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MÍRAME… ¡SOY ACTRIZ!

(Homenaje a García Lorca)

(Pieza)

EDGAR CEBALLOS

Personajes

Bernarda Alba, quien a su vez representará los papeles de:

María Tereza Montoya (o cualquier trágica de antaño, como María Guerrero,

en España o Camila Quiroga, en Argentina).

Su alter ego.

Pepe el Romano, director de teatro.

Personajes lorquianos, mimo de Commedia dell’Arte, pieza de títeres y

diversas siluetas.
Un escenario vacío con una sola puerta a la derecha del escenario. Es sucio y

aparenta abandono. Algunos trastos tirados aquí y allá. Pueden ser diablas,

fragmento de cámara negra o tiros del telar. Al centro izquierda un sillón de

comedor de época, de madera labrada, con escudo heráldico y forrado en

terciopelo, el cual en el transcurso de la obra, el personaje hará girar

inadvertidamente sobre su propio eje como manecillas de un reloj.

Una actriz de treinta años, que abre temerosa la puerta y entra. Trae consigo

una enorme mochila, de esas que muchas actrices se cuelgan a la espalda.

Avanza lentamente mientras inspecciona el espacio.

BERNARDA ALBA:

¡Hola! ¡Buenas tardes a todos! ¡Dios, qué tiradero! ¿Dónde está todo el

mundo? Quiero disculparme por llegar tarde. ¡Hola! (Repara en el sillón, se

acerca, deposita a sus pies su mochila y finalmente se sienta en él. Adopta

diversas poses de gran señora, mientras espera a sus imaginarios

compañeros. De pronto, oye unos toquidos. Se dirige hacia la puerta y la

abre. Saluda con fingida amabilidad.) ¡Ah, hola! (Aburrida le da la espalda

al invisible personaje.) Sí. Aquí es. (La reconoce y muestra exagerado

asombro al descubrir de quién se trata.) ¡No! ¿Es usted la señora María

Tereza Montoya? Pase por favor… Soy Bernarda Alba. ¡Oh, no, no es una

broma! Supongo que mis padres fueron demasiado lorquianos; mis apellidos

son otros. Pero me gusta como nombre artístico. Yo también vengo a

audicionar. (La acompaña hacia la silla. La ayuda a sentarse.) ¡Oh, es


emocionante saber que voy a trabajar al lado suyo! Mi familia no lo va a creer

el día que se los cuente. La señora María Tereza Montoya, ¡Uuuy, la más

grande trágica que ha tenido este país! ¿No le importaría si la tuteo? ¡Ah,

muchas gracias! (Cambia de estado de ánimo. Se disgusta con su alter ego

quien la recrimina.) “Otra vez, con tus fantasías, Bernarda? Prometiste no

tutearla. Deja a esas personas en donde deben de estar. ¿De acuerdo?”

(Asiente.) Prometido. Sólo bromeaba.

(Descubre que el lugar está vacío. Extrañada de no ver a nadie busca por todos

lados.)

¡Carajo! Es que va a hacer lo mismo de siempre. ¡Hola! ¡Hola a todos!

(Extrañada consigo misma.) No. No pude haber llegado antes que ellos.

Bueno lo importante es que aquí estoy. (Ahora está llena de alegría. Se quita

la mochila mientras habla consigo misma. La pone en cualquier sitio.

Interviene su alter ego.) “¿Nerviosa, Bernarda?” ¡Claro! Como todo el

mundo. Pero estoy segura que a mí me van a

d a r el papel. (Experimenta inseguridad. Le pregunta a su alter ego) Oye,

¿qué hora es? “Van a dar las cinco”. (Pequeña pausa.) Ya todo el mundo

tendría que estar aquí. ¡Las cinco ya! (Como un personaje lorquiano.) “Las

cinco de la tarde. Eran las cinco en punto de la tarde…” (Reacciona.) ¡Cómo

pasa el tiempo! Pero ¿qué hago aquí? Yo tenía que audicionar hasta las cinco

treinta. ¿Era a las cinco o cinco treinta? Te digo que tengo la cabeza llena de

mierda. (Verifica en su agenda). No, la cita es correcta. Oh, Dios estoy muy

nerviosa. (Su alter ego.) “No digas tonterías, Bernarda. No va contigo. ¿Por
qué siempre los actores fingen que están aterrorizados antes de pisar el

escenario? Tú provienes de una larga dinastía de actores. ¡Siéntete segura!

¡Relájate!” (Pequeña pausa.) De acuerdo. De acuerdo, eso haré. (Busca

algunos trastos en su mochila. Le pregunta su alter ego.) “¿No habrás

olvidado el libreto?”. (Saca un cuaderno.) No, no. Aquí está. (Lo repasa. No

se decide por cuál fragmento empezar. Se vuelve hacia la imaginaria actriz,

como para pedirle un favor.) Señora Montoya, ¿puedo interrumpirla un

momento? ¿No distraigo su concentración?. ¡Ah, gracias! Sí. ¿Me podría

orientar un poco? Se trata de Lorca. Y como sé que usted hizo Doña Rosita la

soltera, Bodas de sangre y La casa de Bernarda Alba, quisiera su opinión

autorizada. Mire no me decido con qué audicionar (Revisa el libreto

desordenadamente.) Pudiera ser Cuando Yerma llora con el hijo de su amiga

o cuando la Novia le pide a la Madre que la mate… ¡Sí!… Definitivamente

Bodas de Sangre… ¡Perfecto! Eso era todo. De verdad me aclaró muchas

dudas. ¡Gracias! No vuelvo a molestarla. Usted allí y yo aquí. Las dos

tenemos demasiadas cosas qué hacer. ¡Gracias de nuevo!

Busca qué parte del texto le puede servir para audicionar. Al seleccionarlo lo

interpreta en forma trágica:

“Pasan los meses y la desesperación me pica en los ojos y hasta en las puntas

del pelo… Siento, sin embargo, cuando la nombro, como si me dieran una

pedrada en la frente…

¿Qué te pasa? ¿Qué idea te bulle por dentro de la cabeza? No me dejes así, sin

saber nada…”
Se interrumpe y dirige la mirada a la Montoya.

Señora, ¿quién nos va a audicionar, el director o su asistente?

Sin esperar respuesta, vuelve al personaje.

“A cada uno le gusta enterarse de lo que duele… Después he pensado noche y

día de quién era la culpa, y cada vez que pienso sale una culpa nueva que se

come a la otra; pero ¡siempre hay culpa!… Callar y quemarse es el castigo

más grande que nos podemos echar encima. ¿De qué me sirvió a mí el

orgullo? ¡De nada! ¡Sirvió para echarme fuego encima!”

Descubre que puede interpretarlo bien. Trata otra vez.

“Pasan los meses y la desesperación me pica en los ojos y hasta en las puntas

del pelo… Siento, sin embargo, cuando la nombro, como si me dieran una

pedrada en la frente…

Para sí misma.

Así está mucho mejor, no? Esto es conmovedor… llega al alma. Ya nadie

escribe así. (Habla como la Montoya.) “Usted tiene madera hija”. (Mira hacia

la silla donde está sentada.) ¿De verdad señora, cree que lo hice bien? (El

personaje de la actriz imaginaria.) “Si Bernarda, cumplió. Estuvo correcta

Pero el secreto para ser una trágica es ir más allá de sus fuerzas. Intentarlo

muchas veces hasta encontrar el tono preciso”. (Bernarda asiente

agradecida.) Señora no sabe cuánto valor tiene lo que ha dicho. De verdad. Se

lo agradezco mucho. Ahora debo concentrarme.

Trata otra vez.


