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FUENTE: http://www.bebesymas.

com/alimentacion-para-bebes-y-ninos/las-frutas-en-
la-alimentacion-infantil

LEGUMBRES.

Las legumbres, un alimento básico en la dieta de todas las culturas y que habían sido uno
de los pilares de la sanísima dieta mediterránea hasta hace muy poco, pero que han ido poco
a poco aparcándose para dar más importancia a otros alimentos, como las carnes o los
pescados.

Pero las legumbres son muy valiosas y no deberían faltar en la dieta de ninguna persona,
especialmente en la de los niños, pues son fuentes muy ricas en hierro, vitaminas, hidratos
de absorción lenta, fibra y proteínas, sin incluir grasas saturadas, de las que tan malo es
abusar. Contienen además cobre, calcio y ácido fólico.

En general se está recomendando seriamente disminuir nuestro consumo de proteínas


animales, tanto por razones de sostenibilidad como por razones de salud, por lo que las
legumbres empiezan a ser consideradas de nuevo alimentos muy sanos y valiosos, que bien
podemos consumir a diario o, al menos, tres veces por semana.

Solemos considerar legumbres a los frutos ya secos, y los que se consumen verdes, como
los guisantes, judias verdes y habas los tomamos como verduras.

Las legumbres son los frutos de las plantas leguminosas, y han sido cultivadas por una gran
variedad de culturas, siendo, junto a los cereales, los primeros vegetales que se cultivaron
hace miles de años en Egipto y Mesopotamia.

Las legumbres pueden introducirse, en general, a partir de los seis meses, pero evitando al
comienzo usarlas con piel, ya que está es demasiado rica en fibra para el intestino de los
más pequeños.

Las legumbres que consumimos habitualmente son las lentejas, las judías y los garbanzos.
Actualmente la soja ha tomado un papel muy importante y controvertido en la alimentación,
ya que no solo se toma directamente, sino que se incluye de manera que no percibimos en
muchos preparados.

También son legumbres, aunque no seamos conscientes de ello los altramuces y los
cacahuetes.
FRUTOS SECOS.

A pesar de que son alimentos muy completos desde el punto de vista nutritivo, en el caso de
los niños y niñas es mejor no introducir los frutos secos en la alimentación antes de los
dos años. De este modo se pretende evitar los riesgos de atragantamiento y de alergias,
además de retrasar un alimento que por su alto contenido en grasas es difícil de digerir.
El caso de atragantamiento es debido a que antes de los dos años (después en algunos casos,
dependerá del ritmo de cada niño) los pequeños no coordinan bien los movimientos de
masticación y deglución, por lo que existe el riesgo de tragar entero algún fruto seco
(cacahuete, almendra, avellana...).

Se debe insistir mucho en que mastiquen bien los frutos secos una vez puedan probarlos, en
pequeñas cantidades, o triturados, o en forma de cremas, o mezclados con otros alimentos
(yogur, sopa, ensalada..) para ir comprobando la aceptación a estos nuevos alimentos.

En cuanto a la alergia, se ha de tener en cuenta que para los niños los frutos secos son unos
de los causantes más comunes de alergias alimentarias, junto con la leche, el pescado y el
huevo. De entre los frutos secos, los cacahuetes serían los que mayor número de alergias
provocan.

Algunos síntomas de alerta que ayudan a identificar la alergia a los frutos secos puede ser
el goteo nasal, la urticaria por todo el cuerpo, el hormigueo en la lengua o la sensación de
opresión en la garganta. Si los síntomas empeoran, se ha de acudir inmediatamente a un
especialista para evitar consecuencias graves.
ALIMENTACIÓN COMPLEMENTARIA: CEREALES

La Organización Mundial de la Salud recomienda no comenzar con la alimentación


complementaria hasta los seis meses. Aunque no hay normas fijas respecto al orden de
introducción de los alimentos y estas varían según cada país y hasta cada pediatra, uno de
los primeros alimentos que se suele dar a los bebés son los cereales.

Los cereales proporcionan muchos de los nutrientes que va necesitando el niño y deben
darse como complemento al alimento principal, que debe seguir siendo la leche. Pero, ¿qué
cerales comprar? Hay tantas marcas y tantas variedades que terminamos hechos un lio.

Todos queremos que sean lo mejor para el niño, y movidos por eso adquirimos cereales
industriales preparados expresamente para ellos, algunos complementados con vitaminas o
con una teórica mejora sobre el cereal normal. Pero no hacen falta.

Pueden resultar cómodos porque mezclados con leche se preparan en un instante, pero son
caros y no son necesarios, mucho menos a diario como base de la alimentación. Los
cereales los niños los pueden tomar sin modificarlos, y sin añadirles azucar .

Se debe comenzar, según vaya recomendando el pediatra, por cereales sin gluten. En
cualquier comercio se puede comprar sémola de arroz, de maíz o tapioca. O
sencillamente arroz normal y corriente. La cocción es rápida y podemos tener la
tranquilidad de ofrecer un alimento natural, que siguen siendo los más baratos y son muy
sanos.
Más adelante, cuando puedan tomar gluten, tampoco hace falta comprar esas fórmulas
multicereales enriquecidas. Los niños pueden tomar una sopita de sémola de trigo o un
trozo de pan para ir mordisqueando cuando ya puedan hacerlo. Son cereales, sanos y
baratos.

