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Así se fraguó muerte de curas, EL

TIEMPO reconstruye el homicidio


Por: REDACCIÓN JUSTICIA Y VIDA DE HOY | 10:29 p.m. | 18 de Febrero
del 2012

Los padres Rafael Reátiga (izquierda) y Richard Píffano eran tan unidos que en algunas ocasiones, como
bautizos y primeras comuniones, celebraban la Eucaristía juntos.
Foto: Archivo particular.
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Los sacerdotes, tras ser inseparables durante 20 años,


pagaron a sicarios para que los mataran.
Durante casi 15 minutos, los sacerdotes Rafael Reátiga y Richard Píffano
llevaron la muerte a sus espaldas. Los curas, que según la Fiscalía pagaron 15
millones de pesos para ser asesinados, recogieron a sus verdugos en un
Chevrolet Aveo negro y se dirigieron hacia el lugar en el que sellarían su pacto
de muerte. (La vida secreta del padre Rafael Reátiga)
Sobre las 7 de la noche del 26 de enero del 2011, los sacerdotes se reunieron con
los sicarios en la avenida Ciudad de Cali con avenida Villavicencio, en el
suroccidente de Bogotá, y se desplazaron con ellos hasta un paraje oscuro y
solitario de Kennedy, donde se produjo el crimen.
Con sofisticados seguimientos a la actividad de sus celulares, los investigadores
lograron establecer que los religiosos y los asesinos estuvieron en el mismo sitio
a la misma hora.
Muertes rápidas, sin dolor y simultáneas. Esa habría sido la instrucción que
Reátiga y Píffano les dieron a sus victimarios, contratados un día antes para que
cumplieran su última voluntad. De acuerdo con la tesis de los detectives, los
sacerdotes entregaron sus celulares, billeteras y otros objetos personales a los
dos sicarios, y minutos después recibieron impactos de bala en la cabeza.
Los forenses dicen que la trayectoria de los proyectiles evidencia que los cinco
disparos que ocasionaron las muertes se hicieron a corta distancia, desde las
sillas posteriores del carro del padre Rafael.
Ese fue el trágico desenlace del pacto mortal que EL TIEMPO reveló el martes y
que estremeció al país. El crimen, que en un comienzo parecía un atraco a dos
queridos líderes católicos del sur de la capital, era en realidad el resultado de un
plan fraguado por ellos mismos.
El vehículo, en el que los párrocos -según la Fiscalía- habrían intentado lanzarse
una semana antes a un abismo de la vía Bucaramanga-San Gil, quedó prendido
y con las luces encendidas. Al parecer, las víctimas apenas tuvieron tiempo de
hacer una oración antes de que dos de las cuatro personas que habrían
participado en el crimen dispararan sus armas.
Uno sostenía en sus manos una camándula y el otro, la estampita de un santo,
halladas en el levantamiento de los cadáveres. Junto al timón había un rosario.
Un carné de Reátiga, refundido en la guantera, dio pistas sobre sus identidades.
Los sicarios, Gildardo Peñate, alias 'Gavilán', y otro hombre que no ha sido
capturado, escaparon en un vehículo, presuntamente conducido por una mujer.
El otro pistolero huyó en una motocicleta manejada por Isidro Castiblanco,
'Gallero', quien aceptó su participación en el crimen y ha sido clave para
aclararlo.
Las últimas horas
El día de su muerte, los sacerdotes se levantaron temprano, como de costumbre,
y tras cumplir compromisos en sus respectivas parroquias, el padre Rafael
recogió al padre Richard y juntos se dirigieron a un banco.
De allí se llevaron un cheque de gerencia por seis millones y medio de pesos,
que el padre Richard dejó en la caja fuerte de su despacho, para reponer la plata
de la Asociación de Padres del colegio San Juan de la Cruz que había sacado días
antes para completar el pago acordado con los sicarios (15 millones, aunque
inicialmente los asesinos pidieron 25 millones).
En la investigación del CTI de la Fiscalía hay registros de las llamadas que
hicieron a sus parroquias para avisar que no podrían llegar al resto de las
ceremonias del día.
El detonante de la decisión de acabar con sus vidas habría sido el diagnóstico
que recibió el padre Rafael en octubre del 2010: era portador del VIH. Dos
meses después, los médicos le informaron que también tenía sífilis.
Según la Fiscalía, Reátiga habría decidido entonces matarse y le habría
propuesto al padre Richard, su inseparable amigo, que lo acompañara.
Los sacerdotes llegaron a los sicarios por 'Gallero', a quien el padre Rafael
conoció en una calle cercana a su parroquia. El sacerdote notó que el jardinero y
vendedor de bonsáis tenía un revólver y, luego de conversar con él unos
minutos, le dijo que estaba buscando un escolta armado.
El 25 de enero del año pasado los curas y los asesinos se reunieron dos veces. El
primer encuentro tuvo lugar en un local del centro comercial Centro Mayor,
donde 'Gallero' les presentó a uno de los sicarios, al que le revelaron su
