías haberlo matado al principio. Las


historias lacrimosas de las esclavas nunca deberían distraerte de tu deber.

Elizabeth dijo:

—Ése es el tema; no creo que ella fuera una esclava. Obviamente estaba demasiado
aterrorizada de lo que pudiera hacerle a él. No creo que él la lastimara o que
tuviera algún plan para matarla. Creo que estaban en una relación genuina.

Mihaela la miró.

—¿Podrías estar equivocada? —preguntó. Elizabeth oyó la adición no


pronunciada. ¿Estás proyectando tu propio caso en el de la chica desconocida y
simplemente te estás equivocando?

Elizabeth sorbió su café.

—No creo —dijo serenamente—. No te hubiera traído esto esta noche si pensara
que fuera posible. Hubiera matado al vampiro y te lo hubiera contado mañana.

Mihaela la observó por unos momentos antes de apartar la mirada, bebiendo


distraídamente.

—¿Es importante? —repitió—. No lo sé. Depende de si es algo aislado o no.

Nunca era algo aislado. Como mínimo estaban ella y Saloman. ¿Era así?
257

Abruptamente, Mihaela estaba hablando de nuevo, distrayéndola de la


desesperación que amenazaba con elevarse y consumirla.
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—Te diré otra cosa extraña. Hemos estado buscando nuevos esquemas en los
ataques de vampiros, intentando localizar a Luk… hay toda una comuna allá
afuera, después de todo, y todos se han estado alimentando. No podíamos
rastrearlos, por supuesto. Pero sí encontramos dos reportes recientes de víctimas
de mordeduras de vampiros que recuerdan lo sucedido.

Mihaela cambió de posición.

—De hecho, en los últimos seis meses ha habido varios reportes de mordeduras no
mortales. Estadísticamente, no debería haber ninguno en ese tiempo. Los vampiros
que no matan… esto es, los que evitan el problema que somos… hipnotizan a sus
víctimas para que no cuentes y causen un griterío. Algunos han dejado de
molestarse. Es casi como si…

—¿Como si qué? —urgió Elizabeth.

Mihaela le devolvió la mirada.

—Como si los vampiros hubieran dejado de esconderse.

Elizabeth inhaló. Estiró la mano y dejó su taza en la mesa de café. Mihaela le había
dado palabras a su creciente consciencia.

—Creo que tienes razón, y creo que está sucediendo en todas partes. Antes de que
abandonara el Reino Unido, hubo un caso de un vampiro que se alimentó
abiertamente en un pueblo en Cornwall. ¿Y recuerdas a John, mi soldado herido?
Recibí un correo electrónico de él diciéndome que se había encontrado con otro
vampiro, esta vez en el centro de la ciudad de Glasgow. Ella le habló porque estaba
intrigada de sus poderes telepáticos, pero no hizo intento de matarlo, o incluso de
alimentarse de él. Y ahora él quiere saber más. Necesita saber más. Y es
precisamente el tipo de joven determinado que lo logrará.

La mano libre de Mihaela tironeó de su cabello.

—Es Saloman. Está cambiado el comportamiento de ellos, y se están mostrando.


Suma eso a todas las cosas que no pudimos cubrir en Turquía, y esto podría ser un
desastre para todos nosotros. Realmente no quiero tener que limpiar la carnicería
una vez que este secreto sea revelado. —Tragó su café—. Si puede ser limpiado.
258

Pensativamente, Elizabeth se extendió para tomar su taza una vez más y bebió
unos pocos sorbos antes de decir:
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—Como dije antes, creo que necesitamos una estrategia para lidiar con esta
revelación.

—Hablé con los otros. Y con Lazar.

—¿Qué dijeron?

Mihaela le dio una sonrisa torcida.

—Konrad cree que Luk está detrás de los cambios, porque Luk más que Saloman
se beneficiaría de la agitación de una guerra de vampiros. Lazar gruñó. Lo cual
puede significar que está pensando en ello o cree que estamos locos. Le llevaré
estas cosas en la mañana.

—Gracias.

Mihaela miró el reloj en su biblioteca.

—¿Quieres la habitación libre?

La mano libre de Elizabeth voló a su garganta y presionó. Estúpidamente, aunque


quedarse con Mihaela era lo natural y sensato, parecía una decisión monumental.
Porque había peleado con Saloman, y estaba demasiado confundida siquiera para
determinar si quería volver a estar en buenos términos con él. Había superado
obstáculos mucho más grandes en esta relación, y aun así…

—Elizabeth. —Inclinándose sobre el espacio entre ellas, Mihaela apretó su


hombro—. ¿Qué sucede? ¿Crees que él se enojará si no estás allí?

—Ni siquiera estoy segura de que vaya a notarlo. —Probablemente él estuviera


enseñándole a algún subordinado recalcitrante a seguir sus reglas. Cerró los ojos,
horrorizada por la maldad de sus propios pensamientos—. Sabrá que estoy segura
—agregó en interés de la honestidad.

Mihaela se encogió de hombros.

—Dudo que le preste mucha atención a eso tampoco —dijo secamente—.


Obviamente está lo suficientemente feliz para que estés vagando por la ciudad sola
a esta hora de la noche, incluso después de que Luk intentó matarte.
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—Eso no es justo. —Salió como un suspiro—. Yo lo abandoné. Él sabía que no
quería que me siguiera.

—¿Por qué?

Elizabeth sonrió sin felicidad.

—¿Por qué? ¿Por qué sucede esto? Es manipulador, Mihaela… siempre lo he


sabido. Yo sólo no quiero que mis hilos sean tirados por su crueldad o su
benevolencia…

—¿Crueldad? —interrumpió Mihaela, sus dedos hundiéndose de repente con más


fuerza en el hombro de Elizabeth—. ¿Qué te ha hecho?

—Oh, nada. Nada como eso. Sólo me ha mostrado cosas, cosas innecesarias, para
recordarme la crueldad humana. No soy idiota. No necesito que me lo recuerden.

La mano de Mihaela cayó.

—No —coincidió—. Tienes razón. Eso es innecesario. No me sorprende que no


quieras volver con él.

—Oh, Mihaela, no es tan simple. Sé por qué lo hizo. Teme… —Ella contuvo sus
palabras. No sólo por la escéptica curva del labio de Mihaela, sino porque
desnudar su corazón también desnudaría las confidencias de Saloman.

—Y aun así no puedes perdonarlo.

Elizabeth cerró los ojos.

—No todavía —susurró.

Mihaela dejó su taza en la mesa cuidadosamente.

—No tienes que hacerlo —señaló—. No si no es lo correcto.

Elizabeth abrió los ojos.

—Lo sé.
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Mihaela se puso de pie, los ojos sagaces incluso a través de su preocupación.


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—No es tanto la crueldad, o incluso la manipulación implícita lo que duele,
¿verdad? Es el hecho de que te esté tratando como a todo el mundo.

Elizabeth apartó la mirada.

—¿Sabes qué odio de ti, Mihaela? Eres demasiado perceptiva. ¿Puedo llamar un
taxi?

Hubo una pausa, luego.

—Seguro.

Mientras Elizabeth hacía la llamada, Mihaela llevó las tazas vacías a la cocina.
Después de pedir el taxi, Elizabeth la siguió.

—Lamento haberte despertado y haberte contado todo esto. Sé que podría haber
esperado hasta la mañana.

—A veces necesitas hablar. Lo que necesitas es una buena dosis de normalidad.

Elizabeth sonrió.

—¿Tan sólo para recordarme que necesito ser alejada de ella?

—Exactamente. Ven a cenar mañana por la noche. Sola —agregó, presumiblemente


sólo en caso de que Elizabeth tuviera la idea equivocada y trajera a Saloman—. Y lo
que sea que suceda hoy, no hablaremos de nada de esto.

—Pero lo haremos —dijo Elizabeth, y Mihaela sonrió, claramente tomándolo como


era: una aceptación.

En la mañana, después de apenas tres horas de sueño, Elizabeth encontró otro


correo electrónico de John Ramsay. Se había puesto en contacto con Rudy y Cyn,
gracias a su referencia, y parecía haberse unido al pequeño ejército privado que
estaban formado en Nueva York. Aunque todo era parte necesaria de su búsqueda
de aprendizaje, la cual Elizabeth aprobaba completamente, no estaba segura de
esta última aventura con los cazadores no oficiales. Las organizaciones
261

paramilitares la ponían incómoda, y Cyn no había hablado con ella lo suficiente


Páág
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para entender lo esencial de lo que estaba sucediendo. La americana, pensaba, era
lo opuesto de ella; Cyn necesitaba pensar más y hacer menos.

Apresurada como estaba, Elizabeth apenas escribió una rápida respuesta.

Espero que averigües lo que necesitas. Cuídate… todavía hay un poco de disputa
por el liderazgo en América. Evita la confrontación con el vampiro Travis, que es
fuerte y astuto pero no te matará sin provocación.

Sus dedos hicieron una pausa en las teclas. Decirle a John, Rudy o Cyn que usaran
su nombre para salvar sus vidas de Travis apestaba repentina e insoportablemente
a jugar a Dios una vez más, a elegir quién debía vivir y a quién se le permitía
morir. Saloman podría estar cómodo en ese papel, pero ella seguro no lo estaba. Le
había contado la verdad a John. Tendría que confiar en su sentido común y en la
semi reforma de Travis.

Tipeó rápidamente.

Las cosas están un poco salvajes aquí en Budapest. Esperamos un gran ataque, así
que puede que no esté en línea por un tiempo. Mis mejores deseos para Rudy y Cyn.
Elizabeth.

Luego cerró la computadora con un golpe, se puso el resto de su ropa, tomó el


bolso y su teléfono, y bajó.

Había ido directo a su cuarto anoche. Haciendo una pausa sólo por un instante
fuera de la sala de estar de Saloman, había tomado el pomo con dedos
temblorosos, pero no había sentido rastro de él. Había permitido que su mano
volviera a caer y caminó hacia la escalera. Uno de los otros había estado en la casa
—Dmitriu o Maximilian—; no podía decir cuál. Pero era interesante que pudiera
sentir la presencia y saber que no era amenazante.

Y sin embargo, después del descubrimiento de anoche, ¿podía confiar en sus


instintos?

Alejarse rápidamente de Saloman no había sido la forma madura de lidiar con su


comportamiento. En todo caso, acababa de reforzar su visión de que ella era algún
tipo de niña ignorante a la que se le debía mostrar lo equivocada que estaba.
262

Ahora, mientras cruzaba el rellano frente a sus habitaciones, el deseo de verlo se


apoderó de ella. Necesitaba estar con él, decirle lo que había visto después de
Páág
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abandonarlo, lo que casi había hecho. Necesitaba seguir peleando con él, o
arreglarse, o algo.

Hizo una pausa, mirando las puertas de la sala de estar. Él estaba ahí ahora. No
podía oírlo moverse, pero lo sentía, como también él la sentía. Él saldría en
cualquier momento y la descubriría, y repentinamente se dio cuenta de que no
quería que le sacaran el asunto de las manos. Quería estar en control.

Con decisión, dio un paso hacia la puerta, justo cuando el teléfono en su mano
sonó. Lo miró y vio un mensaje de texto de Mihaela. Había una reunión con Lazar
a las 8:30 en punto y ella debía estar ahí.

Una conversación apresurada de dos minutos con Saloman no era suficiente.


Elizabeth dejó caer el teléfono en su bolso y bajó corriendo las escaleras antes de
cambiar de opinión.

—Quiero que organices un encuentro con Saloman.

Las palabras de Lazar cortaron el silencio amenazador en su oficina, sacando a


Mihaela de sus pensamientos distraídos. Ella miró a Elizabeth con algo de alarma,
pero fue Konrad quien demandó:

—¿Con qué propósito?

—Con el propósito de averiguar qué demonios sucede —estalló Lazar—. Y si el


comportamiento vampiro está cambiando en la forma que Elizabeth y Mihaela
temen, ¡entonces al menos podemos pedirle que haga que sean más discretos!

—¿Por qué haría él eso?

Lazar se puso de pie, indicando que la reunión había terminado.

—Porque, según Elizabeth, él quiere nuestra cooperación. Veamos su buena


voluntad. ¿Puedes hacer eso, Elizabeth?

Elizabeth asintió.
263

—¿Cuándo? ¿Dónde?
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—Tan pronto como sea posible, y donde sea que él acceda que no ponga en peligro
al resto de nosotros. Usa tu sentido común. Quiero al equipo aquí. Y a ti.

Astuto Viejo Lazar. Ya se había dado cuenta de que la presencia de Elizabeth


protegía al resto. Eso puso algo incómoda a Mihaela mientras salía de la oficina de
Lazar con los demás. Ella sabía sólo de mirar a Elizabeth que no todo estaba bien
entre ella y Saloman, y Mihaela no quería que ninguna reconciliación
inconvenientemente rápida interfiriera con los planes de esta noche. Pero entonces,
ubicar a Elizabeth firmemente en el lado de los cazadores en esta reunión
civilizada de Lazar podría ser lo que los separara aún más.

Elizabeth estaba sentada en el vestíbulo, mandando un mensaje de texto. Bien,


pensó Mihaela, tomando su propio teléfono. Mantén las cosas impersonales. Estaba
contenta de haber recibido un mensaje de texto de Tarcal.

Me encantaría. ¿A qué hora?

Lo llamó, sugiriendo que él y su hermano Rikard llegaran alrededor de las siete esa
noche. Mientras terminaba la conexión, todavía sonriendo, encontró a István junto
a ella.

—¿Tienes una cita caliente esta noche?

No era propio de él hacer preguntas tan personales. Sabía que ella tramaba algo.
Mihaela tomó su brazo y se alejó de Elizabeth, quien todavía miraba su teléfono
como si esperara que hiciera trucos.

—No para mí —dijo Mihaela por lo bajo—. Para Elizabeth. He invitado a un


amigo, junto con su hermano apuesto, divorciado, y altamente inteligente.

István levantó una ceja.

—Suena como si tú debieras quedártelo.

—La necesidad de Elizabeth es mayor —dijo Mihaela secamente.

—¿Realmente crees que algún tipo ordinario, sin importar cuán atractivo, va a
remplazar a Saloman?
264

Ante su tono incrédulo, Mihaela le dio una mirada feroz.


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—Confía en mí, lo ordinario es atractivo para ella ahora. Necesita recordarse a sí
misma que podría irle bien con lo ordinario.

Mihaela le echó un rápido vistazo a Elizabeth, quien acababa de ponerse de pie y


estaba oyendo el urgente discurso de Konrad.

Mihaela pellizcó el brazo de István.

—Mira, no estoy diciendo que ella vaya a casarse con Rickard. Sólo necesita dudar.
Y Saloman también. Eso sería suficiente para terminar con esto.

István inhaló.

—Estás jugando con fuego, Mihaela. No puedes decirle a la gente qué sentir.

—No lo estoy haciendo —insistió Mihaela—. Estoy recordándole sus opciones.

—¿Y has considerado las consecuencias para el resto si Elizabeth molesta a


Saloman? Konrad, como mínimo, está vivo por su protección. Por no decir nada
del aspecto general.

—¿Cuál sería ese aspecto general, István? —dijo intensamente—. ¿Aquel en el que
ella muere por su proximidad con él? ¿O se convierte para complacerlo? ¿O aquel
en el que él nos dice a todos qué hacer?

István la miró.

—Suenas como Konrad.

Mihaela abrió la boca para protestar, pero antes de que pudiera hacerlo, la voz de
Elizabeth la interrumpió.

—El Club Ángel esta tarde —dijo, refiriéndose presumiblemente al encuentro que
acababa de organizar con Saloman—. Y he tenido una idea. Saloman me dijo que
una vez en Turquía, Luk se apoderó de la casa de una rica pareja, viviendo de sus
sangre e hipnotizándolos para que hicieran lo que él ordenaba. No creo que él haya
elegido a alguien tan prominente en Budapest; Saloman la conoce demasiado bien.
Pero, ¿qué hay si él ha tomado a alguien de perfil más bajo para que lo aprovisione
de sangre cuando le falte? ¿Han buscado por gente desaparecida?
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—Buena idea —dijo Mihaela, aliviada de tener algo positivo que hacer. István la
había incomodado por su plan perfectamente sensato para esta noche; al menos
buscar vampiros era algo sobre lo que ella no dudaba.

Mientras Saloman daba un paso hacia atrás, para examinar mejor la elegante
pintura al oleo en la pared del hogar del vampiro Elek, Elek despertó.

Sintió la presencia de Saloman inmediatamente, como se suponía, y se sentó


rápidamente en el sofá.

—¡Saloman!

Saloman se volvió sin prisa. El vampiro estaba sentado tenso, entre la huida y el
ataque. Pero debió haber sabido que cualquier respuesta era inútil. En la luz del
día, no tenía adónde ir. Sabía por qué Saloman estaba aquí.

—¿Has venido a matarme? —preguntó. Sonaba más resignado que enojado. Ni


siquiera tenía que preguntar cómo Saloman había llegado allí bajo el sol.

—Todavía no es un crimen hablar con el execrable Dante, aunque podría ser visto
como un lamentable fallo en el gusto y las buenas maneras.

Elek cruzó la habitación de un salto, hacia la puerta. Para un vampiro moderno,


era rápido, bien podría haber tenido éxito si Saloman no hubiera estado listo para
un intento tal. Las posibilidades estaban en contra de que Elek sobreviviera en
cualquier lugar, pero aquí en esta habitación, obviamente imaginaba que no tenía
ninguna chance.

Saloman se movió más rápido de lo que era estrictamente necesario. Tenía que
demostrar algo. Pero no le dio alegría ver la desesperación asentarse en el rostro de
Elek cuando Saloman se estiró desde su lugar frente a la puerta y lo tomó del
cuello.

Después del primer instintivo e inútil tirón para liberarse, Elek se quedó pasivo en
el asidero de Saloman. El miedo se elevó dentro de él, indefenso, desesperado.
266

—¿Cómo lo supiste? —susurró—. ¿Porque me cerré?


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—Muchos han hecho eso desde que mi primo Luk llegó a Budapest. Se ocultan de
él tanto como se ocultan de mí.

Los ojos de Elek se entrecerraron.

—Pero no estarías aquí si pensaras que estoy ocultándome de Luk.

—No. —Saloman lo dejó ir y le hizo un gesto hacia la silla más cercana. Elek
pestañeó con sorpresa, luego retrocedió lentamente para sentarse. La sospecha
encendió sus ojos vigilantes. Saloman dejó que sus labios formaran una ligera
media sonrisa—. Vi en la mente de Dante que lo habías conocido, lo habías hecho
prometer salir por Luk.

Elek quería evitar la insistente mirada de Saloman; era obvio. Pero Saloman le dio
crédito por haberse forzado a sí mismo a mirar a la cara al líder que había
traicionado.

—Lo hice —dijo Elek con un valiente intento de desafiarlo.

—¿Puedo saber por qué?

Elek hizo un gesto impaciente con la mano.

—Sabes por qué. Extraño las formas antiguas, la vieja libertad de hacer lo que
quiera sin temor a ser capturado por nadie más importante que los malditos
cazadores de vampiros.

—Extrañas las formas antiguas —repitió Saloman, mirando alrededor del


apartamento pequeño pero cómodo, decorada con buen gusto y con cortinas de
buena calidad y cuadros cuidadosamente elegidos. Un globo terráqueo centenario
y una fotografía en sepia de una dama victoriana descansaban en un estante sobre
un gran televisor. En el sofá junto a Elek descansaba una consola de video juegos.

Saloman regresó su mirada a Elek.

—¿Qué es lo que más extrañas? ¿Arrastrarte en una celda húmeda y oscura desde
la cual estás obligado a espantar intrusos cada par de semanas? ¿O ser perseguido
por los cazadores cuando rastrean demasiados cuerpos hacia tu hogar?
267

La mirada de Elek cayó.


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—No dije que fuera perfecto. Sólo que no veo por qué no podemos encontrar
consuelo en las formas antiguas.

Saloman curvó un labio.

—Porque sin ley, tendrás que protegerte y a todo lo que te pertenece de los
intrusos, e incluso cuando puedas vivir con eso, los cazadores rastrearán todos
esos muertos hasta tu puerta y te perseguirán, y antes de que lo sepas, si todavía
existes para saber algo, estarás de vuelta en esa celda húmeda y oscura,
espantando intrusos cada par de semanas. Consigues un círculo vicioso.

Saloman se paseó hacia adelante y apoyó la cadera en la mesa de caoba.

—Me parece un desperdicio de existencia, pero si eso es lo que quieres, sigue a mi


primo Luk hasta que lo maten. Todavía podría organizar para que vivas en una
celda, si eso es lo que deseas.

Elek cerró los ojos con fuerza y los abrió una vez más.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó, con voz baja—. ¿Por qué no me has matado?

Saloman lo consideró. Al menos, permitió que Elek lo viera considerándolo, como


si todas las decisiones no hubieran sido tomadas antes de poner un pie en ese
apartamento.

—No deseo matar a más vampiros de los que sean necesarios. Nuestro éxito
depende de una floreciente población. Y así, habiéndote señalado las opciones
como las veo, estoy preparado para dejarte elegir. Y para que pases mi
razonamiento a tus colegas. Si no te tomas mucho tiempo para eso. Nadie morirá
por regresar a mi redil.

Saloman alejó su cadera de la mesa.

—Así que, puedes abandonar todo lo que hemos logrado aquí y seguir a mi primo
si así lo deseas. Aunque deberías saber que lo mataré, y después no sentiré piedad
por los traidores. O puedes pensar sobre lo que hemos conseguido aquí y la
excitación de avanzar hacia un nuevo futuro, no un pasado viejo y miserable. Y
volver a mí.
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Se deslizó ágilmente hacia Elek, quien se presionó contra la silla como si intentara
escapar a través de la madera y la tela. La atontada esperanza de sobrevivencia del
vampiro se ahogó en una nueva oleada de miedo por su vida.

—Tienes hasta mañana —le dijo Saloman suavemente. A través de los ojos
desprotegidos de Elek, vio cómo lucía para el otro vampiro: grande, implacable,
arrolladoramente poderoso, su momento de piedad balanceándose en el filo del
cuchillo.

—Por ahora —continuó Saloman—. Debes decir cuándo y dónde Luk pretende
hacer su movimiento.

—No lo sé —susurró Elek. Era como un perro arrastrándose, excepto que entre el
miedo abyecto existía un indicio de confundida vergüenza que estaba conservando
su existencia. Por ahora. Su mente se abrió ante Saloman, mostrándole todo lo que
sabía. El encuentro con Dante, el cual Saloman había extraído sutilmente de la
mente de Dante en un instante de distracción de Luk. Las promesas de libertad y
protección que habían sonado a la vez seductoras y demasiado buenas para ser
verdad. Y las dudas de Elek, ya estaban allí antes de la visita de Saloman. El
conocimiento de un golpe devastador que le quitaría a Saloman su poder y dejaría
el camino abierto para la nueva era de dominación vampírica de Luk.

Pero sin detalles. Dante no le había dado ninguno y Elek tampoco leyó ninguno.
Luk no le estaba diciendo nada a nadie.

Saloman se alejó del desertor.

—Sabes dónde encontrarme —dijo distantemente—. Cuando hayas tomado una


decisión.

Se fue por la puerta frontal y simplemente saltó a través del pozo de la escalera
hacia la planta baja. Desde el sótano corría un caño de drenaje en desuso que
llevaba a un vertedero cercano, donde Saloman había estacionado su auto. En el
mundo moderno, era realmente fácil andar cuando el sol estaba alto.

Lo cual era afortunado, porque tenía una cita en el Ángel esta tarde. Su pulso saltó
cuando su mente se adelantó a eso; quizá por lo que las discusiones con los
cazadores podían implicar, quizá porque Elizabeth estaría allí. Lo había evitado
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desde su estúpida demostración la noche anterior. Su propio miedo a perderla lo


había vuelto insensible, lo había llevado a hacer juicios erróneos que no se podía
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permitir. Incluso la noche anterior, mientras la arrastraba desde el crimen humano
a la crueldad, había estado avergonzado por angustiarla; él sabía que ella tenía
suficiente con qué lidiar en este momento. Y aún así no pudo obligarse a detenerse
hasta que fue demasiado tarde. Incluso cuando lo entendía, ella había huido de él.

Saloman se arrastró por el viejo tubo, ignorando el arrollador hedor que no solo se
pegaría a su ropa, sino a su piel. Cualquieras fueran sus razones, había alejado a
Elizabeth, justo como Luk había dicho que lo haría.

Mientras Saloman se acercaba al círculo de luz de sol, aceleró. El auto lo esperaba,


la puerta abierta, y él saltó dentro con el mínimo dolor, cerrando la puerta de un
golpe. En el vertedero, un par de chicos, escapados de la escuela, estaban pateando
una pelota entre las pilas de basura. No lo notaron, como no habían notado el auto
abierto, el cual él había encantado para volverlo invisible antes de dejarlo.

Encendió el auto y rodeó a los chicos hasta llegar a la calle. Saloman pensaba en
todo. Incluso había determinado qué haría si el mundo que estaba construyendo
colapsaba debajo de su falla; como parecía capaz de hacer ahora, mientras su
apoyo en Budapest se escurría. Ominosamente, los vampiros convergían en la
ciudad, no sólo de las provincias húngaras, sino también de Rumania y Croacia. Su
propósito no era claro, y Saloman no haría que le perdieran el respeto
interrogándolos. Tampoco estaba más cerca de descubrir a Luk o su plan de
ataque. Así que tenía una estrategia de salida. Pero aunque el sufrimiento del
mundo si Luk ganaba le generaba lástima, no se rendiría. Comenzaría de nuevo.
Incluso sin Elizabeth.

Un frío denso y negro se asentó sobre su corazón. Sabía que ella todavía era infeliz,
pero no sabía qué podía hacer para mejorarlo. Irónicamente, él le había enseñado
su propio valor, el cual bien podía ser lo que ahora la mantuviera alejada de él.
Ambos entendían que ella merecía más de él que la torpe lección de la noche
anterior. Ella era Elizabeth, y ella era suya. Sin ella, los próximos siglos, sin
importar si fallaba, serían insoportablemente deprimentes.

—No estoy convencido de que reunirse aquí sea una buena idea —dijo Lazar
mientras Konrad abría la puerta del Club del Ángel para dejarlo entrar.
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—Es tranquilo durante el día —le aseguró Konrad—. Y el personal es mayormente
humano.

István, estudiando los detectores alineados en su mochila mientras avanzaban


pesadamente hacia el piso de arriba, dijo:

—Un Antiguo, un vampiro ordinario. Algo distanciado.

Elizabeth lo vio enseguida, sentado en el bar. Su corazón saltó a su garganta. Puro


deseo ahogó el resentimiento que se mantenía, y tuvo que obligarse a no correr
hacia él. Pero aunque él debía ser consciente de su entrada, no se volvió. ¿Estaba
enojado con ella? ¿Cómo podría ella decirlo si él decidía ocultarlo? ¿Tendría un
impacto en sus tratos con los cazadores?

No. Sea lo sea, él no es trivial.

Parecía estar conversando con la chica detrás del bar, quien lo miraba a los ojos con
abierta adoración. Como mínimo, otra fuente de sangre, pensó Elizabeth salvajemente,
antes de recordar que Angyalka no permitía alimentarse en las instalaciones.
Sorbió por la nariz.

Saloman vestía de negro. Se asemejó a una pantera cuando se bajó de la silla y


caminó a saludarlos, todo gracia elegante y letal y músculo ondulante debajo de su
camisa de seda. Aunque su mirada velada los revisó equitativamente, la
respiración de Elizabeth se atascó cuando la mirada de él se deslizó sobre ella. Un
escalofrío de electricidad se enroscó alrededor de su columna, distrayéndola del
punto de esta reunión. Como Konrad retrocedió con aversión, Elizabeth realizó la
más breve de las presentaciones.

—Lazar, Saloman —murmuró.

Saloman inclinó la cabeza.

—Por favor, siéntese —invitó él con perfecta cortesía, indicando el asiento más
cercano—. Katalin traerá café.

Lazar, quien nunca antes había tenido el placer de la avasallante compañía de


Saloman, cerró la boca e hizo lo dicho, aunque nunca apartó la mirada de Saloman.
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Se sentaron en silencio mientras el café era servido y la mesera, Katalin, regresó al


bar.
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Entonces Saloman se sentó y miró una vez más a Lazar.

—¿Cómo puedo ayudarlos?

Como no tenía su acostumbrada y muy abusada lapicera en la mano, Lazar estaba


reducido a golpetear los dedos contra la mesa.

—Necesito saber qué está sucediendo —dijo abruptamente—. ¿Sabes de este


vampiro que Elizabeth vio alimentándose abiertamente anoche? ¿Aparentemente
en algún tipo de relación con su víctima? Tenemos un creciente número de
víctimas que están recordando los ataques. Es como si los vampiros ya no se
molestaran en cubrir sus rastros.

Saloman continuó mirándolo, como si esperara más. Ni siquiera la agitación de


una pestaña reveló que él no sabía nada de la historia. Finalmente, observó:

—Pareces saber exactamente lo que sucede.

—Pero, ¿por qué? —demandó Lazar, inclinándose hacia adelante con repentina
agresión. Había sido un cazador de campo; estaba rodeado por sus colegas; no se
sentía amenazado por Saloman—. ¿Les has dicho que no necesitan temernos?
¿Estás intentando provocar una guerra con la humanidad al hacer salir a los
vampiros a la luz?

—No —dijo Saloman suavemente cuando Lazar se detuvo para respirar.

Mihaela dijo:

—¿Y las dos jóvenes que desaparecieron después de una salida el miércoles?
¿También se han ido con vampiros? ¿Sabes algo de ellas?

Eran las víctimas más probables que habían salido de la sugerencia de Elizabeth
esta mañana, y ella no había perdido las esperanzas de que pudieran llevar a Luk.

—No —dijo Saloman—. No lo sé, pero podría ser útil rastrearlas para llegar a Luk.
La noche del miércoles atacó a Elizabeth. Usó un montón de energía y debe haber
necesitado mucha sangre para recuperarse.

Mihaela asintió una vez más, quizá como agradecimiento, y distraídamente tomó
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su taza de café.
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Lazar dijo:

—¿Podemos mantenernos en el tema? ¿Por qué los vampiros están cambiando su


comportamiento?

—El mundo está cambiando —dijo Saloman—. Y con razón. Estancarse nunca es
bueno.

—¿Esto es obra tuya? —insistió Lazar.

Saloman bebió su café. Elizabeth observó sus elegantes dedos y el asidero de sus
labios en su taza, recordando muy inapropiadamente como se sentían en su
cuerpo. Una oleada de emoción enredada tiró de ella. La aplastó sin piedad.

—¿Esto es obra mía? —repitió Saloman mientras Lazar se movía inquieto—. Sí. —
Su mirada los recorrió a todos y se posó sobre su taza—. ¿Quieres que de más
detalles? Muy bien. He detenido, más o menos, los asesinatos vampiros. La
mayoría de los vampiros ha aprendido que no necesitan matar para sobrevivir, y
que no matar les trae menos problemas. —Sonrió ligeramente—. Y de mí. Como
resultado, muchos han dejado de verse a sí mismos como una amenaza a la
humanidad, y si no son amenaza, ¿por qué deberían esconderse? ¿Por qué no
deberían tener amigos humanos? ¿Una amante humana para alimentarse y tener
sexo? Si la humana está dispuesta, eso resuelve muchos problemas.

—Los hace descubrirse —dijo Lazar intensamente.

—Sí —coincidió Saloman—. Así es. Comenzó en Rumania y en Hungría, porque


ahí es donde primero impuse mi voluntad, pero ya se está esparciendo. Y encima,
hay rumores crecientes en Turquía, donde la depredación de los rebeldes no podía
ser cubierta completamente por los cazadores… una cosa buena se logró de ese
desastre.

—Oh, mierda —dijo Konrad con sentimiento.

—Quieres esto —acusó Lazar.

—Sí, es así —dijo Saloman—. Y también tú deberías. Es el progreso natural.

—¡Habrá una carnicería! —explotó Lazar—. En su pánico, los humanos se


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desmandarán, y realmente no veo que tú aceptes eso como progreso. Habrá guerra,
guerra apocalíptica…
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—Pintas la peor posibilidad —interrumpió Saloman—. Con los mismos
argumentos que oí en el Siglo XVII. Lo que ahora tienes es un pequeño flujo de
información, una pequeña proporción de gente que se han vuelto más conscientes
de una forma u otra de la existencia de los vampiros. Ninguno de ellos, creo, ha
salido a matar o ha buscado convencer a la población en general. Me parece que lo
que necesitas aquí es una política, una estrategia para educar gradualmente a la
humanidad.

Los ojos de Lazar fueron brevemente a Elizabeth y Mihaela. Como no era la


primera vez que había oído su punto de vista, podría ser más flexible a las
sugerencias de Saloman.

—Hay varias cosas que ayudaría que consideraras —continuó Saloman—. Primero,
que los vampiros pueden y deben ayudar al mundo en que habitamos. Mi gente ha
vivido en el caos por demasiado tiempo para estar apropiadamente consciente de
los dones que pueden poseer, pero con el tiempo podemos ayudarlos con la
predicción de desastres naturales, con asuntos relacionados con rastreos… rescates
de montaña, atrapar criminales, encontrar niños perdidos, y quizás incluso a curar,
aunque ese es un raro don que bien podría estar perdido para siempre. Segundo, si
vivimos juntos en paz, podemos reunir recursos para erradicar el crimen en
nuestras comunidades. No necesita ser un asunto de hombre contra vampiros.
Tercero, la tolerancia sólo se logra con conocimiento. Y cuarto, tenemos los
recursos para comenzar esto en una forma gradual, presentándonos primero a
aquellos que ya tienen un indicio de lo paranormal, aquellos humanos que
comparten un gen Antiguo. Como Elizabeth y Josh Alexander.

A pesar de sí misma, el corazón de Elizabeth saltó ante el sonido de su nombre en


sus labios.

—Y Grayson Dante —dijo Mihaela con ironía.

—Grayson Dante no será un problema por mucho más tiempo —dijo Saloman con
una certeza tan calmada que, junto a ella, Lazar tembló.

—Tu justicia no es la nuestra —advirtió—. Nunca condonaremos que un vampiro


mate a un humanos, por cualquier razón.
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Saloman levantó una ceja.

—Entonces debes dejar de condonar el asesinato de vampiros sin razón.


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—Siempre hay una razón —estalló Lazar.

—No, no la hay —dijo Elizabeth quedamente. Todos se volvieron a mirarla con


sorpresa, pero, dejando todos los asuntos personales de lado, ella ya había elegido
el lado que creía era el correcto para el mundo. Evitando la penetrante mirada de
Saloman, dijo con más fuerza—. Dijiste que debería haber matado a ese vampiro
anoche, cuando estaba él no haciendo daño.

—¡Se estaba alimentando de una humana!

—Con su consentimiento —discutió Elizabeth—. Y considera esto: si los vampiros


se están alimentando con consentimiento, entonces es menos probable que lo
hagan sin consentimiento. —Antes de que Lazar pudiera explotar, ella le dio un
codazo suave y amigable que pareció sacar el viento de sus velas—. Mira, todo esto
lleva tiempo. Nadie está hablando de anuncios en televisión o de enseñar estas
cosas en la escuela, pero creo que Saloman tiene razón. El mundo está cambiando,
y depende de todos nosotros asegurarnos que sea para mejor. Necesitamos ajustar
nuestro pensamiento para reconsiderar qué está realmente mal. Porque diría que el
gato se está saliendo por el lado equivocado de la bolsa.

Lazar lució ligeramente desconcertado por sus últimas palabras hasta que Mihaela
tradujo bruscamente.

—El secreto se está saliendo.

Saloman se puso de pie. Era, pensó Elizabeth, una medida de la inconsciente


aceptación de los cazadores que sólo Lazar se puso de pie de un salto como
defensa instintiva.

Saloman dijo:

—Todo lo que pido en este momento es que discutan estos asuntos con sus colegas.
He disfrutado la conversación y espero que podamos hablar de nuevo pronto. —
Inclinó la cabeza hacia Lazar y los cazadores. Su mirada se mantuvo sobre
Elizabeth un instante más largo de lo estrictamente necesario, y aun así no hubo
una invitación ahí, ningún mensaje telepático, ni siquiera una orden que ella
pudiera desafiar. Se sentía como un conejo hipnotizado. Luego la dejó ir y
simplemente se volvió.
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Mientras Saloman se paseaba de vuelta hacia el bar, Elizabeth le dijo
brillantemente a Lazar.

—¿Bueno? ¿Eso ayudó?

—No —gruñó Lazar—. Sólo me ha dado otro dolor de cabeza.

Konrad se puso de pie abruptamente.

—Vamos a rastrear a esas chicas perdidas. Me gustaría tanto encontrar a Luk antes
de que él lo haga.

Y sin Saloman, ¿qué demonios vas a hacer con él? se preguntó ella.
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Capítulo 17
Traducido por AariS

Corregido por Simoriah

L
a puerta delantera de Mihaela fue abierta por un apuesto
desconocido.

Sorprendida, Elizabeth tomó la estaca en su bolsillo.

—¿Dónde está Mihaela? —exigió.

—¡Cocina! —Llegó la voz amigable aunque distante de Mihaela.

—Oh. —Sintiéndose un poco tonta, Elizabeth dejó ir la estaca. Al menos no había


amenazado realmente al invitado de Mihaela con ella.

El guapo desconocido sonrió, abriendo la puerta más ampliamente.

—Tú debes ser Elizabeth. Perdón por asustarte.

Elizabeth entró al corredor justo cuando Mihaela asomaba la cabeza de la cocina


para decir:

—Elizabeth, Rikard Varga. Oh, y éste es el hermano de Rikard, Tarcal —añadió


cuando otro hombre salió paseándose de la sala de estar, un vaso de vino en la
mano. Los hermanos estaban sobre los treinta, eran rubios y apuestos.
Escondiendo su sorpresa, Elizabeth se quitó la chaqueta y entregó su botella de
vino a Mihaela en la cocina.

—No me dijiste que ibas a tener otros invitados —dijo.

—Espero que no te importe. Pensé que sería la mejor forma de evitar que
habláramos de negocios.

Elizabeth suspiró. Hablar no las llevaría a ninguna parte de todos modos. Habían
encontrado a alguien que había visto a las mujeres desaparecidas con un hombre
misterioso que no podía describir. Tenía que ser Luk, enmascarado, pero el
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descubrimiento no las había hecho avanzar nada. Las mujeres habían desaparecido
tan completamente como Luk.
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—Buen plan —dijo Elizabeth tristemente. Bajó la voz—. ¿Quiénes son? ¿Estás
viendo a uno de ellos?

—No de ese modo —dijo Mihaela, con una pizca de arrepentimiento—. Conocí a
Tarcal en el gimnasio. Tiene novia hace mucho tiempo, pero vamos de copas de
vez en cuando… que es como conocí a su hermano. Que está disponible —añadió
con una rápida sonrisa. Como Rikard eligió ese momento para entrar en la
pequeña cocina, ella dejó caer el tono conspirativo para decir a la ligera—. Rikard
es médico.

—Tú también, tengo entendido —dijo Rikard a Elizabeth.

—Sí, pero no de la variedad médica.

—Rikard, ¿le servirías un poco de vino a Elizabeth? —preguntó Mihaela, abriendo


la puerta del horno—. Vayan a la sala de estar. Está hirviendo aquí.

Aunque Elizabeth no pudo evitar sentirse un poco molesta porque dos


desconocidos se hubieran apropiado de su cómoda noche con Mihaela,
rápidamente descubrió que los hermanos Varga eran bastante encantadores,
inteligentes, cultos y amables. Y mientras los cuatro se sentaban alrededor de la
mesa, charlando sobre la deliciosa cena de Mihaela, Elizabeth admitió que era una
forma inesperadamente divertida de pasar la noche, bien lejos de los vampiros,
mujeres desaparecidas, y el dolor de un amor que parecía imposible bien para
soportarlo o renunciar a él.

Tarcal, se dio cuenta, era un flirteador nato, lo cual era a la vez halagador y
divertido, ya que dividía su atención bastante equitativamente entre Elizabeth y
Mihaela; pero Rikard parecía un personaje más serio. Se especializaba en pediatría.

—Imagino que puede ser muy angustioso a veces —comentó Elizabeth.

—Puede serlo. La mayor parte gratificante, sin embargo. Me encanta trabajar con
niños.

—Te cansarás de ello cuando tengas los tuyos —interpoló Tarcal con una rápida
sonrisa.
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—¿Estás pensando en ello? —preguntó Elizabeth, un poco divertida.


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—Algún día. Eso espero, sí. —Rikard dudó, luego confió—. Para ser honesto, es
por eso que mi esposa y yo nos separamos. Ella también es cirujana, y no quería
interrumpir su carrera para tener niños. —Bajó su tenedor y sonrió en una especie
de manera autocrítica—. Pero esa es una excesiva simplificación, ¿no? Digamos
que los problemas en nuestra relación se pusieron de relieve por nuestro
desacuerdo sobre los niños.

—¿Tu separación es reciente? —preguntó Elizabeth, preguntándose ansiosamente


si Mihaela estaba a punto de meterse en problemas con Rikard, en quien Mihaela
parecía tener un mayor interés que en Tarcal.

—Hemos estado divorciados por un año. ¿Qué hay de ti, Elizabeth? ¿Quieres
niños?

Elizabeth cogió su vaso de vino, como si pudiera protegerla. Sin previo aviso, se
imaginó con Rikard, sosteniendo a un bebé sobre el cual ambos sonreían con
amoroso orgullo. Una vida feliz y satisfecha. Una buena vida, con un buen hombre
y un niño, quizás montones de niños…

Afortunadamente, su propio ahogo de risa burlona interrumpió su visión. Bajó el


vaso.

—No es algo en lo que piense ahora mismo —dijo, y cambió de tema—. ¡Mihaela,
eso estaba delicioso! ¿Qué hierbas usaste?

Y sin embargo, cuando arriesgó otra mirada a Rikard, notó una vez más lo apuesto
que era, cuán amables y sensuales eran sus labios. Se preguntó cómo sería besarlo,
tener bebés con él, vivir con él hasta la vejez.

Claramente, había tomado demasiado vino. Rikard era un partido mucho mejor
para Mihaela.

Más tarde, después del postre y el café, Elizabeth ayudó a Mihaela a despejar la
mesa, dejando a los hombres debatir sobre si Tarcal debía conducir solo a casa o
irse con su hermano, que había bebido bastante menos vino.

—Le gustas —dijo Mihaela, sonriendo, mientras apilaba platos en el fregadero.


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—¿A quién?

—A Rikard, por supuesto.


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—Creo que está yendo por ti —dijo Elizabeth secamente, pero Mihaela, quien
evitaba relaciones de larga duración, le frunció el ceño en una especie de manera
irritada.

—¿Te gusta? —exigió.

—Por supuesto que sí —dijo Elizabeth cálidamente—. Es encantador. —Y si


Mihaela simplemente pudiera superar su opinión de que ser una cazadora le
impedía cualquier clase de vida amorosa normal, quizás él era precisamente el
hombre para ella. Un repentino anhelo por estar con su propio amor se elevó, y
dijo con impaciencia—. Tengo que irme, Mihaela, pero lo he pasado de maravilla.
—Le dio a su amiga un rápido abrazo y susurró en su oído—. Ve a por ello.

Mihaela lució sorprendida, haciendo reír a Elizabeth mientras salía de la cocina


para despedirse de los hombres. Sin previo aviso, se chocó directamente con
Rikard en el pasillo y saltó hacia atrás con una palabra de disculpa.

Las manos de Rikard fueron a su brazo y su cintura para estabilizarla.

—Culpa mía —dijo con una sonrisa, pero aunque ella estaba bastante estable sobre
sus pies, no quitó las manos de inmediato. Sus ojos azules eran cálidos, dándole a
Elizabeth una alerta instantánea antes de que dijera—. Tarcal está haciendo sus
propios arreglos. ¿Puedo llevarte a casa?

Elizabeth retrocedió hasta estar fuera de su alcance.

—No, gracias.

Él la siguió, levantando una mano para tocar su mejilla.

—Elizabeth. Eres muy dulce. No estoy pidiendo nada más que llevarte a casa esta
noche, pero me gustaría verte de nuevo.

—Um… no creo que sea una buena idea —dijo. Lo miró a los ojos—. Es
complicado, pero estoy en una relación con otra persona.

—Mihaela me lo dijo —dijo él con una dulzura que ascendió a la simpatía—. Si


quieres, podemos ir a mi casa. O te puedo dejar cerca de tu casa. Déjame ayudar.
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La respiración de Elizabeth se atascó. Se sentía sin aliento.


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—Eso no será necesario —dijo, forzando a sus dientes a separarse para hablar con
algo que se acercara a la normalidad—. Encantada de haberte conocido, Rikard.
Adiós.

Fue al baño para darles tiempo a los hermanos para irse. No podía confiar en sí
misma para hablar hasta que se hubieran ido. Sentada en el borde de la bañera,
tuvo que convocar todo su autocontrol simplemente para llamar a su empresa de
taxis habitual y pedir un coche.

Cuando salió del baño, Mihaela la encaró en el vestíbulo, con una expresión
indescifrable.

—¿Qué les dijiste? —preguntó Elizabeth—. ¿Que Saloman me pega?

El mentón de Mihaela se elevó.

—Lo dejé a su imaginación.

—¿Mientras implicabas que era infeliz y necesitada de un caballero de brillante


armadura?

—¿No lo estás?

Miró fijamente a Mihaela.

—No. Y no. ¿Por qué los demás siguen decidiendo lo que necesito?

—¡Porque no pareces verlo por ti misma!

—¿Qué tal si eres tú la que no puede verlo, Mihaela?

Mihaela pasó junto a ella.

—Estás haciendo un problema de la nada. Todo lo que hice fue invitar a unos
amigos para conocerte, presentarte a un buen hombre que tiene los mismos
intereses y las mismas metas en la vida que tú. No te vendí en esclavitud sexual.

La ira de Elizabeth estalló.

—Maldita sea, Mihaela, ¿cómo puedo confiar en ti cuando estás haciendo estas
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cosas a escondidas?
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El cuerpo entero de Mihaela dio media vuelta.

—¿Confiar? —Su rostro se ruborizó hasta tomar un profundo e intenso rojo—. ¡No
te atrevas a hablarme de confianza! ¡He estado contigo cuando nos mentiste, nos
traicionaste, cuando dormiste con nuestro mayor enemigo! Incluso cuando trataste
de ganarnos para su causa, no te denuncié. Mantengo tu secreto frente a mis
empleadores, quienes sí confían en mí. ¿Por qué? Porque eres mi amiga. Y si espero
tu felicidad, creo que eso es una parte de la amistad. Si espero que veas lo que es
bueno y lo dejes, te des una oportunidad para vivir, ¿es ése un crimen tan grande
contra la confianza?

La verdad en las enojadas palabras de Mihaela la azotó. La sangre abandonó su


cabeza, dejándola débil y mareada. Ahora no, maldita sea, ahora no… cerrando los
ojos, trató de forzar a las náuseas a retroceder. Pensar a través de ello.

—No merezco una amiga como tú —susurró—. Lo sé. Y pienses lo que pienses, sí
valoro nuestra amistad. Te valoro a ti y a los demás más de lo que nunca sabrás.
Pero esta cosa con Saloman… no debes tocarla, Mihaela. Necesita espacio para
crecer, incluso para sobrevivir… —se interrumpió, consciente de que carecía de
sentido.

Mihaela dijo:

—No quiero que sobreviva.

Elizabeth abrió los ojos y sonrió débilmente.

—Mihaela. —Parecía que sus piernas se moverían después de todo. La llevaron a


través de la habitación hasta que pudo poner los brazos alrededor de su amiga—.
No depende de ti —susurró con una extraña y dolorosa especie de risa.

Mihaela no lo entendió, ¿cómo podría?, pero después de un momento de rigidez,


se dio por vencida y abrazó a Elizabeth de vuelta antes de apartarla. El malestar
comenzó a desaparecer, permitiendo a Elizabeth la fuerza para moverse, para
recoger su chaqueta y su bolso de la silla en un rincón del vestíbulo.

En la puerta principal, se detuvo y ofreció una sonrisa torcida por encima del
hombro.
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—Realmente disfruté esta noche. Gracias.


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Mihaela dejó escapar una risa y le lanzó un guante.

—Fuera de aquí.

Dante vio al vampiro enseguida. Aunque la noche se había vuelto fría, llevaba una
camiseta de tirantes negra con sus jeans y estaba sentado inmóvil entre una estatua
y uno de los pilares de piedra que la enmarcaban. Parecía inesperadamente juvenil,
una mata de cabello oscuro y rizado cayendo hacia delante sobre su rostro. Por la
descripción de Timucin, Dante había imaginado a alguien más imponente.

Siempre había gente en Heroes’ Square, incluso en la oscuridad de la noche. Era un


buen lugar para mezclarse, a pesar de su enorme tamaño. Sin embargo, la posición
elegida por el vampiro a casi el doble de la altura de la mayoría de los hombres,
iluminada por la lámpara de alta intensidad, no era exactamente sutil. Cruzando la
plaza hacia el semicírculo de estatuas, Dante tuvo suficiente tiempo para examinar
al aspirante a discípulo de Luk, y se sintió a la vez emocionado e intimidado.

Dante no estaba acostumbrado a sentirse intimidado. En su vida había considerado


a pocos hombres como sus iguales, absolutamente a ninguno como su superior, ni
siquiera a los presidentes de los Estados Unidos, a la mayoría de los cuales había
conocido desde que eran pequeños mocosos. Ahora, técnicamente en la parte
inferior de la jerarquía vampírica, era sin embargo consciente de sus propias
ventajas; por esto era que había estado tan decidido a ser convertido por la Espada
de Saloman o, en su defecto, por un vampiro que llevara la sangre de un Antiguo.
Lo hacía intrínsecamente más grande que los neófitos ordinarios y la mayoría de
los demás vampiros que se había encontrado hasta ahora.

Pero este vampiro era fuerte y sutil. Tenía capas de enmascaramiento que
ocultaban su identidad, y sin embargo él permitía ver un vistazo de un simple
vampiro, suficiente para atraer a Dante hacia él. El vampiro ni siquiera lo miró
cuando se detuvo ante él. Dante examinó la estatua y el nombre en el pedestal.

—‘Bethlen Gabor’ —leyó—. ¿Qué hizo para merecer tal honor?

—¿El honor de la estatua? La cual no es para nada como él, por cierto. ¿O el de mi
283

compañía? —Su voz era inesperadamente baja. Sin la audición de vampiro, Dante
dudaba que lo hubiera oído.
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—Cualquiera de los dos —dijo Dante.

—Era un soldado. Y amigo mío. —El vampiro se deslizó suavemente hacia el suelo
frente a él—. ¿Dónde está Luk?

—Me envió para hablar por él.

—Estoy aburrido de hablar con subalternos. Si Luk no está interesado en mi apoyo,


sería más educado decirlo.

El vampiro le dio la espalda, alejándose ya.

—No, espera. Por supuesto que está interesado —dijo Dante rápidamente, forzado
a saltar tras él de una manera que no mejoró su dignidad.

—¿Así que me envía a un neófito?

—No sabemos quién eres —espetó Dante. ¿Por qué demonios estaba suplicándole
a esta criatura?

El vampiro miró por encima de su hombro.

—Maximilian.

En su ático, Luk aulló de alegría.

—¿Maximilian? ¿Su propio hijo? ¡No podía haber esperado mejor! Le hará más
daño porque todavía no se las ha arreglado para encontrar y matar el más
importante de sus asesinos. ¡Oh, me encanta esto!

—¿Maximilian es tan fuerte como parece? —preguntó Dante.

—Para un vampiro moderno, sí. Era bueno. Muy bueno. Y sólo puede ser más
fuerte ahora. Será muy útil cuando ataquemos. —Luk hablaba con impaciencia,
casi distraídamente, porque su mente estaba dando vueltas a todo el daño que
pronto le infligiría a Saloman. Lo dejaría sin nada; una vez más daría vuelta su
mente de adentro hacia afuera, y después lo mataría. Sería realmente el comienzo
284

de una nueva era, y Luk se vengaría con el mundo entero.


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No podía recordar completamente, y no le importaba mucho, qué era lo que el
mundo le había hecho. Sólo sabía que todos tenían que pagar por su presencia
aquí. Quizás entonces la paz volviera. Sin Saloman, sin odio, sin ira desgarradora.
Sin miedo.

Cuando la última palabra golpeó su mente, se volvió de nuevo hacia Dante.

—No le contaste nuestro plan, ¿verdad?

—No. Pero, ¿por qué lo preguntas? —Dante frunció el ceño—. ¿No confías en él?

—Por supuesto que no confío en él, idiota. No debe salir palabra de ninguna
manera. El impacto será aún mayor, al igual que nuestro éxito. Y estoy casi listo.
Casi.

Emergiendo del apartamento de Mihaela en la oscuridad, Elizabeth no pudo ver


ninguna señal del taxi que había pedido.

—Lo despedí —dijo Saloman, su alta y oscura figura pareciendo materializarse


junto a ella—. Pensé que podríamos caminar.

Una súbita oleada de alegría la fijó en su sitio. ¿Podía lidiar con esto ahora, tan
pronto después de la confrontación con Mihaela? Estaba demasiado emocional. Y
en lo que concernía a Saloman, tan ridículamente insegura.

Su ligero toque en el brazo la instó a avanzar. Detrás y por encima, sabía que
Mihaela los observaba desde su ventana. Se preguntó si la cazadora encontraba
algún consuelo en la protección de Saloman hacia ella, o si simplemente odiaba
verlos juntos.

—¿A qué debo el honor? —preguntó ligeramente, todavía sin mirarlo—. ¿Temes
que Luk intenté matarme de nuevo?

—Es una posibilidad —admitió Saloman—. Y Dmitriu y Maximilian parecen estar


ocupados.
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Antes, eso la habría herido, pero parecía que la disputa con Mihaela había puesto
las cosas de nuevo en perspectiva. Sabía que él estaba bromeando. Escondiendo
una sonrisa, finalmente volvió su rostro hacia él.
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La estaba mirando intensamente, sus ojos piscinas de oscuridad que brillaban
ocasionalmente bajo la luz de las farolas.

—Puedo enmascararte a distancia, esconderte de él, como hice anoche —dijo—.


Pero prefiero estar seguro de que estás a salvo. —Lentamente, él entrelazó los
dedos con los de ella, y se encontró aferrándose a ellos como a su único salvavidas.

Él levantó la mirada hacia la luna mientras caminaban por la silenciosa calle, y ella
esperó. El ritmo de su corazón ahogaba sus pasos, calmaba las turbulencias del
daño de la última jornada. Podía dejarlo como estaba, simplemente disfrutar de la
felicidad actual de su presencia… y esperar que algo parecido sucediera de nuevo.
O podría enfrentarlo ahora.

—Segura —repitió—. Eso fue lo que dijiste anoche. Quieres que me sienta segura
contigo. ¿Realmente crees que necesito una demostración para sentir eso? ¿Para
entenderlo?

La pausa duró tanto tiempo, que pensó que él no contestaría, y la desesperación


comenzó a establecerse en torno a ella. Entonces sus dedos se movieron sobre los
suyos, acariciando suavemente.

—Puedes llamarme grosero. Pero supongo que quería que me comparases


justamente con los humanos mientras aprendías más de mí.

Elizabeth levantó la mirada hacia él. No sabía si golpearlo o reír.

—¿De eso se trató la noche anterior? Todavía crees que te dejaré cuando vea dentro
de tu corazón. ¿Tan negro es?

Un músculo se apretó en su mandíbula. El silencio se estiró. Entonces:

—No lo sé. Ha pasado tanto tiempo desde que alguien miró y me lo dijo.

Poco a poco, vacilante, Elizabeth se acercó, hasta que pudo apoyar la cabeza contra
su hombro, permitiendo que la maraña de asombro y pena se convirtiera en más
que perdón, en los inicios de un nuevo entendimiento.

—Lo siento —dijo él en voz baja—. No debería obligarte a ver tales cosas cuando
no hay nada que puedas hacer para ayudar. Te prometí la noche, no el terror. Ven.
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—Su paso se alargó, haciéndola trotar para seguirle el ritmo—. Esto es lo que te
habría enseñado después; todo lo que deberíamos haber visto anoche.
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Pasando su brazo alrededor de su cintura, saltó al tejado del alto edificio a su
izquierda, y mientras ella todavía jadeaba por la vertiginosa altura, él señaló
estrellas y constelaciones que significaban algo para él, junto con las divertidas
creencias y supersticiones de varias culturas, y cómo éstas lo habían ayudado u
obstaculizado en Egipto, Grecia, Bizancio e India en varios momentos de la
historia.

Saltando desde el tejado sin ninguna palabra de advertencia, la besó mientras


caían, y ella jadeó de placer ante la salvaje experiencia. De la mano, la condujo a
través de las partes más antiguas de la ciudad, sobre el oscuro y ondulante
Danubio hasta algunos de los locales nocturnos más elegantes, describiendo los
edificios y a las personas con acentuada percepción de vampiro. Sonaba como un
cuadro maravilloso, como la vida realzada con colores más vibrantes y contrastes
más agudos.

—Es como si vieras algo de belleza interior mezclada con la exterior —dijo ella una
vez, después de mirar al joven con gafas de apariencia ordinaria sobre el que él le
acababa de llamar la atención—. ¿Vería eso yo también?

—¿Si fueras un vampiro? —dijo Saloman—. Probablemente.

Si fuera un vampiro. Terreno prohibido. Terreno impensable. Lo apartó.

Saloman dijo:

—Cuarenta o cincuenta años juntos no es mucho.

¿Realmente había querido que él sacara a relucir esta discusión una vez? Se forzó a
sí misma a sonreír, mirando por encima de la multitud a las estrellas que nunca
cambiaban. O no en una vida.

—No serían siquiera cuarenta años, ¿verdad, Saloman? En treinta seré vieja. —Si lo
que sea que es lo que me está haciendo enfermar me deja vivir tanto.

Él se detuvo, volviendo el rostro de ella hacia el suyo, buscando en él.

—¿Crees que no te amaré cuando envejezcas?

—No podrías verme de la misma manera. Tú nunca cambiarás, Saloman. Me


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convertiré en una mujer vieja y arrugada con lunares peludos y articulaciones


artríticas. —Si tengo suerte.
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—La belleza interior no desaparece —dijo él suavemente—. En ti sólo se hará más
fuerte.

—¿Te afligirás cuando muera? —No había tenido intención de hacer una pregunta
tan estúpida. No había respuesta que le gustara, no su dolor ni la falta de él. Desde
algún lugar cercano flotó el sonido de un coro, cantando en perfecta y emocionante
armonía. Elizabeth avanzó en su dirección, llevándolo con ella de la mano.

—Siempre me aflijo —dijo él simplemente.

—¿Es por eso que mantienes una parte de ti mismo tan distante? ¿Cómo dijo Luk?

Sus labios se retorcieron.

—Sería demasiado simplista decir que sí. Doy la bienvenida a cada experiencia al
máximo, incluyendo el amor y la aflicción. Nunca es el sentimiento lo que falta.

Ella levantó su rostro hacia él, mirando su fuerte perfil.

—Confianza —dijo ella con asombro.

—Somos más parecidos de lo que nos daba crédito —dijo él con un encogimiento
de hombros auto-despreciativo—. Parece que ninguno de nosotros confía
completamente en nuestro propio valor. Yo puedo gobernar el mundo; tengo plena
confianza en ello. Pero no puedo gobernarte a ti; no puedo hacer que te quedes. Y
por eso cometo errores.

Como si no pudiera soportar haber dicho las palabras, arrojó su brazo alrededor de
su cintura una vez más y saltó sobre el tejado más cercano para comenzar la loca
carrera de montaña rusa a su palacio. Tomó una ruta tortuosa y desconocida,
extendiendo este lapso de extraña cercanía a la intemperie.

Fue una sorpresa darse cuenta de que estaban de pie en el alto muro frente al
cuartel general de los cazadores. Elizabeth abrió la boca para decírselo, antes de
que el conocimiento le dijera que él no debía saberlo. Ésta era el área secreta y
sacrosanta de los cazadores, y para ellos, sino para ella, Saloman era el enemigo.

La única realidad demasiado familiar de su situación imposible la golpeó de


nuevo, bajando su elevado espíritu hacia la tierra. Levantó la mirada al rostro de
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Saloman y lo encontró mirando fijamente a través del edificio de los cazadores.


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—¡Lo sabes! —exclamó.

—Siempre lo he sabido. —La arruga en su ceño se profundizó—. Y sin embargo


nunca reconocí…

—¿Qué quieres decir?

Su asidero se apretó en su cintura casi dolorosamente antes de que lo notara y lo


relajara. La emoción vibró a través de su cuerpo hasta el de ella.

—Quiero decir, lo tengo. Realmente creo, estoy seguro, de que lo tengo.

—¿Tienes a quién? —preguntó ella, desconcertada.

Su mirada volvió a ella, ardiendo con triunfo.

—Luk.
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Capítulo 18
Traducido SOS por Simoriah y Susanauribe

Corregido por Simoriah

L
a peor parte de pelear con un solo brazo, pensó John Ramsay mientras
clavaba una estaca en un vampiro con un lanzamiento infalible, y caía bajo
el peso del cuerpo de otro, era recordar que no tenía dos. No tenía sentido
que su cerebro le dijera a su mano izquierda que diera un puñetazo.

Pero se negó a ser derrotado, a permitir que este fuerte y estúpido animal arruinara
la euforia de la primera batalla del grupo. Estaba lanzándose por su garganta, y si
cedía a la presión en su brazo derecho para tomar otra estaca, sin duda lo mordería
y lo mataría.

John lo golpeó con la cabeza con un grito de “¡Ouch!” y mientras el vampiro


retrocedía con pasmada sorpresa, la pálida luz de la luna lanzando diseños de
ramas sobre su frente, John tomó la estaca del bolsillo de su chaqueta y la hundió
en el corazón de la criatura. Éste explotó en una nube de polvo, justo como Rudy
había prometido, justo como había visto hacer a los vampiros afganos cuando el
super-vampiro lo había mordido.

John se puso de pie torpemente, un poco menos grácil de lo que le hubiera


gustado, pero la placentera situación en el Central Park lo compensaba con sobra.
Se habían mantenido de acuerdo al plan, invadido en formación, atraído y
enfrentado el ataque que buscaban con eficiencia altamente entrenada. John estaba
orgulloso y triunfante, especialmente cuando el último vampiro cayó gracias al
una vez poco atlético Pete Carlile.

Él sonrió, palmeando a Pete en la espalda mientras avanzaba para reunirse con


Rudy y Cyn.

—¿Nada mal, eh?

Rudy asintió.

—Satisfactorio.
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—Todos estuvimos bien —dijo John tibiamente, y estaba satisfecho de ver a su
pequeño grupo de aprendices pavonearse bajo sus halagos. El ejército había tenido
razón: él había subido rápidamente por los rangos. Y por primera vez no resentía
irse. Había otras guerras que pelear.

Su mirada cayó en la silenciosa Cyn, eficientemente reuniendo las estacas caídas


alrededor del sitio de la batalla mientras los hombres comparaban notas. Después
de un momento, él la siguió, y cuando ella se enderezó junto a él, él dijo:

—¿Qué sucede? ¿No estás satisfecha?

—¿Satisfecha? Sí —dijo ella distraídamente—. Por supuesto. Muestra que estamos


mejor entrenados, como mínimo.

—¿Pero…? —urgió John.

Casi enojadamente, Cyn metió las estacas recuperadas en su ancho bolsillo.

—Olvídalo. Estuviste genial con esto, Johnny, y somos un equipo. —Ella lo miró y
encontró su mirada—. No te voy a quitar eso. Es sólo que… Rudy y yo estábamos
haciendo estas cosas solos, golpeando a los neófitos. ¡Es como si nada hubiera
cambiado, excepto que ahora tenemos más gente haciéndolo!

—Quieres estar en el cuadro más grande, ¿verdad? Matando a los súper-vampiros.

—Supongo.

Él la observó. No iba a decirlo, porque no había estado seguro de que estuvieran


listos, pero seguramente si esta noche mostraba algo, era que eran un equipo
capaz.

—Oí de Elizabeth Silk el otro día.

—¿Está bien?

—Está en el medio de una guerra en Hungría. Están esperando un gran ataque. En


cualquier momento.

Los ojos de Cyn comenzaron a brillar.


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Las pesadas cortinas de terciopelo rojo no podían evitar que la luz del sol se
metiera a través de las grietas. Desparramado sobre los almohadones de su cuarto,
Saloman estaba trabajando en su computadora para mantener unidas los varios
hilos de su plan para el mundo, mientras cada sentido disponible se extendía hacia
Luk, que estaba haciendo lo mejor para arruinarlos. Todavía tenía tiempo y espacio
para amar los pequeños, entrecortados sonidos de Elizabeth durmiendo cerca en
su cama. La ilusión de compañía, como él una vez lo había llamado, se había
vuelto una realidad, y era una que el valoraba más que otra cosa en el mundo.

Cuando viviste por miles de años, aprendes a no pensar muy adelantado en el


futuro. La vida moría y cambiaba y nacía alrededor de ti todo el tiempo. Mucho
tiempo atrás, Saloman había aceptado que amaría y perdería, incluso antes de
Tsigana. Se había vuelto una parte del dolor con el que él estaba orgulloso de vivir.
Pero Elizabeth… Elizabeth era diferente. Tan joven y nueva, y aun así su alma era
anciana y sabia. Había crecido tan rápidamente desde que lo había despertado que
estaba claro que se suponía que ella estuviera con él. Y esta paz, la felicidad sin
igual que su sola presencia le traía, era una señal que él no podía ignorar. Elizabeth
era más, mucho más, que un accidente significativo, más que una amada
herramienta que lo mantendría cuerdo y satisfecho por unos pocos años más.

Elizabeth debía ser su compañera eterna, una alegría que él nunca se había
atrevido a esperar mientras su especie menguaba y se extinguía. Ciertamente
jamás había esperado encontrarla en un humano, y lo que fuera que Luk hiciera
ahora, Saloman estaría agradecido por haberlo forzado a ver la verdad, enfrentar la
tortura de perderla a través de su actitud distante.

Y así, mientras hacían el amor hasta el amanecer, él le había permitido entrar en lo


profundo de su alma. Conocerlo no sería algo que se lograra en una noche. Pero su
deleite le dio esperanzas de que sin importar cuán profundo ella fuera, ella aun así
amaría más que la cáscara externa. Esa cáscara, la parte de él que elegía revelar al
mundo, había crecido y se había profundizado con el tiempo, hasta que incluso el
Saloman externo era más profundo de con lo que la mayoría de la gente podía
lidiar. Y a lo largo de los milenios, a uno le crecían tantas capas que podía perder
contacto con varias de ella por siglos. Saloman tenía la sensación particular, no
desagradable, de que con Elizabeth estaba volviendo a conocerse a sí mismo.

Debería estar concentrándose en encontrar a Luk antes de que comenzara el


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ataque. Per mientras sus dedos volaban por el teclado, mandando e-mails,
moviendo dinero, tomando decisiones, y expandiendo deliberadamente su
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influencia como si Luk no fuera una amenaza, la parte libre de su mente seguía
volviendo a la mujer que dormía y soñaba en su cama.

Ella había mandado mensajes de texto anoche a los cazadores para convocar a una
reunión a primera hora de la mañana siguiente. Como él, entendía la importancia
del momento. Como Saloman no sintió alteraciones, ninguna advertencia de
ataque inminente entre el mundo vampiro, ella se preparaba para hacerles ver su
punto: que, tanto a corto como largo plazo, ellos necesitaban a Saloman. Y con
suerte, la verdadera amenaza de Luk, cuya victoria podía destruirlos a todos, sería
en su lugar la herramienta que los uniera a todos.

Saloman presionó “enviar” en su teclado y abrió páginas de noticias de Internet.


Un jadeo desde la cama llevó su mirada a Elizabeth, quien yacía medio apoyada
sobre su codo, respirando demasiado rápido.

Él se estiró hacia ella.

—¿Qué sucede?

Ella tomó su mano, apretándola con fuerza mientras se recostaba contra la


almohada.

—Nada. Sueño estúpido.

—¿Sobre Luk? —preguntó él, subiéndose a la cama junto a ella.

Ella sacudió la cabeza.

—No. Mayormente mis propios demonios. Soñé que estaba a punto de morir.

—No moriste.

Ella sonrió.

—Claramente. —Sus ojos buscaron en los suyos mientras la sonrisa se desvanecía


de sus labios. Tragó, luego dejó salir de golpe—. A veces pienso en morir.

Mirando el subir y bajar de sus pechos bajo la sábana, Saloman intentó con muchas
fuerzas precipitarse e imaginarla muriendo y reviviendo como no-muerta en sus
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brazos. Pero la esperanza estaba allí, dulce, seductora, y tan tentadoramente


alcanzable ahora.
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—¿En un contexto en particular? —preguntó con firmeza.

Ella pasó sus brazos alrededor del cuello de él, hundiéndose bajo la seda de su
bata.

—No puedes protegerme de todo. —Sus manos se aferraron a la piel de él,


haciendo que sus nervios cosquillearan y temblaran. Si él no había sentido la
dificultad de la revelación que ella se estaba obligando a hacer, habría apartado esa
sábana y habría cubierto su delicioso cuerpo con el suyo.

Ella inhaló profundamente, hablando contra su cuello.

—Últimamente me di cuenta de que hay enemigos más crueles que los vampiros
grandes y malos. Parece que puedo lidiar con ellos, y si no puedo, tú sí. Pero las
cosas que parecen mucho más triviales, como enfermedades o accidentes, pueden
terminar con uno. —Chasqueó los dedos contra la espalda de él—. ¡Puf! Y todo se
terminó.

Saloman la puso debajo de él, para ver mejor su rostro.

—Primero que nada, nunca se termina. Lo que eres y lo que has hecho vivirá en
aquellos que te conocieron. Poco consuelo, quizás, cuando preferirías vivir. Puedo
encargarme de eso.

Buscando en el preocupado rostro de ella, él encontró la confirmación de que su


ansiedad era específica. Inquietantemente específica. Rozó su mente, pidiendo
permiso. Como por instinto, ella lo alejó, pero luego rápidamente cedió y se abrió a
él, y él lo vio todo.

Detrás del miedo, sintió los dolores erráticos e inexplicables y la breve enfermedad
que la había afectado en las recientes semanas. Aunque su doctor no había
encontrado nada malo, los síntomas continuaban, más fuertes y frecuentes. Ella no
dejaba que la contuvieran, pero no podía ignorarlos o su creencia de que eran
importantes. No sabía qué los causaba, se había preguntado sobre todo desde una
maldición hasta cáncer, y no podía descartar nada. Dividida como estaba entre la
preocupación y la burla hacia sí misma, no se lo había contado a nadie excepto a su
doctor y a Mihaela, quien, según la mente de Elizabeth, había alimentado su miedo
al tomarlo en serio.
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—No soy un sanador —dijo Saloman firmemente—. No podría curarte si
estuvieras enferma o herida. Pero la sanación solía ser un don entre mi gente, y si
me dejas mirar, al menos puedo decirte si todo está como se supone.

—¿Mirar? —repitió ella dubitativa—. ¿Mirar dónde?

Él sonrió.

—Telepáticamente. Así. —Apoyó la mano en su frente, concentrándose, y la movió


lentamente sobre su rostro y cabeza. Concentrándose con fuerza en la salud y el
ritmo de los órganos individuales, hizo su camino alrededor de todo su cuerpo.

—No puedo encontrar nada malo, no hay intrusiones ni interrupciones —dijo


finalmente—. Creo que tu doctor tenía razón.

Ella bebió de sus calmantes palabras como agua en un desierto, su cuerpo entero
relajándose bajo su mano abiertamente acariciadora.

—Podrían ser causados por las tensiones de lidiar con tus crecientes poderes —dijo
Saloman—. Y probablemente tienen algo que ver con transferencia telepática del
dolor… sentiste el corte en la mano de Max, y dices que sentiste algo cuando
visitaste al soldado herido en Escocia, y cuando Konrad fue mordido por el
vampiro en Turquía. Estás desarrollándote con rapidez, quizás demasiado rápido.
Deberíamos hacerlo más lento si podemos.

O convertirte para que tu cuerpo pueda lidiar sin dolor. No dijo esas palabras; no
necesitaba hacerlo. Junto con su explicación, ella finalmente estaba considerándolo,
con un asombro abierto y algo temeroso, y las esperanzas de Saloman crecieron.

—¡Maldición! —exclamó Elizabeth.

Las manos de Saloman se detuvieron en sus pechos mientras la miraba con algo de
diversión.

—¿Qué?

—Olvidé ir a la Universidad el otro día. Me distraje haciendo esgrima contigo.

—¿No puede ser hoy?


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—Perdí la fecha límite ayer. Podrían estar ofreciéndoselo a alguien más mientras
yo estoy acostada aquí.

—Entonces levántate y ve —aconsejó Saloman.

—Pero tengo que estar en el cuartel general de los cazadores… —Sus manos
abandonaron su cuerpo—. Quizás no debería hacerlo. Quizás no debería ser una
cazadora.

—Una nueva raza de cazadora —dijo Saloman con algo de satisfacción.

Elizabeth salió rápidamente de la cama, caminando desnuda por el cuarto en busca


de su teléfono. Saloman la observó, disfrutando de la inevitable oleada de deseo
tanto como la belleza de su cuerpo y la rápida, inconsciente gracia de sus
movimientos.