“¿Qué te pasa? ¿Qué idea te bulle por dentro de la cabeza? No me dejes así,

sin saber nada… A cada uno le gusta enterarse de lo que duele… Después he

pensado noche y día de quién era la culpa, y cada vez que pienso sale una

culpa nueva que se come a la otra; pero ¡siempre hay culpa!” (Se detiene.) Lo

difícil es actuar con claridad. Encontrar los gestos y el tono de voz apropiados

no es tan difícil como conocer al personaje… (Interviene su alter ego.) “¡Ay,

Bernarda! Eres una estúpida, decir que lo difícil es actuar. Claro que eso es lo

difícil. ¡Actuar en un mundo donde todo es fingido! Todo es falsedad. Tu

trabajo es auténtico. No empieces con tu aburrida manía de considerarte una

buena actriz porque lo heredaste de tu familia”.

Sigue con la interpretación de otro fragmento de Lorca. Prueba varias

actitudes, gestos y entonaciones del personaje.

“¿Tú me ves a mí? ¿No te parezco loca?… Tengo en mi pecho un grito

siempre puesto de pie a quien tengo que castigar y meter en los mantos…

Cuando sale la conversación, tengo que hablar. Y hoy más porque me quedo

sola en casa.”

Luego se tiende en el piso y realiza ejercicios de calentamiento. Siente dolor

en su pierna. Se examina.

Maldito minino, me exige más que un hijo, tiene que desayunar antes que yo o

me echa el café encima. Por suerte cayó en mi pierna y no en el libreto.

(Cambia de ánimo.) ¿Por qué a muchos directores no les gustan las actrices

inteligentes que saben construir ellas mismas su personaje? A lo mejor porque

es más fácil tratar con una mansa y humilde de corazón. (Mimetiza la


situación.) “A ver niña, fíjate bien. Te mueves así. Obsérvame. No tienes que

pensar nada. Hazlo”. Claro, para ellos el conocimiento destruye la docilidad.

¡Viva la mansedumbre, abajo los inteligentes! (Recrea un ensayo.) Bien que

lo recuerdo. Estaba sentado así (Mima la actitud del director.) Su cara era…

(Pausa.) Me veía sin ver. “No le voy a dar los antecedentes. Será una lectura

de primera intención. Adelante.” Empecé a leer: “¡Dichosa tú que vas a

abrazar a un hombre, que lo vas a besar, que vas a sentir su peso!… “No, no,

me dice el simplón, así no. Mira (Repite la frase y la actúa como el director.)

Así está mejor. Continúa la lectura. No matices todavía.” Nada de matiz. “No,

simplemente entérate de lo que trata la obra”. De acuerdo. “Y lo mejor es

cuando te despiertes y lo sientas al lado y que él te roza los hombros con su

aliento.” “¡Un momento! Así no. Es de esta manera como debes decirlo.

(Pequeña pausa.). ¡Vivan los directores y las actrices idiotas!

¡Bienaventurados las que carecen de imaginación porque para ellos es el reino

del teatro! ¡Bienaventuradas las que jamás tendrán luz propia y se vuelven

dependientes del director! (Cambia de ánimo.) No es posible que las cosas

sean así. Yo por eso tuve que estudiar y perfeccionarme para no terminar con

un hijo no deseado y un trabajo de edecán. De modo que… aquí me tienen:

¡Una actriz inteligente! Sabia en la teoría y en la práctica. (Pequeña pausa.)

Gordon Craig lo decía: “el actor tiene que irse y en su lugar debe de intervenir

la supermarioneta divina, que no necesita de hilos que la sostengan.” A mí no

me sostiene nadie. Soy esa supermerioneta divina.


Adopta esa postura y a medida que comienza a interpretar algún fragmento de

Yerma se va transformando de marioneta a ése personaje intenso. Al finalizar

regresa a su posción de marioneta.

“Levantarse. Sudar, comer unos panes y morirse. Ni más juego, ni nada más.

Las ferias para otros. Criaturas de silencio […] Y, sin embargo no estoy triste,

y quisiera vivir mucho más. Es lo que digo yo. Las higueras, ¡cuánto duran!, y

sólo nosotras, las endemoniadas mujeres, nos hacemos polvo por cualquier

cosa”.

Vuelve a su postura de marioneta. Cambio de ánimo. Su alter ego le

recrimina.

“Deja de delirar y sigue calentando. Ya casi es la audición y si no quedas,

¿con qué vas a pagar la renta?”

Vuelve al personaje lorquiano.

“Lo tendré porque lo tengo que tener. O no entiendo el mundo. A veces,

cuando ya estoy segura de que jamás, jamás…, me sube como una oleada de

fuego por los pies y se me quedan vacías todas las cosas […] Y me pregunto:

¿Para qué… ?”

Pierde el ánimo, se afloja un poco desilusionada.

¿Qué me pasa? ¿Qué es lo que tengo? ¿Por qué estoy aquí? (La interrumpe su

alter ego.) “Tú no eres una actriz en absoluto. Tú vienes a las audiciones para

llenar tu vacío”. (Se enfrenta a su alter ego.) ¡Claro que soy una actriz! Y no

estoy vacía. Y no me avergüenzo de ello. Qué fastido. (Hace algunas

muecas.) Qué cara traigo. Siento ganas de morir. (Se siente observada. Vuelve
los ojos hacia la silla en donde se encuentra la eximia actriz.) ¿Señora

Montoya, se encuentra bien? Es que… como la he visto que me ha estado

observando pensé que… Bueno, en realidad me alegro que esté aquí. ¿No se

lo contará, verdad? Usted tuvo la fortuna de que su pareja supo apreciarla. No

todas las actrices tenemos por pareja a un director que nos entienda y nos

admire. ¿Por qué a los directores no les gustan que sus parejas sean

inteligentes. Bueno a algunos nos quieren siempre y cuando seamos menos

brillantes que ellos. ¿Usted no pasó por esos conflictos? (Se dirige al lugar

donde dejó su mochila. Interviene su alter ego.) “Bernarda, otra vez

platicando con personajes que jamás conociste. Si le sigues hablando a la nada

vas a terminar siendo eso: ¡nada!” (Pequeña pausa.) ¡Te equivocas soy una

gran actriz! Me deslizo por el escenario como un felino lo hace en la selva.

Busca entre sus cosas. Saca un espejo y estuche de maquillaje. Comienza a

maquillarse.

El problema es que él tampoco es estúpido. Está lleno de grandes ideas. Por

ello entramos en conflictos de competencia, y era él o yo. Ya lo veía venir

desde la primera vez que trabajamos juntos. No lo decía abiertamente, pero

por sus actitudes veía que se disgustaba cuando la crítica hablaba más de mi

trabajo que del suyo. (Pausa.) Yo debería aprender dirección y los

dramaturgos deberían escribir obras para una sola actriz. Esto simplificaría las

cosas. (Pausa. Voz de la Montoya.) “Pero dependes de alguien, ¿no es cierto?”

(Mientras se maquilla, dirige la mirada hacia el área de la Montoya. Se

detiene un momento y le habla.) ¿Señora, usted me ha dicho eso? Con todo


respeto, no sé si dependió todo el tiempo de su esposo o tuvo otros directores.

