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EL LECTOR Y EL FUEGO: la narrativa de lo absoluto (por Víctor Torres)

No hace mucho leí por primera vez “Fahrenheit 451” del inigualable Ray Bradbury1. Me
pareció una novela estupenda y su autor uno de los mejores, sin dudas, escritores del siglo
XX y parte del XXI.
La edición corresponde a “De bolsillo” y de la colección “contemporánea”. Lo adquirí a un
precio muy económico en una librería de Tandil. La edición es barata, comparada con otra
que me habían ofrecido. Pero, como dijera un filósofo amigo “Lo barato te sale caro”.
La obra está traducida por un tal Alfredo Crespo. No me llevo bien con el inglés, y eso no
me exaspera. Pero como lector, siento que debo exigir obras bien traducidas porque sino
cualquier texto en cualquier lengua se hace difícil leer. Este es el caso que viví con la
lectura de Fahrenheit: una gran novela mal traducida por dicha edición que la nombro para
no recomendarla. El pensamiento matemático de la inversa que tan exitosas fórmulas ha
consagrado.
Si bien al principio uno se embronca con el tipo de lectura, comienza a formular ideas que
culminan en este tipo de textos de descargo. No voy a ahondar demasiado en esto. Me
prepongo hacer algunas observaciones de lo que me pareció interesante de marcar en el
texto de Bradbury.
El texto también puede leerse como una especie de “premonición” de los que se estaba por
venir en América latina: el poder, el imperio, la intromisión norteamericana en las
democracias del continente. Durante toda la lectura, no podía dejar de quitarme de la
cabeza la idea de que parecía que Ray Bradbury hubiese vivido en Argentina en los años
setenta (o antes). Más bien, como si se hubiera inspirado en una época terrible para nuestra
país como lo fue el período gobernado por lo militares del 76 al 83. La censura y,
fundamentalmente, la quema de libros fue -al margen de las violaciones a los Derechos
Humanos- de lo más atroz que se generó en el ámbito cultural y educativo. Y aclaro:
también fueron violaciones a los Derechos Humanos negar el conocimiento, el aprendizaje
y la cultura.
Pero claro, la obra fue publicada en 1953. Y, siguiendo con la idea de lo “inverso”, me
aterra el solo hecho de pensar en que la novela sirvió para inspirar a censores y dictadores.
Montag, el protagonista, “opera” en un “cuartel de bomberos” bastante especial. En vez de
apagar incendios, los produce. Pero, ¿cómo? Tienen agentes o personas (vecinos,
familiares, enemigos) que actúan de buchones e informan al cuartel a la gente que tiene
libros en su casa. Los bomberos acuden al lugar y prenden fuego la casa. Durante el
gobierno militar, se hacían operativos buscando material escrito que “dañara” o “distrajera”
la conciencia ciudadana. Por los libros “se infiltraba la subversión”, como adujeron algunos
represores en los juicios.
En Fahrenheit 451 está prohibido leer, prohibido tener libros en la casa, prohibido aprender,
prohibido idear, prohibido pensar. El absolutismo se apodera de los medios para imponer su
hegemonía, como ocurre en el año orwelliano.
Hay una situación bélica que no lo permite (la “guerra sucia” que nombraba Videla). La
dictadura del no pensamiento: el arma más eficaz para echar por tierra cualquier resistencia,
cualquier búsqueda de libertad, cualquier “contracultura”. Tal vez, para corregir, dictadura
es no pensar: alguien dicta lo que debés pensar y decir.
El hecho de que el protagonista sea “bombero” supone cierta heroicidad, una épica a la que

1 Aparecida en 1953.
en un principio Bradbury la asocia al mal.
En la novela hay otros elementos que me parecen importantes destacar. La idea del “fuego”
no es nueva. Se pueden pensar en una intertextualidad (entre varias que trabaja el relato)
con los incendios de bibliotecas o libros en particular como la biblia (sobran en la historia
la quema de libros religiosos o religiosos quemando tesoros escritos).

“ Las manos de Faber recogieron la Biblia. Montag vio esta acción y quedó sorprendido.
 ¿Desearía poseer esto?
Faber dijo:
 Daría el brazo derecho por ella.”