—Necesito hablar con ellos —murmuró, levantando el teléfono del suelo donde se
había resbalado de su bolso. Ante la imagen de su trasero tan cercano, Saloman
sintió un gruñido elevarse en su garganta. La lujuria ahora era crítica y tendría que
ser aplacada. Pero cuando ella se enderezó, el teléfono sonó.

—Hola, Joanne —dijo ella con algo de sorpresa. Saloman recordaba a Joanne, una
de sus amigas de St. Andrews; divertida, excéntrica, ferozmente inteligente, y
reconfortantemente leal. Aparentemente, Elizabeth le había pedido que revisara su
apartamento mientras ella no estuviera, porque parecía que estaba preguntándole
dónde enviar el correo.

—Oh, solo déjalo —dijo Elizabeth vagamente—. Volveré pronto.

—Una es de tu agente —dijo Joanne secamente— Tu libro, ¿recuerdas?

—¿En serio? Ábrela —ordenó Elizabeth, y Saloman observó indulgentemente


mientras sonreía ante las buenas noticias. Otro logro académico en camino.
Cuando las celebraciones se calmaron y su sonrisa desapareció, ella dijo
tristemente al teléfono—. Y, Joanne, creo que hay una carta dirigida a la
Universidad de Budapest en el brazo del sofá. Bien podrías romperla.

—No puedo —dijo Joanne con inesperada satisfacción—. Ya la envié.


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Elizabeth se sentó demasiado rápido, afortunadamente aterrizando en uno de los


almohadones libres de Saloman.
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—¿Cuándo? —preguntó débilmente.

—El día después de que te fuiste.

—Joanne, eres increíble.

—Lo sé —dijo Joanne cómodamente.

Cuando finalmente terminó la comunicación, ella lo miró y le dijo.

—¡Phew! Soy profesora hasta el año que viene.

—Bien —dijo Saloman—. No debes perder quién eres.

Su mirada se mantuvo. Sus labios se abrieron.

—No —coincidió, su voz extrañamente ronca—. No debo. —Se puso de pie de un


salto y corrió a buscar la bata de seda marfil que él le había dado—. Voy a tomar
una ducha y luego tengo que ver a los cazadores.

Podría haberla distraído, pero eligió no hacerlo. Ella tenía muchas cosas que
aclarar en su cabeza y en su vida, y él no se interpondría en su camino. En
cualquier caso, necesitaba que ella ahora estuviera cerca de los cazadores si su plan
iba a tener éxito. Y ellos necesitaban ser advertidos de los planes de Luk tan pronto
como fuera posible.

Le gustaba oír los sonidos mundanos de ella lavándose y vistiéndose mientras él


trabajaba. Y cuando ella entró volando al cuarto y lo besó sin aire antes de bajar
corriendo las escaleras y salir por la puerta delantera, él se sintió curiosamente
contento.

Se levantó y caminó hacia la ventana para verla mientras ella corría hacia el sol. Su
belleza le hizo contener la respiración una vez más. En un vestido simple y usado,
lucía fresca y vital, tan viva que le hizo doler. Su cabello brillaba, pareciendo
centellear con todos los colores del amanecer mientras ella volvía su rostro hacia
arriba hacia la tibieza. Levantó ambos brazos, como abrazando el día, confiada,
alerta y feliz; y luego giró para mirar hacia la ventana. Viéndolo, sonrió y lo saludó
con la mano y medio corrió por la calle a hacer su deber y enfrentar los peligros. Su
Elizabeth.
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Lentamente, Saloman permitió que su frente cayera hacia adelante contra el suave
y duro vidrio. La figura de ella estaba borroneada, pero no podía dejar de mirar.

No puedo hacerlo. No puedo quitarle el sol. Ella pertenece a la luz y yo a las sombras.

Siempre lo había sabido, y aun así nunca había dolido tanto. Porque se había
permitido sentir esperanza. Una gota de sangre derramada en el alfeizar,
mostrando un rojo profundo y oscuro contra el brillante blanco de la pintura. Él no
había llorado en trescientos años. Elizabeth…

Detrás de él, la puerta se abrió, y él pasó el hombro contra su ojo como un niño
atrapado llorando por su padre. Quizás eso había sucedido mucho tiempo atrás; ya
no podía recordarlo, tanto tiempo había pasado.

Dmitriu dijo:

—¿Dónde fue Maximilian anoche?

El dolor siguió y siguió.

El Gran Maestro de la Orden Húngara de Cazadores era considerado como una


mera cabeza visible. En cualquier caso, no estaba en el país. En su ausencia, la
reunión temprano en la mañana tuvo lugar en la oficina de su número dos, Miklós,
cerca de la biblioteca principal. Ante el pedido de Elizabeth, Lazar también estaba
presente, junto con Konrad, Mihaela e István.

—Sólo tengo diez minutos —advirtió Miklós mientras todos entraban. Agitó una
mano impaciente alrededor de los asientos que había en la habitación, la cual,
como el mismo bibliotecario, era pequeña y austera y sólo un poco sucio.

Elizabeth eligió quedarse de pie. Lazar y Mihaela se sentaron en las sillas


desvencijadas frente al vacío y polvoriento escritorio de Miklós. Konrad se apoyó
contra la pared junto a la puerta, e István apoyó una cadera informal contra la
esquina del escritorio de Miklós. El bibliotecario lo fulminó con la mirada, lo cual
István pareció no notar, y al final Miklós aparentemente decidió que no estarían
ocupando su oficina lo suficiente para que le molestara, porque volvió su mirada
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feroz hacia Elizabeth en su lugar.


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—¿Qué sucede? Si tienes algún anuncio sobre aceptar el puesto de cazador,
deberías ponerlo por escrito. Te ofrezco mis felicita…

—No es sobre eso —interrumpió Elizabeth—. Es sobre Luk. La pelea se ha


extendido más allá de Saloman y él. Ya no está simplemente amenazando la
estabilidad del mundo vampiro… está amenazando todo, incluso nuestro
conocimiento.

—¿Cómo? —preguntó István rápidamente—. ¿Saloman ha descubierto algo más?

Elizabeth asintió.

—Sabe dónde será el ataque.

—¿Dónde? —ladró Miklós.

Elizabeth movió una mano alrededor del cuarto.

—Aquí. Los cuarteles generales de los cazadores. En particular, la biblioteca.

No tuvo el impacto que ella había imaginado. Lazar de hecho sonrió, mientras
Miklós espetaba.

—No seas ridícula.

—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó Mihaela, y Elizabeth tuvo la deprimente


sensación de que la incomodidad de su amiga era más por la dignidad de
Elizabeth que por algo más—. ¿Ha mirado dentro de la mente de Dante una vez
más?

—No —admitió Elizabeth—. Aparentemente, Luk esta asegurándose de que nadie


entre. Saloman tiene vistazos ocasionales de Dante y los vampiros turcos, pero sólo
por breves momentos y raramente suficientes para leerlos. Sólo le vino ayer
cuando pasábamos este edificio.

Ahora tenía silencio y la completa atención de todos. Incluso sus amigos la


miraban con acusación y una decepción que era particularmente difícil de soportar.
Pero mientras las palabras de negación se quedaron en su garganta, después de
todo ¿cuánto tiempo habría pasado antes de que sí le contara a Saloman? Fue Lazar
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quien hizo voz a lo que todos estaban pensando.


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—¿Traicionaste este lugar a Saloman?

Elizabeth levantó su mentón, sintiéndose como una colegiala desafiante.

—No fue necesario. Él ya sabía.

—Él no puede… —comenzó Miklós.

—Sí, puede —interrumpió Elizabeth—. Ha estado aquí más tiempo que este
edificio, más que los cazadores, más que muchos de sus documentos, los cuales,
como cualquier texto histórico, no siempre arrojan los hechos completos.

—¿Por qué crees que los no vampiros nunca han atacado nuestros cuarteles
generales en cualquier tiempo de la historia? —dijo Miklós con exagerada
paciencia—. Este edificio está escudado, oculto…

—¿Y quién demonios piensas que lo ocultó?

Tal vez fue el arrebato de rabia o el mal lenguaje que finalmente perforó su
cómoda confianza de larga data, pero todos comenzaron, finalmente, a pensarlo.

—¿Saloman? —dijo Mihaela, su voz ronca de pavor.

—Peor —respondió Elizabeth—. Luk.

—Oh, no —dijo Lazar, como aliviado de que ahora finalmente pudiera descartar
sus disparates—. No creo eso.

—¿Por qué no?

—¿Qué razón podría tener para ocultar este edificio de su propia clase?

Elizabeth le dio una rápida sonrisa ladeada.

—Sus documentos más antiguos sólo dan pistas de eso, y tienes que leer entre
líneas, pero está ahí. Encontré varios textos el año pasado cuando estaba
estudiando a Saloman en su biblioteca.

Comenzó a pasearse por el confinado espacio frente al escritorio de Miklós, porque


no podía estar quieta mientras contaba la historia que Saloman le había explicado
300

la noche anterior.
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—Los Antiguos nunca solían ser considerados como enemigos de la humanidad;
trabajaban abiertamente o en secreto con gobernantes, príncipes, hombres de la
iglesia, estudiosos y cualquiera fue el equivalente local de la policía en ese tiempo.
En las Épocas Oscuras, cuando la raza Antigua estaba siento superada por
vampiros rebeldes mezcla de humanos e híbridos, la humanidad necesitó los
medios para protegerse de la amenaza vampira. Crearon la organización de
cazadores, con completamente cooperación y ayuda de los Antiguos, quienes
incluso encantaron el sitio de su edificio seguro para ellos.

Dejó de pasearse y se volvió para mirar directamente a Miklós.

—El Antiguo que practicó los encantamientos fue Luk. Los hizo lo suficientemente
fuertes para que duraran por siglos, milenios, probablemente para siempre, incluso
a través de la nivelación y la reconstrucción. Han sido difíciles para que la mayoría
de los Antiguos los atraviesen y mientras se extinguían y sólo los vampiros
híbridos modernos permanecían, no ha habido una maldita oportunidad de que
alguien descubra este lugar.

Los anteojos de Miklós parecían brillar hacia ella. Por primera vez, el bibliotecario
estaba mudo. István quitó su cadera del escritorio.

—Y ahora Luk regresó como nuestro enemigo. Y el único que puede destruirnos.

Elizabeth inclinó la cabeza.

—Que quiere destruirnos, a Saloman y a cualquier orden que quede en el mundo.

—¿Pero por qué? —estalló Mihaela—. ¿Por qué quiere esas cosas? ¡La locura
simplemente no comienza a cubrirlo!

—Saloman cree que es odio. Él odia al mundo, casi sin darse cuenta porque fue
arrastrado de vuelta a él.

—¿Por su despertar?

—Exacto.

István dio un paso hacia ella, mirando en su rostro.


301

—Corrígeme si me equivoco, pero Saloman nunca me ha dado esa impresión. Él


disfrutó su despertar.
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Elizabeth no pudo evitar la rápida sonrisa que revoloteó por su rostro, aunque
trató de ocultarlo al empujar un imaginario mechón de cabello rebelde.

—Sí —coincidió—. Pero sus posiciones eran muy diferentes, ¿recuerdas? Saloman
no estaba loco cuando fue estacado. Luk sí. Luk había tenido suficiente del mundo,
incluso si su mente no era capaz de reconocer ese hecho. Y Saloman le dio paz,
haciendo un encantamiento ritual que le quitó el dolor y le dio el descanso que
podríamos pensar como la muerte.

—Cielo —dijo Mihael—. Para todas las intenciones y propósitos, Luk fue
arrancado del cielo.

—Algo así.

—¿Entonces por qué no quiere regresar?

—Sí quiere. Todavía no lo sabe. Según Saloman. Por eso está rompiendo todas las
viejas reglas, matando sin razón, invadiendo mentes, incitando el caos por el mal
de la humidad que le solía importar…

—Todo muy interesante —interrumpió Konrad—. ¿Pero qué demonios hacemos al


respecto? ¿Convocar a todos los cazadores al cuartel para defenderlo día y noche?
¿Tenemos idea de cuándo sucederá este ataque?

—¿O si siquiera sucederá? —dijo Miklós pesadamente—. Todo lo que tenemos


hasta ahora es la suposición del vampiro Saloman, sin evidencia alguna.

Todos miraron a Elizabeth una vez más.

—Piénsenlo —urgió—. Saloman conoce a Luk; fue educado, convertido e iniciado


por él. Fueron amigos y aliados por siglos antes de que la mente de Luk se nublara.
Cuando vinimos a este edificio ayer, Saloman reconoció la firma del encanto de
Luk y todo encajó. Luk no quiere solamente matar a Saloman; quiere que falle, que
pierda su poder y autoridad con él. Y para ese propósito, no hay un lugar mejor
donde atacar que el cuartel general de los cazadores. En adición, tiene una rencilla
contra los cazadores: era su aliado y ahora, como él lo ve, se han vuelto contra él,
traicionándolo.
302

Ella esbozó una pequeña sonrisa retorcida.


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—Además, como ustedes dicen, nunca nadie lo ha atacado antes, o siquiera sabido
donde estaba. Si Luk tiene éxito con esto, de inmediato será percibido como más
poderoso que Saloman. Los vampiros acuden en masa a su causa; su prestigio es
enorme, mucho más eclipsante que el de Saloman y así los aliados de Saloman
fuera del país también se aliarán con Luk. Porque no queda nadie para oponérsele
o a los vampiros. Destruir la biblioteca destruye la organización en un corto plazo
y el conocimiento a largo plazo.

—Sólo somos una parte de la red de cazadores —señaló Lazar.

—Sí, pero son parte primordial. Otras redes tienen acceso, links de computadoras,
pero las cosas más viejas y raras están aquí, porque éste siempre fue el epicentro de
la actividad vampírica.

—Somos cazadores —protestó Konrad—. ¡No civiles indefensos!

—¿Pero hay sólo… cuántos… nueve de ustedes viviendo en Budapest? —dijo


Elizabeth, con un rápido gesto hacia la ventana para indicar el país—. Y el mundo
los reconoce como los mejores, así que perderlos a todos sería un golpe innegable
para toda la organización. A Luk le quedan cinco seguidores turcos, además de
Dante, y no sabemos cuántos húngaros lo han dejado desde los incidentes en el
Ángel y el hogar de Saloman. Saloman calcula que diez al menos. Y el arma más
grande de todas es el mismo Luk. Es un Antiguo cercano a su completo poder… lo
suficientemente fuerte para tener la oportunidad de matar a Saloman, y creo que
todos podemos imaginar cuán poderoso lo haría eso.

En algún lugar, ella se maravilló ante el desapasionamiento con el cual era capaz
de hablar de las muertes de sus amigos, del mismo Saloman. No habría sido
posible si todavía no tuviera esperanza de evitar esas tragedias.

—Saloman está convencido —dijo lentamente István—. Tú estás convencida. —Él


levantó su mirada hacia Lazar y luego hacia Miklós—. Creo que tenemos que
tomarlo en serio.

Lazar se puso de pie, lanzando su lapicera a la silla.

—¿Saloman sabe que viniste a nosotros? —exigió él.


303

—Sí, por supuesto. —Inhaló. Esto era todo—. Él ofrece su ayuda de manera
incondicional. A defender este lugar con ustedes.
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Capítulo 19
Traducido por Mona, Simoriah y flochi

Corregido por Haushiinka

N
o —dijo Konrad rotundamente—. ¡Bajo ninguna
circunstancia!

— —Él tiene razón —dijo Lazar, aunque al menos había


reticencia en su discurso atípicamente lento—. Nosotros
no podíamos arriesgar a un vampiro, mucho menos a
Saloman, en el cuartel general sin los guardias apropiados. Y superficialmente no
puedo pensar en algún guardia que pudiera contener a Saloman.

—No hay ninguno —estuvo de acuerdo Miklós.

—Tú no necesitarías ninguno —indicó Elizabeth—. Él está de tu lado.

—¿Por qué? —exigió Konrad—. ¿Por qué lo haría?

—Porque necesita derrotar a Luk antes que haya algún descontento más y todo lo
que él ha construido se pierda. Está soseniendo Turquía por un hilo, pero si
Hungría cae, todo se derrumbará como un castillo de naipes. Y porque el
conocimiento en todas sus formas es importante para Saloman. También lo es la
cooperación contigo, como él explicó en el Ángel.

Mientras ellos lo consideraban y Lazar se sentaba de nuevo y deslizaba otra pluma


del bolsillo de su chaqueta para tocar su rodilla, Elizabeth presionó el caso.

—Además, considera qué fuerza tienes. Incluso si Lazar pelea y tú tuvieras a todos
los cazadores húngaros presentes, aun así estarías sobrepasado en número.
Posiblemente en mala medida. Juntos, sin cualquier otra distracción, tú
probablemente podrías matar a Luk. Pero habrán otras distracciones; él estará
rodeado por protectores fieles que perderían todo si él muere. Ellos te mantendrán
separado. Soy la única que puede matar a Luk sin ayuda.

Su sonrisa se sentía torcida.


304

—Pero nadie me puede matar. Nadie en absoluto. Y ellos lo quieren. Sin Saloman,
realmente no tengo muchas posibilidades. Ninguno de nosotros las tenemos.
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Eso dio en el punto. Era casi tangible.

—Pero si te sirve de algo, él también ofreció la ayuda de otros poderosos vampiros


de su confianza: Dmitriu, Angyalka…

—No. —Todos hablaron al mismo tiempo, en el momento perfecto que Elizabeth


levantó sus manos en rendición.

—Muy bien. Ambos pensamos que dirías eso. Ellos nos traerán fuerza extra, pero
la presencia de Saloman no está condicionada a la suya. Es él lo que realmente
necesitamos.

—Eso es discutible —dijo Lazar—. No niego que su fuerza seria malditamente útil,
pero una vez que dejemos entrar a un vampiro aquí, nosotros nunca estaríamos a
salvo otra vez.

—¡Lazar, nosotros no estamos seguros ahora! Luk puede entrar aquí cuando
quiera. Saloman puede ayudarnos a derrotarlo, y él puede volver a encantar el
lugar después.

Lazar miró a Miklós. Mihaela intercambió miradas con István y Konrad. Hubo un
largo, e interminable silencio durante el cual Elizabeth estaba esencialmente
consciente de la palabra "por favor" repitiéndose en su cabeza una y otra vez como
una oración.

Por fin, Lazar se dio una vuelta sobre sus cazadores.

—¿Bien? Ustedes han tenido más que ver con él que yo. ¿Qué piensan?

La inhalación de aire estremeció a Mihaela.

—Creo que tenemos que tomar la oportunidad. He llegado a pensar que no tiene
malas intenciones, esté o no de acuerdo con él. Tenemos que confiar en él o
sucumbir.

Elizabeth sonrió. Como un elogio, se quedaba corto, pero sin embargo, sabiendo
los sentimientos de Mihaela sobre su relación, esto la calentó.

—Estoy de acuerdo —dijo István con voz serena.


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Konrad levantó su hombro de la pared y caminó al centro de la habitación. Él era el
líder del equipo. Su opinión contaba; contaba mucho.

Él dijo:

—No estoy de acuerdo.

Elizabeth cerró sus ojos.

—Me tiene sin cuidado cuán convincente es el bastardo —continuó la voz de


Konrad, fuerte e implacable—. Él es un vampiro. Y ni siquiera me preocupa que él
esté de nuestro lado en esta aventura, y probablemente lo esté; no veo ninguna otra
alternativa para él. Pero todavía es un vampiro y nuestro principal enemigo. Si lo
dejamos entrar aquí, perdemos más de lo que lo haríamos si Luk simplemente lo
tomara de nosotros. Tenemos que confiar en nuestra propia fuerza y rezar porque
sea suficiente. Siempre lo ha sido en el pasado.

—Eso no es ninguna garantía del futuro, Konrad —dijo Mihaela, bajo. Orgullosa
de ella, Elizabeth abrió sus ojos otra vez.

—Tenemos que encontrar una manera que no lo involucre —insistió Konrad—.


¡Por Amor de Dios, somos cazadores de vampiros! ¡Es por eso que Luk nos persigue
en primer lugar!

—¿Y si morimos? —dijo István informalmente—. Si la biblioteca y la red entera son


destruidas porque rechazamos doblegarnos, ¿seguirá valiendo la pena?

—¿O no te importara, porque ya estarás muerto? —Mihaela añadió. La decisión no


estaba tomada todavía, Elizabeth comprendió con esperanza. Mihaela e István con
frecuencia discrepaban con Konrad, pero como quedaba poco tiempo, ellos lo
apoyarían. No tenía previsto que ellos llegaran tan lejos para apoyarla contra él.
Desde luego, esto tenía tanto que ver con la impresión que Saloman había creado
sobre ellos en el último par de semanas como por la amistad.

—Es una convicción por la que estoy preparado para morir —dijo Konrad
firmemente.

—Es posible que hayan más que tú que mueran por esto —señaló Lazar. Él se puso
306

de pie otra vez, y paseó por la habitación. Le lanzó a Elizabeth una mirada
penetrante al pasarla, luego se dio la vuelta y fijó su mirada atormentada en cada
uno de los cazadores a su vez antes de descansar finalmente en Miklós—. No me
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gusta esto —dijo él—. No me gusta en absoluto. Pueda que tengan razón en que
podemos confiar en Saloman; no tenemos ningún precedente para basar cualquier
decisión. Pero me parece que, al menos hasta que sepamos más, si alguna vez lo
hacemos, tengo que ponerme del lado de Konrad en esto.

Elizabeth se sentó en la silla vacante de Lazar. Miklós asentía.

—Como yo. Lazar, tú estás a cargo de las defensas.

—¿Qué defensas? —dijo Elizabeth con furia—. ¿Qué puedes hacer para defenderte
contra esto? ¡Has confiado en encantamientos que ni siquiera entiendes por cientos
de años!

—Tenemos detectores —dijo Miklós con solemnidad.

—Que nunca se han apagado en mi vida —murmuró Mihaela—. ¿Ni siquiera


sabemos si funcionan?

—Sí —dijo Lazar seriamente—. Grandes y pequeños, integrados y móviles, todos


ellos están probados y reinicializados cada tarde a las cinco, a las tres en invierno.

Elizabeth frunció el ceño, distraída.

—¿Por qué reinicializarlos es tan importante?

—Eh… —Claramente confundido, Lazar miró a István.

—Con el tiempo, ellos se adaptan a los cambios de temperatura de la atmósfera, la


humedad, la luz, incluso la química de la gente que pasa. Para ellos es demasiado
confuso recoger cualquier cambio, como la presencia de vampiros, con exactitud.
Así que son apagados cada mañana para recargar, y reinicializados cada noche.
Como ustedes saben, las unidades móviles, sobre todo las de bolsillo, están
apagadas hasta que nosotros entremos en un lugar de posible peligro, que con
eficacia los reinicializa. Los nuevos que desarrollamos para descubrir a los
Antiguos…

—Sí, absolutamente, entendemos el punto —interrumpió Miklós—. Es lo que


tenemos contra ellos, funciona y nos dará la advertencia y la ubicación de
cualquier ataque. —Él se volvió hacía Lazar, diciendo exigentemente—: Tenemos
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que estar listos para ello esta noche, porque podrían venir en cualquier momento…
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—Espera. —Elizabeth saltó a sus pies una vez más—. ¿Estás preparado para creer a
Saloman sobre el ataque, pero no sobre algo más? ¿No puedes ver la inconsistencia
de eso? ¡Sí confías en él, tú confías en él!

—No lo hacemos —dijo Konrad simplemente—. La defensa es una precaución.

—Oh, no. Tú sabes que va a suceder, y sabes que lo más probable es que tú y
nosotros moriremos y dejaremos el mundo sin protección. ¿O esperas que Saloman
haga eso por ti? ¿Suponiendo que él sobreviva a Luk?

Atrapando un destello de cólera en los brillantes ojos azules de Konrad, Elizabeth


tragó muchas palabras apresuradas y trató, deliberadamente, de frenar su
temperamento.

—Está bien. Sé que no confías en él. Es un enorme salto de fe para alguien que ha
sido un cazador durante toda su vida adulta. Lo entiendo. Pero confías en mí, ¿no?

—Confío en ti —dijo Mihaela lealmente.

—Y confío en ti —dijo István.

Konrad no los miró.

—Confío en ti, Elizabeth. Pero no en esto, no se trata de… él. Sé que tú no nos
engañarías, no a sabiendas. Solamente creo que estás equivocada.

Los labios de Elizabeth se torcieron. Esta no era una verdadera sonrisa.

—El sentimiento, como ellos dicen, es mutuo. Pero no estoy equivocada, Konrad.
En el último año, he desarrollado un respeto a mis propias creencias y
conclusiones, mis propios instintos. No siempre actuaba según ellos, y ahí es
cuando he sido más miserable y las cosas han ido mal.