Pero déjeme decirle lo que entiendo por dependencia. La dependencia llega

cuando uno es incapaz de lograr algo en la vida, cuando uno no sabe qué es lo

que quiere. Cuando no tiene bien definida su manera de pensar ni sabe de qué

hablar. Cuando nada le sale bien… Cuando todo dentro de una, está vacío y

las únicas ideas fijas son la pareja perdida y la consigna de hacer teatro. Y

piensa una en él y termina una por hacer todo cuanto él pida. Yo no quiero

depender de nadie. ¡De nadie! Hacer concesiones es el principio del fin. (Para

ella) Esto es algo estúpido que no debía contar a nadie. (Interviene su alter

ego.) “No se lo estás contando a nadie, tarada”. (Reacciona. Se confiesa a sí

misma.) Sí, ya sé. Hasta para conversar me basto. ¡Vivo sola y hablo de

idioteces conmigo misma! Lo hago desde que abro los ojos. En la casa, en la

calle, en todos lados. ¡Claro, como no hay nadie a mi lado para contradecirme

¡Y qué mejor!. (Cambia de ánimo. Se siente insegura. Su alter ego.) “¡Ya deja

de hablar de tu autosuficiencia! ¡Maldita sea! Métete tu ego entre las piernas.

¡No necesitas de nadie!” (Reacciona.) ¡Por eso voy a obtener ese papel, para

demostrarle a la gente de teatro que Bernarda, sí puede lograr lo que se

propone! Y si no, hasta puedo escribir mi propia obra.

Se detiene para examinarse el rostro, que se ha transformado.

¡Perfecto Yerma-Novia! Todavía no me decido. ¿Utilizo los gestos faciales o

se lo dejo todo al maquillaje?

Interpretará el texto con el maquillaje como máscara neutra.


“Alerta, ¿de qué? En nada te ofendo. Vivo sumisa a ti, y lo que sufro lo

guardo pegado a mis carnes. Y cada día que pase será peor. Vamos a

callarnos. Yo sabré llevar mi cruz como mejor pueda, pero no me preguntes

nada. Si pudiera de pronto volverme vieja y tuviera la boca como flor

machacada, te podría sonreír y conllevar la vida contigo. Ahora, ahora déjame

con mis clavos”.

Interpretará el texto siguiente con exagerados gestos faciales y corporales.

“Eso nunca. Nunca. (Yerma da un grito y aprieta la garganta de su esposo.

Este cae hacia atrás. Le aprieta la garganta hasta matarle.) Marchita,

marchita pero segura. Ahora sí que lo sé de cierto. Y sola. (Se levanta. Ve

como empieza a llegar gente imaginaria) Voy a descansar sin despertarme

sobresaltada, para ver si la sangre me anuncia otra sangre nueva. Con el

cuerpo seco para siempre. ¿Qué queréis saber? ¿No os acerquéis, porque he

matado a mi hijo, yo misma he matado a mi hijo!”

Mima la reacción del público.

¡Maravillosa! ¡Bravo! ¡Bravo! (Pausa. Agradece emocionada.) ¡Gracias!

Gracias respetable! Arañas, diablas, bastidores, gatos ocultos… Sí, muchas

gracias, ya sé que soy una excelente actriz lorquiana. Neurótica, pero

excelente actriz. Y esperen a ver mi audición. Esto fué un simple ejercicio…

Ustedes son más conocedores que algunos directorcillos respecto a la mímica

facial y corporal. (El imaginario director la empuja.) “¿Qué diablos crées que

estás haciendo? ¿Yo no te pedí eso. ¡Jamás vuelvas a repetirlo! ¿Crées que

estás por encima de mí? ¡Voy a hacer que nadie te contrate! ¿Entendido? Eres
una chiflada que causa conflictos en todo escenario que pisa.” (Se detiene. Le

responde irritada) ¡Ya te entendí! Quieres que te dé el menor esfuerzo. Que

haga las cosas como sea. Pides todo lo que es fácil! No quieres nada que

ponga en riesgo mi creatividad. Y si hay algo que puedo darle a esta maldita

obra es mi rigor creativo. ¿Entiendes qué quiero decir? ¡Creatividad,

disciplina! Por eso ensayo sin parar. Repaso una escena una y otra vez hasta

que sea clara y precisa, preocupándome porque salga mejor, porque mi voz se

proyecte hasta la última butaca. Tú no me vas a decir si soy o no una gran

actriz pero reconoce que lo que tengo (grita salvajemente) ¡LO PRO-YEC-

TOOO!

Está agotada. Se siente irritada por hacer estas confidencias al imaginario

director.

Te me volviste un estorbo. Cómo jodías… en la casa con tu silencio… en los

camerinos con preguntas estúpidas como: “¿A dónde vas? ¿Por qué aceptaste

ese papel?, ¿Hiciste ese casting?” En los ensayos humillándome,

insultándome… ¡Me golpeabas! Y de nuevo en casa nos encerrábamos como

en una tumba. Yo te decía: ¡necesito una cama más chica y un escenario más

grande! Esta es mi única forma de vivir y cada día que pase será peor. Eres la

única persona que puede dirigirme. Estoy joven, llena de energía y quiero

vivir la vida a mi modo. (Le responde el director) “En último caso debes

resignarte” (Reacciona y lo reta.) ¿Resignarme? Cuando esté muerta.

(Reflexiva.) Parece que nada está bien en esta vida. (Como la Montoya.) “Y la

vida no es noble, ni buena, ni sagrada”. (Dirige la mirada hacia la actriz


imaginaria.) ¡Ay, señora! Ya perdí el estilo. (Esta le responde.) “Hijita, eres

demasiado arisca como una gata. No te entiendo. No dejas que nadie te toque.

En mi época no nos complicábamos tanto. (Pausa.) Entre mi marido y yo

existió una gran comprensión y un respeto mutuo. Fue mi amigo, mi

compañero en el arte y en la vida”. (Se acerca a la Montoya y se sienta a sus

pies. Hablan de mujer a mujer.) El dice que detesta a las actrices de gran

temperamento. Dice que eso es “montoyismo”. (La interrumpe el director.)

“¡Distánciate, puta madre! ¡Dis-tán-cia-te! ¡Actúame a Lorca como a los

personajes de Brecht”. (Irritada le confiesa a la Montoya.) ¡Es una locura!

Quien iba a dar la cara era yo. (Pequeña pausa. Recuerda que ha metido la

pata.) ¡Oh, disculpe señora! ¡Qué torpe soy, no debí mencionar lo del

montoyismo! (Habla la Montoya.) “No tienes por qué disculparte, hija. Un día

apareció en un diario un artículo en que un director extranjero decía que el

montoyismo en México era nefasto… me atacaba de la manera más hiriente…

que el teatro español y yo éramos un mal para éste país y para el arte”…

(Bernarda continúa.) ¡Ah! Si en España o en Argentina algún extranjero

hubiera criticado a María Guerrero o a Camila Quiroga; que eran sus ídolos, a

esa persona le habría ido muy mal… (Se retira de la Montoya a quien supone

deja con sus recuerdos. Enfrenta al director imaginario.) ¡Eres un perfecto

imbécil, lo sabías! (Está preocupada. Realiza algunas aspiraciones y

expiraciones profundas. Su alter ego la recrimina.) “Ya, termina de una vez

con esto Bernarda. ¡Te sumerges demasiado en vidas ajenas! ¿Otra vez con tu

fantasía de hablar con la Montoya? (Pequeña pausa. Burlona.) ¿Nervios


traicioneros? Olvídate de caracterizar con demasiada energía. Es una simple

audición. Eres una exagerada. Cálmate”.

Bernarda la ignora y se dirige hacia la señora Montoya.

Sabe, me siento frustrada por ser una simple actriz. Sé que podría crear

muchas historias llenas de ingeniosas ideas. ¡Claro! No se compararían a una

sola escena de Lorca.

(Cambia de ánimo. Mira el reloj.) ¡Odio esperar!. Ahora entiendo por qué las

obras se retrasan siempre cuando menos media hora. Si los atrasos comienzan

desde la audición, qué se espera el día del estreno. (Se interrumpe. Se dirige

hacia su mochila.) ¡Su atención! tercera llamada. Tercera. Principiamos.

Saca una grabadora de cassette y escucha un fragmento del prólogo de El

maleficio de la mariposa. Ella actúa lo que dice el texto a la manera de La

muerte del Pierrot de la Commedia dell’Arte.

“Señores: la comedia que vais a escuchar es humilde e inquietante, comedia

rota del que quiere arañar a la luna y se araña su corazón. El amor, lo mismo

que pasa con sus burlas y sus fracasos por la vida del hombre, pasa en esta

ocasión por una escondida pradera […] donde hacía mucho tiempo era vida

apacible y serena […] Se amaban por costumbre y sin preocupaciones […]

Pero un día… hubo un insecto que quiso ir más allá del amor. Se prendó de

una visión que estaba muy lejos de su vida… Quizás leyó con mucha

dificultad algún libro de versos que dejó abandonado sobre el musgo un poeta

de los pocos que van al campo, y se envenenó con aquello de ‘yo te amo,

mujer imposible’. Por eso yo suplico a todos que no dejeís nunca libros de
versos en las praderas, porque podéis causar mucha desolación […] Inútil es

deciros que el enamorado se murió…”

Se interrumpe. Parece preocupada.

Ahora nadie muere de amor. Y aquella poesía que se tendría que levantar del

libro y hacerse humana, está contaminada por directores como Pepe el

Romano. (Le habla a la Montoya.) Le digo así a mi director porque igual que

el personaje de La casa de Bernarda Alba, nunca aparece. El no tiene ni la

más mínima elegancia a la que usted debe haber estado acostumbrada

(Mimetiza al director.) “A ver comenzamos el ensayo. Están en una

conversación animada. ¿Qué hacen mirándose así como dos estúpidos? Con

energía, por Dios!… Son jóvenes, hermosos y se adoran… No tienen más que

decirlo y hacerlo. Es muy simple. Volvamos a empezar. ¡Diablos! Los actores

deberían al menos saber su oficio. Estos me van a echar a perder la obra. (Los

observa indignado) ¡No, no, no! ¿Qué es eso? Lo que tienen que hacer no es

muy difícil. Tú, sí ¡tú! ¿Para eso te contraté, putito? ¡Coño, ni el texto te

sabes? ¡Si te di dos días! (Lo toma del cuello) ¡Caraja madre. Dime si vas a

sacar este papel o llamo a otro. Lo que quiero que me des, no es del otro

mundo. Estás enamorado de ella, tómala de la mano como hombre… bien, (Lo

besa con violencia.) ¡bésala, así!. Tú, Imelda baja los ojos… (Burlón.) ¡Oh,

qué encantadora (cruel) lo haces como una puta! Ahora dile que lo amas…”

(Irónica.) ¿No eres así, Pepe el patán? (Responde el personaje.) “Pues claro.

¡Para eso soy director!”. (Evoca otra escena.) Y luego tus finas maneras con

el escenógrafo: “Oiga, para qué diablos quiero ese trasto allí? Estorba el paso
de los actores. ¿Y los desahogos, dónde están? A ver tú, obrero teatral: no

produzcas. Explícame tú, que te crees tan creativo ¿cómo voy a meter y sacar

a mis actores en cada escena? No me gusta lo que has hecho. No entiendes

que la luz entra hasta que esta loca cae”. (Irónica.) Qué chic, ¿verdad? (No

obtiene respuesta.)

Bernarda recoge la grabadora. Se dirige a algún sitio de la sala. Mira por

varios lados.

Pepe el Romano, ¿seguro que no andas escondido por algún rincón del teatro?

Conozco muy bien tus trucos; te gusta oírme hablar sola porque crees que así

te vas a enterar de lo que realmente pienso y jamás te dije. Te equivocas,

Pepe. Te descubrí. A mí no me espíes como lo haces con esas actricetas

retorcidas y moscas muertas, como la ridícula de Magdalena, ingenua, pura,

decente (según ella) pero que llegaba antes que todos al camerino y a solas

frente al espejo se abría la blusa mientras gritaba que tenía urgente necesidad

de que la vieran; “devórenme, devórenme, siento sus ojos morder mis

pechos”. (Se vuelve hacia la Montoya.) ¿Puede usted creer eso? Y es que dice

Pepe el Romano que los actores frente al director fingen lo que no son. Por

eso busca la manera de penetrar su intimidad. (Recrea al personaje.) “¿Cada

cuándo haces el amor, Martiria? ¿Te gustan los hombres o las mujeres? ¿Te

masturbas, de qué manera lo haces?” (Asqueada.) Eres un cerdo. De qué te

sirve, gran director, convertir en mierda los secretos de todos con los que

trabajas. ¡Eso no es teatro! Por eso te escondes, ¿lo sabes verdad? (Se muestra

preocupada.) Pero yo no soy ese tipo de actriz y además vivíamos juntos. Y


siempre te dije lo que soy, todo lo que pienso, de modo que puedes

escucharme cuando hablo conmigo misma y con mis fantasías, tómate el

tiempo que quieras, no descubrirás nada nuevo de mí. Mejor sal, aunque sea

una sóla vez. (Pausa. Se dirige a la Montoya.) ¿Sabe, señora? Mi madre era

una mujer lista. Siempre me decía que la actuación es una hermosa profesión.

El día que salí por primera vez a escena, me sentí extraña, como separada en

dos partes; por un lado actuaba lo que me habían dicho, pero al mismo tiempo

observaba desde fuera del escenario lo que hacía y decía. Finalmente me

volvía de nuevo una sola persona.

El siguiente texto lo interpretará coloquialmente. Guarda la grabadora en la

mochila. Se vuelve hacia la silla para hablarle a la Montoya.

“En aquel tiempo llegó a casa un joven, era bien parecido y muchas veces

decía tonterías, yo no sabía a ciencia cierta lo que quería, pero tenía que

reírme. Mi madre lo mandaba llamar con frecuencia y esto nos agradaba a los

dos. Finalmente no veíamos por qué no podíamos estar echados el uno junto al

otro entre las sábanas, si ya estábamos sentados el uno al lado del otro en el

sofá. A mí aquello me daba más placer que las tonterías que decía. Lo hicimos

a escondidas. Y así seguimos algún tiempo. Pero yo me fui convirtiendo en

una especie de esponja que todo lo absorbía. El acabó dándose cuenta. Una

mañana llegó y me besó como si quisiera asfixiarme; sus manos comenzaron a

apretarme el cuello, sentí un miedo horrible. Me soltó y me dijo riendo que

había estado a punto de hacer una tontería y que no quería estropearse la vida

antes de tiempo, pues aquello era lo único que tenía. Luego, se marchó sin
acabar de entender lo que quería. Al atardecer estaba sentada junto a la

ventana, pensativa. De pronto vino por la calle un montón de gente, los niños

corrían por delante, mientras los vecinos miraban por las ventanas. Yo miré

hacia abajo, lo traían en una camilla, se había ahogado. (El recuerdo la

enronquece.) Me eché a llorar. Fue la única que vez experimenté una emoción

en la vida real. (Cambia de ánimo.) En el teatro las finjo a diario, aun cuando

no entienda nada de emociones. Soy siempre la misma”. (Busca por el teatro

al director.) ¡Pepe! ¡Pepe el Romano! ¿Te conté alguna vez esta historia?.

(Responde como el director.) “No Bernarda. ¿Qué edad tenías cuando ocurrió

aquello?”

Bernarda, ríe divertida y burlona. Parece festejar la broma.

