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LA INICIACIÓN DE LA REPÚBLICA
Basadre, Jorge
TABLA DE CONTENIDO
TOMO I
Presentación
Manuel Burga Díaz
Explicación inicial
LIBRO PRIMERO
LIBRO SEGUNDO
- La sucesión de Gamarra
Capítulo V Del Gobierno de Orbegoso a la Confederación
Apéndice
Acta de Grado de Jorge Basadre
El 2003 es el año del centenario del nacimiento de don Jorge Basadre Grohmann,
nuestro indiscutido Historiador de la República, y la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos ha considerado justo, necesario y trascendente rendirle un homenaje
significativo de acuerdo al valor de su obra historiográfica y a la nobleza de su
persona. Escribió, desde su ingreso a San Marcos en 1919, sobre muy diversos temas
y animó, junto a otros integrantes de su generación, el conocido Conversatorio
Universitario el cual reunió y —de alguna manera— organizó a la denominada
Generación del Centenario. En 1928 comenzó su carrera docente en San Marcos como
profesor del curso “Historia del Perú–curso monográfico” y continuó hasta 1954, fecha
en la cual se alejó de nuestras aulas para ocupar cargos públicos y dedicarse
íntegramente a la investigación en la soledad de su gabinete personal.
Pero además, a través de estas tres actividades, queremos que el Perú lo recuerde, lo
recupere, lo estudie, lo analice y discuta su sorprendente actualidad como constructor
y descifrador de la anhelada nación peruana. Consideramos que su obra tiene una gran
actualidad, por eso queremos que nuestros jóvenes profesores abran las páginas de
sus obras y descubran su mensaje de compromiso con una patria en crisis. Finalmente,
creo que este ejercicio intelectual será necesario porque necesitamos nuevas
reflexiones históricas; necesitamos abrir la actualidad a una mejor comprensión del
pasado. Por eso me parece oportuno terminar esta reflexión con palabras de Pablo
Macera, que en la introducción del libro Conversaciones con Jorge Basadre dice: “...de
esta sociedad eruptiva, de nuestros ‘tiempos revueltos’ saldrá, sin duda, una nueva
historia del Perú. Basadre lo sabe y espera el día de su relevo, que también será el
relevo de muchos de nosotros. Pero puede estar seguro de no haber trabajado en
vano” (p. 29). Para no trabajar en vano, para pensar al Perú como problema y
posibilidad, como realidad que podemos transformar a través de la noción de
comunidad nacional, invitamos a una nueva lectura de su obra. Quizá esta lectura nos
enseñe a mirar con mayor inteligencia el presente, a asumir colectivamente las
dificultades, a entender el escenario contemporáneo y nos ayude, por la fuerza de su
generosidad y esperanza en nuestro destino, a identificar los problemas del presente y
a encontrar la clave del futuro para el Perú.
Un pequeño mapa de la travesía que con estas líneas se inicia puede ser útil.
Pero para estudiar cómo fueron los caudillos militares peruanos es necesario ir al
recuento biográfico de los principales de ellos clasificándolos por grupos para estudiar
así también la evolución del caudillaje militar en el Perú: Gamarra, Salaverry y Santa
Cruz, Vivanco y Castilla, y los caudillos de la última etapa del predominio militarista.
Desgraciadamente una razón de fuerza mayor obliga a concluir aquí el presente tomo
de la obra, en medio de la referencia biográfica de Gamarra y Santa Cruz, en el
momento en que éste establece la Confederación Perú-Boliviana. El grosor
desmesurado que tendría cada ejemplar, las posibilidades económicas, la necesidad de
no recargar el precio de la edición hace inevitable este cercenamiento.
En este libro, por tener relación con el debate entre liberales y conservadores, queda
comprendida, así mismo, la trayectoria de las relaciones entre la Iglesia y el Estado,
así como la evolución del poder social del clero.
La fisonomía social de los primeros cincuenta años republicanos no está aún completa.
Hay que estudiar a las clases medias y junto con ellas, porque contribuye a su
desenvolvimiento, la enseñanza y las profesiones liberales (Libro quinto). Además, el
aporte de los extranjeros tanto política como social, económica y financieramente
(Libro sexto). Y la condición social y económica del pueblo, su intervención política en
las ciudades y en el campo, sus diferentes componentes, marcan otro aspecto capital
de la época (Libro séptimo). Así mismo, algunas consideraciones sobre la vida de
familia y de la sociedad y sobre la condición de la mujer (Libro octavo). Un esquema
sobre las relaciones de la geografía humana y social con la historia peruana en esta
época finaliza la obra porque, basándose sobre hechos ya conocidos, puede efectuar
más fácilmente sus conclusiones (Libro noveno).
Hay errores y vacíos en esta obra. El título de ella advierte que no pretende ser una
Historia definitiva sino una contribución al estudio de la evolución social y política del
Perú. Sirva si no para hacer olvidar esos vacíos y esos errores, por lo menos para
disminuir la grave culpabilidad que representan, la constancia de que he hecho todo lo
posible por reunir los materiales que puede suministrar la Biblioteca Nacional. Algunas
relaciones y archivos particulares pueden enmendar en todo o en parte esta obra; pero
me lisonjea la esperanza de poderla reeditar en forma más completa. Entre tanto, la
escrupulosidad de la espera puede traer la responsabilidad de la inacción, más grave
que la del error.
Esta es una obra que no tiene el afán exhaustivo del erudito ni el espíritu apologético
del cortesano ni la finalidad forense del abogado ni el dilettantismo del turista. El dato
que obsesiona al primero, el gesto que entusiasma al segundo, el alegato que
construye el tercero y la anécdota que extasía al último las desea mirar a través de su
valor social.
Hay, sin embargo, una leyenda negra sobre la época republicana, aumentada acaso
por la propaganda de González Prada como reacción contra los hombres y contra los
métodos que permitieron el Desastre del 79. Según esta leyenda, la República fue una
cueva de bandoleros. No sentenciemos tan fácilmente a desórdenes y errores que no
dejaron de estar acompañados de esfuerzos meritorios y sinceros. No hagamos a
nuestra República el homenaje de mirarla como una reproducción de Liliput mezclada
con los vicios de Sodoma. Antes de exaltar o denigrar, preferible es explicar y deducir.
No hay que mirar tampoco al pasado como a un tótem. En realidad, los tradicionalistas
no aman al pasado por lo mismo que no quieren que sea pasado, sino presente.
Tales, los marcos que han servido para esta obra que, aparte de su finalidad
circunscrita, tiene, para alguien al menos, el valor de los pocos rostros, a veces ni
perfectos ni egregios y de las pocas ideas, a veces ni inútiles ni definitivas que surgen
del trajín cotidiano como única compensación de su mezquindad.
JORGE BASADRE:
EL ENSAYO COMO ESTRATEGIA
Gustavo Montoya1
Así como las sociedades, las biografías también tienen sus periodos. La Iniciación de la
República (1929/1930), corresponde a la primera etapa de la biografía intelectual de
Jorge Basadre; algunos historiadores, aludiendo a esta época, han escrito sobre el
"joven" Basadre. Lo cierto es que estamos frente a su primera obra de envergadura;
una suerte de síntesis que luego habría de convertirse en el plan general de su Historia
de la República del Perú. Interesa preguntarse por las circunstancias que rodearon la
elaboración de esta obra, el ambiente intelectual de la época, el fondo de sensibilidad
social, la tradición académica de la que fue parte o, quizá, como veremos más
adelante, la inauguración de un horizonte historiográfico radicalmente inédito.
Lo primero que salta a la vista es que Basadre se formó como historiador durante el
Oncenio; en efecto, la época de la "patria nueva" se sitúa entre dos crisis: entre el
ocaso de la República Aristocrática y la crisis que antecedió a la caída de Leguía. Pero,
además, aquella fue una coyuntura de movilizaciones sociales si se tiene en cuenta
que en 1918 se produjeron intensas protestas, marchas callejeras y huelgas cuyo
punto culminante fue la Ley de las Ocho Horas promulgada en el gobierno de José
Pardo. También es la época de la primera Reforma Universitaria, habiendo sido
Basadre delegado de San Marcos a los 16 años en el Congreso de Estudiantes realizado
en el Cuzco. Durante esos agitados años habrían de gestarse también buena parte de
las principales obras que sentarían las bases del horizonte ideológico del corto siglo xx;
me refiero a obras tan importantes como los 7 ensayos de interpretación de la realidad
peruana (1928), de José Carlos Mariátegui; el aprismo con Haya de lamiento
indigenista con Tempestad en los Andes (1927) de Valcárcel; el anarquismo de
Gonzales Prada; la emergencia de las provincias y el intenso debate sobre la
regionalización y el centralismo, con autores tan valiosos como Hildebrando Castro
Pozo, Emilio Romero, José Antonio Encinas, Uriel García, Julio C. Tello... y la
enumeración podría continuar.
Basadre inicia su obra dentro de una generación que estuvo marcada por importantes
fenómenos políticos, sociales e ideológicos producidos en la escena internacional y
nacional. El triunfo de la Revolución Rusa, antes la Revolución Mejicana, la primera
Guerra Mundial, la Reforma Universitaria iniciada en Córdoba y el Centenario de la
Independencia. Todos estos fenómenos serían decisivos no sólo para su obra, sino aun
para definir el inicial entusiasmo que mostró por el socialismo.
Y fue sobre aquella herencia y aquel escenario que Basadre fue gestando su obra, al
interior de la tensión social y la encrucijada histórica que significó el propio ambiente
de su época; periodos de tránsito y de rupturas acicateados por la Reforma
Universitaria, las movilizaciones populares y la insurgencia de las provincias. En una
palabra, las expectativas que generó el proyecto de “patria nueva” y de modernización
del Oncenio leguiísta.
Como señalé líneas arriba, La Iniciación de la República fue una suerte de plan general
que desarrolló luego en su monumental Historia de la República del Perú, verdadero
ensayo general de una obra que a través del tiempo se convirtió en la referencia
obligada de cualquier otro texto sobre este periodo.
Para conocer el sustento teórico de esta inaugural obra de Basadre tenemos a la mano
sus propias certidumbres sobre el método que escogió, las perspectivas teóricas que le
fueron inherentes y la estrategia intelectual que habría de inaugurar. En efecto, en la
“Explicación inicial” del primer tomo, señala:
Estas consideraciones tienen mayor sentido si se toma en cuenta que Basadre trataba
de proporcionar una visión total del Perú republicano. Esta certidumbre, común a su
generación, también debe ser comprendida en el caso particular de Basadre como una
respuesta al ambiente político generado por el Centenario de la Independencia y,
desde este punto de vista, una propuesta alternativa a las imágenes fragmentadas
elaboradas hasta entonces; pero, sobre todo, la necesidad de razonar los
acontecimientos y superar el tono de condena que prevalecía sobre la República a
propósito de la Guerra del Pacífico y en abierta polémica con la prédica y el magisterio
de Manuel González Prada.
En suma, construir una nueva imagen del Perú que se corresponda con las exigencias
de un país en el que se había producido importantes cambios, en el que ingresaban a
la escena política y social nuevos actores colectivos. En este punto radica la
importancia de la obra de Jorge Basadre: establecer un diálogo con su tiempo, dar
respuestas afirmativas y elaborar un programa de vida en el que su biografía terminó
confundiéndose con la biografía de la sociedad y del tiempo que quiso retratar.
Se necesita ver primero cómo fueron en realidad las cosas y qué hicieron los hombres
para luego trazar las coordenadas integrales de la época. En el Perú, sobre todo, no es
posible en asuntos de estudio limitarse a ser arquitecto y dibujante de la obra que se
construye; hay que descender hasta ser picapedrero y albañil. No es en este caso
culpa del autor, por lo demás, si su labor, por exigencias de la labor misma, tiene que
parcelarse en más de dos volúmenes.3
Este aspecto se entiende mejor si consideramos que Basadre publicó un año antes, en
1928, Equivocaciones, ensayo sobre literatura penúltima; en realidad, el interés que
Basadre tuvo por la literatura nunca habría de abandonarlo.
Existe un tercer elemento tempranamente advertido por Basadre y que tiene que ver
con las distancias que guardó del culto a la erudición, esa suerte de "diálogo" con los
muertos, la historia como ucronía:
"Conocer cómo se ha formado y cómo ha vivido el Perú"; no existe quizá una definición
más acabada para graficar la preocupación común de la generación a la que Basadre
perteneció; dar cuenta desde el conocimiento histórico por qué el Perú era de ese
modo y no de otra manera; comprender, explicar, reflexionar y alejarse de los juicios,
las condenas y sentencias tan comunes en su época, sobre todo por efecto de la
terrible frustración que fue la derrota del Perú en la Guerra del Pacífico y por la
insatisfacción que para estos jóvenes, mayoritariamente provenientes de las clases
medias de provincia, significó la República Aristocrática y la incertidumbre con que se
anunciaba la liquidación del Oncenio.
Pero hay algo más, en su temprana época de historiador, ya Basadre fue configurando
en su conciencia y luego incorporando a su vasta obra, su apuesta por la utilidad
política de la historia. En efecto, historia, nación y Estado serían para Basadre las
columnas que podrían forjar la nacionalidad peruana. Años después afirmaría
categórico: "Organizar el Estado sobre la Nación: he ahí el ideal".6 Y esa es una de las
ideas fuerza que articulan y vertebran Elecciones y centralismo en el Perú (apuntes
para un esquema teórico). Y en otro texto sobre este mismo tema:
Y dentro del espíritu de investigación de la verdad que ignoran y encharcan los que
preguntan qué resultado práctico se obtiene con tan inútiles pesquisas, cuando el
noventa por ciento de la orientación científica, incluso la de las ciencias antropológicas
con las que este ensayo tiene alguna semejanza, tampoco produce rebultados
materiales. En cuanto a la historia patria, baste decir que su inmenso valor tiene, entre
otras causas, la de que frente a nuestra multiplicidad racial y a nuestra heterogeneidad
geográfica es, junto con el Porvenir, lo único que tenemos de común como
nacionalidad.7
Esta manera de plantear el sentido práctico del oficio de historiador sitúa a Basadre
entre los intelectuales que realizan una lectura de la historia desde el futuro; podemos
no estar de acuerdo con este postulado, por encima de las propias atingencias de las
que él era consciente, la multiplicidad racial, la diversidad geográfica, la
multiculturalidad y el plurilingüismo. Pero este es precisamente el valor que tiene su
enunciado: el de proporcionar alternativas, proponer soluciones, afirmar; o, como lo
expresara Flores Galindo en un breve artículo en homenaje a Basadre, su "terca
apuesta por el sí". Pero, además, esta actitud tiene que ver con otro tema común a los
historiadores: se trata del compromiso personal y privado entre el historiador y su
oficio, el fuero individual en el que muchas veces se definen los temas, las
orientaciones, los silencios o apologías. Este es su testimonio: "A la larga, lo que
importa en la vida y en la obra es ser uno leal consigo mismo, proceder de acuerdo
con el fondo insobornable que todos llevamos adentro".8
Que esta preocupación lo acompañó toda su vida, se puede comprobar con este pasaje
de su libro El azar en la historia (1973), texto escrito cincuenta años después, con
motivo de la polémica que estableció a propósito de la Independencia del Perú:
Queda ahora para un volumen que será publicado inmediatamente después, el análisis
de las tendencias doctrinales, de la acción de las clases sociales y del factor
geográfico-económico, en los años comprendidos entre este tomo y el primero. Si la
vida no lo impide, en otros volúmenes —ya de distinto título— será continuado con los
sucesos posteriores a la Restauración el plan ya enunciado. Dentro del espíritu de la
historiografía clásica, lo que el presente tomo concluye sería suficiente; pero en los
tiempos actuales en que hay tanto interés por el factor social y económico y por la
confrontación ideológica ello no basta.10
Casas modernistas, a veces sin techo, en los barrios nuevos. Pinos. Lagos. Arena.
Nudismo. Baños de sol. A este símbolo de la enorme riqueza del universo en contraste
con la miseria humana, miles de jóvenes de entonces le rendían un culto fervoroso.
Muchachos que, a veces, tenían algo de jovencitas, y niñas con cierta apariencia viril.
Agrias discusiones políticas surgidas de pronto en cualquier lugar. Mendigos que
insultaban cuando no se les daba limosna. Uniformados vendedores de periódicos.
Innumerables tiendas callejeras con folletos, libros y hojas de todas las ideologías, de
todas las creencias, de todos los extremismos, no sólo los de tipo político y social sino
en múltiples campos como el ocultismo, la astrología, el uso de las drogas, la libertad
sexual, el vegetarianismo, la homeopatía y otras cosas. Manifestaciones espectaculares
de los nacional-socialistas, de los comunistas, de los socialistas, de los "alemanes
nacionales", de los "cascos de acero". Adolescentes agresivos irrumpiendo de pronto
en las calles para gritar "Deutschland erwache", es decir "Alemania despierta" o "Rot
front", "frente rojo". Propaganda, prostitución, pintura expresionista o
postexpresionista y cinema de vanguardia. Rara mezcla entre un exceso de cultura y
una vitalidad primitiva de la que fluía un nihilismo, una liberación desnuda con un
amargo sabor en el que fermentaba una patética, y a la vez, alegre despreocupación.
Toda la gente hallábase infectada, de un modo u otro, como en una epidemia, por la
obsesión política, envuelta en ella y en vísperas de ser perseguida o perseguidora,
víctima o victimaria. Y en medio de todo, la belleza de los paisajes; el esplendor de los
tesoros artísticos.11
Esta larga cita retrata la actitud intelectual y el peculiar estilo de Basadre: curioso,
atento y observador, facilidad de síntesis y solidez en la escritura. En efecto, la tensión
de su escritura, presente en el texto anterior escrito en 1975, ya se dejaba insinuar en
La Iniciación de la República. Y este es un punto de quiebre en el estilo de Basadre, si
uno compara, La Iniciación... con su Historia de la República, lo que advertirá es la
repentina modificación de su estilo. Si en La Iniciación... el nervio de su estilo se
desliza por la fina línea del enjuiciamiento, la provocación, la sentencia contundente, el
reclamo indignado y hasta el reproche juvenil, en cambio en la Historia de la República
estamos ya frente a otra actitud. La serenidad contemplativa, cierto tipo de neutralidad
que se acerca al ideal de intelectual proyectado por K. Manheim. Su consigna parece
seguir el consejo preventivo que reclamaba Espinosa: "no reír, no llorar, hay que
comprender".
Esta nueva historiografía vale sobre todo, por la objetividad. Supera las presentaciones
centradas alrededor de los personajes y las de tipo descriptivo y va hacia la crítica de
la colectividad en cuyo seno la política funciona en estrecho enlace con distintos
intereses y factores de tipo social y económico.13
Finalmente, en Alemania Basadre estuvo vinculado al Instituto Iberoamericano,
familiarizándose con los métodos y técnicas que luego aplicaría en su cátedra de
Historia del Derecho Peruano. He aquí su testimonio:
En Berlín, Basadre tiene que tomar una decisión debido a que económicamente no le
era posible seguir viviendo en esa ciudad.15 Entonces, según su propio testimonio:
Adopté entonces una decisión crucial: ver la manera de quedarme en Europa. Pero, ¿a
dónde ir? Acabábase de establecer la República en España, y desde lejos, tan novísimo
experimento parecía interesante. Se me ocurrió viajar a Madrid y creí que quizás me
serían útiles, desde París, las recomendaciones de mis parientes Francisco y Ventura
García Calderón.16
¿Por qué razón me parece que es importante conocer esta época de Basadre?
Considero que este viaje a Europa y su permanencia en Alemania y España fue
esencial para su formación y la posterior continuación de su monumental Historia de la
República del Perú. Más aún, en un texto capital para conocer su biografía como es su
libro La vida y la historia, Basadre expresa su apreciación sobre la obra de Vinces
Vives. Al respecto señala que este historiador:
Otra experiencia formativa que Basadre tuvo en España fue la redacción de un libro
sobre la historia republicana del Perú, Chile y Bolivia. Texto inaugural que,
transponiendo las fronteras nacionales, dirige su atención hacia un espacio geográfico
y temporal mucho más amplio. Esta zaga historiográfica, que no ha tenido
continuadores en el Perú, también es otro elemento esencial para comprender la
amplitud en la perspectiva que Basadre incorporó tempranamente a su proyecto
historiográfico. He aquí su testimonio:
El tipo de ensayo que Basadre inaugura no se limita a repetir los lugares comunes que
a este género se le asignan. Su estilo es más complejo, se trata de organizar el
conocimiento histórico de un modo en que éste sugiera relaciones inéditas entre los
acontecimientos, establecer causa-lidades contemporáneas a los hechos históricos, un
juego de espejos en donde el pasado, el presente y el futuro asumen,
alternativamente, estancias transitorias. No se trata de ejercitarse en la especulación,
el relati-vismo o el probabilismo histórico; se trata, por el contrario, de imprimirle un
movimiento permanente a la existencia humana que es de lo que está hecho el
acontecer histórico. Ésta es evidentemente una lectura hetero-doxa de la historia, una
narrativa en donde el ensayo se convierte en el artefacto discursivo que posibilita la
configuración de un vasto horizonte plagado de problemas, posibilidades y esperanzas.
Existe otro aspecto de la obra de Basadre que personalmente me parece que está
rodeado de enigmas. Se trata de una extraña sinfonía consensual, de un tipo particular
de consensos con respecto de su obra y que lo han convertido en el lugar de encuentro
entre ideologías enfrentadas e interpretaciones disímiles del proceso histórico peruano.
¿Por qué la obra de Basadre convoca este extraño entendimiento? ¿Será lo
monumental de su producción intelectual? Y si esto es cierto ¿cómo logró escribir tanto
y de todo? O quizá es precisamente porque deja abiertas todas las posibilidades que
todos nos sentimos representados en sus reflexiones, afirmaciones, censuras y
apologías. Quizá esto que señalo no sea más que una especulación y tiene que ver
más bien con el desorden y caos —para citar a Heraclio Bonilla— que caracteriza al
Perú contemporáneo. Sea lo que fuere, y aquí sigo a Pablo Macera, Manuel Burga y
Alberto Flores Galindo, estemos o no de acuerdo con él, siempre que se escriba algo
sobre la República, será inevitablemente sobre lo que él ha levantado en su
monumental Historia de la República del Perú.
En los albores del siglo xxi, la obra y la biografía de Jorge Basadre constituyen un
espacio privilegiado para reflexionar sobre las perspectivas de la República y los
desafíos de la gobernabilidad contemporánea. Pero este propósito sería incompleto si
es que no nos remitimos a los orígenes del Estado peruano y por lo tanto al mandato
social y político de la gobernabilidad en La Iniciación de la República.
Y esta comprobación empírica es una de las causas más remotas que luego prefiguran
los dilemas de la gobernabilidad durante las primeras décadas de la República.
Entre febrero y marzo de 1824, Lima nuevamente es ocupada por los realistas.
Después Torre Tagle y un significativo número de ex republicanos vuelven sobre sus
pasos y se declaran abiertamente a favor de la causa realista. Luego de la
desocupación de Lima, Bolívar inicia un violento proceso de represión en contra de los
residuos de la aristocracia limeña y de la oposición civil a la Independencia. Todos
estos acontecimientos no son sino las consecuencias políticas inmediatas del precario
mandato social sobre los que se fundaron el Estado, la gobernabilidad, la nueva
"soberanía" republicana y el sistema político en los inicios de la República.
En relación con el primer punto son cuatro las entidades que destacan como nuevos
espacios de gobernabilidad. El Protectorado (julio 1821-julio 1822), el primer Congreso
Constituyente (septiembre 1822-febrero 1823), el gobierno de Riva-Agüero (febrero-
junio 1823) y la dictadura de Bolívar (septiembre 1823-julio 1827). Lo segundo tiene
en realidad un origen más remoto, se trata del desorden político a raíz de la crisis de
gobernabilidad con motivo de la invasión napoleónica a España y los sorprendentes
efectos sobre un vasto conjunto de unidades territoriales: los "pueblos" de
Hispanoamérica.
Una reflexión histórica que contemple ambos fenómenos puede ayudar a comprender y
explicar los desafíos de las élites republicanas por institucionalizar un nuevo sistema de
gobierno y, sobre todo, la frenética búsqueda de un nuevo centro político que
domestique las fuertes tendencias de fragmentación territorial y la desobediencia
política de los "pueblos" como resultado del aflojamiento de los mecanismos políticos y
administrativos que las guerras por la Independencia pusieron al descubierto.
Pero existen otras historias paralelas a la construcción del Estado republicano y sus
proyectos de gobernabilidad implícitos que aún aguardan a sus historiadores: la
silenciosa "revolución territorial" de los pueblos y la lenta pero efectiva erosión de un
conjunto de símbolos y lealtades por parte de los grupos subordinados, rurales y
urbanos, a toda forma de control administrativo y sujeción política. Este es el otro
aspecto de la Independencia, el inicio de un conjunto de tradiciones y prácticas
vinculadas a un tipo particular de cultura política y que no puede ser comprendida ni
estudiada como la simple continuación del imaginario político colonial.26
Una coyuntura clave para conocer la génesis de aquel proceso fueron los dispositivos
electorales para la instalación de los Ayuntamientos Constitucionales emanados del
periodo liberal de las Cortes de Cádiz (1812) para todos los espacios territoriales de
Hispanoamérica. Aquí estamos frente a un inédito proceso de transferencia de poderes
desde el Estado hacia las comunidades locales. Los documentos de la época son lo
suficientemente esclarecedores sobre la entusiasta participación de los pueblos para
elegir a sus representantes. Es decir, el control directo del territorio, los recursos y la
administración de justicia a escala local, con el agregado de que todo este proceso se
desencadenó en el contexto de las guerras de la Independencia.27
Otro aspecto que debe tomarse en cuenta para comprender los dilemas de la
gobernabilidad es la naturaleza ideológica de las élites republicanas y sus fundamentos
doctrinales. Una atenta lectura de los lenguajes constitucionales indica una precoz
modernidad, por ejemplo en lo referente a la libertad política, el concepto de
ciudadanía, la división de poderes y el fundamento social sobre el que se intentó
legitimar la "soberanía popular" como depositaria del nuevo Estado independiente del
país.
Aquí estamos frente a un problema que afecta directamente a uno de los fundamentos
de la gobernabilidad, como es la obediencia política y la legitimidad contemplativa.30
Efectivamente, se trata de explorar el paradójico modelo de transición política que
experimentó el conjunto de la monarquía española y el modo concreto en que fue
experimentado en los espacios coloniales de Hispanoamérica.
Uno de los conceptos fundamentales alrededor del cual es posible reconstruir los
dramáticos desgarramientos internos en el imaginario y el lenguaje político tanto de
las élites como de los actores colectivos es el de soberanía. Como se sabe, antes de la
revolución, el titular de la soberanía era el Rey, entidad simbólica que legitimaba una
relación de tipo contractual entre el Estado y la sociedad. Pero este modelo de estruc-
turación política se sustentaba sobre un conjunto de principios, tradiciones y códigos
culturales cuya funcionalidad sólo fue reconstituida por intermedio de profundos
cambios que afectaron las relaciones sociales, políticas y económicas. Más aún, estos
procesos fueron el resultado de movimientos políticos y sociales de tipo endógeno,
consecuencia de las contradicciones internas de ambas sociedades y de la voluntad
política de actores colectivos poseedores de una intencionalidad ideológica que
orientaba sus acciones.
El epílogo de este proceso fueron las Cortes de Cádiz y la Constitución liberal que
emanó de su seno. Pero en Hispanoamérica el derrotero de la revolución tuvo una
trayectoria diferente y atravesó diversas fases. En un primer momento y siguiendo la
dinámica del resto del continente se manifestó el rechazo al invasor francés y se
expresó el apoyo al Rey cautivo. Pero en realidad, esta inicial actitud pronto reveló la
estrategia de vastos grupos de criollos —Santa Fe de Bogotá, Buenos Aires, Santiago,
Quito, Chuquisaca, Cuzco— para camuflar su espíritu separatista que luego
desembocaría en las guerras por sus independencias. Y este es el punto de quiebre
entre el virreinato peruano y el resto de América.
Son tres las coyunturas en las que es posible identificar otros tantos proyectos de
gobernabilidad entre las élites peruanas. Y qué mejor espacio para su estudio que la
prensa doctrinal de la época.31 En efecto, a raíz de la libertad de imprenta sancionada
en las Cortes de Cádiz en abril de 1811, en el Perú se desencadenó una verdadera
"fiebre editorial". La primera etapa recorre los años que van de 1811 a 1814. Una
atenta lectura de los contenidos presentes en los diferentes periódicos de esta época
sugiere la existencia de proyectos de gobernabilidad de tipo contractual bajo el manto
constitucional del liberalismo gaditano, pero sin que esto afecte el aspecto medular de
la soberanía de España sobre el virreinato peruano. Este es el origen de la reiterada
acusación de "fidelismo" por parte de las diferentes narrativas históricas sobre la
emancipación hacia las élites peruanas de la época.
Lo que interesa aquí es explicar esta conducta. En primer lugar, quienes redactaban
los principales artículos de contenido político eran en su gran mayoría intelectuales
provenientes de profesiones liberales (abogados, médicos y publicistas).32 Es decir, no
existían miembros efectivos de la clase propietaria, salvo Manuel Salazar y Baquíjano y
José Baquíjano y Carrillo. De modo que estamos frente a intelectuales orgánicos al
sistema que apostaban por una reforma política más que de su liquidación. Hipólito
Unanue, Fernando López Aldana, Diego Cisneros, José Joaquín de Larriva y Félix Devoti
en ningún momento fueron más allá de exigir el fiel cumplimiento de la Constitución de
Cádiz. Y no tenían por qué hacerlo. Ocurre que su pensamiento político y su propia
identidad estaban íntimamente ligados y era el resultado del funcionamiento del
sistema de dominio colonial español aún intacto.
Sin embargo, en el resto del continente americano, la revolución seguía inexorable por
intermedio de dramáticos hechos políticos y militares, derrotas, avances y retrocesos.
Para 1820, sólo el Perú permanecía bajo el férreo dominio español. Casi 200 años
después, uno no puede dejar de imaginar el modo en que estos acontecimientos
modificaron o acentuaron las convicciones ideológicas, los temores y desaciertos de
personajes como José Faustino Sánchez Carrión, José de la Riva-Agüero o Hipólito
Unanue. Sólo entonces se produjo el desgarramiento interno y la mutua oposición
entre un sector de la élite criolla reformista, que luego se convirtió en republicana, y
los verdaderos miembros de la clase propietaria. Así, sería este último grupo social el
que concibió que su futuro estaba irremediablemente ligado al destino del Estado
colonial español.34
Desde 1820, con el arribo de la Expedición Libertadora, hasta 1824, con la batalla de
Ayacucho, el virreinato peruano asistió a una guerra civil en la que un gran porcentaje
de su población se alineó bajo las banderas del Rey. Durante estos decisivos años, las
percepciones políticas de los diferentes grupos sociales que componían la sociedad
peruana estuvieron fuertemente sujetas a violentas alteraciones ideológicas.
Como ya señalé líneas atrás, las clases populares urbanas tuvieron plena participación
en el escenario social de la lucha de clases para consolidar la Independencia. Se
movilizaron y ejercieron una sistemática violencia en contra de los españoles y en
general de toda la oposición civil prorrealista. Organizadas como milicia popular
durante el Protectorado (1821–1822) y orientadas bajo la autoritaria dirección de
Monteagudo, los "cuerpos cívicos" fueron la expresión política y el brazo armado de los
dominados y explotados de las ciudades.
El espacio rural presenta un cuadro mucho más complejo. Aquí estamos frente a un
lento pero efectivo proceso de reconstitución del imaginario político, afianzamiento de
los intereses locales, profunda segmentación de las lealtades étnicas y la relativa
autonomía de los "pueblos" para negociar su adhesión a los diferentes caudillos civiles
y militares.
Personajes éstos que ejercieron el poder real durante las primeras décadas de la
República por intermedio de una compleja red de alianzas y negociaciones. Y es sobre
este escenario social que debe estudiarse los proyectos de gobernabilidad del
temprano s. xix. Una sociedad profundamente militarizada, con una cultura política
fuertemente disgregada por efecto de las permanentes guerras civiles y el desorden
institucional que siguió a la Independencia.
No deja de ser curioso y cruel el contenido empírico con que se gestó la gobernabilidad
luego de la Independencia: la "venganza" de los pueblos que desde entonces
impusieron las pautas al proceso político republicano. A la inicial confusión ideológica
que antecedió a los orígenes del Estado republicano, pronto le sobrevino una profunda
dispersión ideológica entre los pueblos y las regiones, que entonces podían actuar
libremente imponiendo a su participación política dimensiones reivindicativas que
desafiaban todo intento por consumar el idealismo republicano, la soberanía territorial
y la obediencia política que reclamaban los textos constitucionales.
***
Será necesario volver a revisar y releer lo escrito por Basadre, recibir la posta y el
encargo que, a su tiempo, otras generaciones lo hicieron con tonos y ritmos diferentes,
ponderar sus sentencias y ejercitarnos con nuevas interpretaciones, dejar de lado
cierto tipo de angustias y fijaciones coloniales. Saber vivir con decoro en este "tiempo
de plagas" y perversiones sistematizadas.
De modo que aquí, no hay que torcer la mirada ni convertir el pasado en un desván
para justificar el presente. Después de todo, nosotros también somos personajes
transitorios, habitantes de un país cuyo movimiento acelerado parece empeñado en
desafiar la imaginación y el entendimiento.
____________________________________
1
Historiador. Jefe de la Oficina General de Relaciones Públicas (UNMSM).
2
Jorge Basadre, La Iniciación de la República (tomo primero), Lima, 1929, p. x.
3
La Iniciación de la República, tomo segundo, p. iv.
4
Ibíd.
5
Jorge Basadre, La Iniciación de la República, tomo segundo, Lima, 1930, p. v.
6
Jorge Basadre, Elecciones y centralismo en el Perú, 1980.
7
Jorge Basadre, Iniciación de la República, tomo segundo, p, v.
8
Jorge Basadre, La vida y la historia, 1975.
9
Jorge Basadre, El azar en la historia y sus límites, 1973.
10
Jorge Basadre, La Iniciación de la República, tomo segundo, Lima, 1930. p. iii.
11
Jorge Basadre, La vida y la historia, pp. 557-558.
12
Ibídem, p. 558
13
Ibíd., p. 560.
14
Ibíd., p. 534.
15
Ibíd., p. 625.
16 Ibíd., p. 627.
17 Ibíd., p. 635.
20 Aquí utilizo el concepto de gobernabilidad en un sentido histórico; es decir, ubico el concepto en su contexto
temporal y espacial, tal como lo entendieron los actores colectivos e individuales de la época. En este sentido, la
gobernabilidad republicana alude a los proyectos de gestión estatal, a su contenido ideológico inherente, a las
concepciones sobre la institucionalidad, los instrumentos de que se valieron, los proyectos de sociedad y los
mecanismos que se diseñaron para llevar adelante el ideal republicano. Es claro que en este esquema se debe
distinguir entre las formulaciones teóricas y el modo concreto en que se desarrollaron los diferentes gobiernos
posteriores a la Independencia. Por otro lado, la gobernabilidad es un concepto cuyo contenido teórico es
relativamente nuevo en la teoría política; una línea de investigación sugiere que cuando se habla de gobernabilidad
se debe contemplar la eficacia y la funcionalidad del mismo; es decir, su aspecto positivo y una mínima
sincronización entre la teoría y la práctica. Aún cuando el debate sobre este concepto es vasto, en el presente
ensayo trato de distinguir entre lo que debió ser la gobernabilidad en los inicios de la República, y lo que realmente
fue.
21 Véase el trabajo de Brian Hamnett, La política contrarrevolucionaria del Virrey: Perú, 1806–1816, Cuaderno de
Trabajo, IEP, Lima, 2000. También el libro de Jhon Fisher, El Perú Borbónico, 1750–1824, IEP, Lima, 2000. Sobre
todo el capítulo vi: “Fidelismo, patriotismo e independencia”.
23 Nohemí Goldman, Revolución, República, Confederación, Ed. Sudamericana, Bs. As. 1998.
25 Gustavo Montoya, “Protectorado y Dictadura: la participación de las clases populares en la Independencia del
Perú y el fantasma de la Revolución”. En Socialismo y Participación, N.º 89, Lima, 2000.
26 Antonio Anino, Cádiz y la revolución territorial de los pueblos mexicanos 1812–1821, Buenos Aires, FCE. 1995.
28 Gabriela Chiaramonti, Andes o nación: la reforma electoral de 1896 en el Perú, Buenos Aires, FCE. 1994.
29 Un libro fundamental que discute este aspecto del primer “constitucionalismo” republicano y propone una
interpretación histórica es el del historiador Cristóbal Aljovín de Losada, Caudillos y constituciones: Perú 1821–
1840. Lima, PUC-FCE, 2000.
30 Entiendo por “legitimidad contemplativa” a la existencia de un consenso activo y/o una mayoría suficiente en la
sociedad civil con respecto al régimen realmente existente. Este aspecto de la historia política republicana es objeto
de un ensayo inédito y de próxima publicación.
31 Asención Martineze Riaza, La prensa doctrinal de la Independencia del Perú, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica,
1985.
32 Carmen Mc Evoy, Seríamos excelentes vasallos, y nunca ciudadanos: Prensa republicana y cambio social en Lima
(1791–1822). Texto inédito y próximo a publicarse. Mi agradecimiento a la autora que me permitió consultar su
trabajo antes de que sea publicado.
33 Gustavo Montoya, Narrativas históricas en conflicto. La Independencia del Perú: 1808–1824, Lima, Ed.
Seminario de Historia Rural Andina, UNMSM, 2000.
34 Gustavo Montoya, La Independencia del Perú y el fantasma de la revolución, Lima, IEP-IFEA, 2002.
36 Una excepción es el libro de Charles Walcker, De Túpac Amaru a Gamarra. Cusco y la formación del Perú
Republicano.
37 Con respecto al debate entre república y monarquía, Basadre escribió en La Iniciación de la República: “[...] es
curioso constatar que mientras, por lo general, los escritos a favor de la República tienden a enlazarse con la
filosofía y el derecho, los escritos a favor de la monarquía, entre nosotros, tienden a basarse en consideraciones
sociológicas”, p. 33. Y con respecto al proyecto republicano de José Faustino Sánchez Carrión afirmó: “[...] su
optimismo está en sus ideales, no está en las realidades. Por lo mismo que no tiene un concepto óptimo sobre lo
que es el Perú, ataca la Monarquía”, p. 34.
39 Ibídem., p. 112.
40 Ibíd., p. 88.
41 Ibíd., p. 123.
42 Ibíd.
43 Ibíd., p. 125.
NOTA A LA PRESENTE EDICIÓN
Para esta segunda edición se corrigieron las evidentes erratas realizadas por la Librería
Francesa Científica y Casa Editorial F.y E. Rosay en 1929-30. La "Fe de erratas" de
dicha edición, inserta en la página 459 del tomo I por el propio Basadre, se ha incluido
en el texto. Asimismo, para comodidad del lector, se ha modernizado la puntuación,
mas no se sustituyeron algunas palabras caídas en desuso ni tampoco los anglicismos
o galicicismos usados por el historiador
Las notas han sido numeradas consecutivamente para una referencia más fácil.
Igualmente, se ha elaborado un índice de nombres, al cual se hace referencia en la
primera edición y que no aparece en ninguno de los dos tomos.
Asimismo, incluimos una bibliografía que no pretende ser exhaustiva; pero sí dar
cuenta de los libros de Jorge Basadre que se encuentran en al Bilbioteca Central de
San Marcos, en la Ciudad Universitaria, tanto en la Sala de Lectura como en el Fondo
Reservado.
CAPÍTULO I
LA MONARQUÍA EN EL PERÚ
1. La nobleza peruana
En una página densa Spengler ha dicho lo que es, lo que debe ser la nobleza. "Es una
idea —dice— la que sirve de base a las dos clases primordiales y sólo a ellas. Esta idea
les proporciona el poderoso sentimiento de un rango concedido Dios y, por lo tanto,
sustraído a toda crítica; rango que les impone el deber de respetarse a sí mismas, de
tener conciencia de sí mismas y también de someterse a la más dura crianza y, en
ocasiones, de afrontar la muerte. Este rango confiere a las clases primordiales la
superioridad histórica, el encanto del alma que no presupone fuerza pero que la crea.
Los hombres que pertenecen a dichas clases íntimamente, y no sólo por el nombre,
son verdaderamente algo distinto del resto; su vida, en oposición a la vida aldeana y
burguesa, va sustentada en una dignidad simbólica. Su vida no es vida para ser vivida,
sino para tener un sentido... La nobleza en sentido histórico universal es infinitamente
más de lo que las cómodas épocas postrimeras quieren que sea. No es una suma de
títulos íntima, derechos y ceremonias, sino una posesión íntima, difícil de adquirir,
difícil de conservar y que, si se entiende bien, parece digna de que se le sacrifique una
vida. Una vieja estirpe no significa solamente una serie de antepasados — todos
tenemos abuelos— sino de antepasados que en largas series de generaciones vivieron
en las cumbres de la historia y no sólo tuvieron, sino que fueron sino, y en cuya
sangre, merced a una experiencia secular, fue criada hasta la perfección, la forma del
acontecer".2
Los gobiernos de Inglaterra, Francia y otros de Europa, salvo el de España, que como
la vieja aristocracia francesa y la aristocracia rusa olvidó que la mejor manera de
defender los intereses creados está en la concesión, miraron con beneplácito tales
intentonas.
Sin entrar al proyecto ideado en 1783 por el Conde de Aranda sobre la creación de tres
reinos en América con el rey de España como emperador y al de Godoy, Príncipe de la
Paz, para enviar a América a los infantes en vez de los virreyes, sólo tiene un valor de
anécdota saber que a fines del siglo xviii el marqués de Campuzano anduviera por
comisión del Inca Felipe buscando apoyo en Europa; y que agentes que tomaron el
nombre de Túpac Amaru también hicieron gestiones allá. Más importante que esta
absurda diplomacia es el intento de restauración incaísta que el prócer argentino
Belgrano y el partido de los altoperuanos hicieron infructuosamente en 1816, en el
Congreso de Tucumán, para que el Cusco fuera la capital del ilusorio reino. Y más
importantes son aún los esfuerzos monarquistas criollos y europeizantes que tienen ya
existencia en 1806, pues cuando sir Home Popham y Miranda llevaban la revolución
emancipadora a Buenos Aires y a Venezuela, el duque de Orleáns, Luis Felipe, se
hallaba en relación con magnates sudamericanos para establecer la monarquía.3
Interés singular tiene a este respecto la intentona carlotina. La Corte de Lisboa, ante la
invasión del territorio francés por las armas napoleónicas, había huido de la Península
buscando refugio en el Brasil en 1807, desde donde trató de influir sobre las provincias
del Plata haciendo valer los derechos eventuales de la infanta Carlota al trono de
España e Indias. Carlota era hermana mayor de Fernando VII, que había sido apresado
por Napoleón, y esposa del príncipe regente del Portugal, más tarde Juan VI. En 1806
a pesar la oposición inglesa y del embajador portugués en Buenos Aires, Linhares,
Carlota había ganado al prócer argentino Belgrano: el plan era anexar Chile al
virreinato de la Plata y así formar un nuevo reino; un emisario, Manuel Barañao, fue
mandado a Chile, país al que no encontró maduro para el cambio. A mediados de 1809
Carlota logró conquistar a una figura de más relieve aun que Belgrano en Buenos
Aires: Liniers. Sorprendida la confabulación por los partidarios de la Junta Central de
Sevilla, de Pueyrredón quien logró fugar a Río de Janeiro para instar a Carlota a que
pasara el Plata y reivindicase por la fuerza sus derechos. Mitre dice en su Historia de
Belgrano que, si Carlota se decide a dar este paso, hubiera triunfado.4 Lo que hizo fue
tan sólo enviar a la Junta Central de Sevilla al conde de Palmella para reclamar sus
derechos eventuales al trono de España y solicitar la abolición de la ley sálica. Olivera
Lima en su libro Don Juan VI del Brasil ha revelado que habíase puesto Carlota en
contacto con personas influyentes de Chile, Perú y Méjico.
3. Abascal y el Perú
El Perú había sido prácticamente ajeno a todas las intrigas monarquistas. Por largo
tiempo, en Lima, el máximo liberalismo se redujo al programa apenas autonomista que
en diciembre de 1810 presentaron los diputados peruanos ante las Cortes de las islas
de León. José de la Riva-Agüero Osma reconoce que en 1810 y los años
inmediatamente siguientes, una sublevación en Lima con la creación de su
correspondiente Junta hubiera sido fácil; y que si no la hubo fue porque las clases
dirigentes no lo quisieron. Pero no solamente ocurrió esto, sino que el Perú, mientras
España invadida por Napoleón no pudiera atender a Ultramar, pretendió suplirla
asumiendo como primogénito la representación de la metrópoli aunque en el mismo
consejo de Abascal hubo quienes opinaran porque lo prudente era mantenerse tan sólo
a la defensiva.5
Don José Antonio de Lavalle en su estudio sobre Abascal cuenta que éste, cuyo
prestigio era enorme contribuyendo con él a la falta de deseo revolucionario, fue
acometido por varias tentaciones: Carlos IV le ordenó secretamente que no obedeciera
a su hijo; Carlota le dio plenos poderes; José Bonaparte le dispensó honores; en Lima
se le quería coronar, pues —sigue hablando Lavalle— era popular la fórmula "La
Independencia con Abascal como soberano". Esta última sugestión fue la más
poderosa: el día 13 de octubre de 1808 señalado para proclamar a Fernando VII fue el
decisivo: hasta el último instante el anciano virrey fue instado por sus amigos
vacilando por un instante su lealtad para triunfar, luego, efectuándose la proclamación
del monarca español.6 Romántica tradición que acaso exagera la verdad pero que se
inspira en fundamentos verdaderos.
A pesar de que, por los temores que suscitaban sus ideas liberales, no logró ser Rector
de la Universidad de San Marcos, Baquíjano recibió una serie de honores de parte de la
administración española. En febrero de 1812 la Regencia de España lo nombró
consejero de Estado: y en Lima y en provincias se produjo un movimiento en todos los
sectores sociales, desde las mujeres linajudas hasta los negros esclavos:
manifestaciones populares, iluminaciones, bailes, certámenes poéticos; en éstos
tomaron parte en Lima, José F. Sánchez Carrión y en Arequipa Mariano Melgar. Viajó a
España, pues, Baquíjano; no regresó ya a su patria: le sorprendió allá el retorno del
régimen absoluto y aunque al principio no fue perseguido por él, sí lo fue más tarde,
cuando cayó en desgracia el duque de San Carlos, limeño y consejero de Fernando vii
que era amigo suyo: falleciendo en Sevilla, confinado, en 1818.7
En Europa esta tendencia fue encarnada tácitamente por don Vicente Morález Duárez,
limeño, diputado a Cortes que murió en 1812 como presidente del Congreso. Varias
publicaciones en Lima, la encarnan; sobre todo, El Satélite del Peruano. Aunque
nominalmente este periódico, cuyo prospecto apareció el 20 de febrero de 1812, era
redactado por una "sociedad filantrópica" y al frente de él apareció luego un joven
periodista neogranadino, Fernando López Aldana; es evidente que fue si no redactado,
al menos inspirado y protegido por Baquíjano, que figuraba como el primero de los
suscritores, y algunos de los antiguos miembros de Mercurio Peruano. El Satélite del
Peruano llegó sólo hasta el N.º 2 y fue decomisado su primer número por revelar
excesivo espíritu liberal en los párrafos ya famosos que comienzan diciendo: "Por
patria entendemos la vasta extensión en ambas Américas".8
De todos modos, Baquíjano pecó en esto de tímido; no es raro que el torrente de los
sucesos se precipitara por cauces bien distintos a los que él hubiera querido. Baquíjano
era intelectual y era aristócrata. Como intelectual, su capacidad para la acción no era
intensa; vivía en el mundo de los hechos, en el mundo de los sistemas y no en el
mundo de los acontecimientos. Como aristócrata, tenía seguramente esa morosa
vinculación con las viejas cosas, natural dada su cómoda posición personal aun su
edad; y, a pesar de sus lecturas y de sus reflexiones, se dejaba sentir en él también la
falta de impulso de su casta.
Cuando en 1810 Manuel Lorenzo de Vidaurre escribe su Plan del Perú, a pesar de
ciertas afirmaciones heterodoxas en el orden religioso, respeta la tradición política.
Más tarde ha de confesar que en esa época Grecia y Roma lo curan de la fiebre
democrática; donde todos son iguales, todos quieren ser superiores, afirma; la
anarquía es la enfermedad mortal del republicanismo; un pueblo acostumbrado a la
esclavitud no aspira sino a mudar de amo; el sistema monárquico constitucional es el
puente que evita el abismo entre la Colonia y la libertad. Quizá esas ideas influyen
grandemente para que se niegue a aceptar la dirección del movimiento revolucionario
iniciado en el Cusco en 1814 por Pumacahua. En aquella época, pues, Vidaurre era tan
moderado como Baquíjano.
5. Riva-Agüero
Pero la nobleza limeña tuvo un miembro que dejó de un lado honores, títulos, fortuna
y posición social ante la prédica revolucionaria: don José de la Riva-Agüero y Sánchez
Boquete. Perteneciente a una antigua y nobilísima familia de Lima y de España, Riva-
Agüero fue en el periodo precursor de la Independencia, la antítesis de Baquíjano.
Nacido en Lima en 1783, Riva-Agüero concluyó su educación en España e inicióse en la
carrera militar, pero contrariando a su familia, la interrumpió, así como también sus
estudios de Leyes e hizo un dilatado viaje de paseo a Francia. En esta época ya estaba
en contacto con el ministro inglés Canning a quien propuso varios planes para la
Independencia de América. Regresó a Madrid poco antes de la guerra de la
Independencia española tomando parte en algunos encuentros al iniciarse ella. Sabida
la muerte de su padre volvió al Perú por la vía de Buenos Aires en 1809. En
Montevideo fue apresado de orden del gobernador Elío por sospechoso; en Buenos
Aires hubo de escaparse ocultamente, pues se le iba a obligar a regresar a España:
algo análogo ocurrióle en Mendoza. En Lima estuvo constantemente vigilado y, a
veces, perseguido salvándole la intervención de poderosos parientes y relacionados.
Ingresó al Tribunal Mayor de Cuentas como contador y juez conservador del ramo de
suertes y loterías de Lima publicando un folleto en 1813 sobre su desorden (Ligera
idea del abandono en que se halla el Tribunal de Cuentas del Perú). Destituido y
enjuiciado se le confinó a Tarma. Era ya el agente secreto de las juntas separatistas de
Buenos Aires y de Chile y dirigía la logia de Lima que funcionaba en su casa o en la del
conde de la Vega del Ren, de quien cuéntase que en 1812 se ponía de rodillas al firmar
una petición a favor de los derechos de los americanos. Con esa preeminencia secreta
que seguramente le hizo soñar con ser el caudillo epónimo de la Revolución peruana,
no se satisfizo del todo su vanidad postergada por el virrey; quizá por eso escribió más
o menos en 1820 su folleto inédito: Origen de que los mandones y tiranos del Perú me
consideren enemigo de ellos.
