You are on page 1of 39

BIBLIOTECA ILUSTRADA DE GASPAR Y

P O R E L V I Z C O N D E DE C H A T E A U B R I A N D ,

TRADUCID*

- ¿fe POR DON MANUEL M. F L A M A N T .

m
m m

.." Ì-

m ñ

MADRID. ^ ^ FONDO
IMPRENTA >E GASPAR Y ROIG, E D I T O R ^ CARDO C ÁRRUBiAV»
alle del Príncipe núm. i .
1854.

<
9482
m
<3L:

h&i
18S4

PREFACIO. cubrimiento de la América no h e hallado asunto mas


interesante, especialmente para los franceses, que la
sangrienta matanza de la colonia de los Natchez en la
Por la carta precedente (1) s e ve la causa que ha Luisiana en 1727. Las tribus indias, conspirando por
dado lugar á la publicación de la Atala antes de m i espacio d e dos siglos de o p r e s i o n , para dar la libertad
obra el Genio del Cristianismo, de q u e forma parte, al Nuevo-Mundo, me parecieron prestarse p e r f e c t a -
restándome ya solo manifestar el modo cómo lia sido m e n t e á mi trabajo y ofrecerme un asunto casi tan
compuesta. magnifico como la conquista de Méjico. Tracé a l g u -
Era aun muy jóven cuando concebí la idea de h a - nos fragmentos d e esta obra en el p a p e l ; pero d e s c u -
cer la epopeya del hombre de la naturaleza, ó sea brí bien pronto que carecía de los verdaderos colores,
pintar las costumbres de los salvajes relacionándolas y que si queria hacer u n a imágen que se pareciese al
original, necesitaba, á ejemplo de Homero, visitar
con algún acontecimiento conocido. Líespues del d e s -
los pueblos que queria pintar. En 1789 participé á
Mr. de Malesherbes el designio q u e abrigaba d e pasar
(1) La carta de que aquí se trata fue publicada en el á América; pero deseando al mismo tiempo utilizar mi
BIBLIOTECA UNIVERSITARIA Diario de los Debates y en el Publicista; héla aqui: viaje, conceoí el proyecto de descubrir por tierra el
paso tan b u s c a d o , y acerca del cual el mismo Cook
" A L F O N S O REYFS" «CIODADANO :
había dudado. P a r t í : vi las soledades americanas, y
F O N D O R I C A R D O C O V A R R U B I
«En mi obra, elGenio del Cristianismo ó las Bellezas volví con planos para realizar un segundo viaje que
de la religión cristiana, se halla una parte entera con- debia durar nueve a ñ o s ; proponíame atravesar todo
sagrada á la poética del Cristianismo. Esta parte se divide el continente de la América septentrional, navegar en
en cuatro libros: poesía, bellas a r t e s , literatura y armo- seguida á lo largo de las cestas al Norte de la Cali-
nías de la Religión con las escenas de la naturaleza y las fornia, y volver por la bahía de Hudson dando vuelta
pasiones del corazon humano. En este libro examino mu-
chos puntos que no han podido tener lugar en los preceden-
t e s , tales como los efectos de las m i n a s góticas comparadas
con otra clase de r u i n a s , los sitios de los monasterios en la
soledad, etc. Este libro termina £or una anécdota extracta- con el objeto de prevenir un accidente que me causaría infi-
da de mis Viajes á América, y escrita en la chozas mismas nito disgusto.
de los salvajes: titúlase Atala, e t c . Habiéndose extraviado «Si quereis, ciudadano, hacerme el obsequio de publicar
algunas pruebas de esta historieta, me veo obligado á im- mi c a r t a , me prestareis un servicio importante. Tenro el
primirla aparte, sin esperar á la publicación de mi gran obra, h o n o r , etc.»
al polo (1). Mr. de Malesherbes se encargó de presen-
tar mis planos al gobierno, y entonces oyó este los cer las cuerdas de la lira. Las Musas son-mujeres c e -
primeros fragmentos de la obrita que hoy publico. La lestiales que no desfiguran sus facciones con artificios,
Háseme dicho que la mujer célebre ( I ) cuya obra píenles verdes, las garzas reales azules, los flamen-
revolución destruyó-todos mis provectos.' Cubierto con Ld"eí'ce¡-s°e ran n COn eI s e c r e t 0
designio de formaba el asunto ae mi carta, se ha quejado de u n
la sangre de mi hermano único, de mi cuñada y de cos de color de rosa, y los escamosos cocodrillos se
su ilustre y anciano'padre; habiendo visto morir á mi Por lo demás, no soy como Rousseau, un entusias- pasaje de ella. Permitiráseme me tome la libertad de pmbarcan , cual osados navegantes, en aquellos b a -
madre y á otra hermana de talento esclarecido, á con- ta de los salvajes, y aun cuando tenga tal vez tanta observar que no he sido yo el primero que ha emplea- jeles de flores; y la feliz colonia, desplegando al vien-
secuencia de los malos tratamientos que habia expe- razón para quejarme de la sociedad como aquel Glósa- do el arma que se me reprocha, y que me es odiosa, to sus velas de o r o , aborda en tranquilo sueño al-
rimentado en los calabozos, vagué por tierras e x t r a - lo tema para alabarla, no creo que el estado de pura pues no he hecho otra cosa que rechazar el golpe que guna oculta ensenada del rio.
ñas, donde fue asesinado en mis brazos el único amigo naturaleza sea el mejor del mundo. Yo lo he hallado se dirigía á un hombre cuyo talento me he hecho u n Las orillas del Misisipí presentan el mas sorpren-
que conservaba (2). demasiadamente deforme por do quiera he tenido deber en admirar, y cuya persona amaré siempre dente panorama. En la margen occidental, las sába-
ocasión de verlo, y lejos de juzgar que el hombre que tiernamente. Muy lejos lie estado de ofender; pero si nas se extienden hasta perdersede vista, y alejándose
De todos mis manuscritos relativos á América, solo piensa es un animal depravado, creo que el p e n s a - así ha sucedido, puede borrarse ese pasaje. Además, sucesivamente , parecen desvanecerse en el azul del
he salvado algunos fragmentos, y en particular la miento es lo que constituye el hombre. La palabra cuando se tiene la brillante existencia y el talento de cielo ; en estas praderas sin límites se ve vagar á su
Atala, que no es mas que un episodio de los Nat- naturaleza lo ha desfigurado todo. Pintemos la natu- madama Stael fácilmente se deben olvidar las peque- capricho rebaños de tres á cuatro mil búfalos silves-
chez (3). Atala ha sido escrita en el desierto, raleza, pero la naturaleza bella, puesto que el arte no ñas heridas que pueda hacer un solitario y u n hom- tres. Tal vez, un decrépito bisonte, hendiendo las
bajo las chozas de los salvajes; ignoro si agradará a debe ocuparse en reprodùcir las monstruosidades bre tan ignorado como yo. revueltas ondas, va á acostarse en las altas yerbas
público esta historia que se aparta de todo lo conoci- « V* ra°™>dad que he querido sacar de la Atala es de alguna isla del Meschacebé. AI ver su frente ador-
do hasta h o y , y presenta una naturaleza y unas cos- , 1 d e descubrir ; y como está reasumida en el epí- Diré por fin acerca de la Atala, que él asunto no
es enteramente invención mía, pues es cierto hubo u n nada de dos medias lunas, y su barba añosa y cubier-
tumbres completamente extrañas á Europa. En la Ata- logo, no la repetiré en este lugar, anticipando ten ta de limo, pudiera creérsele el dios del rio, que diri-
la no hay aventuras; es una especie d e poema (4) en solo algunas palabras acerca del carácter de Chactas, salvaje eñ las galeras y en la córte de Luis XIV, así
como lo es también-que hubo un misionero francés ge una mirada altiva á la extensión de sus aguas y á
parte descriptivo y en parte dramático : todo consiste amante de Atala. ' la salvaje riqueza de sus orillas.
en la pintura de dos amantes q u e marchan y cazan en que hizo las cosas que narro, no siéndolo menos qne he
la soledad, presentando mi cuadro las turbulencias hallado á los salvajes de los bosques americanos trans- Si tal es la perspectiva de la orilla occidental, la .ji-
„ „ ^ i 6 e \ u n , s l l ? J e i 3 m e d i 0 civilizado, puesto que
del amor en medio de la calma de los desiertos. He le portando los huesos de sus antepasados, y á una joven la oriental cambia por completo para formar u n ad
™ " ^ a s v i v a s > s i n o que conoce las
procurado dar á esta obra las formas mas antiguas, madre exponiendo el cuerpo de su hijo en las ramas mirable contraste con aquella. Inclinados sobre las
muertas de Europa. En este concepto debe expresar-
y la he dividido en prólogo, narración y epilogo. Las de un árbol. Algunas otras circunstancias también límpidas corrientes, agrupados sobre los peñascos y
se en u n estilo intermedio y conveniente á la linea en
principales partes de la narración toman una denomi- son verdaderas, pero como no son de un interés ge- las montañas, ó dispersos por los valles, vistosos ár-
que m a r c h a , colocado entre la sociedad y la n a t u r a -
nación especial como los cazadores, los labrado- neral , las he omitido. boles de todas formas, de todos colores y perfumes,
• f ' j . u 1 ?, 6 h a P r °P° r cionado alguna Ventaja, ha-
res, etc. ; no de otro modo cantaban bajo diversos t í - ciéndole hablar en lengua salvaje para pintar las c o t se confunden, crecen á la p a r , y se pierden en el
tulos los fragmentos de la lliada y de la Odisea los aire á desmesurada altura. Las vides silvestres, las
rapsodas de la Grecia en los primeros siglos. wIte^yeKnK"r0pe-°1eneldrama de
la narración, bignonias y las coloquíntidas se entrelazan al pié de
b n e s t o m e h u b i e r a s i d o p r e c i s o r e n u n c i a r á la o b r a ,
s
PROLOGO. estos árboles , escalan sus r a m a s , se asen á sus co-
Diré también que mi objeto no ha sido arrancar mu- . ' ™ e h u b i e r a s e r v i d o s i e m p r e d e l estilo i n d i o pas y pasan del arce al tulipero, y de este al alceo,
chas lágrimas, pués m e parece un error peligroso, Atala h u b i e s e e s t a d o e n g r i e g o p a r a el l e c t o r . formando mil g r u t a s , mil bóvedas y pórticos. Y acon-
m,s,one La Francia poseía antiguamente en la América
propalado como tantos otros por Voltaire, que las h a K f r o . e s u n sencillo s a c e r d o t e q u e tece que perdidas de árbol en árbol, estas lianas
K L « sonrojarse de la cruz, de la sangre de su Septentrional dilatados dominios, que se extendían
obras de mérito son aquellas que mas hacen llorar. atraviesan los diferentes brazos de los rios, sobre los
divino Maestro, de la corrupción de la carne, etc.; desde el Labrador hasta las Floridas, y desde las cos-
Dramas hay de los que nadie querría ser autor, v cuales forman maravillosos puentes de flores. E n el
tas del Atlántico hasta los lagos mas remotos del Al-
que desgarran el corazon, aunque de una manera Z , Tc n P nm t a3 br rua n 6 8 e l - s a c e r d o l e ' t a l cual es. Sé que es seno de estas enramadas levanta la magnolia su cono
to-Canadá.
muy distinta que la Eneida. No es ciertamente grande , P, . carácter semejante sin despertaren la inmóvil, terminado en anchas rosas blancas, domi-
u n escritor porque ponga el alma en t o r t u r a , pues mente de ciertos lectores ideas ridiculas. Si no lo con- Cuatro ríos caudalosos, cuyos manantiales están en
las mismas montañas, dividen aquellas inmensas r e - nando todo el bosque, sin otro rival que la palmera,
tas verdaderas lágrimas son las que hace correr u n a sigo haré reír. Júzguese. que mece levemente á s u lado sus frondosos abanicos.
bella poesía, á la que vaya unida tanta admiración Réstame sólo una cosa que decir: ignoro p o r q u é giones: el San Lorenzo, que se pierde hácia Oriente,
como dolor. casualidad ha excitado la atención p f l i c a , S h o en el golfo á que da su nombre ; el rio de Occidente, Multitud de anímales colocados en aquellos retiros
que tributa sus aguas á mares ignorados; el Borbon, por la mano del Criador, esparcen en ellos el e n c a n -
Hé aquí las palabras que Príamo dirige á Aquiles : F o n i l f - ' eeSp
^ eraba
á Mr. una carta
que se precipita de Mediodía á Norte, en la Bahia de to y la vida. Desde la extremidad de las espesas a r -
Fontanes. Yo creía que unas cuantas lineal de un
AtSpbf vatSoponio -XOTI oró/xa xiíp' opijiodai.
autoi desconocido pasarían desapercibidas; pero é s t o Hudson; y el Meschacebé, verdadero nombre del Misi- boledas descúbrense los osos, que ébrioscon el zúmo
no obstante los papeles públicos parece han t e - sipi, que corre de Norte á Mediodía hasta perderse de la vid, vacilan sobre las ramas de los olmos; los
Juzga el exceso -'e mi desgracia, al tener que b e - en el golfo de Méjico. caribús se bañan en un lago, y las ardillas negras se
sar la mano del que ha dado muerte á mi hijo nido una especie de complacencia en ocuparse de
e ia. Kellexionando acerca de este capricho del pú- Riega este rio, en una extensión de mas de mil le- solazan en los espesos ramajes, en tanto qne los p á -
Así exclama José: guas , una deliciosa región, denominada por los ha- jaros-burlones, las palomas de la Virginia, del ta-
blico , q U e ha fijado su atención en cosa de tan poco
Ego sum Joseph frater vester, quem vendidistis valor, pense podría ser el título de mi gran obra el Ge- bitantes de los Estados-Unidos, el Nuevo Edén , y maño de un pájarillo, bajan á los céspedes enrojeci-
in Mgvptum. conocida por los franceses con el dulce nombre de dos por las fresas; los papagayos verdes, de cabeza
í t ü k C ™ t i a n i s ™ ° , < * * - Tal vez se haya pensado se
Yo soy José vuestro hermano, á quien vendisteis h i t a b a de u n asunto de partido, y que en ese libro Luisiana. Otros mil tíos, tributarios del Meschacebé, amarilla, los pico-verdes encarnados y los c a r d e -
para Egipto. el Missuri, el Illinois, el Akanza, el Ohío, el Wabache nales de color de fuego, saltan y giran en la extremi-
eD lm ro erioscontra
filósofos P P la revolución y los Y el Tenaro, la benefician con su limo y la fertilizan m i d a d d e loscipreses; los colibris centellean sobre
Estas son las únicas lágrimas que deben h u m e d e - con sus aguas. Cuando estos tíos corren engrosados los jazmines de las Floridas, y las serpientes-cazado-
Al presente está permitido sin duda, bajo uu go-
or las lluvias del invierno, y las tempestades han ras silban sobre los bosques y se columpian en ellos,
cí) Mr. Mackencio ha ejecutado despues una parte de
¡ ® » ° proscribe ninguna opinion pacífica, to-
mar la defensa del Cristianismo, pues si hubo un S erribado bosques enteros, los árboles arrancados se á semejanza de las lianas.
Cave pidlla tiempo en que solo teman derecho á hablar los a d v e r - agrupan en los manantiales. A poco tiempo, el léga- Mas, si todo es silencio y reposo en las sábanas
( 2 ) Estuvimos ambos CÍQCO días sin comer. sarios de aquella rehcion, hoy la liza está abierta , y mo los asegura, las lianas los enlazan, y las numero- de la opuesta orilla del rio, todo aquí, por el contra-
Mientras que mi familia era destruida de este modo los que piensan que el Cristianismo es poético y mo- sas plantaá que en ellos se arraigan , concluyen por rio, es movimiento y murmullo: los picotazos de las
aprisionada o d e s t e r r a d a , u n a de mis hermanas, que debia consolidar aquellos despojos, que arrastrados por las
su libertad a la muerte de su marido, se hallaba en F o u g è -
aves en el tronco de las encinas; el rumor délos ani-
r e s , pequeña ciudad de Bretaña. El ejército realista Heló
& J n U í ? f d 0 C , i r l 0 e n a ! t a v o z ' c o m o los filosófos espumosas olas, siguen la corriente del Meschacebé. males q u e marchan , pacen ó trituran entre sus dien-
y presos ochocientos hombres del republicano, fueron con- P g™ ' s fat e nUeer lo contrario. Me atrevo á creer que si
Este se apodera de ellos, los impele hasta el golfo Me- tes los frutos de los árboles; el'murmurio de las aguas;
denados á ser pasados por l a s a r m a s , pero mi hermana se l M„í 3 ^ emprendido, y que no tardaré en jicano, y encallándolos en los bancos de arena, los débiles gemidos, los sordos mugidos v los dulces
echo á los piés de Mr. de La Rocbejaqueleia v consiguió el ver la luz publica, hubiera sido escrita por una m a - acrecienta el número de sus bocas. De tiempo en arrullos, llenan los desiertos de gratas y salvajes a r -
perdón d e j o s prisioneros. Voló inmediatamente á R?nnes I no mas hábil que la m i a , la cuestión seria decisiva tiempo levanta su voz poderosa al pasar por los mon- monías. Pero cuando el viento anima aquellas soleda-
n J u T S £ K- l r , b , D ^ ' ? T o l u « o n a r i o con los certificados qn¿ ue c u a l q u i e r m o d o q u e s e a , e s t o y o b l i g a d o á d e c l a - tes, y derrama sus desbordadas a g u a s , Nilo de los de- des , y estremece los cuerpos que flotan , confun-
probaban había salvado la vida á ochocientos hombres, y solo rar q U e en <A Genio d¡l Cristianismo h! p r e s d n S siertos, en derredor de las columnas de los bosques diendo aquellas masas blancas, azules, verdes y de
pidió por única recompensa se pusiese en libertad á sus her- S r i nrn l0D
' ye,n # h e
g u a r d a d o u n a rae- y las pirámides de los sepulcros indios. Empero, co- color de rosa; cuando mezcla todos los colores v reú-
manas. El presidente del tribunal le respondió: UrTduda c o m n í g o ' S e g U " 'as a p a r i e n c i a s , n o se t e n d r á mo la gracia se muestra siempre unida á la magnifi-
serás una picara realista que mandaré guillotinar vues ne todos los murmullos, se exhalan tales rumores
cencia en las escenas de la naturaleza, hé aquí que del fondo de los bosques, y la vista admira tales e s -
los enemigos tienen tantas deferencias contigo. Por otra mientras la corriente del centro empuja gl mar los ya
paru la república no te debe ningún favor : tiene dema- cenas, que fuera intento vano describirlas á los que no
siados defensores y te falta pan. ¡Hé aquí los hombrede inertes pinos y,encinas, en las dos corrientes l a t e - han recorrido aquellos campos primitivos de la n a t u -
que Bonaparte ba librado á la Francia » T e l P ° r f e n o s é h f e ™ e entender de otro modo, pues rales se ve subir á l o largo d é l a s orillas, flotantes raleza.
( 3 ) Véase el prefacio de los Natchez. no soy de los que confunden la prosa y el verso. E> p M t a islas de pistia y de nenúfar, cuyas rosas amarillas des-
dígase lo que se quiera, es siempre el hombre por e x c e C ' cuellan a manera de pequeños pabellones. Las s e r - Despues del descubrimiento del Meschacebé por el
( 4 ) Necesito advertir que si me sirvo de la palabra poe-
i y volúmenes enteros de prosa descriptiva no valen ciDcuenta
I hermosos versos de Homero, Virgilio ó Rarine padre Marquette y el desgraciado La-Sala, los prime-
ros franceses que se establecieron en el Bíloxi v la
( 1) Madama Staël. Nueva-Orleans , contrajeron alianza con los Natcíiez„
I"
LA A' í a l a . 7
Esto dicho, López oró al Dios de los cristianos, cuyo últimos amores, virgen que el cielo envia al prisione-
culto me habia negado á abrazar , y nos separamos ro para rodear de encantos su tumba. E n esta persua-
naeioli india, cuyo poder temían aquellas regiones; por qué designios), ha querido civilizar. Uno y otro sión, le dije con voz trémula, y con una agitación
pero las discordias y la envidia no tardaron en, ensan- hemos entrado en la senda de la vida por sus dos mal reprimiendo nuestros sollozos.
»No tardé en recibir el castigo á que mi ingratitud que no procedía del temor á la h o g u e r a : « ¡ Virgen!
grentar una tierra hospitalaria. Habia «ñire los i opuestas extremidades; pero t ú has venido á descatt- »Digna eres de los primeros amores; que no has si-
salvajes un anciana llamado Chactas (1), que por su j sar en mi puesto, y yo he ido ásentarme en el tuyo; me habia hecho acreedor. Mi inexperiencia me ex-
travió en los bosques, y caí en poder de una partida »do formada para los últimos. Los movimientos d»
edad, sabiduría y conocimiento de las cosas de la por esta razón debemos considerar los objetos bajo »un corazon que en breve .cesará de latir, responde-
vida, era el patriarca y el amor de los desiertos, y un punto de vista diametralmente opuesto. ¿ Quién de muscogulgos y simínoles, como López me lo ha-
bia predicho, pues fui reconocido como natche por »rian harto mal á las palpitaciones del tuyo. ¿Cómo
que como todos los hombres, habia comprado la de nosotros ha ganado ó perdido mas en su cambio »hermanar la muerte con la vida? Tú me barias amar
virtud á espénsas del infortunio. No solo fueron tes- de situación ? Arcano es este que selo conocen los mi vestido y por las plumas que adornaban mi ca-
beza. Atáronme, p u e s , pero no con fuerza , en con- »demasiado la existencia: ¡ sea, pues , otro hombre
tigos de sus desgracias los bosques deINuevo-Mundo, genios, de los cuales el menos sabio atesora mas s a - »mas venturoso que y o , y únanse la liana y la encina
sino también las costas de la Francia. Preso en las ga- biduría que todos los hombres reunidos. sideración á m i juventud. Habiendo Simagan, caudi-
llo de la partida, querido saber mi nombre, le respon- »en largos abrazos! »
leras de Marsella, merced á u n a atroz injusticia, li- »A la próxima luna de las flores (3), se cumplirán
bre despues, y presentado á Luis XIV, había conver- dí : « Mí nombre es Chactas, y soy hijo de Utalisi, »La misteriosa jóven me respondió: « No soy la
siete veces diez nieves, y tres nieves mas ( 4 ) , que »el hijo de Miscú , que han arrebatado mas de cien virgen de los últimos amores. ¿Eres cristiano? » Yo
sado con los grandes hombres de su siglo Y asistido á mi madre me dió á luz en las orillas del Meschacebé.
las fiestas de Versalles, á las tragedias de Hacine y á »cabelleras á los héroes muscogulgos.» Simagan me le repliqué que no habia sido infiel á los genios tute-
Los españoles se habían establecido poco antes en la replicó : «Chactas, hijo de Utalisi, el hijo de Miscu, lares de mi cabana. Al oír estas palabras, la india hi-
las oraciones fúnebres de Bossuet: en u n a palabra, bahía de Panzacola, pero ningún blanco habitaba aun
habia contemplado la sociedad en el apogeo de su es- »regocíjate, pues no tardarás en ser quemado en la zo un involuntario movimiento, y m e d i j o : «Deploro
en la Luisiana. Yo contaba apenas diez y siete caldas »gran ciudad.» Yo r e p u s e : « ¡ Me regocijo!» Y en- »que seas un vil idólatra. Mi madre me ha hecho
plendor. de hoja , cuando marché con mi p a d r e , el g u e r - toné mi canción de m u e r t e . »cristiana; Atala es mi nombre, y soy hija de S i m a -
Restituido despues de muchos años á su patria, rero litalisi, contra los Muscogulgos, poderosa nación »gan, el de los braceletes de oro , el caudillo de los
Chactas disfrutaba de tranquilidad, aunque el cielo de las Floridas, é incorporándonos con los españoles, »Aunque prisionero, no podia, en los primeros »guerreros que te rodean. Nos dirigimos á Apalachu-
le vendió también muy caro este beneficio, pues ha- nuestros aliados, empeñamos una batalla en uno de dias, dejar de admirar á mis enemigos, pues el m u s - » c l a , donde serás arrojado á la hoguera. Esto aicieu
bia perdido la vista. Una joven le acompañaba por las los brazos del Maubile; pero Areskoui ( 5 ) jy los cogulgo y su aliado el siminol, respiran alegría, amor » d o , Atala se levantó y se ocultó á mi vista.»
orillas del Meschacebé, bien así como Antígone manitús no nos fueron propicios. T r i u n f a r o n , pues, y contento. Su andar es ligero, su trato franco, y su
los enemigos, mi padre perdió la vida , y en su de- aspecto tranquilo. Habla mucho y con rara volubi- »Al llegar a q u í , Chactas se vió precisado á inter-
guiaba á Edipo por el Citeron, ó como Malvina c o n - rumpir s u narración. Los recuerdos se agolparon en
ducía á Orian sobre las cumbres de Morven. fensa recibí dos heridas. ¡ Oh ! ¿ Porqué no bajé e n - lidad, y su lenguaje es armonioso y fácil. Ni aun el
tonces al país de las almas ( 6 ) , substrayéndome progreso d é l o s años puede r o b a r á los saquems s u su alma , y sus apagados ojos inundaron en lágrimas
A pesar de las repetidas injusticias que Chactas así á las desventuras que sobre la tierra me espe- sencilla jovialidad; que á semejanza de las caducas sus rugosas mejillas: no de otro modo, dos manantia-
habia sufrido por parte de los franceses, amaba á e s - j a b a n ? Los espíritus lo decretaron de otra s u e r t e , y aves de nuestros bosques, mezclan sus antiguos can- les ocultos en las profundas entrañas de la t i e r r a , fil-
tos entrañablemente, pues recordaba siempre á Fene- me vi arrastrado por los fugitivos á San Agustín. tos con los nuevos, trinos de su tierna posteridad. tran sus ignoradas aguas por entre los rudos p e -
lon , cuyo huésped habia sido, y deseaba poder d i s - ñascos.
pensar algún favor á los compatriotas de tan virtuoso »Las mujeres q u e acompañaban la partida enemi-
»En esta ciudad, recien construida por los e s p a - g a , manifestaban-una solícita piedad y una curiosi- »Reanudando al fin el hilo de su discurso , prosi-
prelado. Esta ocasion se le presentó en 172o , pues : ñoles, me hallaba expuesto á ser llevado á las minas g u i ó : « ¡ O h , hijo m i ó ! Ya ves cuan pequeño es
un francés llamado R e n e , impelido por sus pasiones j dad ingenua liácia mi juventud ; dirigíanme pregun-
de Méjico , cuando u n anciano español, llamado Ló- t a s , acerca de mi madre y los primeros días de mi C h a c t a s , á pesar de su reputación de sabio. ¡ A y !
y contratiempos, abordó á la Luisiana, y subiendo pez, movido á piedad al ver mi juventud y sencillez, aun cuando los hombres no puedan ya v e r , pueden
el Meschacebé, llegó al país dé los Natchez, y solici- vida, y querían saber si mi cuna de musgo se habia
me ofreció un asilo y me presentó á u n a hermana suya mecido en las floridas ramas de los a r c e s , y si las llorar! Durante muchas noches la hija del saquem
tó ser admitido como guerrero en es til nación. Ha- con quien vivía sin esposa. vino á verme, pero sin proferir palabra. El sueño ha-
biéndole interrogado Chactas, y viendo que su r e - brisas me liabian columpiado cabe los nidos de los pa-
«Entrambos me cobraron el mas tierno cariño, y jarillos. Dirigíanme también otras mil preguntas r e - bia huido de mis ojos, y Atala se pintaba en mi co-
solución era irrevocable, adoptóle por hijo y le dio me educaron con esquisito celo, procurándome toda razon , grata como un recuerdo del hogar paterno.
por esposa u n a india llamada Célula. Poco despues lativamente al estado de mi corazon: si habia visto
clase de maestros. P e r o , despues de haber pasado en mis sueños una cierva blanca, y si los árboles del »Al dia décimo séptimo de marcha, y á la hora en
de este enlace, los salvajes se prepararon para mar- treinla lunas en San Agustín, me asaltó u n profun-
char á la caza del castor. valle secreto me habían aconsejado que amase. Yo que la efímera sale de las. aauas, entramos en la gran
do hastio ó la vida de las ciudades; me estenuaba v i - respondía candorosamente á las madres, á las donce- sábana de A l a c h u a , rodeada de colinas, que m o s -
Chactas, aunque ciego , fue designado por el con- siblemente, y ora permanecía inmóvil horas enteras llas y á las esposas de los hombres, y lesdecia: « Yo- trándose unas tras otras , sustentan en unas cimas
sejo de los saquems ( 2 ) como caudillo de la expedi- contemplando las cimas de los montes lejanos, ora me »sot'ras sois las gracias del d i a , y la noche os ama ue se pierden en las nubes, bosques de copalmas,
ción : tal era el respeto que le ¡tributaban las tribus sentaba á la rnárgen de un rio, cuya corriente contem-
indias. Empezaron las oraciones y los ayunos; los adi- plaba con honda melancolía, pues mí fantasía me pin-
»como al rocio. El hombre sale de vuestro seno, pa-
»ra suspenderse de vuestro pecho y de vuestros l a -
3
e limoueros, de magnolias y encinas. El caudillo
dió el grito de llegada, y la tropa acampó al pié
vinos interpretáronlos sueños; los manitús fueron taba los bosques que sus aguas habían atravesado, y »bios; vosotras sabéis pronunciar palabras mágicas de las colinas. Fui colocado á alguna distancia á ori-
consultados, ofreciéronse sacrificios de petun, y q u e - mi alma vivia esclusivamente en la soledad. »que adormecen todos los dolores. ¡ Esto es lo que me llas de uno de esos pozos naturales, tan célebres en
máronse trozos de lengua de danta, examinando si »No pudiendo resistir por mas tiempo mi deseo de »decía la mujer que me dió la vida, y que no volve- las Floridas; estaba atado al tronco de un árbol, y
chisporreteaban en las llamas, para esplorar la volun- tornar al desierto, presentéme una mañana á López, »rá ya á verme! Y m e decia además que las vírgenes un guerrero me custodiaba impaciente. Pocos m o -
tad de los genios, y al fu» se emprendió la marcha, vestido de salvaje, llevando en una mano mi arco »son flores misteriosas, que crecen en lugares solita- mentos habia pasado allí, cuando Atala se dejó ver
no sin haber comido antes el perro sagrado; René y mis Hedías, y en la otra mi traje europeo, que en- »rios.» sobre los liquidámbares de la fuente. «¡Cazador! dijo
tomó parte en la alegre comitiva. Impelidas por las tregué á mi generoso protector, á cuyos piés caí al soldado muscogulgo, si quieres seguir la pista del
corrientes, las piraguas subieron el Meschacebé y derramando copiosas lágrimas. Apostrofóme con los »Estos elogios complacían no poco á las mujeres, corzo, yo guardaré al prisionero.» El guerrero dió un
entraron en el Ohio. Era el otoño, y los magníficos mas odiosos dictados, acusóme de i n g r a t i t u d , y le ue me rodeaban de presentes, trayéndome crema salto de alegría al oír estas palabras déla hija del ca-
desiertos de Kentucky se dilataban á la atónita vista d i j e : « ¡ Oh padre mío! Ya lo v e s : moriré si no v u e l -
del jóven francés. Cierta n o c h e , á la claridad de la vo á la vida india! »
3 e nueces, azúcar de a r c e , sagamitas ( 1 ) , pemiles cique; y lanzándose desde la cima de la colina, se
de oso , pieles de castor, mariscos que m e sirviesen perdió en la llanura.
luna, mientras los natchez dormían en sus piraguas, i de galas, y musgo para mi lecho. Conmigo cantaban
y la flota india levantando sus velas de pieles, huia ! »Absorto López, se esforzó en disuadirme de mi y reian , y luego lloraban al pensar que mi destino era « ¡ Inexplicable contradicción del corazon humano!
á impulso de una ligera brisa, René , que habia que- propósito, y me hizo ver el peligro á que me exponía ser presa de las llamas. Yo, que tanto, hábia deseado decir las cosas del mis-
dado solo con Chactas, pidió á este la narración de de caer de nuevo en manos de los muscogulgos; p e - »Cierta noche en que los muscogulgos habían esta- terio á la mujer á quien amaba ya como al sol, t u i v
sus aventuras. El anciano se brindó á su deseo, y ro viéndome Fesuelto á arrostrarlo tetáo, exclamó, blecido su campo á la entrada de un b o s q u e , me bado y mudo á la sazón, hubiera preferido ser a r r o -
sentados ambos en la popa de la piragua, habló en anegado en lágrimas y estrechándome en sus brazos: hallaba sentado cerca del fuego de la guerra , con el jado á los cocodrilos de la fuente, á encontrarme solo
«Vé, hijo de la naturaleza,, vé á recobrar esa hermosa
estos términos:
»liberlad que López no quiere arrebatarte. Si fuese cazador que me vigilaba, cuando de improviso llegó con Atala. La hija del desierto se sentia no menos
»mas joven, te acompañaría al desierto, donde t e n - á mi oido el leve roce de un vestido sobre la y e r b a , y confusa que su prisionero, y ambos guardábamos un
»go también dulces r e c u e r d o s , y te entregaría á los vi á una m u j e r , medio encubierta, que vino á sentar- profundo silencio, pues los genios del amor nos l i a -
»abrazos de tu madre. Cuando te halles en las selvas se á mi lado. Las lágrimas rodaban por sus mejillas, bian dejado sin palabras; al fin , Atala, haciendo u n
LA NARRACION. »que te vieron n a c e r , acuérdate algunas veces del y un pequeño crucifijo de oro brillaba sobre su pecho, esfuerzo , dijo: «¡Guerrero! Estás ligeramente preso,
»anciano espnñol que te dió franca hospitalidad; y al resplandor del fuego. Aunque su hermosura no era y puedes huir sin dificultad.» Al oir tales razones,
»recuerda también, para sentirte movido al amor de extremada, advertíase en su semblante cierto sello de mi lengua recobró su soltura y respondí: « ¡ L i g e r a -
LOS C A Z A D O R E S .
«tus semejantes, que la primera prueba á que has so- virtud y amor, cuyo atractivo era irresistible y al cual mente preso, oh mujer..!» Y no supe terminar la f r a -
»metido el Corazon humano , te ha sido favorable.» unia las mas tiernas gracias: sus miradas respiraban se. Atala me r e p l i c ó , despues de algunos momentos
«Muy singular es, en verdad, querido liiio mió, el una esquisita sensibilidad y una profunda melanco- de duda : « ! Sálvate!» y me desató del tronco del á r -
destino que aqui nos reúne. Yo veo en tí al hombre l í a , y su sonrisa era celestial. bol. Yo tomé la c u e r d a , y la puse en la mano de la
civilizado que se ha hecho salvaje , y tú ves en mí al jóven extranjera obligando sus hermosos dedos á
hombre salvaje, á quien el Gran Espíritu (ignoro (3) El mes de mayo. »Al verla, me di á pensar que era la Virgen,de los cerrarse sobre ella, gritando: « ¡ Tómala, tómala! »
(4) Una nieve anual, ó lo que es lo mismo, setenta y tres Eres un insensato , me dijo Atala cou turbado a c e n -
años. (1) Especie de tortas de maiz.
(1) La voz armouiosa. (D) Dios de la guerra.
(2) Ancianos ó consejeros. (6) La otra vida.
»to. ¡ Desventurado ! ¿Ignoras q u e te aguarda una a m o r ! ¡Muy poderoso debe ser el ascendiente de t u
»hoguera? ¿Qué pretendes? ¿Has olvidado q u e soy la r e c u e r d o , cuando despues de tantos años de i n f o r t u - »¡Ah! ¡Dejad q u e me anticipe á los pasos del dia alejarme, cuando el grito de muerte resonó en el
»bija de un respetable saquem ?—«Hubo u n tiempo, n i o s , conmueves todavía el corazon del vieio Chac- en la cima de las montañas, para buscar á mi solitaria bosque. Cuatro hombres armados se arrojaron sobre
»le respondí con lágrimas, en q u e fui llevado también tas! J
paloma entre las encinas del bosque.» m í : habíamos sido descubiertos , y el gefe de guerra
»por mi madre en una piel de castor. Mi padre era »¡ Cuán incomprensibles son los mortales, agitados »Así cantaba aquel jóven , cuyos acentos agitaron habia dado órden de perseguirnos.
»dichoso dueño de una hermosa c a b a n a , y sus r e - por el torbellino de las pasiones! Yo acababa de aban- profundamente mi a l m a , demudaron el semblante »Atala , que parecía una reina por la magestad de
»baños bebian en las aguas de mil torrentes; ahora donar al generoso López, y de exponerme á todos los de Atala, y estremecieron nuestras enlazadas manos. su continente, no se dignó dirigir la palabra á aquellos
»empero, vago por la tierra sin patria ni hogar. Cuando peligros para recobrar mi libertad; y en un instante, Pero de aquella escena vino á distraernos otra no me- g u e r r e r o s , y despues de lanzarles una mirada altiva,
»deje de existir, n i n g ú n amigo acudirá á cubrir con la mirada de una mujer habia cambiado mis gustos, nos peligrosa para nosotros. fué á buscar á Símagan, de quien nada le fue posible
»un puñado de yerba mi cadáver, para preservarlo de mis resoluciones , mis pensamientos; y olvidando »Pasábamos á la sazón cerca del sepulcro de u n conseguir. Lejos de esto, duplicáronse mis centinelas,
»las moscas. Los restos de un extranjero sin fortuna mi p a í s , mi madre y la muerte horrorosa que m e es- n i ñ o , q u e servia de límite á dos naciones , pues ha- se aumentó el rigor de mi cautiverio , y se me separó
»á nadie interesan.» peraba , m e mostraba del todo indiferente á cuanto bíanlo colocado á orillas del camino, según la c o s - de mi amante. Despues de cinco noches descubrimos
»Mis palabras enternecieron á Atala,cuyas lágrimas no era Atala. Sin fuerza para elevarme á l a razón con- tumbre establecida, para que las jóvenes pudiesen, al á Apalachucla á orillas del Chata-Uche; allí fui coro-
se confundian con las aguas de la fuente. « ¡ A h ! r e - cedida al hombre , habia caido de repente en una es- ir á la fuente, atraer á su seno el alma de la ¡nocente nado de flores; pintáronme el rostro de azul y rojo,
