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Media manta.

Jorge Bucay

Don Roque era ya un anciano cuando murió su esposa, durante largos años
había trabajado con ahínco para sacar adelante a su familia.

Su mayor deseo era ver a su hijo convertido en un hombre de bien,


respetado por los demás, ya que para lograrlo dedicó su vida y su escasa fortuna.

A los 70 años Don Roque se encontraba sin fuerzas, sin esperanzas, solo y
lleno de recuerdos.

Esperaba que su hijo, brillante profesional, le ofreciera su apoyo y


comprensión, pero veía pasar los días sin que este apareciera y decidió por primera
vez en su vida pedir un favor a su hijo.

Don Roque toco la puerta de la casa donde vivía su hijo con su familia.

- ¡Hola papá!
- ¡Que milagro que vienes por aquí!
- Ya sabes que no me gusta molestarte, pero me siento muy solo, además
estoy cansado y viejo.
- Pues a nosotros, nos da mucho gusto que vengas a visitarnos, ya sabes
que esta es tu casa.
- Gracias hijo, sabía que podía contar contigo, pero temía ser un estorbo.
Entonces, ¿no te molestaría que me quedara a vivir con ustedes? . ¡Me
siento tan solo!
- ¿Quedarte a vivir aquí?, si..... claro...... pero no se si estarías a gusto, tú
sabes, la casa es pequeña, mi esposa es muy especial..... y luego los
niños….
- Mira hijo, si te causo muchas molestias olvídalo, no te preocupes por mí,
alguien me tenderá la mano.
- No padre no es eso, solo que.... no se me ocurre donde podrías dormir.
No puedo sacar a nadie de su cuarto, mis hijos no me lo perdonarían.... a
no ser que no te moleste dormir en el patio…
- Dormir en el patio está bien.

El hijo de Don Roque llamó a su hijo Luis de 12 años.

- Dime papá.
- Mira tu abuelo se quedara a vivir con nosotros. Tráele una manta para
que se tape en la noche.
- Si con gusto..... y ¿dónde va a dormir?
- En el patio, no quiere que nos incomodemos por su culpa.
- Luis subió por la manta, tomó unas tijeras y la cortó en dos.

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En ese momento llegó su padre.
- ¿Que haces Luis? ¿Por qué cortas la manta de tu abuelo?
- Sabes papá, estaba pensando….
- Pensando ¿en qué?
- En guardar la mitad de la manta para cuando tú seas viejo y vayas a vivir
a mi casa…

Dejar ir… Soltar… - Jorge Bucay

Cuentan que había una caravana en el desierto.

Al caer la noche la caravana se detiene. El muchachito encargado de los


camellos se acerca al guía de la caravana y le dice:

- Tenemos un problema, tenemos 20 camellos y 19 cuerdas, así que ¿Cómo


hacemos?

Él le dice:

- Bueno, los camellos son bastantes bobos, en realidad, no son muy lúcidos,
así que ves al lado del camello que falta y haz como que lo atas. Él se va a
creer que lo estás atando y se va a quedar quieto .

Un poco desconfiado el chico va y hace como que lo ata y el camello en


efecto se queda ahí, paradito, como si estuviera atado.

A la mañana siguiente, cuando se levantan, el cuidador cuenta los camellos y


están los veinte.

Los mercaderes cargan todo y la caravana retoma el camino.

Todos los camellos avanzan en fila hacia la ciudad, todos menos uno que
queda ahí.

- Jefe, hay un camello que no sigue a la caravana.


- ¿es el que no ataste ayer porque no tenías soga?
- Sí, ¿cómo sabe?
- No importa. Ves y haz como que lo desatas, porque si no va a seguir
creyendo que está atado y si lo sigue creyendo no empezará a caminar.

Seguir llorando aquello que no tengo me impide disfrutar esto que tengo
ahora.

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Aprender a enfrentarse con el tema de la pérdida es aceptar vivir el duelo,
saber que aquello que era es aquello que era y que ya no es más o por lo menos que
ya no es lo mismo que era.
De hecho nunca es lo mismo.

Cuando yo me doy cuenta de que algo ha muerto, de que algo está


terminado, ese es un buen momento para soltar.

Cuando ya no sirve, cuando ya no cumple, cuando ya no es, es tiempo de


soltar.

Lo que seguro no voy a hacer, si te amo de verdad, es querer retenerte.

Lo que seguro no voy a hacer es tratar de engancharte, si es de verdad que


te amo.

¿Te amo a ti, o amo la comodidad de que estés al lado mío? ¿estoy
relacionado contigo, individuo, persona? , o ¿estoy relacionado con mi idea de que
ya te encontré y no quiero salir a buscar más a nadie?

No te atrapo, no te agarro, no te aferro, no te aprisiono. Y no te dejo ir


porque no me importe, te dejo ir porque me importa.

Sí, hay miles de parejas que antes de encontrarse debieron separarse, y


otras que se separaron y nunca se volvieron a encontrar y hay miles más que no se
separaron nunca y vivieron estropeándose la vida para siempre, y hay toda la serie
de variaciones que se te ocurran.

Basta que uno de los dos sienta que se terminó, que ya no quiere más, que no
tiene emoción, que se acabó el deseo, basta que uno sostenga que agotó todos los
recursos pero no le pasa nada, basta eso para saber que no hay mucho para
rescatar.

Si hay deseo, si se quieren, si se aman, si les importa cada uno del otro, si
creen que hay algo que se pueda hacer, aunque no sepan qué, los problemas se
pueden resolver (mejor dicho se pueden intentar).

Pero si para alguno de los dos verdadera y definitivamente se terminó, se


terminó para ambos y ya no hay nada más para hacer. Por lo menos en esta vuelta
de la calesita.

Quizás en la próxima te saques la sortija montada en el mismo pony porque


en esta vuelta no hay más premios para repartir.

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Y entonces habrá que decirle al que ama: Tengo malas noticias para vos. Lo
siento, se terminó…

¿Y ahora? No lo sé. Seguramente duela. Pero te puedo garantizar que no te


vas a morir. Si no te aferras no te vas a morir. Si no pretendes retener no te vas a
morir…

Salvo, que tu creas que te vas a morir.

Del libro "El camino de las lágrimas" de Jorge Bucay

Cuando uno de los miembros de la pareja deja de amar y decide alejarse hay una
persona que siente un gran dolor, y que siente el peso de la pérdida de una manera
diferente.

Esta persona es la que sigue amando, la que no puede comprender o, que si bien
comprende lo que sucede no lo entiende o se niega.

De pronto debe asumir su vida, su pena, y elaborar el duelo.

Es ahí cuando empezamos a comprender que a veces no podemos tener todo lo que
queremos, y que la vida, o el mundo no era como lo imaginamos.

Soñamos con una vida en pareja, siempre sintiéndonos amados y amando, en


terminar nuestra vida al lado de la persona amada, y así de sueño en sueño un día nos
despertamos ante esa realidad: Ya no nos aman.

Nos llenamos de preguntas sin respuestas: ¿por qué? ¿cuándo?

Amar implica correr ese riesgo, y cuando se ama de verdad se sufre. Ante la
pérdida debemos tratar de elaborar el duelo, y poco a poco lograr separarnos de lo que ya
no está.

Si no aprendemos a soltar, si no dejamos ir, si el apego puede más que nosotros y


nos quedamos ahí atados, pegados a esos sueños, a esas fantasías, a esas ilusiones, el dolor
crecerá sin parar y día a día nuestra tristeza, y nuestro sufrimiento serán los compañeros
de ruta, de una ruta hacia la depresión, la falta de incentivo, la falta de vida.

Cuesta soltar aquello que amamos, duele sentir que ya no somos amados pero en ese
dolor estamos creciendo y madurando y si aprendemos a soltar estamos dejando atrás una
parte de nuestra historia y empezamos a abrirnos a lo diferente, a lo desconocido.

Dejar ir esa es la clave, no es fácil, no es simple: Duele…

y como dice Bucay:

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"A mi me parece que la vivencia normal de una pérdida tiene que ver justamente con
animarse a vivir los duelos, con permitirse padecer el dolor como parte del camino. Y digo
dolor y no el sufrimiento, porque sufrir es resignarse a quedarse amorosamente apegado a
la pena…
Quiero poder abrir la mano y soltar lo que hoy ya no está, lo que hoy ya no sirve, lo
que hoy no es para mí, lo que hoy no me pertenece. No quiero retenerte, no quiero que te
quedes conmigo porque yo no te dejo ir.

No quiero que hagas nada para quedarte más allá de lo que quieras. Mientras yo
deje la puerta abierta voy a saber que estás acá porque te queres quedar, porque si te
quisieras ir ya te habrías ido…”

Las huellas doradas - Jorge Bucay

Martín había vivido gran parte de su vida con intensidad y gozo. De alguna
manera su intuición lo había guiado cuando su inteligencia fallaba en mostrarle el
mejor camino.

Casi todo el tiempo se sentía en paz y feliz, ensombrecía su ánimo, algunas


veces, esa sensación de estar demasiado en función de sí mismo.

Él había aprendido a hacerse cargo de sí y se amaba suficientemente como


para intentar procurarse las mejores cosas. Sabía que hacía todo lo posible para
cuidarse de no dañar a los demás, especialmente a aquellos de sus afectos. Quizás
por eso le dolían tanto los señalamientos injustos, la envidia de los otros o las
acusaciones de egoísta que recogía demasiado frecuentemente de boca de
extraños y conocidos.

¿Alcanzaba para darle significado a su vida la búsqueda de su propio placer?

¿Soportaba él mismo definirse como un hedonista centrando su existencia


en su satisfacción individual?

¿Cómo armonizar estos sentimientos de goce personal con sus concepciones


éticas, con sus creencias religiosas, con todo lo que había aprendido de sus
mayores?

¿Qué sentido tenía una vida que sólo se significaba a sí misma?

Ese día, más que otros, esos pensamientos lo abrumaron.

Quizás debía irse. Partir. Dejar lo que tenía en manos de los otros. Repartir
lo cosechado y dejarlo de legado para aunque sea en ausencia ser en los demás un
buen recuerdo.

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En otro país, en otro pueblo, en otro lugar, con otra gente, podría empezar
de nuevo. Una vida diferente, una vida de servicio a los demás, una vida solidaria.

Debía tomarse el tiempo de reflexionar sobre su presente y sobre su


futuro.

Martín puso unas pocas cosas en su mochila y partió en dirección al monte.

Le habían contado del silencio de la cima y de cómo la vista del valle fértil
ayudaba a poner en orden los pensamientos de quien hasta allí llegaba.

En el punto más alto del monte giró para mirar su ciudad quizás por última
vez. Atardecía y el poblado se veía hermoso desde allí.

- Por un euro te alquilo el catalejo.

Era la voz de un viejo que apareció desde la nada con un pequeño telescopio
plegable entre sus manos y que ahora le ofrecía con una mano mientras con la otra
tendida hacia arriba reclamaba su moneda.

Martín encontró en su bolsillo la moneda buscada y se la alcanzó al viejo que


desplegó el catalejo y se lo alcanzó.

Después de un rato de mirar consiguió ubicar su barrio, la plaza y hasta la


escuela frente a ella.

Algo le llamó la atención. Un punto dorado brillaba intensamente en el patio


del antiguo edificio.

Martín separo sus ojos del lente, parpadeó algunas veces y volvió a mirar. El
punto dorado seguía allí.

- Qué raro - exclamó Martín sin darse cuenta de que hablaba en voz alta.
- ¿Qué es lo raro?, preguntó el viejo.
- El punto brillante, dijo Martín, ahí en el patio de la escuela, siguió,
alcanzándole al viejo el telescopio para que viera lo que él veía.
- Son huellas, dijo el anciano.
- ¿Qué huellas?, preguntó Martín.
- Te acuerdas de aquel día... debías tener siete años; tu amigo de la
infancia, Javier, lloraba desconsolado en ese patio de la escuela. Su
madre le había dado unas monedas para comprar un lápiz para el primer
día de clases. Él había perdido el dinero y lloraba a mares, contestó el
viejo. Y después de una pausa siguió, ¿Te acuerdas de lo que hiciste?.
Tenías un lápiz nuevecito que ibas a estrenar ese día. Te arrimaste al

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portón de entrada y cortaste el lápiz en dos partes iguales, sacaste
punta a la mitad cortada y le diste el nuevo lápiz a Javier.
- No me acordaba, dijo Martín, Pero eso ¿qué tiene que ver con el punto
brillante?
- Javier nunca olvidó ese gesto y ese recuerdo se volvió importante en su
vida.
- ¿Y?
- Hay acciones en la vida de uno que dejan huellas en la vida de otros,
explicó el viejo, las acciones que contribuyen al desarrollo de los demás
quedan marcadas como huellas doradas…

Volvió a mirar por el telescopio y vio otro punto brillante en la vereda a la


salida del colegio.

- Ese es el día que saliste a defender a Pancho, ¿te acuerdas?. Volviste a


casa con un ojo morado y un bolsillo del abrigo arrancado.

Martín miraba la ciudad.

- Ese que está ahí en el centro, siguió el viejo, es el trabajo que le


conseguiste a Don Pedro cuando lo despidieron de la fábrica... y el otro,
el de la derecha, es la huella de aquella vez que juntaste el dinero que
hacía falta para la operación del hijo de Ramírez... las huellas esas que
salen a la izquierda son de cuando volviste del viaje porque la madre de
tu amigo Juan había muerto y quisiste estar con él.

Martín apartó la vista del telescopio y sin necesidad de él empezó a ver


cómo, miles de puntos dorados aparecían desparramados por toda la ciudad.

Al terminar de ocultarse el sol, el pueblo parecía iluminado por sus huellas


doradas.

Buscando a Buda – Jorge Bucay

Buda peregrinaba por el mundo para encontrarse con aquellos que se decían
sus discípulos y hablarles acerca de la Verdad.

A su paso, la gente que creía en sus enseñanzas venía por cientos para
escuchar su palabra, tocarlo o verlo, seguramente por única vez en sus vidas.

Cuatro monjes que se enteraron de que Buda estaría en la ciudad de Vaali,


cargaron sus cosas en sus mulas y emprendieron el viaje que llevaría, si todo iba
bien, varias semanas.

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Uno de ellos conocía menos la ruta a Vaali y seguía a los otros en el camino.

Después de tres días de marcha, una gran tormenta los sorprendió. Los
monjes apuraron el paso y llegaron al pueblo, donde buscaron refugio hasta que
pasara la tormenta.

Pero el último no llegó al poblado y debió pedir refugio en casa de un pastor,


en las afueras. El pastor le dio abrigo, techo y comida para pasar la noche.

A la mañana siguiente, cuando el monje estaba preparado para partir fue a


despedirse del pastor. Al acercarse al corral, vio que la tormenta había espantado
las ovejas del pastor y que este trataba de reunirlas.

El monje pensó que sus compañeros estarían dejando el pueblo y si no salía


pronto, los demás se alejarían. Pero él no podía seguir su camino, dejando a su
suerte al pastor que lo había cobijado. Por ello decidió quedarse con él hasta juntar
el ganado.

Así pasaron tres días, tras los cuales se puso en camino a paso redoblado,
para tratar de alcanzar a sus compañeros.

Siguiendo las huellas de los demás, paró en una granja a reponer su provisión
de agua.

Una mujer le indicó dónde estaba el pozo y se disculpó por no ayudarlo, pero
debía seguir con la cosecha... mientras el monje abrevaba sus mulas y cargaba sus
odres con agua, la mujer le contó que tras la muerte de su marido, era difícil para
ella y sus pequeños hijos llegar a recoger la cosecha antes de que se pudriera.

El hombre se dio cuenta de que la mujer nunca llegaría a recoger la cosecha


a tiempo, pero también supo que si se quedaba, perdería el rastro y no podría estar
en Vaali cuando Buda arribara a la ciudad.

Lo veré algunos días después, pensó, sabiendo que Buda se quedaría unas
semanas en Vaali.

La cosecha llevó tres semanas y apenas terminó la tarea, el monje retomó su


marcha...

En el camino, se enteró de que Buda ya no estaba en Vaali. Buda había


partido hacia otro pueblo más al norte.

El monje cambio su rumbo y se dirigió hacia el nuevo poblado.

Podría haber llegado aunque más no fuera para verlo, pero en el camino tuvo
que salvar una pareja de ancianos que eran arrastrados corriente abajo y no

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hubieran podido escapar de una muerte segura. Sólo cuando los ancianos estuvieron
recuperados, se animó a continuar su marcha sabiendo que Buda seguía su camino...

...Veinte años pasaron con el monje siguiendo el camino de Buda... y cada vez
que se acercaba, algo sucedía que retrasaba su andar. Siempre alguien que
necesitaba de él, evitaba, sin saberlo, que el monje llegara a tiempo.

Finalmente se enteró de que Buda había decidido ir a morir a su ciudad


natal.

Esta vez, dijo para sí, es la última oportunidad. Si no quiero morirme sin
haber visto a Buda, no puedo distraer mi camino. Nada es más importante ahora
que ver a Buda antes de que muera. Ya habrá tiempo para ayudar a los demás,
después.

Y con su última mula y sus pocas provisiones, retomó el camino.

La noche antes de llegar al pueblo, casi tropezó con un ciervo herido en


medio del camino. Lo auxilió, le dio de beber y cubrió sus heridas con barro fresco.
El ciervo boqueaba tratando de tragar aire, que cada vez le faltaba más.

Alguien debería quedarse con él, pensó, para que yo pueda seguir mi camino.

Pero no había nadie a la vista.

Con mucha ternura acomodó al animal contra unas rocas para seguir su
marcha, le dejó agua y cómoda al alcance del hocico y se levantó para irse.

Sólo llegó a hacer dos pasos, inmediatamente se dio cuenta de que no podría
presentarse ante Buda, sabiendo en lo profundo de su corazón que había dejado
solo a un indefenso moribundo...

Así que descargó la mula y se quedó a cuidar al animalito. Durante toda la


noche veló su sueño como si cuidara a un hijo. Le dio de beber en la boca y cambió
paños sobre su frente.

Hacia el amanecer, el ciervo se había recuperado.

El monje se levantó, se sentó en un lugar apartado y lloró... Finalmente,


había perdido también su última oportunidad.

- Ya nunca podré encontrarte - dijo en voz alta.


- No sigas buscándome – le dijo una voz que venía de sus espaldas – porque
ya me has encontrado.

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El monje giró y vio cómo el ciervo se llenaba de luz y tomaba la redondeada
forma de Buda.

- Me hubieras perdido si me dejabas morir esta noche para ir a mi


encuentro en el pueblo... y respecto a mi muerte, no te inquietes, el Buda
no puede morir mientras haya algunos como tú, que son capaces de
seguir mi camino por años, sacrificando sus deseos por las necesidades
de otros. Eso es el Buda, y Buda está en ti.

Un objetivo supuestamente elevado puede ser un incentivo para levantar


vuelo, pero puede también ser usado para justificar a algunos de los que se
arrastran.

Un elefante encadenado – Jorge Bucay

Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de


los circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me
llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enorme bestia hacía
despliegue de su peso, tamaño y fuerza descomunal... pero después de su actuación
y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente
por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el
suelo.

Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas


enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa
me parecía obvio que ese animal, capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia
fuerza, podría con facilidad arrancar la estaca y huir.

El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces?, ¿por qué no huye?.

Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los


grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el
misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapa
porque estaba amaestrado.

Hice entonces la pregunta obvia:

- Si está amaestrado ¿por qué lo encadenan?

No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.

Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca... y sólo lo


recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma
pregunta.

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Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo
bastante sabio como para encontrar la respuesta:

- El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca


parecida desde que era muy, muy pequeño.

Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca.

Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó


tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo.

La estaca era ciertamente muy fuerte para él.

Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y


también al otro y al que le seguía…

Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su


impotencia y se resignó a su destino.

Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no escapa porque


cree --pobre-- que NO PUEDE.

El tiene la experiencia y el recuerdo de su impotencia, de aquella


impotencia que sintió poco después de nacer.

Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente esa experiencia.

Jamás... jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez…

Vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad...
condicionados por el recuerdo de "no puedo"…
Tu única manera de saber, es intentar de nuevo poniendo en el intento
todo tu corazón…

Un relato sobre el amor – Jorge Bucay

Se trata de dos hermosos jóvenes que se pusieron de novios cuando ella


tenía trece y él dieciocho. Vivían en un pueblito de leñadores situado al lado de una
montaña. Él era alto, esbelto y musculoso, dado que había aprendido a ser leñador
desde la infancia. Ella era rubia, de pelo muy largo, tanto que le llegaba hasta la
cintura; tenía los ojos celestes, hermosos y maravillosos.

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La historia cuenta que se habían enoviado con la complicidad de todo el
pueblo. Hasta que un día, cuando ella tuvo dieciocho y él veintitrés, el pueblo
entero se puso de acuerdo para ayudar a que ambos se casaran.

Les regalaron una cabaña, con una parcela de árboles para que él pudiera
trabajar como leñador. Después de casarse se fueron a vivir allí para la alegría de
todos, de ellos, de su familia y del pueblo, que tanto había ayudado en esa relación.

Y vivieron allí durante todos los días de un invierno, un verano, una


primavera y un otoño, disfrutando mucho de estar juntos. Cuando el día del primer
aniversario se acercaba, ella sintió que debía hacer algo para demostrarle a él su
profundo amor.

Pensó hacerle un regalo que significara esto. Un hacha nueva relacionaría


todo con el trabajo; un jersey tejido tampoco la convencía, pues ya le había tejido
jerséis en otras oportunidades; una comida no era suficiente regalo.

Decidió bajar al pueblo para ver qué podía encontrar allí y empezó a caminar
por las calles. Sin embargo, por mucho que caminara no encontraba nada que fuera
tan importante y que ella pudiera comprar con las monedas que, semanas antes,
había ido guardando de los vueltos de las compras pensando que se acercaba la
fecha del aniversario.

Al pasar por una joyería, la única del pueblo, vio una hermosa cadena de oro
expuesta en la vidriera. Entonces recordó que había un solo objeto material que él
adoraba verdaderamente, que él consideraba valioso. Se trataba de un reloj de oro
que su abuelo le había regalado antes de morir. Desde chico, él guardaba ese reloj
en un estuche de gamuza, que dejaba siempre al lado de su cama. Todas las noches
abría la mesita de luz, sacaba del sobre de gamuza aquel reloj, lo lustraba, le daba
un poquito de cuerda, se quedaba escuchándolo hasta que la cuerda se terminaba,
lo volvía a lustrar, lo acariciaba un rato y lo guardaba nuevamente en el estuche.

Ella pensó: "Que maravilloso regalo sería esta cadena de oro para aquel
reloj”.

Entró a preguntar cuánto valía y, ante la respuesta, una angustia la tomó por
sorpresa. Era mucho más dinero del que ella había imaginado, mucho más de lo que
ella había podido juntar. Hubiera tenido que esperar tres aniversarios más para
poder comprárselo. Pero ella no podía esperar tanto.

Salió del pueblo un poco triste, pensando qué hacer para conseguir el dinero
necesario para esto. Entonces pensó en trabajar, pero no sabía cómo; y pensó y
pensó, hasta que, al pasar por la única peluquería del pueblo, se encontró con un
cartel que decía: "Se compra pelo natural". Y como ella tenía ese pelo rubio, que no
se había cortado desde que tenía diez años, no tardó en entrar a preguntar.

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El dinero que le ofrecían alcanzaba para comprar la cadena de oro y todavía
sobraba para una caja donde guardar la cadena y el reloj. No dudó. Le dijo a la
peluquera:

- Si dentro de tres días regreso para venderle mi pelo, ¿usted me lo


compraría?
- Seguro - fue la respuesta.
- Entonces en tres días estaré aquí.

Regresó a la joyería, dejó reservada la cadena y volvió a su casa. No dijo


nada.

El día del aniversario, ellos dos se abrazaron un poquito más fuerte que de
costumbre. Luego, él se fue a trabajar y ella bajó al pueblo.

Se hizo cortar el pelo bien corto y, luego de tomar el dinero, se dirigió a la


joyería.

Compró allí la cadena de oro y la caja de madera. Cuando llegó a su casa,


cocinó y esperó que se hiciera la tarde, momento en que él solía regresar.

A diferencia de otras veces, que iluminaba la casa cuando él llegaba, esta


vez ella bajó las luces, puso sólo dos velas y se colocó un pañuelo en la cabeza.
Porque él también amaba su pelo y ella no quería que él se diera cuenta de que se lo
había cortado. Ya habría tiempo después para explicárselo.

Él llegó. Se abrazaron muy fuerte y se dijeron lo mucho que se querían.


Entonces, ella sacó de debajo de la mesa la caja de madera que contenía la cadena
de oro para el reloj. Y él fue hasta el ropero y extrajo de allí una caja muy grande
que le había traído mientras ella no estaba. La caja contenía dos enormes
peinetones que él había comprado... vendiendo el reloj de oro del abuelo.

Si ustedes creen que el amor es sacrificio, por favor, no se olviden de esta


historia. El amor no está en nosotros para sacrificarse por el otro, sino para
disfrutar de su existencia.

Las alas son para volar-Jorge Bucay

…Y cuando se hizo grande su padre le dijo:

- Hijo mío, no todos nacen con alas. Y si bien es cierto que no tienes
obligación de volar, me parece que sería penoso que te limitaras a
caminar, teniendo las alas que el buen Dios te ha dado.
- Pero yo no sé volar - contestó el hijo.

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- Es verdad... - dijo el padre y caminando lo llevó hasta el borde del abismo
en la montaña.
- Ves, hijo, este es el vacío. Cuando quieras volar vas a pararte aquí, vas a
tomar aire, vas a saltar al abismo y extendiendo las alas, volarás.

El hijo dudó.

- ¿Y si me caigo?
- Aunque te caigas no morirás, sólo algunos machucones que te harán más
fuerte para el siguiente intento - contestó el padre.

El hijo volvió al pueblo, a sus amigos, a sus pares, a sus compañeros con los
que había caminado toda su vida.

Los más pequeños de mente le dijeron:

- ¿Estás loco? ¿Para qué? Tu viejo está medio zafado... ¿Qué vas a buscar
volando? ¿Por qué no te dejas de tonterías? ¿Quién necesita volar?

Los más amigos le aconsejaron:

- ¿Y si fuera cierto? ¿No será peligroso? ¿Por qué no empiezas despacio?


Prueba tirarte desde una escalera o desde la copa de un árbol, pero...
¿desde la cima?

El joven escuchó el consejo de quienes lo querían. Subió a la copa de un


árbol y, con coraje, saltó... Desplegó las alas, las agitó en el aire con todas sus
fuerzas pero igual se precipitó a tierra…

Con un gran chichón en la frente, se cruzó con su padre:

- ¡Me mentiste! No puedo volar. Probé y ¡mira el golpe que me di! No soy
como tú. Mis alas sólo son de adorno.
- Hijo mío - dijo el padre - Para volar, hay que crear el espacio de aire
libre necesario para que las alas se desplieguen. Es como para tirarse en
un paracaídas, necesitas cierta altura antes de saltar.

Para volar hay que empezar corriendo riesgos. Si no quieres, quizás lo mejor
sea resignarse y seguir caminando para siempre.

La tristeza y la furia – Jorge Bucay

En un reino encantado donde los hombres nunca pueden llegar, o quizás


donde los hombres transitan eternamente sin darse cuenta…

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En un reino mágico, donde las cosas no tangibles, se vuelven concretas…

Había una vez... un estanque maravilloso.

Era una laguna de agua cristalina y pura donde nadaban peces de todos los
colores existentes y donde todas las tonalidades del verde se reflejaban
permanentemente.

Hasta ese estanque mágico y transparente se acercaron a bañarse


haciéndose mutua compañía, la tristeza y la furia.

Las dos se quitaron sus vestimentas y desnudas las dos entraron al


estanque.

La furia, apurada (como siempre esta la furia), urgida -sin saber por qué- se
baño rápidamente y más rápidamente aún, salió del agua…

Pero la furia es ciega, o por lo menos no distingue claramente la realidad, así


que, desnuda y apurada, se puso, al salir, la primera ropa que encontró…

Y sucedió que esa ropa no era la suya, sino la de la tristeza…

Y así vestida de tristeza, la furia se fue.

Muy calma, y muy serena, dispuesta como siempre a quedarse en el lugar


donde está, la tristeza terminó su baño y sin ningún apuro (o mejor dicho, sin
conciencia del paso del tiempo), con pereza y lentamente, salió del estanque.

En la orilla se encontró con que su ropa ya no estaba.


Como todos sabemos, si hay algo que a la tristeza no le gusta es quedar al
desnudo, así que se puso la única ropa que había junto al estanque, la ropa de la
furia.

Cuentan que desde entonces, muchas veces uno se encuentra con la furia,
ciega, cruel, terrible y enfadada, pero si nos damos el tiempo de mirar bien,
encontramos que esta furia que vemos es sólo un disfraz, y que detrás del disfraz
de la furia, en realidad… está escondida la tristeza.

Independencia- Jorge Bucay

Me acuerdo siempre de esta escena:

Mi primo, mucho más chico que yo, tenía tres años. Yo tenía uno doce…

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Estábamos en el comedor de la casa de mi abuela. Mi primito vino corriendo
y se llevó la mesa pequeña por delante. Cayó sentado de culo en el piso llorando.

Se había dado un golpe fuerte y poco después un bultito del tamaño de un


hueso de melocotón le apareció en la frente.

Mi tía que estaba en la habitación corrió a abrazarlo y mientras me pedía


que trajera hielo le decía a mi primo: Pobrecito, mala la mesa que te pegó, chas
chas a la mesa..., mientras le daba palmadas al mueble invitando a mi pobre primo a
que la imitara... Y yo pensaba: ¿...? ¿Cuál es la enseñanza? La responsabilidad no es
tuya que eres un torpe, que tienes tres años y que no miras por dónde caminas; la
culpa es de la mesa. La mesa es mala.

Yo intentaba entender más o menos sorprendido el mensaje oculto de la


mala intencionalidad de los objetos. Y mi tía insistía para que mi primo le pegara a
la mesa.

Me parece gracioso como símbolo, pero como aprendizaje me parece


siniestro: tú nunca eres responsable de lo que hiciste, la culpa siempre la tiene el
otro, la culpa es de afuera, tuya no, es el otro el que tiene que dejar de estar en tu
camino para que tú no te golpees…

Tuve que recorrer un largo trecho para apartarme de los mensajes de las
tías del mundo.

Es mi responsabilidad apartarme de lo que me daña. Es mi responsabilidad


defenderme de los que me hacen daño. Es mi responsabilidad hacerme cargo de lo
que me pasa y saber mi grado de participación en los hechos.

Tengo que darme cuenta de la influencia que tiene cada cosa que hago. Para
que las cosas que me pasan me pasen, yo tengo que hacer lo que hago. Y no digo que
puedo manejar todo lo que me pasa sino que soy responsable de lo que me pasa
porque en algo, aunque sea pequeño, he colaborado para que suceda. Yo no puedo
controlar la actitud de todos a mí alrededor pero puedo controlar la mía. Puedo
actuar libremente con lo que hago. Tendré que decidir qué hago. Con mis
limitaciones, con mis miserias, con mis ignorancias, con todo lo que sé y aprendí, con
todo eso, tendré que decidir cuál es la mejor manera de actuar. Y tendré que
actuar de esa mejor manera. Tendré que conocerme más para saber cuáles son mis
recursos.

Tendré que quererme tanto como para privilegiarme y saber que esta es mi
decisión. Y tendré, entonces, algo que viene con la autonomía y que es la otra cara
de la libertad: el coraje. Tendré el coraje de actuar como mi conciencia me dicta y
de pagar el precio. Tendré que ser libre aunque a tí no te guste. Y si no vas a

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quererme así como soy; y si te vas a ir de mi lado, así como soy; y si en la noche más
larga y más fría del invierno me vas a dejar solo y te vas a ir... cierra la puerta,
¿eh? porque entra viento. Cierra la puerta. Si esa es tu decisión, cierra la puerta.
No voy a pedirte que te quedes un minuto más de lo que tú quieras. Te digo: cierra
la puerta porque yo me quedo y hace frío. Y esta va a ser mi decisión. Esto me
transforma en una especie de ser inmanejable. Porque los independientes son
inmanejables. Porque a un independiente solamente lo manejas si él quiere. Esto
significa un paso muy importante en tu historia y en tu desarrollo, una manera
diferente de vivir el mundo y probablemente signifique empezar a conocer un poco
más a quien está a tu lado.

Si eres independiente, de verdad, es probable que algunas personas de las


que están a tu lado se vayan... Quizás algunos no quieran quedarse. Bueno, habrá
que pagar ese precio también. Habrá que pagar el precio de soportar las partidas
de algunos a mí alrededor y prepararse para festejar la llegada de otros
(Quizás...).

Hacer el amor – Jorge Bucay

Ella y yo hacíamos el amor diariamente.

En otras palabras, los lunes, los martes y los miércoles hacíamos el amor
invariablemente… Los jueves, los viernes y los sábados, hacíamos el amor
igualmente… Por último los domingos hacíamos el amor religiosamente…

Hacíamos el amor compulsivamente. Lo hacíamos deliberadamente. Lo


hacíamos espontáneamente.

Hacíamos el amor por compatibilidad de caracteres, por favor, por


supuesto, por teléfono, de primera intención y en última instancia, por no dejar y
por si acaso, como primera medida y como último recurso.

Hicimos el amor por ósmosis y por simbiosis: y a eso le llamábamos hacer el


amor científicamente.

Pero también hicimos el amor yo a ella y ella a mí, es decir, recíprocamente.

Y cuando ella se quedaba a la mitad de un orgasmo y yo con el miembro


convertido en un músculo fláccido no podía llenarla, entonces hacíamos el amor
lastimosamente.

Lo cual no tiene nada que ver con las veces en que yo me imaginaba que no
iba a poder y no podía, y ella pensaba que no iba a sentir y no sentía, o bien

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estábamos tan cansados y tan preocupados que ninguno de los dos alcanzaba el
orgasmo.

Decíamos entonces, que habíamos hecho el amor aproximadamente.

O bien a Estefanía le daba por recordar las ardillas que el tío Esteban le
trajo de Wisconsin que daban vueltas como locas en sus jaulas olorosas a creolina,
y yo por mi parte recordaba la sala de la casa de los abuelos con sus sillas vienesas
y sus macetas de rosas esperando la eclosión de las cuatro de la tarde… así era
como hacíamos el amor nostálgicamente, viniéndonos mientras nos íbamos tras
viejos recuerdos.

Muchas veces hicimos el amor contra natura, a favor de natura, ignorando a


natura.

O de noche con la luz encendida, o de día con los ojos cerrados.

O con el cuerpo limpio y la conciencia sucia. O viceversa.

Contentos, felices, dolientes, amargados. Con remordimiento y sin sentido.


Con sueño y con frío.

Y cuando estábamos concientes de lo absurdo de la vida y de que un día nos


olvidaríamos el uno del otro, entonces hacíamos el amor inútilmente.

Para envidia de nuestros amigos y enemigos hacíamos el amor


ilimitadamente, magistralmente, legendariamente.

Para honra de nuestros padres, hacíamos el amor moralmente,


Para escándalo de la sociedad, hacíamos el amor ilegalmente.
Para alegría de los psiquiatras hacíamos el amor sintomáticamente.

Hacíamos el amor físicamente, de pie y cantando, de rodillas y rezando,


acostados y soñando.

Y sobre todo, y por la simple razón de que yo lo quería así y ella también
hacíamos el amor voluntariamente.

Intentaré ser fresia – Jorge Bucay

Un rey fue hasta su jardín y descubrió que sus árboles, arbustos y flores se
estaban muriendo.

El Roble le dijo que se moría porque no podía ser tan alto como el Pino.

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Volviéndose al Pino, lo halló caído porque no podía dar uvas como la Vid. Y la
Vid se moría porque no podía florecer como la Rosa.

La Rosa lloraba porque no podía ser alta y sólida como el Roble. Entonces
encontró una planta, una Fresia, floreciendo y más fresca que nunca.

El rey preguntó:

- ¿Cómo es que creces saludable en medio de este jardín mustio y


sombrío?
- No lo sé. Quizás sea porque siempre supuse que cuando me plantaste,
querías fresias. Si hubieras querido un Roble o una Rosa, los habrías
plantado. En aquel momento me dije: "Intentaré ser Fresia de la mejor
manera que pueda".

Ahora es tu turno. Estás aquí para contribuir con tu fragancia. Simplemente


mírate a ti mismo.

No hay posibilidad de que seas otra persona.

Puedes disfrutarlo y florecer regado con tu propio amor por ti, o puedes
marchitarte en tu propia condena…

Galletitas-Jorge Bucay

A una estación de trenes llega una tarde, una señora muy elegante. En la
ventanilla le informan que el tren está retrasado y que tardará aproximadamente
una hora en llegar a la estación.

Un poco fastidiada, la señora va al puesto de diarios y compra una revista,


luego pasa al kiosco y compra un paquete de galletitas y una lata de gaseosa.

Preparada para la forzosa espera, se sienta en uno de los largos bancos del
andén.

Mientras hojea la revista, un joven se sienta a su lado y comienza a leer un


diario.

Imprevistamente la señora ve, por el rabillo del ojo, cómo el muchacho, sin
decir una palabra, estira la mano, agarra el paquete de galletitas, lo abre y después
de sacar una comienza a comérsela despreocupadamente.

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La mujer está indignada. No está dispuesta a ser grosera, pero tampoco a
hacer de cuenta que nada ha pasado; así que, con gesto ampuloso, toma el paquete y
saca una galletita que exhibe frente al joven y se la come mirándolo fijamente.
Por toda respuesta, el joven sonríe... y toma otra galletita.

La señora gime un poco, toma una nueva galletita y, con ostensibles señales
de fastidio, se la come sosteniendo otra vez la mirada en el muchacho.

El diálogo de miradas y sonrisas continúa entre galleta y galleta. La señora


cada vez más irritada, el muchacho cada vez más divertido.

Finalmente, la señora se da cuenta de que en el paquete queda sólo la última


galletita. "No podrá ser tan caradura", piensa, y se queda como congelada mirando
alternativamente al joven y a las galletitas.

Con calma, el muchacho alarga la mano, toma la última galletita y, con mucha
suavidad, la corta exactamente por la mitad. Con su sonrisa más amorosa le ofrece
media a la señora.

- ¡Gracias! - dice la mujer tomando con rudeza la media galletita.


- De nada - contesta el joven sonriendo angelical mientras come su mitad.

El tren llega. Furiosa, la señora se levanta con sus cosas y sube al tren. Al
arrancar, desde el vagón ve al muchacho todavía sentado en el banco del andén y
piensa: " Insolente".

Siente la boca reseca de ira. Abre la cartera para sacar la lata de gaseosa y
se sorprende al encontrar, cerrado, su paquete de galletitas... ¡Intacto!

Sueños semilla – Jorge Bucay

En el silencio de mi reflexión percibo todo mi mundo interno como si fuera


una semilla, de alguna manera pequeña e insignificante, pero también pletórica de
potencialidades.

... Y veo en sus entrañas el germen de un árbol magnífico, el árbol de mi


propia vida en proceso de desarrollo.

En su pequeñez, cada semilla contiene el espíritu del árbol que será después.

Cada semilla sabe cómo transformarse en árbol, cayendo en tierra fértil,


absorbiendo los jugos que la alimentan, expandiendo las ramas y el follaje,
llenándose de flores y de frutos, para poder dar lo que tienen para dar.

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Cada semilla sabe cómo llegar a ser árbol. Y tantas son las semillas como son
los sueños secretos.

Dentro de nosotros, innumerables sueños esperan el tiempo de germinar,


echar raíces y darse a luz, morir como semillas... para convertirse en árboles.

Árboles magníficos y orgullosos que a su vez nos digan, en su solidez, que


oigamos nuestra voz interior, que escuchemos la sabiduría de nuestros sueños
semilla.

Ellos, los sueños, indican el camino con símbolos y señales de toda clase, en
cada hecho, en cada momento, entre las cosas y entre las personas, en los dolores y
en los placeres, en los triunfos y en los fracasos.

Lo soñado, nos enseña, dormidos o despiertos, a vernos, a escucharnos, a


darnos cuenta.

Nos muestra el rumbo en presentimientos huidizos o en relámpagos de luz


cegadora.

Y así crecemos, nos desarrollamos, evolucionamos…

Y un día, mientras transitamos este eterno presente que llamamos vida, las
semillas de nuestros sueños se transformarán en árboles, y desplegarán sus ramas
que, como alas gigantescas, cruzarán el cielo, uniendo con un solo trazo nuestro
pasado y nuestro futuro.

Nada hay que temer,....una sabiduría interior nos acompaña... porque cada
semilla sabe.... cómo llegar a ser árbol.

El verdadero valor del anillo - Jorge Bucay

Un joven acudió a un sabio en busca de ayuda.

- Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas
para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy
torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar maestro?. ¿Qué puedo
hacer para que me valoren más?

El maestro sin mirarlo le dijo:

- ¡Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero


mis propios problemas. Quizás después... Si quisieras ayudarme tú a mí,

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yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda
ayudar.
- E... encantado, maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez
eradesvalorizado y sus necesidades postergadas-
- Bien -asintió el maestro-. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo
pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho agregó: Toma el
caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender
este anillo para pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la
mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete
y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.

El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los
mercaderes. Estos lo miraban con algún interés hasta que el joven decía lo que
pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían,
otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la
molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a
cambio de un anillo.

En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de


cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de
oro, así que rechazó la oferta.

Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado –


más de cien personas- y abatido por su fracaso, montó en su caballo y regresó.

¡Cuánto hubiese deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro! Podría
habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir
entonces su consejo y su ayuda.

- Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste.


Quizás pudiera conseguir 2 ó 3 monedas de plata, pero no creo que yo
pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
- ¡Qué importante lo que dijiste, joven amigo! -contestó sonriente el
maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a
montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo?. Dile que
quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto da por él. Pero no importa
lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo


miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:

- Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle


más que 58 monedas de oro por su anillo.
- ¿¿¿¿58 monedas???- exclamó el joven-.

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- Sí, -replicó el joyero-. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él
cerca de 70 monedas, pero no se… si la venta es urgente…

El joven corrió emocionado a la casa del maestro a contarle lo sucedido.

- Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este


anillo: una joya única y valiosa. Y como tal, sólo puede evaluarte
verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que
cualquiera descubra tu verdadero valor?

Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano


izquierda.

El oso- Jorge Bucay

Esta es la historia de un sastre, un zar y un oso.

Un día el zar descubrió que uno de los botones de su chaqueta preferida se


había caído.

El zar era caprichoso, autoritario y cruel (como todos los que se enmarañan
por demasiado tiempo den el poder), así que, furioso por la ausencia del botón
mandó a buscar al sastre y ordenó que a la mañana siguiente fuera decapitado por
el hacha del verdugo.

Nadie contradecía al emperador de todas las Rusias, así que la guardia fue
hasta la casa del sastre y arrancándolo de entre los brazos de su familia lo llevó a
la mazmorra del palacio para esperar allí a su muerte.

Al atardecer, cuando el guardia de la cárcel llevó al sastre la última cena,


este meneó la cabeza y musitó:

- Pobre Zar.

El guardia no pudo evitar la carcajada:

- ¿Pobre del Zar?. Pobre de ti. Tu cabeza quedará bastante lejos de tu


cuerpo mañana mismo.
- Tú no entiendes –dijo el sastre- ¿Qué es lo más importante para nuestro
Zar?
- ¿Lo más importante) –contestó el guardia-. No sé, su pueblo.
- No seas estúpido. Digo algo realmente importante para él.
- ¿Su esposa?
- ¡¡Más importante!!

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- ¡¡Los diamantes!! –creyó adivinar el carcelero-.
- ¿Qué es lo que más le importa al Zar en el mundo?
- ¡¡Ya sé!! Su oso.
- Eso, su oso.
- ¿Y?
- Mañana, cuando el verdugo termine conmigo, el zar perderá su única
oportunidad para conseguir que su oso hable.
- ¿Tú eres entrenador de osos?
- Un viejo secreto familiar… -dijo el sastre-. Pobre del Zar…

Deseoso de ganarse los favores del zar, el pobre guardia corrió a contarle al
soberano su descubrimiento: ¡¡El sastre sabía enseñar a hablar a los osos!!

El zar estaba encantado. Mandó a buscar inmediatamente al sastre y cuando


lo tuvo frente a sí le ordenó:

- ¡¡Enséñale a mi oso nuestro lenguaje!!

El sastre bajó la cabeza y dijo:

- Me encantaría complacerte ilustrísima, pero enseñar a hablar a un oso es


una tarea ardua y lleva tiempo… y lamentablemente, tiempo es lo que
menos tiempo…
- ¿Cuánto tiempo llevaría el aprendizaje? –preguntó el Zar-
- Depende de la inteligencia del oso…
- ¡¡¡El oso es muy inteligente!!! - interrumpió el zar - De hecho es el oso
más inteligente de todos los osos de Rusia.
- Bien, si el oso es inteligente... y siente deseos de aprender... yo creo...
que el aprendizaje duraría… duraría… no menos de … DOS AÑOS.

El Zar pensó un momento y luego ordenó:

- Bien, tu pena será suspendida por dos años, mientras tú entrenas al oso.
¡Mañana empezarás!
- Alteza - dijo el sastre - Si tú mandas al verdugo a ocuparse de mi
cabeza, mañana estaré muerto, y mi familia se las ingeniará para
sobrevivir. Pero si me conmutas la pena, ya no tendré tiempo para
dedicarme a tu oso... deberé trabajar de sastre para mantener a mi
familia…
- Eso no es problema - dijo el zar - A partir de hoy y durante dos años tú
y tu familia estarán bajo protección real. Serán vestidos alimentados y
educados con el dinero del zar y nada que necesiten o deseen les será
negado... Pero, eso sí... Si dentro de dos años el oso no habla... te
arrepentirás de haber pensado en esta propuesta... Rogarás haber sido
muerto por el verdugo... ¿Entiendes, verdad?

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- Si, alteza.
- Bien... Guardias!! - gritó el zar - Que lleven al sastre a su casa en el
carruaje de la corte, denle dos bolsas de oro, comida y regalos para sus
niños. ¡¡Ya!!, ¡¡fuera!!

El sastre en reverencia y caminando hacia atrás, comenzó a retirarse


mientras.
- No olvides - le dijo el zar apuntándolo con el dedo directamente a la
frente – Si en dos años el oso no habla…

... Cuando todos en la casa lloraban por la pérdida del padre de familia, el
sastre apareció en la casa en el carruaje del zar, sonriente, eufórico y con regalos
para todos.

La esposa del sastre no cabía en su asombro. Su marido que pocas horas


antes había sido llevado al cadalso volvía ahora, exitoso, acaudalado y exultante…

- Estás LOCO - chilló la mujer - enseñar a hablar al oso del zar. Tú, que ni
siquiera has visto un oso de cerca. Estás loco. Enseñar a hablar a un oso…
Loco, estás loco…
- Calma mujer, calma. Mira, me iban a cortar la cabeza mañana al
amanecer, ahora tengo dos años… en dos años pueden pasar tantas
cosas…
- En dos años... - siguió el sastre - se puede morir el zar... me puedo morir
yo... y lo más importante… ¡¡igual el oso empieza a hablar!!

Las Ranitas en la nata – Jorge Bucay

Había una vez dos ranas que cayeron en un recipiente de nata.

Inmediatamente sintieron que se hundían; era imposible nadar o flotar


mucho tiempo en esa masa espesa como arenas movedizas. Al principio, las dos
patalearon en la nata para llegar al borde del recipiente pero era inútil, sólo
conseguían chapotear en el mismo lugar y hundirse. Sintieron que cada vez era más
difícil salir a la superficie a respirar.

Una de ellas dijo en voz alta:

- No puedo más. Es imposible salir de aquí, esta materia no es para nadar.


Ya que voy a morir, no veo para qué prolongar este dolor. No entiendo
qué sentido tiene morir agotada por un esfuerzo estéril.

Y dicho esto, dejó de patalear y se hundió con rapidez siendo literalmente


tragada por el espeso líquido blanco.

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La otra rana, más persistente o quizás más tozuda, se dijo:

- No hay caso! Nada se puede hacer para avanzar en esta cosa. Sin
embargo ya que la muerte me llega, prefiero luchar hasta mi último
aliento. No quisiera morir un segundo antes de que me llegue mi hora.

Y siguió pataleando y chapoteando siempre en el mismo lugar, sin avanzar un


centímetro.

Horas y horas!

Y de pronto... de tanto patalear y agitar, agitar y patalear...

La nata, se transformó en mantequilla.

La rana sorprendida dio un salto y patinando llegó hasta el borde del pote.

Desde allí, sólo le quedaba ir croando alegremente de regreso a casa.

La gallina y los patitos - Jorge Bucay

Había una vez una pata que había puesto cuatro huevos...

Mientras los empollaba, un zorro atacó el nido y la mató. Por alguna razón no
llegó a comerse los huevos antes de huir, pero estos quedaron abandonados en el
nido.

Una gallina clueca que pasó por allí, encontró el nido sin cuidados y su
instinto la hizo sentarse sobre los huevos para empollarlos.

Poco después nacieron los patitos y, como era lógico, tomaron a la gallina
como su madre y caminaron en fila tras ella.

La gallina contenta con su nueva cría, los llevó hasta la granja.

Todas las mañanas después del canto del gallo, mamá gallina rascaba el pico
y los patos se esforzaban por imitarla. Cuando los patitos no conseguían arrancar
de la tierra un mísero gusano, la mamá sacaba para todos sus polluelos, partía cada
lombriz en pedazos y alimentaba a sus hijos en sus propios picos.

Un día, como otros, la gallina salió a pasear con su nidada por los
alrededores de la granja. Sus pollitos, disciplinadamente, la seguían en fila.

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Pero de pronto, al llegar al lago, los patitos de un salto se zambulleron con
naturalidad en la laguna, mientras la gallina cacareaba desesperada pidiéndoles que
salieran del agua.

Los patitos nadaban alegres chapoteando y su mamá saltaba y lloraba


temiendo que se ahogaran.

El gallo apareció atraído por los gritos de la madre y se percató de la


situación.

- No se puede confiar en los jóvenes - fue su sentencia - son unos


imprudentes.

Uno de los patitos que escuchó al gallo, se acercó a la orilla y les dijo:

- No nos culpen a nosotros por sus propias limitaciones.

No pienses que la gallina estaba equivocada.


No juzgues tampoco al gallo.
No creas a los patos prepotentes y desafiantes.
Ninguno de los personajes está equivocado, lo que sucede es que ven la realidad
desde miradores distintos.
El único error, casi siempre, es creer que el mirador en que estoy, es el único
desde el cual se divisa la verdad.

El portero del prostíbulo

No había en el pueblo un oficio peor conceptuado y peor pago que el de


portero del prostíbulo. Pero ¿qué otra cosa podría hacer aquel hombre?

De hecho, nunca había aprendido a leer ni a escribir, no tenía ninguna otra


actividad ni oficio. En realidad, era su puesto porque sus padres había sido portero
de ese prostíbulo y también antes, el padre de su padre.

Durante décadas, el prostíbulo se pasaba de padres a hijos y la portería se


pasaba de padres a hijos.

Un día, el viejo propietario murió y se hizo cargo del prostíbulo un joven con
inquietudes, creativo y emprendedor. El joven decidió modernizar el negocio.

Modificó las habitaciones y después citó al personal para darle nuevas


instrucciones.

Al portero, le dijo:

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- A partir de hoy usted, además de estar en la puerta, me va a preparar
una planilla semanal. Allí anotará usted la cantidad de parejas que entran
día por día. A una de cada cinco, le preguntará cómo fueron atendidas y
qué corregirían del lugar. Y una vez por semana, me presentará esa
planilla con los comentarios que usted crea convenientes.

El hombre tembló, nunca le había faltado disposición al trabajo pero…

- Me encantaría satisfacerlo, señor - balbuceó - pero yo... yo no sé leer ni


escribir.
- ¡Ah! ¡Cuánto lo siento! Como usted comprenderá, yo no puedo pagar a
otra persona para que haga esto y tampoco puedo esperar hasta que
usted aprenda a escribir, por lo tanto…
- Pero señor, usted no me puede despedir, yo trabajé en esto toda mi vida,
también mi padre y mi abuelo…

No lo dejó terminar.

- Mire, yo comprendo, pero no puedo hacer nada por usted. Lógicamente le


vamos a dar una indemnización, esto es, una cantidad de dinero para que
tenga hasta que encuentre otra cosa. Así que, lo siento. Que tenga
suerte.

Y sin más, se dio vuelta y se fue.

El hombre sintió que el mundo se derrumbaba. Nunca había pensado que


podría llegar a encontrarse en esa situación. Llegó a sí casa, por primera vez
desocupado. ¿Qué hacer?.

Recordó que a veces en el prostíbulo, cuando se rompía una cama o se


arruinaba una pata de un ropero, él, con un martillo y clavos se las ingeniaba para
hacer un arreglo sencillo y provisorio. Pensó que esta podría ser una ocupación
transitoria hasta que alguien le ofreciera un empleo.

Buscó por toda la casa las herramientas que necesitaba, sólo tenía unos
clavos oxidados y una tenaza mellada.

Tenía que comprar una caja de herramientas completa.

Para eso usaría una parte del dinero recibido.

En la esquina de su casa se enteró de que en su pueblo no había una


ferretería, y que debía viajar dos días en mula para ir al pueblo más cercano a
realizar la compra.

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¿Qué más da? Pensó, y emprendió la marcha.

A su regreso, traía una hermosa y completa caja de herramientas. No había


terminado de quitarse las botas cuando llamaron a la puerta de su casa. Era su
vecino.

- Vengo a preguntarle si no tiene un martillo para prestarme.


- Mire, sí, lo acabo de comprar pero lo necesito para trabajar... como me
quedé sin empleo.
- Bueno, pero yo se lo devolvería mañana bien temprano.
- Está bien.

A la mañana siguiente, como había prometido, el vecino tocó la puerta:

- Mire, yo todavía necesito el martillo. ¿Por qué no me lo vende?


- No, yo lo necesito para trabajar y además, la ferretería está a dos días
de mula.
- Hagamos un trato - dijo el vecino- Yo le pagaré a usted los dos días de
ida y los dos de vuelta, más el precio del martillo, total usted está sin
trabajar. ¿Qué le parece?

Realmente, esto le daba un trabajo por cuatro días…

Aceptó. Volvió a montar su mula.

Al regreso, otro vecino lo esperaba en la puerta de su casa.

- Hola, vecino. ¿Usted le vendió un martillo a nuestro amigo?


- Sí…
- Yo necesito unas herramientas, estoy dispuesto a pagarle sus cuatros
días de viaje, y una pequeña ganancia por cada herramienta. Usted sabe,
no todos podemos disponer de cuatro días para nuestras compras.

El ex - portero abrió su caja de herramientas y su vecino eligió una pinza, un


destornillador, un martillo y un cincel. Le pagó y se fue.

"...No todos disponemos de cuatro días para compras", recordaba. Si esto


era cierto, mucha gente podría necesitar que él viajara a traer herramientas.

En el siguiente viaje decidió que arriesgaría un poco del dinero de la


indemnización, trayendo más herramientas que las que había vendido. De paso,
podría ahorrar algún tiempo de viajes.

La voz empezó a correrse por el barrio y muchos quisieron evitarse el viaje.

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Una vez por semana, el ahora corredor de herramientas viajaba y compraba
lo que necesitaban sus clientes.

Pronto entendió que si pudiera encontrar un lugar donde almacenar las


herramientas, podría ahorrar más viajes y ganar más dinero. Alquiló un galpón.

Luego le hizo una entrada más cómoda y algunas semanas después con una
vidriera, el galpón se transformó en la primera ferretería del pueblo.

Todos estaban contentos y compraban en su negocio. Ya no viajaba, de la


ferretería del pueblo vecino le enviaban sus pedidos. Él era un buen cliente.

Con el tiempo, todos los compradores de pueblos pequeños más lejanos


preferían comprar en su ferretería y ganar dos días de marcha.

Un día se le ocurrió que su amigo, el tornero, podría fabricar para él las


cabezas de los martillos.

Y luego, ¿por qué no? Las tenazas... y las pinzas... y los cinceles. Y luego
fueron los clavos y los tornillos…

Para no hacer muy largo el cuento, sucedió que en diez años aquel hombre se
transformó con honestidad y trabajo en un millonario fabricante de herramientas.
El empresario más poderoso de la región.

Tan poderoso era, que un año para la fecha de comienzo de las clases,
decidió donar a su pueblo una escuela. Allí se enseñaría además de lectoescritura,
las artes y loas oficios más prácticos de la época.

El intendente y el alcalde organizaron una gran fiesta de inauguración de la


escuela y una importante cena de agasajo para su fundador. A los postres, el
alcalde le entregó las llaves de la ciudad y el intendente lo abrazó y le dijo:

- Es con gran orgullo y gratitud que le pedimos nos conceda el honor de


poner su firma en la primera hoja del libro de actas de la nueva escuela.
- El honor sería para mí - dijo el hombre -. Creo que nada me gustaría más
que firmar allí, pero yo no sé leer ni escribir. Yo soy analfabeto.
- Usted? - dijo el intendente, que no alcanzaba a creerlo - ¿Usted no sabe
leer ni escribir? ¿Usted construyó un imperio industrial sin saber leer ni
escribir? Estoy asombrado. Me pregunto, ¿qué hubiera hecho si hubiera
sabido leer y escribir?
- Yo se lo puedo contestar - respondió el hombre con calma -. Si yo
hubiera sabido leer y escribir... sería portero del prostíbulo!!

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Pobres ovejas – Jorge Bucay

Había una vez una familia de pastores. Tenían todas las ovejas juntas en su
solo corral. Las alimentaban, las cuidaban y las paseaban.

De vez en cuando, las ovejas trataban de escapar.


Aparecía entonces el más viejo de los pastor y les decía:

- Ustedes, ovejas inconscientes y soberbias. No saben que afuera el valle


está lleno de peligros. Solamente aquí podrán tener agua, alimentos y
sobre todo, protección contra los lobos.

En general, esto bastaba para frenar los "aires de libertad" de las ovejas.

Un día nació una oveja diferente, digamos una oveja negra. Tenía espíritu
rebelde y animaba a sus compañeras a huir hacia la libertad de la pradera.

Las visitas del viejo pastor para convencer a las ovejas de los peligros
exteriores, debieron hacerse cada vez más frecuentes. No obstante, las ovejas
estaban inquietas y cada vez que se las sacaba del corral, daba más trabajo
reunirlas.

Hasta que una noche, la oveja negra las convenció y huyeron.

Los pastores no notaron nada hasta el amanecer, allí vieron el corral roto y
vacío.

Todos juntos fueron a llorar a lo del anciano jefe de familia.

- Se han ido, se han ido.


- Pobrecitas...
- ¿Y el hambre?
- ¿Y la sed?
- ¿Y el lobo?
- ¿Qué será de ellas sin nosotros?
-
El anciano tosió, dio una pitada a la pipa y dijo:

- Es verdad, ¿qué será de ellas sin nosotros? Y lo que es casi peor...


- ...¿Qué será de nosotros sin ellas?!!!

El rey que quería ser alabado

Hubo una vez un rey a quien la vanidad había vuelto loco (la vanidad siempre
termina por volver loca a la gente).

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Ese rey mandó construir, en los jardines de su palacio, un templo y dentro
del templo hizo poner una gran estatua de sí mismo en posición de loto.

Todas las mañanas después del desayuno, el rey iba a su templo y se


postraba ante su imagen orándose a sí mismo.

Un día decidió que una religión que tuviera un solo seguidor no era una gran
religión, así que pensó que debía tener más adoradores.

Decretó entonces que todos los soldados de la guardia real se postrasen


ante la estatua por lo menos una vez al día. Lo mismo debían hacer todos los
servidores y los ministros del reino.

Su locura crecía a medida que pasaba el tiempo y, no conforme con la


sumisión de los que lo rodeaban, dispuso un día que la guardia real fuera al mercado
y trajera a las tres primeras personas con las que se cruzaran.

Con ellas, pensó, demostraré la fuerza de la fe en mí. Les pediré que se


inclinen ante mi imagen. Si son sabios, lo harán y si no, no merecen vivir.

La guardia fue al mercado y trajo a un intelectual, a un sacerdote y a un


mendigo que eran, en efecto, las tres primeras personas que encontraron.

Los tres fueron conducidos al templo y allí el rey les dijo:

- Esta es la imagen del único y verdadero Dios, postraos ante ella o


vuestras vidas serán ofrecidas como sacrificio ante él.

El intelectual dijo:

- El rey está loco y me matará si no me inclino. Este es evidentemente un


caso de fuerza mayor. Nadie podría juzgar mal mi actitud a la luz de que
fue hecha si convicción, para salvar mi vida y en función de la sociedad a
la cual me debo - y dicho esto se postró ante la imagen.

El sacerdote dijo:

- El rey ha enloquecido y cumplirá su amenaza. Yo soy un elegido del


verdadero Dios y por lo tanto, mis actos espirituales santifican el lugar
donde esté. No importa cuál sea la imagen, será el verdadero Dios aquel
a quien yo esté honrando.

Y se arrodilló.

Llego el turno del mendigo, que no hacía ningún movimiento.

- Arrodíllate - dijo el rey.

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- Majestad, yo no me debo al pueblo, que en realidad la mayor parte de las
veces me corre a patadas de los umbrales de sus casas. Tampoco soy el
elegido de nadie, salvo de los pocos piojos que sobreviven en mi cabeza.
Yo no sé juzgar a nadie ni puedo santificar ninguna imagen; y en cuanto a
mi vida, no creo que sea un bien tan preciado como para hacer
ridiculeces para conservarla... Por lo tanto, señor, no encuentro ninguna
razón valedera para arrodillarme aquí...

Dicen que la respuesta del mendigo conmovió tanto al rey, que este se
iluminó y comenzó a revisar sus propias posturas.

Sólo por ello, cuenta la leyenda, el rey se curó y mandó reemplazar el templo
por una fuente y la estatua por enormes canteros con flores

El círculo del 99 – Jorge Bucay

Había una vez un rey muy triste que tenía un sirviente que era muy
feliz. Todas las mañanas llegaba a traer el desayuno y despertaba al rey, cantando
y tarareando alegres canciones de juglares. Una sonrisa se dibujaba en su
distendida cara y su actitud para con la vida era siempre serena y alegre.

Un día el rey lo mandó a llamar.

- Paje, le dijo - ¿Cuál es el secreto?


- ¿Qué secreto, Majestad?
- ¿Cuál es el secreto de tu alegría?
- No hay ningún secreto, Alteza.
- No me mientas, paje. He mandado a cortar cabezas por ofensas
menores que una mentira.
- No le miento, Alteza, no guardo ningún secreto.
- ¿Por qué esta siempre alegre y feliz? Eh, ¿porqué?
- Majestad, no tengo razones para estar triste. Su Alteza me honra
permitiéndome atenderlo. Tengo mi esposa y mis hijos viviendo en la
casa que la Corte nos ha asignado, somos vestidos y alimentados y
además, su Alteza me premia de vez en cuando con algunas monedas para
darnos algunos gustos, ¿Cómo no estar feliz?
- Si no me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar - dijo el rey.
Nadie puede ser feliz por esas razones que has dado.
- Pero, Majestad, no hay secreto. Nada me gustaría más que complacerlo,
pero no hay nada que yo este ocultando…
- ¡Vete, vete antes de que llame al verdugo!

El sirviente sonrió, hizo una reverencia y salió de la habitación. El rey


estaba como loco. No consiguió explicarse como el paje estaba feliz viviendo de

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prestado, usando ropa usada y alimentándose de las sobras de los cortesanos.
Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le contó su conversación de
la mañana

- ¿Porqué él es feliz?
- Ah, Majestad, lo que sucede es que él esta fuera del círculo.
- ¿Fuera del círculo?
- Así es.
- ¿Y eso es lo que lo hace feliz?
- No Majestad, eso es lo que no lo hace infeliz.
- A ver si entiendo, estar en el círculo te hace infeliz.
- Así es.
- ¿Y cómo salió?
- Nunca entró.
- ¿Qué círculo es ese?
- El círculo del 99.
- Verdaderamente, no te entiendo nada.
- La única manera para que entendieras, sería mostrártelo en los hechos.
- ¿Cómo?
- Haciendo entrar a tu paje en el círculo.
- Eso, obliguémoslo a entrar.
- No, Alteza, nadie puede obligar a nadie a entrar en el círculo.
- Entonces habrá que engañarlo.
- No hace falta, Su Majestad. Si le damos la oportunidad, él entrará
solito.
- ¿Solito? ¿Pero el no se dará cuenta de que eso es su infelicidad?
- Si se dará cuenta.
- ¡Entonces no entrará!
- No lo podrá evitar.
- ¿Dices que el se dará cuenta de la infelicidad que le causará entrar en
ese ridículo círculo, y de todos modos entrará en él y no podrá salir?
- Tal cual Majestad; ¿está dispuesto a perder un excelente sirviente para
poder entender la estructura del círculo?
- Sí.
- Bien, esta noche te pasaré a buscar. Debes tener preparada una bolsa
de cuero con 99 monedas de oro, ni una mas ni una menos.
- ¡99! ¿Qué más? ¿Llevo los guardias por si acaso?
- Nada más que la bolsa de cuero. Majestad, hasta la noche…

Así fue. Esa noche, el sabio pasó a buscar al rey. Juntos se escurrieron
hasta los patios del palacio y se ocultaron, junto a la casa del paje

Allí esperaron el alba. Cuando dentro de la casa se encendió la primera vela,


el hombre sabio agarró la bolsa y le pinchó un papel que decía: "Este tesoro es

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tuyo. Es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no cuentes a nadie como
lo encontraste”.

Cuando el paje salió, el sabio y el rey espiaban, para ver lo que sucedía. El
sirviente vio la bolsa, leyó el papel, agitó la bolsa y al escuchar sonido metálico se
estremeció, apretó la bolsa contra el pecho, miró hacia todos lados y cerró la
puerta.

El rey y el sabio se arrimaron a la ventana para ver la escena. El sirviente


había tirado todo lo que había sobre la mesa y dejado sólo la vela. Se había
sentado y había vaciado el contenido en la mesa. Sus ojos no podían creer lo que
veían. ¡Era una montaña de monedas de oro! El, que nunca había tocado una de
estas monedas, tenía hoy una montaña de ellas para él.

El paje las tocaba y amontonaba, las a acariciaba y hacia brillar la luz de la


vela sobre ellas. Las juntaba y desparramaba, hacía pilas de monedas. Así, jugando
y jugando empezó a hacer pilas de 10 monedas. Una pila de diez, dos pilas de diez,
tres pilas, cuatro, cinco... y mientras sumaba 10, 20,30, 40, 50, 60... hasta que
formó la última pila: ¡¡99 monedas!!. Su mirada recorrió la mesa primero, buscando
una moneda más; luego en el piso y finalmente en la bolsa. "No puede ser", pensó.
Puso la última pila al lado de las otras y confirmó que era mas baja.

- Me robaron -gritó- ¡¡me robaron, malditos!!

Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la bolsa, en sus ropas, sus
bolsillos, corrió los muebles, pero no encontró lo que buscaba. Sobre la mesa, como
burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que había 99
monedas de oro... sólo 99

- "99 monedas. Es mucho dinero", pensó. - "Pero me falta una moneda.


Noventa y nueve no es un número completo" -pensaba- "Cien es un
número completo pero noventa y nueve, no”.

El rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del paje ya no era la


misma, estaba con el ceño fruncido y los rasgos tiesos, los ojos se habían vuelto
pequeños y arrugados y la boca mostraba un horrible rictus. El sirviente guardó las
monedas en la bolsa y mirando para todos lados para ver si alguien de la casa lo
veía, escondió la bolsa entre la leña.

Tomo papel y pluma y se sentó a hacer cálculos.

¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar el sirviente para comprar su moneda


número cien?. Todo el tiempo hablaba solo, en voz alta. Estaba dispuesto a
trabajar duro hasta conseguirla. Después, quizás no necesitara trabajar más. Con
cien monedas de oro, un hombre puede dejar de trabajar. Con cien monedas de oro

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un hombre es rico. Con cien monedas se puede vivir tranquilo. Sacó el cálculo. Si
trabajaba y ahorraba su salario y algún dinero extra que recibía, en once o doce
años juntaría lo necesario.

Sacó las cuentas: sumando su trabajo en el pueblo y el de su esposa, en siete


años reuniría el dinero. ¡Era demasiado tiempo! Quizás pudiera llevar al pueblo lo
que quedaba de comidas todas las noches y venderlo por unas monedas. De hecho,
cuanto menos comieran, más comida habría para vender.

Vender... Vender... Estaba haciendo calor. ¿Para qué tanta ropa de invierno,
para qué más de un par de zapatos? Era un sacrificio, pero en cuatro años de
sacrificios llegaría a su moneda cien.

El rey y el sabio volvieron al palacio. El paje había entrado en el círculo del


99.

Durante los siguientes meses, el sirviente siguió sus planes tal como se le
ocurrieron aquella noche. Una mañana, el paje entró a la alcoba real golpeando las
puertas, refunfuñando de pocas pulgas.

- ¿Qué te pasa?- preguntó el rey de buen modo.


- Nada me pasa, nada me pasa.
- Antes, no hace mucho, reías y cantabas todo el tiempo.
- Hago mi trabajo, ¿no? ¿Que querría su Alteza, que fuera su bufón y su
juglar también?

No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente. No era


agradable tener un paje que estuviera siempre de mal humor…

Entrevista – Jorge Bucay

- Periodista: ¿De qué cosas tiene que hacerse cargo el hombre y de cuáles
la mujer?
- J.Bucay: Creo que hay que hacerse cargo de uno mismo. Si usted y yo
fuésemos pareja, yo tengo que hacerme cargo de mí, y quizás un ratito
de mi pareja, pero jamás de usted. Y usted tiene que hacerse cargo de
usted y quizás de nuestra pareja, pero nunca de mí. El día que
entendamos esto vamos a entender aquella vieja historia que dice así:

Una vez un guerrero indígena muy respetado y la hija de una mujer que
había sido matrona de la tribu, se enamoraron y se amaban profundamente, y
habían pensado en casarse, para lo cual tenían el permiso del cacique de la tribu.

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Pero antes de formalizar el casamiento fueron a ver al Brujo, un hombre
muy sabio y muy poderoso, que tenía elixires, y conjuros, y hierbas increíbles, para
saber si los astros estaban a su favor, si los Dioses los iban a proteger.

El brujo, les dijo que ellos eran buenos muchachos, jóvenes y que no había
ninguna razón para que los dioses se opongan.

Entonces ellos le dijeron que querían hacer algún conjuro que les diera la
formula para ser felices siempre…

El brujo les dijo:

- "bueno hay un conjuro que podemos hacer, pero no sé si están dispuestos


porque es bastante trabajoso”.
- "Sí, claro" le dijeron.

Entonces el brujo le pidió al guerrero que:

1. escale la montaña más alta,


2. busque allí al halcón más vigoroso,
3. el que vuele más alto,
4. el que le parezca más fuerte,
5. el que tenga el pico más afilado,
6. y que vivo, se lo traiga.

Y el brujo le dijo a ella: A ti no te va a ser tan fácil…

1. vas a tener que internarte en el monte,


2. buscar el águila que te parezca que es la mejor cazadora,
3. la que vuele más alto,
4. la que sea más fuerte,
5. la de mejor mirada,
6. vas a tener que cazarla sola, sin que nadie te ayude y vas a tener que
traerla viva aquí.

Cada uno salió a cumplir su tarea.

Cuatro días después volvieron con el ave que se les había encomendado, y le
preguntaron al brujo:

- "¿Ahora qué hacemos?, ¿las cocinamos?, ¿las comemos?,¿tomamos su


sangre?, ¿qué hacemos con ellas?”.
- "Vamos a hacer el conjuro que se llamará: ¿volaban alto?" – les dijo el
brujo.
- "Sí" le dijeron

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El brujo preguntó a ambos:

- "¿eran fuertes sus alas, eran sanas, independientes?


- "Sí" contestaron.
- "Muy bien", dijo el brujo, "ahora atenlas entre sí por las patas y
suéltenlas para que vuelen”…

Entonces el águila y el halcón comenzaron a tropezarse, intentaron volar,


pero lo único que lograban, era revolcarse en el suelo, y se hacían daño
mutuamente, hasta que empezaron a picotearse entre sí.

El brujo de la tribu les dijo:

- Este es el conjuro si ustedes quieren ser felices para siempre: "VUELEN


INDEPENDIENTES Y JAMÁS SE ATEN EL UNO AL OTRO”.

El gato de Ashram – Jorge Bucay

Había una vez, un gurú que vivía con sus seguidores en Ashram en la India.

Una vez por día, al caer el sol, el gurú se reunía con sus discípulos y
predicaba.

Un día, apareció en Ashram un hermoso gato que seguía al gurú por


dondequiera que él fuera.

Resultó que cada vez que el gurú predicaba, el gato se paseaba


permanentemente por entre los discípulos, distrayendo su atención de la charla del
maestro.

Por eso, un día, el maestro tomó la decisión de que cinco minutos antes de
empezar cada charla, ataran al gato para que no interrumpiera.

Pasó el tiempo, hasta que un día el gurú murió.

El discípulo más viejo se transformó en el nuevo guía espiritual del Ashram.

Cinco minutos antes de su primera prédica, mandó a atar al gato.

Sus ayudantes tardaron veinte minutos en encontrar al gato, para poder


atarlo...

Pasó el tiempo, hasta que un día murió el gato.

El nuevo gurú mandó que consiguieran otro gato para poder atarlo.

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Lo que sucede es que, como siempre, de una pauta realmente útil en ciertas
circunstancias, se ha hecho una generalización absurda…

El temido enemigo – Jorge Bucay

Había una vez, en un reino muy lejano y perdido, un rey al que le gustaba
mucho sentirse poderoso. Su deseo de poder no se satisfacía sólo con tenerlo, él
necesitaba, además, que todos lo admiraran por ser poderoso. Así como la
madrastra de Blanca Nieves no le alcanzaba con verse bella, también él necesitaba
mirarse a un espejo que le dijera lo poderoso que era.

Él no tenía espejos mágicos, pero contaba con un montón de cortesanos y


sirvientes a su alrededor a quienes preguntarle si él era el más poderoso del reino.

Invariablemente todos le decían lo mismo:

- Alteza, eres muy poderoso, pero tú sabes que el mago tiene un poder que
nadie posee: Él conoce el futuro. (en aquel tiempo, alquimistas, filósofos,
pensadores, religiosos y místicos eran llamados, genéricamente "magos").

El rey estaba muy celoso del mago del reino pues aquel no sólo tenía fama de
ser un hombre muy bueno y generoso, sino que además, el pueblo entero lo
admiraba y festejaba que él existiera y viviera allí.

No decían lo mismo del rey.

Quizás porque necesitaba demostrar que era él quien mandaba, el rey no era
justo, ni ecuánime, ni mucho menos bondadoso.

Un día, casado de que la gente le contara lo poderoso y querido que era el


mago, o motivado por esa mezcla de celos y temores que generan la envidia, el rey
urdió un plan:

Organizaría una gran fiesta a la cual invitaría al mago. Después de la cena,


pediría la atención de todos. Llamaría al mago al centro del salón y delante de los
cortesanos, le preguntaría al mago si era cierto que sabía leer el futuro. El invitado
tendría dos posibilidades: decir que no, defraudando así la admiración de los
demás, o decir que sí, confirmando así el motivo de su fama.

El rey estaba seguro de que escogería la segunda posibilidad. Entonces le


pediría que dijera la fecha en la que el mago del reino iba a morir. Este daría una
respuesta, un día cualquiera, no importaba cuál. En ese mismo momento, planeaba el
rey, sacar su espada y matarlo.

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Conseguiría con esto dos cosas de un solo golpe: La primera, deshacerse de
su enemigo para siempre; La segunda, demostrar que el mago no había podido
adelantarse al futuro, ya que se había equivocado en su predicción. Se acabaría, en
una noche, el mago y el mito de sus poderes…

Los preparativos se iniciaron enseguida, y muy pronto el día del festejo


llegó…

...Después de la gran cena, el rey hizo pasar al mago al centro y le preguntó:

- ¿Es cierto que puedes leer el futuro?


- Un poco - dijo el mago.
- ¿Y puedes leer tu propio futuro? - Preguntó el rey.
- Un poco - dijo el mago.
- Entonces quiero que me des una prueba - dijo el rey - ¿Qué día morirás?
¿Cuál es la fecha de tu muerte?

El mago sonrió, lo miró a los ojos y no contestó.

- ¿Qué pasa mago? - dijo el rey sonriente - ¿No lo sabes?... ¿no es cierto
que puedes ver el futuro?
- No es eso - dijo el mago – pero aunque lo sé, no me animo a decírtelo.
- ¿Cómo que no te animas? - dijo el rey -... Yo soy tu soberano y te ordeno
que me lo digas. Debes darte cuenta que es muy importante para el reino
saber cuando perderemos a sus personajes más eminentes... Contéstame
pues, ¿Cuando morirá el mago del reino?

Luego de un tenso silencio, el mago lo miró y dijo:

- No puedo precisaste la fecha, pero se que el mago morirá exactamente


un día antes que el rey…

Durante unos instantes, el tiempo se congeló. Un murmullo corrió entre


todos los invitados.

El rey siempre había dicho que no creía en los magos ni en las adivinaciones,
pero lo cierto es que no se animó a matar al mago.

Lentamente el soberano bajó los brazos y se quedó en silencio.

Los pensamientos se agolpaban en su cabeza.

Se dio cuenta de que se había equivocado.

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Su odio había sido su peor consejero.

- Alteza, te has puesto pálido. ¿ Qué te suceda? - preguntó el invitado.


- Me estoy sintiendo mal - contestó el monarca - voy a ir a mi cuarto, te
agradezco que hayas venido.

Y con un gesto confuso giró en silencio encaminándose a sus habitaciones.

El mago era astuto, le había dado única respuesta que evitaría su muerte.
¿Habría leído su mente?

La predicción no podía ser cierta. Pero... ¿Y si lo fuera?...

Estaba aturdido…

Se le ocurrió que sería trágico que le pasara algo al mago de camino a su


casa.

El rey volvió sobre sus pasos, y dijo en voz alta:

- Mago, eres famoso en el reino por tu sabiduría, te ruego que pases esta
noche en el palacio pues debo consultarte por la mañana sobre algunas
decisiones reales.
- ¡Majestad! Será un gran honor... - dijo el invitado con una reverencia.

El rey dio órdenes a sus guardias personales para que acompañaran al mago
hasta las habitaciones de huéspedes en el palacio y custodiasen su puerta para que
nada pasara…

Esa noche el soberano no pudo conciliar el sueño. Estuvo muy inquieto


pensando qué pasaría si al mago le hubiese caído mal la comida, o si se hubiera
hecho daño accidentalmente durante la noche, o si, simplemente, le hubiese llegado
su hora.

Bien temprano en la mañana el rey golpeo en las habitaciones de su invitado.


Él nunca en su vida hubiese pensado en consultar una de sus decisiones, pero esta
vez, en cuanto el mago lo recibió, le hizo la pregunta... necesitaba una excusa.

Y el mago, que era sabio, le dijo una respuesta correcta, creativa y justa.

El rey, casi sin escuchar la respuesta, alabo a su huésped por su respuesta y


le pidió que se quedara un día más, supuestamente para "consultarle" otro asunto...
(Obviamente el rey solamente quería asegurarse de que nada le pasara).

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El mago - que gozaba de la libertad que solo conquistan los iluminados –
aceptó…

Desde entonces todos los días, por la mañana o por la tarde, el rey iba hasta
las habitaciones del mago para consultarlo y lo comprometía para una nueva
consulta al día siguiente.

No pasó mucho tiempo antes de que el rey se diera cuenta de que los
consejos de su nuevo asesor eran siempre acertados y terminara, casi sin notarlo,
teniéndolos en cuenta en cada una de sus decisiones.

Pasaron los meses, luego los años.

Y como siempre... estar cerca del que sabe vuelve al que no sabe, más sabio.

Así fue: el rey poco a poco se fue volviendo más y más justo. Ya no era
despótico ni autoritario. Dejó de necesitar sentirse poderoso, seguramente por
ello dejo de necesitar demostrar su poder.

Empezó a aprender que la humildad también podía tener sus ventajas.

Empezó a reinar de una manera más sabia y bondadosa. Y sucedió que su


pueblo empezó a quererlo, como nunca lo había querido antes.

El rey ya no iba a ver al mago investigando por su salud, iba realmente para
aprender, para compartir una decisión o simplemente para charlar.

El rey y el mago habían llegado a ser excelentes amigos.

Hasta que un día, a más de cuatro años de aquella cena, sin motivo el rey
recordó.

Recordó que este hombre a quien ahora consideraba su mejor amigo, había
sido su más odiado enemigo.

Recordó aquel plan que alguna vez urdió para matarlo.

Y se dio cuenta de que no podía seguir manteniendo ese secreto sin sentirse
un hipócrita.

El rey tomó coraje y fue hasta la habitación del mago. Golpeó la puerta y
apenas entró le dijo:

- Hermano mío, tengo algo para contarte que me oprime el pecho.


- Dime - dijo el mago - y alivia tu corazón.

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- Aquella noche, cuando te invité a cenar y te pregunté sobre tu muerte,
yo no quería en realidad saber sobre tu futuro, planeaba matarte frente
a cualquier cosa que me dijeras, quería que tu muerte desmitificara tu
fama de adivino. Te odiaba porque todos te amaban... Estoy tan
avergonzado... El rey suspiró profundamente y siguió.
- Aquella noche no me animé a matarte y ahora que somos amigos, y más
que amigos, hermanos, me aterra pensar lo que hubiese perdido si lo
hubiera hecho. Hoy he sentido que no puedo seguir ocultando mi infamia.
Necesité decirte todo esto para que tú me perdones o me desprecies,
pero sin ocultamientos.

El mago lo miró y dijo:

- Has tardado mucho tiempo en poder decírmelo, pero de todas maneras,


me alegra que lo hayas hecho, porque esto es lo único que me permitirá
decirte que ya lo sabía. Cuando me hiciste la pregunta y acariciaste con
la mano el puño de tu espada, fue tan clara tu intención, que no hacia
falta ser adivino para darse cuenta lo que pensabas hacer. - el mago
sonrió y puso su mano sobre el hombro del rey.- como justa devolución a
tu sinceridad, debo decirte que yo también te mentí…
- Te confieso que inventé esa absurda historia de mi muerte antes de la
tuya para darte una lección, una lección que recién hoy estas en
condiciones de aprender, quizás la más importante cosa que yo te haya
enseñado:
- Vamos por el mundo odiando y rechazando aspectos de los otros y hasta
de nosotros mismos que creemos despreciables, amenazantes o inútiles...
y sin embargo si nos damos tiempo, terminamos dándonos cuenta de lo
mucho que nos costaría vivir sin aquellas cosas que en un momento
rechazamos.
- Tu muerte, querido amigo, llegará justo, justo el día de tu muerte, y ni
un minuto antes. Esta importante que sepas que yo estoy viejo, y mi día
seguramente se acerca. No hay ninguna razón para pensar que tu partida
deba estar atada a la mía. Son nuestras vidas las que se han ligado, no
nuestras muertes.

El rey y el mago se abrazaron y festejaron brindando por la confianza que


cada uno sentía en esta relación que habían sabido construir juntos.

Cuenta la leyenda... que misteriosamente... esa misma noche…

El mago… murió durante el sueño.

El rey se enteró de la mala noticia a la mañana siguiente... y se sintió


desolado.

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No estaba angustiado por la idea de su propia muerte, había aprendido del
mago a despegarse hasta de su permanencia en este mundo.

Estaba triste por la muerte de su amigo.

¿Qué coincidencia extraña había hecho que el rey le pudiera contar esto al
mago justo la noche anterior a su muerte?

Tal vez de alguna manera desconocida el mago había hecho que él pudiera
decirle esto para poder quitarle su fantasía de morirse un día después.

Un último acto de amor para liberarlo de sus temores de otros tiempos…

Cuentan que el rey se levantó y que con sus propias manos cavó en el jardín,
bajo su ventana, una tumba para su amigo el mago.

Enterró allí su cuerpo y el resto de día se quedo al lado del montículo de


tierra, llorando como solo se llora por la perdida de los seres más queridos.