1810. —Denuncias contra Riva-Agüero. Prisión del cura Tagle, Saravia, Boque y
Anchoris.
1812. —Prisiones realizadas a raíz de las fiestas con motivo del nombramiento de
Baquíjano. De estas prisiones no se tiene noticias seguras y, en todo caso, Baquíjano
fue ajeno a las inquietudes que las motivaron.
1814. —Conspiración del Conde de la Vega del Ren, de Quiróz y de Pardo Zela.
1819. —Prisión de Riva-Agüero y otros por delación del oficial García que había venido
con comunicaciones de San Martín. Absolución de los reos por falta de prueba.
6. Lima ante la Emancipación
Sin escatimar la admiración a los hombres abnegados que las fomentaron, no hay que
exagerar la importancia de las conspiraciones limeñas mencionadas, salvo la de 1818
en que no actuó la nobleza. Sobre la primera de las denuncias, la de las reuniones en
la Facultad de Medicina, de gente prominente dentro del Virreinato, cuenta Vicuña
Mackenna, con evidente exageración, a través del relato de Pérez Tudela, que el
enfriamiento que demostró Abascal a sus áulicos comprometidos en tales coloquios,
como único castigo de ellos, contribuyó a que perdiera el juicio el matemático don José
Gregorio Paredes, y a que Unanue, por la zozobra consiguiente, ya no volviera a
despegar los labios para manifestar en público sus ideas políticas. Y cuéntase, así
mismo —verdad que la anécdota pertenece a los primeros tiempos revolucionarios y
cuando dominaba Abascal— que cierta noche en que un grupo de conjurados salía
embozado del lugar de su cita, la linterna de un agente del virrey iba alumbrando cada
rostro mientras el agente decía: "El Excmo., señor virrey desea a Usia buenas noches".
Pero aún es más gráfica la información dada a San Martín por uno de sus
corresponsales capitolinos, oculto bajo el seudónimo de "Aristipo Emero" y
correspondiente más o menos al año de 1820: "Los de la clase alta, aunque deseen la
Independencia, no darán sin embargo ni un peso para lograrla o secundarla; pues
como tienen a sus padres empleados o son mayorazgos o hacendados, etc., no se
afanan mucho por mudar de existencia política, respecto a que viven con desahogo
bajo el actual gobierno. Los de la clase media, que son muchos, no harán tampoco
nada activamente hasta que no vengan los libertadores y les pongan las armas en la
mano; su patriotismo sólo sirve para regar noticias, copiar papeles de los
independientes, formar proclamas, etc., levantar muchas mentiras que incomodan al
gobierno y nada más. Los de la clase baja que comprende este pueblo, para nada
sirven ni son capaces de ninguna revolución. En una palabra: no hay que esperar
ningún movimiento que favorezca los del ejército protector, de esta capital pues en ella
reina una indolencia, una miseria, una flojedad, una insustancialidad, una falta
absoluta de heroísmo, de virtudes republicanas tan general, que nadie resollará
aunque vean subir al cadalso un centenar o dos de patriotas".10
El plan de campaña que siguió San Martín en el Perú le fue enviado por Riva-
Agüero.11 Entonces se le juzgó en un consejo de guerra de oficiales generales que
presidió La Serna. Valiéndose de persuasiones y de otros medios, Riva-Agüero
introdujo la deserción en las tropas realistas y estuvo conectando con numerosos
agentes aún en los centros mismos del gobierno español. Muchos de los que
desertaban eran encaminados por sus agentes por sendas extraviadas hasta
incorporarlos a las guerrillas de los independientes, refugiándose algunos en su Chacra
para ser habilitados y conducidos sin riesgo. Constantes fueron los avisos que dio
durante la campaña alrededor de Lima a San Martín y a los jefes de partidas; ellos
contribuyeron a destruir la división Ricafort, al fracaso de la expedición del virrey a
Pasco y de la sorpresa de Valdez desde Aznapuquio cuando San Martín estaba en
Retes. Así mismo, envió medicinas a los independientes en Huacho y Pativilca.
Contribuyó también a producir la división y el desacuerdo entre los propios generales
españoles e introdujo en el cuartel general y en el ejército espías dobles. Algunas
veces su ingenio le sugirió recursos pintorescos: mandar, por ejemplo, a los
monasterios por conducto de mujeres, papeles alarmistas con firmas supuestas o
entablar correspondencia aviesa con el redactor del periódico que se editaba en la
única imprenta de la ciudad para así obtener la publicación de escritos favorables a la
Independencia, aunque fuera acompañada por insultos.12
Apenas desembarcado San Martín inició Pezuela las negociaciones que condujeron a la
conferencia de Miraflores (septiembre 1820) donde en forma reservada fue planteada
por los delegados del primero la coronación de un príncipe de España en el Perú
independizado. Cuatro meses después del fracaso de estas negociaciones por el
extremismo del virrey había empeorado la situación de los realistas. Los vecinos de
Lima suscribieron una exposición pidiendo arreglos (6 de diciembre). Dicha exposición,
presentada al ayuntamiento, decía que debía propenderse a una transacción "con tanta
más anticipación, cuanto en las negociaciones, de Miraflores indicaron los diputados
del general D. José de San Martín según aparece de su oficio N.º 2 que no sería difícil
hallar un medio de avenimiento amistoso". Firmaban esta representación, entre otros,
Hipólito Unanue, Justo Figuerola, el Conde de Vista Florida que lo era entonces Salazar
y Baquíjano y otros personajes que actuaron en la Independencia. El Ayuntamiento
pasó esta representación al virrey.13 Pero el 29 de enero de 1821, en el campamento
de Aznapuquio a base de la impericia militar de Pezuela, los militares lo
depusieron.14 Contribuyó a esta deposición también la creencia esparcida entre los
militares españoles de que Pezuela, aconsejado por gentes poco esperanzadas en el
éxito sobre San Martín, estaba fomentando el movimiento a favor de los arreglos. Las
conversaciones entabladas en Torre Blanca entre realistas y patriotas tampoco dieron
resultado alguno (19 de febrero). Pero en los primeros días de abril llegó a Lima el
capitán de fragata Manuel Abreu, uno de los dos comisionados autorizados por la
metrópoli para tratar la paz; el otro había fallecido en Panamá. Abreu, que en su viaje
había estado en el campamento de San Martín en Huaura, llegó a Lima,
favorablemente impresionado sobre los patriotas y contribuyó a que se reabrieran las
negociaciones. Realizáronse éstas en Punchauca, produciéndose la histórica entrevista
entre San Martín y La Serna (mayo 18 de 1821) obteniéndose un armisticio. San
Martín propuso allí el establecimiento de una regencia con un delegado por ambas
partes y la presidencia de La Serna y que él mismo, en caso necesario, iría a solicitar
la venida de un príncipe de la casa reinante de España. San Martín quería así —según
la expresión de Mitre— realizar la Independencia por medio de los españoles. La
propuesta fue recibida con regocijo en el séquito del virrey; cambiáronse luego, en la
comida que siguió a la conversación, brindis expresivos. Aunque esta fórmula tenía
importantes partidarios en Lima, el virrey que debía su poder al ejército, consultó con
los jefes de él, quienes, sin oponer, creyeron necesaria la aprobación del rey. El virrey,
entonces, propuso la suspensión de hostilidades y que se trazara una línea entre
ambos ejércitos embarcándose ambos, La Serna y San Martín, a España. Pero San
Martín quería la aceptación previa de la Independencia y la negociación se frustró. En
El Pacificador, periódico del ejercito patriota que redactaba Monteagudo, ya había
aparecido un artículo propiciando la fórmula monárquica. Y cuando se realizó a bordo
de uno los buques patriotas la entrevista entre San Martín y el general español Valdez
que puso término a las negociaciones, Valdez amenazó con la retirada de los españoles
a la sierra, proclamando el imperio incaico, para lo cual tenía en sus filas a un cacique
de sangre real.15
Enseguida vino la entrada de San Martín en Lima, el Protectorado. San Martín, que al
emprender su expedición había lanzado una proclama a la nobleza recordándole que
"el primer título de nobleza fue siempre el de la protección dada al oprimido y su
dignidad jamás se ha conciliado con una oscura molicie o un servil abatimiento", en su
decreto de 3 de agosto de 1821 llegó a decir que "la experiencia de diez años, el
imperio de las circunstancias, le habían enseñado a conocer los males de gobernar la
América por medio de la expresión de la voluntad nacional antes de estar asegurada la
Independencia".
Llegó a despacharse la misión García del Río y Paroissien (acta del Consejo de Estado
de 24 de diciembre de 1821) en busca del rey para el Perú: primero debían los
comisionados solicitar al príncipe de Saxe Coburgo que fue más tarde Leopoldo, rey de
los belgas u otros de la dinastía inglesa bajo la condición de su catolicidad; si no,
debían solicitar algún príncipe de la casa Brunswick o negociar con Austria, Rusia,
Francia o Portugal y, en último caso, solicitar de España el duque de Luca. Dos
cronistas apasionados de la época, Mariátegui en sus apostillas a la historia de Paz
Soldán y Távara en su "Historia de los partidos" dicen que los comisionados fueron
desdeñados en Europa; pera Villanueva, en La monarquía en América, afirma que nada
solicitaron y que además sus facultades caducaron con los cambios políticos que pronto
ocurrieron en el Perú,17 lo cual está confirmado por las cartas de García del Río que
publica Vicuña Mackenna.18
García del Río y Paroissien, a su paso por Chile, premunidos de la amistad entre
O’Higgins y San Martín, había intentado asociar al primero a sus planes monárquicos,
tan infructuosamente como antes había sido la gestión de Irrisari con el mismo objeto.
"La segunda sesión, dice Raúl Porras Barrenechea en su estudio sobre Mariano José de
Arce, tuvo lugar cuatro días después, el 5 de marzo. La inquietud de los republicanos
era creciente. En el intervalo que precedió a la sesión estos se habían puesto de
acuerdo sobre la forma en que combatían el discurso de Moreno. La expectación se
hizo más intensa por el numeroso público que se reunió para presenciar el debate
desde la barra. Parece que se hallaba convenido entre los republicanos que antes de
que Tudela y Luna Pizarro hicieran la impugnación que les correspondía, Mariátegui
como Secretario de la Sociedad, diera lectura a una carta dirigida a ésta la cual era un
valiente alegato en contra de la Monarquía, escrito por Sánchez Carrión, quien la
firmaba con el seudónimo de ‘El Solitario de Sayán’. El plan de los republicanos se
desbarató por completo en la sesión. Abierto el pliego cerrado, que contenía la carta de
Sánchez Carrión, el Secretario comenzó a darle lectura pero Monteagudo al darse
cuenta de la certera refutación de sus propios argumentos que ésta contenía y del viril
aliento doctrinario del documento, suspendió la lectura, alegando que se trataba de un
escrito anónimo cuyo contenido debía examinarse previamente. La palabra
correspondía a Pérez de Tudela, quien en forma mesurada hizo más que la refutación
del discurso de Moreno, una apología del sistema republicano y expresó su optimismo
en cuanto a la posibilidad de su aplicación el Perú. Para el espíritu democrático de
Tudela, el indio y el africano, podían ejercer dignamente la libertad que habían sido
capaces de defender. Hay en el Perú —dijo— heterogeneidad en los colores, pero no en
los deseos y sentimientos. El alma es igual en todos". Existiendo una población apta
para la libertad, sólo eran necesarios algunos hombres de luces y virtudes como
Franklin, Wáshington y San Martín. La unidad americana, frente a España, exigía por
último, formar secciones regidas por las mismas leyes, a fin de formar en el momento
oportuno un cuerpo común.
"El disgusto de Monteagudo al escuchar la oración de Tudela fue visible, pero ésta en
cambio, dice Mariátegui, fue recibida con júbilo enorme por la barra que aplaudió
largamente al disertante, Luna Pizarro debía hablar enseguida y todos esperaban oír de
sus labios una hábil impugnación que desbaratara la dialéctica del discurso de Moreno
que el de Tudela casi no había discutido. Pero en medio del desconcierto general Luna
Pizarro permaneció sin pedir la palabra, guardando un silencio que según se dijo
entonces, dice Mariátegui ‘se le había exigido’".
"En ese momento de espectación, en que pareció que la maquiavélica obra de zapa de
Monteagudo, iba a vencer, fue que Arce solicitó la palabra. Su réplica tuvo desde el
comienzo el tono que el auditorio exigía. Fue una crítica intemperante, de las ideas
expresadas por el clérigo Moreno al que envolvió en su censura contra la forma
monárquica. El clérigo republicano tuvo desde la iniciación de su discurso esa fortuna
de las primeras palabras que deciden un definitivo triunfo oratorio. Comenzó diciendo,
que al escuchar al Canónigo Moreno, había sentido la sensación de oír a Bossuet
defendiendo a los despóticos reyes de Francia y que el discurso de éste era digno del
siglo de Luis xiv. Después de este exordio rotundo examinó las formas de gobierno
señaladas por Montesquieu hizo el elogio del sistema representativo. Extrañó que se
quisiera delegar el poder de un solo hombre, cuando la ciencia política de su época,
proclamaba la división de los poderes y el gobierno de la nación sólo podían ejercerlo
los representantes de ésta reunidos en un Congreso constituyente. En forma
despectiva se refirió a los argumentos de Moreno sobre la libertad en relación con la
extensión del territorio. ‘Confesó —dice el acta de la sesión— que esta máxima le era
muy obscura y que no alcanzaba lo que quería decir a no ser que coincidiera con el
aserto de Montesquieu; que un gobierno republicano sólo puede mantenerse en un
territorio pequeño y que uno dilatado sólo puede gobernarse bajo la monarquía. Este
aserto es mirado como erróneo, después de haberse descubierto el sistema
representativo el cual es adaptable desde el más pequeño hasta el más grande
territorio.’ El extracto que consignan las actas de la Sociedad es demasiado lacónico,
pero deja sospechar los sentimientos que animaron aquella arenga: el republicanismo
encendido del orador, su desdén profundo por la organización monárquica y por los
sostenedores de ella, su teoricismo político confiado e infalible. Para los espíritus
apasionados no es fácil separar las ideas de quienes las encarnan o defienden. El final
de aquella peroración candente hubo de recaer bruscamente, como el exordio, sobre la
cabeza del áulico clérigo monarquista. ‘Concluyó —dice el acta— que los argumentos
del señor Moreno a pesar de su elocuencia no le convencían, tal vez por ser idénticos a
los que muchas veces oyó hacer para sostener el cetro de Fernando’".
"Las frases de Arce, dice Mariátegui en sus recuerdos históricos, hicieron que el público
prorrumpiera en risas poco deferentes para Moreno. Éste interrumpió entonces a Arce,
afirmando que se le insultaba y que se retiraría de la sala si aquél no se retractaba de
sus frases. Arce repuso que Moreno no tenía por qué apropiarse las invectivas dirigidas
por él [...] en auxilio de Moreno, para recomendar que fuera esa la última vez ‘que se
vertiesen personalidades’ en el seno de la sociedad."
Además de la refutación hecha a Moreno por el Solitario de Sayán, o sea José Faustino
Sánchez Carrión, hubo la refutación de don Pedro Antonio de la Torre que más tarde
cambió de ideología
Impregnado de una ideología generosa afirma que el gobierno del Perú debe ser la
misma cosa que la sociedad peruana. Rinde tributo a los postulados de la época
afirmando que la constitución debe atender a la conservación de los derechos
imprescriptibles e irrenunciables cuales son la libertad, la seguridad y propiedad para
que no sean defraudados. Pero su optimismo está en sus ideales, no está en las
realidades. Por lo mismo que no tiene un concepto óptimo sobre lo que es el Perú,
ataca la monarquía. "Conocida es la blandura del carácter peruano... debilitada nuestra
fuerza y avezados al sistema colonial ¿qué seríamos? Yo lo diré: seríamos excelentes
vasallos y nunca ciudadanos; tendríamos aspiraciones serviles y nuestro mayor placer
consistiría en que S. M. extendiese su real mano..." "Un trono en el Perú sería acaso
más despótico que en Asia". Tiene párrafos en que tras de la página impresa se oye
rugir la voz del tribuno: "Las sencillas palomas nunca se avienen con los milanos,
huyen cuanto pueden de sus asechanzas; pero nosotros nos disputamos la gloria de
rellenar con nuestra sangre un estómago... Admírase a Esaú vendiendo su
primogenitura por un plato de lentejas y no se extraña ver a la imagen de Dios dando
gracias por la servidumbre que sobre su frente ha marcado un cetro"... "Parece que es
nuestra herencia la bajeza"... Del gobierno monárquico dice una vez más: "Un
gobierno en donde el medio de adular es el exclusivo medio de conseguir"...
"Al declararse independiente el Perú, lo que quiso y lo que quiere es: que esa pequeña
población se centuplique; que esas costumbres se descolonicen; que esa ilustración
toque su máximum". "Si se ha resuelto el problema a su favor (de la monarquía), se
ha resuelto la continuación de nuestros males".
Periódicos hubo como La Cotorra que al mismo tiempo que reconocían que las leyes
españolas habían sido buenas pero inaplicadas, se pronunciaban a favor de la
"representación, sublime y majestuosa" de la monarquía pero propiciándola en su
forma electiva y no hereditaria, agregando que el verdadero monarca sería el
pueblo.26
Práctica fue la actitud de don Guillermo del Río que empezó a editar en 1821 el
periódico Los Andes Libres, publicando en su número 9 el "Cuadro político de la
Revolución" tomado de El Censor de la Revolución, el periódico de Monteagudo en
Chile, en contra del liberalismo y también en contra de los españoles. Más tarde Los
Andes Libres se transformaron en El Correo Mercantil, Político y Literario que tuvo un
carácter predominantemente informativo, análogo al que más tarde tendría El
Comercio, aunque dio cabida a varios remitidos sobre la forma de gobierno. En el
prospecto del tomo II de El Correo Mercantil... decíase que "se había calado ya la gorra
republicana".
Monteagudo fue fiel a sus ideas, pues en el destierro, en Quito, publicó su Memoria
uno de los documentos de este debate.27 Esta Memoria resume y defiende los
principios que siguió durante su administración: la persecución a los españoles, la
restricción de las ideas democráticas, el fomento de la instrucción pública, la obra de
preparar la opinión del Perú para recibir el gobierno constitucional haciendo a propósito
de este último punto un ataque al federalismo. En lo que se refiere a sus ideas
políticas, dice que cuando llegó al Perú, ellas estaban maduras; ya el atraso en la
carrera de la Independencia, el furor democrático y federalista le habían hecho sanar
de la fiebre mental que había padecido en su juventud, cuando creía que aún el pacto
social de Rousseau era favorable al despotismo. Confiesa que restringió las ideas
democráticas porque la moral del pueblo, el estado de su civilización, la proporción en
que está distribuida la masa de la riqueza y las mutuas relaciones entre las varias
clases sociales no la favorecen en el Perú. Su punto de vista, pues, no es teorético sino
pragmático. Es por eso que dice: "Las autoridades y los ejemplos persuaden poco
cuando las ilusiones del momento son las que dan la ley. Solo un raciocinio práctico
puede entonces suspender el encanto de las bellezas ideales y hacer soportable el
aspecto de la verdad". La moral del pueblo, en efecto, no era sino el producto de una
larga esclavitud. El estado de la civilización tenía su índice en la ignorancia de la masa
y en la escasez y aun en las limitaciones de la minoría ilustrada. En una democracia
todo ciudadano es un funcionario latente; y ello requiere conocimientos indispensables.
"El estudio de la Política y de la Legislación ha sido, decía Monteagudo para relievar la
paradoja que la realidad ofrecía a este respecto —hasta aquí tan peligroso como inútil;
la ciencia económica estaba en diametral oposición con las leyes coloniales; la
diplomacia no tenía objeto". La proporción en la distribución de la riqueza no tenía
menor importancia porque "cuando la generalidad de los habitantes de un país puede
vivir independientemente con el producto que le rinde el capital, hacienda o industria
que posee, cada individuo goza de más libertad en sus acciones y está menos
expuesto a renunciar sus derechos por temor o venderlos a vil precio". Pero en el Perú,
agregaba, los bienes y raíces y los capitales están en escasas manos, la industria es
incipiente: la independencia individual no está asegurada. Por último, las mutuas
relaciones entre las clases sociales contradecían al máximum las ideas democráticas:
la diversidad de condiciones y multitud de castas, la fuerte aversión de unas para con
otras, su carácter opuesto, la diferencia en las ideas, en los usos, en las costumbres,
en las necesidades y en los medios de satisfacerlas amenazarían la existencia social si
un gobierno sabio y vigoroso no previene su influjo, sobre todo en una época de
relajación de los vínculos tradicionales. Monteagudo concluye este notable documento,
con una afirmación jactanciosa. Se declara orgulloso porque es atacado, es decir, no
olvidado y dice que va a servir a su país, que es toda América, en lo sucesivo pues no
saldrá de este mundo después de haber vivido en él inútilmente. Pero, a pesar del
relieve que más tarde volvería a adquirir al lado de Bolívar, había llegado el ocaso de
este hombre interesantísimo en quien se unían, al decir de Bulnes, los resplandores del
genio y las obscuridades del crimen. Hombre de visión y de ambición, cruel y retórico,
pese a sus belfos sin elegancia, a su lacia cabeza y a su acanelado estigma de mulato,
parece un rezagado de la raza tumultuosa que hizo deliciosa y detestable a la vida en
los días místicos y cínicos del Renacimiento.
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______________________________________________
1
Estado social del Perú bajo la dominación española; por Javier Prado y Ugarteche, Lima, 1894, pp. 111-116.
Carlos Wiesse, Historia Crítica del Perú, época colonial; volumen difícil de conseguir que es una admirable síntesis
de la época colonial en todos sus aspectos. Pablo Patrón, "Comentarios al discurso del Dr. Prado y Ugarteche" y
"Lima antigua", artículo publicado en El Ateneo de Lima.
2
La Decadencia de Occidente, tomo iv, pp. 110-118.
3
Carlos A. Villanueva, Bolívar y el general San Martín. Ver también Fernando vii y los nuevos Estados y El Imperio
de los Andes.
4
Mitre, Historia de Belgrano, tomo i, pp. 235-238.
5
José de la Riva-Agüero, El Perú Histórico y Artístico.
6
J.A. de Lavalle, "Abascal", en La Revista de Lima de 1861 y, corregido, en El Ateneo de Lima. Mendiburu dice en
su Diccionario (Tomo i) que cuando todo estaba dispuesto para la jura de Fernando vii en Lima llegaron cédulas de
Carlos iv para que se reconociese por regente del Reino al príncipe Murat, así como la renuncia de Fernando pero
que Abascal no las tomó en cuenta. Dice, así mismo, que al mes de proclamado Fernando llegaron cartas de Carlota
y luego una fragata inglesa con la noticia de que luego vendría el infante Pedro a gobernar el Perú en nombre de
Fernando vii. También considera indudable que el rey José Bonaparte inició relaciones con el virrey a través de su
agente en Buenos Aires, conde de Sassenag.
7
José de la Riva-Agüero, "Don José Baquíjano y Carrillo", en El Ateneo, tomos vii y viii.
8
El Satélite del Peruano, en el tomo 3-0097 de los periódicos de la Bib. Nac. Para este resumen se ha tenido en
cuenta, además, el libro de Vicuña Mackenna La Revolución de la Independencia del Perú, sobre todo, pp. 109 y 110
en la edición de 1924; y la biografía de Mendiburu.
9
Correspondencia de San Martín, tomo vii, p. 27.
10
Correspondencia de San Martín, tomo vii, p. 190.
11
Memoria dirigida desde Amberes al Congreso del Perú por don José de la Riva-Agüero ex presidente de aquella
República. Santiago de Chile, imp. de N. Ambrosi y Cía, 1828, pp. 50 y 51. Los intermediarios con San Martín
fueron don Francisco Caldera, don Joaquín Echevarría y Larraín y don Antonio Álvarez Jonte. Una comunicación de
éste dirigida al Pbro. Cayetano Requena, también en conexión con Riva-Agüero fue interceptada por el virrey.
12
Memoria citada, pp. 53 y 54. Pruvonena, ii, pp. 86 a 45.
13
Esto está en todos los libros sobre la época, pero el presente libro de síntesis y de divulgación no puede dejar de
incluir una serie de hechos conocidos. Se ha seguido aquí, sobre todo, las Memorias de Camba, tomo i, pp. 319-
421.
14
El conde de Torata niega la versión de Bulnes sobre que este movimiento fue hecho por los liberales y
constitucionalistas (Historia de la guerra separatista del Perú, tomo iii, p. 387).
15
Libro del conde de Torata, citado. Tomo iii, pp. 336 y 337.
16
"Títulos de Castilla y mayorazgos del Perú después de 1821" por Enrique Torres Saldamando en Revista Peruana,
1879, tomo ii.
17
El acta del Consejo de Estado autorizando la misión fue conocida por el Congreso Constituyente y está publicada,
entre otros, por Paz Soldán en su Historia del Perú Independiente y por Vicuña Mackenna en su Ostracismo del
general O’Higgins. De las Anotaciones de Mariátegui hay una edición hecha en 1925 por la Edit. Garcilaso (pp. 108-
111). La "Historia de los partidos" de Távara está en El Comercio de julio, agosto y septiembre de 1882.
18
En Ostracismo del general O’Higgins.
19
Las Actas de la Sociedad Patriótica en Documentos Históricos de Odriozola, último tomo.
20
El Sol del Perú se publicó en imp. del Estado del 14 de marzo al 27 de junio de 1822. En los dos primeros
números, su material fue inofensivo: una disertación sobre las ruinas de Pachacamac por Félix Devoti, otra sobre las
jugadas de toros por José Gregorio Paredes son lo más importante de ellas. Además del discurso de Moreno y de
Pérez de Tudela publicó el comienzo de la opinión de José Cavero a favor de la monarquía, las actas de la Sociedad,
dos disertaciones sobre las causas del retardo de la independencia por José Morales y Miguel Tafúr, otra del
vizconde de San Donás sobre el orden público y otra sobre la idea de patria por Paredes. No se confunda este
periódico con El Sol del Perú (No hay tinieblas a la presencia del astro) aparecido el 16 y el 30 de enero de 1823 en
la imprenta de J. Antonio López con un material insípido y de análogas tendencias a su homónimo según lo revelan
sus críticas a la Abeja Republicana a la que llama "homicida, patricida y suicida".
21
Mariano José de Arce, por Raúl Porras Barrenechea, 1927.
22
"Lima justificada en el suceso del 25 de Julio. Impreso de orden de la Ilustrísima Municipalidad". En Memorias y
documentos de Pruvonena, tomo ii, p. 19.
23
La Abeja Republicana alcanzó hasta el número 36 de 5 de diciembre de 1822 en su primer tomo. El último tomo
es el iii y el último, el 7 de junio de 1823.
24
N.º 1 el 17 de agosto de 1822. Hasta el N.º 4, el 21 de septiembre de 1822.
25
«Explicación del objeto que se propuso el señor Moreno en el discurso que dijo en la Sociedad Patriótica el 1° de
Marzo y de los sentimientos que lo animan», por «Un amigo de los hombres de bien».
26
Véase el N.º 7 y el 8 de 18 y 21 de agosto de 1822. Algunos artículos estaban firmados con las iniciales E. D.
27
"Memoria sobre los principios políticos que seguí en la administración del Perú y acontecimientos posteriores a mi
separación". Apéndice en la Vida y escritos de B. Monteagudo por J. B. Muñoz Cabrera, Valparaíso, 1869.
CAPÍTULO II
Pero toda esta lentitud en la transición social tenía aún otra manifestación más visible
en la moda. Las tapadas duraron hasta 1859, más o menos, tocando al viajero francés
Grandidier anotar su decadencia, aunque ya en 1850 constataba Lastarria en sus
cartas sobre Lima55 que estaba siendo desplazada. Las tapadas jugaron rol primordial
en las luchas políticas tomando las modas el nombre del caudillo en apogeo; así, la
saya, salaverrina, la orbegosina, la saya gamarrina.56 En general rompían la
monotonía de aquella vida puesto que abrían innumerables caminos a la aventura y a
la intriga. Pero como hecho social e histórico tienen un significado retardatario. En su
Filosofía de la Moda el filósofo alemán Jorge Simmel dice que entre las causas del
predominio enorme que en nuestra época tiene la moda, está nuestro creciente
rompimiento con el pasado que trae una acentuación de lo variable y del cambio; y
que cuanto más nerviosa es la época, tanto más velozmente cambian las modas ya
que en ellas se juntan la sed de excitantes siempre nuevos con la depresión de las
energías nerviosas. Del apego al pasado, de la falta de nerviosidad en esta época de
nuestra Historia se podría deducir la permanencia de la saya y manto. Hasta en sus
formas más aparienciales, hasta en aquellas que, por definición, están bajo la
dependencia de lo novísimo, la tradición dominó socialmente entonces. El folclorista se
entusiasma ante la saya y manto —olvidando que podría identificarse con el espíritu de
chismorreo, de clandestinidad—. El sociólogo debería abismarse ante su significado
retardatario.
Se habla mucho de la anarquía de aquella época, con desdén o con horror; pero la
anarquía peruana fue leve onda de lago en comparación con la anarquía de las
provincias de Río de la Plata donde sí hubo fuertes conmociones sociales.
Las revoluciones y el caudillaje abrieron los más efectivos conductos para la ascensión
social. Pero por lo general los indios y mestizos, los generales serranos que tomaran el
nombre de "S.E. el Protector" o de "S.E. el Restaurador", aunque antes habían sido
gente humilde, entre nosotros respetaron y aún buscaron el apoyo de las clases con
abolengo o con fortuna. "Aunque la ley había abolido los títulos de Castilla —dice don
Ricardo Palma en su tradición ‘El baile de la Victoria’ evocando aquellos días que fueron
los días de su niñez— ellos seguían en boca de todo el mundo. ¡Salud, señor marqués!
¡Adiós señor conde!, eran frasecitas de cajón o de cortesía que ni el más exaltado
patriota escrupulizaba pronunciar, tal vez por el gustazo de oír esta contestación:
¡Vaya Ud. con Dios, mi coronel! Ciertamente que la aristocracia de los pergaminos con
las leyes excepciones de toda regla no descollaba por el talento o la ilustración; pero sí
deslumbraba todavía por su riqueza y boato".57
Otro exponente del mismo impulso fue la ley de 20 de diciembre de 1829 concediendo
a los poseedores de los mayorazgos la facultad de disponer de la mitad de ellos,
reservando la otra mitad para el inmediato sucesor que a su vez tenía igual derecho
sobre ella. Pero en la práctica, los poseedores de los mayorazgos no estuvieron muy
dispuestos a la desvinculación y los mayorazgos pasaron, en su mayor parte, íntegros
a sus inmediatos sucesores. Mayorazgo quiere decir el derecho de suceder en los
bienes vinculados, esto es en los bienes sujetos al perpetuo dominio de una familia con
prohibición de enajenarlos. Los mayorazgos subsistieron así en el Perú hasta la mitad
del siglo pasado; sólo la ley de 4 de septiembre de 1849 declaró forzosa la
desvinculación entre el poseedor actual y el sucesor inmediato. El Código Civil de 1852
prohibió los mayorazgos.
Las capellanías fueron prohibidas de fundarse por las citadas leyes de 1829 y 1849,
aunque subsistieron las ya fundadas. El Código Civil, así mismo, reconoció esta
situación.
Claro que la transición hacia el estado social que la técnica y el espíritu de la época
imponían fue operándose, sobre todo, desde la mitad del siglo; pero no en forma total
e integral.
Por otra parte la subsistencia del poderío social y económico de las clases altas durante
la primera época de la República estuvo acompañada por el empobrecimiento de
dichas clases. Las revoluciones y las montoneras perjudicaban grandemente a la
campiña y cogían a los hombres dedicados al sembrío y la cosecha poniendo, al mismo
tiempo, cupos y dejando sin sanción al latrocinio. Había una increíble insipiencia
industrial y económica en el país. Pero la situación hacendaria del Estado llena de
estrecheces en los primeros años republicanos desde 1841 más o menos comenzó a
mejorar produciéndose luego una bonanza meteórica. Ésa es la primera consecuencia
del guano: bonanza artificial y pasajera que más tarde da lugar a la bancarrota. La
segunda consecuencia es la acentuación del carácter costeño de nuestra vida
republicana. Pero al lado de estas consecuencias hay otra de índole social: la formación
de una nueva clase enriquecida. Primeramente las fortunas privadas habían tenido
como base principal la riqueza de la tierra, minería, agricultura o predios urbanos. Con
este nuevo proceso el predominio en las fortunas privadas pasa a tener un origen
bursátil y fiscal. Y la nueva clase así emergida resulta fusionándose, en parte, con la
antigua nobleza colonial territorial y genealógica. Mientras tanto ya la saya tradicional
está siendo reemplazada por la europea crinolina o miriñaque; y se acentúa la
tendencia a la europeización en la vida y en las costumbres. Pero antes de que se
consumara este proceso al que se refiere un capítulo posterior de este libro
transcurrieron los largos años del predominio militar.
___________________________________________________________
55
El Comercio del 21, 22 y 23 de febrero de 1851.
56
Flora Tristán describe de esta manera a la saya en su libro Peregrinations d’une Parie (1838):
"Este traje llamado saya se compone de una falda y de una especie de saco que envuelve las espaldas, los brazos y
la cabeza y que se llama manto. Nuestras elegantes parisienses se divertirían con la simplicidad de este traje... Se
hace de diferentes telas según la jerarquía de los rangos y la diversidad de las fortunas y es de una confección tan
extraordinaria que merece figurar en las colecciones como objeto de curiosidad. Sólo en Lima se las puede hacer y
las limeñas pretenden que es preciso nacer en Lima para poder ser un obrero en saya; que un arequipeño, un
cuzqueño, un chileno jamás llegan a plisar la saya; esta afirmación que no me he preocupado de constatar en su
rigor prueba cómo este vestido hace excepción a todos los vestidos conocidos. Para hacer una saya ordinaria se
necesitan de doce a quince varas francesas (la vara francesa tiene un metro dieciocho cm) de raso; forrado en
tafetán o en tela ligera de algodón; y en cambio de las catorce varas de raso el obrero os devuelve una falda
diminuta que no tiene sino tres cuartas de altura y se prende del talle a dos dedos debajo de las caderas
descendiendo hasta los tobillos de los pies y es tan angosta hacia abajo que apenas proporciona el espació justo
para poner un pie delante de otro y marchar a pequeños pasos. Se encuentra uno constreñida dentro de esta falda
como dentro de una vaina. Es plisada toda de alto a bajo con pliegues muy pequeños y con una tal regularidad que
es imposible descubrir las costuras. Los pliegues están tan bien hechos que dan al traje tal elasticidad que yo he
visto sayas de quince años que se prestan para dibujar todas las formas y seguir todos los movimientos.
El manto está también artísticamente plisado pero con tela más ligera, no dura tanto como la saya ni los pliegues
resisten los movimientos continuos de la que lo lleva. Las mujeres de la buena sociedad llevan sayas en satín
negro; las elegantes en colores de fantasía como violeta, marrón, verde, azul obscuro rayadas pero jamás en
colores claros porque las mujeres públicas los adoptan de preferencia. El manto es siempre negro, envuelve el busto
entero y no deja en descubierto sino un ojo. Las limeñas llevan un pequeño corpiño del que no se ve sino las
mangas que son de rica tela en terciopelo, satín de color o tul; pero la mayoría lleva los brazos desnudos siempre.
El calzado es de una atrayente elegancia: de raso de todos los colores, con bordados, con cintas cuyo color
contrasta con el del calzado".
57
En el "Apéndice a mis últimas Tradiciones Peruanas".
58
Véase "Nuestra Pequeña Historia", recopilación de datos por José Gálvez en el Almanaque Peruano de 1829.
LIBRO II
CAPÍTULO I
LA CLASE MILITAR
La fórmula de los primeros años de la República es paradójica. Las otras clases sociales
pasan por la disolución como la nobleza española y la burocracia virreinal, por la
transición, como la nobleza criolla, por el aplanamiento como los indios y los esclavos o
por el auge inconexo y eventual, como las clases medias. Solamente la Iglesia y la
milicia son las clases, organizadas y omnipotentes en sus respectivas funciones hasta
que se plasma definitivamente, la plutocracia creada por el guano y los trastornos. La
Iglesia representa la raíz más honda que dejara la Colonia; la milicia es el fruto más
relevante que han producido socialmente los largos y fatigosos años de la
Emancipación.
Pudo hablarse en aquella época del militarismo peruano en cuanto la profesión bélica
tuvo la más alta importancia y en cuanto, algunas veces, caudillos, mendaces
quisieron consolidar su posición llevando la guerra al extranjero: Gamarra el 28, el 30
y el 41; Castilla el 59. Pero, fundamentalmente, el Perú no fue un país militarista.
Tendencias innatas de la raza —recuérdese la observación de Humboldt citada y
confirmada por Unanue sobre que aún nuestros animales domésticos son de condición
más tratable o más poltrones—; la misma posición económica, geográfica, histórica del
país lo predeterminaron.
En aquellos años, la carrera militar traía la ventaja de llevar a los más altos cargos
públicos. Se puede decir que entonces el militar representaba el rol primario que
anteriormente había desempeñado el sacerdote y que en nuestra época representa el
hombre de negocios. Era implícito el hecho de ser un militar distinguido con la
candidatura a la Presidencia de la República. Aun aparte de ella, los militares tenían
singulares prerrogativas: muchas veces fueron miembros del Consejo de Estado o de
las Cámaras: San Román, Castilla, Echenique, Ibarra, Herencia Zevallos, Prado,
Mendiburu y La Fuente llegaron a presidir el Congreso. Generalmente ocupaban
también las prefecturas y otros cargos elevados del Poder Ejecutivo. Así mismo, les
correspondía el cargo de Comandantes Generales de los Departamentos, rigiendo las
fuerzas militares de ellos, con tanta o más autoridad que los prefectos; pero este cargo
fue abolido por las Constituciones de 1839 y de 1856 para el tiempo de paz, aunque
fue resucitado durante varias revoluciones. Hasta 1856 subsistió el fuero militar que
fue suprimido sin las violencias a que dio lugar la supresión del fuero eclesiástico
porque se basaba únicamente en leyes civiles.
En cambio, muchas fueron las veces en que cayeron en desgracia los militares. La
ejecución como consecuencia del infortunio político fue fenómeno raro en el Perú;
otros párrafos se refieren a ella más extensamente. Entre las víctimas más
importantes están, cronológicamente, el capitán Rossell, fusilado en Lima en 1832,
Valle Riestra en 1835, Salaverry y sus ocho principales secuaces en 1836, el coronel
Boza en 1841, el coronel Hercelles en 1842, los oficiales Lastres y Berástegui en 1843
y el general Morán en 1854. No era imposible, además, y antes bien era casi seguro
ser privado de los títulos jerárquicos por las revoluciones; tal sucedió, muy
especialmente, en las de Salaverry y Gamarra contra Santa Cruz, en la de Castilla
contra Echenique, en la de Vivanco contra Castilla, en la de Prado contra Pezet. Pero,
al cabo de pocos años, gobiernos amigos o indiferentes volvieron a colocar a los
expulsados otrora del escalafón militar y, en 1839, después de la derrota de Santa
Cruz con el aditamento de "beneméritos de la patria" y de "beneméritos de la patria en
grado heroico y eminente". El gobierno de Castilla en 1845-51 fue una excepción a
esto. "El gobierno fijó por primera vez, dice Mendiburu en su Memoria de Guerra y
Marina en 1845,59 un principio recto y equitativo. Tal fue la resolución expedida para
que los militares existentes pasasen revista en los empleos y grados que acreditasen
con despachos anteriores al Directorio en vez de hacer dar de baja a los que
dependieron del ejército vencido últimamente". El título de "traidor a la patria" fue
otorgado a Riva-Agüero, a Orbegoso y a Pezet; el calificativo de "ladrón", a Echenique.
Pero Riva-Agüero fue rehabilitado en 1832, Orbegoso en 1847. Echenique en 1862,
Pezet en 1871. Otro caso de rehabilitación fue el del coronel Arguedas que disolvió la
Convención Nacional en 1857 y que por ello fue perseguido por la venganza de los
Congresos posteriores; fue rehabilitado en 1864.
En aquella época, sin embargo, viose tener grados militares a representantes de las
clases acomodadas: Riva-Agüero, Osma, Ortiz de Zevallos, Raygada, Echenique, Pezet,
Vivanco, Tristán, etc. El núcleo de hombres distinguidos por su nacimiento era, sin
embargo, inferior al que representaban los que habían improvisado su nombre y su
posición, cuya rapidez de encumbramiento y sentido de importancia social tampoco
vemos hoy. Quienes en su niñez habían vivido en la choza y en la aldea llegaron así al
palacio y al salón. Nuestro ejército está, pues, hoy en menos contacto con las clases
altas; y, al mismo tiempo, ofrece menos perspectivas brillantes para las clases
populares.
Acaso una de las tradiciones de Palma, la que está dedicada al capitán Benitez, revela
cómo era la suerte del militar de entonces, al que solemos representárnoslo como
indisciplinado y alegre, insolente y rum boso, galante y montaraz, acechado en
cualquier encrucijada por la muerte obscura o el encumbramiento deslumbrador.
Benitez, enviado por Salaverry a perseguir una montonera, se quedó en una jarana
que, sonriendo, don Ricardo llama de “arpa guitarra y cajón”; y fue sorprendido por
ellos. Ante la primera noticia del hecho, traída por un sargento que fue puesto en fuga
por los disparos iniciales, Salaverry redactó dos órdenes: una de ascenso y otra de
fusilamiento para Benitez. A poco volvió éste al campamento trayendo prisioneros a los
montoneros pues había logrado rehacerse de la sorpresa; y, en vez del fusilamiento,
obtuvo el ascenso.
Las ordenanzas preparadas en 1849 por el general Mendiburu, que fueron presentadas
a la Legislatura de 1851, señalan un laudable esfuerzo ordenador. Nombrada una
comisión para preparar el código militar en 1863, tomó en cuenta en su esencia dichas
ordenanzas aprobándose el código en 1865.
En aquella época la tropa se constituía por medio de una mita: el reclutamiento. Según
pinta Miller en sus Memorias, una vez dado el decreto u orden por el prefecto, los
“levados” eran traídos a la capital del departamento y de allí al cuartel donde el jefe de
Estado Mayor los destinaba a los cuerpos respectivos; pero entre esos “levados” solían
estar indistintamente el padre y el hijo, el hombre industrioso y el vagabundo.63
Nítidamente describe el reclutamiento E.S. de Lavandais en su relación de viaje
publicada en Revue des deux mondes.64 Cuenta que estando en la sierra-peruana supo
que durante la noche habían marchado los reclutadores a las aldeas vecinas
penetrando en las casas, al amanecer, para atar y remitir a los conscriptos; con el
objeto de conocer a los desertores y fusilarlos luego, cortaban el pelo o señalaban las
orejas de los enganchados. Enseguida, se les encerraba en una iglesia haciéndoles salir
para el ejercicio durante dos veces al día. Desde el balcón de su alojamiento en el
Cuzco, Lavandais vio ensayarse diariamente a los reclutas y admiróse viendo cómo
merced al látigo de los oficiales, volvíanse rápidamente soldados. En su novela Los
amigos de Elena, cuya acción transcurre en el año 1849, Fernando Casós narra que los
enemigos del protagonista, que gozaban de cierta influencia militar, emplearon para
eliminarlo el método de hacer un reclutamiento en el barrio donde vivía para enviarlo
inmediatamente del cuartel a un buque de guerra; esto ocurría en la misma capital.
Ante un hecho efectivo de análogos caracteres ocurrido también en Lima —aunque por
lo general el fenómeno del reclutamiento se localizó en las provincias y sobre todo en
la sierra— decía el diputado Bustamante en la sesión de la Convención Nacional del 5
de febrero de 1857: “Es imposible pintar con colores aparentes cuando se asoman los
reclutadores a un pueblo: el cólera, fiebre amarilla ni el incendio causan más temor a
los habitantes; por esto es que se mutilan los pies y manos y se sacan los ojos”.
Fue en vano que las Constituciones y las leyes pretendiesen extirpar este abuso. La ley
de 1848 señala un inútil intento controlador. La Constitución de 1856 incluyó dentro de
su articulado la prohibición del reclutamiento. Las leyes de febrero de 1863 y 1868
tendieron a lo mismo. El sistema del enganche por medio del envío de fuertes sumas
de dinero a los departamentos para pagar a los conscriptos fracasó completamente,
según dice el ministro de guerra Alvizuri en su Memoria de 1868. Aún de nuestros días
es el telegrama elocuente de un subprefecto representativo: “Para mandar más
voluntarios, envíen más sogas”.
Los indios formaban en su mayoría la infantería junto con los vagos que, por
disposiciones legales y a veces como castigo por parte de las familias, ingresaban en
los cuarteles. Ignorante el indio a veces del castellano y de lo que defendía se
convertía en un soldado valiente cuando sus jefes le daban el ejemplo; nunca actuó
por sí mismo en la rebelión ni en la batalla. Si la coca fue su alimento en las marchas,
para darle el valor histérico del combate, más que las proclamas servía el aguardiente
con pólvora. Y su valor normal era paciente, superior al hambre y la sed, al arenal y la
puna. Su jornada solía ser de 10 ó 12 leguas.
Su sujeción a la consigna era rígida. Aquel centinela que a pesar de que iba a
desmoronarse el techo de palacio no quiso moverse de su puesto, aunque lo llamaba el
mismo Castilla, aquel soldado Juan Ríos que se dejó herir en la puerta del salón de
sesiones de la Convención Nacional en 1834 cuando ésta fue disuelta, tienen el valor
de símbolos.
Pero, al mismo tiempo, fue frecuente el fenómeno de la deserción. “Indio que silba
aires de su tierra, desertor seguro”, cuéntase que decía Castilla. Y jefes de batallones
hubo que prohibieron a sus soldados el uso de las quenas. “En cuanto a la pretendida
cobardía del indio —escribía Francisco Lazo en su ‘Croquis del carácter peruano’,
publicado en la Revista de Lima— también dire. Que se tomen mil franceses o
alemanes (de cuya blancura no se puede dudar) y que sin decirles por qué se les
arrastre maniatados al cuartel; que allí con sólo el expresivo lenguaje de los garrotazos
se les enseñe el ejercicio de las armas; que se les tuerza el brazo de un modo inicuo si
no redoblan en el tambor con soltura; que si no comprenden la ordenanza, que se les
lee en idioma desconocido, se les flajele en las carnes desnudas; que el pan cuotidiano
sean para ellos los puntapiés y las puñadas; que, en fin, después de esa tortura se les
exija que combatan con entusiasmo por una causa que no comprenden ¿podrían
franceses o alemanes conducirse con heroísmo? Pero en caso de que esos blancos
estuviesen en el grado de ignorancia y de abatimiento de los indios, también tendrían
razón en acechar el momento propicio de la deserción, de la fuga, porque ignorando la
causa del sacrificio no tendrían interés en morir ni en matar solo porque así se lo
mandaban”.
Hubo devoción fiel del indio por el caudillo que se hermanaba con sus penalidades;
pero no tuvimos una figura como Belzu en Bolivia que incitó a la soldadesca y a la
plebe removiendo sus rencores contra las clases educadas. La “palabra de orden” de
ninguna revolución fue escrita o dicha en quechua. A pesar de todas las alternativas
del oleaje de las revoluciones y de la anarquía nadie alzó como una bandera las
tradiciones, los usos, los detalles característicos de la serranía. Hay, en cambio,
muchos episodios que demuestran la ausencia en que el indio estaba respecto no sólo
de la realidad política sino aun de la realidad patria; uno de ellos es el del “Hombre de
la Bandera” en Huánuco que en la invasión chilena, como consecuencia de la guerra
del Pacífico, permaneció primero indiferente por la ignorancia de lo que ella significaba
y que sólo cuando se dio cuenta de que los invasores traían consigo la desolación y la
ignominia supo ser un héroe.
No se puede hablar del soldado peruano en esta época sin hablar de la rabona. Como
las cantineras de algunos ejércitos de Europa, como las soldaderas del ejército
mejicano ella es la precursora del servicio de aprovisionamiento y de asistencia.
Así como del Coloniaje nos acordamos demasiado de las calesas y nos olvidamos de los
obrajes, así también en la República el recuerdo es para las tapadas con olvido de las
rabonas. La tapada anda por los portales ruidosos de corrillos y pregones, por las
iglesias, por el puente, por la alameda, con el encanto del misterio. La rabona también
es andariega; pero son leguas y leguas las que recorre por cerros, arenales y
quebradas. La tapada se adorna con la elegancia del perfume caro, con la elegancia del
vestido hermoso, con la elegancia de la languidez acariciante del diminutivo o del
arrullo que conviértese en donosura traviesa para el piropo o la impertinencia. La
rabona es desgreñada y sucia, lleva al equipaje y al hijo, soporta las penalidades y los
golpes del soldado, a veces da a luz durante las marchas forzadas del ejército e,
impertérrita, sigue caminando. La tapada es una flor; la rabona es un animal mezcla
de cabra y de puma, de perro y de llama.
Los indios formaban, en su mayoría, la infantería. Esta arma era la de más importancia
entonces. Como la navegación era incipiente y la escuadra apenas desempeñó en las
revoluciones un rol de bloqueo y de transporte, esa importancia se hizo mayor. La
insipiencia del ambiente pospuso el valor de la artillería, incrementada y modernizada
sobre todo a raíz de la cuestión con España (1864-1866). En cambio estuvo formada
por los zambos y negros de la costa la caballería. Aunque el decoratismo criollo se
envaneció con aquellas cabalgatas imponentes en las que brillaban las lanzas, las
corazas, los sables, los cascos, la caballería fue muy inferior no sólo en número sino en
capacidad; y Valdivia se lamenta de los tristes espectáculos que dio en las guerras
civiles y aun exteriores.
En conjunto, sin embargo, el ejército llenaba una misión decorativa. Ella brillaba, sobre
todo, en las formaciones y en los desfiles. Se exhibía también hasta en los llamados
“despejos” en la Plaza de Acho. Oficiales ingeniosos hacían como espectáculo inicial en
las corridas de gala formar estrellas, círculos, triángulos, pentágonos a sus soldados
que a veces se arrodillaban y con flores que sacaban de la cartuchera trazaban en el
suelo frases donosas para regocijo del público.
__________________________________________
59 En "Documentos Parlamentarios", 1846, Biblioteca Nacional del Perú (BNP).
60 En El Comercio del 30 de junio de 1845 está la lista de los extranjeros que figuraban en el escalafón: Sumaban 2
grandes mariscales, 6 generales de división, 6 de brigada, 24 coroneles, 14 sargentos mayores, 28 capitanes, 17
tenientes, con un gravamen de 238,340 pesos.