Pues como veinticinco cuando leí éste monólogo de Büchner. Los monólogos

son largas evocaciones y me acabo de acordar de ése fragmento. (Responde

como Pepe el Romano.) “Ah Bernarda, no haces más que delirar y eso me

enferma.” (Burlona) ¿Ah, verdad? Te la creíste. No manifesté la más mínima

emoción, como los personajes de Brecht. ¿Así quieres que trabajemos a

Lorca?

Para ella misma.

¡Soy una idiota amaestrada! Esto es lo que somos los actores para cualquier

director: ovejitas idiotas, entrenadas para actuar. Meee, meeee (Hacia el

imaginario director.) ¡Pepe el Romano, tienes delante de ti a una

extraordinaria e inteligente actriz amaestrada! Sal de tu agujero y simplemente

ordena. Meee, meeee.


Cambia de ánimo. Se dirige hacia el area de la Montoya. Le habla.

Yo no quería ser actriz; es contradictorio, ahora me doy cuenta que en realidad

hubiera deseado ser una simple y sencilla ama de casa, tener a alguien que se

ocupara de mí. Nada más. ¿Cómo sería mi vida? Un hogar, televisión, revistas

para mujeres. Todo en calma, sin problemas. Amigas para hablar de dietas y

de los maridos. Esperar su regreso. Oír los chismes de oficina y sobre el

marcador del futbol mientras cenamos. Nada de preocupaciones. Los viernes a

algún salón de baile, los sábados al super y los domingos al cine. (Pausa. Se

siente nerviosa.) ¿Se da cuenta señora Montoya lo difícil que me resulta

contarle a usted todo esto? Desde luego no puedo culpar a mi familia por

continuar con la tradición, ni tampoco lo culpo a él. Fue decisión mía. Estoy

en la profesión equivocada, ¿no es así señora? Y aquí estoy. (Responde como

el personaje.) “No entiendo. ¿Quién es usted, Bernarda”. (Pequeña pausa.

Ella.) Soy lo que quiero ser: nadie flotando en la nada en medio de un

escenario en espera de una audición.

Examina el espacio escénico.

No he tenido suerte en la vida eso es todo. Tampoco debo mortificarme por

ello. En mi esperanza nunca esperé tanto. (Interviene su alter ego.) “No lo

busques más. No existe. Te aferras a él y te vas a hundir”. (Ignora la

advertencia y le dice a la Montoya.) Teme comprometerse, por eso se

esconde. (Cambia de ánimo. Intenta estar alegre.) ¡Hay alguién acá! Meee,

meeee. ¡Algún otro actor que espera audicionar! Meee, meeee. Realmente no

hay mucho qué hacer, sólo esperar. (Se dirige hacia donde tiene su mochila y
se sienta en el piso.) Esa es la primera materia que aprende el actor: ¡esperar!

Estar sentado todo el día frente al teléfono a la espera de una llamada para una

audición. (Extrae unos títeres.) Recuerdo el primer día de clases. (Lo siguiente

lo actuará como pieza para títeres a la Montoya. Entra la Madre): “Hijita, si

vas a una escuela de teatro, no sólo serás dueña de la experiencia de las tablas

que te transmitimos, sino que podrás conocer otras técnicas más modernas”.

(Aparece el títere de Bernarda. Aparte, al público imaginario.) Creo que la

tradición es ésa, el primer día de clases nos hicieron esperar muchísimo.

Finalmente llegó el maestro. (El títere de Bernarda se pone de pie. Aparece el

Maestro. Las luces relampaguean como si éste fuese un dios olímpico. El

títere de Bernarda, de nuevo aparte al público.) Oh, es demasiado hermoso

pensar que el maestro es un hombre tan maravilloso.

MAESTRO:

¡Bernarda! ¡Bernarda! A estas alturas debes de saber que el actor debe

despojarse de todo para poder vestirse con el personaje.

BERNARDA:

¿Qué tiene que ver todo esto conmigo!

MAESTRO:

Oh, Bernarda no debes estropear esta bonita profesión con esas rudas palabras

(terminante, la despoja del ropaje): ¡desvístanse!

(El títere de Bernarda se pasea desnudo por el imaginario escenario.) Y allí

tiene a toda la clase como vino al mundo.

MAESTRO:
(Reprendiéndola.) El cuerpo es su instrumento de trabajo para expresar

emociones y si está desnudo, la emoción es más pura y llega más directo a los

ojos del espectador.

Irónica guarda los títeres.

BERNARDA:

Por eso muchos actores si no se desnudan en escena sienten que no actúan.

(Busca una respuesta de la Montoya.) ¿Tiene alguna explicación para eso,

señora? (Se sienta a su lado.) Había una clase realmente divertida, en la que

fingíamos estar concentrados; digo desnudos y con los ojos cerrados.

Entonces el maestro ponía música y nosotros debíamos caminar lentamente y

detenernos justo cuando teníamos un cuerpo junto al nuestro. Entonces sin

abrir los ojos teníamos que realizar una exploración “sensorial”. Lo tocaba,

me tocaba, así hasta el infinito. Luego con otra, con otro. (Divertida.) Y era

una buena válvula de escape para aquellos que tenían mucho que esconder

como yo. (Pausa, reflexiva.) ¿Pensaría en esto el maestro? Se habría dicho:

“Vamos a explorar sensorialmente a Bernarda, que es soltera, que jamás quiso

ser actriz, que de seguro en el fondo sólo quiere ser una simple y sencilla ama

de casa, sin problemas ni complicaciones y que está conflictuada porque

puede llegar a ser una gran actriz, pero no quiere… Debe estar terriblemente

confundida… De inmediato… ¡A sensibilizarla corporalmente! (Se enfrenta a

seres imaginarios que la manosean.) ¡Usen el tacto!”. (Cambia de ánimo.)

¡Basura! (Enfrenta al imaginario maestro.) Ahora usted nos pide que seamos

capaces no sólo de desnudarnos y tocarnos, sino mostrar lo que usted llama


nuestro secreto más íntimo… ¿Quiere que me masturbe frente a todos?

(Estalla.) ¿Qué tiene que ver esto con ser actriz? ¿Sabe qué es usted? ¡Un

reprimido voyeourista que aprovecha su cuotita de poder! (Cambia de ánimo.)

Aún me divierte pensar en los ojos que puso el maestro y obviamente fui

expulsada. (Habla el imaginario director.) “¿No te has puesto a pensar,

Bernarda querida, que quizás ni siquiera eres actriz?”

(Grita irritada al director imaginario.)

¡Pepeee! ¿No estás convencido todavía? Si no soy la más grande, aquí tienes

frente a tus ojos a ¡una actriz inteligente! que no necesita de masturbaciones

físicas o síquicas para actuar.

Se siente con mucha seguridad.

Soy una buena actriz y punto. Me lo transmitieron mis padres. Lo intuí en mi

infancia. Por ello no necesito de ninguna exploración sensorial para actuar.

(Ironiza hacia donde cree se esconde el director.) Piensas Pepe el Romano,

¿que por eso no podré interpretar a Lorca? (Se detiene.) Olvidas que soy una

supermarioneta que no necesita de hilos para moverse.

Adopta otra postura de marioneta y a medida que comienza a interpretar algún

fragmento de Yerma se va transformando en un personaje lorquiano

intensamente adolorido.

Y sé que estoy loca y sé que tengo el pecho podrido de aguantar. No sé lo que

pasa. Pero pienso y no quiero pensar.

“La sangre que ve la luz se la bebe la tierra… Vale más ser muerto

desangrado que vivo con ella podrida”.