Y recién entrada la noche, el rey volvió a su habitación.

Cuenta la leyenda... que esa misma noche... veinticuatro horas después de la


muerte del mago, el rey murió en su lecho mientras dormía…

Quizás por casualidad… quizás por dolor…

Quizás para confirmar la última enseñanza de su maestro.

Quiero – Jorge Bucay

Quiero que me oigas, sin juzgarme.

Quiero que opines, sin aconsejarme.

Quiero que confíes en mí, sin exigirme.

Quiero que me ayudes, sin intentar decidir por mí.

Quiero que me cuides, sin anularme.

Quiero que me mires, sin proyectar tus cosas en mí.

Quiero que me abraces, sin asfixiarme.

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Quiero que me animes, sin empujarme.

Quiero que me sostengas, sin hacerte cargo de mí.

Quiero que me protejas, sin mentiras.

Quiero que te acerques, sin invadirme.

Quiero que conozcas las cosas mías que más te disgusten,

que las aceptes y no pretendas cambiarlas.

Quiero que sepas, que hoy,

hoy puedes contar conmigo.

Sin condiciones.

Para despedir un muerto

Te amé y te amo, por eso tu partida me hace sentir tu ausencia y te


recuerdo con dolor y pena.

Acepto tu derecho a partir, a tu hora y sin mi consentimiento.

Acepto mi dolor al extrañarte y este enojo inexplicable, porque al partir me


abandonaste.

Sé que no fui perfecto contigo, pero fue mi vida, lo que me fue posible, por
eso quiero despedirte sin quedarme con culpas del pasado.

Sé que no fuiste perfecto, pero no te culpo por nada; fue tu vida, lo que te
fue posible, y no quiero vivir reprochándote culpas que ya no sientes.

Te extraño, y me parece imposible poder vivir sin tu presencia.

Porque te amé llegué a necesitarte; y ahora quiero aprender a amarte sin


necesitar tenerte a mi lado; quiero que mi amor no muera sino que madure y crezca.
Y aunque sienta que te necesito, sé que no te necesito porque mi vida tiene su
autonomía y su propia consistencia, tan claramente como sé que viví antes de
conocerte y que podré vivir cuando ya no te tengo.

Si decidiste partir aquí estoy para despedirte.

Nada ganaría con empecinarme en creer que no te fuiste.

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Me siento con ¡derecho! Y con ¡obligación! de seguir mi vida.

No quiero morir contigo, porque tú no ganarías nada, y no te mostraría con


eso el amor que te he tenido sino cuánto te he necesitado.
Hoy lloro triste y apenado, angustiado y deprimido, !y me lo permito así,
porque así lo siento!, pero, y aunque me cuesta decírtelo, sé que mañana, muy
pronto, volveré a vivir el gozo de la vida, llevando conmigo tu recuerdo y también tu
compañía...

Mientras te digo todo esto, me parece imposible que te hayas ido y busco
inútilmente explicaciones.

Mejor, acepto la realidad, y te despido...

de René Trossero, Libro: "No te mueras con tus muertos”

“Las enseñanzas de Don Juan” de Castaneda

Cada camino es uno entre un millón.

Por ende, no hay que olvidar que un camino no es más que eso.

Si piensas que no debes seguirlo, no te quedes en él bajo ninguna


circunstancia.

Un camino no es más que un camino.

Que lo abandones cuando tu corazón así te lo indique no significa ningún


desaire a ti mismo ni a los demás.

Pero tu decisión de seguir esa senda o apartarte de ella no debe ser


producto del temor ni la ambición.

Te advierto: examina cada camino atentamente. Pruébalo tantas veces como


te parezca necesario.

Luego hazte esta pregunta: ¿Tiene corazón este camino?

Todos los caminos son iguales, no llevan a ningún lado. Atraviesan la maleza,
se internan o van por debajo de ella.

Si ese camino tiene corazón, entonces es bueno. De lo contrario, no te


servirá de nada…

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Situaciones críticas

"Ninguna situación problemática debe hacernos perder el equilibrio. Si el


problema tiene solución, ya la encontraremos. Si el problema no tiene solución...
¿para qué desesperar?"

"Cuando una serpiente en tiempos de descamación pierde su piel para que se


le constituya una nueva, pasa por un lapso en carne viva. Sin lugar a dudas que se
trata de algo doloroso. Las espinas y piedras del camino, sin la protección de la piel,
resultan mucho más agresivas y hieren a ese cuerpo sin defensa.
El animal crece y una nueva piel empieza a formarse para recubrirlo. Ha habido
crisis pero el resultado final es positivo.

Por supuesto que hay que ser cuidadosos en el tiempo de la carne viva. No
vaya a ocurrir que las heridas que se produzcan sean tan profundas que no puedan
cicatrizar.

Hay que tratar de pasar este tiempo lo mejor posible..."

Desafiando a nuestros límites de pensamiento

J.C. Pisano, en su libro: "Dinámicas de grupo para la comunicación"

¿Cómo pasar de un cuarto a otro?

Le pregunté a un alumno: "¿Cómo harías para ir de este cuarto a aquel


otro?".

Me respondió: "Primero hay que pararse, luego dar un paso hacia adelante...".

Lo detuve y le pedí: "Nómbrame todas las formas posibles para llegar de


este cuarto al otro."

Enumeró: "Puede irse corriendo, caminando, saltando, a los brincos, dando


vueltas de carnero... Uno puede llegarse hasta esa puerta, salir de la casa, entrar
por la otra puerta y dirigirse a ese cuarto. O bien, si uno quiere, puede saltar por la
ventana...".

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Le dije: "Ibas a incluir todas las formas posibles, pero cometiste una
omisión, una importante omisión. Normalmente yo empiezo por dar el siguiente
ejemplo: 'Si quiero pasar de este cuarto a aquel otro, salgo por la puerta, tomo un
taxi hasta el aeropuerto, compro un pasaje a Chicago, Nueva York, Londres, Roma,
Atenas, Hong Kong, Honolulú, San Francisco, Chicago, Dallas, Phoenix, vuelo en una
limosina y entro por el patio de atrás, paso la puerta trasera, y de la habitación del
fondo paso a ese otro cuarto.' ¡Y tú sólo pensaste en ir hacia adelante! No se te
ocurrió ir hacia atrás, ¿no es cierto? Tampoco se te ocurrió gatear”.

Mi alumno agregó: "Ni deslizarme sobre mi estómago".

¡Nos limitamos tan espantosamente en todo lo que pensamos!

de M. Erickson, "Mi voz irá contigo"

El emperador y las semillas de flores

En un remoto reino, hace muchos años, la guerra había desangrado el país y


la última batalla acabó con la vida del emperador. La población quería una vida de
paz y exigió al Consejo del Reino, que elevaran al Trono a alguien verdaderamente
amante de la vida.

En el Consejo estuvieron pensando y pensando ¿cómo hacer esta selección


tan delicada? Decidieron convocar al pueblo para que seleccionaran una persona
joven y de buena salud, que consideraran la mejor para ocupar el Trono.

A los pocos días, cientos de jóvenes fueron llegando al palacio real. En un


pueblito lejano de las montañas se encontraba Isabel, una joven pastora que ese
pueblo había seleccionado. Isabel, a punto de partir, dijo a sus padres:

- Yo no quiero ser la futura emperatriz, ¿qué haré yo como emperatriz?


- Hija, nuestro pueblo cree que tú nos conducirás a una vida de paz
-respondió su madre-. Pero la decisión, de ir o no ir, la tienes que tomar
tú.

Y así lo hizo. Ya que Isabel amaba mucho a la gente, decidió aceptar el


pedido de su pueblo y viajar a la corte. Entonces emprendió un largo y peligroso
viaje, atravesando ríos y bosques, hasta que llegó al palacio real. Una vez allí, no se
encontró sola. Estaban ya miles de muchachos y muchachas de todo el reino,
reunidos en el gran Salón del Trono.

El Consejo del Reino les dio la bienvenida y su portavoz les dijo:

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- Cada cual va a recibir una semilla. La plantará y la cuidará con su propia
mano en la tierra de su pueblo natal, y cuando venga la primavera, nos
reuniremos de nuevo aquí, cada cual con su planta crecida en una
maceta. Quien tenga la planta con la flor más hermosa, será quien ocupe
el Trono.
Muchachos y muchachas formaron filas ante cada integrante del Consejo,
que fue repartiendo a cada cual la semilla que tenía que plantar. Isabel tomó su
semilla y con mucho cuidado se la guardó y emprendió el camino de vuelta a casa.

Una vez en su pueblo, Isabel plantó la semilla en una maceta con la mejor
tierra de sus montañas y la regó. Los días pasaban, pero en esa maceta nada
aparecía. La regó y esperó, pero los meses pasaban y nada sucedía allí. Añadió
nueva tierra, la abonó y regó, la cambió de lugar, le cantó y animó, pero nada. No
brotaba nada. Isabel ya no sabía qué más hacer, y la semilla no respondía.

Cuando por fin llegó la primavera, ella sabía que era hora de realizar de
nuevo el largo viaje hacia el palacio real. Pero también sabía que no valía la pena ir,
porque de su maceta no había brotado ni una sola flor. Por una parte, se alegraba,
porque ella no tenía deseos de cambiar su vida sencilla por la de una Emperatriz.
Pero estaba a la vez con pena porque temía dejar en mal lugar a su pueblo natal.
Decidió consultar a su pueblo, mostrándole su maceta:

- Querido pueblo, la vez pasada acepté su nombramiento por el amor y


respeto que les tengo, para dar a conocer todo lo bello y bueno que el
país tiene en ustedes y en estas hermosas tierras. Y fui a palacio, a
pesar de que no quería cambiar mi vida entre ustedes por la vida de
Emperatriz. Pero esta vez ¿qué sentido tiene ir? Vean mi maceta: no
tiene ni siquiera una flor. Si voy, les dejaré en mal lugar.

El pueblo inmediatamente hizo corrillos para discutir entre ellos qué


responder a Isabel. Luego empezaron a expresar sus conclusiones:

- No tengas vergüenza en ir, querida Isabel. Nuestro pueblo nunca ha


pretendido ser mejor que otro. Sólo somos un pueblo hermano de otros
pueblos que quiere compartir con ellos su búsqueda de paz, no quedarse
al margen - dijo una anciana.
- Debes ir, Isabel. El cielo querrá que sigas viviendo en nuestra aldea,
pero faltar a la cita nos dejaría en peor lugar que llegar con la maceta
sin florecer -dijo Fernando, un adolescente que sentía un gran cariño
por Isabel. En todo caso, la decisión es tuya.

La mayoría respaldó estas conclusiones e Isabel se pasó la noche


reflexionando. Al amanecer, decidió coger la maceta e ir a la cita en el palacio.

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¡Qué maravillosa escena había cuando llegó al gran Salón del Trono! Los
muchachos y muchachas estaban otra vez allí, frente al Consejo del Reino, pero
ahora con sus macetas repletas de hermosas flores. Si una flor era bella, la otra
aún lo era más.

El Consejo se desplazó por el salón para examinar las macetas, una a una, y
tomar su decisión. Cada integrante iba alabando a los muchachos y muchachas que
saludaba, por las hermosas flores de sus macetas. Así pasaron horas y horas en ese
gran salón resplandeciente de flores y de la emoción de los corazones juveniles con
la expectativa del trono.

Isabel casi ni se veía entre todos, triste porque su maceta no estaba


florida. Las consejeras y consejeros iban terminando su recorrido y se reunían
para conversar entre sí.

Uno de los sabios llegó al final de su recorrido a divisar la maceta de Isabel,


quien cabizbaja, ni le vio regresar en silencio a reunirse con los demás. Seguía con
los ojos bajos cuando el sabio regresó de nuevo, esta vez seguido de todo el
Consejo, y le dijo:

- Amada niña, tú vas a ser nuestra Emperatriz.

Isabel levantó la vista para ver a quién habían elegido y vio que el Consejo
en pleno la rodeaba a ella, y en sus rostros brillaban sonrisas de afecto y dicha.

- Pero, si mi maceta no ha florecido, y el Consejo dijo que el Trono lo


ocuparía quien tuviera la flor más hermosa - dijo suavemente Isabel.
- Así fue, como dices -respondió el sabio -. Pero todas las semillas que
repartimos estaban tostadas y ninguna podía florecer. Queríamos
asegurarnos que el Trono lo ocupara una persona honesta, y por tu
honestidad el reino te necesita como Emperatriz.

José María García Ríos del cuento "El emperador y las semillas de las flores"

Sobre los hijos

Y una mujer que llevaba un niño contra su pecho le dijo a un maestro:

Háblanos de los hijos. Y él respondió:

Vuestros hijos no son vuestros hijos.

Son los hijos y las hijas de los anhelos que la vida tiene de si misma.

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Vienen por medio de vosotros, pero no de vosotros y aunque vivan con
vosotros, no os pertenecen.

Podéis darles vuestro amor, más no vuestros pensamientos, pues ellos tienen
sus propios pensamientos.

Podéis albergar sus cuerpos mas no sus almas, Porque sus almas moran en la
casa del mañana, que ni aun en sueños os es dado visitar.

Podéis esforzaros por ser como ellos, mas no intentéis hacerlos como
vosotros.

Porque la vida no marcha hacia atrás, ni se detiene en el ayer.

Vosotros sois el arco por medio del cual vuestros hijos son disparados como
flechas vivas.

El arquero ve el blanco sobre el camino del infinito, y os dobla con toda su


fuerza a fin de que sus flechas vayan veloces y lejos.

Que el hecho pues de estar doblados en manos del arquero sea para vuestra
dicha, por que así como Él ama la flecha que dispara, ama también el arco que
permanece firma; por eso vosotros tuvisteis la oportunidad de vivir vuestra vida
y la libertad de amar y hacer tu vida.

Deja que tus hijos vuelen solos del nido cuando llegue la hora y no los
reclames para que vuelvan, ellos te querrán por siempre y tendrán también su nido
del cual algún día ellos solos quedaran, pero fue su nido y su vida, déjalos libres,
ámalos con libertad, no apagues su fuego de su hogar vive y deja vivir y ellos
siempre te querrán.

de Kahlil Gibran, "El Profeta"

La casa de los mil espejos

Hace tiempo, en un lejano pueblo, había una casa abandonada.

Cierto día, un cachorro, buscando refugio del sol, logró meterse por un
agujero en el portón de la residencia. Subió lentamente las viejas escaleras de
madera hasta que se topó con una puerta semi-abierta: y se adentró en el cuarto,
cautelosamente.

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Con gran sorpresa, se dio cuenta que dentro de esa habitación había mil
perritos más observándolo tan fijamente como él a ellos, y vio asombrado que
todos los cachorros comenzaron a mover la cola, exactamente en el momento en
que él manifestó alegría.
Luego ladró festivamente a uno de ellos y el conjunto de canes le respondió
de manera orquestada, idéntica. Todos sonreían y ladraban como él.

Cuando se retiró del cuarto se quedó pensando en lo agradable que le había


resultado conocer el lugar y se dijo: " Volveré más seguido por aquí.".

Pasado un tiempo, otro perro callejero entró en el mismo cuarto. A


diferencia del primer visitante al ver a todos los congéneres del cuarto, se sintió
amenazado, ya que lo miraban de manera agresiva, con desconfianza.

Empezó a gruñir; y vio, maravillado, como los otros mil perritos hacían lo
mismo que él.

Comenzó a ladrarles y los otros también hicieron lo mismo ruidosamente.

Cuando salió del cuarto pensó: "Que lugar tan horrible es este. Nunca
regresaré”.

Ninguno de los canes exploradores alcanzaron a reparar en el letrero


instalado en el frente de la misteriosa mansión": "La casa de los mil espejos”.

Los rostros que observamos del mundo son espejos. Tu mirada es todo lo
que consigues obtener de la realidad. Cada percepción demuestra las posibilidades
de proyección y de captación que nos permitimos.

Las cosas más bellas de la vida no se ven, se captan con el corazón.

Si las puertas de la percepción estuviesen totalmente abiertas


descubriríamos que navegamos en el infinito. Como están semi-cerradas, la vida, al
igual que el eco, o el espejo, nos devuelve lo que hacemos. La visita por la casa
terráquea es muy fugaz.

Consigue un espejo, sonríele al personaje que aparece y no te enojes no te


asustes si te contesta con una divina carcajada.

de Enrique Mariscal, "Cuentos para regalar (a dioses)"

Sobre la pareja

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Nacisteis juntos, y juntos habréis de estar para siempre.

Juntos os encontrareis cuando las alas blancas de la muerte hagan huir


vuestros días.
Ay! juntos también estaréis hasta en el recuerdo silencioso de Dios.

Pero dejad que haya espacios en esa unión vuestra.

Y dejad que los vientos de los cielos dancen entre vosotros.

Amaos el uno al otro, pero no hagáis que el amor sea una ligadura: dejad más
bien que sea cual un mar que se mueve entre las orillas de vuestras almas.

Llenaos mutuamente la copa, pero no bebáis solamente de una.

Compartid vuestros panes, pero sin comer de la misma rebanada.

Cantad y bailad juntos y estad alegres, pero dejad que cada uno se sienta
aparte, así como las cuerdas de un laúd se hallan separadas aunque vibren con la
misma música.

Entregaos el corazón, pero sin que por ellos dejéis de vigilarlo pues sólo la
mano de la Vida puede contener vuestros corazones.

Y estad unidos, aunque no demasiado juntos: porque las columnas del templo
se halla separadas, y el roble y el ciprés no crecen uno bajo la sombra del otro.

de Kahlil Gibran, en su libro "El Profeta"

El lobo y el perro – Fedro

Un lobo flaco y hambriento, encontró por casualidad a un perro bien nutrido.


Luego de detenerse para cambiar el saludo, pregunto el lobo:

- ¿De dónde vienes que estás tan lúcido? ¿Qué comes para estar de tan
buen ánimo? Yo, que soy más fuerte, me muero de hambre.
- Igual fortuna tendrías que yo -respondió el perro simplemente-, si
quisieras prestar a mi amo los mismos servicios que yo le presto.
- ¿Qué servicios son estos? - pregunto el lobo.
- Guardar su puerta y defender de noche su casa contra los ladrones.
- Bien! estoy dispuesto; ahora sufro las lluvias y las nieves en los bosques
arrastrando una vida miserable. Cuánto más fácil me sería vivir bajo
techo y saciarme tranquilo con abundante comida!.

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- Pues bien, -dijo el perro- ven conmigo.

Mientras caminaban, vio el lobo el cuello pelado del perro por causa de la
cadena.
- Dime, amigo - le dijo- ¿De dónde viene eso?
- No es nada.
- Dímelo, sin embargo, te lo suplico.
- Como les parezco demasiado inquieto -repuso el perro- me atan de día
para que duerma cuando hay luz y vigile cuando llega la noche. Al caer el
crepúsculo ando errante por donde me parece. Me traen el pan sin que yo
lo pida; el amo me da los huesos de su propia mesa; los criados me dan
los restos y las salsas que ya nadie quiere. De modo que, sin trabajo, se
llena mi barriga.
- Pero si deseas salir y marcharte donde quieras, ¿te lo permiten?
- No, eso no - dijo el perro.
- Pues entonces - contesto el lobo- goza tu de esos bienes, oh! perro;
porque yo no quisiera ser rey a condición de no ser libre.

La pareja ideal-Paulo Coelho

Nasrudin conversaba con un amigo.

- Entonces, ¿nunca pensaste en casarte?


- Sí, pensé –respondió Nasrudin. – En mi juventud resolví buscar a la mujer
perfecta. Crucé el desierto, llegué a Damasco y conocí a una mujer muy
espiritual y linda; pero ella no sabía nada de las cosas de este mundo.
- Continué viajando y fui a Isfahan; allí encontré a una mujer que conocía
el reino de la materia y el del espíritu, pero no era bonita.
- Entonces resolví ir hasta El Cairo, donde cené en la casa de una moza
bonita, religiosa y conocedora de la realidad material.
- ¿Y por qué no te casaste con ella?
- ¡Ah, compañero mío! Lamentablemente ella también quería un hombre
perfecto.

El amor

El amor no es dependencia.

¡El amor no es compartir nuestra soledad!

El amor no es deseo, no es fijación.

Apasionarse es el exacto opuesto del amor.

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Cuando el ojo está limpio, el resultado es la visión. Cuando el corazón está
limpio, el resultado es el amor.
Hablamos de lo que el amor no es y llegamos a la conclusión de que no
puede ser dicho lo que el amor es. No se puede decir.

Amar significa, al menos, claridad de percepción y precisión de respuesta.


Ver al otro claramente como es. Eso es lo mínimo que puedo pedirle al amor.

El amor es una sensibilidad que te capacita para escuchar todos los


instrumentos, precisamente porque uno despertó más hondamente esa sensibilidad.
Y la armonía se logra cuando juntos estáis disponibles y sensibilizados para
escuchar las melodías.

Oír un solo instrumento de la sinfonía del amor es privarse de la armonía del


concierto. Amar es escucharlos todos.

El amor no es una relación. Es un estado del ser. El amor existía antes que
cualquier ser humano. Antes de que existieses, el amor ya existía.

Amar es como oír una sinfonía. Ser sensible a toda esa sinfonía significa
tener un corazón sensible a todos y a todo. ¿Puedes imaginar que una persona oiga
una sinfonía y sólo escuche los tambores? ¿Dar tanto valor a los tambores que los
otros instrumentos queden casi apagados? Un buen músico, que ama la música,
escucharía cada uno de aquellos instrumentos; él puede tener su instrumento
favorito, pero los escucha a todos.

de Anthony De Mello, libro: "De la A a la Z"

Aprendizaje-Paulo Coelho

Estaba en la playa con su padre y él le pidió que probara si la temperatura


del agua era buena. Ella tenía cinco años y se entusiasmó de poder ayudar; fue
hasta la orilla del mar y se mojó los pies.

- Metí los pies. Está fría- le dijo.

El padre la tomó en brazos, fue con ella hasta la orilla del mar y sin ningún
aviso la tiró dentro del agua.

Ella se asustó pero después se divirtió con la broma.

- ¿Cómo está el agua?- preguntó el padre.

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- Está buena- respondió.
- Entonces, de aquí en adelante, cuando quieras saber alguna cosa,
zambúllete en ella.
Ya vendieron el piano-Poldy Bird

Los vi desde la ventanilla del tren y saqué medio cuerpo fuera para
llamarlos. Papá tomó a mamá por un brazo y prácticamente la arrastró hasta llegar
frente a mí. Yo miraba, asombrado, cómo había aumentado el volumen de su vientre
desde que me marchara un mes atrás y Margarita, mi prima, que se había peinado
unas veinte veces durante el viaje, me tiró de la camisa gritándome que le ayudara
con el bolso.

- Toda la gente está bajando, ¿piensas quedarte arriba del tren?.

Papá me arrebató el bolso en cuanto pisé la plataforma. Mamá me estrechó,


como pudo, contra su pecho y los cuatro caminamos hacia la salida de la estación.

- ¿Lo pasaste bien, Pablito? ¿Cómo se portó el nene, Margarita? ¿Hizo


rezongar mucho a la tía Carmen? ¿Todavía sigue en cama tío Miguel? ¿El
médico piensa que tendrá para mucho? Cuánto te agradezco, querida, las
molestias que te has tomado por Pablito. Pero si supieras qué trajín con
todo lo que pasó y yo no me sentía muy bien. No sabes lo que te
agradezco la ayuda que nos has prestado.

Mamá dijo todo esto, casi sin respirar, y Margarita le contestó de un tirón
que yo me porté como un hombrecito, la tía Carmen encantada de tenerme allá, el
tío Miguel todavía en cama y tenía para rato porque el médico le había ordenado
reposo absoluto durante un mes más por lo menos.

Llegamos a casa a la hora de la cena; la mesa estaba puesta y nada más


lavarnos las manos nos sentamos a comer. Mamá se echó sobre el sillón de la salita
diciendo que le dolían los riñones y le pidió a Tina, la muchacha, que le llevara la
comida allí. Margarita ocupó la silla de mamá y entonces noté que el lugar del
abuelo estaba vacío.

- ¿Y el abuelo? pregunté con sorpresa.

Los grandes se miraron entre sí y luego, lentamente y dando muchos rodeos,


papá me comunicó que el abuelo se había ido de viaje, un largo viaje con destino al
cielo o algo así.

Un largo viaje, abuelo. Y así supe que te habías muerto. Y de pronto me di


cuenta de que todos estaban tristes y yo también.

- ¿La muerte es para siempre?

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No me contestaron y no repetí la pregunta. Nadie comió esa noche.

Margarita se quedó en casa hasta que nació la nena. Roja y arrugada. La


llamaron Mariana y me prohibieron levantarla de la cuna. Con el tiempo se volvió
blanca y gorda y aprendió a decir algunas palabras, entre las que se encontraba mi
nombre. Fue entonces cuando pusieron una sillita alta en tu lugar, y desde allí
Mariana, metía las manos en el puré, mientras mamá le daba de comer por
cucharadas.

Ellos dejaron de nombrarte, abuelo. Pero yo me acordaba de tí. De tu


cabeza canosa, de tu voz fuerte, del bonito reloj de bolsillo que se llevó tío
Antonio, de tus cuentos de cacería con el imponente rifle que se llevó tío Juan.
Papá hizo un atado con tu ropa y la mandó al Ejército de Salvación.

Un día al volver de la escuela, entré a tu cuarto, y en lugar de tu cama de


bronce, me encontré con la cuna de Mariana y unas cortinas nuevas en la ventana.
Unas cortinas con escarabajos verdes y flores anaranjadas.

Me daba rabia ver cómo te iban sacando de la casa que era tuya, que tú
mismo mandaste construir; que se llenaba con tus rezongos cuando ponían alto el
televisor y cuando te negabas a tomar los remedios que te recetó el médico, y
cuando peleabas con mamá porque a ella le daba nauseas el olor del tabaco de tu
pipa (ella la tiró a la basura, pero yo la recogí y la tengo guardada en la caja de los
soldados de plástico).

La casa también se llenaba con tu música cuando tocabas el piano. Papá te


decía que por qué no cambiabas, pero a mí me gustaban esas cosas antiguas que
tocabas; especialmente la marcha esa de los aliados en la primera guerra. Yo la
tarareo cuando juego a los soldados y los indios y me imagino que me acompañas con
el piano.

Te extraño, abuelo. Aunque me tirabas del pelo cuando hacía ruido para
tomar la sopa y te quedabas dormido mientras jugábamos a las cartas.

Tengo ganas de verte, pero no sé dónde. Aquí en casa no, abuelo. Mejor no
porque si vinieras sería un verdadero problema, no sabrían dónde meterte. No hay
lugar para tí en casa. Se armaría un lío. Además, ya vendieron el piano.

El pato y la serpiente-Tomás De Iriarte

A orillas de un estanque, diciendo estaba un pato:

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- ¿A qué animal dio el cielo los dones que me ha dado? Soy de agua, tierra
y aire; cuando de andar me canso, si se me antoja, vuelo; si se me antoja,
nado.

Una serpiente astuta, que le estaba escuchando, le llamó con un silbido y le


dijo:

- No hay que ser tan arrogante señor pato, pues ni anda como el ciervo, ni
vuela como el halcón, ni nada como el pez; y así tenga sabido que lo
importante y raro no es entender de todo, sino ser diestro en algo.

Ahuyentar a los fantasmas-Paulo Coelho

Durante años Hitoshi intentó - inútilmente - despertar el amor de aquella a


quien consideraba ser la mujer de su vida. Pero el destino es irónico: el mismo día
que ella lo aceptó como futuro marido, también descubrió que tenía una
enfermedad incurable y le quedaba poco tiempo de vida.

Seis meses después, ya a punto de morir, ella le pidió:

- Quiero que me prometas una cosa: que jamás te volverás a enamorar. Si


lo haces, volveré todas las noches para espantarte.

Y cerró los ojos para siempre. Durante muchos meses, Hitoshi evitó
aproximarse a otras mujeres, pero el destino continuó irónico, y él descubrió un
nuevo amor.

Cuando se preparaba para casarse, el fantasma de su ex amada cumplió su


promesa y apareció.

- Me estás traicionando - le dijo.


- Durante años te entregué mi corazón y tú no me correspondías
-respondió Hitoshi- ¿No crees que merezco una segunda oportunidad de
ser feliz?

Pero el fantasma de la ex amada no quiso saber disculpas, y todas las noches


venía para asustarlo. Contaba con todo detalle lo que había sucedido durante el día,
las palabras de amor que él había dicho a su novia, los besos y abrazos que se
habían intercambiado.

Hitoshi ya no podía dormir, así que fue a buscar al maestro zen Bashó.

- Es un fantasma muy listo - comentó Bashó.

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- ¡Ella sabe todo, hasta los menores detalles! Y ya está acabando con mi
noviazgo, porque no consigo dormir y en los momentos de intimidad con
mi amada me siento muy inhibido.
- Vamos a alejar este fantasma - garantizó Bashó.

Aquella noche cuando el fantasma retornó, Hitoshi lo abordó antes de que


dijera la primera frase.

- Eres un fantasma tan sabio, que haremos un trato. Como me vigilas todo
el tiempo, te voy a preguntar algo que hice hoy: si aciertas abandono a mi
novia y nunca más tendré mujer. Si te equivocas, has de prometer que no
volverás a aparecer, so pena de ser condenado por los dioses a vagar
para siempre en la oscuridad.
- De acuerdo - respondió el fantasma, confiada.
- Esta tarde estaba en el almacén y en un determinado momento cogí un
puñado de granos de trigo de dentro de un saco.
- Sí, lo vi - dijo el fantasma.
- La pregunta es la siguiente: ¿cuántos granos de trigo tenía en mi mano?

El fantasma en ese instante comprendió que no conseguiría jamás responder


la pregunta. Y para evitar ser perseguido por los dioses en la oscuridad eterna,
decidió desaparecer para siempre.

Dos días después Hitoshi fue hasta la casa del maestro zen.

- Vine a darle las gracias.


- Aprovecha para aprender las lecciones que hacen parte de esta
experiencia - respondió Bashó.

"En primer lugar, aquel espíritu volvía siempre porque tenías miedo. Si
quieres alejar una maldición, no le des la menor importancia”.

"Segundo: el fantasma sacaba provecho de tu sensación de culpa: cuando nos


sentimos culpables, siempre deseamos - inconscientemente - el castigo”.

"Y, finalmente: nadie que realmente te amara te obligaría a hacer ese tipo
de promesa. Si quieres entender el amor, aprende la libertad”.

Arreglar el mundo

Un científico vivía preocupado con los problemas del mundo y estaba


resuelto a encontrar los medios para disminuirlos. Pasaba días encerrado en su
laboratorio en busca de respuestas para sus dudas. Cierto día, su hijo, de siete
años, invadió su santuario decidido a ayudarlo a trabajar. El científico, nervioso por

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la interrupción, intentó hacer que el hijo fuera a jugar a otro sitio. Viendo que
sería imposible sacarlo de allí, el padre procuró algo para darle al hijo, con el
objetivo de distraer su atención... De repente tomó un mapa del mundo de una
revista, y, con una tijera, recortó el mapa país por país a modo de puzzle en varios
pedazos. Cogió también un rollo de cinta adhesiva, y se lo entregó todo al hijo
diciendo:

- -¿A ti te gustan los rompecabezas?. Entonces voy a darte algo para que
te entretengas, aquí tienes el mundo todo roto. A ver si puedes
arreglarlo bien, pero hazlo tu solito.

Calculó que al niño le llevaría días para recomponer el mapa. Algunas horas
después, oyó la voz del hijo que le llamaba calmamente:
- Papá, papá, ya lo he hecho. He conseguido terminar todo.

Al principio el padre no dio crédito a las palabras del hijo. Sería imposible a
su edad haber conseguido recomponer un mapa que jamás había visto. Entonces, el
científico levantó los ojos de sus anotaciones, seguro que vería un trabajo digno de
un niño. Para su sorpresa, el mapa estaba completo. Todos los pedazos habían sido
colocados en sus sitios. ¿Cómo sería posible? ¿Cómo el niño había sido capaz?

- Tu no sabías como era el mundo, hijo mío como lo conseguiste?


- Papá, yo no sabía cómo era el mundo, pero cuando tú quitaste el papel de
la revista para recortar, yo vi que del otro lado había la figura de un
hombre... Cuando tú me diste el mundo para arreglarlo, yo lo intenté pero
no lo conseguí. Fue entonces que me acordé del hombre, di vuelta a los
recortes y empecé a arreglar el hombre, que yo sabía cómo era.
- Cuando conseguí arreglar el hombre, le di vuelta a la hoja y encontré que
había arreglado el mundo.

El Amor y la Locura

Cuentan que una vez se reunieron todos los sentimientos y cualidades del
hombre.

Cuando el aburrimiento bostezaba por tercera vez, la locura como siempre


tan loca propuso: “Vamos a jugar al escondite”. La intriga levantó el ceño extrañada
y la curiosidad sin poder contenerse preguntó: ¿Al escondite? ¿Y eso cómo es?

Es un juego, explicó la locura, en que yo me tapo la cara y comienzo a contar


desde uno hasta un millón, mientras ustedes se esconden, y cuando ya haya
terminado de contar, el primero de ustedes que yo encuentre, ocupará mi lugar
para continuar el juego.

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El entusiasmo bailó secundado por la euforia y la alegría dio tantos saltos
que terminó de convencer a la duda, e incluso a la apatía, a la que nunca le
interesaba nada.

Pero no todos quisieron participar, la verdad prefirió no esconderse. ¿Para


qué? Si al final siempre la hallaban, y la soberbia pensó que era un juego muy tonto,
en el fondo lo que le molestaba era que la idea no hubiese sido de ella, y la cobardía
prefirió no arriesgarse.

Uno, dos y tres, empezó a contar la locura...La primera en esconderse fue la


pereza que como siempre, se dejó caer tras la primera piedra del camino. La fe
subió al cielo y la envidia se escondió tras la sombra del triunfo, quien por su propio
esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto. La generosidad casi no
alcanzaba a esconderse, cada sitio que encontraba le parecía maravilloso para
alguno de sus amigos, que si un lago cristalino para la belleza; que si la rendija de un
árbol: perfecto para la timidez; que si el vuelo de una mariposa: lo mejor para la
voluptuosidad, que si una ráfaga de viento: magnífico para la libertad, y así terminó
en ocultarse en un rayito de sol... El egoísmo, en cambio, encontró un sitio muy
bueno desde el principio, ventilado, cómodo, pero solo para el. La mentira se
escondió en el fondo de los océanos, mentira, en realidad se escondió detrás del
arco iris, y la pasión y el deseo en el cuarto de los volcanes. El olvido, se me olvidó
donde se escondió, pero, eso no es lo importante. Cuando la locura estaba contando
999.999, el amor aún no había encontrado sitio para esconderse, pues todo estaba
ocupado, hasta que al fin divisó un rosal y enternecido decidió esconderse entre
sus flores.

Un millón contó la locura y comenzó a buscar. La primera en aparecer fue la


pereza solo a tres pasos de una piedra. Después se escuchó a la fe discutiendo con
Dios sobre teología y a la pasión y al deseo las sintió en el vibrar de los volcanes. En
un descuido encontró a la envidia, y claro, pudo deducir donde estaba el triunfo. El
egoísmo no tuvo ni que buscarlo, el solito salió de su escondite, resultó ser un nido
de avispas.

De tanto caminar, la locura sintió sed y al acercarse al lago descubrió la


belleza, y con la duda le resultó todavía más fácil, la encontró sentada cerca sin
decidir aún en que sitio esconderse.

Así fue encontrando a todos. El talento, entre la hierba fresca, a la


angustia, en una oscura cueva, a la mentira, detrás del arco iris, mentira si estaba
en el fondo de los océanos, y hasta encontró al olvido, que ya se le había olvidado
que estaba jugando al escondite.

Pero solo el amor no aparecía por ningún sitio. La locura buscó detrás de
cada árbol, bajo cada arroyuelo del planeta, en las cimas de las montañas, y cuando
se iba a dar por vencida divisó un rosal, tomó una horquilla y comenzó a mover las

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ramas, cuando de pronto, un doloroso grito se escuchó. Las espinas habían herido
los ojos del amor. La locura no sabía que hacer para disculparse, lloró, rogó,
imploró, pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo.

Desde entonces, desde que por primera vez se jugó al escondite en la


tierra: El amor es ciego y la locura siempre lo acompaña.

La llave de la felicidad

Cuenta la leyenda que hace millones y millones de años, cuando recién se


había creado el Universo. Se reunieron todos los dioses para contemplar su obra, y
extasiados por tanta belleza y perfección no pudieron evitar caer en la tentación
de la presunción, es por lo que decidieron crear al hombre para que este le
envidiara y admiraran su poder.

Entonces los dioses se dedicaron afanosamente a crear al hombre, y


cuentan algunas religiones que lo hicieron tan a su imagen y semejanza, que lo
dotaron de fuerza, valor, felicidad, inteligencia, sabiduría, etc, que llegaron a
temer que se fundieran entre ellos y que en un momento dado los destituyeran y
ocuparan su lugar, por lo que decidieron esconderle alguna de las virtudes con las
que había sido creado.

¿Dónde podrían guardar la felicidad para que el ser humano no la


encontrara?. Estuvieron reflexionando sobre ello mucho tiempo; cuando uno decía
de esconderla en el pico de la montaña más alta, otro de los dioses le rebatía,
diciendo que al haberlo dotado de fuerza y valor podría escalar esa montaña y
encontrarla.

Cuando uno de ellos comentaba que tenían que esconder la felicidad en la


sima más profunda de los océanos, otro le corregía diciendo que al ser humano le
habían dotado de una gran inteligencia, y podrían inventar una máquina que se
sumergieran en los mares y la podrían encontrar.

Cabía otra posibilidad esconderla en otra galaxia, -pero llegaría el día se


dijeron unos a otros- en que el hombre exploraría el Universo, descubriría los
agujeros negros y llegaría a las otras galaxias. ¿Qué hacer pues?.
En estas reflexiones andaban cuando uno de ellos -el más gordito y bajito- que
había permanecido todo el tiempo en silencio, dijo:

- Vamos a escondérsela dentro de ellos mismo, que siempre estarán tan


ocupados en atesorar riquezas, conseguir el poder pensando que esto es
lo que les dará la felicidad, que nunca se darán cuenta que dentro de
ellos mismos está la llave de la felicidad.

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El ser humano juega al escondite consigo mismo y no se decide investigar en
su naturaleza interior. Busca la felicidad en el exterior, donde todo es fortuito, y
nada permanece estable. En la vida cotidiana se alternan lo agradable y lo
desagradable, el placer y el dolor, pero no puede encontrarse felicidad permanente
en lo que es transitorio e inestable. La felicidad como un estado más permanente
solo puede encontrarse en uno mismo y representa un estado de sosiego, contento,
ecuanimidad y visión esclarecida.

El buscador

Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como buscador.

Un buscador es alguien que busca. No necesariamente es alguien que


encuentra. Tampoco es alguien que sabe lo que está buscando. Es simplemente para
quien su vida es una búsqueda.

Un día un buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Él había


aprendido a hacer caso riguroso a esas sensaciones que venían de un lugar
desconocido de sí mismo, así que dejó todo y partió. Después de dos días de
marcha por los polvorientos caminos divisó Kammir, a lo lejos. Un poco antes de
llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó la atención. Estaba
tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores
encantadoras. La rodeaba por completo una especie de valla pequeña de madera
lustrada. Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar.

De pronto sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de


descansar por un momento en ese lugar. El buscador traspaso el portal y empezó a
caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al
azar, entre los árboles. Dejó que sus ojos eran los de un buscador, quizá por eso
descubrió, sobre una de las piedras, aquella inscripción . "Abedul Tare, vivió 8 años,
6 meses, 2 semanas y 3 días". Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa
piedra no era simplemente una piedra. Era una lápida, sintió pena al pensar que un
niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar. Mirando a su alrededor, el
hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado, también tenía una inscripción, se
acercó a leerla decía "Llamar Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas".

El buscador se sintió terriblemente conmocionado. Este hermoso lugar, era


un cementerio y cada piedra una lápida. Todas tenían inscripciones similares: un
nombre y el tiempo de vida exacto del muerto, pero lo que lo contactó con el
espanto, fue comprobar que, el que más tiempo había vivido, apenas sobrepasaba
los 11 años. Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar. El
cuidador del cementerio pasaba por ahí y se acercó, lo miró llorar por un rato en
silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.

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- No ningún familiar - dijo el buscador - ¿Qué pasa con este pueblo?, ¿Qué
cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos
enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre
esta gente, que lo ha obligado a construir un cementerio de chicos?.

El anciano sonrió y dijo:

- Puede usted serenarse, no hay tal maldición, lo que pasa es que aquí
tenemos una vieja costumbre.
- Le contaré: cuando un joven cumple 15 años, sus padres le regalan una
libreta, como esta que tengo aquí, colgando del cuello, y es tradición
entre nosotros que, a partir de allí, cada vez que uno disfruta
intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella: a la izquierda que
fue lo disfrutado., a la derecha, cuanto tiempo duró ese gozo. Conoció a
su novia y se enamoró de ella, ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y
el placer de conocerla?. ¿Una semana?, dos?, ¿tres semanas y media?. Y
después. la emoción del primer beso, ¿cuánto duró?, ¿El minuto y medio
del beso?, ¿Dos días?, ¿Una semana? . ¿Y el embarazo o el nacimiento del
primer hijo?, ¿Y el casamiento de los amigos.?, ¿Y el viaje más deseado.?,
¿Y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano.?¿Cuánto
duró el disfrutar de estas situaciones?. ¿horas?, ¿días?
- Así vamos anotando en la libreta cada momento, cuando alguien se
muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo
disfrutado, para escribirlo sobre su tumba. Porque ese es, para
nosotros, el único y verdadero tiempo vivido.

Sobre el sexo y el amor-Según Platón

Al principio de la Creación, los hombres y las mujeres no eran como son hoy;
había un solo ser, que era bajo, con un cuerpo y un cuello pero cuya cabeza tenía
dos caras, cada una mirando en una dirección. Era como si dos criaturas estuviesen
pegadas por la espalda, con dos sexos opuestos, cuatro piernas y cuatro brazos

Los dioses griegos, sin embargo, eran celosos, y vieron que una criatura que
tenía cuatro brazos trabajaba más, dos caras opuestas estaban siempre vigilantes
y no podían ser atacadas a traición, cuatro piernas no exigían tanto esfuerzo para
permanecer de pie o andar durante largos períodos. Y lo que era más peligroso: la
criatura tenía dos sexos diferentes, no necesitaba a nadie más para seguir
reproduciéndose en la tierra.