»puse con viveza; ¡ si tu corazon hablase como el pecie de infancia ; y lejos de poder hacer cosa alguna criatura y devolverla á la patria. Veíanse allí en aquel me ataron perlas á la nariz y las orejas, y me pusieron
»mió! ¿No es libre el desierto? ¿No tienen los b o s - para sustraerme á una inminente catástrofe, érame momento* muchas nuevas esposas, q u e anhelando en la mano un chichikué (1).
»ques, recónditos albergues q u e nos oculten? ¿Nece- casi necesario q u e los demás se ocupasen de mi sue- gozar las dulzuras de la maternidad, intentaban, e n -
»sítan acaso los hijos de las c a b a ñ a s , de muchas c o - ño y alimento. Así adornado pata el sacrificio, entré en Apala-
treabriendo sus labios, recoger el alma del n i ñ o , q u e chucla en medio de los redoblados gritos de la mul-
»saspara ser felices? ¡ Oh t ú , mas hermosa que el creían ver vagar sobre las flores. La verdadera madre
»En v a n o , p u e s , me pidió de nuevo Atala q u e la titud. Mi fin estaba próximo, cuando se oyó s ú b i t a -
»primer sueño del esposo! ¡ Oh , querida m i a ! no te- acudió luego á colocar u n haz de maiz y u n manojo
abandonase, arrojándose á mis p i é s , porque lejos de mente el ronco sonido de una bocina, y el Mico ó
»mas seguir mis pasos.» Estas fueron mis palabras. de azucenas sobre la t u m b a ; y sentándose en los h ú -
oir sus ruegos, le aseguré q u e regresaría solo al cam- cacique de la nación maridó que esta se reuniese.
Atala me respondió con t e r n u r a : «¡ Joven amigo mío! medos céspedes, y regando la tierra con su leche,
po, sí se negaba á atarme segunda vez al tronco del »Ya conoces, hijo mío, los tormentos que los sal-
has aprendido la lengua de los blancos, y no es difí- habló as! á su hijo con cariñoso a c e n t o :
árbol. Vióse, pues, precisada á complacerme , espe- vajes hacen sufrir á los prisioneros de guerra. Los mi-
cil engañar á una india.—¡Cómo! exclamé: me apelli-
rando convencerme en ocasion mas oportuna. '«¡Por qué te hellprado en tu cuna de tierra, ó hijo sioneros cristianos habían conseguido, exponiendo su
das tu jóven amigo! ¡ A h ! si u n pobre esclavo... ¡Si!
¡si! replicó, inclinándoseen mi pecho; un pobre escla- »Al día siguiente del en q u e quedó decidido el »mió! Cuando el pajarillo se hace grande, le es p r e - vida y movidos de una caridad infatigable, hacer
vo...» Yo repliqué con vehemencia: ¡Prenda de tu destino de mi v i d a , nos detuvimos en un valle poco »ciso buscarse su sustento, y halla eñ el desierto m u - substituir en muchas naciones una esclavitud bastan-
fe me sea un beso !» Atala escuchó mi ruego: y o q u é - distante de Cuscowilla, capital de los Siminoles, q u e »chas semillas amargas. Tú, á lo menos, no has c o - te mitigada á los honores de la hoguera. Pero los
dé suspenso de sus labios como un cervatillo 'parece unidos con los Muscogulgos, forman con ellos la c o n - »nocido las lágrimas; á lo menos tu corazon no se ha muscogulgos no habían adoptado aun esta c o s t u m -
pender de los flores de lianas de rosado color, q u e federación de los Crecks. La hija del país de las pal- »visto expuesto al soplo destructor de los hombres. bre , si bien se habia declarado ya en su favor un
ase con delicada lengua, en las faldas de la montaña. meras vino á buscarme á media n o c h e , y me condujo »El capullo que se marchita en su cáliz, pasa con to- partido numeroso. El Mico convocaba en aquellos
á un extenso pinar, renovando sus súplicas para que »dos sds perfumes, como has pasado t ú , ¡hijo mió! momentos á los saquems para decidir sobre tan i m -
«¡Ah, hijo mió! ¡el dolor sigue de cercaá los pasos huyese. Sin responderle palabra, tomé su mano en la »con toda tu inocencia. ¡Felices los q u e mueren en portante asunto, y yo fui conducido al lugar destina-
del placer ! ¿ Quién hubiera podido imaginar que el m í a , y obligué á la tímida cervatilla á vagar con- »la cuna, porque ellos no han conocido sino los besos do á las deliberaciones.
momento en q u e Atala me daba la primera prenda de migo en el bosque. La noche era deliciosa : el genio »y las sonrisas maternales!»
»Descollaba 110 lejos de Apalachucla sobre u n ais-
su amor , seria el mismo en q u e destruyese mis e s - de los aires sacudía su azul cabellera , embalsamada «Subyugados ya por nuestro corazon, nos sentimos lado montecillo el pabellón del consejo: tres círculos
peranzas? Blancos cabellos del viejo Chactas, grande por los pinos , y se respiraba el leve olor de ámbar abrumados por las dulces imágenes del amor y de la de columnas formaban la elegante arquitectura de
fue vuestro asombro cuando la hija del saquem p r o - que exhalaban los cocodrilos, ocultos bajo los t a m a - maternidad, q u e parecían seguirnos en aquellas en- aquella rotonda. Las columnas eran de ciprés puli-
nunció estas palabras: ¡ «Hermoso prisionero! He c e - rindos de los rios. Brillaba la luna en medio del purí- cantadas soledades. Llevé á Atala en mis brazos al mentado y esculpido, y aumentaban en altura y es-
»dido con harta imprudenciaá tu deseo; pero; ¿ a d o n - simo cielo, y su plateado resplandor bañaba los inde- fondo del bosque, y le dije cosas que en vano inten- pesor disminuyendo en número á medida que se acer-
» d e n o s conducirá esta pasión? Mi religión me sepa- terminados perfiles de los montes. Ningún rumor lle- tarían mis labios repetir hoy. El viento del Mediodía, caban al centro, ocupado por una sola columna, des-
»ra de tí para s i e m p r e . . . . ¡Oh madre mia! ¿ q u é has gaba á nuestros oidos, si se exceptúa cierta indefinible mi querido R e n é , pierde todo su calor cuando atra- de cuya extremidad partían fajas de varias cortezas,
» h e c h o ? » Atala calló de repente, y retuvo 110 sé qué y lejana armonía que llenaba la profundidad de los viesa montañas cubiertas de nieve; las reminiscencias que pasando por los remates de las demás, cubrían el
fatal secreto , próximo á huir de sus labios. Sus p a - bosques: pudiera decirse que el alma de la soledad del amor en el corazon de un anciano son los rayos pabellón á manera de un abanico.
labras me abismaron en la desesperación. ¡ P u e s b i e n ! suspiraba én toda la extensión del desierto. del sol reflejados por el tranquilo disco de lá luna du-
exclamé, seré tan cruel como tú : ¡no esperes que »Reunióse el consejo, y cincuenta ancianos, cu-
rante la ausencia de aquel, y cuando el silencio reina
h u y a ! Me verás en el cuadro de f u e g o ; oirás los »Abismados en nuestros p e n s a m i e n t o s , descubri- biertos de mantos de pieles de castor, se sentaron en
en las cabañas de los salvajes.
chasquidos de mis carnes, y te regocijarás. Atala mos al través de los árboles á un jóven q u e e m p u - una especie de gradería , colocada en frente de la
tomó mis manos entre las suyas, diciendo: «¡Pobre ñando una antorcha, parecía el genio de la primavera »¿Quién podía salvar á Atala? ¿quién lograría evitar Suerta del pabellón. El cacique ocupaba el asienta
»idólatra! en verdad, te compadezco! ¿quieres pues, recorriendo los bosques para reanimar la adormecida el triunfo de la naturaleza? Solamente im milagro, y el centro, empuñando el calumet de p a z , medio co-
»que llore con todo mi corazon? ; Porque no me es naturaleza. Era un amante q u e se encaminaba á la este milagro se realizó. La hija de Símagan recurrió loreado por la g u e r r a , y á la derecha de los ancianos
»dado huir contigo? ¡Desgraciado ha s i d o , Atala, cabaña de su amada, para conocer la suerte reservada al Dios de los cristianos: postróse en tierra y pro- se veian cincuenta mujeres vestidas con una túnica
»el vientre de t u m a d r e ! ¿Por qué no te arrojas á á su amor. nunció una ferviente plegaria á su madre y á la Reina de plumas de cisne. Losgefes de guerra, armados con
»los cocodrilos de la f u e n t e ? » »Si la v i r g e n , decía , apaga mi a n t o r c h a , señal es de las vírgenes. Desde aquel momento , ¡oh René! el tomahawk ( 2 ) , rodeada la cabeza de vistosas plu-
de que acepta los prometidos votos ; mas si se c u b r e concebí u n a alta idea de esa religión , q u e en los bos- mas , y teñidos de sangre los brazos y el pecho, ocu-
«Era la hora del ocaso , y como los cocodrilos e m - sin apagarla, me desdeña como esposo. ques y en medio de todas las privaciones de la vida, paban la izquierda.
pezasen á hacer oir stís sordos rugidos, Atala me di- puede colmar de "mercedes á los desgraciados; de esa
»Y el guerrero, deslizándose á través de las s o m - »AI pié de la columna del centro ardia la hoguera
jo , poseida de t e r r o r : « ¡ Abandonemos estos l u g a - religión q u e , oponiendo su poder al torrente de las
bras, cantaba en voz remisa estas palabras: del consejo. El primer sacerdote, rodeado de los
r e s ! Entonces c o n d u j e á la hija de Simagan al pié de pasiones, basta para vencerlas cuando las lisonjean
«Me anticiparé á los pasos del día en la cima de las ocho guardias del templo , vestido con un largo traje
las colinas que formaban anchos golfos de verdor, al de consuno el impenetrable secreto de los bosques,
montanas, para buscar á mi solitaria paloma entre las y ostentando sobre la cabeza u n buho relleno de
internar sus promontorios en la sábana. La tranqui- la ausencia de los hombres, y la fidelidad de las ti-
encinas del bosque. p a j a , derramó porcion de bálsamo de copalma sobre
lidad y la magnificencia reinaban en el desierto: la nieblas. ¡ Ah! ¡Cuán divina me pareció la sencilla sal-
»He suspendido á su cuello un collar de p o r c e - las llamas, y ofreció un sacrificio al sol. La triple fila
cigüeña chillaba en su n i d o ; los bosques repetían el vaje, la ignorante Atala, q u e d e rodillas ante un añoso
lanas ( I ) , en q u e hay tres cuentas rojas para mi amor, de ancianos, de matronas y de g u e r r e r o s ; aquellos
monótono canto de las codornices, los silbidos de las y derribado pino, como al pié de u n altar, ofrecía á
tres de color de violeta para mis temores, y tres azules sacerdotes, aquellas nubes" de incienso y aquel s a -
cotorras, los mugidos de los bisontes y los relinchos Dios sentidas oraciones por un amante idólatra! Fijos
para mis esperanzas. crificio, contribuian á dar al consejo un aspecto i m -
de los caballos siminoles. sus ojos en el astro de la n o c h e , y brillando sus m e -
ponente.
»Mila tiene los ojos de u n armiño , y la ondulosa jillas al doble llanto de la Religión y del a m o r , su
»Nuestros paseo fue mudo. Yo caminaba al lado de cabellera de un campo de arroz; su boca es un marisco hermosura presentaba un sello inmortal. Muchas v e - »Yo me hallaba en pié en medio de la asamblea.
Atala, que tenia asida la extremidad d é l a cuerda, de color d e rosa, rodeado de p e r l a s ; y sus pechos se ces me pareció que iba á remontar su vuelo hácia el Terminado el sacrificio, el Mico tomó la palabra, y
q u e le habia obligado á tomar. Algunas veces llorába- asemejan á dos corzos sin m a n c h a , nacidos en u n sereno firmamento; muchas creí ver bajar en los r a - despues de exponer con sencillez el negocio sobre que
mos, y otras nos esforzábamos por sonreír. Unas mi- mismo dia, de una misma madre. yos de la luna y escuchar en las ramas de los árboles debia deliberar el consejo, arrojó un collar azul en
radas que ora se dirigían al cielo, ora se fijaban en esos genios que el Dios de los cristianos envia á los medio de los concurrentes, en testimonio de lo que
»¡Ojalá que Mila apague esta antorcha! ¡Ojalá que
la tierra; una atención profunda al canto de cual- anacoretas de los peñascos, cuando se dispone á lla- acababa de decir.
sus labios derramen sobre ella una sombra voluptuosa!
quiera avecilla, un involuntario ademan hacía el sol marlos á sí. A tal espectáculo experimenté una p r o -
Yo fertilizaré su seno; la esperanza de la patria p e n - »Levantóse entonces un saquem de la tribu del
oue se perdía en el horizonte ; una mano e s t r e c h a - funda aflicción, pues me asaltó el presentimiento de
derá de sus fecundos pechos, y filmaré mi calumet de Aguila, y habló en estos t é r m i n o s :
da con intima t e r n u r a ; un pecho, ya palpitante 7 a que Atala pasaría breves días en la tierra.
paz sobre la cuna de mi hijo. «Mico, padre mió , s a q u e m s , matronas y guerrea
tranquilo; los nombres de Chactas y de Atala, dulce
y alternativamente repetidos.... ¡Oh primer paso del »No obstante, derramó tantas lágrimas y se mostró
(1) Especie de mariscos. (t) Instrumeuto músico de los salvajes.
tan desgraciada , que casi me sentía ya dispuesto á
(1) El hacha.
10 BIBLIOTECA DE GASPAR T KOIG. 'ALA. H
LA I
"ros de las cuatro tribus del Aguila, del Castor, de »Terminados estos juegos y cantos, dispusiéronse las nubes, me entregaba á tristes reflexiones sobre mi meros dias; y si nos buscaron en los siguientes, es
"la Serpiente y de la T o r t u g a : no alteremos las cos- todos á dar á sus abuelos una sepultura eterna. singular destino, y Atala me parecía un monstruo de probable lo hiciesen por la parte del Poniente, e n la
t u m b r e s de nuestros abuelos; quememos este p r i - »Crecía en la márgenes del Chata-ücheuna higué- ingratitud. ¡ Abandonarme en el momento del supli- persuasión de que habríamos procurado encaminar-
»sioiiero y no enervemos nuestro vigor. Lo que se os ra silvestre, consagrada por el culto de los pueblos. cio, siendo así que yo me hubiera entregado á las l l a - nos al Meschacebé; pero habíamos seguido la direc-
»propone es una costumbre de los blancos: debe, Las doncellas acostumbraban lavar allí sus túnicas de mas antes que alejarme de ella! Y no obstante, sentia ción déla estrella inmóvil (2), siguiendo el musgo del
»pues, ser perniciosa. Entregad un collar rojo que corteza , que exponían luego al viento del desierto so- que la amaba aun, y que moriría gustoso por ella. tronco de los árboles.
»contenga mis palabras. He dicho.» bre las ramas de los añosos árboles, y en aquel lugar »No tardamos en advertir que habíamos ganado
»Hay en el extremo de los placeres un aguijón que
»Y arrojó un collar rojo en la asamblea. se había abierto una inmensa fosa. La comitiva salió nos despierta como para advertirnos que aprovechemos poco en mi libertad, pues el desierto dilataba á n u e s -
»Levantóse una matrona, y razonó de esta suerte: del fúnebre r e c i n t o , cantando himnos á la muerte, y sus fugaces momentos; y sucede que en ios e x t r e m a - tra vista sus ilimitadas soledades. Faltos de experien-
«Aguila, padre mió: dotado estás de la previsión cada familia llevaba algunos restos sagrados. Al l l e - dos dolores nos adormece cierto peso, pues cansados cia en la vida de los bosques, desviados de nuestro
»de una zorra, y de la prudente lentitud de una tor- gar á la formidable fosa, depositáronse en ella los des- de llorar, los ojos procuran naturalmente cerrarse; y verdadero camino, y vagando á merced de la casuali-
»tuga. Quiero labrar contigo la cadena de la amistad,. pojos de la m u e r t e , extendiéndolos por capas, y s e - nótese en esto cómo la bondad de la Providencia se dad, ¿ q u é suerte nos esperaba? Muchas veces, al m i -
»Y unidos plantaremos el árbol de la paz; pero cam- parándolas con pieles de oso y de castor ; levantóse manifiesta hasta en nuestros infortunios. Cedí, pues, rar á Atala, traia á mi memoria la antigua historia de
»biemos las costumbre de nuestros abuelos , en lo el monte del sepulcro, y se plantó el Arbol de los llan- á mi pesar á ese letárgico sopor que algunas veces se Agar, que López me habia hecho leer, y que tuvo lu-
»que tienen de funesto. Tengamos esclavos que cul- tos y del sueño. concede á los desgraciados; y soñando que me desata- gar en el desierto de Bersabé, mucho tiempo há, cuan-
»tiven nuestros campos, y dejemos de oir los gritos »Compadezcamos á los hombres, ¡querido R e n é ! ban de mis ligaduras, creí experimentar ese consuelo do los hombres vivían tres edades de encina. Atala me
»de los prisioneros que afligen el pecho de las m a - Aquellos mismos indios, cuyas costumbres son tan que se advierte cuando despues de habernos visto tejió u n abrigo con la segunda corteza del fresno, por-
»dres. He dicho.» interesantes, y aquellas mismas mujeres que tan t i e r - aherrojados, una mano amiga nos libra de nuestra que me hallaba casi desnudo, y mebordó unas moca-
«Bien así como las olas del mar se estrellan d u - na solicitud me habían manifestado, pedían entonces opresion. sinas (3) de piel de ratón almizclero y púas de puerco-
rante una tempestad; como son arrebatadas las hojas á gritos mi muerte, y naciones enteras retardaban espin. Yo por mi parte cuidaba de su adorno; y ora le
»Tan viva llegó á ser esta sensación, que m e hizo ponia en la cabeza una corona de esas malvas azules
secas en otoño por un huracan ; como las cañas del su regreso para gozar del placer de ver sufrir espan- abrir los párpados. Al resplandor de la luna euybs r a - que hallábamos en nuestro camino. en los c e m e n t e -
Meschacebé se uoblan y tornan á levantarse en u n a tosos tormentos á un indefenso jóven. yos se deslizaban entre dos nubes, entrevi una figura rios indios abandonados; ora le fabricaba vistosos c o -
inundación repentina; ó como brama un numeroso »En un valle situado al Norte, y á escasa d i s t a n - blanca, inclinada sobre mí; y ocupada en desatar en si- llares con granos rojos de azalea; y luego sonreía con-
rebaño de ciervos en las espesuras de un bosque: tal cia de la gran ciudad, alzábase u n "bosque de cipre- lencio los lazos que me oprimían. Iba á prorumpir en templando su peregrina hermosura.
se agitaba y murmuraba el consejo, porque los s a - ses y abetos, denominado el Bosque de la sangre, un grito de sorpresa, cuando una mano que reconocí
queras, los guerreros y las matronas hablaban á la vez al cual se llegaba por entre las ruinas de uno de esos al punto, selló mis labios. Quedaba tan solo una c u e r -
ó alternativamente. Pugnaban los intereses, dividían- »Cuando hallábamos un rio, lo vadeábamos en u n a
monumentos cuyo origen se ignora, y que son obra da, pero parecía imposible cortarla sin tocar á un guer- balsa, ó á nado. Atala apoyaba una de sus manos en
se las opiniones , y el consejo iba á disolverse ; pero , de u n pueblo desconocido actualmente. En el centro rero que la cubría en toda la extensión de su cuerpo. mi hombro; y á semejanza de dos cisnes viajeros,
al lin triunfó la antigua usanza, y fui condenado á de aquel bosque se extendía un arenal donde eran Atala acercó su mano áella, y el guerrero, se incor- atravesábamos las solitarias ondas.
la hoguera. sacrificados los prisioneros de g u e r r a , y á el fui poró medio despierto; la jóven quedó inmóvil y le »Con frecuencia, en los grandes calores del dia
»Una circunstancia favorable vino á aplazar mi su- conducido en triunfo. Todo se dispuso para mi muer- miró; y el indio, creyendo ver el espíritu de las r u i - buscábamos u n abrigo á la sombra de los musgos de
plicio ; este incidente era la proximidad de la Fiesta te: plantóse la estaca ó poste de Areskuí; los pinos,» nas, tornó á acostarse cerrando los ojos é invocando los cedros, pues casi todos los árboles de la Florida,
de los muertos, ó el Festín de las almas, pues era los olmos y loscipreses cayeron al filo de la segur; su manitú: ¡la atadura estaba r o t a ! Levantóme y s e - y en particular el cedro y la encina, están cubiertos de
costumbre no dar muerte á los prisioneros, durante elevóse la hoguera, y los espectadores construyeron guí á mi libertadora, que me alargó la extremidad de un musgo blanco que baja desde las ramas al suelo.
los días consagrados á esta ceremonia. Confiéseme, anfiteatros con ramas y troncos de árboles. Cada cual u n arco, del cual ella tenia asida la otra. Mas, ¡cuán- Cuando en la noche, al resplandor de la luna se des-
pues, á un severo vigilante , y 110 es dudoso que los inventaba un suplicio: quién se proponía arrancarme tos peligros nos rodeaban! Unas veces nos veiamos ex- cubre sobre una desnuda sábana una carrasca aislada
saquems alejaron á la hija de Simagan, puesto que la piel del cráneo, quién intentaba quemarme los ojos puestos á tropezar en los dormidos salvajes; otras, u n cubierta con este manto, pudiera creérsela un f a n t a s -
no volví á verla. con teas encendidas. Entonces empezó mi canción de centinela nos dirigía la voz, y Atala respondía desfigu- ma que arrastra á su espalda u n largo velo. Y no es
»Mientras esto ocurría, las naciones de mas de muerte: rando la suya; gritaban los niños y ladraban los p e r - menos pintoresca durante el dia esta escena, pues mul-
trescientas leguas en contorno llegaban en tropel pa- ros. Apenas habíamos salido de aquellos funestos l u - titud de mariposas, de moscas resplandecientes, de
«No temo los tormentos , pues soy valiente, ¡oh gares, cuando el bosque se sintió extremecido por colibris, de cotorras verdes yde grajos azules, acuden
ra celebrar la mencionada (¡esta, á cuyo electo ha- »muscogulgos! Yo os desafio y desprecio mas que á
bíase construido una vasta cabana en un lugar apar- agudos ahullidos. El campamento se despertó, encen- á posarse sobre aquellos musgos, que producen enton-
»débiles mujeres. Mi padre Utalisi, hijo de Miscú, h a diéronse mil hogueras, y veíase correr por todas par- ces el efecto de un tapiz de lana blanca, en que el ar-
tado. El dia prefijado, cada familia exhumó los restos »bebido en el cráneo de vuestros mas denodados guer-
de sus padres de sus sepulcros particulares, y los tes á los salvajes armados de antorchas : esto nos hizo tista europeo hubiese bordado mil vistosos insectos y
»reros;¡no arrancareis, no, u n suspiro á mi corazon!» acelerar nuestros pasos.
esqueletos fueron colgados por orden y familia.en las «Provocado por mi canción, un guerrero me a t r a - brillantes pajarillos.
paredes de la Sala común de los abuelos. Los vien- vesó un brazo con una flecha, diciendo: «¡ Hermano! » E n aquellas risueñas posadas dispuestas por el
»Cuando Ja aurora se mostró sobre las cumbres de
tos (pues se habia desencadenado una t e m p e s t a d ) , »te doy gracias.» Gran Espíritu, descansábamos á la sombra. Cuando
los Apalaches, nos hallábamos ya muy lejos. ¡ Cuán
los bosques y las cataratas mugían por f u e r a , m i e n - los vientos bajaban del cielo para mecer el gran cedro,
»A pesar de la actividad de los verdugos, los p r e - feliz me conceptué al verme otra vez en la soledad al
tras los ancianos de diferentes naciones ajustaban y el castillo aéreo construido sobre sus ramas, se c o -
parativos del suplicio no pudieron terminar antes de lado de AtalaJ ¡de Atala mi libertadora, de Atala que
tratados de paz y de alianza sobre los huesos de sus lumpiaba con las aves y los viajeros dormidos en su
ponerse el sol, por lo cual se consultó al sacerdote, y se entregaba á mí para siempre! Falta mi lengua de
padres. espesura; y cuando de.los corredores y de las bóvedas
habiendo este prohibido que se turbase el reposo de palabras, caí de rodillas y dije á la hija de Simagan:
»Celebráronse ios juegos fúnebres, esto e s , la car- los genios de las sombras, mi muerte fue aplazada pa- «Los hombres son harto insignificantes; pero cuando del movible edificio salían mil suspiros, puede decirse
rera , la pelota y la taba. Dos doncellas se esforzaban ra el dia siguiente. Pero impacientes por gozar de tan »los genios los visitan, entonces nada son. Tú eres un que todas las maravillas del antiguo mundo son muy
en arrancarse una vara de sauce: los botones de su horrible espectáculo, y deseando hallarse mas expedi- »genio, t ú me has visitado, y no acierto á hablar en inferiores á aquel magnífico monumento del desierto.
seno se tocaban, sus manos volteaban sobre la vara, tos al nacer la nueva aurora, no se alejaron del Bosque »tu presencia.» Atala me alargó la mano con dulce »Todas las noches encendíamos una gran hoguera,
ue levantaban sobre sus cabezas; sus hermosos y de la sangre, y encendiendo en él grandes hogueras, sonrisa, y me dijo: «Me es forzoso seguirte; toda vez y construíamos la cabana de viaje con u n techo de
esnudos pies se entrelazaban ; encontrábanse sus se entregaron á sus fiestas y danzas. »que no quieres h u i r sin mí. Esta noche he seducido corteza sostenido en cuatro puntales. Si yo habia d a -
labios , su suave aliento se confundía; mezclaban »Para mayor seguridad, se m e habia acostado de es- »al sacerdote por medio de presentes, he embriagado do muerte á alguna pava silvestre, una paloma t o r -
sus sueltas cabelleras al inclinarse; y como, al mirar palda, y las cuerdas que partían de mi cuello, mis piés »á tus verdugos con esencia de fuego (1), y h e a r r i e s - caz, ó un faisan de los bosques, lo colgábamos delante
á sus madres se ruborizaban, todos las a p l a u - y mis brazos, se sujetaban á unas estacas clavadas en »gado mi vida por tí, supuesto que tú humeras dado la de la encina transformada en hoguera, en la extremi-
dían. ( I ) El sacerdote invocó á Michabú, genio de las el suelo; y como los guerreros estaban acostados sobre »tuya por mí. Si, jóven idólatra, añadió con un acento dad de una estaca clavada en tierra, y abandonábamos
aguas, y narró las guerras del Gran-Liebre contra ellas, no me era posible hacer el mas ligero movimien- »que me dejó aterrado: ¡recíproco será el sacrificio!» al viento el cuidado de dar vueltas á la presa del c a -
Macbímanitú, dios del m a l ; dijo el primer hombre, to sin que lo advirtiesen. La noche adelantaba, y los «Atala me entregó Iasarmas que habia tenido la pre- zador. Comíamos unos musgos llamados tripas de pe-
y Ataénsia la primera m u j e r , precipitados del cielo cantos y las danzas cesaron gradualmente; las h o g u e - visión de traer consigo, y luego curó mi herida, en- ñascos, cortezas azucaradas de abedul y manzanas de
por haber perdido la inocencia; la tierra enrojecida ras despedían ya únicamente unas llamaradas rojizas, jugándola con una hoja de papaya, Y empapándola en mayo, cuyo sabor es comparable con el melocoton y
con la sangre fraternal; á Juskeka el impío sacrifican- á cuya dudosa claridad veia discurrir las sombras de sus lágrimas. «Suave, es, le dije, el bálsamo que so- la frambuesa, al paso que el nogal negro, el arce y el
do al justo Tauhislsaron; el diluvio bajando á la voz ^algunos salvajes; todo al fin se enfregó al s u e ñ o ; y á ubre mi herida derramas.»—»Mucho temo, me repli- zumaque proporcionaban exquisitos vinos á nuestra
del Gran-Espírítu; á Massú, único que logró salvarse 'medida que el rumor de los hombres decrecía, aumen- »có, que sea u n veneno.» Esto diciendo, rasgó uno mesa. Algunas veces iba á buscar entre las cañas una
en su canoa de corteza, y el cuervo enviado al des- taba el del desierto, sucediendo al tumulto de las vo- de los velos que cubrían su seno, é hizo de él una planta cuya flor, prolongada á manera de cucurucho,
cubrimiento de la tierra ; dijo también la hermosa ces, las quejas del viento que sacudía el bosque. venda que ató con un rizo de sus cabellos. era para nosotros un vaso lleno del mas puro rocío, y
E n d a é , arrancada á la mansión de las almas por las bendecíamos la Providencia que habia colocado sobre
melodiosas canciones de su espeso. »Era la hora en que la jóven india que acaba de ser »La embriaguez, que dura mucho tiempo entre los
el frágil tallo de una flor aquel límpido manantial, en-
madre, despierta llena de sobresalto en medio de la no- salvajes, y que es para ellos una especie de enferme-
che, creyendo escuchar los quejidos de su primogéni- dad, les impidió sin duda seguirnos durante los p r i -
(1) Las doncellas .salvajes conocen e! sentimiento del to, que le pide el dulce sustento. Con los ojos fijos en (2) El Norte.
rubor. el cielo, que la luna menguante recorria al través de (i) Aguardiente. (3) Calzado indio.
medio de las corrompidas lagunas; así se deposita la teza aumentaba á medida que adelantábamos. M u -
esperanza en el fondo de los corazones ulcerados por chas veces se extremecia sin motivo alguno, y volvia »mi seao, y creí sentir el ligero contacto de los espí- »fiestas extranjeras, y que solo se han sentado en los
las amarguras; y así brota la virtud del seno de las mi- presurosa la cabeza, ó bien la sorprendía fijando en nritus invisibles. S i ; he visto las tiernas cabras de la »festines de sus padres!»
serias de la vida. mí una mirada de amor, que luego dirigia al cielo »montaña de Occona, y oido los discursos de los »Así cantó Atala, sin que nada interrumpiese Sus
«Ahí No tardé en descubrir cuánto me habia equi- con profunda melancolía. Lo que especialmente m e »hombres abrumados de años; pero la mansedumbre lamentos, excepto el casi imperceptible rumor de
vocado sobre la aparente calma de Atala, cuya t r i s - alarmaba era un secreto, un pensamiento oculto en »de aquellos animales y la sabiduría de los ancianos nuestra canoa que desfloraba las tranquilas aguas.
»son menos gratas y persuasivas que tus palabras. Y Solo en dos ó tres lugares fueron recogidos por un
«sin embargo, ¡pobre Chactas! nunca seré t u e s - débil eco, que los repitió á otro mas débil, y este á
posa.» u n t e r c e r o , que lo era aun mas: hubiérase creído que
«Las interminables contradicciones del amor y d e las almas d e d o s amantes, infortunados en otro tiempo
la religión de Atala; el abandono de su ternura y la como nosotros, atraídas por aquella tierna melodía,
castidad de sus costumbres; la altivez de su carácter se complacían en suspirar sus últimos acordes en la
y su exquisita sensibilidad; la elevación de su alma montaña.
en las cosas grandes y su susceptibilidad en las p e - »No obstante, la soledad, la presencia continua del
q u e ñ a s , la convertían en u n ser incomprensible para objeto amado y nuestros mismos infortunios redobla-
mí. Atala no podia ejercer sobre un hombre un aébil ban á cada instante nuestro amor. Las fuerzas de
ascendiente: llena de pasiones, lo estaba también de Atala empezaban á desfallecer, y las pasiones al d e -
poder, y era forzoso adorarla ó aborrecerla. bilitar su c u e r p o , amenazaban triunfar de su virtud.
»Despues de quince dias de una marcha presurosa, Invocaba, pues, continuamente á su madre, cuya ir-
entramosen la cordillerade los Alleghanis, v llegamos ritada sombra se proponía al parecer aplacar. Algu-
á uno de los brazos del Tenaso, rio que desagua en nas veces me preguntaba si oía una voz lamentosa,
el Ohio. Brindándome á los consejos de Atala, cons- sí veía salir de la tierra fugitivas llamaradas. Por lo
truí una canoa que barnicé con goma de ciruelo, q u e á mi respecta, extenuado de cansancio, pero rea-
despues de haber cosido las cortezas con raices de nimado por el a m o r , y pensando q u s tal vez estaba
abeto. Embarqueme en la frágil nave con Atala, y irremediablemente perdido en aquellos bosques, cien
nos abandonamos á la corriente. veces me sentí inclinado á estrechar á mi esposa e n -
»El pueblo indio de Sticoé se mostraba á nuestra tre mis brazos, y cíen le propuse construir una b a r -
izquierda con sus sepulcros piramidales y sus r u i n o - raca en aquellos lugares, y ocultarnos en ella para
sas cabañas, en el recodo de un promontorio, y d e - siempre; pero se negó constantemente á secundar
jamos á nuestra derecha el valle de Keow, terminado mis proyectos, diciéndome: «No olvides, jóven ami-
por la perspectiva de las cabañas de Jora, situadas »go mío, que un guerrero se debe á su patria. ¿Qué
en frente de la montaña del mismo nombre. El rio »vale una m u j e r , comparada con los altos deberes
que nos arrastraba corría entre unos altos montecillos »que estós llamado á llenar? Recobra el perdido v a -
en cuyo término se descubría el sol q u e se perdía en »lor, hijo de Utalisi, y no murmures del Destino. El
el ocaso. Solo vimos en aquellas profundas soledades, »corazon del hombre se asemeja á la esponja del rio,
no turbadas por la presencia del hombre, á un caza- »que ora bebe unas aguas puras en los días bonanci-
dor indio, que apoyado en su arco é inmóvil sobre la »Dles, ora se impregna de unas aguas cenagosas cuando
punta de un peñasco, parecía u n a e s t á t u a erigida en »el cielo ha removido las corrientes. ¿Tiene acaso la
la montaña al genio de aquellos desiertos. »esponja el derecho de d e c i r : Creia que nunca b a -
»bria tormentas, y que nunca el sol se mostraría abra-
»Atala y yo uníamos nuestro silencio al silencio de
»sador?»
aquella escena, cuando la hija del destierro hizo
resonar de improviso en los aires una voz llena de »¡Oh, René! si temes las tormentas del corazon,
emocion y melancolía, con que cantaba la ausente desconfía de la soledad, porque las grandes pasiones
patria: son solitarias, y llevarlas al desierto es colocarlas en
»¡Felices aquellos que no han visto el humo de las su natural dominio. Abrumados de pesares y de t e -
»fiestas extranjeras, y que solo se han sentado en los mores, expuestos siempre á caer en manos de los
»festines de sus padres! indios enemigos, á ser tragados por las aguas, mordi-
«Si el grajo azul del Maschacebé dijese á la o r o - dos por las serpientes ó devorados por las fieras, h a -
»péndola de las Floridas: ¿Por qué te quejas tan t r i s - llando difícilmente un escaso alimento, y no sabiendo
»temente? ¿No tienes aquí frescas aguas, gratas som- ya qué rumbo seguir, parecía que nuestros males no
»bras y toda clase de sustento, como en tus bosques? podían rayar mas alto, cuando un accidente inespera-
» — S i , respondería la fugitiva oropéndola, pero do vino á llevarlos á su colmo.
»¿quién me traerá mi nido, oculto en el jazmin? »Habíase cumplido el vigésimo séptimo sol desde
»¿Tienes acaso el sol de mi sábana? oue habíamos abandonado nuestras cabañas: la luna
»¡Felices aquellos que no han visto el humo de las de fuego ( I ) habia empezado su curso, y todo,presa-
»fiestas extranjeras, y que solo se han sentado en los giaba una tempestad. A la hora en que las matronas
»festines de sus padres! indias cuelgan el cayado del labrador de las ramas de
«Despues de las horas de una marcha fatigosa, el los árboles y las cotorras se retiran á las hendiduras de
»viajero se sienta tranquilamente, y contempla en i los cipreses, el cielo empezó á encapotarse. E x t i n -
»su derredor los techos de los hombres; mas él no euiéronse las voces de la soledad, el desierto e n m u -
»tiene lugar alguno en qué reclinar la cansada c a b e - : deció, y los bosques quedaron en una calma u n i v e r -
»za. El viajero llama á la cabaña, pone su arco d e - sal. Pero en breve, el estruendo de un trueno lejano
»trás de la puerta y pide hospitalidad; pero el dueño i se prolongó por aquellos bosques tan antiguos como
»de la cabana hace un ademan con la m a n o ; el v i a - i el m u n d o , haciendo salir de sus intrincadas espesu-
»jero vuelve á tomar su arco, y torna al desierto.» ; ras sublimes rumores. Temiendo ser sumergidos, nos
ATALA LIBRANDO A CHACTA?. «¡Felices aquellos que no han visto el humo de las dimos prisa á ganar la orilla del rio y retirarnos á un
»fiestas extranjeras, y que solo se han sentado en los bosque.
»festines de sus padres! »Este lugar era un terreno pantanoso, lo cual nos
«Historias maravillosas, narradas al calor del hogar obligaba á adelantar con gran trabajo por un embo-
el fondo de su alma, pero que yo entreveía en sus ojos. »bosques en los ardores del Mediodía! Eres hermoso »doméstico, tiernas expansiones del corazon, a r r a i - vedado de zarzaparilla, entre enmarañadas cepas, í n -
Siempre atrayéndome y rechazándome; reanimando y »como el desierto con todas sus flores, con todas sus »gádas costumbres de amar, tan necesarias á la vida; : digos, lianas rastreras y otras plantas que se e n r e -
destruyendo mis esperanzas, cuando creía que había »brisas. Si me inclino sobré tí, me estremezco, y si »¡vosotros habéis llenado los dias de aquellos que no , daban á nuestros piés. El suelo esponjoso retemblaba!

