DERMATOLOGIA Y PROSA.
Otro aprendizaje que olvidé, es que el líder debe ser paciente. La impaciencia
no es buena para nada. La historia de Venezuela está llena de impaciencia. A
comienzos del siglo XIX, unos pocos mantuanos, que aún compraban títulos
nobiliarios con los beneficios del cacao y del café, se alborotaron después de
leerse las obras de la Ilustración y, de la noche a la mañana, se convirtieron en
unos republicanos más furiosos que Saint Just. Creyeron que por el
conocimiento que tuvieron de esas ideas, la sociedad colonial también las
había abrazado y se lanzaron, por los caminos de la aventura independentista,
a nuestra primera guerra civil. Siempre creí que Bolívar fue nuestro primer
impaciente, debió haber esperado por lo menos unos cien años más. Esa
impaciencia nos costó la mitad de la población, la mitad de las cabezas de
ganado, y más de la mitad de las tierras cultivables. ¿cuántos países para ser
independientes han pasado por esa devastación? Ningún otro que yo sepa.
Peor aún, como si no bastara la guerra aquí, los líderes de la independencia
llevaron a los venezolanos a pelearla hasta el Perú. Si la guerra contra España
en América era inevitable, pudimos habernos quedado tranquilos y permitir
que los virreinatos llevaran el peso de ese esfuerzo bélico. En fin de cuentas,
nosotros no éramos una colonia importante, sino una pobre Capitanía General
y, de tontos, por nuestra prisa, nos echamos el muerto encima. Debimos haber
hecho como Brasil, negociar nuestra independencia una décadas más tarde sin
tanta destrucción.
Esa destrucción, sin que conste cuan severa llegó a ser, no fue lo peor que nos
dejó la guerra de independencia. Lo peor fue habernos sembrado el complejo
de libertadores, ese mito que nos ha dejado a merced de los militares hasta la
fecha.
ANEXOS: