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PHILIPE GUTTON – EL JUEGO DE LOS NIÑOS

CAP. 2 – LA ELABORACIÓN DE LOS JUEGOS

El juego infantil es descrito como la puesta en escena de un drama, analogía de la realidad


psíquica; los caminos históricos del deseo en los procesos de defensa del Yo son representados
a partir de lo actual; en el juego se encuentran resumidos los deseos y la censura en una
situación hic et nunc.

El primer momento del juego esta impresión inicial inmediata, a la percepción de un objeto, él
escoge su juguete entre otros. El entorno se encuentra revestido poco a poco de
significaciones correspondientes a los temas del deseo despierto: la niña representa tal o cual
papel al terminar una jornada de clase. Esta secuencia hace referencia una situación reciente
en la cual el deseo ha sido insatisfecho, esta insatisfacción ha de ser superada. Muchos
pasados se encuentran condensados así y se juntan es una experiencia actual original.

El juego, derivado así del encuentro de un presente libidinoso y una historia fantasmática, se
propone como el cumplimiento actual de un deseo, es decir, como un movimiento que crea
una situación en el presente, resultado actual, este presente lúdico se desarrolla como una
relación pasada para convertirse en el elemento de una estructura actual abierta hacia el
futuro.

El juego entra así en el proceso de memorización que permite repetirlo, siempre aprecido a él
mismo (automatismo de repetición) o de modularlo.

JUEGOS Y MECANISMOS DE DEFENSA DEL YO

PROYECCIÓN

El fenómeno de la proyección es constante en el juego del cual constituye el mecanismo


fundamental. La psicología llamada PROYECTIVA designa este fenómeno como el medio por el
cual se “atribuyen sus propias cualidades, sentimientos, actitudes y tendencias a los objetos,
personas y cosas del entorno”.

El objeto localizado fuera pro la proyección lleva un conjunto de rasgos afectivos que lo
modifican, que le dan su estatus de objeto, es decir, su sentido tal como se define por la
historia del niño. Así, según este movimiento de asimilación egocéntrica, el objeto se convierte
para el niño en juguete: empieza a revestirse de un significado para el niño.

El análisis formal del dibujo infantil atrae nuestra atención sobre la totalidad misma del niño
proyectándose, evitando así perderse en el análisis exclusivo de los contenidos del dibujo y su
simbolismo.

La proyección, siguiendo la teoría psicoanalítica, según Lagache es un mecanismo de defensa


por el cual el sujeto percibe en el mundo exterior y en particular en los otros, las características
que le son propias; es la operación por la cual el sujeto expulsa de si y localiza en el otro,
persona o cosa, cualidades, sentimientos, deseos y hasta “objetos” que ignora o que rechaza
en él. Supone dos tiempos: el proyecto en el exterior y el desconocimiento en el interior: lo
que ha sido abolido en el interior vuelve del exterior, escribe Freud. Es un medio de defensa
contra las incitaciones internas demasiado intensas contra las cuales el niño no puede luchar y
no puede todavía rechazar con su actuación, la proyección lanza lo malo al exterior de tal
forma que el niño podrá entonces por contrapartida “utilizar” contra ella (pulsión mala) el
medio de defensa dela para-excitación (Freud). Se puede suponer ya la oposición del interior y
el exterior, lo que Anna Freud escribe: “la introyección y la proyección aparecen en la época
que sigue a la diferenciación del Yo respecto al mundo exterior”.

El juego, es primero, proyección, él bebe lanza sus objetos más allá de su cuna, como si el
juguete considerado mal objeto debiera ser arrojado fuera pues es peligroso, y en un segundo
tiempo traído por la madre que lo “repararía”. El niño más mayor hará lo mismo cuando
juegue sus miedos o los dibuje.

Se puede pensar que por la repetición de experiencias proyectivas, el niño se defiende contra
la angustia. El juego tiene pues un lugar fundamental en el aprendizaje de este mecanismo de
defensa primario que es la proyección.

La proyección lúdica defiende al niño contra el regreso de lo proyectado, mantiene al enemigo


fuera. Es, sin duda, una función primitiva fundamental del juego.

En conclusión, la proyección aparece como el mecanismo fundamental de toda actividad


lúdica; el juguete permite en algún modo mantener fuera lo que ha sido proyectado
primitivamente; además, en este mantenimiento exterior la proyección lúdica (mecanismo
secundario de defensa) focaliza lo que está proyectado, espacializándolo a un lugar preciso;
este segundo aspecto de la proyección lúdica está próximo (sin ser reductible) de este que
vamos a estudiar ahora: el desplazamiento.