r ado algo en su corazon, me hallaba en el punto »mi mano toca la l u y a , paréceme que voy á espirar.
partida. ¡Cuántas veces m e decia: «Oh jóven »El otro d í a , juguetón el viento esparció tus cabellos
«amante mío! ¡Yo te amo como á la sombra dé los »sobre mi rostro, mientras descansabas reclinado en
»han abandonado su país natal! Sus sepulcros están
»en su patria, con el sol poniente, con las lágrimas
»de sus amigos, y con los encantos de la Religión.»
«¡Felicesaquellos que no han visto el humo de las
j nuestro paso, y á cada instante nos veíamos expuestos
| á ser abismados en los barrancos. Innumerables insec-

;
(i) El mes áe julio.
14 BIBLIOTECA D E GASPAR T ROIG.
LA ATALA. J5
tos y murciélagos de extraordinario tamaño, ofusca- »los genios?—Nunca he lavado los piés de mi padre,
ban "nuestra vista; las serpientes de cascabel se h a - »que no soy cristiano?—¡Jóven! replicó el ermitaño, sido arrojados en desorden hácia el Oriente; el r e s -
»me contestó Atala; únicamente se que vivia con su
d a n oir en todas partes; y los lobos, los osos, los »¿acaso te he preguntado cuál es t u religión? J e s u - plandor del incendio prendido en las selvas por los
»hermana en San Agustín, y que se ha mostrado siem-
carcajús y los tigres que acudían á refugiarse en »cristo no ha dicho: Mi sangre redimirá á e s t e , y no rayos brillaba aun á lo lejos; al pié de la montaña, un
»pre fiel á mi madre : Felipe era su nombre entíe los
aquellos albergues, los llenaban con sus rugidos. »á aquel. Murió por el judío y por el gentil, pues solo pinar entero habia sido derribado en una vasta laguna
»ángeles, y los hombres le llamaban López.»
»vió en los hombres hermanos y desgraciados. Muy po- y el rio arrastraba en confuso tropel trozos enormes
»Entretanto, la oscuridad se condensaba por m o - «Al oir estas palabras, exhalé u n grito que resonó seo vale lo que por vosotros hago, y en otra parte h a - de tierra, troncos de corpulentos árboles, diferentes
mentos , y las nubes penetraban en los bosques. Rás- en toda la soledad, y mezclé con la tempestad el t u - »llariais mas abundantes auxilios; pero la gloria no animales y peces muertos, cuyo plateado abdómen bri-
ganse de improviso los siniestros celajes, y el relám- multo de mis trasportes. Estrechando á Atala sobre »debe recaer sobre los sacerdotes. ¿Qué somos noso- llaba en la superficie de las aguas.
pago traza en los aires rojizas espirales de fuego. Un mi corazon, exclamé entre sollozos : «¡Oh hermana » t r o s , débiles solitarios, sino los groseros instrumen- ¡
b u r a c a n , desatado en las regiones del Occidente, »mia! ¡oh, hija de López! ¡hija.de mi bienhechor!» »En medio de esta escena refirió Atala nuestra h i s -
»tos de una obra celestial? ¡Ah! ¿Qué soldado seria toria al genio tutelar de la montaña. Su corazon se
aglomera unas nubes sobre o t r a s ; los bosques ceden, »Asustada Atala, me preguntó la causa de mi agitación; »tan cobarde que huyese, cuando su gefe, con la cruz
el firmamento se entreabre alternativamente, y al tra- mas cuando supo que López era el generoso huésped conmovió, como lo revelaban las lágrimas que sobre
»en la mano,v la cabeza coronada de espinas, marcha ' su barba caian. «Hija mia, dijo á Atala, es preciso que
vés de sus anchas bocas descúbrense nuevos cielos y que me habia adoptado en San Agustín, y á quien »á su frente aí socorro de los hombres?»
abrasados campos. ¡Aterrador y magnifico espectácu- habia dejado para recobrar mi libertad, se vió domi- »ofrezcas tus sufrimientos á Dios, por cuva gloria has
lo! El rayo prende en los bosques, el incendióse e x - nada á su vez de confusion y alegría. »Estas palabras me admiraron y enternecieron; y las ! »hecho ya tanto, y él te devolverá el perdido repo-
tiende como una inmensa cabellera de llamas, y unas lágrimas arrasaron mis ojos. «Queridos hijos mios, ; »so. ¿Ves humear esos bosques, secarse esos torren-
»Era demasiado intensa para nuestros corazones »prosiguió el misionero, dirijo en estos bosques u n re- »tes, disiparse esas nubes? Pues bien :¿ crees que el
columnas de centellas y de humo rodean las nubes aquella amistad fraternal que venia inopinadamente-á
que vomitan susredoblados rayos en el vasto incendio. »aucido rebaño de hermanos vuestros. Mi gruta está »que es poderoso ácalmar tan desecha tempestad, no
visitarnos, y á unir su amor á nuestro amor. En lo »cerca de aquí en la montaña; seguidme pues, y en »lo será para domar las tormentas del corazon huma-
Entonces el Gran Espíritu cubrió las montañas d e es- sucesivo los combates de Atala iban á ser inútiles: en
pesas tinieblas; y del seno de aquel caos se levantó »ella hallareis u n saludable calor; q u e si no puedo ; »no? Si no tienes asilo mejor, mi querida hija, teofrez-
vano la sentí llevar una mano á su seno y hacer un »ofreceros las comodidades de la vida, encontrareis á »co u n puesto en el rebaño que he tenido la dicha de
u n mugido confuso, formado por el fragor de los vien- movimiento extraordinario; yo la habia abrazado ya,
t o s , el gemido de los árboles, los ahúllidos de las »lo menos un abrigo; y demes por ello cordiales gracias »llamar á . Jesucristo. Yo instruiré á Chactas, v te lo
su aliento me habia embriagado, y habia bebido en »á la bondad di vina, "porque muchos hombres no lo j «daré por esposo cuando sea digno de serlo.»
lieras, los chasquidos del incendio y el repetido r e - sus labios toda la magia del amor. Fijos los ojos en el
tumbar de los truenos, que mugian al perderse sobre »tienen.» «A estas palabras, me arrojé á los piés del solitario,
cielo y á la luz de los relámpagos, sostenía á mi esposa
las aguas. en mis brazos en presencia del Eterno. Pompa n u p - derramando lágrimas, de júbilo; pero Atala palideció
cial digna de nuestros infortunios y de la grandeza de comó la muerte. El anciano me levantó con benigni-
»El Gran Espíritu lo sabe. En aquellos aciagos m o -
nuestro amor, soberbios bosques que agitabais vues- dad, y entonces eché de ver que tenia las dos manos
mentos solo vi á Atala, solo en ella pensé. Al abrigo LOS CAZADORES.
tras lianas y copas como las cortinas y el cielo de nues- mutiladas. Atala que comprendió al punto sus desgra-
del encorvado tronco de un abedul, conseguí preser-
tro tálamo; pinos incendiados que formabais las a n - cias, exclamó : «¡Bárbaros!»
varla de los torrentes de lluvia; y sentado al pié del
torchas de nuestro himeneo; rio desbordado, montañas « H A T hombres justos cuya conciencia está tan tran- j «Hija mia, prosiguió el anacoreta con benévola son-
árbol protector, la'sostenía sobre mis rodillas, y c a -
lentaba sus desnudos piés entre mis- manos, conside- retumbadoras, espantosa y sublime naturaleza, ¿espo- quila, que no es posible acercarse á ellos sin partici- ! »risa; ¿ q u é vale esto, comparado con lo que sufrió
rándome mas feliz que la nueva esposa que siente sible que solo fueseis un aparato impostor, y que no par de la paz que se exhala, por decirlo así, de su »mi divino Maestro? Los indios idólatras que me han
agitarse por primera vez en s u seno el fruto de su pudieseis ocultar por un momento en vuestros miste- corazon y sus discursos. A medida que el solitario ha- ji »atormentado, son unos pobres ciegos á quienes Dios
amor. riosos horrores la felicidad de un hombre? biaba, sentía que las pasiones se aplacaban en mi p e - »iluminará un dia, y á quienes amo en proporcion de
cho , y hasta la tempestad se alejaba á su voz; las nubes »los males que me han causado. No he podido perma-
»Atento oido prestábamos el estruendo de la t e m - »Atala oponia ya una débil resistencia, y yo tocaba se dispersaron en breve, y permitiéndonos abandonar »necer en mi patria, donde habia regresado, v donde
pestad , cuando sentí rodar sobre mi seno una lágrima el momento de mi v e n t u r a , cuando súbitamente nuestro albergue, salimos* del bosque y empezamos á »una reina ilustre me habia dispensado el honor de
a e Atala. «¡Tempestad del corazon! exclamé; ¿es esta un impetuoso relámpago seguido de¡un t r u e n o , surcó subir una montaña. El perro nos precedía , llevando ji »querer contemplar estas humildes muestras de mi
»una gota de, tu lluvia ? Luego, estrechando en mis la espesura dé las sombras, inundando el bosque de pendiente de un palo la linterna apagada. Yo c o n d u - »apostolado. ¿Y á que recompensa mas gloriosa p o -
»brazos á la hija de Simagan, le dije: ¡ Mujer! tu me azufre y de l u z , y derribando á nuestros piés u n á r - cía de la mano á Atala, y ambos seguíamos al misione- »dia aspirar por mis trabajos, que á la de haber obte-
»ocultas alguna secreta amargura: ábreme t u corazon, bol. Huimos; mas... ¡oh sorpresa! En el silencio que ro, que se volvia con frecuencia á mirarnos, contein- :: »nido del gefe de nuestra religión el permiso de ce-
»¡oh hermosa mia! ¡Es tan consolador que un amigo sucedió, oimos el sonido de una campanilla. Absortos piando con interés nuestras desgracias y juventud. De I l e b r a r el divino sacrificio con estas manos mutiladas?
»lea en nuestra alma! Revélame ese secreto de dolor, entrambos, aplicamos el oido á aquel ruido tan extraño su cuello pendía u n libro, y u n báculo le servia de ¡, »Restabame tan solo , despues de tanto honor, mos-
»que te obstinas en callar. ¡Ah! lo veo : ¡lloras tu pa- en un desierto. Pocos momentos despues, ladró un apoyo. Su estatura era alta, su rostro pálido y enjuto, »trarme digno de él : volví, pues, al Nuevo-Mundo
»tria!»—¡Hijo de los hombres! «¿Cómolloraria mi pa- perro á lo lejos; acercóse á poco, redobló sus ladridos, y su expresión sencilla y sincera. No tenia las faccio- »para dedicar el resto de mi vida al servicio de mi
»tria, si mi padre no era del país de las palmeras?— llegó y ahulló de alegría á nuestros piés; un anciano nes faltas de expresión del hombre que nace sin pasio-
»¡Cómo! repliqué lleno de asombro : ¿tu padre no era solitario, provisto de una linterna, le seguía al través nes; sino que por el contrario, se echaba de ver que ¡ »Dios. Pronto habrán transcurrido treintaaños que ha-
»del país de las palmeras? ¿Quién es, pues, el que te d é l a s tinieblas de! bosque. «¡Bendita sea la Provi- sus dias habían sido borrascosos, pues las arrugas de »bito esta soledad, y mañana se cumplirán veinte y
»ha colocado sobre esta tierra? ¡Responde!» Atala »dencia!» exclamó al vernos. «¡Mucho bá que os bus- su frente mostraban las cicatrices de las pasiones cu- »dos que he tomado posesion de este peñasco. Cuan-
dijo: »caba! Mi perro os ha sentido desde el principio de la radas por la virtud y el amor á Dios y á los hombres. »do llegué á estos lugares, solo encentré familias e r -
«Antes que mi madre llevase en dote al guerrero »tempestad, y me ha guiado hasta aquí. ¡Buen Dios! Cuando nos hablaba en pié é inmóvil, su luenga bar- j »rantes, decostumbres feroces y vida asaz miserable*
»Simagan treinta yeguas, veinte búfalos, cien m e d i - »¡Cuan jóvenes son estos pobres hijos mios! ¡Cuánto b a , sus ojos fijos con modestia en el suelo, y su ¡ »mas, yo les he hecho oir la palabra de paz, vsus cos-
adas de aceite de bellpta, cincuenta pieles de castor »lian debido sufrir! He traido una piel de oso que será afectuosa voz presentaban cierto sello de calma y su- ! »tumbres se,han suavizado progresivamente, y ahora
»y otras muchas riquezas, había tenido relaciones »para esta jóven , y un poco de vino en mi calabaza. blimidad. El que haya visto como yo al padre Aübry, »viven en sociedad al pié de esta montaña. He p r o -
»con un hombre de la carne Manca. Pero la madre de »¡Alabado sea Dios en todas sus obras! Grande es su caminando solo con su báculo y su breviario por el de- »curado además enseñarles, con los caminos de salva-
»mi madre había arrojado á esta, agua al rostro, y la »misericordia , é infinita su bondad.» sierto, tendrá una verdadera idea del viajero cristiano »cion, las artes indispensables á la vida, pero sin exa-
»obligó á casarse con el magnánimo Simagan, serñe- en la tierra. , »gerarlas, y manteniendo á estos pobres indios en esa
«Atala cayó á los piés del religioso, diciéndole:
»jante á un rey, y honrado ae los pueblos como un ge- »¡Gefe de la oracion! soy cristiana, y el cielo te envía »Despues de media hora de una marcha peligrosa »sencillez que constituye la felicidad. Y, temiendoser-
»nio. Mi madre, dijo á su nuevo esposo: «Mi vientre »para salvarme.—Hija mia , le replicó el solitario, le- ir los senderos de la montaña, llegamos á la gruta »les incómodo con mi presencia, me he retirado á esta
el misionero, en la que entramos por entre las yedras »gruta, á donde vienen á consultarme. Aquí, lejos del
»ha concebido: ¡dame la muerte!» Simagan le replicó:
«¡Guárdeme el Gran Espíritu deconsumar tan perver-
»vantándola; yo acostumbro tañer la campana de la
»Misión durante la noche y las tempestades , para
S
y las diferentes plantas,' húmedas a u n , que la "lluvia I »comerció de los hombres, admiro á Dios en la g r a n -
habia arrancado de los peñascos. No habia en aquel »deza de estas soledades, y me preparo á la muerte
»sa acción! No te mutilaré, ni te cortaré la nariz ni »llamar á los extranjeros, pues á ejemplo de nuestros
»las orejas, porque has sido sincera, y no has m a n - »hermanosde los Alpesydel Líbano, he enseñado á mi asilo sino una estera de hojas de papaya, una calaba- »que me anuncian próxima mis cansados dias.»
c h a d o mi lecho. Mió será el fruto de t u s e n t r a - za para sacar agua, algunos útiles de madera, u n aza- «Esto dicho, el solitario se arrodilló, y nosotros imi-
»perro á descubrir los viajeros extraviados». «Yoape-
»ñas, y 110 te visitaré hasta despues de la partida del nas comprendía al ermitaño, pues su caridad me dón, una serpiente doméstica, un crucifijo y el libro l tamos su ejemplo; luego, empezó en alta voz una ora-
»ave de arrozal, cuando baya brillado la luna décima- de los cristianos, sobre una piedra que servia de mesa. cion á que Atala respondía. Los mudos relámpagos
arecía tan superior al esfuerzo humano, que creia rasgaban aun los cielos hácia el Oriente, mientras so-
»tercera. En aquel tiempo rasgué el seno de mi m a -
p i r e , y empecé á crecer altiva como una española y Ealiarme sometido á la influencia de un sueño.
A la luz de la linterna del religioso, veiásu barba y
»El hombre de los antiguos dias se apresuró á e n - bre las nubes de Occidente brillaban á la par tres s o -
cender fuego con lianas secas; machacó maiz entre les. Algunas zorras dispersas por la tormenta, alarga-
»como una salvaje. Mi madre me hizo cristiana, para
»que su Dios y el Dios de mi padre fuese también el cabellos empapados en agua ; y sus piés, manos y dos piedras, y habiendo heébo una torta, la puso de- ban sus negros hocicos al borde de los precipicios, v
»mió. Mas t a r d e , las amarguras del amor fueron á semblante estaban maltratados por las malezas. «¡An- bajo de la ceniza; y cuando hubo adquirjdo un hermo- se oia el murmullo de las plantas, que secándose á la
»buscarla, y bajó á la pequeña cueva forrada de p i e - »ciano! exclamé al fin; ¿qué corazon es el tuyo, que so color dorado, nos la sirvió caliente con crema d e brisa vespertina, levantaban sus abatidos tallos.
Bles, de la cual no se vuelve á salir.» »no temes ser herido por el rayo?—¡Temer! repuso nuez en un vaso de arce. Habiendo la noche restableci-
»el sacerdote cristiano con mas calor del que sus años do la serenidad, el servidor del Gran Espíritu nos pro- »Entramos de nuevo en la g r u t a , en que él e r m i -
«Esta fue la historia de Atala. «¿Y quien e r a t u ' p a - »anunciaban; temer cuando hay hombres en peligro, puso que nos sentáramos á la entrada de la gruta. Se- taño extendió un lecho de musgo para Atala, cuyos
» d r e , pobre huérfana? le pregunté ; ¿qué nombre le »y puedo serles útil! Harto, mafservidor de Jesucristo guírnosle á este lugar, desde donde se dominaba un : ojos y movimientos retrataban dna profunda langoi-
»daban los hombres en la tierra? ¿cómo le llamaban »seria, si tal temor abrigase.—Pero ¿sabes, le dije, inmenso paisaje. Los restos de la tempestad habían j dez; y miraba al padre Aubry como deseando revelar-
le algún secreto; pero parecía detenerse ante algún
BIBLIOTECA DE GASPAR V KOLLI. LA ATALA. 17
16
obstáculo, ya fuese este mi presencia, ya cierto rubor, vasto bosque de abetos. Los troncos jaspeados de estos d e s ; el ave cedia su nido ; la manida de la fiera tro- | cibles escenas, á queañadian nueva dulzura la imágen
ya la inutilidad de Ja confesión. Levantóse a media á r b o l e s , subiendo sin ramas hasta sus cimas, r e m e - cábase en cabanas; oíase el estruendo de los martillos, ¡ de Atala y los ensueños de felicidad en que mecia mi
noche y la vi buscar al solitario; mas este, que le h a - daban altascolumnas, y formaban el peristilo deltem- y los redoblados golpes de la segur hacían mugir por corazon. Admiraba el triunfo del Cristianismo sobre
bía cedido su lecho, habia salid© á contemplar la her- ilo de la m u e r t e , donde se escuchaba un rumor r e - la postrera vez los ecos, al desaparecer para siempre la vida salvaje, pues veia al indio civilizándose á la
Í
mosura del ciclo y á orar en la cumbre de la m o n t a - ígioso, parecido al sordo murmullo del órgano bajo con los árboles que le servían de asilo. ¡ voz de la Religión, y asistía á las bodas primitivas
ñ a . Al dia siguiente me dijo que acostumbraba hacerlo las bóvedas de un templo cristiano; pero cuando se »Yo vagaba embelesado en medio de aquellas a p a - 1 del hombre y de la tierra: el hombre , en virtud de
así aun durante el invierno, pues se complacía en ver penetraba hasta el fondo del santuario, no se oia
los'bosques mecer su desnudo ramaje, volar las nubes sino los himnos de los pajarillos que celebraban una
por los cielos, y oir los vientos y los torrentes bramar fiesta eterna á la memoria de los finados.
en la soledad. Mi hermana tornó á su lecho, donde »Al salir de aquel bosque, descubrimos la Misión,
quedó como aletargada. ¡Av! henchido de faustas e s - situada á orillas de un lago, y en medio de una sába-
peranzas, no vi en la debilidad de Atala otra cosa que n a esmaltada de flores; llegábase á ella p o r u ñ a alame-
pasajeros indicios d e cansancio. d a de magnolias y de encinas, q u e bordaban, por
»Desperté al dia siguiente, al canto de los cardena- decirlo a s í , uno de esos antiguos caminos que se en-
" - 1 —' -jue anidaban en las aca- cuentran en las montañas que sirven de límites al
Salí, pues, de Kentucky y las Floridas. No bien los indios vieron
á su pastor en la l l a n u r a , abandonaron sus trabajos,
i coger una rosa a e magaoua, humedecida con
y salieron gozosos á su encuentro. Quienes besaban
la prendí á la cabellera de
s u t ú n i c a , quienes le ofrecían un apoyo; las madres
m la religión de mi
país, que el alma de algún niño de pecho habria b a j a - levantaban en brazos á sus tiernos hijos para que vie-
do en una gota de rocío á aquella flor, y que un sueño sen al hombre de Jesucristo, y él vertía lágrimas de
feliz la llevaría al seno de mi futura esposa. Corrí lue- t e r n u r a , informándose á su paso d e lo que entre sus
go en busca de mi huésped, á quien encontré con un ovejas o c u r r í a , dando consejos á unos y benignas re-
rosario en la mano, esperándome sentado en el tronco irensiones á los otros, hablando al mismo tiempo de
de un pino derribado por los años. Propúsome ir en Í as mieses qué era preciso recolectar., de los niños á
s u compañía á la Misión , en tanto que Atala seguía quienes seaebia instruir, de los trabajos á que se d e -
entregada al s u e ñ o ; bríndeme al punto á su deseo, y bia procurar un alivio, y á todos estos discursos mez-
nos pusimos en camino. claba el nombre y el recuerdo de Dios.
»Ai bajar de las montañas, descubrí unas encinas »Así acompañados , llegamos al pié de una gran
d o n d e los genios parecían haber trazado estraños c a - cruz que descollaba en el camino, y allí a c o s t u m -
racteres. El ermitaño me dijo que él los habia estam- braba el servidor de Dios celebrar los misterios de su
pado , y q u e eran versos de un antiguo poeta llamado religión. «Mis queridos neófitos, d i j o , volviéndose á
Homero, y algunas sentencias de otro poeta, aun mas »la multitud , os han llegado un hermano y una her-
antieuo, llamado Salomon. Cierta armonía misteriosa »mana; y por colmo de felicidad, veo que la P r o v i -
reinaba en esta sabiduría de los tiempos: entre a q u e - »dencia na salvado ayer vuestras mieses del f u r o r de
llos versos casi destruidos por el musgo, el viejo soli- »la t o r m e n t a : estas son dos poderosas razones para
tario que los habia grabado, y las decrépitas encinas »que le tributemos gracias. Ofrezcamos, p u e s , el
q u e le servían de libros. »santo sacrificio, y asistan todos á él con un r e c o g i -
»miento profundo, una fe viva, u n a gratitud infinita
»Su nombre, su e d a d , y la fecha de su misión e s - »y un corazón contrito.»
taban señalados también en una caña al pié de a q u e -
llos árboles; yo me mostré asombrado de la fragilidad »Esto dicho, el sacerdote vistió u n a túnica blanca,
d e este momento: «Durará mas que y o , respondió- tejida de corteza de morera , y los vasos sagrados se
»me el solitario , y valdrá siempre mas que el escaso sacaron de un tabernáculo al pié de la cruz; p r e p a -
»bien practicado por mí.» róse el altar sobre u n peñasco , tomóse agua del v e -
»Desde allí nos dirigimos á la entrada de un valle cino torrente , y un racimo de uvas silvestres sumi-
en que vi una obra maravillosa : u n puente natural nistró el vino del sacrificio. Todos nos arrodillamos
parecido al de la Virginia, y del que tal vez habrás sobre las altas y e r b a s , y empezó la celebración del
oido hablar. Los hombres, R e n é , y especialmente misterio.
los de t u país, acostumbran imitar la naturaleza, »La aurora que despuntaba á espalda de las m o n -
pero sus copias son siempre mezquinas; mas no s u - tañas , teñia de rosa el Oriente; y todo se mostraba
cede así respecto déla naturaleza, que cuando parece cubierto de oro y de púrpura en la soledad. El astro
imitar los trabajos de los h o m b r e s , les ofrece en anunciado por tanto aparato de esplendor, surgió al
realidad portentosos modelos. Entonces echa puentes fin de u n abismo de l u z , y su primer destello alum-
desde una á otra cima de distantes montañas; suspen- bró la hostia consagrada que el sacerdote alzaba en
d e caminos en las n u b e s ; derrama rios en lugar de aquel mismo instante. ¡ Oh encanto de la Religión, y
canales; esculpe montes en vez de columnas, y en lu- magnificencia del culto cristiano! ¡ El saerificador era
gar de estanques ensancha las cuencas de los mare§. u n anciano ermitaño, el altar u n a tosca piedra, el
templo el desierto, y el concurso unos sencillos s a l -
»Pasamos debajo del arco único de aquel puente, vajes! ¡ N o ! no dudo que en el momento en q u e nos
y nos hallamos en frente de otra maravilla: el cemen- inclinamos al suelo, se cumpüó el gran misterio, y
terio de los indios de la Misión, á los Bosquecillos que Dios bajó á la t i e r r a , porque le sentí penetrar en
de la muerte. El padre Aubry habia permitido á sus mi corazon.
neófitos enterrar sus difuntos, según sus costumbres
y conservar en el lugar de su sepultura sus nombres »Terminado el sacrificio, en el que solo faltó para
salvajes; únicamente habia santificado aquel lugar mí la hija de López, nos dirigimos á la poblacion,
colocando en él una cruz. S u suelo estaba dividido donde se advertía la mas tierna mezcla de la vida so-
como el campo común de las mieses, es decir, en cial y de la vida n a t u r a l : e n una extremidad del an-
tantas porciones cuantas eran las familias, y cada una tiguo desierto se veia una plantación reciente; las
de estas porciones formaba por si sola un bosque, que espigas hacían rodar sus olas de oro sobre el tronco
variaba según el gusto de los que lo habían plantado. de las derribadas encinas , y los haces de un verano
Un arroyo serpenteaba silencioso por entre aquellas reemplazaban el árbol de tres siglos. Veíase por este g r a % o n t a c t o , abandonaba á la tierra la costosa manantial, mientras un ataúd era llevado á los Bos-
fúnebres plantaciones, con el nombre de Arroyo déla donde quiera á los bosques, presa de las llamas, e n - lierencií d e sus sudores; y la tierra, se obligaba á r e - quecillos de la muerte. Dos esposos recibieron la ben-
paz. Este risueño asilo de las almas estaba cerrado á volver los aires en densas h u m a r e d a s , y al arado pa- compensarle, llevando fielmente las mieses, los hijos dición nupcial á la sombra de una encina, y luego
Oriente por el puente bajo q u e habíamos pasado; dos sear lentamente entre los restos de sus raices. Los y las cenizas del hombre. fuimos á establecerlos en la cabana que les había s i -
colinas lo limitaban al Septentrión y al Mediodía; y agrimensores median el terreno con largas cadenas, »Una mujer presentó un niño al misionero, que le do destinada. El pastor nos precedía, bendiciendo el
solo se abría hácia el Occidente, donde se alzaba un mientras los árbitros señalaban las primeras propieda- bautizó entre los jazmines en flor, á orillas de ün peñasco, el árbol y la f u e n t e , como eñ otro tiempo
18 BIBLIOTECA DE (; A S P A R V ROIG.
LA A rALA. 19
bendijo Dios, según el libro de los cristianos, la tier- branlado por setenta y seis años, que en toda la lozanía »te objeto de una pasión que me devora hasta en los »mis labios á las brisas, y estas, lejos de traerme la
ra inculta, entregándola en herencia á Adam. Esta de mi juventud. El hombre de paz entró en la gruta, »brazos de la muerte, ¡ahora ves lo que ha constituido »anhelada frescura, se abrasaban al fuego de mi alien-
comitiva , que á la par de sus rebaños, seguía de p e - y yo permanecí fuera, poseído de espanto. Pocos m o - »el rigor de nuestro destino...! Anegada en lágrimas, »to. ¡Qué tormento no me causaba verte sin cesar á mi
ñasco en peñasco á su venerable pastor , retrataba á mentos despues, un apagado murmullo, parecido á »y dejándome caer en el seno materno, prometí todo »lado, lejos de todos los hombres, en medio de sole-
mi enternecido coraron aquellas emigraciones de las reprimidos lamentos, salió del fondo del peñasco, y »lo que se habia querido hacerme prometer. El misio- »dades profundas, y tocar la insuperable barrera que
primeras familias, cuando Sem y sus hijos adelanta- vino á herir mi oido. Prorumpiendo entonces en u n »nero pronunció sobre mí las palabras formidables, y »entre los dos se levantaba! Pasar mi vida á tus pies,
ban al través del mundo desconocido, siguiendo el grito, y recobrando súbitamente todas mis fuerzas, »me dió el escapulario que me liga para siempre. Mi »servirtecomo u n a esclava, preparar tu alimento y tu
curso del sol. arrojóme en la noche de ia caverna... ¡Espíritus de »madre me amenazó con su maldición si violaba mi »lecho en algún ignorado rincón del universo, hubie-
»Habiendo preguntado al santo ermitaño cómo mis padres! ¡Solo vosotros sabéis el espectáculo que »voto, y despues de -haberme encargado un secreto »ra sido para mí la suprema felicidad; ¡y tocando esta
gobernaba sus hijos, me respondió con bondad : se ofreció á mi vista! »inviolable respecto de los perseguidores de mi reli- »felicidad, no poder disfrutarla! ¡Qué de proyectos
«Ninguna ley les he dado , pues solo les he enseñado »El solitario habia encendido una rama de pino, y »gion, espiró abrazándome. »lie soñado, que de ilusiones ha brotado este abatido
»á amarse recíprocamente, á orar á Dios y á esperar alumbraba con mano trémula é indeciso resplandor el »corazon! Tal vez, al lijar en tí mis ojos, he llegado
»Al pronto, no conocí el peligro de aquel juramen-
»una vida mejor, pues tal es el resumen de todas las lecho de Atala, que medio incorporada se mostraba »á formar deseos tan insensatos como culpables: ya
» t o , ¡ ues llena de fervor , cristiana verdadera, y alti-
»leyes del mundo. Aquella cabana mas espaciosa que pálida, y con la cabellera en desórden. Rielaban sobre »hubiera querido ser contigo el único ser viviente en
»va además, porque es española la sangre que por
»allí ves, está destinada á servir de capilla en la e s - su frente las gotas de un sudor frió, pero sus ojos me- »la t i e r r a ; ya sintiendo que una divinidad me d e t e -
»mis venas circula, no vi en mi derredor sino h o m -
»tacion d e las lluvias. Todos se reúnen en ella , al dio apagados se esforzaban aun en mostrarme su amor, »nia en mis horribles trasportes , hubiera deseado q u e
»bres indignos de mi mano, y me felicité por no t e -
»amanecer y al a n o c h e c e r , para glorificar al Señor, y sus cárdenos labios procuraban sonreír. Yo p e r m a - »esta divinidad se anonadase, con tal que estrechada
»ner otro esposo que el Dios de mi madre. Pero te vi,
»y cuando yo estoy ausente, un anciano dirige la ora- necía inmóvil, como herido por e! rayo, fijos los ojos, »en tus brazos, hubiese rodado de abismo en abismo,
»jóven y gallardo prisionero, compadecí tu suerte, y
»cion, porque la ancianidad, á semejanza de la m a - extendidos los brazos y entreabiertos' los labios. P r o - »con los restos de Dios y del mundo! Ahora mismo...
»me atreví á hablarte al resplandor de la hoguera
»ternidad, es una especie de sacerdocio. Cumplidos fundo silencio reinaba entre los tres personajes de »¿lo diré? ahora que la eternidad va á tragarme, y
»del bosque, y entonces sentí todo el peso de mis
»estos deberes cristianos, empiezan las faenas a g r í - aquella escena de dolor; el solitario fue quien primero »que voy á presentarme ante el Juez inexorable; en
»votos...
»colas; y si las propiedades están "divididas para que lo rompió, diciendo: «Esto será u n acceso de calen- »el momento en que, para obedecer á mi madre, veo
»todos puedan aprender la economía social, las mie- »tura, producida por las pasadas fatigas, y si nos r e - »Pronunciadas por Atala estas palabras, exclamé »con alegría que mi virginidad devora mi vida: por
»ses se depositan en trojes comunes, para que se asignamos á l a voluntad de Dios, se compadecerá de »cerrando los puños y mirando al misionero con aire »una horrorosa contradicción, llevo á la tumba el p e -
»mantenga viva la llama de la caridad fraternal, á »nosotros.» »amenazador : ¿Es esta la religión que tanto encare- osar de no h a b e r sido tuya!
»cuyo efecto cuatro ancianos distribuyen equitati- »ces? Perezca el juramento q u e m e robaá Atala. ¡ P e
»mente el producto del trabajo común. Añade á esto »Al oir estas palabras, la sangre paralizada volvió á »rezca el Dios que contradice la naturaleza! Hombre- — »Hija mia! interrumpió el misionero, el dolor
»algunas ceremonias religiosas, muchos cantos, la circular por mi corazon, y con esa movilidad propia »sacerdote, ¿qué has venido á hacer en estos bos- »extravia tu corazon. El exceso de pasión á que te en-
»cruz á cuyo pié he celebrado los santos misterios, de los salvajes, pasé en un momento del exceso del »ques?» »tregas, pocas veces es justo; y no hallándose en el
»el olmo á cuya sombra predico en los dias serenos, temor al de la confianza. Pero Atala no me dejó abri- «¡A salvarte! respondió con voz de trueno el ancia- »órden de la naturaleza, es menos disculpable á los
»nuestras sepulturas inmediatas á nuestros campos gar mucho tiempo mis nuevas ilusiones, pues m o - »no; á domar tus pasiones, y á impedir, ¡blasfemo! »ojo.; d e Dios, porque mas que mía debilidad del co-
»de trigo , nuestros rios, donde bautizo los tiernos viendo tristemente la cabeza , haciéndonos una seña »que la cólera del cielo estalle sobre tu cabeza. ¿Qué »razon es un error del espíritu. Es pues forzoso r e -
para que nos acercásemos á su lecho, dijo al misione-
» n i ñ o s s a n t o s Juanes de esta nueva Betanía, y for- »razón te asiste, jóven recien entrado en la senda de »primir esos arrebatos, indignos de tu inocencia. Y
»marás cabal idea de este reino de Jesucristo.» ro , con débil acento : »la vida, para quejarte de tus dolores? ¿De quéinjus- »debo también decirte, querida hija mia, que tu im-
«¡Padre mío! me siento cercana á la muerte. ¡Chac- »ticias has sido víctima? ¿Dónde están tus virtudes, »petuosa imaginación te ha alarmado en demasía r e -
»Las palabras del solitario me llenaron de admira- »tas! Escucha sin desesperación el fatal secreto que te »únicas que pudieran darte algún derecho á las q u e - »lativamente á tus votos. La Religión no exige sacri-
ción, y entonces eché de ver la superioridad de aque- »lie ocultado para no hacerte desgraciado, y para d a s ? ¿Qué servicios has hecho á tus semejantes?; Des- »íicios sobrehumanos. Sus sentimientos verdaderos y
lla vida estable y ocupada, sobre la errante y vaga- »obedecer á mi m a d r e ; no me interrumpas con s e ñ a - »venturado! Solo veo pasiones en tí , y le atreves á »sus templadas virtudes son muy superiores á los
bunda del salvaje. ales d e un dolor que abreviaría los pocos instantes que »acusar al cielo! Cuando hayas pasado, como el padre »exaltados sentimientos y las violentas virtudes de un
»¡ Ah, René! No murmuro de la Providencia, pero »de existencia me restan. Mucho tengo que referir; »Aubry . treinta años d e destierro en las montañas, »pretendido heroísmo. Si hubieses sucumbido, po-
confieso que nunca traigo á la memoria aquella socie- »pero conozco que debo abreviar todo lo posible mi »no juzgarás con tan criminal ligereza los designios »bre oveja descarriada, el Buen Pastor te hubiera
dad evangélica, sin experimentar á tal recuerdo una »relato, pues los latidos de mi corazon se debilitan, »de la providencia divina; entonces comprenderás »buscado para atraerte á su rebaño. Abiertos estaban
profunda amargura. ¡Cuan feliz me hubiera hecho en »y siento sobre mi pecho el peso de u n a mole de »que nada sabes, que nada e r e s , y que no hay cas- »para tí los tesoros del arrepentimiento; que si son
en aquellos lugares la tranquila posesion de una caba-» »hielo... »tigos bastante rigorosos ni males bastantes terribles »menester torrentes de sangre para borrar nuestras
ña, al lado de Atala! Allí hubieran terminado mis i n ú - »Despues de algunos momentos de silencio, Atala »que no merezca sufrir la carne corrompida.» »faltas á los ojos de los hombres, una.sola lágrima de
tiles excursiones; allí, desconocido de los hombres, prosiguió: »cordial arrepentimiento, basta en el tribunal de
«Los ojos centellantes del anciano, su barba que »Dios. Tranquilízate, p u e s , querida hija mia, porque
y ocultando con una esposa querida mi felicidad en »Mi triste destino empezó casi antes que abriese cubria su pecho y sus palabras de fuego le hacían se- »tu crítica situación exige sosiego, y dirijámonos á
el seno de los bosques, hubiera pasado como esos rios »mis ojos á la luz. Mi madre me habia concebido en mejante á un dios. Abrumado por su magestuoso a s - »Dios, que cura todas Tas dolencias de los que le
que ni siquiera tienen nombre en el desierto. Pero en »el infortunio; yo fatigaba su s e n o , y me dio á luz pecto , caí á sus piés pidiéndole perdón por mis a r r e - »confiesan y sirven. Si como espero, es su voluntad
lugar de esa paz inalterable en que me atrevía enton- »con tan crueles dolores, que se desesperó de mi vi- batos , mas él me dijo: con un acento tan b e n é v o - »que te libres de la enfermedad que te aqueja, es-
cen ásoñar, ¡cuán agitados han transcurrido mis dias! uda ; mi madre hizo un voto para salvarme, y prome- lo , que los remordimientos quebrantaron mi alma. »cribiré al obispo de Quebec, pues está investido de
Eterno juguete de la adversa fortuna , arrojado á todas »tió á la Reina de los ángeles que le consagraría mi «¡Hijo mió! no te he reprendido por m i , pues tienes »los poderes necesarios para anular tus votos, que
lascostas, desterrado de mi patria durante largos años, »virginidad, si me libraba de la m u e r t e . . . ¡Voto teme- »sobrada razón en creer que nada he venido á hacer »son simples, y acabarás tus dias á mi lado con tu
y no hallando á mi regreso á ella sino una cabaña ar- »rarío que me precipita ep el sepulcro! »en estos bosques, pues Dios no tiene mas indigno ser- »esposo Chactas.»
ruinada, y á mis amigos en la tumba: ¡tal debia ser el »vidor que yo, pero nunca acusemos al cielo. Perdó-
triste destino de Chactas!» »Perdí á mi madre á los diez y seis años. Algunas
»horas antes de morir me llamó á su lecho, y m e »name si te he o f e n d i d o y atendamos á tu hermana, A estas palabras del anciano, Atala se sintió aco-
»dijo en presencia de un misionero que la consolaba »que acaso tendrá remedio, y no renunciemos á la metida de una larga y penosa convulsión, d e q u e
»en sus postrimeros instantes : «No ignoras, hija mia, »esperanza. ¡Chactas! ¡Muy divina es la religión que solo salió para dar muestras de un espantoso doler.
»el voto que he hecho por tí. ¿Querrás, Atala mia, »convierte en virtud la esperanza! «¡Cómo! exclamó enlazando sus manos con pasión;
EX. D R A M A . »desmentirti tu madre? Te dejo en un mundo que no —»Jóven amigo mió , continuó Atala, tú has sido »¡habia remedio! ¡Mis votos podían ser anulados!—
»es digno de poseer una cristiana, y en medio de unos »testigo de mis combates, y no obstante solo has vis- »Sí, hija mia, respondió el misionero, y aún pueden
«Si vivos fueron mis ensueños d e ventura, harto »idólatras que persiguen al Dios de tus padres y mío, »to la menor p a r t e , pues te ocultaba lo mas terrible »serlo.—¡Es demasiado tarde! ¡es demasiado tarde!
breve fue su duración : el desencanto me esperaba á »al Dios, que despues de haberte dado la v i d a , te la »de ellos. El esclavo negro que riega con sus sudores »replicó Atala en el colmo de la desesperación. ¿Debo
la puerta del solitario. Grande fue mi sorpresa, cuan- »ha conservado por un milagro. Al aceptar el velo de »las abrasadas arenas de la Florida, es menos misera- »morir, Dios m i ó , en el momento en que hubiera
do al llegar á ella á medio día, no vi salir á Atala á »las vírgenes, renunciarás á los cuidados de la ca- »ble que lo ha sido Atala. Aconsejándote la f u g a , y »podido ser feliz? ¿Porqué no he conocido antes á es-
nuestro encuentro; esto me hizo experimentar cierto »baña y á las funestas pasiones que han agitado el se- »segura de mi muerte si te alejabas de mí, temiendo »te santo anciano? ¡Cuánta seria hoy mi ventura al
indefinible^ repentino horror. Al acercarme á la gruta, »no de tu madre. Ven , hija mia, y jura sobreestá »huir contigo en los desiertos, y no o b s t a n t e , anhe- »lado de Chactas, cristiano! Consolada, tranquiliza-
no me atreví á llamar á la hija de López, porque mi , »imágen de la Madre del Salvador, en manos de este »landolas sombras de los bosques... ¡Ah! ¡Si hubiera »da, por este augusto sacerdote... en este desierto...
imaginación temia igualmente el ruido y el silencio »santo sacerdote y de tu moribunda m a d r e , que no »bastado dejar á padres, amigos y patria; si solo h u - »oh! esto hubiera sido demasiada felicidad.»—Cálma-
que á mis gritos sucediese. Y mas aterrado aun por la »meserás infiel á la faz del cielo. No olvides que m e »biese mediado, ¡cosa horrosa! ¡la pérdida de mi a l - te! le d i j e , estrechando una de las manos de la d e s -
oscuridad que á la entrada del peñasco reinaba, dije »he obligado por t í , para salvar tu vida, y que si no »ma...! ¡ Pero t u sombra, madre m i a , tu sombra me graciada , cálmate, pues, esa felicidad está m u y cer-
al misionero: « ¡ Oh, t ú , á quien el cielo acompaña y »guardas mi promesa, condenarás el almaae t u madre »echaba en cara á todas horas sus tormentos! Oia tus cana. *
»fortalece, penetra en esas sombras!» »á eternos tormentos.» »quejas, y teveia devorada por las llamas del infierno.
»Mis áridas noches creaban tan solo fantasmas, y mis «—Nunca! nunca!» dijo Atala.«—Cómo?repuse e s -
»¡Cuán débil es el hombre avasallado por las pasio- «¡Oh madre mia! ¿por qué hablaste así? ¡Oh Reli-
nes, y cuán fuerte aquel que descansa en Dios! Ad- »gion que labras á la vez mi infortunio y mi felicidad, »dias no me traían consuelo alguno; el rocío de la no- tupefacto.—«No sabes todo; ayer, durante la tempes-
vertíase mas valor en aquel corazon religioso, q u e - »que me pierdes y me consuelas! Y t ú , querido y tris- »che se sacaba al contacto de mi piel ardiente; abria atad.... me sentía próxima á violar mis votos; ÍDa á
»hundir á mi madre en las llamas del abismo; su mal-
20 BIBLIOTECA D E CASPAR Y R01G. LA ATALA. 21

»dicíon tronaba ya sobre mí; ya mentia al Dios que »de tu ignorancia; tu educación salvaje, y la falta »pues toda tu ambición se reducía á vivir en una i g - »siempre mi cabeza ha sido calva, ni mi pecho ha
»me ha salvado la vida.... Cuando besabas mis t r é - »de la necesaria instrucción te han perdido; ignora- »norada cabana con el hombre elegido por ti; y que »palpitado tan tranquilo cual hoy te parece. Fia en
»mulos labios, no sabias que besabas la muerte! »bas que un cristiano no puede disponer de su vida. »aspirabas menos á las dulzuras del matrimonio q u e á »mi experiencia. Sí constante en sus afectos, p u -
„—Cielos! gritó el padre Aubrv; ¿qué has hecho, »Consuélate, pues, querida oveja, que Dios perdo- »los encantos de esa locura que la juventud apellida »dieseel hombre alimentar incesantemente un sen-
»desgraciada?—Un crimen, replicó Atala con extra- »nará la sencillez de t u corazon. Tu madre y el i m - namor. ¡Ilusiones, quimeras, vanidad, sueños de »timíento incesantemente renovado, es indudable
»viados ojos; pero al perderme yo, salvaba á mi m a - »prudente misionero que la dirigía han sido mucho »una fantasía calenturienta ! Yo también, hija mia, »que la soledad y el amor ¡e igualarían al mismo Dios,
»dre.—Acaba! acaba! exclamé, lleno de espanto. »mas culpables que t ú , pues ambos extralimitaron »he conocido las tempestades del corazon ; que ni »porque estos son los dos eternos placeres del Ser
»—Previendomi debilidad,al dejar las cabanas, llevé »sus facultades al arrancarte un voto indiscreto; ¡sea
»conmigo... ¿Qué?pregunté con horror.—!Un veneno! »empero, con ellos la paz del Señor! Los tres presen-
dijo el misionero.—«! Ya dilacera mi seno!» contestó la »tais u n ejemplo terrible de los peligros del entusias-
hija de López con profundo abatimiento. »mo, y de la falta de luces en materias religiosas.
»Tranquilízate, hija mia; el quesondealos corazones
»La insegura mano del solitario abandonó la antor- , »te juzgará por tus puras intenciones, no por tu v i -
cha , yo caí exánime á los piés de Atala; el anciano »tuperable conducta.
nos abrazó por algunos momentos, y los tres c o n f u n -
dimos nuestros sollozos sobre aquel lecho fúnebre. »Por lo que respecta á la vida, si ha llegado el mo-
»¡Basta! ¡basta! dijo poco despues el animoso e r - »mento de dormirte en el Señor, ¡ah! !cuán poco pier-
»mitaño, encendiendo una lámpara; !no malogremos »des al perder este mundo! A pesar de la soledad en
»tan preciosos momentos ! Rechacemos cual intrépi- »que has vivido, no has ignorado lasamarguras; ¿qué
»dos cristianos los asaltos déla adversidad. Arrojémo- »pensarías si hubieses sido testigo de los males de la
»nos á los piés del Todopoderoso para implorar su »sociedad, y si al llegar á las costas de Europa, h u -
»misericordia y someternos á sus decretos r con una »biese lastimado tu oido el prolongado grito de dolor
»cuerda al cuello y cubierta la cabeza de ceniza. Aca- »que exhala esa tierra envejecida en el crimen? ¡El ha-
»so todavía es tiempo. Hija mia, hubieras debido par- »bitante de la cabana y el del palacio sufren y gimen
»ticijiarme todo anoche. »en este mundo : lloran las reinas como las mas h u -
»mildes mujeres, y la mentese asombra al considerar
» _ ¡ A h , padre mió! dijo Atala; anoche os busqué »la cantidad de lágrimas que vierten los ojos de los
»con ansia; pero el cielo en castigo de mis faltas, os »reyes!
»alejó de mí. Por otra parte, todo auxilio hubiera sido
»inútil, porque los mismos indios, tan hábiles en »¿Deplorarías la pérdida de t u amor? Esto equival-
»preparar venenos, no conocen antídoto para el que »dria, hija mia, á llorar la desaparición de un sueño.
»he tomado. ¡Juzga, oh Chactas, de mi sorpresa, »¿Conoces acaso el corazon del hombre, y puedes re-
»cuando vi que el golpe no era tan súbito como espe- aducir á número las inconstancias de su deseo? Harto
»raba. Mi amor ha duplicado mis fuerzas, mi alma rio »mas fácil te seria calcular el número de las olas que
»ha podido separarse tan pronto de tí!» »el mar desata durante una tempestad. ¡Atala! L o s s a -
»crificios y el desinterés no son lazos eternos; acaso
«Al llegaraquí, no interrumpí la narración de Ata-
»un dia hubiera llegado el tedio en pos de la sacie-
la por medio de sollozos, sino con esos arrebatos de
»dad; el pasado hubiera sido mirado con disgusto, y
que solo son capaces los salvajes. Arrástreme furioso
solo se hubieran tomado en cuenta los inconvenientes
por el suelo, retorciéndome les brazos y mordiéndo-
»de una unión pobre y despreciada. Los amores mas
me las manos. El anciano sacerdote corría del herma-
»hermosos fueron sin duda los de aquel hombre y
no á la h e r m a n a , y nos prodigaba mil socorros con
»aquella mujer que salieron de la mano del Criador,
maravillosa t e r n u r a , porque en la calma del corazon
»pues eran inocentes é inmortales, y el Paraíso h a -
y abrumado por el peso de los años, sabia hacerse
»bia sido creado para ellos. Perfectos en alma y cuer-
oír de nuestra j u v e n t u d , y su religión le proporcio-
»po, sus sentimientos se ádunaban en todo : Eva ha-
naba acentos mas tiernos aun y mas vehementes que
»bia sido creada para Adam, y Adam para Eva. Y si
á nosotros nuestra pasión. Aquel sacerdote, que d u -
ȇ pesar de esto no les fue posible mantenerse en
rante cuarenta años se inmolaba diariamente al s e r -
»aquel estado de felicidad, ¿qué esposos aspirarán á
vicio de Dios y de los hombres en aquellas agrestes
»ella? No t e hablaré de los matrimonios délos prime-
montañas, traía á la memoria los holocaustos de Israel,
oros hijos de los hombres, uniones inefables en que
humeando incesantemente en los lugares elevados en
»la hermana era la esposa del hermano, y se confun-
presencia del Señor.
»dian en un mismo corazon el amor y el cariño f r a -
.»¡Ah! en vano intentamos aplicar algún remedio á » t e r n a l , aumentando la pureza de este. las delicias de
los males de Atala. La fatiga, la amargura, el veneno »aquel. Todas estas uniones lian sido destruidas : los
y una pasión mas mortal que todos los venenos r e u - »zelos se deslizaron en el altar de césped donde se i n -
nidos, se adunaban para robar aquella delicada flor á »molaba el cabritillo, y reinaron e n la tienda de Abra-
la soledad. Al llegar la n o c h e , se manifestaron sínto- »bam y en aquellos asilos conyugales donde los p a -
mas espantosos : un entorpecimiento general paralizó »triarcas gozaban tan vivas alegrías, q u e olvidaban la
los miembros de Atala, y feus extremidades emjieza- »muerte ae sus madres.
ron á enfriarse. «Toca mis manos, me decia; ¿no te
»parecen yertas?» Yo no acertaba á responderle, y mis «¿ Te juzgarías mas inocente y feliz en t u s lazos
cabellos se erizaban de h o r r o r ; poco despues añadió: »que las santas familias deque Jesucristo quiso descen-
«Ayer me exiremecia á tu mero contacto; hoy no »der? No te hablaré de los pormenores de los cuida-
»siento ya tu mano, y apenas oigo t u voz; los objetos »dos domésticos, de las discordias, de las mútuas
»de la gruta desaparecen sucesivamente para mí. ¿No »reconvenciones, de las inquietudes, y de todas esas
»cantan los pajarillos? El sol debe hallarse próximo á »penas ocultas que velan á la cabecera del tálamo
»su ocaso. ¡Chactas, sus rayos serán hermosos en el »conyugal. La mujer renueva sus dolores siempre
1
»desierto, sobre mi tumba!» »que es madre, y se casa llorando. ¡ Cuántos males
»no supone la pérdida de un hijo á quien su madre
«Viendo que sus palabras nos hacían derramar co-
¡ »amamantaba ! Las montañas repetían largos gemi- ULTIMOS MOMENTOS DE ATALA,
piosas lágrimas, nos dijo: «Perdonadme, mis b u e -
»dos, pues nada podia consolar a Raquel porque sus
»nos amigos: soy muy débil, pero acaso me mostraré
»hijos no existían ya. Estas amarguras, inherentes á »Supremo. Empero el alma del hombre se hastía v »los hombres, en sus ensueños de felicidad, es olvi-
»mas fuerte. Y no obstante, morir tan jóven, y cuan-
»las afecciones h u m a n a s , son tan intensas , que he »nunca ama mucho tiempo el mismo objeto con la »darse de la m u e r t e , condícion- esencial de su n a t u -
»do sentía latir lleno de vida mi corazon! ¡Gefe de la
»visto en mi patria á muchas damas principales y »misma plenitud. Hay siempre algunos puntasen que »raleza: ¡es forzoso concluir! Por intensa que hubiera
»oracion! compadécete de m í , y préstame t u apoyo!
»favoritas de los reyes, abandonar la córte para se- »dos corazones no se tocan ; estos puntos c o n - »sido vuestra felicidad, tarde ó temprano tu hermoso
»¿Crees que mi madre estará satisfecha, y que Dios
»pultarse en los c l a u s t r o s , mutilando esta carne r e r »cluyen por hallarse á considerable distancia, v h a - »semblante hubiérase trocado en ese uniforme ves-
»mé perdonara lo que líe hecho?
»belde cuyos placeres son otros tantos dolores. »cen insoportable la vida.
»—¡Hija mia! respondióle él anacoreta anegado en »tigio de rostro que la mano de la destrucción im-
»lágrimas; todas tus désventrirás son el triste resultado »Dirásme acaso que estos ejemplos no te atañen, »Por último, querida hija mia/*'el gran error de p r i m e en la familia de Adam ; los mismos ojos de
»amar. - M a s , ¡cúmplase, Dios mío , tu voluntad!»
»Chactas no hubieran podido reconocerte entre tus Atóla enmudeció de nuevo, y luego anadió: « R e s -
»hermanas de sepulcro, pues el amor no extiende »tame solo pedirte perdón por los males que te he rando el vaso en que se encerraba el óleo santo: | bajo del arco del puente natural, á la entrada de los
»su imperio sobre los gusanos de la tumba ¿ Q u e »causado; mucho te h e atormentado con mi orgullo »— ¡ Padre mio!¿Este remedio restituirá la vida á Atala? Bosquecillos de la muerte. Y resolvimos también pasar
»digo, ¡oh vanidad de las vanidades! ¿que hablo »y mis caprichos. Chactas! algunos puñados de tier- »—Si, hijo mió , replicó el sacerdote, cayendo en mis la noche en oracion al lado de sus helados restos.
»delpoder de las afecciones terrenas? ¿Quieres co- »ra arrojados sobre m í , interpondrán todo un mundo »brazos; ¡le dará la vida eterna!» Atala acababadees- »Trasladamos estos al anochecer á una hendidura
»nocer su alcance? Pues bien : si un hombre volvie- »entre nosotros, y te librarán para siempre del peso pirar. de la gruta, que miraba al Norte. El ermitaño los h a -
»sé á la luz algunos años despues de su m u e r t e , es »de mis infortunios. Al llegar aquí, Chactas se vió precisado á interrum- bia envuelto en una pieza de lino de Europa, hilado
»de temer que no le acogiesen con alegría los mismos pirse por segunda vez, pues anegado en lágrimas, no por su madre: única riqueza que conservaba de su pa-
»que mas lágrimas habían consagrado á su memoria: „—¡Perdonarte! repliqué anegado en lagrimas; ¿no podía articular sino palabras entrecortadas. El ancia- tria, y que destinaba hacia mucho tiempo para su pro-
»¡tan presto se forman nuevos vínculos, tan fácilmente «soy yo la causa de todas tus desventuras?»—Ami- no saquem descubrió su pecho, y sacando de él el pia mortaja. Atala estaba tendida sobre un lecho de
»se contraen nuevos hábitos, tan natural es en el liom- »go m i ó , me dijo interrumpiéndome, tú me has crucifijo de Ataja, dijo: «¡Hé aquí la prenda de la a d - sensitivas de montaña; sus piés, su cabeza, sus h o m -
»bre la inconstancia, tan miserable es nuestra vida, »hecho sobrado feliz, y si pudiese empezar de n u e - versidad! ¡Oh R e n é , oh hijo m i ó ! ¡tú la v e s , mas bros y parte de su pecho estaban descubiertos. Veíase
»aun en el corazon de nuestros amigos! »vo mi vida, preferiría la dicha de haberte amado al- yo no la veo y a ! Dime : ¿lia padecido alguna altera- entre sus cabellos una flor marcliita de magnolia: ¡ la
»gunos instantes en u n triste destierro, á una exis- ción despues de tantos años? ¿ No descubres en ella misma que yo habia colocado en su lecho, para hacer-
»Da, pues, gracias á la bondad divina porque te »tencia entera de descanso en mi patria.» los surcos de mis lágrimas? ¿Podrías reconocer el si- la fecunda! Sus labios parecían sonreír y palidecer c o -
»saca tan "pronto de este valle de miserias. Preparanse tio á que una santa aplicó sus labios? ¿ Por qué no mo un capullo de rosa cogido despues dedos mañanas,
»Aquí se extinguió el acento de Atala, y las sombras
»ya para tí en las nubes la blanca túnica y la h a l l a n t e es hoy cristiano Chactas ? ¿ Qué frivolas razones de y en sus mejillas, de blancura deslumbradora, se dis-
de la muerte se esparcieron sobre sus ojos y sus labios;
»corona de las vírgenes; oigo ya á la Rema de los política y de patria le han mantenido hasta el dia en tinguían algunas venas azules. Sus hermosos ojos
sus manos intentaban maquinalmente asir algún ob-
' »ángeles , que te dice: « Ven, digna sierra m í a ; ven, los errores de sus padres? No, no quiero retrasar mas estaban cerrados, sus piés medio descubiertos, sus
jeto , v conversaba en voz baja con los espíritus in-
»mi paloma, á sentarte sobre un trono de candor, mi conversión. La tierra me grita : «Pronto bajarás á manos alabastrinas estrechaban u n crucifijo de ébano,
visibles. Poco despues hizo un vano esfuerzo para
»entre todas estas doncellas que han sacrificado su »la tumba; ¿qué aguardas, pues, para abrazar una re- y el escapulario de sus votos pendia de su cuello. Pa-
desprender de su cuello el crucifijo, y 110 pudiendo
»hermosura y su juventud al servicio de la h u m a - »ligíon divina.. ?»¡Oh tierra! no m e esperarás mucho recía encantada por el ángel de la melancolía, y por el
verificarlo, me pidió lo tomase yo, diciéndome:
.»nidad, la educación déla infancia y las sublimes obras t i e m p o ; no bien un sacerdote haya rejuvenecido en doble sueño déla inocencia y del sepulcro: no he vis-
»de la penitencia. V e n , rosa mística, a florecer en el »Cuando te hablé la primera vez, ^visle brillar en las santas aguas esta cabeza encanecida por las a m a r - to cosa mas celestial. El que hubiese ignorado que
»seno de Jesucristo. El ataúd , lecho nupcial que te »mi seno esta cruz al resplandor d é l a hoguera: ¡Atala guras , podré esperar reunirme á Atala... Pero d e - aquella jóven habia gozado de la luz, hubiérala creído
»ha« elegido . no será manchado por la infidelidad, »110 posee otras riquezas! Lopez, tu padre y nno, la mos fin á mi historia. la estátua de la virginidad dormida.
»y 110 habrán fin los abrazos de tu celestial E s - »envió á mi madre pocos diasantes de mi nacimiento.
»Recibe, pues, esta herencia , hermano rnio , con- »El religioso pasó toda la noche en oracion, y yo la
»sérvala cu memoria de mis infortunios , y recurre vi transcurrir sentado á la cabecera del lecho mortuorio
' »A h manera que el úlLimo destello del dia aplaca »siempre en los tuyos á este Dios da los desvalidos. d é l a malograda Atala. ¡Cuántas veces, durante su
los vientos v esparce la calma por el cielo , las t r a n - »¡ Chactas! debo dirigirte -mi último ruego. Nuestra sueño, habia sostenido en mis rodillas aquella encan-
LOS FUNERALES.
quilas palabras del anciano acallaron las pasiones en »union hubiera sido de breve duración en la tierra; tadora cabeza! ¡Cuántas me habia reclinado sobre ella
,'l seno de Atala, que desde entonces se mostro úni- »pero despues de esta viua hay otra mas larga. ¡ Cuan para oir y respirar su aliento! Ora empero, ningún
camente ocupada de mi dolor y de los medios de ha- »horrorosome seria separarme de tí para siempre! Me rumor salía de aquel senoinmóvil, v e n vano esperaba
cerme menos amarga su pérdida. Unas veces me »anticipo á t í , para esperarte en el cielo. Si me lias »"No es mi intento, oh René, pintarte hoy la deses-
peración que se apoderó de mi alma al exhalar Atala su que la hermosura despertase.
decía que moriría dichosa si le prometía enjugar mis »amado, hazte instruir en la religion cristiana , que
lá "rimas ; otras me hablaba de mi madre y de r.ii »preparará nuestra segunda union. Esta religion ope- último suspiro. Necesario seria mas calor del que me »La luna vino á prestar su pálida antorcha á aquella
palrin, esforzándose en distraerme del dolor presente, »ra á tus ojos un gran milagro, pues me hace capaz resta; preciso seria que mis cerrados ojos pudiesen velada fúnebre: levantóseá media noche como unablan-
despertando en mí la imagen de un dolor pasado, y »de separarme de ti sin morir en los horrores de la abrirse de nuevo al sol, para pedirle cuenta de las lá- ca vestal que acudeállorar sobre el féretro de unacom-
exhortándome á la paciencia y á la virtud. «No siem- »desesperación. Sin embargo, Chactas, solóte pulo grimas que á su luz derramaron. ¡Si! esa luna que ora pañera querida, y poco despues derramó por los bos-
»pre serás desgraciado, me decia; si el cielo te somc- »una simple promesa, pues sé harto bien lo que cues- brilla sobre, nuestras cabezas, se cansará de alumbrar ques ese gran secreto de melancolía que se complace
»te bey á rudo crisol, es tan solo para hacerte mas »ta un j u r a m e n t o , para exigírtelo. Ese juramento te las soledades de Kenluchy; s i ! el rio que ora impele en comunicar á las decrépitas glicinas y á las a n t i -
»sensible á las desventuras ajenas. El corazon liuma- »separaría acaso de alguna mujer mas feliz que yo... nuestras piraguas suspenderá su corriente, primero guas costas de los mares. De tiempo en tiempo, el padre
»no se asemeja á esos árboles que no brindan su bal- »¡ Olí madre m i a ! perdona á t u hija! Oh, Virgen Ma- que mis lágrimas cesen de correr por Atala. Durante Aubry sumergía una rama en flor en agua consagra-
»sarno á las heridas de los hombres, sino cuando han »ria! ¡Suspende el golpe de t u enojo! Torno á sucum- dos días enteros me mostré insensible á los razona- da; y sacudiéndola luego, perfumábala noche con los
»sido á su vez heridos por el hierro.» mientos del ermitaño, quien, deseando aplacar mis aromas del cielo. Algunas veces repetía sobre un aire
,,bir á m i s debilidades, y te robo, ¡oh Dios mío! unos penas, no se valia de las fútiles razones de la tierra, y antiguo algunos versos de un antiguo poeta, llamado
»Dichas estas palabras, volvió^ hácia el misionero »pensamientos que debieran pertenecerte exclusiva- se limitaba á decirme : »Hijo mió; ¡tal es la voluntad Job, y decia:
buscando en él los consuelos que me había hecho ex- ámente ! » »de Dios!» y me estrechaba en sus brazos. Nunca hu- »He pasado como una flor; me lie secado como la
' periinentar; v alternativamente consoladora y c o n - biera creído que se encerrasen tantos consuelos en es-
»Traspasado de dolor prometí a Atala abrazar un »yerba de los campos.
solada , daba y recibía la palabra de vida sobre el l e - tas pocas palabras del cristiano resignado, si no lo hu-
cho de la muerte. . „ dia la religion cristiana. A este espectáculo, el so- »¿Por qué ha sido concedida la luz al miserable, y
biese experimentado en mí mismo.
»En tanto, el ermitaño redoblaba su celo, s u s litario se levantó con rostro inspirado, y extendien- »la vida á los que gimen en la amargura del corazon?»
quebrantados huesos se habían reanimado al soplo de do sus brazos á la bóveda de la gruta, exclamó: «Ya »La ternura, la unción, y la inalterable paciencia »Así cantr.ba el anciano. Su voz grave y un tanto
la caridad, y preparando siempre remedios, avivando »es tiempo de llamar á Dios a q u í ! » del antiguo siervo de Dios, vencieron al fin la obsti- cadenciosa, rodaba y se perdía en el silencio de los de-
el fuego v renovando los céspedes del lecho para re- »Al oír estas palabras, u n a fuerza sobrenatural me nación de mi dolor, y me avergoncé de las lágrimas siertos, mientras todos los ecos, todos los torrentes y
frescarlo^ pronunciaba discursos admirables sobre obligó á caer de rodillas, é incliné mi cabeza á los piés que le hacia derramar. « ¡Basta ya, padre mió! le dije; todos los bosques repetían el nombre de Dios y de lá
Dios y la felicidad de los justos. Armado con la an- del lecho de Atala. El sacerdote abrió u n lugar s e - 110 turben las indómitas pasiones juveniles la paz tumba. Los arrullos de la paloma de Virginia, la caida
torcha de la Religión , parecía preceder á Atala en creto , en que guardaba una urna de o r o , cubierta de tus cansados dias. Permíteme llevar conmigo los de un torrente en la montaña, y el sonido de la c a m -
el sepulcro para mostrarle sus secretas maravillas. La con velo de s e d a , y prosternándose, oró profunda- restos mortales de mi esposa, para que les dé sepultu : pana que llamaba á los viajeros, se confundían con los
humilde gruta estaba henchida de la grandeza de mente. La gruta me pareció sublimente. iluminada; r a en algún ignorado lugar del desierto; y si estoy cantos fúnebres, y se creia oir en los Bosquecillos de
aquella muerte cristiana, y los espíritus celestiales oyéronse en los aires las palabras de los ángeles y la condenado á vivir ¿ procuraré hacerme digno de esas la muerte el coro lejano de los finados, que respondía
asistían sin d u d a á aquella escena en que la Religión vibración de las arpas celestiales; y al salir del taber- bodas eternas que me han sido prometidas por Atala.» á la voz del solitario.
luchaba sola contra el amor, la juventud y la muerte. náculo el vaso sagrado, c r á ver al mismo Dios sa- »A este inesperado triunfo de! valor y la conformi- »En tanto se formó una faja de oro en el Oriente. Los
liendo del seno de la montaña. dad , el buen viejo seextremecióde alegría, y exclamó: gavilanes chillaban en la punta ríelos peñascos, y las
»Triunfaba, p u e s , esa religión divina, y su victo- »¡Olí, sangre de Jesucristo, sangre de mi divino Maes- martas volvían á las hendiduras del (ronco de los ol-
ria se mostraba en la santa tristeza que sucedió en »El sacerdote abrió el cáliz, y tomando entre sus
»tro, reconozco tus méritos! Tú salvarás sin d u d ^ á e s - mos : esto era la señal del convoy fúnebre de Atala:
nuestros corazones á los primeros arrebatos dé un dedos una hostia blanca como la nieve, se acercó, pro- »te jóven. ¡Dios mió! acaba tu obra; devuelve la paz á cargué^ pues, en hombros sus restos, y precedido del
amor sin esperanza. A media noche, Atala se reanimó nunciando palabras misteriosas, á Atala, que tenia sus »esta alma agitada, y no le dejes de sus infortunios, ermitaño que se apoyaba en su báculo", empezamos á
un tanto para repetir las oraciones que el religioso le ojos lijos en el cielo, en santo éxtasis. Calmáronse al »sino humildes y provechosos recuerdos!» bajar lentamente de peñasco en peñasco, pues la muer-
dictaba. Poco despues me alargó la mano, y me dijo parecer todos sus dolores, y toda su vida se r e c o n c e n - te y la ancianidad acortaban nuestros pasos. Al ver el
con voz casi imperceptible : « ¿ R e c u e r d a s , lujo tró en sus labios, qüe se entreabrieron y acercaron res- »El justo se negó á abandonarme los despojos de la
hija de López, pero me propuso hacer venir á todos perro que nos habia hallado en el bosque, y que ora
»de Utalisi, aquella primera noche en que me tomas- petuosos al Dios oculto en aquel pan místico. Luego, dando saltos de alegría, nos trazaba tan opuesto c a -
»te por la virgen de los últimos amores? ¡ Presagio el santo anciano humedeció un poco de algodón en un sus neófitos y enterrarla con toda la pompa cristiana;
á lo cual me negué á mi vez, diciéndole: «Las desgra- mino, mi corazon se desgarraba. Y acontecía que la
»singular de nuestro destino!...» Detúvose , un m o - aceite consagrado, con el cual frotó las sienes de la larga cabellera de Atala, juguete de las brisas matina-
m e n t o , y prosiguió: «Cuando reflexiono que te moribunda Atala; y despues de mirarla un momento, »cias y las virtudes de Atala han sido desconocidas de
»los hombres; quiero, pues,[que su tumba, abierta fur- les, extendía sobre mis ojos su velo de oró; otras ve-
»abandono para siempre, mi corazon hace un esfuer- pronunció súbitamente en alta voz estas palabras: ces, cediendo al peso veíame precisado á colocarlo so-
»zo tan poderoso para revivir, que casi me siento »¡Parte, alma cristiana, á reunirteá tu Criador!» «Le- »tivamente por nuestras manos, participe de esta oscu-
»ridad.» Convenimos, por lo tanto, en que al amanecer bre el musgo y sentarme á su lado, para restaurar mis
»dotada del poder de hacerme inmortal á fuerza de vantando entonces mi humillada cabeza, exclamé, mi- flacas fuerzas. Llegamos por último al lugar prefijado
del siguiente dia partiríamos para enterrar á Atala de-
L-A A T 'I L A . 2 5

»seis en mi compañía; mas tu suerte ha cambiado, y i profunda para que m e negase á obedecerle. Al día
por mi dolor, y bajamos al íiié del arco del puente. inanimada belleza á su lecho de tierra. ¡ A h ! ¡Cuán »te debes á tu patria. Créeme, hijo mío: los dolores no siguiente me separé de mi respetable huésped , que
¡ O h , hijo mió! ¡Preciso hubiera sido ver á un jóven diferente era el que yo me había prometido preparar- »son eternos, y es preciso que concluyan mas tarde estrechándome sobre su corazon, me dió sus últimos
salVajc y á un viejo ermitaño^uno en frente del otro, le! Tomando entonces u n puñado de polvo en mi ma- »ó mas temprano, puesto que el corazon humano no consejos, su última bendición y sus últimas lágrimas.
de rodillas en un desierto, abriendo una sepultura pa- no, v guardando un silencio espantoso, fijé por la pos- »es ilimitado, y en esto mismo echarás de ver una de Pasé á la sepultura, y me sorprendí al hallar en ella
trera vez mis ojos en el ya desfigurado semblante de »nuestras mayores miserias: ni aun somos capaces de una cruz que se alzaba sobre la m u e r t e , como se ve
ra u n a doncella prematuramente robada á la vida, y
Atala. Esparcí luego la tierra del sueño sobre aquella »ser desgraciados mucho tiempo. Vuelve á las brillas descollar sobre las olas el mástil de un bajel despues
cuyo cadáver yacía no lejos, en el seco cauce de un trente de diez y ocho primaveras, y vi desaparecer »del Meschacebé, y ve á consolar á tu madre que te de un naufragio. Conocí que el solitario habia ido á
torrente! gradualmente las facciones de mi hermana y ocultarse »llora todos los días y há menester tu apoyo. Hazte orar á la t u m b a , durante la n o c h e : señal de amistad
»Terminada nuestra triste faena, trasladamos la »instruir en la religión de t u Atala, cuando halles una y de religión que excitó en mí la mas tierna gratitud,
»ocasion oportuna, y no olvides que le prometiste y sentí la tentación de abrir la fosa y contemplar otra
»ser virtuoso y cristiano. Yo custodiaré aquí su tum- vez á mi amada; pero me retuvo cierto religioso t e -
»ba. Parte, hijo mió, que Dios, el alma de tu herma- mor, y me contenté con sentarme sobre la recien r e -
»na y el corazon de tu anciano amigo, te seguirán á movida tierra. Apoyando un codo en mis rodillas, y
»tQdas partes.» la cabeza en mi mano, quedé 'abismado en la mas
«Estas fueron las palabras del hombre del peñasco: amarga abstracción. ¡Oh René! Allí me entregué por
su autoridad era g r a n d e , y su sabiduría demasiado primera vez á serias reflexiones acerca de la vanidad

CHACTAS VUELVE A HALLAR LA SEPULTURA DE A T A L A .

de nuestra existencia, y la vanidad, mavor a u n , de pultura , punto de partida desde donde me proponía
nuestros proyectos. ¿Quién no ha hecho estas reflexio- entrar en la carrera de la virtud. Invoqué tres veces el
nes? Yo soy un ciervo encanecido por los inviernos, y alma de Atala, y tres veces respondió el genio del de-
mis años compiten con los de la c o r n e j a ; pues bien: sierto á m ; s g r i t o s , bajo el arco sepulcral. Saludé lue-
á pesar de tantos días, acumulados sobre mi cabeza; go el Oriente, y descubrí á lo lejos en los fragosos sen-
a pesar de tan larga experiencia de la vida, no he ha- deros de la montaña al ermitaño, que se dirigía á las
llado un solo hombre que no se hava visto engañado cabanas de otros desgraciados. Cayendo de rodillas,
en sus dorados ensueños de felicidad, ni un solo co- y abrazando estrechamente la tierra que sostenía la
razon no dilacerado por alguna oculta herida. El cora- modesta c r u z , exclamé con voz ahogada por los s o -
zon mas tranquilo en apariencia, se asemeja al pozo llozos: «¡Duerme en paz en estraña tierra, mujer des-
natural de la sábana Alachua, cuya superficie brilla venturada! ¡Vas á verte abandonada hasta del mismo
LOS FUNERALES. pura y serena; pero al fijar la vista en el fondo, d e s - Chactas, en premio de tu a m o r , de t u destierro y de
cubre un enorme cocodrilo, que emponzoña las falaces tu muerte! Entonces, derramando torrentes de lágri-
aguas. mas , me alejé de la hija de López, y logré arrancar-
"Habiendo visto al sol levantarse .y ponerse sobre me á aquellos lugares, dejando al pié del monumento
sus gracias detrás de la cortina de la eternidad ; mas »Volvimos-á la g r u t a , y di paite al misionero del aquel lugar de dolor, al día siguiente, al primer grito de la naturaleza, otro mas augusto : la humilde s e -
su pecho se dejó ver durante algún tiempo sobre el proyecto que había formado de establecerme á su lado; de la cigüena, me preparé á abandonar la sagrada s e - pultura de la virtud.»
suelo negruzco, cual una blanca azucena 'descuella so- pero el santo, que conocia á fondo el corazon h u m a -
bre una arcilla oscura. «¡López!» exclamé entonces; n o , adivinó mi pensamiento y el ardid de mi dolor,
¡hé aquí á tu hijo enterrando á tu hija!» Y acabé de y me dijo : «Chactas, hijo de ütalisi, mientras Atala
cubrir á Atala con la tierra del reposo. »lia vivido, yo mismo te he pedido que permanecie-
LA ATkJ-A. 27
midad de su arco. Conocí que Se ocultaban muchas »hablar de Chacas, el natche.» Al oir estas palabras,
lágrimas en el fondo de aquella historia, y enmudecí. la india me miró y me d i j o : «¿Quién te ha hablado
La mujer tomó s u hijo de las ramas del arce, y lo en- »de Chactas, el natche?—La sabiduría, le repliqué.»
tregó á § u esposo. Entonces dije : «¿Quereis p e r m i - »La india prosiguió: Voy á decirte lo que sé, porque
»tirme que encienda vuestra hoguera esta noche?—No »lias auyentado las moscas del cuerpo de mi hijo, y por-
»tenemos cabaña, replicó el guerrero con sordo acento; »que acabasde decir hermosas palabras acerca del Gran
»si quereis seguirnos, acamparemos al borde de la »Espíritu. Yo soy la hija de la hija de R e n é , el e u r o -
»catarata.—Soy gustoso, repuse;» y partimos juntos. »peo adoptado por Chactas. Este, que habia recibido el
Poco tardamos en llegar al borde de la catarata, que »bautismo, y mi desgraciado abuelo René perecieron
se anunciaba en sus espantosos mugidos: está forma- »en la matanza.—El hombrecaminaincesantementede
da por el rio Niagara, que sale del lago Erié y desem- »doloren dolor, respondí inclinándome. ¿Y podriasdar-
boca en el lago Ontario, siendo su altura perpendi- »me también nuevas del padre Aubry?—No fue mas

EPILOGO. cular de ciento cuarenta y cuatro piés. Como desde el »dichosoque Chactas, dijo la india, pues los queroque-
lago Erié hasta el salto, corre el Niagara por una rápi- »ses, enemigos de los franceses, penetraron en su Mi-
da pendiente, en el momento de la caida es menos un I »sion, atraídos por la campana que llamaba en auxilio
rio que un mar, cuyos tronadores torrentes se empu- »de los viajeros. El padre Aubry hubiera podido sal-
jan y chocan á la entreabierta boca de un abismo. La ovarse , pero no quiso abandonar sus hijos, y perma-
catarata se divide en dos brazos, y se encorva á m a - »neció entre ellos para animarles á ia muerte con su
nera de herradura. Entre estos brazos se adelanta una »ejemplo. F u e pues quemado en medio de terribles
isla, que socavada por sus cimientos, parece suspen- »tormentos, sin que se pudiese arrancarle un solo
dida, con todos sus árboles sobre el caos de las ondas. »grito ofensivo á su Dios ó á su patria, pues durante
La masa de rio que se precipita hácia el Mediodía, se »el suplicio no cesó de orar por sus verdugos, y de
redondea á manera de un inmenso cilindro, y des— I »compadecerse de las víctimas. Deseando arrancarle
plegándose luego como una cortina de nieve, r e s - »una muestra de debilidad, los queroqueses trajeron
C H A C T A S , hijo de lllalisi el n a t c h e , narró esla h i s -
Al efecto, desnudó al recien nacido, y respirando a l - plandece al sol con todos los colores, mientras la »á sus piés un salvaje cristiano, á quien habían rau-
toria el europeo René. Los padres la han contado á gunos instantes sobre su boca, le dijo : «Alma de mi
que se despeña hácia Oriente, baja en medio de »tilado horriblemente. Pero su sorpresa fue grande,
sus lujos, y yo viajero en lejanas regiones, he r e f e - hijo, alma encantadora; tu padre te creó en otro tiem-
una sombra espantosa, á semejanza de una colum- »cuando vieron que aquel jóven se arrodillaba y b e -
rido fielmente lo que mo han contado los indios. En po en mis labios con un beso; ¡ay! los mios no tienen
na del diluvio. Mil arcos iris se encorvan y cruzan usaba las heridas del anciano ermitaño, que le g r i t a -
esta narración he visto el cuadro del pueblo cazador el poder de darte un segundo nacimiento.» Es'odicho,
sobre el pavoroso abismo. Las aguas, al azotar los »ba : ¡ Hijo m í o ! hemos sido ofrecidos en espectáculo
y del pueblo labrador; la Religión, primer» legislado- descubrió su seno y abrazó los helados despojos del
estremecidos peñascos, saltan en espesos torbellinos de »á los ángeles y á los hombres. Furiosos los indios, le
ra de los hombres; los peligros de la ignorancia y del nino, q u e s i n duda se hubieran reanimado al calor del
espuma, q u e se levantan sobre los bosques cual los »introdujeron un hierro hecho ascua en la garganta
entusiasmo religioso, tan opuestos á las luces, á la corazon maternal, si Dios no se hubiese reservado el
remolinos de humo de un vasto incendio. Los pinos, »paraevitar que hablase; y no pudiendo consolar mas
candad y al verdadero espíritu del Evangelio; los soplo que infunde la vida.
los nogales silvestres y las rccas cortadas á manera de »á los hombres, espiró.
combates de las pasiones y la virtud en un corazon
Levantóse, y buscó con la vista un árbol en cuyas tantasmas, decoran aquella escena sorprendente; las
sencillo; y por último, el triunfo del Cristianismo so-
águilas, arrastradas por la corriente de aire, bajan »Dícese que los queroqueses, aunque tan acoslum-
bre el sentimiento mas vehemente, y el temor mas remas pudiese colocar al difunto niño. Al fin, escogió
un a r c e , de flores encarnadas, festonado con guirnal- revoloteando al fondo del a n t r o , y los carcajús se »brados á ver sufrir con constancia á los salvajes, no
terrible: el amor y la muerte.
das de apios, y que esparcía los mas suaves p e r - suspenden por sus flexibles colas de la extremidad de »pudieron dejar de confesar que en el humilde valor
Cuando un siminol me refirió esta historia, me p a - fumes. Bajó con una mano las ramas inferiores, y con una r a m a , para coger en el abismo los mutilados c a - »del padre Aubry habia algo que les era desconocido,
reció muy instructiva y hermosa, porque colocó en a otra colocó el niño; y soltando la r a m a , 'Ssta r e c o - dáveres de los alces y osos. »y que sobrepujaba todo el arrojo de la tierra. Asom-
ella la flor del desierto, los encantos de la cabana, y bró su posicion natural, llevando los despojos de la »brados muchos de ellos de tal m u e r t e , se hicieron
una sencillez en la expresión del dolor, que no me li- inocencia ocultos en su embalsamado follaje. ¡Oh! Mientras contemplaba aquel soberbio espectáculo »cristianos.
sonjeo haber conservado. Restábame averiguar u n ¡Cuan tierna es esta costumbre' india! Yo os he visto con un placer mezclado de terror, la india y su esposo »Algunos años despues, Chactas, á su regreso del
hecho. Pregunté cuál habia sido el paradero del padre en vuestros devastados campos, fastuosos m o n u m e n - se alejaron de mí. Busquéles, subiendo el r i o , antes »país de los blancos, noticioso de las desgracias del
Aubry, mas como nadie acertó á decírmelo, hubiéralo tos de los Crasos y los Césares; pero prefiero á voso- de despenarse, y les hallé á poeo en un lugar adecua- »gefe de la oracion, partió en busca de sus cenizas
quizá ignorado eternamente si la Providencia, que tros esos sepulcros aéreos de los salvajes, esos m a u - do a su quebranto. Estaban tendidos sobre la yerba, »y de las de Atala. Llegó ai lugar de la Misión, pero
dirige todo, no me hubiese descubierto lo que deseaba soleos de flores y de verdor, perfumados por la abeja, en compañía de unos ancianos á cuvo lado vi unas »apenas pudo reconocerlo, porque el lago se habia
saber. Hé aquí por qué medios: mecidos por el céfiro, y en los que el ruiseñor cons- osamentas humanas envueltas en pieles de fieras. Ató- »desbordado, la sábana se habia trocado en un panta-
Había recorrido las orillas del Meschacebé, que for- truye su nido y hace oir sus quejumbrosas melodías. nito ante lo que veia hacia ya algunas horas, sentóme »no, y el puente n a t u r a l , al venir á tierra, habia s e -
maban en otro tiempo el límite "meridional de la Nueva- Si la mano de un amante ha colocado los restos de una cerca de la jóven madre y le dije : «¿Qué significa »pultado debajo de sus escombros el sepulcro de Atala
Francia, y anhelaba ver al Norte la otra maravilla de doncella en el árbol de la m u e r t e ; si una madre ha »todo esto, hermana mia?» La india me respondió: »y los Bosquecillos de la muerte. Chactas vagó m u -
este territorio: la catarata del Niagara, á cuvas i n m e - depositado los despojos de un hijo querido en la m o - «Hermano m í o , esta es la tierra de la patria, y estas »cho tiempo por aquel lugar; visitó la gruta del
diaciones habia llegado en el antiguo país íle los Iro- rada de los pajarillos, el encanto se acrecienta. Acer- »son las cenizas de nuestros antepasados que nos siguen »solitario, que halló obstruida por las malezas y los
queses, cuando al atravesar una mañana una llanura queme a aquella mujer que lloraba al pié del arce, é »á nuestro d e s t i e r r o . - ¿ Y c ó m p h a b e i s sido reducidos, »frambuesos, y en la cual una cierva alimentaba su
vi a una mujer sentada debajo de un árbol, teniendo imponiéndole las manos en la cabeza, exhalé los tres »replique, a tanto infortunio?» La hija de Celuta r e s - »cervatillo. Sentóse en el peñasco de la Vigilia de la
un nino muerto en.sus rodillas. Acerquéme lentamen- gritos de dolor. Luego, sin hablarle, v tomando como pondió : « Somos los restos de los natchez, porque, »muerte, en el que solo vió algunas plumas despren-
te a la jóven madre, y le oí decir estas palabras: ella un ramo, ahuyenté los insectos qiie zumbaban en »despues de la matanza que los franceses hicieron en »didas de las alas de las aves de paso. Mientras se en-
»nuestra nación, para vengar á sus hermanos, los que »tregaba al llanto, la serpiente doméstica del misione-
«Si te hubieras quedado entre nosotros, mi queri- torno del niño, evitando asustar á una paloma vecina, »de los nuestros lograron sustraerse á la saña del vence- uro salió de los vecinos matorrales, y fue á enroscarse
d o hijo, ¡con cuánta gracia hubiera tu mano mane- a la cual decia la i n d i a : «¡Paloma! Si no eres el alma » d o r , hallaron hospitalidad en los Chikasas, nuestros »a sus piés. Chactas abrigd en sü seno aquel fiel
j a d o el arco! T a brazo hubiera domado al oso e n f u - »de mi hijo, que ha emprendido su vuelo, eres sin »vecinos. Entre ellos hemos permanecido tranquilos »amigo, único morador de las ruinas, y coi;tó que
r e c i d o , en la cumbre de la montaña, y t u s pasos »duda una madre que busca alguna cosa para hacer »largo tiempo; pero lia siete lunas que los blancos déla »muchas veces, á la proximidad de la noche, habia
»hubieran desafiado al corzo en su carrera. Blanco ar- »un nido. Toma estos cabellos, que ya no lavaré en » Virginiase han apoderadode nuestras tierras, diciendo »creído ver levantarse en los vapores del crepúsculo
»mino del peñasco, ¿por qué te marchaste tan jóven »agua de raiz de china; tómalos para acostar á tus «quejes han sido otorgadas por un rey de Europa. He- »las sombras de Atala y del padre Aubry : visiones
»al país de las almas? ¿Qué harás para resucitar? Tu »pequenuelos, y ¡ojalá te los conserve el Gran Espí- »mos levantado los ojos al cielo, y cargandocon losres- »que le llenaban de un religioso terror y de una m e -
»padre no está aquí para alimentarte con la caza; ten- »ntu!» »tosde nuestros mayores, hemos emprendido nuestro »lancólica alegría.
»ilras frío, y ningún espítu te dará pides para abri- »camino a través del desierto. Yo he parido durante
»garte. ¡Oh! Es preciso que me apresure á reunirme No obstante, la pobre madre lloraba de alegría vien-
»la m a r c h a ; y como mi leche era mala, á causa del »Despues de haber buscado en vano el sepulcro de
»á t i , para cantarte canciones v presentarte mí do las atenciones del extranjero. Mientras hacíamos »dolor, ha causado la muerte á mi hijo.» Esto dicho
»seno.» r esto, se acercó un jóven y le dijo : «Hija de Celuta, »su hermana y el del solitario, se disponía á abando-
»retira a nuestro hijo, pues nos es forzoso partir al »nar aquellos lugares, cuando la cierva de la gruía se
Y la jóven madre cantaba con voz trémula, mecia »brillar el primer sol.» Yo dije entonces : «Hermano,
Uo J ré V ten!bfeií e e " j U 8 Ó S U S ° j o s c o n ^ c a b e l l o s , y yó «puso a dar saltos delante de é l , y se detuvo al pié de
al nino sobre sus rodillas, humedecía sus labios con »te deseo un cielo azul, muchos corzos, un manto »la cruz de la Misión, rodeada á la sazón de agua has-
la leche maternal, y prodigaba á la muerte todos los »de castor, y la esperanza. ¿No eres de este desier- Pocodespues le dije : «Hermana mia, adoremos al »ta la mitad; su madera estaba destruida por el m u s -
desvelos que se conceden á l a vida. »to/— No, repuso el j ó v e n ; somos unos desterrados, feran Espíritu , pues todo acontece por disposición »go, y el pelicano del desierto se complacía en posarse
Aquella mujer intentaba 4 hacer secar "el cadáver de »que vamos en busca de una patria.» Así hablando, el suya. Todos somos viaje/os, y nuestros padres lo lian »sobre sus carcomidas brazos. Chactas crevó que la
su hijo en las ramas de un árbol, según la costumbre guerrero inclinó la cabeza sobre el p e c h o , y cortaba »cierva reconocida le habia conducido al sepulcro de
india, para llevarlo luego al sepulcro de sus padres. como distraído, las corolas de las flores con la e x t r e - l o t m n ^ Q " ' 0 ' í , e r ü lia - v 1,11 l l l 2 a r e n Alíele descan-
saremo . Si no temiese tener la lengua tan fácil co- »su antiguo huésped, y escavando los cimientos del
» m o l a de un blanco, te preguntaría si habías oido »penasco que en otro tiempo servia de altar, encontró
»ros restos de un hombre y de una mujer. No dudó
(ie mí. Los guerreros jóvenes abrían la marcha, y las
»fuesen los del sacerdote y la virgen, tal vez enterra-
esposas la cerraban; los primeros iban cargados"con
»dos por los ángeles en aquellos lugares, y envolvién-
»dolos en pieles de oso, volvió á tomar el camino de
as santas reliquias de sus ascendientes, las segundas BIBLIOTECA ILUSTRADA DE GASPAR Y ROIG.
levaban sus tiernos hijos, y los ancianos caminaban
»su patria, llevando consigo los preciosos restos, que
lentameme en medio, colocados entre sus abuelos v
»resonaban sobre su espalda como el carcaj de la
su posteridad, entre los recuerdos y la esperanza, en-
»muerte. Al llegar la noche, peníalos bajo su cabeza,
tre la patria perdida y la que se prometían hallar. ¡Oh!
»y se veía rodeado de gratos ensueños de amor v de
¡Cuantas l a g n m a s s e derraman cuando se abandona de
. »virtud. ¡Extranjero! Aquí puedes contemplar este
esta manera !a tierra n a t a l , y cuando desde lo alto de
»polvo, con el del nnsmo Chactas.»
la colina del destierro se descubren por última vez el
Cuando la india hubo pronunciado estas palabras, techo á cuya sombra nacimos, y el rio de la cabana,
me levante, y acercándome á aquellas sagradas c e n i -
zas, me arrodillé en silencio ante ellas. Luego, a l e -
jándome con acelerados pasos, exclamé: «¡Así pasa
»en a tierra todo lo bueno, vírtuosoy sensible! ¡Hom-
»bre! No eres otra cosa que un rápido sueño, una do-
que continua deslizándose tristemente á través de los
yermos campos de la patria!
¡Indios sin ventura, á quienes he visto vagar por
los desiertos del Nuevo-Mundo, cargados con las c e -
nizas de vuestros padres; vosotros ine habéis conce-
EL RENE,
»lorosa fantasía; no existes sino para el mal; no t i e -
»nes otro valor que el de la tristeza de tu alma, y la dido hospitalidad á pesar de vuestra miseria. Yo no
puedo devolvérosla hoy, porque vago también á mer-
»eterna amargura de tus pensamientos!»
ced del capricho de los hombres; pero menos feliz P O R E L V I Z C O N D E DE C H A T E A U B R I A N D
Estas reflexiones me ocuparon toda la noche, y al (pie vosotros en mi destierro, no llevo conmigo los
amanecer del día siguiente mis huéspedes se alejaron 1 huesos de mis padres!
' T R A D Ì CINO

POR DON MANUEL M. FLAMANT.

FIN DE LA ATALA

MADRID.
IMPRENTA DE GASPAR Y ROIG, EDITORES,
calle del Principe mím. 4.
1854.
EL RENÉ.

AL llegar al país de los Natchez, R e n é se había visto y dándole el brazo, le condujo á la sombra de un sa-
precisado á elegir esposa, para conformarse con las safrás, áorillas del Meschacebé; el padre Souél no tar-
costumbres indias; pero no vivía á su lado, pues una dó en acudir á la cita. Despuntábala aurora, y á escasa
oculta propensión á la melancolía le arrastraba á lo distancia se dejaban ver en la llanura la ciudad de los
mas intrincado de los bosques, donde pasaba solo dias Natchez, con su bosquecillo de moreras y sus cabanas
enteros, pareciendo salvaje á los salvajes mismos. A ex- que se asemejaban á unas colmenas. La colonia f r a n -
cepción de Chactas y del padre Souél, misionero en el cesa y el fuerte de Rosalía se mostraban á la derecha,
fuerte de Rosalía, había renunciado al trato de los sobre la margen del rio. Las tiendas de campaña, las
hombres. Estos dos ancianos ejercían mucho ascen- casas á medio construir, las fortalezas empezadas, los
diente sobre su corazon: el primero por su amable in- desmontes cubiertos de negros, y los grupos de blan-
dulgencia, y el segundo por su extremada severidad. cos é indios, presentaban en aquel reducido cuadro
Desde la eaza del castor, en la que el ciego saquem el contraste de las costumbres sociales y salvajes.
había contado sus aventuras á René 1 , este se negara A Oriente, y en el fondo de la perspectiva, el sol em-
constantemente á referir las suyas. No obstante, Chac- pezaba á levantarse sobre las desiguales cimas de los
tas y el misionero deseaban con vehemencia conocer Apalaches, que se destacaban á manera de inmensos
el infortunio que habia obligado á un europeo jóven y caracteres azul,es en las doradas alturas del cielo; al
bien nacido, á adoptar la ex traña resolución de sepul- Occidente, el Meschacebé deslizaba sus ondas en m e -
tarse ea los desiertos de la Luisiana. René habia a t r i - dio de u n magnífico silencio, formando con una gran-
buido siempre su obstinación en no hablar de sí mis- deza superior á toda descripción, el marco de tan sor-
mo, al escaso interés de su historia, limitada, según prendente cuadro.
decia, á sus ideas y sentimientos. «Respecto del a c o n -
t e c i m i e n t o que me ha determinado á trasladarme á El jóven y el misionero admiraron durante algún
»América, dijo un d i a , debo condenarlo á un eterno tiempo aquella hermosa escena, no sin deplorar que
»olvido.» el saquem no pudiese ya gozar de ella. Luego, el p a -
dre Souél y Chactas se sentaron sobre el césped al pié
Algunos años trascurrieron sin que los dos ancia- del sasafrás; René se colocó en medio de ellos, y des-
nos consiguiesen arrancarle su secreto; pero una carta pues de un momento de silencio habló en estos t é r -
recibida de E u r o p a , por el correo de las misiones minos:
extranjeras, exasperó de tal modo su habitual triste- »No puedo reprimir un movimiento de vergüenza,
7a, que huía de sus viejos amigos, quienes le instaron al empezar mi relato. La paz de vuestros corazones,
con gran ahinco que les abriese su corazon; y al efec- respetables ancianos, y la calma solemne de que nos
to emplearon tanta discreción, dulzura y autoridad, rodea la naturaleza, hacen que la vana agitación de
que al fin se creyó obligado á complacerlos. Señalóse, mi alma me cause un vivo rubor.
pues, el dia en que debia referirles, no las aventuras »¡Cuánto habréis de compadecerme! ¡Cuán mezqui-
de su vida, puesto que ñolas tenia, sino los recónditos nas os parecerán mis eternas inquietudes! Vosotros,
secretos de su alma. que habéis agotado todas las amarguras de la vida,
El 21 del mes que los salvajes denominan la luna ¿qué pensareis de un jóven sin fuerza y sin virtud, que
délas flores, René se trasladó á la cabana de Chactas, encuentra en sí mismo su tormento, V que solo puede
EL RENE. 5
4 BIBLIOTECA DE I ASPAR Y ROIG.

to sello de sublimidad. ¿Por quénoserá un claro i n d i - una erguida columna, bien así como se eleva de tiem- truendo de las olas del Océano, á los murmullos del
quejarse de los males que á sí mismo se ha causado? po en tiempo una idea gigantesca en un alma devora-
¡Ah! ¡ No le coudeneis, que asaz castigado ha sido! cio de nuestra inmortalidad este asombroso misterio? viento en los bosques, ó á la voz de Dios en su templo!
¿Por qué 110 se encerrará en la tumba alguna gran da por el tiempo y la adversidad. El arquitecto construye, por decirlo a s i , las ideas
»Recibí mi vida á expensas de la de mi madre, y »He meditado sobre esos monumentos en todos los del poeta, y las hace perceptibles á los sentidos.
salí de su seno merced á extremos recursos. Tenia un visión de la eternidad?
»Amelia, abismada en su dolor, se habia retirado á accidentes y á todas las horas del dia. Ya ese mismo »No obstante, ¿qué habia hallado hasta entonces,
hermano, que mi padre bendijo porque veía en él su sol que había visto abrir loscimientos de aquellas ciuda-
primogénito, mientras y o , entregado desde mis p r i - lo mas oculto de una torre, desde donde oia resonar, á pesar de tantas fatigas? Nada cierto entre los a n t i -
bajo las bóvedas de la gótica m o r a d a , el canto de los des, se ponía magestuosamente á mis ojos sobre las guos , nada hermoso entre los modernos. El pasado y
meros años á manos extrañas, fui criado lejos del t e - r u i n a s ; ya la l u n a , levantándose en 1111 cielo sin n u -
cho paterno. sacerdotes y el fúnebre doblar de la campana. el presente son dos estátuas incompletas: háseestrai-
bes, entre dos urnas cinerarias medio rotas, me d e s - do mutilada la una de entre las ruinas de las edades,
»Mi carácter era impetuoso y desigual. Alternativa- »Acompañé á mi padre á su último asilo, y la tier-
cubría los pálidos sepulcros. Muchas veces he creído y la otra no ha recibido aun del porvenir su perfec-
mente bullicioso y alegre, ó taciturno y triste, ora reu- ra se cerró sobre sus despojos; la eternidad y el olvido
ver el genio de los recuerdos sentado pensativo á mi ción.
nía en mi rededor á mis jóvenes compañeros, ora los le abrumaron con todo su peso, y aquella misma t a r -
lado, á la luz de ese astro que alimenta los dulces en- »Acaso, ancianos amigos mios, virtuosos h a b i -
abandonaba súbitamente é iba á sentarme lejos de de todos hollaban indiferentes su huesa, que á e x -
sueños del alma. tantes del desierto, estrañareis que en la narración
ellos, para .contemplar la nube fugitiva, ó la lluvia que cepción de sus hijos, nadie sabia si habia existido.
resonaba en el follaje. »Siendo forzoso abandonar el techo paterno, que »Cansado al fin de escudriñar los sepulcros, donde de mis viajes no os haya hablado una sola vez de los
pasó á ser la herencia de mi hermano, m e retiré con removía con desconsoladora frecuencia el polvo de los soberbios monumentos de la naturaleza.
»Todos los años á la entrada del otoño, iba á la casa crímenes, quise saber si las razas vivientes me ofre-
de mi padre situada en medio'de un bosque y á la in- Amelia á la casa de unos ancianos parientes. »Habiendo subido un dia á la cumbre del Etna, vol-
»Detenido á la entrada de las engañosas sendas de cerían mas virtudes ó menos vicios que las razas e x - can que rompe en medio de una isla, vi al sol l e v á n -
mediación de u n lago, en una apartada provincia. terminadas. Recorriendo cierto dia una gran ciudad,
la vida, examiné unas tras otras sin resolverme á e n - tarse á mis piés en la inmensidad del horizonte, la
»Tímido y sin espansion en presencia de mi padre, al pasar á espaldas de un palacio, vi en un patio retira-
trar en ellas. Amelia me hablaba con frecuencia de la Sicilia reducida á la aparente dimensión de un punto,
solo hallaba" desahogo y contento al lado de mi herma- d oy desierto una estatua que señalaba con el dedo un
felicidad de la vida religiosa, y cuando me decía que • y el mar que se dilataba á lo lejos en los espacios sin
na Amelia, pues una dulce conformidad de genio y de lugar famoso por un gran sacrificio (1). El hondo si-
yo era el único lazo que la ligaba al mundo, sus m i - ¡imites. En aquella vista perpendicular del cuadro, los
inclinaciones me u p a estrechamenteá ella, cuya edad lencio , de aquellos! lugares despertó en mí una viva
radas se fijaban en mí con marcada espresion de tris- ríos me parecían las líneas geográficas trazadas sobre
excedía en poco la mia. Nos complacíamos en trepar sorpresa, pues solo el viento gemía en torno del mármol
teza. un mapa; y mientras mi vista descubría por u n lado
juntos por las colinas, en bogar por el lago, y en r e - trágico. Algunos jornaleros estaban tendidos con indi- aquellos otijetos, abismábase por otro en el cráter del
correr los bosques á la caida de las hojas : gratos p a - »Conmovido el corazon por estas piadosas conversa- ferencia al pié déla estátua, ó silbaban al labrar las p i e - E t n a , cuyas ardientes entrañas descubría entre las
seos cuyo recuerdo inunda aun mi alma de delicias. ciones, solía encaminarme á un monasterio inmediato dras. Preguntóles qué síguificaba aquel extraño m o n u - impetuosas bocanadas de un negro vapor.
¡Ilusiónesele la niñez y de la patria! ¿Cómo despojaros á mi nueva morada, y hubo un momento en que me mento : unos empero apenas pudieron decírmelo, al
de vuestra dulzura? sentí inclinado á ocultar en él mi anómala existencia. paso que otros ignoraban la catástrofe que r e p r e s e n - »Un jóven lleno dé pasiones, sentado á la boca de
»Ora marchábamos en silencio prestando oído al sor- ¡Felices aquellos que han terminado sil travesía sin ha- taba. Nada me ha dado una medida mas exacta de la un volcan, y llorando sobre los mortales , cuyas f r á -
do murmullo del otoño, ó al rumor de las hojas secas ber abandonado el puerto, ni haber arrastrado como vanidad de los acontecimientos humanos, y de lo poco giles moradas veía á sus piés, es ciertamente, ¡oh
que arrastrábamos tristemente á nuestro paso; ora se- yo, inútiles días sobre la tierra! que valemos. ¿ Qué es hoy de esos personajes que de ancianos! un objeto digno de vuestra compasion; pe-
guíamos en nuestros inocentes juegos, la golondrina »Los europeos, agitados sin cesar, sienten la nece- tanto estrépito se rodearon? Inexorable el tiempo ha ro sea lo que fuere lo que penseis de R e n é , este cua-
en la pradera, ó el arco iris en las colinas humedeci- sidad de construirse soledades, porque cuanto mas tu- dado* un paso, y la faz de la tierra ha sido renovada. dro os presenta laimágen de su carácter y existencia;
das por la lluvia; y algunas veces recitábamos versos, multuoso y ardientees nuestro corazon, tanto mas nos así pues, he tenido constantemente á ,mis ojos una
porque nada hay mas poético que un corazon de diez atraen la calma y el silencio. Los asilos abiertos en mi »En mis viajes busqué especialmente los artistas y creación , á la vez inmensa é imperceptible, y un
y seis años, en toda la lozanía de sus pasiones. La ma- patria á los desgraciados v á los débiles, suelen estar esos hombres superiores, que cantan los dioses en su abismo abierto á mi lado.»
ñana de la vída, á semejanza de la del dia, se ostenta ocultos én esos valles que insinúan en el corazon el lira, y la felicidad de los pueblos que honran las leves, Habiendo pronunciado estas palabras, René calló
llena de pureza, de imágenes y armenias. vago sentimiento del infortunio y la esperanza de un la Religión y las tumbas. y cayó súbitamente en su habitual abstracción. El
»Los domingos y los días festivos oía en los bosques, abrigo; algunas veces se les descubre también en p a - »Esos"cantores pertenecen á una raza divina, pues padre Souél le miraba con asombro, mientras el ancia-
á través de los árboles, el sonido de la campana distan- rajes elevados, donde el alma religiosa, á semejanza poseen el único talento incontestable cbn que el cíete no y ciego saquem, que no le oia hablar, no sabia á
te, que llamaba al templo al hombre de los campos, y de una flor de montaña, parece elevarse al cielo para ha embellecido la tierra. Su vida es á la vez sencilla qué atribuir su inesperado silencio.
apoyado en el tronco de un añoso olmo, escuchaba en ofrecerle sus perfumes. y sublime; celebran los dioses con labios de oro, y son René tenia fija la vista en un grupo de indios que
sueñeio aquel piadoso tañido. Cada vibración del bron- »Paréceme ver aun la magestuosa mezcla de las ios mas candorosos de los hombres; hablan como los atravesaban alegremente la llanura. Enternecióse de
ce reproducía en mi alma sencilla la inocencia de las aguas y los bosques de aquella antigua abadía, donde inmortales ó como niños sin doblez; explican las leyes improviso , las lágrimas anegaron su semblante , y
costumbres campestres, la calma de la soledad, los me proponía sustraer mi vida á los caprichos de la que rigen el universo, y no aciertan á comprender los exclamó:
encantos de lu Religión y la deleitosa melancolía délos suerte;.creo vagar aun al declinar el dia, por aquellos negocios mas triviales de la vida; tienen maravillosas «¡Bienhadados salvajes! ¡ a h ! ¿porqué no m e e s
recuerdos de mi primera infancia. ¡Oh! ¿Qué corazon, solitarios claustros que resonaban bajo mis pasos. ideas acerca de la muerte, y mueren sin apercibirse de dado gozar de la paz que siempre os acompaña ? Míen
por duro que sea, no ha latido alguna vez al, oír las Cuando la luna alumbraba escasamente las columnas ella, cual los recien-nacidos. tras yo recorría con tan escaso fruto tantas regiones,
campanas de su lugar natal, de esas campanas que que sostenían los arcos, y proyectaba su sombra en la »En los montes de la Caledonia, el último bardo que vosotros , sentados tranquilamente en vuestras e n c i -
sonaron jubilosas sobre su c u n a , que anunciaron su opuesta p a r e d , me detenía á "contemplar la cruz que se ha hecho oír en sus bosques, me cantó los poemas nas, veiais deslizarse vuestros días, sin contarlos.
entrada en la vida, que señalaron el primer latido de sellaba el campo de la m u e r t e , y las altas yerbas que con que un héroe consolaba en otro tiempo su vejez. Vuestra razón se ajustaba á vuestras necesidades, y
su corazon, que publicaron en todos los vecinos l u g a - crecían entre las losas sepulcrales. Hombres que h a - Estábamos sentados sobre cuatro piedras carcomidas llegabais con mas seguridad que yo al resultado de
res la santa alegría de su padre, y los dolores y las biendo vivido lejos del mundo, habéis pasado del si- por el musgo; á nuestros piés se deslizaba un torren- la sabiduría, bien asi como el niño entre los juegos y
alegrías, aun mas inefables, de su madre? Todo se en- lencio de la vida al silencio de la m u e r t e , ¡ cuan pro- te; el cabritillo triscaba á alguna distancia entre las el sueño. Si esa melancolía que nace del esceso ae fe-
cuentra reunido en las encantadas abstracciones en fundo hastío á las cosas dé la tierra inspiran á mi ruinas de una torre, y el viento de los mares silbaba licidad , se insinuaba alguna vez en vuestra alma, de-
que nos sumerge el eco de esa campana: la Religión, corazon vuestros sepulcros! ronco en los matorrales de Cona. Ahora, la religión sechabais en breve esa pasagera tristeza, y levantan-
la familia, la patria, la cuna y el sepulcro, el pasado y cristiana, hija también de las altas montañas, ha c o - do al cielo la vista, buscabais con ternura al Ser des-
el porvenir. »Bien fuese natural inconstancia, bien cierta aver- locado craces sobre los monumentos de los héroes de conocido que se apiada del pobre salvaje.»
sión á la vida monástica, es lo cierto que mudando de Morven, y ha pulsado el arpa de David á orillas del mis-
»Es. verdad que Amelia y yo gozábamos mas que propósito, me resolví á viajar. Despedíme de miherma- mo torrente donde Osian hacia suspirar la suya. Tan La voz de René espiró de n u e v o , y su cabeza
otro alguno de esas ideas graves y tiernas, porque na, que me estrechó en sus brazos con un movimiento pacífica cuánto eran_guerreras las divinidades de Sel- se inclinó sobre el pecho. Chactas, alargando su
ambos sentíamos en el corazon cierto fondo de triste- parecido á la alegría, como si se juzgase feliz al sepa- ina, apacenta rebaños donde Fingal empeñaba c o m - mano en la sombra , y tomando el brazo de su hijo,
za, debido á Dios ó á nuestra madre. rarse de mí: al ver esto, no pude menos de entregar- bates, y puebla de ángeles de paz las nubes que un dia le dijo con voz conmovida: « ¡ Hijo mió ! ¡querido
me á una amarga reflexión acerca de la inconsecuencia habitaban fantasmas homicidas. hijo mió!» A estos acentos, el hermano de Amelia
»Así transcurrían ios días, cuando mi padre se vió
de los afectos humanos. volvió en sí, y avergonzado de su turbacioti pidió á
acometido de una enfermedad que le condujo en p o -
cos á la tumba. Espiró en mis brazos, y esto me e n - »No obstante, me lancé solo y lleno de ardor al pro- »La antigua y risueña Italia me presentó la m u l - su padre le perdonase.
señó á conocer la muerte en los labios del que me celoso océano del mundo; océano cuyos puertos y es- titud dé sus obras maestras. ¡ Con cuán santo y p o é - El anciano salvaje le respondió: « Jóven amigo
habia dado la vida. Aquella impresión fue tan vehe- collos me eran igualmente desconocidos. Primero vi- tico respeto vagaba por aquellos espaciosos edificios »mió! los movimientos de un corazon como el tuyo
mente que aun no se lia borrado en m í ; entonces se sité los pueblos que ya no existen: sentéme en las rui- consagrados á las artes por la Religión! ¡ Qué labe- no pueden ser iguales; m o d e r a , sin embargo, ese
presento á mi vista por vez primera la inmortalidad del nas de Roma y Grecia, países,de colosal é ingeniosa rinto de columnas! ¡qué dilatada serie de arcos y bó- carácter que tanto te ha perjudicado ya. Si las co-
alma, pues 110 pude c r é e r q u e este cuerpo inanimado . niemoria, donde los palacios yacen sepultados en el vedas!... ¡Cuán solemnes y propicios á la inspiración sas de la vida te causan mas impresión que á otros,
fuese en mí el autor del pensamiento, y advertí que ) polvo, dundelos mausoleos délos reyes se ocultan de- son esos rumores que se escuchan en derredor en las no debes asombrarte, porque un alma grande debe
debía proceder de mas alto origen; sumido, pues, en bajo de las malezas. ¡ Oh poder de la naturaleza, y de- grandiosas basílicas, rumores parecidos al sordo e s - contener mas dolores que una pequeña. Continua t u
u n santo dolor, no exento de alegría, esperé reunirme I bilidad del h o m b r e ! la desdeñada yerba taladra los narración. Puesto que nos has hecho recorrer una
un dia al espíritu de mi padre. : mármoles de esos sepulcros, que sus muertos, t a n p o - parte de Europa, danos á conocer tu patria. Sabes
! derosos un dia, no levantarán jamás. (1) En Londres, detrás de White-JIall, la estátua de Car-
que conozco la Francia, y que me unen á ella lazos
»Otro fenómeno me confirmó en tan elevada idea. | »Algunas veces veía alzarse solitaria en un desierto indisolubles; grato, p u e s , me será oír hablar de
los II.
Las facciones de aquel adquirieron en el féretro cier-
6 BIBLIOTECA I)E GASPAR Í ROIG.
tidumbres, v entré con íntimo regocijo en el mes de mis discursos, mis sentimientos é ideas eran tan solo
aquel gran gefe (1) que ya 110 existe, y cuya sober- se el sol, q u e inflamando los vapores de la ciudad, contradicción, tinieblasy mentira. Pero, ¿sabe siempre
bia cabana he visitado. Yo, hijo m i ó , solo vivo ya parecia oscilar lentamente en medio d e un fluido de las tempestades. Ya hubiera querido ser uno de esos
guerreros que vagaban en medio de los vientos, las el hombre con seguridad lo que quiere, y está siempre
por la memoria ; un viejo con sus recuerdos se a s e - oro, como la péndola del reloj de los siglos. Retirá- cierto de lo que piensa?
m e j a d l a encina decrépita de nuestros bosques, que bame luego al cerrar la noche, al través de un l a b e - nubes y las fantasmas; ya envidiaba la oscura suerte
del pastor, á quien veia calentar sus manos al humil- »Todo me buia á la vez: la amistad, el mundo y el
ya no se adorna con su propio follaje, sino que e n - rinto de calles solitarias, y al mirar las luces q u e retiro. Habia ensayado todo, y todo me habia sido
cubre algunas veces su desnudez con las plantas ex- brillaban en las moradas de'los h o m b r e s , m e trasla- de fuego de las malezas que habia encendido en el
bosque, y escuchaba absorto su? cantos melancólicos, igualmente fatal. Rechazado por la sociedad y a b a n -
trañas que han vejetado sobre sus antiguas ramas.» daba con la fantasía á las escenas de dolor y de a l e - donado de Amelia, cuando llegó á faltarme la soledad,
que m e recordaban que el canto natural del hombre
Calmado por estas dulces palabras, el hermano de gría q u e alumbraban, y m e asaltaba la idea de que es triste en todos los países, aun cuando exprese la ¿qué me quedaba? La soledad era la última tabla en
Amelia reanudó en estos términos el hilo de la h i s - debajo de tantos techos habitados 110 tenia u n solo felicidad. Nuestro corazon es un instrumento incom- que habia esperado salvarme, y la veia hundirse tam-
toria de su corazon. amigo. En medio de mis" reflexiones sonaban la horas bién en el abismo.
pleto , una lira falta de c u e r d a s , en que nos es forzo-
« ¡ A h , padre mió! No puedo hablarte de ese gran con acompasados golpes en la torre de la catedral g ó - so producir los acentos de la alegría con los tonos des- »Decidido á descargarme del peso de la vida , r e -
siglo, cuyo fin he visto en mi niñez, y de que ningún tica, y se repetían en todos los tonos y á todas las dis- tinados á los lamentos. solví emplear todo mi raciocinio en la perpetración de
recuerdo se conservaba ya cuando regresé á mi p a - ) t a n d a s , de iglesia en iglesia.; AhíCadahoraenlasocie- este crimen. Y como nada me apresuraba , no señalé
tria. Nunca se ha verificado en pueblo alguno un dad abre un sepulcro y hace derramar lágrimas, »Durante el dia m e extraviaba en las_ espaciosas el momento d é l a partida, á fin de saborear detenida-
cambió mas sorprendente y repentino. De la eleva- j »Este género de vida, que al principio me habia frondosidades, que terminaban en enmarañados b o s - mente los últimos momentos de mi vida, y á ejemplo
ción del genio, del respetoá la Religión y de la g r a - embelesado, no tardó en hacérseme insoportable, pues ques. ¡ Cuán livianos motivos necesitaba para deli- de un antiguo, recoger todas mis fuerzas, para sentir
vedad de las costumbres, habíase descendido s ú b i t a - me hastié de la repetición de unas mismas escenas y rar! Una hoja seca que el viento arrebataba delante como se escapaba mi alma.
mente á la frivolidad, la impiedad y la corrupción. de unas mismas ideas. Dediquéme, pues, á sondear de m í ; una cabaña cuyo humo se elevaba sobre las
desnudas copas de los árboles; el musgo que se estre- »Sin embargo, creí necesario tomar disposiciones
«En vano, pues, habíame prometido encontrar en mi corazon, y á preguntarme qué deseaba. Yo no lo relativas á mi f o r t u n a , lo cual me obligó á escribir á
Imecía al soplo del Norte en el tronco de u n a encina;
mi país algo que calmase esto i n q u i e t u d , este ardor sabia, pero cediendo á un súbito impulso, me di á Amelia. En la carta me abandoné á algunas quejas
un peñasco distante; un estanque desierto en cuyas
de deseos que por donde quiera me persiguia. El estu- creer que los bosques me serian deliciosos; y héme acerca de su olvido, y dejé sin duda traslucir la t e r -
aguas murmuraba el abandonado junco. La campana
dio del mundo nada m e habia enseñado, y no obs- aquí resuelto á terminar en u n destierro campestre nura que paulatinamente iba apoderándose de mi
solitaria que descollaba á lolejosen el valle, atraia mu-
tante , no abrigaba la tranquilidad de la ignorancia. una carrera apenas empezada, y en la cual, no obs- corazon. Creí, sin embargo, haber ocultado bien mi
chas veces mis miradas; muchas, seguía con la idea
»Mi hermana, por su parte, merced á una con- tante, habia devorado siglos enteros. las aves de paso que volaban sobre mi cabeza, y al secreto; pero mi hermana, acostumbrada á leer en los
ducta inexplicable, parecia complacerse en aumentar »Abracé este proyecto con la vehemencia que c a - representarme las costas ignoradas y los remotos cli- pliegues de mi alma, lo adivinó fácilmente, pues la
mi tedio, pues se habia ausentado de Paris algunos racteriza todos mis proyectos; y partí presuroso para mas á donde se dirigían, hubiera querido volar sobre habian alarmado el singular lenguaje de mi carta y
dias antes de mi llegada. Escríbile anunciándole que sepultarme en una cabáña, como habia partido en sus alas. Atormentábame un secreto instinto, pues ciertas preguntas relativas á negocios, porque nunca
me proponía ir á reunirmeá ella, pero se apresuró á otro tiempo para dar la vuelta al mundo. conocía que yo era también un viajero, pero m e pare- m e habia ocupado de ellos. A s í , pues , en lugar de
contestarme disuadiéndome de mi propósito, so p r o - »Acúsanme d e que abrigo inclinaciones inconstan- cia escuchar una voz del cielo que me decia : «¡Hom- contestarme, vino á sorprenderme.
testo de que estaba incierta acerca del lugar á donde tes, de que 110 puedo disfrutar mucho tiempo d é l a »bre! la época de tu emigración no ha llegado aun:
la llamarían sus negocios. ¡Cuán tristes reflexiones misma quimera, de ser juguete de una imaginación »Para apreciar debidamente cuál fue en lo sucesivo
»espera que se levánte el viento de la muerte, y enton- la amargura de mi dolor, y cuáles fueron mis primeros
hice entonces acerca de la amistad, que la presencia que se apresura á llegar al fondo de mis placeres, co- »ces desplegarás t u vuelo hácia esas regiones desco-
entibia, que la ausencia borra , que 110 resiste á la mo si temiese su duración; censúraseme desque e s - arrebatos al volver á ver á A m e b a , debeis no olvidar
»nocidasque t u corazon ansia recorrer.» que ella era la única persona á qiíien habia amado, y
adversidad, y menos aun á la próspera fortuna! tralimito siempre el objeto á q u e consigo llegar; ¡ah!
«¡Levantaospronto, anheladas tempestades, que que todos mis sentimientos se refundían en ella con
»Así pues, no tardé en hallarme mas aislado en mi yo busco únicamente un bíeh cuyo instinto me p e r - toda la dulzura de los recuerdos de mi niñez. Recibí,
patria que en los países extranjeros. Quise arrojarme sigue tenaz. ¿Esculpa mia el hallar en todas partes estre- »debeis lanzar á René á los espacios de. otra vida!»
por consiguiente á Amelia con una especie de éxtasis
durante algún tiempo á un mundo q u e n a d a m e decia chos límites, y que todo lo finito sea para mí de n i n - «Y así diciendo, caminaba con acelerado paso y en
de'corazon: ¡hacia tanto tiempo que no habia e n c o n -
y no me comprendía. Mi alma, no gastada por pasión g*m valor? No obstante, conozco que amóla monotonía cendido rostro, mientras el viento silbaba en mi cabe-
trado un ser que me entendiese, y á quien descubrir
alguna, buscaba un objeto que la atrajese á s í ; pero de sentimientos; y si tuviese aun la locura de creer llera , sin sentir ni la lluvia ni las e s c a r d a s , abstraí-
mi alma!
eché de ver que daba mas de lo que recibía. No se posible la felicidad , la buscaría en la costumbre. do , atormentado, y como poseído del demonio de mi
me exigía un lenguaje elevado ni un sentimiento pro- corazon. »Amelia se arrojó en mis brazos, y me dijo: « ¡ I n -
»La soledad absoluta y el espectáculo de la n a t u r a - »grato! ¡quieres morir, mientras t u hermana existe!
fundo; ni yo me ocupaba de otra cosa que de r e b a - leza me abismaron en breve en un estado indefinible. »Y cuando durante la noche el aquilón estremecía
jar , por decirlo así, mi vida para ponerla al nivel de Sin parientes y sin amigos en la tierra, y 110 habiendo mi cabaña,' y la lluvia se desgajaba á torrentes sobre »¡Desconfias de su corazon! No te expliques, ni te
la sociedad. Tratado por todos de espíritu novelesco, amado a u n , me sentía abrumado de una s u p e r a b u n - mi insegufo t e c h o ; cuando á través de mi ventana »escuses, pues he adivinado todo, como si hubiese
avergonzado del papel que representaba, y cada vez dancia de vida. Algunas veces me ruborizaba súbita- veia la luna surcar las aglomeradas nubes, á la mane- »permanecido á t u lado. ¿Quieres engañarme, siendo
mas disgustado de los hombres y de las cosas, tomé mente, y sentía corrcr.por mi corazon arrovos de ar- ra de la nave que hiende las inquietas olas, parecíame »así que he visto nacer tus primeros sentimientos?
el partido de retirarme á un a r r a b a l , para vivir e n - diente lava; otras, prorumpia en gritos involuntarios, que la vida redoblaba en el fondo de mi corazon. y me »¡Hé aquí tu desgraciado carácter, tus displicencias,
teramente ignorado. sentía dolado del poder de crear nuevos mundos. ¡Ah! »tus injusticias! J u r a , mientras t e estrecho en mis
y turbaba la noche con mis sueños y mis insomnios. »brazos, que esta es la última vez que te entregarás
¡Si me hubiera sido posible compartir con otro los
»Al principio hallé bastante placer en aquella Faltábame un ser que llenase el abismo de mi exis- trasportes que experimentaba! ¡Dios mió! ¡Si m e »á tus locuras; jura que jamás atentarás contra t u s
existencia oscura é independiente, y como de todos tencia : bajaba á los valles,, subia á las m o n t a ñ a s , y hubieses dado una mujer según mis deseos; si como »días.»
era desconocido, me confundía con la multitud, llamando con toda la fuerza de mis deseos al objeto á nuestro primer padre, m e hubieses traído por la
vasto desierto de hombres. ideal de 1111 amor f u t u r o , lo abrazaba en ios vientos, «Al pronunciar estas afectuosas palabras , Amelia
mano á una Eva, sacada de mí mismo ! ¡ Hermo- me miraba con compásion y ternura, y cubria d e
»Muchas veces, sentado en una iglesia poco fre- creía escucharlo en el- murmullo d e las aguas; todo era sura celestial! ¡yo me hubiera arrodillado á t u s besos mi frente; parecia una madre, ó algo mas tierno
cuentada , pasaba en meditación horas enteras. Allí para mí ese imaginario fantasma : los astros en los plantas; y tomándote luego en mis brazos, hubiera aun. ¡ Ah! Mi lacerado corazon volvió á abrirse á todas
veía llegar mujeres desvalidas que se arrodillaban cielos, v el principio mismo de la vida en el universo. suplicado al Eterno que te concediese el resto de mi las alegrías, y á semejanza de un niño, solo pedia ser
en presencia del Altísimo, ó á los pecadores que se »Y sin embargo, este estado de calma y agitación, existencia! consolado; cedí, pues, al ascendiente de Amelia, que
postraban en el tribunal de la penitencia. Nadie s a - d e indigencia y riqueza, no carecía d e e n c a n t o s : e n - me exigió un juramento solemne; pronuncíelo sin t i -
lía de aquel lugar sin rostro mas tranquilo, y los s o r - treteníame un dia en deshojar una rama de sauce á la »¡Ah! ¡Yo me hallaba enteramente aislado en la tier-
ra! Una oculta languidez se apoderaba de mi cuerpo, tubear, y sin sospechar siquiera <jue podia tornar á
dos clamores que en lo exterior se oian, se asemeja- margen de un arroyo, y procuraba aplicar una idea á ser desgraciado.
ban á las olas de la pasiones y de las tempestades del cada hoja que la corriente arrastraba. Un monarca que y el tedio á la vida que me había perseguido desde mi
mundo , que iban á estrellarse al pié del templo del teme perder su corona en una súbita revolución, no niñez, se reproducía con nueva fuerza; mi corazon »Mas de un mes tardamos en acostumbrarnos al
Señor.; Gtan Dios! Tú, que viste correr en secreto mis experimenta ansias mas vivas que las mias, á cada cesó de suministrar pábulo á mi cabeza, y no tenia placer de vemos reunidos. Cuando todas las mañanas,
lágrimas en aquellos sagrados retiros, tú sabes c u a n - accidente que amenazaba los frágiles despojos de mi otra conciencia de mi ser que un profundo sentimiento en lugar de hallarme solo, oia la voz de mi hermana,
tas veces me arrojé á tus piés para suplicarte me des- rama. ¡Oh debilidad de los mortales! ¡Oh niñez del de hastío. experimentaba un estremecimiento de alegría y feli-
cargases del pesode la existencia; ó mudasesen mí el corazon h u m a n o , que nunca envejece! A tal grado de »Durante algún tiempo luché con mi mal, pero con cidad, pues Amelia habia recibido de la naturaleza
hombre antiguo! ¿ Quién no ha sentido alguna vez la puerilidad puede descender nuestra soberbia razón, indiferencia y "sin una firme resolución de vencerlo, cierta cosa divina; su alma estaba dotada de las m i s -
necesidad de rejuvenecerse en las aguas del torrente, que muchos hombres cifran sus destinos en cosas de hasta que por último, no pudiendo encontrar u n r e - mas gracias inocentes que su cuerpo; la-dulzura d e
de régenerar su alma en la fuente de vida ? ¿ Quién tan escasa valía como mis hojas de sauce. medio á la extraña herida de mi corazon, que se h a - sus sentimientos era infinita; su carácter era bonda-
no se siente alguna vez abrumado bajo el peso de su llaba en todas partes y en n i n g u n a , resolví abando- doso y un tanto melancólico , pudiendo decirse q u e
propia corrupción, é incapaz de dar cima á nada gran- »¿Cómo, empero, expresar esa multitud de sensa- nar la vida. su corazon, su pensamiento y su voz suspiraban de
de , noble y justo? ciones fugitivas que experimentaba en mis paseos? El »Sacerdote del Altísimo, que me escuchas, perdona concierto: habia recibido del cielo la timidez y el
rumor de las pasiones en el vacío de un corazon soli- á un desgraciado á quien el cielo habia casi privado amor de la mujer, y la pureza y la melodía del ángel.
Al acercarse la n o c h e , tomaba el caminó de mi al- tario, aseméjase al murmullo de los vientos y las aguas
bergue y me detenia en los puentes para ver poner- en el silencio de mi desierto : gózase de él / m a s no es de la razón. Yo estaba lleno de religión, y no obstant e »Había sonado la hora en que debía expiar todas mis
razonaba como un impío; mi corazon amaba á Dios, inconsecuencias. En mi delirio habia llegado á desear
posible pintarlo. pero mi entendimiento le desconocía ; mi conducta, que me sobreviniese alguna desgracia, para tener á
(i) Luis XIV. »El otoño m e sorprendió en medio de estas incer-
° BIBLIOTECA D E GASPAR V ROIG.
lo menos un objeto real de sufrimiento: ¡ deseo e s - grimas que brotan de mis ojos! ¡No há muchos dias, EL RESE.
pantoso, que Dios en su cólera ha escuchado sobrada- nadie hubiera conseguido arrancarme este secreto,,. abria un libro y no podia l e e r ; empezaba una frase
mente! dia, todo en lin, la alarmaba igualmente. Espirabau
Hoy , todo ha terminado! en sus labios involuntarios suspiros; ya resistía sin y no la concluía; rompía de improviso en llanto, y se
»¿Qué voy á revelaros, amigos mios? ¡Ved las lá- »Quede, sin embargo, ¡oh ancianos! sepultada esta retiraba á orar.
cansancio una larga escursion, ya apenas acertaba á
moverse; tomaba y abandonaba como al azar su labor; »Esforceme en vano por sorprender su secreto ?

CANTO DEL CLTIHO BARBO.

i M f e * ' i¿sfflifcSte'jt'ts ? Í S É.S .É


!"™
É I 'mÍe 9 Ü ®
razus
mis_brazos ,' me ^respondía
r
Ppjc^uiiui,
e g u a | , couetuaiHiuia
J ^ b á n 3 o l a 1por momentos. Parecíame
P o n d i a con triste sonrisa que que eera4111a
~ — - - que
r a r í a corresnondencia
«JV.V la>u causa
VUU^U de
U U sus
c u o lagrimas
lOfcl f i l m o
en correspondencia misteriosa
misteriosa ., porque Sse mos- L
era como yo, y que no sabia lo que la aquejaba. traba mas serena ó agitada, según las cartas que r e -
»Asi trascurrieron tres meses, y su estado empeoraba cibía. Finalmente, habiendo transcurrido una mañana
10 BIBLIOTECA D E TÍASPAR ¥ ROIG.
EL R ENÉ. ' 1
la hora en que uos desayunábamos j u n t o s , subí á su »puedo hacer por t u felicidad. Perdóname por haberme
aposento; llamé, pero nadie me respondió; entreabrí »construido áorillas del mar,se adapta bien á la situa- mana. Al efecto érame preciso atravesar el país en que
»ausentado de tu casa, cual una delincuente; sino
la puerta, pero á nadie encontré. Penetré absorto y vi »cion de mi alma. Durante la noche oiré desde mi habia visto huir mis primeros años; por lo que,
»lo hubiera hecho así, no hubiese podido resistir á tus
sobre la chimenea un paqueté á mi n o m b r e ; tomélo »celda el murmullo de las olas que bañan las paredes cuando descubrí los bosques testigos de mis únicos
»ruegos, y no o b s t a n t e , era indispensable partir.;.
con mano trémula, abrílo, y leí esta carta, que con- »del convento, y recordaré nuestros antiguos paseos momentos de felicidad, ni pude reprimir mi llanto,
»¡Dios mió! ¡compadécete de mi!
servo para alejar de mí en lo sucesivo todo movimiento »en medio de los bosques, cuando nos parecía e s c u - ni resistir la tentación de despedirme de ellos por la
»Ya sabes, R e n é , que siempre he sido inclinada á postrera vez.
de alegría: »cbar el estruendo de los mares en las agitadas copas
»la vida religiosa; tiempo es va de que ponga en obra
»de los pinos. ¡Amable compañero de mi infancia! »Mi hermano habia vendido la herencia paterna, y
»las sugestiones del cielo. ¿Por qué he tardado tanto?
»¿Será que no torne á verte? Poco mayor que tú en el nuevo propietario no la habitaba. Llegué al castillo
»Dios me ha castigado por mi tibieza. He permanecido
»edad, te mecia en la c u n a , y muchas veces hemos por la larga alameda de abetos, atravesé á pié los de-
»en el mundo por tí... Perdona la turbación que me
»dormido á la par. Ah! ¡Si nos reúnieséun dia la mis- siertos patios, y me detuve á mirar las ventanas, cer-
»causa la necesidad de alejarme de tu lado.
A RENE. »raa sepultura! ¡No! Yo debo dormir sola bajo los lie- radas ó medio rotas, los cardos q u e crecían al pié de
»Ahora conozco , hermano m i ó , cuán provechosos »lados mármoles de este santuario, d o n d e descansan las paredes , las hojas hacinadas en el dintel de las
»son esos asilos contra los cuales te he oido declamar »para siempre esas vírgenes que nunca amaron. puertas, v aquel pórtico solitario donde tantas veces
»müchas veces, pues hay desgracias que nos separan habia visfo á mi padre rodeado de sus fieles servido-
«El cielo me es testigo, hermano mío, de que daría »para siempre de los hombres; sin ellos, ¿ q u é seria »No sé si podrás leer estas líneas, medio borradas
res. Los escalones estaban cubiertos de musgo, y los
»mil veces mi vida para evitarte un momento de pe- »de los infortunados..? Estoy persuadida de que t ú »por mis lágrimas. Despues de todo, ¿no hubiera sido
alelíes amarillos brotaban entre las rotas é inseguras
»sar; pero siendo tan desgraciada como lo s o y , nada »mismo, hermano mío, hallarías tu descanso en esos »forzoso separarnos un poco mas temprano ó mas tar-
piedras. Un conserje desconocido me abrió brusca-
»de? ¿A qué hablarte de la ¡ncertidumbre y del e s c a -
mente las puertas, y al ver que vacilaba al salvar el
»so valor de la vida? No te habrás olvidado de la jóven
umbral exclamó: «Bah! ¿Haréis lo que la extranjera
»M.... que naufragó en la isla de Francia. Cuando re-
»que vino aquí pocos días h á , y que al ir á entrar se
»cibiste su última c a r t a , algunos meses despues de
» d e s m a y ó s i é n d o m e forzoso llevarla á su coche? »
»su m u e r t e , ni siquiera existían sus despojos m o r t a -
Fácil me fue reconocer la extranjera q u e , como yo,
»les, y al empezar en Francia su luto, se concluía en
habia ido á pedir á aquellos lugares, lágrimas y r e -
»las Indias. ¿Qué es, p u e s , el h o m b r e , si tan presto
reminiscencias.
»se desvanece su memoria? ¡Una parte de sus amigos
»supo su muerte cuando la otra estaba ya consolada! »Cubriendo u n momento mis ojos, entré en el d e -
»¿Querido, y demasiado querido René! ¿se borrará mi sierto hogar de mis antepasados, y recorrí los apo-
»recuerdo con la misma facilidad de tu corazon? ¡Oh sentos cuyos ecos repetían el rumor de mis pasos. La
»hermano mió! me he alejado de tí en el tiempo, para escasa luz* que penetraba á través de los entreabiertos
»no verme separada de tí en la eternidad. postigos, alumbraba apenas las habitaciones; visité la
alcoba en que mi madre perdiera la vida al c o m u n i -
cármela ; el aposento donde se retiraba mi padre, el
«AMELIA.» en que yo habia dormido en l a ' c u n a , y en fin, aquel
donde la amistad habia recibido mis primeros votos
» P . D.—Incluyo el acta de donacion de todos njís en el seno de una hermana. Todas las salas estaban
«bienes, y espero no rehusarás esta pequeña muestra desnudas de sus tapices, y las arañas tejían su tela en
»de mí amistad.» lo» abandonados salones. Salí presuroso de aquellos lu-
gares, y me alejé sin atreverme á volver la cabeza.
¡Cuán dulces, empero cuán rápidos son los momentos
«Un rayo que hubiese caido á mis piés no m e h u - que los hermanos y las hermanas*pasan en sus años
biera causado el espantb que esta carta. ¿Qué secreto juveniles reunidos á la sombra de las alas de sus an-
me ocultaba Amelia? ¿Quién la obligaba á abrazar tan cianos padres! La familia del hombre vive un dia, pues
súbitamente la vida religiosa? ¿No me habia rescata- el soplo de Dios la dispersa como el h u m o ; el hijo co-
do á la existencia, merced á lös encantos de la amis- noce apenas al padre, este al hijo, el hermano á la
tad , sino para abandonarme de improviso? Oh! ¿Por hermana, esta al hermano. La encina ve germinar en
qué había venido á disuadirme de mi proyecto? Un su derredor sus bellotas : ¿sucede así con los hijos de
movimiento de compasión la había obligado á correr los hombres?
en mi busca; pero cansada en breve de un penoso »Al llegar á B..., me hice acompañar al convento,
deber, se apresuró á abandonar á un desgraciado, sin y pidiendo hablar á mi h e r m a n a , supe que á nadie
mas apoyo que el suyo. Créese haber hecho todo lo recibía. Escribile, y me respondió que, próxima á con-
posible cuando se ha evitado que un hombre muera. sagrarse á Dios, no le era lícito dedicar un solo p e n -
Tales eran mis quejas; pero volviendo luego en mí samiento al m u n d o ; y q u e , si la a m a b a , evitase abru-
mismo, decía: «¡Ingrata Amelia! si tú hubieras o c u - marla con mi dolor". Y añadía : «No obstante, si
pado mi lugar; si á semejanza mia, te hubieras p e r - »quieres presentarte en el altar el dia de mi profesión,
dido en el vacio de tus días, ah! no t e hubieses visto "»dígnate ser vi míe de padre; este papel es el único dig-
abandonada de tu hermano.» »no de tu valor, el único que conviene á nuestra
R E N É J U R A A S U HERMANA NO ATENTAR CONTRA S O S D I A S .
«No obstante, al leer una y otra vez la carta, des- »amistad y á mi reposo.»
cubría en su contenido cierto sello de tristeza y de «Esta glacial firmeza, tan en oposicion con el calor
ternura que desgarraban mi corazon. Súbitamente me de mi amistad , me entregó á violentos arrebatos.
asaltó una idea que despertó en m i una esperanza: Unas veces me sentía tentado á alejarme; otras m e
dime á pensar que Amelia había concebido tal vez por proponía quedarme, sin otro objeto que el de turbar
algún hombre una pasión que no se atrevía á decla- el sacrificio, pues el infierno me sujeria la idea de
»albergues de la Religión, porque la tierra no ofrece »co á la generalidad y ser algo menos desgraciado. rarme. Esta sospecha me explicaba su melancolía, su matarme á puñaladas en la iglesia, para mezclar mis
»cosa alguna digna de tí. , »Tal vez hallarías en el matrimonio un consuelo á misteriosa correspondencia y el apasionado estilo de últimos suspiros á los votos que me arrebataban mi
»No te recordaré tu j u r a m e n t o , pues conozco la »tu tedio , y una esposa y unos hijos que ocupasen su carta. Escribile, p u e s , sin demora, suplicándola hermana. La superiora del convento m e hizo avisar
»fidelidad de t u palabra. Lo has jurado y vivirás por »tus días. ¿Y qué mujer no se esmeraría en hacerte me abriese su corazon. que se había preparado un banco en el santuario, y
»mí. ¿ Hay algo mas miserable que el pensar á todas »feliz? El fuego de t u a|ma, la bondad de t u carac- »No tardó en contestarme, pero sin descubrirme me invitaba á concurrir á !a ceremonia, que debia c e -
»horas en arrancarse la vida? Para un hombre de tu »tet-, t u aire noble y apasionado, tu mirada altiva y su secreto, participándome únicamente que habia lebrarse al dia siguiente.
»temple es harto fácil morir, pero cree á tu hermana: »tierna, te asegurarían su amor y su fidelidad. ¡ Ah! conseguido la dispensa del noviciado, y que iba á »Al amanecer, oí el primer tañido de las campanas,
»es mucho mas difícil vivir. »¡Con cuánta delicia no te estrecharía entre sus b r a - pronunciar sus votos. y á las diez me arrastré en una especie de agonía, al
»Abandona pronto, hermano m i ó , una soledad que »zos y sobre su corazon! ¡Cómo se fijarian en tí todas »Mucho me irritaron la obstinación de Amelia, el convento. Nada hay mas trágico que presenciar seme-
»tanto te perjudica, y busca alguna ocupacion. Sé que »suspiradas y todos sus pensamientos, para adivinar misterio que encerraban sus palabras, y su escasa jante espectáculo; nada mas doloroso que sobrevi-
»te ríes con amargura de la necesidad e n que se está '»tus mas ligeras penas! Todo en ella seria amor é ino- confianza en mí. vir á él. -•• ¿
»en Francia, de tomar un estado. No desprecies tanto »cencia delante de t í , y t ú creerías hallar en ella »Después de haber titubeado un momento acerca »Un gentío inmenso henchía la iglesia, y fui con-
»la experiencia y la sabiduría de nuestros padres, pues »una nueva hermana. del partido que debia adoptar, resolví trasladarme á ducido al banco del santuario; al llegar á él caí de rodi-
tres preferible, mi querido René, asemejarse un po- ¡ »Parto para el convento d e . . . . Este monasterio, B.... para hacer el último esfuerzo cerca de mi h e r - llas, casi sin saber donde me hallaba ni cual era mi
12 BIBLIOTECA D E GASPAR Y R01G.
E L RI S É . 13
designio. El sacerdote esperaba en el a l t a r , cuando ,en tropel hácia el altar, y yo fui llevado, presa de u n
nado por el astro de la n o c h e , y prestando oido al eh que apoyado en el castillo de popa de mi bajel , vi
abriéndose la reja misteriosa , Amelia se adelan- parasismo.¡Cuánpoco agradezco los esfuerzos d é l o s
monótono rumor de las olas que se estrellaban triste- alejarse para siempre mi tierra natal! Durante largo
tó ataviada con todas las galas del mundo. Mostrá- que me restituyeron á la vida! Al recobrar el uso de
mente en las solitarias arenas. rato contemplé en la costa los últimos balances de los
base tan hermosa, brillaba en su semblante cierto mis sentidos, supe que el sacrificio habia sido consu-
»Creo escuchar aun la campana que durante la no- árboles de mi patria, y las cúpulas del monasterio
s<illo tan divino, que escitó un movimiento de sorpre- mado , que mi hermana habia sido acometida de una
che llamaba á las religiosas á Maitines. Mientras sonaba que se perdían en el horizonte.»
sa y de admiración. Vencido por el glorioso dolor de calentura'ardiente, y que habia encargado me supli-
aquella santa, y abismado ante la grandeza de la Reli- casen no instase verla a e nuevo. ¡Oh miseria de la vi- lentamente, y las vírgenes se adelantaban silenciosas Al terminar René su historia, sacó de sn pecho un
gión , desvaneciéronse todos mis proyectos de ven- da! Una hermana teme hablar á un h e r m a n o , y este al altar del Todopoderoso, yo corría al monasterio, al escrito y lo entregó al padre Souél; luego, arroján-
ganza : abandonado de mis fuerzas, sentime ligado teme hacer, oír s u voz á aquella! Salí del monasterio pié de cuyas paredes escuchaba en santo éxtasis los dose en brazos de Chactas y ahogando sus sollozos,
por una mano omnipotente, y en lugar de blasfemias como de ese lugar dé expiación donde las llamas nos últimos ecos de loscánticos,queseconfundían bajólas dejó al misionero el tiempo necesario para leer la c a r -
y de amenazas, solo hallé en mi corazon una adora- preparan para la vida celestial, y donde como en los bóvedas del templo con el débil murmullo de las olas. ta que acababa de entregarle.
ción profunda y los gemidos de la humildad. infiernos se ha perdido todo, menos la esperanza. »Ignoro por qué misterio todas estas cosas, que hu- Era de la superiora de..., y contenia la relación de
bieran debido fomentar mis penas, embotaban por el los últi/nos momento de sor Amelia de la Misericordia,
»Amelia se colocó debajo de un dosel, y el sacrifi- »Podemos hallar fuerza en nuestra alma contra u n a víctima de su celo y caridad, cuidando á sus h e r m a -
desgracia personal ; pero es de todo punto superior á contrario su aguijón; mislágnmaseran menos amargas
cio empezó al resplandor de las antorchas, entré las nas, atacadas de una enfermedad contagiosa. Toda la
nuestro alcancé consolarnos cuando somos causa i n - cuando las derramaba sobre las rocas y entre los vien-
flores y los perfumes que debían hacer agradable á comunidad estaba inconsolable, y miraba á Amelia co-
voluntaria de un infortunio ajeno. Conociendo ya los tos. Hasta mi melancolía, extraordinaria por su natu-
Din* el holocausto. Al llegar al ofertorio, el sacerdote mo una santa. La superiora anadia que en treinta años
males dé mi h e r m a n a , reflexioné lo que habia debido raleza , hallaba en sí misma algún remedio; pues como
se despojó de sus vestiduras, y conservando ana t ú - que hacia se hallabaá la cabeza de la casa, no habia
s u f r i r , y me expüqué muchas cosas que no habia p o - el hombre goza en lo que no es común , aun cuando
nica de lino, subió al pulpito para pintar en u n d i s - visto religiosa alguna de un carácter tan bondadoso é
dido comprender: la mezcla d e ' alegría y de tristeza sea una calamidad, casi concebí la esperanza de que
curso sencillo y patético, la felicidad de la virgen q u e igual, ni que con mayor alegría hubiese abandonado
que Amelia habia dejado traslucir al emprender mis mi hermana llegaría á su vez á ser menos infeliz.
se consagra al Señor. Cuando pronunció estas pala- las tribulaciones del mundo.
bras : «Hase mostrado semejante a l incienso que se viajes; su empeño en no verme á mi regreso, y la ir- »Una carta que de ella recibí antes de mi partida,
consume en el fuego», pareció q u e se esparcían por resolución que durante tanto tiempo le impidiera en- me confirmó en estas ideas. Amelia deploraba tierna-, Chactas estrechaba llorando á René en sus brazos,
el auditorio una gran calma y celestiales aromas : el trar en un monasterio: ¡la desgraciada se prometía mente mi dolor, y me aseguraba que-el tiempo d i s - y le decia: «¡Hijo mió! yo quisiera que el padre A u -
alma se sentia al abrigo de las alas de la paloma mís- sin duda s u curación! Sus proyectos de retiro, la d i s - minuiría el Suyo. «No desconfio, me decia, de mi feli- » b r y s e hallara presente, pues sabia sacar del fondo
tica , y creía ver á los ángeles bajar al altar y subir de- pensa del noviciado y la donacion de süs bienes en mi »cidad, pues el exceso mismo del sacrificio, una vez »de su corazon cierta paz, que aunque las calmaba, no
nuevo á los cielos con perfumes y coronas. favor, habian motivado la correspondencia secreta »consumado este, sirve para devolvernos alguna paz. »parecía estrañaá las tempestades; era la luna en una
que habia contribuido á alucinarme. »La inocencia de mis compañeras, la sinceridad de sus »noche borrascosa : las nubes que en su derredor se
»Terminado su discurso, el sacerdote volvió á to- »votos y la regularidad de su vida, derraman un bál- »agitan 110 pueden.arrastrarla en su carrera, pues
mar sus vestiduras y prosiguió el sacrificio. Amelia, »¡Oh amigos míos! Al fin supe lo que era derramar »samo sobre mis dolores. Cuando escucho mugir las »inalterable y pura, adelántase sobre ellas en mages-
apoyada en dos jóvenes religiosas, se arrodilló en el lágrimas por un no imaginario infortunio. Mis pasio- »tormentas, y las aves marítimas vienen á batir sus »tuosa tranquilidad. ¡Ay! A mi todo me agita y a r -
último escalón del altar. Entonces vinieron á buscar- nes, tanto tiempo indeterminadas, sé precipitaron »alas á m i ventana, yo, pobre paloma del cjelo, pien- «rastra.»
me para que desempeñase las funciones de padre. Al con furor sobreestá primera presa; hallé una especie de »so en la felicidad .que he tenido en hallar u n abrigo El padre Souél habia escuchado hasta entonces la
rumor de mis pasos, que vacilaban en el santuario, satisfacción inesperada en la plenitud de mi amargu- »contra la tempestad. Esta es la montaña santa, la historia de René, con austero semblante y sin profe-
Amelia se sintió próxima á desmayarse. Colocáronme r a , y vi con cierto secreto movimiento de alegría que »enhiesta cumbre en que se escuchan los últimos rir una palabra. Su corazon era compasivo, pero su
al lado del sacerdote, para q u e le presentase las t i j e - el dolor no es una sensación, que se agota con tanta »rumores de la tierra y las primeras armonías del cie- exterior revelaba 1111 carácter inllexible, y la sensibi-
ras : en aquel momento vi renacer mis trasportes, y facilidad como el placer. »lo; aquí sostiene dulcemente la Religión las almas lidad del saquem le. hizo al fin romper su silencio.
mi furor iba á estallar cuando Amelia, haciendo un »Yo habia proyectado dejar la tierra antes de la ho- »sensibles, sustituyendo al amor mas impetuoso u n a
esfuerzo, me dirigió tal mirada de reconvención y de «Nada, dijo al hermano de Amelia, nada merece
ra señalada por el Omnipotente; en espiacion de tan »especie de ardiente castidad en que s e confunden la »en tu historia la compasion de que eres objeto. Yo
dolor, q u e m e desarmó, dejándome aterrado. ¡Triunfó enorme c r i m e n , Dios me habia enviado á Amelia pa- »amante y la virgen, depurando los suspiros, trocan-
la Religión! Mi hermana, aprovechando mi turbación, »veo en tí un hombre obstinado en correr tras vanas
ra salvarme y castigarme á lá vez. Y ved aquí cómo »doen una llama incorruptible una llama perecedera, »quimeras, que de todo se disgusta, y que se sustrae
adelantó resueltamente la cabeza, y su hermosa c a - todo pensamiento culpable , toda acción criminal ar- »y mezclando divinamente su tranquilidad y su ino-
bellera cayó por todos lados al golpe del hierro sagra »á los deberes sociales para entregarse á estériles f a n -
rastran en pos grandes perturbaciones y desgracias. »cencia, al resto de agitación y voluptuosidad de u n »tasias. Nadie se hace un hembré superior por mirar
d o ; una larga túnica de estambre reemplazó los ata- Amelia me pedia que viviese, y yo debía no aumen- «corazon que aspira al descanso., y de una vida q u e
víos del siglo, sin hacerla menos interesante; las »al mundo al través de un prisma odioso; no se abor-
tar sus males.' Por otra p a r t e , ¡caso estraño! desdé »se retira.» »rece á los hombres y á la vida sino por no saberse
amarguras que en su frente se retrataban ocultáronse que era realmente desgraciado, no deseaba la muer-
bajo una toca de lino; v el velo misterioso, doble »Ignoro lo que el cielo me reserva, y si ha querido »elevar á mayor afluía. Extiende un poco mas tu
te. Mi dolor habia llegado á ser. una ocupacion que »vista, y no tardarás en convencerte que todos esos
símbolo de la virginidad y la Religión, envolvió su llenaba todos mis instantes; ¡tan amasado, por decirlo advertirme que las tempestades me acompañarán siem-
desnuda cabeza. Nunca se habia mostrado tan her- pre mis pasos. Habíase dado la orden para la partida »males de que te lamentas son una mera ilusión.
así, está mi corazon de tedio y de miseria! »¡Cuán triste debe serte 110 poder pensar en la única
mosa. Los ojos de la penitente estaban lijos en el pol- de la flota; ya muchos bajeles habían aparejado al po-
vo del m u n d o , y s u alma habitaba el cielo. »Tomé, pues, de improviso la resolución de aban- nerse el sol; yo pasé la noche en tierra para escribir »desgracia real de tu vida, sin verte precisado á aver-
donar la Europa y trasladarme á América. á Amelia mi carta de despedida. A media noche, »gonzarte! Toda la pureza, toda la virtud, toda la re-
»Amelia no había pronunciado aun sus votos, y »Como aparejase á la sazón una flota en el puerto mientras me ocupaba de este cuidado, humedeciendo »ligión, todas las coronas de una santa, bastan apenas
para morir al mundo érale preciso pasar por el sepul- de B . . . , con rumbo á la Luisiana, me ajusté con uno el papel en lágrimas, el rumor del viento vino á llamar »para hacer tolerable la sola idea de tus amarguras.
cro. Tendióse pues sobre el mármol, y cubriósela con de los capitanes d e navio, y despues de participar mi mi atención. Escuché, y en medio de la tempestad »Tu hermana ha expiado su falta; pero sí debo decir lo
un paño mortuorio en cuyas cuatro esquinas ardian proyecto á Amelia, solo me ocupé de mi partida. oir retumbar los cañonazos de leva, que se mezclaban »que pienso, temo que por una espantosa justicia, una
otros tantos cirios. E | sacerdote, adornado con la es- »Mi hermana habia llegado á las puertas de la muer- con el sonido de la campana monástica. Volé á la o r i - »confesion salida del fondo de la t u m b a , haya turba-
tola y con un libro en la m a n o , empezó el oficio de te; pero Dios, que le destinaba la primera palma de lla desierta, en que solo se escuchaba el estruendo de »do á su vez tu alma. ¿ Qué haces en los bosques,
difuntos, que f u e continuado por las jóvenes vírge- las vírgenes, no quiso llamarla tan presto á sí; ¡muy lasólas, y sentóme sobre una roca: á 1111 lado se exten- »cniisuiiiiendo en vano tus dias y olvidando tus debe-
nes. ¡ Oh alegrías d e la Religión, cuán grandes, mas larga fué su prueba en la tierra! Entrando de nuevo, dían lasoudas que centelleaban, y ai otro, las sombrías »res? Dirasme acaso que los santos se sepultaron en
cuán terribles sois! Habiéndoseme obligado á arrodi- en la fragosa senda de la v i d a , la heroína, doblada al paredes del convento se perdían vagamente en los cie- »los desiertos. Es cierto ; pero derramaban en. ellos
llarme cerca de aquel fúnebre aparato , oi resonar sú- peso de la c r u z , salió animosamente al encuentro de los. Una luz escasa brillaba en la reja. ¿Eras t ú , Ame- »lágrimas de arrepentimiento, y empleaban en extin-
bitamente un murmullo confuso debajo del velo se- los dolores, riendo el triunfo en el combate, y el ex- lia mia, que arrodillada al pié de un crucifijo, pedias »gir sus pasiones el tiempo que tú pierdes tal vez en
pulcral ; inclinóme, y llegaron á mi oido estas palabras ceso de la gloria en el exceso de los sufrimientos. al Dios de las tempestades mírase con bondad á tu »fomentar las tuyas. ¡Jóven presuntuoso, que lias
espantosas, que solo* yo e s c u c h é : «Dios de miseri- desgraciado hermano? La tormenta en las-olas y la »creído que el hombre se basta ásí mismo!.La soledad
»La venta de los escasos bienes que me quedaban, »es perjudicial para quien no la habita con Dios, pues
»cordia! ¡Haz que jamás me levante de este lecho y que c e d í a mi hermano; los largos preparativos de calma en el retiro; los hombres estrellándose en* los
»mortuorio, y colma con tus mercedes á un hermano escollos al pié del imperturbable asilo, y lo infinito al »redobla las facultades del alma al paso que les quita
un convoy y los vientos contrarios me detuvieron lar- »todo medio 'de ejercitarlas. Todo el que ha recibido
»que no ha sido cómplice en mi criminal pasión!» go tiempo en el puerto. Todas las mañanas iba á i n - otro lado de la pared de una celda; los agitados faroles
de las naves, y el faro inmóvil del monasterio; la in- »fuerzas, debe consagrarlas al servicio de sus seme-
»A estas palabras, pronunciadas por la t u m b a , m e formarme de la situación de Amelia, y volvía siem- »jantes; y si las inutiliza, es castigado desde luego
pre con nuevos motivos de admiración y lágrimas. certidumbre de los destinos del navegante, "y la ves-
iluminó la horrorosa verdad : extravióse mi razón, y tal que adivina en un solo dia todos sus dias* futuros; »con una secreta miseria, y tarde ó temprano le e n -
dejándome caer sobre la mortaja, estreché en mis b r a - »Recorría sin cesar las inmediaciones del monaste- á un lado un alma como la tuya, ¡0I1 Amelia! borras- »via el cielo un castigo espantoso.»
zos á mi hermana, exclamando: « ¡ Casta esposa de rio, construido á orillas del mar. Muchas veces veia cosa como un Océano, y al otro un naufragio mas hor-
»Jesucristo! ¡ recibe mis últimos abrazos á través del sentada á una pequeña reja que daba á una playa d e - roroso que el del marinero: todo aquel cuadro está Aterrado por estas palabras, René levantó su humi-
»hielo del sepulcro y de las profundidades de la eter- sierta , una religiosa que meditaba en actitud p e n - aun grabado profundamente en mi memoria. ¡Sol de llada cabeza del seno de Chactas. El ciego saquem
»nidad, que ya te separan de tu hermano - !» sativa al aspecto ael Oeéano, en que se veia algún ba- este nuevo cielo, ahora testigo de mis lágrimas; ecos sonrió; y esta sonrisa de los labios, que no se enlaza-
Aquel movimiento, aquellas exclamaciones y lágri- jel que navegaba á los confines de la tierra. Muchas de la costa americana, que repetís los acentos de René: ba ya con la de los ojos, tenia algo de misterioso y
mas turbaron la ceremonia; el sacerdote se interrum- vecesála claridad de la luna volví á ver la misma religio- este f u e el dia que siguió á aquella noche terrible, celestial. «Hijo mió, dijo el anciano amante de Ata-
pió, las monjas cerraron la reja, la multitud se agitó sa en la misma ventana , contemplando el mar ílumí- ola , el padre Souél nos habla con severidad, y corrí-
»ge igualmente al viejo y al joven : tiene razón. ¡Si! »los árboles y los arroyuelos, modestos compañeros
»es preciso que renuncies á esa vida extraordinaria »un dia de su tranquilo curso.»
»llena de sinsabores, pues no hay felicidad sino en las Chactas calló, y dejóse oír entonces la voz del fla-
»sendas cumunes. menco, que oculto en las cañas del Meschacebé, anun-
»Cansado un dia el Meschacebé, próximo aun á su ciaba una cercana tempestad. Los tres amigos se diri-
»manantial, de no ser sino u n límpido arroyo, pidió gieron á sus cabanas: René marchaba taciturno entre
»nieves á las montañas, aguas á los torrentes y llu- el misionero que oraba, y el ciego saquem que busca-
»vias á las tempestades; conseguido su deseó, inundó ba su camino. Dícese que aconsejado por los dos a n -
»sus orillas y desoló sus encantadoras campiñas. El cianos, volvió á casa de su esposa, aunque sin hallar
»orgulloso rio se ufanó de su poder; mas viendo que la felicidad. Poco tiempo despues pereció con Chactas
»todo quedaba desierto á su paso, que corría abanao- y el padre Souél en la matanza de franceses y natchez,
de que fue teatro la Luisiana. Aun se enseña al viajero
»nado por una soledad, y que sus aguas eran siempre
el peñasco donde ¡ba á sentarse al declinar el dia.
»cenagosas,- ochó de menos el humilde cauce que le
»habia abierto la naturaleza, los pajarólos, las flores,

PIN DE RENÉ-

\
BIBLIOTECA ILUSTRADA DE GASPAR Y ROIG.