61 Oviedo, Colección de leyes, decretos y órdenes publicadas en el Perú, tomo xiv, pp. 238-256.
El hecho político fundamental que coincide con el predominio de la clase militar en los
primeros años de la República es el caudillaje.
El caudillaje fue un fenómeno americano: existió en todos los países del Continente
salvo en el Brasil, como consecuencia del enraizamiento de una monarquía nacional, y
en Chile por el predominio de casta, por la homogeneidad de sus elementos sociales,
por sus condiciones geográficas y económicas.
2. La descripción de Ayarragaray
Lucas Ayarragaray, argentino como Bunge, en su libro La anarquía argentina y el
caudillismo ha estudiado el caudillismo desde un punto de vista circunscrito, histórica y
geográficamente, mirándolo a través de la anarquía que después de la Emancipación
se produjo en la Argentina. Más que una labor interpretativa la labor de Ayarragaray es
descriptiva. Concede también predominante importancia a la herencia española:
considera que antes de la Emancipación ya había predisposición a la anarquía por la
desorganización política y el espíritu caudillista: símbolos de ella ven en las rebeliones
coloniales, en el encomendero, en el conquistador. La anarquía y el caudillismo venían,
pues, de la historia y frente a su fuerza auténtica estaban la impostura de los partidos
y la ingenuidad de los teóricos. El espíritu faccioso de España brotó a principios del
siglo xix —dice Ayarragaray— cuando la invasión napoleónica rompió con el secular
principio de autoridad; idéntico espíritu trasplantado a América brotó en igual fecha
cuando la Revolución rompió, así mismo, el principio de autoridad. Pero, también
otorga alguna importancia al mestizaje: la fórmula de las luchas políticas en aquellos
tiempos sería la de la lucha entre los criollos mestizos superiores o depurados contra la
plebe híbrida del suburbio y de la campiña. Además, la falsa cultura de los unos y la
crasa ignorancia de los otros permitió adoptar instituciones inadecuadas haciendo
fracasar las primeras tentativas de organización; y las muchedumbres requirieron,
para sus ímpetus levantiscos, al caudillo no a la abstracción. Los acaudalados de las
ciudades, a su vez, favorecen los gobiernos que traen el orden; los pequeños
artesanos suelen unirse a ellos contra la acción tumultuaria y caótica de la anarquía
que viene de la pampa. En el fortín, en medio de la campiña bárbara, surge la
montonera; cada campanario con su facción, cada facción con su caudillo. La irrupción
del mestizaje rural completó la subversión definitiva de la vida política y sus
montoneras propiciaron la consolidación del caudillaje, elemental, faccioso, violento,
cuya última evolución es el caudillaje manso, hecho a base no de la guerra, sino de la
intriga, de las maquinaciones naturales en posteriores épocas materialistas.
Sin entrar en un examen de las omisiones en que incurren basta por ahora relacionar
las intuiciones de Ayarragaray y de Bunge con la realidad peruana en la iniciación de la
República.
Esto fue una evidente paradoja con las características del Perú, cuya amplitud de
territorio, cuya falta de vías de comunicación, cuya multiplicidad de ambientes y de
razas eran ya una lección de separatismo. Quizá hubo un providencial designio en el
hecho de que la unidad nacional se conservara incólume entonces. El peligro de la
anarquía se redujo, en buena cuenta, al motín de cuartel o la asonada popular que
hacía sus veces. A pesar de que no salió mermada la centralización, que subsistía
desde la época de la Colonia, el problema de las distancias favoreció a la intranquilidad
epidérmica. Con buenos caminos, con interdependencia entre todo el territorio, con
posibilidades de acudir rápidamente a las provincias amagadas, las ambiciones
hubieran tenido menos tentaciones para ejercitarse. En nuestro tiempo el centralismo
evidentemente ha aumentado porque hay control e influencia de Lima sobre las
provincias en mucho mayor grado que en aquella época en que no había telégrafo, ni
cable ni ferrocarril y en que los veleros demorábanse 18 días entre el Callao e Islay,
por ejemplo.
La ambición estimulada por la rauda carrera de honores y prebendas, que abríase para
quien lograse dominar la situación, la indisciplina reforzada después de todas las
peripecias de los últimos cuatro años, la rivalidad ante el entronizamiento del
compañero, acaso considerado como inferior, uníanse como motivos sicológicos a lo ya
esbozado.
Para ellos la Patria había sido creada con la punta de su espada en Ayacucho, en Junín,
en Matará. Deber y privilegio suyo era conducirla, defenderla, dirigirla, salvarla. Su
actitud era análoga a la de los conquistadores ante los territorios donde se
establecieron. Su vida nómada también era parecida a la de los conquistadores. Así
como los conquistadores realizan el milagro del descubrimiento y de la conquista, así
los libertadores realizan el milagro de la Emancipación para luego chocar entre sí en
las guerras civiles. Es la misma ebullición de gente que improvisa su nombradía y su
rango; análogo paso a través de lo increíble, desde los llanos de Venezuela a las
serranías del Alto Perú, desde la pampa argentina a la puna peruana, atravesando ríos,
desiertos, cordilleras y luchando no sólo contra la Naturaleza sino también con la
enfermedad, con el hambre, con la discordia en los propios compañeros. Pero, a
cambio de cierta disminución en la latitud geográfica del escenario y de un menor
primitivismo en la naturaleza, los libertadores tenían el realce de su ideal de beneficio
colectivo. Pertenecían además, por lo general, a sectores sociales más cultivados y
conscientes que los conquistadores, careciendo de los ciegos auxilios de la fe religiosa
con que santificaron los conquistadores su aventura. No tenían que luchar con hordas
bárbaras, sino con ejércitos veteranos que contaban con estrategas expertos y que
estaban respaldados por el peso moral de una tradición que podía usar de todos sus
poderes. No venían de afuera con el presagio de lo nunca visto y con la superioridad de
la civilización; tenían que surgir del seno mismo de aquella sociedad improvisándolo
todo. Y si la ambición personal jugó en los libertadores el rol que en los conquistadores
tuvo la sed de oro, cuando después de la victoria vino el usufructo del botín, sus
guerras civiles no surgieron para conservar encomiendas, para impedir la acción
burocrática y legislativa de la Corona; resonaron en ellas, a veces, ideas de bien
público y nacional.
Las clases sociales no podían poner un dique a esto. La incompetencia social de estas
clases las convirtió, pues, no en un freno sino en un auxilio del caudillaje. El ansia de
posiciones presupuestales, que las características de la vida económica de la época de
escaso comercio e industrialismo acrecentaron, estimuló y prolongó la obra de los
caudillos. Faltó, además, a las clases que daban el elemento humano en los combates,
la conciencia necesaria para rebelarse contra su situación de “carne de cañón”. Y los
doctores zahoríes, que habían encontrado fórmulas y silogismos para aplicarlas a la
realidad inasible, buscaron también el amparo de los caudillos como el único recurso
para no quedar en la impotencia. Por eso al estudiar la preeminencia del caudillaje en
esta época hay que tomar en consideración tanto su propia capacidad arrolladora como
la pasividad de la sociedad.
Así el militarismo, elemento de concentración autoritaria aún en los primeros años “de
libertad” cuando al calor de intereses mezquinos se disgregaban y se afirmaban
nacionalidades, y según la frase de Rodó, movíanse las fronteras sobre el suelo
ardiente de América a modo de murallas desquiciadas, fue luego factor de disolución.
La audacia era, para los caudillos, un factor esencial. Quizá por no tenerla Nieto, La
Fuente, Vivanco huyó de ellos la fortuna, hembra lasciva. Sólo la astucia podía
compensar a la audacia; audacia y astucia juntas dieron el caudillo culminante:
Castilla. Forjar la propia fortuna, no desfallecer ante el fracaso, aprovechar la ocasión,
con bamboleante tenacidad de ola y con ímpetu de flecha que va al blanco: así se
revelaba la predestinación.
Tales los caudillos. Y el vulgo se equivoca al forjar sobre ellos esa leyenda que los
pinta enfadosamente iguales, con una audacia de bandido y una ignorancia de patán.
Aquí también la fantasía se ha alimentado con los desperdicios de la realidad.
9. El significado profundo del caudillaje
Pero ¿cuál es el significado del caudillaje? ¿Por qué perdura cuando desaparece el
predominio de la casta militar?
De un lado tenemos que en la vida real imperan los caudillos, aunque individualmente
su poderío será fugaz. Pero ésta es la vida extralegal. Un historiador que teóricamente
ignorara las características sociológicas de aquella época, y que como únicos
materiales para su juicio tuviera el texto de nuestras Constituciones y sus leyes
adyacentes, podría sorprenderse de nuestro adelanto político. Y el caudillaje hace
precisamente lo contrario de lo que la Constitución estatuye: renovación ordenada de
los poderes públicos, interdependencia armoniosa entre el Legislativo y el Ejecutivo
cuando no preeminencia de aquél sobre éste, garantías máximas a las actividades
políticas individuales en todas sus formas. De manera que tenemos esta síntesis:
caudillaje versus Constituciones.
Análoga misión desempeñan otros presidentes que, a pesar de usar insignias militares,
no son sino representantes de caudillos mal ocultos. Ése es el caso de Bermúdez,
hecho presidente por el golpe de estado del 4 de enero de 1834 realizado, en realidad,
en beneficio de Gamarra y de su oligarquía de militares y de intelectuales; y el caso de
Vidal, proclamado en 1842 en el Cuzco, en virtud de ser segundo vicepresidente del
Consejo de Estado; pero en realidad para dar luego origen legal al encumbramiento
que en fecha inmediatamente posterior pensaba obtener La Fuente.
Desde el punto de vista cronológico cabe distinguir tres periodos en nuestro caudillaje
militar. El primero sería el de la lucha entre un peruanismo amplio y discutible y un
peruanismo auténtico y limitado (1827-1842). Periodo al que corresponden los hechos
relacionados con la invasión de Gamarra a Bolivia en 1828, con la presidencia de La
Mar, con la guerra contra Colombia en 1829, con las discusiones sobre la peruanidad
de La Mar, con la deposición de éste, con la ingerencia de Santa Cruz en nuestra
política, con las guerras de la Confederación, cuyo último episodio en realidad fue la
campaña que concluyó con el desastre de Ingavi y la muerte de Gamarra.
Por último, en una tercera época del caudillaje militar aparece, después de la muerte
de Castilla, una generación que en gran parte no ha alcanzado a luchar en la
Emancipación; y se nota la ausencia de las personalidades rotundas, dominantes,
fuertes que surgieron en los anteriores periodos. Es éste un momento de transición, de
decadencia del caudillaje militar. A él correspondería la presidencia de San Román, las
luchas de Pezet y de Prado y de Prado contra Canseco. Entonces despuntan ya algunos
síntomas de malestar hacendario. Periodo que concluye cuando, a su vez, se liquida el
ciclo del primer caudillaje militar con la presidencia de Balta que significa la iniciación
del periodo económico de nuestra vida republicana, coincidiendo con la primera crisis
financiera. En este periodo las revoluciones buscan caudillos; no es que el caudillo
haga revoluciones (1865-1870).
Desde el punto de vista de su importancia cabe dividir a los caudillos en dos grupos:
caudillos fundamentales (Gamarra, Santa Cruz, Salaverry, Castilla y Vivanco); y
caudillos eventuales, transitorios. Los primeros tienden a la actuación política continua
y su voluntad es autónoma: los segundos tienen una aparición intermitente que
depende a veces de factores eventuales y están, en mucho, influenciados por
voluntades ajenas.
______________________________
65
Tienen también interés las constataciones del venezolano Laureano Vallenilla Lanz en su libro Cesarismo
Democrático aunque no están hechas con una finalidad histórica o científica, sino con un oculto propósito de política
local inmediatista. Cree Vallenilla que al desligarse de los reyes de España, los pueblos de América aspiran a
cambiar de amo. En la época inmediatamente posterior a la Emancipación, nuestras nacionalidades se asemejan a
las tribus que viven en primarias edades de violencia. Bolívar intuyó genialmente esta situación en su plan del
"presidente vitalicio" y fue el fundador del "cesarismo democrático" que luego los mejores estadistas de América
han seguido. El gobernante que aplica este sistema de gobierno es el gendarme necesario en una sociedad
propensa a la turbulencia.
Vallenilla ha hallado acogida también en Europa; y un escritor católico monarquista, Marius André, ha traducido su
libro al francés.
CAPÍTULO III
Se ha dicho ya, en el capítulo anterior, que el primer periodo del caudillaje militar en el
Perú gira alrededor de la lucha entre un peruanismo amplio, pero discutible, y un
peruanismo auténtico pero limitado. Corresponde esta lucha a los años
inmediatamente posteriores a la Emancipación cuando como consecuencia de la guerra
continental contra las fuerzas coloniales, y de los límites extensos y no bien definidos
del antiguo Virreinato del Perú, ejercen influencia en nuestra vida pública personajes y
tendencias que aspiran a modificar las fronteras de la nacionalidad. Sólo después de
1841, y eliminados los caudillos que tales tendencias encarnan o combaten, se
consolida y afianza la estructura patria con el triunfo del sentido más circunscrito y
limitado de la peruanidad que se frustra, sin embargo, al querer ir hacia el
imperialismo.
En este primer periodo del caudillaje militar, además, impera la constante amenaza de
la anarquía; no llega a consolidarse en forma definitiva el auge de ningún caudillo; los
trastornos políticos tienen de la guerra civil el personalismo, la veleidad en las
banderías, y de la guerra exterior la intervención de tropas extranjeras y las
invocaciones que, en este caso con repercusión parcial, se hacen en nombre del honor
nacional, no surge como génesis revolucionaria la intervención espontánea popular,
salvo el 28 de enero de 1834; se mantiene la supervivencia colonial en las
costumbres; están exangües la riqueza privada y, sobre todo, la hacienda pública; el
esfuerzo legislativo es, sobre todo, político (Constituciones y leyes afines) y no jurídico.
Las individualidades más poderosas que se destacan entonces son Gamarra, Santa
Cruz y Salaverry. Como su actuación es compleja, cuatro capítulos serán dedicados al
esquema de sus respectivas biografías: a) uno sobre los años comprendidos entre la
iniciación militar de Gamarra y de Santa Cruz y el nombramiento de Santa Cruz como
presidente de Bolivia y de Gamarra como presidente del Perú. b) los años referentes a
la presidencia de Gamarra en el Perú y a la presidencia de Santa Cruz en Bolivia
comprendiendo la aparición de Salaverry en la política (1829-1833). c) Desde las
turbulencias surgidas en el Perú después que Gamarra deja el poder hasta la
intervención político-militar de Santa Cruz, su lucha con Salaverry y la implantación de
la Confederación Perú-Boliviana. d) Desde la caída de la Confederación hasta el
segundo encumbramiento de Gamarra, incluyendo su muerte y, como referencia
adicional, los últimos años de Santa Cruz. En este último capítulo está también un
ensayo de retrato de ambos caudillos. Las páginas siguientes corresponden al primero
de estos cuatro capítulos.
Don Agustín Gamarra nació el 27 de agosto de 1785 en el Cuzco. Decíasele hijo del
cura Zaldívar.66 Otros afirman que fue hijo de don Fernando Gamarra y de doña Josefa
Petronila Messia.67 Estudió en el colegio de San Buenaventura donde, dícese, que fue
compañero de Santa Cruz. Inició estudios teológicos. En los amplios claustros con-
ventuales, en medio de aquella ciudad privilegiada donde hablaba todavía con su
lenguaje de piedra una maravillosa civilización derruida, ese mestizo cauto quizá no
vislumbró que sería algún día el hombre más importante de su país; pero tuvo,
seguramente, la vaga intuición de que estaba llegando una época en que para el criollo
la profesión eclesiástica no iba a ser ya la más provechosa. Simbólicamente cambió la
sotana por los arreos militares. Cadete en 1809, subió por todos los escalones
inferiores hasta el grado de Teniente Coronel graduado de Coronel de Infantería.
Concurrió a las campañas y batallas en el Alto Perú contra los ejércitos argentinos
sirviendo bajo las ordenes de Goyeneche, Pezuela, Ramírez y La Serna. Actuó también
en la campaña contra Pumacahua. Era miembro de la junta de purificación creada
después de la batalla de Umachiri; pero, fue excluido de ella por haber favorecido a los
perseguidos por patriotas. Fue separado en dos ocasiones del ejército por sospechas
de conspiración autonomista.68 Más tarde, sin embargo, batió a varias guerrillas
patriotas. En 1818 fue contador interino de rentas en Puno. Vino a Lima en 1820 con
Canterac como comandante del segundo batallón del primer regimiento Cuzco.
Gamarra estuvo entre los que, a pesar de tener menos méritos que otros ante la causa
independiente, fueron preferidos por San Martín a causa del aporte de eficiencia que
traían. Nombrado comandante general de las montoneras de la sierra perdió los
batallones que formó entre Oyón y Jauja. Entonces fue nombrado jefe de Estado Mayor
de la segunda expedición de Arenales sobre la sierra (abril 1821). Pronto vinieron
desavenencias entre Arenales y Gamarra.70 En enero de 1822 fue nombrado jefe de
Estado Mayor de la División Tristán que fue enviada a Ica y que sufrió la sorpresa y
dispersión vergonzosa de la Macacona (7 de abril). A raíz de este desastre se le formó
un consejo de guerra.71
Don Andrés Santa Cruz nació el 30 de noviembre de 1792 ó 1795 en Huarina, según
su hijo don Óscar. Su madre era la cacica de Huarina María Calahumana, que decía
descender de los Incas. Su padre fue español; un hijo expósito, según afirma el doctor
Iturricha en su Historia de Santa Cruz, un descendiente de frondoso árbol genealógico,
según don Óscar. Llamábase el padre don José Santa Cruz y era subdelegado del
distrito de Apolobamba cuando estalló en La Paz, en 1810, la sublevación de Murilo.
Andrés Santa Cruz incorporóse entonces a las filas realistas con el grado de alférez. En
1817, durante la campaña realizada contra las tropas argentinas al mando de La
Madrid en el Alto Perú, Andrés Santa Cruz, que ya era Capitán o Teniente Coronel,
cayó prisionero a raíz del combate de Tarija junto con otros jefes y oficiales. Habiendo
escapado de Buenos Aires a Río de Janeiro se reincorporó a las filas realistas del Perú.
Nuevamente cayó prisionero esta vez en la acción de Cerro de Pasco, librada por la
primera expedición Arenales, y entonces manifestó su decisión por servir a la causa de
la Independencia. Como otros oficiales criollos, como el mismo Gamarra, con esa
veleidad satisfacía a la par el sentimiento patrio y la propia conveniencia porque la
Emancipación era ya un hecho inevitable y con ella estos oficiales tenían
deslumbrantes perspectivas.
San Martín encomendó a Santa Cruz la jefatura de un cuerpo en Piura con despachos
de Coronel. Requerido por Sucre el auxilio del Perú recién emancipado contra los
españoles en Quito, San Martín convino en enviar una división dándole el mando a
Arenales pero éste, deseoso de no actuar bajo las órdenes de Sucre, renunció
encargándose entonces de tal jefatura a Santa Cruz.
El vencedor de Pichincha debía vencer también a los españoles en el sur. Santa Cruz
fue nombrado jefe de la segunda expedición a intermedios; antes de embarcarse se
despidió del Congreso prometiendo vencer o morir (17 de mayo). Jefe de Estado Mayor
de la expedición fue nombrado Gamarra.
El plan de campaña que iba a seguir Santa Cruz era vasto pero demasiado complicado.
La división chilena que debía colaborar con él no llegó; tampoco actuó un ejército que
debía marchar por el centro; Santa Cruz cometió el error de dividir sus fuerzas;
arriesgó la indecisa batalla de Zepita con las fuerzas de Valdez de cuyas consecuencias
no aprovechó; intervino también la política puesto que hubo recelos entre Sucre,
encargado de una división auxiliar, y Santa Cruz así como desatendencia por parte del
Gobierno; las fuerzas realistas se unieron oportunamente. En suma, la campaña fue
una serie de marchas y contramarchas calificadas por los realistas con el nombre de
“campaña del talón” que terminó con la retirada del ejército patriota que quedó al final
casi aniquilado. Santa Cruz, triunfador combatiendo en el norte, fue vencido sin
combatir en el Sur.
3. Gamarra y Santa Cruz al concluir la guerra de la Emancipación
Santa Cruz, que había sido enviado por Riva-Agüero, quien contaba con él en sus
planes antibolivarianos, reconoció la autoridad presidencial que el Congreso hostil a
Riva-Agüero entregó a Tagle. Envió, para asegurar su adhesión a las tropas que
comandaba, a Gamarra a Lima. Después de regresar, aunque se manifestó deseoso de
retirarse a la vida privada, fue nombrado jefe de Estado Mayor en el ejército que
Bolívar preparó para la campaña final. Fue protagonista en la batalla de Junín y
redactó el parte que narra esta jornada en que “los sables patriotas destrozaron la
caballería española rompiendo el anillo más fuerte de la cadena que ataba al Perú con
España”. Cuando Bolívar se separó del ejército Santa Cruz quedó de prefecto de
Huamanga tomando Gamarra la jefatura del Estado Mayor. Por eso Santa Cruz, que
quedó así cuidando la retaguardia del ejército libertador conteniendo algunas dispersas
partidas españolas, no concurrió a la batalla de Ayacucho. Gamarra, en sus funciones
de jefe de Estado Mayor, escogió, según se afirma, el campo donde se libró esa
batalla; Sucre no lo menciona en el parte de ella acaso por una ya desde entonces
desembozada enemistad.
Nombrado Santa Cruz, Gran Mariscal y Gamarra General de División, quedó el primero,
después de ser jefe de Estado Mayor del ejército libertador que entró al Alto Perú,
como presidente (prefecto) del departamento de la Plata o Chuquisaca; el segundo en
el Cuzco, su ciudad natal adonde regresó como primer Prefecto después de once años
de ausencia.
En el año 1825 ocurrió dentro de la vida de Gamarra un suceso que tiene gran
importancia dentro del desenvolvimiento de su carrera política. En el pueblo de Zurite,
en la provincia de Anta, se consumó su matrimonio con doña Francisca Zubiaga y
Bernales, cuzqueña de nacimiento, mujer excepcional de salón y de vivac, personaje
sin par para un filme de aventuras y para un estudio psiquiátrico.
En 1825, en cambio, Santa Cruz miraba con amargura la separación del Alto Perú y su
constitución como República independiente.
El plan de la federación del Perú y Bolivia había prosperado a raíz de la creación misma
de esta República, por el ensueño unitivo de Bolívar que llegaba hasta la Confederación
de los Andes. Ésta era la idea oficial para cuya implantación había marchado Ortiz de
Zevallos a Bolivia; pero el tratado por él firmado daba, según el Perú, ventajas
exclusivas a Bolivia pues en compensación de pueblos y territorios necesarios para su
comercio y prosperidad tan sólo prometía amortizar cinco millones de la deuda
extranjera del Perú; además los beneficios de la federación, más importantes para
Bolivia que para el Perú, quedaban en suspenso mientras la entrega de dichos pueblos
y territorios, onerosa para el Perú, era inmediata. Por otra parte, los territorios de
Apolobamba y Copacabana, que cedía Bolivia, eran inconvenientes y parvos; y la
federación debía subordinarse a la alianza con Colombia.
Pero al lado de esta idea federalista, que después de ser iniciada en la práctica fue
puesta de lado aunque al parecer transitoriamente, había un federalismo heterodoxo,
clandestino. El Prefecto de Puno, Benito Laso, planeaba según parece, la federación de
los tres departamentos del sur para lo cual invitó a una reunión a Gamarra, prefecto
del Cuzco, y La Fuente, prefecto de Arequipa, en Lampa. En la división del Perú en dos
mitades había pensado ya Bolívar, pero para el caso de que Bolivia la exigiese al
federarse. Santa Cruz se opuso enérgicamente a este otro plan y removió a Laso.
Estos manejos subterráneos son el antecedente del plan de análoga factura del propio
Santa Cruz con sus amigos de Arequipa, Cuzco y Puno, en 1829, y de la campaña de
Valdivia en “El Yanacocha” para la segregación de estos tres departamentos del Perú y
su incorporación a Bolivia.
Santa Cruz no sólo se prestigió en su puesto revelando sus dotes administrativas, sino
que sirvió a los intereses del Perú oponiéndose a los planes de disgregación nacional.
El propósito de defender y halagar al país del cual era gobernante lo impulsó para
negarse a la aprobación del tratado de límites y a los planes de Laso. Resultó, pues,
oponiéndose a lo que fue su ideal más tarde. El historiador boliviano Cortés dice que
aunque él había sugerido o apoyado la misión de Ortiz de Zevallos, Sucre y el
Congreso de Bolivia la aceptaron; pero con la calidad de que Colombia formara parte
de la federación, lo cual implicó una negativa al primitivo plan.74 En realidad Santa
Cruz se consideraba peruano; veía su porvenir ligado a nuestro país, no sospechaba
que pronto iba a ser, por la fatalidad de su nacimiento, arrinconado en el altiplano.
El 28 de enero lanzaba Santa Cruz una curiosa proclama que empezaba diciendo: “El
Gobierno del Perú no sería fiel a sus obligaciones si desatendiese un eco que llega a
sus oídos desde los puntos más remotos de la República y le dice: La Constitución para
Bolivia no fue recibida por una libre voluntad cual se requiere para los Códigos
políticos...”.
Comenzaba el tramonto de la época cuya conmemoración sería más tarde una fiesta;
ahora iban a predominar los acontecimientos cuya conmemoración debiera ser
lúgubre. Idos los españoles no se marchó con ellos la guerra que en luengas jornadas
siguióles como jauría rabiosa. Ahora en ser maléfico se convertía el ídolo, el aliado en
enemigo. A pesar de la transfiguración que alcanzaran en la epopeya reciente eran los
paladines de aquellas jornadas de gesta, simples seres humanos movidos por la eterna
y mezquina sugestión de la ambición, la vanidad y la envidia.
Se procedió, pues, a elegir y La Mar obtuvo 58 votos y 29 Santa Cruz. Cuando después
de la renuncia de San Martín el Congreso Constituyente nombró a quienes debían
reemplazarle, Luna Pizarro también había hecho elegir a La Mar. Más tarde, muerto La
Mar, en 1834 haría elegir a otro militar sin espíritu militarista, a otro espíritu
bondadoso pero sugestionable.
El más importante de los diputados que propiciaron el nombre de Santa Cruz fue
Vidaurre. Después de haber conspirado activamente contra el régimen bolivariano
Vidaurre, producido el cambiamiento de enero en el que actuara con la ignorada
consagración del azuzador y también con el embriagador realce del tribuno popular,
había ocupado un ministerio en el Consejo de Gobierno que Santa Cruz siguió
presidiendo. En el proyecto de Constitución, que publicó en su periódico El Discreto,
había incluido un artículo según el cual debían ser ciudadanos peruanos los nacidos en
el Alto y en el Bajo Perú. Al propiciar desde entonces y luego en el Congreso la
candidatura de Santa Cruz no le movía seguramente la esperanza de manejarlo. Su
temperamento impresionable estaba enamorado quizá de las dotes de gobierno de su
compañero en el poder; su rivalidad con Luna Pizarro, rivalidad profunda que ocasionó
luego agitados debates en el Congreso y por fin el proceso de su conspiración y de su
destierro, tenía que llevarlo no a ser un secuaz en este asunto capital sino a
enfrentársele con el candidato más poderoso posible. Es curioso que más o menos en
esta misma época don José María de Pando, acusado por su ideología vitalicia y su
posición política en general, había publicado un manifiesto sincerándose y diciendo que
su candidato para la Presidencia vitalicia había sido Santa Cruz.
“En el sud se halla —escribía Vidaurre— el benemérito general Gamarra a la cabeza del
principal ejército. Él obra de un modo independiente. Desobedece las órdenes de La
Mar y las desprecia, promueve, licencia, castiga y da grados sin consulta. Aumenta las
plazas de los batallones y escuadrones y el número de ellos. Éstos son hechos no
sujetos a controversia ni disputa”.76 Sucre decía en una carta a Bolívar: “Usted conoce
a todos (los aspirantes del Perú) y sabe que este niño del Cuzco o es presidente o se
hace él aunque sea cabeza de ratón. Cada día crece su ambición y cada día tiene más
desprecio por el general La Mar”.77
Pronto se produjo la invasión que realizóse por las turbulencias habidas en Chuquisaca
a causa de las cuales fue herido Sucre. La invasión no se realizó con desobedecimiento
del gobierno de Lima como se ha dicho. Gamarra convocó a una junta de guerra
compuesta por el jefe de Estado Mayor, los jefes de cuerpo y el prefecto del
departamento (29 de abril de 1828). Gamarra se refirió a una comunicación del
presidente La Mar diciéndole que los sucesos en el sur y en Bolivia le indicarían lo que
debía hacer dejando a su prudencia las medidas necesarias para el bien de la nación.
Todos los circunstantes opinaron por la invasión, salvo el general Aparicio y el prefecto
Reyes. A la misma hora en que terminó la junta se dieron órdenes para que una
columna de cazadores, al mando del general Cerdeña, se posesionara del
Desaguadero.81
Desde el cuartel general de Zepita dirigió Gamarra una nota al gobierno, surgido en
Chuquisaca, diciéndole que el ejército se había visto obligado a pasar el Desaguadero
porque “habiéndose atacado al gobierno actual y a la persona del Presidente el gran
Mariscal de Ayacucho, el país quedará a merced de las facciones de los partidos y de la
anarquía”; e invitándole a una reconciliación general bajo la garantía del ejército
peruano (30 de abril). A los alto-peruanos dirigió una proclama afirmando que 82
peticiones con más de 2000 firmas lo habían llamado; los declaró bajo los auspicios de
“vuestros propios y antiguos hermanos” que les traían la libertad que no habían
disfrutado hasta el día que agregando el ejército, de la representación nacional que
sugiere, sólo exigiría “un ósculo de paz y una amistad fraternal con el Bajo Perú”.
Proclamó a sus soldados diciéndoles que en sus manos estaba la dicha de dos
naciones, agregando: “libertado el Alto Perú, vais a asegurar la suerte del suelo natal”.
También ofició a Sucre para decirle sus famosas palabras: él venía a interponerse
entre la víctima y los asesinos. Sus proclamas, así como otras comunicaciones oficiales
de entonces, solían empezar jactanciosamente con el nombre “El General del Perú”.
“El enemigo huye regando el camino de hombres y armas”, decía Gamarra en una
carta particular que se publicó entonces.
Urdininea, que veía diezmadas sus filas y que cometió el error de debilitarse aún más
despachando tropas en persecución de Blanco ante una última instancia para una
transacción, pasó al campamento peruano en Caracollo; aunque Gamarra no lo recibió
alegando estar enfermo.83 Blanco, en tanto, había sido comisionado por Gamarra para
que apresara a Sucre en Ñuccho, donde se había retirado para convalecer de sus
heridas. Una negociación en Atita se frustró porque los bolivianos no aceptaron las
demandas peruanas. “Los enemigos nos dictan la ley de ser ingratos con el ilustre
vencedor de Ayacucho y con nuestros hermanos de Colombia”, anuncié belicosamente
Urdininea. Quisieron también los bolivianos que en el término de 12 días repasara el
ejército peruano el Desaguadero.84 No fue ajena a este fracaso la intemperancia de
algunos jefes peruanos. “D. Juan Bautista Subyaga, hermano político de Gamarra y
legítimo de doña Francisca con su genio díscolo, presumido, alocado, presuntuoso, con
gajes de sabihondo en toda clase de materias sin dejar de tenerse por financista, más
militar que Berthier para dirigir campañas o ser director de ellas, asesor de su cuñado
y demás, insultó con groseras palabras, maneras pueriles a los señores comisionados
bolivianos.”85
Esto obligó a tomar precauciones al ejército peruano; a marchar “como los cabros” por
los cerros evitando las sorpresas de la caballería enemiga que era mejor. Se dirigieron
los peruanos a Paria llegando a la vista de este pueblo el 3 de junio. Esa noche se
resolvió el ataque al enemigo para devolverle la visita del 31; pero aquél continuó su
retirada a Oruro después que se oyeron disparos salidos de los fusiles que quemaron
en su campo en gran número con parque, municiones y menaje. Resolvióse picarle la
retirada y el ejército todo marchó al trote. A las 2 de la tarde estaban ambos ejércitos
frente a frente. Se hizo avanzar una columna de cazadores y formada la línea iba a
disparar el cañón. “Por supuesto, todo hombre estaba con aquel temorcillo que da el
pensar en dejar la sopa dorada y un mundo conocido por ir a hacer un viaje que todos
hemos de hacer sin la esperanza de volver... pero el honor, la ambición a la gloria, la
esperanza de la recompensa y demás que se proponen los neófitos militares les hace,
contra sus naturales sentimientos, desafiar la muerte”. Pero Urdininea pidió nuevos
tratados y se convino en que por la tarde desocuparía Oruro y que entregaría su
reducto tal como estaba; esto último no lo cumplió. Así entraron los peruanos en Oruro
retirándose el enemigo hacia Potosí. Vinieron las negociaciones de Sorasora que
también se frustraron, según los peruanos por la mala fe con que procedían los
bolivianos. En Oruro se resolvió el avance de Cerdeña con una columna a Cochabamba
a proteger la reacción antiboliviana. Avanzó luego el ejército de Oruro a Maragua y, a
pesar de la escabrosidad y de los malos caminos, hizo movimientos por la derecha
para observar al enemigo. Desocupado Potosí por los bolivianos retrogradó Brown con
dos escuadrones de caballería para recuperar el reducto, impidiéndolo la guarnición
que allí había quedado y algunos paisanos. Brown, mediante un bello movimiento
estratégico, se posesionó del departamento de La Paz que hizo falta para el
aprovisionamiento de los peruanos; interceptó comunicaciones y amagó Puno. En
Maragua descansó el ejército invasor de las penosas marchas que había hecho para
colocarse en una posición de flanco de la expedición a Cochabamba, sin dejar de estar
a la mira de los movimientos enemigos. Los bolivianos pidieron nuevamente tratados,
quizá, para tener datos del ejército peruano y para ganar tiempo. Los generales
colombiano-bolivianos Galindo y Fernández planeaban la retirada a Jujuy o la retirada
a los valles entreteniendo a los peruanos hasta que vinieran auxilios de Colombia o la
declaración de guerra por el norte; pensando también que el ejército peruano no podía
recibir reemplazos y que la opinión que lo favorecía reaccionaría viéndolo sostenerse
con los recursos de la región que ocupaba.
Este arreglo fue beneficioso para los peruanos no sólo porque santificó su paseo militar
con el deslumbrante premio del éxito, en este caso no opacado por el derramamiento
de sangre, y lleno, más bien, de sugerencias halagadoras en un país que tan
pospuesto se había visto por sucesivas influencias extranjeras. Además, implicó una
sonrisa del azar porque, como decía Lira, “nuestro ejército no infundía la menor
confianza”.
A raíz de su éxito como negociador en Piquiza, cuenta asimismo Lira, que Gamarra le
hizo ofrecimientos de ascensos, prefecturas, jefaturas de Estado Mayor postergándolo
luego porque no transigía y no era adulador.
Gamarra entró a Chuquisaca, entonces capital de Bolivia, la tarde del mismo día en
que Sucre se alejaba de ese país. Días después del tratado de Piquiza habían mediado,
entre ambos, notas insultantes: Sucre desde Mojorillo y Gamarra desde Potosí. “No
ignora V.E. —decía Gamarra— que yo no me hallé fuera de esa jornada (Ayacucho) y
que en la parte que se halla desarrolla [sic] tuve lo que su conciencia debe repetirle
cuando quiera empañar un mérito que la moderación más apurada ha tratado de
encubrir bajo del velo de un virtuoso silencio, mientras la ambición se lo ha apropiado
todo, con absoluto olvido de los que se hallaron en igual grado de trabajo, mas no en
el de desordenadas pretensiones que las rebatiré mientras viva”.88
La invasión de Gamarra a Bolivia, realizada sin orden expresa de Lima, fue un caso
flagrante de invasión armada, una exhibición de aleve superioridad militar. La política
del Perú, proclamada en otros momentos más claros de su vida internacional, condenó
siempre y a veces con emocionante gallardía, como ante la guerra contra el Paraguay,
el derecho de intervención. Diferenciábase la aventura de Gamarra de otras análogas,
en primer lugar, porque su objetivo era desembarazar a Bolivia y al Perú de un
poderoso enemigo común, evitando un ataque de retaguardia durante la inminente
guerra con Colombia; y porque el sentido de la nacionalidad no estaba aún netamente
definido. Pero ello, aunque explica, no justifica la actitud del “General del Perú”.
Se ha señalado repetidas veces que Gamarra salió de Bolivia sin coger un metro de
territorio. Cuando se despidió del gobierno de Chuquisaca, el ministro Olañeta lo
recalcaba: “Cuando el ministro que suscribe iba leyendo a S.E. el Vicepresidente el
contenido de la apreciable nota del señor general en jefe del ejército peruano de fecha
de ayer, interrumpiéndole la lectura exclamó: estaba reservada al general Gamarra la
gran gloria de auxiliar a un pueblo oprimido para esclavizarlo aún más. El jefe del
ejército peruano, repasando el Desaguadero, se presenta para la historia como el
guerrero filósofo que ha sabido convertir los instrumentos de ruina y devastación en
beneficio de la humanidad doliente. Él en campaña contra los auxiliares ha
economizado la sangre de sus hermanos de Bolivia, ha firmado en Piquiza unos
tratados, consecuencia de los principios liberales que ha adoptado su gobierno, ha
conservado un ejército que podía haber reducido a la nada, ha reunido la
representación nacional y por último, generosamente, entrega las rentas de los
departamentos de Oruro y La Paz y se vuelve dejando los destinos de Bolivia en manos
de sus propios hijos”. “Al marcharse el general en jefe de este territorio nadie podrá
acusarle de intervención en los negocios domésticos...”. Esto, en gran parte, era
sarcástico. La invasión como hecho, como precedente, dejó un profundo surco de
rencor y de humillación. En lo que respecta a su relación con las rentas hubo quejas de
que el ejército había pedido adelantadas las contribuciones a los pueblos en Bolivia,
que había hecho requisas arbitrarias, que se había llevado los rieles y la gramalla de
Potosí para pagar a la tropa; el mismo Olañeta decía, en 1840, en su Defensa de
Bolivia que el Perú era por todo ello deudor de Bolivia. Gamarra influyó para que se
colocara a amigos suyos en la administración pública e influyó, en general, en la
política boliviana. Años más tarde en una carta a su amigo Malavia se quejaba de que
Santa Cruz hubiera despojado a esos amigos suyos. A pesar de sus enfáticas
declaraciones de abstencionismo y de generosidad hizo aún más: dio alas a la
ambición del general Blanco.89
Ante éstos y otros síntomas el historiador boliviano Iturricha cree que Gamarra quería
dejar en Bolivia a una hechura suya, ir a Colombia donde lo llamaban los
acontecimientos, derrotar a Bolívar, adueñarse del mando del Perú, regresar al sur y
anexarse Bolivia.
Pero sus planes de influencia sobre Bolivia no tuvieron un éxito largo. La Asamblea
Convencional que se reunió entonces en Bolivia desconoció el nombramiento de Santa
Cruz y eligió a Blanco, uno de cuyos ministros fue Malavia. Pero, después de cinco días
de gobierno, Blanco fue depuesto y asesinado, perdiéndose así uno de los hilos del
plan de Gamarra. La Asamblea Convencional recibió a causa de la volubilidad de sus
acuerdos, el nombre de “Asamblea Convulsional”.
Vino una situación de caos al cabo de la cual fue nuevamente elegido Santa Cruz
(enero de 1829).
El Perú envió como ministro a Don José Villa; pero, Bolívar se negó a recibirlo
exigiéndole previamente que diera satisfacciones por los recientes agravios
consistentes en la devolución de la división auxiliar, en la prisión de un edecán del
vicepresidente de Colombia (Márquez), en la negativa a dejar pasar los batallones
colombianos que regresaban de Bolivia, en la falta de pago de la deuda y en la
acumulación de tropas en la frontera. Aludía también a la ocupación de Maynas y Jaén.
Bolívar quiso, además, de que se le dieran amplias e ineludibles satisfacciones que se
reemplazara con peruanos las bajas sufridas por las tropas auxiliares en la guerra de la
Independencia.91
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66
Es la versión que recoge Pruvonena tomándola de Irrisari. Por eso algunos periódicos enemigos de Gamarra lo
llamaron "Fray Agustín Zaldívar".
67
Es la versión de Mendiburu en su Diccionario, tomo iv, p. 12.
68
En Revista Histórica, tomo vi, pp. 92 y 93 don Carlos A. Romero ha publicado la providencia del general Ramírez
absolviéndolo del juicio que se le siguió en 1820. Otros documentos del mismo atestiguan que intercedió por él don
Tadeo Gárate, español de Puno con cuya hija decía que se iba a casar.
69
Paz Soldán, Historia del Perú Independiente, tomo i, pp. 111 y siguientes.
70
"Importa mucho a nuestra empresa y al bien general que se separe del servicio militar en la sierra", decía
Arenales de Gamarra a San Martín. (Documentos del archivo de San Martín, pp. 251 y 262, tomo vii.)
71
Véase la Defensa del coronel D. Agustín Gamarra presentada al Consejo de Oficiales Generales el 22 de Mayo de
1822 por el H. S. Coronel Comandante General de Artillería don José Manuel Borgoño, su defensor. Lima. Imprenta
de la casa de niños expósitos.
72
Siendo Arenales presidente del departamento de Trujillo, a él se dirigía en sus comuni- caciones oficiales y
privadas Santa Cruz. Arenales que no quería a Gamarra, decía "estoy muy contento con Santa Cruz" (Carta de 26
de noviembre de 1821, en Documentos del Archivo San Martín, tomo vii, p. 359).
73
Ver Redacción de la correspondencia oficial entre el Sr. Prefecto General D. Agustín Gamarra. y el Illmo. Obispo
del Cuzco sobre imputaciones enormes y de trascendencia a la tranquilidad pública que hace aquél a individuos del
clero de esa diócesis, Lima, 1827, Imp. Republicana, por J.M. Concha. Ver también la "Despedida de Gamarra" en El
Sol del Cuzco, de 31 de marzo de 1827, N.º 118, T. 3°.
74
Galería de hombres célebres de Bolivia, Andrés Santa Cruz por Manuel José Cortés, Santiago, 1869, p. 146. Las
instrucciones a Ortiz de Zevallos en Paz Soldán, 2° periodo, tomo ii, p. 86 ss. También en La Estafeta del Pueblo,
N.º 1, 1827. Las observaciones al tratado que firmó, en El Peruano de 1827, N.º 60 y en Paz Soldán, ob. cit., pp.
123 ss. El plan de cisionar el sur y cartas de Santa Cruz a Gamarra adversas a ello, en Paz Soldán ob. cit., pp. 94,
118 y 122. Más documentos en la p. 79 del catálogo anexo a dicha obra.
75
Ver El Eco de la Opinión del Perú, N.º 1 de 6 de agosto de 1827.
76
"Representación de Vidaurre al Congreso". En Efectos de las facciones sobre los gobiernos nacientes, p. 241.
77
O’Leary Memorias, tomo 1, p. 482. Carta de 27 de enero de 1828.
78
Nota de Vidaurre como ministro autorizándolo para no ir, fechada el 27 de abril de 1827. El Sol del Cuzco, N.º
126, tomo iii, 26 de mayo de 1827.
79
Cartas de Flores a Bolívar y Sucre, citadas por Arturo García Salazar en su Resumen de Historia Diplomática del
Perú, pp. 49 y 68.
80
En El Sol del Cuzco, N.º 174, tomo 4, 26 de abril de 1828.
81
Exposición que hace el ciudadano Juan Agustín Lira de su conducta pública desde el año 1815 hasta el fin de
Setiembre de 1834. Lima. Imp. y Lit. por Correa. Lira fue ayudante de Estado Mayor en la campaña de 1828 y da
amplios detalles sobre ella. Vargas (H. del P.I., tomo iv, 124 y siguientes) dice que Gamarra procedió contra las
órdenes del gobierno de Lima.
82
Alcides Arguedas. La fundación de la República, p. 370 y siguientes.
83
Nota de Gamarra al prefecto de Puno con fecha 28 de mayo desde Caracollo. En El Sol del Cuzco, N.º 183, tomo
4, 28 de junio de 1828.
84
Nota del ayudante de Gamarra, mayor Benavides, desde Oruro, 3 de junio. En Mercurio Peruano, N.º 269 de 3 de
julio de 1828. Vargas dice erróneamente que las conferencias fracasaron por la falta de poderes de Gamarra.
85
Lira, manifiesto citado.
86
Ibíd.
87
Mercurio Peruano, N.º 293 de 2 de agosto de 1828.
88
Nota de 17 de julio. En Mercurio Peruano, N.º 314 de 28 de agosto de 1828.
89
Cartas de Gamarra a Blanco, en septiembre de 1828 desde Chuquisaca, dándole instrucciones e incitándole a un
contacto con las tropas peruanas que quedaban en la frontera para proceder contra Velasco a quien llama "ente".
Publicadas en la exposición del comandante José Ballivian en 1829 y citadas por Olañeta en su manifiesto de 1829.
Las trascribe Iturricha en su Historia de Bolivia bajo la administración Santa Cruz, p. 364 y ss.
90
Nota de 13 de agosto. En Mercurio Peruano, N.º 334 de 23 de septiembre de 1828.
91
"Manifiesto del gobierno del Perú en contestación al que ha dado el general Bolívar sobre los motivos para la
guerra". En Pruvonena, op. cit. T. II, pp. 497-516.
CAPÍTULO IV
El gobierno de Gamarra quiso ser lo contrario del de La Mar. Éste coincidió con un
esfuerzo constitucionalista; Gamarra dejó la Constitución de 1828 con la cual él o sus
mejores consejeros no estaban conformes por las restricciones que ponía a la acción
del Poder Ejecutivo. La Mar dijo en el Congreso que su mayor orgullo era respetar la
Constitución; Gamarra la violó algunas veces siendo hasta acusado
constitucionalmente. La Mar toleró el poder rival de Gamarra en el sur y luego en la
campaña de Colombia; Gamarra se deshizo de quienes podían ser peligrosos
procurando tener en el ejército una fuerza propia en la adhesión personal de los jefes
de cuerpos, prefectos y comandantes generales. La Mar fue descuidado en su
seguridad; Gamarra tomó precauciones de toda clase, inclusive la de salir a rondar por
los cuarteles de noche con su esposa. La Mar fue depuesto y Gamarra logró concluir su
periodo constitucional.
La medida que por lo pronto discurrió Gamarra frente a la intervención de Santa Cruz
en la política peruana fue el envío de don Mariano Alejo Álvarez a Bolivia como
plenipotenciario. Según sus instrucciones (16 de octubre 1829) debía obtener, en vista
de la actitud de Santa Cruz como mediador en los disturbios de Puno y como
reclamante de las prisiones en Arequipa, su declaración en el sentido de que no
intervendría directa ni indirectamente en el régimen interior del Perú. Debía, así
mismo, gestionar la celebración de tratados de alianza y de comercio. El gobierno del
Perú temía aún una expedición dirigida por Bolívar, amenaza que podía estar
acompañada por el ataque de Bolivia en la retaguardia; y creía que un tratado de
alianza con Bolivia podía ser un preventivo.
Álvarez se empeñó en una enojosa polémica sobre la intervención de Santa Cruz en los
asuntos de Puno y Arequipa. El gobierno de Bolivia repuso que tal intervención era una
reciprocidad de la intervención peruana en Bolivia en 1828; y tuvo una finta elegante
en su contraataque diciendo que su mediación sólo fue por escrito y que, aun si
hubiese consistido en un envío de tropas, habría sido “visita pagada”. Dijo también —y
esto es inmensamente importante— que los acontecimientos de Puno “fueron un
resultado inevitable de los compromisos que existían entre los jefes de ambos Estados
para sostener y generalizar el cambiamiento de 6 de Junio”. Gamarra consideró mejor
no insistir y así lo ordenó.
Así como Santa Cruz había sido presidente del departamento de la Plata y Gamarra
prefecto del departamento del Cuzco, después de Ayacucho, ahora Santa Cruz era
presidente de Bolivia y Gamarra presidente del Perú después de la eliminación de
Bolívar y de los hechos que siguieron a ella. Pero Santa Cruz, que gobernaba en paz y
con felicidad, estaba descontento con su posición. Gamarra, aunque soñando con
dominar Bolivia y en medio de desazones e inquietudes, estaba más contento con la
suya.
En agosto de 1830 estalló en el Cuzco el motín del coronel Gregorio Escobedo, uno de
los que habían sido apresados en Arequipa el año anterior bajo la acusación de
connivencias con Santa Cruz. Era Escobedo, según expresión de Távara en su “Historia
de los partidos”, “hombre alegre y atolondrado que más por inconsideración que por
malignidad emprendía todo lo que podía producir medios de vivir alegre”. Prefecto del
Cuzco era el coronel Bujanda, quien había establecido un régimen férreo, llegando a
declarar que se instauraría juicio militar a quienes propagasen noticias sediciosas.115
Escudero nombró al sargento mayor Arregui, jefe de Estado Mayor y al capitán Barra,
comandante de caballería; continuando el comandante de la artillería. Amigos de
Gamarra se pusieron en contacto con estos jefes acordando la contrarrevolución que
estalló a la hora de la oración el 27. Después de un tiroteo a las once de la noche
concluyó todo con el triunfo de los gobiernistas. Los dragones de Arequipa que estaban
encerrados en su cuartel, escalando y rompiendo los muros salieron a la calle tocando
a degüello y señalaron la victoria. El mayor Arregui murió en la plazuela del Castillo.
Dejó madre e hija única.116
La crisis no se produjo porque vinieron las espectaculares conferencias de los “tres días
del Desaguadero” iniciadas el 15 de diciembre de 1830 cuando los dos presidentes se
abrazaron sobre el puente “asegurándose, —dijo El Iris de la Paz— de parte a parte en
alocuciones breves y elocuentes la ansiedad con que se buscaban para aquel caso, lo
satisfactorio que les era estrecharse dos amigos antiguos, compañeros de armas y
directores de dos naciones vecinas, ligadas por mil vínculos”. Luego pasaron a la
margen occidental del río sobre cuya calzada se había levantado una ramada y junto,
con los plenipotenciarios Ferreyros y Olañeta, conferenciaron largamente.117
Olañeta había sido mandado por Santa Cruz para contrarrestar, según él, la labor
disociadora de Álvarez. Primero consiguió quedarse en el Sur, gestionó la entrevista
del Desaguadero y entró a tratar con Ferreyros nombrado según el gobierno peruano
“por feliz coincidencia”, casi simultáneamente, para arreglar la cuestión con Bolivia;
según instrucciones de Gamarra, Olañeta remitió previamente a Lima la carta
autógrafa símbolo de su investidura.118 Olañeta llegó a acordar con Ferreyros, sin
firmar nada, por la falta que ambos tenían de investidura y facultades en aquel
momento, las bases del arreglo: la alianza con cargo de invitar al Ecuador; la cesión
recíproca de Copacabana y de las tierras de los altos de Tarapacá.119
El gobierno peruano fijó a Arequipa como sede de las negociaciones. Autorizado por el
gobierno de Lima, Gamarra ordenó a Ferreyros que incluyera en el tratado el
compromiso de ambos países para defender el sistema republicano (medida dirigida
contra el temor, bolivariano y el terror del retorno de España), la reducción de fuerzas
a 4000 hombres el Perú y 2000 Bolivia.
En Arequipa hubo pronto un entredicho entre Olañeta y Ferreyros por las noticias
tendenciosas que publicaba El Iris de la Paz.120 Se vincularon a esto los rumores, según
oficialmente se dijo, esparcidos por voces enemigas, de desacuerdos entre Gamarra y
La Fuente.
Simuló por fin aceptar la alianza sin Colombia, pero con la condición de que Gamarra
dejara el mando; el secretario de Gamarra contestó que éste se allanaba a dimitir con
tal que Santa Cruz hiciera lo propio.122
También impulsaba entonces a Gamarra que entre tanto había regresado al Cuzco
donde entró el 9 de enero entre repiques, aclamaciones y ventanas y balcones
entapizados, la idea que había puesto en práctica en 1828 y que pretendiera revivir en
1841: invadir Bolivia. Una carta suya que publicó El Voto Nacional, de La Paz, y El
Mercurio, de Valparaíso, dirigida a don Severo Malavía, que había sido ministro de su
aliado el general Blanco en 1828, descubrió sus intenciones. “Una rebelión en Bolivia
debe ser nuestra vanguardia”, decía allí. “Santa Cruz ha extinguido nuestros proyectos
atacando a todos los patriotas que levantamos el año 28 y es preciso desenterrarlos”.
Y después de decir que, eliminado Bolívar sólo faltaba eliminar a Santa Cruz a quien
una serie de casualidades había encumbrado, agregaba: “Sin este hombre, está
conseguido nuestro plan porque no hay otro hombre, como U. dice muy bien, en ese
pueblo que nos incomoda, que no puede existir y que debe formar parte de nuestra
nueva nación”.124
Gamarra planeaba hacer la guerra a Bolivia. Para ello necesitaba la autorización del
Congreso; acaso no sintiéndose políticamente muy fuerte no quería proceder
inconstitucionalmente y desencadenar contra él una revolución con pretexto legalista.
Pero, esta preocupación pronto fue dificultada y reemplazada por otra: la ruptura con
La Fuente, su amigo y aliado desde 1827.
La Fuente, como vicepresidente, había quedado encargado del mando cuando Gamarra
salió a campaña. Desde el principio mediaron diferencias. La Fuente no accedió a la
insinuación que le hizo Gamarra al partir y que repitieron amigos suyos para que
quitase del mando de su batallón al coronel Vargas. En la misma noche de su viaje el
coronel Escudero interceptó el correo de Arequipa. “Las cartas se abrieron en palacio a
presencia de la señora esposa del Presidente, dice La Fuente;125 nada supe hasta el día
5 en que investido ya del mando empecé a dictar las providencias oportunas para la
averiguación del atentado que se atribuía generalmente a unos malhechores; pero
muy en breve, supe por mis amigos, que el público entero conocía la verdad de los
hechos; que se había querido dar un golpe de pesquisa dirigido exclusivamente a mi
correspondencia”. Escribió de esto a Gamarra sin recibir respuesta. Según Eléspuru,
era a su vez costumbre de La Fuente interceptar comunicaciones. Pronto, prosigue
sabrosamente La Fuente “conocí que otra persona quería tomar parte en los negocios
de la administración: que le desagradaba la línea de conducta que yo me había
propuesto y que, alucinada por las atenciones debidas a su sexo y a su rango,
pretendía someter a su influjo las decisiones del gobierno”.
Hubo quien le trasmitió chismes y ruindades que lo distanciaron más del círculo de
Gamarra; aunque ese mismo sujeto luego “se alistó bajo las banderas de mis
asesinos”. Habiendo nombrado La Fuente edecán al capitán Vivanco se vio, según La
Fuente, este nombramiento como un síntoma más de que quería formarse un partido
propio. Según Eléspuru lo que sucedió fue que la señora Gamarra reconvino a La
Fuente por haber revelado una carta del presidente oponiéndose al ascenso de
Vivanco; La Fuente negó y fue desmentido a presencia de varias personas por uno de
sus subalternos. La señora Gamarra y Eléspuru mandaron con pliegos al Cuzco al
oficial Guillén. Reprendió a ese oficial, La Fuente. “La señora indicada —dice— tuvo
entonces una explicación conmigo. Me confesó que ella era la única autora de tal
exceso; intercedió por Guillén y respondí con suavidad y decoro a los cargos femeniles
que me hizo y procedían únicamente, como ella misma lo confesó, de las insinuaciones
del general Salas. Al salir de esta entrevista hice venir a dicho general a mi presencia;
lo reconvine amargamente sobre su conducta pueril y logré avergonzarlo en términos
que, después de haberme referido de su sobrina hechos que nunca saldrán de mis
labios, me suplicó encarecidamente que jamás lo pusiera en presencia de aquella
señora”. Salas se fue, como en fuga, al Cuzco.
Más tarde hubo temores de los gamarristas sobre una conspiración por lo que pusieron
sobre las armas al batallón Zepita y el cuerpo de artillería cuando el general Miller dio
un baile128 y luego cuando La Fuente se fue con su familia a veranear al Callao; un
decreto que dio La Fuente para que los empleados no disfrutasen de otro sueldo que el
correspondiente al empleo efectivo que desempeñaran, dañó a varios gamarristas. La
Fuente suprimió, igualmente, una partida de trescientos pesos mensuales que cobraba
el prefecto Eléspuru para el espionaje de la policía.
Pronto se agravaron las cosas. Gamarra le pedía tropas y La Fuente no se las mandaba
aduciendo que había que resguardar la capital. Inesperadamente llegó a Lima el
coronel Vidal. Dos días estuvo en la capital sin presentársele en conciliábulos con
Eléspuru. Cuando fue donde La Fuente, éste le reconvino por su tardanza; pero, alegó
una enfermedad “que desmentía su buen aspecto” disculpándose por la enfermedad
que no trajese carta del Presidente; en cambio “pintó al ejército lleno de entusiasmo y
deseoso de invadir Bolivia”. “Pasé, dice La Fuente, el día siguiente que era domingo en
compañía de la señora Gamarra en Chorrillos. Encontré de vuelta en el camino al
coronel Vidal y supe que había pasado la noche anterior en casa de ésta”.
Luego supo La Fuente también que Vidal declamaba sobre la necesidad de deponerlo;
sobre compromisos entre Gamarra y Riva-Agüero para el regreso de éste; sobre
sospechas de Gamarra por la unión entre La Fuente y Luna Pizarro; sobre órdenes que
traía para dar un golpe con el batallón Zepita. La Fuente, que procedía de acuerdo con
los ministros, tampoco tomó esta vez medidas decisivas; tan sólo apresó al coronel
Vidal y lo mandó a la corbeta “Independencia” que debía salir con el batallón Zepita al
sur. Verificada la prisión de Vidal llamó la señora Gamarra a La Fuente. “No me sería
posible referir la conversación que tuvimos sin comprometer el respeto que se debe al
sexo y sin presentar en su triste desnudez los excesos a que conducen las pasiones.
Esta señora exigió de mí, con el tono de la autoridad, el regreso del coronel Vidal a la
capital reclamándolo como miembro de su familia por ser edecán de su marido: me
dijo, que no sufría alcaldadas...”. Ocultos en una pieza inmediata estaban sus
consejeros.
Estaba entonces fondeada en el Callao la corbeta americana “Saint Lewis”. Los marinos
extranjeros estaban impedidos de mezclarse en cuestiones políticas. En la noche del 16
una embarcación llevó al “Saint Lewis” a un fugitivo. El oficial de guardia se negó a
recibirlo y el fugitivo a la vez se negó a desembarcar. El comandante, ante el ruido de
la discusión, salió a cubierta y se encontró con el Vicepresidente de la República.
Después de muchas instancias consintió en recibirlo; pero, bajo la condición de que si
el gobierno lo pedía lo entregaba; además no debía subir a bordo ningún partidario y
su correspondencia debía ser abierta. Resuelta la permanencia del fugitivo en el barco,
se quedó conversando con el comandante que apellidaba Sloat.
“Eh, bien, general —dijo Sloat— hace poco más de un año que yo fondee en este
puerto en el mismo momento en que U. marchaba a Lima a deponer al Vicepresidente.
De estas cosas se dejan discípulos”. —Ah, señor —contestó La Fuente, yo no he sido
asesino. Yo depuse al señor Salazar para salvar a la patria, pero estos malvados iban a
asesinarme. —Así es, general, repuso Sloat. Discípulos supra magistrum.131
Esta jornada del mariscal La Fuente fue llamada por periódicos que le eran hostiles “la
campaña de las chimeneas”. El Congreso, que no había visto nada de lo que había
pasado, en vista de la acefalía que el Vicepresidente había dejado nombró en su
reemplazo a don Andrés Reyes, Presidente del Senado. En cambio el prefecto Eléspuru
mandó que “el fausto acontecimiento realizado el 16 de Abril” fuera celebrado con
misas, cohetes, música, repiques y colgaduras. Este episodio, que parece un extraño y
confuso retazo de una novela de aventuras mezclada con el sabor pecaminoso de una
comedia de Aristófanes, si bien es inapreciable para quienes tienen de la Historia un
concepto pintoresco, revela la mezquindad de las luchas políticas de aquel momento de
nuestro militarismo caudillesco.
Pero, a pesar de estas protestas si por un lado cayó en manos de los bolivianos una
carta de Gamarra al marino chileno al servicio del Perú, Postigo, diciéndole que
producida la guerra inminente, hiciera desaparecer el puerto de Cobija; de otro lado
fueron sorprendidos los manejos de Santa Cruz incitando al general ecuatoriano Flores
para que atacara al Perú.133
Para desgracia de los bélicos deseos de Gamarra, el cónsul general de Bolivia en Chile
solicitó la mediación de este país. Producida ésta, Bolivia la aceptó.135 Idéntica actitud
se vio obligado a tomar el Perú, aunque observando que no se habían seguido las
fórmulas diplomáticas en dicha solicitud. En las comunicaciones entonces cambiadas el
gobierno boliviano volvió a quejarse de las repetidas provocaciones del Perú. Hubo
también una pequeña disconformidad sobre quién daría las bases para el arreglo; y,
además, sobre la necesidad de suspender las hostilidades como cuestión previa.
Las negociaciones volvieron a abrirse presentando Bolivia a Chile sus puntos de vista.
El gobierno de Bolivia, después de afirmar otra vez su buena voluntad, pidió como
condición de paz el reconocimiento de la independencia de su patria y respeto debido a
su soberanía. El Congreso peruano consideró obvia la aceptación de estas condiciones
(16 de agosto de 1831).137
La Asamblea Nacional boliviana, por su parte, había discutido en este mismo año de
1831, un proyecto para dar al Ejecutivo facultades con el objeto de prevenir y evitar
un conflicto armado con el Perú. En la discusión hubo exceso de alarma y odiosidad
contra Gamarra acusándolo de querer destruir Bolivia. La Asamblea se pronunció por
una política pacifista; en el caso de que ella fracasara, la patria sería declarada en
peligro recordando a los bolivianos su obligación de armarse con sacrificio de sus
bienes y de su vida misma para defenderla.138
Don Pedro Antonio de La Torre, uno de los miembros del grupo de Pando a la vez que
sobrino de Luna Pizarro, fue nombrado plenipotenciario peruano saliendo de Lima en
los primeros días de julio. Don Manuel María Aguirre fue el plenipotenciario boliviano.
La mediación chilena, la irreductible oposición del Congreso, la actitud transigente de
Bolivia llevaron el éxito a la misión de La Torre. En el pueblo de Tiquina el 25 de
agosto de 1831 se firmó un tratado preliminar de paz. Este tratado incluyó el olvido de
las divergencias entre ambos gobiernos, la retirada dentro de diez días de ambos
ejércitos, la reducción del ejército peruano a 5000 hombres y del de Bolivia a 3000, el
estacionamiento prudencial de estas fuerzas a lo largo de los respectivos territorios, el
restablecimiento y la protección de relaciones comerciales, la vigencia de los derechos
de importación y exportación fijados en los reglamentos, el compromiso para la
celebración posterior de tratados definitivos de paz y comercio bajo la mediación de
Chile. Bolivia quiso una reducción mayor del ejército y el Congreso peruano aprobó, a
pesar de las observaciones del Ejecutivo, una resolución para que el ejército peruano
quedara reducido a 3000 hombres debiendo el de Bolivia realizar una reducción
proporcional (13 de septiembre).139
El tratado de paz fue aprobado por Santa Cruz, pero el de comercio sólo aceptado “por
haber violado el ministro Aguirre algunas de sus instrucciones”; y porque el gobierno
no tenía la respectiva autorización de las Cámaras. El gobierno peruano se vio obligado
a declarar que el tratado de comercio sólo tendría fuerza y vigor en aquellos artículos
que el gobierno de Bolivia se comprometiera a poner en planta y que siendo los
tratados de comercio y de paz correlativos negada la ratificación a cualquiera de ellos,
ambos quedarían anulados.140
No obstante las cláusulas del tratado de paz, Santa Cruz quiso en 1832 obtener del
Congreso boliviano facultades para intervenir en la política peruana valiéndose de
Olañeta; pero el mismo Olañeta pidió, luego, reconsideración de esta autorización.141
Aunque el historiador boliviano Casto Rojas sostiene que este tratado de comercio fue
beneficioso para Bolivia, otros historiadores tomo Cortez afirman que Santa Cruz lo
aprobó sólo para halagar al Perú.
Pero, la posición de Santa Cruz dentro de la política boliviana era tan segura y tan
fuerte que su obsesión de dominar el Perú podía aprovecharla en un momento propicio
haciendo precarios cuantos tratados se firmasen. Santa Cruz había suprimido la
Constitución de 1826 estableciendo insensiblemente la dictadura y sólo en 1831
convocó a una Asamblea Nacional renunciando al instalarla. Antes de dictar la nueva
Constitución, la Asamblea eligió a Santa Cruz presidente provisorio dándole el título de
“Gran Ciudadano Regenerador de la Patria” y aprobando todos sus actos anteriores (14
de junio). También aprobó un proyecto para hacer salir del país a las personas que
minasen el orden constitucional o tratasen de promover desórdenes interiores.
Entre las medidas administrativas de Santa Cruz están, además, la propiedad de los
empleos y el pago puntual de los servicios pues con la disminución de la ley de metal
fino y el acrecentamiento en la acuñación de la moneda sobrevino la abundancia de
metálico. Favoreció, igualmente, las industrias de tejidos y procuró la fabricación de
ropas, calzado y pólvora nacionales. Se rodeó, por último, de un ejército férreamente
organizado.
Así realizó el milagro de gobernar pacíficamente un país que más tarde sería el favorito
de la anarquía en América. Aquella República, clavada entre montañas, resultaba en
condiciones superiores a países como la Argentina que por mucho tiempo aún sería el
teatro de una lucha que Sarmiento ha llamado lucha entre la civilización y la barbarie.
Ante los ojos de los extranjeros, que siempre fueron amigos de este indio
taumatúrgico, parecía como que hubiera reencarnado Manco Capac, el Inca
predestinado para, según la leyenda, traer el orden y la civilización a las indiadas
bárbaras. Algo de incaico había en el poder de Santa Cruz; y también algunas
reminiscencias napoleónicas. La prensa había llegado entonces en Bolivia al
envilecimiento que, por lo general, acompaña al apogeo de los regímenes despóticos.
Fiestas nacionales eran el cumpleaños de la esposa de Santa Cruz, solemnizado con
misas, banquetes corridas de toros; el bautizo de sus hijos, igualmente, daba lugar a
análogas ceremonias en las que no faltaban los ripios de los poetas cortesanos.
El plan de Santa Cruz para dominar el Perú está latente en su mente cavilosa. El plan
de Gamarra para subyugar Bolivia no vuelve a inquietarlo de 1832 a 1835; pero
reaparece; evidentemente, con el triunfo de la Restauración en 1839.
En lo que respecta a las relaciones con Chile, entonces despuntaron los dos aspectos
que, durante mucho tiempo, ellas tuvieron: la intervención amigable de Chile para
aplacar las disputas en que se veía el Perú (mediación en la cuestión con Bolivia) y la
honda rivalidad comercial conexa con la lucha por el predominio en las costas del
Pacífico sur.
Chile tenía la ventaja de poseer con Valparaíso el primer puerto importante al que
llegaban las naves que entonces venían de ultramar; y, con acierto, lo declaró puerto
de libre depósito. El Perú recibía de Chile principalmente trigo y le exportaba
principalmente azúcar. La ley de 11 de junio de 1828 prohibiendo la internación de
harinas en nombre de un empírico proteccionismo —ley que tiene relación, como se ha
visto, con la deposición de La Fuente— favoreció al trigo chileno. Esta ley fue declarada
en suspenso en 1831 alarmando a los importadores de este artículo pues las harinas
resultaron con un derecho comparativamente menor y con beneficio para la
competencia de la harina norteamericana. Además, los importadores de trigo chileno
fueron perjudicados porque se les exigió el pago de los derechos en un plazo más corto
que el concedido a los demás importadores de productos extranjeros.
El gobierno del Perú decretó también que el Callao fuera puerto de depósito libre de
todo gasto o derecho por cuatro meses y con un gravamen pequeño durante dos años.
Como reciprocidad el gobierno de Chile puso un derecho específico sobre la
importación de azúcares y chancacas peruanas. El gobierno peruano poco después
estableció que el derecho aduanero sobre los trigos chilenos debía ser pagado
íntegramente en dinero y no en parte en papeles como antes.
_________________________________________________
113
Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores, caja 26. Resumido en García Salazar, Historia Diplomática del
Perú, p. 76 y siguientes.
114
Fue quizá, sobre todo, impresionado por la tendencia pacifista del Perú ante Colombia que el agente americano
en el Perú creyó ver una decisiva influencia colombiana en el gobierno. En la ceremonia de inauguración del
gobierno de Gamarra, el diplomático mencionado vio preferencias para el ministro de Colombia con preterición y
demora para él. Los elogios del ministro Pando a Bolívar en la fiesta celebrando la paz también le parecieron un
símbolo ("At the American Legátion in Lima with Samuel Larned" por Malcolm Chesney Shurtleff en The West Coast
Leader de 16 y 23 de agosto de 1927).
115
El Veterano de Lima, N.º 4 de 18 de octubre de 1834. Secreto de 6 de mayo de 1830. El ministro Pando, a pesar
de sus ideas autoritaristas, no aprobó esta medida diciendo a Bujanda que había diferencias entre el delincuente y
el impostor y que si se iba a aplicar ese decreto las víctimas iban a ser tantas como los descontentos y los
maldicientes (Nota de 25 de mayo de 1830, en El Veterano, N.º 5 de 20 de octubre de 1834).
116
Correspondencia particular publicada en El Conciliador de 15 de septiembre de 1830, N.o 72. Ver también los
N.os 71 y 73. El expediente de Concha y Macedo en Minerva del Cuzco, N.º 1, tomo 2. La resolución del gobierno,
adversa a su indemnidad sin investigación, en El Conciliador, N.º 77 de 2 octubre de 1830. La comunicación oficial
sobre los sucesos del Cuzco, hecha cuando llegó Gamarra, está en El Conciliador, N.º 90, 13 de noviembre de 1830.
Ver también Entrada a Ayacucho del Excmo Sr. Presidente de la República Peruana Gran Mariscal don Agustín
Gamarra, Imp. Cárdenas, Cuzco, 1830.
117
El general Andrés Santa Cruz, documentos recopilados por O. de Santa Cruz, p. 452.
118
Nota, de Santa Cruz nombrando a Olañeta (6 de octubre de 1830) en Mercurio Peruano, N.º 1013 de 21 de
enero de 1831. Nota de Olañeta sobre su ubicación (Puno, 28 de octubre en Mercurio Peruano, N.º 1015 de 24 de
enero de 1831. Respuesta del ministro de Relaciones Exteriores del Perú (16 de enero de 1831) en Mercurio
Peruano, N.º 1017 de 26 de enero de 1831.
119
Odriozola, Documentos Históricos, tomo x, p. 276.
120
Notas entre Ferreyros y Olañeta en Mercurio Peruano, N.º 1031, de 12 de febrero de 1831.
121
Ver las notas de Olañeta impresas en Arequipa en la imprenta pública de F. Valdés y Hurtado, 1831.
122
Notas publicadas en Mercurio Peruano, N.º 1053 de 11 de marzo de 1831.
123
Mercurio Peruano, N.º 1053 de 11 de marzo de 1831.
124
Reflexiones sobre una carta del general Gamarra a don Severo Malavia por ‘Un amigo de Bolivia’, Valparaíso.
Imp. de El Mercurio, 1831. En este folleto se acusa también a Gamarra de que, aparte de sus planes sobre Bolivia,
soñaba con la invasión del sur de Colombia hasta el Juanambú. En el Perú fue negada la autenticidad de esta carta;
se dijo que no podía haberse interceptado en Bolivia las cartas de Cuzco, donde estaba Gamarra, a Puno donde
estaba Malavia, que Gamarra no era un niño para exponer sus ideas, combinaciones y deseos en un papel, aunque
se reconoció que Malavia era persona de toda la consideración de Gamarra y que trabajaba por el Perú. Falsa o no
esta carta revela posibles deseos de Gamarra. Ver El Conciliador, N.º 73 de 25 de mayo de 1831.
125
Manifiesto del general La Fuente, Santiago de Chile, imprenta Republicana, p. 5 ss. Según Eléspuru en su
manifiesto, La Fuente era el enemigo de Vargas. El manifiesto de Eléspuru está reproducido en el periódico El
Veterano, de 1834. No he podido encontrar el folleto original.
126
"Historia de los partidos" por Santiago Távara, El Comercio de 26 de agosto de 1862. Según Eléspuru este
decreto causó mal efecto. "La señora del Presidente —agrega—, en cuya tertulia se habló del general descrédito de
La Fuente, dijo francamente ser inconcebible el déficit de la hacienda habiéndola recibido La Fuente en un estado
muy brillante, "He aquí, según Eléspuru el origen de la enemistad de La Fuente a la señora Gamarra a la cual había
querido aislar de las personas que frecuentaban su casa en ausencia de Gamarra y deshacer, así, el partido de
oposición del cual esa señora era el centro".
127
Los artículos de Ayala, en La Miscelánea, N.º 103 de octubre de 1830 y N.º 106 hasta 111 de 28 de octubre.
Estos artículos alusivos a la cuestión con la Junta Departamental estaban firmados con el seudónimo: "Los amigos
del gobierno y del pueblo". La prisión se realizó el 28 en la fonda francesa a las 7 de la noche, en medio de una
gran concurrencia. Ayala fue acusado de ser cómplice en la fuga de un teniente Calle que desertó del batallón Callao
llevándose el dinero que había sacado a buena cuenta de los haberes de su cuerpo; y fue deportado como vago. De
Colombia, a donde se dirigió, fue también expulsado y regresó al Perú exhibiéndose en las calles de Lima, loco.
128
Eléspuru dice que se obligó a una contribución de todos los cuerpos de ejército para costear un baile a La Fuente.
En señal de desagrado unos oficiales se retiraron pronto; otros no bailaron. Él (Eléspuru) no fue porque su señora
estaba enferma; la señora Gamarra tampoco porque "como todo saben padece de un mal que la asalta
intempestivamente".
129
La Fuente vivía entonces en la cale Valladolid en una casa de altos y no como se ha creído en la calle que hoy
lleva su nombre. Véase el aviso alquilando esta casa, en Mercurio Peruano, N.º 1130 de 18 de junio de 1831.
130
Léase además del manifiesto de La Fuente ya citado, Fundamentos que obligaron al pueblo de Lima a la
conmoción del día 16 por la que quedó depuesto el general La Fuente. Así mismo, el manifiesto de Eléspuru y su
contestación con el nombre El General La Fuente, Chuquisaca, 24 de septiembre de 1832. Imprenta de Chuquisaca;
y la Representación del Vicepresidente de la República del Perú al Congreso Constitucional de 1832.
131
Versión de Távara en la publicación citada. Tabarra comete el error de llamar "Vincens" al barco americano y de
decir que el comandante prohibió a La Fuente toda correspondencia salvo con su familia, cuando la verdad es que
La Fuente escribió sendas representaciones a Gamarra y al Congreso que incluidas están en su manifiesto de 1831.
132
Éste y otros documentos en El Voto del Perú, Arequipa, 1831. Imprenta de la Sociedad Vengadores del Perú.
133
Carta de Gamarra a Postigo en El Conciliador, N.º 74 de 7 de septiembre de 1831. Denuncia sobre la actitud de
Santa Cruz con Flores en Gaceta del Gobierno Ecuatoriano, 6 de junio de 1831.
134
Juan de Arona, Páginas Diplomáticas, pp. 124-128.
135
Nota del ministro chileno en Lima Zañartu (6 de mayo de 1831) y demás comunicaciones en El Conciliador, N.º
42 (extraordinario), 21 de mayo de 1831.
136
Los discursos de Iguaín y Zavala y otros documentos en El Voto del Perú ya mencionado. La resolución del
Congreso, trasmitida con fecha 1° de julio, en Mercurio Peruano, N.º 1176, de 17 de agosto de 1831.
137
Comunicaciones oficiales en El Conciliador, N.º 68 (extraordinario) de 19 de agosto de 1831. Nota del ministro
Zañartu con las bases de Bolivia, el 26 de julio; remisión al Congreso el 27; dictamen favorable de las comisiones
diplomática y de guerra el 16 de agosto.
138
Los caudillos letrados, por Alcides Arguedas. Barcelona, 1923, pp. 84-88.
139
El texto en Mercurio Peruano, N.º 1203 de 20 de septiembre de 1831. Resolución del Congreso en el N.º 1204 de
21 de septiembre, Ver el N.º 1238 de 2 de noviembre de 1831.
140
Notas del gobierno peruano en El Conciliador, N.º 66 de 18 de agosto de 1832.
141
Los caudillos letrados, pp. 91-100.
142
El texto del tratado de Chuquisaca en el N.º 22 de El Conciliador de 23 de marzo de 1833. Ver el comentario
publicado en El Conciliador, N.º 13, de 16 de febrero de aquel año. Casto Rojas en su Historia financiera de Bolivia
confunde los nombres de los tratados de Arequipa y Chuquisaca.
143
Paz Soldán, Historia del Perú Independiente, 1835-39, pp. 3-6. (Se equivoca al decir que Chile exportaba harina
y que fue perjudicado con la ley de 1828. La industria molinera era allá completamente incipiente.) Sotomayor
Valdés, Historia de Chile bajo la administración Prieto, tomo ii en la 2.a edición, p. 387 y ss. Vargas, H. del P. I.,
tomo iv, pp. 106-7. B. Vicuña Mackenna; D. Diego Portales.
LAS LUCHAS POLITICAS DE 1831 A 1833
Una vez aplacado, aunque momentáneamente, el peligro resultante del poder de Santa
Cruz en Bolivia y de los vínculos anteriores que él, así como su patria, tenían con el
Perú empieza la segunda etapa del gobierno de Gamarra caracterizada por las luchas
que en la política interna se produjeron desde 1831, después de la deposición de La
Fuente, a 1833.
Con el pretexto de hacer disminuir las cargas del tesoro remitió a las Cámaras, en los
primeros días de su gobierno, un proyecto de reforma militar. Según él los vencedores
en Junín y Ayacucho eran irreformables, salvo expreso deseo; pero, en cambio, debían
ser reformados sobre todo los que hubiesen servido después de la Independencia.
Quedaban, así, sin colocación los capitulados en Ayacucho y el Callao, los alistados en
el ejército nacional después de esas jornadas. La ley estableció al efecto la clase y la
escala de goces correspondiente. (Promulgada el 12 de diciembre de 1829.)144 Había
un grupo de jefes y oficiales descontentos con Gamarra a causa de la campaña con
Colombia y del motín contra La Mar; ante la franquicia que les abrió esta ley se
apresuraron a pedir su reforma. Otros sectores de la oficialidad se sintieron vejados
por dicha ley. Gamarra aprovechó de todo esto para acabar de poner en manos
seguras el mando de los diferentes cuerpos de ejército y de los diferentes
departamentos y comandancias generales. Violó la ley para ello dando preferente
cabida a jefes extranjeros y a capitulados en Ayacucho. Los principales fueron los
generales Cerdeña, que le había aconsejado y lo había auxiliado en el motín de Piura,
Cortez que fue nombrado director del colegio Militar, Pardo de Zela, Benavides y los
coroneles Escudero y Plasencia. Otros jefes extranjeros en servicio activo eran los
generales Necochea, Miller, Plaza.
El Congreso a pedido de Zavala dio una ley según la cual, como el ejército una vez
producido el arreglo con Bolivia quedaba reducido a 3000 hombres y no podían
permanecer en sus puestos todos los jefes y oficiales, “la plana mayor y oficialidad del
ejército permanente se compondrá con preferencia de jefes y oficiales nacidos en el
Perú y demás secciones de América y entre éstos serán preferidos los vencedores en
Junín y Ayacucho” (promulgada el 30 de septiembre de 1831 y aprobada el 25).145
Esta ley no se publicó entonces por Reyes, encargado del mando en Lima, por
debilidad para que no causara protestas de los perjudicados. Mientras llegaba a los
cuarteles del ejército y se ponía en práctica arreció la campaña periodística. En La
Miscelánea aparecieron varios remitidos contra los españoles.146 Censurábase también
el exceso de ascensos que había dado Gamarra en el breve periodo en que estaba
mandando el ejército en el sur. Denunciado uno de estos escritos resultó ser su autor
el oficial Romualdo Gamarra, sobrino del Presidente. Por cierto que también intervenía
en esto Iguaín, quien recibió numerosos avisos de que desde Arequipa Pardo de Zela y
Benavides, especialmente, pensaban asesinarlo.147 Iguaín tenía conexiones con grupos
de oficiales que sentían idéntica repulsa a “los suizos”; entre ellos, con el coronel
Ramón Castilla.
La oposición de Castilla y sus cofrades había surgido ya durante las negociaciones con
Bolivia y se había detenido por la celebración del tratado; pero se preparaba a estallar
ya por medio de una revolución, como después los acusó Gamarra, ya por medio de
una representación escrita con motivo de que, a instigación del general Cerdeña, el
coronel Lastres comenzó a hacer firmar un acta protestando a nombre del ejército por
la actitud del Congreso.148 Fue detenida esta oposición luego por la ley; y hubiera
producido algún trastorno si Gamarra no cumple las disposiciones sobre reducción de
fuerzas.
Pero Gamarra, que había acatado los mandatos del Congreso imponiéndole la paz,
ofrecía también esta vez acatar la opinión pública. Los “suizos” fueron poco a poco
removidos de sus altos puestos. “¡Pero qué se han figurado que yo soy menos peruano
que U.U.!”, díjole al coronel Valle Riestra que le habló de este asunto en Sicuani. “Tan
resuelto como todos estaba yo a separarlos; pero yo como jefe del gobierno necesitaba
hacerlo de otro modo; y hacerlo presentándoles recompensas para que no quedasen
quejosos”. La separación de Cerdeña provocó un incidente en Arequipa.
Algunos de los autores de este movimiento nacionalista procedían dentro del respeto al
gobierno; pero, según los documentos publicados, otros como Castilla estaban en
conexión con Iguaín y Zavala quienes a su vez estaban en conexión con La Fuente. En
una de sus cartas decía La Fuente, con el habitual optimismo del conspirador: “Me
causa extrañeza cómo en el ejército ha reinado esa apatía; creo que con dos
regimientos que den la voz y llamen al orden, Gamarra desaparece. ¿Por qué esta
inercia?”149
El 1º de enero de 1832 por la noche el coronel Castilla, que tenía entonces el cargo de
ayudante general de Estado Mayor, fue llamado a Palacio y allí apresado. Después de
37 días en un calabozo del Callao fue llevado al bergantín “Arequipeño” donde estuvo
once días y luego a la corbeta “Libertad”. Castilla no sólo fue víctima de los rigores de
la prisión; cayó, además, enfermo de escorbuto.150
Ese día Iguaín que, según él, se había dirigido a cumplimentar a una familia en el
Callao, fue llamado por el gobernador quien lo redujo a prisión. En uno de los
calabozos del castillo Iguaín sufrió las incomodidades de su situación y fue
interceptada por algunos días la reclamación que presentó al Consejo de Estado. Por
fin le fue posible ponerse en contacto con este cuerpo ante quien el gobierno pasó el
expediente con el sumario sobre la revolución que dijo haber descubierto para que
dictaminase si Iguaín gozaba de los privilegios de diputado no obstante estar
concluidas las sesiones para las que se le nombró. El Consejo de Estado se decidió por
el fuero y, en consecuencia, retuvo el proceso para juzgar con arreglo al caso 6° del
art. 94 de la Constitución si había o no lugar a formación de causa. Iguaín pronunció
un elocuente discurso de defensa en que comenzaba comparándose con el caminante
asaltado por indignos malhechores en su tránsito y que es salvado por la fuerza
pública. Relatando su prisión y la tardanza de la intervención legal decía que le había
parecido que “una espantosa catástrofe había hecho desaparecer la generación
presente salvando sólo sus enemigos repletos de ira y él para beber hasta sus últimas
heces el cáliz de la amargura que con horrible sonrisa le presentaban.151
El gobierno publicó como pruebas de la conspiración las cartas cambiadas a fines del
año anterior entre Castilla, Zavala, Iguaín, Castilla, Valle Riestra. También presentó
algunas de La Fuente a Iguaín; pero todas, o la mayor parte, fueron encontradas en el
registro del domicilio de Iguaín y Castilla al producirse las prisiones. También presentó
un volante excitando al pueblo por las prisiones y un papel dirigido a Nieto y a Andrés
Martínez a Arequipa, con letra de doña Mercedes Subirat de la Fuente, comunicándoles
la noticia de las prisiones.
El Consejo de Estado declaró que no había lugar a formación de causa e Iguaín fue
puesto en libertad. Gamarra publicó entonces parte de la documentación sorprendida,
con breves comentarios en abono de sus medidas, en un folleto titulado: El Presidente
de la República presenta al público las razones en que se fundó para la prisión del
señor ex-diputado Iguaín que se ha puesto en libertad con arreglo a lo decidido por el
Consejo de Estado (Lima, 1832, Imp. de J. Masías).
La agitación contra los extranjeros tuvo todavía algunos estertores más. Se propuso en
la legislatura de 1832, por el diputado Manuel Zapata, una ley para que no pudiesen
tener empleos los extranjeros aun cuando fuesen ciudadanos. Aprobada en la Cámara
de diputados y aprobada con modificaciones en el Senado no fue, sin embargo,
proseguida según los periódicos oficiales porque el Presidente de la República, a quien
se quería hostilizar con ello, hubo de dejar el mando transitoriamente.
Con fecha 21 de diciembre de 1832 el Legislativo dio una ley suspendiendo la reforma
militar. El Ejecutivo le puso el cúmplase con fecha 14 de enero de 1833.
19. Las prisiones de marzo de 1832. Fusilamiento de Rosel. “Callarán las leyes
para mantener las leyes”. Leyes sobre destierros y fueros
Ante la recrudescencia de los casos de destierro el Congreso de 1832 dio una ley con
fecha 2 de noviembre de ese año declarando a los capitanes de buque que se
prestaran a esos destierros sin formación de causa ni sentencia de juez competente,
piratas; y a quienes condujeran por tierra a expatriados, ladrones. Así mismo dictó
otra ley declarando que sólo en tiempo de guerra extranjera quedaban sujetos al fuero
militar los que cometieran el crimen de asaltos a castillos, plazas y cuarteles; pero, en
el de paz serían juzgados por los jueces comunes sin excepción de fuero. El Ejecutivo
observó ambas leyes, pero el Congreso permaneció inflexible aunque entonces el
Ejecutivo no las promulgó.159
Él también considera a los hombres como son; porque los ve, de esa manera constata
que la impunidad aumenta el crimen. Porque los hombres son lo que son se han hecho
las leyes para que sean lo que deben ser.
Desvanece luego el temor que pudiera haber: él cree en los pueblos que son las
víctimas de las infracciones, cree en el ejército que no es sino el pueblo. Él de alguien
teme tan sólo: de la prudencia de los legisladores.
Por último presenta el cuadro de lo que ha ocurrido años antes, de lo que puede
ocurrir si la impunidad sale coronada. Anima a los legisladores, les presenta a la nación
mirándolos; en lo que a él respecta la patria y los pueblos libres deben saber que
cuando se trató de acusar al Ejecutivo por haber infringido la Constitución, el diputado
Vigil dijo: “Yo debo acusar, yo acuso”.161
La acusación fue desechada por 36 votos contra 21. Votaron a favor los diputados
Mariano Ureta, Manuel Hurtado Zapata, Manuel Rivero, Ildefonso Zavala, Francisco
Velarde, Alejo Orderis, José Oré, Juan de Dios López Unsueta, Juan Manuel del Mar,
Bonifacio Álvarez, Francisco Álvarez, Manuel Olave, Juan de Echevarría, José María
Monzón, Pablo Reina, Patricio Iparraguirre, José Goycochea, Juan Gualberto Hevia,
Manuel Mariano Basagoytia, Manuel Choqueguanca, Andrés Fernández. Votaron en
contra los diputados Mariano Blas de la Fuente, Andrés Martínez, Miguel Ríos, Pedro
José Flores, Marcos Ríos, José María Flores, José Feyjó, Martín Concha, Juan Caballero,
Mariano Santos, Marcelino Castillo, Juan Luis Oblitas, Carlos Julián Agüero, José
Irigoyen, Francisco Solano Pezet, Gregorio Cartagena, José Ugarte, Ilario Lira, Antonio
Velásquez, Pedro Bermúdez, Manuel Urquijo, José Delfín, Manuel Dieguez, Francisco
García, Modesto Vega, José León Olano, Isidro Bonifás, Lucas Pellicer, Esteban Salmón,
Isidoro Caravedo, Blas José Alzamora, Manuel Sebastián García, Ramón Dianderas,
Valentín Ledesma, Pedro Miguel Urbina, Bonifacio Deza.
La voz que sonó esperanzada y ardorosa en las cartas del “Solitario de Sayán” contra
la monarquía sonaba aquí acusadora; pero serena, encarnada en un sacerdote que en
su conciencia no tenía una mancha y que en sus labios no tenía un insulto. Esa misma
voz desoída entonces y olvidada más tarde; fue acaso la que mucho después, en las
frases de González Prada, estigmatizó, lapidó.
A medida que había avanzado el año 1832 la lucha política se había agudizado. La
acusación y las incidencias alrededor de ella suscitadas fomentaron esta ofensiva.
El 11 de noviembre, cuatro días después del discurso de Vigil, fueron apresados los
diputados Reyna y Mar, el general Cerdeña, los coroneles Salvador Soyer y Pascual
Saco y el señor Sarratea. Vigil, que estaba en la calle cuando supo la noticia, cuidó de
volver a su casa habitación para que lo encontrasen si acaso lo iban a buscar para
apresarlo. La causa de las prisiones fue, según el gobierno, una conspiración hecha
para entregar el Perú a Santa Cruz; acusación que, personalmente, hizo Gamarra en el
Congreso. Los diputados Reyna y Mar acababan de votar a favor de la acusación al
Presidente.
El general Blas Cerdeña, que era el de más relieve entre los conjurados, al ser
apresado hizo retirar el piquete de tropa que había ido a buscarlo haciendo valer su
rango y, acompañado sólo por el oficial que lo mandaba, fue al cuartel de Santa
Catalina. Cerdeña había sido amigo y consejero de Gamarra, inclusive en su
pronunciamiento de Piura, y jefe principal del ejército que se movilizó en el sur en
1831. Al descender de su puesto, Cerdeña eligió Arequipa para vivir con su familia; y
pidió su reforma al Congreso. A raíz de este pedido, según él, Gamarra lo llamó
llegando a Lima cuando estaban de moda en la capital las conversaciones sobre la
acusación; según el gobierno Cerdeña vino para llevar a cabo sus planes. “¡Es
preferible vivir entré las fieras!”, cuéntase que dijo Gamarra refiriéndose a la
intervención de Cerdeña, su amigo de otrora, en la conspiración.
A pesar de que no se publicó el sumario de la causa pudo saberse que el coronel Saco
dio aviso al gobierno de la revolución que se preparaba y en la que no quiso mezclarse,
aunque fue invitado a ello; así como los tenientes coroneles Echenique y Carrillo, que,
según se deduce, eran agentes del gobierno en las juntas de los conspiradores. Se
dijo, aunque no llegó a comprobarse, que habíase capturado un documento de puño y
letra del señor Tellería relacionado con la revolución y que habíanse entregado al
gobierno más de 2000 pesos destinados a corromper a la tropa.
Juez Fiscal de la causa fue el coronel Allende, perito ya en estos asuntos por haber
actuado en la causa por la conspiración de Iguaín.
Los principios son invocados en todo el mundo civilizado. La verdad es luz y la luz se
difunde; ella es fruto de la meditación y de la experiencia. Se dice que carecemos de
los elementos necesarios para tener fidelidad a la Constitución; hay que adquirirlos y
no retrogradar. Se dice que la Constitución es inaplicable en parte: una Convención se
reunirá pronto para reformarla. Si se quiere virtudes patrióticas la primera de ellas es
el amor a la ley. Si el presidente da el ejemplo tendrá en el corazón de sus
conciudadanos la más sólida base de su estabilidad y el afecto a su persona
permanecerá más allá de su muerte.
Otro de los incidentes que contribuyó a acentuar la intimidación fue el que ocurrió con
el impresor Calorio. Ya el 18 de marzo la imprenta de don Manuel Corrales había sido
asaltada por agentes policiales y luego se habían producido algunas prisiones de
impresores; pero este episodio revistió caracteres más ruidosos. Don Juan Calorio era
el dueño de la imprenta donde se publicaba El Telégrafo de Lima, el editor de este
diario. En El Telégrafo de Lima Calorio escribía o dejaba escribir una serie de zafios
ataques bajo la forma de diálogos entre negros. Se dijo que la señora de Gamarra,
víctima principal de estas groserías, mandó o dirigió un grupo de militares que en la
noche del 26 de noviembre de 1832 fue a casa de Calorio y lo llevó al Martinete donde
le propinó una paliza feroz.
El Congreso, ante quien la esposa de Calorio reclamó, resolvió que el asunto era de la
incumbencia del Poder Judicial y éste nada condenó. “Toda esta tempestad quedó
disipada con unos cuantos palos” cuenta Távara que decía un personaje del
gobierno.164
Cuando meses más tarde, en julio de 1833, un oficial fue a buscar a Calorio para que
se presentara a la Prefectura, éste aleccionado con lo que le había sucedido fugó,
pidiendo luego garantías al gobierno.165
Después de la deposición de La Mar, Salaverry —que era del grupo de jefes que
culpaban a Gamarra de la derrota del Portete y que censuraron su pronunciamiento—
pidió su reforma militar a principios de febrero de 1831; pero fue llamado al servicio en
septiembre de 1831. Ocupó el cargo de subprefecto de Tacna renunciando en octubre
de 1832 para, ya casado, venir a Lima como consecuencia de un decreto que mandaba
amortizar los créditos del Estado contraídos por reformas militares con la venta de
bienes que pertenecían al Estado.
En la tarde del 13 de marzo Salaverry había ido con su esposa al Callao según él de
visita donde el comandante Postigo que, al mando de la corbeta “Libertad”, se
preparaba a viajar. No llegaron a embarcarse —cuenta Salaverry— en vista de que la
gente de la “Libertad” estaba ocupada embarcando un regimiento de Dragones; y
fueron de visita donde la familia del consejero de Estado don José María Corvacho que
ocupaba una de las casas de la fortaleza principal. El deseo que ambas familias tenían
de verse, el cansancio que a la señora Salaverry había causado el viaje hicieron que se
quedaran esa noche; y Salaverry no se separó de la casa sino para ver al Presidente y
otros funcionarios. Gamarra, sin embargo, optó por asilarse en la fortaleza del sol
ordenando que se vigilara a Salaverry con un piquete de cazadores de Pichincha. Al día
siguiente, en la mañana, cuando Salaverry manifestó su sorpresa al ministro de guerra
por lo ocurrido éste le dijo que se le iba a expatriar por medio de una licencia o por la
fuerza. Salaverry le respondió que Gamarra hiciera con él todo hasta asesinarlo; pero,
que no consentiría en una infracción de la ley que prohibía las expatriaciones; y que
regresaría a la capital para que allí se realizara la arbitrariedad con él y el pueblo viese
cómo estaba decretado “el exterminio de sus amigos y de cuantos se han conducido
con honor en los combates, no han vendido a la patria y no están manchados”.
Salaverry, efectivamente, regresó a Lima donde publicó con admirable audacia una
exposición de todos estos hechos.167 En esta exposición concluye afirmando que jamás
ha conspirado ni conspirará y que el general Gamarra sabe bien que cuando a ello fue
invitado, despreció y reprendió a su seductor. “No hay militar ni tal vez ciudadano
alguno del Perú que no esté al cabo de mi historia. No pertenezco a los valientes que
despedazaron la junta gubernativa, ni me persigue a todas horas la ilustre sombra del
general La Mar; no soy vencedor del 16 de Abril168 ni he sido miembro del juri del
Martinete. Mi carrera, muy gloriosa aunque subalterna, la he hecho toda por los
senderos del honor y nada me es más halagüeño que llevar en comprobante en 833
las insignias que vestía en 28. Me arrojarán del país, me harán pedazos, pero no
lograrán amedrentarme... Conciudadanos: con este aviso que precipitadamente os
dirijo acabo de sellar mi desgracia. ¡Ojalá que tienda a vuestra felicidad, ojalá que
despertéis del letargo en que estáis adormecidos! Los tiranos no existen sino por la
cobardía de los pueblos y por eso son libres todos los que quieren serlo. El ejército
peruano tiene todavía muchos valientes que adoran los derechos de sus
conciudadanos. Es verdad que los destruyen tan luego como los conocen; más por eso
mismo es preciso no dar a que concluyan. Cualquiera que sea el destino que se me
prepare allá en los consejos del crimen, allá en los dictados de una venganza infame e
inmerecida, siempre dirigirá sus esfuerzos a la libertad de la patria vuestro amigo
Felipe Santiago de Salaverry”.
Después de publicar este escrito Salaverry anduvo a caballo por las calles más
céntricas de Lima y cuando regresó a su casa hasta las 11 de la noche dejó la puerta
abierta. A más de las doce de la noche una partida de soldados penetró en la casa por
medio del ya acostumbrado procedimiento de poner escaleras para entrar por los
techos; y Salaverry fue llevado preso al cuartel de San Francisco de Paula.169
La versión dada por el gobierno acerca de todos estos acontecimientos era, en mucho,
diferente a la de Salaverry ya relatada.
Según el gobierno todo esto obedecía a una conspiración que debió estallar el 14 en
Lima, tan luego como se recibiera la noticia de que en el Callao había sido asesinado el
presidente y tomadas las fortalezas. En la noche se pensaba sorprender el cuartel de
artillería y distribuir armas al populacho. Uno de los oficiales comprometidos había
denunciado. Salaverry había logrado seducir a algunos oficiales asegurándoles que la
revolución en Lima era infalible, dirigida por gentes de la más alta categoría; y con la
compañía de cazadores de Pichincha pensaba apresar y asesinar al Presidente a cuya
mesa se había sentado ese mismo día. Ya se iba a realizar el crimen pues se llevaban
al capitán León, que tenía su compañía en el castillo del Sol, con el pretexto de dar un
paseo cuando la presencia del Presidente en el mismo castillo desconcertó el golpe.
Salaverry confesó su plan al ministro de guerra y dijo que venía a Lima a precipitar el
movimiento sin obtenerlo. El gobierno supo también que en la noche del 16 salieron
varios montoneros para sublevar las provincias del departamento: Ninavilca con Zárate
y otros a la quebrada de Chontay; Marzana, Suárez, Covarrubias y otros por
Carabayllo donde fueron dispersados o apresados por un piquete de tropa.170
También fue registrada esa mañana la casa del Gran Mariscal Riva-Agüero que se vio
obligado a esconderse y luego a expatriarse. Cuando recién llegó Riva-Agüero a Chile
el gobierno, influenciado entonces por La Fuente, le había negado el permiso para
regresar al Perú y lo había acusado de conspirador. Al romper Gamarra con La Fuente
y al ser éste depuesto el gobierno permitió que Riva-Agüero regresara, fuera festejado
y obtuviese el voto absolutorio de la Corte Suprema. Pero cuando Riva-Agüero se
reincorporó en la política, publicándose periódicos que lo loaban y logrando ser elegido
diputado por Lima ante la Convención, resultó por breve tiempo un caudillo de la
oposición. El gobierno se apresuró a tomar, entonces, las mencionadas medidas de
persecución contra él y a hacerlo atacar rudamente por los periódicos.174
Pero, la revolución acechaba a pesar de que sólo le faltaban al gobierno unos cuantos
meses de vida. Vencida quizá en la capital, emergió en provincias y emergió
sangrienta. En la madrugada del 24 de julio los capitanes Deustua y Flores, del
batallón Callao, con parte de la tropa se sublevaron. Este pronunciamiento estuvo
acompañado por el asesinato del coronel Mariano Guillén en su cama y al lado de su
esposa que escapó, pero con una contusión en el rostro; y del prefecto don Juan
Antonio González acribillado por una descarga en las puertas de su casa.175 Tales
horrores se hicieron más odiosos con una contribución forzosa a la ciudad de Ayacucho
y un reclutamiento general que siguieron a la inauguración del nuevo orden de cosas.
Algunos de los vencidos fueron cogidos y las más de las veces fusilados. Otros
quedaron vagando por la montaña y las punas de Iquicha. Con estas persecuciones las
consecuencias del pronunciamiento de Ayacucho fueron más terribles que los males
causados en la refriega misma de Pultunchara.
Esta revolución, que no proclamó ningún caudillo, fue imputada por los periódicos
oficiales a la oposición liberal que se agitaba en Lima considerando que era por lo
menos resultado de sus campañas periodísticas; pero parece haber consistido tan sólo
en una sedición militar de carácter local.
En diciembre de 1832 apareció La Verdad cuya redacción ha sido atribuida a don José
María de Pando y también al coronel español Escudero. Lo probable es que fuera
escrita por varios redactores y muy posiblemente estuvo entre ellos Pando por el
buscado casticismo, por las citas en latín y en francés, por la armazón doctrinaria que
pretende construir, por las nociones que sobre Derecho, política y aun cuestiones
económicas revelan algunas páginas.
