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Contención en Santo Domingo

Con el Combate de Pueblo Nuevo


y el inicio de lo que llamé enton-
ces la primera Batalla de Santo
Domingo, las fuerzas rebeldes
dieron el primer paso para arre-
batar la iniciativa al enemigo, quien la mantendrá parcial-
mente todavía en los demás sectores donde se desarrollaba
su ofensiva. No será hasta el 5 de julio, fecha en que ocurrió
el Combate de El Naranjal, cuando el Ejército perderá
su empuje en el sector sur, es decir, en la zona del río de
La Plata. El 9 de julio, las fuerzas rebeldes darán otro golpe
importante en Meriño y privarán también al enemigo de la
iniciativa estratégica en el sector noroccidental. La úni-
ca otra acción ofensiva en esta zona será la ocupación de
Minas de Frío el día 13.
Por tanto, puede afirmarse que a partir del 28 de ju-
nio se inició una segunda etapa en la ofensiva enemi-
ga, caracterizada por la contención de esta por nuestras

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escasas y pobremente equipadas fuerzas. La segunda


etapa, a los efectos historiográficos, se extiende has-
ta el 11 de julio. Ese día, el comienzo de las acciones en
Jigüe que conducirán a la rendición del Batallón 18 y a
la liquidación de los refuerzos enviados para auxiliarlo,
marcó el inicio de la tercera etapa, que será la final de
este proceso, y que se caracterizará por el despliegue
ya incontenible de la contraofensiva rebelde en los tres
sectores de las operaciones hasta la derrota terminante
del enemigo y su salida de la Sierra Maestra.

Yo estaba convencido de que Sánchez Mosquera, a pesar


de la derrota recibida entre los días 28 y 30 de junio, no
iba a permanecer inactivo. No sería consecuente con todo
lo que se decía de él si se mantenía en una posición pasi-
va después del golpe potencialmente desmoralizador que
acabábamos de darle. Además, tampoco era concebible
que, después de llegar hasta allí, abandonara la pretensión
de seguir avanzando hasta coronar el firme de la Maestra
en la zona del alto de El Naranjo, con lo cual se colocaría al
alcance de las instalaciones de la Comandancia de La Plata.
Por tanto, ordené a todos los pelotones que habían
participado en la acción contra el campamento enemi-
go que reasumieran sus posiciones anteriores, en caso
de que se hubiesen movido de ellas, las cuales estaban

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concebidas a manera de semicírculo desde Pueblo Nuevo,


pasando sobre el río Yara al este de Santo Domingo, hasta
Leoncito, sobre el propio río, al Oeste. En las primeras horas
de la mañana del día 1ro. de julio, todas las fuerzas rebel-
des se habían reposicionado de acuerdo con este plan.
El pelotón de Lalo Sardiñas se ubicó nuevamente en
Pueblo Nuevo, con la intención de contener cualquier in-
tento enemigo de penetración río arriba en dirección a
Santana o La Jeringa. Ese mismo día, por cierto, firmé una
orden en la que, en reconocimiento al extraordinario papel
desempeñado por Lalo durante los tres días de acciones en
Santo Domingo, decretaba la amnistía del juicio contra él
—que había quedado pendiente para cuando concluyera la
guerra, por la actuación excesivamente violenta que tuvo
en octubre de 1957 al requerir a un soldado por una falta
disciplinaria, de la cual resultó la muerte involuntaria del
combatiente—, y disponía la restitución de su grado de ca-
pitán. Era un acto de justicia hacia uno de nuestros más
aguerridos y competentes jefes, quien había sido un factor
decisivo en el exitoso desenlace de lo que en ese mismo
documento califiqué como “la más resonante victoria re-
belde desde que comenzó la guerra”.
A la izquierda de Lalo, cubriendo la falda del firme de
El Naranjo que da para el arroyo de Los Mogos, volvieron
a ubicarse la escuadra de Zenén Meriño y el pelotón de
Andrés Cuevas, pero este último fue movido por mí hacia
La Plata al día siguiente, pues quería utilizarlo en algún