EL ULTIMO ABENCERRAGE.
P O R E L V I Z C O N D E DE C H A T E A U B R I A N D ,

TRADUCIDO

POR DON MANUEL M. FLAMANT.

MADRID-
IMPRENTA DE GASP.VR Y RO'G , EDITORES,
calle del Principe sum. 4.
1854.
EL ÚLTIMO A

ADVERTENCIA. de la mujer está diseñado sobre las mismas proporcío-


j n e s , porque es muy justo que el mundo de las q u i -
meras, cuando nos trasladamos á é l , nos indemnice
Las Aventuras del último Abencerrage fueron es- de los disgustos del mundo real.
critas há cerca de veinte años : e! retrato que en ellas Fácilmente se echará de ver que esta es la obra de
he trazado de los españoles explica bastanteel por qué un hombre que ha experimentado las amarguras del
esta nueva edición no ha podido ser impresa baj.> el destierro, y cuyo corazon pertenece por entero á su
gobierno imperial. La resistencia de los españoles á patria.
Bonaparte, resistencia por parte de un pueblo inerme He tomado en los mismos lugares las vistas de Gra-
á un conquistador que habia vencido los mejores sol- nada, de la Alhambra, y de esa mezquita transformada
dados de Europa, excitaba entonces el entusiasmo de en iglesia, porque no es otra cosa la catedral de Cór-
todos los corazones capaces de apreciar los grandes doba. Estas descripciones son una especie de adición
rasgos de abnegación y los nobles sacrificios. Las rui- á un fragmento de la última parte del Itinerario de
nas de Zaragoza humeaban todavía, y la censura no París á Jerusalfm.
hubiera permitido unos elogios en que hubiera descu-
Hay en esta obra frecuentes alusiones á la historia
bierto con tazón un oculto interés hácia las víctimas.
de los Zegríes y Abencerrages, tan conocida que he
La pintura de las antiguas costumbres de Europa, los
creído inútil hacer un bosquejo de ella en esta adver-
recuerdos de la gloria de otros dias y los de la corte
tencia. Esta novela contiene los pormenores que bas-
de nuestros mas brillantes monarcas,"no hubieran si-
tan para la inteligencia del texto.
do gratosá la censura, que por otra parte empezaba á
arrepentirse de h a b e r m t dejado hablar tantas veces
de la antigua monarquía y de la religión de nuestros
padres»; los muertos que sin cesar evocaba, infundían
bastante recelo á los vivos. Colócase á veces en los
cuadros algún personaje deforme, para hacer resaltar
la lu rmosura de los demás; pero en esta obra he q u e -
rido pintar tres hombres d-- un cará<-L--r "igualmente Cuando Boabdil, último rey de Granada, se vió
elevado, sihírn no superiores á la naturaleza , y con- obligado á abandonar el reino de sus padres, se d e -
servando con .-us pasiones, las <jt»luuibi es v hasta las tuvo en la cima del monte Padul, desde donde se
preocupaciones de sus respectivos paises. Él carácter descubría el mar en que el desventurado monarca iba
á embarcarse para el Africa; descubríase también á
»

Granada, la Vega y el Genil, en cuyas orillas>se al- de una vida pacífica : plantas cogidas en fas cumbres EL ULTIMO AHENCERKAGE.
zaban las tiendas 'delI ' I campamento.de
( . l u u p u i u w i t y . u v Fernando
luuutiuu é c Isa-
loa- del Atlas y en el desierto deZabara, y muchas habían al Abencerraje al término de su excursión. Granada vez aquel alto edificio cuyas paredes vislumbraba al
L„.L » U , , : „ » « , J' ¡ : „ : 2 J * II J . I / : M '
bel. A la vista de tan delicioso país', y de los cîpreses sido traídas de la vega de Granada. Unas eran propias está construida al pié de Sierra-Nevada, sobre dos través de las tinieblas , era la antigua morada de los
que'aun señalaban aquí y acullá los sepulcros de los para curar los males del cuerpo, otras extendían su enhiestas colinas , separadas por un profundo valle. Abencerrajes; tal vez , en aquella plaza solitaria se
musulmanes^ Boabdii rompió en acerbo llanto. Su ma- oder á los del alma; pero los Abencerrages estima- Las casas, situadas en el declive de las colinas, en el celebraban las fiestas que levantaran hasta las nubes
dre, la sultana Aíxá, que le acompañaba en el destier-
ro con los grandes que un tiempo componían su cér-
E an especialmente las que servían para calmar los va-
fondo de aquel, dan á la ciudad el aspecto y la forma
de una granada entreabierta, circunstancia á que
la gloria de Granada. Por allí pasaban las cuadrillas
soberbiamente vestidas de brocados; mas allá se ade-
t e , le dijo : « Llora como una mujer la pérdida de u n nos pesares, las locas ilusiones y esas esperanzas de debe su nombre. Dos rios, el Genil y tíl Darro, de los lantaban las galeras cargadas de armas y de flores,
»reino que no has sabido defender como hombre. » felicidad siempre renacientes y siempre desvanecidas. cuales el uno arrastra pajillas de oro, y el otro arenas los dragones que vomitaban fuego y que ocultaban en
Bajaron de la montaña, y Granada se ocultó para siem- Por desgracia, muchos de aquellos simples tenian vir- de plata, bañan el pié de las colinas, y se reúnen y su seno ilustres guerreros: ingeniosas invenciones del
pre á sus ojos. tudes harto opuestas, y acontecia con frecuencia que serpentean en una llanura encantadora, llamada la placer y de la galantería.
Los moros españoles que compartiéronla suerte de el perfume de una flor de la patria era una especie de Vega. Esta llanura, sobre la cual descuella Granada, ¡Mas, ay! en vez del marcial sonido de los añafiles,
su r e y , se dispersaron por el Africa. Las tribus de los veneno para los ilustres proscritos. está cubierta d e viñedos, granados, higueras, m o - del eco de las trompetas y de los cantos del amor,
Zegries y los Gómeles se establecieron en el r e m o de Veinte y cuatro años habían transcurrido desde la reras y naranjos, y rodeada de montañas de forma reinaba un silencio profundo en torno de A b e n - H a -
F e z , de que eran descendientes. Los Vanégas y los toma de Granada. En este breve espacio de tiempo, y color admirables." Un cielo encantado y un ambiente met. La muda ciudad habia cambiado de habitantes,
Alabes: se detuvieron en la costa, desde Oran hasta I habian sucumbido catorce abencerrages á la influen- puro y delicioso abisman el alma en una secreta l a n - y los vencedores descansaban en el lecho de los v e n -
Argel; v por último, los Abcncerrages fijaron su m o - cia de,un nuevo clima , á los azares de « n a vida e r - guidez , de que cuesta trabajo librarse al viajero que cidos. «¡Los altivos españoles, exclamó el jóven é in-
rada en las inmediaciones de T ú n e z , formando-en rante, y especialmente á esos ocultos'pesares que no hace sino pasar. Echase bien de ver que en s e m e - »dignado moro , duermen á la sombra de los techos
frente de las! ruinas de Cartago una colonia que toda- minan Sordamente las fuerzas humanas. Un solo vás- jante país las pasiones tiernas hubieran sofocado en »de que han desterrado á mis abuelos! ¡Y yo, A b e n -
vía se distingue de los moros africanos por la elegan- tago era toda la esperanza de esta famosa'casa. Aben- breve las pasiqnes heroicas, si el a m o r , para ser »cerraje, velo desconocido, solitario y abandonado, á
cia de sus costumbres y la benignidad de sus leyes. Hamet, que llevaba el nombre del Abencerrage acusa- verdadero, no necesitase siempre apoyarse en la la puerta del palacio de mis padres!»'
do por los Zegries de haber seducido la sultana Alfa'i- gloría.
Estas familias llevaron á su nueva patria el recuer- m a , reunia en su personarla h e r m o s u r a , el valor, la Y reflexionaba sobre la instabilidad de los destinos
do de la antigua. El Paraíso de Granada no se bor- cortesanía y la generosidad de sus antepasados, á l a Cuando Aben-Hamet descubrió los remates de los humanos, sobre las vicisitudes de la fortuna, sobre la
raba de su memoria; las madres repet-an su nombre par de ese tranquilo brillo y esa ligara expresión de primeros edificios d i Granada, su corazon palpitó con caida de los imperios^ y en fin, sobre aquella Granada
á sus hijos aun en la lactancia, y los adormecían con melancolía que imprime el infortunio, noblemente tanta violencia que se vió precisado á detener su sorprendida por sus enemigos en medio de sus p l a -
ios romances de los -Zegries y los Abencerrages. De sufrido , y contaba solo veinte y dos años al perder su muía; así es q u e , cruzando los brazos sobre el pecho c e r e s , y trocando repentinamente sus guirnaldas de
cinco en cinco días oraban en la mezquita voíviéndo- padre. Resolvió entonces hacer una peregrinación al y. fijos sus ojos en la sagrada c i u d a d , permaneció llores por rudas cadenas ; parecíale ver á sus pobla-
PA llll.ald rio .... i . •/ •
país de sus mayores , á fia.de satisfacer la necesidad mudo é inmóvil. El guia se detuvo á su vez; y como dores abandonando sus hogares en traje de fiesta, á
de su corazon y realizar u n uesiguio que ocultó con un español comprende fácilmente todos los s e n t i - manera de los convidados que en medio del regocijo
Lotólago&ofrecia en vano á los desterrados sus frutos, esmero á su madre. mientos elevados, mostróse conmovido y adivinó que de un banquete, son de improviso espulsados por un
sus aguas, su frondosidad y su brillante sol; que l e - el moro pensaba en su antigua patria. EÍ Abencerraje incendio, de la sala del feshn.
Embarcóse en la escala de T ú n e z , y conducido poi
jos d é l a s Torres.rojas ( i ) , no habia ni frutos agra- rompió al fin su silencio y dijo: Todas estas imágenes, todos estos pensamientos se
un viento favorable á Cartagena, saltóen tierra y tomó
dables, ni c o m e n t e s cristalinas, ni fresco verdor, ni el camino de Granada, anunciándose como u n m é d i - —¡Guia, sé feliz! No me ocultes la verdad, porque aglomeraban en el alma de Aben-Hamet, que lleno
sol dígito dé.¿Ser admirado. Si se mostraban á algún co árabe que iba á herborizará Sierra-Nevada. Una pa- la calma reinaba en las olas el dia de tu nacimiento, de dolor y pesar, se proponía realizar el proyecto que
proscrito lasllanuras del Bagrada, sacudía tristemen- cifica muía le llevaba lentamente al país donde íos y la luna entraba en su creciente. ¿Qué torres son le lü'bia llevado á Granada. El Abencerraje se habia
te la cabeza y exclamaba suspirando : «¡ Granada!» Abencerrages volaban en otro tiempo caballeros sobre esas que brillan á manera de estrellas sobre aquel extraviado, y se hallaba lejos del kan en un retirado
Los Abencerrages conservaban especialmente el belicosos corcelgs; precedíale un g u i a , conduciendo frondoso bosque? arrabal de la ciudad. Todo dormía; ningún rumor in-
mas tierno y fiel recuerdo] de la patria, pues habían otras dos muías adornadas de Cascabeles y de moños — E s la Alhambra, repuso el guia. terrumpía el silencio de las calles ; las puertas y las
dejado cou mortal amargura*"?)! t e a t r ^ d e su gloria, y de lana'de diferentes colores.''Aben-Hamet atravesó —¿Y ese otro castillo que descuella sobre esa ventanas estaban cerradas, y solo el canto deígallo
las márgenes que tantas veces hicieran resonar á este los vastos matorrales y los bosquecillos de palmeras colina? anunciaba en la habitación del pobre la vuelta délos
entusiasta grito de g u e r r a : «¡Honor y Amor!» No del reino de Murcia, y juzgando por su vejez que ha- —Es el Generalife; hay en ese palacio u n jardín trabajos y los pesares.
pudiendo ya manejar la lanza en los desiertos, ni cu- bían sido plantadas por sus padres, apoderóse de su plantado de mirtos, donde es fama que un a b e n - Despues de haber vagado mucho tiempo sin serle
brirse con el casco en uua colonia de labradores, h a - corazon honda amargura. Aquí se elevaba una torre cerraje fue sorprendido con la sultana Alfairna. Mas posible volver á hallar su primer camino, Aben-Ha-
bíanse consagrado al estudio de los simples, profesión donde velaba el centinela en tiempo de la guerra de allá verás el Albaycin, y mas cerca de nosotros las met oyó entreabrirse una puerta, y fijando en ella
tan estimada entre los árabes como la de las armas. los moros y los cristianos; allí se dejaba ver una r u i - Torres rojas. su vista, vió salir una joven vestida casi como esas
Así, pues, la raza guerrera, que en otrotiempoabría na cuya arquitectura anunciaba su origen morisco: Cada palabra del guia desgarraba el corazon de reinas góticas, esculpidas en los monumentos de
heridas, ocupábase ya en el arte precioso de curarlas; nuevo motivo de dolor para el Abencerrage, qüe s¡ Aben-Hamet. ¡Cuán cruel es haber de recurrir á los nuestras antiguas abadías. Su enrpiño negro , a d o r -
en lo cual conservaba algo de su primitivo genio, por- apeaba de su m u í a , y bajo protesto de buscar cierta' extranjeros y para conocer los monumentos de n u e s - nado de azabaches, oprimía su esbelta c i n t u r a ; su
que los caballeros acostumbraban curar por sí mismos plantas, se ocultaba en aquellos tristes despojos de' tros padres, y hacerse narrar por hombres indiferentes saya c o r t a , estrecha y sin pliegues , descubría una
las heridas del enemigó que habían derribado. tiempo, para dar rienda suelta-á sus lágrimas. Volvía la historia de nuestra familia y nuestros amigos! El torneada pierna y un lindo pié; una mantilla, negra
La cabana de esta familia, antigua posedora de luego á emprender su camino, abismado en mil idea> guia, interrumpiendo las reflexiones de Aben-Hamet, tambíf n , envolvía su gentil cabeza, y con la mano iz-
suntuoso^ palacios, no estaba situada entre las de los fantásticas, al estrépito de las campanillas de la cara- exclamó: «Marchemos, señor moro; ¡ Dios lo ha q u e - quierda cruzaba y cerraba su mantilla bajo la barba,
demás desterrados, al pié del monte Mamelife, sino vana y al monótono canto de su g u i a , que no inter- »rid«i asi! Cobrad aliento. ¿Ne está hoy mismo pri— de tal suerte que no se descubrían de su rostro sino
entre las mismas ruinas de Cartago, á orillas del mar, rumpía su largo romance sino para animar sus mu- »sionero en nuestro Madrid Francisco í? ¡ Dios lo ha los rasgados ojos y la sonrosada boca. Acompañábala
en el lugar donde San Luis murió en su lecho de c e - las, apellidándolas gallardas y valerosas, ó para in- dispuesto!» Esto dicho, descubrió su cabeza, santi- u n a dueña, un escudero la precedía llevando en la
niza, y donde se ve en la actualidad una ermita m a - creparlas con los nombres de perezosas v tercas. guóse , y espoleó sus muías. El Abencerraje hizo lo mano un devocionario , y dos pajes adornados con
hometana. fie las paredes de la cabana pendían escu- mismo con la s u y a , y exclamó: «¡Estaba escrito!» y sus colores, seguían á escasa distancia la bella incóg-
dos de piel de león, que ostentaban sobre campo azul Los rebaños de carneros que un pastor conduci. se encaminaron á Granada. nita, que se dirigía á la oracion matutina, á ¡a que
dos salvajes que derribaban una ciudadcon sus mazas; por las amarillas é i n c a l í a s llanuras, y algunos aisla- convocaba el tañido de la campana de un vecino mo -
dos viajeros, lejos de esparcir la animación y la vid Pasaron cerca del grueso f r e s n o , célebre por el nasterío.
eií derredor de esta divisa se leián estas palabrás: combate de Muza y del gran maestre de Calatrava,
«¡ Que bagatela!» armasy divisa délos Abencerrages. en el camino, servían únicamente para htfcerlo ma
triste y desierto. Toctos aquéllos viajeros ceñían un en tiempo del último rey de Granada. Dieron la « uelta Aben-Hamet creyó ver en aquella aparición al á n -
Véíanse lanzas adornadas de pendones blancos y a z u - al paseo de la almeda, y entraron en la ciudad por la gel Isralil ó la mas jóven de las Hurís. No menos sor-
les; albornoces y casacas de raso acuchilladas, detrás larga tizona, se cubrían con su capa, y un anch
stimbrero inclinado liácia delante les cubría med; puerta de Elvira. Subieron á la Rambla , y llegaron prendida miraba la española al Abencerraje, cuyo
de los escudos. y brillaban en mediovie las cimitarras poco despues á una plaza rodeada por todas partes de t u r b a n t e , traje y armas daban nuevo realce á su
y las dagas. Veíanse también colgados en desorden rostro. Saludaban al paso á Aben-Hamet, q u e sol
distinguía en aquel noble saludo los nombres de DÍ'W casas de arquitectura morisca. En la plaza se veia un apuesto continente. Repuesta de su primer asombro,
guantes de batalla, frenos incrustados de piedras pre- kan construido por los moros de Africa, á quienes el hizo al extranjero ui.a señal para que se acercara,
ciosas, anchos estribos de plata, largas espadas, cuya señor y caballero. Cuando cerraba la noche, el Abéi
cerrage se sentaba en la venta, en medio d e los e \ comercio de sedas de la Vega atraía en considerable con esa gracia y ese desembarazo que caractei izan á
vaina habia sido bordada por la mano de princesas, y número á Granada. El guia condujo al kan á Aben- las mujeres de aquel país. «Señor m o r o , le dijo; pa-
espuelas de o r o q u e las Yseult, las Genievres v las tranjeros, sm que le ofendiese tina indiscreta curio
sidad, pues nadie le hablaba ni le dirigía pregunt Hamet. réceme sois recien llegado á Granada; ¿acaso os ha-
Orianas calzaran en dias mas felices á denodados pala-
dines. alguna, porque ni su t u r b a n t e , ni su traje, ni si Este se sentía harto agitado para disfrutar un poco béis extraviado?»
armas excitaban la menor admiración. Puesto que A' de reposo en su nueva vivienda: la patria le atormen- «Sultana de las flores, repuso Aben-Hamet; delicia
Al pié de estos trofeos de 'gloria, mostrábanse los había querido que los moros de España perdiesen s taba. No pudiendo hacerse superior á los sentimientos de los ojos de los h o m b r e s , ¡oh esclava cristiana!
hermosa patria , Aben-Hamet no podía dejar de esti que agitaban su corazon, salió á media noche para mas hermosa que las vírgenes de la Georgia, t ú lo
mar á los graves conquistadores. vagar por las calles de Granada, procurando reconocer lias adivinado : soy extranjero en esta ciudad q u e -
con sus ojos y sus manos algunos de los monumentos rida, y habiéndome perdido eutre estos palacios, no
(1) T o w s del palacio de Granada. Mas vivas aun eran las: emociones que esperabí que tantas veces le habian descrito los ancianos. Tal í he podido volver al kan de los moros. ¡Toque Ma-
6 BIBLIOTECA DE GASPAB Y RGLG.
liorna tu Corazón, y recompense tu hospitalidad!» cerrages, muchas veces repetido. La desconocida can- EL ÚLTIMO ABI 1 C E R R A G E . " 7
«Proverbial es la galantería de los moros , respon- taba un romance castellano en que se pintaba la h i s - sonreían de acuerdo, y su tez se animaba á los latidos
dió la española con la mas dulce sonrisa; pero-m soy toria de Iqs Abencírrages y Zegríes. Aben-Hamet no don Rodrigo, destinaba todos sus bienes á su hermana.
Blanca de Vivar, hermana única de don Garlos, y de su corazon. De improviso hace resonar el ébano ex-
sultana de las flores, ni esclava, ni me satisface verme pudo resistir su emocion,* y saltando una cerca de citador , marca tres veces el compás, entona el canto
recomendada á Mahoma. Seguidme, señor caballero, mirtos, fue á dar en media de un grupo de apuestas mucho mas jóven que é l , era el ídolo de s u padre; y
habiendo perdido á su m a d r e , habia cumplido diez y de la z a m b r a , y uniendo su voz á las armonías de la
y os acompañaré al kan de los moros.» y jóvenes d a m a s , que asustadas á tan estraña y no guitarra, parte como un relámpago.
ocho años cuando Aben-Hamet se presentó en Gra-
Y marchando con ligero paso delante del Abencer- prevista aparición , apelaron á la fuga con no peque- nada. Todo era seducción en aquella mujer encanta- ¡Qué variedad en sus pasos! ¡qué elegancia en sus
rage, le condujo hasta la puerta del kan, que l e m o s r ña gritería. Mas, ¡a española que acababa de cantar y dora: su voz era embriagadora, su baile mas leve que actitudes! Ora levanta sus brazos con viveza, ora los
tró con la mano, pasó á espaldas de un palacio, y d e - que aun tenia la guitarra, exclamó, sin dar muestra el céfiro ; ora se complacía en guiar un carro , como deja caer con languidez; agítase algunas veces como
sapareció. alguna de s u s t o : «¡Es el señor moro!» Y llamó á sus ébria de placer, ó se retira como abrumada de dolor;
Armida; ora volaba sobre el mas veloz c ircel de Anda-
¡ De cuán poco depende la paz de nuestra vida! La tímidas compañeras.» ¡Favorita de los genios! le dijo lucía, como las hadas fantásticas que se aparecían á vuelve la cabeza, parece llamar á alguna persona ocul-
patria no ocupa ya sola y por entero el alma de Aben- el gallardo Abencerraje, yo té buscaba como busca el Tristan y á Galaor en los bosques. Atenas la hubiera ta, alarga con modestia la sonrosada mejilla al beso de
Hamet: Granada no es á sus ojos un desierto, tina ciu- árabe una fuente en los rigores del medio d i a ; h e o i - tomado por Aspasia, y París por Diana de Poitiers que un nuevo esposo, huye ruborosa, torna radiante y
dad abandonada, viuda y solitaria : es mas cara á su do los ecos de t u guitarra, que celebraba los h é - empezaba á brillar eñ la córte. Empero á los encantos consolada, marcha con paso noble y casi guerrero, y
corazon que antes, púa« un nuevo prestigio embellece roes de mi país, y habiéndote adivinado en la dulzura de una francesa reunía las pasiones de una española, gira de nuevo sobre el lozano césped. La armonía de
sus ruinas, porque al recuerdo de sus mayores m é z - de tus acentos, vengo á poner á tus plantas el co- y su*natural coquetería en nada destruía el aplomo, sus pasos, de sus cantos y de los son idos de la guitar-
clase abora otro encanto. Aben-Hamet habia d e s c u - razon de Aben-Hamet,» la constancia, la fuerza y la elevación de los senti- r a , era completa. La voz" de Blanca ligeramente apa-
bierto el cementerio en que descansaban las cenizas «Y yo, repuso doña Blanca, cantaba el romance de mientos. gada , tenia ese timbre que subleva las pasiones en
de los Abencerrages; pero al o r a r , al prosternarse, al los Abencerrages, ocupada la mente en vos, porque el fondo del alma. La música española, compuesta de
derramar por su memoria filiales lágrimas, piensa que despues de haberos visto, me he dado á imaginar que Don Rodrigo habia acudido presuroso á los gritos suspiros, de movimientos vivos, de estribillos tristes y
la jóven española ha pasado alguna vez sobre aquellos esos caballeros moros se os parecen mucho.» en que habían prorrumpido las jóvenes españolas de cantos súbitamente interrumpidos, ofrece una
sepulcros, y sus antepasados, aunque difuntos, le p a - cuando Aben-Hamet se lanzo al jardín. «Padre mió, mezcla extraña de regocijo y melancolía. Aquel baile,
Y un ligero carmín se esparció por las mejillas de dijo Blanca, ved aquí al señor moro de quien os he
recen felices. y aquella música fijaron irrevocablemente el destino
Blanca, no bien hubo pronunciado tales palabras. hablado y que habiéndome oido cantar me ha re-
En vano intenta ocuparse exclusivamente de su pe- Aben Hamet se sintió inclinado á arrodillarse á lospiés del último Abencerrage: y en verdad hubieran basta-
conocido , y ha entrado en el jardín para darme gra- do á conmover un corazon menos lastimado que el
regrinación al país de sus padres; en vano recorre las de la jóven cristiana y á declararle q u e era el último cias por haberle enseñado su camino.»
colinas del Darro y del Genil, para recolectar plantas Abencerrage: detúvole empero un resto de prudencia, suyo.
El duque de Santa-Fe recibió al Abencerrage con
al amanecer, pues la flor que ora busca es la hermosa pues temia no sin razón que su nombre, harto Célebre La reunión volvió al llegar la noche á Granada, por
esa cortesanía grave, y noobstantesencilla, propia de
cristiana. ¡Cuán inútiles esfuerzos ha hecho ya para en Granada, inspirase recelos al gobernador. La guer- el valle del Darro. Don Rodrigo, en extremo c o m -
los españoles. No se advierte en esta nación ninguna
volver á hallar el palacio de su encantadora! ¡Cuántas ra de los moriscos no babia terminado a u n , y la pre- placido de las maneras nobles y delicadas de Aben-
de esas maneras serviles, ninguna de esas frases que
veces lia intentado volver á pasar las calles que le h i - sencia d e un abencerrage en aquellos momentos podia Hamet , no quiso separarse de él sin pedirle volviese
revelan la bajeza de los pensamientos y la degradación
ciera recorrer su divino guia! ¡Cuántas ha creído reco- despertar en los españoles fundados temores. Y no era algunas veces á entretener á Blanca con las maravillo-
del alma. El lenguaje del gran señor es igúal al del
nocer el tañido de aquella campana y el canto de aquel que Aben-Hamet retrocediese ante peligro alguno, sas relaciones del Oriente. El moro, que no deseaba
rústico, igual el saludo, iguales los cumplimientos,
gallo que oyera ño lejos de la morada de la peregrina sino que se estremecía á la idea de verse obligado á otra cosa, aceptó gozoso la cordial invitación del d u -
las costumbres y usanzas. Y así como la confianza y
española! Alucinado por iguales rumores, corre p r e - alejarse para siempre de la hija de don Rodrigo. que de Santa-Fe, y al dia siguiente se encaminó al
la generosidad de este pueblo para con los extranjeros
suroso al paraje donde se escucharan; mas el mágico palacio donde respiraba la mujer á quien amaba mas
Doña Blanca era vástago de una familia descen- 110 conocen límites, así es terrible su venganza cuan-
palacio no se presenta á su vista. Y acaecíale también que á la luz del sol.
do se abusa de su buena f e , pues está dotado de un
que el uniforme traje de las granadinas le inspiraba diente del Cid d e Vivar y de Jimena, hija del conde
valor heróico y de una paciencia á toda prueba, inca-
una fugaz esperanza, porque á cierta distancia todas Gómez de Gormaz. La posteridad del vencedor de V a - No tardó Blanca en sentir una vehemente pasión, por
paz de ceder á la adversa fortuna, siéndole preciso
las cristianas se parecían á la señora de su corazon; y lencia la Hermosa, cavó, merced á la ingratitud de la la imposibilidad misma en que se juzgaba de satisfa-
dominarla ó dejarse abrumar por ella. Tiene poco de
era el caso que miradas de eerca, ni una siquiera a t e - córle de Castilla, en una extremada pobreza, y hasta cerla, puesto que amar á un infiel, á un moro, á un
lo que se llama genio, pero sus exaltadas pasiones su-
soraba su hermosura y sus gracias. Aben-Hamet habia se llegó á creer por espacio de algunos siglos "que se desconocido, le parecía tan r a r o , caso que no t o -
plen en él esa luz que procede de la delicadeza y la
recorrido las iglesias para descubrir la extranjera, y habia extinguido: ¡tanta llegó á ser su inmerecida os- mó precaución alguna contra el veneno que empezaba
hasta habia penetrado en las sepulturas de Fernando curidad ! Pero en tiempo de la conquista de Granada, fofusion de ideas. Un español que pasa el dia sin b a - á circular por sus venas; mas no bien echó de ver las
é Isabel, siendo este el mas costoso sacrificio que hasta un úliimo retoño de la alcurnia de los Vivar se hizo
entonces hiciera en aras del amor. reconocer, menos en verdad por los títulos de su cuna
S lar , que nada ha v;sto , que nada anhela ver, que consecuencias de su mal, lo aceptó como una verda-
nada ha lei.lo, estudiado ó comparado, hallará siem- dera española. Los peligros y las penas que desde l u e -
que por .el brillo de su valor. Por todo esto, despues pre en la grandeza d e sus resoluciones los recursos go entrevio no fueron parte á hacerla retroceder del
Cierto dia herborizaba en el valle del Darro. La co- de la expulsión de los infieles, Fernando otorgó al dig- ue que haya menester en el momento del infortunio. borde del abismo, ni á que entrara en consultas con
lina meridional sostenía en su florida pendiente las no descendiente del Cid los bienes de muchas familias Era el dia natalicio de don Rodrigo, y Blanca ob- la fria razón; todo su cálculo se redujo á decirse á sí
murallas de la Alhambra y los jardines del Generalife, moras, y le hizo duque de Santa-Fe. El nuevo duque sequiaba á su padre con una pequeña fiesta en aque- mi,-.ma: «Sea Aben-Hamet cristiano, correspóndame,
y la septentrional estaba decorada porel Albaycin, por fijó su residencia en Granada, y murió, mozo aun de- lla encantadora soledad. El duque de Santa-Fe invitó y le seguiré á los confines del orbe.»
risueños vergeles y por grutas habitadas por uu p u e - jando ya casado á don Rodrigo* su hijo único, y padre á Aben-Hametá sentarse entre las jóvenes, que miraban Y era el caso que el Abencerrage experimentaba
blo numeroso. A la extremidad occidental del valle de Blanca. con cierta extrañeza su turbante y su traje. Trajérouse asimismo todo el poder de una pasión irresistible; vi-
descubríanse los campanarios de Granada, que desco- Doña Teresa de Jerez, esposa de don Rodrigo, dióá tapices de terciopelo, y el Ab< ncerrage se sentó sobre viendo pues únicamente para Blanca, no se curaba ya
llaban agrupados sobre las encinas y loscipreses, y en luz u n hijo que rfecibió al nacer el nombre de Rodrigo, ellos á la usanza mora; dirigiéronle luego varias pre- de los proyectos que le llevaran á Granada; y aunque
la oriental veíanse sobre las crestas de los;peñascos, como todos sus ascendientes; pero diósele también el guntas acerca de su país y sus aventuras, á las q u e res- le era fácil procurarse los datos que habia ido á b u s -
conventos, ermitas, algunas ruinas déla antigua llibe- de Carlos, para distinguirlo de su padre. Los grandes pondió con ingenio y jovialididad. Hablaba el mas cas- car , habíase desvanecido á sus ojos todo interés e x -
r i a , y allá en lontananza las erguidas'cumbres de acontecimientos que don Carlos tuvo á la vista desde tizo castellano, y húbiérase podido tomarle por tal, si traño á su a m o r , y hasta temía las noticias que h u -
Sierra-Nevada. El Darro corría por "el centro del valle y su mas tierna j u v e n t u d , y los peligros de que se viera en vez del tratamiento vos no usará casi siempre el bieran podido introducir alguna mudanza en su género
presentaba á lo largo de sü corriente pintorescos mo- rodeado casi al salir de la infancia, contribuyeron po- de tú, palabra tan dulce en sus labios, que Blanca no de vida. Nada inquiría, nada anhelaba saber, y todos
linos, sonoras cascadas, los rotos arcos de u n a c u e - derosamente á hacer mas grave y rígido u n ' c a r á c t e r podia hacerse superior á u n oculto despecho cuando sus planes se compendiaban en este sencillo racioci-
ducto romano, y los restos de un puente morisco. naturalmente inclinado á la austeridad. Contaba a p e - se dirigía á alguna de sus compañeras. nio : «sea Blanca musulmana, correspóndame y la ser-
Aben-Hamet no era á la sazón ni bastante desgra- nas catorce años don Carlos, cuando siguió á Cortés á ' Presentáronse numerosos sirvientes; quienes traían viré hasta mi postrer aliento.»
ciado ni bastante dichoso para disfrutar de lleno los Méjico, donde habia sufrido todos los peligros y sido chocolate, variadas frutas, y azucarillos de Málaga,
Firmes, pues, en su generosa resoluciou, Aben-
encantos de la soledad, por lo cual recorría distraído testigo de todos los horrores de tan maravillosa aven- tan blancos como la nieve, y tan porosos y ligeros co-
Hamet y Blanca solo esperaban un momento opor-
é indiferente aquellas encantadoras márgenes. Mas lié 1 tura, presenciando la caida del último rey de un mun- mo la esponja. Terminado el refresco, pidióse á Blan-
tuno para descubrirse sus sentimientos. En uno de
aquí q u e marchando á la ventura, y siguiendo una es- do hasta entonces desconocido. Tres años despues de ca que ejecutara algún baile nacional, en que exce-
los días d-3 la mas deliciosa estación del a ñ o , la hija
pesa alameda que rodeaba la colina del Abaycin, no tamaña catástrofe, don Carlos se habia hallado en E u - día á las mas hábiles gitanas, y cedió al fin á los ruegos
del d u q u e de Sauta-Fe dijo al Abencerrage: «No h a -
tardó en mostrarse á sus ojos una casa de campo, r o - ropa en la batalla de Pavía , como para ver sucumbir de sus amigas. Aben-Hamet habia guardado silencio,
béis visto aun la Alhambra, y si he de dar crédito á
deada de un bosquecíllo de naranjos, en cuya i n m e - el honor yel denuedo coronados, á los golpes de la con- pero sus miradas suplicantes decían bien lo que sus
ciertas palabras que habéis indeliberadamente pro-
diación oyó los sonidos de una voz y una guitarra. traria fortuna. La vista de un nuevo universo, los d i - labios no osaban solicitar. Blanca eligió una zambra,
nunciado, vuestra familia es oriunda de Granada.
Existen tan misteriosas relaciones entre la voz, el r o s - latados viajes por aun no recorridos mares, el espec- baile lleno de expresión, tomado de los moros por los
¿Os complacería visitar el palacio de los antiguos r e -
tro y las miradas de una mujer, que nunca se equivoca ' táculo de grandes revoluciones y vicisitudes de la españoles.
yes moros? Si así es, quiero serviros de guia esta
en tales materias el hombre á quien el amor tiraniza. suerte, habían impresionado enérgicamente la i m a g i - Una délas jóvenes nnpezó á tocar en la guitarra la tarde.»
»¡Es mi hurí!» exclamó ébrio de gozo Aben-Hamet; y nación religiosa y melancólica de don Carlos, que ha- danza morisca, y la hija de don Rodrigo desembara-
aplicando atento oído con el corazon palpitante, los biendo entrado en la orden de caballería de Calatrava, Aben-Hamet juró cordíalmente por el Profeta que
zándose del velo, ató ásus blancas manos unas casta- ninguu paseo podía serle mas agradable.
latidos de este se aceleraban al nombre de los A b e n - y renunciando al matrimonio á pesar de los ruegos de netas de ébano. Sus negros cabellos caian en leves Habiendo llegado la hora señalada para la excursión
rizos sobre el alabastrino cuello; sus labios y sus ojos á la Alhambra, la hija d e don Rodrigo moató una ha-
S
BIBLIOTECA D E GASPAR EL ÚLTIMO ABI N C E R R A G E » 9
Y ROIG.
canea blanca, acostumbrada á trepar las rocas cual parecía ser el santuario del amor. Nada igualaba la hermosa como el genio de mi patria en medio de es- no deber á ninguna causa extraña los sentimientos que
una ágil cabra. Aben-Hamet acompañaba á la brillante elegancia de aquel asilo; la bóveda entera, pintada de tas ruinas. Pero; ;puede Aben-Hamet prometerse inspiraba, que no reveló el secreto de su nacimiento
española, caballero sobre un alazanandaluz enjaezado azul y oro, y compuesta de arabescos á cielo abierto, fijar tu corazon? ¿Qué es á tu lado? Ha recorrido los á la hija del duque de Santa-Fe, pues se gozaba en,el
á la turca. Et?la rápida carrera del jóven moro, su daba paso á la luz corno á través de un tejido de flores. montes con su p a d r e , y conoce, las plantas del d e - delicado placer de participarle que llevaba un nombré
alquicel de púrpura s e i n c h a b a á su espalda, su corvo Una bulliciosa fuente brotaba en medio del ediGcio, y sierto..... mas, ¡ah! no hay u n a sola que baste á c u - ilustre, el día mismo en que accediese á hacerle señor
alfange resonaba en la alia silla, y juguetón el viento sus a g u a s , que bajaban á manera de menudo rocío, rarle de la herida que le has causado; lleva armas, y de su mano Pero fue súbitamente llamado á Túnez;
.«giraba el airoso penacho de su turbante. Admirado caían en una vistosa concha de alabastro. «Aben-Ha- sin embargo, no es caballero. Yo, me decia en otro porque su madre, acometida de una enfermedad mor-
el pueblo de su gentileza y apuesto a d e m a n , decia al ¡net, dijo la hija del duque de S a n t a - F e , mira bieu tiempo : «El agua del mar que duerme al abrigo del tal , queria abrazarle y bendecirle antes de espirar.
verle pasar: «Ese es un príncipe infiel, á quien doña esta f u e n t e , que recibió las desfiguradas cabezas de »vientoen la concavidad de un-peñasco, se muestra Aben-Hamet se presentó en el palacio de Blanca y
Blanca va á convertir.)) »sosegada y muda en tanto que en su derredor la a n - la dijo: «Sultana, mi madre, próxima-á la muerte,
les Abencerrages. Aun ves sobre el mármol las man- m e pide vaya á cerrar sus ojos. ¿ Me conservarás tu
Siguieron primero una larga calle, que conservaba chas de la sangre de ios desgraciados á quienes Boab- »churosa mar se agita con estruendo: .Aben-Hamet!
»así se deslizará tú existencia. silenciosa, tranquila, amor?»
aun el nombre de una ilustre familia m o r a , y que dil sacrificó á sus crueles sospechas; porque así se
terminaba en el recinto exterior de la Alhambra;'atra- trata en tu país á los seductores de las mujeres cré- »ignorada en un rincón, de desconocida tierra, m i e n - —¡Me abandonas! respondió Blanca, palideciendo.
vesaron luego un bosque de olmos, y llegando á una dulas.» »tías la córte del sultán se verá conmovida pordas ¿ Tornaré á verte?
f u e n t e , halláronse en breve delante del recinto i n t e - »tempestades delaambiciop.» Esto me decia interior- —¡Ven ¡dijo Aben-Hamet; quiero exigirte un jura-
Empero Aben-Hamet 110 escuchaba y a á Blanca, pues menté, jóven cristiana ; pero tú me has demostrado mento y hacerte otro que solo la muerte podrá romper.
rior del palacio de Boabdil. Abríase en una muralla habiéndose arrodillado, besaba con respeto las señales
flanqueada de torres y coronada de almenas, una de la sangre de sus antepasados; levantóse á poco y que la tormenta puede agitar también la gota .de ¡ Sigúeme! ¿
puerta llamada la Puerta del Juicio : saludáronla, y exclamó entusiasta : «¡Oh Blanca! te juro por la s a n - agua dormida en la concavidad de un peñasco.» Salieron en efecto, y á poco llegaron á un antiguo
entraron en un camino estrecho que serpenteaba, por gre de estos caballeros, amarte con la constancia, la Extasiada escuchaba Blanca este lenguaje, nuevo cementerio m o r u n o , donde se veian esparcidas sin
decirlo a s í , entre altas murallas y medio arruinadas fidelidad y la vehemencia de un abencerrage.» para ella; lenguaje cuyo giro oriental se adaptaba tan órden algunas pequeñas columnas fúnebres, e n cuyo
barracas. Este camino les condujo á la plaza de los maravillosamente á la mansión de las hadas aue con derredor habia en otro tiempo representado el e s c u l -
Algibes, en cuyas inmediaciones hacia construir á la i «¿Me amais? replicó con viveza Blanca uniendo sus tor un turbante, q u e mas tarde remplazaron los cris-
su amante recorría. El amor penetraba sin resistencia
sazón Carlos V un palacio. Volviendo desde allí hacia i manos. y levantando al cíelo sus miradas. Pero, ¿ha- en su corazon; sentía vacilar sus rodillas y se veia tianos con una cruz. Aben-Hamet llevó ó Blanca al
el Norte, se detuvieron en un palio desierto al pié de béis pensado que soisuninfiel, un moro, un enemigo, precisada á apoyarse mas fuertemente en el brazo-de pié de aquellas columnas, y le dijo :
una muralla sin adorno alguno y maltratada por el i y que yo soy cristiana y española? su apasionado guia. Aben-Hamet Sostenía la dulce —¡ Blanca! aquí descansan mis antepasados: yo te
tiempo. Aben-Hamet, apeándose con extraña celeri- «¡Oh, Sanio profeta!repuso Aben-Hament, sé t e s - juro por sus cenizas amarte hasta el día e n que el
carga y répetia marchando: «Ah! ¿por qué no soy un
dad , ofreció su mano á Blanca para que bajase de su ; t i g o d e mí juramento...!» Blanca le interrumpió, y le brillante abencerrage?» ángel del Juicio me llame al tribunal de Alá; t e pro-
hacanea. l.os criados que les seguían llamaron á una dijo : «¿Qué asenso podré conceder á los juramentos meto no entregar mi corazon á otra m u j e r , y tomarte
puerta abandonada, cuyo umbral obstruía la yerba; d e un perseguidor de mí Dios ? ¿ Sabéis si os amo? —En ese caso os amaría menos, dijo Blanca; porque
me sentiría mas atormentada é inquieta: p e r m a n e - por esposa cuando hayas conocido la santa luz del
abrióse, y dejó ver los ocultos recintos de la Al- • ¿Quién os ha autorizado para usar conmigo s e m e - Profeta. Todos los años regresaré á Granada en esta
hambra. | jante lenguaje?» ced en la oscuridad y vivid para m í , pues es harto
frecuente que un famoso caballero olvide el amor por época, para ver si me has guardado f e , y si quieres
i Aben-Hamet respondió consternado : «¡Es verdad! renunciar á tus errores.
Todos los encantos, todos los recuerdos de la patria, ! solo soy tu esclavo, puesto que aun no has hecho de la celebridad.
mezclados á los prestigios del a m o r , asaltaron el co- ; mí t u caballero.» —No tendrías que temer semejante peligro, replicó —Y y o , respondió Blanca, anegada en lágrimas,
razon del último Abencerrage. Inmóvil v m u d o , r e - con viveza Aben-Hamet. te esperaré todos los años; te guardaré hasta mi últi-
« ¡ M o r o ! respondió Blanca; abandona la astucia; mo suspiro la fe que te he jurado, y t e recibiré por
corría con atónitas miradas aqqella mansión de los haito lias leido en mis ojos que te amo; la pasión que ¡ —¿Y cómo m e amaríais si fueseis u n abencerrage?
genios, v se creia trasladado á la entrada de uno de me inspiras es ilimitada; s é , pues, cristiano, y nada preguntó la descendiente de Jimena. mi esposo cuando el Dios de los cristianos, mas:po-
esos palacios cuyas descripciones leemos en los cuen- I podrá impedirme ser tuya Mas, si la hija del "duque — T e amaría, respondió el moro, mas que á la glo- deroso que la mujer que te a m a , haya tocado tu in-
tos árabes. Ofrecíanse por donde quiera á los ojos de de Santa-Efe se atreve á "hablarte con tanta franqueza, ria y menos que al honor. fiel corazon.
Aben-Hamet ligeras galerías, canales de mármol blan- debes juzgar por esta misma causa que sabrá domi?- Él sol se habia ocúltado en el horizonte durante el Aben-Hamet p a r t i ó , y los vientos le llevaron á las
c o , bordados de limoneros y de naranjos en flor, s o - narse, y q u e n u n c a , nunca un enemigo de los c r i s - paseo de los dbs amantes, que habían recorrido toda costas africanas; su madre acababa de e s p i r a r , y el
noras fuentes y solitarios palios; y á través de las-dila- tianos tendrá derecho alguno sobre ella.» la Alhambra. ¡ Qué recuerdos s e babian presentado á jóven héroe abrazó llorando su lecho mortuorio. Los
tadas bóvedas de los pórticos descubríanse nuevos la- la imaginación de Aben-Hamet! Aquí la sultana reci- meses se deslizan rápidos; y , ora vagando entre las
berintos y nuevas maravillas, al paso que el azul del Aben-Hamet, en un arranque de pasión, tomó las bía por medio de unos respiraderos el humo de los ruinas de Cartago , ora sentado sobre el sepulcro de
mas hermoso cielo se dejaba ver entre las columnas manos de Blanca , las puso soore su turbante y luego perfumes que á su planta se q u e m a b a n ; allí, en aquel San Luis, el desterrado Abencerrage récoérdji impa-
que sostenían una larga serie de arcos góticos. Las sobre su corazon, exclamando: «Alá es poderoso, y apartado asilo, se ataviaba con todas las pompas del ciente el dia en qu ; debe volver á Granada, liste día
paredes cargadas de arabescos, se asemejaban á esas feliz Aben-Hamet! Conozca tu ley esta cristiana, y Oriente. Y Blanca, una mujer adorada, referia estos brilla al fin, y Aben-Hamet dirige á Málaga la proa de
telas de Oriente que borda eri el hastio del harem el nada podrá...—¡Blasfemo! dijo Blanca ¡alejémonos de pormenores al apuesto jóven á quien idolatraba. su nave. ¡Goh qué arrebato, cón qué alegría, no a j e -
ingenioso capricho de una esclava. La voluptuosidad, aquí!» La luna se levantó y esparció su dudosa claridad en na de temor , descubre los primeros promontorios de.
la religión y el espíritu guerrero respiraban en aquel Esto dicho, se apoyó en el brazo del moro, y se España! ¿ Le esperará BlanGa en aquellas costas? ¿ Se
los abandonados santuarios y los desiertos pavimentos
magnífico edificio, especie de santuario del amor, acercó á la fuente de los Doce-Leones, que da su d e la Alhambra. Sus plateados rayos dibujaban sobre acordará aun del oscuro árabe que no cesó de ado-
misterioso retiro donde los reyes moros disfrutaban de nombre á uno de los patíos de la Alhambra. «Extran- el césped de los vergeles y en las paredes de las salas raría bajo la palmera d-'l desierto?
todos los placeres, y olvidaban todos los deberes de la j e r o ! dijo la sencilla española, cuando miro tu trajé, los caprichosos perfiles de una arquitectura áerea, las La hija del duque de Santa-Fe no era infiel.á sus
vida. tú turbante y tus a r m a s , y pienso en nuestros a m o -
bóvedas de los corredores, la movible sombra de las juramentos. Habiendo pedido á su padre que la llevase
res, paréceme ver la sombra del gallardo abencer-
' Despues de algunos instantes de sorpresa y silencio, rage, paseando este abandonado retiro con la desven- saltadoras aguas y la de los arbustos mecidos por el á Málaga, seguía con la vista; desde lo alto de las
los dos amantes entraron en aquella morada del poder turada Alfaima. Descíframe la inscripción árabe céfiro. Cantaba el ruiseñor en un ciprés q u e atrave- montañas qHe ceñian la inhabitada playa , los lejanos
desvanecido y de las pasadas felicidades. Primero die- grabada sobre el mármol de esta fuente.» saba las cúpulas de u n a ruinosa mezquita, y los ecos bajeles y las fugitivas velas. Cuando rugían las t e m -
ron la vuelta á la sala de los Mesucar, en medio del repetían sus amorosas quejas; Aben-Hamet escribió á pestades ,. contemplaba con crueles zozobras el mar
Aben-Hamet leyó estas palabras:
perfume de las flores y de la frescura de las aguas, v la claridad del astro de la noche el nombre de Blanca concitado por los vientos, siéndole entonces£rato per-
La bella jwinceta que pasea, cubierta de perlas,
luego penetraron en el patio de los Leones : la emo- en su jardín, aumenta tan prodigiosamente en los mármoles de la sala de las Dos-Hermanas, y lo derse con la fantasía en las n u b e s , exponerse, en los
su her-
cíon de Aben-Hamet aumentaba por momentos «Si- mosura... El resto de la inscripción estaba borrado. trazó en caracteres árabes, para que el viajero adivi- lugares peligrosos, sentirse bañada por las mismas
no inundases mi alma de delicias, dijo al fin á Blan- nase un misterio mas en aquel palacio de los m i s - olas y envuelta en los mismos torbellinos que a m e -
ca, ¡con, cuánta amargura me vería obligado á pedir- «Esta inscripción ha sido escrita para t í , sultana terios. nazaban los dias de Aben-Hamet. Cuando veia la
te, á t í , española, la historia de estos encantados a m a d a , dijo Aben-Hamet; nunca estos palacios se « Moro, dijo Blanca, estos lugares son crueles; hu- chillona gaviota desflorar las olas con sus grandes y
asilos! ¡Ah! ¡Estos lugares han sido fabricados para ostentaron tan hermosos en su j u v e n t u d , cual se yamos de ellos El destino de mi vida es irrevocable; corvas alas, y volar hácja las playas africanas, la
muestran hoy en sus ruinas. Escucha el blando r u - graba pues en tu memoria estas palabras : Musulmán, hacia mensajera de todas esas palabras de fuego y de
servir de templo á la felicidad, en tanto que yo ! mor de las fuentes cuyas aguas ha desviado el mus-
Al decir esto, Aben-Hamet víóel nombre de Boab- go; mira esos jardines que se divisan á través de es- seré tu amante sin esperanza; cristiano, seré tu espo- todos esos votos fervientes que brotan de un corazon
sa feliz.» devorado por el amor.
dil incrustado en unos mosáicos: «¡Oh rey mió! ex- tas arcadas medio derruidas; contempla el astro del
clamó; ¿qué es de tí? ¿ Dónde te hallaré'en tu d e - dia que se oculta mas allá de todos esos pórticos: Aben-Hamet respondió : « Cristiana, seré tu d e s - Vagando cierto dia por las arenas d e la playa, des-
sierta Alhambra?» Y las lágrimas de la lealtad y del ¡euán dulce es vagar contigo por éstos lugares! Tus consolado esclavo; musulmana, seré tu afortunado cubrió una larga barca, cuya alta p o p a , inclinado
honor anegaron los ojos del jóven moro. «Vuestros palabras embalsaman estos asilos, como las rosas del esposo.» mástil y vela latina, anunciaban el elegante genio de
antiguos señores, ó por mejor decir, los reyes de vues- himeneo. ¡Con qué encanto reconozco en tu lengua- Y los nobles amantes salieron de aquel peligroso los moros. Blanca corre al puerto y poco despues ve
tros padres, fueron unos ingratos,» dijo Blanca.— je algunos acentos dtjl idioma de mis padres! El l i - palacio. entrar la embarcación berberisca, que convertía e n
«¿Qué importa, repuso el Abencerrage, si fueron tan gero roce de tu vestido sobre estos mármoles me La pasión de Blanca aumentaba de dia en dia, y la blanca espuma las olas á la rapidez de su curso. Un
desgraciados?» causa un delicioso estremecimiento; el ambiente debe de Aben-Hamet se acrecentaba con la misma violen- moro vestido con un soberbio ropaje , se mostraba
Esto dicho , Blanca Je condujo á un gabinete que sus perfumes al leve contacto de tus cabellos. Eres cia. Causábale tal encanto verse amado por sí solo, y en pié en la proa, y á su espalda dos esclavos negros
' BIBLIOTECA BE GASPAR r ROIG. , EL ÚLTIMO ABENCERRAGE.
detenían por el freno á un caballo árabe, cuyas hu- con Ponce de León, y el grau-maestre de Calatrava
conquistadores del Nuevo-Mundo, entre quienesrba- Aben-Hamet se levantó, inclinóse delante d é l a hija habia dado muerte al animoso Abayados. Veíanse aun
meantes narices y sueltas crines anunciaban a la vez bia hecho sus primeras armas, y religioso como los
su natural fogoso y el temor que le causaba el es- te don Rodrigo y se retiró. Admirado del ademan del i los restos de las armas de este caballero moro c o l a -
caballeros españoles vencedores de los moros, abriga- t o y " e la^ miradas de Blanca, Lautrec saho de la dos de las ramas de un pino, y en la corteza del árbol
truendo de las olas. La barca se aproxima, amaina sus ba en su corazon el odio a los infieles que habia here-
velas, aborda al muelle y presenta su costado : el ágil sala abrigando sospechas que no tardaron en trocarse , se b'ian algunos caracteres de un epitafio. Don Carlos
dado de la sangre del Cid. mostró con la man» la tumba de Abayados al Aben-
moro salta á la orilla, y esta resuena al rumor de sus tí
Tomás de Lautrec, vástago de la ilustre casa de "Quedaron solos don Carlos y su hermana. «Blanca ; cerrage, v le dijo: »Imita á ese valiente infiel, y reci- >
armas Los esclavas hacen salir al atigrado corcel, que
relincha y se encabrita lleno de alegría al hallar t i e r - f oix, en la que la hermosura en las mujeres y la bizar- dijo aquel á esta, es forzoso que te expliques ¿De be de mi* mano el bautismo y la muerte »
ra Otros esclavos desembarcan pausadamente una ría en los hombres eran consideradas como un don qué procede la mal reprimida turbación que te ha
hereditario, era el hermano menor de la condesa de causado la presencia de ese extranjero?» — La muerte tal vez, respondió Aben-Hamet; p e
cesla en que descansaba una gacela acostada entre ro ¡vivan Alá y el ProfeU,!»
hojas de palmera, y cuyas delgadas piernas estaban Foix y del valiente y malogrado Odet de Foix , señor —Procede, hermano mío, respondió Blanca, del
de Lautrec. Tfcmás, armado caballero á la edad de amor que profeso á Aben-Hamet á quien, si resuel- Esto dicho, tomaron campo y se precipitaron con
atadas y dobladas bajo su cuerpo, para evitar se frac- furia uno contra otro, sin masarmas que sus espadas.
turasen por los balances de la barca; llevaba un collar diez y oeho años, por Bavardo, en el mismo retiro ve hacerse cristiano, haré dueño de mi mano.
donde perdiera la vida el caballero sin tacha y sin re- — ¡ C ó m o ' exclamó colérico don Carlos; ¿amas a Aben-Hamet era meno.. práctico en los combates que
de granos de aloes, y en una chapa de oro que servia don Carlos; pero la excelencia d e s ú s armas, forjadas
para unir ambas extremidades del collar, veíanse g r a - proche, cayó prisionero poco tiempo despues en P a - Aben-Haini't? ; La hija de los Vivar ama á un moro,
vía, cubierto de heridas, defendiendo al rey caballero á un infiel, á un enemigo expulsado por nosotros de en Damasco y la velocidad de su caballo árabe le da-
bados en arabe un nombre y un talisman. ban ventajas sobre su enemigo. Lanzó su corcel á la
que perdió todo en aquella jornada, menos el honor.
Blanca reconoció al punto á Aben-Hamet; pero no estos palacios? m mera délos moros, y cortó la pata derecha del caba-
atreviéndose á delatarse á los ojos de la multitud , se Don Carlos de Vivar, testigo del denuedo de Lau- —Don Carlos, repuso Blanca sin alterarse; amo a llo de don Carlos mas abajo de la articulación , con su
retiró y envió á Dorotea, una d e s ú s doncellas, á que t r e c , había hecho curar sus heridas con generosa Aben-Hamet, v él me a m a ; tres años ha que prefie- ancho estribo tajante. El berilio caballo dio consigo
advirtiese al Abemerrage que le esperaba en el pala- «ilicitud, y no tardó en establecerse entre el'os una re renunciar mi mano á abjurar la relnnon de sus en tierra, y don Carlos desmontado por aquel golpe
cio de los moros. Aben-Hamet presentaba en aquel de esas amistades heróicas, cimentadas en la estima- padres. La nobleza, el honor y los sentimientos ca- feliz, se dirigió con la espada en alto á Aben-Hamet,
momento al gobernador su lirman, escrito con carac- ción y la virtud. Francisco I habia regresado á Fran- ballerosos tienen su natural asiento en su alma: ne que apeándose al punto, recibió con intrepidez a su
teres azules sobre una preciosa vitela y encerrado en cia , pero Carlos V retuvo en su poder á los demás aquí por qué le adoraré hasta la muerte. contendiente, v deteniendo los primeros golpes del
un forro de seda; acercóse luego Dorotea y condujo prisioneros. Lautrec habia tenido el honor de com- Don Carlos era diirno de apreciar toda la generosidad español, este vió saltar su espada al choque del acero
al venturoso Abencerrage á los piés de Blanca. ¡Cuan partir la cautividad de su rey y de acostarse á sus piés de Ab-n Hamr-t, aunque deploraba su ceguedad. »¡' 'es- damasquino. Dos veces engañado por la fortuna, don
viva v reciproca alegría experimentaron al hallarse fie- en su encierro; habiendo, pues, permanecido en E s - venturada Blanca! exclamó; ¿á dónde te llevará tu cie- Carlos lloró d e i r a v gritó á su enemigo: «¡Hiere, mo-
les a sus juramentos! ¡Qué felicidad , la de tornar á pana despues de la partida del monarca, habia sido ga pasión ? Yo me habia prometido que mi amigo Lau- ro, hiere! don Carlos te desafía inerme, y desafia á to-
verse despues de tan larga separación! ¡ Qué nuevas entregado bajo su palabra ádon Carlos, que acababa tréc seria mi hermano. da tu raza infiel.»
,
protestas de eterno amor! de llevarle consigo á Granada. - G r a n d e fue tu error, dijo Blanca, pues no puedo —Tu eras dueño de matarme, repuso el Abencer-
Los dos esclavos negros guiaban el caballo númida, Cuando Aben-Hamet se presentó en el palacio de amar á ese exlranjero. Por lo que respecta a mis sen- rage, pero yo no he pensado en hacerte la mas leve
que en lugar de silla ostentaba una piel de león atada i í! k m 8 0 y f u f t i n t r o d u c i d o en la sala donde se timientos hácia Aben-Hamet, á nadie debo explicacio- herida, porque solo he querido probarte que soy dig-
con una faja encarnada , y luego trajeron la gacela. hallaba Blanca, experimentó tormentos desconocidos nes. Guarda en buen hora tus juramentos como caba- no de ser tu hermano, y capaz de impedir que me
" » " ' t a n a , dijo Aben-Hamet á Banca al presentársela- por el hasta aquel momento, puesá los piés de la her- llero, que yo guardaré los mios como amante, baüe desprecies. _ , .
este es un cabritillo de mi país, casi tan ligero como niosa yió sentado un gentil mancebo que la miraba en empero para tu consuelo, que nunca será Blanca la
silencio y absorto en una especie de amoroso éxtasis esposa de un infiel. . En aquel instante descubrieron una nube de pol-
tu.» Blanca desató el hermoso animal, que parecía
darle gracias, dirigiéndole las mas dulces miradas. El joven vestía unos calzones de piel de búfalo y un —¡Nuestra familia habrá de desaparecer de la tier- vo: Lautrec y Blanca, montando dos yeguas de Fez,
coleto del mismo color, ajustado por un ancho cintu ra! exclamó dan Carlos con el aífento del dolor. mas rápidas que el viento, llegaron á la fuente del
Durante la ausencia de su amante la hija del duque de
. j había estudiado el árabe; así es que levó en- ron que sostenía una espada adornada de flores de lis; —A tí incumbe prolongarla. ¿Qué tennportan por Pino y vieron el suspendido combate.
de sus hombros pendía un capotillo de seda; su cabeza otra parte, unos descendientes que no has de ver , y — ¡Estov vencido! lesdijo don Carlos; este caballero
ternecida su nombre en el collar de la gacela. Habien-
do esta recobrado su libertad, sosteníase con dificul- estaba cubierta por un sombrero de alas estrechas y que despreciarían-tu virtud ? Conozco, don Carlos, me ha dado la vida. Tú , Lautrec, serás mas feliz
tad sobre sus piés, tanto tiempo aherrojados; por lo sombreado por vistosas plumas; una gola de encaje que somos los últimos de nuestra raza, pues salimos que yo.
cual, tendiéndose en el suelo apoyaba su cabeza en apoyada en su pecho, dejaba ver su desnudo cuello; demasiado del órden vulgar para que nuestra sangre —Mis heridas, dijo Lautrec con voz noble y repo-
las rodillas de su ama, que le presentaba dátiles nue- un bigote negro como el ébano, daba á su semblante, florezca despues de nosotros: el Cid fue nuestro abue- sada, me permiten negarme á combatir con este cor-
vos y acariciaba á la inofensiva hija del desierto, cuya naiuralmente afable, un aspecto varonil v guerrero- lo y será nuestra posteridad. Y Blanca salió tés caballero. No q u i e r o , continuó ruborizándose,
fina piel había retenido el olor del áloes y de las rosas y las anchas botas que en numerosos pliegues caian saber la causa de vuestra discordia , ni penetrar un
Don Carlos voló en busca del Abencerrage y le di-
de Túnez. sobre sus pies, ostentaban la espuela de oro, emblema secreto qué acaso mednria la muerte. Pronto hará r e -
jo : »¡Moro! renuncia á mi hermana, ó acepta el com-
de la caballería. nacer mi ausencia la paz entre vosotros , á no ser que
bate.» - i- tu Blanca me mande permanecer á sus piés.
El Abencerrage, el duque de Santa-Fe y su hija — ¿Estás encargado por tu hermana, dijo Ab-n-
partieron para Granada Losdias déla venturosa parera A escasa distancia manteníase en pié otro caba- —Caballero, dijo Blanca, permanecereis al lado
llero, apoyado en la cruz de hierro de su luenga espa- Hamet, de anular los juramentos que me ha hecho.'
se deslizaron como los del año anterior : los mismos de mi hermano y me mirareis como hermana vues-
da, y vestido como el< anterior; pero parecía de edad — ¡No! replicó don Carlos; le ama cual nunca.
paseos, ¡os mismos tristes recuerdos á la vista de la tra. Todos los corazones que aquí están experimen-
patria, el mismo a m o r , ó por mejor decir, nn amor mas provecta, y su continente austero , aunque ar- — ¡ \ h ! digno hermano de Blanca, exclamó Aben- tan amarguras, y aprenderéis á sobrellevar los males
siempre en aumento, siempre igualmente correspon- diente y apasionado, inspiraba respeto y temor- la Hamet interrumpiéndole, ¡debo recibir de tu sangre inseparables de ía vida.
dido; pero también una adhesión igual en los dos cruz colorada de Calatrava estaba bordada sobre su co- todo mi honor! ¡Oh feliz Aben-Hamet! ¡ Oh radiante
leto, con esta divisa : Por ella y por mi rey. dia! Yo creí que Blanca me habia sido infiel por el ca- Blanca quiso obligar á los tres caballeros á darse
amantes á la religión de sus padres a¡ Sé cristiano'» la mano, pero todos se negaron: «¡Aborrezco á Aben-
decía Blanca; «¡sé musulmana .'»replicaba Ab n-Ha- Blanca prorumpió en un grito involuntario al ver á ballero francés...
Hamet! exclamó don Carlos. »«¡Yo le envidio! dijo
m e t ; y volvieron á separarse sin haber sucumbido á Aben-Hamet. «Caballeros,-dijo con viveza, ved aquí —Esa es precisamente tu desventura, gritó á su
Lautrec.» «Y yo, repuso el moro, estimo á don Carlos
la pasión que arrastraba el uuo hácia el otro. al infiel de quien os he hablado repetidas veces; te- vez d<>n Carlos, fuera de sí. Dame cuenta de las la-
y compadezco á Lautrec, pero no puede amarlos.»
med que alcance la victoria, pues los Abencerrages grimas que por tu Causa derrama mi familia.
Aben-Hamet tornó á presentarse al tercer año bien eran de su temple, y nadie les sobrepujaba en lealtad, ° —Acepto de buen grado lo que me propones, res- —Veámonos siempre, añadió Blanca, y tarde ó
asi como esas aves de paso que el amor atrae en la valor y galantería.» ' pondió Aben-Hanet; pero aunque nacido de una raza ¡ temprano la amistad seguirá á la admiración. ¡Ignore
primavera a nuestros climas. Esta vez no halló á Blan-
Don Carlos salió al encuentro de Aben-Hamet, v le que acaso lia peleado con la luya, no soy caballero. A ¡ eternamente Grapada al funesto suceso que aquí nos
ca en la playa; pero una carta de esta le hizo saber la nadie veo aquí que me confiera la órden que te per- i reúne!
partida del duque de San t a - F e á Madrid y la llegada de dijo : « Señor moro, mi padre y mi hermana me fian mitirá medirte conmigo sin manchar tu sangre. I Desde aquel momento, la hija del duque de Santa-
don Carlos a Granada, á donde le había acompañado hecho conocer vuestro nombre, y todos os juzgan Admirado don Carlos de la oportuna reflexión del F e sintió una pasión mas viva hácia Aben Hamet, pues
un prisionero francés, muy sn amigo. El moro sintió descendiente de noble y esforzada estirpe, T o s moro, miróle con una mezcla de admiración y de f u - el amor ama el valor, y nada faltaba ya al Abencer-
oprimido su corazon á la lectura de tal carta, y partió habéis distinguido personalmente por vuestra caba- ror, y al fin < xclamó súbitamente: Yo te armaré caba- rage, puesto que además de ser valiente, don Carlos
de Malaga a Granada, abrumado por los mas tristes llerosidad. Carlos V mi señor, llevará en breve la fiero, pues eres digno de este honor.» le debia la vida. Aben-Hamet se abstuvo, por consejo
presentimientos. Las montañas l e parecieron espan-
tosamente solitarias, y volvia repetidas veces la cabe- tfefhonor^» ^ '
?
^ ^ 0 0 8 V e r e m o s e n e l ramt>° Aben-Hamet hincó la rodilla delante de don Car- de su amada, de presentarse en palacio durante algu-
za para mirar el mar que acababa de atravesar. Alien-Hamet aplicó la mano á su pecho, y sentán- los, que le dió el espaldarazo aplicándole tres golpes nos días á fin de dar tiempo á que se calmase la cóle-
de plano con la hoja de su espada, y luego le ciñó la ra de don Carlos. Una mezcla confusa de tiernos y
Blanca no habia podido separarse durante la ausen- dose en el suelo sin replicar palabra, lijó sus miradas misma que tal vez iba á romper su corazon: ¡tal era el amargos sentimientos combatía el alma del Abencer-
cia de su padre, de un hermano á quien amaba , en en Blanca y Lautrec, que admiraba con la curiosidad antiguo honor! rage; porque si por un lado, la seguridad de ser ama-
cuyo faver quena hacer donacion de todos sus bienes propia de su país el fastuoso traje, las brillantes armas do con tanta fidelidad y vehemencia era para él un
Lanzándose ambos sobre sus corceles, salieron de manantial inagotable de delicias, por otro, la certi-
y á quien veía despues de siete años de ausencia. Don y el apuesto talante del moro. Blanca no parecía tur- los muros de Granada y volaron á la fuente del Pino, dumbre de que nunca seria dichoso sin abjurar la r e -
l i r i o s estaba dolado de todo el valor y de toda la alti- b a d a : toda su alma brillaba en sus ojos, puesta severa lugar célebre muy de antiguo por los duelos de moros ligón de sus padres, abrumaba su corazon. Mu-
vez que caracterizan su nación: terrible como los española no procuraba ya ocultar el secreto de sn co- y cristianos, donde Malique Alabés habia peleado
razon. Despues de algunos momentos de silencio
12
* . BIBLIOTECA DE GASPAR R01G.
chos anos habían transcurrido ya sin hallar remedio , SaUó núes v l l e e a n ^ á i,
EL ULTIMO A B E N C E R R A G E . 13
alguno a sus males. ¿Severia condenado á pasar del rae2 m í v S l í „ • puerta de una antigua
F converl, d a
mismo modo el resto de sus dias? . I f 'gle^a por los fieles, entró Ningún asiento se veía-en el vasto r e c i n t o : un p a - • ihieutos que la religión cristiana hacia nacer en su
Sumido estaba en un abismo de las mas grandes v S L l o T 1 ^ l , P ? S e i d ° , d e t m t e z a * d e r e l i « Í 0 D
n
el vimento.de mármol que .cubría muchas sepulturas, corazon. Entregado al choque de tan opuestos afectos-,
P
tiernas reflexiones, cuando habiendo S u. S d e H e s u ^ t d a á ' o S S ^ T d e SUS ^ servia así á los grandes como á los pequeños, para entrevio al pié de una columna una figura inmóvil,
aCababa de t e m i n a r
e toquede esa oracioncristiana que anuncia el fin del L l ^ s S ^d/i ? la arrodillarse delante del Señor. Aben-Hamet avanza- q u e desde luego tomó por la estatua de un sepulcro;
Una 83013 0Scuridad rei,iaiia
día, e ocurrió entrar en el templo del Dios de Blanca I , á ba con lento paso porlasnaves desiertas, que resona- acercóse á ella, y vió á un jóven caballero de rodillas,
y pedir consejos al Señor de laiaturaleza. ' o n c o s l Z rf h i t C ° J u T a s > ^ « j a n t e s á los ban al único rumor de sus pasos, con el espíritu divi- con la frente respetuosamente inclinada y ambos bra-
troncos de los árbolesde u n bosque metódicamente
dido entre los recuerdos que aquel antiguo edificio de zos cruzados.sobre el pecho. El caballero no hizo el
la religión de los moros traia á su mente, y los s e n t í - menor movimiento al ruido de Jos pasps d e Aben-