Tener un libro es correr riesgos. Tal como lo sufre Montag porque, si bien al principio
parece estar convencido de su actividad como destructor, más adelante comprende que no
tiene nada de malo leer. Pero, por eso y para eso, debe esconder los textos que posee detrás
de los muebles adonde nadie pueda verlos, ni siquiera su esposa Mildred. Cuando es
descubierto y se encuentra a punto del “juicio final”, el mismo fuego que utilizaba para
quemar las bibliotecas ahora lo usa para defenderse (una sutil alegoría de Prometeo).
El protagonista evoluciona. Es como Quijano Alonso, comienza a comprender desde la
cordura su accionar. Montag se rebela contra el sistema que se le impone. Lo tuerce, se
fuga. Y en esta huída sufre como Mersault en “El extranjero”.
Hay una presencia Dantesca cerca del final del relato. Montag, buscado por todas las
fuerzas del Estado, encuentra refugio a las afueras de la ciudad, en un lugar aislado rodeado
de naturaleza. Allí se topa con un hombre que le describe el lugar al cuál ha llegado y en
donde también aparecen figuras representativas del arte, la cultura, la ciencia y la historia.
Montag está en el paraíso. El mismo que creó Alighieri en su Comedia. El infierno está en
la ciudad: caos, guerra, censura, reality show. El infierno es la modernidad, lo que se viene
para el mundo. Bradbury avizora un planeta donde reina el caos, la humanidad llena de
contradicciones.
Pero Montag está en cielo. Allí es recibido con benevolencia y comparte el mundo de
grandes intelectuales. Swift, Darwin, Schopenhauer, Einstein, Schweister, Aristófanes,
Ghandi, Buda, Confucio, etc. Se siente disminuido ante tanta grandeza y se pregunta qué
puede ofrecer. Consigo lleva libros religiosos: “Eclesiastés y Revelación” para contribuir a
su nuevo aposento. Lo curioso es que aquí aparece el juego de la memoria porque el
bombero los lleva en la mente y no escritos (por razones obvias), entonces se dispone a
“recitar” - a “recuperar”-como un si fuera un nuevo evangelio. Se presenta la acumulación
del conocimiento en la conciencia, el archivo es la mente. Hay una vuelta a las culturas
clásicas, fundamentalmente griegas donde los pensadores podían acumular información con
una memoria prodigiosa.
Cabe subrayar que la ironía es aquí un motivo importante en la forma de la narración.
Por otra parte, Bradbury es un visionario tecnológico. Tal vez el que mejor logró elaborar
ese universo futuro. Es consciente del poder de los medios de comunicación que se observa
de manera muy clara en la persecución de un hombre al que acusan de asesino y le
muestran al público (televidente- espectador- consumista) “la captura del mal”2, la justicia.
La sociedad festeja como un triunfo patriótico algo que es totalmente inverosímil (como la
guerra de Malvinas). La televisión crea hechos ficticios a tal punto que los convierte en

2 El entrecomillado es mío.
realidades para ese público que es quién lo hace creíble al consumirlo.
Fahrenheit es, sin duda alguna, una de las grandes novelas del siglo XX. Es, tal vez, el
antecedente más equivalente al mundo virtual que tenemos hoy.