Un paquete de cereales preparados cuesta unos tres euros y aproximadamente podemos


hacer también 20 platos de 250 gramos. Un paquete de 100 gramos de tapioca cuesta 85
céntimos. Podemos hacer con él unos 20 platos de 250 gramos. Si en vez de tapioca nos
decantamos por sémola de arroz, maíz o trigo o por un plato de arroz blanco cocido el coste
es mínimo, pues los precios no llegan al euro por un paquete de cuarto de kilo, con el que se
pueden preparar más de 40 platos. Además, la racionalización de la compra y la cocina es
mucho mas sencilla si preparamos comida que toda la familia puede tomar.

En resúmen, con productos sencillos podemos cubrir perfectamente las necesidades


nutricionales sin gastar en un producto innecesario dinero o tiempo, aunque la publicidad
nos diga que es estupendo.

En cualquier caso, una vez el niño o niña ha crecido, controla la masticación y hemos
descartado las alergias, no hemos de olvidarnos de los frutos secos en su alimentación.
Éstos destacan por su elevado contenido energético derivado de su escaso contenido en
agua y de su notable cantidad de grasas (entre ellas, los esenciales ácido linolénico y el
linoleico) y proteínas, vitaminas y minerales variados.

Los ácidos grasos aportados por los frutos secos resultan vitales para la formación de las
membranas celulares, particularmente de las células nerviosas, que en los niños están en
pleno crecimiento y desarrollo. Además estos alimentos no contienen colesterol, y la fibra
contribuye al tránsito intestinal adecuado.

También habremos de tener en cuenta que parte de las vitaminas del los frutos secos se
destruye durante el proceso de tostado, por lo que es conveniente tomar estos alimentos del
modo más natural y fresco posible.
LAS FRUTAS

Las principales ventajas de las frutas en la alimentación infantil es que aportan un alto
contenido en agua (entre un 80 y un 95%), en vitaminas y minerales y tienen un bajo aporte
en calorías. Contienen fibras vegetales, hidratos de carbono simples y nada de grasas.

Los datos demuestran que los niños españoles comen poca fruta, para cambiar esa tendencia
se recomienda incluir entre dos y cuatro piezas cada día en el menú infantil. Deberían estar
presentes en el desayuno, como postre y en la merienda.

Las frutas son irreemplazables en la dieta de los más pequeños pues aportan un azúcar muy
fácil de asimilar por el organismo proporcionándoles la energía que necesitan cada día y
evitando el consumo de alimentos poco saludables ricos en grasas y azúcares artificiales.
A su vez, aportan micronutrientes y antioxidantes que actúan como escudo ante posibles
enfermedades como la obesidad, el estreñimiento, la hipertensión, el cáncer y problemas
cardiovasculares.

Clasificación de las frutas

Las frutas pueden clasificarse según el tipo de semilla que contenga en:

 Frutas de hueso (carozo): son aquellas que tienen una semilla grande y de cáscara
dura, como el albaricoque, el melocotón, la ciruela, la nectarina, la cereza.
 Frutas de pepita o pomaceas: son aquellas que tienen varias semillas pequeñas y de
cáscara menos dura como la pera y la manzana.
 Frutas de grano: son aquellas que contienen pequeñas semillas como el higo, el kiwi.
También se conocen otras clasificaciones como:

Frutas rosáceas: provienen de plantas o árboles de la familia de las rosáceas. Entre ellas se
encuentran las que consumimos más habitualmente como la manzana, la pera, el melocotón,
el albaricoque, la ciruela, la cereza, la fresa, el membrillo.

Frutas cítricas: poseen un alto contenido en vitamina C y ácido cítrico, de ahí su sabor
característico. En este grupo encontramos la naranja, la mandarina, el limón, la lima y el
pomelo.

Frutas tropicales: aunque no sólo se cultivan en los trópicos, son aquellas que necesitan
calor y humedad para desarrollarse. Encontramos: el plátano, el kiwi, el mango, la papaya,
la piña, la guayaba, el coco.

Frutas del bosque o silvestres: son frutas silvestres que crecen en los bosques, aunque en
la actualidad también se cultivan. Son la frambuesa, los arándanos, la mora, la grosella, la
zarzamora.

Frutos secos: son aquellos frutos en cuya composición hay menos de la mitad de agua. Se
caracterizan por tener un gran valor energético, ser ricos en grasas, proteínas y
oligoelementos. Entre ellos encontramos la avellana, las castañas, las almendras y las
nueces.

Cuándo introducir las frutas


Las frutas pueden comenzar a ofrecerse como alimentación complementaria, es decir
complementando la leche materna o de fórmula, a partir de los 6 meses.

Algunas son más adecuadas para ofrecer antes que otras porque tienen un menor riesgo de
desarrollar alergias en los pequeños. Deben ir introduciéndose en la dieta una a una para
comprobar su tolerancia y esperar dos o tres días para ofrecer una nueva.
Veamos detenidamente a qué edad puede ofrecerse cada fruta.

 A los 6 meses: manzana, pera, plátano, ciruela, cereza (sin hueso), uvas (sin piel ni
pepitas), el kiwi y la piña (si el bebé las acepta). El melón, la sandía, la papaya y el
mango pueden ofrecerse a los 6 meses, pero por su sabor demasiado dulce es
preferible comenzar con otras frutas y dejar éstas para un poco más adelante.
Con respecto a la naranja y la mandarina, hay pediatras que también recomiendan
introducirlas a los 6 meses, mientras que otros sugieren esperar hasta los 12 meses por
considerar a los cítricos más alergénicos.