DESPLAZAMIENTO

El acento, el interés, la intensidad de una representación son susceptibles de destacarse de ella


para pasar a otras representaciones originalmente poco intensas. La energía de asedio
tendente hacia una representación, puede encontrarse así descargada y desplazada. Para
Freud, este mecanismo aparece bajo dos aspectos: el uno extensivo, en el cual el
desplazamiento es característica del proceso primario, es decir, del inconsciente bajo la forma
de una libre asociación: «Algo está añadido a la representación A que ha sido retirado de B» en
una movilidad incesante de asedios o apetencias.

El otro aspecto está unido a los procesos secundarios restringiendo los precedentes en sus
recorridos y en su cuantía energética; este segundo desplazamiento aparece esencialmente
defensivo en el sentido en que las representaciones prohibidas por la censura son atraídas al
inconsciente, es decir, al campo libremente asociativo.

El primer desplazamiento histórico se hace de la madre al juguete, sustituto materno. El


desplazamiento constituye el fundamento de la posibilidad de una función lúdica. El poder del
niño de desplazar el deseo que va hacia la madre, hacia un objeto está estructurado a partir de
la inapetencia del cuerpo de la madre. Este último fenómeno está constituido en un primer
tiempo por un rechazo originario enfocado a superar la ausencia materna; después, el
mantenimiento de este rechazo, la representación pulsional, aparece a lo largo del juego,
como ejemplo de retorno del rechazo. En otros términos un doble proceso está en juego:
inapetencia del cuerpo materno objeto de deseo, y nuevo cerco, o reapetencia de las
representaciones rechazadas de la pulsión.

Es importante darse cuenta que es a partir de la falla materna (ausencia de la madre) que el
niño desplaza su interés hacia los juguetes.

Sabemos que el bebé no está en condiciones de efectuar este desplazamiento hacia las cosas
inanimadas sino después de haber establecido relaciones sólidas con el objeto libidinal, es
decir, después de haber alcanzado una especie de constancia objetal. Encontramos ahí el valor
dialéctico, instituido por la alternancia armoniosa de la presencia materna que da el juguete, y
de su ausencia que permite la utilización.

En la medida en que el niño puede jugar como lo hace desde el fin de su primer año a la
presencia-ausencia del objeto libidinal, su atención puede desplazarse hacia otros juegos. Ha
adquirido un instrumento defensivo considerable para poder resolver sus conflictos. Puede
trasladar sobre el juguete o el juego todo conflicto de los objetos libidinosos iniciales.

La manipulación del juguete a su gusto da al niño el dominio sobre el conflicto; el objeto


conflictivo se convierte en objeto lúdico. El mecanismo defensivo del juego es del mismo orden
que el que regula la formación del desplazamiento fóbico.

Parece que el objeto conflictual puede convertirse en fobógeno o en lúdico, o en ambas. ¿Qué
es lo que distingue a estos dos objetos? El objeto fobógeno provoca el evitamiento; el objeto
lúdico se incluye en la acción; el uno es evitado, el otro manipulado.

El niño juega en el curso de su historia, con juguetes cada vez más significativos en su
configuración externa. El desplazamiento, simple al principio (pecho, chupete, bobina), se
vuelve cada vez más complejo. Las características físicas de su adaptabilidad a la zona erógena
(suavidad de la textura, forma del chupete, sonoridad del sonajero) son los primeros criterios
retenidos por el niño en la elección del juguete. Posteriormente, otros rasgos característicos
toman importancia, en particular las reglas de su funcionamiento, su posibilidad instrumental.
Los primeros juguetes tienen un sentido conferido al grado asociativo del niño: en cierta
forma, todo es juguete.

Después el juguete será deseado por lo que representa: una muñeca, una pistola, un caballo.

Podemos distinguir, pues, dos procesos en el desplazamiento lúdico. El primero podríamos


decir que es centrífugo: el fantasma se desplaza hacia el objeto por su situación de
contigüidad. La cosa es neutra, el fantasma da su sentido al objeto. El segundo proceso es
centrípeto. La figuración de la estructura del objeto propone su ley exterior; la forma, el color
del juguete son exigencias. Desde entonces, para que el juego pueda tener lugar, debe darse
un encuentro entre el fantasma y el objeto fundado en la similitud. «Este objeto puntiagudo es
papá; aquél redondo, mamá», puede decir el niño. Este doble proceso parece tener un valor
desigual según la edad del niño: prevaleciente al principio, el primero parece dejar poco a poco
lugar al segundo. Es como si, a medida que el Yo se reforzara, los desplazamientos fueran
menos flexibles (así como las identificaciones).
El juguete es el catalizador del juego, como catalizador, el juguete debe salir intacto del juego,
en la actividad lúdica todo sucede como si el niño introdujera una distancia en su manipulación
fantasmática, como si supiera que lo que era figurado, jugado, no existe. A la inversa, algunos
niños rompen sus juguetes en el desarrollo del juego, y las madres tienen razón, a menudo, en
inquietarse. Estos destrozos repetidos de juguetes, están vinculados a dificultades de
simbolización del niño que no alcanza al «hacer como si » del juego.

SUBLIMACIÓN

Derivado de los deseos del niño, el juguete se propone como una ilusión en el sentido en que
la ha definido Freud. En la sublimación, la pulsión deriva hacia un nuevo fin no sexual,
enfocado a un objeto en el cual «entra en consideración nuestra evaluación social» (Freud). El
juego es, pues, por definición, una actividad sublimada: su valor es dado por la sociedad, y más
concretamente por sus representantes: los padres que compran juguetes y los ofrecen a sus
hijos. En sus juegos (y en sus dibujos), el niño busca realizar una obra admirable a sus ojos y a
los de su entorno. «Mira mamá que bonito es lo que he hecho». Aquí hay una tentativa de
sobrepasar sus exigencias pulsionales para ofrecer a sus padres realizaciones terciarias.

Los juegos ordenados por reglas, estructuras instaladas con su historia sociológica, toman una
importancia considerable desde el principio del periodo de latencia (incluso antes); los
fantasmas infantiles deben amoldarse. El niño encuentra la ocasión de desplazar su
competitividad, su búsqueda del tener, al mismo tiempo debe renunciar a su fantasmagoría
personal bajo pena de ser excluido del juego.

IDENTIFICACIÓN

En la obra de Freud, la identificación es propuesta como un proceso psicológico central en el


cual el sujeto se constituye. En la historia del niño, la primera identificación es la identificación
primaria: modo primitivo de constitución del sujeto sobre el modelo del otro, que no es
secundario a una relación previamente establecida en que el objeto sería en primer término,
establecido como independiente. Este término es estrechamente correlativo con la
incorporación oral, prototipo corporal de la identificación primaria o introyección. En este
proceso, están presentes tres significaciones: «Proporcionarse un placer haciendo penetrar un
objeto en sí mismo; destruir este objeto, asimilarse las cualidades de este objeto
conservándolo dentro de sí. Esta última característica es fundamental para la comprensión de
la primera identificación del sujeto.

En esta fase oral, el objeto deseado es apreciado es incorporado comiéndolo, es decir,


suprimiéndolo. A este nivel de organización de la libido, la relación con la madre está marcada
por esta ambigüedad del amor y del aniquilamiento.

El niño presenta un PRE-LUDISMO, tal como lo hemos definido: los pre-juegos del niño de esta
edad son una repetición de la dialéctica presencia-ausencia de la madre y una manipulación
repetida de los objetos bajo el ángulo de la proyección y la incorporación.

El juego es un «hacer como si». La identificación es fundamental en toda actividad lúdica, a


condición de comprender este término a partir de la identificación primaria evocada más
arriba, en el campo extremadamente extenso de las identificaciones secundarias. Tiene por
precedente una representación; no se trata de una simple reproducción sino de una
integración por su cuenta, de la representación. El juego supone un rompimiento del
compromiso con respecto a la situación, de tal forma que en el momento en que ésta misma
es representada, se encuentra, de alguna forma, ausente; en el juego de «ser como si», «el
precedente es fundamental que no lo sea.

Cuando la madre está ausente, el niño se identifica con ella, se transforma en ella y busca
objetos susceptibles de reemplazar su propio Yo al que pueda amar y cuidar como él ha sido
cuidado y cuidado por su madre. Contra el duelo provocado por la ausencia materna, el juego
se propone como término de identificación materna.

Así, el juego se presenta como un juego de rol a representar, en el cual los personajes
observados son reconstruidos a partir de las representaciones de sus características. Entre la
realidad y la Gestalt del papel representado, se sitúa un desfase fundamental que da su
sentido al juego.

La identificación lúdica permite el retroceso con respecto al conflicto. De igual modo, este niño
que después de haber leído un libro en el cual dos muchachos hacen numerosas travesuras, se
permite imitarlos en la realidad; lo hace como si él no pudiera ser responsable de sus reales
fechorías repetidas bajo el nombre del autor del libro. Este desfase es interesante en el
momento en que el niño representa sus creencias infantiles; se puede incluso decir que
cuando más representa el niño lo que cree, menos lo cree.

Los juegos sexuales son trabajos prácticos, en los cuales sus teorías sexuales son sometidas a
discusión implacable por los mismos niños. En el transcurso de éstos, una niña puede superar
su desconocimiento de la vagina; el niño en su búsqueda de un agujero para introducir su pene
hace conocer su cuerpo a la niña en un juego como el del « papá y mamá».

En conclusión, el fundamento de la identificación lúdica consiste en introducir un desfase con


respecto a las identificaciones primarias por la realización de un desdoblamiento del sujeto en
sujeto jugador y sujeto jugado. En la secuencia de «ser como» o de «hacer como», el sujeto se
desdobla en un personaje jugado que sabe que la «cosa» está ausente en el momento en que
es jugada y un personaje jugado que es el papel representado. Este desdoblamiento, fruto de
la identificación, es el fundamento mismo de todo juego.

Las identificaciones las podemos clasificar en dos aspectos: por un lado los mecanismos de
identificación; y, por otro lado, los objetos de estas identificaciones.

Mecanismos de identificación: Los dos mecanismos de identificación más evidentes en los


juegos se pueden encontrar resumidos en estas dos fases: ser como y tener como. El primero
es el fundamento del juego del papel representado; es la base de casi la totalidad de los juegos
infantiles. El juego del «tener como» nos sitúa al nivel de las identificaciones parcelarias y más
concretamente de lo que podría ser presentado o como los emblemas de un personaje en el
símbolo fálico; tener un pene como el padre, tener a la madre (en el niño) y la problemática de
la envidia del pene (en la niña).

Objetos de esas identificaciones: Se pueden distinguir tres: la identificación con el agresor, el


objeto erótico y la identificación narcísica.
- La identificación con el agresor. Freud ha estudiado una forma sorprendente de
comportamiento en el niño; «la experiencia recibida pasivamente provoca en el niño
una tendencia a la reacción activa». cuando el niño ha sufrido una agresión médica,
presentará en las horas y los días siguientes un cierto número de comportamientos
lúdicos que tienden en cierta forma a deshacer el trauma sufrido pasivamente; se
servirá de objetos simbólicos sobre los que marcará su agresividad o hará padecer a
otro niño los sufrimientos que el médico le impuso.
Retendremos primero el paso de la pasividad del niño en su relación con una madre
que satisface activamente sus necesidades, a su actividad que reposa, en gran medida,
sobre su identificación con la madre activa. Esta inversión de los papeles se carga de
agresividad durante el período anal gracias a unos mecanismos de identificación hacia
la madre frustrante; después, la prohibición juega el papel que la frustración ha jugado
anteriormente en un proceso de identificación con el rival que prohíbe en el desarrollo
del Súper-Yo.

- La identificación erótica. La identificación puede ocupar también el lugar de la


vertiente erótica. El niño desea ser aquél a quien él ama. Es cierto que en el triángulo
edípico es fundamental esta identificación, tanto en la que le une al objeto libidinoso
del sexo opuesto como al objeto libidinoso del mismo sexo. Estos hechos son
importantes para comprender los múltiples juegos de identificación que revela la
observación del niño: jugar a coches como el padre, tener un niño como la madre, etc.

- La identificación centrípeta. Citaremos finalmente la identificación centrípeta en que el


objeto es escogido como espejo del niño; el otro representa su propio modelo y desde
este momento es buscado. Esta identificación, incluida en el narcisismo secundario es,
sin duda, fundamental en las llamadas relaciones de compañerismo; así se crean
parejas de niños que juegan constantemente uno con el otro, sin entrar en rivalidades
y mirando de evolucionar en los juegos como una persona y su doble.

Los juegos infantiles se presentan como una dialéctica entre las identificaciones sucesivas y la
identidad a menudo tambaleante. El niño se ve así en el camino estrecho y tortuoso de la
identificación alternada con el objeto amado y con el objeto agresor; estas experiencias son
tomadas y asimiladas en la construcción progresiva de la identidad.

EL JUEGO, REALIZACIÓN DE PULSIONES PARCIALES

El juego es una actividad de placer, realización de los deseos infantiles. Hemos visto los
enmascaramientos adoptados por estas satisfacciones para neutralizar la frustración y la
censura provocadas por los padres fantasmados y reales. La dinámica de las actividades lúdicas
está constituida por el juego desorganizado de las pulsiones parciales. En el juego, el niño
busca la satisfacción de las pulsiones parciales. Así, las primeras actividades pre-lúdicas se
encuentran concentradas a nivel de la zona bucal y peri-bucal por un lado, y por otro a nivel de
la erogeneidad de la sensibilidad vestibular; posteriormente, cualquier zona del cuerpo se
puede encontrar investida de una significación erógena (en particular bajo la apetencia
materna).

No hay oposición al principio de placer porque la repetición, el hecho de reencontrar la


identidad, ya es en sí mismo una fuente de placer. Así, en el juego del doctor, el niño puede
encontrar su placer, no solamente haciendo sufrir a otro niño o adulto lo que él ha vivido
pasivamente en un juego sádico sino, más simplemente, sin expresión sádica, la misma
actividad de este juego le erotiza.

Los juegos de los niños se repiten indefinidamente; esta repetición forma parte incluso de la
definición de la actividad pulsional; adquiere una importancia particularmente grande durante
la observación de las pulsiones parciales que, en cierto modo, solamente llevan al niño a
placeres parciales; así, la insatisfacción del juego sería el origen de su repetición tanto como la
misma satisfacción. Hemos demostrado muchas veces que cada nueva repetición permitía un
nuevo dominio tanto en el terreno de los progresos funcionales como en el de las
superaciones del hecho desagradable. Las repeticiones lúdicas estarían relacionadas; de alguna
forma con un aprendizaje: en el terreno de lo agradable están constituidas por la búsqueda de
un placer cada vez menos parcial; en el terreno de lo desagradable son un refinamiento del
dominio de lo penoso.

La observación de los juegos infantiles nos muestra cómo cada uno de ellos busca para él
mismo una satisfacción particular de placer en su propio cuerpo según el mapa de sus zonas
erógenas.

Juego y estadio anal. Durante el estadio anal, alrededor de los dos años, el niño descubre un
sistema dialéctico de placeres; complejo centrado en una nueva concepción del dentro y fuera
que estructura el propio cuerpo en el medio circundante. Por un lado los excrementos son
retenidos en el interior del cuerpo: poder auto-erótico, poder afectivo sobre la madre, poder
sobre el objeto guardado. Por otra parte, los excrementos pueden ser expulsados, nueva
fuente de placer, regalo a la madre gratificadora. Los excrementos tienen el significado de un
regalo del que el cuerpo del niño acepta separarse; son ofrecidos a la madre con la esperanza
de una gratificación, los juguetes adquieren una particular importancia, un juguete puede
satisfacer la falta del niño, en otros términos, puede anular la pérdida del objeto anal por el
niño. Las actividades pre-lúdicas tenían como finalidad satisfacer una falta arcaica relacionada
con la ausencia de la madre; las actividades lúdicas se desarrollan sobre una prohibición
corporal.

El juego anal es, antes que nada, juego del «conservado”, el erotismo del conservar nos sitúa
en lo que podríamos llamar los juegos solitarios del niño; el niño prefiere jugar sólo con sus
juguetes; se encierra en la habitación, espacio que simboliza su espacio corporal.

El juego anal es, por otra parte, una simbolización de la manipulación de los excrementos
fuera, es escenificada la totalidad del cuerpo anal: es el juego del lleno y el vacío; la caja llena y
la caja vacía; juego del continente y el contenido.

Juego y estadio fálico. En este estadio, la actividad lúdica presenta una estructura
profundamente diferente; se presenta como una relación de por lo menos dos personas, entre
las cuales se sitúa un objeto concreto o abstracto (el juego). El ligamento entre estas dos
personas está constituido por este objeto. El juguete se puede definir como símbolo fálico,
equivalente simbólico del pene. El vínculo fundamental que se establece alrededor del falo no
es, como en el estadio anal, del orden de la manipulación solitaria o bien del intercambio
cuerpo-símbolo. Aquí es una relación de deseo que se podría resumir, en una primera
aproximación, con la frase: «Quiero jugar contigo» y la respuesta correspondiente al espejo. El
juego del niño es entonces esencialmente el deseo del deseo del otro. Las reglas del juego
constituyen los lazos de este encuentro.

Dolto relata cómo el juego infantil, en este estadio, permite la realización sustitutiva de los
deseos edípicos tal como son fantasmados por el niño.