1984, la vigencia de una obra y el ideal orwelliano

Hay algunos rasgos en común entre Fahrenheint y la obra más importante de Orwell.
Cuando surge algún tipo de discusión política en torno al autoritarismo de tal o cual
gobierno y/o sistema, se recurre a “lo que dijo Orwell en 1984”, al poder de la ficción.
Como si eso fuera un argumento válido capaz de desestabilizar cualquier inquietud al
respecto y remarcar su vigencia, se acude una obra literaria incisiva, ciertamente, pero
insolvente al mismo tiempo.
El autor británico construye un texto potente y audaz en el que imagina cómo -y desde los
fines de los años cuarenta- será el sistema social y político para el año 84. El mecanismo de
vigilancia y persecución somete al mundo -por lo menos a Oceanía que se ha convertido en
un imperio socialista y totalitario- son algunos de los elementos más observables que se
pueden localizar en el mundo actual, por hacer una analogía al respecto (si es posible).
George Orwell escribe la novela en 1949, poco antes de morir. Tiene la presunción de que,
si bien la Segunda Guerra Mundial ha terminado y el nazismo con ella, el mundo va en
dirección hacia un totalitarismo fatal del cual ya no volverá. Piensa que el poder estará
centrada en el personalismo de un líder y no en la construcción colectiva.
Winston, el protagonista, es un hombre desesperado por la sociedad en la que tiene que
vivir -o sobrevivir. No tolera el nivel de opresión que “El Gran Hermano” (el “gran
dictador” que parodió antes Charles Chaplin) -y los camaradas que lo aclaman- impone
sobre la población de manera obsena, tanto que aquel que se muestre disconforme será
devorado por las ratas.
La tortura funciona como método de indagación que va a sufrir Winston, del mismo modo
que lo sufrirán miles y miles de militantes revolucionarios en América Latina con el Plan
Cóndor ideado por Estados Unidos.
Winston es, de alguna manera, el propio Orwell. 1984 es Rebelión en la granja pero
futurista y sin ser fabulesca. La sátira a la URSS que el escritor británico propone no es más
que un gesto sarcástico a los ideales marxistas que alguna vez supo profesar.
Al autor, que fue miembro del Partido Comunista inglés, no le cierran las políticas de la
Unión Soviética que lidera Stalin y, de ese modo, siente que cualquier pretensión de
construcción colectiva terminará -tarde o temprano- en una dictadura.
No es errado afirmar que Orwell escribe la novela para justificar el triunfo del
autoritarismo, del control sobre la ciudadanía, tal como se acomodaron las naciones durante
la Guerra Fría. Sin embargo, este argumento es inerte ante la posibilidad de entender que el
“realismo socialista” no fue -finalmente, y contrario a los que se esperaba- más que una
propaganda, lejos de los intereses de la clase obrera. Orwell puede decir, y con razón, que
el socialismo soviético fue autoritario, lo que sí no es atinado afirmar que su libro vale para
comprender todos los procesos revolucionarios populares, de los de abajo. El socialismo,
tal y cómo se comprende ciertamente a través de Brecht, no es el que resultó de la Unión
Soviética.
En todo caso, se puede decir que Walter Benjamin acierta en su discurso sobre que el
mundo, porque si vencen los imperios será “catastrófico”. Éste concepto, más el de leer la
historia “a contrapelo” significan una alternativa sumamente válida para repensar en los
procesos históricos.
La vigilancia mundial actual está dominada por el imperialismo: EEUU y Europa, los
capitalistas que salieron victoriosos durante la Guerra Fría, a pesar de que en la novela, el
narrador se lo atribuye a un sistema socialista. Las “telepantallas” (significantes certeros)
que aparecen en el texto como objeto de vigilancia son las cámaras, los celulares, las redes
sociales del mundo actual. Pero ¿Quiénes dominan las técnicas de control y vigilancia en el
mundo? ¿Acaso los “países socialistas” o, al menos “progresistas”?
Los servicios de inteligencia están a disposición de los grandes empresarios, los poderosos,
los que pueden ejecutar cualquier operación para quitar del medio a cualquier gobierno que
no cuaje con sus ideas e intereses socioeconómicos.
En todo caso, Winston no deja de ser un golpista. Esta es una lectura válida: un tipo que se
“organiza” con los oponentes al sistema bajo el nombre de “La hermandad”, para
desestabilizar a un gobierno que, más allá del autoritarismo, provee a la sociedad de todos
los recursos básicos para vivir, donde la ciudadanía tiene las necesidades cubiertas.
Algún lector desprevenido dirá que Cuba vivió ese proceso, o le impodrá la categoría de
“totalitarismo”, sin reparar en las verdaderas estructuras de lo que significó una Revolución
Socialista a pocas millas del imperio. Incluso, quizá, el propio Orwell diría “vieron, yo
tenía razón, he aquí mis predicciones”. Sería demasiado torpe creer que 1984 es un texto
fiel, pertinente al llamado “Fin de la historia”, a lo que ocurriría luego con la caída del
Muro de Berlín o a la disolución de la URSS.
La novela merece una reflexión más profunda, es cierto, pero más profundo debe ser
reflexionar sobre la propia historia y quiénes han vencido -sobre qué ruinas y qué
consecuencias- sobre los vencidos, los explotados que el capitalismo necesita.

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