 A los 12 meses: melocotón, albaricoque, nísperos. Hay quienes recomiendan a las


frutas rojas apropiadas para ofrecer a partir del año, sin embargo otros las consideran
demasiado alergéncias y las recomiendan a partir de los 15-18 meses.
 A partir de los 24 meses: frutos secos

Cómo preparar las frutas


A la hora de comprarla debemos elegir siempre fruta fresca ligeramente madura. A la hora
de comerlas, al natural es la mejor forma de aprovechar todas las ventajas nutritivas que la
fruta nos ofrece, sin embargo cuando hablamos de bebés tendremos que empezar a
ofrecerlas sin piel y por supuesto, sin hueso (carozo), granos ni pepitas.

Son muy diversas las formas en que podemos ofrecer a los niños las frutas. Al natural o
bien convertidas en zumos, sorbetes, macedonia, batidos, compotas, purés y más adelante
dentro de yogures o gelatinas.

Al principio, lo más recomendable es ofrecerla en purés para que el bebé las acepte mejor, o
bien se le pueden ofrecer en la mano cortadas en trocitos para que el niño vaya
experimentando. Para esto son ideales las frutas que se deshacen como el plátano o la pera
si está muy madura, y si se trata de fruta más dura como la manzana, es preferible ofrecer
trozos del tamaño del puño del bebé para que al chuparlo y mordisquearlo, aunque no tenga
dientes, se vaya deshaciendo (también existen redes antiahogo). Para quienes quieran
conocer más acerca de esta modalidad basada en la capacidad del bebé de experimentar con
la comida pueden consultar lo que hemos publicado sobre Baby led weaning.

A los más pequeños también se pueden ofrecer en forma de zumos, pero mejor a
cucharaditas para evitar la costumbre de beber zumo azucarado en biberón lo cual provoca
caries.

Sea como sea, siempre hay que lavarlas muy bien antes de dárselas al bebé y al principio
ofrecerlas peladas. Hay que prepararlas y consumirlas enseguida para que la fruta no
comience a oxidarse y a perder sus aportes vitamínicos.

No se debe añadir azúcar ni galletitas trituradas a las primeras papillas de frutas. Una
opción, una vez que se comprueba que el bebé tolera bien el puré, es añadir un par de
cucharadas de cereales (con o sin glúten, según la edad del bebé) para hacerla más sabrosa.
De todas formas, lo más recomendable es no “disfrazar” los sabores de la fruta, y aunque lo
mejor es ofrecerla al natural, para los primeros purés se puede escalfar la fruta en agua
hirviendo durante 2 minutos para que sea mejor aceptada.

Entre el cuarto y el sexto mes, el bebé necesita reforzar su alimentación incorporando las
vitaminas y fibras de las frutas como complemento de la lactancia. Unos días antes de
empezar a darle la papilla es conveniente ofrecerle al bebé una cuchara para que se familiarice
con ella y vaya sabiendo de qué va el asunto.
La primer comida es generalmente un puré de fruta, que al comienzo son plátano, manzana,
pera y pulpa de naranja. Es importante que las frutas estén bien limpias, sin cáscara ni
corazón y que el triturado quede bien fino para que al bebé le resulte agradable y sobre todo,
para que no se ahogue con algún trozo. También es fundamental probar primero con las frutas
por separado para comprobar que no generan una reacción alérgica. Luego sí se pueden
combinar las frutas, pero no se pueden incorporar nuevas hasta el año. Una sabrosa opción es
incorporarle un par de cucharadas de cereales a la papilla que, antes de los seis meses, deben
ser sin glúten y luego pueden ser de diversos sabores recomendados de acuerdo a la edad del
bebé.

Hay que tenerles mucha paciencia en este primer encuentro con la cuchara ya que es unpaso
básico en su relación con la comida. Seguramente intentará tocar el puré, lo escupirá o se lo
refregará por la cara. Incluso es probable que al darle la papilla en la boca no haga nada o sólo
coma (o sea, realmente trague) una o dos cucharadas ya que el único mecanismo que conoce
el bebé es el de succión y necesita practicar cómo tomar la comida de la cuchara y tragarla.

Que quede claro que el bebé manda y que debe ser una experiencia positiva y agradable, por
eso si ves que todavía no está preparado para dar este paso tan importante, vuelve a intentarlo
más adelante.
VERDURAS Y HORTALIZAS

Aunque al hablar de la introducción de las primeras papillas solemos hablar de las


verduras, sería más exacto hablar de hortalizas, que es un término más general. Las
hortalizas son un conjunto de plantas cultivadas generalmente en huertas que se consumen
como alimento.

A partir de los seis meses, las hortalizas forman parte fundamental de la dieta del bebé,
complementando a la leche.

El término hortaliza incluye a las verduras y a las legumbres verdes o tiernas, como las
habas, las judías verdes y los guisantes. Las verduras son hortalizas cuya parte comestible
son los órganos verdes de la planta y que forman parte de nuestra alimentación.

Como vemos, el término "hortalizas" incluye una gran diversidad de alimentos. De las
verduras y hortalizas se pueden consumir, con preferencia, distintas partes, ya sea las hojas
(espinaca), las raíces (zanahoria), los bulbos (cebolla), los tallos (puerro), los frutos
(calabacín), los tubérculos (patata) o incluso las flores (coliflor).
En siguientes entradas nos detendremos en las distintas verduras más adecuadas para los
bebés y su introducción en la alimentación complementaria. Veamos cuáles son las
características nutricionales, la preparación idónea y las edades de introducción de estos
alimentos.

Cuándo introducir las verduras en la alimentación del bebé


Las verduras se pueden introducir en forma de papilla como alimentación complementaria a
partir de los seis meses del bebé. Hay unas verduras más adecuadas que otras para su
introducción en la dieta de los pequeños. Éstas son las recomendaciones más seguidas, que
abordaremos detenidamente:

 A los 6 meses: tubérculos (patata y batata o boniato), semillas verdes de legumbres


(guisantes, judías verdes), calabacín, puerro, calabaza, apio, brócoli
 A los 6-7 meses: zanahoria, tomate, coliflor, cebolla
 A los 12 meses: espinacas, col, remolacha, nabo, espárrago, acelga
Estas edades son aceptadas generalmente, aunque puede haber discrepancias según distintos
especialistas.

Es el caso del tomate o la cebolla: hay quien los recomienda ya a partir de los 6 meses y
quien prefiere esperar a los 12. Si queremos ofrecerle esos alimentos antes del año, lo mejor
es que lo hagamos por separado y observemos la reacción del bebé. Si los acepta sin
problemas, podemos seguir incluyéndolos en su dieta.

Características nutricionales de verduras y hortalizas


Las verduras aportan fibra vegetal importante para un buen transito intestinal y aportan
vitaminas (generalmente A y C), minerales y oligoelementos. Tienen pocas calorías (desde
20 Kcal/100 g de los espárragos hasta 60 Kcal/100 g de las habas) y se recomiendan
acompañadas de otros alimentos como legumbres, arroz, y/o carne, pescado.

Las verduras además poseen una bajo contenido de proteína y de grasa y mucha agua. La
mayoría de los vegetales contienen mucho potasio y poco sodio.

Estos alimentos son muy saludables, porque aportan muchos micronutrientes que actúan
como antioxidantes y protegen de varias enfermedades crónicas y ayudan a mantener la
salud de tejidos como piel y mucosas del cuerpo. Por todo ello las verduras se encuentran en
el segundo nivel fundamental de la pirámide de los alimentos.
Preparación de las hortalizas
Las verduras y hortalizas se ofrecerán cocidas a partir de los 6 meses en forma de puré,
y a partir de los 8-9 meses dejando algunos trocitos más grandes para que empiecen a
masticar y probar nuevas texturas diferenciando las distintas verduras. No se añadirá sal a
las verduras hasta los 12 meses. Se puede añadir un poco de aceite (mejor de oliva) en frío a
la papilla lista para tomar.

Antes de hervirlas, las hortalizas se han de lavar, pelar o cepillar cuidadosamente, según se
trate de hojas, raíces o tubérculos. Al limpiarlas bien eliminamos sustancias que puedan
estar en la piel, porque las hortalizas se riegan a veces con aguas no potables que pueden
contener numerosas bacterias y entran en contacto con la piel.

Las vitaminas de las hortalizas se destruyen si están abiertas o cortadas con la exposición a
la luz, el aire y el calor. Las sales minerales se disuelven en gran medida en el agua al cocer
las hortalizas. Las verduras han de cocerse hasta que estén blandas para poder ser trituradas
fácilmente.

El agua de cocción puede aprovecharse para preparar los cereales y así aprovechar la
sustancia, las vitaminas y minerales concentradas. Las hortalizas cocidas que no se vayan a
consumir en el momento, deben enfriarse, taparse y guardarse en la nevera. Después se
pueden volver a calentar pero durante poco tiempo porque el recalentamiento aumenta el
nivel de nitritos en las verduras.

Las papillas elaboradas se pueden guardar en la nevera bien tapadas si se consumen al día
siguiente. También pueden congelarse para consumir más adelante, descongelándolas en el
frigorífico 24 horas antes y calentándolas a la hora de ofrecerla al bebé.

Siguiendo estos consejos de preparación e introducción de estos alimentos en la dieta del


bebé les estaremos ofreciendo todos los beneficios de las verduras y hortalizas en la
alimentación infantil como parte de unos platos sanos y equilibrados.

LAS CARNES.

Las carnes constituyen la tercera etapa en la introducción de la alimentación


complementaria del bebé a partir de los 6 meses.

Una vez que el bebé ha aceptado sin ningún problema los cereales y luego las verduras y las
frutas, se procederá a introducir las carnes en la dieta del bebé.

Es el primer alimento de origen animal que probará el bebé, por lo que su incorporación
debe ser suave, paulatina y observando cómo es tolerada.
Desde el punto de vista nutricional, las carnes tienen propiedades muy saludables para
favorecer el crecimiento del niño. Aportan proteínas, indispensables para el crecimiento, las
defensas y la regeneración de los tejidos, vitamina B12, para la formación de glóbulos rojos
y el sistema nervioso, y minerales como el zinc y el hierro, esencial para combatir la
anemia.