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otro sector donde fuese más necesario. A continuación,


ya en el mismo firme de El Naranjo, mantenía sus posicio-
nes el grupo al mando de Huber Matos y, a la izquierda de
este, la escuadra de Braulio Curuneaux con la ametralla-
dora 50. Del otro lado del arroyo de El Naranjo, en la falda
del firme de Gamboa, Félix Duque se colocó de nuevo con
su escuadra. Daniel quedó más arriba, muy cerca del firme,
en un lugar que los combatientes de su grupo bautizaron
como el alto de La Pulga; era una reserva operativa capaz
de actuar según las circunstancias.
Esa misma mañana, el enemigo realizó un tanteo en di-
rección a las posiciones de Duque en el estribo de Gamboa.
Al amanecer, previendo ese movimiento —que me parecía
el más lógico— avisé a Duque de la posibilidad del avance
desde Santo Domingo en su dirección, y le mandé a de-
cir a Curuneaux que si advertía semejante desplazamiento
no hiciera nada hasta que los guardias no chocaran con la
tropa de Duque. Yo estaba seguro de que las fuerzas rebel-
des en el firme de Gamboa eran lo suficientemente sólidas
como para frenar el golpe enemigo, lo cual nos permitiría
maniobrar con la gente de Huber Matos, apoyada por la
ametralladora de Curuneaux —que se subordinaba al puesto
de mando— para cortar a los soldados por su retaguardia y
hacerles una pequeña encerrona.
Curuneaux, sin embargo, comenzó a hostigar a los
guardias desde que se percató de su movimiento por el firme
de Gamboa. En definitiva, la fuerza enemiga —posiblemente

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un pelotón— no llegó a chocar con Duque y regresó a Santo


Domingo dos horas después. De manera evidente, se trataba
de una finta de Sánchez Mosquera para descubrir nuestras
defensas en esa dirección.
Entre los documentos de ese día se conserva una nota
de Curuneaux en la que me rendía cuenta minuciosa de
las balas gastadas. Vale la pena citarla a manera de ejemplo
del control estricto que exigíamos a nuestros capitanes:
“En el ataque de ayer le hice al enemigo 476 disparos, que
unidos a los 275 anteriores suman 751, quedando por tan-
to 349 tiros”. Seguidamente, me pedía 162 tiros que había
dejado en la casa del Santaclarero. Le respondí que debía
mantenerlos allí como reserva.
En los días siguientes, los guardias se limitaron a
moverse por los alrededores de su campamento y, cuando
más, entraban y salían del caserío de El Naranjo, a veces a
la vista de nuestras posiciones. Se mantuvo contra ellos
un hostigamiento permanente, con disparos esporádicos
de fusilería y un tiro de Curuneaux con la calibre 50, cada
media hora más o menos. La intención era más psicológica
que otra cosa: debían saber que seguíamos allí cuidando el
acceso a la Maestra.
El día 3, en vista de la inacción en este frente y de los
movimientos desarrollados por la agrupación enemiga que
había logrado finalmente ocupar San Lorenzo el día 1ro.,
me trasladé hacia Minas de Frío y dejé a Camilo con la res-
ponsabilidad de la coordinación de la defensa en este sector.

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Al otro día mandé a buscar a Lalo con su personal para