A B E N - H A M E T Y BLANCA VISITAN LA ALHAMBRA

pide al cielo algún señalado favor; el guerrero c é -


lebre ya por su denuedo, abre aquí su corazon á los
piés del Señor del cielo como el mas humilde y oscuro
de los hombres. Oremos, pues, también al Dios de los
caballeros y d e la gloria.»
r a s s Aben-Hamet iba á precipitarse sobre el mármol,
cuando descubrió á la luz de una lámpara algunos c a -
14 BIBLIOTECA D E GASPAR Y ROIG.

racteres árabes y un versículo del Alcorán sobre una la conversación mudó de giro. Todos pidieron á don EL ÚLTIMO ABENCERRAGE. Ib
lápida medio rota. Los remordimientos se apoderaron Carlos que. narrase el descubrimiento de Méjico, y él musulmanes pueden calumniar al esforzado adalid á — ¡ Y bien! preguntó Blanca con el accnto de
de su corazon, y se apresuró á alejarse del lugar d o n - habló de este inundo desconocido con esa pomposa quien mi familia debe la vida. dolor, pero sostenida por el esfuerzo de un alma ele-
de se creyera próximo á ser infiel á su religión y su elocuencia propia de la nación española; refirió las — ¿Qué d i c e s ? exclamó Aben-Hamet, levantán- vada : ¿ cuál es ahora tu resolución ?
patria. desgracias de Motezuma, las costumbres de l o s a m e - d o s e a n i o de! asiento en que estaba medio acosta- — L a única digna de t í , respondió Aben-Hamet:
ricanos, los prodigios del esfuerzo castellano, y tam- do, ¿cuentas al Cid entre tus progenitores? dar por nulos tus juramentos, satisfacer, mediante
El cementerioque rodeaba aquella antigna mezqui-
bién las crueldades de sus compatriotas, que al pare- — »Su noble sangre circula por mis venas, replicó mi eterna ausencia y mi muerte, á lo que uno y «tro
ta era una especie de jardín plantado de naranjos, ci-
cer no le merecían ni vituperio ni elogio. Estas rela- don Carlos; la reconozco en el odio que arde en mi debemos á la enemistad de nuestros dioses, á la de
preses y palmeras, y regado por dos fuentes en cuyo
ciones encantaban á Aben-Hamet, cuya pa>ion á las corazon contra los enemigos de mi Dios. nuestra respectiva patria y á la de nuestras familias.
derredor se extendía un claustro. Aben-Haimt vio al
historias maravillosas revelaba claramente su sangre Si mí imágen se borra algún dia de tu corazon ; si el
pasar por aquellos pórticos, una mujer que se dispo- — ¡ Así p u e s , dijo Aben-Hamet, mirando á
árabe. Él trazó á su vez el cuadro del Imperio Otoma- tiempo, que destruye t o d o , arrancase á tu memoria
nía á entrar en la iglesia; y aunque se envolvia e n un Blanca, eres de la sangre de los Vivar, que despues
no, recientemente fundado sobre las ruinas de Coiis- mi recuerdo... este caballero francés... Debes á tu
velo, reconoció á la hija del duque de Sanla-Fe; detú- de la conquista de Granada invadieron los hogares de
tantinopla, no sin consagrar algunos tristes recuerdos hermano este sacrificio.»
vola y le dijo : «¿Vienes á este templo en busca de los desgraciados Abencerrages, y dieron la muerte á
al primer imperio de Mahoma : tiempo venturoso, en
Lautrec?» un anciano caballero de este nombre, que quiso d e - Lautrec se levantó con impetuosidad, y arrojándo-
u e el gefe ue los creyentes veia brillar en su d e r r e -
—Abandona tan vulgares zelos, respondió Blanca; or á Zobeida, á Flor de Hermosura, á Fuerza de los fender el sepulcro de sus abuelos! se en brazos del moro, le dijo: « ¡ A b e n - H a m e t ! no
si 110 te amase, te lo diría, porque sería indigno d e mí Corazones, á Tormento y al generosoGanem, esclavo — ¡ Moro ! gritó don Carlos ileno de despecho; esperes vencerme,en generosidad; soy francés, Ba-
el intento de engañarte. Vengo á orar por t í , pues tú por amor. Lautrec por su parte, pintó lacórte galan- sabe que no me dejo interrogar. Si poseo hoy los des- yardo me armó caballero, he vertido mi sangre en
solo eres el objeto de mis preces , y la causa de que te de Francisco 1; las artes renaciendo en el seno de pojos de los Abencerrages, mis antepasados los han defensa de mi r e y , y seré como mi príncipe y mi pa-
olvide mi alma por la tuya. O no debiste embriagar- la barbarie; el honor, la lealtad y la caballería de los conquistado á precio de su s a n g r e , y solo los deben drino, sin tacha y sin reproche. Si permaneces entre
me en el veneno de t u amor, ó debes prestarte á s e r - antiguos tiempos, unidos á la cultura de los siglos á su espada. nosotros, suplico de<de aliara á don Carlos te conceda
vir al Dios á quien yo sirvo. T ú trastornas toda mi f a - civilizados; las torrecillas góticas adornadas con los — » ¡ Una palabra m a s ! dijo Aben-Hamet, con c r e - la mano de su hermana ; y si abandonas á Granada,
milia : mi hermano te aborrece, y mi padre está órdenes de la Grecia, y las damas galas realzando la ciente emocion : h e ignorado en mi destierro que los nunca importunaré á tu amante con palabras de amor.
abrumado de amargura porque me niego á recibir un riqueza de sus atavíos con la elegancia ateniense. Vivar se adornasen con el título Sanla-Fe; y hé aquí No llevarás á tu destierro la funesta idea de que L a u -
esposo. ¿No echas de ver que mi salud se deteriora? la causa de mi error. t r e c , insensible á tu virtud, aspira á utilizar tu d e s -
Mira ese asilo de la muerte : ¡ está encantado! Pronto — Ese título , repuso don Carlos, fue conferido á gracia. i
Terminados tan sabrosos coloquios, l a u t r e c , que
descansaré en él, sino te apresuras á recibir mi fe en ese mismo Vivar, vencedor de los Abencerrages, Y el francés estrechaba al moro sobre su pecho, con
deseaba obsequiar la divinidad de aquella fiesta, tomó
el altar de los cristianos, pues los ocultos combates por Fernando el < Católico. el calor y la viveza del carácter de su nación.
una guitarra y cantó unas sentidas estancias c o m -
que sufro minan lentamente mi vida, y la pasión que La cabeza del apasionado doncel se inclinó sobre su —¡Caballero! dijo á su vez don Carlos, no espe-
puestas por él sobre un aire de las montanas de su
me inspiras no sostendrá siempre mi flaca existencia; pecho, y permaneció inmóvil en pié en medio de don raba menos de vuestras ilustres razas. Aben-Hamet,
país, y en las cuales expresaba los tiernos recuerdos
reflexiona, ¡oh moro! que para valermedetu lenguaje, Carlos, de Lautrec y de Blanca, estupefactos. Dos ¿ en qué señal podré reconoceros por el último Aben-
que en su alma despertaba la perdida patria.
el fuego que sostiene la antorcha es también el fuego torrentes de lágrimas brotaron súbitamente de sus cerrage?
que la consume. Al terminar la última estrofa , enjugó con su guan-
te una lágrima que le arrancara la hermosa imágen ojos sobre el puñal que brillaba en su cintura. «Perdo- — ¡ En mi conducta! replicó Aben-Hamet.
Esto d i c h o , Blanca entró en la iglesia, dejando á de Francia. La amargura del bizarro prisionero se r e - nadme , dijo despues de algunos momentos de silen- —La admiro y respeto, dijo el español; pero a n -
Aben-Hamet aterrado con sus últimas palabras. flejó con viveza en e¡ alma de Aben-Hamet, que llo- cio : bien sé que el llanto es indigno de los hombres; tes de explicarme mostradme alguna señal de vuestro
de hoy mas nadie será testigo de mis lágrimas, a u n - nacimiento.
La suerte estaba echada : el Abencerraje se sentía raba como él la ausencia de su patria. Instado á su'
que mi destino sea derramar muchas; escuchadme : Y Aben-Hamet sacó de su pecho el anillo heredita-
vencido y próximoá renunciar los errores de su culto, vez á que tomase la guitarra, se escusó diciendo que
pues harto tiempo liabia combatido, y el temor de ver solo sabia un romance desagradable á los cristianos. « ¡ Blanca! el amor que te profeso compite con el rio de los Abencerrages, que llevabapendientedeuna
morir á Blanca acallaba todos los demás sentimientos —Si los infieles se lamentan en ese romance de ardor de los vientos abrasadores de la Arabia. Yo es- cadena de oro.
en su corazon. Despues de todo, se decia, «¿será el nuestras victorias, replicó con desden don ("arlos, taba vencido, pues no me era posible vivir sin tí. Don Carlos alargó entonces la mano al desventura-
verdadero Dios el que adoran los cristianos? Mas, sea podéis cantar, pues lasJágrimas son permitidasálos Ayer, la vista ue este caballero francés en eracion y do, diciéndole; « ¡ S e ñ o r ! os tengo por un noble y
lo que fuere, ese Dios es el de las almas nobles, pues- vencidos. ( I ) tus palabras en el cementerio del t e m p l o , me h a - verdadero hijo de reyes. Mucho me honran vuestros
to que es el de Blanca, don Carlos y Lautrec.» bían hecho tomar la resolución de conocer á tu Dios proyectos sobre mi familia , y acepto desde luego el
— Sí, dijo Blanca, con la mayor delicadeza; por y ofrecerte mi fe.»
Ocupado en estas ideas, esperaba con indiferencia eso nuestros p a d r e s , sometidos en otro tiempo al yu- combate que en secreto habíais venido á buscar. Si
el dia siguiente para hacer conocer su resolución á go de los moros, nos han legado tantas quejas. Un movimiento de alegría en Blanca y otro de sor- quedo vencido, todos mis bienes, que en otro tiempo
Blanca, y trocar una existencia de tristeza y lágrimas presa en don Carlos, interrumpieron á Aben-Hamet. fueron vuestros, os serán fielmente devueltos; mas si
Aben-Hamet cantó al fin una balada que habia renunciáis al propósito de combatir, aceptad á v u e s -
por otra de alegría y felicidad. Llegó el dia deseado, aprendido de un poeta de la tribu de los Abencerra- Lautrec ocultó el rostro en sus manos; pero el moro,
pero no habiendo podido pasar al palacio del duque g e s , y en la q u e se suponía un diálogo entre Granada q u e le)ó su pensamiento, le dijo con desgarradora tra vez lo que os ofrezco : sed cristiano y recibid la
de Santa-Fe hasta la tarde, supo que Blanca había ido y el rey don Juan. sonrisa : «¡'".aballero! no perdáis la esperanza; y t ú , mano de mi hermana, que Lautrec me ha pedido para
con su hermano al Generalife, donde Lautrec daba una Blanca, ¡llora eternamente sobre el último Abencer- vos.
La sencillez de las quejas que expresaban los v e r - rage !»
tiesta. Aben-Hamet, combatido de nuevas sospechas, sos habia conmovido hasta al orgulloso don r a r l o s , á La tentación era terrible, mas no superior á las
voló en busca de Blanca, y Lautrec se sonrojó al pesar de las imprecaciones lanzadas contra los cris- Blanca, don Carlos y Lautrec levantaron á la vez fuerzas de Aben-Hamet. Si el amor hablaba con toda
verle; por lo que respecta á don Carlos, le recibió con tianos. Mucho deseaba que no se le instase á cantar; sus manos al cielo, exclamando : «¡El último Aben- su fuerza á su corazon, miraba por otra parte con es-
una fria política que no excluía sin embargo , cierta pero creyó que la cortesanía le obligaba á ceder á los cerrage ! » panto la idea de mezclar la sangre de los perseguido-
estimación. ruegos de Lautrec. Aben-Hamet e n t r e g ó , p u e s , la Un profundo silencio sucedió á estas palabras : el res con la de los perseguidos. Creia ver salir del se-
temor, la esperanza , el odio , el amor, la admiración pulcro la sombra de sus abuelos para maldecir esta
Lautrec habia hecho servir las mas exquisitas frutas guitarra al hermano (Je Blanca, que celebró las proe- y los zelos agitaban todos los corazones. Blanca cayó sacrilega alianza. Traspasado de dolor, exclamó al fin:
de España y áfrica, en una de las salas del Generali- zas del Cid , su ¡lustre antepasado. de rodillas, y exclamó : « ¡ Dios de bondad! tú j u s t i - « ¡ Ah ! un cruel destino quiso presentarme aquí tan-
fe, llamada Sala de los Caballeros, en cuyas paredes Don Carlos habíase mostrado tan altivo, y era tan ficas mi elección : yo no podia amar sino á un des- tas almas sublimes, tantos caracteres generosos, para
se veian los retratos de los príncipes y caballeros ven- varonil y robusto el acento de su canto, que se h u - cendiente de héroes. hacerme sentir mas l o q u e pierdo! ¡ Decida Blanca,
cedores de los moros: Pelayo, el Cid y Gonzalo de biera podido tomarle por el mismo Cid. Lautrec p a r -
— Hermana m í a , dijo irritado don Carlos; ¡ no Y diga lo que debo hacer para mostrarme mas digno
Córdoba; la espada del último rey de Granada e s t a - ticipaba del entusiasmo guerrero de su amigo, pero
olvides que p t á s en presencia de mi amigo Lautrec! de su amor!»
ba colgada debajo de estos retratos. El moro disi- el Abencerrage palideció al nombre del héroe caste-
muló su dolor, y se dijo interiormente como el león de llano. • — Don Carlos, repuso Aben-Hamet, modera tu Blanca exclamó: «¡Vuelve al desierto!» y cayó
la fábula, al mirar los retratos: «No somos nosotros los enojo; mi deber es restituiros la paz que involunta- desmayada.
—Ese caballero, dijo, que los cristianos apellidan riamente os he robado. Y dirigiéndose á Blanca, que
pintores.» la Flor de las batallas, lleva entre nosotros el renom- Aben-Hamet puesto de hinojos, adoró algunos i n s -
habia vuelto á sentarse, le dijo : tantes á Blanca con mas fervor queal cielo, y salió sin
El generoso Lautrec, al ver que los ojos del Aben- bre de cruel. ¡ Si su generosidad hubiese rivalizado — ¡Hurí celestial , genio del amor y de la h e r m o -
cerrage se volvían á su pesar hacia la espada de Boab- con SH valor!.... articular palabra. Aquella misma noche se encaminó
sura ! Aben-Hamet será t u esclavo hasta exhalar su á Málaga, donde se embarcó en un bajel que debia
d i l , le dijo : « Caballero , si hubiese previsto que me — Su generosidád, repitió impaciente don Carlos, postrer suspiro! pues bien: conoce ya toda la e x t e n -
dispensaríais el honor de concurrir á esta fiesta, no os interrumpiendo al moro , excedía su valor; y solo los tocar en Oran, en cuyas inmediaciones halló acampa-
sión de mi infortunio. El anciano inmolado por tu da la caravana que saliendo anualmente de Marruecos,
hubiera recibido en esta sala. Todos los dias se pierde abuelo al_ defender sus hogares, era el padre de mi
una espada, y yo he visto al mas valiente de los reyes atraviesa el Africa, pasa á Egipto y se reúne en el Vé
p a d r e : añade á este secreto otro que te habia oculta- roen á la de la Meca. Aben-Hamet se confundió entre,
entregar la suya á su afortunado enemigo.» (1) ED esta falta de atención y rudeza de c a r á c t e r , que
d o , ó por mpjor d e c i r , que tú me habías hecho olvi- los peregrinos.
— ¡ Ali! exclamó el moro, cubriéndose el rostro el autor atribuye á don Carlos en este pasaje y otros varios
de esta novela, se echa bien de ver que el a u t o r , aun c u a n - dar. Cuando vine la primera vez á visitar esta triste
con su alquicel; bien puede perderse una espada, co- do se propuso enaltecerlo, no comprendió el verdadero c a - Blanca, cuya existencia habia corrido graves peli-
ros, recobró 1. vida. Lautrec, fielá la palabra que
mo Francisco I ; ¡ pero perderla como Boabdri....! rácter español, notable en todas épocas por su nobleza y ge-
Llególa noche y habiéndose encendido antorchas, I nerosidad. N. d e l T .
f abia empeñado al Abencerrage, se alejó para nunca
turbar cou uua sola palabra de amor ó de dolor, la
BIBLIOTECA D E GASPAR Y ROIG.
naunuai melancolía de la
habitual íatnja
bija del duque de Santa-Fe. raba, ni hablaba nunca de Aben-Hamet, cualquier
Todos los años iba esta á vagar por las montañas de extraño la hubiera juzgado feliz. Sobrevivió á su fami-
Málaga, en la ép¡>ca en que su amante acostumbraba lia, pues su padre murió de pesar, y don Carlos perdió la
regresar de Africa; sentábase en las mismas rocas, vida en un duelo en que Lautrec l e h a b a servido de
miraba tristemente el mar y los lejanos bajeles, vol- padrino. Por lo que toca á Aben-Hamet, su paradero
vía en silencio á Granada, y pasaba sus días entre las quedó-eternamente ignorado.
ruinas de la Alhambra. Y como ni se quejaba, ni llo- Cuando se sale de Túnez por la puerta que c o n d u -

VIAJE AL MONTE-BLANCO

P A I S A J E S DE M O N T A Ñ A S .