En posts sucesivos entraremos en detalle en cada una de las carnes, sus propiedades y
cualidades, pero ahora hablaremos brevemente de la edad a la que se introducen las carnes
en la alimentación infantil.

Antes de cocinarla hay que retirar la piel, los nervios y la grasa visible. No se le debe añadir
sal ni ningún otro condimento.

La carne se pueden cocinar a la plancha (en su punto, pues conserva mejor los nutrientes),
guisada, hervida o asada. Evitar los fritos, al menos al principio, y los rebosados y los
empanados, pues para estas formas de cocción se utiliza huevo.

Especialmente al cerdo hay que cocerlo al punto, pues si se pasa pierde sus propiedades y
queda demasiado duro. Otra razón de cocinar a la plancha al punto es para evitar las
sustancias que se forman cuando se cocina la carne a altas temperaturas, pues pueden irritar
la mucosa intestinal.

No se deben ofrecer las carnes ahumadas, ni jamón de york, ni serrano, ni salchichas


(aunque sean de pavo o de pollo) pues son productos con excesiva cantidad de grasa, sal y
contienen conservantes.

La forma más habitual de ofrecer las diferentes carnes las primeras veces es trituradas y
mezcladas en el puré de verduras. Si no se trituran demasiado, el niño se acostumbrará más
rápidamente a la textura de la carne y le será más fácil el paso a comer la carne en trocitos.

Cuando ya esté acostumbrado al nuevo sabor de las carnes se le pueden ofrecer las carnes
cortadas en tiritas para que las chupen, especialmente las carnes más tiernas como el pollo o
el conejo. Así empezará a experimentar las nuevas texturas y sabores que le ofrece cada
alimento. Más adelante, recién cuando puedan masticarla, se le puede cortar en trocitos
pequeños.

EL PESCADO.

El pescado es un alimento saludable que aporta múltiples beneficios a nuestro organismo.


En la alimentación infantil, podemos empezar ofreciendo pescado blanco hacia los
nueves meses o el año, y pescado azul unos meses después.

Los niños suelen aceptar bien este alimento por su textura, aunque quizá al principio les
cueste acostumbrarse a su sabor, diferente a leche, cereales, fruta, verdura y carne, que es lo
que han venido tomando hasta ahora. Hemos de probar a dárselo poco a poco, mezclado con
verduras, para que vaya aceptando su sabor.

Como veremos, se recomienda comenzar con los pescados menos grasos, los blancos, como
lenguado, merluza o pescadilla, para pasar después al pescado azul, con más grasas (atún,
pez espada...).

Pasemos a ver detenidamente cuáles son los beneficios del pescado en la dieta, así como
el momento de introducción y la manera de prepararlo para la alimentación del bebé.

El pescado previene enfermedades cardiovasculares, reduciendo el riesgo de arritmias y


coágulos, y es una importante fuente de yodo.

El yodo es vital para el desarrollo de los niños, y organizaciones como la OMS y UNICEF
afirman que la carencia de yodo es la principal causa de lesiones cerebrales durante la
infancia.

Por ello la erradicación de los trastornos provocados por la carencia de yodo constituye una
prioridad mundial en salud pública. Hoy en día, prácticamente todo el yodo se encuentra en
los océanos y la principal y casi exclusiva fuente de este mineral son los alimentos de
origen marino, como el pescado.

Además el pescado es una excelente fuente de proteínas de alto valor biológico y, como la
carne, es una buena fuente de hierro y zinc.

Los ácidos grasos del pescado azul (trucha, caballa, atún, sardinas, arenque, salmón...)
tienen una gran proporción de poliinsaturados de cadena larga Omega 3, importantes para el
desarrollo neuronal y el de mar es una buena fuente de yodo. Los ácidos Omega 3 han
mostrado sus beneficios de muchas formas.

Todos los tipos de pescado contienen algo de ácidos grasos Omega 3, pero el pescado azul
contiene más que el pescado blanco (bacalao, merluza...).

El pescado además disminuye los niveles de triglicéridos y mejora la salud arterial. Hay
estudios que relacionan el consumo habitual de pescado con una reducción de los riesgos de
sufrir demencia, cáncer de próstata o de útero.

En general en el mercado de la mayoría de países existe rica tradición pesquera y


posibilidades de acceder al pescado fresco incluso cuando no se tenga cerca el mar, por lo
que siempre estará a nuestro alcance este alimento tan saludable que podemos preparar de
maneras diferentes, empezando por las papillas del bebé.
Modo de preparación del pescado en la alimentación del bebé
El pescado que daremos al bebé ha de ser cocido (fresco o congelado). El pescado
congelado tiene el mismo valor nutritivo que el fresco. El pescado ahumado, crudo y
enlatado en conserva no es adecuado para bebés y niños pequeños.

El pescado crudo tiene riesgos de transmitir al niño (y adulto) la parasitación o alergia


debido al Anisakis, un parásito en forma de gusano que anida en mamíferos marinos, peces
y crustáceos, y además no es tan fácilmente digerible como el pescado cocinado.

El pescado se debe introducir en la dieta del bebé triturado y en pequeñas cantidades que
iremos aumentando progresivamente. A los 9-10 meses ya se puede dejar la papilla menos
triturada, con trocitos pequeños, pues el bebé empieza a conocer nuevas texturas y a
practicar la masticación.

Cocinaremos el pescado que ofrezcamos al bebé al vapor, hervido o al horno, sin añadir sal
ni especias. La papilla de pescado además añadirá verduras variadas, también cocinadas,
excepto las que se recomiendan después de los 12 meses si el niño no tiene aún esa edad.

Antes de que el bebé tome el puré de pescado se puede añadir una cucharadita de aceite de
oliva en crudo, y después del año una pizca de sal.

Hemos de ser cuidadosos a la hora de extraer las espinas, escogiendo los trozos que menos
lleven (normalmente los lomos no llevan, aunque puede ser que haya alguna) y
desmenuzando el pescado, si es necesario con las manos, para detectar cualquier pequeña
espina que pueda haber quedado.

En cuanto el bebé se acostumbre al sabor del pescado acabará aceptándolo como un


alimento más de su dieta. Así, desde bien pequeñitos, se sientan las bases de unos hábitos
alimenticios saludables.

En próximas entradas iremos analizando detalladamente los tipos de pescado para ofrecer
al bebé.

LA LECHE

La leche y sus derivados son un grupo de alimentos ricos en calcio y proteínas. Son
altamente alergénicos (en la primera infancia es el alimento que produce mayor número de
reacciones adversas) y por ello se recomienda retrasarlos hasta los 12 meses.

Por otra parte tienen un alto contenido en proteínas (la leche de vaca tiene el triple que la
leche materna) y al ser líquidos o semilíquidos (leche, yogures, batidos…) los niños llegan a
ingerir más proteínas de las que pueden asimilar de una manera saludable.
A los 12 meses el sistema renal de un bebé está más maduro y tiene una capacidad mayor
para gestionar las proteínas de la leche. A los 12 meses, además, su intestino es menos
permeable y deja de absorber moléculas que antes, por un exceso de permeabilidad, eran
asimiladas produciendo alergias.

Los niños que toman leche artificial ya están tomando proteínas de


leche de vaca
Las fórmulas de inicio y de continuación (tipo 1 y tipo 2) son derivados de la leche de vaca
que han sido tratados para disminuir la concentración de proteínas y modificar el tipo de
proteína con el fin de poder ser asimiladas por los bebés.

Sin embargo, sus proteínas siguen siendo de leche de vaca, por lo que a nivel alergénico
tienen el mismo riesgo que la leche de vaca sin modificar.

Es por esta razón que no se recomienda a aquellas madres que están dando el pecho y que
empiezan a trabajar a las 16 semanas que les den a sus bebés leche artificial, sino que
esperen un poquito a los cuatro meses y empiecen a ofrecer fruta y/o cereales y es por esta
razón que no se recomienda la leche de continuación como solución líquida para preparar
los cereales (ya que se pueden preparar con leche materna, con agua y con caldo de
verduras si es que tiene más de 6 meses).

Un niño alimentado con leche materna no necesita tomar leche ni derivados mientras esté
siendo amamantado, tenga 6 meses o tenga 2 años. Evidentemente, que no los necesite no
significa que no los pueda tomar.

A un niño alimentado con leche de fórmula, ya sea con la tipo 1 o la tipo 2, debe
ofrecérsele, a partir de los 6 meses, unos 500 ml de leche diarios.
Si añadimos otros lácteos (por ejemplo un yogur), estará tomando demasiadas proteínas y
estaremos sobrecargando sus riñones sin necesidad.

Algunas madres reducen el consumo de leche (dando por ejemplo 375 ml de leche al día)
para añadir los 125 ml de un yogur. Sigue habiendo un exceso de proteínas, ya que el yogur
lleva 1/3 más de proteínas (unos 3,3 gramos por cada 100 ml.) que la leche tipo 2 (unos 2,1
g por cada 100 ml).

Lo ideal y recomendable es que el único alimento lácteo hasta el año sea la leche
materna o la leche artificial.

Las proteínas de los yogures y de la leche sin modificar producen


microhemorragias
Otra de las razones por las que se recomienda iniciar el consumo de lácteos no adaptados a
partir de los 12 meses es que las proteínas de los yogures y de la leche de vaca sin
modificar producen microhemorragias en el sistema digestivo de los bebés.

Si tenemos en cuenta que cerca del 30% de los niños tienen unos niveles bastante bajos de
hierro y que el 70% restante suele tenerlo más bien bajo también, es totalmente
contraproducente que un bebé sufra este tipo de hemorragias, ya que perdiendo sangre se
incrementa la probabilidad de sufrir anemia.

En algunos países del norte de Europa se ofrece leche de vaca a los bebés a partir de los 9
meses. Parece ser que a esa edad ya no sufren las mencionadas microhemorragias, sin
embargo es recomendable asegurarse y esperar a los 12 meses (momento en que además
hay menor riesgo de reacción alergica).

¿Entera, semidesnatada o desnatada?

Aunque las grasas han sido demonizadas por la industria alimenticia son muy necesarias tanto
para los adultos como para los bebés y niños, y sobretodo para ellos.
La leche entera (hablo sólo de leche pero me refiero también a los derivados) es una fuente
importante de grasa y por ello es la que se recomienda durante los dos primeros años de vida.

No se recomiendan lácteos desnatados pues no contienen ácidos grasos esenciales, son


deficientes en vitaminas y cargan demasiado a los riñones, pues tienen muchas proteínas para
la poca energía que aportan. Se pueden empezar a tomar a los dos años, pero si pueden
retrasarse hasta los cinco años mucho mejor.