“Tú, a tu casa. […] A envejecer y llorar. Pero la puerta cerrada… Clavaremos

las ventanas… Echate un velo en la cara. Sobre la cama pon una cruz de

ceniza donde estuvo su almohada […] No quiero llantos en esta casa. Sus

lágrimas son lágrimas de los ojos nada más, y las mías vendrán cuando yo esté

sola, de las plantas de los pies, de mis raíces, y serán más ardientes que la

sangre.”

Cambia de ánimo. Luego se muestra preocupada, titubeante. Se burla de ella

su alter ego.

“¡Ay, Bernarda, estás llena de una cursi soledad!. Desde que amanece hasta

que anochece das vueltas y vueltas en la casa y sólo agarras tu mochila y sales

a la calle cuando tienes audición. Lo que fue no volverá. Pon una cruz de

ceniza. El ocuparte de otros te impide ocuparte de tí”. (Para ella.) No puedo

dormir. (Responde como Pepe el Romano.) “Dormirás cuando mueras”. Eres

irónico Pepe el Romano, irónico como una maldita enfermedad. (Continúa

como el imaginario personaje.) “Así es la vida de marionetas como tú,

Bernarda. ¿No recuerdas a Bergman?” (Pequeña pausa.) Aquellos personajes

no eran actores. (El imaginario personaje.) “Pero fingían continuar viviendo”.

(Pequeña pausa.) ¿Y yo finjo?… (Transición.) Estoy tan sola, Pepe. (Como el

otro personaje.) “También están solos los perros y viven” (Cambia de ánimo.)

No sé por qué es tu obsesión esconderte. ¡Termina de una vez con esto,

Romano! ¿Por qué continuamos con esta locura? ¿Por qué este afán de

destruir? (Su alter ego.) ¡Bernarda, estás permitiendo otra vez que esas

fantasías dominen tu vida!


Se siente solitaria. Decide que debe poner música y fumarse un cigarrillo.

Me siento asqueada de audicionar. ¡Quién vería esta obra y de qué le serviría?

(Inspecciona sus cosas. Saca un vestido.) ¡Ah, creí que lo había olvidado! (Se

lo prueba por encima mientras busca la aprobación de la Montoya.) ¿Es

encantador no cree? Tiene en sí algo teatral. (Interviene la Montoya.) “Ay,

hijita. ¡Qué preciosidad!” (Pequeña pausa.) ¿Crée que vaya con el personaje?

(La interrumpe el director imaginario.) “No me gusta el color, no creo que

vaya con el diseño de iluminación que tengo en mente; sin embargo,

pruébatelo e interpreta algo de la verdadera Bernarda Alba para

audicionarte”.

Comienza a vestirse. Se dirige de nuevo a la Montoya.

¿Verdad señora que los actores de antes se buscaban ellos mismos su

vestuario o lo confeccionaban? Dicen que mi pobre abuela, se mataba

cosiendo mientras memorizaba su parlamento. Y los trajes que le hacía a mi

abuelo. ¡Maravillosos! (La interrumpe el director.) “Bernarda, no me

interesan esas historias. Quiero ver cómo sacas al personaje”. (Bernarda lo

enfrenta.) ¡A ti no te hablo!. (Pequeña pausa.) Todo el mundo estaba

fascinado con las truzas de Don Juan Tenorio y el vestuario del Otelo que mi

abuela hizo. (Se inquieta. Para ella.) ¿Qué es lo que querría ser ella, actriz o

modista? ¿Dónde habrán quedado esos trajes? Mi papá dice que se perdieron,

los habrá vendido. (Cambia.) Qué raro. Casi no me acuerdo de mi abuela. (Su

alter ego la reprende.) “Bernarda, hablar de tu niñez es una excusa para dejar
pasar el tiempo y no preocuparte más, porque nadie llega. ¿No contestas,

verdad?”

Repasa el reparto de la obra.

Catorce, quince, dieciséis. Además de mujeres de lutos. Fácil, una veintena de

actores. ¡Pepe el Romano! ¿Con quiénes trabajaré. Para que no haya malos

entendidos no quiero trabajar con los de la obra anterior, ni creo que ellos

quieran trabajar conmigo. (Le habla su alter ego.) “Ni se acuerdan de ti,

Bernarda. Fue hace cinco años.” (Pequeña pausa.) Es que no soportaría

trabajar con esa perra vieja de Magdalena. (La interrumpe el director.) “¿Qué

demonios esperas para comenzar?”

Contrariada entra de inmediato al personaje.

“¡Silencio digo! Yo veía la tormenta venir, pero no creía que estallara pronto.

¡Ay, qué pedrisco de odio habéis echado sobre mi corazón! Pero todavía no

soy anciana y tengo cinco cadenas para vosotras y esta casa levantada por mi

padre para que ni las hierbas se enteren de mi desolación. ¡Fuera de aquí!

(Salen. Bernarda se siente desolada. Reacciona, da un golpe en el suelo y

dice:) ¡Tendré que sentarles la mano! Bernarda: acuérdate que esta es tu

obligación”.

Al terminar se agacha y comienza a caminar en esa posición absurda; parece

un enano grotesco mientras repite el mismo parlamento de una manera

cruelmente irónica en un personaje empequeñecido, como un niño. No debe

ser nada cómico.


“¡Silencio digo! Yo veía la tormenta venir, pero no creía que estallara pronto.

¡Ay, qué pedrisco de odio habéis echado sobre mi corazón! Pero todavía no

soy anciana, todavía no soy una anciana…” (Se pone de pie.) Todavía tengo

fuerzas… y soy una actriz inteligente y soy… soy… No sé qué soy.

Al terminar está histérica. Se levanta y quita el vestido. Juegos infantiles

breves. Canción.

“¿Has querido / jugar como si fuéramos / soldaditos? / Dime, Señor, / ¡Dios

mío! / ¿No llega el dolor nuestro / a tus oídos? / ¿No han hecho las blasfemias

/ babeles sin ladrillos / para herirte, o te gustan / los gritos? / ¿Estas sordo?

¿Estas ciego? / ¿O eres bizco / de espíritu / y ves el alma humana / con tonos

invertidos?”

Cambio de ánimo.

Daría cualquier cosa por ser niña otra vez y morir entonces cuando de veras

era feliz. (La interrumpe su alter ego.) “Tu niñez fue bellamente repulsiva.”

(Ignora el comentario. Reflexiva.) ¿Cómo saber en qué momento saltar y

abandonar todo esto que me arrastra cada vez con más fuerza. Qué me

esperaría entonces. (De nuevo la interrumpe su alter ego.) “¡Ya cállate!”

(Continúa con su reflexión.) A veces la desesperación parece terminar, pero a

veces ahoga. (Se dirige al área de la Montoya. Esta le habla.) “Hijita,

verdaderamente me tienes asombrada. Con todos esos torbellinos que tienes

en la cabeza, ¿en verdad crees que podrías haber sido una simple ama de

casa?” (Pausa. Es nuevamente ella.) ¿Y con todo eso para qué seguir siendo

actriz? Estoy harta de ahogar mi vida esperando cosas. (Transición.) ¡Ah, la


tía Luisa! Jamás tuvo hijos por estar casada con el teatro. Los años pasaban y

ella continuaba estreno tras estreno. No podía alejarse de su público que le

reclamaba interpretar nuevas obras. No había tiempo para la maternidad.