La oposición tenía numerosos órganos algunos de los cuales aparecían unas cuantas
veces. Sus órganos permanentes eran El Telégrafo de Lima y El Penitente. El Telégrafo
de Lima tenía cierta altura a veces en los editoriales, aunque era procaz en sus
comunicados. El Penitente era peor. Su fuerza estaba también en los remitidos; entre
ellos aparecían “la beata y el penitente” que en forma de diálogos en el mercado, en la
plaza de armas o en alguna comilona decían, en estilo chocarrero, tremendas cosas
contra los personajes del gobierno; algunas de esas alusiones no tienen sentido para
nosotros que no podemos conocer los apodos y las minucias de la vida política de
entonces. También aparecían en El Penitente unos diálogos de la “niña constitucional
con su abuelita”, del “loco de un convento con su zambo loquero” aunque estos
personajes eran menos parlanchines que la beata; los secundaban algunos apólogos
árabes de análoga factura. El calificativo más común para los escritores y los
defensores del gobierno era el de “pinganillas” aludiendo, quizá, a la elegancia, al
orgullo de José María de Pando, Felipe Pardo y su aristocrático cenáculo. En forma
velada e intermitente esta oposición también atacaba a la esposa de Gamarra, doña
Francisca, contra la cual se vendían caricaturas y pasquines clandestinamente. He aquí
por ejemplo, inclusive con sus incorrecciones gramaticales, una muestra del ingenio de
“la beata” en esta letanía, cada una de cuyas frases se refiere a un personaje del
gobierno; descubrirlo y comentar el acierto de la chunga debió ser pasatiempo
socorrido en los cafés y en los portales:
Pocas veces los órganos del gobierno contestaron en igual forma a esta clase de
oposición. Procuraron hacerle sentir, si, su desdén como por ejemplo en esta letrilla “A
la Beata” cuyo ritmo delata la pluma de don Felipe Pardo:
Numerosos enemigos del gobierno vieron, seguramente, con disgusto los desbordes de
este periodismo; y fueron a la publicación de periódicos como El Convencional, primero
y luego El Constitucional redactado por Vigil y El Genio del Rímac en cuya redacción
intervenía Mariátegui. Mediante ellos se hizo posible continuar el debate que ya había
sido iniciado entre monarquistas y republicanos en 1822.
La oposición denominábase liberal porque defendía los principios básicos del sistema
representativo —la Constitución y dentro de ella sobre todo las garantías individuales y
el equilibrio de los tres poderes del Estado como reacción contra el sentido
omnipotente y absoluto de las funciones del Ejecutivo. El Convencional llegó a decir
que: “la sociedad existe por nuestras urgencias, el gobierno por nuestra malicia: la
primera promueve nuestra felicidad de hecho, reuniendo nuestros afectos —el segundo
de derecho restringiendo nuestros vicios. La una fomenta el comercio; el otro anima la
política— ésta protege, aquel castiga. La sociedad de todos modos es un bien; el
gobierno más reglado en cualquier sentido, es un mal necesario: sin embargo
indeterminado en sus atribuciones o fuera de sus límites, es el mayor de todos los
males, es peor aún que la misma tiranía”.182
30. La defensa del “gobierno fuerte” por La Verdad y otros periódicos oficiales
Frente a los principios liberales que eran los que habían triunfado en las Constituyentes
de 1822 y de 1828 se irguió por primera vez en forma desembozada y polémica en
nuestro periodismo, la teoría del “gobierno fuerte” que había sido defendida en la
tribuna de la Sociedad Patriótica por el clérigo Moreno al propiciar la fórmula
monárquica entonces oficial; en el folleto por Monteagudo al hacer la reseña de su
breve, autocrítica y odiada administración ministerial; en la literatura constitucionalista
por los planes políticos de Bolívar y por los principales documentos que los
secundaron: la “Epístola a Próspero” de José María Pando; y la “Exposición” de Benito
Laso. Ahora, la teoría del gobierno fuerte se despoja de deslumbrantes perspectivas:
no es la defensa de la monarquía ni de la presidencia vitalicia. Exenta de ambiciosas
utopías, vencida cuando quiso implantarlas después del primer y del último episodio de
la campaña de la Independencia, se contenta con cohonestar los actos de un gobierno
arbitrario.
La defensa del gobierno fuerte hecha por los periódicos El Conciliador y La Verdad en
Lima, El Atalaya del Cuzco, La Oliva de Ayacucho principalmente, estuvo quizá
inspirada y en parte redactada por don José María de Pando quien análogas ideas hubo
de desarrollar más tarde en sus Pensamientos sobre moral y política. Dicha defensa
tuvo aquí un carácter anónimo y periodístico y se distinguió por la galanura y el
casticismo de su estilo. Tuvo también un objetivo inmediato y circunscrito, no un
carácter genérico o teorético; estuvo exenta de preocupaciones religiosas y
providencialistas; careció, además, de espíritu de apostolado; no cuidó de infiltrarse en
la enseñanza de la juventud. Por todo esto se diferencian Pando y su grupo de
Bartolomé Herrera quien, después de haber sido acallado este debate por el ruido de
las armas en los diez años siguientes; aparece sobre el féretro de Gamarra en su
sermón de la Catedral en 1842, impónese a la juventud de San Carlos, se exhibe
desafiante en el sermón del 28 de julio de 1846, así como en la tribuna parlamentaria
y en el periodismo católico. Filosófica, providencialista, apostólica, clerical,
sistematizada en la cátedra y en el pulpito, la doctrina de Herrera se identifica, sin
embargo, con la de Pando y sus amigos por el valor primordial que da al orden, por la
desconfianza ante la obra oratoria de los Congresos, por el afán de ampliar las
funciones del Ejecutivo.
Corolario de estas ideas era la de que la aristocracia no era una institución sino una
necesidad. Históricamente se había basado en diferentes causas la aristocracia: ahora
es la aristocracia del saber (N.º 23). La política, además, es una ciencia difícil aunque
muchos se crean omnisapientes (N.º 37).
La Verdad entró, además, en una extensa crítica artículo por artículo de la Constitución
de 1828 (N.º 27 y siguientes). Su primer defecto era el exceso de artículos por haber
incluido materias reglamentarias que debieron ser objeto de leyes orgánicas; aunque
otros artículos exigían esas leyes que no se habían dictado. Tenía, además, defectos de
redacción, galicismos, vaguedades, pleonasmos. En resumen, aparte de innumerables
críticas de detalle insistió en el exceso de restricciones al Ejecutivo y la inutilidad de las
Juntas Departamentales, instrumentos fiscales por un lado y asambleas
representativas por otro, a veces con papel de gobernantes, a veces meros cuerpos
científicos. Habían sido tomadas de la Constitución española, la cual las tomó del
régimen imperial francés cuyo objeto en general, y aquí en particular, había sido
antitético al sentido que se les dio aquí pues era multiplicar hasta lo sumo los agentes
del poder. Aludió, igualmente, al Consejo de Estado, organismo tomado de la
organización monárquica aunque los mismos legisladores habían tomado el voto casi
universal de la organización democrática pura y de la Constitución de los Estados
Unidos habían derivado la configuración del Poder Ejecutivo sin considerar que el
Presidente de aquel país no es el único centro de gobierno, como ocurre en el Perú,
pues la acción gubernativa está allá distribuida en los estados federales (N.º 65). El
origen legislativo y las facultades administrativas, fiscales, censoriales y consultivas del
Consejo de Estado —“reunión de hombres dedicados a contradecir”— eran una
monstruosidad.
Además Gamarra contaba con el apoyo de algunos políticos inclinados al poder como
Camporedondo; y contaba, sobre todo, con el acicate de la voluntad de dominio que
imperaba en su esposa, doña Francisca Zubiaga.
Del apoyo de los extranjeros, que tanta resistencia le suscitó al principio, casi nada
quedaba. Mas bien los extranjeros habían pasado a la oposición. El extranjero más
relevante al servicio de Gamarra era el habilísimo coronel español Escudero.
Valor sintomático tiene el hecho de que antes de la reorganización del colegio de San
Carlos, que había caído en decadencia desde la Emancipación, se organizara, aunque
fugazmente, el colegio militar. Una intentona hecha en 1831 por Pando, Mora, Unanue,
Pardo y otros para fundar el Ateneo del Perú, destinado a dar enseñanza de Literatura,
Economía Política, Gramática, Matemáticas y otras disciplinas culturales, no tuvo éxito
pues las suscriciones no alcanzaron el número necesario.
Además de las circunstancias políticas Gamarra estuvo dificultado por la penuria del
erario. El atraso en el pago de los sueldos de los empleados, la escasez de recursos
para los diferentes servicios públicos, fueron constantes.
___________________________________________________________
144
Dancuart, Anales Parlamentarios, tomo i, pp. 243-245.
145
Oviedo, Colección de leyes, tomo xiii, p. 177.
146
La Miscelánea, N.º 402, de 2 de noviembre de 1831, 409 de 9 de noviembre, 418 de 19 de noviembre, 447 de
24 de diciembre.
147
Iguaín publicó en La Miscelánea de 30 de noviembre, N.º 427, un anónimo que se le había dirigido expresando
que se le iba a matar. Podía ser, según él, una burla o una intimación; pero si se refería a algo efectivo, se
defendería, arrostraría la muerte y sería vengado. Aludía en este escrito, una vez más, a la "gran empresa de la
total y absoluta emancipación del Perú". Según él, el 10 de agosto de ese año ya se le había querido asesinar.
148
Carta de Valle Riestra en el folleto El coronel Francisco Valle Riestra en contestación a las acusaciones que se le
hicieron en las notas del papel publicado a nombre de S. E. el presidente de la República sobre las causas de la
prisión del diputado Iguaín. Arequipa, 1832. Imp. de Francisco Valdés y Hurtado.
149
Cartas publicadas en el manifiesto de Gamarra citado más adelante.
150
Recurso a la Corte por atentados contra el coronel de caballería y ayudante general de Estado Mayor General
don Ramón Castilla. Lima, 1832. Ver también el manifiesto de Castilla de 1834, citado más adelante.
151
Documentos relativos a la causa seguida contra el diputado J. Félix Iguaín. Su defensa y la sentencia del Consejo
de Estado, Lima, Imp. de Manuel Corral, 1832.
152
Representación de Valle Riestra citada y también Representación que eleva al soberano Congreso doña Isabel
García de la Riestra a nombre de su hijo el coronel graduado don Francisco Valle Riestra por habérsele comprendido
en la conspiración de que fue absuelto por el Consejo de Estado el diputado D. José Félix Iguaín, Lima, 1832. Imp.
Constitucional de J. Calorio.
153
Manifiesto del coronel Ramón Castilla rebatiendo a los que injustamente le han atribuido la infausta muerte del
ilustre cuzqueño Capitán D. Felipe Rosel fusilado por Gamarra en la plaza de Lima. Arequipa, 1834.
154
Parte del ministro de Guerra al de Gobierno y RR.EE. en El Conciliador, N.º 24 de 24 de marzo de 1832.
155
Publicación citada. El Comercio de 22 de septiembre de 1862.
156
En Guayaquil continuó su obra de panfletario. Parece suya una injuriosa Carta de un particular al General El-es-
burro prefecto de Lima. Impresa en Guayaquil, año de 1832, imp. del Mercurio. Está firmada por Juan Evangelista
Montes de Oca, hijo de Tacna y nieto de Camaná.
157
El Conciliador, N.º 23 de 21 de marzo de 1832.
158
Sentencia, informe y resolución gubernativa en El Conciliador, N.º 30 de 14 de abril de 1832.
159
Observaciones a la ley sobre deportación en El Conciliador, N.º 98 de 1° de diciembre de 1832 y sobre juicios en
el N.º 96 de 12 de diciembre de 1832.
160
El texto de este discurso en el folleto A sus conciudadanos, el diputado Vigil, enero 7 de 1833. También se
publicó en El Telégrafo. Insertado en Historia de Salaverry por M. Bilbao y en Oradores parlamentarios del Perú por
Vivero.
161
He aquí cómo juzgó La Verdad a Vigil entonces. El juicio tiene acaso el valor de ser escrito por Pando quien
tiene, también en La Crónica Política, una semblanza de La Mar y en Mercurio Peruano una semblanza de Vidaurre.
"El señor Vigil no es un mal hombre; sus intenciones no han podido ser perversas ni torcidas. Conociendo en sí lo
que realmente tiene un mérito superior a la inmensa mayoría de los hombres de su carrera, tuvo la desgracia de
colocarse en un círculo en que este mérito debió sobresalir con exceso, al lado de la inferioridad de los que lo
componían. Inde mali labes. En aquel pequeño foco de pasiones mezquinas, de miras sórdidas, de intrigas
despreciables, el señor Vigil contrajo un defecto de aquellos que más se arraigan en el corazón del hombre porque
se les trasmite por el más eficaz de los instrumentos, que es el amor propio. Vio las cosas públicas al través de la
adulación que se le prodigaba y las cosas públicas mudaron de aspecto a sus fascinados ojos. Abierta una vez tan
ancha entrada al error ya fue imposible contenerle. De ilusión en ilusión y de quimera en quimera, el señor Vigil se
creyó llamado a salvar la patria del abismo que se le representaba en el espejo fantasmagórico de la facción y de
aquí esa embriaguez de popularidad, esa jactancia de valor cívico y esa obstinación hostil con que un hombre
estimable ha viciado para siempre una carrera, en que quizá hubiera podido señalar su nombre de un modo más
honorífico y más provechoso al país.
Ha entrado, además, otro elemento a nuestro modo de ver en el giro que ha querido abrazar y que ha abrazado, en
efecto, con tan tenaz ahinco el ex vicepresidente. Este elemento es el irresistible influjo de una profesión que
apoderándose del espíritu, del corazón y de los actos externos del que se consagra a ella no puede menos de
ejercer un constante y universal predominio en toda su conducta. El señor Vigil es un eclesiástico de los de la
oposición; es decir, pertenece a aquella clase de canonistas que reprueban las usurpaciones romanas y que, por
consiguiente, viven en una lucha perpetua con sus formidables antagonistas; siempre obligados a rebatir sus
sofismas, a contradecir sus calumnias y a pelear frente a frente con un poder inmenso. Es muy difícil que el carácter
del hombre no se amolde a esta actitud de defensa y ataque, no se impregne de un espíritu de desconfianza, no
sospeche de toda autoridad establecida y no sonría y simpatice con todo síntoma de resistencia. La imaginación del
señor Vigil, alucinada por unos hábitos antiguos, trasladó espontáneamente a la escena política las ideas que le son
tan familiares en la escena canónica. En la lucha del congreso con el poder ejecutivo vio la gran cuestión de la
superioridad del concilio sobre el papa; los diputados favorables al orden fueron a sus ojos los discípulos de Ignacio,
prontos siempre a sostener la usurpación; el presidente de la República fue Hildebrando y las disposiciones
administrativas anatematizadas después con el nombre de infracciones, no le causaron menos horror, ni excitaron
su bilis con menos energía que los falsos decretales de Isidoro Mercator... Lo que más nos confirma esta opinión es
el candor y la buena fe, si no de raciocinio a lo menos de persuasión que reina en todo el contesto de la memoria
recién publicada... La especie de unción mística con que habla de la situación de su espíritu, de sus escrúpulos y de
sus inquietudes son otros tantos caracteres genuinos e inequívocos de la escuela de Port Royal". (La Verdad, N.º 17
de 28 de enero 1833.)
162
Exposición que presenta a sus conciudadanos el general de división Blas Cerdeña sobre su prisión y posteriores
consecuencias dimanadas de la conducta del Supremo Gobierno en la capital de la República en 11 de noviembre de
1832. Trujillo, 1833. Imp. del Sol.
163
Manifiesto de 1833, citado.164 Távara, publicación citada, El Comercio de 12 de septiembre de 1862.
Documentos del Congreso y del gobierno en El Conciliador, N.º 92, de 28 de noviembre de 1832.
164
Távara, publicación citada, El Comercio de 12 de setiembre de 1862. Documentos del Congreso ydel gobierno en
el Conciliador, N° 92, de 28 de noviembre de 1832.
165
El Telégrafo, N.º 334 de 31 de Julio de 1833, La Miscelánea, N.º 966 de 14 de octubre de 1833.
166
El Conciliador, N.º 24 de 30 de marzo de 1833.
167
Alcance a El Telégrafo de Lima, N.º 229 de 15 de marzo de 1833.168 El 16 de abril, fecha de la deposición de La
Fuente. "El juri del Martinete", alusión a que los juicios de imprenta, muy comunes entonces, se resolvían por
jurados a pesar de lo cual Calorio fue apaleado por un grupo de militares en el Martinete.
168
El 16 de abril, fecha de la deposición de la Fuente."El juri del Marinete",alusión a que losjuicios de imprenta,
muy comunes entonces, se resolvían por jurados a pesar de lo cual Calorio fue a paleado por un grupo de militares
en el marinete.
169
Representación de doña Juana Pérez de Salaverry para que se cumpla la ley que sujeta al fuero ordinario las
causas por conspiración. Suplemento a El Telégrafo de Lima, N.º 231.
170
El Conciliador extraordinario de 18 de marzo de 1831, N.º 21.
171
Suplemento a El Telégrafo de Lima, N.º 251.
172
La Verdad, N.º 9 de 5 de enero de 1833.
173
Exposición que hace a los pueblos del Perú el Presidente del Senado sobre los sucesos escandalosos de su prisión
y expatriación por el Ejecutivo en el mes de Marzo del presente año. Guayaquil, Imp. Vivero, 1833. Ver el
suplemento a El Telégrafo de Lima, N.º 233, representación de doña María del Carmen Palacio de Tellería.
174
Véase el capítulo I de este volumen.
175
El Conciliador, N.os 58 de 31 de julio, 60 de 6 de agosto, 63 de 15 de agosto, 66 de 22 de agosto, 69, de 29 de
agosto. De esta revolución las únicas versiones que hay son las del gobierno, publicadas en los números citados del
órgano oficial y copiadas por los demás periódicos. No debe olvidarse su origen para darles una verosimilitud
relativa.
176
La Verdad, N.º 60, 12 de julio de 1833.
177
La Verdad, N.º 62, 19 de julio de 1833.
178
Comunicaciones oficiales sobre este movimiento en El Conciliador, N.º 86 de 23 de octubre de 1833 y N.º 87 de
26 de octubre.
179
El Conciliador, N.º 100, 9 de diciembre de 1833.
180
El Penitente, N.º 71 de 26 de noviembre de 1832.
181
A la Beata, Lima, 1832. Imp. de Manuel Corral.
182
El Convencional, transcrito por El Penitente, N.º 108 de 29 de abril de 1833 y glosado por La Verdad, N.º 16.
LA SUCESIÓN DE GAMARRA
La Convención, ante muchos ojos ilusos, debía traer la solución de los problemas y
dificultades políticas e institucionales del país. La actitud del gobierno era, en cambio,
ante ella una actitud de vigilancia y de recelo. El 6 de julio los diputados a la
Convención se declararon en juntas preparatorias y eligieron presidente y secretario:
presidente a Vigil y secretario a Gómez Sánchez. Esto implicaba la creación de un
organismo de oposición. El ministro de gobierno Manuel del Río, a quien le fueron
comunicados los nombramientos, dijo que legalmente los diputados no estaban
facultados para elegir la mesa permanente ni compeler a los ausentes pues el artículo
pertinente de la Constitución se refería al Poder Legislativo compuesto por dos
Cámaras; que faltaba un mes para que trascurriera el plazo señalado por la
Constitución para la reunión de la Convención; que se había violentado la práctica de
los anteriores Congresos Constituyentes y las leyes fijadas para las elecciones
populares. La nota fue enviada al ex secretario de la mesa provisoria que la devolvió
por haber cesado en sus funciones; el gobierno la mandó al Consejo de Estado. En El
Telégrafo, El Conciliador y La Verdad se abrió polémica sobre estos hechos.184
Camporedondo primero había sido riva-agüerino por sus vinculaciones con Tramarría y
liberal resuelto y tenaz. Luego su positivismo, presintiendo que la situación política
creada desde 1829 no era fácilmente conmovible, lo impulsó a acercarse al poder.
Durante su actuación parlamentaria logró la erección de la provincia de Chachapoyas
como departamento, pasando de Maynas a Chachapoyas la sede episcopal, el pago en
tabaco de las contribuciones de su provincia y de Jaén; promovió también el
reconocimiento de la deuda española. Fue por su intermedio que logró desde 1831
acercarse al gobierno el general Bermúdez, amigo suyo y deudo de su esposa.
Camporedondo logró su ascenso y su nombramiento de ministro. Ante las encrucijadas
políticas por las que incesantemente hubo de avanzar el gobierno de Gamarra en sus
postrimerías, Camporedondo fue siempre su acompañante, a veces su guía leal y
decidido. Tenía fe, como tantos otros políticos de entonces, en el prestigio de Gamarra
para la conjuración de obstáculos y dificultades; así como igualmente el espanto a la
anarquía que podía sobrevenir en su ausencia y cierto desdén hacia las auras
populares que todavía en aquel entonces no habían podido levantar y sostener por sí
solas a sus favoritos y predilectos. Servicial con sus amigos, sin embargo, a causa
quizá de su nacimiento, carecía de modales urbanos, del don de tratar y manejar a la
gente. También se hizo odioso por su empeño para que, no obstante estar en el mando
supremo, la Convención aprobara su elección como diputado; y por ciertas medidas
administrativas, sobre todo hacendarias.
Poco después el gobierno solicitó permiso para utilizar los servicios del diputado
general Vidal con motivo de los sucesos ocurridos en el norte, aunque sin advertir que
lo había nombrado prefecto y comandante general de la Libertad. Este nombramiento
no era legal porque Vidal no estaba en la terna que para la elección de nuevo Prefecto
tenía hecha la Junta Departamental (6 de noviembre).
La Convención había comenzado por nombrar una comisión para que presentara el
proyecto de nueva Constitución, integrándola con un individuo por cada departamento.
Las discusiones de esta comisión resultaron interminables. En tanto la Convención no
quería dar pretextos al gobierno cuyo vocero La Verdad llegó a decir que aquella no
era un “cuerpo legislativo, ni un congreso, no vota contribuciones, no sanciona leyes,
en fin no es más que una academia científica erigida para discutir las enmiendas de
que pueda ser susceptible el pacto fundamental del Perú”; apenas se reunía para
aprobar el presupuesto y para la renovación de la mesa. En los primeros días de
octubre llegó a Lima Luna Pizarro; y esta llegada significó para los liberales “jefe,
unidad y consistencia”.189
Antes de salir de Arequipa para venir a las sesiones de la Convención, Luna Pizarro ya
había manifestado privadamente a Nieto y a Valdivia las conveniencias de la federación
entre el Perú y Bolivia.190 Una vez llegado a Lima tuvo oportunidad de reunir a sus
compañeros de asamblea que pertenecían a su grupo en una casa de la calle de San
Pedro para exponerles este plan. Bolivia debía unirse al Perú cediendo el departamento
de La Paz para formar el Estado del centro; Tacna debía ser la capital de la
Confederación. Ya había tenido él tal proyecto en la época de Bolívar; éste lo había
querido realizar a su modo y al oponerse Luna había sido expatriado. Ahora Santa Cruz
debía ser el jefe. Cuando se le recordó que años atrás Santa Cruz había ordenado
fusilarlo, repuso que estaba corregido y que en la federación tiene menos fuerza el
Poder Ejecutivo. No a todos sus amigos reveló Luna todo esto; a algunos sólo les dijo
que tenía un plan para la felicidad del Perú, entre ellos a uno muy fiel llamado por eso
“el lego del profeta” que sin saber nada más se puso a vocear que se acercaba la edad
de oro del Perú. Pero, en general, los presentes en la reunión de la calle de San Pedro
no recibieron con entusiasmo la idea, aunque fueron fieles al secreto que se les exigió.
Esa nota pasó en la sesión matutina del 18 a una comisión especial que se dividió en
su dictamen. La mayoría compuesta por los diputados Freyre, León y Vigil, liberales,
opinó que la Constitución fijaba en el presidente del Senado la persona que debía
reemplazar el Presidente y al Vice provisoriamente; que no podía haber justificación en
la continuación del Presidente en el mando habiendo expirado el periodo constitucional
y que si insistía en sus dudas expusiera francamente si creía que en las facultades de
la Convención estaba nombrarle sucesor.
El presidente del Senado era Tellería a quien Gamarra tenía una manifiesta aversión
desde que lo descubrió conspirando.
Al continuar la sesión del mismo día 19 a la 1 y ½ de la tarde hizo don Manuel Tellería,
presidente del Senado, por escrito una “indicación urgente”. En vista de haberse
declarado dudoso y cuestionable el derecho que podía tener, su exaltación podría ser
perjudicial al país. Si el Senado estuviera reunido, renunciaría. Como no lo está declara
que en ningún evento admitirá el mando supremo de la República. En virtud de estos
documentos y de las circunstancias, la comisión que nombró la Convención para
examinar la nota de Gamarra pidió al reabrirse la sesión a las 2 ½ el nombramiento de
un presidente por la Convención “con el carácter de provisional mientras se elija el
propietario por los pueblos en la forma que disponga la Constitución que se ha de dar”.
Este dictamen apoyado por los diputados Vigil, León y Tellería fue impugnado por los
diputados Zavala y Saravia y aprobado por 74 votos contra 7 salvando los suyos 3
señores. Gómez Sánchez presentó algunas adiciones que fueron aprobadas en la
sesión siguiente por unanimidad: el presidente provisorio debía desempeñar el poder
ejecutivo hasta que fuera elegido el propietario con arreglo a la reforma constitucional;
y para ejercer el cargo debía prestar el juramento respectivo ante la Convención.
Gamarra y sus áulicos, contando con sus amigos y con los eternos e innumerables
recursos para corromper y para intimidar que tiene el poder, estaban seguros de que
la elección iba a favorecer a su candidato el general Bermúdez. Los liberales, en tanto,
se habían reunido las dos noches anteriores a la elección en casa de Luna Pizarro. En
los primeros meses de las sesiones habían estado divididos los diputados liberales
entre los generales Orbegoso que contaba con los del centro y del norte y Nieto que
contaba con los del sur.
Orbegoso había sido elegido diputado, pero no había concurrido por temores en
relación con su seguridad personal; sin embargo, su amigo de confianza, el Dr. José
Villa, lo convenció de que viniera a Lima donde, en medio de la opinión pública, su
seguridad estaba más defendida que en una provincia distante. Además, debía estar
alejado del norte, donde Salaverry había iniciado la guerra civil. Orbegoso llegó a Lima
seis u ocho días antes de la elección obteniendo así ventaja sobre Nieto que estaba en
Arequipa. Unidos ya los liberales, eliminada la candidatura de Nieto, contaron más o
menos 50 votos, pero sabiendo que a estas reuniones habían ido muchos como
observadores de parte del gobierno entre ellos uno que por su edad llamaba hijo a
Bermúdez y le decía “estoy con esos demagogos porque están de moda pero en lo
esencial un cuerno para ellos: mi voto es para ti”. Pero a éste que era vividor y que
quería estar en el partido que tuviera poder lo engañaron haciéndole creer que tenían
56 votos y que Luna iba a saber la procedencia de cada uno de ellos.
Pero, sobre todo, lo que perdió a Bermúdez fue la fuerza inmanente de la opinión.
Porque las fuerzas anárquicas bullentes en aquella época habían estado demasiado
tiempo contenidas en aquel fatigoso proceso de cuatro años; o porque los agraviados
con el gobierno por una u otra causa eran ya innumerables; o porque la campaña de
oposición liberal había tenido vasta repercusión seduciendo a unos con el prestigio
tutelar, entonces incólume, de la Constitución y de las libertades y a los más,
predominantemente, por la exhibición procaz de corruptelas y pecados, lo cierto es que
en aquellos días la oposición contaba con el apoyo popular y el calificativo “gamarrano”
era voceado con desdén o con odio.
________________________________________________________________
183
La Miscelánea, N.º 910 de 5 de agosto de 1833.
184
El minucioso relato de las relaciones entre el Gobierno y las Juntas Preparatorias primero, y la Convención,
después, con la documentación respectiva, en el escrito de Vigil "Conducta de la Convención con el Ejecutivo y de
éste con la Convención desde las Juntas Preparatorias" que se publicó en varios números de El Constitucional de
1833-34. Desde el N.º l, de 2 de noviembre de 1833.
185
Véase el capítulo i del libro primero de esta obra.
186
El Genio del Rímac, N.º 23 y El Telégrafo de Lima, N.º 431 denunciaron este hecho. Lo mencionan también
Rufino Macedo en su exposición como diputado por Lampa (publicada en El Veterano de Lima, N.º 12, 28 de octubre
de 1834) y Vigil en su publicación citada.
187
Távara lo dice así. Publicación citada en El Comercio de 9 de octubre de 1862
188
Refutación del ciudadano diputado a la Convención José Braulio Camporedondo a las imputaciones calumniosas
que se le han hecho por varios actos de su administración durante el tiempo que ejerció el Poder Ejecutivo de la
República como Vicepresidente del Senado. Lima, Imp. de la Gaceta, 1834.
189
Para esta parte tienen singular valor la tantas veces citada «Historia de los partidos» de Távara que es bastante
explícita en lo relacionado con la Convención. Por haber sido Távara actor de algunos de estos acontecimientos y
testigo de todos ellos, su testimonio, que acaso es el único referente a la "vida íntima" de este momento de nuestra
vida pública, es inapreciable.
190
Después de la remisión de las notas dijo Nieto a Valdivia: "Recuerde usted lo que nos dijo el señor Luna Pizarro
antes de irse de diputado a la Convención: Que había meditado mucho sobre la suerte del Perú; y que veía que a la
larga tendría que formar con Bolivia una confederación de tres Estados; y que si hallaba oportunidad, lo propondría
en la Convención a fin de que los Congresos del Perú y Bolivia la verificasen, evitando de ese modo las guerras
interminables de ambos países, que no tendrían otro término que la Confederación; pues Bolivia aspiraría
constantemente a obtener el puerto de Arica porque enclavada mediterráneamente como se halla, le era imposible
sostener su independencia y aspirar al progreso" (Valdivia, Memorias sobre las revoluciones de Arequipa, p. 32).
191
Actas de la Convención publicadas por El Telégrafo de Lima de diciembre de 1833 y enero de 1834. Según
Gamarra, en su manifiesto de 1834, el espíritu sedicioso de la Convención se reveló desde que dieciocho diputados
se arrogaron el derecho de aprobar poderes nulos y rechazar otros legales. Nieto, llevado por la plebe liberal, y
Orbegoso con la plebe riva-agüerina se unieron: fue el triunfo de la "eruptum fulmen" (Gamarra era latinista). A
pesar de las representaciones de personas honorables, él (Gamarra) condescendió con la Convención "aunque no se
necesita más que una ligera tintura de derecho público para saber que la autoridad legal no puede ser reemplazada
sino por otra que tenga los mismos caracteres de legalidad; que la máxima de la legislación romana melior est
conditio possidentis, se aplica con tanta razón a los conflictos que ocurren entre los derechos civiles como a los que
sobrevienen entre los derechos políticos; que un cuerpo constituido para un solo objeto no puede desempeñar otros
sin romper el pacto que lo constituye; que la Convención no podía ejercer más que un solo y único acto de
autoridad estrictamente señalado y circunscrito en la Constitución; por último, que la seguridad pública es la
suprema ley de los Estados y que la del Perú iba a desaparecer en el momento mismo en que la autoridad legítima
abandonara el puesto para que éste fuese ocupado por un poder usurpado, anticonstitucionalmente y creado por el
espíritu de facción y de intriga". (Manifiesto que hace el General Gamarra al Congreso y a toda la nación peruana
sobre los acontecimientos que lo obligaron a defenderse y a defender la tranquilidad pública bajo las órdenes del
General de Brigada D. Pedro Bermúdez. Cuzco, Imp. Libre, 1835. Fechado en Cochabamba, 1° de noviembre de
1834).
CAPÍTULO V
El periodo que sigue a la terminación del periodo presidencial de Gamarra puede ser
dividido en cuatro etapas: el desplazamiento primero y la eliminación luego del poder
de Gamarra; enseguida la anarquía que permite la intervención de Santa Cruz y, por
último, la intervención que da lugar a la Confederación Perú-Boliviana.
DESPLAZAMIENTO DEL PODER DE GAMARRA
No se crea, sin embargo, que por el hecho de haber sido Orbegoso el primer
representante de la nobleza que llegaba al poder después de Riva-Agüero,
representara un sentido de clase, a pesar de que un comentarista de las cosas del Perú
tan bien informado como A. de Botmillau afirma que su entronizamiento señala la
reincorporación de dicha casta a la vida política. La ayuda que en este sentido debió
tener Orbegoso fue quizá tácita, de ambiente, mediante el apoyo particular de algunos
de sus relacionados o amigos. Pero Orbegoso tiene, como lo comprueba el recuento de
las causas de su triunfo en la elección que hiciera la Convención, un significado liberal.
Liberalismo político, naturalmente, porque en esta época se pospone la cuestión
religiosa: liberalismo sobre la base de antiautoritarismo y de antimilitarismo que
llegaba hasta cierto vago espíritu demagógico. Sus principales consejeros —Villa,
Zevalla, Quiroz y, un poco más alejado, Luna Pizarro— no representaban ciertamente a
la nobleza. Ello no quiere decir que esta clase estuviera en el bando opuesto, a pesar
de sus blasones. Pando, Pardo y Aliaga y otros de los consejeros y partidarios de
Gamarra eran mirados con cierta hostilidad en los salones precisamente por su total
identificación con el régimen entronizado desde 1829 y por su espíritu de lucha y de
desenfado para abrir y seguir polémicas y discusiones.
Durante los primeros días de su permanencia en Palacio, Orbegoso se vio rodeado por
unos cuantos amigos personales, haciéndose notar la ausencia de militares. El palacio
estaba desmantelado y sucio; la guardia en desorden. “Parecía casa de donde estaba
ausente el dueño”.192 “Mi posición en el gobierno — dice Orbegoso en sus Memorias—
parecía más bien una farsa provisional que resolución de la nación”.193 Gamarra, entre
tanto, seguía prodigando destinos y grados militares que autorizaba Bermúdez con
fechas anteriores a las del ingreso de Orbegoso al gobierno. En la tesorería no había
un peso y se debía a los empleados. La aduana estaba empeñada; las contribuciones,
cobradas y gastadas. No había cómo costear ni siquiera el alumbrado de Palacio,
donde no quedó ni un solo vaso, pues Gamarra se lo llevó todo. “Los guardias de
Palacio, los edecanes del gobierno, la escolta y hasta los centinelas de las puertas
interiores y de la pieza en que yo dormía —sigue diciendo Orbegoso— eran puestos por
órdenes reservadas, por Gamarra y de las personas de su total confianza hasta en la
clase de tropa. No me era permitido hablar sin testigos en el interior del Palacio donde
las guardias se reforzaban en la noche y se colocaban sin mi conocimiento hasta en los
balcones. No es posible que algún preso de Estado sea más activamente vigilado y
tenga menos libertad. El pueblo absorto rodeaba en las noches las calles del Palacio
pero su celo era estéril e impotente”. Cuando le preguntaban al ministro don José Villa
cómo andaba el gobierno, cuéntase que respondía: “Cada día que duramos es una
victoria”.
En la noche del 20 de diciembre, fecha en que Orbegoso tomó el mando, hubo en Lima
una junta de jefes militares. Zubiaga, cuyo carácter turbulento había producido en el
Cuzco años antes un choque con un jefe boliviano, opinó por el golpe de estado
inmediato.194 La actitud conciliadora de Echenique y de otros jefes y la negativa de
Bermúdez y Gamarra para encabezar el golpe frustraron su realización.
Don José Villa, principal consejero de Orbegoso, fue a hacer una visita a Bermúdez
para pedirle que fuera ministro de Guerra en el nuevo gobierno. Si el interés público lo
había llevado a olvidar sus agravios con Gamarra, debía llevarlo igualmente a olvidar
los que ahora tenía con Orbegoso y la Convención. Las circunstancias difíciles por las
que tenía que atravesar Orbegoso iban a hacerle perder seguramente su popularidad;
en cambio, Bermúdez podía ganar las elecciones que iban a venir pronto. Bermúdez
respondió que estaba cansado de apuntalar casas viejas y que quería irse a Tarma.195
Cuatro o seis días después, el jefe encargado del Estado Mayor, coronel Allende,
comunicó a Gamarra que Orbegoso le había pedido el estado del ejército. Gamarra
autorizó con su firma ese estado alegando que estaba vigente el cargo de general en
jefe del ejército que le había dado La Mar. Orbegoso rechazó esta firma. La ley no
reconocía ese empleo. La guerra con Colombia para la cual exclusivamente había sido
creado, “pertenecía ya al pasado”. El hecho de haber ocupado Gamarra la presidencia
de la República había creado una nueva situación y él mismo, al declarar extranjero a
La Mar y al deponerlo, había anulado su administración. Gamarra fue a Palacio a
conferenciar con Orbegoso sobre este asunto y salió más desavenido que antes.196
Llegaron, en eso, correos urgentes del Cuzco. El prefecto, coronel Bujanda, enviaba al
gobierno de Lima una correspondencia en cifra que había sido sorprendida y que de
Bolivia había sido mandada al Perú. Ella revelaba la creciente ingerencia de Santa
Cruz. Orbegoso la abrió y, temiendo dar pretexto para que Gamarra se sublevara, lo
mandó llamar. Gamarra concurrió. Se le ofreció entonces el nombramiento de
Comandante en jefe de las tropas de un ejército compuesto de cuatro batallones y de
dos regimientos de caballería que debía ir al sur, instándosele para que fuera
inmediatamente a Cuzco y Puno. Algunos diputados y los periódicos liberales miraron
este nombramiento con desagrado porque era dejarle las manos libres a Gamarra.
Luna Pizarro, Vigil y Távara no fueron de esa opinión. Según ellos, si Gamarra tenía
planes ocultos era más peligroso en Lima; si se sublevaba en el sur, producía la guerra
civil y Orbegoso tenía tiempo para defenderse, pues podía obrar con libertad.
Aquella noche, que era la del primer día del año 1834 —sigue diciendo Gamarra—
decidió ir a ver a Orbegoso en el teatro. La función principió con una alocución y un
himno patriótico, representándose enseguida el drama sentimental de gran
espectáculo “El deber y la Naturaleza”; y a continuación vino un intermedio de canto y
un sainete, terminando la función con un castillo de fuego. Orbegoso díjole a Gamarra
en el teatro que iría a su casa al otro día a hablar largo. El 2 estuvo éste esperándolo:
viendo que no llegaba, resolvió a las 6 de la tarde verlo, por segunda vez, en el teatro
a donde debía ir, pues la función era en su honor. Ya estaba vestida su esposa, ya
estaba la calesa en la puerta cuando un amigo trajo la noticia: asesinos disfrazados
iban a asaltarlo en la casa de comedias. Orbegoso, “para dejar el campo libre a sus
satélites, no asistiría a la función teatral sin embargo de su conocida afición a lucir la
banda presidencial”. Una persona de confianza que fue al teatro trajo indicios
confirmatorios; Gamarra se abstuvo de ir.
Según los enemigos de Gamarra nada de esto hubo. El coronel Zubiaga, rudo en sus
actos, no era tampoco discreto en sus palabras. Propalaba públicamente opiniones
amenazantes para la Convención y los liberales. Llegó a decir a Orbegoso —según
cuenta Villa en su Memoria198 que lo apoyaría si se desatendía de leyes y de Congresos
y que el general Gamarra se había perdido por no llevarse de sus consejos”. Orbegoso
de lo que se convenció fue de que había que separarlo del mando que tenía en el
batallón Cuzco. Vino la renuncia de la prefectura de Ayacucho hecha por el general
Frías. Los prefectos interinos debían nombrarse de las ternas y no había en ellas otro
expedito que el coronel Zubiaga. Se hizo esta propuesta a Gamarra, pero fue
desechada como si aún tuviese legalmente el poder.
“Tanta era la insolencia y el descaro de los conjurados —sigue diciendo Villa— que el
coronel Allende, que estaba encargado del Estado Mayor nacional daba órdenes a
nombre del gobierno, sin habérselas siquiera consultado y el jefe de la República no
tenía otra atribución que vivir en palacio”.
El 2 de enero —el mismo día en que, según Gamarra, preparábase su asesinato— dice
Villa que Orbegoso tuvo avisos de que esa noche era la revolución. Ciudadanos
armados patrullaron las calles, mientras las tropas estaban encerradas en sus
cuarteles con sus jefes. Según él, el entusiasmo del pueblo contuvo la explosión.
Ese día se había presentado en Palacio, por asuntos del servicio, el general Vargas,
gobernador de las fortalezas del Callao. El Presidente, que estaba acompañado por su
ministro general, el señor Villa, le dijo que tenía que hablarle y que lo haría en el coche
al cual se preparaba a subir en aquel momento.200 Subieron Orbegoso, el general
Vargas, Villa y el mayor Pezet, edecán del gobierno: el mayor Estrada, otro edecán,
con diez hombres de la escolta, los acompañaba a caballo. Se dirigieron a laportada del
Callao y, estando en ella, mandó el Presidente al cochero que siguiese sin decirle a
dónde. Según Valdivia, Orbegoso puso una pistola en el pecho de Vargas revelándole
sus intenciones. Según Villa, aunque Vargas entró en sospechas, nada quiso decir
hasta que Orbegoso mismo le anunció, aunque no de modo claro, el objeto del viaje.
El coche llegó al Callao muy cerca de la noche. Al entrar Orbegoso al castillo, lo recibió
la guardia con el acatamiento debido; ordenó, entonces, que formasen todas las tropas
y, una vez reunidas, les preguntó con voz tonante si lo reconocían por Presidente
legítimo. Fue victoreado. Ya habían llegado algunos jefes amigos que habían sido
advertidos oportunamente: entre ellos el coronel Quiroz, el mayor González, el capitán
Varea. González fue puesto en el batallón Pichincha, Varea en una compañía del Cuzco,
en lugar del capitán Frisancho que pertenecía a la logia gamarrista.
Poco después, Orbegoso destituyó al general Vargas y lo hizo salir del Callao; en su
lugar nombró al coronel Valle Riestra.
En tanto, las noticias corrían en Lima desfiguradas, abultadas. Hubo alarma, cierra
puertas. Cuenta Gamarra que diferentes personas le advirtieron a las 7 de la noche del
mismo 3, después de la salida de Orbegoso, que el pueblo armado y en tumulto iba a
pedir su renuncia, que estaba reuniéndose y que iba a atacar su casa con escaleras,
para lo cual Orbegoso se había ido al Callao. Llegó a su casa Bermúdez de visita con la
señora de Camporedondo, en tanto que se repetían los anuncios sobre grupos armados
y amenazantes. Gamarra mandó al oficial Arrisueño donde Orbegoso a inquirir por qué
se había ido y éste dijo que a las ocho estaría en Lima al día siguiente y que no tuviera
cuidado. Además de la respuesta de Orbegoso trajo Arrisueño la noticia de los cambios
hechos en los jefes del Callao.
A poco vino del Callao el capitán Robles con pliegos del Presidente. El general
Necochea debía ser reconocido como comandante en jefe de las tropas que estaban en
Lima; el coronel Allende, encargado del Estado Mayor, debía pasar al Callao; también
debía ir la escolta; el coronel Zubiaga debía ser separado del batallón Cuzco y
reemplazado por el coronel Vivanco. Como Allende no se presentó, Orbegoso nombró
en su lugar al coronel Quiroz.
A las 4 de la mañana, en una junta de jefes presidida por Gamarra y Bermúdez, quedó
acordado el golpe de estado. A algunos jefes se les dijo, para acabarlos de decidir, que
Orbegoso quería entregar el Perú a Bolivia. A las 11 del día se posesionaron de la casa
de la Convención dos compañías al mando de los tenientes Castañeda y Carmelino,
atropellando y desarmando violentamente a la guardia cívica que la resguardaba e
infiriendo varias heridas al centinela de la puerta, llamado Juan Ríos, que hizo
resistencia. Estaban presentes algunos diputados: el oficial Carmelino les preguntó sus
nombres así como a los empleados de la secretaría, al oficial de partes del Ministerio
de Hacienda y a otras personas que presenciaban el atentado: “Yo nada tengo que
hacer con ustedes”, dijo cuando confrontó sus nombres con los que traía en una lista;
algún curioso alcanzó a ver en ella los de Luna Pizarro, Vigil, Zavala, Mariátegui y otros
más.202
Bermúdez fue proclamado jefe supremo provisorio. Ministro de Guerra fue nombrado el
general Juan Salazar que no pertenecía al grupo de Gamarra y que se vio obligado a
aceptar, según él, intimidado; Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores fue
nombrado, primero, don José María Corbacho que también era persona alejada de
Gamarra, que no quiso aceptar, siendo entonces nombrado don José María de Pando; y
Ministro de Hacienda don Andrés Martínez, que luego se dirigió a Arequipa con el cargo
de prefecto. Para la prefectura de Lima fue designado el coronel Vivanco.
Volvió a tomar la redacción del periodismo oficial, don José María de Pando. Aparte de
algunos editoriales enérgicos en El Conciliador, Pando publicó un número
extraordinario de este periódico cuyas ocho páginas estaban íntegramente dedicadas a
hacer la filosofía de los acontecimientos recientes.
Las elecciones dieron el triunfo, por el acostumbrado retraimiento de los buenos, a los
que querían “un gobierno débil, sumiso, humilde, impotente que fuese dócil
instrumento de su ambición estólida y de sus pueriles desvaríos”. Sin embargo, entró
gente sincera a la Convención; la mayoría de sus miembros lo era acaso; pero los
buenos, satisfechos con la conciencia de sus rectas intenciones, no suelen organizarse
con jefes sagaces y arteros. Ministros de Dios que descuidando sus deberes sagrados
“poseían la astucia de la serpiente pero no la sencillez de la paloma”, dirigieron las
operaciones de los llamados liberales. Vino el afán de la junta preparatoria para
instalarse y para mandar. Huboen calma la general decisión de las provincias, que no
podía menos de ser contraria a lo que el vértigo revolucionario había fraguado”.
Sospechas, acrimi-naciones, recelos y la fuga al Callao con los peligros que implicó a la
capital, produjeron el conflicto. El compromiso de sostener a Orbegoso estaba
subordinado a su conducta que, de acuerdo con sus promesas, debió ser moderada y
conciliadora. Cuchillos y machetes se preparaban a realizar una obra cruenta en la
noche del 3 de enero; mientras, desde el Callao, Orbegoso desorganizaba las tropas
para hacerlas suyas. Entonces, el ejército y particulares distinguidos rogaron al general
Bermúdez que se hiciera cargo del mando provisoriamente.
Decía igualmente que el hecho de que no hubiera estado cerrada para Orbegoso “la
guarida” del Callao revelaba la ausencia de planes en su contra; y que su ausencia
como Diputado en la última junta preparatoria —ausencia penada según el reglamento
de las Cámaras con la suspensión de la ciudadanía— y sus manejos en La Libertad
ante la sublevación de Salaverry, había sido suficiente base para declarar su ineptitud
legal.205 En el último número que llegó a publicar El Conciliador, pocas horas antes de
la reacción popular, hablaba aún de la pobre sombra que paseábase aislada en el
Callao...
Desde el 4 de enero no se tocó en Lima una sola campana. No hubo corrida de toros,
ni comedias, ni fresquerías. La Corte Superior fue obligada a cumplimentar a Bermúdez
por medio de amenazas.209 Bermúdez dijo a los vocales que aunque él sabía que no
estaba dentro de los marcos legales, no toleraría el desaire de que no fuese felicitado
por las corporaciones como era de ritual con los nuevos presidentes. Por la noche se
iban al Callao hombres de todas clases y edades y aun mujeres. Se mandaba, con
abundancia, víveres, caballos, armas y dinero.
Huacho se pronunció por Orbegoso y, simultáneamente, Ica. Con este motivo salió del
Callao una pequeña división al mando del coronel Quiroz que desembarcó en la costa
norte: Gamarra destacó en la misma dirección al general Vargas con una partida de
infantería y caballería. La noticia de que el jefe que debía reunírsele en Chancay había
sido tomado por los orbegosistas, hizo retroceder a Vargas. Gamarra partió entonces
en su auxilio con fuerzas considerables.
En la mañana del 28, el comandante Luján se pasó a las fuerzas del Callao con toda la
artillería montada. Apenas quedó a Bermúdez una compañía de caballería y temió que
la deserción se generalizase.210
El día 29, a la una de la mañana, entró a Lima una partida de montoneros del Callao;
y, a las 8 ½, Orbegoso, quien fue recibido con un entusiasmo acaso mayor que el que
hubo para San Martín y para Bolívar. Las ropas de soldados o paisanos hacían
distinguir en las calles la bandería de los numerosos muertos y heridos. La casa de
Gamarra fue saqueada.
En otras, el estilo era solemne; así, en estos “loores en honor de los ilustres
ciudadanos que murieron en la noche del 28 del pasado Enero”:
Algunas han llegado hasta nosotros como aquella canción que dice:
Peruanos, la patria
nos llama a la lid.
Juremos por ella
vencer o morir.
Coro al que se agregaban estrofas de acuerdo con las circunstancias, como ésta:
Acabe Gamarra
y al punto habrá leyes.
Él, peor que los reyes,
las quiso humillar.
_____________________________________________________
192
Távara, publicación citada.
193
Orbegoso, "Memorias". Manuscrito publicado por Paz Soldán, Historia del Perú Independiente, 1835-39, p. 300.
194
El relato de esta reunión en El coronel de ejército ciudadano José Rufino Echenique ante el respetable e imparcial
tribunal de la opinión pública. Távara confirma la versión dada por Gamarra y por Pando de que algunos
propusieron a Bermúdez y a Gamarra el golpe de estado; y que ellos se negaron.
195
Távara, publicación citada.
196
Editorial contra la jefatura de Gamarra en el Genio del Rímac, N.° 49 de 3 de enero de 1834.
197
Manifiesto que hace el general Gamarra al Congreso y a toda la nación peruana sobre los acontecimientos que lo
obligaron a defenderse y a defender la tranquilidad pública bajo las órdenes del General de Brigada don Pedro
Bermúdez. Cuzco, Imprenta Libre por P. Evaristo Gonzáles, 1836. Fechado en Cochabamba, 1° de noviembre de
1834.
198
"Memoria leída en el Callao a la Convención Nacional el 6 de Febrero del presente por José Villa, ministro de
Hacienda y encargado del Departamento de Guerra y Marina". Reproducido por Pruvonena.
199
Távara, publicación citada
200
Versión de Villa, distinta de la de Távara y de la de Valdivia en Revoluciones de Arequipa. Su testimonio es más
valioso porque es de un testigo presencial.
201
El Concliador publicó pocos días después del golpe de Bermúdez cartas de Frías y otros jefes de provincias
desconociendo a Orbegoso. Según Vigil en su Conducta del gobierno citada en el capítulo anterior, y según los
demás escritores liberales, el plan Gamarra se basaba en este desconocimiento con el que quería empezar la guerra
civil.
202
Nota del Oficila Mayor de la Convención, don I. Martín Garro. En El Genio del Rímac, N.° 51 del 8 de febrero de
1834.
203
El Conciliador extraordinario, N.° 6.
204
Entre los periódicos del Callao, uno de los más importantes er El Playero (N.° 1, del 15 de nero) que se
caracterizaba por su lenguaje desenfrenado. A Pando lo llamaba "diplomático ulceroso" de "pluma narcótica" y lo
acusaba de jugador. Para Escudero y doña Francisca tenía los más deshonrosos calificativos, aludiendo a la
intervención de ésta en las intrigas políticas. A bermúdez le decía "animal", a Allende "femenino", a Guillén
"redondo", a Zubiaga "sombrío" y "parlampan", a Gamarra entre cosas horrendas, "majestad guatanaica y
mamacona", a Eléspuru "marqués de Uñate".
Veáse, por ejemplo, una muestra de su ingenio: "DonJosé María de Pando, gran duque de lupanar titulado papas
con ají, cuartel maestre jeneral de la carpeta verde, administrador de correos, diputado, marqués de la trampa,
señor del petardo, caballero cubierto de fístolas y del hábito de San Pedro Armengoa, patrón de los ajusticiados,
condecorado con el zapato triangular de la Emperatriz doña Francisca, gran canciller del palenque del Carrizal,
consejero secretario de S. M. Guatanaica el Gran Mariscal Gama y ministrode R.R. E.E. del vierrey cochinito..." (N.°
3 de 22 de enero 1834).
205
Ídem, N.° 7 de 22 de enero de 1834.
206
Notas publicadas en El Genio del Rímac, N.° 53 de 13 de febrero de 1834.
207
Suplemento a El Conciliador, N.° 2 de 5 de enero de 1834.
208
El Genio del Rímac, N.° 51 de 8 de febrero de 1834.
209
La protesta de la Corte Superior después de reconocer a Bermúdez, en El Genio del Rímac, N.° 60 de 21 de
febrero de 1834.
210
Toda esta relación en Mercurio Peruano, N.os 1874 y 1875 de 3 y 4 de marzo de 1834.
211
Es preferible esta versión de Viadurre a la de Mercurio Peruano, según la cual Vivanco llamó al coronel Prieto
para que reuniese a los vecinos con el objeto de conservar el orden.
212
El Verdadero Día 28 de Enero de 1834 en Lima. Imprenta Constitucional por Juan Calorio. Glorioso y memorable
28 de Enero de 1834 en Lima. Imprenta del Gobierno en el Callao por Nemesio Iparraguirre. Arenga del ciudadano
Manuel Lorenzo Vidaurre al pueblo peruano con motivo de la sedición del 3 de enro de 1834 proyectado por
Gamarra con los consejos de Pando, Orbegoso en una de sus Memorias manuscritos publicados por Paz Soldán, H.
del P. I. 1835-1839, p. 301) dice que doña Francisca trajo las tropas de La Legua.
(*)
Construcción que se refiere a la revuelta organizada por los cuatro coroneles, hermanos Gutuierrez, hombres de
confianza de Balta, en 1872, para impedir que Prado suba al poder. Al no querer comprometerse en ese intento,
Balta es encarcelado y asesinado en julio de ese año. (N. del E.)
213
Imprenta Republicana de J. M. Concha.
214
Hoja suelta con los versos que se leían en tarjetas puestas al lado de los féretros de los caídos el 28 de enero, en
las exequias solemnes que se les hicieron.
DERRUMBAMIENTO DEL PODER DE GAMARRA
Con fecha 15 de febrero, por 46 votos contra 19, aprobó una ley que textualmente
decía en su primer artículo: “El Poder Ejecutivo queda extraordinariamente autorizado
para tomar las medidas que exija la seguridad pública mientras se restablece el orden;
dando a la Representación Nacional razón motivada de las que se tomare”. La razón
fundamental para el otorgamiento de estas facultades era el peligro que aún ofrecían
Gamarra y Bermúdez.217
Orbegoso tenía ante sí el problema de la falencia del erario por lo cual decretó una
rebaja de 25% en favor de los que verificasen al contado y en dinero efectivo los
derechos de aduanas. Esto trajo la reunión de algún dinero. Realizó, enseguida, un
empréstito voluntario de las personas capaces de proporcionar algunas cantidades,
reconociéndoles el interés mensual del 2%. Este empréstito se convirtió en forzoso
bajo el mismo interés; las necesidades de la guerra abierta sin los más preciosos
elementos fueron invocadas para ello. Una junta de ciudadanos fue nombrada para el
reparto proporcional de estas cargas. Como los gastos eran urgentes, no era posible la
demora: vinieron medidas coactivas. Igual empréstito fue impuesto a Ica por 25.000
pesos, a la Libertad por 60.000 y a Jauja más tarde, en menor escala. Los generales
orbegosistas Miller y Nieto exigieron también subsidios para atender a los gastos de
sus respectivas comisiones. Las necesidades más imperiosas pudieron ser así
atendidas. Para proporcionar al ejército una caja militar vino, enseguida, la venta de
algunas fincas nacionales; pero esto no obtuvo mucho éxito por el temor que había de
un triunfo de Bermúdez y Gamarra y por la pobreza general. Los productos de las
casas de martillo, que entonces fueron permitidas, sirvieron también de algún alivio.
También decretó Orbegoso un reclutamiento general en los pueblos fieles a él; y llamó
a jefes separados por licencias, reformas o retiros, aceptándolos indistintamente. Para
la obtención de caballos y mulas, se recurrió también a la fuerza reconociendo su valor
como una deuda pagadera cuando fuese posible; exigiéndose, en la misma forma,
raciones de campaña, bagajes, pastos, etc.218
Gamarra, Bermúdez y sus principales jefes entre los que estaban Frías, Eléspuru, San
Román, Bujanda, Vargas y otros fueron dados de baja.
Távara ha publicado el texto del dictamen que sirvió de base a esta ley y que tiene
idéntica redacción; fue firmado por Mejía, gamarrista, Vigil que tan frío se había
mostrado en la reunión que provocó Luna Pizarro para exponer su plan de salvación
del Perú, y él, que era enemigo de Santa Cruz.
Con discursos de Nieto comparando a los arequipeños con los espartanos y los
atenienses, con repiques, música, desfiles comenzó la organización bélica de Arequipa.
Gamarra tenía en Puno a San Román y en el Cuzco a Bujanda que le eran fieles y estas
fuerzas unidas resultaban temibles. Se organizó una maestranza de armeros, herreros,
etc.; así como el trabajo de fundición de balas. El nitrato de sosa de Tarapacá sacado
de las cenizas de los hornos de las panaderías y de los fogones de las chicherías y
casas particulares fue convertido en nitrato de potasa para la pólvora. La población
entregó las armas que tenía. Jóvenes distinguidos formaron el batallón “Inmortales”
equipándose al principio a su costa.
Nieto, además, se puso en comunicación con el coronel Carrillo que mandaba en Tacna
y que se había comprometido a oponerse a un legicidio; Carrillo se pronunció contra
Bermúdez. Mandó llamar, así mismo, a Castilla que después de haberse escapado de
su prisión y de haber estado en Chile, regresó a Tarapacá a fines de 1833. Pero su
medida más grave fue pedir auxilios a Santa Cruz. Ya parece que desde principios de
1834 estaba en contacto con el oficial boliviano Guilarte. Para tomar ahora oficialmente
la decisión de llamar a Santa Cruz alegó la enorme superioridad militar de Gamarra. Y
alegó también la opinión de Luna Pizarro quien antes de irse a Lima para actuar a la
Convención había manifestado su plan de la federación entre el Perú y Bolivia.221
Como contestación al pedido de Nieto pidió Santa Cruz que el mismo Orbegoso o las
corporaciones de Arequipa, Tacna, Moquegua y aun si fuera posible Cuzco y Puno lo
llamaran.
San Román dio una respuesta evasiva y Nieto dijo que sólo aceptaría la entrevista si
tenía por base el reconocimiento de la legitimidad de Orbegoso.
Teniendo en consideración que sus huestes estaban compuestas por paisanos para
quienes les sería difícil luchar en la sierra. Nieto resolvió aguardar a San Román y
preparó atrincheramientos.
San Román, en efecto, avanzó con un lucido ejército sobre Arequipa, Bujanda quedó
de prefecto en el Cuzco. Entre las medidas que Bujanda tomó a raíz del
pronunciamiento de Arequipa se encuentra un decreto declarando que el Cuzco
pertenece de hecho y de derecho a la República peruana y ordenando que un cordón
de tropas impidiese toda comunicación con Arequipa. Así mismo, prohibió toda
discusión pública o privada sobre los negocios políticos del día y en especial, sobre la
defección de Arequipa así como toda reunión de más de cuatro personas; y ordenó, así
mismo, que todo individuo que pasara por las calles de la ciudad después de las 9 de
la noche fuera conducido al cuartel y que se procediera a la detención de quien entrara
en conversaciones sediciosas.223
El lunes de Pascua, 31 de marzo, llegó a Arequipa el aviso de que las tropas de San
Román habían acampado en Cachamarca. La batalla se empeñó el 2 de abril en el llano
de Porongoche. Nieto mandó que su caballería cargase a la de San Román, pero los
húsares de éste resistieron con firmeza; y los coroneles Castilla y Carrillo repitieron la
carga. Hubo, además, un fuego vivísimo de infantería y artillería muriendo de parte de
los arequipeños el coronel Montenegro y el teniente Godoy. San Román se retiró a un
cerro que había ocupado primero y Nieto, que quedó dueño del campo de batalla, dejó
en él una guardia y se retiró con el grueso de sus fuerzas al llano de Miraflores.
Al día siguiente, San Román pidió una capitulación honrosa para ahorrar sangre; e
invitó a Nieto a una reunión en la lloclla de Paucarpata que dividía el campo de ambas
fuerzas. Nieto asistió con los civiles Iguaín y Ros y San Román emponchado bajó al
cauce de la lloclla con un ayudante. La conferencia duró como tres cuartos de hora.
San Román aceptó el reconocimiento de Orbegoso y por ello se le permitió retirarse a
Cangallo y se le suministraron víveres.
No cumplió, luego, San Román con mandar emisarios para firmar las capitulaciones;
los buscaron los de Nieto y como revelaran que la actitud de los vencidos estaba
cambiando, fueron retenidos como rehenes. Nieto que contaba con la pronta venida de
Orbegoso quien a última hora varió de plan, decidió hacer un amago a San Román
pensando quizá que cumpliera así su palabra y avanzó en su busca, empeñándose la
batalla llamada de Cangallo. Después de tres horas y media de combatir, el triunfo era
para Nieto. Gran parte de la infantería de San Román se desbandó. Pero la caballería
de Nieto falló, volvió cargas, envolvió a la reserva de arequipeños y el coronel español
Escudero, uno de los jefes del ejército invasor avanzó triunfante sobre Arequipa. Ya
San Román había huido hasta Vilque. Nieto sé retiró a Islay y se embarcó luego en la
fragata “Libertad” con dirección a Arica.224 Era Escudero un aventurero español, militar
y periodista, alegre, elocuente, valeroso.
Poco después entró San Román.226 Andrés Martínez fue nombrado prefecto y junto con
las tropas vencedoras se preparó a contener la inminente invasión de Santa Cruz.
El norte tuvo menor importancia que el sur en éste, como en general, en todos los
momentos de nuestras revoluciones militares.
La campaña del centro consistió, primeramente, en choques parciales entre las fuerzas
de Miller y Bermúdez y en la retirada constante de éste. Orbegoso entró en Jauja el 6
de marzo. Gamarra que se había unido a Bermúdez siguió viaje al Cuzco con doña
Francisca.
El ejército orbegosista mandado por seis generales quedó muy cerca del de Bermúdez,
en Huaylacucho, pueblecito cerca de Huancavelica que puede ser dominado desde las
alturas. En tanto Bermúdez que acababa de recibir el parte de la toma de Arequipa,
logró avanzar y tomar una posición de flanco sobre el ejército de Orbegoso; y hacer
sus descargas en forma convergente desde lo alto. Se produjo la derrota del ejército
orbegosista que hubo de retirarse al norte (17 de abril). Bermúdez perdió a un jefe
valiente, cruel, leal: el general Frías, quien fue asesinado por un soldado que tenía
agravios con él, cuando quiso arengar a uno de los regimientos orbegosistas. Tan
odioso se había hecho como prefecto que, según cuenta Lavandais, cuando entró este
regimiento en Ayacucho, las mujeres buscaban al asesino para besarle las manos.
Después de su victoria, Bermúdez, con alguna demora, hizo oficios por medio de
Pando al Consejo de Estado proponiéndole negociaciones de paz,230 desconociendo
siempre a la Convención y pidiendo la reunión de un Congreso y el aplazamiento de la
reforma de la Constitución.
En Huancayo, antes de que regresara Saldías insistió Echenique ante Bermúdez que el
ejército ya no quería pelear contra sus hermanos y que una guerra cuya naturaleza
repugnante era del dominio de todos; debía cesar a toda costa. El coronel Miguel
Medina ratificó lo dicho por Echenique. “No soy capaz de entrar en nada; amárrenme
ustedes si quieren”, dijo Bermúdez.
El 23 en la noche, sin derramamiento de sangre, casi sin ruido, los jefes anunciaron a
Bermúdez su propósito de someterse a Orbegoso. Bermúdez, Pando y el periodista
Garrido, redactor de La Oliva de Ayacucho quedaron libres para ir a unirse a Gamarra.
Una comisión partió para anunciar la noticia a Orbegoso cuyo ejército estaba en
inminencia de ser totalmente derrotado. Ambos ejércitos avanzaron a Maquinhuayo;
formaron pabellones y corrieron a abrazarse. Se decretó que en ese lugar se levantara
una columna con una inscripción: “El amor a la patria unió aquí a los que en el mismo
sitio y en la misma hora se iban a batir; y convirtió en campo de amistad el que iba a
ser de sangre. Abril de 1834”.
Quedaba Gamarra.
Gamarra que avanzó y ocupó Tacna; mientras Nieto se retiraba a Arica tuvo noticia de
lo ocurrido en Maquinguayo y comprendió que su causa estaba perdida. Fue ante su
desamparo y ante la fuerza que iba adquiriendo Santa Cruz, con la guerra civil que se
había desarrollado en el Perú, que tuvo su primera claudicación respecto de la política
peruanista, antisantacrucina, que había seguido desde 1829 hasta aquél mismo año de
1834 puesto que, vencedores en Cangallo, sus secuaces habían esperado enfrentarse
luego a la intervención boliviana. Y fue así como el coronel Escudero, enviado como
parlamentario, propuso a Nieto una nueva fórmula de conciliación en un escrito que
textualmente decía en su parte resolutiva: “Fedérense los departamentos del Sur,
Ayacucho, Cuzco, Puno, Arequipa; póngase al frente de ellos el Sr. General D.
Domingo Nieto; y en el momento podrá disponer de ambas fuerzas beligerantes, como
jefe de ellas, teniéndose entendido que la federación deberá componerse de tres
Estados: Bolivia, Centro y Norte; y que el general D. Andrés Santa Cruz los presidía
todos y saldrá garante al mismo tiempo, de cuanto se estipule bajo esta base”.233
Los comisionados de Nieto, que eran Ros y Carrillo, expresaron que la esfera de aquél
era muy circunscrita para que se pudiera arrogar la responsabilidad de disponer de los
destinos y de la forma de gobierno del país; y pidieron el reconocimiento de Orbegoso
por el ejército de Gamarra.
Durante el tiempo que Gamarra había estado en Arequipa, se había hecho visible la
simpatía que le dispensaba el obispo Goyeneche. Cuando Nieto regresó le pidió un
préstamo de cien mil pesos para atender a las necesidades de la administración. Se
negó y entonces hubo de ser intimado: o entregaba la contribución o salía del lugar. El
obispo recibió noticias de Lima en el sentido de que ya habían cesado las facultades
extraordinarias. Las comunidades lo rodearon, se agolpó el pueblo, clérigos
alborotados peroraron que la religión se acababa (25 de junio).
Con una persistencia que no tienen las conmociones sísmicas, el pueblo de Arequipa
tuvo todavía otro trastorno el 3 de octubre de 1834 ante el anuncio de una
conspiración gamarrista. Hubo clamores en las calles contra Andrés Martínez, que
acababa de ser prefecto bermudista y contra el Obispo. Martínez fue enviado a Lima
donde continuó en prisión por algún tiempo.237
Otros nombres de mujeres semejan un arpa o una guitarra o un laúd; alguna apenas si
semeja un perfume. El nombre de doña Francisca tiene un redoblar de tambor y aún
suena convocando a los azares de la emoción. Otras mujeres fueron joyas, ánforas, o
vasos; ella fue esbelta, tersa, vibrante, agresiva como una espada. Aun en el amor, en
medio de los desfallecimientos de la voluptuosidad, debió inspirar el marcial denuedo
con que el soldado iluso sigue a su capitán. En la Conquista, doña Francisca se llamó la
Monja Alférez. En tiempos más envueltos en las brumas de la leyenda, la hubieran
creído descendiente de las Amazonas. Más que la Perricholi vivirá seguramente en la
profana liturgia del arte porque la Perricholi es símbolo de la imitación de Europa:
imitación su leyenda versallesca, imitación su éxito decretado por el interés de
Merimee, de Basilio Hall y de Radiguet.
Si otras mujeres tuvieron en la política peruana, con su actuación intermitente, un rol
de “tapadas” por actuar en la capital, por alcanzar importancia máxima en los
conciliábulos, en doña Francisca Gamarra, mujer consagrada a la acción y a la lucha,
culmina el tipo de la rabona. Fue ella la venganza de las rabonas frente a las orgullosas
tapadas limeñas en los cuatro años que imperó en la capital con sus arrebatos y su
poder; y porque les disputa ahora la sugestión y el atractivo.
Hubo también otro personaje que concluyó entonces su actuación en el Perú: don José
María de Pando. Desde que Bolívar lo llamara a su lado haciéndolo primero
plenipotenciario en Panamá y luego ministro de Estado, su nombre habíase repetido
mucho en la política del Perú. Actores de la Independencia habían mirado con disgusto
que este hombre, que tan sólo por su caída política a causa de la implantación del
absolutismo había venido de España donde fue diplomático y ministro de Estado,
ocupara posiciones prominentes también en el republicano Perú. Pando, periodista
eminente de La Crónica Política y Literaria, Mercurio Peruano, La Verdad, El
Conciliador, político, canciller y diputado debe ser estudiado no al lado de las biografías
de los caudillos sino, con detenimiento, en la revisión de los grupos y tendencias civiles
y doctrinarias.
Pero ello no ha de impedir anotar que la formidable convulsión popular de 1834 acabó
de desengañarlo del Perú. En las correrías que tuvo que hacer al lado de Bermúdez en
la sierra hasta antes de Maquinhuayo, estuvo enfermo. Cuando fue apresado y
conducido a Lima, se vio rodeado de odio. La caída de Gamarra parecía definitiva; si su
resurrección era operada algún otro espasmo político, la lucha iba a ser más
agobiante, más ruda. La pequeñez aldeana de Lima ahogaba a este hombre que a
pesar de todas sus faltas, avezado a los usos diplomáticos, llevó a la cancillería un
caudal de experiencia de que nuestra diplomacia incipiente carecía y que, por su
cultura, contribuyó a la superación de nuestro ambiente cultural y de nuestro
periodismo.
Pando emprendió viaje a España después de vivir durante algún tiempo en las
fortalezas del Callao. Hombre orgulloso, inescrupuloso y amargado, solicitó una
pensión del gobierno de España y cuando ella le fue negada por el ministro Calatrava,
por haber admitido empleos de los insurgentes del Perú, tuvo frases apóstatas.
Atribuyó a la omnipotente y temible voluntad de Bolívar sus servicios a los
insurgentes; “pero abandonar a mi nación a quién debo educación, carrera, honores y
estimación... por una miserable agregación de hombres de todas castas, viciados,
desenfrenados, divididos en bandos feroces, envueltos en perpetua anarquía... Y
abandonarla ¿con qué aliciente?”...
Pando fue un caso de político profesional, de hombre que por su idiosincrasia y por su
vocación necesita del poder y lo prefiere al foro, al comercio, al aislado devaneo
intelectual.
Y su tragedia fue como la de Monteagudo: la tragedia del hombre que choca con el
ambiente por sus ideas que son las que están en reflujo, en ricorsi respecto de su
época, al menos en ese ambiente. Y fue también la tragedia de ser extranjero;
extranjero por carecer de contactos previos y extranjero por pertenecer a un plano
intelectual superior a la gran masa de quienes lo rodearon. Se ha dicho que si en
países donde la cultura es un patrimonio común a veces suele existir la soledad y el
distanciamiento del intelectual, ese fenómeno se acentúa en nuestros países y se
acentuaba, sobre todo, en aquella época; y para un hombre que había viajado por
Europa y ejercido allá cargos de rango, el contacto con las turbulencias, con la
insipiencia, con la pobreza, con la ignorancia criollas tenía que hacer de su patria no un
hogar sino una cárcel. Por eso su actitud ante el ministro Calatrava, por eso el desdén
que dedica a América en su libro Pensamientos sobre moral y política publicado en
Cádiz en 1837.
Gamarra con su ejército cuyo número llegó a ser calculado en 7000 hombres estaba,
pues, vencido. Una campaña en el centro y otra en el sur, dos batallas campales, el
sitio del Callao, muchos encuentros parciales, muchos muertos y el sufrimiento de los
pueblos con el reclutaje, con las exacciones, con la requisa de víveres y medios de
transporte había costado este triunfo de la opinión que arrojó a Gamarra a Bolivia,
Bermúdez a Centro América, Pando a España. Aún más, don Felipe Pardo y don Antolín
Rodulfo fueron exilados de Lima por algún tiempo porque, según dijo Orbegoso en su
Razón motivada, “su intimidad con don José María Pando fue un delito a los ojos del
pueblo”. También sufrió persecuciones el vocal de la Corte Maruri de la Cuba, acusado
de haber sido instigador del golpe de Gamarra en 1829; así como algunos extranjeros.
El triunfo de Orbegoso sobre Gamarra no señala, pues, la pacificación efectiva del país.
El año de 1834 es un año de transición entre la situación atormentada pero firme
creada por el primer gobierno de Gamarra y la nueva organización que pretende darse
al país al calor de tendencias unitivas y federalistas creadas desde los días de Bolívar,
mantenidas por la ambición de Santa Cruz e incrementadas a raíz de los trastornos
que este año engendra. La intervención popular en enero de 1834 no fue tampoco el
advenimiento de la opinión como factor permanente y decisivo en la evolución política
del país sino un caso singular y epiléptico.
_______________________
215
El Genio del Rímac, N.º 52 de 12 de febrero de 1834. Documentos del Gran Mariscal D. L. J. de Orbegoso,
documentos N.º 188 y N.º 189.
216
En Dancuart, Crónica Parlamentaria, tomo ii, pp. 131-133 están las leyes y resoluciones legislativas citadas.
217
Dancuart, ob. cit. El Genio del Rímac, N.º 57 de 18 de febrero de 1835, N.º 235 en los Documentos del Gran
Mariscal Orbegoso.
218
Todo esto en Razón motivada que el Presidente Provisorio de la República da a la Convención Nacional sobre el
uso que ha hecho de las facultades extraordinarias que se le confirieron en 17 de Febrero y devolvió en 11 de Junio.
Lima, 1834. Imp. del Constitucional por Lucas de la Lama.
219
Actas de la Convención en El Genio del Rímac, N.os 131 y 133 de 21 y 28 de mayo de 1834. Távara, publicación
citada. La ley no fue publicada por Orbegoso en 1834 por mantener el secreto y después porque hablaba
únicamente de cooperación para acabar la guerra civil. Fue publicada en El Comercio de 18 de enero de 1858.
220
Comunicaciones de Nieto a Orbegoso sobre estos hechos en Documentos del Gran Mariscal D. Luis José de
Orbegoso, Lima, Imp. E. Moreno, 1924, editados por Luis Varela y Orbegoso, documentos 154, 156 y 156. Lo
mismo en Revolución de Arequipa por Valdivia, p. 11 y siguientes. Clérigo y abogado, maestro y diputado,
consejero de caudillos, agitador de cabildos abiertos, orador de asamblea y de plazuela, redactor de proclamas
vibrantes y de periódicos virulentos, Valdivia se identificó con la vida política de Arequipa y, a veces, con la vida
política del país. Su organismo quizá se endureció en la campaña y en la aventura y así alcanzo al desastre del 79.
Viejo ya, escribió Valdivia estas Memorias sobre las revoluciones de Arequipa. La edad senil acaso había embotado
sus facultades, lúcidas y penetrantes en El Chili de 1834 y en El Yanacocha de 1836 y Revoluciones de Arequipa
que, para muchos ha sido un oráculo, dejan mucho que desear no sólo desde el punto de vista sociológico sino
igualmente desde el punto de vista literario y aun en lo que respecta a su exactitud y a su criterio.
Valdivia no vertió en su libro lo que en esa época había de características sociales, de folclore de pasiones
populares, de asomos doctrinarios. En forma desgreñada quiso hacer resaltar su actuación histórica así como la de
los caudillos que fueron sus amigos. No parece, sin embargo, que hubiera sido un hombre cultivado y eminente; su
tono es de cierta rústica sencillez, salvo en los párrafos sobre la Consolidación y la deuda española donde se ve al
jurista. Y no aporta, ya lo observaba magistralmente don Germán Leguía y Martínez, una luz que explique el
pasado, ni un calor de alma que lo sintetice, ni una intuición que en las entrañas revueltas del desorden, escarbe y
desentierre su significado fundamental.
Como fuente histórica, el valor de Revoluciones de Arequipa tiene un inmenso valor pero lateral: como
complemento más que como base. Hay que separar, para aceptarlos con beneficio de inventario, su egocentrismo y
sus apasionamientos que aun los años no habían aplacado (animadversión a Vivanco, exaltación de Nieto y Castilla,
etc.). Brilla, en cambio, en medio de la aridez de su relato deshilvanado a veces el tesoro de algunas anécdotas que
pintan tipos sicológicos como en un test, de algunas escenas típicas del ambiente no del palacio ni del hogar sino de
la campaña, de la batalla.
Este capítulo sobre las jornadas de Arequipa en 1834 es el más extenso quizá por ser de los primeros porque
efectivamente Valdivia desempeñó en ellas un rol primordial.
221
Revoluciones de Arequipa, pp. 30, 31 y siguientes. Nieto dice en su Memoria de los hechos que justifican la
conducta pública que como general del ejército peruano ha seguido en la época que comprenden los años del 34 al
39, publicada en Lima. Imp. de El Comercio que Santa Cruz le insinuó que proclamase la Confederación ofreciéndole
cien mil pesos, dos mil soldados bolivianos y la jefatura de uno de los nuevos Estados. La versión de Valdivia tan
amigo de Nieto, comprueba que Nieto fue quien llamó a Santa Cruz y no alude a este ofrecimiento. Lo mismo
sostiene Santa Cruz en su manifiesto de 1840 (p. 67 en la edición de O. de Santa Cruz).
222
Cartas de Pedro A. de La Torre a Bermúdez, Gamarra y Pando. Reimpresas en Arequipa, 1834.
223
Decreto de 21 de enero de 1834 en El Veterano de Lima, N.º 2 de 16 de octubre de 1834.
224
Revoluciones de Arequipa, pp. 11-79. El Genio del Rímac, N.º 110 de 28 de abril de 1834. Parte de Escudero en
La Minerva del Cuzco, N.º 33 de 11 de abril de 1834.
225
Este cuadro ha sido trazado animadamente por Flora Tristán que estuvo en el Perú en los primeros meses del
año 1834 y publicó su libro Pérégrinations d’une parie en París, en 1838. Los viajeros que han escrito sobre el Perú
en la República, se pueden dividir en tres grupos:
a) Viajeros científicos, que vinieron en alguna misión especial y que se interesaron por el ambiente. Tales, Poeppig
ya citado en una nota anterior, Tschudi en su Reiseskizzen aus den Jahren 1838-42; Charles Wilkes en su Exploring
expedition. Madeira, Brasil, Southern Cruize, Chile, Peru (1838); Ernest Grandidier en su Voyage dans le Amérique
du Sud (1858); Alfred Grandidier en su Voyage dans les deux Amériques (1859); Markham en su Travels in Peru
and India; Emile Carey en Le Pérou, cuadro descriptivo histórico y analítico sugerido por su exploración al Amazonas
y a la Guayana (1852-55?); Thomas Hutchinson en Two years in Peru (1871); Squier en The Land of the Incas
(1872); Wiener en Pérou et Bolivie (1875-77).
b) Viajeros residentes, que de regreso a su país escribieron sus recuerdos como Archibald Smith en Peru as it is
(1829-39?); Sutcliffe, gobernador de Juan Fernández en Sixteen years in Chile and Peru from 1822 to 1839; los
primeros ministros americanos (ver los artículos de Malcolm Chesney Shurtleff en West Coast Leader de 1927); A.
de Botmilliau en Lima et la société péruvienne (1850).
c) Viajeros turistas, como A. S. de Lavandais en Voyage dans le Pérou (1833); George W. Peck en Melbourne and
the Chincha Islands with sketches of Lima (1853); S. S. Hill en Travels in Peru and Mexico (1858); el vizconde
Basterot en De Québec a Lima (1868-59).
Dentro de los viajeros turistas puede clasificarse a Flora Tristán que, sin embargo, tiene un interés especial por el
colorido que sabe dar a sus páginas, sólo comparables a otro libro análogo de un viajero turista: Souvenirs de la
Amérique Espagnole por Max Radiguet.
Pérégrinations d’une parie es una mezcla de novela de aventuras, de diario íntimo, de panfleto. Quien se interese
puede consultar el ensayo que sobre su valor en relación con el Perú publiqué en 1928, en el N.º 3 del Boletín
Bibliográfico de la Universidad de Lima [hoy Universidad de San Marcos. N. del E.], dirigido por Pedro S. Zulen.
Muchos de los datos que sobre la entrada de Escudero en Arequipa da Flora Tristán están comprobados por las
relaciones de cartas publicadas en los periódicos de Lima.
226
Cuenta Flora Tristán que para disculpar su ausencia en el momento de la entrada de las tropas vencedoras en
Arequipa, San Román hizo correr la voz de que había sido herido en una pierna. Ella lo fue a visitar y lo encontró
recostado. Tomó San Román tanto interés al conocer a la joven y elegante mujer que a la vida conventual de
Arequipa llevó unas briznas de la elegancia parisiense, que, olvidándose de su herida, se puso de pie cuando ella se
despidió y la acompañó hasta la puerta (Tomo ii, pp. 268-273). Escudero en su parte de la victoria de Cangallo dice
que San Román desapareció. (Parte citado en una nota anterior).
227
El Genio del Rímac, N.º 70, 5 de mayo de 1834. Documentos del Gran Mariscal Orbegoso, N.os 181, 182 y
197.224 Revoluciones de Arequipa, pp. 11-79. El Genio del Rímac, N.º 110 de 28 de abril de 1834. Parte de
Escudero en La Minerva del Cuzco, N.º 33 de 11 de abril de 1834.
228
Documentos del Gran Mariscal Orbegoso, N.º 199. El Genio del Rímac, N.º 62 de 24 de febrero de 1834. Razón
motivada de Orbegoso.
229
Todo esto y lo que sigue en El Coronel de Ejército Ciudadano José Rufino Echenique ante el respetable e
imparcial tribunal de la opinión pública. Cuzco, julio 23 de 1894. Imp. Libre. También, documentos N.os 234, 236 y
237 en Documentos del Gran Mariscal Orbegoso. Carta de Bermúdez narrando estos sucesos desde Pampas, el 26
de abril, en El Genio del Rímac, N.º 177 de 23 de julio de 1834.
230
Nota de Bermúdez sobre arreglos, publicada en El Genio del Rímac, N.º 113 de 1° de mayo de 1834.
231
Carta de 17 de mayo. En El Genio del Rímac, N.º 136 de 2 de junio de 1834. Orbegoso alude a esto en su Razón
motivada. Los documentos sobre los sucesos de Maquinhuayo en el Boletín del Ejército del Norte, N.º 4 de 26 de
abril y N.º 5 de 28 de abril de 1834. El periodista Garrido en su folleto Ensayo sobre la conducta pública del
ciudadano Andrés Garrido en los últimos acontecimientos que han afligido a su Patria, Lima, 1835, Imp. de La
Gaceta por José Masías, narra sus aventuras después de Maquinhuayo cuando llegó a ser perseguido por las turbas
en Ayacucho a raíz de su llegada a esta ciudad como fugitivo. Garrido hace, al mismo tiempo, una elocuente
defensa de Frías y de su actuación prefectural en Ayacucho que dio lugar a la instalación de un banco de rescate de
piñas, al establecimiento de la gendarmería, a la dedicación de los presos al aseo de la población, al acueducto de
aguas, al mejoramiento de los planteles de instrucción, a la construcción de una alameda por las tropas, a las
reformas en el hospital y el baratillo.
232
Carta de Gamarra, 27 de abril; y de San Román, 28 de abril. Respuesta de Nieto, Tacna, mayo 2 y 3. En El
Genio del Rímac, N.º 126 de 17 de mayo de 1834.
233
Valdivia, p. 85. Confirmado en la Memoria de los hechos que justifican la conducta pública que como general del
Ejército del Perú ha tenido Domingo Nieto en la época que comprenden los años del 34 al 39, Lima, Imp. de El
Comercio por José Monterola, 1839, pp. 6 y 7.
234 Cartas publicadas en El Genio del Rímac, N.º 146 de 13 de junio de 1834.
235
Cartas publicadas en El Genio del Rímac, N.º 144 de 11 de junio de 1834. Revoluciones de Arequipa, p. 90.
236
Incidente no mencionado por Valdivia. El Genio del Rímac, N.os 164, 179, 183 y 185 de 8 y 26 de julio y 1º y 4
de agosto. La Gaceta Comercial fue el órgano que defendió al obispo.
237
El Misti de Arequipa.
238
Orbegoso dice (manuscritos de Paz Soldán, ob. cit., p. 306) que doña Francisca escribió a todos sus amigos y a
Salaverry. Dice Flora Tristán: “Prisionera doña Pancha, era todavía presidenta. Lo espontáneo de su gesto
manifestaba la conciencia que tenía de su superioridad. Como la cubierta estuviera llena de gente doña Pancha hizo
un ademán, significando que deseaba estar sola y, como por encanto, se quedó desierta la toldilla”... “Ella me
examinaba con una gran atención y yo la miraba con no menos interés. Todo en ella anunciaba a una mujer
excepcional y tan extraordinaria por el poder de su voluntad cuanto por lo elevado de su inteligencia. Tendría 34 ó
36 años, era de mediana talla y fuertemente constituida, a pesar de haber sido muy delgada; su figura, ante las
reglas con las cuales se pretende medir la belleza, no era en verdad bella, pero juzgando por el efecto que producía
en todo el mundo, sobrepasaba a la mejor belleza. Como Napoleón, todo el imperio de su belleza estaba en su
mirada; cuánta fuerza, cuánto orgullo y penetración; con aquel ascendiente irresistible, ella imponía el respeto,
encadenaba las voluntades, cautivaba la admiración. Su voz tenía un sonido sordo, duro, imperativo; hablaba de
manera brusca”. Durante la entrevista, doña Pancha sufrió dos ataques de epilepsia; a propósito de la deposición de
La Fuente se ha citado anteriormente unas frases de Eléspuru que comprueba la frecuencia con que sufría estos
ataques. “¿Me crees exilada para siempre? ¿Perdida? ¿Muerta tal vez?” fue lo último que doña Pancha dijo
angustiadamente a Flora, sobreviniéndote enseguida el segundo y más fuerte ataque, (ob. cit. T. ii, pp. 423-448).
239
La Maríscala doña Francisca Zvbiaga y Bernales de Gamarra, cvya vida refiere y comenta Abraham Valdelomar
en la civdad de los Reyes del Perv, mcmxiv, imp. Penitenciaría. Esta biografía anecdótica, escrita mucho antes de
que estuviera en boga este género que tanto éxito ha tenido con el Disraeli de André Maurois, es un buen aporte;
pero adolece de cierto afán hiperbólico y laudatorio y de cierta inseguridad en el criterio para juzgar a los
personajes y a los acontecimientos. En numerosos pasajes está bien documentado, teniendo a la vista fuentes de
primera mano.
LA ANARQUÍA PRECURSORA DE LA INTERVENCIÓN
Orbegoso juzgó que una nueva revolución era inminente. En las actitudes de La Fuente
el año 23 y el año 29, cuyas víctimas —Salazar y Baquíjano y Riva-Agüero— eran
amigos de Orbegoso, en la latente hostilidad entre peruanos y extranjeros en el
ejército, vio indicios alarmantes. Además, opinábase por algunos que puesto que la
Convención no había estado dentro de sus funciones al elegir a Orbegoso y Bermúdez
no había recibido su mandato de la nación y Gamarra había renunciado, La Fuente
tenía legalmente derecho a la Presidencia.
El 13 dirigió La Fuente una carta a Orbegoso desde la prisión. “¿Quién ha sido, señor,
el consejero de un acto que tanto deshonra su administración?”, le preguntaba.
Señalaba, así mismo, el contraste entre su situación y la de Bermúdez y Pando,
rodeados de atenciones. Invocaba a sus hijos y afirmaba que, por sus desgracias,
odiaba a los hombres.
Orbegoso le respondió el mismo día. Sin ambages le declaraba que lo había apresado
porque estaba empleando en el ejército los mismos medios por los cuales depuso a
Salazar en 1829. Iba a repetirse el caso de La Mar y por eso renunció, aunque no le
aceptaron su renuncia. Afirmaba que, personalmente, nada había entre los dos y que
con sumo dolor se había visto obligado a actuar; pero estaba ante un dilema: o
mandaba o dejaba conspirar.
La Fuente replicó el 15. Prometía dirigirse por escrito a los jefes con quienes se decía
había hablado para conspirar, preguntándoles si ello era cierto. Había rechazado el
ministerio de Guerra y la presidencia del Consejo de Gobierno que Orbegoso le
ofreciera a su llegada: ¿no era ello prenda de inocencia?
Se produjo entonces una especie de “enquete” entre los jefes. Bermúdez afirmó, para
desvanecer algunas afirmaciones que se hicieron, que él no había sido delator de La
Fuente sino que era su amigo. Valle Riestra negó que La Fuente le hubiera dicho nada.
Pero el nombre de Salaverry fue el que más jugó en esto. En su Razón motivada,
Orbegoso llegó a decir: “¡La delicadeza del general Salaverry ha hecho que no sea más
público el plan de conspiración; pues en su viaje, que verificó en compañía de La
Fuente, adquirió muchísimos datos de que ella se trataba”. Meses más tarde de la
prisión de La Fuente, cuando el asunto siguió debatiéndose por periódicos y folletos,
publicó Salaverry un comunicado en La Gaceta Mercantil donde decía: “jamás di parte
ni aviso alguno que pudiera servir de base o apoyo para su prisión o expatriación; ni
en conversaciones privadas me ocupé de él en términos que pudiera causarle perjuicio
ni molestia... cualquiera que haya dicho lo contrario o ha sido engañado o lo ha hecho
de falsario e infame”. Quien sí ratificó las afirmaciones del gobierno fue Necochea241 en
el sentido de que sabía que La Fuente ridiculizaba y hostilizaba al gobierno.
Ausente La Fuente, se convirtió durante el resto del año de 1834 en el caudillo que
invocaba la oposición periodística. Algunos elementos gamarristas se acogieron
temporalmente a su nombre. Las polémicas de entonces, avivadas por los constantes
juicios de imprenta, destacaron a los periódicos lafuentinos. El Limeño donde se dijo
que primero había escrito don José Joaquín de Mora, antes de dirigirse a Bolivia,
llamado por Santa Cruz y donde surgió un periodista valiente, Bonifacio Lazarte, fue
seguido por El Voto Nacional que era llamado “El Voto Antinacional” o “El Voto
Faccional”. También aparecieron entonces El Montonero, El Hijo del Montonero y La
Madre del Montonero; El Hijo del Montonero era antiorbegosista y estaba redactado
por don Felipe Pardo.
Tres ambiciones surgían, pues, sobre los residuos del gamarrismo que bien pronto
podía retoñar. De estas tres ambiciones la más pública, la más evidente, la más visible
era la que, lejana por la distancia y por su posición, venía desde Bolivia y que no era
mal mirada por algunos elementos cercanos a Orbegoso.242 Pero no se requerían ojos
zahoríes para saber que, en el denuedo, en la ambición desmedida, en el
atolondramiento, en el espíritu turbulento de Salaverry había un peligro más
inmediato.
Orbegoso hizo a Salaverry, primero, coronel y a los tres meses general de brigada. Su
misma ingerencia en el asunto del recelo ante los militares extranjeros y de la prisión
de La Fuente revelaba que estaba revoloteando alrededor de la llama de la sedición.
Reiteradamente llegaron denuncias alarmistas al despacho de Orbegoso. Cuando
Valdivia fue a Lima después de sus aventuras al lado de Nieto en el sur, la novedad
más importante que llevó a Arequipa de regreso, fue el peligro de Salaverry. En su
presencia, Orbegoso había interpelado un día a Salaverry: “Me han dicho varias
personas que trata Ud. de hacerme revolución”. Y éste “con aquella risa ferina que
jamás le bañaba el rostro de placer”, había respondido: “Si así fuese, señor general
Presidente, principiaría fusilando primero a V. E.”.243 Desde Puno, Castilla porfiado y
rudo, advertía a Orbegoso del peligro que implicaba Salaverry.244
Orbegoso llamó a Nieto a Lima acaso por evitar que le hiciera sombra en el sur en las
elecciones que iban a realizarse o, aconsejado por Salaverry que lo quería tener a su
lado para poderlo inutilizar en un momento dado. En cambio, dejando a Salaverry en
Lima con el cargo de la guardia nacional y con la peligrosa facultad de proponer las
personas que debían ocupar los empleos por crearse en numerosos cuerpos de
milicias, decidió marchar al sur.
Según él, en los departamentos que recorrió fue adquiriendo datos sobre los progresos
que realizaba la idea de la federación y sobre la conspiración de Gamarra, La Fuente y
Salaverry; pero nada pudo hacer porque carecía de pruebas tangibles contra ellos y los
demás conspiradores.
La penuria del Fisco era grande. Y el motín del Callao tenía por origen el atraso en el
pago de la tropa.
El castillo del Callao fue asaltado y tomado, sin efusión de sangre, por las tropas
mandadas de Lima a las órdenes de Salaverry y Nieto. Salaverry redactó el parte, que
sobre esta jornada dirigió al gobierno, sobre un cañón.247 Salaverry quedó como
gobernador de los castillos. Mucha gente se dio cuenta de que este nombramiento de
Salaverry era como abrirle las puertas del poder. Él mismo, como un anuncio de sus
planes, vistió con lujo a 12 hombres de caballería, de gran talla, y les puso un casco
con el letrero “Coraceros de Salaverry” impidiendo con una visita arrogante a Palacio
que fuera quitado este letrero.
Y sucedió que antes de dos meses Salaverry se pronunció en el Callao, a las doce de la
noche del 22 de febrero de 1835, haciendo embarcar a Nieto como deportado. El
Consejo de Gobierno en Lima intentó en vano levantar partidas de montoneros y reunir
al pueblo que el año anterior, más o menos en la misma fecha, había dado tan
elocuentes pruebas de heroísmo en contra de otro levantamiento militar. Pero, en
realidad, el solo hecho de la noticia de haberse pronunciado Salaverry en el Callao y el
hecho de que al día siguiente de sublevarse viniera con un escuadrón de caballería
bastaron para que el Gobierno tomara el camino de la sierra acompañado por el
mariscal Riva-Agüero y unos cuantos jefes, no sin que el Consejo de Estado, reunido
apresuradamente, acordara que Orbegoso reasumiera el poder en el lugar donde
estuviese, con facultades extraordinarias, sin delimitarlas.
Salaverry se proclamó jefe supremo de la República dando por razón la acefalía en que
había quedado el poder a causa del viaje de Orbegoso al sur desamparando la primera
magistratura para “abrir campaña contra los colegios electorales”; y, también, en
nombre del futuro del país dadas la degradación y miseria populares y por la falta de
éxito que había tenido la acción gubernativa de Orbegoso y de su club.248
“Largo tiempo —decía Salaverry en su proclama— hirieron mis oídos los clamores del
patriotismo humillado, del honor vulnerado, de la inocencia perseguida. Largo tiempo
bebí a grandes tragos el cáliz amargo lleno de lágrimas que las víctimas de un
gobierno opresor vertieron en el seno de un retiro que aún les disputaban sus duros
dominadores. Largo tiempo contemplé a mi patria destrozada por un club de hombres
sin moral y erigido en su seno el altar infando de las venganzas ante el cual humea
todavía el fuego destinado a horrendos sacrificios. Respeto fanático al orden y amor
desmedido a la paz pública me retuvieron en una calma de que debo arrepentirme. No
fueron bastante poderosos los votos de los peruanos más distinguidos por sus luces y
su patriotismo para obligarme a abrazar una resolución en que exponía mi honor tan
antiguo como mi carrera militar. He visto enriquecerse a una facción en medio de la
indigencia general. He visto cubiertos de los andrajos de la miseria, objetos del
escarnio, a los veteranos de la independencia, a los que combatieron a mi lado en los
campos de la gloria...
He temblado de horror al descubrir los ominosos planes del ministerio y los lazos
traidores armados a la sencillez de mis compatriotas. Sí embargo he permanecido en la
actitud de frío y melancólico espectador, guardando del asalto de las dudas mi
reputación sin mancilla hasta que a la voz tímida de todos los buenos peruanos se unió
la varonil de la guarnición de la fortaleza de la Independencia... Lejos de mí la idea de
nadar en torrentes de sangre para llegar al solio cuyo brillo no alucina a una alma
republicana. El cielo es testigo de la pureza de mis ideas...
Peruanos: Ahí tenéis el cuadro aflictivo de vuestra patria. Yo caería en este momento
en un mortal desmayo si para embellecerlo no contara con vuestra cooperación: —si
no me viera rodeado de los jefes más ilustres del ejército nacional: —si no comparase
mi causa con la de los faccionarios que corren en fuga precipitada: —mío es el sufragio
de los patriotas— de ellos la excecración de los pueblos [sic].
El orden hará que la fortuna corone una empresa por la que no exijo otra recompensa
que ver reunida en la calma de las pasiones una asamblea nacional compuesta de
ciudadanos libremente elegidos y extraños a los partidos en cuyo seno pueda
desnudarme con gozo de una autoridad abrumadora”.249
Esta proclama tiene toda la liturgia de los ritos revolucionarios de la época: el énfasis
declamatorio, la alusión al derecho que tenían para disponer de la patria los que la
habían fundado, la alusión a la opresión del gobierno que era en este caso, sin
embargo, típicamente débil, la paradoja de invocar como sola razón del
pronunciamiento el prestigio personal cuando por otro lado pedía como única
recompensa una asamblea “en cuyo seno pueda desnudarme con gozo de una
austeridad abrumadora”.
Según Bilbao, Salaverry encarnaba una nueva generación. Pero, en realidad, era la
misma generación que había actuado desde la Independencia y cuyas características
más saltantes habían sido una constante facilidad para las turbulencias con olvido de
los compromisos y deberes militares y políticos de lealtad y de obediencia. Hablaba
contra la opresión, invocaba la libertad y, sin embargo, erigió un férreo despotismo
militar que no fue como el de Gamarra —el despotismo de una improvisada oligarquía
de generales y coroneles posesionados de las prefecturas y de las jefaturas de cuerpos
vigilándose unos a otros y vigilando a su vez a los oficiales y siendo vigilados por
ellos—; sino un despotismo a base personal. Hacía promesas de reformas; eran ellas
las promesas de toda revolución: precisamente la primera reforma sustancial que
había que hacer tenía que herir al despotismo militar.250
Hablaba de convocar una asamblea nacional; pero acababa de cerrarse una por la cual
él había combatido en el norte y en la sierra. Prometía dejar libre su elección; pero en
el momento oportuno ¿habría tenido libertad para permitir esa libertad? Decía que el
gobierno estaba en el último grado del desprestigio; pero en aquellos días debían
celebrarse las elecciones al amparo de la nueva Constitución y de la paz obtenida por
la campaña contra Gamarra y Bermúdez y la poderosa intervención de la opinión
pública que dio el éxito de esta campaña a los defensores del legalismo a pesar de su
inferioridad material, podía ser un estímulo para canalizarla luego en los comicios
electorales.
Salaverry procedió, pues, con la lógica inmediata del caudillo cuartelesco: juzgó mala
la obra de la Convención cuando aún no había sido implantada, desdeñó el formulismo
electoral que iba a iniciarse. Su caso, con más precocidad que los otros, revela la
característica típica de esta clase de caudillaje: la impaciencia en la ambición. Ella
estuvo favorecida por la situación deleznable del gobierno de Lima, por la ausencia del
Presidente legítimo, por la falencia hacendaría, por el poder que fue dejado en sus
manos en el Callao. La falta de previsión que reveló Orbegoso era imperdonable, pues
tenía ante sí la lección invívita en el caso de la deposición de La Mar de quien él y los
suyos se decían, con orgullo, continuadores: La Mar sucumbió por que dejó a su lado
la prepotencia peligrosa de Gamarra; pero Orbegoso había sido menos cauto aún, pues
La Mar estuvo maniatado por la guerra con Colombia que exigía una concentración de
fuerzas y porque Gamarra había mandado y conducido a la victoria al núcleo más
poderoso del ejército peruano que actuó en esa guerra.
Salaverry era, pues, un usurpador. Sólo más tarde en el flamear de sus banderas
estarían los latidos del espíritu de la Patria. Pero ahora al izarlas sin justificación
efectiva y, lo que es también grave, sin planes concretos, mostraba, sin embargo, la
arrogancia viril infundida por la conciencia de su predestinación histórica.
Orbegoso despachó desde Arequipa una expedición al mando del general Valle Riestra
contra Salaverry. La expedición desembarcó en Pisco y se preparaba a avanzar sobre
Lima cuando estalló un motín dentro de ella y sin disparar un tiro la división Valle
Riestra se pasó a Salaverry a quien el jefe que comunicó este hecho, el coronel
Coloma, llamaba “el primer capitán de los peruanos”.
Salaverry completó con ella su ejército bastante escuálido porque, inicialmente, había
tenido sólo un regimiento de infantería y otro de caballería. Valle Riestra quedó preso.
Del momento en que se tuvo conocimiento en Lima de la llegada de la expedición Valle
Riestra, data la tradición que cuenta que en una de sus proclamas Salaverry decía que
harían sus tropas clarines con las canillas de sus enemigos.