Entonces dijo Zeus, el supremo señor del Olimpo: “Tengo un plan para que
estos mortales pierdan su fuerza”.

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Y, con un rayo, partió a la criatura en dos, y así creó al hombre y a la mujer.
Eso aumentó mucho la población del mundo, y al mismo tiempo desorientó y debilitó
a los que en él habitaban, porque ahora tenían que buscar su parte perdida,
abrazarla de nuevo, y en ese abrazo recuperar la antigua fuerza, la capacidad de
evitar la traición, la resistencia para andar largos períodos y soportar el trabajo
agotador. A ese abrazo donde los dos cuerpos se confunden de nuevo en uno lo
llamamos sexo.

Que en esa unión, el hombre sea mujer, que la mujer sea hombre, que el
orgasmo no sea el final en si mismo, sino el principio de dicha unión, que sean uno
sólo.

El árbol de los problemas

El carpintero que había contratado para ayudarme a reparar una vieja


granja, acababa de finalizar un duro primer día de trabajo. Su cortadora eléctrica
se dañó, lo hizo perder una hora de trabajo y ahora su antiguo camión se niega a
arrancar.

Mientras lo llevaba a su casa, se sentó en silencio. Una vez que llegamos me


invitó a conocer su familia. Mientras nos dirigíamos a la puerta, se detuvo
brevemente frente a un pequeño árbol, tocando la punta de las ramas con ambas
manos.

Cuando se abrió una puerta, ocurrió sorprendentemente una transformación.


Su bronceada cara estaba plena de sonrisas. Abrazó a sus dos pequeños hijos y le
dio un beso a su esposa. Posteriormente me acompañó hasta el carro.

Cuando pasamos cerca del árbol, sentí curiosidad y le pregunté acerca de lo


que había visto hacer un rato antes.

- "OH, ese es mi árbol de problemas ", contestó.


- Sé que no puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero una cosa es
segura: los problemas no pertenecen a la casa, ni a mi esposa ni a mis
hijos. Así que simplemente los cuelgo en el árbol cada noche cuando llego
a casa. Luego mañana los recojo otra vez”.
- "Lo divertido es", dijo sonriendo, "que cuando salgo en la mañana a
recogerlos, no hay tantos como los que recuerdo haber colgado la noche
anterior”.

Darse cuenta - Jorge Bucay

Este cuento está inspirado en un poema de un monje tibetano, Rimpoche.

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Me levanto una mañana, salgo de mi casa, hay un pozo en la vereda, no lo veo,
y me caigo en él.

Día siguiente... salgo de mi casa, me olvido que hay un pozo en la vereda, y


vuelvo a caer en él.

Tercer día, salgo de mi casa tratando de acordarme que hay un pozo en la


vereda, sin embargo, no lo recuerdo y me caigo en él.

Cuarto día, salgo de mi casa tratando de acordarme del pozo de la vereda, lo


recuerdo, y no veo el pozo y caigo en él.

Quinto día, salgo de mi casa, recuerdo que tengo que tener presente el pozo
en la vereda y camino mirando el piso, y lo veo, y a pesar de verlo caigo en él.

Sexto día, salgo de mi casa, recuerdo el pozo en la vereda, voy buscándolo


con la vista, lo veo, intento saltarlo, y caigo en él.

Séptimo día, salgo de mi casa, veo el pozo, tomo carrera, salto, rozo con las
puntas de mis pies el borde del otro lado, pero no es suficiente y, caigo en él.

Octavo día, salgo de mi casa, veo el pozo, tomo carrerilla, salto, ¡llego al otro
lado!. Me siento tan orgulloso de haberlo conseguido, que lo festejo dando saltos de
alegría... Y al hacerlo, caigo otra vez en el pozo.

Noveno día, salgo de mi casa, veo el pozo, tomo carrera, salto, y sigo mi
camino.

Décimo día, me doy cuenta recién hoy, que es más cómodo caminar por la
vereda de enfrente.

La alegoría del carruaje

Un día de Octubre, una voz familiar en el teléfono me dice:

- Sal a la calle que hay un regalo para ti.

Entusiasmado, salgo a la ventana y me encuentro con un regalo. Es un


precioso carruaje estacionado justo frente a la puerta e mi casa. Es de madera
nogal lustrada, tiene herrajes de bronce y lámparas de cerámica blanca, todo muy
fino, muy elegante, muy “chic”. Abro la puerta de la cabina y subo. Un gran asiento
semicircular forrado en pana bordada y unos visillos de encaje blanco le dan un
toque de realeza al cubículo. Me siento y me doy cuenta que todo está diseñado

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exclusivamente para mi, está calculado el largo de las piernas, el ancho del asiento,
la altura del techo... todo es muy cómodo, y no hay lugar para nadie más, entonces
miro por la ventana y veo el “paisaje”: por un lado el frente de mi casa, por el otro
el frente de la casa de mi vecino... y digo: “Que fantástico este regalo, que bien que
lindo...” y me quedo un rato disfrutando de esa sensación.

Al rato comienzo a aburrirme; lo que se ve por la ventana es siempre lo


mismo. Me pregunto: “¿Cuánto tiempo puede uno ver las mismas cosas?”. Y empiezo
a convencerme de que el regalo que me hicieron no sirve para nada.

De eso ando quejándome en voz alta cuando pasa mi vecino que me dice,
como adivinándome:

- ¿No te das cuenta que a ese carruaje le falta algo?

Yo pongo cara de ¿qué le falta? mientras miro las alfombras y los tapizados.

- Le faltan los caballos, me dice antes de que llegue a preguntarle.


- Por eso siempre veo lo mismo – pienso -, por eso me parece aburrido...
Cierto – digo yo.

Entonces voy al corralón de la estación y le ato dos caballos al carruaje. Me


subo otra vez y desde dentro grito.

- ¡¡Eaaaaa!!

El paisaje se vuelve maravilloso, extraordinario, cambia permanentemente y


eso me sorprende.

Sin embargo, al poco tiempo empiezo a sentir una vibración en el carruaje y


a ver el comienzo de una grieta en uno de los laterales.

Son los caballos que me conducen por caminos terribles; cogen todos los
baches, se suben a las veredas, me llevan por barrios peligrosos.

Me doy cuenta que yo no tengo ningún control de nada; los caballos me


arrastran donde ellos quieren.

Al principio, ese derrotero era muy lindo, pero al final siento que es muy
peligroso.

Comienzo a asustarme y a darme cuenta que esto tampoco sirve.

En ese momento, veo a mi vecino que pasa por allí cerca, en su coche. Lo
insulto y él me grita:

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- ¡Te falta el cochero!
- ¡Ah! digo yo.
Con gran dificultad y con su ayuda, freno los caballos y decido contratar a
un cochero. A los pocos días asume las funciones.

Es un hombre formal y circunspecto con cara de poco humor y mucho


conocimiento.

Me parece que ahora si estoy preparado para disfrutar verdaderamente del


regalo que me hicieron.

Me subo, me acomodo, asomo la cabeza y le indico al cochero donde quiero


ir.

El conduce, el controla la situación, el decide la velocidad adecuada y elige la


mejor ruta.

Yo ... yo mientras tanto disfruto del viaje.

Esta pequeña alegoría debería servirnos para entender el concepto holístico


del ser.

Hemos nacido, salido de nuestra “casa” y nos hemos encontrado con un


regalo: nuestro cuerpo. Un carruaje diseñado especialmente para cada uno de
nosotros. Un vehículo capaz de adaptarse a los cambios con el paso del tiempo,
pero que será el mismo durante todo nuestro viaje.

A poco de nacer, nuestro cuerpo registró un deseo, una necesidad, un


requerimiento instintivo, y se movió. Este carruaje –el cuerpo- no serviría para
nada si no tuviera caballos; ellos son los deseos, las necesidades, las pulsiones y los
afectos.

Todo va bien durante un tiempo, pero en algún momento empezamos a


darnos cuenta que estos deseos nos llevan por caminos un poco arriesgados y a
veces peligrosos, y entonces tenemos necesidad de frenarlos. Aquí es cuando
aparece la figura del cochero: nuestra cabeza, nuestro intelecto, nuestra
capacidad de pensar racionalmente. Ese cochero conducirá nuestro mejor tránsito.

Hay que saber que cada uno de nosotros es por lo menos los tres personajes
que intervienen allí.

Tu eres el carruaje, tu eres el caballo y tu el cochero durante todo el


camino que es tu propia vida.

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La armonía deberás construirla con todas estas partes, cuidando de no
dejar de ocuparte de ninguno de estos tres protagonistas.

Dejar que tu cuerpo sea llevado solo por tus impulsos, tus afectos o tus
pasiones puede ser y es sumamente peligroso, es decir: necesitas de tu cabeza
para ejercer cierto orden en tu vida.

El cochero sirve para evaluar el camino, la ruta. Pero quienes realmente


tiran del carruaje son tus caballos. No permitas que el cochero los descuide.
Tienen que ser alimentados y protegidos, porque... ¿qué harías sin caballos? ¿qué
sería de ti si solo fueras cuerpo y cerebro?. Si no tuvieras ningún deseo ¿como
sería la vida?. Sería como la de esa gente que va por el mundo sin contacto con sus
emociones, dejando que solamente su cerebro empuje el carruaje.

Obviamente, tampoco debéis descuidar el carruaje, porque tiene que durar


todo el trayecto – que es nuestra vida -. Y esto implicará reparar, cuidar, afinar lo
que sea necesario para su mantenimiento. Si nadie lo cuida, el carruaje se rompe, y
si se rompe se acabó el viaje.

Recién cuando puedo incorporar esto, cuando sé que soy mi cuerpo, mi dolor
de cabeza y mi sensación de apetito, que soy mis ganas y mis deseos y mis
instintos; que soy además mis reflexiones y mi mente pensante y mis
experiencias... recién es ese momento estoy en condiciones de empezar, equipado,
este camino, que es el que hoy decido para mi.

Los tres leones

En la selva vivían tres leones. Un día el mono, el representante electo por los
animales, convocó a una reunión para pedirles una toma de decisión:

- Todos nosotros sabemos que el león es el rey de los animales, pero hay
una gran duda en la selva: existen tres leones y los tres son muy fuertes.
- ¿A cual de ellos debemos rendir obediencia?. ¿Cuál de ellos deberá ser
nuestro rey?

Los leones supieron de la reunión y comentaron entre si: Es verdad, la


preocupación de los animales tiene mucho sentido. Una selva no puede tener tres
reyes. Luchar entre nosotros no queremos ya que somos muy amigos. Necesitamos
saber cual será el elegido, pero, ¿Cómo descubrir?

Otra vez los animales se reunieron y después de mucho deliberar, llegaron a


una decisión y se la comunicaron a los tres leones:

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- Encontramos una solución muy simple para el problema, y decidimos que
Uds. tres van a escalar la Montaña Difícil. El que llegue primero a la cima
será consagrado nuestro Rey. La Montaña Difícil era la mas alta de toda
la selva. El desafío fue aceptado y todos los animales se reunieron para
asistir la gran escalada.

El primer león intentó escalar y no pudo llegar.

El segundo empezó con todas las ganas, pero, también fue derrotado.

El tercer león tampoco lo pudo conseguir y bajó derrotado.


Los animales estaban impacientes y curiosos; si los tres fueron derrotados,
¿Cómo elegirían un rey? En este momento, un águila, grande en edad y en sabiduría,
pidió la palabra.

- ¡Yo sé quien debe ser el rey!

Todos los animales hicieron silencio y la miraron con gran expectativa.

- ¿Cómo? Preguntaron todos.


- Es simple, dijo el águila. Yo estaba volando bien cerca de ellos y cuando
volvían derrotados en su escalada por la Montaña Difícil escuché lo que
cada uno dijo a la Montaña.
- El primer león dijo: ¡Montaña, me has vencido!
- El segundo león dijo: ¡Montaña, me has vencido!
- El tercer león dijo: ¡Montaña me has vencido, por ahora!. Pero ya llegaste
a tu tamaño final y yo todavía estoy creciendo.
- La diferencia, completó el águila, es que el tercer león tuvo una actitud
de vencedor cuando sintió la derrota en aquel momento, pero no desistió
y quien piensa así, es mas grande que su problema.
- El es el rey de si mismo, está preparado para ser rey de los demás.

Los animales aplaudieron entusiasmadamente al tercer león que fue


coronado El Rey de los animales.

Moraleja: No tiene mucha importancia el tamaño de las dificultades o


problemas que tengas. Tus problemas, por lo menos en la mayor parte de las veces,
ya llegaron al nivel máximo, pero no tú. Tú todavía estás creciendo y eres más
grande que todos tus problemas juntos.

Todavía no llegaste al límite de tu potencial y de tu excelencia. La Montaña


de las Dificultades tiene un tamaño fijo, limitado.

¡TU TODAVIA ESTAS CRECIENDO!

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De Jorge Bucal, Libro: “El Camino De La Autodependencia”

La Ventana

Dos hombres, ambos muy enfermos, ocupaban la misma habitación de un


hospital. A uno se le permitía sentarse en su cama cada tarde, durante una hora,
para ayudarle a drenar el líquido de sus pulmones. Su cama daba a la única ventana
de la habitación. El otro hombre tenia que estar todo el tiempo boca arriba. Los
dos charlaban durante horas.
Hablaban de sus mujeres y sus familias, sus hogares, sus trabajos, su
estancia en el servicio militar, donde habían estado de vacaciones. Y cada tarde,
cuando el hombre de la cama junto a la ventana podía sentarse, pasaba el tiempo
describiendo a su vecino todas las cosas que podía ver desde la ventana.

El hombre de la otra cama empezó a desear que llegaran esas horas, en que
su mundo se ensanchaba y cobraba vida con todas las actividades, colores del
mundo exterior. La ventana daba a un parque con un precioso lago. Patos y cisnes
jugaban en el agua, mientras los niños lo hacían con sus cometas. Los jóvenes
enamorados paseaban de la mano, entre flores de todos los colores del arco iris.
Grandes árboles adornaban el paisaje, y se podía ver en la distancia una bella vista
de la línea de la ciudad.

El hombre de la ventana describía todo esto con un detalle exquisito, el del


otro lado de la habitación cerraba los ojos e imaginaba la idílica escena.

Una tarde calurosa, el hombre de la ventana describió un desfile que estaba


pasando. Aunque el otro hombre no podía oír la banda, podía verlo, con los ojos de
su mente, exactamente como lo describía el hombre de la ventana con sus mágicas
palabras. Pasaron días y semanas. Una mañana, la enfermera de día entró con el
agua para bañarles, encontrándose el cuerpo sin vida del hombre de la ventana, que
había muerto placidamente mientras dormía.

Se llenó de pesar y llamó a los ayudantes del hospital, para llevarse el


cuerpo.

Tan pronto como lo consideró apropiado, el otro hombre pidió ser trasladado
a la cama al lado de la ventana.

La enfermera le cambió encantada y, tras asegurarse de que estaba cómodo,


salió de la habitación. Lentamente, y con dificultad, el hombre se irguió sobre el
codo, para lanzar su primera mirada al mundo exterior; por fin tendría la alegría de
verlo el mismo. Se esforzó para girarse despacio y mirar por la ventana al lado de
la cama... y se encontró con una pared blanca.

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El hombre preguntó a la enfermera que podría haber motivado a su
compañero muerto para describir cosas tan maravillosas a través de la ventana.

La enfermera le dijo que el hombre era ciego y que no habría podido ver ni
la pared, y le indicó: “Quizás sólo quería animarle a usted”.

Epilogo:

Es una tremenda felicidad el hacer felices a los demás, sea cual sea la
propia situación. El dolor compartido es la mitad de pena, pero la felicidad cuando
se comparte, es doble. Si quiere sentirse rico, sólo cuente las cosas que tiene y que
el dinero no puede comprar.

“Hoy es un regalo por eso se le llama el presente”.

La aguja

Una mujer, costurera de profesión, en el colmo del desconsuelo, se afanaba


buscando alrededor de un farol.

Encorvada, daba vueltas de aquí para allá, explorando en el suelo. Era noche
avanzada y un hombre pasaba por allí de vuelta a su casa. Vio a la mujer que había
empezado a llorar desconsoladamente.

- Buena mujer, pero ¿que te ocurre? ¿Puedo ayudarte en algo?


- ¡Que más quisiera yo! -exclamó la mujer, sin dejar de buscar
ansiosamente-. He perdido una aguja en mi casa y no la encuentro.

Perplejo, el hombre preguntó:

- Pero, mujer, si la has perdido en tu casa, ¿por qué la buscas aquí?


- ¡Oh! –suspiró apenada la mujer-. Como en mi casa no había luz, me he
venido a buscarla junto a este farol.

Muchas veces el ser humano, por falta de entendimiento correcto, busca


justo allí donde no le será posible encontrar, por lo que se hunde en la
desesperación y en el desaliento. No podremos hallar fuera de nosotros aquello que
palpita en nuestro interior ni nadie nos podrá procurar el sosiego y la claridad que
debemos ganar por nosotros mismos a través del esfuerzo correcto y el trabajo
interior. Aunque en principio haya oscuridad en ti, si indagas en tu interior y te
aplicas con motivación correcta a tu búsqueda, resplandecerá en tu corazón la luz
de la sabiduría que libera.

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Un cuento árabe sobre la amistad

A un oasis llega un joven, toma agua, se asea y pregunta a un viejecito que se


encontraba descansando:

- ¿qué clase de personas hay aquí?

El anciano le pregunta:

- “¿qué clase de personas había en el lugar de donde tu vienes?.


- “Oh, un grupo de egoístas y malvados” replicó el joven. “Estoy encantado
de haberme ido de allí”.

A lo cual el anciano comentó:

- “Lo mismo habrás de encontrar aquí”.

Ese mismo día, otro joven se acercó a beber agua al oasis, y viendo al
anciano, preguntó:

- ¿qué clase de personas viven en este lugar?

El viejo respondió con la misma pregunta:

- ¿qué clase de personas viven en el lugar de donde tu vienes?


- Un magnífico grupo de personas, honestas amigables, hospitalarias, me
duele mucho haberlas dejado.
- “Lo mismo encontrarás tu aquí”, respondió el anciano.

Un hombre que había escuchado ambas conversaciones le preguntó al viejo:

- “¿Cómo es posible dar dos respuestas tan diferentes a la misma


pregunta?

A lo cual el viejo contestó:

- “Cada uno lleva en su corazón el medio ambiente donde vive. Aquel que no
encontró nada bueno en los lugares donde estuvo no podrá encontrar
otra cosa aquí”
- Aquél que encontró amigos allá, podrá encontrar amigos acá.

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El tallador de lápidas

Un hombre que cortaba y tallaba rocas para hacer lápidas, se sentía infeliz
con su trabajo y pensaba que le gustaría ser otra persona y tener una posición
social distinta.

Un día pasó delante de la casa de un rico comerciante y vio las posesiones


que éste tenía y lo respetado que era en la ciudad. El tallador de piedras sintió
envidia del comerciante y pensó que le gustaría ser exactamente como él, en lugar
de tener que estar todo el día trabajando la roca con el martillo y el cincel.

Para gran sorpresa suya, el deseo le fue concedido y de este modo se halló
pronto convertido en un poderoso comerciante, disponiendo de más lujo y más
poder de los que nunca había podido soñar. Al mismo tiempo era también envidiado
y despreciado por los pobres y tenía igualmente más enemigos de los que nunca
soñó.

Entonces vio a un importante funcionario del gobierno, transportado por sus


siervos y rodeado de gran cantidad de soldados. Todos se inclinaban ante él. Sin
duda era el personaje más poderoso y más respetado de todo el reino. El tallador
de lápidas que ahora era comerciante, deseó ser como aquel alto funcionario, tener
abundantes siervos y soldados que lo protegieran y disponer de más poder que
nadie.

De nuevo le fue concedido su deseo y de pronto se convirtió en el


importante funcionario, el hombre más poderoso de todo el reino, ante quien todos
se inclinaban. Pero el funcionario era también la persona más temida y más odiada
de todo el reino y precisamente por ello necesitaba tal cantidad de soldados para
que lo protegieran. Mientras tanto el calor del sol le hacía sentirse incomodo y
pesado. Entonces miró hacia arriba, viendo al sol que brillaba en pleno cielo azul y
dijo: “¡Que poderoso es el sol! cómo me gustaría ser el sol”.

Antes de haber pronunciado la frase se había ya convertido en sol,


iluminando toda la tierra. Pero pronto surgió una gran nube negra, que poco a poco
fue tapando al sol e impidiendo el paso de sus rayos. “Que poderosa es esa nube! –
pensó- ¡ como me gustaría ser como ella!.

Rápidamente se convirtió en la nube, anulando los rayos del sol y dejando


caer su lluvia sobre los pueblos y los campos. Pero luego vino un fuerte viento y
comenzó a desplazar y a disipar la nube. “Me gustaría ser tan poderoso como el
viento,” pensó, y automáticamente se convirtió en viento.

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Pero aunque el viento podía arrancar árboles de raíz y destruir pueblos
enteros, nada podía contra una gran roca que había allí cerca. La roca se levantaba
imponente, resistiendo inmóvil y tranquila a la fuerza del viento. “¡Que potente es
esa roca!” –pensó- “¡como me gustaría ser tan poderosa como ella!

Entonces se convirtió en la roca, que resistía inamovible al viento más


huracanado. Finalmente era feliz, pues disponía de la fuerza más poderosa
existente sobre la tierra. Pero de pronto oyó un ruido. Clic, Clic, Clic. Un martillo
golpeaba a un cincel, y este arrancaba un trozo de roca tras otro. “¿Quién podría
ser más poderoso que yo?”, pensó, y mirando hacia abajo la poderosa roca vio... al
hombre que hacía lápidas.

Muchas personas consumen su vida entera buscando la felicidad sin


encontrarla nunca, simplemente porque no miran en el lugar adecuado. Nunca
podrás ver una puesta de sol si estás mirando hacia el Este y nunca encontraras la
felicidad si la buscas entre las cosas que te rodean. El cuento del tallador de
lápidas te enseña que la felicidad no depende de lo que cambies en tu vida... salvo
que te cambies a ti mismo.

El secreto de la felicidad

Cierto mercader envió a su hijo con el más sabio de todos los hombres para
que aprendiera el Secreto de la Felicidad. El joven que anduvo cuarenta días por el
desierto, hasta que llegó a un hermoso castillo, en lo alto de una montaña. Allí vivía
el sabio que buscaba.

Sin embargo, en vez de encontrar un hombre santo, nuestro héroe entró en


una sala y vio una actividad inmensa; mercaderes que entraban y salían, personas
conversando en los rincones, una pequeña orquesta que tocaba melodías suaves y
una mesa repleta de los más deliciosos manjares de aquella región del mundo. El
sabio conversaba con todos, y el joven tuvo que esperar dos horas para que le
atendiera.

El sabio escuchó atentamente el motivo de su visita, pero le dijo que en


aquel momento no tenía tiempo de explicarle el Secreto de la Felicidad. Le sugirió
que diese un paseo por su palacio y volviese dos horas más tarde.

Pero quiero pedirte un favor -añadió el sabio entregándole una cucharilla de


té en la que dejó caer dos gotitas de aceite-. Mientras camines lleva esta
cucharilla y cuida de que el aceite no se derrame.

El joven comenzó a subir y bajar las escalinatas del palacio manteniendo


siempre los ojos fijos en la cuchara. Pasadas las dos horas, retornó a la presencia
del sabio.

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¿Qué tal? – preguntó el sabio-. ¿Vistes los tapices de Persia que hay en mi
comedor?, ¿vistes el jardín que el Maestro de los jardineros tardó diez años en
crear?, ¿reparaste en los bellos pergaminos de mi biblioteca?.

El joven, avergonzado, confesó que no había visto nada. Su única


preocupación había sido no derramar las gotas de aceite que el sabio le había
confiado.

Pues entonces vuelve y conoce las maravillas de mi mundo -dijo el sabio-. No


puedes confiar en un hombre si no conoces su casa.

Ya más tranquilo, el joven cogió nuevamente la cuchara y volvió a pasear por


el palacio, esta vez mirando con atención todas las obras de arte que adornaban el
techo y las paredes. Vio los jardines, las montañas a su alrededor, la delicadeza de
las flores, el esmero con que cada obra de arte estaba colocada en su lugar. De
regreso a la presencia del sabio, le relató detalladamente todo lo que había visto.

- Pero donde están las dos gotas de aceite que te confié –preguntó el
sabio-.

El joven miró la cuchara y se dio cuenta que las había derramado.

- Pues este es el único consejo que puedo darte –le dijo el más sabio de los
sabios:
- El secreto de la felicidad está en mirar todas las maravillas del mundo,
pero sin olvidarse nunca de las dos gotas de aceite en la cuchara.

El florero de porcelana

El Gran Maestro y el Guardián se dividían la administración de un monasterio


Zen. Cierto día, el Guardián murió, y fue preciso sustituirlo.

El Gran Maestro reunió a todos los discípulos para escoger quién tendría la
honra de trabajar directamente a su lado.

- Voy a presentarles un problema -dijo el Gran Maestro- y aquél que lo


resuelva primero, será el nuevo guardián del Templo.

Terminado su corto discurso, colocó un banquito en el centro de la sala.


Encima estaba un florero de porcelana carísimo, con una rosa amarilla que lo
decoraba.

- Éste es el problema -dice el Gran Maestro –resuélvanlo.

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Los discípulos contemplaron perplejos el "problema", por lo que veían los
diseños sofisticados y raros de la porcelana, la frescura y la elegancia de la flor.
¿Qué representaba aquello? ¿Qué hacer? ¿Cuál sería el enigma.

Pasó el tiempo sin que nadie atinase a hacer nada salvo contemplar el
"problema", hasta que uno de los discípulos se levantó, miró al maestro y a los
alumnos, caminó resolutamente hasta el florero y lo tiró al suelo, destruyéndolo.

- ¡¡¡ Al fin alguien que lo hizo !!! - exclamó el Gran Maestro.


- Empezaba a dudar de la formación que les hemos dado en todos estos
años. Usted es el nuevo guardián.

Al volver a su lugar el alumno, el Gran Maestro explicó:


- Yo fui bien claro: dije que ustedes estaban delante de un "problema". No
importa cuán bello y fascinante sea el problema; si es un problema tiene
que ser eliminado.

Un problema es un problema; no importa que se trate de una mujer


sensacional, o de un hombre maravilloso o de un gran amor que se acabó, o... ya
sea de un florero de porcelana muy caro... "Solo existe una manera de lidiar con un
problema": atacándolo de frente.

En esos momentos, no se puede tener piedad, ni ser tentado por el lado


fascinante que cualquier conflicto acarrea consigo.

No tiene caso tratar de "acomodarlo" y darle vueltas, si al fin y al cabo ya


no es otra cosa más que "UN PROBLEMA”.

Déjalo, hazlo a un lado y continúa tu misión.

No huyas de él... No lo escondas ... ¡ Acaba con él.!. Porque corres el riesgo
de permanecer con él, el resto de tu vida.

Muchas personas cargan la vida entera el peso de cosas que fueron


importantes en el pasado, y que hoy solamente ocupan un espacio inútil en sus
corazones y en sus mentes, espacio que es indispensable para recrear la vida,
sobre todo si el problema es algún sentimiento de rencor o reproche, que aunque
en algún momento de tu vida te haya hecho mucho daño, eso solo forma parte de
un pasado.

Existe un proverbio Chino que dice:

"Para poder beber vino es necesario primero tirar el té".


Limpia tu vida, comienza por los cajones, armarios, hasta llegar a eso que ya no
tiene sentido y que están ocupando espacio y que muchas veces lejos de ayudarte

77
te hiere y te impide tomar un curso diferente en tu vida. El pasado sirve como
lección, como experiencia, como referencia. El pasado sirve para ser recordado y
no para ser revivido. Usa las experiencias del pasado en el presente, para
construir tu futuro. Necesariamente en ese orden!

El barquero inculto

Se trataba de un joven erudito, arrogante y engreído. Para cruzar un


caudaloso río de una a otra orilla tomo una barca. Valiente y sumiso, el barquero
comenzó a remar con diligencia. De repente, una bandada de aves surco el cielo y el
joven pregunto al barquero:
- Buen hombre, ¿has estudiado la vida de las aves?
- No, señor - repuso el barquero.
- Entonces, amigo has perdido la cuarta parte de tu vida.

Pasados unos minutos, la barca se deslizo junto a unas exóticas plantas que
flotaban en las aguas del río. El joven pregunto al barquero:

- Dime, barquero, ¿has estudiado botánica?


- No señor, no sé nada de plantas.
- Pues debo decirte que has perdido la mitad de tu vida -comentó el
petulante joven-.

El barquero seguía remando pacientemente. El sol del mediodía se reflejaba


luminosamente sobre las aguas del río. Entonces el joven preguntó:

- Sin duda, barquero, llevas muchos años deslizándote por las aguas.
¿Sabes por cierto, algo de la naturaleza del agua?
- No señor, nada sé al respecto. No sé nada de estas aguas ni de otras.
- -¡Oh, amigo! exclamó el joven-. De verdad que has perdido las tres
cuartas partes de tu vida.

Súbitamente la barca comenzó a hacer agua. No había forma de achicar


tanta agua y la barca comenzó a hundirse. El barquero preguntó al joven:

- ¿Señor, sabes nadar?


- No, repuso el joven.
- Pues me temo señor que has perdido toda tu vida.

De “Ciento un cuentos clásicos de la India”.

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El perro vagabundo

Era un perro vagabundo que se encontró con un hueso muy viejo, pelado y
totalmente seco. Entusiasmado comenzó a roerlo y entonces una de las esquirlas le
hizo una herida en la boca, de la que comenzó a manar abundante sangre. El perro
degustando su propia sangre, se creía que era un hueso reciente y que le estaba
sacando una provechosa sustancia. Roía y roía el hueso, sintiéndose muy feliz por el
revitalizante y sabroso jugo que estaba extrayendo del hueso y pensando que se
estaba nutriendo convenientemente.

La mente “roe y roe” pensamientos repetitivos, inútiles y mecánicos,


creyendo obtener alguna sustancia de ellos, cuando en realidad se está
perjudicando y malgastando así sus mejores energías. Con disciplina y tratando de
superar los engaños de la mente, el ser humano debe aprender a poner bajo el yugo
de la voluntad los pensamientos y aprender a no ser pensado por sus pensamientos
parásitos y perturbadores.

La excursión

Dos buenos amigos decidieron emprender una excursión de un par de días.


Eran buenas personas, pero no tenían una mente especialmente despierta. Se
pusieron en marcha y estuvieron caminando a lo largo de toda la jornada. Al
anochecer estaban exhaustos y se cobijaron en un establo para pasar la noche.

Como estaban extenuados, durmieron profundamente, pero de madrugada


una pesadilla sobresaltó a uno de los dos amigos y le despertó. Angustiado
zarandeó al compañero para sacarle del sueño y le dijo.

- ¡Vaya pesadilla que he tenido! Bueno sal fuera y dime si ya ha amanecido.


Mira a ver si ha salido el Sol.

El compañero salió y comprobó que la oscuridad era total. Volvió hasta su


amigo, dentro del establo, y le dijo:

- Está todo tan oscuro que me resulta imposible saber si ha salido el Sol.
- ¡Pero serás estúpido! –protestó el otro hombre-. ¿Es que no puedes
encender la linterna para ver si ha salido o no?

El camino de la búsqueda es largo y dificultoso hasta que se encuentra el sol


interior, por lo que es necesario utilizar el discernimiento correcto y no incurrir en
falsas opiniones o enfoques distorsionados.

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Las tres rejas

El joven discípulo de un filósofo sabio lo visita y dice:

- Maestro, un amigo tuyo estuvo hablando de ti con animadversión.


- Espera, le interrumpe el filósofo, ¿Ya hiciste pasar por las tres rejas lo
que vas a contarme?
- ¿Las tres rejas?
- Sí, la primera es la VERDAD. ¿Estás seguro de que lo que vas a decirme
es absolutamente cierto?
- No. Se lo oí comentar a unos vecinos amigos suyos.
- Al menos lo habrás hecho pasar por la segunda reja que es la BONDAD.
¿Es bueno lo que me vas a contar?
- No. En realidad no. Al contrario...
- La última reja es la NECESIDAD. ¿Es necesario hacerme saber lo que
tanto te inquieta?
- A decir verdad, no.
- Entonces, dijo el sabio sonriendo, si no es VERDADERO, ni BUENO, ni
NECESARIO, sepultémoslo en el olvido.

Los tres expertos

El monarca era padre de una bellísima y encantadora joven que llamaba la


atención por su delicadeza y sensibilidad. Muchos anhelaban ser pretendientes de
la princesa, máxime cuando esta alcanzó la edad suficiente para contraer
matrimonio.

Aunque jóvenes con muchas capacidades y talentos solicitaban su mano, el


rey quería alguien muy singular para su deliciosa hija. Se enteró de que había tres
hombres con especiales habilidades. Entonces el monarca decidió convocarlos e
interrogarles sobre sus capacidades.

- Vamos a ver- dijo el monarca-. Quiero que cada uno me hagáis saber en
qué sois los mejores expertos. Tú mismo –agregó dirigiéndose a uno de
los hombres-, ¿por qué destacas?
- Nada especial- dijo el joven, humildemente- sucede tan solo que cuando
se pierde algo, puedo intuir dónde encontrarlo. Poca cosa, majestad.
- ¿Y tú? –preguntó el monarca a otro de los hombres.
- Mirando despectivamente al joven que ya había expresado su capacidad,
dijo con arrogancia: Soy un arquero fabuloso. El mejor arquero, señor,
porque puedo apuntar a cualquier cosa, por lejana que esté, y mi flecha
se clavará certeramente en ella.
- ¿Y tú? – preguntó el monarca al tercer hombre.

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- Yo tengo una capacidad muy especial, majestad, muy especial –dijo muy
ufano de si mismo-, y no es que pretenda subestimar las cualidades de
mis compañeros. Soy un escultor tan perfecto que puedo tallar caballos
en madera y lograr que cobren vida y puedan galopar hacia cualquier
sitio.

En verdad que los tres individuos eran notables, se dijo el monarca.


Cualquiera sería oportuno para su hija. Decidió, punto por punto, contar a la
princesa la entrevista mantenida con los tres pretendientes y le pidió que eligiera a
uno de ellos.

- ¡OH, padre, no sé! Déjame que lo piense esta noche y mañana te daré mi
decisión.

Al clarear el día, el monarca se dirigió a la cámara de la princesa.


Estupefacto comprobó que no estaba en su cuarto. Comenzaron a buscarla en la
corte, pero no aparecía por ningún sitio. El monarca estaba desolado. ¿Qué había
sucedido con su hija? Hizo llamar urgentemente a los tres expertos y preguntó al
que tenía la habilidad de encontrar lo perdido:

- ¿Dónde está mi hija, buen hombre?


- Vuestra hija majestad, está con los duendes. Está en el reino etéreo de
los duendes y su rey no la deja regresar.

El rey, dirigiéndose al hombre que podía convertir caballos de madera en


vivientes, le ordenó:

- Talla un caballo y que sea muy veloz.

El escultor dio vida al caballo de madera. El rey se dirigió al tercer


pretendiente y le dijo:

- Monta sobre el caballo, galopa al reino de los duendes y mata con tu


extraordinaria habilidad al rey de los duendes y trae a mi hija.

Sobre el veloz corcel, el arquero se dirigió al reino de los duendes y desde


mucha distancia disparó su flecha e hirió de muerte al rey de los duendes, para
luego traer en su montura a la hermosa princesa.

El rey se sentía muy feliz. Dijo dirigiéndose a la princesa:

- Hija, ¿a quien eliges por marido?

La princesa entrañable como era dijo:

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- Estos tres hombres me han salvado la vida. Uno ha sabido donde estaba
secuestrada; otro ha dado vida a un rápido corcel para llegar al reino de
los espíritus, y el otro, con su excepcional habilidad de arquero, ha
matado al monarca de los espíritus. Los tres tienen gran mérito, pero
hay uno de ellos que tiene un mérito extra y es con quien me desposaré.
Elijo al joven que intuye dónde están las cosas que se pierden.
- ¿Por qué?- preguntaron casi al unísono el monarca y los otros dos
pretendientes intrigados.
- Porque el hombre que elijo para marido, padre –repuso la princesa-, tiene
el mérito extra de ser humilde.

A menudo las mejores habilidades del ser humano quedan mancilladas por el
exceso de ego y vanidad. Una persona con talento y humilde de corazón, tiene
doble talento y, además, no es sierva de su codicioso, arrogante e ilimitado ego.

Cuento con moraleja (los deseos humanos) - Anónimo

Un emperador estaba por salir de su palacio para dar un paseo matutino,


cuando, a las puertas del mismo, se encuentra con un mendigo. Suponiendo el pedido
de una limosna, le preguntó:

- ¿Qué quieres

El mendigo lo miró y le dijo:

- Me preguntas de una manera... como si tu pudieras satisfacer mi deseo.

El emperador le respondió:

- Por supuesto que puedo satisfacer tu deseo. ¿Cuál es?

Y el mendigo le dijo:

- Piensa dos veces antes de prometer.

El emperador, comenzando a molestarse, insistió:

- Te daré cualquier cosa que pidas. Soy una persona muy poderosa, y
extremadamente rica... ¿qué puedes tú desear que yo no pueda darte?

El mendigo le dijo:

- Es un deseo muy simple... ¿ves esta bolsa que llevo conmigo?... ¿puedes
llenarla con algo valioso?

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- Por supuesto - dijo el emperador-.

Y Llamó a uno de sus servidores y le dijo:

- Llena de dinero la bolsa de este hombre.

El servidor lo hizo... y el dinero, apenas ingresado a la bolsa, desapareció.


Echó más y más, y el mismo desaparecía al instante.

La bolsa del mendigo, por lo tanto, siempre estaba vacía.

El rumor de esta escena corrió rápidamente por toda la ciudad y entonces


una gran multitud se reunió en el lugar, poniendo en juego el prestigio del
emperador.

Entonces el emperador le dijo a sus servidores:


- Estoy dispuesto a perder mi reino entero, pero este mendigo no se va a
salir con la suya, ya que me dejará en ridículo frente al pueblo.

Diamantes, perlas, esmeraldas... uno a uno los tesoros del emperador iban
ingresando en la bolsa, la cual no parecía tener fondo.

Todo lo que se colocaba en ella desaparecía inmediatamente.

Era el atardecer y habiendo quedado el emperador ya sin ninguna cosa que


colocar en la bolsa del mendigo (habiendo llegado incluso a desprenderse de joyas
que habían pertenecido a su familia por siglos), se tiró a los pies del mendigo y,
admitiendo su derrota, le dijo:

- Has ganado tú, pero antes que te vayas, satisface mi curiosidad: ¿cuál es
el secreto de tu bolsa?
El mendigo le dijo:

- ¿El secreto?... está simplemente hecha de deseos humanos.

Piensa en los deseos ¿cuál es su mecanismo?:

Primero hay una gran excitación: la aventura. Se siente un gran impulso.


Algo va a suceder, se está al borde de algo. Y luego que se tiene el coche, el velero,
la casa, la mujer... de repente, nada de ello tiene significado ya.

¿Que pasó? La mente lo ha desmaterializado.

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El coche está en el garaje, pero ya no excita de la misma manera. Lo que
excitaba era conseguirlo... o lo que es lo mismo, emborracharse con el deseo hasta
olvidarse que el vacío se sitúa en el interior de uno.

Pero ahora, con el deseo cumplido: el coche en el garaje, esa mujer en la


cama, el dinero en el banco... desaparece la excitación.

De nuevo se siente ese vacío. Y se tiene que crear un nuevo deseo para
escapar de esa sensación, esa ansiedad, ese vacío.

Así es como va la mayoría de la gente por la vida: de un deseo en otro,


convertida en mendigos con bolsas que jamás parecen poderse llenar. Cuando se lo
alcanza, un nuevo deseo se hace necesario, olvidando ese que tanto se buscó.

La tacita (Aguanta un poco más...) - Anónimo

Se cuenta que una vez en Inglaterra, existía una pareja que gustaba de
visitar las pequeñas tiendas del centro de Londres. Una de esas tiendas era una en
donde vendían vajillas antiguas.

En una de sus visitas a la tienda vieron una hermosa tacita.

- “¿Me permite ver esa taza?” Preguntó la señora, “¡nunca he visto nada
tan fino como eso!”

En cuanto tuvo en sus manos la taza, escuchó que la tacita comenzó a hablar.

- Usted no entiende. Yo no siempre he sido esta taza que usted esta


sosteniendo. Hace mucho tiempo yo era solo un montón de barro. Mi
creador me tomo entre sus manos y me golpeó y me amoldó
cariñosamente.
- Luego llegó el momento en que me desesperé y le grité: “Por favor”... Ya
déjame en paz...
- Pero mi amo sólo me sonrió y me dijo: ...”Aguanta un poco más, todavía no
es tiempo”.
- Después me puso en un horno. Yo nunca había sentido tanto calor... Me
pregunté por que mi amo querría quemarme, así que toqué la puerta del
horno.
- A través de la ventana del horno pude leer los labios de mi amo que me
decían: “Aguanta un poco más, todavía no es tiempo...”
- Finalmente se abrió la puerta, mi amo me tomó y me puso en una repisa
para que me enfriara.
- “Así está mucho mejor”.. me dije a mi misma, pero apenas me había
refrescado, cuando mi creador ya me estaba cepillando y pintando. El
olor a la pintura era horrible...”Sentía que me ahogaría”....”Por favor

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detente...” le gritaba yo a mi amo; pero él solo movía la cabeza haciendo
un gesto negativo y decía: “Aguanta un poco más, todavía no es tiempo...”
- Al fin mi amo dejó de pintarme; pero, esta vez me tomó y me metió
nuevamente en otro horno... No era un horno como el primero; sino que
era mucho más caliente.
- Ahora sí estaba segura que me sofocaría... Le rogué, y le imploré a mi
amo que me sacara... Grité, lloré; pero mi creador sólo me miraba
diciendo “Aguanta un poco más, todavía no es tiempo”.
- En ese momento me di cuenta que no había esperanza... Nunca lograría
sobrevivir a ese horno... Justo cuando estaba a punto de darme por
vencida se abrió la puerta y mi amo me tomó cariñosamente y me puso en
una repisa que era aun más alta que la primera. Allí me dejó un momento
para que me refrescara.
- Después de una hora de haber salido del segundo horno, mi amo me dio
un espejo y me dijo: “Mírate” “¡Esta eres tú!”.
- ¡Yo no podía creerlo! ¡Esa no podía ser yo! Lo que veía era hermoso. Mi
amo nuevamente me dijo:
- “Yo sé que te dolió haber sido golpeada y amoldada por mis manos; pero
si te hubiera dejado como estabas, te hubieras secado. Sé que te causó
mucho calor y dolor estar en el primer horno, pero de no haberte puesto
allí, seguramente te hubieras estrellado”.
- “También sé que los gases de la pintura te provocaron muchas molestias,
pero de no haberte pintado tu vida no tendría color. Y si no te hubiera
puesto en el segundo horno, no hubieras sobrevivido mucho tiempo,
porque tu dureza no habría sido la suficiente para que subsistieras”.
- ¡”Ahora tú eres un producto terminado!” “¡Eres lo que imaginé cuando te
comencé a formar”.