Nada es hermoso sino lo verdadero; consiguiente, u n mar sino un rio; es una especie de.
solo lo verdadero es amable. Rhin helado: el Mar de Hielo imita su corriente, y el
•/ ' . • i í r f i C ' l Ventisquero de los Bosques, su caida en Laufen.
Agosto de 1803. Cuando el viajero se halla en el Mar de Hielo , su
¡ superficie, que le parecía unida desde la altura de
He visto muchas montañas en Europa y América, ' Montanvert, presenta multitud de picos y anfractuesi-
y habiéndome parecido siempre que en las descripcio- I dades, q u e imitan las figuras, formas y recortes del
nes de estos grandiosos monume ntos de la naturaleza ! enhiesto recinto de peñascos que parecen colgar por
se traspasaban los límites de la verdad, mis últimas |1 todas partes de las montañas circunvecinas, á mane-
experiencias sobre el particular me han corroborado en ra de unos relieves en mármol blanco.
mí opinion. He visitado el valle de Cliamouny, célebre Hablemos ahora de las montañas en general.
por los trabajos de Mr. de Saussurre, pero no sé si el Hay dos modos de examinarlas: con nubes ó sin
poeta hallaría en él el especiosa deserti, como el m i - ¡ ellas."
neralogista. Sea como fuere, espondré sencillamente En el primer caso la escena es mas a n i m a d a , pero
mis reflexiones de viaje, pues mi parecer tiene, por i mas oscura, y suele presentar tal con fusión que a p e -
otra pai t e , muy escasa autoridad para que pueda ofen- i ñas pueden distinguirse algunos rasgos.
der á nadie. Las nubes decoran los peñascos de mil maneras. He
Habiendo salido de Ginebra con un tiempo bastante : visto en las alturas de Servoz una punta descarnada,
nebuloso, llegue á Servoz en el momento que el cielo ¡ atravesada oblicuamente por una nube á manera de
empezaba á aclararse. La cima del Monte-Blanco no ; toga, que hubiera podido ser tomada por la estatua
se descubre desde aquel lugar, pero se' disfruta de i colosal de un antiguo romano. En otro lugar se des-
una clara perspectiva de su cresta nevada, llamada el ¡ cubria la pendiente de la m o n t a ñ a ; una barrera de
Domo. Sálvase luego el paso de los Montees, éntrase | nubesdetenia la vista al pié de esta pendiente y sobre
en el valle de Chamouny, y se pasa al pié del ventis- j aquella impalpable barrera partían negras ramificacio-
quero de los Bossons, cuyas pirámides se muestran al nes de montañas que imitaban las fauces d e la Q u i -
través de los abetos y alerces. Mr. Bourrit comparó i mera, cuerpos de esfinges, cabezas de Anubis y for-
este ventisquero por su blancura y el prolongado c o r - mas diversas de los monstruos y los dioses de Egipto.
te de sus cristales, á una flota á la vela; yo añadiría, Cuando las nubes son impelidas por el viento, [>a~
navegando en u a golfo rodeado de frondosos bosques. i rece que los montes huyen d e t r á s n e esta movible cor-
Detúveme gn la aldea- de Chamouny, y al día si- t i n a , y se ocultan y se muestran á la vez: ya se deja
guiente me trasladé al Montanvert, al que subí con el ver súbitamente uñ bosquecillo en la rotura de una
mas hermoso tiempo. Al llegar á su cima, que es una n u b e , á manera de una isla pendiente del cielo; ya se
cresta del Monte-Blanco , descubrí lo que con harta i descubre lentamente un peñasco que atraviesa poco
impropiedad se llama el Mar de Hielo. ! á poco el profundo vapor, cual un fantasma. Lleno de
Represéntese el lector un valle cuyo fondo está e n - | tristeza, el viajero « o escucha otra cosa que el z u m -
teramente cubierto por un rio. Lis montañas que for- ¡ bido del viento en los pinos, el rumor de los torrentes
man este valle, suspenden sobre el rio una masa de que se despeñan en los ventisqueros, la caida de los
peñascos, las agujas del D r u , del Bochard y de los j aludes, y algunas veces el silbido de la marmota asus-
Charmoz. En lejanía el valle y el rio se dividen en dos tada por haber visto al gavilan en las nubes.
ramas ó brazos, uno de los cuales va á unirse á otra Cuando el cielo está sereno, y la perspectiva de los
DON CARLOS VENCIDO POR A B E N - H A M E T . m o n t a ñ a , el Cuello del Gigante, y otro va á parar á ; montes se desplega por entero a la v i s t a , solo un a c -
los peñascos de los Jorasos. En la extremidad opuesta cidente es entonces digno de estudio: las cimas de las
vJmofc IfiofilfiK a>. Tclpriz? K&IÍI« de este valle se halla una pendiente hácia el de C h a - montañas presentan en la elevada región en que d e s -
mouny , casi vertical y ocupada por la parte del Mar cuellan, una pureza de líneas, una limpieza de pla-
ce a las rumas de Cartago , se encuentra un cernen- está intacta, aunque según la costumbre morisca se de Hielo, llamado el Ventisquero de los Bosques. Su- nos y perfiles que no tienen los objetos de las llanuras.
teño en el cual, debajo de una palmera y en uno de ha practicado en medio de ella una ligera excavación póngase u n invierno riguroso: el río que ocupa el Las cimas angulosas se asemejan, bajo la transpa-
sus ángulos me lúe mostrado un sepulcro conocido Las aguas llovedizas se, reúnen en el fondo de esta valle y todas sus sinuosidades se hielan hasta el fondo rente bóveda del cielo, á los soberbios ejemplares de
de su lecho: las cumbres de los montes vecinos se un gabinete de, historia n a t u r a l , á unos hermosos á r -
con el nombre de el sepukro dpi ultimo Abencerra- copa f ú n e b r e , y sirven en aquellos ardientes climas
muestran cargadas de nieve en todos los lugares en boles de coral y á caprichosas girándolas de estalac-
ge. Nada tiene digno de atención; la losa sepulcral para aplacar la sed de las avecillas del cielo que. los planos de granito son bastante horizontales titas, encerradas bajo un gloi o del mas puro cristal.
para retener las aguas congeladas: á esto se reduce El montañés busca en estos elegantes contornos la
FIN D E L ULTIMO ABENCERRAGE. el Mar de Hielo y la situación que ocupa. No e s , por imágen de los objetos que le son familiares: de esto
' ® BIBLIOTECA DE
i GASPAR y ROIG. VIAJES AL MO!< TE—BLANCO. 19
lían procedido los nombres de las rocas llamadas los con las facultades del hombre, ni con la debilidad de gradable efecto, pues el colorido con que se pintan las l Algunos mudos pajarillos que revolotean de uno en
Mulos, los Ckarmoz ó los Camellos: de aquí se han sus órganos. montañas lejanas es nulo para el espectador colocado otro carámbano, y algunas parejas de cuervos y ga-
derivado también las denominaciones tomadas de la á s u pié. Así es que la pompa con que el sol en su vilanes prestan una escasa animación á aquellas sole-
Religión, como las Cimas de las Cruces, la Roca del Atribuyese á los paisajes de las montañas cierta su-
blimidad, pues 110 es dudoso que esta consiste en la ocaso cubre las cimas de los Alpes de la Saboya, solo dades d e nieve y de piedras, donde la caida de la
Altar y el Ventisquero de los Peregrinos: nombres puede ser apreciada por el habitante de Lausana; y el lluvia es casi siempre el único movimiento que ocupa
sencillos que prueban que si el hombre está incesan- grandeza de los objetos. Pero si se demuestra que esa
viajero del valle de Chamouny intentaría en vano dis- la vista, debiendo considerarse como un caso feliz
temente ocupado de la idea desús necesidades, le es grandeza, muy positiva en efecto, no es sensible á la frutar de tan brillante espectáculo, porque únicamente que el pico-verde haga resonar su voz desapacible y
grato colocar en todas partes el recuerdo de sus c o n - vista, ¿dónde hallaremos la sublimidad? ve sobre su cabeza, como desde el fondo de un e m - mensajera de la tempestad, en lo mas oculto de uii
suelos. -Sucede respecto dh losnionuirientos de la n a t u r a - budo, una escasa parte de un cielo mate y duro, sin decrépito bosque de abetos. Y, no obstante, esatriste
Por lo que respecta á los árboles de las montañas, leza lo mismo que cotí los del a r t e : para disfrutar de aurora y sin ocaso , triste mansión donde avaro el sol señal de vida contribuye á hacer mas sensible la
solo hablaré del pino, del abeto y del alerce, porque su hermosura es preciso encontrarse en el verdadero desliza un rayo fugitivo á medio día, sobre una mura- muerte que por donde quiera reina. Las cabras mon-
constituye, por decirlo así, la única decoración de los punto d e perspectiva , pues de lo contrario desapa- lla de hielo. teses, los machos cabríos y los conejos blancos han sido
recen las f o r m a s , los colores y las proporciones. Y
Alpes. Permítaseme valerme de una verdad trivial, para casi totalmente destruidos; y como hasta las marmo-
El pino tiene algo de monumental: sus ramas p r e - como en el interior de las montañas se tocan inmedia- mejor hacerme entender. Para pintar se necesita un tas escasean, el pequeño saboyano se ve amenazado
sentan el aspecto de la pirámide, y su tronco el de la mente los objetos, y su campo óptico es muy limita- lienzo; ahora bien: el lienzo de los paisajes es en la de perder su tesoro. Los animales montaraces han
columna. Imita también la forma de los peñascos don- do , las dimensiones pierden necesariamente su gran- naturaleza el cielo, y si este falta al fondo del cuadro, sido reemplazados en las cimas de los Alpes por va-
de vive; asi es que es muy común confundirlo, desde deza; siendo esto tan cierto que el observador se todo se muestra confuso y sin efecto. Y como los mon- cadas que echan tan de menos la llanura, como sus
los ángulos y las cornisas salientes de las montañas, equivoca á cada paso respecto de las alturas y distan- tes, cuando se está muy inmediato á ellos, ocultan la dueños. Tendidas en los prados de Caux, esas vacadas
con las flechas ó agujas, enhiestas 6diseminadas corto cias. Apelo al testimonio de los viajeros: ¿les ha pare- mayor parte del cielo y no hay bastante aire ó espacio resentarian una escena igualmente hermosa, y ten-
él. A espaldas del Col de Balme, á te bajada del ven-
tisquero de Trient, se encuentra un bosque de pinos,
C
ii° ™ U 5' L a l t 0 e i Monte-Blanco desde el fondo del
valle de Chamouny? Es muy común que un lago i n -
en sus cimas, estas se hacen sombra unas á otras, y se Srian además el mérito de traer á la memoria las des-
prestan mùtuamente las tinieblas que moran en las cripciones de los poetas de la antigüedad.
abetos y alerces: cada árbol en esta familia de ¿ g a n - menso en los Alpes parezca un mezquino estanque; concavidades de sus cavernas. Para saber si los paisajes Resta ya solo hablar del sentimiento que se expe-
tes , cuenta muchos siglos. Esta tribu alpina tiene un juzgase a primera vista que bastan algunos pasos de montaña tienen tan inequívoca superioridad, basta rimenta en las montañas. Pues b i e n : ese sentimiento
rey que los guias no olvidan enseñar á los viajeros- para subir a una cima á que se tarda tres horas en lle- consultar á los pintores, pues estos colocan siempre es, en mi concepto, muy penoso. No es posible s e n -
un abeto que podría servir de mástil al bajel de mfvor gar, y a p e n a s e s bastante un día entero para salir de los montes en último termino, y abren á la vista un tir el alma satisfecha donde se ven en todas partes las
porte. Solo el monarca se ostenta incólume, mientras una garganta cuya extremidad parecía hallarse al a l - paisaje sobre bosques y llanuras. fatigas del hombre y sus inauditos trabajos, que una
todo su pueblo está mutilado en su derredor: un árbol cance de la mano. Así, p u e s , esa grandeza de las Solo un accidente deja á los lugares de que habla- tierra ingrata se niega á recompensar. El montañés,
lia perdido su copa, otro una r a m a ; este tiene la fren- montanas que tanto se encarece, no es positiva sino mos su natural magestad : la claridad de la luna. Y que siente sus desgracias, es mas sincero que los
te surcada por el rayo, aquel el pié ennegrecido por por el cansancio que ocasiona. Por lo que toca al país, esto ocurre porque es propio de esa media luz sin r e - viajeros: llama á la llanura el buen pais, y no se
las nogueras de los pastores. Vi dos gemelos, proce- "ario m a y o r a , a s i m P l e v i s t a un paisaje ordi- flejos y de uncolorido unitorme, agigantarlos objetos obstina en que unos peñascos regados por sus s u d o -
dentes de un mismo tronco, que se alzaban á la par
aislando las masas y haciendo desaparecer esa g r a d a - res , que no los hacen mas fértiles, sean lo mejor en
al cielo; pero aunque iguales en altura v edad, uno Pero esos montes que pierden su grandeza aparente ción de colores que enlaza las diferentes partes- de un la distribución de los beneficios de la Providencia. Sí
estaba lleno de vida, y el otro seco: cuando están muy inmediatos al observador, son no cuadro. Entonces, cuanto mas francos y pronunciados nos parece muy amante de sus montañas, esto c o n -
obstante tan gigantescos que anonadan, digámoslo son los córtes de los monumentos, mas extensión y siste en las relaciones misteriosas establecidas por
asi, todo lo que pudiera servirles de adorno. Así es que, atrevimiento presenta su diseño, y mejor se destacan Dios entre nuestras penas, el objeto que les causa, y
Daucia, Laride T h y m b e r q o e , simillima proles, por leyes contrarias, el conjunto y los pormenores
Indiscreta s u i s , gratusque parentibus e r r o r :
las líneas de sombra á la blancura de la luz. Por esta los lugares donde las hemos sufrido; consiste en la
disminuyen á la vez en los desfiladeros de los Alpes. razón, la gigantesca arquitectura romana, á seme- magia poderosa de los recuerdos de la infancia, de
At mine dura dedit vobis discriminas Pallas.
- Si la naturaleza hubiese hecho los árboles cien veces janza de los contornos de las montañas, es tan h e r - ¡»los primeros sentimientos del corazon, de las dulzu-
mayores en las montañas que en las llanuras; si los mosa al resplandor de la luna. ras, y hasta de los rigores de la casa paterna. Mas
« Hijos gemeles de Dauco, vuestros mismos pa- ríos y las cascadas derramasen aguas cien veces mas . Lo grandioso, y por consiguiente la especie de solitario que los demás hombres, mas circunspecto
.Ires no podrían distinguiros, y les causabais dulces abundantes, esos altísimos bosques, esas caudolosísi- sublimidid que de él procede , desaparece en el inte- por ia costumbre de padecer, el montañés deja t r a s -
equivocaciones. Pero la muerte estableció entre voso- mas corrientes producirían sin duda magestuosos efec- rior de las montañas ; veamos ahora si lo gracioso se lucir mas que ellos lodos los sentimientos de su vida.
tros una cruel diferencia.» tos en las montañas. Empero como no sucede así, el halla e a ellas en grado mas alto. No debe, p u e s , atribuirse á los encantos de los luga-
Añadamos que el pino anuncia la soledad y la indi- marco del cuadro se ensancha de una manera d e s m e - res que habita, el extremado amor que manifiesta á su
gencia de la montaña. Es el humilde companero del Háblase con entusiasmo de los valles de Suiza, pero país, porque esta^imor procede de la reconcentración
surada, al paso que los ríos, losbosqués, las aldeas y
liobre saboyano, de cuyo destino participa: crece y debe observarse que no parecen agradables sino por de sus ideas y de la limitada extensión de sus nece-
los rebaños se mantienen dentro de las proporciones
muere desconocido como él, sobre las inaccesibles comparación, porque en verdad, fatigada la vista de sidades.
comunes; resultando de esto que no hay relación alguna
cumbres donde se perpetúa su posteridad, igualmente recorrer llanuras estériles ó promontorios cubiertos de
entre el todo y la parte, entre el teatro y su decoración.
ignorada. En el alerce liba la abeja esa miel compacta un liquen rojizo, se detiene con indecible placer sóbre Empero, ¿son las montañas el lugar propicio á las
Siendo perpendicular el plano d é l a s montañas, es en
y sabrosa, que tan bien se asocia á la crema y á las u n poco de verdor ó de vegetación. ¿ Pero á qué se meditaciones? Dudo mucho que el alma pueda e n t r e -
cierto modo una escala gigantesca, con la cual la vista
Irambuesas de Montanvert. Los rumores del pino, reduce esta vegetación? A algunossaucesmezquinos, garse á ellas cuando el nasear ocasiona un gran can-
relaciona y compara todos los objetas que abraza, y
cuando son lijeros, han sido alabados por los poetas á algunos surcos de cebada y de avena que crecen s a n c i o ^ cuando la atención que es preciso conceder
estos se muestran sucesivamente en extremo p e q u e -
bucólicos; pero cuando son violentos remedan al penosamente y maduran tarde, y á algunos árboles al terreno oue se pisa, ocupa enteramente el ánimo.
nos sobre tan enorme medida. Los pinos mas e r g u í -
sordo mugido del m a r , y el viajero imagina oir bra- silvestres que dan frutos ásperos y amargos; así es El amante de la soledad que se entregase á poéticas
dos por ejemplo, se distinguen con dificultad en las
mar el Océano en las crestas de los Alpes. Por ú l t i - que si una viña vegeta con esfuerzo en un reducido fantasías mientras subiese el Montanvert , pudiera
cañadas de los valles, donde parecen unos mezquinos
mo , el olor del pino es aromático y agradable, y tie- abrigo situado á Mediodía y preservado con esmero caer en algún pozo, á imitación del astrónomo que in-
penachos; la huella de las aguas llovedizas está i m -
n e , especialmente para m í , cierto encanto particular, de los vientos del Norte, se admira esta estraordina- tentaba leer en el cielo y no podia ver lo que á sus
presa en esos bosques raquíticos y negruzcos en p e -
porque lo he respirado á mas de veinte leguas en el ria feracidad. Pero al subir á Jos vecinos peñascos se piés tenia.
queñas rayas amarillas y paralelas; y los torrentes mas
m a r , en las costas de la Virginia: por esta causa d e s - advierte que los grandes rasgos de los montes hacen
anchos y las mas altas cataratas parecen delgados hi- Sé que los poetas han deseado los valles y los bos-
pierta siempre en mi alma el recuerdo de ese Nuevo- desaparecer las miniaturas de los valles : las cabañas ques para conversar con las Musas. Pero oigamos á
los de a g u a , ó vapores azulados.
Mundo, que me fue anunciado por un soplo embal- apenas son visibles, y los compartimientos cultivados Virgilio:
samado, por u n hermoso cielo y por unos mares bri- Los que han visto diamantes, topacios y esmeral- se asemejan á las pequeñas muestras pegadas á los
llantes, en que el perfume de los bosques llegaba hasta das en h s ventisqueros, han sido mas felices que yo, mostruarios de un'fabricante de tejidos. R u r a mihi et rigni placeant in vallibns amnes:
mi en alas de las brisas matinales; y como todo se en-i Flumina amem sytvasque inglorius.
pues jamás ha podido descubrir mi imaginación tan Hánse encarecido también mucho las flores de las
aza en nuestros recuerdos, ese árbol reproduce t a m - neos tesoros. Las nieves- del pié del Ventisquero de montañas, las violetas que se cogen á las orillas de El vate de Mantua se complace en los campos, rur a
bién en mi memoria los sentimientos de tristeza ó de• los Bosques, mezcladas con polvo d e g r a n i t o , me han los ventisqueros, las fresas que ostentan su encendi- mihi; busca los valles agradables, risueños y gracio-
esperanza que me ocupaban cuando, apoyado en el| parecido de color de ceniza; el Mar de Hielo pudiera do color sobre las nieves, etc. ; pero estas son mara- sos, vallibus amnes; se goza en los ríos, flumir.a
borde del bajel, meditaba en la patria que'babia per-I tomarse en muchos lugares por canteras de cal y villas imperceptibles, que no producen efecto a l g u - amem (no en los t o r r e n t e s ) , y en los bosques donde
dido, y en los desiertos que iba á hallar. •
yeso, pues solo sus hendiduras presentan algunos n o , porque son adornos mezquinos para tales colosos. viviese sin gloria , sylvasque inglorius. Esos bosques
matices del arco iris; y cuándo las capas de hielo se Finalmente, soy también muy desgraciado, porque son hermosas cercas de encinas, olmos y hayas, mas
Empero, volviendo á mi opinion particular acercai apoyan en los peñascos se asemejan á pedazos de vi- no tristes bosques de abetos , porque á ser así no hu-
no he podido ver en esos famosos albergues, e n c a n -
de las montanas, diré que así como no hay país her-- dno verduzco. biera dicho:
tados por la imaginación de i. i. Rousseau, sino unas
moso sin un horizonte de montañas, tampoco hay l u -
Los cortinales blancos de las Alpes ofrecen por miserables cabanas llenas del estiercol de los reba-
gares gratos para ser habitados ni que halaguen la Et ingenti ramorum protegat timbra.
ños, de olor de queso y de leche fermentada, y cuyos
vista ó el corazón, allí donde faltan aire y espacie; yi otra parte un gran inconveniente, porque ennegre-
únicos habitantes eran unos pobres montañeses que
he aquí lo que ocurre en lo interior de los montes ' cen todo cuanto les rodea , sin exceptuar el cielo, cuyo ¿Y donde quiere que esté situado este valle? En
se creían desterrados y deseaban baja» á los valles.
Estas pesadas e inmensas moles no están en relación. azul empañan. Y no se crea que algunos hermosos a'c- un lugar que atesore hermosos recuerdos, nombres
i cidentes de luz sobre las nieves subsanen este d e s a -
armoniosos, gratas tradiciones tic la Fábula v d é l a da á las mudanzas del aire, y que sigue y señóla co-
Historia: mo un instrumento, el reposo ó la agitación de la a t -
mósfera. Y ¿cómo el mismo Juan Jacobo hubiera
• • • . . . . . O ubi caropi, podido creer de buena fe en la saludable influencia de
Sperehiusque, e t virginibus bachata lacrois
Taygeta ¡O qui me gelidis in vailibus I t e m i los lugares culminantes? ¿No arrastró el desgraciado
Sistat! por las montañas de la Suiza, sus pasiones v sus m i -
serias?
Virgilio hubiera mirado con indiferencia el valle de Solo en una circunstancia es cierto que las m o n -
Chamounv, el ventisquero de Taconay, el pequeño tañas inspiren el olvido de las turbulencias terrenas:
y el gran Joraso, la aguja del Dru y la peña llamada esto e s , cuando nos retiramos del mundo para consa-
Cabeza Negra. , grarnos á la Religión. Un anacoreta que se dedica al
Por último, si hemos de dar asenso á Rousseau y servicio d é l a humanidad; un santo que quiere medi-
á los que han recogido sus errores sin heredar su tar en silencio las grandezas de Dios, pueden disfru-
elocuencia, el viajero, al llegar á la cumbre de las tar de alegría sobre los peñascos desiertos; pero en
montañas, se cree transformado en otro hombre «En estos casos, no pasa al alma de los solitarios la paz de
»las elevadas montañas, dice Juan Jacobo, las medi-
caciones adquieren u n carácter g r a n d e , sublime y
los lugares, sino que por el contrario, el alma derra-
ma su serenidad en la región de las tormentas.
PENSAMIENTOS, REFLEXIONES Y MAXIMAS.
»proporcionado á los objetos que se presentan á nues-
Cierto instinto universal ha inducido á los hombres
»tra vista: es una especie de tranquilo deleite, que
á adorar al Eterno en los lugares elevados, pues p a -
»nada tiene de sensual. Parece que al elevarse sobre
rece que la oracion necesita salvar menos espacio
»la morada de los hombres, se dejan en ella todos los
ara llegar al trono de Dios, cuanto mas cercana se
»sentimientos bajos y terrenos.... Dudo que ninguna
alia al cíelo. Y como el Cristianismo era depositario
»agitación violenta pueda resistir la continuación de
dé las tradiciones de este culto antiguo, nuestras mon-
»semejante morada, etc.»
tañas, y en su lugar nuestras colinas, estaban pobla-
¡ Pluguiese á Dios que así f u e r a ! ¡ Cuan dulce seria das de monasterios y antiguas abadías; de aquí pro-
poder sustraerse á los males que nos abruman, sin cedía que el hombre, que desde una ciudad corrompida La miseria del hombre no consiste únicamente en aquellas falten á la vez; cuando no se puede ser r e p u -
mas que alzarse algunas toesas sobre la llanura! Por se encaminaba ó entregarse á los crímenes, ó por lo la debilidad de su corazon, en la inconstancia de su blicano ála manera de Esparta, ni á la de los Estados-
desgracia, el alma del hombre es independiente del menos á las vanidades, descubría al levantar sus ojos, espíritu y en la pequeñez de su razón, sino que se Unidos, se puede conquistar la libertad, mas no con-
aire y de los lugares, y un corazón abrumado de santuarios en las vecinas cumbres; y la cruz, que echa de ver en cierto fondo de ridiculez inherente, á servarla. '
amarguras no pesa menos en las alturas que en los desplegaba á lo lejos el estandarte de la pobreza á la los^ negocios humanos. Las revoluciones descubren
valles. La antigüedad, que debe ser citada siempre vista del lujo, imbuía al rico ideas de sufrimiento v especialmente esta insuficiencia demuestra naturale- La posteridad se acuerda de los hombres que han
que se trata de verdad de sentimientos, no opinaba de conmiseración. Nueslros poetas conocían muy poco za : si se consideran en globo son impotentes, pero al transformado los imperios, pero no délos que los han
como Rousseau respeto de los montañas, sino que el arte, cuando se burlaban del monte Calvario, do penetrar en sus pormenores, sé advierten tanta inep- restablecido, á no ser que este restablecimiento haya
por el contrario, las representaba como asilos de la esas casas y esos retiros que reproducían entre nos- titud y bajeza, tantas celebridades usurpadas, tantas sido duradero. Admírase lo que crea, pero apenas se
desolación y del dolor: si el amante de Julia olvida otros los países del Oriente, las costumbres de los cosas consideradas como obras del genio, siendo sin atiende á lo que conserva, p u e s una gran gloria cubre
sus pesares entre los peñascos del Valés, el esposo de solitarios de la Tebaida, los milagros de una religión embargo, meros caprichos del acaso, que produce un de tinieblas todo lo que la sigue.
Eundice alimenta sus dolores en los montes de la divina, y el recuerdo de una antigüedad que no p u e - asombro igual el alcance de las consecuencias y la
Tracia. Apesar del talento del filósofo ginebrino, dudo de ser borrada por la memoria de Homero. trivialidad de las causas. Es vano empeño esforzarse por restablecer la virtud
ijue la voz de Saínt-Preux resuene en el porvenir en un pueblo que la ha perdido, pües no se logrará
tanto tiempo como la lira de Orfeo. Edipo, este aca- Pero estas reflexiones pertenecen á un órden d i - Cuando nos hallamos á alguna distancia de los h e - conseguirlo. Todo encierra un principio de destruc-
bado modelo de las calamidades de los reyes, esta ferente de ideas y sentimientos, y no á la cuestión chos, y no hemos vivido en medio de las facciones y los ción. ¿Con qué fin lo ha establecido Dios? Este es
cumplida imagen de todos los males de la h u m a n i - general que acabamos de examinar. Despues de haber facciosos, solo nos afecta el lado grave y doloroso de su secreto.
dad , busca también los lugares desiertos: hecho la crítica de las montanas, es justo terminar los acontecimientos; empero no sucede así cuando so-
con su eiogio. He consignado ya que son indispensa- mos actores ó espectadores comprometidos en e s c e -
bles á u n hermoso paisaje, y que deben formar la le- Nos admiran los triunfos de la medianía; pero al juz-
nas sangrientas. Tácito, á quien la naturaleza habia gar así, incurrimos en un error. La medianía no es
II va janía Ó el último término de un cuadro. Sus desiguales hecho poeta, hubiera tal vez escrito la sátira de Petro-
. . d» Chyteron remonlant vers les cieux, remates sus descarnadas laderas, sus miembros g i - fuerte por sí misma, sino por las demás que represen-
Sur Je malheur defhoinme interroger.les dieux.
nio, si se hubiera sentado en el senado de Neroli; p e - t a , y en este sentido su poder es formidable. Cuanto
gantescos y desagradables cuando se les examina de ro pintó la tiranía <Je este principe porque vivió d e s -
muy cerca, son admirables cuando en el fondo de un mas pequeño en poder es el hombre, conviene mas á
pueS de él. Butler, dotado de un genio observador, todas las pequeñeces. Comparándose todos á él, se di-
Finalmente, otra antigüedad, aun mas hermosa y horizonte vaporoso se'redondean y coloran en una luz hubiera acaso escrito la historia de Carlos I , si hubiera
sagrada, nos presenta los mismos ejemplos. La Es- fluida v dorada. Añadamos que las montañas son los cen. «¿Por qué no llegaré también á e.áe puesto?» No
nacido en tiempo de la reina Ana, al paso que se con- excita la menor envidia y los cortesanos le prefieren
critura , que conocía mejor la naturaleza del hombre manantiales de los ríos, el último asilo de la libertad, tentó con rimar el Hudibras, porque habia visto los
que los falsos sabios del siglo, nos muestra siempre en los tiempos aciagos de esclavitud, y una útilísima porque pueden despreciarle, al paso que los reyes lo
personajes de la revolución de Cromwell: habíalo^ vis- consideran como una manifestación de su omnipoten-
los grandes desgraciados, los profetas, y al mismo barrera contra las invasiones y las calamidades de la to hablando á todas horas de v i r t u d , de s a n t i d a d , de
Jesucristo, retirándose en el dia de la aflicción á los guerra. Todo lo que pido se reduce á que no se me cia. La medianía no solo tiene todas estas ventajas pa-
independencia, mientras presentaban sus manos á to- ra permanecer en su altura, sino que tiene uu mérito
luaares elevados. La hija de Jefté, antes de morir, obligue á admirar las rudas crestas de las montañas, das las cadenas, y sé encorvaban bajo el yugo despre-
pide permiso á su padre para ir á llorar su virginidad loo barrancos, los fosos, las cavernas y las sinuosida- mucho mayor, pues excluye del poder á la capacidad.
ciable del h i j o , despues de haber inmolado al padre. EJ diputado délos necios y los imbéciles, acaricia en el
á las montañas de la Judea: Super montes assumcm, des de los valles de los Alpes. A esta condicion, din''
dice Jeremías, flelum ac lamentum: «Subiré á las que hay algunas montañas que visitaría aun con sumo ministerio dos pasiones: la ambición y la envidia.
montañas para llorar y gemir.» Jesucristo bebió en el placer, como por ejemplo, las de Grecia y la Judea. Hay Ciertos crímenes políticos que ya no es posible
monte de las Olivas el cáliz lleno de todos los dolores Grato me será recorrer los lugares de que mis nuevos cpmeter impunemente a causa de la adelantada civi- La medianía suele ser secundada por ciertas c i r -
y de todas las lágrimas de la humanidad. estudios me obligan á ocuparme diariamente, v lización de los pueblos. Nadie imagine q u e estos p u e - cunstancias que dan á sus planes un aire de p r o f u n -
me trasladaré gustoso al Tabor y al Taigeto en busca den decir sin resultado, á sus gobiernos: «Tal crimen didad. Esos nombres impotentes que por medio i!e la
Es cosa digna de ser observada que en las páginas de nuevos colores y de nuevas armonías, después de
ó tal calamidad ha sobrevenido por tu culpa.» Lasba- muchedumbre dirigen al parecería fortuna, son mera
mas razonables de un escritor que se habia declarado : haber pintado los montes sin nombre y los ignorados
ses del mismo poder vacilan á estas acusaciones,, y y sencillamente dirigidos por ella: como le dan la m a -
defensor de la moral, se descubran vestigios del e s - valles del Nuevo-Mundo ( I ) .
faltándole el respeto de las naciones, su existencia Cor- no , creen que la guian. >
píritu de su siglo. Ese pretendido cambio de nuestras
re grave peligro.
disposiciones interiores, segifn el lugar que habita-
mos tiene ciertas ocultas analogías con el sistema de Los hombres de genio son por lo regular hijos de
materialismo que Rousseau pretendía impugnar. Este j (1) Estas palabras anunciaban el viaje á Grecia y Tierra- E n una nación que aun conserva lainocencia primi- su siglo, y en cierto modo lo compendian, pues repre-
sistema hace del alma una fspecie de planta somctí- j S^nta. que realicé el año siguiente, 180!». V^ase el Ili- tiva, los vicios introducidos por los extranjeros hacen sentan sus luces, sus opiniones y su espíritu; pero
! nera rio. progresos ibas rápidos .que en una sociedad ya cor- suele acontecer qué nacen demasiado pronto ó dema-
rompida; asi, el hombre sano muere en el infecto am- siado tarde. Si nacen.demasiado pronto, es decir,
biente en qué vive sin esfuerzo el hombre familiariza- antes que Su siglo natural, pasan desapercibidos y su
do con él. | gloria solo empieza cuando sé inaugura el siglo á'que
FIN DEL V I U E AL MONTE-BLANCO. j debían pertenecer; si nacen demasiado tarde, esto es,
Puede llegarse á la libertad por dos caminos : por despues de su.siglo natural, nada pueden y no llegan
las costumbres y porcias luces. Mas, cuándo estas y I á una celebridad duradera. Excitan un momento la
B I B L I O T E C A D E GiI S P A R T ROIG.
curiosidad, como la excitaría el viejo que pasease por soplo. Dos horas despues de la muerte, nadie se acuer-
las plazas públicas con el traje de su juventud. Los da del difunto, ni se acuerda mas de los que viven. constantes que las nubes! ¡ El hombre, que quiere y . La conversación de los hombres eminentes es inin-
hombres de genio que llegan demasiado tarde son ¿Qué importan nuestras alegrías, nuestros pesares, no quiere! ¡el hombre, que se hastía hasta de sus mis- teligible para las medianías, porque es preciso sobre-
tan desconocidos como los que llegan demasiado nuestra existencia, no solo á nuestro vecino, que mos placeres, 'como el niño de sus juguetes! entender y adivinar mucha parte del asunto.
pronto; pero no tienen como estos, un porvenir, una nunca nos ha visto, sino también á la turba de los que • .' - .\ ' . í • •. * I .*
posteridad , una descendencia que establezca su glo- llamamos nuestros amigos? ¿Por q u é , pues, mirar la Es frecuente que los que se aman se j u r e n , al prin- ¡ Cierta extensión de talento hace que nos acostum-
r i a ^ solo pueden ser admirados por el pasado, por sus vida como cosa de importancia? En realidad no m e - cipio de su felicidad, abandonar juntos la vida; pero bremos fácilmente á los usos extranjeros, y que pa-
ascendientes, y por el mudo público délos muertos. rece atención alguna. ocurre también que como no caminan con igual lige- rezca que los hemos practicado durante toda nuestra
r e z a , cuando el uno se halla próximo á la meta fatal, vida, exceptuando cierto embarazo que no carece de
Despues de los tiempos de calamidades y de gloria, Olvidamos algunas veces nuestros dolores y luego el otro no lo e s t á , ó' ya no existe. gracia ó de nobleza.
un pueblo se inclina al descanso, y por poco que se volvemos á tomarlos, como un fardo que hemos'dejádo
vea regido por instituciones tolerables, se deja c o n - un momento para descansar. El instinto satírico es el mas asequible de todos. Na- ' ¿ Puede la celebridad alucinarnos hasta el punto de
ducir por los mas oscuros ministros del m u n d o : esto da es tan fácil como descubrir u n ridículo ó un vicio, ' inspirarnos una pasión hácia lo que la naturaleza ha
le distrae y le divierte, pues no puede menos de réirse y burlarse de él. Pero para comprender el genio y la ' hecho desagradable? No lo creo: la gloria es para u n
Concluimos por convertir en realidades los temores ! viejo lo que los diamantes para una vieja: la adornan,
al comparar esos pigmeos con los gigantes que ha vis- virtud se neefesitan cualidades de un órden superior.
de] cariño : una madre ve en el rostro de su hijo las | pero no la hermosean.
to. Hay, es cierto, algunos ejemplos de leones uncidos
señales de una enfermedad que no existe. Las demás
á un carro y guiados por niños, pero han concluido S í , cuando se habla de los vicios de un hombre, oís
quimeras de la vida, así en lo moral como en lo físico,
siempre por devorar á sus guias. decir: «Todos lo dicen,» no le creais;pero si cuando Los placeres de nuestra juventud, reproducidos por
producen las mismas ilusiones respecto del dolor v del
placer. se habla de sus virtudes, se aduce el mismo testimo- ¡ nuestra memoria, se asemejan á unas ruinas vistas á
Para los verdaderos santos y hombres superiores, nio , creedlo. una luz artificial.
la Religión es un avisador severo, que les enseña la Cuando penetra en nuestro espíritu un pensamien-
humildad y la verdadera virtud; para los hombres de Cuando os abrumen los pesares, fijad vuestra vista Hay una edad en que algunos meses añadidos á la
to verdadero, proyecta una -luzque nos hace ver otros
pasiones impetuosas y vulgares, sus lecciones sirven en un niño dormido, á quien no altera ningún cuida- vida, bastan para desarrollar facultades sepultadas
muchos objetos que anteriormente se nos ocultaban.
únicamente para fomentar el orgullo, dándole a p a - do, á quien ningún sueño alarma, y os sentireis p a r - basta entonces en un corazon medio cerrado: nosíicos-
riencias de virtud. «Piso la cabeza de mis amigos y tícipes d' e• :su inocencia, y por lo t a n t o , tranquilos.- tamos niños y despertamos hombres.
Los sentimientos de cierto órden se acrecientan en
enemigos: ¿quién puede, no obstante, decir que c a -
rezco de humildad? ¿No m e he puesto d e rodillas?» proporción de las desgracias del objeto amado: son una
llama que se extiende al soplo de la tempestad. Cuando dos amigos sufren, dejan algunas veces-trans- ¿Deberemos admirarnos de que algunas horas cons-
currir horas enteras sin hablar palabra. Y en efecto, tituyan una gran diferencia en el corazon del hombre?
Escuchad á ese hombre que se llama monseñor, y La virtud queda olvidada algunas veces á sn p a - ¿qué conversación equivaldría á ese comercio del pen- ¡ A h e n t r e la muerte y la vida media un minuto.
os dirá que es un plebeyo, que quiere permanecer so en la tierra, pero renace tarde 6 temprano, y es samiento , en la lengua muda del infortunio ?
tal, que no ha nacido para ocupar el puesto en que se exhumada del sepulcro como se saca del seno de la Nos reconciliamos sin esfuerzo con un enemigo que
mira, y que la revolución no tendrá fiu sino cuando tierra una estátua antigua, que excita la admiración nos es inferior por las cualidades del corazon ó del es-
Los demás nos parecen siempre mas felices que no- p í r i l u , pero nunca perdonamos al que nos sobrepuja
un plebeyo como él deje de ser uno de los primeros de los hombres. sotros, y no obstante, lo singular es que el hombre
personajes del Estado. No obstante, monseñor ha lle- en alma ó en genio.
que cambiaría muy gustoso su posicion, nunca se
vado el gorro encarnado para dejar d e ser un plebe- prestaría á cambiar de persona. Querría, acaso, reju-
Las personas honradas lloran muchas veces á la
yo, como lleva un vestido bordado y un título para venecerse un poco, tal vez m u c h o , y andar derecho Vuestro amigo acaba de partir: os creeis poderosas
misma hora en que se regocijan los seres perversos; asi
salir de la misma clase. Desconfiad de la humildad de 1 si es cojo; pero se reservaría el conjunto de su perso- contra su ausencia, pero si vais á visitar su vivienda,
p u e s , el mismo momento ve llevar á cabo una a c -
monseñor, y creed al paisano del Danubio. na , en la que encuentra mil atractivos y cierta cosa ella os dirá lo que habéis perdido y os falta.
ción virtuosa y otra criminal. El vicio y la virtud son
un hermano y una hermana, pues han sido engendra- indefinible que le encanta. Por lo que respecta á su
Así como ciertos mendigos viven á expensas de sus j dos por el hombre: Abel y Cain eran hijos de un m i s - parte moral, no haria en ella la mas ligera, modifica- El que perpetra un crimen no tiene tiempo de es-
llagas, ciertos hombres explotan todo, hasta el des- j mo padre. ción : consiste esto en que nos familiarizamos con n o - cuchar el remordimiento, en el peligro que corre y en
precio. sotros mismos, y en que nos atrae irresistiblemente el tumulto de sus pasiones; pero el que solo es cóm-
nuestra antigua compañía. plice y confidente del crimen, sin haber tomado una
Hay hombres para quienes la virtud no es la virtud parte activa en é l , ese oye la voz vengadora de la con-
Basta de política sentimental, dicen los ministros. ' reconocida por los demás, pues no dan este nombre
¡Tranquilícense! ningún peligro les amenaza por este i c i e n c i a , y cuenta en su retiro los minutos que trans-
á todas las cosas regulares, sino á las inferiores, de Cuando volvemos á ver en los días de' la adversidad curren : « ¡ Ahora sucede esto, se dice, ahora se d e s -
lado, pues hay pocos hombres que havan conservado I la existencia, es decir, á esa probidad vulgar que lle- el lugar que habitábamos en las horas felices, exhá-
su antiguo amor. No queréis se:- amados : ¡teneis ra- »carga el golpe!»
na exactamente sus deberes: para el los la virtud es un lase de nuestro ser cierta tristeza formada del recuerdo
zón! Pero toda vez que preferís la política de hecho á arranque del alma, que nos induce-al bien á espensas de las alegrías pasadas y del sentimiento de los males
la de derecho, aceptad todas sus consecuencias. El de nuestra felicidad ó de nuestra vida; ó bi-n es una presentes. ¿Nonemes sido felices allí en tal época?¿ Y ¡ S í , desgraciado! Se descarga el golpe de la mano
hecho nos dará el derecho de examinar si vosotros, fuerza que.nos hace dominar nuestras mas impetuosas ahora? Aquellos lugares son, no obstante, los mismos: de Dios, que gravita sobre tí.
ministros, sois buenos para algo, y si hay otro hecho pasiones. Esos hombres se elevan sobre el nivel de los ¿ q u é e s , pues, lo que ha cambiado? El hombre.
de mejor ley que el vuestro. demás, pero ¿de qué sirven en la sociedad? Como las El gusano del sepulcro empieza á roer la concien-
montañas en la naturaleza, y como los monumentos cia del perverso, antes de devorar su corazon.
gigantescos en las artes, eslralímitan las proporciones Los que alguna vez han tenido algún secreto impor-
Si recibís un bofetón, descargad cuatro, sin mirar tante que comunicar á un amigo, saben el pesar que
en qué mejilla. conocidas: los miramos y los tememos. ¿Podría, merced á c i e r t a s circunstancias fatales, ia
se experimenta cuando al llegar con el corazon lleno causa mas justa parecer la mas injusta? ¿ Puede p r e -
de t e r n u r a , no se halla á este amigo ni nadie puede sentarse un caso en que la inocencia no pueda pro-
Conviene postrarse en el polvo cuando se ha come- Los caracteres exaltados, insoportables en las p e r - decirle su paradero. ¿Lo habrá arrebatado la muerte?
tido una falta, pero no se debe permanecer en él. barse , y en que la victima que perece y el juez que
sonas vulgares, unidos á un alma grande ó á un talen- Hé aquí la d u d a atroz. sentencia sean igualmente inocentes? Si así fuese, ¿qué
to brillante, arrastran todo en pos d e sí. Estos c a r a c - seria de la justicia h u m a n a ?
Ved á ese h o m b r e : su resentimiento no conoce l í - teres no se proponen seducir, y no obstante seducen; Necesítame varios secretos para reparar la hermo-
mites. ¿ P o r q u é se queja Teódufo de haber sido u l - ignoran su propia fuerza, y se admiran al ver que han sura corporal, pero la moral no há menester de ellos.
trajado por mí? ¡qué insolencia! Pero, hombre pode- hecho tantos seres felices ó tantas víctimas. Si hay el derecho de matar á un tirano, este puede
roso, si Teódulo tiene también su poder, sino reconoce ser vuestro padre; ¿ está p u e s , autorizado en ciertos
en nadie el derecho de ultrajarle, ¿qué teneis que re- Cada hombre tiene un lugar particular en el m u n - casos el parricidio ? ¿Quién puede sustentar semejante
Las desgracias obran sobre nosotros en razón de do , donde puede decir que ha disfrutado la mayor proposición ?
plicarle? El tiempo en q u e u n cortesano hacia temblar, nuestro caráter. Un hombre podría, por ejemplo, s a l -
ha pasado; ya no hay favor posible sino para los a y u - suma de felicidad: este cálculo no exige mucho
varse con solo dar algunas esplicaciones, pero se n i e - tiempo. v
das de cámara, pues todo se reduce al valor personal. ga á hacerlo, al paso qüe otro se promete repararlo to- Hay u n encanto secreto en el fondo de los sufri-
El que puede decir: «Has tenido necesidad de mí, mas do hablando, y se pierde. miento>, asi como en el fondo de los placeres se oculta
vo no te he necesitado,» es en la época que atravesa- Una pasión dominante apaga todas las demás en cierto dolor, porque la naturaleza del hombre es la
mos, el verdadero superior. Tal vez en otro tiempo nuestro corazon, bien así como el sol hace desaparecer miseria.
andaban mejor las cosas, mas hoy pasan así. Los hom- Cosa extraña seria que el hombre aspirase á u n a los astros al resplandor de sus rayos.
bres han ganado en poder lo que'de él ha perdido el constancia inalterable, cuando toda la naturaleza cam-
bia en su derredor: el árbol pierde sus hojas, el ave sus El que padece por Dios tiene la ventaja de hallarse
hombre. Unos hombres viajan á la p a r , y se hablan poco o siempre dispuesto á su última h o r a : ventaja no c o n -
plumas, el ciervo sus asías. ¿Y solo el hombre podría
nada en el camino. Aunque del mismo país, ni se en- cedida á todos los desgraciados.
decir: «Mi alma es inalterable, y cual es hoy será m a -
tienden ni son de una misma naturaleza: unos han
El vicio, la felicidad y el infortunio dependen de un ñana?» ¡El hombre, cuyos sentimientos son mas i n -
nacido blancos y otros negros. Las grandes aflicciones abrevian al parecer las ho-
BIBLIOTECA H E C ;ASÍ>AR Y ROIG.
r a s , como asimismo las grandes alegrías, porque todo
o que impresiona enérgicamente el alma impide con- El árbol se desnuda hoja por hoja .-silos hombres
v contemplasen todas las mañanas lo qae han perdido el
tar los mstantes.
día anterior, conocerían á fondo toda sii pobreza.
°S t c n e r elevado para derramar El hombre no abriga interiormente aversión alguna
ciertas lagrimas: no de otro modo el manantial de los contra la m u e r t e , y aun experimenta cierto placer en
nos caudalosos se encuentra en la cumbre de los mon- morir. La lampara que se apaga no padece.
tes que se avecinan al cielo.

El alma del hombre es trasparente como el agua de La m u e r t e , en las creencias de los salvajes, es una
mujer alta y muy hermosa á quien solo falta el co-
una f u e n t e , mientras no se remueven las amarguras razon...
que oculta en su fondo.

La sencillez procede del corazón, la ingenuidad na- Las cenizas de u n difunto, sea cual fuere la antigua
ce del espíritu; un hombre sencillo es casi siempre u n condición de e s t e , son sagradas. El polvo de los t i r a -
nos da lecciones tan interesantes como el de los b u e - '
touen hombre siendo así que un hombre ingenuo pue- nos reyes.
de ser un malvado; no obstante, la sencillez es siempre
natural, y la ingenuidad puede ser efecto del arte.
Hay dos puntas de vista desde los cuales la muerte
Hombres hay que no son elocuentes porque su co- se muestra muy diferente. Desde uno se la ve á la ex-
razon habla muy alto, y les impide oir lo que dicen. tremidad de la vida,,como un fantasma á la de una
larga alameda: parece pequeña en lontananza, pero á
medida que nos acercamos á ella se agiganta y el
Pide al arrepentimiento la túnica de la inocencia inmenso espectro concluye extendiendo sobre nosotros
pues el es quien la encuentra y devuelve á los qué
la han perdido. ^ sus yertas manos, ofue nos ahogan.

Acariciar la virtud sin ser capaz de amarla, es es- Desde el otro punto de v i s t a , la muerte parece
trechar las hermosas manos de una joven con las r u - enorme en el fondo de la vida; disminuye, pero á me-
gosas de la senectud. dida que caminamos por ella y próximos va á tocarla
desaparece. El necio-y el sabio, el cobarde v el va-
tiente el impío y el buen cristiano, el hombre dado á
Entrando los trabajos en el órden de nuestros desti- los deleites y el virtuoso, ven pues, de diferente ma-
nos , los que se proponen olvidarlos y se ocupan del nera la muerte en fa pgrspeétiva.
porvenir, no reflexionan que no verán este porvenir
Cada cual entrega á o t r o , al morir, el peso de fa vida:
en cada sepulcro hay un hombre que recibe la carga La voz del hombre no se reanima como la del eco:
de la mano del que va á descansar para siempre y el este puede dormir diez siglos en el fondo de ím desier-
nuevo mensajero, lleva á su vez esta carga hasta el se- t o , y responder al punto al viajero que le pregunta,
pulcro que le espera. pero el sepulcro jamás responde.
T ú , que diste t u vida y tu muerte p ó f l o s hombres;
Todos los hombres s e adulan á sí mismos, todos tu que amas á los que lloran, ¡escucha la plegaria
tienen en los labios esta frase banal: «¡Cuanto dista del desgraciado que sufre á tu ejemplo! sostén el peso
esta época de tal otra! »—¡Cuánto dista! ¿Tan larga que le abruma / y sé para él el Cirineo que t e ayudó á
es acaso la duración de la vida? llevar la cruz en el Gólgota!

You might also like