Salaverry, a pesar de que Valle Riestra tenía garantías para irse a Chile, lo mandó
fusilar (31 de marzo de 1835) cumpliendo así las amenazas de muerte que lanzó
cuando supo su aproximación. Se ha dicho que luego se arrepintió; pero lo cierto es
que al día siguiente publicó una proclama llamándolo “jefe desnaturalizado” y
jactándose de su castigo.252
Orbegoso dijo más tarde en uno de sus manifiestos que, con la decisión de la división
Valle Riestra, su poder contó únicamente con 86 soldados de infantería y 10 ó 12 de
caballería. Lopera se había puesto al mando de las fuerzas que en el sur habían dejado
aislado a Orbegoso en Arequipa y en Lampa se le unió San Román que había logrado
escaparse de Bolivia.
Los batallones organizados por Salazar y Baquíjano en la sierra del centro también se
pronunciaron (2 de abril de 1835). Salazar mandó oficiar a Salaverry dando por
terminada la guerra y pidiendo garantías, las que fueron concedidas, excepto a los
generales.
Los sublevados en el Sur, que en gran parte eran gamarristas, optaron temporalmente
por reconocer a Salaverry (2 de mayo en el Cuzco y 4 de mayo en Puno). El acta
firmada con tal motivo por Lopera en Puno resultaba no ya federalista sino anhelando
“un centro de unidad”.
Por algún tiempo se vio obligado Salaverry a salir de Lima porque Nieto, que junto con
él había debelado la revolución del Callao a favor de La Fuente y que había sido
deportado al sublevarse Salaverry en el Callao, desembarcó en el norte iniciando una
guerrilla contra Salaverry. Salaverry mismo partió en su busca dejando en Lima en el
poder al coronel Bujanda. Después de una breve campaña entre Cajamarca y Trujillo
que se caracterizó por la rapidez de las marchas, la tropa de Nieto se pronunció en
Cachapampa a favor de Salaverry (8 de mayo). Pocos días antes Boterín, que
mandaba la escuadra, había puesto la escuadra a disposición de Salaverry pactando
con el coronel Coloma, comisionado de éste.
Salaverry resultó teniendo a sus órdenes todo el Norte más, aparentemente, los
departamentos del Sur, excepto Arequipa. Todo parecía indicar que Orbegoso sería
eliminado y que la guerra civil estallaría luego entre Salaverry y Gamarra, con
inminente intervención de Santa Cruz.
Cuando Salaverry volvió a la capital se encontró con que las partidas de montoneros
habían venido a ser un mal endémico en el valle de Lima. Bujanda —un tipo de militar
rudo— se había visto obligado a levantar en la Plaza de Armas de Lima lo que se
llamaba la horca y el rollo, para castigar con la muerte o con azotes a los montoneros.
La horca y el rollo en la Plaza de Lima, así como el fusilamiento de Valle Riestra y otros
militares realizado por Salaverry e, igualmente, la forma violenta con que tomó
hombres para su ejército fueron dando un aspecto típico de terrorismo a su gobierno.
Sin embargo, Salaverry al volver a Lima procuró rodearse de elementos prestigiosos,
comenzando por nombrar como ministros a Bujanda que había sido gamarrista, a
Ferreyros también antiguo amigo de Gamarra y hombre experto en cuestiones
administrativas y a Iturregui, rico hacendado del norte. Vino entonces un decreto
amplísimo de amnistía que comprendía a todos los presos políticos y deportados desde
la primera revolución hasta la que él había iniciado. Pero ese decreto no es el único
interesante dentro de la parte administrativa del gobierno de Salaverry. Continuó su
fecundidad administrativa: convocó a una Asamblea Nacional en Jauja con plenos
poderes; declaró ciudadano del Perú a todo hombre que desembarcara y se presentara
a la autoridad; decretó que mensualmente se publicara en los periódicos una relación
de todos los gastos e ingresos del Tesoro Público; nombró una comisión especial para
que determinase la previsión y los ascensos en los empleos y las exoneraciones de los
empleados inútiles en la Administración Pública; estableció un Consejo de Estado para
suplir la falta de Poder Legislativo nombrando entre sus miembros al propio Salazar y
Baquíjano y a Luna Pizarro.253
Orbegoso, que se había quedado sin más territorio que el departamento de Arequipa y
que supo que Gamarra intrigaba en Bolivia, llamó a Santa Cruz. Entonces, recién,
vuelve a aparecer Santa Cruz en la escena peruana. Santa Cruz había llegado a ser en
el Perú Presidente del Consejo de Gobierno de Bolívar y Presidente del Consejo de
Gobierno cuando cayó el bolivarismo. Enseguida, nombrado Ministro del Perú en Chile,
había sido llamado por Bolivia como Presidente. Ya en 1829 había dicho que Bolivia
debía ser para América lo que Macedonia había sido para Grecia en tiempo de
Alejandro. Había fundado más o menos el año 28 una logia cuya finalidad era o la
parcelación del Perú entregando Cuzco, Arequipa y Puno a Bolivia o la fusión entre el
Perú y Bolivia sobre la base de la presidencia de Santa Cruz. En Arequipa el año 29
mediante una actitud enérgica de Castilla y otros oficiales, habían sido apresados los
agentes de Santa Cruz que se preparaban a realizar uno de esos planes. Se habló de
Santa Cruz actuando clandestinamente en varias conspiraciones contra el gobierno de
Gamarra, desde la de Escobedo hasta la de noviembre de 1832.
Cuando Santa Cruz supo la rebelión de Ayacucho en julio de 1833 se hizo dar por el
Congreso una autorización para obrar sobre el Perú, que textualmente decía: “Se
autoriza al poder ejecutivo para tomar cuantas medidas crea convenientes a fin de
precaver los contagios del desorden y defender la República de toda clase de
agresiones manteniendo siempre en la política internacional la superioridad que nos da
el orden y la paz que felizmente disfruta la República” (6 de noviembre).254 Cuando
Bermúdez se sublevó en enero de 1834 se dijo por él y los suyos que Orbegoso y la
Convención Nacional iban a entregar el Perú a Bolivia. Cuando Orbegoso marchó a
combatir a Gamarra y Bermúdez, la Convención lo autorizó para que pidiera auxilios a
Bolivia. Cuando Nieto levantó bandera el año 34 contra este levantamiento de
Bermúdez, pidió auxilios a Santa Cruz. Cuando Gamarra marchó contra Nieto y Nieto
fue vencido en Arequipa, Gamarra le ofreció en Tacna proposiciones de paz sobre la
base de la Confederación con Bolivia. Pero ésta fue la participación inminente, posible
de Santa Cruz. Ahora vino la parte pública y efectiva de la intervención de Santa Cruz.
Ante el hecho de que el Perú íntegramente, salvo Arequipa, estaba en manos de
Salaverry vio Santa Cruz que era el momento de actuar y pensó en Gamarra que se
había refugiado allí, y que había sido apresado en Oruro y conducido a Chuquisaca por
querer atravesar la frontera.
Gamarra era entonces llamado por juntas de Puno y de Cuzco y por la división Lopera
para que fuera a ponerse al frente del país y salvarlo de Salaverry.255
30. Versión de Santa Cruz sobre sus relaciones con Gamarra al volver éste al
Perú
31. Versión de Gamarra sobre sus relaciones con Santa Cruz al volver al Perú
en 1835
Según Gamarra, las ideas de federación adoptadas con ansia por los pueblos del sur
del Perú, se afirmaron más por la errada política de Orbegoso y los atentados de sus
subalternos, hasta producir la independencia de hecho de cuatro departamentos que
solicitaron la cooperación de Santa Cruz pero con la condición de que Gamarra los
gobernase. Orbegoso resolvió, entonces, visitar estos departamentos con el propósito
oculto de proteger la federación, pidiendo sólo tiempo a los revolucionarios para
satisfacer sus deseos. Con motivo de la rebelión de Salaverry, fue Gómez Sánchez en
nombre de Orbegoso para pedir auxilios a Santa Cruz en cambio de una parte del
territorio peruano.257 Gómez Sánchez no logró conseguir nada. Santa Cruz maniobraba
en el sur del Perú para pronunciarlo por la federación sin indicar el nombre de quién
debía ser caudillo de ella; y Gamarra por eso prefirió aconsejar a aquellos pueblos la
sumisión a Salaverry. Fue así como se produjo el pronunciamiento del coronel Lopera.
Espiado y hostilizado en Bolivia, Gamarra emprendió viaje a Cobija para juntarse con
su esposa y salir a otro país; al pasar por Oruro vio el movimiento del ejército que se
dirigía a la frontera. “Bolivia iba a dominar el Perú y yo tenía que ser el testigo de
tamaño baldón!” Preso en Oruro, Santa Cruz le escribió invitándole a una entrevista en
Chuquisaca. Cuando ella se produjo “después de ahogar (Santa Cruz) añejos rencores
y justificar en lo posible su conducta, desenvolvió el plan que tenía combinado para
cuya realización contaba con mi ayuda, que estimaba irremplazable. No se olvidó de
mencionar la situación aflictiva del Perú, los deberes que en semejantes circunstancias
pesaban sobre los antiguos soldados cuyos costosos sacrificios por la ventura de los
pueblos estaban a punto de quedar esterilizados; la necesidad de deponer celos
innobles en las aras de la concordia y la no menos imperiosa en que, según su
dictamen, se hallaba Bolivia de ponerse en alerta y aún ingerirse en los negocios de
una República vecina y hermana, despedazada por mezquinas pasiones; igualmente
para evitar el contagio de esta epidemia política, que por cumplir con las obligaciones
de vecina imparcial y amiga ardiente”.
La muerte de Valle Riestra avivó las convicciones de Santa Cruz; en tanto Gamarra
quería aprovechar la coyuntura que se le brindaba, para “servir de contrapeso a las
aspiraciones del boliviano y ahorrar a mi patria la vergüenza y las calamidades que la
esperaban”.
Acordaron los dos con intervención de La Torre un pacto cuyos puntos capitales eran:
la formación de una República compuesta del Perú y Bolivia; su división en tres
Estados, Norte, Centro y Sur con el nombre de República del Perú y con el pabellón
peruano. Gamarra debía pasar al Cuzco y autorizar la declaración de independencia del
Estado del Centro; la agregación de Bolivia como tercer Estado Surperuano y el cambio
de su bandera seguirían a esta declaración. Santa Cruz se comprometía, así mismo, a
obtener el apoyo de Arequipa y el retiro, sin violencia, de Orbegoso. Entre tanto, era
obligación de Bolivia proporcionar todos los elementos de guerra necesarios. Sus
tropas, ya peruanas, pasarían el Desaguadero cuando su auxilio fuese solicitado.
Inmediatamente después de restablecida la calma, se reuniría una asamblea con
diputados de los tres Estados para la consolidación del nuevo orden de cosas.258
La prisa de Gamarra fue, según él, tal que no esmeró que se firmase la redacción de
este tratado, anhelando quizá sobre todo estar con poder en territorio peruano y
temiendo una nueva hostilidad de Santa Cruz. Cuando reclamó del texto del tratado,
recibió respuestas evasivas que lo acusaban de “nimiamente desconfiado”.
¡Amigos! Tiempo es ya de que cesen vuestras vacilaciones: nada falta para que se fijen
de un modo irrevocable. Solo aguarda este momento solemne para sellarlo con su vida
Agustín Gamarra
En otras proclamas halagaba la vanidad de Cuzco, su ciudad natal, diciendo que debía
ser la capital del Perú.
También Orbegoso había mandado mensajeros a Santa Cruz quien recibió así
sucesivamente los ofrecimientos de todos los políticos del momento salvo Salaverry.
Se valió Orbegoso de cuatro personas casi simultáneamente sin que ninguno de ellos
conociera las instrucciones del otro: del agente confidencial Esteves; en seguida del
plenipotenciario La Torre; luego, de un enviado especial, José Luis Gómez Sánchez y
en cuarto lugar de otro enviado especial el general Anselmo Quirós, que ya había sido
agente de Nieto ante Santa Cruz. En tanto que Gamarra pedía armamento y
municiones, Quiroz —que había sido mandado en vista de la entrada de Gamarra en
Puno y de la acogida que se le dispensó—, en menos de 48 horas acordó y firmó el
tratado del 15 de junio de 1835; así, Bolivia debía dar al Perú un ejército que debía ser
mandado por un general de la confianza de Bolivia o por Santa Cruz quien entonces
tendría el mando superior de las fuerzas de ambos Estados. Este ejército debía
permanecer en territorio peruano hasta que se pacificara el país y al mismo tiempo
protegería la formación de una Asamblea de los departamentos del sur que deliberase
sobre la nueva forma del Gobierno del Perú y sus gastos, desde su movilización inicial,
serían pagados por éste. Además, apenas tuviera noticia de que las tropas bolivianas
habían pasado la frontera, el Presidente del Perú convocaría una asamblea de los
departamentos del sur para que deliberase sobre su organización futura; y la
permanencia de dichas tropas duraría hasta la pacificación de los departamentos del
norte cuya asamblea debía convocar también el Presidente del Perú.261
Santa Cruz, que ya tenía listo el manifiesto anunciando su apoyo a Gamarra, se vio
obligado a hacer redactar otro anunciando su apoyo a Orbegoso.
________________________________________________________
240
Todo esto en la Razón motivada de Orbegoso sobre las facultades extraordinarias, ya citada, y en Contestación
de los amigos del General La Fuente a los cargos que le hace el Presidente Provisorio de la República en la ‘Razón
Motivada’, Lima Imp. Republicana. Ver también A los Srs. Representantes, reunidos en Convención Nacional, Imp.
de “El constitucional”. Defensa de la razón motivada en respuesta a la contestación de los amigos del General La
Fuente. Lima, Imp. El Constitucional, 1834.
241
El Limeño, N.º 17 de 3 de junio de 1834 y N.º 35 de 30 de octubre. Carta de Necochea en El Redactor, N.º 24 de
28 de junio, a Juan Gutiérrez de La Fuente en La Gaceta Mercantil N.º 94 de 13 de octubre. El comunicado de
Salaverry en La Gaceta Mercantil, N.º 107 de 28 de octubre de 1834.
242
Un órgano gobiernista, El Veterano, planteó desde octubre esta pregunta a sus lectores: “¿Cuál es el origen de
las desgracias del Perú? ¿Será su separación de Bolivia?”
243
Valdivia, ob. cit., p. 92.
244
Manifiesto de Castilla en 1835, citado más adelante.
245
El Redactor, N.º 36. Muchas veces se ha dicho —inclusive Salaverry al sublevarse luego y Valdivia en
Revoluciones de Arequipa—, que el viaje tuvo también un propósito electoral. Esto está desmentido por Orbegoso
en Exposición que hace el presidente provisional de la República de las razones que le obligaron a solicitar de la
República boliviana auxilios para pacificar el Perú. Arequipa, 1835. Reimpreso en 1836. Imp. Aranda. El ministro
chileno Lavalle también creía que Nieto era el candidato oficial (Sotomayor Valdés, ob. cit., tomo ii, p. 24).
246
Sesión del Consejo de Estado del 3 de enero. El Telégrafo de Lima de 20 enero de 1835, N.º 727. Sesión del 19
en El Telégrafo de Lima, N.º 736.
247
Publicado en El Veterano, N.º 65 de 5 de enero de 1835.
248
El Telégrafo de Lima, N.º 759 de 6 de marzo de 1835.
249
En El Telégrafo de Lima, N.º 756 de 28 de febrero de 1835.
250
Ver “Historia de Salaverry”, artículo de Toribio Pacheco en El Comercio de 29 de octubre de 1857.
251
Exposición de Orbegoso, 1836.
252
Gaceta del Gobierno, Lima, 28 de marzo, N.º 10 y N.º 11 de 1° de abril de 1835.
253
Gaceta del Gobierno de Lima [sin referencias. N. del E.].
254
Andrés Santa Cruz por Manuel José Cortés, p. 148. Los Caudillos Letrados por A. Arguedas, p. 107.
255
Carta de La Torre a Orbegoso, de 11 de mayo de 1835. En Paz Soldán, ob. cit., p. 21.
256
Manifiesto de Santa Cruz en 1840. Reproducido en la recopilación de documentos hecha por O. de Santa Cruz,
pp. 70 y 71.
257
Las instrucciones de Gómez Sánchez que han sido publicadas mencionan también la federación.
258
Todo esto en El General Gamarra a sus compatriotas, publicado en diciembre de 1835 en Costa Rica. La
veracidad de esta parte de su relato está providencialmente comprobada por una carta de J. J. de Mora (19 de
mayo) que inserta Paz Soldán, op. cit., p. 23.
259
Gaceta de Gobierno, Lima, 11 de junio de 1835, N.º 38.
260
Carta de La Torre a Gamarra. Paz Soldán, ob. cit., manuscrito N.º 2, p. 326.
261
Colección de documentos y de sucesos notables en las campañas de pacificación del Perú, Lima, Imp. de Eusebio
Aranda, 1837, p. 1.
262
Memorias de Orbegoso, manuscrito Paz Soldán, ob. cit., pp. 286 y 287.
LA INTERVENCIÓN DE SANTA CRUZ
Santa Cruz dio tres clases de razones para entrar al Perú: razones de carácter
inmediato, razones de carácter personal y razones de carácter permanente. Razones
de carácter inmediato: la anarquía que estaba generalizándose en el Perú fácilmente
se extendería a Bolivia si no se le ponía coto. Bolivia no había intervenido en la
anarquía del año anterior a pesar de incesantes y numerosas llamadas, porque no
había sido afectada directamente por ella. Pero Salaverry era un peligro para la vida de
Bolivia. Santa Cruz pretendía elevar por ello a la categoría de postulado político su
derecho de intervención. En su Exposición de los motivos que justifican la cooperación
del gobierno de Bolivia en los negocios políticos del Perú, decía: “Se ha erigido en la
capital de Lima una autoridad tiránica y monstruosa cuyo código es el suplicio, su base
el terror, sus derechos las lanzas y las bayonetas y que con tan funestos elementos se
abre una carrera de engrandecimiento sobre las ruinas de los infelices pueblos que
gimen agobiados bajo su yugo, aturdidos por sus amenazas y aterrados con la sangre
que corre por sus campos y por sus plazas. Al brotar en el seno de un pueblo y
constituído una anomalía tan escandalosa y absurda, mil veces más peligrosa a la
seguridad de los pueblos que el despotismo sepultado en los llanos de Ayacucho, el
Sur de la República se ha encontrado en aquel aislamiento caótico y peligroso que trae
siempre consigo la disolución de una sociedad; época terrible en que rota la cadena de
la subordinación, desquiciados los comientos del orden, [sic] inciertos los hombres
sobre la suerte que les aguarda y abierta una carrera sin límites a la ambición y a los
partidos, no sólo peligra la sociedad que sirve de escena a tamaños infortunios, sino
que ensanchándose de día en día la esfera del mal, amenaza inminentemente la
seguridad, el reposo y el régimen legal de los pueblos vecinos”. El Perú había
extendido sus manos a Bolivia para implorar socorro, en virtud de las atracciones
irresistibles que nacen de la reciprocidad de intereses y de necesidades. Ese clamor se
ha generalizado y el gobierno provisorio se ha hecho eco de él. “Desde ese momento,
la indiferencia de Bolivia sería un crimen imperdonable a los ojos de la humanidad y de
la política. Su derecho a intervenir en una dilaceración tan desastrosa y tan fecunda en
catástrofes horrendas aún cuando no estuviese justificado por tantos y tan repetidos
testimonios de la voluntad nacional, lo estaría en los progresos que se ha hecho
modernamente y en el nuevo giro que ha tomado en las naciones más cultas el
Derecho Internacional que es la salvación de todos los intereses públicos y privados.
Felizmente ha desaparecido de la civilización europea esa monstruosa interpretación
dada a la independencia política que autorizaba en el seno de un Estado la
acumulación de los ingredientes destructores que se reunían en él para devorar los
Estados vecinos. Los cuerpos políticos, íntimamente ligados por los vínculos de la
civilización y del comercio son en el día garantes mutuos de su respectiva estabilidad y
ventura. La autoridad conservadora de estos bienes preciosos reside igualmente en
todos ellos y los nombres de Navarino y Amberes consignan en caracteres
recientemente formados este dogma del Derecho Político como un freno saludable que
contenga a todos los gobiernos ilusos y a los pueblos que se obstinen en sacrificar a
sus miras y pasiones la dicha y la quietud de sus vecinos”. Citaba, además, la
declaración hecha en White Hall por Inglaterra en noviembre de 1793 justificando la
intervención en Francia por el “sistema destructor de todo orden público” allí creado.
Pero queriendo agotar las fórmulas sancionadas para las operaciones políticas por el
uso de las naciones cultas, había celebrado un tratado expreso con el gobierno
provisorio.263
Razones personales: Santa Cruz era llamado por todas las figuras políticas del
momento. Estaba en trance de escoger con quién se aliaría. Además, el Perú no tenía
en aquel momento una figura que diera garantías de gobierno tranquilo y eficiente.
Santa Cruz había realizado el milagro de mantener el orden y paz en Bolivia. Santa
Cruz no era un extranjero en el Perú. Gran Mariscal, fundador de la Independencia,
combatiente en Pichincha, Zepita y Junín, su nombre estaba unido a muchas glorias y
contrastes del Perú, había ocupado el Palacio de los virreyes como gobernante en
época no muy lejana.
Razones de carácter permanente: Bolivia era aún entonces un país mediterráneo. Fue
un error del Libertador la separación de Bolivia y si es que efectivamente debió
realizarse esta separación, sus límites debieron ser más amplios. Bolivia estaba muy
lejos del mar y rodeada por dos países grandes: el Perú y la Argentina, de donde podía
partir la conquista. Además, había la vinculación comercial. Los departamentos del sur
del Perú estaban separados del norte por el desierto de Islay y por las serranías de
Ayacucho, Huancavelica y Apurímac, sin relación inmediata por la ausencia de
caminos, de telégrafos, de ferrocarriles, de vapores. En cambio, tenían un tráfico
constante con Bolivia. Por ejemplo, el vestido de los habitantes de La Paz provenía de
telas del Cuzco y Puno. La exportación de la coca de La Paz se realizaba generalmente
sobre el sur del Perú. Arica era un puerto de tránsito para Bolivia. Tacna debería más
tarde su encumbramiento al arrieraje con Bolivia. La exportación de vinos de
Moquegua tenía por principal mercado el boliviano. Las exportaciones de Arequipa y
Abancay, lo mismo. Muchos hombres del Sud Perú habían hecho estudios en la docta
Chuquisaca. Las guerras del Alto Perú y la misma guerra de 1821 a 1824 habían unido
a los departamentos del Sur con el Alto Perú, separándolos de Lima y del norte. Los
únicos lugares del sur que no tenían relación con Bolivia eran Tarapacá cuya vida era
entonces lánguida y que sólo más tarde tuvo intenso tráfico con Europa por el salitre;
y Ayacucho que estaba virtualmente separado, por lo demás, del sur.
Pero, ¿por qué escogió Santa Cruz como aliado a Orbegoso desdiciéndose de sus
compromisos con Gamarra, cayendo en un flagrante delito de doblez? La razón es muy
clara. En primer lugar, Orbegoso era la autoridad legal. Fuertes protestas se
suscitarían a la larga en el Perú por la invasión boliviana y Santa Cruz necesitaba
revestirla de la mayor legitimidad posible; por eso habíase negado a la llamada de
Nieto en 1834. En segundo lugar, Orbegoso era más manejable; era un hombre bueno,
dado un poco a la molicie, fácilmente susceptible, de recibir la influencia ajena. Había
sido gobernado por Villa y Quiróz en Lima y cuando se marchó al sur había sido
dominado por un grupo apegado a la idea federalista en el cual estaba Quiróz, Pío
Tristán y otras figuras arequipeñas. Gamarra había sido amigo, después enemigo y,
luego, nuevamente amigo de Santa Cruz; pero, en el fondo, siempre había sido su
rival y si en aquel momento Gamarra era bien poca cosa y Santa Cruz tenía el poder,
la fortuna podría más tarde invertir los términos. Santa Cruz, pues, prefirió aliarse con
Orbegoso, aunque, sin embargo, sus agentes, cuando las tropas bolivianas entraron al
territorio peruano, escribieron al mismo tiempo a Gamarra y a Orbegoso como si
fueran sus aliados.
Sin esperar la ratificación del tratado firmado por Quiróz, el general chileno Ramón
Herrera, servidor de Bolivia, pasó el mismo día 15, con 2000 hombres el Desaguadero;
algunos días después le siguió Santa Cruz quien dejó el gobierno al vicepresidente
Velasco y recibió de Orbegoso no sólo el mando del ejército sino las facultades
extraordinarias de que estaba investido. Por otro lado, acababa de instalarse el
Congreso extraordinario de Bolivia para abrir las actas electorales que, como era de
esperarse, reeligieron a Santa Cruz aunque reemplazando a Velasco con Calvo en la
Vicepresidencia; Santa Cruz le envió un mensaje pintándole la situación264 y solicitando
facultades extraordinarias, las que le fueron concedidas. Calvo reemplazó a Velasco en
la presidencia interina de Bolivia y se caracterizó por su mayor actividad. En una carta
autógrafa fechada en Vilque, el 8 de junio, Orbegoso trasmitió a Santa Cruz las
facultades extraordinarias con las que había sido investido.265
Santa Cruz, luego de entrar en el Perú, publicó una Declaratoria solemne de garantías
en favor de la nación peruana, fechada en Puno el 10 de julio de 1835.266 Proclamó allí
la amistad de la Potencia Mediadora al pueblo peruano y la imparcialidad con que
procedería en sus funciones, la protección del Ejército Mediador sobre el territorio que
ocupara, sus garantías en favor de la Religión Católica y de los derechos ciudadanos,
su adhesión a las convocatorias de asambleas deliberantes hechas por el gobierno
peruano, el compromiso de Bolivia de entrar en confederación con los departamentos
del norte y del sur del Perú si éstos acordaban dicha organización —“como debe
inferirse del pronunciamiento enérgico, simultáneo y uniforme de los pueblos”—, y las
pautas que se seguirían para constituir la Confederación. Terminaba haciendo
promesas de una política conciliadora y fraternal, no obstante lo cual agregaba que
cualquiera persona que con escritos o con actos anárquicos o sediciosos intentara
perturbar el orden, sería considerada como enemiga de la paz y de la patria y, como
tal, entregada al rigor de las leyes.
Cuando en virtud del tratado del 15 de junio pasaron el Desaguadero las tropas
bolivianas, según Gamarra, él increpó a Santa Cruz su conducta pérfida; pero Santa
Cruz procuró satisfacerlo revelándole “misteriosamente la mala fé que se encerraba en
el nuevo ajuste que nunca debía considerarse destructor del primero, al cumplimiento
del cual le arrastraba sin violencia, a más del empeño sagrado que había contraído, la
consecuencia de la amistad”.
Para Gamarra, el tratado del 15 de junio era “nulo por falta de autoridad de Orbegoso;
ridículo por la ninguna relación y aún contrariedad que se nota entre sus considerandos
y lo estipulado; oneroso por el gravamen que impuso a la Nación; humillante por la
calidad con que las tropas extranjeras penetraron en el territorio; inicuo por la
monstruosa desigualdad en los deberes y derechos de las partes contratantes”. “Si el
tratado de Chuquisaca mereciere censura —agrega— el de La Paz haría mi apología
siempre encomendada al general Orbegoso”.
Todavía el avance boliviano quiso ser justificado por Santa Cruz ante Gamarra, según
éste, haciéndole entender que era un paso necesario para evitar que Orbegoso
ocupara ese departamento y se apoderara de dos compañías que en su capital habían
quedado. También le prometió que la dimisión de Orbegoso sería exigida en la primera
asamblea que se reuniera.
Gamarra no niega que aún después de aliarse con Salaverry mantuvo correspondencia
con Santa Cruz, pues asevera que con ello no había faltado a sus compromisos; y,
agrega, que el prefecto gamarrista que gobernaba el Cuzco recibió orden de hacer
circular la convocatoria a Congreso decretada por Orbegoso, pues, según le prometía
Santa Cruz, iba a legitimar su elevación a la presidencia del Estado Sur o del Estado
Centro. Se creyó obligado a rechazar esta convocatoria por venir de Orbegoso; y
cuando, luego, recibió un oficio del Estado Mayor boliviano pidiéndole el estado de las
fuerzas que tenía bajo su mando y los puntos que ocupaba, lo tomó como una
provocación y una afrenta.270
Y añade Gamarra que fue Santa Cruz quien lo citó para una conferencia en Sicuani, la
que fue aceptada debiendo nombrar cada uno su respectivo representante con el
encargo de examinar las diferencias existentes. “Mi designio —prosigue— como consta
en las instrucciones dadas al señor Urbina, comisionado por mí, era buscar
pacíficamente el medio de que las tropas bolivianas desocupasen el Perú y evitar así el
derramamiento de sangre inocente. El desenlace acreditó era esta una red en que si no
caí, más que a mi cautela, fue debido al poco tino de los agentes destinados a
prenderme. Dispuesto a marchar a Sicuani con el señor Urbina y un individuo de cada
corporación, comisioné al general San Román a fin de que arreglase todo lo necesario
para los pocos días que debíamos permanecer en aquel punto. Pero este jefe fue
sorprendido por una partida de bolivianos que creyeron apoderase de mi persona; y el
señor Astete secretario de la comisión que marchaba a pedir explicaciones sobre un
ataque tan negro, encontró a Santa Cruz acercándose ya al Cuzco con el grueso de su
ejército”.271
39. Yanacocha
Se cuenta que, una vez aliado a Gamarra, Salaverry le aconsejó que no arriesgara una
batalla. Le nombró Presidente del Consejo de Gobierno que debía quedar en la capital
mientras él tomaba el mando del ejército en campaña. Quizá con el deseo de obtener
un triunfo sobre Santa Cruz y convertirse de nuevo en la primera figura política del
país, o —como él afirma— porque la retirada se le hizo imposible después de la
entrevista frustrada y porque confiaba en la calidad de sus tropas, Gamarra presentó
batalla, parapetándose en una bien escogida posición en Yanacocha.
Gamarra ocupaba un abra dominante con cuatro batallones y cuatro piezas de artillería
teniendo a su lado un regimiento de caballería. El frente de esta abra por donde pasa
el camino estaba lleno de peñolería y lo interceptaba el lago Yanacocha, siendo su
acceso muy difícil. La derecha de Gamarra hallábase, además, apoyada en un cerro
muy escarpado, donde estaban parapetados más de mil indios armados de galgas,
hondas y palos. La izquierda se apoyaba en unos crestones de peñas muy ásperas y
elevadas donde se colocaron dos batallones. Estos y la caballería desplegaron banderas
negras durante el combate. Santa Cruz ordenó el ataque del flanco izquierdo,
considerándolo la llave de la victoria. El combate empezó a las 12 y media del día.
Tomadas las posiciones de la izquierda, el ejército boliviano hizo un ataque combinado
a la principal posición de Gamarra, empleando, por la escabrosidad del terreno,
únicamente la infantería. A las dos horas y cuarto de combate, la victoria se produjo
para las huestes de Santa Cruz. Los batallones de Gamarra se retiraron en desorden,
siendo perseguidos por la caballería boliviana (13 de agosto de 1835). Cayeron en
poder de los bolivianos 915 prisioneros, 4 piezas de artillería, 3 banderas y todo el
parque.272
El gobierno de Bolivia concedió a las tropas vencedoras una medalla de oro orlada de
brillantes para los generales, de oro solamente para los jefes y oficiales y de plata para
los demás individuos de tropa. En La Paz se realizaron fiestas como si fuera una
conmemoración exclusivamente nacional. Poemas fueron dedicados a la victoria, entre
ellos uno de don José Joaquín de Mora; y en estos arrebatos líricos trascendió también
algo que debió vibrar en las charlas de cuartel y de vivac: la primacía boliviana. Un
amigo desdeñado de las Musas que improvisó “a insinuación de la Señora Presidenta
en el momento mismo de haberse recibido la noticia de la victoria”, decía, por
ejemplo:
La victoria de Yanacocha que concluyó la que Santa Cruz llamó “primera campaña de
pacificación”, consolidó su intervención. A raíz de ella aumentaron sus órdenes y
decretos, con prescindencia de Orbegoso.
El fusilamiento que ordenó para uno de los prisioneros, el coronel Mariano La Torre, y
que se realizó en el Cuzco a donde a poco de esa victoria entró triunfante, fue luego
explotado tenazmente por sus enemigos.
Santa Cruz que desde el tratado de Junio había demostrado su propósito de no reunir
una Representación general del Perú no esperó para mandar siquiera que asambleas
locales le dieran el título de ciudadano peruano y de Presidente.
Desde el Cuzco, Santa Cruz decretó una amnistía condicional, las penas y la
reglamentación del delito de rebelión, la nulidad de los actos administrativos de
Gamarra, Salaverry y sus agentes, la represión de los abusos en la administración de
rentas (todo, el 29 de agosto).274
Gamarra se retiró pensando, según él, rehacerse en Junín; pero recibió orden de
Salaverry para tomar la presidencia del Consejo de Gobierno, a lo cual rehusó aunque
ofreciéndose para participar en la campaña. Cuando llegó a Lima (octubre de 1835),
Salaverry estaba en Pisco. Le escribió reiterándole sus deseos. Pero sus enemigos
pululaban alrededor de Salaverry por lo cual pidió su pasaporte para el extranjero.
Quiso ir a Pisco, pero supo que el coronel Medina, comandante general del Callao,
estaba dispuesto a impedirle el viaje hasta que volviera un expreso que había
mandado donde Salaverry con comunicaciones sobre una conspiración atribuida a
Gamarra, que según éste, no existía. El 13, dice “fuí arrancado violentamente de mi
casa por un piquete de 25 hombres y embarcado en compañía de los señores Eléspuru,
Camporedondo, Bujanda, Salmón y Lazarte, con destino a Pisco. Arribamos a este
puerto el 18 y el 19 dió a la vela el buque que me condujo con los tres últimos a las
playas de este país” (Costa Rica). A pesar de sus recientes agravios, Gamarra concluye
este manifiesto incitando a los peruanos a la unión, bajo las banderas de Salaverry,
para rechazar a las “hordas degradadas del boliviano”.
Ya ante la noticia del pronunciamiento de Gamarra, cuando recién entró éste al Perú y
de la intervención de Santa Cruz había lanzado con fecha 7 de julio su famoso decreto
de guerra a muerte, que dice:
Considerando:
I.— Que el ejército boliviano violando la fé de los tratados y sin previa declaración de
guerra ha invadido el territorio de la República.
II.— Que su invasión no sólo tiende a intervenir en nuestros negocios domésticos, sino
a saciar las antiguas, notorias e incansables aspiraciones de un extranjero obstinado
en atizar la discordia y fomentar la sedición para avasallar al Perú y disponer de él en
provecho suyo y de sus cómplices.
III.— Que hallándose amenazada la existencia nacional por los traidores y ávidos
aventureros que acaudillan las fuerzas del conquistador, debe ser preferible la muerte
a la esclavitud para los ciudadanos amantes de su libertad y del honor y de la gloria de
su patria.
IV.— Que no hay regla ni ley que guardar con los pérfidos que despedazan los
convenios que ligan a las naciones y atropellan descaradamente todos sus derechos.
Decreto:
Art. 1°— Se declara la guerra a muerte al ejército boliviano que ha invadido el Perú y a
cuantos le auxilien en la inicua empresa de conquistarlo.
Art. 2°— Todo el que matare a un soldado, oficial o jefe del ejército boliviano será
declarado benemérito de la patria y exento por cinco años del pago de contribución.
Art. 3°— La misma concesión gozarán los pueblos que priven de recursos, hostilicen o
destruyan de cualquiera manera al ejército boliviano y a cuantos le auxilien o le sigan.
Art. 4°— Los daños y perjuicios que sufrieren los individuos o los pueblos que priven
de recursos, hostilicen o destruyan al ejército boliviano, serán indemnizados con las
propiedades de los que lo auxilien o sigan.
Art. 5°— Las tropas peruanas que manda D. Agustín Gamarra bajo las órdenes del
invasor, serán tratadas del mismo modo que las bolivianas siempre que a los cuarenta
días de la publicación de este decreto lo abandonen y se reincorporen en el ejército
nacional.
Art. 6°— Los prefectos, subprefectos y gobernadores quedan obligados bajo la más
severa responsabilidad a someter al respectivo Tribunal de Acordada a cuantos
esparcieren noticias o impresos sediciosos o contribuyeren de cualquier modo a
sostener los planes liberticidas del jefe del ejército boliviano y de sus prosélitos.275
Santa Cruz contestó calificando este decreto como “crimen horrendo contra el género
humano y violación bárbara del derecho de gentes” por cuanto Salaverry era “un
bandolero amotinado contra la Suprema Autoridad de su patria”; y decretó que el
Ejército Unido no haría la guerra sino con arreglo a los principios adoptados por las
naciones cultas, excluyendo de esa protección a Salaverry y sus jefes hasta el grado
de coronel y también a sus gaceteros, declarándolo fuera de la ley y ofreciendo diez
mil pesos y el título de benemérito a quien presentara su persona o su cabeza, salvo
que se sometiera dentro de cuarenta días.276
Y esta otra:
Aparte del contenido nacional que dio a esta guerra Salaverry, ella tiene, además,
cierto contenido regional. Salaverry representa a Lima y, en general, a los
departamentos del norte. Una de sus proclamas, frecuentemente glosada por los
periódicos del sur que le eran hostiles, decía: “La empresa es limeña y, por
consiguiente, justa y noble”. Las letrillas trascritas y otras expresan el desdén y el
orgullo costeños y, sobre todo, limeños ante la intromisión del serrano Santa Cruz con
sus huestes del altiplano. Por otro lado, Arequipa había tenido una actuación autónoma
ya desde sus luchas en Miraflores y en Cangallo en 1834 y en su motín de mayo de ese
año. En 1834 y aprestándose en 1835 a defenderse contra Lopera y San Román, había
reaccionado contra Puno y Cuzco. San Román que, desde entonces, fue mirado con
animadversión en Arequipa encarnó a Puno y Cuzco; luego, había encarnado Gamarra
a estos departamentos en 1835 cuando comenzó por establecer el Estado Central del
Perú y por reivindicar la capitalidad del Cuzco. Suplantado Orbegoso por Santa Cruz en
Arequipa y eliminado Gamarra con la derrota de Yanacocha, Cuzco y Arequipa, ésta
especialmente, resultaron acoplados a Santa Cruz.
Salaverry metido en el territorio hostil de Arequipa quedó luego sin más terreno que el
que pisaba, pues el Norte se pronunció por la Confederación ante el avance de una
pequeña columna de la vanguardia del ejército de Santa Cruz, llamado el “ejército
unido”. En Lima había quedado muy poca guarnición, porque todos los hombres en
estado de tomar las armas habían sido llevados a las filas de Salaverry. Circulaban
rumores de levantamientos en el Norte que, efectivamente, se realizaron, pero de
menor importancia y con carácter menos inmediato a la capital de lo que se
imaginaban los limeños. Circulaban también rumores de la venida de la vanguardia del
ejército de Santa Cruz con Morán, en la cual estaba Orbegoso. El Consejo de Gobierno,
compuesto por los señores Lavalle, Ferreyros y Lizarzaburu que había dejado
Salaverry, tenía rozamientos con el Comandante Solar que mandaba un pequeño
destacamento. El estado de zozobra en que vivíase dio lugar a que los cónsules
extranjeros solicitasen el desembarco de marinería de sus respectivos países.
Desconfiando de su tropa y temiendo la venida de las fuerzas santacrucinas y que los
montoneros le cortasen la retirada, Solar decidió abandonar la capital. Se metió Solar
en las murallas del Callao y el personal de Consejo de Gobierno se retiró a la vida
privada. El 28 de diciembre de 1835 entró a Lima, así abandonada, una partida de
montoneros capitaneada por el negro León y todo ese día Lima fue gobernada por este
negro. Al día siguiente entraron montoneros, pero no eran negros sino indios
mandados por Vivas. La capital, después de los atropellos y temores que había sufrido,
recibió a Orbegoso por tercera vez como un triunfador (8 de enero de 1836) sin que
Orbegoso hubiera participado en ninguna batalla. Uno de los primeros actos de
Orbegoso fue devolver la bandera boliviana capturada en Cobija que se hallaba en la
Municipalidad de Lima. El Callao capituló el 21 de enero de 1836 por falta de agua. A
raíz de la toma de Lima, Santa Cruz declaró fuera de la ley a la tripulación y tropa de
los buques de guerra que obedecían a Salaverry (14 de enero).
Cuando Salaverry avanzó sobre Arequipa con la rapidez que le dio la circunstancia de
que dispusiera de la escuadra, el general Braun que con una división había retrocedido
se retiró a Moquegua. En tanto una división salaverrina al mando del coronel Valle que
pretendió entrar en Bolivia por Iquique, regresó y al querer desembarcar en Arica fue
dispersada. El general Quirós maniobrando sobre el flanco del ejército de Salaverry
obtuvo el triunfo en un combate en Gramadal (26 de enero).283
La concentración de fuerzas que realizó Santa Cruz, después de una rápida marcha de
las serranías de Ayacucho hasta Arequipa, indicó que los momentos decisivos se
aproximaban.
Miller fue destinado con una partida a ocupar Tambo, Islay y Vitor a cortar
comunicaciones entre Salaverry y sus buques y detener a los dispersos en caso de una
derrota. Salaverry se retiró en dirección a Islay y Santa Cruz avanzó colocándose
Salaverry en Uchumayo, a la banda opuesta del río, parapetando a sus tropas en
alturas dominantes. Ballivián con la vanguardia boliviana se empeñó en forzar el
puente y las posiciones enemigas, empeñando combate contra todo el ejército (4 de
febrero). No logró su empeño y el triunfo sonrió a Salaverry. Santa Cruz mandó al día
siguiente un parlamentario para el canje de prisioneros y al devolver a algunos jefes
bolivianos, Salaverry mandó felicitar a Ballivián. En recuerdo de este combate, una
marcha militar nacida en el entusiasta ejército que organizó Salaverry y que se llamara
“la salaverrina”, tomó el nombre de “ataque de Uchumayo”.
El ejército de Santa Cruz confesó 242 muertos y 188 heridos; pero 220 prisioneros
entre jefes y oficiales, incluso Salaverry, 1500 soldados, toda la artillería que no llegó a
combatir y cinco estandartes.284
Salaverry fue cogido por Miller quien, aunque no había recibido órdenes en lo referente
a garantías, se comprometió a hacer valer su influjo a su favor.
García del Postigo que mandaba la escuadra hizo, según él cuenta en un manifiesto
publicado en Santiago de Chile en 1836, diligencias para recoger a Salaverry; y, luego,
prometió a Miller que entregaría toda la escuadra con tal que Salaverry fuera devuelto.
Miller no aceptó. Salaverry, una vez prisionero, mandó a su escuadra la orden de que
se sometiese a Orbegoso. Parte de ella se sublevó y se sometió sin condiciones; pero
Postigo, con la “Libertad” y la “Monteagudo”, marchó al Norte donde no pudo convenir
los términos para su entrega con el general Morán, jefe militar del departamento de
Lima quien lo declaró pirata, y se rindió en Huanchaco sólo bajo promesa de
indemnidad. Regresó luego al Callao, se asiló con el comandante Salmón en la “Flora”,
corbeta francesa de guerra y, cuando el gobierno los reclamó para pedirles cuenta de
una suma de dinero de que los acusaba responsables, el ministro francés y el
comandante de la corbeta denegaron la extradición.285
Un consejo de guerra fue formado para sentenciar a los prisioneros. Estaba producido
el juicio para los jefes, cuando llegó prisionero Salaverry. La tramitación del juicio fue
verbal. El coronel Fernandini alegó la regularización de la guerra, el carácter de guerra
civil que en lo referente a Orbegoso y de guerra nacional que en lo referente a Santa
Cruz había tenido la contienda. Otros se escudaron en las garantías que les había
prometido Miller. Salaverry alegó la incompetencia del tribunal y la imposibilidad de
vindicarse por hallarse a tan larga distancia de sus papeles justificativos.286
Hizo, así mismo, testamento declarando que no tenía bienes raíces y sí sólo cuatro mil
pesos en dinero en poder del capitán de un bergantín inglés y que se le debían sus
sueldos. Se despidió de su esposa en dos cartas de firme trazo, insistiendo en haber
querido la felicidad del país para recibir un golpe horrendo del destino y pidiéndole que
se consolara y tranquilizase. La última de estas cartas, escrita el día del fusilamiento,
“dos horas” antes de morir, es singularmente patética: “Te he querido cuanto se puede
querer y llevo a la eternidad un pesar profundo de no haberte hecho feliz. Preferí el
bien de mi patria al de mi familia y al cabo no me han permitido hacer ni uno ni otro”,
dice allí con simbólica sobriedad.287
Los fusilados fueron los generales Felipe Santiago Salaverry y Juan Pablo Fernandini;
los coroneles Camilo Carrillo, Miguel Rivas, Gregorio Solar, Juan Cárdenas, Manuel
Valdivia, Julián Picoaga y Manuel Moya. Ninguno de ellos pasaba de los treinta y cinco
años.
A la primera descarga, todos cayeron muertos menos Salaverry que se paró, dio unos
pasos atrás, hizo ademán para que no tirasen y dijo: “La ley me ampara”. Una nueva
descarga lo hizo caer muerto. Vestía casaca sencilla de paño con el cuello celeste. Su
morrión era ordinario, como de soldado.
A algunos jefes como a Boza y Arancibia se les conmutó la pena a diez años de
presidio; a Deustua también se le conmutó la pena cuando ya estaba sentado en el
patíbulo; algunos fueron confinados a Mojos y Chiquitos.
47. Salaverry
Fue Salaverry hombre de porte marcial acentuado por las patillas que cubriendo casi
como un casco los costados de su rostro, torcían hasta tocar casi la boca donde el
bigote recortado completaba la sensación de arrogante petulancia. Dentro de este
marco acentuado por la juventud, los ojos grandes, saltones y la nariz con leve curva
borbónica ponían una nota de vitalidad. Su figura pequeña, pero ágil y delgada,
consonaba con ella y lo excepcional de esta personalidad bullente llegaba a revelarse
inclusive en la gruesa y nerviosa señal que rubricaba la última letra de su apellido en
sus autógrafos.
Una vez eliminado el obstáculo de Salaverry, Santa Cruz hizo un corto viaje a Bolivia
haciéndose preceder por los prisioneros tomados en Socabaya. Cuenta Valdivia que
una duda sobrevino a Santa Cruz. Pensó que si pasaba el río Pampas, que si avanzaba
sobre el norte del país a querer dominar sobre todo la región de Lima, a la cual
llamaba la Babilonia de Sud América, se perdía. Quizá pensó por un momento que si
de acuerdo con su proyecto, ya acariciado en 1829, establecía los límites de la
nacionalidad que estaba forjando en el río Pampas realizaba una obra más segura, con
más raigambre. Precisamente eso era lo que había defendido el propio Valdivia con
admirable fuerza dialéctica en los editoriales del periódico El Yanacocha: la fusión entre
los departamentos del sur del Perú y Bolivia.290
Para El Yanacocha, el pacto social estaba roto en la mayor parte la República desde la
sublevación de Salaverry. Los pueblos, sobre todo los del sur del Perú, no habían
gozado durante las Constituciones anteriores de la tranquilidad y ventura prometidas;
y después de tristes experiencias habían comprendido que había necesidad de buscar
la homogeneidad de relaciones, de intereses y de simpatías. El jefe favorecido por la
prudencia y la fortuna, que había establecido un gobierno ejemplar en la República
vecina, debía realizar esta transformación (N.º 5).
En la federación entrarían dentro del Estado del Centro dos pueblos convertidos en
rivales en los años anteriores y, sobre todo, el 34 y el 35: Cuzco y Arequipa, acusados
de querer ser la capital. El nuevo Estado estaría compuesto por elementos
heterogéneos que producirían nuevas convulsiones; con la fusión con Bolivia
concluirían ellas. Un jefe ilustre los contendría a todos en su puesto y en su deber
hasta que la asimilación mutua se produjera. La suma de ilustración general que
requiere la federación no existe en los departamentos: la ambición, causa primordial
de la anarquía, debe ser corregida disminuyendo sus posibilidades. Colombia,
Argentina y Méjico no han mejorado con federarse. La fusión con Bolivia que evita esto
peligros es mirada con beneplácito en Tacna y Moquegua y en general en todo el sur.
Bolivia es una República constituida, tranquila; Arequipa, que ha sido perturbada por
las rencillas venidas del norte, verá con agrado esa fusión (N.º 7).
Bolivia tiene el hombre necesario para hacer un gobierno de paz. Las relaciones
comerciales entre los departamentos del sur y Bolivia son una lección. La nueva
organización que resultara de la fusión podría crear dos Estados aproximadamente
igualares en extensión, con recursos propios (N.º 8).
El secretario de Santa Cruz leyó el mensaje de Orbegoso que era una breve
recapitulación de los acontecimientos recientes, una justificación de su llamamiento a
Santa Cruz de quien hacía un elogio y una despedida, pues dejaba en manos de la
asamblea su autoridad conservando solamente la del Norte.
La asamblea de Sicuani se volvió a reunir solamente tres días más. Hubo un pequeño
debate provocado por el diputado Flórez que quería consignar en la declaración del
nuevo Estado federal el texto del artículo de la Constitución que contenía las palabras
“popular representativo”. El diputado Campero propuso “republicano moderado” En la
sesión que de esto se trató, tomó asiento entre los miembros de la asamblea el
Secretario de Santa Cruz, Andrés María Torrico quien rebatió a Flórez a pesar de lo
cual la adición quedó aprobada. También impugnó Torrico otra adición de Flórez en el
sentido que la demarcación definitiva de límites se defiriera al gobierno de la Unión,
con el objeto de segregar Ayacucho del sur. En la última sesión quedó sin proseguir la
discusión abierta por el diputado Vargas con su proyecto para crear con las provincias
de Moquegua, Tacna y Tarapacá un nuevo departamento que se llamaría Santa Cruz.
Fijó también la asamblea de Sicuani las armas del Estado Sud Peruano: un sol radiante
coronado de cuatro estrellas colocadas en forma de un arco de círculo; y la bandera
del mismo, compuesta de los colores punzó que debía ocupar la tercera parte del asta
de arriba abajo, verde y blanco que debían ocupar las otras dos terceras partes
divididas, horizontalmente por mitad, el verde en la parte superior y el blanco en la
inferior. En la reunión de colores había un significado político: el rojo era común a las
banderas del Perú y Bolivia, el verde aludía a Bolivia y el blanco, al Perú. No faltaron
patriotas que miraron con disgusto que el blanco quedase colocado abajo. Además,
decretó honores, medallas y premios a Santa Cruz y Orbegoso, nombró a una comisión
para que diera gracias a Bolivia y suplicara a Santa Cruz que aceptase el cargo que le
había conferido en el Estado Sud Peruano; y aprobó el tratado de auxilios de junio.291
Santa Cruz hizo avanzar una fuerte división al mando del general Herrera, a pesar de
la opinión contraria de Orbegoso. Herrera tenía, además, el título de ministro
plenipotenciario de Bolivia ante el gobierno del Perú.