La semidesnatada podría ser aceptable a partir de los 24 meses de edad. La OMS la acepta a
partir de los 12 meses, pero sugiere continuar con la entera, por aportar más calorías.

Las leches “de crecimiento”


Las leches “de crecimiento”, a las que también se les llama tipo 3, para mostrar a los padres
que siguiendo un orden lógico va tras la 1 y la 2, son poco necesarias, porque aportan
diversos añadidos como vitaminas, minerales y ácidos grasos que pueden encontrarse
fácilmente en una dieta infantil equilibrada.

Además, entrecomillo de crecimiento porque no hacen crecer más, aunque parece que la
intención es que los padres creamos que sí.

No me extenderé demasiado con este tipo de leches, porque ya hemos hablado de ellas aquí.

Los yogures
Exactamente lo mismo que la leche, tienen más proteínas de las que un bebé necesita y
pueden producir alergias y microhemorragias si se toman antes de los 12 meses.

El más adecuado, a partir de los 12 meses, es el natural, que no lleva aditivos extraños (de
cuyo nombre no quiero acordarme) ni edulcorantes. Es mejor darlo tal cual, sin azúcar, para
no acostumbrarles al sabor dulce y no añadirle capacidades cariogénicas al mismo.
Sorprendentemente los niños suelen aceptar su sabor sin ningún añadido.

Las natillas, mousses, postres de chocolate, etc. no son yogures y por lo tanto son menos
sanos que éstos (si os fijáis para hacer yogures caseros hay que hacer fermentar la leche y
para hacer natillas caseras, no). Llevan un alto contenido en azúcares y actualmente están
sustituyendo, tristemente, al yogur natural y al vaso de leche, más sanos.

Mi primer yogur
Mi primer yogur debería empezar a darse a partir de los 12 meses. Sé que se
recomiendan a partir de los seis, pero no deja de ser un yogur normal y corriente con más
vitaminas y más minerales (aunque según dicen contiene leche adaptada).

En unos días dedico una entrada a hablar de este tipo de yogures para explicar en
profundidad por qué digo que hasta los 12 meses mejor no ofrecerlos.

El queso
El queso se puede empezar a ofrecer a partir de los 12 meses, como el resto de lácteos. Se
recomienda empezar con queso fresco o tierno.

Los quesitos (tipo caserío) contienen grasas de muy baja calidad y no es recomendable
comerlos más de una vez a la semana.

Lácteos líquidos
Actualmente están muy de moda los lácteos líquidos tipo “Danonino” y, como he dicho al
inicio de la entrada, los niños están tomando, con tanto yogur líquido, postre lácteo, leche y
yogures, un considerable exceso de proteínas (además de los excesos de carne que haya en
la dieta).

La OCU analizó hace un par de años varias meriendas infantiles y entre ellas se hallaban 3
tipos de lácteos líquidos (Yoco Fresa de Nestlé, Danonino fresa y plátano y Dan’up fresa y
plátano, ambas de Danone).

En el análisis se concluyó que tenían grasas de muy mala calidad y se recomendó que los
niños lo tomaran, como mucho, una vez a la semana.
La leche condensada
Contiene azúcar añadida y una osmolaridad muy alta (alta concentración de solutos que
sobrecargan a los a los riñones), por lo cual no es un alimento infantil adecuado.

El huevo empezó a considerarse un alimento importante durante la primera mitad del siglo
XX, cuando se identificaron la mayoría de sus vitaminas y aminoácidos, llegando a
clasificarse como alimento protector de salud.

Tipos de huevos
Los huevos pueden clasificarse, según su color, en blancos, amarillos o pardos. Esta
característica depende únicamente de la raza de la gallina y no afecta en absoluto al valor
nutritivo ni a la calidad del huevo.

También se clasifican, a nivel legal, según la características que tienen y por tanto según su
calidad. En esta clasificación se denominan de categoría A, B o C:

 Huevos de categoría A: Son huevos frescos que tienen una cáscara normal, intacta y
completamente limpia. La yema es visible al trasluz y mantiene su posición central
cuando giramos el huevo. Éstos son los de mejor calidad.
 Huevos de categoría B: Estos huevos son los que han sido refrigerados y
conservados. Se permite la presencia de hasta un 25% de manchas en su cáscara y
también son de buena calidad.
 Huevos de categoría C: Son huevos que tampoco son frescos y que no se
comercializan para el uso directo, sino como materia prima en la industria alimentaria.
También se clasifican según su peso:

 Super grandes o XL: Cuando pesan más de 75 g.


 Grandes o L: Entre 65 y 75 g.
 Medianos o M: Entre 55 y 65 g
 Pequeños o S: Pesan como máximo 55 g.

Características nutricionales
El huevo es un alimento rico en proteínas que además son de un valor biológico muy alto,
tanto que el huevo es considerado por muchos expertos en nutrición como el alimento de
referencia cuando se habla de proteínas.
Esto es así porque contiene en una proporción óptima para los humanos los ocho
aminoácidos esenciales que nuestro organismo necesita ingerir.
La clara del huevo está formada por agua (en un 86%) y por proteínas de alto valor
biológico, mientras que la yema es rica en grasa saturada e insaturada, colesterol y otros
componentes grasos. En la yema podemos encontrar también hierro, fósforo, zinc, selencio
y sodio, además de vitaminas A y D.