Ella los miró a todos, desesperada por hacerlos entender.

—Todo cambió para mí cuando desperté a Saloman. Tuve que ver más allá de lo
académico y también confiar en mis decisiones en la vida real. ¿Y saben qué?
Son buenas decisiones. Elegí confiar en ustedes. Elegí creer que Saloman no es
malvado, que puede hacer algo bueno en el mundo. A lo largo del último año, he
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sido tirada en ambas direcciones, y he hecho cosas que sabía que estaban mal para
complacerlos. Intenté matar a Saloman; sí maté al vampiro Severin en América. He
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ocultado información tanto de ustedes como de Saloman para no traicionar a
ninguno. Estas cosas me comieron por dentro porque sabía en mi corazón que
estaba equivocada, aún cuando las estaba haciendo.

Tomó el respaldo de la silla, sosteniéndose con fuerza, como si la fuerza de su


asidero de alguna manera obligara a la audiencia a creerle.

—Cuando rescatamos a Josh, cuando intentamos detener a Dante y encontrar a


Luk en Turquía, estaba en paz en mi corazón. —Se golpeó el pecho para
enfatizar—. Porque ahí fue cuando ustedes y él se unieron. Esa cooperación es lo
que mi instinto me dice que es la forma correcta de actuar, no sólo en esta crisis,
sino en todo el futuro. Cada instinto que poseo me grita esto, incluyendo aquellos
que he adquirido como la Despertadora y como cazadora no oficial de medio
tiempo. Mi intelecto me dice lo mismo. Aprendí a confiar en eso antes siquiera de
conocerlos. Desearía que ustedes también. Por favor permitan que Saloman nos
ayude. Lo necesitamos.

Por primera vez desde que podía recordar, István le puso un brazo en los hombros.
No era sólo un gesto de consuelo, aunque ahora que su discurso había terminado,
tenía un arrollador deseo de apoyarse en ese gesto buscando fuerza. Era prueba de
solidaridad.

Mihaela le dio una ligera sonrisa acuosa de sorprendida aprobación.

Miklós se puso de pie. Habían tenido algo más de diez minutos.

—Eres elocuente, Elizabeth, pero he tomado una decisión.

¡Oh, Jesucristo ayúdanos! Después de todo eso, había fallado.

—Como creo que tú has tomado la tuya —agregó él hacia el silencio que podía ser
cortado con un cuchillo.

—Así es —dijo ella en voz baja, entendiéndolo enseguida—. No puedo


convertirme en una cazadora. —Se secó los ojos en el repentinamente acogedor
hombro de István y se enderezó. Después de su pura y excesiva estupidez, ella
quería gritar y patalear; quería cerrar la puerta de un golpe e ignorarlos para
siempre.
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En su lugar, dijo:

—Pero todavía soy la Despertadora y haré lo que pueda para matar a Luk.
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Saloman se sentó y enfrentó a los dos únicos vampiros que había creado en su
larga existencia. Acababa de informarles del blanco escogido por Luk.

—Es justo —dijo Dmitriu—. Nunca me gustaron los cazadores de todos modos.

Saloman apuntó una patada a sus tobillos, y él movió los pies.

—De acuerdo, de acuerdo, estoy bromeando. Iré y pelearé por los incalificables
cazadores. Aunque no los veo exactamente llenos de deleite por tener al Anticristo
entre ellos.

—Elizabeth está intentando persuadirlos de lo contrario.

—Buena suerte para ella —dijo Dmitriu fervientemente—. ¿Puedes entrar en la


mente de Dante para averiguar cuándo será?

—No todavía. En los raros vistazos que he tenido, siempre está pensando en algo
más, lo cual me hace pensar que la decisión con respecto al tiempo todavía no está
tomada. Cuando lo sea, con suerte la protección de Luk se relajará a través de su
inevitable excitación y podré obtener una mirada más cercana. Dudo que tarde
mucho. Los vampiros que viajan de Rumania y Croacia llegarán esta noche a
Budapest.

—¿De tu lado o del suyo? —preguntó Dmitriu.

—Tenemos que esperar que sea lo primero. Y planear para lo último. —Saloman se
recostó y cruzó los tobillos desnudos—. Pero es hora de ver más allá de la batalla
que se aproxima, la cual ya nos ha distraído demasiado. Ahora debemos
prepararnos para avanzar.

Dmitriu lucía nervioso.

—¿A qué otro lugar podemos ir? —demandó—. O bien Luk gana y todos estamos
en problemas, en lo cual me niego a pensar. O nosotros ganamos, lidiamos con
Luk, y tú tendrás un pequeño castigo, un poco más de consolidación de que
ocuparte. Eso te dejará en completo control del mundo vampiro. Nadie más es lo
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suficientemente fuerte, o lo suficientemente estúpido, para oponerse a ti. América


está ligeramente aliada, gracias a mi amigo Travis; Turquía está tranquila de
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nuevo. Al menos mientras Luk lo esté. Y tú eres rico en términos humanos. Tienes
el poder de la influencia y la amistad entre los gobiernos más fuertes del mundo.
Tu bote está navegando de forma excelente, Saloman. Acepta mi consejo y no lo
agites más.

—Dmitriu —se burló Saloman—. ¿Cuándo te volviste tan temeroso?

—No soy temeroso —respondió Dmitriu—. Sólo aprecio lo que tengo… y tú


también deberías.

—Lo hago. Y he identificado dos pasos en los que me gustaría contar con su ayuda.

Dmitriu suspiró y se movió hacia atrás en su silla. Pero fue la cabeza de


Maximilian la que esta vez se levantó con alarma.

—¿Qué pasos?

—Ayudar a los humanos con los movimientos de la tierra que causan desastres
naturales. E introducir a los humanos, pacíficamente, a los vampiros y sus
beneficios. Creo que estos pasos se apoyan uno en el otro y nos darán avances
significativos.

—¿Eso crees? —dijo Dmitriu dubitativamente—. ¿Y exactamente qué esperas


que yo haga?

—Investigación. Encuentra a aquellos con el gen Antiguo y preséntate. Reclútalos


para nuestra causa. Haz un equipo de vampiros para que te ayuden.

—¿Cómo demonios…?

Se interrumpió debajo de la firme mirada de Saloman, y maldijo por lo bajo.

—De acuerdo, de acuerdo. Lo haré. —Se puso de pie, dirigiéndose ya a grandes


pasos hacia la puerta como si estuviera molesto, pero Saloman no iba a ser
engañado. Dmitriu estaba intrigado por su nueva tarea e incluso ansioso para
comenzar. Saloman no pudo evitar sonreír.

—Serás bueno en eso, Dmitriu. La interacción con humanos siempre fue tu punto
fuerte. Confío en ti, y en quién quiera que elijas para ayudare, para causar la más
311

noble de las impresiones.


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Dmitriu no le devolvió la mirada, pero sí inclinó la cabeza antes de cerrar la puerta.

Maximilian dijo:

—Juegas6 con él como si fuera ese instrumento de allí.

—Piano —dijo Saloman débilmente—. Y si lo hago, es porque lo conozco. No hace


que lo que digo sea menos verdadero.

—¿Y cómo jugarás conmigo?

—Pidiéndote. Tu sentimiento por la piedra ha sido intensificado en tu existencia


vampírica. Puedes oír la tierra, como yo, ayudar a los humanos a evitar las
tragedias de terremotos, volcanes y tsunamis.

—Quizás —dijo Maximilian, con un movimiento de su labio—. Pero no veo


manera de hacer que me crean.

Saloman se encogió de hombros.

—Me las arreglé para hacerlo. Pero aquellos incidentes fueron mayormente suerte,
y veo tu punto. Apunto a instalar unos nuevos centros de estudios sísmicos… de
hecho, ya los he comenzado. Te veo en un rol de consejero oficial, viajando y
escuchando y señalando a los científicos en qué dirección deberían mirar.
Encontrar maneras para hacer que sus instrumentos les digan lo que necesitan
saber, hasta que confíen en nosotros y podamos ser más abiertos.

Maximilian encontró su mirada, frunciendo el ceño. Lucía extrañamente indefenso.

—Confías mucho en mí —dijo en voz baja—. No puedo imaginar por qué.

—Yo sí.

Maximilian cerró los ojos.

—Pero hay otros a los que podrías entrenar para este rol.

—Los hay —admitió—. Pero preferiría tenerte a ti.


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6En ingles “you play him like that instrument”, “play” se usa para “jugar” tanto como para “tocar
un instrumento”.
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Los dientes de Maximilian tiraron de su labio inferior. Abruptamente, se puso de
pie y fue a grandes pasos hacia la ventana cubierta de terciopelo antes de girar
para enfrentarlo una vez más.

—¿Qué dices? —preguntó Saloman suavemente.

Maximilian abrió la boca.

—Saloman, hay algo que deberías saber…

La puerta de la sala de estar se abrió de repente, y Maximilian cerró los labios.

Elizabeth entró como un huracán a la sala de estar de Saloman.

—¡No me oyeron! ¡No te dejarán entrar al maldito edificio! No puedo cre… —se
interrumpió, finalmente dándose cuenta de que Saloman no estaba solo.
Maximilian estaba con él, pero la miraba con tanta intensidad desde su lugar junto
a la ventana cortinada que se preguntó si sus palabras habían tenido algún interés
especial para él.

—Tengo que irme —murmuró, apartando la mirada y saliendo a grandes pasos de


la habitación. Distraída, Elizabeth lo observó irse. Como el de Saloman, su rostro
difícilmente era un libro abierto, y sin embargo cuando sus ojos se encontraron,
ella había imaginado un profundo y desesperado pesar en ellos que iba más allá de
su propia ira y frustración. Cuando pasó junto a ella, ella tuvo que aferrarse del
respaldo del sofá para afirmarse por el repentino mareo.

Mientras obligaba a la sensación a retroceder, sintió más que vio a Saloman


levantarse de la silla del piano e ir hacia ella.

—¿Qué sucede?

Al menos el incipiente ataque de enfermedad no fue mucho; quizás porque se


sentía mucho mejor respecto a los episodios después de hablar con Saloman esa
mañana. Se enderezó, arrastrando su mirada de la espalda de Maximilian que se
alejaba.
313

—¿Él está bien?


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—¿Max? Oh, sí.

—No creo —argumentó Elizabeth—. Sentí algún tipo de dolor cuando él pasó
junto a mí… dolor emocional. Se sintió como… culpa.

—Ése es Maximilian. Tiene mucho por qué sentirse culpable. ¿Porque estás tan
disgustada? ¿Por qué los cazadores no aceptaron? —Tomando su mano, la guió
alrededor del sofá y se sentó junto a ella.

—Casi los tuve, Saloman —dijo ella cansadamente—. Tan condenadamente


temprano. Puse todo de mí en esto, incluyendo algunas cosas de las que no me di
cuenta hasta que las dije. Pero no pude persuadirlos.

—¿A ninguno?

—Mihaela e István hubieran aceptado. Coincidieron conmigo, incluso apoyaron


nuestro plan. Creo que Lazar también lo hubiera aceptado, pero fue influenciado
por Konrad al final. Simplemente es demasiado difícil superar su
condicionamiento de que todos los vampiros son malos, que su misma existencia
es malvada y de que ciertamente no pueden tener a uno andando por ahí en los
Cuarteles Generales de los cazadores, incluso si él es todo lo que puede salvar al
mundo. ¡Mejor que muramos en una inútil llamarada de gloria7!

—No llegará a eso —dijo Saloman quedamente. Tocó su mejilla—. Bien hecho.
Creo que hay una gran promesa en las reacciones de Mihaela e István.

—¿De qué sirve eso si estamos muertos? Si la biblioteca es destruida y Luk está
desbocado alrededor del mundo, los vampiros vuelven a su peor comportamiento
brutal y caótico, y…

—No permitiré que eso suceda —interrumpió Saloman.

Elizabeth apretó su mano con fuerza.

—¿Me mostrarás cómo matar a Luk?

—Yo mataré a Luk.

Elizabeth pestañeó.
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7Llamarada de gloria: morir como resultado de un enfrentamiento con una fuerza mucho mayor.
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—¿Antes de que ataque la biblioteca? ¿Cómo?

—Si la oportunidad se presenta, entonces sí. Dudo que sea así. Si no lo es, lo mataré
en la biblioteca.

—¡No puedes! —Elizabeth nunca lo había hallado remotamente obtuso antes—.


No te permitirán entrar.

—Elizabeth. —Él llevó las manos de ella a sus propios labios, una y luego la otra, y
las besó—. No necesitan dejarme entrar.

—¿Atacarás a Luk afuera? —adivinó ella, iluminándose.

—Él esperará eso. Los esperaremos en la biblioteca como planeé. Dmitriu,


Maximilian y yo. —Sonrió y besó sus sorprendidos labios—. Aprendí
encantamientos de Luk. Puedo develar sus encantamientos casi tan fácilmente
como él puede develar los míos. De hecho, tengo mi propia llave.

Los labios de Elizabeth se abrieron.

—¿Entonces podrías haber entrando al edificio de los cazadores cuando quisieras?

—Sí. Hasta ahora, no ha habido razón. No tenían nada que yo quisiera.

Elizabeth formó puños con las manos y lo golpeó en el pecho.

—¡Saloman, tú… tú!

—¿Qué? —preguntó, empujando contra sus puños hasta que ella yació medio
debajo de él contra el brazo del sofá.

—Nada —dijo ella con un suspiro, y liberó sus manos para abrazarlo. La boca de él
descendió sobre la de ella, y después de eso, el sexo fue inevitable.

Comenzó rápido y feroz, con urgentes tirones y sacándose la ropa bruscamente,


hasta que Saloman encontró su camino dentro de ella. Una vez allí gimió y se
detuvo, sin moverse, los ojos cerrados en obvio deleite. Elizabeth lo miró, sintiendo
la loca oleada de lujuria convertirse en un amor más lento y más profundo que la
quiso hacer llorar. Tocó su rostro con la punta de los dedos.
315

—Saloman. Saloman.
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Sus ojos se abrieron, como pozos de oscuridad brillante en la luz de la luna.
Comenzó a moverse dentro de ella.

—Podría hacerte el amor para siempre.

—Desearía que pudieras.

Los ojos de él cambiaron, oscureciéndose con pesar antes de que enterrara su


rostro entre los pechos de ella y arrastrara la boca hasta el pezón erecto e
implorante.

—Elizabeth… mi amanecer, mi luz…

Ella sonrió, sosteniendo su cabeza contra el pecho.

—Me gusta eso.

—Hoy te observé en el sol —murmuró él, dando a su pezón un último roce entre
sus labios antes de levantar la cabeza para mirar su rostro una vez más—. Nunca te
he visto tan hermosa. —Sus movimientos se hicieron más profundos, más duros
dentro de ella, reflejando un nuevo salvajismo en sus profundos ojos oscuros,
incluso mientras ella se retorcía debajo de él, su voz se redujo a un suspiro
insoportablemente tierno—. Quiero que sepas que desearía poder caminar allí
contigo.

Los labios de ella se separaron con sorpresa, y perdió el ritmo del amor. Las
palabras de él trajeron una oleada de deseo que ella no pudo pelear ni articular
palabra. No había necesidad. Se ahogó en la trágica oscuridad de sus ojos, en la
dulce, incesante urgencia de sus embestidas, y se aferró a él.

—Yo también lo deseo —susurró. Mientras lo envolvía con las piernas,


masajeándolo hacia el climax, su mente se inundó con imágenes de Saloman en la
luz del sol, caminando con ella en la playa en St. Andrews. Visiones borrosas,
porque eran tan imposibles—. Nada es perfecto, ¿verdad, Saloman? —dijo con un
jadeo.

—No —coincidió él—. Si lo fuera, no habría nada más por qué pelear. —Sus dedos
acariciaron la humedad de su mejilla—. No quise hacerte llorar. Sólo quería
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decírtelo.
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Ella sonrió, besándolo profundamente, porque había más, mucho más que
arrepentimiento en su corazón; había conocimiento de que él nunca le había dicho
esto a nadie, y que probablemente nunca había sentido tan intensamente. Era más
que suficiente; era alegría.

Pero Saloman nunca podría caminar bajo el sol, no sin terminar su existencia.

La lengua de él jugó con un pezón y le dio placer. Ella empujó más en su vara y se
retorció a medida que la marea comenzaba a elevarse.

Él podía morir con ella, terminando su existencia y todo lo bueno que podía hacer
por el mundo. O ella podía morir por él, y continuar para siempre.

Las embestidas de Saloman se hicieron más salvajes, más rápidas, fuera de control.
Su boca dejó su pecho, rozando codiciosamente en el otro pezón en su camino
hacia su garganta. Sus dientes atravesaron la vena y ella dejó salir una
exclamación, buscando el placer de su succión incluso antes de que la sangre
comenzara a fluir a la boca de él.

No estaba equivocado vivir así. No estaba equivocado ser un vampiro.

Cuando la tensión se rompió y el éxtasis la inundo, haciendo convulsionar su


cuerpo debajo de él, dejó ir su garganta y entró en ella con más fuerza. Ella sonrió a
través de su descubrimiento y el explosivo orgasmo de él, y mientras sus mentes y
su placer se volvían uno, ella disfrutó del momento de completa y total dicha.

Saciada e indefensa, yació debajo de él, acariciando su suave cabello con dedos
temblorosos, amando la sensación de su carne dura y lisa contra su piel cubierta de
sudor. Si ella fuera un vampiro, esa era una sensación que perdería.

Sus dedos se quedaron quietos. Otra verdad estaba peleando para llegar a su
cabeza y su corazón, una que ella no quería oír, no ahora. Desesperadamente, sus
manos recorrieron su espalda, sintiendo su respuesta instantánea, intentando
prolongar el momento de felicidad sin complicaciones.

No llegaría.

Finalmente había aprendido a estar en paz consigo misma. A gustarse a sí misma.


317

Ser un vampiro era perder su humanidad, la compasión que la hacía quien era, la
mujer que Saloman amaba, quien podía suavizar su falta de humanidad y hacer de
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su dominación más una cooperación. No sólo ella, sino que el mundo necesitaba su
humanidad.

No debes perder quien eres.

Lágrimas de mezclaron con el sudor del amor mientras Saloman sacaba su cuerpo
del de ella. Lágrimas de dolor y también de amor, y en algún lugar, de alegría
también, porque había atravesado otra barrera y había tomado otra buena
decisión.

Mientras no tuviera que morir peleando con Luk.

Saloman dijo:

—No permitiré que mueras peleando con Luk.

Aunque Luk había cazado y se había alimentado la noche anterior, Dante lo


encontró con el rostro enterrado en la garganta de la morena. Sin ceremonia, Dante
lanzó el periódico en el suelo donde él pudiera verlo.

—El griterío está por ellos —dice Dante sombríamente—. Sus fotos están en todos
los periódicos. Tenemos que deshacernos de ellos.

Luk selló las heridas punzantes de la mujer con un movimiento de su lengua y la


dejó caer para mirar a Dante.

—Tonterías —dijo. Sus ojos salvajes tenían una nueva expresión de intensidad que
era cada vez más aterradora. Parecían arder en su pálido rostro—. Después de esta
noche, podrán vivir en un palacio en lugar de este vertedero. —Soltó otra risa—. El
palacio de Saloman.

Pero Dante se había aferrado a otro punto.

—¿Esta noche? —repitió—. ¿Después de esta noche? ¿Por qué?

Luk sonrió y se puso de pie para estirarse. Las vigas del techo se interpusieron en
su camino.
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—Estaré tan feliz de salir de este lugar —comentó—. Basta de ocultarme.


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Dante dijo sin aire:

—¿Atacamos esta noche?

—Esta noche —confirmó Luk—. Soy tan fuerte como voy a ser sin matar a
Saloman. Y ciertamente no quiero darle más tiempo para que descifre dónde tengo
la intención de atacar.

—¿Debo informar a nuestros contactos?

—Todavía no —espetó Luk—. Tráelos aquí y nos ocultaremos hasta que


ataquemos. No puede haber palabras escapándose hacia Saloman por adelantado,
todavía tiene más seguidores para llamar que nosotros. Luego de esta noche será
diferente. Entonces, cuando lo sepa, lo mataré.

Luk dio vueltas y vueltas, con ambos brazos hacia fuera como un chico jugando a
los aviones.

—¡Esto será divertido! Mataré a su Despertadora y lo veré sufrir…

—Pero no lo queremos a él esta noche —argumentó Dante.

—Oh, sí, lo queremos. Y confía en mí, vendrá. Demasiado tarde. No solo vamos a
destruir la biblioteca; vamos a tomar el edificio, y Saloman y su muy extraña
elección de ramera caminará directo a nuestra trampa.

Todo estaba haciéndose realidad. Con las matanzas de esta noche, Dante crecería
enormemente en fuerza, y pronto sería capaz de volver a América y apoderarse de
su mundo. Sonrió a Luk como un colegial con un regalo especial.

—¿Puedo matar a Dmitriu?

Luk rió.

—Claro. Pero necesitarás ayuda, pídesela a Maximilian.

—Ten —dijo Elizabeth, lanzando su bolsa de dormir en un fardo desordenado a


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los pies de la estantería más cercana—. Contempla mi arma más temible.

Mihaela sonrió agriamente y soltó su propio petate junto al otro.


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—En esta batalla, es probable que sea tan útil como los armarios llenos de estacas
de Miklós.

Elizabeth le dio un codazo.

—No desesperes —dijo con ligereza—. Saloman no nos abandonará, cualquiera sea
el decreto de Miklós.

Mihaela la miró con fijeza, luego miró alrededor para asegurarse de que nadie más
estaba cerca para escuchar. De hecho, no había nadie más en la biblioteca, aparte
de Konrad en el otro extremo del área de entrada, parado en la puerta de la oficina
de Miklós, presumiblemente escuchando las instrucciones.

—Claro —susurró Mihaela—. Una vez que Luk entre, Saloman será capaz de
unirse a la lucha sin el consentimiento de nadie. Lo cual podría salvarnos el pellejo.
Solo que, ¿y si matamos a los vampiros equivocados?

Los vampiros equivocados. O, sí, había esperanza.

Elizabeth sonrió.

—Creo que reconoceremos a nuestros amigos.

Mihaela se sentó sobre su bolsa de dormir enrollada, frunciéndole el ceño a


Elizabeth con fresca ansiedad.

—¿Pero Luk no estará esperando algo así? ¿No tiene alguna precaución en el lugar
contra ello? Saloman podía caminar directo a una trampa.

Podía decirle la verdad a Mihaela, obligarla a mentir a Konrad y a sus otros


superiores. O no.

—Confía en Saloman —dijo suavemente, y miró a su amiga directamente a los


ojos—. Yo lo hago.

Mihaela lo entendió. Su sonrisa fue ligeramente torcida.

—Tal vez lo hagas.

Satisfecha, Elizabeth ondeó un brazo extendiéndose alrededor de la biblioteca.


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—Entonces, ¿cuál es el asunto aquí? ¿La biblioteca estará oficialmente cerrada por
un tiempo?

—No, no podemos hacer eso. Pero cerrará a las cinco cada tarde, dándonos tiempo
de prepararnos antes de que el sol caiga. Ningún investigador o personal
administrativo será permitido luego de eso, sólo cazadores.

—¿A cuántos tenemos?

—¿Esta noche? Cinco cazadores. Nosotros tres y dos del segundo equipo, uno de
sus miembros se encuentra en el hospital. El tercer equipo está en Croacia, y
debería volver mañana en la noche.

—Seis, entonces, contándome. Estamos en desventaja, incluso si Luk no tiene


apoyo en Budapest.

—Lazar luchará con nosotros. Solía ser muy bueno, y sigue siendo un cazador
fuerte. Y, por supuesto, eres nuestra arma secreta.

—No tan secreta —señaló Elizabeth cuando István entró. Levantando una mano
casual saludando, lanzó su bolsa de dormir contra la estantería opuesta a Elizabeth
y Mihaela y señaló con la cabeza hacia Konrad, quien había dejado a Miklós y
estaba parado junto a la ventana de una manera expectante, con dos detectores de
vampiros en sus manos. Lazar y dos cazadores los cuales Elizabeth reconoció de
vista estaban sentados en la mesa frente a él.

Suspirando, Mihaela se puso de pie, y, junto con ella e István, Elizabeth se unió a la
fiesta.

—El plan es simple —explicó Konrad—. Utilizaremos un sistema de vigilancia


desde las cinco en punto hasta después de las siete. El sol no se pone hasta después
de las siete, pero sabemos que los Antiguos pueden caminar abiertamente en el
crepúsculo, y Luk podría tener algún medio de proteger a sus seguidores menos
poderosos. No tenemos idea de cuántos vampiros atacarán, o incluso en qué parte
del edificio se infiltrarán primero. Pero la biblioteca será su destino final.

Levantó los detectores.


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—Tenemos todo esto, y hay otros más grandes y sensibles diseminados en todo el
edificio. Sabremos cuando el ataque sea inminente. Así que los vampiros no se
darán cuenta hasta el último minuto que los estamos esperando, los detectores
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serán silenciosos. Aquellos de vigilancia deben mantener sus ojos puestos en la
pantalla del ordenador. —Ondeó su mano hacia el ordenador del escritorio de la
recepción.

—Hay siete de nosotros esta noche, esperemos que diez desde mañana a la noche
en adelante. Los equipos de vigilancia serán: Mihaela y Elizabeth; Lazar, Karoly, y
Seb; István y yo. Al instante en que los detectores suenen, los vigilantes
despertarán a los demás. No necesito decirles cómo luchar. Algunos de los
vampiros podrían usar espadas contra nosotros, así que usen las suyas, o los
repuestos que encontrarán en la oficina de Miklós, para protección y mayor
alcance. Recuerden que aunque una espada no puede matar a un vampiro, puede
ralentizarlo. Todos deben ser conscientes de la dificultad así como también la
prioridad de matar a Luk en particular. Elizabeth, como una Despertadora, es la
única de nosotros que puede matarlo sin ayuda directa. Vamos a intentar lograrlo.

Él se encogió de hombros y miró a Lazar para ver si había algo más que agregar.

—Bien. Aparte de Mihaela y Elizabeth, sugiero que todos nos acostemos. Vamos a
necesitar toda la energía que podamos reunir para esta lucha.

—Y algo más —murmuró Mihaela.

Desde el taburete junto a Maximilian, Angyalka miró alrededor de su ajetreado


club. No había ninguna banda en vivo esta noche, pero la música estaba alta y
animada y era apreciada, a juzgar por los números que había en la pista de baile.

—Tranquilo esta noche —observó ella.

Maximilian supo lo que quería decir. A diferencia de él, los invitados eran todos
humanos.

—Algo está pasando —dijo ella—. O está a punto de suceder. ¿Dónde está
Saloman?

Maximilian se encogió de hombros. Alejó la mirada de la multitud de humanos


fiesteros y en su lugar miró el hermoso y pronunciado rostro de su vieja amiga.
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Sutil, inteligente, evasivo, fuerte en la auto-preservación, ella todavía era, de


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acuerdo a su conocimiento, invariablemente leal. Por una vez, con dificultad, dijo
lo que se hallaba en su corazón.

—Me alegra haberte visto de nuevo.

Los ojos de ella se desorbitaron.

—¿Te vas?

—Sí —dijo Maximilian, ya dándole la espalda y caminando hacia la puerta—. Me


voy.

Llegaron a Budapest once vampiros para Luk al final. Hubieran sido diez, pero
escuchar que los cazadores eran el objetivo, uno persuadió a un amigo vacilante a
último minuto. No era un gran botín, reconoció Luk, pero con Saloman presente en
la ciudad, no podía esperarse más. La guinda del pastel fue conformada por los
vampiros que habían llegado desde Rumania y Croacia; siete hasta el momento, y
seguían llegando. Junto con él, Grayson, y los cinco vampiros restantes de Turquía,
Luk supo que sería suficiente. Aunque Saloman lo siguiera —y estaba obligado a
hacerlo— sólo llevaría a más vampiros al sitio. ¿Y qué vampiros serían capaces de
resistirse a darles una paliza a sus viejos enemigos los cazadores? Ni siquiera
Saloman podría interponerse en sus caminos. Si quisiera.

La euforia tenía a Luk literalmente saltando de un pie al otro en la desesperación


por partir. En la oscuridad, se pararon juntos como una fila de cuervos sobre la
azotea del edificio, sobre el ático que lo había protegido desde su llegada a este
lugar. Pero Luk dudó de dar la orden para moverse.

—¿Ahora? —preguntó Grayson impacientemente otra vez—. ¿Ahora?

Luk lo ignoró. Sintió la aparición del vampiro que había estado esperando. Un
instante más tarde, una figura oscura en jeans y remera saltó desde el techo de al
lado y aterrizó a su lado, casi empujando a Grayson de su posición privilegiada.

—Maximilian —dijo Luk con cariño—. Estoy tan contento de que te unas a
nosotros. —Ahora tenía más que suficiente. La fuerza de Maximilian, por no decir
323

de su valiosa propaganda como “hijo” de Saloman y una vez líder de los vampiros
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húngaros, compensaba más que nada la escasa partición de Budapest. Él era la
diferencia entre la victoria, y el total y aplastante éxito.

Y esta vez lo veré traicionarte. ¿Cómo te lo tomarás, Saloman?

—¡Para! —gritó Cyn. Se lanzó hacia adelante como si quisiera tirar ella misma del
freno de mano, pero afortunadamente, la mano firme de Rudy llegó antes que ella.

—¿Qué? —exigió él, echándole un vistazo a medida que bajaba la velocidad—.


¿Qué demonios pasa?

Estaban todos cansados luego del largo viaje hacia Budapest, y John estaba
aguardando más que nada un baño y una cama. Y sin embargo ante el grito de
Cyn, su cansancio cayó lejos de él como una manta. Le recordó los repentinos
avisos de alerta de esa noche en Afganistán.

—Mira —ordenó Cyn, señalando fuera de la ventana del coche grande que habían
alquilado en el aeropuerto. John siguió su dedo a través de la oscuridad hacia dos
hombres que corrían a lo largo de la tranquila carretera. Estaban vestidos de una
manera curiosa, un poco como las versiones desaliñadas de los gitanos en las viejas
películas, pero Cyn era de Nueva York y era poco probable que se sorprendiera
por la mera manera de vestir de los transeúntes.

Rudy se echó a un lado de la carretera apenas un poco por delante de ellos, y Cyn
avanzó hacia la puerta del pasajero para abrirla.

—¿Puedes sentirlo? —susurró—. ¡Son vampiros!

John la miró, impresionado.

—¿Pudiste sentirlo desde el interior del auto?

—No; se movieron mal, con demasiada rapidez. Pero ahora puedo sentirlo.

—¿Quieres saludar? —preguntó Rudy casualmente. Todos los pasajeros se


sentaron. El entusiasmo surgió torno al auto ante la perspectiva de una lucha.
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Para ver si podía, John lanzó una sonda mental y se rozó contra un frío y enojado
propósito.

—Espera —dijo él, agarrando el brazo de Pete mientras se extendía hacia la puerta
del auto—. Están en algo.

Ignorándolos, los vampiros pasaron junto al coche.

—¿Qué? —exigió Cyn.

John abrió la puerta del auto y salió.

—No lo sé. ¿Por qué no pregunto? —Apoyando su brazo sobre la puerta del auto,
gritó en su mente.

Oigan, ¿a dónde van?

Uno de los vampiros se detuvo y volvió su cabeza. Cyn y Rudy se apresuraron a


salir del auto; hubo una ráfaga de movimiento cuando todos alcanzaron las
precarias estacas que habían escondido de la aduana.

El vampiro se encontró con la mirada de John. Su labio se curvó. Vete a la mierda,


dijo instantáneamente, y él y su compañero se movieron tan rápido que parecieron
deslizarse.

—Síguelos —dijo John lúgubremente, agachándose de nuevo en el coche—. Están


siendo demasiado reservados, y nos ignoran porque están enfocados
completamente en otra cosa.

—¿Qué? —preguntó Rudy, encendiendo el auto nuevamente.

—No lo sé —dijo John—, pero temo que Elizabeth está metida en una gran pelea.
Me temo que ella nos necesita.

—Elizabeth —susurró Mihaela—. ¿Estás dormida?

—No. —Elizabeth giró la cabeza para enfrentar a Mihaela. Aunque yacían en los
325

sacos de dormir en el suelo de la biblioteca, Elizabeth nunca se había sentido más


despierta. Tal vez era demasiado difícil conciliar el sueño con las luces encendidas
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de la biblioteca, incluso atenuadas como estaban. Quizás ya no necesitaba dormir.
O quizás era imposible dormir algo cuando sus nervios rondaban al filo de la
navaja, esperando el ataque—. ¿Por qué tú no lo estás? —susurró ella.

—No lo sé. Creo que casi me quedé dormida. Sigo imaginando las sombras de allá
abajo. —Echó su cabeza hacia el extremo alejado de la biblioteca cavernosa, la cual
solo estaba iluminada en las raras ocasiones que alguien iba así de lejos.

Instintivamente, Elizabeth levantó la cabeza para asomarse junto a Mihaela en la


oscuridad, casi la fantasmagórica distancia. La biblioteca estaba tan silenciosa que
si no lo supiera mejor, habría imaginado que Konrad e István, en vigilancia en el
escritorio de recepción, se habrían quedado dormidos. Los otros acostados, sino
dormidos, más cerca de la entrada a la biblioteca.

—No te preocupes por ello. —Elizabeth extendió una mano y encontró la de


Mihaela, la cual agarró firmemente.

—Son las tres y media —murmuró Mihaela—. No creo que vengan, ¿tú?

—Supongo que es menos probable tan cerca del amanecer. —Quedaban dos horas
hasta el amanecer, y ambas lo sabían.

Mihaela dijo:

—Tendremos una mejor oportunidad mañana, cuando los otros vengan a casa.

Elizabeth asintió, y Mihaela volvió a sumirse en el silencio. Elizabeth se recostó y


miró las pequeñas ventanas de vidrio esmerilado que eran toda la luz natural que
la biblioteca tenía. Aunque estaban en un nivel cercano a la acera, nunca fueron,
aparentemente, dañadas por accidente o diseñadas. ¿Más de la protección de Luk?

—¿Elizabeth? —susurró Mihaela.

—¿Sí?

—¿Tienes miedo de morir?

Sólo había una respuesta honesta a eso.


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—Sí —susurró.

Hubo una pausa y luego:


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—¿Todavía tienes esos dolores y períodos enferma?

—No tan malos —dijo Elizabeth suavemente. No había pensado mucho acerca de
eso como perder a Saloman, sobre la muerte sin dormir. La eternidad—. Saloman
cree que se debe a que mi telepatía está creciendo. Que estoy recogiendo los
sentimientos de dolor y enfermedad de las personas.

—Tiene sentido —susurró Mihaela con impaciencia—. ¿No crees?

—A veces es cierto —estuvo de acuerdo Elizabeth.

—Pero tú no lo crees realmente. —La ansiedad estaba de vuelta en el susurro de


Mihaela. Elizabeth apenas pudo escucharla.

—Le creo —protestó—. Mayormente. Solo que no puedo negar la sensación de que
sin embargo es cierto que hay algo más. Eso también me asusta. —Pero si la
enfermedad me mata, tengo tiempo de decidir. Si muero esta noche, ¿dejaré a Saloman
convertirme?

No perderás lo que eres…

Se removió inquietamente. No tenía sentido pensar en el futuro, más allá de la


lucha.

—Elizabeth —dijo Mihaela, en voz baja—, sobre anoche…

—Olvídalo, Mihaela. Estamos más allá de las disputas.

La mano de Mihaela se alzó, frotando su frente.

—Sí, pero te acusé de falta de honradez cuando no he sido completamente honesta


contigo.

Elizabeth sonrió en su bolsa de dormir.

—Superé eso hace mucho tiempo.

—No estoy hablando sobre el asunto de la ascendencia —dijo Mihaela


impacientemente—. Se trata de algo más. Encontramos un libro, una profecía, que
creemos que se refiere a ti. No te lo dijimos porque… bueno, porque pensamos que
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actuarías diferente si lo supieras, ponerte en mayor peligro. Hemos intentando no


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pensar en ello, no dejar que nos influenciara, pero no puedo sacarlo de mi cabeza.
Y cuando me contaste de tu enfermedad…

Se quebró, dejando caer su mano en el suelo con un suave golpe. El nudo de


malestar que estaba asentado en el fondo del estómago de Elizabeth, quieto e
ignorado, empezó a tensarse.

—¿Qué profecía? —preguntó—. ¿Qué dice?

—Que te unirías a los enemigos de Saloman, nosotros, y herirías a sus amigos… los
vampiros. —Mihaela giró su cabeza y se encontró con la mirada de Elizabeth—. Y
algo más sobre abandonar el mundo para ver una nueva era. Es estúpido. Se
contradice a sí mismo y está abierto a muchas interpretaciones que ¡ni siquiera
podrían aplicarse a ti! Solo que…

Mihaela se calló, por lo que Elizabeth terminó por ella.

—Pensaste que podría estar a punto de abandonar el mundo. Por la muerte. —O la


no-muerte. No debería haber traído a colación eso.

—Sí —susurró Mihaela.

—Y si no estoy muriendo, entonces puedo ser asesinada, en especial en una batalla


contra todo pronóstico. ¿Es por eso que me lo estás diciendo ahora?

—En parte. Lo siento. Probablemente es todo basura, pero quería que conocieras
los hechos. —Agitó una mano de auto desaprobación—. Si podemos llamarlo un
hecho.

—¿Es de Luk? —soltó Elizabeth.

—¿La profecía? Sí, según el cazador medieval que la anotó.

Elizabeth asintió. Luk la había visto en visiones; estaba segura de eso. Aunque
algunas de ellas podrían haber sido de su antepasada Tsigana. Diablos, la profecía
de Mihaela podría aplicarse igualmente a Tsigana, aunque no estaba segura de que
la dama haya herido alguna vez a los amigos de Saloman. Pero no podía detenerse
en eso. Ahora, necesitaba calmar a Mihaela y a sí misma. Y eso significaba hablar,
no pensar en cosas que no podía cambiar.
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—¿Y qué hay de ti? —preguntó ella—. ¿Tienes miedo a la muerte?


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Mihaela se encogió de hombres.

—No. Nunca lo he tenido. Creo que siempre he creído que era un tiempo prestado
de todos modos.

Elizabeth se volvió hacia ella.

—¿Debido a que tu familia murió? —preguntó con dificultad.

Mihaela asintió.

—Sin embargo, no importa —dijo, todavía en bajos y susurrantes tonos que ambas
habían utilizado a lo largo de la conversación—. Nunca quise morir por nada.
Quería hacer una diferencia, erradicar el mal para hacer el mundo más seguro.

—Lo has hecho —dijo Elizabeth fervientemente.

—¿Pero esto? Si morimos, Elizabeth, el mundo no estará más a salvo para nada. No
si la red de cazadores y todos nuestros conocimientos son destruidos. No si Luk
derrota a Saloman.

—¿Y si Saloman derrota a Luk?

—Estoy empezando a pensar que el mundo tiene una oportunidad —dijo Mihaela
tristemente—. Más de una oportunidad, en cualquier caso. Necesitamos por lo
menos hablar con Saloman. —Pateó dentro de la bolsa de dormir, y Elizabeth solo
pudo adivinar quién era el final receptor imaginario—. Quizás el mundo está
cambiando y debemos cambiar con él. O quizás nunca tengamos la oportunidad.

—No digas eso, Mihaela. Tenemos que ganar ahora.

—¿Realmente crees que podemos ganar? —Elizabeth nunca la había escuchado tan
desesperada—. ¿Después de lo que dijiste esta mañana?

—Sí —susurró Elizabeth, solo un poco demasiado fuerte. Bajó la voz de nuevo a un
susurro—. Lo hago. Y lo que sea que pase, Mihaela, no será por nada.

Los dedos de Mihaela apretaron con más fuerza los de ella.

—¿Porque Saloman estará aquí?


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—Y nosotros. —Elizabeth le apretó la mano a cambio—. Cree en eso, Mihaela, y
permanece con vida.

Elizabeth. La voz de Saloman invadió su mente con toda la siniestra fuerza de un


relámpago bifurcado. Están aquí. Es hora.
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Capítulo 20
Traducido por Otravaga

Corregido por Samylinda

¿C
uántos?, preguntó urgentemente Elizabeth.

A pesar de la fría caparazón que había construido, la pena


inundó a Saloman. No pudo evitar la sensación de que el mundo
se desmoronaba a su alrededor. Once de Budapest lo habían
traicionado. Y los que venían de Rumania y Croacia no iban hacia él sino hacia
Luk. Era un golpe amargo, y las probabilidades estaban poderosamente en su
contra. Pero no podía darse por vencido.

Le mostró a Elizabeth una breve visión directo desde de sus sentidos. Luk y
veinticuatro vampiros. Están viniendo más.

¡Veinticuatro! ¡Dios mío, no podemos hacer esto! Es desastroso. Somos irremediablemente


superados en número.

Se puede hacer, Elizabeth. Hay esperanza. Saloman rozó su agitada mente con la suya,
una caricia de ternura, aliento y consuelo, antes de que volteara sus pensamientos
hacia otra parte.

Angyalka.

Está sucediendo, ¿no es así? ¿Nos quieres ahora?

Sólo como último recurso. Si Saloman ganaba esta noche, era importante que
pareciera respetar los deseos de los cazadores, tanto como fuese posible. Con un
sentimiento de terror que despreciaba dentro de sí, preguntó: ¿Cuántos hay contigo?

Unos cuantos, dijo Angyalka evasivamente. Saloman cerró los ojos. Elek está aquí,
agregó ella. Y eso por lo menos fue un grado de confort en el feo enredo frente a él.
331

—Levántate, Mihaela —dejó escapar Elizabeth, luchando por ponerse de pie y


arrastrando a la cazadora con ella—. Ellos están aquí. —Antes de que hubiera
terminado de hablar ya estaba corriendo a través de la habitación hacia la
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recepción, donde Konrad e István yacían a sus anchas. István levantó la cabeza de
la mesa, parpadeando hacia ella.

—Ahora —dijo ella con urgencia—. Desde las ventanas.

—Los detectores —cuestionó Konrad, mirando la pantalla de su computadora.

—Son más lentos que Saloman. Confía en mí.

István tomó sus estacas y saltó sobre la mesa para unirse a Mihaela. Excitados por
el frenesí de actividad, Lazar y los otros cazadores se sacaron de encima sus sacos
de dormir y se acercaron más. Todo el mundo estaba armado con una estaca en
una mano y una espada en la otra; un cinturón o una bolsa llena de más estacas
colgaban alrededor de sus cinturas.

Konrad llegó alrededor de la mesa para unirse a la línea de cazadores preparados,


y giró el monitor de la computadora en torno hasta enfrentarlos.

—Todavía sin señales. ¿Qué sabes, Elizabeth?

—Vendrán a través de las ventanas. Un antiguo, otros veinticuatro vampiros de


variados niveles de fuerza.

—¿Veinticuatro? ¡Oh, mierda! —refunfuñó Mihaela. El monitor de la pantalla


destelló rojo.

—Ahora —dijo Konrad en tono grave, y con los demás, volteó hacia la pared en
cuya parte superior cinco ventanas largas y estrechas parecían mirar hacia ellos sin
comprender—. ¡Atrás! —advirtió—. Si aterrizan sobre ustedes con la fuerza de ese
salto, están muertos.

—Chicos —dijo István—. Ha sido bueno.

Oh, pero lo ha sido; por favor no dejen que termine, pensó Elizabeth con un pánico
ciego y sin sentido. Las ventanas explotaron hacia adentro, esparciendo vidrio
sobre los cazadores a la espera. Casi al mismo tiempo, cinco vampiros se lanzaron
dentro de la habitación como niños sin miedo bajando por un tobogán, rodeados
de halos brillantes de vidrio desmenuzado, volando.
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Desde detrás de Elizabeth, el aire hizo zum. Algo —un trozo de tela o el borde de
una bota— rozó su oreja al pasar, e incluso mientras Konrad gritaba en señal de
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advertencia, dos figuras altas aterrizaron delante de la línea de cazadores,
enfrentando a los vampiros que atacaban.

—No he sido completamente honesta con ustedes —vociferó Elizabeth—. Saloman


está aquí con Dmitriu; ellos luchan por nosotros.

Y entonces no hubo tiempo para nada más. Y el vampiro que llevó la delantera
resultó ser Luk. Algo estalló en llamas en su mano y fue arrojado sobre las cabezas
de todos en las profundidades de la biblioteca, mientras más vampiros cayeron a
través de las ventanas.

—¡Apaguen el fuego! —gritó Lazar, pero István ya estaba retrocediendo de la


línea, corriendo hacia el extintor en la pared.

Cuando Elizabeth saltó hacia adelante, estaca y espada en mano para ir al


encuentro de la arremetida, el número hizo eco en su mente con creciente temor.
Dos. Hay sólo dos de ellos, Saloman y Dmitriu. Maximilian lo ha traicionado de nuevo.

Luk sabía que estaba loco. Eso no le molestaba porque no lo hacía descuidado. En
todo caso, lo hacía obsesivamente cuidadoso. Obligó a sus seguidores a peinar la
zona alrededor de la sede de los cazadores con él varias veces, comprobando con
sus propios ojos así como con sus sentidos paranormales por Saloman, o por
cualquier otro vampiro que no fuese uno de ellos. Un par andaban a la deriva por
la ciudad, los rumanos desconocidos. Sonriendo, Luk les envió una señal telepática
para guiarlos. Pero del resto de los fieles seguidores de Saloman, no había ni rastro.

—Bien —dijo, finalmente satisfecho—. Él todavía no ha comenzado a comprender.


—Desde el techo opuesto, miró hacia abajo a la pared lateral en blanco sin puerta
del edificio de los cazadores. Donde la pared se unía con la acera, una línea de
sosas ventanas oblongas titilaba en el tenue farol. La fila de figuras parecidas a
cuervos a cada lado de Luk también miraba fijamente, con un hambre feroz que no
podía empezar a acercarse a la suya.

Con una gloriosa sensación de libertad, Luk se quitó la máscara y levantó el manto
protector de sus seguidores.
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—Vamos, mis hijos, cacemos a los cazadores —dijo con deleite, y bajó de la azotea.
Según Maximilian, los cazadores se basaban en instrumentos que detectaban la
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presencia de vampiros. Justo ahora, estarían cagándose en sus engreídos
pantalones presumidos.

A medida que sus seguidores aterrizaban en una larga y silenciosa línea a su lado,
no vio ninguna razón para hablar en voz baja.

—Grayson, quédate cerca de mí; Maximilian y Timucin, ustedes van al final, así
que sigue revisando por Saloman y sus seguidores. ¡Traigamos muerte y
destrucción y el amanecer de la nueva era que nos devorará a todos!

No estaba muy seguro de dónde vinieron las últimas palabras, o lo que


significaban. Grayson le dedicó una mirada medio irritada, medio temerosa, la cual
ignoró a favor de la tarea en cuestión. Se quedó mirando la ventana delante de sus
pies, la cual era sólo lo suficientemente grande para que un hombre adulto se
deslizara horizontalmente, y con el poder de su mente, él simplemente la explotó.
La energía quedó atrapada y se extendió como un virus, explotando cada ventana
casi simultáneamente, y con un grito de alegría, Luk se lanzó a través de ella,
primero los pies, para crear la condenación de la humanidad y encontrar la suya.

A través de la niebla de vidrio cayendo, el cual parecía brillar en las luces de los
cazadores a medida que se lanzaba dentro de la habitación, descubrió una
inesperada línea de humanos preparados. Olió a Elizabeth Silk. Y luego, mientras
daba su orden telepática de avanzar a su próxima ola de seguidores, vio a Saloman
y a Dmitriu saltar sobre las cabezas de los cazadores y aterrizar en ángulo recto
frente a él.

Por un momento, miró fijamente a los oscuros e implacables ojos de su primo.


Algo que podría haber sido rabia o alegría o una combinación demasiado confusa
para separarla se elevó dentro de él. Joder, pero eres fastidioso.

Lo sé, dijo Saloman.

Luk se echó a reír. Entonces seámoslo ahora. ¡Vamos! Y convocando fuego, lo arrojó
de su mano profundamente en el corazón del orgullo y la alegría de los cazadores.
Mientras que los cazadores entraban en pánico, Saloman y Elizabeth Silk saltaron
hacia él. Él esquivó a Saloman, alcanzando la estaca de su cinturón mientras con la
espada arrancó de un golpe la cabeza del cazador más cercano.
334

Elizabeth gritó, un peculiar sonido de agonía y rabia, interrumpido tan


repentinamente como había comenzado. Y cuando Luk se dio la vuelta, fue la
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espada de Saloman la que se enfrentó con la suya. El recuerdo destelló, vívido e
inconveniente. Conocía esa espada. Él se la había dado, y el hijo de puta todavía la
usaba después de lo que había hecho. En furia, golpeó con la hoja, haciendo
retroceder a Saloman con la espada y golpeando con fiereza con la estaca.

Estás perdiéndolo todo, Saloman. La biblioteca se quema, los cazadores están muriendo,
malditos sean sus corazones traicioneros, y tus seguidores desertan en decenas…
comenzando por tu amado Maximilian. ¿Todavía estás ahí, Maximilian?

Aquí estoy, dijo Maximilian cerca de él. Pero Timucin no.

Maximilian giró, saltando hacia Grayson, quien estaba hundiendo una estaca hacia
la espalda sin protección de Dmitriu, y golpeó duro y seguro. Luk tropezó en
conmoción, sintiendo la picadura de la hoja de Saloman en su hombro, casi sin
comprender que el polvo de la matanza de Maximilian no pertenecía a Dmitriu
sino a Grayson, su última creación.

Ahora Dante tampoco está aquí, observó Maximilian.

Gracias, dijo Dmitriu, ya saltando sobre una mesa tras uno de los vampiros de
Hungría.

De nada, contestó Maximilian.

Por un instante, la pena casi deshizo a Luk. Grayson se había ido. Impensable.
¿Cómo había podido permitir que eso sucediera? Eso lo obligó a separarse de
Saloman, saltar hacia atrás y estudiar la situación.

Grayson lo había despertado con la sangre de Saloman para sus propios fines. Se
había aprovechado de la debilidad y confusión de Luk, y luego de su fuerza. No
había amor por su creador. Y si Luk pensaba en ello, como lo hizo entre el caos de
la lucha que había comenzado, Luk no sentía verdadero amor por su creación. De
hecho, sentía más emoción hacia Maximilian, quien ahora luchaba alegremente al
lado del enemigo, maldito sea.

Oh, ¿a quién le importa? ¡Siempre fuiste un bastardo traidor, Max! ¿Qué tanto confías tú
en él, Saloman?
335

Incondicionalmente, dijo Saloman, quien evidentemente había comprendido que


varios de los vampiros de Luk estaban convergiendo sobre la Despertadora como
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se les ordenó. Avanzando a toda velocidad, estacó a dos de ellos a la vez. Elizabeth
giró y le dio a otro.

Los cazadores, aunque abrumadoramente superados en número, estaban todos


luchando con una furia lo suficientemente letal como para ser peligrosos. Era el
momento de terminarlo antes de que más de sus vampiros murieran.

Tan rápido que los humanos ni siquiera lo habrían visto, Luk saltó sobre Saloman.
Su primo se lo quitó de una vez, con tanta fuerza que dejó caer su espada. Pero eso
no importaba; había hecho el contacto, consiguió la conexión; y ahora, con una
feroz satisfacción vengativa, alcanzó y se apoderó de la mente Saloman.

En el momento en que Cyn encontró a los vampiros, ella estaba temblando con la
sensación que había llamado “malevolencia” incluso desde que había tenido la
edad suficiente para saber lo que significaba esa palabra. Aquí, en una calle
respetable y tranquila en el medio de la noche, la maldad era abrumadora.

—Ahí —susurró ella, asintiendo con la cabeza más abajo del camino. Una pelea ya
estaba teniendo lugar. Un hombre contra otros tres. Salvo que tres desaparecieron
en rápida sucesión, sabía que no habían sido hombres.

—Vaya —dijo Pete, sobrecogido—. ¿Él es un cazador de vampiros?

—No —respondió John en una voz extraña—. Él es un vampiro. Les está hablando
a los demás dentro de ese edificio. Telepáticamente.

—¿Puedes escucharlos? —preguntó Rudy—. ¿A todos ellos? ¿Sabes cuántos son?

—Muchos —dijo John, tirando de su cabello como si le doliera la cabeza, o


estuviera tratando de poner en orden el murmullo de voces—. Están tratando de
matar a alguien llamado la Despertadora. Oh, mierda, esa es…

—¿Elizabeth? —dijo Rudy—. Oh, sí. Vamos.

Las ventanas a nivel de la acera estaban rotas, y de adentro venían sonidos de una
total carnicería. Torpemente, John sacó las cuerdas de su mochila.
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—Apúrate —dijo Cyn, temblando, con los ojos fijos en el final de la calle—. Hay
más viniendo. —Ella estaría bien una vez que comenzaran los enfrentamientos,
pero hasta entonces, lo único que podía sentir era el frío del mal.

—Vamos —dijo Rudy.

Saloman se había apegado a su plan. Dado que Maximilian había accedido a ir con
Luk para realizar un seguimiento de los acontecimientos y hacer el daño que
pudiera a partir de ello, él y Dmitriu había entrado en el edificio de los cazadores
más temprano esa tarde, tan profundamente encubiertos que el personal que
habían encontrado apenas los habían notado, y mucho menos reconocerlos.

Incluso el asunto de romper el escudo de encantamiento para entrar, y de


construirlo de nuevo detrás de ellos, se había logrado de forma rápida y discreta.
En la biblioteca, se habían trasladado más allá de todos los investigadores y
bibliotecarios y habían tomado posiciones en la parte posterior de la cavernosa sala
entre las sombras más profundas. Así que cuando los detectores fueron encendidos
y restablecidos a las cinco de la tarde, éstos los aceptaron a él y a Dmitriu como
parte del medio ambiente. Se quedaron en silencio, tal como Elizabeth había
esperado que lo hicieran.

Y a pesar de que un par de cazadores, especialmente Mihaela, habían dado


demasiadas miradas a las sombras, como si algo ahí les molestara, nadie los había
visto realmente a través del enmascaramiento de Saloman, porque nadie los había
esperado en realidad. Aparte de Elizabeth.

Y al menos él había sido capaz de darle una advertencia telepática; con los
detectores acostumbrados a él y a Dmitriu, Elizabeth no había estado segura de
que éstos captaran la presencia de cualquier otro vampiro, por lo que sus propios
sentidos habían sido una parte muy necesaria del plan. Cuando él y Dmitriu
habían surgido para hacer frente al ataque de Luk, no había habido tiempo para
que los cazadores objetaran.

Obedeciendo sus instrucciones, Maximilian y Dmitriu evitaron enredarse con Luk,


y se concentraron en sus seguidores. Pero estaba claro que Luk también había dado
instrucciones, y esas eran eliminar a Elizabeth. A pesar de su confianza en la nueva
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fuerza y habilidades de ella, su vulnerabilidad lo asustaba. Él tenía que igualar las


probabilidades para ella, y en su alivio al lograrlo, le había dado la espalda a Luk.
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Como quitarle el dulce a un bebé, se burló Luk cuando Saloman se congeló en las
garras de la agonía y la humillación, y el miedo que no había sido capaz de
sacudirse en milenios de existencia. Te atrapa cada vez, y nunca aprendes.

Saloman no respondió telepáticamente. No podía.

—¡Saloman! —La voz de Elizabeth, llena de angustia, le dijo que ella había visto su
situación. Pero esta vez, dependía de él superarla. Dominó el dolor, aferrándose al
pensamiento hasta que, finalmente, Luk lo atrapó.

Estoy debilitando tu energía.

El dolor aflojó su agarre cuando Luk instintivamente retrocedió un poco. Pero


todavía no lo liberó. En cambio, vagó frente a Saloman, mirándolo con odio puro y
sin adulterar.

Tengo suficiente, dijo Luk desdeñosamente. Soy más fuerte que antes. Y tú estás igual
de asustado.

Saloman enseñó los dientes.

—Me gusta el miedo —susurró. Trató de localizar el epicentro de los terremotos,


como el de Perú justo antes de que hubiese escuchado el grito del despertar de
Luk.

Dio un paso hacia delante y los ojos de Luk se ensancharon en conmoción.


Mientras Luk luchaba por apretar su agarre una vez más, Saloman cerró su mente
de golpe. Sintió el furioso martilleo de Luk contra eso, pero Saloman, mirando
profundamente en los rojizos ojos de su primo, simplemente lo rechazó. Presa del
pánico, Luk se tambaleó hacia atrás y Saloman lo siguió.

—No esta vez, Luk. Yo elijo quien entra a mi mente, y tú perdiste el privilegio.

—¿Cuando me mataste? —gritó Luk, blandiendo su puño más rápido que un


relámpago en el rostro de Saloman con fuerza suficiente para romper una
mandíbula humana. Eso desaceleró a Saloman, pero sólo por un instante. Clavó su
estaca con fuerza, extrayendo sangre del brazo de Luk cuando su primo bloqueó el
golpe.
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—No —dijo Saloman—. Cuando fallaste en tocar la puerta. —Empujó con fuerza
de nuevo, y Luk cayó de espaldas sobre el cazador István, quien estaba luchando
con uno de los vampiros turcos—. Ahora la puerta está cerrada. Para siempre.

István giró y atrapó a su oponente vampiro incauto por un empuje hacia atrás de
su estaca que lo convirtió en polvo. Al mismo tiempo, por algún instinto cazador,
bien afinado en muchas batallas, él pareció reconocer el siguiente movimiento de
Luk antes de que lo hiciera. Después de todo, atrapado entre las estacas de István y
de Saloman, Luk tenía sólo una dirección que seguir.

Cuando Luk saltó, asegurándose de que cualquier golpe de la estaca de Saloman


erraría su corazón, István lo agarró por la cintura, sujetando ambos brazos,
presumiblemente para mantenerlo en el suelo. Eso no funcionó; Luk era
demasiado fuerte. Él simplemente se llevó a István con él, y aterrizó en la parte
superior de una de las estanterías altas antes de sacudirse al cazador como si fuese
un perro sacándose una pulga.

Cuando Saloman giró para enfrentarse a dos vampiros abalanzándose que estaban
excesivamente desesperados por ganar el poder de una presa antigua, vio a Luk
patear a István en las costillas, lo bastante fuerte para enviarlo dando vueltas fuera
de la estantería.

Y luego, lo más bizarro de todo, cinco humanos saltaron por las ventanas y
descendieron en rappel por las paredes de la biblioteca.

La sangre goteaba desde el brazo de Elizabeth, corriendo sobre su mano y entre los
dedos. Eso hizo que la estaca en su mano izquierda se volviera resbaladiza y difícil
de sostener, y ya había fallado un intento supuestamente seguro al corazón del
vampiro con el que luchaba. Por supuesto, la distracción no ayudaba. Había visto
el ataque mental de Luk a Saloman, y su instinto de correr en su ayuda le había
permitido al vampiro acuchillarle el brazo. Ella podría vivir con ese dolor, pero
había sido casi imposible luchar con la repentina agonía en su cabeza. Tenía que
ser el dolor de Saloman lo que ella estaba sintiendo, y junto con su terror por él, eso
casi la debilitó.
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Sin embargo, afortunadamente no había durado mucho, y de alguna manera, ella


se las había arreglado para bloquear al vampiro, para defenderse por instinto hasta
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que el dolor se levantó y Saloman estuvo libre. Otro vampiro, sintiéndola como
una presa fácil pero poderosa, abandonó su lucha con Lazar para unirse al que
estaba contra ella. Saltando alto y pateando, ella lo derribó y finalmente despachó a
su agresor original de camino de vuelta a la tierra. Y, cayendo en cuclillas, le
hundió la estaca en el corazón al vampiro caído antes de saltar de nuevo a sus pies,
jadeando, y girando para evaluar el siguiente peligro.

Se fijó en la escena en un instante esencial. La biblioteca era un desastre. Mesas y


sillas había quedado patas arriba y rotas en la lucha, algunas de las estanterías más
pequeñas volcadas con los libros desperdigados; el fuego de Luk no había
prendido lo suficiente como para hacer mucho más daño que ennegrecer el costado
de un estante para libros, carbonizando una hilera de libros y chamuscando unas
cuantas encuadernaciones antes de que István lo hubiese apagado. Desde entonces,
presumiblemente, Luk se había mantenido muy ocupado para convocar más
fuego.

En medio de la carnicería yacían un par de vampiros heridos, y el cuerpo del


cazador muerto, Seb. Ya habría tiempo suficiente para lamentarse por él más tarde.
En estos momentos había mucho que hacer. Elizabeth siguió luchando.

Captó un vistazo de Saloman cortando una franja entre los vampiros invasores,
golpeando con ambas manos en perfecto ritmo. Sus víctimas explotaron en polvo,
y él se acercó, repitiendo la maniobra con el mismo éxito antes que el enemigo
cayera en cuenta y saltara fuera de su camino.

Elizabeth estrelló su codo hacia atrás en la carne de un descarado atacante y giró a


su encuentro.

Aparte de la pérdida de Seb, los cazadores estaban todavía en pie, aunque


sangrando. Lazar tenía sangre en el rostro, pero parecía atacar con una alegría en la
batalla que implicaba que había sido puesto en libertad y no forzado de su
escritorio.

Cerca de él, Mihaela hundió su estaca y convirtió a otro vampiro en polvo. Aunque
las cifras aún estaban drásticamente en contra, Elizabeth comenzó a tener
esperanzas de que tal vez, sólo tal vez, al final pudieran ganar. Entonces Mihaela
retrocedió, casi tocando un vampiro herido que yacía a sus pies. Elizabeth vio el
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brazo de la espada de él contraerse, y gritó una advertencia a Mihaela. Derribando


a golpes a su propio oponente al suelo, ella cruzó la habitación para ayudar, pero
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ya era demasiado tarde. El vampiro caído dio un tirón en la pierna de Mihaela,
derrumbándola hasta encontrarse con sus dientes al descubierto.

¡No! El grito agónico de Elizabeth se sintió largo y prolongado; ni siquiera sabía si


lo dijo en voz alta. Lo único que sabía era que no podía hacer nada para detener
esta tragedia, y tampoco podía la desequilibrada e impotente Mihaela.

Increíblemente, Mihaela aterrizó en polvo. A su lado, una mano capaz retiró la


estaca que había matado a su atacante. Elizabeth patinó hasta detenerse. Mihaela
giró en cuclillas, mirando fijamente a su salvador no-muerto por el más pequeño
instante y dándole un seco asentimiento. Maximilian, que no había traicionado a
Saloman de nuevo, se enderezó y se alejó en busca de una nueva presa. Fue un
pequeño incidente en la carnicería de la batalla, y sin embargo, mientras Elizabeth
se unía al combate, le molestó, por la expresión de los ojos de Mihaela cuando se
habían encontrado con los de Maximilian. La cazadora que no le temía a la muerte
había parecido asustada por su salvación.

Corriendo próxima a ayudar a un Konrad presa del dolor, Elizabeth escuchó que
gritaban su nombre y miró a su alrededor salvajemente en busca de su origen. Una
fila de personas bajo las ventanas se paraba en posturas cautelosas y defensivas,
explorando la carnicería frente a ellos.

—¡Elizabeth! —gritó de nuevo la voz de la mujer.

—¿Cyn? —Asombrada, Elizabeth comenzó a abrirse camino a golpes hacia


adelante. ¿Qué demonios estás haciendo aquí?

El pensamiento se formó involuntariamente en su mente. Ella ciertamente no


esperaba una respuesta. Sin embargo, una voz diferente dijo telepáticamente: Ella
ha venido a ayudar. Todos lo hemos hecho.

¡John Ramsay! ¡Sangriento infierno! La emoción brotó de ella como la risa, y alzó la
voz con regocijo.

—¡Buenas noticias, chicos! ¡La caballería está aquí! ¡Ahora podemos hacer esto!
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Para Cyn, la escena de la batalla era un revoltoso enredo sangriento de espadas


chocando al que ella no podía darle sentido. En la confusión, no había manera de
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saber quiénes eran los humanos y quienes los vampiros… excepto cuando
saltaban. Gritarle a Elizabeth había sido un intento desesperado por distinguir
amigos de enemigos; pero la gozosa respuesta de ella impulsó a Cyn más allá del
miedo y la indecisión. Ahora ellos harían la diferencia.

Formaron una cuña, como John les había mostrado, y se abrieron paso hacia
Elizabeth. Pero parecía que los buenos eran fuertemente superados en número, por
un sorprendente ataque repentino por tres lados que rompió su cuña. Alguien —
no podía decir quién— cayó al suelo, y luego Cyn estaba luchando por su vida sin
tiempo para prestar atención a nadie más. Ella usó sus pies con brutalidad y,
encontrando una abertura, estacó al vampiro hasta hacerlo polvo. Girando,
encontró a otro saltando hacia ella, demasiado rápido para ser humano, y levantó
su estaca una vez más. Sin previo aviso, fue arrancada de sus manos. El vampiro
pasó corriendo junto a ella y ella empujó hacia atrás con su segunda estaca hacia el
que había intervenido. Golpeó algo duro e inflexible, y se volteó para empujar con
fuerza la estaca hasta el fondo.

Se enfrentó a un vampiro alto y moreno con ojos negros como el carbón, teñidos
con llamas de color ámbar. Con desesperación, empujó la estaca con todas sus
fuerzas. El vampiro la apartó a un lado como si fuese una mosca ligeramente
molesta.

—Conoce a tus enemigos —dijo el vampiro fríamente—. Y protege al descendiente.

—¿Rudy? —exclamó ella, mirando salvajemente a su alrededor. Se había olvidado


del asunto del descendiente que hacía a Rudy una presa tan valiosa. Pero el
vampiro ya se había alejado, literalmente tropezando con John, quien se quedó
inmóvil, mirándolo fijamente mientras la batalla rugía alrededor de ellos.

—Tú eres… eres… —tartamudeó John.

—Saloman —dijo el vampiro, y con una velocidad que lo desdibujó ante los ojos de
Cyn, él estacó a dos vampiros que se aproximaban rápidamente a su pequeña
escena.

El mismísimo Saloman. El jefe supremo de todos los demás monstruos.

—Oh, mierda —susurró Cyn, mirando fijamente tras su cuerpo saltando con
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gracia.
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—Es una guerra de vampiros —gritó John—. ¡Estamos en medio de una jodida
guerra civil!

La caballería de Rudy y Cyn estaba haciendo una diferencia. A través de números


absolutos, estaban separando más al enemigo y dándoles a todos una mejor
oportunidad.

Luchando con una nueva esperanza, casi en piloto automático, Elizabeth captó un
vistazo de István colgando desde la parte superior de una estantería alta, en la que
Luk estaba parado, observando la escena debajo de él como un general. Era un
largo camino para que István “se dejara caer” —cayendo con seguridad al suelo—
pero, dividiendo su atención, Elizabeth vio que él no tenía esa intención.
Encontrando un punto de apoyo, él simplemente subió las estanterías hasta que
pudo saltar al lado de Luk y atacar.

—¡Elizabeth! —gritó él a través del ruido de la lucha, y ella se dio cuenta de lo que
quería hacer. Solo, no podía esperar matar a Luk, pero podría, posiblemente,
empujarlo fuera de su percha para Elizabeth. Fuera de balance, tanto como lo había
estado Mihaela, Luk sería una presa fácil.

Luk se echó a reír al ver al cazador allí, y Elizabeth comenzó a tener un mal
presentimiento acerca de ésta arriesgada estrategia. Peor, mientras se apartaba de
su último oponente para hacer su parte, dolores agudos picaron en su pecho y
costados, cada vez más fuertes, y se le ocurrió que István ya estaba herido. Estaba
allí en su movimiento rígido, mientras esquivaba el pie de Luk que se balanceaba y
paraba el golpe de su espada. István era increíblemente valiente; ella ya lo sabía,
pero nunca antes lo había considerado un temerario.

Él no podía hacerlo solo. Elizabeth llegó a los estantes con una mano, mirando
detrás de ella para comprobar el progreso de la batalla. Luk debió haber emitido
alguna orden telepática, ya que todos sus vampiros restantes estaban retirándose y
yendo hacia un objetivo: Saloman.

—Oh, mierda —murmuró Elizabeth. Juntos podrían debilitarlo, dejar suficiente de


su sangre para que Luk lo matara. Los cazadores, desconcertados por la repentina
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maniobra, comenzaron a hostigar a los vampiros, pero a medida que formaron un


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círculo alrededor de Saloman, cada uno luchando contra un cazador con una mano
y contra Saloman con la otra, el daño ya estaba siendo hecho.

Saltando hacia atrás desde la biblioteca, vio que István estaba empleando una
medida sencilla e incluso posiblemente eficaz, simplemente arremetiendo su
dañado cuerpo contra el de Luk, demasiado cerca como para que la espada
pudiera hacer mucho daño. También demasiado cerca de los dientes del antiguo,
pero por el momento, parecía estar evitando ese peligro al llegar por debajo.

Elizabeth no dudó más. Dejando la extraña batalla de István para más tarde, corrió
hacia el círculo que rodeaba a Saloman. Dmitriu y Maximilian ya estaban allí,
luchando al lado de los cazadores. Al igual que Rudy y el pequeño grupo de Cyn,
aunque era dudoso que ellos supieran por qué… simplemente estaban tratando de
matar vampiros, y por el momento eso era suficiente.

La carrera de Elizabeth se sintió como una carga de batalla. Ella incluso escuchó su
voz gritando mientras enfocaba su presa y se abalanzaba sobre él, matando al
vampiro al instante, más por sorpresa que por habilidad. Eso le dio a Dmitriu a su
lado una abertura adicional para abrirse paso hacia el lado de Saloman, y el círculo
empezó a romperse.

Otro cayó bajo la despiadada estaca de Saloman y, satisfecha por el momento,


Elizabeth corrió de regreso a la lucha de István con Luk.

Luk se tambaleaba al borde de la estantería, encerrado en un grotesco abrazo con


István. Se veía mal para el vampiro, pero mientras Elizabeth corría para llevar a
cabo su parte en el plan de István, se dio cuenta con horror de que Luk se estaba
riendo.

Con un movimiento tan repentino que fue un borrón, él arrastró a István hacia
arriba y hundió sus dientes en la garganta del cazador. István continuó
empujando, a sabiendas, sin duda, de que caería con Luk. Un instante más tarde,
ante la mirada aterrorizada de Elizabeth, Luk se irguió, levantó en lo alto al
cazador en sus brazos, y lo arrojó al suelo como un hueso de pollo roído.

István cayó a los pies de Elizabeth con un repugnante crujido.

El único grito que oyó fue el suyo mientras caía de rodillas a su lado. En alguna
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parte, fue consciente de Luk saltando por encima de sus cabezas para aterrizar en
medio del piso de la biblioteca, y la repentina ráfaga de movimiento mientras
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Saloman y los demás se dirigían hacia el final del juego; pero sobre todo lo que ella
sentía era el dolor y la agonía de su propia culpa.

Los ojos de István estaban abiertos y, sorprendentemente, no estaba muerto,


porque parpadeó.

—István —susurró—. Oh, Dios, István... ¿Puedes oírme? ¿Dónde te duele?

Sus ojos se enfocaron con evidente dificultad en su rostro, y ella supo dónde le
dolía. Por todos lados. El dolor la golpeó como un muro en un accidente
automovilístico de alta velocidad. No podía respirar; no podía moverse; las
náuseas y los mareos la inundaron, amenazando con la inconsciencia. Ella se
resistió, agarrando la indefensa mano de István con absoluta compasión por el
dolor de su cráneo fracturado, sus huesos y costillas rotas, y la debilidad por la
sangre perdida.

—¡Lo siento, lo siento tanto! —exclamó. Debería haberse quedado con él, no ceder
en el momento equivocado a su amor por Saloman, quien, después de todo, podía
cuidar de sí mismo. Decisión equivocada esta vez—. Oh, Dios, nadie debería sufrir
este dolor, István; lo tomaría de ti si pudiera…

István dijo:

—No siento ningún dolor. —Sonaba confundido por esto—. ¿Hemos ganado?

¿Ganado? ¿Quién podría haber ganado en esta vorágine de agonía? No podía


soportarlo. Su propia voz llenó sus oídos, gritando mientras ola tras ola de dolor la
asaltaban y crecían, expandiéndose e intensificándose hasta que no quedó nada
más. Los rostros de los vampiros miraban fijamente desde ambos lados, Mihaela
estaba más cerca y el blanco del miedo, se desvaneció en el negro del horror. Y aun
así creció, fuese lo que fuese, lanzando heridas emocionales y físicas tan profundas
que ella lloró en agonía con éstas.

No podía luchar contra el destino. Esto, entonces, era a donde se dirigían todas las
profecías y donde terminaba para ella. Y no había tiempo, no más tiempo… el
amado rostro de Saloman flotó frente a ella, con los ojos abiertos por la sorpresa. Se
las arregló para agarrar su brazo y aferrarse, trató de hablar, para decirle que lo
amaba antes de morir. Pero la oscuridad se la llevó demasiado pronto.
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Capítulo 21
Traducido por LizC

Corregido por Haushiinka

E
ra puro berrinche lo que hizo a Luk lanzar al cazador húngaro de esa forma,
todavía vivo y herido aún más allá de la reparación. Saloman lo reconoció,
porque al igual que Luk, sabía que la batalla estaba casi ganada. Sólo el
resultado del duelo inevitable entre los Antiguos podían cambiar las cosas ahora, y
Saloman no tenía intención de perder.