que participara en la emboscada que preparaba a la com-
pañía del Ejército que había penetrado en Meriño. La tropa
de Lalo era la única que no estaba en una posición defensi-
va en el sector de Santo Domingo, sino de ataque. Orienté,
entonces, a Camilo que cubriera con la escuadra de Zenén
Meriño el camino que subía desde Pueblo Nuevo hacia el
firme, y que vigilara bien los movimientos de los guardias
en ese flanco. La situación operativa en aquel momento
permitía lo que pudiera parecer como un debilitamiento
de la línea de contención en su extremo derecho, puesto
que en caso de que el enemigo intentara de nuevo avanzar
río arriba, la única disposición que habría que tomar era la
de vigilar con atención su movimiento y fortalecer la de-
fensa del camino que subía al firme desde Santana. Sin em-
bargo, yo estaba convencido de que el próximo intento de
Sánchez Mosquera iba a ser por el firme de El Naranjo o por
el mismo de Gamboa, por donde había tanteado el día 1ro.
El sábado 5 de julio, los guardias de Santo Domingo se
movieron de nuevo, y fueron rechazados de forma fácil por
los rebeldes en la subida de El Naranjo. El enemigo sufrió
cuatro bajas y abandonó un fusil Springfield y 350 tiros.
Ese mismo día, en El Naranjal, Ramón Paz rechazó defini-
tivamente el avance enemigo del Batallón 18 desde el Sur.
En vista de estos acontecimientos, le indiqué a
Camilo que ordenara el traslado del pelotón de Guillermo
García —el cual cubría, en el alto de San Francisco, los

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accesos a la zona de La Jeringa y las cabezadas del río Yara


desde el Norte— hacia La Plata, y de allí a donde yo esta-
ba, para recibir instrucciones. También mandé a buscar a
Curuneaux y su ametralladora. Para compensar este últi-
mo movimiento, Camilo trasladó el pelotón de reserva de
Daniel más abajo, y reforzó con algunos de los hombres de
esta tropa la línea rebelde en la loma de Sabicú. Después
de intervenir en la acción de Meriño el día 8, Curuneaux
fue enviado por mí de regreso al firme de El Naranjo, a
donde llegó justo a tiempo para ocupar su posición ante-
rior a la izquierda del alto de Sabicú.
Sánchez Mosquera lanzó finalmente, el miércoles 9
de julio, su intento de asalto al firme de la Maestra. Desde
el amanecer, la vanguardia enemiga comenzó a subir por
toda la falda de Sabicú. De nuevo, el sanguinario oficial
demostró ser también el jefe más capaz. Sus hombres no
se desplazaron por camino alguno, sino por dentro del
monte, ni lo hicieron en formación lineal, sino desple-
gados a lo largo de un frente relativamente extenso. La
artillería enemiga disparó de manera incesante sobre la
loma, mientras la aviación ametrallaba y bombardeaba el
área donde los mandos de la agrupación enemiga presu-
mían que debían estar las posiciones defensivas rebeldes.
Ese día, muchos de los combatientes contemplaron por
primera vez los terribles efectos de las bombas incendiarias
de napalm, suministradas al Ejército de la tiranía por los
Estados Unidos.

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Sin embargo, las posiciones rebeldes resistieron


con firmeza la acometida. El enemigo llegó hasta el
mismo alto de Sabicú, y allí chocó con las fuerzas de los
tenientes Dunney Pérez Álamo y Geonel Rodríguez, re-
forzadas con personal de Daniel y apoyadas por la ame-
tralladora de Curuneaux, que estaba todavía allí, y la
escuadra que, bajo el mando de Huber Matos, se había
mantenido en el flanco izquierdo de la línea rebelde en
el firme de El Naranjo.
Se combatió tenazmente durante más de dos horas.
Después de un momento de relativa calma, la lucha se
reanudó con mayor violencia alrededor del mediodía. Al
cabo, el Ejército se replegó y regresó a Santo Domingo
después de sufrir un número indeterminado de bajas y
dejar abandonados varias armas y bastante parque.
El Combate de El Naranjo tuvo una significación mu-
cho mayor que lo que pudieran indicar sus resultados con-
cretos, en términos de bajas y botín ocupado. Representó
el último esfuerzo del fuerte contingente enemigo esta-
cionado en Santo Domingo por seguir avanzando hacia el
corazón rebelde.
Téngase en cuenta que, en ese momento, esta era
la tropa enemiga más peligrosa para nosotros por varias
razones: era la que estaba más cerca de La Plata, una de
las más numerosas y mejor equipadas, y la que contaba
con el jefe más decidido e inteligente. Sin embargo, todos
estos factores, aparentemente favorables, se estrellaron