El tapón de corcho - Isabel Aschauer

La actitud creativa termina con los lamentos y las excusas. Es calidad de


percepción, acción inteligente que nos permite superar los conflictos con la riqueza
de alternativas que nos ofrece cada situación.

Hace años, un inspector visitó una escuela primaria. En su recorrido observó


algo que le llamó poderosamente la atención, una maestra estaba atrincherada
atrás de su escritorio, los alumnos hacían gran desorden; el cuadro era caótico.

Decidió presentarse:

- Permiso, soy el inspector de turno… ¿algún problema?


- Estoy abrumada señor, no se qué hacer con estos chicos… No tengo
láminas, el Ministerio no me manda material didáctico, no tengo nada
nuevo que mostrarles ni qué decirles…

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El inspector, que era un docente de alma, vio un corcho en el desordenado
escritorio. Lo tomó y con aplomo se dirigió a los chicos:

- ¿Qué es esto?
- Un corcho señor… -gritaron los alumnos sorprendidos.
- Bien, ¿De dónde sale el corcho?
- De la botella señor. Lo coloca una máquina…, del alcornoque, de un árbol
…. de la madera…, - respondían animosos los niños-.
- ¿Y qué se puede hacer con madera?, -continuaba entusiasta el docente-.
- Sillas…, una mesa…, un barco…
- Bien, tenemos un barco. ¿Quién lo dibuja?, ¿quién hace un mapa en la
pizarra y coloca el puerto más cercano para nuestro barquito?. Escriban
a qué provincia española pertenece. ¿Y cuál es el otro puerto más
cercano?, ¿a qué país corresponde?, ¿qué poeta conocen que allí nació?,
¿qué produce esta región?, ¿alguien recuerda una canción de este lugar?.

Y comenzó una tarea de geografía, de historia, de música, economía,


literatura, religión, etc.

La maestra quedó impresionada. Al terminar la clase dijo conmovida:

- señor nunca olvidaré lo que me ha enseñado hoy. Muchas gracias.

Pasó el tiempo. El inspector volvió a la escuela y buscó a la maestra. Estaba


acurrucada atrás de su escritorio, los alumnos otra vez en total desorden.

- Señorita ¿que pasó, no se acuerda de mi?


- Sí señor, ¡cómo olvidarme! Qué suerte que regresó. No encuentro el
corcho. ¿Dónde lo dejó?

Ser creativos... usar la imaginación...Pensar un poco más y tratar de


encontrar la magia... esa magia transformadora...

Todos somos alumnos en esta gran escuela que es la vida, y sin embargo
usamos poco la imaginación, entonces vivimos a medias, buscando estímulos en
cosas o lugares que solo nos ayudan a perder el tiempo pero que pocas veces nos
hacen crecer o nos iluminan…

Entonces cuando sentimos hastió y estamos cansados o deprimidos nos


aferramos a las excusas: que no tengo dinero, que no me da el tiempo, que no sé
qué hacer, que… y de excusa en excusa seguimos dormidos esperando que alguien
cree la fórmula mágica que nos haga sentir, que nos estimule, que nos encienda…

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Debemos darle paso a nuestra creatividad y dejar que nuestra imaginación
despierte y nos dé las respuestas… Imaginar… Imaginar… es algo así como soñar
despierto, es transformar con la mente todo aquello que nos parece que no puede
modificarse…

La vida nos regala todos los días pequeños instantes en donde somos sus
grandes artistas, sin embargo muchos solo se quejan, se aburren, o solo esperan
que otros den sentido a sus días…

“La creatividad despierta el poder que duerme en nuestra imaginación; es


osadía, aventura para descubrir y aprender de los cambios; es respuesta hábil, no
impotencia explicada o reclamo por lo que nos falta. Crear y despertar ese poder...
esa es la clave”.

Desiderata –Autor desconocido

Camina plácidamente entre el ruido y la prisa, y piensa en la paz que se


puede encontrar en el silencio.

En cuanto sea posible y sin rendirte, mantén buenas relaciones con todas las
personas. Enuncia tu verdad de una manera serena y clara, y escucha a los demás,
incluso al torpe e ignorante, también ellos tienen su propia historia. Esquiva a las
personas ruidosas y agresivas, pues son un fastidio para el espíritu. Si te comparas
con los demás, te volverás vano y amargado, pues siempre habrá personas mas
grandes y mas pequeñas que tu. Disfruta de tus éxitos, lo mismo que de tus planes.

Mantén el interés en tu propia carrera por humilde que sea, ella es un


verdadero tesoro en el fortuito cambiar de los tiempos. Se cauto en tus negocios,
pues el mundo esta lleno de engaños, mas no dejes que esto te vuelva ciego para la
virtud que existe. Hay muchas personas que se esfuerzan por alcanzar nobles
ideales. La vida esta llena de heroísmo.

Se sincero contigo mismo, en especial no finjas el afecto, y no seas cínico


en el amor, pues en medio de todas las arideces y desengaños es perenne como la
hierba.

Acata dócilmente el consejo de los años, abandonando con donaire las cosas
de la juventud. Cultiva la firmeza del espíritu, para que te proteja en las
adversidades repentinas. Muchos temores nacen de la fatiga y la soledad. Sobre
una sana disciplina, se benigno contigo mismo.

Tú eres una criatura del universo, no menos que las plantas y las estrellas,
tienes derecho a existir, y sea que te resulte claro o no, indudablemente el
universo marcha como debiera. Por eso, debes estar en paz con Dios, cualquiera que

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sea tu idea de El, y sean cualesquiera tus trabajos y aspiraciones, conserva la paz
con tu alma, en la bulliciosa confusión de la vida.

Aun con toda su farsa, penalidades y sueños fallidos, el mundo es todavía


hermoso, se cauto, esfuérzate por ser feliz.

Experimento científico

1. Metes 20 monos en una habitación cerrada.

2. Cuelgas una banana del techo y pones una escalera para poder alcanzarla,
asegurándote que no exista ningún otro modo de alcanzar la banana que no
sea subiendo por la escalera.

3. Instalas un sistema que haga caer una lluvia de agua helada en toda la
habitación desde el techo cuando uno empiece a subir la escalera.

4. Los monos aprenden rápido que no es posible subir la escalera evitando el


sistema de agua helada.

5. Luego, reemplazar uno de los 20 monos por uno nuevo. Inmediatamente, va a


intentar subir la escalera para alcanzar la banana y sin entender porqué,
será inflado a palos por los otros.

6. Reemplazar ahora uno de los viejos monos por otro nuevo. Entonces será
molido a palos también y el mono introducido justo antes que este será el
que más fuerte le pegue.

7. Continuar el proceso hasta cambiar a los 20 monos originales y que queden


únicamente monos nuevos.

8. Ahora ninguno intentará subir la escalera, y más aún, si por cualquier razón
a alguno se le ocurre pensarlo, este será masacrado por el resto de los
monos. Y lo peor es que ninguno de los monos tendrá la menor idea del
porqué de la cosa.

Resultado: Es así como nace el funcionamiento y la cultura de una empresa.

El tren de la vida

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La vida no es más que un viaje por tren: repleto de embarques y
desembarques, salpicado de accidentes, sorpresas agradables en algunos
embarques, y profundas tristezas en otros.

Al nacer, nos subimos al tren y nos encontramos con algunas personas las
cuales creemos que siempre estarán con nosotros en este viaje: nuestros padres.

Lamentablemente la verdad es otra. Ellos se bajarán en alguna estación


dejándonos huérfanos de su cariño, amistad y su compañía irreemplazable. No
obstante, esto no impide que se suban otras personas que nos serán muy
especiales.

Llegan nuestros hermanos, nuestros amigos y nuestros maravillosos amores.


De las personas que toman este tren, habrá los que lo hagan como un simple paseo,
otros que encontrarán solamente tristeza en el viaje, y habrá otros que circulando
por el tren, estarán siempre listos en ayudar a quien lo necesite.

Muchos al bajar, dejan una añoranza permanente; otros pasan tan


desapercibidos que ni siquiera nos damos cuenta que desocuparon el asiento.

Es curioso constatar que algunos pasajeros, quienes nos son tan queridos se
acomodan en vagones distintos al nuestro. Por lo tanto, se nos obliga hacer el
trayecto separados de ellos. Desde luego, no se nos impide que durante el viaje,
recorramos con dificultad nuestro vagón y lleguemos a ellos, pero
lamentablemente, ya no podremos sentarnos a su lado pues habrá otra persona
ocupando el asiento.

No importa, el viaje se hace de este modo; lleno de desafíos, sueños,


fantasías, esperas y despedidas... pero jamás regresos.

Entonces, hagamos este viaje de la mejor manera posible. Tratemos de


relacionarnos bien con todos los pasajeros, buscando en cada uno, lo que tengan de
mejor.

Recordemos siempre que en algún momento del trayecto, ellos podrán


titubear y probablemente precisaremos entenderlos ya que nosotros también
muchas veces titubearemos, y habrá alguien que nos comprenda.

El gran misterio, al fin, es que no sabremos jamás en qué estación


bajaremos, mucho menos donde bajarán nuestros compañeros, ni siquiera el que
está sentado en el asiento de al lado.

Me quedo pensando si cuando baje del tren, sentiré nostalgia. Creo que sí.

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Separarme de algunos amigos de los que hice en el viaje será doloroso.
Dejar que mis hijos sigan solitos, será muy triste. Pero me aferro a la esperanza de
que, en algún momento, llegaré a la estación principal y tendré la gran emoción de
verlos llegar con un equipaje que no tenían cuando embarcaron.

Lo que me hará feliz, será pensar que colaboré con que el equipaje creciera
y se hiciera valioso.

Hagamos que nuestra estancia en este tren sea tranquila, que haya valido la
pena.

Hagamos tanto que, cuando llegue el momento de desembarcar, nuestro


asiento vacío deje añoranza y gratos recuerdos a los que en el viaje permanezcan.

Nada existe

Cuando era un joven estudiante de Zen, Yamaoka Tesshu solía ir de un


maestro a otro. En cierta ocasión hizo una visita a Dokuon, que vivía en el
monasterio de Shokoku (uno de los cinco templos de Kyoto en el período Kamakura).
Ansioso por demostrar sus conocimientos, Yamaoka declaró:

- “La mente, el Buda y todos los seres vivientes, al fin y al cabo, no


existen. La verdadera naturaleza de los fenómenos es el vacío. No hay
realización, no hay ilusión; no hay sabiduría ni ignorancia. No hay nada
que dar, nada que pueda ser recibido”.

Dokuon, que fumaba tranquilamente, no hizo comentario alguno. De repente,


se levantó y golpeó fuertemente a Yamaoka con su pipa de bambú. El joven
estudiante montó en cólera.

- “Si nada existe -inquirió Dokuon- ¿de donde viene esa furia?”

Siempre te criticarán

Había una vez, hace muchos años, un matrimonio con un hijo de doce años y
un burro. Decidieron viajar, trabajar, y conocer mundo. Así, se fueron los tres con
su burro. Al pasar por el primer pueblo, la gente comentaba.

- ¡Mira ese chico mal educado!. ¡Él encima del burro y los pobres padres,
ya mayores, llevándolo a las riendas!

Entonces, la mujer le dijo al esposo:


- No permitamos que hablen mal del niño.

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El esposo, bajó al niño del burro y se subió él.

Al llegar al segundo pueblo, la gente murmuraba:

- ¡Mira que sinvergüenza ese tipo! ¡Deja que la criatura y la pobre mujer
tiren del burro, mientras él va muy cómodo encima!

Entonces, tomaron la decisión de subirla a ella al burro mientras padre e


hijo tiraban de las riendas.

Al pasar por el tercer pueblo, la gente comentaba:

- ¡Pobre hombre! ¡Después de trabajar todo el día, debe llevar a la mujer


sobre el burro! ¿Y el pobre hijo? ¡Que le espera con esa madre!

Se pusieron de acuerdo y decidieron subirse al burro los tres para comenzar


nuevamente su peregrinaje.

Al llegar al pueblo siguiente, escucharon que los pobladores decían:

- ¡Son unas bestias, más bestias que el burro que les lleva, van a partirle la
columna!

Por último, decidieron bajarse los tres y caminar junto al burro.

Pero al pasar por el pueblo siguiente, no podían creer lo que las voces decían
sonrientes:

- Mira a esos tres idiotas, caminan cuando tienen un burro que podría
llevarlos.

Siempre te criticarán así pues: ¡Vive como mejor te parezca!

Y tú ¿cual de los tres eres?

Una hija se quejaba con su padre acerca de su vida y cómo las cosas le
resultaban tan difíciles. No sabía cómo hacer para seguir adelante y creía que se
daría por vencida. Estaba cansada de luchar. Parecía que cuando solucionaba un
problema, aparecía otro. Su padre, un chef de cocina, la llevó a su lugar de trabajo.
Allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre fuego fuerte. Pronto el agua de las
tres ollas estaba hirviendo. En una colocó zanahorias, en otra colocó huevos y en la
última colocó granos de café. Las dejó hervir sin decir palabra. La hija esperó
impacientemente, preguntándose qué estaría haciendo su padre.

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A los veinte minutos el padre apagó el fuego. Sacó las zanahorias y las
colocó en un tazón. Sacó los huevos y los colocó en otro plato. Finalmente, coló el
café y lo puso en un tercer recipiente. Mirando a su hija le dijo:

- "Querida, ¿qué ves?"


- "Zanahorias, huevos y café" fue su respuesta.

La hizo acercarse y le pidió que tocara las zanahorias. Ella lo hizo y notó que
estaban blandas. Luego le pidió que tomara un huevo y lo rompiera. Luego de
sacarle la cáscara, observó el huevo duro. Luego le pidió que probara el café. Ella
sonrió mientras disfrutaba de su rico aroma.

Humildemente la hija preguntó:

- "¿Qué significa esto, padre?".

El le explicó que los tres elementos habían enfrentado la misma adversidad:


agua hirviendo, pero habían reaccionado en forma diferente. La zanahoria llegó al
agua fuerte, dura; pero después de pasar por el agua hirviendo se había vuelto
débil, fácil de deshacer.

El huevo había llegado al agua frágil, su cáscara fina protegía su interior


líquido; pero después de estar en agua hirviendo, su interior se había endurecido.

Los granos de café sin embargo eran únicos; después de estar en agua
hirviendo, habían cambiado al agua.

- "¿Cual eres tú?", le preguntó a su hija.


- "Cuando la adversidad llama a tu puerta, ¿cómo respondes?
- ¿Eres una zanahoria que parece fuerte pero que cuando la adversidad y
el dolor te tocan, te vuelves débil y pierdes tu fortaleza?
- ¿Eres un huevo, que comienza con un corazón maleable?, ¿poseías un
espíritu fluido, pero después de una muerte, una separación, o un
despido te has vuelto dura y rígida?, ¿por fuera pareces la misma, pero
eres amargada y áspera, con un espíritu y un corazón endurecido?
- ¿O eres como un grano de café? El café cambia al agua hirviente, el
elemento que le causa dolor. Cuando el agua llega al punto de ebullición el
café alcanza su mejor sabor. Si eres como el grano de café, cuando las
cosas se ponen peor tú reaccionas mejor y haces que las cosas a tu
alrededor mejoren.

Y tú, ¿cual de los tres eres?


Pensamientos para ser feliz

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Si abrigas un bello pensamiento no te quedes con él, manifiéstalo.

Si quieres pedir perdón y decirle a esa persona que la quieres, hazlo.

Si tienes oportunidad de componer un poema, escríbelo y obséquialo.

Si deseas cantar una canción, cántala y sé feliz.

Si unas lágrimas asoman a tus ojos, déjalas brotar y desahógate.

Si te viene el deseo de reír, ríe y contagia tu alegría.

Si ansías tener algo y puedes poseerlo, adquiérelo y disfrútalo.

Si puedes brindar ayuda a un semejante, dala toda y no te limites.

Si vas a dar un consejo, mejor sugiere, para no equivocarte.

Si tienes animales no los maltrates, protégelos.

Si anhelas un mundo más hermoso, cuida la naturaleza.

Si hay un niño a quien puedes educar, cuídalo hasta hacerlo hombre.

Si tienes sueños, hazlos realidad esforzándote más y siendo digno.

Si en verdad quieres ser feliz, no te quedes con las ganas y:

¡Sé autentico!, ¡Sé natural!

¡Sé sincero!

¡Sé bondadoso!

y...

¡Entrégate para ser feliz!

Consejos para la belleza

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Para labios atractivos: habla con palabras amables.

Para ojos adorables: busca lo bueno en las personas.

Para una figura esbelta: comparte tu comida con el hambriento.

Para un cabello hermoso: deja que un niño pase sus dedos a través de ellos
una vez al día.

Para el porte: camina con el conocimiento de que nunca caminarás sola. las
personas, aun más que las cosas, tienen que ser reafirmadas, renovadas,
revitalizadas, reclamadas, y redimidas; nunca pases por encima de nadie.

Recuerda, si alguna vez necesitas una mano que te ayude la encontraras al


final de tu propio brazo.

A medida que envejeces, descubrirás que tienes dos manos, una para
ayudarte, la otra para ayudar a los demás.

La belleza de una mujer no está en las ropas que usa, la figura que ella tiene,
o la forma que peina su pelo.

La belleza de una mujer debe verse en el interior de sus ojos, porque esa es
la puerta al corazón, el lugar donde habita el amor.

La belleza de una mujer no está en su rostro, puesto que la verdadera


belleza en una mujer está reflejada en su alma.

Es el cuidado que amorosamente da, la pasión que ella muestra, ¡la belleza de
una mujer solo crece con el pasar de los años!

Cachorros en venta

El dueño de una tienda estaba colocando un anuncio en la puerta que decía:


"Cachorritos en venta".

Esta clase de anuncios siempre atraen a los niños, y pronto un niñito


apareció en la tienda preguntando cual era el precio de los perritos.

El dueño contesto que oscilaba entre 30 y 50 euros. El niño metió la mano en


su bolsillo, sacó unas monedas y dijo: "Sólo tengo 2.37, ¿puedo verlos?".
El hombre sonrió y silbó. De la trastienda salió su perra corriendo seguida
por cinco perritos. Uno de los perritos estaba quedándose considerablemente

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atrás. El niño inmediatamente señaló al perrito rezagado que cojeaba y preguntó
que le pasaba.

El hombre le explicó que cuando el perrito nació, el veterinario le dijo que


tenía una cadera defectuosa y que cojearía por el resto de su vida.

El niño se emocionó mucho y exclamó: "¡Ese es el perrito que yo quiero


comprar!".

Pero el hombre replicó: "No, tú no vas a comprar ese cachorro, si tú


realmente lo quieres, yo te lo regalo".

El niño entonces se disgustó, y mirando directo a los ojos del hombre le


dijo: "Yo no quiero que usted me lo regale. Él vale tanto como los otros perritos y
yo le pagaré el precio completo". "Le voy a dar mis 2.37 euros ahora y 50 céntimos
cada mes hasta que lo haya pagado completo".

El hombre insistió contestando: "Tú en verdad no querrás comprar ese


perrito, hijo. Él nunca será capaz de correr, saltar y jugar como los otros
perritos".

El niño se agachó y se levantó la pierna de su pantalón para mostrar su


pierna izquierda, cruelmente retorcida e inutilizada, soportada por un gran aparato
de metal.

Miró de nuevo al hombre y le dijo: "Bueno, yo no puedo correr muy bien


tampoco, y el perrito necesitará a alguien que lo entienda".

El hombre estaba ahora mordiéndose el labio, y sus ojos se llenaron de


lágrimas.

Sonrió y dijo: "Hijo, sólo espero y rezo para que cada uno de estos
cachorritos tenga un dueño como tú".

La paradoja de nuestro tiempo…

La paradoja de nuestro tiempo es que tenemos edificios más altos pero


temperamentos más cortos. Autopistas más anchas pero puntos de vista más
estrechos. Gastamos más pero tenemos menos. Tenemos casas más grandes pero
familias más pequeñas.

Tenemos más títulos pero menos sentido común; más conocimiento, pero
menos criterio; más expertos pero más problemas. Hemos multiplicado nuestras

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posesiones, pero hemos reducido nuestros valores. Hablamos mucho, amamos poco,
odiamos demasiado.

Aprendimos a armar una vida pero no a vivirla plenamente. Hemos


conquistado el espacio exterior pero no el interior, tenemos mayores ingresos,
pero menos moral.

Hemos aumentado la cantidad, pero no la calidad, estos son tiempos de


personas con más libertad pero con menos alegría, con más comida, pero menos
nutrición.

Son días de casas más lindas pero hogares rotos. No guardes nada para una
ocasión especial. Cada día, es una ocasión especial.

Por eso...Lee más y limpia menos. Siéntate en la terraza y admira la vista.


Pasa más tiempo con tu familia y amigos y menos tiempo trabajando.

Habla con tu amigo, hoy.

Vive tu amor, hoy. Disfruta a tus hijos, hoy.

La vida es una sucesión de experiencias para disfrutar, no para sobrevivir...


Usa tus copas de cristal, ponte tu nueva ropa para ir al supermercado. No guardes
tu mejor perfume para esa fiesta especial, úsalo cada vez que te den ganas de
hacerlo. Las frases "algún día", "uno de estos días"...quítalas de tu vocabulario; si
vale la pena hacerlo, oírlo, verlo, disfrútalo ahora.

Si supiéramos el tiempo de vida que nos queda, seguramente desearíamos


estar con nuestros seres queridos, iríamos a comer nuestra comida preferida,
visitaríamos los sitios que amamos. Son pequeñas cosas las que nos harían enojar si
supiéramos que nuestras horas están limitadas. Enojados porque dejamos de ver a
nuestros mejores amigos, enojados porque no escribimos aquellas cartas que
pensábamos, enojados y tristes porque no dijimos a nuestros padres, hermanos,
hijos, sobrinos, amigos, cuánto los queremos. Por eso... no intentes retardar o
detener o guardar nada que agregaría risa y alegría a tu vida, cada día, hora,
minuto, semana, es especial.

Piensa que "un día de estos…" puede estar muy lejano o puede no llegar
nunca. Trabaja como si no necesitaras el dinero. Ama como si nunca te hubieran
herido. Baila como si nadie te estuviera mirando.

Incongruencia

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Todas las preguntas que se suscitaron aquel día en la reunión pública
estaban referidas a la vida más allá de la muerte.

El Maestro se limitaba a sonreír sin dar una sola respuesta.

Cuando, más tarde, los discípulos le preguntaron por qué se había mostrado
tan evasivo, él replicó:

- "¿No habéis observado que los que no saben qué hacer con esta vida son
precisamente los que más desean otra vida que dure eternamente?”.
- "Pero ¿hay vida después de la muerte o no la hay?" - insistió un discípulo.
- "¿Hay vida antes de la muerte? ¡Esta es la cuestión!"- Replico
enigmáticamente el Maestro.

Disfruta cada momento

Mi amigo abrió el cajón de la cómoda de su esposa y levantó un paquete


envuelto en papel de seda: "Esto (dijo), no es un simple paquete, es lencería".Tiró el
papel que lo envolvía y observó la exquisita seda y el encaje. Ella compró esto la
primera vez que fuimos a Nueva York, hace 8 ó 9 años.

Nunca lo usó. Lo estaba guardando para una ocasión especial".Bueno... creo


que esta es la "ocasión". Se acercó a la cama y colocó la prenda junto con las demás
ropas que iba a llevar a la funeraria. Su esposa acababa de morir.

Volviéndose hacia mi, dijo: "'No guardes nada para una ocasión especial,
cada día que vives es una ocasión especial". Todavía estoy pensando en esas
palabras... y han cambiado mi vida. Ahora estoy leyendo más y limpiando menos. Me
siento en la terraza y admiro la vista sin fijarme en las malas hierbas del jardín.
Paso más tiempo con mi familia y amigos y menos tiempo en el trabajo.

He comprendido que la vida debe ser un patrón de experiencias para


disfrutar, no para sobrevivir.

Ya no guardo nada. Uso mis copas de cristal todos los días. Me pongo mi
abrigo nuevo para ir al supermercado, si así lo decido y me da la gana.

Ya no guardo mi mejor perfume para fiestas especiales, lo uso cada vez que
me apetece hacerlo.

Las frases "algún día"...y "uno de estos días", están desapareciendo de mi


vocabulario. Si vale la pena verlo, escucharlo o hacerlo, quiero verlo, escucharlo o
hacerlo ahora.

97
No estoy seguro de lo que habría hecho la esposa de mi amigo si hubiera
sabido que no estaría aquí para el mañana que todos tomamos tan a la ligera.

Creo que hubiera llamado a sus familiares y amigos cercanos. A lo mejor,


hubiera llamado a algunos antiguos amigos para disculparse y hacer las paces por
posibles enojos del pasado. Me gusta pensar que hubiera ido a comer comida china,
su favorita.

Son esas pequeñas cosas que he dejado sin hacer las que me harían enojar si
supiera que mis horas están limitadas. Enojado porque dejé de ver a buenos amigos
con quienes me iba a poner en contacto "algún día". Enojado porque no escribí
ciertas cartas que pensaba escribir "uno de estos días". Enojado y triste porque no
le dije a mis hermanos y a mis hijos con suficiente frecuencia, cuanto los amo.

Ahora trato de no retardar, detener o guardar nada que agregaría risa y


alegría a nuestras vidas. Y cada mañana me digo a mi mismo que este día es
especial... cada día, cada hora, cada minuto... es especial.

El Carpintero

No hace mucho tiempo, dos hermanos que vivían en granjas adyacentes


cayeron en un conflicto. Este fue el primer conflicto serio que tenían en 40 años de
cultivar juntos hombro a hombro, compartiendo maquinaria e intercambiando
cosechas y bienes de forma continua. Esta larga y beneficiosa colaboración termino
repentinamente. Comenzó con un pequeño malentendido que fue creciendo hasta
llegar a ser una diferencia mayor entre ellos, hasta que explotó en un intercambio
de palabras amargas seguido de semanas de silencio.

Una mañana alguien llamó a la puerta de Luis. Al abrir la puerta, encontró a


un hombre con herramientas de carpintero.

- "Estoy buscando trabajo por unos días", dijo el extraño, "quizás usted
requiera algunas pequeñas reparaciones aquí en su granja y yo pueda ser
de ayuda en eso".
- "Sí", dijo el mayor de los hermanos, "tengo un trabajo para usted. Mire
al otro lado del arroyo aquella granja, ahí vive mi vecino, bueno, de hecho
es mi hermano menor. La semana pasada había una hermosa pradera
entre nosotros y el tomó su buldózer y desvió el cauce del arroyo para
que quedara entre nosotros. Bueno, el pudo haber hecho esto para
enfurecerme, pero le voy a hacer una mejor. ¿Ve usted aquella pila de
desechos de madera junto al granero? Quiero que construya una cerca,
una cerca de dos metros de alto, no quiero verlo nunca más”.

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El carpintero le dijo:

- "Creo que comprendo la situación. Muéstreme donde están los clavos y la


pala para hacer los hoyos de los postes y le entregaré un trabajo que lo
dejará satisfecho."

El hermano mayor ayudó al carpintero a reunir todos los materiales y dejó la


granja por el resto del día para ir a por provisiones al pueblo. El carpintero trabajó
duro todo el día midiendo, cortando, clavando. Cerca del ocaso, cuando el granjero
regresó, el carpintero justo había terminado su trabajo.

El granjero quedó con los ojos completamente abiertos, su quijada cayó. ¡No
había ninguna cerca de dos metros! En su lugar había un puente -¡un puente que unía
las dos granjas a través del arroyo!- Era una fina pieza de arte, con todo y
pasamanos.

En ese momento, su vecino, su hermano menor, vino desde su granja y


abrazando a su hermano le dijo:

- "¡Eres un gran tipo, mira que construir este hermoso puente después de
lo que he hecho y dicho!".

Estaban en su reconciliación los dos hermanos, cuando vieron que el


carpintero tomaba sus herramientas.

- "¡No, espera!", le dijo el hermano mayor.


- "Quédate unos cuantos días. Tengo muchos proyectos para ti" -le dijo el
hermano mayor al carpintero-.
- "Me gustaría quedarme" -dijo el carpintero- "pero tengo muchos puentes
por construir".

El juicio

En una aldea había un anciano muy pobre, pero hasta los reyes envidiaban
porque poseía un hermoso caballo blanco.

Los reyes le ofrecieron cantidades fabulosas por el caballo pero el hombre


decía:

- "Para mí, él no es un caballo, es una persona. ¿Y cómo se puede vender a


una persona, a un amigo?".
Era un hombre pobre pero nunca vendió su caballo.

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Una mañana descubrió que el caballo ya no estaba en el establo. Todo el
pueblo se reunió diciendo:

- "Viejo estúpido. Sabíamos que algún día le robarían su caballo. Hubiera


sido mejor que lo vendieras. ¡Qué desgracia!".
- "No vayáis tan lejos" - dijo el viejo- "Simplemente decid que el caballo
no estaba en el establo. Este es el hecho, todo lo demás es vuestro
juicio. Si es una desgracia o una suerte, yo no lo sé, porque esto apenas
es un fragmento. ¿Quién sabe lo que va a suceder mañana?".

La gente se rió del viejo. Ellos siempre habían sabido que estaba un poco
loco. Pero después de 15 días, una noche el caballo regresó. No había sido robado,
se había escapado. Y no solo eso sino que trajo consigo una docena de caballos
salvajes.

De nuevo se reunió la gente diciendo:

- "Tenías razón, viejo. No fue una desgracia sino una verdadera suerte.".
- "De nuevo estáis yendo demasiado lejos" - dijo el viejo- Decid solo que el
caballo ha vuelto... ¿quien sabe si es una suerte o no? Es sólo un
fragmento. Estáis leyendo apenas una palabra en una oración. ¿Cómo
podéis juzgar el libro entero?".

Esta vez la gente no pudo decir mucho más, pero por dentro sabían que
estaba equivocado. Habían llegado doce caballos hermosos…

El viejo tenía un hijo que comenzó a entrenar a los caballos. Una semana más
tarde se cayó de un caballo y se rompió las dos piernas. La gente volvió a reunirse y
a juzgar:

- "De nuevo tuviste razón" – dijeron -. “Era una desgracia. Tu único hijo ha
perdido el uso de sus piernas y a tu edad el era tu único sostén. Ahora
estás más pobre que nunca”.
- "Estáis obsesionados con juzgar" - dijo el viejo". “No vayáis tan lejos,
sólo decid que mi hijo se ha roto las dos piernas. Nadie sabe si es una
desgracia o una fortuna. La vida viene en fragmentos y nunca se nos da
más que esto”.

Sucedió que pocas semanas después el país entró en guerra y todos los
jóvenes del pueblo eran llevados por la fuerza al ejército. Sólo se salvó el hijo del
viejo porque estaba lisiado. El pueblo entero lloraba y se quejaba porque era una
guerra perdida de antemano y sabían que la mayoría de los jóvenes no volverían.

- "Tenías razón viejo era una fortuna. Aunque tullido, tu hijo aún está
contigo. Los nuestros se han ido para siempre".

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- "Seguís juzgando- dijo el viejo. Nadie sabe. Sólo decid que vuestros
hijos han sido obligados a unirse al ejército y que mi hijo no ha sido
obligado. Solo Dios sabe si es una desgracia o una suerte que así suceda".

No juzgues o jamás serás uno con el todo. Te quedarás obsesionado con


fragmentos, sacarás conclusiones de pequeñas cosas. Una vez que juzgas, has
dejado de crecer.

Empuja la vaquita

Un maestro de la sabiduría paseaba por un bosque con su fiel discípulo,


cuando vio a lo lejos un sitio de apariencia pobre, y decidió hacer una breve visita
al lugar. Durante la caminata le comentó al aprendiz sobre la importancia de las
visitas, también de conocer personas y las oportunidades de aprendizaje que
tenemos de estas experiencias.

Llegando al lugar constató la pobreza del sitio, los habitantes, una pareja y
tres hijos, la casa de madera, vestidos con ropas sucias y rasgadas sin calzado.

Entonces se aproximó al señor, aparentemente el padre de familia y le


pregunto:

- "En este lugar no existen posibilidades de trabajo ni puntos de comercio


tampoco, ¿como hacen usted y su familia para sobrevivir aquí?"

El señor calmadamente respondió:

- "amigo mío, nosotros tenemos una vaquita que nos da varios litros de
leche todos los días. Una parte del producto la vendemos o lo cambiamos
por otros alimentos en la ciudad vecina y con la otra parte producimos
queso, cuajada, etc., para nuestro consumo y así es como vamos
sobreviviendo."

El sabio agradeció la información, contempló el lugar por un momento. Luego


se despidió y se fue.

A la mitad del camino, se giró hacia su fiel discípulo y le ordenó:

- "Busque la vaquita, llévela al precipicio de allí enfrente y empújela al


barranco."

El joven espantado vio al maestro y le cuestionó sobre el hecho de que la


vaquita era el medio de subsistencia de aquella familia. Mas como percibió el
silencio absoluto del maestro, fue a cumplir la orden.

101
Así que empujo la vaquita por el precipicio y la vio morir. Aquella escena
quedó grabada en la memoria de aquel joven durante algunos años.

Un bello día el joven agobiado por la culpa resolvió abandonar todo lo que
había aprendido y regresar a aquel lugar y contarle todo a la familia, pedir perdón
y ayudarlos. Así lo hizo, y a medida que se aproximaba al lugar veía todo muy
bonito, con árboles floridos, todo habitado, con un carro en el garaje de tremenda
casa y algunos niños jugando en el jardín.

El joven se sintió triste y desesperado imaginando que aquella humilde


familia tuviese que vender el terreno para sobrevivir, aceleró el paso y
llegando allí, fue recibido por un señor muy simpático.

El joven preguntó por la familia que vivía allí hacía unos cuatro años. El señor
respondió que seguían viviendo allí. Espantado el joven entró corriendo a la casa y
confirmo que era la misma familia que visitó hacía algunos años con el maestro.
Elogió el lugar y le preguntó al señor (el dueño de la vaquita):

- "¿Como hizo para mejorar este lugar y cambiar de vida?".

El señor entusiasmado le respondió:

- "nosotros teníamos una vaquita que cayó por el precipicio y murió; de ahí
en adelante nos vimos en la necesidad de hacer otras cosas y desarrollar
otras habilidades que no sabíamos que teníamos, así alcanzamos el éxito
que usted está viendo ahora."

Todos nosotros tenemos una vaquita que nos proporciona alguna cosa básica
para nuestra supervivencia la cual es una convivencia con la rutina. Nos hace
dependientes y el mundo se reduce a lo que la vaquita nos brinda.

El país de las cucharas largas

Aquel señor había viajado mucho. A lo largo de su vida, había visitado


cientos de países reales e imaginarios.

Uno de los viajes que más recordaba era su corta visita al País de las
Cucharas Largas. Había llegado a la frontera por casualidad: en el camino de
Uvilandia a Parais, había un pequeño desvío hacia el mencionado país; y explorador
como era, tomó el desvío. El sinuoso camino terminaba en una sola casa enorme. Al
acercarse, notó que la mansión parecía dividida en dos pabellones: un ala Oeste y un
ala Este. Aparcó el coche y se acercó a la casa. En la puerta, un cartel anunciaba:

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“PAÍS DE LAS CUCHARAS LARGAS”. “ESTE PEQUEÑO PAÍS CONSTA
SÓLO DE DOS HABITACIONES LLAMADAS NEGRA Y BLANCA. PARA
RECORRERLO, DEBE AVANZAR POR EL PASILLO HASTA QUE ESTE SE DIVIDE
Y DOBLAR A LA DERECHA SI QUIERE VISITAR LA HABITACION NEGRA, O A
LA IZQUIERDA SI LO QUE QUIERE ES VISITAR LA HABITACION BLANCA”.

El hombre avanzó por el pasillo y el azar lo hizo doblar primero a la derecha.


Un nuevo corredor de unos cincuenta metros terminaba en una puerta enorme.
Desde los primeros pasos por el pasillo, empezó a escuchar los “ayes” y quejidos
que venían de la habitación negra.

Por un momento las exclamaciones de dolor y sufrimiento lo hicieron dudar,


pero siguió adelante. Llegó a la puerta, la abrió y entró.

Sentados alrededor de una mesa enorme, había cientos de personas. En el


centro de la mesa estaban los manjares más exquisitos que cualquiera podría
imaginar y aunque todos tenían una cuchara con la cual alcanzaban el plato central...
se estaban muriendo de hambre. El motivo era que las cucharas tenían el doble del
largo de su brazo y estaban fijadas a sus manos. De ese modo todos podían
servirse, pero nadie podía llevarse el alimento a la boca.

La situación era tan desesperante y los gritos tan desgarradores, que el


hombre dio media vuelta y salió casi huyendo del salón.

Volvió al hall central y tomó el pasillo de la izquierda que iba a la habitación


blanca.

Un corredor igual al otro terminaba en una puerta similar. La única


diferencia era que, en el camino, no había quejidos, ni lamentos. Al llegar a la
puerta, el explorador giró el picaporte y entró en el cuarto.

Cientos de personas estaban también sentados en una mesa igual a la de la


habitación negra. También en el centro había manjares exquisitos. También cada
persona tenía una larga cuchara fijada a su mano…

Pero nadie se quejaba ni lamentaba. Nadie estaba muriendo de hambre,


porque todos... se daban de comer unos a otros…El hombre sonrió, se dio media
vuelta y salió de la habitación blanca. Cuando escuchó el “clic” de la puerta que se
cerraba se encontró de pronto y misteriosamente en su propio coche, conduciendo,
camino a Parais...

¿Cómo instalar el programa amor?

- Cliente: ¿Si? ¿Estoy llamando al departamento de Atención a Clientes?.

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- Empleado: Así es. Buenos días. ¿En qué puedo ayudarle?.
- Cliente: Estuve revisando mi equipo y encontré un sistema que se llama
AMOR pero no funciona. ¿Me puedes ayudar con eso?.
- Empleado: Claro que sí. Pero yo no puedo instalárselo; tendrá que
instalarlo usted mismo, yo lo oriento por teléfono, ¿le parece?.
- Cliente: Sí, puedo intentarlo. No sé mucho de estas cosas, pero creo que
estoy listo para instalarlo ahora. ¿Por dónde empiezo?.
- Empleado: El primer paso es abrir tu CORAZON. ¿Ya lo localizaste?.
- Cliente: Sí, ya. Pero hay varios programas ejecutándose en este momento
¿No hay problema para instalar mientras siguen ejecutándose?.
- Empleado: ¿Cuáles son esos programas?.
- Cliente: Déjame ver... Tengo DOLORPASADO.EXE, BAJAESTIMA.EXE,
CORAJE.EXE y RESENTIMIENTO.COM ejecutándose en este momento.
- Empleado: No hay problema. AMOR borrará automáticamente
DOLORPASADO.EXE de tu sistema operativo actual. Puede que se quede
grabado en tu memoria permanente, pero ya no afectará otros
programas. AMOR eventualmente reemplazará BAJAESTIMA.EXE con
un módulo propietario del sistema llamado ALTAESTIMA.EXE. Sin
embargo, tienes que apagar completamente los programas CORAJE.EXE
y RESENTIMIENTO.COM. Estos programas evitan que AMOR se instale
adecuadamente. ¿Los puedes apagar?
- Cliente: No se cómo apagarlos. ¿Me puedes decir cómo?
- Empleado: Con gusto. Ve al menú INICIO e invoca PERDON.EXE.
Ejecútalo tantas veces como sea necesario hasta que CORAJE.EXE y
RESENTIMIENTO.COM hayan sido borrados completamente.
- Cliente: Ok... listo. AMOR ha empezado a instalarse automáticamente.
¿Es esto normal?.
- Empleado: Si. En breve recibirás un mensaje que dice que AMOR estará
activo mientras CORAZON esté vigente. ¿Puedes ver ese mensaje?
- Cliente: Si, si lo veo. ¿Ya se terminó la instalación?
- Empleado: Si, pero recuerda que sólo tienes el programa base. Necesitas
empezar a conectarte con otros CORAZONES para poder recibir
actualizaciones.
- Cliente: Oh, oh... Ya me apareció un mensaje de error. ¿Qué hago?
- Empleado: ¿Qué dice el mensaje de error?
- Cliente: Dice "ERROR 412 - PROGRAMA NO ACTIVO EN
COMPONENTES INTERNOS". ¿Qué significa eso?
- Empleado: No te preocupes, ese es un problema común. Significa que
AMOR está configurado para ejecutarse en CORAZONES externos,
pero no ha sido ejecutado en tu CORAZON. Es una de esas cosas
técnicas complicadas de la programación, pero en términos no técnicos
significa que tienes que "AMAR" tu propio equipo antes de poder
"AMAR" a otros.
- Cliente: Entonces, ¿qué hago?