Más servil que la asamblea de Sicuani, la de Huaura decretó gracias a Bolivia, ratificó a
Santa Cruz el título de “Invicto Pacificador” mandando que su retrato se colocara en la
sala principal de los Congresos, tribunales y casas de gobierno; que se acuñaran
monedas con su busto; que se colocara su estatua sobre un arco triunfal en uno de los
monumentos de Lima; que el día de su cumpleaños se dedicara a fiesta cívica; que se
le donaran cien mil pesos a su esposa. Decretó, así mismo, mercedes y premios para
Orbegoso (9 de agosto).
Santa Cruz entró a Lima el 15 de agosto tomando posesión del mando al día siguiente.
Fue así como Santa Cruz, por decreto de 28 de octubre de 1836, declaró establecida la
Confederación Perú-Boliviana y determinó que se reuniera el 25 de enero de 1837, en
Tacna —para no suscitar las rivalidades regionales de Lima, Arequipa y Cuzco—, un
congreso encargado de establecer las bases de la Confederación compuesto de tres
individuos por cada uno de los tres Estados.
Santa Cruz por medio de los gobiernos de las Repúblicas respectivas nombró como
plenipotenciarios, por el Norte al obispo de Trujillo Dr. Tomás Diéguez, a don Manuel
Tellería y al coronel Francisco Quiroz; por Bolivia, al Arzobispo de la Plata Dr. José
María Mendizábal, al Dr. Pedro Buitrago y al coronel Miguel María de Aguirre, y por el
sur al Obispo de Arequipa Dr. José Sebastián de Goyeneche y Barreda, al coronel Juan
José Larrea y al Dr. Pedro José Flórez. La distribución de este personal, evidentemente
distinguido, fue hecha de manera que estuviese compuesto por tres altos dignatarios
del clero, tres magistrados y tres militares; representando a las profesiones que más
importancia tenían entonces.292
________________________________________
263 La Paz, 15 de junio de 1835. Colección citada, pp. 3-9. Exposición redactada por don José Joaquín de Mora.
Don Andrés Martínez que, salido de la prisión en que estuvo durante el gobierno de Orbegoso, pasó a ser secretario
de Salaverry, se encargó de refutar esta exposición en su notable Contra-Exposición que manifiesta la injusticia con
que el Presidente de Bolivia ha intervenido en los negocios domésticos del Perú (Imp. del Estado, Lima, 1835
reimpresa en la Imp. del Gobierno en Arequipa, 1836). Después de hacer el recuento de las intrigas de Santa Cruz
desde 1829, aludía a la “malhadada Convención” y “el general imbécil que abandona nuestros penates a la custodia
infiel de mercenarios extranjeros”. Acusaba a don Pío Tristán de ser quien había tentado a Orbegoso para que
llamara a Santa Cruz.
El derecho de intervención que Santa Cruz invocaba no lo había ejercido sobre la Argentina, país limítrofe a Bolivia
presa de mayor anarquía que el Perú. “¿Por qué no recogió el guante que el gaucho Quiroga con fiereza le tiró
desatiendo al comisionado de Bolivia amenazándole que iría a tender su poncho en la plaza de Chuquisaca?”
América no es Europa: allá el territorio reducido, la población enorme, la política de equilibrio que siguen las
potencias, su régimen político que no es el republicano explican la intervención. Negaba, luego, Martínez que el caso
de Navarino, el de Amberes y la declaración de White Hall fuesen semejantes al de Santa Cruz invadiendo el Perú y
decía que el paralelo más exacto era con la invasión de España por Napoleón. Nadie podía en América arrogarse el
derecho de arreglar ajenas querellas. Bolivia menos, por ser la más pobre y joven república, distinguida únicamente
por el nombre que lleva; así, no es concebible que Suecia o Noruega intervengan en Rusia ni Suiza en Francia.
Salaverry, además, no había agraviado ni provocado a Bolivia ni enviado emisarios a trastornar allá el orden. Su
terrorismo había sido exagerado por Santa Cruz para cubrir su ambición con el manto de la filantropía. Santa Cruz,
digno de elogio por su administración en Bolivia, arriesgaba su poder y la vida de los bolivianos y hasta la existencia
misma de Bolivia en esta aventura.
264
En este mensaje ya se mostraba partidario de la Confederación: “El remedio más eficaz que los pueblos del Perú
creen encontrar para preservarse de la continuación de tantos males que particularmente han pesado sobre los del
sur, colocados a una enorme distancia del centro del gobierno, es la composición de dos Estados que,
independientes entre sí, puedan formar con Bolivia una Confederación bajo del sistema más análogo. Si esta
importante organización se llega a realizar puede decirse que se habrá completado una de las combinaciones más
felices, en provecho y seguridad de las dos republicas y en honor del Continente Americano” (Colección citada, pp.
21-24).
265
Colección citada, pp. l5 y 17.
266
Colección citada, p. 18.
267
Publicado en La Gaceta del Gobierno de Lima, N.º 22 del tomo 2°, 5 de septiembre de 1835.
268
Boletín N.º 3 del Ejército Unido, decía: “Habiéndose sabido que el exgeneral San Román se hallaba en el pueblo
de Sicuani a distancia de doce leguas, encargado por Gamarra de conmover la indiada, de quitar los recursos y de
tomar toda clase de medidas hostiles contra el ejército, apoyado por dos compañías de Cazadores al mismo tiempo
de haber ofrecido Gamarra pasar a ver a S. E. en dicho punto para acordar los medios de un arreglo pacífico;
conociendo S. E. la perfidia de esta conducta cuyo objeto era sorprender su persona, dispuso que el Sargento Mayor
Narciso Irigoyen con 80 lanceros y una mitad de Flanqueadores de la Guardia marchasen en aquella misma tarde a
sorprender a San Román. El subprefecto de Canchis don Lorenzo Ortiz facilitó esta operación por medio de avisos
oportunos y por las buenas relaciones con que contaba. Fueron tomadas tres avanzadas en la cordillera, dos jefes
que las mandaban y el mismo San Román: las compañías se pusieron a salvo a beneficio de las posiciones de que
abunda el país” (Colección citada, pp. 38 y 39).
269
Publicada en Gaceta del Gobierno, N.º 14, tomo 2°, 13 de agosto de 1835. En otra carta, también publicada
entonces, decía que la administración de Orbegoso había hecho la apología de la suya.
270
Según Távara, cuando Gamarra entró al territorio peruano le ofreció a Orbegoso la alianza para combatir a Santa
Cruz, negándose Orbegoso. No hay documentos que comprueben esta aseveración. Quien instó a Orbegoso a que
se uniera a Gamarra fue el ministro La Torre.
271
Manifiesto de Gamarra en San José de Costa Rica, citado.
272
Boletín del Ejército Unido, N.º 3, Colección citada, p. 38. El parte de Lopera, quien acompañaba a Gamarra, fue
publicado en La Gaceta del Gobierno de Lima, número extraordinario de 27 de agosto de 1835.
273
El Boliviano, N.º 28, 30 de agosto de 1835. Ver también Batalla de Yanacocha. Canto heroico al triunfo de las
armas pacificadoras. Impreso en el Cuzco, 1835. Reimpreso en Lima, año de 1836, Imp. de Eusebio Aranda.
274
Colección citada, pp. 46-56.
275
Gaceta del Gobierno, Lima 8 de julio de 1835, N.º 3, tomo ii. Refrendado por el ministro Manuel Ferreyros.
276
Colección citada, pp. 37 y 38.
277
El Coco de Santa Cruz, N.º 3 de 25 de septiembre de 1835.
278
Paramuchachos, N.º 1, 10 de octubre de 1835. Otros periódicos había de la misma laya. Descollaba entre ellos El
Conquistador Ridículo (N.º 1, 1º de septiembre de 1835) que tenía el epígrafe “El que ejércitos compone y a
conquistador se mete, de rico pasa a pobrete y a gran peligro se espone. San Lucas, Cap. 8, v. 7”.
No era Santa Cruz la única víctima de este periodismo que parece ser la transformación literaria de los corrillos
limeños. Con Orbegoso se ensañaba, así mismo, pintándolo “en licor no en sangre tinto” y llamando a su espada
“doncella fiel”.
279
Boletín N.º 4 del Ejército Unido. Colección citada, p. 58. Gaceta del Gobierno de Lima, N.º 35 de 12 de octubre
de 1835.
280
Los partes en Colección citada, p. 66. Gaceta del Gobierno de Lima, N.º 47 de 20 de Nov. y N.º 48 de 21 de
Nov., N.º 55 de 14 de Dic., 1835.
281
El parte en Colección citada, p. 66. Gaceta del Gobierno de Lima, N.º 55 cit.
282
“Los extranjeros deben ser para vosotros menos odiosos todavía que los habitantes de Arequipa. Ese pueblo
desnaturalizado que se ha convertido en vuestro más crudo enemigo, es el que merece vuestro rigor; yo lo entrego
a vuestra venganza” (Proclama de 7 de febrero inserta en El Yanacocha, N.º 20 de 20 de febrero de 1836). La
autenticidad de esta proclama fue más tarde negada por el periódico El Intérprete, publicado por los emigrados
peruanos en Chile. Según El Intérprete, Salaverry no se halló el 7 de febrero en Congata, lugar donde estaba
firmada esta proclama.
“Arequipeños —decía Santa Cruz en una proclama después de su victoria— habéis sufrido los tormentos del martirio
en los pocos días en que los rebeldes consiguieron dominaros. Como si fueseis criminales os concedieron el perdón
de las virtudes que ellos no poseían y cuyo ejercicio os ha dado el renombre de heroicos. No satisfechos con esta
humillación tan degradante apuraron vuestra paciencia hasta la desesperación. Allanaron vuestras casas a todas las
horas del día y de la noche para saquearlas y robarlas; arrancaron vuestros hijos de los establecimientos de
educación y de vuestros hogares para engrosar sus filas, talaron vuestros campos, profanaron vuestros templos
asesinaron y fusilaron a vuestros compatriotas e inventaron otros castigos acerbos...”. Y seguía diciéndoles que el
Ejército Unido los había vengado y que su departamento había sido “el arca santa en el diluvio universal de la
anarquía, el asilo de la autoridad legítima, el origen de la restauración del orden y la tumba de los rebeldes”.
283
Boletín N.º 6 del Ejército Unido. Colección citada, p. 86.
284
Boletín del Ejército Unido N.º 7, Colección citada. Revoluciones de Arequipa, pp. 133-158. Valdivia ha escrito
esta parte de su obra teniendo a la vista el Boletín citado del que copia la lista de los jefes distinguidos que actuaron
en estas jornadas, las bajas, etc., incorporando algunos recuerdos personales.
285
Citado en Sotomayor Valdés, T. ii, p. 75.
286
Según El Yanacocha, N.º 26 de 12 de marzo, Salaverry dirigió desde Tantayani una carta a Santa Cruz
ofreciendo no intervenir en política a cambio de que se le dejara marchar al extranjero.
287
Bilbao, Historia de Salaverry, pp. 5-19 del Apéndice, primera edición. La autenticidad de estos documentos está
comprobada desde que comenzaron a circular en hojas sueltas en Chile. (Ver El Intérprete, N.º 2 de 20 de junio de
1836). Dichos documentos fueron exhibidos en la imp. de “El intérprete” en Santiago. Pasaron luego al poder de la
familia Salaverry.
288
Paz Soldán, ob. cit., pp. 54-56.
289
El Yanacocha, N.os 12 y 15 de 11 y 18 de noviembre de 1835. No fue éste el único periódico santacrucino que
sintió la fascinación de Salaverry. El Perú-boliviano de Lima (N.º 5 de 18 de abril de 1836) decía comentando su
muerte: “Seis pies de tierra cubren a aquel guerrero; seis pies de tierra han bastado a quien no cabía en el Perú, al
que hizo temblar y enmudecer a la Patria”. Y la musa popular también lo cantó. Así, en estos “Milagros de Salaverry
y sus lamentos apurados en Arequipa. Primera parte” (El Salaverrino, N.º 1, Lima, 1836):
Ud., Sr. Mora conoce Lima tanto o mejor que yo. Lima es la Babilonia de América; los hombres de esa capital urden
las revoluciones francamente en los cafés; y en esa ciudad se reúnen los que quieren ir a pasar vida holgazana en
tertulias y diversiones públicas, en el juego y en amoríos. Le digo a Ud. Sr. Mora, que no tengo ya a qué aspirar:
que deseo ardientemente hacer prosperar a esos países. Me siento con poder y con fuerzas, porque es una
vergüenza que estos países no progresen, con tantos elementos que les ha concedido la naturaleza y con tanta
abundancia en todos sus tres reinos; pero presagio que si paso de este punto (señalando con la pluma el Apurímac)
me pierdo. Volviéndose a Mora le dijo: Qué opina usted definitivamente? Mora contestó: ‘que todo o nada’. Santa
Cruz dobló la carta, se puso a pasear y dijo a Mora: Pues vaya usted a poner las notas acordadas y mándelas para
que las firme”. (Revoluciones de Arequipa, pp. 168 y 169).
Recuérdese, sin embargo, que Santa Cruz habló de la Confederación al Congreso de Bolivia desde los primeros
momentos de su intervención.
291
Paz Soldán publica los minutarios de las sesiones de Sicuani (Documento manuscrito N.º 4, p. 329 ss).
292
El Eco del Protectorado, N.º 21 de 29 de octubre de 1836.
CAPÍTULO VI
(*)
DE LA CONFEDERACIÓN A LA RESTAURACIÓN
1. Santa Cruz
Santa Cruz era fuerte y robusto. Sobre la recamada casaca generalmente ornada por
dos medallas, una de ellas la Legión de Honor y coronada por dos gruesas charreteras
y por un cuello bordado, alto y duro, surgía con cierta arrogancia un rostro de cholo sin
la marcialidad de la barba de moda entonces. Sus ojos eran negros y almendrados con
una viva mirada de ave que, en contraste con la de Salaverry, no se entregaba y a
veces se ocultaba. De las comisuras de los labios bajaban dos pequeños surcos dando
al rostro una expresión de astucia, de experiencia. En conjunto, su figura no habría
llamado excepcionalmente la atención, si es que no le hubieran dado su realce los
uniformes vistosos, si es que no se hubiese sabido quién era. Espiritualmente, Santa
Cruz se aproximó, sobre todo en los días de su predominio en Bolivia y de su entrada
en el Perú como “Pacificador”, al tipo de los gobernantes “providenciales” que tanto ha
abundado en América, aunque confesando y exhibiendo a la larga su ambición llena de
decoratismo y sin procurar paliarla con la añagaza de los periodos cortos de gobierno o
de las sombras de ajena autoridad.
Hombre sinuoso, sin embargo, Santa Cruz ha dejado la huella de su sicología indígena
hasta en su impenetrabilidad. Es difícil conocerlo bien y con exactitud por eso. Militar
sin condiciones estratégicas superiores, sin audacia genial aunque no exento de tino,
sin ímpetu heroico aunque con valor personal, más valió como político y como
administrador. Laborioso, sobrio, económico, si bien el ministro francés Buchet-
Martigny le censuraba que no se dedicara a la regeneración moral de su país, que
distribuyera empleos sin tener en cuenta el mérito pero premiando el espíritu de
sumisión, lo cierto es que en el Perú tanto como en Bolivia fue un reformador; fue
menos contemplativo que todos los demás caudillos de su tiempo ante los defectos y
los vacíos de la organización administrativa. Se le ha censurado, así mismo, que fuese
desconfiado y suspicaz; pero él, más tarde, después de su derrota, se censuraría no
haber sido más suspicaz y más desconfiado aún.
Santa Cruz dio desde 1829 hasta 1835 como también más tarde aunque sin resultado
igual, ejemplo de paciencia y de tenacidad. Como una brújula, su ambición señaló en
aquellos años al Perú; pero supo disimularlo y prepararse. Su sagacidad sabía, así
mismo, adaptarse a las flexibilidades de la acción.
Por todo ello, prescindiendo de factores de orden regional, eventual y teorético, Santa
Cruz tenía todas las condiciones para ser el tipo de un gran gobernante. El resultado
de su acción, aunque impregnado de las impurezas naturales en todo lo humano,
hubiera redundado de todos modos en estas consecuencias: ordenación, pacificación,
europeización. Dentro de una Historia del Perú estrafalaria, Santa Cruz seguido por
Castilla, quien no hubiera encontrado el desorden económico y administrativo que no
se preocupó mucho en amainar, hubieran preparado la transición hacia un régimen
civil, científico, progresista que utópicamente podría haberse encarnado en Raimondi.
Al hacerse cargo Santa Cruz del mando en el Perú, la situación del gobierno era como
para poner a prueba su capacidad de gobernante.
Los crecidos derechos alejaban o, por lo menos, no atraían a los especuladores del
Ecuador, de Centroamérica y de Europa; el contra-bando imperaba en gran escala con
los productos que debían pasar por las aduanas. Los derechos de almacenaje, tonelaje
y anclaje recargaban el monto de los impuestos; y un sistema lento, molestoso y
empírico acentuaba la decadencia en que había caído el puerto del Callao, con
beneficio para el de Valparaíso.
Algunos tesoreros no habían cumplido con rendir cuentas de los caudales a su cargo.
En 1830 la aduana de Lima no había presentado las suyas; en 1832 y 1833 ni la
aduana de Lima ni la caja de amortización ni la comisaría de marina, ni diversas
oficinas de Ayacucho, Cuzco, Trujillo y Puno ni la Casa de Moneda del Cuzco; en la
Contaduría de Valores había 97 cuentas por glosar y muchas por fenecer.
Desde 1833 no habíase formado presupuestos de gastos y durante los años 1834,
1835 y primeros meses de 1836 las guerras civiles habían aumentado el desorden
preexistente de modo que los gastos extraordinarios y superfluos eran más cuantiosos
que los gastos ordinarios y naturales; el ejército alcanzaba un número excesivo;
sobraban los empleados aunque el trabajo en las oficinas públicas era deficiente.
La agricultura y la minería, fuente la una del esplendor social incaico y fuente la otra
del esplendor colonial, se hallaban en decadencia. Las exportaciones de la primera
eran casi insignificantes; y en lo que respecta a la segunda, da idea de su situación el
hecho de que, por el alto precio de los azogues, se hallara en abandono la mina de
Huancavelica.
Por otro lado, Santa Cruz tenía que abordar y resolver problemas de carácter político y
personal. ¿Cómo conciliar su posición de Presidente de Bolivia con su deseo de mandar
en el Perú? ¿Cómo satisfacer al mismo tiempo las tendencias regionalistas y
descentralizadoras en las que, en parte se había basado, sobre todo en el Sur, para
realizar su obra y, por otro lado, su convicción de la necesidad de un gobierno fuerte
estimulada por su honda y decorativa ambición? ¿Cómo echar las bases sólidas y
dúctiles del nuevo pacto político y social?
Prescindiendo de los factores que dieron lugar a la guerra con Chile, la obra de Santa
Cruz puede ser dividida en dos sectores; el sector netamente administrativo incluyendo
sus esfuerzos de orden hacendario, educacional y jurídico y el sector político.
Para dar una idea más clara de la obra administrativa de Santa Cruz se incluye a
continuación una reseña de los principales decretos y circulares publicados en El Eco
del Protectorado y en El Eco del Norte procurándose indicar los que no fueron
refrendados por Santa Cruz. Como la mayor parte del tiempo que a estas labores
dedicó, estuvo en Lima, al Estado Norperuano se refieren sus disposiciones principales
y una anotación indica las que se refieren al Estado Sud Peruano.
Hacienda. —Declarando a Arica puerto de depósito (20 de abril de 1836, Sur Perú).
Persiguiendo a los poseedores y detentadores de bienes y rentas del Estado (Sur Perú,
9 de julio). Sometiendo a cárcel y al remate de los bienes al empleado que defraudase
o malversara los fondos del Estado o fuese deudor de él (18 de agosto). Suspendiendo
el pago de toda orden o libramiento contra los administradores y recaudadores del
tesoro público. Ordenando que la presentación de las órdenes de pago o de abonos
sobre aduanas fuese hecho ante el Ministerio de Hacienda. No admitiendo reclamos por
sueldos atrasados para atender preferentemente a la lista civil y militar (17 de agosto).
Derogando el Reglamento de 20 de enero sobre abasto del pan; encargando a la
Intendencia de Policía la dación de reglas fijas para el cómputo y el arreglo mensual
del peso del pan con el objeto de que el público no pague un precio exorbitante:
fijando los derechos por fanega de trigo y barril de harina (23 de agosto). Declarando
a los empleos y destinos del ramo de Hacienda en comisión (19 de agosto). Derogando
los derechos de la casa de moneda para pastas de oro y plata que en ella se
introduzcan; ordenando el pago de 1% y 5% a la aduana por el oro y la plata que se
extraigan (18 de agosto). Ordenando que todos los pagos se hagan por Tesorería (19
de agosto). Circular a los Prefectos sobre su actividad administrativa para la
recaudación de las rentas y percepción de las deudas, el pago puntual de las listas y el
corte y tanteo de las oficinas cada 1° (25 de agosto). Ordenando esclarecimientos y
liquidaciones a los empleados que soliciten su cese (29 de agosto). Ordenando la
mensura de áreas en el Callao (29 de agosto). Pidiendo una relación de los empleados
de cada oficina, dotaciones, expedientes fiscales, relación de labores de cada empleado
y sus faltas para ordenar los descuentos respectivos (31 de agosto). Pidiendo una
relación de los marcos de oro y plata en la Casa de Moneda (1º de septiembre).
Promulgando el Reglamento de Comercio elaborado por la Junta Revisora; solicitando a
los ministros extranjeros que den datos para su mejora; estableciendo la aplicación
inmediata de este Reglamento (3 de septiembre). Estableciendo dos correos con el
Callao (6 de agosto). Estableciendo una escala de sueldos para los empleados que
queden sin colocación (7 de septiembre). Fijando las penas para el delito de
contrabando (7 de septiembre). Trasladando la Aduana al Callao (6 de septiembre).
Reduciendo los empleados de la Contaduría de Valores de 40 a 23 designados por el
contador; considerando a los cesantes para los empleos vacantes según sus aptitudes
(10 de septiembre). Nombrando una comisión para el establecimiento del derecho de
aguardientes en la capital (7 de septiembre). Estableciendo la administración
departamental de las rentas de los establecimientos de educación y de beneficencia (6
de septiembre). Concediendo el privilegio de navegación a don Guillermo Wheelwright
(12 de septiembre). Estableciendo que todo individuo o corporación que solicite el
reconocimiento de créditos acredite fehacientemente ser deudor del Estado (17 de
septiembre). Erigiendo la aduana de Pisco en administración principal y
reglamentándola (15 de septiembre). Suprimiendo la recaudación especial de arbitrios
de aduanas y reuniendo estas obligaciones en la administración del establecimiento
(15 de septiembre). Estableciendo premios anuales para quienes saquen o elaboren de
200 a 500 quintales de azogue (23 de septiembre). Reglamentando la tenencia de
Pacasmayo (23 de septiembre). Reglamentando la tenencia de Lambayeque (20 de
septiembre). Organizando la administración principal de Trujillo (28 de septiembre).
Ídem. id. la de Paita (28 de septiembre). Haciendo a Arica y Callao puertos de depósito
(septiembre). Promulgando el reglamento interior de aduanas cuyas tendencias eran la
unidad, la simplificación, la economía (3 de octubre). Pidiendo los datos estadísticos de
provincias (5 de octubre). Habilitando al comercio extranjero las caletas de Pucusana,
La Chira, Chorrillos, Ancón, Lambayeque y Sechura y el puerto mayor de Chancay (8
de octubre). Organizando la tesorería de Huaylas (17 de octubre). Nombrando una
comisión para el estudio de la Deuda Interna compuesta por el contador mayor de la
Contaduría de Valores, el administrador tesorero de la tesorería departamental y el
prior del Consulado. Estableciendo reglas para el reconocimiento, la presentación y la
calificación de los documentos respectivos (28 de octubre). Pidiendo las estadísticas de
las acciones y bienes secuestrados a los españoles (22 de octubre). Reduciendo a
medio sueldo a los empleados civiles (24 de octubre). Reglamentando la tenencia de
Huacho (26 de octubre). Estableciendo la reorganización de las cuentas
departamentales (2 de noviembre). Nombrando comisiones para que proyecten leyes
sobre contribuciones directas, predios rústicos y urbanos y patentes (9 de noviembre).
Organizando la tesorería de La Libertad (12 de noviembre). Ordenando el pago de las
cantidades que deban los deudores a la nación por predios rústicos y urbanos con otras
disposiciones sobre deudores (15 de noviembre). Ordenando la venta de los predios
rústicos y urbanos y los terrenos de propiedad del Estado en pública subasta ante la
junta de almonedas (22 de noviembre). Entrando en negociaciones para el arreglo con
los accionistas de los empréstitos peruanos en Inglaterra (17 de noviembre). Subiendo
los derechos de importación y renovando las concesiones a los panaderos, por ser
indispensables los recursos para el estado de guerra en que está la Confederación (23
de noviembre). Reglamentando las entradas de los buques extranjeros en los puertos
mayores y menores con garantías para los fletadores, consignatarios o propietarios (28
de noviembre). Creando el cargo de Visitador General de Hacienda con funciones de
inspección y con facultad de proponer las reformas convenientes (29 de noviembre).
Estableciendo que los empleados que ganen 25 pesos percibirán el sueldo íntegro, los
que ganen 50 percibirán 25 y los demás igualmente medio sueldo (19 de noviembre).
Concediendo patente para la fabricación y destilación de aguardientes con caña o
grano y reglamentándolo (13 de diciembre). Reglamentando la Tesorería de Lima (14
de diciembre). Ordenando el remate de los ramos propios de la capital (17 de
diciembre). Estableciendo la escala de los empleados de Hacienda (30 de diciembre).
Creando la aduana principal de Lambayeque (18 de diciembre). Estableciendo el cargo
de recaudador de rezagos para activar el cobro de los créditos del Estado en Lima (12
de enero de 1837). Nombrando una junta de funcionarios y comerciantes para que
presenten el plan y las bases del Banco nacional (18 y 24 de enero) Estableciendo la
tarifa para el cobro de los playeros, conductores y arrumadores del Callao (26 de
enero). Estableciendo un Banco de azogue en Huancavelica (Estado Sud Peruano, 26
de diciembre de 1836). Designando una cantidad de fanegas de trigo para la siembra
en las haciendas del valle de Lima (22 de febrero, Consejo de Gobierno).
Reglamentando esta disposición (8 de mayo). Aboliendo las aduanas interiores (Estado
Sud Peruano, 23 de febrero). Aumentando en un real el impuesto por bulto en Arica e
Islay (Estado Sud Peruano, 25 de abril). Estableciendo rebajas en los derechos de los
buques que importen azogue (17 de junio). Estableciendo una junta revisora de las
cuentas de la marina nacional (21 de junio). Estableciendo premios a los buques que
importen azogue (23 de junio). Reglamentando la amonedación en los tres Estados de
la Confederación (14 de julio). Creando la Sociedad de Agricultura (22 de mayo).
Estableciendo en cada capital del Estado Sud Peruano loterías y destinando su
producto a obras de beneficencia (10 de septiembre). También se estableció una
nueva Casa de Moneda en Arequipa y se mejoraron las de Lima y el Cuzco, aunque se
produjo la nefasta amonedación de dinero de baja ley como el que se amonedaba en
Bolivia. Fueron reparados, así mismo, los almacenes de la aduana del Callao y fueron
construidos otros nuevos como también un camino de fierro del puerto a la aduana.
Por todo esto, los billetes y papeles del Estado que estaban al 15 subieron hasta el
32%. El comercio de importación y exportación aumentó, las aduanas rindieron más.
Tratados comerciales fueron celebrados con Inglaterra y Estados Unidos.
El mérito que con ello conquistara, más efectivo que los honores que fugazmente
prodigóle una adulación tan servil como inconsecuente, aprovechando sus tendencias
al boato y a la ceremonia, no está opacado por la circunstancia de que Santa Cruz
“carecía de los elementos que se adquieren en los colegios”, no sólo porque tal
afirmación es muy relativa sino porque el esfuerzo íntegro de este gobierno si no
estuvo detalladamente realizado por Santa Cruz, estuvo inspirado al menos por él. No
importa que García del Río, Mora, de la Torre, Villarán o Galdeano redactaran o
inspiraran los diferentes decretos y circulares que entonces se dieron; pero Santa Cruz
con su espíritu de progreso, de reforma, de bien hizo posibles a esos decretos y
circulares y eso basta para identificarlo con lo que ellos representan.
Merece también loas el afán que administración de Santa Cruz demostró por publicar
con detalle los ingresos y los egresos del Tesoro, así como el movimiento comercial y
marítimo. La ciencia de la Estadística nacional le debe acaso los primeros esfuerzos
serios y sistematizados. Llenas están las páginas de El Eco del Protectorado y de El Eco
del Norte con amplia documentación al respecto.
Las censuras porque permitió la amonedación de tipo bajo como la de Bolivia sí parece
que pueden hacérsele. Y ya dentro de otro aspecto de la vida administrativa, la
promulgación de los Códigos Civil, Penal, de Enjuiciamientos y el Reglamento de
Tribunales señaló no un “ultraje y una humillación”, porque si bien “echó abajo toda la
antigua legislación civil y penal”, promulgó provisoriamente y como un ensayo hasta la
reunión de un Congreso aquellos documentos jurídicos, haciendo que algunos de ellos
fueran revisados por jurisconsultos del país e instando a los tribunales y juzgados para
que anotaran sus inconvenientes y vacíos. Con todos sus defectos, los Códigos
señalaron un esfuerzo inicial y por largos años no proseguido para unificar y
sistematizar nuestra vida forense y judicial que vegetaba en la enmarañada trama de
disposiciones coloniales y españolas.
Una vez decidido Santa Cruz a no contentarse meramente con el sur, la división
tripartita y el aparato de fuerza que le dejó, era lo más viable. Parcelar más aún al
Perú o Bolivia habría tenido la desventaja de crear nuevos problemas de orden
administrativo en un momento preñado de dificultades de todo orden. Bolivia no
hubiera aceptado
El pacto de Tacna conservó —para hablar con el lenguaje del Derecho Político de
entonces— a cada Estado la integridad de su soberanía en todo lo relativo a su
administración interior, pero hizo que se desprendiera de cierta fracción de la
soberanía para formar un centro de gobierno común. Puede decirse que dio al gobierno
de la Confederación, o sea, al Protector, tres atribuciones fundamentales, rodeando su
autoridad de un poder singular. Estas tres atribuciones fueron la militar, la diplomática
y la económica.
Pero, ¿quién era el Protector y cómo funcionaba el mecanismo del gobierno central de
la flamante Confederación? Santa Cruz habíase suscitado con su intervención la
odiosidad de los prejuicios nacionalistas; con el sello que sus testaferros quisieron
imprimir a la autoridad protectoral se suscitó definitivamente la odiosidad de los
prejuicios democráticos.
Ya desde los primeros momentos de esta su segunda actuación como gobernante del
Perú, Santa Cruz había procurado rodear sus actos de un aparato que acentuara su
solemnidad y su primacía.
Había formulismos que llenar para ver a Santa Cruz en Palacio. Reemplazó en las
entrevistas que concedía, a la costumbre cordial, tomada de los ingleses, de dar la
mano al saludar, por la de dar los dedos. El ambiente de servilismo que le había
rodeado en Bolivia y que ha inspirado anécdotas como la de aquel cortesano que
preguntaba por la salud de “S. E. chiquito” refiriéndose a uno de los hijos de Santa
Cruz, fue trasladado al Perú.
La reunión de Tacna fue un reflejo de las tendencias autocráticas de Santa Cruz aun
desde su génesis misma. En vez de convocar un Congreso para los distintos Estados,
para encargarles de la designación de sus delegados o en vez de entregar esa
designación al sufragio popular. Santa Cruz optó por nombrarlos él mismo.
El Protector debía durar en el ejercicio de sus funciones diez años; y podía ser reelecto
si no había sido condenado por el Senado a la destitución de su empleo. El primer
Congreso General debía señalarle las insignias, el tratamiento y el sueldo
correspondiente; por lo pronto debía llevar como distintivo un escudo guarnecido de
brillantes al pecho, pendiente de una cadena de oro con las armas de la Confederación
y el penacho del color de la bandera de la Confederación (art. 28). Además de las
funciones ya enumeradas, tenía las de presentar a la silla apostólica a los arzobispos y
obispos de las tres Repúblicas a propuesta del Senado, con todas las demás
atribuciones del Patronato (art. 30, i. 12), elegir los presidentes de las Repúblicas
Confederadas de la terna de individuos que propusiera el Congreso de cada una de
ellas entre los propuestos por los colegios electorales (art. 30, i. 13), ejercer el Poder
Ejecutivo de la República en que se hallare, en conformidad con sus leyes propias (art.
30, i. 14), iniciar ante las legislaciones de las repúblicas Confederadas proyectos de ley
relativos a la educación pública y mejora en la administración de justicia (art. 18, i.
18), favorecer la inmigración (art. 30, i. 16 y 20), disolver el Congreso general en la
época de sus sesiones, cuando manifiesta e indudablemente se apoderara de las
Cámaras un espíritu de desorden (art. 30, i. 22). Además, debía crear los ministerios
de Estado que juzgare necesarios (art. 31) y podía convocar una Dieta General para
resolver los retardos o embarazos del pacto (art. 38). Por cierto que la asamblea de
plenipotenciarios nombraba como Protector de la Confederación para el primer periodo
al Capitán General Andrés Santa Cruz (art. 41). Determinaba, además, que el primer
Congreso General estuviera compuesto por representantes elegidos por sus gobiernos
respectivos.
El Poder Legislativo General se ejercía por un Congreso dividido en dos Cámaras: una
de Senadores y otra de Representantes. La de Senadores compuesta de quince
miembros, cinco por cada una de las Repúblicas confederabas y, la de Representantes,
compuesta de veintiún miembros, siete por cada una de las Repúblicas confederadas.
El Jefe Supremo de la Confederación nombraba a los Senadores, entre los propuestos
por los colegios electorales de cada departamento (art. 10); propuesta que debía ser
de dos individuos: uno natural o domiciliado en el departamento respectivo y el otro
nacido en cualquier pueblo de la República que representara (art. 12). El Congreso
General de la Confederación elegía entre los colegios electorales de cada una de las
Repúblicas Confederadas (art. 16). El sufragio popular resultaba, pues, apartado de los
poderes Legislativo y Ejecutivo.
Las funciones del Senado eran nominales: juzgar al Protector por delitos de traición o
retención indebida del poder, así como a los altos dignatarios de la Confederación,
aprobar o desechar los tratados, decretar premios y honor, examinar las bulas, breves
y rescriptos pontificios (art. 23).
Los Senadores eran inamovibles salvo destitución o condena a pena capital (art. 15).
El Senado del pacto de Tacna era, pues, una reminiscencia de la Cámara de Censores
de la Constitución de Bolívar, que eran vitalicios y que debían acusar al Vicepresidente
y determinar los premios y los honores.
Los Representantes debían durar seis años renovándose por tercios (arts. 1 y 19). Las
atribuciones de los Representantes eran iniciar los proyectos de ley relativos a los
ramos del Gobierno General y, en general, los que eran compatibles con la soberanía
de las Repúblicas Confederadas (art. 24).
El pacto de Tacna, además, creó la bandera de la Confederación, de color rojo por ser
común a las tres Repúblicas, con las armas de la Confederación que debían ser las de
las tres Repúblicas entrelazadas por un laurel (art. 37).
El Poder Judicial General debía ejercerse en las causas de almirantazgo, y en las que
resultaren por contratos con el Gobierno General, por las Cortes Supremas de las
Repúblicas confederadas; y en los juicios nacionales contra los altos funcionarios de la
Confederación, por un tribunal especial compuesto de tres magistrados de cada una de
las Cortes Supremas nombrados por ellas mismas más un Fiscal nombrado por el
Senado (art. 33).
El pacto de Tacna fue recibido con descontento tanto en el Perú como en Bolivia, pero
el descontento se acentuó en Bolivia y esto es muy interesante para aquellos que
creen que la Confederación representó únicamente una afrenta al Perú, un intento de
conquista del Perú por Bolivia. La creación del Congreso General de la Confederación,
compuesto por las Cámaras de Representantes y Senado significaba, según los
descontentos en Bolivia, el predominio del Perú, porque ese congreso debía estar
compuesto por delegados de los Estados; pero como, en el fondo, dos de esos Estados
no eran sino uno, el Perú, Bolivia resultaba en minoría. Entonces, el argumento era
fácil. Bolivia había sacrificado lo mejor de su juventud en los ejércitos y había
sacrificado sus fuerzas y su dinero para, en la hora de los resultados, no ganar
territorio ni poder sino estar en minoría en el gobierno de la Confederación. El señor
Calvo, que quedó en el ejercicio de la presidencia de Bolivia en ausencia de Santa
Cruz, escribió a éste con toda franqueza manifestándole la actitud verdaderamente
inquietante que aun entre las gentes allegadas a la Confederación había contra el
pacto. Y entonces Santa Cruz le envió una carta particular, muy interesante, que Calvo
publicó en 1840.294 Santa Cruz no se aferró al pacto de Tacna a pesar de que realizaba
sus anhelos. Aceptó que se cambiara en sus partes esenciales; inclusive hizo entender
a Calvo que podía abandonar la idea de la Confederación y volver a Bolivia siempre
que consiguiera algunas garantías de seguridad incluyendo el puerto de Arica. Pero dijo
a Calvo que detuviera cualquiera actitud mientras no terminara la cuestión pendiente
con Chile.
También del lado peruano, alentada por las circunstancias políticas en las cuales se vio
envuelta la Confederación en relación con Chile, vino una serie de críticas al pacto de
Tacna. Se veía en las presidencias de los tres Estados poco más que prefecturas
sujetas al poder omnímodo de Santa Cruz. El Erario de la República no era bastante
para los gastos de ella y resultaba dividido y al mismo tiempo recargado con nuevos
compromisos: presidentes, ministros, congresos, etc. Ese gobernante sin control y sin
lugar de residencia en un sitio fijo tenía que caer en la incapacidad, en la senectud,
tenía que disminuir o abandonar sus viajes continuos, tenía que morir. ¿Que pasaría
entonces? ¿Podía confiarse en la fidelidad de los Presidentes de los Estados y del
ejército?
Se decía, así mismo, que mientras Bolivia estaba gozando el privilegio de tener un
legislativo de funcionamiento regular, un ejecutivo legalmente constituido, el Perú
estaba bajo el poder discrecional de Santa Cruz, que demoraba la reunión de
asambleas parlamentarias; ni siquiera alcaldes se elegía en el Perú. Había disgusto por
el tono de Santa Cruz en sus mensajes al Congreso boliviano en los que hablaba del
Perú como de una presa de Bolivia. El cambio de las insignias militares peruanas por
las bolivianas, la implantación de los códigos bolivianos y la permanencia de tropas
bolivianas agriaron este descontento. “El general Santa Cruz comenzó a degradar al
país, dice Orbegoso en una de sus memorias: mutación de las insignias militares
poniendo al ejército del Perú las de Bolivia: legislación de Bolivia en el Perú por un solo
decreto; un ejército boliviano existente en el Perú contra el artículo 6° del tratado de
La Paz...” “Los extranjeros disponían del gobierno de un modo degradante para el
mismo gobierno y aún más para el país...”. Conversando con el general peruano
Morán, el general boliviano Ballivián le pudo así decir cuando Santa Cruz abandonó
temporalmente Lima en 1837, que había quedado en esta ciudad como Kleber, en
nombre de Napoleón, quedó en Egipto.295
Sin embargo, con el tiempo se ha abierto paso una segunda interpretación de este
fenómeno político. A ella no ha sido ajena la guerra habida entre 1879 y 1883 entre el
Perú y Bolivia contra Chile. Entonces se ha visto en Santa Cruz un representativo de lo
que se llama el pan-peruanismo. Entonces se ha visto, así mismo, que la
Confederación fue quizá la empresa de más visión política e histórica habida en
nuestra vida republicana. Ya las razones por las cuales Santa Cruz justificó su
intervención en el Perú han sido mencionadas. Razones personales: vínculos antiguos
de Santa Cruz con el Perú, solicitudes de auxilio por parte de los caudillos peruanos,
prestigio de Santa Cruz como gobernante. Razones permanentes: las conveniencias y
los vínculos del Perú, sobre todo en la región sur la necesidad de seguridad que tenía
Bolivia. Razones del momento: la amenaza que para Bolivia implicaba Salaverry,
Mientras el Brasil y la Argentina estaban alcanzando su poderío singular; mientras el
restablecimiento de la Gran Colombia era un hecho siempre posible; mientras
teníamos al lado la codicia de Chile, la Confederación Perú-Boliviana por la extensión
de su territorio, por el número de su población, por la heterogeneidad de sus recursos
podía haber jugado un rol primordial dentro del equilibrio sur-americano. Se alega
también razones ligadas con la obra de Santa Cruz. Nuestra raza no es muy pródiga en
genios organizadores, en gentes que tengan aptitudes para el gobierno. Santa Cruz era
una garantía en ese sentido. Si es que la Confederación, dicen los partidarios de ella,
tenía tendencias bolivianistas, esto era un resultados de las incidencias de la campaña,
pero no era el espíritu mismo existente en la Confederación. En último caso, se
agrega, habría sido un predominio serrano, habría significado el destronamiento de
Lima con consecuencias favorables desde el punto de vista moral, militar y político por
lo menos. Y el problema del centralismo que tiene que abordar el Perú hoy mismo
habría sido modificado si hubiera triunfado la Confederación.
Estas son las razones de los partidarios de la Confederación cuyo presentante ha sido
José de la Riva-Agüero en su notable libro La Historia en el Perú, obra clásica de la
historiografía nacional. Análoga actitud ha asumido el profesor cuzqueño Guevara.
Examinando ahora a la Confederación como hecho en sí, hay que comenzar por inquirir
si fue el fruto de una invasión y de una conquista o si fue un intento de carácter
nacional. Evidentemente, resultó de una empresa mixta: con caracteres de invasión y
de conquista en algunos de los medios empleados para llevarla a cabo; con carácter
nacional en su fin. Santa Cruz, que fácilmente pudo haber sido elegido, como
ciudadano peruano, Presidente del Perú hasta 1828, necesitó en 1835 emplear el
ejército y los recursos de Bolivia como motores para la Confederación, pero no para
producir en forma permanente la subyugación del Perú por Bolivia.
Y es así como Castilla hizo a España, Saboya a Italia, Moscú a Rusia, la Isla de Francia
a Francia en virtud de una ley llamada de la “aglutinación creciente” que produce el
fenómeno de “mégaloestatismo” diferente del imperialismo que implica conquista,
sujeción forzada, producida por causas eventuales y que no busca la fusión sino la
absorción.
La Confederación tenía como base a Bolivia, célula política que, al cabo de ocho años
de gobierno de Santa Cruz, parecía que podía realizar esa ley de aglutinación creciente
que cumplieron Castilla, Saboya, Moscú y la Isla de Francia.
Las condiciones primarias que requieren los Estados son la fijación de la población en
el territorio, la apropiación de éste y el vínculo de proximidad que produce cierta
intercurrencia entre los conglomerados sociales elementales de dicho territorio. Las
dos primeras condiciones existían desde antes de la Emancipación. La intercurrencia
también era una realidad, pero entre Bolivia y parte del Sud Perú; mas ella estaba
dificultada en el resto del territorio por la circunstancia de su extensión. En países de
llanuras rasas o de costa, mediante los ríos navegables o los puertos, las relaciones se
establecen a pesar de las distancias. Pero la crueldad y la disimilitud en los climas, las
asperezas del suelo, la diferente configuración, dificultan esas relaciones. Así era
como, en virtud del distanciamiento entre los departamentos del norte, contando
Ayacucho y Bolivia, faltaba prácticamente a la Confederación una de las condiciones
primarias de todo Estado.
Más lógico fue lo que sucedió: que esos factores, unidos a Chile que dio una fuerza
militar de primer orden, echaran abajo a la Confederación. Quizá sí a la larga, aun sin
el apoyo de Chile, ese derrumbe se hubiera producido de todos modos.
Ello fue quizá una desgracia; pero inevitable. La Confederación debió caer, además,
por otras razones. Se había producido en América, después de la Emancipación un
proceso de parcelación concomitante con las guerras civiles. Ese proceso, que creó en
el norte las numerosas repúblicas de Centro América, consolidó en el Perú la
separación de Bolivia y el distanciamiento, primero con Ecuador y luego con Chile. La
tentativa de Santa Cruz tiene, por eso, análogo valor frustrado aunque no idénticos
caracteres trágicos que la de Morazán al luchar por la unificación de Centro América.
Pero, al mismo tiempo, la caída de la Confederación evitó precisamente otra victoria de
esa tendencia cisionista. Si dicha caída no se hubiera producido en 1839, se habría
producido más tarde, una vez muerto o desplazado Santa Cruz y entonces la formación
de dos o Perús, que contaba con algunos partidarios desde 1826, habría sido posible
con su secuela de guerras civiles y exteriores y de debilitamiento común, que hubiera
acentuado nuestras semejanzas con los países de Centro América y también con los
países balcánicos.
Sin caer en un estrecho determinismo, cabe considerar, pues, que factores geográfico-
sociales contribuyeron a la caída de la Confederación, al lado de otros factores de
orden personal, militar, político y aun provenientes del azar.296
Adición a la primera edición
___________________________________________________
(*) En este volumen sólo está comprendida la parte sobre el establecimiento de la Confederación.
293
El Eco del Protectorado, N.º 30 de 30 de noviembre de 1836.
Muy interesante es la actitud de la Confederación ante la Religión. El pacto de Tacna decía apenas: “La Religión de
la Confederación es la Católica, Apostólica, Romana” (art. 5°). Un volante titulado Proyectos de Santa Cruz contra la
Religión del Estado (Pie de imprenta recortado en el ejemplar de la Biblioteca Nacional), publica una serie de
borradores, según ahí se dice, sustraídos a don José Joaquín de Mora por una persona de su confianza; borradores
que contienen proyectos de decretos permitiendo el culto público de todas las religiones, restringiendo el número de
conventos y de los miembros de ellos, supervigilando sus rentas, reformando la organización de las parroquias, etc.
De ser auténticas estas revelaciones, Santa Cruz o Mora se mostrarían hombres efectivamente superiores a su
tiempo. No se olvide, por lo menos, que los Códigos implantados por Santa Cruz desconocían el fuero eclesiástico y
que sólo a causa de reclamos del arzobispo y del clero los artículos que a ello se referían fueron suspendidos, como
consta en la síntesis de los decretos de la Confederación.
294
La proscripción y la defensa de Mariano Enrique Calvo, Sucre, 1840.
Según don Pedro José Flórez, uno de los plenipotenciarios peruanos en Tacna, los mismos bolivianos miembros de
ese Congreso consideraron que las cláusulas sobre la composición del Legislativo confederal implicaban al
encadenamiento de Bolivia; y en vano pretendieron que el predominio del Perú, obtenido merced a él (Flórez),
quedara amenguado estableciéndose que las decisiones del Congreso federal fuesen siempre por uno o dos votos
bolivianos más sobre las tres cuartas partes de sufragios de los miembros presentes. Véase el folleto de Flórez Al
Congreso General, Arequipa 1839, imp. del Gobierno, con una adición en el Cuzco, 1839, imp. de la Beneficencia,
después de su prisión y persecuciones. Cuenta allí Flórez que en la asamblea de Sicuani él propuso que el emblema
nacional fuera conservado y que cuando quiso arrancar a Ayacucho del Estado Sud, el secretario de Santa Cruz,
Torrico, dijo: “Todo el veneno ha derramado el Sr. Flórez en esta adición dentro de una copa dorada”. Cuenta, así
mismo, que enviado por la asamblea de Sicuani a dar las gracias a Bolivia, Santa Cruz alteró el texto del discurso
con que cumplió su comisión.
295
Manuscrito Orbegoso (Paz Soldán, ob. cit., p. 289). Carta de Morán, Valparaíso, 10 de agosto de 1843 en
“Ballivián. Extracto de algunos números”, El Comercio de Lima y Gaceta de Valparaíso.
296
Así como oportunamente han sido consignadas algunas apreciaciones sobre Valdivia, Flora Tristán y otros
autores que son fuentes de esta parte de la Historia Republicana, el presente tomo no debe concluir sin unas
cuantas palabras sobre las dos fuentes principales: Paz Soldán y Vargas. Paz Soldán con el último tomo del segundo
periodo de su Historia del Perú Independiente, con el volumen sobre la Confederación, con Efectos de los partidos
sobre los Congresos, con el material de sus manuscritos y periódicos, tiene un valor inapreciable. Sus características
personales fueron: laboriosidad, minuciosidad, ausencia de sentido profundo y artístico de las cosas. También
estaba impregnado de algunas pasiones de la época (antisantacrucismo, gamarrismo, etc.). Sin embargo, consultar
a Paz Soldán es indispensable, sobre todo por el maravilloso caudal de elementos que reunió; y su labor de
compilación y de conservación de esos materiales merece la gratitud nacional.
Don Nemesio Vargas publicó ocho tomos de su Historia del Perú Independiente, hasta la guerra de Chile contra la
Confederación. Realizando una labor tesonera en medio de la indiferencia general, sin estímulos, Vargas revisó los
periódicos y los folletos de la Biblioteca Nacional, con cuidado; circunstancia que ha sido comprobada por haber sido
utilizado análogo material para la presente obra. Tuvo, además, franqueza e independencia personal. Pero tuvo, al
mismo tiempo, cierto desenfado campechano, cierta nerviosidad y falta de sindéresis; y aunque dio algunos datos
sobre costumbres y usos, hizo predominar a lo cronológico y político, dejando siempre de hacer las necesarias
referencias bibliográficas.
APÉNDICE:
En Lima, a veintisiete
de Diciembre de mil
novecientos veintisiete,
reunidos en el salón de
actos de la Facultad,
bajo la presidencia del
Señor Subdecano, Dr.
Horacio H. Urteaga, los
catedráticos Drs:
Wiesse, Ureta, Gálvez,
Elguera, Salinas,
Cossio, Dulanto,
Sánchez, Ponce,
Rodríguez y el
Secretario que suscribe;
el Sr. Subdecano abrió
la actuación invitando al
Br. dn Jorge Basadre a
que hiciera la exposición
de su tesis. El
graduando dió lectura a
la tesis que ha
presentado para
graduarse de doctor en
la Facultad, titulaba
"Contribución a la
Historia de la Evolución
Social y Política del Perú
durante la República".
En seguida contestó
satisfactoriamente las
objeciones que le
hicieron los catedráticos
presentes. Verificada la
votación resultó
aprobado con la nota
sonbresaliente por
unanimidad de votos.
Se suspendió la
actuación, citándose
para el día siguiente.
El Decano (firmado)
Urteaga- El Secretario
(firmado) Sr. Lazo
Torres.
El Decano (firmado)
Urteaga.-El Secretario
(firmado) Sr. Lazo Torres
Sobre Basadre:
MACERA DALL’ORSO, PABLO. Conversaciones con Basadre, Lima, Mosca Azul, 1979,
171 p. [Segunda edición aumentada con un epílogo y notas de Basadre].