LAS CONCEPCIONES DEL JUEGO EN MELANIE KLEIN

La acción lúdica constituye uno de los mecanismos de defensa más primitivos contra la
angustia, Melanie Klein hace de la técnica del juego el fundamento mismo de la práctica
psicoanalítica de los niños.

En la posición depresiva, tal como aparece a partir del cuarto mes y hasta el final del primer
año, el niño es, de ahora en adelante, capaz de aprehender a la madre corno objeto total; «el
corte entre buen objeto y mal objeto se atenúa; las pulsiones libidinosas y hostiles tienden a
caer en el mismo objeto. La angustia llamada depresiva lleva al peligro fantasmático de
destruir y perder a la madre a partir del sadismo del sujeto». Esta angustia de destrucción del
objeto querido es combatida por diversos métodos de defensa. Tienen la finalidad de
mantener el objeto querido como parcialmente bueno, de forma que la posición depresiva,
pueda ser superada durante el primer año por medio de una introyección estable y
aseguradora del objeto amado, es decir, la madre; esta introyección permite el desarrollo del
Yo.

los juegos de los niños transforman su angustia en placer. Las pulsiones de ataque y de
destrucción del interior del cuerpo de la madre se expresan, durante el desplazamiento lúdico,
por medio de toda una serie de accidentes: coches chafados, caminantes atropellados, casas
en ruinas, muñecas rotas. El niño se defiende restableciendo la integridad del cuerpo material
de un modo fantasmático, construyendo casas cuidadosamente, adornándolas, vistiendo
muñecas, transportando los coches; inventa personajes de identificación y de protección:
madre, hada, guardia, doctor, diversos modelos culturales. Así, los juegos se presentan como
creaciones de objetos maternos sustitutivos, seguidos de su destrucción y reaparición.

Según Klein, el juego aparece como una actividad de liberación de fantasmas masturbatorios.
Éstos son la fuente de toda actividad lúdica del niño y «uno de los elementos constitutivos de
todas las sublimaciones posteriores».

A través del juego el niño nos traduce sus fantasmas, sus deseos. Klein hace una analogía entre
el juego y el sueño: el juego contiene símbolos que podemos interpretar. Se desarrolla sobre
un mundo asociativo en que las resistencias puedan ser descritas, como en el adulto en una
secuencia de psicoanálisis. Un solo juguete, un solo detalle del juego, pueden adquirir sentidos
diferentes según el momento de la secuencia. Así, todos los elementos que nos ofrece el
espectáculo del niño jugando durante una sesión, «como en los sueños, no son el efecto de
una casualidad y libran su significado si los interpretamos igual que éstos». El niño,
espontáneamente, mezcla los juegos y los sueños; explica los sueños jugando y acaba
imitando, durante el juego, el último sueño, cosa que permite muchas asociaciones
clarificantes sobre los circuitos de su subconsciente.

Permitiendo superar la angustia depresiva, conduciendo el niño en el sentido de la realización,


de sus deseos, el juego pone al sujeto en contacto con la realidad. La adaptación a la realidad
es descrita por Melanie Klein como un apoyo del niño contra las imágenes fantasmáticas.

El análisis por medio del juego es la técnica apropiada para el psiquismo infantil, el juego es,
todavía mejor que la palabra. Expresa directamente su subconsciente, a la vez en la situación
actual y en la original, de forma que la interpretación puede guiar las fijaciones de su historia.
El niño actúa en lugar de hablar cuando juega. No es por defecto de la palabra que los niños se
sirven de las representaciones por medio de juguetes, sino a causa de la angustia que opone
una resistencia más grande a las asociaciones verbales. La expresión simbólica está menos
investida de angustia. Si aliviamos la angustia, podemos obtener la expresión verbal más
completa de que es capaz el niño.

Según Klein, la interpretación puede empezar y ha de empezar cuando el niño ha dejado


entrever el sentido de los conflictos, sea a través de sus juegos, dibujos, sea a través de su
comportamiento en general. La interpretación debe hacerse en profundidad para alcanzar las
capas interesadas del psiquismo, es decir; para permitir una salida pulsional y apaciguar la
angustia despertada. Generalmente, el niño acepta con facilidad las interpretaciones. Como,
por lo general, la comunicación entre el consciente y el subconsciente es relativamente fácil, el
camino de vuelta es también más fácil de establecer; la interpretación no es asimilada al
principio, sino inconscientemente. Hasta más tarde no aparecen a la comprensión del niño sus
relaciones.

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