verdadero propósito. Aunque en un comienzo no hablaron de la identidad de las
personas que debían ser asesinadas, luego de compartir dos gaseosas y cuatro
cervezas terminaron por reconocer que eran ellos mismos.
Según el relato de 'Gallero' a la Fiscalía, el matón y él se sorprendieron con la
propuesta de los padres, quienes no dieron mayores explicaciones sobre su
decisión y se limitaron a decir que ya habían fracasado en al menos un intento
de suicidio.
Tres horas después, en un puente peatonal del centro de la ciudad, cerraron el
negocio, que el abogado de uno de los acusados calificó de un "suicidio asistido".
Las pistas
Los sicarios, que hacían parte de una organización criminal, cometieron un
tremendo error: usar los celulares de los sacerdotes días después de la muerte.
La captura de 'Gallero', a quien la Fiscalía le imputó el cargo de homicidio, por
el que podría pagar 30 años de cárcel, aportó un testigo que ratificaba la
hipótesis que empezaban a manejar sobre los hechos que rodearon el crimen.
'Gallero' dijo que solo sirvió de intermediario entre 'Gavilán' y los sacerdotes.
Por esa labor recibió cuatro millones de pesos en billetes de 50.000. En el
expediente del caso hay una fotografía tomada por uno de los homicidas, quien
después del crimen celebra contando el dinero. La Fiscalía tiene, además, el
testimonio de un menor que reconoció a uno de los sicarios, a quien se le cayó el
casco cuando intentaba huir en una moto roja del sitio del crimen.
Antes de morir, los sacerdotes pusieron al día sus asuntos. El padre Richard
dejó un inventario de todos sus bienes y los de la iglesia, mientras el padre
Rafael transfirió a su mamá unos CDT.
El plan fue tan elaborado que, la noche anterior al crimen, el padre Rafael le
entregó a la corista de su parroquia un listado de canciones que le gustarían
para su entierro, incluida Más allá del sol, que habla de las tentaciones: "Yo voy
caminando, pruebas me rodean y hay tentación, pero Jesucristo, que me está
probando, llevaráme salvo hasta su mansión".
Un crimen casi perfecto
Días después del crimen, los sabuesos de la Fiscalía obtuvieron los números de
celular de los sacerdotes y empezaron a rastrear los aparatos. Mediante una
sofisticada triangulación de la señal de los teléfonos y las tarjetas SIM, los
investigadores descubrieron que una línea diferente estaba usando el móvil del
padre Rafael. Allí empezó a aclararse lo que parecía el crimen perfecto. La línea
era usada por 'Gavilán' para cuadrar sus negocios ilegales. Los detectives
empezaron a escuchar conversaciones sobre tráfico de armas, municiones y
moneda falsa. Tras casi seis meses de interceptación, uno de los sicarios fue
ubicado en su casa en el sector de Patio Bonito. Allí encontraron dos armas y el
celular del padre Rafael. Además se logró la captura de ocho integrantes de la
red, que estafaban incautos con la promesa de que con un proceso químico y
papel podían duplicar el dinero invertido.
Mediante un detallado estudio técnico a las antenas celulares de Bogotá, se
logró ubicar en el sitio del crimen las señales de los teléfonos de 'Gavilán',
'Gallero' y los religiosos. Mapas electrónicos permitieron identificar esas
mismas señales en los puntos en los que se negoció la muerte de los curas.
Incluso, minutos después del asesinato se ve cómo los teléfonos de los
sacerdotes se alejan del sitio del crimen: los aparatos ya se encontraban en
poder de uno de los cómplices del homicidio.
Era el ecónomo de la iglesia
Al sucesor del padre rafael le hicieron atentados
El padre Rafael Reátiga era el ecónomo de la Arquidiócesis de Soacha. Manejaba
los aportes de 33 iglesias de la zona, unos 200 millones de pesos anuales, algo
que le generó diferencias con varios sacerdotes y supuestas amenazas y
extorsiones en el barrio. "La gente pensaba que manejaba 'millonadas', pero no
era así. Lo único que tenía un presupuesto alto era el colegio Benedicto XVI
(unos 1.200 millones), pero eso no lo manejaba Rafael", dijo un sacerdote
amigo.
Según el padre José Eduard Pizo, quien reemplazó a Rafael en la parroquia de
Soacha, después del asesinato del sacerdote notó que le faltaba dinero. "Parece
que en su cuenta personal guardaba los dineros de la iglesia", agrega el
sacerdote.
El padre Raúl Aldana Triana, que fue nombrado ecónomo de la Arquidiócesis en
reemplazo del padre Rafael, dijo que, tres meses después de la muerte de
Reátiga, le dejaron unos explosivos en frente de su apartamento. Y que, el 11 de
septiembre del año pasado, le hicieron otro atentado. "Fue a las 5:10 a.m. Un
tipo en una bicicleta paró frente a mi ventana y disparó con un arma de fuego.
Por fortuna, todavía estaba durmiendo y no me pasó nada", dijo el padre, que no
sabe si estos atentados tienen alguna relación con el caso del padre Reátiga.
Redacción Justicia y Vida de Hoy.
¡Mátame!