104
- Empleado: ¿Puedes localizar el directorio llamado
AUTOACEPTACION"?.
- Cliente: Si, aquí lo tengo.
- Empleado: Excelente, aprendes rápido.
- Cliente: Gracias.
- Empleado: De nada. Haz "click" en los siguientes archivos para copiarlos
al directorio MICORAZON: AUTOPERDON.DOC, AUTOESTIMA.TXT,
VALOR.INF y REALIZACION.HTM. El sistema reemplazará cualquier
archivo que haga conflicto y entrará en un modo de reparación para
cualquier programa dañado. También, debes eliminar
AUTOCRITICA.EXE de todos los directorios, y después borrar todos
Los archivos temporales y la papelera de reciclaje, para asegurar que se
borre completamente y nunca se active.
- Cliente: Entendido. ¡Hey! Mi CORAZON se está llenando con unos
archivos muy bonitos. SONRISA.MPG se está desplegando en mi monitor
e indica que CALOR.COM, PAZ.EXE y FELICIDAD.COM se está
replicando en todo mi CORAZON.
- Empleado: Eso indica que AMOR está instalado y ejecutándose. Ya lo
puedes manejar de aquí. Una cosa más antes de irme…
- Cliente: ¿Si?
- Empleado: AMOR es un software sin costo. Asegúrate de dárselo, junto
con sus diferentes módulos, a todos los que conozcas y te encuentres.

El secreto de la eficacia. Cuento Zen

Ito Ittosai, incluso después de haberse convertido en un experto y en un


profesor famoso en el arte del sable, no estaba satisfecho de su nivel. A pesar de
sus esfuerzos, tenía conciencia de que desde hacía algún tiempo no conseguía
progresar. En efecto, los sutras cuentan que el Buda se sentó bajo una higuera
para meditar con la firme resolución de no moverse hasta que no recibiera la
comprensión última de la existencia del Universo. Determinado a morir en ese
mismo sitio antes que renunciar, el Buda realizó su voto: despertó la Suprema
Verdad.

Ito Ittosai se dirigió pues a un templo con el fin de descubrir el secreto del
arte del sable. Durante 7 días y 7 noches estuvo consagrado a la meditación.

Al alba del octavo día, exhausto y desalentado por no haber conseguido


saber algo más se resignó a volver a su casa, abandonando toda esperanza de
penetrar el famoso secreto.

Después de salir del templo tomó una carretera rodeada de árboles. Cuando
apenas había dado unos pasos, sintió de pronto una presencia amenazante detrás
de él y sin reflexionar se volvió al mismo tiempo que desenvainaba el sable.

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Entonces se dio cuenta que su gesto espontáneo acababa de salvarle la vida. Un
bandido yacía a sus pies con un sable en la mano.

Como cualquier otra pregunta de la meditación Zen, solo tienes que


retenerla en tu mente en lugar de trabajar intelectualmente para encontrar la
solución. Las respuestas a las dudas acaban surgiendo por si mismas como una
experiencia de conocimiento intuitivo en lugar de hacerlo en forma de palabras.

La tortuga y la liebre de fábula

Una tortuga y una liebre siempre discutían sobre quién era más rápida.

Para dirimir el conflicto de opiniones, decidieron correr una carrera.

Eligieron una ruta y comenzaron la competencia. La liebre salió a toda


velocidad y corrió enérgicamente durante un buen rato. Luego, al ver que había
sacado muchísima ventaja, decidió sentarse debajo de un árbol para descansar
unos momentos, recuperar fuerzas y luego continuar su marcha. Pero pronto se
quedó dormida. La tortuga, que andaba con paso lento pero constante, la alcanzó, la
superó y terminó la primera, declarándose ganadora indiscutible de la carrera.

Moraleja: "Los lentos pero constantes y perseverantes, también ganan la


carrera."

Pero la historia no terminó aquí, sino que prosigue...

La liebre, decepcionada por haber perdido, hizo un examen de conciencia y


reconoció su grave error de subestimar a la tortuga. Se dio cuenta que por
presumida y descuidada había perdido la carrera. Si no hubiese subestimado a su
oponente, nunca la hubiera podido vencer. Entonces, desafió a la tortuga a una
nueva competencia. Esta vez, la liebre corrió sin descanso desde el principio hasta
el fin y su triunfo fue contundente.

Moraleja: "Los rápidos y tenaces vencen a los constantes y perseverantes."

Pero la historia tampoco termina aquí...

Después de ser derrotada, la tortuga reflexionó detenidamente y llegó a la


conclusión de que no había forma de ganarle a la liebre en velocidad. De la manera
como estaba planteada la carrera, ella siempre perdería.

Por eso, desafió nuevamente a la liebre, pero propuso correr por una ruta
distinta a la anterior. La liebre aceptó y corrió a toda velocidad, hasta que se
encontró en su camino con un ancho río. La liebre no sabía nadar, y mientras se

106
preguntaba "¿Qué hago ahora...?", la tortuga nadó hasta la otra orilla, continuó a su
paso lento pero constante y terminó la carrera en primer lugar.

Moraleja: "Quienes identifican su ventaja competitiva (saber nadar) y


cambian el entorno para aprovecharla, llegan de primeros."

Pero la historia tampoco termina aquí....

Pasó el tiempo, y tanto compartieron la liebre y la tortuga que terminaron


haciéndose amigas. Ambas reconocieron que eran buenas competidoras y
decidieron repetir la última carrera, pero esta vez corriendo en equipo. En la
primera parte, la liebre cargó a la tortuga hasta llegar al río. Allí, la tortuga
atravesó el río a nado con la liebre sobre su caparazón, y ya en la orilla de enfrente
la liebre cargó de nuevo a la tortuga hasta llegar a la meta.

Como alcanzaron la línea de llegada en tiempo récord, sintieron una mayor


satisfacción que la que habían experimentado en sus logros individuales.

Moraleja: "Es bueno ser individualmente brillante y tener fuertes


capacidades personales. Pero, a menos que seamos capaces de trabajar con otras
personas y potenciar recíprocamente las capacidades de cada uno, no seremos
completamente efectivos."

Para finalizar…

Es importante advertir que ni la liebre ni la tortuga abandonaron la carrera.

La liebre evaluó su desempeño, reconoció sus errores y decidió poner más


empeño después de su fracaso. Por su parte la tortuga, al notar que la velocidad
era su mayor debilidad, decidió cambiar su estrategia y aprovechar su fortaleza
como nadadora, en un nuevo recorrido. Después de varias contiendas, la tortuga y
la liebre descubrieron que unidas lograban mejores resultados.

La liebre y la tortuga también aprendieron otra lección vital:

Cuando dejamos de competir contra un rival y comenzamos a competir


contra una situación, no solo complementamos capacidades, compensamos
debilidades, potenciamos nuestros recursos... sino que también obtenemos mejores
resultados! Todos tenemos carreras por delante, y hay muchas maneras de
ganarlas.

Hay muchas liebres, muchas tortugas... y muchas metas que alcanzar.


Conclusión final: "No se reúna con un grupo fácil; no le harán crecer. Vaya
donde sean muy altas las exigencias y las expectativas de desempeño".

107
Obstáculos

Este texto que reproduzco aquí, no es en realidad un cuento, sino más bien
una meditación guiada, diseñada en forma de ensueño dirigido, para explorar las
verdaderas razones de algunos de nuestros fracasos. Me permito sugerirte que lo
leas lentamente, intentando detenerte unos instantes en cada frase,
visualizándote en cada situación.

Voy andando por un sendero.

Dejo que mis pies me lleven.

Mis ojos se posan en los árboles, en los pájaros, en las piedras. En el


horizonte se recorte la silueta de una ciudad. Agudizo la mirada para distinguirla
bien. Siento que la ciudad me atrae.

Sin saber cómo, me doy cuenta de que en esta ciudad puedo encontrar todo
lo que deseo. Todas mis metas, mis objetivos y mis logros. Mis ambiciones y mis
sueños están en esta ciudad.

Lo que quiero conseguir, lo que necesito, lo que más me gustaría ser, aquello
a lo cual aspiro, o que intento, por lo que trabajo, lo que siempre ambicioné, aquello
que sería el mayor de mis éxitos.

Me imagino que todo eso está en esa ciudad. Sin dudar, empiezo a caminar
hacia ella. A poco de andar, el sendero se hace cuesta arriba. Me canso un poco,
pero no me importa.

Sigo. Diviso una sombra negra, más adelante, en el camino. Al acercarme,


veo que una enorme zanja me impide mi paso. Temo... dudo.

Me enoja que mi meta no pueda conseguirse fácilmente. De todas maneras


decido saltar la zanja. Retrocedo, tomo impulso y salto... Consigo pasarla. Me
repongo y sigo caminando.

Unos metros más adelante, aparece otra zanja. Vuelvo a tomar carrera y
también la salto. Corro hacia la ciudad: el camino parece despejado. Me sorprende
un abismo que detiene mi camino. Me detengo. Imposible saltarlo.

Veo que a un costado hay maderas, clavos y herramientas. Me doy cuenta de


que está allí para construir un puente. Nunca he sido hábil con mis manos... Pienso
en renunciar. Miro la meta que deseo... y resisto.

Empiezo a construir el puente. Pasan horas, o días, o meses. El puente está


hecho.

108
Emocionado, lo cruzo. Y al llegar al otro lado... descubro el muro. Un
gigantesco muro frío y húmedo rodea la ciudad de mis sueños…

Me siento abatido... Busco la manera de esquivarlo. No hay caso. Debo


escalarlo. La ciudad está tan cerca... No dejaré que el muro impida mi paso.

Me propongo trepar. Descanso unos minutos y tomo aire... De pronto veo, a


un costado del camino un niño que me mira como si me conociera. Me sonríe con
complicidad.

Me recuerda a mí mismo... cuando era niño.

Quizás por eso, me animo a expresar en voz alta mi queja:

- ¿Por qué tantos obstáculos entre mi objetivo y yo?

El niño se encoge de hombros y me contesta: -¿Por qué me lo preguntas a


mí?

Los obstáculos no estaban antes de que tú llegaras... Los obstáculos los


trajiste tú.

Jorge Bucay en su libro "Cuentos para pensar"

El vuelo del halcón

Un rey recibió como obsequio, dos pequeños halcones, y los entregó al


maestro de cetrería, para que los entrenara.

Pasados unos meses, el maestro le informó al rey que uno de los halcones
estaba perfectamente, pero que al otro no sabía qué le sucedía: no se había movido
de la rama donde lo dejó desde el día que llegó.

El rey mandó llamar a curanderos y sanadores para que vieran al halcón,


pero nadie pudo hacer volar el ave.

Encargó, entonces, la misión a miembros de la corte, pero nada sucedió. Al


día siguiente, por la ventana, el monarca pudo observar, que el ave aún continuaba
inmóvil.

Entonces, decidió comunicar a su pueblo que ofrecería una recompensa a la


persona que hiciera volar al halcón.

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A la mañana siguiente, vio al halcón volando ágilmente por los jardines.

El rey le dijo a su corte, "Traedme al autor de ese milagro”.

Su corte rápidamente le presentó a un campesino.

El rey le preguntó:

- ¿Tú hiciste volar al halcón? ¿Cómo lo hiciste? ¿Eres mago?

Intimidado el campesino le dijo al rey:

- Fue fácil mi rey. Sólo corté la rama, y el halcón voló.


- Se dio cuenta de que tenía alas y se largó a volar.

¿A que estás agarrado que te impide volar? ¿De qué no te puedes soltar?

El Juez justo

Cuando Lien-tzu murió, su esposa Zumi, su hijo mayor Ling y sus dos niños
pequeños, quedaron en la más absoluta pobreza.

Mientras el hombre de la casa estaba vivo, había estado trabajando de sol a


sol en las plantaciones de arroz de Cheng.

El grueso de su paga era en arroz y sólo recibía unas pocas monedas, que
apenas alcanzaban para las mínimas necesidades de la familia, a la cabeza de las
cuales estaba el pago de los maestros y los cuadernos de estudio para Ling y sus
hermanos.

El día de su muerte, Lien—tzu salió de su casa como siempre antes del


amanecer.

Camino a la plantación escuchó los gritos de auxilio que daba un anciano, que
era arrastrado por las caudalosas aguas del río.

Lien—tzu lo reconoció, era el viejo Cheng, el dueño de la plantación donde él


trabajaba.

El nunca había sido un buen nadador, y se necesitaba ser un gran nadador


para siquiera entrar en el río; cuánto más para rescatar al anciano.

110
Miró a su alrededor, pero nadie transitaba el camino a esa hora... y correr a
buscar ayuda, le llevaría más de media hora…

Casi en un impulso, Lien—tzu tomó aire y se arrojó al río.

Apenas llegó al anciano, la corriente empezó a arrastrarlo también a él río


abajo.

Los cuerpos sin vida de ambos aparecieron abrazados en el remanso del río,
algunos kilómetros abajo...

Tal vez porque de alguna manera los hijos del anciano quisieron hacer
responsables a Lien—tzu de la muerte de su padre, quizás porque el pequeño Ling
era demasiado joven para el trabajo, o quizás porque como dijeron, no había tanto
trabajo en los arrozales, pero el caso es que los hijos del muerto se negaron a
concederle a Ling el derecho de conservar el trabajo de su padre.

El joven Ling insistió.

Primero les dijo que con sus trece años él ya era bastante grande para el
trabajo, después les dijo que ese trabajo lo había heredado de su padre, después
habló sobre su capacidad de trabajo y sobre su habilidad manual y cuando todo
esto no sirvió, Ling les rogó el trabajo argumentando la necesidad económica de su
familia.

Ningún argumento alcanzó y el joven fue invitado a retirarse de la


plantación.

Ling se indignó y empezó a alzar la voz, a reivindicar el sacrificio de su


padre, a hablar de explotación, de derechos, de demandas, de exigencias…

En medio de un forcejeo, Ling fue sacado a empellones del lugar y arrojado


a la polvorienta calle…

Desde entonces la familia comía cuando podía, apoyada en algunos trabajos


temporales que conseguía Ling, y el sacrificio de su madre que lavaba y cosía ropas
para otros.

Un día, como todos los días, Ling iba a la plantación a pedir trabajo, y como
todos los días le decían que no había nada para él…

Salía con la cabeza baja, mirando el suelo y sus gastadas sandalias.

Pateaba las piedras que encontraba, consolando su dolor.

111
De repente pateó algo y sintió un ruido diferente, buscó con la mirada lo que
había pateado…

No era una piedra, era una bolsita de cuero cerrada con un cordel y cubierta
de tierra.

El joven la volvió a patear.

No estaba vacía. Hacía un hermoso ruido al rodar por el piso.

Ling siguió pateando la bolsita durante horas y horas, disfrutando del sonido
que hacía...

Finalmente la levantó y la abrió.

Adentro había un montón de monedas de plata... ¡muchísimas monedas!... Más


de las que él había visto en su vida…

Las contó. Eran quince. Quince hermosas, nuevas y brillantes monedas.

Y eran de él.

El las había encontrado tiradas en el piso.

El las había pateado durante media hora.

El había abierto la bolsa.

No había duda de que eran suyas...

Ahora por fin su madre podría dejar de trabajar, sus hermanos volverían a
estudiar y todos podrían comer lo que quisieran... todos los días.

Corrió al pueblo “de compras”...

Llegó a la casa cargado de comida, de juguetes para sus hermanos,


acolchados para abrigo y dos hermosos vestidos, traídos desde la India, para su
madre.
Su llegada fue una fiesta... todos tenían hambre y nadie preguntó de dónde
había salido la comida, hasta después de haberla terminado.

Después de la cena, Ling repartió los regalos y cuando los niños, cansados de
jugar, se fueron a dormir, Zumi hizo señas a Ling para que se sentara a su lado.

Ling ya sabía que quería su madre.

112
- No creerás que lo robé –dijo Ling.
- Nadie te regalaría todo esto por nada... –dijo su madre.
- No, nadie regala –asintió Ling—. Lo compré. Yo lo compré.
- ¿Y de dónde sacaste el dinero, Ling?

Y el joven le contó a su madre cómo encontró la bolsa de las monedas.

- Ling, hijo mío, ese dinero no es tuyo –dijo Zumi.


- ¿Cómo que no es mío? –protestó Ling—. Yo lo encontré.
- Hijo, si tú lo encontraste, alguien lo perdió. Y ese que lo perdió es el
verdadero dueño del dinero –sentenció la mujer.
- No –dijo Ling—. El que lo perdió, lo perdió y el que lo encontró, lo
encontró. Yo lo encontré. Y si no tiene dueño, es mío.
- Bien, hijo –siguió la madre—. Si no tiene dueño es tuyo. Pero si tiene
dueño hay que devolver su propiedad.
- No, madre.
- Sí, Ling, recuerda a tu padre y piensa qué te diría él..Ling bajó la cabeza
y asintió a disgusto.
- ¿Y qué haré con las monedas que gasté? –preguntó el joven.
- ¿Cuántas monedas gastaste?
- Dos.
- Bien, ya veremos cómo podemos pagarlas –dijo Zumi—.
- Ahora vete al pueblo y pregúntale a la gente quién perdió una bolsa de
cuero. Empieza por preguntar cerca de donde la encontraste.

Otra vez con la cabeza baja, esta vez saliendo de su casa, Ling se lamentaba
de su destino.

Al llegar entró en la plantación y preguntó al encargado si alguien había


extraviado algo.

El encargado no sabía, pero iba a averiguar.

Al rato, el hijo mayor del anciano y actual dueño del arrozal salió a su
encuentro.

- ¿Tú te llevaste mi bolsa de monedas? –le preguntó en tono acusador.


- No, señor, la encontré en la calle –contestó Ling.
- ¡Dámela, rápido! –le gritó.

El joven sacó de entre sus ropas la bolsa y se la dio.

El hombre vació la bolsa en su mano y empezó a contar...

113
El muchacho se anticipó:

- Encontrará que sólo faltan dos monedas, Señor Cheng. Yo juntaré el


dinero para devolvérselas o trabajaré gratis hasta compensarlo.
- ¡Trece!... ¡Trece! –rugió— ¿Dónde están las monedas que faltan?
- Ya le dije, Señor –empezó el joven—. Yo no sabía que la bolsa era suya.
Pero yo le devolveré su dinero...
- ¡Ladrón! –lo interrumpió el hombre— ¡ladrón! Yo te enseñaré a no
quedarte con lo que no es tuyo –y salió a la calle gritando—. Yo te
enseñaré... yo te enseñaré.

El joven marchó a su casa. No podría saber si era mayor su rabia o su


desesperación.

A su llegada, le contó a Zumi lo sucedido y ésta lo consoló.

Le prometió que ella hablaría con ese hombre para arreglar el asunto.Sin
embargo, al día siguiente un emisario del juez llegó con una citación para Zumi y
para Ling por el robo de diecisiete monedas de una bolsa. ¡Diecisiete!

Ante el juez, el hijo del anciano declaró bajo juramento que le había
desaparecido de su escritorio una bolsa de cuero.

- Fue el mismo día que Ling estuvo a pedir trabajo – declaró Cheng— ... y al
día siguiente, apareció este ladronzuelo diciendo que había “encontrado”
esa bolsa y preguntando “si alguien la había perdido”. ¡Qué descaro!
- Continúe señor Cheng –dijo el juez.
- Por supuesto que le dije que la bolsa era mía y cuando me la devolvió de
inmediato revisé el contenido y confirmé lo que sospechaba: faltaban
monedas. ¡Diecisiete monedas de plata!.

El juez escuchó atentamente el relato y luego dirigió su mirada al muchacho


que, avergonzado por la situación, no se animaba a hablar.

- ¿Qué tienes para decir, Ling? La acusación que aquí se te hace es muy
seria –preguntó el juez.
- Señor juez, yo no robé nada. Encontré esa bolsa en la calle. Yo no sabía
que el dueño era el señor Cheng. Es cierto que abrí la bolsa y es cierto
también que gasté parte de ellas en comida y juguetes para mis
hermanos, pero fueron sólo dos las monedas y no diecisiete –el joven
sollozaba—. ¿Cómo podría haber tomado diecisiete monedas de la bolsa
si no tenía más que quince cuando la encontré? Yo tomé sólo dos
monedas, señor juez, sólo dos.
- Veamos –dijo el juez— ¿Cuántas monedas tenía la bolsa cuando el joven
la devolvió?.

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- Trece –contestó el demandante.
- Trece —asintió Ling.
- ¿Y cuántas monedas tenía la bolsa cuando te faltó? –preguntó el juez.
- Treinta, Su Señoría –contestó el hombre.
- No. No –interrumpió Ling—. Sólo tenía quince monedas. Lo juro. Lo juro…
- ¿Jurarías tú –interrogó al dueño del arrozal— que la bolsa tenía treinta
monedas de plata cuando estaba en tu escritorio?
- Claro, señor juez –confirmó—, ¡lo juro!

Zumi levantó su mano tímidamente y el juez le hizo señas para que hablara.

- Señor Juez –dijo Zumi—. Mi hijo es un niño aún y reconozco que ha


cometido más de un error en esta situación. Sin embargo, hay algo que
puedo asegurar, Ling no miente. Si él dice que gastó sólo dos monedas,
esto es verdad. Y si dice que la bolsa tenía sólo quince monedas cuando él
la encontró, esa debe ser la verdad. Quizás, señor, alguien encontró la
bolsa antes de que...
- Alto, señora –interrumpió el juez—. Es mi tarea y no la tuya decidir qué
pasó y administrar justicia. Querías hablar y se te permitió, ahora
siéntate y aguarda mi fallo.
- Eso Señoría, el fallo, queremos justicia –dijo el demandante.

El juez hizo una seña a su ayudante para que hiciera sonar el gong. Esto
quería decir que el juez iba a dar su veredicto.

- Demandante y demandado, pese a que al principio la situación era


confusa, ahora se ha tornado clara –empezó el juez—. No tengo razón
para dudar de la palabra del señor Cheng cuando jura que le faltó una
bolsa con treinta monedas de plata...

El hombre sonrió malvadamente mirando a Ling y a Zumi.

- Sin embargo, el joven Ling asegura haber encontrado una bolsa con
quince monedas –siguió el juez— y tampoco tengo razón para dudar de su
palabra...

Un silencio se produjo en la sala, y el juez siguió.


- Por lo tanto, es evidente para este tribunal que la bolsa encontrada y
devuelta, NO ES la que perdió el señor Cheng y por lo tanto, no
corresponde ningún reclamo a la familia de Lien—tzu. No obstante, se
dejará archivado el reclamo del demandante a quien deberá entregársele
cualquier bolsa que sea encontrada y devuelta en los próximos días y
cuyo contenido de origen fuera de treinta monedas de plata.El juez
sonrió y se encontró con los ojos agradecidos de Ling.
- Y en cuanto a esta otra bolsa, jovencito…

115
- Sí, Señoría –balbuceó el joven—. Me doy cuenta de mi responsabilidad y
estoy dispuesto a pagar mi error.
- ¡Cállate!... En cuanto a la bolsa de las quince monedas, decía, debo admitir
que nadie ha reclamado todavía y que dadas las circunstancias –dijo,
mirando de reojo al señor Cheng— creo que es poco probable que alguien
la reclame... Por lo tanto, entiendo que la bolsa podría ser declarada
propiedad de quien la encontrara. ¡Y ya que tú la encontraste... Es tuya!
- Pero, Señoría... –empezó a decir Cheng.
- Señoría... –intentó empezar Ling.
- Señor juez... –quiso decir Zumi.
- ¡Silencio! –ordenó el juez— ¡Cosa juzgada! Fuera todos...

El juez se levantó y salió con rapidez del recinto, mientras el ayudante


volvía a hacer sonar el gong...

Dios tomó forma de mendigo… - Facundo Cabral

Dios tomó forma de mendigo y bajó al pueblo. Buscó la casa del zapatero y
le dijo: “Hermano, soy muy pobre, no tengo ni una moneda en la bolsa, estas son mis
únicas sandalias y están rotas, si me hicieras el favor...”.

El zapatero le dijo: “Estoy cansado de que todos vengan a pedir y nadie a


dar”.

El Señor le dijo: “Yo puedo darte lo que tu necesitas”.

El zapatero desconfiado, viendo a un mendigo, le preguntó: “¿Tu podrías


darme el millón de monedas que yo necesito para ser feliz?”.

El Señor le dijo: “Yo puedo darte diez veces más que eso, pero a cambio de
algo”.

El zapatero preguntó: “¿A cambio de qué?”.

El Señor le respondió: “A cambio... a cambio de tus piernas”.


El zapatero dijo: “Para qué quiero yo diez millones de monedas si no voy a
poder caminar”.

Entonces el Señor le dijo: “Puedo darte cien millones de monedas a cambio


de tus brazos”.

El zapatero dijo: “Para qué quiero yo cien millones de monedas si ni siquiera


voy a poder comer solo”.

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El Señor le dijo: “Bueno, entonces puedo darte mil millones de monedas a
cambio de tus ojos”.

El zapatero pensó un poco y dijo: “Para que quiero yo mil millones de


monedas si no voy a poder ver a mi mujer, a mis hijos, a mis amigos...”.

Entonces el Señor le dijo: “Hermano, hermano... qué fortuna tienes y no te


das cuenta”.

El libro de arena

Cuenta una historia que dos amigos iban caminando por el desierto. En algún
punto del viaje comenzaron a discutir, y un amigo le dio una bofetada al otro.

Lastimado, pero sin decir nada, escribió en la arena: "Mi mejor amigo me dio
hoy una bofetada”.

Siguieron caminando hasta que encontraron un oasis, donde decidieron


bañarse.

El amigo que había sido abofeteado comenzó a ahogarse, pero su amigo lo


salvó.

Después de recuperarse, escribió en una piedra:"MI MEJOR AMIGO HOY


SALVÓ MI VIDA”.

El amigo que había abofeteado y salvado a su mejor amigo preguntó:

- "Cuando te lastimé escribiste en la arena y ahora lo haces en una


piedra. ¿Porqué?".

El otro amigo le respondió:

- "Cuando alguien nos lastima debemos escribirlo en la arena donde los


vientos del perdón puedan borrarlo. Pero cuando alguien hace algo
bueno por nosotros, debemos grabarlo en piedra donde ningún viento
pueda borrarlo."

Aprende a Escribir tus heridas en la arena y a grabar en piedra tus


venturas. Dicen que toma un minuto encontrar a una persona especial, una hora
para apreciarla, un día para amarla, pero una vida entera para olvidarla.

El cofre de los vidrios rotos

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Érase una vez un anciano que había perdido a su esposa y vivía solo. Había
trabajado duramente como sastre toda su vida, pero los infortunios lo habían
dejado en bancarrota, y ahora era tan viejo que ya no podía trabajar.

Las manos le temblaban tanto que no podía enhebrar una aguja, y la visión se
le había enturbiado demasiado para hacer una costura recta. Tenía tres hijos
varones, pero los tres habían crecido y se habían casado, y estaban tan ocupados
con su propia vida que sólo tenían tiempo para cenar con su padre una vez por
semana.

El anciano estaba cada vez más débil, y los hijos lo visitaban cada vez
menos. No quieren estar conmigo ahora – se decía- porque tienen miedo de que yo
me convierta en una pesada carga.

Se pasó una noche en vela, pensando que sería de él y al fin trazó un plan.

A la mañana siguiente fue a ver a su amigo el carpintero y le pidió que le


fabricara un cofre grande. Luego fue a ver a su amigo el cerrajero y le pidió que le
diera un cerrojo viejo. Por último fue a ver a su amigo el vidriero y le pidió todos
los fragmentos de vidrio roto que tuviera.

El anciano se llevó el cofre a casa, lo llenó hasta el tope de vidrios rotos, le


echó llave y lo puso bajo la mesa de la cocina. Cuando sus hijos fueron cenar, lo
tocaron con los pies. ¿Qué hay en ese cofre? Preguntaron, mirando bajo la mesa.

¡Oh! Nada respondió el anciano tan solo algunas cosillas que he ahorrado.

Sus hijos lo empujaron y vieron que era muy pesado. Lo patearon y oyeron
un tintineo.

Debe estar lleno con el oro que ahorraron a lo largo de los años- susurraron.

Deliberaron y comprendieron que debían custodiar el tesoro. Decidieron


turnarse para vivir con el viejo, y así podrían cuidar también de él. La primera
semana el hijo menor se mudó a la casa del padre, y lo cuidó y le cocinó. A la
semana siguiente lo reemplazó el segundo hijo, y la semana siguiente acudió el
mayor. Así siguieron por un tiempo.

Al fin el anciano padre enfermó y falleció. Los hijos le hicieron un bonito


funeral, pues sabían que una fortuna los aguardaba bajo la mesa de la cocina, y
podían costearse un gasto grande con el viejo. Cuando terminó la ceremonia,
buscaron en toda la casa hasta encontrar la llave, y abrieron el cofre. Por supuesto,
lo encontraron lleno de vidrios rotos.

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- ¡Qué triquiñuela infame! -exclamó el hijo mayor-. ¡Qué crueldad hacia
sus hijos!
- Pero, ¿qué podía hacer? -preguntó tristemente el segundo hijo-.
Seamos francos. De no haber sido por el cofre, lo habríamos
descuidado hasta el final de sus días.
- Estoy avergonzado de mí mismo -sollozó el hijo menor-. Obligamos a
nuestro padre a rebajarse al engaño, porque no observamos el
mandamiento que él nos enseñó cuando éramos pequeños.
- Estoy avergonzado de mí mismo -sollozó el hijo menor-. Obligamos a
nuestro padre a rebajarse al engaño, porque no observamos el
mandamiento que él nos enseñó cuando éramos pequeños.

Pero el hijo mayor volcó el cofre para asegurarse de que no hubiera ningún
objeto valioso entre los vidrios. Desparramó los cristales en el suelo hasta vaciar el
cofre.

Los tres hermanos miraron silenciosamente dentro, donde leyeron una


inscripción que el padre le había dejado en el fondo: “Honrarás a tu padre y a tu
madre”.

El pescador

Un banquero de inversión americano estaba en el muelle de un pequeño


pueblo caribeño cuando llegó un botecito con un solo pescador. Dentro del bote
había varios atunes amarillos de buen tamaño.

El americano elogió al pescador por la calidad del pescado y le preguntó


cuánto tiempo le había tomado pescarlos? El pescador respondió que sólo un poco
de tiempo.

El americano luego le preguntó por qué no permanecía más tiempo y sacaba


más pescado.

El pescador dijo que él tenía lo suficiente para satisfacer las necesidades


inmediatas de su familia.
El americano luego preguntó, ¿pero qué hace usted con el resto de su
tiempo?. El pescador dijo, "duermo hasta tarde, pesco un poco, juego con mis hijos,
hago siesta con mi señora, María. Bajo todas las noches al pueblo donde tomo vino y
toco la guitarra con mis amigos. Tengo una vida muy divertida y ocupada".

El americano replicó, "mira, tengo un MBA de Harvard y podría ayudarte.


Deberías gastar más tiempo en la pesca y con los ingresos comprar un bote más
grande, con los ingresos del bote más grande podrías comprar varios botes,
eventualmente tendrías una flota de botes pesqueros. En vez de vender el pescado

119
a un intermediario lo podrías hacer directamente a un procesador, o incluso abrir
tu propia procesadora. Deberías controlar la producción, el procesamiento y la
distribución. Deberías salir de este mísero pueblo e irte a la Capital, donde
manejarías tu empresa en expansión".

El pescador preguntó:

- ¿Pero, cuánto tiempo tarda todo eso?.

A lo cual respondió el americano:

- "bueno, entre 15 y 20 años”.


- "¿Y luego qué?".

El americano se rió y dijo que esa era la mejor parte.

- "Cuando llegue la hora deberías anunciar un IPO (Oferta inicial de


acciones) y vender las acciones de tu empresa al público. Te volverás
rico, tendrás millones”.
- "Millones. Y ¿luego qué?”
- "Luego te puedes retirar. Te mueves a un pequeño pueblo en la costa
donde podrás dormir hasta tarde, pescar un poco, jugar con tus
nietos, hacer siesta con tu mujer, bajar todas las noches al pueblo y
tomar licor y tocar la guitarra con tus amigos".
- "¿Acaso no es eso lo que tengo ya?"- respondió el pescador.

Cuento Zen

Un joven, preso de la amargura acudió a un monasterio en Japón y le expuso


a un anciano maestro.

- Querría alcanzar la iluminación, pero soy incapaz de soportar los años


de retiro y meditación. ¿Existe un camino rápido para alguien como yo.
- ¿Te has concentrado a fondo en algo durante tu vida? preguntó el
maestro.
- Solo en el ajedrez, pues mi familia es rica y nunca trabajé de verdad.

El maestro llamó a un monje. Trajeron un tablero de ajedrez y una espada


afilada.

- Ahora vas a jugar una partida muy especial de ajedrez. Si pierdes te


cortaré la cabeza con esta espada; y si por el contrario ganas, se la
cortaré a tu adversario.

120
Empezó la partida. El joven sentía las gotas de sudor recorrer su espalda,
pues estaba jugando la partida de su vida. El tablero se convirtió en el mundo
entero. Se identificó con él y formó parte de él. Empezó perdiendo, pero su
adversario cometió un desliz. Aprovechó la ocasión para lanzar un fuerte ataque,
que cambió su suerte. Entonces miró de reojo al monje.

Vio su rostro inteligente y sincero, marcado por años de esfuerzo. Evocó su


propia vida, ociosa y banal... y de repente se sintió tocado por la piedad. Así que
cometió un error voluntario y luego otro... Iba a perder.

Viéndolo, el maestro arrojó el tablero al suelo y las piezas se mezclaron.

- No hay vencedor ni vencido -dijo-. No caerá ninguna cabeza.

Se volvió hacia el joven y añadió:

- Dos cosas son necesarias: la concentración y la Piedad. Hoy has


aprendido las dos.

Posesividad

Caminaba distraídamente por la calle cuando la vio. Era una enorme y


hermosa montaña de oro. El sol le daba de lleno y al rozar su superficie reflejaba
tornasoles multicolores, que la hacían parecer un personaje galáctico salido de una
película de Spielberg.

Se quedó un rato mirándola como hipnotizado.

- ¿Tendrá dueño? –pensó.

Miró para todos lados, pero nadie estaba a la vista.

Al fin, se acercó y la tocó. Estaba tibia.

Pasando los dedos por su superficie, le pareció que su suavidad era la


correspondencia táctil perfecta de su luminosidad y de su belleza.

- La quiero para mí –pensó.

Muy suavemente la levantó y comenzó a caminar con ella en brazos, hacia las
afueras de la ciudad.

Fascinado, entró lentamente en el bosque y se dirigió al claro.

121
Allí, bajo el sol de la tarde, la colocó con cuidado en el pasto y se sentó a
contemplarla.

- Es la primera vez que tengo algo valioso que es mío.


- ¡Sólo mío! –pensaron los dos simultáneamente.

Cuando poseemos algo y nos esclavizamos en dependencia de ese algo,


¿quién tiene a quién?

La ciudad de los pozos

Esta ciudad no estaba habitada por personas, como todas las demás
ciudades del planeta. Esta ciudad estaba habitada por pozos. Pozos vivientes... pero
pozos al fin.

Los pozos se diferenciaban entre sí, no solo por el lugar en el que estaban
excavados sino también por el brocal (la abertura que los conectaba con el
exterior). Había pozos pudientes y ostentosos con brocales de mármol y de
metales preciosos; pozos humildes de ladrillo y madera y algunos otros más pobres,
con simples agujeros pelados que se abrían en la tierra.

La comunicación entre los habitantes de la ciudad era de brocal a brocal y


las noticias cundían rápidamente, de punta a punta del poblado.

Un día llegó a la ciudad una "moda" que seguramente había nacido en algún
pueblito humano: La nueva idea señalaba que todo ser viviente que se precie
debería cuidar mucho más lo interior que lo exterior. Lo importante no es lo
superficial sino el contenido.

Así fue como los pozos empezaron a llenarse de cosas. Algunos se llenaban
de cosas, monedas de oro y piedras preciosas. Otros, más prácticos, se llenaron de
electrodomésticos y aparatos mecánicos. Algunos más optaron por el arte y fueron
llenándose de pinturas, pianos de cola y sofisticadas esculturas posmodernas.

Finalmente los intelectuales se llenaron de libros, de manifiestos ideológicos


y de revistas especializadas.

Pasó el tiempo. La mayoría de los pozos se llenaron a tal punto que ya no


pudieron incorporar nada más.

Los pozos no eran todos iguales así que, si bien algunos se conformaron,
hubo otros que pensaron que debían hacer algo para seguir metiendo cosas en su
interior.

122
Alguno de ellos fue el primero: en lugar de apretar el contenido, se le
ocurrió aumentar su capacidad ensanchándose.

No paso mucho tiempo antes de que la idea fuera imitada, todos los pozos
gastaban gran parte de sus energías en ensancharse para poder hacer más espacio
en su interior.

Un pozo, pequeño y alejado del centro de la ciudad, empezó a ver a sus


camaradas ensanchándose desmedidamente. El pensó que si seguían hinchándose de
tal manera, pronto se confundirían los bordes y cada uno perdería su identidad…

Quizás a partir de esta idea se le ocurrió que otra manera de aumentar su


capacidad era crecer, pero no a lo ancho sino hacia lo profundo. Hacerse más hondo
en lugar de más ancho.

Pronto se dio cuenta que todo lo que tenia dentro de él le imposibilitaba la


tarea de profundizar. Si quería ser más profundo debía vaciarse de todo
contenido…

Al principio tuvo miedo al vacío, pero luego, cuando vio que no había otra
posibilidad, lo hizo.

Vacío de posesiones, el pozo empezó a volverse profundo, mientras los


demás se apoderaban de las cosas de las que él se había deshecho…

Un día, inesperadamente el pozo que crecía hacia adentro tuvo una sorpresa:
adentro, muy adentro, y muy en el fondo ¡¡¡encontró agua!!!

Nunca antes otro pozo había encontrado agua…

El pozo superó la sorpresa y empezó a jugar con el agua del fondo,


humedeciendo las paredes, salpicando los bordes y por último sacando agua hacia
fuera.

La ciudad nunca había sido regada más que por la lluvia, que de hecho era
bastante escasa, así que la tierra alrededor del pozo, revitalizada por el agua,
empezó a despertar.

Las semillas de sus entrañas, brotaron en pasto, en tréboles, en flores, y en


troquitos endebles que se volvieron árboles después... La vida explotó en colores
alrededor del alejado pozo al que empezaron a llamar "El Vergel”.

Todos le preguntaban cómo había conseguido el milagro. -Ningún milagro-


contestaba el Vergel- hay que buscar en el interior, hacia lo profundo... Muchos

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quisieron seguir el ejemplo del Vergel, pero desecharon la idea cuando se dieron
cuenta de que para ir más profundo debían vaciarse.

Siguieron ensanchándose cada vez más para llenarse de más y más cosas…

En la otra punta de la ciudad, otro pozo, decidió correr también el riesgo del
vacío... Y también empezó a profundizar... Y también llegó al agua…

Y también salpicó hacia fuera creando un segundo oasis verde en el pueblo…

- ¿Qué harás cuando se termine el agua?- le preguntaban. -No sé lo que


pasará -contestaba- pero, por ahora, cuánto más agua saco, más agua
hay.

Pasaron unos cuantos meses antes del gran descubrimiento.

Un día, casi por casualidad, los dos pozos se dieron cuenta de que el agua
que habían encontrado en el fondo de sí mismos era la misma...Que el mismo río
subterráneo que pasaba por uno inundaba la profundidad del otro.

Se dieron cuenta de que se abría para ellos una nueva vida. No sólo podían
comunicarse, de brocal a brocal, superficialmente, como todos los demás, sino que
la búsqueda les había deparado un nuevo y secreto punto de contacto.

La comunicación profunda que sólo consiguen entre sí, aquellos que tienen el
coraje de vaciarse de contenidos y buscar en lo profundo de su ser lo que tienen
para dar...

El sueño del esclavo- Jorge Bucay

Voy paseando por un camino solitario, disfruto del aire, del sol, de los
pájaros y del placer de que mis pies me lleven por donde ellos quieran.

A un costado del camino, encuentro un esclavo durmiendo.


Me acerco y descubro que está soñando, de sus palabras y gestos adivino...
sé lo que sueña…

El esclavo está soñando que es libre.

La expresión de su cara refleja paz y serenidad.

Me pregunto…

124
- ¿Debo despertarlo y mostrarle que sólo es un sueño, y que sepa que
sigue siendo un esclavo?
- ¿O debo dejarlo dormir todo el tiempo que pueda, disfrutando aunque
sea en sueños, de su realidad fantaseada?
- ¿Cuál es la respuesta correcta?...

No hay respuesta correcta…

Cada uno debe encontrar la propia respuesta, y no hay lugar afuera donde
buscarla.

“Si hay un problema en la mentira, lo tiene el mentiroso”

El plato de lentejas

Un día, estaba Diógenes comiendo un plato de lentejas sentado en el umbral


de una casa cualquiera.

No había ninguna comida en toda Atenas más barata que el guiso de


lentejas.

Dicho de otra manera, comer guiso de lentejas era demostrar que se era
muy pobre.

Pasó un ministro del emperador y le dijo:

- ¡Ay! Diógenes, si aprendieras a ser más sumiso y a adular un poco al


emperador, no tendrías que comer tantas lentejas.

Diógenes dejó de comer, levantó la vista y mirando al acaudalado


interlocutor profundamente, le dijo:

- Ay de ti, hermano. Si aprendieras a comer un poco de lentejas, no


tendrías que ser sumiso y adular tanto al emperador.
Si no quiero quedarme solo, tengo que adular, tengo que dar la razón, tengo
que ser suave y tibio, tengo que callarme la boca o abrirla nada más que para decir
que sí...

Sin duda ese es un camino, el otro es el de Diógenes.

Este es el camino de Diógenes, el del auto respeto, el de defender nuestra


dignidad por encima de nuestras necesidades de aprobación.

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Todos necesitamos la aprobación de otros. Pero si el precio es dejar de ser
nosotros mismos, no sólo es caro sino que se vuelve una búsqueda incoherente.

El perrito, la pantera y el mono

Un señor va de cacería a África y se lleva a su perrito para no sentirse solo


en ese lugar.

Un día, ya en la expedición, el perrito, correteando tras unas mariposas se


aleja del grupo, se extravía y comienza a vagar solo por la selva.

En eso que ve a lo lejos que viene una pantera enorme a toda carrera. Al ver
que la pantera se lo va a comer, piensa rápido que hacer.

Viendo un montón de huesos de un animal muerto, empieza a mordisquearlos.


Entonces, cuando la pantera está a punto de atacarlo, el perrito dice:

- ¡Ah ¡, que rica pantera me acabo de comer.

La pantera lo escucha y frenando en seco, gira y sale despavorida pensando:


¡Quien sabe que animal será ese, no me vaya a comer a mí también!