Quizás más adelante… Luego sus cabellos se hicieron blancos. Nadie lo sabía

porque se los pintaba. Esta vieja damita vivía solitaria con sus reservas de

paciencia. ¿Cómo pudo esta criatura esperar año tras año, hasta quedar

completamente olvidada y abandonada por todos? Tanta soledad le hacía

gritar a cada momento: “¿Qué va a pasar cuando yo muera? ¿Cuánto tiempo

tardarán en encontrarme? ¿Qué va a ser de todo cuanto hice? ¿Se acordarán de

mí? ¿Quién?” (Le habla su alter ego.) “Y si la muerte es la muerte, ¿qué será

de los poetas y de las cosas dormidas que ya nadie las recuerda?” (Cambia de

ánimo.) El temperamento de una actriz es violentamente apasionado y

exaltado, eso la induce a hacer cualquier cosa por obtener un papel. ¡Lo que

quieran imaginarse! Incluso no cobrar.

Enciende otro cigarrillo y se coloca unos audífonos de walkman. Sigue con el

cuerpo el ritmo de la música. Está nerviosa sin saber por qué. Se detiene.

Busca entre sus cosas un álbum de críticas.

Tuvimos tantos éxitos juntos, ¿te acuerdas, Pepe? ¡Lástima! Ahora sólo son

recortes viejos… muy antiguos.

Lee como un intelectual.

“Al interpretar Bernarda a su personaje, consigue descubrir en forma

imprescindible la metáfora materna, que consiste en manifestar un auténtico

proceso de subjetivación, en donde nunca traiciona la alegoría hasta llegar a la


base de la represión, que se origina y se autodestruye en el deseo y al final, el

sacrificio es frustado”. (Irónica.) Hay que admitir que ésta es una crítica

bastante elocuente, pero no habla de mi sudor y mi cuerpo temblando en el

escenario (Como personaje lorquiano.) “ni del traje de poesía que traía puesto

y que dejaba ver los huesos y la sangre”. (La interrumpe su alter ego.)

“Bernarda eres una amargada”. (Responde indignada.) ¡Qué te importa (Como

personaje lorquiano.) “¿Qué puedes decir de mí? ¿Que me encierro en mi

cuarto y no abro la puerta? ¿Que no duermo?”

Se interrumpe.

Es idiota actuar para nadie. Puede no haber obra, ni director, ni escenografía,

ni iluminación y vestuario; pero lo único que pido es alguien que me escuche.

¡Pepe el Romano! ¿Me oyes… es mucho pedir un triste espectador?

(Responde el personaje aludido.) “No, Bernarda. No es mucho”. (Lo rechaza.)

No, no trates de darme por mi lado. Nadie creería tus halagos. Te conozco

demasiado bien. De modo que esa respuesta tuya es aburrida.

Vuelve a revisar su bolso. Saca unos pañuelos desechables y crema con los

que se quitará el maquillaje.

Pepe el Romano. ¿Sabes que nadie te comprende porque no sabes qué decir,

ni cómo? (A la Montoya.) ¿Le digo un secreto, señora? Nunca me gustaron

sus montajes, al contrario, me avergonzaban. Nunca me he sentido orgullosa

por su trabajo como otras mujeres lo están con el de sus parejas. (Al

imaginario director.) Tampoco eres un buen director ni tienes buenas ideas,

porque siempre se te dispersan de la mente. Para eso hay que tener talento y tú
no lo tienes. Tú crucificas al teatro. ¡Ah, pero cómo te inflabas con los

aplausos que salías a recibir a diario… aunque sólo hubieran dos espectadores.

(Se muestra aburrida.) Contigo no sentía nada, no sabías ni cómo hacer el

amor a una mujer. Por horas estábamos acostados a los extremos de aquella

enorme y fría cama. Te tomabas un largo y aburrido tiempo en deslizarte

lentamente hasta quedar pegado a mi cuerpo. (Irónica.) Gracias a eso sufro

ahora de insomnio. (Retoma el discurso.) Y entonces comenzabas a tocarme

en silencio, ni siquiera un gemido y al final, regresabas a tu sitio a dormir.

Siempre fue así. (Como personaje lorquiano.) “Y yo qué podía hacer para

apagarme ese fuego que tenía levantado por piernas y boca”. (Pequeña

pausa.) Ni para eso me servías. Por la mañana, ni una palabra del asunto. De

ese modo se nos fue la vida. Unicamente en los ensayos, con los demás

actores, me dirigías la palabra. ¿No fue así nuestra relación, Pepe el Romano?

(No obtiene respuesta.) Y Magdalena, esa mosca muerta que imaginaba ser

ingenua y fingía inocencia, fue la que te convenció de que no éramos el uno

para el otro. La que desde tu escondite escuchaste decir que te admiraba

porque eras un genio y que yo no te merecía. ¿Por eso me abandonaste, Pepe

el Romano? Por una fracasada y fea. (Pausa.) No te guardo rencor. No es el

momento.

Quita de su rostro los últimos rastros de crema.

Pero no hablemos más de ella. Lo difícil fue que jamás pudimos

comunicarnos. Tú desde tu trinchera. Y yo con el hombre y la profesión

equivocada. (Se detiene. Odia lo que acaba de decir.) ¿Realmente pensé en


esto cuando estuvimos juntos? (Se interrumpe.) Un momento, ¿a quién le digo

todo esto? (Se dirige de nuevo hacia donde está la Montoya mientras enfrenta

a su alter ego, quien la recrimina.) “¡A nadie Bernarda! ¿Persistes en hablarle

a tus delirios? ¡Detente! Abandona toda esta locura y sal a la calle. Diviértete.

Conoce gente.” (Ignora las advertencias y se vuelve hacia el otro personaje.)

¿Y si le dijera señora, que trabajar juntos fue lo más bello de nuestra relación?

Cambia de estado anímico. Lo encuentra divertido. Ya sin maquillaje, guarda

todo y se levanta. Continúa su charla con la Montoya.

¿Sabe dónde lo conocí? En la escuela de teatro. Discutíamos sobre actuación.

(Pequeña pausa.) Creo que esa fue la primera y única ocasión en que

conversamos durante un largo tiempo. (Se dirige hacia el imaginario

director.) Pepe, ¿sabes que hice todo por no parecerme a ti? (Le responde

irónico el personaje.) “Pase lo que pase, cada quien tiene su igual, Bernarda”.

Se siente vencida. Se dirige hacia la silla de la Montoya y ahora actúa como

ella.

“Cómo le hace Bernarda para recordar todo?” (Pequeña pausa. Es ella de

nuevo.) ¡Ah, señora tengo una memoria privilegiada que me permite

acordarme de todos los aspectos de mi vida, en detalle. Eso me ha ayudado a

ser una buena actriz. Desde pequeña recuerdo todo lo que ha envenenado mi

vida, todos mis miedos, todas mis pesadillas. (Pausa.) Una vez estábamos en

una función, otro actor y yo. Era lenta y fastidiosa y nosotros dos

mostrábamos la más absoluta inseguridad y el teatro estaba lleno de gente

conocida. Yo no podía entender cómo había aceptado presentarme si sólo


habíamos ensayado una sola vez. (Pausa.) En un momento cuando la gente

estaba más aburrida, un grupo del público; creo que la familia de mi papá,

comenzó a cantar y hacer ruido. Entonces yo “improvisé” golpeando un piano

que estaba en el escenario, mientras le gritaba al otro actor: “¡ya apaga la

televisión y vámonos de aquí!” Todos callaron y nosotros salimos derrotados

del escenario. Luego dejamos el teatro y nos fuimos sin nuestras pertenencias.

(Pequeña pausa.) ¿Creé que esto marque mi vida profesional? (No obtiene

respuesta.) ¿Qué podré hacer? A veces quiero decir ¡basta! Sin embargo, hay

algo en mí que se niega a morir: es ésta mi forma de vivir.