Cuando Elizabeth cayó de rodillas cerca del cazador herido, Luk saltó del estante
de libros para reunirse a su duelo interrumpido.

Hubo una cierta sensación de déjà vu acerca de pelear contra un enojado y


desafiante Luk. Él era todavía poderoso y peligroso, y estaba más loco que nunca,
aún así seguía siendo su amigo, a quien debía poner fin a sus sufrimientos, antes
de que cause más por el mundo. La locura era una bendición para él. Un Luk
cuerdo se desmoronaría de vergüenza por lo que había hecho en su rabia. Saloman
puso todo eso a un lado. Sería el dolor de mañana. Esta noche, tenía un deber al
que no iba a eludir.

No tenía más opción que vencer y matar a Luk. Si Luk mataba a Saloman, con lo
que finalmente ganaría el poder de su verdadero Despertador, sería imparable y
los sufrimientos del mundo serían inimaginables. Todo el mundo presente debería
saber eso.

A medida que su espada encontraba a Luk, Saloman sintió una sensación de alivio.
Todo casi había terminado, y podía pelear casi solo por instinto. Y sería una buena
pelea. En su día, Luk había sido el mejor. El ritmo aumentó rápidamente, mucho
más allá de la velocidad que los otros vampiros podían alcanzar, y mucho más allá
de lo que los seres humanos podían ver fácilmente. Acero chocando contra acero;
estacas pasando zumbando por el aire; sus cuerpos saltaban y evadían, giraban y
empujaban.

Debido a que Luk estaba cansado y sin molestarse en ocultar nada, Saloman pudo
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sentir cuando intentó convocar otra bola de fuego. Incluso podría haberla
bloqueado, aunque la distracción le valió un corte profundo en los nudillos.
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Saloman los lamió a toda prisa para acelerar el proceso de curación, saltando hacia
atrás como para desenganchar y luego, a medida que Luk sentía el final de la
matanza, sumió la estaca directamente en el corazón de su primo.

Fue el grito de Elizabeth lo que los congeló a todos en medio de la lucha.


Penetrando el estruendo, el caos gritando como un cuchillo a través de la carne, su
agonía sobrenatural, espeluznante pareció paralizar a todo el mundo. La estaca de
Saloman se detuvo contra el corazón de Luk. La espada de Luk, ya a punto de
golpear la cabeza de Saloman, se quedó inmóvil. Saloman fue consciente de todo a
su alrededor, los combates cesaron en estado de shock.

¡Elizabeth!

Ignorando el peligro, aún siendo muy real, de Luk, Saloman dio la espalda a su
enemigo y corrió hacia ella.

Ella se arrodilló al lado de István, sosteniendo la mano del cazador entre las suyas.
Las lágrimas corrían por su rostro, el cual estaba contorsionado en agonía. Ni
siquiera parecía ser consciente del ruido que hacía. Su brazo y mano estaban
ensangrentados de alguna herida, sin duda dolorosa pero apenas suficiente para
darse cuenta de su sufrimiento evidentemente insoportable.

—¿Qué pasa con ella? —exigió Mihaela, su voz demasiado alta por el miedo—.
¡Saloman, no puedo hacer que me escuche!

Agachándose junto a Mihaela, él tomó el retorcido rostro de Elizabeth con la boca


abierta entre sus manos. Sus ojos atormentados por el dolor parecieron centrarse
en él. Para su alivio, su mano agarró su brazo fuertemente, como si se aferrara a su
única salvación. Sus labios se movieron, tratando de hablar. Y entonces sus ojos se
tornaron en blanco y se dejó caer contra él.

—¡Elizabeth! —gritó Mihaela.

Al mismo tiempo, István susurró su nombre con un asombro que llamó la atención
del aturdido Saloman. István sabía.

La mirada del húngaro estaba clavada en la cabeza de Elizabeth, y a pesar de sus


terribles heridas, no había dolor en esos ojos grises inteligentes. Saloman miró a su
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propia mano herida. Debería estar curando, pero no había señales ahora que
alguna herida había estado allí.
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Un corte en la mejilla de Mihaela se cerró por completo mientras él la miraba.
Girando alrededor con Elizabeth todavía inmóvil en sus brazos, Saloman observó a
los vampiros heridos ponerse en pie, vio a Lazar tocar su cabeza como si le
sorprendiera que no le doliera.

Algo así como un viento pareció soplar a través de Saloman, levantándolo y


haciéndolo temblar al mismo tiempo.

—Elizabeth —susurró—. Mi Elizabeth.

—¿Qué es eso? —exigió Mihaela con dureza—. ¿Está muerta?

Saloman sonrió y acarició la cabeza de su amada.

—No —dijo—. No está muerta. Es una sanadora que ha entrado en su don y no lo


puede controlar. Ha tomado todo nuestro dolor en sí misma y ha causado que gran
parte de la curación comience. Arrasó fuera de control, como si estuviera tomando
no sólo nuestro dolor, sino el del mundo.

—Pero no puede hacer eso —dijo Dmitriu—. Va a morir.

—No, no lo hará —dijo Saloman suavemente, buscando en su mente para calmar y


bloquear lo que ella aún no podía soportar ni manejar—. No, no lo hará.

—Saloman —le advirtió Maximilian, y se dio cuenta de que Luk, quien


completamente se había deslizado de su mente, se cernía sobre él. Tomó su estaca
caída a partir de algún instinto de batalla sobrante. Maximilian y Dmitriu se
posaron uno a cada lado de Luk, sosteniendo sus propias estacas en su frente y
retaguardia.

Luk no pareció darse cuenta. Su intensa mirada estaba fija en Elizabeth, o más bien
en el cuadro de Elizabeth en brazos de Saloman.

—El mundo está renaciendo —entonó, en la voz del visionario que Saloman
recordaba muy bien—. Todo ha cambiado, y el poder dominante de Saloman ha
sido eclipsado en esta unión que siempre debió ser. El mundo se hace pedazos y se
forma de nuevo, nunca es el mismo. La hora del vampiro está a la mano y el
mundo estará a salvo.
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De repente, Luk se sentó.


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Dmitriu dijo:

—¿Qué diablos significa eso?

Y Maximilian rió, un sonido bastante raro para traer una sonrisa a los labios de
Saloman. Elizabeth se movió, y Saloman la acunó entre sus brazos a medida que se
ponía en pie.

—Esto significa que esta lucha ha terminado —dijo con severidad—. El reto de Luk
ha terminado y todos sus seguidores me jurarán lealtad o morirán. Este edificio es
a partir de ahora sacrosanto una vez más. —Recorrió la mirada en torno a los
cazadores—. No puedo remover el conocimiento de donde está; el secreto no
puede ser restaurado. Pero puedo hacerlo imposible de ser penetrado por
cualquier sin su permiso.

—¿Incluyéndote a ti? —exigió Konrad.

—No —dijo Saloman—. Pero estoy de acuerdo en tocar primero en el futuro.

—Creo que todos estamos felices de que hayas venido sin invitación —dijo Lazar a
regañadientes.

—Ambulancia —interrumpió la voz de Mihaela, hablando en su teléfono móvil—.


Urgente. —Su atención estaba en István—. ¿Va a estar bien?

Era imposible saber a quién estaba dirigida la pregunta.

—Sí —dijo István. Pero Saloman, sintiendo en el cuerpo del cazador como él una
vez había sentido en Elizabeth, no estaba tan seguro.

Él dijo:

—Ella ha tomado tu dolor y sanó el pulmón perforado que podría haberte matado.
Pero tus heridas son todavía graves —dijo él.

La respiración de Elizabeth agitó su garganta, haciéndole temblar.

—¿Quién lo hizo? —dijo ella con voz ronca.

—Tú —dijo Saloman—. Tú.


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Después que Lazar y el cazador Karoly habían quitado el cuerpo decapitado de su
colega, dejaron entrar a los paramédicos para llevar a István a la ambulancia y
revisar al dolor caminante. Todavía aturdida, Elizabeth miraba, curiosamente
relegada y sin embargo, con todos los nervios ultrasensibles a su alrededor.

No estaba muerta; no estaba muerta para nada.

Saloman se sentó en el suelo a su lado; y a pesar de los humanos muertos y


lesiones, la batalla fue ganada y sus amigos estaban vivos.

Saloman garabateaba algo en un pedazo de papel, el cual pasó a Mihaela.

—Sobre aquellas mujeres desaparecidas. Es posible que desees alertar a tu policía y


paramédicos a esta dirección.

Los ojos de Mihaela se abrieron como platos.

—¿Cómo lo sabes?

—Luk —dijo Saloman brevemente, y sin ninguna otra pregunta, Mihaela tomó su
teléfono una vez más.

—Hola.

Elizabeth levantó la mirada para ver a Rudy, Cyn y John Ramsay. Se agacharon
frente a ella.

—¿De verdad está bien? —dijo Cyn con ansiedad.

—¡Claro! —Elizabeth compartió su sonrisa entre ellos tres y su restante compañero


herido al otro lado de la habitación—. Lamento mucho lo de tu amigo.

—Es el riesgo que todos estábamos dispuestos a tomar —dijo Rudy con
brusquedad.

—Quiero darles las gracias por haber venido, pero suena tan trivial, como si
acudieran a una fiesta de cumpleaños, en vez de hacer la diferencia aquí. Sin
ustedes, no creo que hubiéramos ganado esto.

Cyn lanzó una mirada de odio a Saloman.


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—Todavía no estoy segura de qué demonios fue “esto”.


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—Está todo bien. Los buenos ganaron —dijo Mihaela.

—¿Lo hicieron? —espetó Cyn.

Saloman sonrió y estiró sus largas piernas entre los libros caídos.

—A un precio —dijo Konrad amargamente desde el otro lado de la habitación—.


¿Puedo hablar contigo?

A medida que Rudy y Cyn se alejaron con Konrad, John vaciló. Su mirada estaba
fija en el rostro de Saloman.

—Me salvaste la vida. En Afganistán.

—Podría haberlo hecho. No los salvé a todos.

John frunció los labios.

—No eres del todo un mal sujeto, ¿verdad?

—No —dijo Elizabeth en voz baja.

—Eres telepático. Tienes el gen Antiguo —dijo Dmitriu.

—¿Qué? —dijo John, desconcertado.

Saloman consideró a Dmitriu con sólo un poco de burlón orgullo.

—Estoy muy contento de ver que estás tomando tus nuevos deberes con tanta
rapidez.

La puerta de la biblioteca se cerró detrás de István y los paramédicos, y cuando


Johno, junto con Rudy y Cyn, se dispusieron a seguirlos, Elizabeth abrió la boca
para lanzar su avalancha de preguntas. Pero Dmitriu estaba delante de ella.

—¿Qué pasa con él? —le preguntó a Saloman, señalando con la cabeza hacia el
pasivo Luk, quien seguía sentado en el medio del suelo en medio de la carnicería,
al parecer sumido en sus pensamientos.

Elizabeth deslizó su mano en la de Saloman. Su odio se había desvanecido en


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comprensión.

—Su dolor era peor que cualquier otra cosa —dijo ella en voz baja.
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—Lo sé.

Luk levantó la mirada.

—Nunca debería haber sido despertado.

—No —estuvo de acuerdo Saloman.

—Me gustaría volver.

—Lo sé.

—¿Lo vas a hacer ahora?

—No aquí —susurró Saloman, y Luk sonrió. Era una sonrisa curiosamente dulce,
lo que le permitió a Elizabeth una visión de la verdadera persona que una vez
había sido.

—No —estuvo de acuerdo Luk—. No aquí, ahora. Lo siento, Saloman. Debe ser
duro ser el último.

—Lo era. —Los dedos de Saloman se apretaron sobre los de Elizabeth, y con
asombro, se dio cuenta de que había llegado a llenar otro vacío para él.

Luk se puso en pie.

Saloman dijo:

—Maximilian y Dmitriu te llevarán a casa. Tengo algo que hacer antes de que
pueda traerte la paz —dijo Saloman.

Los extraños ojos de Luk se centraron en Elizabeth.

—De ella vendrá la paz del mundo —dijo con aire soñador—. Me gusta eso.

Se volvió para irse, con Dmitriu a su lado. Maximilian vaciló, y luego se dirigió a
Saloman. Inesperadamente, se dejó caer de rodillas, tomó la mano de Saloman, y se
la besó. Elizabeth tuvo la impresión de una cierta comunicación intensa no hablada
entre ellos. Un instante después, él estaba caminando en el otro lado de Luk a la
puerta de la biblioteca.
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—Adiós —dijo Salomon en voz baja. Un ser humano no habría sido capaz de
escuchar a través de esa distancia, pero el asentimiento de Maximilian demostró
que él lo hizo. Parecía que Maximilian se iba de nuevo.

Mihaela, mirando con curiosidad desde su posición sentada contra la pared,


arrastró su mirada de nuevo a Elizabeth.

—¿Estás segura de que no deberías ir al hospital también?

—Oh, no —dijo Elizabeth a toda prisa. A pesar de que se sentía tan débil como un
gatito recién nacido, no podía soportar la idea de un hospital, de separarse de
Saloman—. Nunca me he sentido mejor en mi vida. Sólo necesito dormir.

Mihaela miró a Saloman, como para confirmación, luego se puso de pie.

—Está bien. Voy al hospital con István. ¿Konrad?

—Konrad, masticando malhumoradamente su dedo mientras apoyaba una librería


en alto con su hombro, se enderezó.

—¿Qué hay de..? —comenzó, con un movimiento de la mano hacia Saloman, quien
de este modo se quedaría solo en la biblioteca con Elizabeth.

—Tiene hechizos por emitir —dijo secamente Mihaela, agarrando el brazo de


Konrad y arrastrándolo con ella—. Vamos.

Elizabeth miró alrededor de la carnicería.

—No me gustaría ser el que limpie esto.

—Podría haber sido peor.

—Podría haber sido mucho peor —coincidió Elizabeth con fervor.

Saloman le soltó la mano y se levantó, caminando hacia la pared de la ventana,


donde saltó y se aferró al alféizar con una mano mientras llegaba al espacio abierto
con la otra. Su voz entonó un encantamiento que destelló visiblemente a través del
aire de las ventanas rotas en ambos lados, y luego se dejó caer hacia abajo.

—Eso debería retenerlos a corto plazo.


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—¿Qué me pasó? —soltó Elizabeth, porque ya no podía esperar para entenderlo.


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Saloman regresó hasta ella.

—Entraste en tu potencial. El cual es el raro y poderoso don de la sanación.


Intentaste tomar el dolor de todo el mundo y, como es lógico, tu cerebro se apagó
en señal de protesta.

Con el pie, limpió un espacio en medio de la carnicería y se agachó a su lado,


tomándole la mano una vez más.

—Ha estado erigiéndose en ti, creo. Lo que confundí con simpatía telepática no
eras tú sintiendo solamente sino tomando el dolor de otras personas. John Ramsay,
quien tanto se benefició de tu breve visita. Pensaste que era sólo porque le creías
cuando nadie más lo hacía, pero era más que eso. Lo ayudaste, física y
emocionalmente, y tal vez incluso ayudaste a algunos otros a medida que salías del
edificio. No reconociste o entendiste qué estabas haciendo, así que no tenías idea
de cómo controlarlo.

—Esa es la verdad —dijo Elizabeth con voz temblorosa.

—Probablemente habría sido mejor para el don ir creciendo poco a poco, pero
sospecho que la lesión de István desató su liberación masiva y ahora estás atrapada
con él completamente.

—Me sentía tan culpable —susurró Elizabeth—, porque fui a ti cuando sabía en mi
corazón que él necesitaba más mi ayuda.

—Él hizo su elección, y casi funcionó también.

—He estado dándome cuenta la maravillosa persona que es István, y lo mucho que
me agrada. No podía soportar su sufrimiento...

—Hiciste que aguantara —disputó Saloman—. Y lo mantuviste con vida.

—¿Se recuperará? —preguntó ella con impaciencia.

—No lo sé. Pero es probable que puedas ayudar.

Elizabeth lo miró, asombrada y preguntándose.


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—Puedo hacer el bien en el mundo. Más allá de matar vampiros malos y…


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—¿Y sosegar mis excesos? —sugirió Saloman—. Sí. Sí, puedes hacerlo. Esta fue la
profecía que Luk vio todos esos años atrás. Vio a la mujer como Tsigana, cuando
en realidad era la descendiente de Tsigana, pero él sabía que iba a estar conmigo.
Elizabeth...

Tocó su rostro, sus labios.

—Tu tiempo es tan corto en este mundo. Tienes ahora un don, un don único y
maravilloso que no puedo separar de ti. Pocas veces he visto algo tan poderoso en
uno de mi gente. Así que, aunque te amo, tengo que preguntarte de nuevo: ¿No
has considerado la eternidad conmigo?

Ella llevó su mano contra sus labios, besándola apasionadamente.

—Me cuesta pensar en otra cosa —susurró—. Lo anhelo, pero he tenido tanto
miedo...

—¿De qué?

—Que no voy a ser Elizabeth nunca más. Que cualquier cosa buena en mí se
pierda. Que ya no me vayas a amar.

Llevó sus manos unidas a su propia boca.

—Siempre te amaré. Convertirte no alterará lo que eres. No cuando yo lo haga. Tu


alma permanece. Todo lo que te hace Elizabeth todavía estará allí, pero más fuerte.
Esto hará que tus poderes curativos sean más fáciles de soportar y emplear.

—Y sin embargo —dijo ella, sonriendo a través del dolor que sentía en la
garganta—. Siento un “y sin embargo”.

—Y sin embargo —dijo—, todavía eres el sol para mi noche. No puedo soportar
que pierdas el sol.

Poco a poco, dejó caer su frente hacia adelante a la suya.

—El sol no me convierte en Elizabeth.

Él estaba muy quieto. Elizabeth casi podía escuchar el silencio.


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—¿Qué quieres decir? —susurró él.


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Retorcía las manos en las suyas, agarrándose a él más de cerca.

—Dame tiempo, Saloman. No voy pedírtelo hoy o mañana, o incluso este año, pero
lo haré.

Cerró los ojos como si ella lo hubiera pateado en vez de complacerlo.

—Como tú deber para con el mundo. Debido a tu don.

—Sí —dijo ella, desconcertada. Algo estaba goteando desde el rabillo de su ojo,
asustándola.

¿Los vampiros lloran? le había preguntado una vez.

Sí, pero no lo haré.

—Saloman. —Ella tocó su mejilla con la yema de los dedos y encontró sangre. Él
estaba llorando sangre—. Lo cambia todo. El deber, sí, y el deseo de hacerlo
también. Siento todo eso, pero más que nada, ¿no ves que me hace tu igual? Casi.
Me hace digna.

Sus ojos se abrieron, derramando una gota de sangre perdida que él no parecía
notar.

—Tengo algo maravilloso ahora —susurró ella.

—Siempre has sido maravillosa.

—Pero con esto, puede acoger a la eternidad contigo y tener la oportunidad…

—¿Una oportunidad? —De repente, él la empujó hacia atrás y se inclinó sobre ella,
su boca tan cerca de ella que una inclinación de su cabeza los reuniría—. ¿De
amor?

—De mantener tu amor.

—No funciona de esa manera.

—¿Cómo funciona?
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Una media sonrisa se formó y murió en los labios de él.

—No lo sé.
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—Pensé que lo sabías todo.

—No, no lo pensaste.

Ella hizo la inclinación, rozando sus labios contra los suyos y sintiendo la chispa
eléctrica familiar a través de todo su cuerpo. Sintió la caricia de su mente y se abrió
a él.

—Puedo esperar a convertirte —susurró él contra sus labios—. Incluso puedo


esperar para amarte. Nunca soñé… —Se interrumpió, echándose hacia atrás para
mirarla. Su mano se deslizó por debajo de su mejilla, sobre su pecho, a su
estómago, donde se detuvo—. Elizabeth. Oh, Elizabeth.

—¿Qué? —De repente temerosa de que después de todo esto, él había encontrado
la elusiva enfermedad, agarró su muñeca—. ¿Pasa algo malo?

Se quedó mirando a su mano en el estómago de ella y lentamente levantó la vista


hacia su rostro.

—Siéntelo. Busca internamente con tu mente. Existe más de una fuerza vital en ti.
Tócalo. Toca tu vientre.

—Tocar mi… Oh, Dios —susurró ella. Buscar en su interior fue difícil, pero
siguiendo su mente, ella lo consiguió. Una vida pequeña en ciernes pulsaba
frágilmente dentro de ella, su puro espíritu sin forma en sí misma. Una ráfaga
aturdidora y salvaje de amor barrió a través de ella, abrazándola y a Saloman
juntos.

—Tengo un hijo —susurró, mirando a Saloman través de las lágrimas


derramándose sin control de sus ojos—. Tenemos un hijo... ¿Cómo es posible?

—Eres un ser excepcional, Elizabeth Silk —susurró. Nunca había visto sus ojos, su
rostro tan intenso—. Muy pocos de los no-muertos de mi gente alguna vez ha
procreado. Nuestra fisiología cambiada lo hace casi imposible. Solamente cuando
los vivientes Ancianos se extinguieron una mujer no-muerta dio a luz por primera
vez. Creo que sólo ha pasado dos veces. Pero, al parecer, entre tú y yo yace una
profunda compatibilidad que ni siquiera yo pude ver. —Su mano le acarició el
vientre, y él sonrió—. Pero Luk lo hizo.
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—¿Luk? —Perdida en la maravilla que eclipsaba todo lo demás para ella, se


esforzó por comprender.
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—Esta fue la parte final de su profecía. De nuestra unión viene la paz del mundo,
nuestro hijo quien une a humano y vampiro en su ser. Mi poder es eclipsado.

Ella lo miró a los ojos. Nunca antes los había visto tan cálidos o tan emocionados. Y
tan satisfecho de sí mismo. Él se puso de pie, levantándola entre sus brazos con
ternura deliciosa.

—En ti yace el tesoro más grande del mundo —dijo en voz baja—. El primer niño
Antiguo en ser concebido en dos milenios.

Fin
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Próximo libro, spin-off de la
serie:

Enemigos naturales, atracción mortal…

A Mihaela, la más intrépida cazadora de


vampiros secretamente atormentada por la
soledad y una tragedia en su niñez, le cuesta
ajustarse al nuevo orden mundial donde los
vampiros no siempre son los malos. Se está
tomando unas vacaciones muy necesarias en
Escocia cuando ve a un niño perseguido a través
de las calles de Edimburgo. Rescatarlo le trae
mayores problemas, dos vampiros de su pasado:
Gabril, quien mató a su familia; y el solitario y
conflictivo Maximilian, artista dotado del
Renacimiento y una vez el soberano más
poderoso de la comunidad de no muertos del
mundo. Maximilian una vez le salvó la vida y ahora necesita que ella le devuelva
el favor.

Para Mihaela la tierra se mueve en más de una dirección. De Escocia a Budapest y


Malta, corre contra el tiempo para prevenir un desastroso terremoto inducido por
un vampiro y salvar a un niño inocente pero aun así poderoso, mientras lucha
contra una terrible atracción hacia Maximilian, su único aliado, quien no puede
darse el lujo de confiar en ella. Para Maximilian, la cazadora se vuelve un símbolo
de la existencia renovada, a la vez que lucha por aceptar su pasado y redescubrir
su apetito por la sangre y el sexo, y tal vez incluso de la felicidad.

Primer libro de una nueva serie de romance vampírico, una secuela de la trilogóa
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Awakened by Blood.
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Acerca de la autora

Marie Treanor vive en Escocia con su excéntrico marido y tres hijos demasiado
inteligentes. Al haberse aburrido de la vida en la ciudad, hoy en día reside en un
pintoresco pueblo junto al mar. Ha estado escribiendo historias desde la niñez y se
considera muy privileagiada de seguir haciéndolo en vez de trabajar para vivir.
Sus libros electrónicos anteriores incluyen a Killing Joe, que fue un éxito de ventas
para Kindle en Amazon. En las novelas Awakened by Blood, está encantada de ser
capaz de reunir su amor de larga data por las historias de vampiros y el romance
gótico.

Awakened by Blood:

1. Blood on Silk
2. Blood Sin
3. Blood Eternal

Blood Hunters:

1. Blood Guilt
2. Blood of Angels
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Créditos
Moderadoras:

Simoriah

Traductoras:

Aaris Lalaemk Rihano

Flochi Little Rose Simoriah

Jo LizC SusanaUribe

Kira.Godoy Mona Vanehz

Laala Stark Otravaga Vettina

Correctoras:

Akanet Samylinda

Angeles Rangel Simoriah

Flochi Haushiinka

Nanis

Recopilación y revisión:

Flochi

Diseño:

PaulaMayfair
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¡Visítanos!

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