Un mono que andaba trepado en un árbol cercano y que había visto y oído la
escena sale corriendo tras la pantera para contarle como la engañó el perrito:

- “Como puedes ser tan estúpida. Esos huesos ya estaban ahí, además es
un simple perro”.

El perrito se da cuenta de la faena que le está haciendo el mono.

Después de que el mono le contó a la pantera la historia de lo que vio, ésta


última muy brava le dice al mono:

- “Súbete a mi espalda, vamos donde ese perro a ver quién se come a


quién!”.
Y salen corriendo a buscar al perrito. El perrito ve a lo lejos que viene
nuevamente la pantera, y esta vez con el mono chismoso.

- ¿Y ahora que hago?, piensa, todo asustado el perrito.

Entonces, en vez de salir corriendo, se queda sentado dándoles la espalda


como si no los hubiera visto, y en cuanto la pantera está a punto de atacarlo de
nuevo, el perrito dice:

126
- “¡Este mono hijo de puta!, hace media hora que lo mandé a traerme
otra pantera y todavía no aparece”.

Moraleja: “En momentos de crisis, solo la imaginación es más importante que


el conocimiento”. Procura ser imaginativo como el perro, evita ser estúpido como la
pantera, pero nunca seas tan hijo de puta como el mono.

La olla embarazada

Un señor le pidió una tarde a su vecino una olla prestada. El dueño de la olla
no era demasiado solidario, pero se sintió obligado a prestarla.

A los cuatro días, la olla no había sido devuelta, así que, con la excusa de
necesitarla fue a pedirle a su vecino que se la devolviera.

- Casualmente, iba para su casa a devolverla... ¡el parto fue tan difícil!
- ¿Qué parto?
- El de la olla.
- ¿Qué?
- Ah, ¿usted no sabía? La olla estaba embarazada.
- ¿Embarazada?
- Sí, y esa misma noche tuvo familia, así que debió hacer reposo pero ya
está recuperada.
- ¿Reposo?
- Sí. Un segundo por favor –y entrando en su casa trajo la olla, un jarrito
y una sartén.
- Esto no es mío, sólo la olla.
- No, es suyo, esta es la cría de la olla. Si la olla es suya, la cría también
es suya.
- “Este está realmente loco”, pensó, “pero mejor que le siga la
corriente”.
- Bueno, gracias.
- De nada, adiós.
- Adiós, adiós. Y el hombre marchó a su casa con el jarrito, la sartén y la
olla.
Esa tarde, el vecino otra vez le tocó el timbre.

- Vecino, ¿no me prestaría el destornillador y la pinza?

…Ahora se sentía más obligado que antes.

- Sí, claro.

Fue hasta adentro y volvió con la pinza y el destornillador.

127
Pasó casi una semana y cuando ya planeaba ir a recuperar sus cosas, el
vecino le tocó la puerta.

- Ay, vecino ¿usted lo sabía?


- ¿Sabía qué cosa?
- Que su destornillador y la pinza son pareja.
- ¡No! –dijo el otro con ojos desorbitados— no lo sabía.
- Mire, fue un descuido mío, por un ratito los dejé solos, y ya la
embarazó.
- ¿A la pinza?
- ¡A la pinza!... Le traje la cría –y abriendo una canastita entregó algunos
tornillos, tuercas y clavos que dijo había parido la pinza.
- “Totalmente loco”, pensó. “Pero los clavos y los tornillos siempre vienen
bien”.

Pasaron dos días. El vecino pedigüeño apareció de nuevo.

- He notado –le dijo— el otro día, cuando le traje la pinza, que usted
tiene sobre su mesa una hermosa ánfora de oro. ¿No sería tan gentil
de prestármela por una noche?

Al dueño del ánfora le tintinearon los ojitos.

- Cómo no –dijo, en generosa actitud, y entró a su casa volviendo con el


ánfora pedida.
- Gracias, vecino.
- Adiós.
- Adiós.

Pasó esa noche y la siguiente y el dueño del ánfora no se animaba a llamar al


vecino para pedírsela. Sin embargo, a la semana, no aguantó más su ansiedad y fue a
reclamarle el ánfora a su vecino.

- ¿El ánfora? –dijo el vecino – Ah, ¿no se enteró?


- ¿De qué?
- Murió en el parto…
- ¿Cómo que murió en el parto?
- Sí, el ánfora estaba embarazada y durante el parto, murió.
- Dígame ¿usted se cree que soy estúpido? ¿Cómo va a estar
embarazada un ánfora de oro?
- Mire, vecino, si usted aceptó el embarazo y el parto de la olla. El
casamiento y la cría del destornillador y la pinza, ¿por qué no habría de
aceptar el embarazo y la muerte del ánfora?

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Tú puedes elegir lo que quieras, pero no puedes ser independiente para lo
que es más fácil, y no serlo en lo que es más costoso.

Tu criterio, tu libertad, tu independencia y el aumento de tu


responsabilidad vienen juntos con tu proceso de crecimiento.

En nuestro refranero se diría que hay que estar para las duras y para las
maduras.

La carta del suicida

Junto al cadáver de un suicida se encontró una carta explicatoria diciendo:


Sr. Juez: No culpe a nadie de mi muerte, me quito la vida porque dos días más que
viviese no sabría quién soy en este mar de lágrimas, y sería mucho martirio.

Verá Ud. Sr. juez: Tuve la desgracia de casarme con una viuda, ésta tenía
una hija, de haberlo sabido, nunca lo hubiera hecho.

Mi padre, para mayor desgracia era viudo, se enamoró y se casó con la hija
de mi mujer, de manera que mi mujer era suegra de su suegro, mi hijastra se
convirtió en mi madre y mi padre al mismo tiempo era mi yerno.

Al poco tiempo mi madrastra trajo al mundo un varón, que era mi hermano,


pero era nieto de mi mujer de manera que yo era abuelo de mi hermano.

Con el correr del tiempo mi mujer trajo al mundo un varón que, como era
hermano de mi madre, era cuñado de mi padre, y tío de sus hijos. Mi mujer era
suegra de su hija, yo soy, en cambio padre de mi madre, y mi padre y su mujer son
mis hijos; además, yo soy mi propio abuelo.

Sr. juez: Me despido del mundo porque no sé quien soy.

Fdo: El cadáver.

Carpintería “El 7”- Jorge Bucay.

Era una pequeña casucha en las afueras de la ciudad. Un pequeño taller


delante con unas pocas máquinas y herramientas, dos habitaciones, una cocina y un
rudimentario baño atrás...

Sin embargo, Joaquín no se quejaba, en estos dos años el taller de


carpintería “El 7” se había hecho conocer en el pueblo y él ganaba suficiente dinero
como para no tener que recurrir a sus magros ahorros.

129
Esa mañana, como todas, se levantó a las seis y media para ver salir el sol.
No obstante, no llegó al lago. En el camino, a unos 200 metros de su casa, casi
tropezó con el cuerpo herido y maltrecho de un joven.

Con rapidez, se arrodilló y apoyó su oído contra el pecho del joven...


débilmente, allá en el fondo, un corazón luchaba por mantener lo que quedaba de
vida en ese cuerpo sucio y hediento a sangre, a mugre y a alcohol.

Joaquín fue a buscar y trajo una carretilla, sobre la que cargó al joven. Al
llegar a la casa tendió el cuerpo sobre su cama, cortó las raídas ropas y lo higienizó
cuidadosamente con agua, jabón y alcohol.

El muchacho, además de su borrachera había sido golpeado con salvajismo.


Tenía heridas cortantes en las manos y la espalda, y su pierna derecha estaba
fracturada.

Durante los siguientes dos días, toda la vida de Joaquín se centró en la salud
de su obligado huésped: curó y vendó las heridas, entablilló su pierna y alimentó al
joven de a pequeñas cucharadas con caldo de pollo... Cuando el joven despertó,
Joaquín estaba a su lado mirándolo con ternura y ansiedad.

- ¿Cómo estás? –preguntó Joaquín.


- Bien... creo –respondió el joven mientras se miraba su cuerpo aseado y
curado. ¿Quién me curó?
- Yo.
- ¿Por qué?
- Porque estabas herido.
- ¿Sólo por eso?
- No, también porque necesito un ayudante.

Y ambos rieron con ganas.

Bien comido, bien dormido y sin beber alcohol, Manuel, que así se llamaba el
joven, se fortaleció enseguida.
Joaquín intentaba enseñarle el oficio y Manuel intentaba rehuir el trabajo
todo lo que podía. Una y otra vez Joaquín inculcaba en aquella cabeza deteriorada
por la vida transcurrida, las ventajas del buen trabajo, del buen nombre y de la
vida buena. Una y otra vez, Manuel parecía entender y dos horas o dos días
después, volvía a quedarse dormido o se olvidaba de cumplir con la tarea que
Joaquín le había encomendado.

Pasaron meses. Manuel estaba curado. Joaquín había destinado para Manuel
la habitación principal, una participación en el negocio y el primer turno del baño, a
cambio de la promesa del joven, de dedicación al trabajo.

130
Una noche, mientras Joaquín dormía, Manuel decidió que seis meses de
abstinencia eran bastante y creyó que una copa en el pueblo no le haría daño. Por si
Joaquín se despertaba en la noche, cerró la puerta de su habitación desde adentro
y salió por la ventana dejando la vela encendida para dar la impresión de que se
encontraba allí.

A la primera copa siguió la segunda, y a esta la tercera, y la cuarta, y otras


muchas...

Cantaba con sus compañeros de trago, cuando pasaron los bomberos por la
puerta del bar haciendo sonar la sirena.

Manuel no asoció este hecho con lo ocurrido hasta que de madrugada,


tambaleándose hasta su casa, vio la muchedumbre reunida en su calle...

Sólo alguna pared, las máquinas y unas pocas herramientas se salvaron del
incendio. Todo lo demás quedó destruido por el fuego. De Joaquín sólo se
encontraron cuatro o cinco huesos chamuscados, que enterraron en el cementerio
bajo una lápida donde Manuel hizo escribir:

“LO HARÉ, JOAQUÍN. ¡LO HARÉ!”

Con mucho trabajo, Manuel, reconstruyó la carpintería.

Él era vago, pero hábil y lo que aprendió de Joaquín alcanzó para llevar
adelante el negocio.

Siempre sentía que, desde algún lugar, Joaquín lo miraba y alentaba. Manuel
lo recordaba en cada logro: su boda, el nacimiento de su primer hijo, la compra de
su primer auto...

...A quinientos kilómetros de allí Joaquín, vivito y coleando, se preguntaba si


era lícito mentir, engañar y prenderle fuego a esa casa tan bonita sólo para salvar a
un joven.
Se contestó que sí, y rió de sólo pensar en la policía de pueblo que confunde
huesos humanos con huesos de cerdo...

Su nueva carpintería era un poco más modesta que la anterior, pero ya era
conocida en el pueblo... se llamaba...

CARPINTERÍA “EL 8”

A veces, la vida te hace difícil poder ayudar a un ser querido. No obstante,


si hay alguna dificultad que vale la pena enfrentar, es la de estar para otro.

131
Esto no es un “deber moral” ni nada que se le parezca, esta es una elección de vida
que cada uno puede hacer a su tiempo y en la dirección que desee.
Mi experiencia personal vivencial y observatoria me hace creer que el ser humano
libre y encontrado consigo mismo es generoso, solidario, amable y capaz de
disfrutar por igual del dar y del recibir. Por lo tanto, cada vez que te encuentres
con aquellos que viven mirándose al ombligo, no los odies; ya bastante deben tener
con ellos mismos. Cada vez que te descubras en actitudes mezquinas, ruines o
pequeñas, aprovecha para preguntarte qué te está pasando. Te garantizo que en
algún lugar erraste el rumbo.

Alguna vez, escribí:

Un neurótico no necesita un terapeuta que lo cure ni un papito que lo cuide.

Todo lo que necesita es un maestro que le muestre dónde perdió el camino.

Sabiduría indígena

Un viejo cacique de una tribu estaba teniendo una charla con sus nietos
acerca de la vida.

Él les dijo:

- "¡Una gran pelea está ocurriendo dentro de mí!... ¡es entre dos lobos!”.
- "Uno de los lobos es maldad, temor, ira, envidia, dolor, rencor, avaricia,
arrogancia, culpa, resentimiento, inferioridad, mentiras, orgullo,
egolatría, competencia, superioridad”.
- "El otro es Bondad, Alegría, Paz, Amor, Esperanza, Serenidad,
Humildad, Dulzura, Generosidad, Benevolencia, Amistad, Empatía,
Verdad, Compasión y Fe”.
- Esta misma pelea está ocurriendo dentro de vosotros y dentro de
todos los seres de la tierra.

Lo pensaron por un minuto y uno de los niños le preguntó a su abuelo:


- "¿Y cuál de los lobos crees que ganará?".

El viejo cacique respondió, simplemente...

- "El que alimentes."

Los dos gatitos

Había una vez un gatito que vivía en una cueva del bosque. Un buen día,
recibió una carta de un pariente suyo que residía en la ciudad; en ella, le anunciaba

132
su próxima visita. Muy contento de poder ver a dicho pariente, empezó a buscar
comida, con el fin de agradar a su visitante. Sus amiguitos le ayudaron a
encontrarla.

Llegó el pariente, orgulloso y condescendiente. Acostumbrado a los


refinados manjares de la ciudad, no estimó lo suficiente la comida que su anfitrión
le ofreció. Antes de marcharse, el pariente de nuestro gatito le invitó a devolverle
la visita.

Ya en la ciudad, el gatito del bosque se las vio y se las deseó para encontrar
el domicilio de su pariente. Ruidos, sobresaltos, pisotones de la gente, amenazas
continuas de los coches... todo esto le puso muy nervioso.

Su pariente le recibió amablemente y le obsequió con un formidable


banquete; una larga mesa repleta de los más exquisitos manjares, llenaba el
comedor. En plena comida, el ama de llaves del gato ciudadano, entró chillando y
agitando una escoba; un perro callejero la perseguía, lleno de rabia.

Muy nervioso y atemorizado, nuestro gatito regresó a su casa del bosque.

Pensó que no valía la pena rodearse de tanto lujo y riqueza, a costa de


perder la tranquilidad y la paz interior. Prefería seguir viviendo como hasta ahora.

Probablemente, su pariente de la ciudad acabaría enfermo de los nervios, o


con úlcera de estomago. El, en cambio, seguiría tan contento y saludable como
siempre.

Estamos rodeados de comodidades; por eso no apreciamos a quienes viven


con austeridad. Quizá empezamos a comprender que los bienes materiales no dan
la felicidad.

¿Día o noche?

- "¿Día o noche?" Preguntó un maestro a sus discípulos para ver si


sabrían decir cuándo acababa la noche y empezaba el día.

Uno de ellos dijo:

- "Cuando ves a un animal a distancia y puedes distinguir si es una vaca o


un caballo".
- "No", dijo el maestro.

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Otro dijo:

- "Cuando miras un árbol a distancia y puedes distinguir si es un mango o


un naranjo".
- "Tampoco" dijo el maestro.
- "Está bien", dijeron los discípulos, "dinos cuándo es".

A lo que el maestro respondió:

- "Cuando miras a un hombre al rostro y reconoces en él a tu hermano;


cuando miras a la cara a una mujer y reconoces en ella a tu hermana. Si
no eres capaz de esto, entonces, sea la hora que sea, para ti... ¡aún es
de noche!"

El leñador esforzado

Había una vez un leñador que se presentó a trabajar en una maderera. El


sueldo era bueno y las condiciones de trabajo mejores aún; así que se decidió a
hacer buen trabajo.

El primer día se presentó al capataz, quien le dio un hacha y le designó una


zona.

El hombre entusiasmado salió al bosque a talar.

En un solo día cortó dieciocho árboles.

- Te felicito –dijo el capataz— sigue así…

Animado por las palabras del capataz, el leñadoro se decidió a mejorar su


propio desempeño al día siguiente; así que esa noche se acostó bien temprano.

A la mañana se levantó antes que nadie y se fue al bosque.


A pesar de todo el empeño, no consiguió cortar más que quince árboles.

- Me debo haber cansado –pensó y decidió acostarse con la puesta del


sol.

Al amanecer, se levantó decidido a batir su marca de dieciocho árboles. Sin


embargo, ese día no llegó ni a la mitad.

Al día siguiente fueron siete, luego cinco y el último día estuvo toda la tarde
tratando de talar su segundo árbol.

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Inquieto por la opinión que pudiera tener el capataz, el leñador se acercó a
contarle lo que le estaba pasando y a jurarle y perjurarle que se esforzaba al límite
de desfallecer.

El capataz le preguntó:

- ¿Cuándo afilaste tu hacha la última vez?


- ¿Afilar? No tuve tiempo de afilar, estuve muy ocupado cortando
árboles.

Descansar, cambiar de temas, hacer otras cosas, es muchas veces una


manera de afilar nuestras herramientas.

Época de caza – Martín Blanco

Hace mucho tiempo me contaron esta historia…

La de tres amigos que eran aficionados a la caza mayor, en especial la del


ciervo.

Esperaron la época de caza, se dirigieron a la zona respectiva y contrataron


una avioneta para ir al paraje donde habitualmente se hallan los ciervos .

El aviador les hizo la advertencia que, por el tamaño de los ciervos, avioneta
solo podría transportar una sola pieza.

Ya en el lugar, y al cabo de un tiempo lograron cazar dos piezas de grandes


dimensiones.

Nuevamente el aviador les recordó la advertencia.

Luego de una larga conversación lograron persuadir al aviador de que la


aeronave podía aguantar el peso de las dos piezas obtenidas.
A poco de comenzar el viaje de retorno, la inestabilidad de la avioneta se
hizo insostenible y se estrelló. Se produjo el accidente... falleciendo el conductor y
uno de los cazadores, los otros dos salieron despedidos…

Al cabo de un tiempo, uno se encontraba sentado en una piedra, jugando a


hacer garabatos en la tierra.

Y el otro comenzaba a despertarse de los golpes recibidos…

Le preguntó a su amigo... ¿Dónde estamos?

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Su amigo le respondió…

EN EL MISMO LUGAR DEL AÑO PASADO…

¿Valoramos nuestros errores?

¿Por qué volvemos a cometer los mismos errores?

¿Tenemos presente alguna vez la EXPERIENCIA"

Las respuestas las tenéis cada uno de vosotros...

El pato y la gata – Paulo Coelho

- ¿Cómo es que usted se inició en la vida espiritual? –preguntó uno de los


discípulos al maestro sufí Shams Tabrizi.
- Mi madre decía que yo no estaba lo suficientemente loco como para
internarme en un hospicio, ni era lo suficientemente santo para entrar
en un monasterio –respondió Tabrizi-. Entonces decidí dedicarme al
sufismo, donde aprendemos a través de la meditación libre.
- ¿Y cómo le explicó eso a su madre?
- Con la siguiente fábula:
- “Alguien le llevó un patito a una gata para que ésta se hiciera cargo de
él. El patito seguía a su madre adoptiva por todas partes, hasta que un
día, ambos llegaron frente a un lago. Inmediatamente el patito entró
en el agua, mientras que la gata, desde la orilla, gritaba: ¡Sal de ahí!
¡Te vas a morir ahogado! Y el patito respondió: No, madre, descubrí lo
que es bueno para mí, y es estar en mi ambiente. Voy a continuar aquí,
aunque tú no sepas lo que significa un lago.”

El niño que quería ser un televisor

La profesora había dado a sus niños una tarea: les pedía que escribieran qué
animal o qué cosa les gustaría ser y ...por qué. Un niño de apenas ocho años
respondió que a él le gustaría ser un televisor.

- ¿Por qué? -le preguntó la maestra-.


- Porque así mis padres me mirarían más, me escucharían con mayor
atención y mandarían a los demás callarse cuando yo estuviera
hablando y no me mandarían a la cama a la mitad de mis juegos, lo
mismo que ellos nunca se acuestan a la mitad de la película.

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¿Cómo va a ser tu día hoy?

Esta mañana desperté emocionado con todas las cosas que tengo que hacer
antes de que el reloj marque la medianoche.

Tengo responsabilidades que cumplir hoy. Soy importante.

Mi trabajo es escoger qué clase de día voy a tener.

Hoy puedo quejarme porque el día esta lluvioso, o puedo dar gracias a Dios
porque las plantas están siendo regadas gratis.

Hoy me puedo sentir triste porque no tengo más dinero, o puedo estar
contento de que mis finanzas me empujan a planear mis compras con inteligencia.

Hoy puedo quejarme de mi salud, o puedo regocijarme de que estoy vivo.

Hoy puedo lamentarme de todo lo que mis padres no me dieron mientras


estaba creciendo, o puedo sentirme agradecido de que me permitieran haber
nacido.

Hoy puedo llorar porque las rosas tienen espinas, o puedo celebrar que las
espinas tienen rosas.

Hoy puedo auto compadecerme por no tener muchos amigos, o puedo


emocionarme y embarcarme en la aventura de descubrir nuevas relaciones.

Hoy puedo quejarme porque tengo que ir a trabajar, o puedo gritar de


alegría porque tengo un trabajo.

Hoy puedo quejarme porque tengo que ir a la escuela, o puedo abrir mi


mente enérgicamente y llenarla con nuevos y ricos conocimientos.
Hoy puedo murmurar amargamente porque tengo que hacer las labores del
hogar, o puedo sentirme honrado porque tengo un techo para mi mente, cuerpo y
alma.

Hoy el día se presenta ante mí, esperando a que yo le dé forma y aquí estoy,
el escultor que tiene que darle forma.

Lo que suceda hoy depende de mí, yo debo escoger qué tipo de día voy a
tener.

Ten un gran día... A menos que tengas otros planes.

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Es muy cierto este pensamiento, todo depende de uno mismo, y para
lograrlo hay que tener fe, confianza y valor, siempre pensar positivamente y sobre
todo saber que uno es importante en la vida.

La esposa sorda - Jorge Bucay

Un hombre llama al médico de cabecera de la familia:

- Ricardo, soy yo: Julián.


- Ah, ¿qué ocurre, Julián?
- Mira, te llamo preocupado por María.
- Pero, ¿qué pasa?
- Se está quedando sorda.
- ¿Cómo que se está quedando sorda?
- Si, Ricardo, necesito que la vengas a ver.
- Bueno, la sordera en general no es una cosa repentina ni aguda, así que el
lunes tráemela al consultorio y la reviso.
- Pero, ¿te parece esperar hasta el lunes?
- ¿Cómo te diste cuenta de que no oye?
- Porque la llamo y no contesta.
- Mira, puede ser una tontería como un tapón en la oreja. A ver, hagamos
una cosa: vamos a detectar el nivel de la sordera de María: ¿dónde estás
tú?
- En el dormitorio.
- Y ella ¿dónde está?
- En la cocina.
- Bueno, llámala desde ahí.
- MARIAAA... No, no escucha.
- Bueno, acércate a la puerta del dormitorio y grítale por el pasillo.
- MARIIIAAA... No, no hace caso.
- Espera, no te desesperes. Toma el teléfono inalámbrico y acércate por el
pasillo llamándola para ver cuándo te escucha.
- MARIAA, MARIIAAA, MARIIIAAAA... No escucha, doctor. Estoy en la
puerta de la cocina y la veo, está de espaldas lavando los platos, pero no
me escucha. MARIIIAAA... Nada…
- Acércate más.

El hombre entra en la cocina, se acerca a María, le pone una mano en el


hombro y le grita en la oreja: ¡MARIIIAAAA!. La esposa furiosa se da vuelta y le
dice:

- ¿Qué quieres? ¡¿QUE QUIERES, QUE QUIEREEEES?!, ya me llamaste


como diez veces y diez veces te contesté ¿QUÉ QUIERES?... Tú cada
día estás más sordo, no sé por qué no consultas al médico de una vez…

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Esto es la proyección, cada vez que vemos algo que nos molesta en otra
persona, sería bueno recordar que eso que vemos, por lo menos (¡por lo menos!)
también es mío.

Cinco historias breves...

La pregunta más importante

Durante mi 7° año en la escuela, un profesor nos hizo un examen sorpresa.

Yo era un estudiante consciente y leí rápidamente todas las preguntas,


hasta que leí la última: ¿Cuál es el nombre de la mujer que limpia la escuela?

Seguramente esto era algún tipo de broma. Yo había visto muchas veces a la
mujer que limpiaba la escuela. Ella era alta, cabello oscuro, pero el nombre…

Entregué mi examen, dejando la última pregunta en blanco. Antes de que


terminara la clase, alguien le preguntó al profesor si la última pregunta contaría
para la nota del examen. “Absolutamente”, dijo el profesor. En sus carreras
ustedes conocerán muchas personas. Todas son importantes. Ellos merecen su
atención y cuidado, aún sólo si ustedes les sonríen y dicen: !Hola!

Yo nunca olvide esa lección. También aprendí que su nombre era Amelia.

Todos somos importantes.

Auxilio en la lluvia

Una noche, a las 11:30 p.m., una mujer afro-americana, de edad avanzada
estaba parada en el arcén de una autopista de Alabama, tratando de soportar una
fuerte tormenta. Su coche se había estropeado y ella necesitaba
desesperadamente que la llevaran. Toda mojada, ella decidió detener el próximo
coche. Un joven blanco se detuvo a ayudarla, a pesar de todos los conflictos que
habían ocurrido durante los 60.

El joven la llevó a un lugar seguro, la ayudó a obtener asistencia y la puso en


un taxi. Ella parecía estar bastante apurada. Ella anotó la dirección del joven, le
agradeció y se fue.

Siete días pasaron, cuando tocaron la puerta de su casa. Para su sorpresa,


un televisor pantalla gigante a color le fue entregado por correo a su casa. Tenía
una nota especial adjunta al paquete. Esta decía:

139
Muchísimas gracias por ayudarme en la autopista la otra noche. La lluvia
anegó no sólo mi ropa sino mi espíritu. Entonces apareció usted.

Gracias a usted, pude llegar al lado de la cama de mi marido agonizante,


justo antes de que muriera. Dios lo bendiga por ayudarme y por servir a otros
desinteresadamente.

Sinceramente La Señora de Nat King Cole.

No esperes nada a cambio y lo recibirás.

Siempre recuerda aquellos a quienes sirves

En los días en que un helado costaba mucho menos, un niño de 10 años entró
en un establecimiento y se sentó en una mesa. La camarera puso un vaso de agua
enfrente de él. ¿Cuánto cuesta un helado con chocolate y sirope?, preguntó el niño.

Cincuenta centavos, respondió la camarera. El niño sacó su mano de su


bolsillo y examinó un número de monedas. ¿Cuánto cuesta un helado solo?, volvió a
preguntar.

Algunas personas estaban esperando por una mesa y la camarera ya estaba


un poco impaciente. Treinta y cinco centavos dijo ella bruscamente.

El niño volvió a contar las monedas. Quiero el helado solo dijo el niño. La
camarera le trajo el helado, y puso la cuenta en la mesa y se fue. El niño terminó el
helado, pagó en la caja y se fue. Cuando la camarera volvió, ella empezó a limpiar la
mesa y entonces le costó tragar saliva con lo que vio. Allí, puesto ordenadamente
junto al plato vacío, había veinticinco centavos... su propina.

Jamás juzgues a alguien antes de saber el por qué


Los obstáculos en nuestro camino

Hace mucho tiempo, un rey colocó una gran roca obstaculizando un camino.

Entonces se escondió y miró para ver si alguien quitaba la enorme roca.

Algunos de los comerciantes más adinerados del rey y cortesanos vinieron y


simplemente le dieron una vuelta. Muchos culparon al rey ruidosamente de no
mantener los caminos despejados, pero ninguno hizo algo para sacar la piedra
grande del camino.

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Entonces un campesino vino, y llevaba una carga de verduras. Al aproximarse
a la roca, el campesino puso su carga en el piso y trato de mover la roca a un lado
del camino. Después de empujar y fatigarse mucho, lo logró. Mientras recogía su
carga de vegetales, vio una bolsa en el suelo, justo donde había estado la roca. La
bolsa contenía muchas monedas de oro y una nota del mismo rey. El campesino
aprendió lo que los otros nunca entendieron. Cada obstáculo representa una
oportunidad para mejorar la condición de uno.

Si alguna vez caes… ¡levántate, sigue adelante!

Donando sangre

Hace muchos años, cuando trabajaba como voluntario en un Hospital de


Stanford, conocí a una niñita llamada Liz quien sufría de una extraña enfermedad.

Su única oportunidad de recuperarse aparentemente era una transfusión de


sangre de su hermano de 5 años, quien había sobrevivido milagrosamente a la misma
enfermedad y había desarrollado anticuerpos necesarios para combatir la
enfermedad.

El doctor explicó la situación al hermano de la niña, y le preguntó si estaría


dispuesto a dar su sangre a su hermana. Yo lo vi dudar por sólo un momento antes
de tomar un gran suspiro y decir: Si, Yo lo haré, si eso salva a Liz.

Mientras la transfusión se realizaba, él estaba acostado en una cama al lado


de la de su hermana y sonreía mientras nosotros les asistíamos, viendo retornar el
color a las mejillas de la niña. Entonces la cara del niño se puso pálida y su sonrisa
desapareció. Él miró al doctor y le preguntó con voz temblorosa, ¿a qué hora
empezaré a morirme? Siendo sólo un niño, no había comprendido al doctor; él
pensaba que le daría toda su sangre a su hermana. Y aun así se la daba.

Da todo por quien ames

El supremo maestro – Antonio Coll

Había dejado atrás su juventud buscando afanosamente en disciplinas y


filosofías tan dispares como el zen, budismo, sintoísmo, islam, cristianismo,
judaísmo, la practica del yoga y la meditación, aquellas respuestas que su espíritu
inquieto necesitaba tan imperiosamente. Podía decirse de él que ya lo había
probado todo.

A pesar de todos sus intentos nunca logró el resultado esperado, más bien al
contrario; cada vez era mayor su confusión y frustración. Hasta que un día,
resignado ya, decidió rendirse y renunciar a toda búsqueda.

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Abatido por lo que él sentía como el abrumador peso de la derrota, fue
dando tumbos, sin ocupación ni meta. Pero, un día, alcanzó a oír lo que un grupo de
jóvenes con el entusiasmo propio de su juventud comentaban.

- Pues si, dicen de él que es no solo un gran maestro, sino que, además es
el mejor, el más sublime, el primero, el más grande.
- Si, -añadió otro- tanto es así que aseguran algunos que con su sola
presencia han alcanzado el conocimiento, la iluminación.
- Es cierto -comentó otro- pero seguro que debe ser poco menos que
inaccesible. Además vive en un país tan remoto.

Estos comentarios fueron suficientes para reavivar en él la llama de aquella


inquietud que tantos años había permanecido dormida.... Y pensó: Aún que tal vez
fuera cierto que fuera casi inaccesible y que además viviera en aquel lejano país del
que alcanzó a oír su nombre... ¿Que podía perder él que ya lo había perdido todo,
hasta la esperanza?

Estos comentarios fueron suficientes para reavivar en él la llama de aquella


inquietud que tantos años había permanecido dormida.... Y pensó: Aún que tal vez
fuera cierto que fuera casi inaccesible y que además viviera en aquel lejano país del
que alcanzó a oír su nombre... ¿Que podía perder él que ya lo había perdido todo,
hasta la esperanza?

Después de mucho tiempo y esfuerzo y penalidades que no hacían sino


provocar más empeño logró llegar a aquél país. Pero nadie parecía conocer ni saber
de aquél gran maestro, a pesar de su fama de ser el mejor, el más grande, el
primero.

Nuevamente el desánimo le incitaba ya a una nueva renuncia pues, pasaba el


tiempo y ante su desesperación no conseguía que nadie le diera referencia alguna.
Hasta que un día, en una de las últimas ciudades que le quedaban por visitar se
encontró con un grupo de jóvenes que animadamente iban comentando sobre una
fiesta a la que estaban invitados.
Tal vez, y recordando que fueron unos jóvenes también los que con sus
comentarios le decidieron a emprender la hasta entonces infructuosa búsqueda, o
quizá por una compulsiva intuición se dirigió a ellos preguntándoles por aquel gran
maestro, el más sublime, el mejor, sin duda el primero.

Casi no podía creerlo cuando uno de ellos preguntó a su vez a un compañero:

- ¿No recuerdas que hace mucho tiempo también vino uno preguntando por
ese supuesto maestro?
- Si, y creo que se refiere a Kabir... he oído rumores al respecto.

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- Pues si es a él al que buscas -añadió un tercero- estás de suerte pues
vamos a una fiesta a la que sabemos que él también está invitado. Si
quieres acompáñanos y te lo mostraremos.
- ¿Como? ¿A una fiesta? -pensó- ¿Como puede ser esto... un gran maestro
en una fiesta? Seguro que hay un mal entendido... Pero gracias a que yo
he hecho yoga, zen, conozco el budismo, el sintoísmo... lo veo bien claro
¿como va a ir a una fiesta un maestro? Pero, ya que he llegado hasta
aquí, veamos quien es este tal Kabir.

Cuando llegaron a la lujosa mansión en la que se celebraba la fiesta se


encontró con lo que a sus ojos le pareció poco menos que una orgía palaciega. Ahora
si que ya no tenía ninguna duda de que allí no encontraría maestro alguno... porque,
el que había hecho zen, yoga, sufismo, etc, etc... ¿Cómo podía caer en semejante
error? Por cierto, ¿donde estaba el tal Kabir?

Cuando preguntó por él uno de los jóvenes se disculpó:

- ¡Ah! si, perdona, ...espera a ver... ¡Si! ¿Ves aquel joven que está apoyado
en aquella columna?... Si, aquella junto a la ventana…
- ¿Como? ¿Aquel que está besándose con aquella chica?

Pero ¿como podía alguien creer que el tal Kabir fuera un maestro?

Afortunadamente, él que había hecho zen, yoga, meditado, etc, etc... tenía
sus ideas bien claras respecto a lo que debía ser un maestro. Y por supuesto, el tal
Kabir... ¿en una fiesta de una lujosa mansión y besándose con aquella mujer? ¡Ni por
aproximación!

Era evidente que aquellos jóvenes no comprendían el significado dela palabra


“maestro” y que no habían comprendido, por lo que nuevamente preguntó tratando
de ser más preciso:

- A ver, ¿no sabríais de alguien que... no sé,... que se haya ido a vivir
retirado, que haya dejado todo...?
- Bueno, -interrumpió uno de ellos- ahora que lo dices... recuerdo que mi
padre una vez me comentó que siendo aún joven, un amigo suyo se había
ido a vivir solo en lo más alto de aquella montaña... Si, aquella que se ve al
fondo, por esta ventana. Parece ser que era medio místico o algo
parecido…
- ¡Al fin! -exclamó- ¡Este es el que busco!

Y con una apresurada despedida inició la marcha hacia aquella montaña.

Después de una difícil y fatigosa ascensión alcanzó la cumbre y,


súbitamente se encontró frente a la presencia de un anciano que,

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majestuosamente sentado en una perfecta posición del loto ante la entrada de una
pequeña gruta, estaba sumido en profunda meditación. Con una profunda sensación
de sobrecogimiento, respetuosamente se sentó procurando no perturbarle, en
actitud de reverente espera a pesar de su impaciencia que, iba en aumento a
medida que transcurría el tiempo.

Pero, al fin, aquel anciano al que mil surcos en su rostro y una larga y blanca
barba le conferían un aspecto solemne y venerable, lentamente abrió los ojos.

No pudiendo contener más su impaciencia, empezó a narrarle al anciano las


incidencias de su larga búsqueda. De como gracias a que él había practicado tantas
disciplinas, estudiado diversas filosofías había podido adquirir los conocimientos
precisos para comprender que si había algún gran maestro, el más grande, el
primero sin duda era él ya que tanta era su plenitud que ello le permitía liberarse
de la dependencia del mundo y sus miserias y grandezas…

Mientras se prodigaba en elogios a la maestría del anciano, este iba


adquiriendo una expresión cada vez más triste y apesadumbrada, y cuando ya unas
lágrimas se bifurcaban entre los infinitos y profundos surcos que el tiempo había
cincelado en su rostro, con voz grave que reflejaba un gran pesar le interrumpió:

- “No hijo, no soy yo el gran maestro, y ni mucho menos el más grande, el


primero; sino que, el más grande, el más sabio, es este joven que viste en
aquella fiesta”
- Si, porque yo aún debo apartarme la sociedad y del mundo, huir de él
para tratar de encontrar la paz en mi. En cambio este joven y gran
maestro si puede estar en el mundo sin que el mundo esté en él, esta es
la suprema maestría.

Se cuenta que aquél inquieto buscador fue visto bajando de aquella


montaña dando saltos y aspavientos y con grandes risotadas. Algunos dicen que
era la risa histérica y desenfrenada de aquel que ha perdido la razón.

Más, otros afirman que esta era la risa espontánea, desinhibida, arrolladora
y visceral de aquél que por fin ha comprendido…

El sembrador de dátiles

En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto, se


encontraba el viejo Eliahu de rodillas, al lado de algunas palmeras datileras.

Su vecino Hakim, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a abrevar


sus camellos y vio a Eliahu sudando, mientras parecía cavar en la arena.

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- Que tal anciano? La paz sea contigo.
- Contigo- contesto Eliahu sin dejar su tarea.
- Que haces aquí, con esta temperatura, y esa pala en las manos?
- Siembro- contesto el viejo.
- ¿Qué siembras aquí, Eliahu?
- Dátiles -respondió mientras señalaba a su alrededor el palmeral.
- ¡¡¡Dátiles!!! -repitió el recién llegado, y cerro los ojos como quien escucha
la mayor estupidez.
- El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. Ven, deja esa tarea y
vamos a la tienda a beber una copa de licor.
- No debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos…
- Dime, amigo: Cuantos años tienes?
- No sé... sesenta, setenta, ochenta, no sé... lo he olvidado... pero eso que
importa?
- Mira amigo, las datileras tardan mas de 50 años en crecer y sólo cuando
son palmeras adultas están en condiciones de dar frutos. Yo no estoy
deseándote el mal y lo sabes, ojalá vivas hasta los 101 años, pero tú
sabes que difícilmente puedas llegar a cosechar algo de lo que hoy
siembras. Deja eso y ven conmigo.
- Mira Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó
con probar esos dátiles. Yo siembro hoy, para que otros puedan comer
mañana los dátiles que hoy planto... y aunque solo fuera en honor de aquel
desconocido, vale la pena terminar mi tarea..
- Me has dado una gran lección, Eliahu, déjame que te pague con una bolsa
de monedas esta enseñanza que hoy me diste - y diciendo esto, Hakim le
puso en la mano al viejo una bolsa de cuero.
- Te agradezco tus monedas, amigo. Ya ves, a veces pasa esto: tú me
pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembrara. parecía cierto
y sin embargo, mira, todavía no termino de sembrar y ya coseche una
bolsa de monedas y la gratitud de un amigo.
- Tu sabiduría me asombra, anciano. Esta es la segunda gran lección que
me das hoy y es quizás más importante que la primera. déjame pues que
pague esta lección con otra bolsa de monedas.
- Y a veces pasa esto -siguió el anciano y extendió la mano mirando las dos
bolsas de monedas-: sembré para no cosechar y antes de terminar de
sembrar ya coseche no solo una, sino dos veces.
- Ya basta, viejo, no sigas hablando. Si sigues enseñándome cosas tengo
miedo de que no me alcance toda mi fortuna para pagarte...

Mostrarte que te quiero

Cuentan que una noche, cuando en la casa todos dormían, el pequeño Ernesto
de cinco años se levantó de su cama y fue al cuarto de sus padres. Se paró junto a
la cama del lado de su papá, y tirando de las mantas le despertó.

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- ¿Cuánto ganas, papá? –le preguntó.
- Ehhh… ¿cómo? –preguntó el padre entre sueños.
- Que cuánto ganas en el trabajo.
- Hijo, son las doce de la noche, vete a dormir.
- Sí papi, ya me voy, pero tú ¿cuánto ganas en tu trabajo?

El padre se incorporó en la cama y con un grito ahogado le ordenó:

- ¡Te vas a la cama inmediatamente, esos no son temas para que tu


preguntes!, ¡¡y menos a medianoche!! –y extendió su dedo señalando la
puerta.

Ernesto bajó la cabeza y se fue a su cuarto.

A la mañana siguiente el padre pensó que había sido demasiado severo con
Ernesto y que su curiosidad no merecía tanto reproche. En un intento por
arreglarlo, en la cena el padre decidió contestar al hijo:

- Respecto a la pregunta de anoche, Ernesto, yo tengo un sueldo de 2800


euros pero con los descuentos me quedan unos 2200.
- ¡¡Uhhh!!...cuánto ganas, papi –contestó Ernesto.
- No tanto hijo, hay muchos gastos.
- Ahh…y trabajas muchas horas.
- Sí hijo, muchas horas.
- ¿Cuántas papi?
- Todo el día, hijo, todo el día.
- Ahh –asintió el chico, y siguió- entonces tu tienes mucho dinero ¿no?
- Basta de preguntas, eres muy pequeño para estar hablando de dinero.

Un silencio invadió la sala y callados todos se fueron a dormir.

Esa noche, una nueva visita de Ernesto interrumpió el sueño de sus padres.
Esta vez traía un papel con números garabateados en la mano.

- Papi, ¿tú me puedes prestar cinco euros?


- Ernesto…¡¡son las dos de la mañana!! –se quejó el papá.
- Sí pero, ¿me puedes…

El padre no le permitió terminar la frase.

- Así que éste era el tema por el cual estás preguntando tanto sobre
dinero, mocoso impertinente. Vete inmediatamente a la cama antes de
que te dé con la zapatilla… Fuera de aquí… A tu cama. Vamos.

Una vez más, lloriqueando, Ernesto arrastró los pies hacia la puerta.

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Media hora después, quizás por la conciencia del exceso, quizás por la
mediación de la madre o simplemente porque la culpa no le dejaba dormir, el padre
fue al cuarto de su hijo. Desde la puerta le escuchó llorar casi en silencio.

Se sentó en su cama y le habló.

- Perdóname por haberte gritado, Ernesto, pero son las dos de la


madrugada, toda la gente está durmiendo, no hay ningún negocio abierto,
¿no podías esperar hasta mañana?
- Sí papá –contestó el chico entre sollozos.

El padre metió la mano en su bolsillo y sacó su monedero de donde extrajo


cinco euros. Los dejó en la mesita de noche y le dijo:

- Ahí tienes el dinero que me pediste.

El chico se secó las lágrimas con la sábana y se dirigió a su armario. Sacó


una lata y de la lata unas monedas. Agregó los cinco euros y contó con los dedos
cuánto dinero tenía.

Después cogió el dinero entre las manos y lo puso en la cama frente a su


padre que le miraba sonriendo.

- Ahora sí –dijo Ernesto- me da justo, dieciocho euros con cincuenta


céntimos.
- Muy bien hijo, ¿y que vas a hacer con ese dinero?
- ¿Me vendes una hora de tu tiempo, papi?

Cuando alguien te quiere, lo que hace es ocupar una parte de su vida, de su


tiempo y de su atención en ti.

Del libro "El camino del encuentro" de Jorge Bucay

Vivir como las flores - C.M.G

- ... Maestro, ¿qué debo hacer para no quedarme molesto?... Algunas


personas hablan demasiado, otras son ignorantes. Algunas son
indiferentes. Siento odio por aquellas que son mentirosas y sufro con
aquellas que calumnian.
- ¡Pues, vive como las flores!, advirtió el maestro.
- Y ¿cómo es vivir como las flores?, preguntó el discípulo.

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- Pon atención a esas flores -continuó el maestro, señalando unos lirios que
crecían en el jardín-.
- Ellas nacen en el estiércol, sin embargo son puras y perfumadas. Extraen
del abono maloliente todo aquello que les es útil y saludable, pero no
permiten que lo agrio de la tierra manche la frescura de sus pétalos.
- Es justo angustiarse con las propias culpas, pero no es sabio permitir que
los vicios de los demás te incomoden. Los defectos de ellos son de ellos y
no tuyos. Y si no son tuyos, no hay motivo para molestarse... Ejercita
pues, la virtud de rechazar todo el mal que viene desde afuera y
perfuma la vida de los demás haciendo el bien.
- Esto, es vivir como las flores.

¡Ojalá! Y algún día podamos amar también como las flores., ellas expelen su
fragancia, no solo para los buenos, sino para todo el mundo por igual, sin hacer
ningún tipo de distinción.

Los pavos no vuelan

Un paisano encontró en Catamarca un huevo muy grande. Nunca había visto


nada igual. Y decidió llevarlo a su casa.

- ¿Será de un avestruz? -preguntó a su mujer.


- No. Es demasiado abultado -dijo el abuelo.
- ¿Y si lo rompemos? -propuso el ahijado.
- Es una lástima. Perderíamos una hermosa curiosidad -respondió
cuidadosa la abuela.
- Ante la duda, lo voy a colocar debajo de la pava que está empollando
huevos. Tal vez con el tiempo nazca algo- afirmó el paisano, y así lo hizo.

Cuenta la historia que a los quince días nació un pavito oscuro, grande,
nervioso, que con mucha avidez se comió todo el alimento que encontró a su
alrededor. Luego miró a la madre con vivacidad y le dijo entusiasmado:
- Bueno, ahora vamos a volar.

La pava se sorprendió muchísimo de la proposición de su flamante cría y le


explicó:

- Mira, los pavos no vuelan. Te sienta mal comer deprisa.

Entonces trataron de que el pequeño comiera más despacio, el mejor


alimento y en la medida justa.

El pavito terminaba su almuerzo o cena, su desayuno o merienda y les decía


a sus hermanos:

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- Vamos, muchachos ¡a volar!

Todos los pavos le explicaban entonces otra vez:

- Los pavos no vuelan. A ti te sienta mal la comida.

El pavito empezó a hablar más de comer y menos de volar. Y creció y murió


en la pavada general: ¡pero era un cóndor! Había nacido para volar hasta los 7000
metros. ¡Pero nadie volaba..!

El riesgo de morir en la pavada general es muy grande. ¡Como nadie vuela!

Muchas puertas están abiertas porque nadie las cierra y otras están
cerradas porque nadie las abre.

El miedo al porrazo es terrible. La verdadera protección está en las alturas.


Especialmente cuando hay hambre de elevación y buenas alas.

Las zorras a orillas del río Meandro

Se reunieron un día las zorras a orillas del río Meandro con el fin de calmar
su sed; pero el río estaba muy turbulento, y aunque se estimulaban unas a otras,
ninguna se atrevía a entrar en el río la primera.

Al fin una de ellas habló, y queriendo humillar a las demás, se burlaba de su


cobardía presumiendo de ser ella la más valiente. Así, saltó al agua atrevida e
imprudentemente. Pero la fuerte corriente la arrastró al centro del río, y las
compañeras, siguiéndola desde la orilla le gritaban:

- ¡No nos dejes hermana, vuelve y dinos cómo podremos beber agua sin
peligro!
Pero la imprudente, arrastrada sin remedio alguno, y tratando de ocultar su
cercana muerte, contestó:

- Ahora llevo un mensaje para Mileto; cuando vuelva les enseñaré cómo.

Por lo general, los fanfarrones siempre están al alcance del peligro.

Hace algún un tiempo alguien me preguntó…

Hace tiempo alguien me preguntó... si yo cambiaría algo en mi vida en el caso


de tener la oportunidad de volver a nacer.

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No, contesté. Sin embargo, comencé a pensar…

Si volviera a nacer hablaría menos y escucharía más. Invitaría a mis amigos a


cenar a mi casa aún cuando el mantel estuviera manchado y el sofá algo desteñido.

Dedicaría un tiempo para escuchar a mi abuelo divagar sobre su juventud.


Nunca insistiría en que subieran las ventanillas del auto en un día de verano, sólo
porque mi cabello estuviera recién peinado. Me sentaría en el césped con mis hijos
sin preocuparme de las manchas que éste pudiera dejarme en la ropa. Lloraría y
reiría menos al estar frente al televisor y más frente a la vida. Compartiría más
responsabilidades con mis amigos. Me metería en la cama cuando me sintiera
enferma, en lugar de pretender que el mundo se detuviera sólo por mi falta de
actividad.

En lugar de desear que terminasen de una buena vez los nueve meses de
embarazo, disfrutaría cada momento y entendería que la maravilla que crece
dentro de mí es mi única oportunidad en la vida para ayudar a Dios a realizar un
milagro.

Si mis hijos me besaran impetuosamente nunca les diría: “Más tarde, ahora
lávense las manos para la cena”. Diría más a menudo “te amo” y “lo siento”. Pero más
que cualquier otra cosa, le daría otra oportunidad a la vida, capturaría cada
minuto... no sólo lo vería, sino que realmente lo miraría... lo viviría, y nunca lo
devolvería…

La carpintería

Cuentan que en la carpintería hubo una vez una extraña asamblea. Fue una
reunión de herramientas para arreglar sus diferencias. El martillo ejerció la
presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar. ¿La causa? ¡Hacía
demasiado ruido! Y, además, se pasaba el tiempo golpeando.
El martillo aceptó su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el
tornillo; dijo que había que darle muchas vueltas para que sirviera de algo.

Ante el ataque, el tornillo aceptó también, pero a su vez pidió la expulsión


de la lija. Hizo ver que era muy áspera en su trato y siempre tenía fricciones con
los demás.

Y la lija estuvo de acuerdo, a condición de que fuera expulsado el metro que


siempre se la pasaba midiendo a los demás según su medida, como si fuera el único
perfecto.

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En eso entró el carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo. Utilizó el
martillo, la lija, el metro y el tornillo. Finalmente, la tosca madera inicial se
convirtió en un lindo mueble.

Cuando la carpintería quedó nuevamente sola, la asamblea reanudó la


deliberación.

Fue entonces cuando tomó la palabra el serrucho, y dijo: "Señores, ha


quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con
nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos. Así que no pensemos ya en
nuestros puntos malos y concentrémonos en la utilidad de nuestros puntos buenos".

La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía y


daba fuerza, la lija era especial para afinar y limar asperezas y observaron que el
metro era preciso y exacto.

Se sintieron entonces un equipo capaz.

Es fácil encontrar defectos, cualquier tonto puede hacerlo, encontrar


cualidades es más difícil.

La zorra y el león anciano

Un anciano león, incapaz ya de obtener por su propia fuerza la comida,


decidió hacerlo usando la astucia. Para ello se dirigió a una cueva y se tendió en el
suelo, gimiendo y fingiendo que estaba enfermo. De este modo, cuando los otros
animales pasaban para visitarle, los atrapaba inmediatamente para su comida.

Habían llegado y perecido ya bastantes animales, cuando la zorra, adivinando


cuál era su ardid, se presentó también, y deteniéndose a prudente distancia de la
caverna, preguntó al león cómo le iba con su salud.

- Mal. Contestó el león, invitándole amablemente a entrar.


- Claro que hubiera entrado - le dijo la zorra - si no viera que todas las
huellas entran, pero no hay ninguna que llegara a salir.

Siempre advierte a tiempo los indicios del peligro, y así evitarás que te
dañe.

La tienda de la verdad

El hombre caminaba paseando por aquellas pequeñas callecitas de la ciudad


provinciana. Tenía tiempo y entonces se detenía algunos instantes en cada vidriera,

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en cada negocio, en cada plaza. Al dar vuelta una esquina se encontró de pronto
frente a un modesto local cuya marquesina estaba en blanco, intrigado se acercó a
la vidriera y arrimó la cara al cristal para poder mirar dentro del oscuro
escaparate... en el interior, solamente se veía un atril que sostenía un cartelito
escrito a mano que anunciaba:

TIENDA DE LA VERDAD

El hombre estaba sorprendido. Pensó que era un nombre de fantasía, pero


no pudo imaginar qué vendían.

Entró. Se acercó a la señorita que estaba en el primer mostrador y


preguntó:

- Perdón, ¿esta es la tienda de la verdad?


- Sí, señor, ¿qué tipo de verdad anda buscando: verdad parcial, verdad
relativa, verdad estadística, verdad completa?

Así que aquí vendían verdad. Nunca se había imaginado que esto era posible,
llegar a un lugar y llevarse la verdad, era maravilloso.

- Verdad completa –contestó el hombre sin dudarlo. “Estoy tan cansado de


mentiras y de falsificaciones”, pensó, “no quiero más generalizaciones ni
justificaciones, engaños ni defraudaciones”.
- ¡Verdad plena! –ratificó.
- Bien, señor, sígame.

La señorita acompañó al cliente a otro sector y señalando a un vendedor de


rostro seco, le dijo:

- El señor lo va a atender.

El vendedor se acercó y esperó que el hombre hablara.

- Vengo a comprar la verdad completa.


- Ahá, perdón, ¿el señor sabe el precio?
- No, ¿cuál es? –contestó rutinariamente. En realidad, él sabía que estaba
dispuesto a pagar lo que fuera por toda la verdad.
- Si usted se la lleva –dijo el vendedor— el precio es que nunca más podrá
estar en paz.

Un frío corrió por la espalda del hombre, nunca se había imaginado que el
precio fuera tan grande.

- Gra... gracias, disculpe... –balbuceó.

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Se dio vuelta y salió del negocio mirando al suelo.

Se sintió un poco triste al darse cuenta de que todavía no estaba preparado


para la verdad absoluta, de que todavía necesitaba algunas mentiras donde
encontrar descanso, algunos mitos e idealizaciones en los cuales refugiarse, algunas
justificaciones para no tener que enfrentarse consigo mismo.

- “Quizás más adelante”, pensó....

Es válido que cada uno decida qué precio quiere pagar a cambio de lo que
recibe, y es lógico que cada uno elija el momento para recibir lo que el mundo le
ofrece, sea la verdad o cualquier otro “beneficio”..

Hay un viejo proverbio árabe que dice:

Para poder descargar un cargamento de halvá lo más importantes es tener


recipientes donde guardar el halvá.

Con la sabiduría y con la verdad pasa lo mismo que con el halvá.

El cuento del alacrán

Un maestro oriental que vio cómo un alacrán se estaba ahogando, decidió


sacarlo del agua, pero cuando lo hizo, el alacrán lo picó. Por la reacción al dolor, el
maestro lo soltó, y el animal cayó al agua y de nuevo estaba ahogándose.

El maestro intentó sacarlo otra vez, y otra vez el alacrán lo picó.

Alguien que había observado todo, se acercó al maestro y le dijo:

- Perdone, ¡pero usted es terco!. ¿No entiende que cada vez que intente
sacarlo del agua le picará?

El maestro respondió:

- La naturaleza del alacrán es picar, y eso no va a cambiar la mía, que es


ayudar".

Y entonces, ayudándose de una hoja, el maestro sacó al animalito del agua y


le salvó la vida.

No cambies tu naturaleza si alguien te hace daño; sólo toma precauciones.


Algunos persiguen la felicidad; otros la crean.

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La rosa y el sapo

Había una vez una rosa roja muy hermosa y bella. Le encantaba saber que
era la rosa más bella del jardín. Sin embargo, se daba cuenta de que la gente la veía
de lejos.

Un día se dio cuenta de que al lado de ella siempre había un sapo grande y
oscuro y que era por eso que nadie se acercaba a verla de cerca. Indignada ante lo
descubierto le ordenó al sapo que se fuera de inmediato; el sapo muy obediente
dijo:

- Esta bien, si así lo quieres.

Poco tiempo después el sapo paso por donde estaba la rosa y se sorprendió
al ver la rosa totalmente marchita, sin hojas y sin pétalos. Le dijo entonces:

- Vaya que te ves muy mal. ¿Que te paso?.

La rosa contestó:

- Es que desde que te fuiste las hormigas me han comido día a día, y no he
vuelto a ser la misma.

El sapo solo contestó:

- Pues claro, cuando yo estaba aquí me comía a esas hormigas y por eso
siempre eras la más bella del jardín.

Muchas veces despreciamos a los demás por creer que somos mas que ellos,
mas bellos o simplemente que no nos "sirven" para nada. Nadie sobra en este
mundo, todos tenemos algo especial que hacer, algo que aprender de los demás o
algo que enseñar, y nadie debe despreciar a nadie. No vaya a ser que esa persona
nos haga un bien del cual ni siquiera somos conscientes.
La campana de plata

Se cuenta de un rey que hizo colocar una campana de plata en una torre muy
alta de su palacio, al comenzar su reinado. Él anunció que haría sonar la campana
cada vez que estuviera feliz, para que sus súbditos supieran de su alegría.

La gente esperaba el sonido de la campana de plata, pero esta permanecía


silenciosa. Los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses, y los
meses en años. Pero la campana no sonaba para avisar que el rey era feliz.

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El rey envejeció y finalmente yacía en su lecho de muerte en el palacio. A
medida que algunos de sus llorosos súbditos llegaban para acompañarlo, él
descubrió que su gente realmente le había amado todos estos años.

Finalmente el rey fue feliz. Poco antes de morir, tiró de la cuerda de la


campana de plata, para hacerla sonar.

Piensa en esto "toda una vida de infelicidad, porque él no sabia que era muy
querido y aceptado por sus leales súbditos".

Hay muchas personas que pasan por la vida sin saber que son queridas y
apreciadas por los demás. Quizás son aquellos que están cerca de ti los que
necesitan el calor de saber que alguien piensa en ellos.

Donald Hunger Ford

El zorro, el oso y el león

Habiendo encontrado un león y un oso al mismo tiempo a un cervatillo, se


retaron en combate a ver cual de los dos se quedaba con la presa.

Un zorro que por allí pasaba, viéndolos extenuados por la lucha y con el
cervatillo al medio, se apoderó de éste y corrió pasando tranquilamente entre ellos.

Y tanto el oso como el león, agotados y sin fuerzas para levantarse,


murmuraron:

- ¡Desdichados nosotros!, ¡tanto esfuerzo y tanta lucha para que todo


quedara para el zorro.

Por empeñarnos en no querer compartir, podemos perderlo todo.

Las tres pipas

Una vez un miembro de la tribu se presentó furioso ante su jefe para


informarle que estaba decidido a tomar venganza de un enemigo que lo había
ofendido gravemente. ¡Quería ir inmediatamente y matarlo sin piedad!...

El jefe lo escuchó atentamente y luego le propuso que fuera a hacer lo que


tenía pensado, pero antes de hacerlo llenara su pipa de tabaco y la fumara con
calma al pie del árbol sagrado del pueblo.

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El hombre cargó su pipa y fue a sentarse bajo la copa del gran árbol.

Tardó una hora en terminar la pipa. Luego sacudió las cenizas y decidió
volver a hablar con el jefe para decirle que lo había pensado mejor, que era
excesivo matar a su enemigo pero que si le daría una paliza memorable para que
nunca se olvidara de la ofensa.

Nuevamente el anciano lo escuchó y aprobó su decisión, pero le ordenó que


ya que había cambiado de parecer, llenara otra vez la pipa y fuera a fumarla al
mismo lugar.

También esta vez el hombre cumplió su encargo y pasó media hora


meditando.

Después le pareció excesivo castigar físicamente a su enemigo, pero que iría


a echarle en cara su mala acción y le haría pasar vergüenza delante de todos. Cómo
siempre, fue escuchado con bondad pero el anciano volvió a ordenarle que repitiera
su meditación como lo había hecho las veces anteriores.

El hombre algo molesto pero ya mucho más sereno se dirigió al árbol


centenario y allí sentado fue convirtiendo en humo, su tabaco y su bronca. Cuando
terminó, volvió al jefe y le dijo: "Pensándolo mejor veo que la cosa no es para tanto.
Iré donde me espera mi agresor para darle un abrazo. Así recuperaré un amigo que
seguramente se arrepentirá de lo que ha hecho”.

El jefe le regaló dos cargas de tabaco para que fueran a fumar juntos al pie
del árbol, diciéndole: "Eso es precisamente lo que tenía que pedirte, pero no podía
decírtelo yo; era necesario darte tiempo para que lo descubrieras tu mismo”.

Mamerto Menapace

El pato y la serpiente

A orillas de un estanque, había un pato que decía:


- ¿A qué animal dio el cielo los dones que me ha dado? Soy de agua, tierra
y aire; cuando de andar me canso, si se me antoja, vuelo; si se me antoja,
nado.

Una serpiente astuta, que le estaba escuchando, le llamó con un silbido y le


dijo:

156
- No hay que ser tan arrogante señor pato, pues ni anda como el ciervo, ni
vuela como el halcón, ni nada como el pez; y así tenga sabido que lo
importante y raro no es entender de todo, sino ser diestro en algo.

Tomás de Iriarte

El ratón y la ratonera

Un ratón, mirando por un agujero en la pared vio al granjero y a su esposa


abriendo un paquete. Se quedó pensando qué tipo de comida podía haber allí. Quedó
aterrorizado cuando descubrió que era una ratonera. Fue corriendo al patio de la
Granja a advertir a todos: "Hay una ratonera en la casa, una ratonera en la casa”.

La gallina, que estaba cacareando y escarbando, levanto la cabeza y dijo:

- Discúlpeme Sr. Ratón, yo entiendo que es un gran problema para usted,


más no me perjudica en nada, no me incomoda.

El ratón fue hasta el cordero y le dijo: "Hay una ratonera en la casa, una
ratonera!".

- Discúlpeme Sr. Ratón, más no hay nada que yo pueda hacer, solamente
pedir por usted. Quédese tranquilo que será recordado en mis oraciones.

El ratón se dirigió entonces a la vaca, y la vaca le dijo "Pero acaso, estoy en


peligro? Pienso que no" dijo la vaca. Entonces el ratón volvió a la casa, preocupado y
abatido, para encarar a la ratonera del granjero.

Aquella noche se oyó un gran barullo, como el de una ratonera atrapando su


víctima. La mujer del granjero corrió para ver lo que había atrapado. En la
oscuridad, ella no vio que la ratonera atrapó la cola de una cobra venenosa.

La cobra picó a la mujer.

El granjero la llevó inmediatamente al hospital. Ella volvió con fiebre.

Todo el mundo sabe que para alimentar alguien con fiebre, nada mejor que
una sopa. El granjero agarró su cuchillo y fue a buscar el ingrediente principal: la
gallina. Como la enfermedad de la mujer continuaba, los amigos y vecinos fueron a
visitarla. Para alimentarlos, el granjero mató el cordero. La mujer no mejoró y
acabó muriendo.

El granjero entonces vendió la vaca al matadero para cubrir los gastos del
funeral.

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La próxima vez que escuches que alguien tiene un problema y creas que
como no es tuyo, no le tienes que prestar atención..........piénsalo dos veces.

El roble y la hiedra

Un hombre construyó su casa y la embelleció con un jardín interior. En el


centro plantó un roble. Y el roble creció lentamente. Día a día echaba raíces y
fortalecía su tallo, para convertirlo en tronco, capaz de resistir los vientos y las
tormentas.

Junto a la pared de su casa plantó una hiedra y la hiedra comenzó a


levantarse velozmente. Todos los días extendía sus tentáculos llenos de ventosas, y
se iba alzando adherida a la pared.

Al cabo de un tiempo la hiedra caminaba sobre los tejados. El roble crecía


silenciosa y lentamente.

- ¿Cómo estás, amigo roble?, preguntó una mañana la hiedra


- Bien, mi amiga, contestó el roble.
- Eso dices porque nunca llegaste hasta esta altura -agregó la hiedra con
mucha ironía-. Desde aquí se ve todo tan distinto. A veces me da pena
verte siempre allá en el fondo del patio.
- No te burles, amiga -respondió muy humilde el roble-. Recuerda que lo
importante no es crecer deprisa, sino con firmeza.

Entonces la hiedra lanzó una carcajada burlona.

Y el tiempo siguió su marcha.

El roble creció con su ritmo firme y lento.

Las paredes de la casa envejecieron.


Una fuerte tormenta sacudió con un ciclón la casa y su jardín. Fue una noche
terrible.

El roble se aferró con sus raíces para mantenerse erguido. La hiedra se


aferró con sus ventosas al viejo muro para no ser derribada. La lucha fue dura y
prolongada.

Al amanecer, el dueño de la casa recorrió su jardín, y vio que la hiedra había


sido desprendida de la pared, y estaba enredada sobre sí misma, en el suelo, al pie
del roble. Y el hombre arrancó la hiedra, y la quemó.

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Mientras tanto el roble reflexionaba:

Es mejor crecer sobre raíces propias y crear un tronco fuerte, que ganar
altura con rapidez, colgados de la seguridad de otros.

Torneo de cantos

Una vez llegó a la selva un búho que había estado en cautiverio, le contaba a
todos acerca de las costumbres de los humanos.

Contaba, por ejemplo, que en las ciudades los hombres calificaban a los
artistas por su competencia, a fin de decidir quiénes eran los mejores en cada
disciplina, pintura, dibujo, escultura, canto... La idea de adoptar costumbres
humanas prendió con fuerza entre los animales y quizás por ello se organizó de
inmediato un concurso de canto, en el cual se anotaron rápidamente casi todos los
presentes, desde el jilguero al rinoceronte.

Guiados por el búho, que había aprendido en la ciudad, se decretó que el


concurso se definiría por el voto secreto y universal de todos los concursantes, que
serían de esta manera su propio “jurado”.

Así fue. Todos los animales incluido el hombre pasaron al estrado y cantaron
recibiendo el más o menos intenso aplauso de la audiencia. Luego anotaron su voto
en un papelito y lo colocaron doblado en una gran urna que sostenía el búho.

Cuando llegó el momento del recuento, el búho se subió al improvisado


escenario y flanqueado por dos ancianos monos, abrió la urna para leer y comenzar
el recuento de los votos del “transparente acto eleccionario”, “gala del voto
universal y secreto” y “ejemplo de vocación democrática” (como había escuchado
decir a los políticos en las ciudades).

Uno de los ancianos sacó el primer voto y el búho, ante la emoción general,
gritó:
- ¡El primer voto, hermanos, es para nuestro amigo el burro!

Se produjo un silencio, seguido de algunos tímidos aplausos.

- ¡Segundo voto… burro!


- ¡Tercero... burro!

Los concurrentes comenzaron a mirarse, sorprendidos al principio,


acusadoramente después y por último, cuando proseguían apareciendo votos para el
burro, cada vez más culpables y avergonzados de sus propios votos.

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Todos sabían que no había peor canto que el desastroso rebuzno del equino.
Sin embargo, uno tras otro, los votos lo elegían como el mejor de los cantores.

Y así sucedió que, terminado el escrutinio, quedó decidido por “libre


elección” del “imparcial” jurado, que el desigual y estridente grito del burro era el
ganador:

LA MEJOR VOZ DE LA SELVA Y ALREDEDORES.

El búho explicó después lo sucedido: cada concursante considerándose a sí


mismo el indudable vencedor, había dado su voto al menos calificado de los
concursantes; aquel que no podía representar amenaza alguna a su propia
proclamación.

La votación fue casi unánime. Sólo dos votos no fueron para el burro: el del
propio burro que nada tenía para perder y votó sinceramente por la calandria y el
del hombre que (cómo no), votó por sí mismo.

Estas son las cosas que hace la mezquindad en nuestra sociedad. Cuando nos
sentimos tan necesitados que no hay espacio para otros, cuando nos creemos tan
merecedores que no podemos ver más lejos de nuestro ombligo, cuando nos
imaginamos tan maravillosos que no concebimos otra posibilidad que no sea poseer
lo deseado, entonces muchas veces la vanidad, la miseria, la estupidez, nos vuelve
mezquinos. No egoístas, sino mezquinos... MEZ-QUI-NOS.

J. Bucay

La paz perfecta

Un Rey ofreció un gran premio a aquel artista que pudiera captar en una
pintura la paz perfecta.

Muchos artistas lo intentaron. El rey observó y admiró todas las pinturas,


pero solamente hubo dos que a él realmente le gustaron y tuvo que escoger entre
ellas.

La primera era un lago muy tranquilo. Este lago era un espejo perfecto
donde se reflejaban unas plácidas montañas que lo rodeaban. Sobre éstas se
encontraba un cielo muy azul con tenues nubes blancas. Todos los que miraron esta
pintura pensaron que ésta reflejaba la paz perfecta.

La segunda pintura también tenía montañas. Pero éstas eran escabrosas y


descubiertas. Sobre ellas había un cielo furioso del cual caía un impetuoso
aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo parecía retumbar un espumoso

160
torrente de agua. Todo esto no se revelaba para nada pacífico. Pero cuando el Rey
observó cuidadosamente, él miró tras la cascada un delicado arbusto creciendo en
una grieta de la roca.

En este arbusto se encontraba un nido. Allí, en medio del rugir de la violenta


caída de agua, estaba sentado plácidamente un pajarito en el medio de su nido...

Paz perfecta ¿Cuál crees que fue la pintura ganadora?

El Rey escogió la segunda. ¿Sabes por qué? "Porque," explicaba el Rey, "Paz
no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin trabajo duro o sin dolor.
Paz significa que a pesar de estar en medio de todas estas cosas permanezcamos
calmados dentro de nuestro corazón”.

“Este es el verdadero significado de la paz.”

Una historia para meditar

Esta es la historia de un muchachito que tenia muy mal carácter. Su padre le


dio una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que perdiera la paciencia, debería
clavar un clavo detrás de la puerta.

El primer día, el muchacho clavo 37 clavos detrás de la puerta. Las semanas


que siguieron, a medida que el aprendía a controlar su genio, clavaba cada vez
menos clavos detrás de la puerta.

Descubrió que era más fácil controlar su genio que clavar clavos detrás de
la puerta. Llego el día en que pudo controlar su carácter durante todo el día.

Después de informar a su padre, este le sugirió que retirara un clavo cada


día que lograra controlar su carácter.

Los días pasaron y el joven pudo finalmente anunciar a su padre que no


quedaban más clavos para retirar de la puerta.

Su padre le cogió de la mano y le llevo hasta la puerta. Le dijo: "has


trabajado duro, hijo mío, pero mira todos esos agujeros en la puerta. Nunca más
será la misma. Cada vez que tu pierdes la paciencia, dejas cicatrices exactamente
como las que aquí ves." Tú puedes insultar a alguien y retirar lo dicho, pero lo que le
hayas dicho le hará daño, y la cicatriz perdurará para siempre”.

Una ofensa verbal es tan dañina como una ofensa física.

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El príncipe chino

Se cuenta que allá para el año 250 A.C., en la antigua China, un príncipe de la
región norte del país estaba por ser coronado emperador, pero de acuerdo con la
ley, él debía casarse. Sabiendo esto, él decidió hacer una competición entre las
muchachas de la corte para ver quién sería digna de su propuesta. Al día siguiente,
el príncipe anunció que recibiría en una celebración especial a todas las
pretendientes y lanzaría un desafío.

Una anciana que servía en el palacio hacía muchos años, escuchó los
comentarios sobre los preparativos. Sintió una leve tristeza porque sabía que su
joven hija tenía un sentimiento profundo de amor por el príncipe. Al llegar a la casa
y contar los hechos a la joven, se asombró al saber que ella quería ir a la
celebración.

Sin poder creerlo le preguntó:

- ¿Hija mía, que vas a hacer allí? Todas las muchachas más bellas y ricas
de la corte estarán allí. Sácate esa idea insensata de la cabeza. Sé que
debes estar sufriendo, pero no hagas que el sufrimiento se vuelva locura.
- No, querida madre, no estoy sufriendo y tampoco estoy loca. Yo sé que
jamás seré escogida, pero es mi oportunidad de estar por lo menos por
algunos momentos cerca del príncipe. Esto me hará feliz.

Por la noche la joven llegó al palacio. Allí estaban todas las muchachas más
bellas, con las más bellas ropas, con las más bellas joyas y con las más
determinadas intenciones. Entonces, finalmente, el príncipe anunció el desafío.

- Daré a cada una de ustedes una semilla. Aquella que me traiga la flor más
bella dentro de seis meses será escogida por mí, esposa y futura
emperatriz de China.

La propuesta del príncipe seguía las tradiciones de aquel pueblo, que


valoraba mucho la especialidad de cultivar algo, sean: costumbres, amistades,
relaciones, etc. El tiempo pasó y la dulce joven, como no tenía mucha habilidad en
las artes de la jardinería, cuidaba con mucha paciencia y ternura de su semilla,
pues sabía que si la belleza de la flor surgía como su amor, no tendría que
preocuparse con el resultado. Pasaron tres meses y nada brotó. La joven intentó
todos los métodos que conocía pero nada había nacido. Día tras día veía más lejos
su sueño, pero su amor era más profundo. Por fin, pasaron los seis meses y nada
había brotado. Consciente de su esfuerzo y dedicación la muchacha le comunicó a
su madre que sin importar las circunstancias ella regresaría al palacio en la fecha y
hora acordadas sólo para estar cerca del príncipe por unos momentos.

162
En la hora señalada estaba allí, con su vaso vacío. Todas las otras
pretendientes tenían una flor, cada una más bella que la otra, de las más variadas
formas y colores. Ella estaba admirada. Nunca había visto una escena tan bella.

Finalmente, llegó el momento esperado y el príncipe observó a cada una de


las pretendientes con mucho cuidado y atención. Después de pasar por todas, una a
una, anunció su resultado. Aquella bella joven con su vaso vacío sería su futura
esposa. Todos los presentes tuvieron las más inesperadas reacciones. Nadie
entendía por qué él había escogido justamente a aquella que no había cultivado
nada. Entonces, con calma el príncipe explicó:

- Esta fue la única que cultivó la flor que la hizo digna de convertirse en
emperatriz: la flor de la honestidad. Todas las semillas que entregué
eran estériles.

En busca de la pareja perfecta

Érase una vez una muchacha de nombre Nadia cuya belleza atraía a todos
los hombres que la conocían. A pesar de ello, Nadia se sentía sola. Tras la alegría
del primer encuentro con sus pretendientes, les encontraba defectos. Entonces,
sentía que su amor se marchitaba y seguía anhelando su ideal de pareja perfecta.

Un día, Nadia oyó hablar de un sabio que a todos conmovía con sus palabras.
Aquella noche, decidió consultarle su problema. "Tal vez,-se decía- me pondrá en el
camino de ese hombre ideal que sueño". A la mañana siguiente, llegó hasta él y, tras
exponerle su mala suerte le dijo:

- Necesito hallar la pareja perfecta. ¿Qué podéis decirme? Una persona


como usted, sin duda, habrá encontrado la pareja perfecta.

Aquel anciano, mirando a Nadia con brillo intenso en sus ojos, le dijo:

- Pasé mi juventud buscando a la mujer perfecta. En Egipto, encontré a


una mujer bella e inteligente, pero era muy inconstante y egoísta. En
Persia, conocí a una mujer que tenía un alma buena y generosa, pero no
teníamos aficiones en común.... Y así una mujer tras otra. Al principio, me
parecía haber logrado el gran encuentro, pero, pasado un tiempo,
descubría que faltaba algo que mi alma anhelaba. Fueron transcurriendo
los años hasta que, de pronto, un día.... -dijo el anciano haciendo una
emocionada pausa- la vi resplandeciente y bella. Allí estaba la mujer que
yo había buscado toda mi vida.
- ¿Y qué pasó? ¿Te casaste con ella? -replicó entusiasmada la joven Nadia.
- Al final... la unión no pudo llevarse a cabo.
- ¿Por qué?, ¿por qué?.

163
- Porque al parecer -le dijo el anciano con un gran brillo en sus ojos - ella
buscaba la pareja perfecta.

Lo bueno de ser sordo

Había una vez una carrera.... ¡de sapos!; el objetivo era llegar a lo alto de una
gran torre.

Había en el lugar una gran multitud de gente gritando.

Comenzó la competición, pero como la multitud no creía que pudieran


alcanzar la cima de aquella torre, lo que más se escuchaba era:

- ¡¡¡Que pena!!! , esos sapos no lo van a conseguir... no lo van a conseguir.

Los sapitos comenzaron a desistir, pero había uno que persistía y


continuaba subiendo en busca de la cima.

La multitud continuaba gritando:

- ¡¡¡que pena!!! , no lo van a conseguir.

Y los sapitos estaban dándose por vencidos, salvo por aquel sapito que
seguía y seguía tranquilo y ahora cada vez con más y más fuerza.

Cuando estaban llegando el final de la competición todos desistieron, menos


ese sapito que curiosamente en contra de todos, seguía. Finalmente llegó a la cima
con todo su esfuerzo.

Los otros querían saber cómo había hecho para concluir la prueba y un
sapito fue a preguntárselo.

Y descubrieron que era sordo.

No permitas que personas con el pésimo hábito de ser negativas derrumben


las mejores y más sabias esperanzas de tu corazón. Recuerda siempre el poder que
tienen las palabras que escuchas; por lo tanto, preocúpate siempre por ser
POSITIVO.

Resumiendo. Sé siempre "sordo" cuando alguien te dice que no puedes


realizar tus sueños.

Las reflexiones de Pablo

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¡Hola! Me llamo Pablo, tengo un año y medio de edad, aunque no sé que
significa eso. Lo que sí sé es lo que siento cuando se me cae el sonajero, cuando
entre las sábanas se me pierde mi osito de peluche. Es tal mi desesperación que
lloro y grito muy fuerte para que mis padres me oigan y acudan en mi auxilio. ¡Qué
angustia! Esos sí son problemas delicados.

¡Hola! Soy Pablo, tengo siete años y me gusta jugar al fútbol. El mes pasado
saqué un 10 en matemáticas y adivinen que me compraron: un balón de reglamento.
Yo era el niño más feliz del mundo. Todo era felicidad hasta hoy, porque mi balón
se ha roto y mi madre me ha dicho que no va a volver a comprarme otro porque no
sé cuidarlo. ¡Qué angustia! Esos sí son problemas complicados.

¡Hola!, ¿qué tal? tengo 14 años, me llamo Pablo Sierra. Alguna vez se han
parado a pensar “¿quien soy yo?”, “¿por qué nací aquí?”, “¿qué será de mi futuro?”,
“¿Porqué soy yo y no tú?”. En realidad me doy cuenta que con tantas cosas en que
pensar, la vida se va haciendo más difícil y de que francamente es imposible
descifrar los enigmas de la vida. ¡Qué angustia!, estos si son problemas
complicados.

¡Hola! ¿Cómo estás? Me llamo Pablo y voy cumplir la grandiosa cantidad de


18 años. Suspendí cuatro asignaturas y creo que estoy perdido. Soy un fracaso, no
sirvo para nada. No quiero pensar en la mirada de mi padre cuando vea mis notas.
Sus ojos van a parecer los de un león furioso. Y eso no es todo: creo que lo que me
tiene peor es esa chica que conocí hace un tiempo. Creo que estoy enamorado de
ella, pero ni me mira. No sé que hacer, no sé que decir, no sé como actuar. Esta vida
no vale nada ¡cómo me gustaría ser niño otra vez, volver a tener esa edad en que
uno no tiene problemas! ¡Qué angustia! esos sí son problemas complicados.

Buenas tardes, soy Pablo Sierra, licenciado en derecho. La empresa donde


trabajo no me paga lo que en realidad me merezco. He estudiado toda una vida ¿y
esto es lo que recibo? ¡No es posible! Con esta crisis que nos ahoga a todos y con
este gobierno corrupto que tenemos, me estoy hundiendo en la desesperanza. Ya no
soy tan feliz como cuando era adolescente; entonces no tenía preocupaciones, no
tenía responsabilidades. ¿Qué problemas podía tener? Tenía casa, comida, ropa,
todo resuelto. Mi única obligación era estudiar, les diré una cosa: prepárense para
el futuro porque está lleno de problemas complicados. ¡Qué angustia!

Mucho gusto, soy Pablo Sierra Rivas, Doctor en Derecho. Soy padre de
familia. No es fácil serlo, aunque de mis hijos no me puedo quejar. A la que no
soporto es a mi esposa. No es la misma que conocí hace 18 años. ¡Bendita edad! Se
construyen castillos en el aire, se sueña con ser millonario, famoso, o con triunfar
en una carrera profesional. Ahora todo es diferente; la vida es más dura de lo que
parece en realidad y estoy sintiendo una gran angustia al no poder hacer nada por
cambiarla. Definitivamente, estos sí son problemas complicados.

165
¡Ya soy abuelo! Mi nieto se llama Pablo, como yo. Gracias a Dios nació
saludable. ¡Qué suerte tendría si pudiera disfrutarlo con salud! Si yo la tuviera,
sería el hombre más feliz del mundo, haría tantas cosas que no puedo hacer...
Caminaría por el parque de la mano de esa bendita mujer que tengo desde hace más
de 40 años, jugaría con mi nieto a la pelota, viajaría de vez en cuando con el dinero
que logré ahorrar y que ahora se me va en medicinas. ¡Qué lástima que la vida sea
tan angustiosa y esté llena de problemas!

¿Qué pasa? No sé donde estoy. Sólo veo una luz, el resto es oscuridad. Hace
un tiempo dejé de vivir, pero sigo existiendo. Tarde me di cuenta de que la vida es
más sencilla de lo que parece, de que en realidad estuve muerto en vida,
quejándome de todo, sintiendo que la vida era sufrimiento. No entiendo porque me
preocupaba por un sonajero o por una pelota rota. ¡Qué importaba que suspendiera
cuatro asignaturas o todas las materias! ¿Por qué le tenía miedo a esa chica que
llegó a ser mi esposa y que sólo de viejo supe valorar? ¿A quién diablos le importa
el costo de la vida o el gobierno? ¿Por qué me preocupaba tanto por mi salud
cuando en realidad podía haber disfrutado de muchas cosas de todos modos?
Lo más importante era que estaba vivo, tenía sueños y esperanzas. Yo mismo me
impuse el peor castigo: No vivir la vida. Tarde me di cuenta de que en realidad no
existen los problemas complicados; tarde me di cuenta de que el secreto de una
vida plena es vivir intensamente cada momento; tarde me di cuenta de que el
secreto es aprovechar cada día y ser feliz con lo que se tiene.

Una sola oportunidad

Un hombre recibió una noche la visita de un ángel. Quien le comunico que le


esperaba un futuro fabuloso: Se le daría la oportunidad de hacerse rico. De lograr
una posición importante y respetada dentro de la comunidad y de casarse con una
mujer muy hermosa.

Ese hombre se pasó la vida esperando que los milagros prometidos llegasen,
pero nunca lo hicieron, así que al final murió solo y pobre. Cuando llego a las puertas
del cielo vio al ángel que le había visitado tiempo atrás y protestó: "me prometiste
riqueza, una buena posición social y una bella esposa. ¡Me he pasado la vida
esperando en vano!

Yo no hice esa promesa, replico el ángel, "te prometí la oportunidad de


riqueza, una buena posición social y una esposa hermosa".

El hombre estaba realmente intrigado. "No entiendo lo que quieres decir"


confesó.

166
“¿Recuerdas que una vez tuviste la idea de montar un negocio, pero el miedo
al fracaso te detuvo y nunca lo pusiste en práctica?” El hombre asintió con un
gesto. “Al no decidirte unos años más tarde se le dio la idea a otro hombre que no
permitió que el miedo al fracaso le impidiera ponerla en practica, recordarás que se
convirtió en uno de los hombres más ricos del reino”.

También recordarás, prosiguió el ángel “En aquella ocasión, en que un


terremoto asoló la ciudad, derrumbó muchos edificios y miles de personas
quedaron atrapadas en ellos. En aquella ocasión tuviste la oportunidad de ayudar a
encontrar y rescatar a los supervivientes, pero no quisiste dejar tu hogar solo por
miedo a que los muchos saqueadores que había te robasen tus pertenencias: así que
ignoraste la petición de ayuda y te quedaste en casa”, el hombre asintió con
vergüenza.

“Esa fue tu gran oportunidad de salvarle la vida a cientos de personas, con


lo que hubieras ganado el respeto de todos ellos” continuó el ángel, por último
¿recuerdas aquella hermosa mujer pelirroja, que te había atraído tanto? La creías
incomparable a cualquier otra y nunca conociste a nadie igual. Sin embargo,
pensaste que tal mujer no se casaría con alguien como tú y para evitar el rechazo,
nunca llegaste a proponérselo”.

El hombre volvió a asentir, pero ahora las lágrimas rodaban por sus mejillas,
“si, amigo mío, ella podría haber sido tu esposa" dijo el ángel ". Y con ella se te
hubiera otorgado la bendición de tener sanos y hermosos hijos y multiplicar la
felicidad en tu vida”.

A todos se nos ofrecen a diario muchas oportunidades, pero muy a menudo,


como el hombre de la historia, las dejamos pasar por nuestros temores e
inseguridades.
Pero tenemos una ventaja sobre el hombre del cuento... “AÚN ESTAMOS VIVOS”.

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