Arremete contra el director.

¡Pepe! ¿qué sienten aquellos directores fracasados que viven con otras

fracasadas?. (Le responde éste.) “No entiendo el significado de tu ironía. Trata

de no decir más estupideces y mejor concéntrate… ¿Por qué no me

representas algo de Angustias?” (Ella parece ignorar lo que le han ordenado.

Se dirige divertida hacia la Montoya.) ¿Sabe una cosa, señora? En este país se

perdona todo menos el talento. Por eso los directores mediocres, son

aceptados como genios. (Impaciente, grita como el director.) “Bernarda, no

tengo mucho tiempo, quiero que me des algo de Angustias”. (Bernarda

cambia de ánimo.) ¡Vete al demonio. No he venido a audicionar para las

telarañas y el polvo del escenario. (Pequeña pausa.) ¿Puedo preguntarte algo?

¿Van a reabrir este teatro? (Paraela)Deberíanhacerloporquehapermanecido cerrado por mucho

tiempo. (El imaginario director responde harto.) “¡Por favor, venimos a

trabajar, Bernarda!” (Irónica.) De acuerdo. Como pida el famoso director


Pepe el Romano… Meee, meeee. (Cambia de ánimo.) ¿Todavía te gusta mi

trabajo, Pepe? Podríamos volver a triunfar juntos. Yo como actriz y tú, en el

trazo escénico. (No obtiene respuesta. Se irrita.) ¿Me has invitado a

audicionar porque te sientes culpable por haberme abandonado? (Cambia de

ánimo. Finge importarle poco la situación.) Sabes las cosas están así: esta

separación fue lo mejor que pudo ocurrirme. ¡Dejé atrás todas aquellas

estupideces sentimentales! Fue un gran alivio reconocerlo: no te amo, no me

amas, ya no amo a nadie. Parece que se me congeló el corazón. (Para ella.)

Pero me hace falta que alguien me abrace. Nadie lo ha hecho durante muchos

años. (Cambia de ánimo.) ¡La libertad! Esa es la mejor solución para

cualquier relación de pareja enfermiza como la nuestra. No depender de nada,

ni nadie. (Pausa.) Hago el tipo de teatro que quiero. Me doy el lujo de escoger

mis propios papeles. ¡Ser libre es algo difícil de lograr, en especial para una

actriz inteligente! ¡Amo todo cuanto me ha sucedido! Ahora a todos les resulta

muy difícil comprarme… Hice una excepción contigo, Pepe el Romano. Por

aquello de los viejos tiempos. No soy todavía una actriz acabada, ¿entiendes?;

todos los directores me persiguen para que trabaje con ellos y me pagan lo que

pido. (Ironiza su alter ego.) “Sí. Cómo no. Por eso le debes hasta al taxista

que te trajo”. (Cambia de ánimo.) Quiero que enfrentes la realidad: ésta será

una relación de trabajo y no habrá ningún intento sentimental. (Pausa.) ¿Sabes

por qué no quise embarazarme? No quería un bebé silencioso (Pequeña

pausa.) Cuando estaba contigo vivía atada a miedos y fobias; sobre todo al

miedo a tu silencio. ¡Ah, Pepe el Romano! ¡Querido Pepe, tu abandono no fue


nada catastrófico para mí. Al contrario, con la soledad se adquiere madurez y

seguridad. Ahora entiendo que todas las cosas que viví contigo no las puedo

tomar en serio. Mi soledad me ayudó a superarlas. (La increpa su alter ego.)

“Las tienes bien superadas Bernarda, que hablas como loca con tus

fantasmas”. (Intenta mostrarse segura.) No me preguntes cómo, pero ahora

soy una mujer diferente. No le tengo miedo a nada, ni a los hombres: aunque

no me hablen, aunque digan que soy una imbécil, aunque me obliguen a hacer

el amor cuando no quiero, aunque me presionen a ser lo que no quiero, aunque

no me atreva a tener hijos de ellos, aunque me obsesione. (Pequeña pausa.)

¿Sabes que esta inteligente actriz llena de energía y proyectos no iba a

conformarse con el teatro? Después de que la que la obra termine voy a hacer

televisión. ¡Nadie me va a detener! ¡Alcanzaré la fama! Por lo pronto creo que

ya me van a dar un estelar. (Finge estar alegre.) ¡Es lo más maravilloso que

pudo ocurrirme, después de tu abandono. (No puede contenerse más y estalla.)

¡Maldita sea, Pepe el Romano, necesito verte! (Se contiene.) No te voy a

reprochar nada. Lo que importa es volver a trabajar juntos. (No obtiene

respuesta. Interviene su alter ego.) “Rápido, por favor Bernarda, piensa en

otra cosa. No todo está en contra tuya. Piensa, en algo maravilloso que te halla

ocurrido en la vida”. (Pequeña pausa.) No puedo creer que me sigan

sucediendo cosas así. (Su alter ego.) “La vida es impredecible y quizás, Pepe

el Romano llegue a último momento”. (Cambio de ánimo.) ¿Le habrá ocurrido

algo? ¿Magdalena le habrá prohibido verme? (Iracunda.) ¡Maldito Pepe, sal

de tu escondite! ¡Necesito verte! ¡Necesito ver a alguien, hablar con alguien!


Se pone más nerviosa. Va a su bolsa y saca una anforita de licor. Toma un

trago. Reacciona. Comienza a empacar sus cosas.

¿Qué hago aquí, en este lugar vacío?

Comienza a interpretar a Poncia.

“Ya no puedo hacer nada. Quise atajar las cosas pero ya me asustan

demasiado. ¿Tú ves este silencio? Pues hay una tormenta en cada cuarto. El

día que estallen nos barrerán a todos. Yo he dicho lo que tenía que decir”.

Sale del personaje. Con la bolsa en el hombro se dirige hacia la Montoya.

Mi vida es una porquería, ¿no es así Señora? (Pausa.) Me marcho. Estoy

cansada de esperar. Dentro de poco todo se hundirá. (El personaje se levanta

de su silla.) “Te acompaño, hijita, también he sido demasiado tolerante, en

esperar. ¡Ay, Dios! En algo estoy de acuerdo contigo. Antes no era tan

complicado ser actriz”.

Bernarda acompaña hasta la puerta a la imaginaria trágica mexicana. Se

detiene y observa que se aleja. Permanece indecisa unos instantes. Se acerca al

escenario, lo examina.

Cuándo voy a aprender a decir no. Cuándo voy a entender que me tengo que

dedicar a otra cosa. Cuándo voy a aceptar que te necesito. Soy una histérica y

tú un despreciable. Estoy harta de idioteces. (Estalla.) Oh no, Pepe el

Romano. ¿Por qué a mí? Por qué me haces esto. No después de cinco años.

¿Por qué me engañas de este modo. ¿Por qué me citas siempre en lugares

como éste y por qué jamás te presentas? (En off, responde irónico el

personaje.) “¿Quieres saber para qué Bernarda?, para que te arda. Somos dos
contra la vida”. (Ella final-mente se desploma.) Oh, Dios, por qué me permites

seguirle el juego. ¿Por qué permites que esto me suceda a mí una y otra vez?.

¡Por qué es así mi vida? (No obtiene respuesta.) ¡Quién me manda sufrir sin

tener alas!

Finalmente abandona la habitación por la única puerta, mientras cambia de

ánimo triste a grotesco.

“Bernarda, cara de leoparda. Magdalena, cara de hiena. ¡Ovejita! Meee,

meeee… Bernarda, cara de leoparda. Magdalena, cara de hiena. ¡Ovejita!

Meee, meeee”.

OSCURO FINAL

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