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contra la resistencia de un puñado de combatientes bien


preparados, decididos a luchar hasta el final para impedir
el avance enemigo en esa dirección.
No hay que desestimar tampoco el hecho de que los
golpes recibidos por esta tropa en la primera Batalla de
Santo Domingo, pudieran haber creado un ambiente
derrotista y cierta desmoralización entre los soldados y,
sobre todo, en su engreído jefe. El hecho fue que, después
del día 9, Sánchez Mosquera no hizo el menor intento de
moverse en dirección alguna hasta que recibió la orden
perentoria de abandonar Santo Domingo el día 26. Esta
inercia me permitió trasladar de nuevo hacia otros sec-
tores a Curuneaux y otros combatientes rebeldes que cu-
brían este frente, que quedó protegido durante todo ese
tiempo por las escuadras de Duque, Geonel Rodríguez,
Zenén Meriño, Huber Matos y Álamo, y por el personal de
reserva de Daniel en el firme de El Naranjo.
Pocos días después del Combate de El Naranjo, el borde
externo de este frente quedó cubierto con varias escuadras
y grupos de las Columna 3 y 4, al mando, respectivamente,
de los comandantes Juan Almeida y Ramiro Valdés, quienes
fueron distribuidos por Camilo en Agualrevés, La Jeringa,
el llamado cruce de Lima, el punto de la Maestra donde el
camino del firme es interceptado por el que viene de Palma
Mocha, por la subida de Santana y otros puntos de la Maestra.
El personal del firme de El Naranjo mantuvo sus posi-
ciones a pesar del embate constante de la aviación, que se

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empleó a fondo en la zona durante todos estos días, y del


incesante fuego de morteros realizado por el enemigo des-
de Santo Domingo. Fue uno de esos obuses de mortero 81,
lanzado al rumbo, el que vino a caer el día 11 directamente
encima del caballete de la casa de un colaborador campesi­
no, en la falda de la loma de Sabicú opuesta al campamen-
to enemigo, en el momento en que el combatiente Juan
de Dios Zamora, auxiliado por las también combatien-
tes Rita García y Eva Palma, cocinaban el almuerzo de las
fuerzas rebeldes. La explosión mató de manera instan-
tánea al cocinero e hirió de extrema gravedad al capitán
Geonel Rodríguez y al teniente Carlos López Mas, conocido
por Carlitos Mas, quienes se encontraban descansando
en la casa. Conducidos rápidamente a la Comandancia de
La Plata, los dos combatientes fueron operados de urgencia
por los cirujanos rebeldes, pero la hemorragia interna re-
sultó incontenible y ambos murieron.
Radio Rebelde informó con pesar, el día 12, la muerte de
Geonel y su entierro en suelo rebelde. Era una pérdida par-
ticularmente dolorosa la de este joven estudiante de in-
geniería, colaborador del Che en la creación de El Cubano
Libre, el primer periódico guerrillero en la Sierra Maestra;
combatiente modesto y valeroso, quien caía abatido, no
por el fuego concentrado de un combate, sino por un azar
infortunado. Todavía hoy se conserva su tumba a la entra-
da de la Comandancia de La Plata, donde permanecen los
restos que su madre anciana nunca quiso reclamar, para

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que reposaran por siempre allí, en la tierra por cuya de-


fensa entregó su vida generosa. En la rústica cruz que los
señala fue clavado el plato de campaña de Geonel, grabado
por sus propios compañeros en homenaje a su memoria.
Salvo este lamentable incidente, nada extraordinario
ocurrió en este frente durante los días en que se desarro-
lló la Batalla de Jigüe. Mi atención se concentró en lo que
constituyó el objetivo prioritario para nuestras fuerzas en
ese momento: la derrota del batallón cercado por el Sur.
Mientras tanto, me mantuve en comunicación constan-
te con Camilo, quien desde La Plata dirigía la defensa del
sector nordeste, mientras el Che aguantaba al enemigo en
la zona de Minas de Frío.

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