En cuanto a su composición, hablando de 100 gramos de alimento, el huevo tiene un valor


calórico de 149 kcal y contiene 12,5 gramos de proteínas y 11,1 de grasa. Aporta también
500 mg de colesterol, 2,2 mg de hierro, 1,5 mg de zinc y 140 mg de sodio.

El huevo en la alimentación infantil

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Durante la infancia los niños necesitan comer tanto proteínas, como hidratos de carbono y
grasas. Es cierto que la grasa es uno de los elementos más perseguidos de cualquier
alimento, abundando ahora la alimentación “0%” o “light” que tratan de presdincir de ella.
Sin embargo, los niños necesitan comer grasas y por eso deben tomar leche entera, por
ejemplo, y deben comer huevo si es posible.

Es un alimento fácil de masticar que al tener un altísimo valor nutritivo es de gran valor
para los niños, ya que les ayuda a tener un correcto estado nutricional.

El potencial alergénico del huevo


El huevo es el alimento más alergénico en niños de 1 a 2 años. La albúmina del huevo es
la proteína con mayor potencial alergénico y se encuentra en la clara. Sin embargo, hay
niños que tanto pueden ser sensibles a la clara y a la yema como a uno sólo de dichos
componentes.

El tratamiento en caso de alergia es la exclusión total del huevo en la dieta de los niños,
vigilando con los derivados y con los productos que contienen huevo en sus ingredientes.

El pronóstico de una alergia de este tipo es bueno, pues la mayoría de los niños acaban
tolerando el huevo cuando superan los 3-4 años.

Cómo conservarlos
A la hora de comprarlos debemos mirar la fecha de caducidad, que no estén rotos y que no
haya restos de heces o plumas.

En el frigorífico pueden estar hasta 7-10 días y, pese a que las puertas llevan una bandeja
para los huevos, lo preferible es dejarlos dentro del frigorífico, donde sufrirán menos
cambios de temperatura. Sin embargo, absorben fácilmente olores, por lo que es
conveniente separarlos de otros alimentos.

Es mejor que estén conservados con la punta hacia abajo, ya que de este modo la yema
queda en el centro, lejos de la bolsa de aire que se sitúa en el extremo opuesto.

Hay gente que los lava antes de guardarlos en la nevera. Es preferible no hacerlo, ya que así
se elimina la capa superficial que lo protege de la entrada de microorganismos, entre ellos la
salmonella.

A partir de cuándo pueden empezar a comer huevo

Como ya hemos comentado, es uno de los alimentos con más potencial alergénico. Por esta
razón se recomienda empezar a ofrecerlo a partir de los 12 meses.

Hay pediatras y centros en los que se sugiere comenzar a ofrecer la yema antes del año.
Realmente no hay demasiado problema, ya que el mayor riesgo lo origina la clara, que no
debe administrarse antes de los 12 meses, ya no sólo por el riesgo de alergia, sino porque
contiene un denominado factor antitrípsico que dificulta el proceso de digestión de las
proteínas.

Hay autores que son contrarios a separar yema y huevo porque se ha observado que, cuando
se hace dicha separación, parte de la clara acaba yéndose con la yema, sin embargo hay
muchos niños que no presentan sintomatología cuando han probado la yema y sí
cuando han empezado a comer la clara.

Como por separar yema y clara y darlo por separado no va a pasar nada, es preferible
hacerlo de este modo, ofreciendo la yema, por ejemplo, cuando el bebé cumple doce meses
y la clara una o dos semanas después cuando se constata que la yema es bien tolerada.

Cómo prepararlo

El huevo debe consumirse siempre cocido para evitar el riesgo de transmisión de


enfermedades (básicamente la salmonella), evitando que quede crudo o semicrudo.
Son necesarios ocho minutos desde que el agua empieza a hervir para que el huevo quede
bien cocido.

Una vez cocido, la yema puede mezclarse con algún puré, trocearla con carne, mezclarla
con sopa, etc. En el momento en que el niño pueda comer tanto yema como huevo, pueden
hacerse tortillas francesas, tortillas de patatas, huevos revueltos,...

En cuanto a la cantidad de huevos, se recomiendan dos a la semana, ya que la ESPGHAN


recomendó no pasar de 300 mg al día de colesterol. La yema de un huevo de gallina tiene
270 mg. Si no pasamos de dos huevos a la semana, el aporte de colesterol (hay que contar
con el resto de comidas) no pasará de esos 300 mg al día señalados.
PIRAMIDE ALIMENTICIA NIÑOS.

Está dividida en cuatro pisos (ADULTOS)


 Primer piso: cereales y derivados: pastas, arroces, pan, féculas y plátano, con 6
raciones diarias en total.
 Segundo piso: las frutas, las verduras y el aceite de oliva. Entre 6 y 9 raciones
diarias en total.
 Tercer piso: el grupo de las proteínas y los lácteos. Carne, pescado, huevo,
embutidos magros, leche y derivados lácteos. Entre 2-3 raciones de los primeros y
3-4 raciones de lácteos y derivados.
 Cuarto piso: los alimentos más calóricos y grasos. Mantequilla, alimentos grasos,
dulces, chocolates, entre 2-4 raciones semanales. Legumbres y frutos secos, 2-3
raciones semanales.

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