Richard Píffano, de 37 años, y Rafael Reátiga, de 36, habrían contratado por 15


millones de pesos su propio homicidio. En la „Biblia‟ del primero estaba subrayado
el texto Eclesiastés 7, 16: “No seas demasiado justo ni tampoco demasiado sabio,
para qué destruirte a ti mismo, no hay que pasarse de malo ni portarse como un
necio. ¿Para qué morir antes de tu tiempo?”.

JUDICIAL¿Cómo logró el CTI de la Fiscalía establecer que dos sacerdotes


pagaron a unos sicarios para que los asesinaran? Detalles desconocidos de
un crimen sin antecedentes.
Sábado 18 Febrero 2012

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Hace un año el país se estremeció con la noticia de que dos sacerdotes habían sido
asesinados en el occidente de Bogotá. Se trataba de Rafael Reátiga (dos balazos de
revólver calibre 38 en el cráneo) y Richard Píffano (tres impactos de munición 7.65 en la
cabeza y en el cuello). Era el 26 de febrero de 2011. Los humildes habitantes del barrio El
Triunfo, en Ciudad Kennedy, dieron aviso a las autoridades de la balacera y de un carro
abandonado junto a un caño.

Poco antes de las nueve de la noche el Cuerpo Técnico de Investigación (CTI) llegó al
lugar. Los investigadores encontraron un sedán Chevrolet Aveo con el motor, las luces y el
radio encendidos. La puerta trasera del costado derecho estaba abierta. En su interior
yacían acribillados los párrocos en traje de civil. Reátiga ocupaba el asiento del conductor
y a su derecha estaba Píffano, quien tenía en sus manos una camándula. Ambos parecían
haber expirado mientras oraban.

El hecho produjo consternación, en particular en Soacha y Kennedy, donde los curas eran
capellanes. La Conferencia Episcopal de Colombia repudió el crimen, pidió justicia y
recordó que 74 sacerdotes habían sido asesinados en el país desde 1984. La Policía
ofreció una recompensa. Todo ello hizo que el caso se apreciara mucho más que un
crimen común y fue así como cayó en manos de una fiscal de la Unidad Nacional
Antiterrorismo.

Se trataba de Ana Patricia Larrota, quien conformó un grupo de investigación especial. Lo


primero que hicieron fue inspeccionar minuciosamente el carro en busca de huellas y más
rastros, luego lo llevaron a la escena del crimen y reconstruyeron lo ocurrido con la
máxima exactitud posible. Ubicaron el vehículo en el lugar y la hora de los hechos. En la
reconstrucción de la escena participaron balísticos, topógrafos, perfiladores y fotógrafos.
También recogieron testimonios.

"Determinamos la dinámica de los hechos. El sitio del crimen sugería un posible


conocimiento del lugar por parte de los agresores. Se obtuvo que participaron dos
homicidas, uno de ellos, zurdo, actuó sentado en la parte de atrás del carro desde donde
accionó el arma. La posición de los cuerpos nos sugirió que los curas habían estado en
oración justo antes o durante los disparos. Nos llamó la atención que no fue un robo ni
hubo forcejeo. Entendimos que se trataba de una ejecución. Era un caso evidente de
sicariato, pero, ¿por qué?", le dijo a SEMANA uno de los investigadores.

A partir de entonces la misión avanzó en dos sentidos: construir un perfil amplio de las
víctimas para identificar de dónde provino la amenaza y seguir el rastro de sus teléfonos
celulares, los únicos elementos que se llevaron los homicidas.

"Los celulares no estaban. Quizá los delincuentes calcularon que era mejor llevarse esa
evidencia que los podía vincular con los sacerdotes". Averiguaron los números de las
líneas de telefonía celular de los sacerdotes y el tipo de aparato que usaban. "El análisis
de la escena nos indica que los sicarios eran tipos de clase media baja, tener un teléfono
de ese tipo (gama alta) es todo un lujo, no iban a deshacerse de elementos como esos,
seguramente los conservarían. Ese fue su error. Así comenzó la cacería electrónica".
Mediante la compañía operadora obtuvieron los códigos de matrícula de los aparatos
(Imei) así como los de las tarjetas (sim card). Y de esta forma pudieron rastrear
satelitalmente los primeros e interceptaron las segundas.

Al mismo tiempo, los investigadores empezaron a entrevistar a familiares y conocidos para


establecer quiénes eran los sacerdotes. El análisis de diversas fotos indicó que el padre
Rafael no era un cura convencional: aparecía "demasiado alegre", bebiendo cerveza en
bares. También encontraron que los dos sacerdotes eran muy unidos: estudiaron juntos,
se ordenaron juntos, nunca perdieron contacto y casi a manera de ritual se encontraban un
día a la semana.

Al cruzar los números de las llamadas hechas por los sacerdotes en sus últimos días de
vida con las que hacían quienes se llevaron sus teléfonos, los agentes del CTI encontraron
que, en uno y otro caso, había llamadas a los mismos números. La ubicación de los
aparatos, seguidos por satélite, indicaba además que estaban cerca uno de otro, y la zona
donde estaban coincidía con el lugar a donde se dirigieron algunas de las últimas llamadas
hechas por los sacerdotes.

Lo que escuchaban los investigadores a través de las líneas interceptadas daba cuenta de
dos individuos integrantes de una banda de estafadores y falsificación de dinero. Cuando
acumularon suficiente evidencia llamaron a declarar a uno de los interceptados: Isidro
Castiblanco, más conocido como Gallero.

Castilbanco, de 42 años, quien dice ser jardinero, atendió la citación y confesó que tenía
que ver con la muerte de los sacerdotes. Dijo que no podía más con el peso de su
conciencia y reveló algo que dejó estupefactos a los investigadores: los propios religiosos
fueron quienes le pidieron contactar a unos sicarios para que los mataran.

Gallero contó que el pacto de muerte se cerró el mismo día del homicidio a cambio de 15
millones de pesos que recibió Gilberto Peñate, alias Gavilán, quien sería uno de los
gatilleros. La razón para contratar su propia muerte era que padecían una enfermedad
terminal y no querían que las familias sufrieran. Gallero aseguró que los religiosos dijeron
que habían fracasado en el intento de suicidarse aparentando un choque fatal en el Cañón
del Chicamocha, Santander. La confesión era tan increíble que los investigadores
sospecharon que Gallero buscaba proteger a alguien.

Pero a medida que hacían verificaciones el testimonio se fortalecía. Con la historia clínica
se pudo establecer que al padre Reátiga le habían diagnosticado sida y que su salud venía
en franco deterioro. El dictamen se confirmó con el testimonio de una médica y con el
análisis de muestras de sangre que se conservaban en Medicina Legal. Una serie de
testimonios revelaron que el sacerdote frecuentaba bares gay. Su foto fue identificada por
varias personas que trabajan en esos lugares. Los sacerdotes viajaron juntos por tierra a
Santander -pasando por el Chicamocha- para visitar a su familia. Se estableció también
que poco antes de morir el mismo cura había trasladado varios CDT a nombre de su
madre Helena Rojas de Reátiga. Varios feligreses dijeron que les pidió orar mucho por él.
Liliana Otálora, madrina de ordenación del padre, dijo que la última vez que habló con él,
el 19 de enero de 2011, el religioso le dijo que a él le gustaría "morir de un balazo, porque
esa es una muerte linda". Rubí Mora, encargada del coro de la capilla de Soacha, contó
que el sacerdote le pidió -un día antes del crimen- que en su entierro cantaran
determinadas canciones y le entregó un listado con los títulos.

Por su parte, el padre Píffano estuvo con Reátiga de tiempo completo en sus últimos días,
y horas antes del asesinato vació su cuenta bancaria para girar un cheque con el que
saldó una deuda.

El día del crimen ambos religiosos advirtieron en sus iglesias que buscaran sacerdote
porque no irían a oficiar la misa de 6:30 de la tarde Según Gallero, un poco más tarde, en
la intersección de la carrera 86 con la Avenida Ciudad de Villavicencio, al occidente de la
capital, habrían recogido al sicario. A las 8:28 de la noche los agentes de la estación 100
de Policía contactaron al CTI para reportar la muerte de dos hombres acribillados dentro
de un vehículo.

Esta semana la Fiscalía llevó ante un juez a Gallero y a Isidro Castiblanco, Gavilán, quien
ya estaba detenido por porte ilegal de armas y está señalado como uno de los presuntos
autores materiales. El primero, acusado de complicidad en homicidio agravado, dijo:
"Señor juez, con todo respeto, acepto los cargos". Castiblanco no los aceptó y su abogada
solicitó que se le enjuicie, pero por el delito de inducción o ayuda al suicidio. El juez
rechazó la petición y envió a la cárcel a los dos.

La Fiscalía está aún tras la pista de otras dos personas que también habrían participado
en el homicidio. Pero, por lo pronto, sus hallazgos han convertido este en uno de los casos
más insólitos de la Justicia colombiana, que tiene perplejos hasta a los más curtidos
investigadores.

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